HOMILÍAS Y MEDITACIONES MARIANAS DEL PAPA JUAN PABLO II

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

JUAN PABLO II

HOMILIAS marianas 

HOMILÍAS MARÍANAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 8 de diciembre de 1978

1. Mientras cruzo el umbral de la basílica de Santa María la Mayor. por primera vez, como Obispo de Roma, se me presenta ante los ojos el acontecimiento que viví aquí, en este mismo lugar, el 21 de noviembre de 1964. Era la clausura de la III Sesión del Concilio Vaticano II, después de la solemne proclamación de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, que comienza con las palabras Lumen gentium (Luz de las gentes). Ese mismo día el Papa Pablo VI había invitado a los padres conciliares a encontrarse precisamente aquí, en el más venerado templo mariano de Roma, para manifestar el gozo y la gratitud por la obra terminada en aquel día.

La Constitución Lumen gentium es el documento principal del Conci­lio. documento "clave" de la Iglesia de nuestro tiempo, piedra angular de toda la obra de renovación que el Vaticano II emprendió y de la que trazó las directrices.

El último capítulo de esta Cons­titución lleva como título: "La Santísima Virgen María Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia". Pablo VI, hablando aquella mañana en la basílica de San Pedro, con el pensamiento fijo en la importancia de la doctrina expresada en el último capítulo de la Constitución Lumen gentium. llamó por primera vez a María "Madre de la Iglesia". La llamó así de modo solemne, y comenzó a llamarla con este nombre, con este título; pero, sobre todo, a invocarla para que participase como Madre en la vida de la Iglesia, de esta Iglesia que, durante el Concilio, tomó conciencia más profunda de su propia naturaleza y de su propia misión.

Para dar mayor realce a la citada expresión, Pablo VI, junto con los padres conciliares, vino precisamente aquí, a la basílica de Santa María la Mayor, donde desde hace tantos siglos María está rodeada de particular veneración y amor, bajo la advocación de Salus Populi romani.

2. También yo vengo aquí, siguiendo las huellas de este gran predecesor, que fue para mí un verdadero padre. Después del solemne acto de la plaza de España, cuya tradición se remonta al 1856, llego aquí secundando la cordial invitación que me hicieron el eminentísimo arcipreste de esta basílica, el cardenal Confalonieri, Decano del Sacro Colegio, y el cabildo entero.

Pero pienso que, juntamente con él, me invitan a venir aquí todos mis predecesores en la Cátedra de San Pedro: el Siervo de Dios Pío XII, el Siervo de Dios Pío IX; todas las generaciones de romanos; todas las generaciones de cristianos y todo el Pueblo de Dios. Parecen decirme: ¡Ve! Honra el gran misterio escondido desde la eternidad en Dios mismo. ¡Ve, y da testimonio de Cristo, Salvador nuestro, Hijo de María! Ve, y anuncia este momento tan especial; el momento que señala en la historia el rumbo nuevo de la salvación del hombre.

Este momento decisivo en la historia de la salvación es precisamente la "Inmaculada Concepción". Dios en su amor eterno eligió desde la eternidad al hombre: lo eligió en su Hijo. Dios eligió al hombre para que pueda alcanzar la plenitud del bien, mediante la participación en su misma vida: Vida divina, a través de la gracia. Lo eligió desde la eternidad, e irreversiblemente. Ni el pecado original, ni toda la historia de culpas personales y de pecados sociales han podido disuadir al Eterno Padre de este plan de amor. No han podido anular la elección de nosotros en el Hijo, Verbo consustancial al Padre. Porque esta elección debía tomar forma en la Encarnación y porque el Hijo de Dios debía hacerse hombre por nuestra salvación; precisamente por eso el Padre Eterno eligió para El, entre los hom­bres, a su Madre. Cada uno de nosotros es hombre por ser concebido y nacer del seno materno. El Padre Eterno eligió el mismo camino para la humanidad de su Hijo Eterno. Eligió a su Madre del pueblo al que, desde siglos, había confiado particularmente sus misterios y promesas. La eligió de la estirpe de David y al mismo tiempo de toda la humanidad. La eligió de estirpe real y a la vez de entre la gente pobre.

La eligió desde el principio, desde el primer momento de su concepción, haciéndola digna de la maternidad divina, a la que sería llamada en el tiempo establecido. La hizo la primera heredera de la santidad de su propio Hijo. La primera entre los redimidos con su Sangre, recibida de Ella, humanamente hablando. La hizo inmaculada en el momento mismo de la concepción.

La Iglesia entera contempla hoy el misterio de la Inmaculada Concepción y se alegra en él. Este es un día singular en el tiempo de Adviento.

3. La Iglesia romana exulta con este misterio y yo, como nuevo Obispo de esta Iglesia, participo por vez primera de tal alegría.

Por eso deseaba tanto venir aquí, a este templo, donde desde hace siglos María es venerada corno Salus Populi romani. Este título, esta advocación, ¿no nos dice, quizá, que la salvación (salus) ha sido herencia singular del Pueblo romano (Populi rornani)? ¿No es ésta, quizá, la salvación que Cristo nos ha traído y que Cristo, El sólo, nos trae constantemente? Y su Madre, que precisamente como Madre, ha sido redimida de modo excepcional "más eminente" (Pablo VI, Credo), por El, su Hijo, ¿no está llamada Ella, quizá —por El, su Hijo—, de modo más explícito, sencillo y poderoso a la vez, a participar en la salvación de los hombres, del Pueblo romano, de toda la humanidad?

María está llamada a llevar a todos al Redentor. A dar testimonio de El, aun sin palabras, sólo con el amor, en el que se manifiesta "la índole de la madre". A acercar incluso a quienes oponen más resistencia, para los que es más difícil creer en el amor; que juzgan al mundo como un gran campo "de lucha de todos contra todos" (como ha dicho uno de los filósofos del pasado). Está llamada para acercar a todos, es decir, a cada uno, a su Hijo. Para revelar el primado del amor en la historia del hombre. Para anunciar la victoria final del amor. ¿Acaso no piensa la Iglesia en esta victoria cuando nos recuerda hoy las palabras del libro del Génesis: "Este (el linaje de la mujer) aplastará la cabeza de la serpiente" (cf. Gén 3, 15)?

4. Salus Populi romani!

El nuevo Obispo de Roma cruza hoy el umbral del templo mariano de la Ciudad Eterna, consciente de la lucha entre el bien y el mal, que invade el corazón de cada hombre, que se desarrolla en la historia de la humanidad y también en el alma del "pueblo romano". He aquí lo que a este respecto nos dice el último Concilio: "Toda la historia humana está invadida por una tremenda lucha contra el poder de las tinieblas que, iniciada desde el principio del mundo, durará hasta el último día, como dice el Señor. Metido en esta batalla el hombre debe luchar sin tregua para adherirse al bien, y no puede conseguir su ínti­ma unidad sino a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de Dios" (Gaudium et spes, 37).

Y por esto el Papa, en los comienzos de su servicio episcopal en la Cátedra de San Pedro en Roma, desea confiar la Iglesia de modo particular a Aquella en quien se ha cumplido la estupenda y total victoria del bien sobre el mal, del amor sobre el odio, de la gracia sobre el pecado; a Aquella de quien dijo Pablo VI que es "inicio del mundo mejor", a la Inmaculada. El Papa confía a la Virgen su propia persona, como siervo de los siervos, y le confía a todos a quienes sirve y a todos los que sirven con él. Le confía la Iglesia romana, como prenda y principio de todas las Iglesias del mundo, en su universal unidad. ¡Se la confía y se la ofrece como propiedad suya!

Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio Te in mea omnia (Soy todo tuyo, y todas mis cosas tuyas son. Sé Tú mi guía en todo).

Con este sencillo y a la vez solemne acto de ofrecimiento, el Obispo de Roma, Juan Pablo II, desea reafirmar una vez más su propio servicio al Pueblo de Dios, que no puede ser otra cosa que la humilde imitación de Cristo y de Aquella que dijo de Sí misma: "He aquí a la sierva del Señor" (Lc 1, 38).

Sea este acto signo de esperanza, como signo de esperanza es el día de la Inmaculada Concepción sobre la perspectiva de todos los días de nuestro Adviento.


Palabras del Papa desde el balcón central de la basílica

Quiero agradecer al cardenal arcipreste de la basílica, Carlo Confalonieri la invitación que me ha hecho, y quiero deciros que me siento conmovido y os agradezco el que hayáis participado en este encuentro, no obstante la lluvia. Pero la lluvia está prevista por la liturgia misma del Adviento: Rorate coeli desuper... Menos mal que la mayoría tenéis paraguas.

Ahora una breve visita al Seminario Lombardo y luego regreso al Vaticano. Hasta la próxima vez. Alabado sea Jesucristo y la Virgen Inmaculada.

VISITA AL SANTUARIO ROMANO DE LA VIRGEN DEL DIVINO AMOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Martes 1 de mayo de 1979

Hoy, primer día de mayo, la Iglesia nos muestra a Cristo, Hijo de Dios, en el banco de trabajo, en la casa de José de Galilea.

Venerando a este excepcional hombre de trabajo, al carpintero de Nazaret, la Iglesia desea unirse espiritualmente a todo el mundo del trabajo, poniendo de relieve la dignidad del trabajo y, de modo particular, el trabajo físico, y desea encomendar a Dios a todos los trabajadores y los múltiples problemas que les conciernen. Lo haremos también nosotros durante este Sacrificio de la Santa Misa.

Estoy contento de encontrarme en medio de vosotros, queridos hermanos y hermanas, en unión de fe y de oración, bajo la mirada de la Santísima Virgen del Divino Amor, quien desde este sugestivo santuario, que es el corazón de la devoción mariana de la diócesis de Roma y sus alrededores, vela maternalmente sobre todos los fieles que se confían a su protección y custodia en su peregrinar acá abajo en la tierra.

1. En este día primero del mes de mayo, junto con todos vosotros, también yo he querido venir en peregrinación a este lugar bendito, para arrodillarme a los pies de la imagen milagrosa, que, desde hace siglos, no cesa de dispensar gracias y consuelo espiritual, y para dar así comienzo solemne al mes mariano, que en la piedad popular encuentra expresiones sumamente delicadas de veneración y afecto hacia nuestra Madre dulcísima. La tradición cristiana, que nos hace ofrecer flores, "ramilletes" y piadosos propósitos a la Toda-hermosa y Toda-santa, encuentre en este santuario, que surge en medio de la campaña romana, rica de luz y verdor, el punto ideal de referencia en este mes consagrado a Ella. Tanto más que su imagen, representada sentada en el trono, con el Niño Jesús en brazos, y con la paloma descendiendo sobre Ella, como símbolo del Espíritu Santo, que es precisamente el Divino Amor, nos trae a la mente los vínculos dulces y puros que unen a la Virgen María con el Espíritu Santo y con el Señor Jesús, Flor nacida de su seno, en la obra de nuestra redención: cuadro admirable, ya contemplado, en una invocación lírica, por el mayor poeta italiano, cuando hace exclamar a San Bernardo: "En tu seno se enciende el Amor / por el que caldeada en la eterna paz / ha brotado así esta Flor" (Paradiso, 35, 7-9).

2. En este clima espiritual de piedad mariana, se celebra el próximo domingo la Jornada de Oración por las Vocaciones, tanto sacerdotales, como simplemente religiosas: Jornada a la que la Iglesia da gran importancia, en un momento en e] que el problema de las vocaciones está en el centro de la más viva preocupación y solicitud de la pastoral eclesial. No os desagrade incluir esta intención en vuestras plegarias durante todo el mes de mayo. El mundo tiene hoy más que nunca necesidad de sacerdotes y religiosos, de religiosas, de almas consagradas, para salir al encuentro de las inmensas necesidades de los hombres: niños y jóvenes, que esperan quien les enseñe el camino de la salvación; hombres y mujeres, a quienes el fatigoso trabajo cotidiano hace sentir más agudamente la necesidad de Dios; ancianos, enfermos y pacientes que esperan quien se incline sobre sus tribulaciones y les abra la esperanza del cielo. Es un deber del pueblo cristiano pedir a Dios, por intercesión de la Virgen. que envíe obreros a su mies (cf. Mt 9, 38), haciendo oír a tantos jóvenes su voz que sensibilice su conciencia hacia los valores sobrenaturales y les haga comprender y evaluar, en toda su belleza, el don de esta llamada.

3. Pero además de dar comienzo al mes de mayo, he venido como Obispo de Roma, a visitar el centro parroquial que, a la sombra del santuario, desarrolla su actividad pastoral en medio de las poblaciones limítrofes, bajo la dirección del cardenal Poletti, mi Vicario General; del obispo auxiliar, mons. Riva; y con el trabajo del celoso párroco, don Silla, de los vicepárrocos y de las religiosas Hijas de la Virgen del Divino Amor.

Queridos sacerdotes, conozco vuestro celo y las dificultades que encontráis en el trabajo apostólico a causa de la distancia y del aislamiento en que se encuentran los barrios y caseríos confiados a vuestros cuidados pastorales. Pero sed intrépidos en la fe y en la fidelidad a vuestro ministerio, para desarrollar cada vez más entre las almas el sentido de la parroquia, como comunidad de auténticos creyentes; para incrementar la pastoral familiar, por medio de la cual una casa, o un grupo de casas, se conviertan en lugar de evangelización, de catequesis y de promoción humana; y para dedicar la debida atención a los muchachos y a los jóvenes, que representan el porvenir de la Iglesia. En este esfuerzo vuestro os expreso mi estímulo y os exhorto "junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza", a recurrir en las dificultades "a Ella con esperanza y amor excepcionales. De hecho, debéis anunciar a Cristo que es su Hijo; ¿y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿y quién puede haceros más conscientes de lo que realizáis, sino la que lo ha alimentado?" (cf. Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, núm. 11).

4. Ya he hablado de la atención que esta parroquia dedica a los muchachos: pues bien, precisamente a los niños, que dentro de poco recibirán el sacramento de la confirmación, deseo dirigir una palabra de afecto sincero y de complacencia por la preparación que han tenido para recibir dignamente el don del Espíritu Santo, que el día de Pentecostés fue enviado sobre los Apóstoles, para que fueran en medio de los hombres, testigos intrépidos de Cristo y mensajeros esforzados de la Buena Nueva. Queridos muchachos, con el sacramento de la confirmación recibiréis la virtud de la fortaleza, para que no tengáis que retroceder ante los obstáculos que se interponen en el sendero de vuestra vida cristiana. Recordad que la imposición de las menos y el signo de la cruz con el sagrado crisma, os configuraran más perfectamente con Cristo, y os darán la gracia y el mandato de difundir entre los hombres su "buen olor" (2 Cor 2, 15).

5. Y ahora, mientras nos disponemos a celebrar el sacrificio eucarístico, en el que veneramos sobre el altar al "verdadero Cuerpo nacido de la Virgen María", no podemos menos de volver a sentir en nuestro espíritu las suaves expresiones de la liturgia de la Palabra, que han exaltado a María como la "Esposa que se engalana para su esposo" (cf. Ap 21, 1-5), la "Mujer" de la que ha nacido el Hijo de Dios (cf. Gál 4, 4-7) y, finalmente, la Madre del "Hijo del Altísimo" (cf. Lc 1, 26-38). Como veis, la Virgen está unida a Jesús; es para Jesús; es Madre de Jesús; introduce a Jesús en el mundo: Ella está, pues, en la cumbre de los destinos de la humanidad. Es Ella, quien por virtud del Espíritu Santo, esto es, del Divino Amor, hace a Cristo hermano nuestro con su maternidad divina, y como es Madre de Cristo en la carne, así lo es, por solidaridad espiritual, del Cuerpo místico de Cristo, que somos todos nosotros; es Madre de la Iglesia. Por esto, mientras sube al Padre celeste el sacrificio de alabanza, elevemos a nuestra dulcísima Madre, delante de su santuario, una plegaria que brote de nuestro corazón de hijos devotos:

Salve, oh Madre, Reina del mundo.

Tú eres la Madre del Amor Hermoso,
Tú eres la Madre de Jesús, fuente de toda gracia,
el perfume de toda virtud,
el espejo de toda pureza.
Tú eres alegría en el llanto, victoria en la batalla, esperanza en la muerte.
¡Como dulce sabor tu nombre en nuestra boca,
como suave armonía en nuestros oídos,
como embriaguez en nuestro corazón!
Tú eres la felicidad de los que sufren,
la corona de los mártires,
la belleza de las vírgenes.
Te suplicamos que nos guíes, después de este destierro,
a la posesión de tu Hijo, Jesús.
Amén.

ACTO FINAL DEL MES DE MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Gruta de Lourdes de los jardines vaticanos
Jueves 31 de mayo de 1979

"Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45).

1. Con este saludo la anciana Isabel alaba a su joven pariente María, que ha venido, humilde y poderosa, a prestarle sus servicios. Bajo el impulso del Espíritu Santo la madre del Bautista, antes que nadie, comienza a proclamar, en la historia de la Iglesia, las maravillas que Dios ha hecho en la muchacha de Nazaret, y ve realizada plenamente en María la bienaventuranza de la fe, porque ha creído en el cumplimiento de la palabra de Dios.

Al finalizar el mes mariano, en esta espléndida tarde romana, junto a este lugar que nos evoca la gruta de Lourdes, debemos reflexionar, hermanas y hermanos queridísimos, en la actitud interior fundamental de la Virgen Santísima en su relación con Dios: su fe. ¡María ha creído! Ha creído en las palabras del Señor, transmitidas por el Arcángel Gabriel; su corazón purísimo, ya entregado totalmente a Dios desde la infancia, se dilató en la Anunciación por el Fiat generoso, incondicional, con el que aceptó convertirse en la Madre del Mesías e Hijo de Dios: desde ese momento Ella, introduciéndose aún más profundamente en el plan de Dios, se dejará llevar de la mano por la misteriosa Providencia y por toda la vida, arraigada en la fe, seguirá espiritualmente, a su Hijo, convirtiéndose en su primera y perfecta "discípula" y realizando cotidianamente las exigencias de este seguimiento, según las palabras de Jesús: "El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lc 14, 27).

Así María avanzará durante toda la vida en la "peregrinación de la fe" (cf Const. Dogm. Lumen gentium, 58), mientras su queridísimo Hijo, incomprendido, calumniado, condenado, crucificado. le señalará, día tras día, un camino doloroso, premisa necesaria para esa glorificación cantada en el Magnificat: "todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48). Pero antes, María deberá subir también al Calvario para asistir dolorosa, a la muerte de su Jesús.

La fiesta de hoy, la Visitación, nos presenta otro aspecto de la vida interior de María: su actitud de servicio humilde y de amor desinteresado para quien se encuentra en necesidad. Apenas ha sabido por el Arcángel Gabriel el estado de su pariente Isabel, se pone inmediatamente en camino hacia la montaña, para llegar "con prisa" a su ciudad de Judea, la actual "Ain Karim". El encuentro de las dos Madres es también el encuentro entre el Precursor y el Mesías que, por la mediación de su Madre, comienza a obrar la salvación haciendo exultar de alegría a Juan el Bautista todavía en el seno de la madre.

"A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros... Y nosotros tenemos de El este precepto: que quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1 Jn 4, 12. 21), dirá San Juan Evangelista. Pero ¿quién mejor que María había realizado este mensaje? ¿Y quién, sino Jesús, a quien Ella llevaba en el seno, la apremiaba, la incitaba, la inspiraba esta continua actitud de servicio generoso y de amor desinteresado hacia los otros? "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20, 28), dirá Jesús a sus discípulos; pero su Madre ya habrá realizado perfectamente esta actitud del Hijo. Volvamos a escuchar el célebre comentario, lleno de unción espiritual, que San Ambrosio hace del viaje de María: "Alegre de cumplir su deseo, delicada en su deber, diligente en su alegría, se apresuró hacia la montaña. ¿Adónde, sino hacia las cimas, debía tender con prisa la que ya estaba llena de Dios? La gracia del Espíritu Santo no conoce obstáculos que retrasen el paso" (Expositio Evangelii secundum Lucas, II, 19; CCL 14, pág. 39).

Y si reflexionamos con particular atención sobre el pasaje de la Carta a los romanos, escuchado hace un poco, nos damos cuenta de que brota de él una imagen eficaz del comportamiento de María Santísima, para nuestra edificación: su caridad no tuvo ficciones; amaba profundamente a los otros; ferviente de espíritu, servía al Señor; alegre en la esperanza; fuerte en la tribulación; perseverante en la oración; solícita para las necesidades de los hermanos (cf. Rom 12, 9-13).

3. "Alegre en la esperanza": la atmósfera que empapa el episodio evangélico de la Visitación es la alegría: el misterio de la Visitación es un misterio de gozo. Juan el Bautista exulta de alegría en el seno de Santa Isabel; ésta, llena de alegría por el don de la maternidad, prorrumpe en bendiciones al Señor; María eleva el Magníficat, un himno todo desbordante de la alegría mesiánica.

Pero ¿cuál es la misteriosa fuente oculta de esta alegría? Es Jesús, a quien María ya ha concebido por obra del Espíritu Santo, y que comienza ya a derrotar lo que es la raíz del miedo, de la angustia, de la tristeza: el pecado, la esclavitud más humillante para el hombre.

Esta tarde celebramos juntos el final del mes mariano de 1979. Pero el mes de mayo no puede terminar; debe continuar en nuestra vida, porque la veneración, el amor, la devoción a la Virgen no pueden desaparecer de nuestro corazón, más aún deben crecer y manifestarse en un testimonio de vida cristiana, modelada según el ejemplo de María, "el nombre de la hermosa flor que siempre invoco / mañana y tarde", como canta el poeta Dante Alighieri (Paradiso, XXIII, 88).

¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, míranos clemente en esta hora!

¡Virgo Fidelis, Virgen Fiel, ruega por nosotros! ¡Enséñanos a creer como Tú has creído! Haz que nuestra fe en Dios, en Cristo, en la Iglesia, sea siempre límpida, serena, valiente, fuerte, generosa.

¡Mater Amabilis, Madre digna de amor! ¡Mater Pulchrae Dilectionis, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros! Enséñanos a amar a Dios y a nuestros hermanos como Tú los has amado: haz que nuestro amor hacia los demás sea siempre paciente, benigno, respetuoso.

¡Causa nostrae letitiae, Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros! Enséñanos a saber recoger, en la fe, la paradoja de la alegría cristiana, que nace y florece del dolor, de la renuncia, de la unión con tu Hijo crucificado: haz que nuestra alegría sea siempre auténtica y plena, para poderla comunicar a todos.

Amén.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA
HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Varsovia, plaza de la Victoria
Sábado 2 de junio de 1979

Queridos connacionales,
amadísimos hermanos y hermanas participantes en el Sacrificio eucarístico que se celebra hoy en Varsovia, en la plaza de la Victoria:

Junto con vosotros deseo cantar un himno de alabanza a la Divina Providencia que me permite encontrarme aquí como peregrino.

Sabemos que Pablo VI, recientemente fallecido, —primer Papa peregrino, después de tantos siglos— deseó ardientemente pisar la tierra polaca, y en concreto Jasna Góra (Monte Claro). Hasta el final de su vida mantuvo en su corazón este deseo y con él bajó a la tumba. Y ahora sentimos que este deseo —tan fuerte y tan profundamente fundado, tanto que supera todo un pontificado— se realiza hoy y de un modo difícilmente previsible. Damos gracias por ello a la Divina Providencia por haber dado a Pablo VI un deseo tan fuerte. Le agradecemos ese estilo de Papa-peregrino que él instauró con el Concilio Vaticano II. En efecto, cuando toda la Iglesia ha tomado conciencia renovada de ser Pueblo de Dios, Pueblo que participa en la misión de Cristo, Pueblo que con esta misión atraviesa la historia, Pueblo "peregrinante", el Papa no podía ya permanecer "prisionero del Vaticano". Debía volver a ser nuevamente el Pedro peregrino, como aquel primer Pedro que desde Jerusalén, atravesando Antioquía, llegó a Roma para dar allí testimonio de Cristo, y sellarlo con su propia sangre.

Hoy me es dado realizar entre vosotros este deseo del difunto Papa Pablo VI, amadísimos hijos e hijas de mi patria. Pues cuando —por inescrutables designios de la Divina Providencia, después de la muerte de Pablo VI y después del breve pontificado que duró apenas algunas semanas de mi inmediato predecesor luan Pablo I— fui llamado, con los votos de los cardenales, de la cátedra de San Estanislao en Cracovia a la de San Pedro en Roma, comprendí inmediatamente que era mi obligación realizar aquel deseo que Pablo VI no había podido realizar en cl milenio del bautismo de Polonia.

Mi peregrinación a la patria, en el año en que la Iglesia en Polonia celebra el IX centenario de la muerte de San Estanislao, ¿no es quizá un signo concreto de nuestra peregrinación polaca a través de la historia de la Iglesia: no sólo a través de los caminos de nuestra patria, sino también a través de los de Europa y del mundo? Dejo ahora aparte mi persona, pero no obstante debo junto con todos vosotros hacerme la pregunta sobre el motivo por el cual precisamente en el año 1978 (después de tantos siglos de una tradición muy estable en este campo) ha sido llamado a la Cátedra de San Pedro un hijo de la nación polaca, de la tierra polaca. De Pedro, corno de los demás Apóstoles, Cristo exigía que fueran sus "testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra" (Act 1. 8). Con referencia, pues, a estas palabras de Cristo, ¿no tenemos quizá el derecho de pensar que Polonia ha llegado a ser, en nuestros tiempos, tierra de un testimonio especialmente responsable? ¿Que precisamente de aquí —de Varsovia y también de Gniezno, de Jasna Góra, de Cracovia, de todo este itinerario histórico que tantas veces he recorrido en mi vida, y que en estos días aprovecho la ocasión para recorrerlo de nuevo— hay que anunciar a Cristo con gran humildad, pero también con convicción? ¿Que precisamente es necesario venir aquí, a esta tierra, siguiendo este itinerario, para captar de nuevo el testimonio de su cruz y de su resurrección? Pero, si aceptamos todo lo que en este momento me he atrevido a afirmar, ¡qué grandes deberes y obligaciones nacen de ello! ¿Seremos capaces?

2. Me es dado hoy, en la primera etapa de mi peregrinación papal a Polonia, celebrar el Sacrificio Eucarístico en Varsovia, en la plaza de la Victoria. La liturgia de la tarde del sábado, vigilia de Pentecostés, nos lleva al Cenáculo de Jerusalén en el que los Apóstoles —reunidos en torno a María, Madre de Cristo— recibieron, al día siguiente, el Espíritu Santo. Recibieron el Espíritu que Cristo, por medio de la cruz, obtuvo para ellos, a fin de que con la fuerza de este Espíritu pudieran cumplir su mandato. "Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado" (Mt 28, 19-20). Con estas palabras Cristo el Señor, antes de dejar el mundo, transmitió a los Apóstoles su último encargo, su "mandato misionero". Y añadió: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20).

Es providencial que mi peregrinación a Polonia, con ocasión del IX centenario del martirio de San Estanislao, coincida con el período de Pentecostés, y con la solemnidad de la Santísima Trinidad. De este modo puedo, realizando el deseo póstumo de Pablo VI, vivir una vez más el milenio del bautismo en tierra polaca, y encuadrar el jubileo de San Estanislao de este año en este milenio, con el que empezó la historia de la nación y de la Iglesia. Precisamente la solemnidad de Pentecostés y de la Santísima Trinidad nos acercan a este comienzo. En los Apóstoles, que reciben el Espíritu Santo el día de Pentecostés, están ya de alguna manera espiritualmente presentes todos sus Sucesores, todos los obispos. también aquellos a quienes tocaría, mil años después, anunciar el Evangelio en tierra polaca. También este Estanislao de Szczepanów, el cual pagó con la sangre su misión en la cátedra de Cracovia hace nueve siglos.

Y entre estos Apóstoles —y alrededor de ellos— el día de Pentecostés, están reunidos no sólo los representantes de aquellos pueblos y lenguas, que enumera el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ya entonces estaban reunidos a su alrededor diversos pueblos y naciones que, mediante la luz del Evangelio y la fuerza del Espíritu Santo, entrarán en la Iglesia en distintas épocas y siglos. El día de Pentecostés es el día del nacimiento de la fe y de la Iglesia también en nuestra tierra polaca. Es el comienzo del anuncio de grandes cosas del Señor, también en nuestra lengua polaca. Es el comienzo del cristianismo también en la vida de nuestra nación: en su historia, en su cultura, en sus pruebas.

3. a) La Iglesia llevó a Polonia Cristo, es decir, la clave para comprender esa gran y fundamental realidad que es el hombre. No se puede de hecho comprender al hombre hasta el fondo sin Cristo. O más bien, el hombre no es capaz de comprenderse a sí mismo hasta el fondo sin Cristo. No puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final. No puede entender todo esto sin Cristo.

Y por esto no se puede excluir a Cristo de la historia del hombre en ninguna parte del globo, y en ninguna longitud y latitud geográfica. Excluir a Cristo de la historia del hombre es un acto contra el hombre. Sin El no es posible entender la historia de Polonia, y sobre todo la historia de los hombres que han pasado o pasan por esta tierra. Historia de los hombres. La historia de la nación es sobre todo historia de los hombres. Y la historia de cada hombre se desarrolla en Jesucristo. En El se hace historia de la salvación.

La historia de la nación merece una adecuada valoración según la aportación que ella ha dado al desarrollo del hombre y de la humanidad, a la inteligencia, al corazón y a la conciencia. Esta es la corriente de cultura más profunda. Y es su apoyo más sólido. Su médula, su fuerza. Sin Cristo no es posible entender y valorar la aportación de la nación polaca al desarrollo del hombre y de su humanidad en el pasado y su aportación también hoy: "Esta vieja encina ha crecido asf y no la ha abatido viento alguno, porque su raíz es Cristo" (Piotr Skarga, Kazania sejmowe IV, Biblioteca Narodowa, I, 70, pág. 92). Es necesario caminar siguiendo las huellas de lo que (o más bien, quien) fue Cristo. a través de las generaciones, para los hijos e hijas de esta tierra. Y esto no solamente para aquellos que creyeron abiertamente en El y lo han profesado con la fe de la Iglesia, sino también para aquellos que aparentemente estaban alejados, fuera de la iglesia. Para aquellos que dudaban o se oponían.

3. b) Si es justo entender la historia de la nación a través del hombre, cada hombre de esta nación, entonces simultáneamente no se puede comprendes al hombre fuera de esta comunidad que es la nación. Es natural que ésta no sea la única comunidad, pero es una comunidad especial, quizá la más íntimamente ligada a la familia, la más importante para la historia espiritual del hombre. Por lo tanto no es posible entender sin Cristo la historia de la nación polaca —de esta gran comunidad milenaria— que tan profundamente incide sobre mí y sobre cada uno de nosotros. Si rehusamos esta clave para la comprensión de nuestra nación, nos exponemos a un equívoco sustancial. No nos comprendemos entonces a nosotros mismos. Es imposible entender sin Cristo a esta nación con un pasado tan espléndido y al mismo tiempo tan terriblemente difícil. No es posible comprender esta ciudad, Varsovia, capital de Polonia, que en 1944 se decidió a una batalla desigual con el agresor, a una batalla en la que fue abandonada por las potencias aliadas, a una batalla en la que quedó sepultada bajo sus propios escombros; si no se recuerda que bajo los mismos escombros estaba también Cristo Salvador con su cruz, que se encuentra ante la iglesia en Krakowskie Przedmiescie. Es imposible comprender la historia de Polonia desde Estanislao en Skalka, a Maximiliano Kolbe en Oswiecim, si no se aplica a ellos también ese único y fundamental criterio que lleva el nombre de Jesucristo.

El milenio del bautismo de Polonia, del que San Estanislao es el primer fruto maduro —el milenio de Cristo en nuestro ayer y hoy—, constituye el motivo principal de mi peregrinación, de mi oración de acción de gracias junto con todos vosotros, amadísimos connacionales, a quienes Jesucristo no cesa de enseñar la gran causa del hombre: junto con vosotros, para quienes Jesucristo no cesa de ser un libro siempre abierto sobre el hombre, sobre su dignidad, sobre sus derechos y también un libro de ciencia sobre la dignidad y los derechos de la nación.

Hoy, en esta plaza de la Victoria, en la capital de Polonia, pido, por medio de la gran plegaria eucarística con todos vosotros, que Cristo no cese de ser para nosotros libro abierto de la vida para el futuro. Para nuestro mañana polaco.

4. Nos encontramos ante la tumba del Soldado Desconocido. En la historia de Polonia —antigua y contemporánea—esta tumba tiene un fundamento y una razón de ser particulares. ¡En cuántos lugares de la tierra nativa ha caído ese soldado! ¡En cuántos lugares de Europa y del mundo gritaba él con su muerte que no puede haber una Europa justa sin la independencia de Polonia, señalada sobre su mapa! ¡En cuántos campos de batalla ese soldado ha dado testimonio de los derechos del hombre, grabados profundamente en los inviolables derechos del pueblo, cayendo por "nuestra y vuestra libertad"! "¿Dónde están las queridas tumbas, oh Polonia? ¿Y dónde no están? Tú lo sabes mejor que nadie y Dios lo sabe desde el cielo" (Artur Oppman, Pacierz za zmalych).

¡La historia de la patria escrita a través de la tumba de un Soldado Desconocido!

Deseo arrodillarme ante esta tumba para venerar cada semilla que cayendo en la tierra y muriendo produce fruto en sí misma. Será ésta la semilla de la sangre del soldado derramada sobre el campo de batalla o el sacrificio del martirio en los campos de concentración o en las cárceles. Será la semilla del duro trabajo diario, con el sudor de la frente, en el campo, en el taller, en la mina, en las fundiciones y en las fábricas. Será la semilla de amor de los padres que no rehúsan dar la vida a un nuevo ser humano y que aceptan toda la responsabilidad educativa. Será ésta la semilla del trabajo creativo en las universidades, en los institutos superiores, en las bibliotecas, en los centros de cultura nacional. Será la semilla de la oración, del servicio a los enfermos, a los que sufren, a los abandonados: "todo lo que constituye Polonia".

¡Todo esto en las manos de la Madre de Dios, a los pies de la cruz en el Calvario, y en el Cenáculo de Pentecostés!

Todo esto: la historia de la patria plasmada durante un milenio en el sucederse de las generaciones —también la presente y la futura— por cada hijo e hija, aunque anónimos y desconocidos, como ese soldado, ante cuya tumba nos encontramos ahora...

Todo esto: también la historia de los pueblos que han vivido con nosotros y entre nosotros, como aquellos que a cientos de miles han muerto entre los muros del gueto de Varsovia.

Todo esto lo abrazo con el recuerdo y con el corazón en esta Eucaristía y lo incluyo en este único santísimo Sacrificio de Cristo, en la plaza de la Victoria.

Y grito, yo, hijo de tierra polaca, y al mismo tiempo yo: Juan Pablo II Papa, grito desde lo más profundo de este milenio, grito en la vigilia de Pentecostés:         

¡Descienda tu Espíritu!

¡Descienda tu Espíritu!

¡Y renueve la faz de la tierra!

¡De esta tierra!

Amén.

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PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA Y ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN

HOMILÍA  DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Czestochowa - Jasna Gora
Lunes 4 de junio de 1979

1. "Virgen santa, que defiendes la clara Czestochowa...". Me vienen de nuevo a la mente estas palabras del poeta Mickiewicz, que, al comienzo de su obra Pan Tadeusz, en una invocación a la Virgen ha expresado lo que palpitaba y palpita en el corazón de todos los polacos, sirviéndose del lenguaje de la fe y del de la tradición nacional. Tradición que se remonta a unos 600 años, esto es, a los tiempos de la Reina Santa Eduvigis, en los albores de la dinastía Jagellónica.

La imagen de Jasna Góra expresa una tradición, un lenguaje de fe, todavía más antiguo que nuestra historia, y refleja, al mismo tiempo, todo el contenido de la "Bogurodzica" que meditamos ayer en Gníezno, recordando la misión de San Wojciech (San Adalberto) y remontándonos a los primeros momentos del anuncio del Evangelio en tierra polaca.

La que una vez había hablado con el canto, ha hablado después con esta imagen suya, manifestando a través de ella su presencia materna en la vida de la Iglesia y de la patria. La Virgen de Jasna Góra ha revelado su solicitud materna para cada una de las almas; para cada una de las familias; para cada uno de los hombres que vive en esta tierra, que trabaja, lucha y cae en el campo de batalla, que es condenado al exterminio, que lucha consigo mismo, que vence o pierde; para cada uno de los hombres que debe dejar el suelo patrio para emigrar, para cada uno de los hombres...

Los polacos se han acostumbrado a vincular a este lugar y a este santuario las numerosas vicisitudes de su vida: los diversos momentos alegres o tristes, especialmente los momentos solemnes, decisivos, los momentos de responsabilidad, como la elección de la propia dirección de la vida, la elección de la vocación, el nacimiento de los propios hijos, los exámenes de madurez... y tantos otros momentos. Se han acostumbrado a venir con sus problemas a Jasna Góra, para hablar de ellos a la Madre celeste, la que tiene aquí no sólo su imagen, su efigie —una de las más conocidas y veneradas en el mundo—, sino que está aquí particularmente presente. Está presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como enseña el Concilio. Está presente para todos y cada uno de los que peregrinan hacia Ella, aunque sólo sea con el alma y el corazón, cuando no pueden hacerlo físicamente. Los polacos están habituados a esto. Están habituados incluso los pueblos afines, naciones limítrofes. Cada vez más llegan aquí hombres de toda Europa y de más allá de ella.

El cardenal primado, en el curso de la gran novena, se expresaba sobre el significado del santuario de Czestochowa en relación a la vida de la Iglesia con estas palabras: "¿Qué ha sucedido en Jasna Góra? Hasta este momento no estamos en disposición de dar una respuesta adecuada. Ha sucedido algo más de lo que se podía imaginar... Jasna Góra se ha revelado como un vínculo interno en la vida polaca, una fuerza que toca profundamente el corazón y tiene a toda la nación en humilde, pero fuerte actitud de fidelidad a Dios, a la Iglesia y a su jerarquía. Para todos nosotros ha sido una gran sorpresa ver la potencia de la Reina de Polonia manifestarse de modo tan magnífico".

No es extraño, pues, que también yo venga hoy aquí.

En efecto, he llevado conmigo desde Polonia a la Cátedra de San Pedro en Roma, esta "santa costumbre" del corazón, elaborada por la fe de tantas generaciones, comprobada por la experiencia cristiana de tantos siglos y profundamente arraigada en mi alma.

2. Varias veces vino aquí el Papa Pío XI, naturalmente no como Papa, sino como Achille Ratti, primer Nuncio en Polonia después de la reconquista de la independencia. Cuando, después de la muerte de Pío XII, fue elegido para la Cátedra de Pedro el Papa Juan XXIII, las primeras palabras que el nuevo Pontífice dirigió al primado de Polonia, después del Cónclave, se referían a Jasna Góra. Recordó sus visitas aquí, durante los años de su Delegación Apostólica en Bulgaria, y pidió sobre todo una oración incesante a la Madre de Dios, por las intenciones inherentes a su nueva misión. Su petición fue satisfecha cada día en Jasna Góra, y no sólo durante su pontificado, sino también durante el de sus sucesores.

Todos sabemos cuánto deseó venir aquí en peregrinación el Papa Pablo VI, tan vinculado a Polonia desde el tiempo de su primer cargo diplomático en la Nunciatura de Varsovia. El Papa que tanto se afanó por normalizar la vida de la Iglesia en Polonia, particularmente en cuanto concierne al actual orden de las tierras del Oeste y del Norte. ¡El Papa de nuestro milenio! Precisamente quería encontrarse aquí como peregrino para este milenio, junto a los hijos e hijas de la nación polaca.

Después que el Señor llamó a Sí al Papa Pablo VI en la solemnidad de la Transfiguración del año pasado, los cardenales eligieron a su sucesor el 26 de agosto, día en que en Polonia, sobre todo en Jasna Góra, se celebra la solemnidad de la Virgen de Czestochowa. La noticia de la elección del nuevo Pontífice Juan Pablo I fue comunicada a los fieles por el obispo de Czestochowa, precisamente durante la celebración vespertina.

¿Qué debo decir de uní, a quien, después del pontificado de apenas 33 días de Juan Pablo I, correspondió, por inescrutable designio de la Providencia, aceptar la heredad y la sucesión apostólica en la Cátedra de San Pedro, el 16 de octubre de 1978? ¿Qué debo decir yo, primer Papa no italiano después de 455 años? ¿Qué debo decir yo, Juan Pablo II, primer Papa polaco en la historia de la Iglesia? Os diré: ese 16 de octubre, en que el calendario litúrgico de la Iglesia en Polonia recuerda a Santa Eduvigis, recordé el 26 de agosto, el Cónclave precedente y la elección acaecida en la solemnidad de la Virgen de Jasna Góra. No sentí siquiera la necesidad de decir, como mis predecesores, que contaba con las oraciones depositadas ante la imagen de Jasna Góra. La llamada de un hijo de la nación polaca a la Cátedra de Pedro contiene un evidente y fuerte vínculo con este lugar santo, con este santuario de gran esperanza: Totus tuus, había susurrado tantas veces en la oración ante esta imagen.

3. Y he aquí que hoy estoy de nuevo con vosotros todos, queridísimos hermanos y hermanas: con vosotros, queridísimos compatriotas, contigo, cardenal primado de Polonia, con todo el Episcopado, al que he pertenecido durante más de 20 años como obispo, arzobispo metropolitano de Cracovia, como cardenal. Hemos venido aquí tantas veces, a este santo lugar, en vigilante escucha pastoral para oír latir el corazón de la Iglesia y de la patria en el corazón de la Madre. En efecto, Jasna Góra es no sólo meta de peregrinación para los polacos de la madre patria y de todo el mundo, sino también el santuario de la nación. Es necesario prestar atención a este lugar santo para sentir cómo late el corazón de la nación en el corazón de la Madre. Este corazón, en efecto, late, como sabemos, con todas las citas de la historia, con todas las vicisitudes de la vida nacional: en efecto, ¡cuántas veces ha vibrado con los gemidos de los sufrimientos históricos de Polonia, pero también con los gritos de alegría y de victoria! La historia de Polonia se puede escribir de diversos modos; especialmente la de los últimos siglos se puede interpretar en clave diversa. Sin embargo, si queremos saber cómo interpreta esta historia el corazón de los polacos, es necesario venir aquí, es necesario sintonizar con este santuario, es necesario percibir el eco de la vida de toda la nación en el corazón de su Madre y Reina. Y si este corazón late con tono de inquietud, si resuenan en él los afanes y el grito por la conversión y el reforzamiento de las conciencias. es necesario acoger esta invitación. Nace del amor materno, que a su modo forma los procesos históricos en la tierra polaca.

Los últimos decenios han confirmado y hecho más intensa esta unión entre la nación polaca y su Reina. Ante la Virgen de Czestochowa fue pronunciada la consagración de Polonia al Corazón Inmaculado de María, el 8 de septiembre de 1946. Diez años después, se renovaron en Jasna Góra los votos del Rey Jan Kazimierz, en el 300 aniversario de cuando él, después de un periodo de "diluvio" (invasión de los suecos en el siglo XVIII) proclamó a la Madre de Dios Reina del reino polaco. En esa efemérides comenzó la gran novena de nueve años, como preparación al milenio del bautismo de Polonia. Y finalmente, el mismo año del milenio, el 3 de mayo de 1966, aquí, en este lugar, el primado de Polonia pronunció el acto de total esclavitud a la Madre de Dios, por la libertad de la Iglesia en Polonia y en todo el mundo. Este acto histórico fue pronunciado aquí, ante Pablo VI, físicamente ausente, pero presente en espíritu, como testimonio de esa fe viva y fuerte, que esperan y exigen nuestros tiempos. El acto habla de la "esclavitud" y esconde en sí una paradoja semejante a las palabras del Evangelio, según las cuales, es necesario perder la propia vida para encontrarla de nuevo (cf. Mt 10, 39). En efecto, el amor constituye la perfección de la libertad, pero, al mismo tiempo, "el pertenecer", es decir, el no ser libres, forma parte de su esencia. Pero este "no ser libres" en el amor, no se concibe como una esclavitud, sino como una afirmación de libertad y como su perfección. El acto de consagración en la esclavitud indica, pues, una dependencia singular y una confianza sin limites. En este sentido la esclavitud (la no-libertad) expresa la plenitud de la libertad. del mismo modo que el Evangelio habla de la necesidad de perder la vida para encontrarla de nuevo en su plenitud.

Las palabras de este acto, pronunciadas con el lenguaje de las experiencias históricas de Polonia, de sus sufrimientos y también de sus victorias, encuentran su resonancia precisamente en este momento de la vida de la Iglesia y del mundo, después de la clausura del Concilio Vaticano II, que —como justamente pensamos— ha abierto una nueva era. Ha iniciado una época de conocimiento profundo del hombre, de sus "gozos y esperanzas y también de sus tristezas y angustias", como afirman las primeras palabras de le Constitución pastoral Gaudium et spes. La Iglesia, consciente de su gran dignidad y de su vocación magnifica en Cristo, desea ir al encuentro del hombre. La Iglesia desea responder a los eternos y a la vez siempre actuales interrogantes de los corazones y de la historia humana, y por esto realizó durante el Concilio una obra de conocimiento profundo de sí misma, de la propia naturaleza, de la propia misión, de los propios deberes. El 3 de mayo de 1966 el Episcopado polaco añade a esta obra fundamental del Concilio el propio acto de Jasna Góra: la consagración a la Madre de Dios por la libertad de la Iglesia en el mundo y en Polonia. Es un grito que parte del corazón y de la voluntad: grito de todo el ser cristiano, de la persona y de la comunidad por el pleno derecho de anunciar el mensaje salvífico; grito que quiere hacerse universalmente eficaz arraigándose en la época presente y en la futura. ¡Todo por medio de María! Esta es la interpretación auténtica de la presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como proclama el capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium. Esta interpretación se ajusta a la tradición de los Santos, como Bernardo de Claraval, Grignon de Montfort, Maximiliano Kolbe.

4. El Papa Pablo VI aceptó este acto de consagración como fruto de la celebración del milenio polaco en Jasna Góra, como da fe de ello su Bula, que se encuentra junto a la imagen de la Virgen Negra de Czestochowa. Hoy su indigno sucesor, viniendo a Jasna Góra, desea renovarlo el día después de Pentecostés, precisamente mientras en toda Polonia se celebra la fiesta de la Madre de la Iglesia. Por primera vez el Papa celebra esta solemnidad expresando junto con vosotros, venerables y queridísimos hermanos, el reconocimiento a su gran predecesor que, desde los tiempos del Concilio, comenzó a invocar a María con el título de Madre de la Iglesia.

Este título nos permite penetrar en todo el misterio de María, desde el momento de la Inmaculada Concepción, a través de la Anunciación, la Visitación v el Nacimiento de Jesús en Belén, hasta el Calvario. El nos permite a todos nosotros encontrarnos de nuevo —como nos lo recuerda la lectura de hoy— en el Cenáculo, donde los Apóstoles junto con María, Madre de Jesús, perseverando en oración, esperando, después de la Ascensión del Señor, el cumplimiento de la promesa, es decir, la venida del Espíritu Santo, para que pueda nacer la Iglesia. En el nacimiento de la Iglesia participa de modo particular Aquella a quien debemos el nacimiento de Cristo. La Iglesia, nacida una vez en el Cenáculo de Pentecostés, continúa naciendo en cada cenáculo de oración. Nace para convertirse en nuestra Madre espiritual a semejanza de la Madre del Verbo Eterno. Nace para revelar las características y la fuerza de esa maternidad —maternidad de la Madre de Dios—, gracias a la cual podemos "ser llamados hijos de Dios, y serlo realmente" (1 Jn 3, 1). De hecho, la paternidad santísima de Dios, en su economía salvífica, se ha servido de la maternidad virginal de su humilde esclava, para realizar en los hijos del hombre la obra del Autor divino.

Queridos compatriotas, venerables y queridísimos hermanos en el Episcopado, Pastores de la Iglesia en Polonia, ilustrísimos huéspedes y vosotros, fieles todos, permitid que, corno Sucesor de San Pedro, hoy aquí presente con vosotros, confíe toda la Iglesia a la Madre de Cristo, con la misma fe viva, con la misma esperanza heroica, con que lo hicimos el día memorable del 3 de mayo del milenio polaco.

Permitid que yo traiga aquí, como he hecho hace tiempo en la basílica romana de Santa María la Mayor y después en México, en el santuario de Guadalupe, los misterios de los corazones, los dolores y los sufrimientos y, en fin, las esperanzas y esperas de estos últimos años del siglo XX de la era cristiana.

Permitid que confíe todo esto a María.

Permitid que se lo confíe de modo nuevo y solemne.

Soy hombre de gran confianza.

He aprendido a serlo aquí.* * *

ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA

"Gran Madre de Dios hecho hombre, Virgen Santísima, Señora nuestra de Jasna Góra...".

Con estas palabras los obispos polacos se dirigieron tantas veces a Ti en Jasna Góra, llevando en el corazón las experiencias y las penas, las alegrías y los dolores, y sobre todo la fe, la esperanza y la caridad de sus compatriotas.

Me sea lícito comenzar hoy con las mismas palabras el nuevo acto de consagración a Nuestra Señora de Jasna Góra, que nace de la misma fe, esperanza y caridad, de la tradición de nuestro pueblo, de la que he participado tantos años, y al mismo tiempo nace de los nuevos deberes que, gracias a Ti, oh María, me han sido confiados a mi. hombre indigno y al mismo tiempo tu hijo adoptivo.

Me decían tanto siempre las palabras que tu Hijo unigénito, Jesucristo, Redentor del hombre, dirigió desde lo alto de la cruz, indicando a Juan, Apóstol y Evangelista: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19. 26). En estas palabras encontraba siempre señalado el puesto para cada uno de los hombres y para mí mismo.

Hoy, por los inescrutables designios de la Providencia divina, presente aquí en Jasna Góra, en mi patria terrena, Polonia, deseo confirmar ante todo los actos de consagración y de confianza, que en diversos momentos —numerosas veces y de varias formas— han pronunciado el cardenal primado y el Episcopado polaco. De modo muy especial deseo confirmar y renovar el acto de consagración pronunciado en Jasna Góra, el 3 de mayo de 1966, con ocasión del milenio de Polonia; con este acto los obispos polacos, entregándose a Ti, Madre de Dios, "a tu materna esclavitud de amor", querían servir a la gran causa de la libertad de la Iglesia, no sólo en la propia patria, sino en todo el mundo. Algunos años después, el 7 de junio de 1976, ellos te han consagrado toda la humanidad, todas las naciones y los pueblos del mundo contemporáneo, a sus hermanos cercanos por la fe, la lengua y los destinos comunes de la historia, extendiendo esta consagración hasta los más lejanos limites del amor, como lo exige tu Corazón: Corazón de Madre que abraza a cada uno y a todos en cualquier parte y siempre.

Deseo hoy, al llegar a Jasna Góra como primer Papa-peregrino, renovar este patrimonio de confianza, de consagración y de esperanza, que aquí con tanto entusiasmo han acumulado mis hermanos en el Episcopado y mis compatriotas.

Y, por tanto, te confío, oh Madre de la Iglesia, todos los problemas de esta Iglesia; toda su misión, todo su servicio. mientras está para concluir el segundo milenio de la historia del cristianismo en la tierra.

¡Esposa del Espíritu Santo y Trono de la Sabiduría! A tu intercesión debemos la magnífica visión y el programa de renovación de la Iglesia en nuestra época, que ha encontrado su expresión en la enseñanza del Concilio Vaticano II. Haz que hagamos de esta visión y de este programa el objeto de nuestra acción, de nuestro servicio, de nuestra enseñanza, de nuestra pastoral, de nuestro apostolado, en la misma verdad, sencillez y fortaleza con que nos lo ha hecho conocer el Espíritu Santo en nuestro humilde servicio. Haz que toda la Iglesia se regenere, tomando de esta nueva fuente el conocimiento de la propia naturaleza y misión, no de otras "cisternas" extrañas o envenenadas (cf. Jer 8, 14).

Ayúdanos en este gran esfuerzo que estamos realizando para encontrarnos de modo cada vez más maduro con nuestros hermanos en la fe, a los que nos unen tantas cosas, aunque todavía haya algo que nos separa. Haz que a través de todos los medios del conocimiento, del respeto recíproco, del amor, de la colaboración común en diversos campos, podamos descubrir gradualmente el plan divino de esa unidad en la que debemos entrar nosotros e introducir a todos, para que el único redil de Cristo reconozca y viva su unidad en la tierra. ¡Oh Madre de !a unidad, enséñanos siempre los caminos que llevan a ella!

Permítenos caminar en el futuro al encuentro de todos los hombres y de todos los pueblos, que por vías de religiones diversas buscan a Dios y quieren servirlo. Ayúdanos a todos a anunciar a Cristo y a manifestar "la fuerza y la sabiduría divina" (1 Cor 1, 24) escondida en su cruz. ¡Tú que lo manifestaste la primera en Belén no sólo a los pastores sencillos y fieles, sino también e los sabios de países lejanos!

¡Madre del Buen Consejo! Indícanos siempre cómo debemos servir al hombre, a la humanidad en cada nación, cómo conducirla por los caminos de le salvación. Cómo proteger la justicia y la paz en el mundo. amenazado continuamente por varias partes. Cuán vivamente deseo, con ocasión de este encuentro de hoy, confiarte todos estos difíciles problemas de la sociedad, de los sistemas y de los Estados, problemas que no pueden resolverse con el odio, la guerra y la autodestrucción, sino sólo con la paz. la justicia. el respeto a los derechos de los hombres y de las naciones.

¡Oh Madre de la Iglesia! ¡Haz que la Iglesia goce de libertad y de paz para cumplir su misión salvífica. y que para este fin se haga madura con una nueva madurez de fe y de unidad interior! ¡Ayúdanos a vencer las oposiciones y las dificultades! ¡Ayúdanos a descubrir de nuevo toda la sencillez y la dignidad de la vocación cristiana! Haz que no falten "los obreros en la viña del Señor". ¡Santifica a las familias! ¡Vela sobre el alma de los jóvenes y sobre el corazón de los niños! Ayuda a superar las grandes amenazas morales que afectan a los ambientes fundamentales de la vida y del amor. Obtén para nosotros la gracia de renovarnos continuamente, a través de toda la belleza del testimonio dado por la cruz y la resurrección de tu Hijo.

Oh, Madre, cuántos problemas habría debido presentarte en este encuentro, detallándolos uno por uno. Te los confío todos, porque Tú los conoces mejor que nosotros y los tomas a tu cuidado.

Lo hago en el lugar de la gran consagración, desde el que se abraza no sólo a Polonia, sino a toda la Iglesia en las dimensiones de países y continentes: toda la Iglesia en tu Corazón materno.

Oh Madre, te ofrezco y te confío aquí, con inmensa confianza, la Iglesia entera, de la que soy el primer servidor. Amén.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

MISA PARA LOS PEREGRINOS DE BAJA SILESIA Y SILESIA DE OPOLE

HOMILÍA  DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Santuario de Jasna Góra
Martes 5 de junio de 1979

1. Deseo dedicar, desde Jasna Góra, un especial recuerdo al santuario de Santa Eduvigis, en Trzebnica, en los alrededores de Wroclaw. Y lo hago por una razón concreta. La Providencia Divina, en sus inescrutables designios, eligió el día 16 de octubre de 1978 come, el día del cambio definitivo en mi vida. El 16 de octubre festeja la Iglesia en Polonia a Santa Eduvigis, y de ahí que me sienta particularmente obligado a dedicar hoy a la Iglesia en Polonia este recuerdo a la Santa que, además de ser patrona de la reconciliación con las naciones limítrofes, es también patrona del día de la elección del primer polaco para la Cátedra de Pedro. Deposito directamente este recuerdo en las manos de todos los peregrinos que hoy, en número tan elevado, han venido a Jasna Góra desde la Baja Silesia. Os pido que llevéis, de regreso a vuestras tierras, este voto del Papa al santuario de Trzebnica, que se ha convertido en su nueva patria de elección. Que se complete así la larga historia de las vicisitudes humanas y de las obras de la Divina Providencia, ligadas a aquel lugar y a toda vuestra tierra.

2. Santa Eduvigis, esposa de Enrique llamado el Barbudo, de la dinastía de los Piast, procedía de la familia bávara de los Andechs. Esa santa entró en la historia de nuestra patria e, indirectamente, en la de toda la Europa del siglo XIII, como la "mujer perfecta" (cf. Prov 31, 10) de la que habla la Sagrada Escritura. En nuestra memoria quedó fuertemente grabado el acontecimiento cuyo protagonista fue su hijo, el Príncipe Enrique el Pío. Fue él quien opuso una válida resistencia a la invasión de los tártaros, invasión que en 1241 atravesó Polonia viniendo del Este, de Asia, y deteniéndose solamente en Silesia, junto a Legnica. Enrique el Pío cayó, es verdad, en el campo de batalla, pero los tártaros se vieron obligados a retirarse y jamás llegaron ya tan cercanos al oeste en sus correrías. Tras el heroico hijo estaba su madre, que le infundía valor y encomendaba a Cristo crucificado la batalla de Legnica. Su corazón pagó con la muerte del propio hijo la paz y seguridad de las tierras a ella sometidas, así como de las fronterizas y de toda Europa Occidental.

Cuando ocurrieron estos acontecimientos, Eduvigis era ya viuda y, en tal estado, consagró el resto de su vida exclusivamente a Dios, entrando en la abadía de Trzebnica, por ella fundada. Allí terminó su santa vida en 1243. Su canonización tuvo lugar en 1267. Esa fecha es muy próxima a la canonización, en 1253, de San Estanislao, el Santo a quien la Iglesia en Polonia venera como Patrono principal desde hace siglos.

Este año, con motivo del IX centenario de su martirio en Skalka de Cracovia, deseo —como primer Papa hijo de la nación polaca, hasta hace poco sucesor de San Estanislao en la sede de Kraków y ahora elevado a la Cátedra de San Pedro precisamente el día de Santa Eduvigis— enviar a su santuario de Trzebnica este mi recuerdo que marca una ulterior etapa en la plurisecular historia, en la que todos participamos.

3. Con este recuerdo, añado especiales y cordiales augurios para todos los que intervienen en esta sacra Eucaristía que hoy celebro en Jasna Góra. Los santos, que hoy conmemoramos aquí ante Nuestra Señora de Jasna Góra, nos ofrecen, a través de los siglos, un testimonio de unidad entre los connacionales y de reconciliación entre las naciones. Deseo hacer votos también por esta unión y esta reconciliación. Y ruego por ello ardientemente.

La unidad ahonda sus raíces en la vida de la nación, igual que las ahondó en el difícil período histórico para Polonia por medio de San Estanislao, precisamente cuando la vida humana. en sus diversos niveles, responde a las exigencias de la justicia y del amor. El primero de esos niveles está constituido por la familia. Y yo, queridos connacionales, deseo rogar hoy con todos vosotros por la unidad de todas las familias polacas. Esa unidad tiene su origen en el sacramento del matrimonio, en aquella promesa solemne con que el hombre y la mujer se unen entre sí para toda la vida, repitiendo el sacramental "no te abandonaré hasta la muerte". Esa unidad surge del amor y de la mutua confianza, y son su fruto y premio el amor y la confianza de los hijos hacia sus padres. ¡Ay, si ese amor entre los esposos, entre padres e hijos se viera debilitado o resquebrajado! Conscientes del mal que lleva consigo la disgregación de la familia, roguemos hoy para que no suceda nada que pueda destruir la unidad, para que la familia siga siendo la verdadera "sede de la justicia y del amor".

Parecida justicia y amor necesita también la nación, si quiere estar interiormente unida, si quiere constituir una unidad indisoluble. Y aunque resulta imposible parangonar la nación —esa sociedad compuesta de muchos millones de personas— con la familia —que es, como se sabe, la más pequeña comunidad de la sociedad humana—, sin embargo la unidad depende de la justicia, que satisface las necesidades y garantiza los derechos y deberes de cada miembro de la nación. Hasta el punto de no permitir que surjan disonancias y contrastes a causa de las diferencias que llevan consigo los evidentes privilegios para unos y la discriminación para otros. Por la historia de nuestra patria sabemos cuán difícil es esta tarea; pero no por ello debemos eximirnos del gran esfuerzo, tendente a construir la justa unidad, entre los hijos de la misma patria. Ese esfuerzo debe ir acompañado del amor hacia esa patriaamor hacia su cultura y su historia, amor hacia sus valores específicos, que deciden sobre su posición en la gran familia de las naciones; amor, en fin, hacia los connacionales, hombres que hablan la misma lengua y son responsables en la causa común que se llama "patria".

Al rezar hoy, junto con vosotros, por la unidad interna de la nación, de la cual —sobre todo en los siglos XIII y XIV fue aclamado Patrono San Estanislao—, deseo encomendar a la Madre de Dios, en Jasna Góra, la reconciliación entre las naciones, de la que vemos una mediadora en la figura de Santa Eduvigis. Como la condición de la unidad interna en el ámbito de toda sociedad y comunidad, tanto nacional como familiar, es el respeto de los derechos de cada uno de sus miembros, así también la condición de la reconciliación entre las naciones es el reconocimiento y el respeto de los derechos de cada nación. Se trata sobre todo del derecho a la existencia y a la autodecisión, derecho a la propia cultura y a su multiforme desarrollo. Sabemos bien por la historia de nuestra patria lo que ha costado la infracción, la violación y la negación de esos inalienables derechos. Por eso, rogamos con mayor ardor por una duradera reconciliación entre las naciones de Europa y del mundo. Que esa reconciliación sea fruto del reconocimiento y del real respeto de los derechos de cada nación.

4. La Iglesia desea ponerse al servicio de la unidad entre los hombres, desea ponerse al servicio de la reconciliación entre las naciones. Esto corresponde a su misión salvífica. Abramos continuamente nuestro pensamiento y nuestros corazones hacia esa paz, de la que Cristo nuestro Señor habló tantas veces a los Apóstoles. lo mismo antes de su pasión que después de su resurrección: "La paz os deja mi paz os doy" (Jn 14, 27).

Que pueda este Papa. el cual os habla aquí desde la cumbre de Jasna Gora, servir eficazmente la causa de la unidad y de la reconciliación del mundo contemporáneo. No dejéis de sostenerlo en esto, con vuestras oraciones, en toda la tierra polaca.

SANTA MISA PARA LOS PEREGRINOS DE PIACENZA, ITALIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Gruta de Nuestra Señora de Lourdes, Vaticano
Lunes 2 de julio de 1979

Carísimos:

1. Nuestro encuentro matutino en este lugar tan sugestivo que nos lleva con la mente y el corazón a la gruta de Lourdes, lugar predilecto y bendito, donde María Santísima se apareció a la pequeña Bernardette, tiene un significado bien concreto: es un encuentro familiar junto al altar del Señor y bajo la mirada de la Virgen María, con el Secretario de Estado, el nuevo cardenal Agostino Casaroli, mi primer colaborador; con el obispo y una representación de sacerdotes de su diócesis natal, Piacenza, así como con sus parientes y amigos.

Es para mí este un momento de particular alegría, que me ofrece la ocasión de manifestar mis sentimientos de afecto y de vivo aprecio hacia aquel que, tras largos años de generosa dedicación transcurridos en el servicio total y directo a la Santa Sede y al Papa, ha sido ahora revestido con la importante y grave responsabilidad de Secretario de Estado.

Siento el deber de dar vivamente las gracias al cardenal Casaroli por la solicitud y acierto con que se prodiga por el bien de la Iglesia, así como por haber aceptado este cargo tan alto y tan importante. E invito a todos a que le acompañen con la constante fervorosa oración, a fin de que el Señor le sirva siempre de luz, de ayuda y de consuelo.

Me complazco también con toda la diócesis de Piacenza que, con la seria y amorosa formación impartida en sus seminarios, ha sabido dar para el servicio de la Iglesia muchas y eminentes personalidades. No puedo sino desear de corazón cada vez más numerosas y santas vocaciones sacerdotales en vuestra diócesis, para las necesidades locales y de la Iglesia universal.

Dirijo un saludo especialmente cordial a los familiares del cardenal Casaroli, asegurándoles que participo vivamente de su sincera alegría en estos días, tan significativos e importantes.

2. Inspirándonos ahora en la Palabra de Dios que nos brinda la liturgia de hoy, vamos a tratar de sacar de ella alguna buena norma para nuestra vida.

Tenemos, por de pronto, ante nuestros ojos la escena, plásticamente descrita por el Evangelista San Juan: estamos en el Monte Calvario, hay una cruz, en la que está clavado Jesús; y está, allí al lado, la Madre de Jesús, rodeada de algunas mujeres; está también el discípulo predilecto, Juan precisamente. El Moribundo habla, con la respiración afanosa de la agonía: "¡Mujer, he ahí a tu hijo!". Y luego, dirigiéndose al discípulo: "¡He ahí a tu Madre!". La intención es evidente: Jesús quiere confiar su Madre a los cuidados del discípulo amado.

¿Solamente esto? Los antiguos Padres de la Iglesia entrevieron a través de ese episodio, aparentemente tan sencillo, un significado teológico más profundo. Ya Orígenes identifica al Apóstol Juan con cada uno de los cristianos y, después de él, se hace cada vez más frecuente la cita de este texto para justificar la maternidad universal de María.

Es una convicción que tiene un preciso fundamento en el dato revelado: ¿cómo no pensar, efectivamente, al leer este pasaje, en las palabras misteriosas de Jesús durante las bodas de Caná (cf. Jn 2, 4) cuando, a petición de María, El responde llamándola "mujer" —como ahora— y aplazando el comienzo de su colaboración con ella en favor de los hombres al momento de la pasión, es decir, su "hora", como El solía llamarla? (cf. Jn 7, 30; 8, 20; 12, 27; 13, 1; Mc 14, 35. 41; Mt 26, 45; Lc 22, 53).

María es plenamente consciente de la misión que le ha sido confiada: la encontramos en los comienzos de la vida de la Iglesia, junto con los discípulos que se están preparando al eminente acontecimiento de Pentecostés, como nos recuerda la primera lectura de la Misa. En esa narración de Lucas, el nombre de Ella destaca entre los de las otras mujeres; la comunidad primitiva, reunida "en el piso superior" se estrecha en oración en torno a Ella, que es "la Madre de Jesús", como para buscar protección y consuelo frente a las incógnitas de un futuro lleno de amenazadoras sombras.

3. El ejemplo de la comunidad cristiana de los primeros tiempos es paradigmático: también nosotros, en las vicisitudes, aun tan diversas, de nuestro tiempo, no podemos hacer nada mejor que recogernos en torno a María, reconociendo en Ella la Madre de Cristo, del Cristo total, es decir de Jesús y de la Iglesia; la Madre nuestra. Y aprender de Ella. Aprender ¿qué?.

A creer, ante todo. María fue llamada "bienaventurada", porque supo creer (cf. Lc 1, 45). Su fe fue la más grande que ser humano haya tenido jamás; mayor que la misma fe de Abraham. En efecto, "el Santo", que de Ella había nacido, "creciendo, se alejaba de Ella, subía por encima de Ella y, elevado sobre Ella, vivía en una distancia infinita. Haberlo engendrado, alimentado y visto en su abandono y no dejarse cobardemente turbar frente a su majestad, pero sin dudar tampoco de su amor cuando su protección materna se encontró superada; y creer que era justo que sucediese todo esto y que se cumplía en ello la voluntad de Dios; no cansarse jamás, no entristecerse jamás, sino más bien sentirse fuerte y hacer, paso a paso, por la fuerza de la fe, el camino que sigue la persona de su Hijo en su carácter arcano: he aquí su grandeza" (R. Guardini, Il Signore, Milán, 1964, págs. 28-29).

Y he aquí también la primera lección que Ella nos ofrece.

Viene después la lección de la plegaria: una plegaria "asidua y concorde" (cf. Act 1, 14). Muchas veces en nuestras comunidades nos recogemos para discutir, para analizar situaciones, para hacer programas. Puede ser también ése un tiempo bien empleado. Pero es necesario reafirmar que el tiempo más útil, el que da sentido y eficacia a las discusiones y a los proyectos, es el tiempo dedicado a la oración. En efecto, durante ella el alma se dispone a acoger al "Consolador" que Cristo prometió enviar (cf. Jn 15, 26) y al cual se le confió la tarea de "conducirnos a la verdad toda entera" (cf. Jn 16, 13).

Otra cosa nos enseña también María con su ejemplo: Ella nos dice que es necesario permanecer en comunión con la comunidad jerárquicamente estructurada. Entre las personas recogidas en el Cenáculo de Jerusalén, San Lucas recuerda en primer lugar a los once Apóstoles, de los cuales enumera los nombres, pese a que ya habían incluido la lista en las páginas de su Evangelio (cf. Lc 6, 14 y ss.). Hay en todo esto una "intención" evidente. Si antes de la Pascua de Resurrección los Apóstoles constituían el séquito especial de Jesús, ahora ellos comparecen ya como hombres a los que el Resucitado ha confiado los plenos poderes y una misión: son, por tanto, los responsables de la obra de salvación que la Iglesia debe realizar en el mundo.

María está con ellos. Más aún, bajo cierto aspecto, está subordinada a ellos. La comunidad cristiana se constituye "sobre el fundamento de los Apóstoles". Es ésta la voluntad de Cristo. María, la Madre, la ha aceptado gozosamente. También en este aspecto Ella es para nosotros un modelo ejemplar.

Vamos a continuar ahora la celebración de la Misa. Revive místicamente, en esa nuestra asamblea litúrgica, la experiencia del Cenáculo. María está con nosotros. Nosotros la invocamos, nos confiamos a Ella. Que nos sostenga con su ayuda en el propósito, que renovamos, de quererla imitar generosamente.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDADDE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Iglesia de Santo Tomás de Villanueva, Castelgandolfo
Miércoles 15 de agosto de 1979

1. Estamos en el umbral de la casa de Zacarías, en la localidad de Ain-Karin. María llega a esta casa, llevando en sí el misterio gozoso. El misterio de un Dios que se ha hecho hombre en su seno. María llega a Isabel, persona que le es muy cercana, a quien le une un misterio análogo; llega para compartir con ella la propia alegría.

En el umbral de la casa de Zacarías le espera una bendición, que es la continuación de lo que ha oído de los labios de Gabriel: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre... Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor" (Lc 1, 42-45).

Y en ese instante, desde lo profundo de la intimidad de María, desde lo profundo de su silencio, brota ese cántico que expresa toda la verdad del gran Misterio. Es el cántico que anuncia la historia de la salvación y manifiesta el corazón de la Madre: "Mi alma engrandece al Señor..." (Lc 1, 46).

2. Hoy no nos encontramos ya en el umbral de la casa de Zacarías en Ain-Karin. Nos encontramos en el umbral de la eternidad. La vida de la Madre de Cristo ahora ya ha terminado sobre la tierra. En Ella debe cumplirse esa ley que el Apóstol Pablo proclama en su Carta a los Corintios: la ley de la muerte vencida por la resurrección de Cristo. En realidad, "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de los que duermen... Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados. Pero cada uno en su propio rango" (1 Cor 15, 20, 22-25). En este rango María es la primera. En efecto, ¿quién "pertenece a Cristo" más que Ella?

Y he aquí que en el momento en que se cumple en Ella la ley de la muerte, vencida por la resurrección de su Hijo, brota de nuevo del corazón de María el cántico, que es cántico de salvación y de gracia: el cántico de la asunción al cielo. La Iglesia pone de nuevo en boca de la Asunta, Madre de Dios, el "Magníficat".

3. ¡En esta nueva verdad resuenan las siguientes palabras que un día pronunció María durante la visita a Isabel!:

"Exulta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador...

Porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso" (Lc 1, 47-49).

Las ha hecho desde el principio. Desde el momento de su concepción en el seno de su madre, Ana, cuando, habiéndola elegido como Madre del propio Hijo, la ha liberado del yugo de la herencia del pecado original. Y luego, a lo largo de los años de la infancia cuando la ha llamado totalmente para sí, a su servicio, como la Esposa del Cantar de los Cantares. Y después: a través de la Anunciación, en Nazaret, y a través de la noche de Belén, y a través de los treinta años de la vida oculta en la casa de Nazaret. Y sucesivamente, mediante las experiencias de los años de enseñanza de su Hijo Cristo y mediante los horribles sufrimientos de la cruz y la aurora de la resurrección...

En realidad "ha hecho en mí maravillas el Poderoso, cuyo nombre es Santo" (Lc 1, 49).

En este instante se cumple el último acto en la dimensión terrestre, acto que es, al mismo tiempo, el primero en la dimensión celeste. En el seno de la eternidad.

María glorifica a Dios, consciente de que a causa de su gracia la habían de glorificar todas las generaciones, porque "su misericordia se derrama de generación en generación" (Lc 1, 50),

4. También nosotros, queridísimos hermanos y hermanas, alabamos juntos a Dios por todo lo que ha hecho por la humilde Esclava del Señor. Le glorificamos, le damos gracias. Reavivamos nuestra confianza y nuestra esperanza, inspirándonos en esta maravillosa fiesta mariana.

En las palabras del "Magníficat" se manifiesta todo el corazón de nuestra Madre. Son hoy su testamento espiritual. Cada uno de nosotros debe mirar, en cierto modo con los ojos de María, la propia vida, la historia del hombre. A este propósito son muy hermosas las palabras de San Ambrosio, que me complazco en repetiros hoy: "Esté en cada uno el alma de María para engrandecer al Señor, esté en cada uno el espíritu de María para exultar en Dios; si, según la carne, es una sola la Madre de Cristo, según la fe, todas las almas engendran a Cristo: en efecto, cada una acoge en sí al Verbo de Dios" (Exp. ev. sec. Lucam II, 26).

Y además, queridas hermanas y hermanos, ¿acaso no deberemos repetir también nosotros como María: ha hecho cosas grandes en mí? Porque lo que ha hecho en Ella, lo ha hecho para nosotros y, por lo tanto, también lo ha hecho en nosotros. Por nosotros se ha hecho hombre, nos ha traído la gracia y la verdad. Hace de nosotros hijos de Dios y herederos del cielo.

Las palabras de María nos dan una nueva visión de la vida. Visión de una fe perseverante y coherente. Fe que es la luz de la vida cotidiana. De esos días a veces tranquilos, pero frecuentemente tempestuosos y difíciles. Fe que, finalmente, ilumina las tinieblas de la muerte de cada uno de nosotros.

Sea esta mirada sobre la vida y la muerte el fruto de la fiesta de la Asunción.

5. Me siento feliz de poder vivir junto con vosotros, en Castelgandolfo, esta fiesta, hablando de la alegría de María y proclamando su gloria a todos a quienes les resulta querido y familiar el nombre de la Madre de Dios y de los hombres.

SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LAS GRACIASY DE SANTA MARÍA GORETTI

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Nettuno
Sábado 1 de septiembre de 1979

Queridísimos hermanos y hermanas:

En un período todavía de relativo descanso y de vacaciones, nos encontramos aquí esta tarde en torno al altar del Señor, para celebrar juntos la Eucaristía, meditando sobre el fenómeno del turismo, tan importante hoy en nuestra vida humana y cristiana.

Muy gustosamente he acogido la invitación de venir a estar con vosotros para veros, escucharos, traeros mi saludo cordial y manifestaros mi afecto, orar con vosotros y reflexionar sobre las verdades supremas, que deben ser siempre luz e ideal de nuestra vida.

En esta plaza de Nettuno, ante la iglesia donde descansan los restos mortales de la joven mártir Santa María Goretti, de cara al mar, símbolo de las cambiantes y a veces tumultuosas vicisitudes humanas, escuchemos las enseñanzas de la Palabra de Dios que brotan de las lecturas de la liturgia.

1. La "Palabra de Dios" ante todo expone la identidad y el comportamiento del cristiano.

¿Quién es el cristiano? ¿Cómo debe comportarse el cristiano? ¿Cuáles son sus ideales y preocupaciones?

Son preguntas de siempre, pero se hacen mucho más actuales en nuestra sociedad de consumo y permisiva, en la que sobre todo el cristiano puede tener la tentación de ceder a la mentalidad común, poniendo en segundo plano su excelente y heroica vocación de mensajero y testigo de la Buena Nueva.

— El Apóstol Santiago en su carta especifica claramente la identidad del cristiano: "Todo buen don y toda dádiva viene de arriba, desciende del Padre de las luces, en el cual no se da mudanza ni sombra de alteración. De su propia voluntad nos engendró por la palabra de la verdad, para que seamos como primicias de sus criaturas" (Sant 1, 17-18)

El cristiano, es, pues, una criatura especialísima de Dios, porque, mediante la gracia, participa de la misma vida trinitaria; el cristiano es un don del Altísimo al mundo: desciende de lo alto, del Padre de las luces.

¡No podía describirse mejor la maravillosa dignidad del cristiano e incluso su responsabilidad!

— Por esto, el cristiano debe comprometer a fondo su voluntad y vivir su vocación con coherencia. Dice también Santiago: "Recibid con mansedumbre la palabra injerta en vosotros, capaz de salvar vuestras almas. Ponedla en práctica y no os contentéis sólo con oírla, que os engañaría" (Sant 1, 21-22).

Son afirmaciones muy serias y severas: el cristiano no debe traicionar, no debe ilusionarse con palabras vanas, no debe defraudar. Su misión es sumamente delicada, porque debe ser levadura en la sociedad, luz del mundo, sal de la tierra.

— El cristiano se convence cada día más de la dificultad enorme de su compromiso: debe ir contra corriente, debe dar testimonio de verdades absolutas pero no visibles, debe perder su vida terrena para ganar la eternidad, debe hacerse responsable incluso del prójimo para iluminarlo, edificarlo, salvarlo. Pero sabe que no está solo. Lo que decía Moisés al pueblo israelita, es inmensamente más verdadero para el pueblo cristiano: "¿Cuál es en verdad la gran nación que tenga dioses tan cercanos a ella como Yavé, nuestro Dios, siempre que le invocamos?" (Dt 4, 7). El cristiano sabe que Jesucristo, el Verbo de Dios, no sólo se ha encarnado para revelar la verdad salvífica y para redimir a la humanidad, sino que se ha quedado con nosotros en esta tierra, renovando místicamente el sacrificio de la cruz, mediante la Eucaristía y convirtiéndose en manjar espiritual del alma y compañero en el camino de la vida.

He aquí lo que es el cristiano: una primicia de las criaturas de Dios, que debe mantener pura y sin mancha su fe y su vida.

2. La "Palabra de Dios", en consecuencia, ilumina también el fenómeno del turismo.

En efecto, la revelación de Cristo, que ha venido a salvar a todo el hombre y a todos los hombres, ilumina e interpreta todas las realidades humanas. También la realidad del turismo se debe contemplar a la luz de Cristo.

— Indudablemente el turismo es ahora ya un fenómeno de la época y de masas: se ha convertido en mentalidad y costumbre, porque es un fenómeno "cultural" causado por el aumento de los conocimientos, del tiempo libre y de la posibilidad de movimientos; y un fenómeno "psicológico", fácilmente comprensible, dadas las estructuras de la sociedad moderna: industrialización, urbanización, despersonalización, por las que cada individuo siente la necesidad de distensión, de distracción, de cambio, especialmente en contacto con la naturaleza; y es también un fenómeno "económico", fuente de bienestar.

— Pero el turismo, como todas las realidades humanas, es también un fenómeno ambiguo, es decir, útil y positivo si está dirigido y controlado por la razón y por algún ideal; negativo si decae a simple fenómeno de consumo, de frenesí, a actitudes alienantes y amorales, con dolorosas consecuencias para el individuo y para la sociedad.

— Y por esto es necesaria también una educación, individual y colectiva, al turismo, para que se mantenga siempre al nivel de un valor positivo de formación de la persona humana, esto es, de justa y merecida distensión, de elevación del espíritu, de comunión con el prójimo y con Dios. Por esto es necesaria una profunda y convencida educación humanista para la acogida, el respeto del prójimo, para la gentileza, la comprensión recíproca, para la bondad; es necesaria también una educación ecológica, para respetar el ambiente y la naturaleza, para el sano y sobrio goce de las bellezas naturales, que tanto descanso y exaltación dan al alma sedienta de armonía v serenidad; y es necesaria sobre todo una educación religiosa para que el turismo no turbe jamás las conciencias y no rebaje nunca al espíritu, sino al contrario, lo eleve, lo purifique, lo levante al diálogo con el Absoluto y a la contemplación del misterio inmenso que nos envuelve y atrae.

Esta es, a la luz de Cristo, la concepción del turismo, fenómeno irreversible e instrumento de concordia y amistad.

3. Finalmente, en este lugar concreto, todos estamos invitados a mirar la figura de Santa María Goretti.

No lejos de aquí, el 6 de julio de 1902, se efectuó la tragedia de su asesinato y, al mismo tiempo, la gloria de su santificación mediante el martirio por la defensa de su pureza. Nos encontramos junto a la iglesia dedicada a ella, donde descansan sus restos mortales, y debemos detenernos un momento en meditación silenciosa.

María Goretti, adolescente de apenas 12 años, se mantuvo pura en este mundo, como escribe Santiago, aun a costa de la misma vida; prefirió morir antes que ofender a Dios.

"¡No! —dijo a su desenfrenado asesino—. ¡Es pecado! ¡Dios no quiere! ¡Tú vas al infierno!".

Desgraciadamente, su fe no valió para detener al tentador, que, luego, gracias a su perdón y a su intercesión, se arrepintió y se convirtió. Ella cayó mártir por su pureza.

"Fortaleza de la virgen —dijo Pío XII—, fortaleza de la mártir; que la juventud colocó en una luz más viva y radiante. Fortaleza que es a un tiempo tutela y fruto de la virginidad" (Discorsi e Radiomessaggi, IX, pág. 46).

María Goretti, luminosa en su belleza espiritual y en su ya lograda felicidad eterna, nos invita precisamente a tener fe firme y segura en la "Palabra de Dios", furente única de verdad, y a ser fuertes contra las tentaciones insinuantes y sutiles del mundo. Una cultura intencionadamente antimetafísica produce lógicamente una sociedad agnóstica y neo-pagana, a pesar de los esfuerzos encomiables  de personas honestas y preocupadas por el destino de la humanidad. El cristiano se encuentra hoy en una lucha continua, también él se convierte en "signo de contradicción" por las opciones que debe realizar.

Os exhorto, especialmente a vosotras, jovencitas: ¡mirad a María Goretti! ¡No os dejéis seducir por la atmósfera halagüeña que crea la sociedad permisiva, afirmando que todo es lícito! ¡Seguid a María Goretti! ¡Amad, vivid, defended con alegría y valor vuestra pureza! ¡No tengáis miedo de llevar vuestra limpidez en la sociedad moderna, como una antorcha de luz y de ideal!

Os diré con Pío XII: "¡Arriba los corazones! Sobre los cenagales malsanos y sobre el fango del mundo se extiende un cielo inmenso de belleza. Es el cielo que fascinó a la pequeña María; el cielo al que ella quiso subir por el único camino que lleva a él: la religión, el amor a Cristo, la observancia heroica de sus mandamientos. ¡Salve, oh delicada y amable Santa! ¡Mártir de la tierra y ángel en el cielo! ¡Desde tu gloria vuelve tu mirada a este pueblo que te ama, te venera, te glorifica, te exalta!" (Discorsi e Radiomessaggi, Vol. XII, págs. 122-123).

Hermanos queridísimos:

María Santísima, a la que tanto amó y rezó María Goretti, especialmente con el Santo Rosario, os ayude a mantener siempre viva y fervorosa vuestra identidad cristiana, en todas partes, en todas las realidades terrenas.

Un último pensamiento me viene espontáneamente aquí, hoy, 1 de septiembre, doloroso aniversario, que tiene incluso un significado de profunda advertencia para la conciencia cristiana y para la reflexión humana. Hace 40 años, el 1 de septiembre de 1939, un huracán de fuego y destrucción se abatía sobre la primera nación víctima, Polonia, dando comienzo al incendio cada vez más vasto y cada vez más devastador, de la segunda guerra mundial. Este recuerdo nos debe estimular a la oración para obtener de la gracia del Señor que sean conjuradas las tentaciones de tensiones y egoísmos que se presentan entre los pueblos, y que desembocan naturalmente en formas de hostilidades y odios, difíciles de frenar después. También Anzio y Nettuno, en la primavera de 1944, fueron embestidos por una tempestad de fuego que se abatió, entre el cielo y el mar, sembrando la muerte sobre esta sonriente región; y mientras, durante algunos meses, se disputaban la tierra, palmo a palmo, las fuerzas contrapuestas, las poblaciones aterrorizadas perdían a muchas personas queridas, la propia casa y el fruto de los campos trabajados con sudores y fatiga.

Roguemos al Señor por el descanso de los que dieron la vida en favor de la libertad y por los que, obligados a enfrentarse, descansan ahora acogidos por la misma tierra que los vio luchar entre sí; roguemos para que Dios nos preserve y preserve a toda la humanidad del flagelo de la guerra que, si hubiera de volver, adquiriría dimensiones apocalípticas aún más terribles. La misericordia de Dios conceda paz a los muertos, dé a nuestra generación, especialmente a los jóvenes que se abren a la vida, una valiente y convencida adhesión a los ideales de colaboración y de paz.

SANTA MISA EN LA IGLESIA DE NUESTRA SEÑORA DEL LAGO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo Domingo 2 de septiembre de 1979

Queridísimos fieles:

El día de la solemnidad de la Asunción de María Santísima de 1977, vuestra parroquia estaba toda de fiesta: el Papa Pablo VI venía con gran gozo a celebrar la santa Misa en esta iglesia del Lago, que él quiso hacer erigir aquí, en estas riberas, para bien de los fieles residentes y de los turistas. Era la realización de un vivo deseo suyo, nacido de su afán pastoral. Y así podemos decir que también esta iglesia, como toda su infatigable obra doctrinal, disciplinar, diplomática, demuestra de modo convincente que Pablo VI tuvo única y constantemente una intención pastoral, tanto en general para la Iglesia universal y para la humanidad, como en particular para Roma, para la diócesis de Albano y para esta ciudad de Castelgandolfo, su residencia veraniega.

Por esto me encuentro aquí con vosotros esta mañana, ante todo para honrar una vez más a la persona de mi amado predecesor y para agradecerle todo el bien que ha realizado en medio de tantas dificultades y exigencias, y además para encontrarme personalmente con vosotros en torno al altar del Señor en esta iglesia nueva y moderna.

Recibid, por tanto, mi saludo cordial, que nace del afecto que siento por vosotros, porque también yo formo parte de esta comunidad durante los meses de verano; saludo que gustosamente hago extensivo también a los enfermos, a las personas ancianas y a todos los que no están presentes. Con vosotros dirijo mi agradecido pensamiento de modo especial al obispo, mons. Gaetano Bonicelli, al párroco, a sus colaboradores y a todas las autoridades que han querido participar en este encuentro de fe y de oración. Hoy la liturgia nos propone un tema muy importante e interesante: la vida moral del cristiano. Es un tema de valor esencial, especialmente hoy en la sociedad moderna.

1. El cristiano sabe que el fin de la vida es la felicidad.

En efecto, la razón y la revelación afirman categóricamente que ni el universo ni el hombre son autosuficientes y autónomos. La gran filosofía perenne demuestra la necesidad absoluta de un Primer Principio, increado e infinito, Creador y Señor del universo y del hombre. Y la revelación de Cristo, Verbo encarnarlo, nos habla de Dios que es Padre, Amor, Santísima Trinidad.

Surge inmediatamente la pregunta: ¿para qué nos ha creado Dios?

Y la respuesta es metafísicamente segura: Dios ha creado al hombre para hacerle partícipe de su felicidad. El bien es difusivo; y Dios, que es la felicidad absoluta y perfecta, ha creado al hombre sólo para sí mismo, es decir, para la felicidad. Una felicidad gozada va en parte durante el período de la vida terrena, y luego totalmente en el más allá, en el Paraíso.

Recordemos lo que dijo Jesús a los Apóstoles: `"Esto os lo digo para que yo me goce en vosotros y vuestro gozo sea cumplido" (Jn 15, 11).

Recordemos también lo que San Pablo escribía a los romanos: "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8, 18). Así San Juan deseaba que la alegría de los cristianos fuese perfecta (cf. 1 Jn 1, 4). Si la mentalidad moderna duda y vacila en hallar el significado último de por qué debemos nacer, vivir y morir después de experiencias tan dramáticas y dolorosas, he aquí que Jesús viene a iluminarnos y asegurarnos sobre el verdadero sentido de la vida: "Yo soy la luz del mundo: el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida" (Jn 8, 12).

Jesús nos asegura que el hombre ha nacido para la felicidad, porque es criatura de Dios, felicidad infinita.

2. El cristiano conoce el camino para alcanzar la felicidad.

Una vez comprobado el fin de la vida, permanece el problema de lograrlo, o sea, de no equivocar el camino, de conquistar verdaderamente la felicidad que constituye el anhelo y el tormento del hombre. Y Dios, que es bondad y sabiduría infinita, no podía dejar al hombre en poder de las dudas y de las pasiones que lo perturban.

Efectivamente, el Señor ha indicado el camino seguro para el logro de la felicidad en la ley moral, expresión de su voluntad creadora y salvífica, o sea en los diez mandamientos, inscritos en la conciencia de cada hombre, históricamente manifestados al pueblo israelita y perfeccionados por el mensaje evangélico.

Lo que Moisés decía al pueblo elegido vale para todos los hombres: "Guardadlos y ponedlos por obra, pues en ellos están vuestra sabiduría y vuestro entendimiento a los ojos de los pueblos" (Dt 4, 6).

Y Jesús recalca: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.:. El que recibe mis preceptos y los guarda, ése es el que me ama" (Jn 14, 15. 21).

San Juan en su carta advierte además que el amor de Dios, fuente y garantía de la felicidad verdadera, no es vago, sentimental, sino concreto y comprometido: "Pues éste es el amor de Dios. que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pesados" (1 Jn 5, 3). El que consciente y deliberadamente quebranta la ley de Dios, va inexorablemente hacia la infelicidad. Pero el cristiano posee, en cambio, el secreto de la felicidad.

Pablo VI decía con palabras sabias: "Si yo soy cristiano, poseo la clave interpretativa de la auténtica vida, la fortuna suprema, el bien superior, el primer grado de la verdadera existencia, mi intangible dignidad, mi libertad inviolable" (Pablo VI. Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1972, pág. 117).

3. Finalmente, el cristiano camina con Cristo hacia la felicidad.

Santiago en su carta exhorta a caminar con valentía y diligencia por este camino de la felicidad. "Recibid con mansedumbre la palabra injerta en vosotros, capaz de salvar vuestras almas. Ponedla en práctica y no os contentéis sólo con oírla, que os engañaría" (Sant 1, 21-22).

Y Jesús insiste sobre la coherencia cristiana: no bastan las afirmaciones y las ceremonias externas, es necesaria la vida coherente, "la religión pura e inmaculada" (Sant 1, 27), la práctica de la ley moral.

¡No es fácil caminar hacia la felicidad! Jesús mismo nos advierte: "¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida, y cuán pocos dan con ella" (Mt 7,14). Pero ¡qué horizontes abre este camino! ¡El cristiano se hace partícipe de la misma vida trinitaria, mediante la gracia; tiene un modelo en Jesús, una fuerza en su presencia, y en la lucha cotidiana para observar la ley moral se nutre del Pan Eucarístico, se alimenta de la oración, se abandona confiadamente en los brazos de Cristo, maestro y amigo!

El camino hacia la felicidad, aun cuando sea alguna vez fatigoso y difícil, se convierte entonces en un acto constante de amor a Cristo, que nos acompaña y nos espera.

Queridísimos fieles:Recorred también vosotros con valentía y amor este camino hacia la felicidad y sed ejemplo para el mundo que, cerrando los ojos a la luz de la verdad se encuentra a veces perdido como en un dramático laberinto.

Pablo VI, en aquel jubiloso domingo, que recordé al principio, viendo aproximarse el umbral del más allá, tomaba ocasión para saludaros a todos y confiaros a María Santísima: "Sed bendecidos en el nombre de María". Así terminaba su conmovida homilía. En recuerdo suyo y con su enseñanza, también yo os bendigo, confiándoos a María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia.

PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María
Sábado 8 de septiembre de 1979

1. "¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el mundo!"

Hoy es, pues, el día de este gozo. La Iglesia, el 8 de septiembre, nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre del Hijo de Dios, celebra el recuerdo de su nacimiento. El día del nacimiento de la Madre hace dirigir nuestros corazones hacia el Hijo: "De ti nació el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, que borrando la maldición, nos trajo la bendición y, triunfando de la muerte, nos dio la vida eterna" (Ant. Benedictus).

Así, pues, la gran alegría de la Iglesia pasa del Hijo a la Madre. El día de su nacimiento es verdaderamente un preanuncio y el comienzo del mundo mejor (origo mundi melioris") como proclamó de modo estupendo el Papa Pablo VI.

Y por esto la liturgia de hoy confiesa y anuncia que el nacimiento de María irradia su luz sobre todas las Iglesias que hay en el orbe.

2. La festividad del nacimiento de María parece proyectar su luz, de modo particular, sobre la Iglesia de la tierra italiana, precisamente aquí, en Loreto, en el admirable santuario, que hoy es la meta de nuestra peregrinación común. Desde el comienzo de mi pontificado he deseado ardientemente venir a este lugar; pero he esperado precisamente a este día, a esta fiesta. Hoy me encuentro aquí, y me alegro de que en mi primera peregrinación participen también venerables cardenales y obispos, numerosos sacerdotes y religiosas y una multitud de peregrinos, provenientes sobre todo de las diversas ciudades de esta región de Italia. Juntamente con todos deseo traer aquí hoy las cordiales palabras de veneración a María, las palabras que brotan de todos los corazones y, al mismo tiempo, de la tradición plurisecular de esta tierra, que la Providencia ha escogido para la Sede de Pedro y que después fue iluminada por la luz de este santuario, que la profunda piedad cristiana ha unido, de modo especial, al recuerdo del misterio de la encarnación. Estoy agradecido por la invitación que me ha dirigido, ante todo el cardenal Umberto Mozzoni, Presidente de la Comisión Cardenalicia para el santuario, y también el arzobispo mons. Loris Francesco Capovilla, cuya persona nos recuerda la figura del siervo de Dios el Papa Juan, y su peregrinación a Loreto en vísperas de la apertura del Concilio Vaticano II.

Tampoco puedo pasar por alto el hecho de que en las cercanías del santuario se encuentra el cementerio en el que descansan los cuerpos de mis compatriotas soldados polacos. Durante la segunda guerra mundial cayeron en combate sobre esta tierra, luchando por "nuestra y vuestra libertad", como dice el antiguo lema polaco. Cayeron aquí, y pueden descansar cerca del santuario de la Virgen María, el misterio de cuyo nacimiento difunde su luz en la Iglesia en tierra polaca y en tierra italiana. También ellos participan, de modo invisible, en esta peregrinación.

3. El culto de la Madre de Dios en esta tierra está vinculado, según la antigua y viva tradición, a la casa de Nazaret. La casa en la que, como recuerda el Evangelio de hoy, María habitó después de los desposorios con José. La casa de la Sagrada Familia. Toda casa es sobre todo santuario de la madre. Y ella lo crea, de modo especial, con su maternidad. Es necesario que los hijos de la familia humana, al venir al mundo, tengan un techo sobre la cabeza; que tengan una casa. Sin embargo la casa de Nazaret, como sabemos, no fue el lugar del nacimiento del Hijo de María e Hijo de Dios. Probablemente todos los antepasados de Cristo, de los que habla la genealogía del Evangelio de hoy según San Mateo, venían al mundo bajo el techo de una casa. Esto no se le concedió a El. Nació como un extraño en Belén, en un establo. Y no pudo volver a la casa de Nazaret, porque obligado a huir desde Belén a Egipto por la crueldad de Herodes, sólo después de morir el rey, José se atrevió a llevar a María con el Niño a la casa de Nazaret.

Y desde entonces en adelante esa casa fue el lugar de la vida cotidiana, el lugar de la vida oculta del Mesías; la casa de la Sagrada Familia. Fue el primer templo, la primera iglesia, en la que la Madre de Dios irradió su luz con su Maternidad. La irradió con su luz procedente del gran misterio de la encarnación; del misterio de su Hijo.

4. En el rayo de esta luz crecen, en todo vuestro país de sol, las casas familiares. Son muchas. Desde las cimas de los Alpes y de los Dolomitas, a los que me he podido acercar el domingo 26 de agosto, al visitar los lugares nativos del Papa Juan Pablo I, hasta Sicilia. Muchas, tantas casas; las casas familiares. Y muchas, tantas familias; y cada una de ellas permanece, mediante la tradición cristiana y mariana de vuestra patria, en un cierto vínculo espiritual con esa luz, que procede de la casa de Nazaret, especialmente hoy: en el día del nacimiento de la Madre de Cristo.

Quizá esta luz que brota por la tradición de la casa de Nazaret en Loreto realiza algo aún más profundo: sí, hace que todo este país, que vuestra patria se convierta como en una gran casa familiar. La gran casa habitada por una comunidad grande, cuyo nombre es "Italia". Es necesario remontarse hacia atrás en la realidad histórica, mejor, quizá a la realidad pre-histórica, para llegar a sus raíces remotas. Un extranjero, como yo, que es consciente de la realidad que constituye la historia de la propia nación, se adentra en esta realidad con un respeto especial y con una atención llena de recogimiento. ¿Cómo crece de sus antiquísimas raíces esta gran comunidad humana, que se llama "Italia"? ¿Con qué vínculo están unidos los hombres que la constituyen hoy, a las generaciones que han pasado a través de la tierra desde los tiempos de la antigua Roma hasta los tiempos presentes? El Sucesor de Pedro, que está en esta tierra desde los tiempos de la Roma imperial, siendo testigo de tantos cambios y, al mismo tiempo, de toda la historia de vuestra tierra, tiene el derecho y el deber de hacer estas preguntas.

Y tiene el derecho de preguntar así el Papa que es hijo de otra tierra, el Papa cuyos compatriotas yacen aquí, en Loreto, en el cementerio de guerra. Sin embargo, sabe por qué cayeron aquí. El antiguo adagio romano "pro aris et focis" lo explica del mejor modo. Cayeron por cada uno de los altares de la fe y por cada una de las casas de familia en la tierra nativa, que querían preservar de la destrucción. Porque, en medio de toda la inestabilidad de la historia, cuyos protagonistas son los hombres, y sobre todo los pueblos y las naciones, permanece siempre la casa, como arca de la alianza de las generaciones y tutela de los valores más profundos: de los valores humanos y divinos. Por esto la familia y la patria, para preservar estos valores, no escatimaron ni siquiera a los propios hijos.

5. Como veis, queridos hermanos y hermanas, vengo aquí, a Loreto, para interpretar el misterioso destino del primer santuario mariano en tierra italiana. Efectivamente, la presencia de la Madre de Dios en medio de los hijos de la familia humana y en medio de cada una de las naciones de la tierra en particular, nos dice mucho de las naciones y de las comunidades mismas.

Y vengo a la vez en el período de preparación para un deber importante, que me conviene asumir, después de la invitación del Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, frente al alto foro de la Organización más representativa del mundo contemporáneo. Vengo aquí a buscar la luz en este santuario, por la intercesión de María, nuestra Madre. Ya he pedido el domingo pasado en Castelgandolfo, durante el encuentro del "Ángelus", que se ore por el Papa y su misión de tanta responsabilidad en el foro de la ONU. Hoy repito y renuevo una vez más esta petición.

Efectivamente, se trata de trabajar y colaborar para que en la tierra, que la Providencia ha destinado a ser la morada de los hombres, la casa de la familia, símbolo de la unidad y del amor, venza a todo lo que amenaza esta unidad y amor entre los hombres: el odio, la crueldad, la destrucción, la guerra. Para que esta casa familiar se convierta en la expresión de las aspiraciones de los hombres, de los pueblos, de las naciones, de la humanidad, a pesar de todo lo que le es contrario, que la elimina de la vida de los hombres, de las naciones y de la humanidad, que sacude sus fundamentos, sean socio-económicos o éticos; porque sobre unos y otros se basa toda casa; tanto la que se construye cada familia, como también la que, con el esfuerzo de todas las generaciones, se construyen los pueblos y las naciones: la casa de la propia cultura, de la propia historia; la casa de todos y la casa de cada uno.

6. Esta es la inspiración que encuentro aquí, en Loreto. Este el imperativo moral que de aquí deseo sacar. Este es, al mismo tiempo, el problema que precisamente ante la tradición de la casa de Nazaret y ante el rostro de la Madre de Cristo en Loreto, deseo encomendar y confiar, de modo especial, a su corazón materno, a su omnipotencia de intercesión ("omnipotentia suplex") .

Así como ya he hecho en Guadalupe (México) y luego en la polaca Jasna Góra en Czestochowa (Claro Monte), deseo en este encuentro de hoy en Loreto recordar esa consagración al Corazón Inmaculado de María que, hace 20 años, realizaron los Pastores de la Iglesia italiana, en Catania, el 13 de septiembre de 1959, en la clausura del 16 congreso eucarístico nacional. Y quiero decir las palabras que en aquella ocasión dirigió a los fieles mi predecesor de venerada memoria, Juan XXIII, en su mensaje radiofónico: "Nos confiamos que, en virtud de este homenaje a la Virgen Santísima, todos los italianos veneren en Ella con renovado fervor a la Madre del Cuerpo Místico, de quien la Eucaristía es símbolo y centro vital; imiten en Ella el modelo más perfecto de la unión con Jesús, nuestra Cabeza; se unan a Ella en la ofrenda de la Víctima divina, e imploren de su materna intercesión para la Iglesia los dones de la unidad, de la paz, sobre todo una más exuberante y fiel floración de vocaciones sacerdotales. De este modo la consagración se convertirá en ocasión de un compromiso cada vez más serio en la práctica de las virtudes cristianas, una defensa validísima contra los males que las amenazan y una fuente de prosperidad incluso temporal, según las promesas de Cristo" (AAS, 51 [1959] 713) .

Todo esto que, hace 20 años, encontró expresión en el acto de consagración a María, realizado por los Pastores de la Iglesia italiana, yo deseo hoy no sólo recordarlo, sino también, con todo el corazón, repetirlo, renovarlo y hacerlo mío, en cierto modo, ya que por los inescrutables designios de la Providencia me ha tocado aceptar el patrimonio de los Obispos de Roma en la Sede de San Pedro.

7. Y lo hago con la convicción más profunda de la fe, del entendimiento y del corazón al mismo tiempo. Porque en nuestra época difícil, y también en los tiempos que vienen, sólo el verdadero gran Amor puede salvar al hombre.

Sólo gracias a él esta tierra, la morada de la humanidad, puede convertirse en una casa: la casa de las familias, de las naciones, de toda la familia humana. Sin amor, sin el verdadero gran Amor, no hay casa para el hombre sobre la tierra. El hombre estaría condenado a vivir privado de todo, aunque levantase los edificios más espléndidos y los montase lo más modernamente posible.

Acepta, oh Señora de Loreto, Madre de la Casa de Nazaret, esta peregrinación mía y nuestra, que es una gran oración común por la casa del hombre de nuestra época: por la casa que prepara a los hijos de toda la tierra para la casa eterna del Padre en el cielo. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A IRLANDA

MISA EN EL SANTUARIO MARIANO DE KNOCK

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 30 de septiembre de 1979

Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
fieles hijos e hijas de María:

1. Aquí me encuentro ya en la meta de mi viaje a Irlanda, el santuario de Nuestra Señora de Knock. Desde que tuve la primera noticia del centenario que se está celebrando este año en este santuario, sentí un fuerte deseo de venir aquí; deseo de hacer otra peregrinación al santuario de la Madre de Cristo, Madre de la Iglesia, Reina de la Paz. No os sorprendáis de este deseo mío. Ya desde mi primera juventud y en mi país, tenía costumbre de hacer peregrinaciones a los santuarios de Nuestra Señora; los hice también siendo obispo y cardenal. Sé perfectamente que cada pueblo, cada país y también cada diócesis tienen sus lugares santos en los que late el corazón de todo el Pueblo de Dios de manera —podríamos decir— más viva; lugares de encuentro especial entre Dios y los seres humanos; sitios en que Cristo mora de modo particular entre nosotros. Si estos lugares están dedicados con tanta frecuencia a su Madre, ello nos revela la naturaleza de su Iglesia en plenitud total. Desde el Concilio Vaticano II que terminó la Constitución sobre la Iglesia con el capítulo titulado "La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia", este hecho es hoy más evidente que nunca para nosotros; sí, para todos nosotros, para todos los cristianos. ¿Acaso no confesamos con todos nuestros hermanos, incluso con los que todavía no estamos unidos con plena unidad, que somos un pueblo peregrino? Al igual que viajó este pueblo antiguamente bajo la guía de Moisés, también nosotros, Pueblo de Dios de la Nueva Alianza, estamos caminando en peregrinación bajo la guía de Cristo.

Estoy aquí, pues, como peregrino, como signo de la Iglesia peregrina de todo el mundo que participa de un modo muy especial, a través de la presencia del Sucesor de Pedro, en la celebración centenaria de este santuario.

La liturgia de la Palabra de la Misa de hoy me brinda el saludo de peregrino a María al postrarme ante Ella en el santuario mariano de Cnoc Mhuire de Irlanda, en la colina de María.

2. "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1, 42). Estas son las palabras con que Isabel, llena del Espíritu Santo, saludó a María, prima suya, que venía de Nazaret.

"Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre". Es éste también mi saludo a Mhuire Máthair Dé, María, Madre de Dios, Reina de Irlanda, en su santuario de Knock. Con estas palabras deseo expresar el gozo inmenso y la gratitud que colman mi corazón hoy en este lugar. No hubiera podido soñarlo de otra manera. Momentos cumbres de mis recientes viajes pastorales han sido las visitas a santuarios de María: a Nuestra Señora de Guadalupe de México, a la Virgen Negra de Jasna Góra de mi patria y, hace tres semanas, a Nuestra Señora de Loreto de Italia. Hoy vengo aquí porque deseo que sepáis todos que mi devoción a María me une de modo especial al pueblo de Irlanda..

3. Tenéis una larga tradición de devoción a Nuestra Señora. María puede decir con verdad de Irlanda lo que acabamos de leer en la primera lectura: "Eché raíces en un pueblo glorioso" (Sir 24, 16). Vuestra veneración a María está tan hondamente entrelazada con vuestra fe que sus orígenes se pierden en los primeros siglos de la evangelización de vuestro país. Me han dicho que en el idioma irlandés los nombres de Dios, Jesús y María están ligados uno a otro y que raras veces se nombra a Dios en la oración o la bendición sin que se mencione a la vez el nombre de María. Sé también que tenéis un poema del siglo VIII que llama a María "Sol de nuestra raza", y una letanía de la misma época la honra como "Madre de la Iglesia del cielo y de la Iglesia de la tierra". Pero mejor que ninguna fuente literaria, lo que atestigua el éxito de la evangelización de San Patricio que llevó a plenitud vuestra fe católica, es la devoción constante y honda a María.

Es lógico, por tanto, y el verlo me da gran felicidad, que el pueblo irlandés mantenga esta devoción tradicional a la Madre de Dios en sus casas y parroquias y, en especial, en el santuario de Cnoc Mhuire. Desde hace ahora un siglo habéis santificado este lugar de peregrinación con vuestras oraciones, sacrificios y penitencia. Todos cuantos han venido aquí han recibido bendiciones por intercesión de María. Desde aquel día de gracia del 21 de agosto de 1879 hasta hoy, enfermos y atribulados, minusválidos del cuerpo y de la mente, personas de fe atormentada o de conciencia turbada, todos han recibido remedio, consuelo y fuerza en la fe, porque han confiado en que la Madre de Dios los llevaría a su Hijo Jesús. Cada vez que un peregrino llega a lo que un día fue oscuro pueblo pantanoso del Condado de Mayo; cada vez que un hombre, mujer o niño vienen a la vieja iglesia que tiene el muro de la Aparición o al nuevo santuario de María Reina de Irlanda, llegan para renovar la fe en la salvación traída por Jesús que nos hizo hijos de Dios y herederos del reino de los cielos. Al entregaros a María recibís a Cristo. En María "el Verbo se hizo carne"; en Ella el Hijo de Dios se hizo hombre para que cada uno de nosotros sepa cuán grande es la dignidad humana. Al encontrarnos en este lugar santo, miramos a la Madre de Dios y decimos "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".

El momento actual señala un jalón importante en la historia de la Iglesia universal y, en particular, de la Iglesia que está en Irlanda. Muchas cosas han cambiado. Se ha penetrado más y de modo nuevo en lo que significa ser cristiano. En consecuencia, el fiel ha de afrontar muchos problemas nuevos, sea por haber aumentado los movimientos de cambio en la sociedad, o también por la exigencia nueva planteada al Pueblo de Dios, la exigencia de vivir hasta la plenitud la misión de evangelización. El Concilio Vaticano II y el Sínodo de los Obispos han dado nueva vitalidad pastoral a toda la Iglesia. Mi venerado predecesor Pablo VI impartió sabias directrices de renovación e infundió en el Pueblo de Dios ardor y entusiasmo por dicha tarea. En todo lo que dijo e hizo Pablo VI enseñó a la Iglesia a abrirse a las necesidades de la humanidad y a ser fieles al mismo tiempo al mensaje inmutable de Cristo. Leal a las enseñanzas del Colegio de los Obispos en unión con el Papa, la Iglesia que está en Irlanda ha recibido con gratitud las riquezas del Concilio y de los Sínodos. El pueblo católico irlandés se adhirió fielmente, y a pesar de presiones contrarias a veces, a las ricas expresiones de fe, prácticas sacramentales fervorosas y entrega a la caridad, todo lo cual ha sido siempre característica especial de vuestra Iglesia. Pero la tarea de renovarnos en Cristo jamás se termina. Con la mentalidad y características propias, cada generación es como un continente nuevo que se ha de ganar para Cristo. La Iglesia debe buscar continuamente modos de capacitarse para entender con mayor profundidad y llevar a efecto con vigor renovado la misión recibida de su Fundador. Como en tantas otras ocasiones en que la Iglesia tuvo que afrontar un reto nuevo, también nosotros ante esta ardua tarea nos dirigimos a María, Madre de Dios y Sede de la Sabiduría, confiando en que Ella nos enseñará una vez más el camino hacia su Hijo. Una antiquísima homilía irlandesa de la fiesta de la Epifanía (del Leabhar Breac) dice que así como los Magos encontraron a Jesús en el regazo de María, así nosotros hoy encontramos a Cristo en el regazo de la Iglesia.

4.María estuvo de verdad unida a Jesús. No se han conservado en el Evangelio muchas palabras suyas; pero las que han quedado nos llevan de nuevo a su Hijo y a su palabra. En Caná de Galilea se dirigió a los sirvientes con estas palabras: "Haced lo que El os diga" (Jn 2, 5). Este mismo mensaje sigue diciéndonos hoy.

5."Haced lo que El os diga". Lo que Jesús nos dice a través de su vida y su palabra se ha conservado para nosotros en los Evangelios y las Cartas de los Apóstoles y de San Pablo, y nos lo transmite la Iglesia. Debemos familiarizarnos con estas palabras. Y lo hacemos escuchando las lecturas de la Sagrada Escritura en la liturgia de la palabra que nos introduce al Sacrificio eucarístico; leyendo las Escrituras nosotros mismos; reflexionando en familia o con amigos en lo que el Señor nos dice cuando rezamos el Rosario y unimos la devoción a la Madre de Dios con la meditación y oración sobre los misterios de la vida de su Hijo. Siempre que tengamos problemas o estemos apesadumbrados, siempre que debamos hacer las opciones que nos exige nuestra fe, la palabra del Señor nos confortará y guiará.

Cristo no ha dejado a sus seguidores sin guía en la tarea de comprender y vivir el Evangelio. Antes de volver a su Padre prometió enviar su Espíritu Santo a la Iglesia: "Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26).

Este mismo Espíritu guía a los Sucesores de los Apóstoles, vuestros obispos unidos al Obispo de Roma, a quien se le encargó mantener la fe y "predicar el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 14). Escuchad su voz, pues os transmite la palabra del Señor.

6. "Haced lo que El os diga". Muchas voces diferentes acosan al cristiano en el mundo de hoy maravilloso y, a la vez, complicado y exigente. Se oyen muchas voces falsas que se contraponen a la palabra del Señor. Son voces que os dicen que la verdad es menos importante que el lucro personal; que el confort, las riquezas y los placeres constituyen los verdaderos objetivos de la vida;. que el rechazar la vida apenas iniciada es mejor que la generosidad del ánimo y asumir responsabilidades; que se debe conseguir justicia, pero sin ninguna complicación personal del cristiano; que la violencia puede ser medio para un fin bueno; que se puede edificar la unión sin renunciar al odio.

Y ahora separemos el pensamiento de Caná de Galilea y volvamos al santuario de Knock. ¿No oímos a la Madre de Dios que señalándonos a Jesús nos dice las mismas palabras que pronunció en Cana, "haced lo que El os diga"? Lo dice a todos nosotros. Su voz es oída con más fuerza por mis hermanos en el Episcopado, los Pastores de la Iglesia en Irlanda, quienes al invitarme aquí me pidieron respondiera a una invitación de la Madre de la Iglesia. Pues bien, venerables hermanos, estoy respondiendo cuando entro con el pensamiento en todo el pasado de vuestro país y siento la fuerza de este presente elocuente, tan gozoso y, a la vez, tan lleno de ansias y tan doloroso a veces. Estoy respondiendo como lo hice en Guadalupe de México y en Jasna Góra de Polonia. Al terminar esta homilía, en nombre propio y en el vuestro y en nombre de todo el pueblo católico irlandés, pronuncio las siguientes palabras de confianza y consagración.

Madre, en este santuario reúnes al Pueblo de Dios de toda Irlanda y constantemente muestras a Cristo en la Eucaristía y en la Iglesia. En este momento solemne escuchamos con atención particular tus palabras: "Haced lo que os diga mi Hijo". Y deseamos responder a tus palabras con todo el corazón. Queremos hacer lo que nos dice tu Hijo y lo que nos manda; pues tiene palabras de vida eterna. Queremos cumplir y poner por obra todo lo que viene de El, todo lo que está contenido en la Buena Nueva, como lo hicieron nuestros antepasados durante siglos. Su fidelidad a Cristo y a su Iglesia y su adhesión heroica a la Sede Apostólica, han marcado en nosotros una impronta indeleble de la que todos participamos. Durante siglos su fidelidad ha dado frutos de heroísmo cristiano y tradición de vida virtuosa, de acuerdo con la ley de Dios, especialmente de acuerdo con el mandamiento más santo del Evangelio, el mandamiento del amor. Hemos recibido esta herencia espléndida de sus manos al comienzo de una era nueva; y al acercarnos al segundo milenio después que el Hijo de Dios nació de Ti, alma Mater nuestra, nos proponemos guardar esta herencia en el futuro con la misma fidelidad con que nuestros antepasados dieron testimonio.

Por ello hoy, y en ocasión de la primera visita de un Papa a Irlanda, confiamos y consagramos a Ti, Madre de Cristo, y Madre de la Iglesia, nuestro corazón, conciencia y obras, a fin de que estén en consonancia con la fe que profesamos. Confiamos y consagramos a Ti a todos y cada uno de los que constituyen el pueblo irlandés y la comunidad del Pueblo de Dios que habita en estas tierras.

Confiamos y consagramos a Ti a los obispos de Irlanda, al clero, religiosos y religiosas, a los monjes y monjas contemplativas, a los seminaristas y los novicios. Confiamos y consagramos a Ti a los padres y madres de familia, a los jóvenes y los niños. Confiamos y consagramos a Ti a los profesores, catequistas y estudiantes; a los escritores, poetas, actores, artistas, trabajadores con sus líderes, obreros y empresarios, profesionales; a los que se ocupan de política y de la vida pública; a los que forman la opinión pública. Confiamos y consagramos a Ti a los casados y a los que se están preparando al matrimonio; los llamados a servirte a Ti y a los otros hombres en el celibato; a los enfermos, ancianos, enfermos mentales, minusválidos y a cuantos cuidan de ellos y los atienden. Confiamos y consagramos a Ti a los prisioneros y a cuantos se sienten marginados; a los exiliados, los que añoran su patria y los que se sienten solos.

Confiamos a tus cuidados maternales la tierra de Irlanda, donde has sido y eres tan amada. Ayuda a esta tierra a mantenerse auténtica ante Ti y tu Hijo siempre. Que nunca suceda que la prosperidad sea causa de que los hombres y mujeres irlandeses olviden a Dios o abandonen la fe. En la prosperidad mantenlos fieles a esa fe que no abandonaron en la pobreza y la persecución. Líbralos de la avaricia, de la envidia y de buscar intereses egoístas o de grupo. Ayúdales a trabajar en unión con miras cristianas y metas cristianas comunes, para construir una sociedad justa, pacífica y cordial, donde los pobres no estén abandonados y se respeten los derechos de todos, en especial de los débiles. Reina de Irlanda, María, Madre de la Iglesia del cielo y de la Iglesia de la tierra, Máthair Dé, mantén a Irlanda coherente con su tradición espiritual y su herencia cristiana. Ayúdale a responder a su misión histórica de llevar la luz de Cristo a las naciones y de este modo ser gloria de Irlanda a la vez que glorifica a Dios.

Madre, ¿acaso podernos silenciar lo que más nos duele, lo que muchas veces nos deja tan desamparados? De modo muy especial confiamos a Ti la gran herida que ahora aflige a nuestro pueblo, con la esperanza de que tus manos la curarán y cicatrizarán. Es grande nuestra preocupación por los jóvenes que están implicados en sangrientos actos de venganza y odio. Madre, no abandones a estos corazones jóvenes. Madre, ayúdales en las horas más terribles, cuando no podemos ni ayudarles ni aconsejarles. Madre, líbranos a todos, y en especial a la juventud de Irlanda, de ser dominados por la hostilidad y el odio. Enséñanos a distinguir con claridad lo que nace del amor a nuestro país, de lo que está marcado por la destrucción y la idea de Caín. Enséñanos que los medios malos nunca pueden conducir a un fin bueno; que toda vida humana es sagrada; que el asesinato es siempre asesinato, sean cuales fueren el móvil y el fin. A los otros que contemplan estos acontecimientos horribles, líbralos de otro peligro, el de vivir una vida ajena a los ideales cristianos o en desacuerdo con los principios morales.

Que nuestros oídos oigan siempre con la claridad debida tu voz maternal: "Haced lo que os diga mi Hijo". Haznos capaces de perseverar con Cristo. Haznos capaces, Madre de la Iglesia, de edificar su Cuerpo místico viviendo la única vida que puede garantizarnos su plenitud que es a la vez divina y humana.

VISITA AL SANTUARIO MARIANO DE POMPEYA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 21 de octubre de 1979

 

1. "Misus est Angelus...".

"Fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret" (Lc 1, 26).

Con particular emoción pronunciamos estas palabras hoy, en la plaza del santuario de Pompeya, en el que está rodeada de una singular veneración la Virgen, que se llamaba María (cf. Lc 1, 27) , Aquella Virgen a la que fue enviado Gabriel. Con particular emoción escuchamos esas palabras hoy, en este domingo de octubre, que tiene el carácter de domingo misionero. Pues bien, las palabras del Evangelio de San Lucas hablan del comienzo de la misión.

La misión quiere decir ser enviados estar encargados de desarrollar una función determinada.

Fue mandado por Dios Gabriel a la ciudad de Nazaret para anunciarle a Ella —y en Ella a todo el género humano— la misión del Verbo. Sí; Dios quiere mandar a su Eterno Hijo a fin de que, haciéndose hombre, pueda dar al hombre la vida divina, la filiación divina, la gracia y la verdad.

La misión del Hijo comienza precisamente entonces en Nazaret. cuando María escucha las palabras pronunciadas por boca de Gabriel: "Has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (Lc 1, 30-31).

La misión de este Hijo, Verbo Eterno, comienza en ese momento, cuando María de Nazaret, Virgen "desposada con un varón de la casa de David, de nombre José" (Lc 1, 7), al escuchar estas palabras de Gabriel, responde: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). En aquel momento inicia la misión del Hijo sobre la tierra. El Verbo, de la misma sustancia del Padre, se hace carne en el seno de la Virgen. La Virgen misma no puede comprender cómo ha de realizarse todo esto. Por tanto, antes de responder "hágase en mí", pregunta: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?" (Lc 1, 34). Y recibe la respuesta determinante: "El Espíritu Santo vendrá obre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios... porque nada hay imposible para Dios" (Lc 1, 35-37).

En ese momento, María entiende ya todo. Y no pregunta más. Dice solamente: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Y el Verbo se hace carne (cf. Jn 1, 14). Inicia la misión del Hijo en el Espíritu Santo. Inicia la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo. En esta primera etapa la misión se dirige a Ella sola: a la Virgen de Nazaret. Primero, desciende sobre Ella el Espíritu Santo. Ella, en su humana y virginal sustancia, queda fecundada con la potencia del Altísimo.

Gracias a esta potencia y en virtud del Espíritu Santo, Ella se convierte en Madre del Hijo de Dios, aun permaneciendo Virgen. La misión del Hijo inicia en Ella, bajo su corazón. La misión del Espíritu Santo, que "procede del Padre y del Hijo", llega también primero a Ella, al alma que es su Esposa, la más pura y la más sensible.

2. Este comienzo en el tiempo, este histórico comienzo de la misión del Hijo y del Espíritu Santo debemos tenerlo presente sobre todo hoy, en el anual domingo misionero del mes de octubre. Este comienzo debe tenerlo presente toda la Iglesia, en todas partes, en todo lugar, en todos los corazones. La Iglesia es toda ella, y en todas partes, misionera, porque permanece continuamente en esa misión del Hijo y del Espíritu Santo, que tuvo su comienzo histórico sobre la tierra precisamente en Nazaret, en el corazón de la Virgen.

Al hacerse hombre en su seno, por obra del Espíritu Santo, Dios Hijo entró en la historia del hombre para llevar este Espíritu a todo hombre y a la humanidad entera. La misión, cuyo comienzo bajo el corazón de la Virgen de Nazaret estuvo impulsado por la potencia del Altísimo, fue madurando durante todo el tiempo que estuvo oculto el Hijo de Dios, y luego a través de la viva palabra de su Evangelio y a través del sacrificio de la cruz y el testimonio de la resurrección, hasta aquel día en el Cenáculo; testimonio que nos recuerda también la liturgia de hoy. Era ése el día en que, no sólo María, sino toda la Iglesia, todo el Pueblo de la Nueva Alianza, recibía el Espíritu Santo y, junto con El, se hizo partícipe de la misión de su Señor resucitado y del Único Ungido (Mesías). Obteniendo la participación en su misión sacerdotal, profética y real, el Pueblo de Dios —es decir, la Iglesia— se hizo totalmente misionero,

3. Y precisamente en este domingo, el Pueble de Dios —es decir, la Iglesia— fija sus ojos con gratitud en el misterio de esta su misión, que tuvo comienzo primero en Nazaret y luego en el Cenáculo de Jerusalén. Meditando, pues, sobre su propio carácter misionero, el Pueblo de Dios —es decir, la Iglesia—se dirige, con la más profunda solicitud y fervor del Espíritu, a todas las dimensiones de su misión contemporánea; a todos los lugares, a todos los continentes y a todos los pueblos, porque Cristo le dijo una vez: "Id, pues; enseñad a todas las gentes..." (Mt 28, 19). "...predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). Y así, por tanto, la Iglesia, en este domingo misionero, camina sobre las huellas de sus enseñanzas, de su misión, de la evangelización y de la catequesis, tanto entre las naciones y pueblos ya cristianos desde hace mucho tiempo, como también entre los jóvenes y recientes, así como entre aquellos a los que todavía no ha llegado la gracia de la fe y de la verdad de la salvación.

La Iglesia lo hace teniendo ante sus ojos todas las enseñanzas del Vaticano II, tanto la Constitución Lumen gentium, como la Gaudium et spes; tanto el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, como también el Decreto sobre el ecumenismo, la Declaración sobre la libertad religiosa y la Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Todos estos espléndidos documentos hablan a la Iglesia de nuestro tiempo, a la Iglesia de este siglo XX que está para terminar, le hablan sobre lo que significa ser misionero y tener una misión que desarrollar. Y le mandan, al igual que en una ocasión mandó Cristo a los Apóstoles, que miren los campos de las almas humanas, que siempre, en cierto modo, "ya están blanquecinos para la siega" (Jn 4, 35). ¿Están quizá realmente maduros? ¿Están empezando a madurar? O, por el contrario, ¿aumentan en ellos las objeciones contra la palabra del Evangelio y contra el Espíritu que "sopla donde quiere"? (Jn 3, 8).

Nosotros no podemos jamás perder la esperanza, aunque estamos atravesando períodos de experiencias y pruebas bastante duras. No podemos olvidar que el Señor mismo —Aquel con cuya sangre fuimos liberados (cf. 1 Pe 1, 19; Ef 1, 7)— mira estos campos de las almas y nos dice a nosotros, sus discípulos: ¡Rogad! "Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38). Hagámoslo, sobre todo en este domingo.

4. María está siempre en el mismo centro de nuestra oración. Ella es la primera entre los que piden. Y es la Omnipotentia supplex: la Omnipotencia suplicante.

Así era en su casa de Nazaret, cuando conversaba con Gabriel. La sorprendemos allí en lo profundo de su oración. En lo profundo de la oración le habla Dios Padre. En lo profundo de la oración, el Verbo Eterno se hace su Hijo. En lo profundo de la oración desciende sobre Ella el Espíritu Santo.

Y luego, Ella traslada esa profundidad de la oración de Nazaret al Cenáculo de Pentecostés, donde la acompañan, constantes y concordes en la oración, todos los Apóstoles: Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelote, y Judas de Santiago (cf. Act 1, 13-14).

María traslada también la misma profundidad de su oración sobre este lugar privilegiado en tierra italiana, no lejos de Nápoles, adonde hoy venimos en peregrinación. Es el santuario del Rosario, es decir, el santuario de la oración mariana, de esta oración que María reza con nosotros, al igual que rezaba con los Apóstoles en el Cenáculo.

5. Esta oración se llama el Rosario. Y es nuestra oración predilecta, que le dirigimos a Ella, a María. Ciertamente; pero no olvidemos que, al mismo tiempo, el Rosario es nuestra oración con María. Es la oración de María con nosotros, con los sucesores de los Apóstoles, que han constituido el comienzo del nuevo Israel, del nuevo Pueblo de Dios. Venimos, por tanto, aquí, para rezar con María; para meditar, junto con Ella, los misterios que Ella, como Madre, meditaba en su corazón (cf. Lc 2, 19), y sigue meditando, sigue considerando. Porque ésos son los misterios de la vida eterna. Todos tienen su dimensión escatológica. Están inmersos en Dios mismo. En ese Dios que "habita una luz inaccesible" (1 Tim 6, 16), están inmersos esos misterios, tan sencillos y tan accesibles. Y tan estrechamente ligados a la historia de nuestra salvación.

Por eso, esta oración de María, inmersa en la luz del mismo Dios, sigue al mismo tiempo abierta siempre hacia la tierra. Hacia todos los problemas humanos. Hacia los problemas de cada hombre y, a la vez, de todas las comunidades humanas, de las familias, de las naciones; hacia los problemas internacionales de la humanidad, como, por ejemplo los que me tocó suscitar ante la Asamblea de las Naciones Unidas, el 2 de octubre. Esta oración de María, este Rosario, está abierto constantemente hacia toda la misión de la Iglesia, hacia sus dificultades y esperanzas, hacia las persecuciones e incomprensiones, hacia cualquier servicio que ella cumple en relación con los hombres y los pueblos. Esta oración de María, este Rosario es precisamente así porque desde el principio ha estado invadida por la "lógica del corazón". En efecto, la madre es corazón. Y la oración se formó en ese corazón mediante la experiencia más espléndida de que fue partícipe: mediante el misterio de la Encarnación.

Dios nos ha dado, desde hace mucho tiempo, un signo: "He aquí que una Virgen concebirá y dará a luz un hijo que llamará Emmanuel" (Is 7, 14). Emmanuel, "que significa Dios con nosotros" (Mt 1 23). Con nosotros y para nosotros "para reunir en uno todos los hijo: de Dios que estaban dispersos" (Jn 11, 52).

6. Vengo, pues, aquí, al santuario de Pompeya, con el espíritu de esta oración, para vivir junto con vosotros ese signo de la profecía de Isaías. Y mientras participo en la oración de la Madre de Dios, que es "Omnipotentia supplex", deseo expresar, en unión de todos los peregrinos, el agradecimiento por esa múltiple misión, que últimamente he debido realizar entre los meses de septiembre y octubre. He hablado de ello más de una vez. He repetido las palabras y las ideas que Jesús había enseñado a los Apóstoles:

"Cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: somos siervos inútiles. Lo que teníamos que hacer, eso hicimos" (Lc 17, 10). De ahí que sienta la necesidad de expresar mi agradecimiento, con mayor motivo, aquí, en este santuario a María y con María.

Y si mi gratitud se extiende a mismo tiempo a los hombres, lo hago sobre todo porque este mi servicio de Pedro, servicio papal, ha sido muy bien preparado por ellos, de rodillas; porque le han dado un profundo carácter de oración, carácter sacramental, eucarístico. ¿Podría pensar, sin emoción, en tantos hombres, muchos de ellos jóvenes, que con sacrificios y vigilias nocturnas han abierto camino al Espíritu que debía hablar? Debemos ciertamente acordarnos de esto. Porque en ello está el corazón mismo de este mi misterio; lo demás, es solamente una manifestación que humanamente se puede a veces leer con demasiada superficialidad. Cristo, en cambio nos enseña que el tesoro —es decir el valor esencial— está en el corazón (cf. Lc 12, 34).

Vengo, por tanto, aquí para da gracias por todo esto. Y si vengo también para pedir —¡cuánto hay que pedir y que suplicar!—, lo que principalmente pido es que la misión de la Iglesia, del Pueblo de Dios, la misión iniciarla en Nazaret en el Calvario, en el Cenáculo, se cumpla en nuestra época con toda su originaria claridad, y a la vez en consonancia con los signos d nuestro tiempo. Que, siguiendo e ejemplo de la Sierva del Señor, pueda yo —hasta cuando Dios disponga— permanecer fiel y humilde siervo de esta misión de toda la Iglesia y que sienta y recuerde y repita solamente esto: que soy un siervo inútil.

VIAJE A TURQUÍA

SANTA MISA EN LA CASA DE LA VIRGEN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Efeso, viernes 30 de noviembre de 1979

1. Con el corazón desbordando de profunda emoción tomo la palabra  en esta solemne liturgia, que nos ve reunidos en torno a la mesa eucarística para celebrar, en la luz de Cristo Redentor, la memoria gloriosa de su Santísima Madre. El espíritu está dominado por el pensamiento de que, precisamente en esta ciudad, la Iglesia reunida en Concilio —el III Concilio Ecuménico—, reconoció oficialmente a la Virgen María el título de "Theotokos", que ya le tributaba el pueblo cristiano, pero contestado desde hacía algún tiempo en algunos ambientes influidos sobre todo por Nestorio. El júbilo con que el pueblo de Efeso acogió, en aquel lejano 431, a los padres que salían de la sala del Concilio donde se había reafirmado la verdadera fe de la Iglesia, se propagó rápidamente por todas las partes del mundo y no ha cesado de resonar en las generaciones sucesivas, que en el curso de los siglos han continuado dirigiéndose con confianza a María como a Aquella que ha dado la vida al Hijo de Dios.

También nosotros, hoy, con el mismo impulso filial y con la misma confianza profunda, recurrimos a la Virgen Santa. saludando en Ella a la "Madre de Dios", y encomendándole los destinos de la Iglesia, sometida en nuestro tiempo a pruebas singularmente duras e insidiosas, pero empujada también por la acción del Espíritu Santo en los caminos abiertos a las esperanzas más prometedoras.

2. "Madre de Dios". Al repetir hoy esta expresión cargada de misterio, volvemos con el recuerdo al momento inefable de la Encarnación y afirmamos con toda la Iglesia que la Virgen se convirtió en Madre de Dios por haber engendrado según la carne a un Hijo, que era personalmente el Verbo de Dios. ¡Qué abismo de condescendencia se abre ante nosotros!

Se plantea espontáneamente una pregunta al espíritu: ¿Por qué el Verbo ha preferido nacer de una mujer (cf. Gál 4, 4), antes que descender del cielo con un cuerpo ya adulto, plasmado por la mano de Dios (cf. Gén 2, 7)? ¿No habría sido éste un camino más digno de El?, ¿más adecuado a su misión de Maestro y Salvador de la humanidad? Sabemos que, en los primeros siglos, sobre todo, no pocos cristianos (los docetas, los gnósticos, etc.) habrían preferido quo las cosas hubieran sido de esa manera. En cambio, el Verbo eligió el otro camino. ¿Por qué?

La respuesta nos llega con la límpida y convincente sencillez de las obras de Dios. Cristo quería ser un vástago auténtico (cf. Is 11, 1) de la estirpe que venía a salvar. Quería que la redención brotase como del interior de la humanidad, como algo suyo. Cristo quería socorrer al hombre no como un extraño, sino como un hermano, haciéndose en todo semejante a él, menos en el pecado (cf. Heb 4, 15). Por esto quiso una madre y la encontró en la persona de María. La misión fundamental de la doncella de Nazaret fue, pues, la de ser el medio de unión del Salvador con el género humano.

En la historia de la salvación, sin embargo, la acción de Dios no se desarrolla sin acudir a la colaboración de los hombres: Dios no impone la salvación. Ni siquiera se la impuso a María. En el acontecimiento de la Anunciación no se dirige a Ella de manera personal, interpeló su voluntad y esperó una respuesta que brotase de su fe. Los Padres han captado perfectamente este aspecto, poniendo de relieve que "la Santísima Virgen María, que dio a luz creyendo, había concebido creyendo" (S. Agustín, Sermo 215, 4; cf. S. León M., Sermo I in Nativitate, 1, etc.), y esto ha subrayado también el reciente Concilio Vaticano II, afirmando que la Virgen "al anuncio del ángel recibió en el corazón y en el cuerpo al Verbo de Dios" (Lumen gentium53).

El "fiat" de la Anunciación inaugura así la Nueva Alianza entre Dios y la criatura: mientras este "fiat" incorpora a Jesús a nuestra estirpe según la naturaleza, incorpora a María a El según la gracia. El vínculo entre Dios y la humanidad, roto por el pecado, ahora felizmente está restablecido.

3. El consentimiento total e incondicional de la "sierva del Señor" (Lc 1, 38) al designio de Dios fue, pues, una adhesión libre y consciente. María consintió en convertirse en la Madre del Mesías que vino "para salvar a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21; cf. Lc 1, 31). No se trató de un simple consentimiento para el nacimiento de Jesús, sino de la aceptación responsable de participar en la obra de la salvación que El venía a realizar. Las palabras del "Magnificat" ofrecen clara confirmación de esta conciencia lúcida: "Acogió a Israel, su siervo —dice María— acordándose de su misericordia. Según lo que había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre" (Lc 1, 54-55).

Al pronunciar su "fiat", María no se convierte sólo en Madre del Cristo histórico; su gesto la convierte en Madre del Cristo total, "Madre de la Iglesia". "Desde el momento del fiat —observa San Anselmo— María comenzó a llevarnos a todos en su seno"; por esto "el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del cuerpo", proclama San León Magno. San Efrén, por su parte, tiene una expresión muy bella a este respecto: María, dice él, es "la tierra en la que ha sido sembrada la Iglesia".

Efectivamente. desde el momento en que la Virgen se convierte en Madre del Verbo encarnado, la Iglesia se encuentra constituida de manera secreta, pero germinalmente perfecta, en su esencia de cuerpo místico: en efecto, están presentes el Redentor y la primera de los redimidos. De ahora en adelante la incorporación a Cristo implicará una relación filial no sólo con el Padre celeste, sino también con María, la Madre terrena del Hijo de Dios.

4. Cada madre transmite a los hijos la propia semejanza: también entre María y la Iglesia hay una relación de semejanza profunda. María es la figura ideal, la personificación, el arquetipo de la Iglesia. En Ella se realiza el paso del antiguo al nuevo Pueblo de Dios, de Israel a la Iglesia. Ella es la primera entre los humildes y pobres, el resto fiel, que esperan la redención; y Ella es también la primera entre los rescatados que, en humildad y obediencia, acogen la venida del Redentor. La teología oriental ha insistido mucho en la "katharsis" que se obra en María en el momento de la Anunciación; baste recordar aquí la emocionada paráfrasis que hace de ello Gregorio Palamas en una homilía: "Tú eres ya Santa y llena de gracia, oh Virgen, dice el Ángel a María. Pero el Espíritu Santo vendrá de nuevo sobre ti, preparándote mediante un aumento de gracia al misterio divino" (Homilía sobre la Anunciación: PG. 151. 178).

Por tanto, con razón, en la liturgia con que la Iglesia oriental celebra las alabanzas de la Virgen, ha puesto de relieve el cántico que la hermana de Moisés, María, eleva al paso del Mar Rojo, como para indicar que la Virgen ha sido la primera en atravesar las aguas del pecado a la cabeza del nuevo Pueblo de Dios, liberado por Cristo.

María es la primicia y la imagen más perfecta de la Iglesia: "La parte más noble, la parte mejor, la parte más importante, la parte más selecta" (Ruperto, In Apoc. I, VII, 12). "Asociada a todos los hombres necesitados de salvación", proclama también el Vaticano II, Ella ha sido redimida "de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo" (Lumen gentium53). Por lo tanto, María se presenta a todo creyente como la criatura toda pura, toda hermosa, toda santa, capaz de "ser Iglesia" como ninguna otra criatura lo será nunca aquí abajo.

5. También nosotros hoy miramos a María como a nuestro modelo. La miramos para aprender a construir la Iglesia a ejemplo suyo. Para este fin sabemos que debemos, ante todo, progresar bajo su guía en el ejercicio de la fe. María vivió su fe en una actitud de profundización continua y de descubrimiento progresivo, pasando a través de momentos difíciles de tinieblas, ya desde los primeros días de su maternidad (cf. Mt 1, 18 ss.), momentos que superó gracias a una actitud responsable de escucha y de obediencia a la Palabra de Dios. También nosotros debemos realizar todo esfuerzo para profundizar y consolidar nuestra fe "escuchando, acogiendo, proclamando, venerando la Palabra de Dios, escudriñando a su luz los signos de los tiempos e interpretando y viviendo los acontecimientos de la historia" (cf. Pablo VI, Exhort. Apost. Marialis cultus17; Pablo VI: Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1974, pág. 454).

María está ante nosotros como ejemplo de valiente esperanza y de caridad operante: Ella caminó en la esperanza, pasando con dócil prontitud de la esperanza judaica a la esperanza cristiana, y actuó la caridad, acogiendo en sí sus exigencias hasta la donación más completa y el sacrificio más grande. A ejemplo suyo, también nosotros debemos permanecer firmes en la esperanza aun cuando nubarrones tempestuosos se agolpen sobre la Iglesia, que avanza como nave entre las olas, no raramente hostiles, de las vicisitudes humanas; también nosotros debemos crecer en la caridad, cultivando la humildad, la pobreza, la disponibilidad, la capacidad de escucha y de condescendencia en adhesión a cuanto Ella nos ha enseñado con el testimonio de toda su vida.

6. Especialmente queremos comprometernos hoy a una cosa a los pies de esta nuestra Madre común: nos comprometemos a llevar adelante, con toda nuestra energía y en actitud de total disponibilidad a las mociones del Espíritu, el camino hacia la perfecta unidad de todos los cristianos. Bajo su mirada materna estamos prontos a reconocer nuestras recíprocas culpas, nuestros egoísmos, nuestras morosidades: Ella ha engendrado un Hijo único, nosotros por desgracia se lo presentamos dividido. Este es un hecho que nos produce malestar y pena: el malestar y la pena que expresaba mi predecesor de venerada memoria, el Papa Pablo VI, en las palabras iniciales del "Breve" con el que abrogaba la excomunión, pronunciada tantos siglos atrás, contra la Sede de Constantinopla: "Pensamos nosotros, que llevamos el nombre de cristianos como recuerdo del Salvador, en la exhortación del Apóstol de las Gentes: Vivid en la caridad como Cristo nos amó (Ef 5, 2). Por ella nos sentimos movidos especialmente en estos tiempos, que con más instancia nos urgen a dilatar los horizontes de la caridad" (7 de diciembre de 1965).

Mucho camino se ha andado desde aquel día; sin embargo quedan todavía otros pasos que dar. Confiamos a María el sincero propósito de no descansar hasta que se llegue felizmente a la meta. Nos parece oír de sus labios las palabras del Apóstol: "no haya contiendas, envidias, iras, ambiciones, detracciones, murmuraciones, engreimientos, sediciones" (2 Cor 12, 20). Acojamos con corazón abierto esta advertencia suya maternal y pidámosle que esté junto a nosotros para guiarnos, con mano dulce pero firme, en los caminos de la comprensión fraterna plena y duradera. Así se cumplirá el deseo supremo, pronunciado por su Hijo en el momento en que estaba para derramar su sangre por nuestro rescate: "que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).


 Al final de la homilía el Romano Pontífice pronunció estas palabras

Ahora deseo saludar a todos los presentes. No sé de qué lengua ni de qué nacionalidad sois. Supongo que sois sobre todo de lengua turca, pero por desgracia yo no puedo hablaros en este idioma. Por ello os saludo, en cambio, en una lengua más conocida, que es la francesa. Os saludo muy cordialmente.

(En inglés)
Mis mejores saludos y deseos para todos vosotrosa fin de que seáis fieles como María, como la Madre de Cristo, como la Madre de la Iglesia, como la Madre de todos nosotros. Dios os bendiga.

Y unas breves palabras todavía en lengua italiana, que se ha convertido en la lengua de cada día del Papa. Ahora querría decir al menos esto: ¡Alabado sea Jesucristo! Así vosotros podréis decir que el Papa, si no otra cosa, al menos ha terminado su predicación en italiano. ¡Alabado sea Jesucristo!


SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Sábado 8 de diciembre de 1979

1. "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual... En El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El" (Ef 1, 3-4).

En estas palabras de la Carta a los Efesios delinea San Pablo la imagen del Adviento. Y se trata de ese Adviento eterno, cuyo comienzo se encuentra en Dios mismo "antes de la creación del mundo", porque ya la "creación del mundo" fue el primer paso de la venida de Dios al hombre, el primer acto del Adviento. Todo el mundo visible, efectivamente, fue creado para el hombre, como atestigua el libro del Génesis. El comienzo del Adviento en Dios es su eterno proyecto de creación del mundo y del hombre, proyecto nacido del amor. Este amor se manifiesta con la eterna elección del hombre en Cristo. Verbo Encarnado.

"En El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El".

En este Adviento eterno está presente María. Entre todos los hombres que el Padre ha elegido en Cristo, Ella lo ha sido de modo especial y excepcional, porque fue elegida en Cristo para ser Madre de Cristo. Y así Ella, mejor que cualquier otro entre los hombres "predestinados por el Padre" a la dignidad de sus hijos e hijas adoptivos, ha sido predestinada de modo especialísimo "para alabanza y gloria de su gracia", que el Padre `"nos ha dado" en El, su Hijo querido (cf. Ef 1, 6).

La gloria sublime de su gracia especialísima debía ser la Maternidad del Verbo Eterno. En consideración a esta Maternidad, Ella obtuvo en Cristo también la gracia de la Inmaculada Concepción. De este modo María se inserta en ese primer Adviento de la Palabra, que predispuso el Amor del Padre para la creación y para el hombre.

2. El segundo Adviento tiene carácter histórico. Se realiza en el tiempo entre la caída del primer hombre y la venida del Redentor. La liturgia de hoy nos cuenta también este Adviento, y muestra cómo María está inserta en él desde sus comienzos. Efectivamente, cuando se manifestó el primer pecado, con la inesperada vergüenza de los progenitores, entonces también Dios reveló por vez primera al Redentor del mundo, preanunciando también a su Madre. Esto sucedió mediante las palabras, en las que la tradición ve el "Proto-Evangelio", esto es, como el embrión y el preanuncio del Evangelio mismo, de la Buena Nueva.

He aquí las palabras: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" (Gén 3, 15).

Son palabras misteriosas. Sin embargo, con su carácter arcaico, revelan el futuro de la humanidad y de la Iglesia. Este futuro se ve en la perspectiva de una lucha entre el espíritu de las tinieblas, el que "es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), y el Hijo de la Mujer que debe venir a los hombres como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6).

De este modo, María está presente en ese segundo Adviento histórico desde el comienzo. Nos es prometida junto con su Hijo, Redentor del mundo. Y también es esperada con El. El Mesías-Emmanuel ("Dios con nosotros") es esperado como Hijo de la Mujer, Hijo de la Inmaculada.

3. La venida de Cristo constituye no sólo el cumplimiento del segundo Adviento, sino al mismo tiempo también la revelación del tercero y definitivo Adviento. Ella escucha de la boca del ángel Gabriel, a quien Dios envía a María de Nazaret, las siguientes palabras:

"Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo... y reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc 1, 31-35).

María es el comienzo del tercer Adviento, porque por Ella viene al mundo el que realizará esa elección eterna que hemos leído en la Carta a los Efesios. Al realizarla, hará de ella el hecho culminante de la historia de la humanidad. Le dará la forma concreta del Evangelio, de la Eucaristía, de la Palabra y de los Sacramentos. Así esa elección eterna penetrará la vida de las almas humanas y la vida de esta comunidad particular que se llama Iglesia.

La historia de la familia humana y la historia de cada uno de los hombres madurarán según la medida de los hijos y de las hijas de adopción por obra de Jesucristo. “En El en quien hemos sido heredados por la predestinación, según el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad" (Ef 1, 11).

María es el comienzo de este tercer Adviento y permanece continuamente en él siempre presente (como lo ha expresado maravillosamente el Concilio Vaticano II en el capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium). Como el segundo Adviento nos acerca a Aquella cuyo Hijo debía "aplastar la cabeza de la serpiente", así el tercer Adviento no nos aleja de Ella, sino que nos permite permanecer continuamente en su presencia, acercarnos a Ella. Ese Adviento es sólo la espera del cumplimiento definitivo de los tiempos, y es a la vez el tiempo de la lucha y de los contrastes, continuando la originaria previsión: "pondré enemistades entre ti la Mujer"... (Gén 3, 15).

La diferencia está en el hecho de que ya conocemos a la Mujer por su nombre. Es la Inmaculada Concepción. Es conocida por su virginidad y por su maternidad. Es la Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre de Dios y de los hombres: María de nuestro Adviento.

4. Durante la reunión con los cardenales que tuvo lugar a comienzos del pasado noviembre, se manifestó el deseo de confiar a la Madre de Dios el Sacro Colegio y toda la Iglesia, poniéndolos bajo su protección.

Muy gustosamente acojo y sigo el deseo manifestado, interpretando los sentimientos comunes. Yo mismo siento una necesidad profunda de obedecer a la invitación implícita ya desde el principio en el Proto-Evangelio mismo: "Pondré enemistades entre ti y la Mujer". ¿Acaso no somos testigos en nuestra difícil época de esa "enemistad"? ¿Qué otra cosa podemos hacer, qué otra cosa desear sino todo lo que nos une aún más a Cristo, al Hijo de la Mujer?

La Inmaculada es la Madre del Hijo del Hombre. ¡Oh Madre de nuestro Adviento, quédate con nosotros y haz que El permanezca con nosotros en este difícil Adviento de las luchas por la verdad y por la esperanza, por la justicia y por la paz: El solo, el Emmanuel!


Saludo y bendición desde el  balcón central de la fachada de la basílica

Carísimoshemos celebrado y festejado nuestro amor hacia la Virgen Inmaculada y nos sentimos todos felices. Quiero darás las gracias en este día y confiaros al Corazón Inmaculado de María. Esta es la conclusión de una jornada tan solemne que tradicionalmente se desarrolla en esta basílica de Santa María la Mayor, donde todos celebran a la Virgen Salus Populi Romani; que Ella sea siempre la salud de este pueblo. Me encomiendo a vuestras oraciones. ¡Alabado sea Jesucristo!

SOLEMNIDAD DE LA SANTA MADRE DE DIOS
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Martes 1 de enero de 1980

1. Hoy ha aparecido sobre el horizonte de la historia de la humanidad una nueva fecha: 1980. Ha aparecido apenas hace pocas horas y nos acompañará todos los días que se sucederán durante este año, hasta el 31 de diciembre próximo, Saludamos a este primer día y a todo el año nuevo en todos los lugares de la tierra. Lo saludamos aquí, en la basílica de San Pedro, en el corazón de la Iglesia, con toda la riqueza del contenido litúrgico, que lleva consigo este primer día del año nuevo.

Hoy es también el último día de la octava de Navidad. La gran fiesta de la Encarnación del Verbo Eterno continúa estando presente en este día y en cierto sentido resuena en él con sus últimos ecos. El nacimiento del hombre encuentra siempre su resonancia más profunda en la madre, y por esto este último día de la octava de Navidad, que es a la vez el primer día del año nuevo, está dedicado a la Madre del Hijo de Dios. En este día veneramos su Maternidad divina, así como la venera toda la Iglesia en Oriente y en Occidente, alegrándose con la certeza de esta verdad, especialmente desde los tiempos del Concilio de Éfeso, en el 431.

Y queremos además dedicar este primer día del año nuevo, que para la Iglesia es una fiesta tan grande, a la gran causa de la paz en la tierra. Así permanecemos fieles a la verdad del Nacimiento de Dios, porque, efectivamente, a él pertenece el primer mensaje de paz en la historia de la Iglesia, pronunciado en Belén: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad" (Lc 2, 14). En la estela de él se sitúa también el mensaje de hoy para la celebración de la Jornada mundial de la Paz, que la Iglesia dirige a todos los hombres de buena voluntad, para demostrar que la verdad es fundamento y fuerza de la paz en el mundo. Junto con este mensaje de paz van también los fervientes deseos, que la Iglesia ofrece a cada hombre, a cada uno y a todos sin excepción, con las palabras de la primera lectura bíblica de la liturgia de hoy.

"Que Yavé te bendiga y te guarde. Que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia. Que vuelva a ti su rostro y te de la paz" (Núm 6, 24-26).

2. La verdad, a la que nos remitimos en el mensaje de este año para el primero de enero, es ante todo una verdad sobre el hombre. El hombre vive siempre en una comunidad, más aún pertenece a diversas comunidades y sociedades. Es hijo e hija de su nación, heredero de su cultura y representante de sus aspiraciones. De varios modos depende de sistemas económico-sociales y políticos. A veces nos da la impresión de que está implicado en ellos tan profundamente, que parece casi imposible verlo y llegar a él personalmente; tantos son los condicionamientos y los determinismos de su existencia terrestre.

Y sin embargo es necesario hacerlo, es necesario intentarlo incesantemente. Es necesario volver constantemente a las verdades fundamentales sobre el hombre, si queremos servir a la gran causa de la paz en la tierra. La liturgia de hoy alude precisamente a esta verdad fundamental sobre el hombre, especialmente mediante la lectura fuerte y concisa de la Carta a los Gálatas. Cada uno de los hombres nace de una mujer, así como de la Mujer nació también el Hijo de Dios, el hombre Jesucristo.

¡Y el hombre nace para vivir!

La guerra siempre se hace para matar. Es una destrucción de vidas concebidas en el seno de la madre. La guerra va contra la vida y contra el hombre. El primer día del año, que con su contenido litúrgico concentra nuestra atención en la Maternidad de María, es ya por esto mismo un anuncio de paz. La Maternidad, efectivamente, revela el deseo y la presencia de la vida; manifiesta la santidad de la vida. En cambio, la guerra significa destrucción de la vida. La guerra en el futuro podría resultar una obra de destrucción absolutamente inimaginable de la vida humana.

El primer día del año nos recuerda que el hombre nace a la vida en la dignidad que le es propia. Y la primera dignidad es la que se deriva de su misma humanidad. Sobre esta base se apoya también esa dignidad que ha revelado y traído al hombre el Hijo de María: "... al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que recibiésemos la adopción. Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba, Padre! De manera que ya no es siervo, sino hijo, y si hijo, heredero por la gracia de Dios" (Gál 4, 4-7).

La gran causa de la paz en el mundo está delineada, en sus fundamentos mismos, mediante estas dos grandezas: el valor de la vida y la dignidad del hombre. A ellas debemos remitirnos incesantemente para servir a esta causa.

3. El año 1980, que comienza hoy, nos recordará la figura de San Benito, a quien Pablo VI proclamó patrono de Europa. Este año se cumplen quince siglos de su nacimiento. ¿Acaso será suficiente un simple recuerdo, tal como se conmemoran diversos aniversarios incluso importantes? Pienso que no basta; esta fecha y esta figura tienen una elocuencia tal, que no bastará una conmemoración ordinaria, sino que será necesario volver a leer e interpretar a su luz el mundo contemporáneo.

En efecto, ¿de qué habla San Benito de Nursia? Habla del comienzo de ese trabajo gigantesco, del que nació Europa. Efectivamente, en cierto sentido, Europa nació después del período del gran imperio romano. Al nacer de sus estructuras culturales, ha sacado de nuevo, gracias al espíritu benedictino, de ese patrimonio y ha encarnado en la herencia de la cultura europea y universal todo lo que de otro modo se hubiera perdido. El espíritu benedictino está en antítesis con cualquier programa de destrucción. Es un espíritu de recuperación y de promoción, nacido de la conciencia del plan divino de salvación y educado en la unión cotidiana de oración y trabajo.

De este modo San Benito, que vivió al fin de la antigüedad, hace de salvaguardia de esa herencia que la antigüedad ha transmitido al hombre europeo y a la humanidad. Simultáneamente está en el umbral de los tiempos nuevos. en los albores de esa Europa que nacía entonces, del crisol de las migraciones de nuevos pueblos. El abraza con su espíritu también a la Europa del futuro. No solo en el silencio de las bibliotecas benedictinas y en los "scriptoria" nacen y se conservan las obras de la cultura espiritual, sino en torno a las abadías se forman también los centros activos del trabajo, en especial el de los campos; así se desarrollan el ingenio y la capacidad humana, que constituyen la levadura del gran proceso de la civilización.

4. Al recordar todo esto ya hoy, en el primer día del jubileo benedictino, debemos dirigirnos con un ardiente mensaje a todos los hombres y a todas las naciones, sobre todo a los que habitan en nuestro continente. Los temas que han impresionado a la opinión pública europea en el curso de las últimas semanas del año apenas finalizado, exigen de nosotros que se piense con solicitud en el futuro. Nos apremian a esta solicitud las noticias sobre tantos medios de destrucción, de la que podrían ser víctima los frutos de esta rica civilización, elaborados con la fatiga de tantas generaciones comenzando desde los tiempos de San Benito. Pensamos en las ciudades y en los pueblos —en Occidente y juntamente en Oriente— que con los medios de destrucción ya conocidos podrían ser reducidos completamente a montones de ruinas. En tal caso, ¿quién podría proteger en absoluto esos maravillosos nidos de la historia y centros de la vida y de la cultura de cada nación, que constituyen la fuente y el apoyo para pueblos enteros en su camino tal vez difícil hacia el futuro?

Recientemente he recibido de algunos científicos una previsión sintética de las consecuencias inmediatas y terribles de una guerra nuclear. He aquí las principales:

— La muerte, por acción directa o retardada de las explosiones, de una población que podría oscilar entre 50 y 200 millones de personas.

— Una reducción drástica de recursos alimenticios, causada por la radioactividad residual en una amplia extensión de tierras utilizables para la agricultura.

— Mutaciones genéticas peligrosas, que sobrevendrían a los seres humanos, a la fauna y a la flora.

— Alteraciones considerables en la franja de ozono de la atmósfera, que expondrían al hombre a incógnitas mayores, perjudiciales para su vida.

— En una ciudad embestida por una explosión nuclear la destrucción de todos los servicios urbanos y el terror provocado por el desastre impedirían ofrecer los socorros mínimos a los habitantes, creando una obsesión terrible.

Bastarían sólo 200 de las 50.000 bombas nucleares, que se estima hay ya, para destruir la mayor parte de las ciudades más grandes del mundo. Es urgente, dicen esos científicos, que los pueblos no cierren los ojos sobre lo que puede representar para la humanidad una guerra atómica.

5. Bastan estas pocas reflexiones para hacerse una pregunta: ¿podemos continuar por este camino? La respuesta es clara.

El Papa trata el tema del peligro de la guerra y de la necesidad de salvaguardar la paz, con muchos hombres y en diversas ocasiones. El camino para tutelar la paz pasa a través de los diálogos y negociaciones bilaterales o multilaterales. Sin embargo, en su base debemos encontrar y reconstruir un coeficiente principal,, sin el cual no darán frutos por sí mismos y no asegurarán la paz. ¡Es necesario encontrar y reconstruir la confianza recíproca! Y éste es un problema difícil. La confianza no se adquiere por medio de la fuerza. Ni tampoco se obtiene sólo con declaraciones. La confianza es necesario merecerla con. gestos y hechos concretos.

"Paz a los hombres de buena voluntad". Estas palabras pronunciadas en el momento mismo en que nació Cristo, no cesan de ser la clave de la gran causa de la paz en el mundo. Es necesario que las recuerden sobre todo aquellos de quienes más depende la paz.

6. Hoy es día de la gran y universal oración por la paz en el mundo. Nosotros unimos esta oración al misterio de la Maternidad de la Madre de Dios, y la Maternidad es un mensaje incesante en favor de la vida humana, porque se pronuncia, aun sin palabras, contra todo lo que la destruye y amenaza. Nada se puede encontrar que esté en oposición mayor a la guerra y al homicidio, como precisamente la maternidad.

Así, pues, elevemos nuestra gran oración universal por la paz en la tierra inspirándonos en el misterio de la Maternidad de Aquella, que ha dado la vida humana al Hijo de Dios.

Y. finalmente expresemos esta oración sirviéndonos de las palabras de la liturgia, que contienen un deseo de verdad, de bien y de paz para todos los pueblos de la tierra:

"El Señor tenga piedad y nos bendiga, / ilumine su rostro sobre nosotros: / conozca la tierra tus caminos, / todos los pueblos tu salvación. / ¡Oh Dios! que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / Que canten de alegría las naciones, / porque riges el mundo con justicia, / riges los pueblos con rectitud, / y gobiernas las naciones de la tierra. / ¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, / que todos los pueblos te alaben. / La tierra ha dado su fruto. / Que. Dios nos bendiga; que te teman / hasta los confines del orbe" (Sal 67).

VISITA A LA PARROQUIA ROMANA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPEY SAN FELIPE MÁRTIR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO

Domingo 27 de enero de 1980

1. He deseado mucho visitar, precisamente hoy, vuestra parroquia, cuya patrona es Nuestra Señora de Guadalupe. Efectivamente, en estos días, hace un año, realicé mi primer viaje papal, que tuvo como meta México. El corazón de esta peregrinación fue precisamente el santuario de Guadalupe: un lugar maravilloso, ligado, por siglos enteros, a la historia de la evangelización y de la Iglesia en el continente americano. Es el primer santuario mariano no sólo de México, sino de toda América Latina, y en cierto sentido de toda América. Juzgo como un particular signo de la gracia divina que me haya sido dado comenzar la misión de mi servicio pastoral a la Iglesia universal precisamente con la peregrinación a Guadalupe. Es ciertamente uno de tantos lugares en la Iglesia, en los que se manifiesta de modo especial el misterio de la Madre, en cuanto que es corazón que une.

Esta unión en torno al corazón de la Madre se siente profundamente en México y también en otros países de ese continente. Vuestra parroquia, dedicada a Nuestra Señora de Guadalupe, es como un testimonio viviente del vínculo que aquí en Roma, en el centro de la Iglesia, deseamos mantener siempre vivo con la Iglesia del lejano continente americano, reunido en torno a la Madre. Para mí este vínculo es particularmente querido, sobre todo desde el momento en que me fue dado pisar la tierra mexicana e ir en peregrinación al santuario de la Madre de Dios de Guadalupe, junto con los obispos de toda América Latina, reunidos para su Conferencia de Puebla.

2. Por esto he venido hoy a vuestra parroquia: para que, al recordar los acontecimientos de hace un año, tan importantes para mí, pueda realizar mi servicio pastoral también respecto a esta comunidad parroquial de la Iglesia Romana, que venera como su Patrona a la Madre de Dios del santuario mexicano.

Estoy contento de saludar a todos vosotros aquí presentes, queridos hermanos y hermanas, que formáis la comunidad parroquial. Sabed que os amo a todos y que os recuerdo de corazón en el Señor, sobre todo a los niños, a los enfermos, a los necesitados. Dirijo mi saludo, en particular, al obispo auxiliar, Remigio Ragonesi, que ha preparado diligentemente esta visita, y a los representantes de los numerosos institutos religiosos, masculinos y femeninos, que trabajan generosamente en el ámbito de la parroquia. Mi pensamiento se dirige, después, a las diversas asociaciones católicas qua agrupan a jóvenes y adultos para promover inteligentemente su formación cristiana integral. Deseo saludar además a los representantes de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Monte Mario que han querido asociarse a esta celebración eucarística.

Habiendo venido en visita pastoral a esta parroquia, que con su nombre evoca de modo tan vivo mi viaje de hace un año a México y mi peregrinación al santuario de la Virgen de Guadalupe, saludo cordialmente en su propia lengua al párroco y a los sacerdotes Legionarios de Cristo que se dedican con celo al bien de las almas en esta iglesia parroquial.

Asocio en el saludo a los seminaristas de la misma congregación de los Legionarios de Cristo, deseándoles que se entreguen con alegría a una sólida preparación al sacerdocio, para ser luego buenos dispensadores de los misterios de Dios y servidores de los hombres hermanos. Que la Virgen Santísima os ayude, amados hijos, a corresponder generosamente al don de la vocación y os acompañe hasta el altar y en toda vuestra vida.

Vuestra presencia y la de los otros miembros de la comunidad mexicana de Roma, me hacen pensar una vez más en todos vuestros compatriotas, a los que reitero el saludo dirigido en estos días mediante un mensaje especial por televisión, con motivo del primer aniversario de mi visita. Quiera el Señor y su Santísima Madre que este viaje y su recuerdo produzca renovados frutos de fe y de auténtica vida eclesia1 en México,

3. Volviendo, ahora, a las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo, meditemos sobre lo que nos dicen. Todo su rico contenido se podría encerrar en dos expresiones y conceptos principales: «cuerpo» y «palabra».

Debemos a San Pablo la elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como «Cuerpo de Cristo». Efectivamente, el Apóstol hace una larga digresión sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque «hemos sido bautizados en un sólo Espíritu» (1 Cor 12, 13) y «hemos bebido del mismo Espíritu» (ib.). Así, pues, por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, constituimos con Cristo y en Cristo una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. El Apóstol habla de miembros, pero se podría pensar también y hablar de los "órganos" del cuerpo e incluso de las "células" del organismo. Es sabido que el cuerpo humano tiene no sólo una estructura externa, en la que se distinguen sus miembros, sino también una estructura interna en cuanto organismo. Su constitución es enormemente rica y preciosa. Precisamente esta constitución interna, más aún que su estructura externa, da testimonio de la recíproca dependencia del sistema físico del hombre.

Y baste esto sobre el tema del  «cuerpo».

El segundo concepto central de la liturgia de hoy es la «palabra». El Evangelista Lucas recuerda este aspecto particular al comienzo de la actividad pública de Cristo, cuando El fue a la sinagoga de Nazaret, su ciudad. Allí, el sábado, leyó ante sus paisanos reunidos algunas palabras del libro del profeta Isaías, que se referían al futuro Mesías, y enrollando el volumen dijo a los presentes: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc 4, 21).

De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza, esto es, el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.

4. El Cuerpo de Cristo, esto es la Iglesia, se construye, desde el comienzo, basándose en su Palabra. La palabra es la expresión del pensamiento, es decir, el instrumento del Espíritu (y ante todo del espíritu humano) para estrechar los contactos entre los hombres, para entenderse, para unirse en la construcción de una comunión espiritual.

La palabra de la predicación de Cristo —y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia— es la expresión y el instrumento con el que el Espíritu Santo habla al espíritu humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan en Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la Palabra de Cristo mismo anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.

Vuestra parroquia participa en este proceso.

Precisamente por este motivo es parroquia, esto es, parte orgánica de esa unidad que constituye la Iglesia romana, primero la "local" y después la "universal", participando en ese proceso que comenzó en Nazaret y que perdura ininterrumpidamente. Es un proceso de aceptación de la Palabra y de construcción del Cuerpo de Cristo en la unidad de la vida cristiana.

Por esto la catequesis parroquial tiene un significado tan grande. Es al mismo tiempo familiar y ambiental, pero la parroquia tiene en la mano todos sus hilos, así como después los hilos de la catequesis en toda Roma los tiene en la mano la diócesis de Roma. Esta es la estructura externa de esta unidad, que constituye la Iglesia.

En esta estructura. cada uno de nosotros debe contribuir a la construcción de la unidad, sobre todo por el hecho de que la alcanza, asimilando la Palabra de Dios, tratando de entender cada vez mejor la enseñanza que nos ha traído Cristo, y comprometiéndose, de acuerdo con ella, a formar la propia vida cristiana. Y después, a medida que se convierte en un cristiano maduro, cada uno de los bautizados no sólo alcanza esta unidad a través de la Palabra de Dios y de la fe, con la que vive la Iglesia, sino que trata también de poner en ella algo de sí mismo y de transmitirlo a los otros: ya sea en forma de catequesis familiar, enseñando a los propios hijos las verdades de la fe, ya sea actuando en la parroquia, en relación con los otros. Sabemos que en este campo hay muchos caminos y muchos modos.

En todo caso, como he escrito en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, «la parroquia sigue siendo el lugar privilegiado de la catequesis. Ella debe encontrar su vocación en ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser Pueblo de Dios. Allí el pan de la buena doctrina y de la Eucaristía son repartirlos en abundancia en el marco de un sólo acto de culto: desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo» (núm. 67).

5. Al meditar junto con vosotros sobre estos problemas, tan importantes para la construcción de la unidad de la Iglesia en vuestra comunidad parroquial, no puedo olvidar dos circunstancias.

Ante todo, sabéis que la semana pasada, del 16 al 25 de enero, estaba dedicada, como acaece cada año, a la oración por la unidad de los cristianos. Se ha celebrado con el lema de la invocación de la plegaria del Señor: "Venga tu Reino". La cuestión de la unidad de los cristianos corresponde a las primerísimas intenciones de Cristo Señor en relación a su Iglesia y se coloca en el camino que conduce a ese Reino, el Reino de Dios mismo, por cuya venida rezamos constantemente.

En segundo lugar, permitidme volver una vez más a lo que he dicho, al comienzo, sobre el Corazón de la Madre que une. Vuelvo a este tema para encomendaros a todos, en el día de mi visita, a esta Madre, a la que habéis dedicado vuestra parroquia como a su Patrona. Este Corazón que une a todos los pueblos y continentes, os una también a vosotros constantemente en vuestras familias, en los ambientes de trabajo, de enseñanza, de descanso. Os una, a través de esta parroquia, con la Iglesia en la que vive Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, y que actúa por medio de su Espíritu.


CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

EN LA FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Lunes 11 de febrero de 1980

Venerados hermanos e hijos queridísimos:

1. Con viva emoción y con alegría profunda dirijo esta tarde mi cordial saludo, ante todo, al cardenal Vicario y a los demás purpurados presentes; a los venerados hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes del clero secular y regular, y especialmente a cuantos concelebran conmigo esta Eucaristía, que nos ve reunidos en torno al altar de Cristo para recordar las maravillas de gracia realizadas en Aquella a la que invocamos confiadamente como Abogada poderosa y Madre dulcísima.

Mi saludo se dirige, después, a las religiosas presentes también en esta circunstancia en número considerable; y además a las personas que forman parte, por diversos títulos, de las Asociaciones Marianas, así como a todos los que han sido atraídos a esta celebración por la devoción que sienten hacia la Virgen Santísima.

Una palabra especial de saludo deseo reservar a los enfermos, que son los invitados de honor de este encuentro: a precio de no leves sacrificios, han querido estar presentes esta tarde para testimoniar personalmente el amor que les une a la Madre celeste, a cuyo santuario de Lourdes muchos de ellos ya han ido ciertamente en peregrinación: bienvenidos entre nosotros, juntamente con todos los que se dedican generosamente a prestarles asistencia.

Mi saludo, pues, se extiende a todos los que se han reunido en esta patriarcal basílica de San Pedro, que recibe hoy una visita tan excepcional. A todos deseo expresar mi agradecimiento. Hijos queridísimos, me siento deudor vuestro. Efectivamente, gracias a vosotros, hoy se traslada a esta basílica esa realidad especial que se llama Lourdes. Realidad de la fe, de la esperanza y de la caridad. Realidad del sufrimiento santificado y santificante: Realidad de la presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia en la tierra: una presencia particularmente viva en esa porción elegida de la Iglesia, que está constituida por los enfermos y por los que sufren.

2. ¿Por qué precisamente los enfermos van en peregrinación a Lourdes? ¿Por qué —nos preguntamos— ese lugar se ha convertido para ellos como en un "Caná de Galilea", al que se sienten invitados de modo especial? ¿Qué les atrae a Lourdes con tanta fuerza?

La respuesta es preciso buscarla en la Palabra de Dios, que nos ofrece la liturgia en la Santa Misa que estamos celebrando. En Caná había una fiesta de bodas, fiesta de alegría porque era fiesta de amor. Podemos imaginar fácilmente el "clima" que reinaba en la sala del banquete. Sin embargo, también esa alegría, como cualquier otra realidad humana, era una alegría insidiada. Los esposos no lo sabían, pero su fiesta estaba a punto de convertirse en un pequeño drama, con motivo de que iba faltando el vino. Y eso, pensándolo bien, no era más que el signo de tantos otros riesgos a los que estaría expuesto sucesivamente su amor, que comenzaba.

Aquellos esposos tuvieron la suerte de que "estaba allí la Madre de Jesús" y consiguientemente "fue invitado también Jesús a la boda" (cf. Jn 2, 1-2); y, a petición de su Madre, Jesús cambió milagrosamente el agua en vino: el banquete pudo continuar alegremente, el esposo recibió la felicitación del maestresala (cf. vs. 9-10), maravillado por la calidad del último vino servido.

He aquí, queridísimos hermanos y hermanas, que el banquete de Caná nos habla de otro banquete: el de la vida, al que todos deseamos sentarnos para gustar un poco de alegría. El corazón humano ha sido hecho para la alegría y no debemos maravillarnos si todos tienden a esa meta. Por desgracia, la realidad, en cambio, somete a muchas personas a la experiencia, frecuentemente martirizadora, del dolor: enfermedades, lutos, desgracias, taras hereditarias, soledad, torturas físicas, angustias morales, un abanico de "casos humanos" concretos, cada uno de los cuales tiene un nombre, un rostro, una historia.

