GONZALO APARICIO SÁNCHEZ
AYUDAS PASTORALES PARA EL MATRIMONIO
(Curso de preparación al Matrimonio)
PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018
PRÓLOGO
¡Los tiempos cambian que es una barbaridad! Esta frase, célebre en mis tiempos juveniles, hoy habría que repetirla con más frecuencia y verdad, sobre todo, en lo que se refiere al matrimonio y a la familia. Inconcebible en los años 50-80 hablar de algunos temas que tenemos que tratar y otros que vemos todos los días: abortos legalizados, divorcios, separaciones, matrimonios civiles, homosexuales, familias de dos padres o madres, divorcios exprés...
Hace más de cuarenta años empezamos en nuestra parroquia los Cursillos Prematrimoniales, que siempre se dieron en el mes de noviembre, como preparación obligatoria para los matrimonios que iban a casarse... y no hace falta añadir «por la Iglesia», porque entonces, todos o casi todos, se casaban en Cristo y por la Iglesia.
Pero como los tiempos cambian que es una barbaridad, aquellos cursillos, mejor dicho, aquella preparación para el matrimonio y la familia cristiana no tenían que ver casi nada o muy poco en la forma y en el contenido con los que impartimos ahora. Porque los jóvenes que vienen a nuestros cursillos prematrimoniales viven en una ambiente ateo y anticristiano, son ignorantes, en mayoría, de las verdades del amor y de la fe y moral católicas, y necesitan ser instruidos no solo en la fe, sino en las mismas verdades naturales, en los prolegómenos de la fe, que decíamos en tiempos pasados.
Todo esto te lo podría explicar con múltiples hechos y anécdotas, que todos los días nos suceden, como a ti igualmente te habrá ocurrido. En tiempos pasados, lo cristiano se daba por sabido y en general, por practicado; ahora, ni lo uno ni lo otro. En aquel tiempo, lo más llamativo eran los matrimonios obligados por estar ella embarazada. Y de vivir juntos, ni hablar. Eso estaba reservado para el día de bodas. Hablo en general. Y nada de matrimonios homosexuales y lesbianas. Prácticamente lo cristiano en concepción de matrimonio y familia era lo dominante.
Por eso, cuando empezamos a dar los Cursillos, como empujados por el Concilio Vaticano II, que acababa de celebrarse, los temas del Catecismo, quiero decir, los de fe y contenido cristiano, apenas los dábamos, porque se sabían o suponíamos sabidos en la mayoría de los casos. Entonces los cursillos más avanzados, los «más modernos» eran lo que contaban con mejor equipo de médicos, abogados, psicólogos... que daban la mayor parte de los temas. Hoy, por el contrario, hay que volver al Catecismo. Por lo menos a mí me lo parece. Si de mi dependiera, los cursillos serían un «re-iniciación cristiana», unas catequesis de bautismo: fe en Dios, Jesucristo, familia cristiana...; o catecumenado de Confirmación, porque muchos de los novios actuales no han recibido este Sacramento, ni viven la vida cristiana.
A mi parecer, hay que cambiar la orientación actual un poco y exponer, desde el primer día, teología y catequesis sobre Dios, Jesucristo, la Iglesia, los sacramentos...; luego seguir con el concepto cristiano de matrimonio y familia, que a muchos les resulta desconocido, porque no frecuentan la Iglesia desde la primera comunión. Hay que darles y exponerles el Catecismo de la Iglesia Católica, si de verdad queremos que se casen por la Iglesia, y no solamente en la iglesia del pueblo porque es el marco mas bonito para la ceremonia y el álbum de fotos. Tenemos que aprovechar la preparación para el matrimonio y futura familia como un «kairós», un tiempo oportuno para instruir y confirmar en la fe a los que piden casarse en Cristo.
Ante este panorama, que desgraciadamente va para largo, repito, y perdonad mi insistencia, yo apoyaría la tesis de dar verdaderas catequesis tomando como base el Catecismo de la Iglesia Católica sobre Dios, Jesucristo, María, los sacramentos del bautismo, penitencia, eucaristía, domingo, compromisos de la fe...
Porque si casarse por la Iglesia es casarse en el Señor, la mayoría no saben de que va la Iglesia, ni Cristo, ni la gracia sacramental, ni la fe y el compromiso de amar con amor único y exclusivo en Cristo y como Cristo; unos, sencillamente, porque lo ignoran; y otros, porque no han querido confirmarse en la fe ni quieren saber nada de Cristo, ni del domingo ni de la vida cristiana; no saben rezar ni el Padre nuestro, ni el Ave María y menos el Credo, donde casi todos se pierden por el Poncio Pilato. Haz la prueba y reza al comenzar las reuniones; comprobarás todo esto.
