HOMILÍAS Y MEDITACIONES SACERDOTALES DEL PAPA JUAN PABLO II

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

JUAN PABLO II

HOMILIAS SACERDOTALES 

1

HOMILÍAS SACERDOTALES DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

PRIMERA PARTE

ENCUENTRO «EUCARÍSTICO» CON LOS SEMINARISTAS DE ROMA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 19 de noviembre de 1978

1. Nuestro encuentro de hoy tiene el carácter de una audiencia especial. Es —si se puede decir así— una audiencia eucarística. No la "damos", pero la "celebramos". Esta es una sagrada liturgia. Concelebran conmigo, nuevo Obispo de Roma, y con el señor cardenal Vicario, los superiores de los seminarios de esta diócesis y participan en esta Eucaristía los alumnos del Seminario Romano, del Seminario Capránica y del Seminario Menor.

El Obispo de Roma desea visitar sus seminarios; pero, mientras tanto, hoy habéis venido vosotros a él para esta sagrada audiencia.

La Santa Misa es también una audiencia. Quizá la comparación sea muy atrevida, quizá poco conveniente, quizá demasiado "humana"; sin embargo, me permito emplearla: ésta es una audiencia que el mismo Cristo concede continuamente a toda la humanidad —que Él concede a una determinada comunidad eucarística— y a cada uno de nosotros que constituimos esta asamblea.

2. Durante la audiencia escuchamos al que habla. Y también nosotros intentamos hablarle de modo que Él pueda escucharnos.

En la liturgia eucarística Cristo habla ante todo con la fuerza de su Sacrificio. Es un discurso muy conciso y a la vez muy ardiente. Se puede decir que sabernos de memoria este discurso; sin embargo, cada vez resulta nuevo, sagrado, revelador. Contiene en sí todo el misterio del amor y de la verdad, porque la verdad vive del amor y el amor de la verdad. Dios, que es Verdad y Amor, se ha manifestado en la historia de la creación y en la historia de la salvación; Él propone de nuevo esta historia mediante el sacrificio redentor que nos ha transmitido en el signo sacramental, no sólo para que lo meditemos en el recuerdo, sino para que lo renovemos, lo volvamos a celebrar.

Celebrando el sacrificio eucarístico, somos introducidos cada vez en el misterio de Dios mismo y también en toda la profundidad de la realidad humana. La Eucaristía es anuncio de muerte y de resurrección. El misterio pascual se expresa en ella como comienzo de un tiempo nuevo y como esperanza final.

Es Cristo mismo el que habla, y nosotros no cesamos jamás de escucharle. Deseamos continuamente esta fuerza suya de salvación, que se ha convertido en "garantía" divina de las palabras de vida eterna.

Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6. 68).

3. Lo que nosotros queremos decirle a Él es siempre nuestro, porque brota de nuestras experiencias humanas, de nuestros deseos; pero también de nuestras penas. Es frecuentemente un lenguaje de sufrimiento, pero también de esperanza. Le hablamos de nosotros mismos, de todos los que esperan de nosotros que los recordemos ante el Señor.

Esto que decimos se inspira en la Palabra de Dios. La liturgia de la palabra precede a la liturgia eucarística. En relación a la palabra escuchada hoy, tendremos muchísimas cosas que decir a Cristo, durante esta sagrada audiencia.

Queremos, pues, hablarle ante todo del talento singular —y quizá no uno solo, sino cinco— que hemos recibido: la vocación sacerdotal, la llamada a encaminarnos hacia el sacerdocio, entrando en el seminario. Todo talento es una obligación. ¡Cuánto más nos sentiremos obligados por este talento, para no echarlo a perder, no "esconderlo bajo tierra", sino hacerlo fructificar! Mediante una seria preparación, el estudio, el trabajo sobre el propio yo, y una sabia formación del "hombre nuevo" que, dándose a Cristo sin reserva en el servicio sacerdotal, vivido en el celibato, podrá llegar a ser de modo particular "un hombre nuevo para los demás".

Queremos hablar también a Cristo del camino que nos conduce a cada uno al sacerdocio, hablarle cada uno de su propia vida. En ella buscamos perseverar con temor de Dios, como nos invita a hacer el Salmista. Este es el camino que nos hace salir de las tinieblas para llevarnos hacia la luz, como escribe San Pablo. Queremos ser "hijos de la luz". Queremos velar, queremos ser moderados, sobrios y responsables para nosotros y para los demás.

Ciertamente cada uno de nosotros tendrá todavía muchas cosas que decir durante esta audiencia —cada uno de vosotros, superiores, y cada uno de vosotros, queridísimos alumnos—.

Y, ¿qué diré a Cristo yo, vuestro Obispo?

Antes de nada, quiero decirle: Te doy gracias por todos los que me has dado.

Quiero decirle una vez más (se lo repito continuamente): ¡La mies es mucha! ¡Envía obreros a tu mies!Y además quiero decirle: Guárdalos en la verdad y concédeles que maduren en la gracia del sacramento del sacerdocio, para el que se preparan.

Todo esto quiero decírselo por medio de su Madre, a la que veneráis en el Seminario Romano, contemplando la imagen de la "Virgen de la Confianza", de la cual el siervo de Dios Juan XXIII era especialmente devoto.

Os confío, pues, a esta Madre: a cada uno de vosotros y a todos y a los tres Seminarios de mi nueva diócesis. Amén.

ENCUENTRO CON EL LAICADO CATÓLICO DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II 

Domingo 26 de noviembre de 1978

1. Deseo ante todo expresar mi gran alegría por este encuentro de hoy. Doy las gracias al cardenal Vicario de Roma, que junto con los obispos auxiliares ha organizado este encuentro, en el que participan los representantes del laicado de esta primera diócesis en la Iglesia, de la que, por voluntad de Cristo, he llegado a ser Obispo desde hace poco. Todas las organizaciones del apostolado de los laicos en la diócesis de Roma están presentes aquí en la persona de sus representantes, acompañados de los consiliarios espirituales de cada organización. Al hacerme cargo del servicio episcopal en Roma, después de la experiencia de veinte años en la archidiócesis de Cracovia debo declarar, antes de nada, que doy mucha importancia al apostolado de los laicos, respecto al cual procuraba hacer lo más posible, en aquellas circunstancias anteriores bien diversas de las que encuentro aquí.

Un motivo particular de mi alegría es el hecho de que nos reunimos en la fiesta de Cristo Rey del universo, que entre los días del año litúrgico, es quizá el más apto, también por algunas tradiciones, para asumir el deber de nuestra colaboración.

Continuamos esta colaboración nuestra, queridos hermanos y hermanas, en la celebración del Santísimo Sacrificio para retornar así al Cenáculo, que ha venido a ser el lugar privilegiado para "enviar a los Apóstoles", ya en el jueves Santo, ya en el día de Pentecostés.

2. La Palabra divina de la liturgia de hoy, que escuchamos con la mayor atención, nos introduce en la profundidad del misterio de Cristo Rey. De El hablan todas las lecturas. Quiero llamar vuestra atención de modo particular sobre las palabras de San Pablo a los corintios; hace un parangón entre las dos dimensiones de la existencia humana: la de nuestra participación en Adán, y la que obtenemos en Cristo.

La participación del hombre en Adán quiere decir desobediencia: «Non serviam, no serviré». Y precisamente aquel «no serviré», en el que parecía sentir el hombre la señal de su liberación y el desafío de la propia grandeza, midiéndose con Dios mismo, vino a ser la fuente del pecado y de la muerte. Y todavía somos testigos de cómo aquel antiguo «no serviré» lleva consigo una múltiple dependencia y esclavitud del hombre. Es tema para un análisis profundo que ahora es difícil hacerlo en toda su extensión. Debemos contentarnos con una simple alusión.

Cristo, el nuevo Adán, es el que entra en la historia del hombre precisamente "para servir". «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida» (Mt 20, 28): en cierto sentido, ésta es la definición fundamental de su reino. En este servicio, según el modelo de Cristo, el hombre vuelve a encontrar su plena dignidad, su maravillosa vocación, su realeza. Vale la pena recordar aquí las palabras de la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, en el capítulo IV, que está dedicado a los laicos en la Iglesia y a su apostolado: «El Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, queriendo continuar también su testimonio y su servicio por medio de los laicos, los vivifica con su Espíritu y los impulsa sin cesar a toda obra buena y perfecta. Pues a quienes asocia íntimamente a su vida y a su misión, también les hace partícipes de su función sacerdotal, con el fin de que ejerzan el culto espiritual para gloria de Dios y salva­ción de los hombres... De este modo también los laicos, como adoradores que en todo lugar actúan santamente. consagran el mundo mismo a Dios» (Lumen gentium, 34).

Servir a Dios quiere decir reinar. En esta tarea, que manifiesta la actitud del mismo Cristo y de sus seguidores, se destruye la herencia del pecado. Y se inicia el «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio para la fiesta de Cristo Rey).

3. La liturgia de hoy nos hace ver como dos etapas del reinar-servir. La primera etapa es la vida de la Iglesia sobre la tierra; la segunda es el juicio. El verdadero sentido de la primera etapa se hace comprensible a través del significado de la segunda. Antes de que el Hijo del hombre se presente delante de cada uno de nosotros, y delante de todos, como Juez que separará «las ovejas de los cabritos», está siempre con nosotros como Pastor que cuida de sus ovejas. El quiere compartir con nosotros, con cada uno de nosotros, esa misma solicitud. Quiere que su servicio venga a ser nuestro servicio en el significado más amplio de la palabra. "Nuestro" quiere decir no sólo de los obispos, sacerdotes, religiosos, sino también de los laicos, en el sentido más amplio de la palabra. De todos. Porque este servicio-solicitud reclama la participación de todos. «Tuve hambre... tuve sed... era forastero... desnudo... enfermo... encarcelado... perseguido», oprimido, apenado, ignorante, dudoso, abandonado, amenazado (quizá ya en el seno materno). Enorme es el círculo de necesidades y deberes que debemos entrever y que debemos poner ante los ojos, si queremos ser "solidarios con Cristo". Porque, en resumidas cuentas, se trata de esto: «Cuantas veces hicisteis eso a uno de mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40). Cristo está de parte del hombre; y lo está por ambos lados: de parte de quien espera la solicitud, el servicio y la caridad, y de parte de quien presta el servicio, lleva la solicitud, demuestra el amor.

Por tanto, hay un gran espacio para nuestra solidaridad con Cristo, un gran espacio para el apostolado de todos, particularmente para el apostolado de los laicos. A mi pesar, es imposible someter este tema a un análisis más detallado en el cuadro de esta breve homilía. Sin embargo, las palabras de la liturgia de hoy nos incitan a leerlas de nuevo, a meditar sobre ellas más profundamente y a poner en práctica todo lo que, en dimensiones tan amplias, ha sido objeto de las enseñanzas del Concilio sobre el apostolado de los laicos. Antes, el concepto de apostolado parecía estar como reservado sólo a quienes "por oficio" son los sucesores de los Apóstoles, que expresan y garantizan la apostolicidad de la Iglesia. El Concilio Vaticano II ha descubierto qué campos tan grandes de apostolado han sido siempre accesibles a los laicos. Al mismo tiempo ha estimulado de nuevo a tal apostolado. Basta recoger una sola frase del Decreto Apostolicam actuositatem que, en cierto sentido, contiene y resume todo: «La vocación cristiana... es por su naturaleza vocación también al apostolado» (núm. 2).

4. ¡Mis queridos hermanos y hermanas! Quiero expresar mi alegría singular por este encuentro con vosotros, que, aquí en Roma, habéis hecho de la verdad sobre la vocación cristiana, comprendida como una llamada al apostolado de los laicos, el programa de vuestra vida. Estoy contento y espero que me tendréis al corriente de vuestros problemas, y me introduciréis en los diversos campos de vuestra actividad. Me alegro de poder entrar en esos caminos por los que vosotros ya camináis, de poderos acompañar por ellos y guiaros también como Obispo vuestro.

Precisamente por esto deseaba tanto que pudiéramos encontrarnos en la solemnidad de Cristo Rey del universo. Deseo que El mismo nos reciba. Es necesario quizá que nos oiga esta pregunta que le han hecho muchas veces tantos interlocutores: «¿Qué debo hacer?» (Lc 18, 18). ¿Qué debemos hacer nosotros?

Recordaré todavía lo que su Madre dijo a los siervos del maestresala en Caná de Galilea: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5). Volvamos nuestros ojos a esta Madre; renace en nosotros la esperanza y respondemos: ¡Estamos dispuestos!

VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA,MÉXICO Y BAHAMAS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II DURANTE LA MISA PARA EL CLERO, RELIGIOSOS Y SEMINARISTAS

Santo Domingo, Catedral
Viernes 26 de enero de 1979

Amadísimos hermanos y hermanas:

Bendito sea el Señor que me ha traído aquí, a este suelo de la República Dominicana, donde venturosamente, para gloria y alabanza de Dios en este Nuevo Continente, amaneció también al día de la salvación. Y he querido venir a esta Catedral de Santo Domingo para estar entre vosotros, amadísimos sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas y seminaristas, para manifestaros mi especial afecto a vosotros en los que el Papa y la Iglesia depositan sus mejores esperanzas, para que os sintáis más alegres en la fe, de modo que vuestro orgullo de ser lo que sois rebose por causa mía (cf Flp 1, 25).

Pero sobre todo quiero unirme a vosotros en la acción de gracias a Dios. Gracias por el crecimiento y celo de esta Iglesia, que tiene en su haber tantas y tan bellas iniciativas y que muestra tanta entrega en el servicio de Dios y de los hombres. Doy gracias con inmensa alegría –para decirlo con palabras del Apóstol– “por la parte que habéis tomado en anunciar la buena nueva desde el primer día hasta hoy; seguro además de una cosa: de que aquél que dio principio a la buena empresa, le irá dando remate hasta el día del Mesías, Jesús” (Flp 1, 33).

Me gustaría de verdad disponer de mucho tiempo para estar con vosotros, aprender vuestros nombres y escuchar de vuestros labios “lo que rebosa del corazón” (Mt 12, 34), lo que de maravilloso habéis experimentado en vuestro interior – “fecit mihi magna qui potens est”... (Lc 1, 49)–, habiendo sido fieles el encuentro con el Señor. Un encuentro de preferencia por su parte. 

Es esto precisamente: el encuentro pascual con el Señor, lo que deseo proponer a vuestra reflexión para reavivar más vuestra fe y entusiasmo en esta Eucaristía; un encuentro personal, vivo, de ojos abiertos y corazón palpitante, con Cristo resucitado (cf.  Lc 24, 30), el objetivo de vuestro amor y de toda vuestra vida.

Sucede a veces que nuestra sintonía de fe con Jesús permanece débil o se hace tenue –cosa que el pueblo fiel nota en seguida, contagiándose por ello de tristeza– porque lo llevamos dentro, sí, pero confundido a la vez con nuestras propensiones y razonamientos humanos (cf ib., 15) sin hacer brillar toda la grandiosa luz que El encierra para nosotros. En alguna ocasión hablamos quizá de El amparados en alguna premisa cambiante o en datos de sabor sociológico, político, psicológico, lingüístico, en vez de hacer derivar los criterios básicos de nuestra vida y actividad de un Evangelio vivido con integridad, con gozo, con la confianza y esperanza inmensas que encierra la cruz de Cristo.

Una cosa es clara, amadísimos hermanos: la fe en Cristo resucitado no es resultado de un saber técnico o fruto de un bagaje científico (cf. 1Co 1, 26). Lo que se nos pide es que anunciemos la muerte de Jesús y proclamemos su resurrección (S. Liturgia). Jesús vive. “Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte” (Act 2, 24). Lo que fue un trémulo murmullo entre los primeros testigos, se convirtió pronto en gozosa experiencia de la realidad de aquél “con el que hemos comido y bebido... después que resucitó de la muerte” (Act 10, 41-42). Sí, Cristo vive en la Iglesia, está en nosotros, portadores de esperanza e inmortalidad.

Si habéis encontrado pues a Cristo, ¡vivid a Cristo, vivid con Cristo! Y anunciadlo en primera persona, como auténticos testigos: “para mí la vida es Cristo” (Flp 1, 21). He ahí también la verdadera liberación: proclamar a Jesús libre de ataduras, presente en unos hombres transformados, hechos nueva creatura. ¿Por qué nuestro testimonio resulta a veces vano? Porque presentamos a un Jesús sin toda la fuerza seductora que su Persona ofrece; sin hacer patentes las riquezas del ideal sublime que su seguimiento comporta; porque no siempre llegamos a mostrar una convicción hecha vida acerca del valor estupendo de nuestra entrega a la gran causa eclesial que servimos.

Hermanos y hermanas: Es preciso que los hombres vean en nosotros a los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1Co 4, 1), testigos creíbles de su presencia en el mundo. Pensemos frecuentemente que Dios no nos pide, al llamarnos, parte de nuestra persona, sino toda nuestra persona y energías vitales, para anunciar a los hombres la alegría y la paz de la nueva vida en Cristo y guiarlos a su encuentro. Para ello sea nuestro afán primero buscar al Señor, y una vez encontrado, comprobar dónde y cómo vive, quedándonos con El todo el día (cf. Jn 1, 39). Quedándonos con El de manera especial en la Eucaristía, donde Cristo se nos da, y en la oración, mediante la cual nos damos a El.

La Eucaristía ha de complementarse y prolongarse a través de la oración en nuestro quehacer cotidiano como un “sacrificio de alabanza” (Misal Romano, Plegaria Eucarística, I). En la oración, en el trato confiado con Dios nuestra Padre, discernimos mejor dónde está nuestra fuerza y dónde está nuestra debilidad, porque el Espíritu viene en nuestra ayuda (cf Rm 8, 26). El mismo Espíritu nos habla y nos va sumergiendo poco a poco en los misterios divinos, en los designios de amor a los hombres que Dios realiza mediante nuestra ofrenda a su servicio.

Lo mismo que Pablo durante una reunión en Tróade para partir el pan, seguiría hablando con vosotros hasta la medianoche (cf Act 20, 6ss). Tendría muchas cosas que deciros, y que no puedo hacer ahora. Entretanto os recomiendo que leáis atentamente lo que he dicho recientemente al clero, a los religiosos, religiosas y seminaristas en Roma. Ello alargará este encuentro, que continuará espiritualmente con otros semejantes en los próximos días. Que el Señor y nuestra dulce Madre, María Santísima, os acompañen siempre y llenen vuestra vida de un gran entusiasmo en el servicio de vuestra altísima vocación eclesial.

Vamos a continuar la Misa, poniendo en la mesa de las ofrendas nuestros anhelos de vivir la nueva vide, nuestras necesidades y nuestras súplicas, las necesidades y súplicas de la Iglesia y nación dominicana. Pongamos también de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Puebla

VIAJE A LA REPÚBLICA DOMINICANA, MÉXICO Y BAHAMAS

INAUGURACIÓN DE LA III CONFERENCIA DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO

HOMILÍA DE JUAN PABLO II 

Santuario de la Virgen de Guadalupe
Sábado 27 de enero de 1979

1. ¡Salve, María! 

Cuán profundo es mi gozo, queridos hermanos en el Episcopado y amadísimos hijos, porque los primeros pasos de mi peregrinaje, como Sucesor de Pablo VI y de Juan Pablo I, me traen precisamente aquí. Me traen a Ti, María, en este Santuario del pueblo de México y de toda América Latina, en el que desde hace tantos siglos se ha manifestado tu maternidad. 

¡Salve, María! 

Pronuncio con inmenso amor y reverencia estas palabras, tan sencillas y a la vez tan maravillosas. Nadie podrá saludarte nunca de un modo más estupendo que como lo hizo un día el Arcángel en el momento de la Anunciación. Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum. Repito estas palabras que tantos corazones guardar y tantos labios pronuncian en todo el mundo. Nosotros aquí presentes les repetimos juntos, conscientes de que éstas son les palabras con les que Dios mismo, a través de su mensajero, ha saludado a Ti, la Mujer prometida en el Edén, y desde la eternidad elegida como Madre del Verbo, Madre de la divina Sabiduría, Madre del Hijo de Dios. 

¡Salve, Madre de Dios! 

2. Tu Hijo Jesucristo es nuestro Redentor y Señor. Es nuestro Maestro. Todos nosotros aquí reunidos somos sus discípulos. Somos los sucesores de los Apóstoles, de aquellos a quienes el Señor dijo: “Id, pues, enseñad a todas les gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros hasta la consumación del mundo” (Mt 28, 19-20).  

Congregados aquí el Sucesor de Pedro y los sucesores de los Apóstoles, nos damos cuenta de cómo esas palabras se han cumplido, de manera admirable, en esta tierra. 

En efecto, desde que en 1492 comienza la gesta evangelizadora en el Nuevo Mundo, apenas una veintena de años después llega la fe a México. Poco más tarde se crea la primera sede arzobispal regida por Juan de Zumárraga, a quien secundarán otras grandes figuras de evangelizadores, que extenderán el cristianismo en muy amplias zonas. 

Otras epopeyas religiosas no menos gloriosas escribirán en el hemisferio sus hombres como Santo Toribio de Mogrovejo y otros muchos que merecerían ser citados en larga lista. Los caminos de la fe van alargándose sin cesar, y a finales del primer siglo de evangelización les sedes episcopales en el nuevo Continente son más de 70 con unos cuatro millones de cristianos. Una empresa singular que continuará por largo tiempo, hasta abarcar hoy en día, tras cinco siglos de evangelización, casi la mitad de la entera Iglesia católica, arraigada en la cultura del pueblo latino-americano y formando parte de su identidad propia. 

Y a medida que sobre estas tierras se realizaba el mandato de Cristo, a medida que con la gracia del bautismo se multiplicaban por doquier los hijos de la adopción divina, aparece también la Madre. En efecto, a Ti, María, el Hijo de Dios y a la vez Hijo Tuyo, desde lo alto de la cruz indicó a un hombre y dijo “He ahí a tu hijo” (Jn 19, 26), y en aquel hombre te ha confiado a cada hombre, te ha confiado a todos. Y Tú que en el momento de la Anunciación, en estas sencillas palabras: “He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), has concentrado todo el programa de tu vida, abrazas a todos, te acercas a todos, buscas maternalmente a todos. De esta manera se cumple lo que el último Concilio ha declarado acerca de tu presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Perseveras de manera admirable en el misterio de Cristo, tu Hijo unigénito, porque estás siempre dondequiera están los hombres sus hermanos, dondequiera está la Iglesia. 

2a. De hecho los primeros misioneros llegados a América, provenientes de tierras de eminente tradición mariana, junto con los rudimentos de la fe cristiana van enseñando el amor a Ti, Madre de Jesús y de todos los hombres. Y desde que el indio Juan Diego hablara de la dulce Señora del Tepeyac, Tú, Madre de Guadalupe, entras de modo determinante en la vida cristiana del pueblo de México. No menor ha sido tu presencia en otras partes, donde tus hijos te invocan con tiernos nombres, como Nuestra Señora de la Altagracia, de la Aparecida, de Luján y tantos otros no menos entrañables, para no hacer una lista interminable, con los que en cada nación y aun en cada zona los pueblos latinoamericanos te expresan su devoción más profunda y Tú les proteges en su peregrinar de fe. 

El Papa –que proviene de un país en el que tus imágenes, especialmente una: la de Jasna Góra, son también signo de tu presencia en la vida de la nación, en su azarosa historia– es particularmente sensible a este signo de tu presencia aquí, en la vida del Pueblo de Dios en México, en su historia, también ella no fácil y a veces hasta dramática. Pero estás igualmente presente en la vida de tantos otros pueblos y naciones de América Latina, presidiendo y guiando no sólo su pasado remoto o reciente, sino también el momento actual, con sus incertidumbres y sombras.

Este Papa percibe en lo hondo de su corazón los vínculos particulares que te unen a Ti con este pueblo y a este pueblo contigo. Este pueblo, que afectuosamente te llama “ la Morenita ”. Este pueblo –e indirectamente todo este inmenso continente– vive su unidad espiritual gracias al hecho de que Tú eres la Madre. Una Madre que, con su amor, crea, conserva, acrecienta espacios de cercanía entre sus hijos. 

¡Salve, Madre de México! 

¡Madre de América Latina! 

3. Nos encontramos aquí en esta hora insólita y estupenda de la historia del mundo. Llegamos a este lugar, conscientes de hallarnos en un momento crucial. Con esta reunión de obispos deseamos entroncar con la precedente Conferencia del Episcopado Latinoamericano que tuvo lugar hace diez años en Medellín, en coincidencia con el Congreso Eucarístico de Bogotá, y en la que participó el Papa Pablo VI, de imborrable memoria. Hemos venido aquí no tanto para volver a examinar, al cabo de 10 años, el mismo problema, cuanto para revisarlo en modo nuevo, en lugar nuevo y en nuevo momento histórico. 

Queremos tomar como punto de partida lo que se contiene en los documentos y resoluciones de aquella Conferencia. Y queremos a la vez, sobre la base de les experiencias de estos 10 años, del desarrollo del pensamiento y a luz de les experiencias de toda la Iglesia, dar un justo y necesario paso adelante. 

La Conferencia de Medellín tuvo lugar poco después de la clausura del Vaticano II, el Concilio de nuestro siglo, y ha tenido por objetivo recoger los planteamientos y contenidos esenciales del Concilio, para aplicarlos y hacerlos fuerza orientadora en la situación concreta de la Iglesia Latinoamericana. 

Sin el Concilio no hubiera sido posible la reunión de Medellín, que quiso ser un impulso de renovación pastoral, un nuevo “ espíritu ” de cara al futuro, en plena fidelidad eclesial en la interpretación de los signos de los tiempos en América Latina. La intencionalidad evangelizadora era bien clara y queda patente en los 16 temas afrontados, reunidos en torno a tres grandes áreas, mutuamente complementarias: promoción humana, evangelización y crecimiento en la fe, Iglesia visible y sus estructuras. 

Con su opción por el hombre latinoamericano visto en su integridad, con su amor preferencial pero no exclusivo por los pobres, con su aliento a una liberación integral de los hombres y de los pueblos, Medellín, la Iglesia allí presente, fue una llamada de esperanza hacia metas más cristianas y más humanas. 

Pero han pasado 10 años. Y se han hecho interpretaciones, a veces contradictorias, no siempre correctas, no siempre beneficiosas para la Iglesia. Por ello, la Iglesia busca los caminos que le permitan comprender más profundamente y cumplir con mayor empeño la misión recibida de Cristo Jesús. 

Grande importancia han tenido a tal respecto les sesiones del Sínodo de los Obispos que se han celebrado en estos años, y sobre todo la del año 1974, centrada sobre la Evangelización, cuyas conclusiones ha recogido después, de modo vivo y alentador, la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI. 

Este es el tema que colocamos hoy sobre nuestra mesa de trabajo, al proponernos estudiar “La Evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”. 

Encontrándonos en este lugar santo para iniciar nuestros trabajos, se nos presenta ante los ojos el Cenáculo de Jerusalén, lugar de la institución de la Eucaristía. Al mismo Cenáculo volvieron los Apóstoles después de la Ascensión del Señor, para que, permaneciendo en oración con María, la Madre de Cristo, pudieran preparar sus corazones para recibir al Espíritu Santo, en el momento del nacimiento de la Iglesia. 

También nosotros venimos aquí para ello, también nosotros esperamos el descenso del Espíritu Santo, que nos hará ver los caminos de la evangelización, a través de los cuales la Iglesia debe continuar y renacer en nuestro gran continente. También nosotros hoy, y en los próximos días, deseamos perseverar en la oración con María, Madre de Nuestro Señor y Maestro: contigo, Madre de la esperanza, Madre de Guadalupe. 

4. Permite pues que yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Papa, junto con mis hermanos en el Episcopado que representan a la Iglesia de México y de toda la América Latina, en este solemne momento, confiemos y ofrezcamos a Ti, sierva del Señor, todo el patrimonio del Evangelio, de la Cruz, de la Resurrección, de los que todos nosotros somos testigos, apóstoles, maestros y obispos. 

¡      Oh Madre! Ayúdanos a ser fieles dispensadores de los grandes misterios de Dios. Ayúdanos a enseñar la verdad que tu Hijo ha anunciado y a extender el amor, que es el principal mandamiento y el primer fruto del Espíritu Santo. Ayúdanos a confirmar a nuestros hermanos en la fe, ayúdanos a despertar la esperanza en la vida eterna. Ayúdanos a guardar los grandes tesoros encerrados en las almas del Pueblo de Dios que nos ha sido encomendado. 

Te ofrecemos todo este Pueblo de Dios. Te ofrecemos la Iglesia de México y de todo el Continente. Te la ofrecemos como propiedad Tuya. Tú que has entrado tan adentro en los corazones de los fieles a través de la señal de Tu presencia, que es Tu imagen en el Santuario de Guadalupe, vive como en Tu casa en estos corazones, también en el futuro. Sé uno de casa en nuestras familias, en nuestras parroquias, misiones, diócesis y en todos los pueblos. 

Y hazlo por medio de la Iglesia Santa, la cual, imitándote a Ti, Madre, desea ser a su vez una buena madre, cuidar a las almas en todas sus necesidades, enunciando el Evangelio, administrando los sacramentos, salvaguardando la vida de las familias mediante el sacramento del matrimonio, reuniendo a todos en la comunidad eucarística por medio del santo sacramento del altar, acompañándolos amorosamente desde la cuna hasta la entrada en la eternidad. 

¡Oh Madre! Despierta en las jóvenes generaciones la disponibilidad al exclusivo servicio a Dios. Implora para nosotros abundantes vocaciones locales al sacerdocio y a la vida consagrada. 

¡Oh Madre! Corrobora la fe de todos nuestros hermanos y hermanas laicos, para que en cada campo de la vida social, profesional, cultura! y política, actúen de acuerdo con la verdad y la ley que tu Hijo ha traído a la humanidad, para conducir a todos a la salvación eterna y, al mismo tiempo, para hacer la vida sobre la tierra más humana, más digna del hombre. 

La Iglesia que desarrolla su labor entre las naciones americanas, la Iglesia en México, quiere servir con todas sus fuerzas esta causa sublime con un renovado espíritu misionero. ¡Oh Madre! haz que sepamos servirla en la verdad y en la justicia. Haz que nosotros mismos sigamos este camino y conduzcamos a los demás, sin desviarnos jamás por senderos tortuosos, arrastrando a los otros. 

Te ofrecemos y confiamos todos aquellos y todo aquello que es objeto de nuestra responsabilidad pastoral, confiando que Tú estarás con nosotros, y nos ayudarás a realizar lo que tu Hijo nos ha mandado (cf. Jn 2,5). Te traemos esta confianza ilimitada y con ella, yo, Juan Pablo II, con todos mis hermanos en el Episcopado de México y de América Latina, queremos vincularte de modo todavía más fuerte a nuestro ministerio, a la Iglesia y a la vida de nuestras naciones. Deseamos poner en tus manos nuestro entero porvenir, el porvenir de la evangelización de América Latina. 

¡Reina de los Apóstoles! Acepta nuestra prontitud a servir sin reserva la causa de tu Hijo, la causa del Evangelio y la causa de la paz, basada sobre la justicia y el amor entre los hombres y entre los pueblos. 

¡Reina de la Paz! Salva a las naciones y a los pueblos de todo el continente, que tanto confían en Ti, de las guerras, del odio y de la subversión. 

Haz que todos, gobernantes y súbditos, aprendan a vivir en paz, se eduquen para la paz, hagan cuanto exige la justicia y el respeto de los derechos de todo hombre, para que se consolide la paz. Acepta esta nuestra confiada entrega, oh sierva del Señor. Que tu materna! presencia en el misterio de Cristo y de la Iglesia se convierta en fuente de alegría y de libertad para cada uno y para todos; fuente de aquella libertad por medio de la cual “Cristo nos ha liberado” (Ga 5, 1), y finalmente fuente de aquella paz que el mundo no puede dar, sino que sólo la da El, Cristo (cf. Jn 14, 27).

Finalmente, oh Madre, recordando y confirmando el gesto de mis Predecesores Benedicto XIV y Pío X, quienes te proclamaron Patrona de México y de toda la América Latina, te presento una diadema en nombre de todos tus hijos mexicanos y latinoamericanos, para que los conserves bajo tu protección, guardes su concordia en la fe y su fidelidad a Cristo, tu Hijo. Amén.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
CON ANTIGUOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO COLEGIO BELGA

HOMILÍA DEl SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla de Santa Marta, Vaticano
Sábado 31 de marzo de 1979

Queridos amigos:

La Eucaristía que celebramos juntos hoy es el signo de una unidad particular con Cristo, Sacerdote único y eterno, que "por su propia sangre entró una vez en el santuario" (Heb 9, 12). Cristo mismo está siempre presente en la Iglesia "hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20). Vive en ella y reúne al Pueblo de Dios en torno a la mesa de la Palabra y la Eucaristía. Vive en ella por nuestro servicio sacerdotal.

Al encontrarnos hoy aquí reunidos en torno al altar en esta comunión que formarnos en otros tiempos en el Colegio Belga de Roma, nuestros corazones rebosan de gratitud por el don da la vocación sacerdotal, porque nos ha elegido para que vayamos y demos fruto (cf. Jn 15, 16), porque al confiarnos sus misterios nos ha confiado hombres que tienen la "redención por la virtud de su sangre" (Ef 1, 7). Contemplando todo esto con ojos de fe, palpamos nuestra indignidad y estamos siempre dispuestos a repetir: "Somos siervos inútiles" (Lc 17, 10). Experimentamos continuamente también la grandeza del don y damos gracias a Dios por este don. "Dad gracias a Yavé porque es bueno" (Sal 105, 1).

Hoy deseamos manifestarnos mutuamente esta gratitud. El Señor quiere que sepamos ser agradecidos a los hombres, que miremos nuestra vida bajo el punto de vista de los dones recibidos por medio de los hombres, de nuestros hermanos. Por ello quisiera hoy volver la mirada a los años que nos han visto congregados entre las paredes del antiguo Colegio Belga, situado en el número 26 de la "Via del Quirinale", cerca de la iglesia de San Andrés, donde murió y yace San Estanislao de Kotska, Patrono de la juventud.

Unos treinta años nos separan de aquel entonces. Podríamos ceder a las leyes del tiempo que, entre otras cosas, nos inducen a olvidar. Pero la voz del corazón es más fuerte y nos exige conservar las cosas en la memoria y volver a pensar en ellas con gratitud. Agradezcamos hoy a Cristo el que nos haya concedido la gracia de encontrarnos juntos en aquel período importante de nuestra vida, cuando todavía estábamos en los primeros años de nuestro sacerdocio o nos preparábamos a él. "Ecce quam bonum et quam iucundum habitare fratres in unum: Ved cuán bueno y deleitoso es habitar en uno los hermanos" (Sal 132, 1).

Damos gracias a Dios que nos dio la posibilidad de ser hermanos unos de otros; y la gratitud entre nosotros es recíproca. Nos hizo posible vivir la fraternidad que une a hombres procedentes de distintas familias, distintas naciones, diferentes continentes, pues así éramos los allí reunidos entonces. Decimos gracias por lo que cada uno de nosotros ha sido para los demás en aquel tiempo, y por lo que todos han sido para todos. Gracias por el modo en que hemos compartido con los otros las cualidades de la inteligencia, el carácter y el corazón; gracias por el lugar que ocupaban en este intercambio recíproco los estudios que realizábamos, y también las experiencias apostólicas y pastorales a que nos entregábamos cada uno. Gracias por lo que era para nosotros la Roma sacra que aprendimos a conocer de modo sistemático como capital de la antigüedad y capital de la cristiandad. Gracias por lo que era la experiencia de Europa, del mundo, de la patria de cada uno, que entonces se estaba recobrando de los sufrimientos después de la segunda guerra mundial.

Pienso en fin en lo que eran para nosotros nuestros superiores; nuestro venerado rector, el cardenal de Furstenberg, aquí presente hoy entre nosotros; y también nuestros obispos que venían a visitarnos al Colegio, como asimismo otros hombres de Iglesia, apóstoles de aquel tiempo, como el sacerdote Cardijn; sin contar los doctos profesores, los predicadores de retiros, los directores de conciencia. ¿Qué fueron ellos para nosotros?

De todo esto quisiéramos hablar a Cristo mismo en primer lugar, comenzando por esta concelebración, por esta liturgia. Esta concelebración nos da ocasión también de comunicarnos unos a otros. Deseamos igualmente renovar el espíritu que recibimos por "la imposición de las manos" (2 Tim 1, 6), y esta unión de corazones cuyo secreto conoce el mismo Señor. Amén.

ORDENACIÓN EPISCOPAL DE MONS. MACHARSKI, ARZOBISPO DE CRACOVIA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Sábado 6 de enero de 1979

1. «Levántate (Jerusalén)..., pues ha llegado tu luz, y la gloria de Yavé alborea sobre ti», grita el Profeta Isaías (60, 1), en el siglo VIII antes de Cristo, y nosotros escuchamos sus palabras hoy, en el siglo XX después de Cristo, y admiramos, verdaderamente admiramos, la gran luz que proviene de estas palabras. Isaías, a través de los siglos, se dirige a Jerusalén que sería la ciudad del Gran Ungido, del Mesías: «Las gentes andarán en tu luz, y los reyes a la claridad de tu aurora... Alza en torno tus ojos y mira; todos se reúnen y vienen a ti, llegan de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas a ancas... Te cubrirán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madián y de Efa. Todos vienen de Saba, trayendo oro e incienso, pregonando las glorias de Yavé» (60, 3-4. 6). Tenemos ante los ojos a estos tres —así dice la tradición— Reyes Magos que vienen en peregrinación desde lejos, con los camellos y traen consigo no sólo oro e incienso, sino también mirra: los dones simbólicos con que vinieron al encuentro del Mesías que era esperado también más allá de las fronteras de Israel. No nos asombramos, pues, cuando Isaías, en este diálogo profético con Jerusalén, que atraviesa los siglos, dice en cierto momento: «Palpitará y se ensanchará tu corazón» (60, 5). Habla a la ciudad como si ésta fuera un hombre vivo.

2. «Palpitará y se ensanchará tu corazón». En la noche de Navidad, encontrándome con cuantos participaban en la liturgia eucarística de medianoche aquí, en esta basílica, pedí a todos que estuviesen con el pensamiento y con el corazón más allí que aquí; más en Belén, en el lugar donde nació Cristo, en aquella gruta-establo en la que «el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14). Y hoy os pido lo mismo. Porque allí, justamente allí, en aquel lugar, al sur de Jerusalén, llegaron del Oriente aquellos extraños peregrinos, los Reyes Magos. Atravesaron Jerusalén. Los guiaba una estrella misteriosa, luz exterior que se movía en el firmamento. Pero más aún los guiaba la fe, luz interior. Llegaron. No les asombró lo que encontraron: ni la pobreza, ni el establo, ni el hecho de que el Niño yacía en un pesebre. Llegaron y postrándose "lo adoraron". Después abrieron sus cofres y ofrecieron al Niño Jesús los dones de oro e incienso de los que habla precisamente Isaías, pero le ofrecieron también mirra. Y después de haber cumplido todo esto, regresaron a su país.

Por esta peregrinación a Belén los Reyes Magos han venido a ser el principio y el símbolo de todos los que mediante la fe llegan a Jesús. el Niño envuelto en pañales y colocado en un pesebre, el Salvador clavado en la cruz, Aquel que, crucificado bajó Poncio Pilato, bajado de la cruz y sepultado en una tumba junto al Calvario, resucitó al tercer día. Precisamente estos hombres, los Reyes Magos del Oriente, tres, corno quiere la tradición, son el comienzo y la prefiguración de cuantos, desde más allá de las fronteras del Pueblo elegido de la Antigua Alianza, han llegado y llegan siempre a Cristo mediante la fe.

3. «Palpitará y se ensanchará tu corazón», dice Isaías a Jerusalén. En efecto, era preciso ensanchar el corazón del Pueblo de Dios para que cupieran en él los hombres nuevos, los pueblos nuevos. Este grito del Profeta es la palabra clave de la Epifanía. Era necesario ensanchar continuamente el corazón de la Iglesia, cuando entraban en ella siempre hombres nuevos; cuando sobre las huellas de los pastores y de los Reyes Magos venían constantemente desde el Oriente pueblos nuevos a Belén. También ahora es necesario ensanchar siempre este corazón a medida de los hombres y de los pueblos, a medida de las épocas y de los tiempos. La Epifanía es la fiesta de la vitalidad de la Iglesia. La Iglesia vive su convencimiento de la misión de Dios, que se actualiza por medio de ella. El Concilio Vaticano II nos ha ayudado a caer en la cuenta de que la "misión" es el nombre propio de la Iglesia, y en cierto sentido constituye su definición. La Iglesia es ella misma cuando cumple su misión. La Iglesia es ella misma cuando los hombres —igual que los pastores y los Reyes Magos de Oriente— llegan a Jesucristo mediante la fe. Cuando en Cristo-Hombre y por Cristo encuentran a Dios.

La Epifanía, pues, es la gran fiesta de la fe. Participan en esta fiesta tanto los que ya han llegado a la fe, como los que se encuentran en camino para alcanzarnos. Participan, dando gracias por el don de la fe, igual que los Reyes Magos, rebosando gratitud, se arrodillaron ante el Niño. De esta fiesta participa la Iglesia que cada año es más consciente de la amplitud de su misión. ¡A cuántos hombres es necesario llevar la fe también hoy! A cuántos hombres es necesario reconquistar para la fe que han perdido, y esto, a veces, es más difícil que la conversión primera a la fe. Pero la Iglesia, consciente de aquel gran don, del don de la Encarnación de Dios, no puede pararse jamás, no puede cansarse jamás. Debe buscar continuamente el acceso a Belén para cada hombre y para cada época. La Epifanía es la fiesta del desafío de Dios.

En este día solemne han venido a Roma representaciones del pueblo y de la archidiócesis de Cracovia, para presentar a Jesús Niño un don, don que se manifiesta en la ordenación episcopal del nuevo arzobispo de Cracovia. Es un don de fe, de amor y de esperanza. Permitidme hablarles en mi lengua materna.

4. Todos nosotros, polacos hijos de la Iglesia de Cristo desde hace un milenio, reunidos aquí tomamos parte hoy en la solemnidad de la Epifanía. Son circunstancias extraordinarias: hemos venido a Roma, a San Pedro, donde el primer Papa en la historia hijo de la nación polaca, celebra la Eucaristía y consagra al obispo sucesor suyo en la cátedra de San Estanislao en Cracovia. Sucede esto justamente al principio de 1979, cuando nos separan 900 años de la muerte del mártir San Estanislao, que, al principio del milenio, predicando a nuestros antepasados a Cristo nacido en Belén, crucificado bajo Poncio Pilato y resucitado, con la fuerza del Evangelio los llevó a la fe, tal como lo han hecho obispos y sacerdotes en nuestra patria, durante centenares de años, y lo hacen ahora también.

       Pienso, queridos hermanos y hermanas, mis amados compatriotas, pienso queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, que nuestra presencia aquí hoy debe ser un acto singular de gratitud por la fe que ilumina todos estos centenares de años y que no deja de iluminar a nuestros tiempos, tiempos extraordinarios en los que debe madurar especialmente la responsabilidad por la fe; por el gran don de Dios encarnado; por la Epifanía. Para esta gratitud debe madurar el nuevo fruto de esta Epifanía en las almas de las generaciones que nacen y que vendrán después de nosotros, gracias al servicio de cada uno de nosotros, gracias a tu servicio, Franciszek, metropolitano de Cracovia.

5. ¡Levántate, Jerusalén! «Palpitará y se ensanchará tu corazón». Íntimamente unidos con los que vinieron del Oriente, con los Reyes Magos, testigos admirables de la fe en Dios Encarnado, allí junto al pesebre de Belén, adonde hemos sido llevados por el pensamiento y el corazón; nos encontramos de nuevo aquí en esta basílica. Aquí, de manera particular, en el curso de los siglos, se ha cumplido la profecía de Isaías. Desde aquí se ha difundido la luz de la fe para tantos hombres y para tantos pueblos. Desde aquí, a través de Pedro y de su Sede, ha entrado y entra siempre una multitud innumerable en esta gran comunidad del Pueblo de Dios, en la unión de la nueva Alianza, en los tabernáculos de la nueva Jerusalén.Y hoy, ¿qué más puede desear el Sucesor de Pedro en esta basílica, en esta su nueva Cátedra, sino que ella sirva a la Epifanía?, que en ella y por ella los hombres de todos los tiempos y de nuestro tiempo, los hombres provenientes del Oriente y del Occidente, del Norte y del Sur, logren llegar a Belén, llegar a Cristo mediante la fe.Así, pues, una vez más tomo prestadas las palabras de Isaías para formular mi felicitación Urbi et Orbi y decir:

«¡ Levántate!, palpitará y se ensanchará tu corazón».

¡Levántate!, y siembra la fuerza de tu fe. ¡Cristo te ilumine continuamente! Que los hombres y los pueblos caminen en esta luz. Amén.

MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Jueves Santo 12 de abril de 1979

1. Hoy, en el umbral de este triduo sagrado, deseamos profesar, de modo particular, nuestra fe en Cristo, en Aquel cuya pasión debemos renovar, en el espíritu de la Iglesia, para que todos dirijan "la mirada al que traspasaron" (Jn 19, 37), y la generación actual de los habitantes de la tierra llore sobre El (cf. Lc 23, 27).

He aquí a Cristo: en el que viene Dios a la humanidad como Señor de la historia: "Yo soy el alfa y la omega..., el que es, el que era, el que viene" (Ap 1, 8). He aquí a Cristo "que me amó y se entregó por mí" (Gál 2, 20), Cristo que vino para obtenernos "con su propia sangre... una redención eterna" (Heb 9, 12).

Cristo: el "Ungido", el Mesías.

Una vez, Israel, en la víspera de la liberación de la esclavitud de Egipto, signó las puertas de las casas con la sangre del cordero (cf. Ex 12, 1-14). He aquí que el Cordero de Dios está entre nosotros, Aquel a quien el mismo Padre ha ungido con poder y con el Espíritu Santo, y ha enviado al mundo (cf. Jn 1, 29; Act 10, 36-38).

Cristo: el "Ungido", el Mesías.

Durante estos días, con la fuerza de la unción del Espíritu Santo, con la fuerza de la plenitud de la santidad que hay en El, y sólo en El, clamará a Dios "con gran voz" (Lc 23, 46), voz de humillación, de anonadamiento, de cruz: "Señor, fortaleza mía, mi roca, mi ciudadela, mi libertador; mi Dios, mi roca, a quien me acojo; mi escudo, mi fuerza salvadora, mi asilo" (Sal 17 [18], 2 y s.).

Así clamará por sí y por nosotros.

2. Celebramos hoy la liturgia del crisma, mediante el cual la Iglesia quiere renovar, en los umbrales de estos días santos, el signo de la fuerza del Espíritu que ha recibido de su Redentor y Esposo.

Esta fuerza del Espíritu: gracia y santidad, que hay en El, es participada, al precio de la pasión y muerte, por los hombres mediante los sacramentos de la fe. Así se construye continuamente el Pueblo de Dios, como enseña el Concilio Vaticano II: "...los fieles, en virtud de su sacerdocio real, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el testimonio de una vida santa, con la abnegación y la caridad operante" (Lumen gentium, 10).

Con este óleo sagrado, óleo de los catecúmenos, serán ungidos los catecúmenos durante el bautismo, para poder ser ungidos después con el santo crisma. Recibirán esta unción por segunda vez en el sacramento de la confirmación. La recibirán también —si fueren llamados a esto—. Durante la ordenación, los diáconos, presbíteros, obispos. En el sacramento de los enfermos, todos los enfermos recibirán la unción con el óleo de los enfermos (cf. Sant 5, 14).

Queremos preparar hoy a la Iglesia para el nuevo año de gracia, para la administración de los sacramentos de la fe, que tienen su centro en la Eucaristía. Todos los sacramentos, los que tienen el signo de la unción, y los que se administran sin este signo, como la penitencia y el matrimonio, significan una participación eficaz en la fuerza de Aquel a quien el mismo Padre había ungido y enviado al mundo (cf. Lc 4, 18).

Celebramos hoy, Jueves Santo, la liturgia de esta fuerza, que alcanzó su plenitud en las debilidades del Viernes Santo, en los tormentos de su pasión y agonía, porque, mediante todo esto, Cristo nos ha merecido la gracia: "Con vosotros sean la gracia y la paz... de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra" (Ap 1, 4. 5).

3. A través de su abandono en el Padre, a través de la obediencia hasta la muerte, nos ha hecho también "reyes y sacerdotes" (Ap 1, 6).

Lo proclamó el día solemne en que compartió con los Apóstoles el pan y el vino, como su Cuerpo y Sangre para la salvación del mundo. Precisamente hoy estamos llamados a vivir este día: fiesta de los sacerdotes. Hoy hablan de nuevo a nuestros corazones los misterios del Cenáculo, donde Cristo, en la primera Eucaristía, dijo: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19), instituyendo así el sacramento del sacerdocio. Y he aquí que se cumplió lo que mucho tiempo antes- había dicho el Profeta Isaías: "Vosotros seréis llamados sacerdotes del Señor, y nombrados ministros de nuestro Dios" (Is 61, 6).

Hoy sentimos el deseo vivísimo de encontrarnos junto al altar para esta concelebración eucarística y dar gracias por el don particular que el Señor nos ha conferido. Conscientes de la grandeza de esta gracia, deseamos además renovar las promesas que cada uno de nosotros hizo el día de la propia ordenación, poniéndolas en las manos del obispo. Al renovarlas, pidamos la gracia de la fidelidad y de la perseverancia. Pidamos también que la gracia de la vocación sacerdotal caiga sobre el terreno de muchas almas juveniles, y que allí eche raíces como semilla que da fruto centuplicado (cf. Lc 8, 8).

Como está previsto, hacen hoy lo mismo los obispos en sus catedrales en todo el mundo juntamente con los sacerdotes renuevan las promesas hechas el día de la ordenación. Unámonos a ellos más ardientemente aún mediante la fraternidad en la fe y en la vocación, que hemos sacado del cenáculo como herencia transmitida por los Apóstoles. Perseveremos en esta gran comunidad sacerdotal, como siervos del Pueblo de Dios, como discípulos y amantes de los que se ha hecho obediente hasta la muerte, que no ha venido al mundo para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20, 28).

SANTA MISA CON LOS NUEVOS DIÁCONOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Paulina
Sábado 21 de abril de 1979

Muy queridos diáconos:

En la larga historia de la Iglesia de Roma no es raro ver diáconos unidos al Papa en su ministerio, ver a diáconos al lado del Papa. Me proporciona un gozo especial sentirme esta mañana rodeado de diáconos, pues nuestra relación —nuestra comunión eclesial— alcanza su expresión más alta en el Santo Sacrificio de la Misa

Nuestro gozo se ve aumentado —el vuestro y el mío— al tener aquí con nosotros a algunos padres y seres queridos vuestros. Todos hemos venido a celebrar el misterio pascual y a experimentar el amor de Jesús. El suyo es un amor de sacrificio, un amor que le movió a entregar la vida por su pueblo y tomarla de nuevo. Su amor de sacrificio se ha manifestado con gran generosidad en la vida de vuestros padres; por ello, es muy natural que ellos disfruten hoy de un momento excepcional de serenidad, satisfacción y sano orgullo.

Al conmemorar la resurrección del Señor Jesús, reflexionamos sobre sus distintas apariciones tal como las recuerda la lectura de los Hechos de los Apóstoles, la aparición a María Magdalena, a los dos discípulos, a los once Apóstoles. Renovamos nuestra fe, nuestra santa fe católica, y nos regocijamos y exultamos porque el Señor ha resucitado verdaderamente. ¡Aleluya! Hoy en día tenemos mucha mayor conciencia que anteriormente de lo que significa ser pueblo pascual y que nuestro canto sea el aleluya.

El acontecimiento pascual —la resurrección corporal de Cristo— impregna la vida de toda la Iglesia. Da a los cristianos de todos los lugares fuerza para cada circunstancia de la vida. Nos sensibiliza hacia la humanidad con todas sus limitaciones, sufrimientos y necesidades. La resurrección tiene inmenso poder de liberar, elevar, conseguir justicia, producir santidad y causar alegría.

Pero para vosotros, diáconos, hay un mensaje particular esta mañana. Por vuestra sagrada ordenación habéis sido vinculados de modo especial al Evangelio de Cristo resucitado. Se os ha encargado prestar un tipo especial de servicio, diaconía, en el nombre del Señor resucitado. En la ceremonia de ordenación el obispo dice a cada uno de vosotros: "Recibe el Evangelio de Cristo, del que ahora eres heraldo. Cree lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas". De modo que estáis llamados a llevar las palabras de los Hechos de los Apóstoles en el corazón. En vuestra calidad de diáconos habéis llegado a quedar asociados con Pedro y Juan y todos los Apóstoles. Ayudáis en el ministerio apostólico y participáis en su proclamación. Como los Apóstoles, también vosotros os debéis sentir impulsados a proclamar la resurrección del Señor Jesús de palabra y con obras. También vosotros debéis experimentar la urgencia de hacer el bien, de rendir servicio en el nombre de Jesús crucificado y resucitado, de llevar la Palabra de Dios a la vida de su pueblo santo.

En la primera lectura de hoy oímos decir a los Apóstoles: "Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído". Y estáis llamados a proclamar con obediencia de fe y basados en su testimonio —basados en lo que ha sido transmitido en la Iglesia bajo la guía del Espíritu Santo— el gran misterio de Cristo resucitado que comunicó a todos sus hermanos, en el mismo acto de resucitar, la vida eterna, puesto que les comunicó su victoria sobre el pecado y la muerte. Recordad que los Apóstoles constituyeron un reto y un reproche para muchos cuando proclamaron la resurrección. Y se les conminó a que no siguieran hablando en el nombre de Jesús resucitado. Pero su respuesta fue inmediata y neta: "Juzgad por vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a El".

Y en esta obediencia a Dios encontraron la plenitud suprema del gozo pascual.

Lo mismo es para vosotros, nuevos diáconos de este período pascual, en cuanto asociados a los obispos y sacerdotes de la Iglesia; vuestro discipulado tendrá estas dos características: obediencia y gozo. Las dos a su modo harán patente la autenticidad de vuestra vida. Vuestra capacidad para comunicar el Evangelio dependerá de vuestra adhesión a la fe de los Apóstoles. La eficiencia de vuestra diaconía se medirá por la fidelidad de vuestra obediencia al mandato de la Iglesia. Es Cristo resucitado quien os ha llamado y es su Iglesia la que os envía a proclamar el mensaje transmitido por los Apóstoles. Y es la Iglesia la que autentica vuestro ministerio. Estad seguros de que la misma potencia del Evangelio que proclamáis os colmará de la alegría más sublime posible: alegría de sacrificio, sí, pero alegría transformante por estar íntimamente asociados a Cristo resucitado en su misión triunfal de salvación.

Todos los discípulos de Jesús, y vosotros diáconos a título especial, están llamados a difundir la inmensa alegría pascual experimentada por nuestra Madre bendita. Ante la resurrección de su Hijo vemos a María como Mater plena sanctae laetitiae, transformada en Causa nostrae laetitiae para nosotros.

Obediencia y gozo son, por tanto, expresiones auténticas de vuestro discipulado. Pero son también condición de la eficiencia de vuestro ministerio y, al mismo tiempo, dones de la gracia de Dios, efectos precisamente del misterio de la resurrección que proclamáis.

Queridos diáconos: Os hablo como a hijos, hermanos y amigos. Hoy es día de gozo especial. Pues que sea asimismo día de resoluciones especiales. En presencia del Papa, bajo la mirada de los Apóstoles Pedro y Pablo, en compañía de Esteban, siendo testigos vuestros padres y en comunión con la Iglesia universal, renovad otra vez vuestra consagración eclesial a Jesucristo, a quien servís y cuyo mensaje vivificador estáis llamados a transmitir en toda su pureza e integridad, con todas sus exigencias y todo su poder. Y sabed que con inmenso amor os repito a vosotros y a vuestros hermanos diáconos de toda la Iglesia, las palabras del Evangelio de esta mañana, las palabras de Nuestro Señor Jesucristo: "Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura".

Esto es lo que significa vuestro ministerio. En esto consistirá vuestro grandioso servicio a la humanidad. Esta es vuestra respuesta al amor de Dios. Amén.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS OBISPOS DE ITALIA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Martes 15 de mayo de 1979

Venerados y amadísimos hermanos del Episcopado italiano:

1. "No se turbe vuestro corazón" (Jn 14, 1).

Cristo pronuncia estas palabras cuando debe dejar este mundo, puesto que dice: "Voy... y volveré" (Jn 14, 2. 3). Las pronuncia teniendo conciencia de que "viene el príncipe del mundo" (Jn 14, 30), mientras El mismo deberá afrontar la prueba de la cruz. Mucho más que sus discípulos es consciente de lo que le sucederá, de cómo se desarrollarán los sucesos en los próximos días, y de cómo se desarrollará la historia de la Iglesia y del mundo. Sin embargo, pronuncia estas palabras que encierran en sí la llamada al coraje: "No se turbe vuestro corazón". Y como en contraste con todo aquello de lo que era profundamente consciente, hace que preceda a esta llamada un saludo de paz, de la seguridad de la paz: "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14, 27).

Como se ve, estamos en este magnífico ambiente pascual, casi siempre en el Cenáculo: allí donde la Iglesia, el día de Jueves Santo, recibió la Eucaristía, y allí donde, el día de Pentecostés, debía recibir al Espíritu de verdad. Estamos en los comienzos de la Iglesia.

2. Al mismo tiempo, entramos ya en su historia. Como en un calidoscopio pasan ante nosotros los acontecimientos que testimonian de qué modo las palabras, pronunciadas por Jesucristo en el Cenáculo, se realizan en la vida de la primera generación de los cristianos, que es la generación apostólica. En la liturgia de hoy, en efecto, nos encontramos sobre la huella del primer viaje misionero de San Pablo, que, perseguido por los judíos y amenazado de muerte, anuncia el Evangelio. En Listra, después de haberlo acosado a pedradas, lo arrastraron fuera de la ciudad y lo dejaron sólo cuando lo creyeron muerto. Pablo, en cambio, se levanta y vuelve a la ciudad, para irse luego a Iconio y Antioquía. Por todas partes organiza la Iglesia "constituyó para ellos presbíteros en cada Iglesia" (cf. Act 14, 23). Considera las pruebas, que debe afrontar, como una cosa normal, porque no de otra manera, sino sólo por muchas pruebas debemos entrar en el reino de Dios (cf. Act 14, 22). En estas palabras percibimos como un eco de las palabras mismas que el Señor dirigió a los discípulos en el camino de Emaús: "¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria?" (Lc 24, 26).

Así con todas estas experiencias crece la Iglesia primitiva: crece mediante la fe que brota del anuncio del Evangelio predicado por los Apóstoles, sostenido por la oración y el ayuno; crece por el poder de la gracia misma de Dios. Y los que la construyen dan testimonio de ello.

3. El deber de todos nosotros que hoy aquí, en la Capilla Sixtina, celebramos juntos la Eucaristía, es servir para que la Iglesia crezca en nuestra época, crezca en estos tiempos difíciles; para que crezca también en medio de las contrariedades y de las amenazas; para que sepa recoger el fruto de las nuevas experiencias de esta tierra italiana, de este pueblo que, desde hace 2000 años, está tan profundamente ligado a la historia del Evangelio. a la Sede de San Pedro. de este pueblo, cuya historia está toda impregnada de modo excepcional por la influencia espiritual del cristianismo. Efectivamente, no es necesario explicar cuál es la posición de Roma y, por lo tanto, de Italia en el contexto de toda la Iglesia católica. Se trata de un privilegio, no ya debido a atribuciones de origen humano, ni mucho menos a usurpaciones de poder, sino que responde a un arcano designio del Señor, porque fue El mismo quien empujó hacia las playas italianas y al camino de Roma a sus Apóstoles Pedro y Pablo, para traeros el anuncio evangélico y confirmarlo con el sacrificio de su vida.

Por esto, en el momento importante de nuestro común servicio, me encuentro hoy con vosotros, venerables y queridos hermanos de cada una de las Iglesias de Italia, de una forma oficial, después de los encuentros numerosos y personales que he tenido con muchos de vosotros en los meses pasados. Os debo, ante todo, un saludo que se inspira conjuntamente en los sentimientos de deferencia y amistad para cada uno de vosotros y, además, en las razones mucho más elevadas de la fe y de la caridad. Y procurad —os lo ruego, queridísimos hermanos— llevar este saludo mío a los fieles de cada una de las Iglesias que os están confiadas.

Sois los obispos de la Iglesia de Dios que está en Italia; o mejor —por las bien conocidas razones geográficas, históricas y teológicas que, entrelazándose providencialmente, sitúan a Roma en el centro de Italia y a la vez del mundo católico— es preciso decir: Somos los obispos de esta Iglesia: todos juntos lo somos, vosotros y yo. Y esto en mí, llamado a Roma nullis meis meritis, sed sola dignationes misericordiae Domini, exige una particular conciencia de ser Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal, precisamente por ser Sucesor de Pedro en esta bendita Sede Romana; y repito, exige la consiguiente responsabilidad de deber pensar y actuar —en línea ciertamente con la sollicitudo omnium Ecclesiarum, de que hablaba San Pablo (2 Cor 11, 28)— con una atención y un cuidado singularísimo para el incremento de la vida espiritual y religiosa de esta sacra ciudad.

Y de aquí, por conexión natural o expansión, esta solicitud especial se extiende a las otras Iglesias contiguas a la de Roma: a las antiguas sedes suburbicarias, después a las Iglesias de la región del Lacio, luego a las comprendidas en el ámbito del antiguo Patrimonium Sancti Petri y, sucesivamente a todas las que hay en Italia. Precisamente el deber pastoral me impone promover la causa de la evangelización y estimular la vida eclesial en toda la península, con la aportación de una entrega plena, de un esfuerzo constante y humilde.

4. Obispo con vosotros y como vosotros de la Iglesia en Italia, no puedo ignorar los problemas particulares que se presentan en nuestros días, en el cuadro concreto de las circunstancias sociales, culturales y civiles, en las que vive todo el país. Os diré a este propósito que en el pasado marzo he podido leer la ponderada "introducción" que vuestro Presidente, el señor cardenal Antonio Poma, tuvo ante el Consejo permanente de la CEI, precisamente con miras a la presente XVI asamblea general. Hay que tener en cuenta —decía él— que "el ministerio de evangelización se realiza y madura en un tiempo determinado y en un terreno particular, que debemos conocer y valorar". Después he examinado el proyecto del documento pastoral sobre "Seminarios y vocaciones sacerdotales", que discutiréis estos días. Sé bien que dicho documento constituye el programa para el año 1979-80 y, al poner de relieve que lleva la misma fecha que mi reciente Carta a los sacerdotes, subrayo con placer su consonancia con lo que es para mí motivo de la más asidua atención.

Sin querer anticipar ahora conclusiones que deberán surgir, en cambio, de la reflexión de vuestra asamblea, me apremia manifestar, como a modo de adhesión personal, la más sentida felicitación por este trabajo. Me sugiere este sentimiento una serie de comprobaciones que contiene; por ejemplo, la coherencia del tema de las vocaciones sagradas y de los seminarios con los temas tratados en años precedentes, que tenían todos como eje central la evangelización, y el último de ellos se titulaba precisamente "Evangelización y ministerios"; además, la actualidad y la correspondencia del tema mismo con las exigencias del tiempo presente, en el que el descenso que se ha verificado desde hace quince años, está volviendo más agudo el problema del servicio asignado específicamente al sacerdocio ministerial en el ámbito del Pueblo de Dios.

Ahora, en el centro de nuestra asamblea eucarística, debemos examinar la cuestión vocacional en su exacta dimensión eclesiológica y cristológica y, sobre todo, debemos hacerla objeto de la más insistente invocación al "Dueño de la mies". Toda vocación sacerdotal, así como nace por llamada del Señor, así también está destinada al servicio de la Iglesia, y por lo tanto es necesario insertar en el interior de la Iglesia, estudiar y resolver el problema de la deseada primavera de vocaciones sagradas. Aun teniendo presentes las investigaciones socio-estadísticas, es necesario convencerse de que este problema está vinculado muy estrechamente con la pastoral ordinaria.

La vocación dice relación, ante todo, a la vida de la parroquia cuyo influjo tiene para ella una importancia fundamental, bajo los más diversos aspectos: los de la animación litúrgica, del espíritu comunitario, de la validez del testimonio cristiano, del ejemplo personal del párroco y de los sacerdotes colaboradores suyos. Pero tiene una relación totalmente particular con la vida de la familia: donde hay una pastoral familiar eficaz e inteligente, lo mismo que es normal acoger la vida como don de Dios, así es más fácil que se oiga la voz de Dios y sea más generosa la acogida que allí encuentre.

Relación especial tiene también con la pastoral de la juventud, porque es indudable que, si los jóvenes son acompañados, asistidos, educados en la fe por sacerdotes que viven dignamente su sacerdocio, será fácil individuar y descubrir a los que entre ellos son llamados y ayudarles a recorrer el camino que señale el Señor. Comprendéis, queridísimos hermanos, cuán necesaria es al respecto una gran movilización de las fuerzas apostólicas, partiendo de los ambientes fundamentales de la vida cristiana: las parroquias, las familias, las asociaciones y los grupos juveniles.

En cuanto al aspecto cristológico. para discernir bien la idoneidad y calidad de los llamados, es igualmente irrenunciable mirar a Cristo el Sacerdote Eterno, y tomar de El, de su ministerio, de su sacerdocio las medidas exactas y sacar las líneas genuinas del servicio presbiteral. Y sobre todo es indispensable el recurso a la oración: la debemos hacer sin cansarnos jamás, la debemos hacer también hoy, también ahora, de tal modo que, gracias a esta concelebración nuestra, se aumente en nosotros no sólo la conciencia del problema vocacional, sino también la certeza de la indefectible ayuda divina. Una vez más queremos y debemos orar con fervor "al dueño de la mies para que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38; Lc 10, 2). Será una oración hecha en el nombre de Cristo; por esto será oída y os ayudará poderosamente en el trabajo de profundización y reflexión que vais a dedicar a un tema tan grave y delicado.

5. Sé también, venerables hermanos, que dedicaréis en estos días vuestra atención a otros temas. También por ellos debo manifestaros mi aplauso y estima. Pienso en el hermoso texto del "Catecismo de los jóvenes", sobre el cual repito públicamente cuanto antes encargué se escribiera al Emmo. Presidente, que me entregó uno como obsequio anticipado: es un texto que se acredita por su sabiduría pastoral y por su experiencia pedagógica. Y tengo noticias del otro volumen que, con igual interés, se está preparando para los adultos. Pero, en relación al tema predominante, quiero poner de relieve cuán fundamental es el valor de la catequesis para despertar vocaciones: si la pastoral ordinaria encuentra en la catequesis una de sus formas más altas y uno de los medios más adecuados, se sigue de ahí que la catequesis, además de responder al fin general de la evangelización, podrá muy bien orientarse incluso al fin específico de las vocaciones.

Debo, pues, repetir cuanto ya he dicho de la pastoral: es necesario dar un gran desarrollo a la catequesis de la juventud, como también a la catequesis de la familia. Este último tema se une directamente con el ya elegido para el próximo Sínodo de los Obispos. Sé que la CEI está ya mirando a esta Asamblea, que se reunirá el año próximo, y ha encauzado los necesarios estudios preliminares para poder ofrecer a los trabajos sinodales la siempre apreciable aportación de la Iglesia en Italia. También me alegro sinceramente de esto, con la convicción de que el tema de la familia y su misión en el mundo contemporáneo revista realmente un interés primordial.

Queda todavía el asunto del XX Congreso Eucarístico Nacional; al dar la noticia del mismo, diré que se ha pensado celebrarlo en 1983, para distanciarlo oportunamente del homónimo Congreso Internacional, que —como sabéis— se tendrá en Lourdes en 1981. A éstas y a otras —tal vez menos importantes— iniciativas va desde ahora mi interés, mi aportación y mi solidaridad.

6. Con estos pensamientos y con estos problemas entramos, venerados y queridos hermanos, en el asamblea anual de los Pastores de la Iglesia que está en Italia, desde los Alpes hasta Sicilia. Y escuchamos lo que nos dice el Señor, como dijo a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo. Recordemos que sus palabras eran de paz: "No se turbe vuestro corazón..." (Jn 14, 1). Habéis oído que os dije: Me voy y después volveré (cf. Jn 14, 2. 3).

Repetirá la misma afirmación antes de la Ascensión: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20). Aceptamos estas palabras con gran fe. Cristo está realmente con nosotros y nos llama a la paz y a la fortaleza. El corazón humano puede turbarse de diversos modos: puede turbarse con el temor que paraliza las fuerzas interiores; pero también se puede turbar con ese temor que proviene de la solicitud por el gran bien, por la gran causa, el temor creativo, diría, que se manifiesta como sentido profundo de responsabilidad.

El Concilio Vaticano II, que nos ha propuesto una imagen tan real del mundo contemporáneo, ha llamado simultáneamente a toda la Iglesia a un profundo sentido de responsabilidad por el Evangelio, por la historia de la salvación humana. Sobre cada uno de nosotros gravita esta responsabilidad pastoral por los hermanos, por los compatriotas. Sobre el Sucesor de San Pedro a quien ha dicho Cristo: "confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32), esta responsabilidad pesa de modo especial, y yo la asumo con relación a la amadísima "Iglesia que está en Italia", en el vínculo de la unión colegial con vosotros, venerables y queridos hermanos.

Recordemos que la Iglesia es una comunidad del Pueblo de Dios. Nuestra responsabilidad pastoral por la Iglesia se realiza en la medida esencial por el hecho de que hacemos conscientes de su propia responsabilidad a todos los que Dios nos ha confiado y los educamos en esta responsabilidad para la Iglesia. y asumimos esta responsabilidad en comunión con ellos.

El Episcopado italiano tiene esta tarea como la tienen, por lo demás, todos los Episcopados del mundo. Es necesario suscitar la conciencia de la responsabilidad de todo el Pueblo de Dios y compartirla con todos; es necesario hacer a cada uno consciente de los propios derechos y deberes en todos los campos de la vida cristiana individual, familiar, social y civil; es necesario desenterrar, por decirlo así, todos los grandes recursos de energía, que se encuentran en las almas de los cristianos contemporáneos e, indirectamente, en todos los hombres de buena voluntad.

"Confirma" (Lc 22, 32) significa `"refuerza", "vuelve más fuerte": pero significa también esto: ayuda a encontrar de nuevo las fuentes de esta energía, que se hallan en los dos mil años del cristianismo en esta tierra: digo la energía de la que tiene necesidad igualmente todo el mundo contemporáneo. Y este "confirma" se apoya para todos nosotros, venerables y queridos hermanos, en el confide y en el confidite evangélicos (cf. Mt 9, 2; Jn 16, 33).

Es necesario tener confianza en Cristo, es necesario fiarse de Cristo, que ha vencido por medio de la cruz. ¡Debemos tener confianza! Y recemos a su Madre Santísima. para que nos enseñe a tener siempre esta confianza sin límite alguno. Amen.

CONCELEBRACIÓN SOLEMNE CON LOS OBISPOS DE POLONIA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Domingo 20 de mayo de 1979

1. La alegría del tiempo pascual sugiere a la Iglesia palabras de viva gratitud en la liturgia de hoy. He aquí: "Se ha manifestado el amor de Dios hacia nosotros" (1 Jn 4, 9); se ha manifestado en esto, "en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito" (1 Jn 4, 9); lo envió "para que nosotros vivamos por El" (1 Jn 4, 9); lo envió "como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10).

Este sacrificio ofrecido en el Calvario el Viernes Santo fue aceptado. Y he aquí que el Domingo de Pascua nos trajo la certeza de la Vida. El que rompió los sellos del sepulcro, ha manifestado la victoria sobre la muerte, y con esto ha revelado la Vida que tenemos "por El" (1 Jn 4, 9).

Todos los hombres son llamados a esta Vida: "No hay en Dios acepción de personas" (Act 10, 34; cf. Gál 2, 6). Y el Espíritu Santo, como lo atestigua San Pedro en la liturgia de hoy, "descendió sobre todos los que oían la palabra" (Act 10, 44).

La obra de la redención realizada por Cristo no tiene límite alguno en el espacio ni en el tiempo. Abraza a cada uno y a todos. Cristo murió en la cruz por todos y ganó para todos esta Vida divina, cuya potencia se ha manifestado en la Resurrección.

A esta grande y universal alegría pascual de la Iglesia deseo asociar hoy, de modo particular, la alegría de mis compatriotas, la alegría de la Iglesia en Polonia, que manifiesta la presencia de tantos peregrinos de todo el mundo con el ilustre y amadísimo Primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, con los arzobispos y metropolitanos de Cracovia y Wroclaw, y con tantos representantes del Episcopado polaco. Celebrando este santísimo Sacrificio queremos expresar a Dios, que es "Amor", nuestra gratitud por el milenio de la fe y de la permanencia en la unión con la Iglesia de Cristo. Por el milenio de la presencia de Polonia, siempre fiel, en este centro espiritual de la catolicidad y de la universalidad, que es la tumba de San Pedro en Roma, como también esta espléndida Basílica, construida sobre ella.

2. El motivo de nuestra especial alegría es, este año, el jubileo de San Estanislao, obispo de Cracovia y mártir. Han pasado, pues, 900 años desde que este obispo sufrió el martirio de manos del rey Boleslao. Se expuso a la muerte llamando al rey y pidiéndole que cambiara de actitud. La espada real no perdonó al obispo; lo alcanzó durante la celebración del santísimo Sacrificio, y de golpe lo privó de su vida. Testigo de este momento ha quedado la preciosísima reliquia del cráneo del obispo, en el que están visibles todavía hoy las señales de los golpes mortales. Esta reliquia, custodiada en un precioso relicario, es llevada cada año, desde hace muchos siglos, de la catedral de Wavel a la iglesia de San Miguel en Skalka (Rupella) en el mes de mayo, cuando se celebran en Polonia las solemnidades de San Estanislao. En esta procesión, a través de los siglos, participan los reyes polacos, los sucesores de ese Boleslao, que causó la muerte al obispo, y que, según la tradición, acabó la vida como penitente convertido.

El himno litúrgico en honor de San Estanislao resonaba como canto solemne de la nación, que acogió al mártir como a propio patrono. He aquí las primeras palabras de este himno: "Gaude mater Polonia / Prole fecunda nobili / Summi Regis magnalia. / Laude frecuenta vígili".

3. Hoy yo, en la historia de la Iglesia, primer Papa de la estirpe de los polacos y de los pueblos eslavos, celebro con gratitud la memoria de San Estanislao, porque hasta hace algunos meses era su sucesor en la sede episcopal de Cracovia. Y junto con mis compatriotas reunidos aquí, expreso la más viva gratitud a todos los que participan en esta solemnidad. Dentro de dos semanas tendré la suerte de ir en peregrinación a Polonia, para dar gracias a Dios por el milenio de la fe y de la Iglesia, que se funda sobre San Estanislao como sobre una piedra angular. Y aunque este acontecimiento es sobre todo el jubileo de la Iglesia en Polonia, lo expresamos también en la dimensión de la Iglesia universal, porque la Iglesia es una gran familia de pueblos y naciones, que, en el momento preciso, han contribuido todos a hacer una comunidad, mediante el propio testimonio y el propio don, y han puesto así de relieve su participación en la unidad universal.

Este don, hace 900 años, fue el sacrificio de San Estanislao.

4. Podemos recordar después de 900 años, el gran misterio de San Estanislao uniéndolo al mismo misterio pascual de Cristo. Así lo ha hecho el Episcopado polaco en su Carta pastoral a todos los . polacos de dentro y fuera de las fronteras de la patria, para prepararlos al jubileo de este año.

Este es el párrafo de la Carta:

«Meditando en la oración sobre este martirio, perdura todavía en nosotros el recuerdo cuaresmal de la pasión de nuestro Salvador Jesucristo. El llamó a sus discípulos a participar en esta pasión:  "el que quiera ser mi discípulo, tome  su cruz... y sígame". Si a partir de su muerte y resurrección los discípulos del Señor dieron su sangre durante siglos en testimonio de fe y amor, esto se hizo siempre con El y en El. Cristo les atrae hacia su Corazón traspasado y quedan unidos a El. Todo martirio religioso sólo en la muerte de Cristo encuentra su sentido y valor, y llega a ser plenamente comprendido y fructífero. La cruz de la vida y el martirio de San Estanislao en su esencia estaban muy cercanas a la cruz y muerte de Jesucristo en el Calvario. Tenían el mismo significado. Cristo defendía la verdad de su Padre, Dios eterno: defendía la verdad de Sí mismo, Hijo de Dios; defendía también la verdad del hombre, de su vocación y destino, de su dignidad de hijo de Dios. Defendía al hombre que en la verdad vive bajo el poder terreno, pero de modo más incomparable vive bajo la potestad divina. Que el fruto de este santo jubileo sea la fidelidad a la sangre que Cristo derramó en el Calvario para salvar al hombre, para salvar a cada uno de nosotros: la fidelidad a la Madre Dolorosa de Cristo; la fidelidad al martirio y sacrificio de San Estanislao».

¡Con cuánto regocijo leo estas palabras! Pues nos permiten comprender mejor lo que proclama la liturgia de San Estanislao: vivit victor sub glaudio. En efecto, sobre la cabeza del obispo de Cracovia, Estanislao de Szczepanow, en el año 1079, cayó la espada que le quitó la vida; y bajo aquella espada fue vencido el obispo. Boleslao eliminó de su camino a su adversario. El gran drama se cerró en las fronteras limitadas del tiempo. Pero sin embargo, si la fuerza de la espada consiguió terminar el drama en el momento del sacrificio y de la muerte, en el mismo instante la fuerza del Espíritu que es Vida y Amor, comenzó a revelarse y a crecer. Ha irradiado de sus reliquias y alcanzado a los pueblos de las tierras de los Piastas y los ha unido. La fuerza material de la espada puede matar y destruir; en cambio, reavivar y unir de modo estable sólo pueden hacerlo el amor y la fuerza espiritual. El amor se manifiesta en la muerte cuando "alguno da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

Alegrémonos de poder alabar a Dios hoy por la revelación de su amor en la muerte de San Estanislao, servidor de la Eucaristía y servidor del Pueblo ele Dios en la sede de Cracovia.La Iglesia en Polonia está agradecida a la Sede de Pedro, porque acogió mediante el bautismo, en 996, a la nación en la gran comunidad de la familia de los pueblos.La Iglesia en Polonia está agradecida a la Sede de San Pedro, porque el obispo y mártir San Estanislao de Szczepanow fue elevado a los altares y proclamado Patrono de los polacos. La Iglesia en Polonia, mediante la memoria de su Patrono, confiesa la fuerza del Espíritu Santo, la fuerza del Amor, que es más fuerte que la muerte.

Y con esta confesión desea servir a los hombres de nuestro tiempo. Desea servir a la Iglesia en su misión universal en el mundo contemporáneo. Desea contribuir al robustecimiento de la fe, de la esperanza y de la caridad, no sólo en su pueblo, sino también en las otras naciones y pueblos de Europa y de todo el mundo.Junto a la tumba de San Pedro oremos con la humildad más profunda, para que este testimonio y esta prontitud de servir sean aceptados mediante la Iglesia de Dios que está "en toda la tierra". Oremos con humildad, con amor y con la veneración más profunda, para que los acepte Dios omnipotente, Escudriñador de nuestros corazones y Padre del siglo futuro.

ORDENACIÓN EPISCOPAL DE 26 PRESBÍTEROS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Domingo 27 de mayo de 1979

1. "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuáles escoges" (Act 1, 24).

Así oraron los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, cuando por vez primera tuvieron que cubrir el puesto que quedó vacío en su comunidad. En efecto, era necesario que los Doce continuaran dando testimonio del Señor y de su resurrección. Cristo había constituido en su momento a los Doce. Y he aquí que ahora, después de la pérdida de Judas, era necesario afrontar por vez primera el deber de decidir en nombre del Señor quién habría de ocupar el puesto vacante.

Entonces los reunidos oraron precisamente así: "Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuál de estos dos escoges, para ocupar el lugar de este ministerio y el apostolado..." (Act 1, 24-25).

Lo que hace tanto tiempo tuvo lugar en la Iglesia primitiva, se repite también hoy. He aquí que han sido elegidos los que deben ocupar los diversos puestos "en el ministerio y en el apostolado". Han sido elegidos después de una ferviente oración de toda la Iglesia y de cada una de las comunidades que tiene necesidad de ellos y a la que servirán.

Así habéis sido escogidos vosotros, queridos hermanos. Hoy os encontráis aquí junto a la tumba de San Pedro para recibir la consagración episcopal. Sin duda también hoy, como durante todo el período precedente de preparación a la ordenación episcopal, cada uno de vosotros repite en esta Basílica: «Señor, Tú conoces los corazones de todos. Tú conoces también mi corazón. Señor, Tú mismo te has complacido en elegirme. Tú mismo dijiste una vez a los Apóstoles, después de haberles llamado: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" » (Jn 15, 16).

2. "Como dista el oriente del occidente..." (Sal 102 [103], 12).

Verdaderamente, venerables y queridos hermanos, habéis venido aquí de diversas partes del mundo, del oriente y del occidente, del sur y del norte. Vuestra presencia manifiesta la alegría pascual de la Iglesia, que ya puede atestiguar en las distintas partes de la tierra "que el Padre envió a su Hijo por salvador del mundo" (1 Jn 4, 14).

A este propósito, en lenguaje bello y sugestivo y a la vez sencillo, me gustaría describir y como reunir a los países, de los que provenís vosotros ordenandos, comenzando por el Oriente más lejano, Filipinas, India, y luego, a través de África (Sudán y Etiopía), pasar por América del Sur (Brasil, Nicaragua y Chile) y del Norte (Estados Unidos y Canadá), y después llegar también a Europa (Italia, Bulgaria, España y Noruega).

El tiempo, por desgracia, no me lo permite. Sin embargo, la presencia entre los ordenandos de un obispo de Bulgaria, me ofrece la ocasión de dirigir un pensamiento particular a esa noble nación, cristiana desde hace tantos siglos. Aprovecho esta alegre circunstancia para enviar un saludo afectuoso a todos mis hermanos y hermanas católicos, de rito latino y bizantino que, aunque su número no sea grande, dan testimonio de la vitalidad de su fe en el amor hacia la patria y en el servicio a las comunidades a las que pertenecen. Un respetuoso saludo además a la venerable Iglesia ortodoxa búlgara y a todos sus hijos.

Entre los ordenandos hay también tres arzobispos, llamados a servir, de modo especial, la misión universal de la Sede Apostólica: el Secretario del Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia y dos Representantes Pontificios. Su mandato brota, como una exigencia natural y necesaria, de la función específica confiada a Pedro en el seno del Colegio Apostólico y de toda la comunidad eclesial. Su tarea es, pues, ser ministros de la unidad "católica", como "siervos de los siervos de Dios", junto con aquel a quien representan.

3. Dentro de poco, pues, mediante la consagración episcopal, recibiréis una singular participación del sacerdocio de Cristo, la participación más plena. De este modo os convertiréis en pastores del Pueblo de Dios en diversos lugares de la tierra, cada uno con su propia función al servicio de la Iglesia.

Y Cristo mismo, como ha recordado el Concilio Vaticano II, quiso que "los sucesores de los Apóstoles, es decir, los obispos, fueran Pastores en la Iglesia hasta el fin de los siglos" (cf. Lumen gentium, 18). Obedientes a esta voluntad de su Maestro, los Apóstoles "no sólo tuvieron diversos colaboradores en el ministerio, sino que (...) les dieron la orden de que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio (...). Así, como atestigua San Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los Apóstoles obispos y sucesores suyos hasta nosotros, se manifiesta y se conserva la tradición apostólica en todo el mundo (ib. 20).

El Concilio ha ilustrado ampliamente la función esencial que los obispos desarrollan en la vida de la Iglesia. Entre los muchos textos que se refieren a este tema, baste citar la síntesis vigorosa contenida en ese pasaje de la Lumen gentium, donde sobre la base del dato de fe, según el cual "en la persona de los obispos (...) está presente en medio de los fieles el Señor Jesucristo" mismo, se deduce con coherencia lógica: Cristo "a través de su servicio eximio, predica la palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paterno (cf. 1 Cor 4, 15) va incorporando nuevos miembros a su Cuerpo con la regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia, dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la felicidad eterna" (ib. 21).

A la luz de estas límpidas y ricas afirmaciones conciliares, expreso la alegría viva que me proporciona el conferiros hoy, queridos hermanos, la consagración episcopal y el introduciros de este modo en el Colegio de los Obispos de la Iglesia de Cristo: efectivamente, con este gesto puedo demostrar particular estima y amor a vuestros compatriotas, a vuestras naciones, a las Iglesias locales de las que habéis sido escogidos y para cuyo bien sois constituidos pastores (cf. Heb 5, 1).

Medito junto con vosotros las palabras del Evangelio de hoy: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os llamo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). Y deseo con todo el corazón congratularme con vosotros por esta amistad. ¿Qué podría haber más grande para vosotros? Y por eso no os deseo más que esto: ¡permaneced en su amistad! Permaneced en El como El permanece en el amor del Padre.

Este amor y esta amistad llenen totalmente vuestra vida y se conviertan en la fuente inspiradora de vuestras obras en el servicio que hoy asumís. Os deseo frutos abundantes y felices en este ministerio vuestro: "que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16), que el Padre os dé todo lo que le pidáis en el nombre de Cristo (cf. Jn 15, 16), su Hijo eterno.

Vuestra misión y vuestro ministerio conduzcan al reforzamiento del amor recíproco, del amor común, de la unión del Pueblo de Dios en la Iglesia de Cristo, porque a través del amor y de la unión se revela el rostro de Dios en toda su luminosa sencillez: Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios que es amor (cf. 1 Jn 4, 16).

¡Y de lo que el mundo, el mundo al que somos enviados, tiene gran necesidad es precisamente del amor!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA PARA LA JUVENTUD UNIVERSITARIA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Varsovia, plaza de la iglesia de Santa Ana
Domingo 3 de junio de 1979

Queridísimos míos:

1. Deseo ardientemente que nuestro encuentro de hoy, marcado por la presencia de la juventud universitaria, esté en consonancia con la grandeza del día y de su liturgia.

La juventud universitaria de Varsovia y la de otras ciudades universitarias de esta región central y metropolitana es la heredera de tradiciones específicas que, a través de las generaciones, se remontan hasta los "escolares" medievales vinculados sobre todo a la Universidad Jagellónica, la más antigua de Polonia. Hoy cada una de las grandes ciudades de Polonia tiene su ateneo. Y Varsovia tiene muchos. Reúnen cientos de millares de estudiantes, que se forman en varias ramas de la ciencia y se preparan para profesiones intelectuales y para tareas particularmente importantes en la vida de la nación.

Deseo saludaros a todos vosotros los reunidos aquí. Deseo, a la vez, saludar en vosotros y por medio de vosotros, a todo el mundo universitario y académico polaco: a todos los institutos superiores, a los profesores, a los investigadores, a los alumnos... Veo en vosotros, en cierto sentido, a mis colegas más jóvenes, porque también yo debo a la universidad polaca las bases de mi formación intelectual. Sistemáticamente estuve vinculado a los bancos de trabajo universitario de la facultad de filosofía y de teología en Cracovia y en Lublín. La pastoral de los universitarios ha sido para mí objeto de predilección particular. Deseo, pues, aprovechando esta ocasión, saludar también a todos los que se dedican a esta pastoral, a los grupos de los consiliarios espirituales de la juventud académica, y a la comisión del Episcopado polaco para la pastoral universitaria.

2. Nos encontramos hoy en la festividad de Pentecostés. Ante los ojos de nuestra fe se abre el Cenáculo de Jerusalén, del que salió la Iglesia y en el que la Iglesia permanece siempre. Allí precisamente nació la Iglesia como comunidad viva del Pueblo de Dios, como comunidad consciente de la propia misión en la historia del hombre.

La Iglesia reza en este día: "¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!" (Liturgia de Pentecostés); palabras tantas veces repetidas. pero que hoy resuenan particularmente fervientes.

¡Llena los corazones! ¡Reflexionad, 1óyenes amigos, cuál sea la medida del corazón humano, si sólo Dios puede llenarlo mediante el Espíritu Santo!

A través de los estudios universitarios se abre ante vosotros el maravilloso mundo de la ciencia humana en sus múltiples ramas. A la vez con esta ciencia del mundo se desarrolla ciertamente también vuestro autoconocimiento. Vosotros os planteáis seguramente ya desde hace mucho tiempo este interrogante: "¿Quién soy?". Esta es la pregunta, diría, más interesante. El interrogante fundamental. ¿Con qué medida medir al hombre? ¿Medirlo con la medida de las fuerzas físicas de que dispone? ¿O medirlo con la medida de los sentidos que le permiten el contacto con el mundo exterior? O bien, ¿medirlo con la medida de la inteligencia que se comprueba a través de diversos tests o exámenes?

La respuesta de hoy, la respuesta de la liturgia de Pentecostés señala dos medidas: es necesario medir al hombre con la medida del "corazón"... El corazón, en el lenguaje bíblico, significa la interioridad espiritual del hombre, significa en particular la conciencia... Es necesario, pues, medir al hombre con la medida de la conciencia, con la medida del espíritu abierto hacia Dios. Sólo el Espíritu Santo puede "llenar" este corazón, esto es, conducirlo a realizarse a través del amor y la sabiduría.

3. Por esto, permitidme que este encuentro con vosotros, hoy, frente al cenáculo de nuestra historia, historia de la Iglesia y de la nación, sea sobre todo una oración para obtener los dones del Espíritu Santo.

Como en un tiempo mi padre me puso en la mano un librito, indicándome la oración para recibir los dones del Espíritu Santo, así hoy yo. a quien vosotros llamáis también "Padre", deseo orar con la juventud universitaria de Varsovia y de Polonia: por el don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad, es decir, del sentido del valor sagrado de la vida, de la dignidad humana, de la santidad del alma y del cuerpo humano, y, en fin, por el don de temor de Dios, del que dice el Salmista que es el principio de la sabiduría (cf. Sal 111, 10).

Recibid de mí esta oración que mi padre me enseñó y permaneced fieles a ella. Así permaneceréis en el cenáculo de la Iglesia, unidos a la corriente más profunda de su historia.

4. Dependerá muchísimo de la medida que cada uno de vosotros elija para la propia vida y para la propia humanidad. Sabed bien que hay diversas medidas. Sabed que hay muchos criterios para valorar al hombre, calificándole ya durante los estudios, después en el trabajo profesional, en los varios contactos personales, etc.

Tened la valentía de aceptar la medida que nos ha dado Cristo en el Cenáculo de Pentecostés, como también en el cenáculo de nuestra historia. Tened la valentía de mirar vuestra vida en una perspectiva cercana y distante a la vez, aceptando como verdad lo que San Pablo ha escrito en su Carta a los romanos: "Sabemos que la creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto" (Rom 8, 22). ¿Acaso no somos testigos de este dolor? De hecho "la expectación ansiosa de la creación está esperando la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19).

Ella espera no sólo que la universidad y los diversos institutos superiores preparen ingenieros, médicos, juristas, filósofos, historiadores, hombres de letras, matemáticos y técnicos, sino que espera la manifestación de los hijos de Dios. Espera de vosotros esta manifestación, de vosotros que en el futuro seréis médicos, técnicos, juristas, profesores...

Procurad entender que el hombre creado por Dios a su imagen y semejanza, está llamado al mismo tiempo en Cristo, para que se manifieste en él lo que es de Dios; para que en cada uno de nosotros se manifieste en alguna medida Dios mismo.

5. ¡Reflexionad sobre esto! Recorriendo el camino de mi peregrinación a lo largo de Polonia, hacia la tumba de San Wojciech (San Adalberto) en Gniezno, de San Estanislao en Cracovia, en Jasna Góra, por dondequiera, pediré con todo el corazón al Espíritu Santo que os conceda: una sabiduría así, una conciencia así del valor v del sentido de la vida, un futuro así para vosotros, un futuro así para Polonia.

¡Y orad por mí, para que el Espíritu Santo venga en ayuda de nuestra debilidad!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA PARA LAS RELIGIOSAS

HOMILÍA  DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Explanada del santuario de Jasna Gora
Martes 5 de junio de 1979

Queridas hermanas:

1. Me alegro cordialmente por este encuentro, que la Providencia Divina nos ha deparado hoy aquí a los pies de la Señora de Jasna Góra. Habéis venido en gran número de toda Polonia para participar en la peregrinación de vuestro connacional que Cristo, en su inescrutable misericordia, ha llamado,  como en otro tiempo a Simón de Betsaida, y le ha ordenado dejar la perra natal para asumir la sucesión en la sede de los Obispos de Roma. Ya que ahora se le ha concedido la gracia de volver una vez más a estas regiones, desea hablaros con las mismas palabras con las que, más de una vez, en el pasado os ha hablado como sucesor de San Estanislao en Kraków (Cracovia). Ahora estas palabras adquieren una dimensión distinta, universal.

El tema de la "vocación religiosa" es uno de los más bellos de entre los que nos ha hablado y nos habla constantemente el Evangelio. El tema halla una encarnación peculiar en María, que dijo de Sí misma: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Pienso que estas palabras han encontrado un eco profundo en la vocación y en la profesión religiosa de cada una de vosotras.

2. Al ofrecérseme hoy la oportunidad de hablaros aquí a vosotras, me vienen a la mente los capítulos espléndidos de la enseñanza de la Iglesia en el último Concilio, como también los documentos —tan numerosos— de los últimos Papas.

Permitid que, sin embargo, basándome en toda esta riqueza de enseñanza de la Iglesia, me refiera a algunas de mis modestas intervenciones. Y lo hago porque en ellas han encontrado eco mis encuentros, tan numerosos en el pasado, con los ambientes religiosos en Polonia. Los llevé conmigo a Roma como los "recursos" de mi experiencia personal. Os será pues más fácil quizá reconoceros a vosotras mismas en estas palabras, que —aunque dirigidas a ambientes nuevos—hablan de alguna manera de vosotras: de las Hermanas polacas y de las familias religiosas polacas.

3. Poco después del comienzo de mi nuevo ministerio tuve la suerte de encontrarme con casi veinte mil religiosas de toda Roma. He aquí un párrafo del discurso, que entonces les dirigí:

Vuestra «vocación es un tesoro peculiar de la Iglesia que no puede cesar de orar para que el Espíritu de Jesucristo suscite vocaciones religiosas en las almas. En efecto, para la comunidad del Pueblo de Dios y para el "mundo", éstas son un signo vivo del "siglo futuro", signo que al mismo tiempo se enraíza (también mediante vuestro hábito religioso) en la vida diaria de la Iglesia y de la sociedad, e impregna sus tejidos más delicados».

Vuestra presencia «debe ser para todos un signo visible del Evangelio. Debe ser asimismo fuente de apostolado especial. Este apostolado es tan vario y rico que hasta me resulta difícil enumerar aquí todas sus formas, sus campos, sus orientaciones. Va unido al carisma específico de cada congregación., a su espíritu apostólico que la Iglesia y la Santa Sede aprueban con alegría, viendo en él la expresión de la vitalidad del mismo Cuerpo místico de Cristo. Generalmente dicho apostolado es discreto, escondido, cercano al ser humano; y por ello encuadra más al alma femenina. sensible al prójimo y. por lo mismo, llamada a la misión de hermana y madre».

«Es precisamente ésta la vocación que se encuentra en el "corazón" mismo de vuestro ser de religiosas. Como Obispo de Roma os pido: sed madres y hermanas espiritualmente de todos los hombres de cada Iglesia que Jesús ha querido confiarme por gracia inefable suya y por su misericordia» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española. 19 de noviembre de 1978, pág. 9).

4. El día 24 de noviembre pasado se me ofreció la ocasión de encontrar el numeroso grupo de los superiores generales, reunidos en Roma bajo la guía del cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares. Séame permitido citar algunas frases del discurso pronunciado en esa ocasión.

«La vocación religiosa... pertenece a la plenitud espiritual que el mismo Espíritu —Espíritu de Cristo— suscita y forja en el Pueblo de Dios. Sin las Ordenes religiosas, sin la "vida consagrada", por medio de los votos de castidad, pobreza y obediencia, la Iglesia no sería en plenitud ella misma... Vuestras casas deben ser sobre todo centros de oración, de recogimiento, de diálogo —personal y comunitario— con el que es y debe ser el primer y principal interlocutor en la laboriosa sucesión de vuestras jornadas. Si sabéis alimentar este "clima" de intensa y amorosa comunión con Dios, os será posible llevar adelante. sin tensiones traumáticas o peligrosas dispersiones, la renovación de la vida y de la disciplina a que os ha comprometido el Concilio Ecuménico Vaticano II» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de diciembre de 1978, págs. 9-10).

5. Finalmente México. El encuentro que tuvo lugar en la capital de aquel país ha quedado profundamente grabado en mi memoria y en mi corazón. No podía ser de otro modo, ya que las religiosas crean siempre en estos encuentros un clima especialmente cordial y con alegría aceptan las palabras dirigidas a ellas. He aquí pues algunas ideas también de este encuentro mexicano:

«Es la vuestra una vocación que merece la máxima estima por parte del Papa y de la Iglesia, ayer como hoy. Por eso os quiero expresar mi gozosa confianza en vosotras y alentares a no desmayar en el camino emprendido, que vale la pena proseguir con renovado espíritu y entusiasmo... ¡Cuánto podéis hacer hoy por la Iglesia y por la humanidad! Ellas esperan vuestra generosa entrega, la dedicación de vuestro corazón libre, que alargue insospechadamente sus potencialidades de amor en un mundo que está perdiendo la capacidad de altruismo, de amor sacrificado y desinteresado. Recordad. en efecto, que sois místicas esposas de Cristo y de Cristo crucificado" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 5).

6. Y ahora permitid que mis recuerdos junto con los vuestros se dirijan una vez más en este lugar a la Señora de Jasna Góra que es fuente de viva inspiración para cada trua de vosotras. Cada una de vosotras. escuchando las palabras pronunciadas en Nazaret. repita con María: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). En estas palabras está contenido en cierto modo el prototipo de toda profesión religiosa, por medio de la cual cada una de vosotras abraza, con todo su ser, el misterio de la gracia transmitida en la vocación religiosa. Cada una de vosotras, como María, escoge a Jesús, el Divino Esposo. Y realizando los votos de pobreza. de castidad y de obediencia desea vivir para El, para su amor. Por medio de estos votos cada una de vosotras desea dar testimonio de la vida eterna que Cristo nos ha traído con su cruz y resurrección.

Inestimable es, queridas hermanas, este signo vivo que constituye cada una de vosotras en medio de los hombres. Y abrazando con fe. esperanza y caridad al Divino Esposo, lo abrazaréis en las numerosas personas a las que servís: en los enfermos, ancianos, lisiados, minusválidos, de los cuales nadie, fuera de vosotras, es capaz de ocuparse, ya que para esto es necesario un sacrificio verdaderamente heroico. ¿Y dónde, además, encontraréis al mismo Cristo? En los niños, en los jóvenes del catecismo, en la pastoral junto a los sacerdotes. Lo encontraréis en el servicio más humilde, así como en tos trabajos que exigen a veces una preparación y una cultura profunda. Lo encontraréis en todas partes, como la Esposa del Cantar de los Cantares: "...hallé al amado de mi alma" (Cant 3, 4).

Que Polonia se beneficie siempre de vuestro testimonio evangélico. Que no falten los corazones generosos que lleven el amor evangélico al prójimo. Y vosotras alegraos siempre con el tesoro de vuestra vocación, incluso cuando tengáis que probar sufrimientos interiores o externos o la oscuridad.

El Papa Juan Pablo II desea pedir todo esto junto con vosotros durante este Santísimo Sacrificio.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA DE CLAUSURA DEL SÍNODO ARCHIDIOCESANODECRACOVIA

HOMILÍA  DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Catedral de Cracovia
Viernes 8 de junio de 1979

Amadísimos metropolitanos de Kraków (Cracovia),
venerables obispos,
queridísimos hermanos y hermanas:

1. Se realiza hoy un ardiente deseo de mi corazón. El Señor Jesús, que me llamó estando yo en esta sede de San Estanislao, en vísperas de su IX centenario, me permite participar en la clausura del Sínodo de la archidiócesis de Kraków, Sínodo que siempre estuvo ligado, en mi mente, a este gran jubileo de nuestra Iglesia. Todos vosotros lo sabéis muy bien, porque he hablado varias veces de este tema y, por tanto, no es necesario que lo repita hoy. Quizá ni siquiera sería capaz de decir todo lo que, en relación con este Sínodo, ha pasado por mi mente y por mi corazón; las muchas esperanzas y proyectos que he tenido en torno a él durante este período decisivo de la historia de la Iglesia y de la patria.

El Sínodo había sido unido, por mí y por todos vosotros, a la conmemoración del IX centenario del ministerio de San Estanislao, que durante siete años fue obispo de Kraków. El programa de trabajo preveía así un período que iba desde el 8 de mayo de 1972 al 8 de mayo de 1979. Hemos deseado honrar, durante todo este tiempo, al obispo y pastor (de hace ahora nueve siglos) de la Iglesia de Kraków, tratando de expresar —de acuerdo con nuestro tiempo y sus necesidades— nuestra solicitud por la obra salvadora de Cristo en las almas de los contemporáneos.

Como San Estanislao de Sczcepanów lo hacía hace nueve siglos, así también lo hemos querido hacer nosotros nueve siglos después. Estoy convencido de que este modo de honrar la memoria del gran Patrono de Polonia es el más adecuado. Corresponde tanto a la misión histórica de San Estanislao, cuanto a las grandes obligaciones ante las cuales se encuentran hoy la Iglesia y el cristianismo contemporáneo después del Concilio Vaticano II. El iniciador del Concilio, el Siervo de Dios Juan XXIII, especificó esa tarea con la palabra aggiornamento (puesta al día). La finalidad del trabajo de siete años del Sínodo de Kraków —en respuesta a los esenciales intentos del Vaticano II— debía ser el "aggiornamento" de la Iglesia de Kraków, la renovación de la conciencia de su misión salvadora, como también el programa preciso para su realización.

2. El camino que ha conducido a esta meta había sido trazado por la tradición de los Sínodos particulares de la Iglesia; baste recordar los dos Sínodos precedentes en tiempos del ministerio del cardenal Adam Stefan Sapieha. Las normas para llevar a cabo los trabajos sinodales estaban trazadas por el código de derecho canónico. Sin embargo, hemos considerado que la doctrina del Concilio Vaticano II abre en este campo nuevas perspectivas y crea, me atrevería a decir, nuevas obligaciones. Si el Sínodo debía servir para la realización de la doctrina del Vaticano II, debía hacerlo ante todo con la misma concepción y el mismo sistema de trabajo.

Esto explica todo el proyecto del Sínodo pastoral y su consiguiente actuación. Puede decirse que, para la elaboración de las resoluciones y documentos, hemos recorrido un camino más largo, pero también más completo. Ese camino pasaba a través de la actividad de centenares de grupos de estudio sinodales, en los que pudo intervenir un amplio número de fieles de la Iglesia de Kraków. Estos grupos, como se sabe, estaban formados en su mayor parte por católicos laicos, los cuales encontraron así, por una parte, la posibilidad de penetrar en la doctrina del Concilio y, por otra, de expresar, a tal respecto, sus propias experiencias y propuestas, que manifestaban su amor hacia la Iglesia, su sentido de responsabilidad por el conjunto de la vida en la archidiócesis de Kraków.

Durante la etapa de preparación de los documentos finales del Sínodo, los grupos de estudio llegaron a ser centro de amplias consultas; a ellos en efecto se dirigía la comisión general, que coordinaba la actividad de todas las comisiones de expertos que habían sido convocadas desde el comienzo. De ese modo, maduraba el contenido que el Sínodo, enlazando con la doctrina del Concilio, quería trasladar a la vida de la Iglesia en Kraków. Deseaba formar, conforme a tal contenido, el futuro de su Iglesia.

3. Hoy, todo este trabajo, este recorrido de siete años, queda ya atrás. Jamás habría yo pensado que iba a participar, como huésped venido de Roma, a la clausura de las tareas del Sínodo de Kraków. Pero si ha sido ésa la voluntad de Cristo, permítaseme, en este momento, asumir una vez más el papel de aquel metropolitano de Kraków que, a través del Sínodo, había deseado cumplir la gran deuda contraída con el Concilio, con la Iglesia universal, con el Espíritu Santo. Permítaseme también en esta función —como he dicho— dar las gracias a todos cuantos han construido este Sínodo, año tras año, mes tras mes, con su trabajo, con su consejo, con su creativa aportación, con su celo.

Mi agradecimiento se dirige, en cierto modo, a toda la comunidad del Pueblo de Dios de la archidiócesis de Kraków, a los eclesiásticos y a los laicos: a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas. Especialmente a todos los presentes: a los obispos, con mi venerado sucesor el metropolitano de Kraków, a la cabeza; en modo especial, al obispo Stanislaw Smolenski, que ha dirigido, como presidente de la comisión general, los trabajos del Sínodo. A todos los miembros de esta comisión y una vez más a la comisión preparatoria que, bajo la dirección del profesor mons. E. Florkowski, preparó, en 1971 y 1972, el estatuto. reglamento y programa del Sínodo. A las comisiones de trabajo, a las comisiones de expertos, al incansable secretario, a los grupos de redacción y, en fin, a todos los grupos de estudio.

Quizá hubiera debido, en esta circunstancia, hablar de otro modo, pero no me es posible. He estado ligado demasiado personalmente a este trabajo.

Deseo, por tanto, en nombre de todos vosotros. depositar esta obra terminada, sobre el sarcófago de San Estanislao, en el centro de la catedral de Wawel; no en balde fue comenzada en vista de su jubileo.

Y junto a todos vosotros pido a la Santísima Trinidad que dicha obra produzca frutos centuplicados. Amén.

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI EN EL VATICANO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA PARA LOS NIÑOS DE PRIMERA COMUNIÓN


Basílica de San Pedro
Jueves 14 de junio de 1979

Queridísimos niños y niñas:

¡Grande es mi alegría al versos aquí tan numerosos y tan llenos de fervor para celebrar con el Papa la solemnidad litúrgica del Cuerpo y de la Sangre de Señor!

Os saludo a todos y a cada uno en particular con la ternura más profunda, y os agradezco de corazón que hayáis venido a renovar vuestra comunión con el Papa y por el Papa, y asimismo agradezco a vuestros párrocos, siempre dinámicos y celosos, y a vuestros padres y familiares que os han preparado acompañado.

¡Todavía tengo ante los ojos el espectáculo impresionante de las multitudes inmensas que he encontrado durante ni viaje a Polonia; y he aquí ahora el espectáculo de los niños de Roma, he aquí vuestra maravillosa inocencia, vuestros ojos centelleantes, vuestras inquietas sonrisas!

Vosotros sois los predilectos de Jesús: "Dejad que los niños vengan mí —decía el divino Maestro— y no se lo prohibáis" (Lc 18, 16).

¡Vosotros sois también mis predilectos

Queridos niños y niñas: Os habéis preparado para la primera comunión con mucho interés y mucha diligencia, y vuestro primer encuentro con Jesús ha sido un momento de intensa emoción y de profunda felicidad. ¡Recordad siempre este día bendito de la primera comunión ¡Recordad siempre vuestro fervor y vuestra alegría purísima!

Ahora habéis venido aquí para renovar vuestro encuentro con Jesús. ¡No podíais hacerme un regalo más bello y precioso!

Muchos niños habían manifestado el deseo de recibir la primera comunión de manos del Papa. Ciertamente habría sido para mí un gran consuelo pastoral dar a Jesús por vez primera a los niños y niñas de Roma. Pero esto no es posible, y, además, es mejor que cada niño reciba su primera comunión en la propia parroquia, del propio párroco. ¡Pero al mero; me es posible dar hoy la sagrada comunión a una representación vuestra, teniendo presente en mi amor a todos los demás, en este amplio y magnífico cenáculo! ¡Y ésta es una alegría inmensa para mí y para vosotros, que no la olvidaremos jamás! Al mismo tiempo quiero dejaros algunos pensamientos que os puedan servir para mantener siempre límpida vuestra fe, fervoroso vuestro amor a Jesús Eucaristía, inocente vuestra vida.

1. Jesús está presente con nosotros.

He aquí el primer pensamiento.

Jesús ha resucitado y subido al cielo; pero ha querido permanecer con nosotros y para nosotros, en todos los lugares de la tierra. ¡La Eucaristía es verdaderamente una invención divina!

Antes de morir en la cruz, ofreciendo su vida al Padre en sacrificio de adoración y de amor, Jesús instituyó la Eucaristía, transformando el pan y el vino en su misma Persona y dando a los Apóstoles y a sus sucesores, los obispos y los sacerdotes, el poder de hacerlo presente en la Santa Misa.

¡Jesús, pues, ha querido permanecer con nosotros para siempre! Jesús ha querido unirse íntimamente a nosotros en la santa comunión, para demostrarnos su amor directa y personalmente. Cada uno puede decir: "¡Jesús me ama! ¡Yo amo a Jesús!".

Santa Teresa del Niño Jesús, recordando el día de su primera comunión, escribía: «¡Oh, qué dulce fue el primer beso que Jesús dio a mi alma!... Fue un beso de amor, yo me sentía amada y decía a mi vez: Os amo, me entrego a Vos para siempre... Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Quedaba sólo Jesús: el Maestro, el Rey» (Teresa de Lisieux, Storia di un'anima; edic. Queriniana, 1974, Man. A, cap. IV, pág. 75).

Y se puso a llorar de alegría y consuelo, entre el estupor de las compañeras.

Jesús está presente en la Eucaristía para ser encontrado, amado, recibido, consolado. Dondequiera esté el sacerdote, allí está presente Jesús, porque la misión y la grandeza del sacerdote es precisamente la celebración de la Santa Misa.

Jesús está presente en las grandes ciudades y en las pequeñas aldeas, en las iglesias de montaña y en las lejanas cabañas de África y de Asia, en los hospitales y en las cárceles, ¡incluso en los campos de concentración estaba presente Jesús en la Eucaristía!

Queridos niños: ¡Recibid frecuentemente a Jesús! ¡Permaneced en El: dejaos transformar por El!

2. Jesús es vuestro mayor amigo.

He aquí el segundo pensamiento.

¡No lo olvidéis jamás! Jesús quiere ser nuestro amigo más íntimo, nuestro compañero de camino.

Ciertamente tenéis muchos amigos; pero no podéis estar siempre con ellos, y ellos no pueden ayudaros siempre, escucharos, consolaros.

En cambio, Jesús es el amigo que nunca os abandona; Jesús os conoce uno por uno, personalmente; sabe vuestro nombre, os sigue, os acompaña, camina con vosotros cada día; participa de vuestras alegrías y os consuela en los momentos de dolor y de tristeza. Jesús es el amigo del que no se puede prescindir ya más cuando se le ha encontrado y se ha comprendido que nos ama y quiere nuestro amor.

Con El podéis hablar, hacerle confidencias; podéis dirigiros a El con afecto y confianza. ¡Jesús murió incluso en una cruz por nuestro amor! Haced un pacto de amistad con Jesús y no lo rompáis jamás! En todas las situaciones de vuestra vida, dirigíos al Amigo divino, presente en nosotros con su "Gracia", presente con nosotros y en nosotros en la Eucaristía.

Y sed también los mensajeros y testigos gozosos del Amigo Jesús en vuestras familias, entre vuestros compañeros, en los lugares de vuestros juegos y de vuestras vacaciones, en esta sociedad moderna, muchas veces tan triste e insatisfecha.

3. Jesús os espera.

He aquí el último pensamiento.

La vida, larga o breve, es un viaje hacia el paraíso: ¡Allí está nuestra patria, allí está nuestra verdadera casa; allí está nuestra cita!

¡Jesús nos espera en el paraíso! No olvidéis nunca esta verdad suprema y confortadora. ¿Y qué es la santa comunión sino un paraíso anticipado? Efectivamente, en la Eucaristía está el mismo Jesús que nos espera y a quien encontraremos un día abiertamente en el cielo.

¡Recibid frecuentemente a Jesús para no olvidar nunca el paraíso, para estar siempre en marcha hacia la casa del Padre celestial, para gustar ya un poco el paraíso!

Esto lo había entendido Domingo Savio que, a los 7 años, tuvo permiso para recibir la primera comunión, y ese día escribió sus propósitos: «Primero: me confesaré muy frecuentemente y haré la comunión todas las veces que me dé permiso el confesor. Segundo: quiero santificar los días festivos. Tercero: mis amigos serán Jesús y María. Cuarto: la muerte, pero no el pecado».

Esto que el pequeño Domingo escribía hace tantos años, 1849, vale todavía ahora y valdrá para siempre.

Queridísimos, termino diciéndoos, niños y niñas, ¡manteneos dignos de Jesús a quien recibís! ¡Sed inocentes y generosos! ¡Comprometeos para hacer hermosa la vida a todos con la obediencia, con la amabilidad, con la buena educación! ¡El secreto de la alegría es la bondad!

Y a vosotros, padres y familiares, os digo con preocupación y confianza: ¡Amad a vuestros niños, respetadlos, edificadlos! ¡Sed dignos de su inocencia y del misterio encerrado en su alma, creada directamente por Dios! ¡Ellos tienen necesidad de amor, delicadeza, buen ejemplo, madurez! ¡No los desatendáis! ¡No los traicionéis!

Os confío a todos a María Santísima, nuestra Madre del cielo, la Estrella en el mar de nuestra vida: ¡Rezadle cada día vosotros, niños! Dad a María Santísima vuestra mano para que os lleve a recibir santamente a Jesús. Y dirijamos también un pensamiento de afecto y solidaridad a todos los muchachos que sufren, a todos los niños que no pueden recibir a Jesús, porque no lo conocen, a todos los padres que se han visto dolorosamente privados de sus hijos, o están desilusionados y amargados en sus expectativas.

¡En vuestro encuentro con Jesús rezad por todos, encomendad a todos, pedid gracias y ayudas para todos!

¡Y rezad también por mí. vosotros que sois mis predilectos!

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS OBISPOS DE EUROPA
EN LA CAPILLA SIXTINA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Miércoles 20 de junio de 1979

Queridos hermanos:

1. Expreso mi cordial y sincera alegría por nuestro encuentro. Alegría sobre todo porque el encuentro se desarrolla en el marco del simposio sobre el tema: "Los jóvenes y la fe".

Recuerdo el simposio precedente, de 1975, en el que tuve la suerte de participar activamente como uno de los relatores. Al mismo tiempo deseo expresar mi alegría por encontrarme hoy con vosotros, concelebrando la Santa Eucaristía. Espero que en esta comunión, en la que se expresa del modo más pleno y profundo nuestra unidad sacerdotal y episcopal, nos dará mayor luz y fuerza de Espíritu Santo Cristo-Príncipe de los Pastores, quien come único y Eterno Sacerdote es también, fuente única y fundamento de esta unidad que manifestamos y vivimos en la concelebración eucarística.

Tenemos mucha necesidad de esta luz y fuerza del Espíritu de Cristo para todas las tareas que se derivan de nuestra misión —por ejemplo, en el ámbito del tema de vuestro simposio: La juventud,— pero no exclusivamente; el conjunto de esas tareas, toda nuestra misión, exigen cierta gracia particular, para que sepamos con exacta y plena correspondencia descubrir los signos de los tiempos, que constituyen el "kairós" salvífico de los europeos y del continente que representamos y al que "somos enviados" como sucesores de los Apóstoles, de los heraldos del Evangelio, de quienes arranca la historia de Europa después de Cristo.

2. Vuestro encuentro —y por lo tanto también nuestra concelebración eucarística de hoy— hunde las raíces en ese pensamiento feliz del Vaticano II que recuerda a los obispos de toda la Iglesia el carácter colegial del ministerio que ejercen. Cabalmente, de este pensamiento, expresado con la mayor precisión doctrinal en la Constitución dogmática Lumen gentium, trae origen una serie de instituciones e iniciativas pastorales, que ya hoy testifican la nueva vitalidad de la Iglesia y constituirán ciertamente en el futuro el fundamento de la renovación ulterior de su misión salvífica, en la diversidad de las dimensiones y de los campos de acción.

Al decir esto, tengo todavía ante los ojos la maravillosa asamblea de los obispos de la Iglesia de América Latina, que tuve la suerte de inaugurar el 28 de enero de este año en Puebla, México. Dicha asamblea era fruto de una colaboración sistemática de todas las Conferencias Episcopales de ese inmenso continente, donde actualmente vive casi la mitad de los católicos de todo el mundo. Se trata de Episcopados de diversa importancia numérica, algunos muy numerosos, como sobre todo Brasil, que cuenta él solo con más de 300 obispos. La colaboración metódica de todas las Conferencias Episcopales de América Latina tiene su apoyo en el Consejo comúnmente conocido con el nombre de CELAM, que permite a dichas Conferencias revisar juntamente las tareas que se presentan a los Pastores de la Iglesia en aquel gran continente, tan importante para el futuro del mundo. Ya el mismo título de la Conferencia celebrada en Puebla, del 27 de enero al 13 de febrero de 1979, lo atestigua de manera patente. El título era: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Es, pues, fácil comprender por el título cuán útil haya sido en Puebla el tema providencial de la reunión ordinaria del Sínodo de los Obispos de 1974: la evangelización.

3. En relación a este tema fundamental, cada uno de los obispos del mundo, como Pastor de su Iglesia particular, de su diócesis, podía y debía considerar a su Iglesia desde el punto de vista de su contemporaneidad. Y puesto que la evangelización expresa la misión de la Iglesia, esta mirada debe dirigirse al pasado y abrir perspectivas de futuro: ayer, hoy y mañana. Y no sólo cada uno de los obispos en su diócesis, sino también las distintas comunidades de obispos y sobre todo las Conferencias Episcopales nacionales pueden y deben convertir ese "tema clave" del Sínodo de 1974 en objeto de reflexión con respecto a la sociedad hacia la que tienen responsabilidad pastoral para la obra de evangelización. El tema propuesto por Pablo VI al Sínodo, ahora hace cinco años, posee posibilidades multiformes de aplicación en diversos ámbitos.

Al mismo tiempo, este tema induce a reflexionar, de modo fundamental, si se trata de cumplir el Concilio mismo y de poner en práctica su doctrina. La realización fundamental del Vaticano II no es otra sino una nueva conciencia de la misión divina transmitida a la Iglesia "entre todas las gentes" y "hasta el final del mundo". La realización fundamental del Vaticano II no es sino el nuevo sentido de responsabilidad por el Evangelio, por la palabra, por el sacramento, por la obra de la salvación, que todo el Pueblo de Dios debe asumir en la medida que le corresponde. Deber de los obispos es dirigir este gran proceso. En esto está su dignidad y responsabilidad pastoral.

4. Es de gran trascendencia y de importancia fundamental reflexionar sobre el problema de la evangelización con relación al continente europeo. Lo estimo un tema complejo, extremadamente complejo. Por lo demás, como también en cualquier otro contexto, es necesario hacer surgir del análisis de la situación presente la visión del futuro, en cuanto que esta situación es la consecuencia del pasado, tan antiguo como la Iglesia misma y todo el cristianismo. En el análisis deberemos llegar a cada uno de los países, a cada una de las naciones de nuestro continente, pero incluir también cada una de sus situaciones, teniendo ante los ojos las grandes corrientes de la historia que —especialmente en el segundo milenio— han dividido a la Iglesia y al cristianismo en el continente europeo.

Pienso que actualmente, en tiempo de ecumenismo, es la hora de mirar estas cuestiones a la luz de los criterios elaborados por el Concilio: mirarlas en espíritu de colaboración fraterna con los representantes de las Iglesias y Comunidades con las que no tenemos plena unidad; y, al mismo tiempo, es necesario mirar con espíritu de responsabilidad por el Evangelio. Y esto no sólo en nuestro continente, sino también fuera de él. Europa es, incluso ahora, la cuna del pensamiento creativo, de las iniciativas pastorales, de las estructuras organizativas, cuyo influjo sobrepasa sus fronteras. A la vez, Europa, con su grandioso pasado misionero, se interroga a sí misma en los diversos puntos de su actual "geografía eclesial", y se pregunta si no se está convirtiendo en un continente de misión.

5. Para Europa existe el problema que en la Evangelii nuntiandi se ha definido como "autoevangelización". La Iglesia debe evangelizarse siempre a sí misma. La Europa católica y cristiana tiene necesidad de esta evangelización. Debe evangelizarse a sí misma. Quizá en ningún otro lugar como en nuestro continente se delinean con tanta limpidez las corrientes de la negación de la religión, las corrientes de la "muerte de Dios", de la secularización programada, del ateísmo militante organizado. El Sínodo de 1974 nos ha proporcionado no poco material al respecto.

Es posible examinar todo esto según criterios histórico-sociales. Pero el Concilio nos ha indicado otro criterio: el criterio de los "signos de los tiempos", y esto es un desafío especial de la Providencia, de Aquel que es el "dueño de la mies" (Lc 10, 2).

El próximo año celebraremos el 1500 aniversario del nacimiento de San Benito, a quien Pablo VI proclamó Patrono de Europa. Quizá podría ser éste el momento oportuno para esta reflexión profunda sobre el problema de "ayer y hoy" de la evangelización de nuestro continente, o más bien para la reflexión sobre este desafío de la Providencia que, en su conjunto histórico, rico y variado, constituye el "hoy" cristiano de Europa respecto a su responsabilidad por el Evangelio; y también en la perspectiva del futuro.

Nuestra misión se dirige al futuro siempre y en todas partes. Ya sea hacia el futuro del que tenemos certeza por la fe: el futuro escatológico; ya sea hacia el futuro del que podemos estar humanamente inciertos. Pensemos en los primeros que vinieron al continente europeo como heraldos de la Buena Nueva, como Pedro y Pablo. Pensemos en los que, a lo largo de la historia de Europa, han allanado los caminos hacia pueblos nuevos, como Agustín o Bonifacio, o los hermanos de Tesalónica: Cirilo y Metodio. Tampoco ellos tenían certeza del futuro humano de su misión e incluso de su propia suerte. La fe y la esperanza fueron más poderosas que esta incertidumbre humana. Fue más poderoso el amor de Cristo que los "apremiaba" (cf. 2 Cor 5, 14). En esta fe, esperanza y caridad se manifestó el Espíritu operante. Es necesario que también nosotros nos convirtamos en instrumentos dóciles y eficaces de su acción en nuestra época.

6. El tema de vuestro simposio es: "Los jóvenes y la fe".

Está bien este tema. Pienso que está incluido orgánica y profundamente en el gran tema de reflexión de toda la Iglesia postconciliar, que a la larga no podía alejarse de nuestra atención, el tema de la evangelización. Si pensamos en la evangelización en función del futuro, es necesario dirigir nuestra atención a los jóvenes: debemos conectar con la mentalidad, con el corazón y la manera de ser de los jóvenes. Este es el problema fundamental, a través del cual llegamos al problema global.

El intercambio de vuestras experiencias y sugerencias debe ser amplio, no puede permanecer "aislado". Toda práctica de colegialidad sirve a la causa de la universalidad de la Iglesia. También vosotros, queridos hermanos, a través de esta práctica de la colaboración colegial que caracteriza a vuestro simposio, debéis, por así decirlo, "ampliar los espacios del amor" (San Agustín, de Ep. Joan. ad Parthos, X, 5; PL 35, 2060). Esta ampliación no aleja nunca de la responsabilidad confiada directamente a cada uno de nosotros, más bien la hace más viva. Es necesario que los obispos y las Conferencias Episcopales de cada país y nación de Europa vivan los intereses de todos los países y naciones de nuestro continente. Y los obispos que están ausentes, han de estar —diría— presentes aún con mayor intensidad. Es necesario elaborar métodos especiales, eficaces, para "hacer presentes con intensidad" a los que están "ausentes". Su ausencia no puede ser pasada por alto, o ser justificada con tópicos.

Recordad que como, a través de sus representantes, todas las Conferencias Episcopales de Europa toman parte en este simposio, así también están en torno a este altar, en la comunión eucarística de amor, sacrificio y oración, todos los Episcopados, todos los obispos. Y en cierto modo están más presentes los que faltan, los que no han podido asistir.

A través de todos, la Iglesia, como Pueblo de Dios de todo nuestro continente "elabora", en unión con Cristo-Príncipe de los Pastores, con Cristo-Eterno Sacerdote. su futuro cristiano. Amén.

ORDENACIONES SACERDOTALES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 24 de junio de 1979

1. "Et tu puer propheta Altissimi vocaberis: Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo" (Lc 1, 76).

Estas palabras hablan del Santo de hoy. Con estas palabras el sacerdote Zacarías saludó al propio hijo, después de haber recobrado la capacidad de hablar. Con estas palabras saludó al hijo a quien puso el nombre de Juan por deseo propio y con sorpresa de toda la familia. Hoy la Iglesia nos recuerda estos acontecimientos al celebrar la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista.

También se le podría denominar el día de la llamada de Juan, hijo de Zacarías y de Isabel de Ain-Karim, para ser el último profeta de la Antigua Alianza; para ser el mensajero y el precursor inmediato del Mesías: Jesucristo.

He aquí que el que viene al mundo en circunstancias tan insólitas, trae ya consigo la llamada divina. Esta llamada proviene del designio de Dios mismo, de su amor salvífico, y está inscrita en la historia del hombre desde el primer momento de la concepción en el seno materno. Todas las circunstancias de esta concepción, como después las del nacimiento de Juan en Ain-Karim, indican una llamada insólita.

"Praebis ante faciem Domini parare vias eius: Irás delante del Señor para preparar sus caminos" (Lc 1, 76).

Sabemos que Juan Bautista respondió a esta llamada con toda su vida. Sabemos que permaneció fiel a ella hasta el último aliento. Y este aliento lo consumó en la cárcel por orden de Herodes, secundando el deseo de Salomé que actuaba bajo la instigación de su vengativa madre Herodías.

Pero la liturgia hoy no menciona esto, reservando otro día para ello. La liturgia hoy nos manda alegrarnos por el nacimiento del precursor del Señor. Nos manda dar gracias a Dios por la llamada de Juan Bautista.

2. Cuando en este día, mis queridos diáconos y candidatos al presbiterado, os presentáis en la basílica de San Pedro en Roma, deseamos alegrarnos también todos nosotros por vuestra llamada a una participación ulterior del sacerdocio de Cristo.

En el corazón de cada uno de vosotros ha inscrito Dios el misterio de esta llamada. Podemos repetir con el Profeta: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido con favor" (Jer 31, 3).

En un cierto momento de la vida os habéis dado cuenta de esta llamada divina. Y habéis comenzado a prepararos, habéis comenzado a caminar hacia su realización. El camino hacia el sacramento del orden, que recibís hoy de mis manos, pasa a través de una serie de etapas y de ambientes, de los que forman parte la casa familiar, los años de la escuela elemental y media, como también los estudios superiores, el ambiente de los amigos, la vida parroquial. Pero ante todo en este camino se encuentra el seminario eclesiástico, al que va cada uno de nosotros para encontrar una respuesta definitiva a la pregunta referente a su llamada al sacerdocio. Allí va cada uno de nosotros a fin de que, encontrando de manera cada vez más madura esta respuesta, pueda prepararse, al mismo tiempo, para el sacramento del orden de modo profundo y sistemático.

Hoy contáis ya con todas estas experiencias. No preguntáis más como el joven del Evangelio: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer?" (Mc 10, 17). El Maestro ya os ha ayudado a encontrar la respuesta. Vosotros os presentáis para que la Iglesia pueda imprimir sobre esta respuesta su sello sacramental.

3. Este sello se imprime mediante toda la liturgia del sacramento del orden. Lo imprime el obispo, que actúa con la fuerza del Espíritu Santo, y en comunión con su presbiterio.

La fuerza del Espíritu Santo se muestra y se transmite por la imposición de las manos, acompañada primero del silencio y luego de la oración. Como signo de la transmisión de esta fuerza a vuestras jóvenes manos, serán ungidas con el santo crisma para que sean dignas de celebrar la Eucaristía. Las manos humanas no pueden celebrar de otro modo sino con la fuerza del Espíritu Santo.

Celebrar la Eucaristía quiere decir congregar al Pueblo de Dios y construir la Iglesia en su más plena identidad.

El momento que vivimos aquí juntos es de gran importancia, tanto para cada uno de vosotros, como para toda la Iglesia.

La Iglesia ha orado por cada uno de estos llamados, que reciben hoy el carácter sacramental del presbiterado. La Iglesia desea que cada una de vosotros la construya con el propio sacerdocio, con el propio servicio, que —por la fuerza obtenida de Cristo— "recoge, no desparrama" (cf. Mt 12, 30).

4. La Iglesia también hoy ora. Oran vuestros padres, las familias, los ambientes con los que ha estado vinculada vuestra vida hasta el momento, vuestros seminarios, vuestras diócesis, vuestras congregaciones religiosas.

Roguemos  al Señor de la mies, que ha llamado a cada uno da vosotros como operario para su mies, a fin de que perseveréis en esta mies hasta el fin.Así como Juan, hijo de Zacarías y de Isabel de Ain-Karim, cuyo padre dijo el día de su nacimiento: Et tu puer propheta Altissimi vocaberis (Lc 1, 76).

Que vuestra perseverancia sea el fruto de las oraciones que hoy elevamos. ¡Perseverad como profetas del Altísimo! ¡Perseverad como sacerdotes de Jesucristo!

Dad frutos abundantes! Amén.

SANTA MISA PARA LA CONGREGACIÓN DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 28 de junio de 1979

Amadísimos hijos Legionarios de Cristo:

En el día en que la liturgia conmemora la fiesta de una gran figura eclesial, San Ireneo, nos reunimos ante esta gruta de Lourdes, junto al altar del Señor, para ofrecerle con la Eucaristía el tributo de nuestra acción de gracias, de nuestra alabanza suplicante y de nuestra fidelidad renovada.

Viéndoos delante y sabiendo la procedencia de la gran mayoría de vosotros, el Papa no puede menos de recordar y revivir tantos momentos imborrables transcurridos en vuestra patria de origen, México; vuestro entusiasmo me renueva el eco de aquellas multitudes afectuosamente cercanas y aclamantes.

Al contemplar ante mí a tan numerosos miembros de vuestra familia religiosa, acompañados por vuestro Fundador, vienen a mi mente las palabras del Génesis que acabamos de leer en la primera lectura de esta Misa. Ellas nos hablan de la divina asistencia que multiplica la descendencia con el favor de su bendición. Ha sido también la bendición del Señor la que ha hecho germinar fecundamente aquella fundación del no lejano año 1941, y que habiendo obtenido el decreto de alabanza hace apenas 14 años, tiene hoy más de 130 sacerdotes y casi 700 miembros; distribuidos en diversas casas y naciones, trabajan ya, o se preparan a ello, para difundir el reino de Cristo en la sociedad, a través de varias formas de apostolado específico.

Sois, amados hijos, una joven familia religiosa, que busca creciente dinamismo, para ofrecer a la Iglesia una nueva aportación de energías vivas en el momento actual. Precisamente porque conozco estos ideales vuestros, mi voz quiere invitaros, con acentos evangélicos que acabamos de escuchar, a imitar al hombre prudente que edificó su casa sobre la roca.

Para vosotros que tenéis como rasgo característico la espiritualidad cristocéntrica, construir sobre roca vuestro edificio individual y comunitario querrá decir esforzaros por crecer siempre en el sublime conocimiento de Cristo, mirándole a El para plasmar en vuestra vida su mensaje, bien radicados en la fe y en la caridad, a fin de ser capaces de cuidar en todo instante los intereses de Cristo. Así podréis adquirir esa solidez interior que desafía la lluvia, los ríos y los vientos, para construir el reino de Dios en la sociedad actual, en la juventud —con la que frecuentemente trabajáis—, tan necesitadas de certezas vividas, de certezas derivadas de una inconmovible fe y confianza en Cristo. El Cristo Dios, muerto y resucitado, hecho principio de nueva vida para nosotros, que está siempre a nuestro lado como garantía de victoria frente a les adversidades.

Parte importante de esa solidez en vuestra vida será asimismo la plena fidelidad a la Iglesia y al Concilio Vaticano II, sin desviaciones de ningún tipo, sino en perfecta coherencia con lo que el Señor os pide y el Magisterio propone en el momento actual.

En ese camino, os será de gran ayuda la fidelidad potenciada a esos grandes amores que deben ser un distintivo, de acuerdo con vuestra propia vocación, de todo Legionario: amor a Cristo en el crucifijo y amor a la Virgen. Si sois fieles a ese hermoso programa, no debéis temer: vuestro edificio espiritual descansa sobre cimientos firmes.

Para que os mantengáis fieles a esos ideales, quiero recordaros que recurráis frecuentemente a la oración. Es el único modo de renovarse interiormente, de adquirir nueva luz que oriente los propios pesos, de apoyar la debilidad personal en la fuerza y solidez del poder divino. En una palabra: es el único modo para mantener una perenne juventud de espíritu, en la disponibilidad a Dios y a los demás.

Sólo así podréis vivir en plenitud la alegría rebosante de vuestra vocación de elegidos para el servicio de Cristo y de la Iglesia. Una alegría que es testimonio de la presencia del Señor y que alienta en la entrega generosa al hermano. Es este el deseo que os dejo, diciéndolo con palabras de la liturgia de hoy: “Señor, acuérdate de mí cuando muestres tu bondad para con tu pueblo; visítame cuando operes la salvación, para que yo vea la felicidad de tus escogidos, me goce con el gozo de tu pueblo y me gloríe con tu herencia”.

Una palabra final. Sé que entre vosotros están los jóvenes que durante mi permanencia en México prestaron su generosa y entusiasta colaboración en la Delegación Apostólica. Vaya a ellos el testimonio de mi profundo aprecio y gratitud. Son los mismos sentimientos que extiendo también, en presencia de sus Hermanas de Congregación residentes en Roma, a las Religiosas Clarisas del Santísimo Sacramento, que tanto se prodigaron en Ciudad de México durante mi estancia en la misma Representación Pontificia.

Y ahora, llevemos al altar del Señor todas estas intenciones.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS NUEVOS CARDENALES

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Domingo 1 de julio de 1979

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Deseo hoy contemplar, juntamente con vosotros, a la Iglesia plenamente "sometida a Cristo" (cf. Ef 5, 24), como Esposa fiel. Estos días pasados, que hemos vivido meditando todos juntos el sacrificio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, nos incitan a buscar la manifestación del misterio realizado en su vocación a través del testimonio de fe y de amor, dado hasta la muerte. Una manifestación, que encontramos a lo largo de la historia de la Iglesia, en el transcurso de los siglos y de las generaciones de sus fieles hijos e hijas, siervos y pastores, subiendo así hasta aquel amor sublime con que nuestro Redentor y Señor "amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua... a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable" (Ef 5, 25-27).

A ese amor sublime, a ese Corazón traspasado sobre la cruz y abierto a la Iglesia, su Esposa, deseo hoy, junto con vosotros, llegar en peregrinación espiritual, de la que todos nosotros debemos volver "purificados, reforzados y santificados" en la medida que estos días exigen. ¡Esta es la Iglesia! ¡Fruto del inescrutable amor de Dios en el Corazón de su Hijo!

¡Esta es la Iglesia! ¡Que lleva consigo los frutos del amor de los Santos Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores y de las Vírgenes! ¡Del amor de enteras generaciones!

¡Esta es la Iglesia, nuestra Madre y Esposa a la vez! Meta de nuestro amor, de nuestro testimonio y de nuestro sacrificio. Meta de nuestro servicio e incansable trabajo. Iglesia, para la cual vivimos en orden a unirnos a Cristo en un único amor. Iglesia, por la que vosotros, venerables y queridos hermanos, creados cardenales en el Consistorio de ayer, debéis vivir de ahora en adelante más intensamente todavía, uniéndoos a Cristo en un único amor hacia ella.

2. La Iglesia está en el mundo. Todos vosotros constituís en el mundo su vivo testimonio, llegando hasta aquí desde lugares tan distantes en el espacio, pero, al mismo tiempo, espiritualmente cercanos.

La Iglesia está en el mundo como signo de la voluntad salvífica del mismo Dios. ¿No es ella quizá el Cuerpo de Aquel a quien el Padre ha consagrado con la unción y ha enviado al mundo? "Me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos / y sanar a los de quebrantado corazón, / para anunciar la libertad a los cautivos / y la liberación de los encarcelados... para consolar a todos los tristes / y para dar a los afligidos de Sión, / en vez de ceniza una corona... alabanza en vez de espíritu abatido" (Is 61, 1-3).

¿No deberá quizá la Iglesia ser todo esto? ¿No deberá quizá vivir de todo esto, si ha de corresponder a la misión salvífica de Aquel, que es su Esposo y Cabeza?

Bien sabéis vosotros, venerables y queridos hermanos —y también lo saben todas las Iglesias de donde procedéis—, en qué lenguaje de hechos, experiencias, aspiraciones, tristezas, sufrimientos, persecuciones y esperanzas hay que traducir aquel antiquísimo texto profético de Isaías, a fin de expresar en el lenguaje de nuestro tiempo, que la Iglesia está radicada en el mundo; que desea ser, en ese mundo, un signo viviente de la voluntad salvífica del Padre Eterno en relación con cada hombre y con toda la humanidad. ¡La Iglesia de nuestra difícil época —del segundo milenio que camina hacia su fin—, época de extremas tensiones y amenazas o de grandes miedos y grandes esperanzas!

3. En todo tiempo esta Iglesia es sencilla, con la misma sencillez que le inspiró nuestro Señor y Maestro con la palabra del Evangelio. ¡Qué poco hace falta para que la Iglesia "comience a existir" entre los hombres! "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20), y "si dos de vosotros conviniereis sobre la tierra en pedir cualquier cosa, os lo otorgará mi Padre, que está en los cielos" (Mt 18, 19).

¡Qué poco se necesita para que esta Iglesia exista, se multiplique y se difunda! Sobre ello deciden dos o tres reunidos en el nombre de Cristo y unidos, por medio de El, en oración, con el Padre. ¡Qué poco se necesita para que esta Iglesia exista por todas partes, incluso allí donde, según las "leyes" humanas no está ni puede estar o donde se la condena a muerte! ¡Qué poco se necesita para que exista y realice su más profunda sustancia!

¡Y para que viva su perenne juventud! La misma juventud que vivieron los primeros cristianos, los cuales "eran asiduos a la enseñanza de los Apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones... Tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios en medio del general favor del pueblo" (Act 2, 42. 46-47), como leemos hoy en la segunda lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, lectura con la que se despiertan no solamente los recuerdos, sino también los deseos de sencillez de la Esposa, que acaba de experimentar el sacrificio de amor de su Esposo crucificado y goza de su fecundidad generadora en el Espíritu Santo, cuando —según leemos— "el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvados" (Act 2, 18).

Esta Iglesia es sencilla, con la sencillez que le es propia.

Y es fuerteúnicamente con la fuerza recibida del Señor: ¡Únicamente con ella! ¡Y con ninguna otra! "Cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo" (Mt 18, 18).

He ahí la cualidad propia de esta fuerza de la Iglesia. Fuerza semejante no la conoce ni el hombre ni la humanidad, en ninguna otra dimensión de su existencia, individual o social. La humanidad no alcanza esa fuerza en ningún otro campo de su temporalidad y en ninguna reserva de la naturaleza... Una fuerza así sólo viene de Dios. Directamente de Dios. Esa fuerza ha sido rescatada por la Sangre de su Redentor y Esposo. Es fuerza del Espíritu Santo.

Una fuerza que se une con lo que en el hombre hay de más profundo: mediante la fe, la esperanza y la caridad, busca —busca inmutablemente— en el cielo las soluciones de lo que no puede ser plenamente resuelto en la tierra.

4. ¡Venerables y queridos hermanos: Nos alegramos grandemente porel hecho de que vosotros, recién creadoscardenales, desposáis hoy esta Iglesia a ejemplo de Cristo! Signo de tales esponsales es el anillo, que dentro de poco os colocaré en el dedo.

¡Nos alegramos grandemente de estos vuestros esponsales, que derraman sobre la vida del Pueblo de Dios, sobre toda la tierra una nueva afluencia de amor y una nueva seguridad de amor! Y esperamos también que una nueva eficacia de amor. De ese amor con el que hemos sido amados y con el que debemos amarnos mutuamente. Amor que procede del Esposo y es para el Esposo.

Amor, mediante el cual la Iglesia debe ser amada con renovado fervor por cada uno de vosotros.

Amor, mediante el cual la Iglesia debe nuevamente expresarse en toda la sencillez y la fuerza que ha recibido del Señor.

Amor, mediante el cual la Iglesia debe nuevamente convertirse en Esposa, "sin mancha ni arruga" para el Esposo.

Amor que deseo para vosotros juntamente con el Pueblo de Dios, que está en Roma y en el mundo. Pongo mi deseo en las manos de la Madre de la Iglesia y Esposa del Espíritu Santo.

¡Amén!

SANTA MISA PARA UN GRUPO DEL MOVIMIENTO "COMUNIÓN Y LIBERACIÓN"

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos
Domingo 15 de julio de 1979

1. Con profunda veneración hemos escuchado las palabras que la liturgia de la Iglesia dedica a este domingo. Ahora, conviene detenerse un poco para acoger estas palabras, es decir, adaptarlas a los corazones de los oyentes. Adaptarlas a nuestra vida. He aquí algunos pensamientos en este sentido.

2. Ante todo: ¿Qué somos nosotros, miembros de esta asamblea, oyentes de la Palabra de Dios y, dentro de poco, partícipes del Cuerpo y de la Sangre del Señor?

La pregunta "¿quién soy?" condiciona todas las demás preguntas y todas las respuestas relativas al tema "¿qué es lo que debo hacer?".

A esa primera y fundamental pregunta responde hoy San Pablo en la Carta a los efesios. Dice: Somos los elegidos por Dios en Jesucristo. "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado" (Ef 1 3-6).

Esta es la respuesta que nos da hoy San Pablo a la pregunta "¿quién soy?". Y la desarrolla en las restantes palabras del mismo texto de la Carta a los efesios.

He aquí la ulterior etapa de esta respuesta:

Somos redimidos; estamos colmados por la remisión de los pecados y llenos de gracia; estamos llamados a la unión con Cristo y, luego, a unificar a todos en Cristo.

Y no es ése todavía el final de esta respuesta paulina:

Estamos llamados a existir para gloria de la Majestad divina; participamos en la palabra de la verdad, en el Evangelio de la salvación; estamos marcados con el sello del Espíritu Santo; somos partícipes de la herencia, en espera de la completa redención, que nos hará propiedad de Dios.

3. Tal es la respuesta paulina a nuestra pregunta. Hay mucho que meditar en ella. Perdonad si yo me limito solamente a insinuar algo.

El eco de las palabras de la Carta a los efesios no puede quedarse en los límites de una lectura, no basta escuchar una sola vez. Deben permanecer en nosotros. Deben seguir con nosotros. Son palabras para toda una vida. A medida de eternidad.

Bueno sería que pudiesen seguir sonando en cada uno de vosotros durante estas semanas y meses de descanso de vacaciones. A cualquier cosa que os dediquéis, ya sea a una tarea temporal... ya sea a un trabajo apostólico... o quizá, como ya habéis hecho alguna vez, a peregrinar desde Varsovia hasta Jasna Góra...

Que os acompañen esas palabras. La respuesta a la pregunta "¿quién soy?", "¿quiénes somos?".

Que plasmen y formen vuestra personalidad, ya que estamos injertos, desde la misma raíz, en la dimensión del misterio que Cristo ha inscrito en la vida de cada uno de nosotros.

El sacrificio en que participamos, la Santa Misa, nos da también cada vez la respuesta a esa pregunta fundamental: "¿quiénes somos?".

4. ¿Qué debemos hacer?Quizá la respuesta a esta segunda pregunta no surge, de la liturgia de la Palabra divina de hoy, con la misma fuerza de la referente a la pregunta "¿quiénes somos?". Pero también es una respuesta fuerte y decisiva. Dios dice a Amós: "Ve a profetizar a mi pueblo, Israel" (Am 7, 15).

Cristo llama a los Doce y comienza a enviarles de dos en dos (cf. Mc 6, 7). Y les ordena que entren en todas las casas y de ese modo den testimonio. El Concilio Vaticano II ha recordado que todos los cristianos, no sólo los eclesiásticos, sino también los laicos, forman parte de la misión profética de Cristo. No hay duda alguna, por tanto, respecto a "qué es lo que debemos hacer".

5. Sigue siendo siempre actual, la pregunta ¿cómo debemos hacerlo? Me alegro de que a esta pregunta busquéis una respuesta, tanto cada uno de vosotros individualmente, como juntos con toda vuestra comunidadQuien busca esa respuesta, la encuentra en el momento oportuno.

El salmo responsorial de hoy nos asegura que "la misericordia y la verdad se encontrarán..."

"La verdad florecerá sobre la tierra". Sí; la verdad debe florecer en cada uno de nosotros; en cada corazón. Sed fieles a la verdad.

Fieles a vuestra vocación.

Fieles a vuestro compromiso.

Fieles a vuestra opción.

Sed fieles a Cristo, que libera y une (Comunión y Liberación).

6. Para terminar, formulo fervientes votos para cada uno de vosotros y para todos.

Como un rayo de luz de la liturgia de hoy: a fin de que el Señor Nuestro, Jesucristo, penetre en nuestros corazones con su propia luz y nos haga comprender cuál es la esperanza de nuestra vocación (cf. Ef 1, 17-18).

Que se realice este deseo por intercesión de la Virgen, ante la cual hemos meditado la Palabra divina de la liturgia de hoy, para poder continuar celebrando el sacrificio eucarístico.

SANTA MISA PARA LAS CLARISAS DE ALBANO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Monasterio de las Clarisas, Albano
Martes 14 de agosto de 1979

Queridísimas hermanas en el Señor:

Siento gran alegría y viva emoción al celebrar la santa Misa aquí, con vosotras y para vosotras, que vivís vuestra existencia contemplativa precisamente aquí, cerca de mi residencia veraniega.

Entre todas las personas a quienes el Papa ama y se acerca, vosotras sois ciertamente las más apreciadas, porque el Vicario de Cristo tiene suma necesidad vuestra ayuda espiritual y cuenta sobre todo con vosotras que, por vocación divina, habéis escogido "la mejor parte" (Lc 10, 42), esto es: el silencio, la oración, la contemplación, el amor exclusivo a Dios.

Vosotras no habéis abandonado el mundo para no tener sus preocupaciones, para no interesaros por los problemas afligen a la humanidad; al contrario, vosotras los lleváis todos en el corazón acompañáis a la humanidad en el atormentado escenario de la historia con vuestra oración y con vuestro anhelo de perfección y salvación.

Por esta presencia vuestra, oculta pero auténtica, en la sociedad y mucho más en la Iglesia, también yo miro con confianza vuestras manos juntas y confío al ardor de vuestra caridad la misión apremiante del Supremo Pontificado.

Me complace meditar con vosotras las enseñanzas y los pensamientos que la liturgia de hoy hace brotar de la Palabra de Dios que hemos escuchado ahora mismo en el santo Evangelio.

1. Jesús nos recuerda ante todo la realidad consoladora del reino de los cielos.

La pregunta que los Apóstoles dirigen a Jesús es muy sintomática: "¿Quién será el más grande en el reino de los cielos?"

Se ve que habían discutido entre ellos sobre cuestiones de precedencia, de carrera, de méritos, con una mentalidad todavía terrena e interesada: querían saber quién sería el primero en ese reino del que hablaba siempre el Maestro.

Jesús aprovecha la ocasión para purificar el concepto erróneo que tienen los Apóstoles y para llevarlos al contenido auténtico de su mensaje: el reino de los cielos es la verdad salvífica que El ha revelado; es la "gracia", o sea, la vida de Dios que El ha traído a la humanidad con la encarnación y la redención; es la Iglesia, su Cuerpo místico, el Pueblo de Dios que le ama y le sigue; es, finalmente, la gloria eterna del Paraíso, a la que toda la humanidad está llamada.

Jesús, al hablar del reino de los cielos, quiere enseñarnos que la existencia humana sólo tiene valor en la perspectiva de la verdad, de la gracia y de la gloria futura. Todo debe ser aceptado y vivido con amor y por amor en la realidad escatológica que El ha revelado: "Vended vuestros bienes y dadlos en limosna; haceos bolsas que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos..." (Lc 12, 33). "Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas" (Lc 12, 35).

2. Jesús nos enseña el modo justo para entrar en el reino de los cielos.

Cuenta el evangelista San Mateo que "Jesús llamando a sí a un niño, le puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos" (Mt 18, 2-4).

Esta es la respuesta desconcertante de Jesús: ¡la condición indispensable para entrar en el reino de los cielos es hacerse pequeños y humildes como niños!

Está claro que Jesús no quiere obligar al cristiano a permanecer en una situación de infantilismo perpetuo, de ignorancia satisfecha, de insensibilidad ante la problemática de los tiempos. Al contrario. Pero pone al niño como modelo para entrar en el reino de los cielos non el valor simbólico que el niño encierra en sí:

— ante todo, el niño es inocente, y el primer requisito para entrar en el reino de los cielos es la vida de "gracia", es decir, la inocencia conservada o recuperada, la exclusión de pecado, que siempre es un acto de orgullo y de egoísmo;

— en segundo lugar, el niño vivé de fe y de confianza en sus padres y se abandona con disposición total a quienes le guían y le aman. Así el cristiano debe ser humilde y abandonarse con total confianza a Cristo y a la Iglesia. El gran peligro, el gran enemigo es siempre el orgullo, y Jesús insiste en la virtud de la humildad, porque ante el Infinito no se puede menos de ser humildes; la humildad es verdad y es, además, signo de inteligencia y fuente de serenidad;

— finalmente, el niño se contenta con las pequeñas cosas que bastan para hacerle feliz: un pequeño éxito, una buena nota merecida, una alabanza recibida le hacen exultar de alegría.

Para entrar en el reino de los cielos es preciso tener sentimientos grandes, inmensos, universales; pero es necesario saberse contentar con las pequeñas cosas, con las obligaciones mandadas por la obediencia, con la voluntad de Dios tal como se manifiesta en el instante que huye, con las alegrías cotidianas que ofrece la Providencia; es necesario hacer de cada trabajo, aunque oculto y modesto, una obra maestra de amor y perfección.

¡Es necesario convertirse a la pequeñez para entrar en el reino de los cielos! Recordemos !a intuición genial de Santa Teresa de Lisieux, cuando meditó el versículo de la Sagrada Escritura: "El que es simple, venga acá" (Prov 9, 4). Descubrió que el sentido de la "pequeñez" era como un ascensor que la llevaría más de prisa y más fácilmente a la cumbre de la santidad: «¡Tus brazos, oh Jesús, son el ascensor que me debe elevar hasta el cielo! Por esto no tengo necesidad en absoluto de hacerme grande; más bien es necesario que permanezca pequeña, que lo sea cada vez más» (Historia de un alma, Manuscrito C, cap. X).

3. Finalmente, Jesús nos infunde el anhelo del reino de los cielos.

"¿Qué os parece? —dice Jesús—. Si uno tiene cien ovejas y se le extravía una, ¿no dejará en el monte las noventa y nueve e irá en busca de la extraviada? Y si logra hallarla, cierto que se alegrará por ella más que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Así no es voluntad de vuestro Padre, que está en los cielos, que se pierda ni uno solo de estos pequeñuelos" (Mt 18, 12-14).

Son palabras dramáticas y consoladoras al mismo tiempo: Dios ha creado al hombre para hacerle partícipe de su gloria y de su. felicidad infinita; y por esto le ha querido inteligente y libre, "a su imagen y semejanza". Desgraciadamente asistimos con angustia a la corrupción moral que devasta a la humanidad, despreciando especialmente a los pequeños, de quienes habla Jesús.

¿Qué debemos hacer? Imitar al Buen Pastor y afanarnos sin tregua por la salvación de las almas. Sin olvidar la caridad material y la justicia social, debemos estar convencidos de que la caridad más sublime es la espiritual, o sea, el interés por la salvación de las almas.

Y las almas se salvan con la oración y el sacrificio. ¡Esta es la misión de la Iglesia!

¡Especialmente vosotras, monjas y almas consagradas, debéis sentiros como Abraham sobre el monte, para implorar misericordia y salvación de la bondad infinita del Altísimo! Que sea vuestra alegría saber que muchas almas se salvan precisamente por vuestra propiciación.

Queridísimas hermanas, en la suave y mística atmósfera de esta vigilia de la solemnidad de la Asunción de María Santísima al cielo. os confío a todas a sus cuidados maternos y concluyo con las palabras que Pablo VI, de venerada memoria, decía al comienzo de su pontificado: "La Virgen se nos presenta hoy más que nunca con su luz desde lo alto, Maestra de vida cristiana. Nos dice: vivid bien también vosotros; y sabed que el mismo destino que fue anticipado para mí en la hora que terminó mi camino temporal, lo será también a su tiempo pura vosotros... La Madre celeste está allá arriba, nos ve y nos espera con su mirada llena de ternura... Precisamente sus ojos dulcísimos nos contemplan amorosamente y nos animan con afecto materna" (Alocución del 15 de agosto de 1963).

SANTA MISA PARA EL OPUS DEI

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Domingo 19 de agosto de 1979

Queridísimos jóvenes universitarios y profesores del "Opus Dei":

Habéis querido encontraros con el Papa en torno a la Mesa Eucarística, mientras os halláis en Roma, provenientes de diversos Ateneos de Italia, para participar en cursos de actualización doctrinal y de formación espiritual. Y os agradezco este testimonio de fe y amor a la Eucaristía y al Papa, Vicario de Cristo en la tierra.

Vuestra institución tiene como finalidad la santificación de la vida permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir el Evangelio en el mundo, viviendo ciertamente inmersos en el mundo, pero para transformarlo y redimirlo con el propio amor a Cristo. Realmente es un gran ideal el vuestro, que desde los comienzos se ha anticipado a esa teología del laicado, que caracterizó después a la Iglesia del Concilio y del postconcilio.

En efecto, este es el mensaje y la espiritualidad del "Opus Dei": vivir unidos a Dios en el mundo, en cualquier situación, tratando de mejorarse a sí mismos con la ayuda de la gracia y dando a conocer a Jesucristo con el testimonio de la vida.

Y ¿qué hay más bello y más entusiasmante que este ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa, queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y siempre animosos en este vuestro intento!

Os saludo desde lo más íntimo de mi corazón, recordando la profunda y conmovedora exhortación que San Pablo escribía a los Efesios: "Llenaos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 19-20).

Nosotros precisamente queremos entretenernos aquí, en oración con Cristo, en Cristo y por Cristo: queremos gozar de la alegría que proviene de la verdad; queremos alabar juntos al Señor, que en el inmenso misterio de su amor no sólo ha querido encarnarse, sino que ha querido permanecer con nosotros en la Eucaristía. Efectivamente, la liturgia de hoy está toda centrada en este supremo misterio, y el mismo Jesús es el Maestro divino que nos enseña cómo debemos entender y vivir este sublime e incomparable sacramento.

1. Ante todo, Jesús afirma que la Eucaristía es una realidad misteriosa, pero auténtica.

Jesús, en la Sinagoga de Cafarnaún, afirma claramente: "Yo soy el pan bajado del cielo... El pan que yo daré es mi carne, vida del mundo... Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... Este es el pan bajado del cielo; no como el pan que comieron los padres y murieron" (cf. Jn c. 6).

Jesús dice precisamente: "carne" y "sangre", "comer" y "beber", aun sabiendo que chocaba con la sensibilidad y la mentalidad de los judíos. Es decir, Jesús habla de su Persona real, toda entera, no simbólica, y hace entender que la suya es una ofrenda "sacrificial", que se realizará por vez primera en la "Ultima Cena", anticipando místicamente el sacrificio de la cruzy será transmitido a todos los siglos mediante la Santa Misa. Es un misterio de fe, ante el cual no podernos más que arrodillarnos en adoración, en silencio, en admiración.

La Imitación de Cristo nos pone en guardia ante la investigación curiosa e inútil, que incluso puede ser peligrosa, de este sacramento insondable: Qui scrutator est maiestatis, opprimetur a gloria" (Libro IV, cap. XVIII, 1).

Pablo VI, de venerada memoria, en el "Credo del Pueblo de Dios", haciendo una síntesis de la doctrina específica del Concilio de Trento y de su Encíclica Mysterium fideidijo: «En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia del pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino, que percibimos con nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la Santa Iglesia conveniente y propiamente "transustanciación" »(Insegnamenti di Paulo VI, vol. VI, 1968, pág. 508).

Todos los Padres de la Iglesia han afirmado siempre la realidad de la Presencia divina; recordemos sólo al filósofo Justino que, en la "Apología" exhorta a la adoración humilde y gozosa: «Terminadas las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: ¡Amén! "Amén" en hebreo quiere decir "así sea"... Porque no tomamos estas cosas como pan común y bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador hecho carne por virtud de la Palabra de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración ,al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias —alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne— es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado» (Primera Apología, 65-67).

Por tanto os digo: sed adoradores convencidos de la Eucaristía, con pleno respeto de las normas litúrgicas, con seriedad devota y consciente, que nada quita a la familiaridad y a la ternura.

2. Jesús afirma luego que la Eucaristía es una realidad salvífica:

Jesús, continuando su discurso sobre el "Pan de vida", añade: "Si alguno come de este pan, vivirá para siempre... Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día".

En este contexto Jesús habla de "vida eterna", de "resurrección gloriosa", del "último día". ¡No es que Jesús olvide o desprecie la vida terrena; todo lo contrario! Jesús mismo habla de los talentos que cada uno debe negociar y se complace en las obras de los hombres para la liberación progresiva de las diversas esclavitudes y opresiones y para el mejoramiento de la existencia humana. Pero no es necesario caer en el equívoco de la inmanencia histórica y terrena; es necesario pasar a través de la historia para alcanzar la vida eterna y gloriosa: paso fatigoso, difícil, ambiguo, porque debe ser meritorio. Jesús, pues, está vivo, presente en nuestro camino cotidiano, para ayudarnos a realizar nuestro verdadero destino, inmortal y feliz.

¡Sin Cristo es inevitable extraviarse, confundirse, incluso desesperarse! Lo había intuido con claridad lúcida Dante Alighieri, hombre de mundo y de fe, genio de la poesía y experto en teología, cuando en la paráfrasis del "Padre nuestro", rezado por las almas del Purgatorio, enseñó que en el áspero desierto de la vida, sin la unión íntima con Jesús, "maná" del Nuevo Testamento; "Pan bajado del cielo", el hombre que quiere seguir adelante sólo con sus fuerzas, en realidad va hacia atrás:

"Danos hoy el maná de cada día / sin el cual por este áspero desierto / va hacia atrás quien más en caminar se afana".  (Purgatorio, XI, 13-15).

Sólo mediante la Eucaristía es posible vivir las virtudes heroicas del cristianismo: la caridad hasta el perdón de los enemigos, hasta el amor a quien nos hace sufrir, hasta el don de la propia vida por el prójimo; la castidad en cualquier edad y situación de la vida; la paciencia, especialmente en el dolor y cuando se está desconcertado por el silencio de Dios en los dramas de la historia o de la misma existencia propia. ¡Por esto, sed siempre almas eucarísticas, para poder ser cristianos auténticos!

3. Finalmente, Jesús afirma además que la Eucaristía debe ser una realidad transformante.

Es la afirmación más impresionante y comprometida: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí". ¡Palabras serias! ¡Palabras exigentes! La Eucaristía es una transformación, un compromiso de vida: "¡Ya no vivo yo —decía San Pablo—, es Cristo quien vive en mil" ¡Es Cristo crucificado! (Gál 2 20; 1 Cor 2, 2)Recibir la Eucaristía significa transformarse en Cristo, permanecer en El, vivir para El! El cristiano, en el fondo, debe tener una sola preocupación y una sola ambición: vivir para Cristo, tratando de imitarlo . en la obediencia suprema al Padre, en la aceptación de la vida y de la historia, en. la total dedicación a la caridad, en la bondad comprensiva y sin embargo austera. Por esto, la Eucaristía se convierte en programa de vida.

Queridísimos:Al finalizar esta meditación, os confío a María Santísima: Ella, que durante 33 años pudo gozar de la presencia visible de Jesús y trató a su divino Hijo con el máximo cuidado y delicadeza, os acompañe siempre a la Eucaristía: os dé sus mismos sentimientos de adoración y de amor.

Después de este místico y fraterno encuentro, volved a vuestro trabajo con propósito renovado de vivir intensamente vuestra espiritualidad:

— sed en todas partes irradiadores de luz con la total y convencida ortodoxia de la doctrina cristiana y católica, con humildad pero con valentía, en la perfecta competencia de vuestra profesión;

— sed portadores de paz, con vuestro amor para con todos, hecho de comprensión, de respeto, de sensibilidad, de paciencia, pensando que cada hombre lleva en sí un dolor y un misterio;

— finalmente, sed sembradores de alegría con vuestra caridad concreta y vuestro sereno abandono en la Providencia, recordando lo que afablemente dijo Juan Pablo I, de venerada memoria: "Sabemos que Dios tiene siempre los ojos fijos sobre nosotros, también cuando nos parezca que es de noche" (10 de septiembre de 1978).

Os acompañe mi paterna y propicia bendición apostólica.

VISITA PASTORAL A VÉNETO

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Canale d'Agordo
Domingo 26 de agosto de 1979

Carísimos hermanos y hermanas de Canale d'Agordo:

Me siento especialmente feliz al encontrarme hoy entre vosotros, en el aniversario de la elevación al Supremo Pontificado de vuestro conciudadano, el amadísimo e inolvidable Papa Juan Pablo I. Pero me siento también profundamente conmovido. Todos, en efecto, recordamos todavía con intacta emoción —y especialmente el Papa que os habla y los cardenales que participaron en aquel Cónclave que duró poco más de un día—, todos recordamos el extraordinario fenómeno constituido por la elección, el pontificado y la muerte de aquel Papa; todos conservamos en el corazón su figura y su sonrisa; todos tenemos grabado en el alma el recuerdo de las enseñanzas, que multiplicó con incansable celo y amabilísimo estilo pastoral en los 33 breves días de ministerio universal.

Y todos sentimos todavía en el corazón la sorpresa y preocupación por su muerte inesperada, que de improviso lo arrebató a la Iglesia y al mundo, poniendo fin a un pontificado que había ya conquistado todos los corazones. El Señor nos lo dio como para mostrarnos la imagen del Buen Pastor, que él siempre se esforzó en personificar, siguiendo la doctrina y los ejemplos de su predilecto modelo y maestro el Papa S. Gregorio Magno. Y al sustraérnoslo de nuestra mirada, aunque no ciertamente de nuestro amor, quiso darnos una gran lección de abandono y de confianza únicamente en El que guía y rige la Iglesia aun cuando cambien los hombres y se sucedan, a veces incomprensiblemente, los acontecimientos terrenos.

En recuerdo de aquel paso tan rápido y tan impresionante, he querido venir hoy entre vosotros, al cumplirse exactamente un año desde que la figura de Juan Pablo I apareció por primera vez en el balcón central de la Basílica Vaticana. Repito que me siento conmovido al encontrarme aquí en la apacible aldea dolomítica donde él vio la luz, en una familia sencilla y laboriosa que bien puede considerarse emblema de las buenas familias cristianas de estos valles montañeros; conmovido al celebrar los Santos Misterios aquí, donde él sintió la vocación al sacerdocio, siguiendo el ejemplo de numerosos conciudadanos vuestros que, a través de los siglos, acogieron la llamada divina; aquí, donde él recibió el santo bautismo y la confirmación, aquí donde celebró por primera vez la Santa Misa el 8 de julio de 1935 y donde volvió después, siendo obispo de Vittorio Véneto, patriarca de Venecia y cardenal de la Santa Iglesia Romana. Y me complazco en recordar que quiso volver aquí, todavía en febrero del pasado año —pocos meses antes de su elevación a la Cátedra de Pedro— para predicaros una breve misión de preparación para la Pascua.

Y aquí está también hoy, en medio de nosotros. Sí; queridos hermanos y hermanas de Canale d'Agordo. El está aquí, con sus enseñanzas, con su ejemplo, con su sonrisa.

1. Ante todo, él nos habla de su grande, firmísimo amor a la Santa Iglesia. En la segunda lectura de la Santa Misa hemos oído que San Pablo, trazando a los efesios un sublime programa de amor conyugal escribe: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela a Sí gloriosa sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable" (Ef 5, 25 y ss.). Pues bien; al oír estas palabras, mi pensamiento volaba a la majestuosa Capilla Sixtina, al momento aquel en que, al anunciar ante el mundo, con voz límpida y clara, su programa pontificio, el Papa Luciani había dicho: "Nos ponemos enteramente, con todas nuestras fuerzas físicas y espirituales, al servicio de la misión universal de la Iglesia" (27 de agosto 1978; Enseñanzas de Juan Pablo I al Pueblo de Dios, pág. 36).

¡La Iglesia! El había aprendido a amarla aquí, entre sus montes la había visto, como en imagen, en la propia humilde familia, había escuchado su voz en el catecismo del párroco, se había alimentado de su savia profunda a través de la vida sacramental que se le dispensaba en la parroquia. Amar a la Iglesia, servir a la Iglesia fue el programa constante de su vida. Ya en aquel primer radio-mensaje al mundo había dicho, con palabras que hoy nos parecen realmente proféticas: "La Iglesia, llena de admiración y simpatía hacia las conquistas del ingenio humano, pretende además salvar al mundo, sediento de vida y amor, de los peligros que le acechan... En este momento solemne, pretendemos consagrar todo lo que somos y podemos a este fin supremo, hasta el último aliento, consciente del encargo que Cristo mismo nos ha confiado" (ib., pág. 57).

Como párroco, como obispo, como patriarca, como Papa, no hizo otra cosa que esto: dedicarse totalmente a la Iglesia, hasta el último aliento. La muerte le sorprendió así, alerta, en un auténtico y propio servicio ininterrumpido. Así vivió y así murió, dedicándose todo él a la Iglesia con una sencillez cautivadora, pero también con una firmeza inquebrantable, que no tenía temores porque estaba fundada sobre la lucidez de su fe y sobre la promesa indefectible, hecha por Cristo a Pedro y a sus sucesores.

2. Y aquí encontramos otro punto de referencia, otra estructura fundamental de su vida y de su pontificado: el amor a Cristo Señor nuestro. El Papa Juan Pablo I fue el heraldo de Jesucristo, Redentor y Maestro de los hombres, viviendo el ideal que había delineado San Pablo: "Que los hombres vean en nosotros a los ministros de Cristo y a los administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1). Su intento lo había claramente expresado en la audiencia general del 13 de septiembre, hablando de la fe: "Cuando el pobre Papa, cuando los obispos y los sacerdotes presentan la doctrina, no hacen más que ayudar a Cristo. No es una doctrina nuestra; es la de Cristo, sólo tenemos que custodiarla y presentarla" (Enseñanzas de Juan Pablo I al Pueblo de Dios, 1978, pág. 19).

La verdad, las enseñanzas, la palabra de Cristo no cambian, aunque exigen ser presentadas de modo que en cada época de la historia, logren ser comprensibles para la mentalidad del momento; es una certeza que no cambia, aunque cambien los hombres y los tiempos y aunque no sea por ellos comprendida e incluso sea rechazada. Es todavía, y seguirá siendo siempre, la actitud irremovible de Jesús que —como dice el Evangelio de este domingo— no disminuyó ni cambió nada de su enseñanza sobre la Eucaristía, aun ante el abandono casi total de sus oyentes y de los propios discípulos; más aún, puso a los Apóstoles ante el severo aut-aut de una decisión, de una elección suprema: "¿Queréis iros vosotros también?" (Jn 6, 67).

En la respuesta de Pedro reconocemos la actitud de toda la vida, hasta el fin, de Juan Pablo I: "Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6, 68). Su fe, su amor a Jesús "confirmaron" realmente de verdad a todos nosotros, sus hermanos, con una altísima y coherente enseñanza de abandono en la omnipotente protección del Señor Jesús: "Teniendo nuestra mano asida a la de Cristo, apoyándonos en El, hemos tomado también Nos el timón de esta nave, que es la Iglesia, para gobernarla; ella se mantiene estable y segura, aun en medio de las tempestades, porque en ella está presente el Hijo de Dios como fuente y origen de consolación y victoria", había proclamado ya al iniciar su pontificado (27 agosto 1978, Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 35). Y se mantuvo fiel a ese programa, en la línea de las enseñanzas de su amado Maestro y Predecesor San Gregorio Magno, haciendo realidad ante el mundo, la imagen, buena y estimulante, del divino Pastor: "Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). Y así permanece su imagen grabada para siempre en nuestros. corazones.

3. Pero Jesús vivió por el Padre, vino para hacer la voluntad del Padre (cf. Mt 6, 10; 12, 50; 26, 42; Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38), propuso al hombre la imagen del Padre, que piensa en nosotros y nos ama con amor eterno: Pues bien; encontramos aquí también un rasgo de la figura y de la misión del Papa Albino Luciani: el amor a Dios Padre. Con el mismo profundo sentimiento de fe, anunció también con extraordinaria energía el amor del Padre Celestial hacia los hombres. Como Josué ante Israel, según la primera lectura de la Santa Misa de hoy, recordó enérgicamente la grande y arrebatadora realidad del amor de Dios por su pueblo, la estupenda belleza de la elección a la filiación divina, suscitando como entonces una apasionante emoción en la respuesta de toda la Iglesia: "También nosotros serviremos a Yavé, porque El es nuestro Dios" (Jos 24, 18). Toda su alma se había abierto, en este sentido, ya desde la primera audiencia cuando, hablando del deber de ser buenos, había subrayado: «Ante Dios, la postura justa es la de Abrahán cuando decía: ¡"Soy sólo polvo y ceniza ante ti, Señor"! Tenemos que sentirnos pequeños ante Dios» (6 de septiembre, Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 13). Encontramos aquí la quinta esencia de la enseñanza evangélica, como fue propuesta por Jesús y comprendida por los Santos, en los cuales el pensamiento de la paternidad de Dios repercute en lo más profundo del alma; pensemos en un San Francisco de Asís o en una Teresa de Lisieux.

Juan Pablo I recordó con insólito vigor el amor que Dios tiene por nosotros, sus criaturas, comparándolo, en la línea del profetismo del Antiguo Testamento, no sólo al amor de un Padre, sino también a la ternura de una madre hacia sus propios hijos; lo hizo en el Ángelus del 10 de septiembre, con estas palabras que tanto impresionaron a la opinión pública: "Somos objeto de un amor sin fin de parte de Dios. Sabemos que tiene los ojos fijos en nosotros siempre, también cuando nos parece que es de noche" (Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 5).

Y en la audiencia general del 13 de septiembre: "Dios tiene mucha ternura con nosotros, más ternura aún que la de una madre con sus hijos, como dice Isaías" (Enseñanzas al Pueblo de Dios, pág. 18).

Con este inquebrantable sentido de Dios, se comprende que mi predecesor eligiese como tema para sus catequesis de los miércoles precisamente las virtudes teologales, que son tales porque nacen de Dios y son un don increado que se nos infundió en el bautismo. Y con la enseñanza de la caridad, la virtud teologal que tiene a Dios como fuente y principio, como modelo y como premio y que no conoce ocaso, se cerró la página terrena de Juan Pablo I; o mejor, se abrió para siempre a la eternidad y cara a cara con Dios, a quien tanto amó y nos enseñó a amar.

Queridísimos hermanos y hermanas de Canale d'Agordo:

Las enseñanzas del Papa Luciani, vuestro paisano, se encuentran especialmente en estas realidades que os he recordado: amor a la Iglesia, amor a Cristo, amor a Dios. Son las grandes verdades del cristianismo, que él aprendió aquí, en medio de vosotros, ya siendo sólo niño, luego, de adolescente acostumbrado a la pobreza y a la austeridad y, más tarde, de joven abierto a la llamada de Dios. Conformaron hasta tal punto su vida de sacerdote y de obispo, que las recordaba al mundo entero con la incomparable incisividad de su personalísimo ministerio.

¡Sed fieles a una herencia tan sencilla, pero tan grande! Me dirijo a las familias, que forman el elemento sustancial de estas tierras bendecidas por Dios: sed fieles a las tradiciones cristianas, continuad transmitiéndolas a vuestros hijos, continuad respirando dentro de ellas como en un segundo elemento natural, dando testimonio de ellas en la vida, en el trabajo, en la profesión. ¡Distinguíos siempre por el amor a la Iglesia, a Jesucristo, a Dios!

Y lo repito a los jóvenes, esperanza del mañana y a quienes llevo tan dentro de mi corazón; espero ardientemente que, entre vosotros, continúen floreciendo las vocaciones sacerdotales y religiosas, según los ejemplos recibidos; lo repito a los emigrantes, que buscan fuera de la patria, pero con el corazón puesto en sus queridos montes nativos, un porvenir más seguro para sí y para sus propias familias; lo digo a los trabajadores y a todos los carísimos hermanos y hermanas que me escuchan. Sólo así, en la adhesión fiel a Dios que nos ama y que nos ha hablado por medio de su Hijo y nos guía y sostiene por medio de la Iglesia, podremos encontrar aquella nobleza, aquella rectitud, aquella grandeza que ninguna otra cosa en el mundo puede darnos. De ahí nace la verdadera prerrogativa de la gente italiana, cuyo carácter y virtudes vosotros encarnáis tan bien, y sólo así puede garantizarse la continuidad de aquel patrimonio espiritual, que ha dado a la patria y a la Iglesia figuras tan nobles y grandes, cual ha sido para todo el mundo un hombre y un Papa como Juan Pablo I.

He sentido el deber de venir aquí, precisamente para recordaros a vosotros. habitantes de Canale d'Agordo y belluneses todos, así como al entero pueblo italiano, la belleza y la grandeza de vuestra vocación cristiana. Lo he hecho como continuador de la misión de mi Predecesor, la cual se iniciaba hace un año como una aurora llena de esperanza. Como he escrito en mi primera Encíclica Redemptor hominis, «ya el día 26 de agosto de 1978, cuando él declaró al Sacro Colegio que quería llamarse Juan Pablo —un binomio de este género no tenía precedentes en la historia del Papado— divisé en ello un auspicio elocuente de la gracia para el nuevo pontificado. Dado que aquel pontificado duró apenas 33 días, me toca a mí no sólo continuarlo, sino también, en cierto modo, asumirlo desde su mismo punto de partida» (n. 2, AAS, 71, 1979, pág. 259; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de marzo, 1979, pág. 3).

Mi presencia aquí, hoy, no expresa solamente mi sincero amor hacia vosotros, sino que es también el signo público y solemne de este deber mío y quiere testimoniar ante el mundo que la misión y el apostolado de mi Predecesor continúan brillando como luz clarísima en la Iglesia, con una presencia que la muerte no pudo truncar. Más aún, le dio un impulso y una continuidad que nunca conocerán el ocaso.

VISITA A LOS MONJES DE LA ABADÍA DE GROTTAFERRATA
EN EL XVI CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN BASILIO MAGNO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 9 de septiembre de 1979

Queridísimos monjes de la abadía de Grottaferrata, y vosotros, sacerdotes y fieles que me escucháis:

1. No sólo la cercanía del lugar, sino también y sobre todo la cercanía del espíritu me ha hecho venir esta tarde hasta vosotros, para celebrar la liturgia dominical y dirigiros una palabra de exhortación y de ánimo. Nuestro encuentro se desarrolla en el XVI centenario de la muerte de San Basilio Magno, obispo de Cesarea de Capadocia; y quiero, ante todo, dar las gracias y saludar a los buenos religiosos, que toman nombre de este insigne doctor de la Iglesia Oriental, y que nos brindan hospitalidad a la sombra de su histórica abadía. Saludo después cordialmente a todos los que habéis venido en tan gran número y me habéis demostrado vuestros sentimientos de afectuoso saludo.

2. Acabamos de escuchar las lecturas de la Sagrada Escritura, tan ricas de enseñanzas y dignas de atenta reflexión. Pero me detendré preferentemente en el episodio evangélico, que se refiere a la curación milagrosa de un sordomudo, realizada por Nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué hermoso es, queridísimos hermanos, ese grito unánime que se levanta de la multitud: "Todo lo ha hecho bien"! Esta exclamación, dictada —como observa el evangelista— por un vivo estupor, es más que un simple reconocimiento de la potencia del Señor, o un tributo de admiración por el prodigio.

En realidad, implica la "violación" de una orden dada por Jesús, que había pedido silencio en torno a ese hecho; además —y es algo muy importante— va seguida y, diría, integrada por otras palabras que dan un claro testimonio mesiánico de El. "Todo lo ha hecho bien —dijeron los presentes—; a los sordos hace oír y a los mudos hablar". ¿No reconocían precisamente en estas acciones algunos de esos "signos" que, según los anuncios de los profetas, se verificarían a la llegada del Mesías? ¿Y acaso no hemos leído en el texto de Isaías, que ha precedido a este Evangelio, las palabras inspiradas: "Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos. Entonces... la lengua de los mudos cantará gozosa" (Is 35, 5-6)?

Sí, hermanos, basándonos en el valor probativo de esta correspondencia entre predicciones y cumplimientos, haciéndonos eco del entusiasmo de las turbas, creemos y confesamos que Jesús es verdaderamente el Mesías, esto es, el Ungido de Dios, el Cristo. El ha sido consagrado por Dios y enviado al mundo. Jamás meditaremos bastante —es tan importante y denso de contenido— sobre este dato de nuestro Credo: Jesús; el Hijo unigénito de Dios, en cumplimiento de las antiguas promesas, ha venido en la plenitud de los tiempos a nosotros haciéndose hijo del hombre, se ha colocado el el centro de la historia para realizar de manera auténtica y definitiva el designio de salvación, concebido por el Padre desde la eternidad. Iluminados por la fe, debemos mirar no sólo a la figura del Mesías, tino también a esta misión suya, que interesa a la humanidad en general y a cada uno de nosotros en particular.

Ya en el Antiguo Testamento el Mesías es como el catalizador de los anhelos y de las esperas del pueblo de Israel, a lo largo de todo el arco de su historia: cada una de las esperanzas de liberación y de santificación se apoyan fuertemente sobre El. Pero en el Nuevo Testamento es donde esta función del Mesías se precisa como misión de salvación espiritual y universal. Hallándose un día en la sinagoga de Nazaret, Jesús dio lectura a una página de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió... para dar a los ciegos la recuperación de la vista...", e ilustró la explicación con una premisa significativa: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (cf. Lc 4, 16-21). Y a los discípulos de Juan Bautista que habían venido a preguntarle: "¿Eres tú el que viene o hemos de esperar a otro?", Jesús respondió apelando a los hechos previstos y predichos para el Mesías: "Id y referid a Juan lo que habéis oído y visto: los ciegos ven... los sordos oyen... y los pobres son evangelizados" (cf. Mt 11, 2-6).

Reanudemos ahora, a la luz de estos textos, la narración del Evangelio de hoy.

3. El milagro nos dice también algo desde el punto de vista del "modus operandi" que sigue Jesús-Mesías. Le habían presentado un sordomudo, rogándole que le impusiera las manos: Jesús, en cambio, realiza sobre él diversos gestos: lo toma aparte: le mete los dedos en los oídos; le toca la lengua. ¿Por qué todo esto? Porque la condición que Jesús exige siempre de los que sufren y de los enfermos es la fe, preguntándoles sobre ella o estimulándoles a ella, según los casos. Ahora bien, en el caso del sordomudo, el tocar sus sentidos impedidos responde precisamente a este fin: comunicarse con quien no puede oír ni hablar, y despertar en él un movimiento de fe.

Pero hay más: Jesús eleva los ojos al cielo, después suspira y pronuncia la palabra resolutiva: Effatà, una de las pocas palabras que conservamos con el sonido con que las pronunció Jesús. Notemos el poder de esta palabra, que tiene una carga dinámica, porque realiza el efecto que expresa. Como ante otras palabras de Cristo, referidas en los Evangelios, por ejemplo Talita Kunz, que hizo levantar del lecho a la hija muerta de Jairo (cf. Mc 5, 22-24. 35-43), o como la expresión Lazare, veni foras, que hizo salir del sepulcro al amigo cuyo cuerpo ya estaba en descomposición (cf. Jn 11, 38-44), estamos aquí frente al misterio del poder de taumaturgo, que es atributo connatural del Mesías-Hijo de Dios. Este, siendo el Verbo del Padre, la Palabra viviente del Padre, lo mismo que con el Fiat creador sacó de la nada todas las cosas, así también con la palabra salida de su boca humana tiene la virtud, es decir, la potencia absoluta de plegar todas las cosas a su querer.

¿Por qué, pues, no tratamos de experimentar en nosotros mismos esta virtud permanente de Cristo? Junto a sus palabras realizadoras de milagros físicos, ¿cuántas otras palabras contiene el Evangelio que "cavan" a nivel interior y actúan en el plano sobrenatural? Recuerdo rápidamente las palabras "Confía, hijo; tus pecados te son perdonados", dirigidas al paralítico (Mt 9, 3); "Vete y no peques más", dirigidas a la adúltera (Jn 8, 11). Recuerdo también el milagro que realiza en Zaqueo la simple presencia de Jesús: "Hoy ha venido la salud a tu casa" (Lc 19, 9). Y podría añadir el "Venid en pos de mí" que fue determinante para la vocación de los Apóstoles (cf. Mt 4, 19); o el "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia" (Mt 16, 18), o las palabras más arcanas y sublimes de la última Cena: "Este es mi cuerpo; esta es mi sangre" (Mt 26, 26. 28).

Íntimamente persuadidos de la fuerza milagrosa, de la dynamis de Cristo, que en el momento de dejar este mundo reivindicó para sí "todo poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18), debemos ir a El para sanar de nuestros males físicos y morales, para curar nuestras debilidades y nuestros pecados: obtendremos de El esperanza, fuerza y salud. según la medida de nuestra fe.

4. Pero, ¿qué diré de particular a los religiosos basilianos y a toda la comunidad monástica de Grottaferrata? La palabra de Dios que he querido explicar ciertamente vale también para ellos. Pero yo sé que esperan al menos un pensamiento para aliento de su vida de especial consagración al Señor en el espíritu de las enseñanzas ascéticas de San Basilio.

Aquí, a pocos kilómetros de Roma, sois expresión, mis queridos hermanos, de la fecundidad del ideal monástico de rito bizantino, y vuestra abadía —como escribió ya mi predecesor Pío XI, de venerada memoria, en el documento de su erección canónica— es "como una fulgidísima perla oriental" engarzada en la diadema de la Iglesia romana (cf. Constitución Apostólica Pervetustum Cryptaeferratae Coenobium; AAS, XXX, 1938, págs. 183-186).

Conozco, por otra parte, el singular vínculo de fidelidad que este monasterio, desde su fundación a comienzos del siglo XI, ha mantenido constantemente con la Sede Apostólica: causa ésta, no última, de la benevolencia que le han demostrado los Sumos Pontífices. Y sé también que esta relación permanecerá siempre estable... Pues bien, en la ejemplaridad de vuestra adhesión a la Sede de Pedro, tened cuidado de ofrecer un válido testimonio a cuantos tienen ocasión de acercarse a vosotros y conoceros: sabed irradiar la pura luz evangélica ante los hombres "para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5, 16). El ejercicio de las virtudes: comenzando por la caridad fraterna, el equilibrio en la vida religiosa, la asidua laboriosidad, el estudio amoroso de las Sagradas Escrituras, la tensión continua hacia la "otra vida", lo mismo que son principios importantes en la regla del gran Basilio, así deben ser las cualidades que os distingan, en confirmación de la auténtica e ininterrumpida tradición de espiritualidad que tanto honra a vuestro Instituto. Y precisamente porque representáis esta tradición monástica griega, deberá distinguiros otra cualidad, esto es, una especial sensibilidad ecuménica: por vuestra situación, por vuestra formación, podéis hacer mucho a este respecto, comprometiéndoos en el diálogo y sobre todo en la oración a fin de favorecer la deseada unidad entre católicos y ortodoxos.

Al reanudar ahora la celebración de la Santa Misa, yo os invito a los religiosos y con vosotros a todos los fieles que os rodean, a unirse a mí en la invocación común para que el Señor Jesús, como si renovara el milagro del sordomudo, quiera abrir nuestros oídos para escuchar siempre con fidelidad su palabra, y vuelva expedita nuestra lengua para alabar y dar gracias a su Padre y nuestro Padre celeste. Así sea.


ORDENACIÓN EPISCOPAL DE MONSEÑOR JOSEF TOMKO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Sábado 15 de septiembre de 1979

Queridos hermanos y hermanas:

1. He aquí a nuestro hermano José, a quien el Espíritu Santo "constituye" (cf. Ef 4, 11) hoy obispo de la Iglesia; mediante mi servicio, lo agrega al círculo de este Colegio que, con la sucesión de los Apóstoles, recibe no sólo los signos vivos de todo el Pueblo de Dios, sino también un particular poder sacerdotal, magisterial y pastoral en relación a los demás.

Este es un momento solemne e importante no sólo para el obispo que es consagrado, sino para toda la Iglesia. Nuestro hermano José debe asumir el importante cargo de Secretario General del Sínodo de los Obispos, del órgano que, según la decisión del último Concilio, se ha convertido en una expresión especialmente provechosa y en el instrumento de la colegialidad episcopal.

2. Y he aquí que en este momento se desarrolla un diálogo singular entre el nuevo ordenando y Cristo, viviente en la Iglesia, cuyas tres etapas están trazadas por las lecturas de la liturgia de la Palabra de hoy.

En la primera etapa somos testigos de cuanto dice el que nos conoce eternamente, el que sabe lo que hay en cada hombre (cf. Jn 2, 25): "Antes de que te formara en las maternas entrañas te conocía" (Jer 1, 5), y el hombre llamado por El, parece responder: "¡Ah, Señor Yavé! No sé hablar" (Jer 1, 6) ; a su vez, el Señor del corazón humano dice: "Irás adonde te envíe yo y dirás lo que yo te mande. No los temas, que yo estaré contigo, para protegerte" (Jer 1, 7-8). Esta es la primera etapa.

3. En la segunda etapa sólo habla él Señor y el llamado escucha. El Señor, en su discurso, manifiesta las exigencias con las palabras del Apóstol Pablo en la carta a Timoteo: "Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos... soporta con fortaleza los trabajos por la causa del Evangelio, en el poder de Dios... Cristo aniquiló la muerte y sacó a luz la vida y la incorrupción por medio del Evangelio... Retén la forma de los sanos discursos que de mí oíste, inspirados en la fe y en la caridad de Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros" (2 Tim 1, 6-8. 13-14).

Estas palabras provienen de Pablo que se las dirigió a Timoteo. Se encierra en ellas una expresión espléndida de la sucesión apostólica. La consagración episcopal, que recibe hoy de las manos de Juan Pablo, Obispo de Roma, nuestro hermano José, forma parte y es un nuevo eslabón de ella.

4. Finalmente, la tercera etapa. En el Evangelio habla Cristo mismo. A las exigencias expresadas hace poco añade su propio ejemplo y modelo. "Yo soy el Buen Pastor; el Buen Pastor da su vida por las ovejas... Yo soy el Buen Pastor y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco a mi Padre" (Jn 10, 11. 14-15).

Las palabras de Cristo resuenan con un eco especial en el alma de cada uno de los que, junto con la imposición de las manos, recibe la función pastoral, la solicitud y la responsabilidad. Precisamente con esta alegoría suya, con este ejemplo, Cristo obliga muy profundamente a cada uno de nosotros. Quiere que seamos como El es: el Buen Pastor.

He aquí las tres etapas del diálogo que, durante la liturgia de hoy, tiene lugar entre Cristo, viviente en la Iglesia, y nuestro hermano José, que recibe la ordenación episcopal. Sería difícil añadir algo más a estas palabras del Señor. Están llenas de sabiduría y de amor supremo. Nosotros todos que escuchamos, tratemos de ayudar a nuestro hermano con la oración, para que estas palabras se conviertan en el programa de su vida y en el contenido de su nuevo ministerio en la Iglesia.

5. De modo especial lo ayudan con la oración las personas más cercanas a él, sobre todo sus padres, su hermana y su cuñado, y otros familiares, que han podido venir aquí desde la nativa Eslovaquia; luego sus hermanos en el sacerdocio, los peregrinos de Kosice, Presov, Trnava y Bratislava, otros peregrinos provenientes de toda Europa, y también del Canadá, Estados Unidos de América y Australia, como también los que espiritualmente se unen a nosotros en este momento importante.

Mis pensamientos, junto con los del nuevo obispo, se dirigen ahora hacia los lugares de donde él proviene. hacia el declive meridional de los Tatra, de los que no queda lejos Udavské, su nido natal: la Iglesia de la que proviene y en la que entró mediante el bautismo y la confirmación, mediante el ambiente cristiano de su familia, el ejemplo de los padres, la amistad de los coetáneos. Nuestros pensamientos se dirigen también a la parroquia donde, en medio de la comunidad cristiana, dio los primeros pasos, y donde ciertamente oyó las primeras palabras de la llamada de Cristo al sacerdocio.

Hoy abrazamos de modo especial, con el recuerdo y el amor, a todo ese país y a toda la nación, porque hoy es el día de María Virgen Dolorosa, que en Eslovaquia, precisamente en este día, es venerada como la principal Patrona celeste. Estando presente bajo la cruz, Ella se unió del modo más pleno a su Hijo, nuestro Redentor. Estando presente bajo la cruz, es para nosotros el modelo más espléndido de la fortaleza materna, cuando con intrépida fuerza de espíritu parece repetir: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38). Estando presente bajo la cruz, nos acepta a cada uno como hijos suyos, lo mismo que aceptó a Juan.

Así Ella acepta hoy también a este hijo de la tierra eslovaca que recibe en la Capilla Sixtina en Roma, de las manos del Papa, la consagración episcopal. Y parece decir a todos los hijos e hijas de la lejana Eslovaquia: ¡Permaneced conmigo! ¡Permaneced con Cristo! Sed hijos del amor supremo con el que Dios mismo "amó tanto al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).

Hay aquí hermanos del nuevo arzobispo, procedentes de Bohemia, sus compañeros de estudio en el Pontificio Colegio Nepomuceno, que también le acompañan con sus oraciones. También a la querida nación hermana checa va en este momento el recuerdo de todos nosotros y la seguridad de que siempre está muy cerca del corazón del Papa.

SANTA MISA CON LOS PARTICIPANTES EN LA III ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Matilde
Miércoles 10 de octubre de 1979

Queridos hermanos y hermanas:

Es fácil evocar la vida del querido mons. Marcel Uylenbroeck, escuchando las lecturas de la Escritura Santa: Dios le puso a prueba a lo largo de una enfermedad inexorable, que le ha atacado en plena madurez de su edad y cuando cumplía para la Iglesia un servicio importante y apreciado. El aceptó la prueba, con fe, y ofreció su vida por la Iglesia. Cristo, el dueño de la casa, vio entonces que tenía encendida su lámpara, la lámpara de la caridad y de la esperanza. Y aceptó su holocausto. Como dice San Pablo, tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al Señor.

Mons. Uylenbroeck había, como bien sabéis, consagrado su vida al Señor, con un especial celo por la evangelización. Muy pronto participó, siendo aún laico, en el apostolado con los jóvenes del mundo obrero, dentro de la JOC belga; luego, ya sacerdote, como consiliario nacional e internacional de dicho Movimiento. Cuando Pablo VI lo nombró, hace diez años, secretario del Consejo de los Laicos, aportaba, por tanto, al cargo una experiencia utilísima para comprender la vida de los laicos y su apostolado organizado. Y es ahí donde muchos de vosotros, y yo mismo, lo hemos visto actuar. En su tarea, sabía promover de buen grado las actividades multiformes de las Asociaciones de laicos, así como recoger los frutos de vida cristiana, en que tiene su parte el Espíritu Santo. Ayudaba a los responsables a reflexionar, a confrontar sus actividades con las de los demás en la Iglesia universal, siguiendo las orientaciones de la Santa Sede, y a profundizar en las motivaciones; al mismo tiempo, contribuía al servicio del Papa. Además de otras tareas que constituyen el honroso deber del Pontificio Consejo para los Laicos.

Al margen de este trabajo, continuaba interesándose, en la misma Roma y fuera de ella, por los jóvenes de toda condición, consagrando su tiempo y sus fuerzas apostólicas, en contactos personales o por correspondencia, a consolarlos, aclararles ideas, enderezarles hacia un camino mejor. inspirándose en el Evangelio.

Con todos cuantos se han beneficiado de este trabajo, vamos a ofrecérselo al Señor, pidiéndole que recompense a este siervo fiel y le conceda su luz, su paz, su gozo, en la vida eterna. Vosotros habéis seguido de modo especial ese trabajo durante la asamblea general. No es éste el lugar oportuno para insistir en ello, pero tengo que decir que me siento obligado a dar las gracias y estimular vivamente a los miembros y consultores del Consejo, algunos de los cuales han venido de muy lejos así como a todas las personas que prestan diariamente su colaboración en las actividades de este dicasterio. Yo mismo he participado como miembro del Consejo —en tiempos todavía no muy lejanos— a ese trabajo de confrontación y reflexión. Como Papa cuento con vuestra aportación para iluminar, sostener, armonizar el dinamismo de los laicos en todo el mundo, así como para que comuniquéis, a mí y a la Santa Sede, vuestras informaciones y sugerencias, y muy especialmente las de esta asamblea.

Las parroquias siguen siendo los lugares privilegiados donde los laicos de toda condición y de todas las asociaciones pueden reunirse para celebrar la Eucaristía, especialmente el culto dominical, para la oración, para la animación catequística, etc. Pero es conveniente también que existan, ligados a ellas; otros lugares, otros centros, tanto a escala mayor o, por el contrario, más reducida, a fin de proveer a las necesidades específicas del Pueblo de Dios en materia de educación, de catequesis, de asistencia, de ayuda sanitaria, de promoción social, etc. Esto permitirá una participación más directa del laicado y una acción más adecuada. Ese era precisamente el tema de vuestra asamblea: la formación de tales comunidades locales de base. Se trata de estimularlas, garantizando su autenticidad evangélica y su cualidad eclesial. Es muy importante para la vitalidad de la Iglesia, para su inserción y su testimonio en el mundo contemporáneo.

Sería oportuno también revisar los criterios de las Organizaciones internacionales católicas y el estatuto de sus asistentes eclesiásticos, porque deben estar bien definidos el papel de los laicos, el de los sacerdotes y la conexión con la Iglesia y el Magisterio.

Las mujeres, en especial, deben encontrar exactamente la función que les corresponde en la Iglesia y hacer que ésta se beneficie de todos sus recursos de fe y de caridad.

No nos olvidemos, por otra parte, que el próximo Sínodo llama desde ahora la atención de toda la Iglesia sobre un apostolado irreemplazable: el de la familia.

Por vuestra parte, contribuid a que toda esta acción de los laicos se inspire en la fe, es decir, en la importancia de la revisión de vida a la luz del Evangelio y en la importancia de la oración, así como en la fidelidad a la Iglesia, en la preocupación, no ya de uniformidad, sino de unidad y de comunión; y, sobre todo, en la esperanza.

Numerosos signos —como he podido comprobar en Irlanda y en Estados Unidos— demuestran hoy que existen maravillosas reservas de fe y de dinamismo cristiano en el corazón de nuestros contemporáneos, especialmente entre los jóvenes. E incluso aun cuando esos signos son menos evidentes —debemos trabajar con fe y paciencia—, no hemos de olvidar que Dios es fiel a sus promesas y que hará que consigan frutos quienes se arriesgan a construir su vida sobre la roca del Evangelio. ¡Animo! Que su Espíritu no abandona a quienes le imploran, como la Virgen en Pentecostés, y que hacen, como Ella, lo que el Señor les diga. Bendiciéndoos de todo corazón, ruego a Dios que fortifique vuestra esperanza. Y que conceda felicidad eterna a aquel que nos ha precedido en la casa del Padre, a nuestro amigo mons. Marcel Uylenbroeck.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
PARA LOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Paulina
Sábado 13 de octubre de 1979

Queridísimos alumnos del Seminario Romano:

Podéis imaginar con cuánto afecto y emoción celebro la Santa Misa con vosotros y para vosotros, esta mañana, al final de vuestros ejercicios espirituales y al comienzo del nuevo año académico.

En efecto, vosotros sois mis seminaristas, los alumnos del seminario de mi diócesis de Roma, que el Señor me ha confiado al disponer mi elección como Sumo Pontífice, y yo, como antes en Cracovia y como cualquier otro obispo, os considero el tesoro más precioso que tiene su puesto en lo íntimo de mi corazón y de mis solicitudes. Y aun cuando, a causa de la atención y servicio a la Iglesia universal, debo, como siempre hicieron mis predecesores, delegar gran parte del ministerio directo al cardenal Vicario, al vicegerente y a los obispos auxiliares, sin embargo, vosotros estáis especialmente presentes en mi oración cotidiana y en mi inquietud paterna.

Estamos aquí reunidos en torno al altar para ofrecer al Señor el Sacrificio eucarístico y para sellar de modo concreto los propósitos de vida, santa y comprometida, que sin duda habéis formulado en estos días de silencio y reflexión.

Mientras os agradezco de corazón vuestra buena voluntad y os expreso mi profunda alegría por este encuentro tan significativo, deseo también sugeriros algunas indicaciones apropiadas a este momento especial.

1. Mantened en vosotros constante y ferviente el sentido de la alegría por la verdad que conocéis.

Es realmente impresionante pensar que se posee la verdad, es decir, conocer el sentido de la vida humana, el significado de la historia y de todo el universo, el motivo de la existencia que se desarrolla entre cumbres de conquistas científicas y abismos de miserias y dolores.

¡Y la verdad es Dios, Creador, Redentor y Remunerador; la verdad es Cristo, que precisamente se ha definido como "camino, verdad, vida, luz, amor, salvación"; la verdad es la Iglesia que El ha querido y fundado para transmitir íntegra su Palabra y los medios de salvación! ¡Y vosotros poseéis, gustáis todo este patrimonio admirable!

¡Cuántos jóvenes no poseen la verdad y arrastran su existencia sin un "porqué"; cuántos, por desgracia, después de vanas y extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados, se han abandonado y se abandonan todavía a la desesperación! ¡Y cuántos han logrado alcanzar la verdad sólo después de años de angustiosos interrogantes y experiencias penosas!

¡Pensad, por ejemplo, en el itinerario dramático de San Agustín para llegar a la luz de la verdad y a la paz de la inocencia reconquistada! ¡Y qué suspiro dio cuando finalmente llegó a la luz! ¡Y exclamó con nostalgia: "Sero Te amavi"!

¡Pensad en la fatiga que debió soportar el célebre cardenal Newman para llegar al catolicismo con la fuerza de la lógica! ¡Qué larga y dolorosa agonía espiritual!

Y así podríamos recordar a tantas otras figuras eminentes, pasadas y recientes, que han tenido que luchar duramente para conseguir la verdad.

Pues bien, ellos llegaron adonde vosotros ya estáis. Efectivamente, vosotros poseéis la verdad, entera, luminosa, consoladora. ¡Cuántos envidian vuestra situación!

Sabed, pues, gozar de la verdad, como dice Santo Tomás; sabed vivir de la verdad y en la verdad; sabed profundizar y dilucidar siempre más y mejor la verdad en todos sus aspectos y en todas sus exigencias filosóficas, teológicas, bíblicas, históricas, sicológicas, científicas, jurídicas, sociales, por íntima exigencia vuestra y para ser en todas partes "testigos de la verdad".

Tenéis tiempo, libros y profesores calificados para apasionaros cada vez más por la verdad y luego poderla comunicar un día con seguridad y competencia: no perdáis el tiempo. Y sobre todo no os arriesguéis a campos minados y peligrosos, no seáis jactanciosos y presuntuosos, porque es fácil caer en la confusión y ser vencidos por el orgullo; sabed ser sensibles y dóciles, para no desaprovechar ni estropear el don inmensamente precioso que poseéis.

2. Tened sentido de vuestra responsabilidad.

Reflexionad sobre vuestra "identidad": sois de los llamados, elegidos por el mismo Jesús, el divino Maestro, el Pastor y Salvador de nuestras almas, ¡el Redentor del hombre! El os ha elegido, de modo misterioso pero real, para haceros con El y como El salvadores; quiere transformaros en El, confiaros sus mismos poderes divinos... ¡Vosotros debéis un día actuar "in persona Christi"!

Por esto no sois como los otros jóvenes, que tienen delante sólo las metas normales de la carrera, de la posición social, del matrimonio, de las satisfacciones terrenas, aunque sea con ideales cristianos y aun apostólicos.

Vosotros sois distintos, porque estáis llamados al sacerdocio.

Y entonces debéis plantear vuestra vida sobre un tipo de formación y de responsabilidad eminentemente de apostolado y de testimonio.

A los jóvenes reunidos en Galway, Irlanda, les decía recientemente: `"Cristo os llama pero El os llama de verdad., Su llamada es exigente, porque os invita a dejaros 'capturar' completamente por El, de modo que veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva" (30 de septiembre de 1979).

¡Si esto vale para los jóvenes, mucho más debe valer para vosotros, queridísimos seminaristas! ¡Dejaos capturar por Jesús y tratad de vivir sólo para El!

También os quiero confiar lo que dije a los seminaristas irlandeses en Maynooth: "La Palabra de Dios es el gran tesoro de vuestras vidas... Dios cuenta con vosotros y hace sus planes, en cierto modo, dependiendo de vuestra libre colaboración, de la oblación de vuestras vidas y de la generosidad con que sigáis las inspiraciones que el Espíritu Santo os hace en el fondo de vuestros corazones". Y también: "Vosotros os preparáis para el don total de vosotros mismos a Cristo y al servicio de su Reino. Lleváis a Cristo el don de vuestro entusiasmo y vitalidad juvenil. En vosotros Cristo es eternamente joven, y a través de vosotros rejuvenece a la Iglesia. No le defraudéis. No defraudéis al pueblo que está esperando que le llevéis a Cristo... Cristo os mira y os ama" (1 de octubre de 1979).

3. Finalmente, mantened vivo el sentido del compromiso.

Vosotros deseáis llegar a ser sacerdotes, o al menos deseáis descubrir si realmente estáis llamados. Y entonces la cuestión es seria, porque es necesario prepararse bien, con claridad de intenciones y con una formación severa. ¡El mundo mira al sacerdote, porque mira a Jesús! ¡Nadie puede ver a Cristo; pero todos ven al sacerdote, y por medio de él quieren entrever al Señor! ¡Inmensa grandeza y dignidad la del sacerdote, que ha sido llamado justamente "alter Christus"!

¡Por esto no debéis perder el tiempo! Efectivamente, es necesario un compromiso constante y apremiante en vuestra formación:

— empeño en la formación espiritual;

— empeño en la formación intelectual y cultural;

— empeño en la formación ascética, mediante el hábito del orden, de la pobreza, sacrificio, mortificación, control de los propios deseos, recordando la advertencia siempre válida de la "Imitación de Cristo": "Tantum proficies quantum tibi ipsi vim intuleris" (Lb. 1, cap. XXIV, núm. 11).

A los seminaristas de Filadelfia, después de haber citado la Optatam totius (núm. 11), les dije que el seminario debe proporcionar una sana disciplina para preparar al servicio consagrado: "Cuando la disciplina se ejercita adecuadamente, crea una atmósfera de recogimiento que capacita al seminarista para desarrollar interiormente esas actitudes que son tan deseables en un sacerdote, tales como la obediencia alegre. la generosidad y el sacrificio de sí mismo" (3 de octubre de 1979);

— empeño en la formación del propio carácter. Un buen carácter es un verdadero tesoro en la vida. A veces sacerdotes estupendos por su virtud y su celo merman la eficacia del ministerio por su temperamento impaciente, antipático, no equilibrado. Por eso es necesario formarse un buen carácter, abierto, comprensivo, paciente, y a esto ayuda ciertamente la dirección espiritual sincera, metódica;

— empeño en la formación social, conociendo la sicología de las diversas clases y sus exigencias, adquiriendo diversas posibilidades de atracción, aprendiendo también a ser autosuficientes para tantas necesidades de la vida.

Queridísimos seminaristas: El Señor os ayude y os acompañe cada día de este nuevo año de estudio y formación.

También os digo, como en el encuentro de Maynooth: "Este es un tiempo maravilloso para la historia de la Iglesia. Este es un tiempo maravilloso para ser sacerdote, para ser religioso, para ser misionero de Cristo. Alegraos siempre en el Señor. Alegraos en vuestra vocación" (1 de octubre de 1979).

Para lograr vuestro propósito, confiaos a María Santísima siempre, pero especialmente en los momentos de dificultad y de oscuridad: "De María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las cosas. De María aprendemos a confiar también cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios... Aprended de Ella a ser fieles siempre, a confiar en que la Palabra que Dios os da será cumplida, y que nada es imposible para Dios" (Homilía en la catedral de San Mateo en Washington, 6 de octubre de 1979).

Y también os sea propicia mi bendición que con afecto profundo os imparto a vosotros, a vuestros superiores y profesores y a todas las personas queridas.