Estas personas, si están animadas por la fe, se dirigen a Lourdes. ¿Por qué? Porque saben que allí, como en Caná, "está la Madre de Jesús": y donde está Ella, no puede faltar su Hijo. Esta es la certeza que mueve "a las multitudes que cada año se vuelcan hacia Lourdes en busca de un alivio, de un consuelo, de una esperanza. Enfermos de todo género van en peregrinación a Lourdes, animados por la esperanza de que, por medio de María, se manifieste en ellos la potencia salvífica de Cristo. Y, en efecto, esta potencia se revela siempre con el don de una inmensa serenidad y resignación, a veces con una mejoría de las condiciones generales de salud, o incluso con la gracia de la curación completa, como atestiguan los numerosos "casos" que se han verificado en el curso de más de 100 años.

3. La curación milagrosa, sin embargó es, a pesar de todo, un acontecimiento excepcional. La potencia salvífica de Cristo, obtenida por la intercesión de su Madre, se revela en Lourdes sobre todo en el ámbito espiritual. En el corazón de los enfermos María hace oír la voz taumatúrgica del Hijo: voz que desata prodigiosamente los entumecimientos de la acritud y de la rebelión, y restituye los ojos al alma para ver con una luz nueva el mundo, los demás, el propio destino.

Los enfermos descubren en Lourdes el valor inestimable del propio sufrimiento. A la luz de la fe llegan a ver el significado fundamental que el dolor puede tener no sólo en su vida, interiormente renovada por esa llama que consume y transforma, sino también en la vida de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo. La Virgen Santísima, que en el Calvario, estando de pie valerosamente junto a la cruz del Hijo (cf. Jn 19, 25), participó en primera persona de su pasión, sabe convencer siempre a nuevas almas para unir sus propios sufrimientos al sacrificio de Cristo, en un ''ofertorio" coral que, sobrepasando el tiempo y el espacio, abraza a toda la humanidad y la salva.

Conscientes de esto, en el día en que la liturgia recuerda las apariciones de Lourdes, queremos dar las gracias a toda las almas generosas que, sufriendo y orando, colaboran de modo tan eficaz a la salvación del mundo.

Que la Virgen esté junto a ellos, como estuvo junto a los dos esposos de Caná, y vele para que no falte nunca en su corazón el vino generoso del amor. Efectivamente, el amor puede realizar el prodigio de hacer brotar sobre el tallo espinoso del sufrimiento la rosa fragante de la alegría.

4. Pero no quiero olvidar a los servidores de Caná, que tanta parte tuvieron en la realización del milagro de Jesús, prestándose dócilmente a ejecutar sus mandatos. Efectivamente, Lourdes es también un prodigio de generosidad, de altruismo, de servicio: comenzando por Bernadette, que fue el instrumento privilegiado para transmitir al mundo el mensaje evangélico de la Virgen, para descubrir el manantial del agua milagrosa. para pedir la construcción de la "capilla"; sobre todo ella supo orar e inmolarse, retirándose al silencio de una vida totalmente entregada a Dios. ¿Y cómo olvidar, pues, a la inmensa falange de personas que, inspirándose en la humilde pastorcita, se han dedicado y se dedican con extraordinario amor al servicio del santuario, al funcionamiento de las cosas, y especialmente al cuidado de los enfermos? Por esto, mi pensamiento, nuestro pensamiento de aprecio y gratitud va ahora a cuantos se entregan generosamente a atenderos, queridísimos enfermos, rodeándoos de sus solícitos cuidados: los médicos, el personal paramédico, todos los que se prestan para los servicios necesarios, tanto durante las peregrinaciones como en los lugares de habitual hospitalización, además, sobre todo, a vuestros familiares, sobre quienes grava el compromiso mayor de la asistencia.

Como los servidores de Caná, quienes —a diferencia del maestresala— "conocían" el prodigio realizado por Jesús (cf. Jn 2, 9), puedan los que os asisten ser siempre conscientes del prodigio de gracia que se realiza en vuestra vida y ayudaros a estar a la altura de la tarea que os ha confiado Dios.

5. Hermanas y hermanos queridísimos, reunidos en torno al altar continuamos ahora la celebración de la Eucaristía. Cristo está con nosotros: esta certeza difunde en nuestros corazones una paz inmensa y una alegría profunda. Sabemos que podemos contar con El aquí y en todas partes, ahora y siempre. El  es el amigo que nos comprende y nos sostiene en los momentos oscuros, porque es el "varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos" (Is 53, 3). El es el compañero de viaje que devuelve calor a nuestros corazones, iluminándolos con sus tesoros de sabiduría contenidos en las Escrituras (cf. Lc 24, 32). El es el pan vivo bajado del cielo, que puede encender en esta nuestra carne mortal el rayo de la vida que no muere (cf. Jn 6, 51).

Y reanudemos, con aliento renovado, el camino. La Virgen Santa nos indica la senda. Como estrella luminosa de la mañana, Ella brilla ante los ojos de nuestra fe "cual signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (Lumen gentium, 68). Peregrinos en este "valle de lágrimas", suspiramos hacia Ella: "después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María".

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

SANTA MISA ANTE LA BASÍLICA NACIONAL DE APARECIDA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 4 de julio de 1980

«¡Viva la Madre de Dios y nuestra / sin pecado concebida! / ¡Viva la Virgen Inmaculada, / la Señora Aparecida!»

1. Desde que puse los pies en tierra brasileña, en los diversos puntos por donde pasé, oí ese cántico. Es, en la ingenuidad y sinceridad de sus palabras un grito del alma, un saludo, una invocación llena de filial devoción y confianza para con Aquella que, siendo verdadera Madre de Dios, nos fue dada por su Hijo Jesús en el momento extremo de su vida (cf Jn 19, 26), para ser nuestra Madre.

En ningún otro lugar adquiere este cántico tanta significación y tiene tanta intensidad como en este lugar donde la Virgen, hace más de dos siglos, selló un encuentro singular con la gente brasileña. Con razón se vuelven hacia aquí, desde entonces, los anhelos de esta gente; aquí palpita, desde entonces, el corazón católico de Brasil. Meta de incesantes peregrinaciones llegadas de todo el país, ésta es, como ya dijo alguien, la "capital espiritual de Brasil".

Es un momento especialmente emocionante y feliz en mi itinerario brasileño, éste en que, con vosotros que representáis a todo el pueblo brasileño, tengo mi primer encuentro con la Señora Aparecida.

2. Leí con religiosa atención, cuando me preparaba espiritualmente para esta romería a Aparecida, la sencilla y encantadora historia de la imagen que aquí veneramos. La inútil tarea de los tres pescadores que no encontraban peces en las aguas de Paraíba, en aquel lejano 1717. El inesperado encuentro del cuerpo y, después, de la cabeza de la pequeña imagen de cerámica ennegrecida por el lodo. La pesca abundante que siguió al hallazgo. El culto, iniciado enseguida, a Nuestra Señora de la Concepción la imagen de aquella estatua trigueña, cariñosamente llamada "la Aparecida". Las abundantes gracias divinas en favor de los que aquí invocan a la Madre de Dios.

Del primitivo y tosco oratorio —el "altar de palos" de los viejos documentos— a la capilla que lo sustituyó y a los diversos sucesivos aditamentos, hasta la basílica antigua construida en 1908, los templos materiales aquí levantados son siempre obra y símbolo de la fe del pueblo brasileño y de su amor para con la Santísima Virgen.

Después, son conocidas las romerías, en las cuales toman parte, al correr de los siglos, personas de todas las clases sociales y de las más diversas y distantes regiones del país. El año pasado fueron más de cinco millones y medio los peregrinos que por aquí pasaron.

¿Qué buscaban los antiguos romeros? ¿Qué buscan los peregrinos de hoy? Lo mismo que buscaban en el día, más o menos remoto, del bautismo: la fe y los medios para alimentarla. Buscan los sacramentos de la Iglesia., sobre todo la reconciliación con Dios y el alimento eucarístico. Y vuelven fortalecidos y agradecidos a la Señora, Madre de Dios y Madre nuestra.

3. Multiplicándose en este lugar las gracias y beneficios espirituales, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida es solemnemente coronada en 1904 y, hace exactamente cincuenta años, en 1930, es declarada Patrona principal de Brasil. Más tarde, en 1967, mi venerable predecesor Pablo VI concedió a este santuario la Rosa de Oro, queriendo con tal gesto honrar a la Virgen en este lugar sagrado y estimular el culto mariano.

Y llegamos a nuestros días: ante la necesidad de un templo mayor y más adecuado para atender a los romeros cada vez más numerosos, el audaz proyecto de una nueva basílica. Durante años de incesante trabajo, la inmensa y valiente obra que fue la construcción del imponente edificio. Y hoy, superadas no pocas dificultades, la espléndida realidad que podemos contemplar. A ella quedarán ligados muchos nombres de arquitectos e ingenieros, de humildes operarios de generosos bienhechores, de sacerdotes consagrados al santuario. Un nombre sobresale ante todos y simboliza a todos: el de mi hermano el cardenal Carlos Carmelo de Vasconcelos Motta, gran animador de era nuevo templo, casa materna y solar de la Reina, Nuestra Señora Aparecida.

4. Vengo, pues, a consagrar esa basílica, testimonio de la fe y devoción mariana del pueblo brasileño: y lo haré con alegría emocionada, después de la celebración de la Eucaristía.

Este templo es morada del "Señor de los señores y del Rey de los reyes" (cf. Apoc 17. 14). En él, al igual que la reina Ester, la Virgen Inmaculada. que "conquistó el corazón" de Dios y en la que hizo "grandes cosas el Omnipotente (cf. Est 5. 5: Lc 1, 49) no dejará de acoger a numerosos hijos e interceder por ellos: "Salva a mí pueblo, es mi deseo" (cf. Est 7, 3).

El edificio material que abriga la presencia real eucarística del Señor y donde se reúne la familia de los hijos de Dios a ofrecer con Cristo los "sacrificios espirituales" hechos de alegrías y sufrimientos, de esperanzas y luchas, es símbolo también de otro edificio espiritual, en cuya construcción somos invitados a entrar como piedras vivas (cf. 1Pe 2, 5). Como decía San, Agustín, "ésta es, de hecho, la casa de nuestras oraciones, pero nosotros mismos somos casa de Dios. Estamos construidos como casa de Dios en este mundo y seremos dedicados solemnemente en el fin de los tiempos. El edificio, o mejor, la construcción se hace con fatiga: la dedicación se realiza con alegría" (cf. San Agustín, Sermo 336, 1, 6: PL 38. ed. 1861. 1471-72).

5. Este templo es imagen de la Iglesia. La Iglesia, que, a "imitación de la Madre de su Señor, conserva, por 1a gracia del Espíritu Santo, virginalmente íntegra la fesólida la esperanza y sincera la caridad" (Lumen gentium, 64).

Figura de esa Iglesia es la mujer que el vidente de Palmos contempló y describió en el texto del Apocalipsis escuchado hace poco en la segunda lectura. En esta mujer, coronada por doce estrellas, la piedad popular a través de los tiempos vio también a María, la Madre de Jesús. Por lo demás, como recordaba San Ambrosio y como declara la Lumen gentiumMaría es ella misma figura de la Iglesia.

Sí, amados hermanos e hijos, María —la Madre de Dios— es modelo para la Iglesia, y Madre para los redimidos. Por su adhesión rápida e incondicional a la voluntad divina que le fue revelada se hace Madre del Redentor (cf. Lc 1, 32), con una participación íntima y totalmente especial en la historia de la salvación. Por los méritos de su Hijo, es Inmaculada en su Concepción, concebida sin mancha original, preservada del pecado y llena de gracia.

Ante el hambre de Dios que hoy se adivina en muchos hombres, pero también ante el secularismo que, a veces imperceptible como el rocío, otras veces violento como el ciclón. arrastra a muchos, estamos llamados a construir la Iglesia.

6. El pecado retira a Dios del lugar central que le es debido en la historia de los hombres y en la historia personal de cada hombre. Fue la primera tentación: "Y os volveréis como Dios" (cf. Gén 3, 5). Y después del pecado original, prescindiendo de Dios, el hombre se encuentra sometido a tensión, dividido en sus opciones entre el Amor que viene del Padre y "el amor quo no viene del Padre, sino del mundo" (cf. 1Jn 2, 15, 16); y, peor todavía, el hombre se hace un extraño para sí mismo, optando por la "muerte de Dios", que trae en sí fatalmente también la "muerte del hombre" (cf. Juan Pablo II, Mensaje Pascual de 1980).

Al confesarse "sierva del Señor" (cf. Lc 1. 38) y al pronunciar su "Sí", acogiendo "en su corazón y en su seno" (cf. San Agustín, De virginitate, 6: PL 40, 399) el misterio de Cristo Redentor, María no fue instrumento meramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó en la salvación de los hombres con fe libre y entera obediencia. Sin quitar o disminuir nada, ni aumentar nada a la acción de quien es el único Mediador entra Dios y los hombres, JesucristoMaría nos señala los caninos de la salvación, caminos que convergen todos en Cristo. su Hijo, y en su obra redentora.

María nos lleva a Cristo, como afirma con precisión el Concilio Vaticano II: «la misión de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. (...) Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta» (Lumen gentium60).

7. Madre de la Iglesia, la Virgen Santísima tiene una presencia singular en la vida y en la acción de la misma Iglesia. Por eso mismo, la Iglesia tiene siempre vueltos los ojos hacia Aquella que, permaneciendo Virgen engendró, por obra del Espíritu Santo, al Verbo hecho carne. ¿Cuál es la misión de la Iglesia sino la de hacer que Cristo nazca en el corazón de los fieles (cf. ib., 65), por la acción del mismo Espíritu Santo, a través de la evangelización? Así, la "Estrella de la evangelización", como la llamó mi predecesor Pablo VI, señala e ilumina los caminos del anuncio del Evangelio. Ese anuncio de Cristo Redentor, de su mensaje de salvación, no puede ser reducido a un mero proyecto humano de bienestar y felicidad temporal. Tiene ciertamente incidencia en la historia humana colectiva e individual, pero es fundamentalmente un anuncio de liberación del pecado para la comunión con Dios, en Jesucristo Por lo demás, esa comunión con Dios no prescinde de una comunión de los hombres entre sí, pues quienes se convierten a Cristo, autor de la salvación y principio de unidad, son llamados a congregarse en Iglesia, sacramento visible de esa unidad salvífica (cf. ib., 9).

De ahí, que todos nosotros, los que formamos la generación actual de los discípulos de Cristo, con total adhesión a la tradición antigua y con todo respeto y amor por los miembros de todas las comunidades cristianas, deseamos unirnos a María, impulsados por una profunda necesidad de fe. de esperanza y de caridad (cf. Juan Pablo II, Redemptor hominis22). Discípulos de Jesucristo en este momento crucial de la historia humana, con plena adhesión a la ininterrumpida tradición y al sentimiento constante de la Iglesia, movidos por un íntimo imperativo de fe, esperanza y caridad, nosotros deseamos unirnos a María. Y queremos hacerlo, a través de las expresiones de piedad mariana de la Iglesia de todos los tiempos.

8. El amor y la devoción a María, elementos fundamentales en la cultura latinoamericana (idemHomilía en Zapopán, México: AAS 71 (1979) 228; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 febrero 1979. pág. 12; Documento de Puebla, 283), son uno de los rasgos característicos de la religiosidad del pueblo brasileño. Estoy seguro de que los Pastores de la. Iglesia sabrán respetar ese rasgo peculiar; fomentarlo y ayudarle a encontrar la mejor expresión, a fin de realizar el lema: llegar "a Jesús por María". Para ello, será útil tener presente que la devoción a la Madre de Dios tiene un fundamento, diríamos esencial, incorporado en múltiples formas externas. Lo que tiene de esencial es permanente e inalterable, sigue siendo elemento intrínseco del culto cristiano y, si esta rectamente entendido y realizado, constituye en la Iglesia, como explicaba mi predecesor Pablo VI, un excedente testimonio de su norma de acción (lex orandi) y una invitación a reavivar en las conciencias su norma de fe (lex credendi). Las formas externas están, por naturaleza, sujetas al desgaste del tiempo y como declaraba el mismo añorado Pablo VI, necesitan una constante renovación y actualización, realizadas, por otra parte, con total respeto a la Tradición (cf. Marialis cultus, 24 y 56; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 marzo 1974).

9. Y vosotros devotos de Nuestra Señora y romeros de Aparecida, aquí presentes, y cuantos nos acompañáis por la radio y la televisión: conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la Virgen, que os caracteriza. No lo dejéis nunca enfriar; que no sea un amor abstracto, sino encarnado. Sed fieles a los ejercicios de piedad mariana tradicionales en la Iglesia: la oración de Ángelus, el mes de María y, de modo muy especial, el rosario. Ojalá resurgiese la hermosa costumbre —en otros tiempos tan difundida y hoy todavía presente en algunas familias brasileñas— de rezar el rosario en familia.

Sé que, hace poco tiempo, en un lamentable incidente, quedó hecha pedazos la pequeña imagen de Nuestra Señora Aparecida. Me han contado que entre los mil fragmentos fueron halladas intactas las dos manos de la Virgen unidas en oración. Este hecho tiene valor de símbolo: las manos juntas de María en medio de las ruinas son una invitación a sus hijos para que hagan sitio en sus vidas a la oración, a lo absoluto de Dios, sin el cual todo lo demás pierde sentido, valor y eficacia. El verdadero hijo de María es un cristiano que reza.

La devoción a María es fuente de  vida cristiana profunda, es fuente de compromiso con Dios y con los hermanos. Permaneced en la escuela de María, escuchad su voz, seguid sus ejemplos. Como hemos oído en el Evangelio, Ella nos orienta hacia Jesús: "Haced lo que El os diga" (Jn 2, 5). Y come antaño en Caná de Galilea, encomienda al Hijo las dificultades de los hombres, obteniendo de El las gracias deseadas Recemos con María y por María: Ella es siempre la "Madre de Dios y Madre nuestra".

PLEGARIA

Señora Aparecida, un hijo vuestro
que os pertenece sin reserva —totus tuus!—
llamado por misterioso designio de la Providencia
a ser Vicario de Vuestro Hijo en la tierra,
quiere dirigirse a Vos, en este momento.

El recuerda, con emoción, por el color moreno
de esa vuestra imagen, otra representación vuestra,
¡la Virgen Negra de Jasna Góra!

Madre de Dios y nuestra,
proteged a la Iglesia, al Papa, a los obispos, a los sacerdotes
y a todo el pueblo fiel; ¡acoged bajo vuestro manto protector
a los religiosos, religiosas, a las familias,
a los niños, a los jóvenes y a sus educadores!

Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos,
sed consuelo de los que sufren en el cuerpo o en el alma;
sed luz de los que buscan a Cristo,
Redentor del hombre; todos los hombres
mostradles que sois la Madre de nuestra confianza.

Reina de la paz y Espejo de justicia,
¡alcanzad para el mundo la paz,
haced que Brasil tenga paz duradera,
que los hombres convivan siempre como hermanos,
como hijos de Dios!

Nuestra Señora Aparecida
bendecid este vuestro santuario y a quienes en él trabajen,
bendecid a este pueblo que aquí reza y canta,
bendecid a todo vuestros hijos,
bendecid a Brasil.Amén.

VIAJE APOSTÓLICO DE JUAN PABLO II A BRASIL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CELEBRADA EN BELÉM 


Basílica de Nuestra Señora de Nazaret
Martes 8 de julio de 1980

Señor arzobispo don Alberto Gaudencio Ramos,
señor obispo auxiliar don Tadeu Prost,
hermanos míos en el Episcopado y en el sacerdocio ministerial,
mis amados hermanos y hermanas, religiosos, religiosas y laicos:

1. Este momento de alegría y comunión nos encuentra reunidos en Belén, "casa del pan", para recibir el pan de la Palabra de Dios y, dentro de unos momentos, el Pan eucarístico, Cuerpo del Señor. Nuestro encuentro se realiza en la basílica de Nuestra Señora de Nazaret. Belén y Nazaret nos hablan, antes que nada, de Jesús, el Salvador, en su vida oculta, niño y después joven, en el cumplimiento de su misión: "Heme aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad" (Heb 10, 7). Belén y Nazaret nos hablan también de la Madre de Jesús, siempre próxima al Hijo eterno de Dios, su Hijo según la carne, fiel Ella también al cumplimiento de un papel de primera importancia en el plan de la salvación divina: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

Nuestra Señora avanzó en el camino de la fe, siempre en unión con su Hijo. Le acompañó paso a paso, asociándose a él, alegrándose y sufriendo con El, amando siempre a los que El amaba. Después, Cristo subió de nuevo junto a su Padre. Y en los días que precedieron a Pentecostés, el grupo de los discípulos, Iglesia naciente, llenos de alegría y de fe por el triunfo de Cristo resucitado y ansiosos por el Espíritu Santo prometido, quieren sentirse muy unidos. Los encontramos en oración, "con María, Madre de Jesús" (Act 1, 14). Era la oración de una familia: de aquellos que el Señor había llamado para su intimidad, con la Madre, la cual "con su caridad cooperó para que nacieran en la Iglesia los fieles, miembros de aquella Cabeza, de la que Ella es efectivamente Madre según el cuerpo", como diría San Agustín (De Virginitate, 6: PL 40, 399).

2. Bajo el patrocinio de Nuestra Señora de la Gracia, por obra de intrépidos religiosos, aquí se fundó una comunidad cristiana, después diócesis, de donde se irradió, no sin dificultades, el Evangelio de Cristo en esta parte norte de Brasil. Y ella, la Madre de la Gracia divina, acompañaba a los misioneros en esta su tarea y esfuerzo y estaba con la Madre Iglesia —de la que es el prototipo, el modelo y la suprema expresión— en los comienzos de su implantación en estas tierras benditas. Benditas por Dios creador, con las riquezas y bellezas naturales que nos entusiasman; y benditas por Cristo redentor, después, con los bienes de la salvación realizada por El, y que ahora celebramos aquí.

En esta Eucaristía, en esta acción de gracias por excelencia como es siempre la Misa, con María Santísima vamos a demostrar nuestro agradecimiento al Padre por Cristo en el Espíritu Santo: agradecer la evangelización y los beneficios divinos traídos por ella; agradecer la caridad de los misioneros y la esperanza que los animaba y hacía fuertes en la difusión de la fe, mediante la predicación y el bautismo que aquellos que, con la vida nueva en Cristo, aumentaron aquí la familia de los hijos de Dios.

3. Belém y su santuario de Nuestra Señora de Nazaret son monumentos del pasado, como marco de la evangelización y documento palpable de acendrada piedad para con la "Estrella de la evangelización". Pero son también presente: el presente de una Iglesia viva y el presente de la devoción mariana, en esta querida tierra brasileña.

"Todas las generaciones me llamarán dichosa" (Lc 1. 48), dijo María en su cántico profético; "Bendita eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús". Le responden a eco a lo largo de los tiempos pueblos de todas las latitudes, razas y lenguas. Unos más esclarecidos, otros menos, los fieles cristianos no cesan de recurrir a Nuestra Señora, la Santa Madre de Dios: en momentos de alegría, invocándola "Causa de nuestra alegría"; en momentos de aflicción, llamándola "Consoladora de los afligidos"; y en momentos de desvarío, implorándola "Refugio de los pecadores".

Estas expresiones de una búsqueda de Dios, ligadas a la forma de ser y a la cultura de cada pueblo y, a menudo, a estados de ánimo emocionales, no siempre se presentaron bien apoyadas en una adhesión de fe. Puede suceder incluso que no estuvieran debidamente separadas de elementos extraños a la religión. De todas formas, son algo digno de consideración y, a veces, también rico en valores aprovechables.

Aun necesitando ser clarificada, guiada y purificada, la religiosidad popular, ligada como norma a la devoción de Nuestra Señora, siendo, como la quiso llamar mi predecesor Pablo VI "Piedad de los pobres y de los sencillos", generalmente lleva consigo "una cierta sed de Dios" (cf. Evangelii nuntiandi, 48).

Así, no es necesariamente un sentimiento vago, o una forma inferior de manifestación religiosa. Antes bien, contiene, con frecuencia, un profundo sentido de Dios y de sus atributos, como la paternidad, la providencia, la presencia amorosa, la misericordia, etc.

4. Al mismo tiempo que la religión del pueblo, es corriente también, en los centros de culto mariano y en los santuarios muy concurridos, que se registre la presencia, por un motivo u otro, de personas que, o no pertenecen al gremio de la Iglesia, o bien no han permanecido siempre fieles a los compromisos y la práctica de la vida cristiana, o incluso van guiadas por una visión incompleta de la fe que profesan.

Ahora bien, todo esto necesita una pastoral atenta y apropiada y, sobre todo, muy pura y desinteresada, que va desde una liturgia viva y fiel hasta la predicación asidua y segura, la catequesis sistemática y ocasional, particularmente en la administración de los sacramentos; entre estos, en tales lugares de gran afluencia de los fieles, ocupará siempre un lugar primordial el sacramento de la penitencia, momento privilegiado de encuentro con Dios, principalmente cuando es ayudado por la caridad disponible de los ministros del confesonario.

Por consiguiente, no se pierda ninguna ocasión para esclarecer, purificar y fortalecer la fe del pueblo fiel, aun cuando sea de cuño netamente popular. El hecho de que en ella ocupe un lugar preeminente Nuestra Señora, como por otra parte sucede en la totalidad de la fe cristiana, no excluye, y ni siquiera ofusca, la mediación universal e insustituible de Cristo, quien sigue siendo el camino por excelencia para el encuentro con Dios, como enseña el Concilio Vaticano II (Lumen gentium, 60).

5. Aquí reunidos como hermanos, en reunión de familia que la vida mantiene físicamente apartados unos de otros, en este día de fiesta junto a la Madre, vamos a dirigirnos todos ahora hacia Ella, hacia Nuestra Señora. ¿No es verdad que, en reuniones familiares ocasionales junto a la madre, todos los hermanos se sienten más dispuestos a la bondad, a la reconciliación, a la unidad y al encuentro en el afecto fraterno? Además, en tales encuentros, es imperativo de la piedad y del amor filial dejar a la madre la última palabra. Y es el momento de las efusiones de afecto y de los buenos propósitos tranquilizadores del corazón materno.

Llegamos a ese momento. Como Madre bondadosa, la Virgen Santísima no cesa de invitar a todos sus hijos, los miembros del Cuerpo místico, a que cultiven entre sí la bondad, la reconciliación y la unidad. Permítaseme, en esta hora, como el hermano mayor, recoger e interpretar lo que está ciertamente en el corazón de todos y depositarlo en el Corazón Inmaculado de la Madre de Jesús y Madre nuestra. Invito a todos a acompañar, en oración silenciosa, la prez que hago en nombre de todos:

— Señora, Vos dijisteis bajo el soplo del Espíritu que las generaciones os llamarían bienaventurada. Nosotros volvemos a tomar el cántico de las generaciones pasadas para que no se interrumpa y exaltamos en Vos lo que de más luminoso ofreció la humanidad a Dios, la criatura humana en su perfección, de nuevo creada en justicia y santidad, en la belleza sin par que llamamos "la Inmaculada" o la "llena de gracia".

— Madre, Vos sois la "nueva Eva". La Iglesia de vuestro Hijo, consciente de que sólo con "hombres nuevos" se puede evangelizar, es decir, llevar la Buena Nueva al mundo para hacer una "nueva humanidad", os suplica que por mediación vuestra no falte en ella jamás la novedad del Evangelio, germen de santidad y fecundidad.

— Señora, adoramos al Padre por las prerrogativas que brillan en Vos pero lo adoramos también porque sois siempre para nosotros la "ancilla Domini", pequeña criatura. Porque fuisteis capaz de decir: "fíat", os convertisteis en Esposa del Espíritu Santo y Madre del Hijo de Dios.

— Madre, que aparecéis en las páginas del Evangelio mostrando a Cristo a los pastores y a los magos, haced que cada evangelizador —obispo, sacerdote, religioso, religiosa, padre o madre de familia, joven o niño— sea poseído por Cristo para ser capaz de revelarlo a los demás.

— Señora, escondida entre la multitud cuando vuestro Hijo realiza los signos milagrosos del nacimiento del Reino de Dios, y que sólo habláis para mandar que se haga todo lo que El dice (cf. Jn 2, 5), ayudad a los evangelizadores a que prediquen siempre no a sí mismos sino a Jesucristo.

— Madre, envuelta por el misterio de Vuestro Hijo, muchas veces incapaz de entender, pero capaz de recoger todo y meditar en el corazón (cf. Lc 2, 19 y 51), haced que nosotros, los evangelizadores, comprendamos siempre que más allá de las técnicas y estrategias, de la preparación y los planes, evangelizar es sumergirse en el misterio de Cristo e intentar comunicar algo de él a los hermanos.

— Señora de la humildad en la verdad, que nos enseñasteis en un cántico profético que "Dios siempre exalta a los humildes" (cf. Lc 1, 52), ayudad a los "sencillos y a los pobres" que os buscan con su religiosidad popular; ayudad a los Pastores a conducirlos a la luz de la verdad y a ser fuertes y comprensivos al mismo tiempo, cuando tengan que expulsar elementos degenerados y purificar manifestaciones de piedad del pueblo.

— Madre, pedimos por vuestra intercesión, como los discípulos en el Cenáculo, una continua asistencia y dócil acogida del Espíritu Santo en la Iglesia: para los que buscan la verdad de Dios y para los que deben servirla y vivirla. Que sea siempre Cristo "la luz del mundo" (cf. Jn 8, 12); y que el mundo nos reconozca sus discípulos porque permanecemos en su Palabra y conocemos la verdad que nos hace libres, con la libertad de los hijos de Dios (cf. Jn 8, 32). ¡Así sea!

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Parroquia de Castelgandolfo
Viernes 15 de agosto de 1980

1. ¡La Asunción de María! (Cántico antes del Evangelio).

"¡Alegrémonos todos en el Señor!" (Antífona de entrada).

Con estas palabras de la liturgia eucarística de hoy, saludo a la parroquia de Castelgandolfo, dentro de cuyos confines transcurro los días del verano, lejos en cierto modo de mi cotidiana mesa de trabajo de Roma y, al mismo tiempo, en continuo contacto con ella. En esta ocasión, deseo dar las gracias, una vez más, a todos los habitantes de Castelgandolfo: los Pastores de almas, los parroquianos y, también, los visitantes que vienen aquí a vernos durante las vacaciones; deseo dar las gracias por la mucha cordialidad y comprensión que se me demuestra en este período. Yo también me siento cordialmente ligado a vuestra comunidad y hoy quiero dar testimonio de ello, aprovechando la circunstancia de esta vuestra fiesta que es, al mismo tiempo, una gran solemnidad de toda la Iglesia. Vengo, por tanto, para tributar —en la celebración del Santísimo Sacrificio entre vosotros— una especial veneración al misterio de la Asunción de la Madre de Dios; misterio tan querido del corazón de todo cristiano, tan "a larga distancia" y, al mismo tiempo, tan lleno de promesas, tan capaz de estimular nuestros corazones a la esperanza.

2. Verdaderamente, resultaría difícil encontrar un momento en que María hubiera podido pronunciar con mayor arrebato las palabras pronunciadas una vez después de la Anunciación, cuando, hecha Madre virginal del Hijo de Dios, visitó la casa de Zacarías para atender a Isabel:

"Mi alma engrandece al Señor... / porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso, / cuyo nombre es santo" (Lc 46, 49).

Si estas palabras tuvieron su motivo, pleno y superabundante, sobre la boca de María cuando Ella, Inmaculada, se convirtió en Madre del Verbo Eterno, hoy alcanzan la cumbre definitiva. María que, gracias a su fe (realzada por Isabel) entró en aquel momento, todavía bajo el velo del misterio, en el tabernáculo de la Santísima Trinidad, hoy entra en la Morada eterna, en plena intimidad con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, en la visión beatífica, "cara a cara". Y esa visión, como inagotable fuente del amor perfecto, colma todo su ser con la plenitud de la gloria y de la felicidad. Así, pues, la Asunción es, al mismo tiempo, el "coronamiento" de toda la vida de María, de su vocación única, entre todos los miembros de la humanidad, para ser la Madre de Dios. Es el "coronamiento" de la fe que Ella, "llena de gracia", demostró durante la Anunciación y que Isabel, su pariente, subrayó y exaltó durante la Visitación.

Verdaderamente podemos repetir hoy, siguiendo el Apocalipsis: «Se abrió el templo de Dios que está en el cielo, y dejose ver el arca del Testamento en su templo... Oí una gran voz en el cielo que decía: "Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo"» (Ap 11, 19; 12, 10).

El Reino de Dios en Aquella que siempre deseó ser solamente "la esclava del Señor". La potencia de su Ungido, es decir, de Cristo, la potencia del amor que El trajo sobre la tierra como un fuego (cf. Le 12, 49); la potencia revelada en la glorificación de la que, mediante su "fíat", le hizo posible venir a esta tierra, hacerse hombre; la potencia revelada en la glorificación de la Inmaculada, en la glorificación de su propia Madre.

3. "Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicias de los que duermen. Porque como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección de los muertos. Pues así como en Adán mueren lodos, así también en Cristo serán todos vivificados. Pero cada uno en su propio rango; las primicias, Cristo; luego, los de Cristo, cuando El venga" (1 Cor 15, 20-23).

La Asunción de María es un especial don del Resucitado a su Madre. Si, en efecto, "los que son de Cristo", recibirán la vida "cuando El venga", he aquí que es justo y comprensible que esa participación en la victoria sobre la muerte sea experimentada en primer lugar por Ella, la Madre; Ella, que es "de Cristo", de modo más pleno, ya que, efectivamente, El pertenece a Ella, como el hijo a la madre. Y Ella pertenece a El; es, en modo especial, "de Cristo", porque fue amada y redimida de forma totalmente singular. La que, en su propia concepción humana, fue Inmaculada —es decir, libre de pecado, cuya consecuencia es la muerte—, por el mismo hecho, ¿no debía ser libre de la muerte, que es consecuencia del pecado? Esa "venida" de Cristo, de que habla el Apóstol en la segunda lectura de hoy, ¿no "debía" acaso cumplirse, en este único caso de modo excepcional, por decirlo así, "inmediatamente", es decir, en el momento de la conclusión de la vida terrestre? ¿Para Ella, repito, en la cual se había cumplido su primera "venida" en Nazaret y en la noche de Belén? De ahí que ese final de la vida que para todos los hombres es la muerte, en el caso de María la Tradición lo llama más bien dormición.

"Assumpta est María in caelum, gaudent Angelí! Et gaudet Ecclesia!"

4. Para nosotros la solemnidad de hoy es como una continuación de la Pascua; de la Resurrección y de la Ascensión del Señor. Y es, al mismo tiempo, el signo y la fuente de la esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección. Acerca de ese signo leemos en el Apocalipsis de San Juan:

"Y fue vista en el cielo una señal grande: una mujer envuelta en el sol, y la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas" (Ap 12. 1).

Y aunque nuestra vida sobre la tierra se desarrolle, constantemente, en la tensión de esa lucha entre el Dragón y la Mujer, de que habla el mismo libro de la Santa Escritura; aunque estemos diariamente sometidos a la lucha entre el bien y el mal, en la que el hombre participa desde el pecado original —es decir, desde el día en que comió "del árbol del conocimiento del bien y del mal", como leemos en el libro del Génesis (2, 17; 3, 12)—; aunque esa lucha adquiera a veces formas peligrosas y espantosas, sin embargo, ese signo de la esperanza permanece y se renueva constantemente en la fe de la Iglesia.

Y la festividad de hoy nos permite mirar ese signo, el gran signo de la economía divina de la salvación, confiadamente y con alegría mucho mayor.

Nos permite esperar ese signo de victoria, de no sucumbir, en definitiva, al mal y al pecado, en espera del día en que todo será cumplido por Aquel que trajo la victoria sobre la muerte: el Hijo de María. Entonces El "entregará a Dios Padre el Reino, cuando haya destruido todo principado, toda potestad y todo poder" (1 Cor 15, 24) y pondrá todos los enemigos bajo sus pies y aniquilará, como último enemigo, a la muerte (cf. 1 Cor 15, 25).

Queridos hermanos y hermanas: ¡participemos con alegría en la Eucaristía de hoy! Recibamos con confianza el Cuerpo de Cristo, acordándonos de sus palabras: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día" (Jn 6, 54).

Y veneremos hoy a la que dio a Cristo nuestro cuerpo humano: la Inmaculada y Asunta al cielo, ¡que es la Esposa del Espíritu Santo y nuestra Madre!

VISITA PASTORAL A VELLETRI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO IIDURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA EXPLANADADE LA CATEDRAL DE VELLETRI

Domingo 7 de septiembre de 1980

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Ante todo, deseo manifestaros mi gran alegría al poderme encontrar entre vosotros, en vuestra bellísima Velletri. Os saludo a todos con particular cordialidad y os doy las gracias vivamente por vuestra entusiasta acogida. Mi saludo se dirige, de modo particular, al señor cardenal Sebastiano Baggio, Prefecto de la Sagrada Congregación para los Obispos, titular de esta gloriosa iglesia suburbicaria: al benemérito obispo Dante Bernini, a los miembros del presbiterio diocesano, a todos los representantes de las Ordenes religiosas masculinas y femeninas, a los futuros sacerdotes, a los que se preparan para el diaconado permanente. a los alumnos de la escuela de teología para laicos y a todos los que pertenecen a las diversas Asociaciones seglares. Este encuentro nuestro, ennoblecido por el contexto de la Santa Misa que estamos celebrando, es una óptima ocasión para confesar juntos nuestra fe común en Cristo Jesús, Señor nuestro, y para expresar la mutua comunión.

Sé que me encuentro en una ciudad antigua e ilustre, tanto en el ámbito civil como en el eclesiástico; en cuanto al primero, basta pensar en los orígenes del Emperador Octaviano Augusto; en el segundo sobresalen las figuras de no pocos obispos de Velletri elevados, o a la Cátedra de Pedro o incluso al honor de los altares. Pero igualmente sé muy bien que la vitalidad de los hijos de Velletri no se limita en absoluto al pasado, sino que constituye un patrimonio fecundo en el presente, en virtud del cual vuestra ciudad se distingue por su dinamismo en distintos niveles. De esto doy testimonio y, mientras me complazco por ello, os animo paternalmente a proseguir con igual empeño, tratando sobre todo de mantener siempre en alto el nombre cristiano que os distingue.

2. Las lecturas bíblicas, que nos propone la liturgia de este domingo, se centran en torno al concepto de la sabiduría cristiana que cada uno de nosotros está invitado a adquirir y profundizar. Por esto el versículo del Salmo responsorial está formulado con estas hermosas palabras: "Danos. Señor, la sabiduría del corazón". Efectivamente, sin ella, ¿cómo sería posible plantear dignamente nuestra vida, afrontar sus muchas dificultades y, más aún, conservar siempre una actitud profunda de paz y serenidad interior? Pero para hacer esto, como enseña la primera lectura, es necesaria la humildad, es decir, el sentido auténtico de los propios límites, unido al deseo intenso de un don de lo alto, que nos enriquezca desde dentro. El hombre de hoy, en efecto, por una parte encuentra arduo abrazar y entender todas las leyes que regulan el universo material, que también son objeto de observación científica. pero, por otra parte, se atreve a legislar con seguridad sobre las cosas del espíritu, que por definición escapan a los datos físicos: "Si apenas adivinamos lo que en la tierra sucede, ...¿quién rastreará lo que sucede en el cielo, ...si tú no enviaste de lo alto tu espíritu santo?" (Sab 9, 16-17).

Aquí se configura la importancia de ser verdaderos discípulos de Cristo porque, mediante el bautismo. El se ha convertido en nuestra sabiduría (cf. 1 Cor 1, 30), y por lo mismo la medida de todo lo que forma el tejido concreto de nuestra vida. El Evangelio que se ha leído pone en evidencia que Jesucristo es necesariamente el centro en nuestra existencia. Y lo hace con tres frases condicionales: si no le ponemos a El por encima de nuestras cosas más queridas, si no nos disponemos a ver nuestras cruces a la luz de la suya, si no tenemos el sentido de la relatividad de los bienes materiales, entonces no podemos ser sus discípulos, esto es, llamarnos cristianos. Se trata de interpelaciones esenciales a nuestra identidad de bautizados; sobre ellos debemos reflexionar siempre mucho, aunque ahora basta aludir brevemente.

3. Queridísimos hijos de Velletri, sobre estas sólidas bases evangélicas se injertan y adquieren un significado todavía mayor otros importantes valores humanos y cristianos. Sé que en Velletri se suele decir que se cultivan en particular tres amores: la familia, el trabajo y la Virgen. Pues bien, si me lo permitís, quiero deciros que los comparto, y me es grato hablar brevemente sobre cada uno de ellos.

Ante todo, la familia: es el primer ambiente vital que encuentra el hombre al venir al mundo, y su experiencia es decisiva para siempre. Por esto es importante cuidarla y protegerla, para que pueda realizar adecuadamente las tareas específicas que le son reconocidas y confiadas por la naturaleza y por la revelación cristiana. La familia es el lugar del amor y de la vida, más aún, el lugar donde el amor engendra la vida, porque ninguna de estas dos realidades sería auténtica si no estuviese acompañada también por la otra. He aquí por qué el cristianismo y la Iglesia las defienden desde siempre y las colocan en mutua correlación. A este respecto sigue siendo verdadero lo que mi predecesor, el gran Papa Pablo VI, proclamaba ya en su primer radiomensaje de Navidad en 1963: se está "a veces tentado a recurrir a remedios que se deben considerar peores que la enfermedad, si consisten en atentar contra la fecundidad misma de la vida con medios que la ética humana y cristiana ha de calificar de ilícitos: en vez de aumentar el pan en la mesa de la humanidad hambrienta, como lo puede hacer hoy el desarrollo productivo moderno, piensan algunos en disminuir, con procedimientos contrarios a la honradez, el número de los comensales. Esto no es digno de la civilización" (Insegnamenti di Paulo VI. I, 1963, pág. 419). Hago plenamente mías estas palabras y, aún más, quisiera subrayarlas con mayor fuerza, en vista de que desde que fueron pronunciadas hasta hoy la situación se puede decir que se ha agravado y hay necesidad del compromiso responsable y activo de todos los hombres honestos, a todos los niveles de la convivencia civil. Ciertamente sabéis que el inminente Sínodo de los Obispos tiene como tema de sus estudios precisamente el de la familia; roguemos al Señor para que sea fecundo en positivos y duraderos resultados para el bien de la Iglesia y de la misma sociedad humana.

4. En segundo lugar, vosotros amáis el trabajo. En estas fértiles colinas vuestro trabajo se concreta ciertamente en la imagen alegre y serena de la viña, que produce el típico y célebre vino local, del que os sentís tan orgullosos, y justamente. Pero no olvido cualquier otro tipo de actividad a la que cada uno de vosotros se aplica con el fin de ganar el pan de cada día para sí y para sus seres queridos.

La Iglesia, como sabéis, dedica sus atenciones más solícitas a los problemas del trabajo y de los trabajadores. En mis viajes apostólicos no he dejado de trazar las líneas maestras de esta primaria solicitud pastoral; y vosotros recordáis además cómo el Concilio Vaticano II ha afirmado que el trabajo "procede inmediatamente de la persona, la cual marca con su impronta la materia sobre la que trabaja y la somete a su voluntad" (Gaudium et spes, 67). Además, dada su importancia social, el trabajo necesita ser no sólo promovido, sino también protegido y defendido, de manera que los deberes de los trabajadores se equilibren justamente con sus derechos reconocidos y respetados. Jamás será lícito, desde el punto de vista cristiano, someter la persona humana ni a un individuo ni a un sistema, de modo que se la convierta en mero instrumento de producción. En cambio, siempre es considerada superior a todo provecho y a toda ideología; jamás al revés.

Deseo que vuestro trabajo os temple en virtudes fuertes y probadas, os haga cada vez más maduros y conscientes constructores del bien común, y realizadores de esa solidaridad que, tomando origen de Dios Creador, une y afianza vuestra convivencia. Más aún, me agrada ver en el producto de vuestra tierra buena un símbolo elocuente de fraternidad y mutua comunión, de manera que los hombres se transformen en otros tantos comensales, iguales y alegres, sentados al banquete de esta vida, como prefiguración del convite futuro y eterno que compartiremos con nuestro único Señor.

5. Finalmente, vosotros amáis a la Madre de Jesús. Sé que queréis de modo especial a la Virgen de las Gracias, cuya imagen se custodia filialmente y venera en vuestra hermosa catedral. Me congratulo de ello grandemente, y os exhorto a perseverar en esta devoción que. si se entiende y vive rectamente, os lleva con toda seguridad a penetrar cada vez en el misterio de Cristo, nuestro único Salvador. El corazón de su Madre es grande y tierno de tal modo, que vuelca el propio amor también sobre cada uno de nosotros, necesitados como estamos cada día de su protección. Por esto la invocamos con plena confianza. Y por esto también os encomiendo a Ella, mis queridísimos hijos de Velletri, a todos vosotros aquí presentes, y a cuantos no han podido participar en este maravilloso encuentro. De modo especial confío a sus cuidados maternales a los enfermos, a los ancianos, a los niños, a cuantos se sienten solos y débiles o se encuentran en particular necesidad. Todos tenemos lugar én su corazón y, bajo su guía, podemos afrontar valientemente las dificultades de la vida, y sobre todo llegar a una plena madurez cristiana..

Este es también mi vivísimo deseo, cordial y Heno de bendiciones. Así sea.

 VISITA PASTORAL A FRASCATI

MISA PARA EL PUEBLO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Lunes 8 de septiembre de 1980

Queridísimos hermanos y hermanas:

Con viva alegría vengo hoy a vuestra ciudad, que se gloría con razón, de una larga y gloriosa tradición histórica y artística, y además de sus bellezas naturales y de la bien conocida cortesía de sus habitantes, tanto que se ha convertido, desde hace siglos, en un lugar apetecido y privilegiado para el reposo del alma y del cuerpo.

Deseo, ante todo, dirigir un cordial saludo al venerado hermano, cardenal Paolo Bertoli, Camarlengo de la Santa Iglesia Romana, el cual tiene especiales vínculos de afecto con vosotros, por cuanto le ha sido confiado el Título de la Iglesia suburbicaria de Frascati; un afectuoso saludo a vuestro celoso obispo, mons. Luigi Liverzani, que ha tenido la bondad de invitarme a esta celebración: así como al señor alcalde, que ha tenido nobles expresiones en relación a mi persona y a mi servicio pastoral a la Iglesia universal.

Tampoco puedo olvidar, en esta alegre y significativa circunstancia, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, obreros, artesanos, profesionales, a los jóvenes y a las jóvenes, muchachos, niños y, en particular, a los pobres y a los enfermos.

A todos mi saludo sincero.

Bastantes de vosotros recordaréis la visita que hizo a esta ciudad, hace ahora 17 años, el domingo 1 de septiembre de 1963 mi venerado predecesor Pablo VI; vino aquí sobre todo para hablaros de un Santo, tan entrañable para vosotros, San Vicente Pallotti, quien en esta ciudad celebró la primera Misa y escribió las reglas de su benemérita institución.

Pero, al mismo tiempo, mi pensamiento se vela de tristeza con el recuerdo de las pobres víctimas de ese triste y tremendo bombardeo del 8 de septiembre de 1943, que hirió y destruyó vuestra ciudad, la cual dio así su aportación de dolor, de lágrimas y de sangre a la trágica contienda del segundo conflicto mundial.

2. Con el recuerdo de estos acontecimientos, que pertenecen ya a la historia de Frascati, estamos reunidos para proclamar el alegre mensaje de la esperanza cristiana porque —como hemos escuchado en la liturgia— celebramos hoy "con alegría el nacimiento de María, la Virgen: de Ella salió el Sol de Justicia, Cristo, nuestro Dios".

Esta festividad mariana es toda ella una invitación a la alegría, precisamente porque con el nacimiento de María Santísima Dios daba al mundo como la garantía concreta de que la salvación era ya inminente: la humanidad que, desde milenios, en forma más o menos consciente, había esperado algo o alguien que la pudiese liberar del dolor, del mal, de la angustia, de la desesperación, y que dentro del Pueblo elegido había encontrado, especialmente en los Profetas, a los portavoces de la Palabra de Dios, confortante y consoladora, podía mirar finalmente, conmovida y emocionada, a María "Niña", que era el punto de convergencia y de llegada de un conjunto de promesas divinas, que resonaban misteriosamente en el corazón mismo de la historia.

Precisamente esta Niña, todavía pequeña y frágil, es la "Mujer" del primer anuncio de la redención futura, contrapuesta por Dios a la serpiente tentadora: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le morderás a él el calcañal" (Gén 3, 15).

Precisamente esta Niña es la "Virgen" que "concebirá y parirá un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que quiere decir 'Dios con nosotros'" (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). Precisomente esta Niña es la "Madre" que parirá en Belén "a aquel que señoreará en Israel" (cf. Miq 5, 1 s.).

La liturgia de hoy aplica a María recién nacida el pasaje de la Carta a los Romanos, en el que San Pablo describe el designio misericordioso de Dios en relación con los elegidos: María es predestinada por la Trinidad a una misión altísima; es llamada; es santificada; es glorificada.

Dios la ha predestinado a estar íntimamente asociada a la vida y a la obra de su Hijo unigénito. Por esto la ha santificado, de manera admirable y singular, desde el primer momento de su concepción, haciéndola "llena de gracia" (cf. Lc 1, 28); la ha hecho conforme con la imagen de su Hijo: una conformidad que, podemos decir, fue única, porque María fue la primera y la más perfecta discípulo del Hijo.

El designio de Dios en María culminó después en esa glorificación, que hizo a su cuerpo motal conforme con el cuerpo glorioso de Jesús resucitado; la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo representa como la última etapa de la trayectoria de esta Criatura, en la que el Padre celestial ha manifestado, de manera exaltante, su divina complacencia.

Por tanto, toda la Iglesia no puede menos de alegrarse hoy al celebrar la Natividad de María Santísima, que —como afirma con acentos conmovedores San Juan Damasceno— es esa "puerta virginal y divina, por la cual y a través de la cual Dios, que está por encima de todas las cosas, hizo su entrada en la tierra corporalmente... Hoy brotó un vástago del tronco de Jesé, del que nacerá al mundo una Flor sustancialmente unida a la divinidad. Hoy, en la tierra, de la naturaleza terrena, Aquel que en un tiempo separó el firmamento de las aguas y lo elevó a lo alto, ha creado un cielo, y este cielo es con mucho divinamente más espléndido que el primero" (Homilía sobre la Natividad de María: PG 96, 661 s.).

3. Contemplar a María significa mirarnos en un modelo que Dios mismo nos ha dado para nuestra elevación y para nuestra santificación.

Y María hoy nos enseña, ante todo, a conservar intacta la fe en Dios, esa fe que se nos dio en el bautismo y que debe crecer y madurar continuamente en nosotros durante las diversas etapas de nuestra vida cristiana. Comentando las palabras de San Lucas (Lc 2, 19), San Ambrosio se expresa así: "Reconozcamos en todo el pudor de la Virgen Santa, que, inmaculada en el cuerpo no menos que en las palabras,  meditaba en su corazón los temas de la fe" (Expos. Evang. sec. Lucam II, 54: CCL XIV, pág. 54). También nosotros, hermanos y hermanas queridísimos, debemos meditar continuamente en nuestro corazón "los temas de la fe", es decir, debemos estar abiertos y disponibles a la Palabra de Dios, para conseguir que nuestra vida cotidiana —a nivel personal, familiar, profesional— esté siempre en perfecta sintonía y en armoniosa coherencia con el mensaje de Jesús, con la enseñanza de la Iglesia, con los ejemplos de los Santos.

María, la Virgen-Madre, proclama hoy de nuevo ante todos nosotros el valor altísimo de la maternidad, gloria y alegría de la mujer, y además el de la virginidad cristiana, profesada y acogida "por amor del Reino de los cielos" (cf. Mt 19, 12), esto es, como un testimonio en este mundo caduco, de ese mundo final en el que los que se salvan serán "como los ángeles de Dios" (cf. Mt 22, 30).

4. La festividad de hoy nos sugiere también otro punto para nuestra reflexión, vinculado con un acontecimiento eclesial de particular importancia, que durante bastantes meses centrará la atención en la diócesis de Frascati. El próximo año celebraréis solemnemente el III centenario de la consagración de vuestra artística catedral, es decir, del templo principal, el más importante de la diócesis.

Pero el templo de piedras nos hace pensar en un Tabernáculo viviente, en el verdadero Templo santo del Altísimo, que fue María, que concibió en su seno virginal y engendró, por obra del Espíritu Santo, al Verbo encarnado. Y, según la Palabra de Dios, cada uno de los cristianos, por medio del bautismo, se convierten en templo de Dios (cf. 1 Cor 3, 16. 17; 6, 19; 2 Cor 6, 16); es una piedra viva para la construcción de un edificio espiritual (cf. 1 Pe 2, 5), esto es, debe contribuir, con su ejemplar vida cristiana, al crecimiento y a la edificación de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, Pueblo de Dios, Familia de Dios.

El próximo III centenario de la consagración de vuestra catedral debe estimularos y comprometeros, queridísimos hermanos y hermanas, a un testimonio de vida cristiana cada vez más concreta, constante, generosa, en unión filial con vuestros Pastores. Mis palabras de exhortación se dirigen, en primer lugar, a los sacerdotes y religiosos, los cuales han elegido una vida de completa donación y entrega a la dilatación del Reino de Dios. Pero en esta circunstancia me dirijo, de modo totalmente especial, a los laicos, esto es, a los hombres y a las mujeres, padres, madres, profesionales, obreros, jóvenes, muchachas, estudiantes, recordando las palabras que ahora hace 17 años os dirigía precisamente a vosotros, fieles de Frascati, Pablo VI, hablando de la maduración de la conciencia del laicado católico en relación con el apostolado. Esta conciencia —afirmaba él— "no viene..: sólo de la necesidad de alargar los brazos del sacerdote que no llega a todos los ambientes y no puede abarcar todas las fatigas. Viene de algo más profundo y más esencial, esto es, del hecho de que el laicado es cristiano. En lo íntimo de tu conciencia resuena Una voz: si soy cristiano, no debo ser un elemento negativo, pasivo o neutro y quizá adversario de las oleadas de espíritu que el cristianismo pone en las almas" (Insegnamenti di Paolo VI, I, 1963, pág. 570).

Al hacerme eco de estas palabras de mi gran predecesor, os digo, fieles de Frascati: Cristo Cabeza tiene necesidad de vosotros, porque vosotros sois sus miembros. La Iglesia tiene necesidad de vosotros, porque vosotros la formáis. No os dejéis desanimar por las dificultades ni, mucho menos, fascinar o intimidar por concepciones o ideologías en contraste con el mensaje cristiano. "Esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (1 Jn 5, 4), nos asegura San Juan Evangelista; que esta fe sea siempre sólida, profunda, genuina, activa, dinámica.

¡Oh Virgen naciente,

esperanza y aurora de salvación para todo el mundo, vuelve benigna tu mirada materna hacia todos nosotros, reunidos aquí para celebrar y proclamar tus glorias!

¡Oh Virgen fiel,

que siempre estuviste dispuesta y fuiste solícita para acoger, conservar y meditar la Palabra de Dios, haz que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana, tesoro precioso que nos han transmitido nuestros padres!

¡Oh Virgen potente,

que con tu pie aplastaste la cabeza de la serpiente tentadora, haz que cumplamos, día tras día, nuestras promesas bautismales, con las cuales hemos renunciado a Satanás, a sus obras y a sus seducciones, y que sepamos dar en el mundo un testimonio alegre de esperanza cristiana!

¡Oh Virgen clemente,

que abriste siempre tu corazón materno a las invocaciones de la humanidad, a veces dividida por el desamor y también, desgraciadamente, por el odio y por la guerra, haz que sepamos siempre crecer todos, según la enseñanza de tu Hijo, en la unidad y en la paz, para ser dignos hijos del único Padre celestial!

Amén.

VISITA PASTORAL A SIENA

MISA EN HONOR DE SANTA CATALINA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Plaza del Campo, Siena
Domingo 14 de septiembre de 1980

1. No olvidemos las grandes obras de Dios.

Venimos hoy a Siena para recordar, después de 600 años, esa particular obra de Dios, que aquí tuvo su comienzo: Catalina de Siena. Venimos no sólo para recordarla en esta ciudad, sino también para bendecir a Dios en ella y por ella; para dar gracias a Dios por la obra que quiso realizar en ella y mediante ella en la historia de la Iglesia y en la historia de Italia. Después de seis siglos, esta obra aún permanece viva, y todavía tiene su particular elocuencia. Catalina de Siena vive en Dios esa vida, cuyo comienzo fue injertado en ella mediante el bautismo, recibido aquí en Siena, inmediatamente después del nacimiento, acaecido, según la tradición, el 25 de marzo del año 1347. Y esta su vida en Dios, en el tabernáculo de la Santísima Trinidad, confirma de modo definitivo la verdad de las palabras que pronunció una vez San Ireneo, Padre de la Iglesia, en el siglo II: "El hombre viviente es gloria de Dios".

2. Al mismo tiempo, Santa Catalina, en quien la gracia del bautismo maduró hasta los más altos ápices en el misterio de la Comunión de los Santos, vive también una vida ulterior en la memoria y veneración de la Iglesia. El testimonio que ella dio de Cristo, Hijo del Padre, Verbo Eterno, Esposo de las almas inmortales, no sólo permanece en la Iglesia, sino que asume, diría, un significado siempre nuevo. De ello es prueba el hecho de que una de las dos mujeres, honradas por Pablo VI con el título de Doctora de la Iglesia —junto a Santa Teresa de Ávila—, es precisamente ella: Catalina de Siena.

Es difícil no maravillarse de esto. Efectivamente, ella fue una sencilla muchacha; no recibió instrucción particular alguna (aprendió a escribir cuando ya tenía bastantes años) y pasó rápidamente por la vida, como si tuviese prisa de llegar al eterno tabernáculo de la Santísima Trinidad. Todo lo que ella fue, todo lo que realizó en el curso de su vida de apenas 33 años, fue obra admirable de Dios mismo. Fue obra del Espíritu Santo, al que la virgen sienesa estuvo sometida y obediente a semejanza de esa Mujer excelsa, que permanece para nosotros modelo inalcanzable: la Madre del Salvador.

Efectivamente, favorecida con visiones celestiales desde la primera infancia, Catalina cultivó constantemente una profunda unión con el Esposo divino, aun en medio de las ocupaciones agobiantes de su vida tan agitada. Lo pudo gracias a la "celda interior", que había llegado a construir en su intimidad. "Haceos una celda en la mente, de la cual no podáis jamás salir", aconsejará más tarde a sus discípulos, basándose en la experiencia personal (Legenda maior, I, IV). Efectivamente, en ella "encontramos el manjar angélico del ardiente deseo de Dios hacia nosotros" (Carta 26).

Es en esta contemplación apasionada de los misterios de Cristo, unida con la conciencia de la propia nulidad ("Tú eres lo que no es, en cambio, yo soy el que soy": Legenda maior. I, X), donde debe buscarse el secreto de una acción, de cuya amplitud y carácter incisivo quedamos aún hoy asombrados. Es un secreto que desvela ella misma en las recomendaciones, que no se cansa de dirigir a los hijos espirituales: "Poned, poned la boca en el costado del Hijo de Dios, porque es una fuente que echa fuego de caridad, y derrama sangre para lavar vuestras iniquidades. Digo que el alma que allí descansa y mira con los ojos del entendimiento el corazón consumido y abierto por amor, recibe en sí tantas semejanzas con él, viéndose tan amada, que no puede menos de amar" (Carta 97). Es necesario remontarse a esta interior comunión de vida con Cristo, sellada por el don místico de los estigmas, para comprender el ascendiente que esta frágil e inerme muchacha pudo ejercer sobre todo género de personas, sobre nobles y plebeyos, sobre hombres de Iglesia como sobre aventureros alejados de Dios y capaces de toda violencia.

3. Es necesario acercarse a este fuego de amor para tener, además, la explicación del atractivo que la Santa de Siena continúa ejerciendo también sobre nosotros, hombres del siglo XX. En efecto, Catalina vive aún como una vida ulterior, aquí sobre la tierra, en la memoria y en la veneración de la Iglesia. Vive, particularmente, en la memoria y en la veneración de su patria. Italia, que ve en ella, junto a San Francisco de Asís, a su principal Patrona. Y con toda razón. Efectivamente, Catalina amó a Italia y gastó sin medida las propias energías para hacer frente a tantos males que la afligían: fue enfermera junto al cabezal de los apestados; fue dispensadora de ayudas para los indigentes; suscitó iniciativas de caridad en favor de los necesitados de todo género; sobre todo, fue embajadora de paz entre los individuos, las familias, los Estados.

Este es un aspecto característico de la misión de la Santa: ella supo hacer resonar eficazmente la palabra de paz allí donde se ensañaba la fiebre de la discordia. Y realmente no faltaban discordias en la sociedad borrascosa de aquellos tiempos. Odios y contiendas constituían el pan de cada día de los soberbios grupos gentilicios, transformados en facciones de armas y estragos. Sospechas, tensiones, guerras, estallaban frecuentemente entre los varios Estados, en los que entonces estaba dividida la península. Urgía la obra mediadora de una persona que estuviese con toda seguridad por encima de las partes y sin embargo suficientemente cercana al corazón de cada uno para poder abrir brecha, suscitando atención y consenso. Catalina asumió esta tarea. Sólo con la fuerza del nombre de Cristo, apoyada por un amor ardiente a los hermanos, la frágil muchacha afrontó a las facciones opuestas: llevando en los labios la invocación: "Paz, paz, paz", se interpuso entre los Gobiernos de las varias ciudades, intervino ante cada uno de los ciudadanos, llamó a todos al sentido de sus responsabilidades de hombres y de cristianos.

Con intensos acentos, y sobre todo con la fuerza irresistible de la gracia, impetrada mediante la ofrenda de sí a Dios en la oración y en las lágrimas, Catalina obtuvo conversiones y reconciliaciones, que parecen milagros.

4. Sin embargo, el aspecto que en la acción de Catalina tiene mayor relieve y que parece decidir su puesto particular en la memoria y en la veneración de toda Italia, es el estrictamente ligado con el papel que desarrolló junto a los Papas, un papel que Roma y la Sede de Pedro no pueden olvidar. Precisamente por obra de Santa Catalina los Sucesores de Pedro regresaron de Aviñón a la Sede que les había destinado la Providencia misma al comienzo de la historia de la Iglesia, en Roma precisamente, donde los Apóstoles Pedro y Pablo habían puesto los fundamentos de la fe no sólo con las palabras de la predicación, sino también con el testimonio de la muerte padecida por amor a Cristo.

Los Papas se habían trasladado a Aviñón, Francia, en los primeros años del siglo, y así numerosos obstáculos se interponían para su retorno. Catalina no se rindió. Con valentía, que le venía de la fe, habló, escribió, insistió, oró y al final consiguió: el 17 de enero de 1377 el Papa Gregorio XI regresaba a Roma, acogido por el alborozo festivo de toda la población. Un capítulo no alegre de la historia del Papado llegaba así a su conclusión.

Por este motivo, desde los primeros días de mi servicio en la Sede de Pedro, después de la visita a la basílica de "Santa Maria sopra Minerva", he deseado tanto venir a Siena (lo mismo que fui a Asís), para "unir en la tierra lo que está unido en los cielos" con el signo de esta visita. Y hoy que me es dado realizar este deseo, pronuncio, elevando mi espíritu, las palabras de la liturgia: "No olvidemos las grandes obras de Dios". Santa Catalina de Siena es una gran obra de Dios.

5. Esta visita y toda la solemnidad coinciden con el día en que la Iglesia celebra la Exaltación de la Santa Cruz.

Escuchemos, pues, en el Evangelio las palabras que Cristo dirige a Nicodemo en el curso de ese diálogo nocturno, en el que el Hijo del Hombre revela a aquel escriba y a la vez ciudadano ilustre, la verdad central de la economía divina en la historia del hombre: "A la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que creyere en El tenga la vida eterna" (Jn 3, 14-15).

Y escuchemos también en la segunda lectura las palabras de Pablo sobre Cristo Jesús que "se humilló hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Flp 2, 8), y precisamente por esto "Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre" (Flp 2, 9-11).

Y pensemos, al reflexionar y en cierto modo al asimilar con toda el alma estas palabras (tan obvias por la certeza de la fe y al mismo tiempo tan inescrutables por la grandeza del misterio) ...pensemos de qué modo particular fue "exaltada" la cruz de Cristo en el corazón de vuestra conciudadana, Santa Catalina. Y reflexionemos cómo ella misma fue exaltada en la cruz.

Porque aun cuando la cruz fue el signo de la ignominia del hombre, es al mismo tiempo verdad que en esta cruz el más "exaltado" es el hombre. Todo hombre. El hombre de todos los tiempos. He querido testimoniarlo inmediatamente al comienzo de mi servicio en la Sede romana mediante la Encíclica Redemptor hominis. Hoy me alegro de que el día en que me ha sido dado honrar de modo particular a Santa Catalina de Siena, junto con toda la Iglesia y especialmente con toda. Italia, coincida precisamente con la fiesta de la Exaltación de la Cruz.

Catalina tuvo la intuición clarísima del papel confiado a la cruz en la liberación y "exaltación" del hombre: "El Cordero inmaculado —escribe ella—, para dar la libertad al hombre y hacerlo libre, se entregó a Sí mismo a la oprobiosa muerte de la santísima cruz. ¡Ved qué amor tan inefable!, que con la muerte nos ha dado la vida; padeciendo oprobios y vituperios nos ha dado honor; con las manos enclavadas y ligadas a la cruz, nos ha roto los lazos del pecado" (Carta 28). "Oh dulcísimo amor Jesús —ora ella también—Tú has jugado con la muerte con los brazos en la cruz" (Carta 97), "has puesto en paz por medio de tu muerte al hombre con Dios: porque los clavos se nos han convertido en llave que ha abierto la vida eterna" (Carta 184).

6. Jesucristo continúa hablando a Nicodemo: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).

El Evangelio es mensaje de vida. El cristianismo lleva profundamente en todo su contenido el sentido del valor de la vida y del respeto a la vida. El amor de Dios, como Creador, se manifiesta en esto, que El es dador de vida. El amor de Dios, como Creador y Padre, se manifiesta en esto, que el hombre, creado a su imagen y semejanza como varón y mujer, ha sido hecho por El, desde el principio, su colaborador, colaborador del Creador en la obra de dar la vida. A esta tarea está unida una particular dignidad del hombre: la dignidad generativa, la dignidad del padre y de la madre, dignidad fundamental e insustituible en todo el orden de la vida humana: individual y social al mismo tiempo.

El problema de la afirmación de la vida humana desde el primer instante de su concepción y, en caso de necesidad, también el problema de la defensa de esta vida, está unido de modo estrechísimo con el orden más profundo de la existencia de hombre, como ser individual y como ser social, para quien el ambiente primero y fundamental no puede ser sino el de una auténtica familia humana.

Por esto es necesaria la afirmación explícita de la vida humana desde el primer instante de su concepción bajo el corazón de la madre, es necesaria también la defensa de esta vida cuando está amenazada de cualquier modo (amenazada también socialmente), es necesaria e indispensable, porque, a fin de cuentas, se trata aquí de la fidelidad a la humanidad misma, de la fidelidad a la dignidad del hombre.

Se debe aceptar esta dignidad desde el principio. Si. se la destruye en él seno de la mujer, en el seno de la madre, será difícil defenderla después en tantos campos y ámbitos de la vida y de la convivencia humana.

Efectivamente, ¿cómo es posible hablar de derechos humanos, cuando se viola este derecho primigenio? Muchos disertan hoy sobre la dignidad del hombre, pero no vacilan, después, en conculcar al ser humano, cuando éste se asoma, débil e indefenso, a los umbrales de la vida. ¿No hay una contradicción en todo esto? No debemos cansarnos de afirmarlo: el derecho a la vida es el derecho fundamental del ser humano, un derecho de la persona, que obliga desde el principio.

En efecto, Dios ha amado tanto al mundo que le dio su Hijo unigénito, para que todo el que crea en El tenga la vida...

Y Dios ha amado tanto la maternidad humana, la maternidad de una Mujer —de la Virgen de Nazaret, mediante la cual pudo dar al mundo su Hijo unigénito—, que a esta luz toda maternidad humana adquiere una dimensión extraordinaria. Y sagrada.

La vida es sagrada. Es sagrada la maternidad de cada madre.

De aquí el problema de la afirmación de la vida. El problema de la defensa de la vida ya en el seno de la madre es, para todos los que confiesan a Cristo, un problema de fe y un problema de conciencia.

Y es problema de conciencia también para los otros, para todos los hombres sin excepción: lo es en virtud de su misma humanidad.

Aquí, ante Santa Catalina de Siena, Patrona de Italia, presento a Dios juntamente con vosotros, una ferviente súplica, a fin de que estas fuerzas de fe y estas fuerzas de conciencia se vuelvan a encontrar y se manifiesten en medio de esta nación, que siempre se ha distinguido por su gran amor a la familia y al niño. Pido a Dios que esta nación no disipe su herencia fundamental: herencia de vida y herencia de amor responsable, que sirviendo a la vida, se expresa a sí misma frente a Dios y frente a los hombres. Que no disipe Italia esta herencia, más aún, que la exalte en una promoción efectiva del ser humano a todos los niveles, y la traduzca en una tutela positiva y plena, incluso jurídica, de sus derechos inalienables, el primero de los cuales es y será siempre el derecho a la vida. "No olvidemos las grandes obras de Dios".

7. Las obras del Dios vivo son más grandes que el hombre y que el mundo. Más grande que el hombre y que el mundo es ese amor con el que Dios ha amado al mundo, dándole su Hijo: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).

Catalina de Siena se convirtió para la generación de entonces y para las futuras en un testigo insuperable de ese amor, porque estaba inmersa, de modo extraordinario, en Dios y en sus "grandes problemas" (magnalia).

Tampoco faltan en nuestra generación los hombres, no faltan los jóvenes, que buscan con ardor a Dios, y estando en relación con El, descubren la profunda belleza del mundo y el sentido transcendente de la propia humanidad. Porque el mundo, por sí mismo, no aleja al hombre de Dios, sino que lo conduce a El. No en las criaturas, sino en el corazón humano, se deben buscar las causas del alejamiento de Dios, de la indiferencia espiritual y de ese estar tan absorbidos por el mundo, como si él constituyese la única dimensión del ser humano.

Hallándonos aquí ante Santa Catalina, la muchacha extraordinaria que nació en esta ciudad y se distinguió por la misión especial que le confió la Providencia para con la Iglesia y para con Italia, debemos pedir la renovación del espíritu, esto es, la capacidad de volvernos hacia Dios y de "sumergirnos" en El, como exige nuestro conocimiento actual del mundo y del hombre en el mundo.

Porque se trata de esto: que el hombre "no perezca", completamente absorbido por el mundo, sino que "tenga la vida eterna".

Esta vida no viene del mundo, sino de Dios: de esto da testimonio de modo irrefutable Santa Catalina de Siena.

La gloria de Dios es el hombre viviente, que vive la plenitud de vida que viene de Dios. Amén.

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Lunes 8 de diciembre de 1980

1. Salus Populi Romani!

Con este saludo vengo hoy, venerados y queridos hermanos y hermanas, a esta basílica mariana de Roma. Vengo aquí después del acto solemne de homenaje, tributado a la Inmaculada en la plaza de España, donde los romanos desde hace años y generaciones manifiestan su amor y su veneración hacia Aquella a la que el Ángel, en el momento de la Anunciación, saludó "llena de gracia" (Lc 1, 28). En el texto griego del Evangelio de San Lucas este saludo se dice: kecharitoméne, es decir, particularmente amada por Dios, totalmente invadida de su amor, consolidada completamente en El: como si hubiese sido formada del todo por El, por el amor santísimo de Dios.

Y precisamente por esto: Salus Populi! Salus Populi Romani!

Este titulo consagra justamente la devoción mariana de Roma. Puede remontarse a los mismos orígenes de esta basílica, puesto que ya mi predecesor Sixto III, en el siglo V, en la inscripción dedicatoria, llama así a la Virgen: Virgo Maria... nostra salus. La invocación se enriqueció en la alta Edad Media, favorecida por la solemne procesión del 15 de agosto, que unía la devoción a la imagen del Salvador, conservada en la Basílica Lateranense, con la de la Virgen de Santa María la Mayor. Entonces el pueblo romano cantaba a la Virgen durante la procesión: "Virgen María, mira propicia a tus hijos... Alma María, muéstrate benigna a las lágrimas de quien te suplica. Madre Santa de Dios, mira al pueblo romano...".

También me es grato recordar, que la devoción a la Virgen en esta basílica tuvo, en los siglos medievales, un carácter universal, porque unía a los romanos con los religiosos griegos, que vivían en Roma y la celebraban en la propia lengua. Además, esta basílica fue elegida por los Santos Cirilio y Metodio, que llegaron a Roma en el siglo IX y fueron recibidos jubilosamente por el Papa Adriano II y por todo el pueblo romano, para la celebración en lengua eslava de la liturgia, que ellos habían instaurado para la evangelización de los pueblos eslavos. Sus libros litúrgicos en lengua eslava, aprobados por el Papa, fueron colocados sobre el altar de esta basílica.

2. Cuando decimos Salus Populi, Salus Populi Romani, somos conscientes de que María ha experimentado más que todos la salvación, la ha experimentado de modo particular y excepcional. Siendo Ella Madre de nuestra salvación, Madre de los hombres y del pueblo, Madre de Roma, esto lo es en Cristo por Cristo, por obra de Cristo; Salus Populi Romani in suo Salvatore!

Lo enseña también el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen gentium: "Uno solo es nuestro Mediador según las palabras del Apóstol: 'Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo para redención de todos' (1 Tim 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, sino que demuestra su eficacia. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta" (Lumen gentium, 60).

3. Lo demuestra de modo particular esta solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Este es el día en que confesamos que María —elegida de modo particular y eternamente por Dios en su amoroso designio de salvación— ha experimentado también de modo especial la salvación: fue redimida de modo excepcional por obra de Aquel, a quien Ella, como Virgen Madre, debía transmitir la vida humana.

De ello hablan también las lecturas de la liturgia de hoy. San Pablo en la Carta a los Efesios escribe: "Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la Persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables en El por el amor" (Ef 1. 3-4).

Estas palabras se refieren de modo particular y excepcional a María. Efectivamente, Ella, más que todos los hombres y más que los ángeles— "fue elegida en Cristo antes de la creación del mundo", porque de modo único e irrepetible fue elegida para Cristo, fue destinada a El para ser Madre.

Luego, el Apóstol, desarrollando la misma idea de su Carta a los Efesios, escribe: "...Nos ha destinado (Dios) en la Persona de Cristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 5).

Y también estas palabras —en cuanto se refieren a todos los cristianos— se refieren a María de modo excepcional. Ella — precisamente Ella como Madre— ha adquirido en el grado más alto la "adopción divina": elegida para ser hija adoptiva en el eterno Hijo de Dios, precisamente porque El debía llegar a ser, en la economía divina de la salvación, su verdadero Hijo, nacido de Ella, y por esto Hijo del Hombre: Ella como frecuentemente cantamos— ¡Hija amada de Dios Padre!

4. Y finalmente escribe el Apóstol: "Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria" (Ef 1, 11-12).Nadie de modo más pleno, más absoluto y más radical "ha esperado" en Cristo como su propia Madre, María.

Y tampoco nadie tanto como Ella "ha sido hecha heredera en El", ¡en Cristo!

Nadie en la historia del mundo ha sido más cristocéntrico y más cristóforo que Ella. Y nadie ha sido más semejante a El, no sólo con la semejanza natural de la Madre con el Hijo, sino con la semejanza del Espíritu y de la santidad.

Y porque nadie tanto como Ella existía "conforme al designio de la voluntad de Dios", nadie en este mundo existía tanto como Ella "para alabanza de su gloria", porque nadie existía en Cristo y por Cristo tanto como Aquella, gracias a la cual Cristo nació en la tierra.

He aquí la alabanza de la Inmaculada, que la liturgia de hoy proclama con las palabras de la Carta a los Efesios. Y toda esta riqueza de la teología de Pablo se puede encontrar encerrada también en estas dos palabras de Lucas "Llena de gracia" ("kecharitoméne").

5. La Inmaculada Concepción es un particular misterio de la fe, y es también una solemnidad particular. Es la fiesta de Adviento por excelencia. Esta fiesta —y también este misterio— nos hace pensar en el "comienzo" del hombre sobre la tierra, en la inocencia primigenia y luego, en la gracia perdida y en el pecado original.

Por esto leemos hoy primeramente el pasaje del libro del Génesis, que da la imagen de este "comienzo".

Y cuando, precisamente en este texto, leemos de la mujer, cuya estirpe "aplastará la cabeza de la serpiente" (cf. Gén 3, 15), vemos en esta mujer, juntamente con la Tradición, a María, presentada precisamente inmaculada por obra del Hijo de Dios, al cual debía dar la naturaleza humana. Y no nos maravillamos de que al comienzo de la historia del hombre, entendida como historia de la salvación, esté inscrita también María, si —como hemos leído en San Pablo— antes de la creación del mundo todo cristiano fue elegido ya en Cristo y por Cristo: ¡Esto vale mucho más para Ella!

6. La Inmaculada es, pues, una obra particular, excepcional y única de Dios: "Llena de gracia...".

Cuando, en el tiempo establecido por la Santísima Trinidad, fue a Ella el Ángel y le dijo: "No temas... Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo" (Lc 1, 30-32), solamente Aquella que era "llena de gracia" podía responder tal como entonces respondió María: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).Y María respondió así precisamente.Hoy, en esta fiesta de Adviento, alabamos por ello al Señor.Y le damos gracias por esto.

¡Damos gracias porque María es "llena de gracia"! Damos gracias por su Inmaculada Concepción.

SANTA MISA EN LA FIESTA DE MARÍA, REINA DE POLONIA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Gruta de Lourdes de los jardines vaticanos
Domingo 3 de mayo de 1981

(Texto de la homilía que el Pontífice pronunció en polaco sin texto escrito)

Christe Filii Dei viví, qui surrexisti a mortuis, miserere nobis! ¡El Señor resucitó verdaderamente!

Esta aclamación brota del corazón de todo el Pueblo de Dios en cada una de las iglesias sobre la superficie entera de la tierra. Estamos viviendo el misterio de la resurrección de Cristo; hoy es el III domingo de este período pascual. Para nosotros este III domingo coincide con la solemnidad de María Reina de Polonia; y por ello deseamos que este encuentro nuestro litúrgico y eucarístico aquí en el Vaticano junto a la Santa Sede, se inserte en la gran peregrinación de todos nuestros compatriotas, de toda la nación que se congrega hoy ante el trono de María, Reina de Polonia. Deseamos reunir todas las preocupaciones y también todas las esperanzas que nuestra nación deposita hoy ante su Madre y Reina. Ella está ahí, en ese lugar, hace casi 600 años ya; está en esa imagen en la que nos ha sido dada para defensa y protección de nuestra patria, como admirablemente lo comprende y capta nuestro pueblo, y los acontecimientos de distintas épocas han confirmado. La jornada de hoy nos trae el recuerdo del importante hecho histórico acaecido en el siglo XVIII, que pareció señalar los comienzos de una vida nueva; y así fue, si bien nos vimos privados luego de esta vida durante cien años. En efecto, estamos recordando la Constitución del 3 de mayo; es ésta la razón de la celebración histórica de hoy. En todas las vicisitudes históricas, acontecimientos grandiosos y momentos difíciles, la Madre de Cristo crucificado y resucitado sigue estando en Jasna Góra cual signo de nuestra esperanza, cual signo de la resurrección espiritual a que está llamado el hombre en el misterio de la resurrección de Cristo, y a la que están llamadas la sociedad y las naciones.

La fe en Cristo crucificado y resucitado marca el camino interior, espiritual de la vida de nuestros antepasados y de sus sucesores de las generaciones contemporáneas.

Uniéndonos hoy espiritualmente con Jasna Góra, con el primado y todo el Episcopado polaco, con el clero y las órdenes religiosas, con las familias y la juventud polacas, con los niños y los ancianos, con los sanos y los enfermos, y con todos los hijos de la patria, cual hijo de la misma patria yo deseo depositar ante el trono de la Señora de Jasna Góra lo que constituye nuestra preocupación y nuestra esperanza en el año del Señor 1981. No tenemos que designarlo por el nombre, pues todos sentimos hondamente cuál es en este año del Señor nuestra preocupación y nuestra esperanza. Queremos confiar a la Señora de Jasna Góra, Madre de la Iglesia y Madre de nuestra patria, lo que constituye nuestra esperanza sobre todo. Y nuestra esperanza es la renovación, la reconstrucción de la nación a partir de sus fundamentos espirituales y morales, hasta abarcar también lo que forma la totalidad de su existencia temporal. Esto es lo que llevamos hoy a los pies de Señora de Jasna Góra. Esto deseamos Presentarle. Y al mismo tiempo, esto queremos reafirmar en nosotros cual elemento fundamental de nuestra conciencia nacional y de nuestra conciencia cristiana. Deseamos que nos lo alcancen las súplicas, pero a la vez queremos construirlo nosotros con nuestros medios. Así es que deseamos orar para que todas las acciones emprendidas con miras a la renovación de la vida de nuestra nación, encuentren el desenlace adecuado. En los últimos meses hemos experimentado muy abundantemente lo que es la Providencia divina.

En las difíciles condiciones en que vive nuestra nación, en su contexto histórico y geográfico nada fácil, hemos dado pruebas de madurez nada común. Deseamos que sigan guiándonos estos signos de la Providencia divina. ¡Seámosle fieles nosotros! De modo que nosotros deseamos pedir fidelidad a los signos con que nos guía la Providencia. Pienso que poco más o menos son éstas la preocupación y la esperanza con que todo polaco va hoy a Jasna Góra, bien sea en peregrinación propiamente y de verdad, o bien viviendo espiritualmente esta solemnidad de la Madre de Dios, Reina de Polonia, Patrona de nuestra patria. Y yo, queridísimos hermanos y hermanas, como compatriota y hermano vuestro, deseo ir a Jasna Góra con vuestros pensamientos y sentimientos, y unirme a todos los peregrinos que, cómo tantas otras veces a lo largo de los siglos, hoy presentarán a María estos grandes temas de nuestra común existencia de nuestro ayer y de nuestro hoy y de nuestro mañana

El Señor resucitó verdaderamente. Jasna Góra es un lugar donde este mensaje pascual, el mensaje de la resurrección de Cristo, parece resonar no sólo en lengua polaca, si bien sobre todo en lengua polaca; pero parece resonar también con el contenido particular que aportamos y actualmente siguen aportando al mensaje pascual los sucesos de nuestra nación.

El Señor resucitó verdaderamente. Esta es nuestra fe. Esta es asimismo nuestra esperanza y nuestro programa. En El, en el Señor, también nosotros tenemos derecho a la resurrección y a la vida.

SANTA MISA EN LA FESTIVIDAD DE SAN ESTANISLAO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Gruta de Lourdes de los jardines vaticanos
Viernes 8 de mayo de 1981

Señor obispo de Czestochowa,hermanos en el sacerdocio,hermanas y hermanos religiosos,queridos connacionales y peregrinos:

Vencemos gracias a quien nos ha amado. San Estanislao de Szczepanów consiguió la victoria gracias a Cristo. Gracias a quien le amó. Fue una victoria "bajo la espada", como dice la liturgia, "vivit victor sub gladio", la victoria bajo la espada, y aquella espada le dio el golpe mortal. Padeció la muerte como mártir. En el día de hoy, según la antigua tradición litúrgica de la Iglesia en Polonia, celebramos la memoria de aquella victoria que el obispo de Cracovia Estanislao consiguió bajo la espada gracias a Aquel que le amó.

Y a través de aquella victoria mediante la muerte, él alcanzó la victoria, la misma que Cristo consiguió a través de la cruz y la resurrección. Celebramos el aniversario de San Estanislao en el período pascual, cuando la victoria de Cristo a través de la cruz y la resurrección, la victoria sobre la muerte, anima de manera particular nuestra fe y nuestra liturgia. San Estanislao, desde hace nueve siglos, es para nosotros, era para nuestros antepasados, el signo de esta esperanza de victoria que el hombre consigue mediante la muerte de Cristo y su resurrección. Es el signo de la esperanza de victoria que el hombre consigue gracias a Aquel que nos ha amado. Nos indica, ha indicado a nuestros antepasados, y nos indica también a nosotros, el camino para conseguir tal victoria. Precisamente por esto San Estanislao se ha convertido en un patrono especial de Polonia, desde hace siglos.

El primado lo ha definido "patrono del orden moral": él es patrono del orden moral en la patria. Creo que es un patrono muy actual. Lo ha sido siempre, pero parece ser particularmente actual en nuestros tiempos. En efecto, si en estos tiempos difíciles debemos conseguir la victoria, podemos conseguirla sólo a precio de consolidar el orden moral, a precio de esa renovación que comienza en la conciencia del hombre, que se funda en la dignidad del hombre, en la dignidad del hombre relacionada con su trabajo; en la dignidad de cada hombre y en los derechos que se derivan de ella.

San Estanislao, patrono del orden moral después de nueve siglos ya, tiene mucho que decir a la Polonia contemporánea. A la Polonia del año del Señor 1981. Celebramos su festividad litúrgica el 8 de mayo. Cracovia la celebra el domingo siguiente con la gran procesión llevando la reliquia de la cabeza de San Estanislao, en la que, aún hoy, son bien visibles los signos de la espada bajo la cual consiguió la victoria y bajo la cual vive: "vivit victor sub gladio". Vive en la historia, vive de generación en generación.

Aquella procesión, en la que en los siglos ha participado toda la nación y la Iglesia, y en la que antiguamente participaban los Reyes de Polonia, es un signo particular de esta victoria, y es una particular invitación a esta victoria; hay que celebrarla de año en año; yo diría de día en día, de generación en generación. Durante la celebración en Cracovia los participantes cantan, así como vosotros habéis cantado hoy: "San Estanislao, patrono nuestro, protector de toda la patria, ruega por nosotros". Deseo, queridos connacionales, que esta nuestra común Eucaristía en la jornada del 8 de mayo que me es concedido celebrar aquí, en la Sede Apostólica, junto con vosotros, se encuadre en toda la liturgia de hoy y del domingo, así como deseo también que se introduzca la invocación: "San Estanislao, patrono nuestro, protector de toda la patria, ayúdanos, enséñanos a vencer, enséñanos a conseguir la victoria día a día. Patrono del orden moral en la patria, muéstranos cómo debemos conseguirlo, realizando la obra de la indispensable renovación, que comienza en el hombre, en cada hombre, que concierne a toda la sociedad y a todas las dimensiones de su vida: espiritual, cultural, social y económica, espiritual y cultural, espiritual y material. Enséñanos esto. Enséñanos y ayúdanos, tú que eres, junto con la Reina de Polonia de Jasna Góra y con San Adalberto, patrono de la patria. Ayúdanos a conseguir esta victoria en nuestra generación. Amén.

 [ ES  - IT  - PT ]


SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica di Santa María la Mayor, Roma
 Martes 8 de diciembre de 1981

1. "Para Dios nada hay imposible..." (Lc 1, 37).

La Iglesia, en la liturgia de hoy, recurre a estas palabras, queriendo honrar el misterio de la Inmaculada Concepción de María. Recurre a las palabras de la Anunciación, a las palabras de Gabriel, cuyo nombre quiere decir: "Mi potencia es Dios".

¿No es precisamente la omnipotencia de Dios, la potencia infinita de su amor y de su gracia, las que anuncia este singular mensajero? Y juntamente con él las anuncia, de alguna manera, toda la Iglesia, en continua escucha de las palabras de su anuncio y repitiéndolas muchas veces: "Para Dios nada hay imposible".

Únicamente con esa omnipotencia que ama, únicamente con la infinita potencia del amor se puede explicar el hecho de que Dios-Verbo, Dios-Hijo se hace hombre. Sólo con la omnipotencia que ama, sólo con la inescrutable potencia del amor de Dios se puede explicar el hecho de que la Virgen —hija de padres humanos y de generaciones humanas— se convierta en la Madre de Dios.

Y, sin embargo, este hecho era incomprensible para Ella misma: "¿Cómo será eso, pues no conozco varón?" (Lc 1, 34).

Y probablemente era difícil que lo entendiera el pueblo, del cual era hija, el pueblo que, por otra parte, a través de toda su historia, precisamente esperaba sólo esto: la venida del Mesías, y en esto veía la finalidad principal de su vocación, de sus pruebas y sufrimientos.

Y este hecho resulta difícil de ser comprendido por muchos hombres y naciones, aun en el caso de que acepten la existencia de Dios, aun cuando recurran a su bondad y misericordia.

Pero, ¡"para Dios nada hay imposible"!

2. La Iglesia recuerda hoy estas palabras, porque es necesario que nosotros busquemos en ellas la respuesta al interrogante sobre el misterio de la Inmaculada concepción.

Puesto que la omnipotencia del Eterno Padre y la infinita potencia de amor que actúa con la fuerza del Espíritu Santo hacen que el Hijo de Dios se convierta en hombre en el seno de la Virgen de Nazaret, entonces la misma potencia en previsión de los méritos del Redentor, preserva a su Madre de la herencia del pecado original.

La hace santa e inmaculada desde el primer instante de la concepción.

La misma omnipotencia, la misma potencia del amor, la misma fuerza del Espíritu Santo hacen que Ella sola, entre todos los hijos e hijas de Adán, sea concebida y venga al mundo "llena de gracia".

Así, también en el momento de la Anunciación la saludará Gabriel: "Alégrate, llena de gracia" (Lc 1, 28).

3. Venimos hoy a este santuario romano de la Madre de Dios, rebosantes de especial veneración a la Santísima Trinidad: rebosantes de gratitud hacia el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, por estas "cosas grandes", que la gracia del Altísimo ha hecho desde el primer instante de la vida de la Virgen de Nazaret.

Efectivamente, éste es el año en que, recordando después de 1600 años la obra del I Concilio de Constantinopla, recordamos también el 1550 aniversario del Concilio de Efeso.

Precisamente por esto en la solemnidad de Pentecostés se reunieron obispos de todo el globo terrestre junto a la tumba de San Pedro para venerar al Espíritu Santo, el Paráclito, en unión espiritual con la liturgia de acción de gracias, que tenía lugar en Constantinopla.

Luego, en la tarde del mismo día, vinieron aquí, a la basílica mariana de Roma, para dar gracias por el misterio de la Encarnación, que es la obra suprema del Espíritu Santo en la historia de la salvación. De este modo fue venerado Aquel, que "por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre", y fue venerada Ella, la Virgen Madre, a quien la Iglesia desde los tiempos del Concilio de Efeso llama "Madre de Dios" (Theotokos). Al llamar así a María, la Iglesia profesa su fe en la obra salvífica más grande que en Ella y mediante Ella ha realizado el Espíritu Santo. "¡Para Dios nada hay imposible!".

4. No pude participar personalmente en esa solemnidad histórica. Pero había trabajado con todo el corazón para su preparación, dándome cuenta de que en ella se debía expresar no sólo la fe de dos milenios, sino también ese particular diálogo de amor y de consagración que la Iglesia de nuestra época lleva adelante con el Espíritu Santo mediante el Corazón de la Madre de Dios. Este diálogo se intensifica especialmente cuando la Iglesia, juntamente con la humanidad, atraviesa por duras experiencias y pruebas, y también cuando renace en ella la esperanza de renovación y de paz.

Efectivamente, en el curso de los difíciles años de la última guerra mundial, el Papa Pío XII consagró todo el género humano al Corazón de la Inmaculada, incluyendo, después de algunos años, en esta consagración a los pueblos particularmente queridos para la Madre de Dios: los de Rusia.

En nuestros tiempos, juntamente con la obra del Concilio Vaticano II, ha renacido en la Iglesia la esperanza de la renovación. Y mientras esta esperanza encuentra varias dificultades, mientras actualmente siente incesantemente la amenaza a la paz, ha parecido que se debe dirigir otra vez al Espíritu Santo, mediante el Corazón de la Madre de Dios, Aquella a la que el Papa Pablo VI llamaba frecuentemente "Madre de la Iglesia".

Así, pues, precisamente el día de Pentecostés, durante la solemnidad celebrada en esta basílica en presencia de obispos de todo el mundo, se pronunció el acto de consagración a la Inmaculada Madre de Dios, el cual es un testimonio del amor que la Iglesia alimenta hacia María, fijando la mirada en Ella como en la figura de la propia maternidad. Este acto es también un testimonio de esperanza que, a pesar de todas las amenazas, la Iglesia quiere anunciar a todos los pueblos: a los que más la esperan, juntamente con aquellos "cuya consagración la misma Madre de Dios parece esperar de modo particular" (cf. Celebrazioni Commemorative..., página 29).

Este acto de consagración lo repetimos también hoy.

5. La Providencia nos llama incesantemente a leer con perspicacia los "signos de los tiempos". Y precisamente siguiendo los signos de los tiempos veneramos, el día de Pentecostés, el recuerdo de los dos grandes Concilios de la Iglesia perfectamente unida. Precisamente siguiendo los signos de los tiempos, renovamos junto a la tumba de San Pedro la fe en el Espíritu Santo, "Señor y dador de vida", según las palabras de nuestro común Credo. Precisamente siguiendo los signos de los tiempos, nos reunimos la tarde del mismo día en el santuario mariano de Roma.

Los signos de los tiempos nos mandan leer los planes divinos, remontándonos a las palabras originarias y más antiguas.

¿Acaso no están entre esas palabras también las del libro del Génesis, que nos ha recordado hoy la primera lectura: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón..." (Gén 3, 15)?

Los signos de los tiempos indican que estamos en la órbita de una gran lucha entre el bien y el mal, entre la afirmación y la negación de Dios, de su presencia en el mundo y de la salvación que en El tiene su comienzo y su fin.

¿Acaso no nos indican estos signos a la Mujer, juntamente con la cual debemos pasar el umbral del tiempo trazado por el siglo y por el milenio que van a cerrarse? ¿No debemos precisamente con Ella hacer frente a las tribulaciones de las que está lleno nuestro tiempo? ¿No debemos precisamente en Ella volver a encontrar esa fortaleza y esa esperanza, que nacen del corazón mismo del Evangelio?

6. ¡"Para Dios nada hay, imposible"!

Centremos nuestra atención en el misterio de la Inmaculada Concepción.

Meditemos, según el magisterio del Concilio Vaticano II, la maravillosa presencia de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

Escuchando la Palabra de Dios vivo, la cual nos habla desde lo profundo del primer adviento, salgamos al encuentro de todo lo que el tiempo del hombre y del mundo nos puede traer. Caminemos, unidos, a la Mujer por excelencia, María.

* * *

(Al final del rito eucarístico, el Papa entró en la capilla dedicada a la Patrona de la Urbe, "Salus Populi Romani" y recitó la plegaria de consagración de la Iglesia a la Madre de los hombres y de los pueblos, que había preparado para pronunciarla solemnemente en esta basílica la tarde de Pentecostés, con los obispos de todo el mundo reunidos para celebrar el 1600 aniversario del Concilio de Constantinopla y el 1550 del Concilio de Efeso)

SANTA MISA EN EL 450° ANIVERSARIO DE LAS APARICIONES 
DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE


HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Sábado 12 de diciembre de 1981

Señores Cardenales,
queridos Hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con la celebración de esta Eucaristía he querido participar con vosotros, junto al altar del Señor, en un acto de homenaje filial a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la que el pueblo mexicano se acerca especialmente en estos días, al conmemorar los 450 años de la presencia de María Santísima de Guadalupe en el Tepeyac.

Vuelvo así, peregrino de fe, como aquella mañana del 27 de enero de 1979, a continuar el acto mariano que tuve en el Santuario del pueblo de México y de toda América Latina, en el que desde hace siglos se ha mostrado la maternidad de María. Por ello, siento que este lugar sagrado donde nos encontramos, la Basílica de San Pedro, se alarga con la ayuda de la imagen televisada hasta la Basílica guadalupana, siempre corazón espiritual de México y de modo particular en esta singular circunstancia.

Pero no sólo allí, y ni siquiera en toda la Nación mexicana, resuena este latido de fe cristiana, mariana y eclesial, sino que son tantísimos los corazones que, desde todas las Naciones de América, de norte a sur, convergen en peregrinación devota hacia la Madre de Guadalupe.

Muestra de ello es la significativa participación en este acto, al unísono con las gentes de sus respectivos pueblos, de los representantes de los países latinoamericanos y de la Península Ibérica, unidos por comunes lazos de cultura y devoción mariana.

Bien querría que mi presencia entre vosotros hubiera sido también física; mas no siendo posible, os he enviado como Legado mío al Cardenal Secretario de Estado Agostino Casaroli, para que sea una prolongación mía durante estas celebraciones y signo de mi particular benevolencia.

2. El mensaje guadalupano y la presencia de la venerada Imagen de Nuestra Señora que preside su nuevo Templo, como lo hiciera por cerca de tres siglos en la anterior basílica, es un hecho religioso de primera magnitud, que ha marcado de manera determinante los caminos de la evangelización en el continente americano y ha sellado la configuración del catolicismo del pueblo mexicano y sus expresiones vitales.

Esa presencia de María en la vida del pueblo ha sido una característica inseparable de la arraigada religiosidad de los mexicanos. Buena prueba de ello han sido las muchedumbres incesantes que, a lo largo de los siglos pasados, se han ido turnando a los pies de la Madre y Señora, y que allí se han renovado en su propósito de fidelidad a la fe cristiana. Prueba evidente son también los casi ocho millones de personas que anualmente peregrinan hacia su Templo, así como la presencia de María en tantos hogares, fábricas, caminos, iglesias y montañas del país.

Ese hecho guadalupano encierra elementos constitutivos y expresivos que contienen profundos valores religiosos y que hay que saber potenciar para que sean, cada vez más, canales de evangelización futura. Me limitaré a pergeñar tres aspectos que revisten un particular significado.

3. En el mensaje guadalupano sobresale con singular fuerza la constante referencia a la maternidad virginal de María. El pueblo fiel, en efecto, ha tenido siempre viva conciencia de que la buena Madre del cielo a la que se acerca implorante es la “perfecta siempre Virgen” de la antigua tradición cristiana, la aeiparthénos de los Padres griegos, la doncella virgen del Evangelio (cf Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), la “llena de gracia” (Lc 1, 28), objeto de una singularísima benevolencia divina que la destina a ser la Madre del Dios encarnado, la Theotókos del Concilio de Efeso, la Deípara venerada en la continuidad del Magisterio eclesial hasta nuestros días.

Ante esa realidad tan rica y profunda, aun captada a veces de manera sencilla o incompleta, pero en sincero espíritu de fe y obediencia a la Iglesia, ese mismo pueblo, católico en su mayoría y guadalupano en su totalidad, ha reaccionado con una entusiasta manifestación de amor mariano, que lo ha unido en un mismo sentimiento colectivo y ha hecho para él todavía más simbólica la colina del Tepeyac. Porque allí se ha encontrado a sí mismo, en la profesión de su fervorosa religiosidad mariana, la misma de los otros pueblos de América, cultivada también en distintos santuarios, como pude constatar personalmente durante mi visita a Brasil.

4. Otro aspecto fundamental proclamado en el mensaje guadalupano es la maternidad espiritual de María sobre todos los hombres, tan íntimamente unida a la maternidad divina. En efecto, en la devoción guadalupana aparece desde el principio ese rasgo caracterizante, que los Pastores han inculcado siempre y los fieles han vivido con firme confianza. Un rasgo aprendido al contemplar a María en su papel singular dentro del misterio de la Iglesia, derivado de su misión de Madre del Salvador.

Precisamente porque Ella acepta colaborar libremente en el plan salvífico de Dios, participa de manera activa, unida a su Hijo, en la obra de salvación de los hombres. Sobre esta función se expresa de modo luminoso el Concilio Vaticano II: María, “concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia” (Lumen gentium, 61).

Es una enseñanza que, al señalar la cooperación de la Virgen Santísima para restaurar la vida sobrenatural de las almas, habla de su misión como Madre espiritual de los hombres. Por ello la Iglesia le tributa su homenaje de amor ardiente “cuando considera la Maternidad espiritual de María para con todos los miembros del Cuerpo Místico” (Pablo VI, Marialis cultus, 22). En esa misma línea de enseñanza, el Papa Pablo VI declarará coherentemente a María como “Madre de la Iglesia”. Por esto mismo he querido yo también confiar a la Madre de Dios todos los pueblos de la tierra (7 de junio y 8 de diciembre 1981 ).

Estos contenidos doctrinales han sido una íntima vivencia, repetida hasta hoy en la historia religiosa latinoamericana, y más en concreto del pueblo mexicano, siempre alentado en esa línea por sus Pastores. Una tarea empezada por la significativa figura episcopal de Fray Juan de Zumárraga y continuada celosamente por todos sus hermanos y sucesores. Se ha tratado de un empeño puesto porfiadamente en todas partes, y realizado de manera singular en el Santuario guadalupano, punto de encuentro común. Así ha sido también en este año centenario, que marca asimismo el 450 aniversario de la arquidiócesis de México. Una vez más, el pueblo fiel ha experimentado la presencia consolante y alentadora de la Madre, como la ha sentido siempre a lo largo de su historia.

5. Guadalupe y su mensaje son, finalmente, el suceso que crea y expresa de manera más cabal los trazos salientes de la cultura propia del pueblo mexicano, no como algo que se impone desde fuera, sino en armonía con sus tradiciones culturales.

En efecto, en la imperante cultura azteca penetra, diez años más tarde de la conquista, el hecho evangelizador de María de Guadalupe, entendida como el nuevo sol, creador de armonía entre los elementos en lucha y que abre otra era. Esa presencia evangelizadora, con la imagen mestiza de María que une en sí dos razas, constituye un hito histórico de creatividad connatural de una nueva cultura cristiana en un País y, paralelamente, en un continente. Por eso podrá decir justamente la Conferencia de Puebla que: “El Evangelio encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización” (Puebla 446). Por ello, en mi visita al Santuario guadalupano afirmé que “desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México” (Homilía en el Santuario de la Virgen de Guadalupe, 27 de enero de 1979). Y efectivamente, la cohesión en torno a los valores esenciales de la cultura de la Nación mexicana se realiza alrededor de un valor fundamental, que para el mexicano –así como para el latinoamericano– ha sido Cristo, traído de modo apreciable por María de Guadalupe. Por eso Ella, con obvia referencia a su Hijo, ha sido el centro de la religiosidad popular del mexicano y de su cultura, y ha estado presente en los momentos decisivos de su vida individual y colectiva.

6. Esta realidad cultural, con la presencia tan sentida de la Madre y Señora, son un elemento potencial que debe ser aprovechado en todas sus virtualidades evangelizadoras frente al futuro, a fin de conducir al pueblo fiel, de la mano de María, hacia Cristo, centro de toda vida cristiana. De tal manera que la piedad no deje de poner cada vez más de relieve “el vínculo indisoluble y la esencial referencia de la Virgen al Salvador Divino” (Pablo VI, Marialis cultus, 25).

No cabe duda de que desde la raíz religiosa, que inspira todos los otros órdenes de cultura; desde la propia vinculación de fe en Dios y desde la nota mariana, habrá que buscar en México, así como en las otras Naciones, los cauces de comunión y participación que conduzcan a la evangelización de los diversos sectores de la sociedad.

De ahí habrá que sacar inspiración para un urgente compromiso en favor de la justicia, para tratar seriamente de colmar los graves desniveles existentes en campo económico, social, cultural; y para construir esa unidad en la libertad que hagan de México y de cada uno de los países de América, una sociedad solidaria y responsablemente participada, una auténtica e inviolable comunidad de fe, fiel a sus esencias y dinámicamente abierta a la conveniente integración –desde la comunión de credo– a nivel nacional, latinoamericano y universal.

En esa amplia perspectiva, guiado por la Virgen de Guadalupe patrona de América Latina, dirijo mi pensamiento y simpatía a todos los pueblos de la zona, especialmente a los que sufren mayores privaciones, y de manera particular a los de América Central, aquellos sobre todo probados hoy por duras y dolorosas situaciones que tanta preocupación suscitan en mi ánimo y en el mundo, por sus consecuencias negativas para una pacífica convivencia y por el riesgo que comporta para el mismo orden internacional.

Es necesario y urgente que la propia fe mariana y cristiana impulse a la acción generalizada en favor de la paz para unos pueblos que tanto están padeciendo; hay que poner en práctica medidas eficaces de justicia que superen la creciente distancia entre quienes viven en la opulencia y quienes carecen de lo más indispensable; ha de superarse, con procedimientos que lo ataquen en su misma raíz, el fenómeno subversión-represión que alimenta la espiral de una funesta violencia; ha de restablecerse en la mente y en las acciones de todos la estima del valor supremo y tutela de la sacralidad de la vida; ha de eliminarse todo tipo de tortura que degrada al hombre, respetando integralmente los derechos humanos y religiosos de la persona; hay que cuidar con diligencia la promoción de las personas, sin imposiciones que impidan su realización libre como ciudadanos, miembros de una familia y comunidad nacional.

No puede omitirse la debida reforma de ciertas estructuras injustas, evitando a la vez métodos de acción que respondan a concepciones de lucha de clases; se ha de promover la educación cultural de todos, dejando en salvo la dimensión humana y religiosa de cada ciudadano o padre de familia.

Un compromiso de moralidad pública ha de ser el primer requisito en la implantación de una sólida moralidad privada; y si es cierto que deben salvaguardarse las exigencias de una ordenada convivencia, nunca la persona humana y sus valores han de quedar supeditados a otras instancias o finalidades, ni ser tampoco víctimas de ideologías materialistas –sean de cualquier tipo– que sofocan en el ser humano su dimensión trascendente.

El amor al hombre imagen de Dios, la opción preferencial por el más pobre –sin exclusividades ni odios–, el respeto a su dignidad y vocación terrestre y eterna, deben ser el parámetro que guíe a quien diga inspirarse en los valores de la fe.

En ese espíritu de servicio al hombre, incluida su vertiente nacional e internacional, acepté –pocos días antes de mi visita al santuario guadalupano– la obra de mediación entre las Naciones hermanas de Argentina y Chile.

Se trataba de evitar de inmediato y se evitó un conflicto bélico que parecía inminente, y que habría tenido funestas consecuencias. Hace casi tres años que se está trabajando en esa obra, sin ahorrar esfuerzos ni tiempo.

Invito a todos a pedir a la Madre de Guadalupe, para que se resuelva pronto esa larga y penosa controversia. Las ventajas serán grandísimas para los dos pueblos interesados – así como para toda América Latina y aun para el mundo – que desean ardientemente ese resultado. Una prueba de ello son las numerosas firmas recogidas entre los jóvenes y que van a ser depositadas ante este altar. Puedan ser estos jóvenes los heraldos de la paz.

Sean sopesados serenamente los sacrificios que implica la concordia. Se verá entonces que vale la pena afrontarlos, en vistas de bienes superiores.

7. A los pies de la Virgen de Guadalupe deposito estas intenciones, junto con las riquezas y dificultades de América Latina entera.

Sé tú, Madre, la que guardes a los Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas para que, imbuidos de un profundo amor a la Iglesia y generosamente fieles a su misión, procedan con el debido discernimiento en su servicio eclesial, y edifiquen en la verdad y la caridad al pueblo de Dios. Sé tú la que inspires a los gobernantes, para que, respetando escrupulosamente los derechos de cada ciudadano y en espíritu de servicio a su pueblo, busquen siempre la paz, la justicia, la concordia, el verdadero progreso, la moralidad en toda la vida pública. Sé tú la que ilumines con propósitos de equidad y rectitud a cuantos tienen en sus manos el poder económico y social, para que no olviden las exigencias de la justicia en las relaciones comunitarias, sobre todo con los menos favorecidos.

Ayuda a los jóvenes y estudiantes, para que se preparen bien a infundir nuevas fuerzas de honestidad, competencia y generosidad en las relaciones sociales. Mira con bondad a los campesinos, para que se les procure un nivel de vida más justo y decoroso. Proteye a los hermanos de Juan Diego, los indígenas, para que se les conceda un puesto digno en la sociedad, sin marginaciones ni discriminaciones. Cuida a los niños, para que tengan siempre el buen ejemplo y amor de sus padres. Guarda en la unidad a las familias, para que sean fuertes y perseverantes en el amor cristiano. Y puesto que eres Emperatriz de las Américas, tiende tu protección sobre todas las Naciones del Continente americano y sobre las que allí llevaron la fe y el amor a ti.

Haz finalmente, Madre, que esta celebración centenaria del pueblo mexicano que marca su fidelidad mariana en los pasados 450 años, sea, en ti, principio de una renovada fidelidad a Cristo y a su Iglesia. Así sea.

SANTA MISA PARA LA FIESTA DEARÍA REINA DE POLONIA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Lunes, 3 de mayo de 1982 

¡Alabado sea Jesucristo!

Queridos hermanos y hermanas. Unámonos hoy de manera particular con nuestros compatriotas en su tierra natal, con nuestros compatriotas que hoy veneran a María como Madre y Reina de Polonia. Esta es su fiesta principal, el 3 de mayo. Junto con ellos rezamos, participamos en la Eucaristía. Junto a ellos escuchamos la Palabra de Dios: el Apocalipsis y la carta de San Pablo a los Colosenses, pero sobre todo el Evangelio en el que el apóstol y evangelista Juan transmite el gran acontecimiento de su vida, reafirma el momento en el que fue presentado por Cristo a su Madre como un hijo, entregado, confiado, recomendado como un hijo. Jesús dijo: "Aquí está tu madre ... aquí está tu hijo". ( Jn19.26-27). Y así, en la oración, meditando en la Palabra de Dios, miramos, como en un prisma eterno, también los acontecimientos cercanos y lejanos de nuestra historia. Por encima de todo, miremos ese hecho del que nos separan casi 200 años: la Constitución del 3 de mayo. ¡Un gran evento! Es significativo que haya caído en vísperas de la partición definitiva de nuestra patria. Por tanto, parece que la Constitución ha quedado en letra muerta. Y, sin embargo, la experiencia histórica atestigua que la Constitución formó la vida de la nación, incluso bajo el dominio extranjero y en el otro sistema. Se convirtió en el alma de la vida social, de la vida nacional y, a través de las décadas, a través de las generaciones, preparó a nuestros antepasados ​​para la reconstrucción de la independencia. Ahora es nuestro destino histórico: lo que en sí mismo ya es un programa de vida, en ocasiones, debe implementarse en vida a costa de la muerte. Así fue precisamente con la Constitución del 3 de mayo.

Y los hechos más cercanos a nosotros en los últimos años parecen tener una elocuencia similar. Somos conscientes de que los acontecimientos de los años ochenta vinculados a la palabra “Solidaridad” también tienen un gran impacto en la vida de la nación y en su aspiración a la identidad, y en su afán de moldear el futuro. Si bien han tenido que soportar el peso de la experiencia histórica, no perdemos la convicción de que estos contenidos y también estos hechos -como la Constitución del 3 de mayo- marcarán la vida de la nación. Debido a que provienen de su alma, responden a su alma, y ​​la nación, si ha de vivir, ¡debe vivir de su propia alma!

Así miramos los acontecimientos lejanos y cercanos a través del prisma de estas palabras eternas, que fueron dichas desde lo alto de la Cruz. A través del prisma de estas palabras, con las que un hombre fue confiado a la Madre de Dios como su hijo. En este hombre soltero todos nos sentimos confiados a María. Y por eso vivimos con la conciencia de esta encomienda a la Madre de Dios, como toda la nación, no solo cada uno por su cuenta, sino como una gran comunidad. Nos sentimos abrazados por estas palabras: “He ahí a tu hijo”; nos sentimos niños y la consideramos nuestra Madre. Y extendemos esta maternidad suya a todas las generaciones, a todos los acontecimientos cercanos y lejanos.

En la evolución de estos hechos, que a pesar de las dificultades no han dejado de estar siempre llenos de esperanza para nosotros, leemos los signos de su maternidad. ¡Siguen siendo nuestros! Siguen siendo nuestros porque tenemos a la Madre. La maternidad es la fuente de identidad de cada uno de nosotros. El primer derecho del hombre es descender directamente de la maternidad.

Y así también esta maternidad singular de María, una vez transmitida al evangelista y apóstol Juan, y extendida a tantos hombres y a naciones enteras, y sobre todo a nuestra nación, nos da un sentido particular de identidad. Nos permite vivir con esperanza y avanzar hacia el futuro, dando gracias por todo lo bueno y creativo del pasado.

Hoy nos invita a pensar todo esto de una manera particular. Un signo particular de presencia, de la presencia materna de la Madre de Dios, entre nosotros, es Jasna Góra. Lo recordamos hoy porque es 3 de mayo. También lo recordamos porque este es el año de Jasna Góra, 600 años de su presencia entre nosotros en la imagen de Jasna Góra. Y así todos deambulamos con el corazón hacia esta imagen, y tratamos de deambular también por los caminos de nuestra vida.

Pienso en mi peregrinaje a Jasna Góra, lo he estado pensando un tiempo y quiero hacerlo. Considero este mi deber, el deber del corazón, el deber de un niño para con la Madre. Hacia ti y mi país. Estoy moralmente comprometido a estar con mis compatriotas a los pies de la Señora de Jasna Góra en este gran aniversario. También creo que se deben crear las condiciones adecuadas para ello y cuento con ello en nombre del prestigio de Polonia y en nombre del honor de una nación milenaria.

Queridos hermanos y hermanas reunidos aquí, en la Gruta de Lourdes, sintamos como si estuviéramos espiritualmente presentes en Jasna Góra y vivamos todo el misterio de ese lugar sagrado, toda la elocuencia de esa imagen, de esa maternidad, que fue dado en defensa de nuestra nación. Porque la maternidad es siempre de por vida, para la defensa de la vida. Si hoy es importante la vida de cada hombre, a partir del momento de su concepción, del mismo modo también lo es la vida de toda la nación, de la que se siente hijo, un hijo concebido siempre continuamente, siempre engendrado. , siempre adolescente y maduro., siempre ligado a su identidad y al sentido del vínculo con su Madre: tanto con esta Madre que tiene aquí en la tierra, su patria, como con la Madre que es el modelo más perfecto de todas las madres,

VIAJE APOSTÓLICO A ARGENTINA

MISA EN EL SANTUARIO DE LUJÁN 

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Buenos Aires, 11 de junio de 1982

Amadísimos hermanos y hermanas,

1. Ante la hermosa basílica de la “Pura y Limpia Concepción” de Luján nos congregamos esta tarde para orar junto al altar del Señor.

A la Madre de Cristo y Madre de cada uno de nosotros queremos pedir que presente a su Hijo el ansia actual de nuestros corazones doloridos y sedientos de paz.

A Ella que, desde los años de 1630, acompaña aquí maternalmente a cuantos se la acercan para implorar su protección, queremos suplicar hoy aliento, esperanza, fraternidad.

Ante esta bendita imagen de María, a la que mostraron su devoción mis predecesores Urbano VIII, Clemente XI, León XIII, Pío XI y Pío XII, viene también a postrarse, en comunión de amor filial con vosotros, el Sucesor de Pedro en la cátedra de Roma.

2. La liturgia que estamos celebrando en este santo lugar, donde vienen en peregrinación los hijos e hijas de la Argentina, pone a la vista de todos la cruz de Cristo en el calvario: “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás, y María Magdalena”.

Viniendo aquí como el peregrino de los momentos difíciles, quiero leer de nuevo, en unión con vosotros, el mensaje de estas palabras tan conocidas, que suenan de igual modo en las distintas partes de la tierra, y sin embargo diversamente. Son las mismas en los distintos momentos de la historia, pero asumen una elocuencia diversa.

Desde lo alto de la cruz, como cátedra suprema del sufrimiento y del amor, Jesús habla a su Madre y habla ad Discípulo; dijo a la Madre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “He ahí a tu madre”.

En este santuario de la nación argentina, en Luján, la liturgia habla de la elevación del hombre mediante la cruz: del destino eterno del hombre en Cristo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María de Nazaret.

Este destino se explica con la cruz en el calvario.

3. De este destino eterno y más elevado del hombre, inscrito en la cruz de Cristo, da testimonio el autor de la Carta a los Efesios: “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos”.

A este Cristo lo vemos al centro de la liturgia celebrada aquí en Luján; elevado sobre la cruz: rendido a una muerte ignominiosa.

En este Cristo estamos también nosotros, elevados a una altura a la que solamente por el poder de Dios puede ser elevado el hombre: es la “bendición espiritual”.

La elevación mediante la gracia la debemos a la elevación de Cristo en la cruz. Según los eternos designios del amor paterno, en el misterio de la redención uno se realiza por medio del otro y no de otra manera: solamente por medio del otro.

Se realiza pues eternamente, puesto que eternos son el amor del Padre y la donación del Hijo.

Se realiza también en el tiempo: la cruz en el calvario significa efectivamente un momento concreto de la historia de la humanidad.

4. Hemos sido elegidos en Cristo “antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados ante él”.

Esta elección significa el destino eterno en el amor.

Nos ha predestinado “a ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo”. El Padre nos ha dado en su “Predilecto” la dignidad de hijos suyos adoptivos.

Tal es la eterna decisión de la voluntad de Dios. En esto se manifiesta la “gloria de su gracia”.

Y de todo esto nos habla la cruz. La cruz que la liturgia de hoy coloca en el centro de los pensamientos y de los corazones de todos los peregrinos, reunidos desde los distintos lugares de la Argentina en el santuario de Luján.

Hoy está con ellos el Obispo de Roma, como peregrino de los acontecimientos particulares que han impregnado de ansiedad tantos corazones.

5. Estoy pues con vosotros, queridos hermanos y hermanas, y junto con vosotros vuelvo a leer esta profunda verdad de la elevación del hombre en el amor eterno del Padre: verdad testimoniada por la cruz de Cristo.

“En él hemos sido herederos . . . a fin de que cuantos esperamos en Cristo seamos para alabanza de su gloria”.

Miremos hacia la cruz de Cristo con los ojos de la fe y descubramos en ella el misterio eterno del amor de Dios, de que nos habla el autor de la Carta a los Efesios. Tal es, según las palabras que acabamos de escuchar, “el propósito de aquel que hace todas las cosas conforme al consejo de su voluntad”.

La voluntad de Dios es la elevación del hombre mediante la cruz de Cristo a la dignidad de hijo de Dios.

Cuando miramos la cruz, vemos en ella la pasión del hombre: la agonía de Cristo.

La palabra de la revelación y la luz de la fe nos permiten descubrir mediante la pasión de Cristo la elevación del hombre. La plenitud de su dignidad.

6. De ahí que, cuando con esta mirada abrazamos la cruz de Cristo, asumen para nosotros una elocuencia aún mayor las palabras pronunciadas, desde lo alto de esa cruz, a María: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y a Juan: “He ahí a tu Madre”.

Estas palabras pertenecen como a un testamento de nuestro Redentor. Aquel que con su cruz ha realizado el designio eterno del amor de Dios, que nos restituye en la cruz la dignidad de hijos adoptivos de Dios, El mismo nos confía, en el momento culminante de su sacrificio, a su propia Madre como hijos. En efecto, creemos que la palabra “he ahí a tu hijo” se refiere no sólo al único discípulo que ha perseverado junto a la cruz de su Maestro, sino también a todos los hombres.

7. La tradición del santuario de Luján ha colocado estas palabras en el centro mismo de la liturgia, a cuya participación invita a todos los peregrinos. Es como si quisiera decir: aprended a mirar al misterio que constituye la gran perspectiva para los destinos del hombre sobre la tierra, y aun después de la muerte. Sabed ser también hijos e hijas de esta Madre, que Dios en su amor ha dado al propio hijo como Madre.

Aprended a mirar de esta manera, particularmente en los momentos difíciles y en las circunstancias de mayor responsabilidad; hacedlo así en este instante en que el Obispo de Roma quiere estar entre vosotros como peregrino, rezando a los pies de la Madre de Dios en Luján, santuario de la nación argentina.

8. Meditando sobre el misterio de la elevación de cada hombre en Cristo: de cada hijo de esta nación, de cada hijo de la humanidad, repito con vosotros las palabras de María:
Grandes cosas ha hecho por nosotros el Poderoso, (cf. Lc 1, 49)  “cuyo nombre es santo. / Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen. /Desplegó el poder de su brazo y dispersó a los que se engríen con los pensamientos de su corazón... / Acogió a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia. /Según lo que había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre”.

¡Hijos e hijas del Pueblo de Dios!

¡Hijos e hijas de la tierra argentina, que os encontráis reunidos en este santuario de Luján! ¡Dad gracias al Dios de vuestros padres por la elevación de cada hombre en Cristo, Hijo de Dios!

Desde este lugar, en el que mi predecesor Pío XII creyó llegar “al fondo del alma del gran pueblo argentino”, seguid creciendo en la fe y en el amor al hombre.

Y Tú, Madre, escucha a tus hijos e hijas de la nación argentina, que acogen como dirigidas a ellos las palabras pronunciadas desde la cruz: ¡He ahí a tu hijo! ¡He ahí a tu Madre!

En el misterio de la redención, Cristo mismo nos confió a Ti, a todos y cada uno.

Al santuario de Luján hemos venido hoy en el espíritu de esa entrega. Y yo - Obispo de Roma - vengo también para pronunciar este acto de ofrecimiento a Ti de todos y cada uno.

De manera especial te confío todos aquellos que, a causa de los recientes acontecimientos, han perdido la vida: encomiendo sus almas al eterno reposo en el Señor. Te confío asimismo los que han perdido la salud y se hallan en los hospitales, para que en la prueba y el dolor sus ánimos se sientan confortados.

Te encomiendo todas las familias y la nación. Que todos sean partícipes de esta elevación del hombre en Cristo proclamada por la liturgia de hoy. Que vivan la plenitud de la fe, la esperanza y la caridad como hijos e hijas adoptivos del Padre Eterno en el Hijo de Dios.

Que por tu intercesión, oh Reina de la paz, se encuentren las vías para la solución del actual conflicto, en la paz, en la justicia y en el respeto de la dignidad propia de cada nación.

Escucha a tus hijos, muéstrales a Jesús, el Salvador, como camino, verdad, vida y esperanza. Así sea.

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Domingo 15 de agosto de 1982

1. «Tu trono subsistirá por siempre jamás, / cetro de equidad es el cetro de tu reino... / Toda radiante de gloria entra la hija del rey; / su vestido está tejido de oro» (cfr. Sal 44, [451, 7. 14).

La liturgia de la Iglesia recurre hoy a las palabras del Salmo para presentar incluso, con imágenes humanas un gran misterio de la fe.

Es el misterio de la Asunción de la Santísima Madre de Dios, la Virgen María.

Sin embargo, aún más que las analogías que se sacan del Salmo 44, son elocuentes sus mismas palabras. María se presenta en el umbral de la casa de Isabel, su pariente, y —cuando ésta la saluda como «la madre del Señor»— pronuncia las palabras del Magníficat: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador ... Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es santo» (Lc 1, 46-47. 49).

2. Cuando María pronunció estas palabras, se había realizado ya en Ella, mediante «la anunciación del Ángel», el misterio de la Encarnación. El Hijo de Dios, el Verbo Eterno, se había hecho hombre en su seno por obra del Espíritu Santo.

Al dirigirse «a la montaña» para visitar a Isabel, María era ya la Madre del Hijo de Dios: llevaba en sí el más grande misterio de la historia del hombre.

De lo profundo de este misterio nacen las palabras del himno del Magníficat. De lo profundo de este misterio María alaba al Omnipotente porque «ha hecho cosas grandes» por Ella (Lc 1, 49).

Y no sólo por Ella. Por toda la humanidad: por todos los hombres y por cada uno de los hombres Dios ha hecho «grandes cosas» haciéndose hombre. Pero Ella, la Virgen de Nazaret, ha sido objeto de una elevación especial, de una dignidad particular. Pues ha llegado a ser la Madre del Dios-Hombre.

Hoy, en el día de la Asunción, la liturgia de la Iglesia pone en los labios de María sus mismas palabras: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí».

Entre la Visitación y la Asunción hay continuidad. Aquélla que ha sido elegida eternamente para ser Madre del Verbo Encarnado; Aquélla en la que Dios mismo ha habitado en la persona del Hijo, comienza a morar de modo particular en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

He aquí el misterio que meditamos con veneración hoy: el misterio de la Asunción.

3. Aquélla en la que Dios mismo tomó morada en la Persona del Hijo, fue concebida inmaculada: está libre de la herencia del pecado original.

De este modo fue también preservada de la ley de la muerte, que entró en la historia del hombre junto con el pecado.

Escribe San Pablo (y estas palabras las leemos en la liturgia de hoy): «Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida, pero cada uno en su puesto» (1 Cor 15, 21-23).

Libre —por obra de Cristo— del pecado original, redimida de modo particular y excepcional, María fue incluida en su resurrección también de modo particular y excepcional. La resurrección de Cristo venció en Ella la ley del pecado y de la muerte ya mediante la Inmaculada Concepción. Ya entonces se realizó en ella la victoria sobre el pecado y sobre la ley de la muerte, pena del pecado; y hoy se revela en toda la plenitud.

Era necesario que Ella, que era Madre del Resucitado, participase la primera entre los hombres en el pleno poder de su resurrección.

Era necesario que Ella, en la que habitó el Hijo de Dios como autor de la victoria sobre el pecado y sobre la muerte, también la primera habitase en Dios, libre del pecado y de la corrupción del sepulcro:

— del pecado, mediante la Inmaculada Concepción;

— de la corrupción del sepulcro, mediante la Asunción.

Creemos que «la Virgen Inmaculada, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste» (Pío XII, Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, 1 noviembre de 1950).

4. Contemplamos hoy de modo particular a la Madre de Dios. Fijamos la mirada en su definitiva morada en Dios. En su gloria.

Ella es aquel «signo» grandioso que, según las palabras de San Juan en el Apocalipsis, apareció en el cielo (cfr. Ap 12, 1).

Este signo está al mismo tiempo unido estrechamente con la tierra. Es, ante todo, el signo de la lucha «con el dragón» (cfr. Ap 12, 4), y en esta lucha releemos toda la historia de la Iglesia en la tierra: la lucha contra satanás, la lucha contra las fuerzas de las tinieblas, que no cesan de lanzar sus ataques al Reino de Dios.

Este es, al mismo tiempo, el signo de la victoria definitiva; en el misterio de su Asunción, María es el signo de esa victoria definitivade la que habla el autor del Apocalipsis: «Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías» (Ap 12, 10).

5. La solemnidad de hoy es una gran fiesta de la fe. Se debe aguzar la mirada de la fe, para que el misterio de la Asunción pueda actuar libremente en nuestra mente y en nuestro corazón:

a fin de que se haga también para nosotros el signo de la victoria definitiva, la cual está precedida del trabajo y de la lucha respecto a las fuerzas de las tinieblas.

Se debe aguzar la mirada de la fe para vislumbrar través de las fatigas y los sufrimientos de esta vida temporal la dimensión definitiva de la eternidad: 

a semejanza de la Madre de Cristo debemos también nosotros habitar «en Dios», mediante la unión eterna con El.

¡Cuánto debemos esforzarnos mientras vivimos aquí en la tierra a fin de que Dios habite «en nosotros»! En María, en la cual tomó morada mediante el misterio de la Encarnación como Hijo en el seno de la Madre, El moró antes que nada mediante la gracia.

Y también en nosotros quiere habitar mediante la gracia: «Dios te salve, María, llena eres de gracia ... ».

Que la solemnidad de hoy reavive en nosotros el ardiente deseo de vivir en gracia, de perseverar en la gracia de Dios.

«Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna ... ». Si, a semejanza de María, debemos habitar eternamente en Dios, es necesario que aquí en la tierra Dios encuentre su habitación en nuestra alma.

Amén.

SANTA MISA POR LOS 600 AÑOS DE NUESTRA SEÑORA DE JASNA GÓRA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Castel Gandolfo, 26 de agosto de 1982

1. ". . . Antes de salir de aquí, acoja, una vez más, todo el patrimonio espiritual que se llama "Polonia", con la fe, la esperanza y la caridad que Cristo nos ha implantado en el Santo Bautismo.

Por favor
, nunca pierda la fe, no se desanime, no se desanime;
- no cortar solo las raíces de las que somos originarios.

Por favor
, confíe, a pesar de todas sus debilidades, en buscar siempre la fuerza espiritual de Él, con quien tantas generaciones de nuestros padres y madres la encontraron.

- Nunca te alejes de él.

- No perder nunca la libertad de espíritu, con la que "libera al hombre".

- No desprecies nunca la Caridad, que es lo "más grande", que se manifiesta a través de la cruz, y sin la cual la vida humana no tiene raíces ni sentido.

Todo esto te lo pido. . . ".

2. Repetí las palabras pronunciadas el 10 de junio en los prados de Cracovia durante la solemne Eucaristía que se me dio para celebrar con motivo del 900 aniversario de la muerte del mártir San Estanislao, santo patrón de Polonia.

Hoy, 26 de agosto de 1982, estoy ante el altar de la Capilla de los últimos Papas en Castel Gandolfo.

Pío XI, que fue nuncio apostólico en Polonia en los primeros años después de la recuperación de la independencia, introdujo en esta capilla y colocó en el altar mayor la imagen de la Madre de Dios de Jasna Góra, que le ofreció el episcopado polaco. Ciertamente, el recuerdo de Jasna Góra estaba profundamente arraigado en el corazón de ese sucesor de san Pedro, ya que quería tener esta efigie en el altar mayor de su capilla. Y el recuerdo de los acontecimientos de los años 1655-6 y, posteriormente, los del año 1920, quedó profundamente grabada en su corazón, ya que son el objeto de los frescos con los que ha decorado un pintor polaco, por voluntad del Papa, las paredes laterales de la Capilla.

3. Aquí, por tanto, frente a este altar, siento hoy un vínculo profundo con Jasna Góra, que celebra el jubileo de los 600 años de presencia de la Madre de Dios, Reina de Polonia, en su efigie más venerada.

Ya cuando estuve por última vez en Polonia, me invitaron a este jubileo. Luego, los diversos círculos y, en particular, los padres paulinos renovaron esta invitación; finalmente, el Consejo de Presidencia del Episcopado lo expresó en nombre de todos los obispos de Polonia y de todos los católicos de Polonia.
Siempre he respondido, y respondo hoy, que la participación en el jubileo de Jasna Góra es considerada un deber, tanto hacia la Reina de Polonia, como hacia mi nación y la Iglesia en Polonia. Por eso, expreso continuamente la convicción de que las declaraciones que se hagan en relación con esta peregrinación del Papa a la Patria se llevarán a cabo en el marco de este Jubileo. Esto también lo exige el buen nombre de Polonia entre las naciones de Europa y del mundo.

4. Sin embargo, hoy me encuentro ante la imagen de la Madre de mi Nación, en este lugar donde la puso la mano de Pío XI que amó a la Polonia independiente y mis predecesores.

Aquí participo en las oraciones y sacrificios con los que ustedes, queridos compatriotas, van a Jasna Góra el 26 de agosto de 1982. Me uno a ustedes, sus Pastores, el Episcopado de Polonia, en la misma fe, esperanza y caridad, y les presento Yo mismo al tesoro de la Iglesia Universal está el Sacrificio que ofreces allí ante Ella "que defiende la luminosa Czestochowa": el nuevo sacrificio de la historia.

Y, al mismo tiempo, deseo que en este Santísimo Sacrificio que une a todos los hijos de Dios en todo el mundo terrenal, tenga lugar ese maravilloso intercambio de dones que Cristo inició en la historia de los hombres y las naciones.

Por eso, al principio recordé las palabras pronunciadas durante la celebración de la Eucaristía, durante la memorable "Confirmación de la historia" en los prados de Cracovia en el año "de San Estanislao" 1979.

5. Y en el año del Señor 1982, ¿cuál es el regalo que traemos?

¿Qué queremos ofrecer al Padre de toda Luz y Rey inmortal de los siglos, en presencia de la Madre de Cristo?

Queridos hermanos y hermanas, este es el don particular, la expresión de nuestro siglo y, al mismo tiempo, el signo de la continuidad salvífica con la Cruz de Cristo.

Aquí, en poco tiempo, el Beato Maximiliano María Kolbe, la Víctima de Oswiecim, deberá ser incluido en el registro de Santos de la Iglesia Católica.

Deseo expresar la convicción de que este es ese regalo particular que todos le llevamos a la Señora de Jasna Góra con motivo del 600 aniversario. Sin embargo, ¿no es acaso éste, sobre todo, su regalo para nosotros en el tiempo del Jubileo? Sí, es sobre todo la Madre de Jasna Góra quien nos da a esta Santa que creció en la tierra polaca, que maduró en el heroico sacrificio en la terrible hoguera en la que ardía su nación, junto a las demás, durante los aterradores años de 1939. -45..

Sí, es la Madre de Jasna Góra quien nos lo da. ¿No fue, en sus días en particular, un Caballero de la Inmaculada Concepción? ¿No perseveró, de una manera estupenda, hasta el final en la fidelidad a su Señora, dando la vida por un hermano en el "búnker" de Oswiecim?

Por eso queremos traer, para este 600 aniversario de Jasna Góra, este particular regalo preparado por la Providencia. Deseamos expresarnos en este don, y queremos completar con nosotros mismos lo que nuestro Bendito nos dice y lo que dice, por así decirlo, en nuestro lugar.

6. He aquí, se solidarizó hasta el extremo con otro hombre y se declaró dispuesto a ir en su lugar, a la muerte, consciente de las palabras de Cristo: "Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por los amigos. ”( Jn 15,13 ).

El sacrificio de Maximiliano, ofrecido en lugar del terrible desprecio del hombre, en Oswiecim, habla a los hombres contemporáneos, a las naciones, a las sociedades. Se ha convertido en un signo elocuente de la época en que vivimos.

A los pies de la Señora de Jasna Góra, levanto hoy, junto con todos los hijos e hijas de la nación polaca, junto con todos los hombres de buena voluntad de todo el mundo, la súplica para que este cartel sea releído bien por nosotros.

Que hable diciendo que en la tierra polaca hay que estar cerca de todos, sin eliminar a nadie, y reconstruir el bien común mediante la unión con cada uno y el diálogo con la sociedad. Este bien no se puede construir con la fuerza y ​​con la violencia, sino con la elocuencia de la razón, que significa respeto por todo hombre y, por tanto, capaz de convencer a todo el mundo.

El gesto de su padre Maximiliano en el campo de concentración de Oswiecim invita y exhorta a tal unión con todos los hombres, a la unión con toda la nación, ya ensayada demasiado a lo largo de muchos períodos de su historia.

Es un gesto, un acto que la Providencia nos ha mostrado y nos ha dado como tarea, porque según él resolvemos los difíciles problemas de la Patria.

Durante los últimos meses difíciles, la Iglesia en Polonia no deja de repetir y reconfirmar que el poder solo puede ser verdaderamente fuerte con el apoyo de la sociedad, y que el camino que conduce a ese apoyo no pasa por la oposición, sino por el diálogo. , a través de un pacto social real.

7. ¡Mis amados compatriotas!

Por difícil que sea la vida de los polacos este año, que gane en ti la conciencia de que esta vida está abrazada por el Corazón de la Madre; así como ganó en Massimiliano María, Caballero de la Inmaculada Concepción, así gane en ti.

Le agradecemos el primer milagro en Caná de Galilea y los seis siglos de presencia en la imagen de Jasna Góra.

Y al mismo tiempo rezamos para que se comunique, en nuestros días, a todos los hombres que viven en suelo polaco.

¡Que gane el Corazón de la Madre!

Que la Señora de Jasna Góra gane en nosotros y por nosotros. Que incluso gane a través de nuestras aflicciones y derrotas. Que se asegure de que no desistamos de luchar y luchar por la verdad y la justicia, por la libertad y por la dignidad de nuestra vida. Las palabras de María: “Hagan lo que (mi Hijo) les diga” ( Jn 2, 5), ¿no lo dicen también? Que el poder se manifieste plenamente en la debilidad, según las palabras del Apóstol de los gentiles (cf. 2 Co 12, 9) y según el ejemplo de nuestro compatriota: el padre Maximiliano Kolbe.

María, Reina de Polonia, estoy cerca de ti, te recuerdo, ¡estoy despierto!

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN  DE LA PALABRA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Guadalupe, Cáceres
Jueves 4 de noviembre de 1982

Queridos hermanos en el Episcopado, queridos hermanos y hermanas:

1. Acabamos de escuchar la palabra de Yahvé dirigida a Abraham: “Sal de tu tierra, de tu parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo” (Gn 12, 1s)). Abraham respondió a esta llamada divina y afrontó las incertidumbres de un largo viaje que iba a convertirse en signo característico del Pueblo de Dios.

La promesa mesiánica hecha a Abraham va unida al mandato de abandonar su país natal. En su camino hacia la tierra prometida, comienza también el inmenso cortejo histórico de la humanidad entera hacia la meta mesiánica. La promesa se cumplirá precisamente entre los descendientes de Abraham, y por eso a ellos correspondió la misión de preparar, dentro del género humano, el lugar para el Ungido de Dios, Jesucristo. Haciéndose eco de estas imágenes bíblicas, el Concilio Vaticano II explica que “la comunidad cristiana se compone de hombres que, reunidos en torno a Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en peregrinación hacia el reino del Padre” (Gaudium et spes, 1).

Escuchada aquí, junto al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, esta lectura del Antiguo Testamento evoca la imagen de tantos hijos de Extremadura y de España entera salidos como emigrantes desde su lugar de origen hacia otras regiones y países.

2. En la Encíclica Laborem Exercens he subrayado que “este fenómeno antiguo” de los movimientos migratorios ha continuado a lo largo de los siglos y ha adquirido en los últimos tiempos mayores dimensiones a causa de las “grandes implicaciones en la vida contemporánea” (Laborem Exercens, 23).

El trabajador tiene derecho a abandonar el propio país en búsqueda de mejores condiciones de vida, como también a volver a él (cf. Ibid.). Pero la emigración comporta aspectos dolorosos. Por eso la he llamado “un mal necesario”, pues constituye una pérdida para el país que ve marchar hombres y mujeres en la plenitud de su vida.

Ellos abandonan su comunidad cultural y se ven trasplantados a un ambiente nuevo con tradiciones diferentes y a veces lengua distinta. Y a sus espaldas, dejan quizá lugares condenados a un envejecimiento rápido de la población, como sucede en algunas de las provincias españolas.

Sería tantas veces más humano que los responsables del orden económico, como indicaba mi predecesor el Papa Juan XXIII, procuraran que el capital buscara al trabajador, y no viceversa, “para ofrecer a muchas personas la posibilidad concreta de crearse un porvenir mejor, sin verse obligadas a pasar de su ambiente propio a otro distinto, mediante un trasplante que es casi imposible se realice sin rupturas dolorosas y sin períodos difíciles de acoplamiento humano y de integración social” (Pacem in terris, 46).

Tal objetivo representa un verdadero desafío a la inteligencia y eficacia de los gobernantes, para tratar de evitar graves sacrificios a tantas familias, obligadas “a una separación forzosa que pone a veces en peligro la estabilidad y cohesión de la familia, y con frecuencia las coloca frente a situaciones de injusticia” (A los Obispos de Galicia en visita "ad limina Apostolorum", 14 de diciembre de 1981) . Un desafío para los responsables del orden nacional o internacional, que han de acometer programas de equilibrio entre regiones ricas y pobres.

3. Hay que tener en cuenta que el sacrificio de los emigrantes representa también una contribución positiva para los lugares receptores y aun para la pacífica convivencia internacional, pues abre posibilidades económicas a grupos sociales deprimidos y descarga la presión social que el paro produce, cuando alcanza cotas elevadas.

Desgraciadamente, los reajustes de mano de obra no se ven muchas veces impulsados por propósitos noblemente humanos, ni buscan el bien de la comunidad nacional e internacional; sólo responden con frecuencia a movimientos incontrolados según la ley de la oferta y la demanda.

Las regiones o países receptores olvidan con demasiada frecuencia que los trabajadores inmigrantes son seres que vienen arrancados, por las necesidades, de su tierra natal. No les ha movido el mero derecho a emigrar, sino el juego de unos factores económicos ajenos al propio emigrante. En muchas ocasiones se trata de personas culturalmente desvalidas, que han de pasar graves dificultades antes de acomodarse al nuevo ambiente, donde quizá ignoran hasta el idioma. Si se les somete a discriminaciones o vejaciones, caerán víctimas de peligrosas situaciones morales.

Por otra parte, las autoridades políticas y los mismos empresarios tienen la obligación de no colocar a los emigrantes en un nivel humano y laboral inferior a los trabajadores del lugar o país receptor. Y la población general ha de evitar muestras de hostilidad o rechazo, respetando las peculiaridades culturales y religiosas del emigrante. A veces éste es forzado a ocupar viviendas indignas, a recibir retribuciones salariales discriminatorias o a soportar una segregación social y afectiva penosa, que le hace sentirse ciudadano de segunda categoría. De modo que pasan meses, incluso años, antes de que la nueva sociedad le muestre un rostro verdaderamente humano. Esta crisis existencial incide fuertemente sobre la religiosidad de los emigrantes, cuya fe cristiana disponía quizá de apoyos sólo sentimentales, que fácilmente se desmoronan en un clima adverso.

4. Ante estos peligros y amenazas, la Iglesia debe tratar de ofrecer su colaboración para que se halle una respuesta eficaz.

Las soluciones no dependen principalmente de ella. Pero puede y debe ayudar mediante el trabajo coordinado de la comunidad eclesial del lugar de destino. Yo mismo, en años anteriores, tuve la oportunidad de encontrarme con muchos compatriotas míos emigrados a varios países del mundo; y pude comprobar cuánto les ayuda y consuela una asistencia religiosa venida con el calor de la patria lejana.

Considero por ello fundamental que los emigrantes se vean acompañados por capellanes, a ser posible de su propio lugar o país, sobre todo en los sitios donde existe la barrera lingüística: El sacerdote constituye para los inmigrantes, sobre todo los recién llegados, una referencia confortante y además puede prestarles orientaciones valiosas en los inevitables conflictos iniciales.

A este propósito, quiero alentar asimismo el esfuerzo que la Iglesia en España realiza, por medio de los secretariados de pastoral especializada, para integrar la comunidad gitana y eliminar cualquier huella de discriminación.

A las autoridades de la nación o lugar de origen, corresponde prestar el apoyo posible a los ciudadanos emigrados, especialmente si han ido a países extranjeros. Un porcentaje grande de los emigrados al extranjero, tarde o temprano regresarán a la patria, y nunca deben sentirse desamparados por la nación a la que pertenecen y a la cual proyectan volver. Entre los medios imprescindibles para el cultivo de este contacto patrio destacan las remesas de material informativo, el sistema de enseñanza bilingüe para los niños, la facilidad en el ejercicio del voto, las visitas bien organizadas de grupos culturales o artísticos y otras iniciativas semejantes.

Pero, más que nadie, los responsables del país receptor han de volcar generosamente sus iniciativas en favor de los emigrantes, con auxilios laborales, económicos y culturales; evitando que se conviertan en simples ruedas del engranaje industrial, sin referencia a valores humanos. Apenas hay una señal más eficaz para medir la verdadera estatura democrática de una nación moderna que ver su comportamiento con los inmigrados.

5. Desde luego, también al emigrante le toca poner por su parte un esfuerzo leal para la convivencia en el nuevo ambiente, en el que se le ofrezca la posibilidad de trabajo estable y justamente retribuido. Muchas veces, de su comportamiento depende disipar recelos y tender puentes de diálogo y simpatía.

Con un cuidado particular deben coordinar su conducta, el emigrante y las autoridades locales, en el caso de familias que, llegadas de otra región española, tengan el propósito de quedar definitivamente asentadas en su territorio. Las dificultades pueden aparecer cuando entre el lugar de origen y el receptor existe diferencia de lengua.

Al emigrante corresponde aceptar con lealtad su situación real, exponer su voluntad de permanencia, y procurar insertarse en los modos culturales del lugar o región que le acoge. Por su parte, a las autoridades incumbe no forzar el ritmo de inserción de estas familias, ofrecer la posibilidad de una entrada gradual y serena en la nueva atmósfera, mostrar voluntad pública de no discriminar por motivos de idioma, prestar las facilidades escolares precisas para que los niños no se sientan desamparados o humillados en la escuela, ofreciéndoles enseñanza bilingüe, sin imposiciones; y respaldar iniciativas que permitan a los emigrados conservar la savia cultural de su región de origen. De este modo, en vez de enfrentamientos penosos e inútiles, el acervo cultural de la zona receptora, a la vez que da, se enriquecerá silenciosamente con matices aportados desde otros ambientes.

Una especial palabra merece el nuevo drama que plantea a los emigrantes la crisis económica mundial, forzándoles a regresar despedidos antes de tiempo. Las naciones poderosas deben un justo trato a estos trabajadores, que con gran sacrificio han contribuido al desarrollo común. Han sido especialmente útiles, más allá de lo que pueda pagarse con un simple salario. Ellos, que son los más débiles, merecen una atención particular que evite cerrar un capítulo de su vida con un fracaso.

Al pensar en tantas personas lejanas de su hogar, me viene al recuerdo la situación de los detenidos en centros penitenciarios. Muchos de ellos me escribieron antes de mi viaje a España.

Deseo enviarles mi cordial saludo y asegurarles mi oración por ellos, sus intenciones y necesidades.

6. La liturgia de la Palabra —como hemos escuchado antes— nos coloca delante de la figura de Abraham, nuestro padre en la fe. Y también a María, que se pone en camino desde Nazaret a Galilea, a “una ciudad de Juda” llamada Ain Karin, según la tradición. Allí, entrada “en casa de Zacarías, saludó a Isabel”, que pronunció las palabras de la conocida bendición.

Junto con los hombres, junto con las generaciones de esta tierra extremeña y de España, caminaba también María, la Madre de Cristo. En los nuevos lugares de habitación Ella saludaba, en el poder del Espíritu Santo, a los nuevos pueblos, que respondían con la fe y la veneración a la Madre de Dios.

De esta manera, la promesa mesiánica hecha a Abraham se difundía en el Nuevo Mundo y en Filipinas. ¿No es significativo que hoy nos encontremos en el santuario mariano de Guadalupe de la tierra española, y que contemporáneamente el santuario homónimo de México se haya convertido en el lugar de peregrinación para toda Hispanoamérica? También yo he tenido la dicha de ir como peregrino al Guadalupe mexicano al principio de mi servicio en la Sede de Pedro.

Y he aquí que, como en otras lenguas, pero sobre todo en español —ya que en esta lengua se expresa la gran familia de los pueblos hispánicos— resuenan constantemente las palabras con las que un día Isabel saludó a María:

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque así que sonó la voz de tu salutación en mis oídos, exultó el niño en mi seno. Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dicho de parte del Señor”.

¡Bendita tú! Este saludo une a millones de corazones; de estas tierras, de España, de otros continentes, acomunados en torno a María, a Guadalupe, en tantas partes del mundo.

Y así María no es sólo la Madre solícita de los hombres, de los pueblos, de los emigrantes. Es también el modelo en la fe y en la virtudes que hemos de imitar durante nuestra peregrinación terrena. Que así sea, con mi bendición apostólica para todos.

 [ ES  - IT  - PT ]

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA Y ACTO MARIANO NACIONAL

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Zaragoza, 6 de noviembre de 1982

Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. Los caminos marianos me traen esta tarde a Zaragoza. En su viaje apostólico por tierras españolas, el Papa se hace hoy peregrino a las riberas del Ebro. A la ciudad mariana de España. Al santuario de Nuestra Señora del Pilar.

Veo así cumplirse un anhelo que, ya antes deseaba poder realizar, de postrarme como hijo devoto de María ante el Pilar sagrado. Para rendir a esta buena Madre mi homenaje de filial devoción, y para rendírselo unido al Pastor de esta diócesis, a los otros obispos y a vosotros, queridos aragoneses, riojanos, sorianos y españoles todos, en este acto mariano nacional.

Peregrino hasta este santuario, como en mis precedentes viajes apostólicos que me llevaron a Guadalupe, Jasna Góra, Knock, Nuestra Señora de África, Notre Dame, Altötting, La Aparecida, Fátima, Luján y otros santuarios, recintos de encuentro con Dios y de amor a la Madre del Señor y nuestra.

Estamos en tierras de España, con razón denominada tierra de María. Sé que, en muchos lugares de este país, la devoción mariana de los fieles halla expresión concreta en tantos y tan venerados santuarios. No podemos mencionarlos todos. ¿Pero cómo no postrarnos espiritualmente, con afecto reverente ante la Madre de Covadonga, de Begoña, de Aránzazu, de Ujué, de Montserrat, de Valvanera, de la Almudena, de Guadalupe, de los Desamparados, del Lluch, del Rocío, del Pino?

De estos santuarios y de todos los otros no menos venerables, donde os unís con frecuencia en el amor a la única Madre de Jesús y nuestra, es hoy un símbolo el Pilar. Un símbolo que nos congrega en Aquella a quien, desde cualquier rincón de España, todos llamáis con el mismo nombre: Madre y Señora nuestra.

2. Siguiendo a tantos millones de fieles que me han precedido, vengo como primer Papa peregrino al Pilar, como signo de la Iglesia peregrina de todo el mundo, a ponerme bajo la protección de nuestra Madre, a alentaros en vuestro arraigado amor mariano, a dar gracias a Dios por la presencia singular de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia en tierras españolas y a depositar en sus manos y en su corazón el presente y futuro de vuestra nación y de la Iglesia en España. El Pilar y su tradición evocan para vosotros los primeros pasos de la evangelización de España.

Aquel templo de Nuestra Señora, que, al momento de la reconquista de Zaragoza, es indicado por su obispo como muy estimado por su antigua fama de santidad y dignidad; que ya varios siglos antes recibe muestras de veneración, halla continuidad en la actual basílica mariana. Por ella siguen pasando muchedumbres de hijos de la Virgen, que llegan a orar ante su imagen y a venerar el Pilar bendito.

Esa herencia de fe mariana de tantas generaciones, ha de convertirse no sólo en recuerdo de un pasado, sino en punto de partida hacia Dios. Las oraciones y sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, que expresa ante María sus seculares gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana.

Porque en esa continuidad religiosa la virtud engendra nueva virtud. La gracia atrae gracia. Y la presencia secular de Santa María, va arraigándose a través de los siglos, inspirando y alentando a las generaciones sucesivas. Así se consolida el difícil ascenso de un pueblo hacia lo alto.

3. Un aspecto característico de la evangelización en España, es su profunda vinculación a la figura de María. Por medio de Ella, a través de muy diversas formas de piedad, ha llegado a muchos cristianos la luz de la fe en Cristo, Hijo de Dios y de María. ¡Y cuántos cristianos viven hoy también su comunión de fe eclesial sostenidos por la devoción a María, hecha así columna de esa fe y guía segura hacia la salvación!

Recordando esa presencia de María, no puedo menos de mencionar la importante obra de San Ildefonso de Toledo “Sobre la virginidad perpetua de Santa María”, en la que expresa la fe de la Iglesia sobre este misterio. Con fórmula precisa indica: “Virgen antes de la venida del Hijo, virgen después de la generación del Hijo, virgen con el nacimiento del Hijo, virgen después de nacido el Hijo” (S. Ildefonso de Toledo, De verginitate perpetua Sanctae Mariae, 1: PL 96, 60).

El hecho de que la primera gran afirmación mariana española haya consistido en una defensa de la virginidad de María, ha sido decisivo para la imagen que los españoles tienen de Ella, a quien llaman “la Virgen”, es decir, la Virgen por antonomasia.

Para iluminar la fe de los católicos españoles de hoy, los obispos de esta nación y la misma comisión episcopal para la Doctrina de la Fe recordaban el sentido realista de esta verdad de fe (cf. Nota, 1 de abril de 1978). De modo virginal, “sin intervención de varón y por obra del Espíritu Santo” (Lumen gentium, 63), María ha dado la naturaleza humana al Hijo eterno del Padre. De modo virginal ha nacido de María un cuerpo santo animado de un alma racional, al que el Verbo se ha unido hipostáticamente.

Es la fe que el Credo amplio de San Epifanio expresaba con el término “siempre Virgen” (Denz.-Schön., 44) y que el Papa Pablo IV articulaba en la fórmula ternaria de virgen “antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto” (Ibid., 1880). La misma que enseña Pablo VI: “Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado” (Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 30 e junio de 1968). La que habéis de mantener siempre en toda su amplitud.

El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción. En ello porfiaban el pueblo, los gremios, cofradías y claustros universitarios, como los de esta ciudad, de Barcelona, Alcalá, Salamanca, Granada, Baeza, Toledo, Santiago y otros. Y es lo que impulsó además a trasplantar la devoción mariana al Nuevo Mundo descubierto por España, que de ella sabe haberla recibido y que tan viva la mantiene.

Tal hecho suscita aquí, en el Pilar, ecos de comunión profunda ante la Patrona de la Hispanidad. Me complace recordarlo hoy, a diez años de distancia del V centenario del descubrimiento y evangelización de América. Una cita a la que la Iglesia no puede faltar.

4. El Papa Pablo VI escribió que “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El” (Marialis cultus, 25). Ello tiene una especial aplicación en el culto mariano. Todos los motivos que encontramos en María para tributarle culto, son don de Cristo, privilegios depositados en Ella por Dios, para que fuera la Madre del Verbo. Y todo el culto que le ofrecemos, redunda en gloria de Cristo, a la vez que el culto mismo a María nos conduce a Cristo.

San Ildefonso de Toledo, el más antiguo testigo de esa forma de devoción que se llama esclavitud mariana, justifica nuestra actitud de esclavos de María por la singular relación que Ella tiene con respecto a Cristo: “Por eso soy yo tu esclavo, porque mi Señor es tu hijo. Por eso tú eres mi Señora, porque tú eres la esclava de mi Señor. Por eso soy yo el esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú has sido hecha la madre de tu Señor. Por eso he sido yo hecho esclavo, porque tu has sido hecha la madre de mi Hacedor” (S. Ildefonso de Toledo, De verginitate perpetua Sanctae Mariae, 12: PL 96, 106).

Como es obvio, estas relaciones reales existentes entre Cristo y María hacen que el culto mariano tenga a Cristo como objeto último. Con toda claridad lo vio el mismo San Ildefonso: “Pues así se refiere al Señor lo que sirve a la esclava; así redunda al Hijo lo que se entrega a la Madre; así pasa al rey el honor que se rinde en servicio de la reina” (S. Ildefonso de Toledo, De verginitate perpetua Sanctae Mariae, 12: PL 96, 108). Se comprende entonces el doble destinatario del deseo que el mismo Santo formula, hablando con la Santísima Virgen: “Que me concedas entregarme a Dios y a Ti, ser esclavo de tu Hijo y tuyo, servir a tu Señor y a Ti” (Ibid.: PL 96, 105.

No faltan investigadores que creen poder sostener que la más popular de las oraciones a María —después del “Ave María”— se compuso en España y que su autor sería el obispo de Compostela, San Pedro de Mezonzo, a finales del siglo X; me refiero a la “Salve”.

Esta oración culmina en la petición “Muéstranos a Jesús”. Es lo que María realiza constantemente, como queda plasmado en el gesto de tantas imágenes de la Virgen, esparcidas por las ciudades y pueblos de España. Ella, con su Hijo en brazos, como aquí en el Pilar, nos lo muestra sin cesar como “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). A veces, con el Hijo muerto sobre sus rodillas, nos recuerda el valor infinito de la sangre del Cordero que ha sido derramada por nuestra salvación (cf. 1P 1, 18s.; Ef 1, 7). En otras ocasiones, su imagen, al inclinarse hacia los hombres, acerca a su Hijo a nosotros y nos hace sentir la cercanía de quien es revelación radical de la misericordia (cf. Juan Pablo II, Dives in misericordia, 8), manifestándose así, Ella misma, como Madre de la misericordia (cf. Ibid., 9).

Las imágenes de María recogen así una enseñanza evangélica de primordial importancia. En la escena de las bodas de Caná, María dijo a los criados: “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5). La frase podría parecer limitada a una situación transitoria. Sin embargo, como subraya Pablo VI (cf. Marialis cultus, 57), su alcance es muy superior: es una exhortación permanente a que nos abramos a la enseñanza de Jesús. Se da así una plena consonancia con la voz del Padre en el Tabor: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle” (Mt 17, 5).

Ello amplía nuestro horizonte hacia unas perspectivas insondables. El plan de Dios en Cristo era hacernos conformes a la imagen de su Hijo, para que El fuera “el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29). Cristo vino al mundo “para que recibiéramos la adopción” (Ga 4, 5), para otorgarnos el “poder de llegar a ser hijos de Dios” (Jn 1, 12). Por la gracia somos hijos de Dios y, apoyados en el testimonio del Espíritu, podemos clamar: Abba, Padre (cf. Rm 8, 15s.; Ga 4, 6s). Jesús ha hecho, por su muerte y resurrección, que su Padre sea nuestro Padre (cf. Jn 20, 17).

Y para que nuestra fraternidad con El fuera completa, quiso ulteriormente que su Madre Santísima fuera nuestra Madre espiritual. Esta Maternidad, para que no quedara reducida a un mero título jurídico, se realizó, por voluntad de Cristo, a través de una colaboración de María en la obra salvadora de Jesús, es decir, “en la restauración de la vida sobrenatural de las almas” (Lumen gentium, 61).

5. Un padre y una madre acompañan a sus hijos con solicitud. Se esfuerzan en una constante acción educativa. A esta luz cobran su pleno sentido las voces concordes del Padre y de María: Escuchad a Jesús, haced lo que El os diga. Es el consejo que cada uno de nosotros debe tratar de asimilar, y del que desde el comienzo de mi pontificado quise hacerme eco: “No temáis; abrid de par en par las puertas a Cristo”.

María, por su parte, es ejemplo supremo de esta actitud. Al anuncio del ángel responde con un sí incondicionado: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Ella se abre a la Palabra eterna y personal de Dios, que en sus entrañas tomará carne humana. Precisamente esta acogida la hace fecunda: Madre de Dios y Madre nuestra, porque es entonces cuando comienza su cooperación a la obra salvadora.

Esa fecundidad de María es signo de la fecundidad de la Iglesia (Lumen gentium, 63 s). Abriéndonos a la Palabra de Cristo, acogiéndole a El y su Evangelio, cada miembro de la Iglesia será también fecundo en su vida cristiana.

6. El Pilar de Zaragoza ha sido siempre considerado como el símbolo de la firmeza de fe de los españoles. No olvidemos que la fe sin obras está muerta (cf. St 2, 26). Aspiremos a “la fe que actúa por la caridad” (Ga 5, 6). Que la fe de los españoles, a imagen de la fe de María, sea fecunda y operante. Que se haga solicitud hacia todos, especialmente hacia los más necesitados, marginados, minusválidos, enfermos y los que sufren en el cuerpo y en el alma.

Como Sucesor de Pedro he querido visitaros, amados hijos de España, para alentaros en vuestra fe e infundiros esperanza. Mi deber pastoral me obliga a exhortaros a una coherencia entre vuestra fe y vuestras vidas. María, que en vísperas de Pentecostés intercedió para que el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia naciente (cf. Hch 1, 14), interceda también ahora. Para que ese mismo Espíritu produzca un profundo rejuvenecimiento cristiano en España. Para que ésta sepa recoger los grandes valores de su herencia católica y afrontar valientemente los retos del futuro.

7. Doy fervientes gracias a Dios por la presencia singular de María en esta tierra española donde tantos frutos ha producido. Y quiero finalmente encomendarte, Virgen Santísima del Pilar, España entera, todos y cada uno de sus hijos y pueblos, la Iglesia en España, así como también los hijos de todas las naciones hispánicas.

¡Dios te salve María,
Madre de Cristo y de la Iglesia!
¡Dios te salve,
vida, dulzura y esperanza nuestra!

A tus cuidados confío esta tarde
las necesidades de todas las familias de España,
las alegrías de los niños, la ilusión de los jóvenes,
los desvelos de los adultos, el dolor de los enfermos
y el sereno atardecer de los ancianos.

Te encomiendo la fidelidad
y abnegación de los ministros de tu Hijo,
la esperanza de quienes se preparan para ese ministerio,
la gozosa entrega de las vírgenes del claustro,
la oración y solicitud de los religiosos y religiosas,
la vida y empeño de cuantos trabajan por el reino de Cristo en estas tierras.

En tus manos pongo la fatiga
y el sudor de quienes trabajan con las suyas;
la noble dedicación de los que transmiten su saber
y el esfuerzo de los que aprenden;
la hermosa vocación de quienes con su ciencia
y servicio alivian el dolor ajeno;
la tarea de quienes con su inteligencia buscan la verdad.

En tu corazón dejo los anhelos de quienes,
mediante los quehaceres económicos,
procuran honradamente la prosperidad de sus hermanos;
de quienes, al servicio de la verdad,
informan y forman rectamente la opinión pública;
de cuantos, en la política, en la milicia,
en las labores sindicales o en el servicio del orden ciudadano,
prestan su colaboración honesta
en favor de una justa, pacífica y segura convivencia.

Virgen Santa del Pilar:
Aumenta nuestra fe,
consolida nuestra esperanza,
aviva nuestra caridad.

Socorre a los que padecen desgracias,
a los que sufren soledad, ignorancia,
hambre o falta de trabajo.

Fortalece a los débiles en la fe.

Fomenta en los jóvenes la disponibilidad
para una entrega plena a Dios.

Protege a España entera y a sus pueblos,
a sus hombres y mujeres.
Y asiste maternalmente, oh María,
a cuantos te invocan como Patrona de la Hispanidad.
Así sea.

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Miércoles 8 de diciembre de 1982

«Te saludo, llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1, 28).

1. Mientras estas palabras del saludo del Ángel resuenan suavemente en nuestro alma, deseo dirigir la mirada: junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, sobre el misterio de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María con los ojos espirituales de San Maximiliano Kolbe. El dedicó todas las obras de su vida y de su vocación a la Inmaculada. Y por eso en este año, en el que ha sido elevado a la gloria de los Santos: él está mucho más cerca en la Solemnidad de la Inmaculada de quien amo definirse «militante».

El amor a la Inmaculada fue, en efecto, el centro de su vida espiritual, el fecundo principio animador de su actividad apostólica. El modelo sublime de la Inmaculada iluminó y guió su intensa existencia sobre los caminos del mundo e hizo de su muerte heroica en el campo de exterminio de Auschwitz un espléndido testimonio cristiano y sacerdotal. Con la intuición del santo y la finura del teólogo, Maximiliano Kolbe meditó con agudeza extraordinaria el misterio de la Concepción Inmaculada de María a la luz de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Liturgia de la Iglesia, sacando admirables lecciones de vida. Ha sido para nuestro tiempo profeta y apóstol de una nueva «era mariana», destinada a hacer brillar con fuerte luz en el mundo entero a Cristo y su Evangelio.

Esta misión que él llevó adelante con ardor y dedicación, «lo clasifica —como afirmó Pablo VI en la homilía para su Beatificación— entre los grandes Santos y los espíritus videntes que han comprendido, venerado y cantado el Misterio de María» (lnsegnamenti di Paolo VI, IX, 1971, p. 909). Asimismo, conocedor de la profundidad inagotable del misterio de la Concepción Inmaculada, para la que «las palabras humanas no son capaces de expresar Aquella que ha llegado a ser verdadera Madre de Dios» (Gli escritti di Massimiliano Kolbe, eroe di Oswiecjm e Beato della Chiesa, Vol. 3, Edizione Cittá di Vita, Firenze, 1975, v. III, p. 690), su mayor dolor era que la Inmaculada no fuera suficientemente conocida y amada a imitación de Jesucristo y como nos enseña la tradición de la Iglesia y el ejemplo de los Santos. En efecto, amando a María, nosotros honramos a Dios que la elevó a la dignidad de Madre de su propio Hijo hecho Hombre y nos unimos a Jesucristo que la amó como Madre; no la amaremos nunca como El la amó: «Jesús ha sido el primero en honrarla como su Madre y nosotros debemos imitarle también en esto. No renunciemos nunca a igualarle en el amor con que Jesús la amó» (Ibidem v. 11, p. 351). El amor a María, afirma el P. Maximiliano, es el camino más sencillo y más fácil para santificamos, realizando nuestra vocación cristiana. El amor de que habla no es, en verdad, sentimentalismo superficial, sino que es esfuerzo generoso es donación de toda la persona, como él mismo nos demostró con su vida de fidelidad evangélica hasta su muerte heroica.

2. La atención de San Maximiliano Kolbe se concentró incesantemente sobre la Concepción Inmaculada de María para poder tomar la riqueza maravillosa encerrada en el nombre que Ella misma manifestó y que constituye la ilustración de cuanto nos enseña el Evangelio de hoy, con las palabras del ángel Gabriel: «Te saludo, oh llena de gracia, el Señor es contigo» (Lc 1, 28). Refiriéndose a las apariciones de Lourdes —que para él fueron estímulo e incentivo para comprender mejor las fuentes de la Revelación— observa: «A. S. Bernadetta, que muchas veces le había preguntado, la Virgen responde: Yo soy la Inmaculada Concepción». Con estas palabras Ella manifestó claramente no solamente ser concebida sin pecado, sino ser la misma «Concepción Inmaculada», así como una cosa es un objeto blanco y otra la blancura; una cosa es perfecta y otra la perfección» (ib. v. III, p. 516). Concepción Inmaculada es el nombre que revela con precisión qué es María: no afirma solamente una cualidad, sino que describe exactamente su Persona: María es santa radicalmente en la totalidad de su existencia desde el principio.

3. La excelsa grandeza sobrenatural fue concedida a María en orden a Jesucristo, y en El y mediante El Dios le comunicó la plenitud de santidad: María es Inmaculada porque es Madre de Dios y llega a ser Madre de Dios porque es Inmaculada, afirma escultóricamente Maximiliano Kolbe. La Concepción Inmaculada de María manifiesta de manera única y sublime la centralidad absoluta y la función salvífica universal de Jesucristo. «De la maternidad divina surgen todas las gracias concedidas a la santísima Virgen y la primera de ellas es la Inmaculada Concepción» (lb. v. III, p. 475). Por este motivo, María no es sencillamente como Eva antes del pecado, sino que fue enriquecida con una plenitud de gracias incomparables porque sería Madre de Cristo y la Concepción Inmaculada fue el inicio de una prodigiosa expansión sin pausas de su vida sobrenatural.

4 El misterio de la santidad de María debe ser contemplado en la globalidad del orden divino de la salvación para ser ilustrado de manera armónica y para que no parezca como un privilegio que la separa de la Iglesia que es el Cuerpo de Cristo. El padre Maximiliano Kolbe tuvo sumo cuidado en unir la Concepción Inmaculada de María y su función en el plano de la salvación al misterio de la Trinidad y de forma especial con la persona del Espíritu Santo. Con genial profundidad desarrolló los múltiples aspectos contenidos en la noción de «Esposa del Espíritu Santo», bien conocida en la tradición patrística y teológica y sugerida. en el Nuevo Testamento: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti, sobre ti extenderá su sombra el poder del Altísimo. Lo que de ti nacerá será Santo y llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). Es una analogía, subraya Maximiliano Kolbe, que hace entrever la inefable unión, íntima y fecunda entre el Espíritu Santo y María. «El Espíritu Santo estableció la propia morada en María desde el primer instante de su existencia, tomó posesión absoluta y la compenetró tan grandemente que el nombre de esposa del Espíritu Santo no expresa más que una sombra lejana, pálida e imperfecta de tal unión» (ib. v. III, p. 515).

5. Escrutando con estática admiración el plan divino de la salvación, que tiene su fuente en el Padre el cual quiere comunicar libremente a las criaturas la vida divina de Jesucristo y que se manifiesta en María Inmaculada de forma maravillosa, el Padre Kolbe fascinado y arrebatado exclama: «Por todas partes está el amor» (ib. v. III, p. 690) el amor gratuito de Dios es la respuesta a todas las interrogaciones; «Dios es amor», afirma San Juan (1 Jn 4, 8).

Todo lo que existe es reflejo del amor libre de Dios, y por eso toda criatura traduce, de alguna manera, su infinito esplendor. De forma especial el amor es el centro y el vértice de la persona, hecha a imagen y semejanza de Dios. María Inmaculada, la más alta y perfecta de las personas humanas, reproduce de manera eminente la imagen de Dios y es por consiguiente capaz de amarlo con intensidad incomparable como Inmaculada, sin desviaciones ni retrasos.

Es la única esclava del Señor (cf. Lc 1, 38) que con su fiat libre y personal responde al amor de Dios cumpliendo siempre cuanto El la pide. Como la de toda otra criatura, la suya no es una respuesta autómata, sino que es gracia y don de Dios; en tal respuesta va envuelta toda su libertad, la libertad de Inmaculada. «En la unión del Espíritu Santo con María el amor no enlaza solamente a estas dos personas, sino que el primer amor es todo el amor de la Santísima Trinidad, mientras que el segundo, el de María, es todo el amor de la creación, y así, en tal unión el Cielo se une a la tierra, todo el Amor increado con todo el amor creado ... Es el vértice del amor» (ib. v. III, p. 758).

La circularidad del amor, que tiene origen en el Padre, y que en la respuesta de María vuelve a su fuente, es un aspecto característico y fundamental del pensamiento mariano del P. Kolbe. Es este un principio que está en la base de su antropología cristiana, de la visión de la historia y de la vida espiritual de cada hombre. María Inmaculada es arquetipo y plenitud de todo amor creatural; su amor límpido e intensísimo hacia Dios encierra en su perfección el frágil y contaminado de las otras criaturas. La respuesta de María es la de la humanidad entera.

Todo esto no oscurece ni disminuye la centralidad absoluta de Jesucristo en el orden de la salvación, sino que la ilumina y proclama con vigor, porque María recibe toda su grandeza de El. Como enseña la historia de la Iglesia, la función de María es la de hacer resplandecer al propio Hijo, de conducir a El y de ayudar a acogerlo.

El continuo profundizamiento teológico del misterio de María Inmaculada llega a ser para Maximiliano Kolbe fuente y motivo de donación ilimitada y de dinamismo extraordinario; el sabe verdaderamente incorporar la verdad a la vida, también llega al conocimiento de María, como todos los santos, no solamente por la reflexión guiada por la fe, sino especialmente por la oración «Quien no es capaz de doblar las rodillas y de implorar de María, en humilde plegaria, la gracia de conocer lo que ella es realmente no espere aprender otra cosa más sobre ella» (ib. VIII, 474).

6. Y ahora, acogiendo esta exhortación final del heroico hijo de Polonia y auténtico mensajero del culto mariano, nosotros, reunidos en esta espléndida Basílica para la plegaria eucarística en honor de la Inmaculada Concepción, doblaremos nuestras rodillas delante de su imagen y le repetiremos con ardor y piedad filial —que tanto distinguieron a San Maximiliano— las palabras del Ángel: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo». Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A AMÉRICA CENTRAL

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE SUYAPA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Tegucigalpa, 8 de marzo de 1983

Amados hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. Aquí, junto a la Madre común, saludo ante todo con afecto al Pastor de esta sede arzobispal de Tegucigalpa, a los otros hermanos obispos, a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos de esta amada nación. A todos bendigo de corazón.

