AYUDAS PASTORALES PARA EL MATRIMONIO

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

AYUDAS PASTORALES PARA EL MATRIMONIO

(Curso de preparación al Matrimonio)

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

PRÓLOGO

         ¡Los tiempos cambian que es una barbaridad! Esta frase, célebre en mis tiempos juveniles, hoy habría que repetirla con más frecuencia y verdad,  sobre todo, en lo que se refiere al matrimonio y a la familia. Inconcebible en los años 50-80 hablar de algunos temas que tenemos que tratar y otros que vemos todos los días: abortos legalizados, divorcios, separaciones, matrimonios civiles, homosexuales, familias de dos padres o madres, divorcios exprés...

         Hace más de cuarenta años empezamos en nuestra parroquia los Cursillos Prematrimoniales, que siempre se dieron en el mes de noviembre, como preparación obligatoria para los matrimonios que iban a casarse... y no hace falta añadir «por la Iglesia», porque entonces, todos o casi todos, se casaban en Cristo y por la Iglesia.

         Pero como los tiempos cambian que es una barbaridad, aquellos cursillos, mejor dicho, aquella preparación para el matrimonio y la familia cristiana no tenían que ver casi nada o muy poco en la forma y en el contenido con los que impartimos ahora. Porque los jóvenes que vienen a nuestros cursillos prematrimoniales viven en una ambiente ateo y anticristiano, son ignorantes, en mayoría, de las verdades del amor y de la fe y moral católicas, y necesitan ser instruidos no solo en la fe, sino en las mismas verdades naturales, en los prolegómenos de la fe, que decíamos en tiempos pasados.

         Todo esto te lo podría explicar con múltiples hechos y anécdotas, que todos los días nos suceden, como a ti igualmente te habrá ocurrido. En tiempos pasados, lo cristiano se daba por sabido y en general, por practicado; ahora, ni lo uno ni lo otro. En aquel tiempo, lo más llamativo eran los matrimonios obligados por estar ella embarazada. Y de vivir juntos, ni hablar. Eso estaba reservado para el día de bodas. Hablo en general. Y nada de matrimonios homosexuales y lesbianas. Prácticamente lo cristiano en concepción de matrimonio y familia era lo dominante.

         Por eso, cuando empezamos a dar los Cursillos, como empujados por el Concilio Vaticano II, que acababa de celebrarse, los temas del Catecismo, quiero decir, los de fe y contenido cristiano, apenas los dábamos, porque se sabían o suponíamos sabidos en la mayoría de los casos. Entonces los cursillos más avanzados, los «más modernos» eran lo que contaban con mejor equipo de médicos, abogados, psicólogos... que daban la mayor parte de los temas. Hoy, por el contrario, hay que volver al Catecismo. Por lo menos a mí me lo parece. Si de mi dependiera, los cursillos serían un «re-iniciación cristiana», unas catequesis de bautismo: fe en Dios, Jesucristo, familia cristiana...; o catecumenado de Confirmación, porque muchos de los novios actuales no han recibido este Sacramento, ni viven la vida cristiana.

         A mi parecer, hay que cambiar la orientación actual un poco y exponer, desde el primer día, teología y catequesis sobre Dios, Jesucristo, la Iglesia, los sacramentos...; luego seguir con el concepto cristiano de matrimonio y familia, que a muchos les resulta desconocido, porque no frecuentan la Iglesia desde la primera comunión. Hay que darles y exponerles el Catecismo de la Iglesia Católica, si de verdad queremos que se casen por la Iglesia, y no solamente en la iglesia del pueblo porque es el marco mas bonito para la ceremonia y el álbum de fotos. Tenemos que aprovechar la preparación para el matrimonio y futura familia como un «kairós», un tiempo oportuno para instruir y confirmar en la fe a los que piden casarse en Cristo.

         Ante este panorama, que desgraciadamente va para largo, repito, y perdonad mi insistencia, yo apoyaría la tesis de dar verdaderas catequesis tomando como base el Catecismo de la Iglesia Católica sobre Dios, Jesucristo, María, los sacramentos del bautismo, penitencia, eucaristía, domingo, compromisos de la fe...

         Porque si casarse por la Iglesia es casarse en el Señor, la mayoría no saben de que va la Iglesia, ni Cristo, ni la gracia sacramental, ni la fe y el compromiso de amar con amor único y exclusivo en Cristo y como Cristo; unos, sencillamente, porque lo ignoran; y otros, porque no han querido confirmarse en la fe ni quieren saber nada de Cristo, ni del domingo ni de la vida cristiana; no saben rezar ni el Padre nuestro, ni el Ave María y menos el Credo, donde casi todos se pierden por el Poncio Pilato. Haz la prueba y reza al comenzar las reuniones; comprobarás todo esto.

         Me alegra comprobar que, en estos tres últimos años, algunos de los cursillos publicados en España, van en esta línea. Pero todavía la mayor parte no quieren enterarse o no se han enterado o no... Lo respeto. Pero como yo soy el que escribo y compongo estas AYUDAS PASTORALES PARA LA PREPARACÓN DEL MATRIMONIO CRISTIANO, lo voy a hacer desde mi convencimiento actual sobre el mismo y tú luego decides y haz lo que creas más conveniente.

         Es deber de una sociedad bien organizada y tuteladora de ciertos valores, derivados de los derechos fundamentales aceptados por todos, el procurar que sus ciudadanos tengan los conocimientos y la formación humana que requiere la constitución de una familia.

         Si la Iglesia se ha preocupado de esa formación en todos los aspectos y ha ido desarrollando en su apostolado especial distintos métodos, lo ha hecho supliendo deficiencias de la sociedad y despreocupación o desorientación e inseguridad en estos menesteres de quienes debían procurarlo. Si el estado no educa en lo humano, la familia no se entera hoy día, la Iglesia tendrá que suplir a las dos, en lo que es competencia de ambas. Pero desde la fe y concepto cristiano de matrimonio, familia, amor...

INTRODUCCIÓN

         Después de todo lo leído y escrito sobre el tema de la preparación al matrimonio en España, que es bastante; y después de la experiencia de tantos años, sobre todo, de lo que está ocurriendo en nuestras parroquias y pueblos, insisto en que apoyaría unos cursillos de «reiniciación cristiana», en línea de reconversión a la fe que los novios perdieron o no cultivaron.

         Serían unas catequesis, tomando como base los temas fundamentales: Dios, Jesucristo, la Iglesia, Sacramentos, matrimonio en Cristo, amor único, exclusivo y total, de aprender a orar, a participar en la eucaristía del domingo...etc. Y desde ahí, una mirada de reconversión al concepto y realidad del amor cristiano, de compromiso total para toda la vida, de no divorciarse y aprender a perdonarse; nosotros, desde siempre, hemos tenido como final del cursillo, oración, confesión y santa misa, finalizando todo con un ágape fraterno.

         Te digo, sin vanidad, que he leído bastante sobre el tema, como siempre, porque ese es mi estilo; y detrás de cada afirmación hay muchas páginas estudiadas. El cursillo, para mí, lo dividiría en diversos bloques, y en cada bloque, dos o tres temas. Pero como nuestras parroquias son mayormente rurales, y tenemos que atender a matrimonios singularmente, dos, cuatro y seis matrimonios al año, en vez de hacer esta composición de temas por bloques, lo voy a hacer separados y en un orden no estricto, para que, según circunstancias de tiempo y personas y números, tú escoges los temas como creas más conveniente.

         No es lo mismo que el cursillo dure un fin de semana largo: viernes tarde, sábado completo, domingo mediodía; o que dure un mes, pero sólo toda la tarde del sábado, como en mi parroquia de San Pedro; o que dure un año o más, como hice en tiempos pasados, con novios que se preparaban así para el matrimonio. Hoy no soy capaz de hacer ni uno; y pensar que en mi parroquia llegamos a tener cinco grupos de matrimonios semanalmente... ¡los tiempos cambian que es una barbaridad!

         Como eres tú el que tienes que decidir, yo, para orientarte,  voy a explicarte un poco el contenido de los libros que he utilizado o he tenido en cuenta, por si te animas a comprarlos y estudiarlos.

BIBLIOGRAFÍA

         La bibliografía que paso a describirte es la que he utilizado en los cursillos de mi parroquia. Tengo otros libros que más teológicos, menos acomodados para un cursillo. Si te interesase verlos y examinarlos, puedes pedírmelos. Están a tu disposición.

         Examino ahora la bibliografía más apropiada para cursillos prematrimoniales, que yo utilizo, y la he dividido en tres bloques, que paso a describirte:

-- primer bloque: libros que puedes utilizar directamente para dar cursillos, acomodando algunos detalles de exposición, según el tiempo de que dispongas. Son libros para mí muy interesantes. Como siempre, me paso de extenso en cada tema, pero tienes la ventaja, que al hacerlo en folios, lo fotocopias y luego tachas lo que quieras, y puedes tenerlo delante y dar la charla como te apetezca.

-- segundo bloque: Son libros interesantes, como de consulta, pero no directamente utilizables. Has de trabajarlos para acomodarlos a los cursillos. Aquí la charla hay que trabajarla, y a veces no hay tiempo.

-- tercer bloque: libros para estudio, lectura, información, charlas o temas para grupos de matrimonios ya constituidos y veteranos.

1. Primer bloque de libros.

ARZOBISPADO DE MADRID, Pastoral prematrimonial, para el equipo de acogida: Son los doce temas a desarrollar por el equipo que dirige el Cursillo. Perfecto, un poco elevado en la exposición. Las charlas tienen oración inicial, final, temas de diálogo; están editados en el 2005.

ARZOBISPADO DE MADRID, Pastoral prematrimonial, para vosotros novios; son el sumario de los temas que se entregan a los novios, para los grupos que se tienen después de las charlas o exposición de los temas. Utilizables directamente. Un poco elevados para nuestra gente. Me parece a mí. Me gusta lo que dice de la acogida, que es amplia. Me gustaría que fuera más extenso en los temas de fe cristiana: Dios, Jesucristo, María...

DIÓCESIS DE PAMPLONA  Y TUDELA, DELEGACIÓN DIOCESANA DE PASTORAL FAMILIAR, Curso de preparación al matrimonio, Manual de monitores (5ª reimpresión 2003).  Con decirte que tengo la quinta impresión, quiero decir que es un buen Cursillo. Me gusta y vale; pero es muy amplio, hay que seleccionar. Me gusta la cantidad y calidad de los temas de fe cristiana. El esquema es como el de Madrid y el de Málaga: título, exposición del tema, y luego un resumen con preguntas para los grupos de novios que se hacen después de cada charla, terminando todo con la puesta en común.

DIÓCESIS DE MÁLAGA, DIÓCESIS DE CÓRDOBA, Preparación al matrimonio y a la vida familiar, libro de los catequistas, materiales para los agentes de Pastoral, Publicaciones Obra Social CajaSur, Córdoba 2007. El título lo indica todo. Es completo. Me gusta mucho la introducción y lo que dice de la Acogida. Advertir cómo aquí habla ya de catequistas, de «iniciación cristiana», de temas de bautismo y Confirmación...Me gusta cómo trata los temas de fe mejor que los otros. Es juicio personal.

DIÓCESIS DE MÁLAGA, DIÓCESIS DE CÓRDOBA, Preparación al matrimonio y a la vida familiar, libro de los Novios, síntesis de los temas. Guión para las celebraciones. Publicaciones Obra Social CajaSur, Córdoba 2007.

Pues eso, completa para los novios, el libro anterior de los catequistas. Propiamente trae resumido el tema y unas preguntas para la reunión de los grupos, que terminan todos juntos con la puesta en común.

JUAN RAMÓN PINAL (DIRECTOR), Nos casamos por la Iglesia, Edicep, Valencia 2004. Son cuatro tomos: I Acogida; II Preparación: contenidos básicos; III Preparación: guía didáctica; IV Celebración del matrimonio. Orientaciones litúrgicas.

Utilizables tal cual. Son fáciles de exponer y entender. Suma variedad de temas y exposición. Me gusta el tomo I porque expone los temas por preguntas y respuestas breves.

JUAN MOYA Y VIRGINIO DOMÍNGUEZ, Unidos para siempre. La preparación al matrimonio, Editorial Sekotia 2008. Está bien, y son muy abundantes en métodos naturales de control de fertilidad. Las charlas son claras y no muy extensas.

AUGUSTO SARMIENTO Y MARIO ICETA, ¡Nos casamos! Curso de preparación al Matrimonio, EUNSA, Pamplona 2005. Me gusta porque cada tema tiene Exposición doctrinal, un guión pedagógico y una tercera parte de doctrina de la Iglesia, especialmente de los últimos Papas. Muy abundante en este aspecto.

FERNANDO DEL TESO ALISTE, Matrimonios en diálogo. Temas para reuniones y grupos. Editorial PS Madrid, 3ª edic. Madrid 2005. Me trae gratísimos recuerdos cuando en mi parroquia llegamos a tener semanalmente cinco grupos de matrimonios. Hoy estamos luchando entre uno o ninguno. El libro, muy bueno en todo. Lo único es que hay que juntar dos o tres temas para una charla, porque está hecho para grupos ya formados.

MÁXIMO ALVAREZ RODRIGUEZ, Casarse en estos tiempos. Preparación y vivencia del Matrimonio. PS editorial, Madrid 2004. Es ameno y sencillo; los temas están bien expuestos; hecho de vida, exposición doctrinal, diálogo y oración.

JORGE MIRAS Y JUAN IGNACIO BAÑARES, Matrimonio y Familia, Iniciación teológica. Rialp, 4ª edic. Madrid 2007. En la línea ortodoxa, un poco fuerte para nuestra gente, pero es doctrina expuesta muy teológicamente.

LUIS RIEGO MÉNGUEZ Y CARMEN DE RIESGO, La más bella aventura. El amor conyugal y la educación de los hijos. EUNSA, Pamplona 1997. Son viejos conocidos. No puedo olvidar aquel folleto suyo: SI VOLVIÉRAMOS A EMPEZAR, que tanto me ayudó en reuniones con padres de primera comunión, bautismos y lógicamente, matrimonios. Muy bueno, sólo que no toca todos los temas de un cursillo prematrimonial. Hay que completarlos con otros libros suyos. No es propiamente un cursillo

LUIS RIESTO Y CARMEN PABLO DE RIESGO, La familia. Ideas claras sobre la institución más valorada por los españoles. BAC Popular, Madrid 2006. Lo presenta Fraga Iribarne. Muy buen libro, como todos los que he leído de este matrimonio. Pero los temas no son estrictamente los de un cursillo prematrimonial. Hay que completarlos.

UNIÓN FAMILIAR ESPAÑOLA, El matrimonio y la familia. 100 cuestiones y respuestas sobre el concepto cristiano de familia y matrimonio. Editorial Edice 1998. Es muy interesante por el contenido, pero, sobre todo, por la exposición en forma de preguntas que resulta más ameno para los jóvenes. Lo utilizo bastante y doy fotocopiadas muchas de sus páginas a los novios, como esquema de la exposición doctrinal ampliada luego en la exposición.

MAR SÁNCHEZ MARCHORI, Cómo prepararse para la vida conyugal. EDIU, Madrid 2004. Es original, no toca todos los temas de un cursillo; vale más para grupos de matrimonios; a éstos les puede hacer mucho bien, porque está psicológicamente bien hecho.

GABRIEL CALVO, Cara a cara. Para llegar a ser un matrimonio feliz. Sígueme, Salamanca, 8ª edic. 2008. Viejo conocido. Asistí, hace más de treinta años,  con grupos de matrimonios a sus cursillos «Encuentro conyugal». Te repito, si lees todo el libro, puedes hacer un cursillo perfectamente. Pero el libro está hecho para grupos de matrimonios ya hechos.

B. CABALLERO—J. SAIZ, Nueva Pastoral del Matrimonio: teología, catequesis, mesa redonda y celebraciones. PS Editorial, Madrid 1975. Le tengo simpatía porque mis primeros cursillos siguieron este esquema. Es un buen catequista. Me ayudó en mis primeros cursillos prematrimoniales. Es totalmente válido todavía. Tiene también buenos libros de homilías de los tres ciclos.

JUAN ANTONIO REIG PLÁ, Familías cristianas para una nueva evangelización. Es un comentario a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia. Me gusta. Es a lo que hay que volver. Le faltan algunos temas. Buen complemento.

2. Segundo bloque de libros

ENRIQUE ORQUÍN FAYOS, Escuela de Novios. Preparación al Matrimonio. Edicep, Valencia 2006. Es un libro muy espiritual; para grupos de novios especiales; tienen retiros, cenáculos, eucaristías; son dos años; es bíblico y me gusta, pero lo dicho, los temas no se desarrollan como en los cursillos. Supone inquietud espiritual, religiosa, cristiana, que no tienen ordinariamente los que vienen a nuestros cursillos.

EUSEBIO LÓPEZ, Del ¡vivan los novios! Al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja inteligente. Edit. Desclée, Bilbao 2001. Estudia psicológicamente todos los problemas de la pareja. Bien. Pero no para cursillos.

RUFO GONZÁLEZ PÉREZ, Nos casamos en la fe cristiana. Curso práctico de preparación al matrimonio cristiano. Edit. Sígueme, Salamanca 2003. Es sacerdote de nuestra Diócesis; era dos cursos inferior al mío. Marchó a Madrid. Es un curso más; pasable.

3. Tercer bloque de libros

IGNACIO LARRAÑAGA, El matrimonio feliz. Respuestas para que el amor amanezca todas las mañanas con cara nueva. Edit. PLANETA, 5ª edit, Madrid 1999. Ignacio es el fundador de los «talleres de oración». En mi parroquia hay tres grupos de oración. Vale para eso, pero no para un cursillo prematrimonial.

CESPLAM, familia nueva. Diálogos para grupos de matrimonios. Editorial PS, Madrid 1990. Está bien, pero eso, para grupos ya hechos. Yo los he utilizado con ese fin.

ESCUELA DE NOVIOS, curso de preparación al matrimonio. Edit. CCS, Madrid 1996. No toca los temas de un cursillo.

JUAN ANDRÉS YZAQUIRRE Y CLAIRE FRAZIER, casados y felices. Guía de psicología y espiritualidad para las relaciones de pareja. Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2005. Está muy bien, pero no toca todos los temas de un cursillo.

MARY PATXI AYERRA, La vida compartida. Folleto de instrucciones para inventar una nueva familia. Editorial Reinado Social, 2004. Es un folleto sobre temas concretos.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, originalidad del matrimonio cristiano. Publicaciones Idatz, Donostia, San Sebastián 12ª edición 2005. Es un folleto. Lo cito por ser un buenísimo amigo mío, desde los estudios de Roma. Siento lo que ha sufrido por razones políticas. Hubiera sido un gran obispo. Estamos en familia.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA DE DOCUMENTOS ECLESIALES

Pablo VI, Encíclica Humanae vitae, 1968

Concilio Vaticano II

Catecismo de la Iglesia Católica

Benedicto XVI, Enciclica Deus caritas est, 2006

Juan Pablo II,

Exhortacion Apostolica Familiaris Consortio, 1981

Exhortacion Apostolica Christifideles Laici, 1988

Carta a las Familias, 1994

Encíclica Evangelium vitae, 1995

Conferencia Episcopal Española,

Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España. Edice, Madrid 2003

La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Edice, Madrid 2001

Preparación al matrimonio cristiano. Edice, Madrid 2000

Matrimonio y familia, hoy. Edice, Madrid 1979

Congregación para la Educación Católica,

Orientaciones sobre el amor humano, 1983

Consejo Pontificio para la familia,

Preparacion al Sacramento del Matrimonio, 1996

Sexualidad humana: verdad y significado, 1995

Lexicon. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones

éticas, Palabra, Madrid 2004

Provincia Eclesiastica de Granada,

Directorio de la Preparacion y Celebracion del Matrimonio, Granada 1990

1. LA PREPARACIÓN INMEDIATA AL MATRIMONIO COMO 

    «ITINERARIO DE FE»

         Las parejas que acuden a un Cursillo prematrimonial suelen formar un grupo heterogéneo, en cuanto a trabajo, estudios, maneras de pensar, planteamientos de fe, etc. Muchas veces ni siquiera pertenecen a la misma parroquia ni al mismo pueblo. Tienen en común que van a casarse y el que han decidido hacerlo por la Iglesia; aunque también las motivaciones para esta decisión pueden ser diferentes. Coinciden también en el hecho de ser jóvenes y participar, por consiguiente, aunque también a niveles muy diferentes, de los valores y actitudes que normalmente se dan en la juventud actual.

         Podemos hacer hoy una constatación: Cuantos intervenimos en este trabajo sabemos que muchas parejas necesitan renovar la fundamentación doctrinal y la experiencia vital de su fe, con ideas y manifestaciones adultas, que no han podido conseguir antes porque interrumpieron su formación y sus prácticas religiosas apenas pasada la adolescencia, algunos, desde la primer y última Comunión. Estas parejas esperan y vienen dispuestas a escuchar con agrado cuanto se les pueda decir en orden a su maduración humana, pero no siempre son tan conscientes ni vienen igualmente dispuestos a plantearse con más profundidad su vida de fe.

         Al programar estos cursos no podemos limitarnos a atender las expectativa espontáneas que traen las parejas, puesto que observamos, en muchas de ellas, lagunas importantes en el conocimiento y también en la vivencia de la fe. La preparación próxima e inmediata, es hoy una plataforma excelente para “la nueva evangelización”.

         Toda la pastoral prematrimonial debe entenderse como un proceso que conduce a la celebración del matrimonio, permitiendo que la celebración sea expresión de fe, hecha en la Iglesia y con la Iglesia, comunidad de creyentes (Cf FC. 51). Para hacer ese camino educativo --auténtico itinerario de fe--, los encuentros con los novios no se pueden reducir a un ciclo de lecciones o de conferencias. Deben ser tiempos de evangelización y de catequesis, de oración y celebración, de llamada al compromiso y a la caridad, sabiendo interesar a los novios para hacer una experiencia de fe y de vida eclesial.

         Somos conscientes de que estamos hablando de algo difícil, pero no podemos renunciar a ello. Debemos ofrecer lo mejor y más perfecto a aquellos que se están planteando celebrar el Sacramento del Matrimonio y construir una familia cristiana.

Ofertar los itinerarios de fe como el «ideal de preparación al matrimonio».

         Por todo ello, aunque estamos hablando de Cursos o Cursillos de Preparación al Matrimonio y sus diversas modalidades, debe estar en el trasfondo el ideal de que ellos se conviertan en un autentico «itinerario de fe»: un camino hecho en y con la Iglesia, en el que prevalezcan la experiencia, los contenidos y las formas de un nuevo tipo de acompañamiento a los novios que les ayude a discernir y profundizar su vocación de pareja. Estamos llamados a recorrer con los novios un auténtico itinerario de fe, para lo cual es necesario:

--El testimonio de los matrimonios y sacerdotes que acompañan a los novios;

--El anuncio explicito del Evangelio de Jesucristo y del Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia;

--La conversión o adhesión del corazón a Dios y el seguimiento de Jesucristo;

--La incorporación afectiva y efectiva a la Iglesia.

Un itinerario que vuelva sobre los sacramentos de la Iniciación Cristiana

         La memoria de los sacramentos recibidos (Bautismo, Eucaristía y Confirmación, en su caso), predispone a la vivencia del sacramento del Matrimonio, ya que los presupone: ordinariamente el sacramento del Matrimonio no hace milagros; traerá sus frutos solo si nosotros hemos tomado en serio nuestro Bautismo, nuestra Confirmación, la Eucaristía y la Reconciliación. Sólo, cuando la vida cristiana, alimentada por los sacramentos, se ha convertido realmente en vida en Cristo, se puede esperar del sacramento del matrimonio que dé la fuerza para cumplir la misión propia del matrimonio cristiano y para superar, desde la fe, las dificultades de la vida en pareja.

         Se trata de plantear el Cursillo como una auténtica «re-iniciación cristiana». Así, pues, el itinerario sacramental ha de empezar por ayudar a los novios a tomar conciencia de lo que significa el Bautismo. Descubriendo o profundizando su ser de bautizados, los novios tomaran conciencia de su misión y compromiso en la Iglesia y en la sociedad.

         Los novios ya deberían estar confirmados cuando van a prepararse para el matrimonio. El Código de Derecho Canónico habla de la necesidad del Sacramento de la Confirmación antes del Matrimonio, pero añadiendo la cláusula de que si ello no conlleva «un grave incomodo» (CIC 1065, 1). Por ello, debemos ofrecer la recepción del Sacramento de la Confirmación como un bien necesario para el mayor fruto del Sacramento del Matrimonio.

         El Sacramento de la Eucaristía constituye la celebración central de la vida de la Iglesia, es «fuente y cumbre de la vida cristiana y de la edificación de la Iglesia». La Eucaristía, por la acción del Espíritu Santo, es la celebración de la presencia real del misterio de salvación realizado en Cristo encarnado, muerto y resucitado: servicio y donación, entrega y sacrificio. El matrimonio encuentra en la Eucaristía su fuente --la fuente de su amor-- y tiende constantemente a la Eucaristía como a su cima.

         La Eucaristía constituye una autentica «escuela pedagógica» para los novios, en su camino hacia el matrimonio. Una escuela de amor, que es donación y sacrificio. La participación en el sacramento de la Eucaristía se convierte para los novios en una permanente «provocación» para su amor de pareja.

         El Sacramento de la Reconciliación, como fuente de renovación del amor “A quien poco se perdona, poco ama” (Lc 7,47). En el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia, nos reconocemos pecadores «de pensamiento, palabra, obra y omisión» y en él celebramos y acogemos el perdón de Dios. Este sacramento se nos ha dado como ayuda en el camino de nuestra realización y crecimiento personal, y también en nuestro crecimiento como pareja y comunidad: “Sed entrañables entre vosotros, perdonándoos mutuamente como Diosos perdonó en Cristo”(Ef 4,32). Con la experiencia del amor misericordioso y del perdón de Dios a través de la Iglesia, los novios aprenden a perdonarse. El sacramento de la reconciliación, en el tiempo del noviazgo, les llevará a la continua renovación de su amor.

         Reconciliarse con Dios y con la Iglesia trae consigo, también, que se tome conciencia de los propios límites. Esta conciencia constituye el punto de partida para abrirse a la comunicación y dialogo recíproco, y para analizar las causas que provocan discordias en la relación de pareja.

1 .3 Los Cursillos Prematrimoniales: claves metodológicas

         El Cursillo no es propiamente el itinerario de fe, del cual hemos hablado, como ideal y como referencia obligada de cualquier tipo de preparación al matrimonio; pero es lo mas generalizado entre nosotros, y suele abarcar lo que llamamos «preparación inmediata» (aunque en algunos casos, podríamos hablar, también, de preparación próxima, ya que se puede hacer con un cierto tiempo de antelación). Hay múltiples formas, en tiempo, temática, modalidades etc.

Una sugerencia previa: Desmasificar los Cursillos

         Uno de los objetivos fundamentales del cursillo prematrimonial es tener un contacto más personal con cada pareja de novios, creando el clima de amistad y de confianza que favorezca una buena asimilación de los contenidos, y un seguimiento posterior e integración en la vida de la parroquia. Cuando el número de participantes es muy elevado, se corre el peligro de la masificación; lo cual, puede llevar a conseguir los objetivos contrarios: que las parejas guarden silencio sin compartir sus opiniones, con el consiguiente empobrecimiento del cursillo y el abandono posterior de su vinculación a la iglesia, permaneciendo en el anonimato.

         Por ello, sería conveniente observar las siguientes indicaciones:

--Admitir al cursillo un número de parejas que no impida la confianza y el diálogo, para que puedan compartir sus opiniones sin alargarse demasiado las sesiones.

--Realizar, si fuera preciso, más cursillos prematrimoniales para evitar la masificación, favoreciendo el acompañamiento y la continuidad terminado el mismo.

--Que las parroquias que tienen un número suficiente de parejas de novios, realicen su propio cursillo de preparación al matrimonio, ya que uno de los objetivos básicos del cursillo es la integración activa en la comunidad parroquial propia, donde los novios puedan continuar madurando y viviendo su fe en la parroquia.

-- Que aquellas parroquias, con pocas parejas de novios, se unan a otras más cercanas, o bien, se organicen en el ámbito arciprestal; pero siempre contando con la presencia de matrimonios de las parroquias asistentes y de sus sacerdotes. Con ello, se evitará que los novios de parroquias menos organizadas o de poblaciones pequeñas se vean privados de una preparación adecuada para recibir el Sacramento del Matrimonio.

El Cursillo prematrimonial como preparación inmediata

         El Cursillo de preparación al matrimonio es una serie de encuentros con novios en los que se pretende una adecuada preparación para celebrar el sacramento, para acceder a la vida matrimonial y crear una nueva familia. Es, pues, solo una etapa de un verdadero itinerario; que es el proceso ideal, y al que intenta suplir.

         La tarea es ardua, sobre todo porque generalmente no ha habido una preparación remota en la niñez, adolescencia y juventud, y no se han logrado los objetivos de esa etapa.

         El desarrollo práctico del Cursillo puede adoptar muy diversas modalidades. Sin embargo, conviene que reflexionemos sobre unos puntos esenciales:

--Claridad en los objetivos del Cursillo.

--Hay unos temas básicos que no deben faltar, y que deben ser ofrecidos desde la propia experiencia de los matrimonios y otras personas que lo imparten, y que hablan más como testigos que como maestros.

--Ofrecerlos con una metodología que capte el interés y que logre la participación activa.

--La importancia capital de la acogida previa.

Los objetivos del Cursillo

Dentro de un estilo propio de la acogida y de la animación, es fundamental crear un ambiente de familiaridad, escucha, y alegría: están preparando un momento esencial en sus vidas. Es muy importante que los agentes de pastoral” que imparten el Cursillo sean conscientes de lo que se pretende con este tiempo dedicado a la preparación:       «La misma preparación al matrimonio cristiano se califica ya como un itinerario de fe. Es, en efecto, una ocasión privilegiada para que los novios vuelvan a descubrir y profundicen la fe recibida en el Bautismo y alimentada con la educación cristiana (Cf. FC, 51).

Lo explicita especialmente Familiaris consortio en estos términos: « De esta manera reconocen y acogen libremente la vocación a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al reino de Dios en el estado matrimonial (Ibid. 66)

--El objetivo básico de todo Cursillo prematrimonial debe ser la nueva evangelización de los novios. La mayoría de las veces se trata de anunciar el Evangelio a quienes viven en un ambiente alejado de la fe y de abandono de la práctica cristiana, salvo excepciones. Ayudarles a profundizar en la fe, de manera que descubran la luz que aporta Jesucristo sobre la vida del hombre y del matrimonio.

-- Integrar los valores humanos y cristianos en un camino unitario y progresivo de formación a la luz de la revelación. Para ello, es necesario preparar convenientemente a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro.

-- Favorecer un nuevo encuentro de los novios con la Iglesia y su inserción en la experiencia de la fe, de la oración, de la verdad y del compromiso de la comunidad cristiana. Ayudarles a superar prejuicios o experiencias parciales negativas.

Ayudar a los novios a conocerse, a que descubran lo que quieren para sí.

-- Ofrecerles la oportunidad para una rica comunicación, significativa en todas las áreas de su relación, fruto de encuentros profundos y de forma positiva.

-- Presentarles el matrimonio como una realidad positiva para vivirla, resaltando la riqueza de la gracia del Sacramento.

-- Darles la oportunidad de experimentar en el grupo de novios un ambiente de fe, apertura y entusiasmo, que les impulse a seguir formándose y viviendo su fe en grupo y lleguen a una inserción activa en grupos, asociaciones, movimientos e iniciativas que tienen como finalidad el bien humano y cristiano de la familia.

Los temas básicos   

La preparación inmediata al matrimonio, sin descuidar aspectos de la psicología, medicina y otras ciencias humanas, debe centrarse en la doctrina natural y cristiana del matrimonio (PSM 48). Los temas deben orientarse al conocimiento de la verdad moral y a la formación de la conciencia personal, para que los novios estén preparados a la elección libre y definitiva del matrimonio y lleguen a «sentir con la Iglesia» en lo que se refiere a la vida matrimonial y familiar. Deberán, así mismo, ayudar a los novios a tomar conciencia de posibles carencias psicológicas y/o afectivas y ayudarles a descubrir en qué aspectos pueden y deben crecer humana y cristianamente. No debemos olvidar la formación para que los novios se reconozcan como sujetos con derechos y deberes respecto a la sociedad y a la Iglesia.

         Ofrecemos unos temas amplios que sirven directamente para la formación de los agentes. Con este material se puede construir el guión de la exposición, teniendo en cuenta a los participantes en el curso. Esto vale también para los cuestionarios que ofrecen numerosas preguntas de donde se deben seleccionar tres o cuatro para el trabajo en grupo.

Notas explicativas del Material

El material que se ofrece quiere responder a dos necesidades: profundizar en la formación de los agentes de pastoral y facilitar la preparación inmediata de los temas a desarrollar en las exposiciones y de los temas.

         En los Cursillos de Madrid, San Sebastián, Málaga y algún otro se presentan dos libros, con dos niveles distintos: El primero, titulado Preparación al Matrimonio y la Vida Familiar. Materiales para los agentes de pastoral, no está pensado directamente para los novios, sino para los agentes de pastoral, que deben usarlo para su formación y para hacer el esquema de sus intervenciones, según el nivel medio de los participantes. A esto último, le ayudará especialmente el apartado: «Síntesis del tema. Ideas a resaltar en el dialogo»  y el mismo Libro de los novios.

         No he creído oportuno añadir en estas Ayudas Pastorales el libro de los novios, porque éste depende de la forma y días dedicados al cursillo, y como esto es personal, cada parroquia puede hacer uno y dos libros de los novios acomodándose a su forma  de darlo.

Hay tres modalidades posibles de hacer los cursillos:

--Semanal, por las tardes o las noches, seis o siete sesiones. Es el más frecuente.

--Intensivo, un fin o dos de semana: viernes noche, sábado y domingo mediodía.

--Grupo de novios: Itinerario de un año, con reuniones periódicas y trabajo de casa;

Primera opción: semanal por las tardes-noches. Es la oferta mas extendida, con múltiples variantes. Se realiza en muchas parroquias con desigual planteamiento. Conviene unificar el número de días; estimamos que al menos deben ser seis: de lunes a sábado, concluyendo con la celebración de la Eucaristía parroquial.

Se presenta un Cursillo tipo, con una distribución de los temas imprescindibles, a lo largo de una semana; con sesiones, al menos, de dos horas. El orden, puede alterarse.

1. Previamente a la semana del Cursillo:

Debe haberse hecho la acogida de la pareja, conocimiento del párroco o sacerdote encargado y del matrimonio responsable de la acogida. En cuanto a los temas, ya he dicho varias veces que yo prefiero los temas de iniciación cristiana, incluyendo lógicamente el concepto cristiano del amor, familia, sexualidad cristiana. Pero aquí las mentalidades de los hermanos sacerdotes son diferentes. Respeto.

Más adelante se ofrecen sugerencias. Ahí va un esquema de cursillo breve:

Semana del Cursillo:

1° día: Acogida del grupo.

Tema: La persona humana: El diálogo, camino de la comunidad conyugal

Celebración de la «Bendición de los novios».

2° día: Tema: Creo en Jesucristo: La fe en Jesucristo, Hijo de Dios

3° día: Tema: Vamos a formar una familia cristiana

Celebración de la “Entrega de la Palabra (Biblia)

4° día: Tema: La vocación al amor. El lenguaje de la sexualidad

5° día: Tema: La Iglesia: la gran familia de los hijos de Dios

Celebración del Sacramento de la Reconciliación

6° día: Tema: Casarse en el Señor: El Sacramento del Matrimonio, Confesión y Comunión. La preparación imprescindible y necesario: La llamada a la conversión y la celebracion sacramental de la Reconciliación.

Celebración de la Eucaristía, si procede. Si coincide en sábado, se puede plantear este día como una jornada más larga para concluir participando en la Misa parroquial vespertina y presentando a los novios a la Comunidad parroquial.

Concluir la fiesta eucarística con una celebración festiva de aperitivos y propuesta de seguimiento libre para los que quieran continuar.

Segunda opción: Intensivo en fines de semana

La oferta de Cursillos intensivos, en fin de semana, va tomando cada día mas fuerza, y responde también a las exigencias que imponen el ritmo de trabajo de muchas personas y la mentalidad del fin de semana. Convine desde el inicio, despejar la sensación de que pueden ser unos Cursillos concentrados para salir del paso, aunque esta es la mentalidad de la mayoría que elige este método.

         Se procurará impartir los núcleos esenciales indicados anteriormente, aunque tengan que concentrase dos temas en una sesión, incidiendo en el tema principal y haciendo una referencia al otro. Para ello, es muy importante la distribución del tiempo.

2. LA IMPORTANCIA CAPITAL DE LA ACOGIDA

En nuestra sociedad, la pérdida de puntos de referencia es tal en los católicos que, un numero creciente de ellos, necesitan «re-posicionarse» en un momento determinado, y la preparación al matrimonio les da la ocasión para ello. La acogida que la Iglesia les da en tal circunstancia, es fundamental, tanto para la Iglesia misma, como para los novios.

         Muchos de los jóvenes que piden el matrimonio se acercan a la Iglesia después de años; quizá, desde su primera comunión. Traen una carga de prejuicios y desconocimientos. Si encuentran frialdad y burocracia, reforzarán una imagen negativa de la Iglesia.

         Es necesaria una acogida muy humana, con detalles de respeto y cercanía, queriendo ayudar y servir. Esto debe hacerlo el párroco y los matrimonios que intervengan en la pastoral prematrimonial. Deben transmitir, porque lo vivan, el calor de la ayuda y la comprensión. Los futuros matrimonios lo necesitan. Muchos preparan su unión con las fatigas y las dificultades que les pone la situación social, laboral y económica. Traen ideas contrarias al matrimonio y la familia, maneras de ver alejadas de la visión cristiana, carencias en su formación.

         La acogida no es solo una actitud, sino también un tiempo mas o menos largo en el que hemos de crear el ambiente necesario para que los novios puedan expresarse, superando su inseguridad y sus temores. No debemos precipitarnos haciendo enseguida juicios sobre las motivaciones de los novios para pedir el matrimonio por la Iglesia.

         Debe quedar claro que la acogida es un servicio de la Parroquia a los novios, independientemente de donde vayan a participar en el curso.

2.1. La acogida: más que un tiempo, una actitud permanente

Una buena acogida y acompañamiento pueden conseguir uno de los objetivos más importantes del Cursillo: el acercamiento de la Iglesia a los novios y de los novios a la Iglesia. La acogida para nosotros, sin embargo, no es simplemente una táctica psicológica para atraer y convencer a los novios, sino una expresión del testimonio cristiano que quiere mostrar el amor del Padre misericordioso que acoge al hijo como viene.

         La actitud de la comunidad cristiana, y de quien la representa, no pretende ser la de quien posee la respuesta a todos los interrogantes, sino la de quien presta atención al otro, siente como propios sus problemas y se sitúa en un camino de búsqueda común, acompañando a los novios en ese camino. Con la humildad de quien lleva “un gran tesoro en vasijas de barro” y, al mismo tiempo, con la admiración y agradecimiento del creyente que está en situación de ofrecer aquello que es su tesoro: el amor y la salvación de Dios que ha conocido y recibido en Jesucristo.

         Acompañar en el camino de la fe es respetar a la persona y sus ritmos de descubrimiento, ofrecer el testimonio de la fe que hemos recibido como un don, expresar y comunicar el mensaje de la salvación, orar por la persona y atenderla en su proceso.

Condiciones de una buena acogida y acompañamiento

Los miembros de la comunidad cristiana que reciben la petición del sacramento, sacerdotes o matrimonios, debemos ser conscientes de que, en el trato que dispensemos a los que vienen, encuentran estos la primera imagen de la Iglesia. El saludo y la acogida deben transparentar lo que la Iglesia es: signo e instrumento del amor de Dios.

         Aun en el caso de que la petición o las preguntas de quienes se acercan se planteen en el terreno de lo puramente externo (organización, horarios, materialidad de los ritos, requisitos necesarios, etc.), la persona que acoge, sin despreciar estas cuestiones, debe ir orientando la conversación hacia el terreno personal. No se trata, por supuesto, de investigar detalles de la vida privada, sino de favorecer la expresión de lo que verdaderamente van buscando al solicitar el sacramento.

         Se trata de hablar del acontecimiento o la circunstancia que están viviendo en ese momento y que les ha traído a la Iglesia: la decisión de contraer matrimonio. Quienes en nombre de la comunidad acogemos a los que vienen, hemos de ayudar a que aflore y se exprese el significado profundo de este acontecimiento que marcará sus vidas. Este dialogo favorecerá la toma de conciencia de lo que se está viviendo, despertando el deseo de enriquecerse con la reflexión en común y la escucha de la palabra de Dios.

         Los que acogen, no examinan, sino que dialogan, aportando en el diálogo su propia experiencia: como viven ellos mismos, circunstancias parecidas, y como encuentran en el Evangelio la luz que les permite entenderlos y vivirlos de un modo nuevo, mas profundo y mas humano.

         El que acoge y acompaña, lo hace en nombre de la Iglesia. Por eso, transmite su propia experiencia cristiana y, sobre todo, la experiencia de la Iglesia a la que representa. El testimonio cristiano, ofrecido a lo largo de las entrevistas o reuniones, no deja de ser, para los agentes de pastoral, una interpelación para su propia vida.

         En el dialogo personal, o en las reuniones de grupo, los novios podrán descubrir esa plenitud de vida y amor a la que son llamados y, a la vez, su propia debilidad. Así estarán preparados para escuchar la llamada y abrirse al don de Dios.

         Así, las entrevistas y el Cursillo serán una experiencia de Iglesia, en la que los novios descubrirán el significado que la vida y el matrimonio tiene para los cristianos y se sentirán invitados a vivir su propio matrimonio en esas claves cristianas, como un camino de crecimiento constante, en el seno y con la ayuda de la comunidad cristiana.

         En conclusión, esta etapa de acogida tiene como objetivo ayudar a las personas a abrirse a la Palabra de Dios, a acoger el Evangelio como una buena noticia para ellos hoy y en su circunstancia concreta de novios.

2.2. Partes de la acogida

Además de una actitud constante, la acogida constituye la fase inicial del proceso pastoral de preparación al matrimonio. Esta fase de acogida significa personalizar toda la pastoral prematrimonial: lo que interesa son las personas de los novios, con independencia de su asistencia o no a un curso.

En esta fase tienen lugar los primeros contactos entre los novios y los agentes de pastoral; a través de ellos es preciso orientar a aquellos respecto a los objetivos de este proceso de preparación, ya que no suelen coincidir con las expectativas que ellos traen.

PRIMERA PARTE

LOS TEMAS DEL CURSILLO

(He seguido los libros del primer bloque, especialmente Pamplona, Madrid y Málaga)

TEMA I.  LA ACOGIDA DE LA PRIMERA REUNIÓN DEL CURSILLO

 (Estamos todos de pié y empiezo así)

QUERIDOS NOVIOS: “Habéis venido aquí para que Dios garantice con su sello vuestro amor”. Con estas palabras u otras parecidas os recibirá el sacerdote en la Iglesia el día de vuestra boda. Queremos también que éstas sean las primeras palabras que escuchéis en este cursillo, en estos encuentros prematrimoniales. ¡Que todo lo que aquí hagamos estos días sirva para que vuestro amor crezca y se haga más hondo! ¡Que Dios os enriquezca y os dé fuerzas para que podáis cumplir vuestra misión de casados! ¡Que Dios esté siempre presente en vuestro corazón y en vuestra vida! De esta forma vuestro amor será eterno y superareis todas las dificultades del camino.