Me alegra comprobar que, en estos tres últimos años, algunos de los cursillos publicados en España, van en esta línea. Pero todavía la mayor parte no quieren enterarse o no se han enterado o no... Lo respeto. Pero como yo soy el que escribo y compongo estas AYUDAS PASTORALES PARA LA PREPARACÓN DEL MATRIMONIO CRISTIANO, lo voy a hacer desde mi convencimiento actual sobre el mismo y tú luego decides y haz lo que creas más conveniente.
Es deber de una sociedad bien organizada y tuteladora de ciertos valores, derivados de los derechos fundamentales aceptados por todos, el procurar que sus ciudadanos tengan los conocimientos y la formación humana que requiere la constitución de una familia.
Si la Iglesia se ha preocupado de esa formación en todos los aspectos y ha ido desarrollando en su apostolado especial distintos métodos, lo ha hecho supliendo deficiencias de la sociedad y despreocupación o desorientación e inseguridad en estos menesteres de quienes debían procurarlo. Si el estado no educa en lo humano, la familia no se entera hoy día, la Iglesia tendrá que suplir a las dos, en lo que es competencia de ambas. Pero desde la fe y concepto cristiano de matrimonio, familia, amor...
INTRODUCCIÓN
Después de todo lo leído y escrito sobre el tema de la preparación al matrimonio en España, que es bastante; y después de la experiencia de tantos años, sobre todo, de lo que está ocurriendo en nuestras parroquias y pueblos, insisto en que apoyaría unos cursillos de «reiniciación cristiana», en línea de reconversión a la fe que los novios perdieron o no cultivaron.
Serían unas catequesis, tomando como base los temas fundamentales: Dios, Jesucristo, la Iglesia, Sacramentos, matrimonio en Cristo, amor único, exclusivo y total, de aprender a orar, a participar en la eucaristía del domingo...etc. Y desde ahí, una mirada de reconversión al concepto y realidad del amor cristiano, de compromiso total para toda la vida, de no divorciarse y aprender a perdonarse; nosotros, desde siempre, hemos tenido como final del cursillo, oración, confesión y santa misa, finalizando todo con un ágape fraterno.
Te digo, sin vanidad, que he leído bastante sobre el tema, como siempre, porque ese es mi estilo; y detrás de cada afirmación hay muchas páginas estudiadas. El cursillo, para mí, lo dividiría en diversos bloques, y en cada bloque, dos o tres temas. Pero como nuestras parroquias son mayormente rurales, y tenemos que atender a matrimonios singularmente, dos, cuatro y seis matrimonios al año, en vez de hacer esta composición de temas por bloques, lo voy a hacer separados y en un orden no estricto, para que, según circunstancias de tiempo y personas y números, tú escoges los temas como creas más conveniente.
No es lo mismo que el cursillo dure un fin de semana largo: viernes tarde, sábado completo, domingo mediodía; o que dure un mes, pero sólo toda la tarde del sábado, como en mi parroquia de San Pedro; o que dure un año o más, como hice en tiempos pasados, con novios que se preparaban así para el matrimonio. Hoy no soy capaz de hacer ni uno; y pensar que en mi parroquia llegamos a tener cinco grupos de matrimonios semanalmente... ¡los tiempos cambian que es una barbaridad!
Como eres tú el que tienes que decidir, yo, para orientarte, voy a explicarte un poco el contenido de los libros que he utilizado o he tenido en cuenta, por si te animas a comprarlos y estudiarlos.
BIBLIOGRAFÍA
La bibliografía que paso a describirte es la que he utilizado en los cursillos de mi parroquia. Tengo otros libros que más teológicos, menos acomodados para un cursillo. Si te interesase verlos y examinarlos, puedes pedírmelos. Están a tu disposición.
Examino ahora la bibliografía más apropiada para cursillos prematrimoniales, que yo utilizo, y la he dividido en tres bloques, que paso a describirte:
-- primer bloque: libros que puedes utilizar directamente para dar cursillos, acomodando algunos detalles de exposición, según el tiempo de que dispongas. Son libros para mí muy interesantes. Como siempre, me paso de extenso en cada tema, pero tienes la ventaja, que al hacerlo en folios, lo fotocopias y luego tachas lo que quieras, y puedes tenerlo delante y dar la charla como te apetezca.
-- segundo bloque: Son libros interesantes, como de consulta, pero no directamente utilizables. Has de trabajarlos para acomodarlos a los cursillos. Aquí la charla hay que trabajarla, y a veces no hay tiempo.
-- tercer bloque: libros para estudio, lectura, información, charlas o temas para grupos de matrimonios ya constituidos y veteranos.
1. Primer bloque de libros.
ARZOBISPADO DE MADRID, Pastoral prematrimonial, para el equipo de acogida: Son los doce temas a desarrollar por el equipo que dirige el Cursillo. Perfecto, un poco elevado en la exposición. Las charlas tienen oración inicial, final, temas de diálogo; están editados en el 2005.