BEATIFICACIÓN DE ENRIQUE DE OSSÓ Y CERVELLÓ

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Domingo 14 de octubre 1979

¡Alabado sea Jesucristo!
Venerables Hermanos y amados hijos e hijas

1. Esta mañana la Iglesia entona un canto de júbilo y de alabanza al Señor. Es el canto de la Madre que celebra la bondad y la misericordia divinas, al proclamar Beato a un hijo insigne, que se ha distinguido por el cultivo eminente de las virtudes cristianas: el sacerdote Enrique de Ossó y Cervelló, gloria de la amada España, tierra de Santos.

Para asistir a la glorificación del nuevo Beato, os habéis congregado en esta Basílica de San Pedro numerosos compatriotas suyos. Bienvenidos seáis todos, obispos, sacerdotes, religiosos y fieles españoles aquí presentes, así como los que procedéis de todos aquellos lugares a donde se ha irradiado el bien sembrado por el Beato Enrique de Ossó y donde ha brotado con pujanza el justo reconocimiento y el aprecio a su persona y a su obra.

Pero sobre todo bienvenidas seáis vosotras, Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que habéis llegado con vuestras actuales y antiguas alumnas, provenientes de diversos lugares y Países de Europa, de África, de América, para ofrecer un cálido homenaje de devoción y renovada fidelidad a vuestro Padre Fundador.

Permitidme, sin embargo, que reserve una palabra de particular saludo a los representantes de la diócesis de Tortosa, y más concretamente a los del pequeño pueblo de Vinebre, cuna natal de esa admirable figura de hombre y de sacerdote, que la Iglesia propone hoy a nuestra imitación.

2. Sí, el Beato Enrique de Ossó nos ofrece una imagen viva del sacerdote fiel, perseverante, humilde y animoso ante las contradicciones, desprendido de todo interés humano, lleno de celo apostólico por la gloria de Dios y la salvación de las almas, activo en el apostolado y contemplativo en su extraordinaria vida de oración.

Y no era fácil la época que a él le tocó vivir, en una España dividida por las guerras civiles del siglo XIX y alterada por movimientos laicistas y anticlericales que pretendían la transformación política y social, dando incluso origen a sangrientos episodios revolucionarios. El, sin embargo, supo mantenerse firme e intrépido en su fe, en la que halló inspiración y fuerza para proyectar la luz de su sacerdocio sobre la sociedad de su tiempo. Con clara conciencia de lo que era su misión propia como hombre de Iglesia, a la que amaba entrañablemente, sin buscar nunca protagonismos humanos en campos que eran ajenos a su condición, en una apertura a todos sin distinción, para mejorarlos y llevarlos a Cristo. Cumplió su propósito: “ Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y de amor ”.

Los treinta años escasos de su vida sacerdotal dieron lugar a un continuo desarrollo de impresas apostólicas bien meditadas y abnegadamente ejecutadas, con una impresionante confianza en Dios.

La suya fue una existencia hecha oración continua que nutría su vida interior y que informaba todas sus obras. En la escuela de la gran Santa abulense aprende que la oración, ese “ trato de amistad ” con Dios, es medio necesario para conocerse y vivir en verdad, para crecer en la conciencia de ser hijos de Dios, para crecer en el amor. Es además un medio eficaz de transformar el mundo. Por ello será también un apóstol y pedagogo de la oración. ¡A cuántas almas enseñó a orar con su obra el Cuarto de hora de oración!

Este fue el secreto de su gran vida sacerdotal, lo que le dio alegría, equilibrio y fortaleza; lo que hizo que él, sacerdote, servidor y ministro de todos, sufriendo con todos, amando y respetando a todos, se sintiera dichoso de ser lo que era, consciente de que tenía en sus manos dones recibidos del Señor para la redención del mundo, dones que, aunque pequeño e indigno, ofrecía desde la infinita superioridad del misterio de Cristo y que llenaban su alma de un gozo inefable. Un testimonio y una lección de vida eclesial con plena validez para el sacerdote de hoy, que sólo en el Evangelio, en el ejemplo de los Santos y en las enseñanzas o normas de la Iglesia, no en sugerencias o teorías extrañas, puede encontrar orientación segura para conservar su identidad, para realizarse con plenitud.

Una vez más quiero exhortar, en esta espléndida ocasión, a mis amados hermanos sacerdotes, a la entrega total a Cristo, gozosamente vivida en el celibato por el Reino de los Cielos y en el servicio generoso a los hermanos, sobre todo a los más pobres, a través de una vida centrada en el propio ministerio pastoral, esto es, en la misión específica de la Iglesia, y caracterizada por ese estilo evangélico que expuse en mi Carta del Jueves Santo y del que he hablado nuevamente en mis gratísimos encuentros con los presbíteros durante mi reciente viaje apostólico.

3. Si queremos señalar ahora uno de los rasgos más característicos de la fisonomía apostólica del nuevo Beato, podríamos decir que fue uno de los más grandes catequistas del siglo XIX, lo que le hace muy actual en este momento en que toda la Iglesia reflexiona –como lo hizo también en la última sesión del Sínodo de los Obispos – sobre el deber de catequizar que incumbe a todos sus hijos.

Como catequista genial, él se distinguió por sus escritos y por su labor práctica; atento a dar a conocer, adecuadamente y en sintonía con el Magisterio de la Iglesia, el contenido de la fe, y ayudar a vivirlo. Sus métodos activos le hicieron anticiparse a conquistas pedagógicas posteriores. Pero sobre todo, el objetivo que se propuso fue dar a conocer y despertar el amor a Dios, a Cristo, y a la Iglesia, que es el centro de la misión del verdadero catequista.

En esa misión todos los campos: el de la niñez, con sus inolvidables catequesis en Tortosa (“ por los niños al corazón de los hombres ”); el del mundo juvenil, con las Asociaciones des jóvenes, que llegaron a tener muy amplia difusión; el de la familia, con sus escritos de propaganda religiosa, particularmente la Revista Teresiana; el de los obreros, tratando de dar a conocer la doctrina social de la Iglesia; el de le instrucción y la cultura en el que, con arreglo a la mentalidad de la época, luchó para asegurar la presencia del ideal católico en la escuela, a todos los niveles, incluso en el universitario. Se dedicó incansablemente al ministerio de la palabra hablada, a través de la predicación, y de la palabra escrita, a través de la prensa como medio de apostolado.

4. Pero en su afán catequizador, su obra predilecta, la que consumió la mayor parte de sus energías, fue la fundación de la Compañía de Santa Teresa de Jesús.

Para extender el radio de su acción en el tiempo y en el espacio; para penetrar en el corazón de la familia; para servir a la sociedad en una época en que la capacitación cultural empezaba a ser indispensable, llamó junto a sí a mujeres que podían ayudarle en tal misión, y se entregó a la tarea de formarlas con esmero. Con ellas dio comienzo el nuevo Instituto, que habría de distinguirse por estos rasgos: como hijas de su tiempo, la estima de los valores de la cultura; como consagradas a Dios, su entrega total al servicio de la Iglesia; como estilo propio de espiritualidad, la asimilación de la doctrina y ejemplos de Santa Teresa de Jesús.

Podríamos decir que la Compañía de Santa Teresa de Jesús fue y es como la gran catequesis organizada por el Beato Ossó para llegar a la mujer, y a través de ella infundir nueva vitalidad en la sociedad y en la Iglesia.

Hijas de la Compañía de Santa Teresa: dejadme decir que me complace ver que os mantenéis fieles a vuestro carisma, dentro de la renovación que demanda el momento actual a la luz de las orientaciones del Concilio Vaticano II y de la Exhortación Apostólica Evangelica testificatio de mi predecesor Pablo VI. De acuerdo con el legado de vuestro Fundador y el espíritu de la gran Santa de Ávila, sed generosas en vuestra donación total a Cristo, para dar mucho fruto en los países de misión. Que vuestra conducta toda refleje la riqueza de una vida interior en la que la renuncia es amor; el sacrificio, eficacia apostólica; la fidelidad, aceptación del misterio que vivís; la obediencia, elevación sobrenatural; la virginidad, donación alegre a los demás por el reino de los cielos. Sed ante el mundo, incluso con los signos externos, un testimonio vivo de ideales grandes hechos realidad, catequizando, evangelizando siempre con la palabra y con la acción apostólica; sed una prueba fehaciente de que, hoy como ayer, vale la pena no recortar las alas del propio espíritu para dar al mundo actual –que tanto lo necesita y que lo busca, a veces aún sin saberlo– la serenidad en la fe, la alegría en la esperanza, la felicidad en el verdadero amor. Vale la pena, sí, vivir para ello; vivir así la propia vocación de mujer y de religiosa. A imitación de la Virgen María, a quien vuestro Fundador profesó tan tierna devoción.

5. Para el cristiano de hoy, sumido en un ambiente de búsqueda acelerada de un ideal nuevo de hombre, el Beato Enrique de Ossó, el educador cristiano, deja asimismo un legado. Ese hombre nuevo que se busca, no podrá ser auténticamente tal sin Cristo, el Redentor del hombre. Habrá que cultivarlo, educarlo, dignificarlo cada vez más en sus polivalentes facetas humanas, pero hay que catequizarlo, abrirlo a horizontes espirituales y religiosos donde encuentre su proyección de eternidad, como hijo de Dios y ciudadano de un mundo que rebasa el presente.

¡Qué amplio campo si abre a la dedicación generosa de los padres y madres de familia; a los responsables y profesores en colegios e instituciones docentes, sobre todo de la Iglesia – que deberán continuar siendo, con el debido respeto a todos, centros de educación cristiana –; a muchas de vosotras antiguas alumnas de colegios de la Compañía de Santa Teresa que seguís al lado de vuestras maestras de un día; a tantas otras almas, que desde diversos puestos, privados o públicos, podéis contribuir a la elevación cultural y humana de los demás y a su formación en la fe! Sed conscientes de vuestra responsabilidad y posibilidades de hacer el bien.

6. Termino estas reflexiones dedicando un cordial saludo a los miembros de la Misión especial enviada a este acto por el Gobierno español. Pido a Dios que la tradición católica de la nación española, de la que tanto habló y escribió el nuevo Beato, sea de estímulo en la actual fase de su historia y pueda ésta alargarse hacia metas superiores, mirando decididamente al futuro, pero sin olvidar, más aún tratando de conservar y vitalizar las esencias cristianas del pasado, para que así el presente sea una época de paz, de prosperidad material y espiritual, de esperanza en Cristo Salvador.

MISA DE INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS UNIVERSIDADES
Y CENTROS DE ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS DE ROMA

HOMILÍA DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Lunes 15 de octubre de 1979

1. Es para mi motivo de alegría sincera encontrarme aquí hoy presidiendo esta solemne liturgia eucarística que ve reunidos en torno al altar ele Cristo, junto con el señor cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y con los rectores de las Pontificias Universidades y Ateneos romanos, a los profesores, alumnos y al personal auxiliar de estos centros de estudio.

Estamos aquí reunidos, hijos queridísimos, por una circunstancia especialmente significativa: quererlos inaugurar oficialmente con esta concelebración el año académico 1979-1980. Queremos inaugurarlo bajo la mirada de Dios. Sentimos que es justo hacerlo así. En efecto, ¿qué es un nuevo año de estudio sino la reanudación de una ascensión ideal que. por senderos frecuentemente empinados y escarpados, lleva al investigador cada vez más alto, a lo largo de las pendientes de esa misteriosa y fascinante montaña, que es la verdad? La fatiga del camino queda ampliamente recompensada por la belleza de los panoramas cada vez más sugestivos, que se abren ante el asombro de la mirada.

Pero la subida no carece de riesgos: hay pasos difíciles y apoyos insidiosos, hay el peligro de neblinas inesperadas. la posibilidad de perspectivas ilusorias y de obstáculos imprevistos. La metáfora es transparente: la conquista de la verdad es empresa ardua, no carente de incógnitas y riesgos. La persona responsable que se aventura no puede menos de sentir la necesidad de invocar en su fatiga la benevolencia de Dios, la ayuda de su luz, la intervención fortificante de su gracia.

Si esto vale para toda clase de investigación científica, mucho más aparece verdadero para la teológica, que se basa en el misterio infinito de  Dios, que se nos ha comunicado personalmente mediante la palabra y la obra de la redención: y aparece verdadero,  además. para las otras ramas de los estudios eclesiásticos que, si se orientan hacia los diversos campos de la investigación bíblica, de la ciencia filosófica, de la historia, etc., retornan de nuevo a este factor que las unifica a todas, y hace de vosotros "los especialistas" de Dios y de su misterio de salvación, manifestado al hombre. Por esto, el estudiante de las facultades eclesiásticas no se enfrenta con una verdad impersonal y fría. sino con el Yo mismo de Dios, que en la Revelación se ha hecho "Tú" para el hombre y ha abierto un diálogo con él, en el que le manifiesta algún aspecto de la riqueza insondable de su ser.

2. ¿Cuál será, pues. la actitud justa del hombre, llamado a una confidencia inimaginable por el amor preveniente de Dios? No es difícil responder. No puede  ser más que una actitud de profunda gratitud, unida a la humildad sincera. Es tan débil nuestra inteligencia, tan limitada la experiencia, tan breve la vida, que cuanto logra decir de Dios tiene más la apariencia de un balbuceo infantil que la dignidad de un discurso exhaustivo y concluyente. Son conocidas las palabras con las que Agustín confesaba su temor al disponerse a hablar de los misterios divinos: suscepi enim tractanda divina homo. espiritalia carnalis, aeterna mortalis; "me he impuesto yo, que soy hombre, la tarea de tratar cosas divinas: yo, que soy carnal, de tratar cosas espirituales, y yo, que soy mortal, de tratar cosas que son eternas" (In Io. Ev. Tr. 18. núm. 1).

Este es el convencimiento básico con que el teólogo debe acercarse a su trabajo: debe recordar continuamente que, por mucho que pueda decir sobre. Dios, se tratará siempre de palabras de un hombre, y por lo tanto, de un pequeño ser finito, que se ha aventurado a la exploración del misterio insondable del Dios infinito.

Por lo tanto, nada tiene de sorprendente si los resultados a que han llegado los máximos genios del cristianismo, les hayan parecido como totalmente inadecuados respecto al Término trascendente de sus investigaciones. Confesaba Agustín: Deus ineffabilis est; facilius dicimus quid  non sit, quam quid sit (Enarr. In Ps. 85. núm. 12); y explicaba: "Cuando desde este abismo nos elevamos a respirar esas alturas, no es poca ventaja poder saber lo que Dios no es, antes de saber lo que El es" (De Trin. 8, 2, 3). Y cómo no recordar a este propósito, la respuesta de Santo Tomás a su fiel secretario, fray Reginaldo de Piperno, que le exhortaba a proseguir la composición de la Summa, interrumpirla después de una experiencia mística transformante. Refieren los biógrafos que, a las insistencias del amigo, sólo opuso un lacónico: "Hermano, no puedo más; todo lo que he escrito me parece paja".

Y la Summa quedó incompleta. Y la humildad, de que nos dan ejemplo tan espléndido los más grandes maestros de teología, va junta con una profunda gratitud. ¿Cómo no ser agradecidos cuando Dios infinito se ha abajado a hablar con el hombre en su misma lengua humana? Efectivamente, El, que "muchas veces y en muchas maneras habló en otro tiempo a nuestros padres, por ministerio de los profetas, últimamente en estos días, nos habló por su Hijo" (Heb 1, 1-2). ¿Cómo no ser agradecidos cuando, de este modo, la lengua humana y el pensamiento humano han sido visitados por la Palabra de Dios y por la Verdad divina y han sido llamados a participar de ella, y a dar testimonio de ella, a anunciarla e incluso a explicarla y a profundizar en ella de modo correspondiente a las posibilidades y exigencias del conocimiento humano? Esto es precisamente la teología. Esta es precisamente la vocación del teólogo. En nombre de esta vocación nos reunimos hoy aquí para comenzar el nuevo año académico, que se desarrollará en todas esas canteras del trabajo científico y didáctico, que son los Ateneos de Roma.

3. La humildad es la contraseña de todo científico que tiene una relación honesta. con la verdad cognoscitiva. Ella ante todo abrirá el camino para que arraigue en su espíritu la disposición fundamental, necesaria para toda investigación teológica merecedora de este nombre. Esta disposición fundamental es la fe.

Reflexionemos: la Revelación consiste en la iniciativa de Dios, que ha salido personalmente al encuentro del hombre para entablar con él un diálogo de salvación. Es Dios quien comienza la conversación y es Dios quien la prosigue. El hombre escucha y responde. Pero la respuesta que Dios espera del hombre no se reduce a una fría valoración intelectualista de un contenido abstracto de ideas. Dios se encuentra con el hombre y le habla porque lo ama y quiere salvarlo. Por esto, la respuesta del hombre debe ser ante todo aceptación agradecida de la iniciativa divina y abandono confiado en la fuerza preveniente de su amor

Entrar en diálogo con Dios significa dejarse encantar y conquistar por la figura luminosa (doxa) de Jesús revelador y por el amor (agape) del que lo ha enviado. Y en esto precisamente consiste la fe. Con ella el hombre, iluminado interiormente y atraído por Dios, trasciende los límites del conocimiento puramente natural y tiene una experiencia de El, que de otro modo le estaría vedada. Ha dicho Jesús: "Nadie puede venir a mí si el Padre, que me ha enviado, no le trae" (Jn 6, 44). "Nadie", por esto, tampoco el teólogo.

El hombre, observa Santo Tomás, mientras está in statu viae, puede alcanzar alguna inteligencia de los misterios sobrenaturales, gracias al uso de su razón, pero sólo en cuanto la razón se apoya sobre el fundamento firme de la fe, que es participación del conocimiento mismo de Dios y de los bienaventurados comprensores: "Fides est in nobis ut perveniamus ad intelligendum quae  credimus" (In Boeth. de Trin. q. 2. a. 2, ad 7). Es el pensamiento de toda la tradición teológica, y en particular la actitud del gran Agustín: "creyendo llegas a ser capaz de entender; si no crees, nunca conseguirás entender... Por lo tanto, que te purifique la fe, para que te sea concedido llegar al conocimiento pleno" (Im lo. Evan. Tr. 36, núm. 7). En otro lugar observa a este propósito: "Habet namque fides oculos suos, quibus quodammodo videt verum esse quod nondum videt" (Ep. 120 ad Consentium, núm. 2. 9), y por esto resulta que "intelectui fides aditum aperit, infidelitas claudit" (Ep. 137 ad Volusianum, núm. 4, 15).

La conclusión a que llega el obispo de Hipona se convertirá en clásica: "La inteligencia es el fruto de la fe. Por  lo tanto no trates de entender para creer, sino cree para entender" (In Io. Evan. Tr. 29, núm. 6). Es una advertencia sobre la que debe reflexionar el que "hace teología": efectivamente, también hoy existe el peligro de pertenecer a la falange de los garruli ratiocinatores (De Trin. 2, 4), a quienes Agustín invitaba a cogitationes suas carnales non dogmatizare (Ep. 187 ad Dardanum, núm. 8; 29). Sólo la "obediencia a la fe" (cf. Rom 16, 26), con la que el hombre se abandona totalmente a Dios con plena libertad, puede hacer entrar en la comprensión profunda y sabrosa de las verdades divinas.

4. Hay una segunda ventaja que al teólogo le viene de la humildad: ésta constituye el humus en el que arraiga y germina la flor de la oración. En efecto, ¿cómo podría orar con acentos sinceros un espíritu soberbio? Y la oración es indispensable para crecer en la fe ha recordado el Concilio Vaticano II, cuando en la Constitución Dei Verbum, ha puesto de relieve que para prestar el asentimiento de la fe a la Revelación divina «es necesaria la gracia de Dios que se adelanta y nos ayuda», es necesario el auxilio del Espíritu Santo «que mueve el corazón y lo dirige a Díos, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (núm. 5).

Un componente esencial de la tarea teológica debe reconocerse en la dedicación a la oración: sólo una oración humilde y asidua puede impetrar la efusión de esas luces interiores que guían la mente al descubrimiento de la verdad. Deus semper idem, noverirn me noverim te, pedía Agustín en los Soliloqui (2. 1, 1), y en sus exposiciones catequéticas no se cansaba de invitar a sus oyentes a orar para obtener luz, y pedía luz él mismo en los momentos de oscuridad: "Dios Padre nuestro, que nos exhortas a pedirte y nos das lo que te pedirnos (..), escúchame a mí que me estremezco de frío en estas tinieblas y ofréceme la diestra. Hazme ver tu luz, retírame de los errores y haz que bajo tu guía vuelva a entrar en mí y en ti. Amén" (Solil. 2. 6, 9; cf. 1, 1. 2-6).

¿Y cómo no mencionar aquí la famosa oración que San Anselmo puso al comienzo de su Proslogio? Es una oración tan sencilla y bella, que puede ser un modelo de invocación para el que se dispone a "estudiar a Dios": "Dios, enséñame a buscarte y muéstrate a mí que te busco, ya que no puedo ni buscarte ni encontrarte si tú mismo no te muestras" (Prosl. 1).

Un auténtico trabajo teológico —digámoslo con franqueza— no puede ni comenzar ni concluir si no es de rodillas, al menos en el secreto de la celda interior donde siempre es posible "adorar al Padre en espíritu y verdad" (cf. Jn 4, 23).

5. Finalmente, la humildad sugiere al teólogo la justa actitud en relación con la Iglesia. El sabe que a ella le ha sido confiada la "Palabra", para que la anuncie al mundo, aplicándola a cada época y haciéndola así verdaderamente actual. Lo sabe y se alegra de ello.

Por esto, no duda en repetir con Orígenes: "Por mi parte, mi aspiración es ser realmente eclesiástico" (In Lucam, hom. 16), esto es, estar en plena comunión de pensamiento, sentimiento y vida con la Iglesia, en la que Cristo se hace contemporáneo a cada una de las generaciones humanas. De verdad homo ecclesiasticus, por eso ama el pasado de la Iglesia, medita su historia, venera y explora la Tradición. Pero no se deja encerrar en un culto nostálgico de sus particulares y contingentes expresiones históricas, sabiendo bien que la Iglesia es un misterio vivo y en camino, bajo la guía del Espíritu. Igualmente rechaza propuestas de rupturas radicales con lo que ha existido, por el mito deslumbrante de un comienzo nuevo: él cree que Cristo está siempre presente en su Iglesia, hoy como ayer, para continuar su vida,  no para empezarla de nuevo.

Además, el sensus Ecclesiae que hay en él vivo y vigilante por la humildad, lo mantiene en constante actitud de escucha ante la palabra del Magisterio. que él acepta de buen grado como garante, por voluntad de Cristo, de la verdad salvífica. Y permanece en esta escucha también ante las voces que le llegan de todo el Pueblo de Dios, dispuesto siempre a recoger en la palabra docta del estudioso, como también en la sencilla, pero quizá no menos profunda, del común de los fieles, un eco iluminador del Verbo eterno que "se hizo carne y habitó entre nosotros" (]n 1, 14).

6. He aquí, hermanos e hijos queridísimos, algunos puntos de reflexión para este comienzo del año escolar y académico. Os veo reunidos aquí en torno a las reliquias de San Pedro, a quien Cristo dijo: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia" (Mt 16, 18). Como Obispo vuestro, Obispo de Roma y a la vez Sucesor de Pedro, deseo dirigir a todos vosotros una llamada ardiente para que participéis en esta construcción de la Iglesia, que toma origen del mismo Cristo. Dirijo esta llamada tanto a los profesores y maestros, como a los estudiantes de cada uno de los Ateneos romanos. El trabajo que emprendéis juntos constituye como un gran laboratorio de la misión de la Iglesia en nuestra época debe dar frutos no sólo hoy, sino también en el futuro. Depende mucho de los resultados que aquí conseguís. Estos deben convertirse en la levadura de la fe y de la vida cristiana de muchos hombres en los diversos lugares de la tierra. Efectivamente, habéis venido aquí a esta Cátedra, sabiendo bien que su deber especial es unir en la verdad y en el amor sobre la tierra a los hijos de Dios de los diversos lugares, naciones, países y continentes.

Encomiendo vuestro encuentro con la Verdad y el Amor divino a la Patrona del día de hoy, a esa "gran" Teresa de Jesús que mereció, la primera entre las mujeres, el título de Doctor de la Iglesia. Sobre todo invoco para vosotros la continua protección de Aquella a quien la Iglesia honra como Sedes Sapientiae. Su materna solicitud acompañe vuestros pasos y, guiándoos para descubrir nuevos aspectos del misterio apasionante de Cristo, os ayude a crecer en el amor a El. Si cognovimus, amemos, porque —no debemos olvidarlo— cognitio sibe caritate non salvos facit, "un conocimiento sin amor no nos salva" (San Agustín, In 1 Ep. Io. Tr. 2, núm. 8):

VÍSPERA DE LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Plaza de San Pedro
Sábado 20 de octubre de 1979

Queridísimos hermanos y hermanas.
Queridísimos jóvenes:

Con alegría grande y profunda presido la liturgia eucarística en esta vigilia de la "Jornada mundial de las Misiones", por encontrarme con todos vosotros, fieles de la diócesis de Roma; así me siento más íntimamente unido a todas las diócesis del mundo en esta ocasión tan importante y significativa, y sobre todo a los misioneros y misioneras que, esparcidos por las diversas partes del mundo, anuncian a los hombres con gozo y fatiga el Evangelio de la salvación.

Sí, queridísimos, ésta es una ocasión muy importante para nuestra vida espiritual y para nuestra diócesis: aquí, en el centro de la cristiandad, en esta Basílica Vaticana, sentimos los ecos de la Iglesia universal, percibimos las necesidades de todos los pueblos, participamos en los afanes de todos los que con ardor incansable caminan en nombre de Cristo, dan testimonio, anuncian, convierten, bautizan, fundan nuevas comunidades cristianas.

Meditemos brevemente y busquemos juntos, siguiendo las lecturas de la liturgia, la motivación, la condición y la estrategia de la actividad misionera de la Iglesia.

1. ¿Cuál es la motivación primera y última de esta obra?

He aquí la primera pregunta. Y la respuesta es sencilla y perentoria: la Iglesia es misionera por voluntad expresa de Dios.

Jesús habla muchas veces a los Apóstoles de su mandato, de su misión, del motivo de su elección: "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).

Antes de ascender al cielo, Jesús da a los Apóstoles, y por medio de ellos a toda la Iglesia, de manera oficial y determinante, la misión de evangelizar: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). Y el Evangelista anota: "Ellos se fueron, predicando por todas partes" (Mc 16, 20).

Desde entonces los Apóstoles y los discípulos de Cristo comenzaron a recorrer los caminos de la tierra, a superar incomodidades y fatigas, a encontrar gentes y tribus, pueblos y naciones, a sufrir hasta dar la vida, para anunciar el Evangelio, porque es la voluntad de Dios y respecto a Dios sólo hay la decisión de la obediencia y del amor.

San Pablo escribía a su discípulo Timoteo: "Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4).

Y la verdad que salva es únicamente Jesucristo, el Redentor, el Mediador entre Dios y los hombres, el Revelador único y definitivo del destino sobrenatural del hombre. Jesús ha dado a la Iglesia la misión de anunciar el Evangelio; cada uno de los cristianos participa en esta misión. Cada uno de los cristianos es misionero por su naturaleza.

Pablo VI, de venerada memoria, escribía en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi: "La presentación del mensaje evangélico no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo: está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vistas a que los hombres crean y se salven. Sí, este mensaje es necesario. Es único. De ningún modo podría ser reemplazado. No admite indiferencia, ni sincretismo, ni acomodos. Está en causa la salvación de los hombres. Representa la belleza de la Revelación. Lleva consigo una sabiduría que no es de este mundo. Es capaz de suscitar por sí mismo la fe, una fe que tiene su fundamento en la potencia de Dios. Es la Verdad. Merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida" (núm. 5). "Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar" (núm. 14).

A veces dicen algunos que no se puede imponer el Evangelio, no se puede hacer violencia a la libertad religiosa, que más bien es inútil e ilusorio anunciar el Evangelio a los que ya pertenecen a Cristo de manera anónima por la rectitud de su corazón. Ya Pablo VI respondía así claramente: "Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esa libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante... Este modo respetuoso de proponer la verdad de Cristo y de su Reino, más que un derecho es un deber del evangelizador. Y es a la vez un derecho de sus hermanos recibir, a través de él, el anuncio de la Buena Nueva de la salvación" (Evangelii nuntiandi, 80).

Son palabras muy serias, pero sobre todo iluminadoras y estimulantes, que precisan una vez más cuál es la voluntad positiva de Dios y nuestra responsabilidad de cristianos.

2. Pero hagámonos una segunda pregunta: ¿Cuál es la condición esencial para la obra misionera?: Es la unidad en la doctrina.

Así oró Jesús antes de dejar este mundo: "No ruego sólo por éstos, sino por cuantos crean en mí por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 20-21).

Y San Pablo escribía con ansia a su discípulo Timoteo: "Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos" (1 Tim 2, 5-6).

Efectivamente, si falta la unidad en la fe, ¿quién y qué se anuncia? ¿Cómo puede ser creíble, tanto más cuando la doctrina es tan misteriosa y la moral tan exigente? Las diferencias y los contrastes doctrinales sólo crean confusión, y al fin decepción. En una materia tan esencial y delicada como es el contenido del  Evangelio, no se puede ser jactanciosos, o superficiales, o posibilistas, inventando teorías y exponiendo hipótesis. La evangelización debe tener como característica la unidad en la fe y en la disciplina, y por esto, el amor a la verdad.

Meditemos las palabras equilibradas y profundas de Pablo VI: "De todo evangelizador se espera que posea el culto a la verdad, puesto que la verdad que él profundiza y comunica no es otra que la verdad revelada y, por tantomás que ninguna otra, forma parte de la verdad primera que es el mismo Dios. El predicador del Evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar sombro, ni por originalidad o deseo aparentar. No rechaza nunca la verdad. No obscurece la verdad revelada por pereza de buscarla, por comodidad, por miedo. No deja de estudiarla. La sirve generosamente sin avasallarla" (Evangelii nuntiandi, 78).

Agradezcamos a Pablo VI estas indicaciones tan límpidas y al mismo tiempo pidamos intensamente que todos estudien, conozcan, anuncien la verdad y sólo la verdad, dóciles al Magisterio auténtico de la Iglesia, porque la certeza y la claridad son las cualidades indispensables de la evangelización.

3. Finalmente, he aquí la última pregunta: ¿Cuál es la estrategia de la obra misionera? También para esta pregunta es sencilla la respuesta: ¡El amor!

¡La estrategia única e indispensable para la obra misionera es sólo el amor íntimo, personal, convencido, ardiente a Jesucristo!

Recordemos la exclamación gozosa de Santa Teresa de Lisieux: "¡Mi vocación es el amor!... ¡En el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré amor..., así seré todo!" (Man. B.).

¡Así debe ser también para nosotros!

— El amor intrépido y valiente: ¡Tres cuartas partes de la humanidad todavía no conocen a Jesús! ¡Por esto la Iglesia necesita muchos y generosos misioneros y misioneras para anunciar el Evangelio! ¡Vosotros, jóvenes y muchachas: estad atentos a la voz de Dios que llama! ¡Tenéis delante y os invitan ideales estupendos de caridad, de generosidad, de entrega! ¡La vida sólo es grande y bella en cuanto se entrega! ¡Sed intrépidos! ¡La alegría suprema está en el amor sin pretensiones, en una pura donación de caridad a los hermanos!

— El amor es dócil y confiado en la acción de la "gracia". Es el Espíritu Santo quien penetra en las almas y transforma los pueblos. Las dificultades siempre son inmensas, y especialmente hoy los mismos fieles, envueltos en la historia actual, están tentados por el ateísmo, el secularismo, la autonomía moral. Por eso es necesaria una confianza absoluta en la obra del Espíritu Santo (cf. Evangelii nuntiandi, 75). Y por eso el cristiano es paciente y alegre en su labor misionera, aunque deba sembrar con lágrimas, aceptando la cruz y manteniendo el espíritu de las bienaventuranzas.

— Finalmente, el amor es ingenioso y constante, ejercitándose en los diversos tipos de apostolado misionero: apostolado del ejemplo, de la oración, del sufrimiento, de la caridad, aprovechándose de todas las iniciativas y medios propuestos por las Obras Misionales Pontificias, tan beneméritas y tan activas en Roma y en todas las diócesis.

4. Sin embargo, no puedo olvidar algunas situaciones de hecho, que hacen hoy más apremiante el deber misionero de toda la Iglesia y de todos nosotros que la formamos. Se registran varias formas de anti-evangelización que tratan de oponerse radicalmente al mensaje de Cristo: la eliminación de toda trascendencia y de toda responsabilidad ultraterrena; la autonomía ética al margen de toda ley moral natural y revelada; el hedonismo considerado como único y satisfactorio sistema de vida; y en muchos cristianos, una debilitación del fervor espiritual, un ceder a la mentalidad mundana, una aceptación progresiva de las opiniones erróneas del laicismo y del inmanentismo social y político.

Tengamos siempre presente el grito de San Pablo: "Caritas Christi urget nos!" (2 Cor 5, 14).

La ardiente exclamación del Apóstol adquiere una elocuencia especial y determina una especial solicitud en nuestro tiempo. Es el imperativo misionero el que debe despertar a todos los cristianos, a las diócesis, parroquias y diversas comunidades: ¡el amor de Cristo nos apremia a testimoniar, anunciar y proclamar la Buena Nueva a todos y a pesar de todo!

Precisamente en este tiempo debéis ser testigos y misioneros de la verdad: ¡Ningún miedo! El amor de Cristo os debe estimular a ser fuertes y decididos, porque "si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?" (Rom 8, 51). Efectivamente, nadie "nos puede separar del amor de Cristo" (Rom 8, 35).

Pero debemos dirigir nuestra atención también a esos territorios y naciones del mundo, donde, por desgracia, no puede ser predicado el Evangelio, donde la actividad misionera de la Iglesia está prohibida. ¡La Iglesia sólo quiere anunciar la alegría de la paternidad divina, el consuelo de la redención realizada por Cristo, la fraternidad de todos los hombres! Los misioneros sólo quieren anunciar la paz verdadera y justa, la del amor de Cristo y en Cristo, nuestro hermano y salvador. ¡Pueblos enteros esperan el agua viva de la verdad y de la gracia, y están sedientos de ella! Roguemos para que la Palabra de Dios pueda correr libre y rápidamente (cf. Sal 147, 15) en todos los pueblos de la tierra.

5. Por esto la Iglesia misionera necesita ante todo ele almas misioneras en la oración: ¡Estemos cercanos a los evangelizadores con nuestra oración! Especialmente por las misiones debemos orar siempre, sin cansarnos. Oremos ante todo por medio de la Santa Misa, uniéndonos al Sacrificio de Cristo por la salvación de todos los hombres: ¡Que la Eucaristía mantenga firme y fervorosa la fe de los cristianos!

Pero roguemos también con constancia y confianza a María Santísima, la Reina de las misiones, para que haga sentir cada vez más en los fieles el afán de la evangelización y la responsabilidad del anuncio del Evangelio. Pidámosle en particular con el rezo del santo Rosario, con el fin de unirnos así y ayudar a los que se fatigan entre dificultades e incomodidades para dar a conocer y amar a Jesús.

¡María, que estaba presente con los Apóstoles, los discípulos y las piadosas mujeres, el día de Pentecostés, al comienzo de la Iglesia, permanezca siempre presente en la Iglesia, Ella, la primera misionera, Madre y apoyo de todos los que anuncian el Evangelio!

CONSAGRACIÓN EPISCOPAL DEL NUEVO ARZOBISPO METROPOLITA DE FILADELFIA DE LOS UCRANIOS MONSEÑOR MYROSLAW LUBACHIVSKY

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Lunes 12 de noviembre de 1979

1. Con gran emoción me encuentro hoy ante el altar para realizar, juntamente con vosotros, venerables hermanos, el acto de la consagración episcopal del nuevo Metropolita de Filadelfia de los Ucranios.

Hace pocas semanas, durante mi viaje a los Estados Unidos, tuve la dicha de visitar su catedral en Filadelfia.

El encuentro con el arzobispo electo y con los obispos de la provincia eclesiástica de Filadelfia, con los sacerdotes, las religiosas y los fieles que se habían congregado en gran número junto con sus Pastores, fue para mí un acontecimiento que viví profundamente. En efecto, conozco de cerca la historia de vuestro pueblo y la historia de la Iglesia que, desde hace siglos, está vinculada a él. De aquí nace mi disposición para imponer hoy las manos, junto con vosotros, venerables hermanos, a aquel a quien el Espíritu Santo llama al ministerio episcopal. Al mismo tiempo lo llama a la unión con el Sucesor de Pedro y con toda la jerarquía de esta Iglesia, cuyo jerarca más eminente es nuestro venerabilísimo hermano el cardenal Josyf Slipyj.

2. Permíteme, pues, eminencia, que me dirija a ti de modo especial. No sólo los hijos e hijas de tu pueblo, sino toda la Iglesia y el mondo contemporáneo conocen tu testimonio nada común que, con tu vida difícil y particularmente con la prisión durante muchos años, has dado de Jesucristo y de la Iglesia, nacida de su cruz y resurrección. Esta prisión te arrancó de la querida sede de Lvov, para la que te había nombrado nuestro venerado predecesor Pío XII. Es consolador hacer resaltar que hoy te encuentras junto a nosotros, liberado hace ya muchos años, por la solicitud de mi venerado predecesor Juan XXIII y creado cardenal por Pablo VI. Por lo tanto, puedes dedicarte a tu pueblo en favor del cual has sido constituido, según las palabras de la Carta a los Hebreos (cf. Heb 5, 1).

Y continuamente eres constituido como el Pastor que da la vida por las ovejas (cf. Jn 10, 15), desterrado de esa Iglesia que, desde el año 1596, permanece en la unión con la Sede de San Pedro, manteniendo la propia fidelidad desde hace ya casi 400 años. Esta fidelidad, especialmente durante los últimos siglos, ha sido pagada y continúa siendo pagada con grandes sacrificios. Tu vida de Pastor es un ejemplo particular y una prueba de ello.

3. Deseo aprovechar la ocasión de hoy para manifestar la veneración que la Sede Apostólica y toda la Iglesia católica sienten por vuestra Iglesia. La fidelidad testimoniada a Pedro y a sus Sucesores nos obliga a una gratitud especial y también a una fidelidad recíproca respecto a quienes la conservan con tanta firmeza y nobleza de alma. Deseamos ofrecerles un tributo de verdad y de amor. Deseamos con todas las fuerzas aliviar las pruebas de quienes sufren precisamente a causa de su fidelidad. Deseamos de todo corazón asegurar la unidad interna de vuestra Iglesia y la unidad con la Sede de Pedro.

Permitid, eminencia, que exprese los mismos sentimientos al otro consagrante, el Metropolita Maxim Hermaniuk de Winnipeg, en Canadá, y a los representantes de la jerarquía de vuestra Iglesia aquí presentes, como también que manifieste mi estima y afecto a toda la Iglesia ucrania.

4. Celebramos la liturgia eucarística de la consagración en el día de la memoria de San Josafat, obispo y mártir, a quien vuestra Iglesia venera como Patrono especial. Sus reliquias, que desde el año 1963 están depositadas en la basílica de San Pedro, constituyen una motivación ulterior para este acontecimiento de hoy, en el que un nuevo Pastor es agregado al cuerpo de los obispos de vuestra Iglesia, recibiendo la ordenación en Roma junto a las reliquias de este Santo mártir. Hoy toda la Iglesia católica junto con vosotros venera a San Josafat.

5. Y tú, monseñor Lubachivsky, como nuevo Pastor de la grey, eres llamado a dar también testimonio de esa fidelidad que constituye parte tan grande de la tradición de tu pueblo. Como obispo católico, estás llamado a ser un signo de la fidelidad misma de Dios a su alianza, un signo del amor inmortal de Cristo a su Iglesia. Este es el ministerio que hoy se te confía: ofrecer incesantemente a los fieles el pan de la vida que, según las palabras del Concilio Vaticano II, se toma de la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. Dei Verbum21).

Sí, mediante la palabra y los sacramentos sostendrás a tu pueblo en su fidelidad al Evangelio, y lo guiarás por el camino de la salvación. La Palabra de Dios será lámpara para sus pasos y luz en su camino (cf. Sal 119, 103). Y todos tus esfuerzos pastorales estarán dirigidos a este fin: esto es, a que la Palabra ele Dios sea la norma práctica del vivir cristiano, y dé frutos de justicia y santidad de vida en la comunidad a la que presidirás y servirás. Por medio de la celebración del sacrificio eucarístico, continuarás sosteniendo al pueblo en la alegría, confirmándolo en la paz, en la unidad y en el vínculo de la caridad. Esta, venerable hermano, es una gran misión, en la que serás heredero y custodio de una gran tradición, que es católica y a la vez ucrania. Por esto en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, te exhorto a seguir adelante en la continuidad apostólica y en la fidelidad de proclamar al pueblo el Evangelio de la salvación. Al regresar a Filadelfia, te ruego que transmitas a tus fieles mi saludo cordial y mi bendición.

6. Nuestra asamblea hoy ante la Majestad de Dios Omnipotente en la Santísima Trinidad sea confirmación nueva de este camino por el que prosigue vuestra Iglesia y vuestro pueblo en conexión con este gran milésimo aniversario del bautismo, para el que habéis comenzado los preparativos este año.

El amor de Dios Padre, la gracia del Señor Nuestro Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima e Inmaculada Madre de Cristo, y de San Josafat y de todos los Santos, esté siempre con todos vosotros. Amén.

MISA DE CLAUSURA DE LA V ASAMBLEA GENERAL DE LA UNIÓN INTERNACIONAL DE SUPERIORAS GENERALES (UISG)

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Miércoles 14 de noviembre de 1979

Queridas hermanas en el Señor:

Es para mí una gran alegría reunirme con vosotras, representantes especialmente autorizadas de la gran riqueza que constituye en la Iglesia la vida religiosa. Efectivamente mediante ésta se ofrece un testimonio muy evidente de lo que significa la donación total al amor y al servicio de Dios. Me siento feliz al mismo tiempo al ver y saludar en vosotras como a la imagen de la universalidad de la Iglesia: vosotras representáis aquí a todos los continentes, las diversas culturas; manifestáis, al mismo tiempo, la realización multiforme de la respuesta a la llamada del Señor. Por medio de vosotras deseo confirmar a todas las religiosas el aprecio y la confianza que la Iglesia tiene en ellas, no sólo por el apostolado inteligente, constante, generoso, sino aún más por la vida de consagración y de entrega, muy frecuentemente oculta, de aceptación gozosa y valiente de las inevitables pruebas y dificultades. Os pido que transmitáis mi bendición especialísima a todas las religiosas probadas o fatigadas en el cuerpo o en el espíritu, a las ancianas, a las enfermas, cuya vida de abnegación y sacrificio es un valor preciosísimo, irrenunciable, único, para la Iglesia, para el Papa y para el Pueblo de Dios.

       Deseo también que esta celebración eucarística con el Papa constituya para cada una de vosotras un saludable momento de ánimo y consuelo para el cumplimiento de un compromiso siempre exigente, frecuentemente acompañado por el signo de la cruz y de una dolorosa soledad, y que exige, por parte vuestra, un sentido profundo de responsabilidad, una generosidad sin debilidades ni extravíos, un constante olvido de vosotras mismas. En efecto, vosotras debéis sostener y guiar a vuestras hermanas en este período postconciliar, ciertamente rico en experiencias nuevas, pero también tan expuesto a errores y desviaciones, que tratáis de evitar y corregir. Es conocida la evolución positiva de estos últimos años en la vida religiosa, interpretada con espíritu más evangélico, más eclesial y más apostólico; sin embargo, no se puede ignorar que ciertas opciones concretas, aunque sugeridas por buena, pero no siempre iluminada intención, no han ofrecido al mundo la imagen auténtica de Cristo, a quien la religiosa debe hacer presente entre los hombres.

Encontrándoos reunidas en torno al altar para renovar la ofrenda de Cristo al Padre, os sentís íntimamente invitadas a repetir, también en nombre de todas vuestras hermanas, la consagración de vosotras mismas que, iniciada ya con el bautismo, se hizo definitiva y perfecta por medio de los votos religiosos.

1. Acoged, pues, mi primera invitación a la oración ferviente y perseverante, para que resulte cada vez más evidente la importancia de la vocación religiosa y la necesidad de profundizar su valor esencial en la vida de la Iglesia y de la sociedad. La trayectoria personal de cada una de las religiosas, se centra efectivamente en el amor esponsalicio a Cristo, por quien ella, modelada por su espíritu, le entrega toda la vida, apropiándose sus sentimientos, sus ideales y su misión de caridad y de salvación. Como dije a las religiosas de Irlanda: "Ningún movimiento de la vida religiosa tiene valor alguno si no es simultáneamente un movimiento hacia el interior. hacia el 'centro' profundo de vuestra existencia, donde Cristo tiene su morada. No es lo que hacéis lo que más importa, sino lo que sois como mujeres consagradas al Señor" (Discurso a los sacerdotes, religiosos y religiosas de Irlanda, 1 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre, 1979, pág. 7).

— Orad para que cada religiosa, viviendo con alegría su relación única y fiel con Cristo, encuentre en su consagración el culmen de la propia realidad característica de mujer, que tiende totalmente al clon de sí.

— Orad confiadamente para que cada instituto pueda superar fácilmente las propias dificultades de crecimiento y de perseverancia y para que vuestra reunión anual contribuya a perfeccionar cada vez más cada una de las congregaciones a las que pertenecéis.

— Orad, finalmente, sin intermisión por las vocaciones religiosas: el ideal de la vida consagrada, don inmenso y gratuito de Dios, ejerza un atractivo cada vez mayor en numerosas jóvenes orientadas hacia las realizaciones más altas y más nobles.

El tema elegido por la Sagrada Congregación para los Religiosos e Institutos Seculares para la próxima reunión plenaria: `"Dimensión contemplativa de la vida religiosa", sea una ocasión privilegiada para profundizar en el valor fundamental de la oración. A este propósito, quiero dirigir un sentido recuerdo, con mi bendición, a las religiosas de vida contemplativa, a las que de todo corazón doy las gracias por su oración intensa y constante, que constituye una ayuda insustituible en la misión evangelizadora de la Iglesia.

2. Mi segunda exhortación quiere ser ahora una invitación a comprometeros en un testimonio religioso apto para nuestro tiempo.

Después de los años de experiencia, encaminados a la puesta al día de la vida religiosa, según el espíritu del propio instituto, ha llegado el momento de evaluar objetiva y humildemente los ensayos realizados, para discernir los elementos positivos, las eventuales desviaciones y, finalmente, para preparar una regla estable de vida, aprobada por la Iglesia, que deberá constituir para todas las religiosas un estímulo en orden a un conocimiento más profundo de sus compromisos y a una fidelidad gozosa en vivirlos.

El primer testimonio sea el de una adhesión filial y de una fidelidad a toda prueba a la Iglesia, Esposa de Cristo. Esta unión con la Iglesia debe manifestarse en el espíritu de vuestro instituto y en sus tareas de apostolado, porque la fidelidad a Cristo no puede separarse jamás de la fidelidad a la Iglesia. "Vuestra adhesión generosa y ferviente al Magisterio auténtico de la Iglesia es garantía sólida de la fecundidad de vuestro apostolado y condición indispensable para la interpretación exacta de los signos de los tiempos" (Discurso a las religiosas de los Estados Unidos, 7 de octubre de 1979; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de noviembre de 1979, pág. 10).

A imitación de María. la Virgen del corazón siempre disponible a la Palabra de Dios, debéis encontrar vuestra serenidad interior, vuestra alegría, en la disponibilidad a la palabra de la Iglesia y de aquel a quien Cristo ha puesto como su Vicario en la tierra.

Un segundo testimonio debe ser el de la vida comunitaria.

Es, en efecto, un elemento importante de la vida religiosa; es una característica que han vivido desde los orígenes las religiosas, porque los vínculos espirituales no pueden crearse, desarrollarse y perpetuarse sí no es mediante relaciones cotidianas y prolongadas. Esta vida comunitaria, en la caridad evangélica, está estrechamente ligada con el misterio de la Iglesia, que es misterio de comunión y de participación, y da prueba de vuestra consagración a Cristo. Poned todo empeño y cuidado para que esta vida comunitaria sea facilitada y amada de tal manera, que se convierta en medio precioso de ayuda recíproca y de realización personal.

       Finalmente, como ya he tenido ocasión de decir otras veces, un último, particular testimonio es también el del hábito religioso. Efectivamente, constituye un signo evidente de consagración total a los ideales del Reino de los cielos, teniendo siempre en cuenta todas las circunstancias debidas, como por ejemplo, las de la tradición. de los diversos campos de compromiso apostólico, del ambiente, etc.; es signo, además, de separación definitiva de los meros intereses humanos y terrenos; es signo incluso de pobreza alegremente vivida y amada en abandono confiado a la acción providente de Dios.

Queridísimas superioras generales, vosotras debéis asumir la tarea delicada y a veces difícil, pero siempre tan preciosa, de promover entre las religiosas todo lo que puede contribuir a la unión de los espíritus y de los corazones. Una vida fraterna, fervorosa y auténtica es indispensable para que las religiosas puedan superar de modo permanente las obligaciones, las fatigas y las dificultades que comporta una vida de consagración y de apostolado en el mundo de hoy.

Vuestra tarea en la realización feliz de esta vida profundamente arraigada en los valores evangélicos, reviste una importancia de primer orden. El ejercicio de la autoridad, con espíritu de servicio y de amor a todas las hermanas, es una tanta vital, aun cuando es difícil y exige no poca valentía y entrega. La superiora tiene el deber de ayudar a la religiosa para que realice cada vez más perfectamente su vocación. La superiora no puede sustraerse a esta obligación ciertamente ardua, pero indispensable.

El cumplimiento de este deber exige oración constante, reflexión, consulta, pero también decisiones valientes, con conciencia de la propia responsabilidad ante Dios, ante la Iglesia y ante las mismas religiosas que esperan este servicio. La debilidad, como el autoritarismo, constituyen desviaciones igualmente perjudiciales para el bien de las almas y para el anuncio del Reino.

3. Para terminar, os exhorto con afecto: tened confianza. Sed siempre valientes en vuestra entrega religiosa, no os dejéis abatir por las eventuales dificultades, por la disminución de personal, por las incertidumbres que puedan pesar sobre el porvenir. No dudéis de la validez de las formas experimentadas de apostolado en el campo de la educación juvenil, para con los enfermos, los niños. los ancianos y todos los que sufren.

Estad seguras de que si vuestros institutos se comprometen sinceramente a promover entre las religiosas una fidelidad constante, generosa y dinámica a las exigencias de su vida consagrada, el Señor, que no se deja ganar en generosidad, os enviará las deseadas vocaciones, que esperáis para la llegada de su Reino.

Atentas a las sugerencias y a las palabras de la Sabiduría, como corresponde a personas llamadas a desarrollar una alta responsabilidad de gobierno, y agradecidas a Dios, junto con todas vuestras hermanas, por la vocación especial recibida, caminad con serena confianza por la vía de vuestro compromiso de total consagración a Cristo y a las almas. Os conforte y os sostenga María Santísima, Madre y modelo de todas las personas consagradas, y os acompañe con benevolencia especial mi bendición apostólica.

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II EN EL VENERABLE COLEGIO INGLÉS DE ROMA

Jueves 6 de diciembre de 1979

Hermanos e hijos en Cristo Jesús:

He venido a celebrar con vosotros el IV centenario del Venerable Colegio Inglés, para conmemorar con vosotros y vuestros compatriotas en vuestra casa los cuatro siglos, durante los cuales los jóvenes que se preparan al sacerdocio han vivido aquí la fe católica. Desde este histórico edificio de la ciudad de Roma, estos jóvenes han partido, como sacerdotes, para transmitir la fe a generaciones de creyentes de Inglaterra y Gales.

En el contexto sagrado de esta liturgia eucarística, quiero rendir homenaje a esta fe salvadora en Jesucristo y honrar a todos aquellos cuyas vidas estuvieron ancladas en esta fe, a aquellos, que manteniendo sus ojos fijos en Jesús, el Hijo de Dios, estuvieron dispuestos a confesar su fe (cf. Heb 12, 2; 4, 14).

La fe viva en Jesucristo ha sido la piedra angular de este Colegio y de todas sus actividades desde la época de su fundación por obra de mi predecesor Gregorio XIII en 1579. La fe de los que fueron vuestros predecesores aquí, continúa inspirándoos con el ejemplo de sus vidas. Vuestra herencia es muy grande; un completo martyrum candidatos exercitus honra los comienzos de vuestro Colegio, y se extiende a lo largo de todo un siglo, desde los tiempos de San Ralph Sherwin en 1581 hasta San David Lewis en 1679. Estos mártires, como supremos testigos de la fe, os hablan hoy desde esta capilla, y desde cada uno de los rincones de esta casa. Y la misma Iglesia corrobora su testimonio y os exhorta a "considerando el fin de la vida, imitad su fe" (Heb 13, 7).

De este modo, queridos hijos y hermanos, este momento de gozosa celebración y conmemoración solemne, se convierte en un tiempo de reflexión orante y en un día desafiante para el resto de vuestras vidas. Como vuestros predecesores, también vosotros estáis llamados a ser sacerdotes de Jesucristo, siervos de su Evangelio, y testigos ante vuestro pueblo de la fe católica pura, tal como la transmitieron los Apóstoles, la proclamó el Magisterio de la Iglesia, y la testimoniaron los mártires y confesores de todas las épocas. Estáis llamados a manifestar vuestro testimonio cristiano en esta coyuntura histórica a través de la palabra y el ejemplo. Dios os llama aquí y ahora, en las circunstancias actuales de la Iglesia y del mundo. Cristo y su Iglesia os piden, sin embargo, afrontar el reto de esta hora, no sólo con vuestras propias posibilidades o con una mera sabiduría humana, sino con el poder del Evangelio.

Con palabras de San Pablo, debéis empuñar el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra cíe Dios (cf. Ef 6, 16-17). Vuestro testimonio individual y colectivo de la fe no debe ser esencialmente diferente del testimonio dado por vuestros mártires, un testimonio de la fe de la Iglesia universal, un testimonio que conduzca a los otros a Cristo, un testimonio que no ceda cuando, como nos dice Jesús en el Evangelio, venga la lluvia, se desborden los torrentes, soplen los vientos, y la casa se desplome (cf. Mt 7, 27).

Precisamente porque poseemos la completa armadura de Dios y estamos enraizados en la fe, nos sentimos fuertes en el Señor y en la fortaleza de su poder; pertrechados para proclamar todo el misterio del Evangelio y para dar testimonio, en el sucederse de esta generación de la plenitud de la verdad católica.

Este es el primer aspecto del reto que se os lanza hoy: ser testigos de la fe. Cristo os llama y os enviará por medio de su Iglesia a una misión eclesial, a dar testimonio de la fe en un lugar en que quizás nunca habíais soñado estar, y del modo que jamás habíais pensado. Así pues, debéis aprender de la historia de vuestro Colegio y, en particular, de las vidas de vuestros mártires la apertura, la disponibilidad y la serenidad. Hoy en esta liturgia, Isaías os dirige a cada uno de vosotros su profética exhortación: "Confiad siempre en Yavé, pués Yavé es la Roca eterna" (Is 26, 4), y yo os repito a vosotros estas palabras: Confiad en el Señor; confiad en el Señor para llevar a cabo vuestra misión de testigos de la fe, fe en Jesucristo.

Es bueno caer en la cuenta de que también estáis llamados a ser testigos en esta generación de la vitalidad de la juventud de la Iglesia, a ser testigos del poder y de la eficacia de la gracia de Cristo para cautivar los corazones de los jóvenes de hoy. El mundo necesita pruebas concretas de que Cristo puede atraer hacia sí mismo a esta generación: Y vosotros debéis mostrar que habéis comprendido el sentido de la vida en el contexto del amor de Cristo y de su llamada. Estáis llamados a testimoniar que, entre las mil y una atracciones y opciones que el mundo presente ofrece, vosotros habéis sido "cautivados" por Cristo, hasta el punto de abandonar lo demás para convertiros en sus compañeros y sus discípulos, para abrazar su misión y, finalmente, su cruz; y para experimentar el poder de su Resurrección.

La consideración de nuestro ser testigos de la fuerza de la gracia de Cristo, nos conduce de por sí a lo que se encuentra en la cúspide de nuestro verdadero ser: nuestra propia libertad. Sólo ejerciendo esta libertad, el gran don que Dios nos ha entregado, podremos responder adecuadamente a su invitación, a la llamada de su gracia, y al amor que nos ofrece. Este es el reto que se os presenta hoy a cada uno de vosotros: rendir vuestros corazones y vuestras voluntades a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, para entregaros libre, total y perseverantemente a Cristo. El Señor Jesús pide la respuesta y la entrega de vuestra libertad. Las palabras del Salmo os ayudan a responder: "Pronto está mi corazón, oh Dios, está mi corazón dispuesto" (Sal 57, 8).

Queridos hermanos e hijos: así pues, estáis llamados a dar testimonio de vuestra fe católica en toda su pureza, estáis llamados a ser testigos de la victoria del amor de Cristo, no como un poder abstracto, sino como algo que afecta a vuestras propias vidas y consagra vuestra propia libertad. Ciertamente éste es un momento en que todos debéis tener gran confianza. Aquel que comenzó en vosotros la obra buena —aquel que comenzó una obra buena en este Colegio hace 400 años— la llevará a cabo a través del poder de su Espíritu (cf. Fil 1, 6) para gloria de su nombre, honor de su Evangelio y para bien de toda su Iglesia.

Y María, la Reina de los Mártires, la Virgen Fiel, que estuvo al lado de vuestros mártires y de todos vuestros predecesores, estará con cada uno de vosotros, para que vuestro testimonio sea auténtico en fe y santidad. Ella os asistirá en la tarea que os corresponde corno verdaderos discípulos de su Hijo, miembros fieles de la Iglesia y estudiosos diligentes del Concilio Vaticano II y de todos los Concilios anteriores. De un modo especial encomiendo a su intercesión el testimonio que debéis dar, en la verdad y el amor, ante vuestros hermanos anglicanos en el diálogo providencial —que ha de ser sostenido por la plegaria y la penitencia— orientado a la restauración de la plena unidad en Jesucristo y en su Iglesia.

Y así, anclados en la fe y comprometidos en la santidad de vida, tratad de realizar con alegre confianza una nueva etapa de vuestro Colegio. Sacrificio y generosidad, oración y estudio, humildad y disciplina, serán tan importantes para vuestro futuro, como lo fueron para vuestro pasado. Innumerables hombres, mujeres y niños mirarán a vosotros para encontrar a Cristo. Desde lo profundo de su ser os dirán con las palabras del Evangelio: "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21). Como el Apóstol Felipe debemos mostrar a Jesús al mundo, a Jesús y no a un sustituto, porque no hay salvación en otro nombre (cf. Act 4, 12). Como podéis ver claramente, el destino de vuestra patria se halla ligado al éxito de la misión de esta institución. La aportación que debéis dar al mundo depende de cómo deis testimonio de la fe y del poder de la gracia de Cristo en vuestras propias vidas.

Mis queridos hermanos, hijos y amigos: Este Colegio, por la gracia de Dios, es, después de 400 años, tan dinámico como siempre, y lo que representa es más relevante que nunca. Y así seguirá siendo con tal que vosotros continuéis poniendo en práctica lo que el mismo Jesús os manifiesta cuando dice: Predicad mi Evangelio. Proclamad mi palabra. Haced presente mi sacrificio. Sí, sed mis testigos. Permaneced en mi amor hoy y siempre. Amén.

MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Martes 18 de diciembre de 1979

1. Dentro de una semana será Navidad y seguramente regresaréis a vuestras familias. Se suspenderán las clases y los demás deberes incluso en las escuelas superiores de Roma. La gran familia universitaria cederá el lugar, en vuestra vida. a esa pequeña familia doméstica, que es anterior a ella. La fiesta de Navidad confirma, de manera especial, el primado de la familia en la vida de cada uno de nosotros. En este tiempo, cuando Dios nace como hombre, cada uno de los hombres vuelve al lugar donde nació, junto a los seres humanos que son sus padres, junto al padre y a la madre, junto a los hijos de los mismos padres: los hermanos y las hermanas. Cada uno de nosotros se vuelve a encontrar en ese ambiente fundamental, en esa casa que tiene derecho y deber de llamar su casa: la casa familiar. Precisamente en esa noche, en la que Dios nace como niño sin casa, todos los que, con la fe y el corazón, se dirigen a ese Niño sienten una especial nostalgia de casa.

He deseado mucho encontrarme con vosotros precisamente ahora, mientras todavía nos preparamos a esta fiesta grande. He deseado encontrarme con vosotros, con el ambiente universitario de Roma, mientras todavía es tiempo de Adviento. Como hicimos en los días precedentes a la Pascua, así hacemos también hoy. Es hermoso que hayáis venido, que estéis hoy conmigo. Considero un derecho mío encontrarme con vosotros en la proximidad de Navidad, tal como hicimos antes de Pascua. Os saludo muy cordialmente en esta basílica de San Pedro. Saludo a todos: profesores y alumnos. A aquellos con quienes ya me he encontrado. Y a los nuevos, que están hoy aquí por vez primera. Saludo también a quienes, por cualquier motivo, no han venido.

En estos días cíe Adviento, en los que la Iglesia dice a Cristo que está para venir: "Ven, Señor, no tardes" (versículo del Aleluya), quisiera repetir a cada uno la misma invitación: "No tardes".

2. El Evangelio de hoy es muy interesante. Se podría decir que en él se contiene, de algún modo, una lección concisa de caracterología. Se podría decir que este pasaje ha sido escrito por los hombres que quieren mirar con atención dentro de sí mismos. Efectivamente, cuánto hace pensar el comportamiento de estos dos jóvenes a los que, uno después del otro, dice el padre: `"Hijo, ve hoy a trabajar en la viña" (Mt 21, 281. El primero se manifiesta inmediatamente dispuesto y no mantiene su palabra. En cambio, el otro, primero dice: "No quiero" (Mt 21, 29); pero después se puso a trabajar. Cuando Cristo pregunta: "¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?" (Mt 21, 31), la respuesta espontánea es: obviamente este "último".

Al escuchar estas palabras, estamos dispuestos a aplicarlas a nosotros mismos. Nos proponemos, pues, la pregunta: ¿a cuál de estos dos hermanos me parezco más? ¿A cuál de su comportamiento se parece mi comportamiento habitual? ¿Pertenezco a esos que se entusiasman fácilmente, prometen en seguida, y luego no hacen nada? Olvidan muy pronto que están obligados. O más bien ¿soy el hombre que primero dice "no"? Quizá en este primer "no" se ha convertido incluso en una costumbre, casi en una regla de mi conducta. Digo que "no", sin darme cuenta de poder agraviar con ello a alguien... Pero... pero... necesito ese "no" para poder reflexionar, meditar sobre todos los "pros" y los "contras". Para tomar una decisión finalmente. Y, como resultado, después de haber dicho primero "no", al final digo que "sí". En este caso, ¿no soy mejor que el que con su inicial "sí" no había ofendido; pero luego, nada ha hecho al fin? A la luz de las palabras de Cristo tengo derecho a pensar que obro mejor. Estas y semejantes meditaciones sobre el comportamiento y el carácter propio puede desarrollar cada uno de nosotros, escuchando el Evangelio de hoy. Son muy útiles. Especialmente son útiles para los jóvenes, que frecuentemente se preguntan: ¿quién soy?, ¿cómo soy?, ¿cuáles son mis predisposiciones?, ¿qué carácter debo formarme? Todo educador diligente, todo pedagogo experto dirá al joven: ¡Haceos estas preguntas! ¡Hacéoslas lo más pronto posible! ¡No tardéis!

3. El contexto completo de la liturgia de hoy indica que este acontecimiento significativo del Evangelio de San Mateo, cuyos protagonistas son los dos jóvenes, revela la dimensión más grande de la vida humana. Precisamente a esta dimensión se la debe llamar "adviento". Permitidme que yo la llame así. Y permitidme que explique por qué he llamado así a esta dimensión de la vida humana, que se revela a través del acontecimiento que narra el Evangelio de hoy.

Ante todo, vosotros sentís ciertamente necesidad de la siguiente explicación introductoria y fundamental: nos hemos acostumbrado a definir con la palabra "adviento" a un cierto período litúrgico que precede a la Navidad y nos prepara a ella. ¿Pero se puede afirmar que el "adviento" es una "dimensión de la misma vida humana"?

Según la liturgia de hoy quisiera probar que es indispensable tal extensión del significado, si no debe resultar vacío el adviento entendido como un período litúrgico. Este "Adviento" litúrgico, efectivamente, lo vivimos sólo en tanto en cuanto seamos capaces de descubrir el "adviento" en nosotros como una dimensión fundamental de nuestra vida, de nuestra existencia terrestre.

Precisamente a esto llama el padre, propietario de la viña, en el Evangelio de hoy, a sus dos hijos.

4. En efecto, ¿qué significa la "viña'?

La viña significa a la vez un conjunto y cada una de las partes de ese conjunto. Significa todo el mundo creado por Dios para el hombre: para cada uno de los hombres y para todos los hombres. Y simultáneamente significa esa partícula del mundo, ese "fragmento" que es un deber concreto para cada hombre concreto.

En este significado segundo la "viña" está a la vez "dentro de nosotros" y "fuera de nosotros". Debemos cultivarla, mejorando el mundo y mejorándonos a nosotros mismos. Más aún, lo uno depende de lo otro: hago al mundo mejor, en tanto en cuanto mejoro yo mismo. De lo contrario soy sólo un "técnico" del desarrollo del mundo y no un "trabajador en la viña".

Así pues, esa "viña", a la que he sido enviado como había sido enviado cada uno de los dos hijos del Evangelio de hoy, debe convertirse, al mismo tiempo, en lugar de mi trabajo por el mundo y de mi trabajo en mí mismo. Y eso es así en cuanto tengo una sólida conciencia de que Dios ha creado el mundo para el hombre. En este mundo visible Dios ha venido por vez primera al hombre y viene a él continuamente. Viene mediante todo lo que este mundo es, mediante todo lo que oculta en sí. Cada vez que el hombre avanza en descubrir lo que el mundo creado esconde en sí, se elogia el genio del hombre y la mayoría de las veces se detiene aquí. Mientras —si se reflexiona profundamente sobre el problema— ese mundo que el hombre descubre cada vez mejor, es el adviento cada vez irás pleno del Creador. Si vivimos el período litúrgico del Adviento cada año, lo hacemos para extenderlo también a ese adviento cada vez más pleno del Creador. Cada vez se le amplía más al hombre esa "viña" a la que ha sido llamado.

5. Sin embargo, la "viña" significa también el mundo interior. Este mundo es el hombre mismo. Cada hombre constituye este mundo único e irrepetible. Dios-Creador viene a este mundo interior a través del mundo exterior, pero a la vez viene también directamente. Viene de modo incomparable, diferente de todos los seres creados. Porque el hombre es imagen y semejanza de Dios. Y por esto ese adviento de Dios se realiza también directamente en el hombre. No sólo mediante el mundo que lleva en sí las huellas de la Sabiduría y del Poder creadores, sino directamente. En esta venida directa al hombre, Dios es no sólo Creador, sino sobre todo Padre. Viene, pues, al hombre en su Hijo, en el Verbo eterno. Viene como Padre en el Hijo, de otro modo no sería el adviento del Padre.

Este adviento del Padre en la historia del hombre es tan antiguo como el hombre. Nos hablan de esto los primeros capítulos de la revelación, las primeras páginas del libro del Génesis. Ya el primer lugar de la existencia humana era esta "viña" interior. Esa "viña" interior la recibimos en herencia del primer hombre, tal como heredamos también el mundo exterior, la tierra que el Creador confió al hombre para que la sometiese (cf. Gén 1, 28).

En el mismo lugar, al principio, entra también el pecado en la historia del hombre. El pecado original es una de esas realidades sobre las que la liturgia del Adviento se detiene con atención especial. En este cuadro comprendemos mejor el significado de la fiesta de la Inmaculada Concepción que se celebra en el Adviento. Poniendo de relieve este privilegio excepcional de la Virgen, elegida para convertirse en Madre del Redentor, el Adviento quiere, al mismo tiempo, recordarnos que esta "viña" heredada de nuestros progenitores, produce "espinas y cardos" (Gén 3, 18), que encontramos en los campos roturados por el trabajo del agricultor. Los encontramos también en nosotros, en nuestro corazón, También de él se puede decir que produce "espinas y cardos".

Y por esto es difícil el trabajo en la viña interior. Y no hay que maravillarse de que, a veces, un joven llamado a trabajar en ella, diga su "no iré". No obstante, el trabajo en la "viña interior" es indispensable. De otro modo el hombre introduce el pecado, introduce el mal, en este mundo que fue creado para él. Y en la "viña interior" se amplía el círculo del pecado, aumentando en poderío las estructuras del pecado. La atmósfera del mundo en que vivimos se vuelve moralmente cada vez más envenenada. No podemos rendirnos a esta destrucción del ambiente humano por parte del pecado.

Es necesario oponerse a él.

6. ¿Quién es Jesucristo? ¿Aquel a quien nos dirigimos con la ardiente invocación "Ven... no tardes"? ¿Aquel a cuya venida en la noche de Belén nos preparamos y se prepara cada hombre, mediante el período litúrgico de Adviento que precede a la gran fiesta de Navidad? Es la revelación plena y definitiva del adviento de Dios en la historia del hombre. Dios viene al hombre literalmente. No ya mediante las obras de la creación, esto es a través del mundo que habla de El. No ya sólo mediante los hombres que anuncian la verdad divina, como los profetas y los grandes jefes del Pueblo de la Antigua Alianza, Dios viene al hombre de modo mucho más radical y definitivo: viene por el hecho de que El mismo se hace Hombre, Hijo del hombre. "Con la encarnación —leemos en la Constitución del Concilio Gaudium et spes— el Hijo de Dios se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (núm. 22).

Jesucristo es la revelación más plena y definitiva del adviento de Dios en la historia de la humanidad y en la  historia de cada uno de los hombres. De cada uno de nosotros. Y en El, en su venida, en su Nacimiento en el establo de Belén, luego en toda su vida de enseñanza, finalmente en su cruz y en su resurrección, somos llamados, todos y cada uno de nosotros, de modo definitivo a la "viña". El que es la plenitud del adviento de Dios, es también la plenitud de la llamada divina dirigida al hombre. En El parece que Dios nos dice a cada uno de nosotros: ¡"no tardes"!

7. Debemos admitir que esta "viña" nuestra, exterior e interior, ha cambiado mucho por el hecho de la venida de Cristo. Por obra del Verbo divino se ha encontrado en una luz nueva, totalmente expuesta al sol. Por obra de los santos sacramentos se ha hecho fértil de manera nueva. El trabajo en ella es, al mismo tiempo, más fácil (Cristo mismo dice: "mi yugo es blando y mi carga ligera", Mt 11, 30), pero es también más comprometido: efectivamente, Cristo lo llama "yugo" y "carga".

Es preciso mirar a esta viña con un sentido de máximo realismo. Volverla a encontrar en lo concreto de nuestra, de vuestra vida ele estudiantes, de universitarios.

8. ¿En qué sentido vosotros, universitarios, estáis invitados a trabajar en la viña personal de vuestra vida, en este período. tan importante y tan decisivo para vosotros?

. A la luz del mensaje de Navidad, esto es de la Encarnación de Dios en la historia humana, quisiera exhortaros a un serio compromiso en el estudio, es decir, en la preparación a la vida profesional que habéis elegido, entendiéndola como un servicio al hombre, como un acto de amor a la humanidad. Esta necesita de profesionales bien preparados, serios, responsables, porque a ellos está confiada la vida de cada uno y de la comunidad del mañana. La humanidad necesita de personalidades equilibradas, maduras, generosas, comprensivas, que hayan superado todo egoísmo. Y éste es precisamente el tiempo precioso de vuestra formación intelectual, Moral, afectiva, para las tareas que os esperan en la sociedad y para las que asumiréis un día en la familia que estaréis llamados. a formar y que desde hoy debe polarizar vuestras energías morales, a fin de que seáis mañana esos padres y esas madres que Dios quiere, que la Iglesia espera.

Comprometeos en la profundización de vuestra fe. El vivo contraste de hoy de las distintas mentalidades derivadas de diversas filosofías y el pluralismo ideológico exigen un conocimiento más profundo y claro de la propia fe, para poderla vivir y testimoniar con más serena convicción. Más allá de las tensiones y de las crisis, provocadas por las ideologías anti- o acristianas, hay hoy gran necesidad de estudio serio y metódico de la revelación, para comprender que no hay contraste entre fe y ciencia. y cómo la ciencia en sus aplicaciones debe estar iluminada también por la fe.

Éste debe ser también vuestro gozoso compromiso de universitarios.

Finalmente, comprometeos a vivir en "gracia". Jesús ha nacido en Belén precisamente para esto: para revelarnos la verdad salvífica y para darnos la vida de la gracia. Comprometeos a ser siempre partícipes de la vida divina injertada en nosotros por el bautismo. Vivir en gracia es dignidad suprema, es alegría inefable, es garantía de paz, es ideal maravilloso y debe ser también preocupación lógica de quien se llama discípulo de Cristo. Por tanto, Navidad. significa la presencia de Cristo en el alma mediante la gracia.'

Y si por debilidad de la naturaleza humana se ha perdido la vida divina a causa del pecado grave, entonces Navidad debe significar el retorno a la gracia. mediante la confesión sacramental, realizada con seriedad de arrepentimiento, de propósitos. Jesús viene también para perdonar; el encuentro personal con Cristo es una conversión, un nuevo nacimiento para asumir totalmente las responsabilidades propias de hombre y de cristiano.

9. "Ven, Señor, no tardes".

Mis queridos amigos, deseo que salgáis de nuestro encuentro de hoy, mejor y más profundamente preparados para la fiesta de Navidad. Deseo que ampliéis en vosotros esa "dimensión interior del Adviento", que es una dimensión esencial de toda la existencia cristiana.

Finalmente, deseo que este encuentro con Cristo, al que se prepara toda la Iglesia, os traiga la alegría. La verdadera alegría, y que vuestra alegría sea plena (cf. Jn 1. 4).

Ven, Señor, no tardes.

10. Permitidme todavía que formule. algunas intenciones para nuestra oración común.

Los hechos que en los últimos días y semanas han sacudido a la opinión pública, están ciertamente presentes en la conciencia de cada uno de nosotros: No se puede menos de encomendarlos a Dios, no se pueden dejar estos problemas fuera del ámbito de nuestra oración.

No podemos menos de recordar, pues, a ese amigo y coetáneo vuestro que, hace unas 24 horas, ha sufrido la muerte en una calle de Roma, como otra víctima más del inquietante proceso de que somos testigos en nuestro país.

Este proceso, que se advierte sobre todo en el norte de Italia, nos exige pensar en los ambientes especialmente probados por las acciones terroristas, y ante todo en Turín, como atestiguan las noticias de los últimos días. Debemos manifestar, de diversos mochos, la solidaridad fraterna con los que mueren asesinados. Con los que —ahora no hace mucho— han sido heridos. Con todos los que sufren. Es necesario también —así como lo hizo Cristo— orar por los que hacen sufrir y provocan la muerte, que difunden la violencia y siembran el terror.

Sin embargo, al. mismo tiempo no podemos dejarnos de preguntar: ¿cuál es la finalidad de estos actos que causan tanto sufrimiento a cada uno de los hombres, a familias enteras y a diversos ambientes? Y no podemos dejar de preguntar de qué fuentes, de qué premisas, de qué concepción del mundo (más bien resultaría difícil hablar en estos casos de una "ideología") toma origen este comportamiento en relación con el hombre, la falta total del respeto a la vida, la tendencia desenfrenada a la violencia, a la destrucción y al homicidio.

Debemos pensar sobre esto. Debemos reflexionar sobre todo esto.

Debernos hacer de estas manifestaciones peligrosas el tema de nuestra oración personal y comunitaria. Y también debemos hacer objeto de nuestra oración la gran amenaza del mundo y en particular de nuestro continente europeo, que se ha manifestado en el curso de las últimas semanas.

Sobre este problema —que justamente inquieta a la opinión de todos— volveré todavía con ocasión de la próxima Jornada mundial de la Paz, a la que se refiere también el mensaje publicado hoy y que se titula: La verdad, fuerza de la paz.

Deseo insertar en nuestra oración de hoy, en nuestra liturgia eucarística, todos estos problemas, cargados de solicitud social. Sí, es necesario orar. Es necesario velar en oración delante de Dios, para que el mal, que está creciendo en los hombres, no se haga más fuerte por nuestra debilidad. Y es necesario gritar juntos en la liturgia de Adviento:

"¡Ven, Señor, no tardes!".

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA ORDENACIÓN EPISCOPAL


Solemnidad de la Epifanía del Señor
Domingo 6 de enero de 1980

1. "... ofrecieron sus dones...".

Con este gesto los tres Reyes Magos del Oriente realizaron la finalidad de su viaje. El les condujo por los caminos de esas tierras hacia las que también los acontecimientos actuales llevan frecuentemente nuestra atención. Para los tres Reyes Magos la guía en estos caminos fue la estrella misteriosa "que habían visto en Oriente" (Mt 2, 9), y que "les precedía, hasta que llegada encima del lugar en que estaba el Niño, se detuvo" (Mt 2, 9). A este Niño precisamente vinieron esos hombres únicos, llamados de fuera del círculo del Pueblo elegido hacia los caminos de la historia de este Pueblo. La historia de Israel les había dado la orden de detenerse en Jerusalén y preguntar ante Herodes: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?" (Mt 2, 2). Efectivamente, los caminos de la historia de Israel habían sido marcados por Dios, y por esto era necesario buscarle en los libros de los profetas: esto es, de aquellos que habían hablado en nombre de Dios al Pueblo sobre su vocación especial. Y la vocación del Pueblo de la Alianza fue precisamente Aquel a quien conducía el camino de los Reyes Magos de Oriente. Apenas hubieron preguntado a Herodes, éste no tuvo duda alguna de quién —y de qué rey—se trataba, porque, como leemos, "reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías" (Mt 2, 4).

Así, pues, el camino de los Reyes Magos lleva al Mesías, a Aquel a quien el Padre "santificó y envió al mundo" (Jn 10, 56). Su camino es también el caminó del Espíritu. Es sobre todo el camino en el Espíritu Santo. Al recorrer este camino —no tanto en las vías de las regiones del Oriente Medio, cuanto más bien a través de los misteriosos caminos del alma— el hombre es conducido por la luz espiritual que proviene de Dios, representada en esa estrella, a la que seguían los tres Reyes Magos.

Los caminos del alma humana, que conducen hacia Dios, hacen ciertamente, que el hombre vuelva a encontrar en sí un tesoro interior. Así leemos también de los tres Reyes Magos, que al llegar a Belén "abrieron sus cofres" (Mt 2, 11). El hombre toma conciencia de los dones enormes de naturaleza y de gracia con que Dios lo ha colmado, y entonces nace en él la necesidad de ofrecerse, de devolver a Dios lo que ha recibido, de hacer ofrenda de ello como signo de la dádiva divina. Este don asume una triple forma, como en las manos de los tres Reyes Magos: "abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra" (Mt 2, 11).

2. El Episcopado, que hoy, venerados y amadísimos hermanos, recibiréis de mis manos, es un sacramento en el que debe manifestarse de modo especial el clon. Efectivamente, el Episcopado es la plenitud del sacramento del orden, mediante el cual la Iglesia abre siempre ante Dios su tesoro más grande, y le ofrece de este tesoro los dones de todo el Pueblo de Dios. El tesoro mayor de la Iglesia es su Esposo: Cristo. Tanto el Cristo colocado sobre el heno de un pesebre, como también el Cristo que muere en la cruz. Es un tesoro inagotable. La Iglesia tiende continuamente la mano a este tesoro para tomar de El. Y tomando, no lo disminuye, sino que lo aumenta. Estos son los principios de la economía divina. La Iglesia, pues, tiende la mano al tesoro de la Navidad y de la Crucifixión, al tesoro de la Encarnación y de la Redención. Y tomando de él, no empobrece ese tesoro, sino que lo multiplica.

El obispo es el administrador, al mismo tiempo, de ese tomar y de ese multiplicar.

Es "dispensador de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1). No es sólo un mago que camina por las vías impracticables del mundo hacia el umbral del misterio. Está colocado en su mismo corazón. Su deber es abrir este misterio y sacar de él. Cuanto más generosamente saca, tanto más multiplica.

Recordad, queridísimos, que el Espíritu Santo os constituye hoy en medio de la Iglesia para que, sacando abundantemente del tesoro de la Navidad y de la Redención, lo multipliquéis con vuestra vida y vuestro ministerio.

3. De este tesoro se saca siempre, oro, incienso y mirra. Vuestra vida debe revestirse de este triple don, ya que estáis llamados para ofrecer a Dios en Cristo y en la Iglesia vuestro amor, vuestra oración y vuestro sufrimiento. Sin embargo, al ser constituidos en medio del Pueblo de Dios como Pastores y a la vez como siervos, vuestro don personal debe crecer en este Pueblo. "Fecit eum Dominus crescere in plebem suam". Vuestra vocación es el don de todo el Pueblo. Cada uno de vosotros debe ser el Pastor y el siervo de este amor, de la oración y del sufrimiento, que se elevan de todos los corazones a Dios en Cristo, Estos dones no deben ser malgastados ni se deben perder. Al contrario, deben encontrar el camino de Belén como los dones en las manos de los Magos, que siguieron la estrella de Oriente. Cada obispo es el dispensador del misterio y el siervo del don que se prepara incesantemente en los corazones humanos. Este don proviene de las experiencias de la generación a la que el mismo obispo pertenece. Proviene de la vida de centenares, millares y millones de hombres, sus hermanos y hermanas. El mismo, obispo, es el siervo del don, el que lo custodia y lo multiplica. Debéis penetrar profundamente en toda la complejidad de la vida de los hombres contemporáneos, a fin de que lo que la constituye no se descomponga en sus obras, en los corazones, en las relaciones sociales, en las corrientes de civilización, sino que vuelva a encontrar constantemente su sentido como don. Es Cristo mismo, Pastor y Obispo de nuestras almas, de todo lo que es humano, quien quiere hacer de nosotros un sacrificio perenne agradable a Dios (cf. Plegaria Eucarística III), un don al Padre.

El obispo es aquel que custodia el don, y el que despierta el don en los corazones, en las conciencias, en las experiencias difíciles de su época, en sus aspiraciones y en sus extravíos, en su civilización, en la economía y en la cultura.

4. Hoy llegan a Belén los tres Magos de Oriente. Llegan por el camino de la fe. ¿Acaso no puede decirse del Episcopado que es un sacramento del camino? ¡Vosotros recibís este sacramento para encontraros en el camino de tantos hombres a los que os envía el Señor; para emprender junto con ellos esta vía, caminando, como los Magos, detrás de la estrella; y muchas veces para hacerles ver la estrella, que en alguna parte ha cesado de brillar, en alguna parte ha desaparecido..., para mostrársela de nuevo!Entráis también vosotros, queridos hermanos, en este gran camino de la Iglesia, que ha sido trazado por la sucesión apostólica a cada una de las sedes episcopales.

¿Qué decir de esa maravillosa, rica sucesión en la sede de San Ambrosio, y luego de San Carlos de Milán? Se remonta casi a los primeros decenios del cristianismo y abunda en obispos mártires... y, precisamente en nuestro siglo; ha dado a la Iglesia dosPapas: Pío XI y Pablo VI. Está aquí presente el cardenal Giovanni Colombo, que recibió esta sede de Milán precisamente después de Pablo VI, el entonces cardenal Giovanni Battista Montini, para trasmitirla hoy, cuando se agotan sus fuerzas, a su sucesor. La Iglesia de Milán saluda con alegría a este sucesor, digno hijo de San Ignacio, estimado rector del "Bíblico" y después de la Universidad Gregoriana de Roma. La Iglesia de Milán saluda con alegría y confianza al que debe ser su nuevo obispo y Pastor, al nuevo dispensador del don, de que he hablado, al nuevo testigo de la estrella, de esa estrella que lleva infaliblemente a Belén.

La Santa Sede saluda también con satisfacción a su benemérito hijo, antiguo oficial de la Cancillería  Apostólica. y entregado desde hace largos años al servicio de la Secretaría de Estado, como también celoso ministro de Dios en tantas obras de apostolado, que recibe hoy la ordenación episcopal como arzobispo titular de Serta, para desarrollar las funciones de Delegado para las Representaciones Pontificias.

Saludamos finalmente al hijo de África, al nuevo Pastor de la joven y querida Iglesia de Yagua en el Camerún, que hasta hoy ha trabajado intensamente, en su diócesis de origen, como rector del seminario regional mayor de Bambui y como generoso colaborador en distintas actividades pastorales; y en él dirigimos nuestro recuerdo cordial a todo el continente africano.

5. El Episcopado es el sacramento del camino. Es el sacramento de los numerosos caminos que recorre la Iglesia, siguiendo a la estrella de Belén, junto con cada uno de los hombres.

Entrad en estos caminos, venerados y queridos hermanos, llevad por ellos oro, incienso y mirra. Llevadlos con humildad y confianza. Llevadlos con valentía y constancia. Mediante vuestro servicio se abra el tesoro inagotable a nuevos hombres, a nuevos ambientes, a nuevos tiempos, con la inefable riqueza del misterio que se ha revelado a los ojos de los tres Magos, que llegaron de Oriente, al umbral del establo de Belén.

MISA PARA LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO REGIONAL DE MOLFETTA (ITALIA)

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Paulina
Domingo 13 de enero de 1980

Queridísimos superiores y alumnos:

Habéis deseado vivamente este encuentro litúrgico con el Papa, y yo con gran alegría os expreso mi agradecimiento al encontrarme con vosotros, esta mañana, para celebrar el Sacrificio Eucarístico. Efectivamente, ¿hay algo más bello y consolador que estar juntos, para conocernos, para entendernos, para amarnos y sobre todo para gozar en común de la presencia y de la amistad de Cristo?

Por esto os saludo uno por uno con afecto paterno, y hago extensiva mi benevolencia a vuestros familiares, a todos los que os aman.

Vuestro seminario regional tiene ya una larga historia, y al pensar en tantos sacerdotes y en los numerosos obispos que ha formado, brota del corazón un vivo agradecimiento a Dios por el intenso trabajo realizado para el bien de la Iglesia y provecho de las almas.

Y ahora, queridísimos seminaristas, sois vosotros quienes os preparáis en ese seminario; sois vosotros los llamados; a vosotros a quienes la Iglesia y la sociedad os esperan con ansia, dada la extrema necesidad de ministros de Dios, que sean clarividentes y rectos, equilibrados y sabios, sacerdotes convencidos y animosos, como fueron precisamente en el pasado, y lo son todavía, tantas luminosas figuras del clero de vuestra región.

En esta época de tribulaciones y angustias, la Iglesia, avalada por la asistencia divina, continúa anunciando y dando testimonio de Jesucristo, luz y salvación de los hombres. Y el Señor os llama también a vosotros a esta misión grande e indefectible; para ella os preparáis.

Quiero sacar de la liturgia de hoy del bautismo de Jesús alguna reflexión útil para esta formación vuestra.

1. En el episodio del bautismo de Jesús, relatado por los cuatro Evangelistas, es evidente el mensaje doctrinal, es decir, teológico-dogmático.

Como sabemos, el bautismo administrado por Juan era solamente un rito de purificación, con miras a la inminente venida del Mesías; también Jesús, quiso someterse a este bautismo, para reconocer públicamente la misión de Juan, último profeta del Antiguo Testamento y Precursor del Mesías, y para significar de manera evidente que, aun no teniendo pecado, se mezclaba entre los pecadores precisamente para redimir a los hombres del pecado.

En este episodio del Evangelio se revela la Santísima Trinidad en una solemne teofanía; se revelan la divinidad de Cristo, Hijo predilecto del Padre, y su misión salvífica, para la que se encarnó.

He aquí revelado en este episodio el fundamento absoluto de nuestra fe y por lo tanto de nuestra consagración: la divinidad de Cristo y su misión.

2. Juan Bautista, al anunciar al Mesías, decía: "El os bautizará en Espíritu Santo y en fuego". En estas palabras se contiene un mensaje que vale para toda la historia de los hombres. El fuego es el símbolo bíblico del amor. de Dios, que quema y purifica de todo pecado; el Espíritu Santo indica la vida divina, que Jesús ha traído mediante la "gracia". Puesto que Jesús es Dios, su Palabra permanece válida para siempre. Y para que la verdad revelada y los medios de salvación permaneciesen íntegros a través de las vicisitudes de loa tiempos, Jesús instituyó la Iglesia sobre los Apóstoles y sus sucesores, y dio a Pedro y a sus sucesores el mandato de confirmar en la fe a los hermanos, dejándoles la seguridad de su oración particular y la asistencia del Espíritu Santo.

Esta certeza debe impulsaros, queridísimos seminaristas, a la confianza total y absoluta en Jesús, en su palabra, en la Iglesia querida y fundada por El mismo. Jesús es la verdad; ha venido para dar testimonio de la verdad; nos ha consagrado en la verdad (cf. Jn 14, 6-8. 12; 8, 31-32; 17, 17-19; 18, 37). No puede, engañarnos; no puede abandonarnos en la niebla de las confusiones, en la espiral de la duda, en el abismo de la angustia; en la ansiedad de la incertidumbre.

Todo pasa, pero la verdad permanece; pasa la figura de este mundo, pero la Iglesia no pasa.

3. Ahora os encontráis en el seminario, atendidos con amor y desvelo por vuestro superiores y profesores, para ser después vosotros mismos los que bauticen "en fuego y en Espíritu Santo". Por esto también se pueden aplicar a vosotros las palabras del Señor referidas por el profeta Isaías: "Te he llamado en la justicia y te he tomado de la mano. Yo te he formado y te he puesto por alianza para mi pueblo y para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del fondo del calabozo a los que moran en tinieblas" (Is 42, 6-7).

Dejaos conducir por la mano del Señor, porque El quiere realizar hoy la Redención por medio de vosotros. La Redención siempre es actual, porque siempre es actual la parábola del trigo y de la cizaña, siempre son actuales las bienaventuranzas. La humanidad siempre tiene necesidad de la Revelación y de la Redención de Cristo, y por esto os espera. Siempre hay almas a las que iluminar; pecadores a quienes perdonar, lágrimas que enjugar, desilusiones que consolar, enfermos a quienes animar, niños y jóvenes a quienes guiar: ¡existe y existirá siempre el hombre a quien amar y salvar en nombre de Cristo! Esta es vuestra vocación, que os debe hacer alegres y animosos.

Pero debéis prepararos con sentido de gran responsabilidad y de profunda y convencida seriedad: seriedad en la formación cultural, particularmente filosófica, bíblica, teológica, así como en la ascética y disciplinar, de manera que os consagréis total y gozosamente sólo a Jesús y a las almas, recordando lo que ya escribía San Juan Crisóstomo: "Es necesario que la belleza del alma del sacerdote brille en todas partes, para que pueda alegrar y, al mismo tiempo, iluminar las almas de quienes lo ven" (Diálogo del Sacerdocio, L. III. 10) y también: "conozco toda la grandeza del ministerio sacerdotal y las graves dificultades inherentes al mismo: el alma del sacerdote está sacudida por olas más impetuosas que las que levantan los vientos en el mar" (ib., L. III, 5).

Queridísimos superiores y alumnos:

El 8 de diciembre de 1942 Pío XII de venerada memoria, como signo de afecto y estima, donaba a vuestro seminario regional un fresco del siglo XIV, colocado en tela, en el que aparece representada la Madre de Dios, a la que vosotros invocáis justamente bajo el título de "Regina 'Apuliae".

A Ella, a vuestra Reina, os confío y os encomiendo: rezadla cada día, amadla, confiad en Ella.

Mientras os aseguro un constante recuerdo en mi oración, con particular afecto os imparto la propiciadora bendición apostólica, que hago extensiva también a todas vuestras familias.

VISITA AL PONTIFICIO COLEGIO IRLANDÉS DE ROMA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Domingo 13 de enero de 1980

Muy amados en Cristo:

1. Hoy una vez más, y de un modo especial, el Papa pertenece a Irlanda.

Después de mi visita a vuestra tierra, supone para mí una gran alegría venir al Pontificio Colegio Irlandés y reunirme con todos los que vivís aquí: sacerdotes y seminaristas, y hermanas de San Juan de Dios. Mi visita va destinada también a la comunidad del colegio franciscano de San Isidoro y al colegio agustiniano de San Patricio. Junto con el cardenal primado de Irlanda y algunos hermanos en el Episcopado, incluyendo antiguos rectores del Colegio Irlandés, celebramos juntos nuestra unidad en Jesucristo y en su Iglesia.

El lugar de nuestra celebración es importante por su contribución a la Iglesia, por el impacto que ha tenido en las vidas de los irlandeses, y por su responsabilidad de cara a futuras generaciones. Es igualmente importante por el testimonio de amor cristiano que aquí se ha dado: un ejemplo que conozco bien es la hospitalidad proporcionada por el Colegio Irlandés a refugiados polacos después de la segunda guerra mundial. A este respecto, la presencia en esta Misa de mons. Denis MacDaid constituye un vínculo vivo con las espléndidas realizaciones del pasado.

2. Y así, con nuestra historia y nuestras esperanzas, nos hallamos reunidos aquí para buscar luz y fortaleza en la conmemoración del bautismo del Señor. Tal como lo describen los Evangelios, el bautismo de Jesús señaló el comienzo de su ministerio público. Juan el Bautista proclamó la necesidad de la conversión, y el gran misterio de la comunión divina fue revelado: el Espíritu Santo descendió sobre Cristo, y Dios Padre lo presentó al mundo como su Hijo amado. A partir de este momento, Jesús se dedicó con resolución a su misión salvífica. La celebración de hoy nos invita a reflexionar personalmente sobre estos tres elementos: conversión, comunión y misión.

3. La tarea de Juan fue la de preparar la llegada de Cristo. La comunión existente en la vida de la Santísima Trinidad fue revelada en el contexto de la conversión. El Bautista proclamó una invitación a volver a Dios, a tomar conciencia del pecado, al arrepentimiento, a caminar en la verdad de nuestra propia relación con Dios. Entretanto, Jesús mismo se había sometido al rito penitencial y estaba orando cuando la voz del Padre le proclamó como Hijo: el que es totus ad Patrem, el que se halla totalmente dedicado al Padre y vive para El, el que está totalmente empapado en su amor. También nosotros estamos llamados a incorporar en nuestras vidas la actitud de Jesús hacia su Padre. La condición para esto, sin embargo, es la conversión: una vuelta a Dios diaria, repetida, constante, mantenida. La conversión consiste necesariamente en expresar la verdad de la adopción de hijos que adquirimos en el bautismo. Porque en el bautismo fuimos llamados a la unión con Cristo en su muerte y resurrección, y desde entonces hemos sido llamados a morir al pecado y a vivir para Dios. En el bautismo tuvo lugar en nosotros la acción vivificadora del Espíritu Santo, y el Padre ve en nosotros a su único Hijo, Jesucristo: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Lc 3, 22).

4. La comunión de la Santísima Trinidad continúa en nuestras vidas. A través de Jesucristo tiene lugar el misterio de la adopción divina (cf. Ef 1, 5; Gál 4, 5), cuando el Unigenitus Dei Filius se convierte en Primogenitus in multis fratribus (Rom 8, 29). Un antiguo estudiante del Colegio Irlandés, el Siervo de Dios Dom Columba Marmion, os ha legado a vosotros y a toda la Iglesia extensos escritos de profunda percepción y gran valor sobre este misterio de la filiación divina y sobre el carácter central de Jesucristo en el plan divino de santificación.

5. En nuestras vidas diarias, la llamada a la conversión y a la comunión divina presenta exigencias prácticas, si queremos caminar en la profunda verdad de nuestra vocación, en la sinceridad de nuestra relación con el Padre, a través de Jesucristo y en el Espíritu Santo. En la práctica, debe haber una apertura al Padre y una apertura mutua. Recordad que Jesús es totus ad Patrem, y que deseó que el mundo le oyese decir: «Yo amo al Padre» (Jn 14, 31). Precisamente esta última semana, en mi audiencia del miércoles, mencioné que el hombre sólo cumple con su naturaleza «existiendo "con alguno'" y aún más profundamente y más completamente: existiendo "para alguno"» (Audiencia del 9 de enero de 1980). A su vez, estas palabras reflejan la enseñanza del Concilio Vaticano II cuando nos habla de la naturaleza social del hombre (cf. Gaudium et spes, 12, 25).

Nosotros, que en nuestro ministerio estamos llamados a formar comunidad sobre la base sobrenatural de la comunión divina, debemos ser los primeros en experimentar la comunidad en la fe y el amor. Esta experiencia de comunidad está enraizada en las más antiguas tradiciones de la Iglesia: tenemos que formar un solo corazón y una sola alma, y vivir unidos en la enseñanza de los Apóstoles, en la hermandad, en la fracción del pan y en la oración (cf. Act 4, 32; 2, 42).

Caminar en nuestra vocación significa esforzarse por agradar a Dios antes que a los hombres, por ser justos a los ojos de Dios. Significa llevar un estilo de vida que corresponda a la realidad de nuestro papel en la Iglesia de hoy, un estilo de vida que tenga en cuenta las necesidades de nuestros hermanos y el ministerio que ejerceremos el día de mañana. Vivir la verdad en el amor es un reto a la simplicidad de nuestras vidas y a una autodisciplina que se manifieste en un trabajo y un estudio diligentes, en una responsable preparación de cara a nuestra misión de servicio al Pueblo de Dios.

De un modo especial, vivir la verdad de nuestras vidas aquí y ahora (en Roma en 1980) significa fidelidad a la oración, contacto con Jesús, comunión con la Santísima Trinidad. El Evangelista señala que fue precisamente durante la oración de Jesús cuando se manifestó el misterio del amor del Padre y se reveló la comunión de las Tres Divinas Personas. Es en la oración donde aprendemos el misterio de Cristo y la sabiduría de la cruz. En la oración percibimos, en todas sus dimensiones. las necesidades reales de nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo; en la oración nos fortalecemos de cara a las posibilidades que tenemos delante; en la oración cogemos fuerza para la misión que Cristo comparte con nosotros: dar «el derecho a las naciones.., servir a la alianza del pueblo» (Is 42, 1. 6).

Por eso se intenta que esta casa y todas las casas religiosas y seminarios de Roma sean casas de oración, donde Cristo sea formado en cada generación. Debido a que vivís en Roma, en una diócesis de la que debo rendir cuentas personalmente al Señor, os será fácil comprender lo ardientemente que deseo que Cristo se forme en vosotros (cf. Gál 4, 19).

Pero no debéis caminar solos hacia esta meta. Podréis hallar fortaleza y apoyo en una comunidad de hermanos que mantienen vivos y puros los mismos altos ideales del sacerdocio de Cristo. En la comunión de la Iglesia encontraréis alegría. Bajo la guía de competentes padres espirituales hallaréis coraje y podréis evitar el desánimo; al dirigiros a ellos rendiréis, sobre todo, homenaje a la humanidad de la Palabra Encarnada de Dios, que continúa manteniendo y guiando a la Iglesia a través de instrumentos humanos.

6. Y, al esforzaros por aceptar plenamente la llamada a la conversión y a la comunión (la llamada a una plena vida en Cristo), el sentido de vuestra misión se hará cada vez más agudo. Con tranquilidad y confianza, debéis empezar a experimentar cada vez más un sentido de urgencia: la urgencia por comunicar a Cristo y su Evangelio salvífico.

Gracias a Dios, continúa ahora en Irlanda un período de intensa renovación espiritual. Todos vosotros debéis veros envueltos en él. Debéis prepararos para esta misión mediante el trabajo y el estudio, y especialmente la oración. A este respecto, os pido que escuchéis una vez más las palabras que preparé para los estudiantes de Maynooth: «Lo que realmente quiero que comprendáis es esto: que Dios cuenta con vosotros: que El hace sus planes, en cierto modo, dependiendo de vuestra libre colaboración, de la oblación de vuestras vidas y de la generosidad con que sigáis las inspiraciones que el Espíritu Santo os hace en el fondo de vuestros corazones. La fe católica de la Irlanda de hoy, está ligada, en el plan de Dios, a la fidelidad de San Patricio. Y mañana. sí, mañana algunos aspectos del plan de Dios estarán ligados a vuestra fidelidad, al fervor con que digáis sí a la Palabra de Dios en vuestras vidas»,

7. La juventud de Irlanda ha entendido y respondido muy bien a mi llamada, la llamada a acercarse a Cristo, que es «el camino, la verdad y la vida».. Pero ellos necesitan vuestra entrega especial, vuestra ayuda, vuestro ministerio, vuestro sacerdocio, en orden a que consigan vivir la verdad de su vocación cristiana. No les desilusionéis. Id donde ellos y sed reconocidos, al igual que los Apóstoles, como hombres que han estado con Jesús (cf. Act 4, 13), hombres que se han empapado de su Palabra y están inflamados de su celo: «Es preciso que anuncie también el reino de Dios... para esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Pero el éxito de esta misión vuestra depende de la autenticidad de vuestra conversión, del grado en que os hagáis conforme a Jesucristo, el Hijo amado del Padre Eterno, el Hijo de María. Dirigíos a Ella y pedidle su ayuda.

En esta Eucaristía que estoy celebrando con vosotros y para vosotros, tengo presente en mi corazón a vuestros familiares y amigos, y a toda la nación irlandesa. De un modo especial pido por la juventud de Irlanda. Y hoy, a vosotros, y a todos ellos a través de vosotros, deseo deciros una vez más: «¡Jóvenes de Irlanda, os quiero! ¡jóvenes de Irlanda, os bendigo! Os bendigo en nombre de Nuestro Señor Jesucristo». Amén-

MISA DE INAUGURACIÓN DEL SÍNODO PARTICULAR DE LOS OBISPOS DE HOLANDA HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Lunes 14 de enero de 1980

Venerables y queridos hermanos:

1. Nuestros pensamientos y nuestros corazones se dirigen hoy hacia el Señor, que es el Pastor de su rebaño, el Pastor de su pueblo y el Pastor de la Iglesia.

El es aquel a quien anuncia el Salmo de la liturgia de hoy con palabras que hacen nacer en nuestras almas la esperanza, la paz y la alegría.

«Es Yavé mi pastor: nada me falta. Me hace recostar en verdes pastos / y me lleva a frescas aguas. Recrea mi alma, / me guía por las rectas sendas por amor de su nombre» (Sal 23 [22], 1-3).

Por tanto, nuestros pensamientos y nuestros corazones se dirigen hacia El, hacia Jesucristo, porque El es ante todo nuestro Pastor.

El es el Pastor de la Iglesia entera y de todas las Iglesias. El es el Pastor de los Pastores. El Pastor de aquellos a quienes confía la solicitud pastoral de todo lo que concierne a la Iglesia. Les confía..., nos confía este ministerio pastoral que no es otra cosa que el servicio.

Nosotros hemos heredado de los Apóstoles esta conciencia de ministerio pastoral. Por medio de ella tratamos de orientar nuestro comportamiento respecto de Dios y de los hombres, teniendo fijos nuestros ojos en Cristo.

¿Existe, acaso, algo más maravilloso que esta imagen del Pastor, del Buen Pastor que El mismo nos ha mostrado como el modelo a imitar? Esta imagen surge ya en el profeta Isaías cuando habla del Siervo del Señor sobre el que Dios ha hecho reposar su Espíritu (42, 2).

«No gritará, no hablará recio ni hará oír su voz en las plazas. No romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue».

Y añade: «Expondrá fielmente el derecho» (42, 2-3).

2. Sin embargo, al final de todas las imágenes conocidas en la Sagrada Escritura, se encuentra esta realidad que es el mismo Cristo. El lo expresó en la parábola del Buen Pastor y al mismo tiempo lo puso en práctica, en todas sus acciones. Lo llevó a cumplimiento sobre todo por medio de su última obra, por la cual ofreció su vida por su rebaño (cf. Jn 10, 11).

A fin de preparar a sus Apóstoles para esta obra que es el culmen pascual de su misión, pasó con ellos largos ratos, y el Evangelista San Juan nos ha transmitido de un modo particular su último discurso. Las palabras que acabamos de leer hoy en el Evangelio forman parte del mismo.

«Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada. El que no me ama no guarda mis palabras; y la palabra que oís no es mía, sino del Padre, que me ha enviado» (Jn 14, 23-24).

¿Podía Cristo habernos confiado una obligación mayor como Pastores y maestros de la Iglesia, que la contenida en estas palabras?

Ser Pastor y obispo de las almas significa guardar la palabra. Guardar la verdad. A través de ella El y el Padre vienen continuamente a nosotros: El, que es el Verbo Encarnado; El, que es el Cristo Redentor; El, que es el Pastor eterno de las almas.

El es por encima de todo el Pastor de los Pastores.

3. En el mismo discurso de despedida, del cual acabamos de leer hoy un breve pasaje, Cristo promete a los Apóstoles el Espíritu Santo, que es el Espíritu de amor y de verdad:

«Pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho" (Jn 14, 26).

Así pues, la Iglesia vive del Espíritu Santo.

El portavoz de esta certeza es Pablo de Tarso en su Epístola a los Corintios, donde muestra cómo, por la fuerza del Espíritu, se construye esta comunidad que, en Cristo, reúne como en un sólo Cuerpo místico a todos aquellos que han «bebido del mismo Espíritu» (1 Cor 12, 13).

En nuestra difícil época, en nuestro siglo XX, a través del Concilio Vaticano II, la Iglesia ha expresado de un modo particularmente pleno la verdad acerca de sí misma.

Esta enseñanza debe ser la medida del pensamiento y de la actuación de todos aquellos que constituyen la Iglesia de Cristo.

De un modo particular debe ser la medida de nuestro propio pensamiento y de nuestro propio comportamiento entre nosotros, ya que somos los maestros y los Pastores de la Iglesia.

Debe ser la medida de nuestro propio pensamiento y de nuestra actuación, en este Sínodo particular en el que nos hemos reunido. La razón de este Sínodo no es otra que una encarnación auténtica y plena en la vida de esta verdad apostólica acerca de la Iglesia, que ha sido puesta de manifiesto por las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Desde el principio hasta el final ésta ha de ser su contenido, su inspiración y su

objetivo.

4. La asamblea Sinodal en la cual los obispos de la provincia eclesiástica de Holanda se reúnen con el Obispo de Roma es un acontecimiento sin precedentes. Todos somos conscientes de ello. Los Sínodos de los Obispos poseen ya un ritmo plurianual; sin embargo es la primera vez que se lleva a cabo un Sínodo de este género, un Sínodo particular.

El principio de la compenetración recíproca entre la Iglesia universal y la Iglesia local se expresa en este Sínodo de un modo especial. La Iglesia de Jesucristo, gracias al Espíritu Santo que es el alma de todo el Cuerpo y de todos los miembros, se realiza en estas dos dimensiones. Es universal y a la vez está compuesta de diversas partes. Es universal y local. El objetivo de nuestra reunión es manifestar la coherencia de estas dos dimensiones en su plenitud y consolidarlas.

Por este motivo nuestros corazones y pensamientos se dirigen de modo especial hacia Cristo: «Porque así como, siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es también Cristo...» (1 Cor 12, 12). Nuestros pensamientos y nuestros corazones se dirigen a Cristo. Hacia el Pastor y el Obispo de nuestras almas. Hacia el Pastor de los Pastores. Conscientes de la verdad, a la que debemos servir,. conscientes de la responsabilidad que debemos asumir, nos hallamos juntos alrededor de este altar para celebrar la Eucaristía, el sacramento de la muerte y la resurrección, a través del cual Cristo nos entrega continuamente su Espíritu. el Espíritu de verdad y de amor.

5. Dirijámonos con este Espíritu hacia este Pueblo: hacia esta comunidad, que constituyen todas las Iglesias que se encuentran en tierras de los Países Bajos.

Vayamos con un amor grande.

El amor es consciente de las dificultades: Pero por encima de todo es consciente del bien; es consciente de los dones: de los dones naturales y de los que proceden del a gracia, que el Buen. Pastor ha derramado en esta comunidad, y.que ha depositado en el corazón de todo hombre rescatado, al darle la libertad de los hijos de Dios.

Dones que espera..

He aquí porqué deseamos en este signo del pan y del vino la ofrenda espiritual de vuestro pueblo, la ofrenda espiritual de esta tierra de la que sois a la vez hijos y Pastores.

Roguemos a Cristo para que acepte esta ofrenda.

Roguemos para que la penetre de la luz y la gracia de su Espíritu, de este Espíritu, que por sí mismo opera todo bien, «distribuyendo a cada uno según quiere» (1 Cor 12, 11)

Este Espíritu que edifica la Iglesia y hace de ella «un sólo cuerpo» (1 Cor 12, 12).

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CELEBRADA
EN EL COLEGIO CAPRÁNICA DE ROMA


Lunes 21 de enero de 1980

Hijos queridísimos:

1. Es para mí motivo de gozo sincero celebrar con vosotros esta Eucaristía en la fiesta de la patrona de vuestro "Almo Colegio", que se enorgullece del justo título de gloria de ser la primera institución de este género surgida en Roma. En efecto, a la clarividencia de su piadoso fundador, el cardenal Doménico Capránica, se debe el hecho de que casi un siglo antes del Concilio de Trento, hubiera en esta ciudad un lugar en el que se ofrecía a los jóvenes aspirantes al sacerdocio la ayuda necesaria para una buena preparación al futuro ministerio.

Enteras generaciones de eclesiásticos formados con un profundo "sensus Ecclesiae" han salido de esta institución a lo largo de más de cinco siglos de historia. Sé que el "Almo Colegio" cuenta entre sus alumnos dos Papas, Benedicto XV y Pío XII, además de numerosos cardenales y prelados y muchos sacerdotes celosos que han derramado tesoros de ciencia y bondad en la "viña del Señor". Hombres que han aprendido aquí a amar a Cristo y a su Iglesia, que en esta comunidad se han ejercitado en la práctica de virtudes humanas y cristianas; que se han preparado en ella a tomar su puesto activamente en distintas misiones, desde las más humildes a las prestigiosas, a las que el Señor les ha ido llamando.

Hijos queridísimos: Sois los herederos de una tradición gloriosa, y está bien que despertéis la conciencia de ello en vosotros también en esta circunstancia en torno a la mesa eucarística y bajo la mirada de Dios, para sentiros estimulados a estar a la altura de los nobles ejemplos de virtud que os dejaron quienes os han precedido entre estos muros venerandos. Su testimonio debe ser para cada uno de vosotros una llamada continua a comprometeros con generosidad y coherencia en el estudio y la disciplina, en la oración y la fidelidad a vuestros deberes, de modo que os preparéis a ser sacerdotes plenamente de Cristo para edificación del Pueblo de Dios.

2. A ello os estimula también el ejemplo de la jovencita a cuya intercesión está confiado vuestro seminario. Con su trayectoria de virginidad y martirio, Santa Inés ha suscitado en el pueblo romano y en el mundo una ola de emoción y admiración que el tiempo no ha conseguido extinguir. Impresionan en ella la madurez de juicio a pesar de su poca edad, la firmeza de decisión no obstante la impresionabilidad femenina, y la valentía impávida en medio de las amenazas de los jueces y la crueldad de los tormentos.

San Ambrosio manifestaba ya su asombro con las conocidas palabras que nos ha propuesto la liturgia en el Oficio de las lecturas: "¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna...? A esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pican con la aguja se ponen a llorar como si se tratara de una herida. Pero Inés queda impávida entre las sangrientas manos del verdugo" (De virginibus, I, 2, 7: PL 16, 190).

Como cordero frágil y candoroso ofrecido en don a Dios, Inés dio el testimonio supremo de Cristo con el holocausto cruento de su vida joven. El rito antiguo que incluye en este día la bendición de dos corderos cuya lana se emplea en la confección de los palios arzobispales, perpetúa el recuerdo de este ejemplo de valor invencible y pureza integra.

3. La imagen de esta niña heroica nos lleva espontáneamente con el pensamiento a las palabras de Jesús en él Evangelio: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo" (Mt 11, 25-26). "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra", en estas palabras solemnes se siente como el paso de un estremecimiento de júbilo. Jesús ve a lo lejos, ve a lo largo de los siglos la multitud de hombres y mujeres de toda edad y condición que se adherirán con gozo a su mensaje. E Inés está entre ellos.

Una característica les ensambla: son pequeños, es decir, sencillos, humildes. Y así ha sido desde el principio: "Los pobres son evangelizados" (Lc 7, 22), dijo Jesús a los mensajeros de Juan, y su primer "bienaventurados" lo ha reservado a ellos (Mt 5, 3). Es la gente humilde, rechazada y despreciada la que le entiende y corre tras El. Con esta gente Jesús establece entendimiento inmediato; es gente convencida de no saber ni valer nada, convencida de necesitar ayuda y perdón; por ello, cuando El habla de los misterios del Reino y cuando dice que ha venido a traer el perdón de Dios y la salvación, encuentra en ellos el corazón abierto para comprenderlo.

No así los "sabios" y los "inteligentes"; éstos se han formado su propia visión de Dios y del mundo, y no están dispuestos a cambiarla. Creen saber tocho acerca de Dios, creen poseer la respuesta decisiva y piensan que no tienen nada que aprender; por ello rechazan la "Buena Nueva" que de este mocho aparece extraña y en contraste con los principios de su "Weltanschauung". Es un mensaje que propone ciertos cambios radicales paradójicos que su "buen sentido" no puede aceptar.

Así ocurría en tiempos de Jesús y en los de Santa Inés; así acontece hoy también e incluso hoy de modo particular. Vivimos en una cultura que todo lo somete a análisis crítico, y muchas veces lo hace absolutizando criterios parciales, incapaces por naturaleza de percibir ese mundo de realidades y valores que escapa al control de los sentidos. Cristo no pide al hombre que renuncie a su razón. Y, ¿cómo podría pedírselo si ha sido El quien se la ha dado? Lo que le pide es no ceder ante la sugerencia ya vieja del tentador que sigue deslumbrándolo con la perspectiva engañosa de llegar a ser "como Dios" (cf. Gén 3, 5). Solamente quien acepta los propios límites intelectuales y morales y se reconoce necesitado de salvación, puede abrirse a la fe y en la fe encontrar en Cristo a su Redentor.

4. Un Redentor que le sale al encuentro en actitud de esposo. Tenemos bien presentes las estupendas expresiones del texto de Oseas que acabamos de escuchar: "Seré tu esposo para siempre, y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en misericordias y piedades, y yo seré tu esposo en fidelidad, y tú reconocerás a Yavé" (Os 2, 21-22). Es la anticipación del anuncio de la nueva alianza que Dios se apresta a concertar con su pueblo: un pacto de amor eterno no fundado ya en la fragilidad del hombre, sino en la justicia y fidelidad de Dios.

Son palabras dirigidas a la Iglesia, pero contienen también una verdad para cada alma. Inés las acogió como invitación personal a la entrega sin reservas, Aceptó salir "al desierto" (Os 2, 16) con el esposo divino y siguió caminando con El sin dejarse desviar ni por adulaciones ni por amenazas; puesta la prueba "et aetatem vicit et tyrannum; et titulum castitatis martyrio consecravit". (San Jerónimo, epístola 130 ad Dmetriadem, 5; PL 22, 1109).

5. La opción de Santa Inés es asimismo la vuestra, queridos hijos. También vosotros habéis decidido amar a Cristo con "corazón indiviso" (cf. 1 Cor 7, 54), conscientes de las riquezas de gracia que os reserva esta donación total. Sin embargo, como jóvenes perspicaces que sois, no se os ocultan las dificultades a que os expone esta opción. Sabéis que podrán llegaros contradicciones e incomprensiones, oposiciones y hostilidades incluso, tanto más dolorosas cuanto más subrepticias y engañosas.

Queridísimos: estas perplejidades son muy comprensibles. Pero, ¿no os parece que en las palabras de San Pablo presentadas en la segunda lectura se os da una respuesta capaz de confortar el corazón despavorido y titubeante? "Eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo, el deshecho del mundo, lo que no es nada lo eligió Dios para destruir lo que es, para que nadie pueda gloriarse ante Dios" (1 Cor 1, 27-29).

Es una línea de conducta que Dios no ha desmentido nunca. ¿Acaso no es nueva prueba de ello toda la trayectoria de Inés que hoy estamos recordando? A través de la debilidad e inexperiencia de una jovencilla frágil, Dios se ha mofado de la arrogancia de los potentes de este mundo, presentando un testimonio sorprendente de la fuerza victoriosa de la fe: "magna vis fidei, quae etiam ab illa testimonium invenit aetate" (San Ambrosio, De virginibus I, 2, 7: PL 16,190).

La sugerencia está clara, por tanto; no nos debemos mirar tanto a nosotros mismos cuanto a Dios, y en El debemos encontrar ese "suplemento" de energía que nos falta. ¿Acaso no es ésta la invitación que hemos escuchado de labios de Cristo: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11; 28)? Es El la luz capaz de iluminar las tinieblas en que se debate nuestra inteligencia limitada; El es la fuerza que puede dar vigor a nuestras flacas voluntades; El es el calor capaz de derretir el hielo de nuestros egoísmos y devolver el ardor a nuestros corazones cansados. Siguiendo a Santa Inés, que nos indica el camino, vayamos pues a Cristo para experimentar nosotros también que "su yugo es suave y sucarga ligera" (cf. Mt 11, 50), y nuestro inquieto corazón, haciéndose "manso y humilde" (Mt 11, 29), encontrará finalmente alivio y paz.

SANTA MISA EN EL PONTIFICIO COLEGIO NORTEAMERICANO DE ROMA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Viernes 22 de febrero de 1980

1. "Tú eres el Mesías", respondió Simón Pedro, "el Hijo de Dios , vivo" (Mt 16, 16).

Estas palabras de fe personal y divina inspiración, señalan el comienzo de la misión. de Pedro en la historia del Pueblo de Dios. Estas palabras señalan también el comienzo de una nueva era en la historia de la salvación. Desde el momento en que estas palabras fueron pronunciadas en Cesárea de Filipo, la historia del Pueblo de Dios quedó ligada al hombre que las había pronunciado: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra. edificaré yo mi Iglesia" (Mt 16, 18).

Estás palabras tienen para mí un significado especial. Son expresión de lo que constituye el corazón de mi misión como Sucesor de Pedro al final del siglo XX. Jesucristo es el centro del universo y de la historia. Sólo El es el Redentor de cada ser humano. En la inescrutable providencia de Dios yo he sido elegido para continuar la misión de Pedro y para repetir con similar convicción: "Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Nada en mi ministerio ni en mi vida puede anteponerse a esta misión: proclamar a Cristo a todas las naciones, hablar de su maravillosa bondad, narrar su poder salvador y asegurar a cada hombre o mujer que aquel que crea en Cristo no morirá, sino que tendrá vida eterna (cf. Jn 3, 16).

Mis hermanos e hijos en Cristo: Las palabras de Pedro en Cesárea de Filipo también poseen un significado especial para vosotros. También vuestra vida ha de estar enraizada en Cristo y construida sobre El (cf. Col 2, 7). Pues, a causa de Cristo, gracias a Cristo y por Cristo, vosotros deseáis servir al Pueblo de Dios como sacerdotes. Por tanto, vuestro. conocimiento de Cristo y vuestro amor por El, debe crecer y profundizarse continuamente. Vosotros habréis de ser hombres de sólida fe, que por medio de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas y la oración personal diaria, mantengan una vibrante amistad con Jesús, con Jesús que dijo a sus discípulos: "Ya no os llamo siervos..., sino que os digo amigos" (Jn 15, 15). Y de este modo en todo tiempo y lugar, vuestros primeros pensamientos han de dirigirse a El, que es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

2. La fiesta de la Cátedra de San Pedro coincide, por una feliz casualidad, con la fecha de nacimiento de George Washington, vuestro primer Presidente. En cierto modo estos dos acontecimientos indican el motivo de mi venida hoy aquí. Es deseo mío, como Obispo de Roma, visitar los diversos Colegios de la ciudad; sin embargo, he venido al Colegio Norteamericano en particular, como prolongación de mi reciente visita a los Estados Unidos. Esta tarde vosotros representáis para mí la Iglesia que está en los Estados Unidos: vosotros mis hermanos obispos, y vosotros que constituís la comunidad que está en Roma, conocida como Colegio Norteamericano, en la colina del Janículo y en Vía "dell'Umiltá". En todos vosotros y a través de vosotros saludo una vez más al pueblo de América.

En esta ocasión quisiera hablar de lo que yo considero elementos de extrema importancia en la preparación sacerdotal, y repetir algunos puntos que, respecto a esto, acentué en mi visita a vuestro país.

3. El primer lugar en la vida del seminario ha de ocuparlo la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es el centro de todo estudio teológico. Es el principal instrumento para el desarrollo de la doctrina cristiana y es la fuente perpetua de vida espiritual (cf. Constitución Apostólica Missale Romanum, 3 de abril de 1969). Hablando a los seminaristas de América dije: "La formación intelectual del sacerdote, que es, tan vital para los tiempos en que vivimos, abarca algunas ciencias humanas, así como las diferentes ciencias sagradas. Todas ellas ocupan un lugar importante en vuestra preparación para el sacerdocio. Pero la faceta prioritaria en los seminarios de hoy ha de ser la enseñanza de la Palabra de Dios en toda su pureza y su integridad, con todo lo que ella exige y en todo su poder" (Discurso en el seminario de San Carlos, Filadelfia; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de Octubre de 1979, pág. 9).

Albergo la esperanza de que en vuestra reverencia por la Palabra de Dios seréis como María; como María, cuya respuesta a la Palabra de Dios fuel "Fiat": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38); como María, "que creyó que se cumpliría lo que se le había dicho de parte del Señor" (Lc 1, 45); como María, que atesoraba aquellas cosas que se decían de su Hijo y las meditaba en su corazón (cf. Lc 2, 19). Que vosotros atesoréis la Palabra de Dios siempre y la meditéis cada día en vuestro corazón, para que vuestra vida entera se convierta en una proclamación de Cristo, la Palabra hecha carne (cf. Jn 1, 14).

4. La proclamación de la Palabra de Dios alcanza su culmen en la celebración de la Eucaristía: Ciertamente todos vuestros esfuerzos personales y todas las actividades de la comunidad del seminario, están ligados al Sacrificio Eucarístico y dirigidos hacia él: "Y es que en la Santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo" (Presbyterorum ordinis, 5), Por tanto os exhorto vivamente a hacer de la Misa el centro real de vuestra vida cada día, y os recomiendo que dediquéis regularmente un tiempo a la plegaria ante el Santísimo Sacramento adorando a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

5. Igualmente la vida del seminario ha de caracterizarse por una atmósfera de recogimiento, que os permita a cada uno de vosotros adquirir hábitos duraderos de estudio y oración, y desarrollar interiormente las actitudes de abnegación, generosidad y obediencia alegre; actitudes que tan necesarias son en un sacerdote. Pues un sacerdote está llamado verdaderamente a revestir de Cristo su corazón y su mente (cf. Flp 2, 5), a imitar al Hijo que "aprendió por sus padecimientos la obediencia" (Heb 5, 8), y a decir con Jesús: "no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Jn 5; 30). Una sólida disciplina en el seminario, cuando se pone en práctica de un modo adecuado, crea esa atmósfera de recogimiento que os ayuda a prepararos para una vida de conversión continua y servicio generoso. De modo particular os ayudará, como ya dije en Filadelfia, "a ratificar día a día en vuestros corazones la obediencia que debéis a Cristo y a su Iglesia"

6. Hoy hace diez años que mi amado predecesor Pablo VI visitó el Colegio Norteamericano. En aquella ocasión habló del valor especial de la formación sacerdotal en Roma. "Vuestra estancia aquí en Roma", dijo, "no es accidental ni carece de importancia. No se trata de una pura coincidencia... Se trata de algo premeditado con vistas vuestra formación espiritual, vuestra preparición para el ministerio sacerdotal, para un servicio futuro a la Iglesia y a vuestros conciudadanos".

Si alguna vez os preguntáis por que los obispos americanos han construido y mantenido este Colegio en Roma, o por qué los fieles católicos de los Estados Unidos han prestado ayuda financiera y se han sacrificado ellos mismos a lo largo de más de un siglo para proporcionaros a vosotros y a otros muchos la oportunidad de prepararos pan el sacerdocio en Roma, la respuesta se halla en las palabras de Pedro en Cesárea de Filipo; está ligada al misterio de la misión de Pedro en la Iglesia universal. La universalidad y la rica diversidad de la Iglesia se aprecia aquí es Roma más claramente que en ningún otro lugar. Aquí la tradición apostólica de la Iglesia como una realidad viva y no solamente como una reliquia del pasado se convierte en algo consciente en vuestra visión de fe. Y aquí en Roma os encontráis con el Sucesor d Pedro, que se esfuerza por testimoniar la fidelidad a Cristo confirmando a todos sus hermanos en la fe.

7. Quisiera aprovechar esta ocasión también para dirigir un especial salud al cardenal Baum, que recientemente ha llegado a Roma para hacerse cargo de la gravosa tarea de dirigir la Sagrada Congregación para la Educación Católica. Entre sus diversas responsabilidades estará la de promover un auténtico resurgir de la vida de los seminarios en Roma y en todo el mundo. Ninguna otra responsabilidad suya es más importante que ésta. Esta misma convicción mía reflejan las siguientes palabras que escribí a los obispos de la Iglesia en mi Carta del Jueves Santo el año pasado: "La plena revitalización de la vida de los seminarios en toda la Iglesia será la mejor prueba de la efectiva renovación, hacia la cual el Concilio ha orientado a la Iglesia".

8. Queridos hermanos e hijos en Cristo, vosotros ocupáis un lugar especial en mis pensamientos y oraciones y os miro con confianza, pues veo vuestra juventud y vuestra sinceridad, vuestra fortaleza y vuestro deseo de servir. Veo vuestra alegría y vuestro amor a Cristo y a su pueblo. Todo esto me confiere la esperanza de que la auténtica renovación de la Iglesia, comenzada por el Concilio Vaticano II, será efectivamente llevada a su término. Sí, vuestras vidas constituyen una gran promesa para el futuro de la Iglesia, para el futuro de la evangelización del mundo con tal que vosotros permanezcáis fieles: fieles a la Palabra de Dios, fieles a la Eucaristía, fieles a la oración y el estudio, y fieles al Señor, que ha comenzado en vosotros la obra buena, y que la llevará a término (cf. Flp 1, 6).

Queridos hermanos e hijos: Alabemos juntos su nombre y proclamemos de palabra y con obras, hoy y siempre, que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

SOLEMNE CONCELEBRACIÓN LITÚRGICA DE RITO BIZANTINO-UCRANIO
PARA LA APERTURA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS UCRANIOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Lunes 24 de marzo de 1980

Con gran alegría en esta acción santísima e íntima comunión con Cristo —que en la Eucaristía, es decir, en el Sacramento "por el cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia" (Unitatis redintegratio, 2), se hace vínculo de la unidad en la caridad— os dirijo el más afectuoso saludo a todos vosotros que, con nuestro venerado hermano, el cardenal Josyf Slipyj, arzobispo mayor de Lwów, habéis venido de diversas partes del mundo, por donde se encuentran. dispersos vuestros fieles, para. la celebración de este Sínodo.

Vuestra procedencia originaria no puede menos de evocar en mi espíritu la particular cercanía de vuestro glorioso pueblo con mi pueblo de origen. ¿Cómo no congratularme, pues, con vosotros por el hecho de que, en unión de vuestros fieles, habéis sido hallados dignos de "padecer ultrajes por el nombre de Jesús" " (cf. Act 5, 41) precisamente por vuestra fidelidad a Jesucristo, a Iglesia y a esta Sede de Pedro?

1. Y precisamente a esta Sede de Pedro habéis dirigido el espíritu y el corazón, llenos de confianza, al ser convocados para este vuestro Sínodo, que he querido celebrar con vosotros. Podéis estar seguros de que el humilde Sucesor de Pedro, en toda ocasión, como en este encuentro fraterno de alegría, sólo tiene un deseo: el ser, como ha dicho el Vaticano II, "principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los obispos como de la multitud de los fieles" (Lumen gentium, 23). Mi afán más sagrado corresponde a lo que la Lumen gentium afirma que es la función de la Cátedra de Pedro: "que preside la asamblea universal de la caridad, protege las diferencias legítimas, y simultáneamente vela para que las divergencias sirvan a la unidad en vez de dañarla" (núm. 13).

Esta unidad, testamento de amor y supremo deseo de Cristo en su gran oración sacerdotal (cf. Jn 17, 11. 21. 23), constituye ciertamente el anhelo más profundo de nuestros espíritus, si nos detenemos a considerar el misterio de la Iglesia en el mundo. Se trata de un anhelo que, si es profundo sufrimiento al contemplar la división de la veste inconsútil del Cuerpo de Cristo, se convierte a la vez en oración incesante que se une a la invocación de Cristo por la unidad, como también en acción prudente y animosa para que, dentro del pleno respeto a la libertad opcional de cada uno de los hombres, se pueda restaurar en la Iglesia la "unidad del espíritu en el vínculo de la paz", como conviene a los que están llamados a la gran esperanza única que es Cristo Jesús.

Es la unidad que manifiesta el misterio de esa vida por la que todos nosotros somos en Cristo "un cuerpo y un espíritu", en la realidad del "sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está, sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 4-6). La múltiple diversidad de los ministerios, expresada también por la pluralidad de los dones, se orienta '"para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fe" (ib., 13).

Este alcanzar forma parte de nuestro humilde servicio. Como Pastores de la grey de Dios, todos estamos comprometidos en hacer cuanto dependa de nosotros para que la caridad realice en Cristo la unidad de su Iglesia. Es el gran ideal que debe mantenernos vigilantes, atentos, ingeniosos, valientes, para que se realice lo que Jesús, Pastor Supremo, imploró "para que todos sean uno". ¿A qué otra cosa mira, fundamentalmente, nuestro Sínodo?

2. El "mysterium fidei" que celebramos en torno al altar, manifiesta y realiza de manera totalmente especial esta unidad que imploramos con Cristo y por la que trabajamos.

Ciertamente "la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el Sacramento del pan eucarístico" (Lumen gentium, 3; cf. también 11). Esta admirable unidad no se manifiesta solamente en el vínculo material que une estrechamente a los fieles en la única mesa, sino en la comunión profunda con Cristo "nuestra Pascua" (1 Cor 5, 7). Jesucristo, Redentor del hombre, es el principio de la unidad nueva de todos los hombres. "Por su sangre, nosotros, que estábamos lejos, hemos podido acercarnos en Cristo Jesús" (cf. Ef 2, 13). Y :precisamente el "memorial" por excelencia del Señor, la Eucaristía, es el que actualiza el misterio de gracia, sigilado fundamentalmente cuando Cristo ofreció en la cruz la reconciliación ya sellada en la. última Cena.

El, que es "nuestra paz", cuando en la muerte "se entregaba el cuerpo" ofrecido en la cena a los discípulos, ratificaba la unidad, que están llamados a tener en El todos los hombres. Entonces cae el muro de división que había creado el pecado, desaparece la enemistad, se restablece la paz y la reconciliación, queda constituido "un solo hombre nuevo" (cf. Ef 2, 14-16). El misterio del cuerpo inmolado y de la sangre derramada" para la edificación de la unidad, vive aquí en la Eucaristía, Aquí se consuma la "nueva y eterna alianza" que renueva y afianza más nuestra unión con El. Aquí esta unión se convierte en perenne "transfusión" de vida,que realiza el mayor ideal cristiano, el de vivir por Dios: "el que me come vivirá por mí" (Jn 6, 57).

Y vivir por Cristo, es vivir pos Dios; es tender a la gloria del Padre: es realizar con el Padre la perenne comunión orante que secunda la moción íntima del Espíritu que eleva a El (cf. Rom 8, 15; Gál 4, 6); es hacer de la voluntad, del Padre nuestra comida, en el cumplimiento fiel de la obra que El nos ha encomendado (cf. Jn 4, 34); es ser perfectos como es perfecto el Padre en el don del amor misericordioso y generoso a todos los hermanos (cf. Mt 5, 43-48). Así la vida divina, a través de la Eucaristía y por medio de la Eucaristía, "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" (Lumen gentium, 11), alcanza en el hombre la plenitud. La plenitud de la comunión con el Padre en el Espíritu por medio de Cristo sacerdote y víctima, pan de vida, plenitud que se difunde en donación de caridad, comunión de gracia, realidad de "comunicación" entre los hermanos.

La verdadera profunda unidad entre los hombres nace de la Eucaristía de modo privilegiado. En ella nuestro Salvador ofrece a la Iglesia, su Esposa, "el memorial de su muerte y resurrección como sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad", según las conocidas palabras de San Agustín, que ha hecho propias la Sacrosanctum Concilium (núm. 47). En la Eucaristía, en la experiencia más viva de Cristo, que "nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio" (Ef 5, 2), nosotros aprendemos a "caminar en el amor" (ib.), o mejor, nos hacemos profundamente idóneos para la vida de Cristo que se convierte en vida nuestra, para imitar a Dios como "hijos amados" (ib., 1). Al participar en la Eucaristía "comiendo del único pan y bebiendo del único cáliz" (cf. 1 Cor 10, 17) realizamos en Cristo la comunión que nos permite ser "un solo corazón y una sola alma" (cf. Act 4, 32) y estar disponibles para amar como Cristo ha amado (cf. Jn 13, 34), incluso a estar dispuestos para sufrir y dar la vida por los hermanos (cf. Jn 15, 13).

Si atendemos a la historia de vuestra Iglesia, historia que para algunos de vosotros ha sido realidad vivida, podemos decir con seguridad que la fuerza de la fe, que se hace amor y donación por los hermanos hasta el martirio, es una experiencia que nace de la Eucaristía. En ella ha encontrado vuestra Iglesia la fuente del heroísmo; por ella vuestro amor se ha manifestado en la "confessio" que ha afianzado la unidad de los Pastores y de los fieles.

3. "Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan" (1 Cor 10, 17). Esta unidad estupenda se realiza de manera especialmente notable en esta celebración que inaugura la asamblea de gracia y de amor que es el Sínodo de vuestra Iglesia.

Vosotros estáis aquí unidos con Pedro, "movidos por la comunión de fraterna caridad y por el celo de la misión universal confiada a los Apóstoles" (Christus Dominus, 36). Y de esta Eucaristía, que estamos celebrando, sacamos el espíritu necesario que, mientras nos une en Cristo a Dios en el único amor del Espíritu Santo, dilata a la vez nuestro corazón a la sensibilidad profunda y auténtica del interés, de la solicitud, de la donación en la caridad apostólica.

El deseo profundo de que el Sínodo se celebrase ad Petri cathedram no tiene otra finalidad sino la de poner de relieve "la unidad que hemos recibido de los Apóstoles: la unidad colegial". Ahora bien, como he subrayado en la Carta que he dirigido a todos los obispos en el primer domingo de Cuaresma de este año sobre el misterio y el culto de la Eucaristía, "esta unidad ha nacido, en cierto sentido, en la mesa del Pan del Señor, el jueves Santo" (p. III). Porque fue en el Cenáculo donde los Apóstoles, en la mesa del Señor; recibieron el mandato que con la celebración de la Eucaristía asegura la "consumación" de la vida de comunión con Dios y con los hermanos, estableciendo la unidad de la que vive la Iglesia y de la que debe ser signo y sacramento en el mundo. Así también fue en el Cenáculo; precisamente en el banquete de la cena eucarística, donde Jesús oró por la unidad de los "suyos", de esos Apóstoles, de cuya gracia y mandato nosotros llevamos el peso y el honor para la salvación de todo el mundo.

Estos días de gracia, que se inauguran con la celebración común de la Eucaristía, deben convertirse, por lo tanto, en una experiencia particular de unidad, de concordia, de colaboración. Gracias a la Eucaristía, "somos muchos un solo cuerpo", como acabo de decir con palabras de San Pablo. ¡Somos el Cuerpo de Cristo! Unidos a toda la Iglesia del Señor Jesús, con la mirada fija en El, nuestra Cabeza, Maestro y Redentor, y juntamente con el corazón que late con todos nuestros hermanos, especialmente con los fieles de vuestra Iglesia, en nuestra profunda unión debemos dar el testimonio que impulsa al mundo a creer (cf. Jn 17, 21). Pero, ¿qué han de creer? Creer que nosotros tenemos fe en Cristo, creer que estamos dominados por su amor, creer que por encima de toda realidad humana estamos convencidos del primado de Dios y de su acción, creer que amamos realmente a Dios y, por este amor, amamos al mundo y a todos los hombres, por los cuales estamos dispuestos a ofrecer con gozo nuestro ministerio diligente, atento, actualizado, completo, si es necesario incluso hasta la muerte y muerte de cruz.

Esto es lo que brota de nuestro espíritu mientras celebramos el misterio eucarístico, experimentando la gracia al comienzo de nuestro Sínodo. Reunidos en el Cenáculo no nos sentimos aislados de los hermanos por los cuales estamos unidos aquí. Ellos, especialmente en esta celebración eucarística, están con nosotros. Oran con nosotros y por nosotros, con nosotros y por nosotros invocan la plenitud del Espíritu Santo, con nosotros y por nosotros imploran esa unidad de espíritu en el vínculo de la paz, que nos ayude a ver las necesidades de su Iglesia, las urgencias más vivas, y juntamente nos dé la fuerza y la valentía para llevarles la ayuda oportuna. Solamente así este Sínodo, expresión típica de la unidad de la Iglesia, será una primavera del Espíritu Santo para nosotros y para la querida Iglesia ucrania que, por medio de vosotros, está aquí presente. Siglos de historia, de luchas y de martirios, manifestaciones de fe y de ardor evangélico, celo por el anuncio del Evangelio en comunión con la Iglesia universal y con Pedro, están presentes aquí, en esta hora, de modo extraordinario. Que esta presencia espiritual, pero verdadera, profunda, viva, sostenga nuestro trabajo, renovándonos a todos en el espíritu de los Apóstoles para bien de nuestros fieles.

La experiencia del Cenáculo no reflejaría la hora de gracia de la efusión del Espíritu, si no tuviese la gracia y la alegría de la presencia de María. "Con María, la madre de Jesús" (Act 1, 4), se lee en el gran momento de Pentecostés. Y ésta es la hora que nosotros queremos experimentar y renovar. Por esto, con la riquísima tradición mariana de vuestra Iglesia, nos unimos a la Virgen Santísima. Ella, Madre del amor y de la unidad, nos una profundamente para que, como la primera comunidad nacida del Cenáculo, seamos "un solo corazón y una sola alma". Ella, "madre de la unidad", en cuyo seno el Hijo de Dios se unió a la humanidad, inaugurando místicamente la unión esponsalicia del Señor con todos los hombres, nos ayude para ser "uno" y para convertirnos en instrumentos de unidad entre nuestros fieles y entre todos los hombres.

Es la gracia que confío como deseo de lo más profundo del corazón a la Virgen de la Encarnación. La humilde esclava del Señor "interceda ante su Hijo... hasta que todas las familias de los pueblos... lleguen a reunirse felizmente en paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e indivisible Trinidad" (Lumen gentium, 69). A Ella, "ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (ib., 65), os confío a todos vosotros, uno por uno, con vuestras Iglesias y vuestros fieles, para que con su contemplación y con su ayuda, gracias también a este Sínodo, seamos realmente los apóstoles de los tiempos nuevos.


SANTA MISA PARA EL «COETUS INTERNATIONALIS MINISTRANTIUM»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sala Pablo VI
Miércoles 9 de abril de 1980

Queridos amigos:

Me siento feliz de celebrar la Eucaristía rodeado de todos vosotros, niños, jóvenes y adultos. En los distintos países de Europa a que pertenecéis, ejercéis este oficio habitualmente en torno a vuestros sacerdotes o a vuestros obispos que son los sucesores de los Apóstoles. Y esta tarde, en torno al Obispo de Roma, que es el Sucesor de Pedro, el Pastor dado por Cristo al conjunto de sus discípulos.

1. Habéis venido aquí a participar de las alegrías pascuales de la Iglesia, que celebra la resurrección del Señor con los cristianos de todos los países. Pero vosotros lleváis en vosotros mismos esta alegría de Pascua. No sólo creéis en Jesús vivo y habéis recibido su gracia en vosotros, sino que estáis muy especialmente dispuestos a servir a Cristo en el ejercicio de vuestro servicio litúrgico y revivís casi continuamente esta proximidad a que invita y admite a sus discípulos el Señor Jesús, sobre todo en este tiempo pascual saliendo a su encuentro y revelándoles su resurrección.

Lo sabéis, se trata en primer lugar de las mujeres que fueron a la tumba la mañana de Pascua; y a ellas saluda Jesús y las alienta, encargándoles de llevar la nueva a los Apóstoles. Luego María Magdalena, que busca su cuerpo y quisiera retener a Jesús cuando Este la llama por su nombre. Y los discípulos de Emaús, que caminan con El, le piden que se quede con ellos y le reconocen en el partir el pan. Están los Apóstoles y en particular Tomás, a quienes Jesús resucitado muestra sus manos y sus pies, y les confía el Evangelio para el mundo entero. Y luego Pedro y también Santiago.

Están de nuevo los Apóstoles, que le reconocen durante su pesca laboriosa, y Jesús los acoge en el almuerzo a borde del lago. Están los quinientos discípulos a los que se aparece, como narra San Pablo, el convertido.

Jesús les ha hecho entrar a unos y otros en la plenitud de la fe, hasta el punto de que llegaron a decir como Tomás: "Señor mío y Dios mío". Les ha preparado a vivir continuamente en su presencia invisible en paz y alegría. Les ha dado su Espíritu. Les ha hecho testigos suyos a los ojos de los demás. En una palabra, les ha introducido en su vida íntima y gloriosa.

El mismo Jesús elevado al cielo está presente hoy y actúa en los sacramentos de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía. Y vosotros, vinculados al servicio litúrgico del altar, tenéis el honor y la felicidad de acercaros íntimamente a este Cristo.

2. Claro está que la liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia. Hay una parte muy grande de anuncio, catequesis y predicación para despertar la fe, alimentarla y educarla. Y vosotros mismos os beneficiáis de esto. En ella está la oración personal en la que cada uno debe hablar al Señor en lo secreto o con sus amigos. Están todas las obras de apostolado y caridad: el amor es la señal en que se reconoce a los discípulos de Cristo. Pero la liturgia es la cúspide a donde tiende toda la acción de la Iglesia, y la fuente de donde nace toda su fuerza (cf. Sacrosanctum Concilium, 9-10).

En ella se anuda la Alianza con Dios, se santifica el pueblo, se da gloria a Dios, se estrechan los vínculos con la Iglesia y se robustece su caridad. Durante el gran Concilio Vaticano II y después de él, la Iglesia ha querido restaurar la liturgia a fin de que exprese con más claridad estas realidades santas y el pueblo cristiano llegue a tomar parte en ella a través de una celebración plena, activa y comunitaria (cf. ib., 21). Es necesario que dentro de su sencillez esta celebración sea siempre bella y digna, y guíe a los participantes a entrar en la acción santa de Jesús que nos hace escuchar su palabra, se ofrece en sacrificio y nos une a su Cuerpo.

Yo mismo, con ocasión del Jueves Santo, acabo de escribir una Carta a todos los obispos y, por su medio, a todos los sacerdotes, sobre el significado de la Eucaristía y el modo de celebrarla.

Por tanto, al lado del sacerdote que es el único que actúa en nombre de Cristo, vosotros ejercéis una función encaminada a realzar la grandeza del misterio eucarístico. Escuchad lo que han dicho los obispos reunidos en Concilio: "En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas. Los monaguillos —es cabalmente vuestro papel de "ministrantes"—, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la "schola cantorum" desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por tanto, su oficio con la sincera piedad y el orden que convienen a tan gran ministerio y les exige con razón el Pueblo de Dios" (ib., 28-29).

Y yo añadí recientemente en mi Carta: "Las posibilidades creadas actualmente por la renovación postconciliar son a menudo utilizadas de manera que nos hacen testigos y partícipes de la auténtica celebración de la Palabra de Dios. Aumenta también el número de personas que toman parte activa en esta celebración" (núm. 10).

Esto vale también para los muchachos que son "servidores", "ministrantes" —o como se dice según los países "chierichetti", "enfants de choeur", "grands cleres", "messdiener"— que acompañan al sacerdote en el altar, oran muy cerca de él, le presentan todo lo necesario para el santo sacrificio, en una palabra, ejercen casi función de acólitos aun sin haber recibido tal ministerio.

Hay otras funciones que son también necesarias para que la celebración sea digna. Pienso en la función de "lectores", por lo menos para los mayores; la de "cantores", dentro de las "scholae cantorum" para niños, jóvenes y adultos. Esta responsabilidad ha llegado a ser algo que concierne realmente a toda la comunidad y, por tanto, a los laicos hombres y mujeres; si se desempeña bien, toda la celebración resulta más significativa y fervorosa. Podríamos citar también, por ejemplo, a los que tornan parte en la procesión de las ofrendas; estas ofrendas simbolizan todo lo que la asamblea eucarística aporta de sí misma en ofrecimiento a Dios y ofrece en espíritu, y entre éstas el pan y el vino que se transformarán en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Pero todo esto hay que prepararlo, queridos amigos. Tenéis que comprender la liturgia y, lo que es más, uniros a Cristo y a la Iglesia de distintas maneras. Esta es la tarea educativa de vuestros equipos de reflexión y apostolado. En particular es necesario que quienes están encargados de leer o cantar los textos bíblicos, conozcan bien el significado de esta Palabra de Dios, se detengan a meditarla, aprendan a proclamarla con respeto y claridad, para que se oiga bien, se comprenda y sirva de edificación a todos.

Al decir esto insisto mucho en que los, sacerdotes y educadores dediquen todo el tiempo y el cuidado debidos a esta preparación.

¡Cómo quisiera ver en todas partes la liturgia restaurada y realizada como la acción sagrada por excelencia, puesto que nos pone en comunicación con Cristo tres veces santo! ¡Cómo quisiera que los fieles participaran activamente con la fe, respeto, devoción, recogimiento y también entusiasmo que convienen! Pues vosotros tenéis la suerte de poder contribuir a ello en gran medida. Ya sé que muchos lo hacéis estupendamente en vuestros países, si bien en ciertos lugares se descuida, por desgracia, este servicio y bajo pretexto de sencillez se cae en celebraciones desvaídas en las que el carácter sagrado y de fiesta está a punto de desaparecer. Por mi parte, en Polonia y en particular en mi diócesis de Cracovia, hice experiencias inolvidables en las que los jóvenes contribuían con una aportación importante a la belleza y vitalidad de la Misa.

3. Volvamos ahora al Evangelio de este día. En cierto modo es la misma trama de cada una de nuestras Misas. Como los discípulos de Emaús, escuchamos al Señor que nos habla del significado de su muerte y resurrección y de lo que espera de nosotros. Y al igual que Jesús, el celebrante os lo explica. Pero esto no basta. En la persona de su ministro el Señor bendice y parte el pan. Y bajo la apariencia de pan vuestros ojos educados a la fe están seguros de reconocerle. Este reconocimiento, esta cercanía de Jesús y, más aún, el hecho de que vosotros mismos después de digna preparación, recibís este Pan de vida que es su Cuerpo, os llenan de un gozo inefable porque amáis al Señor.

Os deseo que esta experiencia que renováis con frecuencia al lado del celebrante, deje huellas persistentes en vuestra vida. Claro está que no estáis dispensados de esforzaros, pues existe el peligro de que os "habituéis" a estos gestos que presenciáis tan de cerca y con tanta frecuencia, y que no reconozcáis suficientemente el amor de vuestro Salvador que se os acerca y os hace señas. Es necesario que tengáis el corazón en vela, es necesario que la oración mantenga en vosotros el deseo de encontraros con El, y es necesario asimismo que compartáis después de la Misa el amor recibido.

Vuestro servicio, queridos amigos, os asocia al sagrado ministerio del sacerdote que celebra la Eucaristía y los otros sacramentos en el nombre mismo de Cristo. Pero, ¿contaréis siempre con los sacerdotes que deseáis y de los que no puede prescindir el Pueblo de Dios? Vosotros sabéis qué necesidad tan grande de vocaciones sacerdotales tienen vuestros países. Dirigiéndome a los muchachos y jóvenes aquí presentes les digo: y tú, ¿no has pensado nunca que a lo mejor te invita el Señor a mayor intimidad con El, a un servicio más alto, a una donación radical precisamente como sacerdote suyo, ministro suyo? ¡Qué gracia sería para ti, para tu familia, para tu parroquia, para las comunidades cristianas que esperan sacerdotes! Está claro que esta gracia no es obligante... "si quieres", decía Jesús. ¡Pero tantos jóvenes tienen —también hoy— el gusto del riesgo! Estoy seguro de que muchos de ellos son capaces de dejarlo todo por seguir a Jesús y continuar su misión. En todo caso, os debéis plantear lealmente la pregunta. El modo en que cumpláis vuestro servicio ahora os prepara a responder a la llamada del Señor.

Al terminar de hablaros expreso mi esperanza de que la comunidad entera os ayude a tener aprecio de vuestras funciones litúrgicas y a cumplirlas lo más perfectamente posible, de modo que cuantos tomen parte en la celebración renueven su fe y caridad en Cristo. Quiero que sepáis que el Papa os ama y cuenta mucho con vosotros. Os bendigo con todo el corazón y os dejo con estas palabras: ¡"Servid al Señor con alegría"!

SANTA MISA PARA UN GRUPO DE NUEVOS DIÁCONOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Salón de los Suizos - Castelgandolfo
Viernes 11 de abril de 1980

Queridos hijos y hermanos en Cristo:

1. En presencia de la comunidad de fieles representada por un grupo de padres, familiares y amigos vuestros, habéis venido aquí a ratificar la oblación de vuestra vida como diáconos de la Iglesia de Dios. Al actuar así estáis llenos de confianza porque sabéis que vuestra vocación y ministerio tienen su apoyo eficiente en el poder de la resurrección de Cristo que la Iglesia está celebrando con gratitud y amor rebosantes de gozo, durante este tiempo santo.

No hay duda de que la Iglesia ha puesto un gran tesoro en vuestras manos al llamaros para que os asociéis de modo especial al Señor Jesús en su culto al Padre y su servicio a la humanidad. Estáis llamados a conformaros más íntimamente a Cristo el Siervo, y de ahora en adelante el ser discípulos suyos se expresará en el ministerio de la Palabra, del altar y de la caridad.

2. Toda vuestra vida debe estar afincada en la Palabra de Dios que estáis llamados a acoger y comunicar en toda su plenitud, tal y como la proclama la Iglesia una, santa, católica y apostólica. En el sacrificio eucarístico —en el que tomáis parte y que será siempre el centro de vuestra vida— el mismo Cristo ofrecerá vuestro ministerio de caridad a su Padre. De ahora en adelante vais a tener relación especial con los pobres, los que sufren, los enfermos, con todos los necesitados. Y recordad siempre que el servicio más grande que podéis prestar al Pueblo de Dios es anunciarles su Evangelio de salvación, dador de vida y ennoblecedor.

3. A fin de equiparos para esta tarea de servicio, la Iglesia ha invocado solemnemente el Espíritu Santo y sus siete dones sobre vosotros. Es El, el Espíritu Santo, quien tiene poder de configuraros cada vez más hondamente con ese Jesús que representáis y que desea prolongar a través de vosotros su contacto salvífico con la humanidad. Que el pueblo pueda ver a Cristo en vosotros; el Maestro debe ser reconocido en el discípulo. Precisamente en el nombre de Jesús sois enviados, y todo lo que hagáis tiene que llevarse a cabo "en nombre de Jesucristo Nazareno" (Act 4, 10).

4. Para tener plena conciencia de vuestra misión de ejercer el ministerio en su santo nombre y a fin de estar unidos a El, debéis orar. Tenéis que levantar el corazón frecuentemente al Señor que os ha llamado por vuestro nombre y os ha confiado una gran responsabilidad. A este respecto, la Liturgia de las Horas será riqueza de vuestra vida y garantía de eficacia de vuestro ministerio de servicio. La oración debe sostener vuestro servicio y, a su vez, el servicio debe llevaros una y otra vez de nuevo a la oración. Estad seguros de que María, Madre del Señor resucitado, os sostendrá en los esfuerzos y estará cerca de vosotros con su amor.

5. Y finalmente, queridos hijos y hermanos, para que vuestro gozo sea completo, recordad las palabras de Jesús, la seguridad que nos ha dado, la promesa maravillosa que nos ha hecho: "...si alguno me sirve, mi Padre le honrará" (Jn 12, 26). Sí, como diáconos que sois, estáis llamados a servir a Cristo en sus miembros y a ser honrados por su Eterno Padre, a quien se debe toda alabanza y acción de gracias en la unidad del Espíritu Santo por siempre jamás. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

MISA PARA LOS FIELES DE KINSHASA
Y ORDENACIÓN DE OCHO NUEVOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 4 de mayo de 1980

Queridos hermanos en Cristo:

En este día tan gozoso, en esta circunstancia solemne me dirijo ante todo a quienes vais a recibir la gracia del Episcopado:

"No os llamo siervos... os digo amigos" (Jn 15, 15). Así les dijo Cristo a sus discípulos y así os lo digo yo a vosotros.

1. Desde hace tiempo, estáis íntimamente asociados a la vida de Cristo. Vuestra fe se ha desarrollado en este suelo africano, en vuestra familia o en vuestra comunidad cristiana y ha producido sus frutos. Habéis seguido luego a Cristo, que os invitaba a consagraros enteramente a su misión. Habéis recibido el sacerdocio ministerial de presbíteros para ser dispensadores de los misterios de Dios. Y os habéis esforzado en ejercerlos con acierto y valentía.

Y he aquí que habéis sido elegidos para "apacentar el rebaño del que el Espíritu Santo os ha hecho guardianes", como dijo San Pablo a los presbíteros de Efeso, para ser obispos que presidan su grey en nombre y en lugar de Dios, caminando al frente de ella. Habéis recibido como también dice San Ignacio de Antioquía, "el ministerio de la comunidad". Por eso, como los Apóstoles, os habéis enriquecido por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo, que hará fecundo vuestro ministerio (cf. oración de la unción de los obispos); habéis sido investidos de la plenitud del sacerdocio, sacramento que imprime en vosotros su carácter sagrado; así, de modo eminente y visible, ocupáis el lugar de Cristo mismo, Doctor, Sacerdote y Pastor (cf. Lumen gentium, 20-21). ¡Dad gracias al Señor!, y cantad: ¡Aleluya!

Es esto un motivo de gozo y un honor para las comunidades donde tenéis vuestros orígenes o que os reciben como Pastores, para Zaire, Burundi, Sudán, Yibuti y también para las comunidades religiosas que os han formado. Habéis sido "escogidos entre los hombres en favor de los hombres e instituidos para las cosas que miran a Dios" (Heb 5, 1). ¡El que las jóvenes Iglesias vean a sus hijos asumir la obra de evangelización y llegar a ser los obispos de sus hermanos, es una señal especialmente elocuente de la madurez y de la autonomía de esas Iglesias! En este día, procuremos también no olvidar los méritos de todos los precursores que han preparado, de lejos o de cerca, estos nuevos responsables y, en especial los sacerdotes y los obispos misioneros. Por ellos también, demos gracias al Señor.

2. Es Cristo resucitado, glorificado por la mano de Dios y puesto por su Padre en posesión del Espíritu Santo prometido (cf. Hch 2, 23); ese Cristo, que contemplamos con especial júbilo en este tiempo pascual; es El, quien actúa en nuestro ministerio. Porque El es el Principio, El es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia (cf. Col 1, 18). En el Espíritu Santo, Cristo prosigue su obra por medio de aquellos a quienes ha constituido Pastores y que no cesan de transmitir ese don espiritual mediante la imposición de las manos. Ellos son "los sarmientos por los que se transmite la simiente apostólica"(cf. Lumen gentium, 20, citando a Tertuliano). Así, se continúa la línea del Episcopado, sin interrupción, desde los orígenes. Vosotros, por tanto, entráis en el Colegio Episcopal que sucede al Colegio de los Apóstoles. Trabajaréis al lado de vuestros mayores, con vuestros mayores. Más de cincuenta zaireños han sido ya agregados al cuerpo de los obispos desde la primera ordenación episcopal en 1956 y los otros países aquí representados están en una situación parecida. Trabajaréis en comunión con vuestros hermanos esparcidos por el universo entero y que forman un todo en Cristo, unidos en torno al Obispo de Roma, sucesor de Pedro. Estaréis tanto más adheridos a esa comunión indispensable cuanto que habéis sido ordenados por aquel a quien el Espíritu Santo ha confiado, como a Pedro, el encargo de presidir la unidad. Sí; dad gracias al Señor. Y cantad: ¡Aleluya!

3. Recibís una gracia muy grande para ejercer una función pastoral exigente. Conocéis los tres aspectos que se designan habitualmente como "el magisterio doctrinal, el sacerdocio del culto sagrado, el ministerio de gobierno" (cf. Lumen gentium, 20). La Constitución conciliar Lumen gentium (núms. 18-27) y el Decreto Christus Dominus (núms. 11-19) siguen siendo la carta de vuestro ministerio, que os convendrá meditar frecuentemente. L

Sois ante todo responsables de la predicación del Evangelio, cuyo libro va a ser impuesto sobre vuestra cabeza durante la oración consagrante y colocado después en vuestras manos. Aquí, en África, se pide ante todo a los hombres de Iglesia: dadnos la Palabra de Dios. Sí; es una cosa maravillosa ver la sed de Evangelio que tienen vuestros compatriotas; ellos saben, ellos presienten que es un mensaje de vida. Por eso, no estaréis solos. Vuestros sacerdotes, vuestros diáconos, vuestros religiosos y religiosas, vuestros catequistas, vuestros laicos son también evangelizadores muy meritorios, cotidianos, tenaces, muy cercanos al pueblo y, a veces, incluso pioneros en los lugares o en los ambientes donde el Evangelio no ha penetrado todavía plenamente. Vuestro papel será el de sostener su celo, armonizar su apostolado, vigilar para que el anuncio, la predicación y la catequesis sean fieles al sentido auténtico del Evangelio y a toda la doctrina, dogmática y ética, que la Iglesia ha desarrollado a lo largo de sus veinte siglos, partiendo del Evangelio. Os convendrá, al trismo tiempo, procurar que ese mensaje llegue realmente a los corazones y transforme las conductas, empleando el lenguaje adecuado a vuestros fieles africanos. Como va a deciros la liturgia, oportuna e importunamente, "predicad vosotros mismos la Palabra de Dios con una gran paciencia y la preocupación de instruir". Vosotros estáis en el primer puesto entre los testigos de la verdad divina y católica.

Recibís la misión de santificar al Pueblo de Dios. En este sentido, sois padres y transmitís la vida de Cristo por medio de los sacramentos que celebráis, o confiáis a vuestros sacerdotes su administración regular, digna y fecunda. Interesaos en preparar a vuestros fieles para estos sacramentos y en animarles a vivir en ellos con perseverancia. Que vuestra oración no deje de acompañar a vuestro pueblo por los caminos de la santidad. Contribuid a preparar, con la gracia del Señor, una Iglesia sin tacha y sin arruga, de la que es símbolo la nueva Jerusalén de que nos habla el Apocalipsis. "la esposa ataviada para su Esposo" (Ap 21, 21.

4. Por último, recibís el gobierno pastoral de una diócesis, o participaréis en ella como obispo auxiliar. Cristo os da autoridad para exhortar, para distribuir los ministerios y los servicios, a medida de las necesidades y capacidad, para vigilar su cumplimiento, traer al redil con misericordia a quienes se han alejado, velar por todo el rebaño y defenderlo, como decía San Pablo (Hch 20, 29-31), suscitar un espíritu cada vez más misionero. Buscad en todo la comunión y la edificación del Cuerpo de Cristo. Con toda razón lleváis sobre vuestra cabeza el emblema de jefe y en la mano el báculo de Pastor. Acordaos que vuestra autoridad, según Jesús, es la de Buen Pastor que conoce a sus ovejas y está atento a cada una de ellas; la de Padre que se impone por su espíritu de amor y dedicación; la de administrador, siempre dispuesto a dar cuentas a su señor; el de "ministro", que está en medio de los suyos "como quien sirve" y dispuesto a dar su vida. La Iglesia ha recomendado siempre al jefe de la comunidad cristiana un cuidado particular por los pobres, los débiles, los que sufren, los marginados de toda clase. Ella os pide que prestéis una ayuda especial a vuestros compañeros de servicio que son los sacerdotes y los diáconos; los cuales son vuestros hermanos, hijos, amigos (cf. Christus Dominus, 16).

La función puntual que os ha confiado, requiere de vosotros, además de la autoridad, la prudencia y sabiduría de los "ancianos"; espíritu de equidad y paz; la fidelidad a la Iglesia, cuyo símbolo es vuestro anillo; una pureza ejemplar de doctrina y de vida. Se trata en definitiva de conducir a los clérigos, religiosos y laicos hacia la santidad de nuestro Señor; se trata de ayudarles a vivir el mandamiento nuevo del amor fraternal, que Jesús nos dejó corno testamento (Jn 13, 24). Por eso, el reciente Concilio recuerda a los obispos el deber primordial de "ser ejemplo de santidad, por su caridad, su humildad y la sencillez de su vida"(cf. ib., 15). San Pedro escribía a los "ancianos'": "Apacentad el rebaño de Dios... según Dios... sirviendo de ejemplo al rebaño" (1 Pe 5. 2-5).

5. Así, proveeréis al bien de las almas, a su salvación. Así, proseguiréis la edificación de la Iglesia, tan bien implantada ya en el corazón de África y especialmente en cada uno de vuestros países. Así, podéis aportar una parte valiosa a la vitalidad de la Iglesia universal. llevando conmigo y con el conjunto de los obispos la solicitud de todas las Iglesias.

Además, formando las conciencias según la ley de Dios y educándolas en orden a las responsabilidades y a la comunión en la Iglesia, contribuiréis a formar ciudadanos honrados y valientes como el país los necesita; enemigos de la corrupción, de la mentira y de la injusticia; artífices de la concordia y del amor fraternal sin frontera, preocupados de un desarrollo armonioso principalmente entre las categorías más pobres. Haciendo esto, ejercéis vuestra misión que es de orden espiritual y moral; misión que os permitirá pronunciaros sobre los aspectos éticos de la sociedad, cada vez que los derechos fundamentales de las personas, las libertades fundamentales y el bien común lo exijan. Todo ello, dentro del respeto a las autoridades civiles, las cuales, en el plano político y en la búsqueda de medios para promover el bien común, tienen sus competencias y sus responsabilidades específicas. Así, prepararéis en profundidad el progreso social, el bienestar y la paz de vuestra querida patria y mereceréis la estima de vuestros conciudadanos. Sois aquí los pioneros del Evangelio y de la Iglesia, y al mismo tiempo los pioneros de la historia de vuestro pueblo.

6. Queridísimos hermanos: ese ideal no debe asustaros. Al contrario, debe animaros y serviros de trampolín de esperanza. Ciertamente, llevamos este tesoro en vasos de arcilla (cf. 2 Cor 4, 7), incluido quien os habla y al que se le reserva el nombre de "Santidad". ¡Hace falta mucha humildad para llevar este nombre! Pero sometiendo humildemente toda vuestra persona a Cristo que os llama a representarle, estáis seguros de su gracia, de su fuerza, de su paz. Como San Pablo, "yo os encomiendo al Señor y a la palabra de su gracia" (Hch 20, 32). ¡Que Dios sea glorificado en vosotros!

7. Y ahora, me dirijo más concretamente a todos cuantos os rodean con su simpatía y sus oraciones. Queridos hermanos y hermanas de Kinshasa, de Zaire, de Burundi, de Sudán, de Yibuti: acoged con gozo a estos nuestros hermanos que van a ser vuestros Padres y Pastores. Tened para ellos el respeto, el afecto, la obediencia que debéis a los ministros de Cristo, que es verdad, vida y camino. Escuchad su testimonio, porque vienen a vosotros como primeros testigos del Evangelio. Su mensaje es el mensaje de Jesucristo. Abrid vuestras almas a las bendiciones de Cristo, a la vida de Cristo que ellos os traen. Seguid los caminos que os tracen, a fin de que vuestra conducta sea digna de los discípulos de Cristo. Rogad por ellos. Con ellos, vais a edificar la Iglesia de África, a desarrollar las comunidades cristianas, en estrecha comunión con la Iglesia universal, cuya savia habéis recibido y continuáis recibiendo, en relación confiada con la Sede de Pedro, principio de unidad; pero con el vigor y las riquezas espirituales y morales que el Evangelio habrá hecho surgir de vuestras almas africanas.

Por Providencia divina este honor ha cabido también a África de lengua francesa, y concretamente a Sudán. En la persona del nuevo obispo auxiliar de Tuba felicito a toda la archidiócesis y a todos los hijos e hijas de la Iglesia que está en esas tierras. Gracia y paz a todos vosotros en Jesucristo, el Hijo de Dios, en Jesucristo Buen Pastor, cuya solicitud pastoral se continúa por el ministerio de los obispos en toda la Iglesia. Esté siempre, ahora y siempre, en vuestros corazones el amor del Salvador.

Y a vosotros, queridos amigos que no compartís la fe cristiana, pero habéis querido acompañar a los católicos en esta celebración litúrgica, yo os doy las gracias y os invito también a que acojáis a los nuevos obispos como jefes religiosos, como defensores del hombre, como artífices de la paz.

Y ahora, preparémonos para el rito de la ordenación. Como el Apóstol Pablo con los ancianos de Efeso, a los que iba a hacer recomendaciones urgentes, nosotros vamos a rezar. ¡Bendito sea el Señor que prolonga así su obra entre nosotros! ¡Que todos los Apóstoles intercedan por nosotros! ¡Que la Virgen María, la Madre del Salvador, la Madre de la Iglesia, la Reina de los Apóstoles, interceda por nosotros! A Ella consagramos estos nuevos servidores de la Iglesia. ¡Demos gracias al Señor, en la fe, la caridad y la esperanza! Amén. Aleluya  .* * *

Antes de terminar esta liturgia solemne, séame permitido dar las gracias de modo muy especial al Presidente de la República del Zaire, a los miembros del Gobierno y al Cuerpo Diplomático, en nombre de la Iglesia del Zaire y en nombre también de la Iglesia universal. La paz y la bendición del Señor sean siempre con vosotros.

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN ACRA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Plaza de la Independencia
Jueves 8 de mayo de 1980

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Hace poco menos de diez años, tuvo lugar aquí, en Acra, el primer encuentro panafricano y malgache de laicos. Aunque no estuve presente, tuve la oportunidad entonces de seguir con particular atención, interés y admiración los momentos más importantes de aquel histórico acontecimiento, como arzobispo de Cracovia y, a la vez, como consultor del Consejo para los Laicos. En efecto, los seglares, hombres y mujeres, que vinieron desde treinta y seis países africanos, estaban diciendo al unísono: "¡Presente!". Estaban diciendo al mundo: "¡Estamos presentes en la comunión de los fieles; estamos presentes en la misión de la Iglesia de Cristo en África!".

2. Diez años más tarde. Dios me ha concedido la oportunidad de venir a Acra, de estar con vosotros hoy, de celebrar la Eucaristía junto con vosotros, de hablaros y, a través de vosotros, dirigir un mensaje a todos los laicos católicos de África. Hoy es el Sucesor de Pedro, el Papa Juan Pablo II, quien dice "¡Presente!". Sí, estoy presente con los seglares de África; vengo como vuestro padre y como Pastor de la Iglesia universal. ¡Estoy aquí como vuestro hermano en la fe! Como un hermano en Cristo quiero deciros cuán cercano estoy de vosotros en la caridad infinita del Señor crucificado y resucitado, y cuánto os amo, ¡cuánto amo a los seglares de África!

Como vuestro Pastor, quiero confirmaros en vuestros esfuerzos por permanecer fieles al Evangelio, y en vuestra misión de llevar a los otros la Buena Nueva de nuestra salvación. Quiero exhortaros a vosotros, los laicos, a renovar la fuerza de vuestro compromiso cristiano a través de la Eucaristía, a reavivar la alegría de ser miembros del Cuerpo de Cristo, a dedicaros una vez más, como cristianos en África, a promover el verdadero e íntegro desarrollo de este gran continente. Junto con vosotros quiero dar gracias al Padre celestial, recordando "la obra de vuestra fe, el trabajo de vuestra caridad y la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 3).

3. Hermanos y hermanas en Cristo: Deseo dirigir mis palabras, mis saludos y mi bendición a los laicos católicos de cada uno de los países africanos. Quiero llegar a ellos más allá de las barreras de la lengua, la geografía y el origen étnico, y confiar a cada uno de vosotros sin distinción a Cristo el Señor. Por eso os pido a cada uno de vosotros que oís mi mensaje de fraterna solidaridad e instrucción pastoral, que lo comuniquéis. Os pido que hagáis pasar mi mensaje de pueblo en pueblo y de casa en casa. Decid a vuestros hermanos y hermanas en la fe que el Papa os ama a todos y os abraza en la paz de Cristo.

4. Este vasto continente de África ha sido dotado por el Creador con muchísimas recursos naturales. En nuestros días hemos podido observar cómo el desarrollo y el uso de estos recursos han servido sobremanera para hacer avanzar el progreso material y social de cada uno de vuestros países. Dando gracias a Dios por los beneficios de este progreso no debemos olvidar, no podemos atrevernos a olvidar, que el mayor recurso y el mayor tesoro que se os ha confiado, a vosotros como a cualquiera, es el don de la fe, el tremendo privilegio de conocer a Cristo Jesús como Señor.

Vosotros que sois laicos en la Iglesia y que poseéis la fe, el mayor de todos los recursos, vosotros poseéis una oportunidad única, una responsabilidad crucial. A través de vuestras vidas, en medio de vuestras actividades cotidianas en el mundo, mostráis el poder que tiene la fe para transformar el mundo y para renovar la familia de los hombres. Aunque vuestra función como laicos es oculta y desconocida, como la levadura o la sal de la tierra de que habla el Evangelio, sin embargo es indispensable para la Iglesia en el cumplimiento de su misión recibida de Cristo. Claramente enseñaron esto los padres del Concilio Vaticano II cuando afirmaron: "La Iglesia no está verdaderamente formada, no vive plenamente„ no es señal perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un pueblo sin la presencia activa de los seglares" (Ad gentes, 21).

5. El papel de los seglares en la misión de la Iglesia abarca dos aspectos: en unión con sus Pastores y asistidos por su orientación, edificáis la comunión de los fieles; en segundo lugar, como ciudadanos responsables impregnáis la sociedad en que vivís con la levadura del Evangelio, en sus dimensiones económicas, sociales, políticas, culturales e intelectuales. Cuando realizáis fielmente estas dos funciones, como ciudadanos de la ciudad terrena y del Reino celestial, entonces se cumplen las palabras de Cristo: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14).

6. Hoy nuestros hermanos y hermanas reciben una nueva vida por el agua y el Espíritu Santo (cf. Jn 3, 3 ss.). Por el bautismo son incorporados a la Iglesia y renacen como hijos de Dios. Reciben la mayor dignidad que le cabe a una persona. Como dijo San Pedro, se convierten en "linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido para pregonar las excelencias de Dios" (1 Pe 2, 9). En el sacramento de la confirmación son incorporados más íntimamente a la Iglesia y dotados por el Espíritu Santo con una fortaleza especial (cf. Lumen gentium, 11). Por medio de estos dos grandes sacramentos Cristo convoca a su pueblo, Cristo convoca a cada uno de los seglares a tomar parte en la responsabilidad de construir la comunión de los fieles.

Como miembros laicos, estáis llamados a tomar parte activa en la vida sacramental y litúrgica de la Iglesia, de un modo especial en el Sacrificio eucarístico. Al mismo tiempo estáis llamados a difundir activamente el Evangelio con la práctica de la caridad y con la colaboración en los esfuerzos catequéticos y misioneros, según los dones que cada uno de vosotros haya recibido (cf. 1 Cor 12, 4 ss.). En toda comunidad cristiana, sea en la "Iglesia doméstica", constituida por la familia, o en la parroquia, colaborando con el sacerdote, o en la diócesis, unidos en torno al obispo, los laicos procuran, como los seguidores de Cristo en el siglo primero, permanecer fieles a las enseñanzas de los Apóstoles, fieles al servicio fraterno, fieles a la oración y a la celebración de la Eucaristía (cf. Act 2, 42).

7. Vuestra vocación cristiana no os aparta de ninguno de vuestros hermanos o hermanas. No os dificulta vuestro compromiso en los asuntos civiles ni os exime de vuestras responsabilidades como ciudadanos. No os separa de la sociedad ni os releva de las dificultades cotidianas de la vida. Más bien vuestro compromiso continuo en las actividades y profesiones seculares, verdaderamente forma parte de vuestra vocación. Pues vosotros estáis llamados a hacer presente y fructífera la Iglesia en las circunstancias ordinarias de la vida: en la vida matrimonial y familiar, en las condiciones diarias de ganaros la vida, en las responsabilidades políticas y cívicas, y en los proyectos culturales, científicos y educativos. Ninguna actividad humana es extraña al Evangelio. Dios quiso toda la creación para ordenarla a su Reino, y Dios ha confiado esta tarea de un modo especial a los laicos.

8. Los laicos de la Iglesia que está en África poseen la misión crucial de abordar los urgentes problemas y desafíos con que se enfrenta este vasto continente. Como seglares cristianos, la Iglesia espera de vosotros que ayudéis a configurar el futuro de cada uno de vuestros países, que contribuyáis a su desarrollo en cada esfera particular. La Iglesia os pide que llevéis la influencia del Evangelio y la presencia de Cristo al interior de cada una de las actividades humanas y que tratéis de construir una sociedad en que la dignidad de cada persona sea respetada y en la que la igualdad, la justicia y la libertad sean defendidas y promovidas.

9. También quisiera resaltar hoy la necesidad de continuar la instrucción y  la catequesis de los laicos. Pues sólo una formación espiritual y doctrinal sería en vuestra identidad cristiana, junto con una preparación cívica y humana adecuada en las actividades seculares, puede hacer posible esta contribución tan deseada de los seglares al futuro de África. En este sentido recordamos la exhortación de San Pablo: "..os rogamos y amonestamos en el Señor Jesús que andéis según lo que de nosotros habéis recibido acerca del modo en que habéis de andar y agradar a Dios, como andáis ya, para adelantar cada vez más" (1 Tes 4, 1). Para alcanzar este objetivo es necesario un gran conocimiento del misterio de Cristo. Es necesario que los laicos penetren en este misterio de Cristo y que sean formados en la Palabra de Dios, que conduce hacia la salvación. El Espíritu Santo impulsa a la Iglesia a seguir este sendero con amorosa tenacidad y perseverancia. Por tanto, quiero apoyar las valiosas iniciativas que, a todos los niveles, han sido ya emprendidas en este campo. Que estos esfuerzos continúen y que los laicos se preparen cada vez mejor para su misión, para que con la santidad de vida se enfrenten con las diferentes necesidades que tienen delante, para que toda la Iglesia que está en África comunique a Cristo de un modo cada vez más efectivo.

10. Hermanos y hermanas míos: La segunda lectura nos ha recordado hoy que Jesucristo "es la piedra viva..." (1 Pe 2; 4). Jesucristo es Aquel en quien está fundado el futuro del mundo, Aquel de quien depende el futuro de cada hombre o mujer. En todo lugar hemos de fijarnos en El. En todo tiempo hemos de construir sobre El. Por eso os repito a vosotros lo que dije al mundo el día de Pascua de este año: "No rechacéis a Cristo, vosotros que construís el mundo humano. No lo rechacéis vosotros, los que, de cualquier manera y en cualquier sector, construís el mundo de hoy y el de mañana: el inundo de la cultura y de la civilización, el mundo de la economía y de la política, el mundo de la ciencia y de la información. Vosotros que construís el mundo de la paz... No rechacéis a Cristo: ¡El es la piedra angular!".

11. Con las palabras del Apóstol Pedro, os invito a "¡allegaros a él, para que también vosotros... como piedras vivas, seáis edificados como casa espiritual!" (1 Pe 2, 4 s.), construyendo la Iglesia en África, haciendo avanzar el Reino de Dios en la tierra.

Con este espíritu rezamos a nuestro Padre celestial:. "Venga a nosotros tu Reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo". Amén.

Queridos hermanos y hermanas de Togo y de Benín:

Gracias por haber venido en un número tan grande y por haber caminado tanto para encontraros con el Vicario de Cristo. A vosotros os invito también a permanecer firmes en la fe, y muy unidos entre vosotros. El Señor es fiel; El no os abandonará si le entregáis vuestra confianza. El os hará fuertes para que deis testimonio de vuestra fe no sólo en la Iglesia, sino en las acciones de vuestra vida cotidiana, en las que hay que elegir incesantemente vivir según la verdad, según la pureza y según la caridad del Evangelio. Continuad instruyéndoos en las verdades de la fe. Y acercaos con alegría a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía con el pensamiento de que es el Señor quien os perdona, quien os alimenta y quien os da su gracia. Este es el signo visible de su presencia invisible. Como decía Jesús resucitado: "Paz a vosotros". "No tengáis miedo". Que el Señor os bendiga.

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

MISA PARA LOS CATEQUISTAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Kumasi, Ghana
Viernes 9 de mayo de 1980

Queridos hermanos y hermanas:

I. Hoy es día de gran alegría, y yo he esperado este día desde hace mucho tiempo. He deseado venir y decir a los catequistas cuánto los amo, cuánto los necesita la Iglesia. Hoy es también día de profundo significado porque Jesús —el Hijo de Dios, el Señor de la historia, el Salvador del mundo— está presente en medio de nosotros. A través de su santo Evangelio nos habla con las palabras que dirigió una vez a sus discípulos: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre..." (Mt 28, 18-20).

2. Este mandato y esta promesa de Jesús inspiraron la evangelización de Ghana y de toda África, orientando la vida de cuantos han colaborado en la causa del Evangelio. De modo particular estas palabras se grabaron en el corazón de numerosos catequistas, el siglo pasado. Y hoy intento manifestar la profunda estima de la Iglesia por estos devotos trabajadores al servicio del Evangelio. Expreso la gratitud de toda la Iglesia católica a los catequistas, que están presentes hoy, a sus predecesores en la fe, a sus colegas catequistas en el continente africano: gratitud por la ayuda prestada para reclutar discípulos de Cristo; por la ayuda que dan al pueblo para creer que Jesucristo es Hijo de Dios; por la ayuda al instruir a sus hermanos y hermanas en su vida y edificar así su Cuerpo, la Iglesia. Esta actividad catequística se ha desplegado con la palabra y con el ejemplo, y la entrega de innumerables catequistas y su adhesión profunda a la persona de Jesucristo son un capítulo de gloria en la historia de esta tierra y de este continente.

3. La Iglesia reconoce en estos catequistas a personas llamadas a ejercitar una particular tarea eclesial, una participación especial en la responsabilidad de hacer avanzar el Evangelio. Ve en ellos a los testigos de la fe, siervos de Jesucristo y de su Iglesia, colaboradores eficaces en la misión de establecer, desarrollar e incrementar la vida de la comunidad cristiana. En la historia de la evangelización muchos de estos catequistas han sido, de hecho, maestros de religión, guías de sus comunidades, celosos misioneros laicos, modelos de fe. Han ayudado fielmente a los misioneros y al clero local, apoyando su ministerio con el cumplimiento de su tarea característica.

Los catequistas han prestado muchos servicios vinculados con la difusión del conocimiento de Cristo, con la fundación de la Iglesia, con la inserción cada vez más profunda de la potencia transformadora y regeneradora del Evangelio en la vida de sus hermanos y hermanas. Han asistido al pueblo en muchas de sus exigencias humanas, contribuyendo al desarrollo y al progreso.

4. En todo esto han hecho conocer explícitamente el nombre y la persona de Jesucristo, su enseñanza, su vida, sus promesas y su Reino. Las comunidades que ellos han ayudado a construir, se basan en los mismos elementos que se encuentran en la Iglesia primitiva: en la enseñanza y la fraternidad de los Apóstoles, en la Eucaristía y en la oración (cf. Act 2, 42). Así, el señorío de Cristo se facilitaba en una comunidad después de otra, de una en otra generación. Mediante su trabajo generoso, el mandamiento de Cristo se cumplió continuamente y su promesa se verificó.

5. La Iglesia no sólo está agradecida por cuanto han realizado los catequistas en el pasado, sino que tiene confianza para el futuro. A pesar de las nuevas circunstancias, de las nuevas exigencias y de los nuevos obstáculos, la importancia de este gran apostolado no ha disminuido, porque siempre será necesario desarrollar una fe inicial y guiar al pueblo a la plenitud de la vida cristiana. Una creciente conciencia de la dignidad e importancia de la tarea del catequista es consecuencia de la insistencia del Concilio Vaticano II sobre el hecho de que toda la Iglesia está implicada en la responsabilidad del Evangelio. Sólo con la colaboración de sus catequistas la Iglesia podrá responder adecuadamente al desafío que he descrito en mi Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo: "En este final del siglo XX, Dios y los acontecimientos, que son otras tantas llamadas de su parte, invitan a la Iglesia a renovar su confianza en la acción catequética como en una tarea absolutamente primordial de su misión. Es invitada a consagrar a la catequesis sus mejores recursos de hombres y energías, sin ahorrar esfuerzos, fatigas y medios materiales para organizarla mejor y formar personal capacitado. En ello no hay un mero cálculo humano, sino una actitud de fe" (Catechesi tradendae, 15).

6. La Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, numerosos obispos y Conferencias Episcopales han valorado fuertemente la importancia de la formación de catequistas, y en esto son dignos del más amplio elogio. El destino de la Iglesia en África está vinculado indudablemente al éxito de esta iniciativa. Por ello deseo animar plenamente este maravilloso trabajo. El futuro de la actividad catequística dependerá de profundos programas de preparación, que comprendan una instrucción cada vez mayor para los catequistas, que den prioridad a su formación espiritual y doctrinal, poniéndolos en disposición de experimentar en alguna medida el sentido auténtico de la comunidad cristiana que están llamados a edificar.

Los subsidios de la catequesis merecen también la debida atención, incluso un eficaz material catequético que tenga presente la necesidad de encarnar el Evangelio en determinadas culturas locales. Por esto, toda la Iglesia debe sentirse interesada para afrontar las dificultades y los problemas inherentes al sostenimiento de los programas catequísticos. De mocho especial, toda la comunidad eclesial debe manifestar su propia estima por la importante vocación del catequista, que debe sentirse apoyado por sus propios hermanos y hermanas.

7. Sobre todo, para asegurar el éxito de toda actividad catequística, es necesario que quede cristalinamente clara la finalidad misma de la catequesis: la catequesis es un trabajo de fe que va más allá de toda técnica; es un compromiso de la Iglesia de Cristo. Su objeto primario y esencial es el misterio de Cristo; su finalidad definitiva es poner a la gente en comunión con Cristo (cf. Catechesi tradendae, 5). A través de la catequesis continúa la actividad de Jesús Maestro; El solicita de sus hermanos la adhesión a su persona, y mediante su palabra y sus sacramentos los guía al Padre y a la plenitud de vida en la Santísima Trinidad.

8. Reunidos aquí hoy para celebrar el Sacrificio eucarístico, expresamos nuestra confianza en la potencia del Espíritu Santo para que continúe haciendo surgir y sosteniendo, para la gloria del Reino de Dios, nuevas generaciones de catequistas, transmisores fieles de la Buena Nueva de salvación y testigos de Cristo y de Cristo crucificado.

9. Hoy la Iglesia ofrece a los catequistas el signo del amor de Cristo, el gran símbolo de la redención: la cruz del Salvador. Para los catequistas de todo tiempo la cruz constituye la credencial de autenticidad y la medida del éxito. El mensaje de la cruz es, realmente, "el poder de Dios" (1Cor 1, 18).

Queridos catequistas, queridos hermanos y hermanas: Al realizar vuestra tarea, al comunicar a Cristo, recordad las palabras de un precursor de la catequesis en el siglo IV, San Cirilo de Jerusalén: "La Iglesia católica está orgullosa de todas las acciones de Cristo, pero su gloria mayor está en la cruz" (Catechesi, 13),

Con esta cruz, con el crucifijo que hoy recibís como señal de vuestra misión en la Iglesia, proseguid confiadamente y llenos de alegría. Y recordad también que María está siempre cercana a Jesús, junto a El, está siempre junto a la cruz. Ella os guiará incólumes a la victoria de la resurrección y os ayudará a comunicar a los otros el misterio pascual de su Hijo.

Queridos catequistas de Ghana y de toda África: Cristo os llama a su servicio; la Iglesia os envía. El Papa os bendice y os encomienda a la Reina del cielo.

Amén

VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

MISA PARA LOS ESTUDIANTES DE COSTA DE MARFIL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Yamusukro, domingo 11 de mayo de 1980

Queridos estudiantes:

1. ¿Cómo agradeceros el que hayáis venido en tan gran número, con tanta alegría y confianza en torno al Padre y jefe de la Iglesia católica? Deseo y pido a Dios que este encuentro resulte una muestra de comunión profunda de nuestros corazones y de nuestras almas, un momento inolvidable para mí y determinante para vosotros.

He podido ya conocer vuestros problemas y vuestras aspiraciones de estudiantes de Costa de Marfil. Me han causado a la vez alegría y emoción. Me dirijo, por tanto, con toda confianza a vosotros jóvenes, plenamente maduros y portadores de grandes esperanzas humanas y cristianas. La liturgia de la Palabra que acaba de realizarse habrá ciertamente contribuido a poner vuestras almas en estado de receptividad. Las tres lecturas constituyen un marco ideal para la obligada meditación que haremos enseguida. La Iglesia, a la que os habéis incorporado por los sacramentos del bautismo y de la confirmación —tendré además el gozo de conferir esta última a muchos de vosotros—, es una Iglesia abierta, desde su fundación, a todos los hombres y a todas las culturas; una Iglesia segura de llegar a un final glorioso a través de las humillaciones y persecuciones que ha sufrido en el transcurso de la historia; una Iglesia misteriosamente animada por el Espíritu de Pentecostés y ansiosa de revelar a los hombres la dignidad inalienable y su vocación de "familiares de Dios", de criaturas habitadas por Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Qué tonificante resulta respirar esta atmósfera de una Iglesia siempre joven y entusiasta!

Vuestros obispos os han dirigido recientemente, no sólo a vosotros, sino también a vuestros padres y a vuestros educadores, una carta que quería advertiros de los peligros que amenazan a la juventud, provocando en sus filas y en las de los adultos, un generoso sobresalto espiritual. Muchos de vosotros sois muy conscientes de las dificultades y necesidades que rodean los ambientes juveniles. Sin generalizar, no tenéis miedo de llamar a las cosas por su nombre e interrogar a vuestros mayores aludiendo a las célebres palabras del Profeta Ezequiel: "Los padres comieron las agraces y los dientes de los hijos sufren la dentera!' (Ez 18, 2).

2. Hoy, por mi parte, yo quisiera convenceros de una verdad muy sencilla, pero capital, que vale para todo hombre y para toda sociedad que sufre física o moralmente, a saber: que la enfermedad no puede curarse si no se tornan los remedios necesarios. Es lo que el Apóstol Santiago quería hacer comprender a los primeros cristianos (cf. Sant 1, 23-26). De nada sirve diagnosticar el mal en el espejo de la conciencia individual y colectiva, si se olvida fácilmente o no se le quiere curar. Cada uno en la sociedad tiene sus responsabilidades sobre esa situación y, por tanto. cada uno está llamado a una conversión personal que es realmente una forma de participar en la evangelización del mundo (cf. Evangelii nunliandi, 21, 41). Pero a vosotros yo os pregunto: ¿No es cierto que si todos los jóvenes consienten en cambiar su propia vida, toda la sociedad cambiará? ¿Por qué esperar más tiempo soluciones ya hechas para los problemas que sufrís? Vuestro dinamismo, vuestra imaginación, vuestra fe son capaces de transportar montañas.

Miremos juntos, con calma y con realismo, los caminos que os conducirán hacia la sociedad que soñáis. Una sociedad construida sobre la verdad, la justicia, la fraternidad, la paz; una sociedad digna del hombre y conforme al designio de Dios. Esos caminos son indiscutiblemente los de vuestra ardiente preparación para vuestras responsabilidades del mañana y los de una verdadera vigilancia espiritual

¡Jóvenes de Costa de Marfil! Encontrad unidos la valentía de vivir. Los hombres que hacen avanzar la historia, tanto al nivel más modesto como al más elevado, son los que siguen convencidos de la vocación del hombre: vocación de buscador, de luchador, de constructor. ¿Cuál es vuestro concepto del hombre? Es una pregunta fundamental, porque la respuesta será determinante para vuestro futuro y el futuro de vuestro país, porque tenéis el deber de hacer fructífera vuestra vida.

3. Tenéis, en efecto, obligaciones para con la comunidad nacional. Las generaciones pasadas os conducen invisiblemente. Son ellas las que os han permitido acceder a los estudios y a una cultura destinada a hacer de vosotros los cuadros dirigentes de una nación joven. El pueblo cuenta con vosotros. Dejadle que os considere como privilegiados. Lo sois realmente, al menos en el plano del reparto de bienes culturales. ¡Cuántos jóvenes de vuestra edad —en vuestro país y en el mundo— realizan su trabajo y contribuyen ya, como obreros o agricultores, a la producción y al éxito económico de su país! Otros, por desgracia, están sin trabajo, sin oficio y, a veces, sin esperanza. Y hay todavía otros que no tienen, ni tendrán, ocasión de acceder a centros escolares de calidad. Hacia todos ellos tenéis un deber de solidaridad. Y ellos tienen frente a vosotros el derecho de ser exigentes. Queridos jóvenes: ¿Queréis ser los pensadores, los técnicos, los responsables que necesitan vuestro país y África? Huid, como de la peste, de la negligencia y de las soluciones facilonas. Sed indulgentes para con los demás y severos con vosotros mismos. ¡Sed hombres!

4. Dejadme todavía subrayar un aspecto muy importante de vuestra preparación humana, intelectual, técnica, para vuestras tareas futuras. Eso también forma parte de vuestros deberes. Conservad bien vuestras raíces africanas. Salvaguardad los valores de vuestra cultura. Los conocéis y os sentís orgullosos de ellos: el respeto a la vida, la solidaridad familiar y la ayuda a los padres, la deferencia para con los ancianos, el sentido de hospitalidad, el juicioso mantenimiento de las tradiciones, el gusto de la fiesta y del símbolo, la utilización del diálogo y la palabra para arreglar las diferencias. Todo esto constituye un verdadero tesoro del que podéis y debéis sacar algo nuevo para la edificación de vuestro país, sobre un modelo original y típicamente africano, hecho de armonía entre los valores de su pasado cultural y las más aceptables prestaciones de la civilización moderna. En este plan preciso, estad muy vigilantes ante los modelos de sociedad que se fundan sobre la búsqueda egoísta del bienestar individual, o el poderoso dinero, o sobre la lucha de clases y los medios violentos. Todo materialismo es una fuente de degradación para el hombre y de servidumbre de la vida en sociedad.

5. Vayamos todavía más lejos en la clara visión del camino que hemos de seguir o tomar. ¿Cuál es vuestro Dios? Sin ignorar, ni mucho menos, las dificultades que las mutaciones socio-culturales de nuestra época causan a todos los creyentes, pero también pensando en todos los que luchan por conservar la fe, yo me atrevo a decir, en pocas palabras y con insistencia: ¡Levantad la cabeza! ¡Mirad con ojos nuevos hacia Jesucristo! Y me permito preguntaros amistosamente: ¿Habéis tenido conocimiento de la carta que escribí el año pasado a todos los cristianos sobre Cristo Redentor?

Siguiendo las huellas de los Papas que me han precedido, y especialmente de Pablo VI, me he esforzado por conjurar la tentación y el error del hombre contemporáneo y de las sociedades modernas de relegar a Dios y acabar con la expresión del sentimiento religioso. La muerte de Dios en el corazón y en la vida de los hombres es la muerte del hombre. Yo escribía en esta Carta: «El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser, inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes— debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo. Debe, por decirlo así, entrar en El con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso, entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla de sí mismo.

¡Qué valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si "ha merecido tener tan gran Redentor", si "Dios ha dado a su Hijo", a fin de que él, el hombre, "no muera, sino que tenga la vida eterna"!» (Redemptor hominis, 10; L'Osserratore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de marzo de 1979, pág. 6).

Sí, queridos jóvenes, Jesucristo no es un secuestrador del  hombre, sino un Salvador. Quiere liberaros, para hacer de todos y cada uno de vosotros salvadores en el mundo estudiantil de hoy, así como en las profesiones y responsabilidades importantes que asumiréis en el futuro.

6. Así, pues, dejad de pensar en silencio o de decir en voz alta que la fe cristiana es solamente buena para los niños y las gentes sencillas. Si aparece todavía así, es porque los adolescentes y los adultos han sido gravemente negligentes al no procurar que su fe aumentase al ritmo de su propio crecimiento humano. La fe no es un vestido bonito para la época infantil. La fe es un don de Dios, una corriente de luz y de fuerza que viene de El y debe esclarecer y dinamizar todos los sectores de la vida, al compás y a medida que ésta va adquiriendo responsabilidades. Decidíos vosotros, decidid a vuestros amigos y a vuestros camaradas estudiantes a poner los medios para una formación religiosa personal, digna de este nombre. Seguid los consejos de los capellanes y colaboradores apostólicos puestos a vuestra disposición. Con ellos tratad de hacer la síntesis entre vuestros conocimientos humanos y vuestra fe, entre vuestra cultura africana y el modernismo, entre vuestro papel de ciudadanos y vuestra vocación cristiana. Celebrad vuestra fe y aprended a rezar unidos. Encontraréis así el sentido de Iglesia que es una comunión en el mismo Señor entre creyentes, que se mezclan diligentes con sus hermanos y hermanas para amarles y servirles a la manera de Cristo. Tenéis una necesidad vital de inserción en las comunidades cristianas, fraternales y dinámicas. Frecuentadlas asiduamente. Animadlas con el soplo de vuestra juventud. Creadlas, si no existen. Así se os quitará la tentación de ir a buscar en otra parte —en grupos esotéricos— lo que el cristianismo os proporciona plenamente.

7. Lógicamente, la profunda formación personal y comunitaria de que acabamos de hablar, os conducirá necesariamente a tareas apostólicas concretas. Muchos de vosotros estáis ya en ese camino y os felicito por ello. Jóvenes de Costa de Marfil, hoy Cristo os hace un llamamiento por medio de su Representante en la tierra. Os llama exactamente como llamó a Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y a los demás Apóstoles. Os llama a edificar su Iglesia, a construir una sociedad nueva. ¡Venid en gran número! Tomad puesto en vuestras comunidades cristianas. Ofreced realmente vuestro tiempo y vuestros talentos, vuestro corazón y vuestra fe para animar las celebraciones litúrgicas, para participar en el inmenso trabajo catequístico con los niños, los adolescentes, los adultos; para insertaros en los numerosos servicios en beneficio de los más pobres, de los analfabetos, de los minusválidos, de los aislados, de los refugiados y de los emigrantes; para animar vuestros Movimientos estudiantiles, para trabajar en las tareas de defensa y promoción de la persona humana. En verdad, la cantera es inmensa y entusiasmante para los jóvenes que se sienten pletóricos de vida.

Me parece totalmente indicado este momento para dirigirme a los jóvenes que van a recibir el sacramento de la confirmación, precisamente para entrar en una nueva etapa de su vida bautismal: la etapa del servicio activo en la inmensa cantera de la evangelización del mundo. La imposición de las manos y la unción del santo crisma quieren significar, real y eficazmente, la venida plena del Espíritu Santo a lo más profundo de vuestra persona., algo así como al cruce de vuestras facultades humanas de inteligencia en busca de verdad y de libertad, en busca de ideal. Vuestra confirmación de hoy es vuestro Pentecostés para la vida. Comprobad la gravedad y la grandeza de este sacramento. ¿Cuál será vuestro estilo de vida en adelante? ¡El de los Apóstoles a la salida del Cenáculo! El de los cristianos de todo tiempo, enérgicamente fieles a la oración, a la intensificación y al testimonio de la fe, a la fracción del pan eucarístico, al servicio del prójimo y sobre todo de los más pobres (cf. Act 2, 42-47). Jóvenes confirmados de hoy o de ayer, avanzad todos por los caminos de la vida como testigos fervientes de Pentecostés, fuente inagotable de juventud y de dinamismo para la Iglesia y para el mundo.

Estad dispuestos para encontrar a veces oposición, desprecio, mofa. Los verdaderos discípulos no van a ser menos que el Maestro. Sus cruces son como la pasión y la cruz de Cristo: fuente misteriosa de fecundidad. Esta paradoja del sufrimiento ofrecido y fecundo se viene verificando desde hace veinte siglos en la historia de la Iglesia.

Dejadme, en fin, aseguraros que estas tareas apostólicas os preparan no solamente para soportar vuestras pesadas responsabilidades futuras, sino además para fundar sólidos hogares, sin los que una nación no puede largo tiempo mantenerse firme; y, lo que es más, hogares cristianos que son otras tantas células de base de la comunidad eclesial. Esas dedicaciones encaminarán a algunos de vosotros hacia la entrega total a Cristo, en el sacerdocio o en la vida religiosa. Las diócesis de Costa de Marfil, como todas las diócesis de África, tienen el derecho de contar con vuestra generosa respuesta al llamamiento que el Señor hace oír ciertamente a muchos de vosotros: "Ven, sígueme".

¿Humo de paja esta celebración? ¿Humo de paja esta meditación? Los textos litúrgicos de este sexto domingo de Pascua nos afirman lo contrario. El Evangelio de Juan nos certifica que el Espíritu Santo habita en los corazones amantes y fieles de los discípulos de Cristo. Su papel es el de refrescarles la memoria de creyentes, iluminarles hasta lo más profundo., ayudarles a responder a los problemas de su tiempo, en la paz y en la esperanza de ese mundo nuevo evocado en la lectura del Apocalipsis.

¡Que este mismo Espíritu Santo nos una a todos y nos consagre a todos al servicio de Dios nuestro Padre y de los hombres nuestros hermanos, por Cristo, en Cristo y con Cristo! Amén.* * *

Después de impartir la bendición apostólica, el papa dijo al Presidente:

Al agradecerle de nuevo su presencia, me felicito con usted por esta gran concentración de las juventudes de Costa de Marfil, y le deseo un porvenir espléndido para el país gracias a esta juventud.

SANTA MISA PARA EL MOVIMIENTO GEN - GENERACIÓN NUEVA-

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Plaza de San Pedro
Domingo 18 de mayo de 1980

Queridísimos jóvenes del Movimiento GEN:

1. Mi cordial bienvenida a todos vosotros. La alegría que brilla en vuestros rostros y que se expresa en vuestros cantos ha creado en torno a esta celebración eucarística un clima de íntima y profunda, comunión, el clima característico de una familia reunida en torno al hogar.

Sí, el "hogar"; un término que tiene un significado grande para vosotros. El pensamiento va espontáneamente al primer "hogar", constituido por los discípulos reunidos en el Cenáculo, "en el piso alto de la casa" (cf. Act 1, 13), después de la Ascensión del Señor. El libro de los Hechos los describe, mientras "perseveraban unánimes en la oración, con María" (cf. ib., ver. 14), esperando la venida del Espíritu Santo, que les había prometido el Maestro. En esa espera, en esa oración, en esa unión fraterna que forman —preparándose a la primera venida y, luego, a través de esa misma venida, viviendo en la caridad—, se realiza en su principio más profundo ese "por un mundo unido", que constituye el lema comprometido de este encuentro vuestro. De esta fusión, que se realizó en el Cenáculo, se podría decir que toma su origen y su fuente toda la espiritualidad de los "focolarinos".

El Movimiento, del que sois una expresión, tiene su centro focal en el amor que el Espíritu Santo difunde en los corazones de los creyentes. El mundo tiene una necesidad inmensa de este amor. Vosotros sois plenamente conscientes de ello: habéis reflexionado largamente sobre las tensiones que se contraponen entre sus individuos, clases sociales, áreas económicas y políticas, grupos que se inspiran en ideologías y fe diversas. En particular, os habéis dado cuenta de las divisiones y contradicciones introducidas en la humanidad por esas ideologías que tienen una base común materialista y que, examinándolas bien, no pueden tener otra perspectiva final que la pavorosa de una destrucción recíproca..

Pero vosotros, queridísimos jóvenes, no os habéis resignado frente a estas realidades. Con el entusiasmo que es propio de vuestra edad, no os habéis rendido al presente, habéis dirigido vuestra mirada al futuro, con la esperanza confiada de poder dejar, a quienes vendrán después de vosotros, un mundo mejor que el que habéis encontrado.

2. ¿Qué es lo que os inspira semejante confianza? ¿De dónde sacáis la valentía para proyectar e intentar la empresa ciclópea de la construcción de un mundo unido? Me parece escuchar la respuesta que prorrumpe de vuestros corazones: "De la Palabra de Jesús. Es El quien nos ha pedido amarnos entre nosotros hasta llegar a ser una sola cosa. Más aún, El ha orado por esto".

Efectivamente, es así: hemos vuelto a escuchar sus palabras en el pasaje evangélico que se acaba de proclamar. Jesús pronunció esas palabras en la última Cena, pocas horas antes de dar comienzo a su pasión. Son palabras en las que se encierra el ansia suprema del corazón del Verbo encarnado. Jesús entrega esta ansia a su Padre, como a Aquel que es el único que puede entender toda su intensidad y su urgencia, y que es el único en disposición de corresponder a ella eficazmente. Jesús pide al Padre el don de la unidad entre todos los que creerán en El: "Que todos sean una sola cosa".

No se trata de una recomendación dirigida directamente a nosotros. Merece la pena subrayarlo. Jesús, que nos conoce hasta el fondo (cf. Jn 2, 24 s.), sabe que no puede confiar particularmente en nosotros para la realización de un proyecto tan radical. Es necesaria una intervención de lo alto que, asumiendo nuestros corazones mezquinos en la corriente de amor que fluye entre las Personas divinas, los haga capaces de superar las barreras del egoísmo y de abrirse al "tú" de los hermanos en una comunión vital, en la que cada uno se pierda como él solo para volverse a encontrar en un "nosotros", que habla con la voz misma de Cristo, Primogénito de la humanidad nueva.

A esto se ha remitido el Concilio Vaticano II cuando, apoyándose en el mismo pasaje escriturístico, ha hablado de "horizontes cerrados a la razón humana", horizontes por los que, sin embargo, parece que el hombre, única criatura en la tierra a la que Dios haya amado por sí misma. "no puede encontrar su propia plenitud sino a través de la entrega sincera de sí" (Gaudium et spes, 24).

Estos "horizontes cerrados" podemos entreverlos y aventurarnos a ellos, si nos abrimos a la gracia de Cristo, que nos eleva a la participación misma de la vida trinitaria: el misterio altísimo de la eterna comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se convierte entonces en el modelo ejemplar y como en la fuente alimentadora de la comunión que debe establecerse entre los hombres: "Como Tú, Padre, estás en mí, y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros uno" (Jn 17, 21).

"En nosotros": la unidad plena no se construye sobre otro fundamento. Por tanto, es necesario que cada uno se comprometa, ante todo, en la búsqueda de una unión cada vez más profunda con Dios, mediante la fe, el diálogo de la oración, la purificación del corazón, si quiere contribuir eficazmente a la construcción de la unidad. Para el creyente la dimensión vertical de la apertura a Dios y de la relación con El es el presupuesto que condiciona todo otro compromiso en la dimensión horizontal de la relación con los hermanos.

3. Sin embargo, esto, como es obvio, no significa que tenga poca importancia el compromiso que tiende a establecer nuevas relaciones de cordialidad sincera con los hermanos. Aún más, la calidad de estas relaciones, según la enseñanza de la Escritura, es criterio de comprobación de la autenticidad de la relación que se dice tener con Dios (cf. 1 Jn 4, 20; 3, 17). El esfuerzo para construir la unidad se presenta como la piedra de toque sobre la que cada uno de los cristianos debe verificar la seriedad de la propia adhesión al Evangelio.

¿Cuál será en concreto la actitud con la que el cristiano deberá disponerse a ir al encuentro de sus semejantes? Deberá ser fundamentalmente una actitud de confianza y de estima. El cristiano debe creer en el hombre, creer "en todo su potencial de grandeza, y además en su necesidad de redención del mal y del pecado que está en él". Esto dije en el mensaje de principio de año para la Jornada mundial de la Paz (cf. núm. 2); y me agrada remachar, en esta circunstancia particularmente significativa, la urgencia de ahondar bien a fondo en nosotros mismos, para llegar a esas zonas en las que —más .allá de las divisiones que comprobamos en nosotros y entre nosotros— podamos descubrir que los dinamismos propios del hombre. lo llevan al encuentro, al respeto recíproco, a la fraternidad y a la paz (cf. ib., núm. 4).