Con este deseo y por esta intención empezamos este cursillo prematrimonial en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:

-- en el nombre del Padre.., porque El nos soñó desde toda la eternidad, nos creó y nos dio la vida para que vivamos eternamente en su amor, del cual participamos en el matrimonio que es amor total y exclusivo entre dos personas como en la Trinidad es vida y amor total e infinito entre Tres Personas;

-- en el nombre del Hijo, porque vino a nuestro encuentro, nos salvó por su muerte y resurrección y nos abrió la puerta de la eternidad, de la vida de amor con Dios para siempre;

-- y en el nombre del Espíritu Santo que es el Amor de Dios, el Dios amor que une al Padre y al Hijo y a nosotros con El en una misma vida, amor y felicidad.

Y ahora cogidos de la mano, rezamos todos unidos a nuestro Dios Trino y Uno; trino en Personas y Uno en su Amor, Vida y Felicidad: Padre nuestro, que estás...

(Nos sentamos todos)

         Vamos a iniciar estos encuentros de preparación al matrimonio y podemos comenzar presentándonos unos y otros, para crear desde el primer momento un buen ambiente de cercanía y compenetración. Podemos preguntamos qué importancia tiene para nosotros la preparación al matrimonio. Habrá también que concretar qué pretendemos con este cursillo prematrimonial, qué temas vamos a tratar y cómo, entre todos, los vamos a hacer y completar.

         Empezaremos este primer encuentro reflexionando sobre la importancia de «casarse por la Iglesia», pues éste ha sido el modo que vosotros habéis elegido para uniros y constituir una familia. El casarse no meramente en la Iglesia, sino por la Iglesia, da mucha importancia y hondura y fuerzas a vuestro matrimonio por medio de un sacramento y la gracia de Cristo, pero hay que celebrarlo y recibirlo con las debidas disposiciones, que no son meramente humanas ni exigencias de la Iglesia, sino del mismo Cristo, que lo expuso con toda claridad en el evangelio.

SEGUNDA PARTE

TEMAS DEL CURSILLO EN PREGUNTAS Y RESPUESTAS

CAPÍTULO PRIMERO

1. ¿Cuánto tiempo antes de la boda tenemos que ir a la parroquia a solicitar la fecha?

         No se puede dar una respuesta común para todas las parejas porque las circunstancias pueden ser muy diversas, así quien ya ha hecho la preparación para el matrimonio bastaría que presentara un mes o mes y medio antes de la boda para dar tiempo[ congruente a la preparación de los documentos necesarios, y para que puedan publicarse las amonestaciones y proclamas que debe hacerse en tres días consecutivos de precepto.

         Pero si lo que queremos saber es cuánto tiempo antes de la boda debería presentarse en la parroquia quien no ha hecho todavía nada en orden a la preparación de su matrimonio, la respuesta es otra. Cuatro o cinco meses antes de la fecha elegida debería presentarse a uno de los párrocos de cualquiera de los contrayentes para manifestar el proyecto y recibir las primeras instrucciones. Habrán de participar en los cursillos de preparación comunes o en pequeños grupos o en una preparación individual. Estos modos y las fechas de los mismos condicionan el tiempo que debe preceder a la celebración. Esta preparación se refiere muy particularmente a la formación en la fe: comprender sentido del matrimonio en sí y del sacramento del matrimonio, el lugar que este sacramento tiene en la vida del cristiano, sus exigencias, sus disposiciones.

         Un acto eminentemente personal e irrepetible, íntimo, que no se puede comunicar y que es decisivo para la vida de los contrayentes, bien merece que se celebre con la máxima conciencia y serenidad. Nadie ni nada tiene derecho a estorbar la vivencia personal y gozosa de cada uno de los novios, que han decidido vivir en sí mismos la plenitud de la condición humana sexuada y redimida por Cristo. La calma y sosiego en la preparación son el primer indicio del valor que se da al acto y del aprecio de cada uno de los contrayentes al otro, para quienes son conscientes y esperan que el matrimonio constituya el máximo acontecimiento de su vida. Una bagatelización de este tiempo será irreparable. Lo más recomendable es que hagan la preparación ambos juntos.

2. Si nos casamos en la parroquia de uno de los dos, ¿qué pasos tenemos que seguir?

         En circunstancias normales hay que procurar ponerse en contacto con el párroco de la parroquia en donde se quieren casar: allí harán la preparación, allí iniciarán el expediente matrimonial. Cuando ambos viven en la misma diócesis podrá este párroco cumplimentar todo el expediente matrimonial. El novio que haya sido bautizado en una parroquia distinta de aquella en que se va a casar, deberá en todo caso presentar una partida de bautismo, que no sea más antigua de seis meses. Quien fue bautizado en la parroquia en que se va a casar, no necesita ninguna partida de bautismo.
         Cuando uno de los dos vive en parroquia distinta, de la que se van a casar, podrá también presentarse al propio párroco para que proceda a cumplimentar el medio expediente, un extracto del cual mandará una vez cumplimentado al párroco de la parroquia del otro contrayente, en la que se va a celebrar la boda.

         Esto será normal cuando se trate de domicilios, que se encuentren en diócesis distintas (por ejemplo el contrayente vive en Badajoz, y la novia vive Plasencia; este medio expediente, en tal caso, estará autenticado en su obispado. Según los casos hay que satisfacer unas tasas por ello, que les darán a conocer párrocos. Esta situación podría exigir que la preparación realice por separado.

         Cuando los contrayentes ya tienen casa, que será la casa futura después de la boda, puede en casos peculiares el párroco del futuro domicilio ser quien proceda a la cumplimentación del expediente, así como también se puede hacer cargo de la preparación; es la gran ocasión de entrar en contacto con quien ser futuro párroco de la familia.

         En el caso de que existiera algún impedimento canónico, que puede dispensar (por ejemplo si son primos) hay que comunica al párroco, para que cuanto antes se proceda a pedir la dispensa al Ordinario del lugar; el documento de la dispensa deberá incluido en el expediente. Así mismo, si uno de ellos fuera viudo deberá presentar la partida de defunción del primer cónyuge; documento que deberá igualmente incluirse en el expediente.

         El párroco les indicará los pasos que deben dar y los documentos que tienen que presentar para proceder, después de la boda a la inscripción civil del matrimonio.

3. Si nos casamos en una parroquia que no es de ninguno de los dos, ¿qué pasos tenemos que seguir?


         Para una boda en una Iglesia (sea una catedral, una parroquia, una ermita o un santuario) ubicada en una demarcación parroquial distinta a la de los dos contrayentes, se procede del mismo modo

         Se acude a uno de los párrocos propios para que cumplimente el expediente y atienda a la preparación, como vimos en el número anterior. Cuando el expediente está terminado, el párroco, que haya asumido la responsabilidad de la preparación y cumplimentado el expediente, mandará el expediente o un extracto del mismo (autenticado en su caso por el Obispado) al párroco de la parroquia en donde esté el lugar donde se vaya a celebrar la boda, que será la parroquia en que quedará inscrito el matrimonio. Este último es el párroco que deberá dar la facultad de asistir al sacerdote que celebre la ceremonia, y que es necesaria para la validez de la celebración. Hay unas tasas especiales para esos casos, llamados vulgarmente fuga de parroquia.
         Corresponde a los contrayentes puntualizar con el párroco y en su caso, con el rector o responsable de la Iglesia o lugar donde se va a celebrar la boda, todo lo referente al día, la hora y otros detalles de la celebración. Allí recibirán al finalizar la boda la documentación que deberán presentar para la inscripción del matrimonio.

4. Si nos casamos en otra diócesis, ¿qué pasos tenemos que seguir?

         La boda en diócesis distinta de la de los contrayentes se prepara del mismo modo que la dicha anteriormente. El párroco que haya cumplimentado el expediente preparará un extracto del mismo, lo hará autenticar por el propio obispado y se mandará al obispado del lugar donde se vaya a celebrar la boda. De allí lo comunicarán al párroco de la parroquia, en que se halle el lugar de la celebración. Ésta será la parroquia en que quede inscrito el matrimonio y allí darán a los contrayentes la documentación para la inscripción del mismo en el registro civil.

         Evidentemente es problema de los contrayentes el concertar el lugar de la boda y deberá satisfacer los aranceles que haya establecido para estos casos. Esto lo deberá aclarar con el párroco que prepara el expediente y con el del lugar de la boda.

 5. ¿Quién puede ser testigo del expediente y cuántos necesitamos cada uno?

         Testigo para cumplimentar el expediente matrimonial puede ser cualquier persona capaz de testimoniar y con voluntad de decir la verdad; debe ayudar en efecto a constatar si se dan los presupuestos por parte de las personas, que se van a casar, para una celebración válida del matrimonio.

         Naturalmente deberá conocer al contrayente sobre el que va a testificar, deberá ser persona de criterio y juicio y por ello lo más conveniente es que sea mayor de edad. No hay ningún inconveniente en que sea un pariente, aunque para evitar toda sospecha no sería lo más aconsejable que fuera un hermano.

         No hay que confundir estos testigos del expediente con los testigos del matrimonio: el testigo del matrimonio es absolutamente necesario para la validez de la celebración y su presencia forma parte de las solemnidades requeridas para la válida manifestación del consentimiento, que debe hacerse ante el párroco o su delegado y dos testigos.

         Para este testimonio basta que sea una persona con capacidad testificar lo que ve y oye, deberá por ello estar presente en ceremonia, sin que importe el sexo, la edad, religión o cultura la relación o conocimiento personal.

6. ¿En qué consiste el expediente matrimonial?

         El expediente matrimonial es un protocolo que se cumplimenta antes de la celebración del matrimonio, cuya finalidad es constatar que nada se opone a la celebración válida y lícita d matrimonio. Esta constatación interesa ante todo a los que se v a casar, de modo que sepan que nada se opone a su matrimonio que lo van a recibir no sólo válidamente sino también con el fruto del sacramento.

         Por eso, al cumplimentar el expediente se les instruye sobre las cualidades de la persona y sobre los impedimentos, sobre la libertad necesaria de su consentimiento, sobre las circunstancias que pueden viciar el consentimiento, sobre los conocimientos religiosos necesarios.

         La celebración válida del matrimonio interesa también a Iglesia, a quien representa el párroco encargado de realizar el expediente, y que tiene la responsabilidad de que los sacramentos se celebren provechosa y lo más dignamente posible para la santificación de los fieles.

         También el pueblo cristiano tiene una intervención en esa constatación y a ello responden las tradicionales amonestaciones, que son la proclamación durante tres fiestas del proyectado matrimonio, para que responsablemente haya oportunidad de manifestar cualquier circunstancia pro la que el matrimonio no pudiera celebrarse válidamente con el fin de resolver la situación o evitar quizá un grave perjuicio a personas inocentes.

         Las proclamas con también parte integrante del expediente matrimonial.
Al párroco especialmente corresponde ayudar a eliminar cualquier dificultad o impedimento que pudiera surgir a los largo de la cumplimentación  del expediente.

         Realizado el expediente positivamente y hechas las proclamas o amonestaciones sin que se presente ninguna objeción, el matrimonio se puede celebrar sin más.

7. ¿Por qué cuando me caso por la Iglesia al mismo tiempo me caso por lo civil?

         Porque para los católicos existe un solo matrimonio, que es el celebrado en la Iglesia delante del sacerdote, que preside, y de dos testigos. Un matrimonio celebrado ante el representante civil no sirve para constituir el matrimonio de un católico, que esté obligado a la forma canónica de celebración del matrimonio. El Estado Español no ha querido obligar a todos los ciudadanos a casarse civilmente, aún contra su conciencia, y ha reconocido, como desarrollo del derecho de libertad religiosa de los ciudadanos, la conciencia del católico, que sostiene que no existe para él ningún otro matrimonio que el religioso o canónico. Al Estado le basta que el ciudadano le comunique que está casado, a fin de poderlo tratar civilmente como tal, por eso se acordó el modo de hacer esta comunicación en el Acuerdo jurídico entre la Iglesia Católica y el Estado de 1979.

         Eso no obliga al Estado a aceptar las leyes canónicas como civiles, pero tampoco le impiden que reconozca la voluntad de los ciudadanos católicos, que por motivos religiosos aceptan una doctrina y moral matrimonial más exigente que la presentada en las leyes civiles.

         Con ello el estado no favorece a los católicos sino que fomenta el derecho fundamental de libertad religiosa (como lo ha hecho después con los miembros de otras religiones), sin verse obligado a reconocer como válido un matrimonio, que según las propias leyes sería imposible.

8. ¿Qué pasos debo seguir si me caso con una persona divorciada y no casada por la Iglesia?

         Tratándose de un católico que debería haberse casado por Iglesia, pero que se casó sólo civilmente y luego se divorció, debe proceder a hacer el expediente matrimonial como en los casos normales, advirtiendo al párroco la circunstancia, para que él actúe en consecuencia. Por prudencia se debería presentar sentencia de divorcio, puesto que el matrimonio canónico tendrá que comunicar al juzgado para su inscripción. El hecho del matrimonio civil no es impedimento para la celebración un matrimonio canónico, por tanto, por esta causa nada se opone al matrimonio. Sólo que en el caso en que la persona casada civilmente y divorciada tenga obligaciones naturales pendientes con hijos o con la parte a la que estuvo unido, no puede  sacerdote asistir a ese matrimonio sin licencia del obispado.

9. ¿Qué pasos debo seguir si me caso con una persona que tiene sentencia de nulidad?

         En primer lugar hay que cumplimentar el expediente matrimonio como en los casos normales, teniendo en cuenta que habrá q aportar, junto a los otros documentos ordinarios, la sentencia nulidad del tribunal eclesiástico del primer matrimonio.

         Pero además tendrá que presentarse igualmente la homologación civil de la sentencia de nulidad para que haya constancia de que la persona, que estuvo casada, está libre también civilmente; si esto no se pudiera hacer, el párroco habrá de comunicarlo al Obispado. Habrá que dar una solución a esta situación anómala, porque dada la declaración canónica de la nulidad del matrimonio la convivencia conyugal no es legítima. La razón por la que es necesaria la presentación de homologación es que el nuevo matrimonio tendrá que inscribirse civilmente y en caso de que no se hubiere homologado la sentencia, la persona aparecería como bígama para la autoridad civil.

10. ¿Qué pasos debo seguir si me caso con una persona no bautizada?

         Para casarse con una persona no bautizada además de todos los requisitos de los matrimonios normales hay que pedir la dispensa del impedimento llamado de disparidad de cultos. La razón de este impedimento es el peligro para la fe de la parte católica y la gran dificultad de vivir la comunidad íntima de vida, que es el matrimonio, entre dos personas, en que hay discordancia en un punto tan importante de su vida, la posición de la persona ante Dios, que determina su modo de estar en el mundo. Por ello para obtener la dispensa ha de haber una causa que justifique ese matrimonio.
         Pero además el católico tiene que hacer una declaración de que está dispuesto a evitar cualquier peligro de apartarse de la fe, y ha de prometer que hará cuanto sea posible para que todos los hijos sean bautizados y se eduquen en la Iglesia Católica: esta declaración y esta promesa las hará por escrito.

         La parte no bautizada no tiene que hacer ninguna declaración, pero se le tiene que comunicar, también por escrito, la declaración y promesa hechas por la parte católica, de lo que se debe dar por enterado. Hay todavía otra exigencia obvia: ambas partes deberán ser instruidas con claridad sobre los fines del matrimonio, que son la mutua ayuda y la generación y educación de la prole, y sobre las dos propiedades esenciales del matrimonio que son la unidad y la indisolubilidad, fines y propiedades que no pueden ser excluidos por ninguno de los dos.

         Esta especial instrucción es necesaria por el riesgo de que parte no católica pueda pensar y querer un matrimonio, en que sea posible la poligamia o el divorcio (el matrimonio es de uno con una y para siempre) o pueda excluir la relación conyugal interpersonal en igualdad para bien de la otra parte o bien excluya los hijos.

11. ¿Tenemos que hacer una preparación para casarnos por la Iglesia?

         Evidentemente hay que hacer una seria preparación para casarse por la Iglesia. Es lo menos que se puede pedir en asunto tan grave, que es para toda la vida y en el que se juega felicidad de ambas partes y de unos hijos. Para cualquier o negocio importante, en que quizá se ponga en juego mucho menos que en éste, no dudamos de procurarnos una preparación. Hay que conocer los deberes fundamentales de esposos entre sí, hay que saber lo que significa la fidelidad por qué es necesaria y la exige la misma donación que se hace de sí mismo, hay que saber lo que cada uno ofrece y da a la otra parte, que es más que su tiempo, su afecto, su compañía: es una parte de la propia libertad, de sí mismo.

         Y hay que saber lo que significa el sacramento del matrimonio: imagen del amor de Jesucristo a la Iglesia, consagración de la unión humana como fruto del amor, fuente de la felicidad que Dios promete a los hombres, compañía que da sentido a la propia vida y elimina de modo humano la terrible soledad de la persona humana, presencia del amor de Dios, que se transmite junto con la vida, don misterioso, gratuito y que no tiene parangón.

         Hay una llamada a la santidad para los esposos: la preparación ayuda a comprender en qué consiste la santidad de los esposos: cuál es el plan de Dios sobre el matrimonio y la vida conyugal y cómo ese plan de Dios se realiza en concreto en unos esposos.

         La preparación para el matrimonio por lo que respecta a las exigencias humanas del matrimonio no es de sí una tarea propia de la Iglesia: la familia, la sociedad y en su parte el Estado debería de tal manera ofrecer una formación a sus miembros y ciudadanos, que cuando llegasen a la edad núbil tuvieran la formación que requiere el hecho de decidirse a formar una familia, la conciencia clara del respeto mutuo, de las obligaciones para con el cónyuge, de la igualdad de ambos en cuanto a sus obligaciones en orden a los deberes y derechos conyugales, la responsabilidad de los padres respecto a sus hijos.

         Es deber de una sociedad bien organizada y tuteladora de ciertos valores, derivados de los derechos fundamentales aceptados por todos, el procurar que sus ciudadanos tengan los conocimientos y la formación humana que requiere la constitución de una familia. Si la Iglesia se ha preocupado de esa formación en todos los aspectos y ha ido desarrollando en su apostolado especial distintos métodos, lo ha hecho supliendo deficiencias de la sociedad y despreocupación o desorientación e inseguridad en estos menesteres de quienes debían procurarlo.

         A la Iglesia corresponde aclarar a los fieles el sentido del matrimonio sacramento, pero si para llegar a él es necesario suplir la formación sobre lo que supone y exige en la persona el matrimonio, la Iglesia no puede, en asunto tan grave e importe para la salvación y santificación, dejar a sus hijos en confusión, no tiene otro camino en su mensaje que ayudar comprender y a asumir lo que es la comunidad humana conyugal, la parte que en ella tiene el amor, lo que es la solidan familiar, la responsabilidad de la familia en la sociedad ejercicio humano de la sexualidad, sus abusos y peligros, lo es la paternidad responsable, las dificultades de la convivencia y cómo superarlas, las responsabilidades con los hijos. ´

         Todo eso es lo que estamos pensando cuando se habla de preparación al matrimonio: ¿quién puede poner en duda necesidad de la preparación para el matrimonio, además descubrimiento del matrimonio misterio y sacramento?
Es una reflexión no sólo oportuna, sino que urge a cualquier persona que se asome con sensatez a lo que su decisión va a suponer para el futuro de su vida. Los padres que hayan comprendido esto con seguridad serán capaces a su tiempo, como es su deber iniciar en esta magnífica aventura a sus hijos.

12. Si uno se casa por la Iglesia, ¿Se puede divorciar?

         El matrimonio de los católicos, es para siempre, indisoluble es la expresión común, por eso un católico cuando está verdaderamente o válidamente casado no se puede divorciar. Sólo existe una situación peculiar en la que un cristiano podría pedir al Santo Padre la disolución de su matrimonio: cuando entre los esposos, por la razón que fuere, no hubiera existido consumación del matrimonio. En este caso y existiendo una causa justa podrían ambos o cualquiera de los esposos pedir al Papa la disolución de su matrimonio, que es en realidad un divorcio; pero la disolución no la produce la voluntad de los esposos, sino la decisión de la suprema autoridad de la Iglesia. Fuera de ese caso los católicos no se pueden divorciar ni su matrimonio se puede disolver de modo que, los que estuvieron casados, se puedan volver a casar por la Iglesia.
         Cuestión distinta es si un católico casado válidamente por la Iglesia se podría divorciar civilmente. Ante todo hay que saber que si un católico válidamente casado se divorcia civilmente, este divorcio ante la Iglesia no tiene ninguna relevancia en cuanto a la disolución del vínculo, es decir las personas siguen consideradas casadas y en consecuencia su nuevo matrimonio es para la Iglesia inválido, lo que significa que ante la Iglesia estas personas viven públicamente en situación moral irregular y que por ello no pueden acceder a recibir los sacramentos.

         Ahora bien, si la persona católica divorciada civilmente permanece sin casarse, su situación es bien distinta: es cierto que las personas casadas tienen la obligación de la convivencia conyugal, porque éste es el modo de vida normal, en que pueden vivir la realidad de su matrimonio y cumplir los dos fines del mismo.

         La complementariedad y el bien de ambos en los diversos ámbitos de la vida humana y la generación y educación de los hijos.

         Esta convivencia, sin embargo, puede por causas justas y graves interrumpirse, y así si se diera una circunstancia en que el divorcio fuera el único medio de resolver una situación que exigiera la separación, o fuera el único modo de legalizar civilmente una declaración de nulidad del tribunal eclesiástico, podría estar justificado; en el primer caso permaneciendo el vínculo y sin la posibilidad de otro matrimonio canónico, y en el segundo pudiendo casarse al haber sido declarado nulo eclesiásticamente el anterior matrimonio.

         A este respecto hay que tener en cuenta que los católicos españoles por el hecho de haber celebrado el matrimonio según las normas de la Iglesia, que supone su reconocimiento por del Estado en virtud del Concordato con la Iglesia en España, no por eso dejan de estar sujetos y ser titulares de los derechos como españoles, y por tanto tienen los mismos derechos demás, si bien es cierto que deben saber que para ellos el divorcio civil no afecta para nada a su matrimonio y que deben obrar según las exigencias morales de la Iglesia.

13. Si uno se casa por la Iglesia, ¿puede no querer tener hijos?

         Uno de los fines del matrimonio son los hijos. Si ambos o uno
de los que se van a casar excluyera de su voluntad de matrimonio clara y explícitamente los hijos, la doctrina de la Iglesia enseña que el compromiso que se asume no es la constitución de una relación conyugal —de esposos—, sino un convenio de convivencia de dos personas, distinto esencialmente del matrimonio, por muy parecido que fuera a la relación conyugal en otros aspectos, y esto la Iglesia lo sostiene no solo del matrimonio de los católicos, sino de todo verdadero matrimonio.       La Iglesia puntualiza muy claramente la realidad conyugal: hay realidades de relación entre hombre y mujer que pueden parecerse más o menos al matrimonio, pero a las que les falta alguno de los elementos fundamentales o esenciales. En tal caso lo que la voluntad de las partes quiere y contrae no es el matrimonio, sino una convención entre ellos cuyo contenido se basa únicamente en su voluntad y no en los indicativos de la naturaleza misma sexuada de hombre y mujer.

         Esta realidad natural les ordena uno al otro y no sólo les complementa sino que a esa complementariedad está intrínsecamente unida la participación en la transmisión de la vida. De ahí se comprende que uno de esos elementos esenciales o fundamentales sea la voluntad de tener hijos: a saber, no excluir las relaciones sexuales y tenerlas abiertas a la generación. La exclusión total de esa actitud, no tener hijos y procurar el aborto en el caso que se fueran a dar, hace que la relación que se pretende establecer no sea matrimonial o conyugal. Si ello fuera de acuerdo por ambas partes, sería tergiversar la voluntad de la naturaleza, y si fuera por parte de uno solo sería además un fraude en relación al otro cónyuge.

14. ¿Qué puede impedir que sea una opción libre el matrimonio por la Iglesia?

         El matrimonio lo constituye el consentimiento; éste es un acto de la voluntad libre y deliberado, con intención de matrimonio. Si el consentimiento por la razón que fuera, externa como pueden ser graves amenazas, o interna por un defecto psíquico trastorno de la conducta, que le impidiera a uno de los contrayentes o bien el deliberar sobre lo que va a hacer y los compromisos y deberes y derechos que asume, o bien le sitúa en situación habitual o actual de confusión o turbación de las facultades o potencias internas de la persona, que no es capaz de decidir por sí mismo, entonces el matrimonio no sería fruto de  una elección deliberada y libre.

         Nadie tiene derecho a forzar a nadie a contraer matrimonio, ni a contraerlo con una determinada persona, como tampoco puede impedir el matrimonio con la persona que se elige libremente y quiere a su vez el matrimonio; esto sin embargo no impide el buen consejo de gente próxima, sobre todo de los padres, pero siempre sin forzar. Presiones aparentemente sin malicia pueden crear en hijos de carácter dócil y de gran  admiración por los padres una situación forzada, conocida con el nombre de temor reverencial, que puede eliminar la libertad mínima necesaria en el consentimiento. Por su misma índole el matrimonio ha de ser de dos personas que se quieren casar entre sí por propia y libre decisión.

         Naturalmente si se da alguna de estas situaciones anómalas no cabe duda que la vida conyugal nacida de tal situación va a tener gravísimas dificultades y no es difícil pronosticar un fracaso de matrimonio. Si esto sucede y luego se pide la declaración de nulidad, para poder recomponer la propia existencia, habrá de ser un proceso judicial el que tenga la misión de aclarar que las cosas fueron así, y en este proceso se hará necesaria la intervención de peritos, que puedan aportar luz con su análisis, para que el juez eclesiástico llegue a la certeza de que la situación fue ésa y que en efecto no existió nunca un verdadero matrimonio, porque faltó el necesario consentimiento libre.

15. ¿Qué es la nulidad matrimonial?

         Declaración de nulidad y divorcio son dos situaciones con algún parecido, pero esencialmente distintas. En ambos casos frecuentemente una pareja ha convivido unos años como marido y mujer y posteriormente se separan y forman otra familia. En un caso, fracasado el matrimonio, se constata que aquel matrimonio no fue válido, con lo que las dos partes pueden contraer nuevo matrimonio; en el otro, fracasado el matrimonio, dos personas se divorcian civilmente y la ley civil (no la eclesiástica) les permite un nuevo matrimonio civil.

         Las dos parejas han tenido una experiencia existencial matrimonial por algún tiempo, han vivido una rotura y luego otro matrimonio: las semejanzas son patentes, pero también las diferencias.

         EI matrimonio es nulo cuando se contrajo inválidamente. En realidad se trata de un matrimonio aparente, pero que no existe; se celebró externamente como todo matrimonio, pero al faltar, en el momento de la celebración, alguno de sus elementos esenciales o algún requisito o presupuesto necesario, aquella celebración no produjo el efecto que por su apariencia cabía esperar y sin duda era pretendido por quien fue a ella de buena fe: el matrimonio no se produjo. La consecuencia es que los que pueden aparentar ser verdaderos esposos no lo son, lo sepan o no lo sepan. Y esto tanto si aún siguen viviendo juntos como tales, como si ya se han separado, después de que su matrimonio, con una cierta lógica humana en gran parte de los casos, fracasó; lo que sólo existía en apariencia, no se sostuvo.

         Cuando la nulidad del matrimonio tiene una causa que se puede eliminar o de hecho ya hubiera cesado, lo lógico es que, si el matrimonio perdura, se trate de sanar la situación y se convalide el matrimonio.

         Pero cuando la causa de nulidad no se puede subsanar o el matrimonio ya está destruido y no tiene sentido convalidarlo se tiene que proceder a la declaración de la nulidad. Ahora bien, la constatación de la nulidad de un matrimonio, y por ello también de un sacramento, es una cuestión estrictamente judicial, que exige las mayores cautelas: es el juicio sobre la nulidad del matrimonio. La nulidad matrimonial es entonces la declaración tribunal eclesiástico de que un matrimonio fue contraído inválidamente y por tanto no ha existido nunca.

 16. ¿Qué causas pueden hacer nulo el matrimonio?

         Siguiendo el discurso del punto anterior se tendrá que tener nulo un matrimonio en el que faltan:

a) El elemento que lo constituye, el consentimiento libre de partes. Y esto puede ser o bien porque la persona es incapaz de tal consentimiento por falta de discreción de juicio en asuntos matrimoniales, o por incapacidad de asumir la realidad conyugal por causas de naturaleza psíquica, como podría ser la ninfomanía. O bien porque el consentimiento que puso estuvo viciado, porque simplemente simuló el matrimonio o excluyó expresamente alguno de los fines, propiedades u otro elemento esencial del matrimonio, o porque estuvo viciado por error o por miedo.

b) Alguno de los requisitos o presupuestos esenciales en los que se casan, como sucede con los que tienen algún impedimento matrimonial, así el que ya está casado, el sacerdote o el  pariente en determinados grados etc.

c) Las formalidades necesarias para su constitución, en casos ordinarios la manifestación del consentimiento matrimonial ante el párroco y dos testigos.

         Estos son los tres posibles grupos de causas que producen la nulidad de un  matrimonio: por defecto de consentimiento, por existencia de un impedimento y por defecto de forma canónica. Fuera de éstos no existe ninguna causa que pueda dar origen a la nulidad de un matrimonio para los católicos, todas ellas en verdad se resuelven en distintos supuestos.

         Cuando un matrimonio se celebra a pesar de que exista alguno de estos supuestos, y basta uno solo de ellos, existe una apariencia del matrimonio pero el matrimonio ni siquiera empezó a existir. Para que se pueda afirmar que un matrimonio no se produjo, es nulo, no basta que así lo opinen las partes o una de ellas: en la Iglesia se procede a la constatación de la nulidad del matrimonio mediante un proceso ante el juez eclesiástico, que finaliza con la sentencia de nulidad, que es una declaración de que el matrimonio nunca existió, existió solo apariencia de matrimonio. Esto es muy distinto del divorcio: divorcio sólo se puede dar cuando existió el matrimonio, existía el vínculo matrimonial y este vínculo fue disuelto por una disposición del juez (civil); en la declaración de nulidad no existió disolución porque nunca existió el vínculo matrimonial, hay declaración de que el matrimonio no se dio.

17. Si nos casamos por la Iglesia, ¿tenemos que tener todos los hijos que vengan?

Ya hemos visto que los hijos no pueden ser excluidos de la voluntad de matrimonio, so pena de que el matrimonio sea nulo por un vicio del consentimiento.

         Pero no excluir los hijos no significa que los hombres en este grave problema, como en otros, con cumplan el mandato de la naturaleza de un modo racional. La racionalidad distingue al hombre de los otros seres vivos.

         Uno de los grandes valores de la Encíclica «Humanae vitae» fue precisamente el formular el concepto de la «paternidad responsable»: no porque lo hombres puedan engendrar, ya han engendrar tantos hijos como físicamente puedan. Como no es ejemplar el hecho, que se da en otras culturas en que los hombres pueden asumir diversas mujeres, que un jeque que tenga 30, 40 hijos. Los hijos son una bendición, pero no sólo para los padres, lo han de ser también para sí mismos, y los hijos no atendidos por los padres, discriminados, no son precisamente con sus disputas y rencores una bendición a la postre.

         Habrán de saber discernir cuántos hijos pueden y están dispuestos a recibir y a educar. Y en este problema jugamos con dos principios: por una parte la grandeza de la transmisión de la vida, la postura de generosidad y disposición al sacrificio a favor de los nuevos seres, a pesar de las privaciones que ellos conllevan. Es una posición que tiene como valores el agradecimiento a Dios del don de la propia y  el cultivo de una cultura de la vida como primordial valor, que bien merece a una pareja asumir las máximas privaciones que le sean posibles: es un primer problema de generosidad, gratitud y confianza en el Señor.

         Por otra parte, sin embargo, hay que ver hasta qué punto la pareja racionalmente tiene capacidad mantener y educar a sus hijos en la concreta situación social en que las personas se encuentran. Ésta es una carga de conciencia para los buenos cristianos y los hombres de buena voluntad. La solución de la antinomia no es formulable: cada pareja ha de examinar su conciencia y ver hasta dónde llegan sus posibilidades y su generosidad con Dios y con la vida.

18. ¿La Iglesia permite algún método anticonceptivo?

Una paternidad responsable, que condujera a la decisión de limitar el número de hijos de una pareja, exige el encontrar un modo de control, que no se oponga a los planes de Dios. Lo que conlleva que no desnaturalice la sexualidad, como si su única razón de ser fuera la satisfacción de una apetencia sexual, sin ningún elemento humanizante superior y desligada totalmente de la transmisión de la vida.

         » esos modos de control se les denomina métodos naturales, que evitan el tener relaciones sexuales plenas los días o tiempos en que se puede dar la fecundación de la mujer. Es una cuestión de disciplina y de conocimientos: por una parte preocuparse de conocer esos tiempos siguiendo los ciclos periódicos de la mujer, sobre todo cuando estos son regulares y controlables o regulándonos o utilizando diversos medios de control de la temperatura; de ello le informarán con precisión en los centros de acogida o en los consultorios católicos. Y por otra parte con el sacrificio y fuerza de voluntad apoyados en la gracia del Señor, de saberse abstener fuera de esos tiempos. Lo que no se puede es utilizar medios abortivos, que constituirían un grave pecado y delito canónico, haciendo desaparecer el óvulo fecundado, ni tampoco con aquellos métodos, que desnaturalizan las relaciones sexuales, reduciéndolas exclusivamente a la búsqueda exclusiva de la satisfacción de las apetencias sexuales, eliminando cualquier otra consideración humanizante.

19. Si nos casamos ¿nos obligamos a bautizar a nuestros hijos?

El bautismo de los niños es una práctica muy antigua de Iglesia. También el niño es una persona humana y tiene derecho a la incorporación a Cristo y a la Iglesia, a la que está destinado desde el momento que nace; privar a una persona humana de ese bien, sólo porque es un niño, no tiene ninguna justificación. Por eso esta práctica se fue imponiendo pronto. Evidentemente los tiempos, en que la mortalidad infantil era muy elevada, padres cristianos quisieron asegurar la incorporación de hijos a Cristo, pidiendo, en la fe de ellos, y con la voluntad transmitirles aquella fe y la libertad de los hijos de Dios bautismo de sus infantes, a fin de evitar que murieran sin él.

         El bautismo de los niños no quita a la persona cuando llega edad adulta la libertad de decidir personalmente sobre la personal. Por otra parte la persona humana va llegando a la adultez a ritmo humano en todos los ámbitos de su desarrollo, y en todos ellos lo hace dentro de la cultura de su entorno, el cual le condiciona, pero no le quita la libertad, al contrario es el único medio de que se desarrolle esa libertad de decisión con naturalidad.

         Por el contrario desligar a una persona de su entorno real es condicionarla fatalmente para la comprensión de la vida en que está inmersa, lo cual entorpece muy gravemente su desarrollo homogéneo, puesto que en todo aquello en que se le aparta del entorno real se le hace vivir y valorar las cosas desde una ficción, que responde más bien a la opinión o ideología peculiar e impositiva de quien decidió el que no fuera bautizada ni educada cristianamente.

         Esta situación con características impositivas, contraria al ambiente, no es precisamente la mejor atmósfera para la educación en libertad, y la tensión entre la ficción, en que se le hace vivir, y el entornos cultural, es más bien propicia a una confusión interna que puede conducir a sentirse a veces fuera de la realidad, en un aislamiento, en un mundo distinto del que le rodea. 

         La Iglesia manda a los padres católicos que bauticen a sus hijos en las primeras semanas después del nacimiento: criterios que deben prevalecer para la fijación de las fechas son el de la salud del hijo (en peligro de muerte cuanto antes), el de la salud de la madre porque la Iglesia prefiere hoy que las madres estén presentes en el bautizo de los hijos; después la preparación de los padres y otros a propuesta del párroco.

20. ¿Tenemos que confesarnos antes de la boda?

El matrimonio es un sacramento que debe recibirse en gracia de Dios: los que se casan no tienen que tener la conciencia de que han cometido un pecado grave del que no se han confesado ni se han arrepentido. Si así fuera no podrían recibir el fruto del sacramento, la gracia o ayuda sacramental que acompaña a la celebración del sacramento; el sacramento sería válido, pero por falta ole la debida disposición, la fuerza del Señor que deberían recibir con la celebración no la recibirían, no porque Dios no se la quiera dar, sino porque no la pueden ni quieren recibir.

         La Iglesia recomienda, no manda, que los que van a contraer matrimonio se confiesen, y lo hace porque cuando los que van a casarse no tienen pecado grave no tienen necesidad de confesarse, pueden recibir fructuosamente el sacramento; la recomendación es sin embargo clara, si nos atenemos a la realidad pecadora del hombre.

         La forma ordinaria de que se nos  perdonen los pecados graves es la confesión sacramental, ella nos garantiza nuestra reconciliación con Dios, será la mejor preparación personal pata matrimonio. Además la Iglesia recomienda que se celebre boda dentro de la celebración de la Eucaristía, sacramento eminente del amor, y para recibir la Eucaristía se necesita que reconciliación con Dios y el perdón de los pecados lo hayamos recibido en la absolución sacramental; no basta el acto contrición. Si la confesión es la mejor preparación para celebración del matrimonio, la Santa Misa es el marco más apropiado para la celebración de unas bodas.

21. ¿Después de la boda tenemos que ir a misa los domingos y festivos?

         La obligación de ir a misa los domingos y festivos es de todos los cristianos, los que se casan y los que no se casan.

         El no cumplir con esta obligación, una de las más importantes obligaciones prácticas del cristiano, no supone que el matrimonio que se contrajo no tenga sentido. El matrimonio es una gran oportunidad para revisar la vida de un cristiano y para tratar de ordenar la nueva etapa de la vida de modo que responda a condición de cristiano.
         Si uno es practicante tiene que procurar desde ahora sentirse cristiano en cuanto esposa o esposo, incluyendo en su vida cristiana las responsabilidades y deberes, que le impone nuevo estado, tratando de entender cada vez mejor el significado de su unión esponsal e imitando el amor de Cristo a la Iglesia y su plena donación, que como en ninguna otra práctica de culto podrá vivir en la participación en la Eucaristía.

         Si uno ha abandonado un tanto las prácticas religiosas debería replantearse su vida a la vista de las exigencias de su nuevo estado y recordar que la fe ilumina al hombre para entender el sentido de su vida y no menos el de su matrimonio, y del Señor le vendrá además la mayor fuerza para superar las propias debilidades, los engaños del espíritu malo y las dificultades, que acompañan la vida de los hombres. Nada como el auxilio del Señor.

         Y lo mínimo que debería tratar de garantizar en su vida a este respecto, debería ser la presencia activa en la misa los días festivos, so pena de ir perdiendo la visión cristiana de la vida, la comprensión del amor cristiano y en definitiva la fe en Jesucristo, el Señor, que nos amó y nos redimió para nuestro bien y felicidad. Este precepto de la Iglesia trata de tutelar en nosotros el cultivo mínimo de la fe; este bien es el que por nuestra desidia podemos perder. Ni Dios ni la Iglesia nos castigan, somos nosotros mismos los que dejamos endurecer nuestro corazón abandonando esta práctica religiosa fundamental.

22. ¿Es preciso que nos casemos celebrando la Misa?

La celebración de sacramento del matrimonio es independiente por sí misma de cualquier otra celebración, de modo que no es necesario que se celebre dentro de la celebración de la Santa Misa, que es de todos modos lo usual. Y es así porque la Iglesia recomienda que las bodas se celebren en el marco de la celebración eucarística.

         Se comprende que sea así, porque la Eucaristía es el sacramento del amor, en que los cristianos unidos a Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote y principal ministro, nos unimos con Dios y, al mismo tiempo, en Él Hijo de Dios pero hombre como nosotros, nos unimos todos como hermanos: es el sacramento de la unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios, supremo signo de lo que es la Iglesia, manifestación de la última esencia de la misión de la Iglesia en el mundo, y del amor de Dios a los hombres en Cristo Jesús.

         Es de esta manera el marco apropiado para la celebración del sacramento del amor humano, en que ese amor de Cristo se significa. Pero eso que es un bello simbolismo no es ni necesario ni obligatorio, si bien es cierto que es la praxis elegida normalmente por los fieles, que entienden la recomendación de la Iglesia y, fuera de casos especiales, suelen elegir la celebración del matrimonio dentro de la Misa. El sacramento del matrimonio sólo de por sí tiene su propia entidad y una completa celebración, aunque su marco idea sea la celebración de la Misa.

23. ¿Es preciso estar confirmados para casarse por la Iglesia?

El matrimonio por su misma naturaleza es un sacramento de adultos, no sólo en el sentido humano natural, sino también de adultos en la fe. Es decir, es lo propio que un cristiano, cuando piensa casarse, haya recorrido ya toda la iniciación cristiana. Que como cristiano haya superado los pasos de formación y experiencia de vida cristiana, que corresponde a un cristiano consciente, que se va a enfrentar con los deberes y derechos propios de los casados en orden a la vida conyugal y en orden a la paternidad/maternidad, con todas las consecuencias que ello tiene para la vida y perfección personal, la educación en la libertad y en la fe de los hijos.
         Se va a enfrentar además a las responsabilidades en la vida pública de quienes como familia forman parte y constituyen una cédula elemental y esencial de la sociedad civil y eclesiástica, de la propia nación y de la Iglesia.

         Si hemos hablado de la preparación al matrimonio, no estábamos entonces refiriéndonos a la «iniciación» por así decir, al sacramento del matrimonio; esta preparación e iniciación es propia de todo sacramento y se refiere a aquello que un cristiano tiene que conocer y saber, en cuanto viene exigido por cada uno de los sacramentos. Especialmente es ello notable en los sacramentos de «estado» como son el matrimonio y el orden sagrado, que por su índole sitúan al cristiano en el plano social o público y que exigen unas responsabilidades, que superan el ámbito privado de la propia salvación o santificación.

         Distinta de esa iniciación a cada sacramento hemos de distinguir la «iniciación cristiana», que es el recorrido que tiene que hacer en su vida un cristiano, desde que es consciente de su fe y la desarrolla, para que constituya un elemento decisivo en la configuración de su existencia es un proceso largo, como largo es el proceso de la educación en el plano humano. En ese recorrido la iglesia sitúa tres sacramentos, indicativos de los objetivos importantísimos en el crecimiento de la conciencia del cristiano: el bautismo, el inicio del que ya hablamos y que en la práctica entre nosotros se da en la fe de los padres, pero que ellos deben cuidar que se desarrolle (la educación en la fe de los hijos a la que se comprometen).   

         Un segundo paso en el que se sitúa la confirmación, que es una gracia del espíritu, para ser capaces de defender la fe, de dar razón de la misma, de ser testimonio consciente, a medida que se va creciendo, de la fe que se cree y de sus exigencias morales y sociales en la configuración de la propia vida como persona y como cristiano.

         Y un tercer sacramento, que indica el fin de la iniciación, que es la eucaristía, de la que también hemos hablado, y que supone que el cristiano comprende cual es la misión de la Iglesia en el mundo y cuales son los mandamientos, que resumen las actitudes de vida de un cristiano: vivir la Eucaristía, tomar parte activa en ella con todo su significado es haber superado ya en la experiencia cristiana la fase de la iniciación cristiana.

         Habrá ahora que vivir así y para ello tenemos el sacramento de la penitencia y de la comunión, y habrá que saber morir como cristianos y para ello tenemos el sacramento de la unción de los enfermos; pero ya está la iniciación del cristiano, en cuanto a itinerario en que se experimenta la acción de Dios en nosotros, completada.