Cuando ya está para concluir mi visita apostólica a la Iglesia que vive en estas naciones de América Central, Belice y Haití, he querido venir como peregrino hasta este santuario de Nuestra Señora de Suyapa, Patrona de Honduras, Madre de cuantos profesan la fe en Jesucristo.

Desde esta altura de Tegucigalpa y desde este santuario, contemplo los países que he visitado unidos en la misma fe católica, reunidos espiritualmente en torno a María, la Madre de Cristo y de la Iglesia, vínculo de amor que hace de todos estos pueblos naciones hermanas.

Un mismo nombre, María, modulado con diversas advocaciones, invocado con las mismas oraciones, pronunciado con idéntico amor. En Panamá se la invoca con el nombre de la Asunción; en Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles; en Nicaragua, la Purísima; en El Salvador se la invoca como Reina de la Paz; en Guatemala se venera su Asunción gloriosa; Belice ha sido consagrada a la Madre de Guadalupe y Haití venera a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Aquí, el nombre de la Virgen de Suyapa tiene sabor de misericordia por parte de María y de reconocimiento de sus favores por parte del pueblo hondureño.

2. Los textos bíblicos que han sido proclamados nos ayudan a comprender el misterio y el compromiso que encierra esta presencia de la Virgen Madre en cada Iglesia particular, en cada nación.

El Evangelio de San Juan nos ha recordado la presencia de María al pie de la cruz y las ultimas palabras del testamento de Jesús con las que proclama a la Virgen, Madre de todos sus discípulos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego dice al Apóstol: “Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26-27). 

En la hora de Jesús, de la Madre y de la Iglesia, las palabras del Redentor son solemnes y realizan lo que proclaman: María es constituida Madre de los discípulos de Cristo, de todos los hombres (Hch 1, 14). Y el que acoge en la fe la doctrina del Maestro, tiene el privilegio, la dicha, de acoger a la Virgen como Madre, de recibirla con fe y amor entre sus bienes más queridos. Con la seguridad de que Aquella que ha cumplido con fidelidad la Palabra del Señor, ha aceptado amorosamente la tarea de ser siempre Madre de los seguidores de Jesús. Por eso, desde los albores de la fe y en cada etapa de la predicación del Evangelio, en el nacimiento de cada Iglesia particular, la Virgen ocupa el puesto que le corresponde como Madre de los imitadores de Jesús que constituyen la Iglesia.

Lo hemos podido apreciar en el texto de los Hechos de los Apóstoles: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus hermanos”.  En el nacimiento de la Iglesia, en Pentecostés, está presente la Madre de los discípulos de Jesús, con el ministerio maternal de reunirlos como hermanos en un mismo espíritu y de fortalecerlos en la esperanza, para que acojan la fuerza que viene de lo alto, el Espíritu del Señor que anima y vivifica la Iglesia de Jesús.

Como ya advertían los Padres de la Iglesia, esta presencia de la Virgen es significativa: “No se puede hablar de Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de éste” (cf. Cromazio di Aquileia, Sermo XXX, 7: sources chrétiennes, 164, p. 134; Pablo VIMarialis Cultus, 28).  Y así, cada vez que nace la Iglesia en un país, como se puede apreciar en este continente, de México hasta Chile y Argentina, pasando por el istmo centroamericano, o la Madre de Dios se hace presente de una forma singular, como en Guadalupe, o los seguidores de Jesús reclaman su presencia y dedican templos a su culto, para que la Iglesia tenga siempre la presencia de la Madre, que es garantía de fraternidad y de acogida del Espíritu Santo.

3. En María se realiza plenamente el Evangelio. Nuestra Señora es miembro excelentísimo, tipo y ejemplar acabado para la Iglesia (cf. Lumen Gentium, 53).  Ella es la primera cristiana, anuncio y don de Jesucristo su Hijo, plenitud de las bienaventuranzas, imagen perfecta del discípulo de Jesús.

Porque es una síntesis del Evangelio de Jesús, por eso se la reconoce en vuestros pueblos como Madre y educadora de la fe; se la invoca en medio de las luchas y fatigas que comporta la fidelidad al mensaje cristiano; es Ella la Madre que convoca a todos sus hijos ―por encima de las diferencias que los puedan separar― a sentirse cobijados en un mismo hogar, reunidos en torno a la misma mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

Solamente María pudo hacer de los Apóstoles de Jesús, antes y después de Pentecostés, un solo corazón y un alma sola (cf. Hch 1, 14; 4, 32).  Como si Cristo nos quisiera indicar que ha encomendado al cuidado maternal de su Madre, la tarea de hacer de la Iglesia una sola familia donde reine el amor y se ame ante todo a quien más sufre. Sí, en María tenemos el modelo de un amor sin fronteras, el vínculo de comunión de todos los que somos por la fe y el bautismo “discípulos” y “hermanos” de Jesús.

4. Pero la Virgen es también la “Mujer nueva”. En Ella Dios ha revelado los rasgos de un amor maternal, la dignidad del hombre llamado a la comunión con la Trinidad, el esplendor de la mujer que toca así el vértice de lo humano en su belleza sobrenatural, en su sabiduría, en su entrega, en la colaboración activa y responsable con que se hace sierva del misterio de la redención.

No se puede pensar en María, mujer, esposa, madre, sin advertir el influjo saludable que su figura femenina y materna debe tener en el corazón de la mujer, en la promoción de su dignidad, en su participación activa en la sociedad y en la Iglesia.

Si cada mujer puede mirarse en la Virgen como en el espejo de su dignidad y de su vocación, cada cristiano tendría que ser capaz de reconocer en el rostro de una niña, de una joven, de una madre, de una anciana, algo del misterio mismo de Aquella que es la Mujer nueva; como saludable motivo de pureza y respeto, como razón poderosa para asegurar a la mujer cristiana, a todas las mujeres, la promoción humana y el desarrollo espiritual que les permitan reflejarse en su modelo único: la Virgen de Nazaret y de Belén, de Caná y del Calvario. María en el gozo de su maternidad, en el dolor de la unión con Cristo crucificado, en la alegría de la resurrección de su Hijo, y ahora en la gloria, donde es primicia y esperanza de la nueva humanidad.

5. Queridos hermanos e hijos de este pueblo de Honduras, de donde han salido preciosas iniciativas de catequesis y de proclamación de la Palabra, para llevar el Evangelio a los más pobres y sencillos a quienes Jesús reconoce esa sabiduría que viene del Padre (cf. Lc 10, 21):  Quisiera resumiros en dos palabras la sublime lección del Evangelio de María: La Virgen es Madre; la Virgen es Modelo.

No podemos acoger plenamente a la Virgen como Madre sin ser dóciles a su palabra, que nos señala a Jesús como Maestro de la verdad que hay que escuchar y seguir: “Haced lo que El os diga”. Esta palabra repite continuamente María, cuando lleva a su Hijo en brazos o lo indica con su mirada.

Ella quiere que podamos participar de su misma bienaventuranza por haber creído (cf. Lc 1, 45) como Ella,  por haber escuchado y cumplido la palabra y la voluntad del Señor (cf. Lc 8, 21).  ¡Escuchar y vivir la Palabra! He aquí el secreto de una devoción a la Virgen que nos permite participar plenamente de su amor maternal, hasta que Ella pueda formar, en cada uno de nosotros, a Cristo.

Por eso hemos de rechazar todo lo que es contrario al Evangelio: el odio, la violencia, las injusticias, la falta de trabajo, la imposición de ideologías que rebajan la dignidad del hombre y de la mujer; y hemos de fomentar todo lo que es según la voluntad del Padre que está en los cielos: la caridad, la ayuda mutua, la educación en la fe, la cultura, la promoción de los más pobres, el respeto de todos, especialmente de los más necesitados, de los que más sufren, de los marginados. Porque no se puede invocar a la Virgen como Madre despreciando o maltratando a sus hijos.

La Virgen por su parte, fiel a la palabra del testamento del Señor, os asegura siempre su afecto maternal, su intercesión poderosa, su presencia en todas vuestras necesidades, su aliento en las dificultades. Ella, la “pobre del Señor” (cf. Lumen Gentium, 55),  está cerca de los más pobres, de los que más sufren, sosteniéndolos y confortándolos con su ejemplo.

6. María es Modelo. Modelo ante todo de esas virtudes teologales que son características del cristiano: la fe, la esperanza y el amor (cf. ib. 58). Modelo de esa fiel perseverancia en el Evangelio que nos permite recorrer con Ella “la peregrinación de la fe”.  Modelo de una entrega apostólica que nos permite cooperar en la extensión del Evangelio y en el crecimiento de la Iglesia (cf. ib. 65).  Modelo de una vida comprometida con Dios y con los hombres, con los designios de salvación y con la fidelidad a su pueblo.

Invocándola con las palabras del ángel y recorriendo en el rezo del santo rosario su vida evangélica, tendréis siempre ante vuestros ojos el perfecto modelo del cristiano.

“He aquí a tu Madre”. El Papa peregrino os repite la palabra de Jesús. Acogedla en vuestra casa; aceptada como Madre y Modelo. Ella os enseñará los senderos del Evangelio. Os hará conocer a Cristo y amar a la Iglesia; os mostrará el camino de la vida; os alentará en vuestras dificultades. En Ella encuentra siempre la Iglesia y d cristiano un motivo de consuelo y de esperanza, porque “Ella precede con su luz al Pueblo de Dios peregrino en esta tierra, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor” (cf. Lumen Gentium, 68). 

Con esta esperanza, como signo de compromiso filial por parte de todos y como manifestación de la confianza que hemos depositado en María, Madre y Modelo, quiero dirigir a la Virgen nuestra Señora esta plegaria de ofrecimiento de todos los pueblos de América Central que he visitado en mi viaje apostólico:

Ave, llena de gracia, bendita entre las mujeres, Madre de Dios y Madre nuestra, Santa Virgen María.

Peregrino por los países de América Central, llego a este santuario de Suyapa para poner bajo tu amparo a todos los hijos de estas naciones hermanas, renovando la confesión de nuestra fe, la esperanza ilimitada que hemos puesto en tu protección, el amor filial hacia ti, que Cristo mismo nos ha mandado.

Creemos que eres la Madre de Cristo, Dios hecho hombre, y la Madre de los discípulos de Jesús. Esperamos poseer contigo la bienaventuranza eterna de la que eres prenda y anticipación en tu Asunción gloriosa. Te amamos porque eres Madre misericordiosa, siempre compasiva y clemente, llena de piedad.

Te encomiendo todos los países de esta área geográfica. Haz que conserven, como el tesoro más precioso, la fe en Jesucristo, el amor a ti, la fidelidad a la Iglesia.

Ayúdales a conseguir, por caminos pacíficos, el cese de tantas injusticias, el compromiso en favor del que más sufre, el respeto y promoción de la dignidad humana y espiritual de todos sus hijos.

Tú que eres la Madre de la paz, haz que cesen las luchas, que acaben para siempre los odios, que no se reiteren las muertes violentas. Tú que eres Madre, enjuga las lágrimas de los que lloran, de los que han perdido a sus seres queridos, de los exiliados y lejanos de su hogar; haz que quienes pueden, procuren el pan de cada día, la cultura, el trabajo digno.

Bendice a los Pastores de la Iglesia, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y religiosas, a los seminaristas, catequistas, laicos apóstoles y delegados de la Palabra. Que con su testimonio de fe y de amor sean constructores de esa Iglesia de la que tú eres Madre.

Bendice a las familias, para que sean hogares cristianos donde se respete la vida que nace, la fidelidad del matrimonio, la educación integral de los hijos, abierta a la consagración a Dios. Te encomiendo los valores de los jóvenes de estos pueblos; haz que encuentren en Cristo el modelo de entrega generosa a los demás; fomenta en sus corazones el deseo de una consagración total al servicio del Evangelio.

En este Año Santo de la Redención que vamos a celebrar, concede a todos los que se han alejado, el don de la conversión; y a todos los hijos de la Iglesia, la gracia de la reconciliación; con frutos de justicia, de hermandad, de solidaridad.

Al renovar nuestra entrega de amor a ti, Madre y Modelo, queremos comprometernos, como tú te comprometiste con Dios, a ser fieles a la Palabra que da la vida.

Queremos pasar del pecado a la gracia, de la esclavitud a la verdadera libertad en Cristo, de la injusticia que margina a la justicia que dignifica, de la insensibilidad a la solidaridad con quien más sufre, del odio al amor, de la guerra que tanta destrucción ha sembrado, a una paz que renueve y haga florecer vuestras tierras.

Señora de América, Virgen pobre y sencilla, Madre amable y bondadosa, tú que eres motivo de esperanza y de consuelo, ven con nosotros a caminar, para que juntos alcancemos la libertad verdadera en el Espíritu que te cubrió con su sombra;. en Cristo que nació de tus entrañas maternas; en el Padre que te amó y te eligió como primicia de la nueva humanidad. Amén.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA
(16-23 DE JUNIO DE 1983)

CONCELEBRACIÓN SOLEMNA EN HONOR A NUESTRA SEÑORA DE GRACIA
EN EL ESTADIO "X AÑO"

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Varsovia (Polonia), 17 de junio de 1983

¡Alabado sea Jesucristo!

1. Con este saludo cristiano me dirijo a todos los habitantes de Varsovia, la capital de Polonia, reunidos en esta asamblea litúrgica, y a todos los invitados, que han venido aquí desde fuera de Varsovia, de la archidiócesis de Varsovia, y en particular, saludo el Cardenal Primado de Polonia en su calidad de Metropolitano de Varsovia, todos los Cardenales, Arzobispos y Obispos invitados, especialmente aquellos que concelebran conmigo esta Santa Misa.

Saludo al Capítulo Metropolitano ya todo el clero de Varsovia y la archidiócesis, a los vecinos e invitados que han venido de otras partes de Polonia. Saludo a las órdenes religiosas masculinas y femeninas, a los seminarios eclesiásticos ya las universidades católicas aquí representadas.

¡Os saludo a todos, hermanos y hermanas! ¡Mis compatriotas!

2. Alabé a Jesucristo con el antiguo saludo polaco, y todos ustedes respondieron "por los siglos de los siglos". Cristo es, de hecho, "el mismo ayer, hoy y siempre" ( Hb 13, 8). Cristo es "el Señor del siglo futuro", como atestigua la primera lectura de la liturgia de hoy del Libro del Apocalipsis. Es él, Cristo crucificado y resucitado, quien inició la "vida eterna" ya en la historia del cosmos y en la historia de la humanidad. Es él, como Redentor del mundo, quien ahora prepara "un cielo nuevo y una tierra nueva" ( Ap 21, 1). Es a través de su obra que Juan, el autor del Apocalipsis, ve “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descendiendo del cielo, de Dios, lista como una esposa. . . para su marido "( Ap21, 2). Es a través de él, el de Cristo, que Juan, el autor del Apocalipsis, escucha una voz poderosa que dice: “¡He aquí la morada de Dios con los hombres! morará entre ellos y ellos serán su pueblo, y él será "Dios con ellos". Y enjuga toda lágrima de sus ojos; no habrá más muerte, ni duelo, ni lamento, ni dolor. . . ( Apocalipsis 21, 3-4).

Es él, Cristo crucificado y resucitado, quien hace que cuando sucedan las primeras cosas (cf. Ap 21, 3-4) se cumplan juntas las palabras del Libro: "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" ( Ap 21, 5)).

Cuando alabé el nombre de Jesucristo, respondiste "por los siglos de los siglos", alcanzando con esta respuesta no solo todo el futuro, que aún nos queda por delante, el futuro del mundo temporal pasajero, sino también toda esa dimensión de " siglo futuro ”al que Dios mismo, a través de la obra de Cristo, conduce al mundo ya la humanidad en el Espíritu Santo.

3. Cristo, "Padre del siglo futuro", es al mismo tiempo "ayer y hoy". Cuando estuve en Polonia en el primer año de mi servicio en la Sede Romana de San Pedro, dije en Varsovia, en la Plaza de la Victoria, que es difícil entender la historia de nuestra patria, nuestro "ayer" histórico y también el "hoy". Sin Cristo.

Después de cuatro años vuelvo de nuevo como peregrino a Jasna Gora, para participar en el Jubileo nacional de esta bendita Efigie, en la que la Madre de Cristo ha vivido entre nuestro pueblo durante seis siglos. El Evangelio de la liturgia de hoy, el mismo que se lee en Jasna Gora, compara esta morada de María entre nosotros con su presencia en Caná de Galilea. Jesús y sus discípulos fueron allí con ella.

Si decimos que no es posible comprender nuestro ayer histórico y también el hoy sin Cristo, entonces el Jubileo de Jasna Gora destaca que esta presencia de Cristo en nuestra historia está, como en Caná de Galilea, admirablemente unida en la presencia de su Madre. La Iglesia en Polonia da testimonio de esta presencia, querida para nosotros, a través del Jubileo de Jasna Gora del año pasado, extendido al año en curso. Yo también deseo ser testigo de esta misma presencia maternal junto a ustedes, y por eso vengo a mi tierra natal, agradeciendo a todos los miembros de la sociedad por la invitación.

Junto a vosotros, queridos hermanos y hermanas, quiero proclamar, al comienzo de mi peregrinaje, que, gracias a la presencia particular de María en la historia de nuestra nación, Cristo mismo, en su divinidad y unido en su humanidad, es más cerca de nosotros. Tratemos de comprender la Cruz y la Resurrección, tratemos de comprender el misterio de la Redención, a través del corazón de su Madre. Buscamos el acceso a Cristo, como aquella gente de Caná de Galilea, para María. La característica cristocéntrica de nuestro cristianismo está profundamente unida a la característica maternal mariana. Digo esto en Varsovia, la capital de Polonia, cuya patrona ha sido Nuestra Señora de Gracia durante mucho tiempo.

4. Y lo digo juntos en un momento histórico preciso. En 1983, en el amplio contexto de nuestro milenio polaco y el siglo 600 de Jasna Gora, la fecha histórica de hace trescientos años se destaca con un brillante reflejo: ¡el rescate en Viena, la victoria vienesa! Este es el aniversario que nos une a todos, los polacos, y también a nuestros vecinos del sur y del oeste, los más cercanos y los más lejanos. Así como la amenaza común nos unió hace trescientos años, así, después de trescientos años, nos une el aniversario del combate y la victoria.

Esta lucha y esta victoria no crearon un abismo entre las naciones polaca y turca. Al contrario, despertaron respeto y aprecio. Sabemos que cuando Polonia desapareció del mapa político de Europa a finales del siglo XVIII, el gobierno turco nunca reconoció el hecho de la partición. En la corte otomana -como dice la tradición-, durante las solemnes recepciones de los representantes de los demás estados, se preguntó con insistencia: "¿Está presente el enviado de Lechistán?" La respuesta "todavía no" se dio durante mucho tiempo, hasta que llegó el año 1918 y el representante de la Polonia independiente volvió a la capital de Turquía. Tuve la oportunidad de ver esto durante mi estadía en la capital de Turquía, donde visité el Patriarcado de Constantinopla.

Era necesario recordar esta característica para apreciar plenamente el valor del relieve en Viena en 1683 y la victoria del rey Juan III Sobieski.

5. El Rey advirtió a la Sede Apostólica de la victoria con las significativas palabras: “Venimus, vidimus, Deus vicit”: he venido, he visto, Dios ha ganado. Estas palabras del soberano cristiano están profundamente grabadas tanto en el milenio de nuestro Bautismo como en el Jubileo de Jasna Gora de este año. Juan III, durante su campaña de Viena, hizo peregrinaciones a Jasna Gora y los demás santuarios marianos.

Las palabras del rey han impreso en nuestro "ayer" histórico la verdad evangélica sobre la victoria, de la que también habla la segunda lectura de la liturgia de hoy. El hombre está llamado a ganar la victoria en Jesucristo. Esta es la victoria sobre el pecado, sobre el "anciano", que está profundamente arraigado en cada uno de nosotros. ". . . Por la desobediencia de uno, todos fueron hechos pecadores. . . por la obediencia de uno todos serán justificados ”( Rom. 5:19 ). San Pablo habla de Adán y Cristo.

"Deus vicit" (Dios ha ganado): con el poder de Dios, que por la obra de Jesucristo actúa en nosotros por el Espíritu Santo, el hombre está llamado a la victoria sobre sí mismo. A la victoria sobre lo que ata el libre albedrío y lo somete al mal. Esta victoria significa vivir en la verdad, significa rectitud de conciencia, amor al prójimo, capacidad de perdonar, desarrollo espiritual de nuestra humanidad.

En los últimos meses he recibido muchas cartas de varias personas, entre otras de reclusos. Estas cartas han sido muchas veces para mí un testimonio edificante de precisamente esas victorias interiores, de las que se puede decir: “Deus vicit”, Dios ha ganado en el hombre. De hecho, el cristiano está llamado a la victoria en Jesucristo. Esta victoria es inseparable de la fatiga, e incluso del sufrimiento, como la Resurrección de Cristo es inseparable de la Cruz.

"Y el que ama y perdona - dijo el cardenal Stefan Wyszynski - el que, como Cristo, da su corazón y hasta su vida por sus hermanos, ya ha ganado hoy, aunque yacía pisoteado en el suelo" (Cardenal Stefan Wyszynski, Homilía , 24 de junio de 1966).

6. A lo largo de su historia, la nación ha logrado victorias, de las que se regocija, como se regocija este año con la victoria de Viena; sin embargo, también sufre derrotas que le provocan dolor. Estas derrotas han sido numerosas durante los últimos siglos. No hubiéramos dicho toda la verdad diciendo que sólo fueron derrotas políticas, hasta la pérdida de la independencia. También fueron derrotas morales: la decadencia de la moral en la época de los sajones, la pérdida de la sensibilidad hacia el bien común hasta los deplorables crímenes contra la patria. Pero ya la segunda mitad del siglo XVIII trae consigo intentos decisivos de renovación social, cultural y política. Baste recordar la Comisión de Educación y especialmente la constitución del 3 de mayo. En el contexto de estos intentos,

Así como un hombre siente que debe obtener una victoria moral para que su vida tenga su propio significado, también lo hace una nación, que es una comunidad de hombres. Por tanto, a lo largo del siglo XIX hubo incansables intentos, que apuntaban a la reconstrucción moral y a recuperar la independencia política, que se produjeron después de la Primera Guerra Mundial. Hablo de todo esto porque la historia de la nación está inscrita en el Jubileo de nuestra patria, de seis siglos de la presencia de María, Reina de Polonia, en Jasna Gora. Allí también las victorias y las derrotas encuentran su profunda resonancia. De ahí surge el llamamiento constante a no rendirse ante la derrota, sino a buscar caminos hacia la victoria. Cristo es “el Padre del siglo futuro, y el Reino de Dios va más allá de la dimensión temporal. Sin embargo, al mismo tiempo, Cristo es "ayer y hoy" y aquí se encuentra con el hombre de todas las generaciones, aquí también se encuentra con la nación, que es una comunidad de hombres. De este encuentro surge esa llamada a la victoria en la verdad, la libertad, la justicia y el amor, de la que hablaba Juan XXIII en su encíclica Pacem en Terris .

7. Esta encíclica fue publicada hace veinte años y contenía en ella el profundo reflejo de aquellos esfuerzos encaminados a mantener la paz en el mundo contemporáneo después de las terribles experiencias de la Segunda Guerra Mundial. La Iglesia participa en estos esfuerzos de la familia humana, considera esta tarea de su misión evangélica.

Como sucesor de Juan XXIII y de Pablo VI en la Sede Romana, he tenido la oportunidad de hablar muchas veces sobre este tema. Poco después de mi regreso de Polonia en 1979, lo hice frente al foro de las Naciones Unidas en Nueva York. El mensaje-oración lanzado por Hiroshima en febrero de 1981 también será inolvidable para mí.

No puedo dejar de volver al mismo tema hoy, mientras estoy en Varsovia, la capital de Polonia, que en el año 1944 fue reducida a ruinas por los invasores. Por tanto, renuevo mi mensaje de paz, que desde la Sede Apostólica llega constantemente a todas las naciones y todos los Estados, especialmente a los que tienen la mayor responsabilidad por la causa de la paz en el mundo contemporáneo.

Anche da questa città, capitale della Nazione e dello Stato che a prezzo dei più grandi sacrifici ha combattuto per la buona causa durante l’ultima guerra mondiale, voglio ricordare a tutti che il diritto della Polonia alla sovranità e anche al corretto sviluppo nel campo culturale e in quello socio-economico si appella alla coscienza di molti uomini e di molte società nel mondo. La Polonia ha mantenuto fino in fondo, anzi abbondantemente, gli impegni di alleata, che si assunse nelle terribili esperienze degli anni 1939-1945. La sorte della Polonia nell’anno 1983 non può essere indifferente alle Nazioni del mondo, specialmente dell’Europa e dell’America.

¡Mis queridos compatriotas! ¡hermanos y hermanas! En el año 1944 la capital de Polonia se transformó en un montón de ruinas. Después de la guerra, la propia Varsovia fue reconstruida de esta manera, como la vemos hoy, especialmente desde aquí, desde este lugar: antiguo y moderno juntos. ¿No es esto todavía una victoria moral para la nación? Y se han reconstruido muchas otras ciudades y centros en los territorios polacos, especialmente los del norte y el oeste, a los que se me permitirá ir como parte de la actual peregrinación: es decir, a Wroclaw y Gora Swietej Anny.

8. "Venimus, vidimus, Deus vicit": las palabras del rey pronunciadas después de la victoria vienesa quedaron grabadas en el contenido de nuestro milenio, también quedaron grabadas en el contenido de este Jubileo de Jasna Gora, a través del cual expresamos nuestro agradecimiento por los seis siglos de la particular presencia del Padre de Dios en nuestra historia.

El deseo de victoria, de una noble victoria, de una victoria redimida por la fatiga y la cruz, de una victoria lograda incluso a través de las derrotas, es parte del programa cristiano de la vida del hombre. También de la vida de la nación.

Mi actual visita a la patria cae en un período difícil. Difícil para muchos hombres, difícil para la sociedad en su conjunto. ¡Cuán grandes son estas dificultades! Cuán grandes son estas dificultades, vosotros, queridos compatriotas, lo sabéis mejor que yo, aunque yo también he vivido profundamente toda la experiencia de los últimos años desde agosto de 1980. Es, además, importante para muchas sociedades europeas y del mundo; en todas partes no hay escasez de hombres que se den cuenta de esto. También hay quienes, sobre todo desde diciembre de 1981, traen ayuda a mi nación; Yo también estoy agradecido con todos por esto.

Sin embargo, la nación debe vivir sobre todo con sus propias fuerzas y desarrollarse con sus propias fuerzas. Ella sola debe lograr esta victoria, que la Divina Providencia le asigna como tarea en esta etapa de la historia. Todos nos damos cuenta de que esta no es una victoria militar, como hace trescientos años, sino una victoria moral. Es precisamente esto lo que constituye la sustancia de una renovación proclamada más de una vez. Se trata del orden maduro de la vida nacional y del Estado, en el que se respetarán los derechos humanos fundamentales. Solo una victoria moral puede sacar a la sociedad de la división y restaurar la unidad. Tal orden puede ser la victoria de los gobernados y los gobernantes al mismo tiempo. Es necesario llegar a él por la vía del diálogo y el acuerdo mutuos,

Cito aquí las palabras de la carta pastoral del episcopado polaco del 29 de agosto de 1982: "La nación polaca necesita una verdadera renovación moral y social, para que pueda redescubrir la fe en sí misma, en su futuro, la confianza en las propias fuerzas; despertar las energías morales y la generosidad social para poder afrontar el gran cansancio del trabajo y los sacrificios necesarios que nos esperan a todos. Una necesidad urgente es la reconstrucción de la confianza entre la sociedad y el poder para construir el mejor futuro de la patria en el esfuerzo común y velar por los intereses de la nación y del estado ”.

9. ¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Participantes en esta liturgia del Papa peregrino, su compatriota, en la capital de Polonia! Por lo tanto, de Varsovia, dejo a Jasna Gora, a quien el difunto Primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski, solía llamar "Jasna Gora de la victoria" ("Montaña clara de la victoria").

Deseo llevar allí este regalo particular, que en el año del Jubileo de Jasna Gora fue la elevación a los altares del mártir polaco de Oswiecim, San Maximiliano María. Agradezco a la Divina Providencia que me fue dado realizar esta canonización el 10 de octubre de 1982.

Saliendo de Varsovia hacia Jasna Gora, entro espiritualmente en la procesión de peregrinos, que desde 1711, por lo tanto desde hace 272 años, se traslada cada año desde la capital de Polonia a la capital de la Reina de Polonia: la peregrinación de Varsovia.

Deseo presentarme ante la Madre de Dios y ante su Divino Hijo, Jesucristo, que es "el Padre del siglo futuro" y, al mismo tiempo, es "ayer" y "hoy". En particular: es el "ayer y hoy" de las generaciones que han pasado y están pasando por nuestra patria. Deseo llevar allí todos los sufrimientos de mi nación, y al mismo tiempo ese deseo de victoria, que no la abandona ni siquiera en medio de todas las derrotas y vivencias de la historia.

Y quiero decir: “Toma a toda la nación bajo tu protección, que vive para tu gloria. Que se desarrolle espléndidamente. ¡Oh María! ”.


Al final de la celebración, se quedó con los fieles diciendo:

Antes de la bendición final, pido a todas las comunidades que participan en este Sacrificio Eucarístico que acojan mi saludo especial. Es obvio que aquí están presentes la ciudad de Varsovia y la archidiócesis de Varsovia, pero también hay peregrinos. Esta Eucaristía nuestra, celebrada por el Papa peregrino, se llevó a cabo con la participación de peregrinos de diversas diócesis. Deseo saludarlos a todos en esta comunidad y pedirles que lleven la bendición del Papa a sus diócesis, parroquias y familias. Hay peregrinos de la archidiócesis de Bialystok, de la diócesis de Drihiczy, en el Bug, hay peregrinos de la diócesis de Gdansk (todo lo que quisiera agregar a esta mención será inútil, ante esta reacción de los aquí reunidos , acabo de escuchar). Saludos y bendiciones a la diócesis de Gdansk (estamos de acuerdo en este asunto, es decir, sobre quién tiene derecho a hablar aquí). Hay peregrinos de la diócesis de Lublin, de la diócesis de Lomza, de la diócesis de Plock, peregrinos de la diócesis de Sandomierz-Radom, y finalmente de la diócesis de Siedlce, que es de Fodlasie. De todas estas diócesis, durante el ofertorio recibí un don particular, un don espiritual y simbólico. Deseo corresponder a este regalo, ofrecido en nombre de las comunidades diocesanas, con el saludo y la bendición del Papa, para que ustedes, queridos peregrinos, puedan llevarlos con ustedes a su lugar de origen. Este es el primer círculo, pero tenemos que ampliarlo aún más, ya que en el Sacrificio Eucarístico celebrado aquí, en este lugar imponente, con el telón de fondo de todo el panorama de Varsovia, en medio de la vegetación, se podría decir entre el deporte y la liturgia (porque así debemos llamar a esta misa más allá del estadio), hay varios invitados, que han venido del extranjero: los cardenales y los obispos. Cada uno de ellos representa a la Iglesia y a la sociedad, la nación en la que vive esta Iglesia.

Antes de terminar la Santa Misa, quisiera, en nombre de todos los que hemos participado en esta liturgia eucarística, enviar saludos y bendiciones a aquellas Iglesias cuyos pastores han venido a nosotros. Por lo tanto, los enumeraré. Cuán cercano a nosotros está el nombre del arzobispo de Filadelfia en los Estados Unidos, el cardenal Krol, y junto a él el arzobispo de Detroit, el arzobispo Edmund Szoka (envío saludos y bendiciones a la comunidad polaca en el exterior y a toda la comunidad de la Iglesia en Estados Unidos, y también para toda la sociedad). El cardenal de Mainz en Alemania Occidental está presente entre nosotros: por tanto, saludos y bendiciones a nuestros hermanos en la fe, que han venido del oeste de Polonia. También está presente el cardenal obispo de Berlín: y también enviamos nuestro saludo y las palabras de unidad cristiana en esa dirección. Pero también tenemos entre nuestros invitados al presidente de la Conferencia del Episcopado de España; Para permanecer en el idioma español, agregaría que también tenemos un representante del Episcopado de México. Por favor traigan nuestros saludos y palabras de unidad en la fe, la fe que une en Cristo y en la Iglesia. Luego nos acercamos a nuestros vecinos. Está presente el cardenal arzobispo de Zagreb, en Yugoslavia. Por favor, lleve a nuestros hermanos eslavos el saludo y las palabras de unidad en la fe, en la Iglesia y en Cristo; del arduo amor a la Santísima Virgen. Finalmente, está el Cardenal Primado de Hungría, el Arzobispo de Esztergom. Que esta comunidad de fe y de la Eucaristía, que hoy nos ha reunido aquí en Varsovia, se extienda más allá de las fronteras de los pueblos e incluso de los continentes;

Quiero agregar que el cardenal secretario de Estado vino conmigo desde Roma, así como tres obispos, que están participando en nuestra celebración de hoy, así como en toda la peregrinación. Espero que se encuentren tanto en Polonia como en el Vaticano y como en casa; ya que el Papa debe ser feliz en el Vaticano.

Por fin. . . “Pro domo sua”: entre los cardenales está evidentemente el metropolitano de Cracovia, mi sucesor en la sede de San Estanislao; El cardenal Wladyslaw Rubin de Roma, nuestro compatriota. Sigo agregando al obispo Alfred Abramowicz de Chicago, presidente de la Liga Católica Polaca de Chicago.

Así, mis queridos hermanos y hermanas, nos vimos al final de esta gran unidad eucarística, en un círculo aún mayor que el que aquí abraza nuestros ojos, nuestros oídos y nuestro corazón. Nos veíamos insertos en el círculo de la comunidad de la Iglesia de toda la tierra polaca y al menos en una parte relevante de ella; así como la comunidad de la Iglesia universal, en diferentes países y en diferentes continentes.

Ahora todavía la última palabra para ustedes, que han participado de manera tan constructiva en este Santísimo Sacramento del altar. Ayer, durante mi saludo en el aeropuerto, dije que el beso en tierra polaca tiene un significado simbólico de beso de paz. Hoy vuelvo a este pensamiento, quiero desear la paz a todos los participantes de este gran encuentro eucarístico; Deseo, queridos hermanos, que aún hoy y todos los días de mi estadía, de mi peregrinaje, a mi patria, sean días de paz, silencio, tranquilidad interior: días que viviremos ante Dios, ante Nuestra Señora de Jasna Gora; días en los que buscaremos caminos hacia el futuro, que a veces nos parece tan oscuro. Os lo deseo cordialmente y os pido: os pido la paz durante la estancia del Papa peregrino en todos los lugares: finalmente, Espero que regresen a sus hogares; que besarás a tus hijos, que no han podido venir aquí; que te acercarás a tus enfermos que no han podido estar presentes; que diréis una buena palabra a vuestros vecinos, llevándoles el saludo y la bendición del Papa, puedan producir la expresión de esta paz y este amor, que nos empujan a la unidad y nos unen sobre todo en la Eucaristía. ¡Mis queridos hermanos y hermanas! ¡Que se extienda esta Eucaristía, que Varsovia viva de ella, que Polonia viva de ella, saque de ella la paz, el amor y la salvación! que produzca la expresión de esta paz y este amor, que nos empujan a la unidad y nos unen sobre todo en la Eucaristía. ¡Mis queridos hermanos y hermanas! ¡Que se extienda esta Eucaristía, que Varsovia viva de ella, que Polonia viva de ella, saque de ella la paz, el amor y la salvación! que produzca la expresión de esta paz y este amor, que nos empujan a la unidad y nos unen sobre todo en la Eucaristía. ¡Mis queridos hermanos y hermanas! ¡Que se extienda esta Eucaristía, que Varsovia viva de ella, que Polonia viva de ella, saque de ella la paz, el amor y la salvación!

Por último, saludo a todo el mundo de los trabajadores y las universidades, y los saludo porque me lo pidieron. Esto no significa que sin su llamada no los hubiera saludado; pero ya que me lo pidieron, ¡déjelos tenerlo! Y ahora, queridos hermanos y hermanas, participantes de este gran encuentro eucarístico-mariano, acojan mi bendición como Papa como última palabra de nuestra oración común y de nuestro sacrificio común.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA(16-23 DE JUNIO 1983)

CONCELEBRACIÓN SOLEMNA EN LA "CIUDAD DE LOS INMACULADOS"

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Niepokalanów, 18 de junio de 1983

1. Sus Eminencias, Arzobispos, Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Religiosas, especialmente ustedes, hijos e hijas de San Francisco, ¡y todos ustedes, amados compatriotas, hermanos y hermanas!

El 10 de octubre del año pasado se me concedió elevar a los honores de los altares de la Iglesia universal, al santo Maximiliano María Kolbe, hijo de la tierra polaca. Esa fue una canonización inusual. Los polacos, de Polonia y la emigración, también se reunieron en un número bastante elevado. Pero constituían solo la minoría de esa gran multitud de peregrinos que llenaron la Plaza de San Pedro ese domingo. Ciertamente procedían de Roma y de toda Italia, pero también en un número considerable de Alemania y otros países europeos, así como de otros continentes, en particular de Japón, que ha vinculado permanentemente su corazón con el Caballero de la Inmaculada Concepción. Se sintió claramente que la proclamación como santo por parte de la Iglesia, del Padre Maximiliano llegó a un centro neurálgico de la sensibilidad del hombre de nuestro tiempo. Por lo tanto, era común la expectativa de esta canonización, y la participación confirmó la expectativa misma.

Reflexionando sobre los motivos, se puede decir que Maximilian Kolbe, a través de su muerte en el campo de concentración, en el "búnker del hambre", confirmó de manera particularmente elocuente el drama humano del siglo XX. Sin embargo, la razón más profunda y adecuada parece ser el hecho de que en este sacerdote-mártir la verdad central del Evangelio se vuelve particularmente transparente: la verdad sobre el poder del amor.

2. "Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por los amigos" ( Jn 15, 13): así dice Jesús, despidiéndose de los apóstoles en el Cenáculo, antes de ir hacia la pasión y la muerte. . “Hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a nuestros hermanos”, repetirá el apóstol Juan después de su Maestro en su primera Carta ( 1 Jn 3, 14). Y concluirá: “De aquí hemos llegado a conocer el amor: dio su vida por nosotros; por tanto, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos ( 1 Jn 3,16 ).

Precisamente esta verdad del Evangelio se hizo particularmente transparente, a través del acto realizado en Oswiecim por el padre Maximilian Kolbe. Se puede decir que el modelo más perfecto que nos dejó el Redentor del mundo fue asumido en ese acto con total heroísmo y al mismo tiempo con enorme sencillez. El padre Maximiliano deja la cola, para ser aceptado como candidato al "búnker del hambre", en lugar de Franciszek Gajowniczek: toma la decisión, en la que se manifiestan al mismo tiempo la madurez de su amor y la fuerza del Espíritu Santo , y lleva a cabo esta decisión evangélica hasta el final: da la vida por un hermano.

Esto tiene lugar en el campo de la muerte, en un lugar donde más de cuatro millones de personas de diferentes naciones, idiomas, religiones y razas sufrieron la muerte. Maximilian Kolbe también sufrió la muerte: al final, le dieron el golpe de gracia con una inyección fatal. Sin embargo, en esta muerte se manifestó junta la victoria espiritual sobre la muerte, similar a la que tuvo lugar en el Calvario. Y por lo tanto, "no sufrió" la muerte, sino que "dio su vida" por un hermano. En esto está la victoria moral sobre la muerte. "Dar la vida por un hermano" significa convertirse, de alguna manera, en ministro de la propia muerte.

3. Maximiliano Kolbe era un ministro: era, de hecho, un sacerdote hijo de San Francisco. Cada día celebraba de manera sacramental el misterio de la muerte redentora de Cristo en la Cruz. Con frecuencia repitió estas palabras del Salmo, recordadas por la liturgia de hoy: “¿Qué devolveré al Señor / por lo que me ha dado? / Levantaré la copa de la salvación / e invocaré el nombre del Señor "( Sal 116: 12-13).

Es tan. Todos los días levantaba la copa de la nueva y eterna alianza, en la que, bajo las especies del vino, se "derrama" sacramentalmente la Sangre del Redentor para la remisión de los pecados. Junto al misterio del Cáliz Eucarístico, maduró en él esa hora de la decisión de Oswiecim: "¿No debo beber el cáliz que el Padre me ha dado?" ( Jn 18,11 ). Y bebió, bebió esta copa hasta el fondo, para testificar ante el mundo que el amor es más fuerte que la muerte. El mundo necesita este testimonio, para desprenderse de los lazos de esa civilización de la muerte que, sobre todo en algunos momentos de la época actual, muestra su rostro amenazador.

4. En el evento de Oswiecim se inscribe ese diálogo fundamental, que permite al hombre superar el horror de la civilización de la muerte, y le permite diariamente superar las diversas cargas de la temporalidad. Y este es el diálogo del hombre con Dios: “¿Qué le devolveré al Señor? . . . / Soy tu siervo, Señor, / soy tu siervo, hijo de tu sierva ( Sal 116, 12, 16).

Eso dice el hombre, ministro de la Eucaristía diaria, el hombre ministro de su propia muerte en el campo de Oswiecim. Eso dice el hombre. Esta es una palabra que resume toda su vida.

Y Dios responde con las palabras del Libro de la Sabiduría. Aquí están las palabras que contienen la respuesta de Dios: “Las almas de los justos, por otro lado, están en las manos de Dios, ningún tormento los tocará. . . Dios los probó y los encontró dignos de él; los probó como oro en el crisol y los recibió como holocausto ”( Sab 3, 1, 5-6).

¿Es realmente así? ¿El padre Maximiliano realmente "no tocó"? ¿El hombre al que veneramos precisamente como mártir? La realidad de la muerte por martirio es siempre un tormento; sin embargo, el secreto de esa muerte es el hecho de que Dios es más grande que el tormento. Grande es la prueba del sufrimiento, ese "sabor a oro en el crisol"; sin embargo, cuanto más fuerte es la prueba es el amor, es decir, más fuerte es la gracia. "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" ( Rom 5 : 5).

Así, pues, se nos presenta un mártir: Maximiliano Kolbe, ministro de su propia muerte, fuerte en su tormento, aún más fuerte en su amor, al que fue fiel, en el que creció a lo largo de su vida, en el que maduró. el campo de Oswiecim. Maximiliano Kolbe: testigo singular de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testigo singular de la Resurrección.

5. “Soy tu siervo, Señor; / Soy tu siervo, / hijo de tu sierva. . . ".

Esa maduración en el amor, que llenó toda la vida del Padre Maximiliano y se logró definitivamente en suelo polaco a través del acto de Oswiecim, esa maduración estuvo de manera especial unida a la inmaculada Sierva del Señor. Era, como pocos, el hijo espiritual de "tu sierva". Desde muy joven experimentó su maternidad espiritual: es decir, la maternidad que se estableció en el Calvario, bajo la Cruz de Cristo, cuando María aceptó al primer discípulo de Cristo como su hijo.

Maximiliano Kolbe, como pocos, estaba invadido por el misterio de la elección divina de María. Su corazón y su pensamiento estaban particularmente concentrados en ese "nuevo comienzo", que fue en la historia de la humanidad - a través de la obra del Redentor - la Inmaculada Concepción de la Madre de su encarnación terrena. “Lo que quiere decir Madre - escribió - lo sabemos, pero Madre de Dios, no podemos entenderlo con el intelecto, con la cabeza limitada. Solo Dios mismo entiende perfectamente lo que significa "Inmaculada". . . La Inmaculada Concepción está llena de consoladores misterios (M. Kolbe, Carta del 12 de abril de 1933 ).

Maximilian Kolbe penetró este misterio de una manera particularmente profunda, particularmente sintética: no en abstracto; sino a través del contexto vivo de Dios-Trinidad, Dios que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y a través del contexto vivo de los planes salvadores de Dios para el mundo. Aquí, nuevamente, están sus palabras: “Intentamos cada vez más, cada día más, acercarnos a la Inmaculada Concepción; así nos acercaremos cada vez más al Sagrado Corazón de Jesús, a Dios Padre, a toda la Santísima Trinidad, porque ninguna criatura está tan cerca de Dios como la Inmaculada Concepción. De esta manera también acercaremos a todos los que están cerca de nuestro corazón a la Inmaculada Concepción y al buen Dios ”(M. Kolbe, Carta de Nagasaki , 6 de abril de 1934).

Todas las iniciativas apostólicas del padre Maximiliano Kolbe atestiguan que el misterio de la Inmaculada Concepción estaba en el centro de su conciencia. Así lo atestiguan la "Milicia de la Inmaculada" y el "Caballero de la Inmaculada". Esto da fe de la "Ciudad de la Inmaculada" japonesa (Mugenzoi no Sono). Esto, finalmente, da fe de este nuestro "Niepokalanów" polaco.

6. Es bueno que nos encontremos aquí mismo después de la canonización del Padre Maximiliano. Ya, después de su beatificación, una de nuestras grandes asambleas en su tierra natal tuvo lugar en Oswiecim: fue una ceremonia emocionante. Oswiecim es, de hecho, el lugar donde "dio su vida por un hermano". Hoy estamos aquí en Niepokalanów, y Niepokalanów nos habla del descubrimiento del "nuevo comienzo" de la humanidad de Dios. Niepokalanów es el lugar donde, en constante obediencia al Espíritu de la Verdad siguiendo el ejemplo de la Inmaculada, el hombre se formó a sí mismo día de día, para que el santo supere al hombre no sólo en función de vida y apostolado, sino también en función de la muerte de mártir "por su hermano".

7. Sé que muchos representantes del campo, agricultores polacos, participan hoy en esta asamblea. Aquí, según me han informado, están presentes los miembros de las “comunidades pastorales de agricultores que trabajan por la renovación del campo en unión con la Iglesia”. Algunos de vosotros me habéis visitado, durante mi enfermedad, en el policlínico “Gemelli” de Roma; hoy nos encontramos en oración en esta tierra de Francisco y Maximiliano.

Sé que el pensamiento os anima a la renovación de las mejores tradiciones culturales del campo, a la vida cristiana en el amor recíproco, a la perfección a través de la oración común; Sé que forman círculos para ayudarse unos a otros; participar en los ejercicios espirituales; completa tu educación; estudiar la doctrina social de la Iglesia. De esta manera desea descubrir de nuevo su misión particular; Para trabajar en el campo quieres devolverle la dignidad que le es propia y en el esfuerzo de este trabajo encontrarás alegría.

Permítanme dirigirles las palabras de un gran estadista, representante del campo polaco, Vincenzo Witos: “El agricultor ha conservado su tierra, su religión, su nacionalidad en los peores momentos. Estos tres valores formaron la base para la creación del estado. Sin ellos no hubiéramos podido tenerlo. Allí donde ha puesto el pie el campesino, se han mantenido los cimientos del futuro renacimiento (Congreso en Wierzchoslawice, 1928).

¡Permanezca en el amor de Dios! Cristo, que se llamó a sí mismo la vid verdadera, de él, de su Padre, dijo que él es el enólogo. Permanece en Cristo y da mucho fruto, en él podemos hacer todo (cf. Jn 15,1-15). ¡Sé la cosecha de Dios! Y permanece en el amor de tu tierra: de esta tierra madre y protectora.

El Creador os ha confiado, de manera particular, toda hierba que da semilla y que está en toda la tierra, y todo árbol en el que está el fruto, que da semilla, para que sea alimento para todos (cf. Gn. 1:29 ) .). Esta tierra produce "espinos y cardos", pero gracias a tu trabajo debe producir alimento, traer pan para el hombre. Ésta es una fuente particular de la dignidad de trabajar en el campo, de su dignidad.

8. Esta asamblea nuestra hoy en Niepokalanów me trae a la mente las categorías históricas. Una vez, en el siglo XIII, en 1253, los polacos acudieron a la canonización del primer hijo de su tierra, que también era pastor de la sede de Cracovia. La canonización de San Estanislao tuvo lugar en Asís: los compatriotas, sin embargo, y en particular los príncipes de la dinastía Piast, que entonces gobernaban Polonia, sintieron la necesidad de reunirse en Cracovia para experimentar la alegría pascual de la elevación de uno de sus hermanos. compatriotas a la gloria de los altares de la Iglesia universal: la alegría del nacimiento de un santo para su tierra natal. Vieron en él un signo de la divina Providencia para esta tierra. Vieron en él a su patrón y mediador ante Dios, unieron a él las esperanzas de un mejor futuro del país, que en ese momento se encontraba en una situación difícil debido a la división en ducados. De la leyenda que afirmaba que el cuerpo de Stanislaus, desmembrado durante la matanza, tenía que ser reunido, nació la esperanza de que la Polonia de los Piast algún día superaría la división dinástica en ducados y volvería como estado a la unidad. El resto de la historia, comenzando con Ladislao el Breve, confirmó esta esperanza.

9. Hoy en Niepokalanów, en el centro de nuestra celebración en la patria, después de la canonización, está San Maximiliano María Kolbe: el primer santo de la línea de polacos a principios del segundo milenio. El primer y segundo milenio de Polonia y el cristianismo en Polonia se encuentran en un símbolo profundo. El patrón de Polonia en ese momento es el patrón. . . solo de Polonia? ¿No es, más bien, todo nuestro difícil siglo? Sí, pero como es hijo de esta tierra, comparte sus pruebas, sus sufrimientos y sus esperanzas; por tanto, en cierto modo, es el santo patrón de Polonia.

Precisamente en esta Polonia, que desde finales del siglo XVIII ha comenzado a estar condenada a muerte: a particiones, a deportaciones, a campos de concentración, al búnker del hambre. Y cuando, después de 120 años, regresó al estado de independencia, se esperaba en 1939 para repetir esta sentencia de muerte una vez más. De hecho, la obra de San Maximiliano en Oswiecim surge del mismo centro de estas luchas entre la vida y la muerte de la patria. “Mors et vita duello conflixere mirando” (“la vida y la muerte se enfrentaron en un duelo prodigioso”), como leemos en la Secuencia Pascual. El hijo de la tierra polaca, que cayó en su Calvario, en el búnker del hambre, "dando su vida por un hermano", vuelve a nosotros en la gloria de la santidad. El amor es más fuerte que la muerte.

10. Una vez, en la Edad Media, surgió la leyenda de San Estanislao. Nuestro tiempo, nuestro siglo no creará la leyenda de San Maximiliano. La elocuencia de los hechos por sí sola es suficientemente fuerte, es decir, el testimonio de vida y martirio. Debe asumirse la elocuencia de estos hechos casi contemporáneos en la vida polaca. A partir de ellos hay que construir el futuro del hombre, de la familia, de la nación.

¿Qué significa que el amor es más fuerte que la muerte? También significa: "No te dejes vencer por el mal, sino vence con el bien el mal", según las palabras de San Pablo (Rm 12, 21). Estas palabras traducen la verdad sobre el acto, realizado en Oswiecim por el padre Maximiliano, en diferentes dimensiones: en la dimensión de la vida cotidiana, pero también en la dimensión de la época, en la dimensión del momento histórico difícil, en la dimensión del siglo XX, y puede ser incluso en el de los tiempos venideros.

11. Reunidos en Niepokalanów para la gran acción de gracias nacional tras la elevación a la gloria de los altares de San Maximiliano María, compatriota nuestra, testigo de nuestro siglo difícil, mártir, primer santo del linaje polaco en el segundo milenio, deseamos enriquecer la herencia cristiana polaca con la conmovedora elocuencia del acto que realizó en Oswiecim: "No te dejes vencer por el mal, / sino vence el mal con el bien".

Queridos hermanos y hermanas:

Es un programa evangélico.

Un programa difícil pero posible.

Un programa indispensable.

Partiendo de aquí en peregrinación a Jasna Gora, pediré a la Reina de Polonia y Madre de todos los polacos que nos obtenga, siguiendo el ejemplo de san Maximiliano, la fuerza de espíritu necesaria para emprender este programa. Para que podamos integrar la elocuencia de la vida y muerte del Caballero de la Inmaculada en la herencia espiritual polaca. Que así sea.


Antes de la misa, el Papa respondió al saludo del padre Sliwinski, con un discurso improvisado, diciendo.

Mis queridos hermanos y hermanas. En el camino de mi peregrinación por el Jubileo de Jasna Gora, llego hoy a Niepokalanów. Durante el viaje anterior, hace cuatro años, fui al lugar donde murió mártir san Maximiliano María Kolbe, en Oswiecim. Hoy, un año después de su canonización, nos encontramos en el lugar de su vida heroica, de su trabajo diario. Llamó a este lugar Niepokalanów. ¡Ciudad de la Inmaculada Concepción!

Convento de la Inmaculada Concepción. Lugar de la Inmaculada Concepción. Taller de la Inmaculada Concepción. Y aquí, en Niepokalanów, agradeceremos a la Santísima Trinidad por haber elevado al primer santo, hijo de la tierra polaca, del segundo milenio a la gloria de los altares. Pero antes de comenzar la solemne liturgia de acción de gracias, quisiera detenerme un momento en esta basílica, junto a ustedes, ustedes que representan a las familias de las órdenes religiosas masculinas y femeninas. Los santos nos son dados por Dios para testificar, con su gloria celestial, el heroísmo de la existencia terrena, el heroísmo de la vida cotidiana aquí en Niepokalanów.

San Maximiliano María Kolbe, en la Iglesia de nuestro tiempo y, más en general, en la humanidad contemporánea, tiene una misión profética, una misión múltiple. Aquí, en este encuentro con ustedes, quiero centrarme sólo en un aspecto de esta misión: muy cercana a la que los obispos reunidos para el Sínodo en 1971, en Roma, expresaron el día de su beatificación, y la día después. San Maximiliano, entonces bendecido, era sacerdote. El Sínodo de 1971 abordó el tema del sacerdocio. El nuevo beato fue la encarnación viva de lo que es el sacerdote, de la misión a la que está llamado el sacerdote católico. Así, de hecho, respondió a Oswiecim, a la pregunta "¿Quién eres?": "Un sacerdote católico".

Creo que hoy, aquí en Niepokalanów, hay que destacar otro aspecto. El hijo de San Francisco, un religioso, uno de los muchos miembros de la gran Familia Franciscana, nos fue entregado en nuestro tiempo, no solo para Polonia, sino para toda la Iglesia, nos fue entregado para que ninguna Orden regular - hombre o mujer -, ningún religioso ni religioso en el mundo, tiene dudas sobre el significado de su identidad y en qué consiste la verdadera esencia de su vocación. En el período posconciliar, surgieron varias dudas en el mundo, pero Dios, ante el Concilio, preparó un hijo de la tierra polaca, hijo de San Francisco, para ser la respuesta viva de que estamos hoy aquí en Niepokalanów. Como servidor de la Iglesia universal, pienso en nuestra celebración de hoy con el corazón de un polaco y, al mismo tiempo, de un Papa,

En este siglo nuestro, con la perspectiva de la proximidad del tercer milenio, rezamos mucho para que el testimonio de esta solemne celebración nuestra sea acogido por toda la Iglesia. Y en primer lugar, por supuesto, por nosotros mismos, como parte especial, una parte elegida de la Iglesia polaca, formada por las familias de las órdenes religiosas masculinas y femeninas.  

Después de la celebración, saludó a los participantes en la Misa.

Saludo a los sacerdotes ex prisioneros de los campos de concentración, especialmente en Dachau, incluidos los obispos Ignacy Jez y Kazimierz Majdanski. Saludo a todos los superiores de las órdenes religiosas que han venido de toda Polonia y, a través de ellos, a todos los religiosos de nuestra patria, dignos de la vida de la Iglesia. Al mismo tiempo, saludo también a todas las órdenes religiosas femeninas, representadas aquí por el presidente de la Comisión Episcopal para los asuntos de las órdenes religiosas, monseñor Bronislaw Dabrowski, meritorio secretario del episcopado polaco. En particular, saludo a la familia franciscana, los franciscanos conventuales con su padre superior en Roma, el padre Blazej Kruszylowicz. Saludo a todos los misioneros polacos - 1100, repartidos por todos los continentes - y al mismo tiempo dirijo una ardiente oración a la Iglesia de Polonia, al clero regular, diocesano, a los laicos, para que los hijos e hijas de esta tierra partan a la gran mies de Dios, para que vayan donde Cristo los llame. Las necesidades son enormes, la cosecha es abundante.

Saludo luego a dos diócesis vinculadas a la vida de san Maximiliano: la de Wloclawek, dirigida por el obispo Jan Zareba, donde nació el santo; y la diócesis de Lòdz, encabezada por el obispo Jozef Rozwadowski, en la que se formó. Por último, saludo a los encargados de la pastoral familiar, con el presidente de la Comisión Episcopal, monseñor Marian Przykucki, ordinario de Chelm.

Otro saludo especial a los devotos de la Inmaculada Concepción de toda Polonia, que participaron en la función de hoy. Finalmente, antes de la bendición, saludo a todos los participantes en la asamblea eucarística, en la santa ofrenda, suplicándoles que lleven la bendición del Papa a sus familias, sus entornos, sus parroquias y diócesis de toda Polonia.

Que la Inmaculada reine en el corazón de nuestra patria.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA(16-23 DE JUNIO DE 1983)

LITURGIA EUCARÍSTICAEN JASNA GÓRA PARA LA CLAUSURA DE LAS CELEBRACIONES JUBILEOS

HOMILIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Czestochowa, 19 de junio de 1983

1. “Grande es el Señor y digno de toda alabanza / en la ciudad de nuestro Dios. / Su monte santo, collado estupendo / es el gozo de toda la tierra. / Como habíamos oído, así vimos / en la ciudad de Jehová de los ejércitos, / en la ciudad de nuestro Dios: / Dios la fundó para siempre ( Sal 48, 2-3. 9).

Con estas palabras del salmo de la liturgia de hoy, deseo sobre todo dar gloria al único Dios. Para la gloria del Dios eterno, Padre e Hijo y Espíritu Santo, para la gloria de la Santísima Trinidad, la Iglesia en Polonia. , bajo la dirección de su Pastori, celebra solemnemente el Jubileo Nacional, junto con el 600 aniversario de Jasna Gora; desde hace seis siglos la Madre de Dios ha estado presente en este “monte santo, como Madre y Reina de nuestra Nación, mediante su efigie célebre por las gracias concedidas”.

He aquí, vengo en peregrinación para dar gloria al Dios Eterno en este santuario nacional de mi tierra natal, en el que la misma Señora de Jasna Gora, como Sierva del Señor, rinde a la Santísima Trinidad todo honor y gloria, todo amor y gratitud, lo que ella misma recibe aquí.

2. Doy gracias a Dios, que me permitió presentarme en el umbral del santuario de Jasna Gora - como dice el poeta - “Solo párate frente al umbral, solo respira, respira Dios” (CK Norwid, Prave ); que nos ha dado hoy para celebrar aquí el Santísimo Sacrificio Eucarístico, que corona las celebraciones de acción de gracias de los seis siglos, que han durado un año y que se han prolongado por ello.

Para esta solemnidad la Iglesia en Polonia se ha estado preparando durante seis años como antes para el milenio del Bautismo, durante nueve años, a través de la Gran Novena.

Saludo cordialmente a todos los presentes, cardenales, arzobispos, obispos, sacerdotes, familias religiosas masculinas y femeninas; todos los peregrinos: compatriotas o invitados del exterior. Junto a ustedes, queridos hermanos y hermanas, como obispo de Roma y al mismo tiempo hijo de esta tierra polaca, me alegro de poder dar gloria a la Santísima Trinidad, alabando a la Madre de Dios después de seis siglos de permanencia en el lugar que ella amaba particularmente.

“Recordamos, Dios, tu misericordia / dentro de tu templo. / Como tu nombre, oh Dios / así se extiende tu alabanza / hasta los confines de la tierra; / Llena de justicia está tu diestra ”( Sal 47, 10-11).

Hemos venido a alabar la justicia de Dios y su bondad, que se han manifestado dentro de este templo; y junto con la salmodia de alabanza de la liturgia, nuestro corazón añora a María mientras repetimos: "Tú, espléndida honra de nuestro pueblo" ( Dés 15, 9).

3. La liturgia expresa el maravilloso misterio del santuario de Jasna Gora, en primer lugar, presentándonos el pasaje del Evangelio de Juan sobre las bodas de Caná de Galilea.

Este texto habla de la presencia de la Madre de Jesús - "allí estaba la Madre de Jesús" -, y de la invitación del mismo Jesús y de sus discípulos. De hecho, esto ocurre al comienzo de la enseñanza del Hijo de María, al comienzo de su actividad pública en Galilea.

El acontecimiento evangélico nos recuerda, en primer lugar, el mismo milenio del Bautismo. De hecho, a través de ese acontecimiento del año 966, a través del Bautismo al comienzo de nuestra historia, Jesucristo fue invitado a nuestra patria, casi en una Caná polaca. Y, con él invitado, su Madre llegó de inmediato. Ella vino y estuvo presente junto con su Hijo, como lo confirman numerosos testimonios de los primeros siglos del cristianismo en Polonia, y en particular la canción “Bogurodzica” (Padre de Dios).

En el año 1382-1383 aparece en nuestra historia una nueva forma de esa invitación. La imagen de Jasna Gora lleva consigo un nuevo signo de la presencia de la Madre de Jesús. Se puede decir que entonces también Cristo mismo fue invitado a nuestra historia de una manera nueva. Fue invitado a manifestar su poder salvador, como lo hizo por primera vez en Caná de Galilea. Fue invitado para que los hijos e hijas de la tierra polaca estuvieran dentro del alcance del poder salvador del Redentor del mundo.

En Caná de Galilea, María dice a los sirvientes del banquete de bodas: "Hagan lo que él les diga" ( Jn 2, 5), es decir, hagan lo que él les diga, háganlo. A partir de 1382, María se presenta frente a los hijos e hijas de esta tierra, frente a generaciones enteras, y repite las mismas palabras. De esta manera, Jasna Gora se convierte en un lugar especial de evangelización. Aquí la Palabra de la Buena Nueva adquiere una expresividad excepcional y, al mismo tiempo, la Madre casi actúa como mediadora. Jasna Gora trajo esos rasgos maternos a la historia de la Iglesia de nuestra tierra y a todo nuestro cristianismo polaco, cuyos inicios están vinculados al evento de Caná de Galilea.

4. "Todo lo que te diga, hazlo". ¿Y qué nos dice Cristo? ¿No es acaso en primer lugar lo que encontramos en el denso texto de la carta de San Pablo a los Gálatas lo que constituye la segunda lectura de hoy?

“Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción de niños. Y que sois niños, la prueba de ello es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones que clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres un esclavo, sino un hijo; y si eres hijo, también eres heredero por voluntad de Dios ”( Gal 4: 4-7).

Esto es lo que nos dice Cristo, de generación en generación. Lo dice a través de todo lo que hace y lo que enseña. Lo dice ante todo por lo que es. Él es el Hijo de Dios, y viene a darnos adopción como niños. Recibiendo del poder del Espíritu Santo la dignidad de hijos de Dios, en virtud de ese Espíritu le decimos a Dios: "Padre". Como hijos de Dios, no podemos ser esclavos. Nuestra filiación de Dios lleva consigo la herencia de la libertad.

Cristo presente junto a su Madre en Caná de Polonia nos presenta, de generación en generación, la gran causa de la libertad. Dios le concede la libertad al hombre como medida de su dignidad. Sin embargo, al mismo tiempo, se le da como tarea: "La libertad no es un alivio, sino el cansancio de la grandeza" (L. Staff, Aquí está tu canción ). El hombre, de hecho, puede usar la libertad para bien o para mal. Por medio de él puede construir o destruir. La evangelización de Jasna Gora contiene la llamada a la herencia de los hijos de Dios. La llamada a vivir la libertad. Hacer buen uso de la libertad. Construir y no destruir.

Esta evangelización de Jasna Gora, para vivir en una libertad digna de los hijos de Dios, tiene una larga historia de seis siglos. María en Caná de Galilea colabora con su Hijo. Lo mismo le sucede a Jasna Gora. ¿Cuántos peregrinos han pasado por el santuario de Jasna Gora durante seis siglos? ¿Cuántos se han convertido aquí, pasando del mal al buen uso de su libertad? ¿Cuántos han recuperado su verdadera dignidad como hijos adoptivos de Dios? ¿Cuánto podría decir la capilla de la imagen de Jasna Gora sobre esto? ¿Cuánto podrían decir los confesionarios de toda la basílica? ¿Cuánto podría decir el Vía Crucis a lo largo de las paredes? ¡Un gran capítulo de la historia del anime! Esta, quizás, es la dimensión más fundamental del 600 aniversario de Jasna Gora. Ha permanecido y sigue estando en los hombres vivos,

5. Sin embargo, la evangelización de la libertad en Jasna Gora tiene otra dimensión. Es la dimensión de la libertad de la nación, de la patria libre, restaurada a la dignidad de un estado soberano. La nación es verdaderamente libre cuando puede configurarse como una comunidad determinada por la unidad de cultura, lengua, historia. El Estado es sólidamente soberano cuando gobierna la sociedad y al mismo tiempo sirve al bien común de la sociedad y permite que la nación se realice en su propia subjetividad, en su propia identidad. Esto implica, entre otras cosas, la creación de condiciones adecuadas para el desarrollo en los campos de la cultura, la economía y otros sectores de la vida de la comunidad social. La soberanía del estado está profundamente ligada a su capacidad para promover la libertad de la nación,

Estas verdades elementales de origen moral se presentan de manera dramática a lo largo de los siglos, durante los cuales la Efigie de Jasna Gora fue testigo de la presencia especial de la Madre de Dios en la historia de nuestra nación.

6. El inicio de esta presencia está ligado al período del paso de los tiempos de los Piast a los del Jagelloni. Se puede decir que este comienzo precede al período más favorable de nuestra historia: la "edad de oro". Hoy también queremos agradecer estos siglos de gran desarrollo y prosperidad. La experiencia histórica indica, sin embargo, que María nos fue dada en su Imagen de Jasna Gora principalmente para tiempos difíciles.

El anuncio de estos tiempos fue, en el siglo XVII, el período del "Diluvio" (tan bien conocido por la novela de Sienkiewicz). Desde que Jasna Gora resistió la presión de los suecos, cuando toda la patria se deshizo de los invasores como resultado, comenzó un vínculo particular entre el santuario de Jasna Gora y la cada vez más difícil historia de la nación. La Madre de Dios es proclamada, sobre la base del voto de Juan Casimiro, Reina de Polonia.

Con el paso del tiempo, el 3 de mayo, vinculado al aniversario de la constitución, se convertirá en la fiesta de la Reina de Polonia, la que fue "entregada para la defensa de la nación polaca". Esta constitución atestigua de manera irrefutable la voluntad de preservar la independencia del país mediante la promulgación de reformas oportunas. Lamentablemente, casi inmediatamente después de la proclamación de la constitución, Polonia se vio privada de esta independencia, sucumbiendo a la arrogancia de tres partidos al mismo tiempo. De esta forma, se violó el derecho fundamental de la nación, un derecho de orden moral.

Durante la peregrinación anterior a la patria, en 1979, le dije a Jasna Gora que aquí siempre hemos sido libres. Es difícil expresar de otra manera lo que se convirtió en la Imagen de la Reina de Polonia para todos los polacos en el tiempo durante el cual su patria fue cancelada de la carta de Europa como estado independiente. ¡Sí! Aquí, en Jasna Gora, reposaba también la esperanza de la Nación y la tensión perseverante hacia el recobro de la Independencia, expresada en estas palabras: "Ante tus altares traemos imploraciones, Señor, digna devolvernos la patria libre".

Y es también aquí donde aprendimos la verdad fundamental sobre la libertad de la nación: la nación perece si deforma su espíritu, la nación crece cuando su espíritu se purifica cada vez más y ninguna fuerza externa puede destruirlo.

7. Celebramos el Milenio del Bautismo cuando, desde el año 1918, Polonia, como estado soberano, se encontró en el mapa de Europa; lo celebramos después de la horrible experiencia de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación. El Jubileo del 600 aniversario de la Imagen de Jasna Gora es casi un cumplimiento indispensable para el del Milenio. El complemento de la gran causa, de una causa esencial para la historia de los hombres y para la historia de la nación.

El nombre de esta causa es: Reina de Polonia.

El nombre de esta causa es: Madre.

Tenemos una situación geopolítica muy difícil. Tenemos una historia muy difícil, especialmente en los últimos siglos. Las dolorosas experiencias de la historia han agudizado nuestra sensibilidad en el campo de los derechos fundamentales del hombre y de la nación: particularmente el derecho a la libertad, a la soberanía, al respeto de la libertad de conciencia y religión, a los derechos del trabajo humano. . . También tenemos varias debilidades y defectos humanos, pecados, de hecho pecados graves, que debemos tener en cuenta continuamente y deshacernos de ellos continuamente. . .

Pero, queridos hermanos y hermanas, amados compatriotas, incluso en medio de todo esto, tenemos una Madre en Jasna Gora. Esta es una Madre cariñosa, como lo fue en Caná de Galilea. Es una Madre exigente, como exige cualquier buena madre. Sin embargo, esta es al mismo tiempo una Madre que ayuda: en esto se expresa el poder de su Corazón materno.

Ésta es finalmente la Madre de Cristo, de ese Cristo que, para usar las palabras de San Pablo, repite constantemente a todos los hombres y todos los pueblos: “Ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero por voluntad de Dios ( Gal 4: 7).

8. Según el contenido del Evangelio de hoy, queremos invitar a Cristo en la evolución futura de la historia de nuestra patria, tal como fue invitado, junto con su Madre, a Caná de Galilea. Precisamente esto significa el Jubileo de Jasna Gora en nuestra patria. Es el momento de la acción de gracias y al mismo tiempo el momento de la invitación.

Sucede así que nuestro Jubileo nacional de Jasna Gora coincide en la Iglesia universal con el Jubileo del Año de la Redención. Nos reconectamos con la Redención del mundo realizada en la Cruz, a través de los 1950 años transcurridos, mirando juntos hacia la fecha que debe cerrar el segundo milenio después de Cristo en la historia de la humanidad, e inaugurando el tercero.

Y aquí, en tal contexto histórico, deseamos invitar a Cristo, a través de Nuestra Señora de Jasna Gora, a nuestro futuro. En primer lugar en este futuro inmediato, que ya se encuentra dentro de los límites de la actual generación de hombres y de la nación. Y juntos en un futuro más lejano, según la voluntad y los decretos del Dios Todopoderoso. Le decimos a Cristo por María: ¡quédate con nosotros en todo momento! Y colocamos esta invitación aquí, en Jasna Gora.

9. Abracemos este Santuario con la mirada y el corazón: Jasna Gora, nuestra Caná polaca de Galilea. Pensamos en nuestro futuro. Y el futuro comienza hoy. Hoy estamos reunidos aquí en el año del Señor 1983.

¡Hoy te miramos a los ojos ,
oh Madre!
María, a quien viste en Caná de Galilea
que "ya no tienen vino" ( Jn 2, 3). . .

Maria!

¡Sin embargo, sabes
todo lo que nos falta!
Todo lo que nos duele.
Conoces nuestros sufrimientos,
nuestras faltas y nuestras aspiraciones.
Sabes lo que angustia
el corazón de la nación
consagrada a ti para el milenio
“en la esclavitud materna del amor. . . ".
¡Habla con el Hijo!

Habla con el Hijo de nuestro difícil "hoy".
Habla de nuestro difícil "hoy"
a este Cristo, a
quien hemos venido a invitar
para todo nuestro futuro.
Este futuro comienza "hoy",
y depende
de cómo será nuestro "hoy".

En Caná de Galilea,
cuando se acabó el vino,
dijiste a los sirvientes,
señalando a Cristo:
"Hagan lo que él les diga" ( Jn 2, 5).
Díganos estas palabras también a nosotros.
¡Siempre pronunciado!
¡Pronúncielo incansablemente!
Oh Madre de ese Cristo que es Señor
del siglo futuro. . .
Y escuchemos ,
en nuestro difícil "hoy",
a tu Hijo.
Que lo escuchemos día tras día
y trabaje tras trabajo.
Que lo escuchemos
incluso cuando dice cosas
difíciles y exigentes.

¿A quién iremos?
¡Tiene palabras de vida eterna! (cf. Jn 6,68).
El Evangelio es el gozo del cansancio,
y es al mismo tiempo el cansancio
del gozo y la salvación.
¡Madre! Ayúdanos a pasar,
con el Evangelio en el corazón,
nuestro difícil "hoy"
hacia el futuro,
en el que hemos invitado a Cristo.
Ayúdanos a atravesar nuestro difícil "hoy"
hacia ese futuro en el que también hemos invitado a Cristo,
el Príncipe de la Paz.

10. Abracemos una vez más nuestro santuario de Jasna Gora con nuestros ojos y corazones. Escuchemos las palabras del salmo de la liturgia de hoy: "Rodead a Sion, volvedla, / contad sus torres, / para decir a la próxima generación: / Este es el Señor, nuestro Dios / por los siglos" ( Sal 48, 13). - 15).

 


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA(16-23 DE JUNIO 1983)

BEATIFICACIÓN SOLEMNA DE LA MADRE URSZULA LEDÓCHOWSKA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Poznań, 20 de junio de 1983

1. "¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!" ( Mt 16:16 ).

Repetí esta confesión de Pedro el 22 de octubre de 1978, cuando, debido a los inescrutables decretos de la Divina Providencia, me tocó comenzar mi servicio en la Sede de Pedro en Roma.

Hoy las repito aquí, en Poznan, en el lugar donde se pronunció esta confesión desde los tiempos más remotos en los territorios del Piast, después del Bautismo de Mieszko en el año 966. Desde los primeros tiempos los labios del Obispo pronunciaron esta confesión de Pedro, desde ya dos años después del Bautismo de Poznan, primero en Polonia, "coepit habere episcopum": comenzó a tener su propio Obispo.

"¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!". La misma confesión de Pedro repitió los labios de los antepasados ​​desde aquellos tiempos muy antiguos y el corazón se abrió al Redentor del mundo, hasta entonces desconocido, que como Hijo de Dios, de la mismasustancia que el Padre, se hizo hombre y nació de la Virgen María.

2. Sobre esta confesión de Pedro desde el principio se edifica la Iglesia según las palabras de Cristo: "Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" ( Mt16, 18). Así, junto con la confesión del primer obispo en la Polonia del Piast, que se llamaba Jordania, la Iglesia se construye sobre el suelo de nuestra patria. En el año 1000, el obispo Unger recibió al emperador Otón III y a los legados papales en Poznan y Gniezno, que habían venido para la llamada Convención de Gniezno, junto con las reliquias del mártir san Adalberto. Continúa la edificación de la Iglesia en nuestra patria. Se levanta la Metrópolis de Gniezno y, conectada a ella, la sede de los nuevos obispos en Cracovia, Wroclaw y Kolobrzeg. Crece la comunidad de los que repiten la confesión de Pedro, todavía en la antigua lengua materna. "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Y desde el principio, desde la época de Mieszko, la catedral episcopal de Poznan permanece con el título de San Pedro y San Pablo.

3. Grande es mi alegría hoy de poder llegar al castillo de Przemyslaw, haciendo la peregrinación a Polonia para el Jubileo de la patria de la Señora de Jasna Gora. Mi alegría es grande por poder reunirme con ustedes, queridos hermanos y hermanas, herederos del pasado milenio de la nación y de la Iglesia, y repetir la confesión de Pedro. He venido aquí muchas veces, especialmente en el período del servicio pastoral del Metropolitano de Poznan, Antoni Baraniak, de santa memoria, cuya fuerza pastoral, cuya humildad y méritos conocidos solo por Dios, siempre rodeamos de profunda veneración.

Saludo hoy aquí a su sucesor en la sede de Poznan, de la misma edad en mi nombramiento como obispo, al arzobispo Jerzy, a los obispos auxiliares y a todos los representantes del episcopado presentes: el cardenal primado, el cardenal metropolitano de Cracovia, todos los arzobispos y obispos de Polonia. Saludo al Capítulo Metropolitano, a todo el clero, a las órdenes religiosas masculinas y femeninas. Saludo a todos los invitados que han venido a Poznan desde fuera de la arquidiócesis.

Me doy cuenta de que el lugar donde estoy ha jugado un papel fundamental no solo en la historia del cristianismo, sino también en la historia del estado y la cultura polaca. La Catedral de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo testifica que, desde el principio, en esta tierra de los Piast y en toda Polonia la Iglesia y Roma estaban unidas. En Roma, no solo como sede de Pedro, sino también como centro de cultura. Por lo tanto, la cultura polaca posee marcas características especialmente de Europa occidental.

4. Me alegra poder encontrarme en este lugar, en el centro de la más antigua de las tierras Piast, donde comenzó la historia de la nación, el estado y la Iglesia hace más de mil años.

Junto con Cristo, a quien Pedro confesó como Hijo del Dios vivo, han llegado aquí el Evangelio y toda la Revelación. Los habitantes de esta tierra recibieron conscientemente las palabras del Creador, pronunciadas al principio: Crecer y multiplicarse, subyugar y dominar la tierra (cf. Gn 1, 28 ). Estas palabras han unido la llamada a la vida familiar con el trabajo humano. Nuestros antepasados ​​gobernaron la tierra sobre este vasto territorio de la Gran Polonia, cortando bosques, cultivando campos, construyendo pueblos y ciudades.

Después de siglos, estamos siendo testigos del trabajo de muchas generaciones aquí. Hubo un tiempo en el siglo XIX en el que tuvieron que luchar por sus puestos de trabajo en esta tierra de la Gran Polonia, donde los ocupantes querían destruir el espíritu nacional. De ese momento viene la tradición del vínculo profundo con la tierra, la tradición del cultivo racional del suelo y la tradición de la organización social, que aseguró el estatus de posesión polaca. Símbolo de la defensa intransigente de los derechos fundamentales del polaco y del agricultor, se convirtió en el carro de Drzymala. Los apellidos de los grandes trabajadores sociales, especialmente del clero, como el arzobispo Florian Stablewski o sacerdotes, como Don Piotr Mawrzyniak, también son un símbolo. Un apoyo para ellos se convirtió en la encíclica en su momento. Rerum Novarum de León XIII.

5. Para la generación contemporánea de trabajadores y sobre todo de los trabajadores de la tierra, un soporte similar puede ser la encíclica Mater et Magistra. , de Juan XXIII: “. . . Un problema básico que surge - escribe el venerable predecesor en él - es el siguiente: cómo proceder para que se reduzca el desequilibrio en la eficiencia productiva entre el sector agrícola, por un lado, y los sectores industrial y de servicios, por otro, y que el nivel de vida de la población agrícola-rural se separa lo menos posible del nivel de vida de los ciudadanos que obtienen sus ingresos de los sectores industrial y de servicios; y los que trabajan la tierra no tienen complejo de inferioridad; en cambio, están convencidos de que incluso en el medio agrícola-rural pueden afirmar y desarrollar su persona a través de su trabajo y mirar al futuro con confianza. . .Mater et Magistra , III).

6. Sin embargo, quiero subrayar estas palabras de la encíclica social con lo que escuché, en suelo polaco, de boca del difunto Cardenal Primado Stefan Wyszynski. ¡Cuán grande fue su intuición de este vínculo del hombre con la tierra, que es la base de la existencia de toda la sociedad! ¡Cuán acertadamente advirtió contra el abandono de la agricultura, el éxodo de la tierra y la urbanización excesiva! Se podía escuchar en sus palabras un eco casi lejano de esa tradición que se remonta a la época de Piast, que aprendió de la Biblia: el llamado "someter y dominar la tierra", y en la implementación de este llamado buscó la consolidación de la mismísima fundamentos de esta razón nacional y estatal del estado de la patria.

Esto es lo que dijo el cardenal Wyszynski el 2 de abril de 1981 a los representantes de “Solidaridad Rural”: “Cuando el suelo está cubierto de hierba, los tifones más grandes no lo arrastran fácilmente, aunque sea arenoso. Pero cuando la tierra se convierte en un lugar desierto, es muy fácil conquistarla. . . De la novela de Reymont "Farmers" conocemos la conmovedora historia de Botyna. Su muerte con los brazos extendidos sobre la tierra y en el susurro de los vientos: Maestro "quédate con nosotros", es una imagen muy elocuente. Cuando uno se encuentra más de cerca con la enorme fuerza espiritual, moral y social del medio rural, se ve claramente cuán justa es la lucha por los derechos fundamentales de la persona humana, cuán motivada es una razón más para respetar esos derechos. poseer la tierra ".

También les deseo, agricultores de la Gran Polonia, agricultores de toda mi tierra natal, que recuerden estas palabras del cardenal Wyszynski, como testimonio de un gran polaco, de un gran amante de la tierra polaca y de la nación polaca.

7. “Bendeciré al Señor en todo momento, / su alabanza siempre en mi boca. / Me glorío en el Señor, / que escuchen a los humildes y se regocijen ( Sal 34, 2-3).

En este primer día deseo especialmente bendecir al Señor, ya que entre vosotros, queridos compatriotas, me ha sido dado poder elevar a los honores de los altares, mediante la beatificación, a la Venerable Sierva de Dios, Madre Orsola Ledóchowska.

Ciertamente grande es nuestra alegría común de que esta beatificación pueda tener lugar durante el Jubileo Nacional de la Señora de Jasna Gora y al mismo tiempo en el contexto del Año de la Redención. Una hija de la conocida familia polaca es criada para la gloria del Beato. La localidad de Lipnica Murowana (en la diócesis de Tarnów), donde tenía su hogar la familia Ledóchowski, es el mismo lugar de donde, en el siglo XV, vino el Beato Szymon de Lipnica. La hermana carnal de Madre Úrsula, María Teresa Ledóchowska, comúnmente conocida como la “madre del África negra, y fundadora de la Cofradía de San Pedro Claver (Hermanas Claverianas), fue beatificada hace unos años por Pablo VI.

La vocación de Orsola fue la juventud y su educación, además de la ayuda múltiple en la labor pastoral de la Iglesia. Descubrió el camino de esta vocación en el Convento de las Hermanas Ursulinas de Cracovia. En el año 1907 partió de allí -con el consentimiento del Papa Pío X- para realizar labores apostólicas en la ciudad entonces llamada Petersburgo, en Rusia. Obligada a abandonar Rusia en 1914, desarrolló su apostolado en los países escandinavos y, al mismo tiempo, desarrolló una acción múltiple a favor de su atormentada patria. Cuando, después de la guerra, pidió al Papa Benedicto XV que aprobara la nueva Congregación, que había surgido de manera tan inusual durante su apostolado, recibió su aprobación. El Superior General jesuita de la época, hermano carnal de Madre Úrsula, Padre Vladimiro Ledóchowski,

Una gran influencia en la vida de la Beata y sus hermanos y hermanas tuvo su tío, el cardenal Mieczyslaw Ledóchowski, arzobispo de Gniezno-Poznan, primado de Polonia y más tarde prefecto de la Sagrada Congregación para la Propaganda de la Fe. Se sabe que, incluso en la cárcel, aquí mismo en Poznan, se opuso a la política de la “Kulturkamph” prusiana, para salvar la fe, el espíritu polaco y la autonomía de la Iglesia en Polonia; por eso fue perseguido y encarcelado.

Aquí en Pniewy, cerca de Poznan, se encuentra la casa madre de la Congregación de las Hermanas Ursulinas del Corazón Agonizante de Jesús, comúnmente llamadas Ursulinas Grises. Madre Orsola Ledóchowska fue la fundadora de esta rama polaca de las ursulinas, y también de la casa de Pniewy. Sin embargo, la Congregación se extendió a varias partes de Polonia y más allá de Europa. Al mismo tiempo, la Madre Orsola realizó su apostolado (a pedido de la Sede Apostólica) en Roma, y ​​allí terminó sus días terrenales el 29 de mayo de 1939; también se encuentra su tumba en el Generalato de via del Casaletto.

Al incluir a la Madre Orsola Ledóchowska en el registro de los beatos, la entregamos a la Iglesia de Polonia y a la Congregación de las Hermanas Ursulinas, para la gloria de Dios, para la elevación de las almas humanas y para su salvación eterna.

8. "¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!". Vuelvo a las palabras de la confesión de Pedro, que resuenan en la historia del Pueblo de Dios en esta tierra de la Gran Polonia, unida desde hace más de mil años en torno a la Catedral de los Santos Apóstoles.

El católico Poznan repite las palabras de Pedro de manera particular desde la época de la independencia de la Patria, recuperada en el año 1918, sobre la base de la unión con Gniezno (que duró hasta 1821), Poznan fue entonces también sede de el Primado de Polonia. La Confesión de Pedro se manifestó, en la historia de la ciudad, a través de la construcción del monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Este monumento, como expresión de agradecimiento por la recuperación de la independencia, fue destruido por el invasor durante la Segunda Guerra Mundial. .

Hoy en día, se han erigido dos cruces en este sitio en memoria de las víctimas de 1956. Por diversas razones, teniendo en cuenta el pasado más remoto y más reciente, este lugar es venerado por la sociedad de Poznan y por la "Gran Polonia". Así que yo también quiero arrodillarme en este lugar para honrar.

9. ¡Poznan! La Poznan de hoy, una ciudad de gran tradición. Una ciudad que traza en la vida de la nación un estilo especial de construcción del bien común. La ciudad de los grandes establecimientos industriales. Es la ciudad de la cultura universitaria contemporánea. La ciudad, en la que el pensamiento social católico y la estructura nacional de las organizaciones católicas han madurado de una forma muy particular. La ciudad de muchas publicaciones y muchas editoriales.

Al visitar Poznan en la ruta de peregrinación de este año, deseo verla una vez más en las dimensiones del milenio, pero también en las dimensiones del Jubileo de Jasna Gora. Y por eso me acerco de todo corazón a este lugar donde la princesa Dobrawa, esposa de Mieszko y madrina de la nación polaca, construyó la capilla del castillo de Ostrow Tumski, dedicada a la Santísima Virgen María.

Es el vestigio más antiguo de este gran patrimonio, al que damos la bienvenida en el solemne Jubileo Nacional de este año. De esta herencia que deseamos traspasar durante los siguientes siglos.

Entonces me detengo en este lugar y repito: “Madre de Dios, Virgen / María, que eres alabada por Dios. / De tu Hijo, Señor / Consíguenos, ruega por nosotros / su misericordia (Kyrie eleison) ”.


Antes de la bendición, saludó brevemente a la asamblea.

Antes de la bendición final, quiero saludar una vez más a todos los presentes, no solo a los representantes de la ciudad y de la archidiócesis de Poznan, sino también a los peregrinos de fuera de la archidiócesis, especialmente de la vecina archidiócesis de Gniezno; de la diócesis de Wloclawek, junto con el obispo ordinario y los obispos auxiliares; de la diócesis de Chelmno junto con el obispo ordinario y sus colaboradores en el episcopado; de la diócesis de Gorzów, junto con el obispo monseñor Wilhelm Pluta y con el obispo auxiliar; de la diócesis de Koszalin junto con el obispo ordinario y el obispo auxiliar.

Pido a todos los peregrinos que lleven a sus comunidades, diócesis y parroquias esta comunión de santos, resaltada por la beatificación de Urszula Ledóchowska, y también la comunión de la Iglesia polaca que vive su unión con los santos apóstoles Pedro y Pablo, a través de la presencia de el sucesor de Pedro. Dirijo la misma oración a nuestros huéspedes que han venido del extranjero. Aquí está el obispo de la diócesis de Sankt Polten en Austria, donde nació la bendita Úrszula; el obispo de Schwerin en Alemania, así como los obispos que vinieron de Helsinki a Finlandia. Rezamos a estos hermanos nuestros de vocación episcopal para que saluden a sus Iglesias ya sus pueblos en el espíritu de comunión cristiana, que celebramos hoy aquí en Poznan.

Las palabras particulares pertenecen obviamente a las ursulinas grises; se puede decir que este es su día, su gran día. Su alegría nos alegra; les deseamos que el día de la beatificación de su fundadora inicie un nuevo período en el desarrollo de esta familia religiosa que tanto nos es querida.

En Poznan quiero añadir uno especial a estos saludos, a todos los catequistas y catequistas, pertenecientes al clero, pero sobre todo a los laicos. Poznan es un gran centro de catequesis y de pensamiento catequético. Quiero saludar a todos los catequistas tanto de la arquidiócesis como de toda Polonia. Finalmente, aquí mismo, no puedo quedar en deuda con los jóvenes estudiantes, que me han enviado cartas especiales a Roma. Respondo estas cartas con el mayor entusiasmo posible. Ya lo hice una vez el sábado por la noche, durante el encuentro con los jóvenes y todavía lo hago aquí en Poznan.

Poznan ha dado algunos obispos a Polonia y a la Iglesia. Deseo saludarlos hoy en nuestra comunión.

Mis queridos hermanos y hermanas, la bendición en nombre de la Santísima Trinidad debe en cierto modo sellar esta magnífica realidad sacramental sobrenatural: la Eucaristía. Entonces sucede todo el tiempo. Nuestra Eucaristía es particularmente solemne, particularmente elocuente, llena de calor antiguo y actual, llena de vida y de asuntos humanos.

Que la bendición del Dios Todopoderoso, uno en la Santísima Trinidad, se extienda sobre todo esto ahora.

También quiero bendecir todas las primeras piedras de las iglesias que se construirán. Estas piedras están ubicadas frente al altar. Que ellos también sean bendecidos juntamente con los hombres y por los hombres.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA(16-23 DE JUNIO DE 1983)

CELEBRACIÓN MARIANA DE ACCIÓN DE GRACIAS E IMPLORACIÓN

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Katowice, 20 de junio de 1983

1. ¡ Alabado sea Jesucristo!

¡Queridos hermanos y hermanas! De todo corazón le agradezco la invitación a Piekary.

Mi peregrinación a Piekary Slaskie, al Santuario de la Madre de Dios en la diócesis de Katowice, tiene una historia de muchos años. Como metropolitano de Cracovia, fui invitado a predicar la Palabra de Dios el último domingo de mayo, cuando tiene lugar la peregrinación anual de hombres y jóvenes varones. Este es un evento especial en la vida de la Iglesia, no solo en Silesia, sino en toda Polonia. Entonces llegan a Piekary hombres y jóvenes de la vasta región industrial, que va más allá de las fronteras de Katowice Silesia tanto al oeste, hacia Opole, como al este, hacia Cracovia. Hoy ocurre lo mismo, salvo que el marco de la peregrinación se ha ampliado. Ya no es solo un encuentro con hombres, sino un encuentro general; Por tanto, doy la bienvenida y saludo cordialmente a todos los aquí presentes, queridos hermanos y hermanas:

Esperaba este encuentro en Piekary desde 1978. Lo esperaba con perseverancia y confianza. Y tú también lo has esperado con perseverancia y confianza. Y cuando fue posible, resultó que no podíamos estar todos en la colina de Piekary. Y, por lo tanto, Piekary tuvo que ser trasladado a este aeropuerto cerca de Katowice, donde estamos. ¡Para realizar la peregrinación del Papa a Piekary de hoy era necesario que esta vez la misma Piekary partiera en peregrinación!

2. Y así sucedió. Como parte del Jubileo del sexto centenario de Jasna Gora, llego hoy al santuario de Piekary, y la Madre de Dios amablemente viene a recibirme desde su santuario.

Este encuentro tomó la forma de una gran oración de la Iglesia de Katowice. La oración ha continuado desde el último domingo de mayo, desde que la efigie de la Señora de Piekary se movió para el encuentro de hoy, visitando las parroquias individuales en la calle. Y hoy aquí - en este aeropuerto - desde la mañana continúa la oración, que acompaña la llegada de la efigie de Piekary Slaskie. En primer lugar está el rezo del Rosario, y junto con él hay cantos, lecturas y meditaciones, de acuerdo con el programa planificado, establecido e implementado con toda la precisión de Silesia.

Me pregunto: después de tantas horas de preparación en la oración, ¿todavía te quedan fuerzas para escuchar al Papa? ¿No estás demasiado fatigado y cansado?

Sin embargo, el recuerdo de los encuentros anteriores a Piekary me dice que la gente de Silesia y, en general, todos los hombres trabajadores de esta región industrial no se cansan fácilmente de rezar. Además, saben rezar de una manera tan "atractiva" en su gran comunidad que la oración no los cansa. Pueden alejarse de su santuario cansados, pero no agotados, porque llevan consigo los recursos frescos del espíritu en su arduo trabajo diario.

3. Y, por tanto, agradezco a la Iglesia de Katowice por este encuentro de hoy. Agradezco al obispo Herbert, que me ha invitado aquí muchas veces como Metropolitano y Cardenal, y cuando decidió invitarme también como Papa, no dio la paz antes de implementar esta decisión suya. Junto a él, saludo a los obispos Józef, Czeslaw y Janusz, que permanecen unidos en el servicio episcopal. Saludo al Capítulo ya todo el clero: a vosotros, queridos hermanos sacerdotes, con los que me encuentro en momentos no menos cercanos que los de mis hermanos, sacerdotes de la archidiócesis de Cracovia. Saludo de todo corazón a las órdenes religiosas masculinas y femeninas, esperando que su vocación evangélica dé frutos en la cosecha de la gran obra humana, que encuentran cada día. Saludo al seminario mayor, con quien estuve vinculado en el pasado: como profesor y como metropolitano de Cracovia. Que este Seminario siga floreciendo con abundancia de vocaciones diocesanas y misioneras.

A todas las laboriosas instituciones diocesanas (entre otras cosas a "Gosc Niedzielny": "Invitado del domingo"), les digo, en presencia de la Madre de Dios de Piekary, como dicen en Silesia: "Szczesc Boze" (Dios ayude usted).

Permítanme saludar también a los cardenales polacos aquí presentes: cardenal primado y metropolitano de Cracovia; y los cardenales alemanes: de Mainz y Berlín, así como todos los obispos aquí presentes, polacos y extranjeros. Veo que también está el cardenal John Krol de Filadelfia en los Estados Unidos. Junto a ustedes los saludo a todos.

4. Entro aquí en la gran oración, que continúa no solo desde el último domingo de mayo, no solo hoy desde la mañana, sino que ha durado generaciones, se llena todos los años, todas las semanas y todos los días.

Una vez, cuando todavía no había Silesia hoy, pero ya había la efigie de la Madre de Dios en Piekary, el rey polaco Juan III Sobieski entró en esta oración, yendo al rescate de Viena.

Hoy yo, obispo de Roma y al mismo tiempo hijo de la nación polaca, deseo insertarme en la oración de la Silesia de hoy, que fija su mirada en la efigie de la Señora de Piekary como en la imagen de la Madre de la justicia y amor social.

Y, por lo tanto, también me gustaría seguir el ejemplo de esta oración del trabajo multifacético, que practican todos los días, cuando, justo en medio del trabajo, intercambian este saludo: "¡Szczesc Boze!" (Dios te ayude), "¡Szczesc Boze!" (Que Dios te ayude).

Es tan. Para llegar a la raíz misma del trabajo humano, ya sea el trabajo en la industria o el de la tierra, el trabajo del minero, el metalúrgico o un empleado, o el ajetreo de una madre en la casa, o el trabajo de la salud. Servicio junto a los enfermos: para llegar a la raíz misma de cualquier trabajo humano, hay que relacionarse con Dios: "¡Szczesc Boze!" (Que Dios te ayude).

5. Con este saludo "Szczesc Boze" (Dios te ayude) nos dirigimos al hombre que trabaja, y al mismo tiempo relacionamos su trabajo con Dios. Relacionamos el trabajo humano en primer lugar con Dios Creador. En primer lugar, de hecho, la obra misma de la creación (es decir, sacar el ser del cosmos de la nada) se presenta en el Libro del Génesis como la "obra" de Dios, dividida en los seis "días de la creación". Después de estos días, Dios detuvo toda su obra en el séptimo día (cf. Gen 2: 2); con esta Sagrada Escritura impone también al hombre la obligación del reposo, la obediencia de entregar el día santo a Dios.

El trabajo humano está relacionado con Dios el Creador. Dios, de hecho, al crear al hombre a su imagen y semejanza, le dio el mandato de subyugar la tierra. Esta expresión bíblica es una descripción de trabajo particularmente profunda y rica en contenido. En el análisis de estas palabras bíblicas, que ya están contenidas en el Libro del Génesis, tuve que basar considerablemente la encíclica Laborem Exercens , que hace dos años dediqué al trabajo humano.

6. Cuando en el trabajo nos saludamos con la frase “Szczesc Boze” (Dios te ayude), expresamos así nuestra benevolencia hacia el prójimo que trabaja, y al mismo tiempo relacionamos su obra con Dios Creador, con Dios el Redentor.

Para redimir al hombre, el Hijo de Dios se hizo hombre en el vientre de la Virgen María de Nazaret, por obra del Espíritu Santo. Cristo nos redimió mediante su cruz y resurrección, haciéndose obediente hasta la muerte. Toda la vida terrena del Hijo de Dios entra también en la obra de la Redención, su misión mesiánica unida al anuncio del Evangelio y, antes, a los treinta años de vida oculta, que desde sus inicios se dedicó a trabajar en el tienda junto a José de Nazaret. Así, por tanto, el Evangelio del trabajo queda impreso en la palabra de la revelación divina, que la Iglesia siempre vuelve a leer una y otra vez anuncia a todos los hombres. De hecho, el trabajo es la vocación fundamental del hombre en esta tierra.

Hablo de esto en el año que se celebra el Jubileo Extraordinario de la Redención. Este año toda la Iglesia desea sacar su fuerza espiritual de un modo particularmente profundo del misterio de la Redención. El hombre de trabajo también está llamado a unirse, a través de su propio trabajo, con Cristo Redentor del mundo, que también fue un "hombre de trabajo".

Todo este rico contenido está contenido en estas dos palabras: “Szczesc Boze” (Dios te ayude), que se escuchan con tanta frecuencia en Polonia, y especialmente en Silesia. Nos acercamos a Cristo, el Evangelio del trabajo, el misterio de la redención a través de María: precisamente a través de Ella que, en su Santuario de Piekary, se une a generaciones enteras de trabajadores de Silesia; precisamente a través de María, a quien invocáis aquí en Silesia como Madre de la justicia y del amor social.

7. El trabajo humano, de hecho, está en el centro de toda la vida social. A través de ella se forman la justicia y el amor social, si todo el sector del trabajo se rige por un orden moral justo. Pero si falta este orden, se introduce la injusticia en el lugar de la justicia y el odio en el lugar del amor.

Al invocar a María como Madre de la justicia y del amor social, ustedes, queridos hermanos y hermanas, como trabajadores de Silesia y de toda Polonia, desean expresar lo cerca que están de ese orden moral que debe regir el sector del trabajo.

El mundo entero ha seguido, y sigue con emoción, los acontecimientos que tuvieron lugar en Polonia desde agosto de 1980. Lo que hizo reflexionar al gran público en particular fue el hecho de que estos acontecimientos fueron principalmente sobre el orden moral en sí mismo en relación con el trabajo humano, y no solo el aumento de los salarios. También llamó la atención el hecho de que estos hechos estuvieron libres de violencia, que nadie sufrió muertos o heridos por ellos. Por último, también el hecho de que los acontecimientos ocurridos en el mundo laboral polaco en los años ochenta tuvieran un signo claramente religioso.

Por tanto, nadie puede sorprenderse de que aquí en Silesia, en esta gran "cuenca del trabajo", la Madre de Cristo sea venerada como Madre de la justicia y del amor social.

8. Justicia y amor social significan precisamente la plenitud del orden moral, unido a todo el sistema social y en particular al sistema del trabajo humano.

El trabajo deriva su valor fundamental del hecho de que lo hace el hombre. En esto se basa también la dignidad del trabajo, que debe respetarse independientemente del tipo de trabajo que realice un hombre. Lo esencial es que el hombre lo haga. Al realizar cualquier obra, imprime en ella el signo de la persona: de su imagen y semejanza con Dios mismo. También es importante que el hombre haga el trabajo para alguien, para otros.

El trabajo es también obligación del hombre: tanto ante Dios como ante los hombres, tanto ante su propia familia, como ante la nación, sociedad a la que pertenece.

A esta obligación, que es el deber de trabajar, corresponden también los derechos humanos del trabajo, que deben formularse en el contexto amplio de los derechos humanos. La justicia social consiste en el respeto y la implementación de los derechos humanos en relación con todos los miembros de una sociedad determinada.

En este contexto, aquellos derechos que atañen directamente al trabajo realizado por el hombre adquieren una justa elocuencia. No entraré en detalles, solo nombraré los más importantes. En primer lugar, el derecho a un salario justo, es decir, que también sea suficiente para el mantenimiento de la familia. Luego, el derecho al seguro en caso de accidentes laborales. Y nuevamente el derecho al descanso (recuerdo cuántas veces hemos tocado la cuestión de los domingos sin trabajo en Piekary).

9. El problema de los sindicatos se suma también al ámbito de los derechos de los trabajadores. Cito lo que escribí sobre esto en la encíclica Laborem Exercens.(nº 20): “. . . Los sindicatos modernos han surgido sobre la base de la lucha de los trabajadores, del mundo del trabajo y, sobre todo, de los trabajadores industriales, por la protección de sus justos derechos frente a los empresarios y propietarios de los medios de producción. La defensa de los intereses existenciales de los trabajadores en todos los sectores, en los que se cuestionan sus derechos, es su tarea. La experiencia histórica enseña que las organizaciones de este tipo son un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades industrializadas modernas. Evidentemente, esto no significa que solo los trabajadores industriales puedan crear asociaciones de este tipo. Los representantes de cada profesión pueden utilizarlo para garantizar sus respectivos derechos. Por tanto, hay concepto de agricultores y sindicatos de trabajadores. . ., son un exponente de la lucha por la justicia social, por los justos derechos de los trabajadores según las profesiones individuales "(Juan Pablo II,Laborem Exercens , 20). Posteriormente la encíclica también habla de los deberes, la forma, los límites de la actividad de los sindicatos.

Hablé con este espíritu en enero de 1981 durante la audiencia concedida en el Vaticano a la Delegación de Solidaridad acompañada por el Delegado del Gobierno polaco para contactos comerciales permanentes con la Santa Sede.

Y aquí, en Polonia, el cardenal Stefan Wyszynski dijo: “Es una cuestión del derecho de los hombres a asociarse; este no es un derecho otorgado por alguien, ya que es el propio derecho innato. Por lo tanto, este derecho no nos lo otorga el Estado, que solo tiene el deber de protegerlo y asegurarse de que no sea violado. Este derecho lo otorga el Creador, que hizo al hombre como ser social. Del Creador surge el carácter social de las aspiraciones humanas, la necesidad de asociarse y unirse entre sí ”(Stefan Wyszynski, Discourse , 6 de febrero de 1981).

10. Entonces, queridos amigos, la cuestión que se ha estado planteando en Polonia durante los últimos años tiene un profundo sentido moral. No se puede resolver de otro modo que en el camino de un verdadero diálogo de autoridad con la sociedad. El episcopado polaco ha llamado muchas veces a este diálogo.

¿Por qué los trabajadores de Polonia, y de hecho en todo el mundo, tienen derecho a ese diálogo? Porque el hombre que trabaja no es sólo un instrumento de producción, sino también un sujeto, que en todo el proceso de producción se antepone al capital. El hombre, a través de su trabajo, se convierte en el verdadero administrador del banco de trabajo, del proceso de trabajo, de los productos del trabajo y su distribución. También está dispuesto a darse por vencido cuando se siente como un verdadero co-gerente y puede influir en la distribución justa de lo que hemos logrado producir juntos.

11. Recurrimos a María como Madre de la justicia social, para que estos principios fundamentales del orden social, de los que depende el verdadero sentido del trabajo humano, y junto con él el sentido de la existencia del hombre, tomen una forma real. vida de nuestra tierra. De hecho, el hombre es incapaz de trabajar cuando no ve el significado de su trabajo, cuando este sentido ya no es transparente. Cuando se nubla de cierta manera. Por eso dirigimos nuestra ardua oración a la Madre de la Justicia Social, para que devuelva el sentido al trabajo, el trabajo de todos los hombres de Polonia.

Al mismo tiempo, invocamos a María como Madre del amor social. Poniendo en práctica los principios de la justicia social, se hace posible el amor, del que Cristo habló a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis unos a otros ( Jn 13, 34). Este amor social no es otra cosa que la "civilización del amor" constantemente recordada por el Papa Pablo VI, hacia la que debe orientarse todo el desarrollo de la vida de la sociedad y de la vida internacional.

Entre otras cosas, dijo: "Una civilización que, precisamente porque nació del amor a la humanidad y tuvo como objetivo hacerla gozar de su experiencia dichosa, debe orientarse a la búsqueda y afirmación de los verdaderos y completos valores de la vida, también esto se levantará. . . malentendidos, dificultades, oposiciones ”(Pablo VI, Allocutio in Audientia generals , 21 de enero de 1976 : Insegnamenti di Paolo VI , XIV [1976] 41).

12. El amor es más grande que la justicia. Y el amor social es más grande que la justicia social. Si es cierto que la justicia debe preparar el terreno para el amor, entonces la verdad aún mayor es que solo el amor puede asegurar la plenitud de la justicia. Por tanto, el hombre debe ser verdaderamente amado para garantizar plenamente los derechos humanos. Ésta es la primera y fundamental dimensión del amor social.

La segunda dimensión es la familia. La familia es también la primera y esencial escuela del amor social. Hay que hacer todo lo posible para que esta escuela pueda seguir siendo ella misma. Al mismo tiempo, la familia debe ser tan fuerte en Dios, es decir, en el amor mutuo de todos los que la integran, como para poder seguir siendo un baluarte del hombre en medio de todas las corrientes destructivas y las pruebas dolorosas.

Otra dimensión del amor social es la patria: los hijos e hijas de una misma nación permanecen en el amor por el bien común, recurriendo a la cultura y la historia, encontrando en ellos el apoyo a su identidad social, y juntos brindando este apoyo a los demás. , para compatriotas. Este círculo de amor social tiene un significado particular en nuestra experiencia histórica polaca y en nuestra contemporaneidad.

El amor social está abierto a todos los hombres y a todos los pueblos. Si se forma profunda y sólidamente en sus vínculos fundamentales (hombre, familia, país), entonces también aprueba el examen en un contexto más amplio.

13. Entonces, queridos participantes en el encuentro de hoy en Silesia, acojan una vez más de su compatriota y sucesor de Pedro en esta gran comunidad nuestra el Evangelio del trabajo, y acojan el Evangelio de la justicia y el amor social. Que nos una profundamente en torno a la Madre de Cristo en su santuario de Piekary, como ha unido aquí a generaciones enteras.

Que se difunda ampliamente en la vida de los hombres trabajadores en Silesia y en toda Polonia.

Todavía recordamos a todos los trabajadores fallecidos, aquellos que tuvieron accidentes fatales en minas u otros lugares, aquellos que recientemente perdieron la vida en hechos trágicos. Todo.

Un gran esfuerzo moral ligado al Evangelio del trabajo nos espera a los que vivimos: el esfuerzo que tiene como objetivo introducir la justicia y el amor social en la vida polaca.

Bajo el signo de María, ¡con su ayuda!

Por este esfuerzo y por este esfuerzo: ¡“Szczesc Boze” (Dios te ayude)!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A LOURDES

SANTA MISA EN LA GRUTA DE LAS APARICIONES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Lourdes, 15 de agosto de 1983

1. «Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol» (Ap 12,1).

Hoy hemos venido en peregrinación hacia esta figura. Es la solemnidad de la Asunción María al cielo: he aquí que el signo alcanza su plenitud. Una mujer vestida del sol de la inescrutable divinidad. El sol de la impenetrable Trinidad. «Llena de gracia»: está llena del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que se dan a Ella como único Dios, el Dios de la creación y de la revelación, el Dios de la Alianza y de la redención, el Dios del principio y del fin. El Alfa y Omega. El Dios-Verdad. El Dios-Amor. El Dios-Gracia. El Dios- Santidad.

Una mujer vestida del sol. Realizamos hoy la peregrinación hacia este signo. Es el signo de la Asunción al cielo, que se realiza sobre la tierra, y al mismo tiempo se eleva partiendo de la tierra. Desde esta tierra en la cual se ha insertado el misterio de la Inmaculada Concepción. Hoy se encuentran estos dos misterios: la Asunción al cielo y la Inmaculada Concepción. Hoy aparece claro que ambos se complementan .

Hoy, con ocasión de la fiesta de la Asunción de la Virgen al cielo, venimos en peregrinación a Lourdes donde María dijo a Bernardita: «Yo soy la Inmaculada Concepción» («Que soy era Immaculada Councepciou»).

2. Hemos venido aquí con motivo del Jubileo extraordinario del Año de la Redención. Queremos vivir este Jubileo junto a María.

Lourdes es el lugar apto para una cercanía así.

Aquí, en otro tiempo, «la bella Señora» hablaba con una sencilla jovencita de Lourdes, Bernardita Soubirous, recitaba con ella el rosario, le encargaba algunos mensajes. Viniendo en peregrinación a Lourdes, queremos entrar de nuevo en el marco de esa extraordinaria cercanía que, aquí, no se ha interrumpido nunca, sino que se ha consolidado.

Esta cercanía de la Virgen constituye algo así como el alma de este santuario.

Hemos venido en peregrinación a Lourdes para estar junto a María. Hemos venido en peregrinación a Lourdes para acercamos al misterio de la redención.

Nadie se ha inmerso como María en el corazón del misterio de la redención. Nadie como Ella puede acercar a nosotros este misterio. Ella se encuentra en el centro mismo del misterio. Y nosotros deseamos que en el Año de Jubileo extraordinario lata más fuertemente en nuestro interior el corazón mismo del misterio de la redención.

Para esto precisamente hemos venido aquí.

Nos encontramos en Lourdes el día de la solemnidad de la Asunción de María al cielo, cuando la Iglesia proclama la gloria de su nacimiento definitivo para el cielo. Queremos participar en esta gloria, sobre todo mediante la liturgia.

Y queremos al mismo tiempo —mediante la gloria de su nacimiento para el cielo— venerar el momento feliz ... de su nacimiento en la tierra. El Año de la Redención 1983 lleva nuestros pensamientos y nuestros corazones hacia este momento feliz.

3. Ante todo: el nacimiento para el cielo, la Asunción al cielo. Se puede decir que la liturgia nos presenta la Asunción de María al cielo bajo tres aspectos. El primero es la Visitación en la casa de Zacarías.

Isabel dice: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!...  ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 42. 45).

María creyó en las palabras que le fueron dichas de parte del Señor, y María acogió al Verbo que en Ella se hizo carne y que es el fruto de sus entrañas.

La redención del mundo se ha basado sobre la fe de María, ha estado vinculada a su «fiat» en el momento de la Anunciación. Ha comenzado a realizarse por el hecho de que «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14).

Durante la visitación de María en el umbral de la casa hospitalaria de Zacarías y de Isabel, pronuncia una frase que se refiere al comienzo del misterio de la redención. Dice: «Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo» (Lc 1, 49).

Esta frase, tomada del contexto de la Visitación, se inserta a través de la liturgia de hoy, en el contexto de la Asunción. Todo el Magnificat, pronunciado durante la Visitación, se convierte, a través de la liturgia de hoy, en el himno de la Asunción de María al cielo.

La Virgen de Nazaret pronunció estas palabras cuando, por obra suya, el Hijo de Dios iba a nacer sobre la tierra. ¡Con qué fuerza las pronunciaría de nuevo cuando, por obra de su Hijo, Ella misma iba a nacer para el cielo!

4. La liturgia de esta solemne fiesta nos presenta el segundo aspecto de la Asunción en las palabras de San Pablo tomadas de su Carta a los Corintios.

La Asunción de la Madre de Cristo al cielo forma parte de la victoria sobre la muerte, de esa victoria cuyo comienzo se encuentra en la resurrección de Cristo: «Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto» (1 Cor 15, 20).

La muerte es la herencia del hombre después del pecado original: «Por Adán murieron todos» (1 Cor 15,22).

La redención realizada por Cristo ha destruido esta herencia: «Por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando El vuelva, todos los cristianos» (1 Cor 15, 22-23).

Y ¿quién, más que su Madre, pertenece a Cristo? ¿Quién, más que Ella, ha sido rescatado por El? ¿Quien ha cooperado a la propia redención de forma más íntima que Ella a través de su «Fiat» en la Anunciación y de su «Fiat» al pie de la cruz?

Así, pues, la victoria sobre la muerte experimentada por la Madre del Redentor, es decir, su Asunción al cielo, encuentra su fuente en el corazón mismo de la redención realizada con la cruz en el Calvario, en la potencia misma de la redención revelada en la resurrección.

Este es el segundo aspecto de la Asunción que nos presenta la liturgia de hoy.

5. El tercer aspecto aparece en las palabras del Salmo responsorial, expresan el lenguaje poético de este Salmo: toda radiante de gloria entra la hija del Rey; su vestido está tejido de oro, entra para ocupar su puesto al lado del trono del Rey: «¡Tu trono subsistirá por siempre jamás! ¡Cetro de equidad es el cetro de tu reino!» (Sal 44, 45. 7).

Con la redención se renueva el reino de Dios que comenzó con la creación misma y fue destruido después por el pecado en el corazón de los hombres.

María, Madre del Redentor, es la primera en participar de este reino de gloria y de unión con Dios en la eternidad.

Su nacimiento para el cielo es el comienzo definitivo de la gloria que los hijas y las hijas de esta tierra alcanzarán en Dios mismo, en virtud de la redención de Cristo.

Efectivamente, la redención es el fundamento de la transformación de la historia del cosmos en el reino de Dios.

María es la primera de los redimidos. Y en ella también ha comenzado ya la transformación de la historia del cosmos en el reino de Dios.

Esto es lo que expresa el misterio de la Asunción al cielo: el nacimiento para el cielo con su alma y su cuerpo.

6. En la Asunción de la Madre de Dios al cielo —su nacimiento para el cielo—, deseamos venerar también el momento feliz de su nacimiento en tierra.

Muchos se preguntan: ¿Cuándo nació María? ¿ Cuándo vino al mundo? Esta pregunta muchos se la hacen especialmente ahora, al acercarse el segundo milenio del nacimiento de Cristo. El nacimiento de la Madre precede evidentemente en el tiempo al nacimiento del Hijo. Así, pues, ¿no seria oportuno celebrar antes el segundo milenio del nacimiento de María?

La Iglesia, cuando celebra los aniversarios públicos y jubileos, hace referencia a la historia y a los datos históricos (respetando las aportaciones precisas de la ciencia). Sin embargo, el ritmo justo de los aniversarios y de los jubileos los determina la historia de la salvación. A nosotros nos interesa ante todo referirnos en el tiempo a los acontecimientos relacionados con la salvación y no sólo fijarnos, con precisión histórica, en el momento en que acaecieron tales eventos.

En este sentido, admitimos que el Jubileo de la Redención, en este año, conmemora —después de 1950 años— el acontecimiento del Calvario, es decir, la muerte y la resurrección de Cristo. Pero la atención de la Iglesia se centra ante todo en el acontecimiento salvífico (al márgen de la consideración de la fecha) y no solamente en la fecha histórica.

Al mismo tiempo, hacemos notar siempre que el Jubileo extraordinario de este año prepara a la Iglesia para el gran Jubileo del segundo milenio (el año 2000). Bajo este aspecto, nuestro Año de la Redención asume también el carácter de un adviento: de hecho, nos introduce en la espera del Jubileo de la venida del Señor.

Ahora bien, el Adviento es de un modo muy particular el tiempo de María. Sólo en Ella la espera de todo el género humano, por lo que se refiere a la venida de Cristo, alcanza su punto culminante. María lleva esta espera a su plenitud: la plenitud del Adviento.

Con el Jubileo de la Redención, que celebramos este año, deseamos entrar en este Adviento. Deseamos participar en la espera de María, la Virgen de Nazaret. Deseamos que, durante el Jubileo de este acontecimiento salvífico, que tiene un carácter de Adviento, esté presente también la venida de María, su nacimiento en la tierra.

Sí: la venida de María al mundo es el comienzo del Adviento salvífico.

Precisamente por esto realizamos la peregrinación a Lourdes: no sólo para venerar, en la solemnidad de la Asunción, el nacimiento de María al cielo, sino también para venerar el momento feliz de su nacimiento en la tierra.

Hemos venido en peregrinación a Lourdes, donde María («la bella Señora») dijo a Bernardita: «Yo soy la Inmaculada Concepción» («Que soy era Immaculada Councepciou»).

Con estas palabras, Ella expresa el misterio de su nacimiento en la tierra como un acontecimiento salvífico muy estrechamente vinculado a la redención, y vinculado al Adviento.

7. ¡Bella Señora!

¡Mujer que estás vestida de sol!

Recibe el homenaje de nuestra peregrinación en este año Adviento del Jubileo de la Redención.

Ayúdanos, con la luz desde este Jubileo, a penetrar en tu misterio.

— El misterio de la Virgen Madre;

— el misterio de la Reina esclava;

— el misterio de tu potencia suplicante.

Ayúdanos a descubrir cada vez más plenamente, en este miste- rio, a Cristo, Redentor del mundo, Redentor del hombre.

Tú que estás vestida de sol, el sol de la inescrutable Divinidad. El sol de la impenetrable Trinidad. «Llena de gracia» hasta el vértice de la Asunción al cielo.

Y al mismo tiempo..., para nosotros que vivimos en esta tierra, para nosotros, pobres hijos de Eva en el destierro, Tú estás vestida del sol de Cristo, después de Belén y Nazaret, después de Jerusalén y el Calvario. Tú estás vestida del sol de la redención del hombre y del mundo realizada mediante la cruz y resurrección de tu Hijo;

¡Haz que este sol resplandezca sin cesar para nosotros en la tierra!

¡Haz que no se oscurezca nunca en el alma de los hombres!

¡Haz que ilumine los caminos terrenos de la Iglesia, de la que Tú eres la primera figura!

¡Y que la Iglesia, fijando su mirada en Ti, Madre del Redentor, aprenda continuamente ella misma a ser madre!

¡Mira! He aquí lo que dice el libro del Apocalipsis: «El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz dispuesto de tragarse el niño en cuanto naciera» (Ap 12, 4).

¡Oh Madre, que en la Asunción al cielo has experimentado la plenitud de la victoria sobre la muerte del alma y del cuerpo, defiende a los hijos y a las hijas de esta tierra contra la muerte del alma! ¡Oh Madre de la Iglesia!

Ante esta humanidad, que parece siempre fascinada por lo temporal, y cuando «la dominación sobre el mundo» esconde la perspectiva del destino eterno del hombre en Dios, ¡sé Tú misma un testimonio de Dios!

Tú, su Madre. ¿Quién puede resistir al testimonio de una madre?

¡Tú que has nacido para las fatigas de esta tierra: concebida de forma inmaculada!

¡Tú que has nacido para la gloria del cielo: asunta al cielo!

¡Tú que estás vestida del sol de la insondable Divinidad, del sol de la impenetrable Trinidad, llena del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!

Tú, a quien la Trinidad se da como un sólo Dios, el Dios de la creación. El Dios de la alianza y de la redención. El Dios del comienzo y del fin. El Alfa y Omega. El Dios-Verdad. El Dios-Amor. El Dios-Gracia. El Dios-Santidad. El Dios que lo supera todo y lo abraza todo. El Dios que es «todo en todos».

Tú que estás vestida de sol. ¡Hermana nuestra! ¡Madre nuestra! ¡Sé el testimonio de Dios!...  ante el mundo del milenio que termina, ante nosotros, hijos de Eva en el destierro, ¡sé el testimonio de Dios! Amén.

VISITA PASTORAL A AUSTRIA

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE MARIAZELL

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Mariazell (Austria) - Martes 13 de septiembre de 1983

Queridos peregrinos que conmigo han venido a la Madre de Dios en Mariazell.

1. María partió apresurada hacia la ciudad en las montañas de Judea. El nombre de la ciudad era Ain-Karem. Hoy salimos a encontrarnos con ella en las montañas de Estiria. El padre Magnus de St. Lambrecht construyó una "celda" para ella aquí. Desde hace más de 800 años recibe a los peregrinos con sus oraciones y agradecimientos, aquí en el santuario de Mariazell.

Los peregrinos llegaron y todavía vienen de muy lejos hoy - con cetro o bastón - y continúan diciéndose a sí mismos y a sus familiares a la "Magna Mater Austriae", a la "Mater gentium Slavorum", a la "Magna Hungarorum Domina", para que protégelos e intercede por ellos. Con esto forman parte de la gran peregrinación de pueblos, de la que acabamos de leer en un pasaje del profeta Isaías: “Pueblos andarán en tu luz, reyes en el esplendor de tu ascenso. Levanta los ojos y mira: todos estos se han reunido, vienen a ti. . . Tu corazón se estremecerá y se dilatará ”( Is 60, 3-5).

También en esta hora se abre de nuevo el corazón maternal de María, queridos hermanos y hermanas, ya que al final de este gran "Katholikentag" nosotros también acudimos a ella como peregrinos, para representar ante ella y encomendar a su amor a su cuidado no sólo el diócesis de Austria y países vecinos, sino toda la Iglesia de su Hijo.

2. Queridos hermanos en el episcopado, en el sacerdocio y en el diaconado, queridos religiosos, queridos seminaristas, queridos novicios y novicios, queridos hermanos y hermanas laicos. Como pueblo de Dios en peregrinación, todos somos "reconocidos", "destinados" y "llamados" por Dios a "conformarnos a la imagen" de su Hijo (cf. Rm.8, 28-30). Esta vocación común adquiere un carácter particular en las diversas formas de vida y en los diversos servicios de la Iglesia. Sin embargo, en la Iglesia, como en una familia, no existen barreras entre miembros individuales o grupos. Cada uno necesita al otro y se apoya mutuamente. Así que cada encuentro mío estos días pertenece a todos ustedes, mis queridos fieles de Austria: mi palabra sobre política y cultura, mi palabra para los jóvenes y los enfermos. Y a todos ustedes pertenecen también mis pensamientos sobre el sacerdocio y la vida religiosa, y quiero que ustedes, aquí ante la imagen misericordiosa de la Madre de Dios, los tengan en cuenta y los profundicen.

3. El Evangelio de hoy culmina con la frase: "Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" ( Lc 1, 45). Con esta frase el evangelista pasa de la casa de Isabel a la habitación de Nazaret, del diálogo de las dos mujeres a la Palabra de Dios, es Dios quien abre la conversación con la Santísima Virgen, con la humanidad. Primero está siempre la Palabra de Dios: "En el principio era el Verbo" ( Jn 1, 1). Por eso, queridos sacerdotes y religiosos, la escucha debe ser siempre la primera acción en nuestra vida religiosa. Primero debemos aprender la Palabra de Dios; solo entonces podremos dar una respuesta; primero debemos escuchar, solo entonces podremos obedecer.

El silencio y el recogimiento, la lectura y la reflexión religiosa son indispensables para nuestro camino y nuestro servicio de oyentes y heraldos del Verbo Encarnado. En esto, María es un ejemplo y una ayuda para nosotros. Los Evangelios la definen como la que calla, la que escucha en silencio. Su silencio es el seno del Verbo. Todo lo guarda y lo hace madurar en su corazón. Como en la Anunciación, escuchar a Dios se convierte en sí mismo en un diálogo con Dios, en el que podemos hablar con él y él puede escucharnos.

¡Entonces expresa ante Dios lo que te mueve! Agradézcale lleno de alegría por lo que le ha hecho a usted y por lo que ha transmitido a través de usted día a día a los demás. Expresa las preocupaciones por los hombres que te han sido confiados, los niños y los jóvenes, los esposos, los ancianos y los enfermos. ¡Explícale las dificultades y fracasos de tu servicio, todas tus necesidades y sufrimientos personales!

Queridos sacerdotes y religiosos, la oración es un componente insustituible de nuestra vocación. Es tan esencial que por ello otras cosas, aparentemente más urgentes, pueden y deben dejarse en segundo plano. Aunque su vida diaria al servicio de los hombres esté sobrecargada de trabajo, no debe faltar el tiempo dedicado al silencio y la oración. La oración y el trabajo nunca deben separarse. Si meditamos y recomendamos nuestro trabajo a Dios todos los días, se convierte en oración.

¡Aprende a rezar! Para ello, se nutre sobre todo de la riqueza de la Liturgia de las Horas y de la Eucaristía, que deben acompañar de manera particular su trabajo diario. Aprende a orar en la propia escuela del Señor, para convertirte en maestros de la oración y poder enseñar la oración incluso a los que te han sido confiados. Si enseñas a los hombres a orar, devolverás la palabra a su fe a menudo sacudida. A través de la oración los conducirás de regreso a Dios y una vez más les darás contenido y significado a su vida.

Os miro lleno de esperanza, queridos candidatos al sacerdocio, queridos novicios y novicios. Vuestros seminarios y noviciados deben ser ya lugares de meditación, oración y ejercicio para una relación de confianza con el Señor. Conozco tu nuevo deseo de oración justa y también tu búsqueda de nuevas formas de hacer que la oración penetre aún más profundamente en tu vida. ¡Junto con ustedes, todos queremos aprender a orar de una manera nueva! Dejémonos guiar con entusiasmo por el salmista del Antiguo Testamento, que reza: "Una cosa le he pedido al Señor, sólo esto busco: vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida, saborear el dulzura del Señor y admira su santuario "( Sal 27, 4).

4. ¡Queridos hermanos y hermanas! La Palabra de Dios nos lleva al silencio, a nosotros mismos, al encuentro con Él, pero no nos separa unos de otros. La palabra de Dios no aísla, sino que une. En el silencio de su conversación con el ángel, María se entera de la maternidad de Isabel. Desde el silencio de esta conversación se propone llegar a este último en las montañas de Judea. María sabe que Dios ha actuado en Isabel como ha actuado dentro de ella. Oraciones preciosas son el regalo de esa hora: "Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre", así responde Isabel al saludo de María, y nuestro Magnificat diario es la respuesta de María a Isabel. Del Evangelio de nuestra Misa de peregrino recordamos el siguiente pensamiento: Dios no solo nos llama,

Jesús quiere que los llamados estén con él (cf. Mc 3,14 ), pero no aislados, sino en comunión. Todo el pueblo de Dios, pero también las personas llamadas, están en comunión con el Señor y entre sí. Como en el caso de María e Isabel, esta comunión incluye tanto la vida de fe como la vida cotidiana. Esto es particularmente evidente en el caso de ustedes religiosos. Vosotros, más que otros, vives según el ejemplo de la Iglesia primitiva, donde "la comunidad de los creyentes era de un corazón y un alma" (cf. Hch.4, 32). Cuanto más consigas vivir en tus comunidades con amor auténtico, más eficazmente serás testigo de la credibilidad del mensaje cristiano. Según las palabras del Concilio, vuestra unión manifiesta la venida de Cristo y de ella emana una gran energía para el apostolado ”( Perfectae Caritatis , 15).

Esto es igualmente válido para ustedes sacerdotes de las diócesis y para ustedes diáconos. Sé que algunos de ustedes sufren de soledad. Muchos de ustedes, también debido a la creciente escasez de sacerdotes, están solos en su trabajo. Quizás te sientas poco comprendido y aceptado en un mundo que piensa diferente y te considera algo ajeno con tu mensaje. Por tanto, debemos esforzarnos aún más por reflexionar y vivir concretamente lo que dice el Concilio sobre la comunión entre sacerdotes.

Incluso ustedes, el clero secular y los diáconos, nunca están verdaderamente solos: forman una comunidad íntima de vocación. Porque a través de los votos sagrados y de la misión sois, como subraya efectivamente el Concilio, como una "fraternidad animada por el espíritu de unidad" ( Lumen Gentium , 28), "unida por la íntima fraternidad sacramental" ( Presbyterorum Ordinis , 8). Estás unido a tus "hermanos en el vínculo de la caridad, la oración y todo tipo de colaboración" ( Presbyterorum Ordinis, 8). Queridos hermanos, comprometid vosotros a vivir esta verdad que os llega del sacramento del Orden Sagrado y os da alegría en una comunidad sacerdotal activa. También nosotros, el Papa y los obispos, compartimos las mismas intenciones con ustedes. Hacemos todo lo que nuestras fuerzas nos permiten con la ayuda de Dios, para aceptarnos como hermanos, para apoyarnos y así dar juntos testimonio de Cristo.

El celibato que vosotros, sacerdotes y religiosos, habéis elegido para el Reino de los Cielos os hace más libres para la comunión con Cristo y el servicio a los hombres. Pero también te hace más libre para una unión cercana y profunda entre ustedes. No dejes que nada ni nadie intente renunciar a esta generosa disponibilidad o menospreciarla. En cambio, hazlo más fructífero para tu vida y para el servicio de la salvación humana.

¡Queridos seminaristas! Estás lleno de ideas sobre el servicio y la vida del sacerdote en nuestro tiempo. Queremos abrirnos con vosotros a lo que "el Espíritu dice a las Iglesias" ( Ap.2, 29; 3, 6. 13. 22). Al mismo tiempo les ruego: vivan ahora mismo sus ideales, especialmente el ideal de comunidad - entre ustedes y con su superior - en la vida de fe, en el estudio y en su tiempo libre. Cuanto más vivo es el espíritu de comunidad entre los religiosos y los sacerdotes, más la paz y su servicio. Será el modo en que vivan la comunidad lo que determinará si un mayor número de jóvenes decidirá emprender el camino de la ordenación y el sacerdocio. Donde hay conventos activos, donde conviven fraternalmente los Pastores de almas, donde sacerdotes y laicos colaboran en la unidad del Cuerpo de Cristo, ¡allí florecen el mayor número de vocaciones!

5. ¡Queridos hermanos y hermanas! Es una alegría particular para mí poder hablarles ante la imagen misericordiosa de la Madre de Dios de Mariazell. Como Madre de Dios y Madre de la Iglesia, María es también maravillosamente Madre de quienes llevan a cabo la misión de su hijo en la historia. En su llamada, en su "sí" sin reservas al mensaje del ángel, en su alabanza de la misericordia de Dios en el Magnificat, reconocemos el misterio y la grandeza de nuestra propia vocación. En el "sí" lleno de fe a su predestinación y misión, la Palabra de Dios se transformó en ella en verdad histórica. Con esto se realizó la eterna decisión de Dios, de la que habla san Pablo en la segunda lectura de hoy:Rom 8, 29 ).

Gracias a su fiel obediencia a la palabra del ángel, María se convirtió en el centro del plan divino de salvación. Con su maternidad, el Hijo de Dios se convirtió en hermano de todos nosotros, para que pudiéramos llegar a ser semejantes a él en justicia y magnificencia. Porque así continúa hoy San Pablo: a los que Dios “llamó, también justificó; a los que justificó, también glorificó” ( Rm 8, 30). La crianza del hombre para participar de la magnificencia de la Santísima Trinidad se logró por medio de Cristo, el Hijo de Dios, quien a través del "fiat" lleno de fe de María se convirtió en el Hijo del Hombre. Sí, en efecto: "Bienaventurada la que creyó"; ya ves, de ahora en adelante todas las generaciones la llamarán bienaventurada.

Sí, queridos hermanos y hermanas, también nosotros, que hemos creído, seremos bendecidos si, como María, a través de nuestro encuentro personal con Dios, nos levantamos para anunciar hoy a los habitantes de las montañas y valles de todos los países y continentes qué maravillosos actos divinos son. ... se verifican en el seno de María, en Cristo, su Hijo, y en nosotros, sus hermanos. Porque esto es lo que nos dice el profeta Isaías en la primera lectura: “Tinieblas cubren la tierra, espesa niebla envuelve a las naciones; pero el Señor resplandece sobre ti, su gloria aparece sobre ti "( Is60, 2). Por la fe de María se encendió la luz de Dios y ahora ilumina la nueva Jerusalén. Es el esplendor de la magnificencia del Altísimo, de esa luz que ya ilumina a todo hombre al principio, pero que por Jesucristo quiere llegar a todos con su máximo esplendor. Por eso es nuestra tarea anunciar: “Levántate, vístete de luz, que viene tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti ( Is 60, 1).

Esta misión de la Iglesia se dirige especialmente a quienes ejercen un ministerio espiritual. Cristo llamó a sus seguidores y los envió entre los hombres, lejos de su presencia tranquilizadora (cf. Mc 3, 14 ); "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" ( Mc16, 15). De manera particular quisiera recordar en esta ocasión a sus sacerdotes, hermanos y hermanas que en las misiones, junto con los trabajadores sociales de la Iglesia en los países subdesarrollados, anuncian la Buena Nueva en todo el mundo a través de la palabra y la acción social. Quienquiera que sea y dondequiera que trabaje, su tarea religiosa es siempre la misma, es decir, con la "luz que brilla desde arriba" para iluminar a todos los que "están en tinieblas y en la sombra de la muerte" (cf. Benedictus). Esta es su misión, ya sea sacerdote en una parroquia de la ciudad o ayudar a una pequeña comunidad agrícola; ya sea que trabaje como religioso en la escuela o en el sector de la asistencia social y médica, o si la enfermedad y la edad lo condenan a una aparente inactividad.

Toda la Iglesia universal se encomienda a su preocupación y pensamiento. Ya no hay límite de espacio para tu misión. Tu lenguaje es la oración y el sufrimiento aceptado cada vez con renovada valentía. El Señor también te confía siempre nuevas misiones. Su servicio particular - oración y sufrimiento - es una misión insustituible en la Iglesia. El Señor tampoco predicó más al final de su vida. Entonces sólo tomó la Cruz y la cargó y la soportó, hasta que, al final, todo se cumplió.

6. Queridos hermanos y hermanas que ya son sacerdotes y religiosos, y todos ustedes que se están preparando para este ministerio. El Señor te ha elegido para que estés cerca de Él en la oración y la reflexión, para que vivas tu vocación en comunidad y para que lleves su salvación a los hombres. Al final de la celebración de la Eucaristía, recomendaré su vocación a la protección y apoyo maternal de la Misericordiosa Madre de Mariazell.

Para resumir lo que quiero transmitirles con nuestra peregrinación común, y lo que la misma María, desde este santuario suyo, quiere que nos acompañemos --tú y yo-- a lo largo de nuestro camino, elijo una frase que sin duda ella misma ha pronunciado muchas veces. en su vida, un verso tomado del salmo responsorial de hoy. Con ella quiero retomar el gran tema del “Katholikentag” y decir a través de María al corazón de cada uno de vosotros: “¡Esperanza en el Señor, sed fuertes! ¡Ten mucha valentía y esperanza en el Señor! Amén".  


Este es el texto del llamado a la oración por la Iglesia y el mundo, pronunciado por el Papa antes de la Bendición final de la Santa Misa en Mariazell. 

En conclusión, quisiera pedirles que se unieran a una intención de oración que me acompañó a lo largo de este camino pastoral. Me refiero a la oración por las tribulaciones de la Iglesia en todo el mundo y por las duras pruebas de muchos de nuestros hermanos y hermanas, por las víctimas del hambre, el odio, el terrorismo y la rivalidad entre naciones. ¡Todos ellos son hijos e hijas de la misma familia humana! ¿Cómo olvidar hoy especialmente a las víctimas de la guerra fratricida en el Líbano, y también a las víctimas de la violencia en los países de América Latina y África, y finalmente a las víctimas del trágico derribo reciente del avión surcoreano? A la intercesión materna de la Virgen María confiamos la serenidad y libertad de la Iglesia y de todos los creyentes, y pongo en sus manos la aspiración de la humanidad por la paz, la justicia, 

APERTURA DEL JUBILEO DE LOS MOVIMIENTOS MARIANOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica Vaticana - Domingo 2 de octubre de 1983

1. “Estaba preocupada y se preguntaba qué sentido tenía ese saludo. . . ".

Hoy, primer domingo de octubre, os saludo a todos vosotros, miembros de los movimientos marianos, devotos del "Saludo del Ángel", que estáis aquí en Roma, con motivo del Jubileo Extraordinario de nuestra Redención. Saludo con especial afecto al cardenal vicario, Ugo Poletti, cuyo vigésimo quinto aniversario de su ordenación episcopal coincide este año. Para esta ocasión, le dirijo un pensamiento especial, asegurándole una oración al Señor. Saludo luego a los miembros del Sagrado Colegio y a los cohermanos del Episcopado.

Saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, inscritos en las Asociaciones Rosarias de adultos y niños; Saludo a los miembros de todos los demás movimientos, agrupaciones, institutos, uniones piadosas, cofradías, parroquias, que se comprometen a progresar en la devoción de María. Saludo a todos los romanos que se han reunido en torno al cardenal vicario, así como a los peregrinos de diversas partes del mundo.

El evangelista Lucas dice que María "estaba turbada" por las palabras del arcángel Gabriel, dirigidas a ella en el momento de la Anunciación, y "se preguntaba qué sentido tenía ese saludo". Esta meditación de María constituye el primer modelo de la oración del Rosario. Es la oración de aquellos a quienes el saludo del ángel a María es querido. Las personas que rezan el Rosario retoman la meditación de María con el pensamiento y el corazón y mientras rezan meditan "cuál fue el significado de tal saludo".

2. En primer lugar repiten las palabras dirigidas a María por Dios mismo, a través de su mensajero. Aquellos que son queridos por el saludo del ángel a María repiten las palabras que vienen de Dios. Al rezar el Rosario, las decimos varias veces. Esta no es una repetición simplista. Las palabras dirigidas a María por Dios mismo y pronunciadas por el mensajero divino tienen un contenido inescrutable. “Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo. . . " ( Lc 1, 28), "bendita tú entre todas las mujeres" ( Lc 1, 42).

Este contenido está íntimamente ligado al misterio de la redención. Las palabras del saludo angelical a María introducen este misterio y, al mismo tiempo, encuentran en él su explicación. Esto se expresa en la primera lectura de la liturgia de hoy, que nos lleva al Libro del Génesis. Precisamente allí, en el contexto del primer pecado del hombre y al mismo tiempo original, Dios anuncia por primera vez el misterio de la redención. Por primera vez da a conocer su acción en la historia futura del hombre y del mundo.

He aquí, al tentador que se esconde bajo la apariencia de una serpiente, el Creador le dice así: "Pondré enemistad entre tú y la mujer / entre tu descendencia y su descendencia: / esto te aplastará la cabeza / y te acercarás sigilosamente ellos el talón ".

3. Las palabras que María escuchó en la Anunciación revelan que ha llegado el momento del cumplimiento de la promesa contenida en el Libro del Génesis. Del proto-evangelio pasamos al evangelio. El misterio de la redención está a punto de cumplirse. El mensaje del Dios eterno saluda a la "Mujer": esta mujer es María de Nazaret. La saluda en consideración a la “descendencia”, que ella tendrá que acoger de parte de Dios mismo: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. . . concebirás un hijo. Le darás a luz y le llamarás Jesús ”.

Palabras - realmente - decisivas. El saludo del ángel a María constituye el comienzo de las mayores "obras de Dios" en la historia del hombre y del mundo. Este saludo abre de cerca la perspectiva de la redención.

No es de extrañar que María, habiendo escuchado las palabras de este saludo, se sintiera "perturbada". El acercamiento del Dios vivo siempre despierta un santo temor. Tampoco es de extrañar que María se preguntara "cuál era el significado de tal saludo". Las palabras del arcángel la ponen ante un inescrutable misterio divino. Es más, la han arrastrado a la órbita de ese misterio. No se puede tomar nota de este misterio solo. Es necesario meditarlo una y otra vez y cada vez más profundamente. Tiene el poder de llenar no solo la vida sino también la eternidad.

Y todos nosotros, amados por el saludo del ángel, tratamos de participar en la meditación de María. Tratamos de hacer esto en primer lugar cuando rezamos el Rosario.

4. A través de las palabras pronunciadas por el Mensajero en Nazaret, María casi vislumbra, en Dios, toda su vida en la tierra y su eternidad. Pues, sintiendo que debe convertirse en la madre del Hijo de Dios, no responde con entusiasmo espiritual, sino ante todo con el humilde "fiat": "Aquí estoy, soy la sierva del Señor, que tú has dicho que me pase "? ¿No será acaso porque incluso entonces sintió el dolor punzante de ese reinado "en el trono de David", que debería haber pertenecido a Jesús?

Al mismo tiempo, el arcángel anuncia que "su reino no tendrá fin". A través de las palabras del saludo angelical a María todos los misterios en los que se cumplirá la redención del mundo: misterios gozosos, dolorosos y gloriosos. Como sucede en el Rosario.

María, que “se preguntaba qué sentido tenía semejante saludo”, parece adentrarse en todos estos misterios, presentándonos también a nosotros.

Nos introduce en los misterios de Cristo y al mismo tiempo en sus propios misterios. Su acto de meditación en el momento de la Anunciación abre el camino a nuestras meditaciones durante el rezo del Rosario y gracias a él.

5. El Rosario es la oración por la cual, repitiendo el saludo del ángel a María, intentamos extraer nuestras reflexiones sobre el misterio de la redención a partir de la meditación de la Santísima Virgen. Esta reflexión suya, que comenzó en el momento de la Anunciación, continúa en la gloria de la Asunción. En la eternidad María, profundamente inmersa en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, se une como Madre nuestra a la oración de quienes aprecian el saludo del Ángel y lo expresan en el rezo del Rosario.

En esta oración nos unimos a ella como los Apóstoles reunidos en el Cenáculo después de la Ascensión de Cristo. La segunda lectura de la liturgia de hoy recuerda esto, relatado por los Hechos de los Apóstoles. El autor - después de citar los nombres de los Apóstoles individuales - escribe: "Todos ellos fueron asiduos y concordantes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos".

Con esta oración se prepararon para recibir el Espíritu Santo el día de Pentecostés.

María, que el día de la Anunciación había obtenido el Espíritu Santo en plenitud eminente, oró con ellos. La particular plenitud del Espíritu Santo determina también en ella una particular plenitud de oración. A través de esta plenitud singular, María reza por nosotros y reza con nosotros.

Preside maternalmente nuestra oración. Reúna por toda la tierra las inmensas huestes de aquellos a quienes el saludo del ángel es querido: ellos, junto con ella, "meditan" el misterio de la redención del mundo, rezando el Rosario.

Así, la Iglesia se prepara continuamente para recibir el Espíritu Santo, como en el día de Pentecostés.

6. Este año se cumple el primer centenario de la encíclica del Papa León XIII Supremi apostolatus , con la que el gran Pontífice decretó que el mes de octubre se dedicó especialmente al culto de la Virgen del Rosario. En este documento destacó vigorosamente la extraordinaria eficacia de esta oración, recitada con alma pura y devota, para obtener del Padre celestial, en Cristo, y por intercesión de la Madre de Dios, la protección contra los males más graves que puedan. amenazar el cristianismo y la humanidad misma, y ​​así lograr los bienes supremos de la justicia y la paz entre los individuos y los pueblos.

Con este gesto histórico, León XIII no hizo más que unirse a los numerosos pontífices que le habían precedido -entre ellos San Pío V- y dejó una encomienda a quienes le seguirían en la promoción de la práctica del Rosario. Por eso también yo quiero deciros a todos: haced del Rosario la "dulce cadena que os une a Dios" a través de María.

7. Grande es mi alegría hoy de poder celebrar junto a ustedes la solemne liturgia de la Reina del Santo Rosario. De esta manera significativa nos colocamos todos en el Jubileo Extraordinario del Año de la Redención.

También me alegra que los representantes de las parroquias romanas, mis diocesanos, invitados por el Cardenal Vicario, participen en esta liturgia para alabar al Señor junto a mí con motivo de mi Jubileo Episcopal.

Doy las gracias al cardenal por las muestras de afecto devoto que me ha tenido, también en nombre de los diocesanos. En particular, les agradezco las oraciones que se han elevado al Señor en el 25 aniversario de mi ordenación episcopal.

Todos juntos nos dirigimos con gran afecto a la Madre de Dios, repitiendo las palabras del arcángel Gabriel: "Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres".

Y desde el centro de la liturgia de hoy escuchamos la respuesta de María: “Mi alma engrandece al Señor / y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, / porque ha mirado la humildad de su siervo. / Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada ”.

SOLEMNE CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN HONORDE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Jueves 8 de diciembre de 1983

1. "Dios te salve, llena de gracia..." (Lc 1, 28).

Toda la Iglesia pronuncia hoy el saludo del ángel, y lo hace subir desde una particular profundidad de su fe. Esta profundidad se manifiesta en el misterio de la Inmaculada Concepción. "Llena de gracia" quiere decir también "concebida sin pecado original": Inmaculada. Al profesar la verdad de la Inmaculada Concepción de María, nos arraigamos, al mismo tiempo, en la profundidad de la realidad de la redención. Efectivamente, he aquí que la Mujer, el Ser humano elegido para convertirse en Madre del Redentor, goza de modo especial de los frutos de la redención, como preservación del pecado. La redención la abraza con la fuerza salvadora de la gracia santificante desde el primer momento de la concepción. Ella es, pues, la primera entre los redimidos, a fin de que pueda responder dignamente a la vocación de ser Madre del que redimió a todos los hombres.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción está totalmente arraigada en el misterio de la redención del mundo, por esto adquiere una elocuencia particular en este año jubilar que la Iglesia vive como el Año de la Redención.

2. "Dios te salve, llena de gracia...".

Con este saludo acudimos a María, que precisamente aquí, en la antigua basílica romana, recibe especial veneración como "Salus Populi Romani". Aquí, desde hace muchos siglos, se encuentra la Inmaculada Concepción en medio de la comunidad de la Iglesia que está en Roma, y, desde hace muchos siglos, vela maternalmente por la obra de la salvación, que su Hijo confió a la Iglesia, mediante el servicio de los Obispos de Roma. Por esto, cada uno de ellos ha tenido y tiene un amor especial a este lugar.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción es el día en que se manifiesta este amor de manera especial. Y el Año de la Redención hace que este amor lata aún con más fuerza juntamente con la viva profundidad de la fe de la Iglesia.

3. Se acerca el fin del segundo milenio después de Cristo. En relación con este hecho, muchos manifiestan el deseo de que se venere con un júbilo especial el nacimiento de la Madre del Señor. No sabemos exactamente cuántos años hayan precedido el nacimiento de la Madre al del Hijo. Por tanto, nos limitamos a relacionar el presente Jubileo del Año de la Redención, de manera especial, con María, con su venida al mundo y con su vocación a ser la Madre del Redentor. Y así ponemos de relieve el carácter de adviento de este Año Jubilar de la Redención. El Adviento es, de modo especial, el tiempo de María. Efectivamente, por medio de María, el Hijo de Dios entró en la espera de toda la humanidad. En Ella está pues, de algún modo, el ápice y la síntesis del Adviento. La solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos litúrgicamente en el período de Adviento, da testimonio de ello de manera muy elocuente.

Y aunque el 8 de septiembre de cada año, la Iglesia venere, con una fiesta especial, el nacimiento de María, sin embargo, la solemnidad de hoy, al comienzo del Adviento, nos introduce aún más profundamente en el sagrado misterio de su nacimiento. Antes de venir al mundo, fue concebida en el seno de su madre y en ese momento nació de Dios mismo que realizó el misterio de la Inmaculada Concepción: Llena de gracia.

4. Y por esto repetimos hoy con el Apóstol de las Gentes: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la Persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales" (Ef 1, 3). Y Ella, María, fue bendecida de manera totalmente particular: única e irrepetible. Efectivamente, en Él, en Cristo, Dios la eligió antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia (cf. Ef 1, 4).

Sí. El Padre Eterno eligió a María en Cristo; la eligió antes para Cristo. La hizo santa, más aún, santísima. Y el primer fruto de esta elección y vocación divina fue la Inmaculada Concepción.

Este es su "origen" en el pensamiento eterno de Dios en el Verbo Eterno: y éste es, a la vez, su origen en la tierra. Su nacimiento. El nacimiento en el esplendor de la Inmaculada Concepción.

Y precisamente por este nacimiento de María en el resplandor de la Inmaculada Concepción, adoramos hoy a la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La adoramos y expresamos nuestra gratitud: Gratias agamus Domino Deo nostro!

5. El Año de la Redención, pues, nos permite meditar y vivir de modo especial sobre lo que escribe también el Apóstol:

"Nos ha destinado en la Persona de Cristo ―por pura iniciativa suya― a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 5-6).

Ella, María, en cuanto Inmaculada Concepción, lleva en sí, más que cualquier otro entre los hombres, el misterio de los eternos designios divinos, con los que el hombre ha sido abrazado en el Hijo querido de Dios,

― el destino a la gracia y a la santidad de la filiación divina,

― el destino a la gloria en el Dios de majestad infinita.

Y por esto, Ella, María, nos precede a todos en el gran cortejo de fe, de esperanza y de caridad. Efectivamente, como ha dicho bien el Concilio Vaticano II, "en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, la Santísima Virgen precedió, presentándose de forma eminente y singular como modelo, tanto de la virgen como de la madre" (Lumen gentium, 63). Ella ilumina al Pueblo de Dios con la luz divina, que refleja más plenamente la luz del Verbo Eterno. "La Madre de Jesús ―lo pone de relieve también el Concilio― precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium 68).

Cuando comenzó a brillar esta luz, por medio de María, en el horizonte de la historia de la humanidad ―cuando, con el nacimiento de María, apareció en el mundo la que era la Inmaculada Concepción― entonces comenzó, en la historia de la salvación, la aurora del Adviento del Hijo de Dios. Y entonces la obra de la redención adquirió su forma designada eternamente.

6. Mientras nos estrechamos hoy en su santuario mariano de Roma, alrededor de la que las generaciones han venerado como "Salus Populi Romani",

―al mismo tiempo

mediante el misterio de su Inmaculada Concepción,

―también nosotros,

―"nosotros, los que ya esperábamos en Cristo" (Ef 1, 12)

profesamos

―que en Él hemos sido constituidos también herederos... para que fuésemos alabanza de la gloria del que hace todo eficazmente según su voluntad (cf. Ef 1, 11-12).

―¡También nosotros!

La Inmaculada Concepción de María en el Año de la Redención proyecta luz sobrenatural sobre nuestra vida humana y despierta en nosotros la esperanza del cumplimiento de los designios divinos.

 XXVII DÍA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Basílica Vaticana - Martes 1 de enero de 1994

1. Queridos hermanos y hermanas, queridos “Pueri Cantores”, alabado sea Jesucristo. “Pueri Cantores”, habéis venido este primer día del año 1994 a cantar, y cantar, a implorar de Dios una bendición para todos vosotros, para vuestras familias, para vuestros pueblos, para el mundo entero. Habéis venido, queridos amigos, a implorar la paz de nuestro continente, de todos los continentes del mundo. Que el Señor esté contigo y nos acompañe a través de tus bellos cantos. Pasemos a meditar en la Palabra de Dios.

“ Dios envió a su Hijo, nacido de mujer . . . " ( Gal 4, 4).

Estas palabras de la Carta a los Gálatas se refieren al misterio de la Navidad. Por tanto, conviene leerlos el día que cierra la octava de esta gran solemnidad, jornada dedicada a la Maternidad de María: “Theotokos”, Madre de Dios.

Ella es la Virgen de la que habla San Pablo; vuelve a ser la mujer de Caná de Galilea, de la que se refiere el Evangelio de Juan y finalmente es la madre presente al pie de la Cruz junto al amado Apóstol.

2. Dios envió a su Hijo "para ser adoptado como niños" ( Gal 4, 5). En la noche de Belén, prevé el nacimiento humano del Verbo a través de la libre colaboración de la Virgen, para que, en armonía con su designio eterno, lo que el corazón del hombre aspira a realizarse: poder volverse a Dios llamando él con el nombre de Padre. Solo un niño puede decirle a Dios: "¡Abba, Padre!" ( Gal 4, 6).

Por tanto, es Dios mismo quien quiere que seamos semejantes a él, "hijos en el Hijo" , que seamos " como Dios " (cf. Ef 1, 5). Esta aspiración humana original, sin embargo, fue distorsionada desde el principio, convirtiéndose en el tema de la tentación puesta en marcha por el espíritu del mal.

Cuán elocuente es elocuente lo que escribe san Pablo en el resto de la Carta a los Gálatas: "Y que sois niños, la prueba es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!". ( Gal 4, 6). Era necesario este doble envío, el del Hijo y el del Espíritu Santo , para realizar la aspiración íntima del hombre de comunicarse con Dios. ¡Se necesitaba la Navidad! Era necesario que el Hijo eterno fuera concebido por obra del Espíritu Santo y, hecho hombre, naciera en la noche de Navidad como Hijo de María.

3. Durante la octava de Navidad reflexionamos sobre esto y seguimos reflexionando hoy con referencia a María. San Lucas escribe: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ). ¡No podía dejar de meditar en ellos! ¿Qué mujer podría haber olvidado el saludo del ángel?

Con este saludo el Padre eterno constituye a María la Madre de su Hijo : "He aquí que concebirás un Hijo, le darás a luz y le llamarás Jesús" ( Lc 1, 31). María, siendo virgen y queriendo seguir siéndolo, pregunta cómo puede suceder esto. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti - es la respuesta del ángel - el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. El que nazca será, pues, santo y llamado Hijo de Dios ”( Lc 1, 35). María recordará esta palabra , meditándola en su corazón durante toda su vida, durante toda la eternidad. Hoy también celebramos esta eternidad de María, Theotokos. Así comprenderá cada vez mejor el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, hecho hombre en su seno virginal.

4. Un hecho inédito en la historia de la humanidad es la Navidad, punto decisivo de la historia de la salvación . La prodigiosa maternidad de María pertenece a este misterio: por eso la celebramos con razón el octavo día de Navidad.

Hoy, pues, recordamos un gran momento en la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que se definió autoritariamente la maternidad divina de la Virgen : María es la Madre no sólo de la naturaleza humana de Cristo, como afirmó Nestorio. , pero también la verdadera Madre de Dios., ya que el que engendró es el Hijo unigénito de Dios. La verdad sobre la maternidad divina de María encontró eco en Roma donde, poco después, se construyó la Basílica de Santa María la Mayor , la primera Santuario mariano en Roma y en todo Occidente, en el que se venera la imagen de la Madre de Dios - la "Theotokos" - con el hermoso título de "Salus populi romani".

5. "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ). Eran cosas de suma importancia : ¡tanto para ella como para nosotros! A lo largo de su vida, María continuaría recordando los eventos por los que Dios la estaba guiando. Recordó la noche de Navidad, la gran preocupación de José, advertido por Dios del peligro inminente sobre el Niño, la huida a Egipto. También recordó lo que había escuchado de boca de Simeón en el momento de la presentación del Niño en el Templo; y las palabras de Jesús, de apenas doce años, con motivo de su primera visita al Templo: "¿No sabías que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" ( Lc 2, 49). Recordó todo esto, meditándolo en su corazón. Podemos asumir que más tardehabló de ello a los Apóstoles y discípulos, a San Lucas y San Juan . De esta manera, la verdad sobre la maternidad divina encontró su lugar en los Evangelios.

6. La Madre de Dios, la "Theotokos", se convirtió así en el primer testigo del gran misterio navideño, del gran misterio pascual. Antes de que los Apóstoles dieran testimonio de Cristo crucificado y resucitado, antes de que Pablo comenzara la evangelización de los paganos, ella fue llamada: llamada y enviada . Su testimonio maternal y discreto camina con la Iglesia desde sus orígenes. Ella, Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, en esta Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos . María está con nosotros. Sus santuarios dan testimonio en todos los rincones de la tierra de su admirable presencia, sensible a las necesidades de cada hombre, solícito en prevenir el mal que pone en peligro no sólo la existencia de los individuos y las familias, sino de naciones enteras.

La presencia de Nuestra Señora no se puede explicar de otra manera con sus discretas exhortaciones:

- en Guadalupe en México;

- en Jasna Gora en Polonia y en otros santuarios en Europa central y oriental;

- en Lourdes y Fátima, y ​​en muchos otros santuarios del mundo, incluido el de Loreto, cuyo séptimo centenario se celebrará.

7. “ Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga piedad de ti [. . .] y te conceda la paz ”( Núm 6, 25-26). Nos reunimos en la Basílica de San Pedro el primer día del Año Nuevo, para que esta bendición de la paz llegue a las naciones de todo el mundo.

Por eso es tan significativa su presencia hoy , distinguidos embajadores ante la Sede Apostólica . Estás al servicio de la causa de la paz y la justicia en el mundo.

La Iglesia sigue con especial preocupación los problemas relacionados con estos valores fundamentales.

En esta Jornada de la Paz, saludo cordialmente al presidente de los Consejos Pontificios "Iustitia et Pax" y "Cor Unum" , al incansable cardenal Roger Etchegaray, ya todos sus colaboradores. Saludo también al cardenal presidente del Pontificio Consejo para la Familia, a su secretario y a los demás colaboradores al comienzo de este "Año de la Familia".

Les agradezco lo que hacen, para que el ministerio petrino a favor de la paz y la justicia esté constantemente en sintonía con el ritmo del corazón de la Iglesia. Doy las gracias al cardenal Etchegaray en particular por sus iniciativas, por las visitas a las Iglesias y naciones, especialmente a las más atribuladas como Burundi recientemente. Esta preocupación constante permite al Papa llevar a cabo su ministerio con eficacia. Se trata de un servicio amoroso para todos los hombres y para todos los pueblos.

¿Cómo no reunir hoy en un solo abrazo de agradecimiento a quienes con generosidad ayudan al Papa en su servicio? Pienso, entre otros, en los representantes de la Sede Apostólica en las distintas naciones, en los miembros de la Curia Romana, de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de la Diócesis de Roma. Pienso también en quienes ofrecen generosamente sus servicios en esta Basílica que se levanta sobre la Tumba del Apóstol Pedro. Me alegro hoy, como decía al principio, de saludar a los Pueri Cantores que con su presencia y sus voces hacen de esta Misa particularmente solemne.

8. “Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer [. . .] para que podamos recibir adopción como niños "( Gal 4: 4-5). Al comienzo del nuevo año, es necesario recordar que también este día está incluido en el misterio paulino de la "plenitud de los tiempos" .

Hoy, junto a la maternidad divina de María, resplandece ante nosotros la maternidad de la Iglesia. La Iglesia, en efecto, es Madre y siempre vuelve a ser una, fijando su mirada en María, como su arquetipo : "Ecclesiae typus", como dice San Ambrosio (S. Ambrosii, Expos. Lc . II, 7; PL 15,1635D ; cf. Lumen gentium , 63).

También la Iglesia, como María, vive profundamente, conserva y medita en su corazón los problemas de toda la familia humana.

Los pueblos acuden a María desde todos los rincones de la tierra. Los más probados y atormentados se dirigen a ella de una manera particular: los pueblos de África, el Tercer Mundo y las naciones de la Península Balcánica y el Cercano Oriente.

Todos la miran: su maternidad divina se ha convertido en el gran patrimonio de la humanidad . Bajo su manto materno, también se encuentran de alguna manera pueblos lejanos, que desconocen el misterio de Jesucristo. Muchos, aunque ignoran al Hijo de Dios, conocen a la Virgen María y esto ya de alguna manera los acerca al gran Misterio del Nacimiento del Señor. Se acercan así al corazón de la Iglesia, como los pastores de Belén, para volver entonces, como ellos, alabando y glorificando a Dios por todo bien contemplado.

El Año Nuevo es un día de singular alabanza a Dios, un día de gran imploración para obtener la bendición divina para el año que comienza y que la Iglesia, en sintonía con la iniciativa de las Naciones Unidas, se propone celebrar con compromiso como Año. de la familia. Por eso la actualidad tiene como tema: "La paz de la familia humana nace de la familia".

En el transcurso del nuevo año, que el Señor haga resplandecer su rostro en todas las familias y tenga misericordia de ellas.

El Señor nos bendiga y nos conceda la paz. Lo imploramos con tu canto, queridos Pueri Cantores de muchos países de nuestro continente y de toda la tierra.

Alabado sea Jesucristo.

VIAJE APOSTÓLICO A COREA, PAPÚA NUEVA GUINEA,
ISLAS SALOMÓN Y TAILANDIA

 MISA EN HONOR DEL SANTO NOMBRE DE MARÍA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

 Honiara (Islas Salomón)
Miércoles 9 de mayo de 1984

Amados hermanos y hermanas en Jesucristo

Pero cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer " ( Gal 4, 4).

1. La primera lectura de hoy habla de la plenitud de los tiempos . Se refiere al cumplimiento de la historia de la humanidad en el plan eterno de la Santísima Trinidad. La carta a los Gálatas nos habla de este plan y en qué consiste su cumplimiento. En primer lugar, el Hijo de Dios viene al mundo para hacer posible nuestra adopción como hijos de Dios: ya no somos esclavos, sino niños. En segundo lugar, con el poder del Espíritu Santo que Dios ha enviado a nuestros corazones, podemos clamar: “¡Abba! ¡Padre!". Podemos llamar a Dios nuestro Padre. Y finalmente, junto con el Hijo unigénito de Dios, también nosotros nos convertimos en sus hijos y herederos . Cuando llegó la plenitud de los tiempos, todos tuvieron la oportunidad de participar íntimamente en la vida del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo.

2. El anuncio de esta "plenitud de los tiempos" se llama evangelización : es el cumplimiento de la buena noticia de la salvación. Y durante casi un siglo y medio se ha proclamado esta plenitud de tiempo aquí en las Islas Salomón.

Aunque los españoles, acompañados de misioneros franciscanos, llegaron a Point Cruz en 1568, la historia de la evangelización no comenzó hasta 1845. Los primeros misioneros enviados fueron maristas , bajo la dirección del obispo Epalle. A pesar de su celo y coraje, la misión fue abandonada dos años más tarde después de que el obispo Epalle y varios otros entregaran sus vidas por la fe.

El siguiente y más importante programa de evangelización fue llevado a cabo por misioneros anglicanos de Nueva Zelanda. Gracias a sus intensos esfuerzos por predicar el evangelio y establecer escuelas cristianas, el mensaje de Cristo comenzó a arraigarse en los corazones de la gente. Se intentaron varias iniciativas misioneras poco después, incluidas las de miembros de la Misión Evangélica de los Mares del Sur, la Iglesia Metodista, los Adventistas del Séptimo Día y otros. Todos buscaban no solo dar a conocer mejor a Cristo, sino también trabajar por la salud y la educación de la gente.

La Iglesia Católica reanudó sus esfuerzos misioneros a finales del siglo XIX. Una vez más fueron los maristas quienes asumieron la tarea, a los que se unieron, en 1904, las Hermanas misioneras de la Sociedad de María, que rápidamente fundaron conventos en todas las estaciones misioneras.

La obra de evangelización en las Islas Salomón fue facilitada por el liderazgo incansable y capaz de los obispos destinados a prestar su servicio aquí. Mons. Bertreux, primer vicario-apostólico en las Islas Salomón del Sur, fue elegido para dirigir la primera expansión de esta obra misionera y hacer el primer intento de preparar catequistas locales y líderes laicos. Su sucesor, el obispo Raucaz, llevó a cabo su tarea con igual fervor. Además de los positivos resultados obtenidos, animó a la fundación de la primera congregación local de religiosos, las Hijas de María Inmaculada.

El obispo Aubin, que sucedió al obispo Raucaz, fue testigo del trágico sufrimiento y la devastación causados ​​por la Segunda Guerra Mundial. Durante ese tiempo, la mayoría de los misioneros fueron asesinados u obligados a irse. Sin embargo, después de la guerra, con la ayuda de muchos nuevos misioneros, el obispo supervisó el rápido crecimiento de la Iglesia en el territorio. Organizó la fundación de varias instituciones, incluidas varias escuelas católicas, y en particular la primera escuela central, que se colocó bajo la dirección de los hermanos maristas de las escuelas. En 1958, el obispo Stuyvenberg sucedió al obispo Aubin, quien ha trabajado hasta el día de hoy para continuar la obra de evangelización. En este momento, Dominicos y dominicanos asumieron el trabajo misionero en las Islas Salomón occidentales bajo la guía pastoral del obispo Crawford. Las vocaciones locales comienzan a florecer; La preparación de catequistas y líderes laicos se vio facilitada en gran medida por la apertura del Centro Apostólico en Honiara.

A través de todo esto, la providencia de Dios se ve claramente , cumpliendo su plan eterno de salvación.

3. En el Evangelio de hoy escuchamos las palabras con las que Isabel saludó a la Madre de nuestro Salvador el día de la visitación: "Y bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" ( Lc 1, 45).

Deseo repetir estas palabras a todos aquellos en las Islas Salomón que recibieron a Cristo por la fe : "Bienaventurados los que creyeron". De esta fe nació una nueva comunidad del pueblo de Dios, la Iglesia. Esta comunidad es, por su naturaleza, visible; se basa en la palabra de Dios y vive de los sacramentos.

Se entra en la comunidad de la Iglesia a través del agua del Bautismo que da vida, que quita el pecado y trae el don de la gracia y la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación recibimos el sello del Espíritu Santo, que se nos ofrece profusamente como un don de Dios. Él viene a encender en nosotros un amor aún mayor a Dios y al prójimo, y a darnos la fuerza. vivir cada día con fidelidad nuestra fe. La Eucaristíaes el origen y el centro de toda la vida cristiana. En la celebración eucarística participamos del sacrificio de la cruz que logró la redención del mundo. Y todas las actividades de la Iglesia están dirigidas al sacrificio eucarístico, para que la alabanza y la gloria se den cada vez más a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.

4. La Iglesia de las Islas Salomón, que vive en comunión con la Iglesia católica en todo el mundo, está floreciendo. Sus cariñosos misioneros continúan trabajando en estrecha unión con los pueblos indígenas de este país. Te asisten el clero y los religiosos que, dedicando su vida a este servicio, buscan construir una comunidad de creyentes en la fe, la esperanza y la caridad. Me complace observar que entre ellos hay un número creciente de sacerdotes, hermanos y hermanas indígenas, y oro para que las vocaciones sacerdotales y religiosas florezcan en abundancia. Incluso los laicosjuegan un papel insustituible en la vida y misión de la Iglesia. Deseo expresar una palabra particular de agradecimiento a sus catequistas, que ayudan a transmitir el mensaje de salvación, ya sus familias cristianas, tan importantes para una comunidad cristiana sólida y dinámica.

Toda la vida apostólica de la Iglesia está dirigida a la reconciliación : la reconciliación del hombre con Dios y la reconciliación de los pueblos entre sí. Por eso, el sacramento de la Penitencia es de suma importancia, porque en este encuentro íntimo con Jesucristo, nuestro Señor misericordioso, nuestros pecados son perdonados y volvemos a estar unidos a Dios. La penitencia también nos ayuda a superar las barreras que dividen pueblos entre ellos y para construir una sociedad de armonía y paz. Con infinito amor por los enfermos, el Señor renueva su don de la reconciliación también en el sacramento de la Unción de los enfermos . Dios ha dado el sacramento del matrimonio a esposos y esposas.. A través de este gran sacramento, toda pareja cristiana se hace una en Cristo y recibe la gracia de vivir en un amor fiel y duradero, de criar a sus hijos en un hogar de serenidad y afecto. El sacramento del Orden Sagrado también sirve a la causa de la reconciliación, ya que los diáconos, sacerdotes y obispos trabajan arduamente para brindar asistencia pastoral a todos los que dependen de ellos. Rompen el muro de la ignorancia y el pecado y dan fuerza a la unidad de la Iglesia local.

5. Por toda la obra de evangelización y reconciliación que se ha realizado en las Islas Salomón, el obispo de Roma hoy desea cantar con ustedes el canto de acción de gracias que llegó a los labios de la Madre de Dios cuando la "plenitud de los tiempos" .

Unidos a la Virgen María te exaltamos, Señor; y nuestra alma se regocija en Dios nuestro Salvador, por haber contemplado con bondad los humildes comienzos de los esfuerzos misioneros en las Islas Salomón.

Tú, que eres valiente, has hecho grandes cosas por los que moran aquí, y santificado sea tu nombre.

Tu misericordia sea para los que te temen, de generación en generación. Este país también fue devastado por los horrores de la Segunda Guerra Mundial: no lo abandonaste, pero mostraste la fuerza de tu ayuda, exaltaste a los humildes, llenaste de bienes a los hambrientos. Hiciste que la Iglesia floreciera nuevamente en las Islas Salomón, porque te acordaste de tu misericordia y continuaste dándola de generación en generación.

Oh Dios misericordioso, tu plan eterno de salvación y el de justicia y amor. Envías el Espíritu Santo a nuestros corazones para que podamos gritar: “¡Abba! ¡Padre!". Te damos las gracias por todos tus trabajos. Unidos con María y todos los demás santos, cantamos tus alabanzas . Bendecimos tu nombre para siempre, con Cristo nuestro señor. Amén.

Sé que en estas Islas Salomón hoy hay muchos fieles francófonos que han venido de muchas islas del Pacífico, en particular de la Diócesis de Numea. Les agradezco su visita y los saludo con alegría. Queridos hermanos y hermanas, por encima de la diferencia de razas, intereses y tensiones que puedan surgir, habéis sido llamados a participar del único don del Señor, acogiendo el Evangelio y recibiendo el Bautismo. Has sido incorporado al mismo Cristo, que murió y resucitó por todos nosotros. Has recibido el mismo Espíritu Santo, el Espíritu de santidad y amor. Y este Espíritu que habita en vosotros os insta a entablar una relación cada vez más viva con Dios a través de la oración, a tener hambre y sed de justicia, a construir comunidades cristianas en las que la justicia reine inseparablemente, paz, amor fraternal. Este es el testimonio que sus compatriotas esperan de los cristianos auténticos. Contribuirás a salvaguardar el respeto de las culturas, los derechos de las personas y también el bien común de cada país. Permanezcan unidos en torno a sus obispos. Y entienda que, aunque esté geográficamente disperso en este vasto océano, está unido en la Iglesia universal, en la que el sucesor de Pedro tiene la misión de confirmar a sus hermanos en la fe y de reunirlos en torno al único pastor, el Señor Jesús. Cristo. En su nombre, los bendigo cordialmente a ustedes y a todos los que representan. los derechos de las personas y también el bien común de cada país. Permanezcan unidos en torno a sus obispos. Y entienda que, aunque esté geográficamente disperso en este vasto océano, está unido en la Iglesia universal, en la que el sucesor de Pedro tiene la misión de confirmar a sus hermanos en la fe y de reunirlos en torno al único pastor, el Señor Jesús. Cristo. En su nombre, los bendigo cordialmente a ustedes y a todos los que representan. los derechos de las personas y también el bien común de cada país. Permanezcan unidos en torno a sus obispos. Y entienda que, aunque esté geográficamente disperso en este vasto océano, está unido en la Iglesia universal, en la que el sucesor de Pedro tiene la misión de confirmar a sus hermanos en la fe y de reunirlos en torno al único pastor, el Señor Jesús. Cristo. En su nombre, los bendigo cordialmente a ustedes y a todos los que representan.


Acto de encomienda a María

En este día en que nos reunimos en honor de la Santísima Virgen María, volvamos a ella con amor y confianza.

Oh santa Madre de Dios, yo, Juan Pablo II, te encomiendo a los hijos e hijas de la Iglesia en las Islas Salomón. Son los hermanos y hermanas de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que han sido redimidos por los méritos de su preciosa sangre y evangelizados por su gracia.

Oh Madre amorosa de nuestro Salvador, te encomiendo a las familias , madres y padres e hijos de esta tierra, y especialmente a los enfermos, los que sufren y los ancianos. Intercede por ellos ante tu Hijo, fuente de toda vida.