4. Cuando nos colocamos en esta óptica, somos llevados espontáneamente a comprender al otro  y sus razones, a reducir a sus proporciones reales sus eventuales errores, a corregir o a integrar los propios puntos de vista, de acuerdo con los nuevos aspectos de verdad que emergen de la confrontación. En particular, se está en disposición de preservarse de la actitud de aquellos que, en el ardor de la polémica, terminan por desacreditar a quien piensa diversamente, atribuyéndole intenciones deshonestas o métodos incorrectos (cf. ib., núm. 5).

Sólo quien cultiva el respeto sincero por el propio semejante puede abrirse a él en un diálogo fructuoso y constructivo. En ese Mensaje he definido al diálogo como "medio indispensable de la paz" (ib., núm. 8). Efectivamente, lo es, al menos, cuando quien lo practica se esfuerza por atenerse a las reglas propias de él. Mi predecesor, el Papa Pablo VI, las ha descrito admirablemente en su Encíclica Ecclesiam suam: "El diálogo, recordaba él, no es orgulloso, no es mordaz, no es ofensivo. Su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es mandato, no es imposición. Es pacífico; evita los modos violentos; es paciente; es generoso" (núm. 83).

El diálogo: he aquí el camino por el que es posible dar grandes pasos hacia un entendimiento cada vez más profundo y hacia esa unidad que es meta siempre perfectible aquí abajo, porque nunca se la alcanza del todo.

5. Hay, sin embargo, una exigencia perjudicial, que condiciona todo compromiso serio en este sentido: consiste en la disponibilidad a perdonar. El pecado forma parte del bagaje del hombre histórico. No es posible, pues, imaginarse que se puede encontrar al hombre sin encontrar el pecado. Un planteamiento realista del diálogo puede prescindir de contar también con la necesidad de la "reconciliación" entre personas divididas por el pecado. Por esto, Jesús insistió con tanta fuerza en el deber del perdón, hasta hacer de él la condición para poder esperar, a su vez, el perdón de Dios (cf. Mt 6, 12. 14-15; 18, 35).

Y El personalmente nos dio ejemplo, porque en la cruz se encuentran la inocencia absoluta y la malicia más perversa. La oración: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34), nos quita todo posible pretexto para cerrarnos en nosotros mismos y rechazar el perdón.

San Esteban lo había comprendido perfectamente: en la primera lectura de esta liturgia lo hemos visto mientras, al caer bajo los golpes de las piedras, pronunciaba las palabras que resaltan su grandeza moral para siempre: "Señor, no les imputes este pecado" (Act 7, 60).

6. Queridísimos jóvenes, generación nueva que lleva en las manos el mundo del futuro: Vosotros habéis decidido hacer del amor la norma inspiradora de vuestra vida. Por esto, el compromiso por la unidad se ha convertido en vuestro programa. Es un programa eminentemente cristiano. El Papa, pues, se siente muy contento al animaros a proseguir en este camino, cueste lo que cueste. Debéis dar a vuestros coetáneos el testimonio de un entusiasmo generoso y de una constancia inflexible en el compromiso exigido por la voluntad de construir un mundo unido.

Vosotros sabéis dónde encontrar la fuente para sacar las energías necesarias para este camino nada fácil: está en el Corazón de Aquel que es "el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Ap 22, 13). De El se ha dicho que ofrece a cada uno "gratis el agua de la vida" (ib., ver. 17).

Sea, pues, Cristo vuestro punto seguro de referencia, el fundamento de una confianza que no conoce vacilaciones. La invocación apasionada de la Iglesia: "Ven, Señor Jesús", se convierta en el suspiro espontáneo de vuestro corazón, jamás satisfecho del presente, porque tiende siempre al "todavía no" del cumplimiento prometido.

Queridísimos jóvenes: Vuestra vida debe gritar al mundo vuestra fe en Aquel que ha dicho: "He aquí que vengo presto, y conmigo mi recompensa" (Ap 22, 12). Debéis ser la vanguardia del pueblo en camino hacia esos "nuevos cielos" y esa "tierra nueva, en que tiene su morada la justicia" (2 Pe 3, 13). Los hombres que saben mirar al futuro son los que hacen la historia; los otros son arrastrados por ella y terminan por encontrarse al margen de ella, envueltos en una red de ocupaciones, de proyectos, de esperanzas que, al fin de cuentas, se manifiestan engañosos y alienantes. Sólo quien se compromete en el presente, sin dejarse "aprisionar" por él, sino permaneciendo con la mirada del corazón fija en las "cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios" (Col 3, 1), puede orientar la historia hacia su realización.

De tal realización es una anticipación "en el misterio" esta celebración eucarística. Ahora, como en cada una de las Misas, a la invocación de la Iglesia, Esposa de Cristo sometida todavía a las tribulaciones del mundo presente, se une la del Espíritu: "El Espíritu y la Esposa dicen: Ven" (Ap 22, 17). La liturgia de la tierra se armoniza con la del cielo. Y ahora, como en cada una de las Misas, llega a nuestro corazón necesitado de consuelo la respuesta tranquilizadora: "Dice el que testifica estas cosas: Sí, vengo pronto" (ib., ver. 20).

Sostenidos por esta certeza, reanudamos la marcha por los caminos del mundo, sintiéndonos más unidos y solidarios entre nosotros y, al mismo tiempo, llevando en el corazón el deseo que se ha hecho más ardiente de comunicar a los hermanos, envueltos todavía en las sombras de la duda y del desconsuelo, el "gozoso anuncio" de que en el horizonte de su existencia ha surgido "la estrella radiante de la mañana" (Ap 22. 16): el Redentor del hombre, Cristo Señor.

VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS Y LISIEUX

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA CELEBRADA
ANTE LA BASÍLICA DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS

Lisieux, lunes 2 de junio de 1980

Antes de comenzar la ceremonia, el obispo de la diócesis presentó al Papa la bienvenida de la gente de provincias, en especial de Bretaña, y recordó la visita a este lugar del joven sacerdote Wojtyla recién acabada la segunda guerra mundial. Juan Pablo II respondió improvisando estas palabras:

Al terminar mi viaje con esta peregrinación a Lisieux, doy gracias a Dios por haber concedido a la Iglesia a la joven carmelita que llegó a ser patrona de las misiones y de los misioneros, Teresa del Niño Jesús, que vino a ayudarnos a encender de nuevo el fervor misionero por la oración y la acción. Tenemos necesidad todos, quienquiera que seamos, de encontrar nuestro puesto en la Iglesia. Es lo que quería Teresa: que pudiéramos exclamar como ella: Si, he encontrado mi puesto en la Iglesia, y este puesto me lo habéis dado Vos, Dios mío; yo seré el amor. Si Teresa realizó su vocación con fidelidad constante a pesar de sus debilidades, es porque tuvo confianza en la misericordia incansable de Dios. Creemos como ella que el perdón de Dios es más potente que nuestro pecado. Por ello, preparémonos con confianza a celebrar esta Eucaristía reconociéndonos pecadores.* * *

1. Experimento una gran alegría al haber podido venir a Lisieux con ocasión de mi visita a la capital de Francia. Aquí me encuentro como peregrino con todos vosotros, queridos hermanos y hermanas que, desde muchas regiones de Francia, habéis venido también junto a "Teresita", a quien tanto queremos y cuyo camino hacia la santidad está tan estrechamente ligado al carmelo de Lisieux.

Si los estudiosos de la ascética y la mística, y las personas que aman a los santos, acostumbran a llamar a este itinerario de Sor Teresa del Niño Jesús "el caminito", está fuera de toda duda que el Espíritu de Dios que la ha guiado en este camino, lo ha hecho con la misma generosidad con que guió en otro tiempo a su patrona, la "gran Teresa" de Ávila, y con que ha guiado —y continúa guiando— a tantos santos en su Iglesia. ¡Gloria a El por siempre!

La Iglesia se goza en esta maravillosa riqueza de dones espirituales, tan espléndidos y variados, como son todas las obras de Dios en el universo visible e invisible. Cada uno de ellos refleja el misterio interior del hombre y corresponde, a la vez, a las necesidades de los tiempos en la historia de la Iglesia y de la humanidad.

Esto debe decirse de Santa Teresa de Lisieux quien, hasta una época reciente, fue efectivamente nuestra santa "contemporánea". Personalmente así lo veo yo en el marco de mi vida. Pero, ¿continúa siendo la santa "contemporánea"? ¿No ha dejado de serlo para la generación que actualmente está llegando a la madurez en la Iglesia? Habría que preguntárselo a los hombres de esta generación. Permítaseme, en todo caso, decir que los santos no envejecen prácticamente nunca, que los santos no "prescriben" jamás. Continúan siendo los testigos de la juventud de la Iglesia. Nunca se convierten en personajes del pasado, en hombres y mujeres "de ayer". Al contrario: son siempre los hombres y mujeres del "mañana", los hombres del futuro evangélico del hombre y de la Iglesia, los testigos del "mundo futuro".

2. "Los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!" (Rom 8, 14-15).

Sería quizá difícil encontrar palabras más sintéticas, y al mismo tiempo más subyugantes, para caracterizar el carisma particular de Teresa Martin, es decir, lo que constituye el don absolutamente especial de su corazón, y que, a través de su corazón, se ha convertido en un don particular para la Iglesia. El don maravilloso en su sencillez, universal y único al mismo tiempo. De Teresa de Lisieux se puede decir con seguridad que el Espíritu de Dios permitió a su corazón revelar directamente, a los hombres de nuestro tiempo, el misterio fundamental, la realidad del Evangelio: el hecho de haber recibido realmente "el espíritu de adopción por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre! "El caminito" es el itinerario de la "infancia espiritual". Hay en él algo único, un carácter propio de Santa Teresa de Lisieux. En él se encuentra, al mismo tiempo, la confirmación y la renovación de la verdad más fundamental y más universal. ¿Qué verdad hay en el mensaje evangélico más fundamental y más universal que ésta: Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos?

Esta verdad, la más universal de todas, esta realidad, ha sido igualmente "releída" de nuevo con la fe, la esperanza y el amor de Teresa de Lisieux. Ha sido en cierto sentido redescubierta con la experiencia interior de su corazón y por la forma que tomó su vida, sólo los veinticuatro años de su vida. Cuando ella murió aquí, en el carmelo, víctima de la tuberculosis que venía incubando desde mucho antes, era casi una niña. Dejó el recuerdo del niño: de la infancia espiritual. Y toda su espiritualidad confirmó una vez más la verdad de estas palabras del Apóstol: "Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción...". Sí. Teresa fue la niña. La niña que "confiaba" hasta el heroísmo, y por consiguiente, "libre" hasta el heroísmo. Pero justamente porque lo fue hasta el heroísmo, conoció en la soledad el sabor interior y también el precio interior de esta confianza que impide "recaer en el temor"; de esta confianza que, hasta en las más profundas oscuridades y sufrimientos del alma, permite clamar: "¡Abba! ¡Padre!".

Sí, ella conoció este sabor y este precio. Para quien lee atentamente su "Historia de un alma", es evidente que este sabor de la confianza filial proviene, como el perfume de las rosas, del tallo que tiene también espinas. "Pues, si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con El glorificados" (Rom 8, 17). Por esto precisamente, la confianza filial de Teresita, Santa Teresa del Niño Jesús, pero también "de la Santa Faz", es tan "heroica", porque proviene de la ferviente comunión con los sufrimientos de Cristo.

Y cuando veo ante mí a todos estos enfermos, pienso que también ellos, como Teresa de Lisieux, están asociados a la pasión de Cristo y que, gracias a su fe en el amor de Dios, gracias a su propio amor, su ofrenda espiritual obtiene misteriosamente para la Iglesia, para todos los demás miembros del Cuerpo místico de Cristo, un aumento de fuerza. Que no olviden nunca esta bella frase de Santa Teresa: "En el corazón de la Iglesia mi Madre, yo seré el amor". Pido a Dios que conceda a cada uno de estos amigos enfermos, por los que siento un especial afecto, el consuelo y la esperanza.

3. Tener confianza en Dios como Teresa de Lisieux quiere decir seguir el "caminito" por el que nos guía el Espíritu de Dios: El guía siempre hacia la grandeza en la que participan los hijos e hijas de la adopción divina. Siendo niño todavía, un niño de doce años, el Hijo de Dios dijo que su vocación era ocuparse de las cosas de su Padre (cf. Lc 2, 49). Ser niño, hacerse como un niño, quiere decir entrar en el mismo centro de la más grande misión a la que el hombre es llamado por Cristo, una misión que penetra el corazón mismo del hombre. Teresa lo sabía perfectamente. Esta misión tiene su origen en el amor eterno del Padre. El Hijo de Dios como hombre, de una manera visible e "histórica", y el Espíritu Santo, de manera invisible y "carismática", lo realizan en la historia de la humanidad.

Cuando, en el momento de abandonar el mundo, Cristo dice a los Apóstoles: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15), por la fuerza de su misterio pascual, los inserta en la gran corriente de la misión eterna. A partir del momento en que los dejó para ir hacia el Padre, comienza al mismo tiempo a venir "de nuevo en la potencia del Espíritu Santo" que el Padre envía en su nombre. El Concilio Vaticano II ha puesto de relieve esta verdad en la conciencia de nuestra generación más profundamente que todas las otras verdades sobre la Iglesia. Gracias a ello todos nosotros hemos comprendido mejor que la Iglesia está constantemente "en estado de misión", lo cual quiere decir que toda la Iglesia es misionera. También hemos comprendido mejor este misterio particular del corazón de Teresita de Lisieux, la cual, a través de su "caminito", fue llamada a participar en la más elevada misión de manera tan plena y tan fructuosa. Precisamente esta "pequeñez" que tanto amaba, la pequeñez del niño, le abrió generosamente toda la grandeza de la misión divina de la salvación, que es la misión eterna de la Iglesia.

Aquí, en su carmelo, en la clausura del convento de Lisieux, Teresa se sintió especialmente unida a todas las misiones y a los misioneros de la Iglesia en el mundo entero. Se sintió ella misma "misionera", presente por la fuerza y la gracia especial del Espíritu de amor en todos los centros misioneros, cercana a todos los misioneros, hombres y mujeres, en el mundo. La Iglesia la proclamó Patrona de las misiones, como a San Francisco Javier, que viajó de modo incansable por Extremo Oriente: sí, ella, Teresita de Lisieux, encerrada en la clausura carmelitana, aparentemente separada del mundo. Y gracias a ella, Lisieux se ha convertido en un lugar de donde parten los esfuerzos por las misiones extranjeras, y también interiores, en Francia.

Me llena de alegría el poder venir aquí poco después de mi visita al continente africano y, ante esta admirable "misionera", ofrecer al Padre de la verdad y del amor eternos todo lo que, por la fuerza del Hijo y del Espíritu Santo, es ya fruto del trabajo misionero de la Iglesia entre los hombres y los pueblos del continente negro. Querría al mismo tiempo, si puedo hablar así, que Teresa de Lisieux me prestara la mirada perspicaz de su fe, su sencillez y confianza, en una palabra, la "pequeñez" juvenil de su corazón, para proclamar ante toda la Iglesia cuan abundante es la mies, y para pedir como ella, para pedir al Dueño de la mies, que envíe, con mayor generosidad aún, obreros a su mies (cf. Mt 9, 37-38). Que El los envíe a pesar de todos los obstáculos y de todas las dificultades que encuentra en el corazón del hombre, en la historia del hombre.

En África he pensado muchas veces: ¡Qué fe, qué energía espiritual tenían estos misioneros del siglo pasado o de la primera mitad de este siglo, y todos estos institutos misioneros que se fundaron, para marchar sin dudarlo a estos países, desconocidos entonces, con el único fin de dar a conocer el Evangelio, de hacer surgir la Iglesia! Veían en ello con toda razón una obra indispensable para la salvación. Sin su audacia, sin su santidad, no habrían existido jamás las Iglesias locales cuyo centenario hemos celebrado recientemente y que son conducidas ya en su mayoría por obispos africanos. Queridos hermanos y hermanas: ¡No perdamos este impulso!

Me consta que de ninguna manera queréis perderlo. Saludo a los ancianos obispos misioneros que se encuentran entre vosotros, testigos del celo del que hablaba. Francia tiene aún muchos misioneros por todo el mundo, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, y algunos institutos se han abierto a las misiones. Aquí veo a los miembros del capítulo de las Misiones Extranjeras de París, y evoco al beato Teófano Vénard, cuyo martirio en Extremo Oriente fue una luz y una llamada para Teresa. Pienso también en todos los sacerdotes franceses que consagran por lo menos algunos años al servicio de las jóvenes Iglesias en el marco de "Fidei donum". Por otra parte, se comprende mejor hoy la necesidad de un intercambio fraternal entre las jóvenes y las antiguas iglesias, en beneficio de las dos. Sé, por ejemplo, que las Obras Misionales Pontificias, en coordinación con la comisión episcopal de las Misiones en el exterior no intentan suscitar sólo la ayuda material, sino formar el espíritu misionero de los cristianos de Francia, y eso me alegra. Este impulso misionero no puede nacer y dar fruto más que a partir de una gran vitalidad espiritual, de la irradiación de la santidad.

4. "Lo bello existe a fin de que nos sintamos atraídos hacia el trabajo", ha escrito Cyprian Norwid, uno de los más grandes poetas y pensadores que ha producido la tierra polaca, y que la tierra francesa ha acogido y conservado en el cementerio de Montmorency...

Demos gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por los santos. Demos gracias por Santa Teresa de Lisieux. Demos gracias por la belleza profunda, simple y pura que en ella se manifestó a la Iglesia y al mundo. Esta belleza encanta. Y Teresa de Lisieux tiene un don especial para encantar por la belleza de su alma. Aun sabiendo todos nosotros que esta belleza fue difícil y que creció en el sufrimiento, no por eso deja de alegrar con su encanto especial los ojos de nuestras almas.

Nos seduce esta belleza, esta flor de santidad que creció en este suelo; y su encanto estimula constantemente nuestros corazones al trabajo: "Lo bello existe a fin de que nos sintamos atraídos hacia el trabajo". Hacia el trabajo más importante, en el que el hombre aprende a fondo el misterio de su humanidad. Descubre en él mismo lo que significa haber recibido "un espíritu de adopción", radicalmente distinto de "un espíritu de esclavitud", y comienza a clama con todo su ser: "¡Abba! ¡Padre!" (cf. Rom 8, 15).

Por los frutos de este magnífico trabajo interior se construye la Iglesia, el Reino de Dios en la tierra, en su sustancia más profunda y más fundamental, el grito "¡Abba! ¡Padre!", que resuena a lo ancho de todos los continentes de nuestro planeta, torna en su eco a la silenciosa clausura carmelitana, a Lisieux, haciendo siempre vivo el recuerdo de Teresita, quien en su vida breve y oculta pero tan rica, pronunció con una fuerza particular "¡Abba! ¡Padre!". Gracias a ella, la Iglesia entera ha vuelto a encontrar toda la sencillez y toda la lozanía de este grito, que tiene su origen y su fuente en el corazón del mismo Cristo.

ORDENACIÓN SACERDOTAL DE 45 JÓVENES DIÁCONOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Domingo 15 de junio de 1980

1. Carísimos

Es necesario que os encontréis a vosotros mismos. Es necesario que encontréis la grandeza justa del momento que vivís, a la luz de las palabras de Cristo, que habéis escuchado en el Evangelio de hoy.

Cristo dirige su oración al Padre. Ora en alta voz, ante los Doce que El había elegido. Ora en el Cenáculo, el Jueves Santo, después de haber instituido el sacramento de la Nueva y Eterna Alianza. Esta oración se llama comúnmente la "oración sacerdotal". Dice así:

"He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran, y tú me los diste... No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal" (Jn 17, 6. 15).

"Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad" (Jn 17, 17-19).

2.  Los que en este momento vais a recibir la ordenación sacerdotal, escuchad estas palabras, porque se refieren a vosotros. Hablan de vosotros. Brotan directamente del Corazón de Cristo, que se reveló ante sus discípulos como sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza... y se refieren a vosotros. Y hablan de vosotros. Dicen lo que sois —en lo que os vais a convertir—, lo que debéis ser. Escuchad bien estas palabras y grabadlas profundamente en vuestros corazones, porque deben constituir durante toda la vida el fundamento de vuestra identidad sacerdotal.

3.  Por lo tanto, ante todo:

— sois "escogidos del mundo y entregados a Cristo".

Dentro de poco, esto se realizará definitivamente. Seréis "tomados de entre los hombres" (como dice la Carta a los Hebreos 5, 1), "tomados del mundo" y "entregados a Cristo". ¿Por quién? Por el Padre. No por los hombres, aunque "de entre los hombres" y ciertamente también por obra de varios hombres: vuestros padres, vuestros coetáneos, vuestros educadores..., en particular quizá por obra de otros sacerdotes: muchos o sólo alguno, mediante quien se os reveló la Voluntad divina...

Pero, en definitiva, siempre y exclusivamente: por el Padre. El Padre os entrega hoy a Cristo, lo mismo que le entregó aquellos primeros Doce, que estuvieron con El en la hora de la última Cena. Así también a vosotros: "os toma del mundo y os da a Cristo". Esto se va a realizar precisamente dentro de poco en el corazón mismo de la Iglesia, mediante mi servicio sacramental.

4. En la liturgia de la Palabra se ha leído la descripción de la vocación de un Profeta, la llamada de Jeremías, para que podáis recordar una vez más cómo se ha desarrollado vuestra propia llamada, de qué modo se ha revelado Dios a cada uno de vosotros con su gracia, cómo ha llamado a cada uno de vosotros...

El Profeta se defendía, se excusaba, tenía miedo. Quizá muchos de vosotros han experimentado lo mismo. En la vocación presbiteral hay siempre un misterio, frente al que se encuentra el corazón humano, misterio atrayente y al mismo tiempo nada fácil: fascinosum et tremendum. El hombre debe sentir miedo, para que luego se manifieste tanto más la potencia de la llamada, y tanto más límpidamente se ponga de relieve que es el Señor quien llama, y que el llamado actuará no por la propia voluntad ni por la propia fuerza, sino solamente por la voluntad y la fuerza de Dios mismo. "Y ninguno se toma por sí este honor, sino el que es llamado por Dios", como afirma la Carta a los Hebreos (5, 4) en su texto clásico sobre el sacerdocio.

5. Así, pues, es preciso conservar en este momento y durante toda la vida, un sentido profundo de las justas proporciones. Es preciso conservar la humildad: "llevamos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra" (2 Cor 4, 7). Sí. Es necesario conservar la humildad. También es ella la fuente de un celo auténtico. El celo, efectivamente, no es más que la profunda gratitud por el don, que se expresa en toda la vida y en el propio comportamiento. ¡Sed, pues, fervorosos! ¡No os concedáis reposo en el celo! La verdad interior de vuestro sacerdocio ministerial se irradie sobre los otros, en particular sobre los jóvenes, de modo que también ellos sigan vuestras huellas. La Iglesia, mediante aquellos a los que ordena sacerdotes, llama constantemente a nuevos candidatos al camino del ministerio sacerdotal. Vuestra ordenación va acompañada de mi oración y, juntamente, de la de toda la Iglesia por las vocaciones sacerdotales.

6. "No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal... Santifícalos en la verdad" (Jn 17, 15. 17). Sí. Sois "tomados de entre los hombres", "entregados a Cristo" por el Padre, para estar en el mundo, en el corazón de las masas. Sois "instituidos en favor de los hombres" (Heb 5, 1). El sacerdocio es el sacramento, en el que la Iglesia se manifiesta como la sociedad del Pueblo de Dios, es el sacramento "social". Los sacerdotes deben "convocar" a cada una de las comunidades del Pueblo de Dios en torno a sí, pero no para sí. ¡Para Cristo!, "pues no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor; y cuanto a nosotros nos predicamos siervos vuestros por amor de Jesús" (2 Cor 4, 5).

Por esto debéis ser fieles. Debe transparentarse en vosotros el sacerdocio de Cristo mismo. En vosotros debe manifestarse Cristo, Buen Pastor. Debe hablar, mediante vosotros, su voluntad y sólo su voluntad.

Mirad lo que dice también el Apóstol: "Desechando los tapujos vergonzosos, no procediendo con astucia, ni falsificando la Palabra de Dios, manifestamos la verdad y nos recomendamos nosotros mismos a toda humana conciencia ante Dios" (2 Cor 4, 2). Sí. Cada uno de los hombres tendrá derecho de juzgaros por la verdad de vuestras palabras y de vuestras obras, en el nombre de ese "sentido de la fe", que se da a todo el Pueblo de Dios como fruto de la participación en la misión profética de Jesucristo.

7. Y por esto vuelvo una vez más a esas espléndidas palabras de Pablo de la segunda lectura de hoy, y por esto los deseos más cordiales que hoy tengo para vosotros, y que tiene toda la Iglesia conmigo, vuestro Obispo, son éstos: Dios, que mandó que de las tinieblas brillase la luz, brille en vuestros corazones, para hacer resplandecer el conocimiento de la gloria divina que brilla sobre el rostro de Cristo (cf. 2 Cor 4, 6). Este es el primer deseo.

Y el segundo es que vosotros, investidos de este ministerio por la misericordia de que habéis sido objeto, no desfallezcáis (cf. 2 Cor 4, 1).

Cristo está con vosotros. Su Madre es vuestra Madre. Los santos, cuya intercesión invocamos hoy, están con vosotros. La Iglesia está con vosotros. Si vaciláis en algún momento, recordad que en el Cuerpo de Cristo están las potentes fuerzas del Espíritu, capaces de levantar a cada uno de los hombres y sostenerlo en el camino de la vocación. En el camino al que lo ha llamado Dios mismo.

8. Estos son los pensamientos que nacen de la meditación sobre la Palabra de Dios, que nos ofrece la Iglesia en este momento solemne. ¡Y ahora acercaos! Que se realicen en cada uno de vosotros las palabras de la oración sacerdotal de Cristo: las palabras que pronunció en el Cenáculo, en el umbral de su misterio pascual. Que se realicen estas palabras: Padre, "como tú me enviaste al mundo, así yo los envié a ellos al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad" (Jn 17, 18-19). Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA PARA LOS JÓVENES


Plaza de Israel Pinheiro, Belo Horizonte
Martes 1 de julio de 1980

Antes de pronunciar la homilía, Juan Pablo II improvisó estas palabras

Doy las gracias a todos los presentes y a cuantos he encontrado a lo largo del camino hasta llegar aquí. Doy las gracias a todos. Pastores y fieles. Mil gracias. Permítaseme dedicar esta homilía a todos los jóvenes de Brasil. Al volver la mirada a estas montañas, entiendo por qué el nombre de Belo Horizonte; (y dirigiéndose a los jóvenes, añadió) Mirándoos me dan ganas de decir que el "Belo Horizonte" sois vosotros.* * *

Queridos jóvenes y amigos míos:

1. No os sorprenderéis de que el Papa comience esta homilía con una confesión. Yo había leído muchas veces que vuestro país tiene la mitad de su población con menos de veinticinco años de edad. Contemplando desde mi llegada a Brasilia, en todas partes por donde pasaba, una infinidad de rostros jóvenes; pasando, al llegar a esta ciudad, por entre multitudes de gente joven; viéndoos a vosotros, jóvenes, en tan gran número en torno a este altar, confieso que comprendí mejor, a través de esta visión concreta, lo que había aprendido de modo abstracto. Creo que he comprendido mejor también por qué los obispos de Puebla hablan de opción preferencial —no exclusiva, ciertamente, pero sí prioritaria— por los jóvenes.

Esta opción significa que la Iglesia asume el compromiso de anunciar incesantemente a los jóvenes un mensaje de liberación plena. Es el mensaje de salvación que ella recibió de labios del propio Salvador y debe transmitir con toda fidelidad.

2. En esta Misa que tengo la alegría de celebrar en medio de vosotros y por vuestras intenciones, ese mensaje aparece con su contenido esencial en las lecturas que escuchamos.

"Cumple el deber, practica la justicia", exhorta el profeta Isaías, con una fuerza que no se ha agotado a dos mil quinientos años de distancia (Is 56, 1). Y añade: importa, por encima de todo, "permanecer firmes en la Alianza" que Dios selló con el hombre. Es una invitación a la coherencia y a la fidelidad, invitación que afecta muy de cerca a los jóvenes.

En la Carta de San Pablo a los cristianos de Corinto hay una frase enérgica y convincente, como suelen ser las del gran Apóstol: si alguien quiere construir su vida, no debe poner otro fundamento que el que ya está puesto: Cristo Jesús (cf. 1 Cor 3, 10). Sabía bien lo que decía, este Pablo. De adolescente, había perseguido la Iglesia de Cristo. Pero un buen día, en el camino de Damasco, tuvo aquel encuentro inesperado con el mismo Jesús. Y es el testimonio de la propia vida lo que le hace decir: No hay otro fundamento posible. Es urgente colocar a Jesús como base de la existencia.

Y en el Evangelio de San Mateo está la página que nadie lee sin emoción: "¿Quién dicen los hombres que soy yo?", pregunta Jesús a los Apóstoles. Y después que ellos transmiten una serie de opiniones, viene la pregunta de fondo: "Pero para vosotros, ¿quién soy yo?". Todos nosotros conocemos ese momento, en el que no basta hablar de Jesús repitiendo lo que los otros han dicho, sino que hay que decir lo que uno piensa; no basta recoger una opinión, sino que es preciso dar testimonio, sentirse comprometido por el testimonio y después llegar hasta los extremos de las exigencias de ese compromiso. Los mejores amigos, seguidores, apóstoles de Cristo fueron siempre los que percibieron un día dentro de sí la pregunta definitiva, que no tiene vuelta de hoja, ante la cual todas las demás resultan secundarias y derivadas: "Para ti, ¿quién soy yo?". La vida, el destino, la historia presente y futura de un joven, depende de la respuesta nítida y sincera, sin retórica ni subterfugios, que puede dar a esa pregunta. Esa respuesta ha transformado ya la vida de muchos jóvenes.

3. Y de estos mensajes ofrecidos por la Palabra de Dios quisiera yo extraer el mensaje sencillo que os dejo en este encuentro y que me permite sentir la seriedad con que afrontáis vuestra existencia.

La mayor riqueza de este país, inmensamente rico, sois vosotros. El futuro real de este país del futuro se encierra en vuestro presente. Por eso, este país, y con él la Iglesia, os miran con ojos de expectación y de esperanza.

Abiertos a las dimensiones sociales del hombre, no ocultáis vuestra voluntad de transformar radicalmente. las estructuras que os parecen injustas en la sociedad. Decís, con razón, que es imposible ser feliz viendo una multitud de hermanos carentes de las mínimas oportunidades de una existencia humana. Decís también que no está bien que algunos derrochen lo que falta a la mesa de los demás. Y estáis resueltos a construir una sociedad justa, libre y próspera, donde todos y cada uno puedan gozar de los beneficios del progreso.

4. Yo viví en mi juventud esas mismas convicciones. Y las proclamé, siendo joven estudiante, con la voz de la literatura y con la voz del arte. Dios quiso que se acrisolaran en el fuego de una guerra cuya atrocidad no respetó mi hogar. Vi conculcadas de muchas formas esas convicciones. Temí por ellas viéndolas expuestas a la tempestad. Un día decidí confrontarlas con Jesucristo; pensé que era el único que me revelaba su verdadero contenido y valor y las protegía contra no sé qué inevitables desgastes.

Todo eso, esa tremenda y valiosa experiencia me enseñó que la justicia social sólo es verdadera si está basada en los derechos del individuo. Y esos derechos sólo serán realmente reconocidos si se reconoce la dimensión trascendente del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, llamado a ser su hijo y hermano de los otros hombres, destinado a una vida eterna. Negar esa trascendencia es reducir el hombre a instrumento de dominio, cuya suerte está sujeta al egoísmo y a la ambición de otros hombres, o a la omnipotencia del Estado totalitario, erigido en valor supremo.

En el propio proceso interior que me llevó al descubrimiento de Jesucristo y me arrastró irresistiblemente hacia El, percibí algo que mucho más tarde el Concilio Vaticano II expresó claramente. Percibí que "el Evangelio de Cristo anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios, rechaza todas las esclavitudes, que derivan en última instancia del pecado; respeta santamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; advierte sin cesar que todo talento humano debe redundar en servicio de Dios y bien de la humanidad; encomienda, finalmente, a todos a la caridad de todos. Esto corresponde a la ley fundamental de la economía cristiana" (Gaudium et spes, 41).

5. Aprendí que un hombre cristiano deja de ser joven y no será buen cristiano, cuando se deja seducir por doctrinas e ideologías que predican el odio y la violencia. Pues no se construye una sociedad justa sobre la injusticia. No se construye una sociedad que merezca el título de humana, dejando de respetar y, peor todavía, destruyendo la libertad humana, negando a los individuos las libertades más fundamentales.

Participando, como sacerdote, obispo y cardenal, en la vida de innumerables jóvenes en la universidad, en los grupos juveniles, en las excursiones por las montañas, en los círculos de reflexión y oración, aprendí que un joven comienza peligrosamente a envejecer cuando se deja engañar por el principio, fácil y cómodo, de que "el fin justifica los medios"; cuando llega a creer que la única esperanza para mejorar la sociedad está en promover la lucha y el odio entre los grupos sociales, en la utopía de una sociedad sin clases, que se revela muy pronto como creadora de nuevas clases. Me convencí de que sólo el amor aproxima lo que es diferente y realiza la unión en la diversidad. Las palabras de Cristo "Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34), me parecían entonces, por encima de su inigualable profundidad teológica, como germen y principio de la única transformación lo suficientemente radical como para ser apreciada por un joven. Germen y principio de la única revolución que no traiciona al hombre. Sólo el amor verdadero construye.

6. Si el joven que yo fui, llamado a vivir la juventud en un momento crucial de la historia, puede decir algo a los jóvenes que sois vosotros, creo que os diría: ¡No os dejéis instrumentalizar!

Procurad ser bien conscientes de lo que pretendéis y de lo que hacéis. Y veo que eso mismo os dijeron los obispos de América Latina, reunidos en Puebla el año pasado: "Debe formarse en el joven el sentido crítico frente a los contravalores culturales que las diversas ideologías tratan de transmitirle" (Documento de Puebla, núm. 1197), especialmente las ideologías de carácter materialista, para que no sea manipulado por ellas. Y el Concilio Vaticano II dice: "El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano" (Gaudium et spes, 26).

Un gran predecesor mío, el Papa Pío XII, adoptó como lema: "Construir la paz en la justicia". Creo que es un lema y sobre todo un compromiso digno de vosotros, jóvenes brasileños.

7. Me temo que muchos buenos deseos de construir una sociedad justa naufraguen en la falta de autenticidad y se disipen como pompas de jabón porque, les falte el sustento de una seria decisión de austeridad y frugalidad. En otras palabras: es indispensable saber vencer la tentación de la llamada, "sociedad de consumo", de la ambición de tener siempre más, en vez de procurar ser siempre más,  de la ambición de tener siempre más, mientras otros tienen siempre menos. Creo que aquí en la vida de cada joven adquiere fuerza y sentido concretos y actuales la bienaventuranza de la pobreza de espíritu; en el joven rico, para que aprenda que lo que a él le sobra casi siempre les falta a los demás y para que no se retire triste (cf. Mt 19, 22), cuando oiga en el fondo de su conciencia la llamada del Señor para que abandone todo; en el joven que vive la dura contingencia de la incertidumbre respecto al día de mañana y hasta pasa hambre, para que, buscando la legítima mejora de condiciones para sí y para los suyos, sea atraído por la dignidad humana, pero no por la ambición, por la ganancia, por la fascinación de lo superfluo.

Amigos míos: Vosotros sois también responsables de la conservación de los verdaderos valores que siempre honraron al pueblo brasileño. No os dejéis llevar por la exasperación del sexo, que falsea la autenticidad del amor humano y conduce a la disgregación de la familia "¿No sabéis que vuestro cuerpo es un templo y el Espíritu Santo habita en vosotros?", escribe San Pablo en el texto que acabamos de escuchar.

Que las jóvenes procuren encontrar el verdadero feminismo, la auténtica realización de la mujer como persona humana, como parte integrante de la familia y como parte de la sociedad, en una participación consciente, según sus características.

8. Recuerdo, para terminar, las palabras-clave que recogemos de las lecturas de esta Misa:

— cumplir el deber y practicar la justicia;

— no construir sobre otro fundamento que no sea Jesucristo;

— tener una respuesta que dar al Señor, cuando pregunta: "para ti, ¿quién soy yo?".

Este es el mensaje sincero y confiado de un amigo. Me gustaría estrechar las manos de cada uno de vosotros y hablaros a cada uno. De todas formas, valga para cada uno lo que os digo a todos: ¡Jóvenes de Belo Horizonte y de todo Brasil, el Papa os quiere realmente mucho! ¡El Papa no os olvidará jamás! ¡El Papa se lleva de aquí un gran recuerdo de vosotros I

Recibid, queridos amigos, la bendición apostólica que voy a dar al final de la Misa, como señal de mi amistad y confianza en vosotros y en todos los jóvenes de este país.

Antes de pasar a la liturgia eucarística, propiamente, todavía una palabra más: sólo el amor construye, sólo el amor acerca, sólo el amor logra la unión de los hombres en su diversidad.

Hace poco estuve en Francia y, allí los jóvenes con quienes me encontré, en un gesto espontáneo, me pidieron que os trajera a vosotros algunos mensajes de amistad, lo que he hecho con mucho gusto. Que este gesto de darse la mano sirva como estímulo para construir cada vez más la fraternidad humana, cristiana y eclesial en el mundo. ¿A dónde vais? Con vosotros hago esta pregunta, con vosotros, amados jóvenes, voy a ofrecer también todo cuanto de noble hay en vuestros corazones, todo lo que de hermoso vivimos aquí juntos, por el buen éxito del Congreso Eucarístico de Fortaleza, hacia el que voy peregrinando, junto con la Iglesia que está en el Brasil "¿A dónde vais?". Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA Y ORDENACIÓN SACERDOTAL DE DIÁCONOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Estadio de Maracaná
Miércoles 2 de julio de 1980

Venerables hermanos y carísimos hijos:

1. Es solemne esta hora. El Señor está presente aquí, en medio de nosotros. Para darnos seguridad sobre esto, bastaría su promesa: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos" (Mt 18, 20), Y en su nombre estamos reunidos para la ordenación sacerdotal de estos jóvenes que están aquí, delante del altar. Sobre ellos, elegidos de entre la maravillosa y generosa tierra de Brasil con afecto de predilección, Jesús hará descender, dentro de poco, el Espíritu del Padre y el Suyo. Y el Espíritu Santo, marcándolos con su sello a través de la imposición de las manos del obispo, enriqueciéndolos de gracias y poderes particulares, realizará en ellos una misteriosa y real configuración con Cristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y hará de ellos sus ministros para siempre.

Conviene, en este momento del solemne rito, detenernos a meditar. El Evangelio que hemos escuchado y la ceremonia litúrgica que precedió a su lectura son temas capaces de fijar nuestra mente en una contemplación sin fin. Es natural que en este momento de intensa alegría, yo me dirija de modo especial a vosotros, carísimos ordenandos, que sois el motivo de esta celebración. Y lo hago con las palabras del Apóstol Pablo: "Os nostrum patet ad vos... cor nostrum dilatatum est". "Os abrimos nuestra boca... ensanchamos nuestro corazón" (2 Cor 6, 11). Deseo ardientemente ayudaros a comprender la grandeza y el significado del paso que os disponéis a dar. Esta solemne hora tendrá indudablemente un reflejo sobre todas las que vendrán después en el transcurso de vuestra existencia. Deberéis volver muchas veces a recordar este momento a fin de tomar impulso para continuar, con renovado ardor y generosidad, el servicio que hoy sois llamados a ejercer en la Iglesia.

2. "¿Quién soy yo? ¿Qué se exige de mí? ¿Cuál es mi identidad?" Es esta la angustiosa pregunta que más frecuentemente se plantea hoy el sacerdote, ciertamente expuesto a los contraataques de la crisis de transformación que sacude al mundo.

Vosotros, carísimos hijos, no sentís ciertamente la necesidad de haceros esas preguntas. La luz que hoy os invade os da una certeza casi sensible de lo que sois, de aquello para lo que estáis llamados. Pero puede suceder que encontréis mañana a hermanos en el sacerdocio que, en medio de incertidumbres, se pregunten sobre su propia identidad. Puede suceder que, adormecido y distante el primer fervor, lleguéis también vosotros un día a interrogaros. Por eso, yo quisiera proponeros algunas reflexiones sobre la verdadera fisonomía del sacerdote, que sirviesen de poderosa ayuda para vuestra fidelidad sacerdotal.

Ciertamente, no encontraremos nuestra respuesta en las ciencias del comportamiento humano ni en las estadísticas socio-religiosas, pero sí en Cristo y en la fe. Interrogaremos humildemente al Divino Maestro y le preguntaremos quiénes somos, cómo quiere El que seamos, cuál es, ante El, nuestra identidad.

3. Una primera respuesta se nos da inmediatamente: somos llamados. La historia de nuestro sacerdocio comienza por un llamamiento divino, como sucedió a los Apóstoles. Al elegirlos, es manifiesta la intención de Jesús. Es El quien toma la iniciativa. El mismo lo hará notar: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros" (Jn 15, 16). Las sencillas y enternecedoras escenas que nos representan la llamada de cada discípulo revelan la actuación precisa de determinadas preferencias (cf. Lc 6, 13), sobre las cuales es conveniente meditar.

¿A quién elige El? No parece que considere la clase social de sus elegidos (cf. 1 Cor 1, 27), ni que cuente con entusiasmos superficiales (cf. Mt 8, 19-22). Una cosa es cierta: somos llamados por Cristo, por Dios. Lo que quiere decir que somos amados por Cristo, por Dios. ¿Pensamos en esto bastante? En realidad, la vocación al sacerdocio es una señal de predilección por parte de Aquel que, escogiéndoos entre tantos hermanos, os llamó a participar, de un modo totalmente especial, de su amistad: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). Nuestro llamamiento al sacerdocio, al señalar el momento más alto en el uso de nuestra libertad, provocó la grande e irrevocable opción de nuestra vida y, por tanto, la página más bella en la historia de nuestra experiencia humana. ¡Nuestra felicidad consiste en no despreciarla jamás!

4. Con el rito de la sagrada ordenación seréis introducidos, hijos carísimos, en un nuevo género de vida, que os separa de todo y os une a Cristo con un vínculo original, inefable, irreversible. Así, vuestra identidad se enriquece con otra distinción: sois consagrados.

Esa misión del sacerdocio no es un simple título jurídico. No consiste precisamente en un servicio eclesial prestado a la comunidad, delegado por ella y, por tanto, revocable por la misma comunidad o renunciable por libre decisión del "funcionario". Se trata, por el contrario, de una real e íntima transformación por la que pasó vuestro organismo sobrenatural gracias a una "señal" divina, el "carácter", que os habilita para obrar "in persona Christi" (haciendo las veces de Cristo), y por eso os califica en relación a El como instrumentos vivos de su acción.

Comprenderéis ahora cómo el sacerdote se convierte en un "segregatus in Evangelium Dei" (elegido para anunciar el Evangelio de Dios, cf. Rom 1, 1); no pertenece a este mundo, sino que se halla, de ahora en adelante, en un estado de exclusiva propiedad del Señor. El carácter sagrado le afecta de modo tan profundo que orienta integralmente todo su ser y su obrar hacia un destino sacerdotal. De modo que no queda en él ya nada de lo que pueda disponer como si no fuese sacerdote y, menos todavía, como si estuviese en contraste con tal dignidad. Aun cuando realiza acciones que, por su naturaleza son de orden temporal, el sacerdote es siempre ministro de Dios. En él, todo, incluso lo profano, debe convertirse en "sacerdotalizado", como en Jesús, que siempre fue sacerdote, siempre actuó como sacerdote, en todas las manifestaciones de su vida.

Jesús nos identifica de tal modo consigo en el ejercicio de los poderes que nos confirió, que nuestra personalidad es como si desapareciese delante de la suya, ya que es El quien actúa por medio de nosotros. "Por el sacramento del orden —dijo alguien acertadamente—, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a Nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser. Es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la Consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo y en su Sangre" (cf. J. M. Escrivá de Balaguer, Sacerdote para la eternidad, pág. 20. Madrid, 1973). Y podemos añadir: Es el propio Jesús quien, en el sacramento de la penitencia, pronuncia la palabra autorizada y paterna: "Tus pecados te son perdonados" (Mt 9, 2; Lc 5, 20; 7, 48; cf. Jn 20, 23). Y es El quien habla, cuando el sacerdote, ejerciendo su ministerio en nombre y en el espíritu de la Iglesia, anuncia la Palabra de Dios. Es el propio Cristo quien cuida los enfermos, los niños y los pecadores, cuando les envuelve el amor y la solicitud pastoral de los ministros sagrados.

Como veis, nos encontramos aquí en la culminación del sacerdocio de Cristo, del que somos partícipes y que hacía exclamar al autor de la Carta a los Hebreos: "... Grandis sermo et inínterpretabilis ad dicendum", "tenemos mucho que decir, de difícil inteligencia" (Heb 5,11).

La expresión "Sacerdos, alter Christus", "el sacerdote es otro Cristo", acuñada por la intuición del pueblo cristiano, no es un simple modo de hablar, una metáfora, sino una maravillosa, sorprendente y consoladora realidad.

5. Este don del sacerdocio, no os olvidéis nunca de ello, es un prodigio que fue realizado en vosotros, pero no para vosotros. Lo fue para la Iglesia, lo que quiere decir para que el mundo se salve. La dimensión sagrada del sacerdocio está totalmente ordenada a la dimensión apostólica; es decir, a la misión, al ministerio pastoral. "Como me envió mi Padre, así os envío yo" (Jn 20, 21).

El sacerdote es, por tanto, un enviado. Es ésta otra nota esencial de la identidad sacerdotal.

El sacerdote es el hombre de la comunidad, ligado de forma total e irrevocable a su servicio, lo explicó claramente el Concilio (cf. Presbyterorum ordinis12). Bajo este aspecto, estáis destinados al cumplimiento de una doble función, que bastaría, de por sí, para una interminable meditación sobre el sacerdocio. Revistiéndoos de la persona de Cristo ejerceréis de algún modo su función de mediador. Seréis intérpretes de la Palabra de Dios, dispensadores de los misterios divinos (cf. 1 Cor 4, 1; 2 Cor 6, 4) ante el pueblo. Y seréis, ante Dios, los representantes del pueblo en todos sus componentes: los niños, los jóvenes, las familias, los trabajadores, los pobres, los humildes, los enfermos, e incluso los distanciados y los enemigos. Seréis los portadores de sus ofrendas. Seréis su voz orante y suplicante, alegre y llorosa. Seréis su expiación (cf. 2 Cor 5, 21).

Llevemos, por tanto, grabada en la memoria y en el corazón la palabra del Apóstol: "Pro Cristo legatione fungimur, tamquam Deo exhortante per nos", "Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros" (2 Cor 5, 20), para hacer de nuestra vida una íntima, progresiva y firme imitación de Cristo Redentor.

6. Queridos hijos: con esta rápida exposición he procurado trazaros los rasgos fundamentales del perfil del sacerdote.

Deseo ahora sacar algunas consecuencias prácticas que os ayudarán en el cumplimiento de vuestra actividad sacerdotal, dentro o fuera de la sociedad eclesial.

Ante todo, en el mundo eclesial. Sabéis que la doctrina del sacerdocio común de los fieles, tan ampliamente desarrollada por el Concilio, ofreció al laicado la ocasión providencial de descubrir cada vez más la vocación de todo bautizado al apostolado y su necesario compromiso, activo y consciente, con la tarea de la Iglesia. De ello resultó un amplio y consolador florecimiento de iniciativas y de obras que constituyen una inestimable contribución para el anuncio del mensaje cristiano, tanto en tierras de misión como en países como el vuestro, donde se siente más agudamente la necesidad de suplir, con el auxilio de los laicos, la presencia del sacerdote.

Es algo consolador y debemos ser los primeros en alegrarnos con esta colaboración del laicado y alentarla.

Urge decir, mientras tanto, que nada de eso disminuye en modo alguno la importancia y la necesidad del ministerio sacerdotal, ni puede justificar un menor interés por las vocaciones eclesiásticas. Menos aún, puede justificar el intento de trasladar a la asamblea o a la comunidad el poder que Cristo confirió exclusivamente a los ministros sagrados. El papel del sacerdote sigue siendo insustituible. Debemos, ciertamente, solicitar, de todos modos, la colaboración de los laicos. Pero, en la economía de la Redención, existen tareas y funciones —como la ofrenda del sacrificio eucarístico, el perdón de los pecados, el oficio del magisterio— que Cristo quiso ligar esencialmente al sacerdocio y en las cuales nadie nos podrá sustituir sin haber recibido las sagradas órdenes. Sin el ministerio sacerdotal, la vitalidad religiosa corre el riesgo de ver cortadas sus fuentes; la comunidad cristiana, de disgregarse; y la Iglesia, de secularizarse.

Es verdad que la gracia de Dios puede actuar de igual modo, especialmente donde existe la imposibilidad de tener un ministro de Dios, y donde nadie tiene culpa del hecho de no tenerlo. Es necesario, sin embargo, no olvidar que el camino normal y seguro de los bienes de la Redención pasa a través de los medios instituidos por Cristo y en las formas establecidas por El.

De aquí se deduce también el interés que cada uno de nosotros debemos tener por el problema de las vocaciones. Os exhortamos a consagrar las primeras y más desveladas preocupaciones de vuestro ministerio a este sector. Es un problema de la Iglesia (cf. Optatam totius, 2). Es un problema que sobresale entre todos. De él depende la certeza del futuro religioso de vuestra patria. Podrán tal vez desanimaros las dificultades reales para hacer llegar al mundo joven la invitación de la Iglesia. Pero ¡tened confianza! También la juventud de nuestro tiempo siente poderosamente la atracción hacia las alturas, hacia las cosas arduas, hacia los grandes ideales. No os ilusionéis con que la perspectiva de un sacerdocio menos austero en sus exigencias de sacrificio y de renuncia —como por ejemplo en la disciplina del celibato eclesiástico— pueda aumentar el número de quienes pretenden comprometerse en el seguimiento de Cristo. Por el contrario, más bien es una mentalidad de fe vigorosa y consciente lo que falta y se hace necesario crearla en nuestras comunidades. Allí donde el sacrificio cotidiano mantiene despierto el ideal evangélico y eleva a alto nivel el amor de Dios, las vocaciones continúan siendo numerosas. Lo confirma la situación religiosa en el mundo. Los países donde la Iglesia es perseguida son, paradójicamente, aquellos en que las vocaciones son más florecientes y algunas veces incluso más abundantes.

7. Es necesario, además, que toméis conciencia, amados sacerdotes, de que vuestro ministerio se desarrolla hoy en el ámbito de una sociedad secularizada, cuya característica es el eclipse progresivo de lo sagrado y la eliminación sistemática de los valores religiosos. Estáis llamados a realizar en ella la salvación como signos e instrumentos del mundo invisible.

Prudentes, pero confiados, viviréis entre los hombres para compartir sus angustias y esperanzas, para alentarles en sus esfuerzos de liberación y de justicia. No os dejéis, sin embargo, poseer por el mundo ni por su príncipe, el maligno (cf. Jn 17, 14-15). No os acomodéis a las opiniones y a los gustos de este mundo, como exhorta San Pablo: "Nolíte conformari huic saeculo" (Rom 12, 1-2). Por el contrario, ajustad vuestra personalidad, con sus aspiraciones, a la línea de la voluntad de Dios.

La fuerza del signo no está en el conformismo, sino en la distinción. La luz es distinta de las tinieblas para poder iluminar el camino de quien anda en la oscuridad. La sal es distinta de la comida para darle sabor. El fuego es distinto del hielo para calentar los miembros ateridos por el frío. Cristo nos llama luz y sal de la tierra. En un mundo disipado y confuso como el nuestro, la fuerza del signo está exactamente en ser diferente. El signo debe destacarse tanto más cuanto que la acción apostólica exige mayor inserción en la masa humana.

A este propósito, ¿cómo negar que una cierta absorción de la mentalidad del mundo, la frecuentación de ambientes disipadores, así como también el abandono del modo externo de presentarse, distintivo de los sacerdotes, pueden disminuir la sensibilidad del propio valor del signo?

Cuando se pierden de vista esos horizontes luminosos, la figura del sacerdote se oscurece, su identidad entra en crisis, sus deberes peculiares no se justifican ya y se contradicen, se debilita su razón de ser.

Y no se recupera esa fundamental razón de ser haciéndose el sacerdote "un hombre para los demás". ¿Acaso no lo debe ser quienquiera que desee seguir al Divino Maestro? . "Hombre para los demás" el sacerdote lo es, ciertamente, pero en virtud de su manera peculiar de ser "hombre para Dios". El servicio de Dios es el cimiento sobre el que hay que construir el genuino servicio de los hombres, el que consiste en liberar a las almas de la esclavitud del pecado y volver a conducir al hombre al necesario servicio de Dios. Dios, en efecto, quiere hacer de la humanidad un pueblo que lo adore, "en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23).

Quede así bien claro que el servicio sacerdotal, si quiere permanecer fiel a sí mismo, es un servicio excelente y esencialmente espiritual. Que se acentúe esto hoy, contra las multiformes tendencias a secularizar el servicio del cura, reduciéndolo a una función meramente filantrópica. Su servicio no es el del médico, del asistente social, del político o del sindicalista. En ciertos casos, tal vez, el cura podrá prestar, quizá de manera supletoria, esos servicios y, en el pasado, los prestó de forma muy notable. Pero hoy, esos servicios son realizados adecuadamente por otros miembros de la sociedad, mientras que nuestro servicio se especifica cada vez más claramente como un servicio espiritual. Es en el campo de las almas, de sus relaciones con Dios, y de su relación interior con sus semejantes, donde el sacerdote tiene una función esencial que desempeñar. Es ahí donde debe realizar su asistencia a los hombres de nuestro tiempo. Ciertamente, siempre que las circunstancias lo exijan, no debe eximirse de prestar también una asistencia material, mediante las obras de caridad y la defensa de la justicia. Pero, como he dicho, eso es en definitiva un servicio secundario, que no debe jamás perder de vista el servicio principal, que es el de ayudar a las almas a descubrir al Padre, abrirse a El y amarlo sobre todas las cosas.

Solamente así, es como el sacerdote jamás podrá sentirse un inútil, un fracasado, aun cuando se viere obligado a renunciar a alguna actividad exterior. El Santo Sacrifico de la Misa, la oración, la penitencia, lo mejor, —más aún, lo esencial— de su sacerdocio, permanecería íntegro, como lo fue para Jesús en los treinta años de su vida oculta. A Dios le sería dada una gloria todavía más inmensa. La Iglesia y el mundo no quedarían privados de un auténtico servicio espiritual.

8. Queridos ordenandos, carísimos sacerdotes: al llegar aquí, mi plática se transforma en oración, en una oración que deseo confiar a la intercesión de María Santísima, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. En la ansiosa espera del sacerdocio, os colocasteis ciertamente cerca de Ella, como los Apóstoles en el Cenáculo. Que Ella os obtenga las gracias que más necesitáis para vuestra santificación y para la prosperidad religiosa de vuestro país. Que Ella os conceda sobre todo el amor, su amor, el que le dio la gracia de engendrar a Cristo, para ser capaces de cumplir la misión de engendrar a Cristo en las almas. Que Ella os enseñe a ser puros, como Ella lo fue, os haga fieles al llamamiento divino, os haga comprender, toda la belleza, la alegría y la fuerza de un ministerio vivido sin reservas en la dedicación y en la inmolación por el servicio de Dios y de las almas. Pedimos finalmente a María, para vosotros y para todos nosotros los aquí presentes, que nos ayude a decir, a ejemplo suyo, la gran palabra: SÍ a la voluntad de Dios, aun cuando sea exigente, aun cuando sea incomprensible, aun cuando sea dolorosa para nosotros. ¡Así sea!

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II DURANTE LA MISA CELEBRADA EN HONOR DEL BEATO JOSÉ DE ANCHIETA

Campo de Marte, São Paulo
Jueves 3 de julio de 1980

1. Me siento realmente feliz por estar hoy con vosotros, en esta querida ciudad de São Paulo, cuyo Ayuntamiento, delicadamente, quiso ofrecerme el título de "ciudadano paulista", motivando este gesto el hecho de haber recientemente, como Sumo Pontífice, decretado la beatificación del padre José de Anchieta, de la Compañía de Jesús, considerado —y con razón— uno de los fundadores de vuestra ciudad.

Esta manifestación de cordialidad me conmueve y me lleva a expresar mi vivo y sincero agradecimiento.

Y ahora, deseo reflexionar con vosotros sobre la fascinante figura del Beato Anchieta, tan ligado a la historia religiosa y civil de este querido Brasil.

El Beato Anchieta llegó aquí, a esta parte de vuestra gran nación, Brasil, en 1554. La ciudad no existía aún; había apenas algunos poblados de aborígenes. Llegó el 24 de enero, vigilia de la fiesta de la Conversión de San Pablo. La primera Misa aquí celebrada fue, por tanto, exactamente en honor del Apóstol de los Gentiles y a él fue dedicada la villa que debía surgir en torno a la pequeña cabaña —la "iglesiña"—, que sería su corazón. De ahí, el nombre de esta vuestra ciudad de São Paulo, hoy sin duda la mayor ciudad de Brasil.

Natural de las Islas Canarias, educado en Portugal, José de Anchieta provenía de aquellas naciones que, en esa época, tanto contribuyeron al descubrimiento del nuevo mundo: de España y de Portugal partían navegadores y pioneros, que, surcando los mares, llegaban a tierras hasta entonces desconocidas. En su rastro, seguían los conquistadores, colonos, comerciantes, exploradores.

¿Había venido el padre Anchieta como un soldado en busca de gloria, un conquistador en busca de tierras, o un comerciante en busca de buenos negocios y dinero? ¡No! Vino como misionero, para anunciar a Jesucristo, para difundir el Evangelio. Vino con el único objetivo de conducir los hombres a Cristo, transmitiéndoles la vida de hijos de Dios, destinados a la vida eterna. Vino sin exigir nada para sí; por el contrario, dispuesto a dar su vida por ellos.

Pues bien, también yo vengo a vosotros, impulsado por el mismo motivo, impulsado por igual amor; vengo a vosotros como humilde mensajero de Cristo.

Esa ha sido siempre la única motivación de los viajes que me han llevado a los diversos continentes; son viajes apostólicos del que, por ser Siervo de Cristo, quiere confirmar a los hermanos en la fe.

Es ese el motivo, también hoy, de que me encuentre en medio de vosotros. Motivo que me une, íntimamente, a vuestro amado Beato José de Anchieta.

Recibidme igual que recibisteis al padre Anchieta: que mi paso por entre vosotros tenga algo de lo que fue el paso y la permanencia del gran apóstol en medio de vuestra gente, en vuestras aldeas de entonces, en vuestro gran país. Que sea el paso de la gracia del Señor.

2. Joven, lleno de vida, inteligente, alegre por naturaleza, de corazón abierto y amado por todos, brillante en los estudios de la universidad de Coimbra, José de Anchieta supo granjearse la simpatía de sus colegas, que gustaban de oírle recitar. Por causa de su timbre de voz, le llamaban el "canariño", recordando así el cántico de los pájaros de su isla natal, Tenerife, en las Canarias.

Ante sí, se abrían muchos caminos al éxito. Pero, joven de fe, estaba atento a las inspiraciones y mociones de Dios que le atraía por otros caminos, le llamaba y orientaba por una vereda muy diferente de la que otros, tal vez, habían imaginado para él. Cuando su alma se sentía en oscuridad espiritual, el joven buscaba el silencio, la soledad, para orar. Muchas veces, dejando a un lado los libros, paseaba solitario por las márgenes del río Mondego.

En una de esas caminatas, José entró en la catedral de Coimbra y, ante el altar de la Virgen María, sintió inesperadamente la paz y serenidad tan deseadas. Resolvió entonces dedicar su vida al servicio de Dios y de los hombres. Y, para vivir este ideal, hizo allí, en esa misma ocasión, el voto de castidad, consagrándose a la Virgen; tenía entonces 17 años.

A partir de ese momento, intensificó su oración, prosiguió sus estudios con ardor. Todavía joven demostraba un gran sentido de madurez ante el valor de la vida. El don de sí, hecho a la Madre de Dios, comenzó a concretarse en un llamamiento a la vida religiosa.

Por esa época, se leían en la universidad de Coimbra las cartas que Francisco Javier —el gran misionero— escribía desde Oriente y que traían también insistentes llamamientos a los jóvenes estudiantes de las universidades europeas. Profundamente impresionado con lo que Francisco Javier decía acerca de las carencias de tantos pueblos y países y deseando seguir su ejemplo tan elocuente de dedicación a la gloria de Dios y al bien de los hombres, José de Anchieta decidió entrar en la Compañía de Jesús: ¡quería ser misionero!

Y así, pocos años después, vino a Brasil.

En este instante, quiero dirigirme a vosotros, jóvenes de São Paulo, jóvenes de todo Brasil, de la gran nación que puede ser llamada "joven", ya que su población cuenta con tan elevado índice de juventud: ¡mirad a vuestro Anchieta!

Era joven como vosotros, pero abierto a Dios y a sus llamadas. Estaba lleno de vida como vosotros, pero en la oración buscaba la respuesta a la vida. Y en este contacto con Dios vivo encontró el camino que conduce a la vida verdadera, a una vida de amor a Dios y a los hombres.

El Señor, que vivió sobre la tierra, yendo de aldea en aldea haciendo el bien (cf. Mt 9, 35), sigue pasando todavía hoy, en busca de corazones abiertos a su invitación: "Ven y sígueme" (Mt 19, 21; Lc 10, 2).

Recordad: José de Anchieta respondió generosamente y el Señor hizo de él el "apóstol de Brasil", que contribuyó, de manera insigne, al bien de vuestro pueblo.

3. Hecho misionero, José de Anchieta vivió el espíritu del Apóstol de los Gentiles, que en sus Cartas hablaba de peripecias, dificultades y peligros afrontados, para llenar su corazón, como "cuidado de todos los días, de la preocupación por todas las Iglesias" (2 Cor 11, 26-28).

En una carta, fechada el 1 de junio de 1560, revelando sus ansias por conducir al Señor los pueblos de este país, el padre Anchieta escribía textualmente: "Por este motivo, sin dejarnos intimidar por los grandes calores, las tempestades, las lluvias, las corrientes torrenciales e impetuosas de los ríos, procuramos sin descanso visitar todas las aldeas y villas tanto de los indios como de los portugueses e incluso de noche acudimos a los enfermos, atravesando bosques tenebrosos a costa de grandes fatigas, tanto por la aspereza de los caminos como por el mal tiempo" (Carta al p. Diego Laínez, prepósito general de la Compañía de Jesús). Y describiendo todavía más abiertamente las condiciones de quienes, con él y como él, dedicaban a los "brasís" —como solía llamarlos—, revela más profundamente aún la grandeza de su amor y de su espíritu de sacrificio y, sobre todo, la finalidad de su existencia: "Pero nada es difícil para quienes acarician en su corazón y tienen como único fin la gloria de Dios y la salvación de las almas, por las que no dudan en dar su vida" (ib.).

Salvar las almas para gloria de Dios: ése era el objetivo de su vida. Ello explica la prodigiosa actividad de Anchieta para buscar nuevas formas de actuación apostólica, que lo llevaban finalmente a hacerse todo para todos, por el Evangelio; a hacerse siervo de todos a fin de ganar el mayor número posible para Cristo (cf. 1 Cor 9, 19-22).

No escatimó ningún esfuerzo, para comprender a sus "brasís" y compartir con ellos la vida. Si aprendió la difícil lengua de ellos —y tan perfectamente que fue el primero en componer una gramática de esa lengua— se debe a su amor, que le impelía a encarnarse entre ellos, pero para hablarles de Jesús y transmitirles la Buena Nueva. De ese modo, se transformó en eximio catequista que —siguiendo el ejemplo de Cristo Señor, Dios hecho hombre para revelar al Padre—, viviendo entre los hombres, les hablaba de manera sencilla, acomodándose a sus categorías mentales y a sus costumbres.

Con esa misma finalidad, tomando en consideración las dotes y cualidades naturales de los indios, su sed de saber, su generosidad, hospitalidad y sentido comunitario, promovió y desarrolló las "aldeas", centros donde la vida de cada familia se fundía con la de los demás, de modo adecuado, en el trabajo, en la solidaridad, en la cooperación. Corazón de cada uno de esos centros era siempre la Casa de Dios, donde el Sacrificio Eucarístico era celebrado regularmente y donde el Señor Sacramentado permanecía presente. Sí; porque un grupo social que no esté animado por la caridad que sólo Dios sabe infundir en los corazones (cf. Rom 5, 5) no puede durar, ni puede ofrecer lo que el corazón del hombre y la humanidad entera buscan con ansiedad.

En Puebla, hablando de la liberación del hombre, insistí en que debe ser vista a la luz del Evangelio, es decir, a la luz de Cristo, que dio su vida para rescatar a la humanidad, liberándola del pecado. Más recientemente aún, hablando en África, donde tan vivo es el sentido comunitario, recomendé a los pueblos de aquel continente que procurasen desarrollar su sentido social de manera auténticamente cristiana, sin dejarse influir por corrientes ajenas, materialistas de un lado y consumistas de otro. Lo mismo os repito a vosotros. El padre Anchieta conseguía comprender la mentalidad y las costumbres de vuestra gente. Con su prudente acción social, inspirada en el Evangelio y enraizada en él, supo estimular un crecimiento y desarrollo capaces de integrar esa misma mentalidad y costumbres —en lo que tenían de auténticamente humano y, por tanto, querido por Dios— en la vida de las personas y de la comunidad civil y cristiana.

Apreciando el ansia de saber de los "brasís", su acentuado talento para la música, su habilidad y otras dotes, creó para ellos centros de formación cultural y artesana que, poco a poco, contribuyeron a elevar el nivel general de las generaciones futuras: São Paulo, Olinda, Bahía, Porto Seguro, Río de Janeiro, Reritiba —donde murió y que hoy se llama Anchieta— son lugares que, junto con otros no mencionados, nos hablan de la incansable actividad apostólica del Beato.

Pero en todo este inmenso esfuerzo realizado por él con ayuda de muchos hermanos suyos en religión, desconocidos por muchos, pero igualmente admirables, había una visión y un espíritu: la visión integral del hombre rescatado por la Sangre de Cristo y el espíritu del misionero que hace todo lo posible para que los seres humanos a quienes se acerca para ayudarlos, apoyarlos y educarlos, consigan la plenitud de la vida cristiana.

Permitid que me dirija ahora de modo especial a vosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, que entregasteis vuestra vida para servir a la causa de Dios, en la Iglesia. Que la finalidad de vuestra acción pastoral, individual o colectivamente, no se desvíe jamás de lo que es —como dije en mi Encíclica Redemptor hominis— el verdadero fin por el que el Hijo de Dios se hizo hombre y actuó entre nosotros. Que su misión de amor, de paz y de redención sea verdaderamente la vuestra. Acordaos de que el mismo Cristo nos indicó en qué consiste su misión: "Veni ut vitam habeant et ut abundantius habeant" (Jn 10, 10) "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante".

Si queréis ser continuadores de la vida y de la misión de Cristo, sed fieles a vuestra vocación. El padre Anchieta se multiplicó incansablemente, a través de tantas actividades, incluso el estudio de la fauna y la flora, de la medicina, de la música y de la literatura; pero todo eso él lo orientaba hacia el bien verdadero del hombre, destinado y llamado a ser y a vivir como hijo de Dios.

4. ¿De dónde sacó el padre Anchieta la fuerza para realizar tantas obras en una vida consumada toda en pro de los demás, hasta morir, extenuado, cuando todavía estaba en plena actividad?

Desde luego, no de una salud de hierro. Al contrario; siempre tuvo una salud precaria. Durante sus viajes apostólicos, hechos a pie y sin ayuda, sufrió continuamente en su cuerpo las consecuencias de un accidente que había tenido siendo joven.

¿Tal vez sacó su fuerza de su talento y dotes humanas? En parte, sí; pero eso no lo explica todo. Solamente con esa afirmación no se llega a la verdadera raíz.

El secreto de este hombre era su fe: José de Anchieta era un hombre de Dios. Como San Pablo, podía decir: "Scio cui credidi", "Sé a quién me he confiado... y estoy seguro de que puede guardar mi depósito para aquel día" (2 Tim 1. 12).

Desde el momento en que, en la catedral de Coimbra, habló con Dios y con la Virgen María, Madre de Cristo y nuestra, desde aquel momento hasta el último suspiro, la vida de José de Anchieta fue de una claridad lineal: servir al Señor, estar a disposición de la Iglesia, prodigarse por aquellos que eran y debían ser hijos del Padre que está en los cielos.

Por cierto, no le faltaron dolores y penas, decepciones y fracasos; también él tuvo su parte en el pan de cada día de todo apóstol de Cristo, de lodo sacerdote del Señor. Pero en medio de su incansable actividad y continuo sufrimiento, jamás le faltó la tranquila, serena y viril certeza basada en el Señor Jesucristo, con quien se encontraba y a quien se unía en el misterio eucarístico; a quien se entregaba constantemente para dejarse plasmar por su Espíritu.

José de Anchieta había comprendido cuál era la voluntad de Dios en este aspecto, el día en que se arrodilló humildemente ante una imagen de Nuestra Señora: la Madre del Salvador comenzó a ocuparse de él y él a nutrir un tiernísimo amor por Ella. Enseñó a sus "brasís" a conocerla y a quererla bien. Le dedicó un poema que es un verdadero cántico del alma, escrito en circunstancias dificilísimas cuando, tomado como rehén, corría permanente peligro de vida. No teniendo papel ni tinta a su disposición, en la arena de la playa escribió con amor su poema, que aprendió de memoria: "De Beata Virgine Matre Dei Maria".

La unión con Dios profunda y ardiente; el apego vivo y afectuoso a Cristo crucificado y resucitado presente en la Eucaristía; el tierno amor a María: ahí está la fuente de donde mana la riqueza de la vida y actividad de Anchieta, auténtico misionero, verdadero sacerdote.

Quiera Dios, por la intercesión del Beato José de Anchieta, concederos la gracia de vivir como él enseñó, como nos invita con el ejemplo de su existencia.


VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL

SANTA MISA PARA LOS CATEQUISTAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Explanada de la Rua José de Alencar, Porto Alegre
Sábado 5 de julio de 1980

¡Venerables hermanos, hijos carísimos!

1. ¡Laudetur Jesus Christus! (Alabado sea Jesucristo). Con estas palabras de saludo cristiano deseo dirigirme a vosotros en este encuentro marcado por la Providencia en el programa de mi viaje por Brasil, en esta hora de plenitud espiritual.

Os agradezco el consuelo que me proporciona esta vuestra acogida tan afectuosa y cordial. No os detengáis precisamente en mi humilde persona. Elévense, más bien, vuestros corazones hasta Aquel a quien representa y sirve, el Señor Jesucristo. En su nombre vengo a vosotros. A El, que dentro de poco bajará a este altar, todo el honor y la gloria, sobre todo en este día iluminado por el suave y pacífico triunfo eucarístico en tierras de Brasil.

Viniendo al encuentro de un deseo vuestro, tal vez ni siquiera manifestado, quisiera responder, antes que nada, a algunas preguntas que, más o menos conscientemente, se habrá hecho vuestro corazón: ¿Por qué el Papa ha venido desde tan lejos hasta nosotros? ¿Cuáles son los motivos que le han traído hasta aquí?

Pues bien, hijos carísimos, la razón es ésta: he venido para conoceros mejor, para escucharos, para entrar en diálogo con vosotros, para mostraros que la Iglesia está cerca de vosotros y participa de vuestros problemas, de vuestras dificultades y sufrimientos, de vuestras esperanzas. Soy el primer Papa que llega a esta bellísima tierra.

 Entonces, he venido también para dar gracias al Señor con vosotros por el don inestimable que os ha concedido, la fe católica. Vuestro maravilloso país, donde la naturaleza derramó inmensas riquezas, es un país joven, abierto al futuro, de impresionante pujanza en todos los sectores de la vida humana. Vuestra mayor riqueza, sin embargo, es el patrimonio religioso y moral de vuestra tradición cristiana. Este patrimonio no sólo merece ser conservado a toda costa, sino que, además de esto, debe introducirse en el movimiento ascendiente de la nación, debe ser su alma, a fin de que, así como ha sido católico el sustrato de vuestra historia pasada, también sea cristianamente vivo y operante el espíritu de vuestra sociedad de hoy.

Cumpliendo la misión recibida por San Pedro y sus sucesores, he venido para confirmaros en la fe. Hemos oído en la segunda lectura que Pablo recorría las ciudades ya evangelizadas, exhortando a los cristianos a observar la doctrina apostólica y confirmándolos en la fe recibida (cf. Act 16, 4-5). Pido a Dios que este mi viaje apostólico tenga para vosotros el mismo sentido y obtenga el mismo resultado.

Por eso, hijos carísimos, los mejores votos que puedo haceros, la directriz que deseo dejaros como recuerdo de este mi viaje, son las palabras de San Pedro a las comunidades de la Iglesia naciente. "Permaneced firmes en la fe" (1 Pe 5, 9): firmes en la adhesión interior, plena y sincera, al Evangelio; y firmes en la proclamación exterior, exenta de cualquier intemperancia o falta de respeto hacia las opiniones ajenas, pero franca, valiente, coherente, perseverante, digna de la fe de vuestros padres.

2. Sois una nación que hoy se encuentra en fase de transformación febril. Y esto, como bien sabéis, trae consigo cambios no pequeños, no sólo en cuanto al aspecto exterior del país, sino sobre todo en cuanto al interior de la vida y de las costumbres del pueblo.

¿Estarán los cristianos de Brasil preparados para enfrentarse al choque provocado por este paso de las viejas a las nuevas estructuras económicas y sociales? ¿Su fe estará en condiciones de permanecer inquebrantable?

En otros tiempos, a muchos les bastaba un tipo modesto de instrucción elemental y aquella sincera religiosidad popular, enraizada tan profundamente con sus diversas expresiones en el contexto social y cultural de vuestra nación.

Hoy ya no es así. La difusión de la cultura, el espíritu crítico, la publicidad dada a todas las cuestiones, los debates, exigen un conocimiento más completo y profundo de la fe. La misma religiosidad popular debe ser alimentada, de manera cada vez más explícita, por la verdad revelada, y liberada de los elementos que la hacen parecer no auténtica. Necesita el alimento sólido de que habla San Pablo. En otras palabras, se impone un esfuerzo serio y sistemático de catequesis. Es el problema que hoy se pone ante vosotros en toda su gravedad y urgencia.

Providencialmente, este esfuerzo ya está siendo realizado en vuestro país. Tal esfuerzo corresponde a la tarea fundamental de la Iglesia, a su misión primaria y específica. "Evangelizados por el Señor en su Espíritu -—así se expresaron vuestros obispos en Puebla— fuimos enviados para llevar la Buena Nueva a todos los hermanos, especialmente a los pobres y olvidados" (núm. 164).

Se trata de una misión grandiosa, a la que todos somos llamados a dar nuestra contribución. Un edificio está formado por muchas piedras; su construcción es el fruto conjunto de quien lo ideó y de quien puso en acto los planos.

3. Esto mismo sucede con la Iglesia, como la vemos hoy: el gran artífice es Dios, que la ideó y continúa vivificándola; pero las piedras son aquellos que sirvieron como instrumentos dóciles y prestos a la acción del Espíritu Santo y que transmitieron esta maravillosa herencia de la fe. Somos nosotros, ahora, los que tenemos que continuarla y ampliarla, para que se haga realidad la llegada del Reino de Dios.

¿Qué servicio es más hermoso que el del catequista que anuncia la Palabra divina, que se une con amor, confianza y respeto a su hermano para ayudarle a descubrir y realizar los designios providenciales de Dios sobre él?

Pero se trata también de una tarea extremadamente ardua y delicada, porque la catequesis no es mera enseñanza, sino transmisión de un mensaje de vida, como nunca será posible encontrar en otras expresiones del pensamiento humano, aun en las más sublimes.

Quien dice mensaje dice algo más que doctrina. En efecto, ¡cuántas doctrinas jamás llegan a ser mensaje!

El mensaje no se limita a proponer ideas: exige una respuesta, puesto que es interpelación entre personas, entre el que propone y el que responde.

El mensaje es vida. Cristo anunció la Buena Nueva, la salvación y la felicidad: "Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los mansos, bienaventurados los perseguidos..." (cf. Mt 5, 3-11); y además: "Os dejo mi paz, os doy mi alegría" (cf. Jn 14, 27; 15, 11). Las multitudes lo escuchaban porque veían en él la esperanza y la plenitud de la vida (cf. Jn 10, 10).

Además, es preciso respetar este mensaje divino, pues el hombre no es juez de la palabra y la obra de Dios (cf. Catechesi tradendae, núms. 17, 29, 30, 49, 52, 58, 59). Debe respetarla manteniéndose fiel, sobre todo, a Cristo, a su verdad, a su mandato —sin esto, habría alteración, traición—, y al hombre, destinatario de la Palabra y el mensaje del Señor. Y no al hombre abstracto, imaginario, sino al hombre concreto que vive en el tiempo, con sus dramas, sus esperanzas. Es a este hombre a quien se debe anunciar el Evangelio, para que en él y por él reciba del Espíritu Santo la fuerza para realizarse plenamente, en la integridad de su ser y de sus valores.

La eficacia de la catequesis, por consiguiente, dependerá en gran parte de esta su capacidad de dar un sentido, el sentido cristiano, a todo lo que constituye la vida del hombre en su tiempo, hombre entre los hombres, ciudadano entre los ciudadanos.

4. En cuanto al tema de la catequesis, sabéis que el pensamiento de la Iglesia fue ampliamente expuesto en la reciente Exhortación Apostólica Catechesi tradendae. No pretendo repetir lo que se dijo en este Documento.

Sin embargo, quisiera llamar la atención sobre algunos puntos que afectan más de cerca a las necesidades de la Iglesia en Brasil.

Antes que nada: la catequesis en la familia. En los primeros años de vida de los niños, se lanzan las bases y el fundamento de su futuro. Por eso mismo, los padres tienen que comprender la importancia de su misión a este respecto. En virtud del bautismo y del matrimonio son ellos los primeros catequistas de sus hijos: en efecto, educar es continuar el acto de la generación. En esta edad, Dios pasa de manera particular "a través de la intervención de la familia" (Directorio catequístico general, 79).

Los niños tienen necesidad de aprender y de ver a sus padres que se aman, que respetan a Dios, que saben explicar las primeras verdades de la fe (cf. Catechesi tradendae, 36), que saben exponer el "contenido cristiano" en el testimonio y en la perseverancia "de una vida de todos los días vivida según el Evangelio" (ib., 68).

El testimonio es fundamental. La Palabra de Dios es eficaz en sí misma, pero adquiere sentido concreto cuando se vuelve realidad en la persona que la anuncia. Esto vale en manera particular para los niños que aún no tienen condiciones para distinguir entre la verdad anunciada y la vida del que la anuncia. Para el niño no hay distinción entre la madre que reza y la oración; más aún, la oración tiene valor especial ' porque la reza la madre.

Que no suceda, amadísimos padres que me escucháis, que vuestros hijos lleguen a la madurez humana, civil y profesional, quedando niños en asuntos de religión. No es exacto decir que la fe es una opción para realizar en la edad madura. La verdadera opción supone el conocimiento; y nunca podrá haber elección entre cosas que no fueron propuestas sabia y adecuadamente.

Padres catequistas, la Iglesia tiene confianza en vosotros, espera mucho de vosotros.

Además de esto, quiero recomendar vivamente la catequesis parroquial. La parroquia es el lugar en que la catequesis puede poner de manifiesto toda su riqueza. En ella, la escucha de la palabra se asocia a la oración, a la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos, a la comunión fraterna y al ejercicio de la caridad. En ella, el misterio cristiano es anunciado y vivido. Urge que cada parroquia se convierta en un lugar donde la catequesis ocupe la mayor de las atenciones y vuelva a encontrar "su propia vocación, que es la de ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser Pueblo de Dios" (ib., 67).

Además, está la enseñanza religiosa en las escuelas.

En la escuela, el ciudadano se forma a través de la cultura y la formación profesional. La educación de la conciencia religiosa es un derecho de la persona humana. El joven exige ser encaminado hacia todas las dimensiones de la cultura y quiere también encontrar en la escuela la posibilidad de entablar conocimiento con los problemas fundamentales de la existencia. Entre estos, ocupa el primer lugar el problema de la respuesta que él tiene que dar a Dios. Es imposible llegar a auténticas opciones de vida, cuando se pretende ignorar la religión, que tiene tanto que decir, o incluso cuando se quiere restringirla a una enseñanza vaga y neutra y, por consiguiente, inútil, por carecer de una relación con los modelos concretos y coherentes co la tradición y la cultura de un pueblo.

La Iglesia, al defender esta incumbencia de la escuela, no ha pensado ni piensa en privilegios: ella propugna una educación integral amplia y los derechos la familia y la persona.

5. Finalmente, quiero recordar la contribución que nos viene de los medios de comunicación social.

No podemos dejar de admirar su enorme desarrollo. Por ellos, la cultura llega a todos los rincones, ya no hay barreras de espacio ni de tiempo. Estos medios penetran en la intimidad de los hogares y llegan a los lugares más humildes y alejados.

Son muchas las ventajas que ofrecen: informan con rapidez, instruyen, divierten, hermanan a los hombres, unen a la expresión racional la imagen, el símbolo, el contacto personal; la palabra se conjuga con la expresión estética y artística.

Su poder es tal que da fuerza a aquello de lo que hablan y empequeñece lo que callan.

Pueden tener sus riesgos, cómo los de la cultura generalizada y, por consiguiente, reducida; de la pasividad y de la emotividad y, por consiguiente, del empobrecimiento del sentido crítico; de la manipulación y, por consiguiente, del impulso a la evasión y al hedonismo.

Pero estos defectos no están precisamente ligados a la técnica y sus medios, sino al hombre que se sirve de ellos. La catequesis, que hasta ahora tuvo sobre todo expresión escrita, está llamada a expresarse cada vez más también a través de estos nuevos instrumentos. La tarea es grande y de mucha responsabilidad: es necesario actuar en los medios de comunicación y, al mismo tiempo, educar para el uso de esos instrumentos (cf. Inter mirífica, 3). •

Construiremos la Iglesia también a medida que sepamos trabajar en este campo.

6, Hijos carísimos, poco valor tendría una catequesis, aun sustanciosa y segura, si no se transmitiera con eficacia de expresión y apoyo de los subsidios didácticos que hoy se presentan cada vez más ricos y sugestivos. La catequesis exige una "ars docendi" especial, una pedagogía propia. Para poseerla, no basta la información común, muchas veces aproximada y empírica, como la puede tener cualquier sacerdote o religioso o cualquier laico que tenga instrucción religiosa.'

Muchos elementos culturales, didácticos y, sobre todo, morales son necesarios para dar al catequista el prestigio y la eficiencia que le deben cualificar. ¿No existe, acaso, en esto el peligro de que, al faltar estas exigencias, la enseñanza del catecismo no sólo sea infructuosa, sino a veces incluso nociva? Por eso comprobamos con gran satisfacción que también entre vosotros aparecen y se multiplican las escuelas de catequesis, para posibilitar a los catequistas una preparación doctrinal, didáctica y espiritual progresivamente actualizada. Así comprenderéis que yo, lleno de viva esperanza acompañada de insistente oración, formule mis fervientes votos por el feliz y fecundo resultado de todas estas acertadas iniciativas.

El Evangelio de hoy nos habla por medio de símbolos de vida y de crecimiento, lento tal vez, pero constante: es la semilla que, arrojada al suelo, se desarrolla hasta la espiga; es el grano de mostaza que llega a convertirse en arbusto en el que las aves del cielo encuentran refugio (cf. Mc 4, 1-2; 26, 32). Que cada uno de vosotros medite bien sobre el sentido de esas palabras del Señor y, viviendo su vocación y misión específicas en la Iglesia, tenga en sí mismo esa vida y participe de ese crecimiento, para ayudar también a los demás a crecer en una fe firme y madura.

Amadísimos hijos: os he hablado con afecto profundo; os he dado algunas directrices, pero, sobre todo, he querido alentaros.

Que el Señor os bendiga en el camino que loablemente emprendisteis con alegría. Os recomiendo a todos a la protección de María Santísima, "Madre y modelo de los catequistas" (Catechesi tradendae, 73).

MISA PARA EL MOVIMIENTO INTERNACIONAL OASIS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Martes 24 julio 1980

Carísimos hermanos e hijos pertenecientes al Movimiento "Oasis":

1. Habiendo participado al Congreso internacional en ocasión del XXX aniversario de la fundación de vuestra asociación, habéis querido concluirlo con la Santa Misa celebrada por el Papa. Realmente es una gran alegría para mí acogeros en esta conmemoración, que constituye el punto culminante de vuestro encuentro y ofrezco a los dirigentes y a todos vosotros mi saludo más afectuoso. ¡Y os doy las gracias por vuestra ardiente y fervorosa juventud, por vuestra generosidad y por la alegría que me traéis a mí, a la Iglesia y al mundo!

Han pasado treinta años desde aquel día en que, durante el Año Santo 1950, escondida y humildemente nació este Movimiento eclesial, tan comprometido y determinante, que fue denominado "Oasis", porque queríais indicar —como subrayó Pío XII, de venerada memoria— que "en el desierto de este mundo, tan árido porque está tan quemado" era vuestro deseo y vuestra deliberada voluntad que naciera, creciera y se multiplicara la vida de Dios, convirtiéndoos en los canales, alimentados por Aquel que es manantial de agua viva (cf. Discurso del 23 noviembre de 1952).

Desde entonces la pequeña semilla se ha desarrollado dando lugar a un gran árbol, que tiende sus ramas fecundas en nada menos que treinta y cinco Estados en todos los continentes, reuniendo a miles y miles de jóvenes que se dejan guiar total y alegremente por el amor de Cristo para dar testimonio de El en la sociedad moderna. De este fenómeno espiritual tan significativo y eficaz damos gracias, antes que nada, al Señor y a la Virgen Santísima, a quien estáis particularmente consagrados, y luego expresamos también nuestro reconocimiento hacia los que con confianza lo comenzaron y lo han continuado con perseverante dedicación.

2. Pero hoy, que después de las celebraciones del trigésimo aniversario, os preparáis a volver como levadura, escondida pero eficaz, a la sociedad, tan necesitada de seguridad y salvación, esperáis del Vicario de Cristo una palabra programática, que os comprometa ulteriormente en vuestra "consagración", tan hermosa y tan necesaria.

Reflexionando sobre la palabra "Oasis", que sugiere inmediatamente la idea de paz, descanso, serenidad, deseo recordar el encuentro de Cristo con Marta y María, en Betania, que era algo parecido al "oasis" de Jesús, como hemos leído en el Evangelio del domingo pasado.

Escribe el Evangelista que Jesús fue acogido en casa por Marta: "Tenía ésta una hermana llamada María la cual, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor, ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. Pero Jesús le contestó: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas, pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada" (Lc 10, 38-42). Evidentemente, Jesús no le reprochaba a Marta su solicitud en las tareas domésticas, llena de atención y gentileza, sino su excesiva preocupación material, que casi le hacía olvidar la "precedencia absoluta" debida al Huésped divino; mientras que elogiaba a María la cual, escuchando a Jesús, había elegido la parte mejor.

¡Y la parte mejor se encuentra en la escucha de la Palabra de Dios, en la escucha del mensaje de Cristo! ¡Y aquí está precisamente el "espíritu" del "Oasis"! Vosotros queréis elegir la "parte mejor", escuchando la palabra de Cristo y permaneciendo fieles testimonios de su mensaje de salvación.

En efecto, es ésta la única cosa que realmente necesitamos: la luz de la revelación y la potencia redentora de la gracia. Sin la luz de Cristo, todo se hace enigmático, oscuro, contradictorio, hasta absurdo, como confirman, desgraciadamente, tantas corrientes del agnosticismo contemporáneo. Y la agitación frenética de las multitudes se convierte en una realidad trágica y espantosa, si falta la seguridad que sólo procede de Cristo Salvador. "Jesucristo es el Señor —he dicho recientemente a la multitud de Curitiba—; Él es la única orientación del espíritu, la única dirección de la inteligencia, de la voluntad y del corazón para todos nosotros; Él es el Redentor del hombre; Él es el Redentor del mundo; en Él está nuestra salvación" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 20 julio, 1980, pág. 9).

Vosotros, los de "Oasis", que, escuchando la Palabra de Dios, queréis elegir la parte mejor, permaneced pues fieles y dad testimonio de ella, en cualquier lugar, con espíritu de servicio y de amor.

— Por la palabra de Jesús aprendemos, ante todo la naturaleza misma de Dios, que es vida, luz, amor, Trinidad. Ningún filósofo ni ningún teólogo pueden penetrar, en la esencia de Dios; sólo Jesús, el Verbo encarnado, puede revelar y garantizar esta verdad fundamental, por la que estamos seguros de que entre Dios creador y los hombres hay una relación de amor: cada ser humano es un latido eterno del amor de Dios; .

— por la palabra de Jesús conocemos nuestro destino eterno: sólo Jesús, con su palabra divina, nos puede asegurar de manera absoluta la inmortalidad del alma y la resurrección final de los cuerpos, por lo que merece la pena nacer, vivir y proyectar nuestra existencia más allá del tiempo, hacia la felicidad sin fin;

— por la palabra de Jesús aprendemos, además, dónde está la verdadera dignidad del hombre, es decir en la participación a la misma vida divina, mediante la gracia. "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn 14, 23). La verdadera alegría, la auténtica grandeza, la suprema dignidad se encuentran únicamente en la vida de la gracia;

— por la palabra de Jesús aprendemos cómo debemos comportarnos, porque El nos revela que la voluntad de Dios está expresada en la ley moral y en el mandamiento supremo de la caridad recíproca. La voluntad de Dios, en efecto, es la discriminante absoluta entre el bien y el mal, la línea directriz para la justa conducta y para la verdadera pedagogía;

— finalmente, por la palabra de Jesús conocemos también su presencia siempre actual y viva en el tiempo y en la historia, mediante la Iglesia, querida y fundada por El, que nos da seguridad acerca de las verdades que hay que creer y practicar y nos ofrece la Eucaristía, misterio de fe y al mismo tiempo suprema manifestación de amor.

Esta es la "parte mejor", que queréis elegir escuchando a Jesús; ésta es la riqueza, que debéis poseer. Sin duda, como escribía San Pablo a los Corintios, "llevamos un tesoro en vasos de barro", es decir, que somos frágiles y débiles; pero todo esto sucede para que "la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra" (2 Cor 4, 7). Por tanto, tened siempre el valor de la verdad, de la firmeza, de la fidelidad al espíritu del "Oasis".

Este es el maravilloso programa que debéis realizar cada día; este es vuestro servicio de amor, recordando lo que dijo el divino Maestro a los Apóstoles: "...el que entre vosotros quiera llegar a ser grande sea vuestro servidor..., así como el Hijo del hombre no ba venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 26-28).

¡Carísimos jóvenes de "Oasis"!

El mundo necesita vuestra fe, vuestra pureza, vuestra alegría, vuestra ayuda, vuestra sonrisa. También vosotros, que habéis elegido la "parte mejor", debéis ser evangelizadores. Yo os confío a María Santísima, con tierno afecto y gran confianza, y con vosotros le repito la invocación que le he dirigido durante mi viaje apostólico en Brasil: "Madre, envuelta por el misterio de vuestro Hijo, muchas veces incapaz de entender, pero capaz de recoger todo y meditar en el corazón, haced que nosotros los evangelizadores comprendamos siempre que, más allá de las técnicas y de las estrategias, de la preparación y los planes, evangelizar es sumergirse en el misterio de Cristo e intentar comunicar algo de Él a los hermanos" (Homilía en la Santa Misa celebrada en Belém; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 27 de julio, 1980, pág. 6).

Con estos votos os imparto de corazón la propiciadora bendición apostólica, prenda de múltiples favores celestiales, que de . buen grado extiendo a todos los miembros y amigos de cada "Oasis" del mundo.

Queridos jóvenes de lengua francesa, me siento muy feliz por este encuentro con vuestro Movimiento "Oasis". ¡Os felicito! Y os aliento a que profundicéis vuestra unión en Cristo, a la escucha de su palabra y en la oración; es Él quien hace de vosotros morada suya y que os da así la serenidad en la fe. Sed, por vuestra parte, testigos de su paz, de su amor puro y fuerte, para con todos cuantos pone Dios en vuestro camino.

Os saludo también en inglés. Recordad que es sólo Jesús quien puede satisfacer nuestra sed espiritual. El agua que Jesús da se convierte en nosotros en una fuente de agua pura que brota para la vida eterna. Bebed de esta agua vosotros mismos y dadla a aquellos que como la samaritana dicen: Dadme de esta agua para que jamás vuelva a tener sed.

Un especial saludo, cordialísimo, a todos los jóvenes procedentes de las diversas naciones de lengua española.

Sed valientes en el camino hacia Cristo, que os hará descubrir ese magnífico oasis de paz, de gracia, de ideales superiores que dan a la propia existencia una dimensión nueva. Y entregaos generosamente a la tarea de mostrar a los demás jóvenes que vale la pena vivir la vida, iluminándola siempre con los grandes valores de la fraternidad y del amor efectivo que Cristo nos enseña. María, Madre nuestra, os acompañe en vuestro recorrido.

Queridos hermanos de lengua portuguesa:

Al saludaros cordialmente, deseo que de esta Eucaristía y encuentro de hermanos saquéis bien reavivado el espíritu del Movimiento "Oasis": en la luz de María Santísima, cultivad la gracia divina esplendorosa; sed "levadura en la masa" en que estáis llamados a vivir y a dar testimonio, con los ojos y el corazón fijos en el Señor Jesús, del destino, la dignidad y los auténticos valores de personas humanas; y servid siempre, con vuestra fidelidad a Dios y a vosotros mismos, la causa del hombre, en la luz del misterio de Cristo Redentor, con optimismo, serenidad y alegría.

Un afectuoso saludo dirijo a los presentes que representan el Movimiento "Oasis" en Polonia. Este encuentro de hoy con vosotros es continuación de todos los precedentes contactos que teníamos cuando yo era arzobispo de Cracovia; y es también continuación de nuestro encuentro en Nowy Targ, en Cracovia, así como de los celebrados ya precedentemente en Castelgandolfo.

¡Queridos míos! Me alegra mucho que estéis y trabajéis en la patria y que los representantes de vuestro Movimiento hayan podido llegar a Roma y participar en este Congreso y también en este encuentro con el Papa. Hay en esto una gran riqueza para la Iglesia y para vosotros. Doy gracias a Dios por ello.

Llevad, por favor, mi cordial saludo a todos vuestros colegas, hermanos y hermanas, y a todos los que participan en el Movimiento "Luz y Vida", en Polonia. Como siempre, os encomiendo a María Santísima, Madre del Amor Hermoso. No os detengáis; sed fermento evangélico, sed testigos de la presencia de Dios en el hombre y entre los hombres, tened la Vida y la Luz en sí misma y sed vosotros vida y luz para los demás.

Os bendigo de todo corazón.

MISA PARA LOS JÓVENES DEL «CENTRO ITALIANO DE SOLIDARIDAD»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Sábado 9 de agosto de 1980

Carísimos hijos y hermanos:

Habéis querido tener este encuentro eucarístico con el Papa para expresar de modo concreto vuestra fe y vuestra devoción; y yo, acogiéndoos en torno al altar del Señor, os dirijo mi saludo más cordial y os expreso mi más profunda gratitud. Vosotros, en efecto, me dais ocasión de encontrarme con personas serias y comprometidas, que participan activamente de las ansias y de las preocupaciones de la Iglesia y aportan experiencias, a veces dramáticas y, sin embargo, útiles para remediar muchos desconciertos y muchas necesidades de la sociedad moderna. Vuestra presencia, tan delicada y afectuosa, me proporciona gran consuelo: vosotros, en efecto, comprendéis la solicitud del Vicario de Cristo, el cual, como Pastor responsable, inmerso en esta sociedad del siglo XX, siente la responsabilidad de iluminar y guiar a todos los hombres. Vosotros le ofrecéis vuestra ayuda, vuestra oración, vuestra colaboración sincera. ¡Adonde no puede llegar él, llegáis vosotros, para aliviar penas y sufrimientos, para disipar dudas y aprensiones, para salvar a quien, desesperadamente, invoca ayuda en la derrota y en la desolación! Me infundís confianza y esperanza, por lo cual os doy las más sentidas gracias.

La obra de recuperación y de prevención de las nefastas y terribles consecuencias de la droga es actualmente no sólo benemérita, sino necesaria: los caminos en que yacen tantos heridos y sacudidos por los traumas dolorosos de la vida han aumentado espantosamente, lo cual hace que haya mayor necesidad de buenos samaritanos.

De modo especial, partiendo de ésta celebración eucarística; quisiera haceros algunas exhortaciones concretas;

Dicen los sicólogos y sociólogos que la primera causa que empuja a los jóvenes y adultos a la perniciosa experiencia de la droga es la falta de claras y convincentes motivaciones dé vida. En efecto, la falta de puntos de referencia, el vacío de los valores, la convicción de que nada tiene sentido y que, por tanto, no vale la pena vivir, el sentimiento trágico y desolador de ser viandantes desconocidos en un universo absurdo, puede empujar a algunos a la búsqueda de huidas exasperadas y desesperadas.

Ya lo escribía la conocida pensadora francesa Raissa Maritain, contando las experiencias de su juventud, al comienzo de este siglo, cuando era estudiante en La Sorbona de París y había perdido totalmente la fe: «Todo resultaba absurdo e inaceptable... La ausencia de Dios despoblaba el universo. Si debemos renunciar a encontrar cualquier sentido a la palabra "verdad", a la distinción entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, no es posible vivir humanamente. No quería saber nada de una semejante comedia —dice la escritora—. Habría aceptado una vida dolorosa, no una vida absurda... O era posible la justificación del mundo y no podía hacerse sin un conocimiento verdadero, o la vida no valía la pena de un instante de atención». Y concluía con dramático realismo: «Esta angustia metafísica que penetra en las fuentes mismas del deseo de vivir, es capaz de convertirse en una desesperación total y desembocar en el suicidio» (I grandi amici, Vita e Pensiero, Milán, 1955, págs. 73-75).

Son palabras que hacen pensar: los hombres tienen necesidad de la verdad; ¡tienen la absoluta necesidad de saber por qué viven, mueren y sufren! Pues bien, ¡vosotros sabéis que la "verdad" es Jesucristo! El mismo lo ha afirmado categóricamente: "¡Yo soy la verdad!" (Jn 14, 6), "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no anda en tinieblas" (Jn 8, 12). ¡Amad, pues, la verdad! ¡Llevad la verdad al mundo! Testimoniad la verdad que es Jesús, con toda la doctrina revelada por El mismo y enseñada por la Iglesia, divinamente asistida e inspirada. Es la verdad la que salva a nuestros jóvenes; la verdad toda entera, ¡iluminante y exigente, como es! No tengáis miedo de la verdad y, frente a tantos maestros del absurdo y de la sospecha, que pueden quizá fascinar, pero que luego fatalmente llevan a la destrucción, oponed sólo y siempre a Jesucristo.

Hay un segundo motivo, siempre según los expertos, que empuja a la búsqueda de "paraísos artificiales", en los diversos tipos de droga y es la estructura social deficiente e insatisfactoria.

Indudablemente, es este un tema muy importante, pero también muy difícil y complicado. En efecto; estamos asistiendo a la difusión y arraigo, en todos los Estados, de una "moral laica", que prescinde casi totalmente de la moral objetiva, denominada "natural", y de la moral revelada por el Evangelio. Nosotros no queremos hacer el proceso a la sociedad; debemos constatar, sin embargo, qué muchas carencias en las estructuras de la sociedad, como la desocupación, la falta de viviendas, la injusticia social, el arribismo político, la inestabilidad internacional, la falta de preparación para el matrimonio, la legalización del aborto y del divorcio, causan fatalmente una sensación de desconfianza y de opresión, que puede desembocar a veces incluso en experiencias pavorosamente negativas. ¡No debemos desanimarnos! A pesar de las dificultades, continuad influyendo en el bien de la sociedad; contribuid activamente incluso en el campo político y legislativo; sostened siempre y con entusiasmo lo que debe ser el primero y principal intento de todo organismo y de todo Estado: ¡el respeto al amor por el hombre! Lo que escribía San Juan para los primeros cristianos vale también para hoy: "Dios nos ha dado la vida eterna y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, tampoco tiene la vida" (/ jn 11-12).

A este propósito, me uno con toda la profunda participación de mi espíritu a las preocupaciones expresadas por la "Asociación de Médicos Católicos italianos" respecto a la propuesta de ley referente a la liberalización de las drogas erróneamente definidas "ligeras" y la facultad de suministrar heroína en los centros sanitarios (XV Congreso nacional, noviembre 1979, en Asís; VI Congreso Europeo, mayo 1980, en Bruselas). Como ya demuestra la dolorosa experiencia de algunas naciones, una legislación más permisiva en este campo, no sirve ni para prevenir ni para redimir.

Por último, siempre según los expertos de sicosociología, otra causa del fenómeno de la droga es también la sensación de soledad e incomunicabilidad que desgraciadamente pesa sobre la sociedad moderna, rumorosa y alienada, e incluso en la propia familia. De hecho, es un dato dolorosamente verdadero, que, junto con la falta de intimidad con Dios, hace comprender aunque no ciertamente justificar, la huida hacia la droga para olvidar, para aturdirse, para evadirse de situaciones que han llegado a ser insoportables y oprimentes, e incluso para iniciar voluntariamente un viaje sin retorno.

En efecto; el mundo moderno tiene una extrema necesidad de amistad, de comprensión, de amor, de caridad. ¡Llevad, por tanto, con perseverancia y con sensibilidad vuestra caridad, vuestro amor, vuestra ayuda! ¡Es la caridad la que salva y se hace camino hacia la verdad! Cada vez se comprende más qué el joven, envuelto en las espirales envenenadas de la droga, tiene necesidad esencial de sentirse amado y comprendido para redimirse y reanudar el camino normal de quien acepta la Vida en la perspectiva de la eternidad. Pero sobre todo, sed los portadores y los testigos del amor y de la misericordia de Dios, el amigo que no traiciona y sigue amando y esperando con confiada esperanza. Cuán verdaderas y conmovedoras son las palabras, escritas por Santa Teresa del Niño Jesús en su última enfermedad: "Sí; lo siento: aunque tuviese sobre la conciencia todos los pecados que pueden cometerse, me arrojaría igualmente en los brazos de Jesús, con el corazón quebrantado por el arrepentimiento, porque sé lo que El ama al hijo pródigo que vuelve a El".

¡Carísimos! He aquí vuestra tarea y vuestra consigna: ¡Llevad confianza y amor! La Sagrada Escritura, por boca del antiguo profeta dice que "el justo vivirá por su fe" (Hab 2, 4; cf. Rom 1, 17 ss.; Gál 3, 11) y Jesús exhorta a tener fe, al menos igual al de un grano de mostaza (cf. Mt 17, 18-19).

¡También vosotros estáis comprometidos a salvar a la sociedad con amor y con fe! ¡Encomendaos cada día a María Santísima, rezadle cada día con afecto y confianza, a fin de que ilumine siempre vuestros pensamientos y guíe vuestros pasos sobre los caminos del mundo, para alivio de tantos como tienen necesidad de encontrar su Corazón inmaculado y maternal! . i Y os acompañe mi propiciadora bendición!* * *

Después de la Misa, durante él diálogo con los jóvenes, el Papa les dijo:

A veces se abrazan las personas con las manos; otras veces, nos encontramos en situación un poco diversa, prefiriendo abrazar a las personas con la palabra. Esto sucede cuando nos encontramos en momentos de reflexión. Y el que vivimos hoy es un momento de reflexión, de reflexión sobre los problemas fundamentales de la vida, de la existencia humana, del sufrimiento humano y de la confianza, de la esperanza que nos queda siempre y en algún modo. Al finalizar este encuentro, quisiera todavía abrazaros una vez más a todos vosotros con estas palabras. Quisiera abrazar sobre todo a los jóvenes, estos jóvenes que, como han demostrado recientemente, han podido vencer y dar testimonio de cómo se puede vencer y recobrar la propia humanidad, la propia libertad y el sentido del "ser", del ser hombre y de vivir entre los hombres. Ellos han podido vencer y esta es la cosa más importante de todo el trabajo que se realiza en el Centro Italiano de Solidaridad y en los diversos Centros mundiales, sobre todo en el estadounidense y por doquier en el mundo. Si nosotros debemos afrontar ese gran peligro de la droga, peligro paradla persona humana, para cualquier hombre y sobre todo para el hombre joven, debemos tener las pruebas de la posibilidad de vencer. Si tenemos la certeza de que se puede vencer, una certeza comprobada a través de las personas que han vencido, entonces podremos afrontar el peligro con esperanza.

Así, pues, vosotros, jóvenes que habéis vencido, resultáis para los demás un testimonio de esperanza, un testimonio de que la victoria es posible; y suponéis también, para la sociedad preocupada por el fenómeno de la droga, un nuevo impulso para luchar, para empeñar todas las fuerzas, toda la buena voluntad. Vale la pena, porque la victoria es posible.

He aquí que con estas palabras conclusivas quisiera abrazar a todos los presentes, no sólo a los jóvenes, sino también a todos los demás que participan en el empeño social contra la droga, contra el peligro de la droga. Un peligro directo para la humanidad, para la personalidad humana. Todos cuantos en la sociedad y en la Iglesia participan en los esfuerzos para vencer la droga, se encuentran entre nosotros hoy, en nuestra común oración y también en ese testimonio que ha completado, en cierto modo, nuestra oración. Que puedan encontrar una incitación, un estímulo para continuar. A todos vosotros yo, como Obispo vuestro, quiero reiterar mi agradecimiento. Estamos verdaderamente unidos en esta preocupación y en esta lucha. Estamos verdaderamente unidos como amigos, como cristianos, como discípulos de Cristo, porque El está presente en todos los que sufren; El está realmente, verdaderamente presente en cada joven que sufre las experiencias de la droga, tristes y dolorosas. Si nosotros nos comprometemos a ayudar a esos jóvenes, nos encontramos a El mismo en cada uno de los que tratamos de ayudar. Así, pues, quiero dar las gracias también a todos cuantos se dedican a ello, a todos los sacerdotes y hermanas religiosas, a todos los laicos que. de diversas maneras participan en este empeño social, religioso y apostólico, a quienes hoy he tenido la ocasión y la alegría de encontrar. Por este encuentro os doy las gracias cordialmente, profundamente, y una vez más os digo: en espíritu abrazo a todos como amigos míos, como mis hermanos y. hermanas. Os doy las gracias y os digo que continuéis. ¡Alabado sea Jesucristo!

SANTA MISA PARA UNA PEREGRINACIÓN DE JÓVENES DE DUBLÍN

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sala de las Audiencias, Castelgandolfo
Jueves 28 de agosto de 1980

Queridos jóvenes de Dublín:

1. El amor de Cristo nos ha reunido esta mañana. Ninguna otra razón puede explicar adecuadamente esta maravillosa unión nuestra. Nos hemos congregado en el nombre de Jesús y El está presente en medio de nosotros. Jesucristo está entre nosotros (cf. Mt 18, 20).

2. Habéis venido a Roma representando a la juventud de Dublín; habéis querido devolverme la visita que os hice en Irlanda. Al mismo tiempo me estáis proporcionando nueva oportunidad de hablaros de Cristo, de recordaros vuestra dignidad cristiana y proclamar ante vosotros la comunión que el Espíritu Santo ha dado a todos nosotros: la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (cf. 1 Jn 1, 3).

3. Y sobre todo habéis venido aquí a celebrar juntos nuestra vida en Cristo y obtener cada vez mayor Comunión con la Trinidad Santísima, por los méritos de la redención de Cristo. Un aspecto maravilloso de nuestra Eucaristía reside en que en ella llevamos a Cristo la trama de nuestra vida diaria. El acepta nuestra ofrenda, la une a su propia oblación y la presenta al Eterno Padre. Al mismo tiempo, en la Misa escuchamos la Palabra de Dios según la proclama la Iglesia, proclamación que alcanza su expresión más alta en la renovación real del Sacrificio de Cristo. Cuando celebramos este Sacrificio eucarístico, estamos realizando una acción que se sitúa en la misma cumbre de nuestra vida cristiana; aquí llega a su realización plena nuestra dignidad cristiana. Y todo ello es algo que realizamos juntos como comunidad, comunidad en Cristo y con Cristo; como miembros de su Cuerpo, miembros de su Santa Iglesia.

Y de esta celebración eucarística saldréis a responder a vuestro llamamiento, a ocuparos de las actividades de vuestra vida y, finalmente, a vuestro destino. Por todo ello reflexionemos unos momentos dentro del sagrado contexto de la Palabra de Dios, sobre estos elementos importantes de la vida cristiana.

4. Cada uno de vosotros es llamado individualmente por Cristo, llamado a tomar parte en su Reino y a desempeñar una tarea dentro de su misión de salvación. Estas son las grandes realidades de vuestro bautismo y confirmación. Al llamaros nominalmente, Dios os envía a realizar lo que El quiere que hagáis. Dice a cada uno de vosotros lo que dijo al Profeta Jeremías: "Estoy contigo para protegerte". Confirma su protección sobre vosotros poniendo sus palabras en vuestros labios. Según la expresión del Salmista, la Palabra de Dios es lámpara para vuestros pies y luz en vuestro camino (cf. Sal 119, 105). Cristo os llama a vivir una vida nueva radicada en las bienaventuranzas, con nuevos criterios de juicio, perspectiva espiritual rebosante de lozanía y estilo de vida transformado. Incorporados a la novedad de la misma vida de Cristo, sólo la referencia constante a El os realizará y dará gozo. La conversión constante del corazón se transforma en premisa de la eficacia de vuestras actividades y del logro de vuestro destino.

5. Cuando os pongáis a responder al llamamiento cristiano fundamental, se os aconsejará realizar gozosa y fielmente las acciones de cada momento, cada día y cada semana. Para muchos de vosotros el campo de acción es el mismo mundo secular necesitado de la levadura evangélica. Vuestra tarea está clara como el cristal: llevar a Cristo al mundo y llevar el mundo a Cristo. Estoy seguro de que ya habíais captado todo esto. ¿Acaso no es éste el contexto de vuestro lema "Hacer más, amar más, servir más"?

Este "hacer, amar y servir" puede expresarse de muchas maneras. Por ejemplo, estáis llamados a ser hombres y mujeres honrados e íntegros, a "vivir en la verdad y el amor", según dice la petición de la Misa de esta mañana. Estáis llamados a abrir el corazón a la justicia del Evangelio, para ser vosotros asimismo instrumentos de justicia y constructores de paz.

Sois jóvenes y con razón buscáis la comprensión de los demás —de vuestros mayores, de vuestros sacerdotes, de vuestros padres queridos, de cuantos construyeron las generaciones precedentes de la sociedad—, y esperáis misericordia y amistad. Pero precisamente porque sois jóvenes con la vitalidad de la gracia de Cristo y compartís el entusiasmo por su mensaje, sabéis que hay algo todavía más alto y noble; de ahí que os resulte fácil orar "no tanto para ser comprendidos, cuanto para comprender; no tanto para ser amados, cuanto para amar". Así, pues, estáis llamados a ser líderes de la próxima generación a través de la comprensión y del amor. Queridos jóvenes: ¿No es verdad que casi la mitad de vuestra archidiócesis está constituida por jóvenes menores de 21 años? ¿Podéis tener alguna duda de que el futuro de Dublín y del resto de Irlanda depende realmente de vuestra generosidad, de vuestra entrega a Cristo y de vuestro servicio a los hermanos y hermanas?

Estáis llamados a comprenderos mutuamente, trabajar juntos, recorrer juntos el camino de la vida —juntos entre sí y con Cristo—, respetar la humanidad de cada hombre, incluidos los hombres que han perdido el sentido de la propia dignidad. Tenéis que ver a Cristo en los demás y dar a los otros a Cristo, ¡a Cristo que es la sola esperanza del mundo! En todas las circunstancias de la vida estáis llamados a ser portadores de un mensaje de esperanza, llamados, como dice San Pedro, a estar dispuestos a responder a quien quiera que os pidiere, "dar razón de vuestra esperanza" (1 Pe 3, 15). Con esta esperanza, con comprensión y amor, equipados con todos los principios de la fe católica, estaréis en grado de afrontar serenamente los acontecimientos de la vida diaria. Y podéis estar seguros de que María, Madre de Jesús y luminoso "Sol de la gente irlandesa", os ayudará siempre con su intercesión.

Los problemas sociales y políticos tan complicados no son de fácil solución. Con todo, la perseverancia nacida de la esperanza y de la entrega fraterna a las necesidades de nuestros hermanos y hermanas, es condición indispensable para avanzar de verdad en estos campos. Vuestro llamamiento cristiano os impele a prestar vuestra aportación —grande o pequeña, pero siempre única e insustituible— en la construcción de una sociedad justa y pacifica. Y este mismo llamamiento cristiano os invita individualmente y en grupo a ayudar con la oración, el sacrificio y la disciplina cristiana personal, y una serie de medios abiertos a vuestra iniciativa y creatividad, a insertar el Evangelio de salvación en la vida de muchas personas. La parroquia os necesita y necesita vuestra aportación de vida cristiana. La comunidad necesita vuestra vitalidad, alegría y esfuerzo para trabajar juntos por el bien de todos.

Hasta el mismo Creador ha pedido vuestra colaboración para mantener la obra de su creación. Estad siempre convencidos de que vuestro trabajo diario tiene gran valor a los ojos de Dios. Esforzaos para que la calidad de aquél sea digna de Cristo y de sus miembros. Y recordad también que Cristo quiere recibir el don de vuestro trabajo y de vuestra vida, y ofrecerlos a su Padre. De hecho, lo está haciendo ahora precisamente en su Eucaristía.

Ya he aludido a la necesidad de dirigirse continuamente a Cristo y estar convirtiéndose a El incesantemente. La vida cristiana no está completa sin esta conversión constante, y la conversión no es plenamente auténtica sin el sacramento de la penitencia. Queridos jóvenes de Dublín: Cristo quiere ir a encontrarse con vosotros personalmente con regularidad y frecuencia en un encuentro personal de misericordia amorosa, perdón y curación. Quiere sosteneros en vuestra debilidad y manteneros en alto levantándoos y acercándoos a su corazón. Como he dicho en mi Encíclica Redemptor hominis, el encuentro en este sacramento es un derecho que pertenece a Cristo y a cada uno de vosotros (cf. núm. 20). Por eso el Papa habla muy en serio cuando os dice ahora: No privéis a Cristo de su derecho en este sacramento y no renunciéis nunca a este derecho vuestro.

6. Y finalmente, queridos jóvenes, de esta Eucaristía vais a salir a realizar vuestro destino. Esta realización depende de la gracia de Dios, como nos recuerda hoy con tanta fuerza la fiesta de San Agustín. Pero requiere también el asentimiento de vuestro libre albedrío. Debéis decir sí a Cristo una y otra vez, a fin de asegurar el éxito de vuestra tarea, única en el plan de Dios para salvar al mundo. Aquí debemos reflexionar de nuevo sobre la importancia de la fidelidad a vuestro llamamiento.

 En otras ocasiones he hecho mención de la gran incidencia que tuvo en la historia de Irlanda y del mundo la fidelidad de un hombre, la fidelidad de San Patricio. La proporción puede ser diferente, pero el principio es el mismo. Cristo tiene una misión especial para cada uno de vosotros, una misión que sólo vosotros podéis desempeñar. Sin vuestra cooperación se quedaría incumplida. Cristo conduce a cada uno de vosotros personalmente hacía un destino para cuya consecución sois interdependientes. Miradle hoy a El, mirad a Cristo. Aceptad su ofrecimiento cuando os tiende la mano, os abraza con la fuerza de su brazo y os revela el amor de su Corazón Sagrado.

7. Y ahora permitidme añadir una sola palabra antes de terminar. Cuando estuve en Galway dije a todos los allí presentes que creo en la juventud con todo el corazón, que creo en la juventud de Irlanda, en cada uno de vosotros. Y hoy quisiera añadir algo a ese mensaje, y es esto: Por todo lo que Cristo os ha dado, por sus dones gratuitos de vida y gracia, El cree en vosotros. Cristo cree en la juventud, en la juventud de Irlanda, en cada uno de vosotros. Y os ama. Queridos jóvenes de Dublín: ¡Cristo os ama!

Cristo os ama y quiere amar por vuestro medio. Amén.

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN EL INSTITUTO INTERNACIONAL MISIONERO DE CATEQUESIS  «MATER ECCLESIAE»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Viernes 12 de septiembre de 1980

Me siento particularmente contento de celebrar esta mañana la Santa Misa con vosotros, queridísimos catequistas. Sé que estáis distribuidos en tres grupos. Entre vosotros se hallan los de Propaganda Pide procedentes de varios países del mundo; después, el grupo más cercano, el de la parroquia de Castelgandolfo; y en fin, el grupo de la archidiócesis de Florencia.

Saludo a todos con afecto profundo y también con emoción, porque no puedo dejar de acordarme del encuentro con los catequistas durante mi viaje pastoral a África, en Kumasi, Ghana. Un mismo vínculo de fe y amor os une a aquellos hermanos lejanos, y al igual que ellos y con ellos, sois muy queridos para mí.

Hijos amadísimos: Sabed que la Iglesia y de modo particular el Papa cuentan mucho con vosotros. Pues estáis injertados en la estructura que sostiene la evangelización, que es el factor primero y fundamental para dar a conocer a Jesucristo al mundo. Hemos oído exclamar a San Pablo en la primera lectura: "¡Ay de mí si no evangelizara!" (1 Cor 9, 16). El anuncio oral es el medio esencial de la misión cristiana; y es el mismo Apóstol quien nos recuerda un principio primario del cristianismo: "La fe es por la predicación" (Rom 10, 17). Pero, "¿cómo creerán sin haber oído de El? Y, ¿cómo oirán si nadie les predica?" (ib., 10, 14). Desde aquí se puede medir el alcance e importancia de vuestra tarea. Es tarea de la que la Iglesia no puede prescindir, porque se juega en ella no sólo la madurez, sino la misma identidad cristiana. En efecto, esta tarea, según escribí en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae, "persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo" (núm. 19).

Pero estoy seguro de que son cosas muy conocidas ya para vosotros. Mi palabra pasa a ser, por tanto, aliento paterno en el desempeño celoso e inteligente de vuestra valiosísima actividad. Cultivad primero en vosotros y vivid esa fe cuyo contenido transmitís a los demás; y también tened siempre un sentido radical y responsable de pertenencia a la Iglesia.

Sea esta Santa Misa que estamos celebrando, ocasión propicia para pedir al Señor gracias copiosas y fecundas. Sea El quien os ilumine, dirija y sostenga. Y sea asimismo El quien os conceda la recompensa verdadera prometida a quien se hace ministro fiel de la palabra. Así sea.

VISITA PASTORAL A MONTECASSINO Y CASSINO

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON LOS ABADES EN EL MONASTERIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado 20 de septiembre de 1980

Venerables hermanos y queridos hijos e hijas:

Esta basílica que —resurgida prodigiosamente de entre las ruinas bélicas y consagrada de nuevo por mi inolvidable predecesor Pablo VI— se ve hoy inundada con la asamblea preclara, más aún, realmente única quizá en la historia más que milenaria de Montecassino, de hijos e hijas de San Benito, reunidos en torno a su glorioso sepulcro que parece redivivo, y en torno al altar donde hoy se concelebra el Sacrificio eucarístico; en este espléndido escenario me viene espontáneamente a la mente y a los labios aquel grito jubiloso del Profeta Isaías: Oh venerado Padre, "alza los ojos y mira en torno tuyo; todos se reúnen y vienen a ti; llegan de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas en brazos" (cf. Is 49, 18; 60, 4).

Han venido de todas las parles del orbe para celebrar tu jubileo, con la gloria de poderse afirmar fieles hijos e hijas tuyos, contentos al dirigirte sus oraciones implorando con gozo tus fecundas bendiciones, en comunión visible y anhelada con el Sucesor de Pedro. Y al Sucesor de Pedro mucho le complace también encontrarse entre ellos, para testimoniarte, Patriarca de millones de monjes, la estima y el amor que toda la Iglesia te profesa, al haber sido constituido por el designio y la gracia de Dios artífice de tesoros inmensos de civilización humana, de cultura y, sobre todo, de santidad.

Tu vida, aunque discurrió en los estrechos límites de una región, sin embargo, brilla maravillosamente por tus virtudes y prodigios. Pues la acción de tu mensaje vivificante, al penetrar en toda Europa y, desde ella,, en todo el mundo, ha llegado hasta nuestros días, gracias a ese pequeño y a la vez grandísimo libro tuyo que se ha convertido en "fermento de la justicia divina" para modelar cristianamente a las multitudes que Dios, lo mismo que antes a Abraham, te preparó como heredad incomparable.

Resulta muy grato y, al mismo tiempo, emocionante para mí y para todos los aquí presentes recordar que en este mismo monasterio, o mejor dicho, en una de sus más pequeñas estancias —que se libró del desastre de la guerra— fue compuesto ese libro, es decir, su regla, como recuerda abajo la inscripción lapidaria: "Hic scripsit Regulam et verbo et opere docuit".

Venerables abades, queridísimos hijos e hijas de tan gran padre y legislador: En esta asamblea que podemos llamar ciertamente extraordinaria, y en este culmen de las celebraciones centenarias con motivo de su nacimiento, es conveniente volver a ese augusto libro y partir de él para realizar la renovación moral y religiosa que nos urge instantemente y que debemos ofrecer solícitamente al mundo. En mi reciente Carta Apostólica Sanctorum Altrix, quise exponer, como en una amplia panorámica, cuanto de vital y fértil puede ofrecernos hoy la doctrina y la institución de San Benito, no sólo para la vida de perfección, sino también para la restauración y robustecimiento de los sentimientos y costumbres que derivan del Evangelio.

He sabido con gran satisfacción que vosotros —deseando celebrar dignamente este centenario— ya habéis comenzado muy acertadamente en Roma, primera sede de la religión cristiana, un Symposium peculiar, precisamente sobre la regla, con el fin de descubrir y delimitar, después de muchos estudios recientes y de acuerdo con experiencias ya realizadas o todavía en curso, lo que de válido y vivificante contiene también para este tiempo, las estructuras principales e inviolables que deben prevalecer sobre otras advenedizas que el paso de los siglos han vuelto caducas, cuáles han de conservarse firmemente como bienes necesarios en los monasterios, de manera que puedan decir los hermanos que todavía siguen con seriedad por los caminos de la familia benedictina.

Como sucede hoy en la teoría y en la práctica, con razón vosotros —especialmente los que sois Pastores de las comunidades— os dais cuenta perfectamente de que es preciso que brille con claridad la propia identidad y calidad de los hijos y discípulos de San Benito. "Hablo a los que saben": vosotros mismos que tantas veces habéis leído y meditado ampliamente vuestra regla, habéis conocido muy bien lo que el Patriarca quiere construir y, al mismo tiempo, enseñar por medio de esa regla de la que —como advierte— "nadie se aparte temerariamente" (3, 7).

Está bien claro que quiso construir "la escuela del servicio divino" (Pról., 45), Por lo tanto, vuestra identidad está en este servicio absoluto y universal al Bien Absoluto, que es Dios. Aunque el mundo todo ya está en Dios, sin embargo, el monasterio —como le gusta describirlo a San Benito— es "la casa de Dios" (Regla, 31, 19) de modo particular, pues el monje está allí para servir al Señor de esa casa con humildad, obediencia y oración, con el silencio y el trabajo, y ante todo con la caridad. Sabéis muy bien con cuánta fuerza y énfasis inculca vuestro padre legislador, para el seguimiento de Cristo, esta misma virtud como informadora de la vida monástica. El cuarto capítulo sobre los instrumentos de las buenas obras, nos da a conocer que la doctrina ascética y mística benedictina es en realidad sencillamente evangélica, o sea, que emana del Evangelio aceptado y vivido con todas sus consecuencias.

Así, pues, una vez admitida esta vuestra identidad y naturaleza, he aquí que se exige —como ocurre hoy también en todas partes— sincera, voluntad y amor hacia esa genuina índole vuestra. Esto pido a los benedictinos, esto desean todos en la Iglesia y en el mundo: que sean auténticos monjes según la mente del Patriarca, que "en realidad" ("revera") —palabra que él utiliza— sean buscadores de Dios y que amen a Dios, que se alegren de vivir alejados del mundo, pero, por comunión de amor, unidos a los hermanos en el mundo, que vivan, además, en un contexto familiar de obediencia y caridad, de donde nazcan la paz y la alegría: "que nadie se perturbe ni contriste en la casa de Dios" (Regla, 31, 19).

Ciertamente, una larguísima y jamás interrumpida tradición —esto es, la más larga de todas que puede compararse a la de la Iglesia— ha comprobado la nobleza, la hermosura y fecundidad de la espiritualidad benedictina. Gloriaos de ella, por lo tanto, con santo afecto, y teniendo en cuenta las necesarias y prudentes acomodaciones introducidas de acuerdo con los cambios de nuestro tiempo, seguid por el camino que marcó vuestro antiguo padre y legislador, y los padres de vuestra tradición; y no os dejéis arrastrar o captar por movimientos que tienden al secularismo, ni por irrazonables o innecesarias novedades, ni por inmoderadas opiniones de pluralismo, que a veces logran que os alejéis del camino de vuestro padre legislador. La claridad se ha manifestado como uno del los principales méritos de la regla, pues todos pueden fácilmente percibir y comprender lo que prescribe y manda el gran maestro; sólo hace falta que le sigan humilde y dócil y gozosamente.

Con la bendición de Dios, con el amable auxilio de María, Reina de los monjes, con la protección de vuestro padre fundador, continuad, de acuerdo con el mensaje de su doctrina, desarrollada por la sana tradición y practicada por vuestro ejemplo fiel; continuad —digo- también hoy y en el futuro, predicando la potencia de la fe, la dulce tarea de la oración cristiana, el ardiente amor a la liturgia, las ventajas de la autoridad y la obediencia, el cultivo de la lectura divina y de todos los estudios sagrados, la dulzura de vuestro canto gregoriano, el entusiasmo diligente en los trabajos intelectuales y manuales, la dignidad del comportamiento exterior en las actitudes, así como en el hábito religioso, la alegría de la vida común y, ante todo, la adquisición sincera de la caridad y la paz.

Pero en esta singular y consoladora reunión con todos los abades y superiores benedictinos, me place sobremanera —más aún, me parece necesario— recordar de nuevo lo que en la antes citada Carta Apostólica dije ya sobre la propia figura paterna de vuestro padre legislador, a propósito del gobierno abacial. Vosotros sois indudablemente superiores, administradores y maestros: pero, ante todo, padres. Y en esta "sociedad carente de padres" —como dije allí mismo (cf. VI)— debéis dar testimonio de que San Benito pensó erigir su monasterio como una comunidad familiar, en la que el padre debe ser quien cuide y enseñe y quien, sobre todo, ame y mire por sus monjes, respetando su dignidad, quien, finalmente, les haga además partícipes de sus consejos, los guíe con un amor que tenga también cierta ternura de corazón maternal.

Vosotros debéis tener como norma: "ser más amados que temidos" (Regla, 64, 14); y los dos capítulos de la regla que vienen a ser como vuestro Directorio, a saber, el capítulo 2 y el 64 —pero sobre todo el maravilloso capítulo 64, que brotó realmente de un corazón lleno de sabiduría y caridad— son como "la carta magna", es decir, la ley principal que debe regir y penetrar toda la razón de ser de vuestra vida. Pero en realidad toda la regla habla de vosotros, para inculcaros sabiduría y prudencia, inconmovible oposición a los vicios y promoción de la virtud, misericordia para con los débiles y, ante todo, esa discreción romana y cristiana, que como nota peculiar, distingue al ilustre código de vuestra regla, y ha sido la causa principal de su difusión por todas partes; más aún, ha prevalecido entre todas las gentes. El equilibrio armonioso del abad engendra y sustenta el amor mutuo de él y sus hijos, y el de los hermanos entre sí. En nuestro mundo, donde la falta de amor priva a los espíritus tanto de fuerzas como de alegrías, vean todos y reconozcan por vuestros sacrificios magnánimos que el monasterio es una sociedad de auténtico amor humano y sobrenatural.

Antes de terminar, quiero saludar expresamente a las familias benedictinas de mujeres, algunas de las cuales han enviado sus delegadas. Bajo la luz y el perfume de virtud de Santa Escolástica, que descansa en este mismo lugar junto a su hermano, vuestra purísima y virginal presencia —hijas todas de San Benito— alegra y edifica al Pueblo de Dios. En el silencio de vuestro retiro, o en la humildad de vuestros trabajos, representáis de modo singular —más aún, debéis seguir con toda convicción— la actitud espiritual de la Virgen Madre María, que se alegraba de ser la esclava del Señor, profundamente entregada a la sola voluntad del Padre celestial. "Floreced como el lirio, exhalad perfume suave y entonad cánticos de alabanza" (Eclo 39, 19). Y para gozo y utilidad de todos los hombres, vuestros hermanos en la tierra, cantad al Señor castísimas alabanzas y cantad a vuestro Esposo Cristo el júbilo mismo de vuestra unión íntima por el amor.

Padres y hermanos y hermanas todos: Alegrémonos, pues, con gran gozo, "al celebrar la fiesta en honor de San Benito", de cuya gloria se alegran los ángeles y los santos, cuya doctrina e institución nos ayuda a miles de hombres, dentro o. Fuera del recinto de los monasterios, de cuyo ejemplo y patrocinio tantas ventajas reciben la Iglesia y todo el mundo. También hoy resuena su voz: "Nada absolutamente antepongan a Cristo" (Regla, 72, 11). Este es su mensaje primero; y si su ardiente deseo es que todos los hermanos de las familias monásticas vivan en la paz, ciertamente el mismo anhelo y deseo se convertirá para toda la familia humana en verdad felicísima y en realidad estable, si en ella entra definitivamente Cristo.Esto es lo que con todo cariño os quería decir. Sea, finalmente deseo y prenda de los frutos espirituales que surjan de esta celebración benedictina, la bendición apostólica que muy gozosamente os imparto.

MISA DE INAUGURACIÓN DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS 1980

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Viernes 26 de septiembre de 1980

1. Venerables hermanos en el Episcopado y queridos todos los que participáis en la sesión del Sínodo que va a comenzar:

Conviene que iniciemos nuestros trabajos entrando en el corazón mismo de la oración sacerdotal de Cristo. Sabemos en qué momento tan importante y tan especial pronunció Jesús esta plegaria. Escuchemos sus palabras, cuyo contenido resulta tan profundo, tan grande y tan luminoso: "Padre Santo, guarda en tu nombre a éstos que me has dado, para que sean uno como nosotros" (Jn 17, 11).

Cuando la Iglesia ora por su unidad, lo que hace es sencillamente conectar con esas palabras. Con esas mismas palabras oramos por la unión de los cristianos. Y, sirviéndonos de ellas mismas, pedimos al Padre, en nombre de Cristo, esa unidad que debemos realizar durante la asamblea del Sínodo de los Obispos, que hoy comienza y que emprende sus trabajos, tras una preparación larga y profunda, para tratar el tema relativo a la misión de la familia cristiana.

2. Este tema ha sido elegido entre las propuestas hechas por muchos obispos y Conferencias Episcopales, así como por los Sínodos de los padres orientales, a la Secretaría general del Sínodo de los Obispos, la cual las examinó atentamente. Durante las próximas semanas este tema constituirá la base de nuestras reflexiones, ya que estamos profundamente convencidos de que, a través de la familia cristiana, la Iglesia vive y cumple su misión que Cristo le ha confiado. Por eso se puede decir muy bien que el tema de la presente sesión del Sínodo es como una continuación de los tratados en las dos sesiones anteriores. Tanto la evangelización, tema del Sínodo de 1974, como la catequesis, que lo fue del Sínodo de 1977, no sólo se dirigen a la familia, sino que de ella reciben su auténtica vitalidad. La familia es en realidad el objeto primordial de la evangelización y de la catequesis de la Iglesia, y es al mismo tiempo el sujeto indispensable e insustituible de ellas: el sujeto creativo.

3. Precisamente para esto, para ser ese sujeto, y no sólo para perseverar en la Iglesia y recibir de ella su fuerza espiritual, sino también para constituir la Iglesia en su dimensión fundamental, como una "Iglesia en miniatura" (Ecclesia domestica), la familia debe ser consciente, de un modo especial, de la misión de la Iglesia y de su propia participación en esta misión.

A este Sínodo corresponde la tarea de mostrar a todas las familias su peculiar participación en la misión de la Iglesia. Esta participación comporta, al mismo tiempo, la realización de la finalidad propia de la familia cristiana en su plenitud, dentro de lo posible.

En esta asamblea sinodal queremos captar de nuevo el rico magisterio del Concilio Vaticano II en lo referente a la verdad sobre la familia, contenida en él, así como en lo referente a la aplicación del Concilio mismo por parte de las familias. Las familias cristianas deben encontrar su puesto en esta tarea tan importante. El Sínodo quiere ayudar, ante todo, a alcanzar este fin.

4. Como enseña San Pablo en la segunda lectura de la liturgia de hoy, "nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros" (Rom 12, 5). Así, pues, aunque la asamblea sinodal es, por su misma naturaleza, una forma peculiar de actividad del Colegio Episcopal, dentro de esta misma asamblea sentimos una necesidad especial de la presencia y del testimonio de nuestros queridos hermanos y hermanas que representan a las familias cristianas de todo el mundo. "Todos tenemos dones diferentes, según la gracia que nos. fue dada" (Rom 12, 6). Y precisamente durante esta asamblea, cuyo tema es la familia cristiana y su misión, tenemos tanta necesidad de la presencia y del testimonio de aquellos cuyos "dones", según "la gracia" del sacramentó del matrimonio que les ha sido "concedida", son dones de vida y de vocación al matrimonio y a la vida familiar.

Queridos hermanos y hermanas: Os quedaremos muy agradecidos si durante los trabajos del Sínodo, a los que nos dedicaremos según nuestra responsabilidad episcopal y pastoral, compartís con nosotros estos "dones" de vuestro estado y de vuestra vocación, aunque sólo sea con el testimonio de vuestra presencia y también de vuestra experiencia, radicada en la santidad de este gran sacramento, que es el vuestro: el sacramento del matrimonio.

5. Cristo Señor, antes de morir, en los umbrales del misterio pascual, ora así: "Padre Santo, guarda en tu nombre a éstos que me has dado, para que sean uno como nosotros". Entonces pide de algún modo, quizás de un modo especial, también la unidad de los esposos y de las familias. Ora por la unión de los discípulos, por la unidad de la Iglesia; y San Pablo compara el misterio de la Iglesia con el matrimonio (cf. Ef 5, 21-33). La Iglesia, por tanto, no sólo coloca el matrimonio y la familia en un lugar especial dentro de sus afanes, sino que, en cierto modo, considera también el matrimonio como preclara imagen suya. Colmada del amor de Cristo-Esposo, que nos amó "hasta el extremo", la Iglesia mira hacia los esposos, que se juran amor hasta la muerte, y considera como tarea suya peculiar salvaguardar este amor, esta fidelidad y esta honestidad y todos los bienes que nacen de ahí para la persona humana y para la sociedad. Es precisamente la familia la que da la vida a la sociedad. Es en ella donde, a través de la obra de la educación, se forma la estructura misma de la humanidad, de cada hombre sobre la tierra.

He aquí lo que dice, en el Evangelio de hoy, el Hijo al Padre: "Yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las recibieron... y creyeron que tú me has enviado...; todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío" (Jn 17, 8-10).

¿No resuena, en el corazón de las generaciones, el eco de este diálogo? ¿No constituyen estas palabras algo así como la historia viva de cada una de las familias y, a través de la familia, de cada hombre?¿No nos sentimos, mediante estas palabras, especialmente vinculados a la misión del mismo Cristo: de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey? ¿No nace la familia del corazón mismo de esta misión?

6. "Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro culto racional" (Rom 12, 1). Este sacrificio y este culto testimonian vuestra participación en el sacerdocio real de Cristo. Y .esto sólo se realiza obedeciendo a aquella exhortación hecha por Dios, Creador y Padre; ya que en la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio, se dice: "La palabra la tienes enteramente cerca de ti, la tienes en tu boca, en tu mente, para poder cumplirla" (Dt 30, 14).

Y Cristo ora así por sus discípulos: "No pido que los tomes del mundo, sino que los guardes del mal... Santifícalos en la verdad... Yo por ellos me santifico para que ellos sean santificados en la verdad" (Jn 17, 15-19).

He aquí, tal como aparece en la liturgia de hoy, la misión que debemos presentar a las familias cristianas en la Iglesia y en el mundo contemporáneo:

— la conciencia de la propia misión, que brota de la misión salvífica del mismo Cristo y se realiza como servicio peculiar;

— esta conciencia se alimenta con la Palabra del Dios vivo y con la fuerza del sacrificio de Cristo. De este modo se hace realidad el testimonio capaz de formar la vida de los demás, capaz de "santificar en la verdad";

— esta conciencia hace que se difunda el bien, lo único capaz de "guardar del mal". La misión de la familia es así semejante a la función de Aquel que en el Evangelio de hoy dice de Sí mismo: "Mientras yo estaba con ellos, yo conservaba en tu nombre a éstos que me has dado, y los guardé, y ninguno de ellos pereció..." (Jn 17, 12).

Sí. La misión de cada familia cristiana es la de salvaguardar y conservar los valores fundamentales. Es salvaguardar y conservar al hombre.

7. Que el Espíritu Santo guíe y sostenga todos nuestros trabajos durante la asamblea que hoy comienza.

Conviene iniciarla en el corazón mismo de la gran oración "sacerdotal" de Cristo. Conviene iniciarla con la Eucaristía.

Todo nuestro trabajo durante los próximos días no será más que un servicio hecho a los hombres: a nuestros hermanos y hermanas, a los esposos, a los padres, a los jóvenes, a los niños, a las generaciones, a las familias, a todos aquellos a quienes Cristo ha revelado el Padre, a todos aquellos "del mundo" que el Padre ha dado a Cristo. "Yo ruego por ellos..., por los que tú me diste; porque son tuyos" (Jn 17, 9).

ANTA MISA EN LA NUEVA CAPILLA HÚNGARA DE LA CRIPTA DE LA BASÍLICA DE SAN PEDRO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Grutas Vaticanas
Miércoles 8 de octubre de 1980

¡Alabado sea Jesucristo!

Señor cardenal,
venerados hermanos en el Episcopado,
ilustres representantes de la nación húngara,
queridos fieles:

Reunidos en torno al altar del Señor para celebrar el Sacrificio eucarístico, no es fácil expresar la emoción de este momento, intensamente evocativo y denso de recuerdos, que sella, en cierto modo, la conclusión solemne de manifestaciones pluricentenarias ligadas a los albores de la Iglesia en Hungría y a los orígenes de la nación húngara.

1. Tras la conmemoración del milenio de la Iglesia en Hungría y del nacimiento y bautismo del Rey San Esteban, a quien mi predecesor Pablo VI exaltó en la Carta Apostólica Sancti Stephani ortum, del 6 de agosto de 1970, ha sido solemnemente recordada, precisamente en estos días, la fecha diez veces centenaria del nacimiento de San Gerardo, obispo y mártir.

Al concluir este decenio, marcado por efemérides tan significativas, la inauguración de esta capilla adquiere el patente significado de un sello y un testimonio perenne que, transfigurados por la sugestiva potencia del arte, Indican a las generaciones presentes y futuras el permanente recuerdo de momentos históricos, siempre vivos en la conciencia nacional y enlazados con la idealidad profunda de un pueblo, cuya conversión a Cristo coincidió con el comienzo de la propia civilización.

2. Deseando profundizar con vosotros en el valor de esta monumental iniciativa, el primer motivo que se presenta a nuestra atención es el de un homenaje de devoción a Nuestra Señora de Hungría, la cual ha sido constantemente implorada por el pueblo, en las horas más cruciales de la vida nacional.

Desde que San Esteban confió la sacra corona, símbolo venerado de la unidad nacional, y el pueblo entero a los cuidados de la Virgen Santísima, hasta las horas dolorosas y turbulentas del último conflicto mundial, no se ha interrumpido jamás la corriente de confiada oración de los hijos de Hungría hacia Quien, "con su amor materno" se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad" (Lumen gentium, 62).

3. Otro significado evidente de esta mística capilla es, ciertamente, el de un testimonio de fidelidad al Sucesor de San Pedro. Su donación, por parte de Pablo VI recuerda el gesto, generoso y pastoral a la vez, del Sumo Pontífice Silvestre II, el cual, en su solicitud por la naciente Iglesia húngara, escuchó el deseo de San Esteban de tener junto a la tumba de San Pedro un Oratorio nacional y una hospedería para los peregrinos de su tierra. La unión de fe y de disciplina con el Romano Pontífice está simbolizada por este lugar sacro, el cual permanecerá como signo de la inserción vital de las Iglesias locales de Hungría en la comunidad universal de la Iglesia de Cristo.

4. Al detener después la mirada en las esculturas que, desde las paredes laterales, sirven de corona a la gran estatua de la Virgen y que representan episodios de la vida de santos y beatos húngaros, nos sentimos estimulados a reflexionar sobre la obra realizada por ellos, en conformidad con el mandato evangélico de servir a los propios hermanos, para elevar la condición humana y social de un pueblo que daba todavía sus primeros pasos hacia las metas de la civilización.

Frente a tantos ejemplos de santidad como han iluminado los primeros siglos de la vida del pueblo húngaro, surge espontánea la consideración de que tal adhesión heroica a Cristo crea hombres profundamente conformes a El (cf. Rom 8, 29), disponibles a la donación total de sí mismos para la afirmación de la justicia, de la libertad y de la paz. En efecto, como afirma el Concilio Vaticano II, "la santidad suscita un nivel de vida más humano, incluso en la sociedad terrena" (Lumen gentium, 40) 7 la fe estimula y alimenta el auténtico progreso civil.

5. Permítaseme una última consideración. De la obra de los santos que hemos conmemorado nació una civilización europea basada sobre el Evangelio de Cristo y brotó el fermento de un auténtico humanismo, empapado de valores perennes, arraigándose además una obra de promoción civil en el signo y en el respeto del primado de lo espiritual.

La perspectiva abierta entonces por la firmeza de tales testimonios de la fe sigue siendo actual ahora, y constituye el camino maestro para continuar edificando una Europa pacífica, solidaria, verdaderamente humana, así como para superar oposiciones y contrastes, que corren el riesgo de perturbar la serenidad de los individuos y de las naciones.

Me agrada pensar que esta preciosa y ya tan amada capilla pueda convertirse en un cenáculo de oración e inspiración para cristianos y hombres de buena voluntad, deseosos de ser eficaces operadores de paz en una Europa unida.

6. Con estos sentimientos, manifestando al cardenal primado mi agradecimiento cordial por las nobles y afectuosas palabras que ha querido dirigirme, deseo expresar a cada uno de los aquí presentes mi saludo de buen auspicio, que quiere llegar, a través del silencioso pero seguro camino del corazón, a cada uno de los hijos de Hungría.

A ellos les deseo que sepan conservar fielmente y aumentar cada vez más las riquezas espirituales del pasado; es decir, el valioso patrimonio religioso y el generoso amor a la patria.

Acompaño mis votos con una ferviente oración a la "Magna Domina hungarorum", en la confiada certeza de que su materna protección no defrauda jamás las ardientes esperanzas de los propios hijos. Por su intercesión y por la de todos vuestros santos, imploro sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre toda Hungría la abundancia de las bendiciones divinas.

MISA PARA LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO MAYOR DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Paulina del Vaticano
Martes 14 de octubre de 1980

¡Queridísimos seminaristas del seminario romano mayor!

Os expreso mi paterna alegría por la ocasión que aquí os reúne: termináis vuestros ejercicios espirituales en torno al altar del Señor con una celebración litúrgica con el Papa, vuestro Obispo. Os doy las gracias por la alegría que me proporcionáis; y pienso que estaréis bien dispuestos a dejar entrar en vuestra alma, sin ninguna condición, todas esas iluminaciones y exhortaciones que en estos días os han venido del Espíritu Santo mediante la palabra del predicador; por tanto, deseo que sepáis traducir en la práctica los oportunos propósitos para un ulterior avance en el camino de la perfección espiritual, a la que el Señor os llama no sólo como cristianos, sino también y sobre todo como candidatos al sacerdocio.

Si para mí es siempre motivo de alegría y consuelo encontrarme con todos los jóvenes (¡y en todos mis viajes no dejo de hacerlo!), lo es aún más encontrarme con vosotros, jóvenes seminaristas de mi diócesis de Roma, a los que amo realmente como a las pupilas de mis ojos, porque veo en vosotros a los futuros colaboradores del Sucesor de Pedro en la sede romana.

Y esta alegría que veo brillar también en vuestros ojos y que comparto con vosotros en este momento litúrgico, parece encontrar un eco significativo en la Palabra de Dios que acaba de ser proclamada. En efecto, en la primera lectura, San Pablo nos exhorta a que vivamos "alegres con la esperanza" (Rom 12, 12), y a alegrarnos "con los que se alegran" (Rom 12, 15). El Salmo responsorial nos indica la raíz de estos sentimientos: "En tu voluntad está mi alegría" (Sal 118, 16). Y por último, el Evangelio, con la narración de la parábola de los talentos, mientras nos alienta al empleo generoso de todas nuestras energías, nos señala al mismo tiempo la meta final, que es la consecución y la consumación de la alegría perfecta: "Siervo bueno y fiel..., entra en el gozo de tu señor" (cf. Mt 25, 21-23).

Todo esto indica un estilo de vida, dice sobre todo con qué espíritu el candidato al sacerdocio debe emprender su exigente itinerario espiritual. Este espíritu tiene que manifestarse en los diversos quehaceres de la vida cotidiana, en una gozosa donación de sí mismo, hecha de optimismo, de entusiasmo y de empuje para comprender mejor hoy la Buena Nueva que estáis llamados a vivir en la intimidad de vuestra alma y de vuestro seminario, y para comunicar mejor mañana al pueblo cristiano "el gozo de su salvación" (Sal 50, 14).

Sólo esta riqueza interior os dará la fuerza para responder fielmente a una llamada tan exigente como es la sacerdotal, que no os promete nada de lo que el mundo considera atrayente, sino al contrario, os pide generosidad, renuncia a uno mismo, sacrificio y, a veces, incluso heroísmo. En esta visión, el mismo celibato, que a los ojos del mundo profano puede parecer negativo, se convierte en consoladora expresión de amor único, incomparable e inextinguible hacia Cristo y las almas, a quienes asegura total disponibilidad en el ministerio pastoral.

Si estáis animados por ese espíritu sabréis alejaros de ciertas formas de comportamiento vacío y estéril, que tiende más a disgregar y destruir que a edificar y realizar; encontraréis la capacidad de saberos someter tanto a la necesaria disciplina y a la obediencia debida a vuestros superiores, como a la mortificación voluntariamente escogida por vosotros; en una palabra, sabréis ser decididos y prudentes en la conducta moral, dando a vuestro sello espiritual tal energía de fidelidad que no os deje retroceder frente a las dificultades que inevitablemente se presentarán en vuestro camino.

Hijos carísimos: El tiempo de vuestra preparación al sacerdocio os permitirá realizar todo esto si tenéis esta gozosa y, por tanto, desinteresada visión de los deberes que os esperan: sabed aprovecharla sobre todo en la oración y en la meditación de la Sagrada Escritura, para tener siempre esa reserva espiritual que es necesaria para desarrollar mañana la misión que la Iglesia tiene intención de confiaros. "Aprovechad estos años en el seminario —como ya dije a los seminaristas de Guadalajara— para llenaros de los sentimientos del mismo Cristo... Veréis cómo, a medida que va madurando vuestra vocación en esta escuela, vuestra vida irá asumiendo gozosamente una marca específica, una indicación bien precisa: la orientación a los demás... De este modo, lo que humanamente podría parecer un fracaso, se convierte en un radiante proyecto de vida, ya examinado y aprobado por Jesús: no existir para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20, 28)" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 6).

Y ahora, mientras presentamos al Padre la ofrenda que se convertirá en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Divino, roguémosle juntos para que nos conceda todas estas gracias, por la intercesión de la Virgen Santísima, Madre de la Confianza y celestial Patrona de vuestro seminario. Amén.

SANTA MISA PARA LOS PONTIFICIOS ATENEOS ROMANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Altar de la Confesión, Basílica de San Pedro
Martes 21 de octubre de 1980

¡Señores cardenales,
distinguidos profesores,
carísimos alumnos!

1. Este encuentro me llena de alegría. Vosotros ocupáis un lugar especial en mi corazón y en el corazón de la Iglesia. Al miraros, afloran en mis labios las palabras del Apóstol: "A todos los amados de Dios, llamados santos, que estáis en Roma, la gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Rom 1, 7).

Mi saludo se dirige ante todo al señor cardenal Baum, a quien va mi reconocimiento por las amables palabras con las que ha querido presentar a esta asamblea, interpretando de manera penetrante vuestros sentimientos de sincera adhesión a la Cátedra de Pedro. Saludo cordialmente a los profesores, que honran con su presencia este encuentro de reflexión y oración. Y saludo a todos vosotros, queridísimos alumnos, que habéis querido congregaros conmigo en torno al altar de Cristo, al comienzo del curso académico.

Yo mismo he deseado vivamente este momento, al que atribuyo una importancia particular. En efecto, considero muy significativo, al comienzo de un nuevo curso de estudio, el encuentro de las comunidades distribuidas en las diversas universidades eclesiásticas de Roma con su Obispo para una solemne celebración eucarística, en la que se parte ese pan divino que puede hacer de muchos un solo cuerpo (cf. 1 Cor 10, 17). La Palabra de Dios, que hace poco hemos oído proclamar, nos ayuda a penetrar en profundidad en el significado de este acontecimiento, consintiéndonos medir su trascendente importancia.

2. "Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 13-14), ha repetido Jesús en el Evangelio. ¿Qué quiere decir sal? ¿Qué quiere decir luz? Está claro que, con la ayuda de estas metáforas, Jesús ha querido definir quiénes son sus discípulos e indicar qué dotes deben poseer. El binomio "sal-luz" constituye la síntesis expresiva de la misión encomendada por El a la Iglesia y a cada uno de sus miembros.

Si esta consigna interesa a cada discípulo de Cristo, se refiere de manera particular a quien tiene la tarea de ser animador de la comunidad cristiana, porque está llamado a servir de guía a sus hermanos en el descubrimiento progresivo de los tesoros de la verdad, ofrecidos al hombre por la Revelación. ¿Cómo no situar entre estos animadores a cuantos pertenecen a los centros eclesiásticos universitarios, de los que la Iglesia espera, según las palabras del Concilio Vaticano II, que profundicen en "los distintos campos de las disciplinas sagradas, de forma que se logre una inteligencia cada día más profunda de la sagrada Revelación, se abra acceso más amplio al patrimonio de la sabiduría cristiana, legado por nuestros mayores, se promueva el diálogo con los hermanos separados y con los no cristianos, y se responda a los problemas suscitados por el progreso de las ciencias" (Gravissimum educationis11)?

Reflexionemos, pues, sobre lo que dejan entrever las sugestivas imágenes a las que recurre Jesús. Preguntémonos qué es lo que ellas implican para vuestra específica situación. ¿No está simbolizada en ellas de alguna manera la íntima naturaleza de la comunidad académica, en la cual los profesores deben "resplandecer" ante los discípulos por la competencia de su doctrina y "condimentar" al mismo tiempo su formación con la "sal" del saber y de la sabiduría? Pensándolo bien, aquí está indicado el principio en base al cual se debe construir esa particular unidad espiritual que toma su origen en el amor hacia la "luz" —es decir la verdad—, y deriva además de la potencia, la solidez, la perfección del testimonio vivido que, como "sal", hace creíble la enseñanza impartida. La vida de toda la comunidad universitaria encuentra aquí el criterio decisivo de su autenticidad.

La parábola evangélica, además, desvela, en perspectiva, el futuro hacia el que debe tender toda comunidad encuadrada en la estructura, universitaria: en ella se preparan quienes serán, mañana, la "luz" y la "sal" entre sus hermanos; "no se enciende una lámpara y se la pone bajó' el' celemín" (Mt 5, 15). La dimensión pastoral debe estar' constantemente ante los ojos de cuantos pertenecen a la universidad y debe orientar eficazmente su tarea. Cuando Cristo dice "así ha de lucir vuestra luz ante los hombres" (Mt 5, 16); señala una particular responsabilidad tanto de los discípulos como de los enseñantes: la responsabilidad de obrar por la gloria del Padre.

3. Nuestra reflexión esta tarde está estimulada y orientada también por las sugerencias contenidas en el espléndido fragmento de la primera Carla a los Corintios que se nos ha propuesto. En él el Apóstol habla del "espíritu del hombre" que "conoce los secretos del hombre" y del "Espíritu de Dios", que es el único al que se desvelan "los secretos de Dios" (cf. 1 Cor 2, 11).

Son expresiones de las que destaca, ante todo, la estima del Apóstol Pablo hacia la capacidad que tiene el espíritu humano de penetrar en su propio mundo interior y, a través de éste, también en el mundo que lo rodea. Es una estima que lleva consigo una consigna precisa: la de utilizar sabiamente los recursos de la propia inteligencia en el esfuerzo requerido para la conquista de la "ciencia" de que habla San Pablo. La consigna vale de manera particular para vosotros que, como miembros de centros universitarios, tenéis deberes peculiares con respecto a esto, y por estos deberes disponéis también de posibilidades e instrumentos que no están al alcance de otros.

Precisamente esa "ciencia" es fruto de la "enseñanza del Espíritu", y decide sobre todo la autenticidad y riqueza de vuestra vida espiritual: en ella se encierra como la síntesis de la "teología" y de la "vida por el Espíritu", concentrada en el misterio pascual que se irradia también sobre vuestros estudios.

Por tanto, es necesario que afrontéis el trabajo —de enseñantes o de discípulos— con seriedad y con sentido de responsabilidad. Lo cual significa muchas cosas: por ejemplo, el buen empleo del tiempo, utilizando, especialmente, las muchas posibilidades que ofrece una ciudad como Roma para la búsqueda personal, el diálogo cultural, el intercambio de ideas, de informaciones, de experiencias a nivel eclesial, internacional e intercontinental.

Significa también el empeño de un estudio profundo, metódico, orgánico, tanto en los cursos fundamentales, como en los especializados y monográficos, según el programa y las normas de la Constitución Apostólica Sapientia christiana, emanada el 15 de abril de 1979, y de las Normas Aplicativas que la acompañan; documentos muy importantes, a cuya solícita aplicación estoy cierto que cada uno querrá aportar su propia contribución generosa.

Seriedad y sentido de responsabilidad significan también la adquisición de una real competencia en las varias materias, para poder responder a las exigencias tanto del trabajo científico y pastoral, ecuménico, escolar, misional, como a las del servicio que estáis llamados a dar a las Iglesias locales y a la Iglesia universal, como se requiere en la citada Constitución (cf. Proemio, III).

En esta circunstancia, quiero llamar la atención de todos vosotros, queridos moderadores, profesores y alumnos, sobre la necesidad de cultivar las disciplinas filosóficas y teológicas, tanto en sí mismas como en su conexión con las ciencias antropológicas y cosmológicas o en relación con las experiencias vivas de la pastoral, la cultura, las costumbres, la vida social y política de nuestro tiempo. Este es el camino para alcanzar y anunciar la verdad evangélica con fuerza persuasiva en la confrontación entre razón y fe, con método adecuado y en diálogo constructivo con los hombres del propio tiempo. Este es el secreto para convertirse, a nivel cultural y científico, pero también pastoral y catequético, en "sal de la tierra y luz del mundo".

4. El Apóstol Pablo no habla sólo del "espíritu del hombre", sino también del "Espíritu de Dios", a propósito del cual afirma: "Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido" (cf. 1 Cor 2, 12). Para el Apóstol el conocimiento de la Verdad no es sólo fruto del esfuerzo humano: también —y para la verdad teológica, sobre todo— es don de lo alto, que hay que acoger con humilde disponibilidad y, diré, en profunda, agradecida adoración.

Este don no puede ser apreciado y acogido por el "hombre natural" (1 Cor 2, 14), que considera "locura" todo lo que, en la interpretación de sí mismo y del mundo, transciende la medida de su inteligencia. A la "enseñanza del Espíritu" está abierto, por el contrario, el "hombre espiritual", quien puede afirmar con el Apóstol: "Nosotros tenemos el pensamiento de Cristo" (1 Cor 2, 16), un "pensamiento" que tiene en su centro, como precisa San Pablo en el mismo contexto, el misterio "absurdo" de la cruz (cf. 1 Cor 1, 17 ss.; 2, 2).

Por tanto, en la búsqueda teológica adquiere importancia fundamental la oración, entendida como práctica de cada día y como espíritu de fe y de contemplación, que debe convertirse en un estado habitual de la vida del estudioso cristiano. Este es el punto: la verdad del Señor se estudia con la cabeza inclinada; se enseña y se predica en la expansión del alma que la cree, la ama y vive de ella.

Por eso hay que elevar a menudo la oración que traduce la decisión del autor del Libro de la Sabiduría: "Imploré y vino a mí el Espíritu de la sabiduría. Lo preferí a cetros y tronos. En comparación con ella estimé en nada la riqueza..,.; la amé más que a la salud y a la belleza; preferí su posesión a la misma luz, porque el esplendor que emana de ella no tiene ocaso" (Sab 7, 7-8. 10).

Todos los que cultivan las ciencias sagradas y las que están relacionadas con ellas deben emplearse en esta docilidad y fidelidad al Espíritu de Dios, como los grandes Padres y Maestros de la Iglesia, entre los que me gusta recordar, hoy, a San Alberto Magno, porque el próximo 15 de noviembre se celebrará el séptimo centenario de su muerte.

Ese día iré a Colonia para honrar a este eminente filósofo y teólogo medieval que, en su trabajo científico, supo armonizar la cultura humana y la sabiduría cristiana, precisamente porque vivía en la oración y en la meditación de las verdades eternas para alimentar en su corazón la llama del amor divino. El no dudaba en afirmar: "Oratione et devotione plus acquiritur quam studio" (S. Th., pról.), Santo Tomás, su discípulo, fue también su imitador en este culto de la vida interior y en la práctica de la oración.

5. He aquí las tareas que tenéis delante, queridísimos profesores y alumnos, en la perspectiva de este nuevo curso académico, que inauguramos esta tarde en el contexto majestuoso de esta basílica, en la que se custodian los restos mortales del Apóstol Pedro. ¿No es, quizá, necesario que cada uno se ponga a la escucha de lo que le sugiere la eterna Palabra de Dios? ¿No es razonable, pues, reflexionar sobre ello con ánimo generoso y disponible, y con el deseo de corresponder de la mejor manera posible a las expectativas de los superiores, de los hermanos, de la Iglesia entera?

Como Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, estoy aquí rezando con vosotros, para invocar la venida del Espíritu Santo a vuestras mentes y a vuestros corazones, para pedir que El os inunde con el resplandor de su luz y os asista con el consuelo de sus siete dones en vuestro estudio y en vuestro apostolado.

Queridísimos jóvenes: Conozco vuestra generosidad y sé que puedo confiar en vuestra capacidad de empeño y en vuestro espíritu de sacrificio. Por tanto, al expresaros mis cordiales deseos de un curso escolar sereno y fructífero, os recomiendo: estudiad y portaos de manera que se cumplan las aspiraciones del pueblo cristiano, que también en el Sínodo de los Obispos se han indicado varias veces, especialmente en las palabras conmovedoras de la madre Teresa de Calcuta, quien pedía a los padres sinodales que dieran a las comunidades cristianas santos sacerdotes, apóstoles de la verdad y del amor.

Y a vosotros, profesores y responsables de la vida universitaria, deseo confirmaros, también en esta circunstancia, el alto aprecio que siento hacia la tarea desarrollada por vosotros en la Iglesia: ¡Misión sublime la vuestra! Pero también misión particularmente delicada y difícil, no sólo por los arduos caminos de la investigación científica por los que debéis adentraros, sino también por la responsabilidad formativa con respecto a tantos jóvenes que se confían a vuestra guía. Que os sostenga la confianza del Papa, que con vosotros y por vosotros ruega ante el altar de Dios.

La celebración eucarística, que nos ha reunido esta tarde en la contemplación de las profundidades de la Palabra de Dios, consolide la íntima unión de mente y corazones que debe existir entre los Ateneos eclesiásticos de Roma durante todo el curso académico. Si bien dedicados en distintas sedes a profundizar en campos diferentes de la investigación, y tal vez según métodos diferentes, permaneced en la unidad que brota de la verdad, que hoy habéis escuchado.

Que el Espíritu divino baje sobre todos vosotros y, en virtud del signo de Cristo, os haga sabios cultivadores de la verdad y buenos administradores de los dones de Dios.

"Vosotros sois la luz del mundo... Vosotros sois la sal de la tierra... Así ha de lucir vuestra luz sobre los hombres". Amén.

CLAUSURA DE LA V ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Sábado 25 de octubre de 1980

Venerables hermanos:

1. Acabamos de escuchar al Apóstol San Pablo, que da gracias a Dios por la Iglesia de Corinto, "porque en Cristo Jesús habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en todo conocimiento" (cf. 1 Cor 1, 4-5). También nosotros en este momento nos sentimos impulsados, antes de nada, a dar gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el momento de clausurar este Sínodo de los Obispos; tanto los miembros como los colaboradores de esta Asamblea nos hemos reunido, para celebrarlo, en el misterio de esa suprema unidad propia de la Santísima Trinidad. A Ella, pues, elevamos nuestros corazones agradecidos por haber llevado a cabo este Sínodo, que es un signo sobresaliente de la vitalidad de la Iglesia y que tiene gran importancia para la vida eclesial. El Sumo Pontífice Pablo VI, siguiendo los deseos del Concilio, instituyó el Sínodo de los Obispos —por usar las palabras del mismo Concilio— "como representación de todo el Episcopado católico y para significar a la vez que todos los obispos en comunión jerárquica participan de la solicitud de la Iglesia universal" (Christus Dominus, 5).

Damos también las gracias por estas cuatro semanas que hemos dedicado al trabajo. Porque ya durante este tiempo, antes incluso de la formulación de los últimos documentos, es decir, el Mensaje y las Proposiciones, ese trabajo ha fructificado en nosotros mismos, en cuanto que la verdad y el amor han ido sin duda madurando y progresando cada vez más en nuestras 'almas a medida que iban pasando los días y las semanas.

Hay que poner de relieve este progreso y describir en pocas palabras sus características más sobresalientes. En ellas aparece con cuánta rectitud y sinceridad se han manifestado en el Sínodo la libertad y el afán de responsabilidad en torno al tema tratado.

Queremos hoy, ante todo, dar gracias a Aquel "que ve lo oculto" (Mt 6, 4) y que actúa como "Dios escondido", por haber dirigido nuestros pensamientos, nuestros corazones y nuestras conciencias, y por habernos concedido actuar con paz fraterna y gozo espiritual, de tal modo que apenas hemos sentido el peso del trabajo y del cansancio. Y, sin embargo, ¡qué grande ha sido realmente la fatiga! Pero vosotros no habéis escatimado ningún esfuerzo.

2. Debemos también darnos las gracias unos a otros. Ante todo hay que decir que ese progreso que madurando poco a poco nos ha llevado a "realizar la verdad en la caridad", todos nosotros debemos atribuirlo a las oraciones intensas que toda la Iglesia, unida a nosotros, ha elevado durante este tiempo. Se ha rezado por el Sínodo y por las familias: por el Sínodo en cuanto que se refería a las familias, y por las familias en lo relativo a la misión que deben cumplir en la Iglesia y en el mundo actual. El Sínodo se ha beneficiado de estas oraciones quizás de un modo especial.

Se han dirigido a Dios preces asiduas e insistentes, sobre todo el 12 de octubre, día en que los matrimonios, que representaban a las familias de todo el mundo, se dieron cita en la basílica de San Pedro para celebrar los sagrados ritos y orar con nosotros.

Debemos darnos las gracias unos a otros, pero debemos darlas también a tantos bienhechores desconocidos, que en todo el mundo nos han ayudado con sus oraciones y han ofrecido también sus dolores por este Sínodo.

3. Ahora queremos manifestar nuestro agradecimiento personalmente a todos los que han colaborado en la celebración de esta Asamblea: los Presidentes, el Secretario General, el Relator general, todos los padres sinodales, el Secretario especial y sus ayudantes, los auditores, las auditoras, los encargados de los medios de comunicación social, los dicasterios de la Curia Romana, y especialmente el Comité para la Familia, y las demás personas, es decir, los que ayudaban en la sala y también los técnicos, los tipógrafos y otros.

Todos estamos agradecidos por haber podido concluir este Sínodo, que ha sido una manifestación singular de la solicitud colegial de los obispos de todo el mundo por la Iglesia. Estamos agradecidos porque hemos podido proyectar nuestra atención sobre la familia tal como es realmente en la Iglesia y en el mundo contemporáneo, teniendo en cuenta las múltiples y diversas situaciones en las que se encuentra, las tradiciones que dimanan de las diferentes culturas y que influyen sobre ella, los condicionamientos propios del desarrollo a los que se ve sometida y por los que se ve afectada, y otras cosas semejantes. Estamos agradecidos porque, con fidelidad a la fe, hemos podido escrutar de nuevo el designio eterno de Dios sobre la familia, manifestado en el misterio de la creación y confirmado con la sangre del Redentor, Esposo de la Iglesia; y finalmente porque hemos podido precisar, según el plan sempiterno sobre la vida y el amor, la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo.

4. El fruto inmediato que este Sínodo de 1980 ha producido ya está contenido en las Proposiciones aprobadas por la Asamblea, la primera de las cuales trata: "Sobre cómo conocer la voluntad divina en la peregrinación del Pueblo de Dios. El sentido de fe".

Acogemos ahora, como fruto valiosísimo de los trabajos del Sínodo, este rico tesoro de Proposiciones, que son en total 43.

Al mismo tiempo manifestamos nuestra alegría porque la Asamblea misma ha hablado a toda la Iglesia dirigiéndole un Mensaje. La Secretaría general se preocupará de enviar este Mensaje a todos los interesados, con la ayuda de los organismos de la Sede Apostólica y también por medio de las Conferencias Episcopales.

5. Lo que el Sínodo de este año 1980 ha estudiado intensamente y ha enunciado en las citadas Proposiciones, nos permite comprender mejor la misión cristiana y apostólica de la familia en el mundo contemporáneo, deduciéndola, en cierto modo, de la gran riqueza de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Hay que actuar eficazmente de forma que las propuestas doctrinales y pastorales de este Sínodo encuentren una concreta realización; éste es el camino a seguir.

Por lo demás, el Sínodo de este año empalma muy bien con los Sínodos anteriores y es como su continuación —hablamos de los Sínodos celebrados en 1971 y, sobre todo, en 1974 y 1977—, que han servido y deben seguir sirviendo para aplicar en la vida concreta el Concilio Vaticano II. Estos Sínodos hacen que la Iglesia se presente a sí misma de modo auténtico, cual conviene que sea en la situación del mundo actual.

6. Entre los trabajos de este Sínodo hay que dar la máxima importancia al examen atento de aquellos problemas doctrinales y pastorales que lo estaban exigiendo de un modo especial, y, en consecuencia, dar un juicio cierto y claro sobre cada una de esas cuestiones.

En la riqueza de las intervenciones, de las relaciones y de las conclusiones de este Sínodo —que se ha movido sobre dos ejes: la fidelidad al plan de Dios acerca de la familia y la "praxis" pastoral, caracterizada por el amor misericordioso y el respeto debido a los hombres, abarcándolos en toda su plenitud, en lo referente a su "ser" y a su "vivir"—, en esa gran riqueza, decíamos, que ha sido para nosotros motivo de gran admiración, hay algunas partes que han llamado la atención de los padres de un modo especial, porque tenían conciencia de ser intérpretes de las expectativas y de las esperanzas de muchos esposos y familias.

Entre los trabajos de este Sínodo es útil recordar esas cuestiones y más útil aún conocer el estudio profundo que sobre ellas se ha realizado: pues se trata del examen doctrinal y pastoral de problemas que, aunque no sean los únicos tratados en los debates del Sínodo, sin embargo han tenido un relieve especial, puesto que se han afrontado de un modo sincero y libre. De ahí la importancia especial que hay que atribuir a los juicios dados por el Sínodo de un modo claro y valiente sobre esas cuestiones, manteniendo al mismo tiempo la visión cristiana según la cual el matrimonio y la familia han de ser considerados como dones del amor divino.

7. Por eso, el Sínodo, al tratar del ministerio pastoral referente a los que han contraído nuevo matrimonio, después del divorcio, alaba con razón a aquellos esposos que, aunque encuentran graves dificultades, sin embargo, testimonian en la propia vida la indisolubilidad del matrimonio; pues en su vida se aprecia la buena nueva de la fidelidad al amor, que tiene en Cristo su fuerza y su fundamento.

Además, los padres sinodales, confirmando de nuevo la indisolubilidad del matrimonio y la "praxis" de la Iglesia de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que, contra las normas establecidas, han contraído nuevo matrimonio, exhortan, al mismo tiempo, a los Pastores y a toda la comunidad cristiana a ayudar a estos hermanos y hermanas para que no se sientan separados de la Iglesia, ya que, en virtud del bautismo, pueden y deben participar en la vida de la Iglesia orando, escuchando la Palabra, asistiendo a la celebración eucarística de la comunidad y promoviendo la caridad y la justicia.

Aunque no se debe negar que esas personas pueden recibir, si se presenta el caso, el sacramento de la penitencia y después la comunión eucarística, cuando con corazón sincero abrazan una forma de vida que no esté en contradicción con la indisolubilidad del matrimonio, es decir, cuando el hombre y la mujer, que no pueden cumplir la obligación de separarse, se comprometen a vivir en continencia total, esto es, absteniéndose de los actos propios sólo de los esposos y al mismo tiempo no se da escándalo; sin embargo, la privación de la reconciliación sacramental con Dios no debe alejarlos lo más mínimo de la perseverancia en la oración, en la penitencia y en el ejercicio de la caridad, para que puedan conseguir finalmente la gracia de la conversión y de la salvación. Conviene que la Iglesia se muestre como madre misericordiosa orando por ellos y fortaleciéndolos en la fe y en la esperanza.

8. Los padres sinodales conocían muy bien las graves dificultades que muchos esposos sienten en sus conciencias acerca de las leyes morales relativas a la transmisión y a la defensa de la vida humana. Conscientes de que todo precepto divino lleva consigo la promesa y la gracia, los padres sinodales han confirmado abiertamente la validez y la verdad firme del anuncio profético, dotado de un profundo significado y en consonancia con la situación actual, contenido en la Carta Encíclica Humanae vitae. El Sínodo mismo ha invitado a los teólogos a unir sus esfuerzos con la labor del Magisterio jerárquico para esclarecer cada vez más los fundamentos bíblicos y las razones "personalistas", como hoy se dice, de esta doctrina, con el fin de que todos los hombres de buena voluntad la acepten y comprendan cada vez mejor.

Los padres sinodales, dirigiéndose a los que ejercen el ministerio pastoral en favor de los esposos y de las familias, han rechazado toda separación o dicotomía entre la pedagogía, que propone un cierto progreso en la realización del plan de Dios, y la doctrina propuesta por la Iglesia con todas sus consecuencias, en las cuales está contenido el precepto de vivir según la misma doctrina. No se trata del deseo de observar la ley como un mero "ideal", como se dice vulgarmente, que se podrá conseguir en el futuro, sino como un mandamiento de Cristo Señor a superar constantemente las dificultades. En realidad no se puede aceptar un "proceso de gradualidad", como se dice hoy, si uno no observa la ley divina con ánimo sincero y busca aquellos bienes custodiados y promovidos por la misma ley. Pues la llamada "ley de gradualidad" o camino gradual no puede ser una "gradualidad de la ley", como sí hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina, para los diversos hombres y las distintas situaciones. Todos los esposos están llamados a la santidad en el matrimonio, según el plan de Dios, y esta excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se encuentra en condiciones de responder al mandamiento divino con ánimo sereno, confiando en la gracia divina y en la propia voluntad. Por tanto, los esposos a quienes no unen las mismas convicciones religiosas, no pueden limitarse a aceptar de forma pasiva y fácil la situación, sino que deberán esforzarse, con paciencia y benevolencia, por llegar a una voluntad común de fidelidad a los deberes del matrimonio cristiano.

9. Los padres sinodales han llegado a un conocimiento más profundo y a una mayor conciencia de las riquezas que se encuentran en las diversas formas de cultura de los pueblos y de los bienes que ofrece cada una de las culturas, en orden a una mayor comprensión del inefable misterio de Cristo. Además, se han dado cuenta de que, también en el ámbito del matrimonio y de la familia, se abre un vasto campo a la investigación teológica y pastoral, para facilitar mejor la adaptación del mensaje evangélico a la índole de cada pueblo y para percibir de qué modo las costumbres, las tradiciones, el sentido de la vida y la índole peculiar de cada cultura humana pueden armonizarse con aquellas realidades a través de las cuales se manifiesta la Revelación divina (cf. Ad gentes divinitus22). Esta investigación aportará sus frutos a la familia si se realiza según el principio de la comunión de la Iglesia universal y bajo el estímulo de los obispos locales, unidos entre sí y con la Cátedra de San Pedro, "que preside la asamblea universal de la caridad" (Lumen gentium13).

10. El Sínodo ha hablado de la mujer con palabras oportunas y persuasivas, con respeto y con mucha gratitud; ha hablado de su dignidad y de su vocación como hija de Dios, como esposa y madre. Y ha puesto de relieve también la dignidad de la madre, rechazando todo lo que lesiona su dignidad humana. Por eso ha afirmado con razón que la sociedad debe organizarse de tal modo que las mujeres no se vean obligadas a trabajar fuera de casa por razones de retribución, o como se dice hoy por razones profesionales, sino que es necesario que la familia pueda vivir con holgura también cuando la madre se dedica plenamente a ella.

11. Hemos recordado estos problemas principales y las respuestas que a ellos ha dado el Sínodo; pero no queremos infravalorar las otras cuestiones afrontadas por él; pues tal como lo han manifestado las numerosas intervenciones de estas semanas útiles y fecundas, se trata de problemas importantes, que tanto en la enseñanza como en el ministerio pastoral de la Iglesia deben ser tratados con gran respeto, amor y misericordia hacia los hombres y las mujeres, hermanos y hermanas nuestros, que miran a la iglesia para recibir una palabra de fe y de esperanza. Ojalá los Pastores, siguiendo el ejemplo del Sínodo y con la misma atención y voluntad, afronten estos problemas tal como se presentan realmente en la vida conyugal y familiar, para que todos "realicemos la verdad en la caridad".

Queremos añadir ahora, como fruto de los trabajos a los que nos hemos dedicado durante más de cuatro semanas, que nadie puede construir la caridad sin la verdad. Este principio vale tanto para la vida de cada familia como para la vida y la acción de los Pastores que intentan ayudar realmente a las familias.

El fruto principal de esta sesión del Sínodo es que la misión de la familia cristiana, cuyo corazón viene a ser la misma caridad, no puede realizarse sino viviendo plenamente la verdad. Todos aquellos a quienes en cuanto miembros de la Iglesia se les ha confiado esta tarea de colaboración —bien sean laicos, clérigos, religiosos y religiosas—, no pueden realizarla sino en la verdad. Pues es la verdad la que libera; la verdad es la que pone orden y la verdad es la que abre el camino a la santidad y a la justicia.

Hemos podido comprobar cuánto amor de Cristo y cuánta caridad se ofrece a todos los que en la Iglesia y en el mundo forman una familia: no sólo a los hombres y a las mujeres unidos en matrimonio, sino también a los niños y a las niñas, a los jóvenes, a los viudos y a los huérfanos, a los abuelos y a todos aquellos que de algún modo participan en la vida de la familia.

Para todas estas personas la Iglesia de Cristo quiere ser y quiere permanecer testigo y como puerta de esa plenitud de vida de la que San Pablo habla en la Carta a los Corintios: porque en El (en Cristo) todos hemos sido enriquecidos, en toda palabra y en todo conocimiento (cf. 1 Cor 1, 5).

Ahora os anunciamos que hemos designado para ayudar a la Secretaría general del Sínodo de los Obispos, los tres prelados cuyo nombramiento corresponde al Romano Pontífice, y que se añaden a los doce que vosotros habéis elegido. Son:

— el cardenal Wladyslaw Rubín, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Iglesias Orientales;

— Paulos Tzadua, arzobispo de Adis Abeba ;

— Carlo María Martini, arzobispo de Milán.

Os deseamos finalmente todo bien en el Señor.

SANTA MISA CONCELEBRADA CON MOTIVO DE LA ASAMBLEA NACIONAL ITALIANA SOBRE "LA ESPIRITUALIDAD DEL PRESBITERIO DIOCESANO HOY"

HOMILÍA DEL SANTO PADRE  JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Martes 4 de noviembre de 1980

Carísimos hermanos:

Considero un momento privilegiado de mi vida poder concelebrar hoy con vosotros, sacerdotes, en el altar de la Cátedra de esta Basílica Vaticana, que es símbolo, centro e irradiación de fe y de anuncio del nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

1. La oportuna circunstancia que os ha reunido aquí procedentes de todas las regiones de Italia, junto al venerado hermano mons. Luigi Boccadoro —la asamblea nacional sobre la "Espiritualidad del presbiterio diocesano hoy"— coincide con la fecha en que la liturgia de la Iglesia nos hace recordar la espléndida figura de San Carlos Borromeo, infatigable Pastor de la diócesis de Milán y también celestial patrono mío.

La memoria de San Carlos, que estamos celebrando, puede aportar mucha luz a la amplia y delicada problemática que estáis debatiendo en estas jornadas romanas. Dicha problemática se resume fundamentalmente en la razón pastoral de vuestro ser y de vuestro actuar dentro de la comunidad cristiana. Razón que exige no sólo el empleo generoso de todos los talentos y recursos con que el Señor os ha dotado, sino incluso la pérdida y la donación total de la misma vida, a semejanza del Buen Pastor de que hablan las lecturas de la liturgia de hoy, el cual no duda en "dar la vida por los hermanos" (1 Jn 3, 16) y en "ofrecer la vida por las ovejas" (Jn 10, 15), para que "oigan mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10, 16).

2. Fue precisamente esa conciencia pastoral la que sostuvo y guió la espiritualidad y la obra de San Carlos, el cual, rico y noble como era, se olvidó de sí mismo para hacerse todo a todos en una actividad sacerdotal verdaderamente prodigiosa. Visitas pastorales, reuniones de sacerdotes, fundaciones de seminarios, directrices litúrgicas para los dos ritos romano y ambrosiano, catequesis a todos los niveles, sínodos diocesanos, fundaciones de escuelas gratuitas, de colegios para la juventud y de asilos para pobres y ancianos: he ahí algunos signos demostrativos de esa intensa y vibrante caridad pastoral que presionaba fuertemente en su gran espíritu, solícito por la salvación de las almas.

Pero, ¿de dónde sacaba tanta fuerza en ese diligente servicio eclesial, convertido luego en ejemplar y emblemático para todos los obispos y sacerdotes, tras la reforma tridentina? El secreto de su éxito fue el espíritu de oración. En efecto: se sabe que dedicaba mucho tiempo, día y noche, a la contemplación y unión con Dios tanto en su capilla privada como en las iglesias parroquiales en que realizaba la visita pastoral. "Las almas —solía repetir— se conquistan de rodillas". Y en el discurso que tuvo en su último sínodo y que hoy meditamos en el Breviario, habló así a sus sacerdotes: "Nada es tan necesario a todos los hombres eclesiásticos como lo es la oración mental, que precede todas nuestras acciones, las acompaña y las sigue... Cuando administras, hermano, los sacramentos, medita sobre lo que haces; cuando celebras la Misa, piensa en lo que ofreces; cuando cantas en el coro, piensa a quién y de qué hablas; cuando diriges las almas, medita sobre la sangre con que fueron redimidas... Así tendremos fuerzas para hacer vivir a Cristo en nosotros y en los demás" (Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milán, 1599, 1177-1178).

3. Solamente en esas condiciones seremos capaces de "dar la vida" por las almas, como hemos escuchado en la proclamación de la Palabra; es decir, podremos ser auténticos Pastores de la Iglesia de Dios. Sólo así, la "pastoralis charitas", de que habla el Concilio Vaticano II (cf. Presbyterorum ordinis, 14), puede alcanzar su máxima expansión y el ministerio sacerdotal transformarse realmente en ese "amoris officium" de que habla San Agustín (cf. Tract. in Ioannen, 123, 5; PL 35, 1967).

Sólo así el sacerdote, que acepta la vocación al ministerio, es capaz de hacer de él una decisión de amor, por la cual la Iglesia y las almas llegan a ser su interés principal y, con esa espiritualidad concreta, será también capaz de amar a la Iglesia universal y a la parte de ella que le ha sido confiada, con todo el ímpetu de un esposo hacia la esposa. Un sacerdote que no supiera encuadrarse por entero en una comunidad eclesial, no podría ciertamente presentarse como modelo válido de vida ministerial, estando como está dicha vida esencialmente inserta en el contexto concreto de las relaciones interpersonales de la comunidad misma.

En ese contexto encuentra su pleno sentido el propio celibato. Tal decisión de vida representa un signo público altamente valioso del amor primordial y total que el sacerdote ofrece a la Iglesia. El celibato del Pastor no tiene solamente un significado escatológico, como testimonio del Reino futuro, sino que expresa también el profundo vínculo que le une a los fieles, en cuanto son la comunidad nacida de su carisma y destinada a totalizar toda la capacidad de amar que un sacerdote lleva dentro de sí. El celibato, además, lo libera interior y exteriormente, haciendo que pueda organizar su vida de modo que su tiempo, su casa, sus costumbres, su hospitalidad y sus recursos financieros estén solamente condicionados por lo que es el objetivo de su vida: la creación, en torno a sí, de una comunidad eclesial.

 

4. He ahí, carísimos sacerdotes, algunos rápidos apuntes de reflexión —dada la brevedad del tiempo— para una espiritualidad sacerdotal que nos viene de la figura y del ministerio de San Carlos, admirado y venerado Pastor de la Iglesia milanesa. Recémosle en la celebración de esta Eucaristía, a fin de que nos obtenga del Padre, mediante la ofrenda del Cuerpo y Sangre de Cristo, que seamos sacerdotes piadosos y activos para su mayor gloria y para la salvación de las almas. Así sea.

VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

SANTA MISA EN EL ESTADIO «ILLOS HÖHE» DE OSNABRÜCK

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 16 de noviembre de 1980

¡Venerables hermanos, queridos hermanos y hermanas en el Señor!

1. Cuando Juan el Evangelista, a partir del trato confiado con su Maestro y del profundo conocimiento del corazón amoroso de Jesús, dio forma a las palabras del actual Evangelio, la plegaria de despedida del Señor, tenía ante sí las primeras comunidades cristianas: sólo trabajosamente y poco a poco se habían ido formando, primero en Palestina, después, tras una primera persecución y huida, en Antioquía y desde aquí, bajo el impulso misionero de San Pablo, en Asia Menor y Grecia, hasta llegar incluso a Roma. Sin embargo, su estabilidad era más bien escasa y arriesgada; estas comunidades como minoría vivían entre la gran mayoría de paganos dentro del Imperio romano.

A estos cristianos quiere el Evangelista consolar y fortalecer cuando les dice cómo Jesús mismo, había rogado precisamente por ellos: a ellos les ha revelado Jesús el "nombre" de Dios, a ellos les ha regalado su "gloria", en ellos debe estar el "amor" que existe entre Dios Padre y el Hijo, ellos deben ser "plenamente uno", como Jesús es uno con el Padre. ¡Poderosas palabras de consolación y de fortalecimiento interior para una vida fatigosa en la "dispersión", en la "diáspora"!

¡Hermanos y hermanas míos! A todos vosotros os traigo hoy este Evangelio, esta feliz noticia, esta eficaz oración de Jesús: vale para vosotros, los creyentes de esta antigua, venerable diócesis, que precisamente ha comenzado gozosamente el aniversario de sus 1200 años de existencia; vale para todos los católicos que viven en la diáspora de Alemania del norte y Escandinavia, a los que, hoy me quiero dirigir especialmente desde esta ciudad de Osnabrück, sede episcopal de la diócesis situada más al norte de este país.

Saludo con especial alegría a los Pastores de esta y de las vecinas diócesis, aquí presentes, especialmente a los obispos de Berlín y Escandinavia e igualmente a los sacerdotes y creyentes de cada una de las regiones y países de la diáspora. El Supremo Pastor de la Iglesia, que vive unida entre muchos pueblos, ha venido hasta vosotros, para, juntamente con vosotros, dar gracias a Dios por vuestro coraje en la fe y para fortaleceros en ella con el fin de que sigáis siendo testigos vivos de nuestra redención en Cristo.

2. La situación de fe de los católicos en esta alejada diáspora es muy varia y difícil. Más aún, precisamente en las diócesis del norte de Alemania, está decisivamente teñida de una especial circunstancia histórica. Al final de la guerra fueron muchos los que tuvieron que dejar su patria, entre ellos muchos católicos; afluyeron y se asentaron en grandes regiones de estas diócesis, que hasta entonces habían tenido una población, casi exclusivamente evangélica. Junto a su pequeño equipaje de cosas materiales estos hombres llevaban consigo, como preciosa propiedad, ante todo su fe, a menudo simbolizada solamente en el libro de oraciones que traían de su antigua patria.

Muchos de vosotros, queridos hermanos y hermanas en la fe, se acuerdan todavía de cómo, en aquel tiempo, tuvieron que buscar una nueva residencia en el extranjero, de cómo había que asegurar las más elementales necesidades vitales y de cómo, al mismo tiempo, tuvieron que ser fundadas centenares de nuevas comunidades católicas. Vosotros, bajo la dirección de activos sacerdotes y obispos, habéis construido nuevas iglesias y habéis levantado nuevos altares.

Aunque vosotros mismos padecíais necesidad y vivíais con gran inquietud por vuestras familias, también en vuestra nueva patria os habéis comprometido en la organización de la vida eclesial y habéis contribuido a ello con numerosas ofrendas. Así habéis demostrado al mundo que permanecéis firmes en la fe, que no os habéis dejado desanimar por la cruz que os ha tocado: al contrario, habéis podido trocar el sufrimiento en bendición y la discordia en reconciliación. Por este ejemplo de fidelidad en la fe tenemos que estaros muy agradecidos.

Respecto al desarrollo de la vida eclesial en aquellos difíciles años recordamos también con agradecimiento a las numerosas comunidades evangélicas de este país, que durante mucho tiempo han abierto sus iglesias también a los cristianos católicos dando así, a sus Pastores la posibilidad de reunir de nuevo a su grey dispersada.

3. De hecho, tiempos duros han producido amargas heridas; pero el Señor también las ha sanado y ha ayudado. Evocando estas cosas, parece apropiado señalar hoy que vuestro país se acuerda de los innumerables muertos de la última guerra mediante el "día de duelo popular". El mismo Señor Jesucristo que ayer estuvo a vuestro lado con su fuerza consoladora, os proporciona también hoy y os proporcionará mañana la fuerza de su amor, para que, en medio de las pruebas de este tiempo, sigamos siendo testigos fidedignos de su anuncio liberador.

Así —según las palabras de la segunda lectura de la liturgia de hoy tomada de la primera Carta de San Pedro— vosotros tenéis una buena razón "por la cual exultáis, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones para que vuestra fe probada, más preciosa que el oro, que no se corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza" (1 Pe 1, 6-7). El crédito de vuestra fe: ¡Esa es vuestra suerte! ¡Una fe interior, madura, conscientemente responsable: éste puede ser vuestro regalo a toda la Iglesia! Y vosotros mismos podréis, así, lograr la meta de vuestra fe, la salvación de las almas" (ib., 9), que os ha de tocar en suerte "en la revelación de Jesucristo". "A quien amáis sin haberlo visto, en quien ahora creéis sin verle" (ib., 8). Por su resurrección de entre los muertos tenéis vosotros "una viva esperanza" en la "herencia incorruptible... inmarcesible..., que os está reservada en el cielo" (ib., 3-4). El mismo "poder de Dios" es el que os fortalece en esta fe (ib., 5), si vosotros —nos permitimos añadir— hacéis lo que os es posible para mantener vuestra fe viva y fortalecida. Vuestra situación vital como cristianos en la diáspora os presenta un desafío especial.

Pocos de entre nosotros pueden hoy, en su praxis de fe, sentirse sostenidos todavía con facilidad por un fuerte ambiente creyente. Más bien tenemos que decidirnos, conscientemente, a querer ser cristianos declarados y tener el valor, si es necesario, de diferenciarnos de nuestro ambiente. Presupuesto para un decisivo testimonio cristiano de vida así, es que observemos y tomemos la fe como una preciosa posibilidad de vida, que es superior a los modos de vivir y a la praxis vital del mundo ambiente. Deberíamos aprovechar cualquier oportunidad para experimentar cómo la fe enriquece nuestra vida, cómo produce en nosotros una adecuada fidelidad en la lucha vital, cómo fortalece nuestra esperanza contra el asalto de cualquier forma de pesimismo y duda, cómo nos motiva, fuera de todo extremismo, para un compromiso por la justicia y la paz en el mundo, cómo, finalmente, nos puede consolar en el sufrimiento y nos puede alentar. Tarea y posibilidad de la situación de diáspora es, pues, experimentar más conscientemente cómo la fe ayuda a vivir más plena y profundamente.

4. Nadie, sin embargo, cree para sí mismo. El Señor ha convocado a sus discípulos en una comunidad, en un Pueblo de Dios peregrino, en la Iglesia, que El, con su fuerza vital, vivifica como un cuerpo vivo. Allí donde varios creyentes se reúnen para la profesión común, la celebración, la oración y la actuación, allí quiere el Señor encontrarse con ellos. "Donde están dos o tres congregados en mi nombre; allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18, 20). ¡Como si el Señor quisiera, con estas palabras, aludir precisamente a una situación de diáspora, no habla de miles, ni de cientos, ni de diez, sino de "dos o tres"! Ya aquí nos promete el Señor su presencia corroborante.

Respecto a esto, vuestras diócesis y comunidades parroquiales ofrecen múltiples posibilidades de encontrar no uno o dos creyentes, sino enteras comunidades y grupos. Por ello quisiera yo agradecer de corazón, en este lugar, a todos los sacerdotes y colaboradores laicos, que se comprometen, a pesar de grandes dificultades, incansablemente, con abnegado celo, en pro de una vida comunitaria viva y fructífera. Al mismo tiempo pido a todos los creyentes que en nombre de Dios aprovechen todas las oportunidades que se les ofrecen para la mejora de su fe y su futuro. Sed especialmente asiduos y fieles en la asistencia a la Santa Misa el domingo o el sábado por la tarde. Y donde la asistencia a la celebración eucarística dominical no sea posible por causa de las grandes distancias, pero haya una celebración de la Palabra de Dios, quizás con distribución de la sagrada comunión, ¡tomad parte en ello! Donde estamos reunidos en el nombre de Jesús allí está El, en medio de nosotros.

5. Ante todo, sin embargo, yo quisiera animaros a buscar el contacto con vuestros compañeros creyentes evangélicos en la fe sincera y a profundizar en ello. El movimiento ecuménico de los últimos decenios os ha hecho ver claramente cuán unidos están con vosotros los cristianos evangélicos en sus preocupaciones y alegrías y cuánto tenéis en común con ellos, cuando vosotros y ellos vivís honrada y consecuentemente la fe en nuestro Señor Jesucristo. Por ello, agradecemos de todo corazón a Dios que las diversas comunidades eclesiales en vuestras tierras ya no vivan sin comprenderse ni se cierren temerosamente en sí mismas unas en relación con las otras. Más bien ya habéis hecho a menudo la feliz experiencia de que una comprensión y una aceptación mutuas eran especialmente fáciles, cuando ambas partes conocían bien su propia fe, la afirmaban con alegría y apreciaban mucho vivirla en comunidad con los propios hermanos de fe. Yo quisiera animaros a seguir por ese camino.

Vivid vuestra fe como cristianos católicos agradecidos a Dios y a vuestra comunidad eclesial, dad un testimonio fidedigno de los valores propios de vuestra fe con toda humildad y sin arrogancia, y animad discreta y amorosamente también a vuestros compañeros creyentes evangélicos a que fortalezcan y profundicen sus propias convicciones de fe y sus formas religiosas de vida en Cristo. Si realmente todas las Iglesias y comunidades crecen hacia la plenitud del Señor, su Espíritu nos mostrará, con toda seguridad, el camino para alcanzar la unidad interna y externa de la Iglesia.

Jesús mismo ha orado por la plena unidad de los suyos: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21). Es lo que acabamos de escuchar en el Evangelio. Y una vez más, todavía más encarecidamente, Jesús pide a su divino Padre: "Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en dios y tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí" (Jn 17, 22-23).

Esta petición por la unidad debe valer, según la voluntad de Jesús, también para todos y cada uno de los cristianos, que se apoyan mutuamente y se fortalecen en la fe. "Pero no ruego sólo por éstos", así ora Jesús, "sino por cuantos crean en mí por su palabra (ib., 20). Por eso podemos esperar confiadamente que todos los diálogos ecuménicos, toda oración y actuación comunitaria de cristianos de diferentes confesiones están comprendidos en esta oración de Jesús: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean una cosa en nosotros". De esta unidad depende la credibilidad del anuncio de la redención mediante la muerte y resurrección de Cristo: "para que el mundo crea que tú me has enviado" (ib., 21). Una condición expresa, ciertamente, el Señor en la misma oración: "Y yo les di a conocer tu nombre, y se lo haré conocer, para que el amor con que tú me has amado, esté en ellos y yo en ellos" (ib., 26). Así pues, nosotros rezaremos y actuaremos ecuménicamente, realmente en "el nombre de Jesús", si guardamos el amor a Cristo y a los demás y si ponemos como fundamento de todos nuestros esfuerzos una profunda unidad.

Yo confío firmemente en que esta oración del Hijo de Dios, nuestro Señor y hermano, por la unidad de todos los cristianos, alguna vez producirá su pleno fruto. Nosotros queremos pedirle a El que permita que se haga realidad en nosotros lo que el Profeta nos ha anunciado hoy en la primera lectura: "Yo os tomaré de entre las gentes y os reuniré de todas las tierras y os conduciré a vuestra tierra. Y os aspergeré con aguas puras y os purificaré de todas vuestras impurezas, de todas vuestras idolatrías... Os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo... Pondré dentro de vosotros mi espíritu y os haré ir por mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra" (Ez 36, 24-28).

6. ¡Queridos hermanos y hermanas! vosotros vivís vuestra fe ciertamente en condiciones difíciles. Otras diócesis de vuestro país, que se encuentran en mejores condiciones, están a vuestro lado solidariamente, con múltiples ayudas, sobre todo mediante la muy valiosa y eficaz organización de la obra de San Bonifacio. Por vuestra parte, vosotros colaboráis en la obra Ansgar, con la que prestáis fraterno apoyo y asistencia a las diócesis escandinavas. En el Reino de Dios nada pierde quien sabe compartir; más bien al contrario, sólo llegará a ser un verdadero discípulo de Cristo quien se haga pobre por nosotros, para hacernos ricos a todos nosotros (cf. 2 Cor 8, 9).

Ser cristiano en la diáspora es algo que hay que vivir con la conciencia de pertenecer a una gran comunidad de hombres, al Pueblo de Dios a partir de todos los pueblos de esta tierra. También en la "dispersión" estáis, junto con vuestros sacerdotes y obispos, unidos y de múltiples maneras a la Iglesia de vuestro país y a la Iglesia universal. Por eso entiendo que es una gran dicha el que yo, como Obispo de Roma, hoy, el segundo día de mi visita a Alemania, pueda estar precisamente en esta ciudad episcopal conectada con el territorio más nórdico de Europa y esté celebrando con vosotros esta Santa Eucaristía.

Eucaristía significa acción de gracias , de la comunidad creyente al Señor "en comunión con toda la Iglesia", tal como rezamos en el primer canon de la Misa. Hoy queremos, unidos a todos los creyentes, dar gracias a Dios por los favores, mediante los cuales ha guardado y fortalecido El vuestra fe y vuestro amor a la Iglesia, incluso en circunstancias difíciles y en tiempos de duras pruebas. La celebración de la Misa es la inagotable fuente de energía para la vida religiosa y para el mantenimiento de la fe de todo cristiano. Ella conserva y alimenta nuestra comunión con Cristo, a través de la comunión viva con su Cuerpo místico, que es la Iglesia.

Cuando la santa comunión se parte se nos ofrece el pan del Señor y su cuerpo, nosotros vivimos y realizamos clara y comprensiblemente esa interna unidad del Cuerpo de Cristo, la comunión de todos los creyentes. ¡Tomad, pues, hoy nuevamente conciencia, con feliz agradecimiento, de esa profunda unidad interna de la Iglesia por encima de todas las fronteras y límites humanos! ¡Llevad esta conciencia, como precioso tesoro, a vuestras comunidades, a vuestro vecindario, a vuestras familias! Pues, como 'creyentes, jamás sois sólo "pocos", jamás estáis "solos", sino unidos con "tantos", que, a lo largo y ancho del mundo, a través de la fe y la esperanza siguen  con vosotros al Señor Jesucristo y dan testimonio de su amor redentor. El es la fuerza de nuestra fe y el fundamento de nuestra confianza, El os bendiga a vosotros y a vuestras familias y conduzca vuestro peregrinar como cristianos católicos hasta su meta eterna, a la patria definitiva de todos los creyentes, os conduzca de la dispersión de este tiempo a su Reino eterno. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

MISA PARA LO SACERDOTES, DIÁCONOS Y SEMINARISTAS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Catedral de Fulda
Lunes 17 de noviembre de 1980

1. Venerados hermanos, cardenales, arzobispos y obispos, que formáis el episcopado de vuestra patria; mis sacerdotes, amados en Cristo, del presbiterio de cada una de las diócesis de Alemania; queridos diáconos; queridos alumnos de los seminarios sacerdotales, queridos estudiantes de teología:

Las palabras del Apóstol Pedro que acabamos de escuchar hoy en la segunda lectura de esta celebración litúrgica me parece que encielan una especial resonancia aquí en Fulda, junto a la tumba de San Bonifacio: "A los presbíteros que hay entre vosotros los exhorto yo, copresbítero, testigo de los sufrimientos de Cristo y participante de la gloria que ha de revelarse: Apacentad el rebaño de Dios que os ha sido confiado" (1 Pe 5, 1-2)

Ya han pasado 19 siglos desde que fueron escritas estas palabras, y sin embargo resuenan también para nosotros con una actualidad y con una fuerza permanentemente iguales; me parece que ellas nos anuncian un mensaje del todo particular en este momento en que vosotros os encontráis aquí, junto a la tumba del obispo y mártir que es el patrón principal de Alemania; y me parece que se refiere precisamente a vosotros, aunque en diverso grado, aquel requerimiento de Pedro: "Apacentad el rebaño de Dios". Pedro, como el primero que había sentido de Jesús, el Buen Pastor, una tal exigencia: "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 16), se dirige como "copresbítero" a todos aquellos que juntamente con él eran los Pastores de la Iglesia de su tiempo. ¡Con qué íntima emoción sentimos esta llamada también nosotros, que somos hoy los Pastores de la Iglesia, en el segundo milenio del cristianismo, milenio que se encamina rápidamente hacia su fin ¡Vosotros, que según el diverso grado de vuestro ministerio, como obispos, presbíteros o diáconos, sois los Pastores de la Iglesia en .vuestra patria! ¡Y también vosotros, los que habéis oído la llamada de Cristo y os preparáis para el ministerio pastoral de los tiempos venideros!

"Apacentad el rebaño de Dios", ¡Sed Pastores de vuestros hermanos y hermanas en su fe, en su gracia bautismal y en su esperanza en la bendita participación en la gracia y amor eternos!

2. Pedro nos recuerda en su Carta los padecimientos de Cristo y asimismo el misterio pascual, del que él había llegado a ser testigo. Con este testimonio de la cruz y la resurrección une él también la esperanza en la participación "en la gloria que ha de revelarse" (1 Pe 5, 1).

La vocación a Pastores en la Iglesia, vuestroúltiple ministerio, tiene siempre y en todas partes su raíz en el misterio de Cristo que lo abarca todo; de El procedéis y hacia El os dirigís; en El encontráis la fuerza de vuestro crecimiento y vuestra firme solidez; a El servís con el fruto de vuestro trabajo.

Este misterio se acepta realmente en la fe, cuando aquellos que lo sirven se parecen a hombres "que esperan a su amo de vuelta de las bodas, para que, al llegar él y llamar, al instante le abran" (Lc 12, 36).

Aquí se trata también del servicio de estar vigilantes por el Señor. Cuando Jesús comenzó el período de la pasión, llevó consigo los Apóstoles al huerto de Getsemaní, y llevó todavía más adentro a tres de ellos, pidiéndoles que vigilaran con El. Pero, cuando ellos, dominados por el cansancio, se habían quedado dormidos, volvió Jesús adonde estaban y les dijo: "Velad y orad para que no accedáis a la tentación" (Mt 26, 41).

El ministerio que nosotros desempeñamos, queridos hermanos, es también el de permanecer vigilantes por el Señor. Vigilar significa conservar el don confiado. El bien que nos ha sido confiado es de un precio infinito. Nosotros debemos perseverar constantemente en él.

Nosotros debemos introducir cada vez más las raíces de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro amor en las "grandezas de Dios" (Act 2, 11); debemos identificarnos cada vez más profundamente con la revelación del Padre en Cristo; debemos finalmente ser cada vez más sensibles a la acción del Espíritu Santo que el Señor nos ha donado y que quiere seguir donando a través de nosotros, de nuestro ministerio, de nuestra santidad, de nuestra identidad sacerdotal.

De igual modo debemos ser cada vez más sensibles a la grandeza del hombre, como nos ha sido manifestada en el misterio de la encarnación y de la redención: cuán preciosa es cada alma humana y qué ricos los tesoros de la gracia y del amor.

Así corresponderemos a las indicaciones de Pedro, que nos conjura a desempeñar nuestro ministerio "no por fuerza, sino espontáneamente, según Dios..., con prontitud de ánimo..: (como) sirviendo de ejemplo al rebaño" (1 Pe 5, 2-3).

3. Recordemos a tantos insignes obispos y sacerdotes que han salido de este país; nombro sólo algunos de la historia reciente: el obispo von Ketteler y Adolf Kolping, los cardenales von Calen, Fring, Döpfner y Bengsch, padre Alfred Delp y los neosacerdotes Karl Leisner, Karl Sonnenschein y el padre Rupert Mayer, Romano Guardini y el padre Kentenich.

¡Contemplémoslos con más atención! Ellos nos muestran lo que significa "vigilar"; lo que significa "estar ceñidos" y llevar "una lámpara en la mano" (cf. Lc 12, 35); cómo se puede ser "el siervo fiel y prudente, a quien constituyó su amo sobre la servidumbre para darles provisiones a su tiempo" (Mt 24, 45).

Estos y otros muchos sacerdotes modelos de la Iglesia de vuestro país pueden enseñarnos cómo nuestra vocación y todo nuestro ministerio de obispo, sacerdote o diácono, está cimentado sobre aquel grandioso misterio del corazón humano: el misterio de la intimidad con Cristo, y cómo en fuerza de esta intimidad crece el verdadero amor pastoral por el hombre, un puro y generoso amor del que tan sediento se encuentra el mundo de hoy, y especialmente las jóvenes generaciones.

Yo sé que innumerables sacerdotes de la Iglesia de vuestro país experimentan la alegría y la felicidad de esta profunda familiaridad espiritual con Jesucristo. Pero también sé que forman parte de la actual vida del sacerdote las horas de apuros, de agotamiento, de desorientación, de exigencias, de desilusión. Estoy convencido de que todo esto pertenece también a la vida de aquellos sacerdotes que se esfuerzan con todas sus energías en ser fieles a su misión, y que corresponden con gran escrupulosidad a las tareas de su ministerio. ¿Puede extrañarnos que aquel que tan profundamente está unido con Jesucristo en su misión, participe también de las horas del monte de los olivos?

4. ¿Qué medicina puedo ofreceros yo en estas circunstancias?