         Entonces es lógico que cuando un cristiano vaya a recibir el sacramento del matrimonio, haya vivido esos pasos de la iniciación cristiana, en la que uno de los pasos es el sacramento de la confirmación y lo haya vivido en todo su significado. Es lo normal, lo que debe hacer un cristiano consciente y que aprecia los medios de santificación que Dios ha puesto a nuestra disposición.

         En realidad no es consecuente el que un cristiano que pudiendo no reciba este sacramento de iniciación cristiana, se presente a recibir un sacramento de madurez cristiana como es el matrimonio. El mismo hecho de no entenderlo constituirá ya un signo de la falta de madurez cristiana, que sería de esperar y que sería la conveniente, algo falta.

         ¿Quiere esto decir que el haber recibido la confirmación es absolutamente necesario para poder contraer matrimonio válidamente? No, no es así, la Iglesia no lo impone, lo recomienda seriamente por coherencia, pero también por la naturaleza misma del sacramento.

         Es cierto que no es lógico que un cristiano, que quiere ser un buen cristiano casado, se despreocupe de recibir los sacramentos, cuya recepción consciente y bien preparada constituye el proceso normal de formación y son ciertamente aquellos pasos, a los que Dios ha unido su gracia, para completar la iniciación cristiana.

         Esto nos hará comprender la recomendación seria de la Iglesia y el que haya ordenamientos diocesanos que faciliten y exijan la recepción de la confirmación antes de la celebración de la boda y que aprovechen la preparación al matrimonio como una buena oportunidad para completar aquello, en que, con o sin culpa, han sido negligentes los que van a acercarse al gran sacramento del matrimonio. Si no es absolutamente necesario, sí es pleno de sentido y su desprecio sería indicativo de que una persona quizá no llegue a la mínima comprensión de la fe.

24. Si estamos casados por lo civil, ¿podemos casarnos por la Iglesia?

         Ya sabemos que el matrimonio civil para un católico, que está obligado a casarse por la Iglesia, no tiene valor constitutivo, ahora bien una vez hecho, si aquellos dos católicos, que se casaron civilmente no tienen ningún impedimento para casarse por la Iglesia, lo mejor que pueden hacer es casarse de verdad: dar realidad en sus vidas de fe a aquello que no tiene valor de matrimonio para la Iglesia. Así que aquellos casados civilmente, que no tienen nada que se oponga a su matrimonio católico, no sólo pueden, sino que deben casarse por la Iglesia, y establecer su vida de casados, no sólo en el marco del ordenamiento civil, sino en la realidad de su existencia como cónyuges, como marido y mujer, en la consideración de la comunidad cristiana.

         Para proceder a este matrimonio se hace lo mismo que para un matrimonio ordinario. Es posible que no se tenga que dar publicidad y podría en circunstancias servirse para ello de las posibilidades del derecho canónico; pero si la situación es conocida por la comunidad lo mejor es que la celebración sea pública, aunque discreta.

         El matrimonio civil previo no conlleva ningún impedimento para el matrimonio canónico, es una situación irregular para quienes están obligados a las normas de la Iglesia, pero nada más. Una cosa hay que tener por otra parte en cuenta, que en ese caso no hay que inscribir ese matrimonio en el juzgado, puesto que ya está el matrimonio de esas personas inscrito en el registro; lo máximo que tendría sentido sería la comunicación al registro de que el matrimonio inscrito en tal fecha, se celebró en forma canónica en tal otra fecha.      

 25. ¿Son obligadas las arras? ¿Qué significan?

La ceremonia de las arras es una antigua práctica, que rememora y quiere manifestar cómo el espíritu cristiano ha superado costumbres paganas, unas provenientes de sociedades en que se practicaba la compra de la mujer y otras, de la costumbre de la dote que entregaba el esposo al padre de la novia, con distintos significados, unas veces para compensar, otras para garantizar o como señal del contrato.

         Propiamente las arras en la praxis de la Iglesia en un principio estaban en relación con los esponsales. Poco a poco pasaron a significar primordialmente la mancomunidad de bienes entre los esposos y así hoy son la manifestación de la voluntad de ambos de compartir los bienes materiales.

                   La comunidad íntima de vida, es también una comunidad de bienes. Es muy difícil a los que de verdad se aman el separar de la comunidad de vida, que crean, el pensar que no se compartan también los bienes que se poseen. Es un riesgo y puede ser causa de muchos problemas y de perfidias, pero ya es más riesgo constituir por amor una comunidad íntima de vida. El número de las trece arras se relaciona con Jesucristo y los doce Apóstoles, que formaban una comunidad humana.

26. ¿Qué es la velación nupcial?

La velación consiste en la imposición de un velo sobre los hombros del varón y sobre la cabeza de la mujer, que quiere significar la unión de ambos esposos, que constituyen desde el momento de su matrimonio una unidad, una comunión íntima de vida, que abarca todos los aspectos del vivir, que les unifica en el modo de estar en el mundo.
         Lo que engrandece a uno, engrandece al otro, lo que apena a uno, apena al otro, lo que santifica a uno, santifica al otro, la felicidad de uno es la felicidad del otro, en una palabra participan de la misma suerte. El velo les une y mantiene unidos como un yugo, que les aferra uno al otro en apoyo, en ilusión, en esfuerzo y en fuerza.

         El velo es también el signo de la nube que les cubre y significa la fuerza y potencia del Señor, que estaba en forma de nube sobre el Arca de la Alianza en signo de su protección amorosa. Ahora es imagen del signo sacramental: la consagración que da sentido a la unión sacramental y la convierte en el santuario de la vida, de los que se casan y la viven en la plenitud de la condición humana y como fuente del mayor don, que es la participación en la transmisión del don de la vida, sin manipulación, fluyente de la pareja sostenida y unida por el velo. Como corresponde a su significado suele imponerse, manifestado el consentimiento y adelantada la celebración, inmediatamente antes de la bendición nupcial.

         Es el complemento de la ceremonia, a la que enriquece con este signo visible: ya su vida es una comunión conyugal y sobre ella caerá ahora la bendición nupcial. Por cierto que cónyuge viene de yugo: ambos bajo el mismo yugo.

         Se quita el velo y los esposos reciben la sagrada comunión. Este rito que el siglo pasado estaba aún en uso entre nosotros, hoy apenas ha lugar; no es obligatorio, pero tampoco está prohibido, más bien se deja a la opción de los que se van a casar. Por ello lo mejor es que los novios lo comenten y acuerden con el sacerdote que va a asistir a la celebración de las nupcias.

27.  ¿Qué significan los anillos?

Los anillos son otro de los símbolos, que tienen una peculiar significación en relación con el matrimonio. Este símbolo está en pleno uso entre nosotros y la entrega de los anillos se realiza inmediatamente después de la manifestación el consentimiento, y constituye prácticamente una unidad como signo de lo que expresa el consentimiento.

         El anillo tiene y ha tenido en la vida social diversos significados, entre los comerciantes, entre los poderosos signo de autoridad, el Rey, el canciller, el notario, el anillo del Pescador del Papa, entre los estudiosos el anillo del doctor, quien era investido del grado de doctor recibía el birrete, se le imponía la muceta y se le entregaba el anillo. Cada uno de esos anillos tenía sus características y formas diversas.

         Pero el anillo nupcial es simple, sencillo, de formas casi idénticas, con frecuencia con unas fechas o signos en el reverso otros anillos se llevan en cualquier dedo, el anillo nupcial se lleva en un dedo que es el dedo anular, para ese anillo, desde siempre, desde que quiso significarse con ello la unión permanente conyugal ha sido así en la cultura cristiana.

         El anillo nupcial lo puede llevar toda persona casada, no necesita tener ningún otro rango: es igual, para designar la igualdad radical de hombre y mujer en lo que afecta a la vida conyugal, no es más esposo el esposo que la esposa, en todos sus derechos y deberes conyugales.

         El anillo tiene una gran fuerza significativa porque no tiene principio ni fin, no es veleidoso, es una forma estable y por eso sirve para significar la estabilidad, la permanencia del compromiso matrimonial, no se puede interrumpir. Al mismo tiempo es una forma vacía: es para rodear algo, se ha de llenar, tiene por ello fuerza para significar el compromiso de la persona.

28. ¿Qué significa la bendición nupcial?

La última ceremonia especial en la celebración de las bodas es la bendición nupcial. Ésta es una larga invocación sobre ambos esposos que el sacerdote celebrante pronuncia sobre ellos después de la plegaria del Padre nuestro, y a la que sigue inmediatamente el intercambio del signo de paz entre los esposos y entre todos los asistentes a la celebración. Es una venerable oración, en la que el sacerdote celebrante invoca la bendición de Dios, un poco al estilo de las largas bendiciones del Antiguo Testamento, en que se recuerdan los grandes dones de Dios creador y especialmente hacedor del hombre; en ella se alude también a la elevación del matrimonio a sacramento de Cristo, en el que se prefigura el misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia y se hace referencia con mayor insistencia a la fidelidad a la alianza conyugal, y al don de la descendencia.

         Si en otro tiempo tenía mayor incidencia la invocación de la ayuda y bendición de Dios sobre la mujer, en las fórmulas más modernas se señala más claramente a ambos esposos como destinatarios de la ayuda suplicada, se alude al cultivo del mutuo amor y a la ayuda del Señor que ambos necesitan para el cumplimiento de los deberes y responsabilidades matrimoniales y familiares, para finalizar con un deseo de felicidad para los esposos y sus hijos en esta vida y de que lleguen a participar en la alegría del banquete eterno.

29. ¿Son los malos tratos causa de nulidad?


Planteada así la pregunta fácilmente puede llevar a confusiones o a respuestas tendenciosas. Los malos tratos son siempre una acción reprobable y lo son de una manera especial cuando se dan entre esposos, entre aquellos que han establecido una comunidad de vida basada en el amor, confianza y fidelidad, precisamente aquellos entre quienes la comprensión y la tolerancia es básica para superar las limitaciones y debilidades humanas.

         A estas situaciones nos vamos a referir en concreto:

1. Cuando hablamos sin más de malos tratos en nuestro contexto estamos pensando en los malos tratos físicos y causantes de graves lesiones: las mujeres y los hombres maltratados. Ahora bien no sólo existen esos malos tratos, existen malos tratos físicos menores, pero más continuos, persistentes, intencionados, desesperantes. Y existen malos tratos morales de humillaciones, vejaciones, desprecios, desconsideración, olvido, celos. Estos tipos de malos tratos, de los que apenas se habla, son causas de enormes sufrimientos, de desmoronamiento de las personas, de sometimiento a veces hasta una verdadera esclavitud y con frecuencia de deterioro psíquico que conduce a la degradación humana, a psicosis, neurosis gravísimas, al alcoholismo, o a la droga fuerte más modernamente.

         Son terribles, para ellos y para los hijos, cuando constituyen ya un estado y la relación de los cónyuges está circundada de esa atmósfera. Los efectos de estos malos tratos dependerán también de la índole de las personas, en casos de caracteres muy sensibles o de caracteres débiles tendrán efectos más graves que cuando las personas son de mayor fortaleza o capaces, o acostumbrados a soportar situaciones adversas; no tendrán por ello las mismas acciones los mismos efectos, ni la misma significación o importancia en todos los casos.

         Los malos tratos físicos son con mucha frecuencia persistentes; la experiencia atestigua cuán fácilmente el maltratador reincide en su perversa acción, que hasta le ha podido parecer eficaz o justificada. Y la reiteración genera con facilidad el hábito, que manifiesta una creciente degeneración de agente, que puede tener raíces profundas.

         Es cierto también que en ocasiones, sin dejar de ser en todo caso lamentables y reprobables acciones, se puede tratar de situaciones esporádicas en la vida de una pareja, o al menos no esclerotizadas, que se dan en momentos de tensiones familiares o en situaciones de graves dificultades de índole económica, profesional y otras, pero sin continuación y con sincera reprobación.

         Si los malos tratos en general y, en especial, los físicos, son ordinariamente producidos por los hombres, los malos tratos psíquicos son frecuentemente también producidos por la mujer con la misma o mayor eficacia.

         Estas consideraciones o distinciones nos han de hacer caer en la cuenta inmediatamente de que habrá que saber diferenciar  las situaciones, porque el hecho de que en una pareja se dan malos tratos no debería sin más llevar al planteamiento de la cuestión de si el matrimonio contraído por ellos es o no válido. En principio por el hecho de que se dé  un maltrato físico o moral no se puede ya concluir que ese matrimonio es nulo: sin olvidar que el mal trato será siempre una cosa reprobable.

 

2. El matrimonio se pudo contraer con buena fe y válidamente, pero las personas pueden degenerar, enviciarse, endurecerse; este deterioro de una de las personas o de las dos, no tiene entonces por sí influencia ni fuerza para romper el vínculo matrimonial.

         Justamente la persistencia del vínculo, el hecho del matrimonio, es la advertencia continua y viva que está reclamando una reforma de la persona. Pero esto no quiere decir que nada se pueda hacer. Muy al contrario el derecho de la Iglesia, desde siglos, salió al paso de esta lacra, que amenaza desde antiguo a la santidad del matrimonio con una solución de emergencia, que jurídicamente, al menos, resuelve directa e inmediatamente (prescindiendo y sin prejuzgar otras salidas a la situación crítica) con eficacia el mal y el peligro: la separación de los cónyuges.

         La separación es la legitimación de la no convivencia bajo el mismo techo de dos personas, que están obligadas a ello por su matrimonio. La desvinculación del deber moral y jurídico de la vida común de los esposos está justificada en el Derecho Canónico por diversas causas: de ellas la más común es, desde siglos, la de los malos tratos, no sólo físicos, sino también morales, en el momento en que constituyen un peligro para la integridad física o moral.

         El vínculo matrimonial es indisoluble, pero no obliga a la convivencia de la pareja cuando está en peligro la integridad o salud física de la persona o la salud psíquica, con un desprecio total por parte de uno de los contrayentes de la dignidad de la persona del otro.

         La integridad del sujeto, es bien radical ningún bien externo a la persona, ninguna obligación humana puede superponerse al bien de la integridad personal, ni puede exigir que se mutile al sujeto o extorsione su normalidad psíquica.

         Esta normalidad de sujeto, su conservación y desarrollo es base y exigencia de la relación de la criatura con el Creador. La deformación del sujeto es ofensa directa al Creador y mal radical, deformador de toda acción del mismo.

         ¿Qué sentido podría tener ante Dios defender la exigencia de la vida común, si ésta conduce a la mutilación física de la persona o a un trastorno psíquico de la misma? Y, producida esta deformación, ¿qué conyugalidad puede existir? El valor de la persona exige ante todo que se salve su integridad; pero lo exige también la misma conyugalidad, que ya no es posible a una persona esclavizada o deformada en su íntima realidad.

         Esta exigencia es de tal manera así en el matrimonio, que el derecho permite la separación también, si peligra la integridad física o moral de los hijos. De modo que, estando en juego la salud física o psíquica de los hijos, podría una de las partes pedir la separación para salvar esa integridad de los hijos, aunque (cosa rara) no estuviera en peligro la propia integridad.


3. El instituto jurídico de la separación conyugal no goza en el derecho civil actual de gran prestigio, más bien se la ve como un paso para el divorcio. En la praxis de la Iglesia la separación legal por una parte ha sido y es un remedio, pero también pretende ser el inicio de una terapia, de una fase de reflexión y de toma de decisiones pertinentes.

          La Iglesia sabe de la debilidad del ser humano, pero también cree en su capacidad de maduración, de superación y de rectificación. Es un aspecto de la mediación familiar practicada por la Iglesia desde siglos. La experiencia de la separación de quien ha tenido vivencia de comunión de vida conyugal y ha tenido en su mano la posibilidad de su desarrollo en plenitud no deja de ser una situación, que invita a la superación y búsqueda sincera del bien de la esposa, de los hijos y de sí mismo.

         En principio, pues, los malos tratos, considerados en sí mismos, no son indicio evidente o demostración de la nulidad de un matrimonio, teniendo en cuenta además que se producen una vez celebrado el matrimonio. Son en cambio causa suficiente para una separación matrimonial, que habría de prolongarse mientras la causa persistiera.

4. Ahora bien hay que considerar otro aspecto importante de los malos tratos, sobre todo de la reiteración de los malos tratos físicos con graves lesiones físicas. Estos hechos pueden ser y son sin duda indicio de una determinada personalidad, que, tratándose en este caso de personas unidas en matrimonio, puede tener trascendencia importante en orden a la capacidad para emitir el consentimiento matrimonial por la naturaleza misma de la vida conyugal y por la exigencia de una elección libre y deliberada.
         En efecto eleva un gran interrogante sobre la estructura psíquica de una persona y sobre su correcto concepto de la vida conyugal y de sus exigencias, derechos y deberes esenciales, (dicho de otro modo, de la discreción de juicio sobre los derechos y deberes matrimoniales), el hecho de que una persona pervierta lo que debería ser una relación de amor, positiva y feliz convivencia en ocasión de maltratar gravemente a su cónyuge; que no sea capaz de resolver los problemas de la convivencia, a veces problemas nimios, con un mínimo de tolerancia; que desahogue precisamente en su cónyuge una violencia física brutal, o exija en la vida familiar una sumisión incondicional a sus criterios y manera de ser sin apenas comprensión de la dignidad de su cónyuge o de sus hijos, llevándole a la resolución violenta de las situaciones conflictivas con la imposición de fuerza o de una manera sibilina.

         Sea por una rudeza elemental o inmadurez, cuasi animal, que no alcanza lo mínimo que debe existir en una relación humana, o, lo que puede ser peor, por un trastorno de la conducta o de la estructura psíquica, que perturba esencialmente la disposición natural a una relación conyugal de amor o al menos de un mínimo reconocimiento de la dignidad y corresponsabilidad del otro y de los hijos, una persona, por carecer de los mínimos requisitos exigidos, puede ser incapaz de un consentimiento matrimonial.

         La importancia en este contexto de los malos tratos radica en que ellos puede ser indicio de la existencia en su autor de una personalidad afectada por alguno de esas esenciales carencias. Situación esta, por lo demás, que puede coexistir con una capacitación profesional notable, pero que en cuanto se trata de relación con las personas y en especial de la relación conyugal el sujeto, no sabe estar como parte, no entiende de participación en un mismo proyecto o responsabilidad por la deformación de valores y de conducta, que le sitúa como único árbitro de su entorno existencial sin ninguna ecuanimidad: el establecimiento de una comunidad de vida con otra persona resulta imposible.

         Ante el juez los malos tratos son entonces no sólo una causa de separación por el peligro que entrañan, sino indicio de la falta de la mínima discreción de juicio para la constitución de la vida conyugal, o de la capacidad para asumir los deberes esenciales del matrimonio.

         En consecuencia el sujeto no tendría capacidad para contraer matrimonio y por ello no habría contraído verdadero matrimonio.

         En contestación a la pregunta-propuesta hay que decir:

1. Que los malos tratos graves son en todo caso motivo de legítima separación matrimonial.

 2. Que aparte de ello los malos tratos pueden ser indicio, y cuando han sido graves y reiterados son grave indicio, de una falta de discreción de juicio necesario para emitir consentimiento matrimonial válido, o también en otros casos de incapacidad de asumir las obligaciones o deberes que conlleva el matrimonio.

CAPÍTULO SEGUNDO

IDEAS BÁSICAS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

1. ¿Qué es la familia?

         En la cultura actual, se usa el término «familia», para designar unidades de convivencia de muy diverso origen, estructura y capacidad de articulación personal y social. Por eso es muy importante empezar delimitando el significado que nosotros le damos.

         En estas notas se va a utilizar un concepto riguroso de la familia conforme al cual, vivificada por el amor, ésta es una comunidad de personas fundada en el matrimonio como vínculo indisoluble entre un hombre y una mujer, cuya misión específica es desarrollar una auténtica comunidad de amor, capaz de transmitir la vida y de garantizar la enseñanza y transmisión de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos.

2 ¿No excluye este concepto de familia parte de las realidades que hoy se reconocen como ejemplos de familia?

         En efecto. En el lenguaje cotidiano se identifica como familia también a grupos de personas que carecen de parte de las características que, conforme a nuestra definición, constituyen a una comunidad humana en familia. Así se suele llamar familia a los grupos formados sólo por el padre o la madre y sus hijos solteros; o a la pareja —con o sin hijos— que convive maritalmente sin estar casados, etc.

         Estos grupos pueden denominarse familiares por analogía, al imitar   --aunque imperfectamente-- a la familia en sentido propio, pero, si ampliásemos el concepto de familia para englobarlos, cabrían en éste realidades tan distintas que sería imposible referirse con rigor a la familia a los efectos que nos ocupan.

         Sucede en este tema como con cualquier otra institución humana, como el Estado, la democracia, la empresa o una asociación: pueden existir con todas las notas que las definen o en formas imperfectas, no desarrolladas del todo o incompletas.

3. ¿No resulta demasiado estricto este concepto de familia?

Más bien resulta un concepto preciso que permite identificar a la familia como institución socialmente eficaz que siempre ha existido y ha sido reconocida por el Derecho porque sin ella no podría existir la sociedad. Se puede así distinguir a la familia tanto de grupos que nada tienen que ver con la familia y su papel en la sociedad, como pueden ser las monjas que viven en el mismo convento, los estudiantes que comparten un piso, los homosexuales que viven juntos o los militares que están en un mismo cuartel; como de los hogares en que se configura un grupo que participa de algunas de las características de la familia pero sin responder a la plenitud de ésta.

         No se trata pues de un concepto demasiado estricto sino rigurosamente apto para que todos sepamos de qué estamos hablando cuando hablamos de la familia como bien.

4. ¿Cuáles son, en definitiva, las notas conceptuales que definen a la familia?

Las notas o características que deben concurrir para que exista una familia en los rigurosos términos en que la hemos definido son los siguientes: Una comunidad de personas. Hablar de familias de una sola persona como se hace hoy con frecuencia en informes y documentos oficiales y en estudios sociológicos es dejar sin contenido el concepto de familia.

         Fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Sólo la unión entre dos personas de distinto sexo a través del matrimonio es apta de por sí para generar la comunidad de amor, estable y abierta a la vida, que es la familia.

         No serán así familia, las uniones homosexuales ni las heterosexuales que no se funden en el matrimonio pues éstas, aunque pueden dar lugar a grupos familiares --mediante mecanismos artificiales como la adopción o las técnicas de reproducción asistida en el primer caso-- no responden al compromiso humano, pleno e irrevocable que está en la base del reconocimiento social a la familia, si bien de hecho pueden incorporar parte de las bondades de ésta como la fidelidad, el amor, la solidaridad o la paternidad.
         Ese matrimonio es indisoluble. Sólo la permanencia en el tiempo del conjunto de relaciones que origina el matrimonio es garantía de que la donación entre los cónyuges es total y capaz de generar la estabilidad en que los posibles hijos pueden humanizarse y recibir asistencia y formación hasta valerse por si mismos, según comentaremos más adelante. La ausencia de esta nota por imposición de la legislación civil no excluye que exista una familia propiamente dicha.

         Esta comunidad está ordenada a la transmisión de la vida. Lo que cualifica a la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es una total idoneidad para engendrar nuevas vidas en un ambiente de amor y donación entre los padres y entre éstos y los hijos. Se constituye así la familia en el hogar privilegiado para la paternidad y la maternidad. No obstante, los matrimonios que no tienen hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido y abierta a la fecundidad mediante la acogida y la caridad.

         Y garantiza la transmisión y enseñanza de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos. La familia siempre ha sido --y ésta es una de las razones de su eficacia social y de la protección que la deparan los ordenamientos jurídicos-- el ámbito natural e idóneo para la inculturización de las nuevas generaciones y, en particular, el lugar insustituible de transmisión de la fe y la moral.

5. Definir así a la familia ¿no es separarse de la realidad familiar existente en nuestras sociedades y de lo que establecen las leyes?


En parte sí. Pero este documento no pretende, principalmente, reflejar lo existente con todas las patologías y deformaciones que permiten hablar de una «crisis de la familia» ni hacer comentarios sobre las leyes vigentes. Lo que se persigue es explicar las claves que han permitido a la familia ser una institución socialmente eficaz a lo largo de la historia de la humanidad; poner de manifiesto cómo esas claves se corresponden con el concepto natural de familia que, por su parte, es esclarecido con una luz definitiva por lo que la tradición cristiana presenta como revelación de Dios.

         Redescubrir la familia así entendida es precisamente lo que nuestra sociedad necesita para superar parte de los males que la aquejan: insolidaridad entre generaciones, aumento de niños abandonados y adolescentes sin norte sumidos en la droga y el alcohol, personas con el corazón roto por las rupturas de pareja, ancianos solos y sin el cariño de nadie, violencia y mercantilización de las relaciones interpersonales, degradación de la sexualidad humana rebajada al puro utilitarismo de dos cuerpos que se prestan servicios placenteros, hundimiento demográfico, insuficiencia de los sistemas escolares para inculturizar a las nuevas generaciones y de los sistemas asistenciales para garantizar la solidaridad intergeneracional, etc.

         Estos y otros males que preocupan en la actualidad a todos los gobernantes del mundo, tienen su origen, en gran medida, en la crisis de la familia y pueden empezar a encontrar solución si los pueblos y los poderes públicos redescubren que merece la pena la familia entendida como aquí se hace.

         Aquí se propone un ideal de familia; pero un ideal que es posible como lo demuestran millones de matrimonios que, con sus hijos, están intentando --y consiguiendo-- realizarlo todos los días en el mundo entero. Lo malo de nuestro tiempo no es sólo que a veces no se logre hacer familia a pesar de intentarlo (como acreditan los divorcios, abortos, abandono de niños y ancianos, rechazo a la vida como si fuese un mal, etc.) sino, y sobre todo, que se exaltan esos fracasos como si fuesen el ideal a perseguir; y que se rechazan y discriminan como perniciosas las bases del concepto humanizador y eficaz de familia.

         Recuperar este concepto y proponerlo de nuevo como asequible y deseable es el objeto de estas notas que, por ello, no harán concesiones teóricas a las modernas patologías de la familia, presentándolas como modelos alternativos a la familia cuando de hecho son su fracaso.

6. ¿Existe hoy una crisis de la familia tradicional?

No. No hay crisis de la familia, pues los estudios sociológicos y estadísticos demuestran que es una institución que no sólo no está pasada de moda, sino que merece las puntuaciones más altas en los índices de satisfacción. La familia sigue viéndose como el núcleo central de la sociedad, el ámbito de convivencia más íntima entre todos sus miembros.

         Frente a la despersonalización y masificación de la vida moderna, la familia constituye para nuestros contemporáneos el ámbito primario de transmisión de valores y de solidaridad.

         Sí existen hoy, por el contrario, familias en crisis, rotas, que sufren en el hogar los males de nuestro tiempo: insolidaridad, falta de valores morales, pérdida del sentido trascendental de la vida, etc.; y, además, que soportan fenómenos dramáticos para las personas y que inciden en la vida familiar como el paro juvenil, la drogadicción, etc.

         Sin embargo o quizá precisamente por ello, la familia es de nuevo valorada como ámbito de acogida, de humanismo, de solidaridad. La familia es hoy el ámbito de felicidad más deseado como proyecto de vida por los jóvenes. No existe pues crisis de la familia, sino familias en crisis.

         Desde otra perspectiva se puede decir que la familia siempre ha estado en crisis porque es una institución que --permaneciendo su núcleo definitorio esencial-- varía con el tiempo, se adapta a las circunstancias sociales y económicas cambiantes según las épocas.

         El último gran cambio familiar de hondas raíces sociológicas en occidente, fue el motivado por la industrialización y el urbanismo que han provocado que la familia rural en que convivían varias generaciones con vínculos territoriales cercanos se haya visto sustituida por familias reducidas a padres e hijos y, como mucho, abuelos, que viven en grandes ciudades, lejos del resto de los parientes; a la vez la familia ha dejado de ser unidad de producción, empresa, como lo era en las civilizaciones agrarias, para reducirse a un papel estrictamente privado, ajeno a la vida económica salvo en cuanto consumidor. A la par, se ha convertido en normal el trabajo retribuido fuera del hogar de la mujer, la implantación del sistema educativo obligatorio, la creación de los sistemas públicos de seguridad social y de pensiones..., fenómenos que han determinado una pérdida por parte de la familia de parte de las funciones sociales que en épocas anteriores recaían sobre ella.

         En la situación así creada ha incidido la revolución anticonceptiva en paralelo a la llamada «liberación sexual», trastocando parámetros seculares. Por debajo de estos cambios sociales, sigue imperturbable una realidad: el varón y la mujer se quieren, se entregan en un amor fecundo que se abre a los hijos creando vínculos de afecto y solidaridad que duran toda la vida.

         Esto es la familia, hoy y ayer, en las sociedades más avanzadas y en los pueblos más primitivos. A pesar de todos los cambios estructurales, sociales, ideológicos o económicos, la familia es recognoscible como tal en todos los tiempos y culturas. Las notas definitorias de la familia a que nos hemos referido en la pregunta 4. son válidas para todas las épocas y lugares pues se sustentan en la naturaleza humana y sus constantes.

7. ¿Por qué la familia ha de tener su origen en el matrimonio?

Todas las culturas han tenido la intuición de que existe una cualitativa diferencia entre la relación de dos adultos que se unen sexualmente durante un cierto periodo de tiempo y/o comparten sus bienes mientras cohabitan, por un lado; y, por otro, la donación entre un hombre y una mujer que tiene vocación de exclusividad y de permanencia en el tiempo. De ahí que todas las sociedades hayan conocido el ejercicio de la sexualidad como una posibilidad humana por un lado y el matrimonio por otro, dejando la primera —más o menos— al arbitrio de la autonomía personal y regulando el segundo como una institución a proteger porque constituye un bien de gran eficacia social y personal.

         Huellas del matrimonio --con las modulaciones que se quieran según los tiempos y las culturas-- aparecen en todos los lugares donde los hombres han convivido, porque el matrimonio responde a la estructura corporal humana: los cuerpos del hombre y de la mujer se acoplan biológicamente conforme a mecanismos predeterminados por la naturaleza y, además de capaces de copular como los animales, las personas son capaces de amar y de decir «para siempre» siendo su donación corporal expresión y signo de una total donación mutua. Y cuando esto sucede lo más normal es que nazcan niños y que a éstos se les quiera y los padres comprometan sus vidas y sus esfuerzos para con ellos. Tenemos así a la familia en su forma más natural, la más ecológica, que crea vínculos de afecto y entrega que se extienden más allá de padres e hijos a otras personas: abuelos, parientes.., por la fuerza natural de las cosas.

         Cuando las sociedades se organizan y ponen nombre a las cosas llaman matrimonio a eso que es tan natural y acorde con la forma de ser del hombre; y las leyes lo regulan para protegerlo y generar seguridad alrededor de algo tan valioso como es ese impulso que genera estructuras donde la persona es tratada como ser humano al margen de lo que pueda aportar, donde la donación amorosa al otro sustituye al intercambio mercantil como forma de relación interpersonal.

         La psicología individual ratifica estas conclusiones: cuando un hombre y una mujer se quieren, desean que ese amor sea para siempre y en exclusiva y silo quieren de verdad, con voluntad eficaz, lo manifiestan así y la sociedad lo reconoce diciendo que «están casados», que «son un matrimonio». Y donde hay un matrimonio existe ese tipo de relación entre personas que llamamos familia porque ahí las personas se tratan como tales y gratuitamente, por puro cariño y sin limitaciones ni en la donación personal ni en su duración.

         Evidentemente puede surgir algo parecido a una familia de una pareja no casada. Pero en ésta, o no existe una verdadera donación gratuita que compromete totalmente a las personas (en cuyo caso se genera una incertidumbre potencialmente incompatible con una relación familiar que por definición tiene vocación de ilimitada) o existe una voluntad realmente matrimonial aunque no se formalice como tal ante la sociedad.

         En el primer caso no estaríamos ante un deseo real de hacer familia sino ante un cálculo egoísta circunstancial de conveniencias particulares. En el segundo caso estaríamos ante una situación que se aproxima al verdadero matrimonio.

         Resulta así que, dado que la familia implica relaciones interpersonales con vocación de permanencia basadas en la donación personal y al margen de cálculos utilitaristas de beneficio personal o contrapartidas, es el matrimonio su ámbito idóneo de surgimiento, el más acorde con la naturaleza humana, con la complementariedad corporal y afectiva de hombre y mujer.

8. ¿Qué es exactamente un matrimonio?

El matrimonio es la alianza entre el varón y la mujer en cuya virtud éstos constituyen entre sí una comunidad de vida y amor ordenada, por su misma índole natural, al bien de los propios cónyuges y a la generación y educación de la prole que pueda derivarse de la mutua donación.

         El matrimonio es una alianza, un pacto de amor, una decisión de un varón y una mujer que optan por existir uno para el otro donándose mutuamente en cuanto varón y mujer con todo lo que son y tienen. Este acto natural de donación personal es revestido por el Derecho --civil y eclesiástico-- de unas formalidades contractuales y de una definición legal que afecta a las relaciones conyugales, patrimoniales, de filiación y sucesorias. El matrimonio no es un contrato sujeto a la libre disponibilidad de los contratantes; es un acto personal de libre donación mutua entre el varón y la mujer en cuanto tales; donación que, por tener por objeto personas, no puede ser ni parcial ni por un plazo concreto.

         El matrimonio no es un convencionalismo social para legitimar las relaciones sexuales, aunque también produzca este efecto. El matrimonio no es un pacto para compartir rentas y propiedades, aunque también implique esa consecuencia. El matrimonio no es una suma de dos egoísmos por conveniencia mutua, aunque suponga un mutuo beneficio y se oriente al bien de ambos cónyuges. El matrimonio no sólo es un medio para lograr el legítimo y natural deseo de tener descendencia, aunque esta finalidad está implícita en la alianza conyugal por la naturaleza de las cosas. El matrimonio no es un formalismo burocrático, como parece entender algún sector de opinión de nuestra sociedad al defender las uniones informales.

         En el lenguaje corriente se suele llamar matrimonio tanto al acto con que éste se origina --la boda-- como a la situación que por este acto se crea --el matrimonio como situación de los casados--.

         Cuando un hombre y una mujer se casan se genera entre ellos, en virtud de su libre decisión, la unión más fuerte e íntima que en el plano natural puede darse entre dos seres humanos: a partir de ese momento cada uno es ya él y el otro; los cónyuges son a la vez dos y uno; cada Cónyuge es ya parte del otro y para siempre. El matrimonio es un camino de felicidad que responde a los anhelos más profundos del alma humana.

9. ¿Por qué sólo existe matrimonio silos que se unen son un hombre y una mujer?

Como es evidente, intercambio sexual puede haberlo entre un hombre y una mujer, entre dos hombres, entre dos mujeres, entre un ser humano y un animal o utensilios varios; pero esos intercambios sexuales no implican, por sí mismos, un matrimonio aunque el matrimonio incluya el amor sexual como expresión de la donación personal. Asimismo entre dos o más personas del mismo o distinto sexo puede haber pactos de compartir piso, bienes o ganancias y pactos sucesorios sobre herencias en mutuo beneficio, pero esos pactos no implican un matrimonio aunque éste suponga pactos similares.

         También un hombre y una mujer pueden tener un hijo sin que medie una donación interpersonal que comprometa la vida con afán de responsabilidad: por un casual encuentro sexual, por donación de gametos en el ámbito de las técnicas de reproducción asistida o, incluso, por dinero (prostitución), pero el hijo no implica matrimonio por si mismo aunque el nacimiento de niños sea lo normal en el seno del matrimonio.

         Sin embargo, cuando todo lo anterior --intercambio sexual, compartir bienes, apertura a la descendencia-- se unifica por ser el fruto de una entrega personal total --y eso sólo es posible cuando se trata de un hombre y una mujer-- surge algo distinto y de tan especial valor y eficacia que todas las sociedades lo reconocen y protegen como institución valiosa: el matrimonio.

10. ¿Tienen los homosexuales derecho a casarse y fundar una familia?

No. Las relaciones homosexuales no son biológicamente aptas para incorporar la Complementariedad corporal y espiritual de los sexos; ni pueden estar abiertas a la vida ni aportan a la sociedad la especial eficacia que justifica la regulación del matrimonio y su protección. Pretender extender a los homosexuales el régimen matrimonial --cosa hoy frecuente en algunos medios-- es un intento vano de cambiar mediante leyes la realidad de las cosas: por mucho que dos homosexuales compartan cama y bienes o ganancias no se parece su relación a la matrimonial en nada esencial pues falta la complementariedad corporal de los sexos --y su reflejo psicológico-- y la consiguiente apertura a la vida y, por tanto, lo específico de la eficacia social del matrimonio como origen de la familia.

         No es correcta la postura de legalizar las relaciones homosexuales incorporándolas de alguna forma al régimen matrimonial, por cuanto:

         ---La homosexualidad ni es ilegal ni está perseguida (al menos en el mundo occidental) y los homosexuales pueden pactar con plena eficacia jurídica compartir bienes o ganancias y derechos sucesorios.

         ---Las relaciones homosexuales no aportan el plus de bondad social que implica el matrimonio como origen de la familia por su apertura a la vida.

         ---Los niños que creciesen al amparo de una pareja homosexual se verían privados del valor pedagógico y socializador que supone la complementariedad natural de los sexos, viéndose sometidos a un experimento psicológico de consecuencias imprevisibles para su desarrollo personal.

         Lo que se pretende con estas propuestas no es tanto legalizar las relaciones homosexuales --que ya no son ilegales-- ni equiparar ¡as al matrimonio entre varón y mujer --cosa imposible--, como lograr el efecto pedagógico de que la sociedad vea como buenas y positivas estas relaciones cambiando la conciencia social al respecto. Para lograr este objetivo puramente ideológico y antinatural están dispuestos algunos a pagar el precio de difuminar y rebajar al matrimonio equiparándol0 a cosas distintas y de nulo valor social.

11. ¿No resulta discriminatoria esta postura?

No. Discriminatorio y por tanto injusto, es tratar de forma desigual a los iguales. Valorar de forma distinta a dos realidades radicalmente diferentes en cuanto a su eficacia social y su capacidad de aportar calidad de vida como son las relaciones homosexuales y el matrimonio entre una mujer y un varón, no sólo no es discriminatorio, sino que es lo justo por cuanto la justicia es dar a cada uno lo suyo.

         Si a las relaciones homosexuales se les otorgase el estatuto matrimonial, se les estaría dando lo que es de otro --del matrimonio-- y se cometería una injusticia. Lo mismo sucedería si se las protegiese como al matrimonio pues no pueden aportar a la sociedad lo que aquel aporta: el ámbito idóneo para la sustitución gene- racional, la donación interpersonal fecunda y la transmisión de valores.

12. ¿Es, por tanto, contrario a la moral que la ley otorgue a las parejas homosexuales determinados beneficios que tradicionalmente se han reservado a los matrimonios en materia de arrendamientos urbanos, pensiones, seguridad social, etc.?

No. En sí mismo el otorgar beneficios (como derechos de subrogación en el arrendamiento de viviendas, cobrar pensiones, etc.) a las parejas homosexuales no es contrario a la moral aunque se trate de beneficios sociales originariamente pensados para proteger al matrimonio y la familia.

         Sí lo es, en cambio, otorgárselos en cuanto homosexuales y excluyendo a otras formas de relación interpersonal que no implican sexo entre dos varones o dos mujeres: dos hermanos que viven juntos o dos personas que por cualquier motivo cohabitan bajo el mismo techo poniendo en común sus bienes y medios.

         O bien esas medidas beneficiosas están reservadas al matrimonio como apoyo a la específica eficacia social de la familia fundada en el matrimonio, en cuyo caso extenderlas sólo a las parejas homosexuales es una injusticia pues éstas no aportan esas razones de eficacia social; o bien esas medidas se extienden —porque la sociedad se lo puede permitir— a todo tipo de grupos humanos que reúnan características determinadas. Lo que es injusto y contrario a la moral es primar el ejercicio de la homosexualidad —un desorden moral— privilegiándola, por equiparación «contra natura», a algo esencialmente distinto como es el matrimonio.
Por poner un ejemplo; según lo que prevea la legislación, dos ancianas solteras que viven juntas desde hace años pueden o no tener entre ellas derechos sucesorios o causar pensiones, una a favor de la otra, de forma similar a los matrimonios. Lo injusto sería que esos derechos sólo los tengan si, además, son lesbianas y se comportan como tales.

13. ¿El hombre y la mujer son iguales en el matrimonio?

Sí. Son iguales en cuanto a derechos y obligaciones. Ninguno de los dos tiene respecto al otro ni superioridad, ni mando, ni supremacía. El matrimonio es una alianza entre iguales; en él no caben subordinaciones por razón de sexo.

         A la vez, el matrimonio es alianza entre dos personas complementarias precisamente porque encarnan las dos formas distintas de ser persona: la femenina y la masculina. La igualdad esencial entre hombre y mujer en el matrimonio se funda en el servicio mutuo de quienes se pueden complementar por ser distintos. El matrimonio no es una carrera por el poder, sino un esfuerzo común por amar y servir al otro cónyuge y a los hijos.

         Históricamente ha sido frecuente considerar al varón superior a la mujer, atribuyendo a aquel la autoridad en la familia, al considerarle cabeza de la esposa. Esta concepción está superada tanto en la ley como en la teología, conscientes ambas de la esencial igualdad y complementariedad de hombre y mujer y de que la autoridad en la familia pertenece conjuntamente a ambos en pie de igualdad.

14. ¿Por qué el matrimonio es indisoluble?

El matrimonio es indisoluble porque, como expresa el refranero popular, «lo que se da no se quita». El matrimonio es la mutua donación entre un varón y una mujer, con un carácter de totalidad personal que implica la exclusividad de tal donación --fidelidad conyugal y monogamia-- y su permanencia en el tiempo –indisolubilidad--.

         El matrimonio es una institución que se genera por el consentimiento de los cónyuges --su “sí quiero”-- definido por la mutua entrega hecha; y, una vez que me he entregado a otro, yo ya no puedo disponer de mi en justicia.

         Es lo mismo que pasa con la paternidad y la maternidad: una vez que el hijo existe, se es padre o madre quiérase o no. Uno puede no atender a su hijo, abandonarlo o matarlo; pero, aún en estos casos, sigue siendo un padre o una madre, aunque incumpla sus obligaciones como tal.

         Cuando un cónyuge no cumple sus obligaciones matrimoniales y entrega su persona a otro distinto de su marido/mujer, dispone de algo que no es suyo y por lo tanto esa segunda entrega es una injusticia. El consentimiento prestado al casarse es la causa eficiente del matrimonio pues hace nacer entre los cónyuges lo que está en potencia en la naturaleza del hombre y la mujer: la posibilidad de ser dos en uno, de coparticiparse mutuamente. Con su consentimiento, los cónyuges logran ser cada uno parte del otro.

         Producido este efecto, están unidos al otro por un vínculo natural que les hace ser en parte el otro cónyuge. Y ésta es una realidad que existe por sí misma, por su propia naturaleza, aún en el supuesto de que dejase de ser deseada por los cónyuges.

         Esta es la realidad que expresa con gran belleza la fórmula matrimonial católica: «Yo N. TE QUIERO A TI, N., COMO ESPOSA/O Y ME ENTREGO » TI, Y PROMETO SERTE FIEL EN LAS ALEGRÍAS Y EN LAS PENAS, EN LA SALUD Y EN LA ENFERMEDAD, TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA».

         Afirmar la indisolubilidad del matrimonio no implica desconocer que, a veces, puede resultar heroico, hasta el martirio moral inclusive, ser leal al compromiso asumido, ni ignorar que no siempre es posible mantener la convivencia conyugal. Pero estas consideraciones no modifican las consecuencias del consentimiento matrimonial aunque deben incidir en la valoración moral de las conductas.