Oh María, Reina de la Paz, te encomiendo esta nación de las Islas Salomón y todos los hombres y mujeres que aquí viven. Les pido que los ayuden con sus problemas y los apoyen en sus esperanzas. Sé Madre de la ayuda perpetua para todos ellos. Ofrécelos todos al Padre, implorando su bondad misericordiosa y los dones de la unidad y la paz, a través de Jesús, Verbo Eterno que se convirtió en tu Hijo. Descanse por sus seres queridos fallecidos y por todos aquellos que murieron luchando en su tierra durante la Segunda Guerra Mundial.

Oh María, virgen y madre, pide al Espíritu Santo que complete en el corazón de los habitantes de las Islas Salomón la obra que se inició con la predicación de la palabra de Jesús, a quien sea gloria y alabanza, con el Padre y el mismo Espíritu Santo., ahora y siempre. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A CANADÁ

CONCELEBRACIÓN EN HONOR A LA VIRGEN MARÍA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Santuario de Notre-Dame du Cap 
Lunes 10 de septiembre de 1984

Queridos hermanos y hermanas .

1. "¡Bienaventurada la que creyó!" ( Lc 1,45 ).

Estas palabras fueron dirigidas a María de Nazaret por su prima Isabel, durante la Visitación.

Son parte del segundo saludo que recibió María. La primera fue la del ángel, en el momento de la Anunciación: "Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo" ( Lc 1, 28). Así lo expresó Gabriel, el mensajero enviado por Dios a Nazaret, en Galilea.

Con motivo de la visita de María a la casa de Zacarías, este saludo del ángel encuentra su complemento humano en los labios de Isabel: "Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre" ( Lc 1, 42).

Este saludo humano y el del ángel a María están impregnados de la misma luz. Ambos son la palabra de Dios, tanto en labios del arcángel como en los de Isabel.

El uno y el otro forman un todo unificado. Ambos se han convertido en nuestra oración a la Madre de Dios, la oración de la Iglesia. "¿A qué se me debe que la madre de mi Señor venga a mí?". ( Lc 1, 43).

Isabel fue la primera en profesar la fe de la Iglesia: ¡Madre de mi Señor, Madre de Dios, “Theotokos”!

2. "¡Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor!" ( Lc 1,45 ).

Hoy, estas palabras de Isabel dirigidas a María en la Visitación son repetidas por toda la Iglesia.

Con estas palabras, toda la Iglesia bendice sobre todo al mismo Dios: "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" ( 1 P 1, 3).

Nuestro Señor Jesucristo es el Hijo. Es de la misma naturaleza que el Padre. Se hizo hombre por el poder del Espíritu Santo. Encarnó en la Anunciación en el vientre de la Virgen de Nazaret y nació de ella como un verdadero hombre. Él es Dios hecho hombre.

Concretamente, esto tuvo lugar en María en el momento de la Anunciación del Ángel. Y en esto, en este misterio, ella creyó primero: creyó en Dios mismo en las palabras del ángel. Ella dijo "fiat", ¡que me pase lo que dijiste! “Aquí estoy, soy el siervo del Señor”.

Y así fue.

Cuando la Iglesia bendice a Dios, Padre de Jesucristo, con las palabras de la primera carta de Pedro, también bendice este "fiat" de María, la sierva del Señor.

3. Con las palabras del apóstol Pedro, la Iglesia se une a María en su fe.

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo; en su gran misericordia nos ha regenerado, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para una esperanza viva, para una herencia que no corrompe, no mancha y no se pudre. En los cielos está guardada para vosotros, custodiados por el poder de Dios mediante la fe, para vuestra salvación, que está a punto de manifestarse en los últimos tiempos ”( 1 P 1, 3-5).

Aquí está la fe de la Iglesia y la esperanza de la Iglesia. Pero sobre todo, aquí está la fe de María. Ella tiene su parte, una parte suprema, en la fe y la esperanza de la Iglesia. Creyó antes que los apóstoles. Cuando su parentesco no creía en Jesús ( Jn 7 : 5), y la multitud tenía más entusiasmo que fe, ella era inquebrantable en la fe.

María es el modelo primordial de la Iglesia que camina por el camino de la fe y por el camino de la esperanza. Por el camino de la fe, la esperanza y la caridad. En la constitución sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano II se expresa así: "De la Iglesia - la Madre de Dios es una figura en el orden de la fe, la caridad y la unión perfecta con Cristo - Por su fe y obediencia engendró al mismo Hijo en la tierra de Dios - como la nueva Eva, que no creía en la serpiente antigua, sino en el mensajero de Dios. Luego dio a luz al Hijo, a quien Dios puso como el primogénito entre muchos hermanos ( Rom 8:29 ), es decir , entre los fieles, en regeneración y formación con la que colabora con amor de madre ”( Lumen gentium , 63).

4. "Bienaventurada la que creyó" -

Estas palabras de Isabel, que toda la Iglesia ha hecho suyas, las repetimos hoy en el santuario de Notre-Dame du Cap en suelo canadiense.

La Iglesia que está en esta tierra se regocija al profesar, en este mismo lugar, su participación en la fe de María.

Con toda la Iglesia universal, vuestra Iglesia agradece a María por haberla ayudado a construir la fe del pueblo de Dios a lo largo de numerosas generaciones.

5. Sí, desde el momento en que el testimonio de la fe católica fue llevado a tierra canadiense y compartido por la población, la Virgen María jugó un papel importante en la adhesión a Jesús Salvador, Verbo encarnado en ella, y en el crecimiento de este pueblo de creyentes. Los fundadores de esta Iglesia fueron hombres de gran fe, consagrados a Notre-Dame. No puede ser de otra manera. Y así en todos los países, y ustedes saben que mis compatriotas en Polonia han tenido una profunda experiencia al respecto. Se trata de una devoción fuertemente anclada en el corazón del pueblo cristiano, en su oración diaria, en las familias y en las comunidades parroquiales, y siempre se concreta con la erección de algunos santuarios marianos importantes,

Este fue el caso aquí y, queridos hermanos y hermanas, ustedes ciertamente conocen la historia. Lo recuerdo porque a mí también me impresionó. En 1651, el abad Jacques de la Ferté, párroco de Sainte-Medeleine de Châteaudun, en Francia, donó el feudo - del Cap - a los misioneros jesuitas. En el pueblo que pronto fundaron en este lugar, el día de la Presentación de María, la parroquia tomó el nombre de Cap-de-la-Madeleine; La devoción mariana llegó a ser tal que ya se había establecido una Congregación del Rosario antes de finales del siglo XVII. Fue aquí donde, en 1714, se erigió el santuario que más tarde se convirtió en el santuario mariano nacional y la iglesia más antigua de Canadá. Pero la tradición nos brinda hechos aún más conmovedores. En 1879, los feligreses de Cap-de-la-Madeleine, durante todo el invierno, suplicaron a la Virgen María y trabajaron con valentía inaudita para transportar las piedras necesarias para el nuevo edificio mariano aquí, en un puente de hielo providencialmente formado sobre el río San Lorenzo, desde entonces llamado el puente de los rosarios. Y recogieron de la Virgen la señal de que aprobaba esta iniciativa. Estos hechos, queridos hermanos y hermanas, son un testimonio admirable de la fe de vuestros padres, de su correcta comprensión del papel de María en la Iglesia. Desde entonces, la misma piedad mariana ha traído aquí, de todo Canadá, a miles de peregrinos que han venido a buscar la fe y el coraje de su Madre. Personas de todas las edades y todas las condiciones; humilde y pobre sobre todo; parejas jóvenes y mayores; padres preocupados por la educación de sus hijos; jóvenes, gente en busca del que es "el camino, verdad y vida "; personas enfermas que buscan una adición de fe y esperanza; misioneros que han venido a consagrar su difícil apostolado a la Reina de los apóstoles; todos aquellos que desean un nuevo impulso para servir al Señor, para servir a la Iglesia, para servir a sus hermanos, como lo hizo María cuando fue a Isabel.

Estas peregrinaciones nos hacen vivir "horas del cielo", como dicen algunos, en la alegría de la fe, con María; y lejos de hacernos escapar de nuestros compromisos diarios, nos dan una nueva fuerza para vivir hoy el Evangelio, al tiempo que nos ayudan en la travesía a la otra orilla de la vida, donde María "ya brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo". de esperanza segura y consuelo ”( Lumen Gentium , 68).

Sí, esta peregrinación mariana sigue siendo una inmensa gracia otorgada al pueblo canadiense. ¡Que el flujo de oraciones nunca se agote en este lugar! ¡Ojalá se llene a menudo esta basílica que recientemente reconstruiste y expandiste bajo el nombre de Notre-Dame de l'Emmaculée-Conception! Pienso con satisfacción en esos diez mil niños de primaria de Canadá que han venido aquí para preparar mi visita. Vi los mensajes que me enviaron en esta ocasión. Les doy las gracias. Los felicito y les digo: con María, ustedes también construyen la Iglesia de Canadá.

Yo mismo, ansioso por marcar cada una de mis visitas pastorales con una peregrinación al gran santuario mariano del país, me siento conmovido y satisfecho de hacerme peregrino de María, en este lugar, y de recomendar a nuestra Madre mi misión apostólica y la fidelidad de todo el pueblo cristiano de Canadá.

6. Hoy, de hecho, llegamos al santuario de Notre-Dame du Cap como una generación de nuestro tiempo.

Venimos a rezar con el obispo de Trois-Rivières, monseñor Laurent Noël, con todos sus diocesanos y aquellos que, de toda la región, se han dirigido a este distinguido lugar mariano.

Venimos a repetir con Isabel: "¡Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor!" ( Lc 1,45 ).

Venimos a confirmar la participación de las generaciones pasadas en la fe de la Madre de Dios. En la hermosa herencia que te ha sido dejada y que te ha hecho lo que eres, la fe fue primordial y la devoción a María, a quien tus predecesores consagrados., ocuparon un lugar importante en la fidelidad a esta fe.

Llegamos a transferir de alguna manera esta participación al corazón de nuestra generación y las generaciones futuras.

Se han cumplido las palabras dirigidas por Dios a María. Este cumplimiento se llama Jesucristo.

Cuando el Resucitado aparece, después de su pasión, ante los apóstoles, uno de ellos, Tomás, que estaba ausente en ese momento, no quiso creer. Una semana después vio a Cristo y proclamó: "¡Señor mío y Dios mío!" ( Jn 20, 28). Y oyó que el Maestro le decía: "Porque me has visto, has creído: ¡bienaventurados los que, a pesar de no haber visto, creerán!" ( Jn 20, 29).

Y ustedes, queridos hermanos y hermanas, “aman a Cristo incluso sin haberlo visto y creen en él sin verlo. . . " ( 1 Pt 1, 8). En esta fe encontrarás ayuda en María, la Madre de Cristo: ¡ella fue la primera en creer! Ella te lleva a él.

Recemos en este lugar por nuestra generación, para que las generaciones futuras puedan participar de la fe de la Madre de Dios.

Esta fe te ayuda a soportar los sufrimientos y dolores de la vida, te ayuda a perseverar en la esperanza incluso a través de "diversas pruebas". Además, estas "pruebas comprobarán la calidad de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, que, aunque destinado a perecer, es probado con fuego" ( 1 Pe 1, 7).

¡Oremos para que nuestra generación tenga una fe consciente rica en madurez, una fe que se ponga a prueba! Que esta fe sea una participación en la fe de María, que está al pie de la cruz de su Hijo en el Calvario. ¿No fue la gran prueba de María la de ver a su Hijo rechazado y condenado a muerte por los líderes de su pueblo? Ella lo siguió hasta el final. Compartió todo. Ella se unió a Jesús, quien ofreció su vida por la salvación del mundo, y nosotros, cuando Dios parece estar lejos, cuando no entendemos sus caminos, cuando la cruz nos duele los hombros y el corazón, cuando sufrimos a causa de nuestra fe. , aprendemos de nuestra Madre la firmeza de la fe en la prueba, y cómo sacar fuerza y ​​coraje de nuestro apego incondicional a Jesucristo. 

7. Así fue como María pudo repetir de manera singular estas palabras, pronunciadas en su "Magnificat": "Miraba la humildad de su sierva" ( Lc 1, 48).

¡La humildad de María asociada en una unión salvífica con el despojo del Hijo crucificado!

Toda la Iglesia, mirando a María al pie de la cruz, repite con particular júbilo: “Bienaventurada la que creyó. . . ".

Y aquí aparece esta fe de María al pie de la cruz como la primera aurora de la mañana de Pascua.

La cruz y la resurrección se unen en un mismo misterio: el misterio pascual.

La Iglesia vive este misterio día a día.

Y lo medita en oración, y aquí, la oración del Rosario, de la corona, cobra toda su importancia. Es con María, al ritmo del saludo angelical, que entramos en todo el misterio de su Hijo, hecho carne, muerto y resucitado por nosotros. En un santuario como el de Notre-Dame du Cap, pero también en la vida de cada cristiano, de cada familia, esta oración mariana debe ser como el aliento diario.

La Iglesia medita, pero también celebra cada día en la Eucaristía el inefable misterio pascual. Esta es precisamente la cumbre de nuestra asamblea de creyentes esta tarde: con María nos acercamos a la fuente, nos unimos a la ofrenda de su Hijo, nos alimentamos de su vida: "¡Misterio de la fe!".

Y día tras día la Iglesia expresa su alegría exuberante frente a este misterio, extrayendo su secreto del corazón de la Madre de Cristo en el momento en que canta el "Magnificat":

“Engrandece mi alma al Señor; el Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí. Santo es su nombre. . . " ( Lc 1, 46,49).

Aprendemos de María el secreto de la alegría que brota de la fe, para iluminar con ella nuestra vida y la vida de los demás. El Evangelio de la Visitación está lleno de alegría: la alegría de ser visitado por Dios, la alegría de abrir las puertas al Redentor. Este gozo es fruto del Espíritu Santo, y nadie nos lo puede quitar si permanecemos fieles a él.

¡Oh Madre! Notre-Dame du Cap!

¡Que la Iglesia en suelo canadiense saque siempre la fuerza de su fe en el misterio pascual de Cristo!

¡Déjelo sacarlo de su "Magnificat"!

El Todopoderoso realmente ha hecho grandes cosas por nosotros.

¡Santo es su nombre!

SOLEMNE CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN HONOR
DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica di Santa María la Mayor
Sábado 8 de diciembre de 1984

1. «Llena de gracia ... » (Lc 1, 28).

Cuando fueron pronunciadas estas palabras del Arcángel, el Adviento esperado por la humanidad alcanzó su cenit.

Y por esto, también la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María encuentra, cada año, su lugar litúrgico en el período del Adviento.

Efectivamente, el saludo «llena de gracia» da testimonio del misterio de la Inmaculada Concepción.

Este saludo —en boca del Arcángel— prepara la revelación de la Divina Maternidad de María:

«Concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús ... El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 31, 35).

¡María! «Has encontrado gracia ante Dios» (Lc 1, 30). Eres: «llena de gracia».

La plenitud de gracia significa la Maternidad Divina.

La plenitud de gracia significa también la Inmaculada Concepción.

La Inmaculada Concepción es con miras la Maternidad Divina. Este es el orden de la gracia, es decir, de la economía salvífica de Dios.

2. En la solemnidad de hoy la Iglesia ora con las siguientes palabras:

«Oh Dios, que por la concepción inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada, y en previsión de la muerte de tu Hijo la preservaste de todo pecado; concédenos por su intercesión llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo ... ».

Esta oración litúrgica contiene en sí todos los elementos de la fe de la Iglesia, conservada en la Tradición y proclamada como dogma por el Siervo de Dios, el Papa Pío IX, el año 1854.

Primero: la preservación del pecado original, esto es, la Inmaculada Concepción de María, debía preparar «una digna morada» al Hijo de Dios en la Encarnación.

Segundo: esta exención del pecado, es decir, la Inmaculada Concepción, es un privilegio que la Madre de Dios debe a la redención realizada por la cruz de Cristo.

Así, pues, el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María nos lleva a Belén y, la vez, al Calvario. En cierto sentido, nos guía primero al Calvario y luego a Belén.

María fue redimida de modo particular en el primer instante de su concepción, en previsión del Sacrificio de Cristo Redentor en el Calvario para poder convertirse en Madre del Redentor, en Nazaret y en Belén.

3. Estos años, en los que nos acercamos al final del segundo milenio, se hace particularmente significativo para nosotros el período del Adviento. Lo mismo que entonces el Pueblo elegido, y con él toda la humanidad, se preparaba a la venida del Salvador, así ahora la Iglesia se prepara juntamente con la humanidad al gran jubileo del nacimiento de Cristo.

Hoy, muchos fieles que aman a María, se preguntan y tratan de averiguar, con vivo interés qué día fue su nacimiento. En efecto, primero vino al mundo la que debía ser la Madre del Hijo de Dios, y luego nació el Hijo.

La Iglesia venera cada año la natividad de María con una fiesta especial el día de septiembre. Sin embargo, esta fiesta, por lo que se refiere a la fecha, está subordinada a la solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Este misterio ocupa el primer lugar. Efectivamente, en él está la razón más esencial del Adviento: he aquí que Aquella, a quien sus padres darán, un día, el nombre de Miriam (María), en el momento de su concepción en el seno de la madre es engendrada, con toda plenitud, por Dios: es la «Llena de gracia». Este nombre la acompaña desde el primer momento de su concepción. Llena de gracia.

Y cuando en Lourdes, Bernardita pregunta a la Hermosa Señora su nombre, oye que le dice: «Yo soy la Inmaculada Concepción», esto es, la Llena de gracia.

4. La Iglesia, pues, contempla el nacimiento terreno de María, hija de Joaquín y Ana, a través del misterio de su nacer de Dios.

Precisamente este misterio, la Inmaculada Concepción, brilla con una luz particular en el horizonte del Adviento. Año tras año, este misterio prepara a la Iglesia para la Navidad del Señor. Es también la luz propia del Adviento mediante el cual nos preparamos al gran jubileo; el segundo milenio de la Encarnación del Hijo de Dios. Y simultáneamente el segundo milenio de la Maternidad de María.

La Madre del Hijo de Dios nació de modo excelso de Dios: del seno de la Santísima Trinidad.

Está «emparentada» espiritualmente con Dios mismo.

Le decimos: Hija del Eterno Padre, Templo del Espíritu Santo, Madre del Hijo. Pero también decimos a veces: «Filia Tui beati Filii»: Hija de tu bienaventurado Hijo. Así es, efectivamente, en el orden de la gracia, en la divina economía de la redención.

Todo esto se explica también con el misterio de la Inmaculada Concepción.

5. La Inmaculada Concepción es el primer signo y, a la vez, anuncio del tiempo nuevo. Es comienzo de esa plenitud de los tiempos, de la que habla el Apóstol. Brilla no sólo en el horizonte del primer Adviento que se cumplió ya en la noche de la Navidad terrena de Dios, sino también en el horizonte del Adviento definitivo, al que se acerca continuamente la humanidad «sin saber ni el día ni la hora» (Mt 25, 13).

Con palabras realmente inspiradas, San Anselmo habla de ello en la Liturgia de las Horas:

«Deus est Pater rerum creatarum, et Maria mater rerum recreatarum. / Deus est Pater constitutionis omnium, / et Maria mater restitutionis omnium». «Dios es el Padre de las cosas creadas; / y María es la Madre de las cosas recreadas. / Dios es el Padre a quien se debe la constitución del mundo; / y Maria es la Madre a quien se debe su restauración».

De la Concepción Inmaculada tomó origen la obra de la renovación del hombre oprimido por la heredad del primer Adán.

Que la solemnidad de hoy haga surgir en nosotros un ardiente e incontenible deseo de esta renovación por todos los días de nuestra existencia terrena, y, a la vez, con la perspectiva definitiva.

La perspectiva de la realización de todas las cosas en Dios, del cumplimiento de todas las cosas en Dios: «Dios todo en todos» (1 Cor 15,28).

Que Ella, «la Inmaculada Concepción» —que vino al mundo como la «Llena de gracia»— nos lleve siempre hacia esa renovación en Cristo, según las palabras del Evangelio: «De su plenitud todos hemos recibido» (Jn 1, 16).

Que sea Ella la luz de nuestro Adviento.

Ave, Maris Stella

VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA ALBORADA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Guayaquil, jueves 31 de enero de 1985

Señor arzobispo,
hermanos obispos,
autoridades,
queridos hermanos y hermanas:

1. Con gozo me uno a vosotros para orar junto a la Madre común en este templo mariano. Con su reciente construcción la diócesis de Guayaquil y su arzobispo, a quien saludo con fraterno afecto, han querido dejar a la posteridad un recuerdo visible del nacimiento de la Virgen María.

Habéis elegido para este santuario el sugestivo título de Nuestra Señora de la Alborada, que nos habla con gran belleza simbólica de la primera luz que anuncia el día. María es, en efecto, la luz que anuncia la proximidad del Sol a punto de nacer, que es Cristo. Donde está María, aparecerá pronto Jesús. Con su presencia luminosa y resplandeciente, la Virgen Santísima inunda de luz que despierta la fe, dispone la esperanza y enciende la caridad. Por su parte, Ella es sólo y nada menos que un reflejo de Jesucristo, «Oriente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia (Liturgia Horarum, «Ant. ad Magníficat», die 21 dec.) como la alborada, sin el sol dejaría de ser lo que es.

El Papa Pablo VI nos enseña, queridos hermanos y hermanas, que «en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de El» (Marialis Cultus, 25). María es la primera criatura iluminada; iluminada antes incluso de la aparición visible del Sol. Porque María procede del sol de santidad: «Quién es ésta que avanza cual aurora, bella como la luna, distinguida como el sol?» (Cant. 6, 10). No es otra sino la gran señal que apareció en el cielo: «Una mujer revestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza» (Αpοc. 12, 1).

2. En los albores de nuestra esperanza se insinúa ya la figura de María Santísima: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, entre su linaje y el tuyo: él te aplastará la cabeza» (Gen. 3, 15). Ya desde esas palabras queda de manifiesto la intención divina de elegir a la mujer como aliada en la lucha contra el pecado y sus consecuencias. En efecto, según esa profecía, una mujer señalada estaba destinada a ser el instrumento especialísimo de Dios para luchar contra el demonio. Sería la madre del que aplastaría la cabeza del enemigo. Pero el descendiente de la mujer, que realizará la profecía, no es un simple hombre: es plenamente hombre, sí, gracias a la mujer de la que es hijo; pero es también, a la vez, verdadero Dios. «Sin intervención de varón y por obra del Espíritu Santo» (Lumen Gentium, 63), María ha dado la naturaleza humana al Hijo eterno del Padre, que se hace así nuestro hermano.

Hacia Ella camina toda la historia de la Antigua Alianza. Ella es la perfecta realización del resto santo de Israel: de aquellos «pobres de Yaνé» que son herederos de las promesas mesiánicas y portadores de la esperanza del Pueblo de Dios. El «pobre de Yavé» es el que se adhiere con todo el corazón al Señor, obedeciendo su ley. Pero María «sobresale entre los humildes y pobres del Señor que confiadamente esperan y reciben de El la salvación. Finalmente, con Ella misma, Hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos» (Ibid. 55). En María se sublima la vida de los justos del Antiguo Testamento.

3. María es, hermanos obispos y fieles todos, la criatura que recibe de manera primordial los rayos de la luz redentora: «Efectivamente, la preservación de María del pecado original, desde el primer instante de su ser, representa el primero y radical efecto de la obra redentora de Cristo y vincula a la Virgen, con un lazo íntimo e indisoluble, a la encarnación del Hijo, que, antes de nacer de Ella, la redime del modo más sublime» (Ángelus, 8 de diciembre de 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 2 (1983) 1269).

Su Concepción Inmaculada hace de María el signo precursor de la humanidad redimida por Cristo, al ser preservada del pecado original que afecta a todos los hombres desde su primer instante, y que deja en el corazón la tendencia a la rebelión contra Dios. La Concepción Inmaculada de María significa, pues, que Ella es la primera redimida, alborada de la Redención, y que para el resto de los hombres redención será tanto como liberación del pecado.

4. Pero María, mis amados hermanos y hermanas, no es aurora de nuestra redención a modo de instrumento inerte, pasivo. En el alba de nuestra salvación resuena su respuesta libre, su fiat, su sí incondicional a la cooperación que Dios esperaba de Ella, como espera también la nuestra.

La iniciativa salvadora es ciertamente de la Trinidad Santísima. La virginidad perpetua de María ― fielmente correspondida por San José, su virginal esposo ― expresa esa prioridad de Dios: Cristo, como hombre, será concebido sin concurso de varón. Pero esa misma virginidad que perdurará en el parto y después del parto, es también expresión de la absoluta disponibilidad de María a los planes de Dios.

Su respuesta marcó un momento decisivo en la historia de la humanidad. Por eso los cristianos se complacen en repetirla en el rezo diario del Ángelus y tratan de asimilar la disposición de ánimo que inspiró esas palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Luc. 1, 38).

El gozoso «fiat» de María testimonia su libertad interior, su confianza y serenidad. No sabía cómo se realizarían en concreto los planes del Señor. Pero lejos de temer y angustiarse, aparece soberanamente libre y disponible. Su «» a la Anunciación significó tanto la aceptación de la maternidad que se le proponía, como el compromiso de María en el misterio de la Redención. Esta fue obra de su Hijo. Pero la participación de María fue real y efectiva. Al dar su consentimiento al mensaje del ángel, María aceptó colaborar en toda la obra de la reconciliación de la humanidad con Dios. Actúa conscientemente y sin poner condiciones. Se muestra dispuesta al servicio que Dios le pide.

Queridos hermanos y hermanas: en María tenemos el modelo y guía para nuestro camino. Sé que está aquí presente un numeroso grupo de jóvenes que quiere vivir generosamente su vida cristiana. A vosotros, jóvenes de Guayaquil, os aliento a mantener, como María, una actitud de apertura total a Dios. Mantened, como Ella, vuestra mirada fija en el Dios santo que está siempre misteriosamente cerca de vosotros. Contemplando a ese Dios próximo, a Cristo que pasa junto a vosotros tantas veces, aprended a decir: «Hágase en mí según tu palabra». Y aprended a decirlo de modo pleno, como María: sin reservas, sin temor a los compromisos definitivos e irrevocables. Con esa actitud de disponibilidad cristiana —aunque cueste— que señalaba ayer en Quito a los jóvenes del Ecuador, y por tanto también a vosotros.

5. María nos precede y acompaña. El silencioso itinerario que inicia con su Concepción Inmaculada y pasa por el sí de Nazaret que la hace Madre de Dios, encuentra en el Calvario un momento particularmente señalado. También allí, aceptando y asistiendo al sacrificio de su Hijo, es María aurora de la Redención; y allí nos la entregará su Hijo como Madre. «La Madre miraba con ojos de piedad las llagas del Hijo, de quien sabía que había de venir la redención del mundo» (S. Αmbrosio, De institutione virginis, 49). Crucificada espiritualmente con el Hijo crucificado (Cf.. Gel. 2, 20), contemplaba con caridad heroica la muerte de su Dios, «consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado» (Lumen Gentium, 58). Cumple la voluntad del Padre en favor nuestro y nos acoge a todos como a hijos, en virtud del testamento de Cristo: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Io. 19, 26).

«He ahí a tu Madre», dijo Jesús a San Juan: «y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa» (Ibíd.. 19, 27). El discípulo predilecto acogió a la Virgen Madre como su luz, su tesoro, su bien, como el don más querido heredado del Señor en el momento de su muerte. El don de la Madre era el último don que El concedía a la humanidad antes de consumar su Sacrificio. El don hecho a nosotros.

Pero la maternidad de María no es sólo individual. Tiene un valor colectivo que se manifiesta en el título de Madre de la Iglesia. Efectivamente, en el Calvario Ella se unió al sacrificio del Hijo que tendía a la formación de la Iglesia; su corazón materno compartió hasta el fondo la voluntad de Cristo de «reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos» (Ibid. 11, 52). Habiendo sufrido por la Iglesia, María mereció convertirse en la Madre de todos los discípulos de su Hijo, la Madre de su unidad. Por eso, el Concilio afirma que «la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la venera, como a Madre amantísima, con afecto de piedad filial» (Lumen Gentium, 53). ¡Madre de la Iglesia! ¡Madre de todos nosotros!

6. Los evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de manera especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de su resurrección. Efectivamente, el papel corredentor de María no cesó con la glorificación del Hijo.

Pentecostés nos habla de la presencia de María en la Iglesia naciente: presencia orante en la Iglesia apostólica y en la Iglesia de todo tiempo. Siendo la primera la aurora ― entre los fieles, porque es la Madre, sostiene la oración común.

Como ya advertían los Padres de la Iglesia, esta presencia de la Virgen es significativa: «No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María, la Madre del Señor, con los hermanos de éste» (S. Cromacio de Aquilea, Sermo XXX, 7: S. CH. 164, p. 134; Pablo VI Marialis Cultus, 28).

Por eso, como recordaba hace casi dos años en este mismo continente, «desde los albores de la fe y en cada etapa de la predicación del Evangelio, en el nacimiento de cada Iglesia particular, la Virgen ocupa el puesto que le corresponde como Madre de los imitadores de Jesús que constituyen la Iglesia» (Homilía en el Santuario mariano de Nuestra Señora de Suyapa, n. 2, 8 de marzo de 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 1 (1983) 649). Sí, María está presente en nuestro camino.

7. María sigue siendo nuestra alborada, nuestra primicia, nuestra esperanza. Durante su vida terrena, fue signo y anticipo de los bienes futuros; ahora, glorificada junto a Cristo Señor, es imagen y cumplimiento del reino de Dios. A él nos llama, en él nos espera.

Ha sido la primera en seguir a Cristo, «primogénito entre muchos hermanos» (Cf.. Col. 1, 18). Elevada en cuerpo y alma al cielo, es la primera en heredar plenamente la gloría. Y esa glorificación de María es la confirmación de las esperanzas de cada miembro de la Iglesia: «Con El (con Cristo) nos ha resucitado y nos ha sentado en el cielo con El» (Eph. 2, 6). La Asunción de María a los cielos manifiesta el futuro definitivo que Cristo ha preparado a nosotros los redimidos.

8. Por otra parte, mis queridos hermanos y hermanas, María gloriosa en el cielo sigue cumpliendo su función maternal. Sigue siendo la Madre de Cristo y la Madre nuestra, de toda la Iglesia, que tiene en María el prototipo de su maternidad.

María y la Iglesia son templos vivientes, santuarios e instrumentos por medio de los cuales se manifiesta el Espíritu Santo. Engendran de manera virginal al mismo Salvador: María lleva la vida en su seno y la engendra virginalmente; la Iglesia da la vida en el agua bautismal, en los Sacramentos y en el anuncio de la fe, engendrándola en el corazón de los fieles.

La Iglesia cree que la Santísima Virgen, asunta al cielo, está junto a Cristo, vivo siempre para interceder por nosotros (Cf.. Hebr. 7, 25), y que a la mediación divina del Hijo se une la incesante súplica de la Madre en favor de los hombres, sus hijos.

María es aurora y la aurora anuncia indefectiblemente la llegada del sol. Por eso os aliento, hermanos y hermanas todos ecuatorianos, a venerar con profundo amor y acudir a la Madre de Cristo y de la Iglesia, la «Omnipotencia suplicante» (Omnipotentia supplex), para que nos lleve cada vez más a Cristo, su Hijo y nuestro Mediador.

9. A Ella encomiendo ahora vuestras personas e intenciones y las de cada hijo del Ecuador.

Le encomiendo la protección sobre vuestras familias. Sobre los niños que se gestan en el seno materno. Sobre las criaturas que abren sus ojos a este mundo.

Le encomiendo las ilusiones de vuestros jóvenes: ilusiones que, si toman por modelo la generosidad de la Santísima Virgen, serán una gozosa realidad de servicio a Dios y a la humanidad.

Le encomiendo el trabajo de vuestras manos y de vuestras inteligencias.

Le encomiendo el sereno atardecer de vuestros ancianos y enfermos. Que sea para todos Alborada de Dios, la presencia maternal de Santa María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo. Amén

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LOS JÓVENES DE LA TENDÓPOLIS MARIANA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Martes 23 de julio de 1985

¡Queridos participantes en la Ciudad Mariana de Tiendas!

¡Estoy muy contento de conocerte! Os habéis reunido en el santuario del Amor Divino por la iniciativa mariana, renovada desde hace diez años y, habiendo venido de todas las regiones de Italia y también del extranjero, pasáis ocho días juntos en oración, diálogo, reflexión. el tema: “María, perfecta armonía del amor humano y divino”.

Os agradezco vuestra visita a Castel Gandolfo, que demuestra vuestra fidelidad a la Iglesia y también vuestro afecto por el Papa y deseo expresaros a cada uno de vosotros, al P. Pasquale Silla, rector y párroco del santuario, a los colaboradores y gestores mi profunda satisfacción por vuestro encuentro de oración y formación que exige compromiso y sacrificio para todos, pero que ciertamente ilumina vuestras mentes y os prepara para el futuro de la sociedad y de la Iglesia, en el ambiente serio pero dulce del amor. y la imitación de María.

Esta es una semana de intensa actividad espiritual para ti: tienes oradores y profesores expertos y sensibles; tienes el entusiasmo de tu juventud, rico en ideales y buscando metas de auténtico testimonio cristiano, en el ardor de la fe, en la pureza de sentimientos y comportamientos, en el don de la caridad; sólo queda rezar fervientemente al Señor y a la Santísima Virgen para que te iluminen, confirmen tus propósitos, te apoyen en tus decisiones, para que la semana que pases en la Ciudad Mariana sea una etapa verdaderamente decisiva en el desarrollo de tu vida. la vida. ¡Hoy, en el mundo moderno, los cristianos necesitan certeza, coherencia y coraje!

Preparémonos ahora para la celebración eucarística.


Al final de la concelebración:

Subrayando el tema de estudio: “María, perfecta armonía del amor humano y divino”, quisiera llamar su atención sobre una declaración que escribí en la carta apostólica enviada a los jóvenes con motivo del Año Internacional de la Juventud. Así me expresé en la carta anterior: “El hombre sin Dios no puede comprenderse a sí mismo y no puede realizarse sin Dios. Jesucristo vino al mundo en primer lugar para hacernos conscientes de esto a cada uno de nosotros. Sin él, esta dimensión fundamental de la verdad sobre el hombre se hundiría fácilmente en las tinieblas "(Juan Pablo II, Epistula Apostolica ad iuvenes, Internationali vertente Anno Iuventuti dicato , 4, 31 de marzo de 1985: Enseñanzas de Juan Pablo IIVIII / 1 [1985] 764). Cristo, con su palabra de verdad y su gracia, es "la luz que ha venido al mundo" ( Jn 1, 9; 3, 19).

¡Queridos jóvenes! ¡Grande es tu fortuna al ser llamado a meditar sobre estos temas tan válidos y grande también tu responsabilidad! Os acompaño con mis oraciones y, recordando aquella histórica fecha del 25 de marzo del año pasado, cuando -con motivo del Jubileo de las familias durante el Año Santo de la Redención- encomendé a toda la humanidad, y por tanto a vosotros también, a la Inmaculada corazón. de María, concluyo este encuentro nuestro con la súplica que luego elevé ante la imagen de Nuestra Señora de Fátima: “¡Oh Madre de los hombres y de los pueblos! Tú que conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, tú que sientes maternalmente todas sus luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, que sacuden el mundo contemporáneo, recibes nuestro grito que, movido por el Espíritu Santo, dirigimos directamente a tu corazón. : Abraza, con el amor de Madre y Sierva del Señor, este mundo humano nuestro, que te confiamos y consagramos, llenos de preocupación por el destino humano y eterno de los hombres y de los pueblos. . . ¡Que la luz de la esperanza se revele a todos en tu inmaculado corazón! ”.

¡Entonces reza a María Santísima! Escuche y haga todo lo que ella, en nombre de Cristo y de la Iglesia, le diga.

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

SOLEMNE BEATIFICACIÓN DE MARÍA CLEMENTINA ANUARITE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Kinshasa, Zaire
Jueves 15 de agosto de 1985

1. Hoy la Iglesia mira los cielos abiertos: «Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y dentro de él se vio el arca de la Alianza» (Ap 11, 19).

Celebramos la Asunción de María, la Madre de Dios, la Virgen, la Madre de nuestro Redentor.

Y es precisamente a Ella a quien la Iglesia reconoce en el signo grandioso que aparece en el cielo: «Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas» (Ap 12, 1). Sí, María es signo del mundo nuevo. Del mundo congregado en Dios, del mundo transfigurado en Dios. Transfigurado por la potencia de la resurrección de Cristo.

En efecto, como «por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida» (1 Cor 15, 22): Todos tendrán la vida eterna en el mismo Dios. La primera que entra en esta vida en plenitud es María.

2. Y por ello hoy, día de la Asunción, la Iglesia recuerda el momento en que María cantó el «Magnificat»: dentro de la casa de Zacarías. «Engrandece mi alma al Señor / y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador ... ¡El Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo!» tl.c 2, 46-47, 49).

Aquel día, con motivo de su visita a su pariente Isabel, María manifestó mediante estas palabras la alegría de su alma ante el misterio de la Maternidad divina que era su destino por la gracia de la Santísima Trinidad.

Hoy, con esas mismas palabras, Ella expresa la alegría de su alma ante el misterio de la Asunción, fruto definitivo de su Maternidad divina por la gracia de la Santísima Trinidad.

María adora a Dios, María proclama las «maravillas» de Dios que el Poderoso ha realizado en Ella y por Ella.

3. Hoy, con María elevada a los cielos, la Iglesia adora a Dios, en la Iglesia que está en vuestro país, en el Zaire. En Kinshasa, la capital, y en todas las provincias, en Kasai, en Kivu, en el Bajo Zaire, en Ecuador, en Bandudu, en el Alto Zaire, donde vivió Anuarite Nengapeta.

Me siento feliz de orar con todos vosotros, con todos los cristianos de las diócesis del Zaire, de las parroquias, de los monasterios de contemplativos, de las comunidades religiosas. Y me siento particularmente unido al arzobispo de Kinshasa, el cardenal Malula, y a todos mis hermanos en el Episcopado. Les doy las gracias también por el celo con el que han preparado la beatificación.

Dios «ha mirado la humildad de su esclava» (cfr. Lc 1, 48) y el amor indiviso de una hija de esta tierra. Y le permite participar hoy en la gloria de la Madre de Dios, en la gloria de todos los santos y de todos los bienaventurados.

Un día, Anuarite había anotado en su diario personal estas palabras: «Amar al Señor, porque él ha hecho por mí cosas grandes, cuanto es grande su bondad». Expresaba en ellas el sentido de su vida, haciendo suya la misma oración de la Virgen.

Es una dicha que sea aquí, en su país, vuestro país, y el día en que se celebra la gloria de la Virgen María, donde la Iglesia proclama Beata su hija Merie-Clementine Anuarite. Podemos admirarla y tomarla como modelo tanto más gustosamente cuanto que su figura resulta temporalmente muy próxima a nosotros; ella es verdaderamente una figura representativa de vuestra comunidad cristiana, que ilustra con sus méritos y su santa fidelidad al Señor.

Anuarite pasó toda su existencia en el Alto Zaire, entre Wamba y Bafwabaka. No parecía dotada de cualidades fuera de lo ordinario. Una niña modesta, que aceptaba sus límites, pero que trabajaba con perseverancia por superarlos, tenia un temperamento a veces vivo, jovial; y en otros momentos conocía la inquietud y el sufrimiento. Con toda espontaneidad, se mostraba disponible para los otros, deseando simplemente ayudar y acoger con delicadeza.

Siendo aún niña, había recibido el bautismo al mismo tiempo que su madre. La fe crece en ella y se convierte en un motivo poderoso en la orientación de su vida. Siendo aún jovencísima, quiso consagrar su vida al Señor como religiosa: la comunidad de la Jamaa Takatifu, la congregación dedicada especialmente a tareas de educación, le dio su constancia en el trabajo, su sentido del servicio, el amor a sus jóvenes alumnas, su atención a los pobres y a los enfermos, la alegría que sabía compartir, su deseo de progresar espiritualmente. Los miembros de su familia y de su congregación, que se hallan presentes en este día, sienten la alegría de poder dar testimonio de sus cualidades.

Anuarite se había empeñado en seguir al Señor sin reservas; le había entregado su fidelidad y consagrado su virginidad. Y, día tras día, con afecto y profundidad, oraba a la Madre de Cristo; se la veía como inmersa en la oración ante la imagen de Nuestra Señora o rezando atentamente el rosario con sus hermanas o con los niños de que se ocupaba. María iluminaba su fe, la sostenía, la instruía. Simplemente: Anuarite amaba a la Madre del Señor. Un signo conmovedor era su apego a la imagencita que conservó con ella hasta su muerte.

Llega el tiempo de la prueba y esta joven religiosa la afronta: la fe, el sentido del compromiso adquirido, el valor primordial que otorga a la virginidad, una oración intensa y el apoyo de la comunidad le permiten permanecer inquebrantable. En la terrible ansiedad de ver mancillada su virginidad y con peligro de su propia vida, Anuarite dice: «Mi alma está ahora inquieta». Palabras que recuerdan las de Jesús (cfr. Jn 12, 27), y que muestran cómo penetra el Evangelio en la vida de esta jovencita consagrada. Supera la intranquilidad de la angustia; su valentía no conoce la debilidad, sostenida por la presencia afectuosa de sus superioras y de sus hermanas.

Anuarite mostró una audacia digna de los mártires que, desde Esteban de Jerusalén, jalonan la historia de la Iglesia por su imitación heroica de Cristo. Para defender a su superiora, amenazada a causa de su propia negativa se atreve a decir: «Me mataréis sólo a mi». Cuando los golpes mortales caen sobre ella, sus hermanas oyen claramente cómo dirige estas palabras al que la golpea: «Os perdono, porque no sabéis lo que hacéis»; y además: «Así lo he deseado». De la forma más directa, Anuarite sigue a Cristo, a quien se había entregado: como El, ella perdona; como El, ella realiza su sacrificio: y yo mismo, en nombre de toda la Iglesia, perdono de todo corazón.

4. En el Evangelio, cuando María llegó ante la casa de Zacarías, Isabel «dijo a voz en grito: ... ¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 42, 45).

También ella, la hija de vuestra tierra, Anuarite Nengapeta, creyó en el cumplimiento de la promesa de Dios sobre ella: era una de las que habían escogido no casarse por el reino de Dios, había meditado el ejemplo de las antiguas vírgenes mártires, había quedado impresionada por el ejemplo de María Goretti y por el de los Mártires de Uganda. Anuarite conocía el precio que podía costarle su fidelidad. Escuchó las palabras de Cristo: «No hay amor más grande que dar su vida» (cfr. Jn 15,3).

En la hora de la tempestad, no duda en poner por encima de todas las cosas el valor de su consagración a Cristo en la castidad perfecta. La tarde de su muerte, había dicho en la casa azul de Isiro: «He renovado mis votos; estoy dispuesta a morir». Anuarite es un testimonio firme del valor incomparable de un compromiso asumido. frente a Dios y sostenido por su gracia.

Bienaventurada aquella que, muy cerca de nosotros, mostró la belleza del don total de sí misma por el reino. La grandeza de la virginidad consiste en el ofrecimiento de todas las capacidades propias de amar para que, libre de cualquier otro lazo, todo el ser pueda amar al Señor como a un Esposo y a aquellos a quienes el Señor ama. No existe en ello desprecio alguno del amor conyugal; sabemos que Anuarite se preocupaba por ayudar a las parejas cercanas a ella para que mantuvieran la fidelidad de su propio compromiso, cuya belleza ella misma alababa.

Lo que la conduce al martirio es precisamente el valor primordial de la fidelidad. El martirio significa precisamente ser testigo: Anuarite forma parte de esos testigos que animan y sostienen la fe y la generosidad de los hermanos y hermanas. Cuando, en la noche del 30 de noviembre de 1964, todas las hermanas se ven amenazadas, golpeadas, heridas, el sacrificio de Anuarite, lejos de intimidarlas, las alienta en su firmeza y las ayuda a atravesar la prueba en la paz. He aquí un signo elocuente del testimonio de esperanza que supuso la muerte de una de ellas. Recordemos la lectura de San Pablo: «Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto... ». Por Cristo todos volverán a la vida (1 Cor 15, 20. 22).

5. Por esta razón, ella —esta hija de vuestra tierra— puede cantar hoy el «Magnifícat» con María, como lo cantaron sus hermanas en el momento en que ella entregaba su vida en medio de ellas. En su sacrificio, se manifestó el poder de Dios «las maravillas» de Dios se han renovado.

Con toda razón puede cantar ella: «El Poderoso ha hecho obras grandes en mí ... El hace proezas con su brazo... enaltece a los humildes... Su nombre es santo... Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 49. 51-52.49.48).

6. Este cántico de acción de gracias y de alabanza, podéis cantarlo todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, con Anuarite: aquí tenéis, en efecto, el primer fruto del centenario del bautismo de vuestra patria, que celebramos juntos hace poco tiempo; ¡el fruto perfecto de la gracia del santo bautismo, la primera hija del Zaire a quien la Iglesia proclama solemnemente Beata, mártir de la fe entre vosotros!

Es un gran acontecimiento en la historia de la Iglesia en vuestra tierra. Me alegro de poder estar presente entre vosotros —como Sucesor de Pedro— en este día señalado. Y de poder cantar, con vosotros y con vuestra Beata, el Magníficat mariano en la solemnidad de la Asunción.

Sí, el poder de Dios se manifiesta en la «maravilla» que es María, la Madre de Dios, que ha entrado en la gloria del reino. Como primera de todos los santos, Ella ilumina la ruta de todos los hombres y de todas las mujeres.

Anuarite había respondido a la vocación de la virginidad libre- mente ofrecida. Y miradla como se une al enorme cortejo de estas vírgenes que, desde época romana a principios del primer milenio, han entregado su vida por Cristo: Blandina, Agueda, Lucía, Inés, Cecilia, Pelagia, Solange... Con las vírgenes mártires que la habían precedido, la Beata Anuarite anima a aquellos que se comprometen a la castidad respondiendo a su vocación religiosa.

7. Pero en toda condición, en todo lugar, en todo tiempo el Señor llama a aquellos por los que ha entregado a su Hijo para que lo sigan por los caminos de la santidad. La vocación de los esposos consiste en vivir un amor exigente y generoso en su unión, pues el camino de su perfección pasa por el don de toda su persona a su cónyuge, por la transmisión de la vida a los hijos y la dedicación que exige su educación. Viviendo su matrimonio como una respuesta activa al amor del Señor, los esposos se unen a la acción de gracias: «El Señor ha hecho obras grandes por mí».

Hermanos y hermanas, repitamos juntos ésta oración, pues a todos nos ha sido concedido acoger a Cristo, «luz verdadera que ilumina a todo hombre». «A cuantos lo recibieron dioles poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1, 9. 12). «Con El hemos sido sepultados en el bautismo para participar en su muerte ... para que también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6, 4).

Jóvenes o ancianos, conocidos o desconocidos, humildes o poderosos, la todos nosotros Cristo nos permite cada día compartir con generosidad los bienes de la tierra y de la vida, superar nuestras debilidades y nuestras divisiones, avanzar con entusiasmo hacia un mundo renovado, pues la fuerza del amor rompe las cadenas del egoísmo y del odio. Día tras día, en la fe y el amor que Dios pone en nuestros corazones, podemos escuchar la llamada de Jesús. Con humildad y con alegría, cada uno puede ofrecer las penas y los éxitos de los hombres, unido al Hijo de Dios que entrega su Cuerpo y su Sangre por muchos para la remisión de los pecados. ¡En esta Eucaristía, que el Espíritu del Señor nos congregue en un solo Cuerpo en la santidad de Cristo! ¡Que El nos instruya en su ofrenda! ¡Que nos haga firmes en la esperanza y capaces de anunciar a nuestros hermanos la Buena Nueva que el mundo salvado recibe de la santidad de Dios!

8. Así pues, la Iglesia ve hoy «el cielo abierto» en la tierra hermosa y rica de Zaire: gracias a la solemnidad de la Asunción de la Madre de Dios; gracias así mismo a esta primera beatificación de una hija de vuestra tierra, gracias al empeño generoso de los hijos e hijas de este pueblo en el servicio del Señor y el amor a sus hermanos.

El pueblo de toda vuestra tierra se alegra. El África negra se alegra. Toda la Iglesia católica se alegra y da gracias por el testimonio de los hermanos de África.

¡Que la alegría de esta gran jornada abra un nuevo capítulo en la historia del Pueblo de Dios sobre esta tierra santificada y dichosa! Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A TOGO, COSTA DE MARFIL II, CAMERÚN I,
REPÚBLICA CENTROAFRICANA, ZAIRE II, KENIA II, MARRUECOS

ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD DIOCESANA EN LA CATEDRAL

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María
Kinshasa (Zaire) - Jueves 15 de agosto de 1985

Queridos amigos.

1. En esta fiesta de la Asunción, después de la misa solemne en la que, esta mañana, tuve la alegría de anunciar la beatificación de tu hermana Anuarite en tu tierra, me alegro de encontrarte en esta catedral junto a tus obispos.

Ofrezco mi cordial saludo a todos ustedes que tienen la tarea de animar la evangelización de este gran país, en la diversidad de sus situaciones y funciones. Les traigo los buenos deseos y el aliento del Sucesor de Pedro, que escribió a los primeros cristianos: "Siervo y apóstol de Jesucristo, a los que han recibido en suerte con nosotros la misma fe preciosa por la justicia de nuestro Dios y Salvador. Jesucristo: gracia y paz os sean concedidas en abundancia, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús ”( 2 Pe 1, 1-2).

Agradezco su deseo de situar nuestro encuentro en el contexto de una liturgia de la palabra , que culmine en la profesión religiosa de muchos de sus hermanos y de muchas de sus hermanas. ¡Qué magnífico seguimiento de nuestra celebración de esta mañana, bajo el patrocinio de Notre-Dame de Zaire y del Beato Anuarite!

2. Hemos escuchado el Evangelio. Me gustaría meditar sobre la enseñanza de esta parábola de Jesús : la dirige a sus discípulos, a ustedes mismos, agentes de la evangelización en Zaire.

Les propongo que den gracias por los talentos que el Señor les ha confiado. En primer lugar, es su hermoso país, en el que la tierra es generosa. Entonces es la vida que tienes. Tus cualidades de espíritu y corazón. La comunidad humana en la que naciste, que te formó, que te transmite el legado de sus cualidades ancestrales, de sus valores insustituibles. ¡Es la naturaleza del hombre y toda la obra del Creador!

Entre los talentos que habéis recibido está también la incansable fidelidad de Dios a la propia criatura, incluso cuando se aleja de él, cuando degrada su obra, cuando ya no sabe reconocer el rostro del Padre del amor total. Dios se unió a nosotros, multiplicando los pactos con nosotros. Cuando llegó el momento, nos envió a su propio Hijo , que dio su vida para unirnos en su amor. Nos llamó a llevar su palabra de esperanza al mundo, a constituir su Iglesia, su pueblo.

Frente a nuestro Creador y Salvador, que nos confía tantas riquezas verdaderas, somos los siervos felices para hacerlas fructificar.

3. Y es nuestra responsabilidad , también dice la parábola, no dejar los talentos ocultos. El hecho de que el Maestro cuente con nosotros para participar de su obra creadora y salvadora nos llena de dignidad Ciertamente, cada uno de nosotros es un modesto constructor, que trabajaría en vano si el Señor no diera el edificio solidez y vitalidad a la comunidad (cf. Sal 127, 1). Y quiere que seamos responsables hasta el punto de que nuestra propia vida eterna se vea afectada por la respuesta que le demos a su confianza. La parábola de los talentos no nos permite olvidar la gravedad de nuestro rechazo.

Hermanos y hermanas, les repito en el nombre del Señor: sean servidores buenos y fieles. Para que el tesoro dé fruto, debes usar tus habilidades, cada una según su función, para hacer que tus hermanos descubran el plan de Dios. Día y noche traes la palabra de verdad y esperanza. Ve y dile a tus hermanos: "¡Hemos encontrado al Mesías" ( Jn 1, 41)! "Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado"; puedes cumplir la misión encomendada por Cristo resucitado, puedes cumplirla, porque la promesa es cierta: "He aquí, estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos" ( Mt28, 19-20). ¡Comparte con los demás el amor que te ama! ¡Construye el templo espiritual (cf.1 P 2, 5)!

Sé que puede estar cansado y tentado a tomar otros caminos distintos al que el Señor le ha llamado. Sé las contradicciones que encuentras en un mundo indiferente y, a veces, hostil al mensaje que llevas. Sin embargo, no se desanime. Escuchen a Jesús que les dice: "No temas, manada pequeña, porque a vuestro Padre le agrada daros su reino" ( Lc 12, 32).

4. Es una feliz circunstancia que sacerdotes, religiosos y laicos estén reunidos aquí, ya que es la misma tarea en la que tú estás ocupado. Sus diferentes roles contribuyen a un solo trabajo, al igual que los diferentes miembros forman el mismo cuerpo. Para que el admirable talento que constituye la base de la Iglesia dé frutos en esta tierra de Zaire, que todos unan sus esfuerzos, sean nacidos en este país o venidos de fuera de él, sean ministros ordenados, hombres y mujeres. mujeres consagradas o laicos comprometidos.

Guiados por la palabra de Dios, tranquilizados por la presencia del Señor, ustedes hacen posible el encuentro fructífero entre el hombre africano y el Evangelio . Enraizar en la cultura, bien entendido, significa el crecimiento de la Iglesia en esta tierra, representa la forma concreta de la alianza entre Dios y los hombres, en este lugar y en este tiempo. Es la aceptación de la verdad universal por parte de una comunidad humana dotada de su propia sensibilidad particular, formada por su propia búsqueda larga del sentido de la vida. Así la planta crece y se convierte en un árbol que "hace ramas tan grandes que las aves del cielo pueden refugiarse en su sombra" ( Mc 4, 32).

Recordemos siempre que el pacto de Dios con los hombres resulta de la iniciativa del Creador y Salvador. La fidelidad del pueblo a su Señor presupone una apertura llena de humildad al mensaje evangélico, que no es el suyo, así como la observancia de algunas reglas fundamentales de vida. Implementar la alianza para construir la Iglesia requiere de nuestra parte adherirnos a los valores expresados ​​por el Evangelio, que la Iglesia ha vivido universalmente a lo largo de los siglos. Tus tareas de animación de la comunidad,de formación, de predicación, de apoyo ayudan a iluminar a tus hermanos y hermanas para que lleven su vida en el espíritu de la moral cristiana.

5. Entre las numerosas áreas en las que opera , quisiera mencionar solo algunas, en pocas palabras, por su particular importancia para que la dignidad de la persona humana sea respetada tanto en la vida social como en las decisiones individuales.

Pienso en primer lugar en la familia, en la santidad del matrimonio . Ayuden a los jóvenes a preparar conscientemente su propia unión, para que la fidelidad de su amor refleje la de Dios. Que los esposos sean lo suficientemente generosos para que la pareja sea estable, feliz y constituya un ambiente propicio para el florecimiento de los hijos. Conoces la doctrina de la Iglesia. Haga todo lo posible para que se entienda y se cumpla.

Muchos de vosotros tenéis responsabilidades educativas , y sé cuánto trabaja la Iglesia para ayudar a los jóvenes a que estén bien preparados para entrar en la vida activa y afrontar, con madurez y con la máxima capacidad, las dificultades que inevitablemente les aguardan. Mantengan su fe, ayúdenles a encontrar el sentido de su vida y a comprender su vocación, a la luz del Evangelio y en el espíritu comunitario al que la tradición africana tan bien les puede disponer.

Otros brindan numerosos servicios de salud . Que se animen con la atención privilegiada que el Señor siempre ha mostrado a los enfermos. Ayudar a iniciar al mayor número posible de personas para trabajar en el campo de la salud y acompañar a los que sufren es una tarea noble en la que la Iglesia siempre ha visto el ejercicio de un auténtico amor al prójimo.

En la comunidad nacional, todo lo que tiene que ver con el desarrollo también es un deber. Al participar en ella, los cristianos se insertan en el proyecto de la creación, respondiendo a la palabra del Señor que desde el principio confió la tierra al hombre para que viva en ella (cf. Gn 1, 26-29). La participación en el desarrollo es indispensable; Sé que te dedicas a ello con preocupación por la justicia y la armonía en la sociedad, y en particular que apoyas a los más pobres y te preocupas por el empleo juvenil.

6. Queridos amigos que asumen muchas responsabilidades entre los cristianos de Zaire, su vocación les ha llevado a hacerse cargo de los "talentos" confiados por el Señor. Ya sean sacerdotes, religiosos o laicos comprometidos, es una gracia poder responder con generosidad a este llamamiento. Para que, a lo largo de los años, sean buenos y fieles servidores de Cristo, les exhorto encarecidamente a unificar el compromiso activo y desinteresado en su vida personal con la vida de oración y con la cultura intelectual.

Por supuesto, el tipo de formación variará según sus condiciones de vida y la naturaleza de su tarea. Sin embargo, mi invitación urgente está dirigida a todos. Alcanzarás el equilibrio y serás feliz si nunca dejas de profundizar tu vida espiritual, de estudiar la palabra de Dios y la doctrina de la Iglesia, mientras progresas en el dominio de las más diversas técnicas que te son útiles para el ejercicio de tus funciones. Y llegará a esto tanto mejor cuanto más abierto esté al intercambio fraterno en la comunidad, así como a las indicaciones de sus pastores y superiores.

En cuanto al significado del mensaje cristiano , es importante considerarlo en toda su amplitud , buscar una mirada global sin descuidar ciertos aspectos aparentemente más difíciles, en beneficio de otros en los que se encuentran los propios centros de interés. más espontáneamente. El dinamismo generoso de la evangelización cumple mejor su propósito si pasa por una buena comprensión del contenido del mensaje en su totalidad, así como por la profunda disponibilidad espiritual del portador del mensaje hacia el Señor que lo envía a sus hermanos.

Queridos hermanos y hermanas, es a todos ustedes a quienes me he dirigido, porque son agentes de una misma evangelización.

La Iglesia cuenta de manera particular con el papel específico de los laicos en el mundo, así como de aquellos que, a tiempo completo o parcial , realizan tareas esenciales con inmensa dedicación, en la catequesis, en la liturgia, en la animación de los grupos de oración. y otros movimientos en servicios de caridad.

7. Ahora me gustaría expresar a los sacerdotesque participan en el sacerdocio plenario de su obispo, cuánto aprecio su desinterés personal en el ministerio. Los sacerdotes diocesanos nacidos aquí, los que forman parte de los institutos misioneros internacionales y los que han venido por el "fidei donum" aseguran juntos un servicio de primera importancia. Se les exige mucho, ya que el talento que se les confía es el sacerdocio instituido por Cristo en vísperas de su pasión. A través de ellos, el Señor reúne a los suyos y los envía a ser pastores de su rebaño. A través de ellos, se ofrece a todos la gracia de la presencia concreta del Salvador. A través de su sacerdocio, la Iglesia de un lugar determinado se une a la de la diócesis y a la Iglesia universal, que es el gran cuerpo de Cristo, uno en el mundo. Mediante su participación en el sacerdocio de Cristo,

Sacerdotes, hermanos míos, como sucesor de Pedro vengo a animaros. Tienes una tarea exigente que requiere la disponibilidad de toda tu vida, de todo tu corazón. Ruego al Señor que os haga felices en este ministerio sacerdotal en el que sois servidores de los servidores de Dios, siguiendo a Jesucristo que, amándonos hasta el final, ha tomado el lugar del que sirve entre nosotros (cf. Jn 13 : 1; Lc 22, 27).

8. Este día es particularmente importante para ustedes, queridos hermanos y hermanas comprometidos en la vida religiosa. Esta mañana recordamos y celebramos a tu bendita hermana Anuarite. Ahora, en medio de esta gran asamblea pastoral, un grupo de religiosas y religiosas emprende a su vez el camino del compromiso.

Anuaritarespondió plenamente a su vocación. La vemos ofrecer su vida por devoción al Señor, a quien ha ofrecido su castidad, obediencia y pobreza. Brillaba como un signo en el corazón de sus comunidades, en el centro de la Iglesia de Zaire. Tu vocación ha de ser, tú también, signo de que el servicio del Señor y de sus hermanos es un valor fundamental, hasta el punto de que algunos hombres y mujeres consagran toda su vida, todas sus energías, todas las propias al amor. Unos meses antes del martirio, en una jornada de reflexión, Anuarite había escrito lo esencial en su diario personal: “Nuestra vocación es el amor. Servir a Dios, al Señor Jesús cuando nos pidió sacrificio: el sacrificio de las cosas de este mundo, el sacrificio del amor humano, el sacrificio de la propia persona ”.

Iluminados por la devoción de Anuarite, todos los religiosos y religiosas, todos los consagrados que viven en este país renuevan sin reservas su compromiso de seguir a Cristo. Todos se unen para alabar al Señor. Pienso de manera particular en los monasterios contemplativos, testigos privilegiados de la vida ofrecida a Dios en la Iglesia.

Queridos hermanos y hermanas que están a punto de hacer la profesión de votos perpetuos y que serán consagrados al Señor, sepan que junto a sus superiores, el Papa, sus obispos y toda la comunidad les dan su aliento y les expresan su agradecimiento por tu devoción. En sus institutos, entregan toda su persona a Dios. Todo el pueblo de Dios confía en tu fidelidad, la fuerza de tu ejemplo y tu oración. La Iglesia cuenta con los servicios a los que te has dedicado a lo largo de los años, en particular a los más pobres, a los que esperan que la palabra de Dios sea escuchada y comprendida, a las comunidades que necesitan ser animadas y apoyadas por tu apoyo.

Al ofrecerse a Dios, prometen vivir pobres, castos y obedientes. Que las renuncias necesarias sean un gozo para ti, ya que son signo de amor verdadero. Para el sacrificio al que consientes, no faltará la fuerza del Espíritu Santo: él te permitirá cumplirlo junto con Jesús en la nueva y eterna alianza. Para ti que haces tus primeros votos, la cruz que recibirás será un testimonio diario de la presencia en tu vida de Jesús muerto y resucitado. A vosotras, profesas hermanas, vuestras superiores os entregarán en breve un anillo que bendigo; que sea el signo de tu unión sin reservas con el Dios fiel en la comunidad de tus hermanas. Toda la Iglesia, con los santos a los que ahora invocaremos, ruega por vuestra fidelidad al compromiso asumido.

Sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas que rodean a estos nuevos profesos, ¡damos gracias al Señor!

¡Que Notre-Dame de Zaire te apoye con su intercesión materna!

¡Y que el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe!

Que el ejemplo de Anuarite siga siendo una marca imborrable para ti. Amén.

VISITA PASTORAL A LIECHTENSTEIN

CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA DE LA NATIVIDAD DE MARÍA

HOMILIA DE JUAN PABLO II 

Eschen-Mauren (Liechtenstein)
Domingo 8 de septiembre de 1985

Queridos hermanos y hermanas.

1. Como Iglesia reunificada de Cristo, celebramos hoy la Natividad de la Santísima Virgen María. La liturgia nos invita a agradecer a la Santísima Trinidad por el nacimiento de la Madre de nuestro Salvador, "cuya santa vida ilumina a toda la Iglesia" ("Antífona de la Tercera").

El nacimiento de María trae luz y esperanza a todas las comunidades de Cristo y hoy en particular a la Iglesia de Liechtenstein. Este misterio forma el marco espiritual de la visita pastoral del Sucesor de Pedro a su Iglesia local. En él saludo a una parte de la antigua diócesis de Coira, cuyas raíces llegan hasta la provincia romana de Retia. Honras a los santos Lucio y Galo entre los primeros padres de tu fe, y a través de su obra misionera has sido, desde los albores del cristianismo, la Iglesia de Cristo en la zona de los Alpes y cerca del Rin que conecta a los pueblos. De muchas maneras, en el pasado y en el presente, has testificado reconocer a María también como Madre de tu Iglesia local y venerarla como Patrona de tu país, como ejemplo y esperanza de tu fe.

2. Las Escrituras de la liturgia de hoy nos llevan a considerar el misterio de María al mismo tiempo desde dos puntos de vista diferentes. El profeta Miqueas lo considera desde la distancia del antiguo pacto.

Su predicción anuncia el nacimiento del Mesías y Ungido: “. . . quien debe ser el gobernante de Israel. Sus orígenes son desde la antigüedad ”( Mi 5, 1). Con esto se entiende la palabra eterna de Dios, que es el Hijo de la misma naturaleza que el Padre. Él será nuestro "pastor en el poder del Señor"; con él viviremos "seguros"; porque él será nuestra "paz".

Al mismo tiempo, el profeta habla de la mujer, "que debe parir" ( Mi 5, 2). Una criatura, una mujer es elegida para desempeñar un papel decisivo en la obra salvífica de Dios; ella será la primera para quien la "seguridad" y la "paz" mesiánicas se cumplirán de manera concreta. Ella será bendita entre todas las mujeres; será un regalo para toda la humanidad, porque dará a luz al Salvador.

3. Al contrario, el evangelista Mateo observa muy de cerca el misterio de hoy. Aquí ya estamos en el centro de ese evento que el profeta Miqueas solo pudo delinear desde lejos.

María entra a la luz pública como mujer embarazada. Al principio, los hombres están desconcertados; parece avergonzado de ella. Pero entonces José, su esposo, llega a conocer la importancia de este hijo que está esperando: es querido de una manera única por Dios; es "del Espíritu Santo". Su nombre será "Jesús", nombre que indica su tarea futura: "Él salvará a su pueblo de sus pecados". Sí, será un auténtico "Emmanuel": en él "Dios está con nosotros": y José llevó consigo a su esposa (cf. Mt 1, 18-24). Así se declara por María y por el fruto de su cuerpo; se coloca valientemente al lado de la Madre del Salvador y soporta así la gran prueba de su vida.

4. De esta manera, las lecturas de hoy nos llevan a considerar desde dos puntos de vista diferentes el gran misterio de la palabra eterna que se hizo hombre y, al mismo tiempo, el misterio de la maternidad de María.

Meditamos cada año sobre este estrecho vínculo entre los dos misterios, en particular entre Navidad y Año Nuevo, entre el día del nacimiento de Cristo y el día de la maternidad de María; sin embargo, se debe dar una evidencia particular de este vínculo en el curso de la preparación de la celebración no lejana de los dos mil años del nacimiento humano de nuestro Redentor.

Dios eligió a María para convertirse en la Madre de Jesucristo. Según la fe de la Iglesia, toda la persona y la existencia de María están marcadas por esta llamada excepcional. Por eso miramos su entrada a este mundo, su nacimiento, con reverencia y gratitud; e incluso si no conocemos la fecha exacta de este nacimiento, cae inequívocamente en los años inmediatamente anteriores a esa noche santa en Belén.

5. La liturgia de hoy, sin embargo, no solo habla de hechos pasados. La lectura de la Carta de San Pablo a los Romanos nos recuerda el plan eterno de salvación de Dios con su significado siempre presente también para nuestro tiempo. Este plan surge directamente del hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre, "el primogénito entre muchos hermanos" ( Rom 8, 29 ).

Es la voluntad de Dios que seamos hermanos y hermanas de Jesús y que "participemos en la sustancia y la forma de su Hijo"; en Jesús ya ha "justificado" y "glorificado" a todos los que llamó a seguirlo. ¡Maravillosas palabras del apóstol, en las que la Iglesia reconoce la palabra de Dios mismo! Sí, el Señor ha hecho grandes cosas al hacernos miembros de su Iglesia. La alegría y la gratitud espontáneas deben fluir de nuestro corazón; nuestra respuesta debe ser amar a Dios en cuerpo y alma, con corazón y razón, con todas nuestras fuerzas. Sólo entonces podrá cumplirse también en nosotros lo que afirmaba grandiosamente la carta de San Pablo al principio: "Sabemos que todo obra por el bien de los que aman a Dios" (cf. Rm.8, 28-30). ¿Cómo se cumplieron estas palabras para el mismo Jesús, quien mediante el sacrificio de su vida se convirtió en nuestro Redentor? pero cómo también se hicieron realidad para María, la primera redimida, que por amor al Hijo permaneció preservada del pecado y, por tanto, se convirtió en Madre de todos los redimidos.

Así María, por su vocación a ser Madre de Cristo, participa de modo particular en esa llamada común, dirigida por Cristo a todos los hombres y que puede realizarse en comunión con él.

Si veneramos con amor el misterio del nacimiento de María, nos daremos cuenta cada vez más claramente de que por su "sí" y por su maternidad Dios está con nosotros. "Emmanuel" (Dios con nosotros): este es el nombre del Hijo de Dios, que vino a este mundo y que con su presencia fraterna santifica toda realidad humana y la abre a Dios.

6. Esto también se aplica a esa primera fuente de la comunidad humana que llamamos la familia. La fiesta de hoy del nacimiento de María y el misterio del nacimiento humano de Dios en el seno de la Sagrada Familia guían nuestra atención, durante esta celebración eucarística, precisamente en la familia.

Durante la audiencia particular para los peregrinos de Liechtenstein que vinieron a Roma hace dos años, tuve que decir, entre otras cosas, sobre la familia y su gran importancia para la vida natural y sobrenatural del individuo y para la sociedad: "Reconciliación personal con Dios es la premisa necesaria para que la reconciliación y la paz se hagan realidad también en la comunidad humana. Cada individuo está llamado a hacer su propia contribución. ¡Empiece en el contexto estricto de la familia! La Iglesia está convencida de que el bienestar de la sociedad y el suyo propio están íntimamente ligados al bienestar de la familia. Todo lo que ocurre por la curación y el fortalecimiento de la familia beneficia a toda la comunidad ”( Enseñanzas de Juan Pablo II, VI / 2 [1983] 767). Luego también advertí calurosamente: “La humanidad de hoy necesita urgentemente la reconciliación cristiana. Instituyémoslo y démoslo donde podamos dárselo a los demás: en nuestras familias, en nuestros lugares de trabajo, en la comunidad, en la comunidad de todas las personas ". ( Ibíd ).

Es precisamente en el círculo familiar cercano o en el vecindario donde a veces nos encontramos experimentando la dureza de la disputa y la intransigencia entre los hombres de una manera muy dolorosa. Como cristianos, debemos estar siempre dispuestos a pronunciar una palabra conciliadora y tender la mano a la reconciliación.

7. Un matrimonio que ha entrado en crisis; un matrimonio que desde el punto de vista humano está próximo a la ruina; un matrimonio agobiado por el distanciamiento mutuo de los cónyuges puede ser salvado por los cónyuges sólo con la condición de que sepan perdonarse y trabajar con perseverancia por la reconciliación. Lo que es válido para la relación entre cónyuges también se aplica a la relación de padres con hijos y de hijos con padres. Cuando surgen conflictos en una familia entre jóvenes y ancianos, entre padre o madre e hijo o hija, estos deben resolverse en el entendimiento y el perdón mutuos. Niños y adolescentes, padres y madres, nunca sean demasiado orgullosos ni demasiado tercos, ¡tanto que no pueden acercarse a ustedes para reconciliarse cuando se ha producido una discusión! ¡No seas terco y no guardes rencor cuando se trata de resolver una disputa! Sin embargo, la reconciliación con Dios a través de una buena confesión personal es parte esencial de todo esto, ya que toda ofensa contra el prójimo es también ofensa contra Dios, de quien todos somos criaturas amadas. Por tanto, ¡no excluyan a Dios en la reconciliación entre los hombres y aprovechen ese medio de salvación que se llama confesión y que da la paz interior, que sólo el Señor puede dar!

El matrimonio y la familia pueden responder a su más alta vocación cristiana sólo cuando la práctica regular de la conversión personal y la confesión y la reconciliación por medio de la confesión tengan su lugar fijo en la vida de los cónyuges y familiares.

La misión popular de Liechtenstein, que comenzará en breve, carecería de una tarea esencial, incluso diría que no podría dar paso al "encuentro con la vida" en Cristo, si renunciara a llevar a los fieles incluso a una buena confesión. Por lo tanto, pido encarecidamente a los predicadores de la misión que presten viva atención a este tema; en particular sugiero la celebración comunitaria del sacramento de la Penitencia con la posterior confesión personal y la absolución de cada uno.

"Encuentro en la vida" - este es el leitmotiv de la misión - es ante todo liberación del pecado y de la culpa, de la falta de libertad y del egocentrismo, del error y la confusión y, por tanto, un camino hacia la santidad y la santificación de la vida comunitaria. María, que nació y vivió sin la mancha del pecado, se presenta ante nuestros ojos como el gran ejemplo de esta santidad. ¡Que su ejemplo sea luz y fuerza para nosotros!

8. La familia como célula de la sociedad y piedra viva de la comunidad eclesial es al mismo tiempo el primer lugar de oración. El Concilio Vaticano II dice: "Cuando los padres, con su ejemplo y su oración común, inicien su camino, los niños y todos los que viven en esa comunidad familiar también podrán encontrar más fácilmente este camino de auténtica humanidad, de salvación y santidad. . Sin embargo, los cónyuges deben, en su dignidad y en su papel de padre y madre, cumplir con rigor el deber de educación, especialmente la educación religiosa, que es en particular su competencia "( Gaudium et spes, 48). De la misma manera, sin embargo, también es cierto que los hijos, como miembros de la familia dados por Dios, contribuyen a su manera a la santificación de sus padres.

En esta diócesis, y por tanto también en su país de Liechtenstein, se inició hace unos años la acción “Iglesia de la Familia”, que serviría para la oración común en la familia. ¡Realiza esta importante tarea y promuévela según tus fuerzas! La oración común en la mesa no debe faltar en ninguna familia cristiana. Soy consciente de que para algunos se necesita un gran esfuerzo para empezar de nuevo con esta costumbre. ¡Dejen a un lado cualquier falsa vergüenza religiosa y oren juntos! “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, yo estoy entre ellos”, nos promete el Señor ( Mt 18,20 ).

Podemos pensar con razón que la Madre del Señor nació en una familia religiosa y devota. María misma reza mucho. En el Magnificat, la famosa alabanza del poder y la gloria del Señor, nos enseña el discurso principal de cada oración: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" ( Lc1, 46-47). ¡Canta esta alabanza a Dios también! ¡Muestre a Dios, a través de la participación fiel en las celebraciones eucarísticas de los domingos y entre semana, que lo ama y honra por encima de todo y al mismo tiempo está listo para dar una expresión concreta y comunitaria a este amor! ¡Vayan al Señor de la Eucaristía en el tabernáculo y recen allí al Dios misteriosamente presente para ustedes, para su familia, para sus familias de su patria, para la familia de la humanidad y para la familia de Dios en la Iglesia! Os exhorto a todos, niños, jóvenes y adultos, laicos y sacerdotes, religiosos y religiosas, sanos y enfermos, impedidos y ancianos: ¡rezad! ¡Sí, mantente fiel a la oración diaria! La oración es la fuerza que verdaderamente cambia y libera nuestra vida; en la oración se produce el auténtico "encuentro con la vida".

9. La familia es, por tanto, refugio fundamental y lugar de ejercicio de los valores y cualidades fundamentales que caracterizan a la persona individual. La familia es el suelo del que se nutre la conciencia de la dignidad de la persona humana. El orden moral del matrimonio y la familia, tal como Dios lo fijó en el plan de la creación, se ve hoy en día frecuentemente perturbado por el comportamiento inconsciente de muchos, y no pocas veces ni siquiera se destruye. Las ideologías disruptivas que se consideran modernas quieren hacernos creer que este orden es anticuado e incluso enemigo del hombre. Así que ya sucede que muchos cristianos se avergüenzan de comprometerse con convicción con esos principios morales fundamentales. Tal actitud del hombre no puede traer ninguna bendición, ni para el individuo ni para la sociedad, que a su vez es,

La Iglesia Católica no se cansará nunca de repetir íntegramente y sin límites y siempre subrayando de nuevo aquellos principios sobre el mal de la convivencia extramarital, la infidelidad marital, la práctica cada vez mayor del divorcio, el mal uso del matrimonio y el aborto. Las tareas de la familia cristiana en el mundo de hoy son muchas e importantes.

Toda familia religiosa y moralmente sana es al mismo tiempo una levadura preciosa para toda la comunidad de pueblos. La auténtica familia cristiana es una bendición para el mundo. Quisiera animar a todas las familias entre vosotros a que se conviertan cada vez más en familias verdaderamente cristianas y a afrontar con gran valentía la tarea relacionada con esto en el tiempo de hoy. La humanidad necesita este testimonio de fe en la hora histórica en que vivimos. ¡No se dejen desviar por ninguna reacción, fracaso, decepción o inseguridad y formen su vida matrimonial y familiar en el espíritu de Cristo y su Iglesia!

10. ¡El cristiano convencido nunca se rinde! Continúa confiadamente y con tenacidad porque sabe que hay alguien que lo acompaña, que le da fuerza y ​​confianza precisamente en los momentos de angustia de la vida. Este ejemplo nos lo dio María, aurora de la salvación que dio a luz a Cristo, sol de justicia (cf. "Prefacio de la fiesta").

Caminó por el camino con su divino Hijo hasta la cruz. Gracias a la fidelidad que sufrió, en la que vivió su difícil vocación de Madre de Cristo, pudo conocer por sí misma lo que hoy afirma Pablo en la segunda lectura: "Sabemos que todo contribuye al bien de los que aman a Dios". ( Rm8, 28). Que la santa vida de la Virgen María, cuyo nacimiento la Iglesia celebra hoy tan solemnemente en el Principado de Liechtenstein con el sucesor de Pedro, sea también luz para vuestra vida de cristianos en vuestras familias y en toda vuestra comunidad de personas. Su ejemplo y su ayuda te permiten vivir dignamente tu vocación. Sobre todo, sigue siendo una gran familia religiosa y moralmente sana dentro de tus fronteras, que puede ser abrazada con la mirada de este hermoso país tuyo y vivir siempre en unión con la Iglesia universal y con su pastor supremo.

Dios los bendiga y los proteja por intercesión de Nuestra Señora de Liechtenstein, la Madre de nuestro Redentor, quien bajo la cruz también se convirtió en la Madre de todos nosotros. Amén.

VISITA PASTORAL A CERDEÑA

SANTA MISA EN LA PIAZZA DEI CENTOMILA
FRENTE AL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE BONARIA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Cagliari - Domingo 20 de octubre de 1985

"Jesús les dijo: " Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura " " ( Mc 16,15 ).

1. Estas palabras resuenan hoy, tercer domingo de octubre, en toda la Iglesia, queridos hermanos y hermanas, reunidos aquí en el santuario de Nuestra Señora de Bonaria.

Este domingo, de hecho, está dedicado de manera particular a las misiones: es el Día Mundial de las Misiones , cuyo origen está ligado al nombre de una ciudad de tu isla, Sassari. En 1926, se celebró en esa ciudad una reunión del club misionero local, durante la cual se decidió sugerir al Papa la institución de tal día. Pío XI, cuando fue informado, exclamó: "Esta es una idea que viene del cielo". Así nació el día que celebramos hoy.

En este día toda la Iglesia vuelve a ser desafiada con la fuerza de las mismas palabras que el Señor Jesús dirigió a los apóstoles al final de su misión terrena: antes de ser elevado al cielo y sentado a la diestra de Dios (cf. Mc 16, 19).

Se cuestiona día tras día, año tras año, generación tras generación. En este domingo la Iglesia es particularmente consciente del significado de esta verdad, de toda su profundidad y de su elocuencia salvífica.

La Iglesia se da cuenta de esto para identificarse de nuevo con esta llamada apostólica: toda la Iglesia permanece siempre "in statu missionis" .

2. Permanece "in statu missionis", en virtud de la misión, cuya fuente está en Dios mismo: en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo .

La Iglesia permanece "in statu missionis" en la extensión de esa misión que el Hijo eterno Jesucristo ha cumplido en la historia del mundo. En el contexto de la misión que el Espíritu Santo, consolador, cumple constantemente .

La misión de la Iglesia tiene su fuente inagotable y su comienzo incesante en Dios mismo. A través de la Iglesia, Dios renueva continuamente a la humanidad la llamada proclamada por el profeta Isaías: "Venid, subamos al monte del Señor, / al templo del Dios de Jacob, / para que él nos muestre sus caminos. / y podemos andar por sus sendas ”( Is 2,3).

3. La Iglesia nunca puede desistir de esta misión , debe cumplirla constantemente. Siempre debe ser "misionero". Aunque de hecho el Concilio Vaticano II expresó un profundo respeto por las religiones no cristianas , sin embargo, esa urgente invitación que tiene su fuente inmediata en el amor de Cristo permanece en toda su fuerza: " El amor de Cristo nos impulsa", dijo S. Paul. Y volvió a decir: "Ay de mí si no predico el Evangelio" ( 1 Co 9,16 ).

Es el mismo apóstol que en la Carta a los Romanos, en el pasaje escuchado hoy en la segunda lectura, escribe:

“Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees con tu amor que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. . . Él mismo es rico para con todos los que lo invocan ”( Rom 10, 9, 12).

La Iglesia, por tanto, como el Apóstol, no puede detenerse en el servicio que tiene precisamente como finalidad la distribución de estas riquezas salvadoras ofrecidas por Dios a todos los hombres en Jesucristo, su Hijo.

La Iglesia no puede renunciar a la misión recibida de Cristo. No puede dejar de estar constantemente preparada para esta misión: “in statu missionis”. Toda la Iglesia y en todas partes.

4. Como Sucesor de Pedro y Obispo de Roma, vivo hoy, junto a ustedes, queridos hermanos y hermanas, la Jornada Misionera. En Cagliari, Cerdeña. Vivo este día aquí junto al santuario de Nuestra Señora de Bonaria, el centro principal de la devoción mariana de todos los sardos, un centro de irradiación misionera, que ha ido y va mucho más allá de las fronteras de nuestra isla.

Dirijo mi cordial saludo a todos ustedes: al arzobispo metropolitano monseñor Giovanni Canestri, a los hermanos obispos de Cerdeña, al clero secular y regular, a los religiosos, a las autoridades civiles, a todo el pueblo de Dios reunido aquí no sólo por la diócesis, pero de toda la isla.

5. La Jornada Misionera nos impulsa a pensar en toda la historia de la evangelización en vuestra tierra, desde el principio hasta hoy. Estos inicios muy antiguos, lamentablemente, nos proporcionan poca información, pero muy significativa; Los primeros evangelizadores de la isla probablemente fueron cristianos enviados al exilio allí por su fe. Por tanto, verdaderos testigos, dispuestos a pagar un alto precio para permanecer fieles a Cristo y proclamar su palabra. Sabemos que entre estos testigos se encontraban los santos pontífices Calisto y Ponciano.

Como sucede con todo pueblo llamado a la salvación, el pueblo de Cerdeña, primero evangelizó y luego, a lo largo de los siglos, se convirtió en evangelizador. También comenzó a enviar misioneros a los confines de la tierra. También advirtió sobre el mandato del Señor de predicar el evangelio a todos los pueblos.

Pensar en esta historia, que se remonta a los primeros siglos de la era cristiana, es motivo de gratitud a Dios por la abundancia de su misericordia, es motivo de santo orgullo por las obras realizadas, es fuente de consuelo para el presente y de esperanza para el futuro.

También aquí la evangelización ha sufrido algunas crisis en los últimos años; pero sé que en la actualidad hemos emprendido el camino de una auténtica realización de las directivas conciliares, dando gran espacio a la iniciativa de los laicos y fortaleciendo de manera particular el papel que la familia debe desempeñar en este campo. Además, se está produciendo un diálogo más maduro y serio entre las distintas formaciones espontáneas y los responsables, la jerarquía, directamente responsable de la pastoral y evangelización. También se presta mayor atención a la importancia de la educación teológica, encarnada en los valores de la cultura sarda.

6. La obra misionera no se dirige solo a pueblos lejanos, sino que nuestro prójimo también necesita siempre nuestro testimonio. Y esto también es cierto en países de antigua fe cristiana, en los que, sin embargo, hoy notamos un adormecimiento de esta fe. ¡Entonces tenemos que empezar de nuevo!

¡Cagliari también necesita evangelización!

¡Sed misioneros aquí y ahora!

Junto con vuestro arzobispo habéis elaborado un plan pastoral: ¡comprometid vosotros a ponerlo en práctica con espíritu misionero!

Este plan pastoral habla de conversión: conviértelo en el instrumento más eficaz de tu obra misionera. De hecho, todos debemos estar convencidos -como dice el decreto Ad gentes del Concilio- de que nuestro primer y principal deber, "en lo que respecta a la difusión de la fe, es vivir una vida profundamente cristiana" ( Ad gentes , 36).

En segundo lugar, el plan insiste en la necesidad de que los agentes pastorales, especialmente los laicos, profundicen el mensaje cristiano a través del estudio de la teología. No es posible hacer que el mensaje cristiano de hoy sea convincente para el hombre, suscitado por numerosos problemas y presionado por las influencias ideológicas más diversas y conflictivas, si uno no es capaz de responder a sus preguntas a menudo difíciles. Y para hacer esto, se necesita preparación.

En tercer lugar, su plan solicita las iniciativas de caridad. Y esto también es muy importante. La verdad y la caridad son, de hecho, componentes inseparables de toda actividad evangelizadora de la Iglesia. Tales iniciativas no siempre tienen que insertarse en estructuras preexistentes, especialmente si parten de los laicos: deben poder disfrutar de su justa libertad, entendida como ejercicio de responsabilidad, asistido por la presencia discreta y prudente del sacerdote.

Finalmente, el trabajo misionero debe estar asociado al de promoción vocacional; Quien descubre verdaderamente a Cristo no puede, al mismo tiempo, no descubrir el sentido de su propia vida y verlo, si es la voluntad de Dios, a la luz de una consagración total o en la práctica de los consejos evangélicos. El problema de las vocaciones de especial consagración debe involucrar a toda la comunidad. El "ven y sígueme" es fruto de la oración y la laboriosidad de todos los cristianos. Recuerde que el Espíritu Santo llamó a Pablo y Bernabé mientras la comunidad cristiana estaba en oración y ayuno (cf. Hechos 13: 2).

Cuanto más “misionera” (“in statu missionis”) sea la Iglesia en Cagliari y Cerdeña , más será ella misma como Iglesia. Cuanto más será la "Iglesia de Cerdeña". Esa es la ley fundamental de la Iglesia. Ésta es la ley de la "comunión" que tiene su primera fuente en Dios mismo, el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno en la comunión más perfecta.

7. En la misma Carta a los Romanos escribe el apóstol:

“Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo.

Ahora bien, ¿cómo pueden invocarlo sin antes creer en él?

¿Y cómo pueden creer sin haber oído hablar de ello?

¿Y cómo podrán escucharlo sin que alguien lo anuncie?

¿Y cómo lo anunciarán sin antes ser enviados?

Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que traen buenas nuevas! ( Romanos 10 : 13-15).

Esta sucesión de preguntas de Pablo en la Carta a los Romanos debe revivir constantemente en la conciencia de la Iglesia. Especialmente el domingo de hoy.

“La fe depende. . . de la predicación y la predicación se realiza a su vez por la palabra de Cristo ”( Rm 10, 17).

8. En esta Jornada Misionera, mientras bajo la mirada bendita de Nuestra Señora de Bonaria me preparo para comenzar el octavo año de mi servicio como Pastor Universal, con estima, ternura y alegría, vuelvo a hacer un llamamiento a ti, Iglesia de Cagliari, preguntaste a Cerdeña. Sed misioneros de la Iglesia y en la Iglesia, siempre y en todas partes. Iglesia, que está en Cerdeña, igual a Iglesia misionera; Iglesia misionera significa Iglesia amada por Cristo, Iglesia viva, Iglesia madre, Iglesia amiga del hombre, Iglesia joven, Iglesia valiente, Iglesia mártir, Iglesia necesitada de la misericordia de Dios, Iglesia auténtica intérprete de la misericordia de Dios, Iglesia luz del mundo, Iglesia sal de la tierra, Iglesia comunión de amor.

Queridos hermanos y hermanas de Cerdeña, esta realidad misteriosa que es la Iglesia debe ser conocida y difundida especialmente, amada, para la salvación integral del hombre, con la ayuda de Nuestra Señora. Amén.

SOLEMNE CONCLUSIÓN DE LA ASAMBLEA EXTRAORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Domingo 8 de diciembre de 1985

1. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35).

La Iglesia mira a María, la Madre de Dios, como a su «prototipo». Esta verdad ha sido expresada por el Concilio en el último capítulo de la Constitución Lumen gentium.

Hoy una vez más somos conscientes de esta verdad:

— ante todo, porque celebramos la liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción;

— y luego, porque deseamos en cierto modo coronar los trabajos del Sínodo Extraordinario, que se ha reunido en Roma con ocasión del XX aniversario de la conclusión del Concilio Vaticano II.

Hace veinte años, este mismo día 8 de diciembre, los padres conciliares, bajo la presidencia del Papa Pablo VI, ofrecían a la Santísima Trinidad, por medio del corazón de la Inmaculada, el fruto de su trabajo de cuatro años. El tema central del Concilio había sido la Iglesia.

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». A la luz de estas palabras del Evangelio de hoy, la Madre de Dios, ¿no aparece tal vez como el modelo y la figura de la Iglesia? Efectivamente, la Iglesia nació también en la historia de la humanidad mediante la venida del Espíritu Santo. Nació el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo con María, para protegerlos de sus debilidades, y, al mismo tiempo, de la contradicción que ocasionaría el mensaje evangélico: la verdad sobre Cristo crucificado y resucitado.

2. Hoy, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, la liturgia nos induce a volver al principio de la historia de la creación y de la salvación. Más aún, nos pide remontarnos a antes de este principio.

En el Evangelio de Lucas, María escucha: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28), y estas palabras le vienen, como indica la Carta a los Efesios, del eterno pensamiento de Dios. Estas palabras son la expresión del eterno Amor; la expresión de la elección «en los cielos, en Cristo». «El nos eligió en la persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables ante El» (Ef 1,4).

La Virgen de Nazaret oye: «Salve, llena de gracia», y estas palabras hablan de su particular elección en Cristo:

En El, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,

te ha elegido, hija de Israel, para que tu seas santa e inmaculada.

Te ha elegido, «antes de la creación del mundo».

Te ha elegido, para que seas inmaculada desde el primer momento de tu concepción, a través de tus padres humanos.

Te ha elegido en consideración de Cristo, para que, en el misterio de la Encarnación, el Hijo de Dios encontrase a la Madre del «beneplácito divino» en toda su plenitud; la Madre «de la divina gracia».

Por esto, el Mensajero dice «llena de gracia».

3. La liturgia de la Inmaculada Concepción nos lleva al mismo tiempo dentro de este misterio, que puede ser llamado el misterio del Principio. En efecto, la primera lectura está tomada del libro del Génesis.

En el contexto del «misterio del Principio» está inscrito el pecado del hombre.

Está inscrito también en él el Proto-Evangelio: el primer anuncio del Redentor.

Yavé Dios dice al que se esconde bajo la figura de una serpiente: «Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tu le hieras en el talón» (Gén 3, 15).

De esta manera la Inmaculada Concepción es presentada mediante este contraste. Este contraste es el pecado: el pecado original. La Inmaculada Concepción significa la libertad de la herencia de este pecado. La liberación de los efectos de la desobediencia del primer Adán.

La liberación viene como precio de la obediencia del segundo Adán: Cristo. Precisamente por este precio, en virtud de la muerte redentora de Cristo, la muerte espiritual del pecado no atañe a la Madre del Redentor en el primer instante de su existencia terrena.

Sin embargo, al mismo tiempo, la Inmaculada Concepción no significa solamente una elevación de María, como una transferencia suya hacia afuera de todos los que han recibido como herencia el pecado de sus primeros padres.

Al contrario, significa una inserción en el mismo centro de la lucha espiritual, «de esta enemistad» que, en el curso de la historia del hombre, contrapone el «príncipe de las tinieblas» y «padre de la mentira», a la Mujer y a su descendencia.

A través de las palabras del libro del Génesis vemos a la Inmaculada con todo el realismo de su elección. La vemos en el momento culminante de esta «enemistad»: bajo la cruz de Cristo en el Calvario.

«Ella te herirá en la cabeza, cuando tú le hieras en el talón». Como precio del anonadamiento de sí mismo, Cristo consigue la victoria sobre Satanás, el pecado y la muerte en el transcurso de la historia.

María —la Inmaculada— se encuentra al pie de la cruz: «padeciendo con su Hijo ... cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad, en la restauración de la vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium61). Así enseña el Concilio.

4. Y por esto la Madre de Dios «está también intima mente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio ..., «es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo, tanto de la virgen como de la madre» (ib., 63).

5. La Iglesia dirige pues la mirada hacia la figura virginal y a la vez materna. Mira también a través del prisma de la Inmaculada Concepción. Así lo hicieron los padres del Concilio Vaticano II el 8 de diciembre de 1965. Y así lo hacemos también nosotros, veinte años después de aquella fecha ya histórica.

Escuchando las lecturas de la liturgia de hoy llegamos de nuevo al misterio de la Iglesia, que el Concilio proclamó en el primer capítulo de la Constitución Lumen gentiumprimero no sólo en el orden cronológico, sino sobre todo en importancia. En efecto, en este eterno misterio está contenido el origen del ser mismo de la Iglesia. Esta no existiría sin el eterno «amor del Padre», sin «la gracia de nuestro Señor Jesucristo», sin «la comunión del Espíritu Santo». Sin la comunión divina, trinitaria, no existiría aquí, en la tierra, la comunión creada, humana, que es la Iglesia. Esta comunión de la que el Concilio habla en muchos lugares.

Escuchando pues las palabras de la liturgia de hoy, al final de esta Asamblea sinodal, tenemos que postramos en actitud de adoración y repetir:

«Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo...  El nos eligió —en la persona de Cristo— antes de crear el mundo ... y nos ha destinado en la persona de Cristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya» (Ef 1, 3-6).

Así, pues, el saludo «llena de gracia», pronunciado durante la Anunciación a la Inmaculada, resuena con eco incesante también en el alma de la Iglesia: la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros.

La gracia pertenece al misterio de la Iglesia, porque pertenece a la vocación del hombre. En este sentido el hombre es la vía de la Iglesia (cf. Redemptor hominis, 14).

6. Pero la historia de la gracia está vinculada, de manera dramática en la vida de la humanidad, con la historia del pecado. El Concilio dijo muchas cosas sobre este tema, especialmente en la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Al comienzo de ella leemos:

«El mundo que (el Concilio) tiene ante sí es la entera familia humana ... el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación» (Gaudium et spes2).

Así, pues, el Concilio funda su enseñanza sobre la misión de la Iglesia en el mundo (actual) en el misterio del principio de la humanidad, como si leyese el fragmento del libro del Génesis de la liturgia de hoy. Al mismo tiempo, el Concilio profesa en toda su plenitud y profundidad el misterio de la redención —del mundo y del hombre en el mundo— realiza mediante la muerte y resurrección de Cristo. Toda la Iglesia se apoya sobre el fundamento de este misterio. Está impregnada de la fuerza de la redención. Vive de ella. Y en ella vence a la «fuerza del maligno».

Por lo tanto, la Iglesia, la verdadera Iglesia de Cristo, sufre aquella «enemistad» de la que habla el proto-Evangelio, y —por gracia de Dios— no le teme.

Forma parte de la vocación de la Iglesia participar en esta liberación fundamental realizada por Cristo. Participar con humildad y confianza.

Del mismo modo que participó la Inmaculada: «la que creyó».

7. En el Evangelio de hoy, respondiendo al anuncio del ángel, María dice de Sí misma: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

Estas expresiones han entrado profundamente en el vocabulario de la Iglesia.

Hoy deseamos aplicar estas palabras a nosotros mismos, queridos hermanos en el ministerio episcopal, y a todos vosotros que habéis participado en el Sínodo con ocasión del vigésimo aniversario del Vaticano II.

Deseamos pues salir del Sínodo para servir a la causa a la que ha estado totalmente dedicado, del mismo modo que hace veinte años salimos del Concilio.

El Sínodo ha logrado los objetivos para los que fue convocado: celebrar, verificar y promover el Concilio.

Al salir del Sínodo deseamos intensificar los esfuerzos pastorales para que el Concilio Vaticano II sea más amplia y profundamente conocido; para que las orientaciones y las directrices que nos ha dado sean asimiladas en la intimidad del corazón y traducidas, en la conducta de vida de todos los miembros del Pueblo de Dios, con coherencia y amor.

Salimos del Sínodo con el intenso deseo de difundir cada vez más en el organismo eclesial el clima de aquel nuevo Pentecostés que nos animó durante la celebración del Concilio y que en estas dos semanas hemos experimentado felizmente una vez más.

Saliendo del Sínodo deseamos ofrecer a toda la humanidad, con renovada fuerza de persuasión, el anuncio de fe, esperanza y caridad que la Iglesia saca de su perenne juventud, con la luz de Cristo vivo, que es «camino, verdad y vida» para el hombre de nuestro tiempo y de todos los tiempos.

Al final de esta celebración eucarística será proclamado en varias lenguas el Mensaje que los padres sinodales dirigen a la Iglesia y al mundo. Abrigo la esperanza de que este mensaje toque los corazones, reforzando el empeño de todos para llevar a cabo, de forma coherente y generosa, las enseñanzas y las directrices del Concilio Vaticano II.

8. Con estos deseos e intenciones nos encontramos en esta gran solemnidad de la Iglesia: la Inmaculada Concepción.

La Iglesia mira a María como a su «modelo y figura» en el Espíritu Santo.

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por esto el santo que va a nacer, se llamará Hijo de Dios» (Lc 1, 35). Estas son las palabras que escucha María en la Anunciación.

Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el extremo de la tierra» (Act 1, 8). Estas son las palabras que los Apóstoles escucharon de Jesús resucitado y constituyen el preanuncio del nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés.

En este final del segundo milenio después de Cristo, la Iglesia desea ardientemente una sola cosa: ser la misma Iglesia que nació del Espíritu Santo, cuando los Apóstoles perseveraban unánimes en la oración junto con María en el Cenáculo de Jerusalén (cf. Act 1, 14). En efecto, desde el principio ellos contaron en su comunidad con Aquella que «es la Inmaculada Concepción». Y la miraban como a su modelo y figura.

Al final del segundo milenio la Iglesia desea vivamente ser «la Iglesia del mundo contemporáneo»; desea con todas sus fuerzas servir, de tal manera, que la vida humana sobre la tierra sea cada vez más digna del hombre.

Pero al mismo tiempo, la Iglesia es consciente —quizás más que nunca— de que puede realizar este ministerio solamente en la medida en que es, en Cristo, sacramento de la íntima unión con Dios y, por ello, es también sacramento de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium1).

En Jesucristo.

Por obra del Espíritu de la Verdad.

Amén.

Solemnidad À DE MARÍA, MADRE DE DIOS Y SS.MA
XIX JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Miércoles 1 de enero de 1986

1. “Suscipe Sancte Pater”.

" Recibe, oh Santo Padre , al
Dios eterno y todopoderoso".
Bienvenidos este año
que comenzamos hoy.
Desde el primer día,
desde las primeras horas
deseamos ofrecerles a ustedes,
que no tienen comienzo,
este nuevo comienzo
relacionado con la fecha de 1986.
Esta fecha nos acompañará
en el transcurso de muchas horas, días,
semanas y meses.
Día tras día
aparecerá ante cada uno de nosotros
como un nuevo fragmento del futuro,
que poco después caerá en el pasado,
así como
todo el año pasado ahora pertenece al pasado.

El Año Nuevo aparece ante nosotros
como una gran incógnita,
como un espacio
que tendremos que llenar
de contenido,
como una perspectiva de hechos
desconocidos y decisiones por tomar.
Como una nueva etapa
y un nuevo espacio
en la lucha por el bien y el mal
a nivel de todo ser humano
y al mismo tiempo a nivel de familia,
de sociedad, de naciones:
de toda la humanidad.
Desde las primeras horas queremos ofreceros
esta nueva etapa y esta hoja aún en blanco,
 el nuevo tiempo de prueba:“Suscipe Sancte Pater”.

2. Tú eres el Dios eterno, que vence todos los tiempos de la creación: el tiempo de la tierra y el tiempo del hombre. En ti "vivimos, nos movemos y existimos" ( Hch 17, 28). Y al mismo tiempo eres tú quien en Cristo se acercó a nosotros: Emmanuel, el "Dios con nosotros". Eres el Señor de la historia. Para ti, la historia del hombre tiene su propio ritmo: el ritmo del reino de Dios, en el que Cristo nos introdujo.

Su nacimiento marcó "la plenitud de los tiempos", como nos enseña el Apóstol en la liturgia de hoy: "cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. . . para que seamos adoptados como niños ”( Gal 4: 4-5). Entonces, para ti, Padre Eterno, la historia del hombre en la tierra se mide con la vara de este misterio, que inscribes en el alma y en el cuerpo del hombre: "adopción como hijos".

Este es el criterio de la salvación eterna. Es la medida de la salvación eterna. La adopción como niños, que realiza en cada hombre la imagen y semejanza de Dios, es obra del Espíritu Santo. De hecho, el Apóstol escribe en el versículo que sigue al que acabamos de citar: "Y que sois niños, prueba de ello es que Dios ha enviado a nuestro corazón el Espíritu de su Hijo que clama:« Abba, Padre »". ( Gal4, 6). Este grito "¡Abba, Padre!" recorre la historia del hombre y al mismo tiempo sobrepasa, de hecho, podría decirse, estalla más allá de nuestro tiempo humano. Es más grande que la historia del hombre. Tu Hijo vino al mundo para que el hombre llegara a ser "más grande" que él mismo y la historia. Para que tenga en sí la levadura de la eternidad: la levadura de la vida eterna en Dios. En ti, Padre, que junto con el Hijo y el Espíritu Santo has predeterminado la participación en tu vida por los hijos humanos; les has preparado tu reino.

3. El Hijo "nacido de mujer". Nuestros ojos y nuestros corazones están llenos de este nacimiento. Están llenos de la noche santa, que dura ocho días en la liturgia de la Iglesia, una octava entera, y se encuentra, precisamente hoy, primer día del nuevo año. Nuestros ojos y nuestro corazón están llenos ante todo de esta Madre que los pastores encontraron, la noche de Navidad, con "José y el niño, que estaba acostado en el pesebre" (cf. Lc 2, 16 ).

He aquí María, he aquí la que "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ). Meditó y medita continuamente junto con la Iglesia, junto con todos los hombres de buena voluntad. Y el Niño, Hijo de María, lleva el nombre de Jesús, porque así lo llamó el ángel "antes de que fuera concebido en el vientre de su madre" ( Lc 2, 21 ).

Junto con el nacimiento de Dios, la Iglesia celebra la divina Maternidad de María. El día de hoy está dedicado de manera particular a este misterio salvador: Madre de Dios - “Theotokos”. María en el misterio de Cristo y Cristo en el misterio de su Virgen Madre.

La inefable dignidad de la Madre de Dios y, al mismo tiempo, la más profunda humildad de la Sierva del Señor. Cuando ya habla de eso la misma noche en Belén, incluso antes de los sucesos posteriores, diga el resto, ¡hasta la cruz del Calvario! El evangelista escribe: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón". Y en ella, en la Madre de Dios, la Iglesia encuentra un "recuerdo" incesante de este misterio divino, del que brota en la historia del hombre en la tierra: en el corazón de la Madre.

"Dios envió a su Hijo, nacido de mujer".

4. Ante este hijo y ante esta Madre, deseamos dedicar el primer día del nuevo año a la causa de la paz ya la oración por la paz en nuestro mundo tan amenazado. Qué habla más de paz, qué llama más eficazmente que esta imagen: la Mujer con el Niño en brazos. La madre y el hijo. Y de nuevo las palabras escuchadas la noche de su nacimiento: "Gloria a Dios en las alturas de los cielos y paz en la tierra a los hombres que ama" ( Lc 2, 14 ).

5. En correspondencia con las aspiraciones más profundas que brotan del corazón humano, la Iglesia ha proclamado el primer día del año "Día de la Paz". Al hacerlo, quiso subrayar su solidaridad con todos los hombres de la tierra, que sirven a esta causa con un espíritu generoso y leal. Entre otras cosas, se propone apoyar los esfuerzos realizados en este campo por los dirigentes de la Organización de las Naciones Unidas, apreciando bien los nobles fines que inspiran su actividad, en armonía con los principios establecidos en la Carta que entró en vigor cuarenta años. Hace: entonces los pueblos, salidos de la terrible tragedia de la Segunda Guerra Mundial, decidieron "unir fuerzas" para promover los bienes supremos de la paz, la justicia y la solidaridad. Si estos activos todavía quedan en gran medida por construir hoy,

La Iglesia ofrece su sincera colaboración en esta ardua, pero apasionante y urgente empresa. Las Naciones Unidas declararon 1985 Año Internacional de la Juventud. Paralelamente a esta iniciativa, la Sede Apostólica dirigió el Mensaje anual de inicio de año en particular a los jóvenes, centrando su contenido en el tema: "La paz y los jóvenes caminan juntos". La invitación a asumir con valentía "la responsabilidad en la mayor de las aventuras espirituales que una persona puede encontrar" fue acogida por los jóvenes con entusiasmo y de su generosidad brotó una promesa de bien.

6. El año que comienza hoy ha sido proclamado por la ONU "Año Internacional de la Paz". La Sede Apostólica se ha colocado voluntariamente en esta perspectiva, afirmando que "la paz es un valor sin fronteras" y añadiendo, como expresión de una certeza arraigada en la fe en el "único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" ( 1 Tim 2, 5): "Norte-Sur, Este-Oeste: una paz".

Tengo la profunda convicción de que la paz "es un valor que corresponde a las esperanzas y aspiraciones de todas las personas y todas las naciones, de jóvenes y mayores, de todos los hombres y mujeres de buena voluntad" (Ioannis Pauli PP. II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum , 1986, 1, die 8 dic.1985 : Enseñanzas de Juan Pablo II , VIII, 2 (1985) 1463 s).

Por tanto, renuevo hoy el llamamiento a "reconocer la unidad de la familia humana" y, en consecuencia, rechazar "esa forma de pensar que conduce a la división y la explotación" ( Ibid. , 4: lc , p. 1468). Todos deben comprometerse "a una nueva solidaridad: la solidaridad de la familia humana" ( Ibid. , 4: lc , p. 1468). En la promoción de este valor tan alto, los cristianos tienen una responsabilidad muy específica: "animados por la esperanza viva, capaces de esperar contra toda esperanza (cf. Rm 4 , 18 ), deben superar barreras, de ideologías y sistemas, para entrar en dialogar con todas las personas de buena voluntad y crear nuevas relaciones y nuevas formas de solidaridad "(Ioannis Pauli PP. IINuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum , 1986, 6, die 8 dic. 1985: Enseñanzas de Juan Pablo II , VIII, 2 (1985) 1464).

En la perspectiva de mi visita a la India, quisiera recordar, entre las afirmaciones que indican el camino hacia la paz en la fraternidad, las del arquitecto de la independencia de la India, Mahatma Gandhi: “El odio solo se puede vencer con el amor. Al oponer el odio al odio, uno solo aumenta su extensión y profundidad (Gandhi, Antiche come le montagne , Milán 1971, p. 146). “Donde haya discordia, siempre que te encuentres frente a un adversario, vencelo con amor” ( Ibid , p. 120).

También me gustaría, en este contexto, expresar mi agradecimiento por el valioso papel que desempeñan en favor de la paz y el entendimiento quienes se dedican al servicio diplomático. Mi pensamiento va especialmente a quienes representan a sus gobiernos y pueblos en esta Sede Apostólica y que están aquí presentes: hoy deseo saludarlos en señal de agradecimiento por el papel que desempeñan y que permite a la Santa Sede trabajar mejor para siempre. mayor entendimiento entre las naciones, en lo que se refiere a la promoción de la paz, la defensa de la humanidad, el apoyo de toda iniciativa encaminada a favorecer el desarrollo de los distintos países del mundo.

7. Precisamente para que la paz se convierta en un "valor sin fronteras", es necesario asegurarse de que el mismo deseo de paz y la misma relación con ella estén presentes en todas partes: en todas las regiones del mundo, en todos los sistemas, en todas las sociedades. - en última instancia - en cada corazón humano. Todos deben acoger la elocuencia esencial de la bienaventuranza del Sermón de la Montaña, dirigida a los "pacificadores" ( Mt 5, 9), a quienes se comprometen con la justicia y procuran así seguridad y paz. Es necesario que el hombre pueda estar seguro del hombre. La nación segura de la nación. Ninguna intención o actividad contraria a ella se puede esconder detrás de la palabra "paz".

8. De hecho, la paz entendida de esta manera es una condición de nuestro pensamiento sobre el futuro. Es una condición del futuro mismo, en la dimensión más lejana y cercana; y para el futuro inmediato, en la dimensión de este año 1986. Por eso hoy nos colocamos una vez más ante el misterio de la Navidad. En él buscamos y encontramos las últimas razones para la paz en la tierra.

Las palabras cantadas en la noche de Belén nos fortalecen en esta convicción, cuando dicen, primero, de "gloria a Dios" y luego de "hombres a quienes Dios ama", hombres de buena voluntad. Exactamente: de buena voluntad.

Y la Maternidad del Padre de Dios da testimonio de la dignidad de toda vida humana, y grita a todos, de un extremo a otro de la tierra: "No mates".

Y como prueba de que "somos niños", nos acercamos al altar para gritar "¡Abbà, Padre!". “No somos esclavos de las fuerzas que traen destrucción, somos hijos en el Hijo, somos herederos en el reino de Dios”.

Luego nos acercamos al altar y decimos: “Suscipe sancte Pater”. Padre, da la bienvenida a nuestro nuevo año en este sacrificio eucarístico. Dale paz a la tierra.

VIAJE APOSTÓLICO A COLOMBIA

MISA EN EL SANTUARIO MARIANO DE CHIQUINQUIRÁ
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 3 de julio de 1986

1. ¡Dichosa Tú que has creído! (cf. Lc 1, 45)

Como peregrino a tu santuario de Chiquinquirá, me postro ante Ti, oh Madre de Jesús, pronunciando las palabras con las que te saludó Isabel, la esposa de Zacarías, en el umbral de su casa.

¡Dichosa Tú, que has creído!

Dichosa, porque a impulsos de tu fe, en respuesta al anuncio del Angel, acogiste en tu seno la Palabra del Dios vivo.

Dichosa Tú por haber pronunciando aquel bienaventurado “fiat” que te convirtió, por virtud inefable, de Sierva del Señor en la Madre del Verbo Eterno: Dios de Dios, Luz de Luz, hecho hombre en tus entrañas virginales. ¡El Verbo se hizo hombre!(cf. Jn 1, 14).

¡Dichosa Tú, porque gracias a tu acatamiento de la Palabra de Dios, se cumplió, ya en la plenitud de los tiempos, el acontecimiento más señalado por los profetas para la vida y para historia de la humanidad: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande” (Is 9, 2):  tu Hijo Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, el Redentor del hombre, el Redentor del mundo!

2. ¡Dichosa Tú, que has creído!

Son muchos los lugares en la tierra desde los cuales los hijos del Pueblo de Dios, nacidos de la Nueva Alianza, te repiten a porfía las palabras de esta bienaventuranza: “Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mi?” (Lc 1, 42-43) 

Y uno de esos lugares, que Tú has querido visitar, como la casa de Isabel, es éste: el santuario mariano del Pueblo de Dios en tierra colombiana.

Aquí en Chiquinquirá quisiste, oh Madre, disponer para siempre tu morada. Durante cuatro siglos, tu presencia vigilante y valerosa ha acompañado ininterrumpidamente a los mensajeros del Evangelio en estas tierras para hacer brotar en ellas, con la luz y la gracia de tu Hijo, la inmensa riqueza de la vida cristiana. Bien podemos repetir hoy, recordando las palabras de mi venerado predecesor el Papa Pío XII, que “Colombia es jardín mariano, entre cuyos santuarios domina, como sol entre las estrellas, Nuestra Señora de Chiquinquirá”.

Amadísimos hermanos y hermanas: Al cumplirse el cuarto centenario de la Renovación de esta venerada imagen, me sumo gozosamente a vosotros en esta peregrinación de fe y de amor. He venido a este lugar a postrarme a los pies de la Virgen, deseoso de confortaros en la fe, esto es, en la verdad de Jesucristo, de la cual forma parte la verdad de María y la verdadera devoción hacia Ella. Quiero también orar con vosotros por la paz y la prosperidad de esta amada nación, ante Aquella que proclamáis Reina de la Paz y que con afecto filial invocáis como Reina de Colombia.

3. En mi peregrinación a este santuario, quiero abrazar en mi saludo de fe y de amor a la Virgen, a todos cuantos están viviendo con vuestra presencia o en espíritu estos momentos de gracia: en primer lugar a mis hermanos en el Episcopado, en particular, a los Pastores de la provincia eclesiástica de Tunja: los obispos de Chiquinquirá, Duitama, Garagoa y Casanare. Asimismo a las autoridades, encabezadas por el Señor Presidente de la República; a los Pueblo de Dios que en este santuario de María se encuentra como en su propia casa, por ser casa de la Madre común. Mis manos se alargan, en aras de fervor mariano, para estrechar de modo singular en el mismo abrazo a todos vosotros, los campesinos, quienes a base de esfuerzo y de sudor cultiváis esta tierra, participando en el misterio de Dios, creador y providente: Dios que da la lluvia para que la tierra dé sus frutos (cf. Sal 85 [84], 13). 

Este, queridos amigos campesinos de Boyacá, es vuestro santuario. También a vosotros os ha querido visitar la Virgen María: más aún, quiso quedarse entre vosotros y con todo el pueblo colombiano, como Madre llena de ternura, decidida a compartir sin desmayo vuestros sufrimientos y alegrías, dificultades y esperanzas. ¡Cuántas veces Ella, invocada con urgente necesidad ante esta imagen, ha dejado su santuario para ir a remediar calamidades y penas de sus hijos, llevada por la misma solícita caridad con que fue a visitar a Isabel!

Y es así como de generación en generación y desde este santuario, tan esmeradamente custodiado por la Orden Dominicana, sube a diario hasta el cielo su voz, haciéndose eco fiel de la vuestra: “Engrandece mi alma al Señor... porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso” (Lc 1, 46-49) .

4. “Yo te bendigo, Padre... porque has revelado estas cosas a los pequeños” (Mt 11, 25).  Estas palabras de Jesús brotan hoy espontáneamente de mi corazón al escuchar la tradición de la Renovación de esta imagen de Chiquinquirá que, a través de una devoción firme y sencilla, habéis conservado a lo largo de vuestra historia. Vuestra querida imagen, coronada el año 1919, fue proclamada Patrona de Colombia; y el pueblo colombiano quiso consagrarse a María para afianzar los lazos de afecto que lo unen a la Madre de Dios.

5. La devoción mariana, característica de toda la historia de Colombia, forma ya parte de vuestra alma nacional, es tesoro preciado de vuestra cultura. El amor a la Virgen María es a la vez garantía de unidad y de fe católica: “el pueblo sabe que encuentra a María en la Iglesia católica” (Puebla, 283).  Sí, Ella nos lleva a Jesús. Nos lo muestra como Maestro y Salvador; nos invita a meditar sus misterios y a vivirlos en nuestra propia experiencia.

Mostrándonos el Rosario, nos está anunciando a Cristo, nos descubre los misterios de su humanidad, la gracia de la Redención, la victoria sobre la muerte y su gloriosa resurrección, el misterio de la Iglesia que hace en Pentecostés, la esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección en el misterio de su gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos. ¡Qué fuente inagotable de inspiración para la piedad cristiana, la contenida en el santo rosario! No dejéis de alimentar vuestra vida espiritual queridos hermanos, con el rezo de esta oración mariana por excelencia.

María sigue siendo la Madre del Señor, la que leva por los caminos del mundo, irradiando la salvación, a Aquel que es el Emmanuel, el Dios con nosotros, el Dios cercano que ha venido a habitar en medio de los hombres (cf. Jn 1, 14). 

6. Por eso María es la “Estrella de la evangelización”; la que, con su bondad maternal, acerca a todos —y en especial a los humildes— a los más sublimes misterios de nuestra religión.

Bien lo sabéis vosotros, mis queridos campesinos, para quienes María es como la síntesis del Evangelio, la que ilumina vuestras vidas, da sentido al gozo y al dolor, os infunde esperanza y os alienta en vuestras dificultades, mostrándoos a Cristo, el Salvador.

La sentís cercana porque es Madre, pero también porque Ella “sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de El la salvación” (Lumen gentium, 55). 

Pero además, con una intuición profunda, sabéis que en Ella se cifran también las esperanzas de los pobres porque el canto de la Virgen es el anuncio profético del misterio de la salvación integral del hombre. “Ella nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el Pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 97). 

El Señor derriba a los potentados de sus tronos y enaltece a los humildes” (cf. Lc 1, 52). 

7. Guiados por esa fe sencilla y por esa esperanza sin límites, con amor filial, vosotros, mis queridos hermanos y hermanas, visitáis con frecuencia el santuario de vuestra Madre.

Y hoy estáis aquí reunidos conmigo, Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, en esta común peregrinación jubilar.

Sí Estamos. Y juntos gritamos a María: “Bienaventurada Tú, que has creído”.

Tu fe es incesantemente la guía de nuestra fe. El Espíritu Santo se vale de Ti oh Sierva del Señor, para derramar sobre nosotros la gracia de la que fuiste llena con el anuncio del Ángel.

Participamos en tu fe, María.

En el horizonte de nuestra vida —de esta vida nuestra, a veces difícil y llena de oscuridad—aparece una gran luz: Jesucristo tu Hijo, al que nos entregas con amor de madre. El profeta Isaías nos dice del Mesías en la primera lectura de esta celebración litúrgica: “Se llamará su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la Paz”(Is 9, 5). 

8. “Príncipe de la Paz... para dilatar el principado, con una paz sin límites... para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho”(Is 9, 5-6).

Con qué ardor deseamos que este poder salvador de Cristo penetre también los problemas de nuestro mundo, que penetre las acciones del hombre, las conciencias y los corazones, toda la vida moral de las personas, de las familias, de los ambientes, de la sociedad entera.

Con cuánto ardor anhelamos que el “derecbo y la justicia” de que Cristo es portador, se conviertan en piedra angular, en sólido principio para afrontar y resolver en paz y concordia las diferencias y los problemas que hoy contraponen a los pueblos, a los grupos, a los individuos.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, / la justicia y la paz se besan” (Sal 85 [86], 11). 

El reinado de Cristo, al que ha abierto el camino el “fiat” de María, es la actuación del plan salvífico del Padre en la justicia y la paz; la paz nace dela justicia, esa justicia que tiene en Dios su principio firme y supremo. En Dios creador, que ha encomendado al hombre el dominio de la tierra y le ha fijado las leyes del respeto a sus hermanos, para que sean valorizados sus esfuerzos y retribuidos sus trabajos.

A este respecto, particular atención debe dispensarse al campesinado. Con su trabajo, hoy como ayer, los agricultores ofrecen a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento. Por su dignidad como personas y por la labor que desarrollan ellos merecen que sus legítimos derechos sean tutelados, y que sean garantizadas las formas legales de acceso a la propiedad de la tierra, revisando aquellas situaciones objetivamente injustas a las que a veces muchos de ellos son sometidos, sobre todo en el caso de trabajadores agrícolas que “se ven obligados a cultivar la tierra de otros y son explotados por los latifundistas, sin la esperanza de llegar un día a la posesión ni siquiera de un pedazo mínimo de la tierra en propiedad” (Laborem excerns, 21). 

9. Sed vosotros, queridos campesinos, por vuestra fe en Dios y por vuestra honradez, por vuestro trabajo y apoyados en adecuadas formas de asociación para defender vuestros derechos, los artífices incansables de un desarrollo integral que tenga el sello de vuestra propia humanidad y de vuestra concepción cristiana de la vida.

La devoción a la Virgen María, tan firmemente arraigada en vuestra genuina religiosidad, tan popular, no puede y no debe ser instrumentalizada, por nadie; ni como freno a las exigencias de justicia y prosperidad que son propias de la dignidad de los hijos de Dios; ni como recurso para un proyecto puramente humano de liberación que muy pronto se revelaría ilusorio. La fe que los pobres ponen en Cristo y la esperanza de su reino tienen como modelo y protectora a la Virgen María.

María, aceptando la voluntad del Padre, abre el camino de la salvación y hace posible que con la presencia del reino de Dios se haga su voluntad en esta tierra así como ya se hace en el cielo. María, proclamando la fidelidad de Dios por todas las generaciones, asegura la victoria de los pobres y de los humildes; esa victoria que ya se refleja en su vida y por la cual todas las generaciones la llamarán bienaventurada (cf. Lc 1, 46-53). 

10. Te damos gracias, Santa Madre de Dios, por tu visitación. Hoy te damos gracias por la visitación que desde hace cuatro siglos sigues haciendo a esta tierra colombiana en tu santuario de Chiquinquirá.

Contigo, oh María, cantamos el “Magníficat” con ocasión de este jubileo: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador” (Ibid., 1, 46-47). 

Te damos gracias por todas las generaciones que han pasado por este santuario y han experimentado el fortalecimiento de su fe, encontrando en él la reconciliación con Dios y el perdón de los pecados.

A Ti, Virgen María, confiamos los anhelos de renovación de nuestra humanidad, porque Tú eres la mujer nueva, la imagen de la nueva creación y de la nueva humanidad.

Al celebrar el cuarto centenario de la renovación milagrosa de la imagen de la Virgen de Chiquinquirá, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia nos invita, queridos hermanos, a una profunda renovación espiritual, a un esfuerzo por vivir con toda integridad los compromisos de fidelidad del bautismo recibido, ahora va a hacer cinco siglos, por esta nación que con razón se precia de llamarse católica.

Es una invitación, con palabras del Apóstol San Pablo, “a renovar el espíritu de vuestra mente y a revestiros del hombre nuevo creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4, 23-24). En la justicia de Dios que renueva con su perdón los corazones para que de un corazón nuevo se irradien las obras nuevas de los hijos de la luz; en la santidad que tiene que ser distintivo de la comunidad eclesial y que se traduce en una vida moral y en un compromiso de servicio fraterno en plena coherencia con la voluntad del Señor; una renovación en la verdad de la conciencia, en la sinceridad de las relaciones sociales, en la transparencia evangélica del modo de ser y de comprometerse.

La Virgen María invita hoy a todos sus hijos de Colombia, como en otro tiempo en Caná de Galilea, a escuchar a su Hijo: “Haced lo que él os diga”(Jn 2, 5).  En el Evangelio de Jesús está el programa de una renovación personal, comunitaria, social que asegura la justicia y la paz entre todos los hermanos de esta noble nación.

11. ¡Renovaos en la verdad de Cristo! ¡Renovaos en el Espíritu de Cristo! ¡Para que podáis reflejar esa imagen de la nueva humanidad que os promete María al ofreceros a Cristo, el Hombre nuevo, el Salvador y Redentor del hombre, el Príncipe de la Paz! Así, el canto de María será también vuestro canto de acción de gracia porque el Poderoso ha hecho maravillas en la Iglesia de Colombia, en toda vuestra patria, proyectándola hacia un nuevo compromiso de evangelización y de testimonio misionero en América Latina y en el mundo entero.

Junto a Ti, oh María, nuestra alma engrandece al Señor que ha hecho grandes cosas en Ti y también en nosotros, por tu mediación, por tu intercesión ante tu Hijo, por tu maternal protección.

Glorifiquemos a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo: Su salvación está ya cerca de sus fieles / y su gloria habita ya en nuestra tierra (cf. Sal 85 [84], 10) . 

VIAJE APOSTÓLICO A COLOMBIA

CORONACIÓN DE LA IMAGEN DELA VIRGEN DE LA CANDELARIA EN LA EXPLANADA DE CHAMBACÚ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Cartagena de Indias
Domingo 6 de julio de 1986

Queridos hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. ¡ Qué hermoso y significativo es el canto que acaba de salir de vuestros labios y de vuestro corazón!

«Anunciaremos tu reino, Señor, tu reino, Señor, tu reino».

Desde las orillas del Mar Océano, camino providencial del Evangelio, en la histórica y heroica ciudad de Cartagena de Indias, saludo con afecto a todos los que esta noche habéis querido congregaros para conmemorar y dar gracias a Dios por la evangelización de América.

Os saludo, hermanos obispos de la Costa Atlántica, Pastores de las sedes más antiguas de Colombia y de las circunscripciones eclesiásticas que de ellas han surgido. En particular, al arzobispo de Cartagena y a los Ordinarios de esta provincia eclesiástica: Magangue, Montería, Sincelejo y Alto Sinú.

Os saludo, sacerdotes, misioneros, religiosas y laicos comprometidos que continuáis con ejemplar dedicación la labor de llevar el Evangelio a todos los ambientes.

Os saludο, fieles de Cartagena y de la costa, que con gozo y entusiasmo habéis esperado este encuentro de fe y amor.

Nos hallamos al pie del Cerro de la Popa, desde donde la Madre de Dios, la Virgen de la Candelaria, cuya venerada imagen vamos a coronar solemnemente, protege desde hace más de cuatro siglos al pueblo que aquí peregrina.

Este santuario, vigía de la fe de un pueblo, se erige esta noche en signo glorioso de los quinientos años transcurridos desde el comienzo de la obra evangelizadora de la Iglesia en América. Bajo la mirada de María, la Virgen fiel, Madre de todos los hombres, os invito a profundizar en lo que ya indiqué en la ciudad de Santo Domingo, esto es, en el significado y las perspectivas de la celebración de este centenario, que viene precedido de una novena de años (Homilía con ocasión de la apertura de la Novena de Años en preparación de V Centenario del comienzo de la evangelización de América, Santo Domingo, 12 de octubre de 1984).

Desde hace ya casi cinco siglos, resuena en estas tierras el salmo de alabanza a Dios por haber recibido la fe en Cristo resucitado: « ¡Alabad al Señor todas las naciones!... ¡Por que es fuerte su amor hacia nosotros! » (Sal 117 (116), 1-2)

2. Los primeros misioneros llegaron a vuestras tierras impulsados por el celo ardiente de hacer que todos los pueblos conocieran y vivieran la redención, alabando a Dios por su bondad. A la vista de inmensas regiones todavía no evangelizadas, se preguntaban como San Pablo: «¿Cómo van a invocarlo si no creen en El? ¿Cómo van a creer si no oyen hablar de El? ¿Y cómo van a oír hablar sin alguien que proclame? ¿Υ cómo van a proclamar si no los envían?» (Rm 10, 14-15).

De este modo, los primeros misioneros fueron fieles al mandato del Señor y ala naturaleza misionera de la Iglesia. En virtud de su obediencia a Cristo, la Iglesia ha enviado incesantemente evangelizadores a todas las regiones de la tierra y a todas las situaciones humanas, para gloría de Dios y salvación de todos los hombres (cf Ad gentes, 1; Lumen gentium, 17)

¡Anunciaremos tu Reino, Señor!

Sí, anunciad a Cristo en vuestra vida y en vuestra cultura, es decir, a partir del Evangelio recibido en lo más hondo de vuestro ser y en la raíz de vuestro modo de vivir. El Evangelio ha penetrado vuestra cultura hasta el punto de hacerla expresión de los valores salvíficos para vosotros, para vuestros descendientes y también, ¿por qué no? para otros pueblos que todavía esperan recibir el anuncio evangélico.

3. La vida de las Iglesias particulares fundadas en América Latina ha seguido un proceso de continuo crecimiento en la fe, mediante un ininterrumpido anuncio del Evangelio, que ha encontrado hombres, instituciones y culturas en quienes encarnarse, hasta llegar a constituir en verdad un continente marcado por el sello de la fe católica y dispuesto a colaborar responsablemente en la evangelización universal.

Todos sabemos muy bien que « la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo ».(Rm 10, 17) Tal fue la encomiable labor de una legión de predicadores bien organizados que, impulsados por su ardor misionero, remontaron corrientes de ríos, atravesaron montañas y surcaron valles anunciando el mensaje evangélico. En aquellos años, las doctrinas fundamentales del Concilio de Trento se vaciaron en moldes populares, incluso con expresiones poéticas y musicales. La América hispana representa un caso peculiar de evangelización, que explica la perseverancia, a lo largo de generaciones, de una formulación doctrinal, en un mismo catecismo. De este modo, la fe se transmitió en la familia, en la escuela y en la Iglesia.

4. Hoy, como antaño, la religiosidad o piedad popular contribuye eficazmente a presentar y propagar la fe en el alma del pueblo. América Latina conoce y siente cercano a Dios y a su Hijo Jesús, nuestro Redentor, que nos ha dado a su Madre María como Madre nuestra. Por ello vive en sintonía y comunión con toda la Iglesia. Las ceremonias sagradas, los sacramentos, los tiempos litúrgicos, son, para el hombre latinoamericano, algo que siente y vive como individuo, como familia y como grupo social. Si no fuera por esta acendrada piedad popular, que es eminentemente eucarística y mariana, la escasez de sacerdotes y las grandes distancias habrían sido motivos suficientes para que se desvaneciera la fe de la primera evangelización. La familia evangelizada se mantuvo firme y unida, gracias a la oración, especialmente del santo rosario, como he recordado en Chiquinquirá. Sea esta oración mariana fuente de unidad de la familia, hoy asediada por tantos peligros.

5. El Episcopado, en sus acciones individuales y en los Concilios provinciales, característicos de la América hispana, asumió como tarea evangelizadora no secundaría, el proceso de transformar las condiciones sociales del indígena, elaborando un plan según el cual los nativos pudieran vivir la religión cristiana y asimilar los valores de una cultura foránea sin perder la propia. De ahί arranca la religiosidad latinoamericana, verdaderamente mestiza. Habría que destacar la labor de defensa de los derechos de los indios, emprendida por los religiosos y misioneros en medio de dificultades, y llevada a cabo por obispos de la talla de Juan del Valle, Agustín de la Coruña y Luis Zapata de Cárdenas, que consiguieron una legislación social más justa.

La Iglesia fue pionera en el desarrollo de la cultura, puesto que a ella se debe principalmente la temprana creación de la universidad, la oportuna apertura ala promoción de la mujer y la iniciativa artística y científica en diversos campos.

Entre los personajes providenciales, no podemos olvidar en esta ciudad de Cartagena, a dos sacerdotes jesuitas: Alonso de Sandoval y San Pedro Claver, que imprimieron a su labor apostólica una orientación tan nueva para su tiempo y tan atrevida ante las autoridades civiles y religiosas, que han valido a esta ciudad el título de Cuna de los Derechos Humanos.

La obra clásica del padre Sandoval lleva un título que es ya todo un programa: De instauranda Aethiopum salute. Se trataba de una cruzada que, con armas espirituales, conquistaría para Cristo una nueva raza, abriendo camino para la futura evangelización de África, para la abolición de la esclavitud en América y para el decidido pronunciamiento de la Iglesia en contra de la segregación racial.

6. Esta labor liberadora no se limitó a razonamientos escritos, sino que se llevó a la práctica en la asombrosa actividad de San Pedro Claver, que se llamó a sí mismo « Esclavo de los negros para siempre », según consta en la fórmula de su profesión religiosa. Esta ciudad de Cartagena fue testigo de su vida, un martirio continuado de casi cuarenta años, demostrando al mundo cómo la fuerza de la fe y la gracia del sacerdocio purifica y perfecciona la entraña de una cultura, ya que los esclavos, instruidos por la Palabra de Dios y renacidos espiritualmente por el bautismo, obtenían la más profunda liberación. Así, por ejemplo, cuando las naves que transportaban los esclavos se acercaban a estas costas, el primero que subía a ellas era Pedro Claver, para atender a los enfermos y necesitados. Se consagró por completo a la misión de catequizarlos pacientemente, bautizarlos y defenderlos con valentía de todos los abusos. Convirtió a miles y miles, dedicando siete horas diarias al ministerio de la reconciliación, orientándoles espiritualmente y ayudándoles a profundizar y asimilar las verdades aprendidas en la catequesis. Para todos tenía palabras de amor y confianza. Aquella actividad era sostenida por una profunda vida de oración que duraba hasta cinco horas diarias. Verdaderamente, cuando un apóstol ama al Señor encuentra tiempo para lo que ama, es decir, para la oración y para la caridad apostólica.

El santuario que alberga su cuerpo y el convento que fuera su casa religiosa son hoy meta de peregrinación de quienes admiran su obra y desean perpetuar en la sociedad contemporánea la civilización del amor, «considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás » (Flp 2, 4), y cultivando los mismos sentimientos que tuvo Jesús (cf. Ibíd. 2, 5)

La historia y la vida de los pueblos de América Latina han estado ligadas a la vida misma de la Iglesia. El anuncio del Evangelio ha configurado el rostro peculiar de estas amadas comunidades y han sido motor y garantía de su progreso. Sentíos orgullosos de vuestra historia, de lo que sois, y comprometed más vuestras energías en la tarea de una nueva evangelización.

7. Quinientos años de presencia del Evangelio significan para este continente muchas gracias recibidas de Dios; gracias de las que tiene que dar cuenta la Iglesia en América Latina respondiendo con valentía a su compromiso de evangelizar las culturas. Se recibe la fuerza divina del Evangelio para responsabilizarse de una tarea evangelizadora sin fronteras. El tercer milenio de la historia de la Iglesia espera mucho de América Latina, a quien la divina Providencia, en sus arcanos designios, podría llamar a desempeñar un papel relevante en el mundo y en toda la obra de evangelización « ad gentes ». Por ello, en esta hora importante, os exhorto a un compromiso conjunto de Pastores y fieles.

Este compromiso misionero tiene para vosotros una característica peculiar: llevar el Evangelio a las culturas y situaciones humanas. San Pablo, en el texto bíblico con que hemos dado comienzo a nuestro encuentro, nos recuerda que la fe se recibe en el corazón y se expresa con los labios y con la vida: « con el corazón se cree para conseguir la justicia, y con la boca se confiesa para conseguir la salvación » (Rm 10,10). Los labios, la palabra, vienen a ser como la expresión de toda la cultura, el instrumento para la proclamación del misterio cristiano. Este es el verdadero proceso de «inculturación», mediante el cual la palabra de la cultura de cada pueblo se vuelve apta para manifestar y pregonar a los cuatro vientos que Cristo es el Hijo de Dios, el Salvador, que ha resucitado y es el centro de la creación y de la historia humana. Así, pues, la fe, recibida en el corazón de cada persona y de cada pueblo, se expresa y vive de modo permanente en la propia cultura cuando ésta ha sido impregnada por el espíritu evangélico, que es el espíritu de las bienaventuranzas y del mandamiento del amor.

La cultura está relacionada con la religiosidad y también con las situaciones socio-económicas y políticas. Los obispos latinoamericanos reunidos en Puebla, siguiendo las directrices y la práctica evangelizadora de San Pablo, contemplaron la integración de la cultura en la evangelización bajo la visión teológica original del señorío universal de Cristo resucitado (Puebla, 407). El discurso de San Pablo en el Areópago de Atenas viene a ser el paradigma de toda «inculturación» (cf Hch 17, 22-31).

La Iglesia, por tanto, junto a su ineludible actitud de denuncia de los falsos ídolos, ideológicos o prácticos, presentes en ciertas manifestaciones culturales de todos los tiempos y latitudes (cf. Puebla, 405), ha de empeñarse sobre todo en hacer realidad el principio de la « encarnación ». En efecto, Cristo nos salvó encarnándose, haciéndose semejante a los hombres; por ello, la Iglesia «cuando anuncia el Evangelio y los pueblos acogen la fe, se encarna en ellos y asume sus culturas» (Ibíd. 400; cf. Ad gentes, 10).

La misión, que es el dinamismo de Cristo presente en la Iglesia, implica exigencias de inserción en cada pueblo, de respuesta a sus legítimas aspiraciones a la luz del misterio redentor y de búsqueda de medios concretos para evangelizar cada situación cultural.

En el panorama actual de la Iglesia en Colombia no faltan incentivos y signos claros de la Providencia divina, que urgen a una acción pastoral renovada en vistas a un mejor proceso de evangelización. Recordemos algunos de estos signos de gracia, que son también exigencias de renovación.

El ansia creciente de la Palabra de Dios, que se nota en vuestras comunidades y que se convierte muchas veces en una acti­tud de oración y de compromiso de caridad, pide por ello mismo una dedicación prioritaria en el campo de la proclamación de la Buena Nueva, especialmente por una catequesis a todos los niveles, sobre todo en la familia y en los ambientes juveniles. Esta dedicación a la formación catequética llevará espontáneamente hacía una celebración litúrgica más consciente y participada, que debe influir en la experiencia de una vida nueva en el Espíritu Santo, a nivel personal y social. De esta manera, el pueblo sencillo, religioso por naturaleza, encontrará, en las celebraciones litúrgicas y en la prác­tica de la piedad popular, motivaciones suficientes para dar razón de su fe, y los ambientes descristianizados hallarán cauces culturales que los conduzcan a su reencuentro con el Señor.

10. Nunca será demasiado el esfuerzo de los Pastores por fomentar en el cristiano una mayor coherencia entre fe y vida. Ante las transformaciones culturales, políticas, económicas y sociales de la sociedad actual, nos encontramos tal vez ante uno de los mayores retos de la historia, que reclama una nueva síntesis creativa entre el Evangelio y la vida. La Iglesia en Latinoamérica, y concretamente en y desde Colombia, está llamada a dar un alma cristiana a esta situación de cambios audaces y acelerados. Todo cristiano está llamado a una participación más activa e intensa en todos los campos de la sociedad actual. Hay que redescubrir y vivir pues con más autenticidad las virtualidades que emanan del hecho de ser bautizado.

Efectivamente, en el bautismo recibe el cristiano la virtud de la caridad, que lo capacita para amar a Dios y a los hermanos. Si ejerciendo esta virtud, coloca a Dios en el centro de su existencia, como primer valor de la escala de valores, las obras de amor al prójimo fluirán como algo espontáneo y transformarán la sociedad y la cultura haciéndolas caminar hacía la plenitud evangélica. Esta es la ori­ginalidad cristiana, reto a los creyentes de América Latina sí quieren de veras contribuir con obras, y no sólo con palabras, al advenimiento de una nueva civilización.

¿Por qué hay injusticias tan grandes en nuestro continente, que es mayoritariamente católico? La denuncia evangélica de las injusticias es parte integrante del servicio profético de la Iglesia, que no puede dejar de hablar; pero sabemos que esto no basta. Todo católico, en comunión con los Pastores, ha de ser verdadero testigo y agente de la justicia en la animación cristiana de lo temporal y en todos los sectores de la sociedad. Ello es una exigencia evangélica que reclama personas abiertas humildemente a la Palabra de Dios, fieles a la acción renovadora del Espíritu Santo, dispuestas a compartir su tiempo y sus bienes para construir una comunidad basada en el mandamiento del amor, una sociedad humana que hαyα asimilado los valores fundamentales del Evangelio en favor de la dignidad de cada persona, de cada familia y de cada pueblo.

11. Es hermoso comprobar que una familia que crece y se difunde no pierde su unidad. La Iglesia latinoamericana es esta gran familia que, al cumplir cinco siglos de existencia, extiende cada vez más su presencia a todos los sectores y situaciones humanas, incluso más allá de este continente. Pero ha de ser celosa en mantener su unidad frente a ideologías extrañas a su propia idiosincrasia, y frente a actividades proselitistas y sectarias que intentan fragmentar la grey de Cristo. Las comunidades cristianas perseverarán en esta unidad y comunión eclesial si profundizan en la vida eucarística y mariana, con un auténtico sentido y amor a la Iglesia. El Episcopado colombiano, que ha gozado de unidad de criterio y ha vivido en edificante comunión eclesial los setenta y cinco años de existencia de su Conferencia Episcopal, sabe que la cohesión interna de Pastores y fieles hace creíble y eficaz la presencia de la Iglesia en el mundo. Esta unidad «es ya un hecho evangelizador» (Puebla, 663).

No olvidéis que cuanto más ligada esté una Iglesia particular a la Iglesia universal, «en la caridad y la lealtad, en la apertura al Magisterio de Pedro, en la unidad de la lex orandi, que es también lex credendi... tanto más esta Iglesia será capaz de traducir el tesoro de la fe en la legítima variedad de expresiones de la profesión de fe» (Evangelii Nuntiandi, 64).

Sólo a partir de esta unidad se puede pensar en una evangelización de la pluralidad cultural.

A esta unidad nos anime la oración del mismo Jesús, dirigida al Padre durante la última Cena: «Que todos sean uno en nosotros; yo en tι y tú en mí; que todos sean uno para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21).

La nueva evangelización de América Latina ha de ser pues promovida por una Iglesia orante, bajo la guía del Espíritu. «Nuestra difícil época tiene especial necesidad de oración», recordaba en mi reciente Encíclica «Dominum et Vivificantem».

A María, Madre de la unidad y Estrella de la evangelización, confío estas intenciones, mientras a todos imparto con afecto mi Bendición Apostólica.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA IGLESIA PARROQUIAL
DE SANTO TOMÁS DE VILLANUEVA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Castelgandolfo, viernes 15 de agosto de 1986

1. «Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios» (Ap 11, 19).

Hoy es un día insólito. La Iglesia nos conduce a nosotros que estamos reunidos en este templo terrestre junto al lado de Albano hacia el santuario celeste que es Dios mismo. Es un templo que no tiene ni las dimensiones ni las formas arquitectónicas conocidas en la historia de la civilización humana: Es el «ambiente» santísimo de  Dios. Y está todo él empapado por el misterio de su divinidad, una, indivisible e infinita. Esta realidad divina, toda santa, es con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: la comunión de las Personas en la unidad inescrutable de la Divinidad.

Nosotros, aquí en la tierra, estamos todos en peregrinación hacia ese santuario: hacia esa dimensión del eterno cumplimiento, donde Dios es todo en todos (cfr. 1 Cor 15,28).

2. Y entre todos aquellos, para los cuales Dios es todo, se encuentra en primer lugar María. La festividad de hoy es, en cierto  sentido, la síntesis de sus fiestas, la coronación de toda su vida transcurrida primero en el pensamiento divino, después en el arco de la vida terrena insertada, por una extraordinaria misión, en la historia de la salvación.

La liturgia nos permite contemplarla como mujer vestida de todo el universo visible, creado por Dios. Ella fue así en el designio eterno de la Trinidad divina, y así la ha visto el Evangelista Juan, el discípulo y apóstol destinado a convertirse en su hijo a la hora de la muerte de Cristo en la cruz.

Así es María a los ojos, llenos de amor, del autor del Apocalipsis. Ella, vinculada a todo lo creado visible, está al mismo tiempo presente eternamente en el «templo» de Dios.

3. Está presente en él como el «Arca de la Alianza». Efectivamente, el Señor, que es el Dios de la Alianza, se ha propuesto llevar en Ella, María, su alianza con el hombre al vértice más alto, al cenit..., llevarla a una plenitud tal que supera el círculo de los pensamientos y de las expectativas no sólo del hombre, sino también de los espíritus angélicos.

Dios ha querido «hacerse» hombre en su eterno Hijo. Y la «mujer vestida de sol» debía convertirse, por este Hijo que tiene la misma substancia del Padre, en la Madre humana.

El «Arca de la Alianza» es Aquella en la cual «el Verbo se hizo carne». «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo» (Jn 3, 16).

La Mujer, predestinada eternamente a ser Madre del Hijo de Dios, es «vestida» eternamente por el sol del Amor divino ... Amor que mueve los mundos: el mundo visible e invisible.

4. Y por tanto Ella es «un signo grandioso». Este «signo grandioso» de la Mujer fue revelado por Dios en los comienzos de la historia del hombre.

Fue revelado cuando éstos, por la desobediencia al Creador, se alejaron de la alianza de amor con el Padre, y entraron en los caminos falsos del pecado. Y esto sucede «por la tentación del Maligno» (cfr. Lumen gentium13), la «antigua serpiente» (cfr. Ap 12, 9) que Cristo llamará, en su momento, «padre de la mentira» (Jn 8, 44).

Dios Creador, después de haber maldecido al tentador, pronunció las palabras que resuenan claramente también en la lectura de hoy tomada del Apocalipsis. El Señor Dios dice: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; Este te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañal (Gén 3, 15).

5. Con estas palabras del libro del Génesis, que pertenecen a lo que es llamado el proto-Evangelio, la Mujer vestida de sol, vestida del eterno amor —la Mujer de los designios salvificos de Dios— entra en la historia del hombre.

Primero entra en la historia de las expectativas mesiánicas, que pertenecen de modo particular al Pueblo elegido de la Antigua Alianza: a Israel.

Después entra en la historia de los cumplimientos mesiánicos, de los cuales rinde testimonio todo el Nuevo Testamento, en particular el Evangelio.

Desde el momento en el que María por obra del Espíritu Santo ha concebido y dado luz, de manera virginal, el Hijo que el Padre eternamente ha decidido «dar», «para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16l.

Se cumple el tiempo de la salvación.

Da testimonio de ello, en el Apocalipsis, la voz del cielo que dice:

«Ya llega la victoria (la salvación), el poder y el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías» (Ap 12, 10).

Y así es en realidad. La humanidad vive en el tiempo de la salvación. Vive bajo el poder «de Cristo Dios», en el reino de Dios.

Así es en realidad, aunque la conciencia de esta verdad no sea en la tierra tan universal y tan fuerte como en el cielo, santuario de Dios mismo.

6. De igual modo no cesan de cumplirse las palabras del proto-Evangelio. «La enemistad», provocada por el pecado al comienzo, perdura. Perdura a través del curso de la historia del hombre, y hay periodos en los cuales ella parece crecer con particular intensidad.

Así, pues, aquel «enorme dragón» del Apocalipsis se pone continuamente «delante de la mujer», multiplicando, en la historia de la humanidad, el pecado, y sobre todo tratando de alejar al hombre de Dios, y de ligarle al mundo de manera que Dios Creador y Padre desaparezca del horizonte del pensamiento y del corazón de los hombres. Más bien tienta, en cuanto es posible, empujando al hombre al desprecio y al odio contra Dios y contra todo lo que es de Dios: «Amor sui usque ad contemptum Dei», como se expresó S. Agustín.

7. La solemnidad de hoy tiene, por tanto, un doble carácter.

Primero: Está contenida en ella el testimonio de la victoria conseguida por el Hijo de la Mujer: «Te aplastará la cabeza». En efecto, «Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto ... Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán la vida» (1 Cor 15, 20. 22) y la resurrección, y entre ellos la primera es María, porque Ella pertenece más que nadie a Cristo.

La Iglesia se alegra hoy por la gloria de su Asunción. Desde esa cima mira todo el curso de la historia de la salvación desde el «comienzo». He aquí cómo se ha cumplido en Dios el misterio de la «mujer vestida de sol», vestida del amor eterno.

8. Segundo: La solemnidad de la Asunción está destinada para nosotros: a los hombres que son todavía peregrinos en este mundo, donde continúa desarrollándose la lucha entre el bien y el mal.

El hombre, envuelto en esta lucha, como recuerda el último Concilio, puede fácilmente perderse por los falsos caminos contemporáneos, si no fijara los ojos en aquel «signo grandioso», que le llega constantemente desde el Santuario del Dios Viviente.

«La mujer vestida de sol», vestida del eterno amor divino. Por medio de Ella este amor salvífico empapa constantemente la historia del hombre y los transforma.

Es necesario, pues, que el hombre alce los ojos. Es necesario que escuche la voz que acompaña inseparablemente el Signo grandioso de la Mujer:

«Ya llega la victoria (salvación), el poder, el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías» (Ap 12, 10).

Sí, ¡llega la salvación!

SANTA MISA PARA UN GRUPO DE PEREGRINOS POLACOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de Nuestra Señora de Jasna Gora
Castel Gandolfo - Martes 26 de agosto de 1986

1. Hoy estamos reunidos aquí en Castel Gandolfo para unirnos con todos los peregrinos en Jasna Gora. Es la fiesta de la Madre, Señora de Jasna Gora y, en cierto sentido, su onomástica. El día del onomástico de la Madre, todos sus hijos desean estar cerca de ella. Al menos con la memoria y con el corazón. Así que nosotros, aunque estamos reunidos aquí, estamos en Jasna Gora.

2. Además, Castel Gandolfo tiene algo de Jasna Gora. En la capilla central se encuentra la imagen que los obispos polacos regalaron a Pío XI después de la Primera Guerra Mundial, en 1920. Se sabe que Pío XI había estado en Polonia como el primer nuncio apostólico después de la recuperación de la independencia.

No solo Pío XI, sino también todos sus sucesores, incluido el último, celebraron las Santas Misas y rezaron frente a esta imagen. Así, incluso viniendo aquí, a Castel Gandolfo, uno puede ser un peregrino a Jasna Gora,

3. Hoy es el trigésimo aniversario del importante acontecimiento que tuvo lugar en Jasna Gora, Polonia en 1956. Me gustaría recordar que en ese año se renovaron los votos del pueblo, pronunciados por el rey Juan Casimiro en 1656 y, por tanto, hace 300 años. en la catedral de Lviv. Sabemos que el carácter de estos votos no solo fue profundamente religioso, sino también patriótico y social. El episcopado polaco se refirió a estos Votos en los años de la gran Novena durante los cuales la Iglesia polaca hizo los preparativos para el milenio del Bautismo. Todo esto tuvo lugar bajo la dirección del Card. Stefan Wyszynski quien, como bien recordamos, no estuvo presente en Jasna Gora el 26 de agosto de 1956. Pero poco después, a finales de octubre del mismo año 1956, regresó a la Sede Primaria.

4. Como ya he dicho, los Votos de Giovanni Casimiro además de su contenido religioso también tienen un contenido patriótico y social, constituyen un documento al que hay que hacer referencia constante. Renovados con el mismo espíritu después de 300 años, es decir, en 1956, se renuevan continuamente, año tras año.

En este contexto, quisiera también recordar los hechos significativos de agosto de 1980, ya que en ellos se manifiesta el mismo vínculo profundo entre la Iglesia y la vida de la nación. Recordamos que en aquellos días de agosto de 1980 se redactaron los memorables acuerdos en Gdansk, en Szczecin y finalmente en Jastrzab en Silesia. En estos acuerdos se manifestó el espíritu de la Nación, una nación milenaria que busca solucionar problemas sociales y morales a través del diálogo con representantes del poder. Este diálogo demuestra el respeto de la sociedad por parte de las autoridades y es una confirmación del reconocimiento de su auténtica subjetividad. Por tanto, los obispos polacos hablan sistemáticamente de todos los problemas sociales y morales vinculados a la cuestión del respeto de los derechos de las personas y la necesidad de garantizar la subjetividad a la sociedad polaca. Por ejemplo, en el Comunicado del 1 al 2 de mayo pasado leemos: “Los Pastores de la Iglesia han dedicado mucha atención a algunos problemas sociales y morales de nuestro país. Se enfatizó que sin el pleno respeto de los derechos de la persona humana, de los grupos sociales y profesionales, los problemas económicos que existen en nuestra patria no se pueden resolver. Se ha indicado que el diálogo social auténtico y sincero es la única forma de remediar esta situación ”. ( Se ha indicado que el diálogo social auténtico y sincero es la única forma de remediar esta situación ”. ( Se ha indicado que el diálogo social auténtico y sincero es la única forma de remediar esta situación ”. (Com. CCXIII plenarii coetus Conferentiae Episcopalis pol . 3, muere el 2 de mayo de 1986)

5. Así se vuelve a plantear la necesidad de la implementación de los acuerdos firmados en 1980. En el mismo Comunicado los obispos hablan luego de los derechos y deberes de los creyentes: "Los laicos católicos tienen el derecho y el deber de construir el orden temporal en el espíritu del Evangelio, independientemente de las dificultades externas. Tienen el deber de dar testimonio de su fe en la vida pública, en el lugar de trabajo y en la actividad profesional. Deben reaccionar con valentía a las demostraciones de maldad moral. Guiados en sus acciones, por la conciencia cristiana, deben ser conscientes de su dignidad y sus derechos en la comunidad política; deben mostrar una sabia preocupación por el desarrollo justo de la vida social ”( Comunicado de la Conferencia Plenaria de los Obispos , 2 de mayo de 1986).

6. El episcopado polaco volvió a los mismos problemas durante la conferencia celebrada en Gniezno el 28 de junio. Aquí hay un extracto del comunicado: “Numerosos grupos sociales y profesionales esperan que las autoridades públicas creen y aumenten las posibilidades de actividad legal fuera de la membresía de un partido político. Es necesario aplicar soluciones sociales y legales que no conduzcan a la discriminación política y que permitan resolver definitivamente el problema de los presos políticos. Gracias a estas soluciones se evitarán disturbios, conflictos y tensiones sociales, y todos los ciudadanos se sentirán en igualdad de derechos en su patria ”( Comunicado de la Conferencia Plenaria de Obispos , 27 y 28 de junio de 1986).

7. Al final, se abordó el problema de los presos políticos, estrechamente vinculado al problema de la amnistía.

Sin embargo, me gustaría enfatizar que la Iglesia tiene el deber de brindar ayuda a los presos políticos. Pienso sobre todo en el Comité Primario de Caridad y Asistencia, que mantiene contacto con las diócesis individuales. Esta asistencia a los presos, especialmente a los políticos, organizada por la Iglesia es una expresión indispensable de la actitud proclamada en el Evangelio. Cristo recuerda siempre: "Estuve en la cárcel y viniste a verme" ( Mt 25, 36). Estoy preso No podemos evitar visitarlo. Las palabras de Cristo son claras y vinculantes.

8. Hoy me refiero a las expresiones del Episcopado polaco desde que nos encontramos frente a la Madre de Jasna Gora, Reina de Polonia y Madre de nuestro pueblo; nos presentamos ante ustedes junto con todos estos problemas. Son problemas de nuestra patria que incluyen también los sufrimientos de nuestros compatriotas. Nos presentamos frente a ella y al rey Juan Casimiro en la catedral de Lviv, en el momento de la invasión sueca; como el Episcopado polaco, hace 30 años, en Jasna Gora.

9. La vocación y tarea de la Iglesia, y especialmente de sus pastores, consiste en anunciar todo el Evangelio y, por tanto, también su enseñanza sobre los derechos del hombre y del pueblo. Por supuesto, yendo a Jasna Gora queremos traerte todo lo que es polaco y también todo lo bueno, eso es mejor. Estamos convencidos de que el bien no falta en nuestra tierra, no falta en los diversos sectores de la vida, la vida social y familiar, individual y personal; que no falta en el corazón de nuestros compatriotas, ni en el de la nueva generación. Esto también lo demuestran las numerosas peregrinaciones que en agosto convergen en Jasna Gora desde todas partes de Polonia. Ciertamente es solo una expresión externa y fragmentaria. La confirmación de esta verdad debe buscarse más ampliamente, más profundamente. Unidos con Jasna Gora, aquí, Pacem in Terris : el derecho a la verdad, el derecho a la libertad, el derecho a la justicia y al amor. Oramos por todo esto. Nuestros compatriotas en Jasna Gora, sin duda, también rezan por todo esto. Nosotros, aquí, rezamos junto con ellos. En cierto sentido, somos el eco de la oración de Jasna Gora.

La liturgia de hoy nos recuerda las bodas de Caná de Galilea, primer milagro de Jesús, primero y significativo porque en él se manifestaba la particular solicitud del corazón materno de María hacia los esposos, hacia los dueños de la casa. Jesús convirtió el agua en vino para ayudar a los anfitriones y a los esposos a salir de las dificultades. María, dirigiéndose a los sirvientes que obedecerían la orden de Cristo, dijo: "Hagan lo que él les diga" ( Jn.2, 5). Recordamos esto constantemente, cuando estamos reunidos en Jasna Gora, cuando celebramos la liturgia que habla de la Madre de Jasna Gora; recordamos ese acontecimiento en Caná de Galilea, ya que representa, en su profundidad, un símbolo. Cristo con su gracia puede cambiar al hombre, hacerlo más generoso, transformarlo; puede levantar al hombre y no solo al hombre, sino también a comunidades, familias, pueblos enteros. Deseamos confiar en su poder salvador y por eso peregrinamos a Jasna Gora y que siempre estemos unidos a la Madre de la Nación; queremos contar con esta fuerza salvadora que está íntimamente ligada a la dignidad del hombre y está a su servicio. No queremos que la vida social esté sujeta a las ciegas leyes de la historia, como dicen; queremos que sea fruto de la sociedad de hombres maduros, consciente y responsable: este es el propósito de nuestra peregrinación, el propósito de nuestra oración de hoy. Queremos que la vida del hombre en nuestra tierra sea cada vez más humana, cada vez más digna del hombre, tanto desde el punto de vista personal como social.

“Protege a todo el pueblo, para que viva para tu gloria, para que crezca. . . ". Has venido aquí con esta oración a la que me uno de todo corazón porque soy hijo de la misma nación, de la misma patria, venero a la misma Madre de Jasna Gora. Llevo en el corazón todos los problemas de mis compatriotas y de mi país; Me gustaría servirles lo mejor que pueda.

"Protege a todo el pueblo, para que viva para tu gloria, para que crezca espléndido". Amén.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A FRANCIA

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LOS FIELES DE LA DIÓCESIS DE SABOYA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Annency (Francia) - Martes 7 de octubre de 1986

1. "Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo" ( Lc 1, 28).

El evangelio de hoy nos recuerda estas conocidas palabras. Sabemos de memoria el anuncio del ángel. Lo repetimos todos los días en nuestra oración. Hoy, la Iglesia nos recuerda estas palabras y todos los hechos relatados por el Evangelio de San Lucas, ya que el 7 de octubre está dedicado a Nuestra Señora del Rosario.

Me alegra celebrar esta fiesta con ustedes en Saboya, en esta tierra marcada por tantos hombres y mujeres que han recibido el mensaje de salvación. De generación en generación han respondido con el don de sí mismos, para construir la Iglesia de Cristo. Entre ellos, tras los mártires del siglo III, muchos santos han salpicado tu historia, al servicio de la ciudad, en la vida monástica, en la pastoral, en misiones lejanas. Antes de recordar el mensaje de las dos grandes figuras que venera Annecy, mencionaré únicamente a San Pedro de Tarentaise y al Beato Pierre Favre nacido en Villaret, primer compañero de San Ignacio.

En este día también nosotros debemos tomar conciencia de que el cristiano es el hombre de la Anunciación. No solo repetimos las palabras del ángel a María, en una oración familiar, no solo tres veces al día el Ángelus nos recuerda el evento de Nazaret, sino que la Anunciación marca profundamente al cristiano. María de Nazaret fue la primera en recibir un mensaje de salvación de Dios; primero, ella respondió con fe. Como ella, todo cristiano es el sujeto de este mensaje de salvación y el sujeto de esta fe.

2. El acontecimiento que tuvo lugar en Nazaret abre el nuevo camino por el que Dios conduce a toda la humanidad. Lo que significa la anunciación es, en cierto sentido, la síntesis de todos los misterios que Dios quiso en la plenitud de los tiempos, entrando en la historia humana según el designio eterno de su amor.

Vemos a la Virgen de Nazaret en los albores del nuevo tiempo que es el tiempo definitivo, en cierto sentido, el último tiempo. En ella, a través de ella, el Dios de la alianza quiere ir más allá de lo que la "alianza", la "fe", la "religión" habían hecho hasta entonces. Esta perspectiva puede resultar sorprendente, pero también puede resultar intimidante. Ya que las primeras palabras de la anunciación son: "No temas, María". Las siguientes palabras están presentes en nuestra memoria. La Virgen María se convertirá en la Madre del Hijo, a quien llamará Jesús. Y será Hijo del Altísimo, Hijo de Dios. En él se cumplirán todas las promesas mesiánicas de la antigua Alianza, las que están ligadas a la herencia del patriarca Jacob y del rey David. En este Hijo se realiza el reino de Dios mismo, ese reino que "no tendrá fin".

3. En esta fiesta de Nuestra Señora del Rosario, debemos tomar conciencia, de un modo nuevo, de que todo cristiano es el hombre de la Anunciación. Las dos figuras que queremos recordar en Annecy, en la ruta de peregrinaje del Papa, aquí en Annecy, lo atestiguan con extraordinaria elocuencia: San Francisco de Sales, Santa Juana de Chantal. Es a su santuario en Annecy donde el Obispo de Roma viene hoy para releer con ustedes, queridos hermanos y hermanas, el mensaje de fe, esperanza y amor que brota de su vida y misión en la Iglesia, un mensaje que guarda para nosotros toda su fuerza.

4. Doctor en amor, san Francisco de Sales valoró sin cesar la fuente viva de la alianza de Dios con los hombres: Dios nos ama, Dios nos acompaña en cada momento de nuestra vida, con amor paciente y fiel; Dios nos infunde su deseo por el bien, una atracción por lo bello y verdadero. En su Providencia, Dios nos da vida para ser a su imagen y semejanza. Y Dios nos llama a compartir siempre lo que hace que la grandeza de su vida sea el amor perfecto. nos concede libertad interior, nos permite gozar de la certeza de ser amados y responder con firmeza a este amor.

Hermanos y hermanas, este gran obispo conoció también la debilidad del hombre, su dificultad para responder con fe constante al mensaje de amor de la alianza. Sabía que muchas veces buscamos la fuerza para amar más en nosotros mismos que en la acogida generosa del don de Dios, por eso Francisco de Sales fue incansable en mostrar a sus hermanos la paciencia y la ternura de Dios, dispuesto a perdonar, a salvar. No deja de transmitir la buena noticia de la anunciación: el Hijo del Altísimo, nacido de María, viene a unirse a la humanidad. En un mundo desorientado, la presencia de Jesús reabre la "herida del amor", sana los corazones perdidos, ofrece una alianza de perdón y renovación. En su infinita santidad, Jesús nos lleva por el camino de la santidad.

Como el sabio de la Escritura, Francisco de Sales sabe que estar "atento a la Palabra" conduce a la felicidad, que la confianza en el Señor nos hace bienaventurados (cf. Pr 16, 20). Él mismo está tan impregnado de la Sagrada Escritura que "más que la regla de sus pensamientos, se ha convertido en su sustancia" (Cardenal Pie). llevará a sus hermanos a meditar en la vida de Jesús, a morar con el Señor; así nos dice: "Aprendamos, con su gracia, a hablar, a actuar, a querer como él" ( Introducción a la vida devota , II, 1). Nos invita a pronunciar el santo nombre de Jesús dando toda su fuerza a la invocación: "Debe suceder sólo por el amor divino que, solo, expresa a Jesús en nuestra vida sellándolo en nuestro corazón" (Carta CDXXVIII).

5. Volviendo incesantemente al amor de Dios vivido gracias a Cristo, Francisco de Sales vuelve a conectar con la gran tradición expresada por san Agustín: "Para nosotros vivir es amar" - "vita nostra dilectio est" ( Enarr. 54 , 7). Él mismo escribe: "Todo es por amor, por amor, por amor y por amor en la santa Iglesia" ( Obras , IV, p. 4). Gran servidor de la Iglesia; siempre ha actuado con este espíritu.

Sacerdote, luego obispo de esta diócesis, vivió una época en la que era necesario encontrar un nuevo impulso. Contribuirá vigorosamente a implementar las reformas del Concilio de Trento concluidas poco antes de su nacimiento. En este sentido, podemos sacar frutos de su ejemplo, veinte años después del Concilio Vaticano II, aunque las circunstancias sean muy diferentes: sus reformas no surtirán efecto si no van acompañadas de una profunda renovación espiritual.

Francisco de Sales amaba a la gente de la que era pastor. Para llevarlo por los caminos del Evangelio, se entregó totalmente, hasta el punto de dejarse absorber en cada momento, en su vida, durante sus visitas a las parroquias. Los sacerdotes encontraron en él una acogida fraterna y los formó en la generosidad apostólica que él mismo ejerció hasta el límite de sus fuerzas. Prefería celebrar la Misa con su pueblo ya menudo predicar la palabra de Dios, catequizaba con gusto a los niños. Manifestó una caridad paciente para guiar a quienes le pedían consejo y también para ayudar a los pobres, él mismo viviendo pobre. Hemos escuchado en la lectura de Proverbios (16,19) un versículo que puso en práctica: “Mejor es ser humilde con los pobres que compartir el botín con los soberbios”. Se puso a disposición de quienes le pidieran que lo escuchara en confesión, pues estimaba tanto los beneficios del sacramento de la misericordia. Como dice el Salmo (33, 19): "Cercano está el Señor a los que tienen el corazón herido, salva a los espíritus quebrantados".

En su acción pastoral, Francisco de Sales tuvo un sentido agudo de la misión propia de cada obispo. Sabía que en esta misión, el servicio de la unidad es una prioridad. Se encontró cumpliéndolo cuando acababa de ocurrir una grave laceración entre los cristianos de su región. En el clima que reinaba en ese momento, lo hizo con toda su fe, con todo su amor, con toda su generosidad. ¡Que el Señor inspire hoy nuestro diálogo como hermanos todavía separados! ¡Afirme en nosotros una voluntad común de reconciliación en la verdad y en la caridad, para que pronto encontremos la unidad que tanto deseábamos!

6. En Francisco de Sales admiramos al hombre de Iglesia impregnado de amor divino. Se puede decir que es un verdadero sabio que se da cuenta de lo que dicen los Proverbios (16, 21-22): “Un corazón sabio se proclama sabio; el lenguaje dulce aumenta la doctrina. La fuente de la vida es la prudencia. . . ".

Sí, este místico dibujaba a diario, en la intimidad del Señor, una sorprendente capacidad para llevar a sus hermanos hacia la vida perfecta, sabiendo comprender a las personas más diversas. Su influencia se debió en gran parte al hecho de que cada uno se sentía respetado en su condición personal. Proponía todas las necesidades evangélicas, mostraba acceso a hombres y mujeres, laicos y religiosos, jóvenes y ancianos, esposos y célibes, ricos y pobres, hombres de letras e ignorantes, príncipes y campesinos, soldados y comerciantes. A todos les reveló la profunda concordancia de la libertad interior con la voluntad de Dios, a cada uno dirigió el llamado a la santidad según su condición y aptitudes.

Dotado de un gran discernimiento en los encuentros individuales, Francisco de Sales también intervino en las preguntas y debates de su tiempo, con una moderación que despertaba la confianza. Se merecía el sobrenombre de "conciliador". Involucrado en discusiones teológicas o en los conflictos de la ciudad, había escuchado el llamado del Salmo (33, 15): "Busca la paz y síguela", o la máxima contenida en Proverbios (16, 32): más que esos que conquista una ciudad ".

Entre los santos que llevaron el mensaje del Evangelio a sus contemporáneos de tantas maneras, Francisco de Sales es uno de los que supo encontrar un lenguaje maravillosamente adecuado. Hoy diríamos que fue un hombre de comunicación. En sus cartas y libros capta la atención con un estilo en el que resplandece su experiencia espiritual y al mismo tiempo su profundo conocimiento del hombre. Patrono de los periodistas, de los que tienen la misión de escribir, que inspire su trabajo en una clara comprensión de aquellos a quienes se dirigen, en el respeto fraterno de aquellos con quienes comparten la verdad.

7. Tu ciudad honra, con su gran obispo, Santa Juana de Chantal, quien permanece más cerca de él. Ella llamó a Francisco de Sales su "padre bendito" porque era, en una admirable amistad, el intérprete respetuoso y el guía ilustrado de su conciencia. Nos alegra recordarla porque su itinerario fue extraordinariamente rico. Giovanna di Chantal vivió, siguiendo con fervor el sencillo camino de la fe, las etapas de la vida de una mujer que brilla a través de la sabiduría humana y espiritual.

Hija, esposa, madre, viuda, en unos años de maternidad, desarrolló su fe y puso en práctica la caridad atendiendo a los enfermos y dando ayuda respetuosa a los pobres. Afligida por la muerte de su esposo, el sufrimiento todavía la marcó de muchas maneras. Conocía la dificultad del perdón, la angustia por el futuro de sus hijos. Otros dolores la golpearon dolorosamente. Además, no debemos olvidar que, en todas las etapas de su vida, la fe de Juana de Chantal se vio sacudida varias veces. La duda y la oscuridad se apoderaron de ella mientras emprendía su camino, en verdadero sufrimiento. La santidad está marcada por estos conflictos. En este camino, la que amaba recitar los salmos pudo meditar estas palabras: “Busqué al Señor y él me respondió y me liberó de todo temor. Prueba y ve cuán bueno es el Señor; Bienaventurado el hombre que se refugia en él "(Sal 33, 5, 9).

Sí, declarará su decisión de entregarse enteramente al Señor "en total confianza". Continuará su camino abandonándose al puro amor de Dios, será liberada de los miedos, en Dios encontrará su paz.

8. En el transcurso de su vida, feliz y luego herida, recibe el mensaje de salvación y se convierte en una verdadera sierva de la alianza. Y aquí Joan emprende el viaje de estas montañas, con el mismo espíritu de la Virgen de la Anunciación que visita a Isabel: está completamente sujeta a la palabra de salvación, todo en adoración al Verbo Encarnado, da gracias por las "maravillas de Dios". ”, Está dispuesto a ejercer la caridad humilde y cotidiana. Está dispuesta a fundar la Visitación con Francisco de Sales.

Hoy damos gracias por la acción complementaria de estos dos santos, por el maravilloso centro de contemplación que es la Visitación, moldeada por su rica amistad espiritual. Madre común, Juana de Chantal fundó la Visitación con dulzura y certeza. Ella "pone las raíces de la unión" en el amor mutuo, la humildad, la sencillez y la pobreza. Habiendo "confiado todo a Dios", "revestida de nuestro Señor crucificado", es una incomparable maestra de oración, al hacer que sus hermanas y muchas otras personas conozcan como ella "una gran libertad interior". . . una especie de oración cordial e íntima ”(cf. Memorias de la Madre de Chaugy ).

"Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza siempre en mi boca" ( Sal 33, 2).

9. Queridos hermanos y hermanas, es bueno volver la mirada hacia estos grandes testigos de la anunciación que han marcado tan profundamente vuestra historia. Les agradezco por darme la oportunidad de darme la bienvenida en esta peregrinación que desde hace tiempo he querido hacer ante la insistente invitación de Mons. Jean Sauvage y luego de su sucesor, Mons. Hubert Barbier. Los saludo cordialmente aquí junto con el arzobispo de Chambéry, Mons. Claude Feidt y los demás obispos aquí presentes, así como el venerable cardenal Léon-Etienne Duval, arzobispo de Argel, que, para la ocasión, regresó a su país natal. También agradezco a las autoridades civiles que han facilitado enormemente mi llegada. Os saludo a todos vosotros, sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos de esta región, pueblo activo y cordial de Saboya, Agradezco vuestra fidelidad a santa Juana de Chantal ya san Francisco de Sales que dijo: “Soy saboyana en todos los sentidos, de nacimiento y de sentimiento” (Carta MCLXXXVII). Dirijo mis fervientes deseos a la Iglesia de Annecy y Saboya para que el testimonio vivo de los dos grandes santos sea un modelo y un punto de referencia en estos tiempos en los que los cristianos se enfrentan a una nueva situación y atraviesan tantas dificultades.

¡Que los pastores, religiosos y religiosas, los laicos cuya vocación cristiana como precursora del Concilio Vaticano II tan bien subrayó, sí, que todos cooperen en la confianza para dar a la vida eclesial el dinamismo de un impulso nuevo! En los ministerios, en la vida sacramental y litúrgica, en todas las iniciativas que contribuyan a la evangelización, ¡que todos se inspiren en el ardor pastoral de San Francisco, a la luz que emana de la "Madre común" de la Visitación! Que estos testigos privilegiados le ayuden a aprovechar las fuentes inagotables del amor divino para animar cada una de sus acciones.