No un aumento externo de actividades, ni esfuerzos convulsivos, sino una penetración profunda en el centro de vuestra vocación, en la intimidad con Cristo y en la mutua amistad de unos con otros. A través de ella Cristo mismo, como el amigo de todos, quiere hacerse visible en medio de vosotros y en medio de vuestras comunidades. ,"Ya no os llamo siervos, sino amigos" (cf, Jn 15, 15). Estas palabras, que desde el día de vuestra ordenación sacerdotal todavía resuenan en vuestro corazón, deben dar el tono fundamental a vuestra vida. Al amigo yo le puedo decir todo, le puedo confiar todo personalmente: todas las preocupaciones y necesidades, y también los problemas no aclarados y las dolorosas experiencias personales. Yo debo vivir de su palabra, de los sacramentos, de la Eucaristía y —no en último lugar— de la penitencia. Este es el fundamento sobre el que os mantendréis. Tened confianza en Jesucristo, pues El no nos abandona, El sostiene nuestro ministerio, aun allí donde externamente no se alcanza un éxito inmediato. Creed en El; creed que El espera todo de vosotros, del mismo modo que un amigo lo espera de su amigo.

Intimidad con Jesucristo, ésta es la más profunda razón por la que una vida de celibato, en el espíritu de los consejos evangélicos, es tan importante para el sacerdote. Tener el corazón y las manos libres para el amigo, Jesucristo, estar totalmente disponible para El y llevar su amor a todos, éste es un testimonio que en un primer momento no todos pueden entender. Pero si nosotros ofrecemos este testimonio desde dentro, si lo vivimos como la forma existencial de nuestra intimidad con Jesús, entonces también crecerá de nuevo en la sociedad la comprensión para esta forma de vida que se apoya en el Evangelio.

La intimidad con Jesús tiene como fruto y como consecuencia la intimidad de unos con otros. Los sacerdotes forman un presbiterio en torno a su obispo. El obispo es aquel que de un modo especial para vosotros y con vosotros representa a Cristo. Quien es amigo de Cristo, no puede prescindir de la misión del obispo. Y deberá estar muy atento a no contraponer las propias opiniones o criterios a la misión que Cristo ha confiado al obispo. La unidad con el obispo, y la unidad con el Sucesor de Pedro, son el más firme fundamento de una fidelidad que sin la intimidad con Cristo no puede ser vivida. Esta unidad es también un presupuesto para que nuestro ministerio, el ministerio de los obispos y del Papa, pueda realizarse en relación a vosotros con una donación abierta, fraternal y llena de comprensión.

Pero esta intimidad pide todavía más. Pide también esa apertura fraternal de unos hacia otros, ese llevar en común los unos las cargas de los otros, ese común testimonio con que pueden ser superados los juicios, las críticas y las desconfianzas. Yo estoy convencido de que si realizáis vuestro ministerio con este espíritu de intimidad y de fraternidad lograréis mucho más que si cada uno trabaja por sí solo. Con la fuerza de una tal intimidad con el Señor, podréis "vigilar", como el Señor en el Evangelio lo espera del "buen siervo".

5. Este "estar vigilante" del siervo —del amigo— en la espera de su Señor, se refiere al futuro definitivo en Dios, pero también al curso de la historia, a cada momento. El Señor puede llegar "a la segunda vigilia o a la tercera" (Lc 12, 38).

A través de las enseñanzas del Concilio Vaticano II está claro para toda la Iglesia que vuestra misión es para la hora presente, es decir, se dirige a un mundo que se encuentra en constante desarrollo, y sobre todo a las expectativas del hombre en este mundo: a sus gozos y esperanzas, pero también a sus fallos y faltas (cf. Gaudium et spes1).

El ministerio del Pastor atento y vigilante comporta también abrir los ojos a todo lo que es bueno y justo, a todo lo verdadero y lo hermoso, pero igualmente a todo lo que de difícil y doloroso hay en la vida del hombre para estar cercano a él y solidarizarse con él, en total disponibilidad y amor hasta la entrega de la vida (cf. Jn 10, 11).

El ministerio vigilante del Pastor comprende además la disposición para defender del lobo sanguinario —como en la parábola del buen pastor— o del ladrón para impedir que pueda saquear la casa (cf. Lc 12, 39). Con esto no quiero decir que el Pastor ha de contemplar a su rebaño con mirada de dureza inmisericorde y de total desconfianza, por el contrario, hablo del Pastor que quiere liberar del pecado y de la culpa por medio del ofrecimiento de la conciliación, que ofrece a los hombres sobre todo el sacramento de la reconciliación, el sacramento de la penitencia. "En nombre de Cristo" puede y debe el sacerdote gritar a un mundo que parece irreconciliado e irreconciliable;. "Reconciliaos con Dios". (2 Cor 5, 20). Así mostramos a los hombres el corazón de Dios, del Padre, y somos imágenes de Cristo, él Buen Pastor. Nuestra vida entera debe convertirse en signo e instrumento de la reconciliación, en "sacramento" de la unión entre Dios y los hombres.

Juntamente conmigo deberéis reconocer con dolorida preocupación que la recepción personal del sacramento de la penitencia ha disminuido fuertemente en vuestras comunidades durante los últimos años. De corazón os ruego y os exhorto a hacer lo posible para que todos los bautizados vuelvan a la práctica frecuente del sacramento de la penitencia a través de la confesión personal. A esto han de llevar las celebraciones penitenciales, que tan importante papel asumen en la praxis penitencial de la Iglesia, pero que en circunstancias normales no pueden sustituir la recepción privada del sacramento de la penitencia. Procurad también vosotros recibir regularmente el sacramento de la penitencia.

6. La vigilancia del buen Pastor exigirá de vosotros, como corazón de toda actividad sacerdotal, la celebración de la sagrada liturgia. Precisamente después de las amplias reformas introducidas en las celebraciones litúrgicas, han surgido para vosotros importantes tareas pastorales. En primer lugar, tenéis que familiarizaros vosotros mismos con los ritos aprobados, por medio del estudio y de la práctica atenta. Debéis estar dispuestos a servir como liturgos la profunda fe, la firme esperanza y el gran amor del Pueblo de Dios. Quisiera daros las gracias por todos los esfuerzos que ya habéis hecho hasta ahora para lograr tan importantes objetivos, cuyos buenos frutos yo mismo he podido experimentar entre vosotros. Por eso es tanto más deplorable que en algunos lugares la celebración del misterio de Cristo, en vez de crear unidad con Cristo y entre los hombres, origine disputas y discordias. Nada contradice tanto como esto la voluntad y el espíritu de Cristo.

Así, pues, yo os ruego, hermanos y amigos en el sacerdocio, que continuéis con responsabilidad por el camino que la Iglesia ha decidido seguir hoy con plena fidelidad a su antigua tradición y que mantengáis ese camino libre de cualquier falso subjetivismo. Quisiera asimismo declarar que las normas especiales en el campo litúrgico que los obispos alemanes han Solicitado por motivos pastorales, han sido aprobadas por la Sede Apostólica, y consiguientemente están de acuerdo con el derecho.

Esforzaos ante todo por anunciar a Jesucristo, al cual vosotros mismos estáis íntimamente unidos, en concordia con la entera comunidad de la Iglesia y en una celebración reverente y devota de la liturgia.

7. Venerables hermanos, queridos hijos en el Señor:

¡Cuánto deberíamos amar nuestro ministerio y nuestra vocación! Esto os lo digo a todos: a vosotros, los mayores, que quizás bajo el peso del trabajo estáis ya cansados y agotados; a vosotros, que todavía os encontráis en la plenitud de vuestras fuerzas, y a vosotros, los que estáis comenzando vuestro camino sacerdotal. Pienso también en vosotros, los jóvenes que aceptáis la llamada misteriosa de Cristo: querría animaros a asumir de un modo aún más fuerte y más profundo esta llamada en vuestras vidas, y a seguirla de un modo definitivo y para siempre.

Del milagro de esta vocación nos habla hoy de un modo especialmente claro la primera lectura de la liturgia, tomada del Profeta Jeremías. Un inaudito pero real, diálogo entre Dios y el, hombre. Dios —Yavé— dice: "Antes que te formara en el vientre te conocí, antes de que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos".

El hombre —Jeremías— responde: "¡Ah, Señor Yavé! He aquí que no sé hablar, pues soy un niño".

Dios —Yavé— replica: "No digas: Soy un niño, pues irás a donde te envíe yo y dirás lo que yo te mande. No tengas temor ante ellos, que yo estaré contigo para salvarte" (Jer 1, 5-8).

¡Qué profunda es la verdad que se encierra en este diálogo! ¡Nosotros deberíamos hacerla incondicionalmente la verdad de nuestra propia vida! ¡Deberíamos tomarla con las dos manos y con todo el corazón, vivirla, hacerla objeto de nuestra oración y llegar a ser una sola cosa en ella y por ella!

Aquí se encuentra expresada a un mismo tiempo la verdad teológica y sicológica de nuestra vida: el hombre, que reconoce su vocación y su misión, respondiendo a Dios desde su debilidad.

8. Los que propugnan una imagen del sacerdote diferente de ese modelo que ha sido desarrollado por la Iglesia y conservado especialmente en la tradición occidental, parecen poner frecuentemente en nuestro tiempo esta debilidad como principio fundamental de todo lo demás, llegando casi a declarar que es como un derecho humano.

Cristo, por el contrario, nos ha enseñado que el hombre tiene sobre todo derecho a una peculiar grandeza, a un derecho a aquello que propiamente lo supera. Precisamente en esto se muestra su especial dignidad; en esto se manifiesta el sublime poder de la gracia: nuestra verdadera grandeza es un don que procede del Espíritu Santo.

En Cristo tiene el hombre un derecho a tal grandeza. Y la Iglesia tiene por medio de Cristo, un derecho al don de este hombre: un don a través del cual el hombre se entrega totalmente a Dios, eligiendo también el celibato "por el reino de los cielos" (Mt 19, 12) para convertirse en servidor de todos.

El hombre y la Iglesia poseen, por tanto, tal derecho. ¡No debemos debilitar en nosotros esta certeza y esta convicción!

No podemos renunciar a esta sublime herencia de la Iglesia ni poner dificultades a que entre en los corazones de los jóvenes. ¡No perdamos la confianza en Dios y en Cristo! El Señor dice: "No tengas temor ante ellos, que yo estaré contigo para salvarte" (Jer 1, 8). Después de estas palabras toca el Señor la boca del hombre y dice: "He aquí que pongo en tu boca mis palabras" (Jer 1, 9). ¿No hemos tenido nosotros esta misma experiencia? ¿No puso El durante nuestra ordenación sacerdotal sus palabras —las palabras de la consagración eucarística— en nuestra boca? ¿No sella El esta boca y el hombre entero con la fuerza de su gracia?

Con nosotros se encuentran también los santos de la Iglesia: los patronos de vuestras diócesis, los grandes Pastores de vuestro país, las famosas mujeres del amor al prójimo y sobre todo María, la Madre de la Iglesia.

Cuando el Evangelista Lucas describe la comunidad de los discípulos después de la Ascensión del Señor a los cielos, alude explícitamente a su perseverante y unánime oración "con María, la Madre de Jesús" (Act 1, 14). Ella, la Madre del Señor, la Madre de todos los creyentes, la Madre también de los sacerdotes, quiere permanecer con nosotros, para que en el Espíritu podamos ser continuamente enviados a este mundo y a los hombres en todas sus necesidades.

9. Venerables hermanos y queridos hijos en el Señor: Las lecturas litúrgicas de esta celebración nos recuerdan finalmente la recompensa para los Pastores que permanecen vigilantes. El Apóstol Pedro habla de "la corona inmarcesible de la gloria" (1 Pe 5, 4).

Aún más impresionantes son las palabras de Cristo en la parábola de los siervos vigilantes: "Dichosos los siervos aquellos a quienes el amo hallare en vela; en verdad os digo que se ceñirá, y los sentará a la mesa, y se prestará a servirlos. Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, si los encontrare así, dichosos ellos" (Lc 12, 37-38).

Permitidme que concluya así estas palabras sin añadir ni quitar nada. Quisiera, sin embargo, que ellas merecieran la oración y la atención de vuestro corazón. Amén.* * *

Terminada la concelebración, el Santo Padre dijo:

Hoy he venido a vosotros a traeros fuerza y ayuda en nombre de Cristo para vuestra tarea, que consiste en anunciar la salvación al Pueblo de Dios. Esta finalidad y atención van acompañados del don que os voy a hacer en la tumba de San Bonifacio. Es una reliquia del Beato Maximiliano Kolbe, que entregaré al Presidente de la Conferencia Episcopal, Emmo. cardenal Höffner, como regalo de la Iglesia universal a la Iglesia que está en Alemania. El Beato Maximiliano Kolbe, maestro de amor al prójimo, sea para vosotros, pastores y fieles, ejemplo luminoso e intercesor en el camino de seguimiento de Cristo sin reservas, con amor dispuesto al sacrificio y espíritu de servicio desinteresado a nuestros hermanos y hermanas. Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos. Que esta reliquia del Beato Maximiliano Kolbe os recuerde siempre este amor y os anime a imitarle en vuestro servicio de cura de almas. Beato Maximiliano Kolbe: ruega por nosotros.

VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

MISA PARA LOS JÓVENES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

«Theresienwiese» de Munich
Miércoles 19 de noviembre de 1980

Queridos hermanos y hermanas,
queridos jóvenes:

1. Cristo, al hablar del Reino de Dios utiliza frecuentemente imágenes y parábolas. Su imagen de la "cosecha" de la "gran cosecha", debía de evocar en sus oyentes esa época tan bien conocida del ciclo anual en que el hombre podía disponerse a cosechar los frutos de la tierra, sazonados gracias al duro y constante trabajo humano.

La palabra "cosecha" dirige también hoy nuestros pensamientos en la misma dirección, aunque nosotros, hombres de países con un alto nivel de industrialización, apenas somos capaces de captar en su justa medida la importancia y el significado que tienen para el agricultor, y sobre todo para los hombres, la maduración y la cosecha de los frutos de la tierra.

Con la imagen del grano, que va madurando hasta el momento de la cosecha, se refiere Jesús a la madurez y el crecimiento internos del hombre.

El hombre está ligado a su naturaleza y depende de ella. Pero al mismo tiempo la supera con toda la organización interna de su esencia personal. Por eso, la madurez humana es algo diferente del proceso de maduración en la naturaleza. En el hombre no se trata sólo de esfuerzos corporales e inmateriales. Del proceso de maduración humano forma parte esencial la dimensión espiritual y religiosa de su ser. Cuando Cristo habla de la "cosecha", quiere decir que el hombre tiene que ir madurando con vistas a Dios, para después conseguid en Dios mismo, en su Reino, los frutos de su esfuerzo y su madurez.

Con gran seriedad, pero a la vez con alegre esperanza, quisiera haceros hoy hincapié, a vosotros jóvenes de hoy, en esta verdad del Evangelio. Os encontráis en un período de vuestra vida especialmente importante y crítico, en el que se deciden muchas cosas, o casi todo, de cara a vuestro ulterior desarrollo y a vuestro futuro.

El conocimiento de la verdad es de una importancia básica para la formación de la propia personalidad, para la construcción del ser interno del hombre. Realmente, el hombre puede ir madurando sólo apoyado y situado en la verdad. En esto consiste el profundo sentido de tan importante proceso educativo, al que también debe ofrecer sus servicios el sistema global escolar, incluidas las universidades. Ese proceso debe ayudar al joven a conocerse a sí mismo y a comprender el mundo; debe ayudarle a percibir y a tener en perspectiva todo aquello a través de lo cual adquieren pleno sentido la existencia y la acción del hombre en el mundo. Para ello debe ayudarle también a conocer a Dios. El hombre no puede vivir sin conocer el sentido de su existencia.

2. Sin embargo, esta búsqueda, esta autorrealización y maduración sobre la fundamental y plena verdad de la realidad, no es fácil. Siempre ha habido que superar muchas dificultades. Es precisamente a este problema al que parece aludir San Pablo cuando escribe en su segunda Carta a los Tesalonicenses: "No os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis... Que nadie en modo alguno os engañe" (2, 2-3). Estas palabras, dirigidas a una joven comunidad de primitivos cristianos, deben hoy ser leídas de nuevo ante el mudado telón de fondo de nuestra civilización y cultura modernas. También yo desearía lanzaros este llamamiento a vosotros, jóvenes de hoy: ¡No os descorazonéis! ¡No os dejéis embaucar!

Dad gracias si tenéis unos buenos padres que os animan y os muestran el recto camino. Tal vez son mejores de lo que, a primera vista, sois capaces de reconocer. Pero no pocos sufren bajo sus padres y se sienten poco comprendidos o casi solos. Otros deben encontrar el camino de la fe sin, o en contra de, sus padres. Otros sufren en la escuela por el "peso del trabajo", como vosotros decís, sufren por las relaciones humanas y las tensiones en los lugares de trabajo, por la inseguridad que crean las perspectivas profesionales de cara al futuro. ¿No va uno a angustiarse cuando advierte que el desarrollo técnico y económico destruye las condiciones de vida naturales del hombre? Y sobre todo: ¿Cómo le irá a este mundo nuestro, dividido en bloques militares de poder, en países ricos y pobres, en Estados libres y totalitarios? Continuamente surgen guerras, en esta u otras latitudes de la tierra, que causan muerte y miseria entre los hombres. Y por otro lado, en muchas partes del mundo, cerca o lejos, se registran actos de la más cruda violencia y de sangriento terrorismo. Incluso en este lugar de nuestra celebración eucarística hemos de tener presentes ante Dios a las víctimas que recientemente fueron heridas o muertas por un artefacto junto a esta plaza. Apenas podemos darnos cuenta de lo que es capaz el hombre en el extravío de su espíritu y su corazón.

Con este trasfondo es como mejor podemos percibir la llamada de atención de la Buena Nueva: "¡No os dejéis desconcertar tan pronto!". Todas estas necesidades y dificultades forman parte de los obstáculos en los que debemos acrisolar nuestro crecimiento en la verdad fundamental. De ahí nos vendrán entonces las fuerzas para colaborar en la construcción de un mundo más justo y más humano; de ahí surgirán el empeño y el coraje para aceptar poco a poco la responsabilidad en la vida de la sociedad, del Estado y de la Iglesia. Nos proporciona un consuelo en verdad no pequeño el pensar que, a pesar de tantas sombras y tinieblas, existe mucho, pero que mucho bien. El hecho de que se hable poco de él no quiere decir que falte. A menudo hemos de permitir que se descubra todo el bien que opera en el anonimato y que sólo más tarde, de improviso, surge radiante. ¿Qué ha tenido que hacer, por ejemplo, una madre Teresa de Calcuta, sino trabajar oculta y desapercibida antes de que un mundo asombrado se apercibiese de ella y de su obra? ¡No os dejéis desanimar tan pronto!

3. ¿Pero no es verdad que en vuestra sociedad, tal como la experimentáis en vuestro medio ambiente, hay no pocos que, confesándose cristianos, andan vacilantes o han perdido el rumbo? ¿Y no se opera eso, de modo pernicioso, particularmente en los jóvenes? ¿No se hace patente de algún modo la multiforme tentación del abandono de la fe de la que habla el Apóstol en su Carta?

La Palabra de Dios de la liturgia de hoy nos permite vislumbrar el amplio horizonte de una tal apostasía de la fe, como parece perfilarse precisamente en nuestro siglo, y nos aclara sus dimensiones.

San Pablo escribe: "El misterio de iniquidad está ya en acción..." (2 Tes 2, 7). ¿No podemos afirmar esto mismo respecto a nuestro tiempo? El poder oculto de la iniquidad, de la apostasía, tiene, según las palabras de la Carta de San Pablo, una estructura interna y una determinada progresión dinámica: "...ha de manifestarse el hombre de la iniquidad..., el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo" (2 Tes 2, 3-4).

También aquí tenemos una estructura interna del rechazo, de la erradicación de Dios del corazón del hombre y de la erradicación de Dios de la sociedad humana, y todo esto con el propósito, como se dice, de una total "humanización" del hombre, es decir, de hacer del hombre el Hombre en sentido absoluto y colocarlo, en cierto modo, en el lugar de Dios, de "divinizarlo" como quien dice. Por otra parte, esta estructura es ya muy antigua; ya aparecía en el principio, como advertimos en los primeros capítulos del Génesis: la tentación de sustituir el "carácter divino" (de la imagen y semejanza de Dios), otorgado al hombre por su Creador, por la "divinización" del hombre frente a Dios (o sin Dios), como aparece claramente en las concepciones ateas de algunos sistemas actuales.

Quien se niega a aceptar la fundamental verdad de la realidad, quien se erige en medida de todo, situándose así en el lugar que ocupa Dios, quien más o menos conscientemente afirma poder prescindir de Dios, creador del mundo, de Cristo, liberador de los hombres, quien, en lugar de buscar a Dios, corre tras los ídolos, siempre estará huyendo de la única verdad capaz de fundamentar nuestra existencia y de ponerla a salvo.

Existe una huida hacia el interior. Puede conducir a la resignación. "Nada tiene sentido". Si los discípulos de Jesús hubiesen actuado de este modo, nunca habría podido experimentar el mundo el mensaje liberador de Cristo. La huida hacia el interior puede adoptar la forma de una pretendida amplitud de conciencia. Por eso, no pocos jóvenes de entre vosotros destruyen su ser interno de hombres refugiándose en el alcohol y las drogas.

A menudo, tras esa actitud se encuentra la angustia y la desesperación; pero otras veces ese comportamiento oculta la búsqueda del placer, la falta de autocontrol o una irresponsable curiosidad de "probarlo" todo. A veces, la huida hacia el interior empuja a algunos a formar parte de sectas seudorreligiosas, que hacen mal uso de vuestro idealismo y de vuestra capacidad de entusiasmo y os roban la libertad de pensamiento y de conciencia. A esta actitud pertenece también la huida a cualquier doctrina de salvación, de esas que ofrecen la conquista de la verdadera felicidad mediante la práctica de determinados requisitos externos, pero que en definitiva vuelven a dejar al hombre abandonado a su irredenta soledad.

También hay quienes huyen de esa verdad básica hacia el exterior, militando en utopías políticas y sociales o en cualquier quimera de la vida social. Por muy necesarios que sean los ideales y las metas propuestas, las "fórmulas mágicas" utópicas ya no pueden ayudarnos, sobre todo cuando, como ocurre la mayoría de las veces, van acompañados de un poder totalitario o del uso de una fuerza destructora.

4. Podéis ver, pues, las numerosas formas que existen de huir de la verdad; podéis percibir cómo opera el oculto e inquietante poder de la iniquidad y de la maldad. ¿Os da buen resultado la tentación del aislamiento y el extravío? La respuesta la da la lectura de hoy del Profeta Ezequiel. Este habla de un pastor que va tras sus ovejas perdidas en la soledad para ponerlas "en salvo en todos los lugares en que fueron dispersadas el día del nublado y de la tiniebla" (Ez 34, 12).

Ese Pastor, que va en busca del hombre por las oscuras calles de su soledad y su extravío para conducirlo a la luz, es Cristo. El es el Buen Pastor. Siempre se halla presente en el oculto centro del "misterio del mal" y se encarga personalmente de los graves asuntos de la existencia humana en la tierra. El obra todo esto en la verdad, liberando el corazón del hombre de esa contradicción fundamental que consiste en pretender divinizar al hombre sin o contra Dios, pretensión que en definitiva acaba creando un clima de aislamiento y extravío. En este camino que conduce del oscuro aislamiento al auténtico ser del hombre, es Cristo, el Buen Pastor, quien, acompañándonos continuamente con el más profundo amor, se preocupa de cada uno de nosotros, especialmente de los jóvenes y su proceso de maduración.

Sigue diciendo el Profeta Ezequiel de este pastor: "Las reuniré en todas las tierras, y las llevaré a su tierra, y las apacentaré sobre los montes de Israel, en los valles y en todas las regiones del país" (Ez 34, 13). "Buscaré la oveja perdida, traeré la extraviada, vendaré la perniquebrada y curaré la enferma, y guardaré las gordas y robustas, apacentaré con justicia" (Ez 34, 16).

De este modo acompañará Cristo el proceso de madurez del hombre en su faceta humana. Nos acompaña, nutre y fortalece en la vida de su Iglesia con su Palabra y sus sacramentos, con el Cuerpo y la Sangre de su celebración pascual. Nos nutre como eterno Hijo de Dios, permite que el hombre participe de su filiación divina, le "diviniza" interiormente para que pueda ser "hombre" en sentido pleno, para que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, consiga su madurez en Dios.

5. Precisamente fundándose en esto dice Cristo que la mies es "mucha". Es mucha a causa de la definición del hombre, que hace saltar los intentos de encuadrarlo. Es mucha a causa del valor del hombre. Es mucha por la grandeza de su vocación. Es mucha esta admirable cosecha del Reino de Dios en la humanidad, la cosecha de la salvación en la historia del hombre, de los pueblos y de las naciones. Es, en verdad, grande, "pero los obreros son pocos" (Mt 9, 37).

¿Qué quiere decir esto? Esto puede significar, queridos jóvenes, que vosotros sois llamados, llamados por Dios. Mi vida, mi vida humana tiene entonces sentido, cuando soy llamado por Dios, de forma efectiva, decisiva y perentoria. Sólo Dios puede llamar así al hombre, nadie fuera de El. Y esta llamada de Dios va dirigida incesantemente, en Cristo y a través de Cristo, a cada uno de vosotros: llamada a ser obreros en la mies del ser humano propio, a ser obreros en la viña del Señor, en la cosecha mesiánica de la humanidad.

Jesús necesita jóvenes entre vosotros que sigan su llamada y quieran vivir como El, pobres y célibes, para ser así un testimonio vivo de la realidad de Dios entre sus hermanos y hermanas.

Dios necesita sacerdotes, que acepten la llamada a ser buenos Pastores al servicio de su Palabra y de sus sacramentos.

Necesita religiosos, hombres y mujeres, que dejen todo para seguirle y servir así, a los hombres.

Necesita seglares cristianos que se ayuden mutuamente, y ayuden también a sus hijos, en la consecución de la plena madurez del ser humano en Dios.

Dios necesita hombres que estén dispuestos a socorrer y a servir a los pobres, los enfermos, los abandonados, los oprimidos y los olvidados espiritualmente.

La gloriosa historia de más de mil años de fe cristiana en vuestro pueblo es rica en hombres cuya imagen os puede servir de estímulo en la consecución y realización de vuestra vocación. Quisiera nombrar a cuatro figuras que me traen a la memoria el día de hoy y la ciudad de Munich. En los primeros inicios de la historia de vuestra fe vivió San Corbiniano, cuya labor como obispo colocó la primera piedra de la archidiócesis de Munich-Freising. Celebramos su memoria en la liturgia de hoy. Pienso también en el santo obispo Benno de Meissen, cuyos huesos reposan en el convento de religiosas de Munich. Fue un hombre de paz y de reconciliación, que predicó en su época el desprendimiento del poder; un amigo de los pobres y de los necesitados. También hoy pienso en Santa Isabel, cuyo emblema rezaba: "Amar conforme al Evangelio".

Como princesa de Wartburg, renunció a los  privilegios de su estado y vivió para siempre dedicada a los pobres y marginados. Finalmente quisiera mencionar a un hombre que alguno de vosotros o de vuestros padres habrán conocido personalmente. Me refiero al jesuita Rupert Mayer, cuya tumba, situada en el centró de Munich, en la cripta del Bürgersaal, es visitada diariamente por cientos de personas que se detienen a dirigirle una breve plegaria. Sin preocuparse de las consecuencias de una grave herida recibida durante la primera guerra mundial en el servicio de su ministerio, se comprometió abierta e intrépidamente, en una época difícil, en la defensa de los derechos de la Iglesia y de la libertad, a consecuencia de lo cual hubo de sufrir el rigor del campo de concentración y del destierro.

¡Queridos jóvenes! ¡Permaneced abiertos a la llamada que os dirige Cristo! Vuestra vida humana es una "empresa y aventura única", que puede conducir a "bendición o a maldición". Con respecto a vosotros, jóvenes, que constituís la gran esperanza de nuestro futuro, queremos pedir al Señor de la mies que os envíe a cada uno de vosotros y a cada uno de vuestros compañeros como operarios de su "abundante cosecha" de esta tierra, como conviene a la gran abundancia de vocaciones y dones en su Reino sobre este país.

Quisiera concluir con un deseo de bendición especial para nuestros hermanos y hermanas evangélicos, que precisamente hoy celebran en este país su día de penitencia y de rogativas. Al celebrar esta jornada tratan de recordar la necesidad de una conversión siempre renovada y la toma de conciencia de la misión de la Iglesia, así como de orar por el pueblo y el Estado. A estas intenciones se adhiere la Iglesia católica romana. Pidamos que en la oración de este día incluyan tanto a sus compatriotas católicos como a su hermano Juan Pablo y su misión. Amén.

MISA PARA LOS SACERDOTES Y SEMINARISTAS DEL ESTUDIO TEOLÓGICO INTERDIOCESANO DE FOSSANO (ITALIA)

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Matilde del Vaticano
Lunes 8 de diciembre de 1980

Venerables hermanos en el Episcopado,
hijos queridísimos:

Me siento feliz al dirigiros la palabra, mientras celebramos la liturgia de la Inmaculada Concepción de María, Madre de Jesús. En esta solemnidad recordamos y celebramos a Aquella que, desde las rafees de su existencia estuvo a completa disposición del plan divino de salvación, hasta el punto de dejarse invadir totalmente por la gracia para poder prestar un servicio pleno y fecundo al misterio de la Encarnación.

La primera y la tercera lectura de la Misa, que acabamos de escuchar, nos han propuesto la neta contraposición entre la primera Eva que, con su desobediencia y ligereza, perdió la ciudadanía del paraíso terrenal, y la segunda Eva, la Virgen de Nazaret, que, en cambio, con la generosa ofrenda de sí permitió al Verbo Divino habitar entre los hombres, para que pudiéramos obtener de El gracia sobre gracia (cf.Jn 1, 14. 16).

Por esto la proclamamos verdaderamente bendita entre todas las mujeres (cf. Lc 1, 42), realmente "llena de gracia" (ib., 1, 28), porque verdaderamente en Ella "ha hecho cosas grandes el Poderoso" '.(ib., 1, 49). Sin este adorable e indiscutible beneplácito de Dios misericordioso, no se explicaría el misterio de María; pero precisamente María, como he escrito en la reciente Encíclica Dives in misericordia, "es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina" (núm. 9). Por lo demás, en la segunda lectura bíblica hemos escuchado al Apóstol Pablo recordarnos que también nosotros, bautizados, hemos sido elegidos por Dios en Cristo "antes de crear el mundo..., por pura iniciativa suya... para alabanza y gloria de su gracia" (Ef 1, 4. 6). Por tanto, hoy, mientras celebramos la singularidad de María Santísima, nos unimos también a Ella para cantar juntos, con alegría y humildad, la benevolencia inmerecida y la magnificencia sorprendente de Aquel de quien Jesús mismo hubo de decir: "Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Mc 10, 18).

Venerables hermanos y queridísimos hijos: Sé que vosotros, reunidos aquí, representáis casi por completo al estudio teológico interdiocesano de Fossano, que reúne a los estudiantes de teología de las cinco diócesis de la provincia de Cúneo, en Piamonte. Estoy informado de su fundación, hace ocho años, de su sólido planteamiento y de su buen funcionamiento. Por esto quiero felicitar a los obispos de las diócesis de Alba, Cúneo, Fossano, Mondoví y Saluzzo por su laudable iniciativa, a los responsables y profesores por su solicitud y competencia, y a los estudiantes por su seriedad y su entusiasmo.

Os animo vivamente a proseguir con interés por este camino de mutua colaboración. Y hago votos cordiales para que la institución pueda reunir en sí lo mejor que pertenece a la tradición y a la vida de las respectivas diócesis, y convertirse, a su vez, en un centro propulsor de cultura teológica y de actualización pastoral, que se irradien sobre cada una de las comunidades diocesanas. Lo importante es alimentar con abundancia un constante amor hacia la Palabra de Dios: tanto a la personal, encarnada en Jesucristo, como a la literaria, depositada en la Sagrada Escritura. Es necesario meditar y profundizar en esta Palabra cada vez más, diría que con pasión, según las perspectivas de las disciplinas teológicas, y luego, sobre este fundamento seguro, hecho parte de nosotros mismos, estudiar los mejores modos para anunciarla y dar testimonio de ella eficazmente a los hombres de nuestro tiempo. Sed de estos ministros, de la Palabra (cf. Act 6, 4), y cultivad una incesante actitud de oración, porque "nuestra suficiencia viene de Dios" (2 Cor 3, 5).

Y sabed que el Papa espera mucho de vosotros, pero os asegura su afecto y su recuerdo en el Señor. Precisamente el Señor Jesús, dentro de poco, se hace una vez más presente entre nosotros, para abrirnos la riqueza de su comunión salvífica. El es nuestro Salvador, a cuyo servicio estamos consagrados. A El "el honor, la gloria y la bendición" (Ap 5, 12). ¡Amén!

MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS ROMANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Viernes 19 de diciembre de 198

1. "O Radix Iesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os suum, quem gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".

Con estas palabras la liturgia de Adviento saluda hoy a Aquel que debe venir, a Aquel que es el objeto de nuestra espera. En torno a estas palabras de la liturgia de hoy deseo encontrarme con vosotros, que constituís el ambiente universitario de Roma: con vosotros, distinguidos profesores e investigadores, con vosotros, queridos estudiantes. He deseado mucho este encuentro de Adviento. Lo considero como un acto indispensable de mi ministerio en la Iglesia romana. Lo juzgo, además, como una ocasión particular para manifestar esta unidad, esta "communio" espiritual, que os une en torno a Cristo, y mediante esto os une también entre vosotros, y de manera más fuerte que las diversas divisiones y diferencias, a las que está sometida la vida pública y la opinión social. En estas diferencias se manifiesta, sin duda, la dignidad humana y cívica. Sin embargo, es necesario estar muy atentos para que no se conviertan en un factor, que haga imposible la acción por el bien común, y paralice el indispensable vínculo social.

Me alegro, pues, de vuestra presencia, queridos hermanos y hermanas míos, y al mismo tiempo, hijos e hijas, dado que como Obispo de Roma, en lo que se manifiesta también la paternidad de nuestra familia espiritual, me es lícito llamaros así. Me alegro de vuestra presencia, esta tarde, en la basílica de San Pedro, y me gozo juntamente con vosotros de esa alegría de Adviento que, sobre todo, en los últimos días de este período, se hace sentir particularmente en la liturgia. Efectivamente, en estos días el Adviento se convierte verdaderamente en el período de la espera gozosa.

Mientras estoy de nuevo aquí reunido con vosotros, no puedo separar este encuentro del contexto más amplio de tantos otros encuentros vinculados a mi ministerio pastoral en diversos lugares de Italia y del mundo. Pienso en los diversos encuentros que en el pasado, y particularmente en el curso de este último año, han tenido lugar en diversos países e incluso en diversos continentes. Sin embargo, han sido parecidos a nuestros encuentros de Adviento y de Cuaresma en la basílica de San Pedro, tanto por lo que se refiere al carácter del ambiente, con el que he podido encontrarme durante mis visitas fuera de Roma, como también por lo que se refiere a la semejanza de los temas que presentan esos ambientes, dado su carácter universitario.

Recuerdo, pues, muy bien el continente africano y los encuentros de Kinshasa, en el Zaire, y también, un poco después, los de Abidján en Costa de Marfil. Por lo que se refiere a la visita que hice en el mes de julio a Brasil, la gran reunión de jóvenes en Belo Horizonte, no estaba reservada solamente a la juventud académica, sino a toda la juventud del lugar y también a la que había llegado de las diversas partes de ese inmenso país. Sin embargo, por otra razón, no puedo pasar por alto el encuentro particular con los representantes calificados del mundo de la ciencia y de la cultura en Río de Janeiro. Volviendo al continente europeo, tengo vivo en la memoria el "coloquio" vespertino con 50.000 jóvenes franceses en el "Parc des Princeps", y además la visita al Instituto Católico de París. Finalmente, hace poco, en Alemania, recuerdo, sobre todo, el encuentro que tuvo lugar en la catedral de Colonia y luego el de Munich.

Recuerdo esta tarde todo esto para poner en evidencia también el carácter esencial de nuestro encuentro de Adviento. Como Obispo de Roma aprecio mucho estas tardes de oración común con vosotros, y de participación común en la Palabra de Dios y en la Eucaristía, que me permiten sacar de ellas inspiración para otros encuentros similares, y de estos otros encuentros toman, no obstante, la dimensión y el tema. Pero en todas estas vías por las que pasa el coloquio con el hombre contemporáneo sobre el tema de la cultura, de la ciencia y, al mismo tiempo, de las dimensiones fundamentales de la existencia espiritual, soy sobre todo el Obispo de Roma, es decir, vuestro Obispo. La cultura, la ciencia, el servicio a la verdad y a la belleza son, efectivamente, con mucha frecuencia la expresión ignorada del Adviento para el hombre, son la manifestación del hecho de que él vive en una espera que, a la vez, es una aspiración; y la medida de esta aspiración es más grande que la forma solamente material de la producción y del consumo, que la civilización contemporánea trata de imponer a la vida humana.

 Y por esto aprecio tanto que junto a la Santa Sede exista la Pontificia Academia de las Ciencias y otros organismos que sirven a la causa de la cultura y de la ciencia. Y estoy muy contento porque he podido hablar sobre este tema, durante el año que acaba, en París ante la Asamblea General de la UNESCO. Os agradeceré muy particularmente a vosotros, que formáis el ambiente universitario de Roma, el que penséis conmigo, vuestro Obispo, en estos importantes problemas, y os agradeceré también que busquéis conmigo los caminos para el futuro del hombre, los caminos del adviento humano.

Efectivamente, por estos caminos se encuentra precisamente Aquel a quien la Iglesia, en la antífona de Adviento de hoy, invoca gritando como desde lo profundo de cada hombre, desde la profundidad de su humanidad misma: "O Radix Iesse, qui stas in signum populorum,... veni!".

3. Las lecturas litúrgicas de esta tarde, como sucede otras veces, confrontan dos acontecimientos distintos en el tiempo, pero de algún modo semejantes y recíprocamente cercanos. Uno de ellos se vincula con el nacimiento de Sansón, el cual, en la época de los Jueces, después de haber llegado el pueblo de Israel a la Tierra Prometida, fue llamado a defender a su pueblo de los filisteos. En cambio, el otro se vincula con el nacimiento de Juan el Bautista.

Todo el Adviento permanece en la perspectiva del nacimiento. Sobre todo de ese nacimiento en Belén que representa el punto culminante de la historia de la salvación. Desde el momento de ese nacimiento, la espera se transforma en realidad. El "ven" del Adviento se encuentra con el "ecce adsum" de Belén.

Sin embargo, esta primera perspectiva del nacimiento se transforma en una ulterior. El Adviento nos prepara no sólo al nacimiento de Dios que se hace hombre. Prepara también al hombre a su propio nacimiento de Dios. Efectivamente, el hombre debe nacer constantemente de Dios. Su aspiración a la verdad, al bien, a lo bello, al absoluto se realiza en este nacimiento. Cuando llegue la noche de Belén y luego el día de Navidad, la Iglesia dirá ante el recién Nacido, que, como todo recién nacido, demuestra la debilidad y la insignificancia: "A cuantos le recibieron dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1, 12). El Adviento prepara al hombre a este "poder": a su propio nacimiento de Dios. Este nacimiento es nuestra vocación. Es nuestra heredad en Cristo. El nacimiento que dura y se renueva. El hombre debe nacer de Dios siempre de nuevo en Cristo; debe renacer de Dios.

El hombre camina hacia Dios —y éste es su adviento— no sólo como hacia un absoluto desconocido del ser. No sólo como hacia un punto simbólico, el punto "Omega" de la evolución del mundo. El hombre camina hacia Dios, de manera que llega a El mismo: al Dios viviente, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Y llega, cuando Dios mismo viene a él, y éste es el Adviento de Cristo. El Adviento que supera la perspectiva de la trascendencia humana, supera la medida del adviento humano.

El Adviento de Cristo se realiza en el hecho de que Dios se hace hombre, Dios nace como hombre. Y al mismo tiempo, se realiza en el hecho de que el hombre nace de Dios, el hombre renace constantemente de Dios.

Una vez, al comienzo de su historia, el hombre, varón y mujer, escuchó las palabras de la tentación: "Seréis como Dios, conocedores del bien y del mal" (Gén 3, 5). Y el hombre siguió esta tentación. Y continúa siguiéndola instantemente. Ahora, en medio de la historia de la humanidad ha venido Cristo para llevar de nuevo al hombre de los caminos de la tentación al sendero de la Promesa y de la Alianza, para mostrar lo que en esa tentación hubo de falso y, al mismo tiempo, revelar cómo debe realizarse el adviento del hombre en el camino de la Promesa divina y de la Alianza. ¿De qué modo, por el contrario, puede el hombre "ser como Dios", sino sólo "naciendo" de Dios, sino sólo como "hijo en el Hijo Unigénito"? ¿Cómo podrá de otra manera?

A la tentación perenne del hombre hay que contraponer el Adviento de Cristo: es necesario nacer de Dios y renacer incesantemente de Dios.

Y si en medio de las amplias perspectivas, que despliega ante nosotros el progreso de la cultura o de la ciencia, el cual suscita la legítima alegría y el desarrollo de la civilización, de la amenaza y de la violencia, si, repito, en medio de estas perspectivas tengo, en esta tarde de Adviento, alguna propuesta particular que dirigiros, es la siguiente: ¡no ceséis de vivir, naciendo constantemente de Dios y renaciendo de Dios!

El Adviento de Cristo late en la nostalgia del hombre por la verdad, por el bien y la belleza, por la justicia, el amor y la paz. El Adviento de Cristo late en los sacramentos de la Iglesia, que nos permiten nacer de Dios y renacer de Dios.

¡Vivir la Navidad, regenerados en Cristo por el sacramento de la reconciliación! ¡Vivid la Navidad, sumergiéndoos en el contenido más profundo del misterio de Dios, hacia el cual, en definitiva, se abre todo el adviento del hombre. // "O Radix Iesse... veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".

4. Con el anuncio del nacimiento de Juan el Bautista, su padre Zacarias escuchó estas palabras: "...Será grande a los ojos del Señor... Se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y poder..." (Lc I, 15-17).

Esta es también otra dirección del camino, por el que nos lleva el Adviento. El hombre no sólo camina hacia Dios a través de lo que en él hay: a través de su imperfección, de su amenaza, y a la vez del carácter trascendental de su personalidad, orientado hacia la verdad, el bien, la belleza; a través de la cultura y de la ciencia; a través del deseo y de la nostalgia por un mundo más humano, más digno del hombre.

El hombre no sólo camina hacia Dios (por lo demás, frecuentemente sin saberlo o incluso negándolo) a través de su propio adviento: a través del grito de su humanidad. El hombre va hacia Dios, caminando, en la historia de la salvación, ante Dios: ante el Señor, como escuchamos en el Evangelio con relación a Juan el Bautista, que debía caminar delante del Señor con el espíritu y el poder.

Esta nueva dirección del camino del adviento del hombre está vinculada de modo particular con el Adviento de Cristo. Sin embargo, el hombre camina "delante del Señor" desde el comienzo y caminará delante de El hasta el fin, porque es sencillamente imagen de Dios. Al caminar, pues, por las sendas del mundo, dice al mundo y se da testimonio a sí mismo de Aquel cuya imagen es. Camina delante del Señor sometiendo la tierra, porque de hecho la misma tierra, así como toda la creación, están sometidas al Señor y el Señor se las ha dado al hombre para que las domine.

Camina delante del Señor, llenando su humanidad y su historia terrestre con el contenido de su trabajo, con el contenido de la cultura y de la ciencia, con el contenido de la búsqueda incesante de la verdad, del bien, de la belleza, de la justicia, del amor, de la paz. Y camina delante del Señor, implicándose frecuentemente en todo lo que es negación de la verdad, del bien y de la belleza, negación de la justicia, del amor y de la paz. A veces se siente muy implicado en estas negaciones. Entonces, como por contraste, advierte todo el peso de la imagen desfigurada de Dios en su alma y en su historia.

El adviento del hombre se encuentra con el Adviento de Cristo.

"O Radix Iesse, qui stas in signum populorum... quem gentes deprecabuntur, veni ad liberandum nos, iam noli tardare!".

El Adviento de Cristo es indispensable para que el hombre encuentre de nuevo en él la certeza de que, caminando por el mundo, viviendo de día en día y de año en año, amando y sufriendo..., camina delante del Señor, cuya imagen es en el mundo; da testimonio de El ante toda la creación.

5. Queridos participantes en este encuentro de Adviento. Al terminar esta meditación, quiero desearos a vosotros y a todo el ambiente que representáis, que la Navidad renueve en cada uno de vosotros la certeza de este camino, por el que vais, en el que os guía Cristo.

Que todos vosotros, vuestros compatriotas y juntamente todos aquellos a los que ha llegado, en el curso de este año que está alcanzando su fin, mi servicio, adquiráis de nuevo la valentía y la alegría de este camino por el que vais, en el que os guía Cristo.

Que continuéis, con constancia y de manera cada vez más madura, "caminando delante del Señor".

¡Sí! Que caminéis "delante del Señor". Amén.

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR ORDENACIÓN DE 11 NUEVOS OBISPOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Martes 6 de enero de 1981

1. "Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!" (Is 60, 1). Con estas palabras del Profeta Isaías la liturgia de hoy anuncia la celebración de una gran fiesta: la solemnidad de la Epifanía del Señor, que es la culminación de la fiesta de Navidad; del nacimiento de Dios

Las palabras del Profeta se dirigen a Jerusalén, a la ciudad del Pueblo de Dios, a la ciudad de la elección divina. En esta ciudad la Epifanía debía alcanzar su cénit en los días del misterio pascual del Redentor.

Sin embargo, por el momento, el Redentor es todavía un niño pequeño. Yace en una pobre gruta cerca de Belén, y la gruta sirve de refugio para los animales. Allí encontró el primer albergue para Sí mismo sobre esta tierra. Allí le rodearon el amor de la Madre y la solicitud de José de Nazaret. Y allí tuvo lugar también el comienzo de la Epifanía: de esa gran luz que debía penetrar los corazones, guiándolos por el camino de la fe hacia Dios, con el cual solamente por esta senda puede encontrarse el hombre: el hombre viviente con el Dios viviente.

Hoy en este camino de la fe vemos a los tres nuevos hombres que vienen de Oriente, de fuera de Israel. Son hombres sabios y poderosos, que vienen a Belén conducidos por la estrella en el firmamento celeste y por la luz interna de la fe en la profundidad de sus corazones.

2. En este día, tan solemne, tan elocuente, os presentáis aquí vosotros, venerados y queridos hijos, que por el acto de la ordenación debéis venir a ser hermanos nuestros en el Episcopado, en el servicio apostólico de la Iglesia. Os saludo cordialmente en esta basílica, la cual se trasladó la luz de la Jerusalén mesiánica juntamente con la persona del Apóstol Pedro, que vino aquí guiado por el Espíritu Santo de acuerdo con la voluntad de Cristo.

Aquí, en este lugar, medito con vosotros las palabras de la liturgia de hoy, en las que se manifiestan la luz de la Epifanía y la misión nacida en los corazones de los hombres por la fe en Jesucristo. Que esta luz resplandezca sobre vosotros de modo particular en el día de hoy, que brille continuamente en los caminos de vuestra vida y de vuestro ministerio. Que esta luz os guíe —como la estrella de los Magos— y os ayude a guiar a los demás de acuerdo con la sustancia de vuestra vocación en el Episcopado.

"Los obispos —ha recordado el Concilio Vaticano II— como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor, a quien ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, la misión de enseñar a todas las gentes y de predicar el Evangelio a toda criatura, a fin de que todos los hombres consigan la salvación por medio de la fe, del bautismo y del cumplimiento de los mandamientos (cf. Mt 28, 18-20; Mc 16, 15-16; Act 26. 17 ss.). Para cumplir esta misión, Cristo Señor prometió a los Apóstoles el Espíritu Santo, y lo envió desde el cielo el día de Pentecostés, para que, confortados con su virtud, fuesen sus testigos hasta los confines de la tierra ante las gentes, los pueblos y los reyes (cf. Act 1, 8; 2, 1 ss.; 9, 15). Este encargo que el Señor confió a los Pastores de su pueblo es un verdadero servició, que en la Sagrada Escritura se llama con toda propiedad 'diaconía', o sea, ministerio (cf. Act 1, 17 y 25; 21, 19; Rom 11, 13; 1 Tim 1, 12)" (Lumen gentium, 24).

3. Debéis ser, queridos hermanos, confesores de la fe, testigos de la fe, maestros de la fe. Debéis ser los hombres de la fe. Contemplad este maravilloso acontecimiento que la solemnidad de hoy presenta a los ojos de nuestra alma.

Un día, después de la venida del Espíritu Santo, se realizó en la comunidad de la Iglesia primitiva un gran cambio. El protagonista de este cambio fue Pablo de Tarso. Escuchemos cómo habla en la liturgia de hoy: "Se me dio a conocer por revelación el misterio...: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio" (Ef 3, 3. 6).

Este misterio, en virtud del cual Pablo, y luego los otros Apóstoles, llevaron la luz del Evangelio más allá de las fronteras del Pueblo de la Antigua Alianza, este misterio se anuncia ya hoy. Ya en el momento del nacimiento del Mesías: en su pesebre de Belén, en la coparticipación de la promesa que El ha venido a realizar, son llamados con la luz de la estrella y con la luz de la fe tres hombres que provienen de fuera de Israel.

Estos tres hombres hablan de todos aquellos que deben seguir la misma luz mesiánica, tanto de Oriente como de Occidente, tanto del Norte como del Sur, para encontrar juntamente "con Abraham, Isaac y Jacob" la promesa del Dios viviente.

Esta promesa se realiza hoy ante los ojos de los Magos, tal como se realizó en la noche del nacimiento de Dios ante los ojos de los pastores, cerca de Belén.

¡Oh, cuánto nos dicen hoy las palabras del Profeta, que interpela a Jerusalén: "Levanta la vista en torno, mira... tu corazón se asombrará, se ensanchará" (Is 60, 4-5).

4. Queridos hijos y amados hermanos:

Debéis convertiros en testigos singulares de la alegría que siente hoy la Jerusalén del Señor ¡Deben palpitar y dilatarse vuestros corazones ante el misterio que contempláis! ¡Ante la luz a la que debéis servir!

¡Qué grande es la fe de los Magos! ¡Qué seguros están de la luz que el Espíritu del Señor encendió en sus corazones! Con cuánta tenacidad la siguen. Con cuánta coherencia buscan al Mesías recién nacido. Y cuando finalmente llegaron a la meta, "...se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro. incienso y mirra" (Mt 2, 10-11).

La luz de la fe les permitió escrutar todas las incógnitas. Los caminos incógnitos. las circunstancias incógnitas. Como cuando se hallaron ante el recién Nacido, un recién nacido humano que no tenía casa. Ellos se dieron cuenta de la miseria del lugar. ¡Qué contraste con su posición de hombres instruidos y socialmente influyentes! Y, sin embargo, "cayendo de rodillas, lo adoraron" (cf. Mt 2, 11).

Si este Niño, Cristo, hubiese podido hablar entonces, tal como habló después muchas veces, les debería haber dicho: ¡Hombres, qué grande es vuestra fe! Palabras semejantes a las que una vez, más tarde, escuchó la mujer cananea: "¡Grande es tu fe!" (cf. Mt 15, 28).

5. Queridos hermanos: Dentro de poco, también vosotros os inclinaréis profundamente, y os postraréis, y tendidos sobre el pavimento de esta basílica, prepararéis vuestros corazones para la nueva venida del Espíritu Santo, para recibir sus dones divinos. Son los mismos dones que iluminaron y robustecieron a los Magos en el camino de Belén, en el encuentro con el recién Nacido y, luego, en el camino de retorno y en toda su vida.

A estos dones divinos ellos respondieron con un don: el oro, el incienso y la mirra, realidades que tienen también  su significado simbólico. Teniendo presente ese significado, ofreced hoy vuestros dones, a vosotros mismos en don, y estad dispuestos a ofrecer, durante toda vuestra vida el amor, la oración, el sufrimiento.

Y luego, levantaos, dirigíos por el camino por el que os conducirá el Señor, guiándoos por las sendas de vuestra misión y de vuestro ministerio.

¡Levantaos, robusteceos en la fe! Como testigos del ministerio de Dios. Como siervos del Evangelio y dispensadores de la potencia de Cristo. Y caminad a la luz de la Epifanía, guiando a los otros a la fe y fortificando en la fe a todos los que encontréis.

Que os acompañe siempre la sabiduría, la humildad y la valentía de los Magos de Oriente.


MISA EN EL PONTIFICIO SEMINARIO FRANCÉS DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 11 de enero de 1981

Esta celebración del Bautismo de Jesús el Señor nos introduce en la intimidad del misterio de la persona y misión de Cristo. Y por lo mismo nos introduce en una mejor comprensión de nuestro ser de cristiano, de bautizado y, más aún, de nuestra vocación de sacerdote o futuro sacerdote.

1. Al final de esta semana de Epifanía asistimos precisamente a la manifestación de Cristo, a su "epifanía" al ser bautizado por Juan Bautista. A orillas del Jordán Jesús se mezcló con los pecadores, con cuantos esperaban la presencia del Mesías haciendo penitencia.

El Verbo hecho carne, a pesar de ser de condición divina, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, sino que tomó la forma de esclavo, haciéndose semejante a los hombres, y se hizo obediente (cf. Flp 2, 4-8) viviendo en la carne para rescatar a cuantos estaban en poder de la carne.

Y "los cielos se abrieron", dice misteriosamente San Mateo. Queda manifiesto así a quienes fue revelado entonces este acontecimiento espiritual, y a todos aquellos a quienes está destinado el relato evangélico, que no hay barrera alguna entre Dios y Jesús, sino contacto inmediato, unión total, un cara a cara; y nosotros creemos que es así en virtud también de la Encarnación, pues es el Verbo de Dios quien se ha hecho carne.

El Profeta Isaías había suspirado por la venida de Dios después de su revelación plena, con estos términos conmovedores: "Oh si rasgaras los cielos y bajaras... para dar a conocer tu nombre" (Is 64, 1-2). Gracias al Hijo conocemos ahora el nombre verdadero de Dios. El Padre se revela como tal llamando a su Hijo "muy amado" en quien ha puesto todo su amor. Revela al Hijo. Lo presenta abiertamente al mundo, comenzando por sus discípulos. "Es el testimonio de Dios, el testimonio que Dios ha dado de su Hijo" (1 Jn 5, 9), dirá San Juan. Con Jesús penetramos en el misterio verdadero de Dios, el de la Trinidad Santa.

Porque el Espíritu Santo también se manifestó. Se posa sobre Jesús en forma de paloma, esta ave familiar, símbolo del amor y de la paz, que aquí es imagen del don perfecto procedente de las profundidades de Dios. Viene a manifestar el vínculo inefable que une a Jesús con su Padre, y a dar a entender también que Jesús va a inaugurar públicamente su misión de salvación entre los hombres con la potencia de lo Alto. Se nos invita, pues, a aplicar a Jesús la profecía de Isaías donde Dios dice: "He aquí a mi siervo, a quien sostengo yo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él... te he tomado de la mano, y te he formado, te he puesto por alianza para mi pueblo y para luz de las gentes" (Is 42, 1-6).

Sí, adoremos al Hijo muy amado en esta "epifanía" que los Padres, de Oriente sobre todo, celebran al mismo tiempo que la manifestación a los Magos en Belén; abierto el cielo, se nos ha manifestado en el seno de la Trinidad, se nos ha manifestado como investido de su misión para con nosotros.

2. El Hijo único de Dios viene a hacernos hijos a nosotros. El misterio de su bautismo nos adentra en el misterio de nuestro bautismo. "Pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia" (Jn 1, 16). Hemos sido bautizados no sólo en agua, sino en el Espíritu que viene de lo alto y comunica la vida de Dios. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, para entrar en comunión con ellos. En cierta manera los cielos se han abierto para cada uno de nosotros, a fin de que entremos en la "casa de Dios" y conozcamos la adopción divina. Llevamos el sello para siempre, no obstante nuestra debilidad e indignidad. Demos gracias hoy del don de nuestro bautismo; al hacernos partícipes de la vida de Dios, nos hace participar en el culto espiritual de Cristo, en su misión profética, en su servicio real que constituye el sacerdocio común de todos los bautizados. "¡Cristiano, reconoce tu dignidad!". El 1 de junio último interpelé así a todo el pueblo de Francia: "Francia, hija primogénita de la Iglesia, ¿eres fiel a las promesas de tu bautismo?". Este interrogante os lo planteo hoy a cada uno de vosotros que pertenecéis al pueblo de Francia, si bien vivís actualmente en la diócesis de Roma.

3. Y en fin, damos gracias a Dios por esta llamada de Cristo a participar en su sacerdocio ministerial, que nos une tan estrechamente a su misma misión de "Siervo" inaugurada en su bautismo.

Tengo la alegría de celebrar precisamente hoy la Eucaristía en un seminario y dirigirme a sacerdotes y en particular a quienes se preparan al sacerdocio, y también a sus amigos de Roma. No olvido que representáis una parte de los seminaristas de Francia —prácticamente la décima parte, me han dicho— y procedéis de gran número de diócesis de Francia.

Queridos amigos: ¿Os dais bien cuenta de la gracia que el Señor os ha concedido ya? Ha hecho resonar en vosotros su llamada a dejarlo todo para seguirle, esperando conferiros su Espíritu con la imposición de las manos que hará de vosotros diáconos y sacerdotes suyos. ¿Cómo deciros la gran esperanza que pone la Iglesia en vosotros sobre todo para el porvenir de la Iglesia en Francia? El querido cardenal Marty, felizmente presente entre nosotros, podría atestiguarlo mejor que nadie. El Papa comparte esta esperanza de los obispos de Francia y con ellos os manifiesta su confianza y afecto.

A vuestros compañeros del seminario de Issy-les-Moulineaux ya tuve ocasión de decirles mis ideas en junio último, si bien había confiado a los sacerdotes en Notre Dame el aliento y exhortaciones destinados a ellos. Seguro de que no habréis dejado de volver a leer aquellos textos y de que vuestros directores saben orientaros hacia lo esencial, me contentaré con pocos puntos.

4. Realizáis aquí el aprendizaje de servidores de Cristo, aprendizaje que necesita larga maduración espiritual, intelectual y pastoral. Es un poco como la experiencia que hicieron los Apóstoles que el Señor congregó después de su bautismo.

Necesitáis en primer lugar entrar cada día un poco más en el Espíritu de Cristo, enraizaros en El. Esto expresa hasta qué punto debéis familiarizaros con su Palabra, con la Escritura, y meditarla; tratar con el Señor en la intimidad de la oración —nada puede reemplazar la oración personal sin la que nuestra vida sacerdotal se secaría—; aprender a orar juntos y a tener conversaciones espirituales con toda sencillez; celebrar al Señor en una liturgia digna y vivida, según lo permiten el Concilio y la reforma de Pablo VI bien entendida; uniros al Sacrificio de Cristo que será el cénit y centro de vuestra vida sacerdotal diaria. También debéis aprovecharos de la experiencia de autores espirituales e iniciaros en las escuelas de espiritualidad para nutrir vuestra mentalidad cristiana, orientar y fortificar vuestra acción cristiana y adquirir el arte de guiar a las almas, como recordé en mi Carta a los sacerdotes del Jueves Santo de 1979.

5. Estáis aquí igualmente para recibir una sólida formación doctrinal en las diferentes ramas del saber teológico, bíblico, canónico, filosófico. No insisto en ello porque pienso que sois unos convencidos y sé —así lo creo— que os empeñáis en adquirirla. Por otra parte, en esta ciudad de Roma tenéis la suerte de disponer de universidades y facultades relevantes que exigen alto nivel de estudios e investigación; éstas os permiten iniciaros de modo equilibrado en todo el pensamiento del Magisterio de la Iglesia, descubrir su significado profundo y adheriros a él con fidelidad.

A veces no veis relación directa entre estos estudios y el ministerio que se os va a pedir; pienso, por ejemplo, en los fundamentos filosóficos que revisten tanta importancia. Pero tened paciencia. Estáis enriqueciendo vuestro raciocinio con elementos sólidos y métodos absolutamente indispensables para libraros de estar a merced de cualquier viento de doctrina y ser capaces de predicar, enseñar y guiar con seguridad la reflexión de los laicos cristianos en el dédalo de las corrientes ideológicas y costumbres actuales.

Estos estudios romanos deben daros también gusto y posibilidad de proseguir el trabajo intelectual a lo largo de toda la vida. Claro está que se os llamará a ministerios diversificados que vosotros no podéis prever ni os tocará elegir, pero que exigirán a todos formación sólida y cualificada. Personalmente, siendo arzobispo de Cracovia y profesor en Lublín, siempre he insistido en estos estudios profundos. Piden sacrificios, claro está. Pero dan seguridad a la preparación del porvenir. El problema está en velar para que vuestra vida intelectual y vuestra vida espiritual vayan unidas.

6. En fin, todo cuanto hacéis se endereza a prepararos a la vida apostólica de sacerdotes. Y habla del esfuerzo que debe animaros en orden a llevar el Evangelio a vuestros contemporáneos, ayudarles a acogerlo con una adhesión de fe que frecuentemente resulta difícil, ejercitarlos en la oración común y en la recepción fructuosa de los sacramentos, y educarlos a las exigencias concretas de la fe en sus ocupaciones varias.

Esta ansia de evangelizar ha sido y sigue siendo gloria de un gran número de sacerdotes franceses; espero que seréis de éstos. No para hacer algo para vosotros. Sino para llevar a Jesucristo. Y por los caminos que quiere la Iglesia. Pues ser sacerdote será, participando en el sacerdocio único de Cristo, participar en el sacerdocio de vuestro obispo y bajo su responsabilidad; será integraros en el presbyterium de vuestra diócesis con entusiasmo, confianza y humildad, para ejercer una parte del ministerio, la que se os confíe y a la que debéis estar disponibles; será trabajar solidariamente con vuestros hermanos sacerdotes sin abdicar ninguna de las exigencias de la Iglesia integradas en vuestra formación. Por el momento, el deber del estudio y el hecho de no ser aún sacerdotes, no os consienten encargaros de un apostolado, si bien algunos prestan la ayuda que pueden a la diócesis de Roma.

       Pero debéis preocuparos por encima de todo de mantener vínculos verdaderos y confiados con vuestro obispo, estar humildemente abiertos a las necesidades espirituales a que deberéis responder el día de mañana; a las inquietudes apostólicas de vuestros hermanos franceses y, sobre todo, a las de vuestros obispos que tienen la responsabilidad de la evangelización. El aprendizaje de la vida eclesial se hace también a través de la calidad de vuestra vida comunitaria en este seminario de "Santa Chiara", de vuestra vida fraterna, de vuestra capacidad de aceptaros, diferentes como sois, y vivir en equipos, orientados hacia la misma meta: la misión de la Iglesia.

Recordáis cómo delineaba Isaías hace un momento la figura del servidor: "No gritará... la caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho. No vacilará". Ojalá seáis el día de mañana esos Pastores. intrépidos, firmes y misericordiosos a un tiempo. Y suscitéis también otros candidatos al sacerdocio. Sí, queridos jóvenes, vuestra oración, ejemplo y dinamismo al servicio de la Iglesia, y vuestro gozo de servir a Cristo, pueden mucho para obtener de Dios las vocaciones de que tienen necesidad vital la Iglesia en general, y la Iglesia en Francia.

Finalmente, ¿es necesario añadir que aquí en Roma tenéis la suerte de poder unir a este sentido pastoral, al amor a vuestra Iglesia local, la apertura a otras Iglesias locales con cuyos miembros podéis alternar aquí, y la inquietud por la necesaria unidad de la Iglesia universal en comunión con el Papa? Estoy seguro de que mantendréis fuertemente esta adhesión a Roma y al Sucesor de Pedro; y siempre ayudaréis a vuestras comunidades cristianas a vivirla, para que su crecimiento se desenvuelva dentro de la fidelidad a la fe y en armonía con todo el Cuerpo de Cristo.

7. Queridos amigos: Esta formación será fruto de esfuerzos perseverantes que yo tenía interés en alentar. Los haréis con la ayuda de vuestros directores y profesores de esta casa, y de vuestros consejeros espirituales. Quiero darles gracias sinceras por su colaboración y rendir honor a la congregación de los padres del Espíritu Santo por la animación de este seminario pontificio desde su fundación.

El alma de vuestros progresos en el camino del sacerdocio será, en fin, el Espíritu Santo, el que se apareció sobre Jesús en su bautismo y lo encaminó a su misión. Vamos a pedir al Espíritu Santo por vosotros. Asimismo haréis vosotros por mí. Y ello en unión siempre con la Santísima Virgen, tan disponible precisamente al Espíritu Santo, María Inmaculada, a quien está consagrada vuestra casa y a quien os dirigís con justo título como a la "Tutela domus". Ella os conducirá con seguridad a Jesús el Salvador, para que como sacerdotes lleguéis a ser servidores de su amor. Amén.

SANTA MISA CONCELEBRADA EN EL COLEGIO DE SAN PABLO APÓSTOL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Sábado 24 de enero de 1981

Queridísimos sacerdotes:

1. Es para mí una gran alegría poderme encontrar hoy con vosotros, en este Colegio dedicado a San Pablo Apóstol, donde tenéis vuestra residencia, mientras frecuentáis la Universidad de "Propaganda Fide", para desarrollar y completar vuestros estudios filosóficos y teológicos y vuestra preparación pastoral. En las visitas que estoy realizando a los diversos institutos y ateneos de la ciudad de Roma, no podía y no debía faltar, en la circunstancia tan singular de la fiesta del Colegio, este encuentro con vosotros, que venís de todas las partes del mundo y que traéis aquí, al centro de la cristiandad, las características y los anhelos de vuestros pueblos y de vuestras culturas.

Por esto, recibid mi saludo cordial y afectuoso, que se dirige, ante todo, al cardenal Prefecto y al Secretario de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, a los superiores y responsables del Colegio, y se extiende además a cada uno de vosotros personalmente, comprendiendo también a todos los que colaboran con diversas tareas para la buena marcha de la casa y de la vida en común. Es un saludo que quiere expresar satisfacción y aprecio por la buena voluntad que demostráis en vuestro compromiso de estudio y de actualización, para un ministerio más eficaz, adaptado a las exigencias de la sociedad, y para una ayuda iluminada y concreta a las comunidades eclesiales de vuestras naciones y de vuestras diócesis. Y es un saludo que trata también de manifestar mi agradecimiento por vuestra fidelidad a la Sede Apostólica y por las oraciones que ofrecéis por mi persona y misión universal.

2. Pero deseo que el encuentro de hoy en torno al altar, celebrando el Sacrificio eucarístico, se convierta para todos vosotros en un estímulo para una vida sacerdotal cada vez más santa y para un compromiso cada vez más responsable en vuestros estudios y en vuestros ideales. Precisamente las lecturas de la liturgia se prestan para algunas reflexiones de notable importancia a este fin.

En la primera lectura hemos oído lo que dice el Señor por medio del Profeta Isaías: "Como baja la lluvia y la nieve de lo alto del cielo, y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión" (Is 55, 10-11). Se trata de expresiones bien conocidas, que han hecho reflexionar a los Padres y a los Doctores de la Iglesia, a los santos y a los místicos de todas las épocas y que causan impresión también a nuestras almas, porque afirman la absoluta potencia y eficacia de la Revelación de Dios: ningún obstáculo o rechazo humano puede detenerla o apagarla. Nosotros sabemos que la "Palabra de Dios" se encarnó en la plenitud de los tiempos: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 1. 14), y permanece presente en la historia humana por medio de la Iglesia: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28; 20).

 La "Palabra de Dios" es siempre eficaz, porque ante todo pone en crisis a la razón humana: las filosofías simplemente racionales y temporales, las interpretaciones meramente humanistas e historicistas, quedan desquiciadas por la "Palabra de Dios", que responde con suprema certeza y claridad a los interrogantes que se plantean al corazón del hombre, y lo ilumina acerca de su verdadero destino, sobrenatural y eterno, indicándole la conducta moral que debe practicar, como camino auténtico de serenidad y de esperanza. No sólo esto: la "Palabra de Dios" da "luz" y "vida", se hace vida de gracia, participación en la misma vida divina, inserción en el misterioso, pero real, dinamismo de la redención de la humanidad. Efectivamente, Jesús se definió "luz del mundo": "Yo he venido como luz al mundo, para que todo el que crea en mi no permanezca en tinieblas" (Jn 12, 46), y vida de las almas.

¡Fortalecidos con esta certeza que viene de Dios, es necesario tener la valentía de su Palabra! ¡Ningún miedo a la verdad: la "Palabra de Dios" es siempre eficaz, no es inerte, jamás es derrotada, no vuelve a Dios humillada o desilusionada! Y entonces, os digo con San Pablo: "Andad como hijos de la luz" (Ef 5, 8). Ciertamente la "Palabra de Dios" es desconcertante, porque dice el Señor: "No son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos" (Is 55, 8); pone en crisis, porque es exigente, es tajante como espada de dos filos, no se basa en persuasivos discursos de sabiduría humana, sino en la manifestación del Espíritu y de su potencia (cf. 1 Cor 2, 4-5). "Nadie se engañe —escribía San Pablo a los Corintios—; si alguno entre vosotros cree que es sabio según este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios... Nadie, pues, se gloríe en los hombres" (1 Cor 3, 18-19. 21). En efecto, hay una falsa sabiduría que puede tentar y engañar, confundiendo y convirtiendo en presuntuosos. Comentando la afirmación: "Demos a Dios un culto que le sea agradable, con temor y reverencia, porque mostró Dios ser un fuego devorador" (Heb 12, 28-29), el cardenal Newman, un apasionado de San Pablo, decía así: "El temor de Dios es el principio de la sabiduría; hasta que no veáis a Dios como un fuego consumidor, y no os acerquéis a El con reverencia y santo temor, por ser pecadores, no podréis decir que tenéis siquiera a la vista la puerta estrecha: El temor y el amor deben ir juntos; continuad temiendo, continuad amando hasta el último día de vuestra vida. Esto es cierto; pero debéis saber qué quiere decir sembrar aquí abajo con lágrimas, si queréis cosechar con alegría en el más allá" (Parochial and Plain Sermons, vol. I, Serm. 24; cf. J. H. Newman, La mente e il cuore di un grande, Bari, 1962, página 230).

3. En la segunda lectura, el célebre episodio de la conversión de San Pablo, contado por él mismo a los judíos de Jerusalén, es igualmente denso de enseñanzas para vuestra vida sacerdotal. En el camino de Damasco, caído en el polvo, San Pablo queda cegado por la luz fulgurante de aquel Jesús a quien él perseguía en los cristianos; sigue su conversión inmediata y decisiva, evidente obra milagrosa de la gracia de Dios, porque Pablo debía ser el primer autorizado intérprete del mensaje de Jesús, divinamente inspirado. El Divino Maestro le manda levantarse y proseguir el camino; y desde ese momento, se puede decir que San Pablo se convierte en maestro y guía del conocimiento y del amor a Cristo.

Pero sobre todo deben interesarnos y hacernos meditar las palabras del justo Ananías: "El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído" (Act 22, 14-15).

 Estas palabras se pueden aplicar también a cada sacerdote, ministro de Cristo. También vosotros habéis sido elegidos, más aún, predestinados, por el Altísimo para conocer la "Palabra de Dios", para encontraros con Cristo, para participar de sus mismos poderes divinos, para anunciarlo y testimoniarlo ante todos los hombres. Como Pablo, convertido a la verdad, se lanzó con ardiente fervor a su misión de apóstol y testigo, y ninguna dificultad logró nunca detenerlo, haced así también vosotros. El mundo tiene necesidad de almas fervorosas y decididas, humildes en el comportamiento, pero firmes en la doctrina; generosas en la caridad, pero seguras en el anuncio; serenas y animosas, como Pablo, que en medio de dificultades y contrastes de todo género, sobreabundaba de alegría en cada una de sus tribulaciones, porque para él vivir era Cristo y morir una ganancia (cf. 2 Cor 7, 4; Flp 1, 21).

El Evangelista San Marcos refiere las últimas palabras de Jesús, categóricas e imperativas: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado" (Mc 16, 15-16). Ellas significan que es positiva voluntad de Dios que el mensaje evangélico sea anunciado a todo el mundo, y que se crea en la "Palabra de Dios". Ser sacerdotes es indudablemente una dignidad inmensa y excelsa; pero es también una responsabilidad grande. ¡Tened siempre conciencia clara de vuestra grandeza y sed dignos de la confianza que Dios ha puesto en vosotros!

Queridísimos, que os ilumine en vuestros estudios y os conforte en vuestros propósitos María Santísima, a la que en estos días rezamos como "Madre de la unidad de la Iglesia", y a la que siempre invocamos como "Trono de la Sabiduría", "Causa de nuestra alegría".

VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

SANTA MISA PARA LOS RELIGIOSOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Catedral de Manila
Martes 17 de febrero de 1981

Muy amados en Cristo:

1. En estas fechas hace cuatrocientos años llegaba a Manila el obispo Domingo de Salazar. Lo había enviado el Papa Gregorio XIII para ser el primer obispo de esta diócesis apenas creada, y vino a vuestro país a proseguir la obra de evangelización y seguir construyendo sobre la base de lo realizado por los misioneros que le habían precedido.

Al celebrar hoy la Eucaristía en la catedral de Manila, me siento en cercanía espiritual con el obispo de Salazar y el Papa Gregorio. El mismo amor al Evangelio y al pueblo filipino que a ellos impulsaba, me ha movido a mí, al actual Obispo de Roma, a venir a vuestra amada tierra a proclamar el mensaje de Cristo y confirmaros en la fe. Es éste un momento de gran alegría para mí al celebrar la Eucaristía con vosotros en la catedral de Manila, al unir nuestros corazones y nuestras voces en la proclamación de las grandezas de Dios y .en la alabanza y gloría al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Lo hacemos evocando el gran esfuerzo de renovación hecho por esta Iglesia local de Manila el año 1979 y pidiendo a Dios lleve a cumplimiento el gran trabajo comenzado en el Sínodo archidiocesano.

Estos días tendré el honor especial de beatificar a Lorenzo Ruiz, uno de vuestros compatriotas, padre de familia y laico de fe intrépida. Entre todos los acontecimientos con que habéis conmemorado el IV centenario de la Iglesia en Manila, la beatificación de Lorenzo Ruiz y sus quince compañeros mártires ocupa el lugar principal. Sea también para todos vosotros —obispos, sacerdotes, religiosos y laicos— un estímulo a procurar la santidad que se funda en Cristo Jesús.

2. En este momento deseo dirigir un mensaje especial a todos los religiosos —sacerdotes y hermanos— que están aquí presentes, y a través de ellos a todos los religiosos de Filipinas. Permitidme comenzar, hermanos míos, manifestando mi gratitud al Señor por vuestra presencia en esta Iglesia y vuestra colaboración en la misión que la Iglesia tiene de proclamar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.

En el pasaje de San Juan que acabamos de escuchar, se nos recuerda la esencia de la vida religiosa. "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto" (Jn 15, 16). Por , iniciativa del Salvador y por vuestra respuesta libre a El, Cristo se ha convertido en el objeto de vuestra vida y en el centro de todos vuestros pensamientos. Por Cristo precisamente hacéis la profesión de los consejos evangélicos; y es Cristo quien os sostendrá en la fidelidad a El y en el servicio amoroso a su Iglesia.

La consagración religiosa es esencialmente un acto de amor: el amor de Cristo a vosotros y, en correspondencia, vuestro amor a El y a todos sus hermanos. Hoy se proclama este misterio en el Evangelio cuando Jesús dice a sus discípulos: "Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor" (Jn 15, 9). Cristo quiere que permanezcáis en El, de El os alimentéis diariamente en la celebración de la Eucaristía, y le entreguéis la vida en la oración y negación de vosotros mismos. Fiados de su palabra y confiando en su misericordia respondéis al amor de Cristo. Elegís seguirle más de cerca en castidad, pobreza y obediencia; y queréis tomar parte más plenamente en la vida y santidad de la Iglesia. Queréis amar como a hermanos y hermanas a todos cuantos Cristo ama.

3. Hoy el mundo necesita ver vuestro amor a Cristo. Necesita el testimonio público de la vida religiosa. Como ya dijo Pablo VI: "El hombre moderno escucha más a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es porque son testigos" (AAS 66, 1974, 568). Si los no creyentes de este mundo han de llegar a creer en Cristo, necesitan vuestro testimonio fiel, testimonio que brota de vuestra confianza total en la abundante misericordia del Padre y de vuestra esperanza perseverante en el poder de la cruz y la resurrección.

Y así, los ideales, valores y convicciones que subyacen en vuestra entrega a Cristo, deben traducirse al lenguaje de la vida diaria. En medio del Pueblo de Dios, en la comunidad eclesial local, vuestro testimonio público forma parte de vuestra aportación a la misión de la Iglesia. Como dice San Pablo: "Sois una carta de Cristo... escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra sino en las tablas de carne que son vuestros corazones" (2 Cor 3, 3).

4. Como hermanos y sacerdotes religiosos estáis ocupados en gran variedad de actividades apostólicas: proclamar la Palabra de Dios, administrar sacramentos, enseñar, catequizar, cuidar a enfermos, ayudar a pobres y huérfanos, practicar la caridad, servir por la oración y el sacrificio, edificar las comunidades locales para que sean reflejo del Evangelio y formen el Reino de Dios. Cuando ejecutéis estas obras de servicio con perseverancia firme, recordad el consejo de San Pablo: "Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como obedeciendo al Señor y no a los hombres" (Col 3, 23).

Todas estas actividades apostólicas conservan su importancia hoy. Siguen siendo dimensiones vitales de la evangelización, constituyen un testimonio profético del amor de Dios y contribuyen al progreso humano completo. Estoy seguro de que la comunidad en general, así como la comunidad eclesial, estarán agradecidas a los religiosos porque ayudan a la Iglesia a desempeñar sus tareas con estas expresiones varias de su acción pastoral.

Al mismo tiempo, justamente buscáis modos adicionales de dar testimonio de Cristo y servir a su pueblo. Pues es claro que la Iglesia debe estar atenta a las necesidades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No puede permanecer indiferente ante los problemas que aquéllos afrontan ni ante las injusticias que padecen. Os ofrezco mi aliento y la seguridad de mis oraciones cuando buscáis caminos nuevos para extender el Evangelio y promover los valores humanos. A la vez os pido que sigáis esta línea: todo esfuerzo apostólico debe ir en armonía con las enseñanzas de la Iglesia, con los objetivos apostólicos de vuestros institutos respectivos y con el carisma originario de vuestros fundadores. Permitidme también recordaros mis palabras en Guadalupe: "Sois sacerdotes y religiosos; no sois dirigentes sociales, líderes políticos o funcionarios de un poder temporal... No nos hagamos la ilusión de servir al Evangelio si tratamos de 'diluir’ nuestro carisma a través de un interés exagerado hacia el amplio campo de los problemas temporales" (En la basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 27 de enero: AAS 71, 1979, pág. 193; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 4). Es importante que el pueblo os vea como "ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1).

5. La fidelidad a Cristo en la vida religiosa exige fidelidad triple: fidelidad al Evangelio, fidelidad a la Iglesia, fidelidad al carisma particular de vuestros institutos.

En primer lugar debéis ser fieles al Evangelio. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II que enseñó: "La norma última de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio" (Perfectae caritatis, 2). Por esta razón hacéis de la escucha de la Palabra de Dios, de su ponderación en el corazón y de su puesta en práctica, la primera prioridad vuestra. Que encontréis tiempo cada día para meditar la Palabra de Dios con confianza en su poder de iluminar vuestra mente y dar vida en vosotros al espíritu de las bienaventuranzas.

En segundo lugar, a la vez que refuerza vuestra entrega a Cristo, la consagración religiosa os vincula inseparablemente a la vida y santidad de su Esposa, la Iglesia. Y la expresión concreta de esto se da en la comunidad eclesial local. He aquí la razón por la cual es tan importante para vosotros trabajar en estrecha colaboración con el clero y el laicado de la Iglesia local, y aceptar de buen grado la autoridad y ministerio del obispo local, como el foco de su unidad.

En relación con esto quisiera indicar dos expresiones relevantes de esta entrega a la Iglesia local. La primera es la relación de los sacerdotes religiosos con el clero diocesano. Los sacerdotes religiosos deben sentirse felices de tomar parte leal y desinteresadamente en el apostolado de la Iglesia local con los sacerdotes diocesanos, cuyas tareas están llamados a compartir no en casos de excepción, sino como base normal. La segunda es la relación con la Conferencia nacional de los obispos. Siguiendo el espíritu del documento Mutuae relationeslos superiores religiosos deben procurar, aceptar y cultivar el diálogo franco y filial con los Pastores que el Espíritu Santo ha puesto para gobernar a la Iglesia de Dios. En este sentido nunca se insistirá demasiado en la importancia de las relaciones entre la Conferencia Episcopal nacional, cuya tarea consiste en elaborar y fijar los planes pastorales del país; y las asociaciones de superiores religiosos mayores que asumen la misión de impulsar la vida religiosa, cuidando de que siga siendo fiel a sus raíces más profundas y al carisma que las caracteriza.

Por ser religiosos estáis en una situación de prestar una aportación especial en la promoción de la unidad de la Iglesia. Vuestra experiencia de vida comunitaria, oración común, y servicio apostólico asociado os prepara a esta tarea. Entregaos con nuevo vigor a la gran causa de la unión, tratando de derribar fronteras de desunión e impulsar el crecimiento de la armonía y colaboración mutuas, con espíritu de apertura y respeto. 

Y, finalmente, sed siempre fieles al carisma particular del instituto de cada uno. Para ilustrar este punto deseo mencionar dos acontecimientos de gran trascendencia para la Iglesia de Filipinas que se celebran este año.

En primer lugar el 300 aniversario de los hermanos de las Escuelas Cristianas de la Salle. La instrucción de la juventud en la fe cristiana y en otros temas sigue siendo indispensable a la misión de Cristo, como lo era cuando se fundo esta congregación. Y la Iglesia en Filipinas ha recibido muchas bendiciones a través de su vida consagrada y su servicio entregado.

El segundo acontecimiento es la conmemoración del 400 aniversario de la presencia de la Compañía de Jesús en Filipinas. Por sus esfuerzos misioneros, su actuación en escuelas y parroquias y por la espiritualidad de San Ignacio, los sacerdotes y hermanos de la Compañía de Jesús han prestado una gran aportación a Filipinas y al mundo entero.

De igual modo todas las familias religiosas aquí representadas hoy, contribuyen a la santidad y a la vida de la Iglesia, cada una según su modo característico. Un índice de la eficiencia de vuestras aportaciones ha sido y sigue siendo la fidelidad al espíritu de los fundadores, a sus intenciones evangélicas y al ejemplo de su santidad. Que esta fidelidad a vuestros carismas respectivos se considere siempre parte integrante de vuestra fidelidad a Cristo.

6. Para terminar permítaseme decir una vez más que vuestra vida de consagración y vuestra participación en el Evangelio me llenan de gozo en mi función de Pastor de la Iglesia universal. He venido aquí, a esta catedral, a celebrar con vosotros y con toda la comunidad eclesial, la santidad de la Iglesia de Cristo y las maravillas de gracia que se han realizado en esta archidiócesis durante los últimos cuatro siglos de evangelización. Mi oración se eleva para que la conmemoración de este aniversario os llene de ánimo para prestar vuestra colaboración específica de religiosos a la vida de esta Iglesia local y a la vida de la Iglesia de todo el país. Oro para que los celosos religiosos continúen sirviendo al Pueblo de Dios fielmente con la palabra y las obras, como en los cuatro siglos últimos. Y para que, por vuestro ejemplo generoso y alegre, los jóvenes se animen a perpetuar las tradiciones en esta nueva era de gracia.

Que la Virgen María. Madre y modelo de todo religioso, os ayude con su intercesión. Sea Ella vuestra guía constante en el camino de fe hacia el Padre celestial, y os ayude a alcanzar la meta más alta: ser uno en el amor con Nuestro Señor Jesucristo.

VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

MISA DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DE 15 DIÁCONOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Catedral de Nagasaki, Japón
Miércoles 25 de febrero de 1981

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Doy gracias a Dios que me ha permitido venir a Nagasaki, ciudad que cuenta con una historia marcada al mismo tiempo por la gloria y la tragedia, y dirigirme a vosotros, que sois los descendientes y sucesores de aquellos que alcanzaron la gloria y superaron la tragedia. Os saludo con gran afecto, sintiendo a la vez un profundo respeto por la admirable tradición católica de esta Iglesia local.

Es éste ciertamente un momento cumbre de mi viaje apostólico a Japón, en el que el Sucesor de Pedro se dispone a la ordenación de sacerdotes en uno de los puntos más alejados de su sede de Roma, dando así vivo testimonio de la universalidad de su misión.

Este es un momento solemne y conmovedor para el Papa. Pero lo es aún más para vosotros, queridos hijos, que vais a ser consagrados sacramentalmente como "ministros de Jesucristo entre los gentiles, encargados de un ministerio sagrado en el Evangelio de Dios" (Rom 15, 16) y "administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, 1).

Únicamente a través de largos años de fidelidad al don que vais a recibir hoy es como llegaréis poco a poco a comprender cada vez mejor este acontecimiento y la maravilla que encierra. En efecto, toda una vida no es suficiente para comprender en su plenitud lo que significa ser sacerdote de Jesucristo. Y ahora sólo podemos presentar algunos aspectos de este misterio, sirviéndonos de las lecturas de esta solemnidad.

1. Las primeras palabras que se refieren a vosotros son las que emplea el Profeta Isaías para describir su vocación: "El espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido" (Is 61, 1).

Estas palabras son aplicables a cualquier sacerdote. Se aplican, pues, a vosotros. Quieren decir que en la raíz de toda vocación sacerdotal no se da una iniciativa humana y personal, con sus inevitables limitaciones humanas, sino una iniciativa misteriosa por parte de Dios. La Carta a los Hebreos nos dice sobre el sacerdocio de Cristo: "Cristo no se exaltó a Sí mismo, haciéndose Pontífice, sino el que le dijo: Hijo mío eres Tú" (Heb 5, 5). Esto es verdad no sólo de Cristo, sino también de cuantos participan en su sacerdocio.

Todo sacerdote puede decir: "El Señor me ha ungido". El Señor me ha ungido, ante todo, desde la eternidad, aun antes de que yo existiera, cuando El dijo mi nombre. "Yavé me llamó desde el seno materno", dice Isaías, "desde las entrañas de mi madre me llamó por mi nombre" (Is 49, 1). Una comprensión completa de lo que es la vocación sacerdotal requiere necesariamente hacer referencia a esta unción por parte del amor singular de Dios para con una persona determinada, incluso antes de su existencia, y a la llamada que Dios dirige a dicha persona a causa de ese mismo amor.

Un sacerdote puede decir también que el Señor le ha ungido cuando, en la infancia o en la juventud, su corazón respondió a la llamada del Señor: "Sígueme". No siempre es fácil precisar este momento e identificar el acontecimiento que dio origen a la llamada: ¿el ejemplo de un sacerdote o de un amigo?, ¿la experiencia de un vacío que únicamente puede llenarse mediante un total servicio de Dios?, ¿un deseo de responder de manera perfecta y eficaz al sufrimiento material, moral o espiritual? Pero, en cualquier circunstancia, es Dios quien ha llamado. Le sea posible o no al sacerdote fijar el día en que señaló rumbo a su vida, respondiendo a la sugerencia del Señor —lo que el Profeta Jeremías llama la seducción del Señor (cf. Jer 20, 7)—, lo cierto es que será consciente de que Dios le ha llamado.

En tercer lugar, un sacerdote puede decir que el Señor le ha ungido el día de su ordenación, el día en que finalmente y para siempre se convierte en sacerdote de Jesucristo. Es el día de la unción propiamente dicha por manos de un obispo. Los sacerdotes debemos recordar siempre este día. Pablo exhorta encarecidamente a Timoteo, diciéndole: "Haz revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos" (2 Tim 1, 6). Debemos recordar siempre nuestra ordenación con el propósito de reavivar constantemente el fervor que tuvimos al principio y de sacar fuerzas de ese recuerdo, a fin de vivir una vida que sea conforme con su profundo significado. La unción que va a tener lugar hoy es para vosotros, queridos hijos, el signo visible y actual de un sello permanente en vuestras personas. Es el signo sacramental de una gracia, por la que Cristo Sacerdote os consagra para una misión especial al servicio de su Reino, haciendo de vosotros sacerdotes de Jesucristo para siempre.

2. ¿Qué estáis llamados a hacer como sacerdotes? La respuesta nos la da otro pasaje de la liturgia de hoy: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14).

Nos desconcierta, conscientes como somos de nuestra pequeñez y miseria, ver que estas palabras concretas están dirigidas nosotros: "Vosotros sois la luz del mundo". Los Apóstoles debieron quedarse asustados al oírlas. Lo mismo les ha ocurrido a miles de personas desde entonces. Y el Señor sabe que dice estas palabras a personas humanas, limitadas y pecadoras. Pero sabe también que deben ser luz, no por sus propias fuerzas, sino reflejando y comunicando la luz recibida de El, pues El mismo nos dice de Sí: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 8, 12; 9, 5; cf. 1, 5. 9; 3, 19; 12, 46).

Todo sacerdote advierte que puede iluminar a los que están en tinieblas únicamente en la medida que él mismo ha aceptado la luz del Maestro, Jesucristo. Sin embargo, se halla rodeado de peligrosa oscuridad y ya no es capaz de iluminar a otros cuando se aparta del único manantial de toda luz verdadera. Por tanto, queridos hijos, tenéis que permanecer siempre unidos a Cristo Sacerdote, escuchando asiduamente su palabra, celebrando sus misterios en la Eucaristía y mediante una profunda y constante amistad con El. La gente reconocerá vuestra comunión con Cristo en vuestra ¿capacidad de ser luz verdadera para un mundo que con demasiada frecuencia se siente todo él en tinieblas.

Pero en último término, no le basta al sacerdote con reflejar, más o menos imperfectamente, la luz de Cristo: tiene que ocultarse y dejar brillar directamente a Cristo. «Pues no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, Señor... Porque Dios, que dijo: "Brille la luz del seno de las tinieblas", es el que ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para hacer resplandecer la ciencia de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2 Cor 4, 5-6).

Vais a ser, como sacerdotes, ministros de la luz que brilla en el rostro de Cristo mediante la fe. Por consiguiente, vuestra misión consiste, primera y principalmente, en dedicaros a esa predicación, de la que nace la fe en quien la oye (cf. Rom 10, 17). El Concilio Vaticano II define a los sacerdotes como "educadores en la fe" (Presbyterorum ordinis, 6). Vuestro servicio fundamental es proclamar en medio de todos a Cristo como la Verdad y las verdades de fe, alentar constantemente la fe, fortalecerla donde sea débil y defenderla frente a toda amenaza.

No es necesario afirmar que seréis mejores educadores en la fe en la medida que vosotros mismos oseáis una fe profundamente arraigada, madura, valiente y contagiosa. Los evangelistas describen los años que Jesús pasó en compañía de los Doce como un proceso de maduración de la fe de los Apóstoles: "Jesús... manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos" (Jn 2, 11; cf. 11, 15). Vosotros, al igual que los Doce, habéis pasado unos años con Jesús antes de llegar a este momento. Tenéis que ser discípulos con una fe probada y madura, firmemente anclados en la palabra del Maestro y dispuestos para la lucha. Nunca dejéis de uniros a la oración humilde y fervorosa de los Apóstoles: "Acrecienta nuestra fe" (Lc 17, 5), y ojalá escuchéis siempre como respuesta lo que Jesús dijo a Pedro: "Yo he rogado por ti, para que no desfallezca tu fe" (Lc 22, 32). De esta manera estaréis preparados para conducir a muchos otros a la fe.

Existe una especial obligación por parte de cada sacerdote y del presbyterium como tal en promover vocaciones al sacerdocio. A este propósito es esencial la oración; pero es también esencial para los jóvenes sentirse apoyados por el ejemplo de santidad y de alegría que ven en sus sacerdotes. Por esta razón Jesucristo ha confiado en verdad esta mañana a estos jóvenes sacerdotes una importante misión que cumplir: llegar con el ejemplo a los corazones de los jóvenes.

4. Quisiera decir ahora unas palabras a las familias de los nuevos sacerdotes y también a todas las familias cristianas de Japón.

Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo lugar aquí en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote católico, le dijeron: "Hemos estado esperándote durante siglos". Habían estado sin sacerdote, sin iglesias y sin culto durante más de doscientos años. Y, sin embargo, a pesar de las circunstancias adversas, la fe cristiana no había desaparecido; se había transmitido dentro de la familia de generación en generación. De esta manera la familia cristiana demuestra la inmensa importancia que ella tiene en lo que se refiere a la vocación a ser cristiano.

La familia cristiana es también, en grado supremo, algo vital para las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. La mayoría de estas vocaciones brotan y se desarrollan en familias profundamente cristianas. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia el primer seminario (cf. Optatam totius2). Estoy convencido de que numerosas vocaciones del "pequeño rebaño" de la comunidad católica en Japón han nacido y han crecido en el seno de familias animadas por un espíritu de fe, de caridad y de piedad.

En el momento en que me dispongo, como Sucesor de Pedro, a ordenar nuevos sacerdotes para vuestra nación, quiero exhortar a cada familia cristiana de Japón a ser verdaderamente una "iglesia domestica": un lugar donde se dé gracias y alabanza a Dios, un lugar donde su palabra sea escuchada y su ley obedecida, un lugar donde se eduque para la fe y donde la fe se alimente y se fortalezca. un lugar de caridad fraterna y de mutuo servicio, un lugar de apertura a los demás, especialmente a los pobres y necesitados.

Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o a más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad.

Prosigamos ahora con fe y devoción cuantos estamos aquí reunidos esta celebración eucarística del Sacrificio de Cristo Sacerdote. Recordando a los sacerdotes, religiosos y seglares japoneses que en este mismo lugar dieron el supremo testimonio de sus vidas por amor a Jesucristo, oremos por las familias cristianas de esta tierra, para que sepan vivir con intensidad su vocación cristiana. Pidamos al Señor se digne conceder que surjan de entre ellas muchos sacerdotes, como éstos que van a comenzar hoy su vida sacerdotal y su ministerio, y que surjan también muchos religiosos, para gloria de Jesucristo y para la salvación del mundo. Amén.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA CLAUSURA
DEL XV CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN BENITO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

San Pablo Extramuros
Sábado 21 marzo de 1981

Venerados hermanos e hijos queridísimos:

1. "El benedicam tibi... erisque benedictus" (Gén 12, 3). Como culmen de los diversos encuentros y de las palabras que, en distintas fechas, he tenido ocasión de pronunciar durante el año centenario de los Santos Benito y Escolástica, en NursiaMontecassino y Subiaco, me es grato tomar —como acaba de hacerlo la sagrada liturgia— esta bella expresión bíblica, que contiene una de las arcanas promesas hechas por Dios al Patriarca Abraham, y aplicarla al Patriarca del monaquismo occidental, igualmente bendito por el nombre y por las obras. Efectivamente, considero muy oportuno y significativo el rito de esta tarde, junto a la tumba del Apóstol de las Gentes, con el fin de honrar todavía a Benito, y concluir dignamente las fructuosas celebraciones conmemorativas, así como con ocasión del XIV centenario de su piísimo tránsito hizo ya, en esta misma basílica, mi predecesor Pío XII, de venerada memoria, en septiembre de 1947. Después del dramático conflicto que había devastado y ensangrentado a tantas naciones, él quiso precisamente aquí invocar la protección especial de Benito, Europae altor et pater, para el renacimiento espiritual y material no sólo del continente europeo, sino también de todo el mundo (cf. Pío XII, Discorsi e Radiomessaggi, vol. IX, páginas 237-241).

2. Deseo saludaros cordialmente a todos los que estáis aquí presentes, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos: me dirijo, ante todo, a la comunidad local benedictina con su abad ordinario y con el abad presidente de la congregación casinense. Saludo también a los superiores y miembros de las familias monásticas, masculinas y femeninas, de Roma, reunidas aquí con otros muchos representantes de órdenes y congregaciones religiosas, para celebrar con espíritu de auténtica comunión fraterna al gran maestro de la vida consagrada. Y, finalmente, saludo a los fieles de la parroquia de San Pablo, a quienes los mismos padres benedictinos del monasterio anexo dedican, por una tradición más que secular, su apreciado servicio, dando así testimonio del ideal monástico y, al mismo tiempo, de su capacidad de irradiación apostólica.

Realmente, en esta basílica la institución monástica está llamada a dar prueba de su consistencia: está llamada a ofrecer el ejemplo del más esmerado estilo litúrgico, del más asiduo interés por el indispensable ministerio sacramental de la reconciliación, de la hospitalaria acogida a los peregrinos y visitantes, que provienen de todas las partes del mundo; pero está llamada, a la vez, a preparar un programa apropiado de encuentros religiosos, de iniciativas en defensa de la convivencia familiar, de diálogos ecuménicos. Y todo esto constituye una preciosa aportación no sólo para la pastoral diocesana, sino también para la animación de toda la Iglesia. Aquí, más que en otros monasterios colocados en el corazón de la vida eclesial y civil, la espiritualidad de la contemplación se pone al servicio del compromiso apostólico, según la enseñanza de San Gregorio Magno, el cual, a poca distancia del Patriarca de Casino, comprometió a los monjes en la ardua empresa de la evangelización de Inglaterra, dando impulso a esa admirable serie de viajes misioneros que abrieron la Europa Occidental al cristianismo y a la civilización; lo mismo que en la oriental trabajaron con idéntico fervor pastoral los grandes apóstoles del mundo eslavo, Cirilo y Metodio.

3. Como fruto del año centenario, en el curso del cual la figura y la obra de San Benito han difundido en la Iglesia y en la sociedad un sorprendente mensaje de luz, se puede ya advertir más claramente la necesidad de que el monaquismo haga revivir sus genuinas y múltiples tradiciones, tanto de vida estrictamente claustral, como de activa presencia en los sectores de la pastoral, de la artesanía o de la agricultura, de la investigación científica, etc. Todo esto tendrá más fácil aplicación y más segura eficacia, solamente si se afirman el primado de la búsqueda de Dios en la liturgia y en la lectio divina, el respeto a las exigencias connaturales de la vida comunitaria y la adhesión fiel al trabajo en sus diversas formas.

Volviendo a tomar cuanto se afirmó al final del simposio, que en el pasado septiembre vio reunidos a los abades y abadesas y a los superiores benedictinos, cistercienses y trapenses, gustosamente hago votos para que "las comunidades monacales proclamen que todas las generaciones, mentalidades, razas y clases sociales pueden encontrarse en Cristo; que sean ellas centros de oración, en los que la Palabra de Dios sea comprendida y recibida; que estén cercanas a los oprimidos y a los pequeños de este mundo con la sencillez de su vida; que busquen la paz y la justicia para todos, que sensibilicen a nuestros contemporáneos sobre los males del consumismo, del individualismo y de la violencia" (cf. Mensaje del simposio monástico).

Como al fin de la Edad Antigua San Benito y sus monjes supieron hacerse constructores y custodios de la civilización, así en esta Edad nuestra, marcada por una rápida evolución cultural, urge tomar conciencia de los desafíos que nos vienen del mundo moderno y afirmar, al mismo tiempo, la sincera adhesión a los valores perennes. El primero e inagotable valor es la Palabra de Dios, que debe ser escuchada cada día para la continua conversión de la vida, con referencia precisa a los problemas presentes y a los que se perfilan en el horizonte: el Tercer Mundo, la crisis de la familia, la difusión de la droga y de la violencia, la amenaza de los armamentos, las mismas dificultades de orden económico.

Si realmente, como en Benito, es profunda la espiritualidad en el cristiano, en el religioso, en el sacerdote; si cada uno es —como debe ser— "hombre de Dios", entonces podrá ser eficazmente "siervo del hombre". La escucha atenta de Dios que habla abrirá su alma al discernimiento de los signos de los tiempos, como sucedió en este monasterio el 25 de enero de 1959, cuando el Papa Juan XXIII anunció, además del Sínodo de la diócesis de Roma, el gran Concilio Ecuménico, que fue el Vaticano II con todos los copiosos frutos que ya ha dado y que dará aún para todo el Pueblo de Dios.

La credibilidad del mensaje cristiano depende de la integración entre la catequesis, la liturgia y la justicia perfeccionada en la caridad. La proclamación de la Palabra en las celebraciones sagradas, la reflexión encauzada en la catequesis, deben ser obra de testigos de justicia y de caridad, de comunidades decididas a la continua conversión en la caridad y en la misericordia. La Palabra debe llevar al oyente a la conciencia personal de los problemas y de los compromisos, debe estimular la comunidad a opciones de servicio, con preferencia por los pobres, como dice el Evangelio (cf. Mt 11, 5; Lc 4, 18).

4. A este propósito, me parece que —por una singular y, diría, providencial coincidencia— el final del centenario de San Benito puede introducir, con atención particular a la pobreza, el VIII centenario del nacimiento de San Francisco, que comenzará el próximo octubre. De hecho, se trata de una de las exigencias más importantes que surgieron de los encuentros monásticos del ya pasado centenario benedictino: por lo demás, no era posible cerrar los ojos ante la oleada de materialismo, hedonismo, ateísmo teórico y práctico que desde los países occidentales se ha volcado sobre el resto del mundo.

Los monjes del gran árbol benedictino, los hijos de las diversas familias franciscanas, y en general todos los religiosos tienen la responsabilidad de volver a introducir en la sociedad, con testimonio unívoco, por medio de la conversión del corazón y del estilo de vida, los valores de la pobreza real, de la sencillez de vida, del amor fraterno y de la coparticipación generosa. También aquí, haciendo mías las palabras del mensaje de los benedictinos y benedictinas de Asia, deseo que el ejemplo de los Santos Benito y Francisco nos lleve a "tomar conciencia de nuestra llamada a ser pobres con Cristo pobre y nos impulsen a seguirle gozosamente a través de una mayor solidaridad con los más pobres de nuestros países y de todo el mundo.

De este modo creemos poder llegar a comprender, con toda la humanidad, más profundamente el amor de Dios a los hombres y a comprometernos concretamente en favor de nuestros semejantes". Por otra parte, también los obispos de Europa han puesto de relieve este mismo compromiso en favor del hombre y de la sociedad humana con el mensaje "Por una Europa de los hombres y de los pueblos", difundido desde Subiaco en el pasado septiembre.

5. Pero es evidente, hermanos e hijos queridísimos, que este compromiso global y los particulares deberes y ministerios en que se articula, hacen volver a todos y siempre a su fuente espiritual. ¿Quién ignora que la acción supone la contemplación? Y ésta, especialmente en las órdenes monásticas y mendicantes, ¿acaso no exige, no presupone una ferviente celebración eucarística, una fiel liturgia coral y una comprometida forma comunitaria, para evitar el predominio del "hacer" sobre el "ser", o el desarrollo de un activismo desequilibrado con relación al primado de la vida interior? Sí, porque en todo ministerio apostólico, por cualquiera que se desarrolle y de cualquier forma sea desarrollado, el servicio tiene necesidad de la catequesis, y el compromiso necesita la oración, a fin de que la caridad no se reduzca a simple filantropía, sino que el amor al prójimo esté ordenado, animado y enriquecido con el amor de Dios.

Por esto, también nosotros ahora queremos orar, debemos orar. Si el centenario benedictino, que ya concluye, nos ha hecho retornar —me refiero a nosotros Pastores de la Iglesia de Dios y a todos vosotros, religiosos y religiosas, y también a los laicos que sentís con más fuerza la vocación al apostolado— a esta dimensión primaria como base y presupuesto de cualquier actividad ministerial, podemos servirnos inmediata y muy oportunamente de la profunda palabra del Evangelio que acabamos de escuchar.

 Efectivamente, Jesús mismo está orando en el Cenáculo y nos ofrece un insuperable modelo de estilo y de contenido en orden a nuestras oraciones, sean personales o comunitarias, sean litúrgicas o privadas. Habiendo llegado ya al momento culminante de su misión, pridie quam pateretur. El nos enseña en este pasaje conclusivo de la llamada "oración sacerdotal" qué debemos pedir, por quién debemos pedir y para qué debemos pedir. En diálogo directo con el Padre, en contacto íntimo con El (tu in me et ego in te), Jesús ruega no sólo por sus Apóstoles a quienes ve reunidos a su alrededor, sino también por aquellos que, gracias a su predicación, creerán en El: es decir, ruega por los fieles de todas las edades y gene, a-iones sucesivas, y ruega "para que sean una sola cosa".

¿Cuántas veces resuena en este texto sublime la invocación, o mejor, la llamada y el anhelo de la unidad? Se trata de la unidad de los "suyos", de la unidad como nota distintiva de "su" Iglesia; de la unidad que, con eficacia simultánea, une íntimamente a los que ya tienen la fe y, al mismo tiempo, impulsa al mundo a aceptar la fe, o sea, a los que todavía no creen: ut omnes unum sint... ut credat mundus (v. 21)..., et cognoscat mundus (v. 23). El Señor nos lo dice todo sobre la unidad: el modo, la medida, la naturaleza y el efecto, la causa ejemplar que es la unidad existente entre El mismo y el Padre, la causa final que es la fe que hay que suscitar en quien todavía no la tiene.

Ahora bien, ¿cómo negar que estas palabras adquieren un gran relieve y una fuerza particular en este lugar sagrado y en una ocasión como ésta? Además de un modelo de oración, constituyen un programa de trabajo, tienen el valor y el mérito de armonizar contemplación y acción. Y, ante todo, nos impresionan mucho más porque éste es el lugar donde reposa el Apóstol Pablo, que fue mensajero infatigable de la unidad de la Iglesia de Cristo entre las gentes, con la visión estupenda de la Iglesia como Cuerpo místico y como Esposa mística (cf. 1 Cor 12, 12-27; Gál 3, 28; Ef 4, 1-5); y además, porque la circunstancia que aquí nos ha reunido es el centenario de Benito de Nursia, el Santo del ora et labora, el cual oró y trabajó por la unidad con el Evangelio y con la cruz, contribuyendo eficazmente a construir la unidad en el mundo europeo, que era la gran parte del mundo entonces conocido.

He aquí por qué esta palabra-oración de Cristo, nuestro Maestro y Señor, recogida muy pronto y difundida por Pablo, escuchada y realizada más tarde por Benito, debe grabarse en nuestro espíritu, como término irrevocable de nuestra misma oración y parámetro permanente de nuestra actividad apostólica. Ut omnes unum sint! Esta palabra que encierra y expresa el sacramentum unitatis (cf. San Cipriano, De Ecclesiae catholicae unitate, cap. 7: PL, tom. IV, col. 504), es como una palabra de orden y, por la ocasión en la que fue pronunciada primeramente, tiene el valor de un legado testamentario, y por esto debe iluminar y guiar cada una de las iniciativas pastorales y ecuménicas, coordinando y orientando todo hacia la dimensión suprema de la caridad: "Para que el amor con que tú me has amado esté con ellos" (v. 26). Este —no lo olvidemos jamás— es el punto de llegada, ésta es la meta final, porque unidad y caridad en la vida eclesial van juntas. La unidad es caridad, y la caridad es unidad.

MISA PARA LOS UNIVERSITARIOS DE ROMA
COMO PREPARACIÓN A LA PASCUA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Jueves 26 de marzo de 1981

1. ¡Gloría a Ti, Cristo, Verbo de Dios!

El tiempo de Cuaresma es el período de una catequesis intensa. Lo fue ya para los antiguos catecúmenos. Y ha continuado siendo así. También nuestro encuentro cuaresmal, que ya se ha hecho costumbre, es expresión de esto. La catequesis debe presentar el misterio divino revelado en Jesucristo. El tiempo pascual lleva consigo una especial profundidad de este misterio, y es una singular condensación del mismo. Por eso el corazón del cristiano debe corresponder con una sensibilidad particular ante ello.

Esto se refiere a todos los que confiesan a Cristo, a todas las generaciones y vocaciones. De modo específico se refiere también a vuestro ambiente. La universidad es un ambiente donde se cultiva la ciencia y donde se adquiere la instrucción superior. En este contexto es necesario crear nuevas condiciones y nuevas posibilidades para el encuentro con el misterio de Cristo y para poder vivir en intimidad con El.

Es importante que la luz del conocimiento de Cristo no se ofusque, sino que encuentre siempre una fuerza proporcional en los entendimientos que se ocupan de la múltiple problemática de los estudios universitarios. Más aún, es importante que el conocimiento de la Palabra de Dios madure en estos entendimientos, según la justa proporción, todavía con más plenitud. Finalmente, es importante que nuestros corazones conserven esa sencillez, y las conciencias esa limpidez que son fruto de la Palabra de Dios, cuando esta Palabra obra en ellos sin encontrar obstáculo. Precisamente por esto nos encontramos hoy. Saludo cordialmente a todos los presentes, tanto a los profesores y hombres de ciencia, como a los estudiantes.

Saludo a los que han venido ya otras veces a este encuentro. Y saludo también a los que han venido hoy por primera vez.

¡Gloria a Ti, Cristo, Verbo de Dios! Juntamente con vosotros rindo adoración a Cristo-Verbo, que mediante mi ministerio quiere hablaros en la catequesis cuaresmal de hoy. ¡Gloria a Ti, Cristo, Verbo de Dios!

2. Esta catequesis se centra ante todo en el misterio de la creación: "Venid, aclamemos al Señor... Entrad,  postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque El es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que El guía" (Sal 94 [95], 1 6-7).

¡Venid, adoremos!

La Iglesia comienza su cotidiana oración litúrgica, la Liturgia de las Horas, precisamente con estas palabras del Salmista. Ellas contienen una invitación dirigida al entendimiento humano y juntamente a la voluntad y al corazón. Es la invocación más fundamental: ¡Sal fuera y ve al encuentro de Dios, que es el Creador! ¡Tu Creador! Al encuentro de Dios a quien todo lo que existe debe su existencia. Al encuentro de Dios, el cual, como Creador, está "por encima" de todo lo creado, por encima del cosmos, y, a la vez, abraza y penetra este cosmos hasta el fondo último, hasta la esencia de todas las cosas.

¡Sal al encuentro de Dios, que es el Creador! Esta es la primera y fundamental invitación al entendimiento iluminado por la fe, más aún, es también la primera invitación al entendimiento que busca sinceramente la verdad por los caminos de la ciencia y de la reflexión filosófica. Se podría encontrar confirmación de ello en las declaraciones de los hombres de ciencia en el curso de los siglos y también en nuestra época.

Newton, por ejemplo, afirmaba textualmente que "un Ser inteligente y potente... gobierna todas las cosas no como alma del mundo, sino como Señor del universo, y a causa de su dominio se le suele llamar Señor Dios, Pantocrátor". Por su parte, Einstein, el cual sostenía que "la ciencia sin la religión está coja, y la religión sin la ciencia es ciega", llegó a decir: "Deseo saber cómo Dios ha creado el mundo. Yo no estoy interesado en este o en otro fenómeno, ni en el espectro de un elemento químico. Quiero conocer el pensamiento de Dios; lo demás es un detalle".

Pues bien, la catequesis de la liturgia de hoy está centrada en el misterio de la creación y, aunque esto esté expresado allí de modo conciso, se podría decir discreto, sin embargo, es necesario que desarrollemos este punto en nuestra meditación, más aún, que lo desarrollemos constantemente en nuestra vida interior consciente. En efecto, ésta es la primera verdad de la fe, el primer artículo de nuestro Credo: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra".

Las criaturas dan testimonio del Creador. En la invitación litúrgica del Salmo —de este Salmo de hoy y de los otros— se encierra la convicción justa de que cuanto el hombre más se deja arrebatar por la elocuencia de las criaturas, por su riqueza y belleza, tanto más crece en él —¡y debe crecer!— la necesidad de adorar al Creador: "Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor". Estas palabras no son excesivas. Confirman los caminos perennes de la lógica fundamental de la fe y, al mismo tiempo, de la lógica fundamental del pensar en el mundo, en el cosmos, en el macro y micro-cosmos. Quizá precisamente aquí la fe se manifiesta y se vuelve a afirmar de modo particular como rationabile obsequium.

Añado también que la invitación del Salmo en modo alguno está en colisión con la "justa autonomía de lo creado". Este es un amplio problema al que aquí sólo quiero aludir. Sin embargo, al mismo tiempo, os ruego que volváis a leer con atención los respectivos pasajes de la enseñanza del Concilio Vaticano II, contenidos en la Constitución Gaudium et spes, y penséis en ellos. Os dejo esto como tarea para casa. No puede haber una sólida catequesis sin las tareas, sin el trabajo personal de quienes participan en ella.

En cambio, hoy os ruego que penséis en esta desproporción, que efectivamente existe en zonas gigantescas de la civilización contemporánea: el hombre, cuanto mejor conoce el mundo, parece sentirse tanto menos obligado a "doblar las rodillas" y a "postrarse" ante el Creador. Es necesario, pues, preguntar: ¿Por qué? ¿Acaso se piensa que el conocimiento mismo del mundo y el disfrutar de los efectos de este conocimiento convierte al hombre en dueño de lo creado? ¿Pero no se debería pensar, más bien, que lo que el hombre conoce —las riquezas sorprendentes del microcosmos y las dimensiones del macrocosmos— lo encuentra ya en el cosmos, lo toma de él, por decirlo así, "preparado", ya hecho, y que lo que, basándose en esto, él mismo produce después, lo debe a toda esa riqueza de las materias primas, que halla en el mundo creado?

¿Por qué el hombre no es capaz —igual que los entendimientos más grandes— de caer en el asombro ante la trascendencia, ante el primado de esa Sabiduría creadora, dado que para penetrar en los efectos de su actuar han sido necesarios los esfuerzos de innumerables entendimientos humanos en el curso de generaciones enteras y de siglos?... ¿Y cuánto es todavía el camino ante ellos? ¿Pero es posible que precisamente el hombre contemporáneo no piense que en toda la orientación del desarrollo de su civilización y de su mentalidad (que se definen con múltiples nombres) pueda haber una fundamental "injusticia": la "injusticia" en relación con el Creador?

"¡Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor creador nuestro!".

3. En la obra de la creación ha sido grabado, injertado el Reino de Dios. Por esto, la catequesis de la liturgia de hoy se centra también en el misterio del Reino.

Este Reino, que comenzó en la historia de la creación juntamente con el hombre, tiene una larga historia. En el ápice de esta historia se encuentra Cristo. "El reino de Dios está cercano" (Mc 1, 15). El habla desde el principio sobre su enseñanza mesiánica, y anuncia con perseverancia, incansablemente, este Reino al pueblo elegido. Anuncia y, al mismo tiempo, es consciente de que en torno al problema de ese Reino ha crecido un equívoco fundamental, y éste continúa permaneciendo y es necesaria la controversia para poder encontrar de nuevo la verdad plena sobre el Reino de Dios. Por esta verdad, en fin de cuentas, El da la vida.

El pasaje del Evangelio de hoy, desde este punto de vista, es muy significativo y elocuente. Ante los signos que Jesús realizaba, liberando a los hombres de la potencia de múltiples males, algunos comenzaron a difundir la opinión de que lo que El hacía provenía de la potencia del espíritu maligno. "Si echa los demonios es por arte de Belcebú, príncipe de los demonios". "Otros —continúa el Evangelista—, para ponerlo a prueba, le pedían un signo en el cielo" (Lc 11, 15-16).

Entonces, Cristo pronuncia estas palabras sobre el reino dividido y desgarrado, palabras misteriosas, pero, a la vez, penetrantes, que leemos en el Evangelio de hoy: "Todo reino en guerra civil va a la ruina y se derrumba casa tras casa. Si también Satanás está en guerra civil, ¿cómo mantendrá su reino? Vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belcebú; y vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11, 17-20).

¡Palabras misteriosas y, a la vez, penetrantes! Exigirían una exégesis más detallada. Podéis aceptar también esto como una tarea para casa, en el curso de los encuentros de vuestros grupos bíblicos. Sé que existen.

Sin embargo, digamos inmediatamente lo que cuenta más. Cristo confirma la existencia del espíritu maligno y de su reino, que se deja guiar por un programa propio. Este programa exige una lógica estricta de la acción, una lógica tal, capaz de hacer que "el reino del mal" pueda mantenerse. Más aún, que pueda desarrollarse en los hombres a quienes se dirige. Satanás no puede actuar contra su propio programa, el espíritu maligno no puede echar fuera al espíritu maligno. Así dice Cristo. Y deja que los oyentes saquen las conclusiones definitivas, terminando con esta frase: "Pero si yo echo los demonios con el dedo de Dios, es que el Reino de Dios ha llegado a vosotros".

La controversia sobre el Reino de Dios terminó el Viernes Santo. El Domingo de Resurrección fue confirmada la verdad de las palabras de Cristo, la verdad de que ha llegado a nosotros el Reino de Dios, la verdad de toda su misión mesiánica. Sin embargo, la lucha entre el reino del mal, del espíritu maligno, y el Reino de Dios, no ha cesado, no ha terminado. Solamente ha entrado en una nueva etapa, más aún, en la etapa definitiva. En esta etapa la lucha perdura en las generaciones siempre nuevas de la historia humana.

¿Acaso debemos demostrar expresamente que esta lucha continúa también en nuestros tiempos? Sí. Ciertamente continúa. Más aún, se desarrolla a medida de la historia de la humanidad en cada uno de los pueblos y naciones. La lucha continúa también en cada uno de nosotros. Y siguiendo esta historia, comprendida nuestra historia contemporánea, podemos explicar también cómo el reino del espíritu maligno no está dividido, sino que busca una unidad de acción en el mundo por diversos caminos, trata de producir sus efectos en el hombre, en los ambientes, en las familias, en las sociedades. Como al principio, así también ahora pone en juego su programa sobre la libertad del hombre..., sobre su libertad aparentemente ilimitada.

Sin embargo, de esto no nos ocuparemos más. Dejemos también este problema para una ulterior meditación de cada uno. En cambio —dado que creemos que en Jesucristo ha llegado a nosotros el Reino de Dios (cf. Lc 11, 20)— pensemos con qué unidad debe caracterizarse en cada uno de nosotros para poder perseverar, crecer y desarrollarse orgánicamente.

Este es precisamente el tema central de la Cuaresma. Este período existe para que nosotros penetremos muy a fondo en el programa del Reino de Dios, para que busquemos esta unidad que dicho Reino debe constituir en nosotros y entre nosotros, en cada cristiano y en la comunidad de la Iglesia.

4. En el Evangelio de hoy Cristo dice (y éstas son las últimas palabras del pasaje que hemos leído): "El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo (esto es, no acumula), desparrama" (Lc 11, 23).

Crear el Reino de Dios quiere decir estar con Cristo. Crear la unidad que debe constituir en nosotros y entre nosotros, quiere decir precisamente: recoger (¡acumular!) juntamente con El. He aquí el programa fundamental del Reino de Dios, que Cristo en su enunciación contrapone a la actividad del espíritu maligno en nosotros y entre nosotros.

Esa actividad pone en juego su programa sobre la libertad del hombre, aparentemente ilimitada. Halaga al hombre con una libertad que no le es propia. Halaga a todos los ambientes, sociedades, generaciones. Halaga para manifestar, al fin, que esta libertad no es otra cosa que adaptarse a una múltiple coacción: a la coacción de los sentidos y de los instintos, a la coacción de la situación, a la coacción de la información y de los varios medios de comunicación, de los esquemas corrientes de pensar, de valorar, de comportarse,, en los que se hace callar la pregunta fundamental: esto es, si este comportamiento es bueno o malo, digno o indigno.

Gradualmente el mismo programa prejuzga y sentencia sobre el bien y el mal, no según el verdadero valor de las obras y de las cuestiones, sino según las ventajas y las coyunturas, según el "imperativo" del goce o del éxito inmediato.

¿Puede despertarse todavía el hombre? ¿Puede decirse con claridad a sí mismo que esta "libertad ilimitada" se convierte, a fin de cuentas, en una esclavitud?

Cristo no halaga a sus oyentes, no halaga al hombre con la apariencia de la libertad "ilimitada". Dice: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8, 32), y de este modo afirma que la libertad no le ha sido dada al hombre sólo como un don, sino como una tarea. Sí. Se le da a cada uno de nosotros como esa tarea en la que cada uno de vosotros y yo ha sido dado como tarea a sí mismo. Es la tarea a medida de la vida. Y no se trata de una propiedad de la que se pueda gozar de cualquier modo y que se pueda "derrochar".

Esta tarea de la libertad —tarea maravillosa— se realiza según el programa de Cristo y de su Reino sobre el terreno de la verdad. Ser libres quiere decir realizar los frutos de la verdad, actuar en la verdad. Ser libres quiere decir también saber rendirse, someterse a sí mismos a la verdad, y no: someter la verdad a sí mismos, a las propias veleidades, a los propios intereses, a las propias coyunturas. Ser libres —según el programa de Cristo y de su Reino— no quiere decir goce, sino fatiga: la fatiga de la libertad. A precio de esta fatiga el hombre "no derrocha", sino que "recoge" y "acumula" con Cristo.

A precio de esta fatiga el hombre obtiene también en sí mismo esa unidad que es propia del Reino de Dios. Y, al mismo precio, logran una unidad parecida los matrimonios, las familias, los ambientes, las sociedades. Es la unidad de la verdad con la libertad. Es la unidad de la libertad con la verdad. ¡Mis queridos amigos! Esta unidad es vuestra tarea particular, si no queréis ceder, si no queréis rendiros a la unidad de ese otro programa, el que trata de realizar en el mundo, en la humanidad, en nuestra generación, y en cada uno de nosotros, aquel a quien la Sagrada Escritura llama también "padre de la mentira" (Jn 8, 44).

Por esto la llamada de la Cuaresma —llamada fundamental— es la llamada a "recoger con Cristo" ("o a acumular con Cristo"). No permitáis que se destruya esta unidad interior, que Cristo elabora en la conciencia de cada uno de vosotros, mediante el Espíritu Santo: la unidad, en la que la libertad crece por la verdad, y la verdad es el metro de la libertad.

Aprended a pensar, a hablar y a actuar según los principios de la sencillez y de la claridad evangélica: "Sí, sí; no, no". Aprended a llamar blanco a lo blanco, y negro a lo negro; mal al mal, y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado, y no lo llaméis liberación y progreso, aun cuando toda la moda y la propaganda fuesen contrarias a ello. Mediante esta sencillez y claridad se construye la unidad del Reino de Dios, y esta unidad es, al mismo tiempo, una madura unidad interior de cada hombre, es el fundamento de la unidad de los esposos y de las familias, es la fuerza de las sociedades: de las sociedades que acaso sienten ya, y sienten cada vez mejor, cómo se trata de destruirlas y descomponerlas desde dentro, llamando mal al bien, y pecado a la manifestación del progreso y de la liberación.

5. Cristo no pone en juego el programa de su Reino sobre las apariencias. Lo construye sobre la verdad. Y la liturgia de la Cuaresma, día tras día, con las palabras del Profeta —¡qué palabras tan ardientes!— nos recuerda la verdad del pecado y la verdad de la conversión.

Así hace también la liturgia de hoy, dando la palabra, primero al más trágico de los Profetas, Jeremías, para añadir después, con las palabras de Cristo, la invitación a la penitencia:

"Convertíos al Señor, vuestro Dios, que es clemente y misericordioso" (Jl 2, 13).

El derecho de la conversión corresponde a la verdad sobre el hombre. Corresponde también a la verdad interior del hombre. Lo que la Iglesia implora ardientemente (en particular durante la Cuaresma) es también que el hombre no permita sofocar en sí esta verdad sobre sí mismo y no se prive de la propia verdad interior. Que no se deje arrancar esta verdad bajo la apariencia "de la libertad ilimitada". Que no pierda en sí el grito de la conciencia como voz de la Verdad, que lo supera, pero que, al mismo tiempo, decide de él: que lo hace hombre y decide de su humanidad.

La Iglesia ruega para que el hombre, cada uno de los hombres (en particular los jóvenes, pero también todo hombre) no cambie la apariencia de la libertad y la apariencia de la liberación por la libertad verdadera y por la liberación construida sobre la verdad, por la liberación en Jesucristo. La Iglesia ruega por esto cada día: "Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras" (Sal 94 [95], 8-9).

Sí. Que el hombre, testigo de la creación, el hombre cristiano, testigo de la cruz y de la resurrección (testigo, es decir, uno que ha visto y que mira), tenga el corazón abierto y la conciencia limpia. Tenga en sí esa libertad para la que Cristo lo ha liberado (cf. Gál 5,1).

Y rezad por esto, queridos amigos, ante todo por vosotros mismos, cuando recibáis el sacramento de la Penitencia y os unáis, mediante la Eucaristía, en la unidad del Reino de Dios.

Rezad, con este fin, también por vuestros amigos, por vuestras escuelas, por los ambientes donde vivís, por todos los hombres, que son vuestros hermanos y hermanas en la vocación a la dignidad humana y a la salvación eterna en Cristo crucificado y resucitado.

SANTA MISA PARA LAS ESTUDIANTES DEL COLEGIO SAN VICENTE PAÚL DE LOOS, FRANCIA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Paulina
Martes 31 de marzo de 1981

Muy queridas jóvenes:

Esta semana vivida en Roma es sin duda la realización de un sueño de vuestro corazón. Ansiabais pisar las huellas de los Apóstoles Pedro y Pablo, de los primeros cristianos, de tantos santos y santas y peregrinos que acudían a las fuentes de la fe como vosotras. Os felicito porque no sólo habéis soñado, sino que habéis preparado minuciosamente esta peregrinación que marcará vuestra vida, e incluso habéis llegado a conseguir que el Papa presida esta Eucaristía.

En este IV martes de Cuaresma, la liturgia de la Palabra tiene tonalidad plenamente bautismal. La visión de Ezequiel y el milagro de la piscina de Bezatha —tan evocadores para los catecúmenos de la Iglesia primitiva— tienen capacidad de resonar también con gran fuerza en cada una de vosotras. Más todavía porque durante meses y haciéndoos eco del interrogante que dirigí el año pasado a los católicos de vuestro país, "Francia, Hija primogénita de la Iglesia, ¿eres fiel a tu bautismo?", habéis ahondado en el gran misterio de vuestro nacimiento a la vida de Dios en el baptisterio de vuestra parroquia.

Queridas jóvenes: Amad siempre los manantiales transparentes y tonificantes. Los de los bosques y las montañas, y mucho más los de la gracia. En espíritu y en verdad atravesad con frecuencia el río de agua de que habla Ezequiel y sumergíos misteriosamente en la piscina de vuestro bautismo. Esta agua simboliza real y eficazmente a Cristo, vida y luz de los hombres. De todos los hombres que, a causa de sus límites y pecados, tienen necesidad de Cristo para solucionar sus problemas de visión clara de la verdad, de orientación madura de la vida, de entrega al servicio de los hermanos que padecen miseria moral o material. Vais a renovar ahora las promesas de vuestro bautismo. ¡Gesto significativo y emocionante! Rezaré con fervor para que produzca todos sus frutos en vosotras y en vuestro alrededor.

ORDENACIÓN EPISCOPAL
DE MONSEÑOR STANISLAW SZYMECKI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina
Domingo de Ramos, 12 de abril de 1981

La Iglesia es consciente de que quien entra triunfalmente en Jerusalén entre los hosanna de la muchedumbre, llega allí para cumplir la voluntad del Padre. Este domingo es el primer día de la Semana de Pasión y, por ello, también esta liturgia se presenta llena del contenido de la pasión.

Acoge en lo profundo de tu corazón la liturgia del domingo de tu consagración episcopal. Hoy impondré sobre ti las manos, junto con el cardenal Rubin y mis hermanos en el Episcopado, para introducirte en el Colegio Episcopal de la Iglesia. Lo hago con alegría, con espíritu de gratitud a la Iglesia de que procedes y a la que estás destinado. En efecto, todo sacerdote venido del pueblo vuelve al pueblo, según las palabras de San Pablo. Vienes del pueblo trabajador de nuestra Silesia polaca y eres sacerdote de la Iglesia de Katowice. En tu currículo personal y sacerdotal figura el largo capitulo de tu permanencia en Francia y las experiencias vinculadas a ésta. Últimamente desempeñabas una tarea pastoral en Francia con los emigrados polacos. Pero antes, y durante muchos años, has sido rector del seminario que la diócesis de Katowice tiene en Cracovia; de estos años tenemos recuerdos comunes. Ahora has sido destinado a la Iglesia de Kielce para ser su obispo y pastor, tras la muerte del obispo Jan Jaroszewicz.

Aquí quisiera poner de relieve nuevamente el gran motivo de gratitud que, en este ministerio mío, brota de la ordenación episcopal del nuevo obispo de Kielce, sucesor del difunto obispo Jan. Hemos estado juntos muchos años, y largos años nos ha unido la comunidad de la metrópoli de Cracovia. ¡Cuántas reuniones, cuántas conversaciones, cuántas preocupaciones y proyectos pastorales! Y si retrocedemos en el tiempo, entonces contemplamos siglos enteros de pertenencia a la actual diócesis de Kielce, a la antigua diócesis de Cracovia. Al marchar a la Iglesia que te confía el Espíritu Santo, llevarás el Evangelio, este Evangelio que dentro de poco te pondremos sobre los hombros para que sientas su peso, del mismo modo que conoces sus dulzuras, a fin de que este Evangelio sea para ti fuente de sabiduría y de deseo de servicio. Anúncialo al pueblo que te está esperando. Anúncialo, a las familias religiosas. Anúncialo a tus hermanos en el sacerdocio. Nárralo, a todos porque es palabra de salvación eterna. Vas a esa Iglesia de la que el Espíritu Santo te constituye obispo y pastor para ejercer en ella el ministerio sacerdotal según el rito de Melquisedec, para actuar el sacrificio y ocuparte de que se actúe plenamente en cada parroquia, en cada reunión del Pueblo de Dios, en todos los sitios donde el sacrificio de Cristo congrega al pueblo y abre los corazones, y crea un espacio para la acción del Espíritu Santo en el alma de la gente. Sé sacerdote de tu Iglesia, actúa el santísimo sacrificio, exhorta a actuarlo a todos tus hermanos en el sacerdocio.

Ora con ellos y con todo el Pueblo de Dios de la Iglesia de Katowice para que haya nuevas vocaciones sacerdotales, a fin de que a este pueblo de la tierra polaca y a la Iglesia entera no les falte nunca el servicio sacerdotal diario de los siervos del altar. Llévate contigo el Evangelio de la pasión de Cristo; que sea tu fuerza, como fue la fuerza y la sabiduría de San Pablo. Fortalecido con esta fuerza conforta a todos, sostén a todos y mantén a tu Iglesia como la han edificado tus predecesores, como el difunto obispo Jan, a la altura de la cruz de Cristo, que es signo de salvación y victoria. Vas a construir en la comunidad de la Iglesia de Kielce el Reino de Cristo, El Reino de Dios en la tierra, el Reino del Mesías.

En nombre de este Reino, Cristo quiso hacer su entrada en Jerusalén. Y al entrar en medio del pueblo, que lo rodeaba con palabras de júbilo, presentaba en sí todos los rasgos de la llegada del Mesías. Este Reino que no es de este mundo y, sin embargo, El lo ha instaurado con su pasión y su cruz, con su muerte y resurrección; este Reino debe nacer incesantemente y madurar en los pueblos y en la gente de las distintas generaciones y naciones diferentes.

 Este Reino tiene ya su historia más que milenaria en la tierra polaca, en la Iglesia de Kielce. Adéntrate en la gran tradición de esta Iglesia y prosigue la obra de tus predecesores, como obispo y pastor ante el pueblo y destinado al pueblo. Cristo, que ha hecho hoy su entrada en Jerusalén para cumplir la voluntad del Padre, te ayude a ti a cumplir la voluntad del Padre; Cristo, que hoy ha entrado en Jerusalén para dar cumplimiento al misterio pascual de su muerte y resurrección, te conceda que resplandezca este misterio en toda tu vida de obispo y en tu vida de Iglesia, Iglesia a la que debes servir desde ahora a semejanza de Aquel que vino a servir, y a semejanza de su Madre, que se llamó "sierva del Señor" en el momento de la exaltación suprema. Que esté en los caminos María Madre de Cristo, para que el Reino de Cristo crezca y se consolide en el Pueblo de Dios de la Iglesia a la que has sido llamado.

MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Jueves Santo, 16 de abril de 1981

1. "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4, 21).

Venerables y queridos hermanos:

No fue demasiado largo el tiempo que, en la vida de Jesucristo, separó el día, en que El pronunció por vez primera estas palabras en la sinagoga de Nazaret, del día en que comenzó a cumplirse en El la misión suprema de Ungido.

Cristo, el Ungido: Aquel que viene en la plenitud del Espíritu del Señor, tal como dijo de El, el Profeta Isaías:

"El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado..." (Is 61, 1).

He aquí: el Ungido, o el Enviado, está en el final de su misión terrena.

Suenan ya las horas de los días espantosos y, a la vez, santos, en el curso de los cuales la Iglesia, cada año, acompaña, mediante la fe y la liturgia, el último Paso del Señor, Pascha Domini. Y la Iglesia lo hace, encontrando en El siempre de nuevo el principio de la vida del Espíritu y de la Verdad, de la Vida que debía revelarse sólo mediante la muerte. Todo lo que había precedido a esta muerte del Ungido, fue solamente una preparación a esta única Pascua.

2. Nosotros también nos hemos reunido hoy, en la mañana del Jueves Santo, para preparar la Pascua.

Los cardenales y los obispos, los presbíteros y los diáconos, juntamente con el Obispo de Roma, celebran la liturgia de la bendición del crisma, del óleo de los catecúmenos y del óleo de los enfermos. La liturgia matutina del Jueves Santo constituye la preparación anual a la Pascua de Cristo, que vive en la Iglesia, comunicando a todos esa plenitud del Espíritu Santo, que está en El mismo, comunicando a todos la plenitud de su unción.

¡Los cristianos son uncti ex Uncto! Nos hemos reunido aquí para preparar, de acuerdo con el carácter de nuestro ministerio, la Pascua de Cristo en la Iglesia: para preparar la Pascua de la Iglesia en cada uno de ‘los que participan en su misión, desde el niño recién nacido, hasta el venerable anciano gravemente enfermo que se acerca al fin de su vida. Cada uno participa en la misión consignada a toda la Iglesia por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, misión suscitada por obra del misterio pascual de Jesucristo.

La unción y la misión son propias de todo el Pueblo de Dios. Y nosotros hemos venido para preparar la Pascua de la Iglesia de la cual toma inicio, siempre de nuevo, la unción y la misión de todo el Pueblo de Dios.

"A Aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a El la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 1, 5-6).

3. Estamos, pues, aquí juntos en la comunidad de la concelebración. Estamos juntos nosotros, loshumildes adoradores e indignos administradores del misterio pascual de Jesucristo. Nosotros, servidores de la incesante Pascua de la Iglesia, elegidos por la gracia de Dios.

Estamos presentes para renovar el vínculo vivificante de nuestro sacerdocio con el único Sacerdote, con el Sacerdote eterno, con Aquel "que nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre" (Ap 1, 6).

Estamos presentes, para prepararnos a descender juntos con El al "abismo de la pasión", que se abre con el Triduum Sacrum, para sacar de nuevo fuera de este abismo el sentido de nuestra indignidad y la infinita gratitud por el don, del que participa ‘cada uno de nosotros.

Estamos aquí, queridos hermanos, para renovar los compromisos de nuestra fidelidad presbiteral. "Por lo demás, lo que en los dispensadores se busca es que sean fieles" (1 Cor 4, 2).

¡Somos uncti ex Uncto! Hemos sido ungidos, igual que todos nuestros hermanos y hermanas, con la gracia del bautismo y de la confirmación.

Pero, además de esto, también han sido ungidas nuestras manos, con las cuales debemos renovar su propio Sacrificio sobre tantos altares de esta basílica, de la Ciudad Eterna, de todo el mundo.

Y han sido ungidas también nuestras cabezas, puesto que el Espíritu Santo ha elegido a algunos de entre nosotros y los ha llamado a presidir a la Iglesia, a la solicitud apostólica por todas las Iglesias (sollicitudo omnium Ecclesiarum).

Uncti ex Uncto!

¡Qué inestimable es para nosotros este día! Qué especial es la fiesta de hoy: el día en el que hemos nacido todos y ha nacido cada uno de nosotros como sacerdote ministerial por obra del Ungido Divino. "Vosotros os llamaréis sacerdotes del Señor, dirán de vosotros: ministros de nuestro Dios" (Is 61, 6).

Así dice el Señor: "Les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo. Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos. Los que les vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor" (Is 61, 8-9).

Así se expresa el Profeta Isaías en la primera lectura.

Queridísimos hermanos: Que se cumplan estas palabras en cada uno de nosotros y sobre nosotros.

Recemos también por aquellos que han roto la fidelidad a la alianza con el Señor y a la unción de las manos sacerdotales.

Oremos pensando en aquellos que, después de nosotros, deben asumir la unción y la misión. Que lleguen de diversas partes y entren en la viña del Señor, sin tardar y sin mirar atrás.

Uncti ex Uncto!

Amén.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON OCHO SACERDOTES IRLANDESES
EN EL XXV ANIVERSARIO DE SU ORDENACIÓN SACERDOTAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Capilla Paulina del Palacio Apostólico
Viernes 24 de abril de 1981

Muy queridos en Cristo:

1. Después de su resurrección, nuestro Señor Jesucristo vuelve a la compañía de sus discípulos. Se siente feliz de encontrarse de nuevo entre ellos. Les muestra su profundo interés personal por ellos; les llama "amigos" y come con ellos. Es la tercera vez que se aparece a sus discípulos, como nos lo hace notar San Juan en el Evangelio de esta mañana. Y al hacerlo, Jesús pone de manifiesto la vida nueva y el poder de su resurrección.

2. Es importante para nosotros hoy hacer notar que los discípulos a quienes se apareció Jesús —Pedro y Tomás, Natanael, Santiago y Juan— eran ya sacerdotes suyos; eran de los que habían estado con El poco antes en la última Cena; eran de los que le habían oído decir: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22, 19). Según la enseñanza conjunta de la Iglesia y la declaración solemne del Concilio de Trento, con estas palabras confirió Jesús el sacerdocio a sus Apóstoles y les mandó que ellos y sus sucesores en el sacerdocio ofrecieran el sacrificio de su Cuerpo y Sangre (cf. sesión 22, cap. 1, can. 2).

3. Esta mañana nuestra celebración de la resurrección del Señor va unida a la celebración del sacerdocio sagrado. Rendimos homenaje a este sacerdocio en el Señor resucitado, en Jesucristo mismo. Le rendimos homenaje en el arzobispo White y en los otros de su mismo año que están conmemorando el XXV aniversario de ordenación. Y así rendimos homenaje a este sacerdocio del Nuevo Testamento tal y como se ha transmitido a través de la ininterrumpida sucesión apostólica y según se comunicará en un futuro próximo a los nuevos diáconos aquí presentes hoy; el sacerdocio sacrificial que perpetuará el misterio pascual y fortalecerá a la Iglesia hasta que Cristo venga de nuevo en gloria a juzgar a los vivos y a los muertos.

4. El sacerdocio que estamos celebrando actualiza de nuevo sacramentalmente en la Eucaristía, la muerte y la glorificación del Señor. La Eucaristía es la proclamación de la resurrección de Cristo en su forma más elevada, del mismo modo que es fuente y cumbre de toda evangelización (cf. Presbyterorum ordinis, 5). Y todos los esfuerzos de quienes participan en el sacerdocio de Cristo deben encaminarse a anunciar el misterio del Salvador resucitado.

Tanto si parece oportuno o desacorde con los modelos del mundo, el sacerdocio de la Iglesia católica debe proclamar incesantemente la doctrina de la resurrección. Para actuar así ha sido maravillosamente investido del poder del Espíritu Santo. Y por este poder del Espíritu Santo, la proclamación de la resurrección tiene hoy la misma capacidad de suscitar la fe y convertir los corazones como cuando lo hicieron los Apóstoles Pedro y Juan. El nombre de Jesús crucificado y resucitado debe proclamarse ante el mundo. En nombre de Jesús, ofrece la Iglesia a todos los individuos y pueblos esperanza invencible, esperanza capaz de disipar toda tristeza, desterrar todo pesimismo, vencer todo pecado y triunfar finalmente sobre la misma muerte. Cristo resucitado da esperanza al mundo. En el nombre de Jesús hay esperanza de salvación, resurrección y novedad de vida. Ciertamente "ningún otro nombre nos ha sido dado entre los hombres por el cual podamos ser salvos" (Act 4. 12).

5. Después de haber pasado un cierto número de años en el ministerio sacerdotal ejercido de modos diferentes según la Iglesia de Dios y su providencia lo han dispuesto, no hay nadie entre los que concelebramos hoy esta Misa que pueda imaginar mayor gozo en nuestro sacerdocio' que la alegría de proclamar repetidamente el misterio pascual en su re-actualización sacramental en el Sacrificio eucarístico.

En ningún momento Jesucristo es más eminentemente el Señor de la vida que en la Eucaristía, de donde dimana sobre la tierra su poder salvador y dador de vida. A través de la Eucaristía, la victoria y el triunfo de la resurrección de Cristo se comunican a la humanidad ansiosa de reconciliación, salud y vida.

6. Queridos sacerdotes que celebráis este aniversario: La proclamación sacramental del misterio pascual de Cristo no engloba todo vuestro ministerio en la Iglesia, pero contiene ciertamente su aspecto más importante. La Misa es el centro de vuestra vida sacerdotal. Es la aportación más dinámica y efectiva que podéis prestar al bien del Pueblo de Dios; muriendo Jesús mismo ha vencido la muerte y resucitando ha devuelto su pueblo a la vida. Y esto se comunica por la Eucaristía, la cual sólo es posible por el sacerdocio.

Estas reflexiones esenciales no minimizan otros aspectos de vuestro ministerio sacerdotal; no os hacen menos disponibles a los numerosos servicios que el Pueblo de Dios os pide. Pero todo lo demás adquiere perspectiva en su relación con la Eucaristía y en su relación con la vida nueva que vive Jesús por su resurrección para gloria de su Padre. Así que al mirar atrás, al día feliz de vuestra ordenación, y recordar a vuestros padres y familiares y a los que os ayudaron en el sacerdocio, debéis mirar también adelante y pensar en cuantos dependen de vosotros y podrán "vivir una vida nueva" (Rom 6, 4), gracias a vuestra fidelidad en el ministerio. Para vosotros, mis hermanos sacerdotes, éste es un día de acción de gracias y de renovar la fidelidad. Para vosotros, queridos diáconos, ésta es una ocasión que debe infundiros confianza, generosidad y deseos de oración. Y para toda la Iglesia, representada aquí por vuestros familiares y amigos, es una hora de gozo, gozo que todos compartimos con María, Reina del cielo, que se regocija en la victoria pascual de su Hijo resucitado, Señor nuestro y Sumo Sacerdote, Jesucristo. Amén.

 CONGRESO INTERNACIONAL PARA LAS VOCACIONES

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 10 de mayo de 1981

1. En el IV domingo de Pascua contemplamos a Cristo resucitado, que dice de Sí mismo: "Yo soy la puerta de las ovejas" (Jn 10, 7).

El se llama también a Sí mismo el Buen Pastor; con esas palabras completa, en cierto sentido, esta imagen, dándole una nueva dimensión:

"Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas, lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños" (Jn 10, 1-5).

Jesús, pues, es la puerta del aprisco. Al atribuirse este título, Jesús se presenta a Sí mismo como el camino obligado para entrar pacíficamente en la comunidad de los redimidos: efectivamente, El es el único mediador por medio del cual Dios se comunica a los hombres y los hombres tienen acceso a Dios. Quien no pasa a través de esta "puerta" es un "ladrón y un bandido". Con todo, se pasa a través de esta puerta siguiéndole a El, que es el verdadero Pastor.

"Mirad bien —comentaba San Agustín— que Cristo nuestro Señor es la puerta y el pastor: la puerta, abriéndose (en la Revelación), y pastor, entrando El mismo. Y ciertamente, hermanos, ha comunicado también a sus miembros la prerrogativa de pastor; y así es pastor Pedro, y Pablo es pastor, y pastores son los otros Apóstoles, y pastores también los buenos obispos. Pero ninguno de nosotros se atreverá a llamarse puerta; Cristo se ha reservado solamente para El ser la puerta, a través de la cual entran las ovejas" (In Io. Evang. Tr. 47, 3).

2. Esta imagen de Cristo que, como único "Buen Pastor", es al mismo tiempo la "puerta de las ovejas", debe estar ante los ojos de todos nosotros.

Debéis tenerla ante los ojos, de modo particular vosotros, queridos hermanos míos, que concelebráis conmigo esta Santa Misa, con la que se inaugura el Congreso internacional para las Vocaciones.

Llegue a todos y a cada uno mi saludo cordial: al señor cardenal Baum, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y a sus colaboradores; a los venerados hermanos en el Episcopado y a los sacerdotes que se han reunido aquí como delegados o enviados de las Conferencias Episcopales y de los competentes secretariados de las mismas Conferencias.

Saludo también a los superiores y superiores generales, a los moderadores de los institutos seculares y a las otras dignísimas personas disponibles, incluso a precio de no leves sacrificios, para dar su preciosa aportación a la reflexión común.

El tema del Congreso: "Desarrollo de la pastoral vocacional en las Iglesias particulares: Experiencias del pasado y propuestas para el futuro", parece singularmente oportuno y actual. Se propone mejorar la mediación de la Iglesia local en orden a las vocaciones, y no hay quien no vea la importancia de este "momento" de la acción pastoral para la vida de la Iglesia en todo el mundo.

A este fin han sido consultados los planes de acción preparados en las diócesis de las diversas partes del mundo y las aportaciones de carácter nacional llegadas a la Sagrada Congregación para la Educación Católica: sobre esta base se ha redactado el "Documento de trabajo" que ha sido sometido a vuestra atención como esquema útil para las próximas discusiones.

Por tanto, el Congreso se presenta como el punto de llegada de un diligente trabajo de preparación, que no dejará de facilitar su ordenado y fructuoso desarrollo. El deseo, avalado por la oración común, es que se convierta también en el punto de partida para un nuevo impulso en favor de la pastoral de las vocaciones en cada una de las Iglesias particulares. De este modo, se cierra el círculo: se ha partido de las varias experiencias de las Iglesias particulares y, ahora, se retorna a ellas con la riqueza de las aportaciones recogidas en la confrontación con "lo vivido" en las Iglesias hermanas.

No puedo ocultar mi alegría por el hecho de que el Congreso se desarrolle en Roma. Esto me permite sentirme directamente partícipe: lo inauguro juntamente con vosotros en esta concelebración eucarística, y estaré cercano a vosotros con el pensamiento y la oración.

3. El problema de las vocaciones sacerdotales —y también el de las religiosas, tanto masculinas como femeninas— es, lo diré abiertamente, el problema fundamental de la Iglesia. Es una comprobación de su vitalidad espiritual y es la condición misma de esta vitalidad. Es la condición de su misión y de su desarrollo.

Esto se refiere tanto a la Iglesia, en su dimensión universal, como también a cada una de las Iglesias locales, a las diócesis y, analógicamente, a las congregaciones religiosas. Es necesario, pues, considerar este problema en cada una de estas dimensiones, si nuestra actividad en el sector del florecimiento de las vocaciones quiere ser apropiada y eficaz.

Las vocaciones son la comprobación de la vitalidad de la Iglesia. La vida engendra vida. No por casualidad el Decreto sobre la formación sacerdotal, al tratar del deber de "incrementar las vocaciones", subraya que la comunidad cristiana "está obligada a realizar esta tarea ante todo con una vida plenamente cristiana" (Optatam totius, 2). Lo mismo que un terreno demuestra la riqueza de su propio humus vital con la lozanía y el vigor de la mies que en él se desarrolla (la referencia a la parábola evangélica del sembrador es aquí espontánea: cf. Mt 13, 3-23), así una comunidad eclesial da prueba de su vigor y de su madurez con la floración de las vocaciones que llega a afirmarse en ella.

Las vocaciones son también la condición de la vitalidad de la Iglesia. No hay duda de que ésta depende del conjunto de los miembros de cada comunidad, del "apostolado común", en particular del "apostolado de los laicos"Sin embargo, es igualmente cierto que para el desarrollo de este apostolado es indispensable precisamente el ministerio sacerdotal. Por lo demás, esto lo saben muy bien los mismos laicos. El apostolado auténtico de los laicos se basa sobre el ministerio sacerdotal y, a su vez, manifiesta la propia autenticidad logrando, entre otras cosas, hacer brotar nuevas vocaciones en el propio ambiente.

4. Podemos preguntarnos por qué las cosas están así.

Tocamos aquí la dimensión fundamental del problema, es decir, la verdad misma sobre la Iglesia: la realidad de la Iglesia, tal como ha sido plasmada por Cristo en el misterio pascual y como se plasma constantemente bajo la acción del Espíritu Santo. Para reconstruir en la conciencia, o profundizar en ella, la Convicción acerca de la importancia de las vocaciones, hay que remontarse a las raíces mismas de una sana eclesiología, tal como han sido presentadas por el Vaticano II. El problema de las vocaciones, el problema de su florecimiento, pertenece de modo orgánico a esa gran tarea que se puede llamar "la realización del Vaticano II".

Las vocaciones sacerdotales son comprobación y, al mismo tiempo, condición de la vitalidad de la Iglesia, ante todo porque esta vitalidad encuentra su fuente incesante en la Eucaristía, como centro y vértice de toda la evangelización y de la vida sacramental plena. De aquí brota la necesidad indispensable de la presencia del ministro ordenado que está precisamente en disposición de celebrar la Eucaristía.

Y luego, ¿qué decir de los otros sacramentos mediante los cuales se alimenta la vida de la comunidad cristiana? Especialmente, ¿quién administraría el sacramento de la penitencia si faltase el sacerdote? Y este sacramento es el medio establecido por Cristo para la renovación del alma y para su integración activa en el contexto vital de la comunidad. ¿Quién atendería al servicio de la Palabra? Y, sin embargo, en la economía actual de la salvación "la fe es por la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17).

Están luego las vocaciones a la vida consagrada. Ellas son la comprobación y, a la vez, la condición de la vitalidad de la Iglesia, porque esta vitalidad debe encontrar, por voluntad de Cristo, su expresión en el radical testimonio evangélico del Reino de Dios en medio de todo lo que es temporal.

5. El problema de las vocaciones no cesa de ser, queridos hermanos, un problema por el que tengo mucho interés de modo muy especial. Lo he dicho en diversas ocasiones. Estoy convencido de que —a pesar de todas las circunstancias que forman parte de la crisis espiritual existente en toda la civilización contemporánea— el Espíritu Santo no deja de actuar en las almas. Más aún, actúa todavía con mayor intensidad. Precisamente de aquí nacen también para la Iglesia de hoy perspectivas favorables en cuanto a las vocaciones, con tal que ella trate de ser auténticamente fiel a Cristo; con tal de que espere ilimitadamente en la potencia de su redención, y trate de hacer todo lo posible para "tener derecho" a esta confianza.

"Condición de la communio —he dicho en otras circunstancias— es la pluralidad de las vocaciones y también la pluralidad de los carismas. Es única la común vocación cristiana: la llamada a la santidad; y único el carisma fundamental del ser cristiano: el sacramento del bautismo; sin embargo, sobre su fundamento se identifican las vocaciones particulares, como la sacerdotal y la religiosa y, junto a éstas, la vocación de los laicos, la que, a su vez, lleva conmigo todo el conjunto de las variedades posibles. En efecto, los laicos pueden participar de diversos modos en la misión de la Iglesia dentro de su apostolado.

"Sirven a la comunidad misma de la Iglesia, tomando parte, por ejemplo, en la catequesis o en el servicio caritativo y, al mismo tiempo, abren en el mundo los caminos en muchos campos del compromiso específico de ellos.

"Servir a la comunión del Pueblo de Dios en la Iglesia significa cuidar las diversas vocaciones y los carismas en lo que les es especifico y trabajar a fin de que se completen recíprocamente, igual que cada uno de los miembros en el organismo (cf. 1 Cor 12, 12 ss.)".

Podemos mirar confiadamente hacia el futuro de las vocaciones, podemos confiar con la eficacia de nuestros esfuerzos que miran a su florecimiento, si alejamos de nosotros, de modo consciente y decisivo, esa particular "tentación eclesiológica" de nuestros tiempos que, desde diversas partes y con múltiples motivaciones, trata de introducirse en las conciencias y en las actitudes del pueblo cristiano. Quiero aludir a las propuestas que tienden a "laicizar" el ministerio y la vida sacerdotal, a sustituir a los ministros "sacramentales" por otros "ministerios", juzgando que responden mejor a las exigencias pastorales de hoy, y también a privar a la vocación religiosa del carácter de testimonio profético del Reino, orientándola exclusivamente hacia funciones de animación social o incluso de compromiso directamente político.

Esta tentación afecta a la eclesiología, como se expresó lúcidamente el Papa Pablo VI, el cual, hablando a la asamblea general de la Conferencia Episcopal Italiana sobre los problemas del sacerdocio ministerial, declaraba: "En este punto, lo que nos aflige es la suposición, más o menos difundida en ciertas mentalidades, de que se pueda prescindir de la Iglesia tal como es, de su doctrina, de su constitución, de su origen histórico, evangélico y hagiográfico, y que se pueda inventar y crear una nueva Iglesia según determinados esquemas ideológicos y sociológicos, también ellos mutables y no garantizados por exigencias eclesiales intrínsecas. Así, vemos a veces cómo los que alteran y debilitan a la Iglesia en este punto no son tanto sus enemigos de fuera, cuanto algunos de sus hijos de dentro, que pretenden ser sus libres fautores" (Pablo VI: Enseñanzas al Pueblo de Dios, II, 1970, pág. 280).

6. ¡Cristo es la puerta de las ovejas!

¡Que todos los esfuerzos de la Iglesia —y en particular de vuestro Congreso—, que todas las oraciones de esta asamblea eucarística de hoy vuelvan a confirmar esta verdad!

¡Que le den eficacia plena! ¡Que entren a través de esta "puerta" siempre nuevas generaciones de Pastores de la Iglesia! ¡Siempre nuevas generaciones de "administradores de los misterios de Dios"! (1 Cor 4, 1). Siempre nuevas falanges de hombres y de mujeres que con toda su vida, mediante la pobreza, la castidad y la obediencia libremente aceptadas y profesadas, den testimonio del Reino, que no es de este mundo y que no pasa jamás.

Que Cristo —Puerta de las ovejas— se abra ampliamente hacia el futuro del Pueblo de Dios en toda la tierra. Y que acepte todo lo que según nuestras débiles fuerzas —pero apoyándonos en la inmensidad de su gracia— tratamos de hacer para despertar las vocaciones.

Que interceda por nosotros en estas iniciativas la humilde Sierva del Señor, María, que es el modelo más perfecto de todos los llamados; Ella que, a la llamada de lo alto, respondió: "Heme aquí, hágase en mí según tu palabra" (cf. Lc 1, 38).

SANTA MISA PARA LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO "MOVIMIENTOS EN LA IGLESIA"

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Castelgandolfo
Domingo 27 de septiembre de 1981

  1. Me siento feliz por este encuentro y os saludo cordialmente, queridos participantes en el Congreso internacional "Movimientos en la Iglesia".

2. Como bien sabéis, la Iglesia misma es un "movimiento". Y, sobre todo, es un misterio: el misterio del eterno "Amor" del Padre, de su Corazón paterno, en el que comienza la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo. La Iglesia, que nació de esta misión, se encuentra "in statu missionis". Ella es un "movimiento" que penetra en los corazones y en las conciencias. Es un "movimiento", que se inscribe en la historia del hombre-persona y de las comunidades humanas.

2.Los "movimientos" en la Iglesia deben reflejar en sí el misterio de ese "Amor", del que ella nació y nace continuamente. Los diversos "movimientos" deben vivir la plenitud de la Vida transmitida al hombre como don del Padre en Jesucristo por obra del Espíritu Santo. Deben realizar, en toda la plenitud posible, la misión sacerdotal, profética y real de Cristo, misión que es participada por todo el Pueblo de Dios.

3. Los "movimientos" en el seno de la Iglesia-Pueblo de Dios expresan ese movimiento múltiple, que es la respuesta del hombre a la Revelación, al Evangelio:

— el movimiento hacia el mismo Dios Viviente, que se ha acercado tanto al hombre;

— el movimiento hacia la propia intimidad, hacia la propia conciencia y hacia el propio corazón, el cual, en el encuentro con Dios, descubre la profundidad que le es propia;

— el movimiento hacia los hombres, nuestros hermanos y hermanas, a quienes Cristo pone en el camino de nuestra vida;

— el movimiento hacia el mundo, que espera incesantemente en sí "la manifestación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19).

La dimensión sustancial del movimiento en cada una de las direcciones mencionadas es el amor: "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado"(Rom 5, 5).

 

  1. Abrazo de todo corazón uno por uno a los participantes en el Congreso y expreso los más cordiales votos de todo bien a los diversos "movimientos" que representáis: Comunión y Liberación, "Swiatlo-Zycie", Focolares, Cursillos de Cristiandad, Renovación en el Espíritu, Schönstatt, Equipe Nôtre Dame, Oasi, Comunidades de vida cristiana. Os bendigo a todos cordialmente.

BEATIFICACIÓN DE LOS SIERVOS DE DIOS ALAIN SE SOLMINIHAC, LUIS SCROSOPPI, RICARDO PAMPURI, CLAUDINA THÉVENET Y MARÍA REPETTO 

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Plaza de San Pedro
Domingo 4 de octubre de 1981

Hermanos y hermanas queridísimos:

1. ¡ Hoy es un día de sincero júbilo y de ferviente alegría para el Pueblo de Dios! Toda la Iglesia se arrodilla para venerar a tres de sus hijos y a dos de sus hijas, que realizaron de manera heroica en su vida terrena, día tras día, las exigencias del mensaje del Evangelio. ¡La Iglesia, santificada por la sangre de su Esposo, Cristo, se ha convertido en madre de Santos y de Santas! Y en este día tiene el íntimo orgullo de presentar al mundo contemporáneo cinco nuevos Beatos, testigos de su perenne, inagotable, juvenil vitalidad, y portadores de ese mensaje de alegría, que es típico del anuncio del Evangelio.

Y en el signo de esta alegría cristiana escucharemos el mensaje que los nuevos cinco Beatos nos entregan hoy, para que lo sepamos hacer nuestro, realizándolo en nuestra vida y lo transmitamos, así, en su autenticidad a la sociedad de hoyque está en continua búsqueda del Absoluto.

2. ALAIN DE SOLMINIHAC, nacido de antigua familia del Périgord cuyo lema era "Fe y valor", soñó primero en los Caballeros de Malta. Pero en 1613, a la edad de veinte años, decidió entrar en la abadía de Chancelade, cerca de Périgueux, de los Canónigos Regulares de San Agustín. Tras la ordenación, prosiguió estudios de teología y espiritualidad en París. En la Epifanía de 1623 recibió la bendición abacial y emprendió valientemente la restauración material y espiritual de la abadía.

 Era la época de la puesta en práctica del Concilio de Trento. Su ejemplo tuvo gran resonancia en la región y fuera de ellaEn este momento quisiera hacer notar que este guía de vida evangélica puede iluminar singularmente a los institutos religiosos de nuestro tiempo. Alcanzados éstos inevitablemente por las mutaciones socio-culturales de hoy, deben afrontar el reto de no hacerse insípidos o incluso diluirse, renovando la fidelidad a la "vía estrecha" enseñada por Jesucristo y caracterizada para siempre por la opción consciente y permanente de la pobreza, castidad y obediencia consagradas. La experiencia de Alain de Solminihac recuerda oportunamente a todos los religiosos el valor y la fecundidad de su oblación radical, sostenida por la observancia de la regla, la mortificación y la vida en comunidad. Pido al nuevo Beato que les contagie su fervor ascético.

En 1636 la fama de celo y santidad del abad de Chancelade hizo que el Papa Urbano VIII le nombrara obispo de Cahors. Admirador ferviente de la pastoral conciliar del santo arzobispo de Milán, Carlos Borromeo, mons. de Solminihac tomó también él la decisión de dar a su diócesis la fisonomía y vitalidad demandadas por el Concilio de Trento. Sus veintidós años de episcopado en el Quercy fueron un despliegue incesante de actividades importantes y eficaces: convocación del Sínodo diocesano, instauración de un consejo episcopal semanal, visita sistemática a las ochocientas parroquias de la diócesis, a cada una de las cuales acudirá nueve veces, creación de un seminario que confió a los paúles, multiplicación de las misiones parroquiales, desarrollo del culto eucarístico en un tiempo en que el jansenismo comenzaba a extenderse, promoción o fundación de obras caritativas para ancianos y huérfanos, enfermos y víctimas de la peste. Tres años antes de la muerte, él mismo predicaba el Jubileo de 1656 con dos objetivos: convertir a su pueblo y sensibilizarlo sobre la misión particular del Obispo de Roma, custodio de la comunión entre las Iglesias. En una palabra, la frase del Salmo 69 "Me consume el celo de tu casa", podría resumir perfectamente la vida pastoral de este obispo del siglo XVII. La figura eminente de Alain de Solminihac bien se merecía que la pusiera en el candelero la Iglesia a quien había servido tan ardientemente. Ojalá los obispos de Francia y de todos los países encuentren en la vida del Beato Alain de Solminihac, valentía para evangelizar sin miedo el mundo contemporáneo.

3. LUIS SCROSOPPI, de Udine, ordenado sacerdote en , 1827, se entrega a un apostolado incansable, animado e impulsado por la caridad de Cristo. Instituye la "Casa de las abandonadas" o "Instituto de la Providencia", para la formación humana y cristiana de las muchachas; abre la "Casa provvedimento" para las ex-alumnas sin trabajo; da comienzo a la Obra en favor de las sordomudas, y funda las religiosas de la Providencia bajo la protección de San Cayetano. El padre Luis ingresa en la congregación del Oratorio y la convierte en un dinámico centro de irradiación de vida espiritual.

En su vida, gastada totalmente por las almas, tuvo tres grandes amores: Jesús; la Iglesia y el Papa; los "pequeños".

Desde muy joven, elige a Cristo como Maestro y lo ama, contemplándolo pobre y humilde en Belén; trabajador en Nazaret; paciente y víctima en Getsemaní y en el Gólgota; presente en la Eucaristía. "Quiero serle fiel —escribe— unido perfectamente a El en el camino del cielo y llegar a ser una copia suya".

Su amor a la Iglesia se manifiesta en la fidelidad completa a las leyes eclesiásticas; en su apostolado, que no conoce pausas o vacilaciones; en la dócil aceptación del Magisterio.

El padre Scrosoppi gastó literalmente toda su vida en el ejercicio de la caridad para con el prójimo, especialmente con los más pequeños y los más abandonados. Distribuyó a los pobres sus numerosos bienes patrimoniales. "Los pobres y los enfermos son nuestros dueños y representan la persona misma de Jesucristo": son palabras suyas; pero son también, y mucho más, su vida.

En la base de su múltiple actividad pastoral y caritativa hay una profunda interioridad; su jornada es una continua oración: meditación, visitas al Santísimo Sacramento, rezo del Breviario, "Via Crucis" diario, Rosario y, finalmente, larga oración nocturna; dando de este modo a los fieles, a los sacerdotes y a los religiosos un luminoso y eficaz ejemplo de equilibrada síntesis entre vida contemplativa y vida activa.

4. HERMINIO FELIPE PAMPURI, el décimo de once hijos, a los 24 años es médico rural y a los 30 entra en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios (Fatebenefratelli). Tres años después moría.

Es una figura extraordinaria, cercana a nosotros en el tiempo, pero más cercana aún a nuestros problemas y a nuestra sensibilidad. Nosotros admiramos en Herminio Felipe, que en la Orden se llamó fray Ricardo Pampuri, al joven laico cristiano, empeñado en dar testimonio dentro del ambiente estudiantil, como miembro activo del círculo universitario "Severino Boecio" y socio de la Conferencia de San Vicente de Paúl; al médico dinámico, animado por una intensa y concreta caridad hacia los enfermos y los pobres, en los cuales entrevé el rostro de Cristo paciente. Realizó literalmente las palabras que escribió a su hermana religiosa, cuando era médico rural: "Ruega para que la soberbia, el egoísmo y cualquier otra pasión no puedan impedirme ver siempre a Jesús paciente en mis enfermos, cuidarle, confortarle. ¡Con este pensamiento siempre vivo en la mente, qué suave y qué fecundo debería parecerme el ejercicio de mi profesión!".

Lo admiramos también como religioso integérrimo de una benemérita Orden que, según el espíritu de su fundador, San Juan de Dios, ha hecho de la caridad hacia Dios y hacia los hermanos enfermos la propia misión específica y el propio carisma originario. "Quiero servirte, Dios mío, en el futuro, con perseverancia y amor sumo: en mis superiores, en mis hermanos, en los enfermos tus predilectos: dame la gracia de servirles como te serviría a ti": así escribía en los propósitos de preparación para la profesión religiosa.

La vida breve, pero intensa, de fray Ricardo Pampuri es un estímulo para todo el Pueblo de Dios, pero especialmente para los jóvenes, para los médicos, para los religiosos.

Dirige a los jóvenes contemporáneos la invitación a vivir gozosa y valientemente la fe cristiana; en continua escucha de la Palabra de Dios, en generosa coherencia con las exigencias del mensaje de Cristo, en la donación a los hermanos.

A los médicos, sus colegas, les dirige una llamada para que desarrollen con esfuerzo su delicada arte, animándola con ideales cristianos, humanos, profesionales, a fin de que sea una auténtica misión de servicio social, de caridad fraterna, de auténtica promoción humana.

A los religiosos y religiosas, especialmente a los que, en humildad y ocultamiento, realizan su consagración en las salas de los hospitales o de las clínicas, fray Ricardo les recomienda vivir el espíritu originario de su Instituto, en el amor a Dios a los hermanos necesitados.

5. CLAUDINA THEVENET pasó toda su vida en Lión. Su adolescencia fue turbada por la Revolución francesa que sacudió con gran violencia su ciudad natal. Una mañaña de enero de 1794, esta muchacha de 19 años reconoció a sus hermanos Luis y Francisco en el pelotón de condenados a muerte; y tuvo el valor de acompañarlos hasta el lugar del suplicio y recoger sus últimas palabras: "Glady: Perdona como nosotros perdonamos".

Sin duda alguna este hecho fue elemento determinante de la vocación de Claudina, que era muy compasiva con las miserias acumuladas por la tempestad revolucionaria. Sueña con ser mensajera de la misericordia y el perdón de Dios en aquella sociedad destrozada, y dedicar la vida a la educación de las jóvenes, sobre todo de las más pobres cuya situación supera toda imaginación. Por ello y con la ayuda clarividente del padre Coindre, Claudina funda en 1816 una Pía Unión que será más tarde la congregación de Jesús-María. Para gozo grande de la Iglesia, las hijas de la madre Thévenet son hoy más de 2.000 y están presentes en todos los continentes viviendo realmente de su espíritu. Escuelas y colegios, hogares de muchachas y ancianos, pastoral catequética y familiar, dispensarios y casas de oración sólo tienen un objetivo: el de dar a conocer a Jesús y María, trabajando al mismo tiempo en la promoción social de los pobres.

A ciento cincuenta años de distancia, la vida de esta fundadora sigue interpelando a sus hijas y también a los cristianos. ¿Acaso no nos hallamos nosotros igualmente en una sociedad demasiado tentada y desfigurada por la violencia? ¿Es que no necesitamos dejarnos invadir por la misericordia infinita de Dios para prestar nuestra aportación valiente a la "civilización del amor" de que hablaba Pablo VI, la única digna del hombre? Claudina Thévenet se nos presenta como modelo de amor y perdón: "Que la caridad sea como la pupila de vuestros ojos", sigue diciéndonos ahora como gustaba repetir a sus religiosas. "Estad dispuestas a sufrir todo de los demás y a no hacer sufrir a nadie".

Por otra parte, ¿acaso no continúa siendo la nueva Beata un modelo de vida evangélica y religiosa para aquellos y aquellas que se consagran a la educación de la juventud en la Iglesia y siguiendo sus directrices? Las intuiciones y métodos pedagógicos de Claudina Thévenet siguen de actualidad; o sea, una educación rebosante de atenciones maternas que procura preparar a las chicas a la vida con la adquisición de competencia profesional e iniciándolas gradualmente en sus responsabilidades futuras de esposas y madres; y sobre todo, educación profundamente cristiana porque "no hay desgracia mayor —solía repetir— que vivir y morir sin conocer a Dios".

Claudina, que hizo de su vida religiosa un "himno de gloria" al Señor imitando a la Virgen María a quien veneraba profundamente, recuerda a los cristianos que vale la pena jugárselo todo por Dios. A aquellos y aquellas a quienes el Señor invita a consagrarse más particularmente a su servicio, les confirma que es menester saber "perder la Vida" para que otros lleguen a amar y conocer a Dios; y con su ejemplo les confirma asimismo que el logro más bello de la vida es la santidad.

6. MARÍA REPETTO, ingresa a los 22 años en Génova en la congregación de las religiosas de Nuestra Señora del Refugio, en Monte Calvario. Durante las numerosas y graves epidemias de cólera que se abaten sobre la ciudad, corre intrépida a la cabecera de los enfermos. La fama de la "monja santa" crece cada día y, cuando asume la tarea de portera, continúa dando los tesoros de su alta espiritualidad a cuantos acuden a ella pidiendo ayuda y consejo.

María Repetto desde la juventud aprendió y vivió una gran verdad, que también nos ha transmitido a nosotros: Jesús debe ser contemplado, amado y servido en los pobres, en todos los momentos de nuestra vida. Ella da todo lo que tiene: sus ahorros, sus cosas, su palabra, su tiempo, su sonrisa. "Servir a los pobres de Jesús", era el programa de su Instituto; programa que ella realizó en los 50 años de vida religiosa, sirviendo, ante todo, a Jesús, creciendo en la perfección del amor, recordándose a sí misma: "ante todo ser religiosa", y sirviendo a los pobres, porque Cristo vive en los pobres.

San Francisco de Caporoso, llamado por los genoveses "el padre santo" enviaba a la "monja santa" personas de toda extracción social, necesitadas de ayuda y de consejos. El humilde fraile mendicante, canonizado en 1962, y la humilde religiosa portera que sube hoy al honor de los altares, fueron en el siglo pasado los dos polos de la vida religiosa de Génova. María Repetto estaba siempre contenta y serena y se alegraba de tener el corazón más abierto que la puerta del convento, y de dar, dar siempre, dar todo. Y esta alegría de su donación a Dios culminó en su muerte: con la sonrisa en los labios, la Beata pronunció sus últimas palabras, que son un himno de júbilo a la Madre de Dios: "Regina coeli, laetare, alleluia!".

7. Queridísimos:

Hemos comenzado esta reflexión con el signo de la alegría cristiana; y en el signo del gozo pascual, fruto de la cruz de Jesús, continuamos esta solemne celebración, confortados por los admirables ejemplos de estos nuevos Beatos, que nos indican el camino que también nosotros debemos recorrer en nuestra peregrinación terrena: el camino del amor a Dios y a los hermanos, especialmente a los que sufren en el espíritu y en el cuerpo.

Los nuevos Beatos confiaron en el Señor, lo invocaron, seguros de su clemencia y misericordia; siguieron sus caminos; trataron de agradarle; se echaron en sus brazos (cf. Sir 2, 7 s.). En la cumbre de sus pensamientos, por encima de todo, pusieron la caridad, convencidos de que ella es "el vínculo de la perfección" (cf. Col 3, 14). Haciendo propia la invitación de Cristo, vendieron todo lo que tenían y lo dieron en limosna; se hicieron bolsas que no envejecen, y han conseguido un tesoro inagotable en los cielos (cf. Lc 12, 32 s.), como dice el pasaje evangélico que se ha leído hace poco.

Mientras nos inclinamos reverentes ante ellos, nos confiamos a su potente intercesión:

¡Beato Alain de Solminihac, Beato Luis Scrosoppi, Beato Ricardo Pampuri, Beata Claudina Thévenet, Beata María Repetto, rogad a la Santísima Trinidad por vuestras patrias terrenas, para que vivan en serena concordia. ¡Rogad por vuestras familias religiosas, para que den a la sociedad contemporánea un gozoso testimonio de su donación a Dios! ¡Rogad por la Isglesia, peregrina en la tierra, para que sea siempre signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano!

¡Rogad por todos los pueblos del mundo, para que realicen en sus relaciones la justicia y la paz!

¡Oh nuevos Beatos y Beatas, rogad por nosotros!

¡Amén!

VISITA AL PONTIFICIO COLEGIO ALEMÁN DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 18 de octubre de 1981

Queridos alumnos,
queridos padres y hermanos de la Compañía de Jesús,
queridas hermanas,
querida familia del Colegio:

1. En la primera Carta a los Tesalonicenses, cuya lectura comienza en la liturgia dominical de hoy, el Apóstol Pablo, junto con Silvano y Timoteo, escribe: "Nos habíamos propuesto resueltamente ir a vosotros..." (2, 18). Entre los dos viajes pastorales a dos de vuestros países, Alemania y Suiza, estaba especialmente indicado que el Papa hiciera también una visita al Pontificio Colegio Germánico-Húngaro. Conocéis bien la causa que hizo imposible realizar a su debido tiempo, tanto esta visita a vosotros, como mi viaje a Suiza. Pero sabéis también "que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman" (Rom 8, 28). Así, pues, se nos ha concedido hoy este encuentro tan deseado, en medio de la alegría profunda que brota de la fe y con un redoblado deseo de abrir el corazón ante Dios para darle gracias, queriendo compartir a la vez con todos vosotros estos mismos sentimientos.

omo dice la lectura de hoy, yo también veo en vosotros una "comunidad..., que vive en Dios Padre y en el Señor Jesucristo" (1 Tes 1, 1) y, lo mismo que Pablo, "doy gracias a Dios por todos vosotros, por la actividad de vuestra fe, por el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza" (cf. 1, 2 s.). Lleno de alegría puedo afirmar con el Apóstol: "Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que El os ha elegido" (1, 4). Esta gratuita vocación en Cristo concierne a todos los miembros del nuevo Pueblo de Dios; pero va dirigida de una manera especial a quienes han sido llamados a seguirle más de cerca como discípulos suyos.

A vosotros, queridos sacerdotes y aspirantes al ministerio sacerdotal del Colegio Germánico-Húngaro, os ha cabido en suerte esta llamada al seguimiento especial de Cristo. La historia de vuestro Colegio os da derecho a sentir orgullo y alegría; pero al mismo tiempo os invita a una humilde seriedad. Estáis llamados según la mente de los fundadores del Colegio, a anunciar la Buena Nueva en vuestros pueblos y, de un modo especial, a poneros al servicio de aquella unidad, por la que Jesús oró en su despedida y que hoy es tan intensamente deseada por la cristiandad (¡y no sólo por ella!). ¡Ojalá vuestros países, en otro tiempo origen de separación, puedan ser hoy también origen de reconciliación!

2. A fin de subrayar la gran importancia que tiene en nuestro tiempo esta solicitud por el ecumenismo, quise con especial interés hacer mi visita pastoral a Alemania, precisamente en el año jubilar de la Confessio Augustana. Y Dios me concedió el favor de tener allí encuentros felices con los dirigentes de las otras Iglesias cristianas, como deseo tener y así lo pido encarecidamente a Dios durante el viaje que espero hacer a Suiza.

Mi memorable visita a la República de Alemania, en el 700 aniversario de la muerte de San Alberto Magno, iba naturalmente dirigida en primer lugar a mis hermanos y hermanas en la fe, para vivir intensamente, en alabanza de Dios y en intercambio fraterno, la experiencia de la comunión eclesial; iba dirigida a la renovación y animación de la vida religiosa en las familias y en las comunidades. Pero mi visita quiso servir también al mismo tiempo a la gran causa de la Ekumene: "ut unum sint" (cf. Jn 17, 21). Pues sólo una Iglesia viva y afianzada en su fe puede ser una Iglesia de auténtico diálogo.

3. Lo inmerecida que es la elección de la que hemos sido objeto y la situación tan radical a que conduce nos lo pone claramente ante los oíos la lectura que hemos hecho del Antiguo Testamento en la liturgia de hoy: "Te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro: fuera de mí no hay dios" (Is 45. 4 s.).

El Evangelio que acabamos de escuchar nos muestra con qué fuerza contrapone el Señor esta exigencia radical de Dios a las pretensiones del mundo: "Pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21). Estas palabras conservadas por el Evangelista van más allá del contexto inmediato des la discusión de Jesús con los fariseos, convirtiéndose en clave fundamental para superar la tensión entre nuestro estar en el mundo y nuestro ser para Dios. Quien tome en serio nuestra implicación con él cosmos y con la humanidad debe guardarse de menospreciar dicha exigencia de Dios. Quien ponga a Dios resueltamente en el centro de su vida tiene que pensar que, al mismo tiempo, debe estar en consonancia con la creación de Dios y con las exigencias que surgen de vivir con los demás hombres.

¡Queridos alumnos del Colegio Germánico-Húngaro! En el esfuerzo personal por descubrir de manera realmente católica y por vivir luego en consecuencia esa orientación nuestra a Dios y nuestra vinculación con el mundo, os puede ser de provecho la circunstancia de que vuestro Colegio fue fundado por San Ignacio de Loyola, cuya espiritualidad se os inculca en esta casa. Según el "principio y fundamento" que nos dio en el libro de sus Ejercicios, el hombre ha sido "criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado" (Ejercicios espirituales, núm. 23).

Que vuestra vida sepa dar siempre al cuerpo, a la naturaleza, a las cosas, a las estructuras humanas, lo que les corresponde, pero sin quedarse ahí, sino más bien ofreciéndose en todo a Dios, como nos enseña San Ignacio: "Tomad, Señor, y recibid..." (Ejercicios espirituales, núm. 234). De esta manera responderéis a vuestra vocación sacerdotal; así seréis para los creyentes y para el mundo un vivo "Sursum corda".

En estos años que pasáis en el Colegio estáis libres del trabajo que será después vuestra carga y vuestra alegría. Para el futuro servicio de anunciar la Palabra, tenéis ahora la obligación de escuchar la Palabra y de dedicaros fielmente al estudio asiduo y a veces árido. Es posible que sintáis el temor de que el trato prolongado con los libros os pueda dificultar luego el trato con los hombres. Considerad, sin embargo, la ventaja que supone el proveeros, en un retiro tranquilo, de un bagaje sólido antes de enfrentaros con "los cuidados y la preocupación diaria por las comunidades" (cf. 2 Cor 11, 28). El acercamiento a los hombres ejercitadlo con quienes ahora son vuestros prójimos. Prestadles la misma atención diligente, delicada, comprensiva y generosa, con la que luego querréis acercaros en nombre de Jesús a las personas que os hayan sido encomendadas.

4. El mosaico del ábside de vuestra iglesia nos presenta a María como Reina de los Apóstoles, Esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia. En este Domingo mundial de las Misiones le encomendamos de manera especial a quienes fueron alumnos de este Colegio y luego, siguiendo una especial invitación de Dios, quisieron ser misioneros, bien como religiosos, o bien —siguiendo las orientaciones de la " Fidei donum" y con la aprobación magnánima de sus obispos— como sacerdotes diocesanos. Que su espíritu misionero anime también a los que saliendo de aquí y siguiendo el objetivo de la fundación del Colegio, vuelven a sus países, a fin de que sepan mantener vivos dentro de sí y afianzarlos en todas sus actividades el pensar y el sentir propios de la Iglesia universal, que tan generosamente se les ha comunicado en ésta ciudad que sabe abrir sus puertas a todos los pueblos.

El pensar y el sentir, la oración y el sacrificio misioneros pude experimentarlo con profunda alegría durante mi visita pastoral a Alemania, como aspiración de las personas concretas, de las familias, de las comunidades, de las diócesis y de las obras interdiocesanas "Missio" y "Adveniat". Con semejante garantía de cada Iglesia local y con la fiel oración y el sacrificio de todos los creyentes puede ser cada vez mayor realidad lo que nos proclama el Salmista en el Salmo responsorial de hoy: "¡Cantad al Señor, toda la tierra! ¡Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones!" (Sal 96 [95], 1.3).

¡Queridos hermanos y hermanas! El Colegio Germánico-Húngaro congrega en Roma, junto a la Sede episcopal de Pedro, a seminaristas y a sacerdotes de diferentes países y lenguas. Se convierte así de un modo especial en un lugar de encuentro y en un lazo promotor de unidad entre distintas Iglesias locales de Europa. ¡Ojalá el Colegio sepa seguir ahondando y consolidando esa unidad de la Iglesia, de la que Roma es signo y centro puesto a su servicio!

Oremos en esta celebración de la Eucaristía por todos los superiores, colaboradores y alumnos de este benemérito Colegio, por quienes lo son ahora y por quienes lo han sido, dondequiera que se encuentren en este momento sirviendo a la Iglesia de Cristo, y digamos con las palabras de la liturgia de hoy: "Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a Ti con fidelidad y servirte con sincero corazón". Amén.

SANTA MISA PARA LOS SEMINARISTAS DE LA DIÓCESIS DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Capilla Paulina
Jueves 22 de octubre de 1981

Queridísimos alumnos del Seminario mayor romano:

Antes de nada quiero manifestaros la alegría profunda que me invade en este momento al verme entre vosotros que sois la pupila de mis ojos y la esperanza de la Iglesia de Roma. Saludo muy de corazón a todos, tanto a los seminaristas romanos como a los que procedan de otras partes de Italia y también de otros países, entre ellos dos seminaristas polacos. Un saludo cordial especial al cardenal Poletti, al mons. rector y a todos los demás superiores que os han acompañado aquí al comienzo del año escolar.

1. Este encuentro que tenemos en la celebración de la Santa Misa es ocasión sumamente oportuna para confesar juntos nuestra fe en Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y para vivir un momento privilegiado de comunión eclesial intensa, a la que nos han predispuesto ya las lecturas bíblicas que acabamos de escuchar. Pues éstas nos exhortan a renovar en nuestros corazones la expresión de un amor mutuo cada vez más hondo. "Este es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos" (Jn 15, 12-13). Aquí se trata del amor característico del cristiano, del amor redentor que libera de la esclavitud del pecado y llama a la intimidad y amistad con Cristo. "Ya no os llamo siervos... sino amigos" (Jn 15, 15). Sólo el Evangelista Juan, el "discípulo del amor", podía revelarnos en toda su plenitud maravillosa este amor inefable, verdaderamente singular, que se hace visible en la alegría: "...para que me goce en vosotros y vuestro gozo sea cumplido" (Jn 15, 11). Este amor confiado se abre a la esperanza venciendo todo temor "...no habéis recibido espíritu de siervos para recaer en el temor" (Rom 8, 15). Es éste un amor que mora en "quienes son movidos por el Espíritu" (Rom 8, 14); en quienes se han asido a la potencia de Dios en su ser y en su acción, y han pasado de la muerte a la vida; en quienes por haber llegado a ser hijos adoptivos, pueden dirigirse a Dios llamándole Padre (cf. Rom 8. 15).

2. Y precisamente este amor extraordinario e inefable parte de Cristo y se difunde en los corazones para hacer prodigios en la Iglesia y seducir el corazón de muchos jóvenes hasta lanzarlos a su seguimiento difícil y sugestivo. Y cabalmente por corresponder a este amor, queridísimos seminaristas, habéis decidido dedicar la vida a Cristo con el deseo de participar en su sacerdocio. Todo esto no puede menos de colmar mi ánimo de honda emoción o intenso afecto hacia vosotros. Si todo obispo encuentra en su seminario lo que da intimidad a un hogar, lo que hace digno un centro de enseñanza, lo que rodea de entusiasmo e ilusión un encuentro; lo que alegra la enseñanza y contagia fervor a la oración; todo esto se da de modo particular cuando este obispo es el de Roma, Pastor universal en quien se posan las miradas del mundo entero.

Como es sabido, el seminario es la expresión de la vitalidad de una diócesis. Es la meta de las celosas fatigas de los párrocos y educadores que actúan en las estructuras parroquiales y en los centros de enseñanza; es una señal clara de que existen comunidades cristianas capaces de hacer madurar en su seno a quienes, revestidos del carácter sacerdotal, continuarán un día la obra de Cristo entre ellos: es un índice de que las familias, ricas en virtudes y espíritu de sacrificio, han merecido la gracia de dar a sus hijos a la Iglesia: es una prueba de que, a pesar de las sombras que a veces ofuscan el mundo, éste es rico en esperanzas y certezas porque puede contar con jóvenes valientes dispuestos a dar la vida por rescatarlo.

Vuestro gran número, si bien no se adecua todavía en la medida requerida a las necesidades del apostolado, ¿acaso no revela que este tiempo postconciliar no se verá privado de sacerdotes valiosos que trabajarán por poner en práctica las enseñanzas y directrices de aquella asamblea ecuménica?

Os será fácil imaginar, por tanto, la emoción que suscita en mi ánimo el teneros aquí ante mis ojos, sabiendo que os habéis comprometido a llegar a ser ministros de Cristo, heraldos del Evangelio y mensajeros de verdad y fraternidad en medio del Pueblo de Dios. Por esto el Papa os ama y sois sus predilectos, y él está continuamente a vuestro lado con el recuerdo y la oración. Por vuestra parte, vosotros también amáis al Papa y a la Iglesia que os disponéis a servir, y tenéis un amor apasionado a Cristo, nuestro Señor bendito, para ser verdaderos discípulos suyos, sus imitadores asiduos, seguidores humildes, amigos fieles, testigos intrépidos y apóstoles infatigables, como pueden y deben ser quienes estén llamados a transformarse en "alter Christus" a través del sacerdocio. Conservad el patrimonio de fe, virtud, saber y santidad que ha acumulado el Seminario mayor romano a lo largo de siglos. El estudio amoroso de Jesús, nuestro Señor, llene vuestras mentes y corazones hasta la plenitud, es decir, hasta que "Cristo sea formado en vosotros" (Gál 4, 19). Para llegar a ser sacerdotes auténticos, es necesario hoy más que nunca testimoniar ante el mundo las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad fraterna, de las que a su vez derivan todas las demás virtudes que deben resplandecer en quien se prepara al sacerdocio.

3. Os sostenga en esta obra de vuestra formación la ayuda de la Virgen de la Confianza, vuestra Patrona celestial. Estoy seguro de que no os cansaréis de invocarla cada día con el rezo del Rosario, siguiendo la tradición piadosa de vuestro Seminario, y con la jaculatoria "Madre mía, confianza mía". Ella no cesará de protegeros y asistiros en las dificultades que encontréis en el largo itinerario que conduce al altar.

Y ahora, prosiguiendo la celebración litúrgica en la que revivimos el drama del amor crucificado y se consuma y sella la unidad eclesial perfecta, roguemos al Señor que encienda en el corazón de muchos jóvenes el ideal del sacerdocio y les dé a gustar la belleza y el gozo de habitar en su casa. según las palabras del Salmista: "¡Cuán amables son tus moradas, oh Yavé Sebaot!" (Sal 83, 1).

SANTA MISA PARA LA INAUGURACIÓN DEL AÑO ACADÉMICO
DE LOS CENTROS DE ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS DE ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Viernes 23 de octubre de 1981

1. "Yo soy la vid verdadera... Permaneced en mí" (Jn 15, 1. 4).

Con estas palabras la Iglesia Romana saluda hoy a vuestra comunidad académica, profesores y estudiantes de los Ateneos eclesiásticos de Roma, que comenzáis el nuevo año de trabajo. Estas palabras, tan conocidas, resuenan en esta liturgia de la Santa Misa de inauguración. Cristo se las dirigió a sus Apóstoles el Jueves Santo. ¿Qué quiso expresar entonces?

Valiéndose de una imagen, a la que el Antiguo Testamento había recurrido muchas veces para indicar al Pueblo elegido y para lamentar los frutos no buenos que había producido —¿quién no recuerda el texto de Isaías: "Cómo esperando que diese uvas, dio agrazones" (5, 4)?—, Jesús se presenta a Sí mismo como la "verdadera vid" que ha correspondido a los cuidados y a las esperanzas del Padre. Como vid lozana, Jesús tiene sarmientos: están constituidos por aquellos que, mediante la fe y el amor, están vitalmente injertados en El. Con ellos se establece una circulación de savia vital , que, si, por una parte, es indispensable para dar frutos ("sin mí no podéis hacer nada", Jn 15, 5), por otra, comporta la exigencia de manifestarse en frutos fecundos: todo sarmiento que no da fruto es echado fuera y quemado (cf. Jn 15, 6).

De aquí, el imperativo: " Permaneced en mí y yo en vosotros... El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto" (Jn 15, 4-5). Jesús mismo se preocupa de aclarar en qué consiste este "permanecer en El": consiste en el amor; pero un amor que no se agota en sentimentalismo, sino que se traduce en el testimonio concreto de cumplir los mandamientos.

2. Este es, pues, en síntesis el contenido del denso pasaje evangélico propuesto para esta liturgia. Pero se impone una segunda pregunta: si este sentido es válido para todos, ¿qué quiere expresar la Iglesia Romana cuando al principio del nuevo año académico os saluda a vosotros, profesores y alumnos de los Ateneos eclesiásticos, con las mismas palabras que Jesucristo dirigió al círculo de sus discípulos más íntimos?

Todos sois discípulos de Cristo, que escuchan sus palabras en las dos últimas décadas del siglo XX. Pero sois una comunidad particular de discípulos de Cristo. Algunos de vosotros, discípulos de este único Maestro, son, al mismo tiempo maestros, docentes, profesores. Otros son estudiantes, en diversas etapas de los estudios y con diversos rumbos en la investigación teológica y científica.

Y sois una comunidad caracterizada por la presencia de personas provenientes de todas las partes del mundo. Quizá no haya otro centro de estudios, en el que la catolicidad de la Iglesia se transparente de manera tan clara. Se puede decir que cada nación de la tierra está representada aquí y frecuentemente en formas de convivencia comunitaria, que permiten a cada uno insertarse más fácilmente en el nuevo ambiente, sin perder la propia identidad de donde proviene. Están representados, además, entre vosotros todos los sectores del Pueblo de Dios: sacerdotes diocesanos y regulares, religiosas y laicos, almas de vida contemplativa y almas que se preparan a asumir tareas de apostolado activo.

Ahora bien, la pregunta es: ¿Qué significa para vosotros, para los unos y para los otros, "permanecer en Cristo como el sarmiento permanece en la vid"? ¿Qué significa: "dar fruto, como lo da el sarmiento en cuanto permanece en la vid"? ¿Acaso no se trata de interpelar a toda vuestra existencia, que debe dejarse invadir cada vez más por la savia de la gracia que promana de Cristo, para poderse abrir a la revelación de sus misterios? Vivir la unión con Cristo, mediante la fe que actúa por el amor, es la condición ineludible para progresar en el conocimiento de la verdad de Dios, que en el Verbo Encarnado ha salido al encuentro de nuestra hambre de respuestas seguras y satisfactorias. Está escrito: "Si permanecéis en mi palabra... conoceréis la verdad" (Jn 8, 31-32). Efectivamente, "el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (1 Jn 4, 8).

He aquí, pues, el fruto que estáis llamados a dar mediante la cotidiana fatiga del estudio: el conocimiento cada vez más profundo del "misterio tenido secreto en los tiempos eternos, pero manifestado ahora mediante el cual la mente humana, forme a la disposición de Dios" (Rom 16, 25-26). ¿No consiste en esto la tarea de la teología? En efecto, es un proceso cognoscitivo mediante el cual la mente humana, iluminada por la fe y estimulada por el amor, avanza en los campos inmensos, que la Revelación divina le ha abierto delante de par en par.

3. Es oportuno detenernos un momento aquí para reflexionar. La inmensidad de Dios se nos ha entregado en la limitación de la palabra humana, lo mismo que la Persona del Verbo, al encarnarse, se ha cerrado en la limitación de una naturaleza humana. La teología no debe olvidarlo. Su dedicación al estudio de la palabra, de la imagen, de la proposición, contenidas en los Libros sagrados, no debe ser otra cosa que un camino hacia la Infinitud, que se nos ha comunicado en estos elementos.

Por tanto, la teología deberá fundarse continuamente en el conjunto de la Revelación, tratando de orientarse según las líneas de fondo que han guiado su desarrollo hacia el cumplimiento y la plenitud, que es Cristo. Esto no excluye que se pueda dedicar a un aspecto particular del mensaje revelado, sin tener una atención ulterior, explícita, a todo el arco de su horizonte. La especialización es una consecuencia de la finitud de nuestro entendimiento y es, por lo tanto, legítima incluso en la ciencia teológica. Pero será necesario conservar siempre viva la conciencia del hecho de que a la limitación de las fuerzas humanas no corresponde (como en otras ciencias) la limitación del objeto. La tensión, pues, del trabajo teológico no corre en la dirección de una cada vez más minuciosa fragmentación, sino, al contrario, avanza en la dirección de la síntesis, que nos ha sido ofrecida de manera divinamente insuperable en la persona de Cristo.

La investigación teológica, en el propósito de escrutar el "misterio de Dios", deberá mantenerse, además, constantemente abierta a las indicaciones que le vienen de los "signos de los tiempos". Esto no significa que deba preocuparse de ir servilmente al paso de las modas del momento. Significa, en cambio, que debe esforzarse para recoger con dócil prontitud "lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (Ap 2, 7) también en el curso de nuestra generación, tratando de interpretar las indicaciones que, bajo su acción, surgen de las esperanzas de los pueblos, de los sufrimientos de los pobres, de los descubrimientos de la ciencia, de las propuestas de los santos.

Tarea de una teología madura es, finalmente, la de leer el presente a la luz de la Tradición, de la cual la Iglesia es depositaría. La Tradición es vida: en ella se expresa la riqueza del misterio cristiano, manifestando poco a poco, en contacto con las cambiantes vicisitudes de la historia, las virtualidades implícitas en los valores perennes de la Revelación. El teólogo que desee ofrecer una respuesta auténticamente cristiana á las preguntas de sus contemporáneos, no podrá menos que sacarla de esta fuente.

4. He hablado directamente de la teología, pero no he intentado con esto quitar nada a la importancia de las otras disciplinas, que se cultivan oportunamente en vuestros Ateneos. Cada una de ellas tiene su preciso papel que desarrollar en la economía general de los estudios eclesiásticos. Más aún, me resulta muy propicia la oportunidad para dirigir a cada uno una cordial exhortación a proseguir con solícito empeño en el propio ramo del saber, ya que de la aportación de todos la Iglesia podrá sacar el máximo beneficio para su acción de evangelización y de promoción, humana en el mundo.

Si me he detenido a hablar de modo particular de la teología, es porque veo en ella como el eje central, en torno al cual gira en su conjunto el esfuerzo de investigación que se desarrolla en la Iglesia. Efectivamente, hay disciplinas que predisponen y preparan para la teología, como es el caso, por ejemplo, de la filosofía, a la que compete, quedando siempre a salvo su autonomía, asegurar los instrumentos racionales indispensables para toda investigación teológica. Por lo demás, ¿no afirmaba Santo Tomás que la metafísica "tota ordinatur ad Dei cognitionem sicut ad ultimum finem, unde et scientia divina nominatur" (C. Gen., III. c. 25)?

Hay también otras disciplinas que, al tener en la teología su fundamento natural, constituyen un desarrollo y una derivación de ella. Pienso, por ejemplo, en el derecho canónico, al que compete ilustrar la dimensión institucional de la Iglesia, mostrando cómo las estructuras jurídicas brotan de toda la naturaleza del misterio cristiano. Y pienso también en la historia eclesiástica, que no puede contentarse con exponer los meros aspectos político-sociales de la vida de la Iglesia, o reducirse a relatar las acciones u omisiones de los representantes de la jerarquía, sino que debe, en cambio, dar cuenta del camino realizado por todo el Pueblo de Dios en las vías de la historia, poniendo de relieve la novedad que el fermento evangélico ha sabido suscitar en las vicisitudes milenarias de la humanidad.

5. Se trata de simples alusiones, pero creo que son suficientes para entrever el edificio armonioso que constituye el conjunto de las disciplinas, en las que se centran vuestros intereses. Un "edificio". El pensamiento nos lleva espontáneamente a esa "piedra angular", de la que nos ha hablado en su primera Carta el Apóstol Pedro, el Fundador de esta Iglesia de Roma. Esa "piedra viva, rechazada por los hombres, pero por Dios escogida, preciosa" (1 Pe 2, 4).

¡Jesucristo: verdadera vid!

¡Jesucristo: piedra angular!

¿Cómo cumpliréis vosotros, queridos profesores y estudiantes, en el curso de toda la vida y particularmente en el curso de este año, la tarea de construir precisamente sobre esta piedra angular, que es Cristo?

El mismo Apóstol Pedro os sugiere la respuesta: comprometiéndoos a formar "un edificio espiritual, por medio de un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por Jesucristo" (1 Pe 2, 5). En otras palabras: comprometiéndoos a "hacer Iglesia" juntamente con los Pastores, que Cristo ha puesto entre vosotros.

"Hacer Iglesia": ¡Esta es la consigna! Y esto en el doble sentido de vivir en comunión fraterna de pensamientos, de sentimientos, de trabajo, sostenidos por el mismo ideal y tendiendo juntos a la misma meta; y "hacer Iglesia" poniéndoos vosotros mismos constantemente en el contexto de toda la comunidad eclesial, esto es, viendo en vuestra tarea un servicio que debéis hacer a los hermanos, los cuales esperan de vosotros que los guiéis a una comprensión más amplia y profunda de la riqueza infinita de la Verdad divina.

Una viva conciencia eclesial será, por encima de todo, el criterio más seguro para salvaguardaros del peligro de construir sobre un fundamento diverso del que ha sido puesto por Dios. Efectivamente, no se puede ocultar —y los hechos lo confirman— que por desgracia es posible encontrar no la "piedra angular", sino "una piedra de tropiezo y roca de escándalo" (1 Pe 2, 8) a causa de una actitud de desobediencia hacia la Palabra (cf. ib.), anunciada autorizadamente en la Iglesia.

6. Estamos aquí, esta tarde, reunidos en oración para pedir a Dios que no suceda esto, sino que, en cambio, cada uno de vosotros pueda dar en Jesucristo un particular fruto de ese conocimiento que nace de la fe animada por el amor, contribuyendo así a construir la Iglesia.

Vosotros que, mediante la gracia del bautismo os habéis convertido ya en "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios" (1 Pe 2, 9), mediante toda esta labor cognoscitiva que os es propia, tanto como científicos y profesores cuanto como estudiantes, estáis llamados a proclamar "el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pe 2, 9).

Sed conscientes de que de éste modo formáis parte del Pueblo de Dios y que esto es vuestra singular parcela y vuestra heredad en este mismo Pueblo de Dios. Sed conscientes de que cultivando esta parcela y esta heredad, seréis los que han "alcanzado misericordia" (1 Pe 2, 10).

7. Como Obispo de esta Iglesia, que está en Roma y que se alegra por la presencia de vuestra comunidad académica, considero particular deber de mi ministerio en esta sede, comenzar este nuevo año de trabajo juntamente con vosotros ante el altar de la basílica de San Pedro.

Durante esta litúrgica eucarística rezamos al Espíritu Santo con las siguientes palabras:

"Infunde en nosotros, Señor, el Espíritu de entendimiento, de verdad y de paz, a fin de que nos esforcemos en conocer lo que te agrada, para realizarlo en la unidad y en la concordia" (Oración colecta).

"Mira, oh Dios misericordioso, nuestras ofrendas y oraciones, y concédenos comprender la verdad y el bien como resplandece a tus ojos, y testimoniarlo con libertad evangélica" (Oración sobre las ofrendas).

"Padre santo, tu Espíritu que actúa en estos, misterios nos confirme en tu voluntad y nos haga ante todos testigos de tu Evangelio" (Después de la comunión).

"...Honor, pues para vosotros los creyentes" (1 Pe 2, 7).

..."En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto" (Jn 15, 8).

SANTA MISA EN EL INSTITUTO ESLOVACO DE LOS SANTOS CIRILO Y METODIO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 8 de noviembre de 1981

Queridos hermanos en el servicio episcopal,
amados hijos e hijas:

Las fuentes históricas cuentan que el Papa Adriano II fue personalmente a dar la bienvenida a los Santos Cirilo y Metodio cuando vinieron a Roma y trajeron consigo también las reliquias de San Clemente, mártir y Obispo de Roma, (cf. Vida de Constantino XVII, 1).

El actual sucesor de Clemente y de Adriano sale hoy fuera de las puertas de la ciudad para saludar a los Santos hermanos de Tesalónica y venerar su memoria en esta iglesia, en la casa dedicada a ellos.

El saludo se extiende además a todos los presentes. En primer lugar, os saludo a vosotros, queridísimos hermanos en el servicio episcopal. Particularmente saludo a usted, arzobispo Andrea Pangrazio: como obispo diocesano usted vigila, con amor y mirada atenta, sobre la vida y actividad de la familia eslovaca cirilometodiana que vive en este Instituto y asegura su inserción en la Iglesia universal. Saludo a usted, obispo Andrea Grutka, como protector y custodio de esta familia desde el comienzo hasta hoy. Saludo también a usted, padre director, mons. Dominik Hrusovsky. Os saludo a todos vosotros que trabajáis en el Instituto eslovaco de los Santos Cirilo y Metodio: sacerdotes, religiosos, religiosas, auxiliares. Con amor especial os saludo a vosotros, queridos seminaristas. Y en este momento mi mirada espiritualmente va aún más lejos, a todos los que vosotros representáis aquí de algún modo: os saludo, queridos eslovacos, que estáis en la patria o fuera de ella, os saludo a todos muy cordialmente y con amor de padre.

Este amor ha guiado también mis pasos al Instituto de los Santos Cirilo y Metodio: el amor a los dos Santos hermanos y el amor a vosotros. Mi visita a este Instituto es como un nuevo anillo en la cadena de las manifestaciones de respeto y confianza hacia los apóstoles de los eslavos. Al final del año pasado confié a su protección toda Europa, para que, juntamente con San Benito, la custodien y guíen hacia la unión, hacia la paz, hacia la fidelidad a las propias fuentes espirituales. La peregrinación a la tumba de San Cirilo, en la basílica de San Clemente, el 14 de febrero de este año, era la expresión de plegaria para que la heredad espiritual de los Copatronos de Europa diese también hoy frutos copiosos. La bendición de la capilla de los Santos Benito, Cirilo y Metodio en la cripta de la basílica de San Pedro, el lunes de esta semana, dignificaba la dedicación permanente de ese insigne lugar al culto de los protectores de Europa. Hoy nos encontramos aquí, en este lugar, donde el mensaje espiritual de los Santos Cirilo y Metodio es norma de vida y programa consciente de trabajo cotidiano, para meditar juntos en su mensaje, para ins pirarnos en su ejemplo, para invocar su protección.

La lectura del Antiguo Testamento que hemos escuchado hace poco recuerda la Sabiduría. La encuentran todos los que la aman y la buscan. Sale al encuentro de todos los que son dignos de ella y los busca (cf. Sab 6, 12. 16). ¿Quién no pensaría inmediatamente en el joven Constantino, que eligió la Sabiduría como compañera de su vida? (cf. Vida de Constantino III, 1-8). Se trata de la Sabiduría Divina, de Dios mismo. Dios pensó todo desde la eternidad, creó todo en el tiempo y gobierna todo incesantemente. Encontró también el corazón puro de Cirilo, el cual lo acogió, se le consagró y vivió sólo para El. De Dios promanaba toda la sabiduría de Cirilo, su amor a la verdad y su deseo de difundirla. Este científico, investigador de nuevos caminos en filología y en la manera de anunciar el Evangelio, este fundador de la cultura de los pueblos eslavos, sacaba todo de la Sabiduría Divina. Esta le devolvió también la dignidad perdida por su padre; le restituyó la dignidad de hijo de Dios, que estimaba más que las riquezas y las posiciones en el mundo (cf. Vida de Constantino IV, 14).

Aquí están, pues, las raíces de la cultura eslava, en el cristianismo, en Dios. La fe en Dios es el presupuesto y la garantía de su riqueza plena. Lo que vale para toda manifestación de la vida y de la actividad cultural. ¡Que sea esto también para vosotros, queridísimos, regla de conducta y de acción!

La parábola de las vírgenes sensatas y necias nos lleva a considerar la sabiduría vital del hombre que vela para estar preparado en todo momento al encuentro con Dios. Cuando pensamos bajo esta luz en las obras de los Santos hermanos de Tesalónica, podemos reflexionar sobre la importancia de su aportación a la vida social y cívica. El ámbito de su actividad no se limitaba exclusivamente al campo religioso, sino que de la fe en Dios sacaron las consecuencias eficaces para la vida cotidiana de los individuos, de las familias y de toda la sociedad, para que cada sector, cada paso de vida tuviese en Dios la fuente y el fin. Así construyeron los fundamentos de la nueva sociedad, de la nueva justicia y paz. No temieron combatir y sufrir por estos principios. En Dios encontraron el fin, el apoyo y la fuerza. ¡Cuántas acusaciones injustas, cuántas humillaciones debió sufrir Metodio a causa de la fidelidad a la misión que consideraba como voluntad de Dios y que realizaba como el último mensaje del hermano moribundo!