15. ¿Cómo debe actuar una familia cristiana ante conductas alejadas del ideal católico por parte de alguno de sus miembros?

Hoy es relativamente frecuente que en una misma familia convivan personas que actúan y configuran su vida conforme al ideal cristiano mientras otros miembros de la familia adoptan posturas o conductas incompatibles con el ideal de vida de un cristiano.

         Hoy existen padres católicos que ven en sus hijos pérdida de la fe, prácticas homosexuales, amor libre, aborto, droga o cualquier otra conducta no cristiana; pero también puede darse el caso contrario, el de hijos sinceramente ilusionados con llevar una vida cristiana mientras sus padres --los dos, o uno de ellos-- actúan al margen de la visión cristiana de la vida.

         No es este el lugar para hacer un análisis casuístico de las distintas situaciones que se pueden producir, aparte de que sería imposible contemplar todas las hipótesis que de hecho existen, pero sí podemos reflejar unas ideas y criterios generales y válidos para todas las situaciones:

         ---Los cristianos sabemos que esta vida es parte integrante del proceso unitario de la vida humana que es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina que alcanzará su plena realización en la eternidad. Por ello debemos perseverar en ayudar a las personas a las que queremos con visión de eternidad: mientras hay vida hay esperanza de rectificación; razón por la que no podemos renunciar nunca a la labor de ayudar a nuestros hijos, padres, etc. sean cuales sean las circunstancias, pues siempre es posible la conversión, la confesión, la rectificación incluso en el último momento. Desesperar no es cristiano.

         --Sólo libremente puede una persona adherirse al bien. Dios asumió el riesgo de la libertad humana y nosotros debemos hacer lo mismo. No podemos obligar a los que queremos a adherirse al bien y a la verdad. Podemos ayudarles a ello con el ejemplo, la formación, la palabra, el perdón, la compañía y queriéndoles siempre pase lo que pase y hagan lo que hagan.

         --La libertad hace que cada persona sea responsable de su alma y su destino eterno; los demás podemos ayudar de mil formas pero, en todo caso, a través de un medio al que nunca se pude renunciar sin incurrir en una grave responsabilidad moral: mostrar lo bueno como bueno y lo malo como malo; lo verdadero como verdadero y lo falso como falso. Los padres al educar a sus hijos --y éstos al querer y ayudar a aquellos-- deben acogerles, apoyarles y darles cariño y asistencia siempre, pero no tienen derecho a engañarles sobre el bien y el mal ni siquiera por compasión o cariño. Si un hijo mantiene relaciones homosexuales, si una hija aborta, si alguien de la familia se droga o pierde la fe, si se une a otra persona sin estar casados, si..., sigue mereciendo cariño, apoyo, solidaridad y ayuda y sería inmoral excluirlo de la familia, pero a la vez no se le puede privar de su derecho a hacerle patente lo intrínsecamente incorrecto o malo de su conducta; eso sí con ternura, en el momento apropiado, cuando la cuestión se plantee.

         --Los padres que admitiesen como buena la conducta objetivamente inmoral de sus hijos serían desleales con ellos al privarles de la verdad. No es legítimo confundir el respeto a las personas que se portan mal con llamar bien al mal que hacen. No es cristiano —por una teórica comprensión con las personas— renunciar a llamar al mal, mal; y al bien, bien.

         -- Un cristiano nunca puede actuar como si las conductas inmorales de sus familiares le pareciesen morales, pero debe perdonar siempre y todo. El compromiso con la verdad de la fe y la moral no es renunciable para un cristiano nunca ni siquiera por amor al que se equivoca ni para evitar problemas o rupturas, pero este compromiso no pone límites al perdón y la acogida.

         -- Nunca es moralmente legítimo ayudar a otros a hacer algo malo, aunque eso malo se presente aparentemente como la única solución a un problema muy real.

         -- Los cristianos están llamados --en familia-- al amor, no a ser martillo de herejes. En la convivencia ordinaria debe primar el cariño que no ha de enturbiarse con la permanente denuncia moral; ésta deberá producirse sólo cuando se ha de opinar o aconsejar o cuando, prudentemente, se juzga que es momento apropiado para influir en las conductas o decisiones del miembro de la familia que nos preocupa. En lo ordinario, la conducta del cristiano debe estar hecha de oración, cariño y comprensión también respecto a los familiares en situaciones objetivamente contrarias a la moral cristiana.

         --Los padres cristianos --al igual que los hijos respecto a sus padres-- pueden verse hoy en situaciones terriblemente dolorosas y dramáticas respecto a sus hijos. En tales casos están obligados a mantener coherentemente una doble lealtad por difícil que pueda parecer: lealtad a la fe y la moral a las que no se puede traicionar en ningún caso, por un lado; y lealtad a su amor por los hijos, a los que no pueden abandonar en ninguna circunstancia. Estas dos lealtades pueden parecer en algunos casos incompatibles pero son --las dos y cada una-- irrenunciables para un cristiano. Cuando parezcan contradictorias es el momento de rezar más, de asesorarse mejor, de ser muy prudentes y de ser leales hasta el martirio si preciso fuere.

16. ¿Qué responsabilidad incumbe a la familia cristiana respecto a su entorno social?


La familia cristiana es responsable de su entorno social en cuanto foco concentrado de cariño y humanidad. La familia aporta a la sociedad, por el mero hecho de existir, un ejemplo de foro donde a todas las personas se las trata por lo que son y no por lo que tienen, donde el sacrificio y la entrega a los demás no tienen precio ni se mide por equilibrios de contraprestaciones. La familia es lugar de acogida, de entrega, de solidaridad; es ámbito de felicidad personal construida sobre la entrega y el amor mutuos y por este mero hecho está influyendo positivamente en su entorno social.
         La familia es socialmente responsable por el mero hecho de ser, de permanecer, de estar. Pero, además, la familia en cuanto tal debe hacerse presente en la vida social para defender sus intereses a través de las asociaciones familiares y vecinales, por medio de su presencia activa en la comunidad escolar y en la vida política.

         Las familias en cuanto tales deben promover políticas educativas, fiscales, asistenciales, de vivienda, etc. que hagan justicia a la propia familia, usando para ello los medios que habilita la moderna sociedad democrática: derecho de asociación, de expresión, de voto...

         Los cristianos tienen más motivos que cualesquiera otros para ser responsablemente activos en esta movilización social en pro de la familia.  la vez, la familia cristiana ha de proyectarse en su rededor a través de su ejemplo sencillo pero elocuente de apertura a la vida, preocupación por los más débiles, solidaridad, acogida y generosidad.


17. ¿Qué papel le corresponde a la familia en la vida de la Iglesia?

 
La familia es el ámbito donde, por la voluntad de Dios y por naturaleza, se asegura la continuidad de la humanidad y también de la Iglesia.

         La familia no sólo tiene un papel en la vida de la Iglesia, sino que es iglesia; es la iglesia doméstica. Y, como a la Iglesia, a la familia le corresponde hacer presente a Cristo a través de la vida de sus miembros y enseñar y transmitir, generación a generación, el mensaje de salvación que Cristo trajo a los hombres.

         Los Cónyuges a través de su fidelidad y amor testimonian la lealtad de Cristo a su Iglesia y el amor comprometido de Dios por los hombres; con su generosa apertura a la vida reflejan al Dios padre y madre que ama a cada ser humano y desea acogerle para toda la eternidad; cumpliendo su función educativa y transmisora de valores, remeda al Padre providente que vela por la humanidad hasta el extremo de darnos a su Hijo.

         Sin la familia no existirían huellas de Dios recognoscibles en la tierra. Además de esta esencial aportación a la vida de la Iglesia, la familia ha de colaborar activamente con las estructuras de la Iglesia jerárquica en las misiones de ésta. Para ello, los padres deben corresponsabilizarse de la pastoral familiar, de las necesidades económicas de las parroquias, de la catequesis, de los colegios y centros de enseñanza promovidos por la Iglesia o no, haciendo así realidad el gran mensaje del Concilio Vaticano II sobre la misión y vocación de los laicos.

         Los fieles cristianos los cristianos corrientes, no son sólo sujetos pasivos de la acción de la Iglesia, sino sujetos activos de su construcción Los laicos no deben imitar a los curas o religiosos haciendo parte de las funciones específicas de éstos, sino que han de aportar a la vida de la Iglesia lo que son; los miembros de una familia lo específico de ésta que es amor a la vida, solidaridad interpersonal, ámbito de acogida.

         La familia ha de hacer apostolado en cuanto tal y sobre ella misma y ha de hacerse presente en la Iglesia siendo célula de vida cristiana, ámbito donde se transmite y enseña a Cristo, lugar de formación en las virtudes, ejemplo de lo que es vivir enamorados de Dios para quienes no conocen o han olvidado el mensaje cristiano.

         La familia cristiana como tal y a través de sus miembros puede y debe llegar a muchos sitios y personas a las que no llegan los clérigos. Esta es su función en esa gran catequesis que es la Iglesia.

18. ¿Qué significa la oración para una familia cristiana?


Dado que la familia es camino de santidad para sus miembros y, a la vez, célula apostólica de cristianización dentro y fuera de sus fronteras, no puede cumplir su función si no reza; pues son imposibles la santidad y el apostolado sin oración.

         En la familia se ha de rezar; se han de vivir las prácticas tradicionales de los cristianos como bendecir la mesa, rezar antes de acostarse, ir a Misa juntos, celebrar de alguna manera las grandes fiestas cristianas como la Navidad la Semana Santa.

         Respetando la libertad de todos sus miembros, debe notarse en un hogar cristiano que en él Dios es importante, incluso físicamente porque en él hay algún crucifijo y alguna imagen de la Virgen; y esto con naturalidad porque un hogar cristiano no es una iglesia ni un convento sino un hogar de familia.
         Los niños han de aprender con naturalidad que Dios es importante para sus padres, han de verles rezar; e ir incorporándose poco a poco, según su edad y disposiciones libres, a las prácticas de piedad de sus padres. Esta es la mejor herencia --hecha de ejemplo básicamente-- que unos padres cristianos pueden dejar a sus hijos: la connaturalidad con lo divino, la presencia normal de lo sobrenatural en la vida de un cristiano, la amistad con Dios hecha de oración y virtud como cotidiana realidad para quien se considera discípulo de Cristo.

TERCERA PARTE

CELEBRACIONES LITÚGICAS O PARALITÚGICAS

1. CELEBRACIÓN DE LA PALABRA Y ENTREGA DE LA BIBLIA                                                                                   

Entrada del sacerdote

(Situada la Asamblea, si es posible, en torno al ambón de la Palabra, entra el sacerdote revestido de alba y estola)

Sacerdote: En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espirito Santo.

R. Amén.

La Gracia y la Paz de parte de Dios Padre y de Nuestro Señor Jesucristo, estén con todos vosotros.

 R. Y con tu Espíritu.

Monición ambiental

Queridos amigos, os invitamos a escuchar a Dios que nos habla en su Palabra. Hoy quizás lleguéis a descubrir y a comprender la necesidad que tiene la Iglesia, y cada uno de sus miembros, de acoger la Palabra de Cristo con fe. En medio de un mundo con muchas confusiones, necesitamos luz para no perder el sentido de las cosas y de la realidad que estamos viviendo cada uno de nosotros. ¡Cristo es la Luz verdadera! Su Palabra es lámpara para nuestros pasos. Por ello, hoy, le pedimos a Dios que tengáis el valor de recibir la Sagrada Escritura; acudid siempre a ella. Cristo os guiara por el camino de la verdad y del amor.

Sacerdote: Oremos: ¡Oh Dios, fuente de la verdad, del amor y de la vida!
Mira con amor de Padre a quienes llamas a unirse en Matrimonio; ábreles el oído y el corazón, para que escuchen y acojan tu Palabra con fe, y ayúdales a cumplirla en su vida con la esperanza de agradarte en todas sus acciones. Por N.S.J. Amen.


LITURGIA DE LA PALABRA

Primera Lectura

Gn 1, 26-28. 31a.

Salmo responsorial: Salmo 33:

“Bendigo al Señor en todo momento”

Bendigo al Señor en todo momento,

su alabanza esta siempre en mi boca.

Mi alma se gloria en el Señor,

que los humildes lo oigan y se alegren.

R/: “Bendigo al Señor en todo momento”

Engrandeced conmigo al Señor,

ensalcemos juntos su nombre.

Busqué al Señor, y el me respondió;

me libró de todos mis temores.

R./: “Bendigo al Señor en todo momento”

Mirad hacia el: quedaréis radiantes,

y la vergüenza no cubrirá vuestros rostros.

Cuando el humilde dama al Señor, él lo escucha

lo salva de todas sus angustias.

R.: “Bendigo al Señor en todo momento”

Gustad y ved que bueno es el Señor,

dichoso el hombre que se acoge a él.

Temed al Señor, todos sus fieles,

que nada les falta a los que le son fieles.


R./: “Bendigo al Señor en todo momento”

Venid, hijos, escuchadme:

voy a enseñaros el temor del Señor.

¿Quien hay que ame la vida y desee ver días felices?

Guarda tu lengua del mal,

tus labios de la mentira,

apártate del mal y haz el bien. Busca la paz y corre tras ella.

R./: “Bendigo al Señor en todo momento”

Evangelio: Mc 10, 6-9

Homilía

RITO DE ENTREGA DE LA BIBLIA

Sacerdote: Acercaos todos los que durante estos días habéis descubierto la importancia de la Palabra de Dios en la vida cristiana, y deseáis compartir el Evangelio de la familia como norma de la «iglesia domestica» al servicio de la fe.
(Cada pareja de novios se va acercando al sacerdote, quien ofrece la Biblia a los novios que ponen sus manos sobre ella).

Sacerdote: ¿Queréis vivir la Palabra de Dios juntos, ahora como novios cristianos y, después de la boda, en vuestro matrimonio y la nueva familia que vais a formar?

R/. Sí, queremos.

Sacerdote: ¡Recibid la Palabra de Dios!

Que se cumpla en vosotros como lo creéis,

y que anunciéis a todos los hombres con vuestra vida,

las maravillas que Dios hace con vosotros!

Por Jesucristo Nuestro Señor.

R/. Amén.

(Los novios vuelven a su sitio llevándose la Biblia o los Evangelios).

ORACIÓN DE LOS FIELES

Invoquemos a Dios nuestro Padre que nos ama y pidamos que guarde a estos hijos suyos en su amor. Respondemos: Te lo pedimos, Señor.

Diversas parejas de novios hacen las peticiones:

Que la envidia, el orgullo y el rencor no existan entre nosotros. Roguemos al Señor:

R/: Te lo pedimos, Señor.

Que la verdad, la bondad y la sinceridad presidan nuestra casa. Roguemos al Señor:

Rl: Te lo pedimos, Señor.

Que nunca tengamos mala intención el uno con el otro. Roguemos al Señor:

R/: Te lo pedimos, Señor.

Que nunca termine el día sin habernos perdonado. Roguemos al Señor:

Rl: Te lo pedimos, Señor.

Que seamos mutuamente agradecidos. Roguemos al Señor:

Rl: Te lo pedimos, Señor.

Que juntos leamos el Evangelio de Jesús. Roguemos al Señor:

R./ Te lo pedimos, Señor.

Que se cumpla en vosotros como lo creéis, y que anunciéis a todos los hombres con vuestra vida, Roguemos al Señor.

R/: Te lo pedimos, Señor.

Que seamos capaces de rezar juntos cada día. Roguemos al Señor:

Rl: Te lo pedimos, Señor.

(Libremente se añaden todas las intenciones que se crea conveniente).

Sacerdote:

Llenos de confianza en Dios nuestro Padre, nos dirigimos a él con la oración de los hijos, que Cristo nos enseño en el Evangelio: “Padre nuestro...”

DESPEDIDA

(Recitan a dos coros el MAGNIFICAT. Lc 1, 46-55)

Proclama mi alma la grandeza del Señor,

se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador;

porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitaran todas las generaciones,

porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:

su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:

dispersa a los soberbios de corazón,

derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,

a los hambrientos los coima de bienes

y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,

acordándose de la misericordia,

como lo había prometido a nuestros padres

a favor de Abrahán y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,

Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amen.

Sacerdote: Os bendiga Dios, Todopoderoso,

Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Sacerdote: Podéis ir en paz.

R/. Demos gracias a Dios.

2ª. SEGUNDA REUNIÓN EN LA IGLESIA:

          MEDITACIÓN Y ORACIÓN:  “DIOS ES AMOR”

               “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones”

1. Introducción

La reunión de hoy tiene un carácter diferente al de otras reuniones. En las anteriores, hemos escuchado a los moderadores, hemos hablado entre nosotros, hoy queremos escuchar a Dios y hablar con él. Vivimos el amor, estamos hablando de amor, vamos a dar lugar a que Dios nos hable de amor, del amor que él nos tiene, del amor que nos regala y quiere para nosotros. También tendremos oportunidad de pedir por nuestro amor y por nuestro futuro matrimonio.

2. Canto: Junto como hermanos, miembros de una Iglesia, vamos caminando al encuentro del Señor

Un largo caminar, por el desierto bajo el sol, no podemos avanzar, sin la ayuda del Señor.

3. Saludo y oración del celebrante

Oremos: Señor Dios, fuente de todo amor, tú nos has bendecido con el don del amor, y tú nos has reunido hoy aquí, para escuchar una palabra tuya que ilumine nuestra vida y nuestros proyectos; prepara tú mismo nuestros corazones, para que amándonos sin egoísmos demos testimonio de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

4. Rito de la luz

(Todos tienen en sus manos unas velas y además, cada pareja, tiene delante de si un velón o pequeño cirio. Antes de empezar la monición al rito de la luz lodos encienden sus velas. Con las velas encendidas en la mano escuchan la monición. Terminada ésta, todas las parejas, desde sus velas, encienden a la vez su respectivo cirio).

Monición al rito: Vamos a hacer un gesto simbólico, sugerente y significativo. Tenéis cada uno, una vela encendida en la mano. Cada pareja, a la vez, unid vuestras dos llamas, para encender la llama de ese solo cirio que tenéis delante. Una vez encendidos vuestros cirios, apagad las velas individuales y, contemplando la llama, escuchad la siguiente lectura. No se trata en realidad de un amor de novios, pero ciertamente, es un amor de máxima fidelidad. Escuchad:

5. Lectura: Rut, 1,14b-l7.

En aquel tiempo, “Orfá besó a su suegra y regresó a su pueblo, mientras que Rut se quedó con Noemí Noemí le dijo: -Mira tu cuñada se vuelve a su pueblo y a su dios; vete tú también con ella Rut le dijo: -No insistas más en que me separe de ti. Donde tú vayas, yo iré; donde tú vivas, viviré; tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, moriré y allí me enterrarán. Juro hoy solemnemente ante Dios que sólo la muerte nos ha de separar”.


6. Comentarios

(En este momento, teniendo en cuenta el gesto realizado y la lectura escuchada, se puede invitar a poner en común algún comentario. Los demás escuchan con atención y respeto

7. Salmo responsorial (o canto): Sal 144 (145)

- El Señor es bueno con todos

-- El Señor es clemente y misericordioso,/ lento a la cólera y rico en piedad,/ el Señor es bueno con todos,/ es cariñoso con todas sus criaturas.

- Que todas tus criaturas te den gracias, Señor que te bendigan tus fieles./ Los ojos de todos te están aguardando,/ tú les das la comida a su tiempo.


- El Señor es justo en todos sus caminos,/ es bondadoso en todas sus acciones,/ cerca está el Señor de los que lo invocan,/ de los que lo invocan sinceramente.

- “El Señor es bueno con todos”

8. Lectura: 1 Jn 3, 7-11

“ Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce.  El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El.  En eso está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.  Carísimos, si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros.

9. Homilía

10. Preces de los fieles

- Oremos a Dios Padre que desde el principio ha creado al hombre y a la mujer y les llama a vivir unidos en el matrimonio:
- Que descubramos que ser cristianos es un don y una llamada y respondamos con generosidad. Roguemos al Señor.
- Que las jóvenes parejas que se preparan para el matrimonio se relacionen entre sí de una manera digna de la santidad a que están llamadas. Roguemos...
- Que como novios vayamos viviendo día a día nuestra relación, de modo que el conocimiento mutuo, el amor y la fidelidad, vayan arraigando en nosotros. Roguemos al Señor.
- Que descubramos a Cristo como el amigo más fiel de nuestro matrimonio, y qué significa amar como él nos ha amado, Roguemos al Señor.
- Que descubramos a la Iglesia como Pueblo de Dios, que sigue a Jesús, que apoya y a la vez espera con gozo nuestro futuro matrimonio. Roguemos...

  • Padrenuestro...

- Presidente: Ayuda, Señor, a estos hijos tuyos que se preparan al matrimonio; que descubran su grandeza y su responsabilidad, a fin de que afianzados en la fuerza de la fe cristiana, se conduzcan por el camino del amor verdadero. Por Jesucristo nuestro Señor.

11. Canto a la Virgen Sta. María: Tomad, Virgen pura, nuestros corazones, no nos abandones, jamás, jamás, no nos abandones, jamás, jamás

12. Sueño y compromiso
El camino que aparece ante nosotros/ lo andaremos de la mano./A partes iguales la tristeza,/ a partes iguales. la sonrisa./ El trabajo a medias/ el ocio también a medias./ Y al fondo/ la firme perspectiva de una vida feliz/ y compartida...! “Porque ¡el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones! “.
 
13. Bendición final

- El Señor esté con vosotros....

- “El Dios del amor y de la paz habite en vosotros, dirija vuestros paso y confirme vuestros corazones en su amor, ahora y por siempre”

- “Amén”

14. Canto final

LA HOMILÍA

3ª ACTO COMUNITARIO EN LA IGLESIA: MEDITACIÓN:  JESUCRISTO ES EL DIOS SALVADOR

 

4. CELEBRACIÓN SACRAMENTAL DE LA RECONCILIACIÓN

1. RITOS INICIALES

Monición ambiental

Queridos novios, a lo largo de este encuentro de preparación al matrimonio hemos descubierto un nuevo rostro de Dios y de la Iglesia. Dios es un Padre misericordioso que nos ama y perdona en Jesucristo; y la Iglesia no está compuesta sólo de santos de altar, sino que es una comunidad de hermanos que son débiles y pecadores y que necesitan del perdón.

         Quizá hayamos abandonado este Sacramento desde hace tiempo, desde la Confirmación e incluso desde la Primera Comunión. Uno de los grandes males del hombre de nuestro tiempo es creer que no tiene pecado, que todo lo hace bien, incluso que no existe el pecado; sin embargo, el hombre de hoy sigue sufriendo a causa de la envidia, del afán de poseer, de la búsqueda ilimitada del placer, de la injusticia, de la falta de amor...

         Abramos el corazón al arrepentimiento y experimentemos que Cristo tiene poder con su gracia para cambiar nuestra vida y volvernos a traer a su amistad y amor.

Sacerdote: (Invita a todos a la oración con estas palabras).

Oremos, hermanos, para que Dios, que nos llama a la conversión, nos conceda la gracia de una verdadera y fructuosa penitencia.

(Silencio durante algunos momentos. Y continúa)

Escucha, Señor, nuestras súplicas humildes y perdona los pecados de quienes nos confesamos culpables para que así podamos recibir tu perdón y tu paz. Por Jesucristo Nuestro Señor.

R/: Amén.

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Primera lectura: 1Jn 3, 1-24 (Otras lecturas: Ef 2, 1-10; Rm 5, 6-11; Ap 3, 14-22).

Salmo responsorial (Salmo 50)

R./“Devuélveme la alegría de tu salvación”

Ten piedad de mi, oh Dios, por tu amor,

Por tu inmensa compasión borra mi culpa;

lava del todo mi maldad,

limpia mi pecado.

Rl: “Devuélveme la alegría de tu salvación”

Pues yo reconozco mi culpa,

tengo siempre presente mi pecado;

contra ti, contra ti solo pequé;

hice lo que tu detestas

Rl: “Devuélveme la alegría de tu salvación”

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio;

líbrame de la muerte, Dios, Salvador mío,

y mi boca cantará tu fidelidad.

Devuélveme el gozo de tu salvacion.

Rl: “Devuélveme la alegría de tu salvación”

Evangelio: Lc 15, 11-32: Parábola del hijo prodigo

HOMILÍA

III. EXAMEN DE CONCIENCIA

1. Un examen de conciencia, según el Evangelio: “amarás a Dios, amarás al prójimo, trabajarás por ser mejor”.

Dice el Señor: “Amarás a tu Dios con todo el corazón”:  

— ¿Amo a Dios con todo el corazón? ¿Ocupa Dios un lugar importante en mi vida?

¿Los domingos y los días de precepto participo en la Eucaristía?

— ¿He cumplido el precepto de la confesión y de la comunión pascual?

¿Comienzo y termino el día con una oración, un recuerdo para con Dios?

¿Ofrezco a Dios mis trabajos, dolores y gozos?

— ¿Me dirijo a Dios solamente cuando lo necesito?

— ¿He pronunciado en vano el nombre Dios, o de los santos? ¿Me avergüenza dar testimonio de Dios?

¿Cultivo mi vida espiritual procurando crecer? ¿Cómo y cuando?

¿Confío más en las riquezas, en las supersticiones y en la magia?

Dice el Señor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”

— ¿Amo a mi prójimo de todo corazón? ¿Soy solidario con los que me rodean?

¿En mis pensamientos y palabras juzgo sin compasión a los demás? ¿He murmurado, calumniado, mentido o robado?

— ¿Amo, defiendo y promociono la justicia?

¿He escandalizado gravemente con palabras o con acciones? ¿Me preocupo por los pobres, enfermos, indefensos?

¿Soy sincero, honesto, justo con todos?

— ¿He incitado a otros a pecar?

¿Como vivo la castidad en mi relación de pareja? ¿Nos respetamos?

¿Valoro a mi pareja y procuro su bien, más allá de mi egoísmo?

— ¿Amo, respeto y acompaño a mis padres?

¿He rechazado la vida apenas concebida? ¿He procurado o inducido al aborto?

El Señor dice: “Sed perfectos como vuestro Padre es perfecto”     

¿Me esfuerzo por ser cada día mejor?

— ¿Cómo uso mi tiempo? ¿Soy perezoso y egoísta? ¿Amo la pureza de corazón, de pensamiento, palabra y obra? ¿Me esfuerzo en superar mis vicios, inclinaciones y pasiones malas?

— ¿He impuesto mi voluntad a los demás en contra de su libertad y sus derechos?

— ¿He actuado contra mi conciencia por temor o por hipocresía? ¿Se renunciar a lo superfluo, a las compras inútiles, a la vanidad? ¿Soy paciente y constructor de paz o me lamento con frecuencia?

2. Preces comunitarias de petición de perdón

Tú nos dijiste: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”

— Perdónanos, Señor, porque nos hemos alejado de ti; por nuestra falta de confianza en tu amor, porque apenas si hablamos contigo en la oración.

— Perdónanos, Señor, por no escuchar el Evangelio de tu Hijo ni participar en la Eucaristía; por nuestro alejamiento de la Iglesia. Perdónanos, Señor, por dar más importancia a las cosas el dinero, la salud, el prestigio que a ti, el único necesario; por organizar nuestra vida concreta como si tu no existieras.

Tú nos mandaste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

  • Perdónanos, Señor, por la insensibilidad ante los problemas de los demás, por nuestro individualismo e insolidaridad con los pobres.
  • Perdónanos, Señor, por poner la felicidad en el consumismo y el disfrute inmediato; por pretender mejorar nuestro nivel de vida por encima de la verdad, la honradez y la justicia.
  • Perdónanos, Señor, por encerrarnos en el círculo de los amigos y los cercanos; por los juicios injustos y las opiniones precipita das, por nuestras mentiras y violencias.
  • Tú nos exhortaste: “Amaos como yo os he amado”
  • Perdónanos, Señor, por las faltas de diálogo y respeto, por el ansia de dominio mutuo, por la incomprensión y el egoísmo; por no saber perdonamos como tu nos perdonas.
  •  Perdónanos, Señor, por nuestro amor tantas veces superficial y egoísta, por dejarnos llevar por lo fácil, por la falta de transparencia y honestidad en nuestra mutua entrega.
  • Perdónanos, Señor, porque aún no nos atrevemos del todo a cimentar nuestro amor en ti, y nuestro futuro matrimonio en tu Evangelio.

IV. RITO DE RECONCILIACIÓN

  • Sacerdote: Recordando, hermanos, la bondad de Dios, nuestro Padre,  

                       confesemos nuestros pecados, para alcanzar así misericordia.

  • Fieles: Yo confieso ante Dios, todopoderoso, y ante vosotros, hermanos...
  • Sacerdote: Ahora, como el mismo Cristo nos mandó, oremos todos juntos al                   padre, para que perdonándonos las ofensas unos a otros, nos                         perdone él nuestros pecados.
  • Fieles: Padre nuestro, que estás en el cielo...
  • Sacerdote: Oremos: Escucha Señor a tus siervos, que se reconocen pecadores;       y haz que, liberados por tu Iglesia de toda culpa, merezcan darte gracias con un corazón renovado. Por Jesucristo Nuestro Señor.
  • R/: Amen.

V. CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN INDIVIDUAL

(Los penitentes se van acercando a los diversos confesores. Se puede poner una música adecuada de fondo)

VI. RITO DE CONCLUSIÓN

Sacerdote:

Dios Omnipotente y Misericordioso, que admirablemente

creaste al hombre

y mas admirablemente aun lo redimiste;

que no abandonas al pecador, sino que lo acompañas con amor paternal.

Tú enviaste tu Hijo al mundo para destruir, con su pasión, el pecado y la muerte, y para devolvernos, con su resurrección, la vida y la alegría.

Tú has derramado el Espíritu Santo en nuestros corazones para hacernos herederos e hijos tuyos.

Tú nos renuevas constantemente con los Sacramentos de la salvación

para librarnos de la servidumbre del pecado y transformarnos, de día en día, en una imagen cada vez más perfecta de tu Hijo amado.

Te damos gracias por las maravillas de tu misericordia y te alabamos con toda la Iglesia cantando para ti un cántico nuevo

con nuestros labios, nuestro corazón y nuestras obras.

A ti, la gloria por Cristo en el Espíritu Santo, ahora y por siempre.

R/: Amén.

Sacerdote: Os bendiga Dios todopoderoso: Padre, Hijo + y Espíritu Santo.

R/. Amén.

Sacerdote: “El Señor ha perdonado vuestros pecados. Podéis ir en paz”.

R/. “Demos gracias a Dios”.

 

5. CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA

1. RITOS INICIALES

Monición de entrada

(Por un miembro del equipo responsable).

Nos reunimos para celebrar la Eucaristía (del Domingo, Día del Señor), que hoy cuenta con la presencia especial de las parejas de novios que han realizado el cursillo prematrimonial. Bienvenidos todos: novios, familiares, amigos y miembros de la comunidad parroquial.

         Después de varios días de reflexión y dialogo, en estos días de preparación, queremos terminar dando las gracias al Señor por el amor que ha sembrado en vuestros corazones. Ahora, seguro que os queréis un poco mas, os conocéis y os comprendéis mejor, os encontráis mas seguros para dar el paso definitivo en el matrimonio a un amor para siempre.

         Os felicitamos por vuestra decisión libre, generosa, ponderada. Pero no olvidéis que la fidelidad en el matrimonio cristiano es un don de Dios, y que es necesaria la gracia de Cristo para que el egoísmo no empañe y debilite el amor. Por ello, pedimos el auxilio de Dios y la fuerza de lo alto. La presencia de Cristo en esta etapa final del noviazgo es garantía de éxito. La oración de toda la Iglesia en esta celebración os guarde hasta el día de vuestra boda.

Acto Penitencial

Sacerdote:

El Señor nos da la posibilidad de imitar en lo cotidiano de nuestra vida familiar la vida de su propia familia de Nazaret. Pero sabemos que, muchas veces, no respondemos a ese ideal. Pidamos, por ello, perdón a Dios de nuestros pecados e invoquemos la misericordia de Dios, nuestro Padre;

Hijo de Dios, que, nacido de la Virgen María, te hiciste nuestro hermano:

Señor, ten piedad.

Hijo del hombre, que has conocido y compartido nuestra vida, el trabajo, el amor, el sufrimiento, la muerte;

Cristo, ten piedad.

Hijo del Padre, que nos invitas a formar una familia como hijos de Dios;

Señor, ten piedad.

Sacerdote: Oremos: Oh Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia

como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo; concédenos, te rogamos, que, imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo.

Por Jesucristo nuestro Señor.

R/. Amén.

II. LITURGIA DE LA PALABRA

Primera lectura: Eclo 3, 3-7. 14-17a.

Salmo responsorial

Salmo 16 (15):

“Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

Yo digo al Señor; ‘Tu eres mi único bien”;

los dioses de la tierra no me satisfacen.

R/: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”

Tú, Señor, eres mi copa y el lote de mi heredad,

mi destino esta en tus manos.

Me ha tocado un lote hermoso,

¡me encanta mi heredad!

R/: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”

Bendeciré al Señor que me aconseja,

¡hasta de noche instruye mi conciencia!

Tengo presente siempre al Señor;

con él a mi derecha jamás sucumbiré.

R/: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”

Segunda lectura

Col 3, 12-21.

Evangelio

Mt 2, 13-15. 19-23. (Otros textos; Lc 2, 22-40; Lc 2, 41-52)

HOMILÍA

Profesión de fe

Sacerdote: Queridos novios, que os preparáis a celebrar el Sacramento del Matrimonio, un día, vuestros padres y padrinos, os trajeron a la Iglesia para recibir el Bautismo. En aquella celebración, ellos profesaron la fe por vosotros. Desde entonces asumieron la tarea de transmitir la fe a sus hijos. Hoy queremos que públicamente manifestéis vuestras intenciones y deseos; que libremente rechacéis el mal y proclaméis la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo:

¿Renunciáis al pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

 R/: Si, renuncio.

¿Renunciáis a las seducciones del mal, para que no domine en vosotros el pecado? R/: Si, renuncio.

¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?

R/: Si, renuncio.

¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

R/: Si, creo.

¿Creéis en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que nació de Santa María Virgen, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?

R/: Si, creo.

¿Creéis en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los Santos, en el perdón de los pecados, en la resurrección de la carne y en la vida eterna? R/: Si, creo.

Sacerdote: El Señor, que sembró el amor en vuestros corazones, culmine su obra en vosotros, os aumente la fe, la esperanza y la caridad, y os capacite para formar una familia cristiana el día de mañana y podáis transmitir la fe a los hijos que os conceda.

Por Jesucristo nuestro Señor.

R/: Amen.

III. ORACIÓN DE LOS FIELES

Sacerdote:

En comunión con la Sagrada Familia de Nazaret, elevemos nuestra oración a Dios nuestro Padre por todas las familias del mundo:

Por la Iglesia, la familia de los hijos de Dios, para que continúe acogiendo en su seno a todos los hombres. Roguemos al Señor.

R/. Te rogamos óyenos.

Por los padres y madres de familia: para que sepan educar a sus hijos, respetando su personalidad y ganándose su confianza. Roguemos al Señor.

R/. Te rogamos óyenos.

Por los novios, para que vivan su noviazgo con alegría y responsabilidad y vivan su futura vida familiar según el proyecto de Dios. Roguemos al Señor.

R/. Te rogamos óyenos.

Por los gobernantes de las naciones: para que procuren la solución de los graves problemas que afectan a la familia: la educación, la vivienda, el salario. Roguemos al Señor.

R/. Te rogamos óyenos.

Por las familias desunidas, por las familias que sufren: para que reciban ayuda y consuelo, fruto de la solidaridad cristiana. Roguemos al Señor.

R/. Te rogamos óyenos.

Por nosotros aquí reunidos: para que la Eucaristía que celebramos aumente en nosotros el deseo de anunciar el Evangelio de la familia y de la vida en medio de nuestra sociedad. Roguemos al Señor.

R/. Te rogamos óyenos.

Sacerdote: Acoge, Padre de Bondad, la oración de tus hijos, atiende las necesidades de tu Iglesia, y concede a todos los hombres el perdón y la paz de tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor.

R/Amén.

IV. LITURGIA EUCARÍSTICA

Presentación de los dones

(Junto al pan y al vino, se pueden presentar algunos símbolos que manifiesten la grandeza y la misión del sacramento del Matrimonio. Presentan los mismos novios).

Una Biblia, como norma de su vida y deseo de vivir en la voluntad del Señor.

Las alianzas, signo del amor y la fidelidad.

Unas llaves, signo de ofrecimiento de la nueva casa e invitación a que Cristo sea el centro de su hogar.

Una Cruz, expresión del deseo de entregar la vida para siempre en el matrimonio, como Cristo a su Iglesia.

Colecta

(Que sea destinada a Caritas o a alguna institución vinculada a familias con dificultades. Se explica la intención, y si es posible que alguna pareja de novios se encargue de entregarla a sus destinatarios, a través de la institución oportuna)

Monición al Padrenuestro

Sacerdote: Somos hijos de un mismo Padre. Somos familia reunida en el Nombre del Señor. Con la confianza de los hijos hacia su Padre, y llenos de fe, nos atrevemos a decir: Padre nuestro, que estás en el cielo...

Monición al rito de la paz

Sacerdote: Hoy nos damos la paz como hermanos, como hijos, como padres y madres que forman una gran familia. Que el beso de la paz, sea expresión del amor de Cristo entre nosotros. Nos comunicamos la paz que Cristo nos ha traído y nos ha regalado: “Daos fraternalmente la Paz”.

V. ORACIÓN DE ACCIÓN GRACIAS DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

(Puede ser leída por una pareja de novios, a dos coros)

Te alabamos, Padre,

porque eres el origen de todo amor y nos diste a Jesús como hermano.

Te bendecimos, Señor Jesús,

Porque, como nosotros, quisiste nacer y vivir en el seno de una familia y nos has revelado el amor del Padre.

Te glorificamos, Espíritu Santo, porque en la familia nos invitas al dialogo y eres comunión desde la riqueza de nuestras diferencias.

Te damos gracias, Trinidad Santa, por los dones que has derramado en nuestra familia.

Líbranos del egoísmo y la insolidaridad.

Enséñanos a acogerte en las necesidades del prójimo.

Fortalécenos en las dificultades y enséñanos a perdonar de corazón, como tu lo haces con nosotros.

Edúcanos en la fidelidad, en la ternura y en la fiesta;

descúbrenos tu voluntad como un designio de amor sobre nuestras vidas.

Concédenos el trabajo que nos une a ti en la creación de un mundo nuevo;

ayúdanos a construir la paz, fruto de la justicia.

Danos la fe que nos lleva a ti como Padre y a vivir, desde nuestra familia, la fraternidad universal.

Concédenos la esperanza y el gozo que necesitamos para llevar a cabo, juntos, la tarea que tu nos confías.

Da a nuestra familia ese amor paciente y servicial que no busque su interés, que disculpe siempre, se fíe siempre, espere siempre.

Te lo pedimos, Padre, por Jesús, Nuestro hermano salvador por la Cruz;

Con la intercesión de María, su Madre y nuestra Madre y su santo esposo José, a quien Tú, Padre Dios, confiaste a tu Hijo en la tierra.

Amén.

ORACIÓN Y BENDICIÓN FINAL

6. CELEBRACIÓN FINAL DEL CURSILLO

CELEBRACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

 

Monición de entrada

Hemos llegado al final de esta catequesis prematrimonial, y no queremos despedirnos sin antes descubriros el secreto, la fuerza que nos ha movido a estar estos días con vosotros: Jesucristo. Deseamos que hayáis descubierto la necesidad de Dios en vuestra vida. Ahora, que vuestra decisión de casaros por la Iglesia es mucho más consciente y plena, pedidle al Señor, que os acompañe siempre y preserve vuestro amor de todo egoísmo.

1. LITURGIA DE LA PALABRA

Primera Lectura: de la primera Carta del apóstol San Pablo a los Corintios (1Cor 13,1-8)

Monición

El matrimonio tiene su arranque y su objetivo en el amor; en este himno San Pablo canta primero las excelencias del amor; a continuación describe las características del verdadero amor que se centran en el despego de sí mismo; y termina con la afirmación de la perennidad del amor: sólo lo que hacemos por amor permanece para siempre.

Salmo responsorial

(Salmo 126)

R/: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Si el Señor no construye la casa

en vano se cansan los albañiles;

si el Señor no construye la ciudad,

en vano vigila el centinela.

R/: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Es inútil que madruguéis,

que veléis hasta muy tarde,

y que os fatiguéis para ganar el pan:

¡Dios se lo da a sus amigos mientras duermen!

R/: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

La herencia del Señor son los hijos,

el fruto de las entrañas su recompensa;

como saetas en manos de un guerrero,

así son los hijos de la juventud

R/ “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (7,24-27)

Monición

La parábola sobre la casa edificada sobre roca, que finaliza el Sermón de la Montaña, tiene una fácil aplicación al hogar cristiano edificado sobre la palabra de Cristo. Es la coherencia entre la fe y la vida, entre la teoría y la práctica: el matrimonio cimentado sobre la roca firme de la fe en Cristo, y la decisión de mantenerse unidos toda la vida.

II. ORACIÓN DE LOS FIELES

Sacerdote: Ante la proximidad de vuestra boda, centremos nuestra mirada en Cristo y recemos juntos, uno por el otro, llenos de gozo, por haber sido destinados a una misión tan preciosa como el matrimonio y la familia:

(Leen los novios. Después de cada petición se guarda unos instantes de silencio)

Por la Iglesia, para que siga preparando cada día mejor a los novios al Sacramento del Matrimonio ya la Vida Familiar. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por el equipo responsable de impartir los encuentros de preparación al matrimonio, para que sus orientaciones y su ejemplo hagan hermosa y envidiable la imagen del matrimonio cristiano. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por los jóvenes, para que entiendan la profundidad del Sacramento del Matrimonio y se preparen a recibirlo con responsabilidad. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por nosotros, para que el día de nuestra boda no sea un punto de llegada, sino el encuentro con Jesucristo que nos da su amor para querernos desinteresadamente, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por nuestros padres y padrinos, por nuestros hermanos y nuestros futuros hijos, para que puedan ver en nosotros alegría, paz y unión que les arrastre a crecer en la bondad. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

III. ORACIÓN DEL PADRE NUESTRO

Sacerdote: Oremos juntos con la oración que Jesús nos enseñó.

Todos: Padre nuestro...

IV. ORACION DE LOS FUTUROS ESPOSOS

(Una pareja recita la siguiente oración)

Señor, haz de nuestro hogar un sitio de tu amor.

Que no haya injuria, porque tú nos das comprensión.

Que no haya amargura, porque tú nos bendices.

Que no haya egoísmo, porque Tú nos alientas.

Que no haya rencor, porque tú nos das el perdón.

Que no haya abandono, porque tú estas con nosotros.

Que sepamos marchar hacia ti en nuestro caminar diario.

Que cada mañana amanezca un día de entrega y sacrificio.

Que cada noche nos encuentre con más amor de esposos.

Haz, Señor, de nuestros hijos lo que tú anhelas:

ayúdanos a educarles y a orientarles hacia ti.

Haz de nuestro hogar un lugar abierto a los problemas de la sociedad.

Que los que sufren y los pobres nos encuentren solidarios.

Que nuestros familiares y amigos nos sientan cercanos y solícitos.

Que nuestra familia sea una iglesia en pequeño.

Que participemos de la oración de los cristianos y de la vida de la Iglesia.

Concédenos que caminemos juntos muchos años,

hasta el gran Día de ir a tu encuentro

para vivir juntos en tu hogar del Cielo.

Sacerdote: Podéis ir en paz.