Que la sabiduría salesiana, en la que las cualidades espirituales y la santidad se unen a las de la sabiduría humana, puesta al servicio de todos, les permita iluminar con verdad los problemas de este tiempo, respetar la vocación de cada uno donde Dios "la sembró" y para que la gente entienda el llamado a entrar por la gracia en el pacto con la Sabiduría eterna.

10. En la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, encomiendo todos estos votos a lo que San Francisco de Sales llamó "la dulce Madre de los corazones, la Madre del Amor Santo" (Carta CMXXXVI).

Con la oración del Rosario, intentamos extender nuestra mirada, con fe, a todos los misterios que la anunciación encierra como fuente: los misterios gozosos de la Encarnación, los misterios dolorosos del sacrificio de la cruz, los misterios gloriosos de La resurrección.

Así, de una manera sencilla y humilde, todos deseamos seguir el modelo de la "Sierva del Señor". Guardamos en el fondo de nuestro corazón todo el misterio divino de nuestra vocación en Cristo.

Con María, cada uno de nosotros y todos juntos, queremos convertirnos en los "hombres de la anunciación".

 SANTA MISA EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Lunes 8 de diciembre de 1986

1, « Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3).

En la liturgia del Adviento resuena hoy esta bendición.

Con esta invocación en los labios, nosotros, la Iglesia de Roma, nos dirigimos hoy en peregrinación a la plaza de España, donde la Virgen Inmaculada domina la ciudad desde lo alto de la espléndida columna. Y después venimos aquí, a esta antiquísima basílica, en la que se consolidó la fe de la Iglesia en la Maternidad divina de María. «Theo-tokos: Madre de Dios, habían proclamado con alegría los padres del Concilio de Efeso: «Theo-tokos: Madre de Dios, respondió Roma, levantando esta maravillosa basílica.

2. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Venimos a alabar a Dios, a adorarlo por el misterio del Adviento. Este es, sobre todo, el misterio «escondido en Dios mismo» (cfr. Col 1, 26), que nos eligió antes de crear el mundo en Cristo, su eterno Hijo (cfr. Ef 1,4). Nos ha destinado también por iniciativa de Jesucristo a ser sus hijos adoptivos (cfr. Ef 1,5). Esa ha sido la eterna y salvífica decisión de su voluntad. El Padre, amando eternamente al Hijo de su misma naturaleza, nos ha amado en El a nosotros, los hombres: nos ha amado, «en su querido Hijo» (cfr. Ef 1,6). Y esto quiere decir que El no sólo ha decidido crearnos a su imagen y semejanza, sino más, infinitamente más: ha decidido hacemos participar los hombres en su Vida. De este modo la Vida de Dios: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida en la cual se realiza la infinita Majestad de la Divinidad, se ha hecho don. El Padre nos ha regalado este don en su Hijo eternamente amado. Nos ha regalado la gracia.

3. ¡Bendito sea!

Venimos hoy a esta basílica para alabar a la Majestad Divina por el misterio del Adviento.

He aquí a Aquel que ha querido desde la eternidad ser «para nosotros». Ha querido abrirse a nosotros. Ha querido venir nosotros.

4. Además, el Adviento es dimensión de la historia del hombre.

Esta historia comienza, en cierto sentido, en el momento en que Dios pregunta a Adán: «¿Dónde estás?» (cfr. Gén 3, 9).

En ese momento Adán estaba escondido: ¡Se había escondido —a causa del pecado— de la mirada de Aquel ante el cual nada puede esconderse, sino que todo es desvelado y manifiesto!

Se hizo, pues, evidente a los ojos de Dios el primer pecado del hombre y todos sus efectos en la historia humana; sin embargo, no consiguió ofuscar la eterna «gloria de su gracia» (cfr. Ef 1, 6).

De ahora en adelante, el Adviento significa una lucha de la gracia contra el pecado en la historia del hombre. Cada hombre es lugar de esa lucha. La historia de la salvación se realiza, en un cierto sentido, a través de la historia del pecado.

De ahora en adelante el Adviento significa precisamente en la dimensión de esta historia la venida del Redentor. Este «aplastará» el mal del pecado en su misma raíz, y «pagará» por esta victoria de la gracia con la obediencia «hasta la muerte, y muerte de cruz» (cfr. Flp 1, 8).

¡El Redentor, nacido de mujer, Hijo de María!

5. Venimos hoya este templo para alabar a Dios por el misterio de la Mujer, que El ha unido desde el principio a la promesa del Redentor.

Venimos a dar gracias por María, por su Inmaculada Concepción. Ella ha sido «redimida de un modo sublime como dice el Concilio Vaticano II en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo» (Lumen gentium53).

Ella se encuentra en el mismo corazón del Adviento: de la venida de Dios al mundo, en el Hijo eternamente «querido».

6. He aquí que el Mensajero de los eternos designios de Dios viene a Ella.

La saluda con una palabra insólita. Dice: «Alégrate, llena de gracia (kejaritoméne): el Señor está contigo» (Lc 1, 28).

En Ti el misterio de la «Mujer» del libro del Génesis se cumplirá: «concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre .Jesús)» (Lc 1, 31). (Jesús quiere decir «Salvador», «Dios es salvación»).

De este modo la eterna «gloria de la gracia» se ha acercado al hombre. Ha bajado al corazón humano.

Así como una vez se había alejado del hombre a causa del pecado, así ahora se ha acercado. Se ha acercado infinitamente. Se ha hecho carne en el corazón de la Virgen de Nazaret. Se ha hecho Dios-Hombre. El Emmanuel.

7. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Así, junto a María, esperamos el nacimiento del Redentor. Ella —su Madre— es la primera entre los redimidos. Inmaculada Concepción quiere decir precisamente esto. La liturgia de la Iglesia la incluye en la espera del Adviento.

Esperamos el nacimiento del Redentor, lo esperamos junto con María. La Iglesia, que también sabe que es Madre en el orden de la gracia de la salvación, vive profundamente esta espera materna de María en el tiempo del primer Adviento.

8. Y en la perspectiva del segundo y definitivo Adviento, que va unido al tiempo de la Iglesia, María no cesa de resplandecer en el horizonte de la historia del hombre, la cual es a la vez la historia de la salvación.

«Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia» (Rom 5, 20),

En torno a la Madre Inmaculada del Redentor se unen todos los que «han esperado en Cristo» (cfr. Ef 1, 12).

Siguiendo las huellas de los Santos Apóstoles y Mártires, aquí en Roma, Ella no cesa de ser para nosotros «salus populi»: «salus populi Romani».

Nos unimos en torno a Ella todos nosotros, que hemos esperado en Cristo, todos nosotros que esperamos su venida en la gloria (cfr. Ti 2, 13).

¡Amén!!

SANTA MISA EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Lunes 8 de diciembre de 1986

1, « Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3).

En la liturgia del Adviento resuena hoy esta bendición.

Con esta invocación en los labios, nosotros, la Iglesia de Roma, nos dirigimos hoy en peregrinación a la plaza de España, donde la Virgen Inmaculada domina la ciudad desde lo alto de la espléndida columna. Y después venimos aquí, a esta antiquísima basílica, en la que se consolidó la fe de la Iglesia en la Maternidad divina de María. «Theo-tokos: Madre de Dios, habían proclamado con alegría los padres del Concilio de Efeso: «Theo-tokos: Madre de Dios, respondió Roma, levantando esta maravillosa basílica.

2. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. Venimos a alabar a Dios, a adorarlo por el misterio del Adviento. Este es, sobre todo, el misterio «escondido en Dios mismo» (cfr. Col 1, 26), que nos eligió antes de crear el mundo en Cristo, su eterno Hijo (cfr. Ef 1,4). Nos ha destinado también por iniciativa de Jesucristo a ser sus hijos adoptivos (cfr. Ef 1,5). Esa ha sido la eterna y salvífica decisión de su voluntad. El Padre, amando eternamente al Hijo de su misma naturaleza, nos ha amado en El a nosotros, los hombres: nos ha amado, «en su querido Hijo» (cfr. Ef 1,6). Y esto quiere decir que El no sólo ha decidido crearnos a su imagen y semejanza, sino más, infinitamente más: ha decidido hacemos participar los hombres en su Vida. De este modo la Vida de Dios: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la vida en la cual se realiza la infinita Majestad de la Divinidad, se ha hecho don. El Padre nos ha regalado este don en su Hijo eternamente amado. Nos ha regalado la gracia.

3. ¡Bendito sea!

Venimos hoy a esta basílica para alabar a la Majestad Divina por el misterio del Adviento.

He aquí a Aquel que ha querido desde la eternidad ser «para nosotros». Ha querido abrirse a nosotros. Ha querido venir nosotros.

4. Además, el Adviento es dimensión de la historia del hombre.

Esta historia comienza, en cierto sentido, en el momento en que Dios pregunta a Adán: «¿Dónde estás?» (cfr. Gén 3, 9).

En ese momento Adán estaba escondido: ¡Se había escondido —a causa del pecado— de la mirada de Aquel ante el cual nada puede esconderse, sino que todo es desvelado y manifiesto!

Se hizo, pues, evidente a los ojos de Dios el primer pecado del hombre y todos sus efectos en la historia humana; sin embargo, no consiguió ofuscar la eterna «gloria de su gracia» (cfr. Ef 1, 6).

De ahora en adelante, el Adviento significa una lucha de la gracia contra el pecado en la historia del hombre. Cada hombre es lugar de esa lucha. La historia de la salvación se realiza, en un cierto sentido, a través de la historia del pecado.

De ahora en adelante el Adviento significa precisamente en la dimensión de esta historia la venida del Redentor. Este «aplastará» el mal del pecado en su misma raíz, y «pagará» por esta victoria de la gracia con la obediencia «hasta la muerte, y muerte de cruz» (cfr. Flp 1, 8).

¡El Redentor, nacido de mujer, Hijo de María!

5. Venimos hoya este templo para alabar a Dios por el misterio de la Mujer, que El ha unido desde el principio a la promesa del Redentor.

Venimos a dar gracias por María, por su Inmaculada Concepción. Ella ha sido «redimida de un modo sublime como dice el Concilio Vaticano II en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo» (Lumen gentium53).

Ella se encuentra en el mismo corazón del Adviento: de la venida de Dios al mundo, en el Hijo eternamente «querido».

6. He aquí que el Mensajero de los eternos designios de Dios viene a Ella.

La saluda con una palabra insólita. Dice: «Alégrate, llena de gracia (kejaritoméne): el Señor está contigo» (Lc 1, 28).

En Ti el misterio de la «Mujer» del libro del Génesis se cumplirá: «concebirás en tu vientre y darás a luz un Hijo y le pondrás por nombre .Jesús)» (Lc 1, 31). (Jesús quiere decir «Salvador», «Dios es salvación»).

De este modo la eterna «gloria de la gracia» se ha acercado al hombre. Ha bajado al corazón humano.

Así como una vez se había alejado del hombre a causa del pecado, así ahora se ha acercado. Se ha acercado infinitamente. Se ha hecho carne en el corazón de la Virgen de Nazaret. Se ha hecho Dios-Hombre. El Emmanuel.

7. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Así, junto a María, esperamos el nacimiento del Redentor. Ella —su Madre— es la primera entre los redimidos. Inmaculada Concepción quiere decir precisamente esto. La liturgia de la Iglesia la incluye en la espera del Adviento.

Esperamos el nacimiento del Redentor, lo esperamos junto con María. La Iglesia, que también sabe que es Madre en el orden de la gracia de la salvación, vive profundamente esta espera materna de María en el tiempo del primer Adviento.

8. Y en la perspectiva del segundo y definitivo Adviento, que va unido al tiempo de la Iglesia, María no cesa de resplandecer en el horizonte de la historia del hombre, la cual es a la vez la historia de la salvación.

«Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia» (Rom 5, 20),

En torno a la Madre Inmaculada del Redentor se unen todos los que «han esperado en Cristo» (cfr. Ef 1, 12).

Siguiendo las huellas de los Santos Apóstoles y Mártires, aquí en Roma, Ella no cesa de ser para nosotros «salus populi»: «salus populi Romani».

Nos unimos en torno a Ella todos nosotros, que hemos esperado en Cristo, todos nosotros que esperamos su venida en la gloria (cfr. Ti 2, 13).

¡Amén!

  SANTA MISA PARA EL XX DÍA DE PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Basílica de San Pedro - Jueves 1 de enero de 1987

1. “Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo. . . " ( Gal 4, 4).

Os saludamos la plenitud de los tiempos, que el Hijo eterno de Dios trajo y cumplió en la historia de la creación, haciéndose hombre.

Te saludamos, plenitud de los tiempos, del que hoy emerge el nuevo año, según la medida del paso humano.

Te saludamos, Año del Señor 1987 , en el umbral de tus días, semanas y meses.

La Iglesia del Verbo Encarnado os saluda en medio de la gran familia de naciones y pueblos.

La Iglesia os saluda pronunciándoos la bendición del Dios de la Alianza :

“El Señor te bendiga / y te proteja. / Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti / y tenga piedad de ti. / Que el Señor vuelva sobre ti / y te conceda la paz ”( Núm 6, 24-26).

2. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo . . . ".

Te saludamos, Año Nuevo, en el corazón mismo del misterio de la Encarnación , en el que adoramos al Hijo de Dios hecho carne por nosotros.

Te saludamos, Hijo de la misma sustancia que el Padre eterno, que vino a nosotros en la plenitud de los tiempos, " para que recibamos la adopción de niños " ( Gal 4, 5).

Te saludamos en tu humanidad, Hijo de Dios, nacido de mujer, así como cada uno de nosotros, hijos humanos, nacimos de mujer.

Te saludamos en la humanidad de cada hombre en toda la riqueza y variedad de tribus, naciones y razas, idiomas, culturas y religiones.

En ti , Hijo de María, en ti Hijo del hombre, somos hijos de Dios .

Deseamos celebrar este primer día del nuevo año, junto con la octava de Navidad, como la solemnidad universal del hombre en la plenitud de su dignidad humana.

Deseamos celebrar este día, gracias a su trabajo, como " niños en el Hijo ". Viniste "para reunir a los hijos de Dios dispersos" ( Jn 11, 52). Eres nuestro hermano y nuestra paz .

3. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones clamando: ¡Abba, Padre!" ( Gal 4, 6).

Fuiste tú quien gritó así. Tú hijo. Lo dijiste en momentos de fervor y momentos de desnudez.

Y tú, Hijo de la misma sustancia que el Padre, nos has enseñado a decirlo ; nos animaste a decir junto a ti: "Padre nuestro".

Y aunque no encontremos justificación en nuestra humanidad, nos has dado, en unidad con el Padre, tu Espíritu "que es Señor y da vida" (Dominum et Vivificantem), para que podamos decir "Abba, Padre" con toda la verdad interior de nuestro corazón . De hecho, el Espíritu del Hijo fue enviado a nuestros corazones. El Espíritu del Hijo nos ha formado de nuevo, desde la raíz misma de nuestra humanidad, de nuestra naturaleza humana, como "hijos en el Hijo".

4. Somos, por tanto , niños, no esclavos . Somos herederos por voluntad de Dios .

Hoy, al comienzo del nuevo año, deseamos reafirmar esta herencia universal de todos los hijos e hijas de esta tierra .

Todos están llamados a la libertad. En el contexto de los tiempos en que vivimos, la Iglesia ha confirmado una vez más la verdad sobre la " libertad y liberación cristianas " como fundamento de la justicia y la paz (cf. Congr. Pro doctrina Fidei, Libertatis Conscientia , die 22 Mar. ).

El Espíritu del Hijo que el Padre envía incesantemente a nuestros corazones clama constantemente: “Ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero por voluntad de Dios ”( Gal 4, 7).

5. "Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer ".

Durante toda la octava de Navidad, y particularmente hoy, el corazón de la Iglesia late de manera singular por ella, por la Madre del Hijo de Dios . Por la Madre de Dios.

Hoy se celebra su principal solemnidad. Ella, la Mujer, da el primer testimonio materno de la dignidad humana del Hijo de Dios.

Nació de ella.

Ella es su Madre .

Hoy la vemos en Belén dando la bienvenida a los pastores.

Al octavo día después del nacimiento, cuando se completa el rito de la circuncisión del Antiguo Testamento, ella le da el nombre al Niño . Y este es el nombre: Jesús, un nombre que habla de la salvación realizada por Dios. Esta salvación es traída por su Hijo. Jesús significa "Salvador" . Así fue llamado el Hijo de María en el momento de la Anunciación, el día en que fue concebido en su seno. Y así ahora es llamado por ella antes que los hombres.

La dignidad humana del Hijo de Dios se expresa en este nombre. Como hombre, es el Salvador del mundo. Su Madre es la Madre del Salvador .

6. “ Alégrate , llena eres de gracia, el Señor es contigo. . . " ( Lc 1, 28).

Bienaventurados los que creyeron . . . (cf. Lc 1, 45). Creíste en el momento de la Anunciación. Creíste en la noche de Belén. Creíste en el Calvario. Has avanzado en la peregrinación de la fe y has conservado fielmente tu unión con el Hijo, Redentor del mundo (cf. Lumen gentium , 58). Así, las generaciones del pueblo de Dios te han visto por toda la tierra. Esto es lo que te ha mostrado el Concilio de nuestro siglo , Santísima Virgen .

La Iglesia fija sus ojos en ti como en su propio modelo. Los fija en particular en este período en el que se prepara para celebrar el advenimiento del tercer milenio de la era cristiana. Para prepararse mejor para ese plazo, la Iglesia vuelve sus ojos hacia ti, que fuiste el instrumento providencial que utilizó el Hijo de Dios para convertirse en Hijo del Hombre y comenzar los nuevos tiempos. Con esta intención quiere celebrar un año especial dedicado a ti, un año mariano, que, a partir del próximo Pentecostés, terminará el año siguiente con la gran fiesta de tu asunción al cielo. Un año que cada diócesis celebrará con iniciativas particulares, encaminadas a profundizar en tu misterio y fomentar la devoción a ti en un compromiso renovado de adhesión a la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo que ofreciste, la sierva del Señor.

Tales iniciativas podrán enmarcarse fructíferamente en el tejido del año litúrgico y en la "geografía" de los santuarios, que la piedad de los fieles te ha elevado, oh Virgen María, en todas las partes de la tierra.

Deseamos, oh María, que brillas en el horizonte del advenimiento de nuestro tiempo, acercándonos a la etapa del tercer milenio después de Cristo. Deseamos profundizar la conciencia de vuestra presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como nos enseñó el Concilio. Para ello, el actual Sucesor de Pedro, que te confía su ministerio, tiene la intención de dirigirse en un futuro próximo a sus hermanos en la fe con una encíclica , dedicada a ti, Virgen María, don inestimable de Dios a la humanidad.

7. ¡Bienaventurados los que creyeron!

El evangelista dice de ti: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ).

¡Eres la memoria de la Iglesia!

La Iglesia aprende de ti, María, que ser madre significa ser memoria viva, significa "guardar y meditar en el corazón" los acontecimientos de los hombres y de los pueblos; los acontecimientos alegres y dolorosos.

Entre tantos acontecimientos de 1987 deseamos recordar el 600 aniversario del "bautismo de Lituania" a la memoria de la Iglesia, acercándonos con oración a nuestros hermanos y hermanas, que durante muchos siglos han perseverado unidos a Cristo en la fe. de la Iglesia.

Y cuántos otros acontecimientos, cuántas esperanzas, pero también cuántas amenazas, cuántas alegrías pero también cuántos sufrimientos ... ¡a veces cuánto sufrimiento! Todos debemos, como Iglesia, guardar y meditar estos eventos en nuestro corazón. Así como la Madre. Tenemos que aprender cada vez más de ti, María, cómo ser Iglesia en este paso de milenios.

8. En el umbral del nuevo año, el Obispo de Roma , abrazando en este sacrificio eucarístico a todas las Iglesias del mundo, unidas en la comunión católica universal ,

- y todos los amados hermanos cristianos que buscan junto con nosotros los caminos de la unidad,

- y todos los seguidores de religiones no cristianas ,

- y, sin excepción, todos los hombres de buena voluntad de la tierra claman desde el sepulcro de San Pedro con las palabras de la liturgia: “ Que el Señor nos bendiga y nos proteja . Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre nosotros

y sé propicio para nosotros. . . .

¡Dadnos la paz! " ( Núm. 6, 24-26).

1987 es un año en el que la humanidad finalmente deja a un lado las divisiones del pasado; un año en el que, en solidaridad y desarrollo, todo corazón busca la paz.

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE LOS SS. NOMBRE DE MARIA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 1 de marzo de 1987

“ Busca primero el reino de Dios . . . " ( Mt 6:33).

1. En el Sermón de la Montaña, Jesús de Nazaret habla a sus contemporáneos y al mismo tiempo habla a los hombres de todas las generaciones. Hoy nos habla de una manera especial . Sus palabras de hoy son las de la liturgia dominical.

¿Qué significa que primero debemos buscar el reino de Dios? Significa que debemos vivir según la oración que el Señor nos ha enseñado, la que recitamos todos los días: " Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad ".

Dios debe ser el primero en tu vida.

El orden moral, que tiene su fundamento en él, debe reinar en nuestra existencia. Su voluntad, su santa voluntad, debe tener prioridad. De ahí, al mismo tiempo, la unidad interior de nuestra vida .

2. En efecto, el hombre no puede servir a dos señores, enseña Jesús, no puede servir a Dios ya Mammón (cf. Mt 6, 24 ).

"No tendrás dioses ajenos delante de mí" ( Ex 20,3), dice Dios a través de Moisés.

 " Otros dioses ", es decir, otros ídolos , como este "Mammón" mencionado por Jesús.

Así fue ordenado para la época en que Israel vivía rodeado de pueblos paganos, que habían creado "dioses" para sí mismos a semejanza de las debilidades y deseos humanos .

Hoy estos "ídolos", estas deidades, estos dioses falsos han tomado otra forma. Mammon se ha convertido precisamente en el símbolo de tal "idolatría", en virtud de la cual el hombre considera uno u otro bien temporal y transitorio como su fin exclusivo y último. El " mundo ", y en particular el complejo mundo de los propios productos del hombre, se convierte, en cierto sentido, en un dios para el hombre.

El secularismo "diviniza" el mundo, por así decirlo.

Por tanto, el hombre vive como si Dios no existiera , como si Dios mismo no fuera el Creador del mundo y de todo lo que contiene, de todas sus riquezas y recursos. Creemos, en cambio, que todo en el mundo es obra del hombre , de su genio y sus habilidades, en última instancia tiene su fuente y su comienzo en la obra divina de la creación.

3. Por tanto, la advertencia de Cristo también se dirige contra las diversas formas de secularismo propias de nuestro tiempo . También a nosotros, hombres y mujeres de hoy, Jesús dice: "Nadie puede servir a dos señores: o aborrecerá al uno y amará al otro, o preferirá al uno y despreciará al otro" ( Mt 6, 24 ).

El hombre no se puede dividir . El hombre debe dejarse guiar en la vida por una clara jerarquía de valores : debe buscar "primero" (!) El reino de Dios y su justicia (cf. Mt 6, 33).

De lo contrario, el orden interno del corazón humano se ve amenazado .

Todo orden moral debe asentar sus fundamentos sobre la base segura de un realismo válido. Es decir, esa realidad objetiva que reconoce el lugar de Dios, primer lugar debido a Dios, creador de todas las cosas, debe fundamentarse en la realidad. Donde se niega el lugar de Dios, donde se reivindica la autonomía de lo humano frente a lo divino, se niega la base fundamental de los deberes y derechos, y se cae en una insubordinación de valores que redunda en detrimento del hombre. Sólo el hombre que "primero" busca a Dios, su reino y su justicia se ajusta a la "realidad", a lo que es justo y que garantiza el mejor bien para la persona y para cada uno.

Si el hombre da prioridad en sí mismo a "otros dioses", a los ídolos antiguos o contemporáneos, cae en el peligro real de "despreciar" u " odiar " a Dios.

En la historia de la humanidad, desde el comienzo del Libro del "Génesis", este peligro ha existido y continúa ocurriendo de diversas maneras. Por tanto, las palabras de Cristo tienen una relevancia incesante.

4. La liturgia de hoy , hablando de este peligro, indica , al mismo tiempo, con las palabras del Apóstol de los gentiles, que el juicio es de Dios: el Señor vendrá, "Él sacará a la luz los secretos de las tinieblas y manifiestan las intenciones de los corazones ”( 1 Co 4: 5).

En definitiva - proclama el Apóstol - no los hombres, ni siquiera la propia conciencia, sino el Señor es mi juez (cf. 1 Co 4, 3-4).

Por tanto, en nombre de la realidad, no sólo de esta primera y fundamental realidad que es la realidad de la creación, sino en nombre de esa última realidad que es el juicio divino, buscamos ante todo la justicia que está ligada al reino de Dios. Dios sobre el mundo y la eternidad.

5. Más que con el lenguaje del miedo, la liturgia de hoy busca hablar con el lenguaje de la confianza en Dios , como toda la Sagrada Escritura, y como habla el Evangelio en particular. En efecto, la verdad plena sobre Dios, la auténtica realidad de Dios, lo exige, Isaías lo dice claramente en la primera lectura y todo el salmo responsorial lo recuerda ; y escuchamos su eco claro sobre todo en las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy:

“Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; sin embargo, su Padre celestial los alimenta. ¿No eres quizás más importante que ellos ? . . . Observa cómo crecen los lirios del campo. . . " ( Mt 6, 26-28).

Jesús invita a confiar en Dios , a la divina Providencia. Esta confianza manifiesta el "primer lugar" de Dios en el alma humana, prueba de que él, el Padre celestial, es el único Señor a quien el hombre sirve con todo su corazón, con un corazón indiviso.

6. Si tal confianza reina en el corazón del hombre, también encuentra una medida adecuada y justa de la preocupación que debe tener por las cosas temporales .

De hecho, Cristo no dice "no te preocupes", sino que dice "no te preocupes", es decir, no te preocupes para perder la escala justa de valores. No te preocupes para que te olvides de Dios . No vivas así como si Dios no existiera.

De hecho, la preocupación por el mundo ha sido encomendada por Dios como una tarea al hombre desde el principio. Y las obras del genio humano, de la capacidad humana, tienen su valor a los ojos de Dios. Sólo por ellas, el hombre no debe perder la perspectiva correcta, no debe perder el sentido de la realidad plena; el "mundo" no debe oscurecerle el reino de Dios y su justicia.

7. Saludo ahora al cardenal vicario y al obispo auxiliar de este sector, mons. Giulio Salimei. Un sincero aplauso para su celoso párroco y para toda la comunidad de maristas, que lo asisten en el cuidado de la parroquia.

Mi visita coincide con dos circunstancias significativas: el 25 aniversario de la fundación de la comunidad parroquial del Santo Nombre de María y el primer centenario de la llamada a Roma de los hermanos marianistas por parte de mi predecesor León XIII.

El jubileo parroquial es una muestra del afecto que todos aportan a su comunidad. Usted ha deseado tenazmente que la parroquia, que comenzó en una pequeña sala, pudiera tener su propia iglesia, y contribuyó con generosas donaciones para que la familia parroquial tuviera un edificio sagrado y unas instalaciones aptas para el apostolado. Reconozco con gusto el valor de vuestro compromiso y os expreso mi satisfacción y mi aplauso, añadiendo una recomendación sentida: agradezco a vuestra iglesia por vivir especialmente en ella el precioso momento de la Eucaristía festiva y dominical. Dejad que os llame el Señor a vuestra iglesia todos los domingos para la escucha de la Palabra y para la celebración del sacrificio eucarístico. Lleva a tus hijos a Misa, con fidelidad constante,

También hay que reconocer a los hermanos de la Sociedad de María, llamados a Roma hace cien años para llevar a cabo su "misión con María" en esta ciudad, para educar a los jóvenes en las escuelas y para dedicarse al ministerio de las parroquias con la intención específica de formar fervientes almas cristianas, a la luz de la devoción a la Santísima Virgen. Sé que ha florecido y se está desarrollando un intenso apostolado mariano en su parroquia, y en su iglesia crecen iniciativas inspiradas en la Virgen: el centro juvenil dedicado al nombre de María, las fraternidades marianistas de adultos y jóvenes, la legión de María, el rezo diario y devoto del rosario, la celebración solemne de las fiestas marianas para todo el barrio. Expreso mi aliento para este apostolado y los invito a transformar a todos los miembros de sus comunidades en hombres de fe, capaces de vivir su vida en Cristo a través de una interioridad inspirada en el modelo de Nuestra Señora. Dirijo mis más fervientes deseos de apostolado a todos los sacerdotes y hermanos marianistas, recordando un pensamiento de su Fundador: "A cada uno de vosotros la Santísima Virgen ha confiado el mandato de trabajar por la salvación de vuestros hermanos en el mundo".

8. Un saludo también para las Hermanas Calasanzianas, que dirigen la guardería, y para todas las demás asociaciones que operan en la parroquia: el consejo pastoral, la Acción Católica, los scouts, los grupos corales de niños y adultos, el grupo litúrgico, los numerosos catequistas, los que se dedican a la caridad, los asociados a los “Cursillos” y al Movimiento por la Renovación del Espíritu.

Deseo dirigir un pensamiento especial al grupo de animación de los padres de los niños de la catequesis. Me parece que la suya es una iniciativa interesante como punto de partida para la catequesis de adultos. Los padres están así asociados al itinerario catequético de los hijos y pueden convertirse en colaboradores conscientes y válidos para el crecimiento de la fe en las almas jóvenes, pero también pueden madurar la conciencia de los creyentes.

Y por último un saludo también a los ancianos de la sociedad del “boliche”, cordiales amigos de la parroquia.

Pero mi pensamiento, por supuesto, va sobre todo a los jóvenes, a todos los jóvenes de esta parroquia y de este barrio. Quisiera invitarlos a todos a descubrir las posibilidades efectivas de agregación que les ofrece la parroquia: quisiera animarlos a dar vida a grupos de jóvenes válidos, comprometidos en expresar con alegría su capacidad de estar juntos, en el deseo de dar fe con El entusiasmo y la serenidad son los valores más importantes, importantes y fundamentales de la vida, sobre los que construir su futuro. Por ello, mi cordial aliento a la labor del oratorio de vuestra parroquia.

9. Terminemos, volviendo de nuevo a las palabras de la liturgia de hoy: “ Sólo en Dios descansa mi alma; de él mi salvación . El solo es mi roca y mi salvación, mi roca defensiva: no podré vacilar ”( Sal 62, 2-3).

Deseo que su parroquia se convierta, para todos, en el ambiente espiritual de esta esperanza de la que habla el salmista.

La parroquia está dedicada al nombre de María. Con el nombre de María en sus labios y en su corazón, busquen ante todo el reino de Dios y su justicia. Todo lo demás se os dará además (cf. Mt 6, 33).

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA DE SANTA MARIA AI MONTI

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 8 de marzo de 1987

1. A Dios solo adora (cf. Mt 4, 10 ). Estas palabras las dirige Cristo al tentador.

Hoy, primer domingo de Cuaresma, la Iglesia nos recuerda el ayuno de Cristo al comienzo de su misión mesiánica. Este ayuno duró "cuarenta días y cuarenta noches" ( Mt 4: 2). En el pasaje de hoy, el evangelista comienza con las palabras: "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo" ( Mt 4, 1). Así que cuando, después de cuarenta días y cuarenta noches, Jesús tuvo hambre, comenzó la tentación: "Si eres Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan" ( Mt 4, 3).

Hace un rato escuchamos el Evangelio . Recordamos el desarrollo de la tentación, las palabras del tentador y las respuestas de Cristo.

Muchas veces, a lo largo de la historia, diferentes hombres han intentado comprender e interpretar estas palabras y estas respuestas . No solo escritores eclesiásticos. El tema de la tentación de Cristo no deja de estimular la reflexión .

La Iglesia también quiere estimularnos a reflexionar presentando este tema al comienzo de la Cuaresma. ¿En qué dirección va el reflejo de la Iglesia?

2. "Adora al Señor tu Dios / y solo tú le adoras". Jesús termina con estas palabras, rechazando a quien desde el principio declara: "No serviré" .

Jesús, en cambio, entra en el período de su misión como alguien que sirve: como siervo de Yahvé.

Una contradicción de este servicio que Jesús proclama y realiza hasta el final, hasta el sacrificio de la cruz, es pecado .

Por tanto, el tentador "es pecador desde el principio" ( 1 Jn 3, 8) y nunca deja de ser el "padre de la mentira" ( Jn 8, 44). La Sagrada Escritura habla de él de manera similar en varios lugares del Nuevo Testamento (cf. Mt 13, 24-30.39; Hch 5, 3; 2 Co 4, 4; 11, 3; 1 Tim 4, 2; 1 Jn 2 , 22; Ap 12, 9).

El pecado surge precisamente de aquí: de la mentira , de la falsificación de la verdad.

La reflexión de la Iglesia en el primer domingo de Cuaresma va hacia el misterio del pecado en sus orígenes, en el comienzo de la historia del hombre en la tierra.

3. Releamos una vez más el tercer capítulo del Libro del Génesis para convencernos de que al comienzo del pecado en la historia del hombre encontramos al mismo Ser , al que encontramos al comienzo de la misión mesiánica de Jesús de Nazaret, después del ayuno de cuarenta días.

También aquí el tentador trata de falsear la verdad de las palabras de Dios . Al comienzo de la historia humana, la sustancia de la tentación está contenida en primer lugar en esta frase:

“¡No morirás en absoluto! De hecho, Dios sabe que cuando lo comas , tus ojos se abrirán y llegarás a ser como Dios, conociendo el bien y el mal ”( Gen 3: 4-5).

Recordemos que esta frase se refiere al árbol simbólico del conocimiento del bien y del mal, del cual Dios prohibió a los antepasados ​​comer del fruto.

En la encíclica Dominum et Vivificantem sobre el Espíritu Santo encontramos un análisis más amplio de este importante texto, que explica la dimensión original del pecado en la historia del hombre.

Las palabras del tentador contienen una invitación a desobedecer al Creador . Al mismo tiempo, intenta injertar su "no serviré" en el alma del hombre.

"No serviré" significa: No acepto a Dios como la fuente de la verdad y el bien en el mundo creado. Yo mismo quiero decidir, como Dios, sobre el bien y el mal.

La profundidad de este texto antiguo del libro del Génesis es asombrosa. En cierto sentido, todo lo que se puede decir sobre la sustancia del pecado está contenido en él, en germen.

4. Cristo viene al mundo y comienza su misión mesiánica como servidor de Yahvé. Se vuelve "obediente hasta la muerte y muerte de cruz" ( Fil 2, 8), para superar esa desobediencia del principio y todas las consecuencias que tuvo en la historia del hombre en la tierra. San Pablo habla de ello este domingo con las palabras de la Carta a los Romanos:

“De hecho, si por la caída de un hombre murieron todos, mucho más la gracia de Dios y el don concedido en la gracia de Jesucristo por un solo hombre se derramaron en abundancia sobre todos los hombres. . . así como por la desobediencia de uno todos fueron hechos pecadores, así también por la obediencia de uno todos serán justificados ”( Rom 5, 15,19).

“ El don de la gracia . . . (partió) de muchas caídas para justificación ”( Rom 5, 16).

Jesucristo, obediente hasta la muerte, es el Redentor del mundo .

5. Durante la Cuaresma, la Iglesia nos llama a meditar y profundizar el misterio del pecado y el de la redención . Toda la liturgia nos acerca a estos misterios. Y al mismo tiempo nos muestra dónde debemos buscar la luz en la Sagrada Escritura.

También puede ser útil el estudio de textos recientes del magisterio eclesial , como la exhortación apostólica Reconciliatio et Paenitentia . y la encíclica sobre el Espíritu Santo.

Este estudio debe estar penetrado por la oración . La palabra de Dios debe recibirse de rodillas. Necesitamos abrir nuestro corazón a la verdad para que el "padre de la mentira" no encuentre lugar en nosotros.

la parroquia debe convertirse en Cuaresma en un ambiente particular para el estudio salvador de la verdad sobre el pecado y la gracia. Un ambiente de conversión cuaresmal.

6. Me alegra que hoy se me conceda celebrar la Eucaristía en este templo, que durante siglos ha sido uno de los santuarios marianos más venerados de Roma y destino de muchos santos, que aquí recurrieron devotamente a la intercesión de los Virgen Madre. Es una gran alegría para mí encontrarme entre ustedes, queridos hermanos y hermanas, para apoyar su camino de creyentes que, reunidos alrededor del altar, acogen la Palabra y el Pan de vida.

Invocando la protección de Nuestra Señora en toda la parroquia, saludo a nuestro invitado Cardenal Lubachivsky junto con el Cardenal Vicario y Mons. Filippo Giannini, Obispo Auxiliar del sector; el párroco, Don Gino D'Anna. Con él saludo al P. Tullio forte ya los demás sacerdotes, que le son de valiosa ayuda en su ministerio pastoral. Su servicio armonioso y responsable es apoyado orgánicamente por los religiosos y religiosas, cuyas casas están ubicadas en el territorio de esta comunidad eclesial, entre todos me agrada mencionar la Universidad Pontificia de Santo Tomás, de la que siempre guardo un agradecido recuerdo. por la parte significativa que tuvo en mi formación cultural, y en los Oblatos Apostólicos del Pro Santificado. Este instituto nació en esta parroquia de la Madonna dei Monti por voluntad de Mons.Guglielmo Giaquinta,

7. Dirijo mi saludo a los laicos implicados en el Centro Social Monticiano "San Benedetto Giuseppe Labre", en el Praesidium de la Legión de María, al grupo de muchachos y muchachas que aceptaron generosamente la propuesta de una experiencia comunitaria. sostenida por la oración, iluminada por la catequesis, alimentada por la caridad.

Quiero que mi pensamiento de afecto en el Señor llegue a todos. Saludo, pues, a todos los fieles de esta parroquia, con especial atención a los jóvenes que viven la tensión del crecimiento; a los que están enfermos y se afanan en el dolor; a los ancianos que deseen llenar su soledad; a los extranjeros que esperan un hogar fraterno.

Queridos amigos, os abrazo espiritualmente a todos y os aseguro que no sólo conozco la realidad de vuestra parroquia, tan atento a acoger a los que están lejos de su tierra natal, sino que estoy cerca de vosotros con la oración y la preocupación de un padre.

Por eso estoy hoy entre ustedes y, sobre todo con esta celebración, pretendo comunicarles a Cristo, que realza la alegría y el sufrimiento al revelar cómo el andar ansioso del hombre pecador puede y debe desembocar en él, amor infinito y siempre. buscado.

Si bien les agradezco profundamente la iniciativa que traerá la imagen de la Santísima Virgen a sus familias con motivo del Año Mariano, les exhorto a todos y cada uno de ustedes a guardar, como Nuestra Señora, la Palabra de Dios, que indica lo que no lo es, es compatible con una existencia redimida y guía lo que está en conformidad con la voluntad de Dios.

Asimilaos con el Redentor que ora y ayuna, para vivir con él una actitud de escucha del Padre y de entrega madura. Podrás así presentar un agradable y perfecto sacrificio en Cristo, quien "por haber padecido y sometido a prueba, puede acudir en ayuda de los probados" ( Hb 2, 18 ).

8. Solo a Dios adoras.

Pongámonos junto a Cristo , que se convirtió en siervo de nuestra redención, y repitamos: “Ten piedad de mí, oh Dios. . . / en tu gran bondad / borra mi pecado. / Lávame de todos mis pecados, / límpiame de mi pecado. / Reconozco mi culpa, / mi pecado está siempre delante de mí. / Contra ti, contra ti solo he pecado, / lo que es malo a tus ojos, lo he hecho. . . / Crea en mí, oh Dios, un corazón puro / Renueva en mí un espíritu firme ”( Sal 51, 3-6.12).

Y en esta parroquia, dedicada a la Madre de Dios, con el título de Santa Maria ai Monti, vuelvo a añadir: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Amén .

 VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Parque Independencia de Rosario (Argentina)
 Sábado 11 de abril de 1987

“Vosotros sois la sal de la sierra, ... vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14).

1. Sean estas palabras de Jesús, apenas escuchadas en la lectura del Evangelio, portadoras de mi saludo a todos los aquí reunidos.

¡Con cuánta alegría, queridos hermanos y hermanas de esta noble ciudad de Rosario y de la zona del litoral argentino, vengo a vosotros en este penúltimo día de mi visita a vuestro amado país!

No puedo ocultar que me embarga una gran emoción por hallarme en esta ciudad, dedicada a la Santísima Virgen del Rosario, venerada en este lugar desde hace más de dos siglos. Me conmueve esta advocación de Santa María, que evoca en el ánimo de los fieles la oración mariana por excelencia; esa oración en la que, en cierto modo, María reza con nosotros, al igual que rezaba con los Apóstoles en el Cenáculo.

Me emociona, asimismo, encontrarme dentro de este hermoso ambiente geográfico, bañado por el amplio Río Paraná, junto al Monumento nacional a la Bandera, que enarboló por primera vez el General Manuel Belgrano, dándole los colores del cielo: el color del manto sagrado de la Inmaculada Concepción.

Saludo muy cordialmente a mis queridos hermanos en el Episcopado, especialmente al señor arzobispo de Rosario con sus obispos auxiliares, a las autoridades aquí presentes y a esta numerosa asamblea venida desde diversos lugares de esta región argentina. Valgan para todos las palabras de San Pablo: “El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15, 13).

2. “Vosotros sois la sal de la tierra, ... vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 13-14). Jesús describe la misión de sus discípulos empleando la metáfora de la sal y de la luz. Sus palabras van dirigidas a los discípulos de todos los tiempos, pero en esta hora adquieren suma importancia para los laicos, que desarrollan su vocación especifica en el ámbito de las realidades temporales, adonde son llamados y enviados por Cristo para que “contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento” (Lumen gentium, 31).

Esto me lleva a proponeros, para vuestra oración y reflexión ulterior, un tema de singular importancia en nuestros días: la vocación y la función propia de los laicos en la Iglesia y en el mundo. De este mismo tema se ocupará el Sínodo de los Obispos en octubre de este año y del que espero mucho fruto, tanto para la edificación de la Iglesia, como para la construcción de la sociedad temporal según el querer de Dios.

En presencia de la imagen coronada de la Virgen del Rosario, el Papa quiere exhortar hoy a todos los laicos de esta arquidiócesis y de todo el país, a que sean fieles a su vocación cristiana y a su apostolado eclesial especifico de trabajar por la extensión del reino de Dios en la ciudad temporal. ¡El Papa confía en los laicos argentinos y espera grandes cosas de todos ellos para gloria de Dios y para el servicio del hombre!

3. La primera lectura de la liturgia de hoy nos ha acercado a la vida de la Iglesia primitiva según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles: “ Perseveraban –según hemos oído– en la doctrina de los Apóstoles y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 4, 22). “Y cuantos creían, estaban unidos y todo lo tenían en común... alabando a Dios y gozando de la estima de todo el pueblo” (Ibíd., 2, 44. 47).

Sobre la base de esta concisa descripción se puede deducir que los miembros de aquella primitiva comunidad cristiana, recién formada en Jerusalén alrededor de los Apóstoles, llevaban ya una propia vida interior, que era fundamento de su identidad en medio de los hombres, y que se apoyaba sobre la Palabra de Dios contenida en la enseñanza de los Apóstoles, y “en la fracción del pan”, esto es, en la Eucaristía, que el Señor ordena realizar “en memoria suya” (cf. 1Co 11, 24).

Esta vida fue además algo nuevo para el ambiente de Israel. Los cristianos no vivían apartados de sus semejantes, pues “perseverando” con ellos “frecuentaban diariamente el templo” (Hch 2, 46). A la vez, daban testimonio de Cristo en ese ambiente: y como su vida era digna –devota e inocente–, eran queridos por todo el pueblo (cf. Ibíd., 2, 47).

Abrazando este estilo de vida, la primera generación de discípulos y confesores de Cristo intentó desde el comienzo ser la sal de la tierra y la luz del mundo, siguiendo la recomendación del Maestro.

4. La lectura de la Carta a los Efesios, por su parte, pone de relieve la importancia fundamental de la vocación cristiana: “Os exhorto –escribe el Apóstol– a comportaros de una manera digna de la vocación que habéis recibido” (Ef 4, 1).

Esta “manera digna” está compuesta por las virtudes que hacen a cada uno semejante al modelo, esto es, a Cristo: “con toda humildad, mansedumbre y paciencia, ayudándoos mutuamente con amor” (Ibíd., 4, 2).

Igualmente, ese comportarse “de manera digna” significa “conservar la unidad del Espíritu, mediante el vinculo de la paz” (Ibíd., 4, 3). Los fundamentos de esta unidad son sólidos: “Un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos” (Ibíd., 4, 5-6). La vocación cristiana es –leemos– “una misma esperanza, a la que habéis sido llamados” (Ibíd., 4, 4). Todos los que participan en esta esperanza tienen un solo Espíritu y constituyen un solo cuerpo en Cristo.

Veis, pues, cómo la Carta a los Efesios tiene presentes a todos los cristianos, a todo el Pueblo de Dios: “Laos thou theou”. De esta expresión griega proviene precisamente el término “laicos” utilizado en la actualidad.

5. El Concilio Vaticano II se ocupó también de esta vocación específica, a saber, de los cristianos laicos extendidos por todo el orbe para ser sal de la tierra y luz del mundo; además nos indicó en qué consiste esa vocación y cómo deben comportarse para que su conducta sea “digna de la vocación cristiana”.

La respuesta del Concilio –esto es, todas sus enseñanzas sobre los laicos y su apostolado– se debe entender naturalmente, en continuidad homogénea con las enseñanzas del Evangelio, de los Hechos y de las Cartas de los Apóstoles. Simultáneamente, la respuesta conciliar tiene muy en cuenta la rica y múltiple realidad de la Iglesia en el mundo contemporáneo, de la Iglesia que vive en todos los continentes, en medio de muchos pueblos, lenguas y culturas, permaneciendo al mismo tiempo “in statu missionis”, en estado de misión. Dondequiera que se encuentre, la Iglesia es siempre “ misionera ” en sentido amplio, y esto determina la dinámica particular de la vocación y del apostolado de los laicos.

6. En efecto, el Concilio Vaticano II afirma que todos los cristianos participan de la única misión de la Iglesia: “La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del reino de Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, haga a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por medio de ellos se ordene realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico ordenada a este fin se llama apostolado, que la Iglesia ejercita mediante todos sus miembros, naturalmente de modos diversos; la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado” (Apostolicam Actuositatem, 2).

El Concilio señala también el modo específico que tienen los fieles laicos de ejercer su apostolado: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos... A los laicos corresponde, por su propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (Lumen gentium, 31). No hay, por tanto, actividad humana temporal que sea ajena a esa tarea evangelizadora. Así lo afirmó mi venerado predecesor el Papa Pablo VI, en su Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi: “El camino propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de la vida social, de la economía, y también de la cultura, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social, así como otras realidades abiertas a la evangelización, como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento..” (Evangelii Nuntiandi, 70).

Esto no quiere decir, sin embargo, que la transformación del mundo esté confiada o pertenezca exclusivamente a los laicos, quedando para los clérigos, los religiosos y religiosas la edificación interna de la Iglesia. Todo el Cuerpo místico es definido por el Concilio como “Sacramento universal de salvación”; por consiguiente, toda la Iglesia tiene la misión de salvar y transformar el mundo, en Cristo, por la fuerza del Evangelio. Pero cada uno llevando a cabo la función propia a la que ha sido llamado por Dios: “Como lo propio del estado laical es vivir en medio del mundo y de los negocios temporales. Dios llama a los seglares a que, con el fervor del espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento” (Apostolicam Actuositatem, 2).

A ese mundo habéis de llevar, queridos laicos, hombres y mujeres, la presencia salvífica de Cristo, el enviado del Padre. En él habéis de ser testigos de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y signos del Dios verdadero (cf. Lumen gentium, 38). Habéis de ser “heraldos y apóstoles” (cf. 1Tm 2, 7) del Evangelio para el mundo de hoy. No tengáis miedo. El Señor ha querido que vuestra vida se despliegue en medio de las realidades temporales, para que renovéis –con la libertad de los hijos de Dios– esa sociedad de la que formáis parte.

Como Pastor de la Iglesia universal, hoy, en esta ciudad de Rosario, quiero pediros a todos vosotros, los laicos cristianos argentinos, que asumáis decididamente vuestro apostolado específico e irreemplazable: en vuestra vida profesional, familiar y social, en las parroquias, a través de vuestras asociaciones, en particular en la Acción Católica.

A ello os invitan además, de manera apremiante, las necesidades de los tiempos recios que vivimos y os impulsa la acción fecunda e incesante del Espíritu Santo. En efecto, tenéis ante vosotros evidentes muestras de difusión del secularismo que pretende invadirlo todo; a la vez, estáis percibiendo con señales muy claras la creciente hambre de Dios, que siente en sus entrañas el hombre moderno, sobre todo la generación más joven. Desafortunadamente nos siguen azotando los vientos de la violencia, del terrorismo, de la guerra; pero, gracias a Dios, se va reforzando más y más el ansia universal de paz, como lo ha demostrado el encuentro de oración en Asís, hace pocos meses. En medio de esas realidades contrastantes, yo os pido con amor y confianza que sigáis siendo fieles a vuestra misión de apóstoles y testigos, partícipes en la única misión evangelizadora de la Iglesia.

7. Entre los cometidos propios del apostolado de los seglares, quiero ahora subrayar algunos que, en general, resultan más apremiantes en la sociedad argentina del presente.

Pienso, en primer lugar, en la necesidad de que los cónyuges cristianos vivan plenamente su matrimonio como una participación de la unión fecunda e indisoluble entre Cristo y la Iglesia; sintiéndose responsables de la educación integra, ante todo religiosa v moral, de sus hijos, para que ellos sepan discernir rectamente todo lo noble y bueno que hay en la creación, máxime dentro de sí mismos, distinguiéndolo del consumismo hedonista y del materialismo ateo.

Veo también el reto que para el laico cristiano supone el campo de la justicia y de las instituciones ordenadas al bien común. Es en éste donde con frecuencia se toman las decisiones más delicadas, aquellas que afectan a los problemas de la vida, de la sociedad, de la economía, y. por tanto, de la dignidad y de los derechos del hombre y de la convivencia pacifica en la sociedad. Guiados por las enseñanzas luminosas de la Iglesia, y sin necesidad de seguir una fórmula política unívoca, habéis de esforzaros denodadamente en buscar una solución digna y justa a las diversas situaciones que se plantean en la vida civil de vuestra nación.

Pienso, finalmente, en el campo de la educación y de la cultura. El laico católico, dedicándose seriamente a su tarea de intelectual, de científico, de educador, ha de promover y difundir con todas sus fuerzas una cultura de la verdad y del bien, que pueda contribuir a una colaboración fecunda entre la ciencia y la fe.

8. “¡Vosotros sois la sal de la tierra! Vosotros sois la luz del mundo!”.

Estas palabras de Cristo quieren señalar con trazos bien precisos la impronta más adecuada de la vocación cristiana en toda época, y dan bien a entender que ningún cristiano puede eximirse de la responsabilidad evangelizadora, y que cada uno ha de ser consciente del compromiso personal con Cristo contraído en el bautismo y en la confirmación.

Queridos hermanos y hermanas: Para no perder el “sabor” de la sal salvífica, tenéis que estar profundamente impregnados de la verdad del Evangelio de Cristo y reforzados interiormente con la potencia de su gracia.

La sal, a la que se refiere la metáfora evangélica, sirve también para preservar de la corrupción los alimentos. De esta manera, vosotros, laicos cristianos, os libraréis de la descomposición corruptora de los influjos mundanos, contrarios al Evangelio y a la vida en Cristo; de lo que descompone las energías salvíficas de una vida cristiana plenamente asumida. No podéis “haceros semejantes a este mundo” bajo el influjo del secularismo, esto es, de un modo de vida en el que se deja de lado la ordenación del mundo a Dios. Eso no significa odiar o despreciar el mundo, sino al contrario, amar verdaderamente a este mundo, al hombre, a todos los hombres. ¡El amor se demuestra en el hecho de difundir el verdadero bien, con el fin de transformar el mundo según el espíritu salvífico del Evangelio y preparar su plena realización en el reino futuro!

No sois llamados para vivir en la segregación, en el aislamiento. Sois padres y madres de familia, trabajadores, intelectuales, profesionales o estudiantes como todos. La llamada de Dios no mira al apartamiento, sino a que seáis luz y sal allí mismo donde os encontráis. Cristo quiere que seáis “luz del mundo”; y. por tanto, estáis colocados como “una ciudad situada en la cima de una montaña”, ya que “no se enciende una lámpara para esconderla, sino que se la pone en el candelero para que ilumine...” (Mt 5, 14-15).

Vuestra tarea es la “renovación de la realidad humana” –renovación múltiple y variada– en el espíritu del Evangelio y en la perspectiva del reino de Dios, procurando también que todas las realidades de la tierra se configuren de acuerdo con el valor propio, que Dios les ha dado (cf.Apostolicam Actuositatem, 7). Es éste el amplio horizonte al que debe llegar toda la obra de la redención de Cristo (cf. Ibíd., 5); y vosotros, los laicos, os insertáis operativamente en ella ofreciendo a Dios vuestro trabajo diario (cf. Gaudium et spes, 67).

Para iluminar a todos los hombres, habéis de ser testigos de la Verdad y para ello adquirir una honda formación religiosa, que os lleve a conocer cada vez mejor la doctrina de Cristo transmitida por la Iglesia.

Tened siempre presente que vuestro testimonio sería ineficaz –la sal perdería su sabor– si los demás no vieran en vosotros las obras propias de un cristiano. Porque es sobre todo vuestra conducta diaria la que debe iluminar a los demás. Os lo dice Cristo mismo: “Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en vosotros, a fin de que ellos vean las buenas obras que vosotros hacéis y glorifiquen al Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El Concilio Vaticano II se inspiró en este texto evangélico al describir la eficacia sobrenatural del apostolado de los laicos (cf.Apostolicam Actuositatem, 6).

9. Todos nosotros estamos dispuestos ahora a perseverar en la enseñanza de los Apóstoles, en la fracción del pan y en la oración. De esta manera, vamos a poner sobre el altar, aquí en tierra argentina, todo lo que forma parte de vuestra vocación humana y cristiana: “¡Venid, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva!” (Sal 95 [94], 6).

Se repite una vez más el misterio eucarístico del Cenáculo. Cristo, que en la víspera de su pasión realizó la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de su sacrificio redentor,

– acepte de vuestras manos, en este pan y vino, todas las inquietudes y aspiraciones que acompañan a diario vuestra vocación cristiana y la misión del Pueblo de Dios en tierra argentina;

– siga imprimiendo en todo vuestro apostolado el sello de la Divina Eucaristía, mediante la cual entramos con El en el eterno reino de la verdad y de la justicia, del amor y de la paz, como pueblo unido con la misma unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Nos ayude siempre la protección maternal de María Santísima, Virgen del Rosario, la primera seguidora de Jesús, modelo perfecto de los laicos que viven, en lo cotidiano de la historia, su vocación de santidad y su misión de apóstoles y testigos del Señor Resucitado. Así sea.

VISITA PASTORAL EN PUGLIA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Santuario de la Virgen del Soccorso en San Severo
Lunes, 25 de mayo de 1987

1. “Bendita seas, hija. . . más que todas las mujeres que habitan la tierra ”( Dés 13, 18). Bendecimos a Dios. . .
Bendecimos a Dios, creador del cielo y de la tierra que " envió a su hijo " ( Gal 4, 4). Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo eterno, de la misma sustancia que el Padre,el Hijo amado. . .el Hijo nacido de mujer .
Y bendecimos a esa Mujer, eternamente predestinada a ser Madre de Dios entre todas las hijas de esta tierra. Bendecimos a la hija de Sion, María.

Con las palabras de la liturgia de hoy dedicada a la celebración de la Virgen del Socorro , os saludo a todos vosotros, hermanos de San Severo.

Saludo cordialmente a monseñor Carmelo Cassati, obispo de esta querida diócesis, y con él dirijo mi afectuoso pensamiento a los sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos comprometidos en el apostolado.

Mi respetuoso saludo también va dirigido a las autoridades presentes, ya toda la población de San Severo.

Agradezco en particular la preparación espiritual con la que habéis preparado las almas para que esta visita sea un momento de comunión en la fe, en la caridad, bajo la mirada de Nuestra Señora, patrona de vuestra ciudad.

A ella os encomiendo a todos vosotros, hombres y mujeres, niños y jóvenes, adultos y ancianos, pero especialmente a vosotros, queridos enfermos.

2. Ten siempre presente que la Santísima Virgen, cuya efigie fue coronada hace 50 años y hoy colocada junto a este altar, recoge en su corazón maternal las esperanzas y las preocupaciones de todos. Mira su figura adorable, para avanzar en la peregrinación de la fe y el amor, como ella, Dios y los hermanos.

Agradecemos al Señor la presencia constante de Nuestra Señora en los hechos históricos de San Severo, justamente llamada la ciudad de María, por la devoción que ha distinguido a sus habitantes a lo largo de los siglos y que también atestiguan las numerosas iglesias aquí dedicadas a ella. .

Sea perseverante en recurrir a esta Madre solícita. Tus oraciones, tus obras y tus sufrimientos se convertirán, con su mediación materna, en la glorificación de Dios y el servicio de la gracia al prójimo, como sucedió en Caná de Galilea durante la boda, a la que fue invitada María con el Hijo, y con el sus primeros discípulos.

Juan, que era uno de los discípulos presentes, testifica en el Evangelio cómo María estuvo desde el principio dispuesta a ayudar a los hombres en su necesidad. Aquí está la necesidad humana: los esposos y, junto con ellos, el maestro de mesa "no tienen más vino" ( Jn 2, 3) para los invitados.

Y María le dice a Jesús: “ ya no tienen vino ”.

Su corazón, maternalmente sensible, acoge en sí el eco de esta necesidad, de esta preocupación humana y concreta. Transfiere esta necesidad al corazón del Hijo . La preocupación del prójimo se convierte en su preocupación ante Jesucristo. María cree en el poder mesiánico de su Hijo, en su poder salvador que nos libera del mal, de todo mal, empezando por los más pequeños. Ante su Hijo, María se convierte en portavoz de las preocupaciones humanas : se convierte en mediadora . Por eso, allí, en Caná, ya se manifiesta como la madre del auxilio perpetuo.

3. Sin embargo, existen también grandes preocupaciones , como la mencionada en el salmo responsorial de hoy con las palabras del Libro de Judith.

". . . expusiste tu vida ante la humillación de nuestra descendencia, y levantaste nuestro desaliento ”( Dés 13, 19 ).

Hay grandes preocupaciones sociales. Hay amenazas para pueblos enteros. Cuántas veces, en medio de estas amenazas, pueblos enteros encuentran la manera de acudir a la Madre de Cristo , como lo hicieron las jóvenes esposas de Caná de Galilea. La historia da testimonio de ello, tanto la historia de la nación de la que soy niño como la de muchas otras.

Hombres y mujeres, familias y ambientes, sociedades enteras en diferentes lugares de la tierra confían en Ella , en la Madre del Crucificado y Resucitado.

"Verdaderamente el valor que os sostuvo no caerá del corazón de los hombres que siempre recordarán el poder de Dios" ( Jue 13, 19 ).

¡Hombres, sociedad, pueblos confían en su confianza! Es la gran experiencia de la esperanza cristiana. La experiencia de la fe. De hecho, la esperanza tiene sus raíces en la fe, nace de ella.

4. Toda la Iglesia tiene confianza en su confianza. Desde sus primeros días, cuando, después de la Ascensión del Señor, los apóstoles se habían reunido en el Cenáculo de Jerusalén para orar: junto a ella . Con María, Madre de Jesús (cf. Hch 1, 14).

En el presente período litúrgico recordamos aquel tiempo transcurrido entre la Resurrección y Pentecostés; Celebramos el tiempo bendito en el que se confirmó la " plenitud de los tiempos ". En efecto, el mismo Padre, que "envió a su Hijo", " envió el Espíritu a nuestros corazones " ( Gal 4, 6). ¡Este es el Espíritu del Padre y al mismo tiempo el Espíritu del Hijo que nos permite gritar “ Abba, Padre ”! Como en sus días terrenales, Jesús, Hijo de María gritó: ¡ Abba, Padre!

María fue la primera en experimentar este descenso del Espíritu, en la hora de la Anunciación: “el Espíritu Santo descenderá sobre ti. . . El que nacerá, por tanto, será santo y será llamado Hijo de Dios ”( Lc 1, 35).

Ahora, junto con los apóstoles en el Cenáculo, participa en la nueva venida del Espíritu Santo, por medio del cual nació de ella el Hijo de Dios, de quien el Hijo de Dios tomó la naturaleza humana, un cuerpo humano. Por obra del Espíritu Santo debe nacer ahora la Iglesia , que el Apóstol llama el cuerpo de Cristo .

5. ¿Cuál es la realidad de este organismo ? ¿Cuál es su naturaleza interna?

El mismo Apóstol responde en la Carta a los Gálatas con dos palabras muy elocuentes: " sois niños " ( Gal 4, 6).

Vosotros sois hijos porque el Hijo de la mujer, que es el Hijo de Dios, os ha redimido, por tanto sois "hijos en el Hijo". Recibe la filiación adoptiva de Dios y forma así una comunidad que es el cuerpo del Hijo. Estás unido a él con la unidad del cuerpo. Con la unidad de la Encarnación , con la unidad del don del Espíritu Santo , con la unidad de la gracia.

Por lo tanto, junto con él digan a Dios: "Abba, Padre". Así claman los corazones a los que descendió el Espíritu Santo.

6. ¿Y la Madre? Ella que, por obra del Espíritu Santo, entregó un cuerpo humano al Hijo, a la Palabra eterna de Dios, ¿qué papel juega en el momento de este nuevo descenso ?

Ella es el testimonio de su Hijo , de su poder salvador, como lo fue en Caná.

Ella es el testimonio del Espíritu consolador , que esparce esta fuerza salvífica del Hijo en los corazones humanos. Lo difunde en el cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

¿Y María? ¿Y la Madre? Ella, como en Caná, es siempre testigo de las necesidades humanas , de las desgracias y pobreza humanas, de los sufrimientos y pecados humanos, de los problemas y angustias.

En este cuerpo, que es la Iglesia, ella debe ser siempre Madre del auxilio perpetuo .

Precisamente por ser Nuestra Señora del Socorro , no cesa, como en Caná, de repetir: "Haced lo que él os diga" ( Jn 2, 5). De hecho, sabe que cada uno de nosotros "ya no es esclavo, sino hijo" (cf.  4, 7). Todo el mundo está llamado a ser " hijo en el Hijo ". Y, por tanto, debe hacer lo que el Hijo proclama. Cada uno está llamado a la herencia divina, que el Hijo merecía por nosotros y por la cual pagó el rescate con su propia sangre.

María, por tanto, nos dice a cada uno de nosotros, junto con el apóstol Pablo, "ya no eres esclavo, sino hijo, y si hijo, también eres heredero por voluntad de Dios " ( Gal 4, 7).

7. Nuestra filiación adoptiva y nuestra herencia con él constituyen sobre todo la preocupación constante y perpetua de la Madre de Cristo. Filiación. . . herencia. . . de todos, de todos y de cada uno. La preocupación incesante de esta Madre debe convertirse en una ayuda perpetua . El mensaje que nos dirige es:

"Haz todo lo que te diga" ( Jn 2, 5).

Al final de la Misa, el Papa agradece al pueblo de San Severo con las siguientes palabras .

Quiero agradecer en primer lugar a nuestra hermana Rain, que preparó para nosotros, cayendo de noche, una mañana tan fresca, dejando el lugar al sol en el momento de comenzar nuestra celebración eucarística. Quiero agradecer también al Obispo de vuestra diócesis, que fue vuestro párroco hace cuatro siglos, Nuncio Malaspina, que tanto bien hizo en su misión en mi tierra natal a finales del siglo XVI y principios del XVII.

Quiero agradecerles a todos por su presencia tan numerosa, a todos los participantes en esta celebración litúrgica, a todos los que contribuyeron de manera diferente al éxito de nuestra asamblea en la que se expresó la unidad del cuerpo místico de Cristo. Les agradezco a todos por esto, a todos y cada uno de ustedes y a toda su comunidad diocesana dirigida por su querido pastor.

Mi agradecimiento va para el coro que nos guió con los cantos: sabemos bien que San Agustín ya dijo “Qui cantat bis orat”, así que gracias al canto rezamos dos veces. Estoy muy feliz de estar aquí y saludo cordialmente a todos los ciudadanos de esta ciudad y a todos los fieles de esta Iglesia particular, sacerdotes, religiosos y religiosas, familias, jóvenes, niños, ancianos y enfermos aquí presentes. Te dejo, como el Niño Jesús, en los brazos de tu Madre, "Madre del perpetuo socorro". Alabado sea Jesucristo.

MISA DE APERTURA DEL  AÑO MARIANO EN solemnidad  PENTECOSTÉS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Plaza de San Pedro - Sábado 6 de junio de 1987

1. " Recibe el Espíritu Santo " ( Jn 20,22 ). Era la tarde del "primer día después del sábado" (cf. Jn 20 , 19 ), es decir, el día de la resurrección. Esa noche, Cristo entró en el Cenáculo, donde estaban reunidos los apóstoles, sopló sobre ellos y dijo: "¡Recibid el Espíritu Santo"!

Cristo, tres días antes de ser crucificado , puesto en el sepulcro, ahora está de vuelta vivo entre sus apóstoles. En sus manos, pies y costado todavía tiene las cicatrices de la crucifixión. Precisamente a través de estas cicatrices, a través del sacrificio del que son expresión viva, un sacrificio que obtiene el perdón, en el que el mundo fue admitido a la reconciliación con el Padre, el Hijo da el Espíritu Santo a la Iglesia. Así, en él se abre hasta el final la "plenitud de los tiempos" ( Gal 4, 4): la etapa definitiva de la historia de la salvación, el contacto de Dios con la humanidad.

2. "Recibe el Espíritu Santo".

Este don, que es el Espíritu, está unido a la misión . De hecho, inmediatamente Cristo añade: "A quien perdonéis los pecados, les serán perdonados, y a los que no perdonéis, no serán perdonados" ( Jn 20, 23 ). La reconciliación con Dios mediante la sangre del Hijo es redención. La redención da fruto con la gracia de la absolución . Aquel a quien se le perdona el pecado nace al mismo tiempo a una nueva vida en Dios. El Espíritu Santo es el arquitecto de esta vida en cada uno de nosotros. Es el dispensador oculto de la santidad en el hombre, de su unión con Dios: con el Padre, en el Hijo. Los apóstoles reciben este ministerio divinopara la Iglesia como potencia sacramental . Su poder está íntimamente ligado al sacrificio de la cruz, y juntos depende directamente del poder del Espíritu de la verdad: el Paráclito.

"Recibe el Espíritu Santo".

3. Hoy son los cincuenta días a partir de esa noche. A partir de la medianoche comienza la fiesta de Pentecostés, que se une orgánicamente a la de Pascua.

Durante esos cincuenta días Jesús resucitado había preparado a los apóstoles para el encuentro con el don del Padre y del Hijo . Esto lo había hecho en persona hasta el día de su ascensión al cielo. Luego les ordenó volver al Cenáculo para ser asiduos en la oración esperando la llegada de "otro Consolador" ( Jn 14, 16 ).

Y aquí viene este día. Ahora ha comenzado. En unas horas se manifestará al mundo el hecho de que los apóstoles recibieron al Espíritu Santo , quienes han aceptado el don, que opera con gran poder en ellos y por ellos. Testigos de este hecho serán no solo los habitantes de Jerusalén , sino también los extranjeros que han llegado hasta allí desde diferentes partes. La lectura, extraída de los Hechos de los Apóstoles, enumera los nombres de los habitantes de esos países del mundo, a quienes, el primer día, llega el mensaje de salvación. Como palabra y como sacramento. Y fue un mensaje que encontró una tierra fértil. El Espíritu que actuó en el testimonio de los apóstoles, especialmente en las palabras de Pedro, también actuó en el corazón de los que escucharon.

4. Aquí les fue dado a los apóstoles confesar ante todos que "Jesucristo es el Señor" (cf. 1 Co 12, 3; Fil 2, 11). Aquel que había sido condenado a muerte y crucificado, se reveló a sí mismo como el Señor del cielo y de la tierra en su resurrección. No es un Señor como cualquier otro gobernante de esta tierra: es el Señor de la salvación eterna .

Precisamente este Pedro anunció el día de Pentecostés. De esto testificaron los apóstoles. Precisamente en esto, el Espíritu Santo actuó primero en ellos y luego en todos los que participaron en el evento de Jerusalén. Sí. El Espíritu Santo. "Nadie puede decir:" Jesús es el Señor "si no es bajo la acción del Espíritu Santo" ( 1 Co 12, 3). Nadie sin él puede decir o aceptar esta palabra de salvación. Ambos efectos son operados por el Espíritu de verdad.

5. Por tanto, desde el día de Pentecostés, la palabra salvadora del Evangelio comienza a correr por la historia de los pueblos y naciones . A partir de ese día comienza el camino del Pueblo de Dios de la nueva alianza, así como en la noche de Pascua se inicia el camino de Israel desde la casa solidaria hasta la tierra prometida. El día de Pentecostés en Jerusalén nace la Iglesia : el Israel de la nueva alianza. Y el camino de la fe, la esperanza y la caridad comienza a través de todas las generaciones humanas, un camino que ha durado ya casi dos mil años.

Al comienzo de este camino de fe está el Cenáculo de Jerusalén y los apóstoles, reunidos allí junto con María , madre de Cristo.

Ella ya había recibido el Espíritu Santo antes , más de treinta años antes. Esto sucedió cuando aceptó el anuncio del ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti. . . El que nacerá de ti. . . será llamado Hijo de Dios ”( Lc 1, 35).

"Nadie puede decir:" Jesús es el Señor "si no es bajo la acción del Espíritu Santo". María fue la primera en experimentar esta ayuda en sí misma. Fue la primera en acoger a Jesús como hijo de su virginidad. Ella fue la primera en acoger por la fe también la verdad sobre su reino, destinado a perdurar por todos los siglos: "Y su reino no tendrá fin" ( Lc 1,33).

Y con esta fe, María caminó constantemente junto a Jesús a lo largo de los años de su vida terrena, hasta la cruz del Gólgota.

6. Ahora , la "bienaventurada por haber creído" (cf. Lc 1, 45), está con los apóstoles en el Cenáculo el día de Pentecostés, cuando nace la Iglesia y la gran peregrinación del pueblo del el nuevo pacto comienza a través de la historia.

Al comienzo de esta peregrinación, el mismo día del descenso del Espíritu de verdad y poder sobre los apóstoles, ella está presente con ellos. Y permanecerá , incluso después de su partida de la tierra, presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia .

Ella avanzará "primero" en la gran peregrinación de la fe, la esperanza y la caridad antes de todas las generaciones del pueblo de Dios en esta tierra.

Por eso la Iglesia, que en el camino de esta peregrinación se acerca al final del segundo milenio después de Cristo, comienza su " Año Mariano " precisamente en la solemnidad de hoy de Pentecostés . Es una coincidencia y casi una convergencia de hechos muy significativos y que conviene subrayar: en ese día histórico, en el que el Espíritu se derramó sobre la Iglesia, encontramos a María; en este día, que es hoy, cuando todavía se derrama el Espíritu, debemos encontrar a María.

En esta solemnidad, el obispo de Roma se une a todos sus hermanos en el episcopado, sucesores de los apóstoles, para profundizar en toda la Iglesia, en la perspectiva del nuevo milenio , la conciencia de la presencia materna de la Madre de Dios en el misterio. de Cristo y de la Iglesia, como enseñó el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium , 8). Una vez más invita a todos los hijos e hijas de la Iglesia a meditar , a confiar , a contar con esta presencia para superar las dificultades, a caminar rápidamente, al soplo poderoso del Espíritu, en las huellas de su divino Hijo.

7. La Iglesia, que se encuentra en Roma , se ha reunido esta noche para dar una expresión especial de su participación en la obra de renovación iniciada por el Concilio Vaticano II. Desde hace un año, esta participación toma la forma de un "Sínodo", que la Iglesia romana, en todos sus componentes, ha comenzado a preparar bajo la dirección de su Obispo, asistido por el Cardenal Vicario.

Hoy, en el contexto de esta "sagrada vigilia", que en conjunto marca el inicio del día de Pentecostés de 1987 y la inauguración del Año Mariano, deseo agradecer a Dios por los frutos.del trabajo inicial de investigación y sensibilización, que permitió definir los objetivos y el tema del Sínodo: "La comunión y misión de la Iglesia de Dios que se encuentra en Roma en el umbral del tercer milenio". Declaro ahora abierta la fase preparatoria del Sínodo Pastoral Romano. De hecho, para continuar el camino sinodal, ahora se han creado comisiones de estudio encargadas de preparar las herramientas de trabajo sobre temas pastorales que, con la contribución de todos los componentes de la comunidad diocesana, serán luego sometidas al examen del sinodal. montaje. Y desde ahora expreso mi deseo de que todos los "bautizados en un Espíritu y regados por un mismo Espíritu" (cf. 1 Co 12, 13 ) contribuyan, a través de la obra del Sínodo, a la edificación de un solo cuerpo., que es el Cuerpo de Cristo. Espero sinceramente que, a través de los múltiples dones y los diversos ministerios, "el Espíritu se manifieste en todos y por todos para el bien común" (cf. 1 Co 12, 7).

¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Queridos fieles romanos! Este es nuestro papel especial en esta peregrinación de todo el Pueblo de Dios, en la que, a lo largo del próximo año, deseamos sentir viva y operativa la guía de la Madre de Dios: su presencia e intercesión maternas.

8. “ Recibe el Espíritu Santo ”.

Que llene los corazones de sus fieles. Enciende en ellos el fuego de tu amor.

Él - el Paráclito-Consolador.
Él - el Padre de los pobres.
Él - la Luz de los corazones.
Él - el Dador de dones.
Él - el dulce Invitado del alma.
¡Oh Bendita Luz, invade íntimamente los corazones de tus fieles!

Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA(8-14 DE JUNIO DE 1987)

MISA INAUGURAL DEL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Iglesia de Todos los Santos (Varsovia) - Lunes 8 de junio de 1987

1. " Los amó hasta el fin " ( Jn 13, 1).

Estén atentos a estas palabras de Cristo, ustedes, queridos hermanos y hermanas, durante estos días del Congreso Eucarístico en Polonia, que hoy se me permite inaugurar.

Cristo el Señor pronunció estas palabras el Jueves Santo. Los encontramos anotados en el texto del Evangelio de Juan, al comienzo del discurso de despedida, junto con la Última Cena. ". . . Jesús, sabiendo que su tiempo había llegado a pasar de este mundo al Padre, después de haber amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin "( Jn 13, 1).

Estas palabras, así como la institución de la Eucaristía, están unidas a esa "hora" que Jesús llama "su hora" ( Jn 13, 1), la hora en la que debía cumplir definitivamente su misión. por el Padre (cf. Jn 13, 3).

La Eucaristía pertenece precisamente a esa hora, a la hora redentora de Cristo, a la hora redentora de la historia del hombre y del mundo. Esta es la hora en que el Hijo del Hombre "amó hasta el fin". Hasta el final confirmó el poder salvador del amor. Reveló que Dios mismo es amor. Nunca ha habido ni habrá mayor revelación de esta verdad que una confirmación más radical: "No hay amor más grande que este: dar la vida" ( Jn 15, 13) por todos, para que "tengan la vida". y tenla en abundancia ”( Jn 10, 10).

Todo esto está expresado en el Evangelio. La Eucaristía es el memorial y el signo sacramental de todo esto.

2. Entremos, pues, queridos hermanos, en el centro mismo de la realidad eucarística, comenzando a vivir los días del Congreso Eucarístico en Polonia, en referencia a estas palabras del mismo Redentor.

Presentándome entre ustedes desde este altar, deseo unirme a todos los que se han reunido durante este año, y especialmente durante la próxima semana, se reunirán alrededor del Santísimo Sacramento en el espíritu de las palabras pronunciadas por nuestro Señor en el Cenáculo.

Saludo cordialmente a todos los miembros de esta asamblea litúrgica, reunidos para la apertura del II Congreso Eucarístico Nacional. Saludo al cardenal primado, arzobispo metropolitano de Varsovia, a sus obispos auxiliares, a los cardenales invitados, a los arzobispos y obispos, al capítulo metropolitano, al clero de la arquidiócesis y de la metrópoli, a los peregrinos de las diócesis vecinas, de toda Polonia y de en el extranjero.

Saludo y doy la bienvenida a los representantes de institutos religiosos masculinos y femeninos, universidades católicas y seminarios eclesiásticos, miembros del Servicio Litúrgico del Altar y todos aquellos que proceden de movimientos o grupos pastorales particulares.

Os saludo a todos, queridos hermanos y hermanas, mis compatriotas.

3. La apertura del Congreso Eucarístico cae el lunes después de Pentecostés, cuando la Iglesia en Polonia celebra la solemnidad de María Madre de la Iglesia. Esta circunstancia tiene una elocuencia especial.

Se puede decir que "el camino polaco" a la Eucaristía pasa por María. Pasa por todas las experiencias históricas de la Iglesia y de la nación, unidas de modo particular al misterio de la Encarnación. En la Eucaristía, Cristo está constantemente presente con nosotros, que "por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre". Como si prolongara el misterio de su encarnación hasta el fin de los tiempos, construye la Iglesia como su cuerpo. La Eucaristía como sacramento del cuerpo y la sangre de Cristo nos introduce en el misterio de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo. La Eucaristía "edifica" a la Iglesia desde sus cimientos más profundos.

Todo esto lo encontramos en ese camino de la experiencia "polaca" de la fe, que conduce desde Jasna Gora, desde el acto de consagración a la Madre de Dios con motivo del milenio, a la Eucaristía, a este congreso. Por tanto, podemos decir a nuestra vez: nuestra patria-experiencia de la Eucaristía también nos orienta hacia María. Recordamos que el Hijo de Dios "tomó el cuerpo humano de la Madre, la Virgen Inmaculada".

4. La Madre de Dios está presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como enseña el Concilio. Se puede decir que participa de manera particular y excepcional en esa "edificación" de la Iglesia, desde el principio, a través de la Eucaristía.

Ella, la Madre del Verbo Encarnado, está personalmente presente en estos momentos decisivos, en los que estas "bases" se sientan en la historia de la salvación del mundo. Las lecturas de la liturgia de hoy también nos lo recuerdan.

Está presente primero al pie de la cruz. Ella está allí como testigo, preparada de manera especial por el Espíritu Santo, testimonio particularmente sensible de ese amor con el que Cristo, su Hijo, "nos amó hasta el fin"; de ese amor que encuentra su expresión sacramental precisamente en la Eucaristía. Y a su vez, como testigo particularmente sensible de ese amor redentor y salvador, María se encuentra en el Cenáculo el día de Pentecostés, en el momento del descenso del Consolador, del Espíritu de la verdad sobre los apóstoles, en el Momento del nacimiento de la Iglesia, de esta Iglesia, que vive constantemente de la Eucaristía: "el que me come, vivirá por mí" ( Jn 6, 57).

Desde ese día, desde el día del nacimiento de la Iglesia en el Cenáculo de Pentecostés, el mismo en el que se instituyó el sacramento del cuerpo y la sangre del Señor, desde ese día, repito, María está presente en el misterio de la Iglesia a través de su particular maternidad. Ella "precede" constantemente en la peregrinación por la fe, como Madre del Redentor, a todo el Pueblo de Dios. Esta expresión de la constitución conciliar Lumen gentium sobre la Iglesia es también el contenido principal de la inspiración para el "Año mariano", abierto ayer en Roma.

Los caminos de la Iglesia, procedentes de distintas partes, a partir de distintas experiencias históricas y contemporáneas, se encuentran siempre junto a los mismos misterios de Dios, que siguen siendo para nosotros "fuente de vida y santidad".

5. Por tanto, es bueno que la iniciativa del Congreso Eucarístico se haya emprendido en la Iglesia que está en Polonia. Es bueno que se refiera a las palabras de Cristo, que tratan del amor supremo: el amor "hasta el fin". Estas palabras, en boca de nuestro Maestro y Redentor, se refieren al mismo tiempo al sacrificio de la cruz y a la Eucaristía. La nueva alianza en la sangre del Cordero, la alianza eterna, pasa en cierto sentido en el sacramento, y bajo la forma del sacramento el mismo sacrificio salvífico y redentor dura hasta el fin de los siglos.

¡Tierra polaca! ¡Patria! ¡Alabado sea la cruz de Cristo! Que sea testigo en todas partes de Aquel que nos amó hasta el final.

“Gracias a la muerte y resurrección de Cristo - dijo el P. Jerzy Popieluszko - el símbolo de la ignominia y la humillación se ha convertido en un símbolo de coraje, fuerza, ayuda y hermandad. En la señal de la cruz presentamos hoy lo más bello y precioso en el hombre. A través de la cruz vamos hacia la resurrección. No hay otra manera. Por tanto, las cruces de nuestra patria, nuestras cruces personales, las de nuestras familias, deben conducir a la victoria, a la resurrección, si las unimos a Cristo "(Jerzy Popie łuszko, Ka zania patriotyczne - Homilies for the Fatherland , París 1984, págs. 65-66).

¡Tierra polaca! ¡Patria! ¡Únase a la Eucaristía de Cristo, en la que el sacrificio sangriento de Cristo se renueva constantemente y se realiza de nuevo, bajo la especie del Santísimo Sacramento de la fe!

A través de este sacrificio, Cristo entró en las moradas divinas, sacerdote "de la alianza nueva y eterna" de Dios con el hombre, la alianza estipulada "en la sangre" del Cordero sin mancha. ". . . cuánto más esta sangre, la sangre de Cristo, que con un Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, limpiará nuestra conciencia de obras muertas, para servir al Dios vivo ”( Heb 9,14 ).

6. ¡Que la Eucaristía testifique ante todos nosotros, queridos compatriotas, este amor con el que Cristo nos amó hasta el final! Que purifique nuestra conciencia de obras muertas ( Hebreos 9:14 ).

¡Cuán indispensable es tal testimonio! ¡Qué creativo! Sólo este amor "hasta el fin" es capaz de "purificar las conciencias", es capaz de derrotar en el hombre todo lo que pertenece a la herencia del pecado original. La liturgia de hoy nos lo recuerda en la primera lectura.

Debemos liberarnos continuamente de esta herencia. Debemos liberarnos del legado del odio y el egoísmo, porque la Eucaristía es el sacramento del amor de Dios por el hombre y el amor del hombre por Dios. Al mismo tiempo, este es el sacramento del amor del hombre por el hombre, el sacramento que crea. la comunidad. Por tanto, debemos superar constantemente en nosotros esa forma de ver el mundo, que ha acompañado la historia humana desde el principio, una forma de ver "como si Dios no existiera", como si "no fuera amor". Las palabras del libro del Génesis "llegarás a ser como Dios" ( Gen 3: 5) están unidas a la negación de la verdad sobre Dios, que es amor. Están unidos con poner al Creador en un estado de sospecha por parte de las criaturas, en un estado de acusación. Cuán cerca estamos a veces de esta tentación.

Con qué facilidad olvidamos "que todo nos ha sido dado" (cf. 1 Co 4, 7). Incluso lo que el hombre considera obra de su propio genio, esto también tiene sus raíces en el don. Incluso el sufrimiento, si lo miramos a través del prisma del misterio de Cristo, de la redención por la cruz, adquiere el valor de un don, mediante el cual "completamos" el sacrificio redentor del Hijo de Dios. el umbral de la frustración., provocada por diferentes circunstancias de la existencia actual.

No solo aquí, en esta tierra atribulada y probada; pero también en los ambientes de confort y placer, en los países de "progreso técnico", la frustración aparece como una sensación de falta de sentido de la vida. ¿Existe una salida de este estado de ánimo? ¿Hay alguna forma para el hombre? Así es precisamente el que "amó hasta el final". El camino es la Eucaristía, sacramento de este amor.

7. Que María, madre de la Iglesia, testigo más "sensible" de este amor de Cristo hasta el final, nos ayude a todos, queridos hermanos y hermanas, a salir de situaciones sin salida, de los falsos caminos hacia que a veces, alarga nuestra existencia humana; ¡ayúdanos a colocarnos junto a Él que es el camino! Es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 6).

Jesucristo: redentor del hombre.

Jesucristo: Eucaristía.

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓNDE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Martes 8 de diciembre de 1987

1. "¿Dónde estás?" "... me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí" (Gén 3, 9-10).

La liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos lleva, en primer lugar, al libro del Génesis. Inmaculada Concepción significa inicio de la vida nueva en la gracia. Significa liberación radical del hombre del pecado. Desde el primer momento de su concepción, María estuvo libre de la herencia del primer Adán.

Siguiendo esta lógica, la liturgia de hoy nos muestra, antes que nada, a Adán y el comienzo de esta herencia, que ha sido, después, la herencia del pecado y de la muerte.

He aquí a Adán, que caminaba antes con toda sencillez delante de Dios, mas que, después del pecado, tiene necesidad de esconderse de la presencia de ese mismo Dios: "oí tu ruido.... y me escondí" (ib.).

Efectivamente, la realidad del pecado es más potente. Adán llega a ser consciente de ello y de aquí precisamente nacen su miedo y su vergüenza. Nada puede quedar escondido a los ojos de Dios, ni el bien ni el mal. A los ojos de Dios el pecado del primer hombre no podía permanecer oculto.

2. También lo que acontece en Nazaret de Galilea tiene lugar en la presencia de Dios. Dios está en todas partes. Su presencia lo abarca todo. Sin embargo, en este momento, está allí de un modo particular: en Nazaret, en la casa de una Virgen, cuyo nombre es María.

También Ella se turbó ante las palabras del Mensajero divino. Pero se trata de un temor distinto del que nos refiere el libro del Génesis: "Oí tu ruido.... y me escondí". También María oye la voz de Dios en las palabras de Gabriel. No busca, sin embargo, un escondite. Va al encuentro de estas palabras con sencillez y entrega total.

Va al encuentro de Dios, que la visita, y entra, al mismo tiempo, en la profundidad de Sí misma. "Se preguntaba qué saludo era aquél" (Lc 1, 29). La Virgen se pregunta... y cuando —con la ayuda de la explicación del Ángel del Señor— llega a comprender, responde: "...hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38).

3. La liturgia de la solemnidad de hoy pone ante nuestros ojos estas dos imágenes. Descubrimos en ellas el contraste fundamental del pecado y de la gracia. El alejamiento de Dios y el retorno a Dios. Rechazo y salvación.

No se logra describir bien este contraste. Ningún cuadro visible, ninguna descripción sensible es capaz de reproducir el mal del pecado, pero tampoco logra reproducir la hermosura de la gracia, el bien de la santidad.

La liturgia, pues —como toda la Revelación— nos conduce a través de lo visible a lo invisible. Es el camino sobre el cual tiende el hombre continuamente hacia el encuentro con Aquél que "habita una luz inaccesible" (1 Tim 6, 16).

Sin embargo, en este camino. por el que nos conduce la liturgia de la solemnidad de hoy, la diferencia entre lo que está escrito en el capitulo 3 del Génesis y lo que leemos en el Evangelio de San Lucas se hace completamente clara. Más que una diferencia, es una contraposición: es el cumplimiento de esta "enemistad" a la que se refieren las palabras del Proto-evangelio: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya" (Gén 3, 15).

Estas palabras del libro del Génesis constituyen un preanuncio. En el Evangelio encuentran su cumplimiento. He aquí que esta "Mujer" está delante del mensajero de Dios y escucha: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios" (Lc 1, 35)... "su estirpe". Y María responde: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi..." (Lc 1. 38).

4. De tal modo la liturgia de la solemnidad de este día nos acerca a la comprensión del misterio de la Inmaculada Concepción. Este acercamiento nos lo permite, en primer lugar, la imagen del pecado al comienzo de la historia del hombre —la imagen del pecado original— y, después, las palabras que escucha la Virgen de Nazaret en el momento de la Anunciación: "Alégrate, llena de gracia" (Lc 1, 28).

Pero la lógica de la Revelación divina, que es, al mismo tiempo, la lógica de la Palabra de Dios, en la liturgia de hoy, va más allá.

Ved que leemos en la carta del Apóstol Pablo a los Efesios: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... (que) nos eligió en la persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables ante El" (cf. Ef 1, 34).

Así, pues. para acercarnos al misterio de la Inmaculada Concepción de María hay que trascender los umbrales del pecado original, sobre el que nos habla el libro del Génesis. Es más. hay que trascender los umbrales de la historia del hombre. Colocarse más allá.

Es necesario situarse ante a del tiempo, "antes de la creación del mundo", y volverse a encontrar en la inescrutable "dimensión" de Dios mismo. En cierto sentido, "en la dimensión pura" de la elección eterna, con la que todos somos abarcados en Jesucristo: en el Hijo Eterno-Verbo, que se hizo carne al llegar la plenitud de los tiempos.

Y en El somos elegidos para la santidad, es decir, para la gracia: "para que fuésemos santos e inmaculados ante El".

5. ¿Quién ha sido elegido mejor y más plenamente que Aquella a la que el Ángel saludó con las palabras "llena de gracia"?

¿No es Ella la preelegida más plenamente entre todos los hombres, descendientes del primer Adán, para ser "santa e inmaculada" ante Dios?

En el espíritu propio de esta lógica de la Revelación, que es al mismo tiempo la lógica de nuestra fe, la Iglesia enseña que María, en previsión de los méritos de su Hijo, Redentor del mundo, fue concebida por padres terrenos libre de la herencia del pecado original, libre de la herencia de Adán.

Ha sido redimida por Cristo de manera sublime y excepcional, como ha confirmado el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 53).

Precisamente este misterio lo profesamos hoy, 8 de diciembre, en el periodo de Adviento. Lo profesamos y, al mismo tiempo, nos recogemos alrededor de la Inmaculada Madre del Redentor llamándola con gozosa veneración: "Alma Redemptoris Mater". Y el tiempo de Adviento pone en particular evidencia lo que este misterio significa en los caminos de los eternos destinos de Dios. En estos caminos, por los que Dios no se cansa de acercarse al hombre. Venir a El... precisamente esto significa "Adviento".

Porque: "en el amor, El nos ha destinado en la persona de Cristo a ser hijos suyos" (cf. Ef 1, 4-5).

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Martes 8 de diciembre de 1987

1. "¿Dónde estás?" "... me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí" (Gén 3, 9-10).

La liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos lleva, en primer lugar, al libro del Génesis. Inmaculada Concepción significa inicio de la vida nueva en la gracia. Significa liberación radical del hombre del pecado. Desde el primer momento de su concepción, María estuvo libre de la herencia del primer Adán.

Siguiendo esta lógica, la liturgia de hoy nos muestra, antes que nada, a Adán y el comienzo de esta herencia, que ha sido, después, la herencia del pecado y de la muerte.

He aquí a Adán, que caminaba antes con toda sencillez delante de Dios, mas que, después del pecado, tiene necesidad de esconderse de la presencia de ese mismo Dios: "oí tu ruido.... y me escondí" (ib.).

Efectivamente, la realidad del pecado es más potente. Adán llega a ser consciente de ello y de aquí precisamente nacen su miedo y su vergüenza. Nada puede quedar escondido a los ojos de Dios, ni el bien ni el mal. A los ojos de Dios el pecado del primer hombre no podía permanecer oculto.

2. También lo que acontece en Nazaret de Galilea tiene lugar en la presencia de Dios. Dios está en todas partes. Su presencia lo abarca todo. Sin embargo, en este momento, está allí de un modo particular: en Nazaret, en la casa de una Virgen, cuyo nombre es María.

También Ella se turbó ante las palabras del Mensajero divino. Pero se trata de un temor distinto del que nos refiere el libro del Génesis: "Oí tu ruido.... y me escondí". También María oye la voz de Dios en las palabras de Gabriel. No busca, sin embargo, un escondite. Va al encuentro de estas palabras con sencillez y entrega total.

Va al encuentro de Dios, que la visita, y entra, al mismo tiempo, en la profundidad de Sí misma. "Se preguntaba qué saludo era aquél" (Lc 1, 29). La Virgen se pregunta... y cuando —con la ayuda de la explicación del Ángel del Señor— llega a comprender, responde: "...hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38).

3. La liturgia de la solemnidad de hoy pone ante nuestros ojos estas dos imágenes. Descubrimos en ellas el contraste fundamental del pecado y de la gracia. El alejamiento de Dios y el retorno a Dios. Rechazo y salvación.

No se logra describir bien este contraste. Ningún cuadro visible, ninguna descripción sensible es capaz de reproducir el mal del pecado, pero tampoco logra reproducir la hermosura de la gracia, el bien de la santidad.

La liturgia, pues —como toda la Revelación— nos conduce a través de lo visible a lo invisible. Es el camino sobre el cual tiende el hombre continuamente hacia el encuentro con Aquél que "habita una luz inaccesible" (1 Tim 6, 16).

Sin embargo, en este camino. por el que nos conduce la liturgia de la solemnidad de hoy, la diferencia entre lo que está escrito en el capitulo 3 del Génesis y lo que leemos en el Evangelio de San Lucas se hace completamente clara. Más que una diferencia, es una contraposición: es el cumplimiento de esta "enemistad" a la que se refieren las palabras del Proto-evangelio: "Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya" (Gén 3, 15).

Estas palabras del libro del Génesis constituyen un preanuncio. En el Evangelio encuentran su cumplimiento. He aquí que esta "Mujer" está delante del mensajero de Dios y escucha: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios" (Lc 1, 35)... "su estirpe". Y María responde: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi..." (Lc 1. 38).

4. De tal modo la liturgia de la solemnidad de este día nos acerca a la comprensión del misterio de la Inmaculada Concepción. Este acercamiento nos lo permite, en primer lugar, la imagen del pecado al comienzo de la historia del hombre —la imagen del pecado original— y, después, las palabras que escucha la Virgen de Nazaret en el momento de la Anunciación: "Alégrate, llena de gracia" (Lc 1, 28).

Pero la lógica de la Revelación divina, que es, al mismo tiempo, la lógica de la Palabra de Dios, en la liturgia de hoy, va más allá.

Ved que leemos en la carta del Apóstol Pablo a los Efesios: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... (que) nos eligió en la persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables ante El" (cf. Ef 1, 34).

Así, pues. para acercarnos al misterio de la Inmaculada Concepción de María hay que trascender los umbrales del pecado original, sobre el que nos habla el libro del Génesis. Es más. hay que trascender los umbrales de la historia del hombre. Colocarse más allá.

Es necesario situarse ante a del tiempo, "antes de la creación del mundo", y volverse a encontrar en la inescrutable "dimensión" de Dios mismo. En cierto sentido, "en la dimensión pura" de la elección eterna, con la que todos somos abarcados en Jesucristo: en el Hijo Eterno-Verbo, que se hizo carne al llegar la plenitud de los tiempos.

Y en El somos elegidos para la santidad, es decir, para la gracia: "para que fuésemos santos e inmaculados ante El".

5. ¿Quién ha sido elegido mejor y más plenamente que Aquella a la que el Ángel saludó con las palabras "llena de gracia"?

¿No es Ella la preelegida más plenamente entre todos los hombres, descendientes del primer Adán, para ser "santa e inmaculada" ante Dios?

En el espíritu propio de esta lógica de la Revelación, que es al mismo tiempo la lógica de nuestra fe, la Iglesia enseña que María, en previsión de los méritos de su Hijo, Redentor del mundo, fue concebida por padres terrenos libre de la herencia del pecado original, libre de la herencia de Adán.

Ha sido redimida por Cristo de manera sublime y excepcional, como ha confirmado el Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium, 53).

Precisamente este misterio lo profesamos hoy, 8 de diciembre, en el periodo de Adviento. Lo profesamos y, al mismo tiempo, nos recogemos alrededor de la Inmaculada Madre del Redentor llamándola con gozosa veneración: "Alma Redemptoris Mater". Y el tiempo de Adviento pone en particular evidencia lo que este misterio significa en los caminos de los eternos destinos de Dios. En estos caminos, por los que Dios no se cansa de acercarse al hombre. Venir a El... precisamente esto significa "Adviento".

Porque: "en el amor, El nos ha destinado en la persona de Cristo a ser hijos suyos" (cf. Ef 1, 4-5).

SOLEMNIDAD  DE MARÍA, MADRE DE DIOS Y SS.MA
XXI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Viernes , 1 de enero de 1988

1. "Cuando llegó el cumplimiento del tiempo" ( Gálatas 4: 4).

Hoy saludamos al nuevo año: 1988 que inició su recorrido habitual: el recorrido de horas, días, semanas y meses.

Saludamos esta nueva etapa del tiempo humano, fijando la mirada en el misterio que indica la plenitud del tiempo.

Este misterio lo anuncia el Apóstol, en la carta a los Gálatas, con las siguientes palabras:
"Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" ( Gal 4, 4).

La Iglesia saluda el nuevo año del calendario humano, partiendo del núcleo central de este misterio: Dios Hijo, nacido de mujer; la natividad divina de Cristo. Hoy finaliza el ciclo de ocho días a partir de la solemnidad que de manera particular nos hace presente la encarnación del Verbo.

La plenitud del tiempo.

El tiempo del calendario humano no tiene su plenitud. Solo significa pasar. Solo Dios es plenitud, plenitud también del tiempo humano. Esto se logra cuando Dios entra en el tiempo del paso terrenal.

2. ¡Oh Año Nuevo, te saludamos a la luz del misterio del nacimiento divino! Este misterio hace que usted, o el tiempo humano, que pasa, participe de lo que no pasa. De lo que la eternidad tiene por criterio.

El Apóstol manifestó todo esto en su carta de una manera quizás más sintética y penetrante.

“Dios envió a su Hijo. . . para que seamos adoptados como niños ”( Gal 4: 4-5). Esta es la primera dimensión del misterio, que indica la plenitud de los tiempos. Y luego está la segunda dimensión, unida orgánicamente a la primera: "Que sois niños se prueba por el hecho de que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones que clama: ¡Abba, Padre!" ( Gal 4, 6).

Precisamente este “Abba, Padre”, este grito del Hijo, que es consustancial con el Padre, esta invocación dictada por el Espíritu Santo al corazón de los hijos e hijas de esta tierra, es signo de la plenitud de los tiempos.

El Reino de Dios ya se manifiesta en este grito, en esta palabra “Abbà, Padre”, pronunciada desde lo más profundo del corazón humano en la fuerza del Espíritu de Cristo.

3. Hoy, primer día del nuevo año, ampliemos la mirada: intentemos, con el pensamiento y el corazón, abrazar a todas las personas que habitan nuestro planeta. Aquellos a quienes ahora ha llegado este misterio y aquellos que aún no lo conocen. Todas. Y a todos también, desde este umbral del tiempo humano, queremos decir: Hermanos y hermanas, no somos solo la "raza humana" que puebla la faz de la tierra, ¡somos una familia!

"Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones clamando: Abba, Padre". Los que pueden decir esto, los que tienen el mismo Padre, ¿no son una sola familia?

El Creador nos levantó del "polvo de la tierra" hasta la extensión de su "imagen y semejanza". Y permanece fiel a este "aliento", que marcó el "comienzo" del hombre en el cosmos.

Y cuando, en la fuerza del Espíritu de Cristo, clamamos a Dios “Abbà, Padre”, entonces, en este grito, en el umbral del nuevo año, la Iglesia también expresa a través de nosotros el deseo de paz en la tierra. Reza así: "Que el Señor vuelva sobre ti, familia humana en todos los continentes, y te conceda la paz" (cf. Nm 6, 26).

4. “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer”.

Desde el comienzo de la historia terrenal del hombre, la mujer ha caminado sobre esta tierra. Su primer nombre es Eva, madre de los vivos. Su segundo nombre permanece vinculado a la promesa del Mesías en el Protoevangelium.

El segundo nombre, el de la mujer eterna, cruza los caminos de la historia espiritual del hombre y se revela sólo en la plenitud de los tiempos. Y el nombre "Myriam": María, la virgen de Nazaret. Esposa de un hombre que se llamaba José, de la casa de David. ¡María, esposa mística del Espíritu Santo!

De hecho, "ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre" (cf. Jn 1, 13) sino que su maternidad proviene del Espíritu Santo.

La maternidad de María es la maternidad divina, que celebramos durante toda la octava de Navidad, pero especialmente hoy, 1 de enero.

5. Vemos esta maternidad de María a través del "niño que yacía en el pesebre" ( Lc 2 , 16 ), en Belén, durante la visita de los pastores: la primera llamada a acercarse al misterio que marca la plenitud de los tiempos.

El niño acostado en el pesebre iba a recibir el nombre de "Jesús". Con este nombre lo llamó el ángel en la anunciación, "antes de ser concebido en el vientre de su madre" ( Lc 2, 2). Y con este nombre se le llama hoy, el octavo día después de su nacimiento, a la hora prescrita por la ley hebrea.

En efecto, el Hijo de Dios "nació bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley", escribe el Apóstol (cf. Gal 4, 4-5).

Esa sumisión a la ley, la herencia del antiguo pacto, fue para abrir el camino a la redención a través de la sangre de Cristo, para abrir el camino a la herencia del nuevo pacto.

6. María está en el centro de estos eventos. Permanece en el corazón del misterio divino. Más cerca de esa plenitud de tiempo, que está relacionada con su maternidad, el signo sigue siendo, al mismo tiempo, el signo de todo lo humano.

¿Quién más que mujer es signo de lo humano? En ella se concibe, y de ella sale el hombre al mundo. Ella, la mujer, en todas las generaciones humanas lleva consigo la memoria de cada hombre. Porque cada uno pasó por el vientre de su madre.

Sí. La mujer es la memoria del mundo humano. Del tiempo humano que es el momento de nacer y morir. El momento del fallecimiento.

Y María también es memoria. El evangelista escribe: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ).

Ella es el recuerdo original de esos problemas, que la familia humana vive en la plenitud de los tiempos. Ella es la memoria de la Iglesia. Y la Iglesia le quita las primicias de lo que guarda incesantemente en su memoria. . . y hace presente.

La Iglesia aprende de la Madre de Dios el recuerdo de "las grandes obras de Dios" realizadas en la historia de la humanidad. Sí. La Iglesia aprende de María a ser madre: ¡“Mater Ecclesia”!

7. El año 1988 renovará de modo particular en la memoria de la Iglesia una de estas obras de Dios, la recordará y hará presente. Desde hace algún tiempo llevamos orando al Padre de Dios para que esté con nosotros de manera especial este año, durante el cual, después de mil años, daremos gracias a la Santísima Trinidad por el Bautismo que tuvo lugar a orillas del río. el Dnieper, en Kiev. Este Bautismo abrió el camino para introducir la luz de Cristo entre los numerosos pueblos y naciones de Europa del Este, difundiéndola sucesivamente más allá de los Urales, en un largo camino de fe y civilización cristianas.

Todas estas personas encontrarán su inicio histórico en la memoria milenaria del Bautismo recibido inicialmente por la Princesa Olga, la primera santa rusa, luego acogida y promovida permanentemente entre el pueblo de Rusia por el Príncipe San Vladimir.

Compartiremos la alegría de este comienzo con todos los hijos e hijas de los pueblos ruso, ucraniano, bielorruso y otros.

Y ahora hoy, en el día de su maternidad, nos dirigimos a ella, a la Madre de Dios, para que "acaricie y medite en su corazón" "todos los problemas" de esos pueblos, de esos hermanos y hermanas.

8. Dios envió a su Hijo, "nacido de mujer". Mediante el nacimiento de Dios en la tierra participamos en la plenitud de los tiempos.

Y esta plenitud se cumple incesantemente en nuestros corazones por el Espíritu del Hijo, enviado por el Padre. . . Yo el Espíritu del Hijo, que confirma en nosotros la certeza de la adopción como niños. Y aquí, desde la profundidad de esta certeza, desde la profundidad de la humanidad renovada en la "deificación" - como proclama y profesa la rica tradición de la Iglesia oriental - desde esta profundidad clamamos, siguiendo el ejemplo de Cristo: "Abba, Padre ". Y así gritando, a cada uno nos cuesta que “ya no es esclavo, sino hijo”.

"Y si es hijo, también es heredero por voluntad de Dios" (cf. Gal 4, 7).

9. Ya sabes, familia humana, ya sabes, de todos los países y continentes, de todos los idiomas, naciones y razas. . .,

¿conoces esta herencia?

¿Sabes que es la base de tu humanidad?

¿Del legado de la libertad filial?

¿Qué hemos hecho con este legado en nuestra historia?

¿Qué forma le hemos dado en la vida de los individuos y las comunidades? ¿En la vida de las empresas, en la vida internacional?

¿No hemos distorsionado la herencia de libertad recibida del Creador y redimida por la sangre de su Hijo?

¿No lo hemos abusado de varias formas?

¿No usamos esta libertad despreciando al Creador mismo, que nos la dio?

¿Y no lo usamos también contra él?

10. ¡Jesucristo! Hijo del Padre eterno, Hijo de la mujer, Hijo de María, ¡no nos dejes a merced de nuestra debilidad y de nuestro orgullo!

¡Oh plenitud encarnada! ¡Sé tú en el hombre, en cada fase de su tiempo terrenal! ¡Sé nuestro pastor! ¡Sea nuestra paz!

CELEBRACIÓN DE LA MAÑANA DE LA ANUNCIACIÓN
EN EL RITO BIZANTINO-SLAVO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica romana de Santa Maria sopra Minerva
Viernes 25 de marzo de 1988

“El líder de los poderes angélicos fue enviado por Dios todopoderoso a la Virgen pura, para anunciar un misterio inefable y sin precedentes: sin semilla, Dios se hace hijo de ella, remodelando todo el linaje de los mortales. Pueblos, anuncien la renovación del universo ”.

1. Con estas palabras la "exapostilarion" de la solemnidad de hoy canta la maravilla del cosmos ante el milagro del amor divino: la naturaleza parece abrumada en sus leyes fundamentales: una Virgen concibe un Hijo y ese niño es Dios infinito. Naturaleza abrumada, o más bien plenitud de la naturaleza, si no es otra cosa que el jardín, en el centro del cual Dios quiso colocar al hombre, su imagen y semejanza, "microcosmos" y al mismo tiempo señor de las cosas, porque participa de él. la realeza divina?

Al Oriente cristiano le gusta pensar en la naturaleza como el desarrollo del plan divino del amor. Y como el acontecimiento de la Encarnación tuvo lugar en el centro de la historia humana, la tradición oriental no se detiene a captar en particular las miserias, las debilidades, los límites que turban el destino de la naturaleza humana asumido por el Verbo; contempla la altísima perfección a la que la gracia ha llamado a la humanidad y con ella a toda la creación, espectadora y de alguna manera participante de una salvación siempre renovada.

Esta naturaleza que hoy abre sus "puertas antiguas" para que "entre el rey de la gloria" ( Sal 24 [23], 7, 9) es verdaderamente, como canta la liturgia, una nueva creación: en Cristo formado en el seno de la Virgen, nace una nueva humanidad, a la que están destinados "un cielo nuevo y una tierra nueva" ( Ap 21, 1), porque, en el misterio de la redención, el huerto prohibido por la soberbia del pecado se abrirá y el ángel con la espada de fuego, que custodiaba la entrada, dará paso al Arcángel de la luz que anuncia a María la apertura de la plenitud de los tiempos.

La "exapostilarión" termina con una invitación vibrante, dirigida a todos los pueblos: el anuncio de Gabriel se prolonga, como en un eco inmenso, en el anuncio de una humanidad que proclama una esperanza sin precedentes. Y no es casualidad que el griego original utilice aquí la palabra "evangelismos", que traducimos como "anunciación", pero que está tan estrechamente en común con la buena noticia que nos salva: el saludo del ángel es verdaderamente el prefacio del ¡Evangelio!

Carissimi fratelli e sorelle, che siete oggi qui convenuti per celebrare le lodi della santissima Madre di Dio con la voce gloriosa e solenne delle Chiese bizantine, il medesimo annuncio di salvezza portato da Gabriele a Maria risuona oggi per noi: e mentre celebriamo la bellezza del frutto più luminoso che la storia umana abbia donato, ci sentiamo rinascere nel cuore la stessa speranza, fatta di stupore ma anche di fiduciosa, confidente disponibilità. Il “fiat” della Vergine sia la nostra offerta spirituale al Signore della vita, perché dal grembo dell’umanità continui a fiorire la speranza di un Dio che si fa carne.

2. La celebración de hoy de los maitines en el rito bizantino inunda esta Iglesia con una luz muy intensa. Embebidos en esta oración por la santificación del tiempo, escuchamos el espléndido himno "Akáthistos" a la Madre de Dios. Se quería que, en el año dedicado a ella, en todas las catedrales del mundo se hiciera una alabanza inigualable con acentos. ser elevado a Dios, inimitable de este mismo himno, en la variedad de idiomas, pero en la unidad de la comunión católica.

El templo que hoy nos acoge amplía místicamente sus espacios, para abrazar el mundo y unirlo en una sola voz, que ofrece a María a Dios, orgullo de la historia humana. “Oh Cristo, ¿que te podemos ofrecer como regalo - esta misma Liturgia Bizantina canta en el Tragaluz de Navidad - por haber aparecido en la tierra, en nuestra humanidad? Cada una de tus criaturas, de hecho, expresa su acción de gracias y te trae: los ángeles, su canción; el cielo, una estrella; los Magos, sus dones: los pastores, el asombro; la tierra, una cueva; el desierto, un pesebre; y nosotros, Virgen Madre ”.

Queremos que este cántico universal, este poderoso y dulce himno sea la profecía de una nueva humanidad, la de los redimidos que se reconocen hermanos en el cántico de alabanza. Y mientras la experiencia cotidiana nos sitúa frente a las múltiples formas de mal que brotan de la pobreza de nuestro límite, la contemplación renovada de la salvación común en el Verbo encarnado en el seno de la Virgen es un anuncio constante de una nueva fraternidad en ese un solo Señor, hermano y maestro, carne de nuestra carne, en el que la creación vence toda opacidad y se convierte en transparencia de lo Invisible.

Intimamente comprendida en la profundidad de este misterio, la Iglesia proclama a los hombres su inmensa dignidad sabiendo muy bien que ya puede señalar su perfecta realización, mediante un don infinito de la gracia, en la Madre de Dios: al hombre atribulado y vencido, violado en sus derechos y pisoteado en sus libertades, la Iglesia anuncia hoy, como el ángel a María, que es un icono del Dios vivo, templo del Espíritu, y que toda violencia contra él es violencia contra Dios que lo creó y quien, por amor, ha asumido su historia hasta el punto de compartir su destino de muerte.

3. Los acentos del himno “Akáthistos” nos recuerdan a todos cuán indisoluble es la historia de la Madre de Dios de toda la economía de la salvación. Y nada parece ser capaz de expresar la riqueza sobreabundante del misterio de Dios como el atrevimiento y el atrevimiento temerario de la poesía.

Lo que la mente no sabe concebir ocurre en quien "lleva a un sentido los opuestos" ("Ikos" 8). “Vemos a los retóricos rugientes tan silenciosos como peces ante ti, Madre de Dios: no pueden decir cómo sigues siendo Virgen, pero has venido a parir. En cambio, admiramos el misterio y cantamos con fe: Alégrate, vaso de la sabiduría divina; alégrate, tesoro de su providencia ”(“ Ikos ”9). Con tanto asombro, lleno de agradecida veneración, este sublime himno contempla el desenvolvimiento de la vida de María: la Anunciación, el nacimiento, el saludo de los pastores, la venida de los Magos, la huida a Egipto. Y para cada evento descubre prefiguraciones arcanas en la Escritura; como al revelar el significado teológico de cada episodio, ya ve los símbolos velados de la redención: “Alégrate, preludio de las maravillas de Cristo; alegrarse, compendio de sus enseñanzas "(" Ikos "2). Y así, en esta extraordinaria sucesión de acontecimientos, la historia de la salvación revela profundidades inesperadas y correspondencias atrevidas.

El nacimiento del Verbo de Dios en la carne convoca a todo el universo con el hombre a celebrar, también animado por un júbilo irresistible: “Alégrate, porque los cielos se regocijan con la tierra; alégrate, porque la tierra baila con los cielos ”(“ Ikos ”4). Nunca la alegría fue más completa y total; a ella se invita a la Iglesia, la nueva Jerusalén, donde se organiza el banquete de todos los pueblos; está significada y prefigurada en María, porque la historia de la Virgen es la historia de los redimidos, la historia de toda criatura: así se contempla la humanidad, salvada por los sacramentos: “Alégrate, tú que representas el lavado prefigurado; se regocijan los que quitan la inmundicia del pecado; . . . alégrate, fragancia del perfume de Cristo; alégrate, vida del banquete místico ”(“ Ikos ”11). De las aguas de salvación, al crisma sagrado, a la cena del Cordero, se destaca la historia de la humanidad en su camino en la búsqueda diaria de la voluntad divina; y María se convierte entonces en "la boca de los apóstoles que nunca calla", "el valor indomable de los mártires" ("Ikos" 4); "Columna de la virginidad" ("Ikos" 10); “Preciosa diadema de santos soberanos”; "De los sacerdotes piadosos se glorían venerables"; “Torre inquebrantable de la Iglesia” (“Ikos” 12).

Così, dalle eterne prefigurazioni del pensiero divino, fino alla appassionata partecipazione alla storia di una Chiesa pellegrina nel tempo, il mistero della Vergine Maria si snoda con una dolcezza che commuove ed un vigore che conquista. Mai separata dal suo Figlio, Maria è l’umanità aperta a ricevere lo Spirito “che dà la vita” ed è ad un tempo l’anticipo, l’emblema sfolgorante della comune, umana vocazione alla pienezza della vita in Dio.

4. Y ustedes, pueblos eslavos, que pertenecen a la tradición bizantina, a una cultura que tiende a la inmensidad, que apenas soporta límites, que aman representar el gran aliento de las estaciones, las distancias ilimitadas en el espacio y el tiempo, así como las aspiraciones. del corazón humano, has acogido y amado este himno a la Madre de Dios, que hoy cantamos contigo. A ti te doy mi beso de paz y mi abrazo fraterno.

Los esplendores de la liturgia bizantina, que han descendido a vuestra cultura, han adquirido acentos de humanidad particular del latido del gran alma eslava. Sobre la imagen hierática del "Pantokrator" has dibujado los rasgos del crucifijo, del "hombre del dolor, que conoce bien el sufrimiento" ( Is 53, 3) y lo has sentido cerca de la historia del dolor de tu pueblo. , desde las grandes pruebas comunes hasta la agonía del más humilde de los campesinos, que muere -escribió alguien- "como si estuviera realizando un rito".

Has percibido con rara claridad la universalidad de los destinos humanos, el límite de lo contingente y la radicalidad de la llamada al Reino, incluso en un vínculo afectuoso y profundo con tu tierra, que sientes como una madre cálida y acogedora.

Y nosotros, que hemos orado hoy, uniendo la nuestra a tu voz, te expresamos una profunda gratitud por los preciosos tesoros con los que has enriquecido a la familia humana y a la comunidad de creyentes en Cristo.

Amas a la Madre de Dios con amor tierno y confiado; tus iconos de ella, en sus infinitos tipos, la convierten en una presencia de protección afectuosa para tus ciudades, tus familias y el corazón de cada uno de nosotros. Nos encomendamos a Ella que nos precedió en el camino del Reino y que no deja de mostrarnos el camino, cubriéndonos con su manto de bondad; y, animados por ella, nos dirigimos a Dios diciendo:

Oh Padre, escucha nuestra súplica, escucha la oración que hoy te llega de todas las tierras y de todos los pueblos, por intercesión de la santa Madre de Dios. Estamos seguros de que la escucharás porque en ella nos has dado la audacia. de amor. Por eso no pararemos de cantarle:
“Alégrate, la bondad de Dios para con los mortales;
Alégrate, palabra franca de los mortales a Dios ”(“ Ikos ”3).

SANTA MISA PARA LOS PEREGRINOS POLACOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de María, Reina de Polonia - Martes 3 de mayo de 1988

El 3 de mayo, la Iglesia en Polonia recuerda, en la Liturgia de las Horas, los votos del rey Juan Casimiro pronunciados el 2 de abril de 1656 en la Catedral de Lviv. He aquí algunos pasajes del texto:
"Oh gran Madre de Dios-hombre, Santísima Virgen, yo, Juan Casimiro, rey por voluntad de tu Hijo, Rey de reyes, mi Señor, y por tu misericordia, hoy postrándome a tus pies te declaro mi patrona y reina de mis tierras. Me encomiendo a mí y a mi reino de Polonia, los principados de Lituania, Rusia, Prusia, Masovia, Zmudz, Infianty, Smolen, Czernichòw, el ejército de las dos naciones y todos mis pueblos, a su protección y asistencia particular. Pido humildemente tu ayuda y tu misericordia para mi reino golpeado por tantas derrotas y desgracias, contra los enemigos de la Iglesia romana ”.

Sabemos que estas palabras fueron pronunciadas en el contexto de la llamada "invasión sueca", sabemos que fueron pronunciadas unos meses después de la defensa de Jasna Gora. Encomienda a la Virgen María, como Reina de Polonia, su nación, nuestra patria y la de nuestros hermanos, república de muchos pueblos, Giovanni Casimiro asume diversos compromisos de carácter religioso, social y moral. Las siguientes palabras de los votos de Giovanni Casimiro tienen un significado particular.

Y como veo con extrema claridad y con profundo dolor que en estos siete años las lamentaciones de los campesinos oprimidos han inducido a tu Hijo, juez imparcial, a golpear mi reino con las plagas del aire, la guerra y otras desgracias, te lo prometo y juro que en cuanto se alcance la paz utilizaré todos los medios posibles, con la ayuda de todos los Estados, para liberar al pueblo de mi reino de la injusticia y la opresión ”.

Es un documento de suma importancia en la historia de la Iglesia y de nuestra nación. Las dos vertientes, la historia de la Iglesia y de la nación, que desde el principio, desde el Bautismo de Polonia, desde la Convención de Gniezno (año 1000) se entrelazaron de diferentes maneras, aquí una vez más aparecieron profundamente unidas. El motivo de esta unión está profundamente arraigado tanto en la naturaleza de la vida social como en la misión de la Iglesia. De hecho, la Iglesia debe, en el contexto de su misión, predicar la ley del orden, predicar el orden en varios sectores y en varios campos de la vida humana; y también la ley moral en el nivel social, en el nivel de la vida social.

Los votos de Giovanni Casimiro expresan esta conciencia desde el punto de vista del hombre que en ese momento ostentaba el poder político en el estado. Expresan la conciencia de que el orden político-social, podemos decir, el orden político-social-económico no se puede introducir sin el máximo respeto a los principios morales, principios de la moral social. De hecho, los votos de Giovanni Casimiro constituyen también un eslabón importante en la historia de la doctrina social de la Iglesia, en nuestra historia nacional, y no solo en la nuestra, sino igualmente en la historia universal de la doctrina social de la Iglesia.

Hoy 3 de mayo, la Iglesia honra a la Reina de Polonia, Madre de Dios, recordando los votos de Giovanni Casimiro; pero al mismo tiempo nuestro pueblo recuerda otro acontecimiento importante en su historia, un acontecimiento significativo y al mismo tiempo dramático ya que la constitución del 3 de mayo supuso, como sabemos, un gran impulso hacia la renovación social y política de la república polaca. Desafortunadamente, este gran impulso llegó en el momento de la agonía de la sociedad y fue destruido principalmente por los adversarios, pero también por nuestros compatriotas ciegos.

La solemnidad de hoy de la Reina de Polonia no es solo un recordatorio de aquellos gestos significativos, de aquellos acontecimientos en la historia de la Iglesia y de la nación, de la nación y de la Iglesia que, precisamente en la nación, siempre ha llevado a cabo y sigue cumpliendo su servicio, su misión. La solemnidad de hoy merece ser releída año tras año en el contexto de la actualidad. Nuestro encuentro frente a este altar significa que queremos releer la elocuencia litúrgica de este día precisamente en esta clave, y concentrar nuestras oraciones en este punto; porque el problema de la soberanía, es decir, de la independencia de nuestro país, siempre tiene sus raíces más profundas en otro problema, el problema de la soberanía de la sociedad y de los pueblos en la Polonia de hoy.

Por tanto, encontramos aquí una continuidad, una continuidad histórica. Los tiempos, las condiciones históricas, las situaciones pueden cambiar, pero estos principios siempre conservan su identidad: son simplemente leyes de Dios, leyes inscritas en el corazón humano, en la naturaleza del hombre. El bien del hombre, especialmente el bien eterno, la salvación de su alma, depende del respeto de estas leyes divinas. Giovanni Casimiro es plenamente consciente, como leemos, como nos dicen sus votos, de esta perspectiva última de su responsabilidad como soberano. Pero del respeto de estas leyes divinas depende también el bien del hombre en su dimensión temporal que abarca los diversos niveles de su existencia personal, comunitaria, social, socioeconómica, estatal y política, todos conectados entre sí.

Por eso nosotros, que hoy, en la solemnidad de María, Reina de Polonia, nos hemos reunido aquí en la Basílica de San Pedro para rezar juntos y participar de la Eucaristía, no dejamos de suplicarle, como lo hizo una vez el rey Juan Casimiro. después de él, muchas generaciones de nuestros antepasados, a veces en tiempos extremadamente difíciles, en momentos de crisis. No dejamos de rogarle, para que este orden moral, el orden de la justicia social, se desarrolle y madure continuamente en nuestra sociedad que se enorgullece humildemente de tener a María como su reina. “Desde los inicios de Polonia tú, oh María, eres la reina. . . ".

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DE CLAUSURA DEL 5° CONGRESO EUCARÍSTICO Y MARIANO  DE LOS PAÍSES BOLIVARIANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Campo «San Miguel» de Lima (Perú)
Domingo 15 de mayo de 1988

1. “El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11).  Toda la Iglesia escucha hoy estas palabras que los Apóstoles oyeron el día de la marcha de Cristo al Padre.

“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo el mando y me voy al Padre” (Jn 16, 28). Este anuncio se cumplió a los cuarenta días de la resurrección. “Jesús... ascendió al cielo” (Hch 1, 2; cf. ibíd. 1, 11).  Subió a los cielos. La liturgia de hoy nos hace presente este misterio de la fe.

Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios” (Hch 1, 3). Ahora estos días han llegado a su fin. Cristo ha concluido el tiempo de su misión terrena; proclamando el reino de Dios ha revelado el misterio del Emmanuel, el misterio del Dios con nosotros.

Jesús deja esta tierra. Sin embargo, el misterio del Emmanuel –Dios con nosotros– permanece. Cristo no vino a la tierra para luego abandonarnos volviendo al Padre. El ha venido para quedarse con nosotros para siempre.

2. La Iglesia extendida por los países bolivarianos celebra solemnemente hoy, en la capital del Perú, la clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano.

En esta ciudad de Lima, punto central de este encuentro continental en la fe, y antigua sede de los Concilios limenses, entre ellos, el tercero, uno de los convocados por Santo Toribio, se reúnen hoy obispos y representantes de diversas Iglesias locales en torno a la Eucaristía y a la Madre del Señor.

¿Qué es esto sino confirmar la verdad de que Cristo, que se ha ido al Padre, continúa estando presente entre nosotros?

Está en medio de nosotros el mismo Cristo crucificado y resucitado. Está con nosotros Aquel que en el Cenáculo «tomó el pan... y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros...”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre”» (1Co 11, 23-25).  El Cuerpo y la Sangre de Cristo. Jesús crucificado que se ofrece en sacrificio por los pecados del mundo. Jesús que, en la agonía, entrega al Padre su espíritu (cf Lc 23, 46). Cristo, el gran Sacerdote, el Sacerdote del sacrificio de su propio Cuerpo y de su propia Sangre que ofrece al Padre.

Cristo crucificado y Cristo resucitado. Tanto este Sacrificio como este Sacerdote son perennes. Perduran en este mundo aún después de la Ascensión del Señor. “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Co 11, 26),  nos recuerda el Apóstol San Pablo.

Proclamáis la muerte del Señor en todas partes, en todos los lugares de la tierra, en todos los países bolivarianos, en toda la América Latina. Y la muerte del Señor quiere decir precisamente esto: la verdad del Emmanuel. Dios está con nosotros mediante el sacrificio de su Hijo hecho obediente hasta la muerte. El está presente en medio de nosotros de modo salvífico. Está con nosotros como Redentor del mundo.

Habéis querido que este Congreso Eucarístico fuera al mismo tiempo Mariano. ¿Cómo no ver en este deseo una manifestación más de la estrecha unión entre María y el misterio del Emmanuel? En ella se cumple la profecía de Isaías (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23) y se inicia la realización del designio redentor del Padre en Cristo. Dios se encarna en sus entrañas; es Emmanuel, Dios con nosotros. María, para asombro de la naturaleza, genera a su Creador, como proclama la Iglesia (cf. Ant. «Alma Redemptoris Mater»). Se convierte así, como ha sabido repetir la piedad popular, en “templo y sagrario de la Santísima Trinidad”.

3. Mientras estamos en presencia de Jesús Sacramentado, aquí en Lima, la capital del Perú, reunimos en torno a Cristo-Eucaristía todo este continente, las costas inmensas de los océanos, los nevados que se alzan al cielo, las selvas y los llanos tropicales, los ríos y los lagos, los altiplanos y las pampas.

Dando voz a todas las criaturas, cantemos al Señor el Salmo de la liturgia de la Ascensión:

“Porque Dios es el Rey del mundo... / Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado” (Sal 47 [46], 8-9). 

Sí, todas las criaturas piden a Dios que esté con ellas como Creador y Señor.

Y sin embargo su trono sobre la tierra es la cruz en el Calvario, donde su Cuerpo ha sido entregado a la muerte y su Sangre ha sido derramada por los pecados del mundo.

su trono es la Eucaristía: el pan y el vino como especies del sacrificio redentor de la presencia salvífica del Emmanuel.

4. Por eso, estamos alrededor de este sacramento admirable.

Venimos a él en esta gran peregrinación de los pueblos bolivarianos. Traemos todo lo que forma parte de la vida de estos pueblos y de la Iglesia en toda América Latina. A la Eucaristía hemos de asociar toda nuestra vida y la vida de los hombres del mundo entero.

El pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, y el vino, “fruto de la vid y del trabajo del hombre”, simbolizan que todo lo bueno que llevamos en nosotros mismos y todo nuestro trabajo pueden convertirse en ofrenda y en alabanza a Dios.

De esta manera, la instauración del reino de los cielos comienza a hacerse realidad ya en la tierra. Dios quiere contar con nuestra colaboración unida a estas ofrendas. Mediante la Eucaristía, Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre del Señor, los bienes de esta tierra sirven para instaurar el reino definitivo. El pan y el vino “son transformados misteriosa aunque real y sustancialmente, por obra del Espíritu Santo y de las palabras del ministro, en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Hijo de María” (Sollicitudo rei socialis, 48).  El Señor asume en Sí mismo todo lo que nosotros hemos aportado y se ofrece y nos ofrece al Padre “en la renovación de su único sacrificio, que anticipa el reino de Dios y anuncia su venida final” (Ibíd.). 

5. Cristo se queda en medio de vosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuando se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a El, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

El amor a la Eucaristía ha sido ocasión para que se manifestara aquí –como en tantas partes del mundo–, el genio de vuestro pueblo, dejando en las naciones bolivarianas un patrimonio eucarístico singular, digno de ser conservado cuidadosamente (cf. Sacrosanctum Concilium, 22). El alivio de la miseria de los que sufren nunca podrá ser una disculpa para descuidar o incluso menospreciar a Jesús en la Eucaristía; pues no hay que olvidar que la dignidad y el decoro en los objetos de culto y en las ceremonias litúrgicas, es una prueba de fe y de amor a Cristo en la Eucaristía.

6. Pero Jesús no sólo quiere permanecer con nosotros; quiere darnos la fuerza para entrar en su reino. “No todo el que me diga: “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”(Mt 7, 21). Cristo, que ha cumplido la voluntad de su Padre “hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8),  nos hace partícipes, de su fidelidad, mediante la Eucaristía. A través de ella nos da la fuerza que hace posible cumplir la voluntad de Dios, por la que entramos en el reino de los cielos. Cristo quiere ser nuestro alimento. “Tomad y comed, éste es mi Cuerpo” (Mt 26, 26),  nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos el día de Jueves Santo. Es el misterio del amor, que exige de nuestra parte una respuesta de amor. Por eso hemos de recibirlo siempre dignamente, con el alma en gracia, habiéndonos purificado antes, cuando lo necesitemos, mediante el sacramento de la penitencia. “Quien como el Pan o beba el Cáliz del Señor indignamente –nos dice el Apóstol San Pablo– será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1Co 11, 27).  Y lo recibiremos con la mayor frecuencia posible como manifestación de nuestro amor, de nuestro deseo de asemejarnos a El y ser verdaderos discípulos suyos en el servicio a nuestros hermanos.

Emmanuel, Dios con nosotros, Dios dentro de nosotros es como un anticipo de la unión con Dios que tendremos en el cielo. Cuando lo recibimos con las debidas disposiciones se refuerza, por así decir, la inhabitación de la Trinidad en nuestra alma, la percibimos más íntimamente. Al comulgar podemos escuchar de nuevo a Cristo que nos dice “el reino de los cielos ya está entre vosotros” (Lc 17, 21). 

Recordamos, al mismo tiempo, que su reino, aunque ya incoado en el tiempo presente, no es de este mundo (cf. Jn 18, 36). Su reino es el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” («Praefatio» in sollemnitate Domini Nostri Iesu Christi Universorum Regis). Es el reino a donde va a prepararnos un lugar y al que nos llevará cuando nos lo haya preparado (cf. Jn 14, 2-3),  si le hemos sido fieles. De esta manera, sabremos rechazar la tentación del mesianismo terreno: la tentación de reducir la misión salvífica de la Iglesia a una liberación exclusivamente temporal. “La Iglesia quiere el bien del hombre en todas sus dimensiones: en primer lugar como miembro de la ciudad de Dios y luego como miembro de la ciudad terrena” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 63).  Por eso, enseña que “la liberación más radical, que es la liberación del pecado y de la muerte, se ha cumplido por medio de la muerte y resurrección de Cristo” (Ibíd. 22). 

7. “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de este cáliz, –acabamos de escuchar en la liturgia– proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Co 11, 26). 

Cada vez que participamos de la Eucaristía nos unimos más a Cristo y, en El, a todos los hombres, con un vinculo más perfecto que toda unión natural. Y, unidos, nos envía al mundo entero para dar testimonio del amor de Dios mediante la fe y las obras de servicio a los demás, preparando la venida de su reino y anticipándolo en las sombras del tiempo presente. Descubrimos, también, el sentido profundo de nuestra acción en el mundo a favor del desarrollo y de la paz, y recibimos de El las energías para empeñarnos en esa misión cada vez con más generosidad (Sollicitudo rei socialis, 48).  Construimos así una nueva civilización: la civilización del amor. Una civilización que, aquí en el Perú, han contribuido a forjar almas escogidas como Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano, San Juan Macías, la beata Ana de los Ángeles y tantos otros cristianos ejemplares, que mediante el testimonio de sus vidas y con sus obras de caridad nos han dejado un camino luminoso de auténtico amor preferencial a los pobres desde el Evangelio. Una civilización que, sobre esa base de amor a la persona que está cerca de nosotros –nuestro prójimo–, transformará las estructuras y el mundo entero.

8. ¡Iglesia de esta tierra peruana! ¡Iglesia en los países bolivarianos! ¡Iglesia en todo este continente que se prepara a celebrar los 500 años de su evangelización! Este es el día en que Cristo, antes de subir al cielo, manda a los Apóstoles por todo el mundo.

Precisamente hoy –antes de ir de este mundo al Padre–, Jesús les dice: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). 

Pero, ¿qué representa un reducido número de Doce para ir a todo el mundo, para predicar a toda criatura?

Los mismos Apóstoles podrían haberse hecho esta pregunta: ¿Quiénes somos nosotros? ¿Cómo podremos hacer frente a esta misión? ¿Cómo conseguiremos cambiar esta civilización de muerte en una civilización de amor y de vida? Son preguntas que también hoy nosotros nos hacemos; interrogantes que pueden asaltarnos ante la magnitud de la tarea que nos aguarda.

Y es el mismo Señor el que contesta. Jesús dice a sus discípulos y, en ellos, a nosotros: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). 

¡Los confines de la tierra! Ya entonces había sido previsto el tiempo en que, a estos “confines de la tierra”, desconocidos, entre el Océano Atlántico y el Pacífico, vendrían los Apóstoles de la Buena Nueva en la persona de sus lejanos sucesores y continuadores.

9. ¡Iglesia del Perú! ¡Iglesia de los países bolivarianos! ¡Iglesia de América Latina! Cristo te habla con las mismas palabras con las que habló entonces y te envía a predicar la Buena Nueva a toda creatura lo mismo que envió a los Apóstoles el día de la Ascensión.

La Eucaristía es el sacramento de esta misión. En la Eucaristía se perpetúa la muerte y resurrección del Señor. En ella se hace presente la potencia del Espíritu Santo que nos impulsa a ser testigos de Cristo para anunciar su mensaje salvador a todas las naciones.

La Eucaristía que hoy celebramos aquí es sacramento de la misión, del envío. De ella nace la misión de todos: de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, de los laicos, de todo el Pueblo de Dios.

¡Caminad, por tanto, alimentados y sostenidos por la Eucaristía! ¡Caminad con María, la Madre de Jesús! Permaneced con Ella en oración perseverante (cf Hch 1, 14).  Ella es la Madre de la Iglesia naciente y, después de la Ascensión del Hijo, su condición maternal permanece en la Iglesia para sostenernos con su amor (Redemptoris Mater, 40).  ¡Caminad!, y que no os falte coraje ni paciencia, que no os falte humanidad y constancia. ¡Que no os falte la caridad!

Hijos y hijas de América Latina: También yo os repito estas palabras que hemos escuchado del libro de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11). 

Todos nosotros estamos en este mundo, en medio de las realidades terrenas, pero con nuestra mirada puesta en lo alto, sabiendo que el Señor ha de venir de nuevo.

Con gran amor y confianza estamos “en la espera de tu venida”.

Maranà tha. ¡Ven Señor Jesús!

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

SANTA MISA EN LA EXPLANADA DEL SANTUARIO MARIANO DE CAACUPÉ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Miércoles 18 de mayo de 1988

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). 

1. ¡Cuántas personas han saludado a María con estas venturosas palabras, pronunciadas par primera vez en Nazaret! ¡En cuántas lenguas y escritos de la gran familia humana!

“Llena de gracia”. Así se dirige el mensajero divino a la Virgen María.

Estas palabras son un eco de la eterna bendición con que Dios ha vinculado la humanidad redimida a su Eterno Hijo: “El nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mondo..., predestinándonos a ser sus hijos adoptivos” (Ef 1, 4-5). 

Al aceptar la Virgen el mensaje traído por el ángel, la eterna bendición divina descendió con la virtud del Altísimo sobre Ella y la cubrió con su sombra: “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.. María respondió: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 31. 38). 

Estamos viviendo en toda la Iglesia, amadísimos hermanos y hermanas, el Año Mariano. En este año dedicado a María, me es grato poder visitar el Pueblo de Dios que vive en esta tierra del Paraguay: un país, podríamos decir, eminentemente mariano, ya que en su geografía ha quedado claramente inscrito, en hermosa secuencia de nombres, el Evangelio de los misterios de María: Concepción, Encarnación, Asunción.

Che corazoité güivé, po ma maiteí; ha hianteté cheve Ñandeyara ta pende rovasá ha to hykuavó pende apytepe i mborayhú ha i ñe’e marangatú (De todo corazón os saludo y deseo que Dios os bendiga y derrame entre vosotros su amor y su palabra santa)

2. En este santuario nacional de Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé quiero abrazar, en mi saludo de fe y amor a la Virgen, al Pastor de la diócesis, junto con todos los hermanos en el Episcopado que nos acompañan; asimismo saludo con afecto a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas y a toda la Iglesia en el Paraguay que viene a este santuario como a su propio hogar, porque es la casa de la Madre común.

Contemplando la imagen bendita de Nuestra Señora de Caacupé, parece como si se rehiciera la misteriosa trama de una historia secular, en la que coincide felizmente para esta nación la llegada del mensaje cristiano de salvación y la presencia maternal de María en estas tierras.

Se ha cumplido también aquí lo que tantas veces hemos visto en otros lugares: con la llegada del Evangelio, anunciando a Cristo, se hace a la vez presente su Madre, que es también Madre de los discípulos de Jesús y que congrega a todos sus hijos en la Iglesia, que es la familia de Dios. De este modo se realiza sin cesar el misterio de la comunidad eclesial, reunida en torno a María, como en el Cenáculo.

Caacupé es el lugar que María misma quiso elegir –como atestiguan los sencillos signos y testimonios que nos ha transmitido la historia de este santuario– para quedarse en medio de vosotros, para fijar en medio de estas montañas su morada, con un gesto exquisito de amor maternal y de fidelidad a su misión universal.

Este santuario nacional, con su fuerza “atractiva y irradiadora”, es lugar bendito donde encontraréis siempre a la Madre que Cristo nos ha entregado en el testamento de amor de la cruz (cf Jn 19, 27) . 

Peregrinar a Caacupé, como soléis hacer con tanto fervor en torno al 8 de diciembre, cuando desde los cuatro puntos cardinales del Paraguay venís para congregaros aquí, es ir a ese encuentro con la Madre de Dios para consolidar la fe y la gracia de Dios en vosotros, y poder abrir de par en par los espacios de vuestro corazón a Cristo, el Redentor (cf. Redemptoris Mater, 28)

Caacupé es el núcleo de esa geografía mariana, tan plásticamente expresada en los nombres de vuestras ciudades, que perpetúan la memoria de los principales misterios de María.

3. “Alégrate, llena de gracia”.

Cuando escuchamos estas palabras, nuestro pensamiento se vuelve hacia ese misterio en el que la Iglesia venera a Aquella que fue predestinada a ser, por su Inmaculada Concepción, la Madre del Verbo Eterno de Dios.

¡Concepción!

La Iglesia confiesa que este misterio se ha llevado a cabo en previsión de los méritos de Cristo. Aquella que iba a ser la Madre del Redentor, fue la primera en ser redimida. Fue redimida en el momento de su Concepción, ya que la herencia del pecado original no afectó para nada su ser humano.

Por obra de su Hijo, María era ya santa y inmaculada ante Dios desde el primer momento de su concepción.

¡Concepción!

Nuestros corazones van, al mismo tiempo, hacia la ciudad que en vuestra tierra lleva precisamente este mismo nombre, mientras mi voz quiere hacerse cercana de modo particular a todos y cada uno de los hijos de aquella amada diócesis.

El misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María expresa de manera plena la fidelidad de Dios a su plan de salvación. María, la llena de gracia, la mujer nueva, ha sido “como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo” (Lumen gentium, 56). En Ella, Dios ha querido dejar bien grabadas las huellas del amor con que ha rodeado desde el primer instante a la que iba a ser la Madre del Verbo Encarnado.

Ante nuestros ojos María da testimonio del amor infinito de Dios, de la gratuidad con que nos elige, de la santidad con que quiere adornar a todos sus hijos adoptivos, los que recibirán, por medio de su Hijo, Jesús, la bendición de lo alto para ser “santos y irreprochables ante él por el amor” (Ef 1, 4). 

De esta forma, como afirma el Concilio Vaticano II, la Virgen María es Estrella de la Evangelización, presencia evangelizadora con todos sus misterios, ya que “por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada” (Lumen gentium, 65). 

4. “Alégrate, llena de gracia”.

En nuestro mundo y en nuestro tiempo, cuando tanto se insiste en el poder de la fuerza, del saber y de la técnica, parece como si no quedara lugar para los pobres, para los sencillos. Mas la Virgen María, en el misterio de su Concepción Inmaculada, proclama que el poder viene de Dios, que la sabiduría verdadera tiene en El su origen.

Así lo entienden también los sencillos, los limpios de corazón (cf. Mt 5, 8), a quienes el Padre revela sus secretos  (cf. Ibíd., 11, 25). Así lo entendéis vosotros, paraguayos, que, generación tras generación, peregrináis a este santuario donde la Madre de Dios ha querido visitaros y quedarse entre vosotros para compartir vuestros sufrimientos y alegrías, vuestras dificultades y esperanzas.

De un modo particular se encomiendan a su protección las familias campesinas del Paraguay que, guiadas por su fe sencilla, visitan llenas de confianza este santuario.

A vosotros, queridos campesinos, que a base de sudor y esfuerzo cultiváis la tierra, se dirige también mi palabra de aliento y esperanza.

Vosotros, con vuestro trabajo, ofrecéis a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento.

Apelo, por ello, al sentido de justicia y solidaridad de las personas responsables para que vuestros legítimos derechos sean convenientemente tutelados, y que sean garantizadas las formas legales de acceso a la propiedad de la tierra, revisando aquellas situaciones objetivamente injustas a las que el campesino más pobre puede verse sometido  (cf. Laborem Execerns, 21).

Sed, amados campesinos, mediante vuestro trabajo honrado y apoyándoos en adecuadas formas de asociación para la defensa de vuestros derechos, los artífices de vuestro propio desarrollo integral, marcándolo con el sello de vuestra connatural humanidad y de vuestra concepción cristiana de la vida.

En María se cifran las esperanzas de los más pobres y olvidados. Ella, que es como la síntesis del Evangelio, “nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el Pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 97). 

María es signo inconfundible de que Dios se adelanta siempre a nosotros con su amor. Ella canta con todo su ser que es gracias cuanto recibimos de Dios. La Virgen es también nuestra verdadera educadora en el camino de la fe. En efecto, el que cree acoge la Palabra de Dios, la verdad y la vida en plenitud que nos ofrece por mediación de su Hijo Jesucristo, en quien “nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales” (Ef 1, 3).  El hombre de fe se abandona completamente a Dios, que es Amor y que nos ha dejado en María el signo de su victoria sobre el pecado (Redemptoris Mater, 11). 

5. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo”, dice a María el ángel. “No temas... porque has encontrado gracia ante Dios” (Lc 31, 30). 

¿Es posible pensar en algo más grande? ¿Puede haber una gracia, un don más excelso que éste: ser Madre de Dios? ¿Puede existir una dignidad más grande?

¡El Verbo de Dios se encarnó en las entrañas de la Virgen María!

¡Encarnación!

¡El misterio de la Encarnación! Mi recuerdo va también en estos momentos a la ciudad que lleva este nombre de entrañable evocación, con cuyos hijos tuve la dicha de encontrarme esta mañana en una inolvidable celebración de fe y amor. Desde este centro mariano insisto en el mensaje que tiene cumplimiento en el hecho histórico de la Encarnación. ¡Que Dios habite constantemente en medio de vosotros! ¡Que sea el Emmanuel de las generaciones que se sucederán a través de los tiempos en vuestra tierra! Desde este santuario María, la Madre de Jesús, sigue proclamando el misterio del Verbo hecho carne que ha puesto su tienda en medio de nosotros y por medio de su Espíritu nos ha hecho capaces de ser hijos de Dios (cf. Jn 1, 14). 

María ha sido esa tierra virgen en la que el Espíritu ha hecho germinar el Verbo de vida para nuestra naturaleza humana. Ella nos anuncia y garantiza la verdad de la Encarnación.

¡Encarnación!

María, la Virgen de Nazaret, al habla con el mensajero de Dios que pide su consentimiento para entrar en la historia de los hombres, continúa en la Iglesia de todos los tiempos esta misión singular: ofrecernos a Cristo, manifestarlo, indicarlo como único Salvador. Como hizo en Belén con los pastores, y más tarde con los Magos venidos de Oriente.

Además, precisamente porque Ella ha experimentado dentro de sí, como ninguna otra criatura, el amor de Dios hacia la humanidad, nos está diciendo con su nombre dulce y suave, con su presencia solícita en medio del Pueblo de Dios, también en el Paraguay, que Jesús es para siempre el Emmanuel, el Dios con nosotros; que el Evangelio se inserta felizmente en cada cultura y en cada nación, purificando y elevando todo lo que es auténticamente humano.

6. Modelos eximios, que han sabido encarnar el mensaje cristiano en las culturas, siguen siendo San Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires, a quienes he tenido el gozo de canonizar en Asunción, en nombre de toda la Iglesia.

Al igual que aquellos evangelizadores del pueblo guaraní, también el Papa, postrado a los pies de la Santísima Virgen de los Milagros, aquí en Caacupé, desea expresar el respeto y aprecio que le merecen los valores que informan y dan vigor a vuestras culturas autóctonas.

Por ello, os aliento a conservar con sano orgullo las mejores tradiciones y costumbres de vuestro pueblo, a cultivar el idioma, las expresiones artísticas y, sobre todo, a afianzar más y más el profundo sentimiento religioso. Defendiendo vuestra identidad, además de prestar un servicio, cumplís un deber: el deber de transmitir vuestra cultura y vuestros valores a las generaciones venideras. De este modo, la nación entera se sentirá enriquecida, al mismo tiempo que la común fe católica impulsará a todos a abrir el corazón a los hermanos, sin excluir a nadie, en un esfuerzo solidario por trabajar con tesón en favor de la patria y del bien común.

Es bien sabido, amados hermanos y hermanas, que tanto en la vida de los nativos como de los campesinos no faltan dificultades y problemas. No pocas veces han sido objeto de marginación y olvido. La Iglesia de hoy, como hizo la Iglesia del pasado con figuras como San Roque González, fray Luis Bolaños y tantos otros misioneros, quiere apoyar decididamente las demandas de respeto a sus legítimos derechos, sin por ello dejar de recordarles sus deberes.

Este caminar solidario con los hermanos, potenciando sus valores y animando desde dentro su cultura, ocupa una parte sustancial en la perspectiva y en la realidad cumplida por el misterio de la Encarnación. Misterio de una presencia de Dios entre nosotros, de una comunión de Dios con nosotros, de la unidad indisoluble entre el amor a Dios y el amor a los hermanos, porque con su Encarnación el Hijo de Dios “se ha unido en cierto modo con cada hombre” (Gaudium et spes, 22). 

¿No proclama la Virgen con su cántico del Magníficat que la verdad sobre Dios que salva no puede separarse de la manifestación de su amor por los pobres y humildes? Esta es la verdad salvadora que nos propone María con el misterio de la Encarnación.

7. Como podéis ver, la misma geografía de vuestra patria nos orienta hacia la peregrinación de fe en la que María, presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia, precede al Pueblo de Dios, lo evangeliza y lo alienta en sus dificultades.

Los paraguayos han experimentado en lo íntimo la presencia continua de la Madre de Dios en este paraje, sereno y de singular belleza, casi oculto entre montes y cerros. Y han comprobado la eficacia de su mediación por los frutos de gracia y de santidad que desde aquí ha derramado sin cesar sobre su pueblo querido. En las horas difíciles de la historia de la nación, en los momentos de tribulación y de dolor, los paraguayos han dirigido su mirada hacia Caacupé, faro luminoso de su fe, en el cual han encontrado energías suficientes para motivar el heroísmo, la generosidad, la esperanza.

La mirada retrospectiva hacia el pasado de una maravillosa historia de fe, no nos exime del deber de una confrontación con los problemas presentes y con el futuro de la Iglesia y de la nación.

María, la mujer nueva, desde Caacupé, con su presencia eclesial, con su mediación materna, a la que con tanta hondura religiosa se encomiendan todos los paraguayos, os está diciendo que no se puede construir el futuro sin la luz del Evangelio.

8. La Virgen Madre, tras su Asunción a los cielos, vive en la gloria de la Majestad de Dios para dar testimonio del destino de todos los hombres.

Vive en presencia de Dios para interceder por nosotros. Su misión es, en efecto, la de hacer presente y acercar cada vez más los misterios de Cristo, el Emmanuel: Acercar Dios a los hombres y acercar los hombres a Dios.

Sí. Los hombres... y todas las naciones.

Que Dios realice esto en vuestra tierra paraguaya; en medio de todos los ciudadanos y de todos los grupos sociales. Que sea una realidad en vuestro país la justicia de Dios en favor de los pobres, como cantamos en el Magníficat de María; entre pobres y ricos, entre los que gobiernan y los que son gobernados. Que madure en todas estas dimensiones la justicia divina y al mismo tiempo la justicia humana.

Tupasý Caacupé, remimbíva ko cerro pâ’umé, ayeruré ndeve che corazôite guivé, re hovasá haguá ha reñangarekó haguá opa ara ko Paraguay retâ rehe. (Virgen de Caacupé, que irradias luz desde esta serranía, te pido de todo corazón que bendigas y que cuides en todo tiempo a esta nación paraguaya).

Madre de Dios, Tú que eres la “figura” de la Iglesia, haz que ella, siempre fiel a su divino Fundador, cumpla su misión evangelizadora en esta tierra, en donde los mismos nombres de las ciudades proclaman “las grandes obras de Dios” (Cf. Hch 2, 11), los acontecimientos de la salvación que Dios mismo ha vinculado a Ti en la historia de la humanidad: Concepción - Encarnación -Asunción.

“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DE CLAUSURA DEL 5° CONGRESO EUCARÍSTICO Y MARIANO DE LOS PAÍSES BOLIVARIANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Campo «San Miguel» de Lima (Perú)
Domingo 15 de mayo de 1988

1. “El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11).  Toda la Iglesia escucha hoy estas palabras que los Apóstoles oyeron el día de la marcha de Cristo al Padre.

“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo el mando y me voy al Padre” (Jn 16, 28). Este anuncio se cumplió a los cuarenta días de la resurrección. “Jesús... ascendió al cielo” (Hch 1, 2; cf. ibíd. 1, 11).  Subió a los cielos. La liturgia de hoy nos hace presente este misterio de la fe.

Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios” (Hch 1, 3). Ahora estos días han llegado a su fin. Cristo ha concluido el tiempo de su misión terrena; proclamando el reino de Dios ha revelado el misterio del Emmanuel, el misterio del Dios con nosotros.

Jesús deja esta tierra. Sin embargo, el misterio del Emmanuel –Dios con nosotros– permanece. Cristo no vino a la tierra para luego abandonarnos volviendo al Padre. El ha venido para quedarse con nosotros para siempre.

2. La Iglesia extendida por los países bolivarianos celebra solemnemente hoy, en la capital del Perú, la clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano.

En esta ciudad de Lima, punto central de este encuentro continental en la fe, y antigua sede de los Concilios limenses, entre ellos, el tercero, uno de los convocados por Santo Toribio, se reúnen hoy obispos y representantes de diversas Iglesias locales en torno a la Eucaristía y a la Madre del Señor.

¿Qué es esto sino confirmar la verdad de que Cristo, que se ha ido al Padre, continúa estando presente entre nosotros?

Está en medio de nosotros el mismo Cristo crucificado y resucitado. Está con nosotros Aquel que en el Cenáculo «tomó el pan... y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros...”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre”» (1Co 11, 23-25).  El Cuerpo y la Sangre de Cristo. Jesús crucificado que se ofrece en sacrificio por los pecados del mundo. Jesús que, en la agonía, entrega al Padre su espíritu (cf Lc 23, 46). Cristo, el gran Sacerdote, el Sacerdote del sacrificio de su propio Cuerpo y de su propia Sangre que ofrece al Padre.

Cristo crucificado y Cristo resucitado. Tanto este Sacrificio como este Sacerdote son perennes. Perduran en este mundo aún después de la Ascensión del Señor. “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Co 11, 26),  nos recuerda el Apóstol San Pablo.

Proclamáis la muerte del Señor en todas partes, en todos los lugares de la tierra, en todos los países bolivarianos, en toda la América Latina. Y la muerte del Señor quiere decir precisamente esto: la verdad del Emmanuel. Dios está con nosotros mediante el sacrificio de su Hijo hecho obediente hasta la muerte. El está presente en medio de nosotros de modo salvífico. Está con nosotros como Redentor del mundo.

Habéis querido que este Congreso Eucarístico fuera al mismo tiempo Mariano. ¿Cómo no ver en este deseo una manifestación más de la estrecha unión entre María y el misterio del Emmanuel? En ella se cumple la profecía de Isaías (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23) y se inicia la realización del designio redentor del Padre en Cristo. Dios se encarna en sus entrañas; es Emmanuel, Dios con nosotros. María, para asombro de la naturaleza, genera a su Creador, como proclama la Iglesia (cf. Ant. «Alma Redemptoris Mater»). Se convierte así, como ha sabido repetir la piedad popular, en “templo y sagrario de la Santísima Trinidad”.

3. Mientras estamos en presencia de Jesús Sacramentado, aquí en Lima, la capital del Perú, reunimos en torno a Cristo-Eucaristía todo este continente, las costas inmensas de los océanos, los nevados que se alzan al cielo, las selvas y los llanos tropicales, los ríos y los lagos, los altiplanos y las pampas.

Dando voz a todas las criaturas, cantemos al Señor el Salmo de la liturgia de la Ascensión:

“Porque Dios es el Rey del mundo... / Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado” (Sal 47 [46], 8-9). 

Sí, todas las criaturas piden a Dios que esté con ellas como Creador y Señor.

Y sin embargo su trono sobre la tierra es la cruz en el Calvario, donde su Cuerpo ha sido entregado a la muerte y su Sangre ha sido derramada por los pecados del mundo.

su trono es la Eucaristía: el pan y el vino como especies del sacrificio redentor de la presencia salvífica del Emmanuel.

4. Por eso, estamos alrededor de este sacramento admirable.

Venimos a él en esta gran peregrinación de los pueblos bolivarianos. Traemos todo lo que forma parte de la vida de estos pueblos y de la Iglesia en toda América Latina. A la Eucaristía hemos de asociar toda nuestra vida y la vida de los hombres del mundo entero.

El pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, y el vino, “fruto de la vid y del trabajo del hombre”, simbolizan que todo lo bueno que llevamos en nosotros mismos y todo nuestro trabajo pueden convertirse en ofrenda y en alabanza a Dios.

De esta manera, la instauración del reino de los cielos comienza a hacerse realidad ya en la tierra. Dios quiere contar con nuestra colaboración unida a estas ofrendas. Mediante la Eucaristía, Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre del Señor, los bienes de esta tierra sirven para instaurar el reino definitivo. El pan y el vino “son transformados misteriosa aunque real y sustancialmente, por obra del Espíritu Santo y de las palabras del ministro, en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Hijo de María” (Sollicitudo rei socialis, 48).  El Señor asume en Sí mismo todo lo que nosotros hemos aportado y se ofrece y nos ofrece al Padre “en la renovación de su único sacrificio, que anticipa el reino de Dios y anuncia su venida final” (Ibíd.). 

5. Cristo se queda en medio de vosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuando se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a El, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

El amor a la Eucaristía ha sido ocasión para que se manifestara aquí –como en tantas partes del mundo–, el genio de vuestro pueblo, dejando en las naciones bolivarianas un patrimonio eucarístico singular, digno de ser conservado cuidadosamente (cf. Sacrosanctum Concilium, 22). El alivio de la miseria de los que sufren nunca podrá ser una disculpa para descuidar o incluso menospreciar a Jesús en la Eucaristía; pues no hay que olvidar que la dignidad y el decoro en los objetos de culto y en las ceremonias litúrgicas, es una prueba de fe y de amor a Cristo en la Eucaristía.

6. Pero Jesús no sólo quiere permanecer con nosotros; quiere darnos la fuerza para entrar en su reino. “No todo el que me diga: “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”(Mt 7, 21). Cristo, que ha cumplido la voluntad de su Padre “hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8),  nos hace partícipes, de su fidelidad, mediante la Eucaristía. A través de ella nos da la fuerza que hace posible cumplir la voluntad de Dios, por la que entramos en el reino de los cielos. Cristo quiere ser nuestro alimento. “Tomad y comed, éste es mi Cuerpo” (Mt 26, 26),  nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos el día de Jueves Santo. Es el misterio del amor, que exige de nuestra parte una respuesta de amor. Por eso hemos de recibirlo siempre dignamente, con el alma en gracia, habiéndonos purificado antes, cuando lo necesitemos, mediante el sacramento de la penitencia. “Quien como el Pan o beba el Cáliz del Señor indignamente –nos dice el Apóstol San Pablo– será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1Co 11, 27).  Y lo recibiremos con la mayor frecuencia posible como manifestación de nuestro amor, de nuestro deseo de asemejarnos a El y ser verdaderos discípulos suyos en el servicio a nuestros hermanos.

Emmanuel, Dios con nosotros, Dios dentro de nosotros es como un anticipo de la unión con Dios que tendremos en el cielo. Cuando lo recibimos con las debidas disposiciones se refuerza, por así decir, la inhabitación de la Trinidad en nuestra alma, la percibimos más íntimamente. Al comulgar podemos escuchar de nuevo a Cristo que nos dice “el reino de los cielos ya está entre vosotros” (Lc 17, 21). 

Recordamos, al mismo tiempo, que su reino, aunque ya incoado en el tiempo presente, no es de este mundo (cf. Jn 18, 36). Su reino es el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” («Praefatio» in sollemnitate Domini Nostri Iesu Christi Universorum Regis). Es el reino a donde va a prepararnos un lugar y al que nos llevará cuando nos lo haya preparado (cf. Jn 14, 2-3),  si le hemos sido fieles. De esta manera, sabremos rechazar la tentación del mesianismo terreno: la tentación de reducir la misión salvífica de la Iglesia a una liberación exclusivamente temporal. “La Iglesia quiere el bien del hombre en todas sus dimensiones: en primer lugar como miembro de la ciudad de Dios y luego como miembro de la ciudad terrena” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 63).  Por eso, enseña que “la liberación más radical, que es la liberación del pecado y de la muerte, se ha cumplido por medio de la muerte y resurrección de Cristo” (Ibíd. 22). 

7. “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de este cáliz, –acabamos de escuchar en la liturgia– proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Co 11, 26). 

Cada vez que participamos de la Eucaristía nos unimos más a Cristo y, en El, a todos los hombres, con un vinculo más perfecto que toda unión natural. Y, unidos, nos envía al mundo entero para dar testimonio del amor de Dios mediante la fe y las obras de servicio a los demás, preparando la venida de su reino y anticipándolo en las sombras del tiempo presente. Descubrimos, también, el sentido profundo de nuestra acción en el mundo a favor del desarrollo y de la paz, y recibimos de El las energías para empeñarnos en esa misión cada vez con más generosidad (Sollicitudo rei socialis, 48).  Construimos así una nueva civilización: la civilización del amor. Una civilización que, aquí en el Perú, han contribuido a forjar almas escogidas como Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano, San Juan Macías, la beata Ana de los Ángeles y tantos otros cristianos ejemplares, que mediante el testimonio de sus vidas y con sus obras de caridad nos han dejado un camino luminoso de auténtico amor preferencial a los pobres desde el Evangelio. Una civilización que, sobre esa base de amor a la persona que está cerca de nosotros –nuestro prójimo–, transformará las estructuras y el mundo entero.

8. ¡Iglesia de esta tierra peruana! ¡Iglesia en los países bolivarianos! ¡Iglesia en todo este continente que se prepara a celebrar los 500 años de su evangelización! Este es el día en que Cristo, antes de subir al cielo, manda a los Apóstoles por todo el mundo.

Precisamente hoy –antes de ir de este mundo al Padre–, Jesús les dice: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). 

Pero, ¿qué representa un reducido número de Doce para ir a todo el mundo, para predicar a toda criatura?

Los mismos Apóstoles podrían haberse hecho esta pregunta: ¿Quiénes somos nosotros? ¿Cómo podremos hacer frente a esta misión? ¿Cómo conseguiremos cambiar esta civilización de muerte en una civilización de amor y de vida? Son preguntas que también hoy nosotros nos hacemos; interrogantes que pueden asaltarnos ante la magnitud de la tarea que nos aguarda.

Y es el mismo Señor el que contesta. Jesús dice a sus discípulos y, en ellos, a nosotros: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). 

¡Los confines de la tierra! Ya entonces había sido previsto el tiempo en que, a estos “confines de la tierra”, desconocidos, entre el Océano Atlántico y el Pacífico, vendrían los Apóstoles de la Buena Nueva en la persona de sus lejanos sucesores y continuadores.

9. ¡Iglesia del Perú! ¡Iglesia de los países bolivarianos! ¡Iglesia de América Latina! Cristo te habla con las mismas palabras con las que habló entonces y te envía a predicar la Buena Nueva a toda creatura lo mismo que envió a los Apóstoles el día de la Ascensión.

La Eucaristía es el sacramento de esta misión. En la Eucaristía se perpetúa la muerte y resurrección del Señor. En ella se hace presente la potencia del Espíritu Santo que nos impulsa a ser testigos de Cristo para anunciar su mensaje salvador a todas las naciones.

La Eucaristía que hoy celebramos aquí es sacramento de la misión, del envío. De ella nace la misión de todos: de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, de los laicos, de todo el Pueblo de Dios.

¡Caminad, por tanto, alimentados y sostenidos por la Eucaristía! ¡Caminad con María, la Madre de Jesús! Permaneced con Ella en oración perseverante (cf Hch 1, 14).  Ella es la Madre de la Iglesia naciente y, después de la Ascensión del Hijo, su condición maternal permanece en la Iglesia para sostenernos con su amor (Redemptoris Mater, 40).  ¡Caminad!, y que no os falte coraje ni paciencia, que no os falte humanidad y constancia. ¡Que no os falte la caridad!

Hijos y hijas de América Latina: También yo os repito estas palabras que hemos escuchado del libro de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11). 

Todos nosotros estamos en este mundo, en medio de las realidades terrenas, pero con nuestra mirada puesta en lo alto, sabiendo que el Señor ha de venir de nuevo.

Con gran amor y confianza estamos “en la espera de tu venida”.

Maranà tha. ¡Ven Señor Jesús!

VISITA PASTORALE EN VENETO, LOMBARDIA, TRENTINO-ALTO ADIGE / SOUTH TYROL

SANTA MESSA PER I FEDELI DELLA DIOCESI DI BOLZANO-BRESSANONE

OMELIA DI GIOVANNI PAOLO II

Santuario mariano di Pietralba (Bolzano) - Domenica , 17 de luglio 1988

Estoy encantado de haber venido hoy con ustedes como peregrinos a Weißenstein, a este lugar de peregrinación enmarcado por hermosas montañas, donde pueden ver cuán grande Dios ha hecho su mundo. Durante cuatro siglos, innumerables personas han venido aquí para agradecerles la ayuda recibida y para implorar los más diversos dones y gracias a través de la mediación de la Santísima Virgen. Ahora estamos escuchando la palabra de Dios. Que el Señor nos conceda gracia para recibir y obedecer esta palabra. Celebramos los secretos sagrados. Que podamos crecer juntos en el amor a través de esta celebración.

Sono felice di essere oggi con voi pellegrino a questo Santuario di Pietralba, circondato da un splendida corona di montagne che ci fanno sentire la bontà di Dio. Da quattro secoli ormai i vostri padri salgono quassù e ancora oggi voi accorrete numerosi per invocare la Madre del Signore perché sia ​​mediatrice di grazie e di favori. Ci mettiamo all'ascolto della Parola: il Signore ci dia anche la grazia di metterlain pratica. Celebrando i santi misteri il Signore ci faccia crescere nella carità. Ora invochiamo la misericordia di Dio perché ci renda degni di celebrare questi misteri.

¡Venerables cohermanos en el episcopado y el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas!

El evangelio que acabamos de escuchar nos muestra a Jesús como maestro. Encaja hoy aquí en Weissenstein. Como los discípulos y la gente de entonces, hoy estamos reunidos alrededor del Señor y María, su madre.

1. Jesús como maestro

Como las personas de las que hemos oído hablar en el Evangelio, ustedes también se reunieron en gran número en este "lugar solitario". Hiciste peregrinaciones desde todos los lugares y ciudades de la diócesis de Bozen-Brixen y de las diócesis vecinas para encontrar a Jesucristo, buen pastor y maestro. Te esfuerzas por comprender la palabra de Dios y estás listo para reconocer a Jesús como maestro.

1.1 MAESTROS DE JESÚS PARA NUESTRO TIEMPO

Necesitamos a Jesús como maestro. Ve a la gran muchedumbre y se compadece de esta gente. Lo primero que hace Jesús es mirar a las personas y enseñarles. Les trae el mensaje de Dios, el Padre, que cuida a las personas y las cuida. Al mismo tiempo, Jesús deja en claro que las personas son hermanos y hermanas y juntos forman la gran familia de Dios.

Incluso hoy, Jesús le da a esta familia de hijos de Dios una instrucción que lleva a la vida. La gente, también en este hermoso país, se enfrenta a desafíos, algunos de los cuales son mucho más urgentes y amenazadores que antes. Buscamos soluciones y estamos atentos a las personas que puedan ayudarnos a hacer frente a los problemas que enfrentamos.

Muchos se ofrecen como "maestros". ¿A qué profesor queremos escuchar? Como cristianos, sabemos que Jesucristo es nuestro verdadero maestro. Él es el maestro que realmente nos ayuda a todos a vivir. Por eso, como discípulos suyos, queremos escucharlo.

“Cuando Jesús vio a tanta gente” seguramente miró y se dirigió a los niños y jóvenes, que son un motivo de esperanza para todos. Pone los ideales ante sus ojos, que todavía hoy buscan a los “grandes”: la paz, la no violencia, el compromiso con los pobres, la importancia de poder compartir. Sobre todo: Él, Jesús, se ofrece a sí mismo como ideal, como camino que realmente conduce a la vida.

Jesús tiene una palabra, una buena palabra, para las familias: proclama la igual dignidad del hombre y la mujer, la importancia de la fidelidad conyugal, el amor a los niños y anima la alegría de la vida.

Jesús tiene una palabra para el trabajador. Él mismo ha santificado el trabajo físico de todas las personas mediante el trabajo de sus manos. También está del lado de aquellos que están buscando trabajo en nuestro tiempo y no lo encuentran.

Jesús también ve a los que son fácilmente pasados ​​por alto en la sociedad de entonces y también en la de hoy: los pobres, los enfermos y los probados. Jesús proclama el amor de Dios a los pobres y nos llama a todos a utilizar todas nuestras fuerzas para superar formas de necesidad e injusticia. Si un país vive en prosperidad, está más obligado a prestar atención a las necesidades del mundo y a ayudar en consecuencia.

Pero Jesús también es el maestro de los pueblos. Repetidamente pide justicia y paz, requisito previo y base para un futuro feliz para los pueblos y grupos étnicos. Jesús da a todos su dignidad. El mensaje cristiano anima a las personas a respetarse mutuamente y les enseña comprensión y tolerancia mutuas. Es un mandato especial para los cristianos de este país, como dijo su Obispo, tratarnos unos a otros en el espíritu de Cristo: con respeto por la identidad y el carácter de los demás y con la voluntad de trabajar juntos en la justicia y la paz. Jesús es un maestro que posibilita la reconciliación y la paz con Dios y entre las personas. S t. Pablo dice: Cristo supera la brecha que atraviesa la humanidad, reconcilia a judíos y gentiles. Como en aquel entonces

Así que hoy Jesús se presenta ante nosotros como maestro: la situación ha cambiado debido al desarrollo histórico, el cambio social, los medios de comunicación y el encuentro con muchas personas. Jesús es nuestro maestro también para esta nueva situación: si dejamos que el evangelio dé forma a nuestros puntos de vista, valores y formas de vida, emergerá un mundo cristiano y al mismo tiempo humano. Si, escuchando “la palabra de vida”, aceptamos a Jesús como maestro, surgirá una iglesia de hermanos y hermanas.

1.2 MARTA COMO MODELO

Jesús es el buen pastor. Porque trae un mensaje que realmente ayuda a la gente a vivir. Los discípulos de Jesús eligieron a este maestro. Hoy también nosotros estamos llamados a creer en Jesús, el Maestro.

En este santuario mariano, María, la madre de Jesús, se nos presenta como modelo de la decisión obediente por Jesús. Ella es la que recibió y guardó la palabra de Dios. Ella nos dice: "Haz lo que él te diga". 

El año pasado, la diócesis de Bozen-Brixen se ha esforzado por conocer la palabra de Dios en las Sagradas Escrituras. Para el próximo año quisiera confirmar el lema que ustedes como diócesis han elegido para ayudarlos en su camino de fe: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan". 

Es precisamente a través de la escucha de la palabra de Dios y de vivir según el evangelio que nos acercamos a Jesús y nos relacionamos casi con él, como dice: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y actúan en consecuencia ". 

2. “Beati coloro che ascoltano la Parola di Dio e la mettono in pratica” ( Lc 11, 28)

Di fronte a Gesù maestro noi siamo i suoi discepoli. I Vangeli effettivamente ci presentano il cammino di fede, che i discepoli debbono intraprendere guidati dalla parola e dalle azioni di Gesù.

L'itinerario di fede della Vergine Maria

In questo giorno - e particolarmente in questo luogo - rivolgiamo pure il nostro pensiero alla Vergine Maria che, per eccellenza, si è messa alla scuola della Parola di Dio e alla scuola di Gesù. Il Vangelo ci describe questo cammino di fede della Vergine. Questo cammino inizia con il "sì" detto al momento dell'annunciazione e si protrae fino al "sì" che la Vergine ha detto sotto la croce.

L'immagine venerata qui a Pietralba ci presenta questo mistero della Vergine che dice il suo sì anche sotto la croce e accoglie il Figlio morto, deposto dalla croce. È una fede che pone la propria vita con piena fiducia nelle mani di Dio, sia nei momenti lieti e felici come in quelli tristi e difficili. So per noi, la Vergine è il modello di una fede incondizionata. Molti pellegrini, e in particolare molte madri, in questo luogo, si sono associati a questo itinerario di fede.

El programa diocesi di Bolzano-Bressanone si è proposta come per l'anno prossimo la parola di Gesù: "Beati coloro che ascoltano la Parola di Dio e la mettono in pratica" ( Lc11, 28). Questa parola vi aiuterà a prolungare e accrescere i benefici effetti dell'anno mariano. Con queste parole Gesù stesso vuole sottolineare quei misteriosi legami dello spirito, che si formano nell'ascolto e nell'osservanza della Parola di Dio. In tale contesto, Maria è lodata non solo perché madre di Gesù secondo la carne, ma anche e soprattutto perché modello del nostro cammino di fede, nell'ascoltare e mettere in pratica la Parola di Dio. Questa è stata la luce per la Vergine Maria. Ma dev'essere anche la luce per la nostra vita e per i nostri problemi: per i nostri giovani, per le famiglie, per il mondo del lavoro, per gli Anziani e gli ammalati. La Parola di Dio è luce anche per i popoli. La Parola di Dio ci richiama semper e di nuovo alla giustizia e alla pace, Presupposto e fondamento per un felice avvenire dei popoli e dei gruppi etnici. Gesù atribuisce e garantisce a ogni uomo la sua dignità. L'insegnamento evangelico esige e promuove il rispetto reciproco degli uomini, educandoli alla vicendevole comprensione e tolleranza. È missione particolare dei cristiani di questa terra come ha detto il vostro Vescovo, di agire nello spirito di Cristo, nel rispetto dell'identità e della particolarità dell'altro e nell'impegno che rende possibile la riconciliazione e la pace con Dio e fra gli uomini. A questo proposito l'apostolo Paolo dice che Cristo abbatte il muro di separazione fra i popoli e riconcilia giudei e pagani (cf. educandoli alla vicendevole comprensione e tolleranza. È missione particolare dei cristiani di questa terra come ha detto il vostro Vescovo, di agire nello spirito di Cristo, nel rispetto dell'identità e della particolarità dell'altro e nell'impegno che rende possibile la riconciliazione e la pace con Dio e fra gli uomini. A questo proposito l'apostolo Paolo dice che Cristo abbatte il muro di separazione fra i popoli e riconcilia giudei e pagani (cf. educandoli alla vicendevole comprensione e tolleranza. È missione particolare dei cristiani di questa terra come ha detto il vostro Vescovo, di agire nello spirito di Cristo, nel rispetto dell'identità e della particolarità dell'altro e nell'impegno che rende possibile la riconciliazione e la pace con Dio e fra gli uomini. A questo proposito l'apostolo Paolo dice che Cristo abbatte il muro di separazione fra i popoli e riconcilia giudei e pagani (cf.Ef 2, 14). Ven allora, so anche oggi Gesù Cristo opera la riconciliazione attractverso il suo Vangelo, che raccoglie gli uomini in un'unica famiglia, nella giustizia e nella pace.