Un ejemplo de la sabia vigilancia de los santos apóstoles se vislumbra también en su esfuerzo por prepararse sucesores. Es sabido que en el viaje a la Ciudad Eterna los acompañaba también el grupo de discípulos, reunidos y preparados para el servicio sacerdotal. ¿No es ésta también una de las finalidades principales de este Instituto? ¡Procuradla, pues, con sabia vigilancia, según el gran ejemplo de los Santos Cirilo y Metodio!

Cirilo que luchó mucho por sus iniciativas y Metodio que sufrió mucho por su actividad han entregado a los pueblos que eran el campo de su apostolado, una prueba ulterior de sabia vigilancia también con el hecho de que les han enseñado a sufrir y les han conducido hacia el modelo del hombre que sufre, hacia la Virgen María. Vuestros apóstoles frecuentaron las escuelas civiles y religiosas de Constantinopla, donde la piedad mariana, en los primeros siglos cristianos, encontró más de una clarificación. ¿No tendrá aquí su última raíz también la veneración de los eslovacos hacia la Virgen Dolorosa? La cruz en el Calvario, sobre la cruz Cristo que muere, bajo la cruz la Madre probada y amante: es la imagen que domina en la historia del pueblo eslovaco en el pasado y hoy. Cristo que sufre es la fuerza en las luchas y en los sufrimientos, María, en cambio, es siempre la Madre. Cristo que muere da la certeza de la resurrección, la Madre asunta al cielo asegura el consuelo de la vida eterna. Esto valía en el pasado, vale hoy y será siempre una garantía de fidelidad al contenido pleno de la heredad de los padres.

Queridos míos: ¡permaneced fieles a esta heredad! ¡Conocedla cada vez mejor en profundidad en todas sus dimensiones vitales, con todas las consecuencias para la vida personal y social! Vivid según esta heredad, sedle fieles, defendedla y enriquecedla con la certeza de que ella constituye la base de vuestra grandeza espiritual y de la grandeza real cultural de vuestro pueblo y de todo pueblo y nación. Que os guíe en esto el ejemplo de vuestros santos apóstoles y la protección de la Dolorosa Patrona de Eslovaquia.

SANTA MISA EN EL SANTUARIO DE SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE, ROMA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado 21 de noviembre de 1981

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de gran alegría poderme encontrar con vosotros, en torno al altar del Señor, para celebrar la liturgia eucarística en la clausura del año jubilar con el que se ha recordado la fundación de este instituto, acaecida hace 300 años en Reims, Francia, por obra de San Juan Bautista de La Salle.

Para ser más preciso, la fecha fijada, como bien sabéis, era el 16 del pasado mes de mayo; pero la Divina Providencia, en la que el fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas creía firmemente y a la que se confiaba con extrema confianza, decidió de otra manera. Pero apenas ha sido posible, no he dejado de cumplir la promesa, y he venido para tomar parte en vuestra alegría y para expresar el aprecio y la gratitud de toda la Iglesia.

Inspirándoos en los ejemplos y en la doctrina de San Juan Bautista de La Salle, auténtico genio de educador cristiano, habéis extendido nada menos que a 82 naciones sus ideales y sus ansias apostólicas. El, en ese gran siglo que fue para Francia el "Seiscientos", intuyó que era necesario enseñar sobre todo el arte de vivir cristianamente, y se dedicó al ideal de las escuelas cristianas con la intención de dar a todos una sólida cultura a la luz del Evangelio.

Las innovaciones y las obras que él realizó están ahí para significar la grandeza de ese hombre inteligente y clarividente; la profundidad de la doctrina y la heroicidad de sus virtudes demuestran su santidad. Vosotros habéis recogido con espíritu ardiente su preciosa herencia; el día de su muerte, acaecida en Rouen el 7 de abril de 1719, los Hermanos eran 101 y tenían escuelas en varias regiones de Francia y una también en Roma, con aprobación pontificia; hoy casi 11.000 Hermanos enseñan en todas las partes de la tierra.

Todo esto es para vosotros y para la Iglesia motivo de alegría y gratitud al Señor quien, a pesar de las dificultades y adversidades, ha mantenido viva la llama que encendió el fundador y ha permitido continuar su obra tan necesaria y benemérita.

2. Este encuentro, solemne y significativo, nos ofrece la ocasión de meditar sobre las enseñanzas de San Juan Bautista de La Salle, partiendo de la escena descrita por el Evangelio que acaba de ser proclamado.

Se trata de un episodio que, a primera vista, puede desconcertar. Por una parte, se nota el afecto de María y de los parientes hacia Jesús, los cuales le quieren, le siguen, viven en ansias por El, a veces incluso quedan perplejos ante sus discursos y su conducta; por otra parte, se ve la adhesión de las turbas a Jesús, anhelantes de escuchar con atención su palabra. Y Jesús, cuando le anuncian que su Madre y sus parientes desean verle, echando una mirada sobre la muchedumbre, dice: "¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mc 3, 31-35).

Jesús con palabra serena parece apartarse de los afectos humanos y terrenos, para afirmar un tipo de parentesco espiritual y sobrenatural que deriva del cumplimiento de la voluntad de Dios. Ciertamente, Jesús con esa frase no quería eliminar el propio amor a su Madre y a sus parientes, ni mucho menos negar el valor de los afectos familiares. Más aún, precisamente el mensaje cristiano subraya continuamente la grandeza y la necesidad de los vínculos familiares. Jesús quería, en cierto modo, anticipar o explicar la doctrina fundamental de la vid y los sarmientos, esto es, de la misma vida divina que pasa entre Cristo Redentor y el hombre redimido por su "gracia". Al cumplir la voluntad de Dios, somos elevados a la dignidad suprema de la intimidad con El.

Este fue el estímulo continuo de vuestro santo fundador, quien a la hora de morir dijo todavía: "Adoro en todas las cosas la voluntad de Dios para conmigo", y este ideal nos lo señala ahora con toda su carga espiritual. Se trata de descubrir cuál es en efecto la voluntad del Altísimo. En general, se puede decir que ante todo hacer la voluntad de Dios significa acoger el mensaje de luz y de salvación anunciado por Cristo, Redentor del hombre. Efectivamente, si Dios ha querido entrar en nuestra historia, asumiendo la naturaleza humana, es signo cierto de que desea y quiere ser conocido, amado y seguido en su presencia histórica y concreta. Y, puesto que Dios es "Verdad" por esencia, al revelarse en la historia siempre mudable y contrastante, debía necesariamente, por la lógica intrínseca de la verdad, garantizar la Revelación y la consiguiente Redención mediante la Iglesia, compuesta de hombres, pero asistida por El mismo de modo particular, a fin de que la verdad revelada se mantuviese íntegra y segura en las vicisitudes de los tiempos.

San Juan Bautista de La Salle comprendió perfectamente esta exigencia primera de la voluntad de Dios que es la fe en Cristo y en la Iglesia. Por tanto, quiso las "Escuelas Cristianas" para la educación y formación de los niños y de los jóvenes en el "encuentro con Cristo"; y en el testamento espiritual pedía a Dios la gracia de que la familia que había fundado "estuviese siempre sinceramente sometida al Papa y a la Iglesia Romana". Se trata de una enseñanza muy válida también en nuestra época, en la que es necesario educar para descubrir y valorar todo lo que hay de bueno en las corrientes del pensamiento moderno, sin ceder, sin embargo, en nada acerca de lo que es patrimonio de la "Verdad".

Juntamente con la fe en Cristo, es también voluntad de Dios la vida de "gracia", es decir, la práctica de la "ley moral", expresión precisamente de la voluntad divina en relación con el ser racional y volitivo, creado a su imagen. Por desgracia, existe hoy la tendencia a eliminar el sentido de la culpa y de la realidad del pecado. En cambio, nosotros sabemos que la "ley moral" existe y que la preocupación fundamental del hombre debe ser la de amar sinceramente a Dios, cumpliendo su voluntad, que constituye además, realmente, la auténtica felicidad. Por, esto, la voluntad de Dios es vivir en "gracia", lejos del pecado, y retornar a la "gracia" mediante el arrepentimiento y la confesión sacramental, si se hubiera perdido. También ésta fue la intención de San Juan Bautista de La Salle con la institución de las Escuelas Cristianas: "Estamos en este mundo únicamente para salvarnos", escribía en sus "Meditaciones sobre las principales fiestas del año", e invitaba a pedir a la Virgen Santísima la gracia de poder evitar el mal.

Finalmente, es sin duda voluntad de Dios el compromiso en la caridad. "Si no tengo caridad —escribía San Pablo—, soy como bronce que resuena o címbalo que retiñe". Y continuaba: "Si teniendo tanta fe que trasladase los montes, si no tengo caridad, no soy nada" (1 Cor 13, 1-2). Impulsado por este apasionado espíritu de caridad, San Juan Bautista de La Salle se dedicó a los muchachos, más pobres económica, cultural y espiritualmente, e inculcó que bajo el vestido humilde y miserable se viese siempre a la persona de Cristo.

El Santo fundador interpretó exactamente la afirmación de Jesús. También os exhorto a vosotros a seguirlo siempre, en todo lugar, con amor, con fervor, con generosidad y alegría.

3. Queridísimos: Hoy, 21 de noviembre, fiesta de la Presentación de María en el Templo, resulta espontáneo concluir esta homilía recordando la tierna devoción que siempre cultivó San Juan Bautista de La Salle hacia María Santísima y de la cual están llenas sus obras ascéticas y pedagógicas. Decía explícitamente: "Si tenemos una verdadera devoción a la Santísima Virgen, nada podrá faltarnos de cuanto sea necesario para nuestra salvación" ("Meditaciones sobre las principales fiestas del año"), e insistía particularmente sobre el rezo cotidiano del Rosario; deseaba que la jornada se concluyese con la oración "María, Mater gratiae", la última que él mismo rezó en el lecho de muerte.

San Juan Bautista de La Salle os sirva de ejemplo y de guía en el compromiso por cumplir la voluntad de Dios y en el esfuerzo por adquirir una tierna y auténtica devoción a la Virgen, la cual no dejará de conseguiros la perseverancia en el amor a Cristo y a los hermanos.

Deseo añadir una palabra en la lengua de vuestro fundador, que es también la de algunos de vosotros. Todos, profesores, padres, alumnos, tened confianza en las capacidades de fe, del bien, del don de sí que duermen en el corazón de las jóvenes generaciones, y es necesario despertar, reforzar y desarrollar de acuerdo con el amor exigente de Jesucristo, "no como vasijas que se deben. llenar, sino como almas a las que hay que formar", según la expresión de San Juan Bautista de La Salle. Que este gran Santo os ilumine el camino y suscite nuevos hermanos para que por medio de vosotros y de ellos, la Iglesia de hoy prosiga con ardor su misión educadora.

SANTA MISA PARA ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS EN PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD

HOMILIA DE JUAN PABLO II

17 de diciembre de 1981

1. Queridos amigos, ¡mi cordial bienvenida a todos ustedes! Saludo a los estudiantes y profesores de las universidades y otros institutos de Roma, así como a los invitados que han venido de fuera de Roma, reunidos aquí.

Nos reunimos en esta asamblea litúrgica todos los años en el período de Adviento y Cuaresma, para resaltar el carácter particular de estos dos períodos, que en el lenguaje litúrgico se definen como "tiempos fuertes". Esta calificación habla de una intensidad particular de los contenidos religiosos del Adviento (y, posteriormente, de la Cuaresma), a la que por nuestra parte debemos responder con una particular intensificación del compromiso religioso. En ambos casos, el misterio central del tiempo, es decir, el misterio de la Encarnación, en Adviento, y el misterio de la Redención, en Cuaresma, constituyen un gran desafío para el cristiano, para su fe y para su comportamiento.

Y por eso expreso una profunda alegría por tu presencia. Hoy, como hace un año, podemos aceptar juntos el desafío de la liturgia, buscando una respuesta adecuada en nuestro corazón y en nuestra conciencia.

2. La liturgia de Adviento entra hoy en su último y definitivo ciclo, vinculado a la preparación inmediata al misterio de la Encarnación: en Navidad.

Y es a esta luz que deben entenderse ambas lecturas que, cada una a su manera, destacan la genealogía humana de Cristo, del Mesías. El Hijo de Dios que por obra del Espíritu Santo se hace hombre, naciendo de la Virgen María en la noche de Belén (en la liturgia estamos separados de ella por siete días), tiene como hombre su ascendencia humana. Hoy la Iglesia vuelve a leer esta genealogía según el Evangelio de Mateo. Escuchemos, pues, toda una serie de nombres que se suceden, componiéndose en los tres ciclos que se suceden: de Abraham a David; desde David hasta la deportación a Babilonia, y desde la deportación a Babilonia hasta el nacimiento de Jesús "llamado Cristo".

Debemos detenernos en el texto del pasaje de hoy. Necesitamos reflexionar sobre lo que hay debajo de la superficie de esta lista de nombres, que se suceden en la enumeración de Mateo.

Allí se ve el Adviento. Sí, Adviento. Quizás incluso este texto "árido", carente de la fuerza poética de los pasajes de Isaías o de la expresión dramática de los Evangelios que hablan de la misión de Juan el Bautista en el Jordán, hable aún más plenamente y con más fuerza de lo que fue y es el Adviento. . Cada uno de los nombres que hemos leído hoy da testimonio de las generaciones de hombres que, con fe, han esperado el cumplimiento de la Promesa. Esperaban la venida del Mesías, es decir, del Ungido: del Hombre enviado por Dios para liberar a su pueblo. Este Mesías, enviado por Dios, tenía que nacer de ellos, tenía que ser el último brote de todas las generaciones del Pueblo Elegido y ante todo de la Casta. De esta Casta, de la cual los miembros individuales nacieron y murieron con la esperanza del cumplimiento de la Promesa,

Mateo pone su nombre al final de su genealogía.

3. La genealogía humana de Jesús "llamado Cristo" está constituida por los nombres de hombres unidos, por la unión de un Pueblo, y más aún por la Casta, y está constituida por la Promesa.

Esta Promesa, Abraham la recibió primero.

En la liturgia de hoy, la promesa dada a Abraham sigue viva en las palabras del testamento de Jacob, nieto de Abraham. Jacob, que es Israel, reúne a sus doce hijos: "Reúnanse y escuchen, hijos de Jacob, escuchen a Israel, su padre ..." ( Gn 49,2). Iluminado por la inspiración profética, se dirige a todos, pero especialmente a uno de ellos, Judas, distinguiéndolo entre sus hermanos. Y lo distingue no por su destreza u otras virtudes, sino por la Promesa: "No se le quitará el cetro a Judas / ni el báculo de mando entre sus pies, / hasta que llegue a quien pertenece / y a quien pertenece. Es debida la obediencia de los pueblos "( Gen 49:10).

Como oímos en la genealogía de Mateo, entre los descendientes de Judá, el justo de Judá se encontró a David, quien, como rey, blandía el cetro, reinando sobre la tribu de Judá y sobre todo Israel. A partir de David, por tanto, comienzan a contarse las generaciones reales. Del linaje real iba a nacer Aquel de quien hablaba la Promesa.

4. La liturgia de hoy también lo saluda como rey con las palabras del salmo responsorial.

Este Rey es el Ungido de Dios, es decir, el Mesías. La imagen, a la que se refieren las palabras del Salmo, se acerca a la que conocemos por la profecía de Isaías; incluso si la imagen de Isaías parece estar aún más cerca de la verdad sobre Cristo, y por eso las palabras de este Profeta se refieren a Jesús durante su primera aparición pública en Nazaret, en el país, y también más tarde al responder a la pregunta de los discípulos de Juan: “El Espíritu del Señor está sobre mí; / para esto me consagró con unción, / y me envió a anunciar la buena nueva a los pobres, / a anunciar la liberación a los presos / y la vista a los ciegos; / para liberar a los oprimidos, / y para predicar un año de gracia del Señor ”( Lc 4, 18-19; cf. Lc 7, 22).

La imagen del Mesías-Rey en el salmo de hoy es similar en muchos puntos a la de Isaías. El Mesías-Rey debe gobernar "con justicia al ... pueblo ya ... los pobres con justicia" ( Sal 72,2). En efecto, "a los pobres de su pueblo les hará justicia, salvará a los hijos de los pobres" ( Sal 72, 4). Estos rasgos son, en primer lugar, cercanos a Isaías. Sin embargo, el salmo enfatiza sobre todo la justicia y universalidad del Mesías-Rey: "En sus días florecerá la justicia / y abundará la paz ... / gobernará de mar a mar, / desde el río hasta los confines del tierra "(Sal 72,7-8).

5. A través de la serie de nombres que leemos en la genealogía de Jesús "llamado Cristo", escrita por Mateo, todo el advenimiento histórico resplandece a través: la expectativa de los descendientes de Abraham y Jacob, las esperanzas ligadas a la dinastía de David. ..

Y, sin embargo, Jacob dijo: "No se le quitará el cetro a Judá / ni el báculo de mando entre sus pies, / hasta que llegue a quien pertenece / y a quien se debe la obediencia de los pueblos".

Lo que significa que cuando Él venga, el cetro será tomado por otro Rey, ¡como una señal de otro Reino! Y el cetro del soberano terrenal, pastor del pueblo, será reemplazado por el cetro del Buen Pastor.

Las palabras del Patriarca parecen predecir lo que se ha perdido u oscurecido en los cálculos humanos ...

Pero precisamente en este acontecimiento "histórico" no se trata de cálculos humanos, sino de la Promesa misma en su eterna Verdad divina: ¡y Dios es siempre más grande!

Es más grande que los cálculos humanos y las expectativas humanas. La Promesa del Dios vivo crece por encima de lo que los hombres han entendido de ella e incluso ahora la entienden ... Este es precisamente el sentido particular del Adviento, tanto el "histórico" como el que vuelve cada año en la liturgia de la Iglesia. .

¡Dios se hace más grande!

La promesa, que se cumplirá en la noche de Belén, decepcionará "humanamente" a los que han esperado la venida de un rey, la encarnación salvadora de un descendiente en la sede terrenal de David.

De hecho, en la noche de Belén nacerá un niño, a cuya cabeza José y María no podrán asegurar un techo.

Así, por tanto, la Promesa se cumple "por debajo" de las expectativas humanas, y al mismo tiempo el cumplimiento de la Promesa supera todas las expectativas humanas de los descendientes de Abraham, Jacob, David; en la noche de Belén Dios mismo vendrá a salvarnos (cf. Is 35,4).

Seremos testigos no de la encarnación salvadora de un rey del linaje de David, sino de la encarnación salvadora de Dios en el linaje de David.

Entonces Mateo, que escribió la genealogía humana de Jesús "llamado Cristo", reconstruyó en este registro la genealogía humana del Verbo Encarnado: "Dios de Dios. Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado del mismo. sustancia como el Padre ”, quien“ por obra del Espíritu Santo se encarnó en el seno de la Virgen María y se hizo hombre ”.

6. Por tanto, Dios es más grande en su promesa que cualquier expectativa humana. Cristo, que nació en la noche de Belén, será una decepción para las expectativas terrenales hasta el final de sus días aquí abajo.

Ya después de su crucifixión - y aún sin saber de su resurrección - dos discípulos en el camino a Emaús dirán a un transeúnte casual (sin saber que estaban hablando con Cristo): "Esperábamos que él fuera el que liberara a Israel ... . "( Lc 24, 21). ¿No es esto una "paradoja divina"?

La noche de Belén ya traerá consigo el comienzo de esta divina "Paradoja": el Hijo de Dios, y al mismo tiempo el real descendiente de David, nacerá en condiciones dignas de los últimos pobres.La noche de Belén ya lleva consigo el primer anuncio de la noche de Pascua: “Dios se revela en su poder salvador a través de la debilidad, la humillación y la abnegación.

Demuestra que siempre es "más grande" al volverse "más pequeño".

El Adviento nos prepara para esta paradoja de Emmanuel. Emmanuel significa "Dios con nosotros".

De alguna manera nos hemos acostumbrado al hecho de que él "está con nosotros". Debemos redescubrir continuamente esta novedad. Debemos volver a asombrarnos de este asombro de la noche de Belén, que cada año nos permite redescubrir a Dios "con nosotros". Tenemos que entrar en este espacio. Tenemos que redescubrir el sabor de Dios.

De este Dios que continuamente "viene" y siempre "está con nosotros".

De este Dios que es siempre "mayor", precisamente por lo que es "menor": igualmente como Niño sin hogar en la noche de Belén, y como Condenado despojado de todo en la cruz del Gólgota.

Debemos redescubrir el sabor de este Dios: del Dios vivo. Del Dios de nuestros padres: Abraham, Isaac, Jacob. De Dios que se revela hasta el final en Jesucristo.

Debemos redescubrir el sabor sencillo y maravilloso de este Dios, para lo cual el Adviento es especialmente útil.

7. El día 17 de diciembre, el primero de los últimos siete días del Adviento litúrgico, la Iglesia reza así: "Oh Sabiduría que vienes del Altísimo, / y arregla todo con fuerza y ​​dulzura: / ven y enséñanos el camino de la vida "(Canción al Evangelio).

Al final de la genealogía humana de Jesús "llamado Cristo" está el misterio de la Encarnación.

Ante este misterio, siempre se plantea la pregunta que uno de los pensadores más ilustres de la Edad Media, San Anselmo, formuló con palabras lapidarias: “Cur Deus homo”.

¿Por qué Dios se hizo hombre?

¿Por qué entró en la historia de la humanidad, viniendo al mundo a través de la continuidad de las generaciones del pueblo elegido de Dios?

Debemos hacernos esta pregunta "Cur Deus homo", que en cierto modo no nos separamos de ella.

Esta pregunta es importante, es central, es la más importante, por respeto al hombre.

El último Concilio responde: Dios se hizo hombre para revelar al hombre, en profundidad, quién es el hombre, mostrándole la grandeza de su más alta vocación.

Al final de la genealogía humana de Cristo está el misterio de la Encarnación. En el misterio de la Encarnación el hombre no sólo encuentra a Dios, que es "mayor" porque se ha hecho "más pequeño", que es "otro" y se ha vuelto semejante a nosotros, que es "ilimitado" y se ha hecho "cercano". .

En el misterio de la Encarnación, el hombre se encuentra al mismo tiempo. La verdad sobre el hombre está inscrita en el misterio de la Encarnación no menos que la verdad sobre Dios.

El Adviento nos dice a cada uno de nosotros que debemos aprender nuestra humanidad a la luz del misterio de la Encarnación de Dios.

¿No fue el hombre creado desde el principio a imagen y semejanza de Dios?

8. De ahí el llamamiento de hoy, dirigido a la misma Sabiduría eterna. La Iglesia se vuelve hacia él y dice: "ven".

“Ven y enséñanos el camino de la vida”.

El hombre de hoy sabe mucho más sobre sí mismo y el mundo que el hombre de las generaciones pasadas.

Conoce mucho mejor las estructuras y mecanismos que condicionan los procesos de su vida y actividad. La suma de la ciencia específica sobre el hombre, así como sobre toda la vida inmóvil y viva, es colosal.

Al mismo tiempo, el hombre, con toda la enormidad de esta ciencia específica sobre sí mismo, no se conoce a sí mismo completamente. Sigue siendo para sí mismo un enigma incomprensible. O más bien un misterio inescrutable. Y la pregunta sobre el sentido le inquieta una y otra vez: sobre el sentido de todo y, sobre todo, de su humanidad. Cur homo? (¿Por qué el hombre?).

El llamado de Adviento, dirigido a la Sabiduría, está siempre presente. De hecho, la ciencia no es suficiente para el hombre, que describe las estructuras y mecanismos que condicionan su existencia y sus acciones con una precisión penetrante. El hombre necesita una Sabiduría que, única, le permita comprender el sentido de esta existencia humana y orientar adecuadamente sus acciones.

El mundo que nos rodea ofrece pruebas aterradoras de hacia dónde se puede orientar la actividad de este hombrecillo, cuando no encuentra en sí mismo la respuesta a la pregunta sobre el sentido: ¿cur homo? / ¿Por qué? hombre?

9. La Iglesia de Adviento invoca la Sabiduría eterna hoy, una semana antes del nacimiento del Señor.

Estas dos preguntas deben encontrarse en nuestra conciencia: ¿cur homo? y: ¿cur Deus-homo ?, si queremos aprender los "modos de vida", es decir, los modos de vida verdaderamente dignos del hombre.

Quizás ninguna época, más que la nuestra, ha sentido la necesidad de enfatizar la dignidad del hombre y, al mismo tiempo, quizás ninguna haya caído en tantos choques con esta dignidad.

Que nuestro encuentro de hoy, nuestra vigilia común de Adviento nos ayude a superar esta antinomia.

Que el Verbo hecho Carne nos enseñe a cada uno "el camino de la vida", y nos muestre sin cesar así en los sacramentos de la fe: en el sacramento de la penitencia y la reconciliación, en la Eucaristía.

Intentamos participar en ellos. Intentemos hacer cada vez más madura esta participación: en la reja del confesionario, en la mesa eucarística, estas dos preguntas cobran vida: ¿cur homo? e: cur Deus homo? Y el uno nos permite encontrar la respuesta al segundo.

... “ven y enséñanos el camino de la vida”.

¡Queridos amigos! Acepta estos pensamientos de tu Obispo, nacidos de la meditación de la liturgia de Adviento, y al mismo tiempo del amor a cada uno de ustedes. Del amor al hombre que, como tú, busca "el camino de la vida".

SANTA MISA PARA LOS ALUMNOS DEL
SEMINARIO PONTIFICAL ROMANO MENOR

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Paulina, 20 de diciembre de 1981

1. "Aquí estoy, soy el siervo del Señor" ( Lc 1,38).

Estas palabras de María están en el centro de la celebración litúrgica de hoy del IV Domingo de Adviento.

Estamos ahora muy cerca de la solemnidad de la Navidad, y nuestro corazón se inflama cada vez más de deseo y amor por Aquel que debe venir. Los domingos, las lecturas de la liturgia nos ofrecieron la austera figura de Juan Bautista, brillante ejemplo de expectación en la humildad y la clarividencia.

Hoy, sin embargo, tenemos ante nuestros ojos la figura de María, como la describe el evangelista Lucas en la clásica escena de la Anunciación. Pensemos en cuántos artistas han retratado e interpretado ese momento sublime: ¡cuántas formas distintas de reproducir la vivencia singular y decisiva de esa hora! Sin embargo, todos coinciden, aunque con variedad de estilos y detalles, en subrayar la personalidad de María frente al ángel, su profunda actitud de escucha y su respuesta de total disponibilidad: "Aquí estoy, soy la esclava del Señor, déjalo sé para mí lo que dijiste "!

2. Ese fue el momento de la vocación de María. Y a partir de ese momento dependía la posibilidad misma de la Navidad. Sin el Sí de María, Jesús no habría nacido.

¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Mis queridos niños! ¡Qué lección es esta para todos! Ustedes, aquí presentes, son seminaristas o amigos del seminario, y también son padres y familiares de estos niños. Pues bien, el Evangelio de hoy es verdaderamente adecuado para este encuentro nuestro, para hacernos reflexionar sobre el gran tema de la vocación.

En efecto, sin el Sí de tantas almas generosas, no es posible seguir dando a luz a Jesús en el corazón de los hombres, es decir, llevarlos a la fe que salva. Pero precisamente esto es necesario: que el "Aquí estoy" de María se repita una y otra vez, y casi reviva, en tu entrega y en la de muchos como tú, para que el mundo nunca carezca de la posibilidad y la alegría de encontrar a Jesús. , de adorarlo y dejarse guiar por su luz, como ya sucedió con los pobres pastores de Belén y con los Magos que venían de lejos.

Ésta, de hecho, es la vocación: una propuesta, una invitación, más aún una solicitud para llevar al Salvador al mundo de hoy, que tanto lo necesita. Un rechazo significaría no solo rechazar la palabra del Señor, sino también abandonar a muchos de nuestros hermanos en el horror, en el sinsentido o en la frustración de sus aspiraciones más secretas y nobles, a las que no conocen y no pueden dar una respuesta. responder por su cuenta.

Hoy damos gracias a María por haber aceptado la llamada divina, ya que su pronta adhesión fue el origen de nuestra salvación. De la misma manera, muchos también podrán agradecerte y bendecirte, porque, acogiendo la llamada del Señor, les llevarás el Evangelio de la gracia (cf. Hch 20, 24), convirtiéndose, como escribe san Pablo , "colaboradores de su alegría" (cf. 2 Co 1, 24).

3. Pero para que madure una vocación es necesaria la aportación de la familia. En la reciente exhortación sobre las tareas de la familia cristiana en el mundo actual, escribí que es "el primer y el mejor seminario de la vocación a la vida de consagración al Reino de Dios" (Juan Pablo II, Familiaris Consortio , 53 ); de hecho, "el servicio realizado por los esposos y padres cristianos en favor del Evangelio es esencialmente un servicio eclesial, es decir, se inscribe en el contexto de toda la Iglesia como comunidad evangelizada y evangelizadora" ( Ibid ).

Queridos padres aquí presentes, os exhorto encarecidamente a seguir perteneciendo cada vez más a estos hombres y mujeres, que sienten profundamente los problemas de la vida de la Iglesia, que se hacen cargo de ellos y también saben transmitir esta sensibilidad a sus hijos. a través de la oración., la lectura de la Palabra de Dios, el ejemplo vivo. Normalmente una vocación nace y madura en un ambiente familiar cristiano, sano y responsable. Es allí donde tiene sus raíces y desde allí tiene la oportunidad de crecer y convertirse en un árbol robusto lleno de frutos sabrosos. Ciertamente será necesario cooperar en armonía con el seminario diocesano y avanzar de la mano en la delicada tarea de educación y formación de los aspirantes al presbiterio. De hecho, el Seminario juega un papel único y decisivo.

Por tanto, vosotros también, queridos familiares, participad de la vocación de estos jóvenes. Tú también, en cierto sentido, puedes y debes responder al Señor: "Aquí estoy, ... que me suceda lo que has dicho", concediéndole y entregándole el fruto de tu amor mutuo. Y ten por seguro que para el Señor y para su Iglesia vale la pena comprometerse con este punto.

4. El ángel le dijo a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" ( Lc 1, 35). Pues bien, os recomiendo cordialmente este "poder" divino y os encomiendo a él, ya que "nada es imposible para Dios" ( Lc 1, 37); al contrario, con su gracia se pueden hacer “grandes cosas”, como canta la misma Virgen en el Magnificat (cf. Lc 1, 49).

Que la Navidad que se avecina sea rica en luz y fuerza para todos vosotros: para que veáis bien el camino que estáis llamados a recorrer en esta vida terrena, emprendedlo con generosa determinación y poder sostenerlo. con perseverancia y entusiasmo incesante. ¡Amén!

SANTA MISA PARA ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS 
EN PREPARACIÓN PARA LA NAVIDAD

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro, 16 de diciembre de 1982 

1. ¡Preparen el camino del Señor!

Nos reunimos hoy, esta tarde de diciembre, dentro de los muros de la Basílica de San Pedro, para adherirnos al llamado de Adviento.

Me gustaría expresar mi cordial alegría por este encuentro, al que asisten profesores y estudiantes de las universidades de Roma, así como invitados de varios centros universitarios de Italia. Nos reunimos aquí, ya por cuarta vez, en el período de Adviento, así como en el tiempo de Cuaresma, para satisfacer la necesidad de nuestra fe.

La fe nos habla con la llamada que una vez sonó en los labios del profeta Isaías, y luego fue repetida por Juan Bautista en la región del Jordán:
“¡Preparad el camino del Señor, / enderezad sus sendas! . . . / ¡Todo hombre verá la salvación de Dios! " ( Lc 3, 4,6).

Aleluya, Aleluya, Aleluya.

¿Es posible ver la salvación?

¿Qué significa la salvación?

¿Qué significa ser salvo?

Significa: ser alejado del mal, liberado de él. Lo que significa, al mismo tiempo y sobre todo, estar abrazado por los buenos, llenarse de los buenos. Salvación significa participación en el bien, participación irreversible en el Bien inalterable y definitivo.

2. El profeta Isaías, siete siglos antes de Cristo, y Juan el Bautista cerca del Jordán, anuncian tal salvación. Lo anuncian usando el futuro: "Todo hombre verá la salvación de Dios". En estas palabras expresan lo que constituye la sustancia misma del Adviento.

El Adviento, de hecho, habla de la salvación que viene al hombre de Dios: solo de Dios.

¿Cuál era la credibilidad de estas palabras entonces, en la época de Isaías? en la época de Juan el Bautista? Las lecturas de Adviento hablan de ello y, entre otras, las de la liturgia de hoy.

¿Cuál es la credibilidad de estas palabras hoy? En cierto modo, es igual que entonces. El hombre, hoy como entonces, sabe por experiencia, por la experiencia general de todos los hombres, que su existencia en el mundo visible no le permite participar del bien inalterable y definitivo. Y si esta existencia terrena ofrece al hombre diversos bienes, si el conjunto de bienes que existen en el mundo y los que son producidos por la humanidad crece y aumenta en poder, al mismo tiempo, en conjunto, no son capaces de "salvar". ”Hombre, es decir, para librarlo de todo mal y considerarlo en la plenitud del bien. En efecto, el hombre de hoy, en la dimensión cósmica de su existencia, se ve afectado por la amenaza de un mal múltiple quizás aún más, y de una manera más dolorosa,

Sin embargo, este es un argumento exclusivamente negativo. Dice: "el mundo no salva". Dice: "El hombre no encuentra la salvación en su suerte terrenal". En este sentido, la credibilidad de las palabras de Isaías y Juan el Bautista es hoy similar a la del pasado. Quizás incluso más dramático.

3. Sin embargo, estas palabras no se detienen únicamente en esa credibilidad. No se detienen en el argumento exclusivamente negativo. El profeta ni siquiera usa tal argumento. No les dice a sus oyentes: "el mundo no los salvará", sino que incluso dice: "Dios los salvará", "todo hombre verá la salvación de Dios". El profeta usa el lenguaje de la fe, el argumento de la fe. Y, si presupone tácitamente la credibilidad que se deriva de la experiencia general de los hombres, lo hace para invocar, incluso sobre esta base, la credibilidad de la misma Palabra de Dios.

Dios dijo que quiere salvar al hombre.

Dios dice constantemente que él es la salvación del hombre. Lo dijo a través de Isaías y todos los profetas. Lo dijo a través de Juan el Bautista. Sobre todo lo dijo por Jesucristo. Y con el poder de Cristo lo dice constantemente a través de la Iglesia.

Dice esto de una manera particular en el Adviento.

Y nos encontramos en este Adviento para escuchar, una vez más, la Palabra de Dios sobre la salvación que viene de Dios; acoger con fe esta palabra; reconocer la credibilidad que pertenece solo a la Palabra de Dios: solo a él. Prepararnos finalmente, a través de este acto y este proceso de fe consciente, adecuado al espíritu del Adviento, para el encuentro con Dios que viene.

“Preparad el camino del Señor, / enderezad sus sendas. . . . / ¡Todo hombre verá la salvación de Dios! ”.

4. Por favor, queridos hermanos y hermanas, acepten esta invitación con toda la sencillez de su fe. El hombre prepara el camino del Señor y endereza sus sendas, cuando examina su propia conciencia, cuando escudriña sus obras, sus palabras, sus pensamientos, cuando llama al bien y al mal por su nombre, cuando no duda en confesar su pecados en el sacramento de la Penitencia, arrepintiéndose de ellos y tomando la resolución de no volver a pecar.

Esto es precisamente lo que significa "enderezar los caminos". Esto también significa dar la bienvenida a las buenas nuevas de salvación. Cada uno de nosotros puede "ver la salvación de Dios" en su propio corazón y en su conciencia, cuando participa del Misterio del perdón de los pecados, como en su propio Adviento.

5. Y cuando reciba este sacramento, piense en lo que nos dice el Evangelio de la liturgia de hoy.

Cristo da testimonio de su Precursor. Testifica de Juan en la región del Jordán. Lo hace con términos metafóricos y poderosos. Pregunta a sus oyentes: “¿Qué salieron a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Entonces - dice - ¿qué fuiste a ver? ¿Un hombre envuelto en ropa suave? ( Lc 7, 24-25).

Cristo plantea esta pregunta en forma retórica, para que, a través de la negación, se pueda mostrar aún más la verdad evidente sobre quién era Juan. De hecho, se sabe que no se movió como una caña en el viento, sino que profesó la verdad de una manera sencilla y fundamental y la proclamó. Se sabe que no estaba envuelto en ropas suaves, sino en "un manto de pelo de camello" ( Mt 3, 4), y este fue solo uno de los muchos detalles de su dura y mortificada vida.

Sí, Juan fue un profeta. Fue "más que profeta" ( Lc 7, 26 ). Él era "aquel de quien está escrito: He aquí, envío mi mensajero delante de ti, él preparará el camino delante de ti" ( Lc 7, 27 ).

Sí, Juan fue un profeta y precursor del Mesías. Cristo dice de él que "entre los nacidos de mujer no hay nadie mayor que Juan" ( Lc 7, 28 ).

6. ¿Por qué nos detenemos en este testimonio que Cristo le da a Juan desde la región del Jordán? Hacemos esto para tomar conciencia del significado de la palabra de verdad, con la que profesamos que Cristo es el "Cordero de Dios", el que quita los pecados del mundo (cf. Jn 1, 29 ). Lo mismo hizo Juan en la región del Jordán.

He aquí, cada uno de nosotros pronuncia estas palabras cuando, en el sacramento de la Penitencia, confiesa su pecado, para que el Cordero de Dios quite ese pecado. Y a cualquiera de nosotros que confiese con humildad y contrición esta palabra de verdad, la verdad sobre sí mismo, Cristo quiere dar tal testimonio, como le dio a Juan de la región del Jordán. De hecho, dice estas misteriosas y significativas palabras: "El más pequeño en el reino de Dios es mayor que él" ( Lc 7, 28 ).

Así que les ruego, hermanos y hermanas, que mediten, en el tiempo de Adviento, en las palabras de Cristo acerca de Juan el Bautista, y que tengan hambre y sed de recibir tal testimonio acerca de ustedes, examinar su conciencia y recibir el sacramento de la Penitencia. .

“Preparad el camino del Señor, / enderezad sus sendas. . . . / ¡Todo hombre verá la salvación de Dios! " ( Lc 3, 4-5).

7. La salvación de Dios es obra de un amor mayor que el pecado del hombre. Solo el amor puede borrar el pecado y liberarnos del mal, y solo el amor puede consolidar al hombre en el Bien: en el bien inalterable y eterno.

La primera lectura de la liturgia de hoy, también del profeta Isaías, habla mucho de ella.

El amor de Dios que nos trae la salvación se compara en esta lectura con el amor de un cónyuge, de un cónyuge, como sucede más de una vez con los profetas, y luego en la carta paulina a los Efesios.

“Porque tu esposa es tu Creador, / Señor de los ejércitos es su nombre; / tu redentor es el Santo de Israel, / es llamado Dios en toda la tierra ”( Is 54, 5).

Y precisamente este Dios de nuestro Adviento: Creador y Redentor - hace, en palabras de Isaías, esta profesión de tal amor por el hombre, por el hombre pecador:
"Aunque los montes se muevan / y las colinas se tambaleen, / mi amor se apartará de ti, ni mi pacto de paz vacilaría ”( Is 54, 10).

8. Enderezamos los caminos del Señor.

Y preparámonos, una vez más, para el encuentro con este Amor que en la noche del Nacimiento del Señor se revelará en la figura de un Niño sin hogar.

"Todo hombre verá la salvación de Dios".

Recordemos de nuevo que este amor salvador, que llega al hombre la noche de Belén y se revela en la Cruz y en la Resurrección, permanece inscrito incesantemente en la vida de la Iglesia como "Sacramento del Cuerpo y de la Sangre", como alimento para las almas.

Cada vez que recibimos este sacramento, cada vez que aceptamos este Alimento, preparamos el camino del Señor, enderezamos sus caminos.

¡Que siempre, y especialmente en el tiempo de Adviento, tenemos hambre y sed de este Alimento!

Que, a través del Sacramento del Cuerpo y la Sangre, construyamos el camino por el que Dios vendrá a nosotros en el misterio de su nacimiento.

È questo l’augurio che porgo a tutti voi, qui convenuti per questa celebrazione che ci prepara al Natale. Accompagno l’augurio con un saluto particolarmente cordiale, che si rivolge innanzitutto alla Senatrice Franca Falcucci, Ministro della Pubblica istruzione, agli illustri Rettori di Università ed ai Professori, che hanno voluto essere stasera qui con noi: la loro presenza mi è particolarmente gradita e desidero dire ad essi la mia gioia e la mia sincera riconoscenza per la loro partecipazione a questo momento significativo di riflessione e di preghiera.

A continuación, os saludo cordialmente a todos vosotros, estudiantes y universitarios, que esta vez también habéis acudido en gran número a un encuentro, que se está convirtiendo en una hermosa costumbre, llena de un encanto propio y único y capaz de despertar nuevas intenciones de compromiso generoso en la testimonio diario de la propia fe.

Que el eco de las palabras del profeta permanezca vivo en el corazón de cada uno: “Preparad el camino del Señor, / enderezad sus sendas! . . . / ¡Todo hombre verá la salvación de Dios! ”.

SANTA MISA EN EL COLEGIO PONTIFICAL PIO-BRASILEÑO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 17 de enero de 1982

Mis queridos hermanos y hermanas.
¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!

1. Páginas de alto contenido espiritual y profundo significado práctico son las que, en esta celebración eucarística, se ofrecen para nuestra meditación.

El primero está tomado del Antiguo Testamento. En la oscuridad de la noche, Dios pronuncia insistentemente el nombre de un joven en el Templo. La profundidad de la noche es imagen de tranquilidad y serenidad: Samuel duerme cerca del arca del Señor y el profeta lo invita a seguir durmiendo. Imagen también de ingratitud hacia la Verdad: "Samuel no reconoció que él era el Señor" - comenta el sagrado cronista - "ni que la palabra del Señor le sería revelada".

Sin embargo, en medio de la noche, el Señor no deja de llamarlo: ¡Samuel, Samuel! - hasta que, instruido por Heli, el joven responde: “¡Habla, Señor, tu siervo te escucha!”.

La segunda página está tomada del Evangelio de San Juan. A la voz del Bautista que señala al Cordero de Dios, Andrés y otro discípulo emprenden la "sequela Christi": "¿Dónde vives?". “Venid y ved”, responde Jesús, “y se quedaron con él”. Permanecerán hasta el final, como se quedará Pietro, atraído por su hermano Andrea, como todos los demás.

Como extensión de las dos primeras páginas, he aquí una tercera, de San Pablo, que dice a todos los que han respondido a la llamada del Señor: “¡No te perteneces a ti mismo! ¡Tu cuerpo, tu ser es para la gloria de Dios! ¡Puesto que estás unido al Señor, formas un solo espíritu con él! ”. Y agrega: “Huid de la prostitución”, es decir, toda traición, toda infidelidad, toda idolatría.

2. Así pues, en este inicio del "tiempo ordinario", la liturgia pone ante nuestros ojos y ante nuestra conciencia el tema de la llamada del Señor. Litúrgicamente hermoso y significativo es este "tiempo ordinario": como ningún misterio cristiano especial o particular, ninguna fiesta lo distingue, es, a la luz del misterio de Cristo, la celebración de nuestra vida común, de nuestra vida cotidiana, a veces opaca. e irrelevante, pero luminoso porque lleva la presencia y la gracia del Señor. Hablando de vocación en este inicio del "tiempo ordinario" - o "tempus per annum" del Misal - la Liturgia nos dice que, día tras día en nuestra existencia, llevamos con nosotros una llamada de Dios que da sentido a nuestra vida. Y para nosotros aquí reunidos el Señor nos ha reservado una llamada especial: la vocación a servirle,

Este mensaje es para ustedes, queridos religiosos de la Compañía de Jesús, encargados de la dirección y animación de este Colegio. Encargado por Dios de ayudar a la vocación de los seminaristas y sacerdotes aquí presentes, les repites, con la palabra y con un testimonio de vida, las palabras de Heli a Samuel: "Si él te llama, di:" Habla Señor, tu El siervo te escucha "" o las palabras del Precursor: "He aquí el Cordero de Dios.

Este mensaje es para ustedes, queridos sacerdotes de las diversas diócesis brasileñas, que residen en esta Casa durante un período de mejora en Roma.

Os corresponde a vosotros, jóvenes seminaristas, enviados aquí por vuestros obispos para realizar vuestros estudios filosóficos y teológicos y sobre todo una preparación seria y esmerada para el sacerdocio.

Para ustedes, religiosas de Amor Divino, que, en fidelidad a su vocación religiosa, brindan su delicado servicio para el mejor desarrollo y el establecimiento de un ambiente familiar en el Colegio.

Este mensaje es para ustedes y me alegro de proclamarlo en esta visita que desde hace tiempo he querido hacerles, casi una extensión, en esta parte de Brasil que es Roma, de esa inolvidable visita que tuve la alegría de realizar. en tu país. Varias circunstancias han retrasado mi llegada aquí; pero esta demora ha agudizado aún más el deseo y ha hecho aún más intenso el placer de estar aquí contigo.

3. Fue para un servicio a los jóvenes brasileños llamados por Dios - como Samuel en la primera lectura y Andrés y Simón del Evangelio - que el Episcopado brasileño, hace casi cincuenta años, en abril de 1934, abrió las puertas de esta Casa, construido a costa del sacrificio y la renuncia, construido con amor y esperanza. Los bustos de los eminentes cardenales Sebastiano Leme da Silveira Cintra, entonces arzobispo de Río de Janeiro, y Benedetto Aloisi-Masella, entonces nuncio apostólico en Brasil, colocados a la entrada del Colegio, pretenden ser un homenaje a los dos creadores principales y creadores de esta gran ópera. Pero también evocan a muchas otras personas que, en silencio y encubrimiento, como piedras colocadas en los cimientos, entraron en la construcción de este Colegio. Recordando estas cifras y recordando cuántas, En estos casi cincuenta años que hemos pasado por esta Cámara, como miembros de la Dirección o como estudiantes, es natural que nos preguntemos por los objetivos y trascendencia de este Colegio. La respuesta a esta pregunta depende en gran medida de la verdadera eficacia del Colegio en la actualidad. Una simple reflexión, que deseo compartir con ustedes, conducirá a esta respuesta.

4. Imponente por el número de sus fieles, significativo por su vitalidad, influyente por la autoridad moral de la que goza y, al mismo tiempo, padeciendo graves problemas actuales, algunos de contexto general, otros propios de su situación, la Iglesia en Brasil hay una necesidad urgente de sacerdotes bien entrenados. Puedo decirles que esta ha sido una de las impresiones más vívidas y sentidas que he sacado de mi visita a Brasil. Ciertamente en Brasil muchos laicos, con ejemplar disponibilidad y admirable sentido eclesial, participan en la misión de la Iglesia en todos los niveles; pero la experiencia muestra que esta participación laical, lejos de dispensarla, exige aún más la presencia cualificada de sacerdotes, con carisma propio.

Tampoco es difícil entender que cuanto menos numerosos sean estos sacerdotes (como lamentablemente es el caso de Brasil) mejor debe ser su formación. Pero no dudo en añadir: en la medida en que se produzca un renacimiento vocacional, de menores o mayores proporciones en un país, la formación de los futuros sacerdotes es igualmente urgente como condición indispensable para la vigencia, duración y eficacia de este renacimiento. En otras palabras, la alegre esperanza de tener mañana más sacerdotes es tan válida como la certeza de tener sacerdotes bien formados.
5. Los sacerdotes que Brasil necesita deben ser ante todo pastores buenos y devotos. La gente buena y sencilla, heredera de una fe sencilla pero profundamente arraigada, así como los sectores educados de la población, los guías y "constructores de una sociedad pluralista", tanto los adultos como las generaciones emergentes necesitan pastores vestidos con cualidades que los hagan realmente aptos para ser auténticos ministros de Jesucristo:

- pastores cercanos a su gente por sencillez, comprensión y apertura;

- Pastores prudentes y valientes, dotados de “sapientia cordis” para indicar el camino de la vida, especialmente en los momentos difíciles;

- pastores que sean verdaderos ministros, fieles al Magisterio y educadores del Pueblo de Dios en la fe, heraldos de la Palabra de Dios, para que no se cumpla lo que dice el libro de Samuel: “En aquellos días la Palabra de Dios se hará raro ... ".

- pastores capaces de hacer comunión reuniendo a los dispersos, reconciliando a los distantes, construyendo la comunidad con amor y paciencia;

- pastores que son maestros de oración;

- Pastores de vida santa: de fe sólida y contagiosa, de caridad radiante, de oración permanente, de pureza, bondad y mansedumbre, de valentía abierta para estar al lado de los más pobres y necesitados, sin excluir a nadie de su preocupación. como padres y pastores;

- Pastores convencidos de su misión, gozosos en su vocación, que encuentran su plenitud en el ministerio que les confiere la gracia y predilección del Señor.

6. Ahora, para formar o perfeccionar a estos pastores, este Colegio ha surgido a su debido tiempo. Podemos agradecer al Señor ver cuántos sacerdotes aquí se han preparado para prestar un servicio ejemplar a Jesucristo y a su Iglesia que está en Brasil: cito con gusto entre muchos otros, los cincuenta obispos brasileños que han pasado por aquí, uno de quien, primero en la lista de estudiantes fundadores, pertenece hoy al Sagrado Colegio Cardenalicio: Don Agnelo Rossi. Mi visita pretende ser un estímulo para que el Colegio siga siendo fiel a sus objetivos.

La Iglesia en Brasil, el pueblo católico en Brasil, tendrá motivos para esperar si aquí se da un ambiente adecuado para un número cada vez mayor de seminaristas que se preparan para el sacerdocio y para grupos de sacerdotes que logren esa actualización indispensable para un mejor ejercicio. del propio ministerio. Tampoco hay nadie aquí que no perciba cuáles deben ser las características de este entorno.

Que reine aquí una vida comunitaria sencilla y fraterna, fundada en una caridad estimulante y reconfortante.Que la seriedad y la responsabilidad en el estudio y el trabajo sean visibles: muchos en Brasil mantienen la mirada puesta en esta Cámara y aceptan sacrificios de todo tipo para mantenerla porque esperan mucho de ella.

Aquí hay un clima perfecto de estudio y, en las horas disponibles, de celosa actividad pastoral: muchas comunidades cristianas en Roma agradecen la presencia de sacerdotes que han venido de otros países y que ofrecen horas que corren el riesgo de perderse en una pastoral válida. acción, ocio.

Y, sobre todo, vive aquí la verdadera vida y la formación espiritual. Vosotros sacerdotes y futuros sacerdotes que estáis aquí, ciertamente habéis venido a avanzar en las ciencias, especialmente en las eclesiásticas; pero vuestra presencia aquí debe tener como finalidad un crecimiento real en el espíritu de oración, en el contacto personal con el Señor.

7. No me atrevo a añadir nada más. Ciertamente existe en esta Roma nuestra - se percibe con sensatez - una gracia especial. Gracia de la presencia eterna de los apóstoles Pedro y Pablo.

Gracia del testimonio de tantos mártires, que sigue derramando misteriosamente en el alma de Roma. Gracia de la catolicidad de la Iglesia, traducida de muchas maneras en unidad con el sucesor de Pedro. Gracia de perpetuidad. Será un enriquecimiento para ustedes dejarse absorber, durante el período de sus estudios, por esta gracia de Roma.

De ser así, cada año la Iglesia en Brasil recibirá ministros de Cristo de este Colegio, quienes habrán aprovechado sus estudios romanos para profundizar y fortalecer su vocación y girar con una mayor disponibilidad de servicio en las diversas áreas que puedan ser abierto a su ministerio.

8. Concluyo volviendo a la Palabra de Dios que se nos ofrece hoy. Celebrando esta Eucaristía contigo, pienso, una vez más, en ese templo en el que reposó el joven Samuel, y en esa orilla de Galilea evocada por San Juan. En ambos casos la voz de Dios convoca, pronuncia en voz alta nuestros nombres de sus hijos, a quienes desea llamar a obras que solo él conoce. Este debe ser el lugar donde con una conciencia más clara y profunda, quien se oye ser llamado responde: "Habla, Señor, tu siervo te escucha" o, después de preguntar "¿dónde vives?" Amo muy querido.

Que el Señor nos conceda que estas horas vividas juntos sean para mí y para ustedes, hermanos, una profunda experiencia espiritual de comunión con él y entre nosotros. Y que esta experiencia nos sirva para vivir mejor nuestra vocación.

Y ahora, celebrando este misterio eucarístico, pidamos al Señor y comprometámonos a hacer todo lo posible para que vuestro Colegio, o nuestro Colegio, por ser pontificio, siga siendo siempre lo que debe ser: una casa de formación para auténticos apóstoles . de Jesucristo para el amado Brasil.

SANTA MISA PARA LOS SEMINARIOS APULIANOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Matilde, 19 de enero de 1982

Estimados estudiantes del Seminario Regional de Escuelas Secundarias de Taranto!

Acepté con mucho gusto la invitación a celebrar esta Eucaristía con ustedes dos porque vienen y representan una región, Puglia, de la que tuve la oportunidad de conocer la vitalidad espiritual, con motivo de mi visita a Otranto, y sobre todo porque me complace. ver jóvenes deseosos de responder a la llamada al sacerdocio, que se preparen en la oración, el estudio y la disciplina para convertirse en instrumentos idóneos y fieles de Cristo, sumo y eterno sacerdote.

La Misa que estamos celebrando ahora está destinada a ser un momento privilegiado para aclarar aún más la autenticidad de esa voz divina que no deja de repetiros: "Seguidme y os haré pescadores de hombres" ( Mc 1,17). Quiere ser un momento de gracia especial, al que puedas dar un asentimiento definitivo a esta voz que urge en tu corazón de manera misteriosa, pero con acentos significativos, un momento fuerte capaz de aislar esta voz del ruido de otras que podría cubrirlo.

“Sígueme”: hoy te repite el Señor y Maestro. ¡Bendito seas si, al escuchar esta voz, sentirás todo su magnífico y tremendo encanto, gozoso y grave! ¡Bienaventurados vosotros, jóvenes, si sabéis acogerlo con corazón generoso y convertirlo en el programa de vuestra vida! Experimentarás que ninguna otra perspectiva de la vida puede ofrecerte un ideal más verdadero, más humano y más santo que el que se deriva de la imitación de Cristo, su heroísmo, su santidad y su misión de bondad y salvación, y que ningún programa de vida es más sugerente que el de revelar a los hombres las inmensas e inefables riquezas de la caridad de Cristo.

Tú también estás llamado a esto: ¡sé consciente y merecido!

Que una piedad sólida en la divina Eucaristía os sostenga en este camino, que ahora renovamos en este altar de alegría, consuelo y edificación de nuestra fe y de nuestra vocación sacerdotal.

Que la Santísima Virgen esté a tu lado en tu preparación, como lo estuvo con los Apóstoles en el Cenáculo.

SANTA MISA PARA LOS SEMINARIOS DEL ALMO COLLEGIO CAPRANICA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Miércoles 20 de enero de 1982

¡Queridos seminaristas del Almo Collegio Capranica!

Deseaste mucho este encuentro eucarístico con motivo de la celebración, siempre tan solemne para ti, de la fiesta de Santa Inés, tu celestial patrona, a la que este año se suma también la conmemoración del centenario del nacimiento de Monseñor Cesare Federici. , quien fue Rector del Colegio durante 34 años.

Mientras nos preparamos para celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, una breve reflexión sobre la muy importante y significativa realidad del martirio de Santa Inés, que vivió su amor por Cristo con intrépida fidelidad y con total y heroico amor, puede ayudar a vuestra devoción. Su experiencia indica claramente que el Altísimo tiene un proyecto para cada uno de nosotros. Ciertamente es un proyecto muy misterioso, que hay que descubrir con una atención inteligente, y que a veces impacta en nuestras vistas y en nuestros diseños; es un proyecto que requiere compromiso, esfuerzo, dedicación y en ocasiones incluso sufrimiento y lucha contra las tentaciones adversas y las debilidades de la naturaleza. Pero es un proyecto superior, divino, clarividente y salvador para nosotros personalmente y para la humanidad.

Es fundamental percibir este "proyecto", acogerlo y llevarlo a cabo, con confianza y coraje, sacando cada día fuerza y ​​alegría del sacrificio de la Santa Misa, que prolonga el sacrificio del Calvario en el tiempo, y de la Comunión Eucarística. , que renueva la dulce intimidad de la Última Cena. Es el deseo que os formulo a todos, repitiendo las palabras del Divino Maestro, que pronto recibiremos en nosotros: "El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él" ( Jn 6,57). ; "Permaneced en mí y yo en vosotros ... El que permanece en mí y yo en él, dará mucho fruto ..." ( Jn 15, 4,5); "Permanece en mi amor" ( Jn 15, 9).

¡Tú también recibes generosamente el plan de Dios para ti! ¡Permanezcan en su amor, buscando ser y llegar a ser sacerdotes santos! En el torbellino de los asuntos humanos, en el que todos están llamados a amar a sus hermanos y hermanas y mejorar el mundo, la "santidad" es, de manera particular, el plan divino para su vida.

Incluso la conmemoración del centenario del inolvidable Monseñor Cesare Federici y su larga, apasionada e incansable consagración a su deber de sacerdote y educador, es motivo de meditación, para poder imitar el ejemplo de la entrega total a la voluntad de Dios.

¡Estimado! Ahora ofrecemos a la Víctima Divina, Jesucristo, al Padre en el amor del Espíritu Santo. Que te dé luz y valor para decir: “¡Aquí estoy, Señor! Estoy listo: envíame! ”. ¡Que María Santísima te sostenga! ¡Que la mártir santa Inés interceda por ti!

SANTA MISA PARA LOS SEMINARIOS DE TOSCANA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

26 de enero de 1982

1. "Gracia, misericordia y paz de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro" ( 2Tm 1,2).

Con el deseo de este Apóstol, me dirijo a ustedes, queridos seminaristas de Toscana, a quienes tengo la alegría de ver a mi alrededor esta mañana para la celebración de esta Eucaristía, en el día en que la Liturgia nos ofrece la memoria de los santos Timoteo y Tito, discípulos de Pablo y valientes testigos de Cristo en la Iglesia de los primeros tiempos.

Es un saludo y un deseo que dirijo con un pensamiento especial al Cardenal Benelli, a los Rectores, Profesores y demás Superiores de vuestros Seminarios, así como a los Obispos y comunidades diocesanas de donde proceden. Yo también puedo decir con san Pablo que "te recuerdo siempre en mis oraciones, día y noche" (cf. 2 Timoteo 1,3) porque, si hay un aspecto de la vida eclesial que es querido por el Papa, es sin duda el de las vocaciones. Cada día presento al Señor la urgente necesidad que tiene la Iglesia de nuestro tiempo de encontrar jóvenes generosos, dispuestos a asumir la apasionante, aunque costosa y exigente tarea de anunciar el Evangelio a la generación que verá el segundo milenio de la Iglesia. año llegando a su fin, ella era cristiana. Ustedes, queridos seminaristas, son la esperanza de la Iglesia.

Todos los días he rezado y rezo por ti. Por eso, de manera totalmente concreta, las palabras con las que san Pablo prosigue su carta, afirmando sentir nostalgia de volver a ver a su discípulo (cf. 2Tm 1,4) , también me son válidas . Sí, yo también sentí el deseo de veros , queridos amigos, "para estar lleno de alegría" ( 2Tm 1,4). Este deseo se ha cumplido esta mañana y de todo corazón agradezco al Señor por ello.

2. Habéis venido al Papa para escuchar una palabra de aliento y orientación, que os estimule a prepararse con compromiso, si Cristo os llama, para recibir el "don de Dios", que un día estará en vosotros "para el imposición de las manos ”de vuestro Obispo (cf. 2Tm 1,6). Bueno, ¿qué exhortaciones podría dirigirles más adecuadas que las que sugiere la liturgia de hoy?

Por eso, repetiré ante todo con san Pablo: "No te avergüences del testimonio que se ha de dar a nuestro Señor" ( 2Tm 1,8). “En efecto, Dios no nos ha dado espíritu de timidez, sino de fuerza, de amor, de sabiduría” ( 2Tm 1,7). Estamos rodeados de un ambiente que a menudo hace alarde de indiferentismo religioso y también abierta intolerancia a cualquier referencia a los valores más elevados del Evangelio. La secularización ha influido en gran medida en la mentalidad actual, transformándose en muchas conciencias en laicismo declarado.

No es necesario ocultar las dificultades que este "clima" cultural opone a la acción evangelizadora del ministro de Dios. Puede suceder que la anticipación de tales obstáculos frene el ímpetu de un corazón atraído por la llamada del Señor y distraiga la de aventurarse en una misión, que le parece superior a su fuerza. San Pablo nos exhorta a no ceder a tal tentación, sino a tener el valor de dar un paso adelante y "sufrir por el Evangelio", confiando no en las propias capacidades, sino en la "fuerza de Dios" (cf. 2Tm 1 , 8). En efecto, forma parte de su "táctica" preferida "salvar a los creyentes con la locura de la predicación", porque "lo que es locura de Dios es más sabio que los hombres y lo que es debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" ( 1 Cor 1,21,25 ).

Además, no es raro descubrir, detrás de la actitud desenfadada y hasta atrevida de quienes dicen no creer, una inseguridad profunda y muchas veces sufrida, derivada de la persistencia de cuestiones básicas aún sin resolver. De hecho, el hombre contemporáneo sabe muchas cosas sobre las estructuras y mecanismos que condicionan los procesos de su vida y actividad.

Empujó su propio ojo inquisitivo en los secretos más íntimos del micro y macrocosmos. Y, sin embargo, a menudo ignora la respuesta a las preguntas supremos sobre el significado último de las cosas y de la existencia misma. Sigue siendo un enigma incomprensible para él y para los demás.

Sólo la fe posee la respuesta plenamente satisfactoria, capaz de aliviar la preocupación de la inteligencia y de reconfortar la necesidad de certeza que atormenta el espíritu de todo hombre que piensa en su propio destino. De esta respuesta estáis llamados a ser mensajeros y testigos de un mundo que os espera, aunque todavía no os conozcáis.

3. Sí, en los misteriosos designios de la Providencia ya están previstos los encuentros apostólicos a los que mañana te conducirá tu ministerio, si eres capaz de responder con generosidad, hoy, a la llamada del Señor. Son niños, son jóvenes, son hombres y mujeres, que a través de su testimonio podrán encontrar a Cristo y encontrar en él la razón para luchar y darse, la razón para vivir y morir.

¿Quieres conocer el secreto de una pastoral fructífera, capaz de vencer la desconfianza y ganarse el corazón incluso de los prejuiciosos y hostiles? Jesús mismo te lo sugiere en el pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar. "El mayor entre vosotros será como el menor, y el que gobierna como el que sirve" ( Lc 22,26).

Humildad: ¡aquí está el secreto para abrirse camino en los corazones! No somos los dueños ni de la Palabra que anunciamos, ni de las personas a quienes la anunciamos. Somos más bien servidores de ambos, comprometidos por la gracia de Dios a hacernos "todo para todos, para salvar a alguien a cualquier precio" ( 1 Co 9, 22).

Vivir esta conciencia extrayendo las consecuencias en lo que respecta al comportamiento diario, significa dejar espacio en la propia existencia al Espíritu de Cristo y también asegurar que la acción de uno tenga las mejores posibilidades de impacto en el alma de las personas.

"El mayor de ustedes puede llegar a ser como el más pequeño". La palabra de Jesús es una invitación y una entrega.

Convertirse en "pequeño" es el camino real para "comprender" a Cristo y llegar, en él, al corazón de los hermanos, con quienes mañana encontraréis en el camino de vuestro ministerio, para el que os preparáis.

SANTA MISA EN EL COLEGIO PONTIFICAL DE FILIPINAS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 30 de enero de 1982

Eminencias, 
amados hermanos obispos.

Mi mensaje de hoy va dirigido sobre todo a los sacerdotes que forman el alumnado del Philippine College aquí en Roma. Es especialmente para ustedes, mis hermanos sacerdotes, que han venido aquí. Al mismo tiempo, pienso en todo el pueblo filipino, recordando con alegría mi visita a su país, recuerdo que, en unidad con Cristo, ofrezco al Padre en este Sacrificio Eucarístico.

1. Esta tarde Jesús nos reúne en unidad como discípulos suyos. Estamos celebrando nuestra unión con él ahora. Celebramos la unidad de Cristo con su Iglesia, alianza de amor que se expresa en el sacramento del matrimonio. Y como en las bodas de Caná, nuestra celebración de hoy es completa: como discípulos de Cristo nos hemos reunido en torno a Jesús, para fortalecernos en la compañía con él, para profundizar en su amistad y compartir su Cena pascual. Al mismo tiempo sabemos que aquí está presente la Madre de Jesús. Nos sentimos en paz; nos sentimos confiados en el camino que nos espera en nuestra vida, ya que nos hemos reunido bajo la protección de María, “Nuestra Señora de la Paz y Buen Viaje”, a quien está dedicado este Colegio.

2. El evento de hoy evoca toda la realidad de la historia religiosa del pueblo filipino. Los jóvenes son enviados por sus Obispos a este Colegio para que se preparen para entrar en la ya centenaria tradición de fidelidad y evangelización. Estos jóvenes vienen aquí para prepararse para la causa del evangelio. Como señaló Juan XXIII con ocasión de la inauguración de este Colegio, esta institución constituye también un vínculo particular entre Filipinas y la Sede de Pedro.

Aquí, por la gracia de Dios, los ideales del sacerdocio deben ser vividos por sacerdotes individuales que sean apoyados por una comunidad que, en conjunto, abrace y promueva esos mismos ideales. Por lo tanto, estos ideales deben transmitirse a los seminarios y parroquias de Filipinas. Aquí los jóvenes sacerdotes pueden reflexionar profundamente sobre lo que significa ser enviados a anunciar el Evangelio de la salvación. Por tanto, qué gran esperanza constituye este instituto para todo el pueblo filipino; representa su esperanza y sus peticiones a Dios por los sacerdotes que siguen a Cristo.

En mi discurso a los sacerdotes y seminaristas en Cebú, dije cuánto necesita la Iglesia sacerdotes. Y hoy me gustaría agregar lo que el Filipino College puede hacer para ayudar a los sacerdotes a cumplir su misión y, por lo tanto, satisfacer las necesidades de la Iglesia. Aquí tienes la oportunidad de formar, a través de la Eucaristía, una verdadera comunidad que se expresa en la oración, la caridad y el celo. Mientras te preparas para convertirte en ministros de reconciliación del Pueblo de Dios, auténticos heraldos de la conversión interior, tienes la maravillosa oportunidad de aprender, viviéndolo tú mismo, el amor al sacramento de la Penitencia y darle la prioridad que debe tener en la Iglesia hoy. En tu comunidad también tienes la oportunidad de mirar hacia el futuro, reflexionando a la luz de la Palabra de Dios, sobre la situación eclesial que les espera en sus respectivas diócesis. En oración y meditación a través de su dedicación al estudio, el Señor les hablará e inflamará sus corazones con celo por el bienestar del pueblo filipino.

Empezarás a darte cuenta cada vez más de lo urgente que es la causa de la evangelización, de cuánto te necesita la Iglesia para continuar su misión específica. Pero al mismo tiempo verás que existen las condiciones para un verdadero sacerdocio, para una colaboración real y efectiva con Cristo Supremo Sacerdote.

3. En Cebú hablé de tres de estas condiciones. Existe sobre todo la necesidad de la unidad interior con Cristo, ese tipo de unión interior a la que Cristo llamó a los Apóstoles. Eran sus mejores amigos, los compañeros que había elegido personalmente, aquellos con los que compartía sus pensamientos y a los que finalmente confiaba la misión que había recibido del Padre.

Una segunda condición para un sacerdocio eficaz es la absoluta necesidad de unidad con el Obispo, en la fraternidad del presbiterio. Jesús quiere que nuestra unidad visible en el sacerdocio refleje la fuente de su dinamismo interior: su unión con el Padre. Desde la antigüedad, los Padres de la Iglesia han proclamado esta verdad con elocuencia e insistencia. La tercera condición para un servicio fructífero al Pueblo de Dios es el don total de nuestro ser a Cristo. Al entregarnos íntegramente a él, a través del don que hacemos con nuestro celibato, recibimos como don de Cristo el poder de amar más profundamente a todos los que forman el "cuerpo de Cristo". Jesús nos llama al sacerdocio y nos llama a un amor generoso y dispuesto al sacrificio.

4. Por nuestro bautismo en Cristo somos llamados por el Padre a la santidad, como nos recuerda san Pablo en la lectura de esta tarde: “Antes de la creación del mundo, nos eligió, nos eligió en Cristo, para ser santos y inmaculados y vividos en el amor ”(Efesios 1: 4). Estas palabras adquieren una intensidad particular para los aquí presentes. Vivir como hijos adoptivos significa mucho más para nosotros si pensamos que nos identificamos con Jesús, el único Hijo del Padre, en su papel de Supremo Sacerdote, constituido como tal en el momento de la Encarnación en el seno de la Virgen María. María preside el destino de este colegio, así como presidió la evangelización de Filipinas durante siglos. Ella está cerca de todos los que comparten el sacerdocio de su Hijo.Jn 2,5). El Evangelio cuenta cómo siguiendo la sugerencia de María y en obediencia a las palabras de Cristo tuvieron efectos inesperados. Jesús cumplió la "primera señal" de su ministerio evangélico.

Hoy María nos repite: "Haced lo que él os diga". Y a través de la fidelidad a ella y la obediencia a Jesús, seguramente continuaremos obteniendo resultados. Creemos que Jesús realizará otros "signos" de su poder y amor, para suplir las necesidades de su Iglesia, a pesar de las insuficiencias de sus siervos.

5. Si escuchamos con atención, Jesús nos dice que nos preparemos para nuestra misión de evangelización, para que podamos continuar en la predicación del Evangelio de salvación, en el anuncio de la Buena Nueva que se dirige a todos los pueblos, en el anuncio. , en las mismas palabras de Jesús., que “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Porque Dios envió a su Hijo al mundo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él "( Jn.3.16-17). Si escuchamos a María y obedecemos a Jesús, nuestro ministerio evangelizador será bendecido. Por eso estamos convencidos de que este es un día de esperanza para este Colegio y para los estudiantes y todo el personal. Con la ayuda de Dios, este instituto cumplirá verdaderamente su papel providencial al servicio de la continuidad de la evangelización en Filipinas. Es un día de esperanza para toda Asia, a la luz de Cristo que brilla desde Filipinas.

6. Queridos hermanos, recordad siempre que la Madre de Jesús está aquí con vosotros; ella está con nosotros hoy y seguirá estando con ustedes en su preparación para su futura misión en casa. Ella te acompañará en tu camino evangelizador en tu país. Actúa según sus palabras: escucha a Jesús cuando te invita a profundizar la unidad interior con él, la unidad con tus obispos y una renovada dedicación al amor generoso y fiel al servicio de la evangelización. Siempre será así. Estés donde estés, siempre puedes decir: ¡la Madre de Jesús está aquí!

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A NIGERIA, BENÍN, GABÓN Y GUINEA ECUATORIAL

SANTA MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Kaduna (Nigeria), 14 de febrero de 1982

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

Este es el día que hizo el Señor, regocijémonos y regocijémonos en él.

1. Es verdaderamente un placer estar hoy en Kaduna. Doy gracias al Señor por esta feliz oportunidad de celebrar la Eucaristía con todos ustedes y de ordenar a este gran número de diáconos de diferentes diócesis de Nigeria al sacerdocio de nuestro Señor Jesucristo. Las vidas de quienes recibirán la ordenación sacerdotal ofrecen una gran promesa para el crecimiento continuo de la Iglesia en esta amada tierra y aportan un nuevo impulso al compromiso vital de la evangelización. Con todos los creyentes de Nigeria y con la Iglesia de todas partes del mundo, bendigo al Señor de la mies que envía a estos nuevos obreros a su mies.

2. En este día feliz, permítanme dirigir mis palabras de manera especial a quienes están a punto de recibir la ordenación sacerdotal.

Hermanos míos, cada uno de ustedes ha recibido el llamado a ser sacerdote, y con ello, el privilegio de ser llamado siervo de Jesucristo. La ordenación confiere la autoridad y el mandato de proclamar el evangelio y predicar en nombre de la Iglesia. Como sacerdotes, presidiréis la celebración de la Eucaristía y en el nombre de Cristo perdonaréis los pecados en el sacramento de la Penitencia. En estas y muchas otras actividades a través de las cuales ofrecerá cuidado de pastor a la Iglesia de Dios, busque siempre ser considerado como alguien que sirve. Que las palabras de la II Plegaria Eucarística sean la expresión de su constante agradecimiento por su llamado al sacerdocio: "Padre, te damos gracias por habernos admitido en tu presencia para realizar el servicio sacerdotal".

Has sido llamado a imitar al Señor y al Maestro a quien amas, a seguir el ejemplo del Hijo del Hombre que "no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos" ( Mt 20,28). Recuerde también que Jesús hizo comprender claramente a sus discípulos que nunca debían imponer su voluntad a sus compañeros ni buscar el reconocimiento de su autoridad. Como san Pablo, consideramos un privilegio ser llamados siervos de Cristo Jesús (cf. Rm 1,1 ).

3. Una de las características más importantes de la vida terrena de Jesús fue la prioridad que le dio a la oración. San Lucas nos dice que "acudían grandes multitudes para oírle y curarse de sus dolencias, pero Jesús solía retirarse a lugares solitarios para orar" ( Lc 5, 15-16). Aunque sintió una gran compasión por la multitud y un celo ardiente por proclamar que el Reino del Señor está cerca, sin embargo, Jesús con regularidad y a menudo buscaba un lugar solitario para estar a solas con su Padre celestial. A veces incluso pasaba toda la noche en oración.

El autor de la Carta a los Hebreos nos habla de la intensidad de la oración de Jesús: "... en los días de su vida terrena ofreció oraciones y súplicas, con gritos y lágrimas silenciosas" ( Hb 5, 7).

Con todo su corazón y con toda su alma, Jesús imploró a su Padre por las necesidades del pueblo y le pidió la fuerza para conformar sus acciones humanas con la voluntad del Padre.

Hermanos míos, nunca debemos olvidar esta enseñanza que nuestro Salvador nos dejó con la palabra y el ejemplo. La oración es un elemento esencial de la vida cristiana y es uno de los principales medios por los que el sacerdote sirve a su pueblo. También es a través de la oración que preservamos y profundizamos nuestro amor personal por Cristo y que descubrimos y aceptamos la voluntad del Señor para nosotros. El tiempo dedicado a la oración no es un tiempo que se le quita a nuestro pueblo. Es un tiempo dedicado a él con el Señor, que es la fuente de todo bien. Por eso la Iglesia no duda en pedir a sus ministros que recen la Liturgia de las Horas.

Ser siempre fieles a este compromiso de la Liturgia de las Horas nos une a la Iglesia de todo el mundo en la gran tarea de alabar y venerar al Dios vivo.

4. La carta a los Hebreos también nos enseña que nuestro Señor y Maestro durante su vida en la tierra "aprendió la obediencia de lo que padeció" ( Hb 5, 8). El sufrimiento es un elemento inevitable del seguimiento. Por eso Jesús dijo a sus discípulos: "El que no lleva la cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo" ( Lc 14, 27). Esto no debe hacernos olvidar ni dejar escapar que la fe en Cristo es fuente de una alegría profunda (cf. Jn 15,11) y que Jesús prometió a sus discípulos una paz que el mundo no puede dar (cf. Jn 15,11).14,27). Pero sigue siendo cierto que el sufrimiento es parte del seguimiento de Cristo. Y el sufrimiento está íntimamente relacionado con la obediencia, por eso cuando aceptamos el sufrimiento que nos permite la Divina Providencia, nos conformamos más íntimamente con la voluntad del Padre que está en los cielos.

Hoy me prometes no solo a mí, sino también a tu Obispo, obediencia y respeto. Por esta promesa, estableces un vínculo especial de confianza con tu obispo y sus sucesores. Has declarado que colaborarás con él y que asumirás sus directivas y cumplirás sus mandatos por el bien de la Iglesia local, con un espíritu de amor y respeto. En esto imitaréis a Cristo, que no vino a hacer su voluntad, sino la voluntad del que le envió (cf. Jn 6,38). Recuerda que tu salvación se logró mediante la obra redentora del Hijo que se desnudó, tomó la condición de siervo y se hizo obediente hasta la muerte (cf. Fil 2, 7-9).

5. La primera lectura de la Santa Misa de hoy contiene una descripción del ministerio que Jesús se aplicó a sí mismo al comienzo de su vida pública (cf. Lc 4,16ss) y que todo sacerdote puede hacer suyo, no importa cuántos años tenga. fue ordenado: “El Espíritu del Señor Dios me ha sido dado, porque Dios me ha ungido con unción. Me envió a anunciar la buena nueva a los pobres, a vendar las heridas de los corazones quebrantados, a anunciar la libertad de los esclavos, la liberación de los presos ”( Is 61, 1).

Note que la unción del Señor fue dada por los pobres, por los presos, por los que tienen el corazón herido. En otras palabras, los ungidos del Señor son enviados a personas que tienen una necesidad especial de la misericordia del Señor. Por eso escribí en mi encíclica Dives in Misericordia: "La Iglesia debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías, profesándola en primer lugar como verdad salvífica de fe y necesaria para una coherencia la vida con fe, tratando luego de introducirla y encarnarla en la vida tanto de los fieles como, en la medida de lo posible, de todos los hombres de buena voluntad ”(Juan Pablo II, Dives in Misericordia , 12).

Como sacerdotes, tienen una oportunidad y una responsabilidad singulares de proclamar la misericordia de Dios. Con su ternura y compasión pastorales, revelan al pueblo la ternura de Cristo; a través de su fervorosa predicación y enseñanza, proclama la bondad del Señor y habla de su poder redentor. Como ministros de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y del sacramento de la Reconciliación, lo ponéis en contacto con nuestro Señor, que es rico en misericordia.

6. En este día de alegría, no puedo dejar de decir una palabra sobre la gran necesidad de vocaciones para la vida religiosa y para el sacerdocio. Las palabras de nuestro Salvador nos invitan a reflexionar: "La mies es mucha, pero los obreros pocos, pídele al Señor de la mies que envíe obreros a su mies" ( Mt 9,37). Al regocijarnos hoy por la ordenación de estos nuevos sacerdotes, vemos en sus corazones que están tan ansiosos por servir, una gran esperanza para el futuro de la Iglesia.

Al mismo tiempo, hago un llamamiento al Pueblo de Dios para que tenga en cuenta la gran necesidad de fomentar las vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa. Nuestro Señor Jesucristo no dejará de proveer para la vida de su Iglesia, pero pide la oración y la colaboración de cada uno.

Las familias cristianas tienen un papel especial que desempeñar en la creación de una atmósfera de fe en la que se pueda desarrollar la vocación. Y ustedes, nuevos sacerdotes de este día, tengan siempre presente la importancia de su ejemplo y el testimonio gozoso de su celibato.

Os encomiendo hoy a la Virgen María, Madre de Dios, que esté siempre cerca de vosotros y os guarde siempre en el amor de su Hijo, nuestro supremo sacerdote Jesucristo.

SANTA MISA PARA LOS RECTORES DE LOS SEMINARIOS DIOCESANOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Matilde, 25 de febrero de 1982

¡Queridos hermanos!

Con espíritu de unión sacerdotal os ofrezco mi saludo en esta celebración eucarística común.

En vuestras diócesis os ocupáis de la vocación de los llamados a trabajar en la viña del Señor. De esta manera compartes una gran intención del Papa, que todos recen al Señor para que envíe muchos buenos obreros para su mies. Mis viajes pastorales me muestran continuamente: "La mies es mucha, pero los obreros pocos" ( Lc 10, 2 ).

Con especial alegría me enteré de su deseo de conocer personalmente a algunos de los órganos y colaboradores de la Curia Romana, durante el encuentro de los rectores de los seminarios que está celebrando este año en la Ciudad Eterna. Que los numerosos y amistosos encuentros de estos días y la comunión fraterna en la oración y en el santo sacrificio de la Misa con el obispo de Roma fortalezcan la unión de corresponsabilidad con el centro vivo de la Iglesia y su supremo ministerio de enseñanza y orientación : que se conviertan en encuentros fructíferos también para vuestras iglesias locales. Que el sacrificio eucarístico que ofrecemos en esta concelebración se convierta en fuente de ricas bendiciones para todos nosotros y para nuestro servicio común en la Iglesia de Cristo.

En tu deseo también veo en ti a todos aquellos a quienes representas aquí y que en su camino al sacerdocio están confiados a tu guía y cuidado.

Envíales mi saludo personal y mi bendición particular. Tengo una gran esperanza en ellos para la iglesia del mañana; Los animo y acompaño con mi oración continua en su camino hacia el altar de la ordenación sacerdotal. Queremos recordarlos aquí también en nuestra oración común, para que en la comunidad de fe del seminario reconozcan cada vez más claramente la llamada del Señor y maduren en respuesta a su sí definitivo en manos de su obispo y de su servicio sacerdotal.

Mi oración en esta hora también está dirigida a ustedes, queridos hermanos. Que el Señor, que se preocupó por la iniciación de sus discípulos en la fe y en su futuro apostolado día y noche, os haga comprender que sus palabras son válidas precisamente para quienes le siguen: "Ya no os llamo siervos ... sino a vosotros os he llamado amigos ”( Jn 15,15). Que su confianza personal en el Señor anime continuamente su muy importante y difícil servicio en los seminarios sacerdotales y le produzca abundantes frutos. Que María, Reina de los Apóstoles, Madre de los sacerdotes, interceda continuamente por ti y tus seminaristas de hoy, ayer y mañana, Espíritu Santo vivificante. Por tanto, os imparto de todo corazón mi particular Bendición Apostólica.

 MISA POR LA ORDENACIÓN EPISCOPALDE MONSIGNOR VIRGILIO NOÈ

HOMILIA DE JUAN POALO II

6 de marzo de 1982 

"Este es mi Hijo amado: escúchalo" ( Mc 9,7).

1. Esta voz descendió de la nube luminosa y envolvió a los apóstoles con su fuerte sonido.

El Hijo amado. Aquel que es "la irradiación de la gloria del Padre y la impronta de su sustancia, y sostiene todo con la fuerza de su palabra" ( Hb 1,3), también hoy revela ante nosotros, que lo adoramos en la celebración de la Eucaristía, su gloria y su esplendor como Hijo unigénito del Padre. Él está aquí. Espléndido de la gloria que el mismo Padre le dio, antes que el mundo existiera (cf. Jn17,5); coronación suprema de la revelación de Dios a la humanidad; piedra angular del Antiguo Pacto; en él encuentran cumplimiento la Ley y los Profetas, y la Iglesia parte de él. Moisés y Elías hablan con él, indicando su centralidad en toda la historia de la salvación; y los apóstoles asisten, aunque abrumados por la luz que cae sobre ellos, porque a lo largo de los siglos serán los testigos auténticos y autorizados de la venida del Hijo, a quien tendrán que anunciar a los pueblos.

“Este es mi Hijo amado: escúchalo”.

¿No tomamos nosotros también, en esta hora, el gozo, el asombro, el miedo, la admiración que entonces se apoderó del alma de Pedro, Santiago y Juan? El Hijo Amado está aquí. Para nosotros también. Se nos da. Vive por nosotros. Viene a morir por nosotros. Viene a darnos el amor del Padre y, con él, todo lo demás. “Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo dio por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo junto con él? " ( Rom 8:31). Dios nos lo dio, lo sacrificó por nosotros los hombres, llevando al máximo cumplimiento lo que, solo en figura, y no hasta la inmolación, él mismo le había pedido a Abraham. "Toma a tu hijo, tu único hijo a quien amas ... y ofrécelo en holocausto" ( Gén.22: 1): Dios no tiene corazón para pedirle a Abraham que ofrezca a su único hijo hasta el final. Pero por nosotros dio a su Hijo, Cristo nuestro hermano. Y Jesús se ofrece a sí mismo: “habiendo amado a los suyos que están en el mundo, los amó hasta el fin ( Jn 13, 1).

De esta ofrenda, de este don mutuo del amor ilimitado e incomparable del Padre y del Hijo por nosotros, nació la Iglesia, nació la Eucaristía, nació el Sacerdocio y el Sumo Sacerdocio, nacieron los demás sacramentos, y la eternidad. la vida irrumpió en el mundo.

“Este es mi Hijo amado: escúchalo”.

2. Queridos hermanos.

Estamos a punto de vivir juntos una nueva ordenación episcopal. A través de la oración y la imposición de manos, hecha por mí y por los hermanos en el episcopado, el Espíritu Santo tomará posesión, de manera única y definitiva, de la persona y el alma de "este Elegido". Hará de ello un signo, un testimonio, un instrumento para la edificación de su santa Iglesia. "Vis corpus Christi, Ecclesiam eius, aedifica et in eius unitate ... ¿permanecer?" Y sobre él invocaré la gracia de Dios Padre, rezándole "ut ... summum sacerdotium tibi exhibeat: para que ejerza el sumo sacerdocio de manera irreprochable ante ti, te sirva de día y de noche, siempre ponga favorable para nosotros los dones de tu santa Iglesia "( Pontificale Romanum ," Orat: Consecr. ").

Esta ofrenda, este servicio, este sumo sacerdocio continúa y re-presenta en la Iglesia la oferta y el servicio de Cristo Supremo y Eterno Sacerdote: prolonga su ministerio de santidad y gracia, con la celebración de los Divinos Misterios, con la predicación de el Evangelio, con la transmisión del Espíritu Santo. Este Elegido también será llamado en adelante a caminar más cerca de Cristo, Liturgia, Maestro y Rey, para la santificación de los hombres. Será llamado a una comunión más íntima con la Palabra de Dios para transmitirla a los demás. El libro de las Escrituras se colocará sobre su cabeza; y como comenta profundamente el Pseudo-Dionisio, luego retomado por Santo Tomás, esto se hace por los Obispos "en la medida en que manifiestan de manera única y doctrinal todo lo que Dios ha dicho, hecho y revelado, cada dicho y cada acción santa. ..De Ecclesiastica Hierarchia , V, III, 7: PL 3, 513; Santo Tomás, Summa Theologiae , II-IIae, 184, 5).

La luz que ilumina la Iglesia desde el Tabor sigue irradiando jerárquicamente, por mandato y ministerio divinos, sobre todo a través del trabajo de los obispos. Así que nosotros también estamos inmersos esta noche en la nube luminosa, nosotros también con los apóstoles vemos místicamente la gloria de Cristo, nosotros también escuchamos la voz del Padre. Y lo recogemos proclamando al mundo, como los apóstoles, como sus sucesores a lo largo de los siglos, que solo Jesús es el Salvador, solo Jesús es el Redentor del hombre, solo él es el Hijo de Dios.

“Este es mi Hijo amado: escúchalo”.

3. A partir de ahora, monseñor Virgillio Noè también estará asociado a esta cadena ininterrumpida de voces, que anuncian la salvación de Cristo en el tiempo. Está a punto de participar en la misma unción de Cristo, Liturgia, Profeta y Rey: ella también, como todos los cohermanos del episcopado, recibirá el Evangelio para "predicar la palabra de Dios con mucha paciencia y doctrina"; recibirá el anillo para "custodiar a la Iglesia, esposa de Dios, en santidad y con fe intemperante"; recibirá el báculo, "símbolo del ministerio de pastor, para cuidar de todo el rebaño" (cf. Pontificale Romanum ).

Te encomiendo con trepidación y conmovido estos símbolos de la nueva dignidad y poder, con los que serás adornado en la Iglesia de Dios. Y en Roma y fuera de Roma, como fiel y atento guardián de los ritos pontificios, desde el mismísimo comienzo de mi servicio a la Iglesia? Así fue al lado de Pablo VI, que la llamó, y del difunto Juan Pablo I. Y ahora os encomiendo estos símbolos no sólo con la persuasión de que aportáis dignamente vuestra conocida sensibilidad litúrgica a este acto; pero también porque debe realizar en la Iglesia un servicio muy particular, por la dignidad, por el cuidado, por la mejora continua del Culto Divino,

Es el esplendor mismo del culto al único y eterno Sacerdote, que ella debe promover y difundir: es la belleza de la Inmaculada Esposa de Cristo, la que debe hacer brillar, junto con todo el equipo del Dicasterio en todos. sus componentes y en todos sus grados, ayudándome así en lo que considero una de las tareas más nobles y sagradas de mi ministerio pontificio.

En el cumplimiento de su deber diario no tiene más que la gloria del amado Hijo de Dios, y si nuestras fuerzas tiemblan, si nuestro corazón late ante el pensamiento de tanta responsabilidad, confiada a nuestras humildes fuerzas, no tenemos miedo. Seguimos, siempre. Trabajemos, sacrifiquémonos.

El Señor está con nosotros.

“Sí, soy tu siervo, Señor, / soy tu siervo, hijo de tu sierva; ... / a ti ofreceré sacrificios de alabanza / e invocaré el nombre del Señor. / Pagaré mis votos al Señor / delante de todo su pueblo / en los pasillos de la casa del Señor ”(" Psalmus Responsorius ", Sal 115).

Sí, venerable hermano; sí, venerables hermanos e hijos: no tenemos miedo. El Señor está con nosotros. Quedémonos con él: "Te ofreceré sacrificios de alabanza, e invocaré el nombre del Señor".
Amén.

VISITA PASTORAL A ASSISI

SANTA MISA EN LA BASÍLICA DE SAN FRANCESCO

HOMILIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Asís, 12 de marzo de 1982 

1. "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños" ( Mt 11, 25 ).

Venimos aquí, queridos hermanos, para repetir estas palabras con Cristo el Señor, para "bendecir al Padre".

- Venimos a bendecirlo por lo que reveló, hace ocho siglos, a un “Piccolo”, al Poverello de Asís;
- las cosas del cielo y de la tierra, que los filósofos "ni siquiera habían soñado";
- cosas ocultas a los que son "sabios" sólo humanamente, y sólo humanamente "inteligentes";
- estas "cosas" que el Padre, Señor del cielo y de la tierra, reveló a Francisco ya través de Francisco.

A través de Francesco di Pietro di Bernardone, hijo de un rico comerciante de Asís, que abandonó toda la herencia de su padre terrenal y se casó con “Madonna Pobreza”, la herencia que el Padre celestial le ofreció en Cristo crucificado y resucitado.

El primer propósito de nuestra peregrinación de este año a Asís es dar gloria a Dios.

Con espíritu de veneración, celebremos también juntos la Eucaristía, todos nosotros, pastores de la Iglesia que está en Italia con el obispo de Roma, sucesor de Pedro.

2. "Sí, Padre, porque así te agradó" ( Mt 11, 26).

Después de ocho siglos, quedaron las reliquias y los recuerdos. Todo Asís es una reliquia viviente y un testimonio del hombre. ¿Solo del hombre? ¿Sólo del hombre inusual?

- Es el testimonio de una satisfacción particular que el Padre Celestial, por la obra de su Hijo Unigénito, tuvo en este hombre, en este "pequeño", en el "Poverello", en Francisco que - como muy pocos en el historia de la Iglesia y de la humanidad - aprendió de Cristo a ser mansos y humildes de corazón.

Sí, padre, tal fue tu satisfacción. Muchos hombres vienen aquí para seguir los pasos de su complacencia. Venimos hoy, los obispos de Italia.

Hemos llegado a cerrar y, al mismo tiempo, a coronar en este año jubilar de San Francisco de Asís la labor desarrollada durante todo el año de la visita "ad limina Apostolorum" a la que han acudido la tradición y el derecho de la Iglesia. invitó a nuestro episcopado en este momento.

3. Nos encontramos en la presencia del Santo, que al mismo tiempo es el santo patrón de Italia, por lo tanto, Aquel que entre los numerosos hijos e hijas de esta tierra, canonizados y beatificados, une a Italia de modo particular con el Iglesia. De hecho, la tarea de la Iglesia es anunciar y realizar en cada nación esa vocación a la santidad que tenemos del Padre en el Espíritu Santo por la obra de Cristo crucificado y resucitado; de este Cristo, cuyas llagas llevaba en su cuerpo san Francisco de Asís: "De hecho, llevo los estigmas de Jesús en mi cuerpo" ( Gal 6, 17 ).

Por tanto, nos encontramos en su presencia y meditamos en las palabras del Evangelio, frase tras frase:
“Todo me ha sido dado por mi Padre; nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y todo aquel a quien el Hijo decida revelarlo ”( Mt 11, 27).

He aquí, nos encontramos ante un hombre, a quien el Hijo de Dios quiso revelar, en una medida particular y con particular abundancia, lo que le fue dado por el Padre para todos los hombres, para todos los tiempos. Por supuesto, Francisco fue enviado con el Evangelio de Cristo especialmente en su época, pasando del siglo XII al XIII, en plena Edad Media italiana, que fue un período espléndido y al mismo tiempo difícil: pero cada época ha conservó algo de ella. Sin embargo, la misión franciscana no terminó entonces; todavía dura.

Y aquí estamos, obispos y pastores de la Iglesia, a quienes están confiados el Evangelio y la Iglesia de nuestro tiempo, ¡qué aparentemente espléndido, qué lejos de la Edad Media según la medida del progreso terrenal! y al mismo tiempo, ¡qué difícil! - Nosotros, obispos y pastores de la Iglesia en esta misma Italia, rezamos sobre todo por una cosa. Oremos para que las mismas palabras de nuestro Maestro, que se cumplieron en San Francisco, se cumplan en nosotros; ¡que somos los custodios seguros de la Revelación del Hijo! que somos los administradores fieles de lo que el Padre mismo transmitió al Hijo Unigénito, nacido de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. Que somos administradores de esta verdad y de este amor, de esta palabra y de esta salvación, que toda la humanidad y todo hombre y toda nación tiene en él y de él;Mt 11, 27).

Tal es el propósito pastoral y apostólico de nuestra peregrinación hoy.

4. Y he aquí, parece que Francisco se vuelve hacia nosotros y nos habla con el acento del apóstol Pablo: "¡La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu, hermanos" ( Gál 6, 18 )!

¡Gracias, santo Poverello, por estos saludos con los que nos recibes!

Mirando
tu figura con los ojos del espíritu y meditando en las palabras de la carta a los Gálatas, con la que nos habla la liturgia de hoy,
queremos aprender de ti esta "pertenencia a Jesús",
de la que toda tu vida la constituye.
un perfecto ejemplo y modelo. "En cuanto a mí ... no haya otra gloria que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por la cual el mundo
fue crucificado por mí como yo por el mundo" ( Gal 6, 14 ).

Escuchamos las palabras de Pablo, que también son, Francisco,
tus palabras.
Tu espíritu se expresa en ellos. Jesucristo os ha permitido,
como una vez permitió al Apóstol, que llegó a ser "instrumento escogido" ( Hch 9,15), "gloriarse", única y exclusivamente,
en la Cruz de nuestra Redención.

De esta manera habéis llegado al corazón mismo
de conocer la verdad sobre Dios, el mundo y el hombre;
verdad que solo se puede ver con los ojos del amor.

Ahora que nos encontramos ante ustedes, como sucesores de los Apóstoles, enviados a los hombres de nuestro tiempo con el mismo Evangelio de la Cruz de Cristo, les pedimos: enséñenos, como el apóstol Pablo les enseñó, a no tener "otra jactancia". Que en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo ”.

Que cada uno de nosotros, con toda la intuición del don del miedo, la sabiduría y la fortaleza, sepa penetrar la verdad de estas palabras sobre la Cruz en la que comienza la "nueva criatura", sobre la Cruz que trae constantemente "la paz y misericordia ".

A través de la Cruz, Dios se expresó hasta el final de la historia humana; Dios que es "rico en misericordia" ( Efesios 2: 4). En la Cruz se revela la gloria del Amor dispuesto a todo. Sólo con la Cruz en la mano, como un libro abierto, puede el hombre conocerse plenamente a sí mismo y a su dignidad.

Finalmente, fijando la mirada en la Cruz, debe preguntarse: “¡Quién soy yo, hombre, a los ojos de Dios, si él paga tanto por mí y por mi amor!

"La Cruz en el Calvario - escribí en la encíclica" Redemptor Hominis "- a través de la cual Jesucristo - hombre, hijo de la Virgen María, hijo putativo de José de Nazaret -" deja "este mundo, es al mismo tiempo una nueva manifestación de la paternidad eterna de Dios, que en él se acerca de nuevo a la humanidad, a cada hombre, dándole el tres veces santo "Espíritu de la verdad" (cf. Jn 16,13 ) ... Suyo es el amor que no se aparta de él. nada que la justicia exija en sí mismo.

Y por esto el Hijo "que no conoció pecado, Dios lo trató como pecado a nuestro favor" ( 2 Co 5, 21 ; cf.  3, 13 ). Si "trató como pecado" al que estaba absolutamente libre de pecado, lo hizo para revelar el amor que es siempre mayor que toda la creación,
el amor que es él mismo, porque "Dios es amor" ( 1 Jn 4, 8.16) ". (Juan Pablo II, Redemptor Hominis , 9).

Así es, miraste las cosas , Francesco. Te llamaban "Poverello de Asís", y eras y has sido uno de los hombres que más generosamente dio a los demás. Entonces tenías una enorme riqueza, un gran tesoro. Y el secreto de tu riqueza
estaba escondido en la Cruz de Cristo.

Enséñanos a los obispos y pastores del siglo XX que avanza hacia el final, a jactarnos igualmente en la Cruz, enséñanos esta riqueza en la pobreza y este dar en abundancia.

5. La primera lectura del libro de Eclesiástico recuerda las palabras del sumo sacerdote Simón, hijo de Onías, que "reparó el templo en su vida y fortificó el santuario en sus días" ( Sir 50, 1).

La liturgia relaciona estas palabras con Francisco de Asís. Permaneció en la tradición, la literatura y el arte como quien "reparó el templo ... y fortificó el santuario". Como quien “ansioso por evitar la caída de su pueblo, fortificó la ciudad contra un asedio ( Sir 50, 4).

La lectura sigue hablando de Simone, hijo de Onia, y remitimos estas palabras a Francesco, hijo de Pietro di Bernardone. También le aplicamos estas comparaciones:
"Como estrella matutina entre las nubes, / como la luna en los días en que está llena, / como el sol que brilla en el templo del Altísimo, / como el arco iris resplandeciente entre las nubes de gloria "( Sir 50, 6-7).

6. Con mucho gusto tomamos prestadas estas palabras del libro de Sirach para venerar, después de ochocientos años, a Francisco de Asís, santo patrón de Italia.

Por eso todos hemos venido aquí, obispos y pastores de la Iglesia que está en toda Italia junto con el obispo de Roma, sucesor de Pedro.

Sin embargo, el propósito de nuestra peregrinación es particularmente apostólico y pastoral.

Cuando escuchamos las palabras de Cristo sobre el yugo suave y sobre la carga ligera (cf. Mt 11,30 ) pensamos en nuestra misión como obispos y en el servicio pastoral.

Y repetimos con confianza y alegría las palabras del salmo responsorial: "Le dije a Dios:" Tú eres mi Señor, / sin ti no tengo bien ". / El Señor es mi parte de mi herencia y mi copa: / en tus manos está mi vida. / Bendigo al Señor que me ha aconsejado ... / Siempre pongo al Señor delante de mí, / está a mi diestra, no puedo vacilar ”( Sal 15 [16]).

Con alegría aceptamos la invitación a venir aquí a Asís, sentida de cierta manera en las palabras de nuestro Señor y Maestro: "Venid a mí todos los que estáis cansados ​​y oprimidos, y yo os refrescaré" (Mt 11, 28). ). Esperamos que funcionen en todos nosotros, así como en los demás: "Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis refrigerio para vuestras almas" ( Mt 11 : 29).

¡Esto es lo que queremos, Cristo! ¡Así lo deseamos! Con tal pensamiento hemos venido hoy a Asís. Te damos gracias por la santa "carga" del sacerdocio y del episcopado. Te damos gracias por San Francisco, que no se sintió digno de aceptar la ordenación sacerdotal. Sin embargo, le has confiado tu Iglesia de una manera tan excepcional.

7. Y he aquí, mirando a Francisco que "pobre y humilde, entra ricamente al cielo, honrado con himnos celestiales" (Cant. Ad Evang.), Nos gustaría aplicarle las palabras del libro de Eclesiástico, que tan bien resumen su famosa visión: "Francisco, ¡cuídate de evitar la caída de tu pueblo"!

Francis! como en tu vida, así también ahora, ¡repara el templo! ¡Fortifica el santuario!

Por esto oramos, pastores de la Iglesia, que en la escuela del Concilio Vaticano II aprendieron de nuevo a rodear a la Iglesia, a Italia y al mundo contemporáneo de una preocupación común.

Y con nuestros pueblos amados repetimos:
“El Señor es mi parte de mi herencia y mi copa: / en tus manos está mi vida. / Bendigo al Señor que me ha dado consejos; ... / Siempre pongo al Señor delante de mí ”.

¡Sí, hermanos y hermanas, siempre! Y que así sea.

MISA PARA ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS ROMANOS 
EN PREPARACIÓN PARA LA PASCUA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Martes, 30 de marzo de 1982 

1. ¡Gloria a ti, Palabra de Dios!

Este saludo se repite a diario en la liturgia de Cuaresma. Precede a la lectura del Evangelio y atestigua que el tiempo de Cuaresma es en la vida de la Iglesia un período de especial concentración en la Palabra de Dios. Esta concentración estuvo relacionada, especialmente en los primeros siglos, con la preparación para el Bautismo de Noche de Pascua, en la que los catecúmenos se preparaban con creciente intensidad.

Sin embargo, no solo en la consideración del Bautismo y el catecumenado, la Cuaresma estimula una concentración tan intensa en la Palabra de Dios. La necesidad surge de la propia naturaleza del período litúrgico, es decir, de la profundidad del Misterio, en el que la Iglesia entra desde el comienzo de la Cuaresma.

El misterio de Dios llega a la mente y al corazón ante todo a través de la Palabra de Dios. Estamos, de hecho, en el período de la "iniciación" a la Pascua, que es el misterio central de Cristo, así como de la fe y la vida. de los que lo confiesan.

Me alegra que en este período, también este año, se me conceda hacer mi contribución personal a la pastoral del entorno universitario en Roma. Doy una cordial bienvenida a todos los presentes: profesores, estudiantes e invitados que vienen de fuera de Roma.

Me gustaría recordar, en esta ocasión, que los problemas de la presencia de la Iglesia en el mundo universitario de nuestra ciudad, los problemas de la pastoral académica específica de este año fueron el tema del encuentro del clero de la diócesis de Roma. al comienzo de la Cuaresma. Junto con mis hermanos en el episcopado y en el presbiterio, que comparten conmigo la preocupación pastoral por los tres millones de ciudadanos de Roma en la década de 1980, pude escuchar varias voces de profesores, estudiantes, representantes de círculos académicos y movimientos individuales. , así como sus asistentes eclesiásticos, que han ilustrado numerosos problemas relacionados con la importante tarea de la Iglesia de Roma en este sector.

Espero que esta tarea se lleve a cabo de una manera cada vez más madura y fructífera.

2. ¡Alabado seas, Palabra de Dios!

Esta palabra en la liturgia de la penúltima semana de Cuaresma se vuelve particularmente intensa y, diría, particularmente dramática. Las lecturas del Evangelio de San Juan enfatizan esto de una manera especial.

Cristo, conversando con los fariseos, dice cada vez más claramente quién es, quién lo envió, y sus palabras no son bien recibidas. Y cada vez más, a través de la creciente tensión de preguntas y respuestas, también se perfila el final de este proceso: la muerte del profeta de Nazaret.

"¿Quién eres tú?" ( Jn 8, 25), le preguntan como una vez le preguntaron a Juan el Bautista.

Esta pregunta trae consigo esa eterna inquietud mesiánica, en la que Israel había participado durante generaciones, y que en la generación de ese tiempo todavía parecía haber aumentado en poder.

- ¿Quién eres tú?

- "Cuando hayas levantado al Hijo del Hombre, sabrás ..." ( Jn 8, 28).

3. Parece que el concepto clave de la liturgia de la Palabra de Dios de hoy es el de "elevación".

Durante la peregrinación de Israel por el desierto, Moisés "hizo una serpiente de cobre y la puso en el asta" ( Núm 21,9). Lo hizo por orden del Señor, cuando su pueblo fue mordido por serpientes venenosas "y murió un gran número de israelitas" ( Núm 21,6). Cuando Moisés colocó la serpiente de cobre sobre la vara, el que había sido mordido por las serpientes, mirándola, "seguía vivo" ( Nm 21,9).

Esa serpiente de cobre se ha convertido en la figura de Cristo "resucitado" en la cruz. Los exegetas ven en él el anuncio simbólico de que el hombre, que mira con fe a la cruz de Cristo, "sigue vivo". Sigue vivo ...: y la vida significa la victoria sobre el pecado y el estado de gracia en el alma humana.

4. Cristo dice: "Cuando hayas levantado al Hijo del Hombre, entonces sabrás ...": sabrás, encontrarás la respuesta a esta pregunta que ahora me haces, sin confiar en las palabras que te digo. .

"Levantar" por medio de la cruz constituye, en cierto sentido, la clave para conocer toda la verdad que Cristo proclamó. La Cruz es el umbral a través del cual el hombre podrá acercarse a esta realidad que Cristo revela. Revelar significa "dar a conocer", "hacer presente".

Cristo revela al Padre. A través de él, el Padre se hace presente en el mundo humano.

"Cuando hayas levantado al Hijo del Hombre, sabrás que yo soy y no hago nada por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó, así hablo" ( Jn 8, 28).

Cristo se refiere al Padre como la fuente última de la verdad que anuncia: "El que me envió es verdadero, y yo le digo al mundo lo que le he oído" ( Jn 8,26).

Y finalmente: "El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada" ( Jn 8, 29).

Estas palabras nos revelan esa soledad ilimitada que debe experimentar Cristo en la Cruz, en su "elevación". Esta soledad comenzará durante la oración en Getsemaní, que debe haber sido una verdadera agonía espiritual, y se cumplirá en la crucifixión. Entonces Cristo gritará: "Eli, Eli, lemà sabactàni", "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" ( Mt 27,46).

Ahora, en cambio, como anticipándose a esas horas de tremenda soledad, Cristo dice: "El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo ...". Como si quisiera decir, en primer lugar: ¡incluso en este supremo abandono no estaré solo! Entonces cumpliré lo que "le agrada", ¡cuál es la Voluntad del Padre! y no estaré solo!

- Y, además: el Padre no me dejará en manos de la muerte, ya que en la Cruz está el comienzo de la resurrección. Precisamente por eso, "la crucifixión" se convertirá finalmente en la "elevación": "Entonces sabrás que yo soy". Entonces, también, sabrá que "le cuento al mundo las cosas que he oído de él".

5. La crucifixión se convierte verdaderamente en la elevación de Cristo. En la Cruz está el comienzo de la resurrección.

Por tanto, la Cruz se convierte en la medida definitiva de todas las cosas que hay entre Dios y el hombre. Cristo los mide precisamente con este metro.

En el evangelio de hoy escuchamos lo que dice:
“Tú eres de abajo, yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo ”( Jn 18, 23).

La dimensión del mundo se contrasta, en cierto sentido, con la dimensión de Dios. En su conversación con Pilato, Cristo también dirá: "Mi reino no es de abajo" ( Jn 18, 36 ).

La dimensión del mundo se encuentra con la dimensión de Dios precisamente en la Cruz: en la Cruz y en la Resurrección.

Por eso la cruz se convierte en el último metro con el que mide Cristo. Conviértete en el punto de referencia central. La dimensión del mundo se refiere definitivamente en él a la dimensión del Dios vivo. Y el Dios Viviente se encuentra con el mundo en la Cruz. Se encuentra a través de la muerte de Cristo.

Esta reunión es totalmente para el hombre.

¿Por qué - a veces nos preguntamos - se cumplió en la Cruz ese encuentro del Dios vivo con el hombre? ... ¿Por qué tenía que ser así?

Cristo, en la conversación de hoy, da la respuesta: "Porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados" ( Jn 18, 24).

Por encima de la dimensión del mundo se sitúa la dimensión del pecado ... Precisamente por eso se produce en la cruz el encuentro de Dios con el mundo.

Es necesaria la cruz y la muerte, para que el hombre "no muera en sus propios pecados".

La Cruz y la Resurrección son necesarias para que el hombre crea en Cristo, para que acepte este "mundo" que él mismo revela.

En Cristo, el Dios vivo se revela al hombre. Dios el padre.

No solo eso: en Cristo, el misterio del hombre mismo se revela al hombre, se revela completamente.

6. Debemos aprender a medir los problemas del mundo, y sobre todo los problemas del hombre, con la vara de la Cruz y la Resurrección de Cristo.

Ser cristiano significa vivir a la luz del misterio pascual de Cristo. Y encontrar en él un punto de referencia fijo para lo que hay en el hombre, para lo que hay entre los hombres, lo que constituye la historia de la humanidad y del mundo.

El hombre, mirando dentro de sí mismo, descubre también -como dice Cristo en el diálogo con los fariseos- lo que está "abajo" y lo que está "arriba". El hombre descubre en sí mismo (esta es una experiencia perenne) al hombre "allá arriba" y al hombre "aquí abajo": no dos hombres, sino casi dos dimensiones de un mismo hombre; del hombre, que somos cada uno de nosotros: yo, tú, él, ella ...

Y cada uno de nosotros, si mira dentro de sí mismo con atención, de manera autocrítica, si trata de verse a sí mismo en la verdad, será capaz de decir qué en él pertenece al hombre "de abajo" y qué al hombre "arriba". Sabrá llamarlo por su nombre. Podrá confesarlo.

Y finalmente: en cada uno de nosotros hay una cierta tendencia espontánea del hombre “de aquí” al “de arriba”. Esta es una aspiración natural. A menos que lo ahoguemos, no lo pisamos en nosotros.

Es una aspiración. Si cooperamos con él, esta aspiración se desarrolla y se convierte en el motor de nuestra vida.

Cristo nos enseña cómo cooperar con él. Cómo desarrollar y profundizar lo "arriba" en el hombre, y cómo debilitar y superar lo "abajo".

Cristo nos enseña esto con su Evangelio y con su ejemplo personal.

Aquí la Cruz se convierte en una medida viva. Se convierte en el punto de referencia a través del cual la vida de millones de hombres pasa de lo que está "aquí abajo" en el hombre a lo que está "allá arriba".

La cruz y la resurrección: el misterio pascual de Cristo.

7. El primer método elemental de este pasaje es la oración.

Cuando el hombre reza, en cierto sentido se vuelve espontáneamente hacia Aquel que le ofrece la dimensión "desde arriba". Con esto se distancia de lo que, en sí mismo, es "aquí abajo". La oración es un movimiento interior. Es un movimiento que decide el desarrollo de toda la personalidad humana. De la dirección de la vida.

¡Con qué claridad expresa este tema el Salmo de la liturgia de hoy!:

“Señor, escucha mi oración, / mi grito te llega. / No me escondas tu rostro; / en el día de mi angustia / vuelve tu oído hacia mí. / Cuando te invoque: pronto, respóndeme ”( Sal 102 [101], 1-3).

El hombre vive en busca del "rostro de Dios", que se esconde ante él en las tinieblas "del mundo". Sin embargo, en el mismo "mundo" puede descubrir las huellas de Dios, solo necesita comenzar a orar. Lo que rezas. Que pase de lo que está "abajo" a lo que está "arriba". Junto a la oración, puede descubrir en sí mismo el camino que va del hombre "aquí abajo" al hombre "arriba".

¡Mi amado! En el nombre del Crucifijo y del Resucitado les pido: ¡recen! amor la oración!

 

8. ¡Gloria a ti, Palabra de Dios!

Que el amor de la oración se convierta en cada uno de nosotros en fruto de la escucha de la Palabra de Dios.

“La semilla es la Palabra de Dios, el sembrador en cambio, Cristo; todo el que la encuentre durará para siempre ”, proclama un texto litúrgico.

La semilla es el germen de la vida. Abarca toda la planta. Oculta la espiga para la cosecha y el futuro pan.

La Palabra de Dios es una semilla para las almas humanas. El sembrador es Cristo.

Oremos para que de la semilla de la palabra de Cristo nazca de nuevo en nosotros esta Vida, a la que el hombre es llamado en Cristo. Llamado "de allá arriba".

Esta vida nace de los sacramentos de la fe. Nace primero en el Bautismo y luego en el Sacramento de la Reconciliación.

Cristo no es solo el que anuncia la Palabra de Dios, es el que da Vida en esta Palabra.

Una nueva vida.

Tal es el poder de las palabras: "Yo te bautizo".

Tal es también el poder de las palabras: "Te absuelvo ... vete en paz". ¡Vamos! En la dirección de lo que está en ti "abajo" a lo que está "arriba". Una vez más, ¡adelante!


Y finalmente el poder de las palabras eucarísticas: "Comed y bebed todos". Quien come ... vivirá. Vivirá para siempre.

Miremos, queridos hermanos y hermanas, la "elevación" de Cristo. Miramos nuestra humanidad a través del prisma de la Cruz y la Resurrección. Aceptamos la invitación contenida en el misterio pascual de Cristo. Aceptamos la Palabra y la Vida. Amén.

SANTA MISA DEL CRISMO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Jueves Santo 
, Basílica de San Pedro, 8 de abril de 1982

 1. "Hoy se ha cumplido esta Escritura ..." ( Lc 4,21).

Este "Hoy" del Evangelio se refiere a ese día, en Nazaret, cuando Jesús se reveló, por primera vez, como el Mesías, como el Ungido y enviado por el Padre.

Luego se le entregó el rollo del profeta Isaías y leyó las palabras: “El Espíritu del Señor está sobre mí; / para esto me consagró con la unción, / y me envió a anunciar un buen mensaje a los pobres ... ”( Lc 4,18; cf. Is 61,1).

Precisamente ese nazaret "hoy" significó entonces el inicio de la misión pública de Jesús de Nazaret; significó el comienzo del evangelio. El comienzo "de todo lo que Jesús hizo y enseñó" ( Hch 1,1) en medio de la gente de Galilea, Judea y Samaria.

Ahora esta misión pública está llegando a su fin.

En la liturgia matutina del Jueves Santo la Iglesia repite las palabras de Nazaret, no sólo para recordar ese "hoy" de ese tiempo, sino para presentarnos el presente "hoy".

2. He aquí, hoy las palabras de la Escritura se cumplen hasta el fin. Hoy comienza ese "triduo" que es, en cierto sentido, un solo Día: Día-Misterio, Día-Pascua.

En este Día, Cristo está al final de su camino terrenal. Está en la cúspide de su poder mesiánico.

En este día, en el Cenáculo, la Iglesia nacerá de la plenitud de este poder. De hecho, la Iglesia se construye a través de la Eucaristía. En las horas de la tarde del Jueves Santo renovaremos la Última Cena, durante la cual Cristo dejó el sacrificio de su Cuerpo y Sangre a los Apóstoles; dejó la Eucaristía.

Transmitiendo este único e inagotable Sacrificio suyo, "nos hizo reino de sacerdotes para su Dios y Padre" ( Ap 1,6). Él nos hizo la Iglesia.

Los sacerdotes son los que ofrecen el Sacrificio, y en él se revela y se realiza el Reino de Dios en la tierra.

Los sacerdotes reciben la unción.

El Jueves Santo la Iglesia bendice cada año los óleos litúrgicos, con los que predica el nuevo "año de la gracia del Señor" ( Lc 4,19; cf. Is 61,2).

Aquí, de hecho, en la santa unción litúrgica obtenemos participación en esta unción única y eterna del Ungido y en la misión del Mandato.

Se ungen las cabezas y las manos de los hombres, y esto se hace durante la celebración de los santos sacramentos de la Iglesia. También se ungen los objetos y lugares dedicados a Dios.

La unción significa el poder del Espíritu, dado en plenitud al Mesías del Señor. La unción significa gracia: la belleza y el esplendor de participar del poder del Espíritu.

La unción significa el vínculo vivificante con el Mesías, con Cristo ungido y enviado por el Padre.

3. ¡Queridos hermanos!

Todos somos especialmente "ungidos" y "enviados" por el sacramento del sacerdocio.

Entre aquellos a quienes Cristo hizo y sigue haciendo siempre "un reino de sacerdotes", somos sacerdotes de una manera particular y sacramental.

También todos nos inspiramos de manera particular en la plenitud de este poder mesiánico que se reveló en el "hoy" del Jueves Santo de Cristo.

Este "hoy" es nuestro Día. Es nuestra fiesta. Nacimos junto con la Eucaristía, por eso nacimos junto con la Iglesia en el Cenáculo de la Última Cena.

Al instituir el Sacrificio, a partir del cual se construye constantemente la Iglesia, Cristo juntos bendijo a los sacerdotes, ministros de su Sacrificio.

Dijo: "Haced esto ... en memoria de mí" ( 1 Co 11, 25). Y lo hacemos. Lo hacemos todos, aquí reunidos y todos los sacerdotes de toda la Iglesia, con quienes hoy nos une en una profunda fraternidad sacramental.

4. ¡Oh! cuánto le debemos al "que nos ama" ( Ap 1,5); a Aquel que primero nos amó e invitó, nos llamó y preparó en su Espíritu, y finalmente nos ungió, a través del servicio de la Iglesia.

"Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso". ( Ap 1,8).

Para este Dios, que es el principio y el fin de todas las cosas, somos sacerdotes. Entre el principio y el fin está el tiempo de todas las criaturas. Entre el Alfa y el Omega está el mundo que pasa. En este tiempo que pasa, Cristo entra en este mundo: el Ungido y el Mandato. Un solo Cristo, sacerdote eterno.

Y nosotros de él y en él.

Por la Eucaristía. Por el Sacrificio que ha confiado a nuestras manos, a nuestra boca y a nuestro corazón.

De él y en él somos para Dios.

Por él y en él también somos para los hombres, porque somos escogidos de entre los hombres (cf. Hb 5, 1).

Somos sacerdotes a través de todo nuestro servicio. Por la consagración de nuestro ser humano: de él, en él y con él.

5. Hoy debemos cantar el himno de gratitud junto con el salmista: “He encontrado a David mi siervo, dice el Señor, / con mi aceite santo lo he consagrado; / mi mano es su apoyo, / mi brazo es su fuerza ”( Sal 88 [89], 21-22).

Debemos cantar el cántico de gratitud al Señor porque nos encontró, como David, porque nos ungió, porque nos guía y fortalece.

“Mi fidelidad y mi gracia estarán con él / y en mi nombre será exaltado su poder. / Me invocará: mi padre eres tú, / mi Dios y la roca de mi salvación ”( Sal 88 [89], 25,27).

¡Qué bueno es Dios, Padre y Roca de nuestra salvación! ¡Ojalá todos le mantengamos leales!

¡Que el misterio del Jueves Santo renueve nuestra alianza sacerdotal con Dios, Roca de nuestra salvación!

 SANTA MISA PARA LOS SEMINARIOS HOLANDESES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Paulina, 15 de abril de 1982 

En la oración que envié a todos los sacerdotes el Jueves Santo. de la Iglesia, escribí: “La Eucaristía es ante todo el don dado a la Iglesia. Don inefable. El sacerdocio es también un don para la Iglesia, en consideración a la Eucaristía "(Juan Pablo II, Precatio, Feria V en Cena Domini, año MCMLXXXII recurrente, universis Ecclesiae Sacerdotibus destined , 8, die 25 de marzo de 1982: vide supra, p. 1068).

Es bueno y útil recordarlo por un momento al comienzo de esta celebración eucarística especial, esta celebración sacerdotal por excelencia del sacerdocio de la Iglesia en sus diferentes formas y grados: Papa, obispos, sacerdotes y futuros sacerdotes.

Dios nos amó tanto que dio a su Hijo único (cf. Jn 3 , 16 ), y nos amó tanto que se humilló haciéndose obediente hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2, 8) y nos liberó. de los pecados con su sangre (cf. Ap 1, 5). No fuimos nosotros los que amamos a Dios, sino él quien nos amó y envió a su Hijo como víctima de la expiación por nuestros pecados (cf. 1 Jn 4,10 ).

La redención, el perdón de los pecados, es un don del amor infinito y la misericordia de Dios por nosotros y, por lo tanto, el sacramento del sacrificio redentor de la cruz, la Eucaristía y el sacramento del ministerio de la Eucaristía, el sacerdocio, también son un don. . de amor divino sin límites. Don a la Iglesia, a los fieles, pero evidentemente en particular un don a los mismos ministros, a los sacerdotes. Por tanto, debemos ver la vocación sacerdotal ante todo como un don inefable de Dios, al que debemos estar abiertos con gran humildad y gratitud. Un don totalmente inmerecido que recibimos en favor de la Iglesia, especialmente en consideración a la Eucaristía, y que, por tanto, debemos ejercer como un auténtico y humilde servicio a la Iglesia, a los fieles.

Quiero invitaros a rezar con fervor a Dios en esta celebración eucarística, para que nos dé la gracia de considerar y vivir siempre el sacerdocio como un don inefable de Dios y como un verdadero servicio a los fieles. Para hacerlo con sinceridad y fecundidad, convirtámonos a Dios y pidamos el perdón de nuestros pecados.

SANTA MISA PARA LOS JÓVENES DE RENNES Y ROUEN

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 17 de abril de 1982


Queridos jóvenes de Rennes y Rouen.

Su alegría, personal y comunitaria, se puede leer en todos sus rostros. ¡Supongo que las razones! Sin duda, estáis contentos de haber vivido una experiencia de amistad fraterna y una profundización de la fe en el mismo centro de la Iglesia, siguiendo las huellas de los apóstoles Pedro y Pablo y de muchos mártires. Tu corazón, como el de los discípulos de Emaús, arde en esta celebración del sacrificio de Cristo en torno al actual sucesor de Pedro, en este lugar que recuerda con tanta fuerza la creación y redención del mundo, gracias a brillantes artistas. ¿Necesito agregar que yo mismo estoy muy feliz de estar entre ustedes? ¡He conocido y acompañado a muchos jóvenes a lo largo de mi vida como sacerdote y obispo! ¡Gracias por tu presencia juvenil y tan reconfortante para el corazón del Papa y de la Iglesia!

Y ahora, reunámonos para dejar que la Palabra de Dios llene nuestros corazones. La primera lectura, trata de los Hechos de los Apóstoles, es verdaderamente estimulante para los jóvenes cristianos como tú. Bien sabéis que los primeros testigos de Cristo, como tantos otros a lo largo de veinte siglos, fueron detenidos, proscritos, considerados gente corriente y sin educación. ¡Eres libre y no sin cultura!

Pero su título de cristianos, su estilo de vida cristiana, su acción por Cristo y por el Evangelio, ya han podido, y podrán, causar malentendidos o incluso oposición ...

Queridos amigos, a menudo fijen la mirada en los primeros discípulos, Pedro, Juan y los demás, y tomen su decisión valiente: "Es imposible que no digamos lo que hemos visto y oído ...".

Es cierto que la compañía de Jesús los había llenado: su enseñanza tan nueva en relación a la de los escribas, sus afirmaciones inéditas sobre su relación de Hijo con el Padre, sus ejemplos cotidianos del don de sí mismo, su trágico final ofrecido por la salvación de todos, su impactante victoria sobre la muerte. Estoy seguro de que tú también has hecho en el transcurso de estos días, vivido en Roma o en Asís, un descubrimiento nuevo e incluso decisivo de Jesucristo y del misterio de su Iglesia. ¡No puedes, ni debes, guardarte esta maravillosa experiencia para ti! ¡Sed testigos!

¡Leer el Evangelio de Marcos es igualmente muy alentador para ti! María Magdalena, la pecadora, devuelta y liberada por Jesús, se convierte en testigo ardiente, a quien el escepticismo de los discípulos sin duda duele, pero no desanima. Y aquellos, amistosamente reprochados por Jesús por haberse dejado llevar por la duda, se ven confiados en una misión maravillosa: la de salir por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva. Nótese bien, de hecho: Dios, infinitamente rico en misericordia, siempre llama a los seres frágiles y pecadores a cooperar con su obra.

Esta mañana, Cristo - y me hago eco de su voz - los envía a todos sin excepción, con sus riquezas y sus miserias. “Sal al mundo entero”: quiero decir: ¡hoy en tus diócesis de Rennes y Rouen, mañana en los lugares y países donde se desarrollará tu vida adulta!

Sed verdaderos discípulos de Cristo, intermediarios de su mensaje evangélico. Los hombres tienen tanta necesidad de la Buena Nueva para salir del materialismo del entorno, de la superficialidad y también de la impresión del sin sentido de la existencia. Ayúdales a leer y vivir con profundidad cristiana lo que ya tiene sentido en el plano de su existencia humana, por ejemplo, la amistad, el amor, la familia, la cultura, la profesión, el compromiso social, la solidaridad ... con el Tercer Mundo.

¡Jesucristo, que murió y resucitó, siempre te enseñará y, a través de ti, enseñará a los demás, a dar a todas estas realidades un sentido y un valor que trasciende el simple horizonte terrenal! ¡Qué buenas noticias para ti y para ellos!

¡Cristo cuenta contigo! Y has renovado tu compromiso con él en el Baptisterio de San Giovanni in Laterano, la Catedral de mi diócesis. Me gustaría añadir que Cristo cuenta con vosotros hasta tal punto que llama a unos ya otros a seguirle y a consagrarse totalmente al servicio de su Iglesia. Encomiendo este ardiente deseo a la intercesión de la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia.

 SANTA MISA PARA UN GRUPO DE SEMINARIOS Y JÓVENES CROATAS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Miércoles 27 de abril de 1982

¡Queridos seminaristas y estudiantes!

Has venido a Roma al Papa para expresarle tu fidelidad y amor. Esta es una fuente de gran alegría y consuelo para mí.

Ustedes, queridos seminaristas, se están preparando para convertirse en sacerdotes de Jesucristo y de la Iglesia católica. En esta ocasión deseo compartir con ustedes algunas reflexiones sobre su preparación para el sacerdocio.

El sacerdocio es un don de Dios. El Señor Jesús elige entre los hombres para sus sacerdotes a los que él quiere. Su mirada amorosa se detuvo en cada uno de ustedes, los llamó a seguirlo, a participar de su sacerdocio. Por tanto, os exhorto a agradecer incesantemente a Dios por el don de la vocación sacerdotal, a tenerla en alta estima y a cultivarla. ¡Siéntete orgulloso y feliz porque Cristo te ha llamado! ¡Sea consciente de la grandeza y la belleza del sacerdocio!

¡Con todo su entusiasmo juvenil, entréguense a Cristo y ofrézcanle generosamente su amor! ¡Que todos los que se acerquen a ustedes vean su alegría y alegría de ser seminaristas y estén llamados a llevar a todos la alegre noticia y los maravillosos frutos de la Resurrección!

Serán buenos sacerdotes y apóstoles celosos si ahora, durante sus años de seminario, se preparan con seriedad y perseverancia para tan sublime servicio a Dios y a los hombres. Pero esto significa ante todo escuchar a Cristo e imitarlo. Ahora estás orientado con todo tu ser hacia la palabra y el ejemplo de Cristo: este es el tema de tus lecturas, meditaciones y estudios. Este período tan privilegiado de tu vida está destinado a lograr que una formación teológica completa se convierta en parte integral de tu vida, para que las grandes verdades y estímulos de la Revelación divina - que ahora estudias - se conviertan en la piedra angular de tu personalidad, que debe crecer. a la plenitud de Cristo! Sed, pues, dóciles y obedientes al Espíritu Santo,

Como sacerdotes, serán ministros de la Eucaristía. A partir de ahora vivan plenamente la Eucaristía, sean personas para quienes el centro y cumbre de toda vida es la Santa Misa, la Comunión y la Adoración Eucarística. Sin una fe profunda y sin amor por la Eucaristía no puede haber un verdadero sacerdote. Pero esta fe y este amor deben ser suplicados y alimentados sin cesar en la devoción eucarística concreta.

Ofrezca su corazón joven a Cristo en meditación y oración personal. La oración es el fundamento de la vida espiritual. El sacerdote es por vocación específica el hombre de oración.

Aprende a rezar y repite con los Apóstoles la calurosa súplica: "¡Maestro, enséñanos a rezar!".

Ore con gozo y plena convicción, no por deber y costumbre. Que tu oración sea una expresión concreta de amor a Cristo. Esfuérzate por ser buenos maestros de oración para que mañana puedas guiar dignamente a las comunidades cristianas en el servicio divino.

Desde lo alto de la cruz, Jesús dio a su Madre como madre al amado discípulo y apóstol Juan, y en él a todos los futuros sacerdotes y apóstoles. No podrán convertirse en verdaderos sacerdotes según el Corazón de Jesús si no aceptan a María como su madre. Esto significa que ella debe ser su guía en el conocimiento, la imitación y el amor de su Hijo. “Per Mariam ad Iesum”, esta es la verdadera y profunda devoción que debe adornar vuestras almas desde estos años de preparación.

También ten en cuenta siempre que no puedes convertirte en buenos sacerdotes sin renuncia y mortificación, sin un asceta sano. Que tu obediencia sea expresión y signo de la obediencia de Cristo al Padre. Que vuestra seria y madura preparación para la castidad consagrada sea signo y expresión de vuestro amor por Cristo y por las almas que redimió con su sangre. Que tu pobreza sea signo y expresión de una donación total al Reino de Dios: "¡Busca primero el Reino de Dios, y todo lo demás te será dado en exceso!" Y, por último, que vuestra amistad y unión sincera y fraterna sea signo y expresión de la comunidad de Cristo durante esta agitada peregrinación terrena.

Confíe en aquellos que la Iglesia les ha dado como guías del sacerdocio, sus Superiores. Estime, busque y viva con seriedad la dirección espiritual tan necesaria e insustituible para un camino sereno, para la paz interior y la certeza en el camino al altar y durante toda la vida sacerdotal.

Queridos seminaristas, la Santa Iglesia espera de vosotros personas serias, maduras y responsables, porque si el sacerdocio es un gran don de Dios para cada uno de vosotros, se os concede para el bien de toda la Iglesia, y en particular para el Iglesia que se encuentra entre el querido pueblo croata. La Iglesia espera que sean personas espirituales, es decir, que con su vida y conducta sean testigos de manera creíble y convincente de la presencia de Dios y de los valores espirituales en nuestra sociedad, que se caracteriza en gran medida por el materialismo y el ateísmo, pero también por una sed inextinguible de Dios y de valores espirituales. Ustedes, como sacerdotes, trabajarán y vivirán en tal sociedad y tendrán que ser su levadura evangélica. Por lo tanto, sea entusiasta, alegre y agradecido por haber sido llamado. Sé una provocación y un estímulo para que tus compañeros te sigan, sean apóstoles de las santas vocaciones desde ahora. Tenga en cuenta que Dios llama a los obreros a su mies también a través de usted.

¡Finalmente, un breve pensamiento para ustedes también, mis queridos amigos estudiantes! Lo que dije a los seminaristas también se aplica a ustedes con la debida adaptación a sus respectivas vocaciones. Agradezca al Señor por el don de la fe y la promesa bautismal. Viva y sea testigo de su fe católica con coherencia y valentía, usted también puede ser la levadura de la vida cristiana dondequiera que esté y trabaje. Vive con alegría y coherencia los días de tu juventud para ser mañana personas capaces, buenos cristianos, ciudadanos honestos, constructores de la civilización del amor, presencia viva de Cristo resucitado en medio de todos aquellos con quienes compartirás tu peregrinaje en esta tierra. . Sean miembros activos de la Iglesia, amen la Iglesia, ¡nunca se avergüencen de su Madre!

A todos ustedes, a sus seres queridos, así como a todos los demás jóvenes de sus diócesis, les imparto mi bendición apostólica. ¡Amén!

MISA CONCELEBRADA CON SACERDOTES ADHERIDOS AL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARI

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 30 de abril de 1982


1. "Se pusieron de acuerdo en oración ... junto con María, la Madre de Jesús y sus hermanos" ( Hch 1,14).

Estas palabras de la primera lectura bíblica, queridos hermanos del presbiterio, se adaptan bien a nuestro encuentro de hoy, que se desarrolla en el marco solemne y alegre de una celebración eucarística. Este contexto de oración, sin embargo, no me impide presentar mi muy cordial saludo, que con mucho gusto extiendo a los ministros anglicanos, a los pastores evangélicos y a los hermanos ortodoxos del Instituto de Ratisbona, que asisten a este rito, esperando que llegue pronto entra donde sea posible la participación común en la Eucaristía.

Luego agradezco a sus Representantes sus discursos y, sobre todo, les expreso mi profunda alegría de poder celebrar con ustedes esta sagrada Liturgia. Mi alegría no viene motivada solo por el considerable número en el que habéis acudido a esta singular cita desde muchos países de los cinco continentes, sino también por motivos más profundos. En primer lugar, este momento exquisitamente sacerdotal que vivimos nos ofrece la oportunidad propicia para la reflexión, así como para la vivencia, sobre la naturaleza y tareas de la vida presbiteral, que tanta responsabilidad tiene en la conciencia y en configuración de la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. En segundo lugar, aunque no sea la primera vez, me alegra encontrarme con ustedes, sacerdotes diocesanos y religiosos,

Este Movimiento está ahora muy extendido y espero que esté cada vez más comprometido con el redescubrimiento de los auténticos valores evangélicos dentro de la comunidad cristiana, para contribuir a una revitalización de la identidad bautismal por un lado, y especialmente de la identidad presbiteral. por el otro.

2. Sé que os habéis reunido para repensar la figura del sacerdote ministerial. ¿Cómo debe ser para servir a la Iglesia y a la humanidad hoy de la manera más eficaz y según los planes de Dios?

La pregunta es muy exigente, y la respuesta que se le da ciertamente no puede ser indiferente ni a la comprensión del misterio sacerdotal ni a la vida cristiana misma. Algunos grandes componentes del mensaje evangélico, que también se han convertido en piedras angulares de la espiritualidad del Movimiento de los Focolares, pueden ser de gran ayuda en esta reflexión; así es de los dos polos fundamentales de Jesús crucificado y de la unidad en la caridad, que el Movimiento retoma del Evangelio, subrayándolos y aplicándolos en formas renovadas. En realidad, ninguna renovación, ni siquiera práctica, es decir, de vida y de estilo pastoral, es posible si no nos referimos y nos apoyamos firmemente en los constituyentes esenciales de la fe cristiana. Ninguna actividad, y mucho menos ningún activismo, puede presumir de estar fundado en sí mismo,Sal 1, 3). Esta tierra fértil, esta agua vivificante, es para ti, para todos nosotros, la constante contemplación del misterio central de la Revelación, objeto de la fe de la Iglesia, de su adoración y celebración, como motivo inaudito de redención. y por lo tanto por la libertad y el gozo de cada creyente. Es el misterio del amor insondable e incomparable de Dios por el hombre, por nosotros, que nos ha sido manifestado, incluso documentado por la entrega total de sí mismo hecha por su Hijo (cf. Jn 3, 16; Gál 2, 20).

3. Hace unos días celebramos el Misterio Pascual, y aún vivimos litúrgicamente los grandes temas, sublimes y abismales, de la extrema abnegación que el Hijo de Dios hizo de sí mismo hasta su muerte y muerte en la Cruz, sólo para sea ​​entronizado en la gloria de Dios (cf. Fil 2, 6-11) y derrame sobre nosotros su Espíritu de vida (cf. Hch 2,33; 1 Co 15,45). Sobre todo, la Cruz de Cristo está ante los ojos de nuestra fe como una demostración sufrida, tanto como siempre, del amor ilimitado con el que Dios nos ha redimido, perdonando todas nuestras infidelidades y acogiéndonos en la familiaridad de una insospechada comunión con él mismo. Pensemos en cuánto costó esto: la sangre preciosa de Cristo (cf.1 Pt1,18-19), su grito, aunque confiado, de abandono en el bosque de su tormento (cf. Mc 15,34), su muerte.

En el colmo de su dolor está el colmo de su amor.

Pues aquí descubrimos un motivo fundamental, que se convierte en un estímulo ineludible, para participar de todo corazón en los sufrimientos de Jesús crucificado y abandonado, para vivir en íntima unión con él los acontecimientos personales y sobre todo los compromisos ministeriales de cada día. como expresión de amor a Dios ya los hermanos (cf. Ef 5, 1-2). Al abrazar al Jesús sufriente en las pruebas diarias, nos unimos inmediatamente al Espíritu del Resucitado y su fuerza fortalecedora (cf. Rm 6,5; Fil 1,19).

Por eso, en la Carta dirigida a todos los sacerdotes de la Iglesia el pasado Jueves Santo, escribí en forma de oración: “Nacemos ... del Cuerpo y Sangre de tu sacrificio redentor ...

Nacimos en la Última Cena y, al mismo tiempo, al pie de la Cruz del Calvario "(Juan Pablo II, Precatio, Feria V en Cena Domini anno MCMLXXXII recurrente, universis Ecclesiae Sacerdotibus destinado , 1, muere el 8 de abril de 1982 : vide supra , pág.1061). Este hecho primordial, que es el fundamento de nuestra identidad, invita y estimula a todo bautizado, que ha aceptado la llamada al sacerdocio ministerial, a conformarse, es más, a conformarse cada vez más a Cristo, único y eterno Sacerdote, y encontrar la verdad verdadera sólo compartiendo en Él la razón de ser de la propia vida.

Y si esto ya se aplica a todo presbítero diocesano, tanto más religiosos verán en Jesús crucificado la raíz de todas esas virtudes, que deben caracterizar su vida de particular consagración, incluso en la imitación de los carismas de sus Fundadores. Pues sigue siendo decisiva la identificación con la disponibilidad absoluta de Jesús a la voluntad del Padre, para que la voluntad de uno coincida con la del otro. "He aquí, vengo a hacer tu voluntad ... Y es precisamente por esa voluntad que hemos sido santificados, mediante la ofrenda del Cuerpo de Jesucristo, hecho una vez por todas" ( He.10.9.10). Sólo si el sacerdote hace suyas estas palabras en todas sus necesidades concretas y las extiende a todos los ámbitos de su existencia, podrá decir con toda la verdad, como dice el Concilio Vaticano II, actuar "in persona Christi". ( Lumen gentium , 10).

4. Hay otro componente de la espiritualidad evangélica que el Movimiento de los Focolares ha hecho suyo y que también merece nuestra consideración: la unidad que Jesús pidió al Padre antes de morir (cf. Jn 17, 21 ). Es a través del despojo de Cristo hasta el abandono y la muerte que nos hemos hecho uno con él y entre nosotros (cf. Gál 3, 26-28 ; Ef 2, 14-18). Y cuando Jesús nos da el mandamiento de amarnos como él nos amó (cf. Jn15:12), nos invita a tener la misma medida de nuestro amor mutuo que la medida de nuestro amor mutuo; y es precisamente esto lo que puede producir unidad, ya que el amor unifica siempre a quienes participan en él. En la unidad, entonces, se experimenta viva la presencia de Cristo resucitado, en quien somos uno. San León Magno se expresó bien: "El Hijo de Dios asumió la naturaleza humana con una unión tan íntima como para ser el único e idéntico Cristo no sólo en el primogénito de toda criatura, sino también en todos sus santos" (St León Magno, Discurso 12 sobre la Pasión : PL LIV, 355). 

En la unidad lograda en su vida presbiteral, los sacerdotes encuentran su verdadero hogar, que se amplía y fortalece en la comunión con los obispos y el Papa. Cristo, reunido en su nombre, no puede dejar de estar entre ellos (cf. Mt18, 20): tanto para dar efecto a la Palabra de Dios "que todo el mundo tiene derecho a buscar en los labios de los sacerdotes" ( Presbyteroum ordinis , 4), como para una celebración fructífera de la Eucaristía y de los demás sacramentos (cf. Ibid . 5), y reunir como pastores "la familia de Dios como fraternidad animada en unidad" ( Ibid . 6). Además, los religiosos encuentran en la práctica de la comunión fraterna una relación más estrecha con sus Fundadores y la posibilidad de hacer brillar la especificidad de sus carismas (cf. Lumen gentium , 46). De esta manera, se transmite al mundo un rayo de al menos esa comunión superior e incomparable que une a las personas de la Santísima Trinidad entre sí (cf. Gaudium et Spes , 24), en un misterio fecundo de vida.

5. En el Evangelio leído en esta liturgia, escuchamos las palabras dirigidas por Jesús en la cruz respectivamente a su propia Madre y al discípulo a quien amaba, entregándose el uno al otro en un intercambio de relaciones maternas y filiales ( cf. Jn 19, 26-27). Es bien sabido que vuestro Movimiento también se llama "Obra de María", y por eso tampoco se puede ignorar una referencia al lugar que debe ocupar la Madre de Jesús en la vida presbiteral. 

El texto del Evangelio que acabamos de citar nos ofrece el modelo de nuestra devoción mariana. "Desde ese momento el discípulo la acogió en su casa" ( Jn.19,27). ¿Se puede decir lo mismo de nosotros? ¿También damos la bienvenida a María a nuestro hogar? De hecho, debemos insertarla de lleno en el hogar de nuestra vida, de nuestra fe, de nuestros afectos, de nuestros compromisos, y reconocer el rol materno que le es propio, es decir, función orientadora, amonestadora, exhortadora o incluso meramente de presencia silenciosa, que por sí sola a veces puede ser suficiente para infundir fuerza y ​​coraje. Por otro lado, la primera lectura bíblica nos recordó que los primeros discípulos, después de la ascensión de Jesús, se reunieron "con María, la Madre de Jesús" ( Hch 1,14).

 En su comunidad, por lo tanto, ella también estaba allí; de hecho, fue quizás ella quien le dio cohesión.

Y el hecho de que sea calificada como "la Madre de Jesús" dice cuánto estuvo relacionada con la figura de su Hijo: es decir, dice que María recuerda siempre y sólo el valor salvífico de la obra de Jesús, nuestro único Salvador. , y de otro también dice que creer en Jesucristo no puede eximirnos de incluir en nuestro acto de fe la figura de Ella que fue su Madre. En la familia de Dios, y especialmente en la familia presbiteral, María salvaguarda la diversidad de cada uno dentro de la comunión entre todos. Y al mismo tiempo puede ser maestra de disponibilidad al Espíritu Santo, de participación ansiosa en la entrega total de Cristo a la voluntad del Padre, sobre todo de participación íntima en la pasión del Hijo y de segura fecundidad espiritual en la realización. nuestro ministerio. "Aquí está tu madre" (Jn 19,27): que cada uno escuche estas palabras dirigidas a sí mismo y, por tanto, despierte la confianza y el entusiasmo para un camino cada vez más decisivo y sereno en el camino comprometido de la propia vida sacerdotal.

6. Queridos hermanos, gracias por esta demostración de comunión hoy entre vosotros y con el Sucesor de Pedro. Es una comunión que pronto fortaleceremos a través de la comunión sacramental que, durante esta liturgia, abrazaremos sintiendo, sí, toda nuestra indignidad, pero también exultantes, con el mismo Señor. Y, a la luz de este vínculo eucarístico, os repito las palabras de san Pablo a Timoteo: Revive hoy y cada día el don de Dios que está en vosotros por la imposición de manos (cf.2 Timoteo1.6). 

Y que el himno del Magnificat, que acabamos de leer, suba a Dios desde dentro. Cultivad una sólida espiritualidad, a partir de las fuentes de la oración incesante, de un estudio serio nunca descuidado, de una fraternidad verdaderamente vivida. Ya que tienes que dar mucho a los demás, trata de enriquecerte cada vez más en sabiduría y gracia. Y que nadie que se te acerque se vaya decepcionado, sino que cada uno encuentre en ti luz para su inteligencia, calor para su corazón, apoyo para sus pasos.

Estén siempre desbordados de alegría por el don del sacerdocio, del cual Cristo, sumo y eterno sacerdote, los ha hecho partícipes; Da siempre un testimonio sereno e incisivo de una vida auténticamente evangélica, para que el carisma de tu vocación sea un estímulo eficaz y fuente fecunda de otras vocaciones sacerdotales y religiosas, que brotan de muchos corazones, especialmente de los jóvenes, abiertos y disponibles. a la invitación y llamada de Jesús, que espera obreros para la abundante mies del mundo.

Y ten por seguro que, por mi parte, transformo estos votos en oración y te recomiendo cordialmente al Señor, para que "él te perfeccione en todo bien, para que cumplas su voluntad, obrando en ti lo que es. agradable a él por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos.

Amén "( Hebreos 13:21).

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A PORTUGAL(12-15 DE MAYO DE 1982)

SANTA MISA PARA LOS JÓVENES

HOMILIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Lisboa
Viernes, 14 de mayo de 1982


1. ¡El Reino de Dios está cerca!

Sí, "Dile a todos: ¡el Reino de Dios está cerca de ti!" ( Lc 10, 9). Con estas palabras, Jesucristo, enviando a los setenta y dos discípulos en misión, recomendó que anunciaran el Mensaje, como acabamos de escuchar del Evangelio de hoy. Pero estas palabras también están dirigidas a los cristianos de todos los tiempos: a nosotros, por tanto, reunidos aquí en el nombre del Señor, en continuidad con los discípulos que las escucharon directamente.

Están especialmente dirigidos a ustedes, jóvenes, que están aquí esta tarde en gran número, llenos de entusiasmo y alegría, mostrando su disponibilidad a Cristo y el deseo de construir un mundo más humano y cristiano. Vosotros sois los custodios de esta gran esperanza de la humanidad, de la Iglesia y del Papa. Dios me ha dado la gracia de amar mucho a los jóvenes; por lo tanto, me gustaría hablar contigo como un amigo habla con un amigo, con cada uno individualmente, cara a cara, de corazón a corazón.

“¡El Reino de Dios está cerca!”. Y casi me atrevería a decir: estas palabras van especialmente dirigidas a vosotros, jóvenes portugueses, hijos de un pueblo de misioneros, que habéis difundido este mensaje, como ha subrayado el Cardenal Patriarca, P. Antonio Ribeiro.

Gracias, cardenal, por sus palabras. Me reconfortan y los acepto como promesa de continuidad, enviando saludos a todos aquellos cuyos sentimientos ha interpretado. Y, en esta hora, rindo homenaje de gratitud, en nombre de toda la Iglesia, a las grandes empresas evangelizadoras en el Portugal misionero.

¡El Reino de Dios está muy cerca! Se acercó al hombre de manera definitiva. Está entre nosotros y dentro de nosotros. La cercanía del Reino de Dios consiste, ante todo, en el hecho de que Dios vino y asumió la naturaleza humana. Es prójimo en Cristo. De hecho, en él, el Reino está tan cerca de nosotros que en cierto sentido se hace difícil imaginar una cercanía mayor e íntima. ¿Podría Dios acercarse más al hombre que haciéndose hombre?

Al estar tan cerca, en Cristo, nuestro Señor y Salvador, el Reino de Dios está siempre ante el hombre. Se propone a los hombres, como misión a cumplir, como meta a alcanzar. En las diferentes dimensiones de su existencia, los hombres pueden, por tanto, acercarse a él o alejarse de él. Sobre todo, pueden alcanzarlo dentro de sí mismos y realizarlo dentro de sí mismos.

Pero también pueden perderlo de vista, desviarse de la perspectiva. Incluso pueden tomar medidas contra él.

También pueden intentar distanciarlo del hombre, pueden distanciarlo y alejarlo de él.

En cambio, Cristo vino al mundo para introducir a los hombres en el Reino de Dios, para insertar el Reino en el corazón de los hombres y en medio de ellos. Más aún: Cristo confió este Reino a los hombres. Los llamó a trabajar por el Reino de Dios, y esta obra tiene el nombre de evangelización.

2. La palabra "Evangelización" proviene del "Evangelio", que significa "Buena Noticia". El Reino de Dios se construye sobre estos fundamentos de la Buena Nueva. Y de nuevo: él mismo es la Buena Nueva. Es el anuncio de la salvación definitiva del hombre. Y aquí uno podría preguntarse: ¿qué es la "salvación"? Detengámonos en las palabras de Isaías, escuchadas en la primera lectura de la santa misa de hoy:“El espíritu del Señor Dios está sobre mí, / porque el Señor me ha consagrado con unción; / me envió a llevar la Buena Nueva a los que sufren, / a curar a los de corazón triste, / a anunciar la liberación a los esclavos / y la libertad a los presos, a promulgar el año de la gracia del Señor ”( Is 61, 1- 2).

Estas palabras del profeta han permanecido durante muchos siglos esperando el momento de ser leídas, en la sinagoga de Nazaret, por Aquel que fue considerado el "Hijo del Carpintero": Jesús de Nazaret. Y él, después de leerlos, dijo: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que habéis oído con vuestros oídos" ( Lc 4, 21).

Las palabras de Isaías, que Jesús de Nazaret habría tomado como programa de su misión, contienen exactamente las buenas nuevas sobre la salvación.

Entonces, ¿qué es la salvación? Es la victoria del bien sobre el mal, lograda en el hombre en todas las dimensiones de su existencia. Superar el mal mismo ya tiene un carácter redentor. La forma definitiva de salvación consistirá para el hombre en liberarse completamente del mal y en alcanzar la plenitud del bien. Esta plenitud se llama, y ​​es de hecho, salvación eterna. Se realiza en el Reino de Dios como una realidad escatológica de vida eterna. Es una realidad del "tiempo futuro" que, por la cruz de Cristo, comenzó con su Resurrección. Todos los hombres están llamados a la vida eterna. Están llamados a la salvación. ¿Estás consciente de esto? ¿Sabéis, jóvenes amigos, que todos los hombres están llamados a vivir con Dios y que, sin él, pierden la clave del "misterio" de sí mismos?

3. Este llamado a la salvación es traído por Cristo. Tiene para el hombre "las palabras de vida eterna" ( Jn 6, 68); y se dirige al hombre tal como es, en muy variadas circunstancias: se dirige al hombre concreto que vive en la tierra. Está especialmente dirigido al hombre que sufre, en cuerpo y alma. Viene, como hemos escuchado en la primera lectura, para "consolar a los que lloran ... / para dar a los tristes una corona en lugar de cenizas, / aceite de alegría en lugar de luto, / gloria en lugar de desesperación" ( Is 61 : 2-3). ¡Pero también está dirigido a ustedes, jóvenes!

Sí, a vosotros, jóvenes: porque en vuestro espíritu está impreso de modo particular el problema esencial de la salvación, con todas sus esperanzas y tensiones, sufrimientos y victorias.

Sabes lo sensible que eres a la tensión entre el bien y el mal que existe en el mundo y en ti mismo.

En lo más profundo de ustedes, sufren al ver el triunfo de la mentira y la injusticia; sufre por sentirse incapaz de hacer triunfar la verdad y la justicia; sufrir, para ser generosos y egoístas al mismo tiempo. Te gustaría ser útil y servir siempre con iniciativas a favor de los oprimidos, pero ... te sientes traicionado por muchas cosas y atraído por otros que te cortan las alas.

Espontáneamente, eres llevado a rechazar el mal y desear el bien. Pero, a veces, tienes dificultad para darte cuenta y aceptar que para llegar al bien hay que pasar por la renuncia, el esfuerzo, la lucha, la cruz; Le sucedió a ese joven que, deseando la perfección y queriendo seguir a Jesús, no pudo comprender y aceptar que era necesario renunciar a los bienes materiales.

Sobre todo, queridos jóvenes, más allá de estas tensiones, poseéis una aptitud casi natural para la evangelización. Porque la evangelización no se puede hacer sin entusiasmo juvenil, sin juventud de corazón, sin un conjunto de cualidades de las que se prodiga la juventud: alegría, esperanza, transparencia, audacia, creatividad, idealismo ... Sí, tu sensibilidad y tu generosidad espontánea, la Tendencia hacia todo lo bello, hacen de cada uno de ustedes un "aliado natural" de Cristo. Además, solo en Cristo encontrarás respuesta a tus problemas y angustias. Y sabes por qué: era el hombre que más amaba; y nos dejó un "código" de amor, su Evangelio que, leído por el Concilio, "... proclama la libertad de los hijos de Dios; rechaza toda esclavitud, derivada, en última instancia, del pecado; respeta plenamente la dignidad de la conciencia y su libre decisión; sin interrumpir, recuerda que todos los talentos humanos deben convertirse en el servicio de Dios y de los hombres; y, finalmente, recomienda la caridad a todos "(Gaudium et Spes , 41).

Finalmente, solo el amor salva. Y repito: el problema de la salvación, es decir, la victoria del bien sobre el mal, es un tema fundamental de la vida humana. La vida del hombre transcurre íntegramente dentro de la órbita de esta llamada. Por eso, el tema de la "salvación" pertenece a aquellos que están especialmente grabados en el alma de los jóvenes. Es importante saber leerlo con perspicacia y desarrollarlo con honestidad en la vida y en el trabajo.

4. La salvación es una misión. Cristo vino a decirnos que la salvación, es decir, el Reino de Dios, es una misión. También vino a enseñarnos cómo desarrollarlo.

A los setenta y dos discípulos, a quienes envía "de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde iba a ir", Cristo dijo: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Por tanto, rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies ”( Lc 10, 2 ).

La Iglesia nos recuerda estas palabras con frecuencia. Los recuerda de manera particular, para invitarnos a rezar por las vocaciones sacerdotales y religiosas, por las vocaciones misioneras.

Pero, queridos jóvenes, no basta con rezar para que el Señor despierte vocaciones. Debemos estar atentos personalmente al llamamiento que quiere hacerles, no debemos faltarnos el coraje para responder con generosidad a este llamamiento. Las comunidades cristianas necesitan sacerdotes que las alimenten con la Palabra y el Cuerpo de Cristo, necesitan la vida religiosa, que es signo de Dios y ofrecida a Dios en beneficio de los hermanos. ¿Y no queréis prolongar la presencia del Señor en el mundo de hoy, responder a los pequeños que buscan a quien reparte el pan y no lo encuentran (cf. Lam 4,4)?

Hablar de evangelización, recordar la tarea misionera aquí, en Portugal, es evocar uno de los aspectos más positivos de la historia de su país. De aquí partieron muchos misioneros, sus antepasados, que llevaron la Buena Nueva de salvación a otros hombres. De Este a Oeste (Japón, India, África, Brasil ...); y los frutos de esta evangelización todavía son visibles hoy. Y muchos de estos misioneros eran jóvenes como tú. ¿Cómo olvidar, entre otros, aquí en Lisboa, el ejemplo de san João de Brito, un joven lisbonés que, dejando la vida fácil de la corte, se fue a la India, para llevar el Evangelio de la salvación a los más pobres y abandonados? , identificándose con ellos y sellando su fidelidad a Cristo ya sus hermanos con el testimonio del martirio.

Niños y niñas de Portugal: Levanten la mirada y vean "los campos dorados de cultivos", esperando las armas para "trabajar".

5. Hemos hablado del sacerdocio, la vida religiosa y la obra misionera, como una forma de vocación que tiene especial importancia en lo que respecta a la evangelización, y por la que la Iglesia ora de manera particular. Se siente llamada a esta oración por las palabras del Señor: "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" ( Lc 10, 2 ).

Pero las palabras del Señor Jesús sobre la "gran mies" y los trabajadores, debemos entenderlas en un sentido aún más fundamental y, al mismo tiempo, más amplio que el indicado en los modos de vocación en la Iglesia, que tenemos recién mencionado.

Hablando de la "mies", la "gran mies" y los "obreros", Cristo quiere, ante todo, hacer comprender a sus oyentes que el "Reino de Dios", es decir, la "salvación", es la gran tarea de todos los hombres. Cada uno debe sentirse "trabajador", protagonista de su propia salvación: el trabajador llamado a la "mies". Cada persona debe ganar honestamente esta salvación. Y esto también es esencial para toda la obra de evangelización.

"Misas" significa, por tanto, realizar en uno mismo la misión de evangelizar. Toda persona es llamada por la Palabra de Dios a este tipo de trabajo; cada joven se llama especialmente - niño o niña. No podemos evangelizar a otros si no somos evangelizados primero. No podemos colaborar en la salvación de otros si no entramos primero en el camino de la salvación.

Comenzamos este camino de salvación el día de nuestro Bautismo, cuando, renunciando al mal, hemos elegido el bien, en Jesucristo; comenzamos a vivir la Vida Nueva, fruto de su Muerte y Resurrección. Esta vida siempre debe desarrollarse. Por eso permanece con nosotros, en la Iglesia: permanece especialmente en los sacramentos; permanece en la Eucaristía y en la Penitencia.

¿Aprecian todos ustedes, mis jóvenes amigos, estas fuentes de vida? ¡Sabes cómo corresponder a la invitación de Jesús, el Pan de Vida! - ¿participando conscientemente en la Eucaristía, con el deseo de vivir plenamente, de vencer el mal y conquistar el bien? Y, cuando es necesario, por el pecado, la imperfección o la debilidad, ¿sabes caminar por el camino de la conversión y la reconciliación buscando el sacramento de la Penitencia, el perdón y la vida? Edifica tu conciencia y sé fiel al Señor que ama y perdona.

6. Al emprender el "trabajo en nosotros mismos", vemos claramente que no podemos ser "trabajadores de nuestra propia salvación" sin pensar simultáneamente en los demás. El problema de la propia salvación está orgánicamente ligado a la cuestión de la salvación de los demás. Y esto también es esencial para la evangelización.

El hombre comienza su vida recibiendo. Cuando nace se encuentra insertado en un mundo hecho por otros, principalmente por sus más cercanos: padres, hermanos y hermanas. El niño recibe prácticamente de todo, desde la comida hasta el entrenamiento. Allí aprende a hablar, a caminar y a convivir. Cuando descubre sus riquezas y habilidades, el joven intenta pasar de esta fase infantil de recibir a la fase de dar. No está satisfecho con el mundo que ha recibido, quiere crear "su mundo". Es hora de la gran opción de vida. Es el momento en el que se dibuja y prepara la orientación básica que se le dará al resto de la vida.

Este paso, de recibir a dar, de la dependencia a asumir la propia responsabilidad, no ocurre sin crisis. Pero sobre todo es una crisis de crecimiento y maduración. Muchas veces el joven no se comprende ni se comprende a sí mismo. Ya no quiere que lo traten como a un niño; pero siente que aún no es un adulto. Muchas veces vacila por dentro.

Por otro lado, todo parece despertar en él: descubre los valores, el sexo, el amor y el ideal; y también descubre la verdadera dimensión de la fe. ¡Gran descubrimiento para ustedes, queridos jóvenes!

El mundo ahora no te parece un mito, sino una gran tarea que se te impone, tu vida a estas alturas ya no se presenta como un regalo. Se convierte en compromiso. Tu actitud no se limita a esperar a que todo esté listo. Dos grandes preocupaciones te desafían en la perspectiva del futuro: la preparación para la profesión y la preparación para el estado de vida. Estas dos preocupaciones te absorben particularmente a veces hasta el punto de la impaciencia. Su tensión como jóvenes se puede resumir entre el “ya” y el “todavía no”. Ya te sientes responsable, pero aún no tienes la oportunidad de demostrarlo. Ya te gustaría contribuir eficazmente al bien común, tanto con ideas como con obras, pero aún no surgen oportunidades.

Ahora es exactamente en este momento, en el gran momento de opción y preparación para tu futuro, cuando más necesitas a Cristo. Y, guiado por él, podrás elegir tu profesión y tu futuro, teniendo en cuenta el bien común y las exigencias del reino de Dios, las exigencias de la fe. Estás llamado a "trabajar" por la salvación de otros al mismo tiempo que trabajas por tu propia salvación. Están llamados a ser apóstoles, a evangelizar la Buena Nueva, sean cuales sean sus opciones de futuro.

Sea generoso: elija con cariño y prepárese bien. Prepárese para la profesión con honestidad y dignidad; prepárate para el estado de vida que aceptarás; y si optas por el matrimonio, hazlo con seriedad y respeto por quienes un día tendrán que compartir contigo la vida y los ideales de la familia según Dios.

7. En verdad, la "mies es abundante". Y sólo importa que cada uno de nosotros se convierta en ese "trabajador" auténticamente evangélico. La "cosecha" indica el fruto del trabajo humano. Pero indica, al mismo tiempo, el don que nos llega a través de la creación.

La salvación que Cristo pone ante el hombre como misión es, al mismo tiempo, un don, es ante todo un don.

"... tendréis fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" ( Hechos 1,8). Estas son las últimas palabras que, según los Hechos de los Apóstoles, pronunció Cristo Resucitado en la tierra, antes de su ascensión al cielo. Estamos en el período litúrgico que va desde la Resurrección hasta la Venida del Espíritu Santo: por eso, estas palabras adquieren especial relevancia para nosotros.

Es del Espíritu Santo que los hombres reciben la fuerza para ser salvos. Es decir, la salvación que es tarea personal y comunitaria del hombre, debe realizarse con la fuerza del Espíritu Santo. Por eso significa, ante todo, un regalo. Es un gran don mediante el cual Dios comparte con el hombre algo que es esencialmente suyo. En cierto sentido, "se da al hombre": se da en "Cristo". Se da a sí mismo para ser esa fuerza de la verdad y del amor, que forma el "hombre nuevo", capaz de transformar el mundo: verdad que, manifestándose como exigencia de la conciencia y la dignidad humanas, dicta las opciones del amor, del amor que trae, une, eleva, construye y salva cuando damos la mano a los demás en la fraternidad humana, cristiana y eclesial. Se da, en particular, en los sacramentos - Bautismo, Confirmación, Penitencia, Eucaristía - a través de los cuales se da o aumenta el don que, desde el Cenáculo nos ha llegado, como Pan de Vida y como "Fortaleza", que nos enriquece. , día tras día, hasta nuestra resurrección a la vida eterna (cf. Jn 6,51.58), con Cristo para vivir junto al Padre.

Por tanto, debemos acoger siempre la salvación como un Don y, al mismo tiempo, debemos dedicarnos a ella como a una misión.

Cuanto más nos demos cuenta de la grandeza del Don, cuanto más ardientemente asumamos la misión, más seriamente nos convertiremos en los "obreros de la mies". Aquí está el fondo del asunto; este es el contexto vital de la evangelización.

8. Cristo Resucitado llama a sus discípulos a la evangelización, diciéndoles: "Ustedes serán mis testigos" ( Hch 1,8). ¡Aquí están las palabras clave!

Nos convertimos en testigos de Cristo cuando, como discípulos suyos del Evangelio, madura en nosotros el problema de la salvación, el problema de la llamada al Reino de Dios, cuando lo acogemos, nos apropiamos de él y nos identificamos con él. Cuando da sentido a toda nuestra vida y nuestra forma de actuar. Jóvenes, niños y niñas, niños del Portugal actual:Mira a los muchos que te han precedido en el pasado, también a sus hijos de esta patria. Hijos de su cultura y su idioma. De sus sufrimientos y sus victorias. ¡Cuántos de ellos respondieron, con el don total de la vida, a la llamada de Cristo! De la Reina Santa Isabel a João de Deus, de Antonio de Lisboa a João de Brito - para hablar solo de santos canonizados - por caminos diferentes, todos se movieron en la caridad de Dios, enamorados del ideal de verdad y amor, movidos por el Espíritu de Cristo.

¿Y quién puede decir, ante su entusiasmo y alegría, que los jóvenes portugueses de hoy están menos interesados, menos disponibles y menos atentos a Cristo que los del pasado? ¡Sí, Cristo confía en ti!

¡La Iglesia confía en ti! ¡El Papa confía en ti!

Bienvenidos, amados jóvenes, acojan una vez más la llamada de Cristo: Sed sus testigos.


VISITA PASTORAL A GRAN BRETAÑA

SANTA MISA POR LA RENOVACIÓN
DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Wembley, 29 de mayo de 1982

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo.

1. Después de la Ascensión, los Apóstoles subieron al piso superior donde Jesús había instituido la Eucaristía y dijeron que la ley del amor es el primero y más completo de sus Mandamientos. Y allí se reunieron, "asiduos y unánimes en oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús y con sus hermanos" ( Hch 1, 14).

Esta noche estamos reunidos aquí en una atmósfera igualmente espiritual. La víspera de Pentecostés celebro esta Misa con ustedes. Juntos renovaremos nuestras promesas bautismales como un don de nosotros mismos al Padre celestial unidos en la ofrenda del sacrificio de Cristo en la Eucaristía.

Reflexionemos juntos en la Palabra de Dios. Los apóstoles tenían miedo. Ellos rezaron. Nosotros también rezamos porque estamos llenos de miedos y debilidades. "Gemimos por dentro esperando la redención de nuestro cuerpo"; nosotros también esperamos con perseverancia que el Espíritu Santo venga a ayudarnos en nuestra debilidad (cf. Rm 8, 22-26).

Desafortunadamente, no todos los discípulos del Señor están completamente unidos en la fe y la caridad.

Ésta es una de las razones de mi visita a Gran Bretaña y de mi peregrinaje a la catedral de Canterbury hoy.

Pero vine en primer lugar para hacer una visita pastoral a la comunidad católica, para visitar la Iglesia de Inglaterra y Gales: para renovar nuestro amor y entusiasmo comunes por el Evangelio de Cristo. Confirmarte en la fe y compartir contigo esperanzas, ansiedades y ansiedades.

2. Al contemplar esta gran asamblea, siento un gran respeto por cada uno de ustedes. Sois hijos e hijas de Dios; él te ama. Creo en ti, creo en toda la humanidad, creo en una sola dignidad de cada ser humano y creo que cada individuo tiene un valor que nunca se puede ignorar, del que no se puede privar.

También sé que a menudo, con demasiada frecuencia, no se respetan la dignidad y los derechos humanos. El hombre es instigado a luchar contra otro hombre, una clase contra otra clase, en conflictos inútiles.

Los inmigrantes, las personas de diferentes colores y de diferentes religiones y culturas están sujetos a discriminación y hostilidad. El corazón del hombre está inquieto y atribulado. Conquista el espacio pero no está seguro de ello. Está confundido en cuanto a hacia dónde se dirige y es trágico observar que nuestra supremacía tecnológica es mayor que nuestra sabiduría hacia nosotros mismos. Todo esto debe cambiar. “¡Cuán grandes son, Señor, / tus obras! . . Envía tu Espíritu, son creados, / y renuevas la faz de la tierra ”( Sal 103 [104], 24.30). Que esta sea nuestra súplica, que seamos renovados en lo más profundo de nuestro corazón por la obra del Espíritu Santo.

3. Juntos renovaremos las promesas bautismales.

Debemos rechazar el pecado, la seducción del mal y Satanás, el padre del pecado y príncipe de las tinieblas. Debemos profesar nuestra fe en un solo Dios, en su Hijo nuestro Salvador Jesucristo y en la venida del Espíritu Santo, de vida eterna. Y seremos responsables de lo que digamos, ligados a un pacto con nuestro Señor.

4. Hermanos y hermanas, antes de ser fieles a esta alianza debemos ser un pueblo de oración y profunda espiritualidad.. Nuestra sociedad necesita redescubrir el sentido de la presencia amorosa de Dios y un sentido renovado de respeto por su voluntad. Aprendámoslo de María, nuestra Madre. En Inglaterra, la "Dote de María", la fiel, ha sido un destino de peregrinaje a su Santuario en Walsingham durante siglos. Hoy Walsingham está en Wembley y la estatua de Nuestra Señora de Walsingham, presente aquí, nos lleva a meditar en nuestra Madre. 

Ella obedeció sin temor la voluntad de Dios y engendró al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Fiel al pie de la Cruz, esperaba en oración que el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia naciente. Es María quien nos enseñará a callar y escuchar la voz del Señor en medio de un mundo ajetreado y ruidoso. Es María quien nos ayudará a encontrar tiempo para la oración. Por medio del Rosario, esta gran oración santa nos ayudará a conocer a Cristo. Necesitamos vivir como ella vivió, en la presencia de Dios, elevando nuestras mentes y corazones a Dios en nuestras actividades e inquietudes diarias.

Que sus hogares se conviertan en lugares de oración para padres e hijos. Dios debería ser el corazón vivo de su vida familiar. Santificar el domingo, ir a la misa dominical. En la Misa donde el Pueblo de Dios se reúne alrededor del altar para venerar e interceder. En la misa se pone en práctica el gran privilegio del bautismo, alabando a Dios en unión con Cristo su Hijo. Alabe a Dios en unión con su Iglesia.

También es muy importante que estéis en armonía con vuestros obispos. Son los sucesores de los Apóstoles. Son los guardianes y maestros de la verdadera fe. Ámalos y respétalos y reza por ellos. Son ellos quienes han recibido la tarea de conducirlos a Cristo.

Y ustedes, mis queridos hermanos en el ministerio del sacerdocio, tienen una responsabilidad particular: deben construir el Cuerpo de Cristo. Debes animar a los laicos en su vocación específica en la sociedad; debes ayudarlos a "identificarse con Cristo". Debes apoyarlos en su vida cristiana y desafiarlos a una santidad aún mayor. Ofrezca a su pueblo los tesoros de la liturgia de la Iglesia. Celebre la Misa con competencia, reverencia y amor. No se canse de predicar la importancia de las Comuniones frecuentes. Fomente la confesión hecha con regularidad. Es un sacramento que tiene una fuerza e importancia duraderas. Impulsar en las parroquias un clima y una costumbre de oración ferviente y de vida comunitaria.

5. Hermanos y hermanas, para ser fieles a la alianza con Dios no solo debemos ser un pueblo que ora, sino también un pueblo que cumple la voluntad del Padre celestial . Una vez más es María quien nos enseña. Al obedecer, aceptó plenamente el plan de Dios para su vida. Y al hacer esto alcanzó su grandeza. "Y bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" ( Lc 1, 45).

Expresamos nuestra total aceptación de la palabra de Cristo respetando los dictados morales de la vocación cristiana. Y el cumplimiento de estas exigencias es un acto de afectuosa obediencia a Jesucristo, Verbo de Dios Encarnado, si nuestra fe es fuerte, las leyes morales de la vida cristiana, aunque a veces son difíciles de cumplir y siempre requieren esfuerzo y disponibilidad. - no parecerán irrazonables ni imposibles.

Por supuesto, nuestra fidelidad nos pone en contraste con el espíritu de la "época actual". Sí, estamos en el mundo, como discípulos de Cristo somos enviados al mundo, pero no somos del mundo (cf. Jn 17,16,18).

El conflicto entre ciertos valores del mundo y los valores del Evangelio es una parte de la vida de la Iglesia que no se puede ignorar, así como es una parte inevitable de la vida de cada uno de nosotros. Y es aquí donde debemos encontrar esa "paciencia" de la que nos habla san Pablo en la segunda lectura: "Gimimos por dentro esperando nuestra salvación con esperanza y perseverancia" (cf. Rm 8, 23-25).

6. Con frecuencia he hablado del declive del respeto por los valores morales fundamentales que son parte esencial de la vida cristiana. De hecho, los valores morales son esenciales para la vida de todo ser humano libre y responsable, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a una vida superior.

El mundo ha perdido en gran medida el respeto por la vida humana desde el momento de la concepción. Fracasa en sustentar la unidad indisoluble del matrimonio. Hay una falta de apoyo para la estabilidad y la santidad de la vida familiar. Hay una crisis de verdad y responsabilidad en las relaciones humanas. El egoísmo prevalece. La permisividad sexual y las drogas destruyen la vida de millones de seres humanos. Las relaciones internacionales están plagadas de tensiones debido a la excesiva disparidad e injusticia en las estructuras económicas, sociales y culturales y a la lentitud en la adopción de los remedios necesarios. A menudo, debajo de todo esto hay un concepto falso del hombre y su verdadera dignidad, y una sed de poder en lugar de un deseo de ser útil.

¿Cómo podemos los cristianos estar de acuerdo con esta situación? ¿Podemos alguna vez llamar a esto progreso? ¿Podemos encogernos de hombros y decir que no se puede hacer nada para cambiar?

Hermanos y hermanas, la esencia de la vocación cristiana consiste en ser "luz" y "sal" para el mundo en que vivimos. No debemos tener miedo: "El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad" ( Rom 8, 26 ).

Tenga presente esa imagen de María y los Apóstoles durante el Pentecostés en Jerusalén.

Recuerda que el mismo Espíritu Santo que hoy llenó sus mentes y corazones, llena a toda la Iglesia y nos trae los dones más bellos y poderosos: "Amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo" ( Gal 5, 22).

Aceptemos verdaderamente las palabras de Jesús: "El que tenga sed, ven a mí y bebe" ( Jn 7, 37). Entonces recibiremos su regalo. “Ríos de agua viva fluirán de su seno. . . Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu Santo que recibirían los creyentes en él ”. Y entonces, por obra del Espíritu Santo, nos convertiremos en un pueblo que ora: el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros (cf. Rm 8, 26 ). Y nos convertiremos en un pueblo santo.

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, sean conscientes de su vocación cristiana. Cristo te ha llamado de la oscuridad a su luz maravillosa. Piense en lo que Dios ha hecho por usted en el bautismo y levante los ojos y vea la gloria final que le espera.

“¡Bendito sea el Señor mi alma! / ¡Señor Dios mío, qué grande eres! / Cuán grandes son tus obras, oh Señor. / Envía tu Espíritu, se crean, / y renuevas la faz de la tierra ( Sal 103 [104], 1.24.30). Amén.

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SANTA MISA POR LA RENOVACIÓN
DE LAS PROMESAS BAUTISMALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Wembley, 29 de mayo de 1982

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo.

1. Después de la Ascensión, los Apóstoles subieron al piso superior donde Jesús había instituido la Eucaristía y dijeron que la ley del amor es el primero y más completo de sus Mandamientos. Y allí se reunieron, "asiduos y unánimes en oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús y con sus hermanos" ( Hch 1, 14).

Esta noche estamos reunidos aquí en una atmósfera igualmente espiritual. La víspera de Pentecostés celebro esta Misa con ustedes. Juntos renovaremos nuestras promesas bautismales como un don de nosotros mismos al Padre celestial unidos en la ofrenda del sacrificio de Cristo en la Eucaristía.

Reflexionemos juntos en la Palabra de Dios. Los apóstoles tenían miedo. Ellos rezaron. Nosotros también rezamos porque estamos llenos de miedos y debilidades. "Gemimos por dentro esperando la redención de nuestro cuerpo"; nosotros también esperamos con perseverancia que el Espíritu Santo venga a ayudarnos en nuestra debilidad (cf. Rm 8, 22-26).

Desafortunadamente, no todos los discípulos del Señor están completamente unidos en la fe y la caridad.

Ésta es una de las razones de mi visita a Gran Bretaña y de mi peregrinaje a la catedral de Canterbury hoy.

Pero vine en primer lugar para hacer una visita pastoral a la comunidad católica, para visitar la Iglesia de Inglaterra y Gales: para renovar nuestro amor y entusiasmo comunes por el Evangelio de Cristo. Confirmarte en la fe y compartir contigo esperanzas, ansiedades y ansiedades.

2. Al contemplar esta gran asamblea, siento un gran respeto por cada uno de ustedes. Sois hijos e hijas de Dios; él te ama. Creo en ti, creo en toda la humanidad, creo en una sola dignidad de cada ser humano y creo que cada individuo tiene un valor que nunca se puede ignorar, del que no se puede privar.

También sé que a menudo, con demasiada frecuencia, no se respetan la dignidad y los derechos humanos. El hombre es instigado a luchar contra otro hombre, una clase contra otra clase, en conflictos inútiles.

Los inmigrantes, las personas de diferentes colores y de diferentes religiones y culturas están sujetos a discriminación y hostilidad. El corazón del hombre está inquieto y atribulado. Conquista el espacio pero no está seguro de ello. Está confundido en cuanto a hacia dónde se dirige y es trágico observar que nuestra supremacía tecnológica es mayor que nuestra sabiduría hacia nosotros mismos. Todo esto debe cambiar. “¡Cuán grandes son, Señor, / tus obras! . . Envía tu Espíritu, son creados, / y renuevas la faz de la tierra ”( Sal 103 [104], 24.30). Que esta sea nuestra súplica, que seamos renovados en lo más profundo de nuestro corazón por la obra del Espíritu Santo.

3. Juntos renovaremos las promesas bautismales.

Debemos rechazar el pecado, la seducción del mal y Satanás, el padre del pecado y príncipe de las tinieblas. Debemos profesar nuestra fe en un solo Dios, en su Hijo nuestro Salvador Jesucristo y en la venida del Espíritu Santo, de vida eterna. Y seremos responsables de lo que digamos, ligados a un pacto con nuestro Señor.

4. Hermanos y hermanas, antes de ser fieles a esta alianza debemos ser un pueblo de oración y profunda espiritualidad.. Nuestra sociedad necesita redescubrir el sentido de la presencia amorosa de Dios y un sentido renovado de respeto por su voluntad. Aprendámoslo de María, nuestra Madre. En Inglaterra, la "Dote de María", la fiel, ha sido un destino de peregrinaje a su Santuario en Walsingham durante siglos. Hoy Walsingham está en Wembley y la estatua de Nuestra Señora de Walsingham, presente aquí, nos lleva a meditar en nuestra Madre. Ella obedeció sin temor la voluntad de Dios y engendró al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Fiel al pie de la Cruz, esperaba en oración que el Espíritu Santo descendiera sobre la Iglesia naciente. Es María quien nos enseñará a callar y escuchar la voz del Señor en medio de un mundo ajetreado y ruidoso. Es María quien nos ayudará a encontrar tiempo para la oración. Por medio del Rosario, esta gran oración santa nos ayudará a conocer a Cristo. Necesitamos vivir como ella vivió, en la presencia de Dios, elevando nuestras mentes y corazones a Dios en nuestras actividades e inquietudes diarias.

Que sus hogares se conviertan en lugares de oración para padres e hijos. Dios debería ser el corazón vivo de su vida familiar. Santificar el domingo, ir a la misa dominical. En la Misa donde el Pueblo de Dios se reúne alrededor del altar para venerar e interceder. En la misa se pone en práctica el gran privilegio del bautismo, alabando a Dios en unión con Cristo su Hijo. Alabe a Dios en unión con su Iglesia.

También es muy importante que estéis en armonía con vuestros obispos. Son los sucesores de los Apóstoles. Son los guardianes y maestros de la verdadera fe. Ámalos y respétalos y reza por ellos. Son ellos quienes han recibido la tarea de conducirlos a Cristo.

Y ustedes, mis queridos hermanos en el ministerio del sacerdocio, tienen una responsabilidad particular: deben construir el Cuerpo de Cristo. Debes animar a los laicos en su vocación específica en la sociedad; debes ayudarlos a "identificarse con Cristo". Debes apoyarlos en su vida cristiana y desafiarlos a una santidad aún mayor. Ofrezca a su pueblo los tesoros de la liturgia de la Iglesia. Celebre la Misa con competencia, reverencia y amor. No se canse de predicar la importancia de las Comuniones frecuentes. Fomente la confesión hecha con regularidad. Es un sacramento que tiene una fuerza e importancia duraderas. Impulsar en las parroquias un clima y una costumbre de oración ferviente y de vida comunitaria.

5. Hermanos y hermanas, para ser fieles a la alianza con Dios no solo debemos ser un pueblo que ora, sino también un pueblo que cumple la voluntad del Padre celestial . Una vez más es María quien nos enseña. Al obedecer, aceptó plenamente el plan de Dios para su vida. Y al hacer esto alcanzó su grandeza. "Y bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" ( Lc 1, 45).

Expresamos nuestra total aceptación de la palabra de Cristo respetando los dictados morales de la vocación cristiana. Y el cumplimiento de estas exigencias es un acto de afectuosa obediencia a Jesucristo, Verbo de Dios Encarnado, si nuestra fe es fuerte, las leyes morales de la vida cristiana, aunque a veces son difíciles de cumplir y siempre requieren esfuerzo y disponibilidad. - no parecerán irrazonables ni imposibles.

Por supuesto, nuestra fidelidad nos pone en contraste con el espíritu de la "época actual". Sí, estamos en el mundo, como discípulos de Cristo somos enviados al mundo, pero no somos del mundo (cf. Jn 17,16,18).

El conflicto entre ciertos valores del mundo y los valores del Evangelio es una parte de la vida de la Iglesia que no se puede ignorar, así como es una parte inevitable de la vida de cada uno de nosotros. Y es aquí donde debemos encontrar esa "paciencia" de la que nos habla san Pablo en la segunda lectura: "Gimimos por dentro esperando nuestra salvación con esperanza y perseverancia" (cf. Rm 8, 23-25).

6. Con frecuencia he hablado del declive del respeto por los valores morales fundamentales que son parte esencial de la vida cristiana. De hecho, los valores morales son esenciales para la vida de todo ser humano libre y responsable, creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a una vida superior.

El mundo ha perdido en gran medida el respeto por la vida humana desde el momento de la concepción. Fracasa en sustentar la unidad indisoluble del matrimonio. Hay una falta de apoyo para la estabilidad y la santidad de la vida familiar. Hay una crisis de verdad y responsabilidad en las relaciones humanas. El egoísmo prevalece. La permisividad sexual y las drogas destruyen la vida de millones de seres humanos. Las relaciones internacionales están plagadas de tensiones debido a la excesiva disparidad e injusticia en las estructuras económicas, sociales y culturales y a la lentitud en la adopción de los remedios necesarios. A menudo, debajo de todo esto hay un concepto falso del hombre y su verdadera dignidad, y una sed de poder en lugar de un deseo de ser útil.

¿Cómo podemos los cristianos estar de acuerdo con esta situación? ¿Podemos alguna vez llamar a esto progreso? ¿Podemos encogernos de hombros y decir que no se puede hacer nada para cambiar?

Hermanos y hermanas, la esencia de la vocación cristiana consiste en ser "luz" y "sal" para el mundo en que vivimos. No debemos tener miedo: "El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad" ( Rom 8, 26 ).

Tenga presente esa imagen de María y los Apóstoles durante el Pentecostés en Jerusalén.

Recuerda que el mismo Espíritu Santo que hoy llenó sus mentes y corazones, llena a toda la Iglesia y nos trae los dones más bellos y poderosos: "Amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo" ( Gal 5, 22).

Aceptemos verdaderamente las palabras de Jesús: "El que tenga sed, ven a mí y bebe" ( Jn 7, 37). Entonces recibiremos su regalo. “Ríos de agua viva fluirán de su seno. . . Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu Santo que recibirían los creyentes en él ”. Y entonces, por obra del Espíritu Santo, nos convertiremos en un pueblo que ora: el Espíritu mismo intercede con insistencia por nosotros (cf. Rm 8, 26 ). Y nos convertiremos en un pueblo santo.

Mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, sean conscientes de su vocación cristiana. Cristo te ha llamado de la oscuridad a su luz maravillosa. Piense en lo que Dios ha hecho por usted en el bautismo y levante los ojos y vea la gloria final que le espera.

“¡Bendito sea el Señor mi alma! / ¡Señor Dios mío, qué grande eres! / Cuán grandes son tus obras, oh Señor. / Envía tu Espíritu, se crean, / y renuevas la faz de la tierra ( Sal 103 [104], 1.24.30). Amén.

SANTA MISA PARA LA ADMINISTRACIÓN DE CONFIRMACIONES 

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo 27 de junio de 1982

Queridos hermanos y hermanas,

¡y sobre todo vosotros, queridísimos hijos, que recibís el sacramento de la Confirmación!

1. Hoy se renueva entre nosotros el gran acontecimiento de Pentecostés. Aunque la fecha litúrgica de esta fiesta haya pasado ya desde hace algunas semanas, para ustedes confirmaciones hoy es verdaderamente Pentecostés, porque para mi ministerio como Obispo, con la imposición de manos y con la unción del sagrado crisma, están a punto de recibir el don del Espíritu, que es el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo.

Por eso quería una ceremonia íntima dentro de esta gran capilla, una ceremonia que, por el ambiente en el que se desarrolla y, más aún, por el recogimiento que demanda y reconcilia, pueda de alguna manera reproducir el clima de comunión espiritual. y la caridad vigorizante que reinaba allí, en el Cenáculo de Jerusalén, donde tuvo lugar el primer derramamiento del Espíritu Santo sobre la Iglesia.

Apóstoles y discípulos "todos ... fueron asiduos y de acuerdo en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la Madre de Jesús, y con sus hermanos ... Cuando llegó el día de Pentecostés, todos se encontraron juntos en el mismo lugar ... Y todos fueron llenos del Espíritu Santo ”( Hch 1,14; 2,1.4).

Aquí, amados hermanos e hijos, en el recogimiento, en la oración, en la cohesión de la caridad, todos los aquí presentes debemos esperar, implorar, acoger al Espíritu que viene. Y con nosotros - recuerda - está María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

2. La Santa Confirmación es un gran sacramento, muy importante en el marco general de la vida cristiana, que comenzó con el acto del Santo Bautismo: es un sacramento muy rico en términos de significado espiritual y virtud.

Decir don del Espíritu, de hecho, significa decir simultáneamente los dones del Espíritu: sus siete maravillosos dones que van acompañados de la gracia divina, inundando el alma de luz, fuerza y ​​coraje.

¿Recuerdas lo que aprendiste en el curso de catecismo? Sabiduría, intelecto, consejo, fuerza ...: es, por tanto, un don que se multiplica y ramifica en muchos dones, que hacen de quien los recibe un perfecto cristiano. Como los Apóstoles que, después de recibir el Espíritu de verdad y el consuelo que Jesús les prometió al final de la Última Cena (cf. Jn 14, 16-17.26; 16.7-14), supieron superar los límites de la debilidad humana para Convertíos en intrépidos heraldos y predicadores del Evangelio en el mundo, así también vosotros, y especialmente vosotros, queridos hijos, recibiendo hoy el mismo Espíritu, todos podemos y debemos ser cristianos perfectos, dispuestos siempre y en todo, con la palabra y con los hechos. , para dar testimonio de Cristo en la sociedad actual.

3. Desafortunadamente, no puedo desarrollar y explicar, como debería ser, estas referencias rápidas. Pero permítanme al menos desarrollar, entre muchos otros, un solo pensamiento, al que nos introduce la hermosa oración del domingo de hoy, que habla de nosotros como hijos de luz, y al que luego podemos volver meditando sobre los dos milagros obrados. por el Señor., de lo que nos habla la lectura del Evangelio ( Mc 5, 21-43).

Convertidos en hijos de Dios en virtud del santo Bautismo, llegados por él a la luz de la fe, la efusión del Espíritu que se recibe en la Confirmación ilumina más ampliamente este panorama, abriendo nuestras almas a una visión más clara y profunda: con la Confirmación. , en definitiva, además del aumento de la gracia santificante, obtenemos mayor luz y estamos llamados a una mayor responsabilidad. Por eso se dice comúnmente que nos convierte en cristianos perfectos. Ser cristianos perfectos significa dar espacio a nuestra fe; significa vivir verdaderamente, en la vida diaria de nuestra existencia, como hijos de luz.

No uno, sino dos, como dije, son los milagros del Señor, que se nos informan en el Evangelio de hoy. Aquí está Jairo, el gobernante de la sinagoga, que se postra ante Jesús para implorar la salvación y la vida de su hija de doce años, ahora en sus extremos. Aquí está la mujer anónima que, sufriendo durante doce años, se dice a sí misma: “Si puedo tocar su manto, seré sanada”.

Son milagros que, aunque diferentes en detalles y circunstancias, tienen en común no solo el hecho de que están cronológicamente conectados y como "colocados uno dentro del otro", sino sobre todo una premisa fundamental y condicionante: esa es la la fe viva y lúcida de ese hombre y esa mujer en el poder soberano y misericordioso del Señor Jesús, no importa que uno ore por su hija y el otro por ella misma; no importa que uno reza con una palabra abierta e insistente y el otro reza sin emitir ningún sonido externo. Lo que importa es el hecho de que ambos son movidos e iluminados internamente por una fe fuerte y valiente. Y precisamente como recompensa y respuesta a su fe sigue la doble curación milagrosa: el niño resucita; la mujer es sanada (cf. Mc 5.21-43).

4. Una fe tan iluminada, robusta e intrépida debe ser la insignia de quienes reciben o han recibido el sacramento de la Confirmación. Por supuesto, es la misma fe que en el bautismo; pero, como un organismo físico, que se fortalece y se desarrolla, debe crecer a medida que uno envejece. Si el bautizado ya tiene fe, más vigorosa, más madura, "más adulta" debe ser la fe que tiene el confirmado.

Es precisamente este ideal del "crecimiento" de la fe, como intensificación de la luz, lo que deseo proponerles hoy. En nuestra época, más que en el pasado, existe una mayor necesidad de fe para ser testigos de Cristo en un mundo secularizado. Asegúrate, por tanto, de que el estado de cristianos perfectos, en el que te constituye la Confirmación, toque profundamente tu alma y encuentre correspondencia contigo en una auténtica vida de fe; asegúrese de que la posición existencial subjetiva de cada uno de ustedes esté alineada con la posición sacramental objetiva, sin desapegos ni grietas ni contradicciones.

El don del Espíritu, como sus dones individuales, no nos exime de responder a la voluntad, ni del esfuerzo necesario para hacerlos fructificar: el Señor nunca dispensa al hombre del compromiso de correspondencia y colaboración. Y si entre estos dones destaca -como quería recordarles- el de un derramamiento más copioso de luz sobrenatural, se sigue que la respuesta personal debe ser más decisiva y firme por parte del hombre.

Con este fin, para que esto suceda en cada uno de ustedes candidatos a la Confirmación, quisiera agregar a mis palabras de aliento la seguridad de una oración especial. Por ti invoco el Espíritu de Dios, para que él mismo confirme desde lo alto de su templo en la Jerusalén celestial (cf. Sal 68, 29) lo que está a punto de obrar con la virtud de su sacramento. Que así sea.

SANTA MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo 6 de junio de 1982

 

¡Mi querido!

1. "Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había puesto" ( Mt 28,16).

Y tú también vienes a este lugar por la voluntad de Cristo. Por su llamada. Por el imperativo interior que aceptaste como su voluntad, madurando, a lo largo de los años, en su comprensión. Así que venga también por su propia libre elección.

Ven a este lugar donde recibirás la ordenación sacerdotal.

Leemos que, cuando los discípulos vieron a Jesús, se postraron ante él (cf. Mt 28, 17).

Tú también, en este lugar, te postrarás ante Dios, pronto, mientras toda la asamblea cantará la Letanía de los santos. te postrarás adorando la invisible Majestad de Dios que llena este lugar sagrado y este momento santo.

Finalmente, en cuanto a los discípulos, leemos que algunos de ellos dudaron (cf. Mt 28, 17).

No es lícito que ninguno de ustedes dude en este momento. Debes tener certeza: toda la certeza moral de la que eres capaz.

2. Recibir la ordenación sacerdotal el Domingo de la Santísima Trinidad.

A esos once discípulos que fueron (según el Evangelio de Mateo) al monte, en Galilea, Cristo dirigió estas palabras: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado a ustedes. He aquí yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos ”( Mt 28, 18-20).

Venid a asumir del poder de Cristo, del poder que le ha sido dado a Él Uno, en el cielo y en la tierra, la porción destinada para ti. Tu porción y participación.

Todo el Pueblo de Dios de la nueva alianza se constituye mediante la participación en la potencia salvífica de Cristo, en esta potencia, en virtud de la cual se realiza la salvación del mundo y de la humanidad.

En este poder de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, todos ustedes deben participar de manera particular, ustedes que están llamados a ejercer el sacerdocio ministerial (y al mismo tiempo jerárquico) en el Pueblo de Dios.

Con la fuerza de este poder, el Pueblo de Dios de la nueva alianza está reunido de una manera particular, reunido en esa unidad que se deriva de la Unidad de Dios: Padre e Hijo y Espíritu Santo.

Reciba la ordenación sacerdotal el día que la Iglesia consagra a la celebración solemne de esta unidad.

3. Aquí estás aquí con la mirada fija en la perspectiva del momento que debe cumplir tus expectativas. Debe confirmar tu vocación con la voz de la Iglesia y mediante el servicio del Obispo. Debe entregar a vuestras manos jóvenes y encomendar a la custodia de vuestros corazones la santísima Eucaristía, en la que, como acertadamente señaló el Concilio Vaticano II, "está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia" ( Presbyterorum Ordinis , 5). .

Es como si las palabras del Salmo responsorial te estuvieran dirigidas de un modo particular:
"El ojo del Señor vigila a los que le temen, / a los que esperan en su gracia" ( Sal 32 [33], 18).

¡Eso es, queridos amigos! No puede ser de otra manera. No podemos lograr lo que tenemos que lograr en este momento, si no "bajo la mirada" del Dios Viviente - si no fuera por la sobreabundancia de su Gracia.

Todas las preguntas que os hace la Iglesia - y las que vosotros mismos os planteáis - se reducen en última instancia a esta principal: a la pregunta sobre la fidelidad a la Gracia en el camino que habéis recorrido hoy y que debéis seguir caminando.

¿He sido fiel a la gracia de Cristo, a la voz del Señor, de mi corazón y de mi conciencia?

¿He sido y deseo ser siempre fiel, a toda costa, a la voz del Espíritu Santo, a su luz y poder?

"Nuestra alma espera al Señor, / él es nuestra ayuda y nuestro escudo ... / Señor, sea tu gracia sobre nosotros, / porque en ti esperamos" ( Sal 32 [33], 20,22).

¡Sí, queridos amigos! Por esto, toda la Iglesia reza junto a ti: ¡Señor, sea tu gracia sobre ellos!

4. Unidos así en la gracia del Señor, sólo así, me atrevo a llamaros y daros a cada uno el sacramento, es decir, el "signo" y el carácter del "sacerdocio ministerial" en la Iglesia de Cristo. .

¡Que el Espíritu de Dios te guíe! Que él te sostenga con su testimonio en tu espíritu, porque has recibido el Espíritu de los hijos adoptivos, en el que puedes gritar: “Abba-Padre”, y puedes enseñar a otros este grito.

Por tanto, sostengan al Espíritu Santo, con su luz su espíritu, ustedes que son "herederos de Dios, coherederos con Cristo" ( Rm 8, 17): para que se fortalezcan en ustedes mismos y extiendan a los demás esta mayor herencia que se da a los hombre, junto con él! "Si verdaderamente participamos de sus sufrimientos, también podemos participar de su gloria" ( Rom 8, 17).

¡Siempre junto a él! a lo largo de la vida, hasta el último suspiro. En este momento solemne os encomiendo también a cada uno de vosotros a su Madre, para que toda vuestra vida se realice y se realice en unión con Cristo: ¡junto con él!

Por la gloria de la Santísima Trinidad. Amén.

 SANTA MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo 6 de junio de 1982

¡Mi querido!

1. "Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús les había puesto" ( Mt 28,16).

Y tú también vienes a este lugar por la voluntad de Cristo. Por su llamada. Por el imperativo interior que aceptaste como su voluntad, madurando, a lo largo de los años, en su comprensión. Así que venga también por su propia libre elección.

Ven a este lugar donde recibirás la ordenación sacerdotal.

Leemos que, cuando los discípulos vieron a Jesús, se postraron ante él (cf. Mt 28, 17).

Tú también, en este lugar, te postrarás ante Dios, pronto, mientras toda la asamblea cantará la Letanía de los santos. te postrarás adorando la invisible Majestad de Dios que llena este lugar sagrado y este momento santo.

Finalmente, en cuanto a los discípulos, leemos que algunos de ellos dudaron (cf. Mt 28, 17).

No es lícito que ninguno de ustedes dude en este momento. Debes tener certeza: toda la certeza moral de la que eres capaz.

2. Recibir la ordenación sacerdotal el Domingo de la Santísima Trinidad.

A esos once discípulos que fueron (según el Evangelio de Mateo) al monte, en Galilea, Cristo dirigió estas palabras: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado a ustedes. He aquí yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin de los tiempos ”( Mt 28, 18-20).

Venid a asumir del poder de Cristo, del poder que le ha sido dado a Él Uno, en el cielo y en la tierra, la porción destinada para ti. Tu porción y participación.

Todo el Pueblo de Dios de la nueva alianza se constituye mediante la participación en la potencia salvífica de Cristo, en esta potencia, en virtud de la cual se realiza la salvación del mundo y de la humanidad.

En este poder de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey, todos ustedes deben participar de manera particular, ustedes que están llamados a ejercer el sacerdocio ministerial (y al mismo tiempo jerárquico) en el Pueblo de Dios.

Con la fuerza de este poder, el Pueblo de Dios de la nueva alianza está reunido de una manera particular, reunido en esa unidad que se deriva de la Unidad de Dios: Padre e Hijo y Espíritu Santo.

Reciba la ordenación sacerdotal el día que la Iglesia consagra a la celebración solemne de esta unidad.

3. Aquí estás aquí con la mirada fija en la perspectiva del momento que debe cumplir tus expectativas. Debe confirmar tu vocación con la voz de la Iglesia y mediante el servicio del Obispo. Debe entregar a vuestras manos jóvenes y encomendar a la custodia de vuestros corazones la santísima Eucaristía, en la que, como acertadamente señaló el Concilio Vaticano II, "está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia" ( Presbyterorum Ordinis , 5). .

Es como si las palabras del Salmo responsorial te estuvieran dirigidas de un modo particular:
"El ojo del Señor vigila a los que le temen, / a los que esperan en su gracia" ( Sal 32 [33], 18).

¡Eso es, queridos amigos! No puede ser de otra manera. No podemos lograr lo que tenemos que lograr en este momento, si no "bajo la mirada" del Dios Viviente - si no fuera por la sobreabundancia de su Gracia.

Todas las preguntas que os hace la Iglesia - y las que vosotros mismos os planteáis - se reducen en última instancia a esta principal: a la pregunta sobre la fidelidad a la Gracia en el camino que habéis recorrido hoy y que debéis seguir caminando.

¿He sido fiel a la gracia de Cristo, a la voz del Señor, de mi corazón y de mi conciencia?

¿He sido y deseo ser siempre fiel, a toda costa, a la voz del Espíritu Santo, a su luz y poder?

"Nuestra alma espera al Señor, / él es nuestra ayuda y nuestro escudo ... / Señor, sea tu gracia sobre nosotros, / porque en ti esperamos" ( Sal 32 [33], 20,22).

¡Sí, queridos amigos! Por esto, toda la Iglesia reza junto a ti: ¡Señor, sea tu gracia sobre ellos!

4. Unidos así en la gracia del Señor, sólo así, me atrevo a llamaros y daros a cada uno el sacramento, es decir, el "signo" y el carácter del "sacerdocio ministerial" en la Iglesia de Cristo. .

¡Que el Espíritu de Dios te guíe! Que él te sostenga con su testimonio en tu espíritu, porque has recibido el Espíritu de los hijos adoptivos, en el que puedes gritar: “Abba-Padre”, y puedes enseñar a otros este grito.

Por tanto, sostengan al Espíritu Santo, con su luz su espíritu, ustedes que son "herederos de Dios, coherederos con Cristo" ( Rm 8, 17): para que se fortalezcan en ustedes mismos y extiendan a los demás esta mayor herencia que se da a los hombre, junto con él! "Si verdaderamente participamos de sus sufrimientos, también podemos participar de su gloria" ( Rom 8, 17).

¡Siempre junto a él!

a lo largo de la vida, hasta el último suspiro. En este momento solemne os encomiendo también a cada uno de vosotros a su Madre, para que toda vuestra vida se realice y se realice
en unión con Cristo: ¡junto con él!

Por la gloria de la Santísima Trinidad. Amén.

SANTA MISA DE PARTICIPANTES EN LA VII " TENDOPOLIS MARIANA " 

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Castel Gandolfo, 8 de agosto de 1982

¡Queridos jóvenes!

1. ¡Su VII “Ciudad Mariana de Carpas” se ha trasladado esta mañana aquí, a Castel Gandolfo, para celebrar la Eucaristía con el Papa! Si habéis deseado mucho este encuentro, yo también estoy muy feliz de daros la bienvenida y de veros unidos a mí alrededor del altar. Os saludo a todos con profundo afecto, especialmente a los organizadores y directivos; y les expreso mi satisfacción tanto por la iniciativa de la "Ciudad de las Carpas", que se viene realizando desde hace varios años, y en la que participan tantos y de buena gana, como por el tema de estudio que han realizado: "La espiritualidad de María Santísima en la vida de los jóvenes ”, llena de interés y estimulante para directrices concretas y resoluciones efectivas.

A continuación, saludo también cordialmente a los animadores del Campamento de la Escuela Vocacional, organizado en Nemi por la Orden de Mercedari, que se han unido aquí con ustedes, jóvenes de la “Ciudad de las Tiendas”.

2. Quisiera ahora entrar en el contexto del tema que has estudiado, para darte algunas indicaciones programáticas para tu vida, a la luz de las lecturas de la liturgia de este domingo.

La primera reflexión surge casi espontáneamente del episodio del profeta Elías, quien, oprimido por un gran cansancio moral debido a los obstáculos, peligros y dificultades de su misión, huye al desierto, se sienta bajo un enebro y pide morir: " Ya basta, oh Señor - dice con angustia -. ¡Toma mi vida! ". Pero he aquí, viene un ángel, despierta al profeta, señala el pan y el agua milagrosos y lo insta a alimentarse: “¡Levántate y come! ¡Porque el viaje es demasiado largo para ti! " (cf.1 Reyes19, 4-8). ¡Queridos jóvenes! Incluso para ti, pueden llegar momentos de cansancio, decepción, amargura por las dificultades de la vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y la depresión, por la incertidumbre. ¡Del futuro! Si te encuentras en tales situaciones, recuerda que el Señor, en el designio providencial de la creación y la redención, quiso colocar a María santísima cerca de nosotros, quien, como el ángel del profeta, está a nuestro lado, nos ayuda, nos exhorta, con su espiritualidad nos muestra dónde están la luz y la fuerza para continuar el camino de la vida. Todavía joven, el padre Maximiliano Kolbe ya escribió a su madre desde Roma: “Cuántas veces en mi vida, pero particularmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada Concepción. . . ! Pongo toda mi confianza en ella para el futuro "(Los escritos de Maximilian Kolbe , Ed. City of Life, vol. Yo, p. 31).

3. Una segunda reflexión surge de las características de la "espiritualidad" de María, que se desprende de las lecturas litúrgicas: - es una espiritualidad de adhesión absoluta y total a la "Palabra de Dios". María, frente al ángel Gabriel, que le anunciaba la llamada de Dios, y su específica y extraordinaria vocación de convertirse en Madre del Mesías, del Salvador Jesús, aceptó decididamente: "He aquí, soy la esclava del Señor, eso lo que dijiste ”( Lc 1, 38)! ¡Tan decisiva y radical debe ser también tu fe cristiana en Dios que todo obra en nosotros! Llama la atención las palabras que escuchamos en el Evangelio: “Nadie puede venir a mí, / si no lo trae el Padre que me envió /. . . Todo el que ha oído del Padre / y ha aprendido de él / viene a mí ”( Jn 6, 44-45).

Aquí: saber, seguir, amar a Jesucristo es un "llamado" especial del Padre: la aventura más triste es rechazarlo; la posición más lógica y exaltante es acoger la llamada con alegría y gratitud, y vivirla con plena y total adhesión, como lo hizo María Santísima. Trate de ser siempre cristianos convencidos e iluminados, superando las dificultades que hacen meritoria la fe; ¡Haga siempre creíble su testimonio!

- La de María es entonces una espiritualidad de total intimidad con Jesús: intimidad orgánica, como sólo la Madre puede tener, Ella que le dio la vida física, de manera admirable y sobrenatural; intimidad afectiva, porque Jesús fue su amor supremo y absoluto, desde la Anunciación al Calvario, desde la Resurrección hasta su Asunción al cielo; intimidad apostólica, porque estaba íntimamente unida a la obra redentora de Cristo y aún intercede por toda la humanidad. Que esta intimidad con Jesús sea también la característica fundamental de su vida, que se realiza de manera eminente y única en la Eucaristía. “Yo soy el pan de vida /. . . Yo soy el pan vivo que descendió del cielo ”. El mismo Jesús quería esta intimidad misteriosa y sublime con él, a través de la Eucaristía.Jn 6,51). “Este es el pan que desciende del cielo, para que el que lo coma no muera” ( Jn 6, 50-51).

¡Os deseo esta intimidad con Cristo para vivir siempre, siguiendo el ejemplo de María! ¡Que el ideal de tu día o de tu semana sea la Sagrada Comunión!

- Finalmente, una tercera característica de la espiritualidad de María Santísima es la dedicación: así como se entregó por completo a Dios y a Jesús, así se entregó a los apóstoles y discípulos, a los necesitados, a la Iglesia que estaba naciendo, por que ella se ofreció a sí misma y ofrece continuamente su oculto y poderoso servicio. Que sea así también de vosotros: ¡consagraos a la caridad! ¡Donde desafortunadamente hay odio, traes amor! ¡Donde hay guerra, traes la paz! Como dice San Pablo en la carta a los Efesios: “Sean bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros. . . Andad en la caridad, como también Cristo os amó. . . " ( Efesios 4, 32; 5, 2).

4. Queridos amigos, espero sinceramente que la espiritualidad de María Santísima los acompañe e inspire a lo largo de su vida. Y lo hago con las palabras de Pablo VI, cuyo cuarto año de su partida conmemoramos, repitiéndote las palabras de una de sus oraciones: "A ti, María, fuente de vida, te entregamos las expectativas de los jóvenes, ansiosos en su búsqueda de un mundo más justo y más humano, y con confianza pedimos: dirijan sus pasos hacia Cristo, primogénito de la humanidad renovada, para que sus esfuerzos se realicen a su luz y se cumplan sus esperanzas "(8 de diciembre, 1975).¡Que mi bendición sea una promesa constante de estos votos!