R/: Demos gracias a Dios.

HOMILÍAS DE BODAS

1ª HOMILÍA

2ª HOMILÍA

3ª HOMILÍA

4ª HOMILÍA

5ª HOMILÍA

SENTIMIENTOS Y VIVENCIAS DESDE LOS SIGNOS NUPCIALES

QUERIDOS NOVIOS: Me alegra mucho deciros y felicitaros por vuestra fe y amor a Cristo en el día de vuestra boda, porque, al preparar vuestro enlace matrimonial, me dijisteis que queríais hacer dentro de la Eucaristía. Por eso, quiero dedicar unas breves palabras a explicar lo que esto significa de gracia y bendiciones para vosotros en este día para vivir vuestro amor como Cristo: hasta dar la vida el uno por el otro.

Y de paso explicaremos los significados tan ricos de algunos de los ritos que hacemos en la boda y que ya se van olvidando.

          ¿Es preciso que nos casemos celebrando la Misa?

La celebración de sacramento del matrimonio es independiente por sí misma de cualquier otra celebración, de modo que no es necesario que se celebre dentro de la celebración de la Santa Misa, que es de todos modos lo usual. Y es así porque la Iglesia recomienda que las bodas se celebren en el marco de la celebración eucarística.

         Se comprende que sea así, porque la Eucaristía es el sacramento del amor, en que los cristianos unidos a Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote y principal ministro, nos unimos con Dios y, al mismo tiempo, en Él Hijo de Dios pero hombre como nosotros, nos unimos todos como hermanos: es el sacramento de la unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios, supremo signo de lo que es la Iglesia, manifestación de la última esencia de la misión de la Iglesia en el mundo, y del amor de Dios a los hombres en Cristo Jesús.

         Es de esta manera el marco apropiado para la celebración del sacramento del amor humano, en que ese amor de Cristo se significa. Pero eso que es un bello simbolismo no es ni necesario ni obligatorio, si bien es cierto que es la praxis elegida normalmente por los fieles, que entienden la recomendación de la Iglesia y, fuera de casos especiales, suelen elegir la celebración del matrimonio dentro de la Misa. El sacramento del matrimonio sólo de por sí tiene su propia entidad y una completa celebración, aunque su marco idea sea la celebración de la Misa.

          ¿Son obligadas las arras? ¿Qué significan?

La ceremonia de las arras es una antigua práctica, que rememora y quiere manifestar cómo el espíritu cristiano ha superado costumbres paganas, unas provenientes de sociedades en que se practicaba la compra de la mujer y otras, de la costumbre de la dote que entregaba el esposo al padre de la novia, con distintos significados, unas veces para compensar, otras para garantizar o como señal del contrato.

         Propiamente las arras en la praxis de la Iglesia en un principio estaban en relación con los esponsales. Poco a poco pasaron a significar primordialmente la mancomunidad de bienes entre los esposos y así hoy son la manifestación de la voluntad de ambos de compartir los bienes materiales.

                   La comunidad íntima de vida, es también una comunidad de bienes. Es muy difícil a los que de verdad se aman el separar de la comunidad de vida, que crean, el pensar que no se compartan también los bienes que se poseen. Es un riesgo y puede ser causa de muchos problemas y de perfidias, pero ya es más riesgo constituir por amor una comunidad íntima de vida. El número de las trece arras se relaciona con Jesucristo y los doce Apóstoles, que formaban una comunidad humana.

          ¿Qué significan los anillos?

Los anillos son otro de los símbolos, que tienen una peculiar significación en relación con el matrimonio. Este símbolo está en pleno uso entre nosotros y la entrega de los anillos se realiza inmediatamente después de la manifestación el consentimiento, y constituye prácticamente una unidad como signo de lo que expresa el consentimiento.

         El anillo tiene y ha tenido en la vida social diversos significados, entre los comerciantes, entre los poderosos signo de autoridad, el Rey, el canciller, el notario, el anillo del Pescador del Papa, entre los estudiosos el anillo del doctor, quien era investido del grado de doctor recibía el birrete, se le imponía la muceta y se le entregaba el anillo. Cada uno de esos anillos tenía sus características y formas diversas.

         Pero el anillo nupcial es simple, sencillo, de formas casi idénticas, con frecuencia con unas fechas o signos en el reverso otros anillos se llevan en cualquier dedo, el anillo nupcial se lleva en un dedo que es el dedo anular, para ese anillo, desde siempre, desde que quiso significarse con ello la unión permanente conyugal ha sido así en la cultura cristiana.

         El anillo nupcial lo puede llevar toda persona casada, no necesita tener ningún otro rango: es igual, para designar la igualdad radical de hombre y mujer en lo que afecta a la vida conyugal, no es más esposo el esposo que la esposa, en todos sus derechos y deberes conyugales.

         El anillo tiene una gran fuerza significativa porque no tiene principio ni fin, no es veleidoso, es una forma estable y por eso sirve para significar la estabilidad, la permanencia del compromiso matrimonial, no se puede interrumpir. Al mismo tiempo es una forma vacía: es para rodear algo, se ha de llenar, tiene por ello fuerza para significar el compromiso de la persona.

(Para final de la homilía escoger cualquiera de las primeras, así como para explicar el amor único, total y exclusivo como el de Cristo y los tres consejos: Hablar, perdonar y rezar que doy en todas las bodas)

6ª HOMILÍA

SENTIMIENTOS Y VIVENCIAS PARA LA VIDA DESDE LOS SIGNOS

QUERIDOS NOVIOS: Me alegra mucho deciros y felicitaros por vuestra fe y amor a Cristo en el día de vuestra boda, porque, al preparar vuestro enlace matrimonial, me dijisteis que queríais hacer dentro de la Eucaristía. Por eso, quiero dedicar unas breves palabras a explicar lo que esto significa de gracia y bendiciones para vosotros en este día para vivir vuestro amor como Cristo: hasta dar la vida el uno por el otro.

Y de paso explicaremos los significados tan ricos de algunos de los ritos que hacemos en la boda y que ya se van olvidando.

26. ¿Qué es la velación nupcial?


La velación consiste en la imposición de un velo sobre los hombros del varón y sobre la cabeza de la mujer, que quiere significar la unión de ambos esposos, que constituyen desde el momento de su matrimonio una unidad, una comunión íntima de vida, que abarca todos los aspectos del vivir, que les unifica en el modo de estar en el mundo.
         Lo que engrandece a uno, engrandece al otro, lo que apena a uno, apena al otro, lo que santifica a uno, santifica al otro, la felicidad de uno es la felicidad del otro, en una palabra participan de la misma suerte. El velo les une y mantiene unidos como un yugo, que les aferra uno al otro en apoyo, en ilusión, en esfuerzo y en fuerza.

         El velo es también el signo de la nube que les cubre y significa la fuerza y potencia del Señor, que estaba en forma de nube sobre el Arca de la Alianza en signo de su protección amorosa. Ahora es imagen del signo sacramental: la consagración que da sentido a la unión sacramental y la convierte en el santuario de la vida, de los que se casan y la viven en la plenitud de la condición humana y como fuente del mayor don, que es la participación en la transmisión del don de la vida, sin manipulación, fluyente de la pareja sostenida y unida por el velo. Como corresponde a su significado suele imponerse, manifestado el consentimiento y adelantada la celebración, inmediatamente antes de la bendición nupcial.

         Es el complemento de la ceremonia, a la que enriquece con este signo visible: ya su vida es una comunión conyugal y sobre ella caerá ahora la bendición nupcial. Por cierto que cónyuge viene de yugo: ambos bajo el mismo yugo.

         Se quita el velo y los esposos reciben la sagrada comunión. Este rito que el siglo pasado estaba aún en uso entre nosotros, hoy apenas ha lugar; no es obligatorio, pero tampoco está prohibido, más bien se deja a la opción de los que se van a casar. Por ello lo mejor es que los novios lo comenten y acuerden con el sacerdote que va a asistir a la celebración de las nupcias.

          ¿Qué significa la bendición nupcial?

La última ceremonia especial en la celebración de las bodas es la bendición nupcial. Ésta es una larga invocación sobre ambos esposos que el sacerdote celebrante pronuncia sobre ellos después de la plegaria del Padre nuestro, y a la que sigue inmediatamente el intercambio del signo de paz entre los esposos y entre todos los asistentes a la celebración. Es una venerable oración, en la que el sacerdote celebrante invoca la bendición de Dios, un poco al estilo de las largas bendiciones del Antiguo Testamento, en que se recuerdan los grandes dones de Dios creador y especialmente hacedor del hombre; en ella se alude también a la elevación del matrimonio a sacramento de Cristo, en el que se prefigura el misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia y se hace referencia con mayor insistencia a la fidelidad a la alianza conyugal, y al don de la descendencia.

         Si en otro tiempo tenía mayor incidencia la invocación de la ayuda y bendición de Dios sobre la mujer, en las fórmulas más modernas se señala más claramente a ambos esposos como destinatarios de la ayuda suplicada, se alude al cultivo del mutuo amor y a la ayuda del Señor que ambos necesitan para el cumplimiento de los deberes y responsabilidades matrimoniales y familiares, para finalizar con un deseo de felicidad para los esposos y sus hijos en esta vida y de que lleguen a participar en la alegría del banquete eterno.

7ª. HOMILÍA

8ª HOMILÍA

9ª HOMILÍA

10ª HOMILÍA

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BODAS DE ORO O PLATA

1ª HOMILÍA

BODAS DE ORO O PLATA

2ª HOMILÍA

AYUDAS PASTORALES PARA EL CURSILLO

AMO  A JESUCRITO

6. CELEBRACIÓN FINAL DEL CURSILLO

CELEBRACIÓN DE ACCIÓN DE GRACIAS

 

Monición de entrada

Hemos llegado al final de esta catequesis prematrimonial, y no queremos despedirnos sin antes descubriros el secreto, la fuerza que nos ha movido a estar estos días con vosotros: Jesucristo. Deseamos que hayáis descubierto la necesidad de Dios en vuestra vida. Ahora, que vuestra decisión de casaros por la Iglesia es mucho más consciente y plena, pedidle al Señor, que os acompañe siempre y preserve vuestro amor de todo egoísmo.

1. LITURGIA DE LA PALABRA

Primera Lectura: de la primera Carta del apóstol San Pablo a los Corintios (1Cor 13,1-8)

Monición

El matrimonio tiene su arranque y su objetivo en el amor; en este himno San Pablo canta primero las excelencias del amor; a continuación describe las características del verdadero amor que se centran en el despego de sí mismo; y termina con la afirmación de la perennidad del amor: sólo lo que hacemos por amor permanece para siempre.

Salmo responsorial

(Salmo 126)

R/: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Si el Señor no construye la casa

en vano se cansan los albañiles;

si el Señor no construye la ciudad,

en vano vigila el centinela.

R/: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Es inútil que madruguéis,

que veléis hasta muy tarde,

y que os fatiguéis para ganar el pan:

¡Dios se lo da a sus amigos mientras duermen!

R/: “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

La herencia del Señor son los hijos,

el fruto de las entrañas su recompensa;

como saetas en manos de un guerrero,

así son los hijos de la juventud

R/ “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles”.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo (7,24-27)

Monición

La parábola sobre la casa edificada sobre roca, que finaliza el Sermón de la Montaña, tiene una fácil aplicación al hogar cristiano edificado sobre la palabra de Cristo. Es la coherencia entre la fe y la vida, entre la teoría y la práctica: el matrimonio cimentado sobre la roca firme de la fe en Cristo, y la decisión de mantenerse unidos toda la vida.

II. ORACIÓN DE LOS FIELES

Sacerdote: Ante la proximidad de vuestra boda, centremos nuestra mirada en Cristo y recemos juntos, uno por el otro, llenos de gozo, por haber sido destinados a una misión tan preciosa como el matrimonio y la familia:

(Leen los novios. Después de cada petición se guarda unos instantes de silencio)

Por la Iglesia, para que siga preparando cada día mejor a los novios al Sacramento del Matrimonio ya la Vida Familiar. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por el equipo responsable de impartir los encuentros de preparación al matrimonio, para que sus orientaciones y su ejemplo hagan hermosa y envidiable la imagen del matrimonio cristiano. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por los jóvenes, para que entiendan la profundidad del Sacramento del Matrimonio y se preparen a recibirlo con responsabilidad. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

Por nosotros, para que el día de nuestra boda no sea un punto de llegada, sino el encuentro con Jesucristo que nos da su amor para querernos desinteresadamente, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de nuestra vida. Roguemos al Señor:

 R/ Te rogamos, óyenos.

Por nuestros padres y padrinos, por nuestros hermanos y nuestros futuros hijos, para que puedan ver en nosotros alegría, paz y unión que les arrastre a crecer en la bondad. Roguemos al Señor:

R/. Te rogamos, óyenos.

III. ORACIÓN DEL PADRE NUESTRO

Sacerdote: Oremos juntos con la oración que Jesús nos enseñó.

Todos: Padre nuestro...

IV. ORACION DE LOS FUTUROS ESPOSOS

(Una pareja recita la siguiente oración)

Señor, haz de nuestro hogar un sitio de tu amor.

Que no haya injuria, porque tú nos das comprensión.

Que no haya amargura, porque tú nos bendices.

Que no haya egoísmo, porque Tú nos alientas.

Que no haya rencor, porque tú nos das el perdón.

Que no haya abandono, porque tú estas con nosotros.

Que sepamos marchar hacia ti en nuestro caminar diario.

Que cada mañana amanezca un día de entrega y sacrificio.

Que cada noche nos encuentre con más amor de esposos.

Haz, Señor, de nuestros hijos lo que tú anhelas:

ayúdanos a educarles y a orientarles hacia ti.

Haz de nuestro hogar un lugar abierto a los problemas de la sociedad.

Que los que sufren y los pobres nos encuentren solidarios.

Que nuestros familiares y amigos nos sientan cercanos y solícitos.

Que nuestra familia sea una iglesia en pequeño.

Que participemos de la oración de los cristianos y de la vida de la Iglesia.

Concédenos que caminemos juntos muchos años,

hasta el gran Día de ir a tu encuentro

para vivir juntos en tu hogar del Cielo.

Sacerdote: Podéis ir en paz.

R/: Demos gracias a Dios.

HOMILÍAS DE BODAS

HOMILÍA DE BODAS (2017)

Muy queridos N. y N, queridos padres, familiares y amigos: Estamos celebrando la fiesta del amor, del amor humano y cristiano, la fiesta del sacramento católico de N. y N, repito, sacramento católico, esto es serio, está presente Dios, Jesucristo.

Por eso nos hemos reunido en esta iglesia,(ante la imagen impresionante del Cristo de las Batallas,) porque estos novios quieren casarse en Cristo y por la iglesia, esto es, no quieren sólo casarse a su manera, sin presencia de lo sagrado, ((en esta (catedral) iglesia, porque sea muy bella, y un marco muy bonito para el álbum de fotos,)) sino que quieren casarse por la iglesia católica, porque son creyentes en Jesucristo y quieren recibir el sacramento del matrimonio que les confiere la fuerza, la gracia y el amor de Cristo para vivir unidos, siempre, hasta que la muerte los separe. Quieren vivir un amor como el de Cristo, hasta dar la vida el uno por el otro, amor único, total y definitivo.

Y ahora quisiera explicaros brevemente qué dones y gracias del Señor lleva consigo el matrimonio cristiano, casarse en gracia de Dios por la Iglesia.

Muy queridos y emocionados N. y N., cuando dentro de unos momentos, en la fórmula de casamiento, os digáis mutuamente el uno al otro: yo te quiero a ti, ¿qué queréis deciros, a qué queréis comprometeros ante el Señor? Queréis deciros: yo te quiero, y me entrego y te amo a ti, y te necesito de tal manera, que no se ni quiero vivir ya sin ti, la vida no soy capaz de concebirla ya sin ti, y que no me encuentro a mi misma o a mi mismo si tu desapareces.

(Y atentos todos, mayores y jóvenes, que un día os casasteis por la Iglesia, padres y abuelos, para que al oírlo os renovéis en el amor eterno del matrimonio y deis gracias a Dios.) 

Seguimos. Luego añadiréis: Y prometo serte fiel ,qué queréis decir con prometo serte fiel? Pues sencillamente que como os comprometéis a amaros con el amor de Cristo y como este amor y sentimientos de Cristo nosotros no lo sabemos fabricar, hacéis una promesa ante el Señor: me comprometo a amarte como Cristo quiere que te ame y te amaré de tal forma que te amaré fielmente a ti solo, a ti sola, y lucharé toda mi vida y con todas mis fuerzas para que tú sea la única mujer, el único marido de mi vida, el único amor de mi vida: Este es vuestro compromiso ante Cristo en su iglesia.

Y ahora, para ayudaros a vivir en cristiano vuestro matrimonio, quiero daros tres consejos si queréis que este sacramento permanezca siempre entre vosotros:

1°. Que desde hoy y todos los días de vuestra vida, recéis. Yo hablo alto y claro. Todo católico, sea cristiano, cura, fraile o monja, me da lo mismo; si no reza, pierde el amor de Dios, la ayuda de Dios, la fuerza de Dios. Se queda con lo suyo y esto no basta para amar como El amó.

Este es mi primer consejo: que recéis, que seáis buenos cristianos, que vayáis a misa todos los domingos... si no lo hacéis, vuestro amor durará hasta donde duren vuestras fuerzas puramente humanas, o se presenten otras personas, porque la fuerza y la gracia de Dios vienen rezando.

2.- Mi segundo consejo: es que os perdonéis; para un matrimonio o familia, el perdón es lo que el aceite para el motor del coche. Quién no sabe lo que ocurre si alguien se pone en viaje sin una gota de aceite en el motor del coche: a los pocos kilómetros, el motor se quemará. El perdón, al igual que el lubricante, reduce los “roces” y discusiones y remueve las pequeñas herrumbres en cuanto aparecen.

Por eso, mi tercer consejo es que todas las noches, al acostaros, os digáis, qué me cuentas, qué pasó, por qué me hiciste eso, que discutáis incluso, pero siempre el perdón, rezar y cumplir el padrenuestro, perdona nuestras ofensas como también nosotros nos perdonamos, un abrazo de perdón, un beso y luego todo lo que venga..., pero perdonados.

3.— Y mi último consejo, que va incluido en los anteriores: que dialoguéis, que dialoguéis mucho, que os lo comuniquéis todo, y para eso, menos televisión, menos guasad, tuwiter… etce y jamás comiendo o cenando. Porque terminaréis el día sin comunicaros. Porque por la tele y eso medios muchos matrimonios caminan juntos pero separados, como los raíles del tren. Y al principio, nos se nota… pero luego… Y así hay compañías, parejas que no quitan soledad.

Muy queridos N.N. El matrimonio cristiano es la mayor unión, el mayor amor, la felicidad más grande que puede existir en este mundo. Amar y sentirse amado, sentir que una persona vive y piensa en ti, saber que uno no está solo en la vida, sentir la mano que te acaricia, la voz que muy bajito te dice al oído: te quiero, es la felicidad mayor de este vida. El amor es néctar al paladar, es llama de amor viva en el corazón, es dulzura y miel en los labios, es la fuente de la felicidad. El amor es Dios y Dios es Amor. Y esto es lo que pido en esta santa misa para vosotros: Que Dios esté siempre con vosotros, es decir, que os améis como El nos ama. Amén. Así sea.

1ª HOMILÍA

2ª HOMILÍA

3ª HOMILÍA

4ª HOMILÍA

5ª HOMILÍA

SENTIMIENTOS Y VIVENCIAS DESDE LOS SIGNOS NUPCIALES

QUERIDOS NOVIOS: Me alegra mucho deciros y felicitaros por vuestra fe y amor a Cristo en el día de vuestra boda, porque, al preparar vuestro enlace matrimonial, me dijisteis que queríais hacer dentro de la Eucaristía. Por eso, quiero dedicar unas breves palabras a explicar lo que esto significa de gracia y bendiciones para vosotros en este día para vivir vuestro amor como Cristo: hasta dar la vida el uno por el otro.

Y de paso explicaremos los significados tan ricos de algunos de los ritos que hacemos en la boda y que ya se van olvidando.

          ¿Es preciso que nos casemos celebrando la Misa?

La celebración de sacramento del matrimonio es independiente por sí misma de cualquier otra celebración, de modo que no es necesario que se celebre dentro de la celebración de la Santa Misa, que es de todos modos lo usual. Y es así porque la Iglesia recomienda que las bodas se celebren en el marco de la celebración eucarística.

         Se comprende que sea así, porque la Eucaristía es el sacramento del amor, en que los cristianos unidos a Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote y principal ministro, nos unimos con Dios y, al mismo tiempo, en Él Hijo de Dios pero hombre como nosotros, nos unimos todos como hermanos: es el sacramento de la unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios, supremo signo de lo que es la Iglesia, manifestación de la última esencia de la misión de la Iglesia en el mundo, y del amor de Dios a los hombres en Cristo Jesús.

         Es de esta manera el marco apropiado para la celebración del sacramento del amor humano, en que ese amor de Cristo se significa. Pero eso que es un bello simbolismo no es ni necesario ni obligatorio, si bien es cierto que es la praxis elegida normalmente por los fieles, que entienden la recomendación de la Iglesia y, fuera de casos especiales, suelen elegir la celebración del matrimonio dentro de la Misa. El sacramento del matrimonio sólo de por sí tiene su propia entidad y una completa celebración, aunque su marco idea sea la celebración de la Misa.

          ¿Son obligadas las arras? ¿Qué significan?


La ceremonia de las arras es una antigua práctica, que rememora y quiere manifestar cómo el espíritu cristiano ha superado costumbres paganas, unas provenientes de sociedades en que se practicaba la compra de la mujer y otras, de la costumbre de la dote que entregaba el esposo al padre de la novia, con distintos significados, unas veces para compensar, otras para garantizar o como señal del contrato.

         Propiamente las arras en la praxis de la Iglesia en un principio estaban en relación con los esponsales. Poco a poco pasaron a significar primordialmente la mancomunidad de bienes entre los esposos y así hoy son la manifestación de la voluntad de ambos de compartir los bienes materiales.

                   La comunidad íntima de vida, es también una comunidad de bienes. Es muy difícil a los que de verdad se aman el separar de la comunidad de vida, que crean, el pensar que no se compartan también los bienes que se poseen. Es un riesgo y puede ser causa de muchos problemas y de perfidias, pero ya es más riesgo constituir por amor una comunidad íntima de vida. El número de las trece arras se relaciona con Jesucristo y los doce Apóstoles, que formaban una comunidad humana.

          ¿Qué significan los anillos?


Los anillos son otro de los símbolos, que tienen una peculiar significación en relación con el matrimonio. Este símbolo está en pleno uso entre nosotros y la entrega de los anillos se realiza inmediatamente después de la manifestación el consentimiento, y constituye prácticamente una unidad como signo de lo que expresa el consentimiento.

         El anillo tiene y ha tenido en la vida social diversos significados, entre los comerciantes, entre los poderosos signo de autoridad, el Rey, el canciller, el notario, el anillo del Pescador del Papa, entre los estudiosos el anillo del doctor, quien era investido del grado de doctor recibía el birrete, se le imponía la muceta y se le entregaba el anillo. Cada uno de esos anillos tenía sus características y formas diversas.

         Pero el anillo nupcial es simple, sencillo, de formas casi idénticas, con frecuencia con unas fechas o signos en el reverso otros anillos se llevan en cualquier dedo, el anillo nupcial se lleva en un dedo que es el dedo anular, para ese anillo, desde siempre, desde que quiso significarse con ello la unión permanente conyugal ha sido así en la cultura cristiana.

         El anillo nupcial lo puede llevar toda persona casada, no necesita tener ningún otro rango: es igual, para designar la igualdad radical de hombre y mujer en lo que afecta a la vida conyugal, no es más esposo el esposo que la esposa, en todos sus derechos y deberes conyugales.

         El anillo tiene una gran fuerza significativa porque no tiene principio ni fin, no es veleidoso, es una forma estable y por eso sirve para significar la estabilidad, la permanencia del compromiso matrimonial, no se puede interrumpir. Al mismo tiempo es una forma vacía: es para rodear algo, se ha de llenar, tiene por ello fuerza para significar el compromiso de la persona.

(Para final de la homilía escoger cualquiera de las primeras, así como para explicar el amor único, total y exclusivo como el de Cristo y los tres consejos: Hablar, perdonar y rezar que doy en todas las bodas

6ª HOMILÍA

SENTIMIENTOS Y VIVENCIAS PARA LA VIDA DESDE LOS SIGNOS

QUERIDOS NOVIOS: Me alegra mucho deciros y felicitaros por vuestra fe y amor a Cristo en el día de vuestra boda, porque, al preparar vuestro enlace matrimonial, me dijisteis que queríais hacer dentro de la Eucaristía. Por eso, quiero dedicar unas breves palabras a explicar lo que esto significa de gracia y bendiciones para vosotros en este día para vivir vuestro amor como Cristo: hasta dar la vida el uno por el otro.

Y de paso explicaremos los significados tan ricos de algunos de los ritos que hacemos en la boda y que ya se van olvidando.

26. ¿Qué es la velación nupcial?


La velación consiste en la imposición de un velo sobre los hombros del varón y sobre la cabeza de la mujer, que quiere significar la unión de ambos esposos, que constituyen desde el momento de su matrimonio una unidad, una comunión íntima de vida, que abarca todos los aspectos del vivir, que les unifica en el modo de estar en el mundo.
         Lo que engrandece a uno, engrandece al otro, lo que apena a uno, apena al otro, lo que santifica a uno, santifica al otro, la felicidad de uno es la felicidad del otro, en una palabra participan de la misma suerte. El velo les une y mantiene unidos como un yugo, que les aferra uno al otro en apoyo, en ilusión, en esfuerzo y en fuerza.

         El velo es también el signo de la nube que les cubre y significa la fuerza y potencia del Señor, que estaba en forma de nube sobre el Arca de la Alianza en signo de su protección amorosa. Ahora es imagen del signo sacramental: la consagración que da sentido a la unión sacramental y la convierte en el santuario de la vida, de los que se casan y la viven en la plenitud de la condición humana y como fuente del mayor don, que es la participación en la transmisión del don de la vida, sin manipulación, fluyente de la pareja sostenida y unida por el velo. Como corresponde a su significado suele imponerse, manifestado el consentimiento y adelantada la celebración, inmediatamente antes de la bendición nupcial.

         Es el complemento de la ceremonia, a la que enriquece con este signo visible: ya su vida es una comunión conyugal y sobre ella caerá ahora la bendición nupcial. Por cierto que cónyuge viene de yugo: ambos bajo el mismo yugo.

         Se quita el velo y los esposos reciben la sagrada comunión. Este rito que el siglo pasado estaba aún en uso entre nosotros, hoy apenas ha lugar; no es obligatorio, pero tampoco está prohibido, más bien se deja a la opción de los que se van a casar. Por ello lo mejor es que los novios lo comenten y acuerden con el sacerdote que va a asistir a la celebración de las nupcias.

          ¿Qué significa la bendición nupcial?

La última ceremonia especial en la celebración de las bodas es la bendición nupcial. Ésta es una larga invocación sobre ambos esposos que el sacerdote celebrante pronuncia sobre ellos después de la plegaria del Padre nuestro, y a la que sigue inmediatamente el intercambio del signo de paz entre los esposos y entre todos los asistentes a la celebración. Es una venerable oración, en la que el sacerdote celebrante invoca la bendición de Dios, un poco al estilo de las largas bendiciones del Antiguo Testamento, en que se recuerdan los grandes dones de Dios creador y especialmente hacedor del hombre; en ella se alude también a la elevación del matrimonio a sacramento de Cristo, en el que se prefigura el misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia y se hace referencia con mayor insistencia a la fidelidad a la alianza conyugal, y al don de la descendencia.

         Si en otro tiempo tenía mayor incidencia la invocación de la ayuda y bendición de Dios sobre la mujer, en las fórmulas más modernas se señala más claramente a ambos esposos como destinatarios de la ayuda suplicada, se alude al cultivo del mutuo amor y a la ayuda del Señor que ambos necesitan para el cumplimiento de los deberes y responsabilidades matrimoniales y familiares, para finalizar con un deseo de felicidad para los esposos y sus hijos en esta vida y de que lleguen a participar en la alegría del banquete eterno.

7ª. HOMILÍA

8ª HOMILÍA

9ª HOMILÍA

10ª HOMILÍA

 VER MÁS AMPLIAMENTE EXPUESTOS EN CUALQUIER OTRA HOMILÍA LOS 3 CONSEJOS QUE DOY SIEMPRE


8. Homilía para novios con preparación y vivencia cristiana. 

TEXTOS: 1 Juan 4,7-12 

La lectura que acabamos de escuchar nos ayuda a descubrir algunas características del acto que estamos realizando. Es una celebración. Celebración quiere decir fiesta, gozo, alegría... y 
realmente el acto que estamos celebrando es expresión de gozo, alegría 
y fiesta. 

Dios está con vosotros. Vosotros, novios, os amáis y por esto Dios 
está con vosotros. No hay gozo más grande que éste. A medida que 
crezcáis en vuestro amor también este Dios, que es Amor, al cual nadie 
ha contemplado jamás, se hará mucho más presente en vosotros. 
A través de la realidad de vuestro amor humano, Dios se hace 
presente en nuestro mundo. Sois signo, sacramento de Dios. Sois 
"misterio", esto es: a través de vuestro amor se hace presente la acción 
salvadora de Dios. 

Es una acción de gracias. Es una consecuencia del hecho anterior. El 
gozo se transforma en gratitud. Es Dios quien os ha amado en primer 
lugar y le dais gracias porque os ha elegido para ser testigos y signos de 
Aquel que nunca nadie ha contemplado. ¡Ojalá seáis lo que sois! Que 
todos los que contemplen vuestro amor puedan descubrir el amor de 
Dios. 
"Quien no ama desconoce totalmente a Dios, porque Dios es amor". 
Que a partir de la experiencia profunda de vuestro amor mutuo os elevéis 
al conocimiento del amor de Dios. Es un compromiso. "Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros tenemos que amarnos". El amor de Dios, manifestado en Jesucristo, tiene 
que ser el ideal de vuestra vida. Los esposos, sabiendo que su amor 
mutuo es y tiene que ser —como decíamos antes— signo del amor de 
Dios a los hombres y del amor de Cristo a su Iglesia, tienen que 
descubrir, en este modelo que han de imitar, el prototipo que su amor 
conyugal debe realizar. Descubriendo en qué consiste el amor intentarán 
aplicarlo a su vida concreta de casados. 
Es también un compromiso de dar vida. "En esto se manifestó el amor 
que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que 
vivamos por medio de él". Evidentemente que vuestro amor tiene que ser 
fecundo en los hijos, pero vuestra fecundidad no puede quedar ahí. 
Habéis de ser fecundos para vosotros mismos, ayudándoos 
mutuamente a llegar a ser cada vez más personas, a serlo cada vez más. 
Quien os mira desde fuera tendría que ver claro que vuestro amor se 
orienta hacia el ser y no hacia el tener más. No sois un equipo de trabajo 
sino una comunidad de amor para llegar a ser una sola carne. 
También vuestro amor tiene que dar vida a la sociedad, no puede 
quedar cerrado en las paredes del hogar; pensad que sois miembros de 
un pueblo que necesita de vuestra entrega. Finalmente sois miembros de 
la Iglesia que también necesita de vuestra participación. 
Es un encuentro. Es un encuentro con Jesús que os acompañará 
siempre en vuestra vida de casados. A través de la plegaria y del 
esfuerzo tenéis que hacer que su presencia actúe siempre en vosotros, 
que os ayude día tras día a crecer en el amor, a superar las dificultades, 
a llegar a ser de verdad una sola carne. 

25. No es exactamente una homilía: el celebrante lee unas 
reflexiones escritas por los padres de los novios. 

TEXTOS: Tobías 8,5-10; 1 Corintios 12,31—13,8a; Juan 15,12-16

Una madre de familia, periodista ella, publicó no hace mucho en una 
revista cristiana un articulo titulado "sermón de bodas". Os leeré el 
comienzo: 
"Asistí no hace muchos días a una boda. Una boda seria, una boda 
que podríamos calificar como litúrgicamente bien hecha. El sacerdote que 
presidía habló a los novios de la nueva aventura que comenzaba para 
ellos, del camino que habían de hacer juntos, del amor que no es mirarse 
el uno al otro sino mirar juntos en la misma dirección... Todo estaba muy 
bien, a pesar de que eran frases que a mí me parecían como envueltas 
en algodones y faltas de realismo. Y se me ocurrió pensar si no hubiera 
sido muy diferente si esas palabras dirigidas a los novios las hubiera 
dicho una madre o un padre de familia. (Porque también los padres y 
madres de familia pueden hablar de la Palabra de Dios. Ellos son 
precisamente los primeros que hacen conocer la Palabra de Dios a sus 
hijos)." 
Hasta aquí las palabras de nuestra periodista. Al leerlas, pensé que 
tenía razón. Por eso, queridos novios, para esta ceremonia de vuestra 
boda decidimos —como ya sabéis— conceder la palabra a vuestros 
padres. Ellos, ya hace años, en un acto parecido al que ahora nos 
congrega, se prometieron amor y fidelidad delante de Dios. En el seno de 
este amor, en dos hogares que han querido ser cristianos, habéis nacido 
vosotros, habéis crecido, os habéis hecho personas adultas. Escuchad, 
pues, lo que os dicen ahora vuestros padres y que yo os voy a leer a 
continuación, aunque son ellos los que lo han escrito. 
* * * * *
Queridos N. y NN. 
En esta hora solemne en que os disponéis a unir para siempre 
vuestras vidas, os toca escuchar estas reflexiones, en cierto modo 
profanas unas, religiosas otras, pero encaminadas todas a haceros 
meditar un poco sobre el futuro que se abre delante de vosotros. 

1. Pedir que Dios ayude a vuestro amor
Habéis escuchado el maravilloso pasaje de la Escritura en que Tobías 
y Sara, poco antes de contraer matrimonio, oran a Dios y le piden que les 
ayude. Y Sara acaba su oración con aquellas dos frases impagables: 
"Ten compasión de nosotros! Señor, ten compasión. Que los dos juntos 
vivamos felices hasta nuestra vejez". 
También habéis oído las palabras con que san Pablo describe las 
características del verdadero amor, de aquel amor que "no pasa nunca". 

Palabras hermosísimas todas ellas, que ahora os toca a vosotros 
convertir en hechos. Tenéis delante de vosotros una vida que os 
deseamos larga, fecunda y gozosa. Hoy todo os sonríe. Veis la felicidad 
como algo seguro e inalterable. Pero tened presente que la felicidad no 
es gratuita ni automática. La felicidad hay que conquistarla a pulso cada 
día y mantenerla sin desmayo. En el matrimonio no todo es luz. Hay horas 
y jornadas de sombra. Las horas esplendorosas no vienen solas: las 
tenéis que forjar vosotros mismos. Y las horas de adversidad las tenéis 
que afrontar con ánimo sereno y esforzado. 

2 Paciencia, comprensión y respeto
Hay tres elementos esenciales que conviene que tengáis presentes 
como fundamento para la conquista de la felicidad: paciencia, 
comprensión y respeto. Como veréis a continuación, un elemento deriva 
del otro y los tres juntos acaban desembocando en un amor fuerte. 
Paciencia para soportar juntos las incomodidades, para no extremar, y 
si conviene disimular o corregir con dulzura, los defectos de cada uno. 
Tiene que haber, eso sí, reciprocidad. La virtud no siempre fácil de la 
paciencia, os conducirá a la comprensión mutua: comprensión para no 
convertir en problemas tantas y tantas cosas que se pueden resolver sin 
alboroto y sin romper nada. Y la comprensión os conducirá al respeto del 
uno al otro: respeto de las opiniones de las acciones, de las actitudes, de 
las aficiones de cada uno, siempre, se entiende, que nada de todo ello 
vaya contra los rectos principios. No os consideréis nunca en posesión de 
la verdad absoluta. Pensad que es posible que el otro tenga razón. El 
respeto comienza ya en las palabras. No olvidéis que una palabra fuera 
de tono puede herir más que una cuchillada y puede dejar una marca 
más honda que una herida física, aunque aparentemente haya 
cicatrizado ya. El respeto recíproco tiene su origen en la educación que 
habéis recibido y que se debe traslucir en todo. Respeto, cortesía en 
todos los actos de la vida en común, también en la plena intimidad. 
Estos tres elementos —paciencia, comprensión y respeto— comportan 
una serie de sacrificios y de renuncias que no son fáciles de practicar: 
reprimir el orgullo, renunciar a determinadas parcelas de la propia 
personalidad, renunciar a ciertas ideas prefabricadas y que uno cree que 
son inatacables... 

3. No echéis a perder el tesoro de vuestro amor
Estas reflexiones no son literatura, sino producto de la experiencia. Si 
las tenéis siempre presentes, saldréis ganando mucho en el áspero 
camino de la vida, sobre todo porque, como os decíamos antes, la 
paciencia, la comprensión y el respeto os ayudarán a conservar y 
aumentar vuestro amor. 
El amor profundo y sincero de los esposos no tiene precio. Lo puede 
todo, hasta lo que parece imposible. No echéis a perder este tesoro, que 
vale más que todas las riquezas de la tierra. Y glosando y aplicando el 
último mandamiento del Salvador—"amaos los unos a los otros como yo 
os he amado"—os decimos ahora: amaos el uno al otro como os han 
amado vuestros padres. Si cumplís este precepto inmortal, cuando os 
acerquéis al final del camino, cuando lleguéis al otoño de la vida, podréis, 
con plena conciencia del deber cumplido, transmitir a vuestros hijos la 
antorcha de este mensaje, y les podréis decir también: "amaos como 
vuestros padres os han amado". 
Como complemento de todo esto, conservad intacta vuestra fe. Estad 
seguros de que existe el milagro de cada día. La vida os lo demostrará si 
tenéis ojos para saberlo ver. Y no olvidéis el pasaje del evangelio en que 
san Pedro, en el momento en que duda de las palabras de Jesús que le 
invita a caminar sobre las aguas y hacer algo que parece físicamente 
imposible, se hunde y está a punto de ahogarse. Es entonces cuando 
Jesús le dice: "hombre de poca fe, ¿por qué has dudado". La fe es la raíz 
de la esperanza, y la esperanza, que en definitiva significa confianza, es 
el núcleo de la caridad, es decir, es la esencia pura del amor, de aquel 
amor que, como dijo el poeta, "mueve el sol y las otras estrellas". 

26. Para asamblea de practicantes, acostumbrados a las lecturas 
bíblicas. 

TEXTOS: Tobías 8,5-10; Efesios 5,2a.21-33; Juan 15, 12-17.

1. El matrimonio: un hecho humano que nos llena de alegría 
Reflexionemos unos momentos, a la luz de la Palabra de Dios que 
acabamos de escuchar, para captar el sentido de lo que estamos 
celebrando y para descubrir en la Palabra de Dios una luz para vuestra 
vida de casados. 
Estamos celebrando un sacramento. Es decir, somos unos cristianos 
reunidos en una celebración, en la cual, a través de unos signos, 
Jesucristo se hace presente entre nosotros comunicando su gracia. 
Todos veremos y oiremos cómo vosotros dos, N. y NN., os prometéis 
fidelidad como esposos para toda la vida. Esto es un hecho humano, que 
no es exclusivo de los cristianos. Es un hecho que llena de alegría y que 
merece ser celebrado con los familiares y amigos. Es un hecho 
fundamental en la vida de los hombres. 

2. Para nosotros: Dios está presente en el amor 
Pero para los cristianos es más todavía. Hemos oído cómo Tobías y 
Sara, dos israelitas llenos de fe, se daban cuenta de que su matrimonio 
tenía un significado muy profundo: su amor no era un amor ciego, sino 
que era un don de Dios. Ellos sabían que eran miembros de un pueblo 
santo, el pueblo escogido, y llenos de fe bendicen a Dios, que es quien 
ha creado al hombre y ha querido el amor de los esposos; y le piden 
saber amarse, tener una larga descendencia, dones que vienen de Dios. 

También vosotros, NN. y N., formáis parte de un pueblo santo, el nuevo 
pueblo de Dios, que no es ya Israel, sino la Iglesia. También para 
vosotros el matrimonio, el amor de los esposos, los hijos, la vida, son un 
don de Dios. 

3. Un signo del amor de Jesucristo
Como cristianos que sois, el matrimonio, vuestra vida de esposos, es 
un signo del amor que nos tiene Jesucristo. Los esposos cristianos han 
de amarse de tal manera que su vida sea como un espejo que refleje el 
amor de Jesucristo a los hombres que él ha salvado. 
Pero un sacramento no es sólo un signo, sino que es un signo eficaz: 
aquello que creemos por la fe, se realiza verdaderamente; Jesucristo 
mismo está presente en vuestra vida y os comunica su gracia. Y de esta 
manera el matrimonio es para todos los cristianos un camino de santidad, 
una manera de seguir a Jesús en su entrega generosa. El matrimonio es 
una vocación. 
Fijaros como san Pablo, al hablar de las exigencias que comporta el 
amor de los esposos, nos dice en qué se fundamenta. Desde el punto de 
vista humano hay muchos motivos para que los esposos se amen 
fielmente. Pero para el cristiano hay uno todavía más profundo: es la 
presencia de Jesucristo, es la exigencia radical de amar como Jesucristo. 

Por ello san Pablo dice: amad a vuestras mujeres como Jesucristo amó 
a la Iglesia, someteos a vuestros maridos como la Iglesia se somete a 
Cristo. 

4. Amar como Jesucristo
Vemos que no se trata de una sumisión ciega a los caprichos del otro, 
sino que los dos os tenéis que amar como Jesucristo nos ha amado. Y en 
esta página del evangelio, bella e íntima, que hemos escuchado, 
Jesucristo mismo nos dice cómo es su amor. 
Un amor generoso, entregando toda la vida: "Nadie tiene amor más 
grande que el que da la vida por sus amigos". Un amor que nunca 
retrocede hasta dar la vida, hasta la muerte: vosotros hoy os prometéis 
amaros como esposos toda la vida, en la prosperidad y en la adversidad, 
en la salud y en la enfermedad. Un amor que es comunión personal, que 
abre el corazón al otro: "Ya no os llamo siervos...; a vosotros os llamo 
amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". 

Esto es el fundamento más profundo del sacrificio, de la renuncia a 
uno mismo que comporta el amor entre los esposos: Jesucristo mismo es 
la medida del amor, y los cristianos, en el amor a los demás, hemos de 
avanzar siempre en el seguimiento de Jesucristo. 
Este es el mandato nuevo, el mandamiento que nos ha dejado 
Jesucristo. No es sólo amar al otro como a uno mismo, sino como él nos 
ha amado. Este mandamiento, que es luz de vida para todo cristiano, ha 
de ser también la guía de vuestra vida de esposos, de padres; de vuestra 
vida familiar y de vuestra relación con los hombres que os rodean. Es 
ciertamente una fuente de exigencia, pero a la vez una fuente de alegría. 
También a vosotros Jesucristo os dice: "Vosotros sois mis amigos, si 
hacéis lo que os mando". Y "Soy yo quien os ha elegido, para que deis 
fruto, y lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé".
Por ello, lo que estamos haciendo es una celebración: celebramos el 
amor que nos tiene Jesucristo, y damos gracias porque N. y NN. se 
quieren amar como Jesucristo nos ha amado. 

27. HOMILIA PARA BODAS DE ORO O PLATA 

TEXTOS: Juan 2,1-11 (habrá que añadir por lo menos otra lectura 
antes del evangelio) 

1. Jesús, presente en las bodas 
Jesús aceptó la invitación. Estuvo presente en la fiesta de aquellos 
novios del pueblo de al lado. Fue con algunos discípulos, y con su Madre. 