Il Vangelo ci fa vedere un mondo di giustizia e pace. Ci presenta anche le strade per arrivare a queste mete.

La Madre di Gesù come modello

La Vergine Madre di Dio è dunque un modello per tutti noi, che ci mettiamo all'ascolto della Parola di Dio e ci impegniamo a metterla in pratica. La diocesi di Bolzano-Bressanone ha intrapreso nel corso dell'ultimo anno la riflessione sul tema “Alla scuola della Parola di Dio”. Propongo alla diocesi, ma anche a tutti voi, di continuare questa riflessione alla luce esemplare della totale disponibilità interiore di Maria di Nazaret.

Questa parola di Gesù, questa benedizione di chi ascolta la Parola di Dio e la mette in pratica, sia il program di questa diocesi per il cammino di fede nel prossimo anno.

Mettetevi davvero all'ascolto della Parola e impegnatevi nella sua osservanza, secondo il modello della Vergine.

EN LA PRO-CATEDRAL DE S. SOFIA, DURANTE EL "MOLEBEN"
CELEBRADO EN HONOR A LA MADRE DE DIOS
EN EL MILENIO DEL BAUTISMO DE LA RUS 'DE KIEV

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 9 de julio de 1988

"Engrandece mi alma al Señor
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador" ( Lc 1, 46).

1. En vísperas de la solemne celebración, aquí en Roma, del Milenio del Bautismo de la Rus de Kiev, la liturgia pone ante nuestros ojos el cuadro evocador del encuentro de María con su prima Isabel. En el umbral de la casa de la madre de Juan Bautista, la Santísima Virgen eleva a Dios el himno que todo el mundo conoce: "Engrandece mi alma al Señor / y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" ( Lc 1, 46) .

¿Cuál es el significado de estas palabras? Con ellos María reconoce y exalta la gracia y la misericordia, con las que Dios nunca deja de llenar a los hombres. Ella pronuncia estas palabras, movida por el amor a quien concibió en su seno virginal. Comparada con los otros santos, María tiene una razón más para regocijarse en Jesús, su salvador. Sabe que el arquitecto de la salvación nacerá de ella y será en la misma persona su Hijo y su Señor.

2. Todos los participantes de estas celebraciones del Milenio, al meditar con devoción el "Magnificat", que es un himno de alegría y de gloria, la miramos como un gran signo de Dios. En María, lo divino y lo humano se unen entre sí. ellos: el cielo con la tierra, la naturaleza con lo sobrenatural, el tiempo con la eternidad. De ahí la gran alegría que impregna cada palabra del "Magnificat".

Recordemos hoy estas verdades fundamentales, a fin de prepararnos dignamente para las celebraciones del Bautismo de la Rus de Kiev, que constituyó la inserción del misterio divino en la historia de un pueblo, así como en la vida personal de su individuo. miembros. El Milenio nos recuerda que hace diez siglos, a orillas del Dniéper, se anunció el Evangelio a un pueblo que, gracias al lavamiento de la regeneración, pasó a formar parte de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo.

3. Volvemos a la memoria, llena de gratitud, del Bautismo de Vladimir y Olga y de cada Bautismo que en el transcurso de estos siglos fue administrado en las tierras de la Rus de Kiev por los heraldos de la palabra de salvación. En cada Bautismo se realizó la misericordia de la Santísima Trinidad y se reconfirmó lo más querido por el hombre: su valor irrepetible, su dignidad trascendente, su libertad de hijo de Dios.

"Mi espíritu se regocija en Dios mi salvador". El canto de gratitud gozosa, pronunciado un día antes de Isabel, ha sido llevado por María, a través de los siglos, también en las tierras de Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Se llevó a todos los bautizados más allá de los Urales hasta las orillas del Océano Pacífico. También se llevó a los hermanos ortodoxos, quienes también celebran solemnemente este Jubileo. María anhela que podamos leer correctamente este aniversario. Ella nos llama a la unidad.

María lleva el "Magnificat", que es el himno de la libertad del espíritu, a todos los responsables de los principios fundamentales de la convivencia humana, entre los que debe incluirse el respeto efectivo a la libertad de conciencia y la posibilidad de profesar y practicar. Propia fe .

María lleva este himno de libertad a la generación de la juventud ucraniana que inicia el nuevo Milenio. Es un llamado a la libertad de cualquier mal, pecado e inclinaciones al mal. Es un llamado a la observancia de los mandamientos de Dios y de los preceptos de la Iglesia, porque sólo el corazón puro “se regocija en Dios mi Salvador”.

4. María dice: "Grandes cosas ha hecho en mí el Todopoderoso" ( Lc 1,49). Pero el Todopoderoso, nuestro Padre que está en los cielos, también ha hecho grandes cosas en nosotros. Debemos agradecerle por el don del Santo Bautismo, por pertenecer a la Iglesia Católica, por la alegría de este Milenio celebrado en muchos países del mundo junto a vuestros pastores, por nuestro encuentro de oración en el templo de Santa Sofía en Roma, generalizado , a través de la radio del Vaticano, a los que están espiritualmente unidos a nosotros en su tierra y en el extranjero.

Príncipe San Vladimir, entendió bien las palabras de María: “El Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí”. Fue él quien construyó el primer edificio sagrado en honor a la Madre de Dios. Siguiendo su ejemplo, el Príncipe Jaroslàv el Sabio no solo construyó la iglesia de Santa Sofía, existente hasta hoy, con el famoso mosaico de la Madre de Dios, llamado " Muro indestructible ”, pero consagró a todo su pueblo a la protección de la Santísima Virgen. Lo hizo por amor a ella, y el amor es la fuente de la que brota la plena libertad del espíritu.

5. ¡Queridos jóvenes! Durante el año mariano, queremos redescubrir cómo todo está conectado con María, la Santísima Madre: nuestra vida terrena y nuestro destino eterno, la historia de la Iglesia y, sobre todo, su comienzo a través del Bautismo en los asuntos de todos los pueblos. Donde hay Bautismo, hay un nuevo nacimiento, debe estar la Madre. Lo que nace debe colocarse bajo el corazón de la madre.

Además, María nos fue entregada como Madre junto a la cruz. La cruz de Cristo tiene sus raíces en nuestra historia milenaria con una carga de sufrimiento, pero también de gracia. No olvidemos que debajo de esa cruz también estaba el discípulo, que nos representa a todos.

¡Qué gran bien vino a la Iglesia de aquel discípulo que escuchó las palabras del testamento de Cristo debajo de la cruz: "Ahí tienes a tu madre!" ( Jn 19, 27).

Ustedes también, jóvenes, siguiendo el ejemplo del discípulo Juan, en el umbral del segundo milenio relean el testamento de Cristo y traten de plasmarlo en su vida.

Colóquense bajo la cruz del Milenio de su Bautismo, como el discípulo se colocó bajo la cruz de Cristo, y aviven en ustedes el sentimiento de responsabilidad por su Bautismo con referencia a los siglos pasados ​​y en la perspectiva de los venideros. A vosotros, jóvenes, os corresponde comenzar el segundo milenio a la luz del testamento de Cristo, en particular de esas palabras tan densas: "¡Ahí tienes a tu madre!".

6. El himno oriental repite muchas veces las palabras bíblicas: "Alégrate", "Bendito seas", y la devoción popular presenta el icono de la "Theotokos" en el trono más alto de Dios, en el lugar central de los ábsides de los templos. , reconociendo en María a la que da a luz al Salvador y lo da a los hombres.

“Alégrate, porque eres el trono del Señor Rey.

Alégrate, porque a través de ti adoramos al Creador ”(“ Akathistos ”, lc. 1).

María fue a Isabel para traerle el Verbo de Dios hecho carne en su seno. De manera similar, llevó a Dios a la tierra de Rus ', a las ciudades de Kiev y Lviv, a otras ciudades y pueblos, eligiendo para sí misma el trono del "Muro Indestructible" en Kiev.

María llevó a Cristo a tu tierra ancestral en el espléndido misterio de la fe y la devoción. Y sus antepasados ​​pudieron acoger a María y a su Hijo, como lo confirma el culto que se le ofreció en diversas formas. Numerosos escritores y poetas han dedicado su genio a ensalzar su grandeza; y el pueblo fiel, especialmente en las fiestas marianas, se precipita a sus santuarios, para derramar en oración el dolor de los corazones quebrantados ante sus santos y milagrosos iconos.

“Bajo tu presidencia recurrimos, oh Madre de Dios. . . ".

El alma ucraniana en todos los acontecimientos de la vida permanece bajo la mirada de María. Desde el “Muro Indestructible” en Kiev, María - “Odegitria” y “Pyrogoszcza” - camina con el pueblo ucraniano, compartiendo su destino a lo largo de su historia.

Aún hoy los fieles no cesan de agradecer a Dios junto con la Santísima Virgen por la inmensa cantidad de gracias recibidas: "Grandes cosas en mí es el Santo y Todopoderoso es su nombre" ( Lc 1, 49). Todo lo que hay de grande, bello y bueno en nosotros es un regalo de Aquel que, siendo grande y poderoso, logra transformar al pequeño y débil en grande y fuerte, al temeroso e inseguro en valiente y libre.

7. Fratelli e sorelle! Cari giovani! Quando guardate al futuro, nel Millennio del Battesimo, domandatevi con santo timore se e in che misura siete stati fedeli alle promesse del santo Battesimo; se avete risposto al grande dono della grazia, pur in mezzo alle prove personali e comunitarie. Non mancano nella storia della vostra Chiesa i martiri e i confessori, che hanno dato testimonianza della libertà spirituale attinta all’incommensurabile mistero del santo Battesimo. Chi può contare le moltitudini di persone provate, il cui simbolo è anche la nobile figura del Cardinale Giuseppe Slipyi, che riposa in questo tempio?

El Milenio del Bautismo no solo completa un evento glorioso en muchos aspectos; comienza otro. Deseamos comenzar este segundo milenio de su Iglesia y de su pueblo con un nuevo soplo de esperanza. Siéntete responsable de cada conciencia, de cada vida, de la moralidad de las personas, del tesoro de la fe.

Es justo estar ansioso: Dios no abandona a los que sufren y lucha por la fe, por la dignidad del hombre, por la verdadera libertad del espíritu.

8. El "Magnificat" nos invita a esta confianza, el himno de la victoria del espíritu humano.

Debemos cantarlo con todo nuestro corazón y con toda nuestra alma en el umbral del comienzo del segundo Milenio.

Tu presencia aquí es la señal de que has creído en el amor que te rodea. La víspera del Milenio debe ser para vosotros una invitación a la "vigilancia"; y estar alerta significa sentirse responsable del destino futuro de la Iglesia y del Pueblo, sin desanimarse ante posibles nuevos sufrimientos.

¡Oh Madre! Revela a todos el gran valor de la conciencia humana; da a todos hambre de Dios, de religión, de íconos sagrados, de sus propias iglesias y de sus pastores. Procure que la dignidad del hombre sea respetada en todas partes, para que el futuro de la nueva generación pueda construirse sobre ella en la patria de San Vladimir y Santa Olga. A ti, madre de los cristianos, te confiamos de manera especial al pueblo ucraniano, que celebra el Milenio de su adhesión al Evangelio durante este año mariano.

Sé, madre, ayuda de los fieles ucranianos, que viven en su tierra natal o dispersos en diferentes países del mundo. Rompe las ataduras de los oprimidos. Guarden en sus corazones la fe de San Vladimir y el amor a la santa Iglesia y al sucesor de Pedro.

Toma a todos los creyentes en tu Hijo bajo tu protección maternal y no permitas que ninguno de ellos se pierda, sino llévalos a todos contigo, en medio de las alternancias del mundo, a la patria bendita del cielo.

Amén.

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Lunes 15 de agosto de 1988

1. "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48).

¡Madre de Dios y Virgen! En esta bienaventuranza proclamada por todas las generaciones, acoge también nuestras voces: te llama bienaventurada la generación de los hombres que viven en esté último retazo del segundo milenio después de Cristo.

Te llamamos bienaventurada, porque eres la que el Eterno Padre ha escogido para ser la Madre del Eterno Hijo, cuando "llegó la plenitud de los tiempos" (cf. Gál 4, 4).

Te llamamos bienaventurada, porque eres la que el Eterno Hijo —Redentor del mundo— ha redimido la primera en el misterio de la Inmaculada Concepción.

Te llamamos bienaventurada, porque sobre Ti descendió el Espíritu Santo y el poder del Altísimo extendió su sombra (cf. Lc 1, 35), y así nació de Ti el Eterno Hijo de Dios, en cuanto hombre.

Te llamamos bienaventurada. Así te han llamado todas las generaciones. Así te llama nuestra generación, al final del siglo XX.

Una particular expresión de ello ha sido, en toda la Iglesia, el Año Mariano que hoy, en la solemnidad de tu Asunción, llega a su fin.

2. ¡Te saludamos, María! "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 1, 42).

Con tales palabras te saluda hoy la liturgia. Y éstas son las palabras de tu pariente Isabel, pronunciadas durante la Visitación, que tuvo lugar, según la tradición en Ain Karim.

¡Te saludamos, María! Bienaventurada eres Tú que has creído en el cumplimiento de las palabras del Señor (cf. Lc 1, 45).

Durante el Año Mariano te hemos seguido en el sendero de tu Visitación. Te ha seguido, Madre de Dios, la Iglesia entera, repitiendo las palabras de Isabel. Y ello, porque la Iglesia, en el Concilio Vaticano II, ha aprendido a mirarte como su figura viva y perfecta.

Lo ha aprendido nuevamente, a la medida de nuestros tiempos y de nuestra generación, recordando que así te miraron ya las antiguas generaciones de los discípulos que seguían a Cristo. Los ilustres Padres de los primeros siglos te han llamado el primer Modelo (Typus) de la Iglesia.

La Iglesia de nuestros tiempos lo ha aprendido nuevamente. Ha profesado una vez más que Tú, Bienaventurada Virgen, precedes en la peregrinación de la fe a todas las generaciones del Pueblo de Dios en la tierra (cf. Lumen gentium58).

¡Bendita Tú que has creído! En esa peregrinación de la fe, que fue tu vida en la tierra, avanzaste manteniendo fielmente tu unión con el Hijo, incluso junto a la cruz, donde te quedaste por voluntad de Dios (cf..ib.).

3. Esa misma peregrinación de la fe, que realizaste hasta las profundidades del misterio de Cristo, tu Hijo —desde la Anunciación hasta el Calvario—, la reanudaste luego junto con la Iglesia. La reanudaste el día de Pentecostés con la Iglesia de los Apóstoles y de los testigos, que nacía en el Cenáculo de Jerusalén bajo el soplo del Consolador, el Espíritu de Verdad.

Por ello, también nosotros hemos comenzado nuestra peregrinación del Año Mariano en la solemnidad de Pentecostés de 1987, en Roma y en. toda la Iglesia, hasta los confines del mundo.

Hemos comenzado nuestra peregrinación de la fe juntos contigo, nosotros, la generación que se acerca al comienzo del tercer milenio después de Cristo. Hemos comenzado a caminar contigo, nosotros, la generación que lleva en sí cierto aire de semejanza con aquel primer Adviento, cuando en el horizonte de las expectativas humanas por la venida del Mesías se encendió una luz misteriosa: La Estrella de la mañana, la Virgen de Nazaret, preparada por la Santísima Trinidad para ser la Madre del Hijo de Dios: Alma Redemptoris Mater.

4. Hemos dedicado a Ti, María, esta parte del tiempo humano, que es también el tiempo litúrgico de la Iglesia: el año que comenzó con Pentecostés de 1987, y que termina hoy con la solemnidad de tu Asunción, en el año 1988.

¡Lo hemos dedicado a Ti! En Ti hemos puesto nuestra confianza. En Ti, a quien Dios se había "confiado" a Sí mismo en la historia humana. En Ti, a quien tu Hijo crucificado había confiado al hombre como en un testamento supremo del misterio de la redención. Ese hombre a los pies de la cruz fue el Apóstol Juan, el Evangelista. Y en él, un hombre, estaban representados todos los hombres.

Con el espíritu de aquel acto de confianza pascual, que se transformó en un fruto particular de la fe, de la esperanza y de la caridad, cuando la espada del dolor atravesó tu Corazón, te siguen los hombres y las comunidades humanas de todo el mundo. Te siguen los pueblos y las naciones. Te siguen las generaciones. Desde lo alto de la cruz, Cristo mismo les guía hacia tu Corazón materno, y tu Corazón les restituye, del modo más sencillo, a Cristo: les introduce en el misterio de la redención. Verdaderamente, Redemptoris Mater!

5. Igual que en todas las generaciones pasadas, también en la nuestra, la Iglesia canta una antífona, en, la que reza así:

"Socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse" (Succurre cadenti - surgere qui eurat, populo!).

En las palabras de esta plegaria de confianza volvemos a encontrar también la verdad sobre nuestra generación. Esta, como las otras generaciones, y quizá incluso más que ellas, ¿no vive acaso entre el "sucumbir" y el "levantarse", entre el pecado y la gracia?

¡Oh Madre, que nos conoces, quédate siempre con tus hijos! Ayuda al hombre, a los pueblos, a las naciones, a la humanidad a levantarse. Este grito del Año Mariano ha repercutido en los diversos lugares de la tierra, a través de las distintas experiencias de nuestra época que, si bien alardea de un progreso antes desconocido, siente de modo particularmente agudo las amenazas que se ciernen sobre toda la gran familia humana. Por ello se hace cada vez más urgente la sollicitudo rei socialis.

6. ¡Hoy, solemnidad de la Asunción !

Hoy, en el horizonte del cosmos aparece —como dicen las palabras del Apocalipsis de Juan— la. Mujer vestida de sol: (cf. Ap 12, 1). ..

De esa Mujer `el Concilió dice: "La Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27) ". Y al mismo tiempo "los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María" (Lumen gentium65).

Todo este Año, que está a punto de terminar, ha sido el tiempo de los "ojos levantados" hacia Ti, Madre de Dios, Virgen, constantemente presente en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

El Año Mariano termina hoy. Pero no termina el tiempo de los "ojos levantados" hacia María.

7. Al seguirte, Madre, en nuestra peregrinación terrena mediante la fe; nos encontramos hoy en el umbral de tu glorificación en Dios.

La peregrinación de la fe, el camino de la fe. Tu camino de la fe lleva, desde el umbral de la Visitación, en Ain Karim, al umbral de la glorificación.

Es lo que nos enseña la liturgia de hoy.

Y en el umbral de la glorificación, en el umbral de la unión celestial con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, escuchamos una vez más las palabras del Magníficat:

"Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador... porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí" (Lc 1, 46-47. 49).

Obras grandes: magnalia! Magnalia Dei!

¡Bienaventurada eres Tú que has creído!

¡Amén!

FIESTA DE LA MADONNA DEL TUFO, REINA DE LOS CASTILLOS ROMANOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Rocca di Papa - Domingo 21 de agosto de 1988

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna ”( Jn 6,68).

1. Repetimos esta tarde, junto al Santuario de la Madonna del Tufo, al final de este año mariano, las mismas palabras que Pedro dirigió al Maestro: ¿A quién iremos, Señor? Tú, solo tú, tienes palabras de vida eterna.

Hacemos nuestra esta expresión porque, como Pedro, también nosotros reconocemos que en Cristo se cumple la palabra de vida de Dios Padre. Con fe sincera reconocemos que la palabra de Jesús es la única palabra de vida eterna, y lo hacemos guiados por el ejemplo de María, solicitados por su amor al Hijo Jesús, por el testimonio de que ella, la Madre del Redentor, queda para toda la Iglesia, y también para cada uno de nosotros. María, de hecho, "de generación en generación está presente en medio de la Iglesia peregrina a través de la fe y como modelo de esperanza que no defrauda" ( Redemptoris Mater , 42).

2. Me alegra estar aquí para la celebración de la fiesta de la Virgen del Tufo, tan querida por todos los fieles de Rocca di Papa y de toda la diócesis de Frascati; Les agradezco su numerosa presencia.

Saludo a vuestro obispo, querido hermano Mons. Luigi Liverzani, quien se ha convertido en el intérprete de sus deseos, me invitó aquí para la ocasión. Con él saludo a todo el presbiterio, a los padres trinitarios que gobiernan este centro de espiritualidad mariana. Saludo a todas las numerosas comunidades de religiosas y religiosas que tienen sus residencias en estas áreas, casas de formación y acogida para los ejercicios espirituales, saludo a todos los miembros de los movimientos de apostolado y testimonio cristiano que han establecido en Rocca di Papa y sus alrededores centros de estudio y preparación para el apostolado.

A continuación, mi agradecimiento y afecto se dirige a las autoridades civiles, en particular al Lord Mayor ya todos los que organizaron esta ceremonia. Gracias por la acogida y el fervor que revela sus profundas tradiciones religiosas. Gracias nuevamente por este momento de refrigerio, de alivio, de serenidad espiritual, que me habéis concedido en este sugerente lugar.

Rocca di Papa es una ciudad muy conocida para mí y que está cerca de mí, sobre todo en esta temporada en la que, desde Castel Gandolfo me encanta contemplarla, subiendo la empinada ladera del Monte Cavo. Es natural que en esos momentos eleve una oración por ustedes, para que el Señor les dé prosperidad, proteja a sus familias, su trabajo, su fe.

También me gusta reflexionar sobre la tradición ligada a este Santuario. Como es sabido, una gran roca de toba, desprendida de la montaña, paró su curso aquí mismo, en uno de los puntos más escarpados, dejando ileso a un caminante que, en peligro de vida, había invocado la ayuda de la Virgen.

Sobre ese peñasco el célebre pintor Antoniazzo Romano pintó la imagen de la Madre del Señor, y aquí se construyó el Santuario, que pronto se convirtió en el destino de muchos peregrinos.

Yo también me uno a vuestras tradiciones religiosas, peregrino contigo a los pies de la Virgen para pedir su protección sobre toda la Iglesia y en su camino de fe.

3. Los textos de la palabra divina que hemos escuchado este domingo parecen subrayar una pregunta, un desafío para vuestras almas, casi provocándonos a una elección, a una decisión contundente y decisiva sobre la fe y nuestro consecuente programa de vida: “ Elija hoy a quién quiere servir ”, pregunta Josué a las familias de los israelitas reunidos en Siquem. Y la respuesta es decisiva: “Lejos esté de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. . . Nosotros también queremos servir al Señor, porque él es nuestro Dios ”( Jos. 24, 15. 16. 18).

Esta invitación está dirigida a todos nosotros hoy. Es necesario abandonar los propios ídolos, las falsas divinidades que de todos modos amenazan la libertad de nuestro camino hacia Dios.

A veces, el hombre tiende a preferir a un dios que se adapta a nuestros pobres puntos de vista humanos, terrenales, desprovisto de una perspectiva sobrenatural.

Todos sabemos lo tentados que estamos de vivir una vida material y carnal en lugar de una vida espiritual. A veces confiamos demasiado en la seguridad temporal e inmediata, y muy poco en las promesas de Cristo.

Hoy el Señor nos pide una decisión, que no está cerrada en dimensiones temporales y contingentes, sino abierta a lo eterno y a la confianza en su Palabra. "Tú tienes palabras de vida eterna": esta es la respuesta que debemos dar a Dios; “Nosotros también queremos servir al Señor”.

4. Pero tal respuesta surge de una doble fuente: de la fuerza divina, que da a todos los hombres ya cada uno la posibilidad de creer; y de la libertad humana, que es el fundamento de la verdadera elección de todo hombre.

Es Dios quien da la fuerza para creer y decidir: "Nadie puede venir a mí si no se lo concede mi Padre" ( Jn 6, 65). Ante elecciones sobrenaturales, el hombre solo se perdería, porque "la carne no sirve de nada". Sólo el Espíritu, el Espíritu de Dios, el amor sustancial y eterno del Padre y del Hijo, sólo este último "da vida" ( Jn 6, 63).

En esta acción se revela la misteriosa condescendencia de Dios hacia el hombre, el designio eterno de un amor supremo, con el que Dios se compromete por nosotros, y en su Hijo nos da la gracia de abrirnos al misterio, de compartir la verdad. eterno y conocer y gustar sus palabras, "que son espíritu y vida".

Pero la respuesta también surge de una libertad, que es la facultad del hombre, que impulsa la acción humana. Dios creó a todo hombre libre, y el hombre puede volverse hacia el bien que Dios le ofrece constantemente solo en libertad. Pues bien, Cristo apela a esta libertad y espera de ella una respuesta responsable y verdadera, como la de Pedro, que acabamos de escuchar.

La libertad del hombre, signo distintivo de dignidad, es también fuente de responsabilidad y punto clave del diálogo con Dios. Dios mismo llama a los seres humanos a su servicio en espíritu y en verdad, para que se adhieran a él libremente, no por coacción.

5. "Señor, ¿a quién iremos?" A esta pregunta, que en Pedro ya tiene la respuesta justa porque está fundada en la fe, también nosotros estamos invitados a dar la respuesta adecuada, precisamente la de la fe.

Quizás nos sentimos débiles y vemos nuestros límites. Quizás incluso estemos tentados a elegir perspectivas de salvación, que cierran en nuestro egoísmo y que se apoyan en "mesianismos" terrenales, hedonistas y consumistas.

"Señor, ¿a quién iremos?". Esta es quizás la expresión de las profundas dudas, anidadas en nuestra experiencia y en nuestra cultura. Necesitamos una revisión de nuestra fe y una reevaluación del mensaje del Evangelio, para comprenderlo más y confiarnos con mayor entusiasmo en la palabra de Cristo.

A nuestra pregunta, la Virgen María dio una respuesta ejemplar. Es ella quien en medio de la Iglesia, peregrina por la fe, está siempre presente como modelo de esperanza que no defrauda. Ella, que fue la primera en creer, da a nuestras almas, a nuestra libertad, una respuesta llena de sentido. Ella nos lo da con su vida, ella que creyó primero, acogiendo la Palabra de Dios que le fue revelada en la Anunciación y permaneciendo fiel a ella en todas sus pruebas, incluso hasta la cruz ( Redemptoris Mater , 43).

Nos dirigimos a ella, confiando en que no seremos abrumados por la pesada y amenazante masa de problemas y preguntas sobre nuestra vida y nuestra fe; convencidos de que no seremos abrumados por el peso del condicionamiento material que limita nuestra libertad; Seguro, que con su protección, incluso nuestra dramática tensión entre el "sí" y el "no" a Cristo se resolverá en una respuesta positiva que nos lleve a la salvación.

Le decimos: Ayúdanos, oh Madre, a elegir nuestro camino tras las huellas de Cristo, el que tiene palabras de vida eterna. Apoya nuestro camino de fe, oh Virgen. ¡Oh misericordiosa, oh piadosa, oh dulce Madre de Dios y Madre nuestra, María!

¡Amén!

VISITA PASTORAL A TURÍN

CELEBRACIÓN SOLEMNA EN HONOR A DON BOSCO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Piazza S anta Maria Ausiliatrice (Turín) - Domingo 4 de septiembre de 1988

1. "Regocíjate siempre en el Señor, repito, regocíjate" ( Fil 4, 4).

Esta invitación de Pablo a la alegría es acogida hoy por la gran Familia Salesiana, y con ella, por toda la Iglesia, en la que está fuertemente injertada la herencia espiritual del fundador San Juan Bosco.

Nos alegramos de esta solemne liturgia, que celebramos aquí, frente a la Basílica de María Auxiliadora, construida por Don Bosco en honor a la Madre de Dios, inspiradora y maestra de toda su labor como educador y fundador. La Virgen María, a quien Don Bosco veía a menudo en sus "sueños" en el acto de mostrarle el campo de su particular apostolado y caminar a la cabeza del "rebaño" que le había confiado el Señor, era a menudo llamada por él fundador. y madre de sus obras. En la Auxilio de los cristianos también vio la respuesta a las necesidades de la Iglesia de su tiempo.

Nos regocijamos juntos en esta herencia. Con espíritu de verdadera alegría y con un corazón agradecido a Dios celebramos el jubileo salesiano. Hace cien años Don Bosco acabó con su vida terrena; y su salida de esta tierra fue paso a una nueva vida en Dios, quien con tanta perseverancia había seguido las huellas de Cristo crucificado y resucitado, dejó este mundo para participar plenamente en el misterio pascual de su maestro. Dejó esta tierra en el concepto de santidad, y la Iglesia pronto confirmó esta opinión que había dejado sobre la santidad de su vida.

Por eso celebramos el presente recuerdo de la muerte de San Juan Bosco con espíritu de alegría. "Alégrate", esta alegría es conocida por todos los hombres. ¡El Señor está cerca! ( Filipenses 4, 5).

2. La figura y la gran obra de su vida son demasiado conocidas y universalmente como para recordarlas hoy en detalle. Más bien, tratemos de releer el mensaje de la Iglesia contenido en la liturgia de hoy para redescubrir en él la "característica" del santo educador de la juventud.

Sobre todo nos ayuda en esto el texto del Evangelio de Mateo, que parece un comentario singular sobre la vida, vocación, obra y santidad de Juan Bosco. En efecto, parece que esta vida, esta vocación, su obra y su santidad son como un comentario vivo de las palabras del Evangelio de hoy. ¿No era nuestro santo de Valdocco un hombre que se encontraba de lleno en este texto de Mateo?

Jesús dice a los apóstoles: "Si no se convierten y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos" ( Mt 18, 3).

Y desde antes los discípulos habían preguntado: “¿Quién es? . . el mayor en el reino de los cielos? " ( Mt 18, 1), ahora Cristo les da la respuesta: "El que se hace pequeño como este niño, el mayor será en el reino de los cielos" ( Mt 18, 4).

3. El misterio del niño está profundamente inscrito en toda la buena nueva de Cristo, ya que el Evangelio es la palabra viva del Hijo del Padre.

Es la revelación de la filiación en Dios y es también una llamada, una vocación dirigida a los hombres a participar de esta filiación, en la dignidad de los hijos de Dios: hijos adoptivos en el Hijo unigénito.

¡El misterio del Hijo!

Y he aquí, Cristo dice a los apóstoles: "Cualquiera que reciba a uno de estos niños en mi nombre, me recibe a mí". ( Mt 18: 5).

¿No empieza la vocación de Juan Bosco aquí mismo, en este pasaje, en esta frase? ¡Dé la bienvenida a un niño en el nombre de Cristo!

¿No fue acaso el contenido de toda su vida, de su apostolado, de su obra? “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe”.

4. ¡Cuántos niños ha "acogido" este humilde y celoso sacerdote de Turín durante su vida! Y los recibió en el nombre de Cristo.

¿Y qué significó para él dar la bienvenida a un niño en el nombre de Cristo?

Para él un educador significaba encarnar y revelar la caridad de Cristo, expresar el amor continuo y gratuito de Jesús por los pequeños y los pobres, y desarrollar en ellos la capacidad de recibir y dar afecto. San Juan Bosco había prometido a Dios que se comprometería a favor de los jóvenes hasta su último aliento, y al presentar su "método preventivo" escribió: "La práctica de este sistema se basa en las palabras de San Pablo que dice: «Charitas benigna est, patiens est. . . omnia suffert, omnia sperat, omnia sustinet "" ( 1 Cor 13, 4-7) ("Memorias biográficas de Don Bosco Giovanni", XIII, 912-913).

5. “Que todos traten de hacerse amar si quieren ser temidos. Logrará este gran objetivo si, con palabras y más con hechos, da a conocer que sus preocupaciones están dirigidas exclusivamente al beneficio espiritual y temporal de sus alumnos "(" Reglamento de las Casas de la Sociedad de San Francisco de Sales ", en G. Bosco, Obras publicadas, XIX, 111-113).

La caridad trabajadora y sabia, reflejo y fruto de la caridad de Cristo, fue así para san Juan Bosco, la regla de oro, el manantial secreto que le hizo afrontar las penurias, la humillación, la oposición, la persecución, para dar a los jóvenes pan, hogar, maestros y especialmente para procurar la salud de sus almas; y que le permitió ayudar a los pequeños a cumplir y apreciar "con entusiasmo y amor" los fatigosos compromisos, necesarios para la formación de su personalidad (cf. "Carta de Roma sobre el estado del Oratorio" en "Memorias biográficas de Don Bosco Giovanni ", XVII, 107-114).

6. ¡Gran educador de la juventud!

¿No fue tan grande precisamente porque fue fiel al Espíritu de Cristo? ¿Al Espíritu de verdad y amor?

"Toda la sabiduría viene del Señor y está siempre con él", proclama el libro de Eclesiástico (Sir 1: 1). Precisamente esta sabiduría divina forma el programa del santo educador de Valdocco.

Y en lo que respecta al programa, sería difícil no hacer referencia a las palabras del Apóstol: "Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, honrado, lo que es virtud y merece alabanza, todo esto es el objeto de tus pensamientos "( Fil 4, 8).

¡Y todo esto lo haces!

“Lo que has aprendido, recibido, oído y visto en mí es lo que debes hacer. ¡Y el Dios de paz estará contigo! " ( Filipenses 4, 9).

7. Hagan todo esto dejándose guiar por una gran confianza en Dios, ya que “¿quién ha confiado en el Señor y ha sido defraudado? ¿O quién perseveró en su temor y fue abandonado? ¿O quién lo invocó y fue desatendido por él? " ( Señor 2, 10).

El hombre que ama mucho debe tener una confianza enorme. El hombre que trabaja mucho debe permanecer constantemente en la presencia de Dios. “El Señor es clemente y misericordioso, perdona los pecados y salva en el momento de la tribulación. ¡Ay de los corazones temerosos y las manos indolentes, y del pecador que anda en dos caminos! " ( Sir 1, 11-12).

¡Sí! El hombre humilde y confiado pasó por aquí, por esta ciudad, por esta tierra, y por tanto también fuerte, lleno de coraje divino, de coraje sagrado de vivir.

8. Con este espíritu, Don Bosco educó a sus colaboradores en las comunidades salesianas y continúa educándolos todavía.

“Hijo, si te presentas a servir al Señor, prepárate para la tentación. Ten un corazón recto y sé constante, no te pierdas en el momento de la seducción. Únete a él sin separarte de él, para que seas exaltado en tus últimos días. Acepta lo que te suceda, ten paciencia en los acontecimientos dolorosos, porque el oro se prueba con fuego y los hombres dan la bienvenida al crisol del dolor. Confía en él y te ayudará; sigan el camino recto y esperen en él ”( Sir 2, 1-6).

Quisiera recomendar a toda la familia salesiana, a la luz de estos textos de sabiduría, que asuman con generoso compromiso la misión y el servicio de educación de los jóvenes heredados de Don Bosco.

En primer lugar, se trata de afrontar con valentía y con el corazón dispuesto los sacrificios que requiere el trabajo entre los jóvenes. Don Bosco dijo que es necesario estar dispuesto a soportar el cansancio, el aburrimiento, la ingratitud, la turbación, la falta, la negligencia de los jóvenes, para no romper la caña doblada, ni apagar la mecha humeante (cf. "Carta de Roma sobre el estado del Oratorio ", en" Memorias biográficas de Don Bosco Giovanni ", XVII, 107-114).

A la familia salesiana se le confía de manera especial la tarea de conocer a los jóvenes, para ser animadores en la Iglesia de un apostolado particular, especialmente orientado al servicio de la catequesis. Será necesario, por tanto, estudiar con detenimiento el mundo de la juventud, actualizar constantemente las pautas pastorales adecuadas, destacando siempre, con una atención inteligente y amorosa, las aspiraciones, los juicios de valor, los condicionamientos, las situaciones de vida, los modelos ambientales, las tensiones, las demandas, lo colectivo. propuestas del mundo de la juventud en constante evolución (cf. “ Iuvenum Patris ”, 12).

Es tarea especial de los hijos de Don Bosco encarnar una espiritualidad de misión entre los jóvenes, teniendo siempre presente que la personalidad del joven se modela en la figura de su educador. Los jóvenes siempre están muy atentos a sus profesores: no solo a sus actitudes externas, a sus exhortaciones y peticiones; pero sobre todo a su vida interior, a la riqueza de su sabiduría y caridad sobrenatural.

9. En el transcurso de la conversación con los apóstoles sobre el misterio del hijo en el reino de Dios, Cristo también pronuncia palabras duras y amenazadoras.

He aquí, dice: "A quien escandalice incluso a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran del cuello una piedra de molino de burro y la arrojaran a las profundidades del mar" ( Mt 18: 6).

Debemos reflexionar seriamente sobre estas palabras, observando el contenido social, a menudo amargo, en el que tantos jóvenes viven hoy. Todos quedamos desconcertados por la enorme presión que ejercen sobre ellos tantas ideologías, numerosas sugerencias, múltiples fuerzas, organizadas en la creación paulatina de un clima de pensamiento y de vida libre de toda referencia sobrenatural y abierto a cualquier aventura intelectual y moral.

Junto a tantos esfuerzos por la educación de los jóvenes, también está el trabajo asiduo de una anti-educación, que compromete el destino de los jóvenes, orientándolos hacia experiencias destructivas.

Es urgente estar alerta y trabajar para liberar a los jóvenes de los mitos recurrentes, las drogas ideológicas, las sugerencias desviadas y los medios que las difunden.

La severa palabra de Cristo nos impulsa en el camino complejo, y quizás muy largo, que hay que recorrer para reeducar la conciencia moral de toda la comunidad civil a la luz del Evangelio y ayudar a muchos jóvenes en sus incertidumbres. tensiones e inspiraciones que subyacen en sus elecciones y actitudes.

10. Esto es lo que dice Cristo al final:

 "Tengan cuidado de no despreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el cielo siempre ven el rostro de mi Padre que está en los cielos" ( Mt 18,10 ).

Primero dijo: "Cualquiera que reciba a uno de estos niños en mi nombre, me recibe a mí". Ahora dice: "Cuidado con despreciar a uno solo de estos pequeños".

La misma invitación en dos formas diferentes: una invitación y al mismo tiempo una premonición. Ambos se complementan. Juntos indican el "misterio del niño" ... el misterio que no puede expresarse adecuadamente, si el "niño", el joven, el hombre en general, se separa de su vocación definitiva. Precisamente esta vocación está custodiada por los ángeles, que “ven siempre el rostro del Padre. . . que está en el cielo ”. ¡Y cada niño, cada joven, cada persona humana, debe llegar a esta visión, a la visión de Dios "cara a cara"! (cf.1 Cor.13, 12). San Juan Bosco lo sabía. Este era su gran carisma: veía al "niño" en la perspectiva definitiva de la vocación de todo ser humano. La gloria de Dios es el hombre viviente; (San Ireneo) la gloria de Dios es que el hombre vive con la vida eterna, con la vida que viene de Dios.

Nuestro santo de Valdocco lo sabía. Ese era su gran carisma. Su programa educativo tiene sus raíces en este "conocimiento", en esta conciencia.

11. El hombre no puede ser educado de otra manera. No se puede educar plenamente si no se conocen su fin y destino finales.

Giovanni Bosco sabía esto y transmitió este conocimiento a otros. Mediante este conocimiento "acogió" a todo niño, a todo joven "en el nombre de Cristo". Dio la bienvenida a Cristo mismo en él.

Después de cien años. . .
¿Qué podemos decir después de cien años, reunidos en el lugar donde vivió y trabajó este santo?
Que podemos decir
¡Querido santo! ¡Cuánto se necesita tu gran carisma!
¡Cómo es necesario que nos acompañes y nos ayudes a comprender el misterio del niño, el misterio del hombre, especialmente del joven!
¡Querido San Juan! Aunque nos dejaste hace cien años, sentimos tu presencia en nuestro "hoy" y en nuestro "mañana".
¡Querido San Juan! Ruega por nosotros.

¡Amén!


Al final de la celebración eucarística, el Santo Padre pronuncia las siguientes palabras.

Queridos hermanos y hermanas de Turín.

En nombre de todos los peregrinos, en el primer centenario de la muerte - que significa la llamada a la vida eterna - de vuestro conciudadano San Juan Bosco, quiero expresar nuestro agradecimiento, de todos los peregrinos, por vuestra acogida y vuestra hospitalidad. Aquí, en este lugar significativo, que no se puede olvidar, verdaderamente inolvidable, en este lugar de peregrinación no solo la gran familia salesiana y la gran familia salesiana sino toda la Iglesia como peregrina, el episcopado italiano como peregrino representado por muchos cardenales y obispos y sobre todo por el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Ugo Poletti. Luego el colegio cardenalicio, representado por muchos cardenales, también hijos de Don Bosco y procedentes de diferentes pueblos, pero sobre todo por su decano, el cardenal Agnelo Rossi, peregrinos. Y todos le decimos a tu ciudad de Turín: ¡te amamos! Pero, al mismo tiempo, la Iglesia en Italia, la Iglesia en todo el mundo se pregunta, debe preguntarse: por qué este derramamiento del Espíritu Santo, por qué tantos santos modernos, de nuestro tiempo, del siglo pasado, por qué tantos santos precisamente aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia en Italia, la Iglesia en todo el mundo se pregunta, debe preguntarse: por qué este derramamiento del Espíritu Santo, por qué tantos santos modernos, de nuestro tiempo, del siglo pasado, por qué tantos santos precisamente aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos y santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia en Italia, la Iglesia en todo el mundo se pregunta, debe preguntarse: por qué este derramamiento del Espíritu Santo, por qué tantos santos modernos, de nuestro tiempo, del siglo pasado, por qué tantos santos precisamente aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. la Iglesia en todo el mundo se pregunta, debe preguntarse: ¿por qué este derramamiento del Espíritu Santo, por qué tantos santos modernos, de nuestra época, del siglo pasado, por qué tantos santos aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos y santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. La Iglesia en todo el mundo se pregunta, debe preguntarse: ¿por qué este derramamiento del Espíritu Santo, por qué tantos santos modernos, de nuestro tiempo, del siglo pasado, por qué tantos santos aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. de nuestro tiempo, del siglo pasado, ¿por qué tantos santos aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. de nuestro tiempo, del siglo pasado, ¿por qué tantos santos aquí en Turín? Nosotros nos preguntamos esto, y tú también debes preguntarlo, y especialmente tú desde Turín. Si leemos atentamente el Evangelio, las palabras de Cristo, el envío de los profetas siempre estuvo ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos y santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. el envío de los profetas estuvo siempre ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión. el envío de los profetas estuvo siempre ligado en la economía divina, la economía de la salvación, con la llamada a la conversión. ¿Qué significa esto en nuestro tiempo, en nuestros siglos? ¿Qué significa la presencia de San Juan Bosco, San José Cafasso, San Leonardo Murialdo y muchos otros santos aquí en Turín? Ciertamente significa lo mismo: la llamada divina a la conversión.

¡Te amamos Turín! Te amamos, Turín, especialmente en esta solemne jornada conmemorativa de tu conciudadano, de este Don Bosco. Y precisamente los invitamos a reflexionar: ¿este envío, este signo vivo del Dios vivo, sus santos, a partir de San Juan Bosco, sus santos recientes y modernos, ha traído y sigue trayendo conversión hoy? Te dejo la respuesta. A ustedes mismos, a todos ustedes: no solo a los que me escuchan aquí presentes, sino a todos ustedes, más de dos millones de turineses, les dejo la respuesta y los invito a releer el Evangelio a través de este testimonio que hemos vivido juntos. hoy: Don Bosco, Turín, hijo de esta tierra.

Queridos amigos, una vez más les agradezco su gran hospitalidad. Alabado sea Jesucristo.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Jueves 8 de diciembre de 1988

1. "Alégrate, María, llena de gracia" (Aleluya del Evangelio, cf. Lc 1, 28).

La Virgen escucha en el pueblecito de Nazaret las palabras de saludo del Ángel. Experimenta una profunda emoción: "se turbó", y al mismo tiempo su mente se abre: ¿qué sentido tenían aquellas palabras? (cf. Lc 1, 29).

Sí, Dios le habla de su eterno misterio. Dice que es Padre y, esta paternidad que es Dios mismo, se manifiesta admirablemente en el Hijo. El Hijo de la misma naturaleza que el Padre y El mismo, Dios. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado.

¡Sí! Engendrado, y continuamente generado desde la eternidad en la unidad de la Divinidad. En la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu-Amor.

2. En el pueblecito de Galilea Dios mismo visita, mediante el Mensajero angélico, a la Virgen, y le habla de su eterno misterio.

Comparte con Ella, con una criatura, con su humilde esclava, el Misterio de sus eternos designios.

Son éstos los designios del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: en la unidad de la Divinidad que es Amor.

Dios que es Amor, abraza a toda la creación, visible e invisible.

El Amor que es el Existir de Dios, el "Ser" de la Trinidad "ayer, hoy y siempre" (cf. Heb 13, 8), se concentra sobre el hombre. Desea hacer partícipe gratuitamente al hombre de su vida, de su naturaleza, de la divinidad misma.

Y he aquí, en la vía de tal don se encuentra Ella: la llena de gracia.

En Ella, el corazón de una criatura y la historia de un ser humano llegan a ser la primera morada del Emmanuel:

"El Señor está contigo" (Lc 1,28). "Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1,42).

3. María escucha las palabras del saludo del Ángel. Y junto a María escucha estas palabras toda la creación. La humanidad entera. Precisamente en esas palabras, se trata de la causa del hombre.

"Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo" (Lc 1, 31).

De la mujer nace el hombre. Ella lo concibe; lo lleva bajo su corazón; lo da a luz.

María, siendo virgen y permaneciendo virgen, debe realizar la misma experiencia: debe llegar a ser Madre.

"¿Cómo será eso, pues no conozco varón ... ? El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 34-35).

4. El Espíritu Santo.

Aquel que es el amor increado.

Consubstancial al Padre y al Hijo. ¡Precisamente El!

Es propio de El, que es el Amor, realizar el misterio del nacimiento humano del Hijo de Dios: de Aquel que, siendo de la misma naturaleza del Padre, nace desde la eternidad, en la unidad de la Divinidad.

Tú preguntas, María, "¿cómo será eso?".

Esto no puede realizarse de otro modo —"ni de amor carnal, ni de amor humano"— sino de Dios.

Sólo de Dios puede nacer Aquel que será "Santo y llamado Hijo de Dios" (cf. Lc 1, 35). "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra". Solamente de esta potencia, que es Amor, puede nacer Aquel que, siendo Dios, será también hombre; Aquel que, siendo hombre, será también Hijo de Dios.

¡Hijo tuyo, María! ¡No temas!

5. La Iglesia escucha incesantemente estas palabras junto con la Virgen de Nazaret y junto con Ella las medita: "qué saludo era aquél".

Y, meditando, sigue las palabras que escuchó María y penetra —en la medida de la capacidad humana— en las profundidades inefables del Misterio que es Dios.

Dios y sus designios salvíficos con respecto al hombre.

Y por esto, meditando las palabras del saludo de Nazaret, la Iglesia mira a través de ellas a la historia del hombre en toda su extensión, hasta los mismos orígenes.

Por esto leemos del Libro del Génesis en la liturgia de hoy; el texto que habla de la verdad del pecado original.

Y leemos este texto para retornar a Aquella que el Mensajero proclamó: llena de gracia.

¿No era tal vez necesario que sólo Ella no participase en el pecado del "origen" humano? ¿Que estuviese libre de tal herencia? ¿ Que en Ella, elegida para ser la Madre del Redentor, se realizase toda la plenitud de la redención?

¿Que Ella fuese la Inmaculada Concepción?

6. Hoy, viviendo el Adviento del año del Señor de 1988, la Iglesia desea agradecer todo lo que ha sido el don del "Año Mariano" para todos y para cada uno. Para las personas y para las comunidades del Pueblo de Dios en todo el mundo.

Para la relectura del mensaje del Concilio Vaticano II sobre la presencia de la Madre de Dios en la misión de Cristo y de la Iglesia.

Para la renovación y la conversión de los corazones humanos.

Para el fortalecimiento de la fe y de la esperanza.

Para el recuerdo de las grandes acciones de Dios en la historia de cada una de las naciones.

Para la relectura de la verdad sobre la dignidad vocación de la mujer.

Por la alegría de la maternidad espiritual que Cristo extendió a todo ser humano en su testamento de la redención.

7. Centrados en el misterio de María, que lleva el nombre de "Inmaculada Concepción". entramos en el Adviento. No solamente en el Adviento de este año litúrgico., sino también en el adviento del próximo milenio,

Caminamos hacia la noche de Navidad y hacia la noche pascual de la lucha entre la muerte y la vida que está en Cristo.

En El, el Padre eterno eligió a la Virgen de Nazaret.

En El nos eligió a cada uno de nosotros "antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por el amor" (Ef 1, 4), para que fuésemos alabanza de su gloria, nosotros que, junto con María, esperamos en Cristo (cf. Ef 1, 12).

SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS Y SS.MA XXII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica Vaticana - Domingo 1 de enero de 1989

1. "Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo" ( Gal 4, 4).  

Dios envió al Hijo, ¡una verdad maravillosa! Dios, un Dios verdadero, Dios que es uno . Es uno en su divinidad.

A cuántas personas, enfrentadas con esta unidad y unicidad de Dios, les pareció inconcebible que esto fuera cierto. "Dios envió al Hijo". Que esta sea la verdad acerca de Dios.

Sin embargo, ¿no es Dios un misterio absoluto? ¿Puede quizás el hombre medir la verdad sobre Dios, sobre su unidad, sobre la vida interior de la divinidad con la vara de las experiencias y conceptos humanos?

¡Verdad y misterio!

La verdad sobre Dios es precisamente este Misterio de su unidad, que es la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo . Es la Unidad divina de la Trinidad.

Ésta es la verdad, que él mismo nos anunció: “había hablado. . . muchas veces . . . a través de los profetas. . . últimamente. . . nos habló por el Hijo ”( Hb 1, 1-2).

Mientras tanto, en el umbral del año 1989 que comienza hoy, nosotros, personas humanas, damos gloria y alabanza a Dios , que es misterio, que es unidad divina en la Trinidad. La divina unidad de comunión.

Damos gloria y alabanza. Y comenzamos el año nuevo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

2. " Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos , Dios envió a su Hijo".

Durante la octava de Navidad, así como ayer, contemplamos, con los ojos de la fe, la generación eterna de este Hijo, del Verbo: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. "( Jn 1,1 ). El Hijo de la misma sustancia que el Padre. Dios de Dios, luz de la luz.

Hoy consideramos el mensaje de Pablo sobre el Hijo enviado por el Padre . Y también del Espíritu enviado por el Padre y el Hijo. El Hijo fue enviado visiblemente a la naturaleza humana de Jesús de Nazaret. El Espíritu se envía de forma invisible. Se envía a nuestros corazones. Es enviado por el Hijo que grita: ¡Abba, Padre! (cf.  4, 6). Y nuestro corazón y nuestra boca claman junto con él: ¡Padre, Padre nuestro!

El Hijo fue enviado a tiempo. Vino al mundo y luego lo dejó, volviendo al Padre. Sin embargo, su misión no ha cesado. La misión del Hijo permanece. Permanece a través de la obra del Espíritu Santo. El Hijo está presente en nuestro corazón y en nuestra historia.

Y es por eso que también permanece "la plenitud de los tiempos" . Cada año nuevo adquiere significado a partir de esta plenitud y está impregnado de ella. Por eso lo llamamos el año del Señor: el año nuevo de nuestro Señor Jesucristo. Este es el año 1989 de su nacimiento terrenal , también teniendo en cuenta la limitación de los cálculos humanos.

3. Saludamos, pues, el nuevo año en esta "plenitud de los tiempos", en la que participará gracias a la misión del Hijo y gracias a la misión del Espíritu del Hijo.

Nosotros te saludamos. . .

Deseamos que el rostro del Señor descanse sobre él. Deseamos que sea el año de la paz, la justicia y la solidaridad creciente , de preocupación social para todos y cada uno. ¡Que la paz, la justicia y la solidaridad crezcan en los hombres y en la sociedad!

Que crezcan y maduren en las conciencias humanas , así como en el trabajo diario de la conciencia y la voluntad.

Este "crecimiento" humano se encuentra constantemente con la misión del Hijo. La misión, que llega a los corazones por obra del Espíritu de verdad y se manifiesta en el grito: ¡Abba Padre!

Este grito da testimonio de la filiación adoptiva : "Ya no eres esclavo, sino hijo", escribe el apóstol. El Hijo en el Hijo, en el único y eterno Hijo-Verbo, que se hizo hombre y nació de la virgen María.

Se hizo hombre, ¡para nosotros!

Nació de la virgen María, ¡para nosotros!

El es nuestra herencia. El legado de todos. ¡Dios quiere que todos los hombres se salven en él y lleguen al conocimiento de la verdad!

“Ya no eres un esclavo, sino un hijo; y si eres hijo, también eres heredero por voluntad de Dios ”(cf.  4, 7).

4. El eterno Hijo de Dios - consustancial con el Padre - en su nacimiento terrenal de la Virgen se convirtió en el Hijo del Hombre.

Dios le dio todas las naciones y pueblos en herencia. Mediante la herencia, que es él mismo, mediante la filiación que nos otorga en el Espíritu Santo, todos nos hemos convertido en su herencia. Su gente.

El Concilio enseña: “En todos. . . las naciones de la tierra tiene sus raíces en un solo pueblo de Dios, porque de todas las razas él toma a los ciudadanos de su Reino, no terrenales, sino celestiales. Y de hecho todos los fieles esparcidos por el mundo se comunican con los demás en el Espíritu Santo, y así "quien está en Roma sabe que los indios son sus miembros". Por tanto, puesto que el Reino de Cristo no es de este mundo (cf. Jn 18 , 36 ), la Iglesia, es decir, el Pueblo de Dios, al introducir este Reino, no quita nada al bien temporal de ningún pueblo, sino al contrario, favorece y acoge toda la riqueza de habilidades y costumbres de los pueblos, en cuanto son buenos, y acogerlos los purifica, consolida y enaltece. Porque recuerda bien que debe reunirse con ese Rey, al que han sido dados en herencia todos los pueblos (cf.Sal 2, 8), y en cuya ciudad traen ofrendas y ofrendas. . . " ( Lumen gentium , 13).

5. Y precisamente por eso, la Iglesia hoy piensa en todos los pueblos del planeta entero, en todas las naciones , en las que cada uno encuentra su propia raíz humana y su propia identidad.

Aquí reportaré las palabras del mensajepara la celebración de esta jornada mundial de la paz, en la que expresé las esperanzas e inquietudes de la Iglesia en este primer día del nuevo año hacia quienes se encuentran viviendo en un contexto social, diferente al de sus propias tradiciones culturales y religiosas y étnicas. afiliaciones. Este es el problema de los grupos minoritarios; “El respeto a los mismos debe ser considerado, de alguna manera, como la piedra de toque de la convivencia social armoniosa y como el índice de madurez civil alcanzado por un país y sus instituciones. . . Garantizar la participación de las minorías en la vida pública es un signo de alto progreso civil, y esto se remonta al honor de aquellas Naciones, en las que se garantiza a todos los ciudadanos dicha participación en un clima de verdadera libertad ”(Ioannis Pauli PP II Nuntius ob diem ad pacem fovendam dicatum pro a. D. 1989 , 12, de 8 dic. 1988 : Enseñanzas de Juan Pablo II , XI, 3 [1988] 1738).

6. " Los pastores fueron sin demora y encontraron a María, a José y al Niño , que estaba acostado en el pesebre" ( Lc 2, 16 ).

Hoy es el octavo día de esta fiesta a través de la cual la liturgia nos hace conscientes del misterio del nacimiento de Dios, misterio que permanece inseparable del misterio inescrutable del mismo Dios , uno en la unidad de la divinidad. Que es uno en la unidad de la Trinidad. Que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

En el octavo día de la fiesta de la Encarnación del Verbo, la Iglesia dirige nuestra mirada a María . La Navidad es, al mismo tiempo, su fiesta. Su fiesta más grande. Su maternidad divina está contenida en el misterio del nacimiento terrenal del Hijo de Dios . Precisamente hoy esta maternidad divina de la Virgen María de Nazaret la rodeamos de una veneración particular.

"Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" ( Gal 4, 4).

¡Cuán estrictamente, cuán “orgánicamente” pertenece María al misterio de la misión del Hijo en el Espíritu Santo! A esta "misión" que tuvo lugar la noche de Belén y que perdura en la historia de la humanidad. Que perdura en los corazones humanos por obra del Espíritu del Hijo.

María es la primera testigo de este misterio. Es la "memoria" viva del Verbo que se hizo carne. Memoria viva. . . muy vivo: de hecho, ella es su madre.

"María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ).

A través de su maternidad divina, el Padre introdujo al Hijo en la historia de la humanidad.

Le dio por herencia las naciones y los pueblos de toda la tierra.

Porque él mismo, el Hijo, es la herencia de todos nosotros en Dios. De hecho, somos "hijos en el Hijo" y en él podemos clamar a Dios: "¡Abba, Padre!".

7. Podemos clamar el día en que la Iglesia ore por la paz en la tierra.

En el cual, considerando el bien de la paz, recuerda los derechos de las naciones. Nos referimos, Madre de Dios, a tu Inmaculado Corazón. A tu "memoria" maternal.

A través de la "memoria" del Verbo, que se hizo carne en ustedes, les encomendamos a todos los seres humanos, cuya humanidad el Hijo de Dios compartió al hacerse hombre.

Te encomendamos a todas las naciones y pueblos , en particular a aquellos que, de manera singular, "necesitan" tu memoria materna.

¡De tu corazón!

SANTUARIO MARIANO DE OROPA Y VALLE D'AOSTA

CELEBRACIÓN DE LA SAGRATO DE LA NUEVA BASÍLICA DE OROPA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Oropa (Vercelli) - Domingo 16 de julio de 1989

“He aquí, nos enteramos de que el arca estaba en Efrata, la encontramos en los campos de Iaar. . . " ( Sal 132, 6).

1. Estas palabras, queridos hermanos y hermanas, la liturgia las pone hoy en nuestros labios. En ellos el salmista habla del arca del pacto, en la que se guardaban las tablas de la ley, entregadas por Dios a Moisés. Apropiadamente, sin embargo, la Iglesia, en esta solemnidad mariana que celebramos, aplica el símbolo del arca a la Virgen: a María, que guardó en su seno al Verbo Encarnado, ese Verbo que no vino a abolir la ley, sino completarlo (cf. Mt 5, 17 ); a María, cuyo cuerpo, cuya mente, cuyo corazón son el "templo" del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo que nos hace comprender y vivir la ley divina.

Como el salmista que, con júbilo, anuncia que ha encontrado el arca del Señor, "en Efrata", "en los campos de Iaar", así también nosotros, exultantes, proclamamos hoy que hemos encontrado a María, el arca del alianza, aquí, en su hermoso y antiguo santuario de Oropa.

"El Señor ha elegido a Sion - prosigue el Salmo ( Sal 132, 13) - la quiso como su morada". El Señor eligió a Oropa —podríamos agregar— la quiso como morada de María; y en María y por María quiere habitar de modo especial aquí, en este santuario suyo.

2. Entremos, pues, en esta morada de Dios, siguiendo el ejemplo de innumerables huestes de fieles que han venido aquí durante tantos siglos. Entremos en este lugar favorecido por Dios y María y postrémonos en devota adoración ante la infinita Majestad divina, que se complace, por intercesión de María, en hacer descender de modo especial su misericordia en este lugar santo, e irradiar, desde aquí, siempre nuevas energías de gracia, que iluminan las mentes sobre la verdad que salva, fortalecen las voluntades en el cumplimiento de los mandamientos divinos, fortalecen la comunión de los hombres entre sí y con Dios.

Nosotros también hoy, como el rey David rodeado de su pueblo, nos regocijamos agradeciendo al Señor por habernos dado este santuario, la larguísima y muy rica historia de devoción y piedad, que se ha tejido alrededor de este templo, reverberando benéficamente en todo el entorno. región. Le agradecemos por darnos a María.

Y agradecemos también a María, que se haya complacido en mostrarse aquí no sólo a los corazones ya iluminados por la fe, sino a menudo también a los "en busca", que sintieron en sí mismos la necesidad de una conversión radical. muros de este santuario ¡la alegría y la paz del encuentro con Dios! A los ojos de la Madre leyeron la palabra decisiva, que disolvió las brumas de la duda y dio el complemento de energía necesario a las voluntades vacilantes. Aquí, a los pies de la Madre, encontraron la fuerza para renunciar a las sugerencias del mal para adherirse sin reservas a las exigentes, pero al mismo tiempo liberadoras, indicaciones del Evangelio.

3. Los santuarios marianos son, por su naturaleza, centros de esplendor del cristianismo, destinados a reconciliar a sus hermanos y hermanas ya difundir la fe. Por lo tanto, es justo que quienes se detienen aquí en oración se hagan las preguntas que el obispo de la diócesis, querido monseñor Giustetti, se dirigió a sí mismo y a usted en su carta pastoral el año pasado: "Nuestras comunidades - se pregunta - ¿son ellas? compuesto por adultos verdaderamente creyentes y valientes testigos de la fe? ¿No es ahora frecuente el número de los llamados jóvenes y adultos “distantes”? ¿Los dejamos a su suerte o deducimos de ellos un estímulo más fuerte para una actitud misionera? ”.

Estas son preguntas fundamentales, queridos hermanos y hermanas, son preguntas urgentes, por las cuales todo cristiano responsable debe sentirse desafiado. Por eso también te digo: toma conciencia de la altura de tu vocación y de los deberes que se derivan de ella. Nadie es cristiano solo por sí mismo. El don de la fe nos es dado porque nos hacemos testigos de él, con la palabra y con la vida, delante de los hermanos.

¡Por tanto, comprometid os a derivar una iniciativa misionera siempre renovada de la misma devoción a este santuario! ¡Procurad que la luz que María os concede en este lugar no sólo llene vuestras almas, sino que de diversas formas desborde, expanda e ilumine incluso a los que están "lejos"! Pídele a María aquí esta lujuria, esta vitalidad de tu fe. Que el amor y la misericordia hacia tus hermanos, por un lado, y la conciencia de tu responsabilidad hacia ellos, por otro, creen en ti una especie de santa inquietud, que te impulsa a una búsqueda continua de los mejores caminos y medios. Adecuado para comunicarles también esa luz que Dios te hace saborear, a través de María, en este santuario.

4. “¡He aquí la morada de Dios con los hombres! / Habitará entre ellos "( Ap 21, 3).

El hombre lleva dentro de sí una necesidad incontenible de lo absoluto. Básicamente, todo hombre, lo sepa o no, desea vivir donde vive Dios ¡Cuántas veces la Escritura presenta y exalta este anhelo del corazón religioso de "habitar en la casa del Señor"!

¿Y nuestra eterna bienaventuranza no consistirá en vivir con Dios? ¿Vivir donde Dios "les enjugará toda lágrima de los ojos", para que "no haya más muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque las cosas anteriores pasaron" ( Ap 21, 4)?

Pero, en cierta medida, esto ya ocurre en esta tierra por la fe: el Dios trascendente se vuelve de alguna manera "inmanente" en el corazón y la conciencia del hombre que cree. Esto ocurre sobre todo a través del sacramento de la Eucaristía, en el que la presencia de Dios entre nosotros y en nosotros adquiere la dimensión real del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

¿Cómo no comprender, entonces, el deseo de vivir junto al lugar donde vive Dios, para que la casa del hombre se una al templo, a la "casa de Dios"? ¿Y cómo no podemos encontrar correcto que intentemos satisfacer tal deseo?

Esto es precisamente lo que se viene haciendo desde hace siglos en este, como en muchos otros santuarios: acoger a los peregrinos que desean vivir en la "casa de Dios". Esto emana de una manera completamente lógica y espontánea de una espiritualidad cristiana intensamente vivida. Esto explica el compromiso que la comunidad eclesial biellesa siempre ha prodigado en autentificar y resaltar el trabajo de este lugar de culto, que las generaciones cristianas del pasado concibieron y quisieron como “domus Mariae”. Está en la naturaleza íntima de la fe cristiana levantar obras y estructuras de carácter humano y social que mantengan un vínculo vital con esta fe, sin la cual se desviarían de su propósito y perderían la energía que las sostiene.

5. En este punto me gustaría dirigir mi cordial saludo a todos. Saludo en primer lugar a las autoridades religiosas y civiles, cada una en su campo responsable de la buena gestión de este santuario y las obras relacionadas: vuestro celoso obispo, los prelados aquí reunidos, el señor alcalde, a quien agradezco el cortés saludo recibido a mí a mi llegada., las demás autoridades, así como el rector y los sacerdotes del santuario, las "Hijas de María" y las demás personas que prestan su diligente trabajo aquí. Dirijo un saludo especialmente afectuoso a todos los sacerdotes de la diócesis que se han reunido aquí para acompañarme en la celebración del divino sacrificio y dar testimonio de su afecto filial por María. Les da un cordial aliento porque, en las labores del ministerio, Siempre sepa buscar consuelo y apoyo en la intercesión de la Santísima Virgen. Luego, mis pensamientos se extienden a todos los hermanos y hermanas que frecuentan con devoción el santuario. Un pensamiento especial para los que sufren y los necesitados, que la fe empuja a los brazos de María, que, en su tierna preocupación, nunca deja de consolarlos y consolarlos en los momentos difíciles.

Hoy celebramos a María también bajo el título de Madonna del carmine. Este es un antiguo título mariano que está en el centro de una rica experiencia espiritual no solo para la familia religiosa que toma su nombre de la Virgen del Monte Carmelo, sino también para muchas almas que desean la perfección evangélica en una vida contemplativa centrada, así. de María, en continua oración y escucha de la Palabra.

6. ¡Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo! ( Lc 1, 28).

Vine aquí para saludar a Nuestra Señora, saludar a María la Santísima Virgen y saludarlos a ustedes. Saludemos ahora todos junto a María con estas amables y profundas palabras del ángel Gabriel.

Inclinémonos ante nuestra Madre. Nos detenemos frente a su venerada imagen en devota concentración. Contemplémosla en su más pura belleza, espejo inmaculado de la belleza divina.

Agradezcamos su presencia entre nosotros, sus oraciones y su cuidado maternal. Sentámonos profundamente felices bajo su mirada. La maravillosa escritura impresa en la fachada de la antigua Basílica nos recuerda esta alegría: "O quam beatus, o Beata, quem viderint oculi tui": "¡Oh, en verdad es bendito, oh Santísima Virgen, en quien descansan tus ojos!" .

"Aquí estoy - nos dice María - soy la sierva del Señor" ( Lc 1, 38). Santísima Virgen, queremos servir a Dios, todos queremos servir a Dios contigo, queremos servir a Dios como tú.

¡Que así sea!

VIAJE PASTORAL A SANTIAGO DE COMPOSTELA Y ASTURIAS
 CON MOTIVO DE LA IV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Basílica de Covadonga
Lunes 21 de agosto de 1989

Amadísimos hermanos en el Episcopado,
queridos hijos e hijas:

1. “¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!” (Sal 87 [86], 3).

El salmista se prodiga en expresiones de alabanza a Jerusalén, la ciudad de Dios. Proclama la gloria de Sión, cuyas puertas son las que “prefiere el Señor”.

Sión, la montaña del Señor sobre la cual, como cimiento, está fundada la ciudad del Dios vivo: la ciudad que fue testigo de la Pascua, esto es, del Paso Salvador de Dios.

Y para este Paso de salvación estaba previsto un lugar: el Cenáculo de Jerusalén, donde se reunieron los Apóstoles después de la Ascensión del Señor. Allí permanecieron unidos en oración “Junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1, 14).

Allí se prepararon para el acontecimiento de Pentecostés.

2. ¡“Qué pregón tan glorioso para ti”, santuario de Covadonga, Cueva de nuestra Señora!

Desde hace siglos se reúnen aquí asiduamente en oración generaciones de discípulos de Cristo, los hijos y las hijas de esta tierra de Asturias y de España. Se reúnen “con María”. Y la oración “con la Madre de Jesús” prepara, de una manera particular, los caminos de la venida del Espíritu.

Este es el misterio de la Sión jerosolimitana. Este y no otro es el misterio de los santuarios marianos. Este es también el misterio del santuario de la Santina de Covadonga, donde, desde hace siglos, la Esposa del Espíritu Santo, la Virgen María, está rodeada de veneración y amor.

Después de haber estado como peregrino en Compostela, he querido subir hasta aquí, a la montaña santa de Covadonga, tan unida por la historia a la fe de España.

Mi más cordial saludo se dirige en primer lugar a Su Alteza Real Don Felipe de Borbón, felizmente vinculado a este lugar Mariano, como Príncipe de Asturias.

Asimismo, pláceme renovar mi fraterno saludo al señor arzobispo de Oviedo, monseñor Gabino Díaz Merchán, y a su auxiliar, así como a los queridísimos asturianos. Este saludo se extiende también a los amadísimos Pastores de las diócesis hermanas de Astorga, León y Santander que, acompañados de numerosos fieles, han venido a esta solemne Eucaristía.

3. Todos juntos ensalzamos en este día a la Esposa del Espíritu Santo. Fue a Ella sola, a quien el Ángel mensajero de Dios anunció en Nazaret: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (Lc 1, 35). María dio su consentimiento diciendo: “Hágase en mí según tu palabra” (ib. 1, 38). Y desde entonces quedó convertida en el santuario más santo de la historia de la humanidad.

¡María, Hija admirable de Sión!

He aquí que la vemos en camino hacia la casa de su prima Isabel. Esta, a su vez, iluminada por el Espíritu Santo, reconoció en María este santísimo santuario:

“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!”.
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” (ib. 1, 42-43).

Con estas palabras inspiradas, ella tributó a María la primera bienaventuranza del Nuevo Testamento: la bienaventuranza de la fe de María:

“Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (ib. 1, 45).

4. El Papa sucesor de Pedro, “que confiesa su fe” en este santuario vivo, que es la Virgen de Nazaret, sube también hoy a la montaña, a Covadonga, la Casa de la Señora, para proclamar a María ¡Bendita, feliz, dichosa! Se cumplirá así la profecía de la Virgen del Magnificat“Desde ahora me felicitarán todas las generaciones” (cf ib. 1, 38).

María es “la que ha creído”. Es la creyente por excelencia, que ha dado su consentimiento a las palabras del Ángel y a la elección del Señor. En esta narración evangélica se nos desvela el misterio de la fe de María.

Para poder anunciar esta verdad acerca de la Madre del Redentor es necesario recorrer el admirable “itinerario de la fe” que conduce de Nazaret a Belén, del templo de Jerusalén –el día de la presentación del Niño Jesús– a Egipto, adonde huye en compañía de su esposo y su hijo, por temor de Herodes; y más tarde, tras la muerte de éste, regresa de nuevo a Nazaret. Así van pasando los años de la vida oculta de Jesús.

Cuando Jesús da comienzo a su misión mesiánica, el itinerario mariano de la fe pasará por Caná de Galilea para llegar después a su revelación culminante en el Gólgota, a los pies de la Cruz.

Y finalmente, la encontramos en el Cenáculo de Jerusalén, en la ciudad santa de Sión, donde la primera comunidad de los discípulos de Jesús, en la espera de Pentecostés, reconoce en María a Aquella “que ha creído”; la que con su fe ha hecho posible lo que ellos han podido contemplar con sus propios ojos.

María, testigo de Jesús que ha subido al cielo, es garantía del Espíritu prometido, a quien los discípulos esperan en oración unánime y perseverante.

5. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha declarado que la Virgen, Santa Madre de Dios, admirablemente presente en la misión de su Hijo Jesucristo, “precedió” a toda la Iglesia en el camino de la fe, de la esperanza y de la perfecta unión con Cristo (cf. Lumen gentium, 58).

Desde el día de Pentecostés se mantiene en el Pueblo de Dios por toda la faz de la tierra, este admirable “preceder” en la fe. Los santuarios marianos dan testimonio eficaz de este hecho.

Y lo da también el santuario de Covadonga.

La Cueva de nuestra Señora y el santuario que el pueblo fiel ha consagrado a esta imagen “pequeñina y galana”, con el Niño en brazos y en su mano derecha una flor de oro, son un monumento de la fe del pueblo de Asturias y de España entera. La presencia de la Madre de Dios, vigilante y solícita en este lugar, realiza idealmente una unión sensible entre la primera comunidad apostólica de Pentecostés y la Iglesia establecida en esta tierra. Allí y aquí la presencia de María sigue siendo garantía de una auténtica fe católica y de una genuina esperanza nunca perdida.

En el Cenáculo los Apóstoles intensifican sin duda su cercanía afectuosa y filial a María, en quien contemplan un testigo singular del misterio de Cristo. Antes habían aprendido a mirarla a través de Jesús. Ahora aprendían a mirar a Jesús a través de la que conservaba en su corazón las primicias del Evangelio, el recuerdo imborrable de los primeros años de la vida de Cristo.

También en Covadonga los cristianos de Asturias veneráis en María a la Santa Madre de Cristo. Y Ella misma os introduce en el conocimiento de su Hijo, el Redentor del hombre.

Aquí y allí, en Covadonga y en el Cenáculo de Jerusalén, la presencia de María es garantía de la autenticidad de una Iglesia en la que no puede estar ausente la Madre de Jesús.

6. Así, Covadonga, a través de los siglos, ha sido como el corazón de la Iglesia de Asturias. Cada asturiano siente muy dentro de sí el amor a la Virgen de Covadonga, a la “Madre y Reina de nuestra montaña”, como cantáis en su himno.

Por eso, si queréis construir una Asturias más unida y solidaria no podéis prescindir de esa nueva vida, fuente de espiritual energía, que hace más de doce siglos brotó en estas montañas a impulsos de la Cruz de Cristo y de la presencia materna de María.

¡Cuántas generaciones de hijos e hijas de esta tierra han rezado ante la imagen de la Madre y han experimentado su protección! ¡Cuántos enfermos han subido hasta este santuario para dar gracias a Dios por los favores recibidos mediante la intercesión de la Santina!

La Virgen de Covadonga es como un imán que atrae misteriosamente las miradas y los corazones de tantos emigrantes salidos de esta tierra y esparcidos hoy por lugares lejanos.

La Virgen María, podemos decir, no es sólo la “que ha creído” sino la Madre de los creyentes, la Estrella de la evangelización que se ha irradiado en estas tierras y desde aquí, con sus hijos, misioneros y misioneras, ha llegado al mundo entero.

Covadonga es además una de las primeras piedras de la Europa cuyas raíces cristianas ahondan en su historia y en su cultura. El reino cristiano nacido en estas montañas, puso en movimiento una manera de vivir y de expresar la existencia bajo la inspiración del Evangelio.

Por ello, en el contexto de mi peregrinación jacobea a las raíces de la Europa cristiana, pongo confiadamente a los pies de la Santina de Covadonga el proyecto de una Europa sin fronteras, que no renuncie a las raíces cristianas que la hicieron surgir. ¡Que no renuncie al auténtico humanismo del Evangelio de Cristo!

7. “El la ha cimentado sobre el monte santo... y cantarán mientras danzan: Todas mis fuentes están en ti”. (Sal 87 [86], 7)

Covadonga es también misteriosa fuente de agua que se remansa, tras brotar de las montañas, como imagen expresiva de las gracias divinas que Dios derrama con abundancia por intercesión de la Virgen María.

La ardua subida a esta montaña que muchos de vosotros seguís haciendo a pie en una noble y vigorosa experiencia de peregrinación, es el símbolo del itinerario de la fe, del recorrido solidario de los caminos del Evangelio, de la subida al monte del Señor que es la vida cristiana. ¡Cuántos peregrinos han encontrado aquí la paz del corazón, la alegría de la reconciliación, el perdón de los pecados y la gracia de la renovación interior! De esta manera la devoción a la Virgen se convierte en auténtica vida cristiana, en experiencia de la Iglesia como sacramento de salvación, en propósitos eficaces de renovación de vida.

¡María es la fuente y Cristo el agua viva!

Me complace saber que Covadonga es hoy lugar de peregrinación para tantos buscadores de Dios, que se manifiesta especialmente en la soledad y el silencio y se revela en los santuarios de la Madre. Aquí María, orante y maestra de oración, enseña a escuchar y a mirar al Maestro, a entrar en intimidad con El para aprender a ser discípulos, y ser después testigos del Dios vivo en una sociedad que hay que impregnar de auténtico testimonio de vida.

Aquí, en Covadonga, templó su espíritu un ilustre capellán de la Santina, Don Pedro Poveda y Castroverde, fundador de la Institución Teresiana, dedicada a la formación cristiana y a la renovación pedagógica en la España del primer tercio de este siglo. Una intuición profética, inspirada por María, para la promoción de la mujer, a través de mujeres de una auténtica transparencia mariana y un ardor apostólico típicamente teresiano. ¡Aquí nació esta obra, a los pies de la Santina!

8. Queridos hermanos y hermanas: Hemos escuchado la proclamación del Salmista: “Se dirá de Sión: Uno por uno todos han nacido en ella: el Altísimo en persona la ha fundado” (Sal 87 [86], 5).

Así es. Cada uno de nosotros ha nacido en Sión el día de la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés. Cuando nace la Iglesia con la presencia de María. «El Señor escribirá en el registro de los pueblos: “ Este ha nacido allí ”» (ib. 6).

Aquí, en el santuario mariano de Covadonga, el pueblo que habita en la península ibérica, y en particular en la tierra de Asturias, percibe de una manera especial su nacimiento por obra del Espíritu Santo.

Porque Covadonga es seno maternal y cuna de la fe y de la vida cristiana para la iglesia que vive en Asturias. Y María es imagen y Madre de la Iglesia y de cada comunidad cristiana que escucha la palabra, celebra los sacramentos y vive en la caridad, construyendo una sociedad más fraternal y solidaria.

Escuchad lo que nos enseña el Concilio Vaticano II:

“La Virgen Santísima... dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8, 29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno”  (Lumen gentium, 63).

Aquella que ha creído es también la que ha dicho:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Lc 1, 46-47).

Ella misma. La que es santísimo santuario del Dios hecho hombre.

Ella misma. La que es inspiración para todas las generaciones del Pueblo de Dios en su peregrinación terrena.

María. Ella misma... comienzo de un mundo nuevo –de un mundo mejor– en Cristo Jesús.

Amén.

SANTA MISA PARA LA FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE CZESTOCHOWA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Castel Gandolfo - Sábado 26 de agosto de 1989

Queridos hermanos y hermanas, leeré ahora las palabras que en 1983 se dirigieron a Jasna Gora con motivo del sexagésimo aniversario de la presencia de la imagen de Nuestra Señora: "Cristo presente junto a su madre en una Caná polaca ante nosotros, de generación en generación, la gran causa de la libertad. Dios le concede la libertad al hombre como medida de su dignidad. Sin embargo, al mismo tiempo, se le da como tarea: "La libertad no es un alivio, sino el cansancio de la grandeza" (L. Staff, "Aquí está tu canción"). El hombre, de hecho, puede usar la libertad para bien o para mal. Puede construir o destruir a través de él. La evangelización de Jasna Gora contiene la llamada a la herencia de los hijos de Dios. La llamada a vivir la libertad. Hacer buen uso de la libertad. Construir y no destruir ”.

Hoy, reunidos en este lugar, unidos con todos aquellos que, en muchos santuarios de todo el mundo, veneran a la Señora de Jasna Gora en su santuario, porque ella es un signo particular de unión entre todos los polacos, incluso los que están lejos de la patria - en este día me vienen a la mente las palabras que acabamos de leer.

Tratemos de expresar en nuestras oraciones lo que nos exige el momento presente. Hay muchas cosas, muchas peticiones, intenciones, muchas esperanzas e inquietudes. Oremos por toda la sociedad, por toda la nación que vive a orillas del Vístula, en la patria, y también por todos los polacos que viven fuera de la patria. Oramos por las personas que, ahora, asumen la responsabilidad de la causa común. Tadeusz Mazowiecki me pidió específicamente que orara por él cuando aceptó el importante puesto de primer ministro.

Oremos por todos, por cada uno, acercémonos unos a otros. El bien común significa el bien de todos, pero el bien de todos está incluido en este bien de todos. La Madre nos invita a todo esto. Damos gracias a Dios por la presencia en la historia de esta Madre, que es Madre de Dios y Madre del hombre. En su imagen todos podemos encontrarnos, podemos redescubrir nuestra mayor identidad, confirmar quiénes somos, podemos ser uno y, al mismo tiempo, cada uno de nosotros frente a ella es único e irrepetible. Oremos por cada uno y por cada uno, oremos por todos, para que podamos afrontar y ser dignos de esta conquista de nuestro tiempo que es juntos un desafío, una prueba de fuerza. Durante esta Santa Misa se expresarán muchas peticiones, algunas en voz alta en la oración de los fieles, otras en el fondo del corazón. Muchas de estas oraciones se realizarán en suelo polaco, especialmente en el santuario de Jasna Gora. Unámonos a todas estas oraciones y, en primer lugar, recordemos que en Jasna Gora María sigue repitiendo las palabras de Caná: "Haced lo que os diga mi Hijo". En cierto sentido, es la última palabra de Caná de Galilea y también la última palabra del santuario de Jasna Gora.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María
Viernes 8 de diciembre de 1989

l. "Cantad al Señor un cántico nuevo ... Su diestra le ha dado la victoria" (Sal 97/98, 1).

¡Cantad al Señor! Venimos hoy a esta Basílica que las generaciones cristianas de los primeros siglos edificaron en honor de María Santísima y que hoy los fieles de Roma y de todas las partes del mundo, con tanta generosidad y sensibilidad que merecen mi aplauso y mi aliento, contribuyen a volver a su antiguo esplendor sosteniendo los necesarios trabajos de restauración. Venimos a "cantar un cántico nuevo", es decir, el cántico de la Inmaculada Concepción.

Y venimos para meditar la victoria que en la Virgen de Nazaret, elegida para ser la Madre del Redentor, consiguió Cristo, su Hijo.

Venimos para alegramos juntamente con María por este misterio que se inscribe en la historia del gran adviento de la humanidad; y sobre el telón de fondo de esta historia Ella resplandece como la aurora en el cielo: cuando la noche deja paso al día, las tinieblas a la luz.

2. La liturgia de hoy habla de victoria porque habla de lucha.

"Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3, 15).

Estas palabras del Libro del Génesis pertenecen al pasaje que atestigua el origen del pecado en la historia del hombre: el pecado "original".

En este pecado "el padre de la mentira" (Jn 8, 44) se enfrentó al Padre de la luz. Y logró captar para su causa al hombre, a quien Dios había creado varón y mujer, y a quien había dado la gracia de su amistad: la participación en la vida misma de Dios.

El Concilio Vaticano II enseña: "Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes, 13).

Desde aquel momento "el hombre ... cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal... Es esto lo que explica la división intima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha. y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (ib. 13).

3. La liturgia de hoy habla de esta lucha. Se remonta al exordio mismo de la historia del pecado en el género humano. Pero al mismo tiempo habla de la victoria.

Y esa victoria ya es anunciada con las palabras del Libro del Génesis que aparecen en la primera lectura de esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

Dichas palabras aluden a la "estirpe de la mujer", que "herirá la cabeza de la serpiente".

Luego hemos escuchado en el Evangelio las palabras dirigidas por el ángel de la Anunciación a María de Nazaret: "Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús ... El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios... Su reino no tendrá fin" (Lc 1, 31.35.33).

4. El nombre Jesús significa "Dios salva" (Dios es el Salvador). "Salva". es decir, libra del mal. "Salva", es decir, "vence el mal". Es esto precisamente lo que en el lenguaje metafórico del Libro del Génesis significan las palabras "herirá en la cabeza la serpiente".

Sin embargo, ya aquel primer anuncio habla del precio que pagará el Salvador, Hijo de una Mujer.

Sabemos qué precio ha pagado Jesús, Hijo de María, nuestro Salvador. Sabemos que "hemos sido comprados a un caro precio" ( cf. Co 6, 20). La Cruz de Cristo está en el centro de la historia de la salvación, en el centro de la historia del hombre.

María estará bajo la Cruz.

Precisamente sobre la Cruz se conseguirá la victoria. Precisamente a través de la Cruz "su reino no tendrá fin".

Es "la diestra" del Hijo, clavado en la Cruz, la que ha conseguido esta victoria sobre el pecado.

5. Esa victoria es lo que celebra hoy la liturgia de la Iglesia.

Aquí tiene su punto de partida la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María.

El Hijo ha obtenido esta victoria en su Madre y por su Madre preservándola de la herencia del pecado de Adán desde el primer momento de su existencia, ya en el momento mismo de la concepción.

Ella, como todos los hombres, tenía necesidad de redención. Y fue redimida gracias al precio del Sacrificio de la Cruz de su Hijo. Fue redimida gracias a este Sacrificio.

Fue redimida de un modo particular.

La Iglesia profesa esta singular y excepcional redención de la Madre de Cristo celebrando la Inmaculada Concepción de María.

6. Hoy, juntamente con el Apóstol, la Iglesia bendice a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo.

En efecto, "en la persona de Cristo (el Padre) nos eligió —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables ante él... para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 4.6).

Esta bendición se refiere a todos los hombres redimidos por Cristo.

De modo particular excepcional se refiere a María .. A aquella a la que el ángel Gabriel dijo en la Anunciación:

"Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo"; y a la que Isabel exclamó: "bendita tú entre las mujeres" (Lc 1, 28.42).

¡Cantemos al Señor un cántico nuevo!

El día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María el Adviento se transforma en "un cántico nuevo" con que la Iglesia canta a su Señor y Redentor.

VIAJE APOSTÓLICO A CABO VERDE, GUINEA BISSAU, MALI, BURKINA FASO Y CHAD

SANTA MISA EN EL SANTUARIO MARIANO DE YAGMA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Yagma (Burkina Faso) - Lunes 29 de enero de 1990

Hermanos y hermanas, os saludo a todos, pueblo de Burkina.

1. Los saludo a todos ustedes, miembros del Pueblo de Dios de Burkina, sean quienes sean, y en cualquier parte de esta tierra de hospitalidad y paz que vivan. Gracias por su alegre acogida al Papa, sucesor de Pedro, que recibió del Señor la misión de fortalecer la fe de sus hermanos. Este es el propósito de mi nueva peregrinación entre ustedes, diez años después de mi primera visita a Uagadugú.

Saludo cordialmente al hermano cardenal Paul Zoungrana y le agradezco sus palabras de bienvenida. Le ofrezco mis más fervientes deseos por sus veinticinco años como cardenal, que celebrará el 22 de febrero.

Mi más cordial saludo para todos ustedes, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas, líderes de movimientos. ¡Gracias a todos por vuestro fervor y por vuestra alegría!

Saludo también a las autoridades civiles y les agradezco por facilitar nuestro encuentro.

2. Aquí estamos reunidos para celebrar la Sagrada Eucaristía, para participar en ella. Como decían los antiguos padres de la Iglesia, preparamos dos mesas: en una está el pan de la Palabra de Dios, en la otra colocamos el alimento eucarístico del Cuerpo y la Sangre del Señor.

¿Qué nos dice la Palabra de Dios hoy? Nos dice que “cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer. . . para que seamos adoptados como niños ”( Gal 4: 4-5).

Según la enseñanza de San Pablo, que escribió estas palabras a los Gálatas, la "plenitud de los tiempos" llega con el nacimiento terrenal del Hijo de Dios, Jesús, nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. En este nuevo tiempo, los hijos e hijas de la humanidad están siendo adoptados, elevados a la dignidad de hijos de Dios, hermanos del Eterno Hijo de Dios.

Aquí está la esencia del mensaje de la Palabra de Dios hoy.

3. San Mateo confirma esta verdad en el Evangelio que hemos escuchado. Nos dice que un día Jesús estaba enseñando: estaba cumpliendo su misión como Mesías. Alguien le dijo que su Madre y sus hermanos, es decir, miembros de su familia, estaban entre la multitud y querían hablar con él.

Jesús no interrumpió su enseñanza, sino que aprovechó la presencia de María, su Madre, y de los miembros de su familia para mostrar los verdaderos vínculos que unen a los hombres en Dios, ¡vínculos más fuertes que los de sangre!

"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" ( Mt 12, 48). Preguntó Jesús y, extendiendo la mano a sus discípulos, dijo: "He ahí a mi madre y he ahí a mis hermanos" ( Mt 12, 49).

Sí, gracias al Hijo de Dios hecho hombre, se han establecido nuevos vínculos espirituales. Derivan de la "adopción filial" que el Padre Eterno nos ha concedido al enviar al mundo a su Hijo único, nacido de mujer.

4. Estos nuevos vínculos entre el hombre y Dios, y entre los hombres unidos por la "adopción filial" son los frutos del Espíritu Santo que obra en nuestro corazón.

Y San Pablo dice a los Gálatas: "Y que sois niños, la prueba de esto es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones que grita: ¡Abba, Padre!" ( Gal 4, 6).

El Hijo le dice al Padre: "Abba, Padre". El Hijo de Dios nos enseñó a decirle a su Padre que está en los cielos: "Padre nuestro". La oración que Jesús nos enseñó, la oración del Señor, es la oración de los hijos e hijas de la adopción divina, de todos aquellos que han recibido la "adopción filial" en Cristo.

El apóstol añade que ninguno de ellos es ya esclavo, sino hijo y heredero gracias a la voluntad de Dios (cf.  4, 7). Todos participan de la herencia del Hijo unigénito. ¡Todos, a cualquier edad, grandes o pequeños, ricos o pobres! Todos pueden recibir el don de la fe. Todos pueden ser bautizados en Cristo.

5. Aquí en Burkina, la fe les fue anunciada hace 90 años cuando los Padres Blancos y las Hermanas Blancas vinieron a traer la semilla de la Palabra a su tierra. Merecen tu gratitud. Sé con qué celo han formado cristianos convencidos entre ustedes y han fundado comunidades activas, y han dado a luz el precioso fruto de las vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa en las familias. Ahora, están felices de colaborar con los obispos y sacerdotes locales.

Los misioneros fueron apoyados en la inmensa obra de evangelización por el talentoso ejército de catequistas que fueron capaces de prepararse para el papel de celosos apóstoles. Estos hombres de fe, a veces fundadores de comunidades, a menudo solos en animarlas, han permanecido modestos. Dios sabe cuál ha sido su trabajo y qué indigencia han aceptado. Tienen derecho a nuestra gratitud. ¡Regocijémonos con ellos, porque la Iglesia de Burkina también es su corona!

¡Sí, aquí está, esta Iglesia, en toda su belleza! ¡Sacerdotes religiosos, catequistas, laicos, todos reunidos en esta familia de Dios que queréis hacer crecer junto a vuestros pastores, mis hermanos en el Episcopado! “Iglesia-familia de Dios” es un objetivo que has elegido al celebrar 75 años de evangelización, es una orientación que responde a tus profundas aspiraciones; te ayudará a enraizar tu fe en tu tierra africana. ¡Continúe reflexionando sobre los valores de la Iglesia-familia, y continúe avanzando en su construcción!

6. Quisiera saludar a todos los que integran esta Familia de Dios, conjunto de laicos que participan con fidelidad en la misión evangelizadora, en las parroquias, en la animación de las pequeñas comunidades, en la catequesis. Pienso en aquellos que están activos en sus diversos movimientos, grupos de oración, servicios eclesiales. En particular, me gustaría saludar a los más pobres. Sé con qué generosidad saben ayudar a los más pobres que ellos, a reconstruir la casa derrumbada de una familia pobre, como me escribiste.

Incluso sin pertenecer a un grupo, todos reciben una misión en la Iglesia, es decir, servir a Dios, servir a los hermanos ya la sociedad. Es para ustedes que escribí la exhortación Christifideles laici , después del Sínodo de los Obispos.

7. En el período de renovación que vive su país, la Iglesia y los laicos en particular están llamados a trabajar para que esta renovación se produzca sobre la base del respeto a la persona humana y a la familia. La vida humana es inviolable. El derecho a la vida debe ser defendido sin tregua "como primer derecho, origen y condición de todos los demás derechos de la persona" ( Christifideles laici , 38).

Es la familia la que constituye "el primer espacio para el compromiso social de los fieles laicos". Deben estar convencidos del "valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la Iglesia misma" (n. 40). Y es normal respetarlo y hacer valer la vida humana "en todas las etapas de su desarrollo, desde la concepción hasta la muerte natural" (n. 38). Es necesario garantizar la estabilidad de las familias y permitir que las parejas vivan una paternidad y una maternidad responsable, resistiendo la invasión de aquellos métodos que atentan contra la dignidad de la mujer y, por tanto, no honran al hombre. Insto a todos los laicos a luchar por la curación y santificación de la familia. Me dirijo en particular a las mujeres que, en su país, siempre han sabido trabajar por una sociedad sana y vigorosa.

8. También me gustaría animar a sus jóvenes, tan numerosos y dinámicos. Tiene que afrontar los flagelos modernos, las seducciones de las drogas y una sexualidad incomprendida, la dificultad de formarse bien y mantenerse. Expreso a los jóvenes mi estima y mi cariño, pero también mi confianza: los creo capaces de construir su vida en el signo de la verdad, la libertad y el servicio.

Queridos jóvenes, sed dignos herederos de la riqueza humana de vuestro pueblo. Mantener la valentía en el trabajo y la voluntad de ganar que caracterizan al Burkinabé. Mantenga este sentimiento de dignidad que constituye su orgullo. ¡Permanezcan en la unidad y armonía que son los frutos de la reconciliación entre los niños de este país!

9. Hermanos y hermanas, todos ustedes vengan a la mesa de la Palabra de Dios, recibirán la Palabra de vida, la Buena Noticia de que Dios es fiel en su amor, que sana y perdona, que los fortalece en la esperanza.

Venid a la mesa de la comida eucarística donde se reúnen jóvenes y mayores, todos los miembros del Cuerpo de Cristo, unidos por la comunión con Jesús resucitado, fortalecidos en la fe y animados a trabajar juntos para hacer la voluntad del Padre.

Jesús les dice: "Porque el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" ( Mt 12, 50). Con su presencia y con el don de su Espíritu en vuestros corazones, hace a sus hermanos herederos del reino del Padre.

10. En este lugar de oración que es Yagma, queridos hijos e hijas de Burkina Faso, nos dirigimos a la Madre de Jesús, Nuestra Señora de Yagma, como les gusta llamarla. Por ella el Hijo de Dios "nació de mujer" ( Gal 4, 4), porque aceptó ser su Madre, en la fe y en la obediencia a la Palabra que le fue anunciada. En su cuerpo virginal, María, a quien Dios había elegido, merecía concebir a este Hijo, guardando en su corazón la Buena Nueva encerrada en este nombre: Jesús, Dios salva. ¡Bendita la Virgen que oye la palabra de Dios y la guarda (cf. Lc 11, 27 )!

Sé que a menudo vienes aquí a orar, y espero que puedas construir un santuario digno de la Virgen María; este será el signo visible de tu confianza en Ella Reza fielmente a la Madre del Redentor. Uno de ustedes me escribió que el rosario es "como la cantina del mendigo". Guiado por las palabras del Ángel, siempre puedes dirigirte a ella como a sus hijos. Junto a ustedes, le pido que cuide de la Iglesia-familia de Burkina Faso en su ternura.

Hermanos y hermanas, ¡Dios los ayude a todos! ¡Que Dios los bendiga a todos y escuche nuestra oración!

VIAJE APOSTÓLICO A CABO VERDE, GUINEA BISSAU, MALI, BURKINA FASO Y CHAD

CELEBRACIÓN MARIANA EN LA CATEDRAL
DE "NUESTRA SEÑORA DE LA PAZ"

HOMILIA DE JUAN PABLO II

N'Djamena (Chad) - Martes 30 de enero de 1990

Queridos hermanos y hermanas,

1. Permítanme expresarles toda la alegría de estar entre ustedes, de poder expresar con voz el cariño que siento por ustedes. Estoy particularmente feliz de que mi primer acercamiento a la Iglesia de Chad tenga lugar bajo los auspicios de Nuestra Señora de la Paz.

De todo corazón encomiendo este encuentro a María y los que la seguirán, con sus atenciones como Madre, nos ayuden a buscar lo mejor para la salud espiritual de sus hijos chadianos, que pondremos juntos bajo su protección materna en el final de esta celebración en su honor.

2. Su país ha experimentado mucho sufrimiento: sufrimiento debido a la sequía y el hambre; sufrimientos provocados por dolorosos años de guerra y recientemente por la catástrofe aérea que ha traído luto a vuestras familias y ha privado a la comunidad diocesana de Moundou de su párroco, el arzobispo Balet.

Por eso es con emoción que al llegar besé tu tierra, que ahora veo renacer esta ciudad de N'Djamena de sus ruinas y que descubro esta noche tu catedral llena de juventud y luces. ¡Bendito sea Dios por el gozo que nos da de estar reunidos aquí!

3. Después del juicio, su país está abiertamente comprometido con el camino de la renovación. Generosamente y con gran dinamismo, los chadianos se han embarcado en el camino de la unidad y la paz. Espero que esta paz se consolide y sea portadora de alegría para todos en la búsqueda perseverante del perdón y la reconciliación. Espero que mantengan viva la esperanza en sus corazones porque el Señor los ama y está con ustedes. Como San Pablo les digo: “No se preocupen por nada, pero en cada necesidad expongan sus peticiones a Dios, con oraciones, súplicas y gracias; y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús ”( Fil 4, 6-7).

4. Confiar en la vida, confiar los unos en los otros, para reconstruir con todos los hombres de buena voluntad, un Chad más hermoso, un Chad reconciliado, un Chad unido en paz. Hijos e hijas de Chad, trabajen juntos, con paciencia, que es una gran virtud suya, para hacer de este país una tierra en la que podamos vivir felices. Y sobre todo, mantén la esperanza, como María que primero creyó que esperaba contra toda esperanza, que nos precede y nos anima en nuestra peregrinación, orientándonos siempre hacia su Hijo.

5. Como bautizado, tiene una tarea específica que realizar entre sus hermanos y hermanas en Chad. Estáis llamados a ser signos del amor de Cristo. Siguiendo el ejemplo de Nuestra Señora, que quiso seguir siendo una humilde sierva, este amor debe traducirse en servicio.

6. Vuestra Iglesia es todavía joven, ya que los primeros misioneros católicos llegaron a Chad hace tan sólo sesenta años. Y he aquí que ya cuenta con un hijo de su país entre los miembros de la Conferencia Episcopal.

Fue posible establecer cinco diócesis. Crece el número de vocaciones sacerdotales. La vida religiosa está en pleno desarrollo. En resumen, Chad es una buena tierra y vale la pena sembrarla con ambas manos. Esto es lo que han hecho y siguen haciendo sacerdotes, religiosos y religiosas, así como laicos de otros países. En nombre de los católicos chadianos, les agradezco su devoto apostolado y su celo en recorrer cientos de kilómetros de carretera para formar catequistas, animar dispensarios, enseñar idiomas, abrir talleres, entablar relaciones sinceras con los pueblos del Chad sensibles a testimonios de dedicación desinteresada.

¡Sigue sembrando en la buena tierra de Chad! Continuar también sensibilizando a los cristianos sobre el importante problema de las vocaciones sacerdotales y religiosas, ya que también debemos pensar en la sustitución de agentes pastorales. Ayude a las comunidades a descubrir el papel que pueden desempeñar en el fomento del florecimiento de vocaciones indígenas generosas, así como en el apoyo material a quienes responden al llamado de Dios.

7. Tu Iglesia ha crecido muy rápido. Quizás el mensaje del Evangelio aún no haya tenido tiempo de ser asimilado suficientemente por la comunidad de bautizados. Por tanto, es necesario continuar con el anuncio de la Buena Nueva. Permítanme invitarlos a abrir sus corazones al mensaje cristiano, siguiendo el ejemplo de Nuestra Señora, que mantuvo los acontecimientos de la vida de Cristo "meditándolos en su corazón" ( Lc 2, 19 ).

Como supieron, el año pasado, en la fiesta de la Epifanía del Señor, anuncié la convocatoria de una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para África. Les insto a participar en la preparación de este gran evento que revivirá la evangelización en su continente en vísperas del tercer milenio.

Queridos hijos e hijas, ayúdense unos a otros para descubrir formas de vida que constituyan un enriquecimiento adicional de los valores existentes: acogida, acogida, perdón y ayuda recíproca, solidaridad. ¡Que la luz del Evangelio permita todas las actividades humanas: política, economía, familia, salud, cultura, ciencia, relaciones humanas!

8. Me alegra que muchos de vosotros, respondiendo a la invitación de vuestros obispos, hayan puesto su persona y su competencia al servicio de la realidad del país: jardines de infancia, escuelas primarias, colegios y escuelas secundarias, bibliotecas, clubes juveniles, centros de formación profesional, centros para minusválidos y ciegos. Tu participación en el esfuerzo común por el desarrollo, tu presencia en las diversas asociaciones al servicio de todos en hospitales, dispensarios, agrupaciones de agricultores que quieren mejorar la vida de sus pueblos, todo esto construye el futuro y da esperanza a quienes estaría tentado a desanimarse. Al comportarse así, es un signo del amor de Cristo. Continúe por el camino que ha tomado. Os animo en el nombre del Señor que no vino para ser servido sino para servir.

9. Gracias a la acción insustituible de los laicos cristianos, la Iglesia puede aportar su contribución al desarrollo de la nación. La sociedad chadiana del mañana será lo que los propios chadianos quieran hacer con ella hoy. Un país lleva la imagen de las creencias de quienes lo construyeron. Por eso es importante que la Iglesia esté presente en las obras de construcción del mundo, y es con el trabajo de los laicos que la Iglesia puede ser el principio vitalizador de la sociedad humana. De esta manera, el laico cristiano está llamado a convertirse en una presencia de la Iglesia en el mundo, en la familia, en el lugar de trabajo, en las responsabilidades sociales. Y lo que moviliza en la construcción de una nación, es el mandamiento nuevo de amar como Cristo nos amó (cf. Jn.13, 34). El amor de todo hombre, creado a imagen de Dios, permite superar los obstáculos al desarrollo y ampliar los corazones más allá de la familia o del grupo social para alcanzar la dimensión de la nación.

Para emprender este camino de caridad, todos necesitan una conversión personal y una renovación espiritual que tiene sus raíces en la oración. Es la oración la que hace fecunda la acción para el desarrollo, al convertir a los cristianos en una "luz en el Señor" que les ayuda a comportarse como "hijos de luz" (cf. Ef 5, 8). Alimentaos también de la Palabra de Dios, que os hará sabios y os comunicará un arte de vivir cristiano entre los hombres.

Esfuércese por ser testigos del amor de Cristo poniendo en práctica su Palabra de Vida.

Cuando ayudas a tu prójimo, sea quien sea, anuncias la Buena Nueva de Cristo, que hace posible la fraternidad universal.

Cuando visitas a un enfermo, eres un signo de la misericordia de Cristo para con los que sufren.

Cuando perdonas, incluso a tu peor enemigo, eres una señal del perdón de Cristo, que nunca albergó odio en su corazón.

Cuando se niega a acusar a alguien sin pruebas, anuncia la venida del Reino de Dios y Su justicia, y nadie queda excluido.

Cuando, esposos cristianos, permanecen fieles en el matrimonio, son un estímulo para todos y un signo de la alianza eterna de amor entre Dios y los hombres.

Cuando, hombres y mujeres jóvenes, se reservan para quién o quién será su cónyuge, son testigos del valor único de un amor por construir.

Cuando irradias a Cristo, despiertas el deseo de un don total en su servicio y despiertas nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas.

Cuando, en la luz, llaman mal lo que es malo y se niegan a ponerlo en práctica, son los testigos de la Luz de Cristo.

10. Que Nuestra Señora de la Paz os ayude a ser para vuestros hermanos y hermanas hombres y mujeres de luz, constructores de paz y reconciliación que sepan ser constructores de un mundo más justo y fraterno para la felicidad de todos los habitantes del Chad. a quien vamos a confiar juntos!

VISITA PASTORAL EN VALLE D'AOSTA

MISA EN EL SANTUARIO MARIANO DE BARMASC

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Aosta - Domingo 15 de julio de 1990

"La palabra que salió de mi boca no volverá sin haber hecho lo que le envié" ( Is 55, 11).

1. Como la lluvia rocía la tierra, así Dios con su gracia restaura el vigor al hombre aplastado por el peso del pecado y la muerte. Es fiel y siempre cumple su palabra. Ningún poder podrá refrenar la fuerza irresistible de su misericordia.

Queridos hermanos y hermanas, las palabras de Deutero-Isaías, que escuchamos en la primera lectura, subrayan significativamente la promesa que Yahvé renueva al Israel afligido y desorientado. También se dirigen a nosotros como un llamado a la esperanza y como un estímulo a la confianza. Se dirigen al hombre de nuestro tiempo, sediento de felicidad y bienestar, que va en busca de la verdad y la paz, pero que, lamentablemente, vive la decepción del fracaso.

Las palabras del profeta son una invitación a creer que Dios puede revertir todas las situaciones, incluso las más dramáticas y complejas. ¿Quién, de hecho, puede oponerse a su acción? ¿Él, que es omnipotente y bueno, nos abandonará en nuestra fragilidad o nos dejará vagar a merced de nuestra infidelidad?

2. En los textos bíblicos de este XV Domingo del Tiempo Ordinario, el Todopoderoso se nos aparece revestido de ternura y atención, generoso con los dones de salvación para la humanidad. Acompaña pacientemente a las personas que él mismo ha elegido; guía fielmente a lo largo de los siglos a la Iglesia "el nuevo Israel del tiempo presente, que camina en busca de la ciudad futura y permanente" ( Lumen gentium , 9). Habla y actúa, da sin mesura y sin arrepentimiento, interviene en nuestro día a día incluso cuando somos débiles y no respondemos a su amor gratuito y generoso.

El hombre, sin embargo, tiene la tremenda posibilidad de inutilizar la iniciativa divina y rechazar su amor. Nuestro "sí", la libre adhesión a su propuesta de vida, es indispensable para que se cumpla en nosotros el plan de salvación.

3. Reflexionemos sobre la parábola del sembrador. Nos ayuda a comprender mejor esta realidad providencial y a reflexionar sabiamente sobre el peso de la responsabilidad que recae sobre cada uno de hacer madurar la semilla de la Palabra, ampliamente difundida en nuestro corazón. La semilla de la que hablamos es la palabra de Dios; es Cristo, la Palabra del Dios vivo. Se trata de una semilla, fecunda y eficaz en sí misma, brotada de la fuente inagotable del Amor Trinitario. Sin embargo, hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida que cada uno le reserva. A menudo, el hombre se distrae con demasiados intereses; innumerables recordatorios le llegan de todos lados y le cuesta distinguir, entre tantas voces, la de la única Verdad que nos hace libres.

Es necesario, queridos hermanos, disponer de tierra sin espinas ni piedras, pero labrada y desyerbada con cuidado. De nosotros depende ser esa buena tierra, en la que "la semilla da fruto y da ahora ciento, ahora sesenta, ahora treinta" ( Mt 12, 23 ). ¡Cuán grande es entonces la responsabilidad del creyente! ¡Cuán numerosas son las oportunidades que se ofrecen a quienes acogen y preservan este misterio! Bienaventurado el que se abre por completo a Cristo, la semilla que hace fecunda la vida.

Os exhorto, queridos hermanos y hermanas, a crecer en el deseo de Dios, os animo a aceptar con generosidad la invitación que nos dirige la liturgia de hoy. Que siempre corresponda a los impulsos de la gracia y dé abundantes frutos de santidad.

4. Agradezco a todos los que me hicieron posible celebrar la Eucaristía en este santuario de Barmasc. Doy las gracias al obispo de Aosta, Mons. Ovidio Lari, tu amado pastor. Dirijo un pensamiento y un agradecimiento a los obispos invitados aquí presentes así como un pensamiento respetuoso a todas las autoridades presentes, al presidente del consejo regional, al alcalde de Ayas, los abrazo espiritualmente a todos ustedes, que han participado en una celebración eucarística tan recogida.

El telón de fondo de nuestro encuentro es esta encantadora cuenca alpina del Valle de Ayas, atravesada por el arroyo que fluye desde los majestuosos glaciares del Monte Rosa. Nuestra Señora del Monte Zerbion nos mira bendiciendo. No muy lejos de aquí, se alza con orgullo el Matterhorn, que hace 125 años, tres días después de la conquista por el inglés Edward Whymper y los guías suizos y franceses, se unió desde el lado italiano por el consorcio de todo el Valle de Aosta compuesto por Jean -Antoine Bich, Jean-Augustin Meynet y el abad Amé Gorret, todos de Valtournenche.

Todo nos lleva a volver la mirada hacia los cielos, todo nos anima a invocar a María, la Madre de Dios, que correspondió fielmente a la voluntad del Altísimo. En este sugerente santuario, construido antes del siglo XVII, se venera a la Virgen con el título de "Bon Secours". Desde la antigüedad, numerosos fieles han comenzado a acudir a ella para implorar el regalo de la lluvia y un clima favorable para el campo, movidos por la certeza de ser escuchados. Nosotros también, hoy, compartimos esa misma confianza. Pero además de la lluvia que restaura la tierra, necesitamos otra lluvia más importante, "un manantial de agua que brota para vida eterna" ( Jn 4, 14 ).

Si falta esta agua sobrenatural, el corazón del hombre se vuelve desierto, árido y estéril. Entonces se arriesga la muerte del espíritu.

5. El mundo, "sujeto a la fugacidad" ( Rom 8 , 20), clama que tiene sed de Cristo. Pide la paz, pero no sabe dónde encontrarla por completo. ¿Quién podrá transformar este terreno pedregoso lleno de zarzas en un campo fértil, si no la lluvia y la nieve que descienden de arriba?

“Virgo potens, erguido pauperem - Virgen poderosa, levanta a los pobres”. Este fue el lema de Mons. Giuseppe Obert, misionero y más tarde obispo en la India, cuyo centenario de su nacimiento se celebra este año y cuya modesta casa se encuentra a pocos metros de aquí.

Es cierto: la Virgen apoya a los pobres que confían en ella. Ayude al cristiano, día tras día, a seguir los pasos de Jesús, a gastar en él todos los recursos físicos y espirituales, cumpliendo así la misión que le ha sido encomendada con el bautismo. El creyente se convierte así, a su vez, en semilla de vida ofrecida, junto con Cristo, por la salvación de sus hermanos.

6. "La creación misma espera ansiosamente la revelación de los hijos de Dios" ( Rom 8, 19 ). La humanidad clama por ayuda y busca seguridad. Todos necesitamos la lluvia de la misericordia, todos aspiramos a los frutos del amor.

Dios continúa visitando la tierra al bendecir sus brotes y seguramente terminará la obra que ha comenzado. El estupendo panorama que aquí contemplamos nos habla de su eterna fidelidad. También nos habla de la riqueza de sus dones. En el silencio de estos picos, Dios se manifiesta desde arriba y "muestra a los vagabundos la luz de su verdad para que vuelvan al camino correcto" (Colletta). Nos muestra a Jesucristo, su Palabra eterna. Él lo muestra y nos lo ofrece en la Eucaristía; nos lo ofrece a través de las manos de María, su Madre, nuestra Madre.

Virgen del Bon Secours, intercede por nosotros. Amén.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA IGLESIA PARROQUIAL DE CASTELGANDOFO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Miércoles 15 de agosto de 1990

1. "Porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso" (Lc 1, 49).

La comunidad cristiana repite todos los días con María el "Magnificat", pero hoy lo hace de modo especialmente jubiloso; también nuestra parroquia de Castelgandolfo participa, con toda la Iglesia, en esta gran solemnidad litúrgica.'

Junto con María nos acercamos no tanto al umbral de la casa de Zacarías adonde ella, después de la Anunciación, se dirigió para visitar a Isabel, sino más bien al umbral del misterio de su Asunción.

"Hoy es la Asunción de María: se alegra el ejército de los ángeles. Aleluya".

La Asunción, misterio glorioso del rosario; la Asunción, misterio de Dios, manifestado en aquella que ha sido elegida de entre los hombres del modo más singular.

¡Sí, el Omnipotente obró verdaderamente en ella grandes cosas! Fue "llena de gracia" desde el inicio de su existencia terrenal, porque así había sido concebida por el Padre eterno para ser la madre del Hijo de Dios encarnado.

2. Hoy la Iglesia, una vez más, mira este misterio inefable, que evoca, de manera sobreabundante, la Alianza de Dios con la humanidad y al mismo tiempo la Maternidad divina de María.

Ella fija sus ojos en la Maternidad de la Virgen y venera su rara belleza. Hombres de gran talento quedaron maravillados a lo largo de los siglos por el esplendor de la Virgen, convertida en Madre de Dios por obra del Espíritu Santo. ¡Cuántos pintores, escultores, escritores, poetas y músicos han tratado de hacer brillar, con su talento artístico, la belleza de María en la historia de la humanidad! ¡Y cuántos pensadores y teólogos han intentado profundizar el misterio de aquella que está "llena de gracia" y "ha sido elevada aI cielo"!

3. Sin embargo, todo medio expresivo humano parece detenerse frente a un límite. La belleza de la Madre de Dios brota de Dios, pues se halla más "en el interior" que "en el exterior".

El salmista, que en la liturgia de este día proclama la belleza real de Marra, parece indicar su fuente misteriosa cuando exclama: "Olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prenderá de tu belleza" (Sal 44/45, 11-12).

¿Y no indica esto que la belleza de la Virgen proviene de Dios? Sí, de Dios mismo, pero al mismo tiempo pertenece a nuestro mundo; de hecho proviene todo del Hijo, Verbo eterno encarnado. Contemplamos el esplendor humano de María en la gruta de Belén y en la fuga a Egipto para salvar al Niño de los planes crueles de Herodes. Ese esplendor brilla ya en la casa de Nazaret y en Caná de Galilea, pero resplandece de forma especial en el Calvario, donde María, "no sin designio divino, se mantuvo erguida" a los pies del Redentor crucificado, como enseña el Concilio Vaticano II (Lumen gentium58).

¡Sí! la divina belleza de María, Hija de Sión, pertenece íntimamente a nuestro mundo humano, se inscribe en el corazón mismo de la historia de cada uno de nosotros, en la historia de nuestra salvación.

4. Es lo que la Iglesia proclama, de manera especial, en la solemnidad de hoy.

La "mujer" del Apocalipsis, la "mujer vestida de sol" es "la gran señal" (cf. Ap 12, 1), que aparece en el cielo, en la visión de Juan, pero está destinada a la tierra.

Esta "gran señal" no domina todo el horizonte de la historia de la humanidad. Frente a ella hay "otra señal": el "dragón rojo" que no sólo trata de perjudicar a la tierra, sino que sobre todo ataca a la Mujer y a. su Hijo, como ya había sido anunciado desde el principio en el libro del Génesis.

Por tanto, la liturgia de la solemnidad de la Asunción nos recuerda . que el hombre se halla en la tierra entre el bien y el mal,, entre la gracia y eI pecado. La victoria de la luz y de la gracia es el resultado de una lucha. Así sucede en la vida del hombre; así acaece en la vida de cada uno de nosotros; y así acontece también en la historia escrita por los pueblos, las naciones y toda la humanidad.

5. Precisamente por esto, la Asunción es una señal profundamente elocuente. Una Señal verdadera que, al mismo tiempo que indica el reino de Dios, reino que se realiza totalmente en la eternidad, no deja de mostrar los caminos que conducen a esta eternidad divina.

En todos estos caminos cada hombre puede encontrar a María. Es más, ella misma viene hacia cada uno de nosotros, como cuando fue a la casa de Zacarías para visitar a Isabel.

Y todos podemos hacer que se quede con nosotros. A todos nos es posible hacerla cada día partícipe de nuestra propia existencia terrena que, a veces, resulta tan difícil:

"¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?...

Bendita tú entre las mujeres" (Lc 1, 43.42).

¡Si! Dios "ha puesto los ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre" (Lc 1, 48-49). Amén.

SANTA MISA PARA LOS PEREGRINOS POLACOS EN
LA SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DE JASNA GÓRA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Palacio Pontificio de Castel Gandolfo - Domingo 26 de agosto de 1990

1. “¡Gran Madre del Dios-Hombre! ¡Virgen Madre, glorificada por Dios, María! / ¡Reina del mundo y Reina de Polonia! ”.

Es nuestro deber recordar estos votos-promesas de Jasna Gora hoy. Fueron pronunciados con motivo del 300 aniversario de los votos del rey Juan Casimiro en la Catedral de Lwow (Lviv). Fue precisamente en el año 1956 cuando se produjeron tres siglos. Las palabras de los votos de la Nación en Jasna Gora fueron pronunciadas por el Primado de Polonia, Cardenal Stefan Wyszynski, quien, estando todavía en prisión, lo hizo con la voz de todo el Episcopado reunido en este Santuario.

El año 1956 está escrito en la historia moderna de Polonia como una fecha importante. Fue, en cierto sentido, el primer hito en el camino que tuvo que recorrer la nación para la reconstrucción de su soberanía en un Estado regido por los principios del totalitarismo marxista. Ese año pasará a la historia como el año de los acontecimientos en Poznan y, más tarde, el "octubre polaco".

No debemos olvidar esto hoy, cuando la situación sociopolítica en Polonia experimentó un cambio radical.

No debemos olvidar aquellos votos que nos han preparado para entrar en el segundo milenio del cristianismo. El cristianismo significa la realidad de la Alianza estipulada por Dios con la humanidad en Cristo, en su Cruz y Resurrección. Dios lo estipuló con cada hombre, con cada pueblo y nación. María es la primera Sierva de esta Alianza. Por lo tanto, el lugar de nuestros votos en 1956 se convirtió en Jasna Gora. La capital espiritual de María en nuestra patria.

2. Debemos volver constantemente a este Voto, como las generaciones anteriores volvieron a los votos de Giovanni Casimiro. Siempre debemos renovar el examen de conciencia de todos los compromisos contenidos en él. Son fundamentales, ya que conciernen a la vida de la nación y se basan en la ley de Dios, que es al mismo tiempo la ley inscrita en la conciencia humana. Esta ley es leída tanto por creyentes como por no creyentes. Y nada más que esta ley moral debe constituir una base sólida del sistema estatal y de la vida de la sociedad. El respeto de la libertad de las conciencias humanas no es más que el respeto de esta ley sin la cual las conciencias están enfermas y la sociedad no puede estar sana.

En el período de opresión y limitación totalitarias, la Iglesia recordó a todos que en la ley moral está la fuerza fundamental de resistencia y defensa de la dignidad humana. En el umbral de la democracia de la sociedad civil, la Iglesia proclama con la misma fuerza que esta ley moral es la condición del justo orden y del verdadero progreso.

3. El Concilio Vaticano II recuerda más de una vez que los hombres contemporáneos son particularmente sensibles a la dignidad de la persona y sus derechos. El voto de Jasna Gora también contiene la "Carta Polaca de Derechos Humanos". En primer lugar, se enfatiza el derecho del hombre a la vida desde el primer momento de su existencia: “todos custodiaremos la vida floreciente. . . Consideraremos el don de la vida como la mayor gracia del Padre de toda vida y el tesoro más preciado de la nación ”.

Gracias, Madre de la vida polaca, por todos los que hoy defienden la vida de los no nacidos. Este es el primer y fundamental derecho del hombre. Si no se respeta este derecho, todo el sistema de derechos humanos se cuestiona desde sus raíces. De hecho es el derecho del hombre más indefenso el que debe contar con la seguridad y respaldo en los derechos humanos en los derechos del Estado, así como el mandamiento de Dios de "no matar" lo defiende.

Oh Madre, da a mis compatriotas la rectitud y la verdad de las conciencias. Defiéndelos de sus transgresiones, defiéndelos del relativismo moral. Defiéndelos del falso concepto de libertad, de la práctica nociva de la permisividad moral.

“Prometemos salvaguardar la indisolubilidad del matrimonio, defender la dignidad de la mujer, velar por el umbral del hogar, para que la vida de los polacos a su alrededor sea segura” (Texto del Voto).

¡Qué sociedad, qué gobierno, qué parlamento puede negar que estamos tratando aquí con valores humanos esenciales! ¡valores fundamentales! Es un sistema de libertad madura y responsable. Esta libertad es la condición del bien común de la sociedad.

4. “Te lo prometemos. . . para injertar el espíritu del Evangelio y el amor por ti en el alma y el corazón de los niños, para proteger la Ley Divina, las tradiciones cristianas y la patria.

Prometemos educar a la generación joven en la fidelidad a Cristo, defenderla de la impiedad y la depravación y rodearla de una vigilante protección paterna ”.

En las memorables crónicas de los acontecimientos de Poznan de junio de 1956 leemos que los trabajadores en protesta contra la opresión pidieron, entre otras cosas, el regreso de la enseñanza de la religión en las escuelas. Se sabe que, en última instancia, esta enseñanza fue sacada de las escuelas en virtud de una ley represiva. La Iglesia ha hecho todo lo posible por catequizar durante treinta años fuera de la escuela. La catequesis es siempre la primera respuesta del orden de Cristo: "haced discípulos en todas las naciones" ( Mt 28, 19). Y el Apóstol escribe: "¡Ay de mí si no predico el evangelio!" ( 1 Corintios 9:16 ). Este poderoso grito se propaga a través de las edades y generaciones.

“Cristo no puede ser excluido de la historia del hombre en ninguna parte del globo. . . sin él no es posible comprender completamente la historia de Polonia. . . el hombre no es capaz de entenderse plenamente a sí mismo sin Cristo ”. Permítanme recordar estas palabras pronunciadas en la Plaza de la Victoria en Varsovia en 1979 (cf. 2 de junio de 1979). Se sabe que a lo largo de cuarenta años se ha trabajado de manera sistemática para erradicar este entendimiento del alma de la nación con la ayuda, entre otras cosas, de las escuelas. Este experimento no se puede prolongar.

Doy las gracias a los obispos de Polonia por tomar iniciativas en este campo. Espero que se entiendan. También espero que las preciosas experiencias de la catequesis fuera de la escuela (que muchos enfatizan) sirvan para enriquecer la enseñanza de la religión en el futuro.

5. “Prometemos luchar contra la pereza y la despreocupación, el despilfarro, la borrachera y el libertinaje.

Prometemos comprar las virtudes. . . fidelidad, conciencia, laboriosidad, ahorro, abnegación y respeto mutuo, amor y justicia social ”.

Estas palabras del Voto de 1956 de Jasna Gora no fueron prohibidas, y ciertamente no fue así. Este 26 de agosto de 1990 nos encontramos en el umbral de su nueva relevancia. Están vigentes en las nuevas condiciones y de una manera nueva. Son, hoy, más que entonces, condiciones de nuestra madurez social. Condiciones de nuestro lugar en Europa que, tras superar las divisiones sancionadas en Yalta, busca caminos de unidad internacional.

En la superación de estas divisiones, Polonia tiene su parte, se puede decir, pionera y, sobre todo, en lo que respecta a la Europa dejada por Yalta al Este del "Telón de Acero". Es necesario recordar aquí todas las fechas siguientes: 1956, 1968, 1970, 1976, finalmente 1980. . . hasta 1989. En esta última fase se formó "Solidarnosc" que, a pesar de las represiones del estado de guerra, sobrevivió. Se ha convertido en la forma polaca de alejarse del totalitarismo marxista. Su nombre fue prueba de la superación del principio de "lucha de clases". En el sindicato y conjuntamente en el movimiento vinculado al nombre "Solidarnosc", se han sumado las fuerzas del mundo del trabajo en la industria y la agricultura, así como los círculos de profesionales,

El esfuerzo relacionado con la salida del totalitarismo finalmente se vio coronado por el éxito. Es importante descubrir a partir de este momento en "Solidarnosc" la continuación de la vía polaca: la forma de construir la sociedad y el estado verdaderamente civil según los principios de una democracia sana, evitando todo lo que en ella es malsano, cualquiera que sea su origen. Tenemos derecho a estar en Europa y desarrollarnos entre otras naciones, de acuerdo con nuestra propia identidad, sobre la base de que nosotros mismos hemos trabajado en esta difícil etapa de la historia. Sobre todo porque otros también miran esta manera polaca, a veces con críticas, pero a menudo con esperanza.

De hecho, ante Europa ha surgido un dilema gigantesco relacionado con la división en dos bloques opuestos, es más, ante toda la humanidad. No hay exageración cuando decimos que Polonia ha echado mano a su resolución. Y no hay razón para elogios o presunción. Repetimos con el Evangelio: "Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer" ( Lc 17,10 ).

6. Hoy es la fiesta de la Madre de Dios de Jasna Gora, quizás ningún otro día del año revela hasta tal punto el rasgo singular del alma polaca, la historia ha reconfirmado que somos capaces de ser encomendados. Los momentos difíciles de la historia lo han reconfirmado particularmente. Lo confirmaron: la defensa de Jasna Gora en el siglo XVI y en nuestro siglo, el "milagro del Vístula". Las últimas décadas también lo confirman. La encomienda habla de una apertura interior, de la dimensión trascendental de la humanidad. Refleja la convicción de tal orden en el que el bien finalmente trae la victoria. "No te dejes vencer por el mal, sino vence con el bien el mal" ( Rom 12, 21 ).

En Jasna Gora llegamos con este depósito centenario de nuestra encomienda a la Madre de Dios y de los hombres, que es herencia de generaciones enteras. Hoy debemos confiar en esta nueva fase de esta vida polaca y en la existencia de toda la sociedad. Incluso aquellos que tienen una responsabilidad particular en ello. Pero al mismo tiempo debemos confiar nuestra responsabilidad colectiva, para que seamos capaces de asumirla: todos, todos y cada uno.

La encomienda prueba que queremos permanecer en la Alianza que Dios celebró con toda la familia de naciones - y con nosotros - en Cristo, en el Hijo de la Virgen de Nazaret, en su Cruz y Resurrección.

La encomienda determina la dimensión definitiva de nuestra peregrinación terrena. La custodia también obliga a quienes dependen de ella. Obliga todos los días.

Le pedimos a la Dama de Jasna Gora la fuerza que proviene de esta confianza en nuestra existencia polaca.

“Quédate con nosotros en todo momento” (Canción).

Al final de la Santa Misa, el Papa dirigió las siguientes palabras a sus compatriotas:

Nos unimos a todos nuestros compatriotas, al clero polaco, a los sacerdotes y religiosos, al episcopado reunido en Jasna Gora y al Primado de Polonia. Junto a ellos imparto la bendición que es la última invocación de la Eucaristía dirigida a la Santísima Trinidad. Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo los bendigan en el nombre de la Alianza que hizo con nosotros en Jesucristo en su Cruz y Resurrección. Bendito seas en el día de la Madre de Jasna Gora y con su intercesión.

VIAJE APOSTÓLICO A TANZANIA, BURUNDI, RUANDA Y YAMOUSSOUKRO

CONSAGRACIÓN DE LA BASÍLICA DE "NOTRE DAME DE LA PAIX"

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Yamoussoukro (Costa de Marfil) - Lunes 10 de septiembre de 1990

1. "Vosotros sois templo de Dios. El Espíritu de Dios mora en vosotros" ( 1 Co 3, 16 ).

Hermanos y hermanas, estas palabras del apóstol Pablo están en el centro de esta solemne liturgia de consagración de la Basílica de Nuestra Señora de la Paz.

Este santuario está dedicado a María. María de Nazaret, María que acoge en la fe el anuncio de la salvación, la Sierva del Señor en quien habita el Espíritu de Dios para que el Verbo se haga carne y permanezca entre nosotros. ¡María, arco de la nueva Alianza de Dios con los hombres!

Con esta Basílica rendimos homenaje a Nuestra Señora de la Paz, Madre del Redentor, de Cristo que nos dio el don de su paz en vísperas de su sacrificio salvífico (cf. Jn 14, 27 ).

2. "Vosotros sois templo de Dios" ( 1 Co 3, 16) Con las palabras de san Pablo os saludo, Pueblo de Dios aquí reunido. Saludo a los pastores, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los fieles laicos, todos llamados a formar juntos el templo habitado por el Espíritu de verdad y de vida.

Agradezco a monseñor Vital Koménan Yao, obispo de Bouaké, su discurso de bienvenida. Como obispo de Roma, vengo aquí en profunda comunión con mis hermanos, los obispos de Costa de Marfil y con los cardenales y obispos de las naciones vecinas presentes hoy junto a ellos.

También expreso mi gratitud al cardenal Francis Arinze, que habló en nombre del Consejo de la Secretaría General que está preparando la Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos por las palabras que me dirigió. El Sucesor de Pedro, con sus Hermanos, eleva una ardiente oración al Señor para que los próximos encuentros sinodales sean un paso decisivo para el camino de las Iglesias de este continente. Me alegro también con ellos al ver a las Iglesias de África, jóvenes pero ya maduras, garantizar con el entusiasmo de la esperanza la evangelización de sus pueblos y compartir con la Iglesia universal los dones admirables que el Creador les ha colmado.

3. Saludo al Presidente de la República de Costa de Marfil, lo saludo de manera especial, particularmente cordial, así como a los miembros del Gobierno y las autoridades regionales y locales que han querido participar en esta ceremonia. Dirijo mi respetuoso saludo a los miembros del Cuerpo Diplomático y a los representantes de las instituciones internacionales, personalidades amistosas que se han sumado a esta asamblea. Y saludo a los imanes del país que han tenido la delicadeza de participar de nuestro homenaje al Dios Altísimo.

Esta basílica fue construida, por el Jefe de Estado, para rendir homenaje a Nuestra Señora, para rendir homenaje a Cristo Redentor, que llama a todos los hombres a unirse en la unidad de su Cuerpo. Además, gracias a la generosidad del Sr. Félix Houphouet-Boigny, cerca de este santuario se construyó un centro social, la Fundación Internacional Nuestra Señora de la Paz, para reunir en un mismo lugar la asamblea de fe y el servicio concreto a los hermanos. Esto lo hará un hospital cuya primera piedra bendeciré al final de esta ceremonia, y un instituto para la formación de la juventud. De esta manera, la adoración "en espíritu y en verdad" ( Jn 4, 24 ) y lo que "habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños" (cf. Mt 25, 40), ya que los discípulos del Señor no pueden separar el amor de Dios del amor a sus hermanos.

4. Cada santuario es un lugar elegido para adorar a Dios, para que todos los creyentes se reúnan en su presencia y escuchen su palabra. En todas las épocas y en todos los continentes, los hijos de la Iglesia han consagrado lo mejor de su arte a la construcción de estos signos visibles que ayudan a comprender que Dios habita entre su Pueblo, que la Iglesia de Cristo está fundada en la tierra de los hombres. .

La primera lectura de la liturgia nos habla de un gran momento de encuentro entre el pueblo de Israel y su Señor: en el Templo, convocados por los sacerdotes a una asamblea eclesial, escuchan la lectura del libro de la Ley. Hombres, mujeres y niños, iluminados por las explicaciones dadas, encuentran en la Ley del Señor una Palabra de vida, una Palabra para vivir su vida según la voluntad del Creador.

Para ellos no se trata de recibir simples indicaciones, ya que, al escuchar la Palabra pronunciada por el Señor, experimentan la presencia misma del Dios vivo, la fidelidad del Creador a su criatura. Se maravillan de una Palabra que penetra hasta lo más profundo de sus corazones.

Entonces su respuesta es el "sí" de la fe y se arrodillan en adoración. Con todo su ser se adhieren a Dios que les habla y hace alianza con ellos.

Juntos celebran su adhesión renovada al pacto del Señor con su pueblo. Celebran esta unión admirable y fecunda en un "día consagrado a nuestro Señor". Y comprendieron que "la alegría del Señor es nuestra fuerza" (cf. Ne 8, 10).

5. También nosotros, con la adoración hecha en nuestros santuarios, estamos felices de celebrar la presencia de Dios que habita entre nosotros. El Verbo eterno, el Verbo de Dios, el Hijo de la misma sustancia que el Padre se hizo hombre. El es la Palabra de vida. Él es el Pan de vida, nos reúne alrededor de la mesa de la Palabra y la mesa de su Cuerpo Eucarístico.

En la liturgia de su Iglesia, Cristo nos une a su suprema ofrenda, al acto de amor infinitamente puro por el que reconcilia a la humanidad con Dios, permitiéndonos unir las ofrendas de nuestra pobreza con el único sacrificio de la Cruz.

Dejemos todo el peso de nuestras esperanzas, nuestras necesidades, nuestros sufrimientos al Mediador entre Dios y los hombres.

Encomendamos a Aquel que conquistó la muerte nuestras oraciones de petición, nuestro hambre de felicidad, nuestras aspiraciones de paz entre nosotros y en nosotros, y también nuestra debilidad, nuestras negativas a hacer la voluntad del Padre, a cumplir con el Hijo las obras del Padre.

En la tierra de África, confiemos al Mediador las cualidades y virtudes tradicionales de sus pueblos, su adhesión al Evangelio, las Iglesias particulares que han construido.

Unidos a Cristo, la salvación del mundo, por él, con él y en él, nos es dado dar gracias y cantar alabanzas a Dios. Alabamos a Dios por la Eucaristía y todos los sacramentos por medio de los cuales El que es Vida él consagra nuestras vidas con su presencia de gracia en nuestro ser.

En el santuario, nuestra gente es reunida por sus pastores; aquí, el sacerdote pronuncia por nosotros, en nombre de Cristo, la Palabra de Dios y parte el mismo Pan de vida para todos. El santuario es el lugar y símbolo de nuestra comunión en un solo cuerpo, miembros perdonados y reconciliados que el Señor llama a seguirlo por los caminos del mundo. El culto que nos une en Cristo es también el momento de ser enviados en misión a todos los lugares de la tierra donde la humanidad espera la verdad de la fe, la luz de la esperanza y la comunión del amor.

6. El diálogo de Jesús con la mujer samaritana, el Evangelio de esta Misa, nos da el sentido del santuario y de la adoración a Dios que realizamos en él. “Pero ha llegado el momento, y es este, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. . . Dios es espíritu ”( Jn 4, 23-24).

Nuestro encuentro con Dios es auténtico si dejamos que la Palabra entre en nosotros, si acogemos la presencia de Cristo muerto y resucitado en cada etapa de nuestro camino. Las palabras y los actos de culto celebrados en el santuario no tienen pleno valor si el mismo espíritu y la misma verdad no impregnan la vida de las familias, el compromiso con las profesiones, el esfuerzo de toda la sociedad por el bienestar y dignidad de todos.

El santuario de la verdad es Dios presente en el corazón de los cristianos, cuando comparten fraternalmente el amor que es don de Dios en sus familias, cuando con paciencia aseguran la educación de sus hijos y el despertar de su fe, cuando se ayudan unos a otros. cuando curan las heridas y ayudan a los pobres, cuando participan generosamente en el desarrollo de su pueblo en la justicia, cuando actúan en todas partes como constructores de reconciliación y paz. El adorador en espíritu y en verdad reconoce el designio del Dios vivo y consagra todos los recursos de su corazón, su inteligencia y sus manos al cumplimiento de la voluntad divina.

7. Hermanos y hermanas que construyen la Iglesia, aquí y en todo el continente africano, sabéis que la asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos será un momento de gracia. Vuestros pastores recogerán las obras de la mies que ha crecido generosamente y las presentarán al Señor en un himno de alabanza y gratitud. De hecho, a medida que este santuario hunde firmemente sus cimientos en su tierra, la fe está profundamente arraigada entre ustedes.

Y ha llegado el momento de preparar las próximas cosechas. En el umbral del tercer milenio, toda la Iglesia, la Iglesia de vuestro continente está descubriendo de un modo nuevo la necesidad y el dinamismo de la evangelización entre vosotros. Cada uno está llamado a ser testigo de la Buena Nueva de salvación. Ante los numerosos desafíos de África, los cristianos africanos deben profundizar su adhesión a Cristo, dejarse implicar en su amor, abriendo sus riquezas a sus hermanos.

Apoyada en la oración y la reflexión de cada Iglesia particular, la Asamblea del Sínodo estudiará cómo llevar a cabo, en el umbral del tercer milenio, las tareas de evangelización de una manera verdaderamente africana y en la comunión universal de la Iglesia de Cristo. . ¡La Buena Nueva de salvación aún no ha llegado a muchos de sus hermanos y hermanas! Necesitamos encontrar el lenguaje que realmente difunda la fe en África. En un continente probado por las divisiones y la angustia, pero animado al mismo tiempo por una esperanza creciente, el diálogo en el respeto mutuo es esencial para todos. La Iglesia conoce los grandes desafíos de la justicia y la paz, sus hijos e hijas deben responder a ellos con valentía y generosidad. ¡Que Cristo crezca en cada bautizado y sea anunciado a lo largo de su vida!

8. "Tú eres el templo de Dios". En verdad, el verdadero santuario, la morada de Dios entre los hombres, es el hombre mismo, en la medida en que el edificio está sólidamente construido sobre el fundamento que es Jesucristo (cf. 1 Co 3, 11-16).

Nadie puede poner ningún otro fundamento verdaderamente duradero para la edificación de la Iglesia que Jesucristo. El poder de la muerte no prevalecerá sobre él (cf. Mt 16,18 ). Los materiales de los templos construidos por manos de hombres, cualquiera que sea su valor, están sujetos a las leyes del tiempo, pueden ser destruidos. Sólo el santuario fundado en Cristo para el culto "en espíritu y en verdad" es indestructible. Porque su promesa es cierta: "He aquí, estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos" ( Mt 28, 20 ).

Hermanos y hermanas que construyen la Iglesia en sus ciudades y pueblos, en muchos lugares de la tierra africana, esta promesa está dirigida a ustedes. "Tú eres el edificio de Dios" ( 1 Co 3, 9). Repito estas palabras de Pablo desde esta gran basílica.

Pero cada una de vuestras iglesias, la más humilde de vuestras capillas, es también el símbolo del verdadero santuario que Cristo hace sólido y vivo, el santuario hecho de piedras vivas (cf.1 P 2, 5), que reúne a los miembros de su ¡Cuerpo en unidad que trasciende todas las fronteras, en el amor que brota eternamente del corazón de Dios!

El bautismo los une a todos con Cristo resucitado. Sacerdotes, la ordenación les permite dispensar los dones de la salvación. Consagrados, los votos te hacen testigos privilegiados de lo único necesario. Laicos fieles, ustedes santifican el mundo en sus hogares, en su trabajo, en la sociedad en su conjunto.

Juntos, por "el espíritu de Dios que habita en vosotros" (cf. 1 Co 3 , 16 ), sois "la morada de Dios entre los hombres, que tiene como fundamento a los Apóstoles y a Cristo Jesús como piedra angular" (Oración de consagración de las iglesias).

"Brille, pues, tu luz delante de los hombres, para que vean tus buenas obras y den gloria a tu Padre que está en los cielos" ( Mt 5, 16 ).

9. El día en que este santuario es consagrado a Nuestra Señora de la Paz, recordamos que los primeros evangelizadores que llegaron a esta tierra consagraron la Iglesia naciente a la Virgen María.

Nuestra Señora de la Paz, te confiamos una vez más la Iglesia de esta diócesis, de todas las diócesis de este país. Por tu intercesión, los consagramos a tu Hijo.

¡Oh Virgen María, condúcenos a tu Hijo, que es el Camino, la Verdad y la Vida!

Concede a los Pastores, a las personas consagradas, a los fieles laicos hacer vivir en este lugar la Iglesia de Cristo, con fe y generosidad, fortalecida por la gracia de tu Hijo.

Dar a las familias la unidad en la fidelidad, la alegría de acoger la vida, de educar con serenidad a sus hijos, de ganarse el pan de cada día.

Muestra tu misericordiosa ternura a los que sufren en cuerpo y alma. Infunden en quienes los rodean la amistad que reconforta y los gestos que curan y dan Paz.

Concede a los fieles de Costa de Marfil a ser incansables pacificadores, en unión con sus hermanos y hermanas de esta tierra y de todo el continente.

Concede apoyo maternal a todas estas personas y sus gobernantes para que conozcan la armonía y la prosperidad, la justicia y la paz. Ayúdelos en sus esfuerzos por construir un futuro mejor.

¡Mantén en paz a la familia humana para siempre, Oh Nuestra Señora de la Paz!


SANTA MISA PARA EL XX DÍA DE PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Basílica de San Pedro - Jueves 1 de enero de 1987

1. “Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo. . . " ( Gal 4, 4).

Os saludamos la plenitud de los tiempos, que el Hijo eterno de Dios trajo y cumplió en la historia de la creación, haciéndose hombre.

Te saludamos, plenitud de los tiempos, del que hoy emerge el nuevo año, según la medida del paso humano.

Te saludamos, Año del Señor 1987 , en el umbral de tus días, semanas y meses.

La Iglesia del Verbo Encarnado os saluda en medio de la gran familia de naciones y pueblos.

La Iglesia os saluda pronunciándoos la bendición del Dios de la Alianza :

“El Señor te bendiga / y te proteja. / Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti / y tenga piedad de ti. / Que el Señor vuelva sobre ti / y te conceda la paz ”( Núm 6, 24-26).

2. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo . . . ".

Te saludamos, Año Nuevo, en el corazón mismo del misterio de la Encarnación , en el que adoramos al Hijo de Dios hecho carne por nosotros.

Te saludamos, Hijo de la misma sustancia que el Padre eterno, que vino a nosotros en la plenitud de los tiempos, " para que recibamos la adopción de niños " ( Gal 4, 5).

Te saludamos en tu humanidad, Hijo de Dios, nacido de mujer, así como cada uno de nosotros, hijos humanos, nacimos de mujer.

Te saludamos en la humanidad de cada hombre en toda la riqueza y variedad de tribus, naciones y razas, idiomas, culturas y religiones.

En ti , Hijo de María, en ti Hijo del hombre, somos hijos de Dios .

Deseamos celebrar este primer día del nuevo año, junto con la octava de Navidad, como la solemnidad universal del hombre en la plenitud de su dignidad humana.

Deseamos celebrar este día, gracias a su trabajo, como " niños en el Hijo ". Viniste "para reunir a los hijos de Dios dispersos" ( Jn 11, 52). Eres nuestro hermano y nuestra paz .

3. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones clamando: ¡Abba, Padre!" ( Gal 4, 6).

Fuiste tú quien gritó así. Tú hijo. Lo dijiste en momentos de fervor y momentos de desnudez.

Y tú, Hijo de la misma sustancia que el Padre, nos has enseñado a decirlo ; nos animaste a decir junto a ti: "Padre nuestro".

Y aunque no encontremos justificación en nuestra humanidad, nos has dado, en unidad con el Padre, tu Espíritu "que es Señor y da vida" (Dominum et Vivificantem), para que podamos decir "Abba, Padre" con toda la verdad interior de nuestro corazón . De hecho, el Espíritu del Hijo fue enviado a nuestros corazones. El Espíritu del Hijo nos ha formado de nuevo, desde la raíz misma de nuestra humanidad, de nuestra naturaleza humana, como "hijos en el Hijo".

4. Somos, por tanto , niños, no esclavos . Somos herederos por voluntad de Dios .

Hoy, al comienzo del nuevo año, deseamos reafirmar esta herencia universal de todos los hijos e hijas de esta tierra .

Todos están llamados a la libertad. En el contexto de los tiempos en que vivimos, la Iglesia ha confirmado una vez más la verdad sobre la " libertad y liberación cristianas " como fundamento de la justicia y la paz (cf. Congr. Pro doctrina Fidei, Libertatis Conscientia , die 22 Mar. ).

El Espíritu del Hijo que el Padre envía incesantemente a nuestros corazones clama constantemente: “Ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, también eres heredero por voluntad de Dios ”( Gal 4, 7).

5. "Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer ".

Durante toda la octava de Navidad, y particularmente hoy, el corazón de la Iglesia late de manera singular por ella, por la Madre del Hijo de Dios . Por la Madre de Dios.

Hoy se celebra su principal solemnidad. Ella, la Mujer, da el primer testimonio materno de la dignidad humana del Hijo de Dios.

Nació de ella.

Ella es su Madre .

Hoy la vemos en Belén dando la bienvenida a los pastores.

Al octavo día después del nacimiento, cuando se completa el rito de la circuncisión del Antiguo Testamento, ella le da el nombre al Niño . Y este es el nombre: Jesús, un nombre que habla de la salvación realizada por Dios. Esta salvación es traída por su Hijo. Jesús significa "Salvador" . Así fue llamado el Hijo de María en el momento de la Anunciación, el día en que fue concebido en su seno. Y así ahora es llamado por ella antes que los hombres.

La dignidad humana del Hijo de Dios se expresa en este nombre. Como hombre, es el Salvador del mundo. Su Madre es la Madre del Salvador .

6. “ Alégrate , llena eres de gracia, el Señor es contigo. . . " ( Lc 1, 28).

Bienaventurados los que creyeron . . . (cf. Lc 1, 45). Creíste en el momento de la Anunciación. Creíste en la noche de Belén. Creíste en el Calvario. Has avanzado en la peregrinación de la fe y has conservado fielmente tu unión con el Hijo, Redentor del mundo (cf. Lumen gentium , 58). Así, las generaciones del pueblo de Dios te han visto por toda la tierra. Esto es lo que te ha mostrado el Concilio de nuestro siglo , Santísima Virgen .

La Iglesia fija sus ojos en ti como en su propio modelo. Los fija en particular en este período en el que se prepara para celebrar el advenimiento del tercer milenio de la era cristiana. Para prepararse mejor para ese plazo, la Iglesia vuelve sus ojos hacia ti, que fuiste el instrumento providencial que utilizó el Hijo de Dios para convertirse en Hijo del Hombre y comenzar los nuevos tiempos. Con esta intención quiere celebrar un año especial dedicado a ti, un año mariano, que, a partir del próximo Pentecostés, terminará el año siguiente con la gran fiesta de tu asunción al cielo. Un año que cada diócesis celebrará con iniciativas particulares, encaminadas a profundizar en tu misterio y fomentar la devoción a ti en un compromiso renovado de adhesión a la voluntad de Dios, siguiendo el ejemplo que ofreciste, la sierva del Señor.

Tales iniciativas podrán enmarcarse fructíferamente en el tejido del año litúrgico y en la "geografía" de los santuarios, que la piedad de los fieles te ha elevado, oh Virgen María, en todas las partes de la tierra.

Deseamos, oh María, que brillas en el horizonte del advenimiento de nuestro tiempo, acercándonos a la etapa del tercer milenio después de Cristo. Deseamos profundizar la conciencia de vuestra presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia, como nos enseñó el Concilio. Para ello, el actual Sucesor de Pedro, que te confía su ministerio, tiene la intención de dirigirse en un futuro próximo a sus hermanos en la fe con una encíclica , dedicada a ti, Virgen María, don inestimable de Dios a la humanidad.

7. ¡Bienaventurados los que creyeron!

El evangelista dice de ti: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ).

¡Eres la memoria de la Iglesia!

La Iglesia aprende de ti, María, que ser madre significa ser memoria viva, significa "guardar y meditar en el corazón" los acontecimientos de los hombres y de los pueblos; los acontecimientos alegres y dolorosos.

Entre tantos acontecimientos de 1987 deseamos recordar el 600 aniversario del "bautismo de Lituania" a la memoria de la Iglesia, acercándonos con oración a nuestros hermanos y hermanas, que durante muchos siglos han perseverado unidos a Cristo en la fe. de la Iglesia.

Y cuántos otros acontecimientos, cuántas esperanzas, pero también cuántas amenazas, cuántas alegrías pero también cuántos sufrimientos ... ¡a veces cuánto sufrimiento! Todos debemos, como Iglesia, guardar y meditar estos eventos en nuestro corazón. Así como la Madre. Tenemos que aprender cada vez más de ti, María, cómo ser Iglesia en este paso de milenios.

8. En el umbral del nuevo año, el Obispo de Roma , abrazando en este sacrificio eucarístico a todas las Iglesias del mundo, unidas en la comunión católica universal ,

- y todos los amados hermanos cristianos que buscan junto con nosotros los caminos de la unidad,

- y todos los seguidores de religiones no cristianas ,

- y, sin excepción, todos los hombres de buena voluntad de la tierra claman desde el sepulcro de San Pedro con las palabras de la liturgia: “ Que el Señor nos bendiga y nos proteja . Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre nosotros

y sé propicio para nosotros. . . .

¡Dadnos la paz! " ( Núm. 6, 24-26).

1987 es un año en el que la humanidad finalmente deja a un lado las divisiones del pasado; un año en el que, en solidaridad y desarrollo, todo corazón busca la paz.


VIAJE APOSTÓLICO A PORTUGAL (10-13 DE MAYO DE 1991)

HOMILIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Santuario Mariano de Fátima
Lunes 13 de mayo de 1991

1. " Ahí tienes a tu Madre " ( Jn 19, 27).

Hoy la liturgia pone ante nuestros ojos, queridos hermanos y hermanas, un vasto horizonte de la historia del hombre y del mundo. Las palabras del libro del Génesis nos hacen meditar sobre el origen del universo, obra de la creación; del primer libro pasamos al último, el Apocalipsis , para contemplar con los ojos de la fe "un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el cielo y la tierra anteriores habían desaparecido" ( Ap 21, 1). Tenemos, por tanto, el principio y el fin; Alfa y Omega (cf. Ap 21, 6). Pero el fin es un nuevo comienzo, porque constituye la plena realización de todo en Dios: " la morada de Dios con los hombres " ( Ap 21, 3).

Así, entre el primer principio y este comienzo nuevo y definitivo, fluye la historia del hombre creado por Dios “a su imagen”, como relata la Palabra del Señor: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó ”( Gen 1, 27).

2. En el centro de esta historia del hombre y del mundo se encuentra la Cruz de Cristo en el Gólgota . El hombre, creado varón y mujer, encuentra en esta Cruz la profundidad exacta de su propio misterio, que se manifiesta en las palabras del Varón de Dolores a su Madre, que estaba junto a la Cruz: “¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!”. Y luego, volviéndose hacia el discípulo amado: "Ahí tienes a tu Madre" ( Jn 19, 26-27).

El hombre, creado a imagen de Dios, es la coronación de la gloria de toda la creación. Confundido por su grandeza, el salmista exclama:

“Sin embargo, hiciste poco menos que los ángeles, lo coronaste de gloria y honra: le diste potestad sobre las obras de tus manos, pusiste todo debajo de sus pies; . . . Oh Señor, Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que recuerdes? ¿Por qué te preocupas por el hijo del hombre? " ( Sal 8, 6-7.2.5).

¿Qué es el hombre?

La pregunta del salmista resuena con un asombro aún más profundo ante este misterio que encuentra su cúspide en el Gólgota: ¿Qué es el hombre, si el Verbo, el Hijo consustancial al Padre, se hizo hombre , Hijo del Hombre nacido de la Virgen María por obra del Padre? Espíritu Santo !?

¿Qué es el hombre? . . si el mismo Hijo de Dios, al mismo tiempo verdadero hombre, tomó los pecados de todos los hombres y los llevó, como Varón de dolores, como el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, sobre el altar del Cruz!?

¿Qué es el hombre?

El asombro del salmista ante la misteriosa grandeza del hombre, tal como se manifiesta en la obra de la creación, se hace aún mayor en la contemplación de la obra de la redención. ¿Qué es el hombre?

3. Desde el principio, fue nombrado señor de la Tierra, señor del mundo visible . Pero su grandeza no se manifiesta únicamente en el hecho de someter y dominar la Tierra (cf. Gn 1, 28 ). La dimensión misma de su grandeza es la gloria de Dios : como escribió San Ireneo, "la gloria de Dios es el hombre vivo, pero la vida del hombre es la contemplación de Dios" (S. Irenaei, Adversus haereses , IV, 20.7) . El hombre está situado en el centro del mundo de las criaturas visibles e invisibles, todas llenas de la gloria del Creador: proclaman su gloria.

Así, a lo largo de la historia del cosmos visible (e invisible) se levanta un bosquejo del Reino eterno de Dios , como un Templo inmenso . El hombre - hombre y mujer - fue colocado desde el principio en el centro de este Templo. Él mismo se convirtió en su dimensión central, y la verdadera " morada de Dios con los hombres ", ya que, por amor y amor del hombre, Dios entró en el mundo creado.

Queridos hermanos, "la morada de Dios con los hombres" ha alcanzado su culminación en Cristo . Él es "la nueva Jerusalén" (cf. Ap 21, 2) de todos los hombres y pueblos, ya que en él todos han sido elegidos para el destino eterno de Dios. Es también el comienzo del Reino eterno de Dios en la historia de Dios. el hombre, y este Reino, en él y para él, es la realidad definitiva del cielo y de la tierra. Es un cielo nuevo y una tierra nueva ”, en los que“ el cielo y la tierra anteriores ”encontrarán su plenitud.

4. Sea testigo de la Cruz del Gólgota , que es la Cruz de nuestra Redención. Toda la historia del hombre se manifiesta en la Cruz , que es al mismo tiempo la historia del pecado y del sufrimiento . Está marcado por las lágrimas y la muerte, como relata el libro del Apocalipsis: cuántas lágrimas en los ojos de los hombres, cuánto lamento y lamento, cuánta angustia (cf. Ap 21, 4). Es, al final de la existencia terrenal, la muerte. Esto constituyó la desaparición progresiva de "el cielo y la tierra anteriores", marcada por la herencia del pecado.

¿No es esta la verdad de toda la historia ? ¿No está confirmada esta verdad, de manera particular, por nuestro siglo, que ya se acerca a su fin, junto con el segundo milenio de la historia después de Cristo?

5. ¡La Cruz de Cristo nunca deja de dar testimonio de esto! Entre otras cosas, sólo ella, esta Cruz de Cristo, permanece, a lo largo de la historia del hombre , como signo de la certeza de la Redención.

A través de la Cruz de su Hijo, Dios repite su verdad sobre la creación de generación en generación: "He aquí, yo hago nuevas todas las cosas" ( Ap 21, 5). El cielo y la tierra anteriores continúan pasando. . . Ante ellos Cristo permanece indefenso, privado de todo en tormento mortal, ¡el Hijo del Hombre crucificado! Y, mientras tanto, no deja de ser signo de la certeza victoriosa de la vida. A través de su muerte, el poder invencible de la vida nueva fue sembrado dentro de la tierra: su muerte es el comienzo de la resurrección :

“¿Dónde, oh muerte, está tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, está tu aguijón? " ( 1 Corintios 15:55).

A través de la Cruz en el Gólgota, desciende de la vista de Dios, en la historia de la humanidad, en la historia de cada siglo, “ la ciudad santa, la nueva Jerusalén . . . como la novia adornada para su marido ”( Apocalipsis 21: 2).

6. Con el corazón profundamente conmovido y asombrado por el plan creador y salvador de Dios para hacer realidad la plenitud a la que nos ha llamado, yo, peregrino con ustedes de esta Nueva Jerusalén, los insto, queridos hermanos y hermanas, a acoger la gracia y el llamado que se siente en este lugar de manera más tangible y penetrante, para adecuar nuestros caminos a los de Dios, os saludo a todos vosotros, queridos peregrinos de Nuestra Señora de Fátima, aquí presentes física o espiritualmente. Pero de manera particular, mi cordial y respetuoso saludo va al Presidente de la República, en esta tierra de Santa María; Saludo con afecto al obispo de Leiria-Fátima, don Alberto, cuyas palabras de bienvenida aprecié mucho, ya todos los demás venerables hermanos del episcopado aquí presentes. Un saludo fraterno,

Finalmente, movido por la Palabra de Dios en esta celebración eucarística: ¡"varón y hembra los creó" ( Gn 1, 27)! - Me alegra dirigir mi saludo propiciatorio a las familias de todas las bendiciones de Dios para sus hogares, sus hijos y su vida en común. Tu deber fundamental es llevar a cabo la bendición original del Creador a lo largo de la historia - "fructificad y multiplicaos" ( Gn 1, 28) - transmitiendo la "imagen divina" con la generación de nuevos hijos.

Queridas familias, vuestro servicio generoso y respetuoso a la vida será posible hoy, como siempre lo ha sido, si sois firmes en la contemplación de la dignidad humana y sobrenatural de los hijos que engendrais: todo hombre es objeto del infinito amor de Dios a quien redimió. . Las familias que no fallan en sus deberes en materia de procreación, en el contexto de un adecuado sentido de paternidad responsable y de confianza en la divina Providencia, dan al mundo un testimonio insustituible del más alto valor. Representan un desafío a la mentalidad antinatalista imperante, y una justa condena a esta mentalidad, que de esta manera niega la vida hasta el punto de sacrificarla, en muchos casos, ya en el útero, a través del aborto, un crimen execrable, como declara el Concilio (cf. Gaudium et spes , 27). Por eso, queridas familias, les pido este generoso y respetuoso servicio de vida. “Contra el pesimismo y el egoísmo que oscurecen el mundo, la Iglesia se pone del lado de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de ese 'Sí', de ese 'Amén', que es el mismo Cristo. Al "no" que invade y aflige al mundo, contrasta este "sí" vivo, defendiendo así al hombre y al mundo de quienes amenazan y mortifican la vida "(Ioannis Pauli PP. II, Familiaris consortio , 30).

7. "Mujer, aquí está tu hijo!" - “¡Ahí tienes a tu Madre!”.

El Santuario de Fátima es un lugar privilegiado, dotado de un valor especial: tiene en sí mismo un mensaje importante para la época que vivimos. Es como si aquí, a principios de nuestro siglo, las palabras pronunciadas en el Gólgota hubieran resonado con un nuevo eco.

María , que estaba junto a la cruz de su Hijo, tuvo que aceptar una vez más la voluntad de Cristo, Hijo de Dios, pero mientras en el Gólgota el Hijo indicó a un solo hombre, Juan, el discípulo al que amaba, aquí tenía que darles la bienvenida a todos. Todos nosotros, la gente de este siglo y su difícil y dramática historia.

En estos hombres del siglo XX, tanto su capacidad para subyugar la tierra como su libertad para transgredir el mandamiento de Dios y negarlo, como herencia de su pecado, se manifestaron con igual intensidad. El legado del pecado se revela como una loca aspiración a construir el mundo , un mundo creado por el hombre, " como si Dios no existiera ". También es como si no existiera esa Cruz en el Gólgota, en la que "Muerte y Vida se enfrentaron en un duelo prodigioso" (Secuencia Pascual), para demostrar que el amor es más poderoso que la muerte y que la gloria de Dios es el hombre vivo.

¡Madre del Redentor!¡Madre de nuestro siglo!

Por segunda vez estoy frente a ustedes en este Santuario, para besar sus manos , porque han estado junto a la Cruz de su Hijo, que es la cruz de toda la historia humana también en nuestro siglo.

Te quedaste y seguirás quedándote , poniendo tu mirada en el corazón de estos hijos e hijas que ya pertenecen al tercer milenio. Te quedaste y seguirás estando , mirando, con mil atenciones de madre, y defendiendo, con tu poderosa intercesión, el amanecer de la Luz de Cristo en el seno de los pueblos y naciones.

Eres y permanecerás , porque el Unigénito Hijo de Dios, tu Hijo, te encomendó a todos los hombres, cuando al morir en la Cruz nos introdujo en el nuevo principio de todo lo que existe. Tu maternidad universal, oh Virgen María, es el ancla segura de la salvación para toda la humanidad.

¡Madre del Redentor!

¡Lleno de gracia!

¡Te saludo, Madre de la confianza de todas las generaciones humanas!

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA Y HUNGRÍA(13-20 AGOSTO 1991)

LITURGIA DIVINA DEL RITO BIZANTINO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Explanada frente al Santuario de Máriapócs
Domingo 18 de agosto de 1991

1. “¡ Bienaventurado el vientre que te dio a luz y el pecho del que tomaste leche! "( Lc 11, 27).

La voz de una mujer se eleva entre la multitud que rodea a Jesús. Es a él a quien se dirige: expresa gratitud por el bien que hace, por la verdad que proclama. para las Buenas Nuevas.

Al mismo tiempo, la voz se dirige a la Madre de Jesús , que no está físicamente entre la multitud, pero está allí. . . está presente en Él. La madre siempre vive en su hijo.

María vivía en Cristo: como hombre era su Hijo y, como tal, llevaba en sí la herencia de la Madre. Se parecía a ella. El vínculo que se había creado entre el Hijo y la Madre cuando María lo llevó bajo su corazón, en su seno, persistía en ambos :

“Bendito es el útero. . . ".

¿No lo había predicho ya el Espíritu Santo con las propias palabras de María: " Todas las generaciones me llamarán bienaventurada " ( Lc 1, 48)?

2. Durante mi peregrinaje a Hungría, llegué a este lugar donde la predicción del Evangelio encuentra su implementación muy particular de generación en generación.

¿Con cuántos labios, en cuántos idiomas se ha pronunciado la bienaventuranza del Evangelio de Lucas en la sucesión de generaciones?

"¡Bendito el útero que te dio a luz!" ( Lc 11, 27).

"¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" ( Lc 1, 42). Yo también lo repito con ustedes en el día de la tradicional gran romería, mientras venero con profunda alegría el icono de la Virgen Madre de Dios, cuya efigie original se conserva en la Catedral de San Esteban de Viena.

Y en el nombre de María os saludo a todos vosotros, habitantes de esta ciudad y peregrinos de Hungría y otras naciones vecinas. Dirijo un pensamiento fraterno a monseñor Szilard Keresztes, obispo de la diócesis de Hajdudorog para los católicos de rito bizantino de toda Hungría, y le agradezco las amables palabras que me dirigió al comienzo de la celebración. Saludo al arzobispo Istvan Seregély de Eger, en cuyo territorio se encuentra Máriapócs, ya los demás prelados presentes. Saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los laicos, especialmente a los enfermos y a los jóvenes.

También me gustaría saludar cordialmente a los peregrinos que han venido de los países vecinos: húngaros, ucranianos, eslovacos, rutenos y rumanos. Saludo con especial afecto a los peregrinos húngaros que han venido de las naciones y pueblos vecinos al encuentro del Sucesor de San Pedro con sus hermanos húngaros. Hoy la tarea de cada uno de ustedes es utilizar la libertad ganada según las leyes del amor y según los propósitos de la vida cristiana, en una relación de mutua amistad con todos los cristianos y con todas las Naciones. ¡Permanezca fiel a su herencia espiritual! ¡Defiende tu fe! ¡Dios te bendiga!

Saludo de todo corazón a los fieles que han venido de Ucrania. Queridos amigos, su testimonio de fe, que han dado al mundo entero durante décadas, aceptando también la persecución y la discriminación grave, confirma la convicción cristiana, según la cual la fe y el cristianismo nunca pueden ser destruidos. Que su testimonio diario como cristianos auténticos continúe incluso en circunstancias cambiantes. Ahora es importante vivir en paz con todos los cristianos y hombres de buena voluntad. ¡Que Nuestra Señora de Máriapócs interceda siempre por ti!

También dirijo un saludo especial al obispo Ján Hirka, obispo de Presov de los católicos de rito bizantino, al obispo Alojz Tkác, obispo de Kosice ya todos los fieles eslovacos que han venido a rezar con sus hermanos húngaros. La historia de sus dos pueblos los ha unido en el pasado. Oremos para que la unidad y el respeto mutuo sean las características que conformarán su vida también en el futuro. Como cristianos, siempre debemos respetar los derechos y la cultura de los demás. Que Dios bendiga al pueblo eslovaco que siempre sobresale en su tolerancia hacia los demás.

Saludo cordialmente al arzobispo Ivan Semedi, obispo de Mukacevo de los ucranianos, a los auxiliares: al arzobispo Ivan Marghitych, al arzobispo Josyf Holovach y a los queridos peregrinos rutenos que han venido a este antiguo santuario de Nuestra Señora en Máriapócs. Que la Santísima Virgen te acompañe en tu peregrinaje a esta tierra. Que tu gran tradición mariana, que tienes en común con el pueblo húngaro, te una en el camino de la paz y de una herencia cristiana común.

Saludo también cordialmente al cardenal Alexandru Todea, arzobispo de Fagaras y Alba Julia, o obispos y peregrinos de habla rumana. Habéis venido al Santuario de Máriapócs desde otros países. Que la Santísima Virgen te proteja en tu difícil camino después de tantos años de represión. La libertad de conciencia y religión, que has recuperado, te permite vivir una auténtica vida cotidiana, en buenas relaciones con todos los cristianos y con todos los pueblos, así como con las minorías étnicas de tu país, que a lo largo de la historia ha dado ejemplo de tolerancia. y promoción de otras culturas.

Me alegra encontrarme con ustedes en este lugar sagrado, participando en su peregrinaje. Muchos de vosotros habéis tenido que afrontar un largo viaje, incluso traspasando fronteras, para llegar a este punto y uniros a los hermanos y hermanas húngaros, así como a muchas personas de otras naciones, reunidas aquí para venerar a la Virgen María. Todos los Santuarios de la Virgen son lugares de paz y reconciliación. Para ustedes y sus compatriotas le pido a la Santísima Virgen que este encuentro sea un aliciente y un estímulo para el entendimiento mutuo y la colaboración constructiva: entre ustedes hay personas que hablan diferentes idiomas y viven en diferentes culturas, pero aún pertenecen a la misma gran familia humana.

Hace dos años, en el Mensaje para el Día de la Paz anual, destaqué el derecho de las minorías a existir, a preservar su cultura, a usar su idioma y a tener relaciones con grupos que tienen un patrimonio cultural e histórico común. en los territorios de otros estados (cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada de la Paz , 5ss).

Que Dios conceda a los hijos de esta tierra y a los de los países vecinos la nobleza de espíritu necesaria para respetar siempre estos derechos fundamentales, para que con el aporte generoso de todos sea posible construir activamente una paz enriquecida por el aporte de las legítimas diferencias de cada.

"¡Bendito el útero que te dio a luz!" ( Lc 11, 27).

"¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!" ( Lc 1, 42).

3. Esta bienaventuranza , proclamada por una mujer entre la muchedumbre que rodeaba a Jesús, está dirigida ante todo a él: se refiere a la Madre sólo en consideración al Hijo .

De hecho, en los santuarios marianos es el Hijo quien es glorificado de una manera particular. La Madre, por así decirlo, se “esconde” enteramente en su misterio: en el misterio divino del que habla el Apóstol en la carta a los Filipenses.

Jesucristo, “a pesar de ser de naturaleza divina, no consideró su igualdad con Dios un tesoro celoso, sino que se despojó de sí mismo , asumiendo la condición de siervo y haciéndose como hombres; apareciendo en forma humana, se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y la muerte de cruz ”( Fil 2, 6-8).

María participó profundamente en este Misterio. Desde el momento de la Anunciación, desde su nacimiento en la noche de Belén, participó, por la fe, en el gran misterio de la "expoliación" del Hijo de Dios que, como su Hijo como los hombres, asumió la condición de un sirviente.

También muchos de vosotros, queridos hermanos y hermanas, junto con toda la Iglesia católica de rito bizantino, habéis tenido que llevar la cruz de Cristo sobre vuestros hombros durante los duros años de persecución. Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos han sufrido por la fe cristiana y el apego a su Iglesia. Hoy, todos juntos, en la plaza de este Santuario, en la única iglesia católica de rito bizantino que pudo sobrevivir legítimamente durante la persecución, queremos agradecer a Dios los dones de la gracia, que continuó otorgándoos incluso en la época de sufrimiento.

Ahora que ha pasado ese período oscuro, celebrando la Eucaristía en la estupenda liturgia de San Juan Crisóstomo, dando testimonio de la rica variedad de la Iglesia, en la que las tradiciones de Oriente y Occidente se encuentran y se enriquecen, expresamos la certeza que los sufrimientos de los mártires serán una incitación y un estímulo para todos a un nuevo compromiso con la vida cristiana.

En este santuario de la Santísima Virgen quisiera implorar con confianza la gracia providencial de la Santísima Trinidad: que quiera ayudar a las Iglesias ortodoxas de diferentes tradiciones. Europa se encuentra en el umbral de una nueva era, en la que la llamada urgente a la unidad es el fenómeno más llamativo. Esta es una invitación a las Iglesias autocéfalas y a las demás Iglesias a buscar la reconciliación entre ellas.

Con esta intención elevamos nuestra oración a la Virgen de los Dolores, a Ella que supo resistir sin miedo junto a su Hijo incluso bajo la Cruz.

El camino de la fe llevó a María a seguir a Cristo hasta la Cruz , donde "se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte".

Y este camino lo recorrió María íntegramente por la fe y su amor maternal. Tenía en sí mismo los mismos sentimientos que había en Cristo Jesús (cf. Flp 2, 5), en su Redentor.

4. Cuando visitamos los santuarios marianos lo hacemos para obedecer las palabras que Jesús pronunció en respuesta a la mujer: “ Bendita. . . los que oyen la palabra de Dios y la guardan ”( Lc 11, 28 ).

Estas palabras se refieren principalmente a María y encuentran su plenitud en ella que, como enseña el Concilio, " avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo" (cf. Lumen gentium , 58).

Las palabras de Jesús también se refieren a nosotros, comprometiéndonos en la escucha de la palabra de Dios y en la observancia de lo que en ella se nos exige. También nosotros, peregrinos de este lugar, deseamos tener a María como "guía" materna en el camino de esta fe activa, en el camino que conduce a Cristo. Nosotros también queremos tener los mismos sentimientos que había en Ella, como los del Hijo.

5. Con sus propios sentimientos queremos reflexionar sobre nuestra realidad cotidiana, sobre la condición de nuestras comunidades en este particular momento histórico.

Que María, Madre amorosa que sostiene al divino Hijo en sus brazos, conceda a esta nación la renovación y el vigor de la vida social y familiar , "uno de los bienes más preciosos de la humanidad" (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio , 1). . Guiar a las familias para que construyan sobre Cristo, centro de toda existencia humana, la fidelidad y estabilidad de sus proyectos; ayúdales a basar su misión específica en el mundo y en la Iglesia en el amor.

"Dios es amor" ( 1 Jn 4, 8): al crear al hombre a su imagen, inscribe en su ser la necesidad espiritual de amor, vocación fundamental y nativa de todo ser humano (cf. ibid . 11). Pero el amor del que habla el Salvador ciertamente no es el del mundo. Amar, para el cristiano, significa abrirse a los demás , aceptar al otro como parte de uno mismo; significa entregarse libremente al otro para ayudarlo a realizarse plenamente.

¿No ama Cristo a su Iglesia así? ¿No se entregó él todo para santificarla (cf. Efesios 5: 25-33)? En la familia, a través del matrimonio cristiano, los esposos cumplen su misión de amor sacando frescura de la fuente inagotable del corazón de Cristo. En la humilde familia de Nazaret reconocen el modelo de su crecimiento diario en el servicio y la acogida; de ella aprenden a expresarse en una existencia sencilla y fecunda, siempre atentos a las grandes expectativas y perspectivas de la humanidad.