SANTA MISA DE PARTICIPANTES EN LA VII " TENDOPOLIS MARIANA " 

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Castel Gandolfo, 8 de agosto de 1982

¡Queridos jóvenes!

1. ¡Su VII “Ciudad Mariana de Carpas” se ha trasladado esta mañana aquí, a Castel Gandolfo, para celebrar la Eucaristía con el Papa! Si habéis deseado mucho este encuentro, yo también estoy muy feliz de daros la bienvenida y de veros unidos a mí alrededor del altar. Os saludo a todos con profundo afecto, especialmente a los organizadores y directivos; y les expreso mi satisfacción tanto por la iniciativa de la "Ciudad de las Carpas", que se viene realizando desde hace varios años, y en la que participan tantos y de buena gana, como por el tema de estudio que han realizado: "La espiritualidad de María Santísima en la vida de los jóvenes ”, llena de interés y estimulante para directrices concretas y resoluciones efectivas.

A continuación, saludo también cordialmente a los animadores del Campamento de la Escuela Vocacional, organizado en Nemi por la Orden de Mercedari, que se han unido aquí con ustedes, jóvenes de la “Ciudad de las Tiendas”.

2. Quisiera ahora entrar en el contexto del tema que has estudiado, para darte algunas indicaciones programáticas para tu vida, a la luz de las lecturas de la liturgia de este domingo.

La primera reflexión surge casi espontáneamente del episodio del profeta Elías, quien, oprimido por un gran cansancio moral debido a los obstáculos, peligros y dificultades de su misión, huye al desierto, se sienta bajo un enebro y pide morir: " Ya basta, oh Señor - dice con angustia -. ¡Toma mi vida! ". Pero he aquí, viene un ángel, despierta al profeta, señala el pan y el agua milagrosos y lo insta a alimentarse: “¡Levántate y come! ¡Porque el viaje es demasiado largo para ti! " (cf.1 Reyes19, 4-8). ¡Queridos jóvenes! Incluso para ti, pueden llegar momentos de cansancio, decepción, amargura por las dificultades de la vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y la depresión, por la incertidumbre. ¡Del futuro! Si te encuentras en tales situaciones, recuerda que el Señor, en el designio providencial de la creación y la redención, quiso colocar a María santísima cerca de nosotros, quien, como el ángel del profeta, está a nuestro lado, nos ayuda, nos exhorta, con su espiritualidad nos muestra dónde están la luz y la fuerza para continuar el camino de la vida. Todavía joven, el padre Maximiliano Kolbe ya escribió a su madre desde Roma: “Cuántas veces en mi vida, pero particularmente en los momentos más importantes, he experimentado la protección especial de la Inmaculada Concepción. . . ! Pongo toda mi confianza en ella para el futuro "(Los escritos de Maximilian Kolbe , Ed. City of Life, vol. Yo, p. 31).

3. Una segunda reflexión surge de las características de la "espiritualidad" de María, que se desprende de las lecturas litúrgicas:
- es una espiritualidad de adhesión absoluta y total a la "Palabra de Dios".

María, frente al ángel Gabriel, que le anunciaba la llamada de Dios, y su específica y extraordinaria vocación de convertirse en Madre del Mesías, del Salvador Jesús, aceptó decididamente: "He aquí, soy la esclava del Señor. que me pase lo que dijiste ”( Lc 1, 38)! ¡Tan decisiva y radical debe ser también tu fe cristiana en Dios que todo obra en nosotros! Llama la atención las palabras que escuchamos en el Evangelio: “Nadie puede venir a mí, / si no lo trae el Padre que me envió /. . . Todo el que ha oído del Padre / y ha aprendido de él / viene a mí ”( Jn 6, 44-45).

Aquí: saber, seguir, amar a Jesucristo es un "llamado" especial del Padre: la aventura más triste es rechazarlo; la posición más lógica y exaltante es acoger la llamada con alegría y gratitud, y vivirla con plena y total adhesión, como lo hizo María Santísima. Procure ser siempre cristianos convencidos e iluminados, superando las dificultades que hacen meritoria la fe; ¡Haga siempre creíble su testimonio!

- La de María es entonces una espiritualidad de total intimidad con Jesús: intimidad orgánica, como sólo la Madre puede tener, Ella que le dio la vida física, de manera admirable y sobrenatural; intimidad afectiva, porque Jesús fue su amor supremo y absoluto, desde la Anunciación al Calvario, desde la Resurrección hasta su Asunción al cielo; intimidad apostólica, porque estaba íntimamente unida a la obra redentora de Cristo y aún intercede por toda la humanidad. Que esta intimidad con Jesús sea también la característica fundamental de su vida, que se realiza de manera eminente y única en la Eucaristía. “Yo soy el pan de vida /. . . Yo soy el pan vivo que descendió del cielo ”. El mismo Jesús quería esta intimidad misteriosa y sublime con él, a través de la Eucaristía.Jn 6,51). “Este es el pan que desciende del cielo, para que el que lo coma no muera” ( Jn 6, 50-51).

¡Os deseo esta intimidad con Cristo para vivir siempre, siguiendo el ejemplo de María! ¡Que el ideal de tu día o de tu semana sea la Sagrada Comunión!

- Finalmente, una tercera característica de la espiritualidad de María Santísima es la dedicación: así como se entregó por completo a Dios y a Jesús, así se entregó a los apóstoles y discípulos, a los necesitados, a la Iglesia que estaba naciendo, por que se ofreció a sí misma y ofrece continuamente su oculto y poderoso servicio. Que sea así también de vosotros: ¡consagraos a la caridad! ¡Donde desafortunadamente hay odio, traes amor! ¡Donde hay guerra, traes la paz! Como dice San Pablo en la carta a los Efesios: “Sean bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros. . . Andad en la caridad, como también Cristo os amó. . . " ( Efesios 4, 32; 5, 2).

4. Queridos amigos, espero sinceramente que la espiritualidad de María Santísima los acompañe e inspire a lo largo de su vida. Y lo hago con las palabras de Pablo VI, cuyo cuarto año de su partida conmemoramos, repitiéndote las palabras de una de sus oraciones: "A ti, María, fuente de vida, te entregamos las expectativas de los jóvenes, ansiosos en su búsqueda de un mundo más justo y más humano, y con confianza les pedimos: dirijan sus pasos hacia Cristo, primogénito de la humanidad renovada, para que sus esfuerzos se realicen a su luz y se cumplan sus esperanzas "(8 de diciembre, 1975).

¡Que mi bendición sea una promesa constante de estos votos!

VISITA PASTORALE AL MONASTERO DI FONTE AVELLANA

SANTA MESSA NELLA CHIESA DI SANTA CROCE

VISITA PASTORAL AL ​​MONASTERIO DE FONTE AVELLANA

SANTA MISA EN LA IGLESIA DE SANTA CROCE

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Serra Sant'Abbondio (Pesaro), 5 de septiembre de 1982

Queridos hermanos y hermanas.

“Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se abrirán los oídos de los sordos. Entonces el cojo saltará como un ciervo, la lengua del mudo gritará de alegría ”( Is 35, 5-6).

1. Con la descripción de estas alegres escenas que nos presenta el profeta Isaías para anunciar la felicidad de los tiempos mesiánicos, me dirijo a ustedes, queridos hermanos y hermanas, para mostrarles, a su vez, la profunda alegría de celebrar la Eucaristía hoy. contigo frente a esta antigua Iglesia de la Santa Cruz de Fonte Avellana, que con su línea magra, esencial, expresada en la solidez de la piedra desnuda, despierta en el corazón el sentido de la eternidad y la certeza de las cosas del cielo. Incluso la pureza del paisaje místico, en el que se asienta esta distinguida Ermita, es tal que predispone el alma a la meditación y adoración de Dios, cuya infinita perfección se refleja en la belleza de la creación.

Vine a saciar mi sed en esta fuente de espiritualidad, en este ambiente donde todo es una llamada a los valores del espíritu. Aquí donde reina el silencio y reina la paz, Dios habla al corazón del hombre.

Saludo a la Comunidad Camaldulense con sincero afecto, comenzando por su Prior General, el Padre Benedetto Calati; Saludo de manera especial al cardenal Palazzini ya todos los obispos presentes, con un pensamiento particular a monseñor Costanzo Micci, quien, como obispo local, también ha esperado mucho esta visita; Saludo respetuosamente a las autoridades políticas y civiles de la región de Marche y de la provincia.

Saludo a todos los fieles y peregrinos que se han reunido aquí para dar testimonio de su fe cristiana y expresar su apego al sucesor de Pedro. A todos les digo: ¡Alabado sea Jesucristo!

2. En el centro del Evangelio de hoy está la figura del sordomudo que obtiene la curación. Jesús “apartándolo de la multitud, le puso los dedos en los oídos y le tocó la lengua con la saliva; luego, mirando hacia el cielo, dejó escapar un suspiro y dijo: “Effathà”, es decir, “¡abre!”. Y enseguida se le abrieron los oídos, se le desató el nudo de la lengua y habló correctamente ”( Mc 7, 33-35).

Al realizar este milagro, Jesús, con un gesto significativo, toma al sordomudo y lo aleja de la multitud: ¡allí recupera su salud! El "Effathà", que es la forma más fecunda de abrirse a Cristo y de alcanzar la salvación, se realiza siempre en un encuentro estrictamente personal entre el hombre y Dios.

Para ser un verdadero seguidor de Cristo es necesario saber retirarse, dejarse tocar por él y abrirse a su palabra, a sus llamadas y a su gracia santificante.

Me parece que en la vocación camaldulense, que a lo largo de los siglos ha encontrado uno de los puntos de referencia más claros y estables en la Fonte Avellana, el "Effathà" de Cristo se cumple de manera particular, ya que los Monjes optan por encerrarse , en el silencio y en la soledad, para abrirse mejor con el espíritu a las realidades invisibles de los misterios de Dios. Al hacerlo, se ponen en contacto directo con Cristo y ocupan un lugar eminente en la Iglesia, su Cuerpo místico, porque “Ofrecen a Dios un excelente sacrificio de alabanza. Y con muy copiosos frutos de santidad honran al Pueblo de Dios y lo mueven con el ejemplo, así como lo aumentan con misteriosa fecundidad apostólica.

Por tanto, son gloria para la Iglesia y fuente de gracias celestiales ”( Perfectae Caritatis , 7).

3. Como en toda vida contemplativa, también en la vocación camaldulense el principal compromiso de los monjes consiste en alabar a Dios, es decir, en exaltar, magnificar y reconocer su superioridad, su amor, su fidelidad, su justicia y su maravilloso proyecto de salvación. Es agradable pensar en la alabanza que durante más de un milenio ha ido subiendo ininterrumpidamente a Dios desde este Monasterio por generaciones y generaciones de Monjes que han hecho del Salterio su canto oficial sobre las notas inmortales de las melodías gregorianas. Aquella alabanza que los Monjes expresaron hace poco al Señor, manifestando las grandes obras que no deja de realizar a través de los siglos, cuando, como hemos escuchado del Salmo Responsorial, "libera a los presos, devuelve la vista a los ciegos, levanta al, ama al justo, protege al extraño,Sal 145).

Son tantas las razones por las que se debe dar una alabanza perenne a Dios y por las que los monjes dejan el mundo para consagrarle la vida. Y en esto consiste la esencia de la vida contemplativa, ya que es de la ferviente oración de alabanza a Dios que se hará fecundo el esfuerzo de la Iglesia por comunicar al mundo la salvación obra del divino Redentor en la Cruz. Por eso los Institutos de vida contemplativa también juegan un papel destacado en la evangelización del mundo.

4. Esta forma de vida supone para el religioso un vaciamiento y una negación de sí mismo, siguiendo el ejemplo de Cristo, que "se despojó de sí mismo, asumiendo la condición de siervo" ( Fil 2, 7).

Implica el desapego de los bienes de este mundo, que nos encadenan a la tierra, no permitiéndonos levantar la mirada para conversar con el Señor. Implica la elección de la pobreza evangélica, que libera el alma de las preocupaciones del mundo y la hace disponible para recibir los dones de lo alto.

Por eso, como dice san Pablo, "Dios ha elegido lo débil del mundo para confundir a los fuertes" ( 1 Co 1, 27 ). Y Santiago en la segunda lectura de esta liturgia nos pregunta lo siguiente: "¿No eligió Dios a los pobres del mundo para enriquecerlos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?" ( Santiago 2, 5). Santiago, al afirmar esto, ciertamente estaba pensando en las palabras de Jesús: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos" ( Mt5, 3). De hecho, es en Jesús donde el valor de la elección de Dios por los pobres, habiendo abrazado su destino y su causa, se revela en toda su luz. Él mismo era pobre y señalaba a los pobres como destinatarios privilegiados de su Evangelio, habiendo sido "enviado a anunciar un buen mensaje a los pobres" ( Lc 4, 18 ). Jesús ama y favorece a quienes optan por la pobreza evangélica, porque es la "buena" tierra en la que la palabra echa raíces, se desarrolla y da fruto y porque sabe "lo difícil que es para los que poseen riquezas entrar en el Reino de Dios" ( Lc 18, 24 ).

Los Monjes, viviendo plenamente esta bienaventuranza evangélica de la pobreza, son los herederos de este Reino, del que anuncian la buena nueva no sólo con la predicación, sino sobre todo con la imitación del Cristo pobre, virgen y obediente hasta la muerte.

5. Soledad, apertura a Dios, pobreza evangélica: estas son las consideraciones que surgen hoy de las páginas sagradas que acabamos de proclamar, pero también son tantos los ideales que inspiraron a los Monjes de esta Abadía de Fonte Avellana en estos mil años. hecho famoso por su profundidad de conocimiento y santidad de vida por innumerables religiosos, entre los que destaca la gran figura de San Pier Damiani, ermitaño, Doctor de la Iglesia. Fue precisamente él quien imprimió una impronta duradera a la inspiración de la Fundación Avellanita de Romualdina y concretó la práctica de la vida en normas escritas y ordenamientos jurídicos, teniendo en el corazón la salvaguarda de la soledad del lugar, su autonomía y la libertad de la Ermita de interferencia externa. Con la fundación de nuevas ermitas y otros tres monasterios, sentó las bases de esta Congregación, haciendo de las diversas comunidades casi un solo cuerpo, mediante la fusión de los elementos esenciales del anacoretismo oriental y el cenobitismo benedictino. Gran reformador y moralista, estuvo junto a seis Papas, que se distinguieron sobre todo en la lucha por la integridad de la Iglesia y por la dignidad del sacerdocio. Pero lo que más deseaba San Pier Damiani era la paz de su tranquilo monasterio de Fonte Avellana, donde tan pronto como pudiera volvería como un simple monje, renunciando a todos los honores que se derivaban de su dignidad de obispo y cardenal, y de de donde partió, con espíritu de obediencia, apenas se requirió su labor de pacificador, en una época histórica tan convulsa y dividida por rivalidades y guerras internas. a través de la fusión de los elementos esenciales del anacoretismo oriental y el cenobitismo benedictino. 

Gran reformador y moralista, estuvo junto a seis Papas, que se distinguieron sobre todo en la lucha por la integridad de la Iglesia y por la dignidad del sacerdocio. Pero lo que más deseaba San Pier Damiani era la paz de su tranquilo monasterio de Fonte Avellana, donde tan pronto como pudiera volvería como un simple monje, renunciando a todos los honores que se derivaban de su dignidad de obispo y cardenal, y de de donde partió, con espíritu de obediencia, apenas se requirió su labor de pacificador, en una época histórica tan convulsa y dividida por rivalidades y guerras internas. que se distinguieron sobre todo en la lucha por la integridad de la Iglesia y por la dignidad del sacerdocio

Siguiendo los pasos de su gran maestro el abad San Romualdo, como él de Ravenna, él, en un período en el que la Iglesia estaba afligida por graves males, vio, como antídoto, la necesidad de una vida religiosa dedicada principalmente a la contemplación y la soledad. ., afirmando la primacía de la búsqueda de Dios sobre todos los valores contingentes.

La historia de esta Abadía nació y se desarrolló a la sombra de esta gran figura, que aún hoy, nueve siglos después de su muerte, sigue enseñando y alimentando la vida de sus monjes.

6. De hecho, la espiritualidad camaldulense hoy, también en virtud del impulso benéfico recibido por el Concilio Vaticano II, florece más que nunca en la Iglesia, constituyendo una gran reserva de gracias, de ayuda espiritual para todos los cristianos, incluso para toda la humanidad. .

Vine hoy a Fonte Avellana para honrar el testimonio y la contribución que la vida monástica hace a la Iglesia y al mundo.

Los monjes tienen un lugar y una función en la Iglesia que no se puede ignorar, ya que su especificidad es providente y edificante para toda la comunidad eclesial. De hecho, conservan y afirman valores de los que el mundo no puede prescindir porque dan sentido a la vida, cuando realmente se viven en plenitud.

7. Recuerdo con gratitud el beneficio que recibí personalmente en el contacto con los monjes camaldulenses en Cracovia, y cómo los fieles permanecieron profundamente edificados en la asistencia a sus Ermitas, de las que se extendía un secreto sentido de paz, alegría y santidad.

De hecho, desde que san Adalberto los llamó por primera vez desde Italia, se han convertido en guías sabios y ejemplares para muchos fieles de mi tierra.

Queridos monjes camaldulenses de esta abadía o que en monasterios similares se entreguen generosamente al Señor: permítanme dirigirles una exhortación a amar su vida cada vez más caracterizada por la soledad, "Effathà" y la pobreza para enriquecer a los demás con dones celestiales. Bien consciente de que tu soledad no te separa de la Iglesia, sino que al contrario intensifica su comunión, ama cada vez más a la Iglesia, tu Madre; sostenga con sus oraciones su ansiedad apostólica, su esfuerzo por la paz y su sufrimiento por las dramáticas situaciones en las que tantos hermanos en la fe viven hoy. Sepa traducir estas grandes causas de la Iglesia en oración y penitencia.

Continuando ahora con la celebración eucarística, agradezcamos primero a Dios Padre por los mil años de vida monástica en esta Abadía de Fonte Avellana. Pidámosle la fuerza para perseverar en esta vida con valentía y coherencia, acogiendo con corazón generoso las palabras del profeta Isaías, escuchadas en la primera lectura: “¡Ánimo! No tengas miedo; aquí está tu Dios. . . Viene a salvarte ”( Is 35,4).

¡Amén!

SANTA MISA CONCELEBRADA CON LOS OBISPOS DE EUROPA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Sixtina, 8 de octubre de 1982

¡Queridos hermanos!

1. Hay un texto del Evangelio de san Juan, que conocemos bien y que nos es muy querido, en el que Cristo habla de sí mismo como Buen Pastor.

En la liturgia de hoy, sin embargo, hablamos al Buen Pastor con las conocidas palabras del Salmo: “El Señor es mi pastor: / nada me falta; / sobre pastos verdes me hace descansar, / a aguas tranquilas me conduce. / Me tranquiliza, me guía por el camino correcto, / por su nombre. / Si caminara por un valle oscuro, / no temería mal alguno, porque tú estás conmigo ”( Sal 22 [23], 1-4).

¿Qué fue este simposio de los obispos de Europa, sino una oración al Buen Pastor, expresada en las palabras del Salmo de la liturgia de hoy? ¡Oración de muchos pastores al Único Pastor, Único y Eterno!

A través de este simposio-oración vosotros, queridos hermanos, queréis, ante todo, revelar la figura del Buen Pastor, que se inclina con solicitud sobre el continente europeo y sale al encuentro de los hombres y pueblos de los que nos ha llamado. También sale al encuentro de la época, el tiempo en el que nos llamó, porque como obispos compartimos su preocupación de pastor, de su misión.

En este día, en el que finaliza vuestro trabajo común, deseo que la conciencia de la presencia de Cristo, de su amor de Pastor y de su cuidado, sea el fruto principal del Simposio, para que partáis de aquí hacia los diferentes rumbos. llena de esta conciencia, nuevamente animada por ella.

"Si tuviera que caminar en un valle oscuro, / no temería ningún mal ...".

2. Por tanto, volvamos en la Eucaristía de despedida de hoy a las orillas del lago de Genesaret.

Allí, donde la multitud se agolpaba en torno a Jesús para escuchar la Palabra de Dios, subió a una barca, que era de Simón, y le suplicó que echara un poco de tierra (cf. Lc 5, 2-3).

Y justo entonces se formó la maravillosa analogía entre escuchar la Palabra de Dios y el trabajo de los pescadores.

Los pescadores viven de la pesca. Cuando arrojan sus redes y regresan vacíos a sus manos, los pescadores están tristes. Quizás incluso resignado. ¿No suena la barca de Simón un tono de tristeza y hasta de resignación cuando dice: "Maestro, trabajamos toda la noche y no pescamos nada" ( Lc 5, 5)? Así responde al estímulo de Cristo: "Rema mar adentro y echen sus redes" ( Lc 5, 4).

Quizás, queridos hermanos, vuestro Simposio europeo fue también un momento de invitación de Cristo, que normalmente sonó en los oídos de los pescadores y también puede sonar en los oídos de los obispos, que son los sucesores de los pescadores de Galilea. ¿Qué es más normal para un pescador que bajar las redes? ¿Qué es más normal para un obispo que anunciar el Evangelio, buscar almas y conducir el barco de la Iglesia?

Así que hoy nos preguntamos: ¿hemos respondido a la invitación del Maestro: "Remar mar adentro"? ¿Hemos tratado de mirar los problemas de nuestra misión en Europa en la medida adecuada durante estos días? ¿Hemos tratado de abrazarlos en toda la "amplitud" del Evangelio de Dios y, juntos, de la realidad humana?

3. “Por tu palabra echaré las redes” ( Lc 5, 5).

El autor de la carta a los Efesios, "prisionero del Señor", exhorta a sus destinatarios a comportarse "de manera digna de la vocación recibida", con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose con amor (cf. Ef. 4: 1) -2). Porque han sido llamados a esperar, a una sola esperanza, lo que les da la vocación (cf. Ef 4, 4).¿No es el momento vivido en el lago Gennesaret cuando Cristo ordena a los pescadores que echen sus redes precisamente un llamado a la esperanza? ¿A esa única esperanza que da la vocación?

Y la vocación de los pescadores es sacar peces de aguas profundas en beneficio de los hombres.

Sin embargo, la invitación de Cristo en ese momento incluye en sí misma toda la analogía que existe entre el trabajo de los pescadores y el anuncio del Evangelio.

Cuando los pescadores pescan una cantidad de pescado, para que se rompan las redes, - cuando Simón, al ver el milagro, se arrodilla ante Cristo, gritando que no es digno, que es un pecador, de llevarlo a su barca - entonces Cristo traerá al final de la analogía expresada en esta maravillosa señal y le dirá a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres ”(Lc 5,10).

Queridos hermanos, también nosotros, obispos del continente europeo, debemos vivir una vez más, en toda su plenitud, esa analogía de Galilea. Necesitamos volver a sentir el "no temas", porque quizás estemos desanimados y resignados. También nosotros necesitamos redescubrir esta llamada a la esperanza, a la "única esperanza" que nos da nuestra vocación. Y debemos bajar las redes sin descanso, repitiendo como Simón: "Por tu palabra echaré las redes" ( Lc 5, 5).

El Pastor Eterno de las almas humanas es el Señor de todos los melocotones.

4. Vosotros, obispos de varios países de Europa, os habéis reunido aquí en Roma para reavivar la esperanza "a la que habéis sido llamados". A cada uno de nosotros, sin embargo, "la gracia fue dada según la medida del don de Cristo" ( Efesios 4 : 7).

Trabajando en sus comunidades - desde la cotidiana de su propia diócesis hasta la más amplia de la Conferencia Episcopal Nacional - todavía quiere poner su mano para "construir el Cuerpo de Cristo" de otra manera. El Espíritu Santo os ha designado "pastores y maestros, para que vuestros hermanos sean aptos para llevar a cabo el ministerio" ( Efesios 4, 12), cuyo "propósito" es la edificación de este Cuerpo.

Este cuerpo "es uno" así como hay "un Espíritu" ( Efesios 4 : 4), y como también hay "un Señor, una fe, un bautismo" ( Efesios 4 : 5) y sobre todo "un Dios Padre. de todos, el que es (y obra) sobre todos, actúa por todos y está presente en todos "( Ef 4, 5-6).

El fruto del Simposio - a través de todas las diferenciaciones que deciden la riqueza de las naciones y las iglesias, a través de divisiones que son un legado difícil del pasado, a través de, repito, diferenciaciones y divisiones, de importancia no esencial, que provienen de los hombres - y sobre todo esto: ¡descubre la unidad! ¡Esta unidad que es para los hombres y viene de Dios!

La unidad del Pueblo de Dios: grande, universal y, por tanto, paneuropea. De esta unidad, que viene de Dios, siempre debemos comenzar, y también debemos verla al final. Sí, míralo como un propósito.

Jesucristo, el Buen Pastor, está con nosotros en todos los caminos que conducen desde el Divino Comienzo a la unidad del Cuerpo redimido.

5. “Per evangelica dicta”.

Dejemos que nuestros pecados sean borrados por las palabras del Evangelio.

Que las palabras del Evangelio nos ayuden a sentir el sabor de los problemas de Dios y a leer la profundidad de los misterios.

Que la palabra del Evangelio nos permita redescubrir la esperanza de nuestra vocación.


CANONIZACIÓN DE MASSIMILIANO MARIA KOLBE

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Plaza de San Pedro, 10 de octubre de 1982

1. "Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por sus amigos" ( Jn 15,13).

Desde hoy la Iglesia quiere llamar "santo" al hombre al que se le ha permitido cumplir las palabras del Redentor antes mencionadas de una manera absolutamente literal.

De hecho, hacia fines de julio de 1941, cuando por orden del jefe del campo se alinearon los prisioneros destinados a morir de hambre, este hombre, Maximiliano Maria Kolbe, se presentó espontáneamente, declarándose listo para ir a la muerte en reemplazo. de uno de ellos.

Esta disponibilidad fue aceptada, y su padre Massimiliano, luego de más de dos semanas de tormento por hambre, fue finalmente asesinado con una inyección fatal, el 14 de agosto de 1941.

Todo esto sucedió en el campo de concentración de Auschwitz, donde unas 4.000.000 de personas fueron ejecutadas durante la última guerra, entre ellas la Sierva de Dios Edith Stein (la Hermana Carmelita Teresa Benedetta della Croce), cuya causa de Beatificación se encuentra en curso en el tribunal competente. Congregación. La desobediencia a Dios, Creador de la vida, que dijo "no mates", ha provocado en este lugar la inmensa masacre de tanta gente inocente.

Al mismo tiempo, por tanto, nuestra época ha quedado tan horriblemente marcada por el exterminio del hombre inocente.

2. El padre Massimiliamo Kolbe, siendo él mismo prisionero del campo de concentración, reclamó, en el lugar de la muerte, el derecho a la vida de un hombre inocente, uno de los 4.000.000.

Este hombre (Franciszek Gajowniczek) aún vive y está presente entre nosotros. El padre Kolbe reclamó su derecho a la vida, declarando su disposición a morir en su lugar, porque era un hombre de familia y su vida era necesaria para sus seres queridos. El padre Maximiliano María Kolbe reafirmó así el derecho exclusivo del Creador a la vida del inocente y dio testimonio de Cristo y del amor. De hecho, el apóstol Juan escribe: “De aquí hemos llegado a conocer el amor: él dio su vida por nosotros; por tanto, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos ”(1 Jn 3,16).

Al dar su vida por un hermano, el padre Maximiliano, a quien la Iglesia venera como "bienaventurado" desde 1971, se asemeja de manera particular a Cristo.

3. Nosotros, por tanto, que hoy, domingo 10 de octubre, reunidos frente a la Basílica de San Pedro en Roma, queremos expresar el especial valor que tiene a los ojos de Dios la muerte mártir del Padre Maximiliano Kolbe:
" Preciosa a los ojos del Señor / es la muerte de sus fieles ”( Sal 115 [116], 15), así lo hemos repetido en el salmo responsorial. ¡Es verdaderamente precioso e invaluable! Por la muerte que sufrió Cristo en la Cruz, se realizó la redención del mundo, ya que esta muerte tiene el valor del amor supremo. A través de la muerte sufrida por el padre Maximiliano Kolbe, se ha renovado un signo claro de este amor en nuestro siglo, que en tan alto grado y en muchos sentidos está amenazado por el pecado y la muerte.

Aquí, en esta solemne liturgia de canonización, ese "mártir del amor" de Oswiecim (como lo llamó Pablo VI) parece presentarse entre nosotros y decir:
"Soy tu siervo, Señor, / soy tu siervo, hijo de tu sirvienta / has roto mis cadenas ”( Sal 115 [116], 16).

Y, casi reuniendo en uno el sacrificio de toda su vida, él, sacerdote e hijo espiritual de San Francisco, parece decir:
“¿Qué devolveré al Señor / por lo que me ha dado? / Levantaré la copa de la salvación / e invocaré el nombre del Señor ”( Sal 115 [116], 12s).

Estas son palabras de agradecimiento. La muerte sufrida por amor, en lugar del hermano, es un acto heroico del hombre, a través del cual, junto con el nuevo Santo, glorificamos a Dios, de él proviene la Gracia de este heroísmo, de este martirio.

4. Glorifiquemos, pues, la gran obra de Dios en el hombre hoy. Delante de todos nosotros aquí reunidos, el padre Maximiliano Kolbe levanta su "cáliz de la salvación", que contiene el sacrificio de toda su vida, sellado con la muerte de un mártir "por un hermano".

Maximiliano se preparó para este sacrificio definitivo siguiendo a Cristo desde los primeros años de su vida en Polonia. De esos años nace el misterioso sueño de dos coronas: una blanca y otra roja, entre las que nuestro santo no elige, pero acepta ambas. De hecho, desde los años de su juventud, lo impregnó un gran amor a Cristo y el deseo de martirio.

Este amor y este deseo la acompañaron en el camino de la vocación franciscana y sacerdotal, para la que se estaba preparando tanto en Polonia como en Roma. Este amor y este deseo lo acompañaron por todos los lugares del servicio sacerdotal y franciscano en Polonia, y también del servicio misionero en Japón.

5. La inspiración de toda su vida fue la Inmaculada Concepción, a quien confió su amor a Cristo y su deseo de martirio. En el misterio de la Inmaculada Concepción, ese mundo maravilloso y sobrenatural de la gracia de Dios ofrecida al hombre se reveló ante los ojos de su alma. La fe y las obras de toda la vida del Padre Maximiliano indican que concibió su colaboración con la gracia divina como milicia bajo el signo de la Inmaculada Concepción. El rasgo mariano es particularmente expresivo en la vida y santidad del Padre Kolbe. Todo su apostolado también estuvo marcado con esta impronta, tanto en su tierra natal como en las misiones. Tanto en Polonia como en Japón, las ciudades especiales de la Inmaculada Concepción (polaco "Niepokalanow", japonés "Mugenzai no Sono") fueron el centro de este apostolado.

6. ¿Qué sucedió en el Hunger Bunker del campo de concentración de Oswiecim (Auschwitz) el 14 de agosto de 1941?

A esto responde la liturgia de hoy: “Dios probó” a Maximiliano María “y lo halló digno de sí mismo” (cf. Sab 3,5). Lo probó "como el oro en el crisol / y lo acogió como holocausto" (cf. Sab 3,6).

Aunque "a los ojos de los hombres sufrió castigos", sin embargo "su esperanza está llena de inmortalidad", ya que "las almas de los justos están en las manos de Dios, / ningún tormento los tocará". Y cuando, humanamente hablando, les alcanza el tormento y la muerte, cuando "a los ojos de los hombres parecía que se estaban muriendo ...", cuando "su salida de nosotros fue considerada un desastre ...", "están en paz". ": experimentan la vida y la gloria 'en las manos de Dios' (cf. Sb 3,1-4).

Esta vida es fruto de la muerte a semejanza de la muerte de Cristo. La gloria es participación en su resurrección.

Entonces, ¿qué pasó en el Hunger Bunker el 14 de agosto de 1941?

Se cumplieron las palabras dirigidas por Cristo a los Apóstoles, para que "vayan y den fruto, y su fruto permanezca" (cf. Jn 15,16).

¡De modo admirable el fruto de la heroica muerte de Maximiliano Kolbe persiste en la Iglesia y en el mundo!

7. Los hombres observaron lo que sucedió en el campo de "Auschwitz". Y aunque a sus ojos les debió parecer que un compañero de su tormento "murió", aunque humanamente pudieran considerar "su partida" como "una ruina", sin embargo en su conciencia esto no fue sólo "la muerte".

Maximiliano no murió, pero "dio su vida ... por su hermano".

En esta muerte, terrible desde el punto de vista humano, estaba toda la grandeza definitiva del acto humano y de la elección humana: se ofreció a la muerte por amor.

Y en su muerte humana estaba el testimonio transparente de Cristo:el testimonio dado en Cristo de la dignidad del hombre, de la santidad de su vida y de la fuerza salvífica de la muerte, en la que se manifiesta la fuerza del amor.

Precisamente por eso, la muerte de Maximilian Kolbe se convirtió en signo de victoria. Esta fue la victoria sobre todo el sistema de desprecio y odio hacia el hombre y hacia lo divino en el hombre, una victoria similar a la que nuestro Señor Jesucristo trajo al Calvario.

"Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando" ( Jn 15,14)

8. La Iglesia acepta con veneración y gratitud este signo de victoria, alcanzado por el poder de la redención de Cristo. Intenta leer su elocuencia con toda humildad y amor.

Como siempre, cuando proclama la santidad de sus hijos e hijas, también en este caso trata de actuar con la debida precisión y responsabilidad, penetrando en todos los aspectos de la vida y muerte de la Sierva de Dios.

Sin embargo, la Iglesia debe, al mismo tiempo, tener cuidado, leyendo el signo de santidad dado por Dios en su Sierva terrena, para no dejar escapar toda su elocuencia y su sentido definitivo.

Y, por tanto, al juzgar la causa del Beato Maximiliano Kolbe era necesario - ya después de su beatificación - tener en cuenta muchas voces del Pueblo de Dios, y sobre todo de nuestros hermanos en el Episcopado, tanto de Polonia como de Alemania, que pidió proclamar santo a Maximiliano Kolbe "como mártir".

Frente a la elocuencia de la vida y muerte del beato Maximiliano, no se puede dejar de reconocer lo que parece constituir el contenido principal y esencial del signo dado por Dios a la Iglesia y al mundo en su muerte.

¿No constituye esta muerte enfrentada espontáneamente, por amor al hombre, un cumplimiento particular de las palabras de Cristo?

¿No hace a Maximiliano particularmente parecido a Cristo, modelo de todos los mártires, que da su vida en la cruz por sus hermanos?

¿No posee tal muerte una elocuencia particular y penetrante para nuestra época?

¿No constituye un testimonio particularmente auténtico de la Iglesia en el mundo contemporáneo?

9. Y por tanto, en virtud de mi autoridad apostólica, decreté que Maximiliano María Kolbe, quien, después de su beatificación, fue venerado como confesor, ¡debería ser venerado en adelante "también como mártir"!

"¡Preciosa a los ojos del Señor / es la muerte de sus fieles"!

Amén.

SANTA MISA EN EL COLEGIO PONTIFICAL 
DE SAN PEDRO APÓSTOL

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domenico, 17 de octubre de 1982

1. "El Hijo del Hombre ... no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos" ( Mc 10, 45): este versículo final del evangelio dominical de hoy, leído ahora, nos sugiere el criterio fundamental para comprender la verdadera naturaleza de la vocación misionera, y nos ayuda a prepararnos adecuadamente para la Jornada Mundial de las Misiones, que la Iglesia celebrará el próximo domingo. Y estoy particularmente agradecido de detenerme en este tema precisamente en este Colegio de San Pedro Apóstol, junto con ustedes, queridos estudiantes, que se preparan para ser mañana heraldos del Evangelio en sus tierras. Los saludo uno a uno y mi pensamiento también se dirige a los países de donde vienes y que son tan queridos para mi corazón.

El criterio antes mencionado es el del "servicio", como lo vivió y enseñó Jesús. Falsificaríamos el sentido cristiano de "misión" si no lo ilumináramos con esta luz, si no viéramos la misión como "servicio". Este criterio confiere a la misión su verdad y eficacia sobrenatural. En efecto, ¿quién es el servidor sino el que es llamado por el Superior y que, por obediencia a él, acepta la tarea que le ha sido encomendada?

Pues bien, el Superior a quien el Misionero debe servir y por quien es llamado es Dios mismo; y el "servicio" que debe realizar el Misionero es el de anunciar la Palabra de Dios al mundo. ¿Y con qué propósito? Para la gloria de Dios y la salvación de los hermanos, creados a imagen de Dios y amados por amor a Dios.

2. Si esta es la vocación misionera, entonces será oportuno reflexionar sobre algunos de sus aspectos íntimamente ligados al concepto evangélico de "servicio".

La virtud principal del siervo evangélico es la obediencia. La misión, de hecho, que es una comisión divina y sobrenatural, presupone una vocación de lo alto; y no se puede dar una respuesta concreta a esta llamada divina sin un espíritu de obediencia sobrenatural, sin una disponibilidad generosa a la voz de Dios que nos llama a enviarnos al mundo.

¿Cuál debe ser la obediencia del Misionero?

Implica sus facultades más preciosas: el intelecto y la voluntad. Por tanto, debe ser ante todo obediencia del intelecto a Cristo-Verdad y, en consecuencia, adhesión práctica a la voluntad: reproducir en nosotros, en el Espíritu, la vida misma de Cristo, siervo obediente del Padre y primer anunciador de su voluntad. Palabra, porque él mismo es la Palabra del Padre.

Obedecer la verdad es la virtud principal del Misionero. Y no siempre es fácil. De hecho, necesitamos ese equilibrio intelectual y esa honestidad que son los únicos que nos permiten aceptar la verdad conocida con certeza, con franqueza y valentía, evitando pretextos o subterfugios que se entregan al relativismo o al subjetivismo. Y por otro lado, también necesitamos esa humildad que nos impide dar o presentar con certeza lo que no es.

La Verdad cristiana que se ha de anunciar al mundo es en sí misma absolutamente cierta, universal, intangible, porque procede del Dios eterno, fiel e inmutable. Por tanto, es necesario que el Misionero, con verdadero espíritu de fe, haga suya esta certeza, sin atribuir sus dudas a la Palabra de Dios, y al mismo tiempo, sin querer dar a sus propias opiniones humanas fugaces ese grado de certeza. , que solo esta Palabra divina puede tener.

Proclamar a Cristo no es ni puede ser, como algunos malinterpretaron, una erección de otros a maestros, colocándose en un escalón más alto que los demás, sino que presupone al contrario la humildad de aceptar y por tanto comunicar una doctrina que no es nuestra sino de Dios. considerándose siervos y deudores de otros de esta misma doctrina.

Ser misioneros significa "sentirse" enviados por Dios porque realmente son llamados en virtud de signos ciertos y objetivos derivados de la escucha interior de la voz divina, y acreditados por la aprobación y mandato explícito de la Iglesia, que se expresa en sus legítimos Pastores. Esto por sí solo hace del Misionero un auténtico servidor de la divina misericordia.

Creer -como debe hacer el Misionero- estar en posesión de una doctrina divina e infalible como la de Cristo, no es en sí mismo, como piensan algunos, un acto de presunción, sino una humilde conciencia, cierta y probada, de tener Recibió a su vez esta doctrina, en su totalidad y autenticidad, del Magisterio vivo de la Iglesia, al que Cristo envía incesantemente su Espíritu de Verdad.

3. Un segundo punto en el que conviene centrar nuestra atención es el relativo a la especificidad del servicio a realizar. Consiste en anunciar -como he dicho- la Palabra de Dios, ahora está claro que el siervo debe poder realizar la tarea que se le ha encomendado. Pero anunciar la Palabra de Dios es una tarea que va más allá de las fuerzas naturales del hombre: es una tarea sobrenatural. El mensaje cristiano, por su origen, su contenido, su finalidad, los modos y medios de su transmisión, trasciende esencialmente incluso los más altos mensajes humanitarios o culturales, marcados por una simple religiosidad natural. El mensaje cristiano, por su divina nobleza, requiere en quienes lo comunican y en quienes lo reciben, un complemento, por así decirlo, de inteligencia: el "intellectus fidei", tales que proporcionen el lenguaje del hablante y la audición del oyente a la dignidad de su contenido. En este sentido, san Pablo habla de un "lenguaje espiritual" hecho para "hombres espirituales" (cf.1 Cor 2).

No olvidemos nunca, pues, queridos hermanos, el noble don que el Misionero hace al mundo. Es necesario que el Misionero cultive una viva conciencia de su preciosidad, con gratitud a Dios que se lo ha confiado y con la voluntad de permanecer siempre con Dios en esa íntima comunión de caridad y obediencia filial, que le permiten encontrar la medios adecuados para transmitirlo eficazmente al mundo.

Sólo manteniendo esta actitud de gratitud, disponibilidad filial y obediencia al Padre, mediante la comunión espiritual con Cristo y su Iglesia, el Misionero podrá mantener pura en su corazón la grandeza del mensaje recibido, sin degradarlo ni diluirlo en la precariedad. . de ideologías terrenales, sin convertirlo en instrumento de orgullo o poder mundano, sin pensar en poder difundirlo por otros medios que los evangélicos de pobreza, mansedumbre, sacrificio, testimonio, oración, en la virtud y fuerza del Espíritu.

4. Una última consideración surge del concepto de misión como servicio: ¿qué hace el siervo, para quién lo hace? No para sí mismo, sino para los propósitos del Superior. Así el Misionero: no trabaja para sí mismo, sino para el Reino de Dios y su justicia. Aquí también tenemos una llamada que va más allá de las perspectivas meramente terrenales o humanas. No se trata de "tomar consejo de carne y hueso" (cf. Gál 1, 16), sino de escuchar, en el fondo del corazón, el "murmullo" de esa "agua", de la que el gran obispo -Mártir San Ignacio de Antioquía: aquella agua clara y pura de la fe y la caridad, que le decía: "Ven al Padre, él ofreció tu vida por Dios y por sus hermanos" (cf. San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, Código postal. 6, 1-8, 3: Funk, I, 217-223).

El buen servidor se olvida de sí mismo y de sus propios intereses para realizar la tarea asignada. El siervo del evangelio también se comportará de la misma manera. Sin embargo, como este sacrificio va más allá de las fuerzas y razones de la sabiduría humana, el Misionero, al decir su "sí" incondicional al Padre que lo envía al mundo, confía con tranquilidad siempre renovada sólo en la ayuda divina que le será concedida. sobre todo en el momento del juicio, que también podría llegar a la cima del martirio.

Y cuando, en la hora más angustiosa del doloroso testimonio, al Misionero le parece que todo está perdido, precisamente en ese momento la luz de la fe le hace comprender que, unido a Jesús crucificado y totalmente confiado a la misericordia del Padre. , ayuda a difundir la luz divina con mucha más eficacia de la que podría haber obtenido por medios humanos, incluso los más eficientes. No es que estos medios no sean útiles para las misiones, al contrario son bendecidos; y es de esperar un aumento continuo; pero son solo instrumentos para ser usados ​​según los planes de Dios y las necesidades pastorales de su Reino.

Queridos sacerdotes, quise reflexionar con ustedes sobre estas verdades evangélicas, me hice consciente del compromiso misionero propio del sucesor de Pedro, a quien -como dice el Concilio Vaticano II- se le ha confiado de manera particular la gran tarea. de propagar el nombre cristiano.

Sabéis que he querido visitar numerosos países, donde apenas se conoce a Cristo y el anuncio del Evangelio todavía está inconcluso. Al hacerlo, también quise animar a todos los que están al servicio de Cristo y del Evangelio en estos países.

Que la Eucaristía que celebramos y que nos hace solidarios, profundice en nosotros la intención generosa de compartir con los más necesitados las riquezas espirituales de la fe y también nuestro pan de cada día.

La Reina de las Misiones, María Santísima, nos enseña el secreto y el alma de este Apostolado: ponerse a disposición total de la voluntad del Padre celestial en la entrega plena e incondicional de la vida, para que, por la virtud y fuerza del Espíritu, podemos concebir a Cristo en nuestro corazón y dárselo a las almas. Reina de las Misiones, ruega por nosotros. Amén.

SANTA MISA POR LA INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO EN LOS INSTITUTOS ECLESIÁSTICOS DE ESTUDIOS SUPERIORES EN ROMA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro, 19 de octubre de 1982

1. "Vosotros sois la sal de la tierra ..." ( Mt 5, 13). "Vosotros sois la luz del mundo" ( Mt 5, 14). Con estas palabras, profesores y alumnos de las universidades eclesiásticas romanas, os saluda la liturgia de hoy.
Con estas palabras inauguramos el nuevo curso académico.

Queremos que lo que será el trabajo científico y educativo de este año comience en la liturgia eucarística; que se desarrolla en el espíritu de la Eucaristía.

Celebrando el Santísimo Sacrificio, os saludo a las puertas de esta Iglesia apostólica que está en Roma.

Al acogeros, también yo os saludo, acogiendo el saludo de vosotros, como amados hermanos e hijos en la comunión de la vocación de Cristo.

2. En el Evangelio de hoy Cristo dice: "Tú eres": "Tú eres la sal de la tierra ...", "Tú eres la luz del mundo ...". Al mismo tiempo, sin embargo, sentimos que él desea decir "debes ser": debes ser y debes convertirte en la sal de la tierra y la luz del mundo.

Las palabras del Evangelio de hoy afirman y expresan, al mismo tiempo, un deber.

Entonces: ¿quién eres o en quién deberías convertirte?

El Maestro usa una metáfora: sal y luz.

La sal es necesaria para que la comida sepa bien. La luz es necesaria "para iluminar a todos los que están en la casa" ( Mt 5, 15).

La metáfora expresa sobre todo esto: "quién" debes ser y "para quién": para el mundo, para los hombres.

La metáfora evangélica habla de la tarea que tienen los discípulos de Cristo. Destaca esta tarea. Pero, al resaltarlo, se refiere a cada uno de ellos como sujeto de la tarea.

Y en esta referencia afirma: ¿quién debe ser el que tiene que realizar esta tarea, y cuál debe ser?

“La sal” y “la luz” -palabras metafóricas- contienen en sí mismas la síntesis de todo el programa.

Este es el programa propuesto por las Universidades y Ateneos Eclesiásticos de Roma.

Programa propuesto con miras al próximo año, pero, al mismo tiempo, con miras a todo el futuro; así como Cristo indicó a sus discípulos el programa “sal y luz” en la perspectiva de todas las generaciones hasta el fin del mundo.

El programa, propuesto de manera orgánica, se refiere a profesores y educadores, en vista de los estudiantes. Se refiere a estudiantes basado en el principio de reciprocidad. Se refiere al futuro.

A través de todo lo que se refiere a sus estudios, a su formación académica, espiritual, pastoral, a través de todo lo que la Iglesia debe recibir en el futuro, el nuevo aporte de "sal" y "luz", dondequiera que la Providencia divina los guíe.

3. Por tanto, un primer y fundamental punto de partida para la meditación sobre la inauguración es el contenido evangélico de "sal" y "luz".

El segundo elemento está estrechamente relacionado con esto: la oración. La lectura del libro de la Sabiduría habla de ello sobre todo.

La oración pertenece estrictamente a la lógica de la metáfora de Cristo. Si "la sal" y "la luz" no sólo afirman sino, al mismo tiempo, expresan deber; si se orientan hacia la pregunta "¿quién debo ser?", "¿cómo debo ser?", entonces, al mismo tiempo, llaman a la oración.

Este vínculo lógico resulta de las premisas fundamentales de la antropología cristiana, es decir, de la verdad cristiana sobre el hombre. El hombre se convierte en "la sal de la tierra" y "la luz del mundo" no sólo asumiendo el deber, sino también acogiendo la Gracia y colaborando con ella.

La gracia es la dimensión del origen divino del hombre y de sus destinos divinos. La gracia es un don de la redención de Cristo. Aquí, para esto, está la oración.

Descubrimos la dimensión de la Gracia, respondemos al don de la Redención a través de la oración.

“Por esto oré y se me prodigó prudencia; / Rogué y el espíritu de sabiduría entró en mí "( Sab 7,7).

En estas palabras el autor del libro del Antiguo Testamento confía en el tema de los problemas más profundos de su vida.

Que esta confianza del Autor del libro de la Sabiduría les hable a todos ustedes, miembros de la comunidad académica eclesiástica de Roma. Que se convierta, al mismo tiempo, en la confianza que cada uno de ustedes puede hacer.

De hecho, perteneces a la comunidad de maestros y discípulos precisamente por amar la sabiduría: "La amé más que la salud y la belleza, / Preferí su posesión a la misma luz, / porque el esplendor que de ella emana no se apaga" ( Sab 7,10).

¡Sabiduría!

Debe descubrirse en el centro mismo de la metáfora evangélica de la "sal" y la "luz". Sí. Precisamente hace que el hombre se convierta en lo que debe ser para los demás hombres, para el mundo. Precisamente en ella se manifiesta, al mismo tiempo, "deber" y "Gracia".

Nos llega a través del trabajo constante y la oración no menos constante.

Oh, cuán necesaria es esta sabiduría evangélica para la Iglesia hoy. Cuánto es necesario hablar según el conocimiento y "pensar digno de los dones recibidos" ( Sab 7, 15).

Esta forma de pensar y hablar le llega al hombre de Dios durante la oración. “Porque él es el guía de la sabiduría / y los sabios reciben su guía. / En su poder estamos nosotros y nuestras palabras, / toda inteligencia y toda habilidad ”( Sab 7, 15-16).

Es tan. De Dios, durante la oración, nos llega la palabra de sabiduría.

Y, por tanto, la asamblea eucarística de hoy es también la inauguración de la oración constante.

Con la oración hay que apoyar siempre los estudios e impregnar los esfuerzos ascéticos con el trabajo de uno mismo, para que no se queden en el vacío. Con la oración es necesario cultivar constantemente el intelecto y el corazón, para que el maestro y el alumno se conviertan, en sus relaciones recíprocas, en "la sal de la tierra" y "la luz del mundo".

4. "Brille, pues, tu luz delante de los hombres, para que vean tus buenas obras y den gloria a tu Padre que está en los cielos" ( Mt 5, 16).

¡Venerables profesores, queridos estudiantes de las universidades eclesiásticas de Roma! El objetivo final de toda la creación está ante ustedes. El fin del hombre en el mundo: ¡la gloria de Dios!

Estás llamado a través de la parábola de la sal y la luz a vivir para la gloria de Dios, a descubrir esta gloria en todas las cosas. Para redescubrirlo en toda la riqueza de la creación. Verlo con los ojos de la fe y la teología en los misterios de la Divina Revelación.

Estás llamado a anunciar y predicar la gloria de Dios a los hombres con todo tu pensamiento y con toda tu conducta.

Cristo te dice hoy: "Brille, pues, tu luz delante de los hombres, para que den gloria a tu Padre" ( Mt 5, 16).

Tu vocación en Cristo se centra en la gloria del Padre.

Tu vocación en Cristo es teocéntrica y, por ello, orientada hacia los hombres y el mundo.

Al comienzo del año académico, medite sobre qué contenido integral se esconden en sí mismas las palabras: "la sal de la tierra" y "la luz del mundo", y trate de vivirlo.

SANTA MISA PARA LOS SEMINARIOS DEL SEMINARIO MAYOR PONTIFICAL ROMANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Paulina, 26 de octubre de 1982

1. "He aquí, vengo, Señor, para hacer tu voluntad".

Este verso responsorial, tomado del Salmo 39 ( Sal 39, 8s) y aplicado por el autor de la carta a los Hebreos a Cristo, sacerdote supremo y eterno de la nueva alianza (cf. Hb 10, 5-10), nos ofrece como tema dominante de nuestra reflexión en esta celebración de hoy que os ve, queridos alumnos del Seminario Mayor de Roma, en torno a vuestro Obispo, al inicio del nuevo curso escolar.

Como los discípulos de Jesús, cada uno de ustedes un día escuchó en el fondo de su conciencia las palabras de Cristo: "La mies es mucha, pero los obreros pocos" ( Mt9:37): madurar su personalidad en los albores de la juventud; abriéndote a las diversas expresiones culturales complejas del mundo contemporáneo; Al observar la brecha que existe entre los ideales perseguidos y la falta de realización, especialmente en el campo social, se ha dado cuenta de que la semilla de la Palabra de Dios, muchas veces por falta de obreros y sembradores, no pudo llegar a muchos ámbitos, pero especialmente muchas inteligencias y muchos corazones. Y luego, con entusiasmo y generosidad, os entregáis a Dios con total disponibilidad para ser dóciles instrumentos en sus manos y hacer vuestra contribución personal a su proyecto de amor y salvación para la humanidad.

 Tú también has dicho, en unión con el Hijo de Dios encarnado: "He aquí, vengo, oh Señor, para hacer tu voluntad"; como JesúsMt 9,35); tú también, con tu sensibilidad, viendo multitudes de hombres y mujeres, de jóvenes, de pobres en busca de la verdad, la justicia, la paz, la alegría, te diste cuenta de que estaban "cansados ​​y agotados", desilusionados con promesas ventiladas por el cambio de ideologías. y entonces comprendiste que realmente valía la pena dedicar toda tu vida por completo, todas las energías a seguir a Jesús, ¡para devolver a los hermanos y hermanas el sentido profundo de la fe y la esperanza cristianas!

Querías, pues, seguir a Jesús, participar de su sacerdocio ministerial.

2. Esta participación, sin embargo, es un privilegio, un don del Altísimo, que misteriosamente te configura a Cristo; a través del sacerdocio toda tu vida tendrá una bipolaridad fundamental: Dios y los hombres. Llamado por Dios, serás constituido "para el bien de los hombres en lo que concierne a Dios" ( Hebreos 5: 1).

Cada uno de vosotros, en este momento, está ciertamente meditando sobre la “historia de la propia vocación”: una historia singular, irrepetible, en la que se han cruzado hechos y episodios muy personales, que sólo Dios y vosotros conocéis; una historia cuyo origen es un gesto de amor personal e infinito por parte de Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Como los discípulos y apóstoles, tú también un día de la manera más inesperada e inexplicable comprendiste que él se dirigía a ti, persuasivo y perentorio, su invitación: "¡Sígueme!" (cf. Mt 8, 22; Mc 2, 14). Y has declarado tu disponibilidad a tus pastores y a los que ahora siguen tu vocación.

Pero seguir a Cristo para participar del don de su sacerdocio ministerial requiere y exige generosidad, abnegación, constancia; una larga preparación de carácter espiritual, articulada en la oración y la disciplina, y también de carácter cultural, que encuentra su lugar y ambiente más adecuado en el Seminario, porque en él se finalizan los esfuerzos y el trabajo de los Superiores y sus Colaboradores hacia una clara perspectiva unitaria.

En este período sumamente delicado es necesario que vuestro camino espiritual se oriente a la conformación de vuestra vida a la de Cristo en todo, pero de manera especial en su infatigable amor y celo por las almas. “Cernis - parece decirles San Jerónimo a cada uno - quod aequaliter et villis, et urbibus, et castellis, id est, et magnis et parvis evangelium praedicaverit, ut non consideraret nobilium potentiam, sed salutem credentium. Circuibat civitates, hoc habens operis, quod mandaverat Pater, et hanc esuriem, ut doctrina sua salvos faceret infideles "(San Jerónimo, In Ev. Matthaei comm. , 1, 9, 35: PL 26, 60 B).

Encomiendo estos votos míos, junto con tus ideales y tus intenciones, a María Santísima, Madre de la Confianza, para que te enseñe a estar, como ella, siempre disponible al designio de Dios y preparada para el bien de las almas.¡Amén!

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA EN EL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DE SANTA TERESA DE JESÚS

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de Todos los Santos 
Ávila, 1 de noviembre de 1982

Venerables hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

1. “Oré y me fue dada la prudencia. Invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría . . .

La amé más que la salud y la hermosura . . . Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y en sus manos me trajo una riqueza incalculable. Yo me gocé en todos estos bienes, porque es la sabiduría quien los trae”.

He venido hoy a Ávila para adorar la Sabiduría de Dios. Al final de este IV centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús, que fue hija singularmente amada de la Sabiduría divina. Quiero adorar la Sabiduría de Dios, junto con el Pastor de esta diócesis, con todos los obispos de España, con las autoridades abulenses y de Alba de Tormes presididas por Sus Majestades y miembros del Gobierno, con tantos hijos e hijas de la Santa y con todo el Pueblo de Dios aquí congregado, en esta festividad de Todos los Santos.

Teresa de Jesús es arroyo que lleva a la fuente, es resplandor que conduce a la luz. Y su luz es Cristo, el “Maestro de la Sabiduría”, el “Libro vivo” en que aprendió las verdades; es esa “luz del cielo”, el Espíritu de la Sabiduría, que ella invocaba para que hablase en su nombre y guiase su pluma. Vamos a unir nuestra voz a su canto eterno de las misericordias divinas, para dar gracias a ese Dios que es “la misma Sabiduría”.

2. Y me alegra poder hacerlo en esta Ávila de Santa Teresa que la vio nacer y que conserva los recuerdos más entrañables de esta virgen de Castilla. Una ciudad célebre por sus murallas y torres, por sus iglesias y monasterios. Que con su complejo arquitectónico evoca plásticamente ese castillo interior y luminoso que es el alma del justo, en cuyo centro Dios tiene su morada. Una imagen de la ciudad de Dios con sus puertas y murallas, alumbrada por la luz del Cordero.

Todo en esta ciudad conserva el recuerdo de su hija predilecta. “La Santa”, lugar de su nacimiento y casa solariega; la parroquia donde fue bautizada; la catedral, con la imagen de la Virgen de la Caridad que aceptó su temprana consagración; la Encarnación, que acogió su vocación religiosa y donde llegó al culmen de su experiencia mística; San José, primer palomarcito teresiano, de donde salió Teresa, como “andariega de Dios”, a fundar por toda España.

Aquí también yo deseo estrechar todavía más mis vínculos de devoción hacia los Santos del Carmelo nacidos en estas tierras, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. En ellos no sólo admiro y venero a los maestros espirituales de mi vida interior, sino también a dos faros luminosos de la Iglesia en España, que han alumbrado con su doctrina espiritual los senderos de mi patria, Polonia, desde que al principio del siglo XVII llegaron a Cracovia los primeros hijos del Carmelo teresiano.

La circunstancia providencial de la clausura del IV centenario de la muerte de Santa Teresa me ha permitido realizar este viaje que deseaba desde hace tanto tiempo.

3. Quiero repetir en esta ocasión las palabras que escribí al principio de este ano centenario: “Santa Teresa de Jesús está viva, su voz resuena todavía hoy en la Iglesia”. Las celebraciones del año jubilar, aquí en España y en el mundo entero, han ratificado mis previsiones.

Teresa de Jesús, primera Doctora de la Iglesia universal, se ha hecho palabra viva acerca de Dios, ha invitado a la amistad con Cristo, ha abierto nuevas sendas de fidelidad y servicio a la Santa Madre Iglesia. Sé que ha llegado al corazón de los obispos y sacerdotes, para renovar en ellos deseos de sabiduría y de santidad, para ser “luz de su Iglesia”. Ha exhortado a los religiosos y religiosas a “seguir los consejos evangélicos con toda la perfección” para ser “siervos del amor”.

Ha iluminado la experiencia de los seglares cristianos con su doctrina acerca de la oración y de la caridad, camino universal de santidad; porque la oración, como la vida cristiana, no consiste “en pensar mucho, sino en amar mucho” y “todos son hábiles de su natural para amar”.

Su voz ha resonado más allá de la Iglesia católica, suscitando simpatías a nivel ecuménico, y trazando puentes de diálogo con los tesoros de espiritualidad de otras culturas religiosas. Me alegra sobre todo saber que la palabra de Santa Teresa ha sido acogida con entusiasmo por los jóvenes. Ellos se han apoderado de esa sugestiva consigna teresiana que yo quiero ofrecer como mensaje a la juventud de España: “En este tiempo son menester amigos fuertes de Dios”.

Por todo ello quiero expresar mi gratitud al Episcopado Español, que ha promovido este acontecimiento eclesial de renovación. Agradezco también el esfuerzo de la junta nacional del centenario y el de las delegaciones diocesanas. A todos los que han colaborado en la realización de los objetivos del centenario, la gratitud del Papa, que es el agradecimiento en nombre de la Iglesia.

4. Las palabras del Salmo responsorial traen a la memoria la gran empresa fundacional de Santa Teresa: “Bienaventurados los que moran en tu casa y continuamente te alaban . . . Porque más que mil vale un día en tus atrios . . . Y da Yahvé la gracia y la gloria y no niega los bienes . . . Bienaventurado el hombre que en ti confía”.

Aquí en Ávila se cumplió, con la fundación del monasterio de San José, al que siguieron las otras 16 fundaciones suyas, un designio de Dios para la vida de la Iglesia. Teresa de Jesús fue el instrumento providencial, la depositaria de un nuevo carisma de vida contemplativa que tantos frutos tenia que dar.

Cada monasterio de carmelitas descalzas tiene que ser “rinconcito de Dios”, “morada” de su gloria y “paraíso de su deleite”. Ha de ser un oasis de vida contemplativa, “un palomarcito de la Virgen Nuestra Señora”. Donde se viva en plenitud el misterio de la Iglesia que es Esposa de Cristo; con ese tono de austeridad y de alegría característico de la herencia teresiana. Y donde el servicio apostólico en favor del Cuerpo místico, según los deseos y consignas de la Madre Fundadora, pueda siempre expresarse en una experiencia de inmolación y de unidad: “Todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios”. En fidelidad a las exigencias de la vida contemplativa que he recordado recientemente en mi Carta a las carmelitas descalzas, serán siempre el honor de la Esposa de Cristo; en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares donde están presentes como santuarios de oración.

Y lo mismo vale para los hijos de Santa Teresa, los carmelitas descalzos, herederos de su espíritu contemplativo y apostólico, depositarios de las ansias misioneras de la Madre Fundadora. Que las celebraciones del centenario infundan también en vosotros propósitos de fidelidad en el camino de la oración y de fecundo apostolado en la Iglesia. Para mantener siempre vivo el mensaje de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la Cruz.

5. Las palabras de San Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura de esta Eucaristía, nos llevan hasta ese profundo hontanar de la oración cristiana, de donde brota la experiencia de Dios y el mensaje eclesial de Santa Teresa. Hemos recibido “el espíritu de adopción, por el que clamamos ¡Abbá! (Padre) . . . Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con El glorificados”.

La doctrina de Teresa de Jesús está en perfecta sintonía con esa teología de la oración que presenta San Pablo, el Apóstol con el que ella se identificaba tan profundamente. Siguiendo al Maestro de la oración, en plena consonancia con los Padres de la Iglesia, ha querido enseñar los secretos de la plegaria comentando la oración del Padre nuestro.

En la primera palabra, ¡Padre!, la Santa descubre la plenitud que nos confía Jesucristo, maestro y modelo de la oración. En la oración filial del cristiano se encuentra la posibilidad de entablar un diálogo con la Trinidad que mora en el alma de quien vive en gracia, como tantas veces experimentó la Santa: “Entre tal hijo y tal Padre - escribe -, forzado ha de estar el Espíritu Santo que enamore vuestra voluntad y os la ate tan grandísimo amor . . .”. Esta es la dignidad filial de los cristianos: poder invocar a Dios como Padre, dejarse guiar por el Espíritu, para ser en plenitud hijos de Dios.

6. Por medio de la oración Teresa ha buscado y encontrado a Cristo. Lo ha buscado en las palabras del Evangelio que va desde su juventud “hacían fuerza en su corazón”; lo ha encontrado “trayéndolo presente dentro de sí”; ha aprendido a mirarlo con amor en las imágenes del Señor de las que era tan devota; con esta Biblia de los pobres —las imágenes— y esta Biblia del corazón —la meditación de la palabra— ha podido revivir interiormente las escenas del Evangelio y acercarse al Señor con inmensa confianza.

¡Cuántas veces ha meditado Santa Teresa aquellas escenas del Evangelio que narran las palabras de Jesús a algunas mujeres! ¡Qué gozosa libertad interior le ha procurado, en tiempos de acentuado antifeminismo, esta actitud condescendiente del Maestro con la Magdalena, con Marta y María de Betania, con la Cananea y la Samaritana, esas figuras femeninas que tantas veces recuerda la Santa en sus escritos! No cabe duda que Teresa ha podido defender la dignidad de la mujer y sus posibilidades de un servicio apropiado en la Iglesia desde esta perspectiva evangélica: “No aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad...”.

La escena de Jesús con la Samaritana junto al pozo de Sicar que hemos recordado en el Evangelio, es significativa. El Señor promete a la Samaritana el agua viva: “Quien bebe de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere, no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”.

Entre las mujeres santas de la historia de la Iglesia, Teresa de Jesús es sin duda la que ha respondido a Cristo con el mayor fervor del corazón: ¡Dame de esta agua! Ella misma nos lo confirma cuando recuerda sus primeros encuentros con el Cristo del Evangelio: “¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio”. Teresa de Jesús, como una nueva Samaritana, invita ahora a todos a acercarse a Cristo, que es manantial de aguas vivas.

Cristo Jesús, el Redentor del hombre, fue el modelo de Teresa. En El encontró la Santa la majestad de su divinidad y la condescendencia de su humanidad: “Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle humano”; “veía que aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres”. ¡Qué horizontes de familiaridad con Dios nos descubre Teresa en la humanidad de Cristo! ¡Con qué precisión afirma la fe de la Iglesia en Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre! ¡Cómo lo experimenta cercano, “companero nuestro en el Santísimo Sacramento”!

Desde el misterio de la Humanidad sacratísima que es puerta, camino y luz, ha llegado hasta el misterio de la Santísima Trinidad, fuente y meta de la vida del hombre, “espejo adonde nuestra imagen está esculpida”. Y desde la altura del misterio de Dios ha comprendido el valor del hombre, su dignidad, su vocación de infinito.

7. Acercarse al misterio de Dios, a Jesús, “traer a Jesucristo presente” constituye toda su oración.

Esta consiste en un encuentro personal con aquel que es el único camino para conducirnos al Padre. Teresa reaccionó contra los libros que proponían la contemplación como un vago engolfarse en la divinidad o como un “no pensar nada” viendo en ello un peligro de replegarse sobre uno mismo, de apartarse de Jesús del cual nos “vienen todos los bienes”. De aquí su grito: “Apartarse de Cristo . . . no lo puedo sufrir”. Este grito vale también en nuestros días contra algunas técnicas de oración que no se inspiran en el Evangelio y que prácticamente tienden a prescindir de Cristo, en favor de un vacío mental que dentro del cristianismo no tiene sentido. Toda técnica de oración es válida en cuanto se inspira en Cristo y conduce a Cristo, el camino, la verdad y la vida.
Bien es verdad que el Cristo de la oración teresiana va más allá de toda imaginación corpórea y de toda representación figurativa; es Cristo resucitado, vivo y presente, que sobrepasa los límites de espacio y lugar, siendo a la vez Dios y hombre. Pero a la vez es Jesucristo, Hijo de la Virgen que nos acompaña y nos ayuda.

Cristo cruza el camino de la oración teresiana de extremo a extremo, desde los primeros pasos hasta la cima de la comunión perfecta con Dios. Cristo es la puerta por la que el alma accede al estado místico. Cristo la introduce en el misterio trinitario. Su presencia en el desenvolvimiento de este “trato amistoso” que es la oración es obligado y necesario: El lo actúa y genera. Y El es también objeto del mismo. Es el “libro vivo”, Palabra del Padre. El hombre aprende a quedarse en profundo silencio, cuando Cristo le enseña interiormente “sin ruido de palabras”; se vacía dentro de sí “mirando al Crucificado”. La contemplación teresiana no es búsqueda de escondidas virtualidades subjetivas por medio de técnicas depuradas de purificación interior, sino abrirse en humildad a Cristo y a su Cuerpo místico, que es la Iglesia.

8. En mi ministerio pastoral he afirmado con insistencia los valores religiosos del hombre, con quien Cristo mismo se ha identificado; ese hombre que es el camino de la Iglesia, y por lo tanto determina su solicitud y su amor, para que todo hombre alcance la plenitud de su vocación.

Santa Teresa de Jesús tiene una enseñanza muy explícita sobre el inmenso valor del hombre: “¡Oh Jesús mío! —exclama en una hermosa oración—, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mejor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia y entonces sois poseído más enteramente... Quien no amare al prójimo, no os ama, Señor mío; pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán”. Amor de Dios y amor del prójimo, unidos indisolublemente; son la raíz sobrenatural de la caridad, que es el amor de Dios, y con la manifestación concreta del amor del prójimo, esa “más cierta señal” de que amamos a Dios.

9. El eje de la vida de Teresa como proyección de su amor por Cristo y su deseo de la salvación de los hombres fue la Iglesia. Teresa de Jesús “sintió la Iglesia”, vivió “la pasión por la Iglesia” como miembro del Cuerpo místico.

Los tristes acontecimientos de la Iglesia de su tiempo, fueron como heridas progresivas que suscitaron oleadas de fidelidad y de servicio. Sintió profundamente la división de los cristianos como un desgarro de su propio corazón. Respondió eficazmente con un movimiento de renovación para mantener resplandeciente el rostro de la Iglesia santa. Se fueron ensanchando los horizontes de su amor y de su oración a medida que tomaba conciencia de la expansión misionera de la Iglesia católica; con la mirada y el corazón fijos en Roma, el centro de la catolicidad, con un afecto filial hacia “el Padre Santo”, como ella llama al Papa, que le llevó incluso a mantener una correspondencia epistolar con mi predecesor el Papa Pío V. Nos emociona leer esa confesión de fe con la que rubrica el libro de las Moradas: “En todo me sujeto a lo que tiene la Santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo y protesto y prometo vivir y morir”.

En Ávila se encendió aquella hoguera de amor eclesial que iluminaba y enfervorizaba a teólogos y misioneros. Aquí empezó aquel servicio original de Teresa en la Iglesia de su tiempo; en un momento tenso de reformas y contrarreformas optó por el camino radical del seguimiento de Cristo, por la edificación de la Iglesia con piedras vivas de santidad; levantó la bandera de los ideales cristianos para animar a los capitanes de la Iglesia. Y en Alba de Tormes, al final de una intensa jornada de caminos fundacionales, Teresa de Jesús, la cristiana verdadera y la esposa que deseaba ver pronto al Esposo, exclama: “Gracias... Dios mío..., porque me hiciste hija de tu Santa Iglesia católica”. O como recuerda otro testigo: “Bendito sea Dios..., que soy hija de la Iglesia”.

¡Soy hija de la Iglesia! He aquí el título de honor y de compromiso que la Santa nos ha legado para amar a la Iglesia, para servirla con generosidad.

10. Queridos hermanos y hermanas: Hemos recordado la figura luminosa y siempre actual de Teresa de Jesús, la hija singularmente amada de la divina Sabiduría, la andariega de Dios, la Reformadora del Carmelo, gloria de España y luz de la Santa Iglesia, honor de las mujeres cristianas, presencia distinguida en la cultura universal.

Ella quiere seguir caminando con la Iglesia hasta el final de los tiempos. Ella que en el lecho de muerte decía: “Es hora de caminar”. Su figura animosa de mujer en camino, nos sugiere la imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo, que camina en el tiempo ya en el alba del tercer milenio de su historia.

Teresa de Jesús que supo de las dificultades de los caminos, nos invita a caminar llevando a Dios en el corazón. Para orientar nuestra ruta y fortalecer nuestra esperanza nos lanza esa consigna, que fue el secreto de su vida y de su misión: “Pongamos los ojos en Cristo nuestro bien”, para abrirle de par en par las puertas del corazón de todos los hombres. Y así el Cristo luminoso de Teresa de Jesús será, en su Iglesia, “Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia”.

¡Los ojos en Cristo! Para que en el camino de la Iglesia, como en los caminos de Teresa que partieron de esta ciudad de Ávila, Cristo sea “camino, verdad y vida”. Así sea.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN  DE LA PALABRA CON LOS JÓVENES

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Madrid, 3 de noviembre de 1982

Queridos jóvenes:

1. Es éste uno de los encuentros que más esperaba en mi visita a España. Y que me permite tener un contacto directo con la juventud española, en el marco del estadio Santiago Bernabéu, testigo de tantos acontecimientos deportivos.

En todas mis visitas pastorales, en las diversas partes del mundo, he querido siempre reunirme con los jóvenes. Lo hago por la gran estima que nutro hacia vosotros y porque sois la esperanza de la Iglesia, no menos que de la sociedad. Ellas, en efecto, dentro de no muchos años descansarán en gran parte sobre vosotros. Sobre vosotros y tantos miles de compañeros vuestros que están unidos a vosotros en este momento. Desde todos los lugares de España de los que venís.

Sé que muchos de ellos - la noticia me llegó a Roma antes de mi salida - querían estar también aquí esta tarde. Y que ante la dificultad de encontrar puesto para todos, os mandaron como sus representantes.

Sé también que tantos de ellos os encargaron expresamente que trajeseis su saludo al Papa y le dijerais que están con nosotros en la oración, ante la radio y la televisión, porque tienen sed de verdad, de ideales grandes, de Cristo.

Queridos jóvenes: esto me emocionó; os lo digo como una confidencia que se hace al amigo. Los jóvenes sois capaces de ganar el corazón con tantos de vuestros gestos, con vuestra generosidad y espontaneidad.

Era vuestra primera respuesta, antes de vernos, a un interrogante mío.

En efecto, alguna vez me había preguntado: los jóvenes españoles, ¿serán capaces de mirar con valentía y constancia hacia el bien; ofrecerán un ejemplo de madurez en el uso de su libertad, o se replegarán desencantados sobre sí mismos? La juventud de un país rico de fe, de inteligencia, de heroísmo, de arte, de valores humanos, de grandes empresas humanas y religiosas, ¿querrá vivir el presente abierta a la esperanza cristiana y con responsable visión de futuro?

La respuesta me la dieron las noticias que me llegaban de vosotros. Me la ha dado, sobre todo, lo que he visto en tantos de vosotros en estos días y vuestra presencia y actitud esta tarde.

Quiero decíroslo: no me habéis desilusionado, sigo creyendo en los jóvenes, en vosotros. Y creo, no para halagaros, sino porque cuento con vosotros para difundir un sistema nuevo de vida. Ese que nace de Jesús, hijo de Dios y de María, cuyo mensaje os traigo.

2. Hace unos momentos se nos invitaba a reflexionar sobre el texto de las bienaventuranzas. En la base de ellas se halla una pregunta que vosotros os ponéis con inquietud: ¿por qué existe el mal en el mundo?

Las palabras de Cristo hablan de persecución, de llanto, de falta de paz y de injusticia, de mentira y de insultos. E indirectamente hablan del sufrimiento del hombre en su vida temporal.

Pero no se detienen ahí. Indican también un programa para superar el mal con el bien.

Efectivamente, los que lloran, serán consolados; los que; sienten la ausencia de la justicia y tienen hambre y sed de ella, serán saciados; los operadores de paz, serán llamados hijos de Dios; los misericordiosos, alcanzarán misericordia; los perseguidos por causa de la justicia, poseerán el reino de los cielos.

¿Es ésta; solamente una promesa de futuro? Las certezas admirables que Jesús da a sus discípulos ¿se refieren sólo a la vida eterna, a un reino de los cielos situado más allá de la muerte?

Sabemos bien, queridos jóvenes, que ese “reino de los cielos” es el “reino de Dios”, y que “está cerca” (Mt 3, 2). Porque ha sido inaugurado con la muerte y resurrección de Cristo. Sí, está cerca, porque en buena parte depende de nosotros, cristianos y “discípulos” de Jesús.

Somos nosotros, bautizados y confirmados en Cristo, los llamados a acercar ese reino, a hacerlo visible y actual en este mundo, como preparación a su establecimiento definitivo.

Y esto se logra con nuestro empeño personal, con nuestro esfuerzo y conducta concorde con los preceptos del Señor, con nuestra fidelidad a su persona, con nuestra imitación de su ejemplo, con nuestra dignidad moral.

Así, el cristiano vence el mal; y vosotros, jóvenes españoles, vencéis el mal con el bien cada vez que, por amor y a ejemplo de Cristo, os libráis de la esclavitud de quienes miran a tener más y no a ser más.

Cuando sabéis ser dignamente sencillos en un mundo que paga cualquier precio al poder; cuando sois limpios de corazón entre quien juzga sólo en términos de sexo, de apariencia o hipocresía; cuando construís la paz, en un mundo de violencia y de guerra; cuando lucháis por la justicia ante la explotación del hombre por el hombre o de una nación por la otra; cuando con la misericordia generosa no buscáis la venganza, sino que llegáis a amar al enemigo; cuando en medio del dolor y las dificultades, no perdéis la esperanza y la constancia en el bien, apoyados en el consuelo y ejemplo de Cristo y en el amor al hombre hermano. Entonces os convertís en transformadores eficaces y radicales del mundo y en constructores de la nueva civilización del amor, de la verdad, de la justicia, que Cristo trae como mensaje.

3. De esta forma, el hombre —y sobre todo el joven— que se acerca a la lectura de la palabra de Cristo con la pregunta de “por qué existe el mal en el mundo”, cuando acepta la verdad de las bienaventuranzas, termina poniéndose otra pregunta: ¿qué hacer para vencer el mal con el bien?

Más aún: acaba ya con una respuesta a esa pregunta, que es fundamental en la existencia humana.

Y bien podemos decir que quien halla esta respuesta y sabe orientar coherentemente su conducta ha logrado hacer penetrar el Evangelio en su vida. Entonces es verdaderamente cristiano.

Con los criterios sólidos que saca de su convicción cristiana, el joven sabe reaccionar debidamente ante un mundo de apariencias, de injusticia y materialismo que le rodea.

Ante la manipulación de la que puede sentirse objeto mediante la droga, el sexo exasperado, la violencia, el joven cristiano no buscará métodos de acción que le lleven a la espiral del terrorismo; éste le hundiría en el mismo o mayor mal que critica y depreca. No caerá en la inseguridad y la desmoralización, ni se refugiará en vacíos paraísos de evasión o de indiferentismo. Ni la droga, ni el alcohol, ni el sexo, ni un resignado pasivismo acrítico —eso que vosotros llamáis “pasotismo”— son una respuesta frente al mal. La respuesta vuestra ha de venir desde una postura sanamente crítica; desde la lucha contra una masificación en el pensar y en el vivir que a veces se os trata de imponer; que se ofrece en tantas lecturas y medios de comunicación social.

¡Jóvenes! ¡Amigos! Habéis de ser vosotros mismos, sin dejaros manipular; teniendo criterios sólidos de conducta. En una palabra: con modelos de vida en los que se pueda confiar, en los que podáis reflejar toda vuestra generosa capacidad creativa, toda vuestra sed de sinceridad y mejora social, sed de valores permanentes dignos de elecciones sabias. Es el programa de lucha, para superar con el bien el mal. El programa de las bienaventuranzas que Cristo os propone.

4. Unamos ahora la reflexión sobre las bienaventuranzas con las palabras antes escuchadas de San Juan.

El Apóstol indica que quien ama a su hermano está en la luz, y el que le aborrece está en las tinieblas; él escribe a las dos generaciones: a los padres, que han conocido a Aquel que existe desde siempre; y a los hijos, a vosotros los jóvenes, a que sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno” (1Jn 2, 13s).

¿Qué sentido tienen estas palabras? San Juan habla dos veces de victoria sobre el maligno; es decir, de la victoria sobre el instigador del mal en el mundo. Es idéntico tema al encontrado en las bienaventuranzas.

Ahora bien, sabemos que es Jesús quien nos da esa “victoria que vence el mundo” y el mal que hay en él (cf. 1Jn 5, 4s), que lo caracteriza, porque “el mundo todo está bajo el maligno” (Ibid., 5. 19).

Pero notemos bien las dos condiciones o dimensiones esenciales que el Evangelio pone para esa victoria: la primera es el amor; la segunda, el conocimiento de Dios como Padre.

El amor a Dios y al prójimo es el distintivo del cristiano; es el precepto “antiguo” y “nuevo” que caracteriza la revelación de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento (cf. Dt 6, 5; Lv 19, 8; Jn 13, 44s.). Es la “fuerza” que vigoriza nuestra capacidad humana de amar, elevándola, por amor a Dios, en el amor al “hermano” (1Jn 2, 9-11). El amor tiene una enorme capacidad transformadora: cambia las tinieblas del odio en luz.

Imaginaos por un momento este magnífico estadio sin luz. No nos veríamos ni oiríamos. ¡Qué triste espectáculo sería! ¡Qué cambio, por el contrario, estando bien iluminado! Con razón puede decirnos San Juan que “el que ama a su hermano está en la luz”, mientras que el que le aborrece “está en las tinieblas”. Con esa transformación interior se vence el mal, el egoísmo, las envidias, la hipocresía y se hace prevalecer el bien.

Lo hace prevalecer nuestro conocimiento de Dios como Padre (cf. Jn 2, 14). Y, por lo tanto, la visión del hombre como objeto del amor divino, como imagen de Dios, con destino eterno, como ser redimido por Cristo, como hijo del mismo Padre del cielo.

Por ello, no como antagonista, no como adversario, sino como “hermano”. ¡Cuántas fuerzas del mal, de desunión, de muerte e insolidaridad se vencerían si esa visión del hombre, no lobo para el hombre, sino hermano, se implantara eficazmente en las relaciones entre personas, grupos sociales, razas, religiones y naciones!

5. Para ello hace falta que, frente a la pregunta existencial del “por qué el mal en el mundo”, descubramos en nosotros el amor como deseo de bien; más aún: como exigencia de bien; como exigencia “antigua” y “nueva”, actual, orientada hacia los coeficientes únicos e irrepetibles de nuestra vida, de nuestro momento histórico, de nuestros compañeros de camino hacia el Padre.

Así entraremos en el ámbito de quienes dan una respuesta evangélica al problema del mal y su superación en el bien. Así contribuiremos, desde la fidelidad a nuestra relación con Dios-Padre y al “nuevo mandamiento” de Cristo, que “es verdadero en El y en nosotros” (cf. 1Jn 2, 8), a que pasen las tinieblas y aparezca la luz (Ibid.).Ese es el camino para la construcción del reino de Cristo; donde tienen cabida prevalente los pobres, los enfermos, los perseguidos, porque el hombre es visto en su capacidad y tendencia hacia la plenitud de Dios.

Un reino donde impere la verdad, la dignidad del hombre, la responsabilidad, la certeza de ser imagen de Dios. Un reino en el que se realice el proyecto divino sobre el hombre, basado en el amor, la libertad auténtica, el servicio mutuo, la reconciliación de los hombres con Dios y entre sí. Un reino al que todos sois llamados, para construirlo no sólo aisladamente, sino también asociados en grupos o movimientos que hagan presente el Evangelio y sean luz y fermento para los demás.

6. Mis queridos jóvenes: la lucha contra el mal se plantea en el propio corazón y en la vida social. Cristo, Jesús de Nazaret, nos enseña cómo superarlo en el bien. Nos lo enseña y nos invita a hacerlo con acento de amigo; de amigo que no defrauda, que ofrece una experiencia de amistad de la que tanto necesita la juventud de hoy, tan ansiosa de amistades sinceras y fieles. Haced la experiencia de esta amistad con Jesús. Vividla en la oración con El, en su doctrina, en la enseñanza de la Iglesia que os la propone.

María Santísima, su Madre y nuestra, os introduzca en ese camino. Y os dé valentía el ejemplo de Santa Teresa, esa extraordinaria mujer y santa; de San Francisco Javier, el del gran corazón para el bien, y de tantos otros compatriotas vuestros que consumieron su vida en hacer el bien, a costa de todo, aun de sí mismos.

Jóvenes españoles: el mal es una realidad. Superarlo en el bien es una gran empresa. Brotará de nuevo con la debilidad del hombre pero no hay que asustarse. La gracia de Cristo y sus sacramentos están a nuestra disposición. Mientras marchemos por el sendero transformador de las bienaventuranzas, estamos venciendo el mal; estamos convirtiendo las tinieblas en luz.

Sea éste vuestro camino; con Cristo, nuestra esperanza, nuestra Pascua. Y acompañados siempre por la Madre común, la Virgen Maria. Así sea.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN  DE LA PALABRA EN HONOR DE SAN JUAN DE LA CRUZ

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Segovia, 4 de noviembre de 1982

1. “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original . . . Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador...; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas” (Sb 13, 5. 4. 3).

Hemos proclamado estas palabras del libro de la Sabiduría, queridos hermanos y hermanas, en el curso de esta celebración en honor de San Juan de la Cruz, junto a su sepulcro. El libro de la Sabiduría habla del conocimiento de Dios por medio de las criaturas; del conocimiento de los bienes visibles que muestran a su Artífice; de la noticia que lleva hasta el Creador a partir de sus obras.

Bien podemos poner estas palabras en labios de Juan de la Cruz y comprender el sentido profundo que les ha dado el autor sagrado. Son palabras de sabio y de poeta que ha conocido, amado y cantado la hermosura de las obras de Dios; pero sobre todo, palabras de teólogo y de místico que ha conocido a su Hacedor; y que apunta con sorprendente radicalidad a la fuente de la bondad y de la hermosura, dolido por el espectáculo del pecado que rompe el equilibrio primitivo, ofusca la razón, paraliza la voluntad, impide la contemplación y el amor al Artífice de la creación.

2. Doy gracias a la Providencia que me ha concedido venir a venerar las reliquias, y a evocar la figura y doctrina de San Juan de la Cruz, a quien tanto debo en mi formación espiritual. Aprendí a conocerlo en mi juventud y pude entrar en un diálogo íntimo con este maestro de la fe, con su lenguaje y su pensamiento, hasta culminar con la elaboración de mi tesis doctoral sobre La fe en San Juan de la Cruz. Desde entonces he encontrado en él un amigo y maestro, que me ha indicado la luz que brilla en la oscuridad, para caminar siempre hacia Dios, “sin otra luz ni guía / que la que en el corazón ardía. / Aquesta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía” (S. Juan de la Cruz, Noche oscura del alma, 3-4).

En esta ocasión saludo cordialmente a los miembros de la provincia y diócesis de Segovia, a su Pastor, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, a las autoridades y a todo el Pueblo de Dios que vive aquí, bajo el cielo limpio de Castilla, así como a los venidos de las zonas cercanas y de otras partes de España.

3. El Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo actuales, y en cierto modo explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús. El indica los caminos del conocimiento mediante la fe, porque sólo tal conocimiento en la fe dispone el entendimiento a la unión con el Dios vivo.

¡Cuántas veces, con una convicción que brota de la experiencia, nos dice que la fe es el medio propio y acomodado para la unión con Dios! Es suficiente citar un célebre texto del libro segundo de la “Subida del Monte Carmelo”: “La fe es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios... Porque así como Dios es infinito, así ella nos lo propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone Trino y Uno... Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto cuanto más fe tiene el alma, más unida está con Dios” (Idem, Subida del Monte Carmelo, II, 9, 1).

Con esta insistencia en la pureza de la fe, Juan de la Cruz no quiere negar que el conocimiento de Dios se alcance gradualmente desde el de las criaturas; como enseña el libro de la Sabiduría y repite San Pablo en la Carta a los Romanos (cf. Rm 1, 18-21; cf. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 4, 1). El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe.

4. El acto de fe se concentra, según el Santo, en Jesucristo; el cual, como ha afirmado el Vaticano II, a es a la vez el mediador y la plenitud de toda la revelación” (Dei Verbum, 2). Todos conocen la maravillosa página del Doctor Místico acerca de Cristo como Palabra definitiva del Padre y totalidad de la revelación, en ese diálogo entre Dios y los hombres: “El es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio” (Subida del Monte Carmelo, II, 22, 5).

Y así, recogiendo conocidos textos bíblicos (cf. Mt 17, 5; Hb 1,1), resume: “Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra, y no tiene más que hablar” (Subida del Monte Carmelo, II, 22, 3). Por eso la fe es la búsqueda amorosa del Dios escondido que se revela en Cristo, el Amado (Cántico espiritual, I, 1-3. 11).

Sin embargo, el Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que a Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre; y que en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de la gracia: “Y así, escribe el Santo, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”  (Subida del Monte Carmelo, II, 22, 7).

5. En estas palabras del Doctor Místico encontramos una doctrina de absoluta coherencia y modernidad.

Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre. Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe (cf. S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva, Prol., 1).

Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad (Cántico espiritual, 1, 1) . En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída (cf. Dichos de luz y amor, 104). Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.

6. Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios (Subida del Monte Carmelo, III, 44, 4). Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario.

No se pueden olvidar las inmensas soledades de Duruelo, la oscuridad y desnudez de la cárcel de Toledo, los paisajes andaluces de la Peñuela, del Calvario, de los Mártires, en Granada. Hermosa y sonora soledad segoviana la de la ermita-cueva, en las peñas grajeras de este convento fundado por el Santo. Aquí se han consumado diálogos de amor y de fe; hasta ese último, conmovedor, que el Santo confiaba con estas palabras dichas al Señor que le ofrecía el premio de sus trabajos: “Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. Así hasta la consumación de su identificación con Cristo Crucificado y su pascua gozosa en Úbeda, cuando anunció que iba a cantar maitines al cielo.

7. Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe.

Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu.

El ha contemplado con una admirable hondura de fe, y desde su propia experiencia de la purificación de la fe, el misterio de Cristo Crucificado; hasta el vértice de su desamparo en la cruz, donde se nos ofrece, como él dice, como ejemplo y luz del hombre espiritual. Allí, el Hijo amado del Padre “fue necesitado de clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! por qué me has desamparado? (Mt 27, 46). Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios” (Subida del Monte Carmelo, II, 7, 11).

8. El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas.

También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida.

Juan de la Cruz, con su propia experiencia, nos invita a la confianza, a dejarnos purificar por Dios; en la fe esperanzada y amorosa, la noche empieza a conocer “los levantes de la aurora”; se hace luminosa como una noche de Pascua —“O vere beata nox!”, “¡Oh noche amable más que la alborada!”— y anuncia la resurrección y la victoria, la venida del Esposo que junta consigo y transforma al cristiano: “Amada en el Amado transformada”.

¡Ojalá las noches oscuras que se ciernen sobre las conciencias individuales y sobre las colectividades de nuestro tiempo, sean vividas en fe pura; en esperanza “que tanto alcanza cuanto espera”; en amor llameante de la fuerza del Espíritu, para que se conviertan en jornadas luminosas para nuestra humanidad dolorida, en victoria del Resucitado que libera con el poder de su cruz!

9. Hemos recordado en la lectura del Evangelio las palabras del profeta Isaías, asumidas por Cristo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18).

También el “santico de Fray Juan” —como decía la madre Teresa— fue, como Cristo, un pobre que evangelizó con inmenso gozo y amor a los pobres; y su doctrina es como una explicación de ese evangelio de la liberación de esclavitudes y opresiones del pecado, de la luminosidad de la fe que cura toda ceguera. Si la Iglesia lo venera como Doctor Místico desde el año 1926, es porque reconoce en él al gran maestro de la verdad viva acerca de Dios y del hombre.

La Subida del Monte y la Noche oscura culminan en la gozosa libertad de los hijos de Dios en la participación en la vida de Dios y en la comunión con la vida trinitaria (cf. Cántico espiritual, 39, 3-6). Sólo Dios puede liberar al hombre; éste sólo adquiere totalmente su dignidad y libertad, cuando experimenta en profundidad, como Juan de la Cruz indica, la gracia redentora y transformante de Cristo. La verdadera libertad del hombre es la comunión con Dios.

10. El texto del libro de la Sabiduría nos advertía: “Si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?” (Sb 13, 9). He aquí un noble desafío para el hombre contemporáneo que ha explorado los caminos del universo. Y he aquí la respuesta del místico, que desde la altura de Dios descubre la huella amorosa del Creador en sus criaturas y contempla anticipada la liberación de la creación (cf. Rm 8, 19-21.

Toda la creación, dice San Juan de la Cruz, está como bañada por la luz de la encarnación y de la resurrección: “En este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su Resurrección según la carne no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad” (Cántico espiritual, 39, 5.4). El Dios que es “Hermosura” se refleja en sus criaturas.

En un abrazo cósmico que en Cristo une el cielo y la tierra, Juan de la Cruz ha podido expresar la plenitud de la vida cristiana: “No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo en quien me diste todo lo que quiero... Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes; los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí” (Dichos de luz y amor, 29-31).

11. Hermanos y hermanas: He querido rendir con mis palabras un homenaje de gratitud a San Juan de la Cruz, teólogo y místico, poeta y artista, “hombre celestial y divino” —como lo llamó Santa Teresa de Jesús—, amigo de los pobres y sabio director espiritual de las almas. El es el padre y maestro espiritual de todo el Carmelo Teresiano, el forjador de esa fe viva que brilla en los hijos más eximios del Carmelo: Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Rafael Kalinowski, Edith Stein.

Pido a las hijas de Juan de la Cruz, las carmelitas descalzas, que sepan vivir las esencias contemplativas de ese amor puro que es eminentemente fecundo para la Iglesia (cf. Cántico espiritual, 29, 2-3). Recomiendo a sus hijos, los carmelitas descalzos, fieles custodios de este convento y animadores del Centro de Espiritualidad dedicado al Santo, la fidelidad a su doctrina y la dedicación a la dirección espiritual de las almas, así como al estudio y profundización de la teología espiritual.

Para todos los hijos de España y de esta noble tierra segoviana, como garantía de revitalización eclesial, dejo estas hermosas consignas de San Juan de la Cruz que tienen alcance universal: clarividencia en la inteligencia para vivir la fe: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto sólo Dios es digno de él” (Dichos de luz y amor, 32). Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad: “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor” (Carta 26, a la M. María de la Encaranción).

 Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de veras a Dios y al hombre; porque al final de la vida, “a la tarde te examinarán en el amor” (Dichos de luz y amor, 64). Con mi Bendición Apostólica para todos.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA PARA LAS ÓRDENES Y LAS CONGREGACIONES RELIGIOSAS
DE ORIGEN ESPAÑOL

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Loyola, 6 de noviembre de 1982

Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos hermanos y hermanas:

¡Alabado sea Jesucristo! Euskal Herriko kristau maiteok:
Pakea zuei, eta zoriona!

1. Siento una gran alegría de haber podido venir hasta Loyola, en el corazón de la entrañable tierra vasca, para manifestar el amor del Papa por todos y cada uno de los hijos de esta Iglesia de Cristo. Saludo ante todo al Pastor de la diócesis y demás obispos presentes. Dentro del conjunto de mi viaje apostólico por España, los obispos han querido colocar aquí este significativo encuentro con los superiores generales y superiores mayores de las órdenes y congregaciones religiosas de origen español.

Era una manera de rendir también homenaje a un gran hijo de esta tierra, de proyección universal por sus anhelos y realizaciones: San Ignacio de Loyola. La figura que más ha hecho conocer este lugar en todo el mundo. La que más gloria le ha traído. Un hijo de la Iglesia que bien puede ser mirado con gozo y legítimo orgullo.

En este encuentro-homenaje, al fundador de la mayor orden religiosa eclesial, están asociados los otros fundadores de las demás familias religiosas nacidas en tierras españolas, y aquí representadas por sus respectivos superiores generales. Llegue a todos los miembros de las mismas el cordial saludo del Papa.

¡Qué amplio horizonte se abre ante nosotros, más allá de estas hermosas montanas verdes con sus creces y santuarios, al pensar en la panorámica eclesial que nos ofrecen! No podemos hacer una lista interminable. Pero, ¿cómo no nombrar a la familia de los hijos e hijas de Santo Domingo, a la carmelitana de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, a la franciscana descalza reformada por San Pedro de Alcántara, la trinitaria, mercedaria, hospitalaria, escolapia, claretiana?

Y a ellas hay que añadir las de las Adoratrices del Santísimo Sacramento, de Santa Ana, Compañía de Santa Teresa, Esclavas del Sagrado Corazón, Hermanitas de los Ancianos, Hijas de Jesús, Siervas de María, Hijas de María Inmaculada y tantas otras congregaciones no menos beneméritas. Todas ellas representan una buena parte de los alrededor de noventa y cinco mil miembros del mundo religioso español, a los que se unen los de diversos institutos seculares de raíz hispana.

¡Cuántos hijos e hijas de esta cristiana tierra vasca, noble y generosa, se cuentan entre ellos! ¡Y cuánto han aportado al bien de la Iglesia en tantos campos! A ellos envío mi afectuoso recuerdo, sobre todo a los que trabajan en países de Hispanoamérica, unidos a nosotros mediante la televisión.

Un fruto silencioso y de especial ejemplaridad es el admirable hermano Gárate, que esperamos ver pronto en la gloria de los altares, y cuya tumba está aquí en Loyola, junto con la de Dolores Sopeña.

2. Al hablar de San Ignacio en Loyola, cuna y lugar de su conversión, vienen espontáneamente a la memoria los ejercicios espirituales, un método tan probado de eficaz acercamiento a Dios, y la Compañía de Jesús, extendida por todo el mundo, y que tantos frutos ha cosechado y sigue haciéndolo, en la causa del Evangelio.

El supo obedecer cuando, recuperándose de sus heridas, la voz de Dios golpeó con fuerza en su corazón. Fue sensible a las inspiraciones del Espíritu Santo, y por ello comprendió qué soluciones requerían los males de su tiempo. Fue obediente en todo instante a la Sede de Pedro, en cuyas manos quiso dejar un instrumento apto para la evangelización. Hasta tal punto que esta obediencia la dejó como uno de los rasgos característicos del carisma de su Compañía.

Acabamos de escuchar en San Pablo: “Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo . . .; como procuro yo agradar a todos en todo, no buscando mi conveniencia, sino la de todos para que se salven” (1Cor 11, 1; 10, 33).

Estas palabras del Apóstol podemos ponerlas en boca de San Ignacio hoy también, a distancia de siglos. En efecto, el carisma de los fundadores debe permanecer en las comunidades a las que han dado origen. Debe constituir en todo tiempo el principio de vida de cada familia religiosa. Por ello, justamente ha indicado el último Concilio: “Reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio de cada instituto” (Perfectae caritatis, 2).

Desde esa fidelidad a la propia vocación peculiar dentro de la Iglesia, vivida en el espíritu de adaptación al momento presente según las pautas que establece el mismo Concilio, cada instituto podrá desplegar las múltiples actividades que son más congeniales a sus miembros. Y podrá ofrecer a la Iglesia su riqueza específica, armónicamente conjuntada en el amor de Cristo, para un servicio más eficaz al mundo de hoy.

3. Loyola es una llamada a la fidelidad. No sólo para la Compañía de Jesús, sino indirectamente también para los otros institutos. Me encuentro aquí con los superiores mayores que hoy gobiernan tantas órdenes y congregaciones religiosas. Y quiero exhortaros a ejercer con generosa entrega vuestras funciones de servicio evangélico de comunión, de animación espiritual y apostólica, de discernimiento en la fidelidad y de coordinación.

Sé que no es fácil en nuestros días cumplir vuestra misión como superiores. Por eso os aliento a no abdicar de vuestro deber y del ejercicio de la autoridad; a ejercerla con profundo sentido de la responsabilidad que os incumbe ante Dios y ante vuestros hermanos. Con toda comprensión y fraternidad, no renunciéis a practicar, cuando fuere necesario, la paciente corrección; para que la vida de vuestros hermanos cumpla con la finalidad de la consagración religiosa.

Esas dificultades irrenunciables de vuestra misión son parte de la propia entrega vocacional. Cristo, a quien un día elegisteis como la mejor parte, sigue haciendo resonar en vuestros oídos las palabras del Evangelio que hemos escuchado antes: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame” (Lc 9, 23).

Estas palabras se refieren a cada cristiano. Y de manera particular a quien sigue la vocación religiosa. De ella habla Cristo en particular cuando dice: “Quien quiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiere su vida por amor de mí, la salvará” (Ibid., 9, 24).

No podemos olvidar que la vocación religiosa proviene, en su raíz más profunda, de la jerarquía evangélica de las prioridades: “¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si él se pierde y se condena?” (Ibid., 9, 25).

Ni podemos tampoco perder de vista que la vida religiosa es también una vocación a un testimonio particular. Precisamente en referencia a ese testimonio hemos de entender las palabras de Cristo: “Quien se avergonzare de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del hombre” (Ibid., 9, 26). Queridos hermanos y hermanas: Cristo quiere confesar delante del Padre (cf. Mt 10, 32) a cada uno de vosotros. Tratad de merecerlo, dando “delante de los hombres” un testimonio digno de vuestra vocación.

4. Ese testimonio vuestro ha de ser personal y también como institutos: capaz de ofrecer modelos válidos de vida a la comunidad fiel que os contempla.

Esta necesita la fidelidad de vuestros institutos para calcar en ella su propia fidelidad. Necesita vuestra mirada de universalidad eclesial, para mantenerse abierta, resistiendo a la tentación de repliegues sobre sí misma que empobrecen. Necesita vuestra amplia fraternidad y capacidad de acogida, para aprender a ser fraterna y acogedora con todos. Necesita vuestro modelo de amor, hacia dentro y fuera del instituto, para vencer barreras de incomprensión o de odios. Necesita vuestro ejemplo y palabra de paz, para superar tensiones y violencias. Necesita vuestro modelo de entrega a los valores del Reino de Dios, para evitar los peligros del materialismo práctico y teórico que la acechan.

Una eficaz muestra de esa apertura y disponibilidad podréis darla con vuestra inserción en las comunidades de las Iglesias locales. Cuidando bien que vuestra exención religiosa no sea nunca una excusa para desentenderos de los planes pastorales diocesanos y nacionales. No olvidéis que vuestra aportación en este campo puede ser decisiva para la revitalización de las diócesis y comunidades cristianas.

Lo será si esta comunidad cristiana del país vasco, de España y fuera de ella, puede encontrar en vosotros una respuesta de vida. Si a la pregunta de Cristo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, podéis contestar como un eco de los Apóstoles: Somos la prolongación en el mundo actual de tu presencia, del Ungido de Dios (cf. Lc 9, 20).

5. Esa doble vertiente de imitación de Cristo y de ejemplaridad en el mundo de hoy, han de ser las coordenadas de vuestros institutos religiosos. Para lograrlo, han de inculcar en sus miembros actitudes bien definidas.

En efecto, el mundo religioso vive inmerso en sociedades y ambientes, cuyos valores humanos y religiosos debe apreciar y promover. Porque el hombre y su dignidad son el camino de la Iglesia, y porque el Evangelio ha de penetrar en cada pueblo y cultura. Pero sin confusión de planos o valores. Los consagrados - como nos amaestra la liturgia de hoy - saben que su actividad no se centra en la realidad temporal. Ni en lo que es campo de los seglares y que deben dejar a éstos. Han de sentirse, ante todo, al servicio de Dios y su causa: “Yo bendeciré a Yahvé en todo tiempo; su alabanza estará siempre en mi boca” (Sal 33, 2).

Los caminos del mundo religioso no siguen los cálculos de los hombres. No usan como parámetro el culto al poder, a la riqueza, al placer. Saben, por el contrario, que su fuerza es la gracia de la aceptación divina de la propia entrega: “Clamó este pobre y Yahvé escuchó” (Sal 33, 7). Esa misma pobreza se hace así apertura a lo divino, libertad de espíritu, disponibilidad sin fronteras.

Signos indicadores en los caminos del mundo, los religiosos marcan la dirección hacia Dios. Por eso hacen necesidad imperiosa la oración implorante: “Clamaron (los justos) y Yahvé los oyó” (Ibid., 18). En un mundo en el que peligra la aspiración a la trascendencia, hacen falta quienes se detienen a orar; quienes acogen a los orantes; quienes dan un complemento de espíritu a ese mundo; quienes se ponen cada día a la hora de Dios.

Por encima de todo, el mundo religioso ha de mantener la aspiración perseverante a la perfección. Con una renovada conversión de cada día, para confirmarse en su propósito. ¡Qué capacidad elevadora y humanizante la de las palabras - auténtico programa - del Salmo responsorial: “Aléjate del mal y haz el bien, busca y persigue la paz”! (Ibid., 15). Programa para cada cristiano; mucho más para quien hace profesión de entrega al bien, al Dios del amor, de la paz, de la concordia.

Vosotros, queridos superiores y superioras, queridos religiosos y religiosas todos, estáis llamados a vivir esta realidad espléndida. Es la gran lección a aprender en Iñigo de Loyola. Para sus hijos, para cada instituto, para cada religioso y religiosa.

La de la fidelidad absoluta a Dios, a un ideal sin fronteras, al hombre sin distinción. Sin renegar; más aún, amando entrañablemente la propia tierra y sus valores genuinos, con pleno respeto a los ajenos.

6. No puedo concluir esta homilía sin dirigir una palabra particular a los hijos de la Iglesia en el País Vasco, a los que también hablo desde los otros encuentros con el pueblo fiel de España.

Sois un pueblo rico en valores cristianos, humanos y culturales: vuestra lengua milenaria, las tradiciones e instituciones, el tesón y carácter sobrio de vuestras gentes, los sentimientos nobles y dulces plasmados en bellísimas canciones, la dimensión humana y cristiana de la familia, el ejemplar dinamismo de tantos misioneros, la fe profunda de estas gentes.

Sé que vivís momentos difíciles en lo social y en lo religioso. Conozco el esfuerzo de vuestras Iglesias locales, de los obispos, sacerdotes, almas de especial consagración y seglares, por dar una orientación cristiana a vuestra vida, desde la evangelización y catequesis. Os aliento de corazón en ese esfuerzo, y en el que realizáis en favor de la reconciliación de los espíritus. Es una dimensión esencial del vivir cristiano, del primer mandato de Cristo que es el amor. Un amor que une, que hermana, y que por tanto no admite barreras o distinciones. Porque la Iglesia, como único Pueblo de Dios (cf. Lumen gentium, 9), es y debe ser siempre signo y sacramento de reconciliación en Cristo. En El “no hay ya judío o griego, no hay varón o hembra, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28).

No puedo menos de pensar especialmente en vuestros jóvenes. Tantos han vivido ideales grandes y han realizado obras admirables; en el pasado y en el presente. Son la gran mayoría. Quiero alabarlos y rendirles este homenaje ante posibles generalizaciones o acusaciones injustas. Pero hay también, desgraciadamente, quienes se dejan tentar por ideologías materialistas y de violencia.

Querría decirles con afecto y firmeza - y mi voz es la de quien ha sufrido personalmente la violencia - que reflexionen en su camino. Que no dejen instrumentalizar su eventual generosidad y altruismo. La violencia no es un medio de construcción. Ofende a Dios, a quien la sufre, y a quien la practica.

Una vez más repito que el cristianismo comprende y reconoce la noble y justa lucha por la justicia a todos los niveles, pero prohíbe buscar soluciones por caminos de odio y de muerte (cf. Juan Pablo II, Homilía en Drogheda, 29 de septiembre de 1979).

Queridos cristianos todos del país vasco: Deseo aseguraros que tenéis un puesto en mis oraciones y afecto. Que hago mías vuestras alegrías y penas. Mirad adelante, no queráis nada sin Dios, y mantened la esperanza.

Desearía quedara en vuestras ciudades, en vuestros hermanos valles y montañas, el eco afectuoso y amigable de mi voz que os repitiera: ¡Guztioi nere agurrik beroena! ¡Pakea zuei! Sí, ¡mi más cordial saludo a todos vosotros. ¡Paz a vosotros!

Que la Virgen María, en sus tantas advocaciones de esta tierra os acompañe a todos siempre. Así sea.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN  DE LA PALABRA CON LOS MISIONEROS

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Javier, 6 de noviembre de 1982

Venerables hermanos en el Episcopado, 
queridos hermanos y hermanas:

1. En este lugar donde todo nos habla de San Francisco Javier, ese gran Santo navarro y español universal, saludo ante todo al Pastor de la diócesis, a los obispos venidos de otras zonas de España, a los sacerdotes, misioneros y misioneras, junto con sus familias, y a la comunidad y escuela apostólica de la Compañía de Jesús que tan celosamente cuida este solar y santuario.

En este encuentro popular y misionero con vosotros, hijos todos de Navarra y de España, quiero rendir homenaje al patrimonio de recios valores humanos y sólidas virtudes cristianas de las gentes de esta tierra. Y expresar la profunda gratitud de la Santa Sede a la Iglesia de España por su magna obra de evangelización; obra a la que los hijos de Navarra han dado tan sobresaliente contribución.

Pionera en tantos campos de primera evangelización —no sólo los abiertos por Javier, sino sobre todo los de Hispanoamérica, Filipinas y Guinea Ecuatorial—, la Iglesia española continúa dando una destacada aportación a esa evangelización con sus actuales 23.000 misioneros y misioneras operantes en todas las latitudes.

La Iglesia española se ha hecho también acreedora de la gratitud de la Sede Apostólica por ser una de las que más apoya, con personal y ayuda material, la estrategia de la cooperación a la misión universal: y por su esfuerzo de animación misionera, en el que es iniciativa de alto significado y proyección el “Centro Misional Javier”, aquí existente. Artífices principales de esa cooperación y animación han sido las Obras Misionales Pontificias, expresión viva de la conciencia misionera de la Iglesia, con la colaboración de los institutos religiosos y misioneros. Por su parte, la Conferencia Episcopal, con el documento sobre la “Responsabilidad misionera de la Iglesia española”, de hace tres años, ha dado nuevo impulso a la animación misionera de la pastoral.

2. Sé que la campaña del reciente DOMUND, tuvo como consigna “El Papa primer misionero”. Sí: en la Iglesia, esencialmente misionera, el Papa se siente el primer misionero y responsable de la acción misionera, como manifesté en mi mensaje desde Manaus, en Brasil.

Por eso, porque siento esa singular responsabilidad personal y eclesial, he querido venir a Javier, cuna y santuario del “Apóstol de las nuevas gentes” y “celestial Patrono de todos los misioneros y misioneras y de todas las misiones”  (cf. AAS, 1928, 147 s.; AAS, 1903-1904, 580 ss.) y Patrono también de la Obra de la Propagación de la Fe.

Vengo a recoger su espíritu misionero, y a implorar su patrocinio sobre lo s planes misioneros de mi pontificado. Javier tiene, además, una particular relación con el Pastor y responsable de la Iglesia; pues si todo misionero, en cuanto enviado por la Iglesia es en cierto modo enviado del Papa, Javier lo fue con título especial como Nuncio o Delegado papal para el Oriente.

3. La liturgia de la Palabra que estamos celebrando para dar el crucifijo a los nuevos misioneros y misioneras, en presencia también de sus padres y familiares, renueva el encuentro y llamada de Jesús a sus Apóstoles —a Pedro y Andrés, Santiago y Juan— junto al mar de Galilea. Eran pescadores, y Jesús les dijo: “Seguidme, os haré pescadores de hombres”.

Cristo no les dio entonces la cruz misionera, como vamos a hacer ahora con estos nuevos misioneros. Oyeron sólo la llamada: “Seguidme”. Al término de su peregrinación terrena con Jesús, recibirían su cruz, como signo de salvación. Como testimonio del camino, de la verdad y de la vida; testimonio que habían de confirmar con su predicación, con su vida de servicio y con el holocausto de la propia muerte.

Los Apóstoles debían dar testimonio, y lo dieron, de que “Jesús es el Señor”, como recuerda San Pablo en la carta a los Romanos (Rm 10, 10); y a esta fe debían conducir a todos los hombres, porque Jesús es el Señor de todos. ¿Cómo se actúa esta obra de salvación? Responde el Apóstol: “Con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salvación” (Ibid.).

Como los Apóstoles llamados en los orígenes, también vosotros, queridos misioneros, que, siguiendo las huellas del gran Francisco Javier, recibís hoy el crucifijo misionero, debéis asumir con él, plena y cordialmente, el servicio de la fe y de la salvación.

San Pablo pone unas preguntas de plena actualidad, refiriéndose a la obra de salvación: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán, sin haber oído de El? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?...”. “La fe —añade más adelante— depende de la predicación y la predicación se opera por la palabra de Cristo” (Ibid., 10, 14.17).

¡Con qué disponibilidad y empeño respondiste a estas palabras tú, San Francisco Javier, hijo de esta tierra! ¡Y cuántos imitadores has tenido, a través de los siglos, entre tus compatriotas y entre los hijos de la Iglesia en otros pueblos! Verdaderamente “por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe sus palabras” (Ibid., 10, 18).

4. Queridos misioneros y misioneras que vais a recibir el crucifijo en el espíritu apostólico de Javier: ¡Haceos sus imitadores, como él lo fue de Cristo!

Javier es prototipo de misioneros en la línea de la misión universal de la Iglesia. Su motivación es el amor evangélico a Dios y al hombre, con atención primordial a lo que en él tiene valor prioritario: su alma, donde se juega el destino eterno del hombre: “¿Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo y perder su alma?” (Mc 8, 36). Este principio evangélico estimula su vida interior. El celo por las almas es en él una apasionada impaciencia. Siente, como otro Pablo, el apremio incontenible de una conciencia plenamente responsable del mandato misionero y del amor de Cristo (cf. 2Co 5, 14), pronto a dar la vida temporal por la salud espiritual de sus hermanos (cf. Cartas y escritos de san Francisco Javier, F. Zubillaga, doc. 54, 4): “Quien quiere salvar su vida la perderá, y quien pierda la vida por mí y el Evangelio, ése la salvará” Mc 8, 35). Este es el resorte incontenible que anima el asombroso dinamismo misionero de Francisco Javier.

Tiene clara conciencia de que la fe es don de Dios, y funda su confianza en la oración, que practica con asiduidad, acompañándola con sacrificios y penitencias; y pide también a los destinatarios de sus cartas la ayuda de sus oraciones. Modela su identidad en la aceptación plena de la voluntad de Dios y en la comunión con la Iglesia y sus representantes, traducida en obediencia y fidelidad de mensajero, previo un exquisito discernimiento; y actúa siempre con visión y horizontes universales, en sintonía con la misión de la Iglesia, sacramento universal de salvación. Antepone al anuncio y la catequesis, que practica como labor fundamental, una vida santa con relieve pronunciado de humildad y de total confianza en Jesucristo y en la santa Madre Iglesia.

Su caridad y métodos de evangelización, y concretamente su sentido de adaptación local e enculturación, fueron propuestos por la Congregación “de Propaganda Fide”, al recomendar, en la Instrucción a los primeros vicarios apostólicos de Siam, Tonkin y Cochinchina, la vida y sobre todo las cartas de Francisco Javier, como segura orientación para la actividad misionera (Cf. cf. Instructio, 1659, in: S. C. de P. F. Memoria rerum, 1976, III/2, 704).

5. Vuestra confortadora presencia, padres y familiares de misioneros y misioneras, representa aquí a la familia católica que, coherente con su fe, ha de hacerse misionera. Al expresaros la entrañable gratitud de la Iglesia, quiero hacerla llegar también a las familias de todos los misioneros y misioneras que trabajan en la viña del Señor.

La familia cristiana, que actúa ya como misionera al presentar sus hijos a la Iglesia para el bautismo, debe continuar el ministerio de evangelización y de catequesis, educándolos desde su más tierna edad en la conciencia misionera y el espíritu de cooperación eclesial. El cultivo de la vocación misionera en los hijos e hijas será por parte de los padres la mejor colaboración a la llamada divina. Y cuántas veces esa toma de conciencia misionera de la familia cristiana la conduce a hacerse directamente misionera mediante servicios temporales, según sus posibilidades.

Familias cristianas: confrontaos con el modelo de la Sagrada Familia, que favoreció con delicado esmero la gradual manifestación de la misión redentora, misionera podemos decir, de Jesús. Y miraos también en la acción edificante de los padres de Javier, especialmente su madre, que hicieron de su hogar una “Iglesia doméstica” ejemplar. Las constituciones de aquel hogar reflejan atención profunda a la vida de fe, con devoción acentuada a la Santísima Trinidad, a la pasión de Cristo y a la Madre de Dios.

Siguiendo el ejemplo de la familia de Javier, las familias de esta Iglesia de San Fermín han sido hasta hace poco tiempo fecundo semillero de vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras. ¡Queridas familias de Navarra: debéis recobrar y conservar celosamente tan excelso patrimonio de virtud y servicio a la Iglesia y a la humanidad!

6. El Papa debe hacerse portavoz permanente del mandato misionero de Cristo. Pero siento el deber de recordarlo especialmente hoy, al constatar, junto al consolador desarrollo de la Iglesia en tantos pueblos de reciente tradición católica —ya a su vez misioneros— el horizonte de tres cuartas partes de la humanidad —en su mayoría jóvenes— que no conocen a Jesús ni su programa de vida y salvación para el hombre; y el espectáculo inquietante de muchos que han renunciado al mensaje cristiano o se han hecho insensibles a él. Este panorama y el ritmo de aumento de los no cristianos, casi al final del segundo milenario de vida de la Iglesia, interpelan a ésta con clamor creciente.

La reflexión conciliar del Vaticano II sobre la situación del hombre en el mundo actual, reavivó en la Iglesia la conciencia de su deber misionero; un deber que afecta a todos sus miembros y comunidades, respecto de todos los hombres y pueblos.

Al cumplirse el vigésimo aniversario del comienzo del Concilio, toda la Iglesia —el Papa, los obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los laicos, todo el Pueblo de Dios— debe interrogarse sobre su respuesta al vigoroso reclamo misionero del Espíritu Santo a través de aquél. Nunca, por otra parte, han tenido los heraldos del Evangelio, más posibilidades y medios para evangelizar a la humanidad, aun en medio de no pequeñas dificultades.

7. La interpelación evangélica de Jesús “la mies es mucha, pero los obreros pocos” (Mt 9, 37), preocupa hoy también a la Iglesia. La acentuada flexión de las vocaciones, estas últimas décadas, en tantas Iglesias particulares de rica tradición misionera, también en esta archidiócesis y en otras diócesis e institutos religiosos y misioneros de España y de otros países, debe mover a todos los Pastores y agentes de pastoral, así como a las familias cristianas, a sensibilizar a los jóvenes sobre su disponibilidad a colaborar al anuncio del Evangelio, ayudándoles a discernir la llamada de Jesús y a acogerla como gracia de predilección.

Porque vosotros, queridos jóvenes, sois la esperanza de la Iglesia. ¿Amáis la coherencia encarnada y actualizada de vuestra fe? Cuando un católico toma conciencia de su fe, se hace misionero. Insertados como estáis en el Cuerpo místico de Cristo no os podéis sentir indiferentes ante la salvación de los hombres. Creer en Cristo es creer en su programa de vida para nosotros. Amar a Cristo es amar a los que El ama y como El los ama. Sólo Cristo tiene palabras de vida eterna. Y no hay otro nombre en el que los hombres y pueblos se puedan salvar.

¿Buscáis la motivación para la obra de mayor solidaridad humana hacia vuestros hermanos? No hay servicio al hombre que pueda equipararse al servicio misionero. Ser misionero es ayudar al hombre a ser artífice libre de su propia promoción y salvación.

¿Queréis un programa de vida que dé a ésta sentido pleno y llene vuestras más nobles aspiraciones? Aquí, joven como tantos de vosotros, Javier se abrió a los valores y encantos de la vida temporal, hasta que descubrió el misterio del supremo valor de la vida cristiana; y se hizo mensajero del amor y de la vida de Cristo entre sus hermanos de los grandes pueblos de Asia.

8. Jóvenes de Navarra: vuestra javierada anual y la cita también anual de los nuevos misioneros de España para recibir el crucifijo, han hecho el “Camino de Javier”; donde vuestro encuentro con el santo misionero universal es abrazo de reconciliación, renovación pascual y compromiso de vida y de colaboración —también misionera— con Jesucristo.

Jóvenes estudiantes y trabajadores, hijos e hijas de la entera familia católica: Los vastos horizontes del mundo no-cristiano son un reto a la fe y al humanismo de vuestra generación. El Espíritu de Dios llama hoy a todos a un esfuerzo misionero generoso y coordinado, de signo eclesial para hacer de todos los pueblos una familia, la Iglesia. Francisco Javier escribió también para vosotros el reclamo insistente de sus cartas a las universidades de su tiempo, pidiendo a profesores y estudiantes conciencia y colaboración misionera: “Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio, y principalmente a la universidad de París, diciendo en Sorbona...: ¡cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia de ellos!”  (cf. Cartas y escritos de san Francisco Javier, F. Zubillaga, doc. 20, 8).

Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama, para ayudar a millones de hermanos vuestros a ser plenamente hombres y a salvarse. Vivid con esos nobles ideales en vuestra alma y no cedáis a la tentación de ideologías de hedonismo, de odio y de violencia que degradan al hombre. Abrid vuestro corazón a Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso.

9. Al dar vuestra respuesta a la llamada del Espíritu a través de la Iglesia, no olvidéis lo que en el orden de valores y medios ocupa el primer puesto: la oración y la ofrenda de vuestros sacrificios. La fe y salvación son un don de Dios, y hay que pedirlo. Unido a la oración, al esfuerzo y sacrificio para vivir diariamente las maravillas del amor cristiano.

En San Francisco Javier y Santa Teresa de Lisieux tenemos dos grandes intercesores. Si Santa Teresa, como ella misma confió a sus hermanas, consiguió mediante San Francisco Javier la gracia de seguir derramando desde el cielo una lluvia de rosas sobre la tierra, y ha ayudado tanto a la Iglesia en su actividad misionera, ¿cómo no hemos de esperar otro tanto del santo misionero?

Francisco Javier ofreció sin duda sus últimas plegarias en el mundo y el holocausto de su vida, en tierra china de Sancián, por el gran pueblo de China al que tanto amó, y se disponía a evangelizar con intrépida esperanza. Unamos nuestras oraciones a su intercesión por la Iglesia en China, objeto de especial solidaridad y esperanza de la entera familia católica.

A la potente intercesión de los dos Patronos de las Misiones encomendamos hoy: el propósito de un vigoroso impulso evangelizador de toda la Iglesia, el brote fecundo de vocaciones misioneras, y la noble disposición de todos los pueblos a experimentar el valor y esperanza supremos que Cristo y su Iglesia representan para todos los hombres.

10. A los misioneros émulos de Javier, prontos a partir; y a cuantos sienten la llamada de Cristo para trabajar en su misión; repito las palabras de San Pablo que han inspirado esta liturgia: “Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien” (Rm 10, 15). Con estas palabras os envío al trabajo misionero.

El esfuerzo de anunciar la Buena Nueva es la tarea cotidiana de la Iglesia, que embellece a ésta como esposa, fiel sin reservas, a su Esposo. Aceptad, pues, una parte de ese esfuerzo que embellece a la Iglesia.

¡Id! ¡Difundid la Buena Nueva hasta los confines del mundo! Id y anunciad: “Jesús es el Señor”. “Dios lo resucitó de entre los muertos”. ¡En El está la salvación! Que la Madre de Jesús y de la Iglesia acompañe siempre vuestros pasos. O os acompañe también mi cordial Bendición.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA EN EL SANTUARIO DE ONTSERRAT 

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

 7 de noviembre de 1982

Benvolguts germans en el Episcopat: Us saludo amb afecte.
Estimats germans i germanes: ¡Alabat sia Jesucrist!

1. Resuenan con plena actualidad en la liturgia las palabras del Profeta: “Y vendrán muchedumbres de pueblos, diciendo: Venid, subamos al monte de Yahvé, a la casa del Dios de Jacob y El nos enseñará sus caminos e iremos por sus sendas, porque de Sión ha de salir la ley y de Jerusalén la palabra de Yahvé” (Is 2, 3).

En consonancia con la invitación bíblica, la visita a Montserrat asocia en unidad muy estrecha los valores de la peregrinación religiosa con los encantos de la meta mariana en la cumbre del monte, donde los cielos se funden con la tierra. La subida al santuario, en un marco orográfico sugestivo, invita a la evocación de una historia varias veces secular.

Impresiona saber que estamos en un lugar sagrado; que por estos mismos senderos, abiertos desde hace siglos, discurrieron multitud de peregrinos, ilustres muchos de ellos por su cuna o por su ciencia. Es un gozo, sobre todo, saber que seguimos las huellas de Juan de Mata, Pedro Nolasco, Raimundo de Peñafort, Vicente Ferrer, Luis de Gonzaga, Francisco de Borja, José de Calasanz, Antonio María Claret y muchos otros santos eminentes; sin olvidar aquel soldado que, depuestas sus armas a los pies de la Moreneta, bajó del monte para acaudillar la Compañía de Jesús.

2. Aflora aquí espontáneo el cántico de júbilo del peregrino al llegar a la meta. El Salmista evoca, ante todo, el gozo inicial de la marcha: “Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor” (Sal 121 [122], 1). Una alegría intensa, contagiosa, impaciente, en el sentir de San Agustín: “Corramos, corramos, porque iremos a la casa del Señor. Corramos y no nos cansemos, porque llegaremos adonde no nos fatigaremos... Iremos a la casa del Señor. Me regocijé con los profetas, me regocijé con los apóstoles. Todos éstos nos dijeron: Iremos a la casa del Señor” (S. Agustín, Enarr. in Ps. 121, 2).

A renglón seguido describe el Salmista la experiencia incomparable de los peregrinos, una vez en la meta largamente suspirada: “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor”  (Sal 121 [122], 2-4).

El primer sentimiento es de admiración ante la solidez de un edificio bien fundado. Montserrat figura felizmente en la serie de aquellos santuarios que el año pasado tuve el gusto de calificar como “signos de Dios, de su irrupción en la historia humana”, en cuanto representan “un memorial del misterio de la Encarnación y de la Redención”, en consonancia maravillosa con esa “vocación tradicional y siempre actualísima de todos los santuarios de ser una antena permanente de la buena nueva de nuestra salvación” (Juan Pablo II, Alocución a un grupo de rectores de santuarios, 22 de enero de 1981) .

Gloria de los beneméritos hijos de San Benito es haber convertido en realidad el sueño de San Agustín: “Ve cuál es la casa del Señor. En aquella es alabado el que edificó la casa. El es delicia de todos los que habitan en ella. El sólo es la esperanza aquí y la realidad allí” (S. Agustín, Enarr. in Ps. 121, 3). Fieles a su carisma fundacional, los monjes de Montserrat viven a fondo su empeño de hacer de la basílica un dechado de oración litúrgica, embelleciendo la celebración con los encantos de su famosa escolanía, y proyectando su plegaria en dirección pastoral en favor de los innumerables devotos que se apiñan en torno a la “Mare de Déu”.

El ambiente invita irresistiblemente a la plegaria, que es una necesidad para peregrinos que ascendieron al monte, “según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor”. Es un gozo glorificar aquí sus grandezas, donde el cántico al Creador brota espontáneo en nuestros labios; es un deber agradecer con amor filial sus dones generosos, también en nombre de nuestros hermanos; es, en fin, una medida de prudencia solicitar provisión de energías en vista de ulteriores etapas.

Porque la peregrinación prosigue. No cabe pensar aquí en la tierra en “morada permanente”, y hemos de “aspirar a la futura”.

3. A ello invita la actitud ejemplar de la Señora, que es Madre y, por lo mismo, Maestra. Sentada en su trono de gloria en actitud hierática, cual corresponde a la Reina de cielos y tierra, con el Niño Dios en sus rodillas, la Virgen Morena desvela ante nuestros ojos la visión exacta del último misterio glorioso del Santo Rosario.

Es providencial, con todo, que la celebración litúrgica de la fiesta, gravite en torno al misterio gozoso de la Visitación, que constituye la primera iniciativa de la Virgen Madre. Montserrat encierra, por consiguiente, lecciones valiosísimas para nuestro caminar de peregrinos.

No hay que olvidar nunca la meta definitiva del último misterio de gloria. «Piensa —dirá San Agustín— cómo has de estar allí el día de mañana, y aun cuando todavía estés en el camino, piensa como si ya permanecieses allí, como si ya gozases indeficientemente entre los ángeles, y como si ya aconteciera en ti lo que se dijo: “Bienaventurados los que moran en tu casa, por los siglos de los siglos te alabarán”» (S. Agustín, Enarr. in Ps. 121, 3).

En la marcha hay que imitar el estilo de la Madre en la visita que hiciera a su prima: “En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá” (Lc 1, 39). Su ritmo es rotundamente ejemplar en sentir de San Ambrosio: “Alegre en el deseo, religiosamente pronta al deber, presurosa en el gozo, fue a la montaña” (S. Ambrosio, Exp. in Evang. secundum Lucam 2, 19).

Fuerza es observar que su itinerario no se ciñe a ese ascenso físico a la montaña. El Espíritu irrumpe en un momento fuerte: hizo saltar de gozo a Juan en el seno materno; inundó de luz divina la mente de Isabel; arrebató a la Reina de los Profetas, impulsándola en marcha ascensional hasta la cumbre del monte invisible del Señor. Lo hizo al compás de la ley maravillosa que “derriba a los potentados y ensalza a los humildes” (Lc 1, 52). El “Magnificat” representa el eco de aquella experiencia sublime en su peregrinación paradigmática: “Mi alma magnifica al Señor, y salta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha mirado la humildad de su sierva: por esto todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Ibid., 1, 47-48). El cántico de María resuena indefectible a lo largo de los siglos. Aquí en Montserrat parece haberse cristalizado hasta el punto de constituir “un Magnificat de roca”. No es tan sólo signo fehaciente de la ascensión realizada; es además una flecha indicadora de ulteriores escaladas.

La virtud del peregrino es la esperanza. Aquí es posible hacer provisión; porque María la estrecha entre sus brazos y la pone maternalmente a nuestro alcance. Incluso sin darnos cuenta, como hiciera con los esposos de Caná de Galilea. Interviene siempre con solicitud y delicadeza de madre. Lo hizo en forma ejemplar en el misterio de la Visitación, subrayado con trazo litúrgico indeleble en Montserrat. Se explica, por tanto, que resuene a diario en esta montaña el acento melodioso del saludo a la Señora, a la Reina, a la Madre, a la Depositaria de la esperanza que alienta a los peregrinos: Déu vos salve, vida, dolcesa i esperanza nostra.

4. El Salmista alude a una Jerusalén celestial que se vislumbra a través de la Jerusalén terrena. ¿Será forzado trasponer la imagen? La Virgen de Montserrat, sentada en su trono, con el Hijo en las rodillas, parece estar esperando poder abrazar con El a todos sus hijos. Nuestra peregrinación espiritual se cifra, en definitiva, en alcanzar en plenitud la filiación divina. Nuestra vocación es un hecho; por predilección incomprensible del Padre, nos hizo hijos en el Hijo: “Bendito sea Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos: por cuanto que en El nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia. Por eso nos hizo gratos en su Amado” (S. Agustín, Enarr. in Ps. 121, 4).

El Salmista describe la meta como una “Jerusalén que se edifica como ciudad”. Lo cual da pie a San Agustín para modular la filiación en otro registro: “Ahora se está edificando, y a ella concurren en su edificación piedras vivas, de las que dice San Pablo: “También vosotros, como piedras vivas, sois edificados en casa espiritual””. Ese monte aserrado en forma curiosa, que es Montserrat, aparece como una cantera incomparable. “Ahora se edifica la ciudad, ahora se cortan las piedras de los montes por mano de los que predican la verdad y se escuadran para que se acoplen en construcción eterna” (Ibid.). De aquí, de Montserrat, de la región catalana, de España entera hay que sacar los sillares señeros de la nueva construcción.

Sin olvidar que el fundamento es Cristo (cf. 1Co 10, 4). Con las consecuencias que ello lleva consigo en arquitectura. Diríase que San Agustín, al comentar el Salmo, tenía una basílica como la de Montserrat ante sus ojos: “Cuando se pone al cimiento en la tierra se edifican las paredes hacia arriba, y el peso de ella gravita hacia abajo, porque abajo está colocado el cimiento. Pero si nuestro cimiento o fundamento está en el cielo, edificamos hacia el cielo. Los constructores edificaron la fábrica de esta basílica que veis se levanta majestuosa; mas como la edificaron hombres, colocaron los cimientos abajo; pero cuando espiritualmente somos edificados, se coloca el fundamento en la altura. Luego corramos hacia allí para que seamos edificados, pues de esta misma Jerusalén se dijo: Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén” (S. Agustín, Enarr. in Ps. 121, 4). El templo que pisan nuestros pies es umbral de ese otro en construcción, del cual nos sentimos piedras vivas.

5. No es lícito ignorar la sugerencia ofrecida a los peregrinos: “Desead la paz a Jerusalén: “Vivan seguros los que te aman. Haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios”. Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: “La paz contigo”. Por la casa del Señor nuestro Dios, te deseo todo bien” (Sal 121 [122], 6-9).

La paz resume en síntesis el acervo de bienes que puede un hombre desear. Una paz asentada firmemente en la alianza del Señor, que es fiel para con los escogidos. Desde esta montaña santa, oasis de serenidad y de paz, deseo la auténtica paz mesiánica para todos los hombres, que son hermanos y que la Moreneta mira con igual amor de Madre. Y que encomienda a su Hijo divino.

“El juzgará a las gentes y dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arado, y de sus lanzas, hoces. No alzará la espada para la guerra. Venid, oh casa de Jacob, y caminemos a la luz de Yahvé” (Is 2, 45).

Que la montaña santa, Señor, sea bosque de olivos, sea “sacramento de paz”. Un signo de lo que son los hijos amantes a la vera de la Madre común; y un impulso eficaz a realizar de verdad lo que suena hoy a utopía. Y será realidad en la medida en que los hombres se plieguen dócilmente al único imperativo que los Evangelios recogieran de la boca de María: “Haced lo que El os diga”. Y El se llama “Príncipe de la Paz”.

6. Te damos gracias, Señor, por el gozo que nos ha procurado asentar nuestros pies aquí, en el santuario consagrado a la Madre, en donde nos hemos sentido confortados con impulso renovado para nuestro itinerario futuro.

Us preguem, oh Pare, que en aquesta basílica, a on demora el teu Fill Jesucrist, Fill de Maria, otorguis abundosament la pau, la concòrdia i el goig a totes les tribus peregrines del nou Israel. Feu, Senyor, que tots els homes encertin a descobrir el profund sentit de la llur existència peregrina a la terra; que no confonguin les etapes i la meta; que modulin la marxa segons l’exemple de Maria. Ella serà la llur Auxiliadora; perque aquí, a tot arreu i sempre, María es Reina poderosa i Mare piadosísima. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

MISA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Valencia, 8 de noviembre de 1982

Queridos hermanos en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

1. Somos hoy testigos de un gran acontecimiento. 141 diáconos, procedentes de toda España, van a recibir la ordenación sacerdotal. A esta celebración eucarística se asocian numerosos sacerdotes de las diversas diócesis de vuestra Patria. Han sido invitados a esta ciudad para vivir de nuevo la jornada de su ordenación.

Permitidme que salude ante todo al Pastor de esta Iglesia particular, a los obispos presentes, a los sacerdotes y seminaristas, a los que se han dedicado a Dios con una especial consagración, a todo el noble pueblo de Valencia, de su región y de toda España, y a cuantos os habéis reunido en este paseo de La Alameda. Saludo con afecto particular, junto con sus familiares, a todos los ordenandos. Pero permitidme sobre todo que renueve desde aquí mi más afectuoso recuerdo a las personas y familias que en los días pasados han sufrido las consecuencias de devastadoras inundaciones y han perdido seres queridos. Confío en que la necesaria solidaridad y ayuda cristiana les llegará eficazmente.

Este día sacerdotal tiene como marco la ciudad de Valencia, de arraigadas tradiciones eucarísticas y sacerdotales, con su belleza y colorido, su personalidad y rica historia romana, árabe y cristiana; sobre todo en sus grandes figuras sacerdotales: San Vicente Ferrer, Santo Tomás de Villanueva, San Juan de Ribera. A ellos habría que añadir numerosos santos sacerdotes, entre ellos San Juan de Ávila, patrono del clero español. Todos ellos nos acompañan con su intercesión.

2. ¿En qué consiste la gracia del sacerdocio que hoy van a recibir estos ordenandos?

Lo sabéis bien vosotros, queridos diáconos, que os habéis preparado con esmero para este momento sacramental. Lo conocéis vosotros, queridos sacerdotes, que lleváis el peso gozoso y la carga ligera (Mt 11, 30) del sacerdocio. También lo sabéis vosotros, cristianos de Valencia y de España, que acompañáis a vuestros sacerdotes y con ellos vivís el gozo de vuestro sacerdocio común, distinto pero no separado del sacerdocio ministerial.

En este acto hablaré ante todo a los ordenandos. Pero en ellos veo la ordenación, reciente o lejana, de cada uno de vosotros, sacerdotes de España, y os exhorto a revivir la gracia que tenéis por la imposición de las manos (cf. 2Tm 1, 6).

El sacramento del orden está profundamente radicado en el misterio de la llamada que Dios hace al hombre. En el elegido se realiza el misterio de la vocación divina. Nos lo revela la primera lectura tomada del profeta Jeremías.

Dios manifiesta al hombre su voluntad: “Antes que te formara en el vientre, te conocí; antes de que tú salieses del seno materno, te consagré y te designé para profeta de los gentiles” (Jr 1, 5).

La llamada del hombre está primero en Dios: en su mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer dentro de su corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. El trata de defenderse ante la responsabilidad de la llamada. Dice como el Profeta: “¡Ah, Señor Yavé! He aquí que no sé hablar, pues soy un niño” (Jr 1, 6). Así, la llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con Dios, y es a veces como el resultado de una contienda con El.

Ante las reservas y dificultades que con razón el hombre opone, Dios indica el poder de su gracia. Y con el poder de esta gracia consigue el hombre la realización de su llamada: “Irás a donde te envíe yo, y dirás lo que yo te mande. No tengas temor ante ellos, que yo estaré contigo para salvarte . . . He aquí que yo pongo en tu boca mis palabras” (Ibíd., 1, 7-9).

Es necesario, mis queridos hermanos y amados hijos, meditar con el corazón este diálogo entre Dios y el hombre, para encontrar constantemente el entramado de vuestra vocación. Este diálogo ya se ha realizado en vosotros que vais a recibir la ordenación sacerdotal. Y tendrá que continuar, ininterrumpido, durante toda vuestra existencia a través de la oración, sello distintivo de vuestra piedad sacerdotal.

3. En la conciencia de vuestra llamada por parte de Dios, radica a la vez el secreto de vuestra identidad sacerdotal. Las palabras del profeta Jeremías sugieren esa identidad del sacerdote como llamado por una elección, consagrado con una unción, enviado para una misión. Llamado por Dios en Jesucristo, consagrado por El con la unción de su Espíritu, enviado para realizar su misión en la Iglesia.

Las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia acerca del sacerdocio, inspiradas en la Revelación, recogidas, por así decir, de los labios de Dios, pueden disipar cualquier duda acerca de la identidad sacerdotal.

Ante todo, Jesucristo nuestro Señor, sumo y eterno Sacerdote, es el punto central de referencia. Hay un solo supremo sacerdote, Cristo Jesús (cf. Lumen gentium, 28; Hb 7, 24; 8, 1), ungido y enviado al mundo por el Padre (cf. Presbyterorum ordinis, 2; Jn 10, 36). De este único sacerdocio participan los obispos y los presbíteros, cada cual en su orden y grado, para continuar en el mundo la consagración y la misión de Cristo. Partícipes de la unción sacerdotal de Cristo y de su misión, los presbíteros actúan “in persona Christi” (Lumen gentium, 28).

Para ello reciben la unción del Espíritu Santo. Sí, vais a recibir el Espíritu de santidad, como dice la fórmula de la ordenación, para que un especial carácter sagrado os configure a Cristo sacerdote, para poder actuar en su nombre (cf. Presbyterorum ordinis, 2).

Consagrados por medio del ministerio de la Iglesia, participaréis de su misión salvadora como “cooperadores del orden episcopal” y deberéis estar unidos a los obispos, según la hermosa expresión de San Ignacio de Antioquía, “como las cuerdas a la lira” (S. Ignacio de Antioquía, Ad Ephesios, 4). Enviados a una comunidad particular, congregaréis la familia de Dios, instruyéndola con la palabra, para hacerla “crecer en la unidad” (Presbyterorum ordinis, 2)  y “llevarla por Cristo en el Espíritu al Padre” (Ibíd., 4).

4. Llamados, consagrados, enviados. Esta triple dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis “puestos aparte”; “segregados”, pero “no separados” (Ibíd., 3). Así os podéis dedicar plenamente a la obra que se os va a confiar: el servicio de vuestros hermanos.

Comprended, pues, que la consagración que recibís os absorbe totalmente, os dedica radicalmente, hace de vosotros instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo, prolongación de su misión para gloria del Padre.

A ello responde vuestro don total al Señor. El don total que es compromiso de santidad. Es la tarea interior de “imitar lo que tratáis”, como dice la exhortación del Pontifical Romano de las ordenaciones. Es la gracia y el compromiso de la imitación de Cristo, para reproducir en vuestro ministerio y conducta esa imagen grabada por el fuego del Espíritu. Imagen de Cristo sacerdote y víctima, de redentor crucificado.

En este contexto de entrega total, de unión a Cristo y de comunión con su dedicación exclusiva y definitiva a la obra del Padre, se comprende la obligación del celibato. No es una limitación, ni una frustración. Es la expresión de una donación plena, de una consagración peculiar, de una disponibilidad absoluta. Al don que Dios otorga en el sacerdocio, responde la entrega del elegido con todo su ser, con su corazón y con su cuerpo, con el significado esponsal que tiene, referido al amor de Cristo y a la entrega total a la comunidad de la Iglesia, el celibato sacerdotal.

El alma de esta entrega es el amor. Por el celibato no se renuncia al amor, a la facultad de vivir y significar el amor en la vida; el corazón y las facultades del sacerdote quedan impregnados con el amor de Cristo, para ser en medio de los hermanos el testigo de una caridad pastoral sin fronteras.

5. El secreto de esta caridad pastoral se encuentra en el diálogo que Cristo mantiene con cada uno de sus elegidos, como lo mantuvo con Pedro, según las palabras del Evangelio que hemos proclamado. Es la pregunta acerca del amor especial y exclusivo hacia Cristo, hecha a quien ha recibido una misión particular y ha podido experimentar el desencanto en su propia debilidad humana.

El Señor Resucitado no se dirige a Pedro para amonestarlo o castigarlo por su debilidad o por el pecado que ha cometido al renegar de él. Viene para preguntarle por su amor. Y esto es de una enorme, elocuente importancia para cada uno de vosotros: “¿Me amas?” (Ibíd.). ¿Me amas todavía? ¿Me amas cada vez más? Sí. Porque el amor es siempre más grande que la debilidad y que el pecado. Y sólo él, el amor, descubre siempre nuevas perspectivas de renovación interior y de unión con Dios, incluso mediante la experiencia de la debilidad del pecado.

Cristo, pues, pregunta, examina acerca del amor. Y Pedro responde: “Sí, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”. No responde: Sí, te quiero; más bien se confía al corazón del Maestro y a su conocimiento y le dice: “Tú sabes que te amo”.

Así, por medio de este amor, confesado por tres veces, Jesús Resucitado confía a Pedro sus ovejas. Y del mismo modo os las confía a vosotros. Es necesario que vuestro ministerio sacerdotal se enraíce con vigor en el amor de Jesucristo.

6. El amor indiviso a Cristo y al rebaño que El os va a confiar unifica la vida del sacerdote y las diversas expresiones de su ministerio (cf. Presbyterorum ordinis, 14).

Ante todo, configurados con el Señor, debéis celebrar la Eucaristía, que no es un acto más de vuestro ministerio; es la raíz y la razón le ser de vuestro sacerdocio. Seréis sacerdotes, ante todo, para celebrar y actualizar el sacrificio de Cristo, “siempre vivo para interceder por nosotros” (Hb 7, 35). Ese sacrificio, único e irrepetible, se renueva y hace presente en la Iglesia de manera sacramental, por el ministerio de los sacerdotes.

La Eucaristía se convierte así en el misterio que debe plasmar interiormente vuestra existencia. Por una parte, ofreceréis sacramentalmente el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por otra, unidos a El — “in persona Christi”—, ofreceréis vuestras personas y vuestras vidas, para que asumidas y como transformadas por la celebración del sacrificio eucarístico, sean exteriormente también transfiguradas con El, participando de las energías renovadoras de su Resurrección.

Será la Eucaristía culmen de vuestro ministerio de evangelización (cf. Presbyterorum ordinis, 4), ápice de vuestra vocación orante, de glorificación de Dios y de intercesión por el mundo. Y por la comunión eucarística se irá consumando día tras día vuestro sacerdocio.

San Vicente Ferrer, el apóstol y taumaturgo valenciano, decía que “la misa es el mayor acto de contemplación que pueda darse”. Sí, así es en verdad. Por ello todos vosotros estáis invitados a alimentar y vivificar la propia actividad con la “abundancia de la contemplación” (Lumen gentium, 41), que encontrará un manantial inagotable en la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, en la liturgia de las horas, en la oración mental y cotidiana? y en la meditación amorosa de los misterios de Cristo y de la Virgen con el rezo del Rosario.

7. La consagración que vais a recibir os habilita al servicio, al ministerio de salvación, para ser como Cristo los “consagrados del Padre” y los “enviados al mundo” (Jn 10, 30).

Os debéis a los fieles del Pueblo de Dios, para que también ellos sean “consagrados en la verdad” (Ibíd., 17, 17). El servicio a los hombres no es una dimensión distinta de vuestro sacerdocio: es la consecuencia de vuestra consagración.

Ejerced vuestras tareas ministeriales como otros tantos actos de vuestra consagración, convencidos de que todas ellas se resumen en una: reunir la comunidad que os será confiada en la alabanza de Dios Padre, por Jesucristo y en el Espíritu, para que sea la Iglesia de Cristo, sacramento de salvación. Para eso evangelizaréis y os dedicaréis a la catequesis de niños y adultos; para eso estaréis disponibles en la celebración del sacramento de la reconciliación; para eso visitaréis a los enfermos y ayudaréis a los pobres, haciéndoos todo a todos para ganarlos a todos (cf. 1Co 9, 22).

No temáis así ser separados de vuestros fieles y de aquellos a quienes vuestra misión os destina. Más bien os separaría de ellos el olvidar o descuidar el sentido de la consagración que distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más, en la profesión, en el estilo de vida, en el modo de vestir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defraudaríais a vuestros propios fieles que os quieren sacerdotes de cuerpo entero: liturgos, maestros, pastores, sin dejar por ello de ser, como Cristo, hermanos y amigos.

Por eso, haced de vuestra total disponibilidad a Dios una disponibilidad para vuestros fieles. Dadles el verdadero pan de la palabra, en la fidelidad a la verdad de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia. Facilitadles todo lo posible el acceso a los sacramentos, y en primer lugar al sacramento de la penitencia, signo e instrumento de la misericordia de Dios y de la reconciliación obrada por Cristo (cf. Juan Pablo II, Redemptor hominis, 20), siendo vosotros mismos asiduos en su recepción. Amad a los enfermos, a los pobres, a los marginados; comprometeos en todas las justas causas de los trabajadores; consolad a los afligidos; dad esperanza a los jóvenes. Mostraos en todo “como ministros de Cristo” (2Co 6, 8).

8. En la liturgia de la Palabra han sido proclamadas esas conocidas expresiones de la Primera Carta de San Pedro, dirigidas a los más ancianos, a los “presbíteros”, a todos los sacerdotes aquí presentes.

Precisamente vosotros aquí reunidos, sois los “presbíteros”, los “ancianos”. Y los jóvenes que hoy recibirán esta ordenación se convierten también en “ancianos”, responsables de la comunidad.

Meditad bien qué es lo que os pide a vosotros Pedro, el anciano, “testigo de los sufrimientos de Cristo y participante de la gloria que ha de revelarse” (1P 5, 1). ¿Qué es lo que os pide?

Os ruega que cumpláis el ministerio pastoral que se os ha confiado: “no por fuerza sino espontáneamente, según Dios; no por sórdido lucro, sino con prontitud de ánimo”. Sí; con una entrega generosa. Y como vivos modelos del rebaño (cf. Ibíd., 5, 3).

He aquí el programa apostólico de la vida sacerdotal y del ministerio sacerdotal que un día Dios os confió. Nada ha perdido de su actualidad sustancial. Es un programa vivo, de hoy. Y habéis de ponerlo con frecuencia ante vuestros ojos, en vuestra alma, para ver reflejado en él, como en un espejo, vuestra propia vida y vuestro ministerio.

Si así lo hacéis, como os lo enseña la multitud de sacerdotes santos que en vuestra Patria han sido testigos de Cristo, recibiréis, cuando aparezca “el supremo Pastor”, esa “corona inmarcesible de la gloria” (Ibíd., 4).

9. Mis queridos hermanos en el sacerdocio: El Sucesor de Pedro que os habla, os repite este mensaje; y quisiera que, en el día de esta gran ordenación sacerdotal y en esta celebración de la gracia del sacerdocio para toda España, se grabe en vuestros ánimos, en el corazón de cada sacerdote. ¡Sed fieles a este mensaje que viene de Cristo!

Que esta celebración traiga a toda la Iglesia en España una renovación de la gracia inagotable del sacerdocio católico; una mayor unidad entre todos los que han recibido la misma gracia del presbiterado; un aumento considerable de vocaciones sacerdotales entre los jóvenes, atraídos por el ejemplo gozoso de vuestra entrega, y la de tantos seminaristas aquí presentes, a quienes saludo uno a uno para confirmarlos y animarlos en su vocación. A la vez que les anuncio que dejo para ellos un particular mensaje mío escrito.

La Virgen María, que Valencia venera con el dulce título de Madre de los Desamparados, se incline con amor sobre vosotros y os haga fieles discípulos del Señor. Acogedla como Madre, como Juan la acogió al pie de la Cruz (cf. Jn 19, 26-27). Que en la gracia del sacerdocio cada uno de vosotros pueda decir también a ella “Totus tuus”.

El Señor Resucitado, presente entre nosotros, os mira con amor, mis queridos sacerdotes y ordenandos, y os repite su pregunta acerca de vuestro amor sincero y leal: “¿Me amas?”. Que cada uno de vosotros pueda decir hoy y siempre: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo” (Ibíd., 21, 17). Así vuestro ministerio será un fiel y fecundo servicio de amor en la Iglesia, para la salvación de los hombres.

Que el récord de esta solemne ordenación sacerdotal a la presencia del Papa aumente la vostra fe en Jesucrist, Sacerdot Etern, que comunica el Seu sacerdoci per a la salvaciò de tots els homens. Aixi siga.

VIAJE APOSTÓLICO A ESPAÑA

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON LAS RELIGIOSAS Y LOS MIEMBROS DE INSTITUTOS SECULARES

HOMILÍA DE JUAN PABLO II

Madrid, 8 de noviembre de 1982

Queridas hermanas,
religiosas y miembros de institutos seculares:

1. Doy gracias a la Divina Providencia que me procura esta ocasión de encontrarme con vosotras, consagradas españolas, en vuestra misma patria; y precisamente en medio de estas celebraciones del IV centenario de la gran Santa Teresa, en quien la Iglesia reconoce no solamente la religiosa incomparable, sino también uno de sus más eximios doctores.

Aunque os hablo hoy por vez primera en territorio español, no es la primera vez que el Papa encuentra a consagradas españolas. Lo he hecho frecuentemente en Roma y en mis viajes apostólicos a través del mundo, en tantos lugares donde oráis y trabajáis con generosidad y eficacia. Os agradezco de corazón vuestro empeño misionero y espero que, siendo fieles a vuestra tradición de fe, España siga siendo lugar privilegiado de vocaciones, por su abundancia y calidad.

2. Quiero ante todo manifestaros mi aprecio y afecto por lo que sois y por lo que significáis en vuestro país y en la Iglesia entera. Conservad en vuestro corazón un amor inquebrantable a vuestra hermosa vocación, la voluntad de responder sin vacilar, cada día, a esa vocación, y de conformaros cada vez más perfectamente con vuestro Modelo y Señor, Jesucristo. Tened siempre presente vuestra responsabilidad frente a la vida cristiana de vuestros conciudadanos: vuestro fervor acrecienta la vitalidad de vuestra Iglesia, mientras que, por el contrario, vuestra tibieza provocaría bien pronto en el pueblo cristiano un proceso de decadencia.

3. Deseo, en primer lugar, dirigirme a las religiosas contemplativas, cuyas comunidades son tan numerosas y vivas en la tierra de Santa Teresa. Casi una tercera parte de los monasterios contemplativos del mundo están en vuestro país. Se puede afirmar que el ardor de la Santa Reformadora del Carmelo, su amor a Dios y a la Iglesia, se manifiestan aún en su Patria donde, más que en otros lugares, las religiosas contemplativas realizan la expresión más alta de la vida consagrada.

Ellas son en verdad para las demás religiosas la estrella que marca sin cesar la ruta; su vida de oración, su holocausto cotidiano son apoyo potente para la labor apostólica de las demás religiosas, como lo son para la Iglesia visible, que sabe poder contar con su intercesión poderosa ante el Señor.

4. A vosotras, religiosas dedicadas al apostolado, expreso igualmente el profundo agradecimiento de la Iglesia por vuestra labor apostólica: el cuidado incansable de los enfermos y necesitados en hospitales, clínicas y residencias o en sus mismas casas; la actividad educativa en escuelas y colegios; las obras asistenciales que completan la obra pastoral de los sacerdotes; la catequesis y tantos otros medios, a través de los cuales dais realmente testimonio de la caridad de Cristo. Estad seguras de que esas actividades no sólo conservan su actualidad, sino que, debidamente adaptadas, demuestran ser, cada vez más, medios privilegiados de evangelización, de testimonio y de promoción humana auténtica (cf. Religiosos y promoción humana, 5).

No os desaniméis, pues, ante las dificultades. Procurad en vuestro empeño responder cada vez mejor a las exigencias de los tiempos; que vuestra aportación brote armónicamente de la misma finalidad de vuestros institutos y que vaya marcada con el sello distintivo de la obediencia, de la pobreza y de la castidad religiosa.

No permitáis que disminuya vuestra generosidad, cuando se trate de responder a las llamadas apremiantes de los países que esperan misioneras; estad seguras de que el Señor os recompensará con nuevas vocaciones.

5. Al entregaros generosamente a vuestras tareas, no olvidéis nunca que vuestra primera obligación es permanecer con Cristo. Es preciso que sepáis siempre encontrar tiempo para acercaros a El en la oración; sólo así podréis luego llevarle a aquellos con quienes os encontréis.

La vida interior sigue siendo el alma de todo apostolado. Es el espíritu de oración el que guía hacia la donación de sí mismo; de ahí que sería un grave error oponer oración y apostolado. Quienes, como vosotras, han aprendido en la escuela de Santa Teresa de Jesús, pueden comprender fácilmente, sabiendo que cualquier actividad apostólica que no se funda en la oración, está condenada a la esterilidad.

Es necesario, por tanto, que sepáis siempre reservar a la oración personal y comunitaria espacios diarios y semanales suficientemente amplios. Que vuestras comunidades tengan como centro la Eucaristía y que vuestra participación diaria en el Sacrificio de la Misa, así como vuestro orar en presencia de Jesús Sacramentado, sean expresión evidente de que habéis comprendido qué es lo único necesario (cf. Lc 10, 42).

6. Deseo recordaros también un elemento muy importante de vuestra vida religiosa y apostólica: me refiero a la vida fraterna en comunidad.

Al hablar de los primeros cristianos, la Sagrada Escritura pone de relieve que “teniendo todos ellos un solo corazón y una sola alma”, esa misma caridad fraterna les llevaba a poner sus bienes en común, renunciando a considerar cosa alguna como propia (cf. Hch 4, 32). Sabéis perfectamente que esta y no otra es la definición exacta de vuestra pobreza religiosa, que constituye la base de vuestra vida fraterna en comunidad.

Vuestra opción por la castidad perfecta y vuestra obediencia religiosa han venido a completar vuestra donación de amor, y a convertir vuestra vida comunitaria en una realidad teocéntrica y cultual; así toda vuestra vida queda consagrada y resulta un testimonio vivo del Evangelio. La Iglesia y el mundo necesitan poder ver el Evangelio vivo en vosotras.

Cultivad, pues, en vuestras casas una vida verdaderamente fraterna, edificada sobre la caridad mutua, la humildad y la solicitud por las demás hermanas. Amad vuestra vida de familia y los diversos encuentros que constituyen la trama de vuestra vida diaria. Podéis estar seguras de que esa vida de comunidad, vivida en caridad y abnegación, es la mejor ayuda que podéis prestaros mutuamente y el mejor antídoto contra las tentaciones que insidian vuestra vocación.

Además de vuestra vida en común, vuestro modo de comportaros y aun vuestro modo de vestir —que os distinga siempre como religiosas— son en medio del mundo una predicación constante e inteligente, aun sin palabras, del mensaje evangélico; os convierten no en meros signos de los tiempos, sino en signos de vida eterna en el mundo de hoy. Procurad, por lo mismo, que cuando las necesidades del apostolado o la naturaleza de determinadas obras os exijan formar pequeños grupos, permanezca siempre en ellos la realidad de la vida fraterna en común, fundada en el Evangelio, edificada sobre los tres votos religiosos y no sobre ideologías mudables o aspiraciones personales.

7. Finalmente, recordad que la comunidad religiosa está insertada en la Iglesia y que no tiene sentido sino en la Iglesia, participando de su misión salvadora en fidelidad filial a su Magisterio. Vuestro carisma habéis de entenderlo a la luz del Evangelio, de vuestra propia historia y del Magisterio de la Iglesia. Y cuando se trate de comunicar a los otros vuestro mensaje procurad transmitir siempre las certidumbres de la fe y no ideologías humanas que pasan.

8. He mencionado antes las múltiples tareas que lleváis a cabo en servicio de la Iglesia y por amor a vuestros hermanos, los hombres: hospitales, labores de asistencia o de enseñanza, etc. Desearía daros una palabra específica de aliento e impulso, pues todos los servicios que realizáis son necesarios, y debéis continuar haciéndolos.

Por la especial importancia que en el momento presente tiene en España, quiero dirigirme ahora, con una referencia particular, a tantas de vosotras que tenéis como misión especial la enseñanza de la juventud en el ámbito escolar. Hermosa y exigente tarea, delicada y apasionante a la vez, que implica una grave responsabilidad. Continuad poniendo todos los medios para realizarla con gran espíritu de entrega. Hacéis algo muy grato a los ojos de Dios, y por lo que merecéis también el aplauso de los hombres, aunque vosotras no busquéis ese reconocimiento humano.

Os aliento de todo corazón y os recuerdo la necesidad de que estimuléis a los hombres y mujeres del mañana a apreciar con recta conciencia los valores morales, prestándoles su adhesión personal; y que los incitéis a conocer y amar a Dios cada día más (cf. Gravissimum Educationis, 1). Enseñadles a observar cuanto el Señor ha mandado y, a través de vuestras palabras y de vuestro comportamiento irreprochable, llevadlos a la plenitud de Cristo (cf. Ef 4, 13).

Impartid la doctrina íntegra, sólida y segura; utilizad textos que presenten con fidelidad el Magisterio de la Iglesia. Los jóvenes tienen derecho a no ser inquietados por hipótesis o tomas de posición aventuradas, ya que aún no tienen la capacidad de juzgar (cf. Paolo VI, A los obispos de la Francia centro-oriental en visita «ad limina Apostolorum», 20 de junio de 1977; Juan Pablo II, Discurso en la Universidad Pontificia Salesiana, 31 de enero de 1981)

Estad seguras de que si actuáis con entera fidelidad a la Iglesia, Dios bendecirá vuestra vida con una generosa floración de vocaciones. Esforzaos por ser buenas educadoras y recordad que quienes, a lo largo de los siglos, más han enseñado a los otros han sido los santos. Por ello, vuestro primer deber apostólico como maestras, educadoras y religiosas es vuestra propia santificación.

9. Unas palabras de particular saludo y aprecio a vosotras, consagradas de institutos seculares, que habéis asumido los compromisos de la vida de consagración reconocidos por la Iglesia, en forma peculiar, diversa de la que caracteriza a las religiosas.

Los institutos seculares constituyen ya en España una realidad muy significativa. La Iglesia los necesita para poder realizar un apostolado de hondo testimonio cristiano en los ambientes más diversos, “para contribuir a cambiar el mundo desde dentro, convirtiéndose en fermento vivificante” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Congreso organizado por la Conferencia mundial de Institutos Seculares, 28 de agosto de 1980).

Pido al Señor que sean muchas las que escuchen su voz y le sigan por este camino. Y os exhorto a permanecer fieles a vuestra vocación específica “caracterizada y unificada por la consagración, el apostolado y la vida secular” (Ibíd.).

10. Desde el primer momento, la Iglesia puso en su propio centro a la Madre de Jesús, alrededor y en compañía de la cual los Apóstoles perseveraron en la oración, esperaron y recibieron el Espíritu Santo. Sabed también vosotras perseverar así, unidas íntimamente a María, la Madre de Jesús y nuestra; recibiendo y transmitiendo a los hermanos el Espíritu Santo y edificando de ese modo la Iglesia. Que Ella os acompañe, consuele y aliente siempre con sus cuidados maternales. Y os anime en el camino mi afectuosa Bendición. Así sea.

INAUGURACIÓN DEL CENTRO INTERNACIONAL DE JUVENTUD "SAN LORENZO"

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo , 13 de marzo de 1983 

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Acepté con gusto la invitación para presidir esta celebración eucarística con motivo de la inauguración del Centro Juvenil Internacional “San Lorenzo”. A las iniciativas espirituales que ya existen en la diócesis del Papa hay, por tanto, otra, de no poca importancia. Y es precisamente desde aquí que quiero señalarlo a los obispos de todo el mundo, para que den a conocer adecuadamente este Centro a los jóvenes de sus diócesis y que ellos mismos le presten especial atención con motivo de sus visitas a la Ciudad Eterna.

Es una alegría especial para mí saber que este Centro fue diseñado especialmente para los jóvenes peregrinos que vienen a Roma, y ​​que ustedes se han puesto a disposición para crearlo y animarlo. Conoces mi gran deseo de estar cerca de los jóvenes, de potenciar incluso con mi presencia tu forma de creer y concebir la existencia. Lo afirmé al comienzo de mi pontificado y quiero repetirlo hoy: "ustedes son el futuro del mundo, la esperanza de la Iglesia: ustedes son mi esperanza" ("L'Osservatore Romano", 23-24 de octubre de 1978 , pág.2).

Te has puesto al servicio del Centro Internacional con una actitud casi mariana, con generosidad, sin poder medir en toda su extensión este compromiso. Lo has hecho, impulsado por el Espíritu Santo, listo para desplegar las velas para que el Espíritu de Dios te mueva según su voluntad.

2. Este Centro depende de lo mejor de ti y puede consolidar lo mejor de ti; de hecho, tu atención y tu servicio desinteresado a los jóvenes de diversas partes del mundo te llevarán inevitablemente a hablar de los motivos de tu disponibilidad, a revelar tu mundo interior a tus interlocutores. Hablarás de lo que te mueve, te emociona, que dirige tu vida. Y, por tanto, también del hecho de que has sido tocado por Cristo; que lo has descubierto como hermano y amigo; que has experimentado la alegría de su cercanía y de la palabra que reserva para sus testigos; que el Señor os ha mostrado, aunque sutilmente, el rostro del Padre que ama.

¿Y por qué excluir que, en este compromiso, uno u otro sienta la llamada de Dios a dedicarse totalmente a un servicio espiritual en la Iglesia? Aquí, estoy seguro, vivirás más fuerte que nunca la alegría del testimonio, que fortalece la fe de los demás, que comunica a los demás lo mejor que posee, es decir, la confianza en el Padre de Jesucristo. Y es precisamente esta experiencia la que despierta la vocación espiritual.

. ¡El servicio de anunciar que "Dios es amor" nos pertenece a los que creemos! El mensaje del Evangelio de hoy nos lo recuerda, que es como un regalo para el Centro “San Lorenzo”: un regalo y una orientación especial, porque es uno de los mensajes más hermosos que Jesús nos ha confiado.

A este pasaje del Evangelio de Lucas lo llamamos: "La parábola del hijo pródigo". Debemos dejar que esta palabra se inscriba en nuestro corazón. Debemos llevarlo en nuestro corazón incluso cuando la oscuridad de un callejón sin salida nos desespere. Pero este Evangelio no solo anuncia esperanza a quienes se creen perdidos. Esta parábola también podría llamarse: "La parábola del Padre que ama", cuyo corazón irresistible y misericordia son el verdadero motivo de esperanza.

Así, por un momento, queremos volver la mirada hacia el Padre, que nos ha revelado el Hijo unigénito. “Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio. . . " ( Lc 15,20 ), nos dice Jesús, el padre debe haber esperado al hijo; debe haber sentido lástima por él. No solo le perdonó su cruda insistencia en reclamar sus derechos: "Padre, dame la parte del patrimonio que me corresponde ( Lc15, 12). Pero ella lo ama tanto que todavía lo quiere a su lado. Cuando el hijo finalmente aparece en el horizonte, absolutamente no piensa en castigarlo. Y ni siquiera parece importarle cuánto le debe el niño a su dignidad y autoridad. Parece no importarle la sumisión de su hijo perdido, su autoacusación, su humillación, que en cambio podrían parecer necesarias por razones de pedagogía y orden. Al contrario, ella corre a su encuentro, se arroja sobre su cuello y lo besa. Le pone el vestido más bonito, le pone el anillo en el dedo y los zapatos en los pies, mata al becerro engordado para que pueda festejar. El Padre es así; así nos lo muestra Jesús, él es para cada uno de nosotros el Tú, que siempre espera; siempre está dispuesto a abrirnos los brazos de su Padre, pase lo que pase.

4. La palabra de Jesús, queridos hermanos y hermanas, nos llevó a una meditación sobre el Padre celestial. Sus palabras se convierten así para nosotros en el Evangelio, la verdadera "Buena Noticia". Pero la alegría y la gratitud que despierta no deben nublar nuestra visión de nosotros mismos y nuestra situación. La experiencia de la bondad del Padre coincide, en el hijo pródigo, con el conocimiento de sí mismo, con el arrepentimiento y la conversión. La conversión es un elemento esencial de la alegría que proporciona la cercanía del Dios que nos ama. Los que buscan a Dios no pueden renunciar a convertirse: ni nosotros ni los que queremos llevar al encuentro con el Padre.

5. El Evangelio de hoy y la inauguración del Centro “San Lorenzo” se convierten así para nosotros en un puente hacia el Año Santo de la Redención. La apertura del Jubileo es ahora inminente y con nuestra meditación nos hemos acercado a su contenido. Este Año Santo, como decía en la Bula de Acusación, debe conducir a un "descubrimiento renovado del amor de Dios que se entrega" (Juan Pablo II, Aperite portas Redemptori , 8). Quien se deja colmar de este amor ya no puede negar su culpa. La "pérdida del sentido del pecado deriva en última instancia de la" pérdida más radical y más oculta del sentido de Dios "(Juan Pablo II, Allocutio ad Patres Cardinales, Romanaeque Curiae Praelatos, instante Nat ivi tate Domini coram admissos, habita , 5, 23 de diciembre de 1982 : Enseñanzas de Juan Pablo II , V / 3 [1982] 1676).

Este compromiso de profundizar en el amor de Dios, doblemente motivado por la parábola del hijo pródigo y el Año Santo, se convierte en testimonio del "San Lorenzo". El Centro quiere despertar en todos sus visitantes la sensibilidad por la realidad de Dios, la sensibilidad por las exigencias que él plantea. Si el hombre se reconoce pecador, esto no debe humillarlo, sino decirle que el camino hacia la alegría de la cercanía del Padre pasa por la conversión y el perdón.

El Centro se convierte así necesariamente en un lugar en el que debe reinar la Cruz. ¿A dónde ir en este mundo, con pecado y culpa, sin la Cruz? La Cruz toma sobre sí toda la miseria del mundo, que surge del pecado. Se revela como un signo de gracia. Recoge nuestra solidaridad y nos anima a sacrificarnos por los demás. También en la cruz del sufrimiento y en nuestra propia cruz reconocemos el instrumento de la Redención, la puerta de la Resurrección. Porque es en la cruz donde el Señor venció el pecado y la muerte.

Es bueno, por tanto, que en esta iglesia hayas colocado la famosa cruz de San Damián para dominarla con su tamaño y belleza. Ven bajo esta cruz, junto con María, la Madre de Dios, que está representada allí. Conozca su disponibilidad. Vuélvanse ustedes mismos redentores de los jóvenes del mundo. Así también tú cumplirás la misión que el Señor ha confiado a Francisco, su humilde mensajero: "Ve y edifica mi casa, mi Iglesia".

Junto a la memoria de San Damián, del ejemplo de San Francisco, quiero recordarles como estímulo para luchar por altos ideales también la figura de un joven que vivió en nuestra época, Pier Giorgio Frassati. Era un joven "moderno", abierto a los problemas de la cultura, el deporte, las cuestiones sociales, los verdaderos valores de la vida, y al mismo tiempo un hombre profundamente creyente, alimentado por el mensaje del Evangelio, apasionado en el servicio a sus hermanos y consumido en un ardor de caridad que lo llevó a acercarse a los pobres y a los enfermos. Vivió las Bienaventuranzas del Evangelio.

Quiero que este Centro se convierta en un caldo de cultivo para verdaderos jóvenes cristianos, que sepan dar testimonio del Evangelio de forma coherente en el mundo de hoy.

Os deseo esto y lo encomendamos juntos al Señor en oración común durante la celebración de la Eucaristía.  

SANTA MISA PARA LAS UNIVERSIDADES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Jueves, 17 de marzo de 1983 

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Estamos ahora en el centro mismo de la Cuaresma de 1983. Dentro de unos días comenzará el Jubileo Extraordinario del Año Santo de la Redención. En este momento su presencia en la Basílica de San Pedro adquiere una elocuencia particular. Os saludo cordialmente a todos: agradezco a la Honorable Franca Falcucci, Ministra de Educación Pública, su presencia; Saludo a los rectores de las distintas universidades italianas; Saludo a los profesores que vienen en su mayoría de Roma, pero también de Milán, Pavía y Brescia. Saludo a todos ustedes, queridos estudiantes, expresando mi más sincera alegría por estar con ustedes. Nuestras reuniones durante la Cuaresma, así como las de Adviento, ya se han convertido en una práctica anual. De esta forma deseamos responder a la invitación,

Precisamente ese día, en el momento de la imposición de las cenizas, escuchamos las palabras: "Recuerda que eres polvo y al polvo volverás" (cf. Gn 3, 19 ) - pero también las otras palabras: "Consíguete convertido y creer en el Evangelio ( Mc1, 15). Estas últimas palabras, en cierto sentido, completan el sentido severo de las primeras. Viviendo en la perspectiva del término terrestre, debemos hacer un buen uso del tiempo que se nos da. Y el buen uso del tiempo se manifiesta en todo lo que se necesita para la obra de conversión. Siempre debemos convertirnos de nuevo, y siempre de nuevo debemos "creer en el Evangelio". Esto implica la necesidad de una catequesis continua. La Cuaresma es precisamente el período de una catequesis particularmente intensa. Nuestro encuentro en este momento debe manifestarlo.

2. En la catequesis cuaresmal nos referimos a las lecturas bíblicas de la liturgia diaria. Hoy las palabras del Evangelio según Juan nos introducen en uno de los momentos de esa disputa que Cristo dirigió con sus contemporáneos sobre la autenticidad de su propia misión mesiánica. La acción tiene lugar en el contexto de la curación de un cojo cerca de la piscina de Betzata. Esta curación, realizada el día de reposo, provocó una reacción de aquellos que guardan la ley mosaica. Jesús defiende la rectitud de su obra, argumentando que en ella se manifiesta el poder de Dios mismo, que no puede ser limitado por la letra de la Ley. Precisamente este poder de Dios mismo da testimonio de Cristo.

“Si tuviera que testificarme a mí mismo, mi testimonio no sería verdadero; pero hay otro que me da testimonio, y yo sé que el testimonio que me da es verdadero ”( Jn 5, 31-32).

Dios el Padre testifica de Cristo. Una confirmación de la autenticidad de su misión mesiánica son los signos, como éste que acaba de hacer, que sólo se puede realizar con el poder de Dios.

Este juicio del mismo Dios sobre Cristo encontró un eco fiel en el testimonio que de él dio Juan el Bautista cerca del Jordán: Cristo recuerda a sus oyentes, porque todos creían que Juan era un profeta. Sin embargo, añade: “Pero tengo un testimonio superior al de Juan: las obras que el Padre me ha encomendado que haga, las mismas que estoy haciendo, dan testimonio de mí que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió también dio testimonio de mí ”( Jn 5, 36-37).

3. Estamos en el centro mismo de esa disputa que Jesús de Nazaret conduce con sus contemporáneos, representantes de Israel. Ellos, más que ningún otro, pudieron reconocer en Cristo el testimonio de Dios mismo. De hecho, estaban especialmente preparados para ello. Cristo dice: “Escudriñas las Escrituras creyendo que tienes vida eterna en ellas; bueno, son ellos los que me dan testimonio. Pero no quieres venir a mí para tener vida ”( Jn 5, 39-40).

Usted no quiere . . . La controversia, que Cristo juega con sus contemporáneos en Israel, se refiere a la promesa que ese pueblo elegido había recibido en el antiguo pacto: Cristo viene como el cumplimiento de esa Promesa. Y he aquí, no quieren darle la bienvenida. Por tanto, disputa con ellos, refiriéndose a la autoridad que para ellos era la mayor: Moisés. Dice: "Si creyeras en Moisés, también me creerías a mí, porque él escribió de mí" ( Jn 5, 46 ). Y por eso añade: “No penséis que soy yo quien os acuso ante el Padre; Ya hay quienes te acusan, Moisés, en quienes has puesto tu esperanza ”( Jn 5, 45).

Por tanto, se produce una especie de disputa. En cierto sentido, tiene las características de un proceso judicial. Cristo se refiere a los testigos. Testigo es Moisés y todo el Antiguo Testamento hasta Juan el Bautista. El testimonio es la Escritura y el testimonio es toda la expectativa del Pueblo Elegido. Pero, sobre todo, testimonio son las "obras" que Cristo realiza mediante la intervención del Padre. Ante este testimonio, los testigos del antiguo pacto, y especialmente Moisés, vuelven a asumir un nuevo carácter: se prestan al papel de acusadores. Parecen decir: ¿por qué no le dan la bienvenida a Jesús de Nazaret, ya que todo indica que él es el mismo que Dios ha enviado de acuerdo con la Promesa? Sin embargo, con esta pregunta, esos testigos no solo parecen preguntar, ¡sino incluso acusar!

4. ¿Sobre qué, sin embargo, está teniendo lugar esta disputa? ¿Sólo sobre la autenticidad subjetiva de la misión de Jesús de Nazaret como Mesías prometido? Sin duda que sí. Pero la polémica es más profunda y la liturgia de hoy también nos lo prueba. La controversia es más profunda y se refiere al contenido mesiánico de la misión de Cristo. Se trata aquí de ese contenido, en el que se manifiesta la Verdad sustancial de la Revelación. De hecho, la palabra esencial del Apocalipsis es Dios en su propia Verdad Divina. "Revelación" significa que Dios habla a los hombres de sí mismo. El cual se comunica, de una manera obviamente accesible a los hombres, adaptándose a sus posibilidades y facultades cognitivas. Pero: se comunica. Y quiere que el hombre le dé la bienvenida tal como es. ¡Piensa en él como Aquel que él, Dios, es verdaderamente!

5. Y es precisamente sobre esta Verdad de la historia del Apocalipsis donde se desarrolla la controversia. La liturgia de hoy nos sitúa en primer lugar en las huellas particulares de esta disputa ya en la antigua alianza. Aquí está el momento importante: el momento en que Moisés fue llamado ante la Divina Majestad para recibir los Mandamientos. En el Decálogo, Dios se presenta al Pueblo Elegido como Señor y Legislador, solícito por todo lo que constituye la vida y la conducta de Israel. La Ley Divina de los Mandamientos manifiesta la voluntad de Dios y, al mismo tiempo, el propósito de asegurar los bienes fundamentales del hombre y de la comunidad humana. Los releemos después de tantos siglos y siempre llegamos a la misma conclusión. El Legislador se manifiesta en su Ley como Señor solícito, Pastor y Padre de su Pueblo.

Y, precisamente en este momento sublime, el Pueblo atónito por la ausencia de Moisés, abandonado a sí mismo, comete el pecado de la idolatría. En lugar del Dios invisible. . . “Se hicieron un becerro de metal fundido, luego se postraron ante él, le ofrecieron sacrificios y dijeron: He aquí tu Dios, Israel; el que os sacó de la tierra de Egipto ”( Ex 32: 8). Leer el libro del Éxodo está lleno de tensión dramática. Estamos a punto de ser elegidos y rechazados por el pueblo elegido. Sobre todo, sin embargo, somos testigos de cómo el Dios de la Redención lucha con la limitación de los hombres, que en el lugar del Señor y Padre Invisible, Pastor y Legislador, colocan otra divinidad y están dispuestos a adorarla. En lugar del Absoluto espiritual, que es la Fuente de la existencia y la vida, de la verdad y el bien, están dispuestos a deificar la imagen sensible de una fuerza primitiva simbolizada en un animal.

6. Cuando han pasado tantas generaciones desde la época de Moisés y el Apocalipsis en el monte Sinaí, Jesucristo habla -según el texto del Evangelio de Juan- con los hijos del Pueblo Elegido, sus contemporáneos. Y no solo él mismo disputa con ellos la autenticidad de su propia misión mesiánica. No solo a él. En Jesucristo, el mismo Dios de la Revelación, que es Padre e Hijo y Espíritu Santo, continúa, en cierto sentido y en una nueva etapa, luchando con el hombre, para que acepte la Verdad Divina de la Revelación. Esta verdad es el Misterio definitivo de Dios, a través de la cual está, en cierto sentido, más profundamente "encerrado" en su Divinidad. Y al mismo tiempo, a través de la comunicación de su Misterio definitivo, el Dios de la Revelación está más "abierto" al hombre y al mundo.

En efecto, él es ese Dios que "tanto amó al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" ( Jn 3, 16 ).

He aquí: este Dios, el Padre Eterno, que viene al mundo y habla al hombre en el Hijo Unigénito, lucha en las palabras de Jesús de Nazaret con los hombres de ese tiempo, para que acepten la verdad sobre él. Para que los que ya creen que Él es, que es Creador, Supremo Legislador y Juez justo, acepten también la verdad de que es Padre, que en el Unigénito da al mundo su Amor infinito: el Amor que es misericordia. !

7. En la liturgia cuaresmal de la Palabra de Dios de hoy hay una disputa sobre el contenido mesiánico de la misión de Cristo. ¿Quizás deberíamos detenernos en esto? ¿Debemos reconocer este tipo de disputas sólo como un evento espléndido que pertenece al pasado, así como la disputa de Moisés con el pueblo, del cual él fue el líder en el desierto, pertenece a un pasado aún más remoto?

No. No podemos detenernos ahí. En ese caso, no habríamos leído detenidamente el texto litúrgico. El texto litúrgico siempre nos hace pasar del pasado al presente. La Iglesia lo lee, como si se refiriera a nosotros al mismo tiempo: hoy y aquí.

En efecto, ¿no discute Cristo - hoy y aquí, es decir, en nuestra época, en nuestra generación - con el hombre, con cada uno de manera diferente, sobre el contenido mesiánico de su misión? ¿No discute el Dios de la Revelación en Cristo, que "es el mismo ayer, hoy y por los siglos" ( Hb 13, 8), con todo hombre sobre la aceptación de toda la Verdad de esta Revelación? ¿No espera categóricamente que el hombre piense en él de acuerdo con esta Verdad y lo profese en ella?

8. La liturgia de Cuaresma es un desafío particular en este sentido. Clama por la profundidad de nuestra relación con Dios, clama por intimidad con Él en la verdad, en toda la verdad del Apocalipsis.

En una época en la que el mundo parece cerrarse sobre sí mismo y el hombre encerrarse en el mundo, separando su existencia de las fuentes fundamentales de su propio sentido, Cristo parece decir con nueva fuerza: "He venido en el nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniera en su propio nombre, lo recibirías. ¿Y cómo pueden creer, ustedes que reciben gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene solo de Dios? " ( Jn 5, 43-44).

Aquí: entonces, queridos hermanos y hermanas, en esta meditación cuaresmal tocamos los puntos más profundos de nuestra relación con Dios en Jesucristo.

Detengámonos en estos puntos más profundos.

Abrámonos a la Verdad de la Revelación Divina.

Confesamos nuestros pecados en el Sacramento de la Penitencia.

Unámonos con Cristo en la Eucaristía.

Entramos en el tiempo bendito de la Pascua.

Comenzamos el Año Santo de la Redención.

Amén.

VISITA A LA ESCUELA DE ESTUDIANTES CARABINIERI

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 9 de abril de 1983

1. "Hemos contemplado, oh Dios, las maravillas de tu amor" ( Psalmus responsorius Dominicae II post Pascha). Estas palabras, extraídas de la liturgia de esta Misa previa a la fiesta del segundo domingo de Pascua, nos colocan en la justa actitud interior hacia el misterio pascual, que celebramos juntos hoy aquí, y también despiertan un sentimiento de alegría en nuestro corazón. Y deseo, en primer lugar, expresar mi alegría a todos por estar hoy con ustedes. Les agradezco la invitación y los saludo de corazón. Dirijo mi saludo a las autoridades aquí presentes: al Comandante de los Carabineros, General Valditara, a los Comandantes de las Escuelas Oficiales, Suboficiales y estudiantes, a los estudiantes de todos los niveles, así como a los representantes de los departamentos de Roma e Italia., a los de la Ópera Nacional de Huérfanos de Carabinieri, de la Asociación Nacional de Carabinieri en excedencia, a las viudas y huérfanos de Carabinieri caídos. Deseo reservar una mención especial para el Ordinario Militar y los Capellanes, que hacen todo lo posible por su asistencia religiosa. Mis pensamientos respetuosos y, de hecho, afectuosos van para todos ustedes.

También quiero expresarle mi agradecimiento por su negocio. Las cualidades que te distinguen son universalmente conocidas: fidelidad al estado, entrega al deber, espíritu de servicio. Estas son virtudes que hacen que tu Cuerpo sea legítimamente popular, y de las que siempre debes demostrar tu valía como testigo. Sin embargo, sé que ya ha tenido la oportunidad de demostrarlos ampliamente en la larga y gloriosa historia del arma. Varias veces, e incluso en los últimos años, los Carabinieri han pagado personalmente, y con la misma vida, el apego a su ideal, manifestando así un altruismo, generosidad, espíritu de sacrificio, que en nuestros días parecería raro. En este sentido, me gusta mencionar el comportamiento heroico del brigadier adjunto Salvo D'Acquisto durante la Segunda Guerra Mundial, un brillante ejemplo de abnegación y sacrificio: pero sé que muchos otros no se han quedado ni se quedan atrás. Estos son ejemplos que brillan por encima de todos los intereses creados e imponen no solo el respeto, sino también la admiración y la gratitud de todos. Y hoy también me gustaría ser el intérprete de un sentimiento generalizado, agradeciendo a usted y a todos sus colegas por lo que hacen, gastando incansablemente a favor de una vida más segura y humana en la querida nación italiana.

2. Queridos amigos, estamos aquí reunidos esta noche para celebrar una liturgia dominical, que todavía tiene lugar inmediatamente después de la fiesta de Pascua, extrayendo de ella toda su densidad de significado. Y hoy se les ofrece a todos la posibilidad de su encuentro pascual con Cristo en este Año Jubilar de la Redención.

Hablé antes de la dedicación y el sacrificio como cualidades típicas. Pero sabéis bien que en el centro focal del mensaje cristiano está precisamente el sacrificio de un hombre, incluso del "Hijo del hombre", como le llama la segunda lectura bíblica ( Ap 1,13 ), es decir, Jesucristo. , verdadero Dios y verdadero hombre, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros (cf. Ef 5, 2; Gál 2, 20). Su sangre fue el instrumento providencial de nuestra redención, de nuestra reconciliación con Dios, del redescubrimiento de nuestra libertad interior más radical. De hecho, fue a encontrar su destino no solo por un sentido del deber, mientras "se hacía obediente hasta la muerte y la muerte de cruz" ( Fil.2, 8), pero más por libre acogida y por amor: "Habiendo amado a los que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" ( Jn 13, 1). Tal sacrificio, tal amor, no podía ser sofocado por la muerte. De ella nos llegó la vida, porque la vida tenía que triunfar sobre la muerte. La inmolación de Jesús requirió su resurrección. Por eso, como se expresa en el Apocalipsis de Juan, se presenta ante nosotros con esas solemnes palabras: “Yo soy el Primero y el Último y el Viviente; Estaba muerto, pero ahora vivo para siempre ”( Ap 1, 17-18). He aquí las maravillas del amor de Dios que, como se expresa en el salmo responsorial, estamos llamados a contemplar.

Todo esto está ante nosotros no solo como un ejemplo a imitar, como un modelo a reproducir en nuestra vida, aunque esto ya sea mucho. Más y sobre todo, el sacrificio de Jesús es el origen y la causa de nuestro renacimiento, que consiste en la remisión de todos nuestros pecados (cf. Col 2, 13-14) y en la entrega de una nueva identidad, como si volvimos a ser "niños recién nacidos" ( 1 P 2, 2). Las solemnidades pascuales, por tanto, nos retrotraen al momento decisivo de nuestro Bautismo, cuando, para usar el lenguaje del Apóstol Pablo, hemos abandonado al anciano y nos hemos revestido del nuevo (cf. Col 3, 9- 10; Ef 4, 22-24), convirtiéndose en nueva criatura en Cristo (cf.2 Co 5, 17).

3. Aquí, sin embargo, surge una pregunta: ¿hemos caminado siempre "en novedad de vida"? ( Rom 6, 4); es decir, ¿hemos estado siempre a la altura de esa novedad fundamental que nos produce la gracia en la vida concreta de cada día?

La respuesta está en las propias palabras de Jesús, cuando nos advierte que nadie puede arrojar la primera piedra de la absoluta inocencia contra ningún pecador (cf. Jn 8, 7). Pero "hacer la Pascua" significa sacar siempre del tesoro inagotable de ese Dios, que es "rico en misericordia" ( Ef 2, 4), y que precisamente en la entrega de Jesús se ha mostrado inequívocamente como un "Dios para nosotros "( Rom 8, 31 ). Él solo "es más grande que nuestro corazón y conoce todas las cosas" ( 1 Jn 3, 20 ). Pues bien, "hacer la Pascua" para cada uno de nosotros, como leemos en la Carta a los Hebreos, significa acercarse "con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia y encontrar la gracia y ser ayudados en el momento oportuno" ( Heb 4, 16).

Todo esto presupone fe en nosotros y una fe viva, humilde y gozosa. El Evangelio que leímos hace un rato nos recordó el episodio de la incredulidad de Tomás. Ciertamente, la actitud vacilante de ese apóstol de alguna manera viene en ayuda de nuestra propia indecisión, ya que fue ocasión de una nueva y convincente manifestación de Jesús. Ante él finalmente cayó de rodillas, confesando abiertamente; "Mi Señor y mi Dios" ( Jn 20,28 ). Sin embargo, Jesús no alaba la primera actitud de Tomás, sino que formula una bienaventuranza, que se dirige a todos los que vendrán después, a cada uno de nosotros; "Bienaventurados los que creen que no han visto" ( Jn20, 29).

 Este es el tipo de fe que debemos renovar, a raíz de las innumerables generaciones cristianas que durante dos mil años han confesado a Cristo, el Señor invisible, hasta el punto del martirio. Las antiguas palabras de la Primera Carta de Pedro deben ser válidas para nosotros, como ya lo han sido para muchos otros: sin verlo, creed en él ”( 1 P 1, 8). Ésta es fe genuina; absoluta dedicación a las cosas que no se ven (cf. Hb 11, 1), pero que son capaces de llenar y ennoblecer toda una vida (cf. Hb 11,1)11, 13. 38). Incluso los ideales que profesas y sirves son invisibles. Pero si ustedes, en lugar de los conceptos abstractos de deber, ley, servicio, colocan a Jesucristo, entonces esos mismos ideales reciben un nombre y tienen una razón más para darse generosamente por el bien de sus semejantes.

4. Queridos amigos, que el encuentro pascual de hoy con Cristo sea para todos ustedes un estímulo y un viático en su camino, y una fuente incesante de fuerza, de coraje, en el compromiso de cumplir las funciones inherentes a su estado y también para un testimonio cristiano incisivo Que este Año Santo, que acaba de comenzar, sea una ocasión feliz, imperdible, para reafirmar a cada uno de ustedes en sus compromisos cristianos, que nunca se separan del crecimiento humano integral.

Sé de vuestra devoción filial a Nuestra Señora "Virgo Fidelis": a su protección maternal os recomiendo a todos vosotros, a vuestros amigos, a vuestra familia. Y que os acompañe siempre mi bendición, que seré feliz de impartiros al final de esta Santa Misa.  

CONCELEBRACIÓN EN EL RITO AMBROSIANO EN EL SEMINARIO DE VENEGONO

HOMILIA DE JUAN PABLOII

Venegono Inferiore (Varese) - Sábado 21 de mayo de 1983 

1. Es la tarde en el cielo de los hombres y el día se pone declive. Pero el Señor, acogiendo la sentida oración de los discípulos, permanece con nosotros para continuar con nosotros el camino de la vida, compartir sus dificultades, hacernos su herencia para siempre y hacernos "un solo cuerpo". Este es el mensaje profundo y extraordinariamente actual de las lecturas bíblicas que ahora se escuchan.

Queridos hermanos -sacerdotes, religiosos, seminaristas- de la grande, antigua e ilustre diócesis de Milán, que dio a la Iglesia excelentes figuras de hombres de Dios, como san Ambrosio y san Carlos, ¡y algunos pontífices romanos de estatura poco común!

Me alegra estar hoy con ustedes y dirijo un afectuoso saludo a todos y cada uno en particular, comenzando por su arzobispo, el cardenal Martini, y el que ha sido su pastor durante tantos años, el cardenal Colombo. Saludo también a todos los obispos presentes, así como a los seminaristas de las otras diócesis de Italia que son numerosos aquí.

En esta sagrada concelebración, a partir de los textos litúrgicos que se nos proponen, quiero quedarme con ustedes en una consideración fundamental: que, es decir, el desarrollo de la comunidad cristiana se fundamenta en la centralidad de la Eucaristía y, en consecuencia, del sacerdote. en la calidad de ministro por excelencia de la Eucaristía, el religioso por su consagración, el seminarista por su elección dirigida al objetivo del sacerdocio, si quieren colaborar en la construcción del pueblo de Dios, al que están llamados, no pueden dejar de enraizar toda su vida.

2. La Eucaristía, ante todo, como memoria y expresión del mayor y más verdadero amor llevado a los hombres, es la fuerza de renovación del mundo contemporáneo.

Hoy, de hecho, el mundo, que por diversos signos y en diferentes niveles ha distorsionado o perdido el sentido del pecado, está afectado por el mal del odio, que trae consigo enemistad, división, violencia. El odio solo puede superarse con el poder del amor. Y así como el odio parece antiguo, el amor siempre es nuevo.

La imagen descrita por el Concilio Vaticano II sobre los hombres del mundo contemporáneo permanece viva en nuestras mentes, porque sigue siendo extraordinariamente relevante. Aunque nunca antes la humanidad ha tenido tantas riquezas, posibilidades y poder económico a su disposición, una gran parte de los hombres sigue atormentada por el hambre y la miseria. Si bien siente una aguda sensación de libertad, debe acusar entonces la existencia de nuevas formas de esclavitud social y psíquica. Se habla mucho de unificación, solidaridad, interdependencia mutua y, mientras tanto, se está empujando en la dirección opuesta. Mientras se mantienen vivos los contrastes políticos, sociales, económicos, raciales e ideológicos, no desaparece el peligro de una guerra total capaz de aniquilarlo todo (cf. Gaudium et Spes , 4).

Queridos hermanos, una metrópoli como Milán es, en cierto sentido, un espejo de la realidad mundial, con sus extraordinarios recursos de bien, pero junto con sus profundas y agudas contradicciones.

Pues bien, este mundo necesita a Jesús, su mensaje de amor, su presencia eucarística, que es factor de salvación y unidad. Solo la mediación de Cristo puede romper la espiral del odio, la injusticia, la violencia, el pecado. Cristo es nuestra riqueza, nuestro alimento, nuestra paz, nuestra verdad, nuestra libertad. Con él, a través de la energía transformadora de su amor, el corazón del hombre puede cambiar, puede nacer la nueva criatura, que no sigue la línea de la enseñanza vengativa "Ojo por ojo, diente por diente" ( Mt5, 38), pero la evangélica de considerar a los demás como hijos del Padre común, de enemigos amorosos, de perdonar siempre sin contar el número de nuestro recurso al perdón. Sólo de la Palabra de Cristo brota el agua capaz de saciar la sed del hombre.

3. A través de la Eucaristía redescubrimos la identidad de nuestro ser cristiano. Dios nos ama porque es Amor. Amamos porque él nos amó primero ( 1 Jn 4 : 8). El amor tiene una importancia decisiva en la enseñanza de Jesús, pero el amor del hombre por Dios se realiza en el amor de los hombres. “El que ama, conoce a Dios”. Y "el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios que no ve" ( 1 Jn 4, 7, 9).

El amor al prójimo se convierte así no solo en el principio del conocimiento de Dios, sino también en la regla de oro del amor, modelada en la medida misma del Corazón de Cristo. "Este es mi mandamiento: amaos los unos a los otros como yo os he amado" ( Jn 15,12 ). Cómo: es la indicación de una medida. Y Jesús nos amó con el más pleno servicio, hasta el límite máximo del amor, del don de la propia vida: es decir, sin medida.

Era necesario, para nuestra salvación, que Cristo se entregara al Padre en sacrificio. La enemistad y el odio se disolvieron y aniquilaron en su carne, con el derramamiento de su Sangre en la cruz: porque no sólo el Espíritu y el agua dan testimonio, sino también la Sangre (cf. 1 Jn 4, 7). Así, Jesús es nuestra víctima de sacrificio, en acción de gracias ("Eucaristía").

En la afirmación paulina de que hemos sido elegidos y creados para estar en el Hijo y estar ante el Padre (cf. Ef 1, 3), nuestra fe muestra a Jesús que nos presenta y nos ofrece. Él, el Cordero, permanece ante Dios por la eternidad, con sus heridas abiertas, que se han convertido en la morada de los creyentes incorporados a él. Y el Padre nos considera en la perspectiva del Hijo que se entregó a sí mismo por nosotros en sacrificio.

Entonces, cuando celebramos el misterio eucarístico, que es "mysterium fidei", anunciamos la muerte del Señor. Por medio de la Eucaristía los fieles, ya marcados por el Bautismo y la Confirmación, no participan de ninguna cena, pero reciben lo que San Agustín llama nuestro "misterio", toman lo que ya son, insertándose de lleno en el Cuerpo de Cristo. Ésta es la propia identidad del ser cristiano, que no reside en nosotros, sino en Dios.

4. El Sacramento Eucarístico, que es memoria del Amor, vínculo de caridad, es al mismo tiempo signo que produce unión y comunidad. Al anunciar la muerte del Señor, se prefigura al mismo tiempo la resurrección, porque el Cuerpo Eucarístico es también un Cuerpo glorioso. El cuerpo de Cristo es siempre el cuerpo real y personal, que ha vivido, muerto y ahora es glorificado. En la Eucaristía se renueva el misterio pascual, que es el misterio del dolor, de la muerte y de la resurrección, de Jesús y de los hombres. Así, visto en su totalidad, el cuerpo de la carne, convertido en cuerpo de gloria, une a los fieles entre sí y entre sí. Así se construye la Iglesia, organismo vivo en continuo crecimiento.

Es gracias a la Eucaristía que los miembros de la comunidad cristiana se identifican místicamente con el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y se vuelven uno entre sí. Para que todos los sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, estén estrechamente unidos a la santísima Eucaristía y estén ordenados a ella. La Eucaristía es verdaderamente el corazón y el centro del mundo cristiano. En él está contenido todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, pan vivo que, por su carne vivificada y vivificante en el Espíritu Santo, da vida a los hombres (cf. Presbyterorum ordinis , 5). No es posible formar una comunidad cristiana "sin tener como raíz la celebración de la Sagrada Eucaristía, de la que debe partir, por tanto, cualquier educación tendiente a formar el espíritu de comunidad" ( Ibid , 6).

5. A la luz de estas reflexiones, desarrolladas sobre una base bíblica y conciliar, podemos y debemos ver el misterio eucarístico como el centro y raíz de toda la vida del sacerdote, de los religiosos, del seminarista, tanto desde el punto de vista de la espiritualidad, personal, y bajo el de la misión pastoral.

Es en el secreto de la fuente eucarística que el hombre, elegido por amor a Dios entre los demás hombres, debe encontrar su fecundidad si quiere permanecer fiel a su ministerio y volver más rico, para dar, en medio de la comunidad de hermanos. . La centralidad eucarística significa poner en el centro de nuestros pensamientos y nuestras perspectivas no a nosotros mismos, nuestros programas humanos, sino a él, la vida de nuestra vida. De lo contrario, te conviertes en una rama muerta, una campana sin resonancia.

Queridos hermanos, para que nos incorporemos cada vez más al cuerpo de Cristo, el Concilio no se cansa de recomendarnos el seguimiento de Cristo como único necesario, la asimilación de su ciencia suprema, el diálogo diario con Él, el culto eucarístico personal y litúrgico (cf. Presbyterorum Ordinis , 18; Perfectae Caritatis , 6; Optatam Totius , 11).

Es una invitación a emprender el camino de la santidad con decisión, porque sólo así podremos cumplir nuestra misión que es la de anunciar y dar testimonio de Cristo; sólo así podremos dar luz y consuelo a los hombres de hoy, cuya salvación, como a los hombres de ayer y de siempre, sólo se encuentra en la verdad que nos ha dado a conocer la Revelación divina.

Confío y espero que este Seminario de Venegono, uno de los más grandes de la Iglesia, concebido por el Cardenal Ferrari y construido por el Cardenal Schuster, sea, para los futuros sacerdotes del Señor, una escuela de la Eucaristía.

Que la Virgen Madre, que bajo la acción del Espíritu formó el cuerpo físico del Salvador y, como Madre de la Iglesia, acompañó la fundación y desarrollo del Cuerpo Místico, ayude a todos los sacerdotes y seminaristas a conocer en profundidad el secreto de la vida. .del Hijo que se convirtió en nuestro Hermano.

Este es un motivo de confianza y esperanza para el futuro próximo de la Iglesia y del mundo.  

SANTA MISA PARA LA ORDENACIÓN DE 74 NUEVOS SACERDOTES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica Vaticana - Domingo 12 de junio de 1983

"¡Cantaré las gracias del Señor sin fin!" ( Sal 89, 2).

1. Me dirijo, de manera muy especial, a ustedes, queridos hermanos, que en unos momentos Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, mediante la imposición de manos, hará partícipes de su sacerdocio ministerial para la eternidad. Por tanto, la alegre aclamación del salmista brota espontáneamente de mi corazón y del tuyo: "¡Cantaré las gracias del Señor sin fin!". Yo, Obispo de Roma, sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia universal, levanto mi canto de júbilo porque tengo la gracia de ser intermediario de un don maravilloso que Dios da a su Iglesia; ¡Te alegras porque estás a punto de recibir el carisma del "presbiterio", para el que te preparas desde hace mucho tiempo después de haber aceptado generosamente la llamada de Jesús a seguirlo, validada por tus Obispos!

Este es un día de gracia y alegría para mí; para ti; por las Iglesias particulares de todo el mundo, de donde vienes; para toda la Iglesia, que ve en ti garantizada, en la "historia de la salvación", la obra misteriosa y fecunda de su Cabeza y Esposo.

"Los sacerdotes, en virtud de la Sagrada Ordenación y de la misión que reciben de los Obispos, son promovidos al servicio de Cristo Maestro, Sacerdote y Rey, participando en su ministerio, a través del cual la Iglesia aquí en la tierra se construye incesantemente en el Pueblo de Dios. , Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo ”( Presbyterorum Ordinis , 1), así el Concilio Vaticano II resumió la identidad espiritual de los sacerdotes.

2. Al igual que el carisma que Dios ha dado a sus profetas, el sacerdocio es una "misión". Es una elección libre de parte de Dios, de la cual el hombre nunca puede ser adecuadamente digno. El profeta Jeremías, llamado por el Señor, protesta por su incapacidad, su inmadurez - "No puedo hablar, porque soy joven" - pero el Señor responde: "No digas que soy joven, sino ve a aquellos a quienes te enviaré. y anuncia lo que te mandaré ”( Jer 1, 6-7).

¡Es Dios quien te envía, es la Iglesia quien te envía! Para ello tendréis que estar - en el lugar, en el oficio, en la función que - la Providencia divina os dispone por intermedio de legítimos superiores - anunciadores, es decir, proclamadores del Evangelio "que es el poder de Dios para el la salvación de cualquiera cree "( Rom 1:16 ). Por tanto, será una grave responsabilidad proclamar y anunciar, con palabras y con la vida, no a uno mismo, sino a Cristo, ya Cristo crucificado y resucitado (cf. 1 Co 1,23; 2, 2; 2 Tm 2, 8).

El hombre contemporáneo, a pesar de las desviaciones filosóficas e ideológicas de este tiempo, conserva una anhelante necesidad de verdad, justicia, bondad, paz. Se espera que prediques a Cristo, "el camino, la verdad y la vida" (cf. Jn 14, 6).

Y esto implica un compromiso continuo, una vigilancia constante, un sentido delicado del deber, una fidelidad gozosa al compromiso del celibato "por el Reino", una disposición serena a estar "con Cristo" mediante el sacrificio, el sufrimiento, la negación, la Cruz.

3. En este contexto, las afirmaciones de la Carta a los Hebreos, que hemos escuchado, adquieren pleno significado. El sacerdote “elegido de entre los hombres está constituido para el bien de los hombres en lo que concierne a Dios. . . " ( Heb5, 1). El autor inspirado enfatiza la naturaleza común del sacerdote con otros hombres; enfatiza el propósito comunitario de su función y misión: es un "ser para los demás"; por tanto, debe entregarse completamente por sus hermanos; pero todo esto en una perspectiva espiritual y sobrenatural esencial y fundamental: esto debe suceder en el contexto de lo "religioso". La tuya será, pues, una vida no de rechazo o evasión del "mundo" de los hombres, sino de encarnación sincera y serena en su historia, para hacerlos vivir en y de la dimensión religiosa, que no puede ser eliminada de la existencia humana.

El sacerdocio te configura a Cristo, "Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec"; él “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia y, perfeccionado, llegó a ser causa de eterna salvación para todos los que le obedecen ( Hb 5, 8-9). Al participar de su sacerdocio eterno, Cristo os hará ministros de los sacramentos, en particular de la Eucaristía y de la Reconciliación: os confiará totalmente su Cuerpo y su Sangre en los signos sacramentales, para que para vuestro ministerio, su Carne sea ofrecido por la vida del mundo (cf. Jn 6,52); además, os confiará su divina potencia de perdón, para que hagáis oír la palabra de la Reconciliación a los hermanos necesitados de misericordia y paz interior.

"¡Cantaré las gracias del Señor sin fin!".

Sí, hermanos míos, vuestra vida sacerdotal, realizada cada día en la oración, en el celo, en la dedicación a las almas, a los pobres, a los pequeños, a los enfermos, a los pecadores, puede ser siempre un himno de acción de gracias a Dios liberalidad infinita! La gracia del sacerdocio los convertirá en “amigos” de Jesús: “Ya no los llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo; pero los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No me elegiste a mí, pero yo te elegí a ti y te puse para que vayas y lleves fruto ”( Jn 15, 15-16).

“Precisamente en el Cenáculo –escribí en mi Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de este Año Jubilar de la Redención– estas palabras fueron pronunciadas, en el contexto inmediato de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Cristo hizo saber a los Apóstoles y a todos aquellos que heredan de ellos el sacerdocio ordenado, que en esta vocación y para este ministerio deben hacerse sus amigos, deben hacerse amigos de ese misterio que él vino a cumplir "(Juan Pablo II, Epistula ad universos Ecclesiae Sacerdotes adveniente feria V en Cena Domini año MCMLXXXIII , 2, 27 de marzo de 1983 ).

¡Estimado! Durante los años de mi servicio episcopal, uno de los momentos de más intensa alegría y no menos inquietud fue aquel en el que, mediante la imposición de manos, ¡ordené nuevos sacerdotes para la comunidad eclesial! Siento igual alegría e igual inquietud hoy, en esta solemne ordenación, que tiene lugar en la tumba de Pedro, durante el Jubileo de la Redención. ¡Serán los sacerdotes del 1950 aniversario de la Redención! Si para todos los creyentes este acontecimiento significa una invitación urgente a meditar sobre la propia vida y la propia vocación cristiana a la luz del misterio de la Redención, esta invitación se dirige de manera muy especial a quienes son o serán, como tú en un pocos momentos - "ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4, 1).

Al comienzo de mi ministerio como Supremo Pastor de la Iglesia universal, encomendé todos los sacerdotes a la Madre de Cristo, que de manera particular es nuestra Madre: la Madre de los sacerdotes. ¡A ella le encomiendo hoy, día solemne de su ordenación sacerdotal, su sacerdocio, a cada uno de ustedes, su juventud, su entusiasmo, su generosidad, sus propósitos!