Su gesto lo podemos interpretar como un "sí" al amor, a la amistad, a 
la fiesta. Ya era predicador del Reino, y empezaba a ser famoso: pero 
acudió a aquella fiesta, pueblerina pero alegre y solemne. Y además hizo 
allí el primer milagro. Cuando su Madre le hizo notar que se había 
acabado el vino, Él inició su serie de milagros y signos convirtiendo 
aquellos cántaros de agua en el mejor vino. 
Hoy también está Cristo Jesús presente en vuestra fiesta. Habéis 
querido precisamente celebrar vuestro aniversario de boda con El, en la 
iglesia, con esta Eucaristía. De nuevo El bendice el amor y está presente 
en vuestra alegría. 

2. El vino bueno, a los 50 (25) años
Hoy hace 50 (25) años que N. y NN celebraron cristianamente el 
sacramento del matrimonio, sellando ante Dios su amor. Y tienen la 
alegría de conmemorar hoy estas bodas de oro (plata) rodeados de sus 
hijos (y de sus nietos), de tantas personas que les muestran su amistad y 
su solidaridad. 
Una fecha así dice mucho del mérito de su amor y de su mutua 
fidelidad. No habrán sido 50 años fáciles, seguramente. Vivir juntos, 
levantar una familia, superar las mil dificultades (económicas, sociales...), 
permanecer en el amor, no es algo que la vida nos da espontáneamente: 
ha supuesto un esfuerzo, una generosidad. Han ido creciendo en el amor 
precisamente porque han compartido preocupaciones y obstáculos. 
Ahora, el amor de 50 (25) años de matrimonio tiene todavía más mérito 
que aquel primer amor. Ahora su amor se nos presenta más adulto, más 
maduro, probado por la vida, menos romántico. Aquí sí que se puede 
decir que el último vino es el mejor. NN. y N nos dan un ejemplo de cómo 
es posible el amor hecho comprensión, paciencia, respeto mutuo; un 
amor constructivo, fecundo, en el que con seguridad les ha ayudado 
mucho su sentido cristiano de la vida, su fe en Cristo Jesús. 
¿No es esta fe cristiana la que más nos ayuda a todos en los 
momentos difíciles y convierte el agua de la vida diaria en vino sabroso 
de generosidad y fiesta? 

3. Motivo de alegría para todos
Estas bodas de oro son un evidente motivo de alegría para todos 
nosotros. 
Para ellos, porque pueden mirar hacia atrás con la conciencia de una 
vida lograda y fecunda, no siempre escrita con páginas luminosas, pero 
vivida con esfuerzo y fidelidad. 
Para todos los demás, porque es algo hermoso contemplar a una 
pareja que celebran una fecha así, llena de resonancias humanas y 
cristianas, que han seguido diciéndose mutuamente "sí" a lo largo de 
tantos años, y diciendo también "sí" a la vida y a las demás personas. 
(Sus hijos, sus nietos, tantas personas que hoy nos hemos reunido para 
celebrar con ellos este día...). Son un ejemplo para todos. Las 
circunstancias sociales, económicas y familiares habrán cambiado tanto 
durante estos años: pero las actitudes fundamentales son las mismas 
entonces y hoy, la fidelidad, el trabajo, la disponibilidad, la entrega mutua, 
la alegría de vivir, el amor... En los tiempos que corremos, en que se 
vende tan barata la palabra "amor", y parece que lo que se ensalza es la 
capacidad del divorcio, o la facilidad en desligarse del compromiso de la 
entrega mutua, una familia así, que tiene la alegría de celebrar unida tan 
hermoso aniversario, es como una bocanada de aire puro en medio de 
nuestra sociedad. No porque ellos ni nosotros idealicemos en exceso lo 
que ha sido su vida, sino porque reconocemos que con la ayuda de Dios 
han sabido mantener y madurar su amor, y hacerlo fecundo a su 
alrededor. 

4. Jesús y su Madre, siguen presentes en su vida
Jesús estuvo presente en Caná. Jesús sigue estando presente aquí, 
en la vida de N. y NN y para todos nosotros. 
También nos alegra pensar que está con nosotros la Madre de Jesús, 
Maria, atenta, servicial, Madre. Dándose cuenta de lo que nos falta. 
Deseosa de que la felicidad colme nuestras vidas. E intercediendo por 
nosotros ante su Hijo. 
Ojalá ellos conviertan también hoy en vino de fiesta y de amor, en 
alegría e ilusión, todo lo que hay en nuestras manos. Que ellos, tanto 
para N. y NN., a los que deseamos todavía otros muchos años de 
felicidad, como para nosotros, que les acompañamos un poco con envidia 
y deseos de imitarles, nos llenen de su bendición y den un sentido de 
esperanza a nuestra vida de cada día. 
En nuestra Eucaristía, una vez más, Cristo Jesús, además de estar 
presente con nosotros, y habernos iluminado con su Palabra de 
salvación, nos va a hacer el mejor Don: El mismo se nos da como comida 
y bebida, como Pan de vida y Vino nuevo de amor y de comunión. 
Felicidades. Que siga creciendo todavía vuestro amor. Y el nuestro.

28. 
Tengo la impresión de que la mayoría de los esposos cristianos viven 
su matrimonio sin sospechar siquiera la grandeza que encierra su vida 
matrimonial.

Escuchan de la Iglesia una cuidada predicación sobre los deberes 
matrimoniales, pero pocas veces se sienten invitados a vivir con gozo la 
mística que debería animar y dar sentido a su matrimonio.

Y, sin embargo, las exigencias morales del matrimonio sólo se 
entienden cuando se ha intuido de alguna manera el misterio que los 
esposos están llamados a vivir y disfrutar. Por esto tal vez lo más urgente 
y apasionante para las parejas cristianas sea entender bien qué significa 
«casarse por la Iglesia» y «celebrar el sacramento del matrimonio».

«Sacramento» es una palabra gastada que apenas dice hoy algo a 
muchos cristianos. Bastantes no saben siquiera que, en su origen, 
«sacramento» significa «signo», «señal». Cuando dos creyentes se casan 
por la Iglesia, lo que buscan es convertir su amor en sacramento, es 
decir, en signo o señal del amor que Dios vive hacia sus criaturas.

Esto es lo que los novios quieren decir con su gesto en el momento de 
la boda: «Nosotros nos queremos con tal hondura y fidelidad, con tanta 
ternura y entrega, de manera tan total, que nos atrevemos a presentaros 
nuestro amor como "sacramento", es decir, como signo del amor que Dios 
nos tiene. En adelante, cuando veáis cómo nos queremos, podréis intuir, 
aunque sea de manera deficiente e imperfecta, cómo os quiere Dios.»

Pero su amor se convierte en sacramento precisamente porque cada 
uno de ellos comienza a ser «sacramento» de Dios para el otro. Al 
casarse, los esposos cristianos se dicen y prometen así el uno al otro: "Yo 
te amaré de tal manera que cuando te sientas querido/a por mí, podrás 
percibir cómo te quiere Dios. Yo seré para ti gracia de Dios". A través de 
mí te llegará su amor. Yo seré pequeño "sacramento" donde podrás 
presentir el amor con que Dios te quiere.»

Por eso, el matrimonio no es sólo un sacramento, sino un estado 
sacramental. La boda no es sino el inicio de una vida en la que los 
esposos pueden y deben descubrir a Dios en su propio amor 
matrimonial.

El amor íntimo que ellos celebran y disfrutan, los gestos de cariño y 
ternura que se intercambian, la entrega y fidelidad que viven día a día, el 
perdón y la comprensión que sostienen su existencia, todo tiene para 
ellos un carácter único y diferente, misterioso y sacramental. A pesar de 
todas sus deficiencias y mediocridad, en el interior de su amor han de 
saborear ellos la gracia de Dios, su cercanía y su perdón.

Nunca es tarde para aprender a vivir con más hondura. Aquel Jesús 
que iluminó con su presencia la boda de Caná puede enseñar a los 
esposos cristianos a beber todavía un «vino mejor». 
(·PAGOLA-2.Pág. 61 s.)

BODAS DE ORO MATRIMONIALES

MONICIÓN DE ENTRADA

MUY QUERIDOS PADRES (ABUELOS)  N y  N:

            HOY  ES PARA VOSOTROS UN DÍA DE GOZO PROFUNDO,  DE EMOCIONES MUY DIVERSAS Y DE MUCHOS Y GRATOS RECUERDOS Y VIVENCIAS. ALGUNOS ESTÁN MUY VIVOS, LA MAYORÍA. OTROS, MUY POCOS, ESTÁN YA BORRADOS CON LÁGRIMAS, PORQUE NO SIEMPRE FUIMOS COMO VOSOTROS OS MERECÉIS. PERO NO IMPORTA. EL CASO ES QUE HOY MIRÁIS AL CIELO, AL PADRE DE TODOS Y DE TODO, Y DAIS Y DAMOS GRACIAS, Y OS LLENÁIS DE EMOCIÓN Y ALEGRÍA INTENSA, CONTEMPLANDO AGRADECIDOS EL FRUTO DE VUESTROS AMOR Y DE CINCUENTA AÑOS DE VUESTRA VIDA MATRIMONIAL Y OS SENTÍS PROFUNDAMENTE AGRADECIDOS POR TANTA DICHA.

            NOS ENCONTRAMOS HOY AQUÍ PARA CELEBRAR VUESTRAS BODAS DE ORO EN MATRIMONIO FIEL Y FELIZ, AQUEL DÍA EN QUE PRESENCIA DE DIOS Y DE LA VIRGEN, EN ESTA ERMITA, OS DISTEIS EL SÍ Y EMPEZÁSTEIS A CAMINAR JUNTOS, COMO MARIDO Y MUJER; ESTAMOS CELEBRANDO AQUÍ Y AHORA EL 50 ANIVERSARIO DE VUESTRA BODA. VAMOS A DAR GRACIAS AL SEÑOR Y A LA VIRGEN POR ESTOS 50 AÑOS QUE HABÉIS VIVIDO JUNTOS Y OS  ENTREGASTEIS EN AMOR ÚNICO Y PARA SIEMPRE, ACOMPAÑADOS POR VUESTROS PADRES, FAMILIARES Y AMIGOS, ALGUNOS DE LOS CUALES YA NO ESTÁN HOY ENTRE NOSOTROS, PERO POR LA FE SABEMOS QUE NOS ACOMPAÑAN DESDE EL CIELO Y DAN GRACIAS AL MISMO DIOS CON VOSOTROS Y NOSOTROS POR TODO: POR VUESTROS HIJOS, NIETOS Y FAMILIARES, POR VUESTRO AMOR QUE HA PERMANECIDO UNIDO Y LLENO DE VIDA Y EMOCIONADO DURANTE CIENCUENTA AÑOS Y POR LOS HIJOS Y NIETOS PRESENTES, Y TANTOS AMIGOS Y FAMILIARES  QUE, SIN ESTAR PRESENTES, OS QUIEREN Y REZAN HOY POR VOSOTROS.

            POR TODO ELLO, DIOS DEL CIELO, SEA LO QUE SEA, TE DAMOS GRACIAS,  PORQUE TÚ ERES NUESTRO PADRE Y NOS AMAS.

(Preparar a los lectores. Las lecturas serán tomadas del ritual o leccionario; pueden ser leídas por hijos, nietos y familiares).

PRECES:

1.- POR LA IGLESIA, EL PAPA Y LOS SACERDOTES, PARA QUE SEAN DIGNOS ADMINISTRADORES DE LOS DONES Y GRACIA DE DIOS, ESPECIALMENTE EN LOS MATRIMONIOS Y FAMILIAS, FUNDAMENTO DE LA SOCIEDAD, ROGUEMOS AL SEÑOR:

TE ROGAMOS, ÓYENOS.

2.- POR NUESTROS PADRES (ABUELOS) N.  Y  N.  PARA QUE EL SEÑOR VALORE TODOS SUS ESFUERZOS Y SACRIFICIOS  REALIZADOS DURANTE ESTOS CINCUENTA AÑOS DE MATRIMONIO PARA TENER Y MANTENER Y EDUCAR A SUS HIJOS Y LOS COLME DE LA FELICIDAD QUE MERECEN, ROGUEMOS AL SEÑOR.

3.- POR NUESTROS PADRES (ABUELOS) N. Y  N. PARA QUE SIGA PREVALECIENDO EL AMOR Y  LA SERENIDAD Y LA PACIENCIA QUE TANTO HAN PRACTICADO CON SUS HIJOS Y NIETOS, ESPECIALMENTA AHORA YA ANTE LAS PEQUEÑAS DIFICULTADES Y LIMITACIONES PROPIAS DE LA EDAD, ROGUEMOS AL SEÑOR:

4.- PARA QUE NOSOTROS, VUESTROS HIJOS Y NIETOS, SEPAMOS DESEMPEÑAR EL PAPEL TAN IMPORTANTE DE ANIMAROS Y DE DAROS  EL APOYO Y EL AMOR QUE MERECEIS COMO RECOMPENSA A VUESTRO AMOR Y DESVELOS PARA CON NOSOTROS Y ASÍ VIVÁIS MUCHOS AÑOS DE AMOR Y FELICIDAD FAMILIAR CON TODOS, ROGUEMOS AL SEÑOR.

5.- PARA QUE EL PROYECTO DE FAMILIA QUE UN DÍA FORMASTEIS NO SE ROMPA NUNCA, Y SIGAMOS SIEMPRE UNIDOS INCREMENTANDO LAS RELACIONES FAMILIARES Y EL DIÁLOGO QUE INICIAMOS DESDE NUESTRA INFANCIA, OREMOS AL SEÑOR.

6.- POR NUESTROS ABUELOS Y FAMILIARES DIFUNTOS, PARA QUE ESTÉN GOZANDO DE LA PAZ Y AMOR DE DIOS EN QUE CREYERON Y NOS JUNTEMOS UN DÍA EN FAMILIA ETERNA Y FELIZ EN LA MISMA FAMILIA DE NUESTRO DIOS CREADOR Y SEÑOR, OREMOS AL SEÑOR.

ORACIONES FINALES DE HIJOS Y NIETOS POR SU ABUELOS

UN HIJO/A:  SEÑOR: GRACIAS POR ESTOS PADRES MARAVILLOSOS QUE NOS HAS DADO, PUES SON UNOS SERES AFORTUNADOS EN AMOR Y EN CARIÑO POR PARTE DE TODOS NOSOTROS: ESTÁN AQUÍ,  RODEADOS DE SUS HIJOS Y NIESTOS Y FAMILIARES QUE TANTO LES QUEREMOS,  QUE NOS PREOCUPAMOS DE ELLOS, QUE  HAN CUMPLIDO EJEMPLARMENTE CON SUS DEBERES DE ESPOSOS, PADRES Y ABUELOS CRISTIANOS Y BUENOS CIUDADANOS; NOS SENTIMOS ORGULLOSOS DE ELLOS Y DE PODER CELEBRAR SUS BODAS DE ORO MATRIMONIALES.

            TE PEDIMOS QUE SIGAN ADELANTE CON LA GENEROSIDAD, SONRISA Y DISPONIBILIDAD DE SIEMPRE, DE TODOS LOS DÍAS, DEJANDO ATRÁS EL POSIBLE DESANIMO Y EL DESALIENTO, QUE POR RAZÓN DE LOS AÑOS, PUDIERAN SOBREVENIRLES.

            TE PEDIMOS QUE VIVAN MUCHOS AÑOS EN COMPAÑÍA DE TODOS SUS HIJOS Y NIETOS, PORQUE LES QUEREMOS Y LES NECESITAMOS. PORQUE SON UNOS PADRES MARAVILLOSOS. NO SABEMOS VIVIR SIN ELLOS.

            QUERIDOS PADRES, CON EL CARIÑO DE SIEMPRE, UN BESO Y MUCHAS GRACIAS.

UN NIETO/A

            GRACIAS SEÑOR POR ESTOS ABUELOS TAN CARIÑOSOS Y TRABAJADORES QUE TENEMOS. ELLOS SE HAN PREOCUPADO DE NUESTROS PADRES Y AHORA SE SIGUEN PREOCUPANDO DE ELLOS Y DE NOSOTROS. ESTÁN SIEMPRE DISPUESTOS AYUDARNOS. SON MUY GENEROSOS Y BUENOS. SOIS UN GRAN ALIVIO EN MUCHAS OCASIONES, VUESTRA CASA ES LA DE TODOS Y CON PACIENCIA NOS ACONSEJAIS Y GUIAIS POR EL BUEN CAMINO. GRACIAS ABUELO, GRACIAS ABUELA POR TODO LO QUE NOS QUEREIS. UN BESO MUY GRANDE DE TODOS TUS NIETOS Y QUE DIOS OS BENDIGA Y OS DE LARGA VIDA. OS NECESITAMOS.

HOMILÍA

HOMILÍA DE BODAS DE ORO

 

         Muy queridos amigos N y N:

         Hoy es para vosotros un día festivo y de emociones muy profundas y de muchos y gratos recuerdos. Algunos están todavía muy grabados con colores muy vivos, la mayoría. Otros, muy pocos, están ya borrados con lágrimas de amor. Pero el caso es que hoy miráis al Padre de todos, al cielo y os sentís profundamente agradecidos por tanta dicha. No importan las nubes o las preocupaciones que hayáis pasado o vivido, porque la luz y la felicidad de estos cincuenta años hoy lo invade y lo llena todo de luz y felicidad desde dentro. ¿No es cierto? Y no podéis ni debéis evitar sentir un especial orgullo.

         Mirad ahora a vuestro alrededor, a toda esta familia que os quiere. Da gusto. Y todo fruto de vuestro amor matrimonial y familiar. De la entrega y de la llama. De la ternura y del trabajo. Del cariño y de la paciencia. Y de la sobrenatural misericordia de Dios. Todo comenzó con aquella primera mirada, de la que ya jamás habéis podido prescindir. Con aquella atracción que poco a poco fue cimentándose en vuestro corazón. Y digo corazón, en singular, porque vosotros sois un único corazón, una única comunión de vida, de amor. Sois un verdadero milagro de felicidad. Es decir, de fidelidad. Una lealtad puesta a prueba durante el horario de vuestros días. Porque -aunque ahora no se quiera creer- el amor es sobre todo una constante lucha, y un desafío. Porque cuesta ceder de nuestro egoísmo y entregarnos en cada momento, sin rodeos. El amor exige esfuerzo. Lo otro es un paripé.

         Cincuenta años. Cincuenta años donde os habéis ido enamorando con la madurez que da el alma, la rutina y las trastadas de los hijos. Cincuenta años que es como si acabaran de comenzar, tan jóvenes os sentís, tan llenos de determinación y gozo. Y os parece el tiempo casi una ficción. No es posible, no es posible que tato milagro haya sucedido. Pero ahí los tenéis, a vuestro lado, mirándoos sin pestañear, o apartando de los ojos alguna que otra lágrima. Son vuestros hijos, es vuestra familia, son vuestros nietos y amigos. Es vuestra única, cierta y verdadera alegría. Es lo que sembrasteis. Ahora podéis reunirnos para dar gracias a Dios por tanta pujanza y  felicidad de los frutos, puesto que vosotros sabéis que hay Alguien que os ha amado, fortalecido en momentos de dificultad y cuando más os habéis querido, han nacido los frutos más hermosos que vosotros no podéis crear, ni un cabello de su cabeza. Es Dios.
         No negamos que no todo ha sido color de rosa. Ha habido circunstancias duras, avatares en los que parecía que ya no podíais más, no podíais atravesarlos. ¿Lo más fácil? Rebelarse contra Dios y abandonar el camino. Dejarse llevar por la pereza, o por el brillo fugaz de una quimera. De cualquiera, da igual. Y rendirse a la tentación de turno. Pero el amor es tenaz si se sustenta en la esperanza y en la sinceridad mutua. Os habéis apoyado el uno en el otro, a veces sin ganas, sin palabras casi. Quizá sin entender del todo el sentido de la contrariedad o de la renuncia. Sin embargo es sobre esas renuncias y esas contrariedades sobre las que se sustenta la realidad de este día maravilloso, la celebración con el fruto de vuestro amor los cincuenta años de vuestro matrimonio.

         El amor, el amor… El amor es decir sí de nuevo, para toda la vida, para toda la eternidad. Vosotros lo podéis decir y gozar. Dad gracias a Dios. El amor es la apasionada santidad de los sentidos, el amor es pasar el aspirador por la alfombra, el amor es un beso furtivo, el amor es la plena confianza en tu mujer o en tu marido, el amor es pedir perdón cuando más nos cuesta, el amor es rezar juntos, el amor son  las caricias últimas, el beso final de la jornada, de cada noche. El amor es… vuestra presencia aquí y vuestro ejemplo.

         Cincuenta años de rutina, puede pensar alguno. ¡Bendita rutina! Así, tan infinita. Para mí la quisiera. Que Dios os bendiga. Y que aprendamos a querernos como os queréis vosotros, especialmente vuestros hijos, nacidos de vuestro amor. Amén. Así sea.

BODAS DE ORO O PLATA

1ª HOMILÍA

BODAS DE ORO O PLATA

2ª HOMILÍA

AYUDAS PASTORALES PARA EL CURSILLO

AMO A JESUCRISTO

VATICANO II: GAUDIUM ET SPES

CAPÍTULO I

DIGNIDAD DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA

El matrimonio y la familia en el mundo actual

47. El bienestar de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar. Por eso los cristianos, junto con todos lo que tienen en gran estima a esta comunidad, se alegran sinceramente de los varios medios que permiten hoy a los hombres avanzar en el fomento de esta comunidad de amor y en el respeto a la vida y que ayudan a los esposos y padres en el cumplimiento de su excelsa misión; de ellos esperan, además, los mejores resultados y se afanan por promoverlos.

El carácter sagrado del matrimonio y de la familia

48. Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana.

Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad… así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por medio del sacramento del matrimonio. Además, permanece con ellos para que los esposos, con su mutua entrega, se amen con perpetua fidelidad, como El mismo amó a la Iglesia y se entregó por ella.

El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios.

Gracias precisamente a los padres, que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad. En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y de madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen, a su manera, a la santificación de los padres. Pues con el agradecimiento, la piedad filial y la confianza corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como hijos, los asistirán en las dificultades de la existencia y en la soledad, aceptada con fortaleza de ánimo, será honrada por todos. La familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros.

Del amor conyugal

49. Muchas veces a los novios y a los casados les invita la palabra divina a que alimenten y fomenten el noviazgo con un casto afecto, y el matrimonio con un amor único. Muchos contemporáneos nuestros exaltan también el amor auténtico entre marido y mujer, manifestado de varias maneras según las costumbres honestas de los pueblos y las épocas. Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y , por tanto, es capaz de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal.

El Señor se ha dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad. Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida; más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente.

Este amor, ratificado por la mutua fidelidad y, sobre todo, por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio. El reconocimiento obligatorio de la igual dignidad personal del hombre y de la mujer en el mutuo y pleno amor evidencia también claramente la unidad del matrimonio confirmada por el Señor. Para hacer frente con constancia a las obligaciones de esta vocación cristiana se requiere una insigne virtud; por eso los esposos, vigorizados por la gracia para la vida de santidad, cultivarán la firmeza en el amor, la magnanimidad de corazón y el espíritu de sacrificio, pidiéndolos asiduamente en la oración.

Se apreciará más hondamente el genuino amor conyugal y se formará una opinión pública sana acerca de él si los esposos cristianos sobresalen con el testimonio de su fidelidad y armonía en el mutuo amor y en el cuidado por la educación de sus hijos y si participan en la necesaria renovación cultural, psicológica y social en favor del matrimonio y de la familia. Hay que formar a los jóvenes, a tiempo y convenientemente, sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal, y esto preferentemente en el seno de la misma familia. Así, educados en el culto de la castidad, podrán pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo al matrimonio.

El progreso del matrimonio y de la familia, obra de todos

52. La familia es escuela del más rico humanismo. Para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos. La activa presencia del padre contribuye sobremanera a la formación de los hijos; pero también debe asegurarse el cuidado de la madre en el hogar, que necesitan principalmente los niños menores, sin dejar por eso a un lado la legítima promoción social de la mujer.

La educación de los hijos ha de ser tal, que al llegar a la edad adulta puedan, con pleno sentido de la responsabilidad, seguir la vocación, aun la sagrada, y escoger estado de vida; y si éste es el matrimonio, puedan fundar una familia propia en condiciones morales, sociales y económicas adecuadas. Es propio de los padres o de los tutores guiar a los jóvenes con prudentes consejos, que ellos deben oír con gusto, al tratar de fundar una familia, evitando, sin embargo, toda coacción directa o indirecta que les lleve a casarse o a elegir determinada persona.

Pertenece a los sacerdotes, debidamente preparados en el tema de la familia, fomentar la vocación de los esposos en la vida conyugal y familiar con distintos medios pastorales, con la predicación de la palabra de Dios, con el culto litúrgico y otras ayudas espirituales; fortalecerlos humana y pacientemente en las dificultades y confortarlos en la caridad para que formen familias realmente espléndidas.

Las diversas obras, especialmente las asociaciones familiares, pondrán todo el empeño posible en instruir a los jóvenes y a los cónyuges mismos, principalmente a los recién casados, en la doctrina y en la acción y en formarlos para la vida familiar, social y apostólica.

Los propios cónyuges, finalmente, hechos a imagen de Dios vivo y constituidos en el verdadero orden de personas, vivan unidos, con el mismo cariño, modo de pensar idéntico y mutua santidad, para que, habiendo seguido a Cristo, principio de vida, en los gozos y sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo.

La grandeza específica de la vida matrimonial

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal debemos clarificar bien la idea del matrimonio.

Toda persona medianamente formada sabe que la cultura occidental —a la que tanto debemos en diversos aspectos— fue posible gracias, en buena medida, a la labor impagable de quienes se extenuaron buscando la verdad y clarificando los conceptos, como dice del gran Sócrates su discípulo Platón. Cuando se aprende a distinguir lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto, lo constructivo de lo destructivo..., se sigue un camino ascendente en cuanto a claridad de ideas, firmeza de conducta, seguridad en los ideales, concordia de los espíritus.

Cuando se lo confunde todo para dominar las mentes y las voluntades, se precipita uno por la vía que nos lleva, paso a paso, a la degradación. No olvidemos que la corrupción de los conceptos provoca la corrupción de la mente, y una mente corrompida envilece rápidamente a la persona y la sociedad. La confusión empobrece las ideas, y unas ideas empobrecidas acaban generando, a no tardar, una vida miserable.

Es bien notorio que en los últimos decenios se ha deteriorado notablemente la idea del matrimonio que tienen las gentes. Por diversas causas —entre ellas, las leyes divorcistas—, se considera, a menudo, que la vida matrimonial es una forma de convivencia estable, regulada por la ley pero alterable no bien surja alguna dificultad seria. El nexo entre unión matrimonial y compromiso de por vida es considerado como una exigencia contraria a la naturaleza humana —esencialmente cambiante— y opuesta al derecho que tenemos a elegir en cada momento lo que responda a nuestras necesidades y deseos. En la actualidad, los vocablos libertad y cambio están orlados por el prestigio propio de los términos “talismán”, términos del lenguaje que en ciertos momentos de la historia son tan apreciados que apenas hay quien ose someterlos a un análisis crítico y matizarlos debidamente.

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal, debemos clarificar bien la idea del matrimonio a fin de devolverle toda su riqueza, sin dejarnos presionar por modas o por ideologías que quieran imponernos criterios carentes de fundamentación. Hemos de acudir a esas fuentes de saberes bien fundados que son los grandes especialistas. Edificamos sobre arena si nos dejamos llevar de meras “ocurrencias”, nuestras o ajenas. Hoy nos enseñan los biólogos y los antropólogos más cualificados que los seres humanos somos “seres de encuentro”, vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales creando diversas formas de encuentro. Consiguientemente, toda nuestra vida debemos orientarla a la creación de formas auténticas de encuentro y cumplir las exigencias que el encuentro nos plantea: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, comunicación sincera, participación en tareas solidarias...

Si, en la vida matrimonial, cumplimos estas condiciones, tenemos garantía de vivir una relación de encuentro, entendido en sentido riguroso, no como mera vecindad o trato superficial. El matrimonio, visto con una inteligencia madura —dotada de largo alcance, amplitud o comprehensión y profundidad— aparece formado por cuatro ingredientes básicos.

Los cuatro ingredientes de la vida conyugal

1. La sexualidad, la tendencia instintiva a unirse corpóreamente con otra persona por la atracción que ejerce sobre el propio ánimo y las sensaciones placenteras que suscita. Esa unión puede ser muy emotiva, excitante, embriagadora. Pero la embriaguez nos saca de nosotros mismos para fusionarnos con la realidad seductora. La fusión es un modo de unión perfecto en lo que suelo llamar nivel 1, el plano de los objetos (en el cual, por ejemplo, dos bolas de cera se funden y forman una sola bola de mayor tamaño), pero resulta muy negativo en el nivel 2 —el plano de las realidades que son más que objetos—, pues la unión entre ellas exige respeto, es decir, estar cerca manteniendo cierta distancia. Para contemplar un cuadro artístico, no debo pegar los ojos al lienzo; he de mantenerme a cierta distancia. De modo semejante, si deseo conversar con un amigo he de acercarme a él, pero guardando la distancia necesaria para abrir entre ambos un espacio de comunicación. En el nivel 2, la unión verdadera se consigue al enriquecerse mutuamente, ofreciendo y recibiendo posibilidades.

La energía sexual puede unir estrechamente a las personas en el nivel 1, pero no en el nivel 2 si no va unida con el propósito de crear esa forma de unidad personal que llamamos amistad. La sexualidad, ejercitada a solas, como mera fuente de satisfacción sensible y psicológica, no incrementa la generosidad hacia la otra persona; más bien, encrespa el egoísmo y anula la posibilidad del encuentro. El egoísmo inspira la voluntad de poseer y dominar aquello que encandila los instintos. Esa voluntad nos aferra a la actitud propia del nivel 1, actitud utilitarista que solo atiende a las cualidades gratificantes de la otra persona, no a la persona como tal. Por esta razón, eminentes psiquiatras actuales —Rudolf Affemann y Víctor Frankl, entre otros— afirman que la sexualidad vivida a solas —como un medio para acumular sensaciones placenteras— se destruye a sí misma.

2. La amistad. Para hacernos amigos de alguien que nos atrae, debemos considerar su atractivo no como una incitación a convertirlo en fuente de gratificaciones inmediatas, fáciles, superficiales, sino como una invitación a entrar en relación de trato con él en cuanto persona. Renunciamos, con ello, a la libertad de saciar los instintos de forma inmediata —sin voluntad de crear una auténtica relación de amistad con la otra persona—, y ponemos en juego un modo más valioso de libertad: la libertad interior o libertad creativa. Tal renuncia implica un sacrificio, pero no una represión, porque dejar de lado un valor inferior para conseguir uno superior no bloquea el desarrollo de nuestra personalidad; lo promueve.

Para dar primacía voluntariamente a unos valores sobre otros, necesitamos suscitar en nuestro ánimo desde niños el sentimiento de asombro ante todo lo que encierra un valor: el clima hogareño de amor incondicional y ternura, un bello paisaje, un pueblo acogedor, una obra artística o literaria de calidad, un juego vivido con espíritu creativo, una conversación ingeniosa, un día espléndido, una acción noble, una fiesta popular o litúrgica vivida con autenticidad... Esta capacidad de emocionarnos al ver la alta calidad de seres y sucesos cotidianos nos da energía interior suficiente para vencer la tendencia a las ganancias inmediatas y consagrarnos a la fundación de modos de unión más exigentes.

Al ascender al nivel 2 y atender más bien a hacer feliz a la otra persona mediante el encuentro que a concedernos toda suerte de gustos sensibles y emociones psicológicas, descubrimos un mundo nuevo, distinto del mundo embriagador de las sensaciones —nivel 1— y superior a él. Superior en cuanto abre la posibilidad de crear una relación de amistad, es decir, de comprensión y ayuda mutuas, de elaboración y realización de proyectos comunes, de afectos profundos, no reducibles a goces sensoriales. En ese ámbito de amistad se advierte que las potencias sexuales dejan de ser un mero medio para obtener goces sensibles y se convierten en el medio en el que se expresa nuestro anhelo de unión personal. Entonces se descubre con lucidez que las fuerzas instintivas están llamadas a colaborar con nosotros en la gran tarea de crecer como personas. Si el ideal de nuestra vida es crear formas elevadas de unidad, resulta obvio que debemos superar toda manifestación amorosa que reduzca la unión personal a mero empastamiento sensorial.

Si estamos habituados a movernos en el nivel 1, tememos caer en el vacío si renunciamos a tal empastamiento y ascendemos a una forma de conducta desinteresada (nivel 2). Es comprensible, porque desde un nivel inferior no puede captarse, ni siquiera a veces adivinarse, la riqueza que alberga un nivel superior —con sus realidades de mayor rango y las actitudes humanas correspondientes—. En el nivel 1, el ensanchamiento de una realidad —por ejemplo, una finca— se realiza a costa de la colindante. En el nivel 2, al entrar una realidad en el ámbito de otra no la invade y succiona; acrecienta su riqueza interior. El hombre egoísta avanza hacia los otros con ánimo de ocupar su espacio vital. El hombre generoso se relaciona con los demás para potenciar su radio de acción. De ahí que, en el nivel 2, cuando estamos cerca de otras personas agradecemos que existan; no experimentamos resentimiento por el hecho de que puedan superarnos y disminuir nuestra autoestima. Cuando uno siente agradecimiento porque existen los otros, está bien dispuesto para otorgar a su amor una dimensión comunitaria.

3. La proyección comunitaria del amor. Cuando la atracción primera que sentimos hacia una persona se convierte en auténtico amor, nos vemos insertos en el dinamismo propio de este tipo de vinculación y ascendemos a un plano distinto del de la sexualidad y del de la amistad. De hecho, los seres humanos procedemos del encuentro amoroso de nuestros padres, que, en cuanto tales —no como meros progenitores—, nos llamaron a la existencia. Nuestra vida ha de consistir en responder agradecidamente a esa invitación. Si agradecer significa estar a la recíproca en generosidad, nuestra respuesta debe consistir en crear nuevas formas de encuentro. He aquí la razón profunda por la cual el amor personal se desarrolla creando formas de vida comunitaria.

El amor personal se enciende en la intimidad de nuestro ánimo y se incrementa en el ámbito recatado de las confidencias mutuas. Pero llega un momento en el cual pide, de por sí, adquirir una proyección comunitaria, darse a conocer, fundar un ámbito de vida dentro de la sociedad, es decir, un hogar, un lugar de acogimiento donde arde el fuego del amor y se transmite a otros ámbitos afines, formando así la “gran familia” de los allegados.

He aquí cómo, al reflexionar sobre la vida amorosa, resalta de inmediato el poder creativo que alberga. Hemos dado dos saltos: del nivel 1 al nivel 2, y de la actitud íntima privada a la actitud comunitaria. Esta, a su vez, nos insta a otorgar una nueva dimensión al amor: la que se adentra en el enigma de la creatividad más alta.

4. La fecundidad del amor. Por darse en el nivel 2, la relación conyugal se muestra poderosamente creativa: incrementa la amistad entre los esposos y da origen a nuevas vidas. Al sopesar la importancia de ambas actividades, descubrimos maravillados el poderío de la unidad matrimonial. De la amistad escribió Lope de Vega: “Yo dije siempre, y lo diré y lo digo, que es la amistad el bien mayor humano”. Por otra parte, dar vida a una persona es un acontecimiento sobrecogedor. Cuando reparamos en el hecho de que dos personas, incluso las más sencillas, pueden generar un ser capaz de pensar, sentir, querer, elaborar proyectos de todo orden, amar, tomar posición frente al universo entero e incluso frente a sí mismo, a sus progenitores y al Creador, nos parece tocar fondo en el enigma de la realidad y sentimos un inmenso respeto hacia esa región de los orígenes.

Los cuatro elementos del amor conyugal forman una estructura

Los cuatro aspectos o ingredientes del amor conyugal deben hallarse tan vinculados entre sí que formen una estructura, es decir, una trama de elementos que se exigen y complementan de tal modo que, al desgajar uno de ellos, se desmorona el conjunto. Si, para procurarnos gratificaciones aisladas, movilizamos el primero de los elementos del amor conyugal —la sexualidad— y dejamos de lado los otros tres, despojamos nuestra relación amorosa de toda creatividad, nos alejamos del ideal de la unidad y situamos nuestra vida en el nivel 1, en el cual el amor se reduce a pasión.

Esa actitud unilateral es injusta con el ser humano, que vive como persona al crear toda suerte de encuentros. Por su condición de persona humana, se ve inserto en un dinamismo poderoso que le lleva a unirse conyugalmente con otra persona e independizarse de sus raíces familiares. Esta energía biológica, psicológica y espiritual ¿tiene por único fin satisfacer una necesidad individual primaria, como sucede con el comer y el dormir? Estas necesidades persiguen la meta de conservar nuestra existencia biológica, no la de configurar nuestra personalidad, porque no tienen capacidad de crear relaciones de encuentro. En cambio, la actividad sexual pone en relación íntima a dos personas y las somete a una peculiar conmoción. ¿Qué finalidad persigue esta vinculación conmovedora? Sin duda alguna, la creación de un modo valioso de unidad, una relación de encuentro.

Vista en el conjunto del proceso humano de desarrollo integral, la potencia sexual presenta una condición abierta, tiende a desbordar nuestros límites individuales y constituirnos como personas, en el sentido de seres comunitarios. Pero esta vida comunitaria desborda la relación de amistad entre los cónyuges, porque, como toda forma de vida, lleva en sí la exigencia de perdurar, lo cual implica la necesidad de renovarse mediante la procreación. El dinamismo interno del amor personal exige a quienes se unen conyugalmente por amor que lo hagan abiertos a la creación de nueva vida, y no conviertan el atractivo de su relación mutua en una meta. Esta apertura a la fecundidad significa la orientación de las potencias sexuales hacia fines que desbordan el área privada de cada persona y la llevan a plenitud. Tal orientación genera una energía insospechada, capaz de integrar los diversos aspectos del proceso amoroso personal.

La vinculación de estos aspectos no amengua la fuerza de las pulsiones instintivas, que entrañan cierto valor; ordena su energía al logro de la espléndida meta que es crear una vida de profunda unidad personal, con toda la fecundidad que implica. Si el ideal de nuestra vida es crear modos relevantes de unidad, debemos movilizar todas nuestras energías para lograr ese propósito. Este deber hemos de asumirlo con amor por cuanto no nos viene impuesto desde fuera sino sugerido desde lo más íntimo de nuestra naturaleza sexuada, ordenada a la creación de ámbitos amorosos.

El tema del amor humano muestra su espléndida grandeza cuando lo vemos dentro del dinamismo de nuestro crecimiento personal. Lo indica certeramente Gustavo Thibon:

Nosotros no queremos una plenitud sexual que se compre al precio de la plenitud humana; no sentimos ningún gusto por costumbres que, bajo pretexto de satisfacer plenamente al sexo, vacían al hombre de todo lo demás. Únicamente el matrimonio puede al mismo tiempo satisfacer el instinto sin degradar a la persona.

Esta degradación comienza cuando, por afán irreflexivo de exaltar la potencia sexual, se la aísla de su verdadero contexto, que es la estructura formada por los cuatro ingredientes del amor: sexualidad, amistad, proyección comunitaria y fecundidad. Tal aislamiento empobrece la vida amorosa, y todo empobrecimiento injusto es un acto de violencia contra la realidad, en este caso contra nuestra propia realidad personal. Nada ilógico que, tanto en la vida cotidiana como en la expresión literaria y cinematográfica de la misma, el cultivo de las relaciones sexuales al margen del amor personal, creador de amistad y de vida comunitaria, vaya unido a menudo con actos de violencia.

Cuando dos personas de distinto sexo se aman y unen sus vidas con la intención de vincular el ejercicio de la sexualidad al cultivo de la amistad, dentro del campo de interrelación profunda que es el hogar, y todo ello lo orientan hacia el incremento de su unidad mutua y de la donación de vida a nuevos seres, dan un salto cualitativo en su vida: se convierten en esposos. Ese tipo de unión recibe, de antiguo, el nombre de matrimonio.

El alcance de las uniones homosexuales

Si dos personas del mismo sexo están enamoradas y viven de forma estable una relación sexual y amistosa dentro de un hogar, pueden ser —si se quiere— excelentes amantes, pero no llegan a ser nunca esposos, pues, por ley natural, tienen las puertas cerradas a la paternidad y la maternidad. Considerar su forma de unión como un “estado matrimonial” es confundir los conceptos, alterar el lenguaje y, con ello, desarticular la realidad.

No vendría a cuento que alguien, al leer esto, levantara la voz para decirme que debemos respetar a los homosexuales y concederles todos los derechos ciudadanos. Es obvio que debemos respetar a todas las personas, pero también lo es que ciertos derechos no los tenemos por el simple hecho de ser personas, sino por las opciones que realizamos en la vida. Si no he aprendido a tocar el violín, no tengo derecho a llamarme violinista. Si no he adquirido el título de médico, no estoy autorizado a abrir una clínica. Por mi parte, respeto a los homosexuales —en cuanto personas— lo tengo todo, e incluso voluntad de ayuda. Durante años ayudé a sostener una familia que se hallaba en suma pobreza debido a la condición homosexual del padre, un profesor de escuela primaria. Deseo a todas las personas los mayores bienes, pero entiendo que sería un mal para todos confundir los conceptos y llamar “matrimonio” a lo que constituye una forma de unión distinta.

La unión de personas homosexuales puede presentar, en el mejor de los casos y en alguna medida, los tres primeros ingredientes del amor conyugal: sexualidad, amistad, proyección comunitaria —creación de un hogar—, e incluso el primer aspecto del cuarto: el incremento de la unión entre los que viven esa forma de unidad. (Aunque, respecto a esto, deberíamos hacer diversas matizaciones y salvedades). Lo que le falta, en absoluto, es el segundo aspecto de la fecundidad del amor: la donación de vida a nuevos seres personales. Y este es un ingrediente esencial. La sexualidad matrimonial está, por su naturaleza misma, abierta a la vida, y lo mismo la amistad y la creación de un hogar. Tal apertura es la que da altura, dignidad y vitalidad a los esposos y a su modo de vida. La falta de apertura a la vida altera la calidad de los tres primeros elementos de la vida matrimonial. No procede, por tanto, decir que tales elementos o ingredientes del amor son iguales en la unión matrimonial y en la unión homosexual, excepto —en esta última— el detalle de no poder procrear. La verdad es que tales ingredientes pierden su sentido más profundo si no se vive el amor de tal forma que esa intensidad de vida florezca en la creación de nuevos seres. La sexualidad sin amistad no es igual que la sexualidad vivida como expresión de amistad y vehículo de un incremento de amistad. Esta amistad, cuando está abierta a la vida, pide de por sí proyectarse comunitariamente y crear un hogar que acoja a las vidas humanas que se van a crear y les ayude eficazmente a desarrollarse. El incremento de la unidad y del amor en los esposos está en la recta dirección cuando no supone solo incentivar la condición gratificante de sus relaciones sino crear un verdadero ámbito de acogimiento para los futuros hijos.