6. “El hombre y la mujer según la voluntad de Cristo - escribí en Familiaris consortio - están totalmente comprometidos el uno con el otro, hasta la muerte. La donación física total sería mentira, si no fuera signo y fruto de la donación personal total, en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal: si la persona se reservara algo para sí mismo o la posibilidad de decidir. de lo contrario, para el futuro, ya por eso no se entregaría totalmente ”(Juan Pablo II, Familiaris consortio , n. 11).

Por tanto, nadie, ni siquiera el Estado, puede romper el vínculo del amor. Por eso, cuando el matrimonio se contrae según las leyes de la Iglesia, el vínculo sagrado existe y persiste a pesar del eventual divorcio civil, y une a los cónyuges hasta la muerte.

La fuente maravillosa y misteriosa de la vida es el amor verdadero que, mientras conduce a los esposos a ese profundo "conocimiento" mutuo que los hace "una sola carne" (cf. Gn 2, 24 ), no termina en la pareja, sino que la abre a la pareja. otros: niños, miembros de la familia, sociedad. De esta manera los esposos se convierten en colaboradores de Dios en la construcción de una nueva sociedad en la que los derechos humanos y la vida de toda persona humana sean verdaderamente acogidos, protegidos, defendidos y promovidos.

En particular, de su mutuo amor brota la vida del niño, signo permanente de su unidad conyugal y extraordinaria síntesis de su paternidad y maternidad.

¡Y con el niño, los padres reciben una nueva responsabilidad de Dios que amplía la misión de la familia! ¿No es el aborto la muerte de un misterio vital de amor? No parezca fuera de lugar mi urgente llamamiento a releer, en este sentido, la Carta Pastoral que sus Obispos dirigieron a la nación húngara en 1956, y cuyo contenido aún hoy mantiene una trágica relevancia.

7. El camino de la vida familiar no está exento de dificultades y riesgos . Ustedes esposos lo saben bien. Pero, si tienes fe, también sabes que no estás solo . Está Dios a tu lado, que no permite que falte la ayuda de su gracia a quienes lo invocan con confianza en la oración y en la práctica constante de los sacramentos.

Pero de una cosa hay que estar convencido: si es necesario dedicarse a diversas tareas materiales, es aún más necesario crecer espiritualmente en contacto con Cristo, escuchando su Palabra y nunca abandonando su ley. Los intereses terrenales y las aspiraciones espirituales no se excluyen mutuamente , sino que deben armonizarse e integrarse. El Evangelio les advierte (cf. Lc 10, 38-42) que no se dejen absorber totalmente por las actividades materiales. Frente a Marta, ocupada con muchos servicios, María, sentada a los pies del Maestro escuchando sus palabras, "eligió la mejor parte" ( Lc 10, 42).

Con estas palabras Jesús quiso subrayar lo importante que es para los cristianos, que desean animar a su familia con amor sobrenatural, consagrar tiempo y atención a Dios en la oración personal y litúrgica.

También en este sentido la Santísima Virgen sigue siendo el modelo más alto: "Meditando en su corazón" (cf. Lc 2, 19 ) los dones de Dios, confía cada problema al corazón misericordioso de su Hijo: "No tienen más vino". (cf. Jn 2, 3) le dice al Hijo durante las bodas de Caná. "La Virgen María - escribí concluyendo la Familiaris consortio - como es Madre de la Iglesia, así sea también Madre de la" Iglesia doméstica "y, gracias a su ayuda materna, toda familia cristiana puede verdaderamente convertirse en una" pequeña iglesia " , en el que se refleja y revive el misterio de la Iglesia de Cristo.

Que ella, la Sierva del Señor, sea ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; que ella, Madre de los Dolores al pie de la Cruz, consuele los sufrimientos y seque las lágrimas de quienes padecen las dificultades de sus familias ”(n. 86).

8. María estuvo presente en el Calvario, en actitud de silenciosa participación, en la hora del juicio y muerte de Cristo. Con ella nos acercamos al misterio de la Cruz. Y las palabras del Apóstol de los Gentiles, en la Carta a los Filipenses , nos abren a la plenitud del misterio de Cristo. Después de la "expoliación" del Hijo de Dios en forma humana, después de la "humillación" por medio de la Cruz, la "exaltación" y gloria de Cristo resuena en el himno paulino:

“Por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todos los demás nombres; para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua proclama que Jesucristo es el Señor; para gloria de Dios Padre ”( Filipenses 2: 9-11).

María , la que "eligió la mejor parte" (cf. Lc 10, 42), lleva en sí un reflejo significativo de la gloria del Hijo . Así como Socia Christi lo acompañó inseparablemente durante su camino terrenal en el despojo y la humillación, también ahora participa de su exaltación.

Y esta exaltación de la Madre a través de la participación en la gloria del Hijo, son todos los fieles húngaros quienes la proclaman: Magna Domina Hungarorum.

¡Lo proclaman a lo largo de tantas generaciones!

¡Verdaderamente "bendito es el vientre que te dio a luz"!

¡Benedetta estaba entre las mujeres!

¡Bendita la que "acogió la Palabra" y la guardó maternalmente para todos nosotros!

¡Ella es la Madre: suya y nuestra, de generación en generación!

¡Amén!

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO

Basílica de Santa María la Mayor
Domingo 8 de diciembre de 1991

1. «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1,28). El mensajero llama a la Virgen de Nazaret «llena de gracia». Su nombre es María. El ángel se llama Gabriel. Este nombre tiene un significado particular. Gabriel quiere decir «Fortitudo Dei».«Fortitudo» significa «poder»: el poder de Dios. Por consiguiente, Gabriel es mensajero del poder de Dios. Dice a la Virgen: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).

Y, al concluir su misión, añade: «ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1, 37). El Hijo de Dios se hace hombre, hijo de la Virgen: este hecho se realiza por el poder de Dios, más aún, por su omnipotencia.

2. El nombre del ángel, «Fortitudo Dei» significa asimismo «valor», es decir, «valentía». También en este sentido el nombre del mensajero —Gabriel— está en armonía con el contenido de la Anunciación, pues revela, en cierto sentido, la virtud heroica de Aquel que, siendo de la misma sustancia del Padre, Hijo de Dios, se hace hombre. Una vez que se ha hecho hombre, el Hijo del hombre, Dios manifiesta un amor que en su heroísmo es realmente insuperable (cf. Flp 2, 6-11). Este «heroísmo» del amor alcanza su culmen en la cruz de Cristo, en su misterio pascual: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1).

3. Muchos aceptan sin dificultad la omnipotencia de Dios que se manifiesta en la creación y en la Providencia. En cambio, les resulta difícil acoger el amor, unido al heroísmo, de la noche de Belén y de la cruz del Gólgota: el heroísmo de la Encarnación de la Redención.

María es la primera de los que aceptan el misterio inefable de la autorrevelación de Dios en su Hijo eterno, que se hace hijo suyo.

El mensajero llama a María «llena de gracia». Hay en ella una plena apertura al poder de Dios, que es amor. Ella es completamente transparente y límpida en su fe: es la «bienaventurada porque ha creído». No se encuentra en ella el impedimento del pecado, ni siquiera del pecado original. El amor redentor de su Hijo la ha abrazado y penetrado ya en el primer momento de su concepción por parte de sus padres terrenos.

4. En este aspecto, la Virgen de Nazaret es esencialmente diversa de Adán después del pecado. Adán trata de esconderse entre los árboles del Paraíso. A la voz de Dios, a su pregunta: «¿Dónde estás?» responde: «me escondí», «tuve miedo, porque estoy desnudo» (Gn 3, 9-10). Antes no sentía ese miedo. Antes miraba de frente a los ojos del Creador y tenía intimidad con él, como un hijo con su padre.

Este primer miedo y el consiguiente esconderse, siguen dándose en la historia del hombre. El hombre, puesto entre el amor de Dios y el darle la espalda, elige con frecuencia esta última actitud. Por tanto, no sólo «se esconde» de Dios en la sombra de su intimidad, sino que pone con su propia actividad un velo entre él y el Creador; a causa de ese velo Dios resulta irreconocible; queda, a lo más, como una hipótesis intelectual, y es el primer Ser. De ese modo, el hombre —especialmente en la época moderna— trata de justificar su comportamiento pragmático, que consiste en vivir como si Dios no existiese.

5. En medio de todo eso, María sigue siendo un testigo singular de la presencia de Dios en el mundo: «El Señor está contigo» (Lc 1, 28). Gracias a la transparencia de su ser humano, Dios se halla presente en medio de nosotros en toda la absoluta verdad de su autorrevelación: en la verdad de la Encarnación de la Revelación, en la verdad del amor heroico, del amor «hasta el extremo».

6. En estos días se desarrollan en Roma los trabajos del Sínodo de los obispos de Europa. Esta solemnidad mariana tiene para ellos una importancia especial. ¡Qué actual es la liturgia de la Inmaculada Concepción!

En este santuario de la «Salus populi romani» oremos con confianza a la Madre de Dios por el éxito de los trabajos del Sínodo, pidiendo que «quien inició en vosotros la buena obra, la vaya consumando hasta el Día de Cristo Jesús» (cf. Flp 1, 6).

Cristo, en este tiempo de Adviento, acoja de las manos de su Madre inmaculada estos deseos y estas intenciones.

Amén.


HOMILIA DE JUAN PABLO II

Fiesta de Nuestra Señora de Loreto - Aeropuerto de Fiumicino
 Martes, 10 de diciembre de 1991

1. " Nada es imposible para Dios " ( Lc 1, 37).

Estas palabras, que acabamos de escuchar, están tomadas del Evangelio de Lucas. El ángel Gabriel la dirige a María, "virgen desposada con un varón de la casa de David, llamado José" ( Lc 1, 27).

Por obra del Espíritu Santo se cumple en ella el plan salvífico tan esperado, que Yahvé lleva a cabo superando todas las resistencias y obstáculos.

"¡Nada es imposible para Dios"!

Nos enfrentamos, queridos hermanos y hermanas, al misterio de la Encarnación de Cristo, que cambió la historia del mundo .

Lo contemplamos más intensamente, en este tiempo de Adviento, mientras nos preparamos para celebrar la solemnidad de la Navidad. Lo meditamos con la mirada vuelta hacia la Madre del Señor, ella que "creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" ( Lc 1, 45).

2. "No temas, María" ( Lc 1, 30). Así la tranquiliza el ángel cuando le trae un anuncio de alegría y consuelo para todas las generaciones. El Mesías, esperado durante siglos, será rey de paz y justicia: "reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin" ( Lc 1,33).

Por tanto, el Reino de Dios ya está entre nosotros.

¡No temáis, pues, cristianos que habéis puesto vuestra confianza en el Señor!

En Cristo se te ha ofrecido la luz que ilumina tus pasos; se ha abierto la puerta del Reino de Dios, que no es de este mundo (cf. Jn 8,36), y se os ha hecho posible el acceso a la fuente inagotable de la santidad.

3. María respondió: "Que me suceda lo que has dicho" ( Lc 1, 38). Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de hoy nos invita a mirar a María: a contemplarla y seguirla .

María es la humilde sierva del Señor que, como acertadamente nos recuerda el Concilio Vaticano II, resplandece ahora en la tierra "ante el pueblo peregrino de Dios como signo de esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor" ( Lumen gentium , 68).

Nos recuerda que si queremos dar un valor auténtico a cada uno de nuestros proyectos personales y construir juntos una sociedad más justa y fraterna, podemos sacar la luz y la fuerza necesarias del misterio que nos presenta hoy el pasaje del Evangelio. Se trata, como hizo María, de acoger la palabra de Dios y proclamar con sinceridad: “Aquí estoy. . . que me suceda lo que has dicho ”( Lc 1, 38).

La vocación de todo creyente consiste precisamente en esta disponibilidad a la acción divina : de cada uno de nosotros que, con el Bautismo, estamos llamados a anunciar y dar testimonio de la humanidad de nuestros días el Evangelio de la esperanza y la caridad . Es una misión urgente, como también surge del trabajo del Sínodo de los Obispos para Europa: una evangelización nueva, valiente, que requiere la contribución de cada uno.

4. Queridos hermanos y hermanas, damos la bienvenida a la invitación de la liturgia de hoy, que hace aún más solemne el aniversario del Día Mundial del Transporte Aéreo.

Hoy veneramos a María bajo el título de Nuestra Señora de Loreto, patrona y protectora del "pueblo en fuga". Te invocamos para velar por las actividades, a veces arriesgadas y pesadas, de tu trabajo y de todos aquellos que de diversas formas contribuyen al buen funcionamiento de los servicios aeroportuarios.

El complejo mundo del transporte aéreo constituye sin duda una gran y sólida realidad de nuestro tiempo. Al proporcionar empleo a más de veinte millones de trabajadores y trabajadoras y transportar una media de alrededor de mil millones de pasajeros al año, afecta profundamente la vida y los hábitos de las personas.

5. Desde el altar dirijo mi cordial saludo a esta gran comunidad de trabajo tuya.

Agradezco a cada uno de ustedes su presencia y su cálida bienvenida.

El término "Aeropuerto" recuerda la historia de Oporto, la antigua ciudad que durante muchos siglos fue el punto de desembarco de personas y mercancías con destino a la ciudad de Roma. Incluso ahora, continúas realizando un servicio similar, útil para el crecimiento de la comunicación entre los pueblos: un servicio al hombre, ciudadano del mundo.

Gracias a la mejora del uso de vehículos aéreos, el mundo parece, de hecho, haberse convertido en una "aldea" fácilmente transitable, donde las distancias se reducen y los contactos entre personas y pueblos se vuelven más fáciles y frecuentes. Y con tu actividad, con la actividad de cada uno, cooperas de forma decisiva en este progreso técnico y social. Por tanto, se sientan comprometidos con esta tarea que, mientras crece en eficacia, no debe dejar de defender y promover los valores indispensables del hombre.

6. "Sobre todo está el amor" ( Col 3, 14).

El apóstol Pablo, en la carta a los Colosenses que se acaba de proclamar, nos invita a alimentar nuestras relaciones interpersonales e intercomunitarias con el amor mutuo, inspirado en la misericordia y la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia. Es un programa de vida exigente.

Queridos hermanos y hermanas, asegúrense de que su contacto con la gente nunca sea frío y apresurado: más bien, sepan ofrecer a los que encuentran atención y comprensión, respeto y simpatía.

De Cristo aprendemos a escuchar y comprender, perdonar y acoger, amar y ayudar seriamente a los hermanos.

En el aeropuerto hay una pequeña capilla, que es su centro espiritual. Siempre que sea posible, haga una pausa en oración ante el tabernáculo, donde el divino Salvador está realmente presente. En silencio hablará a tu corazón: te ayudará a ser artífices de la serenidad, la paz y la solidaridad, en este lugar, encrucijada de pueblos de todas las razas, culturas y religiones.

Viene gente de todo el mundo que lleva en el alma alegrías y esperanzas, pero también preocupaciones y problemas. ¡Cuánto se desea, en tales circunstancias, encontrar un rostro amable, escuchar una palabra serena, recibir un gesto de cortesía y comprensión concreta!

Desafortunadamente, en el pasado, el aeropuerto “Leonardo da Vinci” fue escenario de actos de violencia imprudente. Mientras imploramos la paz celestial y la misericordia para las víctimas de tales gestos, oramos para que la ayuda de Dios nunca falle sobre todos los que trabajan aquí y para los que pasan por aquí.

7. Que la Virgen María, a quien hoy veneramos de manera especial, los proteja. Todavía dirigimos nuestros pensamientos a ella.

María es el camino de Cristo, el camino a Cristo, es la esperanza y el sostén de nuestra existencia.

María es la "sierva del Señor" que nos anima a repetir como ella todos los días: "que sea conmigo, Señor, según tu palabra" ( Lc 1, 38).

Ayúdanos, María, Madre nuestra, Nuestra Señora de Loreto.

Ayudarle en la tierra y en el cielo.

¡Amén!

VIAJE APOSTÓLICO A SANTO DOMINGO

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA ALTAGRACIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Higüey, República Dominicana
Lunes 12 de octubre de 1992

“Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4, 4).

1. Estas palabras del apóstol san Pablo, queridos hermanos y hermanas, nos introducen en el misterio de aquella Mujer, llena de gracia y de bondad, a quien, generación tras generación, los dominicanos han venido a honrar a esta Basílica donde hoy nos congregamos.

Desde el lejano 1514, la presencia vigilante y amorosa de Nuestra Señora de la Altagracia ha acompañado ininterrumpidamente a los queridos hijos de esta noble Nación, haciendo brotar en sus corazones, con la luz y la gracia de su divino Hijo, la inmensa riqueza de la vida cristiana.

En mi peregrinación a esta Basílica, quiero abrazar con el amor que irradia de nuestra Madre del cielo, a todos y cada uno de los aquí presentes y a cuantos están unidos espiritualmente a nosotros a lo largo y a lo ancho del País. Mi saludo fraterno se dirige a todos mis Hermanos en el Episcopado que me acompañan y, en particular, a los queridos Obispos de la República Dominicana, que con tanta dedicación y premura han preparado mi visita pastoral.

Y desde esta Basílica mariana –que es como el corazón espiritual de esta isla, a la que hace quinientos años llegaron los predicadores del Evangelio– deseo expresar mi agradecimiento y afecto a los Pastores y fieles de cada una de las diócesis de la República, comenzando por la de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey, donde nos hallamos. Mi reconocimiento, hecho plegaria, va igualmente a la Arquidiócesis de Santo Domingo, a su Pastor y Obispos Auxiliares. Mi saludo entrañable también a las diócesis de Bani, Barahona, La Vega, Mao–Monte Cristi con sus respectivos Obispos. Paz y bendición a los Pastores y fieles de San Francisco de Macorís, Santiago de los Caballeros y San Juan de la Maguana. Un recuerdo particular, lleno de afecto y agradecimiento, va a todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y demás agentes de pastoral que, con generosidad y sacrificio, dedican sus vidas a la obra de la nueva evangelización.

2. Celebramos, amados hermanos y hermanas, la llegada del mensaje de salvación a este continente. Así estaba predestinado en el designio del Padre que, al llegar la plenitud de los tiempos, nos envió a su Hijo, nacido de mujer (cf. Ga 4, 4), como hemos oído en la segunda lectura de la Santa Misa.

Dios está fuera y por encima del tiempo, pues Él es la eternidad misma en el misterio inefable de la Trinidad divina. Pero Dios, para hacerse cercano al hombre, ha querido entrar en el tiempo, en la historia humana; naciendo de una mujer se ha convertido en el Enmanuel, Dios–con–nosotros, como lo anunció el profeta Isaías. Y el apóstol Pablo concluye que, con la venida del Salvador, el tiempo humano llega a su plenitud, pues en Cristo la historia adquiere su dimensión de eternidad.

Como profesamos en el Credo, la segunda persona de la Santísima Trinidad “se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo”. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti –dice el ángel a María– y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1, 35). Con el “sí” de la Virgen de Nazaret llega a su plenitud y cumplimiento la profecía de Isaías sobre el Enmanuel, el Dios–con–nosotros, el Salvador del mundo.

Junto con el ángel Gabriel proclamamos a María llena de gracia en este Santuario de Higüey, que está bajo la advocación de la Altagracia, y que es el primer lugar de culto mariano conocido erigido en tierras de América. Todo cuanto se ve en el cuadro bendito que representa a nuestra Señora de la Altagracia es expresión limpia y pura de lo que el Evangelio nos dice sobre el misterio de la encarnación del Hijo de Dios.

A la sombra de este templo se ha formado un pueblo en fusión de razas y culturas, de anhelos y esperanzas, de éxitos y de fracasos, de alegrías y tristezas. El pueblo dominicano ha nacido bajo el signo de la Virgen Madre, que lo ha protegido a lo largo de su caminar en la historia. Como consta en los anales de esta Nación, a este lugar santo han acudido a buscar valor y fuerza los forjadores de la nacionalidad; inspiración los poetas, los escritores y los sabios; aliento los hombres de trabajo; consuelo los afligidos, los enfermos, los abandonados; perdón los arrepentidos; gracia y virtud los que sienten la urgencia de ser santos. Y todos ellos, bajo el manto de la Altagracia, la llena de gracia.

3. Este Santuario, amadísimos dominicanos, es la casa donde la Santísima Virgen ha querido quedarse entre vosotros como madre llena de ternura, dispuesta siempre a compartir el dolor y el gozo de este pueblo. A su maternal protección encomiendo todas las familias de esta bendita tierra para que reine el amor y la paz entre todos sus miembros. La grandeza y la responsabilidad de la familia están en ser la primera comunidad de vida y amor; el primer ambiente donde los jóvenes aprenden a amar y a sentirse amados. Cada familia ha recibido de Dios la misión de ser “la célula primera y vital de la sociedad” (Apostolicam actuositatem, 11) y está llamada a construir día a día su felicidad en la comunión. Como en todo tejido vivo, la salud y el vigor de la sociedad depende de cómo sean las familias que la integran. Por ello, es también responsabilidad de los poderes públicos el favorecer la institución familiar, reforzando su estabilidad y tutelando sus derechos. Vuestro país no puede renunciar a su tradición de respeto y apoyo decidido a aquellos valores que, cultivados en el núcleo familiar, son factor determinante en el desarrollo moral de sus relaciones sociales, y forman el tejido de una sociedad que pretende ser sólidamente humana y cristiana.

Es responsabilidad vuestra, padres y madres cristianos, formar y mantener hogares donde se cultiven y vivan los valores del Evangelio. Pero, ¡cuántos signos de muerte y desamor marcan a nuestra sociedad! ¡Cuántos atentados a la fidelidad matrimonial y al misterio de la vida! No os dejéis seducir, esposos cristianos, por el fácil recurso al divorcio. No permitáis que se ultraje la llama de la vida. El auténtico amor dentro de la comunión matrimonial se manifiesta necesariamente en una actitud positiva ante la vida. El anticoncepcionismo es una falsificación del amor conyugal que convierte el don de participar en la acción creadora de Dios en una mera convergencia de egoísmos mezquinos (Familiaris consortio, 30 y 32). Y, ¿cómo no repetir una vez más en esta circunstancia que si no se pueden poner obstáculos a la vida, menos aún se puede eliminar impunemente a los aún no nacidos, como se hace con el aborto?

Por su parte, los esposos cristianos, en virtud de su bautismo y confirmación y por la fuerza sacramental del matrimonio, tienen que transmitir la fe y ser fermento de transformación en la sociedad. Vosotros, padres y madres de familia, habéis de ser los primeros catequistas y educadores de vuestros hijos en el amor. Si no se aprende a amar y a orar en familia, difícilmente se podrá superar después ese vacío. ¡Con cuánto fervor imploro a Dios que las jóvenes y los jóvenes dominicanos encuentren en sus hogares el testimonio cristiano que avive su fe y les sostenga en los momentos de dificultad o de crisis!

4. ¡Jóvenes dominicanos!, pido a Nuestra Señora de la Altagracia que os fortalezca en la fe, que os conduzca a Jesucristo porque sólo en Él encontraréis respuesta a vuestras inquietudes y anhelos; sólo Él puede apagar la sed de vuestros corazones. La fe cristiana nos enseña que vale la pena trabajar por una sociedad más justa; que vale la pena defender al inocente, al oprimido y al pobre; que vale la pena sacrificarse para que triunfe la civilización del amor. Sois los jóvenes del continente de la esperanza. Que las dificultades que os toca vivir no sean un obstáculo al amor, a la generosidad, sino más bien un desafío a vuestra voluntad de servicio. Habéis de ser fuertes y valientes, lúcidos y perseverantes. No os dejéis seducir por el hedonismo, la evasión, la droga, la violencia y las mil razones que aparentan justificarlas. Sois los jóvenes que caminan hacia el tercer milenio cristiano y debéis prepararos para ser los hombres y mujeres del futuro, responsables y activos en las estructuras sociales, económicas, culturales, políticas y eclesiales de vuestro país para que, informadas por el espíritu de Cristo y por vuestro ingenio en conseguir soluciones originales, contribuyáis a alcanzar un desarrollo cada vez más humano y más cristiano.

5. Encontrándome en esta zona rural de la República, mi pensamiento se dirige de modo particular a los hombres y mujeres del campo. Vosotros, queridos campesinos, colaboráis en la obra de la creación haciendo que la tierra produzca los frutos que servirán de alimento a vuestras familias y a toda la comunidad. Con vuestro sudor y esfuerzo ofrecéis a la sociedad unos bienes que son necesarios para su sustento. Apelo, por ello, al sentido de justicia y solidaridad de las personas responsables para que pongan todos los medios a su alcance en orden a aliviar los problemas que hoy aquejan al sector rural, de tal manera que los hombres y las mujeres del campo y sus familias puedan vivir del modo digno que les corresponde a su condición de trabajadores e hijos de Dios. La devoción a la Santísima Virgen, tan arraigada en la religiosidad de los trabajadores del campo, marca sus vidas con el sello de una rica humanidad y una concepción cristiana de la existencia, pues en María se cifran las esperanzas de quienes ponen su confianza en Dios. Ella es como la síntesis del Evangelio y “nos muestra que es por la fe y en la fe, según su ejemplo, como el pueblo de Dios llega a ser capaz de expresar en palabras y de traducir en su vida el misterio del deseo de salvación y sus dimensiones liberadoras en el plano de la existencia individual y social” (Congr. pro Doctrina Fidei, Instructio Libertatis conscientia, 97).

6. “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Ga 4, 4).

María es la mujer que acogiendo con fe la palabra de Dios y uniendo indisolublemente su vida a la de su Hijo, se ha convertido en “la primera y más perfecta discípula de Cristo” (Marialis cultus, 35). Por ello, en unas circunstancias como las actuales, cuando el acoso secularizante tiende a sofocar la fe de los cristianos negando toda referencia a lo transcendente, la figura de María se yergue como ejemplo y estímulo para el creyente de hoy y le recuerda la apremiante necesidad de que su aceptación del Evangelio se traduzca en acciones concretas y eficaces en su vida familiar, profesional, social (Christifideles laici, 2). En efecto, el laico dominicano está llamado, como creyente, a hacer presente los valores evangélicos en los diversos ámbitos de la vida y de la cultura de su pueblo. Su propia vocación cristiana le compromete a vivir inmerso en las realidades temporales como constructores de paz y armonía colaborando siempre al bien común de la Nación. Todos deben promover la justicia y la solidaridad en los diversos campos de sus responsabilidades sociales concretas: en el mundo económico, en la acción sindical o política, en el campo cultural, en los medios de comunicación social, en la labor asistencial y educativa. Todos están llamados a colaborar en la gran tarea de la nueva evangelización.

Hoy como ayer María ha de ser también la Estrella de esa nueva evangelización a la que la Iglesia universal se siente llamada, y especialmente la Iglesia en América Latina, que celebra sus quinientos años de fe cristiana. En efecto, el anuncio del Evangelio en el Nuevo Mundo se llevó a cabo “presentando a la Virgen María como su realización más completa” (Puebla, 282). Y a lo largo de estos cinco siglos la devoción mariana ha demostrado sobradamente ser un factor fundamental de evangelización, pues María es el evangelio hecho vida. Ella es la más alta y perfecta realización del mensaje cristiano, el modelo que todos deben seguir. Como afirmaron los Obispos latinoamericanos reunidos en Puebla de los Ángeles, “sin María, el Evangelio se desencarna, se desfigura y se transforma en ideología, en racionalismo espiritualista” (Puebla, 301).

7. “Porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso” (Lc 1, 49).

Así lo proclama María en el Magníficat. Ella, la Altagracia, nos entrega al Salvador del mundo y, como nueva Eva, viene a ser en verdad “la madre de todos los vivientes” (Gn 3, 20). En la Madre de Dios comienza a tener cumplimiento la “plenitud de los tiempos” en que “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer,... para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). El Enmanuel, Dios–con–nosotros, sigue siendo una nueva y maravillosa realidad que nos permite dirigirnos a Dios como Padre, pues María nos entrega a Aquel que nos hace hijos adoptivos de Dios: “hijos en el Hijo”.

“La prueba de que sois hijos –escribe san Pablo– es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios” (Ibíd., 4, 6-7). Ésta es la gran verdad que nos proclama el Apóstol en nuestra celebración eucarística: la filiación adoptiva al recibir la vida divina. Por eso, nuestros labios pueden repetir las mismas palabras: “Padre..., Padre nuestro”, porque es el Espíritu Santo quien las inspira en nuestros corazones.

8. ¡Altagracia! La gracia que sobrepuja al pecado, al mal, a la muerte. El gran don de Dios se expande entre los pueblos del Nuevo Mundo, que hace cinco siglos oyeron las palabras de vida y recibieron la gracia bautismal. Un don que está destinado a todos sin excepción, por encima de razas, lengua o situación social. Y si algunos hubieran de ser privilegiados por Dios, éstos son precisamente los sencillos, los humildes, los pobres de espíritu.

Todos estamos llamados a ser hijos adoptivos de Dios; pues “para ser libres nos libertó Cristo” (Ga 5, 1): ¡libres de la esclavitud del pecado!

¡Madre de Dios! ¡Virgen de la Altagracia! Muestra los caminos del Enmanuel, nuestro Salvador, a todos tus hijos e hijas en el Continente de la esperanza para que, en este V Centenario de la Evangelización, la fe recibida se haga fecunda en obras de justicia, de paz y de amor.

Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA CINTA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Huelva, lunes 14 de junio de 1993

“El Espíritu Santo descenderá sobre ti” (Lc 1, 35).

1. “Estas palabras que el ángel san Gabriel dirige a María en Nazareth son un eco de las que hemos oído en la primera lectura del profeta Isaías, cuando anuncia que “brotará un renuevo del tronco de Jesé” (Is 11, 1), es decir, de la casa de David. El evangelista san Lucas, en su relato de la anunciación, precisará que la Virgen estaba “ desposada con un varón de nombre José, de la casa de David ” (Lc 1, 27).

María, que por la potencia del Espíritu Santo concebirá y dará a luz un hijo, “que será santo y será llamado Hijo de Dios... porque para Dios nada hay imposible” (Ibíd 1, 35-36), es “la llena de gracia” (Ibíd., 1, 28), la Theotokos, la Madre de Dios, a la que, junto con todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la diócesis de Huelva, quiero venerar con esta peregrinación a los Lugares Colombinos, en recuerdo de aquella gloriosa gesta que llevó la luz del Evangelio al Nuevo Mundo.

2. Es para mí motivo de honda satisfacción celebrar esta Eucaristía y encontrarme con los hijos e hijas de la querida Iglesia onubense. Una Iglesia cargada de historia, pues muchos de sus hombres fueron pioneros, hace medio milenio, de aquella gran empresa descubridora y evangelizadora, que convertiría en realidad geográfica y humana la vocación universal –católica– del cristianismo. Deseo agradecer vivamente las amables palabras de bienvenida que vuestro Obispo, Monseñor Rafael González Moralejo, en nombre también del Obispo Coadjutor, de los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles ha tenido a bien dirigirme.

En coincidencia con el V Centenario del descubrimiento y Evangelización de América, se celebraron en esta diócesis, el pasado año, los Congresos XI Mariológico y XVIII Mariano Internacionales, bajo el evocador lema de “María, Estrella de la evangelización” (Evangelii nuntiandi, 82). Ella fue, en efecto, la estrella de aquella gran epopeya misionera que llevó la luz de Cristo a las tierras recién descubiertas. “En el nombre de Dios y de Santa María” –como consta en los escritos de la época– se embarcaron con Colón en el puerto de Palos los valerosos marinos de esta tierra que hicieron de la mar océana un camino para la difusión del Evangelio.

El nombre dulcísimo de Nuestra Señora de la Cinta, cuya venerada imagen nos preside, fue invocado por ellos durante los peligros de la travesía. Y a su santuario del Conquero fueron a postrarse ante ella a la vuelta del viaje descubridor, en homenaje de reconocimiento y gratitud por la protección maternal que les había dispensado la que siempre fue Abogada singular de los marineros onubenses.

3. Venimos, pues, en peregrinación mariana por esta bendita tierra andaluza en una jornada que, con la ayuda de Dios, me llevará también a los pies de la imagen de Nuestra Señora de los Milagros, en el Monasterio de la Rábida, y junto a la Blanca Paloma, como vosotros filialmente la llamáis, en el Santuario de El Rocío. Deseo con ello unirme también yo ahora a la sentida profesión de fe que fueron los últimos Congresos Mariológico y Mariano, y, a la vez, agradecer a “María, Estrella de la evangelización”, su protección maternal en la gloriosa gesta que abrió nuevos caminos al mensaje salvador de su divino Hijo. Quiero venerar a la que “todas las generaciones llaman bienaventurada” (cf. Lc 1, 48) en estos lugares donde el pueblo peregrino de la fe ha experimentado “las maravillas de Dios” (Hch 2, 11) .

Hemos celebrado, con recuerdo agradecido y gozoso, el V Centenario de aquella gran epopeya de los misioneros españoles, a quienes, con mi presencia en Huelva, cuna del descubrimiento, quiero rendir homenaje en nombre de toda la Iglesia. Pero la Iglesia no puede limitarse solamente a la evocación de ese pasado glorioso. La conmemoración de lo acontecido hace cinco siglos es para ella “un llamamiento a un nuevo esfuerzo creador en su evangelización” (Homilía de la misa para la evangelización de los pueblos, n. 6, 11 de octubre de 1984). El recuerdo del pasado ha de servir de estímulo y acicate para afrontar con decisión y coraje apostólicos los desafíos del presente.

4. En la narración de las bodas de Caná, que hemos escuchado en la lectura del evangelio de san Juan, María, acercándose a Jesús, le dice: “No tienen vino” (Jn 2, 3). El rico simbolismo del vino en el lenguaje bíblico nos descubre todo el alcance de la súplica de María a Jesús: falta la manifestación del poder de Dios, no tienen el vino bueno del Evangelio. María aparece así como portavoz de Israel y de la humanidad entera que espera la manifestación salvadora del Mesías, que está sedienta del Evangelio, que aguarda con impaciencia la Verdad y la Luz que sólo de Cristo puede recibir. Ese es el vino nuevo, vino mejor que el que se echó en falta. En Caná se nos muestra así “la solicitud de María por todos los hombres, al ir a su encuentro en toda la gama de sus necesidades” (Redemptoris Mater, 21).

“No tienen vino” (Jn 2, 3). Con estas mismas palabras María se dirige hoy a una sociedad como la nuestra, que, pese a sus hondas raíces cristianas, ha visto difundirse en ella los fenómenos del secularismo y la descristianización, y “reclama, sin dilación alguna, una nueva evangelización” (Christifideles laici, 4). La Iglesia, que tiene en la evangelización su “dicha y vocación propia..., su identidad más profunda” (Evangelii nuntiandi, 14), no puede replegarse en sí misma. Ha de escuchar y hacer suya la súplica de María, que sigue intercediendo como madre en favor de los hombres, que, sean conscientes o no de ello, tienen sed del “ vino nuevo y mejor ” del Evangelio. Los signos de descristianización que observamos no pueden ser pretexto para una resignación conformista o un desaliento paralizador; al contrario, la Iglesia discierne en ellos la voz de Dios que nos llama a iluminar las conciencias con la luz del Evangelio.

5. Es cierto que el hombre puede excluir a Dios del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona. Vosotros lo sabéis bien: el alejamiento de Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y fundamento de la convivencia humana. Y su carencia produce un vacío que se pretende llenar con una cultura –o más bien, pseudocultura– centrada en el consumismo desenfrenado, en el afán de poseer y gozar, y que no ofrece más ideales que la lucha por los propios intereses o el goce narcisista.

El olvido de Dios, la ausencia de valores morales de los que sólo Él puede ser fundamento, están también en la raíz de sistemas económicos que olvidan la dignidad de la persona y de la norma moral, poniendo el lucro como objetivo prioritario y único criterio inspirador de sus programas. Dicha realidad de fondo no es ajena a los penosos fenómenos económico–sociales que repercuten en tantas familias, como es la tragedia del paro –que muchos de vosotros conocéis por dolorosa experiencia–, y que lleva a numerosos hombres y mujeres –privados de ese medio de realización personal que es el trabajo honrado– a la desesperación o a engrosar las filas de los marginados sociales.

6. El alejamiento de Dios, el eclipse de los valores morales ha favorecido también el deterioro de la vida familiar, hoy profundamente desgarrada por el aumento de las separaciones y divorcios, por la sistemática exclusión de la natalidad –incluso a través del abominable crimen del aborto–, por el creciente abandono de los ancianos, tantas veces privados del calor familiar y de la necesaria comunión intergeneracional. Todo este fenómeno de obscurecimiento de los valores morales cristianos repercute de forma gravísima en los jóvenes, objeto hoy de una sutil manipulación, y no pocos de ellos víctimas de la droga, del alcohol, de la pornografía y de otras formas de consumismo degradante, que pretenden vanamente llenar el vacío de los valores espirituales con un estilo de vida “orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo” (Centesimus annus, 36. La idolatría del lucro y el desordenado afán consumista de tener y gozar son también raíz de la irresponsable destrucción del medio ambiente, por cuanto inducen al hombre a “disponer arbitrariamente de la tierra, sometiéndola sin reservas a su voluntad, como si ella no tuviese una fisonomía propia y un destino anterior dados por Dios, y que el hombre puede desarrollar ciertamente, pero que no debe traicionar” (Ibíd., 37).

7. Es el clamor de esta sociedad necesitada de la luz y de la verdad del Evangelio lo que traen a nuestra mente las palabras de María: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Urge, pues, un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo. El reto es decisivo y no admite dilaciones ni esperas. Ni hay motivos para el desaliento, pues, por muchas que sean las sombras que oscurecen el panorama, son más los motivos de esperanza que en él se vislumbran: vuestras propias raíces cristianas, vuestra fe en Jesucristo, vuestra devoción a su divina Madre. De ello habéis de sacar las energías capaces de dar impulso a la nueva evangelización. Por eso repito hoy a la comunidad cristiana de Huelva aquellas palabras que, durante mi primera visita pastoral a España, dirigí desde Santiago de Compostela a Europa entera: “Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes” (Discurso en Santiago de Compostela, n. 4, 9 de noviembre de 1982).

Un nuevo esfuerzo creador en la evangelización de nuestro mundo es empresa para la que se necesitan sacerdotes, religiosos y religiosas. Conozco bien la penuria de vocaciones de vuestra Iglesia onubense. Por eso, desde aquí hago un llamamiento a vosotros y vosotras, jóvenes de Huelva: ¡Sed generosos! ¡no hagáis oídos sordos a la voz de Cristo si os llama a seguirle en el ministerio sacerdotal o en la vida religiosa! La Iglesia necesita apóstoles profundamente enraizados en Dios y conocedores, al mismo tiempo, del corazón del hombre, solidarios de sus alegrías y esperanzas, angustias y tristezas, anunciadores creíbles de propuestas de vida cristiana que sean capaces de dar un alma nueva a la sociedad actual.

8. La nueva evangelización necesita también de un laicado adulto y responsable. En la misión evangelizadora, los laicos “tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y de amor” (Christifideles laici, 17). La evangelización no debe limitarse al anuncio de un mensaje, sino que pretende “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación” (Evangelii nuntiandi, 19). Según esto, no debemos seguir manteniendo una situación en la que la fe y la moral cristianas se arrinconan en el ámbito de la más estricta privacidad, quedando así mutiladas de toda influencia en la vida social y pública. Por eso, desde aquí animo a todos los fieles laicos de España a superar toda tentación inhibicionista y a asumir con decisión y valentía su propia responsabilidad de hacer presente y operante la luz del Evangelio en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, aportando a la convivencia social unos valores que, precisamente por ser genuinamente cristianos, son verdadera y radicalmente humanos.

9. Queridos hermanos y hermanas onubenses: Estamos reunidos aquí para celebrar la Eucaristía en torno a la imagen de Nuestra Señora de la Cinta, vuestra patrona. A diario, desde su santuario del Conquero, ella hace llegar a nuestros oídos la súplica dirigida a su Hijo en las bodas de Caná: “No tienen vino” (Jn 2, 3). Pero ella también nos repite las palabras que dirigió a los sirvientes y que son como su testamento: “Haced lo que Él os diga” (Ibíd., 2, 5). El objetivo de la evangelización no es otro que éste: acoger la palabra de Cristo en la fe, seguirla en la vida de cada día, hacer de ella la pauta inspiradora de nuestra conducta individual, familiar, social y pública. Permitidme que os lo recuerde con las mismas y apremiantes palabras con que comencé mi ministerio al servicio de la Iglesia universal: “¡No tengáis miedo! ¡Abrid, de par en par, las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas tanto económicos como políticos, los dilatados campos de la cultura, de la civilización, del desarrollo" (Discurso al comenzar el pontificado, 22 de octubre de 1978).

La venerable imagen de Nuestra Señora de la Cinta, que hoy nos preside, se remonta al tiempo del descubrimiento de América y es rica de contenido histórico y salvífico. Ella ha sido testigo de esa historia de gracia y de pecado –como todo lo humano– que fue la epopeya del Nuevo Mundo. Pero, con palabras de san Pablo, decimos que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). La narración del milagro de las bodas de Caná de Galilea donde, por intercesión de su Madre, Jesús convirtió el agua en vino, simboliza, en cierto modo, el insondable misterio del hombre, necesitado siempre del poder mesiánico de Cristo que lo transforme, que lo convierta en ese “vino nuevo” que el maestresala descubrió sorprendido.

Ella, a la que invocamos como Omnipotentia supplex, intercederá ante su divino Hijo, como en las bodas de Caná, para que nada nos falte. Sabemos que su intercesión llega misteriosamente incluso hasta donde no nos atrevemos a pedir; como dice la liturgia “quod conscientia metuit et oratio non praesumit” (Oratio «Collecta» in Domenica XXIV per Annum). Ella sabe que “para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 37), pues, en las manos divinas, ha sido dócil instrumento en la historia de la salvación. Conociendo la infinita potencia de la gracia de la Redención –mediante la Cruz y la Resurrección de su propio Hijo– Ella, la Theotokos, puede decir a todos y cada uno: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). ¡Todo lo que Él os diga!

Que María, Nuestra Madre, os proteja y acompañe siempre en vuestro caminar, y os conduzca a Cristo, que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Ibíd., 14, 6). Amén.

Al final de la Santa Misa, Juan Pablo II dirigió a los fieles de Huelva estas palabras.

Queridos hermanos y hermanas de Huelva, junto a vuestro Obispo Rafael quiero agradecer a la Providencia Divina por el Concilio Vaticano II. Esta conmemoración me viene porque hemos participado juntos en este gran acontecimiento de la Iglesia en este siglo y también para la preparación de la Nueva Evangelización en perspectiva del Tercer Milenio. Aquí, en este lugar muy sugestivo, donde tuvo sus inicios la evangelización del Nuevo Mundo, hace cinco siglos, hoy hemos alzado la voz al Señor de la Historia, por la Nueva Evangelización de todo el mundo, de todos los países, de nuestras patrias europeas, del Nuevo Mundo, de todos los continentes.

Muy agradecido. Expreso a todos vosotros un agradecimiento por vuestra participación, vuestra preparación y la participación de hoy en esta grande plegaria misionera.

Sea alabado Jesucristo.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CONSAGRACIÓN DE LA CATEDRAL DE LA ALMUDENA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Madrid, martes 15 de junio de 1993

¿Es posible que Dios habite en la tierra?” (1R 8, 27).

1. La liturgia de hoy nos presenta estas palabras del rey Salomón, que hemos oído en la primera lectura. Y continúa: “Si no cabes en el cielo, y en lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que te he construido!” (Ibíd., 8, 28).

El hombre es consciente de la infinitud e inmensidad de Dios, no circunscrito a los límites del espacio y del tiempo, pues “siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos del hombre” (Hch 17, 24). Pero el Dios de la Alianza, “Aquel que es” (cf. Ex 3, 14), ha querido venir a habitar en medio de su pueblo. El que abarca y lo penetra todo habitaba en la tienda, llamada del Encuentro, durante el peregrinar del pueblo hacia la tierra prometida. El Señor puso su morada en el monte santo, Jerusalén, porque “su delicia es habitar entre los hijos de los hombres” (Pr 8, 31); y, cuando “llegó la plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4) se hizo Emmanuel, “Dios con nosotros” (cf Mt 1, 23). En la persona de Jesucristo, Dios mismo sale al encuentro del hombre. Dios se hace accesible a los sentidos, tangible: “Hemos visto”, “hemos oído” y “hemos tocado al Verbo de la Vida”, “porque la Vida se ha manifestado, y nosotros la hemos visto”, escribe el apóstol san Juan (cf 1Jn 1, 1-2). En efecto, en Jesucristo “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9), hasta el punto de que su cuerpo es el templo verdadero, nuevo y definitivo, como hemos oído en la lectura del Evangelio (cf Jn 2, 21). El Verbo de Dios se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (Ibíd., 1, 14). Por ello, con el corazón henchido de gozo, proclamamos con el Salmista: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!” (Sal 83 [82], 2).

2. A semejanza del templo de piedras vivas, que son todos los fieles de esta Archidiócesis, la Catedral de Santa María la Real de la Almudena, que hoy tenemos el gozo de dedicar al culto divino, es una expresión sublime de alabanza a Dios. Por ello, una inmensa alegría convoca hoy al pueblo de Madrid, al que deseo expresar, a través de la radio y la televisión, mi saludo entrañable y afectuoso. Una alegría que he querido hacer mía al venir aquí, como sucesor de Pedro, y dedicar esta morada de Dios entre los hombres. Este templo catedralicio, que se eleva hacia el cielo, es todo un símbolo: el dinamismo del Pueblo de Dios, que ha unido sus fuerzas, trabajos, limosnas y oraciones, para ofrecer a Dios una digna morada en la cual se invoque su nombre y se implore su misericordia.

A todos los que de una forma u otra han contribuido a su construcción: a la Casa Real, que tuvo un papel decisivo en los comienzos de la obra y ha seguido alentándola después; al Presidente del Gobierno y a las numerosas empresas que han ayudado a su edificación; a las instituciones que, junto con el Arzobispado, han formado el Patronato, a saber: el Ayuntamiento de Madrid, la Comunidad Autónoma, Caja Madrid y la Asociación de la Prensa Madrileña; al arquitecto y a los trabajadores, que han dado a la obra su saber y su energía; a las parroquias, congregaciones religiosas y asociaciones de fieles, que han depositado aquí sus objetos de arte para su decoración; a todos los que han contribuido con su aportación económica; y a la Iglesia y al pueblo de Madrid, a todos quiere hoy el Papa expresar su agradecimiento, en nombre de Jesucristo y de la Iglesia, por la culminación de este gran templo.

Gratitud, de modo especial, al Pastor de esta Archidiócesis, el Señor Cardenal Ángel Suquía Goicoechea, que en nombre de toda la comunidad eclesial, Obispos Auxiliares, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, me ha dirigido tan amables palabras de comunión y cercanía. Que el Señor, rico en misericordia, premie abundantemente su generoso y abnegado ministerio pastoral a la Iglesia de Dios. Igualmente mi agradecimiento por su presencia al Cardenal Vicente Enrique y Tarancón y a los demás Señores Cardenales, así como al querido Episcopado Español, con su Presidente, Monseñor Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza.

¡Demos gracias a la Santísima Trinidad por este lugar santo donde residirá la gloria del Señor! Démosle gracias porque, en su divina providencia, este lugar será casa de plegaria y de súplica; de culto y adoración; de gracia y santificación. Será el lugar adonde el pueblo cristiano acuda para encontrarse con el Dios vivo y verdadero.

3. “No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” (1Co 3, 16). Estas palabras de san Pablo, que hemos escuchado en la segunda lectura, nos llevan también, queridos hermanos, a preguntarnos: Cuál es el fundamento de ser y sabernos templos de Dios? Y la respuesta es: Jesucristo. Por eso el mismo apóstol podrá decir: “Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo” (1Co 3, 11). Y todo ello sin abrogar lo que el Antiguo Testamento dice sobre el templo de Jerusalén, y que en el Salmo responsorial hemos repetido con tanta fuerza emotiva: “Dichosos los que viven en tu casa” (Sal 83 [82], 5).

El celo por la casa de Dios vemos que lleva a Jesús un día, en el templo de Jerusalén –aquel templo levantado por Salomón y reconstruido tras el exilio en Babilonia– a expulsar a los mercaderes diciéndoles: “No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado” (Jn 2, 16). Y a la pregunta de los judíos: “Qué señal nos muestras para obrar así?” (Ibíd., 2, 18), el Señor responde: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Ibíd., 2, 19). Esas palabras no podían ser comprendidas entonces, porque Jesús estaba hablando del templo de su cuerpo. Sólo después de la resurrección sus discípulos las entendieron y creyeron.

Por ello, amadísimos hermanos y hermanas, proclamamos que el templo de la Nueva y Eterna Alianza es Cristo Jesús: el Señor crucificado y resucitado de entre los muertos. En Él “habita corporalmente la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). Él mismo es el Emmanuel: “La morada de Dios entre los hombres” (Ap 21, 3). En Cristo toda la creación se ha convertido en un grandioso templo que proclama la gloria de Dios.

4. A semejanza de este edificio material que hoy dedicamos para gloria de Dios, y en cuya edificación todas las piedras, bien ensambladas, contribuyen a su estabilidad, belleza y unidad, por ser hijos de Dios, vosotros, mediante el bautismo, “como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo”. Y en la base de este edificio estará como garantía de estabilidad y perennidad la “piedra angular, escogida y preciosa” (1P 2, 5.6), cuyo nombre es Jesucristo.

Por eso, ¡no dañéis ese templo! No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios con el que habéis sido marcados (cf Ef 4, 30), al contrario, cuidad la unidad de la fe y la comunión en todo: en el sentir y en el obrar, en torno a vuestro Pastor. En efecto, el Obispo, en comunión con el sucesor de Pedro –“roca” sobre la que se edifica la Iglesia (cf Mt 16, 18)– es el Pastor de cada Iglesia particular y ha recibido de Cristo, a través de la sucesión apostólica, el mandato de enseñar, santificar y gobernar la Iglesia diocesana (cf Christus Dominus, 11). Acogedlo, amadlo y obedecedle como a Cristo; orad constantemente por él, para que desempeñe su ministerio con total fidelidad al Señor.

5. Con la terminación de la catedral de Madrid, obra en la que se han empeñado tantas energías, se da un paso importante en la vida de esta Archidiócesis. La iglesia catedral, en efecto, es el símbolo y hogar visible de la comunidad diocesana, presidida por el Obispo, que tiene en ella su cátedra. Por ello, este día de la dedicación de la catedral ha de ser para toda la comunidad diocesana una apremiante llamada a la nueva evangelización a la que he convocado a la Iglesia.

La Iglesia española, fiel a la riqueza espiritual que la ha caracterizado a través de su historia, ha de ser en la hora presente fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política! Éste es el culto y el testimonio de fe a que nos invita también la presente ceremonia de la dedicación de la catedral de Madrid.

6. Desde esa perspectiva podremos entender mejor el profundo significado de este acto. Vemos la figura y contemplamos la realidad: vemos el templo y contemplamos a la Iglesia. Miramos el edificio y penetramos en el misterio. Porque este edificio nos revela, con la belleza de sus símbolos, el misterio de Cristo y de su Iglesia. En la cátedra del Obispo, descubrimos a Cristo Maestro, que, gracias a la sucesión apostólica, nos enseña a través de los tiempos. En el altar, vemos a Cristo mismo en el acto supremo de la redención. En la pila del bautismo, encontramos el seno de la Iglesia, Virgen y Madre, que alumbra la vida de Dios en el corazón de sus hijos. Y mirándonos a nosotros mismos, podremos decir con san Pablo: “Sois edificio de Dios... El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros” (1Co 3, 9.17). Éste es el misterio que simboliza el templo catedral dedicado a Santa María la Real de la Almudena.

Ella, la Madre del Señor, es la patrona de la diócesis de Madrid, bajo la advocación de la Almudena. Se trata de una advocación antiquísima, que se remonta a los orígenes de la Villa y cuya devoción ha ido creciendo con el tiempo. Así lo muestra el Voto de la Villa que la corporación municipal realizó a finales del siglo XVIII y la participación masiva de fieles en las celebraciones litúrgicas de su fiesta en los últimos años. La devoción a la Virgen de la Almudena, junto con la de otras imágenes marianas, como las de la Madona de Madrid, la Virgen de la flor de Lys, la Virgen de Atocha y la Virgen de la Paloma, manifiestan la veneración y afecto profundos que los católicos madrileños sienten por la Madre de Dios.

Al dedicar este templo en honor de Santa María, la Virgen de la Almudena, toda la Iglesia de Madrid, y cada uno de sus fieles, debe mirar hacia ella y aprender a ser también signo visible de la presencia de Dios entre los hombres.

7. Iglesia de Madrid: para realizar en este mundo de hoy la inmensa y maravillosa misión de vivir plenamente la Redención de Cristo y comunicarla a los hombres, tienes que fijar tus ojos en la mujer que un día recibió el gozoso anuncio de la Encarnación del Hijo de Dios. Ella, que precede a la Iglesia “en el peregrinar por la fe” (Redemptoris Mater, 2), te mostrará el camino. Mírala a ella, y como ella da tu sí a la gracia, para que te llenes de Cristo y puedas tú cantar también su mismo canto de alabanza (cf Lc 1, 46-55).

Así sea.

 VIAJE PASTORAL A LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN EL SANTUARIO MARIANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Š iluva (Lituania) - Martes 7 de septiembre de 1993

1. "¡Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones!" ( Col 3, 15).

Queridos hermanos y hermanas, hoy queremos llevar este deseo de Pablo a los cristianos de Colosos de labios de María, en el marco evocador de este Santuario dedicado a ella y querido por todos los lituanos.

La paz de Cristo: se comprende fácilmente cuán grande es el deseo de paz verdadera en un pueblo que ha sufrido largos años de opresión humillante, despojado de su identidad nacional y forzado a la rígida malla de una ideología inhumana.

A la paz exterior de un régimen asfixiante le sigue finalmente la paz de una convivencia libre y ordenada, respetuosa de todas las personas y sus derechos.

Pero lo que hoy nos señala la palabra de Dios va mucho más allá de la simple tranquilidad del orden social. En efecto, es algo de lo que también depende la paz social y de la que se alimenta: ¡la paz de Cristo!

 "La paz os dejo, mi paz os doy" ( Jn 14, 27 ). Aquí está el gran don del Resucitado a sus discípulos y a la humanidad.

La paz que Cristo nos da se identifica con él, con su persona, con su misterio. De hecho, él "es nuestra paz" ( Efesios 2:14 ). En él se disuelve la enemistad generada por el pecado. En su encarnación, Dios y el hombre se encuentran en una alianza definitiva de paz. De su muerte redentora brota el don del Espíritu, que viene a recoger a los hijos de Dios dispersos, haciéndolos una nueva familia en la Iglesia y generando así una comunión profunda y duradera entre los hombres.

2. ¡Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones!

Queridos hermanos y hermanas, esta es la paz que anhela el hombre. La nueva Lituania lo necesita especialmente.

Sé bien cuánto ha sufrido y esperado en las interminables décadas del régimen de hierro, que sólo recientemente se ha visto socavado prodigiosamente. Vine aquí, a Šiluva, para dar gracias a Dios, que te ha permitido pasar la terrible prueba.

Os saludo a cada uno de vosotros, en primer lugar a vuestro párroco, querido cardenal Vincentas Sladkevicius, con los prelados presentes. Saludo a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a los laicos ya todos los que se consagran al servicio del Evangelio.

Junto con ustedes, también me gustaría rendir homenaje a los numerosos cristianos que han dado testimonio de la fe, afrontando los riesgos de una amarga persecución. Siguieron los pasos de María, siguiéndola hasta el pie de la Cruz. Resistiendo la ideología materialista, su mirada permaneció fija en lo Trascendente; reconocieron en Jesús de Nazaret al Mesías enviado por el Padre, Verbo eterno hecho carne, Salvador y Redentor del hombre.

Se les agradece su lealtad. La Lituania libre de hoy les debe mucho a ellos, a su perseverancia y a su valentía.

3. ¡Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones!

Pero, ¿qué paz pretendes garantizar a tu país? ¿Podemos conformarnos con una paz superficial, que se limita a garantizar la libertad y la participación democrática, bienes sin duda preciosos, pero que no se mide con el gran problema de los valores, la ética, el sentido de la vida? La experiencia de las sociedades democráticas tradicionales nos advierte sobre los peligros de una paz ambigua, construida bajo la bandera del minimalismo o del relativismo ético.

Aquí se abre un emocionante capítulo de responsabilidad para los católicos. Deben "dar cuenta de la esperanza que hay en ellos" (cf. 1 P 3 , 15 ), mostrando con la vida, más que con las palabras, que la paz es firme en la medida en que se ancla arriba, apoyo seguro. de la norma moral y apertura a lo Trascendente. Por otro lado, vacila irremediablemente si se hunde en el pantano de la indiferencia religiosa y el pragmatismo.

El Evangelio que escuchamos en esta liturgia nos recuerda claramente: "El que oye estas palabras mías y las pone en práctica es como un sabio que construyó su casa sobre roca" ( Mt 7, 24 ).

Sí, Cristo es la roca de tu vida, de tu democracia, de tu futuro.

4. ¡Queridos hermanos y hermanas! María, Reina de la Paz que te cuidó durante los largos años de tu prueba, no dejará de acompañarte en el camino que te espera.

Que la devoción que os une a ella y que en este Santuario registra una de las expresiones más cálidas y corales, os empuje a imitar su fe y su vida.

"No el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" ( Mt 7, 21 ).

A esta advertencia del Señor, María respondió con absoluta disponibilidad. María es la mujer del "fiat", la mujer de la fe sin dudarlo: "Bienaventurada porque creyó" ( Lc 1,45 ), bendita porque "escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica" (cf. Lc 1, 45). 11, 28).

Sigámosla, pues, peregrina de fe, en su vida centrada enteramente en Cristo. Ella lo espera en los años de su juventud, una verdadera "hija de Sión", haciendo suya la fe mesiánica de su pueblo. Ella lo recibe en su seno con inefable amor en la Anunciación. Ella lo escucha "guardando sus palabras en su corazón" (cf. Lc 2, 51) en la vida oculta de Nazaret, y luego lo sigue con maternal cuidado, incluso desde lejos durante los años de su ministerio. Finalmente, ella se ofrece con él, en un acto de fe desgarrador, en el Calvario.

La Iglesia mira a María, reconociéndola como Madre y Modelo. Lituania puede mirar con confianza a María, en esta hora decisiva de su historia. La Virgen conoce las verdaderas y profundas necesidades de esta nación renacida a una nueva vida. Como un día en las bodas de Caná, su envío vuelve a ser Cristo: "Haced lo que él os diga" ( Jn 2, 5).

5. Santa María de Šiluva ,
“Sanitas aegrotorum”,
hoy te dirijo
mi petición con la inquietud de un Pastor universal .
En los años de duro sufrimiento
y duras pruebas
, nunca has dejado de mirar a Lituania, la
tierra de las Cruces.

Vengo ahora a darte las gracias
en nombre de los creyentes de este pueblo:
es por tu intercesión que la hora de la resurrección
y la esperanza ha llegado también en esta tierra
consagrada a ti.
Tú que en Caná obtuviste de tu Hijo
la conversión del agua en vino,
ayuda al pueblo lituano
a convertir la dolorosa experiencia pasada
en un futuro radiante:

donde hubo persecución
y discriminación de creyentes,
ahora reina la paz religiosa y civil;

donde se cultivó el odio,
ahora reina el perdón:

donde reinaba la intolerancia,
ahora reina el diálogo
y el entendimiento mutuo.

La Iglesia, esparcida por los cinco continentes,
os bendice y hoy alaba conmigo
el designio providencial y misericordioso de Dios.

Continúa, oh Madre, vigilando
y bendiciendo a este pueblo.

Consolida en los lituanos
el apego a la palabra de tu Hijo Jesús,
palabra de vida sembrada
en estas Regiones desde tiempos lejanos.

Reina de la Paz,
venerada en este Santuario de Šiluva,
ayuda a estos hijos tuyos,
que confiados en ti recurren,
a fundar su futuro sobre la roca del Evangelio
y no sobre la arena de las ideologías;
a tomar decisiones sociales y políticas
inspiradas en los ideales del amor y la solidaridad,
y no en el egoísmo personal y colectivo.

Tú que en este Santuario,
rodeado de campos verdes,
escuchas las confidencias
y recoges las esperanzas de los lituanos,
dales entusiasmo y coraje
para superar las dificultades materiales y morales;
hacer fecundo el trabajo
de sus manos
y de su mente,
asegurar la alegría de sus hogares, la
solidaridad con la vida social,
la esperanza activa en la construcción del futuro.

Os encomiendo especialmente a los jóvenes:
que encuentren
el sentido de su vida en Cristo
y mantengan despierta su esperanza.

Os encomiendo a los Obispos, a los Sacerdotes, a
los consagrados
y a todos los cristianos:
obtengáis a cada uno la gracia
de servir a
la causa del Reino de Dios con perseverante generosidad ,
para llegar a ser entre los hermanos
levadura y levadura de la nueva evangelización.

María, Madre de todo lituano,
"estrella" de esta nación
que te invoca y te ama, ¡ruega por nosotros!

El saludo del Papa frente a la casa de los jesuitas

A primera hora de la tarde, antes de partir hacia Šiluva, el Santo Padre dirige el siguiente saludo en italiano a las personas reunidas frente a la casa jesuita de Siauliai.

Alabado sea Jesucristo,

En esta ciudad de Siauliai quiero saludar a todos los presentes y a todos los ciudadanos católicos y no católicos, a todos los ciudadanos de esta gran ciudad.

Todos tenemos la gran impresión de la visita de hoy al Monte de las Cruces cerca de Siauliai. Este Santuario donde Dios y el hombre se encuentran a través de la Cruz y la Resurrección de Cristo. Este Santuario donde está inscrita la historia del pueblo lituano permanece en nuestro corazón y debe permanecer también en la memoria de todos los pueblos europeos.

Ahora vamos a Šiluva, el Santuario Mariano de los Lituanos. Queremos ofrecer a toda su gente allí y a la Iglesia en Lituania. Y vosotros también, queridos hermanos y hermanas de esta ciudad de Siauliai, queréis incluir en esta visita mariana, en esta encomienda que se hará a Šiluva.

Que el Señor los bendiga a todas sus familias, sus alegrías y sus sufrimientos. Les dejo la bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Gracias por su calurosa bienvenida.

VIAJE PASTORAL A LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA

SANTA MISA EN EL SANTUARIO MARIANO DE AGLONA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Aglona (Letonia) - Jueves 9 de septiembre de 1993

1. "Para que sea el primogénito entre muchos hermanos" ( Rom 8, 29 ).

Hemos venido hoy en peregrinación al Santuario Mariano de Letonia, para dar gloria al plan eterno de Dios. El apóstol Pablo nos ilustra este plan en la Carta a los Romanos, que escuchamos hace poco.

Dios, que es la eternidad, "ha conocido desde siempre" (cf. Rm 8, 29 ) todo lo que debía realizarse en el tiempo. Desde el comienzo de los siglos conoce en su Hijo, consustancial con él, a todo el género humano ya cada hombre en particular. De este conocimiento, que Dios tiene en su Palabra eterna, surge el designio divino sobre la vocación del hombre.

He aquí, Dios en su amor paterno -como escribe el Apóstol- "a los que siempre conoció, también los predestinó a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos" ( Rm 8, 29 ).

2. Hemos venido hoy al Santuario de Aglona para abrazar con la oración este maravilloso designio de Dios: el Hijo, Verbo eterno, de la misma sustancia que el Padre, se convertiría en "el primogénito entre muchos hermanos". Y para ser el primogénito de los hijos e hijas del género humano, él mismo se hizo hombre: "El Verbo se hizo carne" ( Jn 1, 14).

Aquí está el Hijo de Dios, que "por obra del Espíritu Santo se hizo hombre y nació de la Virgen". La Virgen se llamó María.

Hoy la Iglesia celebra el nacimiento de la Santísima Virgen que en el plan eterno de Dios estaba predestinada a ser la Madre del Hijo unigénito del Padre Celestial. De hecho, celebrarán la Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María.

3. El texto del Evangelio según San Mateo, que fue proclamado en el transcurso de nuestra asamblea, explica cómo este misterio de Dios se realizó en los seres humanos ya través de los seres humanos. ¡El misterio de la Encarnación divina! Era tan difícil de entender que primero tenía que encontrar aceptación en las mentes y corazones de los seres humanos. En primer lugar en el corazón de María, y así sucedió con la Anunciación en Nazaret y, más tarde, en el corazón del Esposo de María, José.

Y aquí están las palabras con las que el mensajero de Dios explica este misterio a José: “José, hijo de David, no temas llevarte a María tu esposa, porque lo que en ella se genera viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados ”( Mt 1, 20-21).

"Jesús": este nombre significa Salvador, Dios que salva.

4. El nombre de María está íntimamente ligado al nombre de Jesús. De hecho, la Virgen-Madre pertenece al misterio del Hijo y la Iglesia cree que vino al mundo inmaculada, libre de la mancha del pecado original. La salvación obra de Dios comenzó en ella y tuvo su gloria suprema.

Por eso los hombres y las naciones aman a María, se dirigen a ella con confianza y peregrinan a sus Santuarios para avanzar en el camino de la salvación. Emprenden este camino espiritual para encontrar en este camino el verdadero sentido de su vida, para convertirse del pecado y volver a la gracia de Dios con la ayuda de Ella que está "llena de gracia" ( Lc 1, 28).

Aglona, ​​vuestro espléndido Santuario, queridos fieles, es uno de los lugares de esta peregrinación en Letonia.

5. "De ti se dicen maravillas, ciudad de Dios ... escribirá el Señor en el libro de los pueblos: allí nació" ( Sal 88 (87)).

La libertad religiosa finalmente recuperada después de muchos años de silencio sobre Dios, se ha reanudado la prometedora devoción de las peregrinaciones públicas que partiendo de los lugares extremos del territorio letón recorren el país rumbo a Aglona. Los pocos cientos de peregrinos que salen de Riga, Liepaja, Ventspils, Kolka, Jurmala, Limbazi, Valmiera y Aluksne, se convierten en miles y miles en pocos días. Un verdadero río de creyentes, que cantan la fe, que anuncian la alegría, que cubre todo el territorio letón. En su mayoría son jóvenes que quieren vivir la peregrinación como un momento de verdadera oración, de solidaridad, de trabajo duro, acogido con sincero espíritu de penitencia.

Muchos, sin excluir niños y ancianos, se unen a la juventud católica letona en el deseo de caminar juntos, como imagen viva del pueblo de Dios peregrino en el mundo, yendo hacia el Señor, bajo la protección de María, Madre y modelo de Iglesia.

6. Por tanto, sean bienvenidos hoy también, queridos fieles, de toda Letonia y especialmente de la región circundante de Letonia, conocida por el orgullo con el que cultiva su antigua fe. Como cada año, os habéis reunido en torno a este santuario, impulsados ​​por la esperanza de ser escuchados por la Madre de Dios.

Quieres decirle a María tu amor de niños, tu gratitud por las gracias recibidas por su intercesión, la esperanza segura de que tus oraciones serán respondidas.

Bienvenido a este testimonio de fe, que hoy también me consuela, peregrino contigo y en medio de ti, testimonio ante tus ojos de la fe de toda la Iglesia y del compromiso incesante con el que promueve la evangelización del mundo.

Bienvenidos, sean los bienaventurados, consolados por la gracia sostenidos y alentados por la mirada de la Virgen de Aglona, ​​la Virgen digna de alabanza, porque de ella nació el Sol de justicia, Cristo nuestro Dios (cf. Canto al Evangelio ).

7. La presencia en Aglona de hermanos cristianos pertenecientes a otras confesiones, ortodoxas y luteranas, deseosos de compartir una iniciativa tan significativa de oración común, es particularmente significativa hoy para mí y para toda la población cristiana de Letonia.

Os saludo también a vosotros, queridos hermanos en el Señor. Tú también reconoces en María la primera discípula del Señor, porque sabes por el Evangelio, constantemente proclamado en tus reuniones litúrgicas, que "lo engendrado en ella viene del Espíritu Santo" ( Mt 1,20 ) y reconoces que Jesús El Hijo de Dios, Verbo eterno hecho carne en el seno de María, es el que "salvará a su pueblo de sus pecados" ( Mt 1, 21 ).

Su presencia constituye un motivo de esperanza para el camino del ecumenismo. Espero de todo corazón que la tensión ecuménica hacia la unidad nunca falte entre los cristianos; que el deseo de realizar la oración de Cristo "ut unum sint" no se extingue.

8. Jesús - Hijo de María.

Jesús, el Salvador, Dios que salva.

San Pablo expresa de manera estupenda esta verdad en la Carta a los Romanos: "Dios salva", significa: "Contribuye al bien de los que aman a Dios" (cf. Rm 8, 28 ).

Dios realiza este designio suyo en Cristo, que se hizo hombre, "el primogénito entre muchos hermanos", para justificar al ser humano mediante el Sacrificio de la Cruz. ¿Cómo no responder con amor al amor del Hijo de Dios?

9. Suplicamos el don del amor de la Madre que está junto a la Cruz. Ella es la Madre de nuestro Redentor, la Madre del Salvador.

El Padre Eterno la predestinó para que, como Madre, cuidara de la salvación de todos los hombres. Y somos testigos de su constante preocupación. Por eso vinimos aquí. Por eso el Pueblo de Dios de Letonia va en peregrinación a Aglona.

Dios En María podemos admirar de una manera siempre nueva el misterio del amor, el misterio de Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo.

¿No es ella, la Madre de Dios, quien de manera muy particular da testimonio de la gloria compartida en su Hijo Primogénito a todos aquellos a quienes, mediante el misterio de la adopción divina, Dios hizo sus hijos e hijas?

10. En verdad, "bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" ( Lc 1, 42).

El Señor ha hecho grandes cosas en ti, María.

Que el Señor haga grandes cosas por nosotros, a través de Ti Madre de Dios, Madre de tu pueblo.

Queridos hermanos y hermanas,

Con gran alegría me encuentro con ustedes en este Santuario Mariano, tan querido por su corazón. Rindamos homenaje a la Madre de Dios con ocasión de la fiesta de su Natividad mientras meditamos con espíritu de profunda fe sobre el papel de Madre que ha jugado y sigue jugando en el plan salvífico de Dios.

Dios Padre ama a todos sus hijos ya todas sus hijas en el Hijo Unigénito, nacido según el cuerpo de la Santísima Virgen. María acompaña y guía a todo hombre y también a naciones enteras que acogen la luz del Evangelio y viajan hacia el Reino de los cielos. Incluso hoy vela por quienes se encomiendan a su protección. Permanece en oración con los discípulos e invoca al Espíritu Santo para que todos los lenguajes del mundo se unan en el diálogo salvador del amor.

Queridos amigos, mantengan intacta su devoción a la Santísima Virgen María. Con palabras y hechos testificas de tu fe cristiana.

Todos somos hijos de Dios, creados a su imagen. En el Santo Bautismo fuimos redimidos por la Sangre de Cristo, Hijo de la Virgen de Nazaret. Ella es nuestra Madre y nuestra Reina. Escuchemos lo que Ella quiere decirnos. María indica a Cristo recordando esa ley fundamental que nos dejó en su testamento: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( Jn 15, 12 ).

Arrodillándonos a los pies de María, le pedimos que nos dé la fuerza necesaria para cumplir en vida este gran mandamiento del Eterno Hijo de Dios que murió y resucitó para nuestra salvación.

Queridos hermanos y hermanas de habla rusa:

Me gustaría dirigirle un saludo particular directamente. El santuario en el que nos encontramos es destino de peregrinos de todas las regiones circundantes. Aquí se encuentran diferentes idiomas para cantar juntos las alabanzas de la Madre de Dios.

Bien sabéis cuál es la tarea encomendada a María Santísima en la historia de la salvación; que es su papel también en los acontecimientos recientes de la Iglesia. Cuando damos gracias al Señor con ella, nuestros ojos se proyectan hacia adelante. La fe fue una fuerza de liberación de la opresión del pasado; tanto más debe ser ahora una energía de reconciliación para todos aquellos que se encuentran compartiendo los mismos problemas y las mismas oportunidades de solución.

Como en el Evangelio, María continúa señalando a todos a Jesús, sólo en cuyo nombre hay salvación. En él "Dios salva" a todos los que lo aman, sea cual sea el idioma, pueblo y nación a la que pertenezcan. No mira la apariencia, mira el corazón del hombre, ya que ahí reside la verdadera identidad de cada uno.

Déjate guiar, queridos amigos, por esta Madre tan venerada por el pueblo ruso. Gracias a ella, descubriréis entre vosotros más hermanos, más abiertos al diálogo, más abiertos a la ayuda mutua. Junto a ella, invocad al Espíritu Santo, para que, como ya sucedió en Pentecostés, los diferentes idiomas se encuentren en el único idioma del amor.

Al final de la Misa celebrada en el Santuario Mariano de Aglona, ​​Juan Pablo II dirige un largo saludo a los fieles en polaco.

Święto Narodzenia Matki Bożej. Kościół dziękuje Jej za to, że jest światłością Ludu Bożego. Bromea con światłość, w której odbija się światło Słowa Przedwiecznego, światło Chrystusa. Ona najpełniej, najwierniej odbija a światło i przekazuje Ludowi Bożemu we wszystkich Kościołach na całej ziemi. Dziś, w tę uroczystość w sanktuarium Matki Bożej w Agłonie dziękujemy Ojcu, Synowi i Duchowi Świętemu za tę światłość, którą Chrystus przez swoją Matkęz, przej

Wskazują na to transparenty, które mówią o grupach z Moskwy, z Witebska, z innych środowisk spoza granic Łotwy. Wskazują na to również obecni abbigliamentoj kardynałowie i biskupi z różnych krajów tej zwłaszcza części Europy. I dlatego też dziękujemy Ci, Matko Agłońska, za to, że jesteś gościnna, dziękujemy Ci też, ziemio łotewska, za to, że jesteś gościnna gościnnością Twojej Matki. I zarazem wszystkich Ci zawierzamy, wszystkich Ci polecamy, zarówno na tej ziemi, jak poza jej granicami, wśród innych języków i narodów, bliskich, zjednoczonych dziedzictwem historycznym. Wszystkich Hay zawierzamy.

Niech Twoje światło oświeca wszędzie wszystkie Kościoły, wszystkie wspólnoty Ludu Bożego. Niech Twoje światło, światło Twoich narodzin oświeca wszystkich chrześcijan rozdzielonych. Niech im wskazuje drogę do jedności, którą jest Chrystus, do jedności w Chrystusie, do tej jedności o którą Chrystus tak gorąco prosił: żebyśmy nawet różniąc się, byli jedno. Tak jak En prosił: “Spraw, Ojcze, aby byli jedno, jako Ty we Mnie, a Ja w Tobie”.

Matko nasza i Loaves, nie przestań oświecać dróg Ludu Bożego i eroj, i na całej ziemi, ażebyśmy nie stracili kierunku, który nam wskazał Jezus Chrystus - Ewangelia, Krzyżem i Zwychwstanu zamzlili. Oto Cię prosi Biskup Rzymu, Następca św. Piotra, razem z wszystkimi obecnymi tu biskupami i całym Ludem Bożym. ¡O łaskawa, o litościwa, o słodka Cloth Maryjo! Amén.

Aquí están las palabras del Santo Padre en nuestra traducción al italiano.

Fiesta de la Natividad de la Madre de Dios La Iglesia agradece a María por ser la luz del Pueblo de Dios, es la luz en la que se refleja la luz del Verbo Eterno, la luz de Cristo. Ella refleja esta luz de la manera más plena y fiel, y la transmite al Pueblo de Dios en todas las Iglesias de la tierra. En esta solemnidad celebrada hoy en el santuario de la Madre de Dios en Aglona damos gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por esa luz que Cristo, a través de su Madre, a través de la Madre de Dios, representó para el Pueblo de Dios de todos. Letonia, especialmente en períodos difíciles y pesados.

Al mismo tiempo, rogamos a nuestro Señor que la luz de su Madre ilumine incesantemente tu tierra, tu patria, la Iglesia, todo el Pueblo de Dios, toda Letonia.

Esto es lo que esperamos y pedimos para el Pueblo de Dios en las dos diócesis de Letonia: en la arquidiócesis de Riga y en la diócesis de Liepaja. Te lo pedimos para esta "circunscripción" particular que hoy se me permite visitar en el marco de esta visita apostólica.

comunidades del Pueblo de Dios que viven en esta tierra. Pero los participantes en nuestra reunión de hoy demuestran que no solo los hijos e hijas de la tierra letona, sino también los de las tierras vecinas vienen aquí y están presentes aquí.

Así lo demuestran los carteles que hablan de los grupos que llegaron desde Moscú desde Vitebsk, desde otros lugares fuera de las fronteras de Letonia. Esto también lo demuestra la presencia de cardenales y obispos de varios países, especialmente de esta parte de Europa. Y también por esto te agradecemos, Madre de Aglona, ​​porque eres hospitalaria; también te agradecemos tierra de Letonia porque eres hospitalario con la hospitalidad de tu Madre. Y a la vez te los encomendamos a todos, te los recomendamos, tanto en esta tierra como fuera de sus fronteras, entre otros idiomas y naciones, muy juntos, unidos por su patrimonio histórico, te los encomendamos a todos. . Que tu luz ilumine todas las Iglesias en todas partes, todas las comunidades del Pueblo de Dios. Que tu luz, la luz de tu Natividad, ilumine a todos los cristianos divididos, les muestre el camino que conduce a la unidad que es Cristo, a la unidad. Cristo, a esa unidad que Cristo pidió con tanto ardor: para que, conservando todas nuestras diferencias, seamos uno. Como rezaba: "Padre, sean uno, como tú estás en mí y yo en ti" (cf.Jn 17, 21 ).

Nuestra Madre y Señora, no dejéis de iluminar los caminos del Pueblo de Dios, tanto aquí como en toda la tierra, para que no perdamos el rumbo que nos ha indicado Jesucristo con el Evangelio, la Cruz y la Resurrección, para que sigamos caminando en esta dirección, con Él y siguiéndolo a Él. El Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro junto con todos los obispos aquí presentes y todo el Pueblo de Dios te lo piden. Oh misericordioso, oh piadoso, dulce Virgen María. Amén.

XXVII DÍA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de María Santísima Madre de Dios
Basílica Vaticana - Martes 1 de enero de 1994

1. Queridos hermanos y hermanas, queridos “Pueri Cantores”, alabado sea Jesucristo. “Pueri Cantores”, habéis venido este primer día del año 1994 a cantar, y cantar, a implorar de Dios una bendición para todos vosotros, para vuestras familias, para vuestros pueblos, para el mundo entero. Habéis venido, queridos amigos, a implorar la paz de nuestro continente, de todos los continentes del mundo. Que el Señor esté contigo y nos acompañe a través de tus bellos cantos. Pasemos a meditar en la Palabra de Dios.

“ Dios envió a su Hijo, nacido de mujer . . . " ( Gal 4, 4).

Estas palabras de la Carta a los Gálatas se refieren al misterio de la Navidad. Por tanto, conviene leerlos el día que cierra la octava de esta gran solemnidad, jornada dedicada a la Maternidad de María: “Theotokos”, Madre de Dios.

Ella es la Virgen de la que habla San Pablo; vuelve a ser la mujer de Caná de Galilea, de la que se refiere el Evangelio de Juan y finalmente es la madre presente al pie de la Cruz junto al amado Apóstol.

2. Dios envió a su Hijo "para ser adoptado como niños" ( Gal 4, 5). En la noche de Belén, prevé el nacimiento humano del Verbo a través de la libre colaboración de la Virgen, para que, en armonía con su designio eterno, lo que el corazón del hombre aspira a realizarse: poder volverse a Dios llamando él con el nombre de Padre. Solo un niño puede decirle a Dios: "¡Abba, Padre!" ( Gal 4, 6).

Por tanto, es Dios mismo quien quiere que seamos semejantes a él, "hijos en el Hijo" , que seamos " como Dios " (cf. Ef 1, 5). Esta aspiración humana original, sin embargo, fue distorsionada desde el principio, convirtiéndose en el tema de la tentación puesta en marcha por el espíritu del mal.

Cuán elocuente es elocuente lo que escribe san Pablo en el resto de la Carta a los Gálatas: "Y que sois niños, la prueba es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!". ( Gal 4, 6). Era necesario este doble envío, el del Hijo y el del Espíritu Santo , para realizar la aspiración íntima del hombre de comunicarse con Dios. ¡Se necesitaba la Navidad! Era necesario que el Hijo eterno fuera concebido por obra del Espíritu Santo y, hecho hombre, naciera en la noche de Navidad como Hijo de María.

3. Durante la octava de Navidad reflexionamos sobre esto y seguimos reflexionando hoy con referencia a María. San Lucas escribe: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ). ¡No podía dejar de meditar en ellos! ¿Qué mujer podría haber olvidado el saludo del ángel?

Con este saludo el Padre eterno constituye a María la Madre de su Hijo : "He aquí que concebirás un Hijo, le darás a luz y le llamarás Jesús" ( Lc 1, 31). María, siendo virgen y queriendo seguir siéndolo, pregunta cómo puede suceder esto. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti - es la respuesta del ángel - el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. El que nazca será, pues, santo y llamado Hijo de Dios ”( Lc 1, 35). María recordará esta palabra , meditándola en su corazón durante toda su vida, durante toda la eternidad. Hoy también celebramos esta eternidad de María, Theotokos. Así comprenderá cada vez mejor el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, hecho hombre en su seno virginal.

4. Un hecho inédito en la historia de la humanidad es la Navidad, punto decisivo de la historia de la salvación . La prodigiosa maternidad de María pertenece a este misterio: por eso la celebramos con razón el octavo día de Navidad.

Hoy, pues, recordamos un gran momento en la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que se definió autoritariamente la maternidad divina de la Virgen : María es la Madre no sólo de la naturaleza humana de Cristo, como afirmó Nestorio. , pero también la verdadera Madre de Dios., ya que el que engendró es el Hijo unigénito de Dios. La verdad sobre la maternidad divina de María encontró eco en Roma donde, poco después, se construyó la Basílica de Santa María la Mayor , la primera Santuario mariano en Roma y en todo Occidente, en el que se venera la imagen de la Madre de Dios - la "Theotokos" - con el hermoso título de "Salus populi romani".

5. "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" ( Lc 2, 19 ). Eran cosas de suma importancia : ¡tanto para ella como para nosotros! A lo largo de su vida, María continuaría recordando los eventos por los que Dios la estaba guiando. Recordó la noche de Navidad, la gran preocupación de José, advertido por Dios del peligro inminente sobre el Niño, la huida a Egipto. También recordó lo que había escuchado de boca de Simeón en el momento de la presentación del Niño en el Templo; y las palabras de Jesús, de apenas doce años, con motivo de su primera visita al Templo: "¿No sabías que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?" ( Lc 2, 49). Recordó todo esto, meditándolo en su corazón. Podemos asumir que más tardehabló de ello a los Apóstoles y discípulos, a San Lucas y San Juan . De esta manera, la verdad sobre la maternidad divina encontró su lugar en los Evangelios.

6. La Madre de Dios, la "Theotokos", se convirtió así en el primer testigo del gran misterio navideño, del gran misterio pascual. Antes de que los Apóstoles dieran testimonio de Cristo crucificado y resucitado, antes de que Pablo comenzara la evangelización de los paganos, ella fue llamada: llamada y enviada . Su testimonio maternal y discreto camina con la Iglesia desde sus orígenes. Ella, Madre de Dios, es también Madre de la Iglesia y, en esta Iglesia, es Madre de todos los hombres y de todos los pueblos . María está con nosotros. Sus santuarios dan testimonio en todos los rincones de la tierra de su admirable presencia, sensible a las necesidades de cada hombre, solícito en prevenir el mal que pone en peligro no sólo la existencia de los individuos y las familias, sino de naciones enteras.

La presencia de Nuestra Señora no se puede explicar de otra manera con sus discretas exhortaciones:

- en Guadalupe en México;

- en Jasna Gora en Polonia y en otros santuarios en Europa central y oriental;

- en Lourdes y Fátima, y ​​en muchos otros santuarios del mundo, incluido el de Loreto, cuyo séptimo centenario se celebrará.

7. “ Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga piedad de ti [. . .] y te conceda la paz ”( Núm 6, 25-26). Nos reunimos en la Basílica de San Pedro el primer día del Año Nuevo, para que esta bendición de la paz llegue a las naciones de todo el mundo.

Por eso es tan significativa su presencia hoy , distinguidos embajadores ante la Sede Apostólica . Estás al servicio de la causa de la paz y la justicia en el mundo.

La Iglesia sigue con especial preocupación los problemas relacionados con estos valores fundamentales.

En esta Jornada de la Paz, saludo cordialmente al presidente de los Consejos Pontificios "Iustitia et Pax" y "Cor Unum" , al incansable cardenal Roger Etchegaray, ya todos sus colaboradores. Saludo también al cardenal presidente del Pontificio Consejo para la Familia, a su secretario y a los demás colaboradores al comienzo de este "Año de la Familia".

Les agradezco lo que hacen, para que el ministerio petrino a favor de la paz y la justicia esté constantemente en sintonía con el ritmo del corazón de la Iglesia. Doy las gracias al cardenal Etchegaray en particular por sus iniciativas, por las visitas a las Iglesias y naciones, especialmente a las más atribuladas como Burundi recientemente. Esta preocupación constante permite al Papa llevar a cabo su ministerio con eficacia. Se trata de un servicio amoroso para todos los hombres y para todos los pueblos.

¿Cómo no reunir hoy en un solo abrazo de agradecimiento a quienes con generosidad ayudan al Papa en su servicio? Pienso, entre otros, en los representantes de la Sede Apostólica en las distintas naciones, en los miembros de la Curia Romana, de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano y del Vicariato de la Diócesis de Roma. Pienso también en quienes ofrecen generosamente sus servicios en esta Basílica que se levanta sobre la Tumba del Apóstol Pedro. Me alegro hoy, como decía al principio, de saludar a los Pueri Cantores que con su presencia y sus voces hacen de esta Misa particularmente solemne.

8. “Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer [. . .] para que podamos recibir adopción como niños "( Gal 4: 4-5). Al comienzo del nuevo año, es necesario recordar que también este día está incluido en el misterio paulino de la "plenitud de los tiempos" .

Hoy, junto a la maternidad divina de María, resplandece ante nosotros la maternidad de la Iglesia. La Iglesia, en efecto, es Madre y siempre vuelve a ser una, fijando su mirada en María, como su arquetipo : "Ecclesiae typus", como dice San Ambrosio (S. Ambrosii, Expos. Lc . II, 7; PL 15,1635D ; cf. Lumen gentium , 63).

También la Iglesia, como María, vive profundamente, conserva y medita en su corazón los problemas de toda la familia humana.

Los pueblos acuden a María desde todos los rincones de la tierra. Los más probados y atormentados se dirigen a ella de una manera particular: los pueblos de África, el Tercer Mundo y las naciones de la Península Balcánica y el Cercano Oriente.

Todos la miran: su maternidad divina se ha convertido en el gran patrimonio de la humanidad . Bajo su manto materno, también se encuentran de alguna manera pueblos lejanos, que desconocen el misterio de Jesucristo. Muchos, aunque ignoran al Hijo de Dios, conocen a la Virgen María y esto ya de alguna manera los acerca al gran Misterio del Nacimiento del Señor. Se acercan así al corazón de la Iglesia, como los pastores de Belén, para volver entonces, como ellos, alabando y glorificando a Dios por todo bien contemplado.

El Año Nuevo es un día de singular alabanza a Dios, un día de gran imploración para obtener la bendición divina para el año que comienza y que la Iglesia, en sintonía con la iniciativa de las Naciones Unidas, se propone celebrar con compromiso como Año. de la familia. Por eso la actualidad tiene como tema: "La paz de la familia humana nace de la familia".

En el transcurso del nuevo año, que el Señor haga resplandecer su rostro en todas las familias y tenga misericordia de ellas.

El Señor nos bendiga y nos conceda la paz. Lo imploramos con tu canto, queridos Pueri Cantores de muchos países de nuestro continente y de toda la tierra.

Alabado sea Jesucristo.

VISITA PASTORAL A CATANIA Y SIRACUSA

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA POR LA DEDICACIÓN DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LAS LÁGRIMAS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Siracusa - Domingo 6 de noviembre de 1994

1. Dominus flevit (cf. Lc 19, 41).

Hay un lugar en Jerusalén, en la ladera del Monte de los Olivos, donde, según la tradición, Cristo lloró sobre la ciudad de Jerusalén. En esas lágrimas del Hijo del Hombre hay casi un eco lejano de otro grito , del que habla la primera lectura del Libro de Nehemías. Después de regresar de la esclavitud babilónica, los israelitas se dispusieron a reconstruir el templo. Sin embargo, primero escucharon las palabras de la Sagrada Escritura y del sacerdote Esdras, quien luego bendijo al pueblo con el libro de la Ley. Entonces todos se echaron a llorar. De hecho, leemos que el gobernador Nehemías y el sacerdote Esdras dijeron a los presentes: “Este día está consagrado al Señor tu Dios; ¡No llores y no llores! [. . .] no estés triste, porque el gozo del Señor es tu fuerza ”( Ne 8, 9.10).

He aquí, el de los israelitas estaba llorando de alegría por el templo restaurado, por la libertad recuperada .

2. El grito de Cristo en la ladera del monte de los Olivos no fue, sin embargo, un grito de alegría. De hecho, exclamó: “ Jerusalén, Jerusalén, tú que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados, cuántas veces he querido juntar a tus hijos, como la gallina junta los polluelos debajo de sus alas, y no quisiste ¡a! Mirad: vuestra casa os será dejada desierta ”( Mt 23, 37-38).

Palabras similares que Jesús dirá un poco más tarde en el camino al Calvario, al encontrarse con las mujeres de Jerusalén llorando.

En el llanto de Jesús por Jerusalén, se expresa su amor por la Ciudad Santa , junto con el dolor por su futuro no lejano, que prevé: la Ciudad será conquistada y el templo destruido, los jóvenes serán sometidos a la misma tortura. como su muerte. de la cruz. “Entonces empezarán a decir a las montañas: ¡caigan sobre nosotros! ya los cerros: ¡cúbrenos! Porque si tratan la madera verde así, ¿qué pasará con la madera seca? " ( Lc 23, 30-31).

3. Sabemos que Jesús lloró nuevamente en la tumba de Lázaro . “Entonces los judíos dijeron: '¡Mira cómo lo amaba!' Pero algunos de ellos dijeron: "El que abrió los ojos al ciego, ¿no podría también impedir que muriera?" ( Jn 11, 36-37). Entonces Jesús, manifestando de nuevo una profunda emoción, fue al sepulcro, ordenó que se quitara la piedra y, alzando los ojos al Padre, gritó en voz alta: ¡Lázaro, sal del sepulcro! (cf. Jn 11, 38-43).

4. El Evangelio todavía nos habla de la emoción de Jesús cuando se regocijó en el Espíritu Santo y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los eruditos y sabios y las has revelado. ellos a los más pequeños. Sí, Padre, porque te agradó hacerlo ”( Lc 10, 21 ). Jesús se regocija en la paternidad divina ; se regocija porque se le ha dado la oportunidad de revelar esta paternidad, y finalmente se regocija por una irradiación particular de esta paternidad sobre los pequeños .

Lucas el evangelista define todo esto como una exaltación en el Espíritu Santo. Un júbilo que impulsa a Jesús a revelarse aún más: "Todo me ha sido confiado por mi Padre y nadie sabe quién es el Hijo sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo y cualquiera a quien el Hijo quiera revelar. él "( Lc 10, 22) (cf. Juan Pablo II, Dominum et vivificantem , 20).

5. En el Cenáculo Jesús predice su futuro llorando a los Apóstoles : “En verdad, en verdad os digo: lloraréis y estaréis tristes, pero el mundo se regocijará . Serás afligido, pero tu aflicción se convertirá en gozo ”. Y agrega: “Cuando una mujer da a luz, está afligida, porque ha llegado su hora; pero cuando dio a luz al niño, ya no se acuerda de la aflicción por el gozo de haber nacido un hombre en el mundo ”( Jn 16, 20-21). Así, Cristo habla de la tristeza y la alegría de la Iglesia , de su llanto y su alegría, refiriéndose a la imagen de una mujer que da a luz.

6. Los relatos del Evangelio nunca recuerdan el grito de la Virgen . No la oímos gemir ni en la noche de Belén, cuando llegó el momento de dar a luz al Hijo de Dios, ni en el Gólgota, cuando estaba al pie de la cruz. Ni siquiera se nos da a conocer sus lágrimas de gozo cuando Cristo resucitó.

Incluso si la Sagrada Escritura no menciona este hecho, sin embargo, la intuición de la fe habla a su favor. María llorando de tristeza o de alegría es la expresión de la Iglesia , que se regocija la noche de Navidad, sufre el Viernes Santo al pie de la Cruz y vuelve a regocijarse en el amanecer de la Resurrección. Es la Esposa del Cordero quien nos presenta la segunda lectura extraída del Libro del Apocalipsis (cf. Ap 21, 9).

7. Las lágrimas de María aparecen en las apariciones con las que, de vez en cuando, acompaña a la Iglesia en su camino por los caminos del mundo. María llora en La Salette, a mediados del siglo pasado, antes de las apariciones de Lourdes, en un período en el que el cristianismo en Francia experimenta una creciente hostilidad.

Ella todavía llora aquí, en Siracusa, al final de la Segunda Guerra Mundial. Es posible comprender ese llanto precisamente en el trasfondo de esos trágicos hechos: la enorme masacre, provocada por el conflicto; el exterminio de los hijos e hijas de Israel; la amenaza a Europa desde el Este, desde el comunismo abiertamente ateo.

En ese momento también llora la imagen de Nuestra Señora de Czestochowa en Lublin : este hecho es poco conocido fuera de Polonia. Por otro lado, la noticia del evento de Siracusa se ha extendido mucho y muchos peregrinos han venido aquí. El cardenal Stefan Wyszynski también vino aquí en peregrinación en 1957, después de su liberación. Yo mismo, entonces un joven obispo, llegué aquí durante el Concilio y pude celebrar la Santa Misa el día de la conmemoración de Todos los fieles muertos.

Las lágrimas de la Virgen pertenecen al orden de los signos : dan testimonio de la presencia de la Madre en la Iglesia y en el mundo . Una madre llora cuando ve a sus hijos amenazados por algún mal, espiritual o físico. María llora participando del llanto de Cristo sobre Jerusalén, o en la tumba de Lázaro o finalmente en el camino de la cruz.

8. Sin embargo, es correcto recordar también las lágrimas de Pedro . El evangelio de hoy narra la confesión de Pedro cerca de Cesarea de Felipe. Escuchemos las palabras de Cristo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni carne ni sangre te lo reveló, sino mi Padre que está en los cielos" ( Mt 16, 17 ). Hay otras conocidas palabras del Redentor a Pedro: "De cierto te digo que el gallo no cantará hasta que me hayas negado tres veces" ( Jn 13,38). Y así sucedió. Pero cuando, en la casa del sumo sacerdote, Jesús miró a Pedro por el canto del gallo, “se acordó de las palabras que el Señor le había dicho. . . Y salió y lloró amargamente ”( Lc 22, 61-62).Lágrimas de dolor, lágrimas de conversión que confirman la verdad de su confesión . Gracias a ellos, después de la resurrección, pudo decirle a Cristo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo ”( Jn 21, 17 ).

9. Hoy, aquí en Siracusa, se me ha concedido dedicar el Santuario de la Madonna delle Lacrime. Así que aquí estoy finalmente aquí por segunda vez, después de que la visita prevista para el 1 de mayo pasado se pospusiera por razones bien conocidas.

Ahora, sin embargo, vengo como Obispo de Roma, como Sucesor de Pedro, y cumplo con alegría este servicio para vuestra comunidad, que saludo con afecto en la persona de su Pastor , Mons. Sus predecesores, con tanto esfuerzo preparó este día. Con él saludo al cardenal de Palermo, a todos los obispos de Sicilia y a las autoridades civiles, administrativas y militares presentes, agradeciéndoles su colaboración en la organización de mi visita pastoral.

Dirijo un pensamiento particular a todos los sacerdotes , invitándolos a ser fieles imitadores del apóstol Pablo, que residió en esta espléndida ciudad durante el viaje que lo llevó de Cesarea a Roma (cf. Hch 28, 12 ). La misión que han recibido, queridos, requiere valor y perseverancia, pero el Señor podrá recompensar su generoso servicio. Mi saludo se dirige luego a los religiosos y religiosas y a los miembros de los institutos seculares.. Espero que, como se ha subrayado en la reciente asamblea del Sínodo de los Obispos, la vida consagrada brille como testimonio de los valores del espíritu y se convierta en promotora de un apostolado "fronterizo", capaz de responder a la profunda necesidad. para Dios presente en nuestro tiempo. Saludo también con afecto a todos los fieles laicos, especialmente a las familias, en este año dedicado a ellos : que sean el signo en una sociedad a menudo distraída e indiferente de un amor oblativo, arraigado en la fe de la Iglesia y abierto a la vida.

10. Hoy, en este lugar, escucho resuenan en mí las palabras de Cristo que le dice a Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos ”( Mt 16, 18-19). Estas palabras de Cristo expresan la autoridad suprema que Él, como Redentor, posee: el poder de perdonar los pecados, comprado al precio de la sangre derramada en el Gólgota; el poder de absolver y perdonar.

11. Santuario de la Madonna delle Lacrime, te levantaste para recordar a la Iglesia el llanto de la Madre.

También recuerda el llanto de Pedro, a quien Cristo confió las llaves del reino de los cielos para el bien de todos los fieles. Que estas llaves sirvan para atar y desatar , para la redención de toda la miseria humana.

¡Aquí, dentro de estos muros acogedores, que aquellos que están oprimidos por la conciencia del pecado vengan y experimenten la riqueza de la misericordia de Dios y su perdón! Aquí dejen que las lágrimas de la Madre los guíen. Son lágrimas de dolor por los que rechazan el amor de Dios, por las familias desintegradas o en dificultades, por los jóvenes amenazados por la civilización del tisis y muchas veces desorientados, por la violencia que todavía hace fluir tanta sangre, por los malentendidos y Odio que caven profundas brechas entre hombres y pueblos.

Son lágrimas de oración : la oración de la Madre que da fuerza a cualquier otra oración, y se eleva en súplica también por aquellos que no rezan porque están distraídos por mil otros intereses, o porque están obstinadamente cerrados a la llamada de Dios.

Son lágrimas de esperanza , que derriten la dureza de los corazones y los abren al encuentro con Cristo Redentor, fuente de luz y paz para las personas, las familias, toda la sociedad.

¡Oh Nuestra Señora de las Lágrimas ,
mira con bondad materna
el dolor del mundo!
Seca las lágrimas de los que sufren, de
los olvidados, de los desesperados, de
las víctimas de toda violencia.

Obtén lágrimas de arrepentimiento
y vida nueva para todos,
que abran los corazones
al don regenerador del Amor de Dios.
Obtén lágrimas de alegría para todos
después de ver la profunda ternura de tu corazón.
¡Alabado sea Jesucristo!

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN LA
SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Jueves 8 de diciembre de 1994

¡Alabado sea Jesucristo!

1. «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef 1,3).

Así leemos en la carta de san Pablo a los Efesios, que la liturgia de la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos propone: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. (...) Nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia» (Ef 1, 3-4).

Amadísimos hermanos y hermanas, se nos invita a atravesar el confín del adviento histórico, para remontarnos hasta lo que sucedió «antes de la creación del mundo». Entonces Dios, «Aquel que era, que es y que va a venir» (Ap 4 8) nos había predestinado por amor «a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (Ef 1, 5). Antes de revelarse a través de la obra de la creación, el Padre eterno ya nos amaba en su Hijo eterno. En él amaba a toda la creación, y de modo particular al hombre, creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 27). Manifestación de ese amor fue «el hecho de predestinarnos a la dignidad de hijos adoptivos de Dios». Precisamente de esto habla la carta de san Pablo a los Efesios. En esa predestinación la imagen y semejanza de Dios en el hombre alcanza su cumbre. La adopción como hijos a semejanza de Jesucristo constituye el cumplimiento de cuanto se hallaba contenido desde el inicio en esa imagen y semejanza de Dios según la cual fue creado el hombre.

2. El Apóstol explica, en efecto, el contenido que se encierra en la palabra gracia. Gracia: don que el Padre nos otorga en su Hijo amado eternamente. En virtud de ese don el hombre existe «para la gloria de la divina Majestad» (cf. Ef 1, 6). San Ireneo lo expresará en la célebre frase: «Gloria Dei, vivens homo; vita autem hominis, visio Dei» (Adversus haereses, IV, 20, 7).

La explicación paulina de la expresión bíblica gracia es indispensable para comprender correcta y adecuadamente las palabras dirigidas a la Virgen de Nazaret en el momento de la Anunciación: «Alégrate, llena de gracia» (Lc 1, 28). Esa «plenitud de gracia» indica la Inmaculada Concepción: misterio que la Iglesia profesa y vive de manera especial durante este día.

3. «Para ser santos e inmaculados en su presencia» (Ef 1, 4).

El libro del Génesis, especialmente en sus primeros capítulos, refiere que Dios creo al hombre inmaculado. Ante Dios, vivía toda la sencillez de su esencia humana; Adán y Eva se trataban con confianza recíproca y, a pesar de estar desnudos, no sentían vergüenza (cf. Gn 2, 25).

En esa inocencia original del hombre creado por Dios entró, sin embargo, el primer pecado; y, como está descrito dramáticamente en la primera lectura de la liturgia de hoy, cambió totalmente la relación del hombre con Dios, influyendo fatalmente también en la relación que existe entre el hombre y la mujer.

El libro del Génesis muestra, en primer lugar a Dios que busca al hombre. «¿Donde estás?» (cf. Gn 3, 9), le pregunta. Y el hombre responde: «Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí» (Gn 3, 10). El Interlocutor divino sabe que ese miedo tiene raíces mucho más profundas. El hombre siente la necesidad de esconderse ante Dios, porque siguió una llamada diversa de la del Señor. Al comer del fruto prohibido, nuestros primeros padres cedieron a la tentación de llegar a ser como dioses, capaces de conocer el bien y el mal (cf. Gn 3, 5), es decir, capaces de decidir autónomamente lo que está bien y lo que está mal, según su propio criterio.

Así apareció el pecado en el mismo momento en que el hombre, cediendo ante, la persuasión del espíritu maligno, creyó que podía llegar a ser como Dios. Sí, creyó que su tarea consistía en llegar a ser un dios contra el único Dios. El non serviam se convirtió, a la medida del hombre, en el reflejo del non serviam que había pronunciado antes el espíritu del mal.

4. Aquí casi estamos tocando la raíz del misterio. El misterio de la solemnidad de hoy, la Inmaculada Concepción, indica que María, ya desde el primer instante de su concepción, quedó preservada de la herencia del pecado original. Fue librada porque, desde toda la eternidad estaba destinada a ser la Madre de Cristo redentor.

El primer anuncio de ese misterio lo escuchamos en el libro del Génesis. Dirigiéndose a la serpiente, que simboliza el espíritu del mal, Dios dice: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gn 3, 15). Estas palabras suelen definirse como «protoevangelio». Es decir, son el primer anuncio de la buena nueva sobre la salvación que Cristo iba a traer en la plenitud de los tiempos. En efecto, esa salvación se realizará por obra del linaje, o sea, del hijo de la mujer, el cual, para derrotar al espíritu del mal, se entregará a la muerte de cruz. Esa verdad pertenece ya completamente al Nuevo Testamento, al Evangelio, pero en cierta manera se halla anunciada ya en las palabras que refiere el libro del Génesis. Por eso se suele llamar protoevangelio.

El primer anuncio refleja el proyecto eterno de Dios, al que hace referencia la carta a los Efesios. En efecto, el pecado, presente ya desde el principio, no cambia el designio de Dios, que «nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia». Por consiguiente, así, ya desde el inicio, la gracia aparece más fuerte que el pecado.

5. De modo especial, la gracia ha demostrado poseer más fuerza que el pecado en la Mujer que desde la eternidad fue escogida para ser la Madre del Redentor del mundo. El ángel Gabriel le comunica esa elección y la saluda llena de gracia.

Así da a entender que la gracia y la santidad, que brotan de su excelsa elección son anteriores en ella al momento de su concepción. Todos los hombres son redimidos después de haber sido contaminados por el pecado, al menos por el pecado original. Cristo redimió a la Mujer que estaba predestinada a ser su Madre, preservándola inmune del pecado original. Así, María vino al mundo Inmaculada, y en ningún momento de su existencia terrena el pecado pudo manchar su alma.

Por eso, es totalmente santa: santa de una manera mucho más sublime que la de los demás santos, los cuales también deben su santidad a la obra de la Redención. Y, puesto que María es santa, de este modo podrá concebir al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, como leemos en el evangelio: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35).

«He aquí la esclava del Señor hágase en mi según tu palabra» (Lc 1, 38): así responde María y de ese modo revela que el Espíritu de Dios dispone de ella. Del non serviam original no hay en ella huella alguna. La tentación original de llegar a ser dios contra Dios le es totalmente ajena. Precisamente por eso puede convertirse en la Madre del Hijo de Dios, y, al convertirse en tal, puede ayudar a todos los hombres a «ser hijos e hijas adoptivos por obra de Jesucristo» (cf. Ef 1, 5).

6. Hoy la Iglesia anuncia el misterio de la Inmaculada Concepción de María, que es misterio de la fe, y la Iglesia lo vive con solemnidad. En el período de Adviento el misterio de la Inmaculada Concepción nos prepara de modo especial para la venida de Jesucristo. Esta fiesta encierra ya algo de la alegría de la Navidad, alegría también de María, Madre de Dios.

Cuando el concilio de Éfeso confirmó la fe de la Iglesia en la Theotókos, resonó esta verdad con gran eco en Roma. La basílica de Santa María la Mayor, en la que hoy tenemos el gozo de encontrarnos, constituye un testimonio concreto de la alegría que experimentaron entonces los creyentes en Cristo, tanto en Éfeso como en Roma. Y cuando, en el siglo pasado, el Papa Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción, la alegría de la Iglesia estalló de nuevo, precisamente en Roma, y se manifestó concretamente en el monumento erigido en la plaza de España, en honor de la Inmaculada Madre de Dios.

«Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad» (Sal 98, 3-4). El Señor ha manifestado su salvación en la Mujer que había predestinado para ser la Madre de su Hijo eterno.

«Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo» ( Lc 1, 28). Alégrate, María. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios, Salus populi romani. Amén.

VISITA PASTORAL A LORETO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Santuario de Loreto - Sábado 10 de diciembre de 1994

1. " He aquí que concebirás un hijo, le darás a luz y le llamarás Jesús " ( Lc 1, 31).

Con estas palabras el ángel Gabriel se dirige a la Virgen María el día de la Anunciación. Hoy estamos invitados a meditar sobre ese misterio de gracia, queridos hermanos y hermanas, peregrinos de todas partes de Italia, presentes en el Santuario Mariano de Loreto. Este encuentro de oración se hace particularmente solemne por la presencia de los obispos que han venido aquí desde todas las regiones del país para llevar las inquietudes y esperanzas de las personas que les han confiado a los pies de la Santísima Virgen. Os saludo, queridos hermanos en el episcopado, y os agradezco el testimonio de comunión que tan claramente expresa vuestra presencia hoy.

También me alegro de la participación en este acto de homenaje a María Santísima de numerosos sacerdotes y de tantos hermanos y hermanas pertenecientes a congregaciones religiosas que trabajan en los diversos campos de la pastoral, aquí y en otras diócesis italianas.

Saludo a toda la Iglesia en Italia , hoy tan dignamente representada por esta asamblea vuestra reunida en oración con María, en su Santuario Lauretano.

En particular, quiero saludar al querido arzobispo Mons. Pasquale Macchi , custodio de este Santuario. Me alegra que un estrecho colaborador del Siervo de Dios Pablo VI, que convivió con él durante muchos años, pueda ahora realizar aquí mismo su servicio eclesial, aprovechando su experiencia y competencia. Tengo no pocas razones especiales para recordar a Pablo VI, mi gran predecesor y padre en el servicio en la Sede de Pedro: la persona de su secretario personal me recuerda a la figura tan querida por mí.

Saludo a todos los que, en colaboración con el Delegado Pontificio, garantizan el servicio pastoral a las multitudes de peregrinos que vienen aquí todos los días: quiero referirme tanto a los hijos de San Francisco, penitenciarios incansables, como a los miembros de las y congregaciones religiosas femeninas presentes en Loreto. Saludo también a los laicos que desarrollan sus actividades a la sombra del Santuario.

Dirijo también un pensamiento particular de respetuoso agradecimiento al presidente Oscar Luigi Scalfaro, que quiso estar presente en este solemne encuentro, que concluye la "gran oración" por Italia. Estamos muy contentos de tener con nosotros al Presidente de la República Italiana en este momento, así como a los representantes del Gobierno italiano.

Loreto es un lugar particular: el principal santuario mariano de Italia , al que acuden cada año millones de peregrinos de todo el mundo. Hoy celebramos con profunda devoción, en presencia de los obispos de muchas diócesis italianas y también de representantes de otros episcopados, no solo en Europa, sino también de otros continentes, especialmente en Asia, y en presencia de una vasta representación de los pueblo de Dios, séptimo centenario de la Santa Casa .

2. " Alégrate, llena eres de gracia, el Señor es contigo " ( Lc 1, 28). No sabemos dónde escuchó María estas palabras. Lucas el evangelista solo dice que Dios envió al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret. Sin embargo, nada nos impide suponer que la Virgen escuchó el anuncio en su propia casa, dentro de los muros domésticos. La Anunciación es un tema muy querido por los pintores de todos los tiempos, que suelen presentar a María en el interior de la casa de Nazaret.

Si es así, las paredes de su casa escucharon las palabras del saludo angelical y el posterior anuncio del plan divino . Los muros por supuesto no oyen, porque no tienen vida, sin embargo son testigos de lo que se dice, testigos de lo que pasa dentro de ellos. Por tanto, fueron testigos de que María, después de oír el saludo del Ángel, se turbó y se preguntó cuál era su significado (cf. Lc 1, 29). Entonces oyeron que el ángel, tranquilizando a la Virgen de Nazaret, dijo: "María, no temas, porque has hallado gracia ante Dios. He aquí, concebirás un hijo, lo darás a luz y lo llamarás". Jesús. Altísimo "( Lc1, 30-32). Y cuando María preguntó: “¿Cómo es esto posible? No conozco a nadie ”( Lc 1, 34), explicó el mensajero celestial:“ El Espíritu Santo vendrá sobre ti, el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. El que nazca será, pues, santo y llamado Hijo de Dios ”( Lc 1, 35). El ángel Gabriel volvió a referirse a Isabel, pariente de María, que en su vejez había concebido un hijo, para señalar al final que "nada es imposible para Dios" ( Lc 1, 37). Si una mujer pudo concebir a una edad avanzada, también podría hacerlo una mujer "que no conocía a un hombre". Al oír todo esto, María dice: "Aquí estoy, soy la esclava del Señor, que me suceda lo que has dicho" ( Lc 1, 38).En este punto termina la conversación y comienza el misterio de la Encarnación . El Hijo de Dios fue concebido en el vientre de la Virgen por obra del Espíritu Santo y nació la noche de Belén. La casa de Nazaret fue testigo de este misterio, el mayor misterio de la historia , que encontrará su cumplimiento en los acontecimientos pascuales.

3. La casa de Nazaret fue testigo del cumplimiento de la profecía de Isaías que leemos hoy en la liturgia: "He aquí: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que llamará Emmanuel" ( Is 7, 14), que significa " Dios con nosotros ".

"He aquí la morada de Dios con los hombres" está escrito en el libro del Apocalipsis ( Ap 21, 3): estas palabras se refieren en primer lugar a la misma Virgen María, que se convirtió en la Madre del Redentor, pero también se refieren a la casa, en que comenzó este maravilloso misterio de "Dios con nosotros".

El pasaje de la carta de Pablo a los Gálatas, que hemos escuchado, expresa plenamente el contenido del nombre "Emmanuel". La casa de Nazaret se convirtió en un lugar particular de ese envío del que escribe el Apóstol: "Pero cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer ... para que recibiéramos la adopción como niños" ( Gal 4 , 4-5). El comienzo humano de este envío del Hijo por parte del Padre tuvo lugar en la casa de Nazaret, que por eso mismo merece el nombre del mayor santuario. Pero el Apóstol, refiriéndose a la adopción como niños, continúa: "Y que ustedes son niños, la prueba es que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones que clama: ¡Abba, Padre!" ( Gal4, 6). Por tanto, no solo el envío del Hijo, sino también el envío del Espíritu Santo tiene su lugar privilegiado en la casita de Nazaret. En este lugar comienza la obra divina de la salvación , que casi encuentra allí su nueva dimensión. La obra de salvación consiste en la adopción por parte de Dios del hombre como su propio hijo. El hombre adoptado por Dios en Jesucristo, Hijo de María, es al mismo tiempo heredero de la promesa, heredero de la Nueva y Eterna Alianza. Todo este "novum" evangélico de vida y santidad comienza, en cierto sentido, en la casita de Nazaret.Quienes, desde Italia y de todo el mundo, vienen en peregrinación al Santuario de Loreto se dejan guiar por el sentido profundo del misterio de la Encarnación. Dentro de estos muros tratan de penetrar más profundamente este misterio de fe, se esfuerzan por involucrarse más plenamente en él.

4. La casa de Nazaret también fue testigo de la maternidad divina que maduró en la Virgen . Para la Iglesia, el Adviento es un período de espera de la santa Navidad: ella es consciente de unirse así, de una manera particular, a María.

De hecho, esperando el nacimiento de Jesús, ella es sobre todo ella. Todos los demás, incluso un hombre tan cercano a ella como José, son sólo testigos, en cierto sentido, externos a lo que está sucediendo en ella. María Santísima - se puede decir - es el único que tiene la experiencia inmediata de la maternidad que vence en ella .

En este sentido, es necesario recordar la tradición litúrgica de la fiesta "Virginis pariturae", es decir, de la Virgen preparándose para dar a luz al Hijo de Dios. Fue precisamente la casa de Nazaret la que atestiguó esa espera y esa preparación. . Las mujeres embarazadas saben lo que significa prepararse para la llegada al mundo de un niño. Sólo ella, María de Nazaret, sabe lo que significó prepararse para dar a luz al Hijo de Dios.

Entonces, tal vez, solo así se pueda entender el Magnificat . Hoy en la liturgia cantamos el Magnificat junto a María, pero sólo ella es capaz de evaluar cada palabra y cada verso de este cántico, el más hermoso de la Sagrada Escritura, en todo su significado. Sólo ella conocía plenamente las "grandes cosas" (magnalia) realizadas en ella por el Todopoderoso (cf. Lc 1, 49); cumplido en ella y, a través de ella, en Israel, el pueblo de elección divina en la Antigua Alianza. "Grandes cosas" que Dios pronto lograría para toda la humanidad, "de generación en generación". Al nacer como hombre, el Hijo de Dios habría elevado el valor de ser hombre a una dignidad sin precedentes., como afirma la Tradición y como reafirma el Concilio Ecuménico Vaticano II en muchos puntos de su magisterio.

5. Nos encontramos hoy aquí en Loreto con un nutrido grupo de Pastores de la Iglesia que se encuentran en Italia. Desde el 15 de marzo, durante todos los meses transcurridos hasta ahora, ha continuado la oración por Italia . Comenzó en la tumba del apóstol Pedro y ahora termina aquí en Loreto.

No puedo dejar de recordar aquel día de abril de 1985, cuando ya me encontraba en Loreto con cardenales y obispos y con una representación altamente cualificada de clérigos y laicos, para la segunda conferencia eclesial de la Iglesia italiana. En los casi diez años que han transcurrido desde entonces, muchas cosas han cambiado en Italia, pero el compromiso de la Iglesia y de los católicos italianos sigue siendo aún más urgente "trabajar, con humilde coraje y plena confianza en el Señor, para que el cristiano la fe tiene, o recupera, un papel orientador y una eficacia motriz en el camino hacia el futuro "( Enseñanzas de Juan Pablo IIVIII / 1 [1985] 999). Iluminados por la palabra del Evangelio e impulsados ​​por el amor de Cristo, los católicos italianos nodejarán de ofrecer, en la fase final del milenio, su contribución generosa y constante en los campos cultural, social y político, para promover la verdadero bien de la amada nación italiana.

6. Ésta es también la intención que está en el corazón de la oración por Italia, que a veces he descrito como "la gran oración". La oración siempre es "grande" cuando responde a una acción particular del Espíritu Santo, pero también es "grande" cuando responde a necesidades o circunstancias particulares.

En mi vida muchas veces he vivido una oración que bien podría llamarse "grande". En particular, quedó en mi memoria la Gran Novena antes del Milenio del Bautismo de Polonia : la preparación para el Milenio que duró nueve años. Una oración que también fue experimentada como "grande" por millones de mis compatriotas: una oración en unión con la Madre de Dios. Esta unión fue expresada por la peregrinación de la imagen de Nuestra Señora de Jasna Gora, y más precisamente, de la copia del original, que había sido bendecido por el Papa Pío XII.

Muchos elementos de esa experiencia se reflejan en la "gran oración" que la Iglesia en Italia concluye hoy en este Santuario Lauretano. Concluye, pero en cierto sentido lo amplía más, porque las Iglesias de Dios en Italia se preparan para la Conferencia eclesial de Palermo en noviembre de 1995, una conferencia destinada a reflexionar y decidir sobre "el Evangelio de la caridad para una nueva sociedad en Italia". ". De hecho, es en la oración que se pueden discernir los signos de novedad y madurar las semillas de la renovación presentes en la sociedad italiana. Este a partir de Jesucristo, plenitud de novedad y fuente de renovación.

Así, de año en año, la "gran oración" adquiere su relevancia: deriva también del hecho de que nos acercamos con grandes pasos al año 2000 , al final del segundo milenio después del nacimiento de Cristo. El Santuario Lauretano tiene sólo setecientos años, pero esta casa mariana, a la que llegamos en peregrinación, es testigo - y un testimonio singular - de esa fecha más antigua que se refiere al nacimiento de Jesús. De hecho, todo comenzó en la casa de María en Nazaret! Ella fue testigo silenciosa pero directa de la Anunciación; y si presenció la Anunciación, fue al mismo tiempo también testigo del misterio supremo expresado en el prólogo del Evangelio de Juan : "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).

Este misterio persiste en la historia, estando destinado desde el principio a persistir en los asuntos humanos hasta el fin del mundo. Misterio que perdura y transforma el mundo .

Oremos hoy para que se nos conceda la mirada penetrante de la fe, para poder ser testigos de esta transformación y, de hecho, bajo la acción de la gracia divina, para poder participar y co-artífice de ella. Preguntémoslo como Pastores de la Iglesia que está en Italia, preguntémoslo como peregrinos que visitan el Santuario de Loreto.

"Grandes cosas" que el Señor ha hecho contigo, Madre de Dios, y con todos nosotros.

¡Amén!

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN HONOR A MARÍA SANTA
MADRE DE DIOS EN LA XXVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica Vaticana - Domingo 1 de enero de 1995

1. "Cuando llegó el cumplimiento del tiempo ..." ( Gal 4: 4).

Hoy, primer día del Año Nuevo, se nos lleva a reflexionar sobre el significado del tiempo. Con las palabras "llegó el cumplimiento de los tiempos", el apóstol Pablo parece querer indicar el hecho de que el tiempo tiende a cumplirse . El tiempo, en efecto, no es sólo una dimensión del devenir a la que está sujeta toda realidad creada y, por tanto, también el hombre. El tiempo es ante todo la medida del "esfuerzo" del hombre hacia lo absoluto y, como tal, espera su realización . El ser humano inscribe este segundo y más importante sentido en su historia personal y en la de toda la humanidad.

"Cuando llegó el cumplimiento de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer" ( Gal 4, 4). Al dar a luz a un niño, cada mujer comienza, en cierto sentido, una nueva "tendencia". El mismo nacimiento de un hijo es el cumplimiento de las expectativas de los padres y, en particular, de la madre. Por otro lado, constituye el inicio de una nueva expectativa, indisolublemente unida al ser humano que nació.

Al venir al mundo, el hombre ya trae consigo el anuncio de su propia muerte . Cierta corriente de la filosofía contemporánea interpreta la existencia como una vida intrínsecamente orientada a la muerte. Pero el hombre no puede realizarse en la muerte: sólo alcanza su plenitud a través de una vida plena y definitiva. Si el tiempo humano es una expectativa, y si esto es una aspiración a la realización, entonces en el tiempo humano se esconde la conciencia de una vida más allá del límite de la muerte . Esta conciencia se pone de relieve en todas las religiones y, en particular, en la veneración simple y primordial de los antepasados, que constituye una confirmación de la expectativa de inmortalidad, innata en el hombre.

2. Estas reflexiones indican que el tiempo humano constituye ya una cierta participación en la eternidad de Dios , la única verdaderamente eterna. Toda mujer nacida de una mujer nace para dejar este mundo a través de la muerte; viene al mundo ya orientado hacia la inmortalidad . Inmortalidad que no es una dimensión propia del mundo, sino que la trasciende y revela la eternidad divina. Al decir: "ha llegado la plenitud de los tiempos", el apóstol Pablo parece querer no sólo indicar todo esto, sino afirmar algo más y absolutamente nuevo: en la venida de Cristo, Dios ha llenado el tiempo del hombre con su eternidad de una manera nueva y primer camino desconocido . Continúa: "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer ... para ser adoptado como hijos" ( Gal 4, 4-5).

La filiación divina es entonces el contenido más profundo de nuestra inmortalidad. El hombre participa de la eternidad de Dios no sólo mediante la inmortalidad por la que su alma no puede morir, sino sobre todo mediante la filiación adoptiva, mediante la cual participa en la vida misma de Dios, a semejanza de Jesucristo, Hijo de Dios.

3. "Dios envió a su Hijo".

En la liturgia de hoy profundizamos en el sentido del evento celebrado hace ocho días y que llena de alegría toda la octava de Navidad. El nacimiento del Hijo de María en Belén es la respuesta de Dios al misterio de la "plenitud de los tiempos".

De hecho, en el nacimiento de Cristo se cumple la vocación del hombre a la inmortalidad. El envío del Hijo al mundo es la revelación de la verdad sobre el significado del tiempo, previamente desconocida para cualquier otra religión y filosofía humana.

El Apóstol habla del envío del Hijo en estrecha relación con el envío del Espíritu Santo: “Y que sois hijos, prueba de que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones clamando: ¡Abba, Padre!”. ( Gal 4, 6). Estas últimas palabras confirman la novedad total de lo que trajo consigo la primera venida de Cristo. La filiación adoptiva no es, por tanto, una expresión vacía de contenido, es más bien una auténtica realidad interior., revelado por el Espíritu Santo como dimensión sobrenatural de la existencia humana en Dios. Sólo si es verdaderamente un hijo adoptivo puede el hombre encontrar en sí mismo la plena garantía para decirle a Dios: ¡Abba, Padre! El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, hace que esta filiación sobrenatural se convierta en un estado real en la vida del hombre, el estado de gracia santificante.

4. La reflexión sobre el sentido cristiano del tiempo es un complemento indispensable de la extraordinaria riqueza de la liturgia y del anuncio de Navidad. Todavía podemos preguntarnos si esta verdad sobre el cumplimiento de los tiempos se refiere únicamente a la era cristiana entendida en sentido histórico. En este caso, todo lo que sucedió antes de la venida de Cristo quedaría excluido de la dimensión sobrenatural del tiempo.

El Apóstol en realidad parece indicar que lo que pertenece a la "plenitud de los tiempos" completa toda la extensión temporal de la existencia humana en la tierra . Esto comienza con la creación del hombre; de hecho, el primer Adán ya llevaba en sí mismo la vocación de entrar en comunión con la eternidad divina, mediante la participación filial en la vida misma de Dios. Sin embargo, la venida de Cristo - según Adán - era necesaria para esta vocación, nublada por el pecado. , renacer para alcanzar su plena y consciente realización y convertirse en " Evangelio ", en la Buena Nueva.

5. El pasaje de la Carta a los Gálatas que se proclama hoy es el único texto paulino que habla de la Madre de Cristo . Lo que San Pablo dice aquí de manera sintética, sin embargo, contiene lo que el Nuevo Testamento afirma de María, reconectando con todo el Antiguo Testamento.

¿Qué es la maternidad sino el comienzo de una vida que ya lleva consigo la perspectiva de la inmortalidad? Todas las madres, empezando por Eva, participan íntimamente de esa aspiración de vida que va más allá del tiempo; participan en la expectativa de un ser llamado a la inmortalidad. Cuanto más se den cuenta, más rica se volverá su maternidad espiritualmente.

Existen en la Antigua Alianza, en la tradición cristiana, así como en otros contextos religiosos, figuras extraordinarias de madres, que dan testimonio de esta tensión en la eternidad de Dios: por ejemplo, la madre de los Macabeos (cf.2 Mac 7 , 1-41), la viuda de Naín, cuyo hijo Jesús resucitó (cf. Lc 7, 11-17), santa Mónica madre de san Agustín y, en nuestro siglo, la beata Gianna Beretta Molla. Sobre todo a través de la obra de María, gracias a su "fiat", la "plenitud de los tiempos" se manifestó como el cumplimiento de la entrega sobrenatural de Dios al hombre. Con su maternidad, el valor del tiempo se une singularmente al misterio de la adopción de los hombres., llamados a ser hijos de Dios; se une al envío a nuestros corazones del Espíritu del Hijo, el Espíritu Santo clamando: ¡Abba, Padre! ¡Verdaderamente grandes y profundas son las razones por las que la Iglesia, en este primer día del año, celebra con tanta solemnidad la maternidad de la Madre de Dios!

6. La Iglesia confía a María en este día las aspiraciones de verdad y justicia, solidaridad y paz que pueblan el corazón de todo creyente. Invoca a María, Madre de Dios, Madre del Príncipe de la Paz. Cada año, pues, desde que mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI, instituyó la Jornada mundial de la paz, el Papa dirige un Mensaje específico para la ocasión de hoy. Este año el tema es “Mujer, educadora de paz”. Continuando con el del año pasado centrado en la relación entre la familia y la paz, quise subrayar la importancia del papel y la misión de la mujer, llamada a ser testigo, mensajera y maestra de paz. Las mujeres tienen una vocación particular de promover la paz en la familia y en todos los ámbitos de la "vida social, económica y política a nivel local,Enseñanzas de Juan Pablo II , XVII / 2 [1994] 1013).

Que las mujeres creyentes, mirando a María, sean cada vez más conscientes de su papel en la Iglesia y en el mundo y ofrezcan su contribución decisiva a la realización del designio divino para toda la humanidad.

7. Hoy celebramos la divina Maternidad de María el primer día del Año Nuevo solar . ¿Qué quiere decir la Iglesia con esta celebración? ¿No quiere dar fe de que nuestra esperanza está llena de inmortalidad (cf. Sal 3, 4)? ¿No quiere enseñar que todo tiempo humano , y por tanto también este año que comienza, está incluido en la eternidad de Dios , a quien estamos llamados como seres creados a su imagen y semejanza?

¡Sí! La Iglesia desea que todos los fieles vivan la conciencia de esta adopción como hijos en Cristo : hijos que, habiendo recibido el Espíritu Santo, claman a Dios: ¡Abba, Padre! Hijos que, conscientes de su condición, se convierten cada vez más en herederos del Reino en su existencia diaria, traídos al mundo y ofrecidos a los hombres por el Hijo de Dios.

Hijos en el Hijo, para el crecimiento en el mundo del Reino de Dios.

¡Amén!

VISITA PASTORAL EN MOLISE

SANTA MISA FRENTE AL SANTUARIO DE LA MADONNA ADDOLORADA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Fiesta de San Giuseppe - Castelpetroso (Campobasso)
Domingo 19 de marzo de 1995

"Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob" ( Ex 3, 6).

1. La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos introduce profundamente en el misterio de la Alianza de Dios con el hombre . La primera lectura, extraída del Libro del Éxodo, nos sitúa en el entorno desértico, símbolo típico de la Cuaresma, y ​​tiene a Moisés como protagonista. Es el relato de la "zarza ardiente", una de las Sagradas Escrituras más evocadoras y significativas, capaz de alimentar la meditación de los creyentes en todo momento. Desde la zarza misteriosa, que arde sin consumirse,Dios habla a Moisés: lo llama, se le da a conocer y le instruye para sacar a los israelitas de Egipto. Finalmente, Dios revela su nombre: "Yo soy el que soy, Yavé, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob" (cf. Ex 3, 14-15).

Este episodio, que tuvo lugar en las faldas del monte Oreb, "monte de Dios" ( Ex 3,1), constituye un nuevo comienzo de la antigua Alianza de Dios con su pueblo. De acuerdo con el anuncio dado a Moisés, Dios sacará a Israel de Egipto, de la condición de esclavitud, para conducirlos a través del desierto hacia la Tierra Prometida. El acontecimiento de Horeb introduce toda la acción salvífica de Dios con respecto a Israel: culminará en la Alianza del Sinaí, cuyo contenido será el Decálogo.

2. "Todas estas cosas - advierte el apóstol Pablo - ... fueron escritas para nuestra amonestación" ( 1 Co 10, 11), para que hagamos "obras dignas de conversión" ( Lc 3, 8) y no somos como la planta de la parábola evangélica, estéril e infructuosa (cf. Lc 13, 6-7). En efecto, "todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego" ( Lc 3, 9; cf. Jn 15, 6).

El tiempo de Cuaresma que vivimos, queridos hermanos y hermanas, debemos entenderlo como una renovada oferta de la Alianza por parte de Dios, que es "bueno y misericordioso, lento para la ira y grande en amor" ( Salmo resp . ). La gracia del Señor, su infinita misericordia nos compromete - como individuos y como comunidad - a cultivar la "planta" de la vida espiritual, a "azotar a tu alrededor" con penitencia, a "poner el fertilizante" de la palabra de Dios en para que "dé fruto para el futuro" (cf. Lc 13, 8-9).

3. Hoy, 19 de marzo, la Iglesia venera a san José, Esposo de la Santísima Virgen María, aunque este año se celebre mañana la solemnidad litúrgica. Es un motivo de gran alegría para mí encontrarme hoy en Castelpetroso, en este entorno bello, rígido pero bello y evocador, en este hermoso Santuario de la Addolorata , proclamada Patrona de Molise por mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pablo VI. . Aquí, donde hace noventa años llegó un grupo de peregrinos de la lejana Cracovia, llega ahora el Papa, hijo de esa ciudad y de la tierra polaca, que un vínculo singular de fe y sufrimiento une a la Madre de los Dolores.

Quisiera extender un cordial y agradecido saludo a los venerables Hermanos Cardenales aquí presentes, al Arzobispo Metropolitano, Mons. Ettore Di Filippo, ya los demás prelados de la región eclesiástica Abruzzo-Molise y al Nuncio Apostólico en Italia, Monseñor Colasuonno. Saludo a los Prefectos de Campobasso e Isernia, a los Presidentes de la Giunta y del Consejo Regional, al Alcalde de Castelpetroso y a los de todos los países de la Región, así como a los Parlamentarios y Administradores de la Región y de las Provincias de Campobasso. y d'Isernia, a otras autoridades civiles y militares de la cultura y el trabajo que quisieron asistir a este rito. Saludo con un abrazo a mis hermanos sacerdotes y diáconos aquí reunidos, así como a los ancianos y enfermos, que en este momento están unidos a nosotros en la oración.

Agradezco a todos los que colaboraron en la preparación y organización de mi Visita de hoy, ya todos ustedes, religiosos y religiosas y laicos, que participan en este significativo evento espiritual. Quisiera instar a todos a permanecer fieles a las tradiciones cristianas de esta tierra, con ese fervor que impulsó a vuestros padres a contribuir generosamente a la construcción del Santuario, ofreciendo también cobre para el techo.

Queridos hermanos y hermanas, sepan también ofrecer al Señor sus alegrías y trabajos diarios, en comunión con Cristo y por intercesión de su Madre, aquí venerada al presentar a su Hijo sacrificado al Padre por nuestra salvación. Saber ofrecer en particular el compromiso de una unidad profunda y efectiva: unidad en las comunidades familiares, unidad en las parroquias, unidad particularmente entre el clero. ¡Nunca debería el corazón de la Madre llorar por la división de sus hijos!

Al encontrarme cerca de la patria de mi venerado predecesor Celestino V, cuyo séptimo centenario de su elección al pontificado se celebró el año pasado, envío un cordial saludo a la comunidad diocesana de Isernia y a su párroco, monseñor Andrea Gemma. Espero sinceramente que, siguiendo el ejemplo de Santa Celestina, crezca en la fidelidad a Cristo y en el testimonio evangélico.

4. Hoy nuestra mirada no puede dejar de detenerse en la figura de San José . Está situado en el umbral de la Nueva Alianza , que Dios ha hecho con la humanidad en Jesucristo, Hijo de María. En unos días la Iglesia celebrará el comienzo mismo de esta Alianza, es decir, la Anunciación . En este misterio, en el que la Virgen "llena de gracia" ( Lc 1, 28), ensombrecida por el Espíritu Santo (cf. Lc 1, 35), pronuncia su " fiat " ( Lc 1, 38), el Verbo se hace carne. (cf. Jn 1 , 14 ), el Hijo de Dios lleva la naturaleza humana al seno de María: así comienza la nueva y definitiva Alianza de Dios con el hombre.

En este nuevo comienzo, José, comprometido con María, tiene su parte . Para disipar en él el legítimo desconcierto ante el descubrimiento de que su esposa está esperando un hijo, también le llega un mensaje esclarecedor de Dios, que en su contenido esencial es similar al anuncio a María. El ángel del Señor le dice: “José, hijo de David, no temas llevarte a María tu esposa, porque lo que se genera en ella viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo y lo llamarás Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados ”( Mt 1, 20-21).

La liturgia, por tanto, alaba la obediencia de fe que han mostrado tanto María como José , una obediencia similar a la demostrada por Abraham, "nuestro padre en la fe" ( Canon Romano ).

5. Pero, ¿qué significa que Dios hace un pacto con el hombre? ¿Cómo puede suceder esto? Es posible porque Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. A diferencia de todas las demás criaturas, el ser humano es capaz de hablar con Dios y Dios quiere que esta relación se viva en forma de diálogo . Así, desde el principio, Dios confía al hombre todo el mundo creado, diciendo: "Somete la tierra" (cf. Gn 1 , 28 ), y con estas palabras instituye el orden del trabajo humano , inscrito en el plan de la Alianza. Al subyugar la tierra, los trabajadores siempre obtienen nuevos recursos de las realidades creadas, indispensables para mantenerse a sí mismos y a sus familias con vida.

La Iglesia considera que su deber primordial es proclamar el "evangelio del trabajo" , que constituye un aspecto esencial de su doctrina sobre la justicia social. Y aquí podemos volver al Libro del Éxodo y a la misión liberadora confiada por Dios a Moisés. De hecho, es una liberación también en un sentido social. La injusticia que experimentan los hijos e hijas de Israel consiste en la explotación de su trabajo, incluso con el propósito de desviarlos de la vida familiar y del servicio de Dios, el Faraón cree que de esta manera dejarán de ser peligrosos para Egipto.

La estrategia del faraón de someter a través del trabajo constituye un paradigma significativo , dentro del cual Moisés representa a quienes a lo largo de la historia no cesan de emprender la lucha por la justicia social . Esto consiste por un aspecto esencial en el reconocimiento de la justa dignidad del trabajo humano y en una justa remuneración , gracias a la cual el trabajador puede mantenerse junto con su familia. Por otro lado, también requiere de intervenciones adecuadas a favor de quienes, aunque no estén dispuestos a hacerlo, se encuentran en la situación precaria y degradante de los desempleados.

El trabajo debe contribuir al desarrollo del hombre y no a la asfixia servil de su dignidad. Este es el postulado fundamental del "evangelio del trabajo". Jesús, ocupado junto a José en el banco de trabajo, proclama este evangelio a través de su propia vida oculta en Nazaret. La doctrina social del cristianismo y todas las encíclicas sociales, comenzando por la Rerum Novarum , son la manifestación de ese "Sollicitudo Rei Socialis" , esa preocupación por la justicia social, que la Iglesia no se cansa de promover e implementar la predicación del evangelio de la 'alianza de Dios con hombre . Y este tema siempre debe volver a proponerse en la fiesta de San José. Este humilde carpintero de Nazaret, junto a Jesús de Nazaret, también representa el problema de la justicia social para todos nosotros, para el mundo del trabajo y para la Iglesia.

6. Queridos amigos, desde este Santuario, expresión de la fe de un pueblo trabajador y tenaz, encomiendo las expectativas y esperanzas de la sociedad actual, en particular las expectativas del mundo del trabajo, a la Madre de los Dolores. Que ella, que en el Calvario se unió al Sacrificio redentor de Cristo, obtenga para sus hijos ser siempre fieles al Dios de la Alianza. Que obtenga abundantes frutos de justicia y paz comiendo "el mismo alimento espiritual" y bebiendo "la misma bebida espiritual" de la que nos habla la liturgia de hoy.

Nuestros Padres -recuerda San Pablo- bebieron "de una roca espiritual que los acompañaba, y esa roca era Cristo" ( 1 Co 10, 4). Cristo sigue siendo la roca de cuyas aguas también bebemos nosotros.

¡Amén!

SANTA MISA EN LA CUEVA DE LOURDES EN LOS JARDINES DEL VATICANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo 18 de junio de 1995

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Nos reunimos en este evocador lugar, en torno a la Virgen de Lourdes, para celebrar el sacrificio eucarístico. Os saludo a todos con afecto, queridos alumnos del Colegio Español; Os saludo a vosotros, religiosos, ya todos los que han querido estar aquí presentes para honrar a María, Madre de la Divina Misericordia.

Precisamente a la realidad del pecado ya la sobreabundante misericordia de Dios, la liturgia de hoy del undécimo domingo del tiempo ordinario nos invita a dirigir nuestra atención.

“Fui crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida que vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí ”( Gal 2, 20 ).

Esto es lo que escribió San Pablo a los Gálatas, como escuchamos en la segunda lectura, y así nos repite, iluminándonos sobre el auténtico sentido de la vida, a la luz del misterio pascual. Debemos vivir esta vida terrena en la fe en Cristo, Verbo divino encarnado para revelar la Verdad salvadora y redimir a la humanidad.

2. La primera lectura, que narra la triste aventura del rey David con la esposa de Urías, y la conmovedora página del Evangelio de Lucas, que habla de la mujer pecadora, arrepentida y deseosa de perdón, en el acto de rendir homenaje al divino Maestro, nos recuerdan la realidad del pecado, que es una ofensa a Dios ya los hermanos.

¿Cómo es posible negar el pecado? La Iglesia enseña perennemente que el "pecado personal" existe y San Pablo, refiriéndose a la enseñanza de Cristo, escribió a los Corintios: ¡No se dejen engañar! Aquellos que transgreden la ley moral de diversas formas y permanecen en su pecado "no heredarán el reino de Dios" ( 1 Cor 6: 9-10).

Sin embargo, a la luz del Apocalipsis sabemos con consoladora certeza que Dios comprende la debilidad humana y está listo para el perdón. Es un Padre rico en amor y misericordia. La historia de la "mujer pecadora" que, arrepentida y confiada, honra a Jesús en la casa de Simón el fariseo lo ilustra elocuentemente.

A Simón Jesús dice, refiriéndose a la mujer pecadora: "¡Sus muchos pecados le quedan perdonados, porque amó mucho!"; ya la mujer: “Tu fe te ha salvado; ¡ve en paz! ". Jesús afirma el perdón de los pecados con autoridad divina. Exige arrepentimiento y un cambio de vida al mismo tiempo.

3. ¡Queridos hermanos y hermanas! Mantengamos siempre vivo en nosotros el sentido de confianza en la bondad y misericordia de Dios No hay pecado que Dios no quiera perdonar, cuando estamos arrepentidos y resueltos a no pecar más. El arrepentimiento de Magdalena y la parábola que Jesús le narra a Simón son muy ricos en significado al respecto. Ciertamente, la condenación del mal debe decidirse, pero necesitamos comprensión y paciencia con el que peca. La liturgia nos invita así a ser mensajeros de la verdad y la misericordia, del perdón y de la alegría.

Estamos en la Gruta de la Virgen que recuerda a la de Lourdes. Recordemos la definición del pecado de santa Bernardita: "¡Pecador y el que ama el pecado!". Invitada a ir a la Gruta de Massabielle, para pedir y posiblemente obtener la curación de Nuestra Señora de su enfermedad, Bernadette respondió: “¡Lourdes no es para mí! ¡Lourdes y por los pobres pecadores! ”.

Invocamos a María Santísima para la salvación de los pecadores; Oremos para que los creyentes nunca pierdan la confianza en el Señor que espera a sus hijos con infinito amor y misericordia.

"¡Bienaventurado el hombre cuya culpa es perdonada y el pecado perdonado!" ( Sal 32).

SANTA MISA EN LA CUEVA DE LOURDES EN LOS JARDINES DEL VATICANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 25 de junio de 1995

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Me alegra poder celebrar esta Eucaristía con ustedes y los saludo cordialmente. Dirijo un saludo especial a las Hermanas de la Orden de San Basilio que celebran su Capítulo General en estos días.

Queridas hermanas basilianas, doy gracias al Señor por poder celebrar hoy la Eucaristía con ustedes. En particular, me complace la participación de las Hermanas representantes de las Comunidades de Rumania, Ucrania, Eslovaquia y la ex Yugoslavia, que sobre todo sufrieron persecución. La Eucaristía misma, memorial de la Pascua de Cristo, contiene en sí misma el significado de las pruebas más duras y la fuerza para afrontarlas.

2. El pasaje evangélico de la liturgia de hoy nos invita a reflexionar sobre la persona y la misión de Jesús: "¿Quién soy yo según el pueblo?", Pregunta Jesús a los Apóstoles. Y ellos responden: “Para algunos eres Juan el Bautista; para otros Elijah; para otros, uno de los antiguos profetas que ha resucitado ”.

De su respuesta se desprende claramente que el pueblo estimaba y veneraba a Jesús y lo comparaba con personalidades muy ilustres del pueblo de Israel, pero aún no estaban plenamente convencidos de su verdadera y auténtica identidad mesiánica.

Entonces Jesús se dirige directamente a los Apóstoles: "Pero, ¿quién decís que soy?". Y Pedro, en nombre de todos, responde con decisión: "Tú eres el Cristo de Dios", es decir: Tú eres el Mesías, el "enviado de Dios" según la promesa y la Alianza hecha por Dios con el pueblo de Israel. .

Después de la profesión de fe de Pedro, Jesús sigue la aclaración esencial sobre su misión como Mesías: "El Hijo del Hombre tendrá que sufrir mucho, ser reprochado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, para ser ejecutado y resucitar a los tercer día".

3. La misma pregunta todavía se nos plantea a cada uno de nosotros hoy: “¿Quién es Jesús para la gente del siglo XX? ¿Quién es Jesús para cada uno de nosotros? ”.

¡Queridos hermanos y hermanas! Que la respuesta de Pedro sea también nuestra: profesamos con alegría que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Verbo divino que se hizo hombre para redimir a toda la humanidad. El mundo necesita a Cristo. El hombre de nuestro tiempo a menudo siente un vacío y vive inquieto. Busca certezas y sed de respuestas adecuadas a sus profundas preguntas existenciales. En Cristo, sólo en Él, puede encontrar la paz y la auténtica satisfacción de todas sus íntimas aspiraciones. Cristo conoce el corazón del hombre.

4. Jesús dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz todos los días y sígame”. La fe en Cristo implica lógicamente su imitación. Cada uno está llamado a seguirlo cargando su propia cruz: la cruz intelectual que inclina humildemente la razón ante los misterios de Dios; la cruz de la ley moral, por la cual se deben observar todos los mandamientos; la cruz del propio deber, de situaciones contingentes, de sufrimientos y pruebas, que requieren paciencia, confianza en la Providencia. No debemos olvidar nunca que “el que pierda su vida por Cristo, la salvará”. Solo Jesús tiene palabras de "vida eterna".

Queridos hermanos y hermanas, abandonémonos a él, repitiendo con el salmista (cf. Sal. Resp .): "Oh Dios, tú eres mi Dios, de madrugada te busco, mi alma tiene sed de ti".

Esta sed, que también esta mañana traemos al altar, será saciada por él en el "espléndido banquete" de la Eucaristía. Por eso "regocijémonos a la sombra de sus alas" y con alma feliz y confiada reanudamos el camino de nuestro testimonio en medio de un mundo que con demasiada frecuencia aparece "como una tierra desierta, árida, sin agua".

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A ESLOVAQUIA

SANTA MISA EN EL SANTUARIO BASÍLICA-MARIANA DE ŠAŠTÍN

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Šaštín (Eslovaquia) - Sábado 1 de julio de 1995

1. "Tú eres la Madre benigna, la patrona compasiva, reza siempre por nuestra nación a tu divino Hijo" (JKS 394).

Con estas palabras, los peregrinos que llegan a Sastín desde toda Eslovaquia saludan a la Madre de Dios, Patrona de la Nación. Los peregrinos polacos a Czestochowa la saludan de manera similar: “¡Tú eres la gran gloria de nuestra nación!”.

Queridos hermanos y hermanas, Sastín es el santuario nacional de Eslovaquia. Hoy el Papa, como peregrino, entra en esta basílica al comienzo de su visita apostólica.

Este templo recuerda a todas las generaciones de peregrinos que han venido aquí desde todo su país. Conserva la memoria de todo lo que forma su vida: alegrías pero también tristezas y sufrimientos, que no han faltado en tu historia, como en la de todo hombre y nación de la tierra. Es bueno que el hombre tenga a alguien con quien compartir alegrías y tristezas. Es bueno que, en tu numerosa familia eslovaca, haya una Madre a la que puedas confiar y confiar dolores y esperanzas. La veneras aquí como Dolorosa, Madre de los Siete Dolores, la Madre cuyo corazón, al pie de la cruz, fue traspasado por las siete espadas del sufrimiento, como señala la tradición.

Es providencial que éste sea precisamente el santuario mariano de vuestro pueblo, el templo al que se traslada toda Eslovaquia en peregrinación. Tus compatriotas han buscado aquí consuelo para su difícil existencia, especialmente en los períodos más marcados por el sufrimiento.

2. La liturgia de hoy nos permite asociar el santuario de Sastín con el Cenáculo de Jerusalén. El Cenáculo fue el lugar donde el Señor Jesús instituyó la Eucaristía. También fue el lugar donde, después de la Ascensión al cielo, los Apóstoles permanecieron en oración junto a María, Madre de Cristo. Por eso la liturgia de hoy quiere decirnos que aquí, en este lugar, María reza con nosotros. No solo somos nosotros los que presentamos nuestras oraciones, preguntas, acciones de acción de gracias y reparación, sino que ella misma reza con nosotros, como rezó con los Apóstoles en la espera de Pentecostés. Y esa espera orante fue coronada con el descenso del Espíritu Santo, que se posó sobre los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y transformó sus corazones. En virtud de esta transformación, de hombres temerosos se convirtieron en testigos valientes, dispuestos a asumir la tarea que les ha encomendado Cristo. El día de Pentecostés comenzaron su misión apostólica desde Jerusalén.

¿Qué significa esto para nosotros aquí reunidos, para ustedes que han venido a Sastín desde varias partes de Eslovaquia? Mirad, María nos acoge aquí en la misma comunión de oración que los Apóstoles formaron con ella en el Cenáculo de Jerusalén, y en esta comunión reza con nosotros por la "medianoia" de nuestro corazón. De hecho, los santuarios marianos son lugares de transformación espiritual, lugares de conversión. La experiencia demuestra que estos son lugares donde las personas regresan con más frecuencia al Sacramento de la Reconciliación, para comenzar una nueva vida en la casa de la Madre, para comenzar de nuevo renovados en el espíritu.

Como Pastor de toda la Iglesia, hoy quisiera agradecer de manera particular a Nuestra Señora de los Dolores de Sastín por esta transformación de los corazones de los hombres. Y al mismo tiempo, consciente de los nuevos tiempos y de las nuevas necesidades espirituales de los pueblos que habitan esta tierra, deseo pedir a la Virgen, en este santuario, que no cese su disponibilidad maternal para la conversión de los corazones. Les pido que velen por toda la vida espiritual de Eslovaquia. En particular, les recomiendo a las generaciones más jóvenes, a todos los que sufren, a todos los que están en búsqueda. Te recomiendo a toda tu nación, que recientemente ha cruzado el umbral de esa autonomía a la que tanto tiempo has aspirado. Como nación independiente puedes, con mayor alegría aún, cantar en el umbral del santuario mariano de Sastín:

3. En muchos lugares del mundo, y en muchos días del año, se proclama el pasaje del Evangelio de San Juan que presenta a María al pie de la Cruz. Estos lugares son, ante todo, los santuarios marianos, en los que este Evangelio se renueva siempre. Cuando Jesús desde lo alto de la cruz vio a la Madre y al discípulo a su lado, le dijo a la Madre: "Mujer, aquí está tu hijo". Luego le dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde ese momento el discípulo la llevó consigo (cf. Jn 19, 25-27).

Cristo nos enseñó a volvernos a Dios, como él mismo lo hizo, llamándolo: "Padre". De esta manera nos dirigimos al Invisible que está en el cielo y que al mismo tiempo abraza a toda la creación: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre". Esta oración nos la enseñó Cristo, el Hijo unigénito del Padre celestial, Dios verdadero, y ha condensado en ella todo lo más importante que el hombre puede y debe expresar al Padre celestial.

Asimismo, el mismo Cristo, como verdadero hombre, nos enseñó a dirigirnos a su Madre terrena con las palabras que encontraron su confirmación definitiva en el momento de la muerte en la cruz: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". María los recibe de la voz y el corazón de Jesús crucificado. Se refieren directamente al Apóstol que está allí, bajo la cruz, junto a usted, Juan Evangelista. A él le dice Cristo: "Ahí tienes a tu madre". Pero esas palabras también tienen un significado más amplio. En la hora de su muerte, Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, revela la verdad sobre la maternidad universal de su Madre con respecto a los hombres. El apóstol Juan está debajo de la cruz para representarnos a cada uno de nosotros. Y nosotros, en las palabras dirigidas por Cristo a Juan, podemos encontrar la misma verdad sobre la maternidad de María, tal como le fue transmitida a él. Desde entonces podemos decirle: "Mi Madre" y "Nuestra Madre". “Mi Madre”, como personas solteras; “Nuestra Madre”, como comunidad. Naciones enteras pueden llamarla Madre, como tú, confiándole "tu todos los días".

4. Confirmación de esto son las últimas palabras del Evangelio de hoy. "El discípulo la acogió en su casa" como Madre (cf. Jn19, 27). Vivirá con él, como una madre con su hijo. Este detalle, recogido en el Evangelio de San Juan, tiene su importancia también para vosotros, que llamáis a María "¡Madre!". Quiere que le des la bienvenida a tu casa; en cada hogar eslovaco, a lo largo de su vida nacional. ¿Qué representa, en efecto, este santuario de Sastín, sino el hecho de que María, Madre de los eslovacos, vive en esta casa singular, en la que todos los hijos e hijas de tu nación se sienten como si estuvieran en la casa de su madre? Aquí María, Madre de Cristo, quiere "ser tu madre"; quiere que seas particularmente sincero y sencillo con ella. Aquí está su casa y, gracias a que en su tierra eslovaca está la casa de la Madre de Dios, ninguno de ustedes está sin hogar. Todos pueden venir aquí y sentirse como en la casa de la Madre.

Al visitar hoy el santuario de Sastín, el Papa quiere de manera particular agradecer a la Madre de Dios por esta casa familiar, en la que todos los habitantes de Eslovaquia, todos los fieles, a pesar de su etnia, pueden sentirse como en casa, entregándose al amor. . de una Madre que siempre los espera aquí para escucharlos, comprenderlos, consolarlos.María, Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra, ruega por nosotros.

 SANTA MISA EN LA CUEVA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES EN LOS JARDINES DEL VATICANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 9 de julio de 1995

1. "Alégrate con Jerusalén ..." ( Is 66, 10).

La palabra del profeta llama a regocijarse con la Ciudad Santa. Este llamado nos llega hoy, propuesto por la liturgia de este decimocuarto domingo del tiempo ordinario, ¡y es muy saludable! Mientras nuestro camino terrenal está marcado por la tristeza y la angustia que está sembrando el egoísmo humano, Dios nos llama a regocijarnos por el consuelo que Él mismo, el Señor, derrama sobre los que le temen.

Jerusalén es nuestra patria, es nuestra madre. Es una figura de la Iglesia, en la que los creyentes en Cristo reciben consuelo después de haber participado de su duelo. La Iglesia participa de los sufrimientos de Cristo, pero siempre participa también de su consuelo (cf. 2 Co 1, 5).

2. La Iglesia da vida en abundancia a sus hijos, los alimenta con la Palabra de Dios y los sacramentos, haciéndolos llegar a todos los rincones de la tierra como un río de gracia.

El pasaje del Evangelio nos presentó la misión de los discípulos, enviados por Jesús a las ciudades y pueblos que tenía delante. Anuncian el Reino de Dios de palabra y obra, como lo hizo el mismo Cristo. Traen bendiciones y anuncian la paz, esa paz que solo Cristo puede dar.

Un día también Pablo se unirá a las filas de los discípulos y se convertirá en un discípulo ejemplar. Es el misionero elegido por el mismo Señor, convirtiéndolo a sus designios, moldeándolo con su gracia y haciéndolo "nueva criatura" ( Gal 6, 15 ). Pablo se convirtió así en el gran apóstol de la cruz de Cristo: la cruz es su única gloria, porque comprendió que en ella, y sólo en ella, hay vida y esperanza para el hombre.

Pablo experimentó el poder de la Cruz en su propia vida y lleva sus signos concretos. El discípulo, enviado por Cristo para anunciar el Reino de Dios, no puede sembrar eficazmente el Evangelio si no está marcado personal e íntimamente por él, si el Evangelio no ha dejado en su propia persona la huella de la caridad divina. El misionero es siempre ante todo testigo, testigo de la Cruz, fuente de vida y esperanza.

3. Me alegra poder celebrar hoy la Eucaristía junto con algunos grupos de Religiosos, reunidos en Roma para los Capítulos Generales de sus respectivas Congregaciones: las Hermanas Escolapias, las Misioneras Agustinas, las Hijas de la Caridad de la Preciosa Sangre y los Salesianos Oblatos del Sagrado Corazón.

Os saludo con afecto a todas y cada una de vosotras, queridas hermanas en Cristo, y en esta Misa elevo una oración particular por vosotras, para que en las asambleas capitulares discernáis con sabiduría y deliberad con valentía lo que el Espíritu Santo les sugiere. familias religiosas. Por ello intercede María Santísima, Reina de las Vírgenes, cuya presencia evoca esta Gruta, que es el trasfondo de nuestra celebración.

4. Volviendo la mirada del espíritu a la Santísima Virgen, vemos cómo las lecturas bíblicas que nos ha propuesto la Liturgia este domingo pueden reunirse en ella, modelo de Iglesia y perfecta discípula de Cristo.

María es la hija de Sión elegida para ser la madre del Mesías: de su seno salió la Fuente inagotable de salvación para todos los hombres. Ella es la primera misionera, que se regocija en el espíritu porque su nombre está escrito en el Cielo. Ella es la nueva criatura, llena de gracia e inmaculada por los méritos de Cristo crucificado.

Oh María, enséñanos a regocijarnos contigo en Dios nuestro Salvador, y a ser testigos de su Reino en el mundo.

¡Amén!

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA SOLEMNIDAD
DE LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Patio del Palacio Pontificio de Castelgandolfo
Martes 15 de agosto de 1995

1. «Una Mujer, vestida del sol» (Ap 12; 1).

Hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia refiere a María estas palabras del Apocalipsis de san Juan. En cierto sentido, nos relatan la parte conclusiva de la historia de la «mujer vestida de sol»: nos hablan de María elevada al cielo. Por eso, la liturgia las enlaza oportunamente con la parte inicial de la historia de María: con el misterio de la visitación a la casa de santa Isabel. Se sabe que la visitación tuvo lugar poco después de la anunciación, como leemos en el evangelio de san Lucas: «En aquellos días, se levantó María y se fue con, prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (Lc 1, 39). Según una tradición, se trata de la ciudad de Ain-Karim. María, habiendo entrado en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. ¿Acaso deseaba contarle lo que le había sucedido, cómo había acogido la propuesta del ángel Gabriel, convirtiéndose así, por obra del Espíritu Santo, en la Madre del Hijo de Dios? Sin embargo, Isabel la precedió y, bajo la acción del Espíritu Santo, continuó con palabras suyas el saludó del enviado angélico. Si Gabriel había dicho: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28), ella, como prosiguiendo, añadió: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno» (Lc 1, 42). Así pues, entre la anunciación y la visitación se forma la plegaria mariana más difundida: el Ave María.

Amadísimos hermanos y hermanas: hoy, solemnidad de la Asunción, la Iglesia vuelve idealmente a Nazaret, lugar de la anunciación; va espiritualmente hasta el umbral de la casa de Zacarías, en Ain-Karim, y saluda a la Madre de Dios con las palabras: «¡Ave, María!», y junto con Isabel, proclama: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45). María creyó con la fe de la anunciación, con la fe de la visitación, con la fe de la noche de Belén y de la Navidad. Hoy, cree con la fe de la Asunción o, más bien, ahora, en la gloria del cielo, contempla cara a cara el misterio que penetró toda su existencia terrena.

2. En el umbral de la casa de Zacarías nace también el himno mariano del Magníficat. La Iglesia lo repite en la liturgia de este día, porque ciertamente María, con mayores motivaciones aún, lo proclamó en su Asunción al cielo: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre» (Lc 1, 46-49).

María alaba a Dios, y él la alaba. Esta alabanza se ha difundido. ampliamente en todo el mundo. En efecto, ¡cuántos son los santuarios marianos en toda las regiones de la tierra dedicados al misterio de la Asunción! Sería verdaderamente difícil enumerar aquí todos.

«María ha sido llevada al cielo, se alegra el ejército de los ángeles», proclama la liturgia de hoy en el canto al Evangelio. Pero se alegra también el ejército de los hombres de todas las partes del mundo. Y numerosas son las naciones que consideran a la Madre de Dios como su madre y su reina. En efecto, el misterio de la Asunción está unido al de su coronación como Reina del cielo y de la tierra: «Toda espléndida, la hija del rey» –como anuncia el salmo responsorial de la liturgia de hoy (Sal 45, 14)–para ser elevada a la derecha de su Hijo: «De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir» (antífona del Salmo responsorial).

3. La Asunción de María es una participación singular en la resurrección de Cristo. En la liturgia de hoy san Pablo pone de relieve esta verdad, anunciando la alegría por la victoria sobre la muerte, que Cristo consiguió con su resurrección. «Porque debe él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte» (1 Co 15, 25-26). La victoria sobre la muerte, que se manifiesta claramente el día de la resurrección de Cristo, concierne hoy, de modo particular, a su madre. Si la muerte no tiene poder sobre él, es decir, sobre su Hijo, tampoco tiene poder sobre su madre, o sea, sobre aquella que le dio la vida terrena.

En la primera carta a los Corintios, san Pablo hace como un comentario profundo del misterio de la Asunción. Escribe así: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego los de Cristo en su venida» (1 Co 15, 20-23). María es la primera entre «los de Cristo». En el misterio de la Asunción, María es la primera que recibe la gloria; la Asunción representa casi el coronamiento del misterio pascual.

Cristo ha resucitado, venciendo la muerte, efecto del pecado original, y abraza con su victoria a todos los que aceptan con fe su resurrección. Ante todo, a su madre, liberada de la herencia del pecado original mediante la muerte redentora del Hijo en la cruz. Hoy Cristo abraza a María, inmaculada desde su concepción, acogiéndola en el cielo en su cuerpo glorificado, como acercando para ella el día de su vuelta gloriosa a la tierra, el día de la resurrección universal, que espera la humanidad. La Asunción al cielo es como una gran anticipación del cumplimiento definitivo de todas las cosas en Dios, según cuanto escribe el Apóstol: «Luego, el fin, cuando entregue (Cristo) a Dios Padre el Reino (...), para que Dios sea todo en todo» (1 Co 15, 24. 28)¿Acaso Dios no es todo en aquella que es la madre inmaculada del Redentor?

¡Te saludo, hija de Dios Padre! ¡Te saludo, madre del Hijo de Dios! ¡Te saludo, esposa mística del Espíritu Santo! ¡Te saludo, templo de la santísima Trinidad!

4. «Y se abrió el santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el santuario (...). Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 11, 19-12, 1)Esta visión del Apocalipsis se considera, en cierto sentido, la última palabra de la mariología. Sin embargo, la Asunción, que aquí se expresa magníficamente, posee al mismo tiempo su sentido eclesiológico. Contempla a María no solo como Reina de toda la creación, sino también como Madre de la Iglesia. Y como Madre de la Iglesia, María, elevada al cielo y coronada, no deja de estar implicada en la historia de la Iglesia, que es la historia de la lucha entre el bien y el mal. San Juan escribe: «Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón rojo» (Ap 12, 3). En la sagrada Escritura, ya desde los. primeros capítulos del libro del Génesis (cf. Gn 3, 14), se conoce a este dragón como el enemigo de la mujer. En el Apocalipsis, el mismo dragón se pone delante de la mujer que está a punto de dar a luz, decidido a devorar al niño apenas nazca (cf. Ap 12, 4). El pensamiento va espontáneamente a la noche de Belén y a la amenaza contra la vida de Jesús, recién nacido, constituida por el perverso edicto de Herodes, qué ordenaba «matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo» (Mt 2, 16).

De todo lo que el concilio Vaticano II ha escrito, emerge de modo singular la imagen de la Madre de Dios, insertada vivamente en el misterio de Cristo y de la Iglesia. María, Madre del Hijo de Dios, es, a la vez, Madre de todos los hombres, quienes en el Hijo han llegado a ser hijos adoptivos del Padre celestial. Precisamente aquí se manifiesta la lucha incesante de la Iglesia. Como una madre, a semejanza de María, la Iglesia engendra hijos a la vida divina, y sus hijos, hijos e hijas en el Hijo unigénito de Dios, están amenazados constantemente por el odio del «dragón rojo»: satanás.

El autor del Apocalipsis, al mismo tiempo que muestra el realismo de esta lucha que continúa en la historia, pone de relieve también la perspectiva de la victoria definitiva por obra de la mujer, de María, que es nuestra abogada y aliada potente de todas las naciones de la tierra. El autor del Apocalipsis habla de esta victoria: «Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: "Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo"» (Ap 12, 10).

La solemnidad de la Asunción pone ante nuestros ojos el reinado de nuestro Dios y el poder de Cristo sobre toda la creación.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, quisiera dirigiros ahora un pensamiento cordial a todos vosotros aquí presentes, feligreses de Castelgandolfo, feligreses de esta parroquia, de la que soy también yo feligrés durante las vacaciones. Saludo con afecto al cardenal Angelo Sodano, mi primer colaborador, obispo titular de la Iglesia suburbicaria de Albano. Saludo al pastor de esta comunidad diocesana, el querido monseñor Dante Bernini, que en estos días celebra sus bodas de oro sacerdotales. Me alegra felicitarlo vivamente, agradeciéndole su diligente y generoso servicio episcopal. Saludo también al párroco, a quien doy las gracias por las palabras que me ha dirigido al comienzo de la celebración; a los superiores y a los sacerdotes salesianos; y a los fieles de la parroquia de Castelgandolfo, tan cercana a mí. Juntos alabemos a la Madre de Cristo y de la Iglesia, unidos a cuantos la veneran en cada rincón de la tierra. ¡Cómo quisiera que por doquier y en todas las lenguas se expresara la alegría por la Asunción de María! ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad! Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina. Todo hombre y toda mujer están llamados a participar de la gloria, como dice san Ireneo: «Gloria Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei». Son palabras que encierran en sí nuestra vocación personal en el mundo y en la Iglesia.

¡Alabado sea Jesucristo!

VIAJE APOSTÓLICO A ESTADOS UNIDOS

RECITACIÓN DEL SANTO ROSARIOEN LA CATEDRAL DE «ST. PATRICK "

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Nueva York (EE. UU.) - Sábado 7 de octubre de 1995

Estimado cardenal O'Connor y
estimados hermanos cardenales y obispos,
estimados hermanos y hermanas,
distinguidos invitados:

1. Es una gran alegría para mí estar una vez más en la Catedral de San Patricio, que es una especie de punto de referencia espiritual para todos los neoyorquinos y, en cierto sentido, para todos los católicos de los Estados Unidos.

Desde esta "morada de Dios", saludo a los miembros de la familia de Dios en el Espíritu (cf. Ef 2, 19 ): a todos los que han sido "regenerados por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para esperanza viva" ( 1 Pt. 1, 3). En primer lugar, saludo a mi querido amigo el cardenal O'Connor, pastor de esta enorme Arquidiócesis, cuya valiente guía todos ustedes conocen. Os saludo a todos los que habéis rezado conmigo el Rosario, hoy aquí, precisamente en la fiesta del Santo Rosario, especialmente a los enfermos y discapacitados. También dirijo un respetuoso saludo a las autoridades civiles de la ciudad, el estado y la nación.

2. Me complace que el Cardenal O'Connor haya invitado a dos categorías muy especiales de personas a orar juntas esta tarde: los representantes de los institutos religiosos de la Arquidiócesis y las familias de cada una de las más de cuatrocientas parroquias . Estas vocaciones son complementarias. La familia, típica vocación laical, testimonia la presencia de Dios en la historia a través del amor mutuo de los esposos y su servicio a la vida. Los religiosos, viviendo la consagración radical de los consejos evangélicos, testifican que Dios es absoluto y que su Reino de justicia, paz y amor es nuestro destino supremo. Por tanto, ambas vocaciones juegan un papel esencial en la misión de la Iglesia y en la gran empresa de humanizar el mundo.

3. Queridos religiosos , siguiendo a Cristo por el camino estrecho y difícil (cf. Mt 7, 14), experimenten cuán cierto es que "grande es en él la redención": copiosa apud eum redemptio ( Sal 130, 7). Quizás para algunos de ustedes esto ha sido una cruz pesada por las tentaciones de la duda sobre el significado y el propósito de su testimonio, por los ataques a la vida religiosa y a la Iglesia misma. Sin embargo, vuestra fidelidad ha resistido los retos internos y externos y sigue siendo un ejemplo singular para un mundo que tanto necesita una nueva vida en Cristo (cf. Rm 6, 4), hecha presente por el amor a la entrega que inspira toda la vida. tu vida (cf. Perfectae caritatis , 1).

Cada día en mis oraciones alabo y agradezco al Padre de la Misericordia por el esfuerzo heroico de tantos religiosos y religiosas que viven según "la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús" ( Rm 8, 2). Debemos implorar a Dios para que, por su gracia y por la intercesión de María y de tus santos fundadores y de tus fundadoras, arraigue un nuevo Pentecostés en la vida consagrada para que todos, especialmente los jóvenes, tengan claro que la vida religiosa es una fuerza vital y necesaria en la Iglesia. A cada uno de ustedes y a todos los fieles de los Estados Unidos, con palabras extraídas de la Carta a los Hebreos les digo: "No abandonéis, pues, vuestra confianza, para la cual está reservada una gran recompensa" ( Heb.10, 35). La sociedad necesita vuestro testimonio profético e inequívoco de la cercanía de Dios.

4. Queridas familias , queridas madres, queridos padres, hijas, hijos, hermanos, hermanas, abuelos:

Iba a venir a Nueva York el año pasado para la celebración del Año de la Familia de las Naciones Unidas. En la Carta a las familias, redactada en esa ocasión, observé que la familia está "en el centro de la gran batalla entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y lo que se opone al amor" ( Carta a las familias , 23 ). Por tanto, la familia está en el centro de la misión de la Iglesia y de su preocupación por la humanidad.

Cuando un hombre y una mujer se unen sin reservas en su decisión de ser fieles en "la salud y la enfermedad, en la buena fortuna", con exclusión de todo otro amor físico, cooperan con el Creador para traer nueva vida al mundo. Ustedes, padres, pueden mirar a sus hijos con amor y decir: esto es "carne de mi carne" ( Gen 2, 23). Tu vida está marcada por tu deseo y deber paterno y materno de dar lo mejor a tus hijos: un hogar lleno de amor, una educación, un buen y positivo comienzo en el camino de la vida, ahora y por la eternidad. ¡Sobre todo, a través del bautismo permites que tus hijos se conviertan en hijos e hijas amados de Dios, unidos místicamente a Cristo, incorporados a su Iglesia!Considere lo importante que es alimentar la vida de fe y de gracia en usted y en sus hijos. Debajo del altar mayor de esta Catedral, junto a los ex Cardenales y Arzobispos de Nueva York, está enterrado el siervo de Dios Pierre Toussaint , un hombre casado, anteriormente esclavo de Haití. ¿Qué tiene de extraordinario este hombre? Irradiaba una fe serena y alegre, alimentada diariamente por la Eucaristía y por las visitas al Santísimo Sacramento. Ante una constante y dolorosa discriminación, comprendió, como pocos lo han hecho, el significado de las palabras: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" ( Lc 23, 34). Ningún tesoro eleva y transforma tanto como la luz de la fe.

En muchos sentidos, estos son tiempos difíciles para los padres que desean transmitir el tesoro de la fe católica a sus hijos. A veces, usted mismo no está seguro de lo que representa la Iglesia. Hay falsos maestros y voces disidentes. Los malos ejemplos causan un gran daño. Además, una cultura intemperante socava muchos de los valores que sustentan una vida familiar saludable.

5. Hay dos cosas que las familias católicas en Estados Unidos pueden hacer rápidamente para fortalecer la vida familiar. La primera es la oración : tanto personal como familiar. La oración eleva nuestra mente y nuestro corazón a Dios para agradecerle por sus bendiciones, para pedirle ayuda. Esto introduce el poder salvador de Jesucristo en las decisiones y acciones de la vida diaria.

Hay una oración en particular que recomiendo a las familias, la que acabamos de rezar , el Rosario.. Y en particular los misterios gozosos, que nos ayudan a meditar sobre la Sagrada Familia de Nazaret. Al unir su voluntad con la voluntad de Dios, María concibió al Niño Jesús y se convirtió en el ejemplo de toda madre que lleva a su propio hijo en su vientre. Al visitar a su prima Isabel, María llevó la presencia salvadora de Jesús a otra familia. María dio a luz al Niño Jesús en las circunstancias más humildes y lo presentó a Simeón en el templo, ya que todo niño puede ser presentado a Dios en el bautismo. María y José cuidaron del niño que se perdió antes de encontrarlo en el templo, para que los padres de todas las generaciones supieran que las pruebas y los dolores de la vida familiar son el camino hacia una unión más estrecha con Jesús. Para usar una frase traducida como famosa por los difunto padre Patrick Peyton:¡La familia que reza unida permanece unida!