¡Que María Santísima sea la estrella radiante de tu camino sacerdotal! ¡Que así sea!

CONCELEBRACIÓN POR EL EXTRAORDINARIO JUBILEO DE LA CURIA ROMANA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica Vaticana - Martes 28 de junio de 1983

¡Venerables cardenales,
hermanos y hermanas de la Curia romana!

1. "Permaneced en mí y yo en vosotros - dice el Señor - el que permanece en mí, da mucho fruto" ( Jn 15, 4-5).

Celebramos el Jubileo Extraordinario de la Redención con esta Eucaristía, en la que participan junto a mí miembros de todas las órdenes y grados de la Curia Romana y empleados de las distintas administraciones de la Santa Sede. Os saludo con afecto, queridos colaboradores en el ejercicio del servicio universal que la Iglesia de Roma presta a la Iglesia universal; y con emoción te veo hoy muy unido a mí, en esta liturgia de reconciliación y alabadnos.

Celebramos el Jubileo en vísperas de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, pilares inquebrantables sobre los que descansa toda la Iglesia, y la de Roma en particular. Lo celebramos en el marco sagrado y estupendo de esta Basílica, que en su grandiosa mole, coronada por la Cúpula de Miguel Ángel, contiene el glorioso "trofeo" de la tumba de Pedro. Celebramos también el Jubileo en esta memoria de san Ireneo, obispo de Lyon, incomparable e incisivo afirmador del primado de la Sede de Pedro (cf. San Ireneo, Adversus haereses, 3,3, 1-2), el único que él llama “la Iglesia más grande, la más antigua, conocida por todos y fundada por los gloriosos apóstoles Pedro y Pablo, la Iglesia de Roma” ( Ibid ).

Celebramos este Jubileo con la alegría íntima y grande que nos infunde a todos la conciencia de estar llamados a formar parte, de manera más estrecha y particular, diría casi en forma familiar, de los organismos centrales de la Iglesia. Mi alegría aumenta por el hecho de que vuestras queridas familias estén también asociadas a este Rito, a las que también saludo con especial afecto.

2. Es un momento de gracia. Entramos todos juntos por la Puerta Santa, dando también la imagen plástica de esa unión de corazones en la fe y el amor a Cristo, en la que debe realizarse la obra común al servicio de la Iglesia universal. A través del Sacramento de la Penitencia o Reconciliación, y al recibir la Santísima Eucaristía, todos queremos entrar juntos en ese gran fluir de la gracia, que es el Año Jubilar de toda la Iglesia. Queremos entrar en una comunión más íntima con Cristo, pasando por él a la intimidad de la vida y la gracia con el Padre: Jesús, de hecho, es “la puerta de las ovejas. . . Yo soy la puerta - dijo -: si alguien entra por mí, se salvará; entrará y saldrá y encontrará pastos. . . Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia ”( Jn.10, 7, 9-10).

 Esto significa el Jubileo. Esto significa la compra de la Indulgencia. Es nuestra apropiación, en forma extraordinaria, de esa riqueza ordinaria de la Redención de la que vive la Iglesia: es ciertamente, para cada uno de nosotros, un compromiso para que la Redención deje su huella en nuestras profundidades, para que - como yo escribió de acusación - sabemos “redescubrir en (nuestra) experiencia existencial todas las riquezas inherentes a la salvación comunicada (a nosotros) desde el Bautismo” (Juan Pablo II, Aperite portas Redemptori , 3). Un momento de gracia, por tanto, que nos hace reflexionar sobre la íntima necesidad de estar y permanecer unidos a Cristo para dar fecundidad sobrenatural a nuestra vida y a nuestro trabajo diario, en el corazón de la Iglesia.

“Permanece en mí y yo en ti - dice el Señor -, el que permanece en mí da mucho fruto”.

3. Pero también es un momento de reflexión. Momento de conciencia. Momento de la verdad. Mi querido predecesor Pablo VI, en análoga ocasión del Año Santo celebrado por la Curia, el 22 de febrero de 1975, recordó a los colaboradores el deber de cuestionarse profundamente: "Somos la Curia, el órgano central y complejo de la, de los tribunales y oficinas, que asisten al gobierno pastoral general de la Iglesia Católica; y eso es suficiente para generar en todos no un sentimiento de superioridad y orgullo. . . más bien, la conciencia de una función muy seria y delicada, que entraña responsabilidades y esfuerzos cuanto más se acerca a las exigencias constitucionales del ministerio apostólico ”( Insegnamenti di Paolo VI , XIII [1975] 173).

Aquí, hermanos y hermanas. Nuestra razón de ser es "ayudar al gobierno pastoral general de la Iglesia". Pero, ¿a qué apunta este gobierno, al que, con la gracia de Dios, van mis preocupaciones diarias, que necesitan absolutamente de vuestra colaboración, sin las cuales no podrían concretarse y ser eficaces? ¿A qué más apunta, sino a establecer el Reino de Dios en el mundo? ¿Dar voz al Evangelio? ¿Preparar el camino para Cristo? ¿Abrir las puertas al Redentor? ¿Qué más quieren mi trabajo y el tuyo, sino la extensión de la Redención en el mundo? Este es nuestro compromiso, este es nuestro orgullo, esta es nuestra responsabilidad, ante la cual nos sentimos tan desiguales e indignos.

La Curia tiene su primer título de honor en la colaboración que, de manera única, presta a la obra del Papa. Y esta labor, con el debido respeto a la subsidiariedad de todos los componentes de la Iglesia, está, por tanto, estrechamente asociada a la redención. "De hecho - escribí de nuevo al comienzo de la Bula citada - el ministerio universal, propio del Obispo de Roma, tiene su origen en el acontecimiento de la Redención realizado por Cristo con su muerte y resurrección, y por el mismo Redentor fue puesto al servicio de ese mismo acontecimiento, que en toda la historia de la salvación ocupa el lugar central "(Juan Pablo II, Aperite portas Redemptori , 1). He aquí lo que debe distinguir a todos los miembros de la Curia, cualquiera que sea la función a la que pertenezcan: la certeza, la convicción, la responsabilidad de estar al servicio de esa obra de salvación a favor de los hombres, que Cristo completó con el Misterio Pascual. , y que confió de manera muy particular a su Vicario en la tierra. “Pasce agnos meos, pasce oves Meas” ( Jn 21, 15-16).

4. El tuyo es, por tanto, un servicio de amor. Porque, sobre todo, la Redención es un misterio de amor, es una obra de amor. “El amor debe ser amado - escribió San Agustín -. Nos amó para que pudiéramos volver a amarlo, nos visitó con su Espíritu ”(San Agustín, Enarr. En Sal. 127, 8: CCL XL, pág. 1827). 

Pablo VI insistió una vez más en este deber de amor al servicio de toda la Curia romana, en la citada ocasión, diciendo: “Hemos conocido y creído en el amor-caridad que Dios tiene por nosotros; y este es siempre un descubrimiento original para nuestro pensamiento en busca del pináculo de la verdad: ¡Dios nos amó! . . . De ahí el impulso más fuerte y directo para cumplir el supremo mandato evangélico del amor: el amor a Dios que nos amó hasta darnos a su Hijo como víctima y salvador, como maestro y hermano "( Enseñanzas de Pablo VI, XIII [1975]). 175). Si el servicio de Pedro y sus sucesores es, como dice San Agustín, un "deber de amor", "amoris officium" (San Agustín, In Ioannis Evangelium, 123, 5), otra mejor definición no puede encontrar la colaboración que la Curia, por su destino y estructura, presta al Papa: “amoris officium”, por tanto, vuestro servicio de amor.

5. Pero también es un servicio de unidad.

Para llevarse a cabo en el espíritu de las exhortaciones paulinas a Timoteo, en la lectura que hemos escuchado: "Queridísimos, buscad la justicia, la fe, la caridad, la paz, junto con los que invocan al Señor con un corazón puro" ( 2 Tm 2 : 22 ).

Que se lleve a cabo en el espíritu de ardiente fusión de corazones, por el que Jesús oró en la Última Cena, como nos recordó el Evangelio que fue proclamado: "Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en somos uno, para que el mundo crea que tú me enviaste ”( Jn 17, 21 ). La unidad a la que aspira la acción de la Iglesia es un bien que debe vivirse en la experiencia y el propósito diario de quienes, como todos nosotros, estamos comprometidos con esta obra. Obra de unidad, porque, como dije antes, es una obra de amor: "Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer, para que el amor con el que me amaste esté en ellos y yo en ellos "( Jn17, 26). Por eso oramos esta mañana por la intercesión de Ireneo de Lyon: "Renuevemos en la fe y el amor, y busquemos siempre aquello que promueva la unidad y la armonía" ( Collecta liturgiae S. Irenaei , 28 de junio).

6. El suyo es, por tanto, también un servicio de fe.

De la fe vivida surge la conciencia de pertenencia a la Iglesia - y de un servicio privilegiado de la Iglesia -. De la fe surge la necesidad de purificarse continuamente para merecer el don de la Redención, el don de la gracia, y ser sus humildes intermediarios en el mundo. De nuevo en esta Misa pediremos al Señor la ayuda necesaria "para que mantengamos intacta la fe" ( Super oblato ); porque con fe viva “nosotros también nos convertimos en verdaderos discípulos de Cristo” ( Post Communionem ).

Necesitamos implorar este don de la fe viva, para que nuestro trabajo no se convierta en hábito, no se arrastre con fatiga, no se vacíe existencialmente de su valor eclesial primordial. La fe debe mantener nuestra voluntad alta, nuestra mente clara, nuestro ojo interior brillante para ver - incluso en las obras más humildes y ocultas, que Dios ve, juzga y premia - la contribución que Cristo nos pide para ayudarlo a salvar el mundo. Debe dar alas a nuestro celo, con plena conciencia -como os dije en nuestro encuentro de junio del año pasado- de que "el servicio de la Sede Apostólica tiene su propia especificidad, que tiene su valor de ser precisamente todos llamados a participar en el misma misión que el Papa realiza en favor de la Iglesia ”( Enseñanzas de Juan Pablo II, V, 2 [1982] 2482).

7. ¡Venerables cardenales, hermanos y hermanas, mis colaboradores! Esta intensidad de intención y compromiso no podría realizarse sin la ayuda de Cristo, sin la íntima fusión de la gracia con él y para él. “Permanece en mí y yo en ti - dice el Señor -, el que permanece en mí da mucho fruto”. Debemos dar fruto. La reconciliación con Dios, a la que nos llama el Jubileo, es la premisa. El encuentro eucarístico con Cristo, uniéndonos estrechamente con él, nos da la posibilidad y la fuerza. Producimos muchos frutos. No nos cansemos de luchar siempre por lo mejor.

Incluso en la discreción de la agotadora vida cotidiana, Cristo nos da la sangre vital, a través de la cual llegamos a ser fructíferos en la Iglesia. El Señor nos necesita. La Iglesia nos mira y espera de nosotros. El mundo, sediento de unidad y orden, también espera de nosotros una contribución concreta a su camino de crecimiento en la justicia y la verdad.çSan Ireneo continúa "confirmando a la Iglesia en la verdad y la paz" ( Collecta ).

Que los santos Pedro y Pablo nos ayuden a mantener intacta nuestra fe, por la que dieron la vida.

Y María Santísima, en este camino de Adviento, de preparación al tercer milenio, del que el Jubileo de la Redención es signo y preparación, esté cerca de nosotros, nos asista, nos presente a Cristo, Hijo del Padre y su Hijo, para que como ella, siguiéndola, imitándola, también nosotros podamos ser colaboradores de la Redención, con nuestro "sí" diario, con nuestra fidelidad a la Palabra de Dios, con nuestra disponibilidad. María todavía nos repite hoy: "Haced lo que él os diga" ( Jn 2, 5).

Hermanos! Aquí está el secreto de la eficacia de nuestro trabajo. Lo ponemos en manos de la Madre, porque siempre queremos ser servidores generosos del Hijo y de la Iglesia. Porque queremos hacer lo que el Señor nos pide. Lo que exige de todos nosotros, miembros de la Curia romana: de ustedes, mis colaboradores: de mí, Vicario del Hijo. Siempre, con la ayuda de Dios, por intercesión de la Madre. Amén.

SANTA MESSA PER UN GRUPPO DI GIOVANI IN CAMMINO VOCAZIONALE

OMELIA DI GIOVANNI PAOLO II

Domenica, 3 luglio 1983

1. “La messe è molta, ma gli operai sono pochi. Pregate dunque il padrone della messe perché mandi operai per la sua messe” (Lc 10, 2). Questa affermazione, pervasa da trepidazione e aperta alla speranza, cari seminaristi e cari giovani, riecheggia oggi per noi qui riuniti davanti a questa Grotta di Lourdes, all’inizio di una celebrazione eucaristica che si svolge in una cornice tanto suggestiva.

Gli operai sono pochi: il problema si presentava a Gesù nell’affidare ai suoi discepoli l’incarico di predicare il Vangelo al popolo; lo stesso problema emerge anche ai giorni nostri, attualissimo e sempre assillante. Genti innumerevoli, sparse nel mondo intero, attendono la parola di salvezza. Problema dunque di ieri, di oggi, di sempre.

I popoli della terra sono in continua crescita numerica e anelano in modo più o meno consapevole a scoprire i valori fondamentali che danno senso alla vita umana. Quanti poi hanno già accolto il Vangelo corrono il rischio di dimenticare, assediati come sono da ogni parte da prospettive allettanti ma spesso fallaci; essi hanno quindi bisogno di chi li aiuti a rivivere la parola di Gesù. La verità, inoltre, da comunicare è tanto ricca e vasta che necessita di un continuo approfondimento per sviscerarne tutta la preziosità ed assaporarne tutta la dolcezza. Questi brevi cenni, ispirati al Vangelo di oggi, sono sufficienti a farci intravedere come sia necessario invocare incessantemente “il pane della messe perché mandi operai per la sua messe” (Lc 10, 2).

2. Il messaggio da annunziare è anzitutto un messaggio di salvezza per l’uomo: “Dite loro: è vicino il Regno di Dio” (Lc 10, 9). Il Regno di Dio, che è vittoria del suo amore su ogni peccato e miseria umana, è già in mezzo a voi. È un messaggio, inoltre, di speranza e di consolazione, come aveva preannunciato il profeta Isaia: “Rallegratevi con Gerusalemme . . . Come una madre consola un figlio, così io consolerò voi . . . Voi vedrete e gioirà il vostro cuore” (Is 66, 13-14). L’uomo, infatti, è destinato a realizzare in Cristo Redentore la pienezza della propria vocazione divina. È un messaggio, altresì, di pace e di carità: “Prima dite pace a questa casa . . . Curate i malati che vi si trovano” (Lc 10, 5-9). Il Regno di Dio va costruendosi nella storia, offrendo già su questa terra i suoi frutti di conversione, di purificazione, di amore tra gli uomini.

3. Come dovrà essere l’apostolo, con quale spirito egli svolgerà la sua missione? Egli dovrà essere anzitutto consapevole della realtà difficile e talvolta ostile che lo attende: “Io vi mando come agnelli in mezzo ai lupi (Lc 10, 3); questa realtà è resa avversa dall’opera del maligno. Per questo, l’apostolo si sforzerà di essere libero da condizionamenti umani di ogni genere: “Non portate né borsa, né bisaccia, né sandali” (Lc 10, 4), per fare assegnamento soltanto sulla Croce di Cristo da cui proviene la nostra redenzione, come dice san Paolo nella seconda lettura. Gloriarsi della Croce significa abbandonare ogni motivo di vanto personale, per non vivere che di fede e nel rendimento di grazie per la salvezza operata dal sacrificio di Gesù. Ciò che viene crocifisso è il mondo dell’egoismo personale, dell’autosufficienza, della sicurezza del proprio merito.

Cari seminaristi e cari giovani, la missione dell’apostolo è una missione sublime, entusiasmante e rivolta al bene del mondo intero; essa richiede tanta generosità, la quale supera di molto le capacità dell’uomo. È necessario perciò rivolgere il nostro spirito in alto, invocando l’aiuto divino che voi impetrerete fiduciosi mediante l’intercessione della Madre di Gesù e Madre nostra.

Vi auguro di essere degli apostoli lieti nell’esercizio della propria missione, perché consapevoli, perché fiduciosi, perché spiritualmente liberi. I discepoli inviati da Gesù “tornarono pieni di gioia” (Lc 10, 17). Anche voi, in questi anni di preparazione al sacerdozio, imparate l’arte di essere gioiosi, non per motivi umani, ma basandovi sulla certezza che “i vostri nomi sono scritti nei cieli” (Lc 10, 20), che cioè siete dei predestinati dell’amore di Cristo Gesù. Egli vi ha chiamati dalle vostre famiglie, in seno alle vostre comunità ecclesiali per farvi suoi collaboratori, suoi sacerdoti, suoi dispensatori dei divini misteri.

La gioia è opera in noi dello Spirito Santo (cf. Gal 5, 22). Alla sua guida interiore, al suo sostegno vigoroso e indefettibile affidate la vostra vocazione, perché possa maturare “in pace et gaudio” e recare così frutti abbondanti di vita eterna. Amen.

CONCELEBRACIÓN INAUGURAL DE LA33 CONGREGACIÓN GENERAL DE LA SOCIEDAD DE JES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Viernes, 2 de septiembre de 1983

“Obsecro vos ut digne ambuletis vocación qua vocati estis, solliciti serve unitatem Spiritus in vinculo pacis”.

Queridos hermanos.

1. Me alegra estar hoy entre vosotros, como queréis, para concelebrar el Sacrificio Eucarístico e implorar así la abundancia de los dones del Espíritu Santo para la Congregación General que inauguráis.

En esta ocasión, las palabras de Pablo a los Efesios, escuchadas en la primera lectura, adquieren un significado profético. Y con estas mismas palabras me dirijo a ti, con toda la efusión de mi corazón. Como el apóstol, también os exhorto a que os comportéis de forma digna de la vocación que habéis recibido, a mantener la unidad del espíritu con la preocupación en el vínculo de la paz.

Saludo en vosotros a todos los jesuitas del mundo, comprometidos en todos los frentes de la vida de la Iglesia: es una familia numerosa, llamada por una vocación particular al servicio del Nombre de Cristo, con plena disponibilidad para los intereses de su Reino. En este momento, la siento aquí presente, unida por los mismos ideales, por la misma llamada del Espíritu, que Cristo derrama desde su seno sobre ti, como sobre toda la Iglesia: “flumina de ventre eius fluent aquae vivae”.

En este espíritu de fusión de corazones, en docilidad a la acción divina, comienza hoy la Congregación General. Es un acto oficial de la vida de su familia religiosa, un momento fuerte para vivir en la unidad del espíritu. Unidad del espíritu eclesial porque estás vitalmente insertado en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, a la que te comprometes a servir con total fidelidad, consciente de que es el sacramento universal de salvación, por la riqueza de la verdad y la vida divina. que se comunica con los hombres. Unidad del espíritu ignaciano, porque ese carisma particular que hace de la Compañía un instrumento privilegiado de la acción de la Iglesia a todos los niveles, es el elemento omnipresente y distintivo, deseado por el mismo Fundador, de su actividad y de su misión.

Y esta unidad nace de la única fe, del único bautismo, de la única vocación cristiana y religiosa, que es el florecimiento lógico y austero de la primera. Se nutre de la realidad ontológica trinitaria, es decir, de la vida del único Padre, del único Señor, del único Espíritu. Y hoy lo vivimos de una manera particular: “unum corpus et unus Spiritus, sicut vocati estis in una specationis vestrae”.

Aquí están las raíces teológicas y espirituales de la circunstancia actual. Por haberme ofrecido el consuelo de vivirlo con ustedes, les agradezco de corazón, mis queridísimos hermanos.

2. Esta Congregación General es también de particular importancia por un doble propósito. Debe ante todo dar un sucesor al venerable Padre Arrupe, a quien me alegra saludar aquí, expresándole mi común agradecimiento por haber seguido apoyando a la Compañía con su ejemplo, con su oración, con sus sufrimientos.

Vuestra Congregación tiene también la tarea de establecer orientaciones, de elaborar las normas a seguir en los próximos años para que, en las circunstancias particulares del momento presente, el ideal de la Compañía, descrito en la fórmula de vuestro Instituto: Dios bajo el estandarte de la cruz y servir sólo a Cristo el Señor y su esposa Iglesia, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra ”(Litt Apostólico Exposcit debitum , 21 de julio de 1550).

Esta doble tarea es ciertamente seria; y es importante que recuerden las orientaciones y recomendaciones que mis venerados predecesores, Pablo VI y Juan Pablo I, les comunicaron con ocasión de sus últimas Congregaciones, y que yo mismo les manifesté en el encuentro de sus Provinciales del pasado mes de febrero. año. Son pautas y recomendaciones que conservan todo su vigor y que debes tener en cuenta en el trabajo de la Congregación General para asegurar su éxito, de lo que depende la vitalidad y el desarrollo de tu Instituto. De ahí la necesidad de implorar al Espíritu Santo: "Veni Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium".

3. Votre Congrégation générale est un événement destiné también a avoir des répercussions importantes dans la vie de l'Eglise. C'est pourquoi je m'y intéresse vivement. La Compagnie de Jésus est encore l'Ordre religieux le plus nombreux; elle est répandue dans toutes les Parties du monde; elle est engagée pour la gloire de Dieu et pour la santification des hommes, jusque dans les domaines les plus difference et dans les ministères de pointe, qui sont de grande utilité pour le service de l'Eglise. A cause de cela beaucoup ont le respect fixé sur vous, qu'ils soient prêtres ou laïcs, religieux ou religieuses; et ce que vous faites a souvent des retentissements que vous ne soupçonnez pas.

Aussi mes prédécesseurs ont-ils souligné à maintes retoma la enorme influencia que tiene la acción de la Compagnie exerce dans l'Eglise. En particular Paul VI, de Vénérée mémoire, n'hésitait pas à déclarer qu '“une solidarité très spéciale unit votre Compagnie à l'Eglise catholique; votre sort touche, dans une Certainine mesure, celui de la famille catholique tout entière ”. Usted cette responsabilité pèse sur tous les members de la Compagnie de Jésus, elle pèse aujourd'hui de façon particulière sur vous qui avez été choisis comme membres de cette Congrégation générale. C'est pourquoi le Pape vous est en ce moment spécialement proche par la prière, avec ses vœux, avec son paternel estímulo.

Et il le fait encore une fois avec les paroles de la lettre aux Ephésiens: Obsecro vos. . ., ut digne ambuletis vocación qua vocati estis, cum omni humilitate et mansedumbre. . ., solliciti serve unitatem spiritus in vinculo pacis .

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

3. Vuestra Congregación General es un acontecimiento que también está destinado a tener importantes repercusiones en la vida de la Iglesia. Por eso me interesa mucho. La Compañía de Jesús sigue siendo la orden religiosa más grande; está muy extendido en todas partes del mundo; está comprometida con la glorificación de Dios y la santificación de los hombres, incluso en los campos más difíciles y en los ministerios principales, que son de gran utilidad para el servicio de la Iglesia. Por eso, muchos tienen la mirada fija en ti, ya sean sacerdotes o laicos, religiosos o religiosas; y lo que haces a menudo tiene repercusiones que ni siquiera sospechas.

Así, mis predecesores han subrayado repetidamente la enorme influencia que ejerce la acción de la Compañía en la Iglesia. En particular, Pablo VI, de venerable memoria, no dudó en declarar que “una solidaridad muy especial une a vuestra Compañía con la Iglesia católica; vuestro destino toca, en cierta medida, el de toda la familia católica "(Pablo VI, Alocutio , 21 de abril de 1969 : Insegnamenti di Paolo VI VII [1969] 226). Si esta responsabilidad pesa sobre todos los miembros de la Compañía de Jesús, hoy pesa de manera particular sobre ustedes que han sido elegidos como miembros de esta Congregación General. Por eso el Papa está especialmente cerca de vosotros en este momento a través de la oración, con sus buenos deseos, con su paternal aliento.

Y lo hace una vez más con las palabras de la carta a los efesios: “Obsecro vos. . . ut digne ambuletis vocae qua vocati estis, cum omni humilitate et mansedumbre. . . solliciti serve unitatem spiritus in vinculo pacis ”.

4. Dans ce but, je suis Certain que vous garderez bien présentes à esprit la nature providentielle et la fin spécifique de la Compagnie. Comme je l'ai dit, elle est engagée dans des ministères múltiples, dificultades. Au cours de la rencontre avec les Provinciaux, au mois de février de an passé, j'ai rapidement tracé un tableau des activités que vous êtes appelés à exercer: l'engagement pour le renouveau de la vie chrétienne, pour la diffusion de la doctrine catholique authentique, pour l'éducation de la jeunesse, pour la formación du clergé, pour l'eprofondissement des sciences sacrées et en général de la culture même profane, spécialement dans le domaine littéraire et scientifique, pour l'évangélisation missionnaire. 

Pour cet ensemble de tâches apostoliques si diverses, dans leurs formes aussi bien traditionnelles que nouvelles, correspondant aux exigences des temps soulignées par le Concile Vatican II, je vous adresse de nouveau mes animments , avec une pleine confiance, sicut vocati estis in una specationis vestrae .

Le Pape compte sur vous, la asistencia tellement de vous.

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

4. Con este fin, estoy seguro de que mantendrá en su espíritu el carácter providencial y el propósito específico de la Compañía. Como dije, está involucrado en múltiples ministerios difíciles. Durante el encuentro con los Provinciales, en febrero del año pasado, expuse rápidamente un cuadro de las actividades que estáis llamados a realizar: el compromiso por la renovación de la vida cristiana, por la difusión de la auténtica doctrina católica, por la educación jóvenes, para la formación del clero, para la profundización de las ciencias sagradas y en general también de la cultura secular, especialmente en los campos literario y científico, para la evangelización misionera (cf. Juan Pablo II, Allocutio ad quosdam Societatis Iesu sodales coram admissos habita , 27 de febrero de 1982 : Enseñanzas de Juan Pablo II , V / 1 [1982] 704-720).

Para todas estas tareas apostólicas tan diferentes, en sus formas tradicionales y nuevas, correspondientes a las necesidades de los tiempos subrayadas por el Concilio Vaticano II, dirijo de nuevo mi aliento, con plena confianza, "sicut vocati estis in una specationis vestrae". El Papa cuenta contigo, espera mucho de ti.

5. Pour cela, le lien très particulier que la Compagnie entretient avec le Pape, responsable de la unidad de la Eglise dans son ensemble, assure à la Compagnie elle-même fécondité et sûreté lorsqu'elle s'emploie, avec une pleine disponibilité et une entière fidélité, à militer sur tous ces frets de l'action ecclésiale. Aujourd'hui comme aux origines.

A ce moment-là, votre Fondateur, désireux de se consacrer Totally au service du Christ Seigneur, en même temps que ses premiers amici, mystérieusement guidé par la Providence, venait jusqu'à Rome, auprès du Pape Paul III, pour se mettre à son entière disposition et complir les mission que le Pape indiquerait, et dans le lieu qu'il déterminerait; vous savez comment Paul III accueillit très volontiers cette proposition, en y voyant un signe particulier de l'action divine.

Dans cette perspective, le “quatrième voeu” prend une signification particulière. Il ne tend certes pas à freiner la générosité, mais uniquement à lui assurer une sphère d’action plus profonde et plus vaste, dans la certitude que le motif le plus intime et le plus secret de cette obéissance religieuse, de ce lien avec le Pape, est celui de pouvoir répondre, de manière plus incisive et avec un plus grand dévouement, “immédiatement, sans tergiverser et sans s’excuser d’aucune manière”, aux besoins de l’Eglise, dans les champs d’apostolat anciens et nouveaux.

Tout en vous exprimant ma reconnaissance pour tout ce que la Compagnie a réalisé durant plus de quatre siècles d'activité féconde, je suis sûr de pouvoir continuer encore à avenir à m'appuyer sur la Compagnie pour exercer mon ministère apostolique et à compter toujours sur su colaboración fidèle pour le bien de tout le peuple de Dieu. Sachez que le Pape vous suit et prie pour vous, afin que, dans la fidélité constant à la voix de l'Esprit, the Compagnie de Jésus continue à puiser dans la grâce de Dieu la force et l'élan pour son apostolat ample et multiforme .

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

5. Por eso, el vínculo muy particular que la Compañía mantiene con el Papa, responsable de la unidad de la Iglesia en su conjunto, asegura a la misma Compañía fecundidad y seguridad cuando se compromete, con plena disponibilidad y completa fidelidad, a los militares sobre todos estos frentes de acción eclesial. Hoy como al principio.

En ese momento, vuestro Fundador, queriendo consagrarse totalmente al servicio de Cristo Señor, y así también sus primeros compañeros, misteriosamente guiados por la Providencia, vinieron a Roma, al Papa Pablo III, para ponerse a su completa disposición y cumplir. las misiones que le hubiera indicado el Papa y en el lugar que él decidiera; sabéis cómo Pablo III acogió con mucho gusto esta propuesta, viendo en ella un signo particular de acción divina.

En esta perspectiva, el "cuarto voto" adquiere un significado particular. Ciertamente no tiende a frenar la generosidad, sino a asegurarle un ámbito de acción más profundo y más amplio, en la certeza de que la razón más íntima y secreta de esta obediencia religiosa, de este vínculo con el Papa, es poder responder. , de una manera más incisiva y con una dedicación aún mayor, "inmediatamente sin andarse con rodeos y sin apartarse por ningún motivo" de las necesidades de la Iglesia, tanto en los campos antiguos como en los nuevos del apostolado.

Expresando mi agradecimiento por todo lo que la Compañía ha logrado durante más de cuatro siglos de fructífera actividad, estoy seguro de que en el futuro podré seguir contando con la Compañía para el ejercicio de mi ministerio apostólico y contar siempre con su fiel colaboración para el bien. de todo el pueblo de Dios. Sepan que el Papa los sigue y ora por ustedes, para que, en constante fidelidad a la voz del Espíritu, la Compañía de Jesús pueda seguir sacando de la gracia de Dios la fuerza y ​​la ímpetu por su amplitud y multiplicidad.

6. La Iglesia siempre ha considerado a vuestra Sociedad como un grupo de religiosos, preparados espiritual y doctrinalmente, dispuestos a hacer lo que se les pide en el contexto de la misión universal de evangelización de la Iglesia.

Los Supremos Pontífices a lo largo de los siglos no han dejado de confiarte estas misiones, mirando las necesidades más urgentes de la Iglesia y confiando en tu generosa disponibilidad. Para limitarme a los tiempos más recientes, quisiera recordar la misión que mi venerado predecesor Pablo VI os encomendó el 7 de mayo de 1965, "resistir vigorosamente con fuerzas unidas al ateísmo", misión que os propongo urgentemente, pues como mientras continúe este “tremendo peligro que se cierne sobre la humanidad”. 

En noviembre de 1966, tras el Concilio Vaticano II que acababa de concluir, el mismo Papa os pidió cooperar en esa profunda renovación que afronta la Iglesia en este mundo secularizado. Y yo mismo, en el discurso a vuestros Provinciales, he confirmado que "la Iglesia espera hoy de la Compañía que contribuya eficazmente a la realización del Concilio Vaticano II, como se esforzó en la época de San Ignacio y también después. con todos los medios para dar a conocer y aplicar el Concilio de Trento y ayudar de manera especial a los Romanos Pontífices en el ejercicio de su supremo Magisterio ". Con este fin te invité, y hoy renuevo esta invitación, adaptar a las diferentes necesidades espirituales de la actualidad "las diversas formas del apostolado tradicional que aún hoy conservan todo su valor" y prestar cada vez más atención a "las iniciativas que el Concilio Vaticano II alentó especialmente", como el ecumenismo, el estudio más profundo de las relaciones con las religiones no cristianas y el diálogo de la Iglesia con las culturas. En este sentido, conozco y apruebo su compromiso con la inculturación, tan importante para la evangelización, siempre que esté unido a un compromiso igual de preservar la doctrina católica pura e intacta.

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

6. La Iglesia siempre ha considerado a vuestra Sociedad como un grupo de religiosos, preparados espiritual y doctrinalmente, que realizan lo que se les exige en el contexto de la misión universal de evangelización de la Iglesia.

A lo largo de los siglos, los Supremos Pontífices no han dejado de confiarte estas misiones, reconociendo las necesidades más urgentes de la Iglesia y confiando en tu generosa disponibilidad. Para limitarme a tiempos más recientes, quisiera recordar la misión que mi venerado predecesor Pablo VI les encomendó el 7 de mayo de 1965, "de oponerse vigorosamente al ateísmo uniendo fuerzas", misión que les vuelvo a proponer con urgencia. mientras continúe este "terrible peligro que acecha a la humanidad" ( AAS 57 [1965] 514).

En noviembre de 1966, cuando acababa de finalizar el Concilio Vaticano II, el mismo Papa os pidió que cooperaras en esa profunda renovación que afronta la Iglesia en este mundo secularizado. Y yo mismo, en el referido discurso a vuestros Provinciales, he confirmado que "la Iglesia hoy espera de la Compañía que contribuya eficazmente a la implementación del Concilio Vaticano II, como en tiempos de San Ignacio e inmediatamente después se desarrolló todo sus esfuerzos para dar a conocer y aplicar el Concilio de Trento y ayudar a los Romanos Pontífices de manera esencial en el ejercicio de su magisterio supremo "(Juan Pablo II, Allocutio ad quosdam Societatis Iesu sodales coram admissos habita , 6, 27 de febrero 1982: Enseñanzas de Juan Pablo II, V / 1 [1982] 711). Con este fin os he invitado, y hoy renuevo esta invitación, a adaptar a las diferentes necesidades espirituales de la actualidad "las diversas formas del apostolado tradicional que aún conservan todo su valor" y a prestar una atención aún mayor a las "iniciativas que el Concilio Vaticano II ha impulsado especialmente ”, como el ecumenismo, el estudio más profundo de las relaciones con las religiones no cristianas y el diálogo de las Iglesias con las culturas. En este sentido, soy consciente y apruebo su compromiso con la inculturación, tan importante para la evangelización, siempre que vaya acompañado de un compromiso igual para preservar la doctrina católica pura e integral.

7. Hablando de vuestro apostolado, no he dejado en aquel momento de llamar vuestra atención sobre la necesidad que se encuentra en la acción evangelizadora de la Iglesia de promover la justicia, ligada a la paz mundial, que es una aspiración de todos los pueblos. Pero esta acción debe ejercerse conforme a vuestra vocación de religiosos y sacerdotes, sin confundir las tareas propias de los sacerdotes con las propias de los laicos, y sin ceder a la "tentación de reducir la misión de la Iglesia a las dimensiones de un proyecto simplemente temporal. . . (reducir) la salvación de la que ella es la mensajera. . . al bienestar material ". Este es el magnífico campo de un apostolado que se abre ante ustedes, para trabajar con renovado celo, fiel al mandato recibido del Papa, bajo la dirección del nuevo Superior General,

La generosa realización de este ideal aumentará cada vez más vuestro impulso apostólico; te ayudará a superar las dificultades que en el misterioso plan de la Providencia suelen estar relacionadas con las obras del Señor; y suscitará numerosas vocaciones de jóvenes generosos que, escuchando la voz del Espíritu Santo, desean también hoy consagrar su propia vida a un ideal que merece ser vivido y así cooperar activamente en la obra divina de la redención. del mundo.

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

7. Hablando de vuestro apostolado, no he dejado en aquella ocasión de llamar vuestra atención sobre la necesidad inherente a la acción evangelizadora de la Iglesia de promover la justicia, ligada a la paz mundial, a la que aspiran todos los pueblos. Pero esta acción debe ser ejercida conforme a vuestra vocación de religiosos y sacerdotes, sin confundir las tareas de los sacerdotes con las de los laicos, y sin ceder a la "tentación de reducir la misión de la Iglesia a las dimensiones de un simple temporal". proyecto. . . (reducir) la salvación de la que ella es la mensajera. . . al bienestar material ”(Pablo VI, Evangelii Nuntiandi , 32). Este es el magnífico campo de apostolado que se abre ante vosotros, para trabajar con renovado celo, fiel al mandato recibido del Papa, bajo la guía del nuevo Superior general y en estrecha colaboración entre vosotros.

La generosa realización de este ideal aumentará cada vez más su entusiasmo apostólico; te ayudará a superar las dificultades que, en el misterioso plan de la Providencia, suelen estar relacionadas con la obra del Señor; y dará lugar a numerosas vocaciones de jóvenes generosos que, escuchando la voz del Espíritu Santo, desean aún hoy consagrar su vida a un ideal que merece ser vivido y cooperar así en la obra divina de la Redención de el mundo.

8. ¡La Redención del mundo! Y he aquí que vuestra Congregación General se celebra en coincidencia con el Año Santo extraordinario, durante el cual la Iglesia trata de vivir con mayor intensidad el misterio de la Redención; precisamente vuestra vocación consiste en Seguir de quest to Christ, Redentor del mundo, en ser cooperadores suyos para la redención de todo el mundo; consiguiamente vosotros debéis destacaros en el servicio del Rey divino, como reza la ofrenda que concluye la contemplación del Reino de Cristo en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

¡Hermanos amadísimos! Sea éste, para vosotros, el fruto especial del Año jubilar; un renovado impulso a vuestra vocación, que os invita por encima de todo a la conversión personal: "Abrid las puertas al Redentor", dejaos penetrar por el amor de Cristo y por su Espíritu, procurando actuar cuanto se dice en la plegaria que recomienda San Ignacio en la segunda semana de los Ejercicios: “Conocer íntimamente al Señor para que lo amemos y sigamos cada vez más de cerca”. El conocimiento íntimo, el amor fuerte y el Seguimiento del Señor desde busca son el alma de vuestra vocación. En otras palabras, debéis ser una Compañía de contemplativos en la acción que se esfuerzan en todo por ver, conocer y experimentar a Cristo, por lovearlo y hacerlo amar, por serve him en todo y en todos y por follow him hasta la Cruz.

Por otra parte, no se conoce al Señor - y vosotros que sois maestros de vida espiritual lo enseñáis a los demás - sin ponerse al mismo tiempo, con total docilidad y abandono, bajo la influencia del Espíritu Santo, que Cristo ha derramado sobre la humanidad como un río majestuoso y perenne. Por esto mismo, como hemos oído en el Evangelio de San Juan, Cristo nos llama para que vayamos a El y bebamos: Si quis sitit veniat ad me et bibat . Esta sed debe impulsaros para ingresar en la intimidad con Cristo para contemplar con El al Padre celestial y de allí sacar la fuerza, la luz, la perseverancia, la fidelidad para la acción exterior.

Para llegar a this contemplación, San Ignacio os pide ser hombres de oración, para ser también maestros de oración; que seáis hombres de mortificación, para ser a la vez signos visibles y de los valores evangélicos. La austeridad de la vida pobre y sencilla sea signo de que vuestro one tesoro es Cristo; la renuncia, con gozosa fidelidad, a los afectos familiares sea signo fecundo de amor universal que abre puramente vuestros corazones a Cristo ya los hermanos; la obediencia por motivos de fe sea signo de vuestra estrecha imitación de Cristo que se ha hecho obediente hasta la muerte de Cruz: the unión de los ánimos en a community life fraternally vívida, superando toda eventual oposición y contraste, sirva de ejemplo en la Iglesia , en este año en que celebramos no only el Jubileo de la Redención,

Os pido también que en este renovado compromiso de vida religioso ejemplar sean formados desde el noviciado los jóvenes recutados para vuestra Compañía.

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

8. ¡La redención del mundo! Y aquí se celebra vuestra Congregación General coincidiendo con el extraordinario Año Santo, durante el cual la Iglesia busca vivir con mayor intensidad el misterio de la Redención; vuestra vocación consiste precisamente en seguir de cerca a Cristo, Redentor del mundo, en ser sus colaboradores para la redención del mundo entero; por eso debéis distinguiros en el servicio del divino Rey, como dice el ofrecimiento que concluye la contemplación del Reino de Cristo en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio.

¡Queridos hermanos! Que éste sea para vosotros el fruto particular del Año Jubilar; un impulso renovado a vuestra vocación, que os invita ante todo a la conversión personal: "Abrid las puertas al Redentor", dejándonos penetrar por el amor de Cristo y su Espíritu, asegurándonos de poner en práctica lo dicho en la oración que San Ignacio recomienda en la segunda semana de los Ejercicios: “Conocer íntimamente al Señor para amarlo y seguirlo cada vez más de cerca”. El conocimiento íntimo, el amor profundo y el seguimiento cercano al Señor son el alma de tu vocación. En otras palabras, en la acción debes ser una compañía de contemplativos, que se esfuercen en todo por ver, conocer y experimentar a Cristo, amarlo y hacerlo amar, servirlo en todo y en todos y seguirlo hasta la Cruz.

Por otro lado, el Señor no es conocido - y ustedes que son maestros de vida espiritual lo enseñan a los demás - sin ponerse al mismo tiempo, con total docilidad y abandono, bajo la influencia del Espíritu Santo, que Cristo ha hecho. derramado sobre la humanidad como un río, majestuoso y perenne. Por eso, como hemos escuchado en el Evangelio de San Juan, Cristo nos llama para que vayamos a él y apaguemos nuestra sed: Si quis sitit veniat ad me et bibat ”. Esta sed debe empujaros a entrar en la intimidad de Cristo para contemplar al Padre celestial con él y de allí sacar fuerza, luz, perseverancia, fidelidad para la acción exterior. Para llegar a esta contemplación, san Ignacio les pide que sean hombres de oración, que también sean maestros de oración; ser también hombres de mortificación, ser también signos visibles de valores evangélicos. Que la austeridad de una vida pobre y sencilla sea signo de que tu único tesoro es Cristo; Que la renuncia, con alegre fidelidad, a los afectos familiares sea un signo fecundo de amor universal que con pureza abra vuestro corazón a Cristo ya los hermanos; que la obediencia por la fe sea un signo de su estrecha imitación de Cristo, que fue obediente hasta la muerte de cruz; Que la unión de las almas en una vida comunitaria vivida fraternalmente, superando cualquier posible oposición y contraste, sirva por ejemplo en la Iglesia, en este año en el que celebramos no solo el Jubileo de la Redención, sino también el Sínodo de la Reconciliación. Que los afectos familiares sean un signo fecundo de amor universal que abra puramente vuestro corazón a Cristo ya los hermanos; que la obediencia por la fe sea un signo de su estrecha imitación de Cristo, que fue obediente hasta la muerte de cruz; Que la unión de las almas en una vida comunitaria vivida fraternalmente, superando cualquier posible oposición y contraste, sirva por ejemplo en la Iglesia, en este año en el que celebramos no solo el Jubileo de la Redención, sino también el Sínodo de la Reconciliación. Que los afectos familiares sean un signo fecundo de amor universal que abra puramente vuestro corazón a Cristo ya los hermanos; que la obediencia por la fe sea un signo de su estrecha imitación de Cristo, quien fue obediente hasta la muerte en la cruz; Que la unión de las almas en una vida comunitaria vivida fraternalmente, superando cualquier posible oposición y contraste, sirva por ejemplo en la Iglesia, en este año en el que celebramos no solo el Jubileo de la Redención, sino también el Sínodo de la Reconciliación.

Os pido también que los jóvenes reclutados para vuestra Sociedad se formen desde el noviciado en este renovado compromiso de vida religiosa ejemplar.

9. He aquí, amadísimos Hermanos, cuanto la circunstancia de este día nos sugiere para común reflexión. Yo abrigo la esperanza de que, en esta Congregación celebrada dentro del Año Jubilar de la Redención, podáis Seguir de verdad la voz del Espíritu que os llama: soliciti serve unitatem Spiritus in vinculo pacis .

Con esta fidelidad, la generosidad en el servicio de Cristo Señor, de la Iglesia su esposa, en unión con su Vicario en la tierra, siempre la característica de todo verdadero jesuita; sea ​​el estímulo para los trabajos de la Congregación General que hoy comenzáis; sea ​​el compromiso de gobierno del nuevo General que estáis para elegir. Todo esto en la Iglesia de vosotros; él experimenta igualmente el Papa, que participa en este rito solemne, que se une a en fervientes plegarias y que os bendice implorando con vosotros:

Veni, Sancte Spiritus,

reple tuorum corda fidelium

et tui amoris in eis ignem se enciende.

Aquí están las palabras del Papa en nuestra traducción al italiano.

9. Aquí, queridos hermanos, lo que nos sugiere la circunstancia de hoy para la reflexión común. Tengo la esperanza de que, en esta Congregación celebrada durante el Año Santo de la Redención, podáis seguir verdaderamente la voz del Espíritu que os llama: "solliciti servare unitatem Spiritus in vinculo pacis".

Junto a esta fidelidad, que la generosidad al servicio de Cristo Señor, de su Iglesia esposa, en unión con su Vicario en la tierra, sea siempre la característica de todo verdadero jesuita: que sea el estímulo para el trabajo de la Congregación General que empiezas hoy; sea ​​la promesa del gobierno del nuevo general que está a punto de elegir. La Iglesia espera todo esto de ti; espera también el Papa que participa de este rito solemne, que os acompaña en fervientes oraciones y os bendice implorando con vosotros.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA POR EL DÍA MUNDIAL DEL MISIONERO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica de San Pablo Extramuros
Domingo 23 de octubre de 1983

1. “Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños ( Mt 11, 25 ).

Deseamos repetir estas palabras pronunciadas por Cristo con el mayor transporte del espíritu hoy, en el día en que toda la Iglesia celebra la Jornada Misionera. Deseamos "bendecir" al Padre por la revelación de los misterios divinos, por el designio divino para la salvación del hombre y del mundo: "las cosas que ha revelado a los pequeños". Deseamos "bendecir" al Padre, dándole gracias por la fe mediante la cual la revelación y el plan divino de salvación se injertan en las almas humanas. Queremos agradecer especialmente porque la fe se convierte, para muchos, en la conciencia de una misión y una vocación similar a la de los Apóstoles. Y de hecho constituyeron la primera comunidad de aquellos "pequeños" a quienes el Padre, Señor del cielo y de la tierra, reveló las cosas "ocultas a los sabios e inteligentes".

Hoy visitamos la Basílica Romana de San Paolo fuori le Mura, para celebrar en ella la liturgia eucarística de la Jornada Misionera del Año de la Redención. Entre todos los Apóstoles del Señor, el mismo Pablo de Tarso fue quien transformó la revelación recibida ante los muros de Damasco en una misión universal: la transformó en una gran obra misionera, como él mismo escribe en su carta a Timoteo: " para que por mí se cumpliera el anuncio del mensaje y lo oyeran todos los gentiles ”( 2 Tim 4, 17).

El misterio de la Redención está inscrito de un modo particularmente profundo en esta obra misionera paulina. A través de sus obras y escritos, se ha convertido en el principal arquitecto del programa misionero de la Iglesia. A partir de estas obras y escritos - las cartas paulinas - siempre descubrimos de nuevo la verdad profunda de las palabras de Cristo, que en el poder de su Cruz y Resurrección ordenó a los Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ”( Mt 28, 19).

La verdad y la fuerza del mandato mesiánico proviene de la profundidad del misterio de la Redención. La obra misionera de San Pablo da un testimonio particular de carácter fundamental y atemporal. Por eso, en la Jornada Misionera del Jubileo del Año Santo de la Redención, nos reunimos en la Basílica de San Pablo.

2. "Peleé la buena batalla" ( 2 Timoteo 4: 7), nos dijo el mismo Pablo en la segunda lectura. ¿Cómo no sentir en estas palabras el santo orgullo de haber cumplido el mandato misionero? Este aspecto “combativo” de la acción misionera ciertamente se comprende bien; Sin embargo, no hay duda de que debe ser una parte esencial de la misma. Una batalla completamente espiritual, por supuesto, pero sigue siendo una batalla, en la que es necesario luchar con habilidad y coraje, dispuesto al sacrificio, hasta lograr la victoria. ¿Qué victoria? La liberación de las almas, por la Sangre de Cristo.

El trabajo del misionero no es una "batalla" que se lanza contra las personas para subyugarlas. Más bien, es una batalla por las personas, que todavía se encuentran lejos de la luz de Cristo, una batalla que, por tanto, tiene su motivo en el amor a los que todavía son prisioneros del error, la miseria, el mal. Esto presupone, en el misionero, junto con un gran respeto por las personas y su verdadero bien, la energía, la prudencia y la caridad necesarias para iluminarlas y ayudarlas concretamente a realizar este bien.

3. Al estimulante ejemplo de Pablo se suma con urgencia la voz de los pobres, de los pobres en valores en nuestros países una vez cristianos y de los pobres que aún desconocen el anuncio evangélico; les debemos la Palabra de salvación ( Rm 1, 14), el Evangelio que es poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree ( Rm 1, 16).

La palabra divina de la liturgia de hoy nos muestra la obra misionera de la Iglesia como una tarea particularmente ligada al espíritu evangélico de pobreza. "Los pobres claman y el Señor los escucha" ( Sal 34, 7a) proclama el estribillo del salmo responsorial. Porque "la oración del humilde traspasa las nubes hasta que llega" ( Sir 35, 17), como leemos en el libro de Eclesiástico.

Pero los pobres también nos claman; su grito también nos llega. Dios los escucha, ¡escuchémoslos también! La "Feliz Noticia" les pertenece. Lo hemos recibido; debemos transmitirlo a ellos, a los hambrientos de verdad, justicia y paz. Debemos llevarles el verdadero significado de la vida dondequiera que estén. Es a los "pobres" a los que debemos acudir preferentemente, es decir, a aquellos que, por su humildad y sed de perdón, están disponibles para recibir la Buena Nueva, que es precisamente el anuncio de la misericordia y del perdón.

4. Y la mejor ilustración de esta verdad se encuentra en el Evangelio de hoy, es decir, la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos. Aquí "pobreza de espíritu" es sinónimo de apertura interior a la luz y la acción de Dios, al don de la salvación que llega al alma del hombre en el poder de la Cruz de Cristo por obra del Espíritu Santo. Luego viene esa justificación ante Dios que encontró precisamente al recaudador de impuestos de la parábola de hoy, y no al fariseo.

Estas son las raíces más profundas de la misión salvífica de la Iglesia, de la que brota la obra misionera. Es compartida por la "Iglesia de los pobres", cuyo primer modelo es la Madre de Cristo y la Reina de los Apóstoles. De hecho, el Hijo eterno de Dios se hizo "pobre" en ella, "para que nosotros nos enriquezcamos con su pobreza" (cf. 2 Co 8, 9). La obra misionera de la Iglesia se nutre siempre de esta pobreza del Hijo de Dios, Hijo de María, que la enriquece infinitamente. Transmite siempre a los hombres y a los pueblos esta pobreza que enriquece universalmente, pobreza que el Padre, Señor del cielo y de la tierra, "revela" y transmite a los "pequeños".

5. Y la obra misionera de la Iglesia busca siempre apoyo en la oración, que es el más fuerte de todos los "medios de los pobres" del Reino de Dios: "la oración de los humildes traspasa las nubes, hasta que llega" ( Sir 35, 17). Por eso, desde esta Basílica, custodiada por los monjes benedictinos, dirijo un llamamiento particular a las Órdenes contemplativas masculinas y femeninas, para que ofrezcan a los hombres de nuestro tiempo, especialmente a los jóvenes, su experiencia de oración y vida espiritual (cf. Mutuae Relationes, 25) y esforzarse por fundar nuevas comunidades en las Iglesias jóvenes. Así como san Gregorio Magno, con los monjes dirigidos por san Agustín en Inglaterra, inició esa campaña misionera del monaquismo occidental que, junto con la obra evangelizadora de los santos Cirilo y Metodio, hizo a Europa civil y cristiana, así también hoy, en sintonía con el invitación de Pablo VI, insto a los hijos de San Benito a incrementar su presencia en América Latina y África, y a asumir un compromiso particular con los países de Asia, cuyas religiones, tan sensibles al mensaje monástico, esperan la luz de la plena revelación. del monaquismo cristiano!

6. San Pablo, al fundar nuevas comunidades, involucró a todas las categorías de personas: laicos, esposos como Aquila y Priscila, discípulos y apóstoles. Una lista de ellos se presenta en el último capítulo de la Carta a los Romanos.

Esa ilustre hueste continúa hoy contigo que recibes el crucifijo para partir. Ustedes, sacerdotes, recuerden a todos los sacerdotes que les incumbe la preocupación por todas las Iglesias (cf. Presbyterorum ordinis , 10); vosotros, religiosos y religiosas, recordáis a todos los consagrados que la profesión religiosa los hace voluntarios y libres por excelencia para el anuncio del Evangelio (cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi , 69); Ustedes laicos, esposos, sean el signo de un laicado que se vuelve cada vez más protagonista de la misión de la Iglesia hoy, como lo fue en la Iglesia de los primeros tiempos.

En esta Jornada Mundial de las Misiones, dirijo una cordial y urgente invitación a toda la Iglesia, a todos los miembros de la Iglesia, a todas las comunidades, diocesanas y parroquiales, para un compromiso misionero cada vez mayor. Es cierto que se hacen muchas cosas por las misiones. El impulso que anima a los cristianos, hombres, mujeres, jóvenes, niños, niñas, por este gran ideal es conmovedor y ejemplar; la generosidad, que los empuja a entregarse y entregarse por diversas iniciativas y por obras misioneras; pero especialmente los sacrificios interiores y las oraciones, que hacen para la expansión del Reino de Dios en la tierra.

Pero también debe notarse con realismo que las necesidades espirituales y materiales de las Iglesias jóvenes en estado de misión están aumentando dramáticamente. Se ha hecho mucho; mucho se ha hecho; pero aún queda mucho por hacer en todos los campos: en el ámbito escolar; atención hospitalaria; la formación y preparación cultural del clero local. . .

Hago un llamamiento, de manera especial, a las diócesis y parroquias de todo el mundo, para que sientan y expresen esta responsabilidad misionera con cada vez más concreción e incisividad, como subrayó el Concilio Vaticano II: "Dado que el Pueblo de Dios vive en comunidades, especialmente en las diocesanas y parroquiales, y en ellas de alguna manera aparece de forma visible, les corresponde también a estas comunidades dar testimonio de Cristo ante el pueblo. La gracia de la renovación no puede tener desarrollo en las comunidades, si cada una de ellas no extiende la vasta red de su caridad hasta los confines de la tierra, mostrando para los que están lejos la misma preocupación que tiene por los que son su propios miembros "( Ad Gentes , 37).

A medida que se acerca el tercer milenio de la era cristiana, el acontecimiento extraordinario del Jubileo de la Redención, que tiene lugar en las diócesis y con especial resonancia aquí en Roma, reaviva el celo misionero en el corazón de todos los fieles, como lo hizo por los dos peregrinos de Emaús, que, animados en el corazón por la Palabra y vigorizados por la revelación del Maestro, retomaron con entusiasmo el camino para correr hacia sus hermanos y hacerles participar de la extraordinaria aventura de haber reconocido al Señor en la ruptura de pan (cf. Lc 24, 13-35).

INAUGURACIÓN DEL CURSO ACADÉMICO DE LAS PONTIFICAS UNIVERSIDADES ROMANAS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Lunes, 24 de octubre de 1983

1. En el centro mismo de la liturgia de hoy están las palabras del profeta Isaías, que dijo Jesús de Nazaret en la sinagoga de su ciudad natal: “El Espíritu del Señor está sobre mí; por esto me consagró con la unción, y me envió a proclamar un mensaje feliz a los pobres, a proclamar la liberación a los presos y la vista a los ciegos; para liberar a los oprimidos ”( Lc 4, 18).

Jesús de Nazaret leyó estas palabras, porque se referían a él. Él era ese Mandato y Ungido. Él ese Mesías. Hoy releemos esas mismas palabras en la liturgia junto con el himno "aleluya", porque en Jesucristo somos el Pueblo Mesiánico. Participamos en su Evangelio y Eucaristía. Estamos llamados a participar de su misión: sacerdotal, profética y real.

2. “El Espíritu del Señor está sobre mí. . . ". Eso dice Cristo. Y nos hemos reunido aquí para invocar al Espíritu Santo, al comienzo del año académico, en ferviente oración. Lo invocamos para que esté sobre nosotros; porque trabajas en nosotros.

¡Queridos profesores y estudiantes de las universidades eclesiásticas de Roma! ¡Qué grande es vuestra participación en la vocación del Pueblo Mesiánico! ¡Qué particular es la participación en la vocación de Cristo: sacerdote, profeta y rey! Es parte y participación de cada Universidad como comunidad académica particular que une estrechamente a profesores y estudiantes. Es la parte y la participación de cada uno de ustedes, profesores, eruditos, maestros; participación, en cierto modo, única e irrepetible! Es la parte y participación de cada uno de vosotros, alumnos: ¡qué importante es la llamada que os transmite Jesucristo en su Iglesia!

Vuestra obediencia al Espíritu Santo, vuestra sumisión y sensibilidad ante su acción es indispensable para los caminos que recorrerá esta Iglesia - Pueblo de Dios - en varios lugares de la tierra (las universidades romanas concentran estudiantes y profesores de todo el mundo). Por eso lo invocamos hoy con humildad y celo. Esa humildad y ese celo con que la Iglesia manifiesta su responsabilidad magisterial ante todo el Pueblo Mesiánico.

3. Nos reunimos hoy para la inauguración del año académico 1983-84 en el marco del Jubileo Extraordinario de la Redención. Y por eso, en el umbral de este año, ante todo espero que todo lo que constituirá la actividad de los profesores y estudiantes de las universidades pontificias de Roma (y también de toda la Iglesia) abra los ojos de su alma cada vez mejor a el misterio de la redención; a la realidad de la Redención."Hermanos, somos deudores" ( Rom 8, 12 ). Estas palabras de san Pablo de la Carta a los Romanos tienen la fuerza de una síntesis admirable: ¡sí, estamos en deuda!

La redención significa una deuda de nuestra parte. La deuda ya contraída en la dimensión de la creación. Sin embargo, esta deuda tiene una nueva dimensión en la Redención, nacida de la Cruz y de la Resurrección de Cristo. Infinitas gracias a Dios por esta deuda.Damos gracias a Dios por estar endeudado. Ya que de esta manera nuestra vida humana también tiene su propia dimensión divina; y esta dimensión da, al mismo tiempo, un sentido y un significado definitivos a esta vida.

4. San Pablo, en la misma Carta a los Romanos, analiza esta deuda, que se identifica con toda nuestra vida, con toda la existencia humana.". . . Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. . . " ( Rom 8:14) En el Espíritu de la filiación adoptiva pueden clamar a Dios: "¡Abba, Padre!" (cf. Rom 8:15 ). “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, si verdaderamente compartimos sus sufrimientos para compartir también su gloria ”(cf. Rm 8, 16-18).

De esta manera el legado de Dios se inscribe en nuestra vida. En el propio ser humano. De esta forma estamos en deuda. De esta manera estamos llamados a hacer morir las obras del cuerpo con la ayuda del Espíritu (cf. Rm 8, 13 ). Estamos llamados a encontrar inspiración y fuerza en el misterio de la Redención, es decir, en la Cruz y en la Resurrección.

Precisamente en nombre de esta llamada invoquemos hoy al Espíritu Santo con humildad y ardor, para que él mismo consuele nuestro espíritu con su testimonio. Para que lo ilumine y sostenga durante todos los días del nuevo año académico, que tiene sus raíces en el Jubileo Extraordinario del Año de la Redención.

“Bendito sea el Señor siempre; el Dios de salvación nos cuida ”( Sal 68, 20). Amén.

VISITA AL COLEGIO ESPAÑOL DE SAN JOSÉ

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Sábado 29 de octubre de 1983

Queridos hermanos obispos y sacerdotes:

1. Al entrar en este colegio, hogar romano de la Iglesia que está en España, ha venido espontáneo a mi mente el recuerdo gratísimo de mi peregrinación pastoral por las rutas de Santa María y de Santiago; de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz: el viaje apostólico que realicé a vuestra querida patria hace ahora precisamente un año, “sembrando a manos llenas la palabra del Evangelio, la fe y la esperanza” (Homilía en Santiago de Compostela, 1, 9 de noviembre de 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V/3 [1982] 1246). . 

Os saludo cordialmente, en la paz de Cristo Redentor, y en vosotros saludo a todos los obispos y presbíteros, así como a todos los hijos fieles, de la queridísima España.

2. El venerable sacerdote de la diócesis de Tortosa Manuel Domingo y Sol, avezado en su interior al coloquio divino, con amor de hijo, tuvo la inspiración de fundar este colegio, hace 90 años, aquí en Roma, junto a la Sede de San Pedro.

Mi predecesor León XIII alentó y apoyó tan plausible iniciativa, “para la renovación –decía– científica y aun disciplinar del clero español”, hasta el punto de afirmar que él mismo se consideraba fundador del Colegio. Le proporcionó una sede adecuada en el antiguo Palazzo Altemps, por donde, a lo largo de más de 70 años, pasaron hornadas enteras de jóvenes españoles que, en esta Ciudad Eterna, recibieron su formación sacerdotal o completaron los estudios. Muchos de ellos fueron ordenados presbíteros en la preciosa capilla del citado palacio, bajo la mirada de la Virgen de la Clemencia –Mater Clementissima, Patrona del Colegio– y junto a la tumba de San Aniceto, Papa y mártir. Otros se ordenaron en la basílica de San Pedro o en la de San Juan de Letrán o tal vez en otros templos de la Urbe. Algunos vinieron a Roma siendo ya sacerdotes. No pocos han llegado después al Episcopado. Varios dieron testimonio de su fe y de su sacerdocio con la propia vida. Todos, en las Iglesias locales esparcidas por la geografía de España, de América Latina y de otras naciones del mundo, han sido heraldos del Evangelio, trabajando en los diversos campos del apostolado e influyendo de forma decisiva en la vida religiosa y eclesial de nuestro siglo.

3. Desde hace 22 años el Colegio Español cuenta con esta nueva y moderna sede. Pío XII bendijo la primera piedra del edificio y Pablo VI lo inauguró oficialmente el 13 de noviembre de 1965, durante la IV sesión del Concilio.

Empezó así una nueva etapa de la espléndida historia de este centro, una etapa llamada a ser no menos fecunda que la anterior en el campo de la formación sacerdotal, según las orientaciones del Vaticano II y las exigencias de nuestro tiempo, pero sin separarse nunca de la finalidad propia de la institución y de la línea trazada por su fundador y por mis predecesores en sus documentos y alocuciones dedicadas al Colegio.

4. Ya en las cercanías del I centenario de la fundación de este centro de formación para seminaristas y sacerdotes, en vísperas del V centenario del comienzo de la evangelización de América, iniciada y llevada a cabo en gran parte por misioneros españoles, y en la perspectiva del III milenio del cristianismo, hay que pensar en la acción pastoral que vosotros, jóvenes sacerdotes, estáis llamados a proyectar con renovado entusiasmo y plena generosidad sobre los nuevos tiempos que se avecinan.

Hay que mirar con esperanza y hay que preparar con clarividencia y apertura el futuro de la Iglesia; pero manteniéndose en continuidad con el pasado para no perder su rica y aleccionadora herencia.

La labor realizada en su ya casi un siglo de existencia por el Colegio Español es una magnífica y consoladora realidad, que merece el reconocimiento y la gratitud de la Santa Sede y de todo el Pueblo de Dios. Y este reconocimiento va en primer lugar a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, fundada también por el mismo Don Manuel Domingo y Sol, la cual tiene confiada por la Santa Sede la dirección de este cenáculo sacerdotal, bajo la supervisión de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y de los Patronos del Colegio, el Primado de España, Emmo. Señor Cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo, y el Excmo. Monseñor Carlos Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla, ambos aquí presentes, que en esta responsabilidad y delicada función de ayudar y orientar la vida del Colegio representan a todo el Episcopado Español.

5. He hablado de “cenáculo”.

En el cenáculo pronunció Jesús su oración sacerdotal, que acabamos de escuchar en la lectura evangélica. Cenáculo es la mejor definición que se puede dar a un centro eclesiástico como éste donde sus moradores, vosotros, por ser sacerdotes –comensales en la cena del Señor– estáis llamados a hacer propia la misma experiencia de Cristo que se inmola al Padre, como víctima de reconciliación y de unión entre los hombres, para que todos “sean santificados en la verdad”.

En este Año Santo de la Redención yo quiero lanzar, también aquí, mi grito evangélico, dirigido a este cenáculo, a todos los sacerdotes y seminaristas que en él moráis: “Abrid las puertas a Cristo Redentor”:

– Abrid las puertas a su Persona, en la cual, por su obediencia hasta la muerte, tenemos de nuevo acceso al Padre. La apertura al Redentor exige compenetración, asimilación a él, en unión íntima de sentimientos, de mentes y voluntades. Así lo pide el mismo Cristo en la oración por sus elegidos: “Para que sean uno como nosotros”. No rehuyáis pues, al contrario, intensificad el trato personal con Cristo, mediante la plegaria individual y la oración comunitaria, y sobre todo durante la Santa Misa cotidiana, “para que –como rezamos en la plegaria eucarística– fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.

– a la Palabra del Señor, que ha de penetrar en vuestras almas a través de la meditación, del estudio, de las lecturas, creando en vosotros una mentalidad en perfecta sintonía con la doctrina evangélica y con el magisterio de la Iglesia, Madre y Maestra.

– a la Cruz, que es la fuente de la redención y de la vida, el preludio de la resurrección y la base de toda auténtica renovación: os preparáis –como dice San Pablo– a predicar a Cristo Crucificado (cfr. 1 Cor 1, 23);  para ello hay que renunciar a los propios criterios, a los criterios del mundo, abrazando con decisión y amor los criterios del Evangelio, aunque a veces comporten sufrimiento, sacrificio y abnegación.

– abrid, finalmente, las puertas de vuestro corazón a la Iglesia de Jesús, a sus enseñanzas, a sus orientaciones pastorales y a sus normas disciplinares: los sacerdotes formados en Roma, junto a la Sede de Pedro, tienen un motivo especial de amor y fidelidad a la Iglesia, en orden a dar testimonio de su vitalidad santificadora y de su presencia visible en el mundo, sin disimular la propia identidad en todo aquello que puede ayudar a hacer transparente ante los hombres el Evangelio y la Persona de Jesús.

6. Queridos hermanos obispos, superiores y alumnos del Colegio: Soy feliz de encontrarme esta tarde aquí para orar juntos y vivir una hora de gozosa hermandad, con vosotros y también con las religiosas y los seglares que trabajan en esta casa a quienes saludo con afecto y deseo expresar gratitud en nombre de todos por su generoso servicio a esta Casa sacerdotal.

A todos imparto cordialmente mi bendición apostólica.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA SOLEMNA PARA LA CONCLUSIÓN DE LA VI ASAMBLEA GENERAL DEL SÍNODO DE OBISPOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Sábado, 29 de octubre de 1983

Venerables hermanos.

1. "Misericordias Domini in aeternum cantabo" ( Sal 89, 2).

Al final de este Sínodo que nos vio reunidos para reflexionar sobre "la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia", el sentimiento que surge espontáneamente de nuestro corazón sólo puede ser de alabanza y gratitud a la bondad infinita del Señor "que revela su omnipotencia especialmente con misericordia y perdón ”(cf. Collect. Dominicae XXVI por año ).

Es un sentimiento que expresamos con un alma profundamente consciente de nuestras debilidades personales, así como de las de los fieles confiados a nuestra pastoral. Quizás no nos alejemos de la verdad si vemos en las mismas dificultades y tensiones que surgieron en el transcurso de las discusiones, la manifestación de lo que hay que reconciliar y sanar en el cuerpo eclesial, mediante la penitencia de los propios pecados y de aquellos. de todos los hombres. Porque los pastores cargan con los sufrimientos y las heridas de su rebaño, incluso sin darse cuenta: la gracia del Sínodo es poder dar nombre a estos sufrimientos y heridas, recibir la curación y la salvación, hacer penitencia por la gracia de la reconciliación. En sus discusiones, los Padres sinodales vivieron lo que debe ser objeto de penitencia,

Motivado por esta conciencia, más de una vez durante las sesiones del Sínodo, volvió la idea de manifestar externamente a través de un acto comunitario de penitencia lo que ha sido el tema de nuestro trabajo durante las últimas semanas. Tal acto penitencial tuvo lugar en el Vía Crucis al concluir el Sínodo. Al meditar sobre la Pasión de Cristo nos hemos insertado en la corriente del Año de la Redención, que se manifiesta en las Iglesias individuales. En Roma nos encontramos con ella en las parroquias, en las basílicas individuales de la ciudad y, en particular, en San Pedro.

Agradezco a todos los hermanos del Episcopado que, junto a mí, abrieron el Jubileo de la Redención el 25 de marzo y que en sus diócesis presiden su realización. También agradezco a quienes vienen a Roma este año. El número de peregrinos, especialmente en los últimos meses, ha aumentado considerablemente. También es consolador que muchas personas se acerquen al sacramento de la Penitencia. También trabajamos para asegurarnos de que el número de confesores sea suficiente.

La idea del Jubileo Extraordinario en relación con el 1950 aniversario de la Redención nació relativamente tarde. El primer anuncio no se publicó hasta noviembre del año pasado, durante la sesión plenaria de los Cardenales. A pesar de los preparativos bastante modestos, la iniciativa ha encontrado, como parece, una viva resonancia. Parece que corresponde a una necesidad muy sentida. Esta necesidad se concreta en torno al Misterio de la Redención como fuente de reconciliación y penitencia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Y ciertamente se refleja en él la ansiedad que acompaña al hombre del segundo milenio que está a punto de terminar.

2. La idea del Año de la Redención surge tras la decisión de convocar el Sínodo sobre el tema: "Reconciliación y penitencia en la misión de la Iglesia". Al mismo tiempo, es difícil no observar que estas dos iniciativas se complementan de una manera particular. El encuentro de ellos debe reconocerse como circunstancia providencial. De este modo, el Sínodo surge en cierto sentido de lo que la Iglesia quiere vivir en el Año de la Redención y, al mismo tiempo, el Jubileo Extraordinario encuentra en el trabajo del Sínodo una particular profundización teológica y pastoral.

Deseo agradecer de manera particular a la divina Providencia por esto. Al mismo tiempo, quiero darles las gracias, queridos hermanos y a todo el Episcopado de la Iglesia. Ya lo hice el día de la inauguración del Sínodo; hoy lo repito una vez más, en el momento de su clausura. Agradezco que nuestros pensamientos e inquietudes se hayan concentrado en una gran causa: "reconciliación y penitencia". Por mi parte, sentí una profunda necesidad de afrontar este problema, absolutamente vital para la propia existencia cristiana. También manifesté esto en particular en la encíclica Dives in Misericordia , cuyos pasajes destacados están dedicados al problema de la "metanoia", es decir, de la penitencia como conversión, incluso como conversión continua a Dios. La reconciliación es el fruto de esta conversión: reconciliación con Dios y reconciliación con los hombres como hermanos.

De esta manera, la penitencia ("metanoia") y la reconciliación se revelan como una dimensión - de hecho la dimensión fundamental - de toda la existencia cristiana. El Sínodo sobre "reconciliación y penitencia" tiene, por tanto, una importancia, ante todo, existencial. En él tocamos, en cierto sentido, las raíces del ser cristiano en el mundo contemporáneo. Desde este punto de vista, la crisis de la penitencia en sus diversas formas debe ser motivo de preocupación. También se trata aquí de la penitencia como un determinado conjunto de comportamientos sintomáticos en toda la tradición del Pueblo de Dios, tanto en la antigua como en la nueva alianza.

El trinomio "ayuno-limosna-oración" - junto con otras formas diarias de penitencia, impuestas por la vida o elegidas voluntariamente - este trinomio expresa no sólo algunas acciones (obras de penitencia), sino que también atestigua una referencia vital a Dios en la misma camino como la existencia del creyente. Una referencia imbuida de “halfnoia”. La conversión a Dios, el volverse a Él, se manifiesta no sólo a través de la oración, sino también a través del "apartarse" y "separarse" de las criaturas (ayuno), especialmente porque impiden la unión con Dios. Esto sigue a la apertura del hombre a los demás (limosna). .

Nuestra preocupación pastoral se refiere a las mismas actitudes interiores que se manifiestan entre los cristianos, especialmente en determinados círculos, entornos y sociedades. Les falta la dimensión de la penitencia. La práctica del sacramento de la Penitencia no es un problema aparte. Encuentra sus raíces -o no las encuentra- precisamente en este modo fundamental de la existencia del hombre, cuando le llega la llamada de Cristo resonando desde las primeras palabras del Evangelio: "Repent-poenitemini".

Existe la preocupación de que, cediendo a la corriente de cambios, tengamos que desprendernos de esa actitud de penitencia, y también de esa práctica "penitencial" de la vida cristiana, una vez definida en detalle, sin poder introducir un práctica en su lugar, nuevo más sensible a las necesidades y posibilidades de nuestra época y, al mismo tiempo, bastante expresivo y enérgico. En otras palabras: existe la preocupación de que en este campo, tan fundamental para toda la existencia cristiana, la "media molestia-penitencia", no se corre el riesgo de llegar a un vacío "sui generis", a una carencia. Esta falta, si se imponga realmente, afectaría al "misterio" integral de la vida cristiana y se manifestaría más tarde en el modo de tratar la vida sacramental, en particular los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.Redemptor Hominis He tratado de llamar la atención sobre este punto.

3. Ésta es precisamente la preocupación - creo que nuestra preocupación común - que encontró su manifestación en el Sínodo de los Obispos de 1983. De la mano de esto, la segunda preocupación aparece ligada al significado múltiple de la expresión "reconciliación" no sólo en el lenguaje. religiosos de la Biblia, sino también en terminología secular.

Nos encontramos aquí en el contexto de esos círculos de diálogo, de los que ya durante el Concilio escribió Pablo VI (cf. Pablo VI, Ecclesiam Suam ): diálogo en el contexto del cristianismo (ecumenismo); diálogo en el contexto de religiones no cristianas; diálogo con "el mundo". Pablo VI abrazó todos estos círculos de diálogo con su concepto de "diálogo de salvación", y lo inscribió en el contexto de la misión de la Iglesia y la evangelización (cf. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi ). Al abordar el problema de la reconciliación y la penitencia, el Sínodo lo enfrentó sobre la base de la misión propia de la Iglesia y de la evangelización propiamente dicha. Tanto el ecumenismo como la búsqueda de formas de acercamiento a las religiones no cristianas se encuentran en el contexto del tema de la reconciliación y la penitencia.

En cuanto al mundo contemporáneo, asistimos a los crecientes contrastes en él y a los conflictos amenazadores a diferentes escalas. Claman a favor de la reconciliación, en voz alta porque la elocuencia de los desastres y cataclismos con los que estos crecientes contrastes amenazan a la humanidad se vuelve cada vez más clara.

Nei vostri interventi avete espresso una viva preoccupazione per la pace nel mondo. La situazione internazionale è molto tesa e io pure sono profondamente preoccupato. La Chiesa deve adoperarsi con ogni mezzo a sua disposizione per scongiurare i pericoli che minacciano la sicurezza del mondo e sollecitare i responsabili delle Nazioni a indirizzarsi risolutamente nelle direzioni che portano ad una pace garantita e stabile.

El jueves pasado dirigí un mensaje personal a los presidentes de Estados Unidos y del Soviet Supremo de la Unión Soviética, pidiéndoles que no quisieran renunciar a la negociación, como único medio para resolver diferencias o conflictos de intereses y poner fin a las negociaciones. carrera de armamentos que mantiene a la humanidad contemporánea tan aprensiva. La Iglesia tiene una conciencia aguda en este campo y no deja de proclamar el mensaje de justicia y paz de acuerdo con las necesidades y amenazas del mundo contemporáneo. Tanto el Obispo de Roma como los Obispos individuales, la Sede Apostólica y los Episcopados individuales lo hacen reconociendo este capítulo de su predicación y actividad como parte de la evangelización.

Antes del Sínodo, este problema se presenta de nuevo bajo una nueva luz: constituye parte integrante de la "reconciliación y penitencia", de ese "metanoeíta" que es, en cierto sentido, la primera palabra del Evangelio. Si podemos y debemos hablar en sentido analógico de pecado social, y también de "pecado estructural", ya que el pecado es propiamente un acto de la persona, para nosotros, pastores y teólogos, surge el siguiente problema: qué penitencia y qué social. la reconciliación debe corresponder a este pecado "analógico".

El Sínodo solo ha abordado y delimitado este problema en relación con la llamada evangélica. De hecho, el camino para una superación radical del pecado, en todas sus especies, en todas sus medidas, es el evangélico, llamado "metanoia": el camino de la reconciliación a través de la penitencia, es decir, la conversión.

4. Parece que los dos problemas planteados constituyen los elementos de la catequesis penitencial contemporánea de la Iglesia. La catequesis penitencial es al mismo tiempo una preparación para el sacramento de la Penitencia. Nosotros, en la Iglesia contemporánea, debemos prepararnos para el sacramento de la penitencia sobre la base de la catequesis de la penitencia adecuadamente integrada. Al mismo tiempo, debemos tener siempre ante nuestros ojos el carácter profundamente personal de este sacramento, que de ninguna manera excluye la dimensión social del pecado y la penitencia.

También debemos tener ante nuestros ojos su posición central en toda la economía de la obra de la salvación, su vínculo particular con el misterio pascual de Cristo y de la Iglesia. De hecho, inmediatamente después de su pasión y muerte, el mismo día de su resurrección, con ocasión de la primera visita a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, Jesucristo pronuncia estas palabras: "Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonáis". los pecados le serán perdonados, ya quien no se los devuelvas, no quedarán perdonados ”( Jn 20, 22-23). La importancia de estas palabras y de este acontecimiento es tal que merece ser colocada junto a la importancia de la Eucaristía misma.

Durante el Sínodo hablamos mucho sobre el sacramento de la Penitencia en la Iglesia en el período posconciliar, a la luz de las disposiciones contenidas en la Ordo Poenitentiae . Todas estas voces estuvieron marcadas por la conciencia de que estamos tocando un tema muy profundo. No hay otro deseo en nosotros, sino el de realizar la voluntad de nuestro Señor, que nos ha transmitido y confiado de manera particular este sacramento para el bien de la Iglesia y para la salvación del hombre. Este deseo se manifestó en todas las etapas de la discusión y finalmente se expresó en las "propuestas" del Sínodo.

El escaso tiempo disponible no nos permite profundizar más en las diversas cuestiones abordadas en la asamblea sinodal en torno a "la penitencia y la reconciliación", tanto en el aspecto doctrinal como en las aplicaciones a situaciones concretas. Encontrarán una adecuada profundización en el documento en el que, con la ayuda de Dios, se acogerá la riqueza de elementos surgidos en el Sínodo.

5. El acontecimiento eclesial que hoy llega a su fin ha sido elaborado con especial cuidado en cuanto a su importante tema. A todos los que participaron de manera particularmente activa, me gustaría expresar mi más sincero agradecimiento. En este sentido, me agrada mencionar explícitamente a los tres cardenales presidentes delegados: el relator cardenal Carlo Maria Martini, el secretario general monseñor Jozef Tomko y el secretario especial, padre José Saraiva Martins. El pensamiento se expande para abarcar también a los Auditores et Auditrices y las distintas comisiones, comités y servicios. Todos trabajaron con gran compromiso, mereciendo elogios y gratitud. Y la gratitud también va para quienes apoyaron el esfuerzo y el compromiso de los Padres sinodales a través de la oración.

En la preparación, también se acentuó una reflexión sobre el Sínodo de los Obispos como tal, sobre la forma justa y posiblemente más plena de su funcionamiento, sobre las posibilidades de cambios y mejoras en su funcionamiento. Todos estos problemas fueron presentados por el Secretario General del Sínodo en su informe introductorio. Un nuevo paso fue también el informe del obispo Javier Lozano Barragán, que permitió ver, en la dimensión de países individuales en varias partes del mundo, lo que podría llamarse la "implementación" dada en la sesión anterior del Sínodo de la año 1980 sobre el tema del matrimonio y la familia en la misión de la Iglesia.

Da parte mia desidero ringraziare particolarmente per tutte queste iniziative. Il Sinodo dei Vescovi, che la Chiesa ha ereditato dal Concilio Vaticano II, è veramente un grande bene. Ne siamo sempre più convinti. Ogni sessione ci conferma in questo convincimento. Ritengo di esprimere in queste parole il pensiero comune, ma soprattutto desidero manifestare il mio proprio.

El Sínodo de los Obispos es una manifestación particularmente preciosa de la colegialidad episcopal de la Iglesia y un instrumento particularmente eficaz. Quizás esta herramienta aún se pueda mejorar. Quizás la responsabilidad pastoral colegiada pueda expresarse aún más plenamente en el Sínodo. Sin embargo, conviene señalar que, en la forma en que existe y funciona actualmente (año del Señor 1983), presta un enorme servicio a la Iglesia. Este servicio es importante desde el punto de vista de la Iglesia, de su autorrealización. Es importante desde el punto de vista del ministerio pastoral, del ministerio colegiado.

La estructura del Sínodo nos permite a todos obtener, en un tiempo relativamente corto, una imagen sintética y al mismo tiempo suficientemente diferenciada de un problema específico ("voir"), y sacar conclusiones ("juger"), importantes para la acción de la Iglesia ("agir"). El Sínodo es, se podría decir, un medio humilde y, al mismo tiempo, suficientemente eficaz. Si prevalece formalmente el carácter consultivo de sus obras, es difícil no ver hasta qué punto estas "consultorías" tienen al mismo tiempo un importante peso eclesial. Por tanto, es aún más importante que los documentos, que aparecen después del Sínodo, reflejen el pensamiento común de la asamblea sinodal y del Papa que la preside de oficio.

Con este espíritu deseo hoy, venerables y queridos hermanos, decirles a cada uno de ustedes y junto con todos, cuánto aprecio la comunión sinodal de nuestras últimas cuatro semanas. El amor de la Iglesia exige que se conozca cada vez mejor a esta Madre nuestra, ya que en este camino podemos servirla de una manera cada vez más eficaz. Desde este punto de vista, la experiencia sinodal, la posibilidad de encontrarme con obispos de todo el mundo, la posibilidad de escuchar tantas declaraciones competentes, es para mí una circunstancia particularmente preciosa e importante. Gracias a ella puedo comprender cada vez más profundamente la Iglesia que Cristo el Señor nos ha confiado a todos, confiándola a los Apóstoles ya Pedro.

La experiencia feliz y fraterna vivida en esta comunidad sinodal me lleva espontáneamente a un pensamiento consciente de algunos de nuestros hermanos en el episcopado que, a pesar de su deseo y el interés de la Sede Apostólica, no tuvieron la oportunidad de estar entre nosotros. La ausencia de sus representantes impidió que los episcopados de Lituania, Letonia y Laos tuvieran una participación directa en este importante evento de la Iglesia católica. Además, el Episcopado de Checoslovaquia sólo pudo estar presente con uno de los dos representantes designados. Esta asamblea sinodal se vio así privada de las aportaciones que pudieran haber venido de estos hermanos a la realidad pastoral de sus países.

6. La comunidad sinodal tiene siempre en sí algo de ese primer encuentro de los Apóstoles en torno a la Madre de Cristo en espera de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés. Que esta comunidad sinodal nuestra, reunida en torno a "la reconciliación y la penitencia", marcada por la canonización de San Leopoldo Mandi ć , gran servidor del confesionario, prepare también a la Iglesia, a través de la obra de la Madre de Cristo, para recibir al Santo. Espíritu: Espíritu de conversión y Espíritu de paz.

Como los Apóstoles en el Cenáculo, también nos unimos en ferviente oración a la Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Sentimos una especial necesidad de su intercesión ante estos problemas que son más profundos que la dimensión de las conciencias humanas y, al mismo tiempo, los problemas que pesan en el horizonte de la vida de toda la familia humana como doloroso lastre de nuestro tiempo.

Sólo en la Iglesia de Cristo, por intercesión de su Madre, esta carga puede volverse "dulce y ligera". Puede descansar sobre los hombros del hombre, como el peso de la salvación y el signo de la esperanza.

PEGATINA DE LA ORDEN EPISCOPAL DEL ARZOBISPO ALFONS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Capilla Sixtina de Todos los Santos - Martes 1 de noviembre de 1983

¡Queridos hermanos y hermanas!

La Eucaristía, que celebramos, y el sacramento de las Órdenes Episcopales que nos preparamos para conferir al recién elegido arzobispo, monseñor Alfons Stickler, tienen lugar en el marco litúrgico de la Solemnidad de Todos los Santos.

Las lecturas bíblicas, ahora proclamadas, nos ayudan a dar contenido y significado tanto a la fiesta litúrgica como al sagrado rito de la ordenación. En la primera lectura, tomada del libro de Apocalipsis, Juan nos presenta la Jerusalén celestial. Está poblada por los bienaventurados "que pasaron por la gran tribulación y lavaron sus vestidos, blanqueándolos con la sangre del Cordero" ( Ap 7, 14 ) y ahora cantan el cántico de la victoria: "La salvación es de nuestro Dios. "( Ap7, 10). Es decir que la salvación y la santidad no se lograron por sus méritos, sino por la gracia de Dios. Solo Él, de hecho, es santo, y los elegidos son santificados. Juan nos hace contemplar la Iglesia de los salvos, que, llamados por toda raza, pueblo y nación, han entrado en el gozo de su Señor y ahora viven "escondidos con Cristo en Dios" ( Col 3, 3).

2. Tras esta visión de gloria, la liturgia nos hace meditar en el Evangelio, realidad de la Iglesia peregrina en la tierra. También aquí hablamos de "bienaventuranzas", pero de bienaventurados que están en la pobreza, en la aflicción, que tienen hambre y sed, que son perseguidos por causa de la justicia (cf. Mt 5, 1-12). Ésta de las Bienaventuranzas es nuestra Iglesia, a la que el Señor indica "el camino angosto que lleva a la vida" ( Mt 7, 14 ). Por lo tanto, es a nosotros a quienes el Señor está hablando aquí.

A diferencia de los santos en el cielo que están en posesión de la bienaventuranza eterna, nosotros tenemos la esperanza de poder lograrlo. Pero nos reconforta el hecho de que, como escuchamos en la segunda lectura, "ya somos hijos de Dios, aunque no se haya revelado lo que seremos" ( 1 Jn 3, 2). Así lo esencial ya está en nuestra posesión: el Reino de los cielos ya ha comenzado para nosotros, gracias a nuestra calidad de hijos de Dios. En este sentido, también nosotros estamos en la comunión de los santos. Pero todo esto requiere un compromiso diario para corresponder plenamente a la vocación divina y alcanzar la gloria futura. Por tanto, tenemos el deber, según las palabras de San Pablo, de "obrar nuestra salvación con temor y temblor" ( Fil 2, 12 ) y "obrar bien mientras tengamos tiempo" (Gal 6, 9). Somos la Iglesia en el tiempo; la Iglesia que, a diferencia de la celestial, todavía puede ganar méritos; la Iglesia jerárquica, fundada en los Apóstoles y sus sucesores, llamada por Cristo a realizar la diaconía de la santificación y la salvación.

3. Bajo esta luz debemos ver la figura del venerable prelado, que está a punto de recibir la plenitud del sacerdocio. Fue llamado al Episcopado, después de un largo y sabio servicio en la Biblioteca Apostólica Vaticana, para dar mayor autoridad y significado al compromiso cultural que realiza al servicio de la Santa Sede. Invertido en la dignidad episcopal, ciertamente sentirá en su alma el afán apostólico de poner los tesoros de la sabiduría antigua y nueva en beneficio de la elevación espiritual y cultural de los hombres de nuestro tiempo. Como Pro-Bibliotecario de la Santa Iglesia Romana, sentirá la urgencia de una promoción cada vez más adecuada del conocimiento de la doctrina cristiana y la protección del patrimonio cultural en su sentido más amplio.

El ejercicio de esta responsabilidad constituirá, más aún como Obispo, uno de los principales deberes de su función, hoy tanto más grave cuanto mayor es la difusión y pérdida del pensamiento moderno. La cultura humana, de hecho, hoy prefiere complacerse con el cálculo y la observación experimental, limitándose al conocimiento empírico y sensible del mundo exterior, por lo que es tan difícil para el hombre contemporáneo elevarse al conocimiento racional y metafísico y más aún al conocimiento. el de la religión y la fe.

La posesión y el estudio de la verdad religiosa, que la revelación cristiana ofrece a nuestro espíritu, se afirma y se desarrolla, así como en el ámbito racional, en ese "mysterium fidei", del que San Pablo escribe en la primera Carta a Timoteo ( 1 Timoteo 3, 9); pero el acto de fe, lejos de debilitar nuestra facultad de pensar, la demanda y la fortalece. Una gran responsabilidad, por tanto, es la del Obispo, que siente en su propia conciencia el deber de ser fiel y celoso maestro de la doctrina divina: todo Obispo es, ante todo, maestro de fe.

4. Usted, monseñor, continuará aportando su contribución específica a este compromiso eclesial, que a partir de ahora será consolado por la gracia propia del carácter episcopal.

Mientras rezo al Señor para que sus intenciones y propósitos sean fecundos, recomiendo su persona y su actividad a la intercesión de todos los santos, a quienes recordamos en esta liturgia y a quienes ahora invocamos en las letanías, prescritas para el rito de ordenación. .

MISA PARA LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO MAYOR PONTIFICAL ROMANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Capilla Paulina - Martes 8 de noviembre de 1983

Queridos superiores y queridos alumnos del Seminario Mayor Romano:

1. Me alegra este encuentro alrededor del altar del Señor, al comienzo de un nuevo año escolar para ustedes. Os saludo cordialmente a todos en Cristo Jesús: tanto a los seminaristas romanos como a los de diversas partes de Italia. Un pensamiento especial va para el Cardenal Poletti, para Monseñor Rector y para todos los demás Superiores que te han acompañado y que concelebran conmigo esta Eucaristía, de la que quieres sacar luz y fuerza para profundizar las razones ideales de tu identidad y así nutrir tu el alma, el entusiasmo por un testimonio cada vez más intenso y el compromiso de prepararse para el sacerdocio con responsabilidad y generosidad. De hecho, estáis llamados a servir al misterio salvífico de la Redención y a dar la gracia divina a los hombres de nuestro tiempo.

2. En el Evangelio de Marcos se dice que Cristo a un joven que le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para tener la vida eterna?", Respondió: "Guarda los mandamientos". Jesús, habiendo recibido una respuesta afirmativa de él, "lo miró fijamente, lo amó" y luego lo invitó a seguirlo (cf. Mc 10, 17-22).

También vosotros, queridos jóvenes, habéis sido mirados con amor por Cristo, porque no habéis sofocado en vuestro corazón el deseo de perfección, de plenitud, de verdad que el Espíritu Santo ha despertado en vosotros. Jesús te alcanzó con el don de una llamada especial, a la que has respondido; y la acción misteriosa de su Espíritu en el corazón de cada uno de ustedes es continua, profunda, eficaz (incluso cuando no aparece, incluso cuando todo parece contradecirlo) para involucrarlos en una tarea, para mostrarles un camino. A través de su vocación, Jesús te dirigió la propuesta precisa e individual de hacer de tu vida un regalo a él y al mundo entero: "Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, dáselo a los pobres y lo conseguirás. ¡Ten un tesoro en el cielo, entonces ven y sígueme! " ( Mc 10, 21 ).

Para poder decir su generoso "sí" en cada paso de la vida y, en particular, en este período de formación en el seminario, deben preguntarse por la tarea que Cristo les confía. A veces, las apariencias engañan. Uno cree que puede ver claramente su propio camino, que lo ha resuelto todo y que, en cambio, el Señor todavía puede tener algo que manifestarle. “No depende de la piedra fijar su lugar, sino del Maestro de la obra que lo eligió” (Paul Claudel, El anuncio a María , p. 24). El "lugar" es el del generoso sacrificio de uno mismo, de la asunción total del drama del hombre. En el contexto de toda vocación sacerdotal, por tanto, destaca la señal de la cruz. El compromiso hacia el que Cristo los dirige es el amor. Pero en la condición actual del hombre, la cruz es la prueba del amor.

3. En el pasaje evangélico leído, hemos escuchado palabras solemnes, que deben constituir todo un programa para tu vida: "Si guardas mis mandamientos, permanecerás en mi amor, como yo he observado los mandamientos de mi Padre y Me quedo en su amor. . . Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que este: dar la vida por los amigos ”( Jn 15, 10-13).

Acoger, aceptar al otro, compartir su destino hasta tal vez morir, lo desborda de la pura alegría de haber descubierto el sentido de la vida; en particular, lo liberan de la opaca negatividad del mal, lo sacan del absurdo del dolor insensato: lo redimen. Están llamados a ser los heraldos y ministros de esta Redención. Permanece abierto a toda criatura humana que experimente el mal en sus diversas formas. A través de la cruz, Cristo le ofrece la posibilidad de transformar lo que fue signo y consecuencia del pecado en instrumento de salvación y santificación.

He aquí la tarea a la que están llamados los que responden a la vocación sacerdotal: testimoniar y hacer posible experimentar de algún modo la presencia salvífica de Cristo, hacer evidente su amor al hombre. Y este es el misterio de la Iglesia, el cuerpo místico de Cristo que camina constantemente por los caminos del mundo para la salvación de todos. El Espíritu Santo es el artífice de esta coral misteriosa y activa, a la que queréis servir con generosa dedicación en el ministerio sacerdotal.

4. Prepárense para este servicio con oración asidua, con estudio intenso, con sincera obediencia, para que se conviertan en santos sacerdotes que testimonian en el mundo la caridad de Dios, revelada en Jesucristo nuestro Señor. La fecundidad de tu pastoral del mañana dependerá en gran medida de la intensidad del compromiso de estos años tan preciosos para tu formación espiritual y cultural. El mundo de hoy necesita sacerdotes que estén a la altura de la sublime tarea a la que están llamados.

Que Nuestra Señora, la Santísima Virgen de la Confianza, que llevó al Hijo de Dios bajo su corazón, te ayude a tenerlo en tu corazón. Estoy seguro de que no dejarás de invocarla todos los días a través de la práctica piadosa del Santo Rosario y la eyaculación: "Mater mea, fiducia mea".

Continuando ahora con la celebración de la Santa Misa, con la que se renueva el sacrificio del amor redentor de Cristo y se lleva a su plenitud la unidad eclesial, pedimos al Señor que la propuesta vocacional sea acogida cada vez por más jóvenes, para que haya no hay escasez de obreros dispuestos a trabajar sin reservas en la viña de Dios.

SANTA MISA PARA UNIVERSIDADES Y HOMBRES DE CULTURA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Jueves, 15 de diciembre de 1983

“Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. ¡Todo hombre verá la salvación de Dios! " ( Lc 3, 4, 6).

1. ¿Qué es el Adviento? ¿Qué es el Advenimiento del Año de la Redención y el Jubileo Extraordinario?

Nos reunimos, como cada año, en este período, trayendo dentro de nosotros una respuesta completa a esta pregunta, pero al mismo tiempo seguimos preguntando. Que las respuestas son fuente de nuevas preguntas es conocido en particular por quienes se dedican al trabajo científico: universidades, profesores, científicos, investigadores, estudiantes. Todos los años nos reunimos en esta asamblea tanto en el período de Adviento como en el de Cuaresma. Este año se añade un motivo particular: el Jubileo Extraordinario de la Redención. Saludo a todos los presentes con especial cordialidad. Saludo al Ministro de Educación Pública, a los distinguidos rectores de las universidades, a los profesores y a todos los hombres de cultura. Saludo cordialmente a todos ustedes, estudiantes y estudiantes, que han venido en gran número a esta reunión de oración.

Los peregrinos de diferentes partes del mundo visitan las tumbas de los Apóstoles especialmente este año. Me alegro porque esta noche puedo hacer esta visita de peregrinación junto con ustedes, queridos hermanos y hermanas. Espero que el misterio del Adviento se revele más plenamente ante nosotros, que hable a nuestros corazones con la abrumadora profundidad de la Redención. De hecho, el Adviento nos introduce en la Redención del mundo y nos muestra sus raíces: su "comienzo" en Dios y, en cierto sentido, también nos muestra el "comienzo" del hombre. No es solo el comienzo en el sentido histórico. Es simplemente el "comienzo" - incesante. “El principio” que no solo “fue” una vez, sino que siempre “es”; ¡y está en cada uno de nosotros!

Ésta es la razón por la que debemos reunirnos, en el tiempo de Adviento, a la mesa del Verbo divino, y de allí pasar a la mesa de la Eucaristía. Hemos elegido esta misma noche para esta reunión. Deseamos, con la meditación de la Palabra de Dios, profundizar nuestra conciencia del Adviento y la Redención. Deseamos acoger en la Eucaristía la obra salvífica de Cristo: ese fruto sacramental de la Redención del mundo, destinado de manera irrepetible a cada uno de nosotros: según la vara de nuestra conciencia y nuestro amor.

2. “Preparad el camino del Señor. . . ".

Estas palabras pronunció una vez el gran profeta Isaías, el evangelista del Antiguo Testamento. Las mismas palabras resonaron cerca del Jordán cuando se acercaba la venida de Cristo. Juan, hijo de Zacarías e Isabel, las repitió, invitando a los oyentes a recibir el bautismo de penitencia.

“Toda la gente que lo escuchó, e incluso los publicanos, reconocieron la justicia de Dios al recibir el bautismo de Juan. Pero los fariseos y los doctores de la ley, al no ser bautizados por él, inutilizaban el plan de Dios ”( Lc 7, 29-30). ¿Puede el hombre hacer inútil el plan de Dios? ¿Puede el hombre hacer que el plan de Dios para sí mismo sea vano?

Esta es la pregunta que surge con motivo de la meditación sobre las palabras del Evangelio de Adviento de hoy. Ésta es la pregunta en la que debemos detenernos. De hecho, nos permite adentrarnos más profundamente en el misterio de la Redención y el Adviento.

Il testo del Vangelo di san Luca è molto preciso. Sulle sponde del Giordano insegna un uomo di Dio. Un profeta, anzi più che un profeta. L’uomo che non soltanto pronunzia con le sue parole umane la verità proveniente da Dio, ma il profeta che più di qualsiasi altro preannunzia l’evento salvifico. Conduce gli uomini all’incontro con lui. Egli non è soltanto profeta, ma il messaggero! Perciò egli non soltanto predica ma completa le sue parole con un segno di conversione: battezza. Mediante questo battesimo di penitenza desidera rendere partecipi della venuta del Signore i suoi ascoltatori. Intende preparare nei loro cuori l’Avvento e la Redenzione.

Quienes reciben el bautismo escuchan las palabras del profeta "reconociendo la justicia de Dios": esto significa que acogen la verdad contenida en las palabras de Juan como verdad proveniente de Dios. Quienes no reciben el bautismo no quieren reconocer esta verdad : no "reconocen la justicia de Dios". Y al hacerlo, "hacen en vano el plan de Dios para ellos".

3. ¿Puede el hombre hacer inútil el plan de Dios? ¿Puede el hombre volverlo vano con él? La respuesta a esta pregunta surge ya en cierto sentido al comienzo mismo de la Sagrada Escritura, en los primeros capítulos del Libro del Génesis.

Sí. El hombre, el primer hombre - hombre y mujer - derrota el plan de Dios para él e indirectamente para todos los hombres. La inocencia y la justicia originales ceden ante el pecado original.

Conduciéndose en contra de las palabras del Creador, el primer hombre no reconoce la justicia de Dios: actuando contra su voluntad, "hace vano" el plan de Dios para él y su linaje. Los primeros capítulos del libro del Génesis nos hablan de todo esto.

Al mismo tiempo, sin embargo, los mismos capítulos revelan ahora otra verdad: el hombre es incapaz de hacer vano el plan salvífico de Dios. El pecado original, la ruptura de la primera alianza con el Creador implica el anuncio del Redentor; el presagio del nuevo y eterno pacto de Dios con el hombre en Jesucristo.

Junto con el pecado original, el Adviento comienza en la historia de la humanidad y el misterio de la Redención del hombre comienza a actuar en los corazones humanos. El plan de Dios no se puede hacer en vano. El pecado del hombre no hace vana la voluntad de su redención por parte de Dios. El amor de Dios es mayor que el pecado del hombre.

4. Hoy la primera lectura del Libro del profeta Isaías nos habla precisamente de este amor de Dios, que es mayor que el pecado del hombre.

Es una invitación a la alegría dirigida a Israel como pueblo elegido por Dios. La elección del pueblo, en la palabra del profeta, se asimila a la elección de la esposa por el Esposo.

Leemos las palabras que pueden penetrarnos con sagrado asombro: “. . . tu esposa es tu creador, Señor de los ejércitos es su nombre; tu redentor es el Santo de Israel, él es llamado Dios de toda la tierra ”( Is 54: 5).

Precisamente en relación con este Esposo y Redentor, la esposa Israel ha resultado más de una vez una esposa infiel y una esposa adúltera. Más de una vez, se puede decir, "hizo vano" el plan salvífico de Dios para él. Pero este plan salvífico persevera en Dios inflexible e incansablemente.

Aquí están las siguientes palabras del profeta: “¿Es repudiada una mujer casada en su juventud? Dice tu Dios. Por un breve momento te abandoné, pero te llevaré de regreso con inmenso amor. En un ataque de ira, escondí mi rostro de ti por un tiempo; pero con amor eterno me compadecí de ti, dice el Señor, tu Redentor ”( Is 54, 6-8).

Precisamente: el Redentor. La redención es signo de un amor mayor que el pecado del hombre; es signo de un Amor más poderoso que la muerte. Tal Amor no puede ser "en vano" por ningún pecado, ni por ninguna infidelidad del hombre, de los pueblos y de la humanidad. El amor sigue siendo siempre Amor, y en esto consiste su victoria definitiva en la historia del pecado humano: "Aunque se movieran los montes y se tambalearan los cerros, / mi cariño no se apartaría de ti, / ni flaquearía mi alianza de paz" ( Is 54, 10).

5. El Adviento nos habla precisamente de este Amor, que "no se aparta" del hombre. Y el advenimiento del año de la redención destaca esto aún más.

Dios "no se aparta" del hombre. Vuelve siempre con él. Siempre "viene". La Iglesia, cada año, vive siempre de nuevo el misterio de la venida de Dios.

El Adviento testifica que la humanidad no puede "hacer vano" el plan salvífico de Dios en ninguna etapa de la historia. El advenimiento de 1983 testifica que el mundo contemporáneo no puede “hacer vano” el plan salvífico de Dios, este mundo en el que vivimos. Y es el mundo lleno de contradicciones y lleno de tensiones. Si por un lado nos "deslumbra" con los logros del progreso tecnológico, por otro lado los peligros en una escala aún desconocida y la perspectiva de la autodestrucción nos despiertan miedo.

Este es el mundo cargado, de diferentes formas, de pecado. Este fue también el tema de la última asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, el pasado mes de octubre, cuyo tema fue "La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia".

En las declaraciones de los participantes en el Sínodo se reconfirmó, de diversas formas, el hecho de que el hombre puede "hacer vano" el plan salvífico de Dios para él cuando "no reconoce la justicia de Dios", cuando no busca la reconciliación con Dios y el camino de la penitencia.

Sin embargo, al mismo tiempo, la verdad se ha vuelto aún más clara: ¡el plan salvífico de Dios no puede hacerse en vano! El misterio de la Redención da testimonio del Amor, que es mayor que el pecado del hombre y el "pecado del mundo".

6. Por lo tanto, la respuesta a la pregunta: qué es el Adviento, especialmente el Adviento del Año de la Redención, finalmente repercute en cada uno de nosotros.Estamos en la misma situación en la que se encontraron los oyentes de Juan el Bautista a orillas del Jordán.

El profeta dijo: "Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas", y lo dijo en plural, lo dijo a todos. Sin embargo, cada uno de los presentes entendió que ella le estaba hablando. Todos sabían que de él dependía personalmente "reconocer la justicia de Dios", la justicia manifestada en las palabras del profeta. De él dependía personalmente si recibir "el bautismo de penitencia" o "hacer vano el plan de Dios para uno mismo".

Este plan de ahorro también está dirigido, principal y definitivamente, a cada uno de nosotros. Se dirige a la facultad de conocer y, sobre todo, a la conciencia, que reconoce la justicia de Dios, lo que significa también acoger la verdad sobre el pecado que nos anuncia nuestra conciencia. Confiesa este pecado ante Dios, acúltalo en el Sacramento de la Iglesia.

Sí. El plan salvífico de Dios se dirige a cada uno de nosotros a través de nuestra propia conciencia. ¡Tengamos cuidado de que permanezca en la verdad y que sea correcto! Es justo que hoy se preste más atención a la dimensión social del pecado. Pero sería peligroso si el concepto de "pecado colectivo" nublara la responsabilidad moral personal y personal de cada uno de nosotros.

De hecho, cada uno de nosotros puede "hacer vano" el plan salvífico de Dios "con respecto a sí mismo"; no el plan divino - en Dios mismo - pero puede hacerlo vano "para sí mismo". Puede hacerlo vano en esa dimensión. En esto consiste la grandeza y el drama de la libertad humana. Dios está de acuerdo en que el hombre inutilice su plan salvífico; de hecho, creó al hombre libre y respeta su libre albedrío.

7. Adviento. El advenimiento del año de la redención.

Venimos aquí para preparar el camino del Señor. Venimos aquí para enderezarle los caminos de nuestra vida, de nuestras conciencias, de nuestras familias, de nuestros entornos, de nuestra gente. . . porque "todo hombre" debe ver "la salvación de Dios".

Y, por tanto, el fruto del encuentro del Adviento es este: que el plan salvífico de Dios no debe ni puede ser "hecho en vano" para ninguno de nosotros. Ninguno de nosotros puede "hacer en vano" para los demás. Pensemos en esta ocasión: ¿quiénes son esos "otros"? ¿Hasta dónde llega la influencia de nuestros "pensamientos, palabras, obras y omisiones"?

Aquí está la idea principal que madura en nosotros en la mesa de la Palabra de Dios, a través de la meditación en ella. Y con esta idea, con este propósito, nos acercamos a la mesa del Pan del Señor: la Eucaristía.

“Te exaltaré, Señor, porque me has liberado. . . / Señor, me sacaste del infierno, / me diste la vida ”( Sal 30, 2,4).

CONCELEBRACIÓN AL CONCLUSIÓN DE LOS DOS DÍAS JUBILIARIOS DE RELIGIOSOS Y HERMANAS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Fiesta de la Presentación de laBasílica del Señor San Pedro

 - Jueves 2 de febrero de 1984

Lumen ad revelationem gentium, et gloriam plebis tuae Israel " ( Lc 2, 31-32).

1. Hoy, queridos hermanos y hermanas, quiero tomar prestadas estas palabras del viejo Simeón, para adorar junto a vosotros la luz : ¡ Cristo, luz del mundo!

Nos encontramos en la Basílica de San Pedro en el año de la Redención, en el año del Jubileo extraordinario. Nos encontramos en esa comunidad numerosa y al mismo tiempo multiforme que todos ustedes constituyen, hermanos y hermanas de tantas órdenes, congregaciones e institutos religiosos. ¡Personas y comunidades consagradas a Dios!

Este encuentro reúne a los representantes de las familias religiosas que viven en Roma y, al mismo tiempo, se extiende a todos los cohermanos y hermanas , a quienes une la unidad y la identidad de la vocación. Y a través de esta unidad e identidad también estáis unidos por una particular unión de misión en la Iglesia, misión en medio del pueblo de Dios en todos los países y continentes, hasta los confines de la tierra.

En esta gran comunidad universal, tú, hoy, te unes al Obispo de Roma y sucesor de Pedro, para gritar en el espíritu de la liturgia de hoy:

“¡ Luz para iluminar al pueblo! ". Luz: Cristo, ¡ luz y gloria del pueblo de Dios en toda la tierra!

2. Con este grito queréis responder al espíritu de la liturgia de esta fiesta particular, y al mismo tiempo queréis manifestar lo que constituye el misterio interior de todos y cada uno de vosotros. De hecho , por tu vocación caminas de un modo particular en esta luz que es Cristo, y también das testimonio de un modo particular.

Hoy lo manifiestan las velas encendidas , que pronto tendrás en tus manos. Cada uno de ellos recuerda en primer lugar el sacramento del Bautismo , a través del cual Cristo comenzó a iluminar su vida con la luz del Evangelio y con la luz de la Redención: Cristo acogido por la fe en la comunidad de la Iglesia. Cristo se transmite día a día en la vida de su familia cristiana, el medio ambiente, la escuela. El pleno florecimiento del Bautismo es la Eucaristía ; y, al mismo tiempo, la renovación constante de su poder purificador es el sacramento de la penitencia y la reconciliación.

Cada una de estas velas les recuerda, en el contexto de la liturgia    de hoy, el momento de su consagración : la profesión religiosa, la elección del estilo de vida según los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.

La luz de Cristo brilló entonces con una llama particularmente vívida. La llama de la vida y la esperanza se unió a la llama viva de la caridad concentrada en el corazón del divino Esposo y, al mismo tiempo, a través de esta concentración, se abrió ampliamente.

Así como este corazón divino está ampliamente abierto en el    misterio de la Redención, de la que sabemos que es universal, que abarca a todos y a todo.

Profundidad y universalidad son los dos rasgos de la vocación religiosa, que atestiguan su arraigo en el misterio de la Redención, a la luz de Cristo.

3. Hoy la liturgia de la fiesta de la Presentación del Señor os conduce hacia esta luz.

He aquí, entras en el templo , como una vez lo hicieron María y José, que llevaron a Jesús a Jerusalén para ofrecerlo al Señor (cf. Lc 2, 22 ). La ley del Antiguo Testamento disponía que todo primogénito varón era consagrado al Señor (cf. Lc 2, 23), y esta consagración iba acompañada de un sacrificio de un par de tórtolas o pichones.

Ustedes, amados hermanos y hermanas, entren hoy a este templo para renovar, a la luz de la Presentación de Cristo, su ofrenda a Dios en Jesucristo : su consagración para ser su propiedad exclusiva.

Esta pertenencia particular a Dios mismo irradia desde lo más profundo del misterio de la consagración : una pertenencia de la que sólo la persona, el sujeto consciente y libre, es capaz. Esta pertenencia tiene la naturaleza de un don. Responde al don y al mismo tiempo expresa el don.

A la luz de Cristo, todos y cada uno de vosotros percibe, con evidencia penetrante, que toda la creación es un don y ve en ella el don particular de la propia humanidad. Y con el don de esta humanidad entera e indivisible quiere responder al don del Creador, del Redentor, del Esposo.

De esta manera, un vínculo particular de comunión con Cristo y, en él, con la Santísima Trinidad: con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, está inscrito en el "yo" humano de todos y cada uno de ustedes .

4. Entrando entonces, junto con María y José, en el templo - donde tendrá lugar el rito de la Presentación de Jesús, previsto por la ley - nos encontramos con dos personas , totalmente consagradas a Dios, dedicadas a la espera de Israel, que es decir a la mayor esperanza de la humanidad de todos los tiempos: son Simeone y Anna.

Simeón, movido por el Espíritu Santo, fue al templo (cf. Lc 2, 27 ).

¿No te recuerda esto a una "inspiración" similar de la que una vez fuiste movido: la inspiración del Espíritu? ¡Sí! Porque el Espíritu Santo , en el poder de la redención de Cristo, es el promotor de toda santidad. También es un defensor de esa llamada particular en el camino de la santidad , que está contenida en la vocación religiosa.

Hoy, cuando renueves tu profesión en tu corazón, recuerda esa "inspiración" interior del Espíritu, que se encuentra al comienzo de tu camino. Recuerda cómo esta " inspiración " volvió después de algún tiempo hasta que reconociste en ella una voz clara de Dios y la fuerza del amor conyugal del Señor que llama.

Recuerda esto hoy para dar gracias con un corazón renovado, para profesar "las grandes obras de Dios" ( Hechos 2:11). Esta inspiración "del Espíritu" no se puede extinguir. Debe durar y madurar, junto con la vocación religiosa, a lo largo de tu vida.

¡Nunca podrán separarse de esta "inspiración salvadora del Espíritu", guardándola en ese templo interior que son todos y cada uno de ustedes!

Cuán elocuentes son las palabras sobre la profetisa Ana en el evangelio de hoy: “ Nunca se fue del templo , sirviendo a Dios día y noche con ayunos y oraciones. . . Vencido en ese momento comenzó. . . alabando a Dios y hablando del niño a los que esperaban la redención de Jerusalén ”( Lc 2, 37-38).

5. Simeón se inclina sobre el niño y pronuncia las palabras proféticas: "Está aquí para la ruina y la resurrección de muchos en Israel, signo de contradicción para que se revelen los pensamientos de muchos corazones" (cf. Lc 2, 34). . Dirige estas palabras a María , su Madre.

Y añade: "Una espada te traspasará el alma" ( Lc 2, 35).

¡Extraña profecía! Es quizás la síntesis más concisa y al mismo tiempo la más completa de toda la cristología y toda la soteriología.

¡Queridos hermanos y hermanas!

Que esta profecía llegue hoy a sus almas con una nueva fuerza. Aceptar a Cristo, luz del mundo: Cristo en quien Dios "ha preparado la salvación delante de todos los pueblos" (cf. Lc 2, 31 ).

Acepta a Cristo , que es también "signo de contradicción". Esta contradicción está inscrita en tu vocación. No intente quitarlo ni borrarlo. Esta " contradicción "  tiene un significado salvífico. La salvación del mundo se realiza precisamente en el camino de esta contradicción forjada por Cristo. Al aceptar a Cristo, tú también eres una manifestación de esta contradicción salvadora. No puede ser de otra manera. Precisamente en nombre de la contradicción salvífica se inscribe en vuestro yo cristiano y religioso la profesión de pobreza, castidad y obediencia.El mundo necesita la auténtica contradicción de la consagración religiosa como levadura incesante de renovación salvífica.

6. En tus manos llevarás encendidas las velas de la liturgia de hoy.

Dicen que Cristo es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Son el testimonio de tu entrega indivisible a Cristo y Dios, son el testimonio de tu consagración. Estas velas también iluminan la vida humana , la vida de cada uno de nosotros. A medida que la vela se quema, la cera se derrite y la vela se apaga. ¡Que tu vida arda a la luz de Cristo!

¡Que sea toda la dedicación conyugal a su servicio! Que la corriente vivificante del misterio de la Redención pase por esta vida, llegue al mundo y a los hombres, y oriente toda nuestra existencia humana hacia la luz eterna : la luz de la visión y la gloria.

7. Simeón le dijo a María, Madre de Jesús:

¡Y una espada también te traspasará el alma!

¡Queridos hermanos y hermanas!¡Acepta a Cristo de las manos de María!¡Que el misterio de la Redención te llegue a través de su alma!¡Que todos los planes salvíficos de los corazones consagrados sean siempre evidentes ante el corazón de la Madre! Unidos a Ella. Con la mirada fija en Ella. En Ella hay una semejanza particular de Cristo, Esposo de vuestras almas.

SOLEMNE CONCELEBRACIÓN AL FINAL DEL JUBILEO DEL CLERO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 23 de febrero de 1984

“El Espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos y la liberación de los encarcelados. Para publicar el año de gracia de Yavé” (Is 61, 12).

Amadísimos Hermanos en la gracia del Sacerdocio:

Hace un año me dirigía a vosotros mediante la carta para el Jueves Santo de 1983, pidiéndoles anunciar, junto conmigo y con todos los Obispos de la Iglesia, el Año de la Redención: el Jubileo extraordinario, el Año de gracia del Señor.

Hoy deseo agradecerles cuanto habéis hecho para que este Año, que nos recuerda el 1950 aniversario de la Redención, se convirtiera verdaderamente en «el año de gracia del Señor», el Año Santo. Y a la vez, al encontrarme con vosotros en esta concelebración, en la que culmina vuestra peregrinación a Roma con ocasión del Jubileo, deseo renovar y profundizar en unión con vosotros la conciencia del misterio de la Redención, que es el manantial vivo y vivificador del sacerdocio sacramental, del que cada uno de nosotros participa.

En vosotros, aquí llegados no sólo de Italia, sino también de otros Países y Continentes, veo a todos los sacerdotes: a todo el Presbiterio de la Iglesia universal. Y a todos me dirijo con el aliento y la exhortación de la Carta a los Efesios: “  ...os exhorto yo ...a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados” (Ef 4, l).

Es necesario que nosotros también —llamados a servir a los demás en la renovación Espiritual del Año de la Redención—  nos renovemos, mediante la gracia de este Año, en nuestra hermosa vocación.

2. “Cantaré siempre las piedades de Yavé”.

Este versículo del salmo responsorial (Sal 89 (88), 2) de la liturgia de hoy nos recuerda que somos de modo especial “ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, l), que somos hombres de la divina economía de salvación, que somos un “ instrumento” consciente de la gracia, o sea de la acción del Espíritu Santo con el poder de la Cruz y Resurrección de Cristo.

¿Qué es esta economía divina? ¿Qué es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, gracia que El ha querido unir sacramentalmente a nuestra vida sacerdotal y a nuestro servicio sacerdotal, aunque sea ofrecida por hombres tan pobres e indignos?. La gracia, como proclama el Salmo de la liturgia de hoy, es un testimonio de la fidelidad de Dios mismo a aquel Amor eterno con el que El ha amado la creación, y particularmente al hombre, en su Hijo eterno.

Dice el Salmo: “Porque dijiste: La piedad es eterna. Cimentaste en los cielos tu fidelidad” (Sal 89 (88), 3).

Esta fidelidad de su Amor —del Amor misericordioso—  es la fidelidad a la Alianza que Dios ha realizado, desde el comienzo, con el hombre y que ha renovado muchas veces, a pesar de que el hombre con frecuencia no haya sido fiel a ella.

La gracia es por consiguiente un puro don del Amor, que sólo en el mismo Amor, y no en otra cosa, encuentra su razón y motivo.

El Salmo exalta la Alianza que Dios ha estrechado con David y al mismo tiempo, a través de su contenido mesiánico, revela cómo aquella Alianza histórica es solamente una etapa y un anuncio previo a la Alianza perfecta en Jesucristo: “El me invocará, diciendo: Tú eres mi padre, mi Dios y la Roca de mi salvación” (Ivi 27).

La gracia, como don, es el fundamento de la elevación del hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios en Cristo, Hijo Unigénito. “Serán con él mi fidelidad y mi piedad, y en mi nombre se alzará su poder” (Ivi 25). Precisamente este poder que nos hace hijos de Dios, del que habla el prólogo del Evangelio de San Juan todo el poder salvífico ha sido otorgado a la humanidad en Cristo, mediante la Redención, la Cruz y la Resurrección.

Y nosotros —siervos de Cristo—  somos sus administradores. El sacerdote es el hombre de la economía salvífica. El sacerdote es el hombre plasmado por la gracia. El sacerdote es el administrador de la gracia.

3. “Cantaré siempre las piedades de Yavé”.

Precisamente ésta es nuestra vocación. En esto consiste la peculiaridad y la originalidad de la vocación sacerdotal. Está arraigada de manera especial en la misión de Cristo mismo, de Cristo Mesías.

“El Espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungidome ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos y la liberación de los encarcelados... para consolar a todos los tristes” (Is 61, 12).

Precisamente en lo íntimo de esta misión mesiánica de Cristo Sacerdote está arraigada también nuestra vocación y misión: vocación y misión de sacerdotes de la Nueva y Eterna Alianza. Es la vocación y la misión de los mensajeros de la Buena Nueva; de los que tienen que curar las heridas de los corazones humanos; de los que tienen que proclamar la liberación en medio de múltiples aflicciones, en medio del mal que de tantas maneras “tiene” esclavizado al hombre; de los que tienen que consolar.

Esta es nuestra vocación y misión de servidores. Nuestra vocación, queridos hermanos, encierra en sí un gran y fundamental servicio respecto de cada hombre. Ninguno puede prestar este servicio en lugar nuestro. Ninguno puede sustituirnos. Debemos alcanzar con el Sacramento de la Nueva y Eterna Alianza las raíces mismas de la existencia humana sobre la tierra.

Debemos, día tras día, introducir en ella la dimensión de la Redención y de la Eucaristía.

Debemos reforzar la conciencia de la filiación divina mediante la gracia. ¿Qué perspectiva más alta y qué destino más excelso podría tener el hombre?.

Debemos finalmente administrar la realidad sacramental de la reconciliación con Dios y de la sagrada Comunión, en la que se sale al encuentro de la más profunda aspiración del «insaciable» corazón humano. Verdaderamente nuestra unción sacerdotal está enraizada profundamente en la misma unción mesiánica de Cristo.

Nuestro sacerdocio es ministerial. Sí, debemos servir. Y “servir” significa llevar al hombre a los fundamentos mismos de su humanidad, al meollo más profundo de su dignidad. Precisamente allí debe resonar  —mediante nuestro servicio—  el “canto de alabanza en vez de un espíritu abatido para usar una vez más las palabras del texto de Isaías (Is 61, 3).

4. Amadísimos hermanos: Redescubramos, día a día y año tras año el contenido y la esencia, verdaderamente inefables, de nuestro sacerdocio en las profundidades del misterio de la Redención. Yo deseo que a esto ayude de modo particular el Año en curso del Jubileo extraordinario.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos  —la mirada del alma—  para comprender mejor lo que quiere decir celebrar la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo mismo, confiado a nuestros labios y a nuestras manos de sacerdotes en la comunidad de la Iglesia.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos   —la mirada del alma—  para comprender mejor lo que significa perdonar los pecados y reconciliar las conciencias humanas con Dios Infinitamente Santo, con el Dios de la Verdad y del Amor.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos  —la mirada del alma—  para comprender mejor lo que quiere decir actuar “in persona Christi,  en nombre de Cristo: actuar con su poder, con el poder que, en definitiva, se arraiga en la realidad salvífica de la Redención.

— Abramos cada vez más ampliamente los ojos  —la mirada del alma—  para comprender mejor lo que es el misterio de la Iglesia. ¡Somos hombres de Iglesia!

“Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (Ef 4, 46).

Por tanto: esforzarse “en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz” (Ef 4, 3). Sí. Precisamente esto depende, de manera particular, de vosotros: “mantener la unidad del Espíritu”.

En una época de grandes tensiones, que sacuden el cuerpo terreno de la humanidad, el servicio más importante de la Iglesia nace de la “unidad del Espíritu”, a fin de que no sólo no sufra ella misma una división desde fuera, sino que además reconcilie y una a los hombres en medio de las contrariedades que se acumulan en torno a ellos mismos en el mundo actual.

Hermanos míos: A cada uno de vosotros “ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo... para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef 4, 7.12). ¡Seamos fieles a esta gracia! ¡Seamos heroicamente fieles a ella!

Hermanos míos: El don de Dios ha sido grande para con nosotros, para cada uno de nosotros. Tan grande que todo sacerdote puede descubrir dentro de sí los signos de una predilección divina. Cada uno conserve fundamentalmente su don con toda la riqueza de sus expresiones; también el don magnífico del celibato voluntariamente consagrado al Señor  —y de El recibido—  para nuestra santificación y la edificación de la Iglesia.

5. Jesucristo está en medio de nosotros y nos dice: “Yo soy el buen pastor ” (Jn 10, 11. 14).

Es precisamente El quien nos ha “constituido ” pastores también a nosotros. Y es El quien recorre todas las ciudades y pueblos (cfr. Mt 9, 35), a donde somos enviados para desarrollar nuestro servicio sacerdotal y pastoral.

Es El, Jesucristo, quien enseña, predica el evangelio del Reino y cura toda enfermedad (cfr. Ivi) del hombre, a donde somos enviados para el servicio del Evangelio y la administración de los Sacramentos.

Es precisamente Él, Jesucristo, quien siente continuamente compasión de las multitudes y de cada hombre cansado y rendido, como “ovejas sin pastor” (Cfr. Mt 9, 36).

Queridos hermanos: En esta asamblea litúrgica pidamos a Cristo una sola cosa: que cada uno de nosotros sepa servir mejor, más límpida y eficazmente, su presencia de Pastor en medio de los hombres en el mundo actual. Esto es también muy importante para nosotros, a fin de que no nos entre la tentación de la “inutilidad”, es decir, la de sentirnos no necesarios. Porque no es verdad. Somos más necesarios que nunca, porque Cristo es más necesario que nunca. El Buen Pastor es necesario más que nunca. Nosotros tenemos en la mano  — precisamente en nuestras «manos vacías» —  la fuerza de los medios de acción que nos ha dado el Señor.

Pensar en la Palabra de Dios, más tajante que una espada de doble filo (cfr. Heb 4, 12); pensar en la oración litúrgica, particularmente en la de las Horas, en la que Cristo mismo pide con nosotros y por nosotros; y pensar en los Sacramentos, en particular en el de la Penitencia, verdadera tabla de salvación para tantas conciencias, meta hacia la que tienden tantos hombres de nuestro tiempo. Conviene que los sacerdotes den nuevamente gran importancia a este Sacramento, para la propia vida Espiritual y para la de los fieles.

Es cierto, amadísimos hermanos: con el buen uso de estos “medios pobres” (pero divinamente poderosos) veréis florecer en vuestro camino las maravillas de la infinita Misericordia.

¡Incluso el don de nuevas vocaciones!

Con tal conciencia, en esta oración común, escuchemos de nuevo las palabras del Maestro, dirigidas a sus discípulos: “ la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogar, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 37-38).

¡Cuánta actualidad tienen estas palabras también en nuestra época!

Roguemos pues. Que pida con nosotros toda la Iglesia. Y que en esta oración se manifieste la conciencia, renovada por el Jubileo, del misterio de la Redención.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA SOLEMANA CON LOS OBISPOS DE EUROPA SOBRE EL
V CENTENARIO DE LA MUERTE DE SAN CASIMIRO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro - Domingo 4 de marzo de 1984

1. " Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo " ( Lv 19, 2).

Con estas palabras de la primera lectura de la liturgia de hoy, llevo mi pensamiento y mi corazón, junto con ustedes, hermanos y hermanas, a la tumba de san Casimiro en Vilnius.

Este año se cumplen cinco siglos desde que esas reliquias, queridas por toda la Iglesia, fueron colocadas entre el pueblo de Dios de la tierra natal.

Durante cinco siglos, San Casimiro, patrón de Lituania, permanece entre ese pueblo, con toda la herencia de su santidad, permanece como testimonio del misterio de la redención y como signo de esa esperanza en la que hemos sido salvados ( Rm 8 : 24 ). Durante cinco siglos ha hablado a sus compatriotas y, juntos, hermanos y hermanas en la gracia de la fe y el santo Bautismo: "Sed santos, porque yo, el Señor, tu Dios, soy santo".

2. Ayer la Iglesia de Lituania inició el jubileo del 500 aniversario de la muerte de san Casimiro , mediante una solemne concelebración del episcopado lituano en la tumba del santo en Vilnius.

Deseamos inaugurar este jubileo también aquí, en la Basílica de San Pedro , que es el centro visible de la unidad de la Iglesia. De esta manera, toda la Iglesia universal manifiesta su unidad católica con la Iglesia, que en Lituania se concentra en torno a la quíntuple tradición secular de San Casimiro. También se puede decir que toda la Iglesia universal, junto con el obispo de Roma, sucesor de Pedro, va en peregrinación espiritual al santuario de Vilnius, donde descansa el santo patrón de Lituania. Es una peregrinación de fe y de amor , que nos une y nos une en Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, como hijos adoptivos del Padre, como testigos de la misma Verdad., la Verdad que libera al hombre en el poder del Consolador.

3. La memoria de San Casimiro es querida por los hijos e hijas de esa tierra, que una vez se desarrolló bajo los grandes duques del linaje Gediminas y bajo el cetro de los Jagiellons. Yo mismo no puedo pensar sin una profunda emoción en el corazón que este santo nació en el castillo real de Cracovia en el año 1458 y es el hijo del gran Casimir Jagiellon, rey de Polonia y gran duque de Lituania, y su madre fue Isabel (de la familia de los Habsburgo), llamada "madre de reyes".

Casimiro heredó el nombre de su padre. Y era descendiente de ese gran linaje, al que Lituania debe su Bautismo en 1386 (por lo tanto, hace casi 600 años).

¡Qué elocuente es que un fruto tan maduro de santidad creciera en poco tiempo de la herencia de ese Bautismo !

¡Qué elocuente es que en el mismo lugar donde los antepasados ​​recibieron ese histórico Bautismo, en Vilnius, un santo fue enterrado casi un siglo después!

En él se reafirma esa vocación a la santidad , que es compartida por todo el pueblo de Dios y que, de generación en generación, irradia a todos los paisanos de San Casimiro. También hay en Lituania, Polonia y también entre otras naciones cristianas quienes reciben el nombre de Casimiro en el Santo Bautismo , para que sea su guía y ejemplo en el camino de la vida cristiana.

4. La vida terrena de Casimiro fue corta: 26 años. Al mismo tiempo, se puede decir con las palabras de la Escritura que esta vida de corta duración "ha alcanzado la perfección en poco tiempo" ( Sab 4, 13).

La vara de medir de la vida humana es, en efecto, la madurez moral y, sobre todo, el grado de amor a Dios y al prójimo , con el que logra llenar todos los días de su existencia.

Las lecturas de la liturgia de hoy nos hablan de esto: tanto el salmista, como San Pablo en la Carta a los Filipenses , y finalmente San Juan en su Evangelio.

Con certeza podemos repetir de Casimiro, de linaje jagellónico: aquí está "el que camina sin falta, actúa con justicia y habla con lealtad" ( Sal 15, 2), indicando así la gran lealtad de su vida. En el espíritu de esta lealtad, ni siquiera dudó en influir en el rey, su padre, como atestiguan las crónicas, cuando los motivos de justicia hacia sus súbditos lo exigían.

Casimiro fue ante todo discípulo y seguidor de Jesucristo, que podía repetir de sí mismo las palabras del Apóstol : "Dejé todas estas cosas y las considero basura, para ganar a Cristo y ser hallado en él " ( Fil 3, 8,9). Este gran deseo consumió su alma como una llama interior.

Era como ese "atleta" evangélico que "inclinándose hacia el futuro, corre hacia la meta. . . " (cf. Fil 3, 13-14). Casimiro, de hecho, ha quedado en la memoria de la posteridad como un asceta celoso, que se conforma con poco, pero exigente consigo mismo .

5. El camino de la santidad, con el que aquella joven alma se acercó a Dios en Jesucristo, tuvo su fuente principal en el amor . Casimiro vivió el mandamiento del amor de Cristo como alimento sustancial de sus pensamientos, sentimientos y obras. Este "permanecer enamorado" lo aprendió diariamente del divino Maestro, que dice; “Como el Padre me ha amado, también yo os he amado a vosotros. Permanece en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor ”( Jn 15 : 9-11).

Casimiro, por tanto, permaneció en el amor de Cristo, Hijo de Dios, haciéndose cada vez más perfecto "amigo" de su Maestro. También se consolidó cada vez más en esa elección y en esa estructura coherente, de la que el mismo Maestro habla a los apóstoles: “ Yo os he elegido y os he constituido para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca ; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo conceda ”( Jn 15,16 ).

Así, pues, Casimiro aparece ante nosotros - sobre la base de las lecturas litúrgicas: ¡un hombre de oración, un hombre de obras nacido del amor, un verdadero testimonio del Evangelio de Cristo!

6. ". . . Que se amen los unos a los otros ”( Jn 15,12,17), dice el Maestro; y el discípulo y seguidor busca manifestar este amor a lo largo de su vida. Por ser hijo del rey, encuentra una manifestación particular de este amor mutuo en el humilde servicio a los demás , especialmente a los pobres, los enfermos, los necesitados.

He aquí lo que leemos al respecto en la descripción de su vida, que proviene de un autor casi contemporáneo a él: “Defendió y abrazó como suyas las causas de los pobres y los miserables, por lo que el pueblo fue llamado defensor de los pobres. Y aunque era hijo del rey y noble por la dignidad de su nacimiento, nunca se mostró superior en su trato y conversación con ninguna persona, por humilde y de bajo rango que fuera ”( Liturgia de las Horas ).

Siempre tuvo ante sus ojos la imagen de Cristo , que lavó los pies a los discípulos, y las palabras: "Si yo, tu Señor y Maestro, te he lavado los pies, tú también debes lavar los pies unos a otros" ( Jn 13 , 14).

7. Y con tal herencia de santidad , Casimiro, hijo del rey, quedó entre el Pueblo de Dios de su tierra. Patrón de Lituania.

Y hoy, por tanto, nuestro corazón y nuestras oraciones se dirigen de manera particular a esa tierra y a ese pueblo . Abrazamos con amor a todos los hijos e hijas de Lituania que, geográficamente avanzada hacia Oriente, durante seis siglos ha estado vinculada, con el vínculo de la fe y la unidad católica, a la Sede de San Pedro en Roma.

Con pensamiento y oración, deseo llegar a cada uno de los hijos e hijas de esa nación.

Ustedes, queridos hermanos en el episcopado que, con la preocupación del Buen Pastor, deben conducir al pueblo lituano en medio de tantos obstáculos en el camino de la salvación, consolados por el testimonio luminoso, y a veces heroico, de fidelidad y amor a Cristo a la Iglesia, rendido por tantos pastores de almas de tu país.

Ustedes sacerdotes , celosos y fieles "ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" ( 1 Co 4, 1): que la luz de su fe, templada con el fuego de tantas pruebas compartidas con sus fieles, brille siempre ante los hombres. . Recuerdo con especial cariño a los sacerdotes ancianos y enfermos, que trabajan sin descanso, hasta el último aliento, en la viña del Señor.

Ustedes, personas consagradas a Dios por la profesión de los consejos evangélicos: con el testimonio de su entrega total a Dios y con una vida silenciosa, muchas veces escondida pero fecunda en obras de caridad, construyen el Cuerpo de Cristo.

Ustedes, seminaristas : con generosidad, valentía y perseverancia, superando todas las dificultades, sepan responder a la llamada del Señor.

Abrazo a todas las familias cristianas , para que en un mundo que ignora los valores religiosos, sepan transmitir bienes preciosos a sus hijos: la fe recibida en el Bautismo, las virtudes que son el fundamento de la verdadera dignidad del hombre, la bella cristiana. tradiciones que han impregnado la cultura de la nación lituana.

Os recuerdo especialmente a vosotros, jóvenes , para que sigáis el ejemplo de san Casimiro en fidelidad a Dios y santidad de vida.

Por último, mi oración y la tuya se convierte en una imploración por los enfermos, por los en prueba, por todos los que viven el espíritu de las Bienaventuranzas: "Bienaventurados ustedes cuando los insultan, los persiguen y, mintiendo, dicen todo usted en mi cuenta. Alégrate y alégrate, porque tu recompensa es grande en los cielos ”( Mt 5, 11).

8. “En todas las naciones de la tierra un solo Pueblo de Dios tiene sus raíces , ya que de en medio de todas las razas toma a los ciudadanos de su reino, no terrenal sino celestial. . .

En virtud de esta catolicidad, las partes individuales llevan sus dones a las otras partes y a toda la Iglesia, y así se fortalecen el todo y las partes individuales. . . " ( Lumen gentium , 13).

¡Iglesia en suelo lituano! Hoy la Sede de San Pedro celebra con gratitud ese don particular que el pueblo de Dios de su tierra ha contribuido a dar a la unidad espiritual de la Iglesia. ¡Ese regalo es San Casimiro !

¡Iglesia en suelo lituano!

Estás presente en la unidad espiritual de la Iglesia católica a través de este don y de toda la herencia de fe, esperanza y amor que a lo largo de cinco siglos, y especialmente en la era contemporánea, se ha desarrollado en torno a San Casimiro, patrón de Lituania. .

¡Oh Iglesia! Tan cerca, y en un tiempo tan lejano, eres querido por todas las Iglesias de la comunidad universal de la única Iglesia Católica. Y las personas que conservan con tanta tenacidad las reliquias y la herencia espiritual de San Casimiro les son queridas .

Arrodillándonos junto a las reliquias de San Casimiro, con espíritu de entrega nos dirigimos a la Madre de la Misericordia en la Puerta de la Aurora de Vilnius, y la clamamos unidos con la misma solicitud, con la misma esperanza y con el mismo amor. , que ardía por ella. en el corazón de San Casimiro:

“¡Spes nostra, hola!

¡A ti clamamus!

Sub tuum praesidium confugimus, Mater Misericordiae! ”.

CELEBRACIÓN DEL MIERCOLES DE CENIZA CON LOS JÓVENES DE LA DIÓCESIS DE ROMA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Catacumbas de San Calisto - Miércoles 7 de marzo de 1984

1. Hoy la Iglesia anuncia el ayuno de cuarenta días . Lo hace en recuerdo del ayuno de Cristo Señor, quien, de esta manera, se preparó para su actividad mesiánica pública. La Iglesia anuncia la Cuaresma como un período de preparación a la solemnidad de la Pascua. Y la Pascua - pasión, muerte y resurrección - constituye el cumplimiento de la misión mesiánica de Jesús de Nazaret.

La Iglesia comienza el ayuno de cuarenta días a partir de hoy, miércoles de ceniza. En este día, limitando al mínimo el consumo de alimentos, todos inclinamos la cabeza, para que el sacerdote coloque allí las cenizas . Esto corresponde a una tradición muy antigua del pueblo de Dios, que tiene su inicio en el Antiguo Testamento.

2. En este día especial os encuentro, queridos jóvenes: hijos e hijas de Roma. Juntos comenzamos el ayuno de cuarenta días de Cuaresma del Año Jubilar de la Redención y lo hacemos en las catacumbas de San Calisto.

El lugar en sí tiene su elocuencia. Se sabe que la Iglesia Romana nació y se desarrolló en las catacumbas durante los primeros siglos. La era de las catacumbas es la era de los mártires, de los heroicos testigos del Evangelio de Cristo, de su cruz y resurrección.

En estos cementerios subterráneos de la antigua Roma se difundió la luz de Cristo: el mensaje de la Nueva Vida , para pasar al aire libre y al aire libre en el tiempo indicado por la Providencia.

El lugar donde nos reunimos tiene una elocuencia particular hoy, al comienzo de la Cuaresma del Año de la Redención.

3. Habéis venido a este lugar en peregrinación desde las distintas partes de Roma hoy, para iniciar la procesión cuaresmal del Año de la Redención : un camino muy especial, que es legado de muchas generaciones pasadas de confesores de Cristo. Este camino es al mismo tiempo el camino hacia el futuro: de hecho, vosotros, jóvenes romanos, jóvenes confesores de Cristo, queréis seguirle a lo largo de la vida; y esta vida pertenece al futuro.

Precisamente por eso eliges como etapa particular el ayuno de los cuarenta días de Cuaresma. Debe prepararos interiormente para el Domingo de Ramos , el día elegido por los jóvenes de las diferentes naciones del mundo, que se unirán en el extraordinario Jubileo del Año de la Redención.

4. Al comienzo de esta etapa, me encuentro con usted como obispo de Roma . Juntos debemos inclinar la cabeza, sobre la cual la mano del sacerdote depositará las cenizas.

Cada uno de nosotros escuchará en ese momento las palabras que resumen el significado del Miércoles de Ceniza.

La liturgia de las cenizas se expresa en dos breves fórmulas de la Sagrada Escritura.

La primera fórmula : "Recuerda que eres polvo y al polvo volverás", extraída del libro del Génesis (cf. Gn 3,19 ).

La segunda fórmula : "Convertíos y creed en el Evangelio", según el texto de San Marcos ( Mc 1,15 ).

Cada una de estas fórmulas tiene su propio contenido. Cada uno constituye una síntesis particular. La Iglesia quiere que aceptemos, al comienzo de la Cuaresma, la verdad contenida en ambas fórmulas del rito litúrgico .

Aceptemos, por tanto, la verdad sobre la muerte , sobre la fugacidad del hombre en el mundo temporal. Y al mismo tiempo aceptamos la verdad sobre la Vida , que va más allá de la dimensión de la temporalidad: sobre la vida eterna en Dios, a la que Cristo nos presenta.

Y aceptamos, sobre la base de esta doble verdad, la llamada a la conversión . Que esto constituya el sentido central y vivificante de esta etapa, que comenzamos con la Cuaresma del Año Jubilar de la Redención.

5. Meditemos bien la lectura de hoy del Evangelio según Mateo.

La Cuaresma asigna nuestra propia humanidad como una tarea a cada uno de nosotros de una manera particular . Nos recomienda vivirlo, nos ordena realizarlo en una mayor concentración. Y esto lo adquirimos cuando buscamos de manera más consciente “ ser nosotros mismos ante Dios ”.

"Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos: de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que tu en el cielo!" ( Mt 6, 1).

Por tanto, la Cuaresma es una concentración teocéntrica : una mirada teocéntrica sobre el hombre.

A partir de esta concentración, la práctica de la Cuaresma recomienda orientarnos en tres direcciones fundamentales , en las que se expresa la espiritualidad del hombre, y en primer lugar su voluntad y su libertad.

La dirección " hacia adentro ", que corresponde al dominio del "yo": la victoria de la voluntad sobre la sensualidad humana. Este es el " ayuno " que se nos pide.

La dirección " ascendente " , en la que se expresa la orientación de nuestro espíritu hacia la trascendencia. Aquí está " la oración ".

La dirección " hacia los demás ", a través de la cual el "yo" humano se abre "a los demás". Aquí está la " limosna ".

En esta etapa cuaresmal debéis reflexionar más profundamente sobre la tarea que Cristo nos asigna en el Evangelio de hoy. Es , como podemos ver, está orgánicamente inscribe en la humanidad de cada uno de nosotros. Se une estrechamente al programa evangélico de "autorrealización" del hombre.

6. También debe prestar especial atención al Salmo 50 , que es el más conocido y más extendido de los llamados salmos penitenciales. Sus versos se encuentran en la liturgia de hoy como salmo responsorial. Vale la pena conocerlo todo y asimilarlo en su totalidad.

En este momento quiero llamar su atención sobre tres pasajes de ese salmo, que iluminan de manera particular toda la cuestión de la penitencia y la conversión.

- El salmista pregunta:

Crea en mí, oh Dios, un corazón puro , renueva en mí un espíritu firme" ( Sal 51, 12).

Dios "crea" y el hombre "hace". ¡La tarea que la Iglesia nos plantea en esta etapa es generar una creatividad particular! ¡Un hombre espiritualmente fuerte debe emerger de él! B)

- El salmista pregunta:

Dame la alegría de ser salvo , sostén en mí un espíritu generoso" ( Sal 51, 14).

Es la alegría que acompaña al trabajo sobre uno mismo. Este es un trabajo creativo, que cuesta; por esta misma razón trae una alegría enorme.

- Y finalmente: " Señor, abre mis labios y mi boca proclama tu alabanza " ( Sal 51, 17).

No se puede vivir sin esta perspectiva. "La gloria de Dios es el hombre vivo", dice San Ireneo. No es posible vivir verdaderamente sin esta perspectiva. Sólo en él se revela la verdadera dignidad del hombre.

7. Es una alegría particular para mí poder comenzar este ayuno de los cuarenta días del Año de la Redención junto con ustedes. Me alegra que el cardenal vicario de Roma y los obispos que colaboran con nosotros estén presentes aquí. Me complace la participación de sacerdotes, religiosos y religiosas. Ellos y yo nos regocijamos calurosamente junto a usted:

contigo, joven Iglesia de la antigua Roma!

Y como repetimos esta invocación pastoral con el apóstol:

 "Os imploramos en el nombre de Cristo: reconciliaos con Dios " ( 2 Co 5 , 20 ), también pedimos: reconoced la profundidad, la riqueza de esta reconciliación con Dios, la riqueza de vosotros mismos a través de ella, la cantidad te conviertes en ellos mismos.

Tal es, de hecho, el plan eterno de Dios, el plan de salvación: el hombre se vuelve plenamente él mismo, es decir, verdaderamente hombre , en Jesucristo.

"Ahora es el momento propicio, ahora es el día de la salvación" ( 2 Cor 6, 2).

¡Colabora con él!

¡Colabora con Cristo!

"Y como somos sus colaboradores, os exhortamos, y os pedimos de todo corazón, que no acogáis en vano la gracia de Dios" ( 2 Co 6, 1).

¡Que dé fruto! ¡Que este ayuno de los cuarenta días del Año Jubilar de la Redención produzca un fruto particular!

CONCELEBRACIÓN POR EL JUBILEO INTERNACIONAL DE HERMANDADES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 1 de abril de 1984

1. " La gracia del Señor Jesús sea con todos vosotros " ( 1 Cor 16, v23).

Con estas palabras del Apóstol Pablo, os saludo a todos vosotros, queridos miembros de las Cofradías reunidas aquí de varias partes de Italia y del mundo para celebrar el Jubileo de la Redención. Expreso también mi agradecimiento por esta muestra de fe que ofrecen hoy a la Iglesia y al mundo, en nombre y en representación de sus respectivas Asociaciones, que a lo largo de los siglos no han dejado de dar testimonio de su fidelidad a la Iglesia.

1. " Yo soy la luz del mundo " (cf. Jn 8,12 ).


"Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo" ( Jn 9, 5).

Jesucristo está en el mundo. Está entre los hombres. Sobre todo entre los infelices. Todo el Evangelio lo confirma.

Hoy en el centro del Evangelio y en el centro de la liturgia están Jesús y un hombre ciego de nacimiento. Cristo le devuelve la vista y lo hace en sábado.

Trabaja este milagro en algunos aspectos de una manera " ritual ". Primero mezcla el polvo de la tierra con la saliva y la esparce sobre los ojos del ciego. Luego le ordena que se lave en la piscina de Siloe. Después de lavarse , el ciego de nacimiento recupera la vista.

Con este signo, Jesús de Nazaret se manifiesta como la luz del mundo, en primer lugar, porque hace posible la vista al ciego: la vista es la capacidad de entrar en contacto con la luz del mundo exterior.

Entonces porque libera a este hombre de la ceguera de espíritu. Abre la vista de su alma a Dios y sus misterios . Esa apertura del alma se llama fe, que significa estar en contacto con la luz del mundo interior. El hombre ciego de nacimiento, después de haber recuperado la capacidad de ver, se abre al mismo tiempo al misterio de Dios en Cristo. Confiesa tu fe en el Hijo del Hombre .

"¿Crees en el Hijo del Hombre?" pregunta Jesús ( Jn 9,35)

"¿Y quién es él, Señor, para que yo crea en él?", Responde el curado ( Ibid. 9:36).

"Lo has visto: el que te habla es realmente él" ( Ibíd. 9:37).

"¡Yo creo, Señor!" y se postra ante él ( Ibid. 9, 38).

El hecho que leemos en la liturgia de este IV domingo de Cuaresma nos lleva a reflexionar sobre nuestra fe en Cristo, hijo del hombre, en Cristo, luz del mundo. Indirectamente este acontecimiento también se refiere al Bautismo , que es el primer sacramento de la fe: el sacramento que abre los ojos , mediante el renacimiento del agua y el Espíritu Santo; como le sucedió al ciego de nacimiento, cuyos ojos fueron abiertos, después de haberse lavado en el agua del estanque de Siloé.

2. El acontecimiento narrado en la liturgia de hoy también nos muestra que la fe del hombre, renacida con el poder de Cristo, encuentra desconfianza e incluso incredulidad .

En cierto sentido, tiene que abrirse camino a través de esta desconfianza e incredulidad. Así se abre paso por la fe del ciego, a quien Cristo le devolvió la vista. Su fe en el Hijo del hombre encuentra la oposición de los fariseos , su incredulidad. No es fácil para un hombre con problemas sociales oponer su fe a esta incredulidad . Sin embargo, ante tantas acusaciones que sus interlocutores presentan a Jesús, tiene un argumento irrefutable: me devolvió la vista: "Antes era ciego, ahora veo" ( Jn 9, 25 ).

Además de una fuerte incredulidad, el hombre curado de la ceguera congénita también encuentra miedo y miedo , incluso por parte de sus padres, que prefieren no exponerse a las represalias de los influyentes fariseos; "Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego: cómo entonces nos ve ahora, no lo sabemos, ni sabemos quién le abrió los ojos, pregúntale, es viejo, hablará de sí mismo" ( Jn 9, 20-21).

Por tanto, la fe del hombre, a quien Cristo ha devuelto la vista, pasa por una prueba severa , pero sale victoriosa. La luz que Cristo implantó en su alma, no solo en sus ojos, demuestra ser más fuerte que la incredulidad y la desconfianza, también es más fuerte que los miedos humanos y el mismo deseo de intimidar. 

Todo esto tiene su elocuencia no solo en el contexto de este hombre concreto y de este acontecimiento concreto (que en el Evangelio de Juan se describe de manera extraordinariamente detallada), sino también en el contexto de la vida y el comportamiento de cada hombre, de cada cristiano.

¿No está la fe de cada uno de nosotros expuesta a nuestra propia debilidad, y también a la incredulidad, la desconfianza, las dudas, la presión de la opinión y, en ocasiones, la intimidación, la discriminación y la persecución?

Pensemos hoy en todos los hombres del mundo , en todos aquellos a quienes Cristo ha dado su luz: ¡a qué dificultades, opresiones, persecuciones, está expuesta la fe de muchos de ellos! ¡Y cuántas veces la fe tiene que luchar con las debilidades de cada uno de nosotros!

Oramos por una fe fuerte . Oramos por el coraje de la fe . 

3. Por tanto, la liturgia dominical de hoy está dirigida a Cristo Pastor , que es el único que nos conduce por los caminos de la fe:

"El señor es mi pastor . . . / a aguas tranquilas me conduce. / Me tranquiliza, me guía por el buen camino, / por amor de su nombre ”( Sal 23, 1-3).

De aquí sacamos fuerza y ​​coraje en medio de todas las pruebas y experiencias:

"Si caminara por un valle oscuro, / no temería mal alguno, porque tú estás conmigo" ( Sal 23, 4).

El hombre, a quien Cristo ha devuelto la vista de los sentidos y al mismo tiempo la vista del alma, tiene esta conciencia de que el Buen Pastor está con él . Es él quien lo conduce a la mesa de la Eucaristía, a la que el peregrino en el tiempo devuelve la fuerza de su alma para el camino de la eternidad:

“Preparas una mesa delante de mí / bajo la mirada de mis amigos; / Ungir mi cabeza con aceite . . . " ( Sal 23, 5).

La unión es el símbolo de la fuerza espiritual. La fe constituye una síntesis específica de luz y fuerza de espíritu , que provienen de Dios, y la liturgia dominical de hoy lo destaca.

La primera lectura del Libro de Samuel nos habla de la unción . El profeta enviado a la casa de Isaí de Belén unge al menor de los hijos: David, como futuro rey de Israel. ". . . Y el Espíritu del Señor reposó sobre David desde ese día en adelante ”( 1 Sam 16:13) - leemos. La unción, así como el lavado con agua, es un " rito " externo que expresa un contenido interior, espiritual y sobrenatural.

Un hombre creyente acoge la luz de Cristo y al mismo tiempo, por la fuerza del Espíritu Santo, accede a la participación de la triple misión para Cristo : del profeta, del sacerdote y del rey. A través de esta participación une su vida y su comportamiento con la misión salvífica del Buen Pastor, dirigida a toda la humanidad y al mundo entero. El Buen Pastor es, de hecho, el Redentor del mundo , y todos aquellos que, por la fe, la esperanza y el amor, pertenecen a su redil, participan de la potencia del misterio de la redención.

4. Queridos peregrinos, guiados por una fe profunda, habéis venido en peregrinación a Roma para renovar, junto a los sepulcros de los apóstoles y mártires, vuestra participación en la misión salvífica de Cristo, en el misterio de la redención del mundo con ocasión del Año Jubilar de la Redención.

En este signo de Cristo-luz, de Cristo pastor, de Cristo redentor del mundo, me es querido detenerme con ustedes para considerar el valor de las Cofradías a las que pertenecen. Su origen, como bien sabes, se remonta a principios del siglo XI, cuando se formaron grupos de cristianos fervientes en torno a los monasterios de Alemania, Francia, Calabria, Toscana y otras regiones italianas.

Su meritoria actividad se desarrolla en consonancia cada vez mayor con la Iglesia, hasta la máxima expansión de los siglos XIII-XIV con los hermanos y hermanas de la Penitencia, establecidos dentro de las nuevas órdenes de San Francisco y Santo Domingo, así como de otras institutos religiosos. En el siglo XVI nacen los Oratorios, vinculados a las Cofradías o Compañías, como el Oratorio del Divino Amore, construido en Roma en 1517, o los Oratorios de San Filippo Neri, tan merecedores para la vida espiritual y para la asistencia a los pobres. y peregrinos. En efecto, se puede decir que hasta el siglo XVII la caridad de la Iglesia se ejercía especialmente a través de estos Oratorios y Cofradías. Entre ellos hay que recordar la "Misericordie" toscana, todavía floreciente y trabajadora.

Los objetivos de las Cofradías se pueden resumir en tres palabras: culto, caridad, penitencia .

 

  1. Se ocuparon sobre todo del culto a Dios, a Jesús, a María (especialmente con el Santo Rosario), a los santos, especialmente a los patronos locales, a las almas del Purgatorio, por las que hacían abundantes sufragios. Han puesto un compromiso particular, como todavía ocurre hoy en algunos países de Europa o América Latina, en la conmemoración de los misterios de la pasión y muerte de nuestro Señor durante la Semana Santa, con procesiones y representaciones de gran eficacia espiritual.
  2.  

b) Se practicó entonces la beneficencia según las enseñanzas de la Iglesia propuestas en las obras de misericordia espirituales y corporales.

También se tradujo en gestos de solidaridad social, especialmente en el siglo XIII, cuando con la formación de las "artes" y corporaciones, sus miembros también se unieron en hermandades correspondientes a los diversos misterios, jugando un papel decisivo en la consolidación de la solidaridad y la hermandad. , por la fusión de clases sociales, por la ejecución de obras asistenciales, especialmente hospitales, y no pocas veces obras públicas.

c) La penitencia también formaba parte de los fines de las Cofradías, que pretendían velar por la formación y mejora moral de sus asociados, e implorar la clemencia divina en tiempos de graves calamidades naturales o decadencia de la moral.

5. Pero más allá de estos propósitos específicos, había una razón más profunda por la cual los fieles se movieron a asociarse: “ pro Dei fear et Christi amore ”, es decir, ¡por el santo temor de Dios y por el amor de Cristo!

Aquí estamos de nuevo ante Cristo pastor y redentor, Cristo luz de la vida, Cristo que atrae a los hombres hacia sí, Cristo que enseña y ayuda a reconciliar el temor y el amor en el espíritu humano y en la práctica de la vida cristiana. De Dios, penitencia y alegría, piedad e ímpetu de acción.

Como entonces, también hoy Cristo llama a los hombres a la fe, a la caridad, a la esperanza; y de entre los que le siguen, elige a los discípulos y apóstoles a quienes confía la tarea de testificar, predicar y llevar a cabo su Evangelio en el mundo.

Esta elección se aplica también a quienes se reúnen en cofradías para desarrollar su actividad, en formas antiguas y nuevas, en el triple campo tradicional del culto, la beneficencia, la penitencia y la acentuación, según las indicaciones del Concilio Vaticano II (cf. Lumen Gentium , 33-36; Apostolicam Actuositatem , 6-8.12.13.18-19) y el nuevo Código de Derecho Canónico ( Codex Iuris Canonici , can. 298), el compromiso apostólico de sus asociaciones. 

En la historia de las Cofradías hay no pocos precedentes de este destino del apostolado: como en la Compagnie del Divino amore, ya mencionada, y en las Cofradías de doctrina cristiana que surgieron por San Carlos Borromeo y el Concilio de Trento y extendido por la Iglesia en todas las parroquias.

Hoy la urgencia de la evangelización exige que las Cofradías participen también de manera más intensa y directa en la labor que la Iglesia realiza para llevar la luz, la redención, la gracia de Cristo a los hombres de nuestro tiempo, llevando a cabo las labores religiosas, eclesiales y pastorales adecuadas. formación de sus miembros, tanto a favor de las diversas clases en las que es posible introducir la levadura del Evangelio.

El imponente patrimonio artístico acumulado por las Cofradías en sus Oratorios e Iglesias puede y debe servir también a esta finalidad apostólica; la gran cantidad de vestidos, insignias, estatuas, crucifijos (como los que hoy se traen aquí desde las gloriosas "casasse" de Génova y Liguria), con los que las cofradías participan en las funciones y procesiones sagradas; el impacto que aún hoy pueden tener las manifestaciones de las Cofradías no sólo en el ámbito de la práctica religiosa, sino también en el campo del "folclore" inspirado en la tradición cristiana: todo puede y debe servir al apostolado eclesial, especialmente litúrgico y catequético.

6. Estoy feliz, como Obispo de Roma, de poder adorar con ustedes hoy, en este domingo de Cuaresma, a Cristo , que es nuestra Luz .

Así como devuelve la vista al ciego de nacimiento, así nos da la vida de fe.

San Pablo describe en la carta a los Efesios como si volviera a conectarse con el Evangelio de San Juan de hoy: “Si alguna vez fueron tinieblas, ahora son luz en el Señor. Por tanto, compórtate como los hijos de la luz ”.

Por eso está escrito: "Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará " ( Efesios 5: 8-10.14).

En esta frase resuena la voz de la Pascua ahora cerca. Para esta Pascua del Año Jubilar de la Redención, prepárense, queridos hermanos y hermanas, con gran apertura de espíritu.

Que "Cristo os ilumine de nuevo" .

Que brille en las venerables tradiciones de vuestras asociaciones y comunidades; en tu vida familiar y profesional; en sus parroquias y diócesis.

"El fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad".

¡Que Cristo, crucificado y resucitado, ilumine a todos los hombres de buena voluntad a través de ti!

MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves Santo, 19 de abril de 1984

1. Hoy, mientras la misión publica del Mesías sobre la tierra llega a su término, las palabras del Evangelio según San Lucas nos llevan de nuevo al comienzo, presentándonos a Jesús en la sinagoga de Nazaret y el Libro del profeta Isaías.

Jesús lee: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del. Señor" (Lc 4, 18-19).

Una profecía mesiánica.

Dice Jesús en Nazaret: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Ib. , y. 21).

La profecía mesiánica se cumple en El.

2. El Mesías es ungido con el Espíritu Santo.

Tiene la plenitud del espíritu, porque es el Hijo de Dios.

En El se cumplen las palabras del Salmista referidas directamente al rey David.

Dice Dios por boca del Salmista:

"Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, / por mi nombre crecerá su poder. / El me invocará: Tú eres mi Padre, / mi Dios, Mi Roca salvadora" (Sal 88/89, 25. 27).

Sólo anunciando a Jesús podía David exclamar de este modo, porque únicamente Cristo puede decir a Dios: "Tú eres mi Padre".

Sólo Cristo —en cuanto Hijo consustancial con el Padre— está unido a El en el Espíritu Santo.

Y únicamente Cristo, al ser enviado del Padre, posee la plenitud del Espíritu Santo.

Posee esta plenitud en cuanto Redentor de la Iglesia qué es su Cuerpo. Tiene esta plenitud en la Iglesia para la humanidad entera, para todos los pueblos, naciones y generaciones, para cada hombre.

3. El símbolo de la infusión del Espíritu Santo es la unción.

Hoy la Iglesia bendice los óleos que se emplean en la unción; concretamente: el santo crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos.

Con esta liturgia matutina especial del Jueves Santo, la Iglesia desea confesar,

— que Cristo, poseyendo la plenitud del Espíritu Santo por ser Hijo de Dios y Redentor del mundo, de esta plenitud va sacando para enriquecer continuamente una y otra vez a la Iglesia

— y en la Iglesia y mediante la Iglesia desea sacar de esta plenitud inagotable del Espíritu Santo para enriquecer a todos y cada uno de los que se abran a la. potencia de su redención,

— en particular la Iglesia desea sacar de esta plenitud del Espíritu Santo de Cristo para enriquecer a todos y cada uno con la administración de los sacramentos, signos de salvación y gracia.

Los santos óleos — crisma, óleo de los catecúmenos y óleo de los enfermos — están destinados al ministerio sacramental de la Iglesia.

4. Nosotros los sacerdotes —que concelebramos hoy esta Eucaristía matutina del Jueves Santo— desearnos confesar que cada uno de nosotros tenemos una parte especial en esta plenitud del Espíritu Santo que hay en Cristo, Eterno y Único Sacerdote de la Nueva Alianza.

El Jueves Santo es recuerdo de la institución del Sacrificio eucarístico.

Para celebrar este Santísimo Sacrificio hemos sido ungidos en el sacramento del sacerdocio. Al ser dispensadores de la Eucaristía nos hemos transformado en servidores peculiares de Cristo ante todo el Pueblo de Dios. Se nos ha confiado la remisión de los pecados y el ministerio de los demás sacramentos junto con la enseñanza de la fe.

5. Hoy, Jueves Santo, miramos con amor particular a Aquel a quien el Padre "consagró con la unción y envió al mundo"; miramos a Cristo que posee la plenitud total del Espíritu Santo en favor de la humanidad entera,

— a Cristo, de cuya plenitud todos hemos recibido

— y cada uno de nosotros tenemos nuestra "parte con El".

Por medio de esta "parte", a través de nuestra participación sacerdotal en la Unción mesiánica de Jesucristo, nosotros somos sus sacerdotes ante el Pueblo de Dios, al servicio de este Pueblo.

Agradecemos nuestro sacerdocio ministerial a Quien lo ha injertado en nuestras almas. Deseamos permanecer y perseverar en él al servicio de la salvación humana.

Juramos nuestra fidelidad sacerdotal a Aquel que nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados con su sangre...

6. El Jubileo extraordinario de la Iglesia con motivo del Año de la Redención toca a su fin.

En este Año Santo hemos querido renovar en nosotros la gracia del sacramento del sacerdocio.

Damos gracias por este sacramento que crece sobre el fundamento del "sacerdocio universal" de todos los bautizados como sacramento del servicio salvífico.

Gloria eterna a Cristo que "nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre" (Ap 1, 6).

VIAJE APOSTÓLICO A COREA, PAPÚA NUEVA GUINEA, ISLAS SALOMÓN Y TAILANDIA

SANTA MISA EN EL SEMINARIO MAYOR REGIONAL DE SEÚL

HOMILIA DE JUAN PABLO II
Jueves 3 de mayo de 1984

 1. ¡ Alabado sea Jesucristo!

En su primera carta a los Corintios, San Pablo da testimonio de la resurrección de Jesucristo. Dice: “Cristo murió por nuestros pecados. . . fue sepultado y resucitó al tercer día ”. El fundamento de este testimonio es el hecho de que el Señor resucitado se apareció a los apóstoles y discípulos y, finalmente, al mismo Pablo ( 1 Co 15: 3-4). Este misterio central de la fe, el misterio pascual, el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, el gran apóstol y misionero lo proclamó a los cristianos de Corinto ya todos los que conoció.

Como San Pablo, vine hoy a Corea para presenciar la resurrección de Cristo. Vengo a hablar a todos los que han recibido el Evangelio y permanecen firmemente fieles a él, a todos los que creen firmemente que el Evangelio es el camino de la salvación. También he venido a anunciar a Jesús crucificado y resucitado a todos aquellos que libremente eligen escuchar mi voz. Pero ustedes, queridos seminaristas, ustedes, con sus obispos y superiores, son verdaderamente los primeros en Corea con quienes comparto el aleluya de la alegría pascual de la Iglesia que proclama la victoria del Señor sobre el pecado y la muerte. Tu eres el primerocon quien comparto la alegría del misterio pascual celebrando el santo sacrificio de la misa. Y así debe ser, porque ustedes son en el verdadero sentido de la palabra el futuro y la esperanza de la Iglesia en esta tierra amada.

2. Ya en 1820, los laicos se esforzaron por cultivar las vocaciones al sacerdocio. A pesar de una violenta persecución, sus santos antepasados formaron espontáneamente la "Cofradía de los Ángeles" para nutrir las vocaciones, orar por ellas y apoyarlas. Y de esas fervientes comunidades de vida cristiana surgieron los primeros sacerdotes coreanos: el padre Andrew Kim Taegon, venerado en esta capilla, y el padre Thomas Choe Yang'up.

Cuando todavía eran seminaristas, más jóvenes que muchos de los presentes aquí, esos primeros sacerdotes coreanos mostraron celo por el estudio y hambre de conocimiento, junto con una fe vigorosa, obediencia voluntaria y esperanza perseverante. Por eso, pero sobre todo por su disposición a morir por Cristo y por el Evangelio, brillan como grandes y duraderos ejemplos para todos vosotros.

Diez años después del martirio del padre Kim, se fundó el primer seminario en Corea, en Paeron, en 1855. Más tarde, después de incalculables esfuerzos y sacrificios en Puhunggol, Yongsan, Taegu y Togwon en el norte, finalmente se crearon los principales seminarios de Seúl y Kwangju. Estoy encantado de que el año pasado comenzara un seminario en Taegu y este año se abrió otro en Suwon para conmemorar mi llegada a Corea.

En total, novecientos sois, queridos hermanos en Cristo, un consuelo y una gran promesa para la Iglesia. La Iglesia los mira con gran expectativa y esperanza, y les pide que crezcan cada vez más en su fe en Cristo a través de la imitación del ejemplo del Padre Kim y del Padre Choe y de muchos otros que han dado su vida al servicio del Evangelio.

3. Este tiempo de preparación para el sacerdocio debe ayudar a cada uno a fortalecerse en la convicción de que Jesucristo es "el camino, la verdad y la vida" ( Jn 14, 6). El es el camino al Padre. Jesús mismo vive para el Padre en su total entrega a la voluntad del Padre, mediante la realización de la obra redentora del mundo. Y también nos lleva al Padre.

En el seminario, mientras se prepara para el sacerdocio, debe esforzarse por penetrar en el misterio de Cristo. Debes buscar una conciencia cada vez más profunda de la unión que Cristo tiene con el Padre precisamente porque es el Hijo. En el Evangelio de hoy nos dice: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" ( Jn 14,10,11). Y por esta unión con el Padre, puede decir a Felipe: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" ( Jn 14, 9). Cada uno de ustedes, queridos seminaristas, debe comprender este misterio de Jesucristo. Debes captar este misterio de tal manera que se convierta para ti en una verdad íntima, una verdad en tu propio corazón. Tienes que captar el misterio para que pueda tomar posesión de todo tu ser.

La meditación sobre el misterio de Cristo le llevará a comprender el sacerdocio y a desarrollar una actitud sacerdotal. 

Trate de revestir su mente y corazón de Jesucristo. Recuerda que el Salvador crucificado y resucitado desea que un día celebres la Eucaristía: sacramento de su propio sacrificio por la salvación del mundo. Este sacrificio tiene su comienzo eterno e interminable en la unión del Hijo con el Padre, de la que habla el Evangelio de hoy. El sacrificio de la Misa, que es el centro de vuestro sacerdocio, sigue siendo para siempre el sacrificio del Hijo de Dios que se hizo hombre para conducirnos al Padre.

4. Deseo llamar la atención de la Iglesia en Corea sobre la importancia de hacer todos los esfuerzos posibles para suscitar vocaciones y proporcionar la mejor formación para el sacerdocio en los seminarios. Abundancia de vocaciones y buena preparación para el seminario: son una prueba de la vitalidad de la Iglesia. Son la señal de que la cruz y la resurrección de Cristo, mediante la acción del Espíritu Santo, producen preciosos frutos en la Iglesia de Corea.

En vuestros esfuerzos por alimentar las vocaciones que Dios en su misericordiosa providencia os envía en abundancia, vuestro primer estudio sea la oración asidua por esta intención. Ore con confianza al Señor de la mies, recordando la promesa de Jesús que hoy hemos escuchado: "Todo lo que pidáis en mi nombre, lo haré" ( Jn 14, 13 ).

Permítanme añadir una palabra especial para los responsables de la formación de estos jóvenes. Queridos hermanos en Cristo, no duden nunca de la alta estima de la Iglesia por ustedes y por su trabajo, que es de vital importancia para el futuro. Si bien les aseguro que no les faltará el apoyo de mis oraciones, también les exhorto a transmitir no solo el conocimiento de Cristo y su Iglesia, sino al mismo Cristo. Cristo debe ser comunicado a través de la pureza y la fuerza de la palabra de Dios. Inspira un amor profundo por la persona de Jesús. Que el ejemplo de tu vida individual lo haga presente. Que tus palabras y tus acciones sean un signo de cuán profundamente crees que Jesucristo es "el camino, la verdad y la vida" ( Jn 14, 6).

Queridos hermanos en Cristo: el sacerdocio nació del amor de Dios. Para la Iglesia en Corea lo representa todo. Alabamos a Dios por este gran regalo y por los jóvenes que lo transmitirán a las generaciones futuras en esta tierra a través de Cristo nuestro Señor. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A COREA, PAPÚA NUEVA GUINEA,ISLAS SALOMÓN Y TAILANDIA

SANTA MISA EN TAEGU CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II
Sábado 5 de mayo de 1984

Amados hermanos y hermanas en Cristo,

amados jóvenes que reciben el sacerdocio en esta solemne asamblea de fe y ferviente oración.

1. Esta mañana, aquí en Taegu, en presencia de sus obispos, de muchos invitados, rodeados de muchos sacerdotes, religiosos y laicos del pueblo de Dios de esta tierra, y de muchos jóvenes entusiastas que los aman y apoyan usted con sus oraciones, recibe el don del sacerdocio. Es un regalo para ti y para la Iglesia que proviene del mismo Cristo.

En este día dedicado a la participación, es bueno que reconozcamos que Dios mismo es el primero en compartir sus dones con nosotros. "¿Qué tienes - pregunta San Pablo en la lectura que acabamos de escuchar - que no hayas recibido?" ( 1 Cor 4, 7). En efecto, es por el don de Dios que a partir de ahora serán considerados "ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" ( 1 Co 4, 1). Estoy seguro de que habéis meditado profundamente estas palabras y que están grabadas en vuestras mentes y corazones. Representan para ustedes su identidad como sacerdotes de Jesucristo.

2. Al convertirse en sacerdotes, recibe un derramamiento sacramental del Espíritu Santo. Cristo te da una participación en su sacerdocio: te une a él en la obra de la redención. Sin duda es un privilegio para ti haber sido elegido, pero un privilegio que implica un servicio: un servicio como el de Jesús, que no vino para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20 , 28 ), como el de Jesús. María, la humilde sierva de Dios (cf. Lc 1, 48). Cristo los ha elegido para que sean ministros y administradores. ¿Cómo lo vas a servir? Estas son sus palabras: "Si alguno quiere servirme, sígame" ( Jn 12,26 ). 

Como sacerdotes, estáis llamados a seguir al divino Maestro de una manera particular. Estás llamado a una función de discípulos, que involucra el nivel más profundo de tu personalidad. Recibirás una conformación sacramental a Cristo que involucra a todos los sectores de tu vida. De hecho, estamos hablando de la forma particular del sacerdote de participar en el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador. Escuchemos nuevamente las palabras de Cristo: “De cierto, de cierto os digo: si el grano de trigo no muere, queda solo; si por el contrario muere, da mucho fruto ”( Jn 12, 24 ). La Iglesia insiste con razón en que vuestra ordenación sacerdotal es "morir a uno mismo", porque es precisamente esta entrega la que abre el camino para dar fruto: si el grano de trigo muere, da mucho fruto.

3. ¿Tienes miedo a veces de las peticiones que Cristo te hace? Sin duda, se dan cuenta de que su servicio sacerdotal a menudo les exigirá el valor de sacrificarse. Es en momentos como estos cuando debes ser consciente de la manera en que Jesús reacciona ante estos mismos temores, como lo describe el Evangelio de hoy: “Ahora mi alma está turbada; y que debo decir Padre, sálvame de esta hora ¡Pero para esto he venido a esta hora! " ( Jn 12,27 ).

Vuestro propósito como sacerdotes es ser uno con Cristo en la obra de la redención : "Donde yo esté, allí también estará mi siervo" ( Jn 12,26 ). Que el ejemplo de sus sacerdotes mártires coreanos hable a sus corazones, revelándoles la verdadera naturaleza de su vocación, eliminando todas las falsas expectativas. Que estos hombres, que participaron plenamente en el misterio pascual de Cristo, sean vuestros modelos de servicio generoso y sacrificio sacerdotal.

4. ¿Dónde se actualiza hoy el misterio pascual de Cristo? Se realiza sobre todo en el gran don de la Eucaristía , de la que sois ministros. Cristo te confía este don supremo. En la celebración de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo y proclamando su misterio, renuevas y actualizas el sacrificio único del Nuevo Testamento, el sacrificio en el que Cristo se ofreció al Padre como víctima sin mancha para el perdón de los pecados ( cf. Lumen gentium , 28).

Él no solo confía este don a su ministerio; también te invita a participar aún más plenamente. Así, la Eucaristía se convierte en el alimento de tu vida sacerdotal. Así como la vida de Jesús recibe todo su sentido y se completa en el misterio pascual, el sacerdote encuentra en la Eucaristía el pleno sentido de su vida, la fuente de su fuerza y ​​la alegría de su servicio pastoral consagrado al pueblo de Dios. En la mesa de la palabra y del pan de vida hacéis presente a Cristo para la construcción de la comunidad eclesial.

5. Es sobre todo de la Eucaristía que sacarás la fuerza para seguir a Cristo y estar donde él está : "Donde yo esté, allí estará también mi siervo". Jesucristo es donde nos lo muestra el Evangelio: en la pobreza, la humildad y la vulnerabilidad, en el momento de su nacimiento; en compartir las alegrías y las tristezas de su pueblo; cercano a la vida cotidiana de los hombres y mujeres de su país; en bendecir a los niños; en conversar con los jóvenes, en su comprensión para todos. Lo vemos sobre todo cuando reza a su Padre celestial, buscando el silencio y la soledad para reflexionar sobre la voluntad del Padre, acogiendo esta voluntad en obediencia hasta la muerte (cf. Fil.2, 8). Cristo siempre estuvo allí donde el Padre lo quería. Y aún hoy está cerca de los pobres, los enfermos, los marginados, los oprimidos, los pecadores. Aquí es donde está Cristo, aquí es donde está la Iglesia. Aquí están llamados a estar, como sacerdotes. Toda esta gente sigue esperando la buena noticia de la redención, la esperanza de las bienaventuranzas.

Cristo tiene algo para dar a cada hombre, a cada mujer o niño que ha redimido. Abre los tesoros de la verdad última y los tesoros del amor del Padre a todos los que lo escuchan y lo aceptan. Pero para vivir "para los demás", tú también debes vivir de acuerdo con esta verdad y este amor. No se deje engañar por otros mensajes, aunque sean proclamados en el nombre de Cristo. Estáis llamados a ser testigos de la paradoja propuesta por Cristo: "El que ama su vida, la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará" ( Jn 12, 25 ). Sí, estáis llamados a ser portadores de la esperanza de la vida eterna , esperanza que ilumina y completa todas las realidades temporales: “Si alguno me sirve. . . el Padre lo honrará ”( Jn 12,26 ).

6. Queridos hermanos: "¿Qué tenéis que no recibisteis?" ( 1 Cor 4, 7). El sacerdocio es el gran don que Dios te ha dado . Se arraigará más en vuestros corazones y producirá frutos más abundantes cuanto más comprendas la gratuidad del don. Como María, también tú debes alegrarte en Dios tu Salvador, que ha mirado tu humildad (cf. Lc 1, 47-48). La conciencia de la desproporción entre la grandeza sobrenatural del don y tu indignidad te impedirá enorgullecerte: como se nos recordó en la primera lectura, nos impedirá "jactarnos" como si no lo hubiéramos recibido ( 1 Co 4: 7).

Sobre todo, se sentirán movidos a responder al amor con amor: a entregarse por la salvación del mundo con total generosidad y valentía: a responder al don con el don. Este es el verdadero desafío de vuestro sacerdocio: "Lo que se exige de los administradores es que todos sean fieles" ( 1 Co 4, 2). Eso es cierto : esta es mi oración por ti; esta debe ser su respuesta a Cristo ya la Iglesia; esta es una prueba de su amor por sus hermanos y hermanas en este país, quienes buscan en usted guía y un ejemplo inspirador.

7. El Papa también desea dirigir un saludo especial a los numerosos jóvenes presentes en esta ordenación. Estoy muy feliz de ver tantos. Estáis llenos de vida y esperanza, reunidos aquí para participar del misterio pascual del Señor en la Eucaristía, y también para ser testigos de este maravilloso acontecimiento en el que los jóvenes son ordenados al sacerdocio. Ciertamente es una maravilla para todos ustedes que estos jóvenes, una parte tan grande de su generación, se conviertan en sacerdotes hoy. Cada uno de ustedes también tiene el desafío de darle pleno significado a su vida , esa vida única que se les ha dado para vivir.

Eres joven y quieres vivir. Pero tienes que vivir plenamente y con un propósito. Tienes que vivir para Dios, tienes que vivir para los demás. Y nadie puede vivir esta vida por ti. El futuro es tuyo, lleno de peligros y posibilidades, de esperanzas y angustias, de sufrimientos y alegrías. Pero el futuro es ante todo una llamada y un desafío para "conservar" la vida, renunciando a ella, "perdiéndola" -como recuerda el Evangelio-, compartiéndola a través del servicio amoroso a los demás. La medida de su éxito será la medida de su generosidad. En una palabra, tendrás que vivir en Cristo Jesús , para la gloria del Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A COREA, PAPÚA NUEVA GUINEA, ISLAS SALOMÓN Y TAILANDIA

SANTA MISA POR LAS VOCACIONES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

 Estadio Port Moresby (Papua Nueva Guinea)

Lunes 7 de mayo de 1984

Amados hermanos y hermanas en Jesucristo.

1. “Ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando. . . Los he llamado amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí del Padre ”( Jn 15, 14-15).

Estas palabras las pronunció Cristo a los apóstoles en la "habitación de arriba", la noche anterior a su pasión. Son palabras de amistad y amor para quienes él llamó a seguirlo más de cerca, palabras de apoyo y aliento para quienes habían elegido continuar su obra de salvación en obediencia a la voluntad del Padre.

Hoy la Iglesia celebra y vive estas palabras de Cristo en la liturgia vespertina que tengo la alegría de ofrecer con ustedes en este estadio de Port Moresby. Les proclamo estas palabras a ustedes, a quienes Cristo ha dado a conocer lo que ha oído de su Padre, a ustedes que han hecho lo que les ha mandado. Hoy ofrezco estas palabras a todos aquellos que continúan la obra de los apóstoles en Papúa Nueva Guinea: en primer lugar a los obispos, junto con sus sacerdotes, religiosos y religiosas y apóstoles laicos de este país, especialmente a los numerosos catequistas celosos.

2. En este momento mi pensamiento se dirige especialmente a los misioneros: a aquellos que llevaron por primera vez el mensaje de Cristo a estas islas ya los que continúan sirviendo aquí hoy. No es posible contar la historia completa del Evangelio en Papúa Nueva Guinea; Sin embargo, quiero rendir homenaje a la sagrada historia de la evangelización y recordar a algunos de esos apóstoles que vivieron y murieron para que los hijos e hijas de esta tierra pudieran conocer y amar a Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo.

El primer intento de evangelización lo hicieron los maristas en las islas de Woodlark y Rooke en 1847. Pero tuvieron que irse. Cinco años después, los misioneros del PIME hicieron otro intento . Pero después de solo tres años ellos también se vieron obligados a abandonar el trabajo misionero, no sin que uno de ellos hubiera dado su vida por la fe con el martirio: el beato Giovanni Mazzucconi, que murió en Woodlark en 1855 y recientemente beatificado en Roma.

Con la llegada de los misioneros del Sagrado Corazón en la fiesta de San Miguel Arcángel en 1882, amaneció el amanecer de la nueva era , en la evangelización ininterrumpida de lo que hoy es Papúa Nueva Guinea. Tres misioneros, guiados por el padre André Navarre, desembarcaron en la isla de Matupit en el puerto de Rabaul, en Nueva Bretaña. Con gratitud recordamos a la gente de Nodup ya su "gran líder" To Litur, que acogió a los misioneros entre ellos y les ofreció protección y una tierra en la que vivir.

A partir de estos humildes comienzos en Nopud, se desarrolló progresivamente una imparable evangelización a través del compromiso incansable de los misioneros y bajo el liderazgo ilustrado de una serie de santos y obispos celosos. Entre ellos, un reconocimiento especial merece el vicario apostólico de Nueva Bretaña, el obispo Louis Couppé.

En 1885 los misioneros del Sagrado Corazón asumieron la tarea de la actividad misionera en otra área, esta vez a lo largo de las zonas costeras de Nueva Guinea, conocidas como Papúa, no lejos de donde celebramos la Eucaristía hoy. Aquí, el 4 de julio, por primera vez en suelo papú, se ofreció a Dios el santo sacrificio de la misa, aniversario que aún se recuerda con especial devoción. Entre los obreros apostólicos que lideraron providencialmente el crecimiento de la actividad misionera a lo largo de la costa de Papúa y el interior, dos santos obispos merecen una mención específica: el obispo Henry Verjus, que murió a una edad temprana, su salud se vio seriamente comprometida por las privaciones y sacrificios. de una vida heroica; y el obispo Alain Guynot de Boismenu, quien, como segundo vicario apostólico de Nueva Guinea, promovió la causa de las misiones durante muchos años y dejó un brillante ejemplo de santidad de vida. No puedo dejar de mencionar en este punto que, desde el principio, el trabajo de los misioneros del Sagrado Corazón fue asistido generosamente por las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Posteriormente se unieron a ellos las religiosas misioneras del Sagrado Corazón de Jesús, cinco mujeres valientes de este segundo instituto fueron más tarde en el número de las "mártires de Baining".

En 1896, la Sociedad del Verbo Divino , bajo la dirección del Padre Eberhard Limbrock, inauguró una tercera área de actividad misionera a lo largo de la costa noreste de Nueva Guinea. Mientras sus hermanos misioneros predicaban el evangelio en las zonas costeras, los padres William Ross e Ivo Schaefer fueron pioneros en llevar la luz de Cristo el Señor a la gente de los valles montañosos. Así, lo que comenzó muy humildemente en la isla de Tumleo cerca de Aitape ahora abarca las dos arquidiócesis de Madang y Mount Hagen, junto con ocho asientos sufragáneos.

Tres años después, los padres maristas se hicieron cargo de una cuarta área de conquista misionera en el norte de las Islas Salomón. Primero se establecieron en las Islas Shortland en 1899, luego trasladaron el centro de su actividad misionera a Kieta, en la isla de Bougainville. Hoy la diócesis de Bougainville con su obispo nativo da un amplio testimonio del trabajo realizado por los valientes misioneros.

Vemos así cómo, a partir de estas cuatro áreas diferentes de actividad misionera, Papúa Nueva Guinea tiene hoy cuatro centros metropolitanos con catorce diócesis. Dios ha bendecido en gran medida a este país y ha hecho fructíferos los valientes esfuerzos de los misioneros que vinieron aquí por mandato de Cristo con el mensaje de salvación y amor fraternal.

3. Teniendo ante nuestros ojos el maravilloso y loable esfuerzo de todos estos misioneros y de muchos otros, nos vienen a la mente las palabras de la primera lectura de la liturgia de hoy: "Olvídense del pasado" (incluidos sus familiares, sus amigos y el país de origen). , estaban " saliendo hacia el futuro ", corriendo hacia la meta (cf. Flp 3, 13-14): la construcción del reino del Dios vivo, la Iglesia de Jesucristo, en medio de sus hermanos y hermanas de estas islas distantes, de lo que hoy es Papua Nueva Guinea. Por el bien del evangelio, ellos "sufrieron la pérdida de todas las cosas" para "ganar a Cristo" ( Fil. 3, 8) y para que él gane nuevos miembros del reino de Dios, también redimido por su cruz y su resurrección.

Hoy es mi más sincero deseo alabar y agradecer al Dios vivo , junto a ustedes, amados hermanos y hermanas, por esta maravillosa llamada divina que ya ha dado abundante fruto en esta tierra. ¡“ Te Deum laudamus ”!

La Iglesia, que vive en medio de nuevos pueblos y naciones, crece gradualmente hacia la madurez a medida que los hijos e hijas indígenas acogen y responden a la llamada divina del Evangelio, no solo viviendo fielmente los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, sino también abrazar las vocaciones evangélicas al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada.

4. La Iglesia, como cuerpo de Cristo, crece en esta tierra con vida propia , con los dones característicos de la naturaleza y la gracia, participando en la unidad de la Iglesia universal. Es mi ferviente oración que la Iglesia de Papúa Nueva Guinea, a medida que continúa creciendo y madurando, disfrute de un gran florecimiento de vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Me gustaría que cada vez más de vuestros hijos e hijas supieran escuchar atentamente y acoger prontamente estas palabras de Cristo que hablan de una especial elección personal de Dios, de una fecundidad apostólica: "No me elegisteis a mí, sino Yo te he elegido y te he designado para que vayas y lleves fruto y tu fruto permanezca ”( Jn.15, 16). Está en el plan de Dios que los sacerdotes y los religiosos se pongan al servicio de las familias cristianas y que las familias cristianas, a su vez, contribuyan a crear condiciones favorables de fe en las que los jóvenes puedan escuchar la llamada de Dios.

La Iglesia misionera en este país ha comprendido bien la importancia de fomentar las vocaciones. En este campo, la creación de escuelas de formación para catequistas y profesores ha resultado providencial en las distintas regiones. El resultado de estos esfuerzos se vio cuando Louis Vangeke, el primer sacerdote de este país, ordenado en 1937, fue ordenado obispo por el Papa Pablo VI en Sydney, Australia, en 1970.

Grandes esfuerzos requirieron el establecimiento de seminarios menores . El primero se fundó en Vunapope, Nueva Bretaña, en 1937, y el segundo un año después en Alexishafen, cerca de Madang. Siguieron otras iniciativas, entre las que cabe destacar la valiente labor de formación de seminaristas realizada durante los difíciles años de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy tiene la suerte de poseer el seminario regional mayor de Bomana, que prepara a los jóvenes de todas las Iglesias locales para el sacerdocio. Estos seminaristas nos dan una gran esperanza para el futuro de la Iglesia en Papúa Nueva Guinea. A medida que aumenta su número, la Iglesia se convierte verdaderamente en ella misma. Hoy cuatro niños de este país se encuentran entre ustedes como obispos.

Gracias a Dios, muchas mujeres de Papúa Nueva Guinea aceptaron su llamado a la vida religiosa. Desde 1912 se fundó la primera congregación local de monjas: las Hijas de María Inmaculada. Y seis años después, las Siervas del Señor comenzaron aquí en Papúa. Además, muchas mujeres jóvenes se han unido a las congregaciones misioneras que prestan su servicio tanto en el país como fuera de él. También ha habido vocaciones de hermanos religiosos y, a pesar de las muchas dificultades, hoy no faltan en Papúa Nueva Guinea. Oro para que con la gracia de Dios su número aumente.

5. Hoy nos reunimos en esta etapa para testificar que la Iglesia de Cristo es un templo viviente formado por los hombres y mujeres de esta tierra. En esta ocasión histórica, elevamos nuestro corazón en ardiente oración por un mayor número de vocaciones sacerdotales y religiosas a través de las cuales pueda progresar la obra de evangelización. Son tan necesarios para la vida y el crecimiento continuo de la Iglesia en Papúa Nueva Guinea, tan necesarios para el bien de todo el pueblo de Dios. Como dijo Jesús: “¡La mies es mucha, pero los obreros pocos! Por tanto, pida al Señor de la mies que envíe obreros a su mies ". ( Mt 9, 37-38).

Recemos esta oración, amados habitantes de Papúa Nueva Guinea, en el nombre de Cristo, sabiendo que todo lo que pidamos al Padre en su nombre, él nos lo concederá (cf. Jn 15,16 ). Recemos esta oración por la gloria de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

VIAJE APOSTÓLICO A COREA, PAPÚA NUEVA GUINEA, ISLAS SALOMÓN Y TAILANDIA

 MISA CON ORDENACIONES DIACONALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Plaza del Seminario de Sampran (Tailandia)
Viernes 11 de mayo de 1984

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

1. Estamos aquí esta tarde para celebrar un evento maravilloso. Veintitrés jóvenes, llamados por Dios en el bautismo y elegidos de manera especial para servir en su Iglesia, serán ordenados al sacerdocio de Jesucristo . Este es un momento importante para toda la Iglesia Católica, tanto de esta generación como de todos los tiempos. Es una prueba más del amor de Dios por su pueblo; el Buen Pastor nunca deja a su rebaño desatendido. Al mismo tiempo, esta ceremonia tiene un significado particular para la Iglesia en Tailandia; es un signo de madurez espiritual. Esta ordenación representa el tiempo de la cosecha, el momento gozoso en el que las semillas de una vocación divina, plantada por Dios y cultivada por familias y maestros, germinan en la vida de los jóvenes individuales que están hoy frente a nosotros y que me preguntan: Trabajo en nombre de Cristo y de su Iglesia, para conferirles la gracia sacramental del sacerdocio.

Cuando miro a mi alrededor y veo este seminario menor de la arquidiócesis, y un poco más allá del seminario mayor que está consagrado a Cristo la luz del mundo; cuando pienso en los seminarios menores en casi todas las diócesis de Tailandia, así como en el seminario internacional establecido por los obispos; cuando pienso en todas las comunidades religiosas que dependen del seminario mayor para la formación de sus propios candidatos, cuando veo todas estas maravillosas obras, solo puedo recordar los humildes comienzos del primer colegio en Ayudhaya en 1666. Oro y gracias a Dios por los muchos dones que os ha dispensado, especialmente gracias a la clarividencia de vuestros obispos.

Aquí está el corazón de la Iglesia de Tailandia , no solo de la arquidiócesis de Bangkok, sino de cada Iglesia local. Aquí forma, a través de la oración y el estudio, a los futuros sacerdotes de su país y les inculca las tradiciones sólidas que les permitirán hablar al corazón de los tailandeses, para que a su vez lleguen a conocer al Señor Jesucristo ". En la fracción del pan "( Lc 24,35 ).

2. Como colaboradores de sus obispos y partícipes del ministerio de Cristo, maestro sacerdote y rey, estos veintitrés jóvenes ejercerán el oficio sacerdotal en la Iglesia. Con su ordenación sacramental serán consagrados en el Espíritu Santo, marcados con un carácter especial, y así se configurarán con Cristo , para poder obrar en su nombre y en su persona.

Al describir las características del Mesías, el profeta Isaías nos presenta al mismo tiempo una imagen del sacerdote configurado a Cristo: “He aquí mi siervo a quien sostengo, mi escogido en quien me complazco. He puesto mi espíritu sobre él; traerá el derecho a las naciones ”( Is 42, 1). Para que se cumpliera la justicia, Cristo asumió las características del siervo de Israel, y fue llamado a sufrir y sacrificarse por la redención de la humanidad.

La primera carta de San Pedro es aún más exhaustiva al expresar la dimensión sacrificial de la obra redentora de Cristo: Él "llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la madera de la cruz, para que, sin vivir más para el pecado, vivamos por la justicia; por sus heridas hemos sido curados ”( 1 Pe 2, 24 ). Aquí está la medida del autosacrificio en Cristo: Él sufrió la muerte para liberarnos de nuestros pecados, para que pudiéramos conocer la novedad de la vida en Dios.

3. El sacerdote del Nuevo Testamento encuentra su identidad en la persona y misión de Cristo . Continúa haciendo manifiesta la acción salvífica de Cristo. Su consagración representa el vaciamiento total de sí mismo realizado por Cristo. El sacerdote está llamado a proclamar la buena noticia de la salvación, a reunir y orientar a la comunidad de creyentes y a desempeñar las funciones de ministro de los sagrados misterios . En el nombre del Redentor, el sacerdote reconcilia a los pecadores con Dios y con la Iglesia en el sacramento de la Penitencia. Celebrando la Eucaristía, el sacerdote anuncia la muerte y resurrección del Señor, en la que el mismo Jesús confirma su alianza en su sangre.

En todo esto Cristo es, como dice San Pedro, "pastor y guardián" de nuestras almas (cf. 1 P 2, 25 ). Y es verdaderamente el Buen Pastor que sacrifica su propia vida por su rebaño, que conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a él (cf. Jn 10, 11-14).

Mediante la ordenación sacramental, el sacerdote participa de manera particular en la preocupación pastoral de Cristo por su Iglesia. Lo hace de acuerdo con la misión del siervo sufriente de Isaías: "No quebrará la caña quebrada, no apagará la mecha con llama apagada ... no fallará ni caerá" (cf. Is 42, 3-4). Con paciencia y humildad cumple la función de Cristo como pastor y cabeza, ejerciendo un poder espiritual que le es dado con el fin de edificar el cuerpo de Cristo. Poniéndose humildemente al servicio de los encomendados a su cuidado, el sacerdote se guía en todo por la voluntad de Aquel que no quiso que nadie se perdiera y todos se salvaran (cf. Jn 10, 16 ).

4. Queridos diáconos, jóvenes a punto de ser ordenados al sacerdocio: la vuestra es verdaderamente una vocación sublime , rica en la dignidad que el mismo Cristo le ha conferido. Es un regalo especial de Dios, que se utilizará para el bien de la Iglesia y la salvación del mundo . Escuche las palabras del profeta Isaías, quien habla de tal vocación: “Yo, el Señor, te he llamado a justicia y te he tomado de la mano; Yo te formé y te establecí como alianza de los pueblos y luz de las naciones ”( Is 42, 6).

El Señor te tomó de la mano. Te llama por tu nombre. Te ofrece como alianza al pueblo y luz a las naciones . Él te elige para ofrecer como regalo, en la persona de Cristo, su nueva alianza fundada en su sangre, y para irradiar la luz del mensaje salvífico de Cristo por todo el mundo. Sed fieles a esta vocación.

Sea incansable en su servicio. Siga el ejemplo de Cristo, que vino para servir y no para ser servido. Acepta como desafío especial la invitación a predicar el Evangelio a la gente de tu tierra. Anime y fortalezca a quienes ya han escuchado la palabra de Cristo, y transmítala, con firmeza y diligencia, a quienes aún no creen. Tu vocación requiere de ti un espíritu misionero.

Como sacerdotes en la Iglesia, que es el sacramento universal de la salvación, estáis llamados a sacrificaros por la redención de todos, a seguir los pasos del que se ofreció gratuitamente a sí mismo para que todos pudieran ser libres. Esto significa que debes permanecer en unión eterna con Cristo a través de la oración , el sacrificio, el sufrimiento y la obediencia a su voluntad. Esto requiere una generosidad de espíritu que te lleve a agradecer a Dios todos los días por el don del celibato, que es signo y aliciente del amor pastoral.

Así como meditas en la necesidad de que la misión salvífica de la Iglesia sea llevada "hasta los confines de la tierra" ( Hch 1, 8), también sé que harás todo lo posible por responder de todo corazón a la petición de ejercer tu ministerio. en aquellas diócesis que se encuentran en dificultades por falta de vocaciones.

Queridos hermanos e hijos, sed constantes en vuestro amor por Cristo y su Iglesia. Como sacerdotes, colaboraréis con Cristo Salvador; ustedes son los hombres del perdón y la misericordia de Dios . Nunca dejes de proclamar esa misericordia a quienes más la necesitan: los pobres, los enfermos, los moribundos, los infelices y los que están atrapados por el pecado. Y muestre la misericordia de Dios a sus compañeros sacerdotes que, en momentos de desánimo y dificultad, se dirigen a usted en busca de aliento y apoyo fraterno. En una palabra, en cualquier acción que hagas, eres otro Cristo para aquellos con quienes te encuentras.

 

5. Mi querido y amado pueblo de Tailandia, mis hermanos y hermanas en Cristo, estos jóvenes están a punto de ser marcados con el signo del oficio sacerdotal de Cristo en el sacramento del Orden Sagrado. Rezad por ellos : por su celo, por su felicidad personal y su perseverancia como sacerdotes de Cristo. Ore también por los que continúan haciendo sacrificios, para que otros jóvenes escuchen la voz del Señor y sigan sus pasos. Ore para que haya muchas y buenas vocaciones, de sacerdotes, hermanas y hermanos. Invita a Jesús a entrar en tus hogares, en tus escuelas, en tus movimientos juveniles, para que muchos jóvenes puedan aceptar el llamado de Cristo a dejar todo y seguirlo.

En esta hora de alegría y acción de gracias, elevemos nuestro corazón a Jesucristo , Buen Pastor, Sumo Sacerdote de nuestra salvación. Es él quien ha entregado el ministerio del sacerdocio a su Iglesia. Es él, Jesucristo, quien nos conduce al Padre, y quien con el Padre y el Espíritu Santo es un solo Dios por los siglos de los siglos. Amén.


Acto de encomienda a María

       Al final de esta sagrada liturgia, en este momento de gracia especial, nuestro corazón se vuelve, con profunda gratitud y alegría, a la santa Madre de Dios.

Oh Santísima Virgen María, te agradezco tu amor maternal por todos tus queridos hijos e hijas de Tailandia . Como Pastor de la Iglesia universal, los encomiendo a tu Inmaculado Corazón, pidiéndote que los veles siempre y los guíes por los caminos de la santidad y la paz.

Oh María, madre de los sacerdotes, con filial devoción te encomiendo a estos sacerdotes recién ordenados , a quienes tu Hijo ha llamado a ser sus amigos y a quienes envía a anunciar la buena nueva de la redención. Mantenlos siempre fieles en el servicio generoso al pueblo de Dios, acércalos cada vez más a tu puro Corazón y al sagrado Corazón de tu Hijo.

Oh Virgen María, madre de la Iglesia, en cada momento de la historia humana estás cerca del pueblo de Dios, apoyándolos con tus oraciones y dándoles el valor para dar testimonio de la verdad del Evangelio. Intercede hoy por todos los clérigos, religiosos y laicos de Tailandia, para que sean fuertes en la fe y la esperanza, y perseveren en el amor de Jesucristo tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo. , un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

VISITA AL PONTIFICAL SCOTTISH COLLEGE

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Domingo, 3 de junio de 1984

Amados hermanos en Cristo.

1. Hace dos años, durante este período, tuve la alegría de estar en Escocia, y me parece que las palabras que pronuncié en Bellahouston Park, ahora puedo repetirlas a ustedes, estudiantes y personal del Pontificio Colegio Escocés: “Hoy es otra etapa significativa en la historia de nuestra salvación: ¡el sucesor de Pedro viene a visitar a los hijos espirituales de Andrés! Estamos unidos el uno al otro por una hermandad sobrenatural más fuerte que un vínculo de sangre. Testificamos aquí y ahora que profesamos exactamente la misma fe en Jesús (la fe de Andrés) con la firme esperanza de poder llevar a otros a él también. Esta común profesión de fe es el motivo que me impulsa a realizar mi visita pastoral a vuestra patria "(Ioannis Pauli PP. II, Homilia in

«Bellahouston Park» ocasión celebrationis liturgicae habita , 1, die 1 iun. 1982: Enseñanzas de Juan Pablo II , V / 2 [1982] 2064).

Guiar a otros a Jesús explica por qué mi predecesor Clemente VIII fundó este colegio en 1600 y explica por qué todos ustedes vinieron aquí. Y hoy he venido para estar con ustedes y profesar con ustedes nuestra fe en Jesús y en el misterio de su Ascensión al cielo .

2. Hoy la Iglesia celebra la vida que Jesús vive en el cielo con su Padre y en unidad con el Espíritu Santo. Hoy la Iglesia proclama la gloria de Cristo, su cabeza y la esperanza que llena todo el cuerpo místico. En el misterio de la Ascensión, la Iglesia medita sobre el inmenso amor que el Padre tiene por el Hijo: "En efecto, todo lo sometió a sus pies y lo hizo cabeza de la Iglesia sobre todas las cosas, que es su cuerpo, el plenitud del que se realiza íntegramente en todas las cosas ”( Ef 1, 22-23).

Precisamente porque somos el cuerpo de Cristo, participamos de la vida celestial de nuestra cabeza . La Ascensión de Jesús es el triunfo de la humanidad, porque la humanidad está unida a Dios para siempre, es para siempre glorificada en la persona del Hijo de Dios. Cristo en la gloria nunca permitirá que se separe de su cuerpo. Ya estamos unidos a él en su vida celestial porque nos precedió como nuestro líder. Además, Cristo confirma nuestro derecho a estar con él y desde su trono de gracia infunde constantemente vida, su vida misma, en nuestras almas. Y el instrumento que utiliza para hacer esto es su propia humanidad glorificada, con la que estamos unidos por la fe y los sacramentos.

No solo nosotros, la Iglesia, participamos en la vida de la cabeza glorificada, sino que Cristo la cabeza participa plenamente en la peregrinación de su cuerpo , lo guía y lo dirige a su destino en la gloria celestial. Cuanto más vosotros, hermanos míos, estéis unidos a Cristo en el misterio de la Ascensión - “ quae sursum sunt quaerite! ”- cuanto más sensible será a las necesidades de los miembros de Cristo que luchan en la fe por alcanzar la visión del rostro de Dios en la gloria.

3. Desde este lugar de gloria Jesús es por siempre nuestro mediador con el Padre y comunica a su cuerpo la fuerza para vivir, como él, totalmente para el Padre. Elevado a la derecha del Padre como cabeza y salvador, Jesús derrama su perdón sobre la humanidad (cf. Hch 5, 31 ). En el misterio de su Ascensión, Jesús cumple la función sacerdotal que le ha asignado el Padre : intercede por sus miembros "porque está siempre vivo para interceder por ellos" ( Hb 7, 25 ). Al reflexionar sobre la Ascensión del Señor, se verán confirmados en su vocación como intercesores por el pueblo de Dios, particularmente en su Escocia natal. 

Gracias al poder presente en la celebración litúrgica del Cristo glorificado podrás cumplir con dignidada su último mandato de evangelización, dado antes de la Ascensión : "Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado ( Mt 28, 19-20). Existe un vínculo real entre la gracia que Jesús infunde hoy en sus corazones y su misión futura como heraldos de su Evangelio. Ningún apóstol puede olvidar que la Ascensión está ligada al hecho de que vendrá el Espíritu Santo y que Cristo seguirá presente en la palabra y en el sacramento. Tu misión es hacer presente a Cristo.

La responsabilidad del futuro de la Iglesia en Escocia descansa sobre sus hombros y los de sus compañeros. Pero puedes estar seguro de que el Cristo glorificado te apoyará en tu misión. La victoria y el triunfo de su Ascensión y su exaltación a la derecha del Padre se comunicarán a las generaciones futuras en la Iglesia a través de ti y gracias al anuncio de su misterio. ¡Qué maravillosa llamada has recibido! ¡Qué manera tan estimulante de pasar la única vida que tienes!

4. En muchos sentidos, la solemnidad de la Ascensión es algo muy personal para ti. Al revelarse a sí mismo en gloria, Jesús fortalece su fe en su divinidad . Te llama a creer en Aquel que ha sido quitado de tu vista. Al mismo tiempo, esta solemnidad se convierte para ti en una celebración de esperanza y confianza, ya que has aceptado el anuncio de los ángeles y estás absolutamente convencido de que "este Jesús que ha sido llevado entre vosotros al cielo, volverá un día en el mismo día. manera en que lo viste ir al cielo "( Hechos1, 11). Mientras tanto, sabéis que él permanece con vosotros, que envía su Espíritu Santo a habitar en su Iglesia y que a través de la Iglesia os habla y guía vuestros corazones. Estás seguro porque sabes que "aparecerá por segunda vez, sin relación alguna con el pecado, a los que le esperan para su salvación" ( Heb 9, 28 ).

Cuanto más se vuelvan sus pensamientos hacia Cristo glorificado en el cielo, más se dará cuenta de que toda la sabiduría, la santidad y la justicia le pertenecen y se encuentran en él. Y entonces esta solemnidad se convierte en ocasión de gran humildad . 

La redención y la santificación se deben a su acción y a su palabra. El plan de salvación que nos reveló trasciende toda sabiduría humana y suscita un profundo respeto. Frente al misterio de la revelación divina, la insuficiencia humana se hace muy evidente . La mente humana con su noble proceso de razonamiento aparece en todas sus limitaciones, con su necesidad de ser asistida por el misterio del magisterio de la Iglesia, a través del cualel Espíritu del Cristo viviente proporciona la certeza que la mente humana nunca puede garantizar . Y también por eso la Iglesia reza con san Pablo en esta liturgia de la Ascensión, para que recibáis de Dios un espíritu de sabiduría y la percepción de lo que él mismo revela en la Iglesia (cf. Ef 1, 17). Sí, desde su trono de gloria el Verbo encarnado te guía y forma mientras te preparas para su sacerdocio.

5. El tuyo es un gran privilegio: estar en Roma y ser educado aquí en la fe apostólica, para que puedas volver y proclamar el misterio de Cristo , en toda su pureza y fuerza, a tus conciudadanos escoceses. Este es el privilegio y la tradición que comparte con St Ninian, el proto-obispo de Escocia. Siglos antes que tú, recorrió el camino que estás llamado a seguir, y toda Escocia fue bendecida con su fidelidad, como lo será con la tuya. La contribución duradera de San Niniano fue muy bien expresada: "Nacido de nuestra estirpe escocesa / Dios te llevó con su gracia / a encontrar en Roma / esa perla tan preciosa / que es la fe perfecta de Cristo / y traerla a casa".