Al unirse maritalmente un hombre y una mujer, adquieren una condición nueva, realmente portentosa: la de poder generar hijos en un entorno adecuado plenamente a su desarrollo. Esta condición no la adquieren dos personas del mismo sexo cuando deciden vivir en común. Pueden quererse intensamente, ejercitar a su modo la sexualidad con máximo ardor, pero nunca conseguirán la potencia generadora que las convierte en ineludibles colaboradoras de la especie. Por esta capacidad de colaboración, los casados heterosexuales merecen toda clase de reconocimiento y ayuda por parte de la sociedad, a la que ellos en buena medida hacen posible. Dos homosexuales que se unen para convivir contribuyen, en algún modo, a estructurar la vida social. Debido a ello, la sociedad hará bien en regular su forma de unión de tal modo que tengan ciertos derechos civiles.

En una entrevista, a un diputado que se declara homosexual y pide que se reconozca la condición de “matrimonio” a las uniones entre homosexuales se le indicó que también —por ejemplo— dos hermanas solteras que conviven forman una unidad muy fuerte, tienen unidos sus destinos, se necesitan mutuamente, se ayudan, colaboran a estructurar la vida social, y deberían, por tanto, ser consideradas como un “matrimonio” a todos los efectos. Él negó que posean tal derecho “porque les falta el ejercicio de la sexualidad”. Parece olvidar este político que el ejercicio de la sexualidad de un homosexual no es comparable al de una persona heterosexual, abierta a la generación de nueva vida. Por el hecho de unirse sexualmente no se adquiere ningún derecho especial ante la sociedad. La sexualidad homosexual puede ser intensa y gratificante, pero no es fecunda; no tiene para la sociedad más relevancia que el hecho de que satisface a ciertas personas y, en esa medida, contribuye a la estabilidad social. Pero esta aportación no puede compararse ni de lejos a la que realizan los casados que aportan a la comunidad nuevas vidas y les ayudan a crecer de forma saludable.

Ser esposos es inmensamente más que ser amantes. Hay que ignorar mil cuestiones para tener la osadía de identificar ambos conceptos. Supone un atropello a la razón. A estas alturas de la investigación antropológica no podíamos esperar que alguien cometiera este dislate conceptual. Si Maurice Merleau-Ponty o Dietrich von Hildebrand, Max Scheler o Ferdinand Ebner levantaran la cabeza, se volverían consternados a sus tumbas pensando que su ingente labor investigadora había sido totalmente vana. El bueno de Romano Guardini, que, por los años 30, esperaba que la humanidad avanzara hacia una época de mayor clarividencia y equilibrio, no tendría consuelo si viera el espectáculo que dan actualmente ciertos legisladores al tergiversar, de esta forma, los conceptos básicos de la vida humana. Porque él sabía muy bien que los conceptos no son meras palabras sino las columnas de esa trama de relaciones que es nuestra vida y que cada uno debemos colaborar a tejer incesantemente.

¿Ignoran, acaso, nuestros políticos que los grandes conflictos sociales se fraguaron en los despachos de pensadores que tomaron la vida intelectual como un laboratorio para realizar toda clase de aventurerismos intelectuales? Todo el que conozca la historia de las ideas sabe que con los conceptos debemos proceder de forma extremadamente cuidadosa, verdaderamente orfebresca. La tosquedad actual en el uso de las palabras y el manejo de las ideas no augura nada bueno para un futuro cercano, pues los procesos sociales están sumamente acelerados debido a los progresos técnicos en las comunicaciones.

Hoy se valoran muy positivamente los sentimientos y se da como razón de ciertas conductas el hecho de que sean fuente renovada de gratificaciones individuales. Se deja, en cambio, de lado el valor —positivo o negativo— que tales conductas puedan tener para el conjunto de la sociedad. Esta visión unilateral acarrea graves daños a la vida social porque encrespa el egoísmo y amengua la solidaridad.

Europa basó su grandeza en el estudio de las esencias, en la distinción de unas realidades y otras. Si ahora lo confundimos todo, volvemos a las tinieblas de lo irracional y desquiciamos la vida, la sacamos literalmente de quicio. Lo que es distinto necesita nombre distinto. No podemos utilizar los nombres arbitrariamente. Por eso, precisar debidamente los conceptos y utilizar el lenguaje con rigor no indica ser anticuado, retrógrado, poco liberal...; significa sencillamente ser “realista”, fiel a la realidad. Y esta es la primera condición de una persona culta.

Enlace al artículo original en catholic.net.

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal debemos clarificar bien la idea del matrimonio.

Toda persona medianamente formada sabe que la cultura occidental —a la que tanto debemos en diversos aspectos— fue posible gracias, en buena medida, a la labor impagable de quienes se extenuaron buscando la verdad y clarificando los conceptos, como dice del gran Sócrates su discípulo Platón. Cuando se aprende a distinguir lo bello de lo feo, lo justo de lo injusto, lo constructivo de lo destructivo..., se sigue un camino ascendente en cuanto a claridad de ideas, firmeza de conducta, seguridad en los ideales, concordia de los espíritus. Cuando se lo confunde todo para dominar las mentes y las voluntades, se precipita uno por la vía que nos lleva, paso a paso, a la degradación. No olvidemos que la corrupción de los conceptos provoca la corrupción de la mente, y una mente corrompida envilece rápidamente a la persona y la sociedad. La confusión empobrece las ideas, y unas ideas empobrecidas acaban generando, a no tardar, una vida miserable.

Es bien notorio que en los últimos decenios se ha deteriorado notablemente la idea del matrimonio que tienen las gentes. Por diversas causas —entre ellas, las leyes divorcistas—, se considera, a menudo, que la vida matrimonial es una forma de convivencia estable, regulada por la ley pero alterable no bien surja alguna dificultad seria. El nexo entre unión matrimonial y compromiso de por vida es considerado como una exigencia contraria a la naturaleza humana —esencialmente cambiante— y opuesta al derecho que tenemos a elegir en cada momento lo que responda a nuestras necesidades y deseos. En la actualidad, los vocablos libertad y cambio están orlados por el prestigio propio de los términos “talismán”, términos del lenguaje que en ciertos momentos de la historia son tan apreciados que apenas hay quien ose someterlos a un análisis crítico y matizarlos debidamente.

Si queremos asentar sobre bases firmes la vida conyugal, debemos clarificar bien la idea del matrimonio a fin de devolverle toda su riqueza, sin dejarnos presionar por modas o por ideologías que quieran imponernos criterios carentes de fundamentación. Hemos de acudir a esas fuentes de saberes bien fundados que son los grandes especialistas. Edificamos sobre arena si nos dejamos llevar de meras “ocurrencias”, nuestras o ajenas. Hoy nos enseñan los biólogos y los antropólogos más cualificados que los seres humanos somos “seres de encuentro”, vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales creando diversas formas de encuentro. Consiguientemente, toda nuestra vida debemos orientarla a la creación de formas auténticas de encuentro y cumplir las exigencias que el encuentro nos plantea: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, comunicación sincera, participación en tareas solidarias...

Si, en la vida matrimonial, cumplimos estas condiciones, tenemos garantía de vivir una relación de encuentro, entendido en sentido riguroso, no como mera vecindad o trato superficial. El matrimonio, visto con una inteligencia madura —dotada de largo alcance, amplitud o comprehensión y profundidad— aparece formado por cuatro ingredientes básicos.

Los cuatro ingredientes de la vida conyugal

1. La sexualidad, la tendencia instintiva a unirse corpóreamente con otra persona por la atracción que ejerce sobre el propio ánimo y las sensaciones placenteras que suscita. Esa unión puede ser muy emotiva, excitante, embriagadora. Pero la embriaguez nos saca de nosotros mismos para fusionarnos con la realidad seductora. La fusión es un modo de unión perfecto en lo que suelo llamar nivel 1, el plano de los objetos (en el cual, por ejemplo, dos bolas de cera se funden y forman una sola bola de mayor tamaño), pero resulta muy negativo en el nivel 2 —el plano de las realidades que son más que objetos—, pues la unión entre ellas exige respeto, es decir, estar cerca manteniendo cierta distancia. Para contemplar un cuadro artístico, no debo pegar los ojos al lienzo; he de mantenerme a cierta distancia. De modo semejante, si deseo conversar con un amigo he de acercarme a él, pero guardando la distancia necesaria para abrir entre ambos un espacio de comunicación. En el nivel 2, la unión verdadera se consigue al enriquecerse mutuamente, ofreciendo y recibiendo posibilidades.

La energía sexual puede unir estrechamente a las personas en el nivel 1, pero no en el nivel 2 si no va unida con el propósito de crear esa forma de unidad personal que llamamos amistad. La sexualidad, ejercitada a solas, como mera fuente de satisfacción sensible y psicológica, no incrementa la generosidad hacia la otra persona; más bien, encrespa el egoísmo y anula la posibilidad del encuentro. El egoísmo inspira la voluntad de poseer y dominar aquello que encandila los instintos. Esa voluntad nos aferra a la actitud propia del nivel 1, actitud utilitarista que solo atiende a las cualidades gratificantes de la otra persona, no a la persona como tal. Por esta razón, eminentes psiquiatras actuales —Rudolf Affemann y Víctor Frankl, entre otros— afirman que la sexualidad vivida a solas —como un medio para acumular sensaciones placenteras— se destruye a sí misma.

2. La amistad. Para hacernos amigos de alguien que nos atrae, debemos considerar su atractivo no como una incitación a convertirlo en fuente de gratificaciones inmediatas, fáciles, superficiales, sino como una invitación a entrar en relación de trato con él en cuanto persona. Renunciamos, con ello, a la libertad de saciar los instintos de forma inmediata —sin voluntad de crear una auténtica relación de amistad con la otra persona—, y ponemos en juego un modo más valioso de libertad: la libertad interior o libertad creativa. Tal renuncia implica un sacrificio, pero no una represión, porque dejar de lado un valor inferior para conseguir uno superior no bloquea el desarrollo de nuestra personalidad; lo promueve.

Para dar primacía voluntariamente a unos valores sobre otros, necesitamos suscitar en nuestro ánimo desde niños el sentimiento de asombro ante todo lo que encierra un valor: el clima hogareño de amor incondicional y ternura, un bello paisaje, un pueblo acogedor, una obra artística o literaria de calidad, un juego vivido con espíritu creativo, una conversación ingeniosa, un día espléndido, una acción noble, una fiesta popular o litúrgica vivida con autenticidad... Esta capacidad de emocionarnos al ver la alta calidad de seres y sucesos cotidianos nos da energía interior suficiente para vencer la tendencia a las ganancias inmediatas y consagrarnos a la fundación de modos de unión más exigentes.

Al ascender al nivel 2 y atender más bien a hacer feliz a la otra persona mediante el encuentro que a concedernos toda suerte de gustos sensibles y emociones psicológicas, descubrimos un mundo nuevo, distinto del mundo embriagador de las sensaciones —nivel 1— y superior a él. Superior en cuanto abre la posibilidad de crear una relación de amistad, es decir, de comprensión y ayuda mutuas, de elaboración y realización de proyectos comunes, de afectos profundos, no reducibles a goces sensoriales. En ese ámbito de amistad se advierte que las potencias sexuales dejan de ser un mero medio para obtener goces sensibles y se convierten en el medio en el que se expresa nuestro anhelo de unión personal. Entonces se descubre con lucidez que las fuerzas instintivas están llamadas a colaborar con nosotros en la gran tarea de crecer como personas. Si el ideal de nuestra vida es crear formas elevadas de unidad, resulta obvio que debemos superar toda manifestación amorosa que reduzca la unión personal a mero empastamiento sensorial.

Si estamos habituados a movernos en el nivel 1, tememos caer en el vacío si renunciamos a tal empastamiento y ascendemos a una forma de conducta desinteresada (nivel 2). Es comprensible, porque desde un nivel inferior no puede captarse, ni siquiera a veces adivinarse, la riqueza que alberga un nivel superior —con sus realidades de mayor rango y las actitudes humanas correspondientes—. En el nivel 1, el ensanchamiento de una realidad —por ejemplo, una finca— se realiza a costa de la colindante. En el nivel 2, al entrar una realidad en el ámbito de otra no la invade y succiona; acrecienta su riqueza interior. El hombre egoísta avanza hacia los otros con ánimo de ocupar su espacio vital. El hombre generoso se relaciona con los demás para potenciar su radio de acción. De ahí que, en el nivel 2, cuando estamos cerca de otras personas agradecemos que existan; no experimentamos resentimiento por el hecho de que puedan superarnos y disminuir nuestra autoestima. Cuando uno siente agradecimiento porque existen los otros, está bien dispuesto para otorgar a su amor una dimensión comunitaria.

3. La proyección comunitaria del amor. Cuando la atracción primera que sentimos hacia una persona se convierte en auténtico amor, nos vemos insertos en el dinamismo propio de este tipo de vinculación y ascendemos a un plano distinto del de la sexualidad y del de la amistad. De hecho, los seres humanos procedemos del encuentro amoroso de nuestros padres, que, en cuanto tales —no como meros progenitores—, nos llamaron a la existencia. Nuestra vida ha de consistir en responder agradecidamente a esa invitación. Si agradecer significa estar a la recíproca en generosidad, nuestra respuesta debe consistir en crear nuevas formas de encuentro. He aquí la razón profunda por la cual el amor personal se desarrolla creando formas de vida comunitaria.

El amor personal se enciende en la intimidad de nuestro ánimo y se incrementa en el ámbito recatado de las confidencias mutuas. Pero llega un momento en el cual pide, de por sí, adquirir una proyección comunitaria, darse a conocer, fundar un ámbito de vida dentro de la sociedad, es decir, un hogar, un lugar de acogimiento donde arde el fuego del amor y se transmite a otros ámbitos afines, formando así la “gran familia” de los allegados.

He aquí cómo, al reflexionar sobre la vida amorosa, resalta de inmediato el poder creativo que alberga. Hemos dado dos saltos: del nivel 1 al nivel 2, y de la actitud íntima privada a la actitud comunitaria. Esta, a su vez, nos insta a otorgar una nueva dimensión al amor: la que se adentra en el enigma de la creatividad más alta.

4. La fecundidad del amor. Por darse en el nivel 2, la relación conyugal se muestra poderosamente creativa: incrementa la amistad entre los esposos y da origen a nuevas vidas. Al sopesar la importancia de ambas actividades, descubrimos maravillados el poderío de la unidad matrimonial. De la amistad escribió Lope de Vega: “Yo dije siempre, y lo diré y lo digo, que es la amistad el bien mayor humano”. Por otra parte, dar vida a una persona es un acontecimiento sobrecogedor. Cuando reparamos en el hecho de que dos personas, incluso las más sencillas, pueden generar un ser capaz de pensar, sentir, querer, elaborar proyectos de todo orden, amar, tomar posición frente al universo entero e incluso frente a sí mismo, a sus progenitores y al Creador, nos parece tocar fondo en el enigma de la realidad y sentimos un inmenso respeto hacia esa región de los orígenes.

Los cuatro elementos del amor conyugal forman una estructura

Los cuatro aspectos o ingredientes del amor conyugal deben hallarse tan vinculados entre sí que formen una estructura, es decir, una trama de elementos que se exigen y complementan de tal modo que, al desgajar uno de ellos, se desmorona el conjunto. Si, para procurarnos gratificaciones aisladas, movilizamos el primero de los elementos del amor conyugal —la sexualidad— y dejamos de lado los otros tres, despojamos nuestra relación amorosa de toda creatividad, nos alejamos del ideal de la unidad y situamos nuestra vida en el nivel 1, en el cual el amor se reduce a pasión.

Esa actitud unilateral es injusta con el ser humano, que vive como persona al crear toda suerte de encuentros. Por su condición de persona humana, se ve inserto en un dinamismo poderoso que le lleva a unirse conyugalmente con otra persona e independizarse de sus raíces familiares. Esta energía biológica, psicológica y espiritual ¿tiene por único fin satisfacer una necesidad individual primaria, como sucede con el comer y el dormir? Estas necesidades persiguen la meta de conservar nuestra existencia biológica, no la de configurar nuestra personalidad, porque no tienen capacidad de crear relaciones de encuentro. En cambio, la actividad sexual pone en relación íntima a dos personas y las somete a una peculiar conmoción. ¿Qué finalidad persigue esta vinculación conmovedora? Sin duda alguna, la creación de un modo valioso de unidad, una relación de encuentro.

Vista en el conjunto del proceso humano de desarrollo integral, la potencia sexual presenta una condición abierta, tiende a desbordar nuestros límites individuales y constituirnos como personas, en el sentido de seres comunitarios. Pero esta vida comunitaria desborda la relación de amistad entre los cónyuges, porque, como toda forma de vida, lleva en sí la exigencia de perdurar, lo cual implica la necesidad de renovarse mediante la procreación. El dinamismo interno del amor personal exige a quienes se unen conyugalmente por amor que lo hagan abiertos a la creación de nueva vida, y no conviertan el atractivo de su relación mutua en una meta. Esta apertura a la fecundidad significa la orientación de las potencias sexuales hacia fines que desbordan el área privada de cada persona y la llevan a plenitud. Tal orientación genera una energía insospechada, capaz de integrar los diversos aspectos del proceso amoroso personal.

La vinculación de estos aspectos no amengua la fuerza de las pulsiones instintivas, que entrañan cierto valor; ordena su energía al logro de la espléndida meta que es crear una vida de profunda unidad personal, con toda la fecundidad que implica. Si el ideal de nuestra vida es crear modos relevantes de unidad, debemos movilizar todas nuestras energías para lograr ese propósito. Este deber hemos de asumirlo con amor por cuanto no nos viene impuesto desde fuera sino sugerido desde lo más íntimo de nuestra naturaleza sexuada, ordenada a la creación de ámbitos amorosos.

El tema del amor humano muestra su espléndida grandeza cuando lo vemos dentro del dinamismo de nuestro crecimiento personal. Lo indica certeramente Gustavo Thibon:

“Nosotros no queremos una plenitud sexual que se compre al precio de la plenitud humana; no sentimos ningún gusto por costumbres que, bajo pretexto de satisfacer plenamente al sexo, vacían al hombre de todo lo demás. Únicamente el matrimonio puede al mismo tiempo satisfacer el instinto sin degradar a la persona”.

Esta degradación comienza cuando, por afán irreflexivo de exaltar la potencia sexual, se la aísla de su verdadero contexto, que es la estructura formada por los cuatro ingredientes del amor: sexualidad, amistad, proyección comunitaria y fecundidad. Tal aislamiento empobrece la vida amorosa, y todo empobrecimiento injusto es un acto de violencia contra la realidad, en este caso contra nuestra propia realidad personal. Nada ilógico que, tanto en la vida cotidiana como en la expresión literaria y cinematográfica de la misma, el cultivo de las relaciones sexuales al margen del amor personal, creador de amistad y de vida comunitaria, vaya unido a menudo con actos de violencia.

Cuando dos personas de distinto sexo se aman y unen sus vidas con la intención de vincular el ejercicio de la sexualidad al cultivo de la amistad, dentro del campo de interrelación profunda que es el hogar, y todo ello lo orientan hacia el incremento de su unidad mutua y de la donación de vida a nuevos seres, dan un salto cualitativo en su vida: se convierten en esposos. Ese tipo de unión recibe, de antiguo, el nombre de matrimonio.

El alcance de las uniones homosexuales

Si dos personas del mismo sexo están enamoradas y viven de forma estable una relación sexual y amistosa dentro de un hogar, pueden ser —si se quiere— excelentes amantes, pero no llegan a ser nunca esposos, pues, por ley natural, tienen las puertas cerradas a la paternidad y la maternidad. Considerar su forma de unión como un “estado matrimonial” es confundir los conceptos, alterar el lenguaje y, con ello, desarticular la realidad.

No vendría a cuento que alguien, al leer esto, levantara la voz para decirme que debemos respetar a los homosexuales y concederles todos los derechos ciudadanos. Es obvio que debemos respetar a todas las personas, pero también lo es que ciertos derechos no los tenemos por el simple hecho de ser personas, sino por las opciones que realizamos en la vida. Si no he aprendido a tocar el violín, no tengo derecho a llamarme violinista. Si no he adquirido el título de médico, no estoy autorizado a abrir una clínica. Por mi parte, respeto a los homosexuales —en cuanto personas— lo tengo todo, e incluso voluntad de ayuda. Durante años ayudé a sostener una familia que se hallaba en suma pobreza debido a la condición homosexual del padre, un profesor de escuela primaria. Deseo a todas las personas los mayores bienes, pero entiendo que sería un mal para todos confundir los conceptos y llamar “matrimonio” a lo que constituye una forma de unión distinta.

La unión de personas homosexuales puede presentar, en el mejor de los casos y en alguna medida, los tres primeros ingredientes del amor conyugal: sexualidad, amistad, proyección comunitaria —creación de un hogar—, e incluso el primer aspecto del cuarto: el incremento de la unión entre los que viven esa forma de unidad. (Aunque, respecto a esto, deberíamos hacer diversas matizaciones y salvedades). Lo que le falta, en absoluto, es el segundo aspecto de la fecundidad del amor: la donación de vida a nuevos seres personales. Y este es un ingrediente esencial. La sexualidad matrimonial está, por su naturaleza misma, abierta a la vida, y lo mismo la amistad y la creación de un hogar. Tal apertura es la que da altura, dignidad y vitalidad a los esposos y a su modo de vida. La falta de apertura a la vida altera la calidad de los tres primeros elementos de la vida matrimonial. No procede, por tanto, decir que tales elementos o ingredientes del amor son iguales en la unión matrimonial y en la unión homosexual, excepto —en esta última— el detalle de no poder procrear. La verdad es que tales ingredientes pierden su sentido más profundo si no se vive el amor de tal forma que esa intensidad de vida florezca en la creación de nuevos seres. La sexualidad sin amistad no es igual que la sexualidad vivida como expresión de amistad y vehículo de un incremento de amistad. Esta amistad, cuando está abierta a la vida, pide de por sí proyectarse comunitariamente y crear un hogar que acoja a las vidas humanas que se van a crear y les ayude eficazmente a desarrollarse. El incremento de la unidad y del amor en los esposos está en la recta dirección cuando no supone solo incentivar la condición gratificante de sus relaciones sino crear un verdadero ámbito de acogimiento para los futuros hijos.

Al unirse maritalmente un hombre y una mujer, adquieren una condición nueva, realmente portentosa: la de poder generar hijos en un entorno adecuado plenamente a su desarrollo. Esta condición no la adquieren dos personas del mismo sexo cuando deciden vivir en común. Pueden quererse intensamente, ejercitar a su modo la sexualidad con máximo ardor, pero nunca conseguirán la potencia generadora que las convierte en ineludibles colaboradoras de la especie. Por esta capacidad de colaboración, los casados heterosexuales merecen toda clase de reconocimiento y ayuda por parte de la sociedad, a la que ellos en buena medida hacen posible. Dos homosexuales que se unen para convivir contribuyen, en algún modo, a estructurar la vida social. Debido a ello, la sociedad hará bien en regular su forma de unión de tal modo que tengan ciertos derechos civiles.

En una entrevista, a un diputado que se declara homosexual y pide que se reconozca la condición de “matrimonio” a las uniones entre homosexuales se le indicó que también —por ejemplo— dos hermanas solteras que conviven forman una unidad muy fuerte, tienen unidos sus destinos, se necesitan mutuamente, se ayudan, colaboran a estructurar la vida social, y deberían, por tanto, ser consideradas como un “matrimonio” a todos los efectos. Él negó que posean tal derecho “porque les falta el ejercicio de la sexualidad”. Parece olvidar este político que el ejercicio de la sexualidad de un homosexual no es comparable al de una persona heterosexual, abierta a la generación de nueva vida. Por el hecho de unirse sexualmente no se adquiere ningún derecho especial ante la sociedad. La sexualidad homosexual puede ser intensa y gratificante, pero no es fecunda; no tiene para la sociedad más relevancia que el hecho de que satisface a ciertas personas y, en esa medida, contribuye a la estabilidad social. Pero esta aportación no puede compararse ni de lejos a la que realizan los casados que aportan a la comunidad nuevas vidas y les ayudan a crecer de forma saludable.

Ser esposos es inmensamente más que ser amantes. Hay que ignorar mil cuestiones para tener la osadía de identificar ambos conceptos. Supone un atropello a la razón. A estas alturas de la investigación antropológica no podíamos esperar que alguien cometiera este dislate conceptual. Si Maurice Merleau-Ponty o Dietrich von Hildebrand, Max Scheler o Ferdinand Ebner levantaran la cabeza, se volverían consternados a sus tumbas pensando que su ingente labor investigadora había sido totalmente vana. El bueno de Romano Guardini, que, por los años 30, esperaba que la humanidad avanzara hacia una época de mayor clarividencia y equilibrio, no tendría consuelo si viera el espectáculo que dan actualmente ciertos legisladores al tergiversar, de esta forma, los conceptos básicos de la vida humana. Porque él sabía muy bien que los conceptos no son meras palabras sino las columnas de esa trama de relaciones que es nuestra vida y que cada uno debemos colaborar a tejer incesantemente.

¿Ignoran, acaso, nuestros políticos que los grandes conflictos sociales se fraguaron en los despachos de pensadores que tomaron la vida intelectual como un laboratorio para realizar toda clase de aventurerismos intelectuales? Todo el que conozca la historia de las ideas sabe que con los conceptos debemos proceder de forma extremadamente cuidadosa, verdaderamente orfebresca. La tosquedad actual en el uso de las palabras y el manejo de las ideas no augura nada bueno para un futuro cercano, pues los procesos sociales están sumamente acelerados debido a los progresos técnicos en las comunicaciones.

Hoy se valoran muy positivamente los sentimientos y se da como razón de ciertas conductas el hecho de que sean fuente renovada de gratificaciones individuales. Se deja, en cambio, de lado el valor —positivo o negativo— que tales conductas puedan tener para el conjunto de la sociedad. Esta visión unilateral acarrea graves daños a la vida social porque encrespa el egoísmo y amengua la solidaridad.

Europa basó su grandeza en el estudio de las esencias, en la distinción de unas realidades y otras. Si ahora lo confundimos todo, volvemos a las tinieblas de lo irracional y desquiciamos la vida, la sacamos literalmente de quicio. Lo que es distinto necesita nombre distinto. No podemos utilizar los nombres arbitrariamente. Por eso, precisar debidamente los conceptos y utilizar el lenguaje con rigor no indica ser anticuado, retrógrado, poco liberal...; significa sencillamente ser “realista”, fiel a la realidad. Y esta es la primera condición de una persona culta.

LUIS FERNANDO FIGARI | BEC 

Estas reflexiones se encarnan en la realidad del Pueblo de Dios. Mi intención primaria es compartirlas con quien habiendo sido bautizado ha recibido la filiación adoptiva de Dios, ha sido hecho hijo en el Hijo, y es invitado a creer y a adherirse al Señor Jesús, Camino, Verdad y Vida, poniendo su vida toda en sintonía con esa fe y esa adhesión, y anunciando al Señor a los demás en todas las ocasiones posibles. Hago esta precisión para aclarar desde un inicio que me moveré en la fe y razonando desde esa fe. Quede pues en claro que hablo como creyente.

Vocación a la santidad

Todo hijo de la Iglesia debe comprender que está llamado a ser santo1. El sed siempre y enteramente santos, como santo es el que os llamó2 neotestamentario sitúa al cristiano en el horizonte de una vida conforme al designio divino que pide la perfección en el amor. Es precisamente el Señor Jesús quien invita a seguir su camino hacia la plenitud, enseñando:Por lo tanto sean perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos3. La palabra del Señor invita a todos cuantos la oyen a la vida santa. «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y a cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador»4. El Concilio Vaticano II ha sido muy claro al respecto dedicándole todo un capítulo de la Constitución Dogmática Lumen gentium5. En él leemos un pasaje fundamental en el que conviene reflexionar: «Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición6 están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esa perfección empeñan los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo»7.

La vocación a la vida cristiana y el llamado a la santidad son, pues, equivalentes, ya que todo fiel está llamado a la santidad8. La santidad está en la misma línea que la conformación con Aquel que precisamente es Maestro y Modelo de santidad. Nadie pues que realmente quiera ser cristiano puede considerarse exento del imperativo de aspirar a la santidad. Ninguna excusa, como la dificultad de ese camino o las atracciones del mundo o lo complejo de la vida hodierna, puede aducirse para escamotear el destino de felicidad al que Dios llama al hombre. No hay, pues, excusas válidas para desoír el llamado a caminar hacia la plenitud, hacia la felicidad plena. Existe sí la libertad de decir «no». Siempre existe esa posibilidad, pero al decir «no» la persona se está cerrando al designio que Dios le tiene preparado, es decir, está renunciando a su felicidad. Es posible decir «no», pero esa es una actitud no libre de gravísimas consecuencias para la persona y para la misión que está llamada a realizar en el mundo. En el fondo, decir «no» es optar por la muerte. Es sin duda rechazar la Vida que trae el Señor Jesús, es no conformarse a la vida cristiana que de Él proviene, es cerrarse al camino de profunda transformación y quedarse sumergido en las propias inconsistencias, en el anti-amor, en la anti-vida.

No es el caso abundar aquí sobre la naturaleza de este llamado a la santidad y el designio divino sobre el ser humano9, pues además del Concilio Vaticano II no pocos autores se han ocupado de él10, y por lo demás hoy es un asunto bien conocido. Hay, sin embargo, algunas cosas que conviene poner de relieve.

Si bien la santidad en la Iglesia es la misma para todos11, ella no se manifiesta de una única forma. Por ello la insistencia en que cada uno ha de santificarse en el género de vida al cual ha sido llamado, siguiendo en él al Señor Jesús, modelo de toda santidad.

Cada uno, en su estado de vida y en su ocupación, desde sus circunstancias concretas, «debe avanzar por el camino de fe viva, que suscita esperanza y se traduce en obra de amor»12. Así, el obispo se ha de santificar como obispo concreto, el sacerdote como sacerdote concreto, el diácono como tal, las diversas categorías de personas que han sido llamadas a la vida de plena disponibilidad en su llamado y circunstancias concretas, los laicos casados como casados13, y los laicos no casados aspirando a la perfección de la caridad como laicos. Así pues, cada uno ha de buscar santificarse en su propio estado, condición de vida y en sus circunstancias concretas. Esta es una enseñanza de siempre, si bien el Vaticano II ha sido ocasión para que recupere toda su fuerza doctrinal14.

Esta vinculación de la misma vida cristiana con la santidad está fundada en el bautismo, cuyas virtudes cada bautizado debe procurar conservar, manteniéndose en la relación con Dios que la gracia posibilita y evitando toda ruptura en esa relación fundamental. Igualmente se trata no solo de permanecer en el amor y así permanecer con Dios15, sino de poner por obra la gracia amorosa que el Espíritu derrama en los corazones16. El cristiano que realmente aspira a ser coherente ha de vivir según la fe en todos los momentos de su vida, nutriéndose de la gracia y celebrando la fe de tal modo que toda su vida se desarrolle en presencia de Dios, en espíritu de oración, aspirando a que los dinamismos de comunión se alienten en el ejemplo del don eucarístico. No existe eso de cristiano en cómodas cuotashorarias, diarias ni mucho menos semanales. La vida cristiana debe manifestarse cotidianamente y en todos los momentos. Así, cada uno irá cooperando desde su libertad con la gracia recibida, creciendo en amorosa adhesión al Señor Jesús y conformándose con Él, tendiendo a la perfección del amor de la que nos da paradigmático ejemplo. Así pues, una vez más con la esperanza de que quede del todo claro: «Todos los cristianos, por tanto, están llamados y obligados a tender a la santidad y a la perfección de su propio estado de vida»17. Es decir, todos, en los distintos estados y condiciones de vida, han de orientar su existencia según el Plan de Dios evitando dar cabida a pensamientos, sentimientos, deseos o acciones que obstaculizan ese designio divino y llevan a considerar como permanente este mundo que pasa18, y buscando seguir cada vez más de cerca el Plan amoroso de Dios hasta producir los frutos del Espíritu, viviendo y actuando según Él19.

La santidad es el gran regalo para el ser humano. Por los misterios de la Anunciación-Encarnación, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Verbo Encarnado, el amor de Dios se abre de modo inefable a la humanidad y posibilita el restablecimiento, a niveles impensados, como «hijos en el Hijo», de la amistad con Dios. Esta santidad es pues decisiva para la felicidad del ser humano. Es meta fundamental a la que se debe tender para alcanzar la plenitud. No es superflua, en lo más mínimo, aunque es gratuita. Se debe siempre a la iniciativa y al don de Dios, pero requiere de una colaboración entusiasta y eficaz. El deber querer ser santo es algo que debe ir con naturalidad con la vida cristiana. Todo creyente debe dejarse invadir por un intenso ardor por aspirar a la propia santidad. No hacerlo es demencial. Todo bautizado debe tomar conciencia de qué significa realmente ser bautizado y valorar tan magno tesoro pensando, sintiendo y actuando como cristiano. Es, pues, necesario que cada uno ponga el mayor interés y dedique lo mejor de sí a responder a la gracia, cooperando con ella desde su libertad para vivir cristianamente y así acoger el designio divino y llegar a ser santo, para llegar a ser feliz.

Pienso que la asincronía existencial que el secularismo ha introducido de manera flagrante en la vida de los seres humanos de hoy es el mayor peligro de la seducción del mundo en el aquí y ahora. La coherencia y unidad del ser humano no pueden ser juguete de los ritmos de la vida hodierna, ya que su felicidad eterna está en juego. Así pues, si un bautizado no encuentra en sí el suficiente entusiasmo para entregarse con todo su ser a la hermosa tarea de hacerse ser humano pleno en amistad con Dios, ha de preguntarse, ante todo, ¿qué mentira le tiene embotado el corazón? ¿Por qué se permite la locura de vivir en una dualidad existencial, por un lado lo que dice creer y por otro su vida diaria? La santidad es una apasionante tarea que, cuando se la entiende como lo que en verdad es, despierta un entusiasmo desbordante y una opción fundamental firme por vivir a plenitud la vida cristiana, viviendo, precisamente, en cristiano los diversos actos en que se va manifestando la existencia20.

En el proceso de valorar la santidad y de entusiasmarse por ella, hay una persona que ilumina toda santificación en la Iglesia. Es María21, Virgen y Madre, que brilla ante todos como paradigma ejemplar de todas las virtudes22. Ella que es el fruto adelantado de la reconciliación «en cierta manera reúne en sí y refleja las más altas verdades de la fe. Al honrarla en la predicación y en el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre»23. María, por su adherencia y unión con el Señor Jesús, es modelo extraordinario de santidad, que se expresa en su fe, esperanza y amor, y desde esa santidad, ejerciendo tiernamente la tarea de ser Madre de todos sus «hijos en su Hijo», que le fue explicitada al pie de la Cruz24, coopera a la santidad de cada uno ayudando a su nacimiento, guiándolo, educándolo en la adhesión y comunión con el Señor Jesús25.

Vocaciones de vida cristiana

La vocación a la vida cristiana se hace concreta en diferentes estados y condiciones de vida. Podemos encontrar una primera gran distinción en la forma de vivir la vida cristiana, ya en el celibato26 ya en el matrimonio. En torno a esto ha habido muchos errores, que hoy felizmente se van superando entre personas maduras en la fe. Sin embargo, no parece que se esté libre de que los antiguos disparates se reaviven o surjan otros nuevos27. Precisamente el secularismo y el consumismo, y más aún una visión erotizada de la exis tencia presentan en no pocos ambientes una casi compulsividad societal hacia el matrimonio o hacia sus inaceptables sustitutos como son uniones extramaritales, el llamado «amor» libre, la poligamia u otras deformaciones que desconocen la gran dignidad del matrimonio28. No seguir tales caminos suele convertir a la persona que así procede en blanco de censuras. Y es que una de las trágicas características de la cultura de muerte, lamentablemente predominante, es la erotización extrema de la vida.

Por lo demás, dando testimonio de su opción radical por el ser humano y por su dignidad, fruto de su adhesión a la verdad, la Iglesia que peregrina tiene una recta visión de la sexualidad humana según el divino designio. Y es en ese sentido que ayer como hoy ha valorado muy en alto la castidad29 así como el celibato por el Reino30, y también, sin duda, lo seguirá haciendo en el tiempo por venir, dada la naturaleza de tan alto don31. En igual sentido es la Iglesia, maestra de humanidad, la que valora y defiende la gran dignidad del matrimonio y de la familia32. Precisamente, ante todo ello cabe reiterar con toda claridad que una forma como la otra son caminos legítimos y muy necesarios para que los hijos de la Iglesia puedan cumplir el designio de Dios en esta terrena peregrinación, según el llamado personal de cada cual. Estas dos realidades, el sacramento del matrimonio y el celibato por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es Él quien les da sentido y quien concede, a quien en cada caso llama, la gracia indispensable para vivir en ese estado conforme a su designio33. Escribiendo a los Corintios, precisamente sobre estos temas del matrimonio y el celibato por el Reino, San Pablo enseña: «cada uno ha recibido de Dios su propio don: unos de un modo y otros de otro»34 Así pues, la estima del celibato por el Reino35 y la estima por el sentido cristiano del matrimonio son inseparables para el hijo del la Iglesia36. A tal punto es esto verdad que denigrar uno es afectar seriamente a ambos, y valorar uno es también apreciar al otro. Cada cual es camino adecuado para quien ha sido llamado a él. Es pues asunto de vocación37 divina.

Hay personas llamadas por Dios a consagrarse por entero a un valor que se les presenta como fundamental y que conlleva una entrega de tal grado que exige una disponibilidad plena en todo momento. Es una opción por una mayor libertad e independencia para poder cumplir con la sublime misión de servicio evangelizador que se experimenta como decisiva para cumplir con el divino designio y alcanzar así la realización personal. Las características de vida del Señor Jesús se presentan con una gran fuerza para quien como Él acepta libremente responder, amorosa y obediencialmente, al Plan divino y asumir las condiciones que un seguimiento de plena disponibilidad implica. El celibato queda definido por la libre respuesta a la gracia del llamado de seguir así al Señor Jesús, tornando disponible, a la persona que a él responde, a una dedicación exclusiva a las responsabilidades y tareas que el designio divino ponga delante de sí. Así, celibato y libre disponibilidad para el servicio y el apostolado son conceptos vinculados muy cercanamente. Las formas concretas que asume esta plena disponibilidad por el Reino son diversas en la Iglesia38.

Una concreción muy especial de la castidad perfecta por el Reino es la que han de asumir los clérigos que se obligan a guardar el celibato perpetuo. Esta continencia perfecta y perpetua por amor del Reino está vinculada en la Iglesia latina en forma especial al sacerdocio, por graves razones que se fundamentan en el misterio del Señor Jesús y en su misión. Al ponderar el celibato eclesiástico, el Concilio Vaticano II señala que este «está en múltiple armonía con el sacerdocio. Efectivamente, la misión del sacerdote está integralmente consagrada al servicio de la nueva humanidad, que Cristo, vencedor de la muerte, suscita por su Espíritu en el mundo, y que trae su origen no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del varón, sino de Dios (Jn 1,13)»39.

Encuentro y donación humana

Así pues, se ve muy claro cómo se hace concreto aquel hermoso pasaje del Concilio Vaticano II que tanto nos dice sobre la realidad de los dinamismos profundos del ser humano como orientados al horizonte comunitario: «Más aún, el Señor Jesús, cuando le pide al Padre que todos sean uno..., como también nosotros somos uno40, ofreciendo perspectivas inaccesibles a la razón humana, sugiere cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza muestra que el ser humano, que es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrarse plenamente sino en la sincera donación de sí mismo»41. Esta condición se encuentra firmemente arraigada en lo profundo de la naturaleza humana. Estamos aquí ante una de las verdades fundamentales de la antropología cristiana, una verdad sólidamente teológica. El ser humano es una creatura abierta hacia el encuentro. Desde su realidad fondal está impulsado al encuentro con Dios y con los demás seres humanos. Esta es una realidad óntico estructural que se manifiesta en múltiples formas. Lo fundamental es que el ser humano no está hecho para encerrarse en sí mismo en un individualismo42 fatal. Tal individualismo es una anomalía. Sus dinamismos orientados al encuentro hacen que la persona, que está invitada estructuralmente a la autoposesión, se posea cada vez más en la medida en que desenvuelve su acción en la dirección a la que apunta su ser más profundo, esto es en la apertura al encuentro con Dios Amor, y desde ese compromiso interior al encuentro con los hermanos. Así, tenemos que el ser humano es menos persona y se posee menos cuando se cierra en forma egoísta sobre sí que cuando se abre al encuentro con otros seres humanos, en un dinamismo que sigue el impulso análogo a la aspiración del encuentro definitivo con el Tú divino.

La donación de sí por el amor y el servicio, de la que es capaz el ser humano y que lleva a la comunión de las personas, en unos casos pide un  específico al que se dirija la entrega personal y ser acogida por este  específico; en otros casos, esta donación personal está dirigida hacia numerosas personas y pide ser acogida por ellas43. Esto nos pone ante un universo relacional que nace de la estructura fundamental del ser humano y que conduce a la comunión de personas.

Donación de sí y matrimonio

La modalidad de la donación de sí en el matrimonio responde a este dinamismo. Yendo más allá de un mero aglomeramiento de dos individualidades44, el matrimonio es un proceso íntimo de integración personal en el amor mutuo de los cónyuges. Se trata de un tipo especial de amistad entre el hombre y la mujer que se donan recíprocamente el uno al otro con la explícita intención de hacer permanente esa donación y se ponen uno a disposición del otro en respeto profundo, reconocimiento de lo singular e individualmente valioso del al que se donan, y lo expresan en una concreción espiritual y corporal construyendo unnosotros de amor como pareja, conformada por un hombre y una mujer abiertos a traer nuevas personas al mundo como fruto concreto de su amor.

Esta realidad del matrimonio, que como tal responde al designio divino desde la primera unión45, está, también por ese mismo designio, consagrado por su condición de sacramento, y es, como lo enseña León XIII, «en cuanto concierne a la sustancia y santidad del vínculo, un acto esencialmente sagrado y religioso46. El dinamismo santificador del sacramento del matrimonio llega al esposo y a la esposa en su experiencia de donación y entrega en el amor y el servicio, experimentando la fuerza del amor divino que los mueve a acercarse más y más al Señor, así como entre sí, madurando como personas, poseyéndose cada vez más, siendo cada vez más libres y creciendo en el amor a Dios y entre sí, y sobreabundando en amor hacia sus hijos, tornándose la familia un cenáculo de amor. Un santuario de la vida y de los rostros del amor humano que en él se viven47, en el que en la medida de la fidelidad cristiana de los esposos y la vida en el Señor de los hijos, se sienten impulsados los miembros de la familia al anuncio de la Buena Nueva que viven en el hogar. Obviamente esto sucede en la medida en que se acepta la gracia amorosa que el Espíritu derrama en los corazones y se ponen los medios correspondientes para cooperar con el designio divino. No pocas veces el ideal descrito, sin embargo, no es alcanzado, pues las personas que no avanzan por el camino de su felicidad no llegan a comprender que la vocación matrimonial es un camino de vida cristiana que lleva anejas todas las exigencias que el seguimiento del Señor Jesús implica.

Santo Domingo lo dice muy hermosamente: «Jesucristo es la Nueva Alianza, en Él el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por su vida en familia con María y José en el hogar de Nazaret se constituye en modelo de toda familia. El amor de los esposos por Cristo llega a ser como Él: total, exclusivo, fiel y fecundo. A partir de Cristo y por su voluntad, proclamada por el Apóstol, el matrimonio no solo vuelve a la perfección primera sino que se enriquece con nuevos contenidos48. El matrimonio cristiano es un sacramento en el que el amor humano es santificante y comunica la vida divina por la obra de Cristo, un sacramento en el que los esposos significan y realizan el amor de Cristo y de su Iglesia, amor que pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los defectos para llegar al gozo de la resurrección49.