6. La segunda sugerencia que ofrezco a las familias es utilizar el Catecismo de la Iglesia Católica para aprender la fe y responder a las preguntas que surgen, en particular las cuestiones morales que todos debemos afrontar hoy. Estimados padres, ustedes son educadores porque son padres . Insto y animolos obispos y toda la Iglesia en los Estados Unidos para ayudar a los padres a cumplir su vocación de ser los principales y más importantes maestros de la fe para sus hijos. También me gustaría extender un agradecimiento especial a todos aquellos que han hecho sacrificios, a veces heroicos, para asegurar que los niños católicos reciban entrenamiento en la fe tanto a través del sistema escolar católico como a través de los programas de educación religiosa en sus parroquias. Sé que la Arquidiócesis de Nueva York está orgullosa de sus escuelas católicas y sus programas de educación religiosa. Se realizan grandes esfuerzos en estas actividades a pesar de las grandes dificultades. ¡Que Dios recompense a todas las personas que participan en estas actividades!

7. Las familias en dificultad o las parejas en situación irregular también tienen derecho a la atención pastoral de la Iglesia. Otras familias más fuertes y más maduras espiritualmente pueden desempeñar un papel maravilloso al ofrecer aliento y ayuda a esas parejas y familias. Cualquier fortalecimiento de los lazos familiares es una victoria para la sociedad. Les pido a todos que promuevan el respeto por el misterio de la vida y el amor que Dios ha confiado de manera especial a las familias.

Y a ustedes, religiosos, les pido que sean, en el corazón de la Iglesia en los Estados Unidos, lo que el Concilio Vaticano II los llamó a ser: "un rasgo espléndido del reino de los cielos" ( Perfectae Caritatis , 1).

¡Que dios los bendiga a todos!

¡Que Dios bendiga a la Iglesia en Nueva York!

 "TE DEUM" DE ACCIÓN DE GRACIAS Y PRIMEROS VESPERAS EN HONOR A MARÍA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS AL CONCLUSIÓN DEL AÑO 1995

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo 31 de diciembre de 1995

1. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer ..." ( Gal 4, 4) hermanos y hermanas.

Esta palabra que el Señor nos acaba de dirigir, extraída de la Carta de San Pablo a los Gálatas, una de las palabras más densas sobre el misterio de la Encarnación, nos ayuda a resumir los diversos aspectos de esta "hora" singular que estamos celebrando. Esta noche, de hecho, hicimos una cita, como de costumbre, para elevar la solemne acción de gracias a Dios al final del año solar; y al mismo tiempo, siguiendo el ciclo litúrgico, celebramos el Domingo de la Sagrada Familia con toda la Iglesia y entramos, con estas Primeras Vísperas, en la Solemnidad de la Santa Madre de Dios.Vivimos, por tanto, el último día del año calendario en el cruce de dos importantes fiestas navideñas, en las que la Virgen, esposa de José y Madre del Señor, juega un papel protagonista.

Todo esto no hace más que enriquecer nuestro himno de alabanza de hoy, urgiéndonos ante todo a una pausa de meditación llena de agradecido asombro, precisamente en la característica actitud interior de la Virgen de Nazaret, que, como atestigua el evangelista Lucas, guardó cada palabra y cada acontecimiento y meditó sobre ellos en su corazón (cf. Lc 2, 19, 51).

2. El pasaje de la Carta del Apóstol Pablo a los Colosenses, que también hemos escuchado, pertenece a la liturgia de la Fiesta de la Sagrada Familia. Destaca admirablemente la belleza de la vida familiar, en la que la bondad, la humildad, el perdón mutuo y la paz del corazón deben ser los sentimientos dominantes: " Sobre todo está la caridad, que es la perfección" ( Col 3, 14).

¡Aquí está el clima de la comunidad familiar como Cristo lo quiso e instituyó! Una familia nace con el sacramento del matrimonio, en el que los esposos se dan y se acogen prometiendo fidelidad, amor y respeto por toda la vida, en las buenas y en las malas. Cuando se intercambia esta promesa, los esposos también se comprometen, en cierto sentido, con sus hijos. De hecho, a ellos también les corresponde la promesa de fidelidad mutua. Los niños contarán con él y de la experiencia que podrán hacer de su mantenimiento diario y perseverante aprenderán lo que significa amarse de verdad y cuánta alegría puede haber en el don mutuo sin reservas.

¿Cómo no mirar a la Sagrada Familia de Nazaret en este contexto? De ella irradia amor-caridad que no sólo constituye un modelo elocuente para las familias, sino que también da la esperanza de que será alcanzable en la vida cotidiana.

3. ¡Queridos hermanos y hermanas! Hoy, último día de 1995, se cierra un año más para entregar la historia. Experimentamos una vez más la ley del tiempo, que nos acompaña en el curso de la existencia terrena. Lo sentimos especialmente el día en que el año que está por terminar da paso al que está por llegar.

Y desde que 1995 termina con la Fiesta de la Sagrada Familia, me gustaría dedicar mis pensamientos y oraciones a todas las familias , por un futuro de serenidad y paz. Como obispo de Roma, en este momento pienso ante todo en las comunidades domésticas de la Ciudad; Pienso en cada comunidad cristiana que hay en Roma y que, como Pastor de esta ciudad, estoy llamado a servir. Doy gracias a la Divina Providencia por haber podido, también durante este año, visitar un cierto número de parroquias e iglesias en Roma:Santa Maria del Soccorso, Santa Giovanna Antida Thouret, Santa Maria del Rosario, Santa Maria Consolatrice, Santo Spirito en Sassia y Santa Maria en Vallicella, durante la pasada primavera; y más recientemente San Romano Martire, Santi Mario e Familiari Martiri, Chiesa dei Frisoni, Santi Martino y Antonio Abate y Santa Maria Regina Apostolorum. El número de parroquias visitadas asciende así a 241; Todavía faltan 90.

Siempre es motivo de gran alegría y también de edificación para mí encontrarme con las comunidades de mi Diócesis, por la gran riqueza de dones espirituales que encuentro en ellas y por el ambiente familiar que las distingue. Quisiera que estos dones y este clima se fortalezcan y se difundan más para consolidar ese tejido eclesial, esa "red espiritual" que será muy importante para ofrecer a los peregrinos del Gran Jubileo del 2000 una acogida digna de la Ciudad del Santo. Apóstoles Pedro y Pablo.

Sin duda, la misión de la ciudad , de la que ya he tenido la oportunidad de hablar en varias ocasiones y que encomiendo afectuosamente a la oración y al compromiso de todos los fieles de la ciudad, contribuirá sin duda a este propósito evangélico y espiritual .

Oremos juntos para obtener del Señor la generosidad y la solidaridad de todas las fuerzas vivas de nuestra comunidad.

4. Mi pensamiento se extiende ahora a Italia, a la que la Iglesia siempre mira con especial atención y confianza. Un fuerte compromiso con la evangelización es posible y necesario en Italia , para que las corrientes culturales y sociales que empujan hacia una secularización radical no mermen la fuerza de la fe de una gran parte de la población, vaciando de sus valores más nobles la civilización. que ha hecho de nuestra gran nación.

Para ello, es de vital importancia que la Iglesia italiana conserve y profundice esa unidad interna, fundada en la adhesión integral a la verdad revelada, que felizmente la caracteriza. Ésta es la condición para poder hacer frente al relativismo generalizado. Las exigencias de la verdad y la moral - hay que reiterarlo - no humillan ni anulan la libertad en absoluto, sino que por el contrario la dejan crecer y la liberan de las amenazas que lleva consigo por el pecado.

Todo ello exige ser traducido, a través del compromiso de los cristianos, también en las estructuras de la sociedad temporal, respetando su legítima autonomía (cf. Gaudium et spes , 76). El imperio de la ley, una democracia genuina y una economía bien ordenada no pueden florecer de hecho si no es refiriéndose a lo que se le debe al hombre por ser hombre, por lo tanto a principios de verdad y criterios morales objetivos, y no al relativismo que a veces pretende ser un aliado de la democracia, mientras que en realidad es su enemigo insidioso (cf. Centesimus Annus , 34 y 46; Veritatis Splendor , 111). Por tanto, es necesario trabajar con valentía para que las estructuras sociales sean respetuosas de aquellos valores éticos en los que se expresa toda la verdad sobre el hombre.

Por tanto, es evidente que la atención a los principios y contenidos del compromiso social y político antecede a cualquier consideración de método o alineación para los católicos; y que la Iglesia misma, sin tomar decisiones partidistas, no puede renunciar a proponer claramente la doctrina social cristiana. Tampoco se puede ver en esto ninguna forma de fundamentalismo o menos respeto por la democracia.

5. Mientras celebramos juntos las últimas Vísperas del año que se va a poner y la primera de lo que está por levantarse, me alegra poder saludar a todos los aquí presentes y abrazar con vosotros a toda la Iglesia Comunidad civil en un solo saludo Desde Roma.

Dirijo un saludo especial junto con el Cardenal Secretario de Estado al Cardenal Vicario Camillo Ruini ya los Obispos Auxiliares. extendiéndola a todos los sacerdotes que desarrollan su ministerio o su formación en Roma: demos gracias unánimes al "Señor de la mies" que nos ha dado un año de trabajo en su servicio y rezamos siempre para que envíe nuevos obreros para su cosecha.

Saludo también con afecto y gratitud al P. Peter-Hans Kolvenbach, Superior general de la Compañía de Jesús, y a sus cohermanos, así como a todos los religiosos y religiosas que, con su presencia múltiple y extendida en los diversos sectores y ámbitos de la vida de la ciudad, desde los más ordinarios hasta los más especializados, contribuyen a difundir la espiritualidad y la humanidad en todos los rincones de Roma.

También me complace extender un cordial saludo a las Autoridades civiles presentes, comenzando por el Señor Alcalde, expresando el deseo de una colaboración plena y fructífera de todos, también en vista del Gran Jubileo del 2000.

6. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer ..." ( Gal 4, 4).

Para los cristianos, el final del año solar no debe vivirse con esa euforia irracional típica de los paganos de todas las épocas. El último día del año es una invitación a dar gracias al Padre Eterno por sus dones y su admirable fidelidad, que se manifiestan en la creación, en la sucesión de tiempos y estaciones. pero sobre todo en la Redención, en la plenitud de los tiempos, cuando Cristo, "Hijo Eterno del Padre, nació de la Virgen Madre para la salvación del hombre", como cantaremos en el Te Deum.

Que la Madre de Dios, en cuyo nombre comenzaremos mañana una nueva parte de nuestra peregrinación terrena, nos enseñe a acoger a Dios hecho hombre, para que cada año, cada mes, cada día se llene de su Amor eterno.

¡Amén!

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Miércoles 1 de enero de 1997

1. «Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31). Jesús quiere decir: «Dios que salva».

Jesús, nombre que le dio Dios mismo, significa que «en ninguno otro hay salvación » (Hch 4, 12) excepto en Jesús de Nazaret, que nació de María, la Virgen. En él Dios se hizo hombre, saliendo así al encuentro de todo ser humano.

«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1, 1-2). Este Hijo es el Verbo eterno, de la misma naturaleza del Padre, que se hizo hombre para revelarnos al Padre y para hacer que pudiéramos comprender toda la verdad sobre nosotros. Nos habló con palabras humanas, y también con sus obras y con su misma vida: desde el nacimiento hasta la muerte en cruz y la resurrección.

Todo ello, desde el inicio, despierta estupor. Ya se asombraron de lo que vieron los pastores que acudieron a Belén, y los demás se maravillaron al escuchar lo que ellos les relataron acerca del Niño recién nacido (cf. Lc 2, 18). Guiados por la intuición de la fe, reconocieron al Mesías en el niño que se hallaba recostado en el pesebre y el nacimiento pobre del Hijo de Dios en Belén los impulsó a proclamar con alegría la gloria del Altísimo.

2. El nombre de Jesús pertenecía ya desde el inicio a aquel que fue llamado así el octavo día después de su nacimiento. En cierto sentido, ya al venir al mundo trajo consigo este nombre, que expresa de modo admirable la esencia y la misión del Verbo encarnado.

Jesús vino al mundo para salvar a la humanidad. Por eso, cuando le pusieron este nombre, se reveló al mismo tiempo quién era él y cuál iba a ser su misión. Muchos en Israel llevaban ese nombre, pero él lo llevó de modo único, realizando en plenitud su significado: Jesús de Nazaret, Salvador del mundo.

3. San Pablo, como hemos escuchado en la segunda lectura, escribe: «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, (...) para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5). El tiempo está unido al nombre de Jesús ya desde el inicio. Este nombre lo acompaña en su historia terrena, inmersa en el tiempo, pero sin que él esté sujeto a ella, dado que en él se halla la plenitud de los tiempos. Más aún, en el tiempo humano Dios introdujo la plenitud al entrar con ella en la historia del hombre. No entró como un concepto abstracto. Entró como Padre que da la vida —una vida nueva, la vida divina— a sus hijos adoptivos. Por obra de Jesucristo todos podemos participar en la vida divina: hijos en el Hijo, destinados a la gloria de la eternidad.

San Pablo, a continuación, profundiza esta verdad: «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!» (Ga 4, 6). En nosotros, los hombres, la filiación divina procede de Cristo y se hace realidad por obra del Espíritu Santo. El Espíritu viene a enseñarnos que somos hijos y, al mismo tiempo, a hacer efectiva en nosotros esta filiación divina. El Hijo es quien con todo su ser dice a Dios: «¡Abbá, Padre!».

Estamos tocando aquí el culmen del misterio de nuestra vida cristiana. En efecto, el nombre «cristiano» indica un nuevo modo de ser: existir a semejanza del Hijo de Dios. Como hijos en el Hijo, participamos en la salvación, la cual no es sólo liberación del mal, sino, ante todo, plenitud del bien: del sumo bien de la filiación de Dios. Y es el Espíritu de Dios quien renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104, 30). En el primer día del año nuevo la Iglesia nos invita a tomar cada vez mayor conciencia de esta verdad. Nos invita a considerar a esa luz el tiempo humano.

4. La liturgia de hoy celebra la solemnidad de la Madre de Dios. María es la mujer predestinada para ser Madre del Redentor, compartiendo íntimamente su misión. La luz de la Navidad ilumina el misterio de su maternidad divina. María, Madre de Jesús que nace en la cueva de Belén, es también Madre de todo hombre que viene al mundo. ¿Cómo no encomendarle a ella el año que comienza, para implorar que sea un tiempo de serenidad y de paz para toda la humanidad? El día en que se inicia este nuevo año bajo la mirada y la bendición de la Madre de Dios, invoquemos para cada uno y para todos el don de la paz.

5. En efecto, ya desde hace muchos años, el día 1 de enero, por iniciativa de mi venerado predecesor el Papa Pablo  VI, se celebra la Jornada mundial de la paz. Nos encontramos aquí, en la basílica vaticana, también este año, a fin de implorar el don de la paz para las naciones del mundo entero.

En esa perspectiva, es significativa la presencia de los ilustres señores embajadores ante la Santa Sede, a los que saludo cordialmente. Saludo con afecto también al cardenal Roger Etchegaray, presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, y a todos sus colaboradores, a la vez que les agradezco la valiosa contribución que prestan a la difusión del mensaje de paz que la Iglesia no se cansa de repetir.

Este año el tema del mensaje para esta Jornada es: «Ofrece el perdón, recibe la paz». ¡Cuán necesario es el perdón para lograr que la paz reine en el corazón de todo creyente y de toda persona de buena voluntad! Paz y perdón constituyen un binomio inseparable. Toda persona de buena voluntad, deseosa de contribuir incansablemente a la construcción de la civilización del amor, debe hacer suya esta invitación: ofrece el perdón, recibe la paz.

6. La Iglesia ora y trabaja por la paz en todas sus dimensiones: por la paz de las conciencias, por la paz de las familias y por la paz entre las naciones. Siente solicitud por la paz en el mundo, pues es consciente de que sólo en la paz se puede desarrollar de modo auténtico la gran comunidad de los hombres.

Al acercarnos al final de este siglo, en el que el mundo, y especialmente Europa, han experimentado no pocas guerras y sufrimientos, ¡cuánto desearíamos que todos los hombres pudieran cruzar el umbral del año 2000 con el signo de la paz! Por esto, pensando en la humanidad llamada a vivir otro año de gracia, repetimos con Moisés las palabras de la antigua alianza: «El Señor te bendiga y te guarde; el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26). Y repetimos también con fe y esperanza las palabras del Apóstol: «Cristo es nuestra paz» (cf. Ef 2, 14). Confiamos en la ayuda del Señor y en la protección maternal de María, Reina de la paz. Fundamos esta esperanza en Jesús, nombre de salvación dado a los hombres de toda lengua y raza. Proclamando su nombre, caminamos seguros hacia el futuro, con la certeza de que no quedaremos defraudados si confiamos en el santísimo nombre de Jesús.

In te, Domine, speravi. Non confundar in aeternum. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN EL SANTUARIO DE JASNA GÓRA

Czestochowa, miércoles 4 de junio de 1997

1. Te saludamos, Jesús, Hijo de María.

El Congreso eucarístico internacional, que se ha celebrado en Wrocław, está teniendo gran eco en toda Polonia. Aquí, en Czêstochowa, en Jasna Góra, el Congreso ha sido acompañado precisamente por este canto eucarístico y, a la vez, mariano:

«Te saludamos, Hostia viva, en la que Jesucristo oculta su divinidad. Te saludamos, Jesús, Hijo de María, en la santa Hostia eres el Dios verdadero».

A menudo canto este himno y medito sus palabras, porque contienen gran riqueza teológica. Hay más estrofas, pero quiero reflexionar en esta primera, que guarda especial relación con la página del Evangelio que hemos leído en este encuentro. Conocemos bien este pasaje; se trata de uno de los textos que utiliza con más frecuencia la liturgia: el pasaje en el que el evangelista Lucas describe los rasgos principales de la Anunciación. El arcángel Gabriel, enviado por Dios a Nazaret, a la Virgen María, la saluda con las palabras que constituirán el inicio de la plegaria más frecuentemente rezada, el Ave María: «Dios te salve, llena de gracia; el Señor está contigo...» (Lc 1, 28). El ángel prosigue: «Has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 30-31). Y, cuando María pregunta: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34), el ángel le responde: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). La respuesta de María fue: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38).

Así, el Verbo eterno se hizo carne. El Hijo unigénito de Dios se hizo hombre, asumiendo nuestra naturaleza en el seno de la inmaculada Virgen de Nazaret. María, al acoger con fe el don de Dios, el don del Verbo encarnado, se encuentra por eso mismo en el inicio, en las fuentes de la Eucaristía. La fe de la Madre de Dios introduce a toda la Iglesia en el misterio de la presencia eucarística de su Hijo. En la liturgia de la Iglesia, tanto de Occidente como de Oriente, la Madre de Dios lleva siempre a los fieles hacia la Eucaristía. Por consiguiente, fue muy oportuno que, un año antes del Congreso eucarístico de Wrocław, aquí en Jasna Góra se hayan llevado a cabo los trabajos del Congreso mariano, que tuvo por tema: «María y la Eucaristía». También en esta secuencia de acontecimientos se pone de manifiesto de modo simbólico la verdad sobre María que lleva hacia su Hijo, sobre la Madre de la Iglesia que orienta a sus hijos hacia la Eucaristía. En efecto, para nosotros, creyentes en Jesucristo, María es la maestra más perfecta del amor que permite unirse del modo más pleno al Redentor en el misterio de su sacrificio eucarístico y de su presencia eucarística.

2. Jasna Góra es el lugar donde nuestra nación, a lo largo de los siglos, se ha reunido para dar testimonio de su fe y de su adhesión a la comunidad de la Iglesia de Cristo. Muchas veces veníamos acá para pedir a María ayuda en la lucha por conservar la fidelidad a Dios, a la cruz, al Evangelio, a la santa Iglesia y a sus pastores. Aquí asumíamos nuestros deberes de vida cristiana. A los pies de la Señora de Jasna Góra encontrábamos la fuerza para permanecer fieles a la Iglesia, cuando era perseguida, cuando debía guardar silencio y sufrir.

Siempre decíamos: «sí» a la Iglesia y esta actitud cristiana ha sido un acto de gran amor a ella. En efecto, la Iglesia es nuestra madre espiritual. A ella le debemos el «llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1). Podemos cantar: «Abbá, Padre», como cantaron los jóvenes aquí durante la Jornada mundial de la juventud en 1991 y como hacéis vosotros hoy. La Iglesia ha arraigado para siempre en la historia de nuestra nación, velando con solicitud por el destino de sus hijos, especialmente en los momentos de humillación, de guerras, de persecuciones, o cuando ha perdido su independencia.

Aquí, a los pies de María, cada día «conocemos mejor a la Iglesia», encomendada por Cristo a los Apóstoles y a todos nosotros. El misterio de María se halla indisolublemente unido al misterio de la Iglesia, desde el instante de la Inmaculada Concepción, pasando por la Anunciación, la Visitación, Belén y Nazaret, hasta el Calvario. María, junto con los Apóstoles, permaneció en oración en el cenáculo, esperando, después de la Ascensión de su Hijo al cielo, el cumplimiento de la promesa. Esperaba, juntamente con ellos, la venida del Espíritu Santo, que manifestaría públicamente el nacimiento de la Iglesia y, después, velaría por el desarrollo de la comunidad cristiana primitiva.

San Pablo dice que «la Iglesia es el cuerpo de Cristo» (cf. 1 Co 12, 27). Eso significa que ha sido formada según el designio de Cristo como una comunidad de salvación. La Iglesia es obra suya, se construye incesantemente en Cristo, pues él sigue viviendo y actuando en ella. La Iglesia le pertenece a él y siempre será suya. Debemos ser hijos fieles de la Iglesia que nosotros mismos formamos. Si con nuestra fe y con nuestra vida decimos «sí» a Cristo, no podemos menos de decirlo también a la Iglesia. Cristo dijo a los Apóstoles y a sus sucesores: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lc 10, 16).

Es verdad que la Iglesia es una realidad también humana, que lleva en sí todos los límites y las imperfecciones de los seres humanos que la componen, seres pecadores y débiles. ¿No fue Cristo mismo quien quiso que nuestra fe en la Iglesia afrontara esta dificultad? Tratemos siempre de aceptar con magnanimidad y con espíritu de confianza lo que la Iglesia nos anuncia y nos enseña. El camino que nos señala Cristo, que vive en su Iglesia, nos lleva al bien, a la verdad, a la vida eterna. En efecto, es Cristo quien habla, quien perdona y quien santifica. Decir «no» a la Iglesia equivale a decir «no» a Cristo.

Quisiera ahora citar las palabras de mi predecesor en la sede de Pedro, Pablo VI, el Papa que amaba a Polonia y quería participar en las ceremonias del milenio en Jasna Góra, el 3 de mayo de 1966, pero al que las autoridades de entonces no se lo permitieron. Estas fueron sus palabras: «Amad a la Iglesia. Ha llegado la hora de amar a la Iglesia con corazón fuerte y nuevo. (...) Los defectos y las flaquezas de los hombres de Iglesia tendrían que volver más fuerte y solícita la caridad de quien quiere ser miembro vivo, sano y paciente de la Iglesia. Así hacen los hijos buenos, así hacen los santos. (...) Amarla (a la Iglesia) significa estimarla y ser felices de pertenecer a ella, significa ser denodadamente fieles; significa obedecerle y servirla, ayudarla con sacrificio y con gozo en su ardua misión» (Audiencia general del 18 de septiembre de 1968).

«Te saludamos, Jesús, Hijo de María... », cantamos hoy en Jasna Góra y añadimos: «En la santa Hostia eres el Dios verdadero». Reconocemos que creemos que, al recibir en la Eucaristía a Cristo bajo las especies del pan y del vino, recibimos al Dios verdadero. Es él quien se hace alimento sobrenatural de nuestra alma, cuando nos unimos a él en la santa Comunión. Demos gracias a Cristo por la Iglesia que instituyó, que vive de su sacrificio redentor, renovado en los altares del mundo entero. Demos gracias a Cristo, porque comparte con nosotros su vida divina, que es la vida eterna.

3. Era conveniente que en el itinerario de mi visita a Polonia se incluyera, también esta vez, Jasna Góra. Quiero saludar cordialmente a toda la archidiócesis de Czêstochowa, así como a su pastor monseñor Stanislaw y a su auxiliar. Saludo a los queridos monjes de San Pablo, primer eremita, al igual que a su prior general. He repetido en varias ocasiones que Jasna Góra es el santuario de la nación, su confesionario y su altar. Es el lugar de la transformación espiritual, de la conversión y de la renovación de la vida de los polacos. Ojalá que siga siéndolo siempre.

Quiero repetir las palabras que pronuncié aquí durante mi primera peregrinación a la patria: «Hemos venido aquí tantas veces, a este santo lugar, en vigilante escucha pastoral para oír latir el corazón de la Iglesia y de la patria en el corazón de la Madre (...). Este corazón, en efecto, late como sabemos con todas las citas de la historia, con todas las vicisitudes de la vida (...). Sin embargo, si queremos saber cómo interpreta esta historia el corazón de los polacos, es necesario venir acá, es necesario sintonizar con este santuario, es necesario percibir el eco de la vida de toda la nación en el corazón de su Madre y Reina. Y si este corazón late con tono de inquietud, si resuenan en él los afanes y el grito por la conversión y el reforzamiento de las conciencias, es necesario acoger esta invitación. Nace del amor materno, que a su modo forma los procesos históricos en la tierra polaca» (Homilía en Jasna Góra, 4 de junio de 1979, n. 3: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de junio de 1979, p. 11).

Este lugar es, tal vez, el más adecuado para recordar el canto polaco más antiguo: «Oh Madre divina; oh Virgen glorificada por Dios; Madre elegida, envíanos a tu Hijo Salvador. Oh Hijo de Dios, por tu Bautista, escucha nuestras súplicas, acoge los pensamientos humanos ». ¡Qué gran contenido encierran estas breves palabras!

Así oraban nuestros antepasados y así lo hacen hoy los peregrinos que vienen a Jasna Góra: «Escucha nuestras súplicas, acoge los pensamientos humanos». También yo pido esto durante la peregrinación que realizo con ocasión del milenario de san Adalberto.

Al encontrarme hoy en este itinerario del milenio, no puedo por menos de recordar a otro hombre de Dios, que la Providencia dio a la Iglesia en Polonia al final del segundo milenio, un hombre que preparó a esta Iglesia para las celebraciones del milenio del Bautismo y al que solemos llamar el Primado del milenio. ¡Con cuánta frecuencia venía acá el siervo de Dios cardenal Stefan Wyszynski, gran devoto de la Madre de Dios! ¡Cuántas gracias obtenía arrodillado inmóvil ante la imagen de Jasna Góra!

Fue precisamente aquí, el 3 de mayo de 1966, donde el cardenal primado pronunció el Acto de Jasna Góra, una consagración total a la Madre de Dios, Madre de la Iglesia, por la libertad de la Iglesia de Cristo en el mundo y en Polonia. Da mucho que pensar el recuerdo de ese Acto. Volviendo con la memoria a aquel hecho histórico, deseo hoy encomendar de nuevo a la Reina de Jasna Góra todas las oraciones de mis compatriotas y a la vez todas las necesidades y las intenciones de la Iglesia universal y de todos los hombres del mundo, conocidos por mí o desconocidos, especialmente de los enfermos, los que sufren y los que han perdido la esperanza.

Aquí también, a los pies de María, quiero agradecer todas las gracias del Congreso eucarístico de este año, todo el bien que ha producido en las almas de los hombres y en la vida de la nación y de la Iglesia.

Madre de la Iglesia de Jasna Góra, ruega por todos nosotros. Amén.

Os invito a cantar: «Desde hace siglos, tú eres la Reina de Polonia». Este podría ser el canto «Oh Madre divina» de nuestro tiempo.

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

CONSAGRACIÓN DE LA IGLESIA DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Zakopane, Sábado 7 de junio de 1997

Doy gracias a Dios porque me brinda la oportunidad de realizar hoy la consagración de vuestra iglesia. He sido invitado cordialmente varias veces a hacerlo. Agradezco a la divina Providencia el haber podido venir hoy a vosotros, respondiendo a vuestra invitación. Os saludo con amor paterno. Saludo a todos los habitantes de Skalne Podhale, reunidos aquí y en torno a la iglesia.

¿Qué quiere decir realizar un acto de dedicación o consagración de una iglesia? La mejor respuesta a esa pregunta nos la ofrecen las lecturas litúrgicas. La primera lectura, tomada del libro del profeta Nehemías, recuerda el conocido acontecimiento del Antiguo Testamento, cuando los israelitas, al volver de la esclavitud de Babilonia, se dedicaron a reconstruir el templo de Jerusalén. Construido en tiempos de los grandes reyes, había vivido los períodos de esplendor y de decadencia del pueblo elegido; fue testigo de la deportación a la esclavitud de los hijos e hijas de Israel; luego, había sido destruido; y entonces debía ser reconstruido. El pueblo elegido vivía profundamente ese momento. La gran obra comenzó en medio del llanto, pero su tristeza se convirtió en alegría (cf. Ne 8, 2-11).

En el fondo de esta descripción podemos comprender aún mejor las palabras de la segunda lectura, tomada de la primera carta de san Pedro, e incluso el pasaje evangélico, que acabamos de proclamar: «Sobre ti edificaré mi Iglesia», dice Cristo a Pedro, cuando el Apóstol confiesa su fe en el Hijo de Dios. «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 17-18).

La Iglesia no es sólo un edificio sagrado. El Señor Jesús dice que la Iglesia está construida sobre piedra, y la piedra es la fe de Pedro. La Iglesia es una comunidad de creyentes, que profesan su fe en el Dios vivo y testimonian, como Pedro, que Cristo es el Hijo de Dios, el Redentor del mundo. Vosotros, queridos hermanos y hermanas, sois una pequeña parte de esta gran comunidad de la Iglesia edificada sobre la fe de Pedro. Juntamente con vuestro obispo y con el Papa, anunciáis y profesáis la fe en el Hijo de Dios, y sobre esta fe basáis toda vuestra vida personal, familiar y profesional. De este modo, participáis en el reino de Dios. En efecto, Cristo dijo a Pedro: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 19).

Este santuario en Krzeptówki, que hoy es consagrado a Dios, debe servir a la Iglesia, a la comunidad, a las personas vivas. Eso nos lo explica de forma aún más profunda el pasaje de la carta de san Pedro que hemos escuchado. En él el Apóstol se refiere a la Iglesia como un edificio de piedras vivas. Somos nosotros esta construcción; somos nosotros los que constituimos las piedras vivas que forman el templo espiritual. La piedra angular del mismo es Cristo crucificado y resucitado. Fue precisamente él quien se convirtió en piedra angular de la Iglesia, la gran comunidad del pueblo de Dios de la nueva alianza. Esta comunidad, como escribe el apóstol Pedro, constituye el sacerdocio santo (cf. 1 P 2, 5).

Unida a Cristo, es «linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las hazañas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (cf. 1 P 2, 9). Vuestro hermoso templo, que habéis construido en colaboración con vuestros pastores, debe servir a la comunidad de la Iglesia y, por eso, es preciso bendecirlo, consagrarlo y destinarlo a Dios mismo como un lugar en el que se reúne y ora el pueblo de Dios. No solamente el pueblo de Dios de Krzeptówki y de Zakopane, sino también de varias partes de Polonia, que viene acá para unos días de descanso en la montaña. A todos los turistas y veraneantes les deseo que el contacto más íntimo con la naturaleza se transforme en ocasión para un contacto de oración con Dios.

2. Al contemplar vuestro templo, adornado con esmero, me han venido a la memoria las iglesias de madera, cada vez más raras, que surgían en todo el territorio de Polonia, pero sobre todo en Podhale y en Podkarpacie: se trataba de auténticos tesoros de la arquitectura popular. Todas surgieron, como la vuestra, gracias a la colaboración de los pastores y los fieles de las diversas parroquias. Eran construidas con un esfuerzo común, para que se pudiera celebrar en ellas el santísimo sacrificio, para que Cristo en la Eucaristía estuviera al lado de su pueblo día y noche, tanto en los momentos de alegría y júbilo, como en los de pruebas, sufrimientos y desgracias, y también en los días grises. Al Congreso eucarístico internacional de Wrocław es preciso añadirle todo este gran capítulo de la presencia sacramental de Cristo, que cada iglesia del territorio polaco encierra en su interior.

Las iglesias son también lugares donde se viven celebraciones solemnes: la Navidad del Señor, la Pascua, Pentecostés, el Corpus Christi, las fiestas marianas. Aquí los fieles se reúnen para las funciones de los meses de mayo y junio, para el rosario. Por último, las iglesias son un lugar donde se conserva el recuerdo de los difuntos. Como el inicio de la vida religiosa de todo creyente está relacionado con la pila bautismal, así también su término, la muerte y el funeral, se realizan a su sombra. Con frecuencia, incluso los cementerios parroquiales se encuentran al lado de la iglesia. Así pues, en estos templos se halla inscrita la historia de todos los hombres e indirectamente de toda la nación, de las comunidades, de las parroquias, de las familias y de las personas.

La Iglesia es un lugar de recuerdo y, al mismo tiempo, de esperanza: conserva con fidelidad el pasado y, a la vez, abre constantemente al hombre hacia el futuro, no sólo al temporal, sino también al de ultratumba. En las iglesias profesamos la fe en el perdón de los pecados, en la resurrección de los cuerpos y en la vida futura. Aquí vivimos cada día el misterio de la comunión de los santos, pues cada iglesia tiene su patrono o patrona, y numerosísimas están dedicadas a la Virgen. Me alegra que en Zakopane y en Podhale se hayan construido nuevas iglesias, magníficos monumentos de la fe viva de los habitantes de esta región. Su belleza corresponde a la belleza de los montes Tatra y es el reflejo de la misma belleza a la que aluden las palabras escritas en la cruz de Wincenty Pol, en el valle Kościeliska: «Y nada supera a Dios».

3. Queridos hermanos y hermanas, siento un cariño particular por vuestro santuario en Krzeptówki. En él veneráis a la Virgen de Fátima en su imagen. A la historia de este santuario está unido también el acontecimiento que tuvo lugar en la plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981. En esa ocasión experimenté el peligro de muerte y el sufrimiento, y, al mismo tiempo, la gran misericordia de Dios. Por intercesión de la Virgen de Fátima Dios me devolvió la vida. Durante mi permanencia en el hospital policlínico Gemelli fui objeto de una amplia manifestación de benevolencia humana de todo el mundo, sobre todo mediante la oración. Ante los ojos tenía entonces la escena de los primeros cristianos, que «oraban insistentemente a Dios» (cf. Hch 12, 5), cuando la vida de Pedro se hallaba expuesta a un grave peligro.

Sé que en esa oración de la Iglesia en todo el mundo para que recuperara la salud y pudiera volver al ministerio de Pedro participaba también Zakopane. Sé que os reuníais en vuestras iglesias parroquiales, y también en la capilla de la Virgen de Fátima en Krzeptówki, para rezar el rosario y así obtener la gracia de que yo recuperara la salud y las fuerzas. Entonces nació también el proyecto de construir en este lugar, al pie del monte Giewont, un santuario a la Virgen de Fátima, como voto de acción de gracias por la salvación de mi vida. Sé que este santuario, que hoy puedo consagrar, fue construido con muchas manos y muchos corazones unidos por el trabajo, el sacrificio y el amor al Papa. Me resulta difícil referirme a ello sin conmoverme.

Queridos hermanos y hermanas, he venido a vosotros para agradeceros vuestra bondad, vuestro recuerdo y vuestra oración, que prosigue. Fui vuestro pastor, como metropolitano de Cracovia, durante veinte años; hoy vengo a vosotros como Sucesor de san Pedro. Siempre me habéis ayudado. Estabais conmigo y comprendíais mis preocupaciones. Lo percibía. Era para mí un gran apoyo. Hoy os agradezco de todo corazón esta actitud de fe y entrega a la Iglesia. Siempre aquí, en esta tierra de Podhale, el obispo encontraba en vosotros un apoyo. Aquí tenía un apoyo la patria, especialmente en los momentos difíciles de su historia.

He venido para deciros, por todo ello: «¡Que Dios os lo pague!». Aquí, juntamente con vosotros, quiero dar una vez más las gracias a la Virgen de Fátima, como hice en Fátima hace quince años, por el don de haberme salvado la vida. Totus tuus... A todos doy las gracias por este templo. Contiene vuestro amor a la Iglesia y al Papa. En cierto sentido, es la continuación de mi gratitud a Dios y a su Madre. Juntamente con vosotros me alegro mucho por este don.

Con palabras de profunda gratitud me dirijo también a todos mis compatriotas y a los fieles de la Iglesia, especialmente a los enfermos y a los que sufren, que piden por el Papa y ofrecen por él su cruz de cada día. El sufrimiento vivido con Cristo es el don más precioso y la ayuda más eficaz en el apostolado. «En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del Redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu del sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas. El sufrimiento, más que todo lo demás, hace presente en la historia de la humanidad la fuerza de la Redención » (Salvifici doloris, 27).

Agradeciendo el don de la oración y del sacrificio, dirijo una vez más a todos la cordial petición que hice el día de la inauguración de mi pontificado: «Orad por mí. Ayudadme, para que pueda prestaros mi servicio». Yo también rezo todos los días por vosotros.

4. Vuestro santuario en Krzeptówki está unido por estrechos vínculos espirituales con Fátima, en Portugal. Por este motivo aprecio tanto la presencia del obispo de Fátima en esta celebración. De ese santuario llegó también la estatua de la Virgen que veneráis. El mensaje de Fátima, que María transmitió al mundo por medio de tres niños pobres, consiste en la invitación a la conversión, a la oración, especialmente a la del rosario, y a la reparación por los propios pecados y por los de todos los hombres.

Ese mensaje brota del Evangelio, de las palabras que Cristo pronunció inmediatamente al inicio de su actividad pública: «Convertíos y creed en el Evangelio » (Mc 1, 15). Se orienta a la transformación interior del hombre, a la derrota del pecado en él, a la consolidación del bien y a la consecución de la santidad. Este mensaje está destinado, de modo particular, a los hombres de nuestro siglo, marcado por las guerras, el odio, la violación de los derechos fundamentales del hombre, el enorme sufrimiento de hombres y naciones, y, por último, la lucha contra Dios, llevada incluso hasta la negación de su existencia. El mensaje de Fátima infunde el amor del Corazón de la Madre, que siempre está abierto al hijo, nunca lo pierde de vista, siempre piensa en él, incluso cuando el hijo se aleja del camino recto y se transforma en «hijo pródigo» (cf. Lc 15, 11-32).

El Corazón inmaculado de María, que hoy recordamos en la liturgia de la Iglesia, se abrió hacia nosotros en el Calvario por las palabras que pronunció Jesús, mientras agonizaba: «"Mujer, he ahí a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". Y desde ese momento el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19, 26-27). Al pie de la cruz, María se convirtió en madre de todos los hombres redimidos por Cristo. Bajo su maternal protección acogió a Juan y acogió a todo hombre. Desde entonces la mayor solicitud de su Corazón inmaculado es la salvación eterna de todos los hombres.

Vuestro santuario, desde el inicio, anuncia el mensaje de Fátima y vive de él. Tenéis una devoción particular al Corazón inmaculado de María Virgen, hacéis la Cruzada del rosario de las familias; pedís en vuestra oración por los problemas más importantes de la Iglesia, del Papa, del mundo, de la patria, por las almas del purgatorio y por los que han abandonado el amor de Dios, rompiendo la alianza establecida con él en el bautismo. Rezad con perseverancia por la gracia de su conversión. Dirigíos con confianza a María, «Refugio de los pecadores», para que los defienda contra la obstinación en el pecado y contra la esclavitud de Satanás. Rezad con fe, para que los hombres conozcan y reconozcan «al único Dios verdadero y a su enviado, Jesucristo» (cf. Jn 17, 3). En esta oración se expresa vuestro amor a los hombres, que desea el mayor bien a cada uno.

«En ningún momento y en ningún período histórico —especialmente en una época tan crítica como la nuestra— la Iglesia puede olvidar la oración que es un grito a la misericordia de Dios ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan» (Dives in misericordia, 15).

¡Madre, ruega! ¡Madre, implora! Oh María, Madre de Dios, ¡intercede por nosotros!

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CELEBRADA EN LA GRUTA DE LOURDES
DE LOS JARDINES VATICANOS

Domingo 22 de Junio de 1997

Queridos hermanos y hermanas:

Nos hemos reunido aquí esta mañana para encontrarnos, como sus discípulos, con el Señor resucitado, que nos convoca para alentar la fe con su Palabra, compartir el pan de la Eucaristía y edificar la Iglesia con los vínculos de caridad fraterna que vivifican la comunidad cristiana.

Hoy su Palabra interpela nuestra fe, a veces vacilante y que provoca miedos infundados: "¿Por qué sois tan cobardes? - dice - ¿Aún no tenéis fe?" (Mt 4,40). Son muchos los temores que nos atenazan y que pueden inducirnos a la cobardía o al desánimo: el miedo al aparente silencio de Dios, el miedo a los grandes poderes del mundo que pretenden competir con la omnipotencia y la providencia divinas, el miedo, en fin, a una cultura que parece relegar a la marginación e insignificancia social el sentido religioso y cristiano de la vida.

La escena evangélica de la barca amenazada por las olas, evoca la imagen de la Iglesia que surca el mar de la historia dirigiéndose hacia el pleno cumplimiento del Reino de Dios. Jesús, que ha prometido permanecer con los suyos hasta el final de los tiempos (cf. Mt 29,20), no dejará la nave a la deriva. En los momentos de dificultad y tribulación, sigue oyéndose su voz: "¡ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33). Es una llamada a reforzar continuamente la fe en Cristo, a no desfallecer en medio de las dificultades. En los momentos de prueba, cuando parece que se cierne la "noche oscura" en su camino, o arrecian la tempestad de las dificultades, la Iglesia sabe que está en buenas manos.

Las palabras hemos escuchado en la segunda lectura nos exhortan también a confiar en la presencia del Señor y a renovar nuestra existencia como verdaderos creyentes: "el que vive con Cristo es una criatura nueva" (2 Co 5,17). En la novedad de vida, don de nuestro Señor a los bautizados, ya no hay espacio para las incertidumbres y vacilaciones. La confianza y la paz son el signo de la profunda comunión con Jesucristo, muerto "para que los viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Co 5, 15).

Al saludar cordialmente a los presentes, especialmente a los alumnos del Pontificio Colegio Español y Pontificio Colegio Mexicano, de Roma, que han querido con esta celebración reafirmar su adhesión al Sucesor de Pedro, os invito a todos a experimentar el gozo de la presencia del Señor en esta Eucaristía, que celebramos en la gruta de Nuestra Señora de Lourdes, como queriendo encontrar cobijo en María en el encuentro con su divino Hijo. Que ella nos acompañe y sostenga con su materna intercesión en nuestro camino de fe, nos ayude a profundizar cada vez más en el misterio de la persona de Cristo y a gustar la paz interior que proviene de la firme convicción de su presencia entre nosotros. Amen.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Viernes 15 de agosto de 1997

1. «De pie a tu derecha, Señor, está la Reina» (Salmo responsorial).

La liturgia de hoy nos presenta la resplandeciente imagen de la Virgen elevada al cielo en la integridad del alma y del cuerpo. En el esplendor de la gloria celestial brilla la Mujer que, en virtud de su humildad, se hizo grande ante el Altísimo hasta el punto de que todas las generaciones la llaman bienaventurada (cf. Lc 1, 48). Ahora se halla como Reina, al lado de su Hijo, en la felicidad eterna del paraíso y desde las alturas contempla a sus hijos.

Con esta consoladora certeza, nos dirigimos a ella y la invocamos pidiéndole por sus hijos: por la Iglesia y por la humanidad entera, para que todos, imitándola en el fiel seguimiento de Cristo, lleguen a la patria definitiva del cielo.

2. «De pie a tu derecha, Señor, está la Reina».

María, la primera entre los redimidos por el sacrificio pascual de Cristo, resplandece hoy como Reina de todos nosotros, peregrinos hacia la patria inmortal.

En ella, elevada al cielo, se nos manifiesta el destino eterno que nos espera más allá del misterio de la muerte: un destino de felicidad plena en la gloria divina. Esta perspectiva sobrenatural sostiene nuestra peregrinación diaria. María es nuestra Maestra de vida. Contemplándola, comprendemos mejor el valor relativo de las grandezas terrenas y el pleno sentido de nuestra vocación cristiana.

Desde su nacimiento hasta su gloriosa Asunción, su vida se desarrolló a lo largo del itinerario de la fe, la esperanza y la caridad. Estas virtudes, que florecieron en un corazón humilde y abandonado a la voluntad de Dios, son las que adornan su preciosa e incorruptible corona de Reina. Estas son las virtudes que el Señor pide a todo creyente, para admitirlo a la misma gloria de su Madre.

El texto del Apocalipsis, que acabamos de proclamar, habla del enorme dragón rojo, que representa la perenne tentación que se plantea al hombre: preferir el mal al bien, la muerte a la vida, el placer fácil de la despreocupación al exigente pero gratificante camino de la santidad, para el que todo hombre ha sido creado. En la lucha contra «el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y satanás, el seductor del mundo entero» (Ap12,9), aparece el signo grandioso de la Virgen victoriosa, Reina de gloria, de pie a la derecha del Señor.

Y en esta lucha espiritual su ayuda a la Iglesia es decisiva para lograr la victoria definitiva sobre el mal.

3. «De pie a tu derecha, Señor, está la Reina».

María, en este mundo, «hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium, 68). Como Madre solícita de todos, sostiene el esfuerzo de los creyentes y los estimula a perseverar en el empeño. Pienso aquí, de manera muy especial, en los jóvenes, que son quienes más expuestos están a los atractivos y a las tentaciones de mitos efímeros y de falsos maestros.

Queridos jóvenes, contemplad a María e invocadla con confianza. La Jornada mundial de la juventud, que comenzará dentro de algunos días en París, os brindará la ocasión de experimentar una vez más su solicitud materna. María os ayudará a sentiros parte integrante de la Iglesia y os impulsará a no tener miedo de asumir vuestra responsabilidad de testigos creíbles del amor de Dios.

Hoy, María, elevada al cielo, os muestra a dónde llevan el amor y la plena fidelidad a Cristo en la tierra: hasta el gozo eterno del cielo.

4. María, Mujer vestida de sol, ante los inevitables sufrimientos y las dificultades de cada día, ayúdanos a tener fija nuestra mirada en Cristo.

Ayúdanos a no tener miedo de seguirlo hasta el fondo, incluso cuando nos parece que la cruz pesa demasiado. Haz que comprendamos que ésta es la única senda que lleva a la cumbre de la salvación eterna.

Y desde el cielo, donde resplandeces como Reina y Madre de misericordia, vela por cada uno de tus hijos.

Guíalos a amar, adorar y servir a Jesús, el fruto bendito de tu vientre, ¡oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Jueves, 1 de enero de 1998

1. «Cuando llegó la plenitud del tiempo...» (Ga 4, 4). Estas palabras de la carta de san Pablo a los Gálatas corresponden muy bien a la índole de esta celebración. Estamos al comienzo del año nuevo. Según el calendario civil, hoy es el primer día de 1998; según el litúrgico, celebramos la solemnidad de Santa María, Madre de Dios.

A partir de la tradición cristiana, se difundió en el mundo la costumbre de contar los años desde el nacimiento de Cristo. Por eso, en este día la dimensión laica y la eclesial coinciden en hacer fiesta. Mientras la Iglesia celebra la octava de la Navidad del Señor, el mundo civil festeja el primer día de un nuevo año solar. Precisamente de este modo, año tras año, se manifiesta gradualmente esa «plenitud del tiempo» de la que habla el Apóstol: es una secuencia que avanza a lo largo de los siglos y de los milenios de manera progresiva, y que tendrá su cumplimiento definitivo en el fin del mundo.

2. Celebramos la octava de la Navidad del Señor. Durante ocho días hemos revivido en la liturgia el gran acontecimiento del nacimiento de Jesús, siguiendo la narración que nos presentan los evangelios. San Lucas nos vuelve a proponer hoy, en sus rasgos esenciales, la escena del nacimiento en Belén. En efecto, la narración de hoy es más sintética que la proclamada la noche de Navidad. Confirma y, en cierto sentido, completa el texto de la carta a los Gálatas. El Apóstol escribe: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer (...), para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: "¡Abba!", Padre. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» (Ga 4, 4-7).

Este magnífico texto de san Pablo expresa perfectamente lo que se puede definir como «la teología del nacimiento del Señor». Se trata de una teología semejante a la que propone el evangelista san Juan, que, en el prólogo del cuarto evangelio, escribe: «Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (...). A todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 14.12). San Pablo expresa la misma verdad, pero podemos decir que en cierto sentido la completa. Este es el gran anuncio que resuena en la liturgia de hoy: el hombre llega a ser hijo adoptivo de Dios gracias al nacimiento del mismo Hijo de Dios. El hombre recibe dicha filiación por obra del Espíritu Santo, el Espíritu del Hijo, que Dios ha enviado a nuestros corazones. Gracias al don del Espíritu Santo podemos decir: ¡Abba!, Padre. Así, san Pablo trata de explicar en qué consiste y cómo se expresa nuestra filiación adoptiva con respecto a Dios.

3. Con la ayuda que nos brindan en nuestra reflexión teológica sobre el nacimiento del Señor san Pablo y el apóstol Juan, comprendemos mejor por qué solemos contar los años tomando como punto de referencia el nacimiento de Cristo. La historia se articula en siglos y milenios «antes» y «después» de Cristo, dado que el acontecimiento de Belén representa la medida fundamental del tiempo humano. El nacimiento de Jesús es el centro del tiempo. La Noche santa se ha convertido en el punto de referencia esencial para los años, los siglos y los milenios a lo largo de los cuales se desarrolla la acción salvífica de Dios.

La venida de Cristo al mundo es importante desde el punto de vista de la historia del hombre; pero es más importante aún desde el punto de vista de la salvación del hombre. Jesús de Nazaret aceptó someterse al límite del tiempo y lo abrió una vez para siempre a la perspectiva de la eternidad. Con su vida, y especialmente con su muerte y su resurrección, Cristo reveló de modo inequívoco que el hombre no es una existencia «orientada hacia la muerte» y destinada a agotarse en ella. El hombre no existe «para la muerte», sino «para la inmortalidad ». Gracias a la liturgia de hoy, esta verdad fundamental sobre el destino eterno del hombre vuelve a proponerse al comienzo de cada año nuevo. De este modo, se iluminan el valor y la justa dimensión de cada época, así como el tiempo que pasa inexorablemente.

4. En esta perspectiva del valor y del sentido del tiempo humano, sobre el que se proyecta la luz de la fe, la Iglesia marca el comienzo del nuevo año con el signo de la oración por la paz. Mientras formulo votos para que toda la humanidad avance de modo más firme y concorde por el camino de la justicia y la reconciliación, me alegra saludar a los ilustres señores embajadores ante la Santa Sede presentes en esta solemne celebración. Dirijo un cordial saludo al querido cardenal Roger Etchegaray, presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, y a todos los colaboradores de ese dicasterio, al que se ha confiado la tarea específica de testimoniar la preocupación del Papa y de la Sede apostólica por las diversas situaciones de tensión y de guerra, así como la constante solicitud que la Iglesia siente por la construcción de un mundo más justo y fraterno.

En el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año he querido reflexionar sobre un tema que me preocupa particularmente: el estrecho vínculo que une la promoción de la justicia y la construcción de la paz. En realidad, como reza el tema elegido para esta jornada, «De la justicia de cada uno nace la paz para todos». Dirigiéndome a los jefes de Estado y a todas las personas de buena voluntad, he subrayado que la búsqueda de la paz no puede prescindir del compromiso de poner en práctica la justicia. Se trata de una responsabilidad de la que nadie puede eximirse. «Justicia y paz no son conceptos abstractos o ideales lejanos; son valores que constituyen un patrimonio común y que están arraigados en el corazón de cada persona. Todos están llamados a vivir en la justicia y a trabajar por la paz: individuos, familias, comunidades y naciones. Nadie puede eximirse de esta responsabilidad » (n. 1).

La Virgen santísima, a la que invocamos en este primer día del año con el título de «Madre de Dios», dirija su mirada amorosa a todo el mundo. Que, gracias a su intercesión materna, los hombres de todos los continentes se sientan más hermanos y dispongan su corazón para acoger a su Hijo Jesús. Cristo es la auténtica paz que reconcilia al hombre con el hombre y a toda la humanidad con Dios.

5. «El Señor tenga piedad y nos bendiga » (Salmo responsorial). La historia de la salvación está marcada por la bendición de Dios sobre la creación, sobre la humanidad y sobre el pueblo de los creyentes. Esta bendición se repite continuamente y se confirma en el desarrollo de los acontecimientos salvíficos. Ya desde el libro del Génesis vemos cómo Dios, a medida que se suceden los días de la creación, bendice todo lo que ha creado. De modo particular, bendice al hombre creado a su imagen y semejanza (cf. Gn 1, 1-2, 4).

En cierto sentido, hoy, primer día del año, la liturgia renueva la bendición del Creador que marca ya desde el comienzo la historia del hombre, repitiendo las palabras de Moisés: «El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Nm 6, 24-26).

Se trata de una bendición para el año que está empezando y para nosotros, que nos disponemos a vivir una nueva etapa de tiempo, don precioso de Dios. La Iglesia, uniéndose a la mano providente de Dios Padre, inaugura este año nuevo con una bendición especial, dirigida a todas las personas. Dice: ¡El Señor te bendiga y te proteja!

Sí, el Señor colme nuestros días de frutos y haga que todo el mundo viva en la justicia y en la paz. Amén.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

Sábado 15 de agosto de 1998

1. «¡Bienaventurada la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45).

Con estas palabras, Isabel acogió a María, que había ido a visitarla. Esta misma bienaventuranza resuena en el cielo y en la tierra, de generación en generación (cf. Lc 1, 48), y, de modo singular, en la solemne celebración de hoy. María es bienaventurada porque creyó enseguida en la palabra del Señor, porque acogió sin vacilaciones la voluntad del Altísimo, que le había manifestado el ángel en la Anunciación.

Podríamos ver en el viaje de María desde Nazaret hasta Ain Karim, que nos relata el evangelio de hoy, una prefiguración de su singular viaje espiritual que, comenzando con el «sí» del día de la Anunciación, culmina precisamente en la Asunción al cielo en cuerpo y alma. Se trata de un itinerario hacia Dios, iluminado y sostenido siempre por la fe.

El concilio Vaticano II afirma que María «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58). Por eso ella, con su incomparable belleza, agradó tanto al Rey del universo, que ahora, plenamente asociada a él en cuerpo y alma, resplandece como Reina a su derecha (cf. Salmo responsorial).

Me alegra celebrar esta solemnidad, que es una de las más antiguas en honor de la Virgen, con la comunidad de Castelgandolfo. Os saludo con afecto a todos vosotros, al obispo de Albano, monseñor Dante Bernini, y a su auxiliar, monseñor Paolo Gillet. Saludo, asimismo, a los salesianos, a quienes está encomendada esta parroquia. Y dirijo un saludo cordial a los habitantes de Castelgandolfo, al alcalde y a los veraneantes.

2. En la solemnidad de hoy, la liturgia nos invita a todos a contemplar a María como la «mujer vestida de sol, con la luna por pedestal, coronada con doce estrellas» (Ap 12, 1). En ella resplandece la victoria de Cristo sobre satanás, representado en el lenguaje apocalíptico como «un enorme dragón rojo» (Ap 12, 3).

Esta visión gloriosa y al mismo tiempo dramática recuerda a la Iglesia de todos los tiempos su destino de luz en el reino de los cielos y la consuela en las pruebas que debe afrontar durante su peregrinación terrena. Mientras dure este mundo, la historia será siempre teatro del enfrentamiento entre Dios y satanás, entre el bien y el mal, entre la gracia y el pecado, entre la vida y la muerte.

También los acontecimientos de este siglo que ya está llegando a su fin testimonian con extraordinaria elocuencia la profundidad de esta lucha, que marca la historia de los pueblos, pero también el corazón de cada hombre y de cada mujer. Ahora bien, el anuncio pascual que acaba de resonar en las palabras del apóstol Pablo (cf. 1 Co 15, 20), es fundamento de esperanza segura para todos. María santísima elevada al cielo es imagen luminosa de ese misterio y de esa esperanza.

3. Durante este segundo año de preparación inmediata para el gran jubileo del año 2000 he querido invitar a los creyentes a estar más atentos a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, y a «redescubrir la virtud teologal de la esperanza» (Tertio millennio adveniente, 46).

María, glorificada en su cuerpo, se presenta hoy como estrella de esperanza para la Iglesia y para la humanidad, en camino hacia el tercer milenio cristiano. Su altura sublime no la aleja de su pueblo y de los problemas del mundo; por el contrario, le permite velar eficazmente sobre los acontecimientos humanos, con la misma solicitud atenta con que logró que Jesús hiciera su primer milagro durante las bodas de Caná.

El Apocalipsis afirma que la mujer vestida de sol «estaba encinta y gritaba con los dolores del parto» (Ap 12, 2). Esto nos hace pensar en una página del apóstol Pablo de importancia fundamental para la teología cristiana de la esperanza. En la carta a los Romanos leemos: «Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza hemos sido salvados» (Rm 8, 22-24).

Mientras celebramos su Asunción al cielo en cuerpo y alma, pidamos a María que ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo a vivir con fe y esperanza en este mundo, buscando en todas las cosas el reino de Dios; que ayude a los creyentes a abrirse a la presencia y a la acción del Espíritu Santo, Espíritu creador y renovador, capaz de transformar los corazones; y que ilumine las mentes sobre el destino que nos espera, sobre la dignidad de toda persona y sobre la nobleza del cuerpo humano.

María, elevada al cielo, ¡muéstrate a todos como Madre de esperanza! ¡Muéstrate a todos como Reina de la civilización del amor!

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DEL PAPA JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Martes 8 de diciembre de 1998

1. «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. (...) Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él» (Ef 1, 3-4).

La liturgia de hoy nos introduce en la dimensión de lo que existía «antes de crear el mundo». A ese antes remiten otros textos del Nuevo Testamento, entre los cuales figura el admirable prólogo del evangelio de san Juan. Antes de la creación, el Padre eterno elige al hombre en Cristo, su Hijo eterno. Esta elección es fruto de amor y manifiesta amor.

Por obra del Hijo eterno hecho hombre, el orden de la creación se ha unido para siempre al de la redención, es decir, de la gracia. Éste es el sentido de la solemnidad de hoy que, de modo significativo, se celebra durante el Adviento, tiempo litúrgico en el que la Iglesia se prepara para conmemorar en Navidad la venida del Mesías.

2. «La creación entera se alegra, y no es ajeno a la fiesta Aquel que tiene en su mano el cielo. Los acontecimientos de hoy son una verdadera solemnidad. Todos se reúnen con un único sentimiento de alegría; todos están imbuidos por un único sentimiento de belleza: el Creador, todas las criaturas y también la Madre del Creador, que lo hizo partícipe de nuestra naturaleza, de nuestras asambleas y de nuestras fiestas» (Nicolás Cabasilas, Homilía II sobre la Anunciación, en: La Madre de Dios, Abadía de Praglia 1997, p. 99).

Este texto de un antiguo escritor oriental corresponde muy bien a la fiesta de hoy. En el camino hacia el gran jubileo del año 2000, tiempo de reconciliación y alegría, la solemnidad de la Inmaculada Concepción marca una etapa densa de fuertes indicaciones para nuestra vida.

Como hemos escuchado en el evangelio de san Lucas, «el mensajero divino dijo a la Virgen: .Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. (Lc 1, 28)» (Redemptoris Mater, 8). El saludo del ángel sitúa a María en el corazón del misterio de Cristo; en efecto, en ella, llena de gracia, se realiza la encarnación del Hijo eterno, don de Dios para la humanidad entera (cf. ib.).

Con la venida del Hijo de Dios todos los hombres son bendecidos; el tentador maligno es vencido para siempre y su cabeza aplastada, para que a nadie se aplique tristemente la maldición que las palabras del libro del Génesis nos acaban de recordar (Gn 3, 14). En Cristo —escribe el apóstol san Pablo a los Efesios— el Padre celestial nos bendice con toda clase de bienes espirituales, nos elige para una santidad verdadera, y nos hace sus hijos adoptivos (cf. Ef 1, 3-5). En él nos convertimos en signo de la santidad, del amor y de la gloria de Dios en la tierra.

3. Por estos motivos, la Acción católica italiana ha elegido a María inmaculada como reina y patrona especial de su itinerario de formación en el compromiso misionero. Por eso, amadísimos hermanos y hermanas, estáis hoy aquí, en la sede de Pedro, participando en vuestra décima asamblea nacional. Han pasado ciento treinta años desde vuestra fundación, y este año conmemoráis el trigésimo aniversario de vuestro nuevo estatuto, aplicación práctica de la doctrina del concilio Vaticano II sobre el laicado y la misión de la Iglesia.

Saludo cordialmente a vuestro asistente general, monseñor Agostino Superbo, y a vuestro presidente nacional, abogado Giuseppe Gervasio, y les agradezco las palabras que me han dirigido. Saludo a los venerados hermanos cardenales y obispos, así como a los numerosos asistentes diocesanos presentes en esta celebración. Saludo a los representantes de los numerosos miembros de la Acción católica de todas las diócesis de Italia.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, en el umbral del tercer milenio, vuestra misión resulta más urgente ante la perspectiva de la nueva evangelización. Estáis llamados a promover con vuestra actividad diaria un encuentro entre el Evangelio y las culturas cada vez más fecundo, como lo exige el proyecto cultural orientado en sentido cristiano.

Para las Iglesias que están en Italia, como ya recordé a los participantes en la Asamblea eclesial de Palermo, se trata de renovar el compromiso de una auténtica espiritualidad cristiana, a fin de que todos los bautizados se conviertan en cooperadores del Espíritu Santo, «el agente principal de la nueva evangelización» (n. 2).

En este marco, vuestra obra como miembros de la Acción católica debe llevarse a cabo de acuerdo con algunas directrices claras, que quisiera recordar ahora: la formación de un laicado adulto en la fe; el desarrollo y la difusión de una conciencia cristiana madura, que oriente las opciones de vida de las personas; y la animación de la sociedad civil y de las culturas, en colaboración con cuantos se ponen al servicio de la persona humana.

Para actuar de acuerdo con estas directrices, la Acción católica debe confirmar su característica propia de asociación eclesial; es decir, al servicio del crecimiento de la comunidad cristiana, en íntima unión con los obispos y los sacerdotes. Este servicio exige una Acción católica viva, atenta y disponible, para contribuir eficazmente a abrir la pastoral ordinaria al espíritu misionero, al anuncio, al encuentro y al diálogo con cuantos, incluso bautizados, viven una pertenencia parcial a la Iglesia o muestran actitudes de indiferencia, de alejamiento y, a veces quizá, de aversión.

En efecto, el encuentro entre el Evangelio y las culturas posee una dimensión misionera intrínseca, y en el actual ámbito cultural y en la vida diaria exige el testimonio y el servicio de los fieles laicos, no sólo como individuos, sino también como miembros de una asociación, en favor de la evangelización. Los individuos y las asociaciones, precisamente por la índole laical que los distingue, están llamados a recorrer el camino de la comunión y del diálogo, por el que pasa diariamente el anuncio de la Palabra y el crecimiento en la fe.

5. El renovado encuentro entre el Evangelio y las culturas es también el terreno donde la Acción católica, como asociación eclesial de laicos, puede prestar un específico y significativo servicio a la renovación de la sociedad italiana, de sus costumbres e instituciones: es la animación cristiana del entramado social, de la vida civil y de la dinámica económica y política.

Vuestra rica historia muestra que la animación cristiana es particularmente necesaria en circunstancias como las actuales, en que Italia está llamada a afrontar cuestiones fundamentales para el futuro del país y de su civilización milenaria. Es urgente buscar estrategias eficaces y soluciones concretas, teniendo siempre presentes el bien común y la dignidad inalienable de la persona. Entre las grandes cuestiones que requieren vuestro compromiso hay que recordar la acogida y el respeto sagrado a la vida, la tutela de la familia, la defensa de las garantías de libertad y equidad en la formación y la instrucción de las nuevas generaciones, y el reconocimiento efectivo del derecho al trabajo.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ya a las puertas del tercer milenio, vuestra misión consiste en trabajar para que a Italia no le falte jamás la espléndida luz del Evangelio, que siempre debéis anunciar con sinceridad y vivir con coherencia. Sólo así seréis testigos creíbles de la esperanza cristiana y podréis difundirla a todos. Que os proteja María, la «llena de gracia», a quien hoy contemplamos resplandeciente en la gloria y en la santidad de Dios.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DE DEDICACIÓN DE LA NUEVA IGLESIA DEL SANTUARIO DE LA VIRGEN DEL AMOR DIVINO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Roma
Domingo, 4 de julio de 1999

1. «Este día está consagrado al Señor» (Ne 8, 10).

Esas palabras, que acabamos de escuchar en la primera lectura, corresponden muy bien al momento que estamos viviendo en este santuario del Amor Divino, tan querido para los habitantes de Roma y del Lacio. Sí, este día está consagrado a Dios, y por eso es un día de fiesta y alegría singularmente denso. El Señor nos ha congregado en su casa para que experimentemos de modo más intenso el don de su presencia. Como el pueblo israelita, también nosotros, siguiendo lo que narra Nehemías, acogemos su palabra con la aclamación: «Amén, amén» y nos postramos con el corazón ante él, manifestando una profunda adhesión a su voluntad.

También nosotros repetimos con el salmo responsorial: «Tus palabras, Señor, son espíritu y vida».

La palabra de Dios ilumina el rito de dedicación de este nuevo templo mariano, donde los fieles, que aquí se reunirán para orar sobre todo durante el gran jubileo, encontrarán una ayuda para abrirse a la acción renovadora del Espíritu.

Así pues, todo en este lugar debe preparar para el encuentro con el Señor; todo debe impulsar a los creyentes a proclamar su fe en Cristo, ayer, hoy y siempre.

2. «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16).

Ésta es la profesión de fe del apóstol Pedro, que hemos escuchado en el pasaje evangélico de hoy. Jesús responde a Pedro, encomendándole la misión de sostener todo el edificio espiritual de su Iglesia: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16, 18).

El templo en que nos encontramos y que ahora es consagrado para el culto, es signo de la otra Iglesia, formada por piedras vivas, que son los creyentes en Cristo, admirablemente unidos por el cemento espiritual de la caridad. Mediante la acción del Espíritu Santo, los dones y carismas de cada miembro de la comunidad eclesial no se oponen; al contrario, enriquecen la armonía de la única construcción espiritual del Cuerpo de Cristo. Así, el templo material expresa la comunión interior de cuantos aquí se congregan para escuchar la palabra de Dios, como nos ha recordado la primera lectura: «Los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley» (Ne 8, 3). Aquí los fieles recibirán los sacramentos, especialmente los de la reconciliación y la Eucaristía, y podrán expresar con mayor intensidad su devoción a la Virgen del Amor Divino.

3. «La alegría del Señor es vuestra fortaleza» (Ne 8, 10).

Así saludaba Nehemías a la asamblea de los israelitas reunidos en una plaza para renovar la alianza con Dios. Con esas mismas palabras deseo saludaros hoy a todos vosotros, congregados en este santuario mariano.

Os doy las gracias, amadísimos hermanos y hermanas, por vuestra presencia, tan numerosa. Saludo con afecto al cardenal vicario, a quien expreso mi agradecimiento por las palabras que me ha dirigido al inicio de la celebración. Asimismo, saludo a los obispos, a los sacerdotes y a los rectores de otros santuarios marianos, aquí presentes. Saludo al rector párroco del santuario, don Pasquale Silla, que tanto ha hecho porque llegara este día, y a todos los hijos e hijas de la Virgen del Amor Divino, que se encargan con esmero de estos lugares. Prosiguen la obra meritoria de su fundador, don Umberto Terenzi, que con tenacidad quiso aquí una nueva casa para la Virgen santísima, la que precisamente hoy estamos dedicando. Saludo en particular a los feligreses de este santuario-parroquia, testigos directos del gran amor que el pueblo romano siente hacia la Virgen del Amor Divino, y de cómo viene con frecuencia a visitarla en peregrinación, encomendándose a su intercesión.

Saludo, por último, a los que proyectaron y realizaron esta construcción: al padre Costantino Ruggeri y al arquitecto Luigi Leoni, así como a todos los bienhechores, los empresarios y los obreros.

4. Con la dedicación de este nuevo santuario se cumple hoy, al menos en parte, un voto que los romanos, invitados por el Papa Pío XII, hicieron a la Virgen del Amor Divino en el año 1944, cuando las tropas aliadas estaban a punto de lanzar el ataque decisivo sobre Roma, ocupada por los alemanes. Ante la imagen de la Virgen del Amor Divino, el 4 de junio de ese año, los romanos suplicaron la salvación de Roma, prometiendo a María que cambiarían su conducta moral, construirían el nuevo santuario del Amor Divino y realizarían una institución de caridad en Castel di Leva. Ese mismo día, algo más de una hora después de la lectura del voto, el ejército alemán abandonó Roma sin oponer resistencia, mientras las fuerzas aliadas entraban por la puerta de San Juan y la Puerta Mayor, acogidos por el pueblo romano con manifestaciones de júbilo.

Hoy el santuario es una realidad y está a punto de llevarse a cabo también la institución de caridad: una casa para ancianos, no lejos de aquí. Pero el voto de los romanos incluía también una promesa a María santísima que no termina y que es mucho más difícil de realizar: el cambio de la conducta moral, es decir, el esfuerzo constante por renovar la vida y hacerla cada vez más acorde con la de Cristo. Amadísimos hermanos y hermanas, ésta es la tarea a la que nos invita el edificio sagrado que hoy dedicamos a Dios.

Las paredes que encierran el espacio sagrado en que nos hallamos reunidos, y mucho más el altar, las grandes vidrieras polícromas y los demás símbolos religiosos, son signos de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Una presencia que se manifiesta de manera real en la Eucaristía, celebrada diariamente y conservada en el Tabernáculo; una presencia que se revela viva y vivificante en la administración de los sacramentos; una presencia que se podrá experimentar continuamente en la oración y en el recogimiento. Ojalá que esa presencia sea para todos una llamada constante a la conversión y a la reconciliación fraterna.

5. «Ven, te voy a enseñar a la novia, a la esposa del Cordero (...), resplandeciente de la gloria de Dios» (Ap 21, 9).

La gran visión de la Jerusalén celestial, con la que se concluye el libro del Apocalipsis, nos invita a elevar la mirada desde la belleza y armonía arquitectónica de este nuevo templo hasta el esplendor de la Iglesia celestial, plenitud del amor y de la comunión con la santísima Trinidad, a la que tiende desde el inicio toda la historia de la salvación.

Como afirma el concilio Vaticano II, María es imagen y primicia de la Jerusalén celestial, hacia la que nos encaminamos. «La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y el comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo» (Lumen gentium, 68).

A María dirigimos confiados nuestro corazón e invocamos su maternal protección sobre todos.

A ti, Madre del Amor Divino, te encomendamos la comunidad diocesana, la continuación de la misión ciudadana, que concluyó hace pocas semanas, así como esta amada ciudad de Roma, con sus problemas y sus recursos, sus anhelos y sus esperanzas.

Te encomendamos las familias, los enfermos, los ancianos y las personas solas. En tus manos depositamos los frutos del Año santo y de modo especial las expectativas y las esperanzas de los jóvenes que, durante el jubileo, vendrán a Roma para la XV Jornada mundial de la juventud.

Te encomendamos, por último, la petición que ya te dirigí con ocasión de mi primera visita a este santuario: que, por tu intercesión, se multiplique el número de los obreros de la mies del Señor y que la juventud sepa apreciar, en toda su belleza, el don de la llamada al sacerdocio y a la vida religiosa, que tanto necesita hoy el mundo.

Amén.

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo, domingo 15 de agosto de 1999

1. «Magnificat anima mea Dominum!» (Lc 1, 46).

La Iglesia peregrina en la historia se une hoy al cántico de exultación de la bienaventurada Virgen María; expresa su alegría y alaba a Dios porque la Madre del Señor entra triunfante en la gloria del cielo. En el misterio de su Asunción, aparece el significado pleno y definitivo de las palabras que ella misma pronunció en Ain Karim, respondiendo al saludo de Isabel: «Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso» (Lc 1, 49).

Gracias a la victoria pascual de Cristo sobre la muerte, la Virgen de Nazaret, unida profundamente al misterio del Hijo de Dios, compartió de modo singular sus efectos salvíficos. Correspondió plenamente con su «» a la voluntad divina, participó íntimamente en la misión de Cristo y fue la primera en entrar después de él en la gloria, en cuerpo y alma, en la integridad de su ser humano.

El «» de María es alegría para cuantos estaban en las tinieblas y en la sombra de la muerte. En efecto, a través de ella vino al mundo el Señor de la vida. Los creyentes exultan y la veneran como Madre de los hijos redimidos por Cristo. Hoy, en particular, la contemplan como «signo de consuelo y de esperanza» (cf. Prefacio) para cada uno de los hombres y para todos los pueblos en camino hacia la patria eterna.

Amadísimos hermanos y hermanas, dirijamos nuestra mirada a la Virgen, a quien la liturgia nos hace invocar como aquella que rompe las cadenas de los oprimidos, da la vista a los ciegos, arroja de nosotros todo mal e impetra para nosotros todo bien (cf. II VísperasHimno).

2. «Magnificat anima mea Dominum!».

La comunidad eclesial renueva en la solemnidad de hoy el cántico de acción de gracias de María: lo hace como pueblo de Dios, y pide que cada creyente se una al coro de alabanza al Señor. Ya desde los primeros siglos, san Ambrosio exhortaba a esto: «Que en cada uno el alma de María glorifique al Señor, que en cada uno el espíritu de María exulte a Dios» (san Ambrosio, Exp. Ev. Luc., II, 26). Las palabras del Magníficat son como el testamento espiritual de la Virgen Madre. Por tanto, constituyen con razón la herencia de cuantos, reconociéndose como hijos suyos, deciden acogerla en su casa, como hizo el apóstol san Juan, que la recibió como Madre directamente de Jesús, al pie de la cruz (cf. Jn 19, 27).

3. «Signum magnum paruit in caelo» (Ap 12, 1).

La página del Apocalipsis que se acaba de proclamar, al presentar la «gran señal» de la «mujer vestida de sol» (Ap 12, 1), afirma que estaba «encinta, y gritaba con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). También María, como hemos escuchado en el evangelio, cuando va a ayudar a su prima Isabel lleva en su seno al Salvador, concebido por obra del Espíritu Santo.

Ambas figuras de María, la histórica, descrita en el evangelio, y la bosquejada en el libro del Apocalipsis, simbolizan a la Iglesia. El hecho de que el embarazo y el parto, las asechanzas del dragón y el recién nacido arrebatado y llevado «junto al trono de Dios» (Ap 12, 4-5), pertenezcan también a la Iglesia «celestial» contemplada en visión por el apóstol san Juan, es bastante elocuente y, en la solemnidad de hoy, es motivo de profunda reflexión.

Así como Cristo resucitado y ascendido al cielo lleva consigo para siempre, en su cuerpo glorioso y en su corazón misericordioso, las llagas de la muerte redentora, así también su Madre lleva en la eternidad «los dolores del parto y el tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Y de igual modo que el Hijo, mediante su muerte, no deja de redimir a cuantos son engendrados por Dios como hijos adoptivos, de la misma manera la nueva Eva sigue dando a luz, de generación en generación, al hombre nuevo, «creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4, 24). Se trata de la maternidad escatológica de la Iglesia, presente y operante en la Virgen.

4. En el actual momento histórico, al término de un milenio y en vísperas de una nueva época, esta dimensión del misterio de María es más significativa que nunca. La Virgen, elevada a la gloria de Dios en medio de los santos, es signo seguro de esperanza para la Iglesia y para toda la humanidad.

La gloria de la Madre es motivo de alegría inmensa para todos sus hijos, una alegría que conoce las amplias resonancias del sentimiento, típicas de la piedad popular, aunque no se reduzca a ellas. Es, por decirlo así, una alegría teologal, fundada firmemente en el misterio pascual. En este sentido, la Virgen es «causa nostrae laetitiae», causa de nuestra alegría.

María, elevada al cielo, indica el camino hacia Dios, el camino del cielo, el camino de la vida. Lo muestra a sus hijos bautizados en Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Lo abre, sobre todo, a los humildes y a los pobres, predilectos de la misericordia divina. A las personas y a las naciones, la Reina del mundo les revela la fuerza del amor de Dios, cuyos designios dispersan a los de los soberbios, derriban a los potentados y exaltan a los humildes, colman de bienes a los hambrientos y despiden a los ricos sin nada (cf. Lc 1, 51-53).

5.  «Magnificat anima mea Dominum!». Desde esta perspectiva, la Virgen del Magníficat nos ayuda a comprender mejor el valor y el sentido del gran jubileo ya inminente, tiempo propicio en el que la Iglesia universal se unirá a su cántico para alabar la admirable obra de la Encarnación. El espíritu del Magníficat es el espíritu del jubileo; en efecto, en el cántico profético María manifiesta el júbilo que colma su corazón, porque Dios, su Salvador, puso los ojos en la humildad de su esclava (cf. Lc 1, 47-48).

Ojalá que éste sea también el espíritu de la Iglesia y de todo cristiano. Oremos para que el gran jubileo sea totalmente un Magníficat, que una la tierra y el cielo en un cántico de alabanza y acción de gracias. Amén.

CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, Y TE DEUM DE ACCIÓN DE GRACIAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Viernes 31 de diciembre de 1999

1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4).

¿Qué es "la plenitud de los tiempos", de la que habla el Apóstol? La experiencia nos permite palpar que el tiempo pasa inexorablemente. Todas las criaturas están sujetas al paso del tiempo. Pero sólo el hombre se da cuenta de su devenir en el tiempo. Advierte que su historia personal está vinculada al fluir de los días.

La humanidad, consciente de su "devenir", escribe su propia historia:  la historia de las personas, de los Estados y de los continentes, la historia de las culturas y de las religiones. Esta tarde nos preguntamos:  ¿qué es lo que ha caracterizado principalmente al milenio que ahora está llegando a su fin? ¿Cómo se presentaba hace mil años la geografía de los países, la situación de los pueblos y de las naciones? ¿Quién sabía entonces de la existencia de otro gran continente al oeste del océano Atlántico? El descubrimiento de América, con el que comenzó una nueva era de la historia de la humanidad, constituye sin duda un elemento fundamental en la valoración del milenio que concluye.

También este último siglo se ha caracterizado por profundas y a veces rápidas transformaciones, que han influido en la cultura y en las relaciones entre los pueblos. Basta pensar en las dos ideologías opresoras, responsables de innumerables víctimas, que en él se han consumado. ¡Qué sufrimientos! ¡Qué dramas! Pero también ¡qué conquistas tan extraordinarias! Estos años, confiados por el Creador a la humanidad, llevan en sí los signos de los esfuerzos del hombre, de sus derrotas y de sus victorias (cf. Gaudium et spes, 2).

En este cambio de época, quizá el mayor riesgo consiste en que "muchos de nuestros contemporáneos no pueden discernir bien los valores perennes y, al mismo tiempo, compaginarlos adecuadamente con los nuevos descubrimientos" (ib., 4). Éste es un gran desafío para nosotros, hombres y mujeres que nos disponemos a entrar en el año 2000.

2. "Al llegar la plenitud de los tiempos". La liturgia nos habla de la "plenitud de los tiempos" y nos ilumina sobre el contenido de esa "plenitud". Dios quiso introducir su Verbo eterno en la historia de la gran familia humana, haciéndole asumir una humanidad como la nuestra. Mediante el acontecimiento sublime de la Encarnación, el tiempo humano y cósmico alcanzó su plenitud:  "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, (...) para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5). Éste es el gran misterio:  la Palabra eterna de Dios, el Verbo del Padre, se ha hecho presente en los acontecimientos que componen la historia terrena del hombre. Con la encarnación del Hijo de Dios, la eternidad entró en el tiempo, y la historia del hombre se abrió a un cumplimiento trascendente en lo absoluto de Dios.

De este modo, al hombre se le ofrece una perspectiva inimaginable:  puede aspirar a ser hijo en el Hijo, heredero con él del mismo destino de gloria. La peregrinación de la vida terrena es, por tanto, un camino que se realiza en el tiempo de Dios. La meta es Dios mismo, plenitud del tiempo en la eternidad.

3. A los ojos de la fe, el tiempo cobra así un significado religioso y más aún durante el Año jubilar que acaba de empezar. Cristo es el Señor del tiempo. Todo instante del tiempo humano está bajo el signo de la redención del Señor, que entró, una vez para siempre, "en la plenitud de los tiempos" (Tertio millennio adveniente, 10). Desde esta perspectiva, damos gracias a Dios por lo que ha sucedido a lo largo de este año, de este siglo y de este milenio. De modo especial, queremos dar gracias por los constantes progresos en el mundo del espíritu. Damos gracias por los santos de este milenio:  los elevados al honor de los altares y los más numerosos aún que no conocemos y han santificado el tiempo con su adhesión fiel a la voluntad de Dios. Damos gracias también por todas las conquistas y los éxitos conseguidos por la humanidad en el campo científico y técnico, artístico y cultural.

Por cuanto concierne a la diócesis de Roma, queremos dar gracias por el itinerario espiritual recorrido durante los años pasados y por el cumplimiento de la Misión ciudadana con vistas al gran jubileo. Mi pensamiento va a la tarde del 22 de mayo, vigilia de Pentecostés, cuando invocamos juntos al Espíritu Santo, para que esta singular experiencia pastoral llegue a ser, en el nuevo siglo, forma y modelo de la vida y de la pastoral de la Iglesia, en Roma y en muchas otras ciudades y lugares del mundo, al servicio de la nueva evangelización.

Al mismo tiempo que elevamos nuestra acción de gracias a Dios, sentimos la necesidad de implorar su misericordia para el milenio que termina. Pedimos perdón porque a menudo, por desgracia, las conquistas de la técnica y de la ciencia, tan importantes para el auténtico progreso humano, se han usado contra el hombre:  miserere nostri, Domine, miserere nostri!

4. Dos mil años han pasado desde que "la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros; hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14). Por eso, elevamos en coro el canto de nuestra alabanza y acción de gracias:  Te Deum laudamus.

Te alabamos, Dios de la vida y de la esperanza.

Te alabamos, Cristo, Rey de la gloria, Hijo eterno del Padre.

Tú, nacido de la Virgen Madre, eres nuestro Redentor; te has convertido en hermano nuestro para la salvación del hombre y vendrás en la gloria a juzgar el mundo al final de los tiempos.

Tú, Cristo, fin de la historia humana, eres el centro de las expectativas de todo ser humano.

A ti te pertenecen los años y los siglos. Tuyo es el tiempo, oh Cristo, que eres el mismo ayer, hoy y siempre. Amén.

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XXXIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
APERTURA DE LA PUERTA SANTA DE LA BASÍLICA DE SANTA MARÍA LA MAYOR

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado, 1 de enero de 2000

1. "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4).

Ayer por la tarde meditamos en el significado de estas palabras de san Pablo, tomadas de la carta a los Gálatas, y nos preguntamos en qué consiste la "plenitud de los tiempos", de la que habla el Apóstol, con respecto a los procesos que marcan el camino del hombre a lo largo de la historia. El momento que estamos viviendo es muy denso de significado: a medianoche el año 1999 pasó a la historia, cedió el lugar a un nuevo año. Desde hace pocas horas nos encontramos en el año 2000.

¿Qué significa esto para nosotros? Se comienza a escribir otra página de la historia. Ayer por la tarde dirigimos nuestra mirada al pasado, para ver cómo era el mundo cuando inició el segundo milenio. Hoy, al comenzar el año 2000, no podemos menos de preguntarnos sobre el futuro: ¿qué dirección tomará la gran familia humana en esta nueva etapa de su historia?

2. Teniendo en cuenta un nuevo año que comienza, la liturgia de hoy expresa a todos los hombres de buena voluntad sus mejores deseos con las siguientes palabras: "El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz" (Nm 6, 26).

El Señor te conceda la paz. Éste es el deseo que la Iglesia expresa a la humanidad entera el primer día del nuevo año, día dedicado a la celebración de la Jornada mundial de la paz. En el Mensaje para esta jornada recordé algunas condiciones y urgencias para consolidar el camino de la paz en el plano internacional. Desgraciadamente, se trata de un camino siempre amenazado, como nos recuerdan los hechos dolorosos que ensombrecieron muchas veces la historia del siglo XX. Por eso, hoy más que nunca, debemos desearnos la paz en nombre de Dios: ¡el Señor te conceda la paz!

Pienso, en este momento, en el encuentro de oración por la paz, celebrado en octubre de 1986, que reunió en Asís a los representantes de las principales religiones del mundo. Estábamos aún en el período de la así llamada "guerra fría": todos juntos rezamos para conjurar la grave amenaza de un conflicto que se cernía sobre la humanidad. En cierto sentido, expresamos la oración de todos y Dios acogió la súplica que se elevaba de sus hijos. Aunque hemos debido constatar el estallido de peligrosos conflictos locales y regionales, al menos se evitó el gran conflicto mundial que se vislumbraba en el horizonte. Por eso, con mayor conciencia, al cruzar el umbral del nuevo siglo, nos intercambiamos este deseo de paz: "El Señor te muestre su rostro".
¡Año 2000, que sales a nuestro encuentro, Cristo te conceda la paz!

3. "La plenitud de los tiempos". San Pablo afirma que esta "plenitud" se realizó cuando Dios "envió a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4). Ocho días después de Navidad, hoy, primer día del año nuevo, hacemos memoria en especial de la "Mujer" de la que habla el Apóstol, la Madre de Dios. Al dar a luz al Hijo eterno del Padre, María contribuyó a la llegada de la plenitud de los tiempos; contribuyó de manera singular a hacer que el tiempo humano alcanzara la medida de su plenitud en la encarnación del Verbo.

En este día tan significativo, he tenido la alegría de abrir la Puerta santa de esta venerable basílica liberiana, la primera en Occidente dedicada a la Virgen Madre de Cristo. Una semana después del solemne rito que tuvo lugar en la basílica de San Pedro, hoy es como si las comunidades eclesiales de todas las naciones y de todos los continentes se congregaran idealmente aquí, bajo la mirada de la Madre, para cruzar el umbral de la Puerta santa que es Cristo.

En efecto, a ella, Madre de Cristo y de la Iglesia, queremos encomendarle el Año santo recién iniciado, para que proteja e impulse el camino de cuantos se convierten en peregrinos en este tiempo de gracia y misericordia (cf. Incarnationis mysterium, 14).

4. La liturgia de esta solemnidad tiene un carácter profundamente mariano, aunque en los textos bíblicos se manifieste de modo bastante sobrio. El pasaje del evangelista san Lucas resume cuanto hemos escuchado en la noche de Navidad. En él se narra que los pastores fueron a Belén y encontraron a María y a José, y al Niño en el pesebre. Después de haberlo visto, contaron lo que les habían dicho acerca de él. Y todos se maravillaron del relato de los pastores. "María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón" (Lc 2, 19).

Vale la pena meditar en esta frase, que expresa un aspecto admirable de la maternidad de María. En cierto sentido, todo el año litúrgico se desarrolla siguiendo las huellas de esta maternidad, comenzando por la fiesta de la Anunciación, el 25 de marzo, exactamente nueve meses antes de Navidad. El día de la Anunciación, María oyó las palabras del ángel: "Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. (...) El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 31-33. 35). Y ella respondió: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

María concibió por obra del Espíritu Santo. Como toda madre, llevó en su seno a ese Hijo, de quien sólo ella sabía que era el Hijo unigénito de Dios. Lo dio a luz en la noche de Belén. Así, comenzó la vida terrena del Hijo de Dios y su misión de salvación en la historia del mundo.

5. "María (...) guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".

¿Qué tiene de sorprendente que la Madre de Dios recordara todo eso de modo singular, más aún, de modo único? Toda madre tiene la misma conciencia del comienzo de una nueva vida en ella. La historia de cada hombre está escrita, ante todo, en el corazón de la propia madre. No debe sorprendernos que haya sucedido lo mismo en la vida terrena del Hijo de Dios.

"María (...) guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón".

Hoy, primer día del año nuevo, en el umbral de un nuevo año, de este nuevo milenio, la Iglesia recuerda esa experiencia interior de la Madre de Dios. Lo hace no sólo volviendo a reflexionar en los acontecimientos de Belén, Nazaret y Jerusalén, es decir, en las diversas etapas de la existencia terrena del Redentor, sino también considerando todo lo que su vida, su muerte y su resurrección han suscitado en la historia del hombre.

María estuvo presente con los Apóstoles el día de Pentecostés; participó directamente en el nacimiento de la Iglesia. Desde entonces, su maternidad acompaña la historia de la humanidad redimida, el camino de la gran familia humana, destinataria de la obra de la redención.

Oh María, al comienzo del año 2000, mientras avanzamos en el tiempo jubilar, confiamos en tu "recuerdo" materno. Nos ponemos en este singular camino de la historia de la salvación, que se mantiene vivo en tu corazón de Madre de Dios. Te encomendamos a ti los días del año nuevo, el futuro de la Iglesia, el futuro de la humanidad y el futuro del universo entero.

María, Madre de Dios, Reina de la paz, vela por nosotros.

María, Salud del pueblo romano, ruega por nosotros. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A FÁTIMA (12-13 MAYO 2000)

BEATIFICACIÓN DE LOS VENERABLES JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Fátima
Sábado 13 de mayo de 2000

1. "Yo te bendigo, Padre, (...) porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25). Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del Padre celestial; sabe que nadie puede ir a él si el Padre no lo atrae (cf. Jn 6, 44), por eso alaba este designio y lo acepta filialmente: "Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11, 26). Has querido abrir el Reino a los pequeños.

Por designio divino, "una mujer vestida del sol" (Ap 12, 1) vino del cielo a esta tierra en búsqueda de los pequeños privilegiados del Padre. Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas de reparación, mostrándose dispuesta a guiarlos con seguridad hasta Dios. Entonces, de sus manos maternas salió una luz que los penetró íntimamente, y se sintieron sumergidos en Dios, como cuando una persona -explican ellos- se contempla en un espejo.

Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, explicaba: "Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo". Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: "Yo estaré contigo" (cf. Ex 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en "zarza ardiente" del Altísimo.

2. Lo que más impresionaba y absorbía al beato Francisco era Dios en esa luz inmensa que había penetrado en lo más íntimo de los tres. Además sólo a él Dios se dio a conocer "muy triste", como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: "Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra él". Vive movido por el único deseo -que expresa muy bien el modo de pensar de los niños- de "consolar y dar alegría a Jesús".

En su vida se produce una transformación que podríamos llamar radical; una transformación ciertamente no común en los niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que se traduce en una oración asidua y ferviente y llega a una verdadera forma de unión mística con el Señor. Esto mismo lo lleva a una progresiva purificación del espíritu, a través de la renuncia a los propios gustos e incluso a los juegos inocentes de los niños.

Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte, sin quejarse nunca. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con una sonrisa en los labios. En el pequeño Francisco era grande el deseo de reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo sacrificios y oraciones. Y Jacinta, su hermana, casi dos años menor que él, vivía animada por los mismos sentimientos.

3. "Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón" (Ap 12, 3). Estas palabras de la primera lectura de la misa nos hacen pensar en la gran lucha que se libra entre el bien y el mal, pudiendo constatar cómo el hombre, al alejarse de Dios, no puede hallar la felicidad, sino que acaba por destruirse a sí mismo.

¡Cuántas víctimas durante el último siglo del segundo milenio! Vienen a la memoria los horrores de las dos guerras mundiales y de otras muchas en diversas partes del mundo, los campos de concentración y exterminio, los gulag, las limpiezas étnicas y las persecuciones, el terrorismo, los secuestros de personas, la droga y los atentados contra los hijos por nacer y contra la familia.

El mensaje de Fátima es una llamada a la conversión, alertando a la humanidad para que no siga el juego del "dragón", que, con su "cola", arrastró un tercio de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra (cf. Ap 12, 4). La meta última del hombre es el cielo, su verdadera casa, donde el Padre celestial, con su amor misericordioso, espera a todos.

Dios quiere que nadie se pierda; por eso, hace dos mil años, envió a la tierra a su Hijo, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). Él nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie haga vana esa cruz! Jesús murió y resucitó para ser "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8, 29).

Con su solicitud materna, la santísima Virgen vino aquí, a Fátima, a pedir a los hombres que "no ofendieran más a Dios, nuestro Señor, que ya ha sido muy ofendido". Su dolor de madre la impulsa a hablar; está en juego el destino de sus hijos. Por eso pedía a los pastorcitos: "Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al infierno porque no hay quien se sacrifique y pida por ellas".

4. La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día -cuando tanto ella como Francisco ya habían contraído la enfermedad que los obligaba a estar en cama- la Virgen María fue a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña: "Nuestra Señora vino a vernos, y dijo que muy pronto volvería a buscar a Francisco para llevarlo al cielo. Y a mí me preguntó si aún quería convertir a más pecadores. Le dije que sí". Y, al acercarse el momento de la muerte de Francisco, Jacinta le recomienda: "Da muchos saludos de mi parte a nuestro Señor y a nuestra Señora, y diles que estoy dispuesta a sufrir todo lo que quieran con tal de convertir a los pecadores". Jacinta se había quedado tan impresionada con la visión del infierno, durante la aparición del 13 de julio, que todas las mortificaciones y penitencias le parecían pocas con tal de salvar a los pecadores.

Jacinta bien podía exclamar con san Pablo: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). El domingo pasado, en el Coliseo de Roma, conmemoramos a numerosos testigos de la fe del siglo XX, recordando las tribulaciones que sufrieron, mediante algunos significativos testimonios que nos han dejado. Una multitud incalculable de valientes testigos de la fe nos ha legado una herencia valiosa, que debe permanecer viva en el tercer milenio. Aquí, en Fátima, donde se anunciaron estos tiempos de tribulación y nuestra Señora pidió oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar gracias al cielo por la fuerza del testimonio que se manifestó en todas esas vidas. Y deseo, una vez más, celebrar la bondad que el Señor tuvo conmigo, cuando, herido gravemente aquel 13 de mayo de 1981, fui salvado de la muerte. Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento.

5. "Yo te bendigo, Padre, porque has revelado estas verdades a los pequeños". La alabanza de Jesús reviste hoy la forma solemne de la beatificación de los pastorcitos Francisco y Jacinta. Con este rito, la Iglesia quiere poner en el candelero estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Quiera Dios que brillen sobre el camino de esta multitud inmensa de peregrinos y de cuantos nos acompañan a través de la radio y la televisión.

Que sean una luz amiga para iluminar a todo Portugal y, de modo especial, a esta diócesis de Leiría-Fátima.

Agradezco a monseñor Serafim, obispo de esta ilustre Iglesia particular, sus palabras de bienvenida, y con gran alegría saludo a todo el Episcopado portugués y a sus diócesis, a las que amo mucho y exhorto a imitar a sus santos. Dirijo un saludo fraterno a los cardenales y obispos presentes, en particular a los pastores de la comunidad de países de lengua portuguesa: que la Virgen María obtenga la reconciliación del pueblo angoleño; consuele a los damnificados de Mozambique; vele por los pasos de Timor Lorosae, Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe; y conserve en la unidad de la fe a sus hijos e hijas de Brasil.

Saludo con deferencia al señor presidente de la República y demás autoridades que han querido participar en esta celebración; y aprovecho esta ocasión para expresar, en su persona, mi agradecimiento a todos por la colaboración que ha hecho posible mi peregrinación. Abrazo con cordialidad y bendigo de modo particular a la parroquia y a la ciudad de Fátima, que hoy se alegra por sus hijos elevados al honor de los altares.

6.Mis últimas palabras son para los niños: queridos niños y niñas, veo que muchos de vosotros estáis vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Estáis muy bien! Pero luego, o mañana, dejaréis esos vestidos y... los pastorcitos desaparecerán. ¿No os parece que no deberían desaparecer? La Virgen tiene mucha necesidad de todos vosotros para consolar a Jesús, triste por los pecados que se cometen; tiene necesidad de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.

Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban a la "escuela" de Nuestra Señora, para que os enseñe a ser como los pastorcitos, que procuraban hacer todo lo que ella les pedía. Os digo que "se avanza más en poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que en años enteros de iniciativas personales, apoyándose sólo en sí mismos" (san Luis María Grignion de Montfort, Tratado sobre la verdadera devoción a la santísima Virgen, n. 155). Fue así como los pastorcitos rápidamente alcanzaron la santidad. Una mujer que acogió a Jacinta en Lisboa, al oír algunos consejos muy buenos y acertados que daba la pequeña, le preguntó quién se los había enseñado: "Fue Nuestra Señora", le respondió. Jacinta y Francisco, entregándose con total generosidad a la dirección de tan buena Maestra, alcanzaron en poco tiempo las cumbres de la perfección.

7."Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños".

Yo te bendigo, Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen María, tu humilde sierva, hasta los pastorcitos Francisco y Jacinta.

Que el mensaje de su vida permanezca siempre vivo para iluminar el camino de la humanidad.

MISA DE CLAUSURA DEL XX CONGRESO MARIOLÓGICO-MARIANO INTERNACIONAL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Domingo 24 de septiembre de 2000

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. "Acercando a un niño, lo puso en medio de ellos" (Mc 9, 36). Este singular gesto de Jesús, que nos recuerda el evangelio que acabamos de proclamar, viene inmediatamente después de la recomendación con la que el Maestro había exhortado a sus discípulos a no desear el primado del poder, sino el del servicio. Una enseñanza que debió impactar profundamente a los Doce, que acababan de "discutir sobre quién era el más importante" (Mc 9, 34). Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de ilustrar una enseñanza tan difícil con la elocuencia de un gesto lleno de ternura. Abrazó a un niño, que según los parámetros de aquella época no contaba para nada, y casi se identificó con él:  "El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí" (Mc 9, 37).

En esta eucaristía, que concluye el XX Congreso mariológico-mariano internacional y el jubileo mundial de los santuarios marianos, me agrada asumir como perspectiva de reflexión precisamente ese singular icono evangélico. En él se expresa, antes que una doctrina moral, una indicación cristológica e, indirectamente, una indicación mariana.

En el abrazo al niño Cristo revela ante todo la delicadeza de su corazón, capaz de todas las vibraciones de la sensibilidad y del afecto. Se nota, en primer lugar, la ternura del Padre, que desde la eternidad, en el Espíritu Santo, lo ama y en su rostro humano ve al "Hijo predilecto" en el que se complace (cf. Mc 1, 11; 9, 7). Se aprecia también la ternura plenamente femenina y materna con la que lo rodeó María en los largos años transcurridos en la casa de Nazaret. La tradición cristiana, sobre todo en la Edad Media, solía contemplar frecuentemente a la Virgen abrazando al niño Jesús. Por ejemplo, Aelredo de Rievaulx se dirige afectuosamente a María invitándola a abrazar al Hijo que, después de tres días, había encontrado en el templo (cf. Lc 2, 40-50):  "Abraza, dulcísima Señora, abraza a Aquel a quien amas; arrójate a su cuello, abrázalo y bésalo, y compensa los tres días de su ausencia con múltiples delicias" (De Iesu puero duodenni 8:  SCh 60, p. 64).

2. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos" (Mc 9, 35). En el icono del abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio, que en la persona de Jesús, y luego también en la de María, encuentra su realización ejemplar.

Nadie puede decir como Jesús que es el "primero". En efecto, él es el "primero y el último, el alfa y la omega" (cf. Ap 22, 13), el resplandor de la gloria del Padre (cf. Hb 1, 3). A él, en la resurrección, se le concedió "el nombre que está sobre todo nombre" (Flp 2, 9). Pero, en la pasión, él se manifestó también "el último de todos" y, como "servidor de todos", no dudó en lavar los pies a sus discípulos (cf. Jn 13, 14).

Muy de cerca lo sigue María en este abajamiento. Ella, que tuvo la misión de la maternidad divina y los excepcionales privilegios que la sitúan por encima de toda otra criatura, se siente ante todo "la esclava del Señor" (Lc 1, 38. 48) y se dedica totalmente al servicio de su Hijo divino. Y, con pronta disponibilidad, también se convierte en "servidora" de sus hermanos, como lo muestran muy bien los episodios evangélicos de la Visitación y las bodas de Caná.

3. Por eso, el principio enunciado por Jesús en el evangelio ilumina también la grandeza de María. Su "primado" está enraizado en su "humildad". Precisamente en esta humildad Dios la llamó y la colmó de sus favores, convirtiéndola en la kejaritomene  la llena de gracia (cf. Lc 1, 28). Ella misma confiesa en el Magníficat:  "Ha mirado la humillación de su esclava. (...) El Poderoso ha hecho obras grandes por mí" (Lc 1, 48-49).

En el Congreso mariológico que acaba de concluir, habéis fijado la mirada en las "obras grandes" realizadas en María, considerando su dimensión más interior y profunda, es decir, su relación especialísima con la Trinidad. Si María es la Theotókos, la Madre del Hijo unigénito de Dios, no nos ha de sorprender que también goce de una relación completamente única con el Padre y el Espíritu Santo.

Ciertamente, esta relación no le evitó, en su vida terrena, las pruebas de la condición humana:  María vivió plenamente la realidad diaria de numerosas familias humildes de su tiempo, experimentó la pobreza, el dolor, la fuga, el exilio y la incomprensión. Así pues, su grandeza espiritual no la "aleja" de nosotros:  recorrió nuestro camino y ha sido solidaria con nosotros en la "peregrinación de la fe" (Lumen gentium, 58). Pero en este camino interior María cultivó una fidelidad absoluta al designio de Dios. Precisamente en el abismo de esta fidelidad reside también el abismo de grandeza que la transforma en "la criatura más humilde y elevada" (Dante, Paraíso XXXIII, 2).

4. María destaca ante nosotros sobre todo como "hija predilecta" (Lumen gentium, 53) del Padre. Si todos hemos sido llamados por Dios "a ser sus hijos adoptivos por obra de Jesucristo" (cf. Ef 1, 5), "hijos en el Hijo", esto vale de modo singular para ella, que tiene el privilegio de poder repetir con plena verdad humana las palabras pronunciadas por Dios Padre sobre Jesús:  "Tú eres mi Hijo" (cf. Lc 3, 22; 2, 48). Para llevar a cabo su tarea materna, fue dotada de una excepcional santidad, en la que descansa la mirada del Padre.

Con la segunda persona de la Trinidad, el Verbo encarnado, María tiene una relación única, al participar directamente en el misterio de la Encarnación. Ella es la Madre y, como tal, Cristo la honra y la ama. Al mismo tiempo, ella lo reconoce como su Dios y Señor, haciéndose su discípula con corazón atento y fiel (cf. Lc 2, 19. 51) y su compañera generosa en la obra de la redención (cf. Lumen gentium, 61). En el Verbo encarnado y en María la distancia infinita entre el Creador y la criatura se ha transformado en máxima cercanía; ellos son el espacio santo de las misteriosas bodas de la naturaleza divina con la humana, el lugar donde la Trinidad se manifiesta por vez primera y donde María representa a la humanidad nueva, dispuesta a reanudar, con amor obediente, el diálogo de la alianza.

5. Y ¿qué decir de su relación con el Espíritu Santo? María es el "sagrario" purísimo donde él habita. La tradición cristiana ve en María el prototipo de la respuesta dócil a la moción interior del Espíritu, el modelo de una plena acogida de sus dones. El Espíritu sostiene su fe, fortalece su esperanza y reaviva la llama de su amor. El Espíritu hace fecunda su virginidad e inspira su cántico de alegría. El Espíritu ilumina su meditación sobre la Palabra, abriéndole progresivamente la inteligencia a la comprensión de la misión de su Hijo. Y es también el Espíritu quien consuela su corazón quebrantado en el Calvario y la prepara, en la espera orante del Cenáculo, para recibir la plena efusión de los dones de Pentecostés.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ante este misterio de gracia se ve muy bien cuán apropiados han sido en el Año jubilar los dos acontecimientos que concluyen con esta celebración eucarística:  el Congreso mariológico-mariano internacional y el jubileo mundial de los santuarios marianos. ¿No estamos celebrando el bimilenario del nacimiento de Cristo? Así pues, es natural que el jubileo del Hijo sea también el jubileo de la Madre.

Por tanto, es de desear que, entre los frutos de este año de gracia, además de un amor más intenso a Cristo, se cuente también el de una renovada piedad mariana. Sí, hay que amar y honrar mucho a María, pero con una devoción que, para ser auténtica, debe estar bien fundada en la Escritura y en la Tradición, valorando ante todo la liturgia y sacando de ella una orientación segura para las manifestaciones más espontáneas de la religiosidad popular; debe expresarse en el esfuerzo por imitar a la Toda santa en un camino de perfección personal; debe alejarse de toda forma de superstición y de credulidad vana, acogiendo en su sentido correcto, en sintonía con el discernimiento eclesial, las manifestaciones extraordinarias con las que la santísima Virgen suele concederse para el bien del pueblo de Dios; y debe ser capaz de remontarse siempre hasta la fuente de la grandeza de María, convirtiéndose en incesante Magníficat de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, "el que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí", nos ha dicho Jesús en el Evangelio. Con mayor razón, podría decirnos:  "El que acoge a mi Madre, me acoge a mí". Y María, por su parte, acogida con amor filial, nos señala una vez más a su Hijo, como hizo en las bodas de Caná:  "Haced lo que él os diga" (Jn 2, 5).

Queridos hermanos, que esta sea la consigna de la celebración jubilar de hoy que une, en una sola alabanza, a Cristo y a su Madre santísima. A cada uno de vosotros deseo que reciba abundantes frutos espirituales de ella y se sienta estimulado a una auténtica renovación de vida. Ad Iesum per Mariam! Amén.

 JUBILEO DE LOS OBISPOS

ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA

Domingo 8 de octubre de 2000

1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo tu materna protección
e implora confiada tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro. 

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas clases de personas
han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión,
que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados. 

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope
de una ciencia que no acepta límites,
llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús. 

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27),
para aprender de ti a ser como tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza. 

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
para que bajo tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.


JUBILEO DE LOS OBISPOS

ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA

Domingo 8 de octubre de 2000

1. “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26).
Mientras se acerca el final de este Año Jubilar,
en el que tú, Madre, nos has ofrecido de nuevo a Jesús,
el fruto bendito de tu purísimo vientre,
el Verbo hecho carne, el Redentor del mundo,
resuena con especial dulzura para nosotros esta palabra suya
que nos conduce hacia ti, al hacerte Madre nuestra:
“Mujer, ahí tienes a tu hijo”.
Al encomendarte al apóstol Juan,
y con él a los hijos de la Iglesia,
más aún a todos los hombres,
Cristo no atenuaba, sino que confirmaba,
su papel exclusivo como Salvador del mundo.
Tú eres esplendor que no ensombrece la luz de Cristo,
porque vives en Él y para Él.
Todo en ti es “fiat”: Tú eres la Inmaculada,
eres transparencia y plenitud de gracia.
Aquí estamos, pues, tus hijos, reunidos en torno a ti
en el alba del nuevo Milenio.
Hoy la Iglesia, con la voz del Sucesor de Pedro,
a la que se unen tantos Pastores
provenientes de todas las partes del mundo,
busca amparo bajo tu materna protección
e implora confiada tu intercesión
ante los desafíos ocultos del futuro. 

2. Son muchos los que, en este año de gracia,
han vivido y están viviendo
la alegría desbordante de la misericordia
que el Padre nos ha dado en Cristo.
En las Iglesias particulares esparcidas por el mundo
y, aún más, en este centro del cristianismo,
muchas clases de personas
han acogido este don.
Aquí ha vibrado el entusiasmo de los jóvenes,
aquí se ha elevado la súplica de los enfermos.
Por aquí han pasado sacerdotes y religiosos,
artistas y periodistas,
hombres del trabajo y de la ciencia,
niños y adultos,
y todos ellos han reconocido en tu amado Hijo
al Verbo de Dios, encarnado en tu seno.
Haz, Madre, con tu intercesión,
que los frutos de este Año no se disipen,
y que las semillas de gracia se desarrollen
hasta alcanzar plenamente la santidad,
a la que todos estamos llamados. 

3. Hoy queremos confiarte el futuro que nos espera,
rogándote que nos acompañes en nuestro camino.
Somos hombres y mujeres de una época extraordinaria,
tan apasionante como rica de contradicciones.
La humanidad posee hoy instrumentos de potencia inaudita.
Puede hacer de este mundo un jardín
o reducirlo a un cúmulo de escombros.
Ha logrado una extraordinaria capacidad de intervenir
en las fuentes mismas de la vida:
Puede usarlas para el bien, dentro del marco de la ley moral,
o ceder al orgullo miope
de una ciencia que no acepta límites,
llegando incluso a pisotear el respeto debido a cada ser humano.
Hoy, como nunca en el pasado,
la humanidad está en una encrucijada.
Y, una vez más, la salvación está sólo y enteramente,
oh Virgen Santa, en tu hijo Jesús. 

4. Por esto, Madre, como el apóstol Juan,
nosotros queremos acogerte en nuestra casa (cf. Jn 19, 27),
para aprender de ti a ser como tu Hijo.
¡“Mujer, aquí tienes a tus hijos”!.
Estamos aquí, ante ti,
para confiar a tus cuidados maternos
a nosotros mismos, a la Iglesia y al mundo entero.
Ruega por nosotros a tu querido Hijo,
para que nos dé con abundancia el Espíritu Santo,
el Espíritu de verdad que es fuente de vida.
Acógelo por nosotros y con nosotros,
como en la primera comunidad de Jerusalén,
reunida en torno a ti el día de Pentecostés (cf. Hch 1, 14).
Que el Espíritu abra los corazones a la justicia y al amor,
guíe a las personas y las naciones hacia una comprensión recíproca
y hacia un firme deseo de paz.
Te encomendamos a todos los hombres,
comenzando por los más débiles:
a los niños que aún no han visto la luz
y a los que han nacido en medio de la pobreza y el sufrimiento;
a los jóvenes en busca de sentido,
a las personas que no tienen trabajo
y a las que padecen hambre o enfermedad.
Te encomendamos a las familias rotas,
a los ancianos que carecen de asistencia
y a cuantos están solos y sin esperanza. 

5. Oh Madre, que conoces los sufrimientos
y las esperanzas de la Iglesia y del mundo,
ayuda a tus hijos en las pruebas cotidianas
que la vida reserva a cada uno
y haz que, por el esfuerzo de todos,
las tinieblas no prevalezcan sobre la luz.
A ti, aurora de la salvación, confiamos
nuestro camino en el nuevo Milenio,
para que bajo tu guía
todos los hombres descubran a Cristo,
luz del mundo y único Salvador,
que reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS
XXXIV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

1 de enero de 2001

1. "Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre" (Lc 2, 19).

Hoy, Octava de Navidad, la liturgia nos estimula con estas palabras a caminar, con nuevo y consciente fervor, hacia Belén, para adorar al Niño divino, que ha nacido por nosotros. Nos invita a seguir los pasos de los pastores que, al entrar en la gruta, reconocen en aquel pequeño ser humano, "nacido de una mujer, nacido bajo la ley" (Ga 4, 4), al Omnipotente que se hizo uno de nosotros. Junto a él, José y María son testigos silenciosos del prodigio de la Navidad. Este es el misterio que también nosotros, hoy, contemplamos asombrados:  ha nacido por nosotros el Señor. María dio "a luz al Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (cf. Sedulio).

Permanecemos extasiados ante la escena que nos narra el evangelista. Contemplemos, de modo particular, a los pastores. Ellos, modelos sencillos y gozosos de la búsqueda humana, especialmente en el marco del gran jubileo, ponen de manifiesto cuáles deben ser las condiciones interiores para encontrar a Jesús.

La desarmante ternura del Niño, la pobreza sorprendente en la que se halla, y la humilde sencillez de María y José transforman la vida de los pastores:  se convierten así en mensajeros de salvación, evangelistas ante litteram. Escribe san Lucas:  "Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho" (Lc 2, 20). Se fueron felices y enriquecidos por un acontecimiento que había cambiado su existencia. En sus palabras se percibe el eco de una alegría interior que se transforma en canto:  "Se volvieron dando gloria y alabanza a Dios".

2. También nosotros, en este Año jubilar, nos hemos puesto en camino para encontrar a Cristo, el Redentor del hombre. Al cruzar la Puerta santa, hemos experimentado su presencia misteriosa, que da al hombre la posibilidad de pasar del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. El Hijo de Dios, que se encarnó por nosotros, nos ha hecho oír su fuerte exhortación a la conversión y al amor.

¡Cuántos dones, cuántas ocasiones extraordinarias ha ofrecido el gran jubileo a los creyentes! En la experiencia del perdón recibido y dado, en el recuerdo de los mártires, en la escucha del grito de los pobres del mundo y en los testimonios llenos de fe que nos han transmitido nuestros hermanos creyentes de todos los tiempos, también nosotros hemos percibido la presencia salvífica de Dios en la historia. Hemos palpado su amor que renueva la faz de la tierra. Dentro de algunos días concluirá este tiempo especial de gracia. Como a los pastores que fueron a adorarlo, Cristo pide a los creyentes, a quienes ha dado la alegría de encontrarlo, una valiente disponibilidad a ponerse nuevamente en camino para anunciar su Evangelio, antiguo y siempre nuevo. Los envía a vivificar la historia y las culturas de los hombres con su mensaje salvífico.

3. "Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios" (Lc 2, 30). También nosotros, animados y enriquecidos por la gracia jubilar, iniciemos este nuevo año que nos da el Señor. Nos confortan las palabras de la primera lectura, que renuevan la bendición del Creador:  "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 24-25). El Señor nos dé su paz, la paz que no es fruto de componendas humanas, sino del sorprendente efecto de su mirada benévola sobre nosotros. Esta es la paz que invocamos hoy, al celebrar la XXXIV Jornada mundial de la paz.

Saludo con gran afecto a los ilustres señores embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, presentes en esta solemne liturgia. Saludo, de modo particular, al querido monseñor François Xavier Nguyên Van Thuân, presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, así como a los colaboradores de ese dicasterio, que tiene la misión específica de representar la solicitud del Papa y de la Sede apostólica por la promoción de un mundo más justo y concorde. Saludo a las autoridades y a cuantos han querido intervenir en este encuentro de oración por la paz. A todos quisiera volver a proponer idealmente el Mensaje para la jornada mundial de la paz de este año, en el que he afrontado un tema particularmente actual, el "Diálogo entre las culturas para una civilización del amor y la paz".

4. Hoy, en este sugestivo marco litúrgico, renuevo a toda persona de buena voluntad la invitación apremiante a recorrer con confianza y tenacidad el camino privilegiado del diálogo. Sólo así no se dilapidarán las riquezas específicas, que caracterizan la historia y la vida de los hombres y los pueblos, sino que, por el contrario, podrán contribuir a la construcción de una era nueva de solidaridad fraterna. Ojalá que todos se esfuercen por promover una auténtica cultura de la solidaridad y de la justicia, estrechamente "unida al valor de la paz, objetivo primordial de toda sociedad y de la convivencia nacional e internacional" (Mensaje para la XXXIV Jornada mundial de la paz, 8 de diciembre de 2000, n. 18:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de diciembre de 2000, p. 11).

Esto es más necesario aún en la actual situación mundial, que se ha vuelto compleja a causa de la difundida movilidad humana, la comunicación global y el encuentro, no siempre fácil, entre culturas diversas. Al mismo tiempo, hay que reafirmar con vigor la urgencia de defender la vida, bien fundamental de la humanidad, ya que "no se puede invocar la paz y despreciar la vida" (ib., 19)

Elevemos al Señor nuestra oración para que el respeto de estos valores de fondo, patrimonio de toda cultura, contribuya a la construcción de la deseada civilización del amor y de la paz. Que nos lo obtenga Cristo, Príncipe de la paz, a quien contemplamos en la pobreza del pesebre.

5. "María  conservaba todas  estas cosas, meditándolas  en  su  corazón" (Lc 2, 19).

Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de María, Madre de Dios. Después de presentarla como la Madre que ofrece el Niño a los pastores que lo buscaban con solicitud, el evangelista san Lucas nos brinda un icono de María, sencillo y majestuoso a la vez. María es la mujer de fe, que acogió a Dios en su corazón, en sus proyectos, en su cuerpo y en su experiencia de esposa y madre. Es la creyente capaz de captar en el insólito nacimiento del Hijo la llegada de la "plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), en la que Dios, eligiendo los caminos sencillos de la existencia humana, decidió comprometerse personalmente en la obra de la salvación.

La fe lleva a la Virgen santísima a recorrer sendas desconocidas e imprevisibles, conservando todo en su corazón, es decir, en la intimidad de su espíritu, para responder con renovada adhesión a Dios y a su designio de amor.

6. A ella dirigimos, al comienzo de este nuevo año, nuestra oración.

Ayúdanos también a nosotros, oh María, a renovar con espíritu de fe nuestra existencia. Ayúdanos a saber salvaguardar espacios de silencio y de contemplación en la frenética vida diaria. Haz que tendamos siempre hacia las exigencias de la paz verdadera, don de la Navidad de Cristo.

A ti, en este primer día del año 2001, te encomendamos las expectativas y las esperanzas de toda la humanidad:  "Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no desoigas la oración de tus hijos necesitados; antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita" (Liturgia de las Horas).

Virgen Madre de Dios, intercede por nosotros ante tu Hijo, para que su rostro resplandezca en el camino del nuevo milenio y todo hombre pueda vivir en la justicia y la paz. Amén.

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Miércoles 15 de agosto de 2001

1. "El último enemigo aniquilado será la muerte" (1 Co 15, 26).

Estas palabras de san Pablo, que acaban de resonar en la segunda lectura, nos ayudan a comprender el significado de la solemnidad que hoy celebramos. En María, elevada al cielo al concluir su vida terrena, resplandece la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte, que entró en el mundo a causa del pecado de Adán. Cristo, el "nuevo" Adán, derrotó la muerte, ofreciéndose como sacrificio en el Calvario, con actitud de amor obediente al Padre. Así, nos ha rescatado de la esclavitud del pecado y del mal. En el triunfo de la Virgen la Iglesia contempla a la Mujer que el Padre eligió como verdadera Madre de su Hijo unigénito, asociándola íntimamente al designio salvífico de la Redención.

Por esto María, como pone de relieve la liturgia, es signo consolador de nuestra esperanza. Al fijar nuestra mirada en ella, arrebatada al júbilo del ejército de los ángeles, toda la historia humana, mezcla de luces y sombras, se abre a la perspectiva de la felicidad eterna. Si la experiencia diaria nos permite comprobar cómo la peregrinación terrena está marcada por la incertidumbre y la lucha, la Virgen elevada a la gloria del Paraíso nos asegura que jamás nos faltará la protección divina.

2. "Una gran señal apareció en el cielo:  una mujer vestida de sol" (Ap 12, 1). Contemplemos a María, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos aquí en un día tan importante para la devoción del pueblo cristiano. Os saludo con gran afecto. Saludo de modo particular al señor cardenal Angelo Sodano, mi primer colaborador, y al obispo de Albano, así como  a su auxiliar, a quienes agradezco su  amable  presencia.  Saludo  asimismo al párroco y a los sacerdotes que colaboran con él, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles presentes, de manera especial a los consagrados salesianos, a la comunidad de Castelgandolfo y a la del palacio pontificio. Extiendo mi saludo a los peregrinos de diversas lenguas que han querido unirse a nuestra celebración. A cada uno deseo que viva con alegría esta solemnidad, rica en motivos de meditación.

Una gran señal aparece hoy para nosotros en el cielo:  la Virgen Madre. De ella nos habla, con lenguaje profético, el autor sagrado de libro del Apocalipsis, en la primera lectura. ¡Qué extraordinario prodigio se presenta ante nuestros ojos atónitos! Acostumbrados a ver las realidades de la tierra, se nos invita a dirigir la mirada hacia lo alto:  hacia el cielo, nuestra patria definitiva, donde nos espera la Virgen santísima.

El hombre moderno, quizá más que en el pasado, se siente arrastrado por intereses y preocupaciones materiales. Busca seguridad, pero a menudo experimenta soledad y angustia. ¿Y qué decir del enigma de la muerte? La Asunción de María es un acontecimiento que nos afecta de cerca, precisamente porque todo hombre está destinado a morir. Pero la muerte no es la última palabra, pues, como nos asegura el misterio de la Asunción de la Virgen, se trata de un paso hacia la vida, al encuentro del Amor. Es un paso hacia la bienaventuranza celestial reservada a cuantos luchan por la verdad y la justicia y se esfuerzan por seguir a Cristo.

3. "Desde ahora me felicitarán todas las generaciones" (Lc 1, 48). Así exclama la Madre de Cristo durante el encuentro con su prima santa Isabel. El evangelio acaba de proponernos de nuevo el Magníficat, que la Iglesia canta todos los días. Es la respuesta de la Virgen a las palabras proféticas de santa Isabel:  "Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1, 45).

En María la promesa se hace realidad:  dichosa es la Madre y dichosos seremos nosotros, sus hijos, si, como ella, escuchamos y ponemos en práctica la palabra del Señor.

Que esta solemnidad abra nuestro corazón a esa perspectiva superior de la existencia. Que la Virgen, a la que hoy contemplamos resplandeciente a la derecha del Hijo, ayude a vivir al hombre de hoy, creyendo "en el cumplimiento de la palabra del Señor".

4. "Hoy los hijos de la Iglesia en la tierra celebran con júbilo el tránsito de la Virgen a la ciudad superior, la Jerusalén celestial" (Laudes et hymni, VI). Así canta la liturgia armenia hoy. Hago mías estas palabras, pensando en la peregrinación apostólica a Kazajstán y Armenia que, si Dios quiere, realizaré dentro de poco más de un mes. A ti, María, te encomiendo el éxito de esta nueva etapa de mi servicio a la Iglesia y al mundo. Te pido que ayudes a los creyentes a ser centinelas de la esperanza que no defrauda, y a proclamar sin cesar que Cristo es el vencedor del mal y de la muerte. Ilumina tú, Mujer fiel, a la humanidad de nuestro tiempo, para que comprenda que la vida de todo hombre no se extingue en un puñado de polvo, sino que está llamada a un destino de felicidad eterna.

María, "que eres la alegría del cielo y de la tierra", vela y ruega por nosotros y por el mundo entero, ahora y siempre. Amén.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, Y EN LA XXXV JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

1 de enero de 2002

1. "¡Salve, Madre santa!, Virgen Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (cf. Antífona de entrada).
Con este antiguo saludo, la Iglesia se dirige hoy, octavo día después de la Navidad y primero del año 2002, a María santísima, invocándola como Madre de Dios.
El Hijo eterno del Padre tomó en ella nuestra misma carne y, a través de ella, se convirtió en "hijo de David e hijo de Abraham" (Mt 1, 1). Por tanto, María es su verdadera Madre:  ¡Theotókos, Madre de Dios!
Si Jesús es la vida, María es la Madre de la vida.
Si Jesús es la esperanza, María es la Madre de la esperanza.
Si Jesús es la paz, María es la Madre de la paz, Madre del Príncipe de la paz.
Al entrar en el nuevo año, pidamos a esta Madre santa que nos bendiga. Pidámosle que nos dé a Jesús, nuestra bendición plena, en quien el Padre ha bendecido de una vez para siempre la historia, transformándola en historia de salvación.

2. ¡Salve, Madre santa! Bajo la mirada materna de María se sitúa esta Jornada mundial de la paz. Reflexionamos sobre la paz en un clima de preocupación generalizada a causa de los recientes acontecimientos dramáticos que han sacudido el mundo. Pero, aunque pueda parecer humanamente difícil mirar al futuro con optimismo, no debemos ceder a la tentación del desaliento.
Al contrario, debemos trabajar por la paz con valentía, conscientes de que el mal no prevalecerá.
La luz y la esperanza para este compromiso nos vienen de Cristo. El Niño nacido en Belén es la Palabra eterna del Padre hecha carne por nuestra salvación, es el "Dios con nosotros", que trae consigo el secreto de la verdadera paz. Es el Príncipe de la paz.

3. Con estos sentimientos, saludo con deferencia a los ilustres señores embajadores ante la Santa Sede que han querido participar en esta solemne celebración. Saludo afectuosamente al presidente del Consejo pontificio Justicia y paz, señor cardenal François Xavier Nguyên Van Thuân, y a todos sus colaboradores, y les agradezco el esfuerzo que realizan a fin de difundir mi Mensaje anual para la Jornada mundial de la paz, que este año tiene como tema:  "No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón".
Justicia y perdón:  estos son los dos "pilares" de la paz, que he querido poner de relieve. Entre justicia y perdón no hay contraposición, sino complementariedad, porque ambos son esenciales para la promoción de la paz. En efecto, esta, mucho más que un cese temporal de las hostilidades, es una profunda cicatrización de las heridas abiertas que rasgan los corazones (cf. Mensaje, 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 7). Sólo el perdón puede apagar la sed de venganza y abrir el corazón a una reconciliación auténtica y duradera entre los pueblos.

4. Dirigimos hoy nuestra mirada al Niño, a quien María estrecha entre sus brazos. En él reconocemos a Aquel en quien la misericordia y la verdad se encuentran, la justicia y la paz se besan (cf. Sal 84, 11). En él adoramos al Mesías verdadero, en quien Dios ha conjugado, para nuestra salvación, la verdad y la misericordia, la justicia y el perdón.

En nombre de Dios renuevo mi llamamiento apremiante a todos, creyentes y no creyentes, para que el binomio "justicia y perdón" caracterice siempre las relaciones entre las personas, entre los grupos sociales y entre los pueblos.
Este llamamiento se dirige, ante todo, a cuantos creen en Dios, en particular a las tres grandes religiones que descienden de Abraham, judaísmo, cristianismo islam, llamadas a rechazar siempre con firmeza y decisión la violencia. Nadie, por ningún motivo, puede matar en nombre de Dios, único y misericordioso. Dios es vida y fuente de la vida. Creer en él significa testimoniar su misericordia y su perdón, evitando instrumentalizar su santo nombre.
Desde diversas partes del mundo se eleva una ferviente invocación de paz; se eleva particularmente de la Tierra que Dios bendijo con su Alianza y su Encarnación, y que por eso llamamos Santa. "La voz de la sangre" clama a Dios desde aquella tierra (cf. Gn 4, 10); sangre de hermanos derramada por hermanos, que se remontan al mismo patriarca Abraham; hijos, como todos los hombres, del mismo Padre celestial.

5. ¡Salve, Madre santa! Virgen hija de Sión, ¡cuánto debe sufrir por esta sangre tu corazón de Madre!
El Niño que estrechas contra tu pecho lleva un nombre apreciado por los pueblos de religión bíblica:  Jesús, que significa "Dios salva". Así lo llamó el arcángel antes de que fuera concebido en tu seno (cf. Lc 2, 21). En el rostro del Mesías recién nacido reconocemos el rostro de todos tus hijos vilipendiados y explotados. Reconocemos especialmente el rostro de los niños, cualquiera que sea su raza, nación y cultura. Por ellos, oh María, por su futuro, te pedimos que ablandes los corazones endurecidos por el odio, para  que  se  abran al amor, y la venganza ceda finalmente el paso al perdón.
Obtennos, oh Madre, que la verdad de esta afirmación -"No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón"- se grabe en el corazón de todos. Así la familia humana podrá encontrar la paz verdadera, que brota del encuentro entre la justicia y la misericordia.

Madre santa, Madre del Príncipe de la paz, ¡ayúdanos!
Madre de la humanidad y Reina de la paz, ¡ruega por nosotros!

VIAJE APOSTÓLICO A POLONIA

IV CENTENARIO DEL SANTUARIO DE KALWARIA ZEBRZYDOWSKA

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Santuario de Kalwaria Zebrzydowska
Lunes 19 de agosto de 2002

"Dios te salve, Reina y Madre de misericordia; vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve".

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Vengo hoy a este santuario como peregrino, como venía cuando era niño y en edad juvenil. Me presento ante la Virgen de Kalwaria al igual que cuando venía como obispo de Cracovia para encomendarle los problemas de la archidiócesis y de quienes Dios había confiado a mi cuidado pastoral. Vengo aquí y, como entonces, repito:  Dios te salve, Reina y Madre de misericordia.

¡Cuántas veces he experimentado que la Madre del Hijo de Dios dirige sus ojos misericordiosos a las preocupaciones del hombre afligido y le obtiene la gracia de resolver problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra por la fuerza y la sabiduría de la Providencia divina! ¿No lo han experimentado, acaso, también generaciones enteras de peregrinos que acuden aquí desde hace cuatrocientos años? Ciertamente sí. De lo contrario, no tendría lugar hoy esta celebración. No estaríais aquí vosotros, queridos hermanos, que recorréis los senderos de Kalwaria, siguiendo las huellas de la pasión y de la cruz de Cristo y el itinerario de la compasión y de la gloria de su Madre. Este lugar, de modo admirable, ayuda al corazón y a la mente a penetrar en el misterio del vínculo que unió al Salvador que padecía y a su Madre que compadecía. En el centro de este misterio de amor, el que viene aquí se encuentra a sí mismo, encuentra su vida, su cotidianidad, su debilidad y, al mismo tiempo, la fuerza de la fe y de la esperanza:  la fuerza que brota de la convicción de que la Madre no abandona al hijo en la desventura, sino que lo conduce a su Hijo y lo encomienda a su misericordia.

2. "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25). Aquella que estaba unida al Hijo de Dios por vínculos de sangre y de amor materno, allí, al pie de la cruz, vivía esa unión en el sufrimiento. Ella sola, a pesar del dolor del corazón de madre, sabía que ese sufrimiento tenía un sentido. Tenía confianza -confianza a pesar de todo- en que se estaba cumpliendo la antigua promesa:  "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje:  él te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar" (Gn 3, 15). Y su confianza fue confirmada cuando el Hijo agonizante se dirigió a ella:  "¡Mujer!".

En aquel momento, al pie de la cruz, ¿podía esperar que tres días después la promesa de Dios se cumpliría? Esto será siempre un secreto de su corazón. Sin embargo, sabemos una cosa:  ella, la primera entre todos los seres humanos, participó en la gloria del Hijo resucitado. Ella -como creemos y profesamos-, fue elevada al cielo en cuerpo y alma para experimentar la unión en la gloria, para alegrarse junto al Hijo por los frutos de la Misericordia divina y obtenerlos para los que buscan refugio en ella.

3. El vínculo misterioso de amor. ¡Cuán espléndidamente lo expresa este lugar! La historia afirma que, a comienzos del siglo XVII, Mikolaj Zebrzydowski, fundador del santuario, puso los cimientos para construir la capilla del Gólgota, según el modelo de la iglesia de la Crucifixión de Jerusalén. De ese modo, deseaba sobre todo hacer que el misterio de la pasión y la muerte de Cristo fuera más cercano a sí mismo y a los demás. Sin embargo, más tarde, proyectando la construcción de las calles de la pasión del Señor, desde el cenáculo hasta el sepulcro de Cristo, impulsado por la devoción mariana y la inspiración de Dios, quiso poner en aquel itinerario algunas capillas que evocaran los acontecimientos de María. Así surgieron otros senderos y una nueva práctica religiosa, en cierto modo como complemento del vía crucis:  la devoción llamada vía de la compasión de la Madre de Dios y de todas las mujeres que sufrieron juntamente con ella. Desde hace cuatro siglos se suceden generaciones de peregrinos que recorren aquí las huellas del Redentor y de su Madre, tomando abundantemente de ese amor que resistió a los sufrimientos y a la muerte, y culminó en la gloria del cielo.

Durante estos siglos, los peregrinos han estado acompañados fielmente por los padres Franciscanos, llamados "Bernardinos", encargados de la asistencia espiritual del santuario de Kalwaria. Hoy quiero expresarles mi gratitud por esta predilección por Cristo que padeció, y por su Madre, que compadeció; una predilección que con fervor y entrega infunden en el corazón de los peregrinos. Amadísimos padres y hermanos "Bernardinos", que Dios os bendiga en este ministerio, ahora y en el futuro.

4. En 1641 el santuario de Kalwaria fue enriquecido con un don particular. La Providencia dirigió hacia Kalwaria los pasos de Stanislaw Paszkowski, de Brzezie, para que encomendara a la custodia de los padres "Bernardinos" la imagen de la Madre santísima, ya famosa por sus gracias cuando se hallaba en la capilla de familia. Desde entonces, y especialmente desde el día de la coronación, realizada en 1887 por el obispo de Cracovia Albin Sas Dunajewski, con el beneplácito del Papa León XIII, los peregrinos terminan su peregrinación por las sendas delante de ella. Al inicio venían aquí de todas las partes de Polonia, pero también de Lituania, de la Rus', de Eslovaquia, de Bohemia, de Hungría, de Moravia y de Alemania. Se han encariñado particularmente con ella los habitantes de Silesia, que han ofrecido la corona a Jesús y, desde el día de la coronación, todos los años participan en la procesión el día de la Asunción de la santísima Virgen María.

¡Cuán importante ha sido este lugar para la Polonia dividida por las reparticiones! Lo expresó monseñor Dunajewski, que posteriormente llegó a ser cardenal, durante la coronación, rezando así: "En este día María fue elevada al cielo y coronada. Al celebrarse el aniversario de este día, todos los santos ponen sus coronas a los pies de su Reina, y también hoy el pueblo polaco trae las coronas de oro, para que las manos del obispo las pongan sobre la frente de María en esta imagen milagrosa. Recompénsanos por esto, oh Madre, para que seamos uno entre nosotros y contigo".

Así rezaba por la unificación de la Polonia dividida. Hoy, después de que ha llegado a ser una unidad territorial y nacional, las palabras de aquel pastor no sólo conservan su actualidad, sino que, además, adquieren un significado nuevo. Es preciso repetirlas hoy, pidiendo a María que nos obtenga la unidad de la fe, la unidad del espíritu y del pensamiento, la unidad de las familias y la unidad social. Por esto ruego hoy con vosotros:  haz, oh Madre de Kalwaria, "que seamos uno entre nosotros y contigo".

5. "Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María!

Dirige, oh Señora de las gracias, tu mirada a este pueblo que desde hace siglos permanece fiel a ti y a tu Hijo.
Dirige la mirada a esta nación, que siempre ha puesto su esperanza en tu amor de Madre.
Dirige a nosotros la mirada, esos tus ojos misericordiosos, y obtennos lo que tus hijos más necesitan.
Abre el corazón de los ricos a las necesidades de los pobres y de los que sufren.
Haz que los desempleados encuentren trabajo.

Ayuda a los que se han quedado en la calle a encontrar una vivienda.
Dona a las familias el amor que permite superar todas las dificultades.
Indica a los jóvenes el camino y las perspectivas para el futuro.
Envuelve a los niños con el manto de tu protección, para que no sufran escándalo.
Anima a las comunidades religiosas con la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Haz que los sacerdotes sigan las huellas de tu Hijo dando cada día la vida por las ovejas.
Obtén para los obispos la luz del Espíritu Santo, para que guíen la Iglesia en estas tierras hacia el reino de tu Hijo por un camino único y recto.
Madre santísima, nuestra Señora de Kalwaria, obtén también para mí las fuerzas del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión que me ha encomendado el Resucitado.
En ti pongo todos los frutos de mi vida y de mi ministerio; a ti encomiendo el destino de la Iglesia; a ti entrego mi nación; en ti confío y te declaro una vez más:  Totus tuus, Maria! Totus tuus. Amén.

 (Palabras del Santo Padre al final de la misa en el santuario de Kalwaria)

Está a punto de concluir mi peregrinación a Polonia, a Cracovia. Me alegra que esta visita culmine precisamente en Kalwaria, a los pies de María. Una vez más deseo encomendar a su protección a vosotros, aquí reunidos, a la Iglesia en Polonia y a todos los compatriotas. Que su amor sea fuente de abundantes gracias para nuestro país y para sus habitantes.

Cuando visité este santuario en 1979, os pedí que orarais por mí mientras viva y después de mi muerte. Hoy os doy las gracias a vosotros y a todos los peregrinos de Kalwaria por estas oraciones, por el apoyo espiritual que recibo continuamente. Y sigo pidiéndoos:  no dejéis de orar -lo repito una vez más- mientras viva y después de mi muerte. Y yo, como siempre, os pagaré vuestra benevolencia encomendándoos a todos a Cristo misericordioso y a su Madre.

PRIMERAS VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
Y CANTO DEL "TE DEUM"

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Martes 31 de diciembre de 2002 

 1. "Nacido de mujer, nacido bajo la ley" (Ga 4, 4).

Con esta expresión, el apóstol san Pablo resume el misterio del Hijo de Dios, "engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre".
"Tu Patris sempiternus es Filius", acabamos de cantar en el himno Te Deum. En el abismo inescrutable de Dios tiene su origen "ab aeterno" la misión de Cristo, destinada a "recapitular todo en Cristo, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).
El tiempo, iniciado con la creación, alcanza su plenitud cuando es "visitado" por Dios en la Persona del Hijo unigénito. En el momento en que Jesús nace en Belén, acontecimiento de alcance incalculable en la historia de la salvación, la bondad de Dios adquiere un "rostro" visible y tangible (cf. Tt 3, 4).
Ante el Niño, al que María envuelve en pañales y acuesta en el pesebre, todo parece detenerse. Aquel que es el Alfa y la Omega, el principio y el fin, gime en los brazos de una mujer:  ¡el Creador ha nacido entre nosotros!
En Jesús, el Padre celestial ha querido rescatarnos del pecado y adoptarnos como hijos (cf. Ga 4, 5). Junto con María, adoremos en silencio un misterio tan grande.

2. Este es el sentimiento que nos embarga, mientras celebramos las primeras Vísperas de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La liturgia hace coincidir esta significativa fiesta mariana con el fin y el inicio del año. Por eso, esta tarde, al contemplar el misterio de la maternidad divina de la Virgen, elevamos el cántico de nuestra gratitud porque está a punto de concluir el año 2002, a la vez que se perfila en el horizonte de la historia el 2003. Demos gracias a Dios desde lo más hondo de nuestro corazón por todos los beneficios que nos ha concedido durante los doce meses pasados.
Pienso, en particular, en la generosa respuesta de tantos jóvenes a la propuesta cristiana; pienso en la creciente sensibilidad eclesial ante los valores de la paz, de la vida y de la conservación de la creación; pienso también en algunos pasos significativos dados en el arduo camino ecuménico. Por todo esto demos gracias a Dios, pues sus dones preceden y acompañan siempre todos los gestos positivos que realizamos.

3. Me alegra vivir estos momentos, como cada año, con todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, que representáis a la comunidad diocesana de Roma. A cada uno dirijo un cordial saludo. Saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes y a las religiosas comprometidos en el servicio pastoral en las diversas parroquias y en las oficinas diocesanas. Saludo al señor alcalde de Roma, a los miembros de la Junta y del Concejo municipal, así como a las demás autoridades provinciales y regionales. Mi saludo se extiende a todos los que viven en nuestra ciudad y en nuestra región, en particular a cuantos se encuentran en situaciones de dificultad y necesidad.
El camino de la Iglesia en Roma se ha caracterizado este año por un compromiso especial en favor de las vocaciones sacerdotales y religiosas. En este tema, decisivo para el presente y el futuro de la evangelización, centró su atención la asamblea diocesana del pasado mes de junio. Hacia este mismo objetivo convergen las diferentes iniciativas y actividades pastorales organizadas por la diócesis. La atención a las vocaciones se inserta justamente dentro de la opción en favor del espíritu misionero que, después  de  la Misión ciudadana, constituye  la  línea fundamental de la vida y de la pastoral de la Iglesia de Roma.

4. Todos deben sentirse implicados en esta vasta acción misionera y vocacional. Pero corresponde en primer lugar a los sacerdotes trabajar por las vocaciones, ante todo viviendo con alegría el gran don y misterio que Dios ha puesto en ellos, para "engendrar" nuevas y santas vocaciones.
La pastoral vocacional ha de ser una prioridad para las parroquias, llamadas a ser escuelas de santidad y de oración, gimnasios de caridad y de servicio a los hermanos, y especialmente para las familias que, como células vitales, forman la comunidad parroquial. Cuando entre los esposos reina el amor, los hijos crecen moralmente sanos, y florecen más fácilmente las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
En este año, que he querido proclamar "Año del Rosario", os invito particularmente a vosotras, queridas familias de Roma, a rezar todos los días el rosario, para que en vuestro seno se cree el clima favorable a la escucha de Dios y al cumplimiento fiel de su voluntad.

5. "Fiat misericordia tua, Domine, super nos, quemadmodum speravimus in te:  Que tu  misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti".

¡Tu misericordia, Señor! En esta liturgia de fin de año, además de la alabanza y la acción de gracias, realizamos un sincero examen de conciencia personal y comunitario. Pedimos perdón al Señor por las faltas que hemos cometido, conscientes de que Dios, rico en misericordia, es infinitamente más grande que nuestros pecados.
"En ti esperamos". En ti, Señor, -reafirmamos esta tarde- reside nuestra esperanza. Tú, en la Navidad, has traído la alegría al mundo, irradiando tu luz sobre el camino de los hombres y de los pueblos. Las ansias y las angustias no pueden apagarla; el esplendor de tu presencia nos consuela constantemente.
Que todo hombre y toda mujer de buena voluntad encuentren y experimenten la fuerza de tu amor y de tu paz. Que la ciudad de Roma y la humanidad entera te acojan como su único Salvador. Este es mi deseo para todos; un deseo que pongo en las manos de María, Madre de Dios, Salus populi romani.

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS
XXXVI JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Miércoles 1 de enero de 2003 

1. "El Señor te bendiga y te proteja; (...) se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6, 24. 26):  esta es la bendición que, en el Antiguo Testamento, los sacerdotes pronunciaban sobre el pueblo elegido en las grandes fiestas religiosas. La comunidad eclesial vuelve a escucharla, mientras pide al Señor que bendiga el nuevo año recién iniciado.
"El Señor te bendiga y te proteja". Ante los acontecimientos que trastornan el planeta, es evidente que sólo Dios puede tocar el alma humana en lo más íntimo de su ser; sólo su paz puede devolver la esperanza a la humanidad. Es preciso que él se fije en nosotros, nos bendiga, nos proteja y nos dé su paz.
Por tanto, es muy conveniente iniciar el nuevo año pidiéndole este don tan valioso. Lo hacemos por intercesión de María, Madre del "Príncipe de la paz".

2. En esta solemne celebración me alegra dirigir un cordial saludo a los ilustres señores embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Dirijo también un afectuoso saludo a mi secretario de Estado y a los demás responsables de los dicasterios de la Curia romana, y en particular al nuevo presidente del Consejo pontificio Justicia y paz. Deseo manifestarles mi gratitud por su compromiso diario en favor de una convivencia pacífica entre los pueblos, según las directrices de los Mensajes para la Jornada mundial de la paz. El Mensaje de este año evoca la encíclica Pacem in terris, en el cuadragésimo aniversario de su publicación. El contenido de este autorizado e histórico documento del Papa Juan XXIII constituye "una tarea permanente" para los creyentes y para los hombres de buena voluntad de nuestro tiempo, caracterizado por tensiones, pero también por muchas expectativas positivas.

3. Cuando se escribió la Pacem in terris, había nubes que ensombrecían el horizonte mundial, y sobre la humanidad se cernía la amenaza de una guerra atómica.Mi venerado predecesor, a quien tuve la alegría de elevar al honor de los altares, no se dejó vencer por la tentación del desaliento. Al contrario, apoyándose en una firme confianza en Dios y en las potencialidades del corazón humano, indicó con fuerza "la verdad, la justicia, el amor y la libertad" como los "cuatro pilares" sobre los que es preciso construir una paz duradera (cf. Mensaje, 3).
Su enseñanza conserva su actualidad. Hoy, como entonces, a pesar de los graves y repetidos atentados contra la convivencia serena y solidaria de los pueblos, la paz es posible y necesaria. Más aún, la paz es el bien más valioso que debemos implorar de Dios y construir con todo esfuerzo, mediante gestos concretos de paz de todos los hombres y mujeres de buena voluntad (cf. ib., 9).

4. La página evangélica que acabamos de escuchar nos ha vuelto a llevar espiritualmente a Belén, a donde los pastores acudieron para adorar al Niño en la noche de Navidad (cf. Lc 2, 16). ¡Cómo no dirigir la mirada con aprensión y dolor a aquel lugar santo donde nació Jesús!

¡Belén! ¡Tierra Santa! La dramática y persistente tensión en la que se encuentra esta región de Oriente Próximo hace más urgente la búsqueda de una solución positiva del conflicto fratricida e insensato que, desde hace ya demasiado tiempo, la está ensangrentando. Se requiere la cooperación de todos los que creen en Dios, conscientes de que la religiosidad auténtica, lejos de ser fuente de conflicto entre las personas y los pueblos, más bien los impulsa a construir juntos un mundo de paz.
Recordé esto con vigor en el Mensaje para la actual Jornada mundial de la paz:  "La religión tiene un papel vital para suscitar gestos de paz y consolidar condiciones de paz". Y añadí que "puede desempeñar este papel tanto más eficazmente cuanto más decididamente se concentra en lo que la caracteriza:  la apertura a Dios, la enseñanza de una fraternidad universal y la promoción de una cultura de solidaridad" (n. 9).Ante los actuales conflictos y las amenazadoras tensiones de este momento, invito una vez más a orar para que se busquen "medios pacíficos" con vistas a su solución, inspirados por una "voluntad de acuerdo leal y constructivo", en armonía con los principios del derecho internacional (cf. ib., 8).


5. "Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, (...) para que recibiéramos el ser hijos por adopción" (Ga 4, 4-5). En la plenitud de los tiempos, recuerda san Pablo, Dios envió al mundo un Salvador, nacido de una mujer. Por tanto, el nuevo año comienza bajo el signo de una mujer, bajo el signo de una madre:  María.

En continuación ideal con el gran jubileo, cuyo eco no se ha extinguido aún, proclamé, el pasado mes de octubre, el Año del Rosario. Después de proponer de nuevo con vigor a Cristo como único Redentor del mundo, he deseado que este año se caracterice por una presencia particular de María. En la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae escribí que "el rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo, Príncipe de la paz y "nuestra paz" (Ef 2, 14). Quien interioriza el misterio de Cristo -y el rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de él un proyecto de vida" (n. 40).
Que María nos ayude a descubrir el rostro de Jesús, Príncipe de la paz. Que ella nos sostenga y acompañe en este año nuevo, y nos obtenga a nosotros y al mundo entero el anhelado don de la paz. ¡Alabado sea Jesucristo!

 PRIMERAS VÍSPERAS DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Miércoles 31 de diciembre de 2003

1. Te Deum laudamus! Así canta la Iglesia su gratitud a Dios, mientras se alegra aún por la Navidad del Señor. En la sugestiva celebración de esta tarde nuestra atención se centra en el encuentro ideal del año solar con el litúrgico, dos ciclos temporales que implican dos dimensiones del tiempo.
En la primera dimensión, los días, los meses y los años se suceden según un ritmo cósmico, en el que la mente humana reconoce la huella de la Sabiduría creadora de Dios. Por eso la Iglesia exclama:  Te Deum laudamus!

2. La segunda dimensión del tiempo que la celebración de esta tarde nos manifiesta es la de la historia de la salvación. En su centro y cumbre está el misterio de Cristo. Nos lo acaba de recordar el apóstol san Pablo:  "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (Ga 4, 4). Cristo es el centro de la historia y del cosmos; es el nuevo Sol que surgió en el mundo "de lo alto" (cf. Lc 1, 78), un Sol que lo orienta todo hacia el fin último de la historia.

En estos días, entre Navidad y fin de año, estas dos dimensiones del tiempo se entrelazan con particular elocuencia. Es como si la eternidad de Dios viniera a visitar el tiempo del hombre. De este modo, el Eterno se hace "instante" presente, para que la repetición cíclica de los días y los años no acabe en el vacío del sin sentido.

3. Te Deum laudamus! Sí, te alabamos, Padre, Señor del cielo y de la tierra. Te damos gracias porque has enviado a tu Hijo, hecho Niño pequeño, para dar plenitud al tiempo. Así te ha complacido a ti (cf. Mt 11, 25-26). En él, tu Hijo unigénito, has abierto a la humanidad el camino de la salvación eterna.
Te elevamos nuestra solemne acción de gracias por los innumerables beneficios que nos has concedido a lo largo de este año. Te alabamos y te damos gracias juntamente con María, "que dio al mundo al autor de la vida" (Antífona de la liturgia).

4. Queridos fieles de la diócesis de Roma, es justo que mi palabra se dirija ahora a vosotros expresamente. Estáis aquí para elevar, juntamente con el Papa, vuestra alabanza y vuestra acción de gracias a Dios, dador de todo bien.
A cada uno de vosotros va mi saludo cordial. Va, de manera especial, al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a los obispos auxiliares y a todos los que trabajan activamente al servicio de la comunidad diocesana. Saludo a las autoridades italianas y al alcalde de Roma, al que agradezco su grata presencia.
Esta tarde tenemos aquí, con nosotros, el icono de la Virgen del Amor Divino, valioso don que la comunidad de Roma ha hecho al Papa. Os lo agradezco profundamente. En la corona de la Virgen están engarzadas veinte piedras preciosas, que corresponden a los veinte misterios del santo rosario, de acuerdo con mi petición de que a los quince misterios tradicionales se añadieran los cinco misterios luminosos. Deseo que este icono sea venerado en el nuevo santuario de la Virgen del Amor Divino. A la Virgen encomiendo, en particular, el compromiso pastoral que durante estos años está llevando a cabo la diócesis en favor de la familia, de los jóvenes y de las vocaciones de especial consagración.

A todos repito lo que escribí en 1981 en la exhortación apostólica Familiaris consortio:  "El futuro de la humanidad se fragua en la familia" (n. 86). Encomiendo a la Madre de Dios y a san José, su esposo, mi oración a Jesús, para que inspire a la diócesis de Roma estrategias pastorales adecuadas a nuestro tiempo, dirigidas a todas las familias de la ciudad y a las parejas de jóvenes que se preparan para el matrimonio. Ojalá que la familia corresponda cada vez más plenamente al proyecto que Dios tiene para ella desde siempre.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, se está concluyendo rápidamente otro año. Ya miramos al 2004, que se perfila en el horizonte. Para el año que termina y para el que va a comenzar dentro de algunas horas invocamos la protección maternal de María santísima, pidiéndole que siga guiándonos en nuestro camino.
Virgen María, Reina de la paz, obtén días de paz para la ciudad de Roma, para Italia, para Europa y para el mundo entero. Sancta Dei Genitrix, ora pro nobis! ¡Madre del Redentor, Virgen del Amor Divino, ruega por nosotros! Amén.

MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA MADRE DE DIOS  
XXXVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves 1 de enero de 2004

1. "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" (Ga 4, 4).
Hoy, octava de Navidad, la liturgia nos presenta el icono de la Madre de Dios, la Virgen María. El apóstol san Pablo alude a ella cuando habla de la "mujer" por medio de la cual el Hijo de Dios entró en el mundo. María de Nazaret es la Theotokos, la "Virgen, Madre del Rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (Antífona de entrada).Al inicio de este nuevo año entramos dócilmente en su escuela. Deseamos aprender de ella, la Madre santa, a acoger en la fe y en la oración la salvación que Dios no cesa de donar a los que confían en su amor misericordioso.

2. En este clima de escucha y oración, demos gracias a Dios por este nuevo año:  ¡que sea para todos un año de prosperidad y paz!
Con este deseo me complace saludar afectuosamente a los ilustres señores embajadores del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, presentes en esta celebración. Saludo cordialmente al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, y a mis colaboradores de la Secretaría de Estado. Juntamente con ellos, saludo al cardenal Renato Raffaele Martino, así como a todos los componentes del Consejo pontificio Justicia y paz. Les agradezco el trabajo que realizan para difundir por doquier la invitación a la paz, que la Iglesia proclama constantemente.

3. "Un compromiso siempre actual:  educar para la paz", es el tema del Mensaje para esta Jornada mundial de la paz. Se remite idealmente a lo que propuse al inicio de mi pontificado, reafirmando la urgencia y la necesidad de formar las conciencias con vistas a la cultura de la paz. Dado que la paz es posible -he querido repetir-, es también un deber (cf. Mensaje, n. 4).

Ante las situaciones de injusticia y violencia que oprimen a varias zonas del mundo, y ante la persistencia de conflictos armados a menudo olvidados por la opinión pública, resulta cada vez más necesario construir juntos caminos para la paz; por eso, es indispensable educar para la paz.

Para el cristiano "proclamar la paz es anunciar a Cristo, que es "nuestra paz" (Ef 2, 14), y anunciar su Evangelio, que es "el Evangelio de la paz" (Ef 6, 15), exhortando a todos a la bienaventuranza de ser "constructores de la paz" (cf. Mt 5, 9)" (Mensajen. 3). Del "Evangelio de la paz" era testigo también monseñor Michael Aidan Courtney, mi representante como nuncio apostólico en Burundi, trágicamente asesinado hace algunos días mientras cumplía su misión en favor del diálogo y la reconciliación. Pidamos por él, deseando que su ejemplo y su sacrificio den frutos de paz en Burundi y en todo el mundo.

4. Cada año, en este tiempo de Navidad, volvemos idealmente a Belén para adorar al Niño recostado en el pesebre. Por desgracia, la tierra en la que nació Jesús sigue viviendo en condiciones dramáticas. También en otras partes del mundo persisten focos de violencia y conflictos. Con todo, es preciso perseverar sin caer en la tentación del desaliento. Es necesario que todos se esfuercen para que se respeten los derechos fundamentales de las personas a través de una constante educación para la legalidad. Con este fin, hay que comprometerse para superar "la lógica de la estricta justicia" y "abrirse a la del perdón", pues "no hay paz sin perdón" cfMensaje, n. 10).

Cada vez se siente más la necesidad de un nuevo orden internacional, que aproveche la experiencia y los resultados conseguidos durante estos años por la Organización de las Naciones Unidas; un orden que sea capaz de dar a los problemas de hoy soluciones adecuadas, fundadas en la dignidad de la persona humana, en un desarrollo integral de la sociedad, en la solidaridad entre países ricos y pobres, en el deseo de compartir los recursos y los extraordinarios logros del progreso científico y técnico.

5. "El amor es la forma más alta y más noble de relación de los seres humanos" (ib.). Con esta convicción escribí el Mensaje para esta Jornada mundial de la paz. Que Dios nos ayude a construir todos juntos la "civilización del amor". Sólo una humanidad en la que venza el amor podrá gozar de una paz auténtica y duradera.
Que María nos obtenga este don. Que ella nos sostenga y acompañe en el arduo y entusiasmante camino de la edificación de la paz. Por eso pidamos con confianza, sin cansarnos: ¡María, Reina de la paz, ruega por nosotros!

 PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II A LOURDES

HOMILÍA

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
Domingo 15 de agosto de 2004

1. "Yo soy la Inmaculada Concepción". Las palabras que María dirigió a Bernardita el 25 de marzo de 1858 resuenan con intensidad muy particular en este año, en el que la Iglesia celebra el 150° aniversario de la definición solemne del dogma proclamado por el beato Papa Pío IX en la constitución apostólica Ineffabilis Deus.
Deseaba vivamente realizar esta peregrinación a Lourdes, para recordar un acontecimiento que sigue dando gloria a la Trinidad una e indivisa. La concepción inmaculada de María es el signo del amor gratuito del Padre, la expresión perfecta de la redención llevada a cabo por el Hijo y el inicio de una vida totalmente disponible a la acción del Espíritu.

2. Bajo la mirada materna de la Virgen, os saludo cordialmente, queridos hermanos y hermanas que os habéis dado cita delante de la gruta de Massabielle para cantar las alabanzas de Aquella a quien todas las generaciones llaman bienaventurada (cf. Lc 1, 48).

Saludo ante todo a los cardenales, a los obispos y a los sacerdotes. Gracias por vuestra presencia.
Saludo a los peregrinos franceses y a sus obispos, en particular al presidente de la Conferencia episcopal y a monseñor Jacques Perrier, obispo de Tarbes y Lourdes, a quien agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de esta celebración.
Saludo también al metropolita Emmanuel, presidente de la Asamblea de obispos ortodoxos de Francia.
Saludo al señor ministro del Interior, que representa aquí al Gobierno francés, así como a las demás autoridades civiles y militares presentes.
Saludo cordialmente a todos los peregrinos que se han reunido aquí procedentes de diversas partes de Europa y del mundo, y a todos los que están unidos espiritualmente a nosotros a través de la radio y la televisión. Con especial afecto os saludo a vosotros, queridos enfermos, que habéis acudido a este lugar bendito para buscar consuelo y esperanza. Que la Virgen santísima os haga sentir su presencia y reconforte vuestro corazón.

3. "En aquellos días, María se puso en camino hacia la región montañosa..." (Lc 1, 39). Las palabras del relato evangélico nos hacen ver con los ojos del corazón a la joven de Nazaret en camino hacia la "ciudad de Judá" donde habitaba su prima, para prestarle sus servicios.
En María nos impresiona, ante todo, la atención, llena de ternura, hacia su prima anciana. Se trata de un amor concreto, que no se limita a palabras de comprensión, sino que se compromete personalmente en una asistencia auténtica. La Virgen no da a su prima simplemente algo de lo que le pertenece; se da a sí misma, sin pedir nada a cambio. Ha comprendido perfectamente que el don recibido de Dios, más que un privilegio, es un deber que la compromete en favor de los demás con la gratuidad propia del amor.

4. "Proclama mi alma la grandeza del Señor..." (Lc 1, 46). Los sentimientos que María experimenta en el encuentro con Isabel afloran con fuerza en el cántico del Magníficat. Sus labios expresan la espera, llena de esperanza, de "los pobres del Señor", así como la conciencia del cumplimiento de las promesas, porque Dios "se acordó de su misericordia" (cf. Lc 1, 54).
Precisamente de esta conciencia brota la alegría de la Virgen María, que se refleja en todo el cántico:  alegría por saberse "mirada" por Dios, a pesar de su "humildad" (cf. Lc 1, 48); alegría por el "servicio" que puede prestar, gracias a las "maravillas" a las que la ha llamado el Todopoderoso (cf. Lc 1, 49); alegría por gustar anticipadamente las bienaventuranzas escatológicas, reservadas a los "humildes" y a los "que tienen hambre" (cf. Lc 1, 52-53). 
Después del Magníficat viene el silencio:  de los tres meses de permanencia de María al lado de su prima Isabel no se nos dice nada. O, tal  vez, se nos dice lo más importante:  el bien no hace ruido, la fuerza del amor se manifiesta en la discreción serena del servicio cotidiano.

5. Con sus palabras y su silencio, la Virgen María se nos presenta como modelo en nuestro camino. No es un camino fácil:  por el pecado de nuestros primeros padres, la humanidad lleva en sí la herida del pecado, cuyas consecuencias pesan también sobre los redimidos. Pero el mal y la muerte no tendrán la última palabra. María lo confirma con toda su existencia, como testigo viva de la victoria de Cristo, nuestra Pascua.
Los fieles lo han entendido. Por eso, acuden en multitudes a esta gruta para escuchar las exhortaciones maternas de la Virgen, reconociendo en ella "la mujer vestida de sol" (Ap 12, 1), la Reina que resplandece al lado del trono de Dios (cf. Salmo responsorial) e intercede en su favor.
6. Hoy la Iglesia celebra la gloriosa Asunción de María al cielo en cuerpo y alma. Los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción están íntimamente unidos entre sí. Ambos proclaman la gloria de Cristo Redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ya desde ahora está perfecta y definitivamente realizado en Dios.
"Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros", nos ha dicho Jesús (Jn 14, 3). María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte así, para nosotros, en "signo de esperanza segura y de consuelo" (cf. Lumen gentium, 68).7. Amadísimos hermanos y hermanas, desde la gruta de Massabielle la Virgen Inmaculada nos habla también a nosotros, cristianos del tercer milenio. Escuchémosla.
Escuchad ante todo vosotros, jóvenes, que buscáis una respuesta capaz de dar sentido a vuestra vida. Aquí la podéis encontrar. Es una respuesta exigente, pero es la única respuesta que vale. En ella reside el secreto de la alegría verdadera y de la paz.

Desde esta gruta os hago una llamada especial a vosotras, las mujeres. Al aparecerse en la gruta, María encomendó su mensaje a una muchacha, como para subrayar la misión peculiar que corresponde a la mujer en nuestro tiempo, tentado por el materialismo y la secularización:  ser en la sociedad de hoy testigo de los valores esenciales que sólo se perciben con los ojos del corazón. A vosotras, las mujeres, corresponde ser centinelas del Invisible. A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os dirijo un apremiante llamamiento para que hagáis todo cuanto esté a vuestro alcance a fin de que la vida, toda vida, sea respetada desde la concepción hasta su término natural. La vida es un don sagrado, del que nadie puede hacerse dueño.
La Virgen de Lourdes tiene, por último, un mensaje para todos. Es este:  sed mujeres y hombres libres. Pero recordad:  la libertad humana es una libertad marcada por el pecado. Ella misma necesita también ser liberada. Cristo es su liberador, pues "para ser libres nos ha liberado" (Ga 5, 1). Defended vuestra libertad.
Queridos amigos, sabemos que para esto podemos contar con Aquella que, al no haber cedido jamás al pecado, es la única criatura perfectamente libre. A ella os encomiendo. Caminad con María por las sendas de la plena realización de vuestra humanidad.

SANTA MISA CON OCASIÓN DEL 150° ANIVERSARIO
DE LA PROCLAMACIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Miércoles 8 de diciembre de 2004

1. "Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28).

Con estas palabras del arcángel Gabriel, nos dirigimos a la Virgen María muchas veces al día. Las repetimos hoy con ferviente alegría, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, recordando el 8 de diciembre de 1854, cuando el beato Pío IX proclamó este admirable dogma de la fe católica precisamente en esta basílica vaticana.
Saludo cordialmente a cuantos han venido hoy aquí, en particular a los representantes de las Sociedades mariológicas nacionales, que han participado en el Congreso mariológico y mariano internacional, organizado por la Academia mariana pontificia.

Amadísimos hermanos y hermanas, os saludo también a todos vosotros aquí presentes, que habéis venido a rendir homenaje filial a la Virgen Inmaculada. De modo especial, saludo al señor cardenal Camillo Ruini, al que renuevo mi más cordial felicitación por su jubileo sacerdotal, expresándole toda mi gratitud por el servicio que, con generosa entrega, ha prestado y sigue prestando a la Iglesia como mi vicario general para la diócesis de Roma y como presidente de la Conferencia episcopal italiana.
2. ¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy!
Un misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos. El tema del Congreso que acabo de recordar -"María de Nazaret acoge al Hijo de Dios en la historia"- ha favorecido una profundización de la doctrina de la concepción inmaculada de María como presupuesto para la acogida en su seno virginal del Verbo de Dios encarnado, Salvador del género humano.
"Llena de gracia",  "κεχαριτωµευη":  con este apelativo, según el original griego del evangelio de san Lucas, el ángel se dirige a María. Este es el nombre con el que Dios, a través de su mensajero, quiso calificar a la Virgen. De este modo la pensó y vio desde siempre, ab aeterno.

3. En el himno de la carta a los Efesios, que se acaba de proclamar, el Apóstol alaba a Dios Padre porque "nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales" (Ef 1, 3).
¡Con qué especialísima bendición Dios se ha dirigido a María desde el inicio de los tiempos! ¡Verdaderamente bendita, María, entre todas las mujeres! (cf. Lc, 1, 42).
El Padre la eligió en Cristo antes de la creación del mundo, para que fuera santa e inmaculada ante él por el amor, predestinándola como primicia a la adopción filial por obra de Jesucristo (cf. Ef 1, 4-5).

4. La predestinación de María, como la de cada uno de nosotros, está relacionada con la predestinación del Hijo. Cristo es la "estirpe" que "pisaría la cabeza" de la antigua serpiente, según el libro del Génesis (cf. Gn 3, 15); es el Cordero "sin mancha" (cf. Ex 12, 5; 1 P 1, 19), inmolado para redimir a la humanidad del pecado.

En previsión de la muerte salvífica de él, María, su Madre, fue preservada del pecado original y de todo otro pecado. En la victoria del nuevo Adán está también la de la nueva Eva, madre de los redimidos. Así, la Inmaculada es signo de esperanza para todos los vivientes, que han vencido a Satanás en virtud de la sangre del Cordero (cf. Ap 12, 11).

5. Contemplamos hoy a la humilde joven de Nazaret, santa e inmaculada ante Dios por el amor (cf. Ef 1, 4), el "amor" que, en su fuente originaria, es Dios mismo, uno y trino.
¡La Inmaculada Concepción de la Madre del Redentor es obra sublime de la santísima Trinidad! Pío IX, en la bula Ineffabilis Deus, recuerda que el Omnipotente estableció "con el mismo decreto el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría" (Pii IX Pontificis Maximi Acta, Pars prima, p. 559).
El "sí" de la Virgen al anuncio del ángel se sitúa en lo concreto de nuestra condición terrena, como humilde obsequio a la voluntad divina de salvar a la humanidad, no de la historia, sino en la historia. En efecto, preservada inmune de toda mancha de pecado original, la "nueva Eva" se benefició de modo singular de la obra de Cristo como perfectísimo Mediador y Redentor. Ella, la primera redimida por su Hijo, partícipe en plenitud de su santidad, ya es lo que toda la Iglesia desea y espera ser. Es el icono escatológico de la Iglesia.

6. Por eso la Inmaculada, que es "comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura" (Prefacio), precede siempre al pueblo de Dios en la peregrinación de la fe hacia el reino de los cielos (cf. Lumen gentium, 58; Redemptoris Mater, 2).
En la concepción inmaculada de María la Iglesia ve proyectarse, anticipada en su miembro más noble, la gracia salvadora de la Pascua.
En el acontecimiento de la Encarnación encuentra indisolublemente unidos al Hijo y a la Madre:  "Al que es su Señor y su Cabeza y a la que, pronunciando el primer "fiat" de la nueva alianza, prefigura su condición de esposa y madre" (Redemptoris Mater, 1).

7. A ti, Virgen inmaculada, predestinada por Dios sobre toda otra criatura como abogada de gracia y modelo de santidad para su pueblo, te renuevo hoy, de modo especial, la consagración de toda la Iglesia.

Guía tú a sus hijos en la peregrinación de la fe, haciéndolos cada vez más obedientes y fieles a la palabra de Dios.

Acompaña tú a todos los cristianos por el camino de la conversión y de la santidad, en la lucha contra el pecado y en la búsqueda de la verdadera belleza, que es siempre huella y reflejo de la Belleza divina.
Obtén tú, una vez más, paz y salvación para todas las gentes. El Padre eterno, que te escogió para ser la Madre inmaculada del Redentor, renueve también en nuestro tiempo, por medio de ti, las maravillas de su amor misericordioso. Amén.

 VÍSPERAS DE LA SOLEMNIDAD DE MARÍA, MADRE DE DIOS,
CON EL CANTO DEL "TE DEUM"

             HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 31 de diciembre de 2004

1. Otro año termina. Con viva conciencia de la fugacidad del tiempo, nos encontramos reunidos esta tarde para dar gracias a Dios por todos los dones que nos ha concedido durante el 2004.
Lo hacemos con el canto tradicional del Te Deum.

2. Te Deum laudamus! Te damos gracias, Padre, porque, en la plenitud de los tiempos, enviaste a tu Hijo (cf. Ga 4, 4), no para juzgar al mundo, sino para salvarlo con inmenso amor (cf. Jn 3, 17).Te damos gracias, Señor Jesús, nuestro Redentor, porque quisiste asumir de María, Madre siempre Virgen, nuestra naturaleza humana. En este Año de la Eucaristía, queremos agradecerte con fervor más intenso el don de tu Cuerpo y de  tu  Sangre  en  el  Sacramento del altar.Te alabamos y te damos gracias, Espíritu Santo Paráclito, porque nos haces tomar conciencia de nuestra adopción filial (cf. Rm 8, 16) y nos enseñas a dirigirnos a  Dios llamándolo Padre, "Abbá" (cf. Jn 4, 23-24; Ga 4, 6).

3. Amadísimos hermanos y hermanas de la comunidad diocesana de Roma, a vosotros os dirijo ahora mi cordial saludo, en este encuentro de fin de año. Saludo ante todo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los miembros del pueblo cristiano. Saludo con deferencia al presidente de la región, al alcalde de Roma, al presidente de la provincia y a las demás autoridades civiles presentes.
Queridos hermanos y hermanas, agradezcamos juntos a Dios las manifestaciones de bondad y misericordia con que ha acompañado, durante estos meses, el camino de nuestra ciudad. Que él lleve a cabo todos los proyectos apostólicos y todas las iniciativas de bien.

4. "Salvum fac populum tuum, Domine", "Salva a tu pueblo, Señor". Te lo pedimos esta tarde, por medio de María, al celebrar las primeras Vísperas de la fiesta de su Maternidad divina.
Santa Madre del Redentor, acompáñanos en este paso al nuevo año. Obtén para Roma y para el mundo entero el don de la paz. Madre de Dios, ruega por nosotros.

 SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS
XXXVIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Sábado 1 de enero de 2005

1. "¡Salve, Madre santa!, Virgen Madre del Rey, que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos" (Antífona de entrada).
En el primer día del año, la Iglesia se reúne en oración ante el icono de la Madre de Dios, y honra con alegría a aquella que  dio al mundo el fruto de su vientre, Jesús, el "Príncipe de la paz" (Is 9, 5).

2. Ya es tradición consolidada celebrar en este mismo día la Jornada mundial de la paz. En esta ocasión, me alegra expresar mi más cordial felicitación a los ilustres embajadores del Cuerpo diplomático ante la Santa Sede. Dirijo un saludo especial a los embajadores de los países particularmente afectados durante estos días por el enorme cataclismo que se abatió sobre ellos.

Mi saludo se extiende con gratitud a los miembros de la Secretaría de Estado, encabezados por el cardenal Angelo Sodano, así como a los miembros del Consejo pontificio Justicia y paz, y en particular a su presidente, el cardenal Renato Martino.

3. La Jornada mundial de la paz constituye una invitación a los cristianos y a todos los hombres de buena voluntad a renovar su firme compromiso de construir la paz. Esto supone la acogida de una exigencia moral fundamental, expresada muy bien en las palabras de san Pablo:  "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rm 12, 21).
Ante las numerosas manifestaciones del mal, que por desgracia hieren a la familia humana, la exigencia prioritaria es promover la paz utilizando medios coherentes, dando importancia al diálogo, a las obras de justicia, y educando para el perdón (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2005, n. 1).

4. Vencer el mal con las armas del amor es el modo como cada uno puede contribuir a la paz de todos. A lo largo de esta senda están llamados a caminar tanto los cristianos como los creyentes de las diversas religiones, juntamente con cuantos se reconocen en la ley moral universal.

Amadísimos hermanos y hermanas, promover la paz en la tierra es nuestra misión común.
Que la Virgen María nos ayude a realizar las palabras del Señor:  "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9).

¡Feliz año nuevo a todos!

¡Alabado sea Jesucristo!

 

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