En el poder de la Ascensión del Señor, que es su fuerza hoy, dedíquense de nuevo, queridos hermanos, a su obra sacerdotal, a su especial vocación: consagren su juventud y toda su vida al anuncio y la edificación del reino de los cielos, así dando gloria al que reina para siempre a la diestra del Padre, en la unidad del Espíritu Santo. Y recuerda: "encontrar en Roma ... la fe perfecta de Cristo y llevarla a casa".

Y que nuestra bendita madre María, asociada en su gloriosa Asunción con el triunfo de su Hijo, los apoye en su alegre expectativa de la venida de nuestro Salvador Jesucristo .

Amén.

VISITA PASTORAL A SUIZA

LITURGIA DE LA PALABRA PARA LOS JÓVENES DE SUIZA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Estadio de hielo "Le patinoire de St-Léonard" (Friburgo)
Miércoles 13 de junio de 1984

Queridos jóvenes.

Gracias por su bienvenida, gracias por su presencia. Es una gran alegría para mí pasar esta noche con ustedes. Sois portadores del futuro de la sociedad y de la Iglesia. Espero que para ti, para mí y para quienes nos siguen de lejos, estos momentos que se nos dan para estar juntos en la alegría, en la escucha, en la reflexión y en la oración sean un gran signo de esperanza.

A través de ti y contigo el Espíritu de Cristo quiere dar vida a su Iglesia y construir un mundo más justo, solidario y fraterno. Intentemos, esta noche y mañana, estar juntos cada vez más abiertos al Espíritu de Cristo.

1. Queridos jóvenes :

sus testimonios y preguntas merecen una larga discusión. Todos los problemas que ha planteado son graves y expresan su preocupación por el mundo y la Iglesia de hoy y de mañana. No puedo, en el breve espacio de tiempo de que disponemos, responder a todo. Espero que nuestro intercambio de esta noche sea seguido con los líderes de su movimiento, con sus catequistas, sus sacerdotes y sus obispos.

Por mi parte, me gustaría detenerme en uno u otro de los puntos que me parecen fundamentales y que tocan los problemas a los que se enfrentan los jóvenes de todo el mundo. He enfrentado los mismos problemas con jóvenes de muchos países, en Roma, París, Lourdes, Viena, Varsovia, Lisboa, Galway, Cardiff, Boston, Ciudad de México, Belo Horizonte, Seúl.

El futuro del mundo te parece bastante oscuro . El desempleo, el hambre, la violencia, las amenazas que la fabricación masiva de armas con alto poder destructivo coloca sobre la humanidad, los desequilibrios económicos entre el Norte y el Sur, la pobreza espiritual que en muchos países va acompañada de la sociedad de consumo, aquí están tantas causas de inquietud y angustia.

A vosotros, jóvenes, os digo: ¡no os dejéis desanimar por el derrotismo y el desánimo! Eres el mundo del mañana. El futuro depende ante todo de ti. Recibes de nosotros, el más grande, un mundo que puede decepcionarte, pero tiene sus riquezas y sus miserias, sus valores y sus valores negativos. Los extraordinarios avances en ciencia y tecnología son ambivalentes . Pueden servirle para lo mejor y para lo peor. Pueden salvar vidas o destruirlas. Pueden permitir una división de bienes en un mundo mejor y más justo, o por el contrario aumentar su concentración en manos de pequeños grupos aumentando la miseria de las masas. Pueden fomentar la paz o, por el contrario, poner la amenaza de una espantosa destrucción sobre la humanidad.

2. Todo depende del uso que se haga de los avances de la ciencia o la tecnología. En resumen, todo depende del corazón de los hombres. Son los corazones de los hombres los que necesitan ser cambiados. Ciertas estructuras que generan injusticia y miseria deben sin duda ser modificadas, pero al mismo tiempo hay que transformar los corazones humanos.

Aquí, queridos jóvenes, está la gran obra de construcción del mundo en la que deben comprometerse. Trabajen juntos, con sus manos, con su corazón, su inteligencia y su fe para construir un mundo nuevo en el que sea realmente posible que todos se desarrollen y vivan en un ambiente de seguridad y confianza mutua.

El futuro de la humanidad no se construye en el odio, la violencia, la opresión, cualquiera que sea la naturaleza. El futuro de la humanidad no se construye sobre el triunfo del egoísmo individual y colectivo. El futuro de la humanidad no puede construirse sobre una falsa concepción de la libertad que no respeta la libertad de los demás. La sociedad de consumo en la que vivimos y el miedo a un futuro incierto nos empujan a buscar una satisfacción inmediata para nosotros mismos. Uno se pliega sobre sí mismo, sobre la propia pequeña felicidad personal, sobre las propias emociones, en un círculo en el que se exacerba la sensibilidad y en la búsqueda incesante de nuevas emociones efímeras, donde no se acepta otro término de referencia que el propio. tu propio placer. No puedes vivir así. Este no es el mundo que quieres.

 

3. Has hecho planes para leer, como se acaba de hacer, el relato evangélico de la multiplicación de los panes. Jesús multiplicó los panes para repartir entre todos los presentes y pide a los discípulos que realicen este servicio.

Hoy Cristo los llama a todos a un compromiso serio y perseverante en la participación fraterna en los bienes materiales y espirituales que son inmensos en el mundo. Y esto comienza hoy, en sus escuelas, en sus entornos de aprendizaje y trabajo, en sus vecindarios, en sus aldeas. Esto comienza hoy con una sincera atención a los demás y sus necesidades, con espíritu de servicio y ayuda fraterna, con sentido de justicia, con el ejercicio de la entrega. Es hoy que comienza la transformación del mundo en ti y a tu alrededor.

Pero para llevar a cabo esta magnífica tarea de vuestra responsabilidad hacia la humanidad futura, son indispensables algunas condiciones. Me gustaría recordarte dos.

 

4. Para cumplir esta misión que te pertenece, es necesario que no vivas en la superficie de ti mismo, sino en profundidad. Necesitas descubrir la dimensión profunda de la persona humana: los recursos de tu corazón, el valor de los demás, el significado de los acontecimientos. Una existencia superficial genera una insatisfacción que no da paz. ¿No es esta la incomodidad que experimentan muchos jóvenes que buscan el camino de la autenticidad? Ahora, la autenticidad está en lo más profundo . Pero hay, lamentablemente, algunas profundidades ficticias que la droga da la ilusión de alcanzar. Hay una pseudociencia, una pseudo-libertad, una insípida liberalización de la sexualidad que son drogas no menos peligrosas y mortales que los alucinógenos.

Tomar conciencia de uno mismo, estar presente en uno mismo, descubrir las verdaderas aspiraciones de la persona, conocer las propias cualidades y limitaciones, aceptarlas, son condiciones de una auténtica relación con los demás. Finalmente, descubrir, en nosotros y en los demás, la presencia secreta del Dios de quien tenemos vida, movimiento y ser (cf. Hch 17 , 28 ), es descubrir la fuente de una nueva vida y un nuevo dinamismo para transformar. el mundo. Sin mí, nos dice Jesús, no se puede hacer nada (cf. Jn 15, 5).

Si sabes apartarte del ruido, aprende el silencio para encontrarte a ti mismo y a Dios en ti, podrás resistir las influencias disolventes del mundo externo y las complicidades internas que surgen continuamente de tu propio egoísmo. Les repito lo que les dije hace apenas un año a mis jóvenes compatriotas en Jasna Gora: “Estoy despierto, significa que me esfuerzo por ser un hombre de conciencia. No ahogo esta conciencia y no la dejo; Llamo al bien y al mal por su nombre, sin atenuarlos; Yo constituyo el bien en mí, y trato de corregirme del mal "(Ioannis Pauli PP. II, Allocutio ad iuvenes in «Jasna Góra» congregatos habita , 5, die 18 iun. 1983: Enseñanzas de Juan Pablo II , VI / 1 [1983] 1565).

Descubrirás el plan de Dios para cada uno de ustedes, inscrito en sus cualidades y en sus propios límites, a costa de una cierta disciplina de reflexión y silencio.

Hablar de autoconciencia, interioridad, reflexión y silencio no es una invitación a huir de la realidad, sino al contrario a explorarla bien hasta descubrir su dimensión espiritual. Por tanto, no se trata de estar al margen de la vida, sino de adentrarse en ella hasta encontrarnos, en la fe, con el Espíritu que actúa en nuestros corazones y en los corazones de los hombres.

Nuestra mirada sobre las personas y los acontecimientos es demasiado a menudo miope, mientras que debemos acercarnos a cada ser humano con infinito respeto y leer en el corazón de los acontecimientos lo que está en juego más profundo, los valores exaltados o burlados, la acción del Espíritu. .Santo acogido u opuesto por los hombres.

A ustedes que han sido bautizados y confirmados se les ha dado el Espíritu Santo. Él lo guiará en la búsqueda de la interioridad personal y el significado oculto de los eventos. Esté abierto al Espíritu de Cristo: él es el Espíritu de la verdad, y es la verdad lo que le hará libre.

Lo que te propongo es genial. Esta conquista de tu interioridad es la clave de una vida digna de ser vivida, porque se convierte en un descubrimiento extraordinario, nunca terminado, de uno mismo, de los demás, del mundo y de Dios. Es también el camino de la comunión fraterna entre todos los hombres. fundada en la comunión con Dios en Cristo y en su Espíritu.

 

5. Pero para vivir esta auténtica aventura espiritual es necesario –y esta es la segunda condición– vivir en grupo, como Iglesia. La Iglesia, en efecto, es la comunidad de los que creen en Jesucristo y que a partir de ahora quieren dejarse llevar por su Espíritu por los caminos del reino de Dios. Si quieren construir un mundo renovado, únanse para profundizar la mirada, para comparar sus puntos de vista con la palabra de Dios, para ayudarse mutuamente en sus compromisos diarios, para apoyarlos en los días de cansancio. 

La Iglesia debería ser ... ¡qué estoy diciendo! - debe ser esta comunidad fraterna en la que se puedan recuperar las fuerzas, compartir las alegrías y las preocupaciones, unirse en la fe y la oración, Celebremos juntos en la Eucaristía el sacrificio de la cruz y la presencia real y misteriosa de Cristo resucitado, alimentémonos de Él y de su Espíritu. Tienes razón, es necesario restablecer las verdaderas relaciones en tus comunidades, en tus parroquias. Es necesario vivir la misa dominical con más alegría e intensidad.

 Tomen su lugar en sus comunidades parroquiales, estén presentes para dar a la Iglesia una nueva juventud, para darle cada vez más un rostro "sin mancha ni arruga", como Cristo quiere (Efesios 5, 27 ). Pero déjame decirte también: ¡ten paciencia! Una comunidad cristiana formada por personas de las más diversas edades y mentalidades no se puede cambiar en un día. Cada uno tiene sus cualidades pero también sus imperfecciones y sus limitaciones. En primer lugar, no tendrás que reconocer el valor de lo que los que te preceden ya han construido - y muchas veces con dificultad - y así manifestarás tu madurez, y sabrás que toda la Iglesia cuenta contigo, necesita que convertirse cada vez más en lo que es. debe ser: una gran familia viva y fraterna de creyentes abiertos al Espíritu de Cristo, que dan testimonio en medio del mundo de la salvación traída por Cristo y manifiestan el amor insondable que une al Padre. , el Hijo y el Espíritu Santo.

Sí, queridos jóvenes, animados por el Espíritu de Cristo, buscad profundidad en un mundo en el que todo os invita a vivir como consumidores superficiales, a juntaros, a formar células vivas de la Iglesia de Cristo. Entonces te convertirás, como Cristo, en seres para los demás. Construirás con todos los jóvenes del mundo una nueva civilización de justicia y amor.

Deseo extender un cordial saludo en su lengua materna a los jóvenes de la Suiza germanoparlante que están presentes aquí esta tarde. Pasado mañana tendremos la oportunidad de encontrarnos en Einsiedeln para un encuentro fraterno. Mis palabras a los jóvenes de Friburgo y a los de Einsiedeln se dirigen con indiferencia a todos los que profesan a Cristo en este país, o que todavía buscan el camino para llegar a él. ¡Que Cristo los lleve a todos por su camino de verdad y vida!

VISITA PASTORAL A SUIZA

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA SOLEMANA CON ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

 Delantal del aeropuerto de Sion - Domingo 17 de junio de 1984

Queridos hermanos y hermanas.

1. “Sursum corda”: “¡Levantemos el corazón!”.

Hoy el corazón de la Iglesia reacciona con un fervor muy particular a esta invitación que introduce cada plegaria eucarística. Hoy respondemos con una intensidad de fe muy especial: "Habemus ad Dominum": "Los hemos vuelto al Señor".

Ante el sugerente espectáculo que ofrecen estas montañas, quizás mejor que en cualquier otro lugar, elevemos, como Moisés, hacia el Dios del cielo y de la tierra. Contemplamos el misterio de Dios en la fe: de hecho, hacia él se dirige nuestra fe. Un misterio insondable. Dios es Dios, el ser más allá de todo lo que podemos concebir, más grande de lo que siente nuestro corazón. La revelación cristiana revela una parte de su vida íntima, pero lleva nuestra fe al umbral de un misterio aún más profundo: la unidad de la Trinidad. El que es el único Dios es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada una de las personas divinas es increado, inmenso, eterno, omnipotente, Señor; sin embargo, solo hay un Dios increado, inmenso y omnipotente, el Señor. "El Padre no fue creado ni engendrado por nadie: el Hijo viene del Padre, no fue hecho ni creado, sino engendrado; el Espíritu Santo viene del Padre y del Hijo, no es hecho ni creado ni engendrado, sino que procede de ellos ”. Así afirma una antigua profesión de fe (símbolo conocido como San Anastasio).

 Este Dios de infinita majestad que se manifiesta a Moisés y se esconde en la nube misteriosa, este Dios trascendente que revela su vida insondable, la ternura de su amor infinito, este Dios, podemos acercarnos a él: lo adoramos, postramos ante él. . En la fe se nos da la alegría de contemplar la Santísima Trinidad en él, ante la visión plena de su gloria. Así afirma una antigua profesión de fe (símbolo conocido como San Anastasio). Este Dios de infinita majestad que se manifiesta a Moisés y se esconde en la nube misteriosa, este Dios trascendente que revela su vida insondable, la ternura de su amor infinito, este Dios, podemos acercarnos a él: lo adoramos, postramos ante él.

En la fe se nos da la alegría de contemplar la Santísima Trinidad en él, ante la visión plena de su gloria. Así afirma una antigua profesión de fe (símbolo conocido como San Anastasio). Este Dios de infinita majestad que se manifiesta a Moisés y se esconde en la nube misteriosa, este Dios trascendente que revela su vida insondable, la ternura de su amor infinito, este Dios, podemos acercarnos a él: lo adoramos, postramos ante él. . En la fe se nos da la alegría de contemplar la Santísima Trinidad en él, ante la visión plena de su gloria.

2. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" ( Efesios 1: 3). "Tanto amó al mundo que dio a su único Hijo" ( Jn 3, 16 ). A través de su Hijo, no solo reveló su nombre, su gloria, como en una Epifanía de Dios que lo manifiesta de una manera única, sino que nos mostró su ternura, su misericordia, su amor, su fidelidad, mucho más allá de lo que pudo Moisés. atisbo: "En primer lugar nos destinó a ser niños por Jesucristo", "a ser su pueblo" (cf. Ef.1, 5. 11). Nuestra adoración, nuestro canto de alabanza es al mismo tiempo una acción de gracias por este "don gratuito que nos colmó en su Hijo amado". Dado que "el primer don dado a los creyentes" es el Espíritu Santo que continúa la obra del Hijo y "completa toda santificación" (cf. Plegaria eucarística IV), el Espíritu, que da a la Iglesia la unidad del cuerpo, la llama a manifestar la salvación a los hombres, ya que a través de él la presencia de Dios habita en ella.

3. "Nos harás un pueblo tuyo" ( Ex 34,9). Toda la Iglesia es el pueblo del Dios vivo. Y en su seno tiene su lugar nuestra asamblea litúrgica. Y aquí la Iglesia que está en Suiza, en particular la Iglesia que está en Sion; reúne, heredero de una larga historia que comienza con San Teodulo, patrón de la diócesis al pie de esta colina de Valère dominada por la antigua catedral dedicada a Notre-Dame, en el corazón del valle del Ródano. En el centro de su dura vida como montañeros, los valaisianos han sabido mantener vivas su fe y tradiciones cristianas, en comunión con el obispo de Roma, sucesor de Pedro, que está muy feliz de visitar hoy la catedral actual, pero sobre todo esta casa espiritual hecha de piedras vivas (cf.1 Pt2, 5) que es la Iglesia de Sion. Y con él saludo a la Iglesia que se reúne alrededor de la Abadía de San Mauricio, en este valle del Ródano, y que es heredera de la fe profesada hasta el martirio de San Mauricio y sus soldados de la legión tebana. Como san Pablo, "para que os fortalezcáis, o mejor dicho, para animarme con vosotros y entre vosotros por la fe que tenemos en común, vosotros y yo" ( Rm 1,11-12). De hecho, lo que nos une es mucho más profundo y misterioso que una relación orgánica o un vínculo afectivo: "La Iglesia universal es como un pueblo que obtiene su unidad de la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo" (S. Cipriano, De Oratione Dominica , 23: PL 4, 553).

4. En el contexto de la liturgia eucarística de hoy, algunos hijos de vuestra Iglesia - de Sión o de otras diócesis o institutos suizos - se convertirán en sacerdotes "según el orden de Melquisedec" (cf. Sal 110, 4; Heb.5, 6; 7, 17), recibiendo el sacramento del Orden Sagrado. Melquisedec ofreció pan y vino al Altísimo. Bajo el signo del pan y del vino, es Jesucristo quien se ofrece al Padre en su sacrificio único y definitivo, hecho actual y presente a través del ministerio de los sacerdotes. A través de ellos, Jesús hace lo que hizo en la Última Cena. Ofreciendo pan, dice: “Este es mi cuerpo, ofrecido por ti. . . tomar y comer ”. Ofreciendo vino, dice: “Esta es la copa de mi sangre, derramada por ustedes y por muchos. . . tomar y beber ”. Así habló Jesucristo a los apóstoles que estaban con él en la Última Cena. Y añadió: "Esto lo harás en memoria mía" (cf. Lc22, 19ss.). 

Entonces, ¿quién es Jesucristo? Él es el Hijo eterno en quien el Padre amó al mundo. Lo dio “para que todo aquel que crea en él no muera, sino que obtenga la vida eterna. . . para que el mundo se salve por él "( Jn.3, 16-17). Sí, vino por la salvación del mundo. El sacrificio que Jesucristo ofreció en la cruz, el sacrificio que instituyó en la Última Cena, es para la salvación del mundo. En este sacrificio se manifiestan el amor del Padre y el amor del Hijo. Es el cáliz de la nueva y eterna alianza. Aquellos que reciben la ordenación sacerdotal hoy se convierten en ministros del sacrificio hecho por la salvación del mundo. Lo hacen presente. Son los ministros de la Eucaristía: desde este centro se desarrolla su vida sacerdotal. Todo lo demás será como una preparación o un eco de este acto sacramental. Día tras día, presentes en la existencia humana, deberán introducir a sus hermanos en la redención realizada por Cristo y celebrada en la Eucaristía.

5. Los sacerdotes son al mismo tiempo guías de sus vecinos en el camino de la salvación. Viven entre el pueblo de Dios y dicen como Moisés: "Señor, anda entre nosotros" (Ex 34, 9). Con todo su ser sacerdotal, invocan al Señor para que guíe a su rebaño, como un Pastor. Ellos mismos son los siervos de Jesucristo, el Buen Pastor. Como Moisés, suben al monte para recibir el testimonio del pacto de Dios y para tomar en sus manos, como señal de este pacto, las tablas de los mandamientos de Dios. Según estos mandamientos, según toda la verdad del Evangelio, la "carta" del nuevo pacto - iluminan las conciencias y guían a aquellos entre quienes ellos mismos han sido elegidos ( Heb.5.1).

 Son maestros de la verdad, al anunciar el Evangelio, al despertar y fortalecer la fe, y al indicar el camino a seguir para permanecer en el camino de la salvación. Son los guardianes de la rectitud de conciencia. Por tanto, son los servidores de ese Dios que proclamó ante Moisés: "Yavé, Señor, Dios misericordioso y misericordioso, lento para la ira, rico en gracia y fidelidad" ( Ex 34, 7). Son los siervos de Jesucristo, por quien Dios perdona nuestros pecados y nuestros pecados, y nos hace un pueblo suyo (cf. Ex 34, 9). En consecuencia, estos sacerdotes de la nueva alianza son ministros del sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación con Dios, ministerio que ocupará, con la Eucaristía, un lugar fundamental en su vida.

6. Los demás aspectos de su vida sacerdotal se desarrollan en torno a estas funciones centrales, de las que sólo mencionaré. El sacerdote participa en la función del único mediador que es Cristo. Pero conoce su debilidad. No hace nada por sí mismo: es fuerte en la fuerza de Dios, esto por una disposición permanente que consagra su mismo ser. Pero debe intentar corresponderle.

 Debe buscar la santidad que esté en consonancia con el ministro de Cristo; con la ayuda del Espíritu Santo que le fue dado mediante la imposición de manos: ofrecerse enteramente a él, "vivir lo que él hace" (cf. Prex ordinationis), transmitir lo que contemplaba. Debe ser un hombre de oración, tanto en soledad, como Moisés en la montaña, como animador o presidente de la oración de sus hermanos. En la llanura debe vivir junto a los hombres, simplemente, pobremente, en el servicio como Cristo vino a servir; debe tener en cuenta sus inquietudes y su lenguaje para anunciar el Evangelio de Jesucristo: todo el Evangelio para ser entendido. 

Pero al mismo tiempo debe comenzar por el misterio. Por su forma de vida hay que entender que es un hombre ligado a Jesucristo; especialmente a través del celibato, se convierte en "el signo vivo de un mundo por venir, ya presente por la fe y la caridad" (cf. Presbyterorum ordinis , dieciséis). Es "el hombre para los demás"; debe ser un testigo, profeta. Valiente, acepta, a su vez, ser signo de contradicción y, a veces, siervo sufriente, pero siempre el hombre de paz que Cristo vino a traer a la tierra.

7. Todo esto lo hará como colaborador de su obispo, quien a su vez actúa en unión con el sucesor de Pedro; cuando el sacerdote obedece a ambos, vive en comunión con toda la Iglesia. Su sacerdocio tiene como fundamento el del obispo de la Iglesia local, que es el padre de todo el presbiterio. De esta manera, el sacerdote puede contribuir a la construcción de la Iglesia en la unidad. No dispone arbitrariamente de los dones de Dios, es, como dice san Pablo, "administrador de los misterios de Dios.

Ahora, lo que se pide a los administradores es que todos sean fieles" ( 1 Co 4, 1-2). Todo lo que es el sacerdote, encuentra su sentido fundamental exclusivamente en la Iglesia, a través de la Iglesia, para la Iglesia. Por tanto, debe vivir la Iglesia, sentir y pensar con la Iglesia ("Feel cum Ecclesia "): no sólo la Iglesia del pasado, ni siquiera la Iglesia que todavía no existe, sino la Iglesia concreta de hoy, cuyas arrugas y manchas se pueden borrar también gracias a su incansable ayuda. Este amor prepara al sacerdote para el compromiso que la Iglesia espera de él, por el bien de todos. El diálogo pastoral, que se esfuerza por establecer, puede asegurar que se eviten los conflictos y las divisiones, cuando es verdaderamente a Jesucristo a quien se busca, cuando es a él a quien se debe servir.

8. El sacerdocio es una tarea tan importante, tan necesaria que todos tenemos que preocuparnos por las vocaciones. La diócesis de Sion, a partir de 1978, ha decidido sensibilizar a todos los cristianos sobre este tema. Espero que de esto nazcan más frutos, aquí con ustedes y en otras diócesis de Suiza, a las que volverán estos nuevos sacerdotes. Naturalmente, todos los bautizados están llamados a participar activamente en la vida de las comunidades cristianas y en el testimonio del Evangelio en el mundo. La misión del sacerdote está precisamente al servicio de esta participación. 

Sin embargo, tiene su propia naturaleza particular y es insustituible. Por tanto, no hay dualismo ni competencia, sino sólo una compleción necesaria y recíproca en la observancia de la vocación específica de vez en cuando, en el que los obispos deben ser guías para una colaboración armoniosa. La comunidad de la Iglesia cumple plenamente su misión y su servicio cuando las vocaciones al sacerdocio pueden germinar y florecer en ella, sin las cuales tampoco ella puede desarrollarse. La vocación y la misión, al oficio o al apostolado, vienen siempre de Dios, de la Santísima Trinidad.

9. "Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, digno de alabanza y gloria por los siglos" ( Dn3, 52). La luz de la fe nos eleva hoy con el corazón y con el espíritu al misterio inescrutable de Dios, a su incognoscible unidad trinitaria. Del seno de la Santísima Trinidad vino el Hijo de Dios entre los hombres: el Verbo Eterno del Padre se hizo hombre, hijo de la Virgen María. Con su muerte en la cruz y su resurrección, el Espíritu de santidad descendió sobre los apóstoles y ahora está presente en la Iglesia de Cristo. De esta misión del Padre y del Espíritu nace la misión salvífica de la Iglesia.

 De la misión del Hijo, siervo de Dios, que recibió la unción mesiánica, el "real sacerdocio" de todos los bautizados deriva del Espíritu Santo. Del sacerdocio del Hijo, del Ungido, deriva en el Espíritu Santo la vocación y el oficio de los sacerdotes, que están marcados, con el sacramento del Orden Sagrado, por un sello indeleble. En su servicio todo el pueblo de Dios participa en el sacerdocio de Cristo, único intermediario entre Dios y los hombres. Hoy se entregan nuevos sacerdotes al pueblo de Dios, cuyo mandato responde a los fundamentos de la misión de todos los creyentes; de hecho, también ellos han sido confirmados en la fe del Espíritu Santo. 

Todos deben comprometerse con su tarea de predicar a los creyentes; esto se afirma con la palabra de despedida, que concluye cada santa misa. Sí, hoy nos alegramos: porque en este solemne Servicio Divino se ha renovado la misión del pueblo de Dios en la Iglesia. Por tanto, cantemos sin cesar, a una sola voz, la alabanza de la Santísima Trinidad. Hoy se entregan nuevos sacerdotes al pueblo de Dios, cuyo mandato responde a los fundamentos de la misión de todos los creyentes; de hecho, también ellos han sido confirmados en la fe del Espíritu Santo. Todos deben comprometerse con su tarea de predicar a los creyentes; esto se afirma con la palabra de despedida, que concluye cada santa misa. Sí, hoy nos alegramos: porque en este solemne Servicio Divino se ha renovado la misión del pueblo de Dios en la Iglesia. Por tanto, cantemos sin cesar, a una sola voz, la alabanza de la Santísima Trinidad.

 Hoy se entregan nuevos sacerdotes al pueblo de Dios, cuyo mandato responde a los fundamentos de la misión de todos los creyentes; de hecho, también ellos han sido confirmados en la fe del Espíritu Santo. Todos deben comprometerse con su tarea de predicar a los creyentes; esto se afirma con la palabra de despedida, que concluye cada santa misa. Sí, hoy nos alegramos: porque en este solemne Servicio Divino se ha renovado la misión del pueblo de Dios en la Iglesia. ¡Por tanto, cantemos sin cesar, a una sola voz, la alabanza de la Santísima Trinidad! que concluye cada santa misa.

 Sí, hoy nos alegramos: porque en este solemne Servicio Divino se ha renovado la misión del pueblo de Dios en la Iglesia. ¡Por tanto, cantemos sin cesar, a una sola voz, la alabanza de la Santísima Trinidad! que concluye cada santa misa. Sí, hoy nos alegramos: porque en este solemne Servicio Divino se ha renovado la misión del pueblo de Dios en la Iglesia. Por tanto, cantemos sin cesar, a una sola voz, la alabanza de la Santísima Trinidad.

10. Cuántos "padres", como Nicolás de Flüe, cuántas generaciones te precedieron en esta tierra y fueron "partícipes de la naturaleza divina" ( 2 P 1, 4), en unidad activa con el Padre, el Hijo y el ¡Espíritu Santo! ¡Recopilamos su legado! ¡Sigamos con su testimonio! ¡Asumamos su misión como respuesta a las preguntas urgentes de hoy, en el umbral del tercer milenio! Que este país sea siempre abrazado por Dios e impregnado de su vida, para reflejar su luz y llevar al mundo a la fe. ¡Que el Dios de tus padres siga siendo el Padre de tus hijos para siempre! ¡El Padre de todas las generaciones venideras a este país! ¡Tú, el único Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo! Amén.

VISITA AL COLEGIO INTERNACIONAL "S. LORENZO DA BRINDISI» EN ROMA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

 Domingo - 24 de junio de 1984

Queridos hermanos de la orden capuchina, y ustedes, en particular, estudiantes-sacerdotes de este colegio internacional.

1. Un placer especial para mí hoy es mi visita a este lugar, porque me permite no sólo responder a una invitación muchas veces y tan amorosamente formulada, sino también celebrar, en una comunión unida de caridad y fe, la santísima Eucaristía el mismo día en que se trasladó la solemnidad litúrgica del cuerpo y la sangre del Señor. Esta circunstancia o, más bien, coincidencia, ¡y feliz coincidencia! - inmediatamente sube el tono de nuestro encuentro y, aunque en él hay --como mencionaré más adelante-- otros temas y motivos que lo identifican y definen, hoy sin embargo el motivo dominante y el tema central quiere ser, y debe ser, el Eucarística.

2. “ In supremae nocte cenae recumbens cum fratribus . . . ". He aquí, el lugar y el momento de nuestra cita ideal está allí, en el Cenáculo de Jerusalén , donde el Señor Jesús se reunió con sus apóstoles el día antes de su pasión redentora, y donde hoy también nosotros, todos nosotros, queremos llevarnos con la mente y el corazón para considerar, o reconsiderar, el gran acontecimiento sacramental y eclesial que allí tuvo lugar.

¿Qué hizo Jesús esa noche? Demasiado conocidos son los detalles - gestos y discursos, declaraciones y recomendaciones, advertencias y enseñanzas - que resultan de la Última Cena, porque tengo que recordarlos claramente aquí. Es cierto que Jesús te habla y actúa como protagonista, mezclando lo antiguo y lo nuevo en un entrelazamiento de memorias históricas y perspectivas de futuro, en una alternancia de emociones sublimes y decisiones conscientes, cuya profundidad solo se puede vislumbrar, pero permaneceysiempreserá radicalmente insondable. Jesús, el Maestro y el Señor, en primer lugar da una lección de humildad a sus discípulos, lavando los pies de cada uno de ellos, incluyendo el traidor (cf. Jn13, 4-15). Ya este gesto o rito inicial - quisiera observar de pasada - si es de gran importancia para todos los creyentes, tiene un valor completamente singular para los seguidores de San Francisco, como ustedes: parece que el santo, concentrando su mirada amorosa en toda la existencia de Cristo, desde la humildad del recién nacido de Belén hasta la "desnudez" del crucificado en el Calvario, quiso incluir también este episodio que es, al mismo tiempo, enseñanza y ejemplo de profunda la humildad, como condición de disponibilidad hacia los demás y expresión de espíritu fraterno.

3. Pero retomemos el hilo de los acontecimientos: después del lavatorio de los pies tiene lugar el verdadero banquete pascual , durante el cual Jesús toma el pan y el vino en sus manos. Sabemos bien cuál es el "peso" de estos gestos, porque es el mismo Jesús quien nos lo dice. No se trataba de una simple distribución de alimentos; Ese no fue un intercambio amistoso entre comensales que pasan cursos: no , aquí hay mucho más, hay infinitamente más. “Toma y come, ( porque ) este es mi cuerpo”; "Tomad y bebed, ( porque ) esta es la sangre del nuevo pacto" (cf. Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-24; Lc 22, 17-20; 1 Cor11, 23-25).

 La fuerza de estas frases está en su implicación causal: entre ellas hay una implicación por qué , que como puede reforzar la invitación del Maestro a comer y beber , sirve para introducir una verdad superior, que es la realidad del cuerpo y de la sangre del Señor. Tú - quiere decir Jesús - debes "consumir" el pan y el vino que te distribuyo, porque en ellos "yo soy" yo mismo. Misterio de la realidad , queridos hermanos, es la Eucaristía, como auténtico signo y sacramento del cuerpo y la sangre del Señor, pero también es un misterio a renovar , porque la doble afirmación, que acabamos de mencionar, es contextual, según el Tradición Pauline-Lucan., La orden explícita de hacer esto en su memoria(cf. Lc 22, 19; 1 Co 11, 24,25).

4. Los apóstoles entendieron el significado de esas palabras y el valor de este orden. El gesto de Jesús no fue otro que la entrega oficial y, se diría, "la entrega" de su cuerpo y sangre, no simplemente porque se inspiraran en una conmovedora conmemoración del amado Maestro, sino para tenerlo siempre vivo y presente. entre ellos, con ellos, en ellos.

Ciertamente entendieron, como lo confirma no solo el uso de la Iglesia naciente que solía reunirse " in frace panis " (cf. Hch 2, 42), sino el programa altamente didáctico del Señor, que los había preparado para ese rito arcano. tiempo. Esto es precisamente lo que leemos en el Evangelio de hoy, en ese pasaje del Discurso sobre el pan de vida , que el Maestro había pronunciado en Capernaum después de la milagrosa multiplicación de los panes.

Consíguense - había dicho con sabiduría clarividente - un pan de calidad superior: un pan celestial, un pan vivo. Y este pan - había dicho repetidamente - soy yo, y este pan es "mi carne para la vida del mundo". Desde entonces se había anticipado la invitación a comer y beberen términos de una necesidad espiritual absoluta: “A menos que coman la carne del Hijo del Hombre y beban su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna. . . él permanece en mí y yo en él ”. En definitiva, la vida sobrenatural, la vida misma como supervivencia a la muerte física, la permanencia en Cristo depende totalmente de este alimento y de esta bebida, ya que el Maestro añadió: "Mi carne es verdaderamente comida y mi sangre es verdaderamente bebida" (cf. Jn 6, 1).

El cumplimiento de todo esto no se hizo esperar: fue exacto y puntual según una línea de alta pedagogía y relevancia salvífica. El Jesús del Cenáculo fue el que ya había hablado en Capernaum y que en la “Iglesia” de la ciudad santa cumplió la promesa hecha en la “sinagoga” del pueblo de la ribera del lago.

5. Queridos hermanos, creo que estos pensamientos, extraídos de la comparación de los textos fundamentales del Evangelio, aunque se conozcan, merecen una atención permanente por parte de todos los sacerdotes y, por tanto, también de ustedes, miembros de la curia general y de la histórica. instituto de la orden capuchina, tanto estudiantes de este colegio internacional, provenientes de las más diversas provincias como estudiantes de las distintas universidades pontificias de Roma. 

Todos somos sacerdotes, y ¿cómo podríamos olvidar que nuestro sacerdocio gira en torno a este banquete místico? ¿Que está indisolublemente ligada a la Eucaristía en virtud de una relación que no es sólo de derivación y contacto, sino también de destino y función? Si las dos realidades sacramentales de la Eucaristía y el Orden Sagrado están tan cerca que encajangenética y finalísticamente , si existe un vínculo de unión extraordinaria entre ellos, ¿cómo podríamos los sacerdotes, en la concreción de nuestras vidas y en la diversidad misma de nuestros respectivos oficios, dejar de considerar tal relación siempre esencial e incontenible? Nacido de la Eucaristía y capacitado para “hacer” la Eucaristía, ¿cómo no vivir por ella y para ella?

Es una cuestión de coherencia, es una cuestión de fidelidad: ¡fidelidad y coherencia a lo que somos, a nuestro "ser sacerdotes"!

Por eso, hoy, fiesta del cuerpo y la sangre del Señor, es también nuestra fiesta, y haremos bien en profundizar y desarrollar todo en comunidad y cada "in secreto cordis sui" las reflexiones antes mencionadas, para confirmar nuestra total , adhesión convencida e inquebrantable a Cristo, sumo sacerdote y único artífice de nuestro sacerdocio.

6. En la medida en que esta investigación sea profunda y sincera, sin duda será más clara la visión de los problemas particulares y, quizás, de las dificultades que hoy, en medio de un proceso de transformación, que parece involucrar y abrumar todo. , surgen de cada sacerdote, tanto secular como regular, de cada familia religiosa, de toda la comunidad eclesial. ¡Incluso sus problemas, incluso las inevitables dificultades del presente, queridos miembros de la familia seráfica capuchina, pueden iluminarse en una verificación que se realiza desde el punto de vista de la Eucaristía! Este es un ángulo muy favorable: es el ángulo de la unidad y la caridad.lo que ayuda a ver bien el núcleo de las cuestiones, a distinguir lo accesorio del principal, a pasar de lo contingente a lo esencial. Tampoco pensamos que sea una forma de escape de la realidad, o una forma indebida de ver las cosas, o una "transferencia" alienante al plano sobrenatural. La dimensión eucarística puede y debe ser considerada también para usted como un criterio seguro. 

Solo un ejemplo: las nuevas Constituciones ( Constituciones de los Frailes Menores Capuchinos , cap. VI) de su orden insisten con razón en el deber de vivir la vida en fraternidad., para dar a todos los niveles, desde el convento local hasta la casa general, el testimonio de un genuino amor evangélico, para superar toda forma de individualismo egoísta, para constituir según la verdad una "orden de hermanos". ¿Es necesario explicar que la fuente principal de la que se extrae este espíritu es y sigue siendo la Sagrada Eucaristía? Que sea, por tanto, el punto de referencia superior en el trabajo personal y comunitario en el que estás comprometido.

7. Me parece que es el mismo Padre seráfico quien lo recuerda, quien lo recomienda: piensen, queridos capuchinos, en los insuperables ejemplos de fraternidad vivida que les dejó, que para la Eucaristía tuvieron, más que devoción, un singular "pasión", hasta el punto de imponer a sus compañeros la mayor reverencia hacia todos los sacerdotes que encontraba en el camino.

Con qué emoción leemos en la Vida de fray Tommaso da Celano: “Ardía de amor en todas las fibras de su ser hacia el sacramento del cuerpo del Señor, llevado por el asombro más allá de toda medida. . . Se comunicaba a menudo y con tal devoción que hacía que otros también se dedicaran. De hecho, lleno de reverencia por este venerable sacramento, ofreció el sacrificio de todos sus miembros y, cuando recibió el cordero inmolado, inmoló su espíritu en ese fuego, que siempre ardía en el altar de su corazón "(Thomae A Celano, Vita secunda , cap.152). Y las cotizaciones podrían multiplicarse. . .

La humildad , por tanto, la fraternidad y el sacrificio son los recordatorios imprescindibles, que os llegan en la fiesta del Corpus Domini , de la lectura conjunta de la palabra de Dios, de la biografía de vuestro santo, así como del texto de las constituciones vigentes. .

Para salvaguardar y alimentar estas mismas virtudes, sepan colocar la espiritualidad eucarística, centrada en quien es vida y vino a este mundo, para que todos la tengan y la tengan en abundancia (cf. Jn 1, 4; 10, 10). Que así sea.

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA CON OCASIÓN DEL XXV ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL PADRE AGOSTINO GEMELLI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves 28 de junio de 1984

1. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29).

Es Cristo quien habla. Con los ojos de la fe le contemplamos en la concreción de su Humanidad, gracias a la cual es en todo semejante a nosotros, salvo en el pecado. Semejante en todo y, por tanto también en el hecho de tener un corazón que late en su pecho, activando en sus venas el flujo vital de la circulación sanguínea. A este corazón es, precisamente, al que alude, cuando nos habla a nosotros aquí reunidos en torno al altar: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».

Hoy, solemnidad litúrgica del Sagrado Corazón, en esta institución universitaria y hospitalaria dedicada al Corazón de Jesús, nos sentimos invitados a meditar sobre el misterio de aquel Corazón divino, en el que late el amor infinito de Dios por el hombre, por todo hombre, por cada uno de nosotros. Aquel amor, que ya testimoniaba Moisés entre sus compatriotas, recordándoles: «Yavé se ha aliado con vosotros y os ha elegido, no por ser vosotros los más en número entre todos los pueblos, pues sois el más pequeño de todos, sino porque Yavé os amó» (Dt 7, 7-8). Aquel amor en que el apóstol Juan vio la síntesis de todo tratado acerca de Dios, hasta el punto de poder afirmar: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4, 81.

¿Cómo no exclamar con el salmista: «El Señor es bueno y grande en el amor» (Salmo responsorial)? La liturgia de hoy nos pone en los labios las expresiones adecuadas para manifestar nuestro reconocimiento ante una generosidad tan imprevisible y estupenda: «Bendice al Señor, alma mía, todo lo que hay en mí bendiga tu santo nombre ... El perdona todas tus culpas, sana todas tus enfermedades, salva del hoyo tu vida, te corona de gracia y misericordia ... » (Salmo responsorial).

2. Meditemos sobre las «maravillas» del amor de Dios, contemplando el misterio del Corazón de Cristo. Es conocida la riqueza de reminiscencias antropológicas que, en el lenguaje bíblico, despierta la palabra «corazón». Con ella no sólo se evocan los sentimientos propios de la esfera afectiva, sino también todos aquellos recuerdos, pensamientos, razonamientos, proyectos que constituyen el mundo más íntimo del hombre. El corazón, en la cultura bíblica y también en gran parte de las otras culturas, es el centro esencial de la personalidad; centro en el que el hombre está ante Dios como totalidad de cuerpo y espíritu, como yo pensante que quiere y ama, como centro en el cual el recuerdo del pasado se abre a la proyección del futuro.

Ciertamente del corazón humano se interesan el anatomista, el fisiólogo, el cardiólogo, el cirujano, etc.; y su aportación científica —me complace reconocerlo en una sede como ésta— reviste gran importancia para el sereno y armonioso desarrollo del hombre en el curso de su existencia terrena. Pero el significado según el cual nos referimos ahora al corazón, trasciende de esas consideraciones parciales, para alcanzar el santuario de la autoconciencia personal, en el que se resume, y —por así decirlo— se condensa la esencia concreta del hombre; el centro en el que cada uno decide de sí ante los otros, ante el mundo, ante Dios mismo.

Sólo del hombre puede decirse propiamente que tiene un corazón; no del espíritu puro, como es evidente, ni tampoco del animal. El «redire ad cor» desde la dispersión en las múltiples experiencias exteriores es una posibilidad reservada únicamente al hombre.

3. Por la fe sabemos, que en un momento determinado de la historia, «el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Desde aquel momento Dios comenzó a amar con corazón de hombre. Un corazón verdadero, capaz de latir de un modo intenso, tierno, apasionado. El Corazón de Jesús ha experimentado verdaderamente sentimientos de alegría ante el esplendor de la naturaleza, el candor de los niños, ante la mirada de un joven puro; sentimientos de amistad hacia los apóstoles, hacia Lázaro, hacia sus discípulos; sentimientos de compasión para los enfermos, los pobres y tantas personas probadas por el luto, por la soledad, por el pecado; sentimientos de indignación hacia los vendedores del templo, los hipócritas, los profanadores de la inocencia; sentimientos de angustia ante la perspectiva del sufrimiento y ante el misterio de la muerte. No hay sentimiento auténticamente humano que no haya probado el corazón de Jesús.

Hoy estamos en adorante oración ante aquel corazón, en el que el Verbo eterno ha querido experimentar directamente nuestra miseria, «no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejantes a los hombres» (cf. Fil 2, 6-7). Del infinito poder que es propio de Dios el corazón de Cristo sólo ha conservado la inerme potencia del amor que perdona. Y en la soledad radical de la cruz ha aceptado ser atravesado por la lanza del centurión, para que la herida abierta vertiese sobre las suciedades del mundo el torrente inagotable de una misericordia que lava, purifica y renueva.

En el corazón de Cristo se encuentran, pues, riqueza divina y pobreza humana, poder de la gracia y fragilidad de la naturaleza, llamada de Dios y respuesta del hombre. En él tiene su apoyo definitivo la historia de la humanidad, porque «el Padre ha entregado todo juicio al Hijo» (cf. Jn 5, 22). Al corazón de Cristo, debe, pues referirse, lo quiera o no lo quiera, todo corazón humano.

4. ¡Nuestro corazón! La Biblia no ahorra expresiones pesimistas acerca del corazón humano, en el que se esconde a menudo la doblez como en el caso de aquellos que «hablan de paz a su prójimo, pero tienen la malicia en el corazón» (Sal 28, 3); o se insinúa la infidelidad respecto a la alianza, como lamentaba el salmista a propósito del pueblo hebreo: «Su corazón no era sincero con El, y no eran fieles a su alianza» (Sal 7837). ¿Quién no recuerda la amarga comprobación: «este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí» (Is 29, 13)? El hombre no debe pues, olvidar que si le es posible engañar a sus semejantes, eso no sucede con Dios, por que si «el hombre mira a las apariencias, Dios mira al corazón» (1 Sam 16, 7).

Ante la realidad decepcionante de un corazón «desviado e indócil» (Jer 5, 23), queda sólo una esperanza: la de una iniciativa divina que renueve el corazón humano y lo haga todavía capaz de amar a Dios y a los hermanos, con ímpetu sincero y generoso. Es lo que el Señor ha prometido por boca del profeta Ezequiel: «Yo os purificaré de todas vuestras inmundicias y de todos vuestros ídolos; os daré un corazón nuevo, pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (36, 25 s).

5. La promesa se ha realizado en Cristo. En el encuentro con El, se ofrece al hombre la posibilidad de rehacerse un corazón nuevo, un corazón no ya «de piedra» sino «de carne». Para llegar a esto, sin embargo, es preciso ante todo que «renazca del agua y del Espíritu Santo», como se dijo, una noche, «a un hombre llamado Nicodemo» (cf. Jn 3, 1 ss.); y es preciso también que entre en la escuela de Jesús para aprender de El cómo se ama concretamente. Esto es precisamente lo que El mismo ha pedido. En efecto, ha dicho: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». Con la palabra y con el ejemplo, Cristo nos ha enseñado la mansedumbre y la humildad, como cualidades indispensables para amar realmente; nos ha enseñado que el Hijo del Hombre «no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la propia vida como rescate por muchos» (Mt. 20,28). El amor auténtico no se sirve del otro, sino que lo sirve, gastándose por él incluso hasta el sacrificio total de sí y de las propias cosas.

6. Pero precisamente en este anonadarse por amor reside el secreto de la verdadera sabiduría, que llega a entrever algo del misterio de Dios y a percibir la sabiduría superior de las normas que surgen de su voluntad tres veces santa. Jesús lo revela no sin un temblor de íntima alegría: «Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo» (Mt 11, 27 ss.).

Escuchamos de nuevo estas palabras en un ambiente que institucionalmente se dedica a los estudios superiores de medicina, entre personas que han hecho de la investigación científica la razón de su vida. Las escuchan los muchos jóvenes aquí reunidos, que han emprendido los estudios universitarios, movidos por el deseo de hacer propias las adquisiciones de una disciplina que tantos y tan extraordinarios progresos ha efectuado en este siglo nuestro. ¿Hay quizá en las palabras de Cristo alguna expresión de desconfianza frente al empeño con que el hombre se lanza hacia el conocimiento cada vez más profundo de sí y del mundo?

Ciertamente no, desde el momento en que, como Verbo de Dios, Cristo es la sabiduría personificada y, como hombre, el evangelista lo presenta dedicado a crecer «en sabiduría», además de «en edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (cf. Lc 2, 52).

La Iglesia nunca ha tenido dudas al respecto y, por eso, en el curso de su historia milenaria ha suscitado continuamente en todos los lugares centros de estudios no sólo sagrados, sino también profanos, en la convicción de que todo progreso en el conocimiento de la verdad constituye objetivamente un homenaje a Dios, Verdad subsistente «qua veritate —por decirlo con Santo Tomás— omnia vera sunt vera» (In Ev. Io. 1, lect. I, n. 33).

¿Acaso no nos hemos reunido aquí esta tarde para recordar, en el XXV aniversario de su muerte, al fundador de uno de estos centros de estudio más prestigioso? Cuando el padre Agostino Gemelli da comienzo a la Universidad Católica del Sagrado Corazón, la ve como «obra destinada al progreso de la vida sobrenatural de los hombres, tanto mediante la educación de los jóvenes, como mediante la investigación y la defensa de la verdad» (Agostino Gemelli, Testamento, Pascua de 1954). Y, en el último tramo de su vida, ese ideal hizo que se dedicara a la realización de esta Facultad de Medicina con su Hospital policlínico, que sintió como la coronación del sueño que había brotado muchos años antes en su corazón de médico y sacerdote, que deseaba de crear en los repartos del hospital «una atmosfera en la que el enfermo percibe un vínculo con quienes le curan». 

No es pues la verdadera ciencia la que cierra al hombre el conocimiento de Dios y de su misterio. La ciencia que se siente sierva de la verdad y no dueña, que no pierde el sentido del misterio, porque sabe que —más allá del horizonte limitado que puede alcanzar con los propios medios— existen unas perspectivas sin límite que se pierden en aquel abismo de luz que tiene por nombre Dios; esa ciencia no sólo no cierra, sino que, más aún, dispone a la revelación de los secretos de Dios.

A esta ciencia están llamados cuantos, como vosotros, ilustres profesores y queridos estudiantes han hecho de su compromiso de estudio una elección de fe. Formar parte de una universidad católica, que lleva el nombre del Sagrado Corazón de Jesús, es un hecho que os honra y a la vez os compromete altamente. ¿Quién, sino vosotros, deberá entrar en la escuela de aquel Corazón divino que con sus latidos mueve la historia del mundo y la historia personal de cada uno de nosotros? En aquel Corazón «se esconden todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 31. ¡Qué perspectiva para quien ha hecho de la investigación de la verdad la razón de su vida!

7. Pero también podéis recurrir al Corazón de Jesús vosotros, queridísimos enfermos, que lucháis con la enfermedad que os ha golpeado y tenéis necesidad de tanta fuerza moral para no ceder a la tentación del abatimiento y la desconfianza. ¿No ha dicho El: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11, 28)?

Estas palabras, cargadas de tanta humana dulzura, os la repite también a vosotros, enfermos, que en este Policlínico halláis asistencia cuidadosa y atenciones adecuadas; las repite a cuantos se prodigan a vuestro servicio, como enfermeras y enfermeros, con dedicación entregada; las repite a vuestros familiares, que comparten con vosotros la inquietud por la enfermedad y la esperanza de una pronta curación; las repite a todos nosotros: «Venid a mí»

Si estamos «fatigados y agobiados», acojamos la invitación tan amorosamente insistente: vayamos a El y, aprendamos de El, confiémonos a El. Experimentaremos la verdad de aquella promesa: encontraremos aquel «descanso del alma» que anhela nuestro corazón cansado.

¡Así sea!

VIGILIA DE LA SOLEMNIDAD DE LOS SANTOS APÓSTOLES PEDRO Y PABLO

 HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Jueves, 28 de junio de 1984

Celebración de la Palabra con los cardenales, prelados, sacerdotes
y seglares que trabajan en la Curia Romana, en el Estado de la Ciudad del Vaticano y en el vicariato de Roma

"Simón, hijo de Juan, ¿me amas...? Apacienta mis corderos... Pastorea mis ovejas... Sígueme" (Jn 21, 15ss.19).

Venerados cardenales,
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
hermanos y hermanas de la Curia Romana:

1. Las palabras del Evangelio, escuchadas en este momento de plegaria como preparación para la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que ve a todos reunidos conmigo, queridísimos colaboradores de mi ministerio cotidiano, tocan lo más profundo de mi corazón. Aquí resuenan con un eco incomparable que, como un escalofrío, recorre todas las fibras de nuestro ser: nos encontramos sobre la tumba de Pedro, no lejos del lugar mismo en que tuvo lugar aquella muerte con la que Él glorificó a Dios (cf. Jn 21, 19). Aquí habla con toda su elocuencia el testimonio extremo del amor de Pedro hacia Cristo Jesús. Aquí la continuidad de la Iglesia de los orígenes y la que está ya en los umbrales del tercer milenio encuentran el eslabón que las une, la garantía de su fidelidad y autenticidad, la seguridad de cimentarse siempre sobre la misma Piedra querida por Cristo y fundamento de su Iglesia.

Por ello he querido que este encuentro nuestro tan significativo —encuentro de afecto recíproco, de reflexión, de mutua animación— se realizase también este año en la Basílica Vaticana: el año pasado, con motivo de la solemne celebración comunitaria para el Jubileo del Año de la Redención; hoy, en un marco de recogimiento, como preparación a la solemnidad litúrgica que deseamos vivir al unísono con la Iglesia universal, pero que consideramos especialmente nuestra.

Gracias por haber venido. Gracias a usted, señor cardenal Decano, por las palabras tan nobles con que interpreta los sentimientos de los hermanos cardenales y de todos los presentes.

2. El encuentro — ya tradicional en la víspera de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo — entre el Papa y sus inmediatos colaboradores en el ámbito de la Curia Romana, del vicariato de Roma, de las varias Administraciones de la Santa Sede y del Gobierno para la Ciudad del Vaticano, tiene para mí un significado especial al que atribuyo gran importancia: efectivamente, este encuentro me ofrece la posibilidad de expresaros mi gratitud y de confortaros en el cumplimiento de un deber, único por sus aspectos, si se considera su cercanía a la Sede de Pedro y la contribución que brinda al ministerio petrino, que me ha sido otorgado por supremo mandato.

En efecto, la organización central de la Iglesia, mediante todos sus organismos diversificados, es, instrumento indispensable para el Papa en orden a llevar adelante el enorme peso de este ministerio. Y, puesto que éste abarca toda la vida de la Iglesia, en el desarrollo del deber imprescriptible del "Confirma fratres" (Lc 22, 32), confiado a Pedro y a sus sucesores, vuestra actividad en la Curia Romana y en las varias Administraciones centrales de la Sede Apostólica se extiende con una dimensión tan amplia como la Iglesia misma. Vosotros, en efecto, me ayudáis en mi deber de Pastor, en orden al bien de las almas y a la comunión de las Iglesias locales en la caridad.

Por esto os he querido aquí, a mi lado, junto al sepulcro de San Pedro. Os saludo uno a uno; y me es grato mencionar por su nombre a cada uno de los organismos en los que trabajáis porque así se despliega ante mis ojos la entera panorámica de la vida eclesial, a la que la Sede de Pedro dirige sus cuidados. Vosotros sois mis brazos: todos en general y cada uno en particular.

Saludo, por tanto, con particular afecto a los responsables, a los oficiales y a todos los que cooperan en los distintos sectores de este cuerpo vivo que es la Curia Romana: Sínodo de los Obispos; Secretaría de Estado y Consejo para los Asuntos Públicos de la Iglesia; Congregaciones para la Doctrina de la Fe, para los Obispos, para las Iglesias Orientales, para los Sacramentos, para el Culto Divino, para el Clero, para los Religiosos e Institutos Seculares, para la Evangelización de los Pueblos, para las Causas de los Santos, para la Educación Católica; Penitenciaría Apostólica, Signatura Apostólica, Rota Romana; Secretariados para la Unión de los Cristianos, para los no Cristianos, para los no Creyentes; Consejo para los Laicos; Comisiones "Iustitia et Pax", para la interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico, para la Revisión del Código de Derecho Canónico Oriental, para las Comunicaciones Sociales, para América Latina, para la Pastoral de las Migraciones y el Turismo; Consejo "Cor Unum", Consejo para la Familia, Consejo para la Cultura; Comisión Teológica internacional, Bíblica, de Arqueología sacra, Comité para las Ciencias Históricas, Comisión para los Archivos Eclesiásticos de Italia, Comisión central para el Arte sacro en Italia, Comisión cardenalicia para los santuarios de Pompeya, Loreto y Bari; Cámara Apostólica, Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede, Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, Prefectura de la Casa Pontificia, Oficina para las Ceremonias Pontificias, Servicio Asistencial, Oficina para las Relaciones con el personal, Fábrica de San Pedro, Biblioteca Apostólica Vaticana, Archivo Secreto Vaticano.

 Saludo al vicariato de Roma por el servicio pastoral directo a mi diócesis; saludo asimismo a la Pontificia Comisión y al Gobierno para el Estado de la Ciudad del Vaticano, y, fuera de Roma, unidas más estrechamente a esta Cátedra de Pedro con una fisonomía única y peculiar, mi pensamiento se dirige a las Nunciaturas y Delegaciones Apostólicas en todas las latitudes del mundo: ellas me representan ante las Iglesias locales y las autoridades de los diversos Estados, con una fisonomía única de servicio y de unión entre esta Sede de Pedro y los distintos pueblos del mundo.

He querido citar a todos los organismos, no sólo por deber de cortesía, sino precisamente porque, con el simple hecho de enunciar las diferentes partes de esta estructura orgánica y compleja, que veo hoy reunida conmigo en oración, se ofrece un cuadro elocuente de todas las actividades y afanes de la Iglesia, de todo el conjunto de su vida, hacia las cuales va dirigida la solicitud del ministerio petrino.

Servicio de amor al hombre, a la unidad eclesial y a la fe

3. El Evangelio que hemos escuchado juntos con emoción nos recuerda las líneas maestras de este ministerio. Se hallan indicadas en las palabras de Jesús de Nazaret, Verbo del Padre: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?": tres veces resuena esta pregunta que conmueve, con una intensidad creciente, el corazón de Pedro: "Apacienta mis corderos, mis ovejas": y tres veces resuena este mandato universal de solicitud pastoral por toda la Iglesia confiado a Pedro tras su triple confesión de amor. "Sígueme", es la conclusión: una invitación a no pararse en ninguna otra consideración que no sea la de la voluntad divina que llama hasta el mismo martirio. Si os invito a reflexionar sobre ello es porque en estas palabras encuentra también vuestra actividad su verdadero marco en su significado profunda y sustancialmente ontológico y teológico, y en la perspectiva escatológica.

a) "¿Me amas? Tú sabes que te amo". El ministerio petrino es esencialmente ministerio de amor, servicio de amor como respuesta al amor eterno y misericordioso de Dios que, como en una vertical directa, se ha manifestado a los hombres en el Hijo encarnado, ha sido derramado en sus corazones con el don del Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5), ha congregado a su Iglesia de entre todos los pueblos de la tierra, haciendo que se cimiente sobre la Roca que es Pedro. Servir a este designio de amor es un acto, un deber de amor: "...Sit amoris officium, pascere dominicum gregem" ("Que sea un deber de amor pastorear la grey del Señor", S. Agustín, In Io. Ev. 123, 5; PL 35, 1967).

b) "Apacienta mis corderos". El ministerio petrino es solicitud pastoral hacia toda la Iglesia: el mandato de Cristo, apacienta forma una única unidad con el "confirma a tus hermanos" de la noche de la última Cena (Lc 22, 32), y, más hacia atrás, con las palabras de Cesarea de Filipo: "Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia... Te daré las llaves del reino de los cielos" (Mt 16, 18). Es un servicio.

— Servicio al hombre: porque la vertical que desciende desde el corazón de Dios a través de Jesucristo hasta la investidura conferida a Pedro para la Iglesia, se dirige únicamente al hombre: a la salvación del hombre, obrada por la Redención, a la integridad del hombre que vive y actúa como persona individual, pero inserida en el conjunto social de la familia, trabajo, profesión, sociedad civil; a la libre expansión del hombre, que debe tender hacia su destino eterno en la convivencia entre los pueblos, asegurada por la paz, que es la "concordia ordenada entre los hombres" (S. Agustín, De Civ. Dei, 19, 13, 1; PL 41, 640; cf. Sto. Tomás, Summa c. Gentes, III, 128, 3003).

— Servicio a la unidad de la Iglesia, porque el ministerio de Pedro es garantía de estabilidad y de cohesión para toda la Iglesia y de la vinculación íntima con cada uno de los Pastores para el bien del Pueblo de Dios. Como ha subrayado el Vaticano II; "para que el mismo episcopado fuese uno solo e indiviso, puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión" (Lumen gentium, 18). "Unus pro omnibus, quia unitas est in omnibus" ("Uno sólo —Pedro— está en lugar de todos, porque la unidad existe en todos"), había comentado realistamente San Agustín (In. Io. Ev., 118, 4; PL 35, 1949).

— Servicio a la fe, como subraya San Pedro Crisólogo: "Beatus Petrus, qui in propria sede et vivit et praesidet, praestat quaerentibus fidei veritatem" ("el bienaventurado Pedro, que continúa viviendo y gobernando en su sede, otorga la verdad de la fe a cuantos la buscan": Ad Eutichem, inter ep. S. Leonis Magni, 25, 2; PL 54, 743 s). Firmemente consciente de la necesidad de este servicio, mi predecesor Juan XXIII, deseaba "un resurgir de fe fuerte y ardiente; la plena conciencia de toda la doctrina cristiana, desde el primero hasta el último artículo del Credo, y una fidelidad cada vez más viva a Cristo, Hijo de Dios hecho hombre" (Audiencia General, 6 de agosto de 1960; Discorsi Messaggi Colloqui: II, pág. 733); y Pablo VI proclamaba ante toda la Iglesia "El Credo del Pueblo de Dios", como conclusión del año de la fe (30 de junio de 1968: Insegnamenti, págs. 292-310).

c) Sígueme: Si la vida de todos los cristianos es seguimiento de Jesucristo, éste es prerrogativa, deber y programa principal del ministerio petrino. Pedro siguió verdaderamente a Cristo. Su historia personal estuvo extraordinariamente marcada por una doble vocación, y esto constituye otro rasgo peculiar que lo distingue de los otros Apóstoles: de hecho, Jesús lo llama, tanto al inicio de su propia misión mesiánica, como relata el Evangelio de Lucas: "Desde ahora serás pescador de hombres" (Lc 5, 10), como al final de la misma, con una llamada singular, según las palabras del Cuarto Evangelio que hoy hemos escuchado juntos. Y en los dos casos, Pedro sigue a Jesús, confiándose plenamente a Él hasta aventurarse hacia lo desconocido, guiado siempre por aquella doble llamada, llegando a Roma, de la que fue el primer obispo y donde dio el testimonio extremo de la sangre sobre esta colina del Vaticano.

4. Venerados hermanos y queridísimos hijos:

Al hablaros del ministerio petrino, he subrayado, entre otras cosas, que es servicio a la fe. En esta perspectiva, que caracteriza nuestro trabajo común, desearía abriros mi espíritu sobre un tema que me preocupa de un modo especial: se trata de la cuestión de la educación católica de la juventud. Dicho tema interesa expresa, y ciertamente, al Dicasterio que se ocupa de la educación católica, pero nos toca de cerca a todos nosotros, obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas que deseamos vivir intensamente el momento actual, con todos los retos que comporta; os toca de cerca a vosotros, seglares, padres y madres de familia, cuyo principal problema es precisamente el de la formación cristiana integral que queréis dar a vuestros hijos.

La cuestión no es, pues, extraña, bajo esta luz de la fe, a ninguno de nosotros los que trabajamos por la vida de la Iglesia en el mundo, y en sintonía y al servicio de cada una de las Iglesias locales. Precisamente los Episcopados de varios países se hallan empeñados profundamente en las dificultades inherentes a la educación cristiana de la juventud, que en estos últimos años atraviesa un momento delicado. Los obispos trabajan, dedicando energías y recursos a esta cuestión que comprende varios aspectos y esperan una palabra sobre los principios que la regulan para el bien de la comunidad eclesial civil.

La educación católica de la juventud sitúa a la Iglesia frente a una responsabilidad múltiple que se extiende ante todo a la catequesis evangelizadora, la cual comprende también la enseñanza religiosa en la escuela, también en la pública; y finalmente en la escuela católica como lugar de educación cristiana y de formación integral del niño o del joven bajo el signo de la fe y de una visión del hombre y del mundo que se inspira en el hombre y no contradice la fe. Todo ello respetando los derechos fundamentales de los padres, primeros responsables de la educación de los hijos, y como corresponde a la misión específica de la Iglesia.

No será inoportuno detenerse en los principios que deben mantener viva la conciencia de este problema en el mundo de hoy, frente a las múltiples dificultades que se presentan aquí y allí y ante las cuales no es posible cerrar los ojos o callar.

5. La catequesis es una realidad amplia que comprende muchas cosas en relación con la misión que Cristo confió a la Iglesia: "Id, pues; enseñad a todas las gentes" (Mt 28, 19). El Hijo de Dios mandó a los Apóstoles a enseñar y la Iglesia ha tenido siempre fe en este encargo, ejercitado por el magisterio del Papa y de los obispos, con un empeño que no pocas veces ha exigido incluso el testimonio de la sangre. La Iglesia enseña para comunicar al mundo la palabra de la salvación: y en esta misión, en su sentido estricto, encuentran su ámbito esencial de realización, sea el anuncio de la Buena Nueva, es decir, la evangelización, de cuyo contenido, métodos y protagonistas habló mi predecesor Pablo VI, en el gran documento "Evangelii nuntiandi" de 1975, sea la catequesis en todas sus formas, de las que ha hablado el Sínodo y mi Exhortación "Catechesi tradendae", en particular en la preparación a los sacramentos.

Por ello la Iglesia tiene el deber y el derecho innato de enseñar a los hombres, a todos los hombres, la verdad revelada, como ha confirmado claramente el nuevo Código de Derecho Canónico (canon 747, 1), que ha dedicado todo el Libro III a los problemas inherentes al "munus docendi", confiado a la Iglesia por Cristo.

El Concilio Vaticano II ha ilustrado ampliamente esta misión, sobre todo en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, en el Decreto sobre la función pastoral de los obispos y en la Declaración sobre la libertad religiosa. "Entre los principales oficios de los obispos —se halla escrito en la Lumen gentium— se destaca la predicación del Evangelio. Porque los obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y son los maestros auténticos, o sea tos que están dotados de la autoridad de Cristo, que predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser aplicada en la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo" (Lumen gentium25; cf. Christus Dominus, 12; Presbyterorum ordinis, 4).

La Iglesia no debe, por consiguiente, encontrar obstáculos en el ejercicio de este deber primordial, exigido, después de todo, por la tendencia innata del hombre a la búsqueda de la verdad: dicho deber se inserta, por lo tanto, en el ámbito general, del respeto a la libertad religiosa.

6. En cuestión de la educación católica conlleva además, como he dicho, la enseñanza religiosa en el ámbito más general de la escuela, bien sea católica o bien estatal. A esa enseñanza tienen derecho las familias de los creyentes, las cuales deben tener la garantía de que la escuela pública — precisamente por estar abierta a todos— no sólo no ponga en peligro la fe de sus hijos, sino que incluso complete, con una enseñanza religiosa adecuada, su formación integral.

Este principio se encuadra en el concepto de la libertad religiosa y del Estado verdaderamente democrático que, en cuanto tal, es decir, respetando su naturaleza más profunda y verdadera, se pone al servicio de los ciudadanos, de todos los ciudadanos, respetando sus derechos, sus convicciones religiosas.

Vista en esta convergencia de principios religiosos, filosóficos, políticos, esta enseñanza religiosa es considerada un derecho: derecho de las familias creyentes, derecho de los jóvenes y de las jóvenes que quieren vivir y profesar su fe; y ello en cualquier tipo de escuela, incluso en aquella que no acepta las instancias de la educación católica propia de la Iglesia. Una escuela que quiera ser digna de este nombre debe conceder espacio y ofrecer su disponibilidad a las instancias de los ciudadanos con el acuerdo y la colaboración de las confesiones interesadas.

Orientaciones de los Papas y del Sínodo de los Obispos

7. En el amplio tema de la evangelización y de la misión confiada a la Iglesia en orden a la educación católica de la juventud, entra, además, la cuestión de la escuela católica cuya razón de ser más profunda se deduce precisamente de la evangelización, en cuanto que ésta es la que avala cualquier esfuerzo orientado a defender y reforzar la institución y la función de ese tipo de escuela.

Este problema me preocupa de un modo especial, pues toca de cerca a la Iglesia, la cual no ha dejado de dar, en varias ocasiones, claras directrices al respecto. Recuerdo la Encíclica programática Divini illius Magistri, de mi predecesor Pío XI, de v.m., y las diversas intervenciones de los Romanos Pontífices, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI; el Concilio Vaticano II le ha dedicado su atención, especialmente en la Declaración Gravissimum educationis en el marco general de la educación cristiana; la Congregación para la Educación Católica difundió en 1977 un documento precisamente sobre La Escuela católica; tampoco han faltado las alusiones, según las ocasiones, tanto en los documentos publicados por mí, de modo especial en las Exhortaciones Apostólicas Catechesi tradendae (n. 69) y Familiaris consortio (nn. 36-40), como en mis viajes pastorales; y, como se sabe, del tema se ocupó la Asamblea del Sínodo de los Obispos de 1980.

Efectivamente, la escuela católica se inserta a título pleno en la "misión salvífica" de la Iglesia, como ha subrayado el documento de la Congregación para la Educación Católica ya mencionado (nn. 5-9). Desde esa perspectiva, el "munus docendi" de la Iglesia comprende, también, por su propia naturaleza, las diversas formas y grados de la enseñanza a la juventud. La escuela católica no pretende presentar una doctrina propia, en el campo de la ciencia o de la técnica, ni ejercer ningún tipo de presión; sino que propone a los alumnos las verdades que se refieren al hombre, a su naturaleza y su historia a la luz de la fe. El Evangelio es el alma de la escuela católica, la norma de su vida y de su doctrina.

La escuela católica quiere ofrecer, en efecto, todas las garantías —y éste es un principio que se deba subrayar fuertemente, frente a ciertas orientaciones actuales— para ser palestra tanto de formación cristiana como de una buena educación en las diversas materias. Presenta la concepción de la vida y del mundo, los grandes problemas que han ocupado el espíritu humano en el curso de los siglos, según la visión cristiana, en una gran síntesis en la que se combinan todos los datos de la historia y de la antropología cristiana.

Por ello, la escuela católica reviste un aspecto primario de cultura, indispensable para la plena formación de los jóvenes creyentes. Es más, precisamente este aspecto de síntesis universal cultural la hace plausible incluso para quien no comparta la fe católica.

¿Cómo no recordar aquí el prestigio que tienen las escuelas católicas incluso en países prevalentemente no cristianos, donde con frecuencia la mayoría de los jóvenes pertenecen a otra confesión o religión? Todo esto debe hacer reflexionar seriamente sobre la función de tales instituciones, que no debe ser obstaculizada ni disminuida, porque dichas escuelas contribuyen a la formación seria y concienzuda de las futuras promociones de los distintos países.

Este punto ha sido subrayado perfectamente por el reciente documento de la Conferencia Episcopal Italiana, "La Escuela católica hoy, en Italia", donde se afirma desde el principio: "La Iglesia es enviada a anunciar y a encarnar la Alegre Noticia que comporta la realización de la plena dignidad y libertad del hombre. Por ello, se ha mantenido siempre atenta y solícita hacia aquellas experiencias e instituciones en las que —como ocurre en la escuela— se configura la humanidad del mañana y se delinea lo que será el mundo futuro" (25 de agosto de 1983: 1).

La Iglesia tiene, por consiguiente, el derecho de tener sus escuelas. Pero ello supone también un deber. Este nace tanto —y sobre todo— de su "munus docendi" fundamental, como de la convicción sobre la gran utilidad que la escuela católica presta a la promoción humana y al progreso de los pueblos.

En este contexto, el Vaticano II ha dicho claramente: "Siendo pues, la escuela católica tan útil para cumplir la misión del Pueblo de Dios y para promover el diálogo entre la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia trascendental también en los momentos actuales. Por lo cual, este sagrado Concilio proclama de nuevo el derecho de la Iglesia a establecer y dirigir libremente escuelas de cualquier orden y grado... y recordando al propio tiempo que el ejercicio de este derecho contribuye en gran manera a la libertad de la conciencia, a la protección de los derechos de los padres y al progreso de la misma cultura" (Gravissimum educationis, 8).

Un derecho de la Iglesia y de las familias cristianas

8. La Iglesia entra a fondo en la cuestión de la educación católica de la juventud y, de modo especial, pide libertad e igualdad para las escuelas católicas, porque está convencida de que son un derecho de las familias cristianas, como han subrayado repetidamente tantas afirmaciones del Magisterio de esta Sede de Pedro. Si la Iglesia insiste tanto en este derecho es precisamente pensando en las familias, a quienes incumbe fundamental y ontológicamente el deber de la educación cristiana de los hijos. Los padres son los primeros educadores de sus hijos; es más, en el servicio de la transmisión de la fe, son "los primeros catequistas de sus hijos" como afirmé en la catedral de Viena (12 septiembre, 1983; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 25 septiembre, pág. 8). La familia, querida por Dios por su propia naturaleza, es la primera y natural comunidad educadora del hombre que viene al mundo. Debe poder gozar, por consiguiente, sin discriminación alguna por parte de los poderes públicos, de la libertad de escoger para los hijos el tipo de escuela que se adecue a las propias convicciones y no debe ser obstaculizada por gravámenes económicos demasiado pesados, porque todos los ciudadanos poseen una igualdad intrínseca, también y sobre todo en este campo.

El Concilio Vaticano II, incluso en la Declaración sobre la libertad religiosa ha dicho explícitamente: "A cada una de las familias, en cuanto sociedad que goza de un derecho propio y primordial, tiene derecho a ordenar libremente su vida religiosa doméstica bajo la dirección de los padres. A éstos corresponde el derecho de determinar la forma de educación religiosa que se ha de dar a sus hijos de acuerdo con su propia convicción religiosa. Así pues, el poder civil debe reconocer el derecho de los padres a elegir, con auténtica libertad las escuela u otros medios de educación, sin imponerles ni directa ni indirectamente cargas injustas por esta libertad de elección" (Dignitatis humanae, 5).

En el ejercicio del derecho a elegir para los propios hijos el tipo de escuela que se adecue a las propias convicciones religiosas, la familia no debe ser obstaculizada de ningún modo, sino favorecida por el Estado, que no sólo tiene el deber de no lesionar los derechos de los padres cristianos, ciudadanos suyos a todos los efectos, sino además el de colaborar al bien de las familias (cf. Gaudium et spes, 52).

La Iglesia no se cansará nunca de mantener estos principios que tienen una cristalina lógica y claridad, pero que, en caso de ser negados o desentendidos, pueden empobrecer la convivencia civil y social, basada en el respeto de las libertades fundamentales de los miembros que la componen, y de los cuales la familia constituye el primer núcleo.

Solicitud pastoral por la formación de los jóvenes

9. En esta vigilia de la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, maestros y columnas de la fe, siento por consiguiente el deber de hacer llegar desde aquí a la Iglesia entera la invitación a realizar todo tipo de esfuerzos para mantener eficientes las estructuras de la escuela católica; que, en particular, se sientan responsables de ello los obispos, los sacerdotes, y, sobre todo, las beneméritas congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, para las que, los santos y santas fundadores han querido el carisma de la educación, deben custodiar con el máximo empeño, como la pupila de sus ojos, este grande e incomparable servicio a la Iglesia. Me dirijo también a los profesores, a los seglares comprometidos en la escuela católica, a los padres, a los queridísimos alumnos y alumnas, para que consideren un grandísimo timbre de honor la pertenencia a dichas escuelas. Todos los sectores de la Iglesia han de sentirse empeñados en mantener muy en alto el prestigio de las escuelas católicas, incluso a costa de sacrificios, convencidos del gran papel que desempeñan para el futuro de las diversas comunidades eclesiales y civiles.

Con estos votos me dirijo en particular a todos mis hermanos en el Episcopado que, en diversas naciones de Europa y del mundo, se encuentran en situaciones de especial dificultad que deben ser afrontadas con serenidad y firmeza: les digo que comparto muy viva y profundamente sus preocupaciones, sus esfuerzos, y su actividad en este campo, así como las de los sacerdotes, religiosos y religiosas que les ayudan. Comparta, sobre todo, la solicitud de los primeros responsables de este problema delicado y grave, es decir, las familias católicas y la queridísima juventud —profundamente abierta hoy a los interrogantes y los compromisos de la fe— que frecuenta estas escuelas y sabe sacar de ello un provecho incomparable para el propio futuro. Me siento cercano a todos y les auguro lo mejor en el Señor.

10. Al detenerme en el problema de la educación católica de la juventud, refiriéndome de un modo especial a la escuela católica, me ha inducido también saber que vosotros, mis colaboradores, deseáis corresponder plenamente a mi solicitud pastoral por toda la Iglesia. Vosotros amáis a la Iglesia y éste es el motivo que os anima en el ejercicio del trabajo cotidiano. Mis ansias son ciertamente las vuestras. En este espíritu os pido que continuéis ayudándome con la participación viva en los problemas de la Iglesia de hoy, y que me sostengáis con vuestra oración y, sobre todo, con el amor. Estoy seguro de que, en vuestro empeño, queréis repetir conmigo: Caritas Christi urget nos! Es el amor lo que os guía en vuestra acción cotidiana. Amor tanto más precioso y fecundo cuanto que, la inmensa mayoría de vosotros realiza su trabajo callada y discretamente, con fidelidad que somete hasta el límite las fuerzas físicas y la misma vida, conscientes como sois de ese carácter "específico propio" de la colaboración para la que habéis sido "llamados a participar en la misma misión que el Papa desarrolla en el servicio a la Iglesia", como os decía en la vigilia de la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo de hace dos años.

¡Y os doy las gracias por tantas cosas! He esperado este día precisamente para repetiros mi agradecimiento por la participación que, a título muy particular, me ofrecéis en el ejercicio del ministerio petrino; queréis corresponder así al don de Dios, que os ha llamado a esto, con la pureza de la fe profesada y la integridad de vuestra vida sacerdotal, religiosa o seglar, vivida en la participación en el triple ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo y con la conciencia irreprensible de que vuestro trabajo edifica el Pueblo de Dios, se halla inserto en los intercambios invisibles y fecundos de la comunión de los Santos, y es sostenido a su vez por las ayudas espirituales y materiales que las Iglesias locales ofrecen a la Iglesia de Roma, según la antigua costumbre.

Para expresaros mi agradecimiento conmovido, hago mías las palabras del Apóstol Pablo, que han resonado aquí esta mañana: "Siempre que me acuerdo de vosotros, doy gracias a mi Dios; siempre, en todas mis oraciones, pidiendo con gozo por vosotros, a causa de vuestra comunión en el Evangelio... Así es justo que sienta de todos vosotros, pues os llevo en el corazón... sois todos vosotros participantes de mi gracia. Testigo me es Dios de cuánto os amo a todos en las entrañas de Cristo Jesús. Y por esto ruego que vuestra caridad crezca más y más" (Flp 1, 3-9).

Sí, venerados cardenales, hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, personas consagradas, hermanas y hermanos todos: doy gracias a mi Dios y os llevo en el corazón.

Que los Santos Pedro y Pablo os obtengan la perseverancia en el empeño común, ellos que se entregaron enteramente a la causa del Evangelio hasta la muerte.

Que la Virgen Santísima, "Virgen fiel", esté en medio de nosotros, como en el Cenáculo y en los albores de la Iglesia naciente, para animarnos con su amor de Madre en nuestro esfuerzo de fidelidad a su Hijo, haciéndonos comprender cada vez más que, por esto mismo, tenemos un puesto especial en su Corazón inmaculado. A Ella le confío, ahora y siempre, vuestras personas, vuestro trabajo, vuestras queridas familias, sobre todo si hay en ellas penas, preocupaciones, sufrimientos.

Y en nombre de la Trinidad Santísima, a quien va "la gloria, el honor y la potencia" (Ap 4, 11), así como la intención última de nuestro servicio, imparto a todos mi particular bendición apostólica.

VIAJE APOSTÓLICO A CANADÁ

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA CON SACERDOTES, RELIGIOSOS Y LAICOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Catedral de Santa María (Halifax)
Jueves 13 de septiembre de 1984

Queridos hermanos y hermanas en Cristo .

1. La Visitación de María a su prima Isabel es un episodio verdaderamente hermoso del Evangelio de San Lucas. Es el encuentro dramático de dos madres embarazadas, dos mujeres cuyos corazones están llenos de alegría ante la anticipación del "milagro humano" que se desarrolla en sus cuerpos. La historia también tiene un mensaje teológico importante: muestra cómo Juan el Bautista, el más grande de los profetas del Antiguo Testamento, dio testimonio de Jesús ya desde el vientre de su madre. También llama la atención sobre la fe de María: "Bienaventurada la que creyó en el cumplimiento de las palabras del Señor" ( Lc 1, 45).

Junto con estas reflexiones, se nos lleva a comprender también otro significado que tiene el Evangelio para nosotros. Se nos lleva a apreciar el gesto humano conmovedor de María al acercarse con amor a su prima Isabel. Ella nos ofrece no solo un modelo de servicio a los demás, sino también un ejemplo de cómo, como sus hijos e hijas espirituales, debemos abrir nuestro corazón a la compasión por aquellos que esperan ansiosamente que Cristo venga a ellos a través de nosotros.

La idea de servicio, queridos hermanos y hermanas, es de hecho esencial en el apostolado laical y en todo ministerio. El servicio está verdaderamente en el centro de toda vocación en la Iglesia: el servicio a Dios y al prójimo, ardiente y humilde, siempre inspirado por el deseo de cumplir la voluntad de Dios manifestada por el movimiento del Espíritu Santo que obra en el Iglesia.

2. Quiero decirles lo feliz que estoy de estar con ustedes esta noche. Has venido de granjas, pueblos, ciudades y grandes centros de Nueva Escocia y la Isla del Príncipe Eduardo. Por la gracia de Dios, cada uno de ustedes ha sido llamado a dar testimonio de Cristo de una manera particular. Usted ha entendido esta llamada y la ha respondido con generosidad. Les agradezco su activa dedicación a la Iglesia y los saludo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el nombre de María su Madre en esta basílica de Halifax dedicada a ella.

3. En el Evangelio leemos: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" ( Jn 3,16 ). Jesucristo, el Hijo de Dios, tomó carne humana "no para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos" ( Mc 10, 45). Después de su resurrección, Cristo se apareció a sus discípulos, infundiéndoles su Espíritu y enviándolos a continuar su próxima misión: "Como el Padre me envió, así los envío yo a ustedes" ( Jn 20, 21 ).

Así entendemos que la Iglesia fue fundada sobre los apóstoles para continuar la misión de Cristo, que es llevar a toda la humanidad a la vida eterna por la fe. Toda actividad que la Iglesia emprende con este fin forma parte de su apostolado, y este apostolado es su respuesta a la misión que le ha confiado Cristo.

4. A través del Bautismo y la Confirmación, todos están llamados a participar en la misión salvífica de la Iglesia. Como miembro del organismo vivo que es el cuerpo místico de Cristo, ningún cristiano puede desempeñar un papel puramente pasivo. Cada persona debe participar activamente en la vida de la Iglesia. Dado que la vocación cristiana es, por su propia naturaleza, vocación al apostolado.

Es Cristo, cabeza del cuerpo, quien delega personalmente a sus miembros en el apostolado. Al participar en la misión de la Iglesia, cada miembro de los fieles participa en la misión de Cristo. La contribución eficaz de cada uno requiere vivir de la fe, la esperanza y la caridad vertidas en su corazón por el Espíritu Santo. Y el precepto de la caridad, que es el mayor de los mandamientos del Señor, impulsa a cada uno a trabajar por la gloria de Dios y por la comunicación de la vida eterna a todos; para que todos conozcan al único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien él envió (cf. Jn 17, 3).

Existe una diversidad de servicios entre los miembros de la Iglesia dentro de una unidad misionera. A los apóstoles y sus sucesores Cristo les ha confiado el ministerio de enseñar, santificar y gobernar en su nombre y por su poder. Pero a los laicos se les dio la oportunidad de participar en las funciones sacerdotales, proféticas y reales de Cristo (cf. Lumen gentium , 31). Para cumplir su función, deben unir sus esfuerzos al ministerio de todo el pueblo de Dios y trabajar en unión con aquellos a quienes el Espíritu Santo ha designado para gobernar a toda la Iglesia (cf. Hch 20, 28 ). Al mismo tiempo, todos los cristianos tienen la obligación de trabajar para llevar el mensaje divino de salvación a todo el mundo.

Como laicos, estáis llamados a dar testimonio de Cristo en el contexto de vuestras familias, vuestros pueblos, vuestras ciudades y metrópolis. Contribuyes a la misión de la Iglesia ante todo mostrando coherencia entre tu conducta y tu fe. Con palabras y hechos debes proclamar a Cristo, la luz del mundo. Esta es la llamada general al apostolado que todos los cristianos han recibido. Como laicos, también tenéis la tarea específica de renovar el orden temporal, impregnándolo del Espíritu del Evangelio.

Viniendo, como es su caso, de diferentes orígenes culturales y sociales, puede infundir el espíritu cristiano en la mentalidad y práctica, leyes y estructuras de la comunidad en la que vive. Asimismo, realizas un trabajo y una responsabilidad especiales al comprometerte en el apostolado de "semejantes a semejantes": familias que evangelizan a las familias, estudiantes que evangelizan a los estudiantes, jóvenes que llevan a otros jóvenes a Cristo. Aquí especialmente el testimonio de su vida se completa con el testimonio de su palabra (cf. Apostolicam Actuositatem , 13). 

A través de una vida que manifiesta una profunda integridad y a través de su práctica perseverante de la caridad fraterna en el trato con los demás, aquellos con quienes se encuentra en su trabajo y con quienes se encuentra en diferentes niveles de la vida social pueden verse profundamente influenciados.

Tienes la misión muy especial de hablarle al mundo de una manera práctica: manifestar la verdad y la justicia en tu vida; proclama con la acción tu respeto por la vida, tu preocupación social, tu rechazo al materialismo y al consumismo. Estás llamado a dar ejemplo de pureza de vida y, si estás casado, a ser signo vivo de la fidelidad conyugal y de la indisolubilidad del matrimonio, como Cristo las predicó. Tengan la seguridad, queridos hermanos, de que la palabra de Dios tiene el poder de hacer esto en ustedes: "Vosotros sois la sal de la tierra ... Vosotros sois la luz del mundo" ( Mt 5, 13-14).

5. Pero además de esto, cada uno de vosotros ha recibido un carisma, el don del Espíritu Santo que os dispone a tener una actitud especial para un servicio particular dentro de la Iglesia. Como nos dice San Pablo, el Espíritu Santo se da a cada persona de una manera particular: “Tenemos diferentes dones según la gracia que se nos ha dado a cada uno. Quien tiene el don de profecía, debe ejercitarlo según la medida de la fe; quien tiene un ministerio asiste al ministerio; quien enseña, enseñar ”( Rom 12, 6-7).

Este ejercicio del apostolado cristiano se puede practicar individualmente o como miembros de grupos de personas que trabajan juntas con un mismo fin particular. Dentro de la amplia variedad del apostolado, algunos están llamados a anunciar la palabra de Dios como catequistas, maestros o como quienes conducen a otros adultos a través del rito de iniciación cristiana. Algunos se dedicarán al servicio de las familias, los enfermos, los presos, los minusválidos, los jóvenes o los ancianos. Otros brindarán asistencia en el campo de la justicia social o la salud o el ecumenismo. Otros pondrán sus habilidades administrativas al servicio de los consejos diocesanos o parroquiales, o en los diversos órganos necesarios para involucrar a la comunidad cristiana en general.

La Iglesia honra especialmente el papel que desempeña la familia en el servicio del Evangelio. En mi exhortación apostólica sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno, subrayé que "el ministerio de evangelización de los padres cristianos es original e insustituible" (Ioannis Pauli PP. II, Familiaris Consortio , 53). En este sentido, los niños también tienen un papel que desempeñar y se les debe animar a contribuir. Según las palabras del Concilio Vaticano II, "los niños también tienen su actividad apostólica" ( Apostolicam Actuositatem , 12).

6. Dado que el propósito principal del apostolado de la Iglesia es proclamar el mensaje de Cristo al mundo de palabra y obra y comunicarle la gracia salvadora de Cristo, el medio principal para lograrlo es el ministerio de la palabra y los sacramentos. Esta tarea se realiza de manera específica a través de los ministerios ordenados conferidos por el sacramento del Orden. Cristo mismo instituyó el sacerdocio ministerial para hacer accesible a todo el pueblo de Dios el Sacrificio Eucarístico, que es "fuente y cumbre de toda vida cristiana" ( Lumen gentium , 11). De ello se desprende que todo ministerio está orientado a este Sacrificio como meta y centro.

Algunos laicos están llamados a asociarse de manera particular con las actividades de los obispos, sacerdotes y diáconos, o al ejercicio estable de determinadas tareas pastorales o ministeriales. Cuando hay escasez de clero, este aspecto del ministerio laico es particularmente providencial. Ya todos los laicos son designados permanentemente por Cristo mismo para servir a su Evangelio en la unidad de su Iglesia. La Iglesia se regocija cuando clérigos, religiosos y laicos trabajan juntos, cada grupo según su vocación específica, para dar al mundo el testimonio unificado de una misión común: la misión de Cristo.

7. Hay mucho que hacer. Hay sectores enteros de la vida humana que parecen escapar a cualquier influencia ética o religiosa. En esta situación, Jesús viene a la mente: “Al ver las multitudes, sintió compasión por ellas, porque estaban cansadas y exhaustas, como ovejas sin pastor. Luego dijo a sus discípulos: "¡La mies es mucha, pero los obreros pocos! Por tanto, pidan al señor de la mies que envíe obreros a su mies!" ( Mt 9, 36-37). El verdadero discípulo está ansioso por anunciar a Cristo con la palabra, tanto a los no creyentes, para atraerlos a la fe como a los fieles, para instruirlos, revitalizarlos y empujarlos a una vida cristiana más ferviente (cf. Apostolicam Actuositatem, 6). Existe una verdadera necesidad urgente en la Iglesia de hoy de más laicos comprometidos en la enseñanza de la doctrina cristiana a los jóvenes.

La variedad de necesidades humanas requiere una diversificación de las respuestas de la Iglesia. La Iglesia es una, como lo es su Evangelio de salvación y su Eucaristía, pero cuenta con la preocupación de sus miembros por descubrir formas eficaces de afrontar los nuevos problemas y las nuevas necesidades. Pablo VI delineó claramente el cuadro de la Iglesia: "No sin sentir una gran alegría en el corazón, observamos una legión de pastores, religiosos y laicos que, apasionados por su misión evangelizadora, buscan formas cada vez más adecuadas de anunciar eficazmente la Evangelio "(Pauli VI, Evangelii Nuntiandi , 73).

8. Sabemos que el fundamento y la fecundidad de todo apostolado y ministerio de la Iglesia depende de nuestra unión vivida con Cristo nuestro Señor y Maestro. Esta vida de íntima unión con Cristo se mantiene y se nutre de la oración. En el verdadero sentido de la palabra, podemos decir que el apostolado es la manifestación del amor de Jesús por los demás desde dentro de nosotros mismos. Sin embargo, sin esa unión con Cristo que se nutre de la oración, nuestro vigor se debilita, perdemos el fervor y corremos el riesgo de convertirnos en "bronce que resuena o címbalo que resuena" ( 1 Co 13, 1).

Además, todo ministerio requiere el apoyo de toda la comunidad cristiana, especialmente a través de nuestra perseverancia en orar unos por otros. ¡Cuánto necesitamos orar los unos por los otros! ¡Cuánto aprecio y siento la necesidad de sus oraciones! ¡Cómo confían sus obispos, sacerdotes y diáconos en el apoyo de sus oraciones! Saben cuánto contribuyes al bien de toda la Iglesia, cuánto haces para promover la misión salvífica de la Iglesia en el mundo.

9. Encontramos un modelo de esta vida espiritual apostólica en la humilde Virgen de Nazaret, Madre de Jesús, Reina de los apóstoles. El Concilio Vaticano II dice de ella: “Mientras vivió en la tierra una vida común a todos, llena de preocupación familiar y trabajo, siempre estuvo íntimamente unida a su hijo y cooperó de una manera totalmente única en la obra del Salvador; ahora, entonces, asunta al cielo, "con su caridad materna cuida a los hermanos de su Hijo todavía errantes y colocados en medio de peligros y angustias hasta que seamos conducidos a la patria bendita" ”( Apostolicam Actuositatem , 4).

10. Hermanos y hermanas, den gracias a Dios por la oportunidad que les brinda de servir a Cristo ya su Iglesia. ¡Sirve con gratitud y alegría! Den gracias a Dios por la fe que han recibido en sus familias y comunidades, y que se ha extendido por todas partes en su país y también en todo el mundo. Gracias a Dios por todos los que le sirvieron antes que ustedes, por todos los que predicaron el evangelio de nuestro Señor Jesucristo a lo largo de estas costas del Atlántico. ¡Gracias a Dios por tus padres, tus educadores y tus pastores que fueron los primeros en iniciarte en el Evangelio!

Como siervo de Cristo que los ama a todos, les exhorto encarecidamente, compañeros en la fe, peregrinos conmigo en este camino hacia el Padre, a escuchar las palabras que san Pedro escribió a la primera comunidad cristiana:

“Cada uno vive según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los demás, como buenos administradores de una multiforme gracia de Dios. Quien habla, lo hace con la palabra de Dios; quien ejerce un oficio, lo hace con la energía recibida de Dios, para que Dios sea glorificado en todo por medio de Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén "( 1 P 4, 10-11).

VIAJE APOSTÓLICO A CANADÁ

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Monasterio de las Siervas de Jesús y María (Hull)
Miércoles 19 de septiembre de 1984

Mis queridas hermanas. 1. "El Espíritu y la Esposa dicen:" Ven "... Ven, Señor Jesús" ( Ap 22, 17.20).

La Iglesia, inspirada por el Espíritu presente en ella, no deja de dirigir este llamamiento al Señor Jesús, y busca su regreso. Ella lo espera, como suspira una esposa por su amado esposo, elevado a la derecha del Padre. Ella ya ha "lavado su vestido" con su sangre que la redimió. Ella espera "deshacerse del árbol de la vida". Sabe que ya participa de su vida, de manera misteriosa y parcial, en la fe, en los sacramentos, en la oración, en la caridad. Con él trabaja para renovar este mundo según su Espíritu. Pero está impaciente por una renovación completa, por la visión completa de su cónyuge. 

Por el momento, su vida está como escondida en Dios. Toda la Iglesia debe vivir de esta expectativa y dar testimonio de ella. Pero las almas consagradas han hecho “una elección carismática de Cristo como esposo exclusivo. Tal elección ya permite en sí misma "preocuparse por los asuntos del Señor" pero también cuando se hace "por causa del reino de los cielos" acerca este reino escatológico de Dios a la vida de todos los hombres ... las personas consagradas llevan a el mundo que pasa el anuncio de la resurrección venidera y de la vida eterna "(cf. Ioannis Pauli PP. II, Redemptionis Donum , 11).

2. Todos los religiosos y religiosas tienen este carisma dentro de la Iglesia. Pero es aún más evidente para las monjas de clausura que renuncian a cualquier actividad entre el pueblo para estar presentes solo al Señor. Es en este lugar, es sobre todo a ustedes a quienes me dirijo, queridas hermanas contemplativas. La Iglesia considera vuestro lugar en el complejo del cuerpo místico de Cristo como esencial para la vida de la Iglesia, para su pleno desarrollo, incluso en las Iglesias jóvenes absorbidas por las tareas de evangelización ( Perfectae caritatis , 47; Ad Gentes , 40). De hecho, la oración de los contemplativos jugó un papel considerable en la profundización de la fe en Canadá. Esta fue precisamente la intuición del abad Mangin y la hermana María Zita, quienes fundaron aquí las Siervas de Jesús y María, hace casi cien años. Estos religiosos honran particularmente al Sagrado Corazón de Jesús en la Eucaristía, que es el don supremo de su amor, en el que lo adoran permanentemente. Vuestro apostolado espiritual, hermanas mías, ¿no es apoyar el ministerio de los sacerdotes y colaborar en el plan eterno de la alianza de todos los creyentes: "¡Que sean uno!" Pienso también en todos aquellos y todos aquellos que han establecido la vida contemplativa en Canadá, según espiritualidades complementarias. Más allá de todos los religiosos presentes aquí,

3. “Sucederá para el reino de los cielos como para las diez vírgenes que tomaron su lámpara y fueron al encuentro del esposo. Bueno, cinco de ellos fueron tontos y cinco fueron prudentes ”. Hermanas, esperad al novio como estas vírgenes prudentes. Esté siempre preparado. Estar disponible. Esperando al Señor, mantente despierto.

El ambiente de tu vida conventual está organizado para favorecer la experiencia de Dios; tu alejamiento del mundo, con su soledad; tu silencio, que es un silencio de escucha, un silencio de amor; la ascesis, penitencia, obra que te hace participar de la obra redentora; comunión fraterna, renovada sin cesar; la celebración eucarística diaria que une tu ofrenda a la de Cristo.

¡Que no te duerma el cansancio, la rutina, la monotonía de tu vida conventual, que las posibles impresiones de la ausencia de Dios, las tentaciones o simplemente las pruebas normales de progreso en la unión mística con Cristo no te desanimen! ¡Que no se apague la lámpara de tu oración, de tu amor! Abastecerse del aceite que lo alimentará día y noche.

4. Ya que, incluso dentro de una comunidad, el camino sigue siendo personal. Así como las vírgenes prudentes no pudieron remediar el descuido de las vírgenes insensatas, ningún otro puede ocupar tu lugar para acoger la comunión trinitaria en lo más íntimo de tu persona, donde el amor recibido responde al amor en adoración, alabanza y la gratificación. 

Entonces haces tuya la oración del salmista que leímos hace poco: "Oh Dios, tú eres mi Dios, de madrugada te busco, / mi alma tiene sed de ti, / mi carne te anhela, / como tierra desierta, / árido, sin agua. / Por eso te busqué en el santuario, / para ver tu poder y tu gloria. / Ya que tu gracia vale más que la vida, / mis labios hablarán tus alabanzas. / Por eso te bendeciré mientras viva ... / Pienso en ti en las vigilias nocturnas ... / Me regocijo a la sombra de tus alas.Sal 63, 2-5,7-9).

Este encuentro inefable del Dios vivo y personal no se puede vivir sino en las tinieblas de la fe. El novio está detrás de la puerta mientras aún estás en la noche. Dios se da siempre a la luz de la fe. Pero los signos de Dios son tan discretos en la cotidianidad irrelevante de vuestros días que es necesario estar alerta para perseverar y crecer en la fe, en la escuela de María. El "tesoro" que os espera en el cielo será sólo el cumplimiento escatológico de lo que estaba escondido ... en el tesoro interior del corazón (cf. Redemptionis Donum , 5).

5. Sus vidas tienen una fecundidad secreta pero segura. "El que permanece en mí y yo en él, dará mucho fruto" ( Jn 15, 5). En esta solidaridad que une a todos los miembros de Cristo sois, según las palabras de santa Teresa del Niño Jesús, como el corazón. Sin tu amor, la caridad se enfriaría. En la Iglesia que ora, sufre y evangeliza, tu parte es el informe a Dios, tu ofrenda te conforma a Cristo para que él use todo tu ser y lo consuma en la obra redentora, como le plazca a su amor. Y Dios escucha la oración de alabanza e intercesión que surge de vuestro corazón para dispensar su gracia, sin la cual no habría conversión al Evangelio en la Iglesia, ni progreso en la fe, ni vocaciones de obreros apostólicos (cf. Ad Gentes, 40).

6. La comunidad cristiana de Hull parece haber comprendido bien su vocación, y también la población vecina de la gran ciudad de Ottawa. La gente está apegada a tu monasterio, lo apoyan, no dudan en confiarte sus dolores y alegrías, sus planes y sus oraciones.

Cada vez hay más gente -y entre ellos muchos jóvenes- que buscan espacios de gratuidad, de oración, de contemplación, gente sedienta de absoluto. Algunos se detienen en sus monasterios en busca de valores espirituales. Por todos estos buscadores de Dios, testifiquen, a través de la verdad y transparencia de sus personas, que pertenecer a Cristo los hace libres y que la experiencia de Dios los llena. Sin apartarse de las exigencias de la vida contemplativa, encuentras los gestos capaces de expresar tu opción radical por Dios por la cultura de nuestro tiempo. A los que dicen: "No sabemos rezar", responden a través de su existencia ese diálogo. con Dios es posible porque "el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad" ( Rom.8, 26). A aquellos que quieren hacer de su vida algo grandioso, testifiquen que el camino de la santidad es la más bella de las aventuras, obra no sólo de nuestros esfuerzos, sino obra de la infinita ternura de Dios en la inmensa miseria humana. Que vuestros monasterios permitan a los transeúntes acercarse a los manantiales de agua viva: “Dejad al que tenga sed; el que quiera sacar gratis el agua de la vida ”( Ap 22, 17).

7. Mi meditación parecía reservada a las monjas de clausura. De hecho, tuve constantemente presentes a todas las mujeres que se consagran a Dios en la vida religiosa de Canadá. ¡Son unos cuarenta mil! Lo que he dicho sobre el espíritu de vida consagrada es igualmente válido para todos los religiosos de vida activa o apostólica. Las circunstancias hicieron que no pudiera tener un encuentro particular con todos ellos, y lo lamenté. He visto a muchos en todas mis etapas, con el pueblo de Dios, pero estaba esperando esta ocasión, y esta noche me alegra saludarlos a todos, desde este lugar de contemplación, y dirigirles este mensaje.

Queridas hermanas, ustedes realizan en la Iglesia los servicios que las comunidades cristianas y el mundo aprecian mucho: participan, entre otras cosas, en la catequesis, la educación, la atención hospitalaria, el apoyo a los ancianos, las actividades parroquiales ... Felices esos países, ¡esas ciudades que aún se tranquilizan con la presencia de tales monjas! En definitiva, tienes una determinada actividad profesional, preferiblemente aquella que te permita expresar caridad y testimonio de fe, y esto de forma comunitaria.

8. Pero este no es el misterio original de tu vida. Os habéis consagrado libremente al Señor que, ante todo, os ha puesto una mirada de predilección. Vuestros votos religiosos están íntimamente arraigados en la consagración del Bautismo, pero lo expresan más plenamente (cf. Perfectae caritatis , 5). Participas de manera especial y permanente en la muerte del Redentor en la cruz y en su resurrección. El carácter pascual de tu vida se reconoce en cada uno de los "consejos evangélicos" que te comprometes a practicar de manera radical. Al mismo tiempo, se vuelve verdaderamente libre para servir mejor. Te enfocas, no en "tener", sino en la calidad de ser, de la persona que se renueva en Jesucristo.

Nuestro mundo necesita más que nunca descubrir, en sus comunidades y en su estilo de vida, el valor de una vida sencilla y pobre al servicio de los pobres, el valor de una vida comprometida libremente con el celibato para mantenerse en Cristo y, con él, en particular, amar a los mal amados, valor de una vida en la que la obediencia y la comunidad fraterna disputan silenciosamente los excesos de una independencia a veces caprichosa y estéril.

El mundo necesita ante todo testigos de la gratuidad del amor de Dios. Con los que dudan de Dios o tienen la impresión de su ausencia, sois la manifestación de que el Señor merece ser buscado y amado por sí mismo, que el reino de Dios, con su insensatez inherente, merece consagrarle la vida. De esta manera vuestra vida se convierte en signo de la fe indestructible de la Iglesia. La donación gratuita de tu vida a Cristo y a los demás es quizás el desafío más urgente a oponer a una sociedad en la que el lucro se ha convertido en un ídolo. Tu elección asombra, plantea interrogantes, seduce o irrita a este mundo, pero nunca lo deja indiferente. En cualquier caso, el Evangelio es siempre un signo de contradicción. Nunca serás entendido por todos. Pero nunca temas manifestar tu consagración al Señor. ¡Te hace honor! ¡Es el honor de la Iglesia! Tienes un lugar específico en el cuerpo de Cristo, en el que cada uno debe cumplir su propia tarea, su propio carisma.

Si buscas, con el Espíritu Santo, la santidad que corresponde a tu estado de vida, no temas. Él no te abandonará. Las vocaciones se unirán a ti. Y ustedes mismos conservarán su mente joven, que no tiene nada que ver con la edad. Sí, queridas hermanas, vivan con esperanza. Mantenga sus ojos fijos en Cristo y camine firmemente en sus pasos con gozo y paz.

9. Ya no puedo extender este mensaje a todas las monjas canadienses. El 25 de marzo escribí una carta para ustedes y todos los religiosos, Redemptionis Donum .

Esta noche, al final de mi largo viaje apostólico por Canadá, estoy muy feliz de ser, con el obispo de esta diócesis Adolphe Proulx, una invitada de las hermanas. Como a Jesús le encantaba retirarse a Betania en la casa de María y Marta, una más contemplativa, la otra más activa, he venido a tu casa para orar contigo. Cuando Pedro y los demás apóstoles se retiraron al Cenáculo, junto con María, la Madre de Jesús, vengo a invocar al Espíritu Santo. ¡Que derrame su luz y su poder sobre los habitantes de esta querida nación, para que la Iglesia aquí crezca en santidad! Oren conmigo por todos los religiosos, por todos los consagrados, por los hombres y mujeres que son miembros de institutos seculares. Oramos por los sacerdotes, que son ministros de la Eucaristía y guías de las conciencias.

Y, cerca de Ottawa, donde esta noche me reuniré con los líderes de la vida política, donde mañana celebraré la Misa por la paz, recemos por todos aquellos que deben contribuir a lograr una mayor justicia, paz y fraternidad, en Canadá y en los países menos afortunados. .

Venga tu reino, Señor Jesús, amén.

VISITA PASTORAL A CALABRIA

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA PARA RELIGIOSOS Y RELIGIOSOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Santuario de San Francesco di Paola (Cosenza) - Viernes 5 de octubre de 1984

1. "Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños" ( Mt11, 25). Es natural recordar estas palabras de Cristo, celebrando la Eucaristía en el santuario que la piedad de los fieles ha erigido en honor a un hombre como Francesco di Paola, que vivía lejos de los libros pero cerca de Dios: era verdaderamente uno. de esos "Pequeños" que Dios introduce en el conocimiento de sus "cosas ocultas". Francesco di Paola ciertamente no era un hombre culto, y sin embargo, conocía a la perfección la ciencia de los santos y supo penetrar los corazones más y mejor que aquellos teólogos eruditos, que a menudo acudían a él para aclarar las respuestas en sus dudas y perplejidades. . Él "pequeño", incluso "mínimo", como le gustaba describirse a sí mismo ya sus hijos, merecía ser el maestro de los "grandes" de la tierra, y esto gracias a la luz que Dios derramó en su alma, sedienta de él.

Al agradecer al superior general de los Mínimos y al presidente de los superiores mayores de Calabria las palabras que me han dirigido al comienzo de la santa misa, saludo a esta comunidad monástica y a todos ustedes, queridos religiosos y religiosas y almas consagradas aquí presentes. Es significativo que nuestro encuentro tenga lugar en este santuario, en el que todo nos habla de un hombre que supo entregarse sin reservas a Dios, encontrando en esta consagración incondicional de sí mismo la fuente siempre efusiva de una caridad inagotable hacia sus hermanos. . En el testimonio de Francesco di Paola, figura que resume los mejores rasgos de la generosa población calabresa, se presentan con clara evidencia los componentes esenciales de toda vida consagrada al servicio de Dios y de la Iglesia. Es por eso que estoy feliz de encontrarme con ustedes en este lugar, queridos.

Calabria siempre ha sido rica en fundamentos monásticos y religiosos y ha dado a la Iglesia figuras de santos, como San Saba, San Nilo, San Bruno y el mismo San Francisco. En esta región el primer monaquismo vino del Cercano Oriente, y aquí logró una feliz síntesis de espiritualidad y cultura monástico-religiosa.

Sin embargo, no es solo historia del pasado. La frescura de la vida religiosa está viva hoy contigo, presente y activa en el tejido eclesial y social. Ustedes, almas consagradas a Dios en este hoy de la historia, se nutren del espíritu y el carisma de los orígenes, para dar con su testimonio de coherencia evangélica una respuesta convincente a las expectativas de la generación actual.

2. ¿Te has preguntado alguna vez qué esperan de ti la Iglesia de Calabria y la buena gente de esta región? A la luz de la vida y las enseñanzas de tus grandes santos, especialmente el patrón de esta iglesia, creo que hoy el testimonio de un renovado compromiso por la oración y la unión con Dios es fundamental para tu credibilidad. Los grandes ascetas y fundadores enseñan que nosotros Debe dar a Dios el primer lugar en la vida y en el apostolado, y esto precisamente para satisfacer las necesidades del mundo, que busca ansiosamente valores que lo aparten de las inquietudes e incertidumbres de la vida cotidiana. Reemplazarás un punto de referencia fundamental para los muchos hermanos perdidos en los caminos del mundo, si eres capaz de ser testigos gozosos del Evangelio en toda su plenitud.

La sed de Dios está muy extendida por todas partes: corresponde a los miembros de los institutos religiosos canalizar esta necesidad, reavivando en su testimonio diario la alegría de vivir con Dios y de Dios, que no enajena el espíritu y no quita la libertad, sino enriquece el alma y la libera para hacerle saborear su presencia. ¿No es esta la experiencia que tienes cuando estás completamente dispuesto a seguir a Cristo, casto, pobre y obediente al Padre? ¿No encuentra en esto el secreto de la verdadera paz del alma? Asiste este estilo de vida a los demás, enfatizando fuertemente la alegría de estar juntos "como un solo corazón y alma" en el compartir generoso de todo tu bien (cf. Hch.4, 32). No temas sentir que no te comprenden: Cristo está contigo para infundirte esperanza y fuerza, para que lo lleves con entusiasmo a tus hermanos. El mundo sabe distinguir tu testimonio evangélico de cualquier otro: no en vano se le oponen su ideología y sus efímeros valores.

Hoy, vivir la unión con Dios con acentuado espíritu de oración es un paso obligado en la vida religiosa: la Iglesia necesita almas consagradas que vivan en la interioridad de la relación con Dios y afirmen la primacía de Dios ante el mundo, para que el mundo entienda. que no son los bienes materiales, el éxito o los placeres los que dan serenidad al hombre, sino el grado de unión con Cristo, la verdadera esperanza del hombre.

3. Consagración a Dios, que permite "seguir a Cristo con mayor libertad e imitarlo más de cerca" ( Perfectae Caritatis, 1), no te distrae de los problemas de tus hermanos: la característica de la vida religiosa de esta tierra - donde muchos pueblos y aldeas deben su origen a la presencia de un monasterio o cenobio, heredando también su nombre en toponimia - invita a unir el espíritu de unión con Dios con la solidaridad hacia los hermanos, que esperan mucho de su compromiso diario con el apostolado. Las penurias económicas heredadas del pasado y que todavía están lejos de una solución justa y los males de la sociedad actual, que sufren especialmente los jóvenes, aparecen cada día ante sus ojos. No puedes ignorarlos refugiándote en tu comunidad. Tú también debes encargarte de ella bajo el aspecto que te incumbe, respetando evidentemente el carisma propio de los respectivos institutos. Después de todo, no existe una verdadera vida religiosa,Perfectae Caritatis , 8).

Tu testimonio no debe separarse del conocimiento de las situaciones de las personas que te rodean, que confían en tu ayuda espiritual y concreta, que esperan tu gesto de amor fraterno, que ven en cada uno de ustedes al hermano que puede comprenderlo y en el nombre de Cristo sálvalo.

4. Sin embargo, no siempre los que se acercan a ti lo hacen para pedirte: muchas veces el Señor te hace encontrarte con tu hermano para un recordatorio, una reflexión, una incitación a un testimonio evangélico más auténtico. Sepa aceptar estas invitaciones como providenciales para retomar la vida religiosa con más coraje y espíritu evangélico.

Encontrarse pobre entre los pobres es un don del Señor: en contacto con situaciones concretas la palabra del Señor se vuelve más incisiva y nos invita a leer la parábola del hombre que se topó con los ladrones ( Lc10, 25-37) con mayor participación. Vuestros santos fundadores han dado vida a comunidades apostólicas que, uniendo ascetismo y caridad, han orientado su misión hacia aquellas categorías de personas que la sociedad a menudo margina, pero que la Iglesia considera tesoros para el reino. ¿Cómo olvidar en este lugar el continuo flujo de fieles que venían de la ciudad y de los caseríos cercanos al encuentro del ermitaño Francisco? 

Él, hombre de Dios y trabajador incansable, los escuchó con disponibilidad, les aclaró sus dudas, a veces incluso resolvió sus problemas con un milagro, siempre, despidiéndose de ellos, dejó en ellos ese "contentamiento y paz" - dicen las fuentes - que vale mucho más los bienes materiales y la salud misma. Estos distritos fueron entonces testigos de las maravillas descritas por Isaías en el pasaje que hemos escuchado: “Los ojos de los ciegos se abrirán y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, la lengua del mudo gritará de alegría porque las aguas correrán en el desierto, los arroyos correrán en las estepas. . . (Is 35: 5-6).

5. La herencia espiritual de la vida religiosa de esta región a menudo tiene sus raíces en el campo social, no para reemplazar las estructuras públicas, sino para ayudarlas en la difícil tarea de ayudar y redimir a los hermanos más necesitados. No pierdas esta connotación hoy cuando la Iglesia reafirma su presencia en el campo de la educación y el trabajo. Los necesitados siempre buscan tu testimonio y no debes traicionar la confianza de aquellos que no tienen voz social. Sepa estar siempre atento a su grito de ayuda y dar prueba de amor a Cristo entregándose por sus hermanos. No son las palabras las que faltan en este sector de la sociedad, son los gestos. Estás llamado, en nombre de Cristo, a hacer estos gestos con una intervención desinteresada, con solidaridad en casos extremos,

Al hacerlo, verás abrirse ante ti los espacios de la caridad y reafirmarás la irreprimible dignidad de cada uno, redescubriendo el rostro sufriente de Cristo en el rostro de los afligidos por la desgracia. Sobre todo, revivirás la historia de tu vocación, que está imbuida del amor y la misericordia del Señor. El Evangelio se abre cada día ante vosotros y os llama al apostolado: todo hombre es página viva de él, que hay que comprender y acoger en su propia experiencia de fe. No os canséis de tender la mano a los necesitados: vuestro gesto solidario puede ser la apertura por la que el hermano llegará a vislumbrar la Providencia del Padre que se preocupa por todos y da a todos un fin en este mundo. "Tu testimonio silencioso de pobreza y desapego, pureza y transparencia, de abandono en la obediencia. . . puede llegar a ser, además de una provocación para el mundo y para la misma Iglesia, también una predicación elocuente, capaz de impresionar incluso a los no cristianos de buena voluntad, sensibles a determinados valores "(Evangelii Nuntiandi , 69,2).

6. Esta encarnación de vuestra vida religiosa en el tejido eclesial y social de Calabria es el mensaje que os transmito hoy en este lugar santificado por el asceta y hombre de Dios San Francisco de Paula. Saber sacar de la unión con Dios, presente cada día en su banquete eucarístico, la fuerza del testimonio evangélico de todos: los simples, los pobres, los pequeños, los marginados, los que sufren, los doctos, los hombres de la tierra. , el mundo del trabajo., a los que están dispuestos al diálogo y también a los que todavía están excluidos de él por el momento. Cristo te precede y te da fuerza, porque es el propósito y la medida de tu vida: en el diálogo diario con Él atraes esa caridad sobrenatural, de la que nos habla san Pablo en ese pasaje sublime de la Primera Carta a los Corintios. ( 1 Cor.13, 5-7) que acabamos de escuchar: una caridad que “no busca su interés, no se enoja, no toma en cuenta el mal recibido, no disfruta de la injusticia, sino que se regocija en la verdad. Lo cubre todo, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta ”.

Sólo quien se separa por completo de sí mismo puede aceptar plenamente las exigencias radicales de una caridad que, según las palabras del apóstol, apunta a “todo”: “. . . Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta ”. Pero, ¿quién, mejor que el religioso, puede realizar tal desapego en sí mismo? Al comprometerse en el camino de los consejos evangélicos, ¿no le mueve la voluntad de obrar en sí mismo ese despojo de todo lo que pueda dar más espacio a la totalidad de Dios? Queridos amigos, sepan apreciar en todo su valor los votos de castidad, pobreza y obediencia, que pronto renovarán. No entorpecen ni limitan su personalidad, sino que la liberan a la posibilidad de un don más constante y más generoso en el servicio diario de Dios y de los hermanos.

Siguiendo los pasos de tus grandes santos, y especialmente de aquel cuyo espíritu se cierne sobre esta iglesia, sé gozosamente casto, pobre y obediente. Experimentarás, como ellos, la verdad de la palabra de Cristo: "Dulce es mi yugo y ligera mi carga" ( Mt 11,30 ) y tú también, como ellos, podrás compartir tu experiencia con tantos hermanos "cansados ​​y oprimidos" que vienen a ti para tener una palabra capaz de darles esperanza.

CONCELEBRACIÓN AL CONCLUSIÓN DEL "RETIRO" MUNDIAL DE LOS SACERDOTES

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica Vaticana - Martes 9 de octubre de 1984

1. "Un solo cuerpo, un solo espíritu, así como uno es la esperanza a la que has sido llamado, la de tu vocación" ( Ef 4, 4). Las palabras del apóstol Pablo, recién escuchadas, vuelven espontáneamente a nuestros labios mientras contemplamos, queridos hermanos en Cristo, esta asamblea vuestra que reúne a tantos obispos y sacerdotes de todo el mundo. A todos y cada uno de ellos dirijo un cordial saludo: “¡Jesús es el Señor! ¡Aleluya!".

Te has reunido en Roma para participar en el retiro espiritual organizado por la Oficina Internacional de Renovación Carismática Católica. Sus reuniones, celebradas en el Vaticano, y esta concelebración eucarística en la tumba del Príncipe de los Apóstoles son indicios elocuentes de su profundo apego a la Sede de Pedro y a la única, santa Iglesia católica y apostólica. Que el Señor te confirme en tu fe y reavive la gracia del sacerdocio, que está en ti, durante tu estancia en esta ciudad alma de Roma, el centro del catolicismo.

2. Durante el retiro meditaste extensamente sobre la vocación sacerdotal como una llamada particular a la santidad . Este tema es muy importante y actual. De hecho, el mundo de hoy necesita sacerdotes , muchos sacerdotes , pero sobre todo sacerdotes santos .

La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada a la santidad, en la forma que brota del sacramento del Orden. La santidad es intimidad con Dios, es imitación de Cristo, pobre, casto y humilde; es amor sin reservas por las almas y donación a su verdadero bien; es el amor a la Iglesia que es santa y quiere que seamos santos, porque esa es la misión que Cristo le ha confiado. Cada uno de ustedes debe ser santo también para ayudar a sus hermanos a seguir su vocación a la santidad.

¿Cómo no reflexionar, en el contexto de este encuentro, sobre el papel esencial que juega el Espíritu Santo en la llamada específica a la santidad, propia del ministerio sacerdotal? Recordemos las palabras del rito de la ordenación sacerdotal, que se consideran centrales en la fórmula sacramental: “Da, Padre Todopoderoso, a estos tus hijos la dignidad del sacerdocio. Renueva en ellos el derramamiento de tu Espíritu de santidad; Cumpla fielmente, Señor, el ministerio del segundo grado sacerdotal recibido por ti y con su ejemplo lleve a todos a un estilo de vida integral ”.

Por la ordenación, queridos amigos, habéis recibido el mismo Espíritu de Cristo, que os asemeja a él, para que podáis actuar en su nombre y vivir sus mismos sentimientos en vosotros. Esta íntima comunión con el Espíritu de Cristo, al tiempo que garantiza la eficacia de la acción sacramental que colocas "in persona Christi", pide también expresarse en el fervor de la oración, en la coherencia de vida, en la caridad pastoral de un ministerio. buscando incansablemente la salvación de los hermanos. En una palabra, pide tu santificación personal. Esto es lo que reafirmó el Concilio Vaticano II, tratando el tema desde un ángulo cristológico, pneumatológico y eclesial: "En el ejercicio del ministerio del Espíritu y de la justicia, se consolidan en la vida del Espíritu, con la condición, sin embargo, de que sean dóciles a las enseñanzas del Espíritu de Cristo que los vivifica y los guía. En efecto, los sacerdotes son ordenados a la perfección de la vida en virtud de las mismas acciones sagradas que realizan a diario, así como de todo su ministerio que ejercen en estrecha comunión con el obispo y entre ellos "(Presbyterorum ordinis , 12).

Aquí, pues, queridos hermanos del sacerdocio: vuestra vocación específica a la santidad se traduce en un programa de docilidad al Espíritu , que, apoyado, obra en vosotros la identificación progresiva con Cristo, con su ejemplo, con su enseñanza, con la persona. y los eleva a cooperadores del plan divino de salvación. Frente a una perspectiva tan sublime, ¿cómo no sentir la necesidad de repetirse con san Pablo: "Os exhorto, yo, prisionero del Señor, a comportaros de una manera digna de la vocación que habéis recibido, con todos humildad, mansedumbre y paciencia, soportándonos con amor, procurando preservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz ”( Efesios 4: 1-3)?

3. Es una exhortación, esta de san Pablo, que se hace aún más insistente y sentida al pensar en la tarea fundamental que os corresponde a vosotros en la construcción de la Iglesia, cuerpo de Cristo y templo vivo del Espíritu: sois llamados a reunir, en comunión con los obispos y bajo su dependencia, a la familia de Dios, como fraternidad animada por el Espíritu de unidad (cf. Lumen gentium , 28).

En medio de la comunidad cristiana, así como en medio de los diversos grupos de la Renovación en el Espíritu, el sacerdote está llamado a ser pastor y guía espiritual de los fieles, garante de la verdadera doctrina de la Iglesia, responsable, en comunión con el obispo, para la auténtica celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, testigo y promotor de la comunión eclesial.

Debe, por tanto, educar a los fieles en ese "sentido de Iglesia", que se traduce en amor a la doctrina de la Iglesia, en la veneración de los pastores, en la docilidad y obediencia a sus directivas, en la mente y el corazón abiertos hacia todos los miembros de la Iglesia. Iglesia, incluidos otros movimientos o asociaciones eclesiales, con espíritu misionero y ecuménico. En efecto, es necesario evitar el peligro de radicalizar la propia experiencia como si fuera la única o la más bella, y abrirse en el amor, que es un don del Espíritu, a la colaboración con todos los componentes eclesiales, viendo en ellos como tantas manifestaciones del único Espíritu, que "estableció a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, para hacer a los hermanos aptos para llevar a cabo el ministerio, a fin de construir el cuerpo de Cristo". "(Ef 4, 11-12).

Esta es una tarea que el sacerdote no puede abdicar delegándola en otros, porque nace de la propia naturaleza de su ministerio pastoral y encuentra apoyo diario en la gracia que el Espíritu derrama en él, como representante de Cristo en medio de la comunidad cristiana. Ciertamente puede enriquecerse con todos los dones genuinos que el Espíritu distribuye ampliamente en el pueblo de Dios, pero no puede olvidar que está llamado a ejercer un papel de discernimiento, de guía y de pedagogía espiritual, en cumplimiento de ese ministerio de enseñanza autorizada. , de santificación sacramental, de gobierno eclesial, que le es propio en la medida en que está investido del triple "munus" de Cristo sacerdote.

4. De hecho, él es el modelo al que debemos mirar; él, Jesús, a quien el pasaje evangélico que hemos escuchado nos presenta en el acto de recorrer "todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y dolencia" ( Mt 9, 35) . El sacerdote debe tener constantemente ante los ojos al divino Maestro para hacer suyos sus sentimientos profundos y llegar a sentir, junto a él, "compasión" por las personas "cansadas y agotadas", que a menudo vagan por los caminos de la vida "como ovejas sin pastor ”(cf. Mt 9, 36 ).

Cada persona debe ser importante para él. El cuidado de la comunidad no lo dispensa de una atención solidaria a las personas , según sus necesidades espirituales y según la vocación específica de cada uno. Hoy más que nunca, en particular a través de la generosa dedicación al ministerio de la Penitencia y la dirección espiritual, el sacerdote está llamado a ser un educador en la fe de cada uno de sus fieles, evitando cualquier posible "estandarización" de conciencias. Si cada uno es amado por Dios individualmente, si el Espíritu se derrama en el corazón de cada uno de los fieles (cf. Rom.5, 5) asegura su personalidad irrepetible y su vocación específica a la santidad, el presbítero debe apoyar la obra del Espíritu, para que, gracias a la libre respuesta de los individuos, la comunión eclesial se enriquezca, en un camino que, si bien converge en la unidad de El plan de Dios, sin embargo, requiere el compromiso personal de cada uno.

5. También conviene recordar que un guía ilustrado de los fieles en el camino de la santidad presupone una pedagogía de la vida espiritual armónica e integral , que conduce desde la contemplación y la oración al compromiso concreto en la práctica de las virtudes evangélicas , y en particular al compromiso con la satisfacción de las necesidades que surgen de la justicia y la caridad . ¿No es acaso esta la recomendación precisa que el apóstol Santiago ya hizo a sus primeros cristianos? “¿De qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe pero no tiene obras? ¿Quizás esa fe pueda salvarlo? " ( Gc2, 14), preguntó. Y la respuesta perentoria os es bien conocida: "Como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta" ( Stg 2, 26 ).

La fe debe manifestarse en la vida: no solo en la vida privada, sino también en la vida social. En otras palabras, el cristiano debe tratar de estar presente y activo también en las diversas estructuras sociales y políticas del mundo contemporáneo, para promover en todas partes las condiciones de la "civilización del amor". De hecho, hoy las obras de misericordia, recordadas por Jesús en el discurso del juicio final (cf. Mt 25, 31-46), deben realizarse no solo con la iniciativa de los individuos, sino también a través de iniciativas adecuadas en el ámbito social. y político (cf. Gaudium et Spes , 26.30.31). Como está escrito en la reciente instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre ciertos aspectos de la Teología de la Liberación, "más que nunca es necesario que numerosos cristianos, de fe iluminada y decididos a vivir la vida cristiana en su totalidad, se comprometan ellos mismos a la lucha por la justicia, la libertad y la dignidad humana, por el amor a sus hermanos desheredados, oprimidos y perseguidos "(S. Congr. pro Doctrina Fidei, De quibusdam elementis" Theologiae liberationis " , Introd.)

6. Una sabia pedagogía espiritual también debe tener en cuenta que el camino de la santidad cristiana es un proceso de crecimiento hacia la madurez o, como dice el apóstol Pablo, hacia “el estado de hombre perfecto, en la medida en que conviene a la plena madurez de Cristo "( Efesios 4:13 ). Algunas experiencias de entusiasmo religioso que el Señor a veces concede son gracias iniciales y fugaces, que tienen el propósito de empujar hacia el compromiso decidido de conversión, caminando con generosidad en la fe, la esperanza y el amor.

Gioverà molto, a questo proposito, approfondire la dottrina dei grandi maestri della vita spirituale, da sant’Agostino a san Bernardo, da Ignazio di Loyola a Teresa di Gesù, a Giovanni della Croce: essi presentano la vita cristiana come un lungo cammino, nel quale l’avanzamento è sostenuto e guidato dallo Spirito, che prova ogni cristiano e lo conduce attraverso notti oscure e giornate luminose verso quella novità di vita che è la santità. In essa risplendono insieme la maturità umana, la fedeltà evangelica e la fecondità apostolica, nell’adesione umile e generosa alla volontà di Dio, accolta e attuata nella normalità del quotidiano.

En la medida en que el cristiano se vuelve transparente a esta acción dulce y poderosa del Espíritu, experimenta en sí mismo la manifestación progresiva de esos "frutos del Espíritu" que son "amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio ”( Gal 5, 22 ) y su vida, aunque carente de singularidades externas, se convierte en una irradiación de luz y calor para quienes tienen la suerte de acercarse a él.

7. ¡Queridos hermanos en la gracia del sacerdocio! Recuerda que estás llamado a llevar al mundo el consuelo del amor y la misericordia de Dios para todos los hombres y mujeres.

Convencido de que tu vocación te lleva a un servicio insustituible del hombre, busca comprender y amar a las personas de hoy, comunicándoles la certeza de que Dios las ama.

Que María Santísima, Madre de Cristo Sumo Sacerdote, a quien has confiado tu sacerdocio durante este retiro, te apoye y te acompañe. Que ella te enseñe, como madre a los hijos de preferencia, a decir siempre " fiat " a la voluntad de Cristo, su Hijo, que te ha elegido para ser sus ministros. Que ella te inspire a cantar el Magnificat a menudopor las maravillas que Dios está realizando en su vida sacerdotal ya través de su servicio pastoral. Que la Santísima María te convenza de imitar su "stabat" junto a la cruz, cuando surjan dificultades, incomprensiones y sufrimientos en tu arduo camino hacia la perfecta santidad. De esta manera, tú también, con ella y como ella, puedes disfrutar del gozo de la resurrección de Cristo y testificar ante todo el mundo que Jesús es el Señor . Amén .

CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA SOLEMNA INAUGURANDO EL NUEVO AÑO ACADÉMICO DE LAS 14 UNIVERSIDADES ECLESIÁSTICAS EN ROMA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro - Viernes 26 de octubre de 1984

1. En el umbral del nuevo año académico, saludo de todo corazón a los superiores de la Congregación para la Educación Católica y a los representantes de las universidades católicas de Roma: las comunidades formadas por profesores y estudiantes del Pontificio Gregoriano de Letrán, Universidades Urbaniana y Santo Tomás, d'Aquino, Salesiana y las universidades Pontificias de Sant'Anselmo, Antonianum y otras facultades e institutos de estudios teológicos. Doy una cordial bienvenida a todos a esta basílica que se eleva sobre la tumba de San Pedro .

2. Nos reunimos en el altar, que es el lugar del sacrificio.

En la Eucaristía queremos ofrecer todo lo que constituye el conjunto del nuevo período de estudios en nuestras "universidades".

Este "todo" constituye una " parte " importante de la vida de esta Iglesia que está en Roma y que está reunida en torno a su obispo, pero también de la vida de toda la Iglesia.

Idealmente, todas las universidades católicas del mundo están invitadas a unirse hoy a esta comunidad de oración y sacrificio.

Con nuestros pensamientos dirigidos a todos cantaremos “Veni Creator Spiritus”, pidiendo la luz y el poder de arriba para nuestras comunidades.

3. Nos reunimos para escuchar - en la liturgia de la palabra de Dios - la parábola de los talentos . Para meditar en ello una vez más.

En esta parábola se esconde una profunda y vasta analogía.

El talento del que habla Jesús es una moneda, un dinero, una cosa. Verbalmente, por tanto, las palabras del Maestro de Nazaret se refieren al orden de las cosas: el orden económico.

Hoy el dinero llamado "talento" ya no está. En cambio, el término "talento" significa un atributo o una cualidad del hombre . El atributo del cuerpo, la mente o el corazón. Del orden de las cosas se trasladó al orden de la persona .

Las palabras de la parábola de Cristo indican claramente este orden.

No la "economía del dinero", sino la " economía del hombre ", es el tema apropiado de la parábola. De hecho: la " economía de la salvación ".

4. Es necesario, por tanto, que este "todo" que tenemos frente a nosotros, y que forma el año académico, hay que situarlo dentro de los límites de la economía del hombre. De hecho, que ponemos esto "juntos" dentro de los límites de la economía de la salvación.

La liturgia de hoy nos invita a esto.

Seguimos esta llamada desde el principio.

5. Universidades, universidades, facultades, institutos son un entorno particular .

Este entorno está destinado, por su propia naturaleza, a realizar en sí mismo la multiplicación de talentos :

- ambos talentos que corresponden a la vocación de académicos y profesores ;

- y también los que correspondan a la vocación de los alumnos .

Aquí se trata, en cierto sentido, de dos "niveles" diferentes, dos "metodologías" diferentes, que sin embargo están profundamente conectadas y son coherentes .

Por tanto, es necesario que en cada uno de estos niveles, y juntos en la dimensión de su interdependencia, se cumplan las palabras de la parábola:

“Señor, me has dado cinco talentos ; he aquí cinco más he ganado ”( Mt 25, 20 ).

“Señor, me has dado dos talentos; mira, he ganado dos más ”( Mt 25, 22 ).

6. Queda todavía la cuestión de " un talento ", el que se esconde bajo tierra .

Un exegeta explica las palabras así:

“A todo el que tiene se le dará y será en abundancia; pero al que no tiene, se le quita hasta lo que tiene "( Mt 25,29):" Dios aumenta la gracia a quien la aprovecha y la quita a quien la deja inerte "(S. Garofalo , La Santa Biblia , III, p. 84).

7. Así pues, la cuestión de los talentos —por tanto también de los estudios— se sitúa en la dimensión de lo que podría llamarse un " drama humano " esencial . Se trata del uso que hace de lo que le ha sido "dado" en su humanidad irrepetible, de lo que, al mismo tiempo, le ha sido asignado como tarea :

“Asignados como tarea” en las dimensiones de la vida que al mismo tiempo es vocación;

“Asignados como tarea” en las dimensiones de la historia que, en definitiva, es la “historia de la salvación”.

8. En este contexto, las palabras del Libro de Eclesiástico de la primera lectura adquieren plena claridad :

"Bienaventurado el hombre que medita en la sabiduría y razona con inteligencia, considera sus caminos en su corazón , penetra sus secretos con su mente" ( Sir 14, 20-21).

El autor del libro se expresa con el lenguaje poético de la metáfora, cuando, hablando de sabiduría, nos invita a seguirla “como quien sigue un rastro. . . "

espiar “en sus ventanas. . . " / para “escuchar a su puerta. . . " / “pasar por su casa” / permanecer “bajo sus ramas” ( Sir 14, 22-24.26).

Y para los que lo hacen con respecto a la sabiduría, que promete que

“Lo recibiré como una madre, / lo recibiré como una esposa virgen; / lo nutrirá con el pan de la inteligencia, / apagará su sed con el agua de la sabiduría. / Se apoyará en ella y no vacilará. / Se confiará a ella y no se confundirá ”( Sir 15, 2-4).

9. “Mira, hizo cinco más ... Verás, yo hice dos más. . . ".

El crecimiento de talentos es una obra de sabiduría . Al colaborar con él, nos convertimos en partícipes de las riquezas que se esconden en el hombre, en todo el hombre: cuerpo, mente, corazón.

Los talentos evangélicos se desarrollan en los rayos de la sabiduría que proviene de Dios, que es Dios en sí mismo y que está en Dios "para el hombre".

Por tanto, es necesario reflexionar constantemente en el alma lo que se "da" y lo que se "asigna como tarea": el don y la llamada .

Tiene que ser "meditado" una y otra vez; especialmente cuando comienza una nueva etapa ; en nuestro caso, al inicio de un nuevo curso académico.

En lo poco has sido fiel , sobre mucho te daré autoridad " ( Mt 25, 21 ).

Has sido fiel

¿Has decidido ser fiel?

10. ¡Queridos hermanos y hermanas! Meditemos en la palabra de Dios en la liturgia de hoy. Meditemos en la parábola de los talentos.

Descubrimos en él el don y la convocatoria que trae consigo el nuevo curso académico.

Clamamos desde lo más profundo de nuestra alma:

“ Veni Creator Spiritus ”.

Los talentos se desarrollan bajo el aliento de la sabiduría divina y conducen a la sabiduría.

CELEBRACIÓN LITÚRGICA PARA ESTUDIANTES Y PROFESORES UNIVERSITARIOS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

San Pietro - Jueves 13 de diciembre de 1984

1. " Porque yo soy el Señor tu Dios, que te sostengo de la mano derecha y te digo:" No temas " " ( Is 41, 13).

Estas palabras, en la liturgia de Adviento de hoy, las pronuncia el profeta Isaías. Los dirigió a los hombres de su tiempo, varios siglos antes del nacimiento de Cristo.

Hoy, reunidos en la Basílica de San Pedro, al acercarse el final del siglo XX después del nacimiento de Cristo, damos la bienvenida a estas palabras tal como fueron pronunciadas por nosotros .

Nos reunimos aquí para vivir nuestra liturgia anual de Adviento junto con los profesores y estudiantes de las universidades romanas: una de las primeras y fundamentales tareas de la liturgia es, de hecho, la actualización de la palabra de Dios: hace presente la palabra "cielo y la tierra pasará, pero mis palabras no pasarán ”( Mt 24, 35).

La palabra del Dios viviente tiene una fuerza y ​​un alcance atemporales . No es una grabación que pasa a la historia, no es solo un momento de la literatura. Siempre llega al hombre una y otra vez en la médula misma de su existencia. Una y otra vez se convierte en un lugar de encuentro : del encuentro más importante, del encuentro con Dios. Con ese Dios, que es “alfa y omega”, “principio y fin”, con Dios que “era, que es y que vendrá".

2. La palabra del Dios vivo .

¿Qué es el Adviento? Todos sabemos que este es el nombre de ese período del año litúrgico de la Iglesia, que está marcado por la sucesión de cuatro domingos y que tiene como objetivo prepararnos para la solemnidad del nacimiento del Señor.

También en este período cae la Solemnidad de la Inmaculada Concepción , profundamente ligada al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.

En este período también se produce - hoy 13 de diciembre - la memoria de Santa Lucía , quien a través de su virginidad y martirio ha estado presente en la memoria de la Iglesia desde la antigüedad. Así, el Adviento tiene su lugar claramente definido en este sistema de signos , a través del cual habla la liturgia de la Iglesia. Pero al igual que el signo de la liturgia, como el tiempo de la liturgia, el Adviento de una manera particular nos revela la realidad misma de Dios: ¡ el misterio de Dios!

3. He aquí a Dios, que permanece eternamente en su divinidad, en la inescrutable comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y, al mismo tiempo, Dios que desde la plenitud de su libertad y su amor emprende la iniciativa creadora y al mismo tiempo salvadora . En cierto sentido va más allá del límite de esta divinidad que en sí misma está iluminada y “se presta” en su omnipotencia y en su amor.

De esta manera, el Adviento nos habla del comienzo del misterio de la creación que es, al mismo tiempo, el "alfa" de toda historia. La primera venida de Dios está contenida en la creación del mundo y, sobre todo, del hombre en el mundo.

¡Esto es inclinarse sobre la nada, ante la cual el Creador pronuncia su " ser "! Esta venida subsiste en su estructura más íntima de ser creado: “ conservatio est continua creatio ”. Con su poder creativo Dios mantiene en existencia todo lo que no existe "por sí mismo": que es cambiante y ocasional en existencia.

Ese advenimiento misterioso de la creación está, en cierto sentido, siempre presente en la liturgia de la Iglesia. Es la dimensión original y fundamental de todos los signos de la liturgia, de todos los períodos y de todas las fiestas. Sin embargo, parece brillar sobre todo a través de la liturgia de Adviento, que nos dirige hacia el "principio" mismo de la iniciativa creadora y al mismo tiempo salvífica de Dios: ¡viene el único que no tiene principio! Viene , es decir , establece el comienzo de todo . Está presente en ella con su libertad y su amor. Con la inescrutable comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

4. “Porque yo soy el Señor tu Dios, que te cojo de la mano derecha y te digo:" No temas "”. El hombre emerge en medio de la obra de creación . Es como la corona del mundo, del mundo visible. ¿Cuánto tiempo dura su tiempo en la tierra? La ciencia trata incansablemente de dar una respuesta precisa. ¿Existe solo en la tierra? Esta es también una pregunta que se hace.

Con el hombre, el advenimiento de Dios en la obra de la creación alcanza una etapa definitiva. Sólo con el hombre comienza realmente este advenimiento. De hecho, según el libro del Génesis, el hombre es " imagen y semejanza de Dios ". No se explica hasta el final, partiendo de cualquier estructura cósmica, que fue creada antes que él. Está en el mundo y del mundo ("hizo al hombre con el polvo de la tierra", como dice el libro del Génesis), y al mismo tiempo: ¡es de Dios! Un elemento divino está presente en él desde el principio .

 En este elemento "supera" a todo el mundo visible, lo supera hacia su divino prototipo. Lleva consigo el desafío de la eternidad y el desafío de la santidad.. El desafío y la llamada. Este desafío viene de Dios, es resultado de su iniciativa creadora, y al mismo tiempo ya constituye un "material" de la iniciativa salvífica: se puede decir que no sólo el hombre es llamado por el Creador por ese elemento de divinidad que es contenido en la intimidad del hombre, pero al mismo tiempo que Dios también es "llamado" por el hombre precisamente porque es quien es: que es "imagen y semejanza de Dios". Dios es "llamado": en su absoluta libertad, en su amor.

5. Así, pues, desde lo más profundo del advenimiento de la creación, aquí mismo, en esta "cumbre" que es el hombre, cae el Advenimiento de la salvación . Este advenimiento está contenido en el mismo " comienzo " bíblico del hombre, según el cual Elohim-Yahvé "los creó varón y hembra" ( Gen 1, 27). Basta leer con atención los primeros capítulos del libro del Génesis para convencerse de ello.

El advenimiento de la salvación no se interrumpe con el pecado de los progenitores . En cierto sentido, junto a ese pecado, se abre la perspectiva concreta. Esta perspectiva guía toda la historia que se desarrolla a través de la historia de cada hombre, a través de la historia de todos los pueblos, de todas las generaciones. El advenimiento de la salvación significa en cierto sentido "ese Dios-no-da " ante la resistencia que plantea la creación : la creación invisible, primero, y luego la visible: el hombre.

 Frente a esta resistencia, frente al "rechazo"del Creador, adelantado por la creación, ante un "rechazo" del amor salvífico promovido primero por la libertad angélica y luego por la libertad humana, Dios no se rinde. El amor no se rinde. No cede porque es consciente: la profundidad misma de la conciencia divina, el mismo misterio trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu, el amor eterno es consciente de que sólo en él se encierra la fuerza salvífica de la creación .

La salvación solo puede ser el "tabernáculo de Dios con los hombres". Solo puede ser el "reino de Dios". Sólo puede ser entonces cuando "Dios es todo en todos" ( 1 Co 15,28 ).

6. Así, pues, el advenimiento salvífico de Dios se abre ante los ojos de nuestra alma a través de este Adviento litúrgico , cuando esperamos la solemnidad anual del nacimiento del Verbo eterno en el establo de Belén, de la Virgen María, que concibió por la obra del Espíritu Santo.

El advenimiento salvador: la venida de Dios y la venida continua de Dios .

La venida en las grandes experiencias de la historia y, ante todo, en el secreto de los corazones y las conciencias. Llega el " Deus absconditus ". Viene y dice a cada uno: “ Yo soy el Señor tu Dios, que te sostengo de la mano derecha ”.

¡Oh, cuánto abraza Dios desde el principio al hombre con su venida de salvación! Desde las primeras páginas del libro del Génesis pasamos al centro mismo del Evangelio: la diestra de Dios toma la mano del hombre para guiarlo . Fielmente, aunque el hombre mueva a menudo la mano derecha, aunque muchas veces proclame que quiere ser libre "fuera de Dios". Quiere ser libre con la libertad de la independencia . En su ceguera no ve que la libertad tiene su eterna predestinación en cada uno de nosotros, criaturas libres: la predestinación del amor . Más allá de esta predestinación, nuestra libertad creada se convierte en anti-libertad.! Conviértete en la fuente de compulsión para los demás y para ti mismo. Precisamente a partir de la experiencia de tal libertad, incomprendida y mal utilizada, Sartre gritó: "Otros son el infierno". Por otro lado , el infierno es, en última instancia, una libertad mal utilizada . Libertad usada contra el amor. La libertad tan mal utilizada se convierte en anti-libertad. . . El infierno es anti-libertad.

7. Dios dice: “Te sostengo de la mano derecha”, así como el padre o la madre toman de la mano al niño, no para quitarle la libertad, sino para enseñarle el amor .

Ese divino "aferrarse al derecho" es como la iniciativa salvífica de Dios hacia cada uno de nosotros, es el advenimiento salvador de Dios a través del cual nos enseña el amor. De hecho, junto con el amor viene la salvación: y la salvación no termina, sino que va más allá de los límites temporales de nuestra existencia, para decidir nuestra vida para la eternidad.

Precisamente esto conduce a la humanidad de Jesús, cuyo nacimiento en la noche de Belén esperamos: Jesús, " Dios que salva ".

Lleva el mensaje de salvación a través del amor. Y cumplirá este mensaje no solo con su enseñanza, el mensaje de las buenas nuevas, sino que lo cumplirá hasta el final con su cruz y resurrección .

El misterio pascual atestigua que el amor es más fuerte que la muerte y, por tanto, salvífico . Ese amor es más fuerte que el pecado y, por lo tanto, es salvador .

Y el misterio pascual esconde en sí mismo la noche del nacimiento de Belén. Y con él se une en un todo: en el misterio de Jesucristo, en el que la venida salvífica de Dios se completó definitivamente en la historia terrena de la humanidad , y permanece irreversiblemente en ella .

8. ". . Te sostengo a la derecha, / y te digo: "¡No tengas miedo"! ”. Cuántos miedos lleva cada hombre dentro de sí. Miedos obvios y miedos ocultos .

Cuántos temores lleva dentro la gran familia humana - la familia de pueblos y naciones - que habita este planeta, no sabemos desde cuándo. Cuántos miedos llevan consigo al hombre y la humanidad de nuestro siglo - el hombre y la humanidad de la "era atómica" - el hombre y la humanidad de la era electrónica y al mismo tiempo el hombre y la humanidad de los no nacidos, de los muertos en el vientre de las madres, de los niños que mueren de hambre por millones! Hombre: la humanidad de naciones y sociedades en las que "la libertad de unos se convierte en esclavitud de otros" ; el hombre y la humanidad de la sociedad y los entornos, en los que la arrogancia y la violencia se vuelven cada vez más brutales.

La salvación significa liberación del miedo . Amor perfecto "foras mittit timorem".

¡Busquemos los caminos que del miedo conducen al amor!

Buscamos los caminos de la salvación. ¡Busquémoslos entre las experiencias cada vez más amenazadoras de nuestro tiempo! El Dios del advenimiento salvador está entre nosotros: ¡ su nombre es Emmanuel!

9. Esto es lo que dice: “. . .No temas".

¡Qué liberadoras son estas palabras!

Esto es lo que dice: "Pero tú te regocijarás en el Señor, / te gloriarás en el Santo de Israel" ( Is 41, 16).

Este es el alarde que Juan el Bautista recibió de la boca del mismo Cristo: "Entre los nacidos de mujer no hay uno mayor que Juan el Bautista" ( Mt 11, 11 ).

Sí. El hombre está llamado a la grandeza . El hombre está llamado a la gloria : la gloria del hombre, la exaltación del hombre en Jesucristo es el objetivo esencial del advenimiento salvífico de Dios, porque la gloria de Dios es que el hombre vive. Que viva con esa plenitud de vida que está en Dios, que es de Dios.

Con estas palabras deseo precisar al mismo tiempo los santos sacramentos: el sacramento de la conversión (Penitencia) y de la Eucaristía.

Acércate a ellos. Precisamente significan y realizan el advenimiento salvador de Dios en cada uno de nosotros.

Dios viene a nosotros con su palabra. Viene en los sacramentos. Démosle la bienvenida.

El advenimiento salvífico de Dios depende también de la disponibilidad de cada uno de nosotros, así como el misterio de la Encarnación dependía de la disponibilidad de María: "Que me suceda lo que has dicho" ( Lc 1, 38).

10. En el Evangelio de la liturgia de hoy, Jesús dice de Juan el Bautista: "Entre los nacidos de mujer no se ha levantado uno mayor que él", y luego añade: "Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de el cielo ha sufrido violencia y la gente violenta se apodera de él ” ( Mt 11, 12).

Me dirijo a ustedes, cristianos de Roma, hombres de la época contemporánea: el reino de los cielos sufre violencia. . . los violentos se apoderan de ella.

¡Hombres contemporáneos! No digas y no creas que la ausencia de Dios en el mundo de nuestra civilización y el progreso vertiginoso te pesa .

Abre tus ojos a la fe, despierta todos los carismas del Espíritu, que están en ti desde el momento del Bautismo.

El advenimiento de Dios persiste en el mundo en que vivimos : el advenimiento de la creación y el advenimiento de la salvación.

El reino de Dios , el reino de los cielos, tiene sus raíces en el mundo en el que vivimos .

Sal a conocerlo.

¡El reino de Dios espera a los violentos que se apoderen de él ! . . . "Porque yo soy el Señor tu Dios / que te sostengo de la mano derecha / y te digo: No temas, / vendré en tu ayuda - oráculo del Señor - tu redentor es el Santo de Israel" ( Isaías 41: 13-14).

Amén.

 VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA Y ORDENACIONES SACERDOTALES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Florida (Uruguay)
Domingo 8 de mayo de 1988

“No me habéis elegido vosotros, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn 15, 16)

1. Jesús pronunció estas palabras mientras cenaba con sus Apóstoles reunidos en el cenáculo antes de la pasión. Eran “los suyos” (Ibíd. 13, 1),  aquellos a quienes había llamado uno a uno (Mc 3, 13-19),  y cuyos nombres hemos escuchado en la primera lectura de la liturgia que ahora estamos celebrando.

“No me habéis elegido vosotros, sino que yo os he elegido a vosotros”.

Son palabras que llegan al corazón, porque Jesús las pronuncia hoy y aquí, en medio de nosotros, queridos hijos y hermanos. Se dirigen, en primer lugar, a los que vais a recibir la ordenación sacerdotal; por la imposición de manos y la oración recibiréis el don del Espíritu Santo que os consagrará a Dios para siempre, configurándoos con Cristo Sacerdote, ministros suyos “para que podáis obrar como en persona de Cristo Cabeza” (Presbyterorum Ordinis, 2). 

Estas palabras van dirigidas también en este día a cuantos por el sacerdocio ministerial, obispos y presbíteros, participamos jerárquicamente del sacerdocio del mismo Cristo y estamos al servicio de la Iglesia, especialmente de la Iglesia en Uruguay.

Saludo al obispo de esta diócesis y a todos los hermanos en el Episcopado, en particular al Pastor y fieles de la vecina diócesis de Canelones, que acaba de cumplir su XXV aniversario de fundación.

Quiero saludar con sincero afecto a todas las personas aquí presentes, a todo el Pueblo de Dios, a la Iglesia que peregrina en vuestras tierras y que estoy visitando estos días como Pastor de la Iglesia universal.

2. Mis queridos hermanos: En nombre y en presencia de Cristo Resucitado nos reunimos hoy para celebrar la Eucaristía. Esta es una ocasión particularmente solemne, pues en ella tiene lugar una ordenación sacerdotal. Nos acompaña además como testigo de excepción, la Purísima Virgen de los Treinta y Tres, Patrona de vuestra nación, Madre cariñosa de cada uno de los uruguayos. También yo he querido hacerme peregrino, junto con vuestro pueblo, para postrarme a sus pies aquí en Florida.

Hoy nos reunimos en cenáculo con María para celebrar una ordenación sacerdotal. Es para mí motivo de particular alegría saber que todos los aquí presentes estáis espiritualmente unidos al Papa en la oración y ofreciendo también a Dios estas primicias de juventud que serán prenda de futuras vocaciones sacerdotales y de fidelidad generosa por parte de quienes se preparan para el sacerdocio.

Cristo se dirigió en el cenáculo a los que había escogido para que fueran ministros de la Eucaristía y les dijo aquellas palabras que después de tantos siglos todavía conmueven nuestros corazones: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 14).

¿Qué es lo que Jesús manda hacer a sus discípulos? ¿Qué es lo que el Señor nos dice a todos nosotros y especialmente a vosotros, que os preparáis para recibir la ordenación sacerdotal?

Pues bien, Jesús nos transmite su mandamiento de amor, para que nosotros, sus ministros, sirvamos a los hermanos como el Buen Pastor, incluso dando la vida por ellos si fuera necesario: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Ibíd. 15, 12). 

Es un mandato que nos da a modo de herencia en la víspera de su inmolación en la cruz. Nuestro sacerdocio es participación y ejercicio de esta amistad profunda de Cristo Sacerdote, que ofrece su vida de acuerdo con los designios salvíficos del Padre sobre la humanidad. Por el sacramento del orden sagrado, Cristo os hará “partícipes de su propia consagración y misión”, que es “unción del Espíritu Santo” (Presbyterorum Ordinis, 2). 

Cristo os va a comunicar su amistad, una unión con El tan singular, que sus palabras serán vuestras y vuestras palabras serán suyas, su Cuerpo será vuestro y vuestro cuerpo será suyo. En vuestras manos encontraréis todos los días el signo más fuerte de la eficacia de vuestro ministerio: el pan y el vino transformados en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Seréis así instrumentos principales de su victoria sobre el pecado y la muerte, para manifestar su justicia en medio de esta nación y hasta los confines de la tierra.

3. Cristo nos llama a ser servidores y dispensadores de la Eucaristía como un día llamó a los Apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén. Nos llama a ser portadores de la amistad divina a todos los hermanos y, ¿cómo no recordar que esta amistad es una llamada a entrar en la intimidad de Cristo para vivir personalmente del misterio de su encarnación y redención?

Debemos adentrarnos más y más en el misterio eucarístico de Cristo, esto es, de entrega al sacrificio, llevados sólo de su amor. Y, como sacerdotes de la Nueva Alianza, hemos de celebrar este misterio como pacto y sacrificio de amor bajo signos sacramentales, es decir, bajo las especies de pan y vino, conforme a la institución del Señor durante la última Cena.

Si celebramos este sacrificio de Cristo, que es el sacrificio del Hijo de Dios hecho hombre, es que somos amigos suyos de un modo particular, pues sólo a los amigos íntimos se confía aquello que constituye la expresión y el fruto del propio amor, lo más querido. En efecto, Jesús deja en nuestras débiles manos su inmolación de Buen Pastor, el precio de las almas, la garantía de la gloria de Dios y de la salvación del mundo. ¿No vale, pues, la pena, aceptar cualquier sacrificio y renuncia a cambio de ser consecuentes con este amor que lo da todo y que por ello puede exigirlo todo?

4. “No os llamo siervos... A vosotros os he llamado amigos” (Jn 15, 15). 

Precisamente porque somos amigos del Señor y Redentor del mundo, hemos de ser los servidores del Pueblo de Dios. Por esto nuestro sacerdocio, sin dejar de ser jerárquico, es sacerdocio ministerial, es decir, de servicio. Nuestra misión es la de “servir a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey” (Presbyterorum Ordinis, 1),  que se prolonga en la Iglesia y nos espera en los hermanos, particularmente en los más necesitados.

Nosotros, queridos ordenandos, no somos ministros de la Iglesia para servirnos de ella, sino para servirla sin esperar premios ni ventajas temporales. Somos ministros y heraldos del Evangelio, que debemos predicar “a tiempo y a destiempo” (2Tm 4, 2)  –como recomienda San Pablo– con toda fidelidad, en comunión con el Magisterio de la Iglesia.

Se os encomienda la fe del pueblo cristiano, para que lo instruyáis en la verdad del Evangelio y en el camino de la salvación. Para santificar de veras al pueblo –especialmente por la celebración de los santos sacramentos, la vida litúrgica, la oración– debéis presidir los divinos misterios según las normas de la Iglesia, uniéndoos con la ofrenda de Cristo por la salvación del mundo. Vuestra alegría más profunda, por ser “gozo pascual” (Presbyterorum Ordinis, 11),  es y será siempre la de pertenecer totalmente a Cristo que os ha llamado, que os envía, que os acompaña y que os espera en los hermanos. “Os he llamado amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15). 

Como cristianos, y especialmente como sacerdotes, somos fiduciarios y transmisores de la Palabra que viene de Dios vivo. Es la Palabra del Padre, pronunciada eternamente en el amor del Espíritu Santo. Es el Verbo Encarnado, hecho hombre en las entrañas de la Virgen María, presente en los signos pobres de la Iglesia. Es la Palabra del amor más grande que existe: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de El” (1Jn 4, 9). 

¡Vivir por El y para El! Ese es nuestro ideal y nuestra razón de ser como sacerdotes, según sus palabras en la última Cena: “Vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15, 27).  Dios nos ha enviado a su Hijo para que tuviéramos vida abundante, gracias al sacrificio de la cruz, gracias a la Eucaristía que nos alimenta y santifica.

5. ¡Queridos hermanos y hermanas, todos los que me escucháis, todos los que vivís en esta tierra uruguaya! “¡Dios es Amor!”. Vuestra vida será verdaderamente humana y cristiana si se hace donación a imitación de Dios Amor.

¡Queridos hermanos en el sacerdocio ministerial! Vosotros los que hoy recibís la ordenación sacerdotal y también vosotros, los que con abnegación y sacrificio trabajáis en la viña del Señor: Habéis de ser testigos de este Dios que es Amor y que en Cristo su Hijo se manifiesta como el Buen Pastor que da la vida por amor. Debéis ser servidores del amor que Dios infunde en nuestros corazones por el “sello” indeleble del Espíritu de amor, en nombre de esta amistad con la que Cristo os ha marcado, no declinéis esta hermosa incumbencia de ser servidores del Amor.

Cuidad la unidad de la familia cristiana en la caridad, buscad la oveja perdida, alentad al débil, con paciencia, sabiendo que también vosotros estáis expuestos a la debilidad, aunque seáis sacerdotes (cf Hb 5, 2). Vuestra tarea es inmensa. Estáis en el centro del diálogo de la salvación, entre Dios y los hombres. Por eso, la fidelidad del sacerdote es signo de la fidelidad de Dios que ofrece su gracia en la Iglesia, Esposa de Cristo. Poned en El toda vuestra confianza, porque El os ha elegido y os ha destinado para que vayáis y deis mucho fruto y vuestro fruto permanezca (cf. Jn 15, 16). 

Os encomiendo a Jesús, Buen Pastor, por mediación de su Madre, que es también nuestra Madre. Que Ella os acompañe en todo momento. Recurrid a María, confiaos a su protección, pues el Señor desde la cruz nos la entregó como Madre en la persona del discípulo amado. «Que cada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar “en la casa” del propio sacerdocio ministerial, como madre y mediadora de aquel “gran misterio” (cf. Ef 5, 32),  que todos deseamos servir con nuestra vida» (Carta a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo, 25 de marzo de 1988). 

6. Y después de este mensaje sacerdotal, me dirijo ahora a todos los aquí presentes, para compartir la alegría de sentirnos Pueblo de Dios bajo la mirada maternal de María y ante la imagen santa de la Purísima Virgen de los Treinta y Tres.

En este domingo memorable, lleno de gozo pascual, yo, Sucesor del Apóstol Pedro en la sede de Roma y huésped vuestro, lanzo mi llamada a esta tierra uruguaya gritando con las palabras del salmista a todos los aquí presentes y a cuantos en el Uruguay están unidos espiritualmente a nosotros: “Cantad al Señor un cántico nuevo” (Sal 98 [97], 1).  En Cristo Resucitado, “el Señor ha dado a conocer su salvación” (Ibíd. 2),  anunciando la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.

Tal como acabamos de proclamar, asociando nuestras voces al canto del Salmo, “el Señor ha revelado a los pueblos su justicia” (Ibíd.).  La justicia del Padre no es otra cosa que su misericordia y su fidelidad en todo tiempo y en favor de todos los pueblos; es la salvación que nos ha dado en su Hijo Jesucristo y que nosotros ya hemos recibido. Nosotros ya hemos conocido que esta salvación y justicia de Dios se expresan en el amor, porque Dios es Amor.

7. “Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Sal 98 [97], 3).  También a esta tierra uruguaya, desde hace siglos, se ha revelado la justicia salvadora de Dios, por medio de la predicación de la Iglesia. En medio de vosotros se ha proclamado el perdón que viene de Dios el cual comunica su amor, su misma vida y a todos llama a participar de su propia santidad. Los hijos y hijas de esta tierra ya caminan desde hace siglos en la luz de Cristo.

“Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios” (Ibíd.).  Esa victoria de Cristo Resucitado, vencedor del pecado y de la muerte, brilla en la Purísima Virgen María. Ella misma lo proclamó en las palabras del Magníficat: “Dios mi Salvador... ha puesto los ojos en la humildad de su esclava... ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre” (Lc 1, 47-49). 

Con vosotros contemplo esta imagen de María Inmaculada, que es vuestra Patrona, y veo en Ella la victoria de nuestro Dios. María es para nosotros “el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios” (Redemptoris Mater, 11).  De esta forma, también en nosotros se cumplen las palabras proféticas que brotaron de sus labios: “Desde ahora todas las generaciones me llamerán bienaventurada” (Lc 1, 48). 

Sí, esta imagen nos pone en ininterrumpida conexión con las generaciones de vuestro pueblo que han ensalzado a María, que han acudido a su protección, que se han dejado guiar por su ejemplo. Esta imagen de la Virgen es una llamada y a la vez un signo de la presencia de la Madre de Dios desde los origines de vuestra nación. Gracias a Ella, ¡cuántas familias han mantenido la unión y el amor!, ¡cuántos jóvenes han encontrado su camino vocacional!, ¡cuántas personas han recuperado la paz y la serenidad!

Su talla en madera de vuestros montes es fruto de esta tierra uruguaya. Manos indias la labraron y trajeron por estos parajes. Amor de indios, blancos y mestizos, le hicieron una pequeña hornacina y le ofrecieron sus tierras. Ahora es ya como un memorial de la historia de cada uno de vosotros, de cada familia, de todo el Uruguay.

Esta imagen nos trae a la memoria la devoción de vuestros mayores a la Madre de Dios, así como su fidelidad al Evangelio y a la Iglesia. Recordamos a vuestro prócer nacional, José Artigas, que puso bajo la protección de María a las poblaciones de Carmelo y Purificación, y que en los últimos años de su vida os dejó el testimonio humilde del rezo cotidiano del santo rosario.

Vosotros bien sabéis que la historia de vuestra patria está ligada a esta santa imagen. Con su mismo nombre, “La Virgen de los Treinta y Tres”, el pueblo ha querido recordar a los héroes que se pusieron bajo su amparo. Por esto, con toda razón, los uruguayos la ensalzan como Estrella del alba y la proclaman Capitana y Guía por las sendas de la paz y el amor.

8. María Santísima, que llevó en su seno a Cristo, Sacerdote y Redentor, nos invita a apreciar este gran don que nos dejó Jesús: el ministerio sacerdotal. Por esto, amad a vuestros sacerdotes, orad por ellos y encomendadlos a la Virgen. Escuchad sus enseñanzas, acercaos a recibir la vida de Cristo en los sacramentos, especialmente en los de la reconciliación y de la Eucaristía.

Vuestro pueblo, lo sabéis bien, necesita más sacerdotes. Esta preocupación por el fomento de las vocaciones sacerdotales espera la solidaridad de los laicos, ya que ha de ser tarea de todos los bautizados. Pedid pues a María que el Señor os envíe santos sacerdotes: que vuestras familias y comunidades eclesiales sean el ambiente adecuado en que se escuche el llamado de Dios y vuestros hijos se sientan alentados a seguirlo.

Vosotros, jóvenes, pedidle al Señor que os haga oír su voz, que escuchéis el llamado que os tiene quizá reservado a vosotros. Haced de vuestra vida un seguimiento del Maestro y sed generosos en darle vuestro corazón. Y si os llamara al sacerdocio o a la vida consagrada no temáis, confiad en El, que es el amigo que nunca defrauda.

Jesucristo es el Maestro que nos enseña la verdad sin engaño y el amor auténtico. El Señor no quiere comunicarnos menos de lo que El tiene: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (Jn 15, 11).  No tengáis miedo. El os llama al gozo y felicidad verdadera, y os señala el camino seguro. El os da la fuerza. Acudid a El en la oración. Escuchad su palabra. Recibid el perdón de Cristo y la gracia de la conversión por medio de la confesión frecuente. Alimentaos con la Eucaristía.

Uníos, queridos jóvenes uruguayos, para renovar vuestra patria en un esfuerzo común de solidaridad, de honestidad, de verdad y de amor. Poneos al servicio de los demás, especialmente de los pobres y de los que sufren.

A todos los que moráis en estas benditas tierras os invito a hacer de vuestras vidas un testimonio de la victoria de Cristo Redentor que, desde la Cruz, nos entregó a su Santísima Madre para que fuera también Madre nuestra.

VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA DE CLAUSURA DEL 5° CONGRESO EUCARÍSTICO Y MARIANO DE LOS PAÍSES BOLIVARIANOS

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Campo «San Miguel» de Lima (Perú)
Domingo 15 de mayo de 1988

1. “El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11).  Toda la Iglesia escucha hoy estas palabras que los Apóstoles oyeron el día de la marcha de Cristo al Padre.

“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo el mando y me voy al Padre” (Jn 16, 28). Este anuncio se cumplió a los cuarenta días de la resurrección. “Jesús... ascendió al cielo” (Hch 1, 2; cf. ibíd. 1, 11).  Subió a los cielos. La liturgia de hoy nos hace presente este misterio de la fe.

Leemos en los Hechos de los Apóstoles: “Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios” (Hch 1, 3). Ahora estos días han llegado a su fin. Cristo ha concluido el tiempo de su misión terrena; proclamando el reino de Dios ha revelado el misterio del Emmanuel, el misterio del Dios con nosotros.

Jesús deja esta tierra. Sin embargo, el misterio del Emmanuel –Dios con nosotros– permanece. Cristo no vino a la tierra para luego abandonarnos volviendo al Padre. El ha venido para quedarse con nosotros para siempre.

2. La Iglesia extendida por los países bolivarianos celebra solemnemente hoy, en la capital del Perú, la clausura del V Congreso Eucarístico y Mariano.

En esta ciudad de Lima, punto central de este encuentro continental en la fe, y antigua sede de los Concilios limenses, entre ellos, el tercero, uno de los convocados por Santo Toribio, se reúnen hoy obispos y representantes de diversas Iglesias locales en torno a la Eucaristía y a la Madre del Señor.

¿Qué es esto sino confirmar la verdad de que Cristo, que se ha ido al Padre, continúa estando presente entre nosotros?

Está en medio de nosotros el mismo Cristo crucificado y resucitado. Está con nosotros Aquel que en el Cenáculo «tomó el pan... y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros...”. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: “Este es el cáliz de la nueva alianza sellada con mi sangre”» (1Co 11, 23-25).  El Cuerpo y la Sangre de Cristo. Jesús crucificado que se ofrece en sacrificio por los pecados del mundo. Jesús que, en la agonía, entrega al Padre su espíritu (cf Lc 23, 46). Cristo, el gran Sacerdote, el Sacerdote del sacrificio de su propio Cuerpo y de su propia Sangre que ofrece al Padre.

Cristo crucificado y Cristo resucitado. Tanto este Sacrificio como este Sacerdote son perennes. Perduran en este mundo aún después de la Ascensión del Señor. “Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Co 11, 26),  nos recuerda el Apóstol San Pablo.

Proclamáis la muerte del Señor en todas partes, en todos los lugares de la tierra, en todos los países bolivarianos, en toda la América Latina. Y la muerte del Señor quiere decir precisamente esto: la verdad del Emmanuel. Dios está con nosotros mediante el sacrificio de su Hijo hecho obediente hasta la muerte. El está presente en medio de nosotros de modo salvífico. Está con nosotros como Redentor del mundo.

Habéis querido que este Congreso Eucarístico fuera al mismo tiempo Mariano. ¿Cómo no ver en este deseo una manifestación más de la estrecha unión entre María y el misterio del Emmanuel? En ella se cumple la profecía de Isaías (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23) y se inicia la realización del designio redentor del Padre en Cristo. Dios se encarna en sus entrañas; es Emmanuel, Dios con nosotros. María, para asombro de la naturaleza, genera a su Creador, como proclama la Iglesia (cf. Ant. «Alma Redemptoris Mater»). Se convierte así, como ha sabido repetir la piedad popular, en “templo y sagrario de la Santísima Trinidad”.

3. Mientras estamos en presencia de Jesús Sacramentado, aquí en Lima, la capital del Perú, reunimos en torno a Cristo-Eucaristía todo este continente, las costas inmensas de los océanos, los nevados que se alzan al cielo, las selvas y los llanos tropicales, los ríos y los lagos, los altiplanos y las pampas.

Dando voz a todas las criaturas, cantemos al Señor el Salmo de la liturgia de la Ascensión:

“Porque Dios es el Rey del mundo... / Dios reina sobre las naciones, / Dios se sienta en su trono sagrado” (Sal 47 [46], 8-9). 

Sí, todas las criaturas piden a Dios que esté con ellas como Creador y Señor.

Y sin embargo su trono sobre la tierra es la cruz en el Calvario, donde su Cuerpo ha sido entregado a la muerte y su Sangre ha sido derramada por los pecados del mundo.

su trono es la Eucaristía: el pan y el vino como especies del sacrificio redentor de la presencia salvífica del Emmanuel.

4. Por eso, estamos alrededor de este sacramento admirable.

Venimos a él en esta gran peregrinación de los pueblos bolivarianos. Traemos todo lo que forma parte de la vida de estos pueblos y de la Iglesia en toda América Latina. A la Eucaristía hemos de asociar toda nuestra vida y la vida de los hombres del mundo entero.

El pan, “fruto de la tierra y del trabajo del hombre”, y el vino, “fruto de la vid y del trabajo del hombre”, simbolizan que todo lo bueno que llevamos en nosotros mismos y todo nuestro trabajo pueden convertirse en ofrenda y en alabanza a Dios.

De esta manera, la instauración del reino de los cielos comienza a hacerse realidad ya en la tierra. Dios quiere contar con nuestra colaboración unida a estas ofrendas. Mediante la Eucaristía, Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre del Señor, los bienes de esta tierra sirven para instaurar el reino definitivo. El pan y el vino “son transformados misteriosa aunque real y sustancialmente, por obra del Espíritu Santo y de las palabras del ministro, en el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Hijo de María” (Sollicitudo rei socialis, 48).  El Señor asume en Sí mismo todo lo que nosotros hemos aportado y se ofrece y nos ofrece al Padre “en la renovación de su único sacrificio, que anticipa el reino de Dios y anuncia su venida final” (Ibíd.). 

5. Cristo se queda en medio de vosotros. No sólo durante la Misa, sino también después, bajo las especies reservadas en el Sagrario. Y el culto eucarístico se extiende a todo el día, sin que se limite a la celebración del Sacrificio. Es un Dios cercano, un Dios que nos espera, un Dios que ha querido permanecer con nosotros. Cuando se tiene fe en esa presencia real, ¡qué fácil resulta estar junto a El, adorando al Amor de los amores!, ¡qué fácil es comprender las expresiones de amor con que a lo largo de los siglos los cristianos han rodeado la Eucaristía!

El amor a la Eucaristía ha sido ocasión para que se manifestara aquí –como en tantas partes del mundo–, el genio de vuestro pueblo, dejando en las naciones bolivarianas un patrimonio eucarístico singular, digno de ser conservado cuidadosamente (cf. Sacrosanctum Concilium, 22). El alivio de la miseria de los que sufren nunca podrá ser una disculpa para descuidar o incluso menospreciar a Jesús en la Eucaristía; pues no hay que olvidar que la dignidad y el decoro en los objetos de culto y en las ceremonias litúrgicas, es una prueba de fe y de amor a Cristo en la Eucaristía.

6. Pero Jesús no sólo quiere permanecer con nosotros; quiere darnos la fuerza para entrar en su reino. “No todo el que me diga: “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”(Mt 7, 21). Cristo, que ha cumplido la voluntad de su Padre “hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2, 8),  nos hace partícipes, de su fidelidad, mediante la Eucaristía. A través de ella nos da la fuerza que hace posible cumplir la voluntad de Dios, por la que entramos en el reino de los cielos. Cristo quiere ser nuestro alimento. “Tomad y comed, éste es mi Cuerpo” (Mt 26, 26),  nos dice a nosotros como dijo a sus discípulos el día de Jueves Santo.

Es el misterio del amor, que exige de nuestra parte una respuesta de amor. Por eso hemos de recibirlo siempre dignamente, con el alma en gracia, habiéndonos purificado antes, cuando lo necesitemos, mediante el sacramento de la penitencia. “Quien como el Pan o beba el Cáliz del Señor indignamente –nos dice el Apóstol San Pablo– será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1Co 11, 27).  Y lo recibiremos con la mayor frecuencia posible como manifestación de nuestro amor, de nuestro deseo de asemejarnos a El y ser verdaderos discípulos suyos en el servicio a nuestros hermanos.

Emmanuel, Dios con nosotros, Dios dentro de nosotros es como un anticipo de la unión con Dios que tendremos en el cielo. Cuando lo recibimos con las debidas disposiciones se refuerza, por así decir, la inhabitación de la Trinidad en nuestra alma, la percibimos más íntimamente. Al comulgar podemos escuchar de nuevo a Cristo que nos dice “el reino de los cielos ya está entre vosotros” (Lc 17, 21). 

Recordamos, al mismo tiempo, que su reino, aunque ya incoado en el tiempo presente, no es de este mundo (cf. Jn 18, 36). Su reino es el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” («Praefatio» in sollemnitate Domini Nostri Iesu Christi Universorum Regis). Es el reino a donde va a prepararnos un lugar y al que nos llevará cuando nos lo haya preparado (cf. Jn 14, 2-3),  si le hemos sido fieles. De esta manera, sabremos rechazar la tentación del mesianismo terreno: la tentación de reducir la misión salvífica de la Iglesia a una liberación exclusivamente temporal. “La Iglesia quiere el bien del hombre en todas sus dimensiones: en primer lugar como miembro de la ciudad de Dios y luego como miembro de la ciudad terrena” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis Conscientia, 63).  Por eso, enseña que “la liberación más radical, que es la liberación del pecado y de la muerte, se ha cumplido por medio de la muerte y resurrección de Cristo” (Ibíd. 22). 

7. “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de este cáliz, –acabamos de escuchar en la liturgia– proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (1Co 11, 26). 

Cada vez que participamos de la Eucaristía nos unimos más a Cristo y, en El, a todos los hombres, con un vinculo más perfecto que toda unión natural. Y, unidos, nos envía al mundo entero para dar testimonio del amor de Dios mediante la fe y las obras de servicio a los demás, preparando la venida de su reino y anticipándolo en las sombras del tiempo presente. Descubrimos, también, el sentido profundo de nuestra acción en el mundo a favor del desarrollo y de la paz, y recibimos de El las energías para empeñarnos en esa misión cada vez con más generosidad (Sollicitudo rei socialis, 48). 

Construimos así una nueva civilización: la civilización del amor. Una civilización que, aquí en el Perú, han contribuido a forjar almas escogidas como Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Francisco Solano, San Juan Macías, la beata Ana de los Ángeles y tantos otros cristianos ejemplares, que mediante el testimonio de sus vidas y con sus obras de caridad nos han dejado un camino luminoso de auténtico amor preferencial a los pobres desde el Evangelio. Una civilización que, sobre esa base de amor a la persona que está cerca de nosotros –nuestro prójimo–, transformará las estructuras y el mundo entero.

8. ¡Iglesia de esta tierra peruana! ¡Iglesia en los países bolivarianos! ¡Iglesia en todo este continente que se prepara a celebrar los 500 años de su evangelización! Este es el día en que Cristo, antes de subir al cielo, manda a los Apóstoles por todo el mundo.

Precisamente hoy –antes de ir de este mundo al Padre–, Jesús les dice: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16, 15). Pero, ¿qué representa un reducido número de Doce para ir a todo el mundo, para predicar a toda criatura?

Los mismos Apóstoles podrían haberse hecho esta pregunta: ¿Quiénes somos nosotros? ¿Cómo podremos hacer frente a esta misión? ¿Cómo conseguiremos cambiar esta civilización de muerte en una civilización de amor y de vida? Son preguntas que también hoy nosotros nos hacemos; interrogantes que pueden asaltarnos ante la magnitud de la tarea que nos aguarda.

Y es el mismo Señor el que contesta. Jesús dice a sus discípulos y, en ellos, a nosotros: “Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8). 

¡Los confines de la tierra! Ya entonces había sido previsto el tiempo en que, a estos “confines de la tierra”, desconocidos, entre el Océano Atlántico y el Pacífico, vendrían los Apóstoles de la Buena Nueva en la persona de sus lejanos sucesores y continuadores.

9. ¡Iglesia del Perú! ¡Iglesia de los países bolivarianos! ¡Iglesia de América Latina! Cristo te habla con las mismas palabras con las que habló entonces y te envía a predicar la Buena Nueva a toda creatura lo mismo que envió a los Apóstoles el día de la Ascensión.

La Eucaristía es el sacramento de esta misión. En la Eucaristía se perpetúa la muerte y resurrección del Señor. En ella se hace presente la potencia del Espíritu Santo que nos impulsa a ser testigos de Cristo para anunciar su mensaje salvador a todas las naciones.

La Eucaristía que hoy celebramos aquí es sacramento de la misión, del envío. De ella nace la misión de todos: de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, de los laicos, de todo el Pueblo de Dios.

¡Caminad, por tanto, alimentados y sostenidos por la Eucaristía! ¡Caminad con María, la Madre de Jesús! Permaneced con Ella en oración perseverante (cf Hch 1, 14).  Ella es la Madre de la Iglesia naciente y, después de la Ascensión del Hijo, su condición maternal permanece en la Iglesia para sostenernos con su amor (Redemptoris Mater, 40).  ¡Caminad!, y que no os falte coraje ni paciencia, que no os falte humanidad y constancia. ¡Que no os falte la caridad!

Hijos y hijas de América Latina: También yo os repito estas palabras que hemos escuchado del libro de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse” (Hch 1, 11). 

Todos nosotros estamos en este mundo, en medio de las realidades terrenas, pero con nuestra mirada puesta en lo alto, sabiendo que el Señor ha de venir de nuevo.

Con gran amor y confianza estamos “en la espera de tu venida”.

Maranà tha. ¡Ven Señor Jesús!

ORDENACIONES SACERDOTALES EN LA BASÍLICA DEL VATICANO

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Solemnidad de la Santísima Trinidad - Domingo 29 de mayo de 1988

1. "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra" ( Mt 28,18). Hoy Cristo pronuncia la última palabra de su misión en la tierra. Hoy pronuncia el nombre del Dios vivo, que es: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Del Dios infinito, que todo lo abraza.
"De hecho, en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hechos 17:28).

Su nombre es: eternidad.

Y aunque el libro de Apocalipsis proclama a Dios como "El que es, el que era y el que ha de venir" ( Ap 1: 8), estas palabras son una manifestación del misterio de Dios acerca de todo lo que pasa, que es sujeto tiempo. De hecho, su nombre propio es: eternidad.

Su nombre es: amor.

Amar juntos significa la unión más perfecta. Dios es uno, la unidad le pertenece solo a él, y es la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La unidad de la Trinidad. En el ámbito de las criaturas accesibles a nosotros somos incapaces de encontrar el corresponsal de esta realidad y reconfirmarlo. Y, en Dios, la perfecta unidad es Trinidad.

Precisamente por eso lo es: amor.

Solo Dios, que es la unidad de la Trinidad, puede ser Dios-amor.

Sin esto, solo podría ser Dios omnipotencia. Pero la omnipotencia, que no es amor, tampoco es la omnipotencia perfecta. Y es precisamente de esta realidad que Jesucristo convenció a la humanidad a través de toda su misión, cuando, al final de la misma, dice a los apóstoles: “Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. . . haced discípulos en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ”( Mt 28, 18-19), es decir, dice al mismo tiempo: sumergir al ser humano en Dios, Quien es amor. Introducirlo en el misterio más profundo de la unidad de Dios. El espíritu humano debe madurar para el encuentro con este misterio. La plenitud del Todopoderoso es amor. Dios es amor. Te he mostrado el camino que conduce a él. He inspirado el Espíritu Santo en ti. Él está esparcido en sus corazones como Dios.

2. “Oh Señor, Dios nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra” ( Sal 8, 2, 10), canta el salmista. Y todo hombre canta con él, reconociendo las huellas de Dios en la criatura. . . Los pasos de la omnipotencia.

Cristo traza una nueva huella. Es la huella del amor de Dios: "Tanto amó al mundo que dio a su Hijo unigénito" ( Jn 3, 2).

Al final de su misión, Cristo invita a todos: "Sigan estos pasos". Es la huella imborrable que he dejado en la historia del mundo. . . en la historia del hombre.

Si quieres llegar a Dios, a quién es él, y unirte a él como es, sigue esta huella. Mi huella.

Es la huella de todo el Evangelio. Esta es, en última instancia, la huella de la cruz y la resurrección. Esta huella conduce a través de la Palabra y el sacramento. Esta huella conduce a través del Bautismo.

Al contrario: si te sumerges en el agua, renaces del agua - esto será un signo sacramental - sumérgete sobre todo en mi muerte para encontrarte en las profundidades del misterio de Dios: de quién es. Encuéntrense en las profundidades del misterio y finalmente vean a Dios "tal como es" ( 1 Jn 3, 2).

3. Cristo dice a los apóstoles: "Id" ( Mt 28,19). Esta palabra significa misión.

Son enviados para introducir a todos en la misión salvífica de Cristo, sacerdote, profeta y rey, para que todos en unión con él alcancen el Reino, cuyo camino Cristo ha mostrado. Y lo abrí. Y este camino siempre está abierto.

4. ¡Queridos nuevos presbíteros!

El sacramento del sacerdocio que recibís hoy tiene sus raíces en el santo bautismo. Es el desarrollo de lo que el Bautismo inició en cada uno de nosotros. Hereda la misión de los apóstoles, de aquellos a quienes Cristo envió al mundo entero.

El Espíritu Santo "da testimonio de nuestro espíritu" (cf. Rm 8, 16 ), para que ejerzcas fielmente tu servicio.

Que cada uno sea ayudado por María, a quien Cristo confió al hombre en Juan, su apóstol y su sacerdote.

Que el poder de Cristo se fortalezca en cada uno de ustedes: "Sólo a él se le ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra". Que su Evangelio esté siempre vivo en ti. Su cruz y resurrección.

Enamórate del evangelio.

Cada uno de vosotros dará mucho más fruto, un fruto "que permanecerá" (cf. Jn 15,16 ), cuanto más cerca esté el hombre, a través de vosotros, de Dios, que es amor. Que es la omnipotencia en el amor.

¿Es el hombre contemporáneo capaz de comprender esta verdad? ¿No se alejó demasiado de eso?

Y, sin embargo, Cristo que te envía dice: "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra".

¡No tengas miedo! Fuiste enviado en el poder de Cristo; de su poder en el cielo y en la tierra. ¡No tengas miedo!

VISITA PASTORAL A EMILIA

SANTA MISA POR LAS PERSONAS CONSAGRADAS

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Catedral de Parma - Martes 7 de junio de 1988

1. “Vosotros sois la sal de la tierra. . . Vosotros sois la luz del mundo ”( Mt 5, 13-14).

Queridos hermanos y hermanas, estas palabras de Cristo están dirigidas de manera especial y eminente a ustedes, sacerdotes, religiosos y seminaristas.

El símbolo de "luz" se refiere a la verdad. Un aspecto especial de la vocación sacerdotal y religiosa es precisamente el de un amor ejemplar a la verdad. Si todo cristiano ha de ser "consagrado en la verdad" (cf. Jn 17 , 17 ), debe serlo de modo especial, porque, por mandato divino, sois guías y luz para el Pueblo de Dios, que Esperad justamente de vosotros una ayuda para conocer mejor el Evangelio y la verdad de Cristo, y también para todo hombre, porque todo el mundo tiene sed de verdad en su corazón, aunque no conozca a Cristo.

2. El símbolo de la "sal" también es evidente.

Es decir, su discurso, su testimonio debe "dar sabor" a la vida de este mundo, hacernos comprender el sentido profundo y último de las realidades creadas, e introducir en ellas la luz de Dios.

Su vocación es, por tanto, de manera especial la de saber saborear las realidades divinas y ser expertos en ellas. Esto lleva a darle un "sabor" sobrenatural a tu vida, a tu palabra. Y esto también te permitirá darle un sabor sobrenatural a las realidades de este mundo. Esto significa que deben ser, de manera ejemplar, cultivadores de la sabiduría, entendida no solo y no tanto como conocimiento humano, sino también y sobre todo como don del Espíritu Santo.

Nunca olvide esta responsabilidad suya. Si un plato no tiene sabor, siempre se puede hacer sabroso con sal. Pero si la sal en sí es insípida, señala Jesús, "¿con qué se puede salar?" ( Mt 5, 13). Si falta la sabiduría del Espíritu Santo, nada puede reemplazarla. Y estás llamado de una manera especial a saborear esta sabiduría y hacerla amable entre los hombres.

3. Estás llamado a enriquecer al mundo a pesar de tu pobreza. ¿Y cómo será esto posible? Imitando al profeta Elías, de quien escuchamos en la primera lectura de esta Misa.

En él notamos dos cosas, que tenía muy claras, y que hacen su grandeza; la conciencia de sus limitaciones humanas y la conciencia del poder divino al que se había confiado totalmente y del que, como profeta, pretendía ser instrumento y portavoz.

También vosotros, queridos hermanos y hermanas, en el Pueblo de Dios estáis llamados de manera especial a esta doble conciencia, a esta sabiduría y a este espíritu profético, que habla en nombre de Dios y que anuncia la Palabra de Dios a todo hombre y, con amor preferencial, a los pobres y humildes. Tú también, incluso en el desierto que, como a Elías, parece quitarle toda esperanza - me refiero al absentismo y frialdad de muchos, a la escasez de vocaciones - también debes confiar en la fuerza de la Palabra de Dios, en el cual tu palabra, tu testimonio: así prepararás el triunfo del bien.

Que la Santísima Virgen María, que junto a la cruz de su Hijo vivió profundamente esta ley de la esperanza cristiana, nos obtenga el espíritu de profecía, que nos ayude a superar victoriosamente las dificultades presentes y mirar con serenidad al futuro.

Alabado sea Jesucristo.

Al concluir la Santa Misa para sacerdotes, religiosos y religiosas y seminaristas en la Catedral de Parma, el Santo Padre, antes de dejar la ciudad para ir a Bolonia, pronuncia las siguientes palabras. 

Con esta santísima Eucaristía celebrada aquí en la Catedral de Parma, concluimos la visita a su región y quiero expresar mi agradecimiento a la divina Providencia que me permitió venir entre ustedes y que me guió en estas tierras, en estas ciudades, entre el Pueblo de Dios y las diferentes Iglesias de su región. Esta visita es un gran regalo para mí, la posibilidad de estar cerca de ustedes, de ir juntos, al menos durante estos días. Es una experiencia de la Iglesia. 

Doy gracias a la divina Providencia, agradezco a Cristo Buen Pastor por todo esto, por estos días en los que me ha permitido imitar en el sentido más directo, estricto, su misión de Pastor que conoce a sus ovejas y busca también ser conocido por su propia. Entonces les agradezco a todos ustedes, queridos hermanos del episcopado en nombre de nuestra comunión colegial, y agradezco a todos sus colaboradores, a los sacerdotes de las Iglesias, especialmente a los de su Iglesia parmesana, así como a las hermanas, religiosos y religiosas y a todos. personas consagradas; este núcleo fuerte de la Iglesia debe mantenerse fuerte a pesar de todas las circunstancias que intentan debilitarla, casi insignificante para dejar que el mundo y el príncipe de este mundo recorra sus caminos sin importar lo que sea el Reino de Dios, que es el Cristo.  Sí, hay tolerancia por lo que es la Iglesia, sobre todo por su gran pasado, por su presencia en la cultura, en las obras de arte. . . pero no siempre como expresión de la vida moderna. Casi insignificante dejar al mundo y al príncipe de este mundo para recorrer sus caminos sin importar lo que sea el Reino de Dios, que es el Cristo. Sí, hay tolerancia por lo que es la Iglesia, sobre todo por su gran pasado, por su presencia en la cultura, en las obras de arte. . . pero no siempre como expresión de la vida moderna.

Entonces les deseo, hermanos y hermanas, que sigan siendo ese núcleo fuerte de la Iglesia arraigado en su conciencia, en la conciencia de su misión, de su identidad mística, pero muy real con Cristo, único Salvador del mundo. El mundo no se puede dejar solo, no se salva a sí mismo, no tiene la fuerza de la salvación en sí mismo, debe recibir esta fuerza de Dios. Y esto significa Jesucristo y esto significa la Iglesia. Os deseo, entonces, que permanezcáis aquí núcleo fuerte, resistente y confiado de la Iglesia. 

Cuando Cristo dejó a los apóstoles, no los preparó para una vida fácil, al contrario, los preparó para todas las dificultades, para todas las contradicciones. Él mismo confirmó con su vida y su muerte, con su cruz, que es signo de contradicción. Precisamente se necesita este signo de contradicción, y debe ser elocuente, convincente y también debe mostrarse bueno, atractivo y dulce, porque este es Cristo. Este signo de contradicción es suave, humilde de corazón.

Finalmente, el mundo abandonado a sí mismo ve sus defectos y sufre, y lo que sufre es el sufrimiento del mundo. Este mundo, tan lleno de sí mismo, sufre. No hay nadie que pueda caminar con este mundo que sufre. Ni siquiera los constructores de ideologías pueden caminar con este mundo que sufre, con este hombre que sufre. Cristo permanece, solo él. Y esto debe guiarnos, esto, queridos hermanos y hermanas, debe iluminarnos, debe infundirnos fuerza, conciencia de nuestra misión, conciencia de nuestra misión para los demás; sí, los demás nos necesitan, se necesita la Iglesia, se necesitan sacerdotes, se necesitan vocaciones sacerdotales, religiosas e insustituibles.

Hemos podido celebrar juntos esta última Eucaristía según las intenciones indicadas por vuestro Obispo: debemos rezar mucho por la familia, por su recuperación, por su conversión para su fecundidad cristiana y espiritual. Debemos orar para salvar a esta familia de un lado opulento y rico. . ., sálvalo de la autodestrucción; debemos intentar defender nuestra civilización cristiana occidental de la autodestrucción. Por eso debemos ser fuertes, de núcleo fuerte, fuertes con esa fuerza que Cristo nos dio en su cruz, en su cruz por la cual vino el Espíritu Santo. Si no me voy, sabemos cómo pasó por la cruz, al Gólgota, el Espíritu Santo no viene. Gracias a la cruz, a la cruz de Cristo, vino el Espíritu Santo, y está con nosotros hasta el fin del mundo y en él Cristo está con nosotros.

Estas son las últimas reflexiones, totalmente improvisadas y no había pensado en decir nada más. Me empujaron. Perdóname.

VISITA PASTORAL A AUSTRIA

CELEBRACIÓN DE VESPERS EN VÍSPERAS DE LA FIESTA DE SAN GIOVANNI BATTISTA

HOMILIA DE JUAN PABLO II

Catedral de Viena - Jueves 23 de junio de 1988

Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

1. “Vino un hombre enviado por Dios y se llamaba Juan. Vino como testigo para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él ”( Jn 1, 6-7).

La memoria de Juan Bautista, quien preparó los caminos del Señor, nos reúne la noche antes de su fiesta, al comienzo de mi visita pastoral, para celebrar las Vísperas en esta magnífica Catedral de San Esteban en Viena. La figura y la misión de este gran mensajero de Dios enviado como testigo de la luz, para que los hombres crean, nos invita a la reflexión. En él queremos reconocer nuestra tarea de preparar los caminos del Señor, como discípulos de Jesucristo, en nuestra vida y en el mundo de hoy. Les agradezco sinceramente a los que han venido a esta celebración. Mi saludo especial va a toda la Arquidiócesis de Viena con su arzobispo Hans-Hermann Groër, que pronto será honrado por mí con la dignidad de cardenal, y con el queridísimo arzobispo Franz Koenig.

Al mismo tiempo, saludo a todos aquellos que, de cerca y de lejos, están en contacto con nosotros a través de la radio y la televisión y que participan en nuestra oración.

2. "Vino como testigo para dar testimonio de la luz" ( Jn 1, 7).

El prólogo del Evangelio de Juan, en el que se encuentran las palabras de la lectura de hoy, dirige la mirada de los creyentes hacia el misterio de la palabra de Dios, que estaba "en el principio" (cf. Jn 1,1 ).

 "El mundo fue hecho por él" ( Jn 1, 10), porque la palabra "era Dios" ( Jn 1, 1). Nos encontramos aquí con el misterio de la creación, el misterio de Dios que crea. El Verbo es la luz eterna, de la misma naturaleza que el Padre. Es el Hijo de Dios, el primogénito de toda la creación (cf. Col 1, 15 ). Esta luz se transmite a las criaturas, que llevan dentro de sí las huellas de la sabiduría divina. En particular, esta luz se transmite a los hombres. Por tanto, el prólogo de Juan que trata de Dios creador nos introduce en el misterio de la esencia humana. Porque el Verbo, que es de la misma naturaleza que el Padre, se transmite a los hombres por el hecho de que él mismo "se hace carne" (cf. Jn 1, 14).

La Palabra viene, para convertirse en luz de los hombres, para "iluminar" a todo hombre que viene al mundo, de cerca, del centro íntimo de su esencia humana y de la historia de la humanidad. Por eso el Verbo eterno actúa como hombre, para que todo hombre pueda reconocer mejor a Dios mismo en la naturaleza humana de Dios. Al mismo tiempo, el hombre también debe comprender profundamente su propia naturaleza humana, que desde el principio lleva en sí la imagen y la semejanza de Dios.

3. De este modo, el prólogo del Evangelio de Juan nos ilustra el misterio de la naturaleza humana del Verbo divino, apogeo y punto de inflexión decisivo en la historia de la humanidad y del mundo. Pero agrega: “Él (el Verbo) estaba en el mundo, y el mundo por él fue hecho, y sin embargo, el mundo no lo reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le aceptaron ”( Jn 1, 10-11). Con estas palabras el evangelista abraza la vida y el destino de Jesucristo, el mesías, el salvador enviado por Dios al mundo. Él mismo lo contempló con sus propios ojos, lo escuchó con sus propios oídos; con sus manos tocó el Verbo divino, que se hizo carne.

Como hombre, Dios vino entre los hombres, el Verbo hecho hombre, a través del cual todo es creado, pero sus criaturas no lo aceptaron. "La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogen" ( Jn 1, 5). Los hombres preferían la oscuridad a la luz.

4. En esta representación general del misterio de Dios en Jesucristo se introduce la figura del hombre - ya del Prólogo - del que se dice: “Vino un hombre enviado por Dios; y su nombre era Juan ”( Jn 1 : 6).

Es enviado como testigo, para "dar testimonio de la luz" ( Jn 1, 7-8); no al final de la vida y las obras de Jesús, sino al principio: tan pronto como el Verbo divino cruzó el umbral del misterio eterno, tan pronto como Cristo vino al mundo en la noche de Belén, cuando nació del vientre de la Virgen.

Y es como al principio, cuando Jesús, de treinta años, va de Nazaret al Jordán, para comenzar su misión mesiánica en Israel.

¿Quién es este Juan? Ya en el prólogo del cuarto Evangelio lo vemos - y también en los sinópticos - cerca del Jordán. Y escuchemos incluso su voz: "El que viene después de mí, me ha pasado porque estaba antes que yo" ( Jn 1, 15).

Juan es el testigo que, de la misma edad que Cristo, prepara su venida. Él está en todo el pacto antiguo a la altura de los profetas que anunciaron la venida del Mesías, y también es entre ellos "el mayor".

El prólogo del cuarto evangelio no lo define como profeta, sino que dice que "vino como testigo" ( Jn 1,7). Es el primero de los que Cristo llamó a ser sus testigos con las palabras: "Y tú también me darás testimonio, porque has estado conmigo desde el principio" ( Jn 15-27).

Juan bautizando cerca del Jordán es el primero de estos testigos. Es testigo de ese "nuevo comienzo" que comenzó con el misterio del Verbo divino hecho hombre. Su testimonio todavía pertenece al gran advenimiento de Israel y de toda la humanidad. Él es al mismo tiempo "el umbral del testimonio" que separa el pacto antiguo del nuevo. Todos los que más tarde, en armonía con el espíritu de la verdad, que procede del Padre (cf. Jn 15 , 26 ), dan testimonio de Cristo crucificado y resucitado, todos han cruzado ya el "umbral" del testimonio de Juan en el Giordano. .

5. Al encontrarnos hoy, queridos hermanos y hermanas, al comienzo de mi visita pastoral, en la Catedral de San Esteban en Viena, queremos detenernos un momento en el sentido profundo de este "testimonio" que, comenzando por Juan el Bautista, y continuó en los apóstoles, fue transmitido como una misión para todo el Pueblo de Dios.

"Ser testigo" de Cristo define la esencia misma de nuestro ser cristianos. ¡Ser discípulos de Jesucristo significa ser testigos! El Señor dice de sí mismo ante Pilato: "Para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad" ( Jn 18, 37). Esta misión que Cristo recibió del Padre se transmite a los apóstoles después de la resurrección: "Como el Padre me envió, también yo os envío" ( Jn 20, 21 ). En su ascensión se realiza inmediatamente en ellos la misión de la Iglesia, de dar testimonio a todos los pueblos de su buena noticia: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" ( Mc 16,15 ).

El testimonio de innumerables mensajeros ha difundido el mensaje de Cristo a través de los siglos y en todas partes de la tierra. Incluso hoy, se necesitan grandes esfuerzos para que llegue a todos los hombres. Al mismo tiempo, sin embargo, incluso en países ya cristianos, los cristianos mismos nunca han sido llamados a hacer todo antes, para que la fe y la fidelidad a Cristo no se extingan en ellos, sino que despierten a una nueva vida.

Todo nuestro continente europeo, el llamado cristiano, necesita hoy una nueva evangelización. Por eso, el Concilio Vaticano II dirigió a todos los cristianos el llamado a un testimonio de fe nuevo y más decisivo. No sólo obispos, sacerdotes y religiosos, sino "todo laico debe ser testigo ante el mundo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús, y signo del Dios vivo" ( Lumen gentium , 38). El último Sínodo de los obispos sobre la misión y vocación de los laicos en el mundo contemporáneo también hizo suyo este llamamiento. Al dirigirse al Pueblo de Dios, afirma: "Quien ha recibido el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía está llamado a seguir a Cristo, incluso en el trabajo y la profesión, y a dar testimonio de él en todos los aspectos de su vida".

6. Como ya he subrayado ante vuestros obispos durante mi primera visita pastoral, vivimos en un período “en el que el rostro de Dios se ha oscurecido y se ha vuelto irreconocible para muchos hombres. La experiencia de la aparente ausencia de Dios pesa no sólo sobre los que están lejos, sino que es general "(" Vindobonae, allocutio ad Episcopos Conferentiae Episcoporum Austriae ", 12 de septiembre de 1983: Enseñanzas de Juan Pablo II, VI, 2 [ 1983] 499). El lema de los próximos días "Sí a la fe, sí a la vida" debe ser un llamado a nosotros mismos, a afrontar abiertamente esta necesidad de quienes conviven con nosotros. Los cristianos no deben contentarse con quejarse de la ausencia o el olvido de Dios entre los hombres. Deben comenzar inmediatamente a preparar los caminos de Dios;Es 57, 14). 

Por eso les digo hoy: ¡Quiten los obstáculos que se interponen en el camino de la fe en Dios en nuestros días! ¡Crea las condiciones que faciliten la fe! Buscar una nueva confianza mutua en el modelo de confianza en Dios Donde la desconfianza mutua es la regla de la existencia, no sólo se dificultan las relaciones entre un hombre y otro. Ocurre algo más profundo y claramente visible: la confianza en el hombre, en su capacidad y en su disposición a la verdad y al bien, desaparece por completo. La transparencia del mundo que se basa en la verdad y en la confianza se desvanece lentamente. Un mundo empañado por la desconfianza bloquea los caminos que conducen a Dios, paraliza el camino de la fe.

Con la valentía de la verdad y la confianza mutua, allana el camino que conduce a Dios, que quiere que todo hombre se salve y llegue al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2, 14 ). Y esta tarea no es sólo religiosa, sino también de carácter eminentemente social para el cristiano. El Concilio Vaticano II, que subraya con especial atención el carácter religioso particular de la misión de la Iglesia, dice al respecto con igual claridad: "Sin embargo, es precisamente de esta misión religiosa de donde brotan tareas, luces y fuerzas que pueden contribuir a construir y consolidar la comunidad de los hombres según la ley divina ”( Gaudium et Spes , 42).

7. San Clemente María Holfabuer, patrón de esta ciudad, llegó a Viena después de haber trabajado ya fructíferamente en mi tierra y aquí se convirtió en el renovador de la vida religiosa y social. Junto a sus cohermanos trabajó en todos los campos de la pastoral contra la indiferencia del siglo de la Ilustración.

Que les ayude a comprometerse en su espíritu y con el mismo celo por una renovación de la Iglesia y de la sociedad de hoy. Vives en un estado democrático, capaz de facilitar cualquier colaboración real en la construcción de la sociedad, y todos esperamos de ti este tipo de ayuda. Como cristianos, debéis preguntaros si ofrecéis ese aporte que os ha confiado Dios y el Evangelio. ¿Qué hay de una sociedad en la que los ancianos son tratados como una enfermedad, y entre ellos los enfermos son vistos como alborotadores, una sociedad en la que los matrimonios se contraen a la ligera, que se disuelven con mayor ligereza aún, y en la que decenas de miles de ¿Se matan niños cada año antes de que vean la luz? En cuanto al papel del cristiano en la sociedad, 

El último Sínodo de los Obispos se expresó con las siguientes palabras dirigidas al Pueblo de Dios: "La coherencia entre fe y vida debe acompañar el compromiso de los fieles laicos en la esfera pública, en la participación en las instituciones políticas y sociales, como en la vida diaria para impregnar estructuras y actividades seculares de manera evangélica ”. 

Por tanto, decimos nuestro firme "sí" a la fe, "sí" a la vida, incluso frente a un egoísmo desesperado que sofoca la existencia. Decimos "sí" a la fe, "sí" a la vida, con la profunda convicción de que somos una comunidad de hombres "que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para todos "( "La coherencia entre fe y vida debe acompañar el compromiso de los fieles laicos en el ámbito público, en la participación en las instituciones políticas y sociales, así como en la vida cotidiana para impregnar evangélicamente las estructuras y actividades seculares". 

Por tanto, decimos nuestro firme "sí" a la fe, "sí" a la vida, incluso frente a un egoísmo desesperado que sofoca la existencia. Decimos "sí" a la fe, "sí" a la vida, con la profunda convicción de que somos una comunidad de hombres "que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para todos "( "La coherencia entre fe y vida debe acompañar el compromiso de los fieles laicos en el ámbito público, en la participación en las instituciones políticas y sociales, así como en la vida cotidiana para impregnar evangélicamente las estructuras y actividades seculares". Por tanto, decimos nuestro firme "sí" a la fe, "sí" a la vida, incluso ante un egoísmo desesperado que sofoca la existencia. 

Decimos "sí" a la fe, "sí" a la vida, con la profunda convicción de que somos una comunidad de hombres "que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para todos "( como en la vida cotidiana para impregnar evangélicamente las estructuras y actividades seculares ”. Por tanto, decimos nuestro firme "sí" a la fe, "sí" a la vida, incluso frente a un egoísmo desesperado que sofoca la existencia. Decimos "sí" a la fe, "sí" a la vida, con la profunda convicción de que somos una comunidad de hombres "que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para todos "( como en la vida cotidiana para impregnar evangélicamente las estructuras y actividades seculares ”. Por tanto, decimos nuestro firme "sí" a la fe, "sí" a la vida, incluso ante un egoísmo desesperado que sofoca la existencia. Decimos "sí" a la fe, "sí" a la vida, con la profunda convicción de que somos una comunidad de hombres "que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinación al Reino del Padre y han recibido un mensaje de salvación para todos "(Gaudium et Spes , 1).

8. En una obra del cristianismo antiguo, la “Carta a Diogneto”, se indican los roles del cristiano en la sociedad: “Los cristianos son hombres como los demás: no se diferencian de los demás por nación, idioma o costumbres. . . se casan como todos y tienen hijos, pero no repudian el fruto de su cuerpo. . . para decirlo brevemente: la función que desempeña el alma en el cuerpo, la desempeñan los cristianos en el mundo. El alma impregna a todos los miembros del cuerpo, los cristianos a todas las ciudades del mundo. . . Los cristianos son prisioneros del mundo y, sin embargo, mantienen unido al mundo. . . " ("Epist. A Diogn.", 6).

¡En el mundo pero no de este mundo! Como los cristianos de aquella época, también los cristianos de hoy deben mantener el valor y la confianza en Dios, para distinguirse en su vida de lo que les rodea, no para hacerse jueces, sino para penetrar en este ambiente con luz y verdad. De el Evangelio a través de su testimonio de vida; así como el alma impregna y vivifica el cuerpo, así como la levadura hace crecer toda sustancia.

El testimonio del cristiano se concreta ante el "mundo", en los diversos problemas, pero en última instancia sigue siendo un testimonio de Cristo, de la luz, que ilumina las tinieblas, para que ilumine cada vez más a los hombres y al mundo. más. El "sí" del cristiano a la vida es, por tanto, un "sí" a Cristo, que vino precisamente para que "tengamos vida y la tengamos en abundancia" (cf. Jn 10,10 ).

Como Juan dio testimonio de la luz, para que todos por él llegaran a la fe, así también nuestro testimonio cristiano en el mundo debe ser siempre un testimonio de salvación, para que los hombres encuentren su salvación eterna en Cristo.

Hoy, como entonces, Dios concede a todos los que acogen su palabra divina, su Hijo hecho hombre, el poder de convertirse en hijos de Dios (cf. Jn 1, 12 ).

San Juan Bautista, tú que fuiste testigo y preparaste los caminos del Señor, haznos hoy, según tu modelo, los testigos más creíbles de Cristo y de su Reino en el corazón de los hombres y en el mundo. - Amén.

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