Así pues, el matrimonio cristiano es un ideal muy hermoso en el que el mismo amor del esposo y la esposa, puesto ante todos de manifiesto en la alianza sacramental, expresa como público símbolo el amor de un hombre y una mujer que han aceptado el Plan divino, tornándose testimonio de la presencia pascual del Señor50, y que se comprometen establemente a donarse a sí mismos y constituir una comunidad de amor, una Iglesia doméstica en la que se forja una parte irremplazable del destino de la humanidad y en la que se concreta una nueva frontera del proceso de la Nueva Evangelización51.

A Dios gracias, hay familias que, como dice el Documento de Santo Domingo, «se esfuerzan y viven llenas de esperanza y con fidelidad el proyecto de Dios Creador y Redentor, la fidelidad, la apertura a la vida, la educación cristiana de los hijos y el compromiso con la Iglesia y con el mundo52. Pero lamentablemente son también muchos, demasiados, los que desconocen «que el matrimonio y la familia son un proyecto de Dios, que invita al hombre y la mujer creados por amor a realizar su proyecto de amor en fidelidad hasta la muerte, debido al secularismo reinante, a la inmadurez psicológica y a causas socio-económicas y políticas, que llevan a quebrantar los valores morales y éticos de la misma familia. Dando como resultado la dolorosa realidad de familias incompletas, parejas en situación irregular y el creciente matrimonio civil sin celebración sacramental y uniones consensuales53.

Ilustración y cultura de muerte

En verdad estas situaciones de carácter negativo que amenazan al matrimonio y a la familia, no solo como casos aislados y como defectos de las personas en ellos involucradas sino como un fenómeno cultural concretado en lo que conocemos como cultura de muerte54, parecen tener su origen en la Ilustración. Al menos ya a mediados del siglo XVIII se percibe una muy grave inquietud por el fenómeno que está ocurriendo. Así se expresaba ya el Papa Benedicto XIV55 en la encíclica Matrimonii, en el primer año de su pontificado: «Los hechos que se nos refieren atestiguan el menosprecio en que se tiene al matrimonio... Por lo cual no existen lágrimas ni palabras aptas para expresaros toda Nuestra preocupación, y el dolor tan acerbo de Nuestro espíritu de Pontífice»56. No vamos a abundar en la historia de cómo la Ilustración y el proceso naturalista, racionalista y subjetivista que la acompaña van afectando socio-culturalmente al matrimonio y a la familia. Seguir los documentos pontificios puede dar una idea bastante aproximada de la extensión y malignidad de ese proceso. Baste en esta ocasión señalar su existencia y apuntar que el problema de hoy hunde sus raíces en un proceso de pérdida de identidad de no pocos hijos de la Iglesia. Precisamente de allí la inmensa trascendencia de la Nueva Evangelización que se nos presenta hoy como horizonte.

Matrimonio: comunidad de personas

Pocos años antes de ser elegido pontífice57, el Cardenal Karol Wojtyla, escribía en un artículo titulado La paternidad como comunidad de personas: «Una genuina comprensión de la realidad del matrimonio y la paternidad y maternidad en el contexto de la fe requiere de la inclusión de una antropología de la persona y del don; también requiere del criterio de comunidad de personas (communio personarum) si ha de estar a la altura de las exigencias de la fe que está orgánicamente conectada con los principios de moralidad conyugal y parental. Una visión puramente naturalista del matrimonio, una que considere el impulso sexual como la realidad dominante, puede fácilmente oscurecer estos principios de moralidad conyugal y familiar en los que los cristianos deben discernir el llamado de su fe. Esto también se aplica al sentido teológico esencial de los principios de moralidad conyugal. En la práctica —sigue el Cardenal Wojtyla—, esto no constituye una tendencia a minimizar el impulso sexual, sino simplemente a verlo en el contexto de la realidad integral de la persona humana y de la cualidad comunal inscrita en ella. Esta verdad debe de alguna manera prevalecer en nuestra visión de todo el asunto del matrimonio y de la paternidad y maternidad; debe finalmente prevalecer. Para lograr esto, un tipo de purificación espiritual se hace necesario, una purificación en el campo de los conceptos, valores, sentimientos y acciones»58.

No cabe duda que la tarea de recuperación del horizonte de la recta imagen del matrimonio y de su noble dignidad requiere un proceso de purificación. Hay que tomar conciencia de que la misma verdad, en diversos niveles, está hoy en crisis59. Pienso que ese proceso de purificación ha de ir, como acaba de ser señalado, desde el campo de lo conceptual, del mundo de las ideas, y habría también que decir imágenes, hasta el campo de la concreción personal. Esto plantea, pues, una consideración fundamental que es la identidad cristiana y la internalización personal de lo que implica, ante todo como persona individual que sigue al Señor y procura vivir según el divino Plan, y luego, también, la idea divina de la naturaleza, las características y los dinamismos del matrimonio como un camino de santidad y de la familia como Iglesia doméstica60, santuario de la vida61, comunidad de personas, cenáculo de amor, signo social de opción por la vida cristiana.

Horizontes de la vocación matrimonial

La santidad del matrimonio es fuente en la que se apoya el desarrollo cristiano de la familia. Junto al problema «socio-cultural» señalado y al necesario proceso de internalización, y dependiente de una toma de conciencia de la verdad y los valores sobre el matrimonio y la familia, está, ocupando un lugar fundamental, el comprender el camino del matrimonio como una vocación específica a la santidad, esto es, como un llamado a una persona concreta para seguir el camino hacia la santidad en el matrimonio y la familia. Precisamente, Juan Pablo II destaca que «Cristo quiere garantizar la santidad del matrimonio y de la familia, quiere defender la plena verdad sobre la persona humana y su dignidad»62.

Los caminos de vida que se abren ante el creyente son vocaciones, es decir cada una constituye un llamado divino a la persona. Así pues, no es un asunto de vehemencia ni de capricho, sino de discernir63 el llamado propio, el camino para mejor cumplir el Plan de Dios según las características personales, suponiendo una madurez adecuada y el ejercicio de la libertad sin coacciones.

Educación para el amor y el don de sí

Cada quien debe ahondar en su mismidad y buscar el designio de Dios para su propia vida. Esto implica un proceso de educación orientado a la libre elección, un proceso de auténtica personalización, un proceso de educación para el amor y el don de sí que, por lo mismo, sea coherente con la opción por la fe asumida por la persona. Este proceso, por las condiciones socio-culturales, tiene que ser un proceso simultáneo de educación en la verdad fundamental de lo que significa la adhesión al Señor Jesús, ahondando en la fe de la Iglesia, iluminando los caminos vocacionales, y al mismo tiempo un proceso de liberación de presuposiciones y prejuicios de lo que hoy llamamos cultura de muerte. Siguiéndolo, pero sin ser por ello menos importante, ha de ir un proceso de maduración integral de la persona. Ocurre no poco que se confunde el pasar de los años con la madurez. Y bien sabemos que esa confusión no se ajusta a la verdad. La madurez es un proceso de reconocimiento de la propia identidad, de reconciliación de las rupturas personales y de restablecimiento de las relaciones básicas de la persona.

Así pues, hay que considerar, en presencia del tema del matrimonio y de la familia enfocados con visión cristiana, que la dimensión antropológica básica del matrimonio, al ser una mutua donación amorosa del esposo y de la esposa, implica y presupone que la condición estructural de auto-posesión del ser humano sea en cada uno de los cónyuges una realidad en proceso de crecimiento y maduración. Así pues, la respuesta concreta a la vocación matrimonial libremente discernida supone la experiencia efectiva de que la posesión objetivante de sí mismo en libertad empieza a ser un hecho de cierta madurez, manifestada no solo en el aspecto psico-afectivo-sexual, sino también y muy significativamente en la internalización de la verdad y de los valores que de esta provienen.

El matrimonio se ofrece así como un camino integral para el ser humano que ha sido llamado a santificarse por él64. La dinámica de la vida conyugal será para el esposo y la esposa un lugar especial para encontrarse con la gracia de Dios que amorosamente se derrama en sus corazones. Acogiendo la fuerza divina y cooperando con ella, la vida conyugal favorecerá la transformación de los cónyuges en la medida en que se donan uno al otro, dando muerte al egoísmo, y construyendo una comunión cada vez más fuerte e intensa en el Señor. Aparece un horizonte muy importante del amor como don mutuo, que se va acrecentando y se expande hacia los hijos y hacia los más próximos en un dinamismo de caridad cuyo horizonte universal aparece claro.

En su Carta a las familias, el Santo Padre dice: «El Concilio Vaticano II, particularmente atento al problema del hombre y de su vocación, afirma que la unión conyugal —significada en la expresión bíblica “una sola carne”— solo puede ser comprendida y explicada plenamente recurriendo a los valores de la “persona” y de la “entrega”. Cada hombre y cada mujer se realizan en plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo; y, para los esposos, el momento de la unión conyugal constituye una experiencia particularísima de ello. Es entonces cuando el hombre y la mujer, en la “verdad” de su masculinidad y femineidad, se convierten en entrega recíproca»65.

Esto es una verdad para la vocación matrimonial y por lo mismo lo es también en la vida y en el encuentro marital. Precisamente por ello supone un serio proceso de educación para el amor y para el don de sí. Muchos fracasos ocurren porque quienes acceden al estado de casados no han discernido suficientemente o, con dolorosa frecuencia, no han madurado su vocación o no continúan haciéndolo luego de casados. El matrimonio no es un juego. Es un asunto tan serio como hermoso. Y precisamente por ello se requieren las condiciones, en activo, para vivir ofreciéndose como auténtico don uno al otro, como expresión dinámica del amoroso don de sí, y experimentando en su conciencia del sacramento con que Dios los ha bendecido un impulso transformador hacia la contemplación de la bondad y el amor divinos.

El nosotros y la personalización

En la base del matrimonio está la persona del hombre y la persona de la mujer, esto es, personas concretas con sus propias realidades. Al valorar el ideal hermoso del nosotros conyugal no se ha de perder de vista que en la base de ese nosotros están dos personas individuales, dos seres humanos66. Ni la persona del marido ni la de la mujer se disuelve en el nosotros, sino que desde su ser personal asume una nueva realidad en la que el ser personal subsiste en una de las más sublimes formas de comunión67.

Pienso que el no tener en cuenta, no solo en teoría sino en la vida concreta, estos horizontes de educación para la madurez humano-cristiana, el amor don de sí, y la efectiva internalización de valores, lleva a rasgos como los del cuadro descrito por el Papa Juan Pablo II en relación al horizonte real de muchas, demasiadas, parejas: «sucede con frecuencia que el hombre se siente desanimado a realizar las condiciones auténticas de la reproducción humana y se ve inducido a considerar la propia vida y a sí mismo como un conjunto de sensaciones que hay que experimentar más bien que como una obra a realizar. De aquí nace una falta de libertad que le hace renunciar al compromiso de vincularse de manera estable con otra persona y engendrar hijos, o bien le mueve a considerar a estos como una de tantas “cosas” que es posible tener o no tener, según los propios gustos y que se presentan como otras opciones»68.

Teniendo en cuenta estas consideraciones y asumiendo ante todo la realidad del matrimonio como sacramento, con toda la rica teología implicada, se ve cómo la vocación al matrimonio constituye un llamado a madurar más plenamente, en un auténtico crecimiento de cada cual según el designio divino para la vida humana, reconciliándose de las propias heridas, construyendo un nosotros personalizante mediante la mutua amorosa donación, mantenida perseverantemente día a día por todos los años de vida de la persona.

El matrimonio y la vida de los hijos

El matrimonio visto en su rica realidad de sacramento es un proceso de transformación objetiva de la realidad personal de cada uno de los cónyuges que requiere de su efectiva adhesión personal y común al Señor Jesús, y así se abre a la realidad apasionante de cooperar con Dios trayendo vida al mundo y donándose permanentemente a esas nuevas vidas personales que son los hijos, con amorosa reverencia y respeto, respondiendo a la misión de educar cristianamente a la prole, respetando la personalidad y libertad de cada una de las nuevas personas fruto del amor conyugal.

Hablando del tema, el Santo Padre Juan Pablo II profundiza en los alcances del cuarto mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre». Al hacerlo destaca la palabra «honra» que nos sitúa ante un modo especial de expresar la familia: «comunidad de relaciones interpersonales particularmente intensas: entre esposos, entre padres e hijos, entre generaciones. Es una comunidad que ha de ser especialmente garantizada. Y Dios no encuentra mejor garantía que esta: “Honra”»69. Y más adelante añade: «¿Es unilateral el sistema interpersonal indicado en el cuarto mandamiento? ¿Obliga este a honrar solo a los padres? Literalmente, sí; pero, indirectamente, podemos hablar también de la “honra” que los padres deben a los hijos. “Honra” quiere decir: reconoce, o sea, déjate guiar por el reconocimiento convencido de la persona, de la del padre y de la madre ante todo, y también de la de todos los demás miembros de la familia. La honra es una actitud esencialmente desinteresada. Podría decirse que es “una entrega sincera de la persona a la persona” y, en este sentido, la honra converge con el amor. Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre —sigue diciendo el Papa—, lo hace por el bien de la familia; pero precisamente por esto, presenta unas exigencias a los mismos padres70. ¡Padres —parece recordarles el precepto divino—, actuad de modo que vuestro comportamientomerezca la honravacío moral la exigencia de la honra para vosotros! En definitiva, se trata pues de una honra recíproca. El mandamiento “honra a tu padre y a tu madre” dice indirectamente a los padres: Honrad a vuestros hijos e hijas. Lo merecen porque existen, porque son lo que son: esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior»71. (y el amor) por parte de vuestros hijos! ¡No dejéis caer en un

También en relación a los hijos se requiere una profundización teológica que recuerde que toda vida humana viene de Dios, y que desde su concepción es persona sujeto de derechos, con una dignidad que debe ser respetada72. Así pues, al considerar las cosas como son, uno de los difundidos males de nuestro tiempo, el aborto, tiene más que ver con la muerte de una persona —y en tal sentido, de ser intencionalmente provocado73 es un asesinato de un ser humano indefenso— que con supuestos derechos de la madre o el padre. Una reducción cosificadora de la vida humana lleva a considerar a aquellas personas indefensas como «objetos», cosas, de las que se puede disponer74. El subjetivismo que reduce la verdad a la experiencia propia o al gusto propio, fuente de un desbordante egoísmo, nos vuelve a remitir al necesario proceso de maduración humano-cristiana, a la recta internalización ético-cultural. El acceso de este horrendo crimen a una legislación permisiva es una flagrante aberración propia de la cultura de muerte y de la corrupción de las costumbres que ella porta.

La bendición de los hijos debe ser asumida responsablemente por los padres, pues no solo se trata de una hermosa tarea, sino que forma parte del camino de santificación por la vida matrimonial.

Una recta visión del matrimonio y la familia lleva a comprender el sentido integral de esas designaciones del hogar como «santuario de la vida» y como «cenáculo de amor».

Ante la vocación de los hijos

No pocas veces ocurre que mientras los hijos van creciendo, los padres no van alentando un cambio en la relación paterno-materno-filial que corresponda a las nuevas circunstancias. Esta lamentable situación es causa de no pocas tensiones y problemas que, afectando a la familia, llegan también a afectar al matrimonio.

Si bien es una verdad a la vista que la mayor parte de los integrantes del Pueblo de Dios tiene vocación a la santidad viviendo cristianamente el matrimonio y constituyendo una familia según el Plan divino, ello no constituye razón para dar por sentado que cada niño o niña, cada joven o muchacha, cada hombre y mujer adultos están de hecho llamados al matrimonio. De allí la importancia fundamental75 de insistir en el discernimiento libre. Y allí la grave responsabilidad de los padres en educar a sus hijos para un discernimiento objetivo, en presencia de Dios.

El tema es clave y tratarlo es difícil cuando se olvida la noble naturaleza del matrimonio y la familia. Los hijos no son objetos, son personas dignas y libres, sujetos de deberes pero también de derechos desde su concepción. Han nacido del amor del padre y de la madre, gracias a un don de Dios. ¡Gracias a Dios a quien deben su ser! Cuando la pareja vive una dimensión personalizante y la familia es una auténtica comunidad de personas, priman el respeto y amor mutuo, la solidaridad y el servicio. Pero no siempre es así. Lamentablemente no son pocos los casos en que se producen irrespetos a la dignidad, derechos y vocación del hijo o de la hija, al procurar imponer una vocación específica, o una determinada candidatura para el matrimonio, a gusto de los padres. O incluso cosas como un lugar para los estudios superiores o hasta una carrera determinada. Si bien los padres deben educar a los hijos y darles una firme base humano-cristiana, y también aconsejarlos con toda solicitud y constancia, una vez que estos llegan a una edad en que se pueden formar prudentemente un juicio, no está bien querer imponerles el propio76. El diálogo no solo es correcto, sino necesario, indispensable. Pero no hay que olvidar que está de por medio la vocación y la libertad de la persona concreta.

El caso de las vocaciones a la vida sacerdotal o a la plena disponibilidad apostólica es uno de los más sensibles. A Dios gracias no siempre es así, y son muchísimos los padres y las madres que viven esa experiencia vocacional de hijos o hijas como un don. El Cardenal Richard Cushing —tan conocido en América Latina— planteaba que las vocaciones se pueden perder. Dada la grave importancia de tal asunto, y su cercana relación con los deberes educativos y promocionales de los padres, voy a transcribir unos párrafos suyos sumamente claros: «Pero el hecho lamentable es que las vocaciones se pueden perder. La invitación de Nuestro Señor —Sequere me— Sígueme no ha sido aceptada por muchos, pues han sucumbido a otras llamadas y por ello han perdido su verdadera vocación. Las vocaciones al sacerdocio o la consagración vienen de Dios, pero son nutridas en el hogar. Pueden perderse en el nido (familiar) cuando no refleja las sencillas y hermosas virtudes del hogar de Nazaret donde Jesús, María y José vivieron. Oración en familia, amor y sacrificio, alegría y paciencia, intimidad con Dios a través de los sacramentos, todo esto se requiere en el hogar ideal, la primera escuela de los niños, el jardín donde las vocaciones dadas por Dios son cultivadas para Su servicio. Las vocaciones también se pueden perder por la falta de interés por parte de los progenitores. Hubo un tiempo en que los padres y las madres rezaban para que sus hijos e hijas recibieran la vocación de Dios como Sus instrumentos al servicio de la extensión del Reino. Algunos padres y madres continúan rezando por tan sublime intención, pero hay otros que ya positivamente ya negativamente desalientan a sus hijos de aspirar a ese alto camino. Para expresarlo suavemente, pienso que padres y madres que interfieren con la vocación divina tendrán mucho por qué responder»77.

La recta prudencia, el respetuoso acompañamiento, la promoción de la libertad y el respeto son características que deben guiar el diálogo correspondiente entre los padres y los hijos. Y cuando los hijos han alcanzado la mayoría de juicio, así cuando han alcanzado la mayoría de edad, las características recién enumeradas deben de ser mucho más intensas aún. Quiero culminar este acápite citando las palabras del Papa Pío XII sobre este asunto: «Exhortamos a los padres y madres de familia a ofrendar gustosos para el servicio divino aquellos de sus hijos que sienten esa vocación. Y si esto les resultare duro, triste y penoso, mediten atentamente las palabras con que San Ambrosio78 amonestaba a las madres de Milán: Sé de muchas jóvenes que quieren ser vírgenes, y sus madres les prohíben aun venir a escucharme... Si vuestras hijas quisieran amar a un hombre, podrían elegir a quien quisieran según las leyes. Y a quienes se les concede elegir a cualquier hombre, ¿no se les permite escoger a Dios?»79.

Dinamismo reconciliador

La familia ha de acoger la gracia divina para constituir una célula social que viva intensamente el dinamismo de la reconciliación: con Dios, de cada uno consigo mismo, de todos entre sí y volcándose con espíritu de comunión y servicio fraterno a quienes no forman parte del núcleo familiar, y, también, de reconciliación con el ambiente, con la naturaleza.

En ese sentido, la familia debe ser una activa escuela de reconciliación en la que todos sus miembros, empezando por supuesto por los padres, acojan el ministerio de la reconciliación y lo vivan en sus relaciones familiares y sociales. Eso es no solo acoger un don personal y familiar, sino también cumplir un estricto deber de justicia social. Las familias reconciliadas llevan a una sociedad reconciliada, que viva en paz, respeto, libertad, cooperación social y justicia. Es, pienso, por ello que se puede hablar en un sentido integral de la familia como célula básica de la sociedad; no solo como la célula social más pequeña, sino como célula en que se fundamenta la salud de la vida social80.

Un camino de vida cristiana

Muchos matrimonios y familias no son capaces de vivir el hermoso horizonte al que están invitados81. Ello es motivo para ahondar con intensidad en un proceso socio-cultural que haga recuperar el recto horizonte del matrimonio y de la vida familiar cristiana, y que ayude a internalizar su verdad y sus valores al tiempo de educar, a quien está llamado al camino de santidad por el matrimonio y a constituir una familia, a que madure humana y cristianamente para que aporte con libre y eficaz decisión a su vida conyugal y familiar un espíritu cristiano interiorizado, que es fuente del más puro humanismo según el divino Plan. Así, el hogar formado con conciencia de responder al llamado del Señor a alcanzar la plenitud de la caridad en la vida conyugal y familiar se sabrá peregrino con el Señor Jesús, colaborador suyo en el servicio del anuncio de la Buena Nueva, fermento evangelizador, reconciliador, escuela de libertad y respeto a los derechos y dignidad humanas. Así, asumiendo su compromiso cristiano sin concesiones al racionalismo, al subjetivismo, al consumismo y demás errores e ídolos hodiernos, verá la realidad con la visión de Dios y actuará en ella procurando conformar su vida al divino Plan, buscando la más plena fidelidad al designio de Dios Amor82.

Conversión y oración

Cada uno de los cónyuges ha de ser consciente de su personal responsabilidad, ante todo por sí mismo, para desde su corazón convertirse al Señor Jesús y entregarse al cumplimiento del designio divino. Es necesario, con el auxilio de la gracia, que cada cual se consolide en la fe. Debe también ser consciente de lo que implica la alianza de amor matrimonial y expresar ese amor en el recorrido de un camino conjunto acompañando amorosamente al cónyuge y expresándose mutuamente un cariño solidario y de compañía en la senda personal y como pareja en la maduración en Cristo Jesús, quien en el matrimonio se dona al esposo y a la esposa invitándole a construir un nosotros centrado en Él.

La educación humano-cristiana de los hijos y por lo tanto la forja de una auténtica familia cristiana son horizontes estimulantes, cuyas exigencias y muchas veces sinsabores permiten una mayor adhesión al camino del Señor Jesús. La vida cristiana matrimonial, como toda vida humana, pero aún más, tiene hermosos e intensos momentos de alegría83. Y aunque se dan también momentos de dolor que acercan a la cruz del Señor, a ejemplo de Él que es Camino, Verdad y Vida plena, estos no son aplastantes ni avasalladores si, como ha de ser, son integrados en el todo de la experiencia cristiana y quedan bajo la radiante iluminación de la experiencia pascual y la esperanza en la plena comunión a la que cada quien está invitado. «Lo que los esposos se prometen recíprocamente, es decir, ser “siempre fieles en las alegrías y en las penas, y amarse y respetarse todos los días de la vida”, solo es posible en la dimensión del amor hermoso. El hombre de hoy no puede aprender esto de los contenidos de la moderna cultura de masas. El amor hermoso se aprende sobre todo rezando. En efecto, la oraciónescondimiento con Cristo en Dios: “vuestra vida está oculta con Cristo en Dios”84. Solo en ese escondimiento actúa el Espíritu Santo fuente del amor hermoso. Él derrama ese amor no solo en el corazón de María y de José, sino también en el corazón de los esposos, dispuestos a escuchar la palabra de Dios y a custodiarla85»86. Así, la fe vivida permite no solo vivir intensamente las experiencias humanas, sino muy en especial entenderlas en su sentido real ante los misterios de amor del Señor Jesús. comporta siempre, para usar una expresión de San Pablo, una especie de

La oración es fundamental no solo en la vida personal sino también en aquella Iglesia doméstica que es el hogar familiar. No solo por la verdad de aquel lema de «Familia que reza unida, permanece unida», sino que a ritmos de oración la pareja se dona mutuamente más y más, y la familia se convierte en un lugar donde se vive la fe y donde se celebra la fe con entusiasmo y alegría.

Asumir el matrimonio y la familia como un camino de santidad implica que el dinamismo de comunión se enraíza auténticamente en el hogar. Así, junto al diálogo humano debe darse también un diálogo divino que acoja las gracias recibidas y las proyecte en la pareja y los hijos, y los parientes cuando los hay, construyendo una porción de la civilización del amor en la propia casa.

Los momentos fuertes de oración son ocasiones para rezar, ya personalmente, ya en comunidad familiar. Pero ello no es suficiente; toda la vida debe hacerse oración, liturgia que se eleve cotidianamente al Padre, por el Hijo en el Espíritu. Las relaciones intrafamiliares han de expresar ese clima de oración y diálogo cristiano en el hogar. El servicio y la donación de uno a otro han de ser realizados en espíritu de oración.

La memoria del sacramento debe acompañar al esposo y a la esposa día a día. La conciencia de la promesa de la asistencia del Espíritu debe motivar a los cónyuges para sobrellevar con espíritu de esperanza los momentos difíciles que se puedan producir. Con trabajo diligente y entusiasta la pareja debe poner medios concretos para cooperar con la gracia, para que esta produzca sus frutos. Decía Pío XI dirigiéndose a los matrimonios en su conocida encíclica Casti connubii: «las fuerzas de la gracia que, provenientes del sacramento, yacen escondidas en el fondo del alma, han de desarrollarse por el cuidado propio y el propio trabajo. No desprecien, por tanto, los esposos la gracia del sacramento que hay en ellos»87.

Compartiendo la Buena Nueva

Toda esta experiencia del matrimonio y de la familia lleva a vivir la vida de una manera misional, entendiendo bien por la internalización de verdades y valores, por una vida de asidua oración personal y familiar, por una efectiva vivencia solidaria de la caridad familiar y social; y lleva también a un anuncio de la Buena Nueva como quien experimenta sus bondades en su propia vida personal, matrimonial y familiar88.

El primer campo de apostolado es la misma persona. Cada cónyuge debe ser muy consciente de ello y preocuparse por responder a los dones y gracias recibidos desde el fondo de su corazón. Ha de buscar sus momentos de soledad con Dios, para intimar con Él por medio de la oración y la profundización en la fe. Este aspecto es fundamental, pues permite la acción de Dios sobre el propio corazón, siempre necesitado de purificación y maduración cristiana, y constituye una escuela para morir al egoísmo, darse como auténtico don y compartir, desde la experiencia personal de la relación con el Altísimo, con la pareja y con los hijos.

El dinamismo de comunión del esposo y la esposa constituyen el inmediato horizonte para vivir y compartir la fe. El mutuo acompañamiento en el proceso de adherirse más y más al Señor Jesús ha de ser un horizonte en el que poner el mayor empeño. El crecer en esa cercanía y el experimentar un mayor conocimiento, iluminado por las enseñanzas de la Iglesia, y percibir con más claridad las bondades divinas, han de conducir al esposo y a la esposa a una más intensa integración personal, a una más vital comunidad de personas, a una mayor conciencia del nosotros edificado en la roca firme que es el Señor Jesús.

Y luego, los hijos a cuya educación cristiana se comprometen de manera especial los esposos. Ante todo por el ejemplo, pues en la familia, como en otras formas de vida social, el ejemplo arrastra. Así pues, el proceso de consolidación de la vida cristiana del hogar está fundado en la opción por la santidad del esposo y de la esposa, y de los medios que ponen para ello cooperando con la gracia. Pero, también en la enseñanza de la fe a la que los padres se han adherido.

El apostolado en el propio hogar es una hermosísima tarea a la que están invitados los padres. La gracia de Dios y la experiencia de sus dones en el amor mutuo compartido, el despojarse del egocentrismo en sus diversas formas, el ver el hogar crecer en un horizonte de esperanza, aunque no falten los sinsabores, la conciencia de la propia identidad descubierta día a día en la oración y en el ejercicio de presencia de Dios, llevan a un encuentro plenificador con el Señor y a vivir una auténtica vida cristiana. Y ella, la vida cristiana, no se queda encerrada, sino que su dinamismo busca fructificar expresando relaciones de reconciliación, comunión, paz y amor con las personas cercanas.

Así, hay un apostolado en el hogar, y aparece un apostolado desde el hogar. Ante todo como signo de opción cristiana a través de un hogar cristiano. Pero la pareja en cuanto pareja está también invitada a compartir su fe y la alegría de seguir el camino de la vida cristiana. La unión con otras parejas y el compromiso mutuo procurando hacer del propio hogar un cenáculo de amor como el de Jesús, María y José en Nazaret, forman un horizonte solidario que refuerza la gesta de fe de la pareja. El compartir la oración, la reflexión sobre las verdades que nos transmite la Iglesia, la caridad, son fundamentales. Más aún lo son en sociedades urbano-industriales que sufren un agudo proceso de secularización y de agresión contra la fe. El mutuo testimonio, el reflexionar juntos a la luz de las enseñanzas de la fe, todo ello es una valiosa experiencia que ayudará al esposo y a la esposa en su camino de mayor adhesión al Señor.

En esta línea de solidaridad entre parejas, el Papa Juan Pablo II propone también el apostolado de familias entre sí, procurando trazar lazos de solidaridad y ofreciéndose mutuamente un servicio educativo89.

Hay todavía más...

Hay mucho más que compartir sobre este tema del matrimonio como un camino de santidad y de la familia cristiana, asuntos, hoy como ayer y siempre, de la más alta y profunda trascendencia para la vida de la sociedad y de la Iglesia, pero será en otra ocasión. Por ahora, quisiera terminar estas reflexiones alentando a quienes luego de un discernimiento adecuado han descubierto su llamado a la santidad por el matrimonio y la vida familiar, a profundizar en la educación de sí mismos buscando los recursos necesarios para cumplir con decisión firme esa misión y poniendo los medios para ello. A los esposos y esposas de hoy toca no solo reflexionar y profundizar, sino sobre todo la hermosa tarea de colaborar con la gracia y, tomando impulso del edificante y vital ejemplo de la Familia de Nazaret, llevar a la práctica la misión de construir un santuario de la vida, una célula personalizadora, un cenáculo de amor cristiano, una comunidad reconciliada y reconciliadora, evangelizada y evangelizadora, una auténtica Iglesia doméstica. Todo ello comprometidos con el proceso de la Nueva Evangelización de cara al tercer milenio de la fe.


1

Para profundizar en el llamado universal, a todos los seres humanos, a la santidad se puede ver Armando Bandera, O.P., La vocación cristiana en la Iglesia, RIALP, Madrid 1988, pp. 33ss.

2

1Pe 1,15; también ver v. 16 y Lev 11,44s.; 19,2; 20,7.26.

3

Mt 5,48.

4

Lumen gentium 40a.

5

El capítulo 5 de la Constitución se llama Universal vocación a la santidad en la Iglesia.

6

Con independencia de las distinciones que existen en razón del Sagrado Orden o de llamados especiales, todos los hijos de la Iglesia están llamados a ser santos en la condición y oficio que como miembros del Pueblo de Dios tienen.

7

Lumen gentium 40b. Sub.n.

8

El Código de Derecho Canónico, buena expresión del espíritu del Concilio, dice: «Todos los fieles deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa, así como por incrementar la Iglesia y promover su continua santificación» (c. 210).

9

Ver 1Tes 4,3; Ef 1,4.

10

Ver p. ej. Comentarios a la Constitución sobre la Iglesia, BAC, Madrid 1966, pp. 723ss.; Antonio Royo Marín, O.P., Espiritualidad de los seglares, BAC, Madrid 1968, pp. 24ss.; G. Philips, La Iglesiay su misterio, Herder, Barcelona 1968, vol. II, pp. 87ss.; Justo Collantes, S.J., La Iglesiade la Palabra, BAC, Madrid 1972, vol. II, pp. 41ss.; también se puede ver un artículo mío: La santidad: un llamado para todos, en Huellas de un peregrinar, Fondo Editorial (FE), Lima 1991, pp. 23ss.

11

Ver Lumen gentium 41a.

12

Lug. cit.

13

«Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben apoyarse mutuamente en la gracia, con un amor fiel a lo largo de toda su vida, y educar en la enseñanza cristiana y en los valores evangélicos a sus hijos recibidos amorosamente de Dios» (Lumen gentium41e).

14

Este énfasis en que el designio divino llama a cada uno a ser santo en sus características concretas, aunque, como se ha dicho, es de siempre y el Vaticano II lo destaca de forma muy intensa, en la forma en que acabo de presentarlo se inspira en San Alfonso María de Ligorio, el gran moralista del siglo XVIII, autor de Las glorias de María.

15

Ver 1Jn 4,16.

16

Ver Rom 5,5.

17

Lumen gentium 42e.

18

Ver lug. cit.

19

Ver Gál 5,22-26.

20

Ver Veritatis splendor 67.

21

Ver Puebla 333.

22

Ver Lumen gentium 65.

23

Lug. cit.

24

Ver Jn 19,26.

25

Ver Lumen gentium 63.

26

Es muy importante distinguir el celibato o virginidad por el Reino de la simple situación de no casado, soltero (ver p. ej. Mulieris dignitatem 20g; Catecismo de la Iglesia Católica 1618ss. y 1658; Carta a las familias 18f).

27

Los Padres en Santo Domingo ubican el tema del matrimonio y la familia en el campo de promoción humana, considerándolo un desafío de especial urgencia, precisamente por los graves problemas que hoy amenazan a esa célula base de la vida social y venerable institución querida por Dios desde el principio.

28

Ver Gaudium et spes 47b.

29

Todos los hijos de la Iglesia están llamados a una vida casta, cada uno según su estado de vida. Existe castidad para los no casados, así como existe otra, diversa, para quienes viven el estado matrimonial. Esta última implica la unión conyugal según los sagrados fines y características cristianas del matrimonio. Ver Catecismo de la Iglesia Católica 2348-2350.

30

Puede verse algunos ejemplos: Mt 19,11ss.; 1Cor 7,25ss. y 38-40; Concilio de Trento, c. 10, sesión XXIV; Sacra virginitas; Lumen gentium 42c; Presbyterorum ordinis 16; Perfectae caritatis 12a; Optatam totius 10a; Evangelica testificatio 13-15; Novo incipiente 8-9; Redemptoris Mater 43c; Redemptoris missio 70; Mulieris dignitatem 20s.; Redemptionis donum 11; Medellín 11,21; 12,4; 13,12; Puebla 294; 692; 749; Santo Domingo 85ss.; Catecismo de la Iglesia Católica 915; 922; 2053; 2349.

31

Ver el comentario del Papa Juan Pablo II a Mt 19,10, en el que menciona cómo el Señor Jesús «aprovecha la ocasión para afirmar el valor de la opción de no casarse en vistas del Reino de Dios» (Carta a las familias 18f).

32

Son numerosísimos los pronunciamientos del Magisterio sobre el matrimonio y la familia. Entre ellos están: de Pío XI, la encíclica Casti connubii; del Papa Pío XII, la serie de mensajes conocidos como Familia y sociedad (20/9/49), Familia humanaFamilias numerosas(20/1/58), Mensaje al Congreso Mundial de la Familia (10/6/58); de S.S. Juan XXIII,Santidad del matrimonio (25/10/60); Gaudium et spes, segunda parte, cap. 1 (47ss.); de S.S. Pablo VI, Dignidad de la familia a la luz de la fe cristiana (20/6/73), El programa de los esposos cristianos (13/4/75); de S.S. Juan Pablo I, La familia cristiana (21/9/78); de S.S. Juan Pablo II, Familiaris consortio y Carta a las familias. También Medellín, Puebla y Santo Domingo traen valiosas referencias a estos temas. (1951: 18/9, 29/10, 27/11),

33

Ver Mt 19,3-12.

34

1Cor 7,7b.

35

Es importante señalar acentuadamente que la vocación a la castidad perfecta por el Reino implica, como enseña el Papa Pío XII, «que Dios comunique desde arriba su don», y el libre ejercicio de la libertad (Sacra virginitas III, a).

36

Ver Catecismo de la Iglesia Católica 1620.

37

Cabe precisar que vocación proviene del latín vocatio, vocationis, que significa “acción de llamar”, llamar.

38

En el Código de Derecho Canónico se pueden ver enumeradas las principales manifestaciones concretas que asume este desarrollo de la gracia bautismal en el celibato por el Reino de los Cielos. Ver Libro II, Parte III; también ver el c. 277 § 1.

39

Presbyterorum ordinis 16b. Ver también p.ej. S.S. Pío XI, Ad catholici sacerdotii; S.S. Pablo VI, Sacerdotalis caelibatus; S.S. Juan Pablo II, Redemptor hominis 21d; Pastores dabo vobis 44; Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis 48; Congregación para el Clero,Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros 57-60.

40

Jn 17,21-22.

41

Gaudium et spes 24c.

42

Ver Carta a las familias 14e.

43

Para este pasaje me he inspirado en las reflexiones del Cardenal Karol Wojtyla, tomadas dePerson and Community. Selected Essays, Peter Lang, Nueva York 1993, p. 322.

44

Ver el radiomensaje del Papa Pío XII, Unión de familias, 17/6/45.

45

P. ej., Santo Domingo recuerda que tanto el matrimonio como la familia «en el proyecto original de Dios son instituciones de origen divino y no productos de la voluntad humana» (Santo Domingo 211).

46

» Ci siamo, Carta sobre el matrimonio civil en el Piamonte (Italia).

47

En Puebla (583), en relación a la familia, se habla de cuatro rostros del amor humano que las familias cristianas han de vivir. La nupcialidad, la paternidad y maternidad, la filiación y la hermandad serían esas experiencias fundamentales, análogas a las experiencias de amor del Señor Jesús por su Iglesia, de Dios como Padre, de «hijos en, con y por el Hijo», y de Cristo Jesús como hermano.

48

Ver Ef 5,25-33.

49

» Santo Domingo 213. Ver también Puebla 585.

50

Ver Puebla 583.

51

Ver Santo Domingo 210a. Ver también S.S. Juan Pablo II, Discurso Inaugural en Santo Domingo 18; y Familiaris consortio 86e.

52

» Santo Domingo 214. Ver también Puebla 579.

53

» Santo Domingo 217. Ver también Puebla 571-578; 94; Medellín 3,1ss.

54

Si bien el término «cultura de muerte» es ya de uso común e incluso personalmente lo utilizo con frecuencia, cabe señalar sin embargo que estrictamente hablando el sentido neutro de «cultura» se suele inclinar hacia lo positivo y, como es evidente, una cultura calificada pormuerte tiene un enfoque contrario. Esta reflexión ha surgido al leer en el Documento de Santo DomingoCarta a las familias (13i), el Papa Juan Pablo II utiliza un término análogo: «anticivilización». (219c) la expresión «anticultura de la muerte», que refleja el sentido negativo y anticivilizado de lo que usualmente llamamos «cultura de muerte». En su

55

Nacido en Bolonia en 1675, fue elegido Papa en 1740 hasta 1758, fecha de su tránsito.

56

Matrimonii, 11 de abril de 1741. Y esto ocurría buen tiempo antes de Freud y del subsecuente proceso de erotización de la cultura que hoy se sufre.

57

En 1975.

58

Person and Community, ob. cit., pp. 330-331.

59

Escribe el Papa Juan Pablo II: «¿Quién puede negar que la nuestra es una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como una profunda crisis de la verdad? Crisis de la verdad significa, en primer lugar, crisis de conceptos. Los términos amorlibertadentrega sincera, e incluso personaderechos de la persona, ¿significan realmente lo que su naturaleza contiene?» (Carta a las familias 13e).

60

Ver Familiaris consortio 49b.

61

Ver Centesimus annus 39b.

62

Carta a las familias 20l.

63

S.S. Juan Pablo II llama al discernimiento vocacional «cuestión esencial» (Carta a las familias 16n).

64

Ver Lumen gentium 11b.

65

Carta a las familias 12i.

66

concretos Ver Carta a las familias 16b.

67

Años atrás escribía en un artículo, La familia: cenáculo de amor, de una «crisis de amorque genera la crisis de familia» que se experimenta hoy. Precisamente esa crisis de amor está centrada en la falta de caridad para con uno mismo, y ante la ausencia de un recto amor según el mandato del Señor Jesús (Mt 22,39; Mc 12,31; Lc 10,27) brota a raudales el egoísmo que no solo es ruptura con la realidad profunda de la persona misma, sino que se vuelca en relaciones sociales que manifiestan esa ruptura y se concretan en cosificaciones, opresiones e injusticias. (Ver Huellas de un peregrinar, ob. cit., pp. 43ss.)

68

Centesimus annus 39a.

69

Carta a las familias 15b.

70

Exigencias que, a no dudarlo, forman parte de su camino de santidad paterno y materno y familiar.

71

Carta a las familias 15e.

72

Una consecuencia de la falta de educación en el amor y de internalización de la visión y valores cristianos se manifiesta como una falta de preparación para tratar a los hijos como personas, como sujetos, y no cosificarlos como objetos desconociendo su individualidad personal, su dignidad, libertad y derechos. Ver Centesimus annus 39a.

73

No es tema de estas reflexiones entrar en matices morales ni en pormenores sobre el aborto. Por otro lado, la enseñanza de la Iglesia es clara al respecto. De desearse profundizar en el tema y en los matices morales se puede ver entre los últimos documentos eclesiales p. ej.: Código de Derecho Canónico, c. 1398; Gaudium et spes 27c; 51b-c;Redemptor hominis 8a; Dives in misericordia 12d; Dominum et vivificantem 43c; Sollicitudo rei socialis 26f; Veritatis splendor 80a; Familiaris consortio 6b; 30f; 71c; Christifideles laici5b; 38; Puebla 318; 577; 611s.; 1261; Santo Domingo 9; 215; 219; 223; Carta a las familias 13f; 21s.; Congregación para la Doctrina de la Fe, Donum vitae, 22/2/87, I, 1s.; III; Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas: Dimensiones éticas y pastorales, 25/3/94, 32-36.

74

Ver Carta a las familias 13f.

75

Ver Carta a las familias 16n.

76

En realidad nunca está bien imponer el propio gusto o capricho, de lo que se trata es de buscar lo mejor, lo más adecuado, la verdad. Y cuando la persona tiene efectiva capacidad de juicio el respeto a su libertad debe concretarse en formas más cuidadosas de su dignidad fundamental.

77

Card. Richard Cushing, Come, Follow MeConferences on Vocations to the Service of God, Daughters of St. Paul, Boston, p. 22.

78

N. c. 339-397.

79

S.S. Pío XII, Sacra Virginitas IVc.

80

En Puebla se señala: «Para que funcione bien, la sociedad requiere las mismas exigencias del hogar; formar personas conscientes, unidas en comunidad de fraternidad para fomentar el desarrollo común. La oración, el trabajo y la actividad educadora de la familia, como célula social, debe, pues, orientarse a trocar las estructuras injustas, por la comunión y participación entre los hombres y por la celebración de la fe en la vida cotidiana» (587) y sigue en esa línea.

Y para esto,

-- Que recéis todos los días, para tener el amor de Dios y recibir su fuerza, su ayuda, su perdón

-- Que dialoguéis todo y todos los días entre vosotros, para renovaros en el amor primero, que apaguéis la tele, que os cojáis de la mano y paseéis largo ratos juntos.

-- Y que os perdonéis desde el primer día; no somos santos, no te casas con un santo, con una santa, tiene su forma de ser, pensar, obrar, distintos a veces de los tuyos, es la educación recibida. Y para perdonaros y amaros y reconciliaros manda mejor que la Eucaristía, la dominical de todos los domingos. Allí os encontraréis con el mismo  Cristo, que hoy os une en su amor.

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