ARZOBISPADO DE MADRID, Pastoral prematrimonial, para vosotros novios; son el sumario de los temas que se entregan a los novios, para los grupos que se tienen después de las charlas o exposición de los temas. Utilizables directamente. Un poco elevados para nuestra gente. Me parece a mí. Me gusta lo que dice de la acogida, que es amplia. Me gustaría que fuera más extenso en los temas de fe cristiana: Dios, Jesucristo, María...
DIÓCESIS DE PAMPLONA Y TUDELA, DELEGACIÓN DIOCESANA DE PASTORAL FAMILIAR, Curso de preparación al matrimonio, Manual de monitores (5ª reimpresión 2003). Con decirte que tengo la quinta impresión, quiero decir que es un buen Cursillo. Me gusta y vale; pero es muy amplio, hay que seleccionar. Me gusta la cantidad y calidad de los temas de fe cristiana. El esquema es como el de Madrid y el de Málaga: título, exposición del tema, y luego un resumen con preguntas para los grupos de novios que se hacen después de cada charla, terminando todo con la puesta en común.
DIÓCESIS DE MÁLAGA, DIÓCESIS DE CÓRDOBA, Preparación al matrimonio y a la vida familiar, libro de los catequistas, materiales para los agentes de Pastoral, Publicaciones Obra Social CajaSur, Córdoba 2007. El título lo indica todo. Es completo. Me gusta mucho la introducción y lo que dice de la Acogida. Advertir cómo aquí habla ya de catequistas, de «iniciación cristiana», de temas de bautismo y Confirmación...Me gusta cómo trata los temas de fe mejor que los otros. Es juicio personal.
DIÓCESIS DE MÁLAGA, DIÓCESIS DE CÓRDOBA, Preparación al matrimonio y a la vida familiar, libro de los Novios, síntesis de los temas. Guión para las celebraciones. Publicaciones Obra Social CajaSur, Córdoba 2007.
Pues eso, completa para los novios, el libro anterior de los catequistas. Propiamente trae resumido el tema y unas preguntas para la reunión de los grupos, que terminan todos juntos con la puesta en común.
JUAN RAMÓN PINAL (DIRECTOR), Nos casamos por la Iglesia, Edicep, Valencia 2004. Son cuatro tomos: I Acogida; II Preparación: contenidos básicos; III Preparación: guía didáctica; IV Celebración del matrimonio. Orientaciones litúrgicas.
Utilizables tal cual. Son fáciles de exponer y entender. Suma variedad de temas y exposición. Me gusta el tomo I porque expone los temas por preguntas y respuestas breves.
JUAN MOYA Y VIRGINIO DOMÍNGUEZ, Unidos para siempre. La preparación al matrimonio, Editorial Sekotia 2008. Está bien, y son muy abundantes en métodos naturales de control de fertilidad. Las charlas son claras y no muy extensas.
AUGUSTO SARMIENTO Y MARIO ICETA, ¡Nos casamos! Curso de preparación al Matrimonio, EUNSA, Pamplona 2005. Me gusta porque cada tema tiene Exposición doctrinal, un guión pedagógico y una tercera parte de doctrina de la Iglesia, especialmente de los últimos Papas. Muy abundante en este aspecto.
FERNANDO DEL TESO ALISTE, Matrimonios en diálogo. Temas para reuniones y grupos. Editorial PS Madrid, 3ª edic. Madrid 2005. Me trae gratísimos recuerdos cuando en mi parroquia llegamos a tener semanalmente cinco grupos de matrimonios. Hoy estamos luchando entre uno o ninguno. El libro, muy bueno en todo. Lo único es que hay que juntar dos o tres temas para una charla, porque está hecho para grupos ya formados.
MÁXIMO ALVAREZ RODRIGUEZ, Casarse en estos tiempos. Preparación y vivencia del Matrimonio. PS editorial, Madrid 2004. Es ameno y sencillo; los temas están bien expuestos; hecho de vida, exposición doctrinal, diálogo y oración.
JORGE MIRAS Y JUAN IGNACIO BAÑARES, Matrimonio y Familia, Iniciación teológica. Rialp, 4ª edic. Madrid 2007. En la línea ortodoxa, un poco fuerte para nuestra gente, pero es doctrina expuesta muy teológicamente.
LUIS RIEGO MÉNGUEZ Y CARMEN DE RIESGO, La más bella aventura. El amor conyugal y la educación de los hijos. EUNSA, Pamplona 1997. Son viejos conocidos. No puedo olvidar aquel folleto suyo: SI VOLVIÉRAMOS A EMPEZAR, que tanto me ayudó en reuniones con padres de primera comunión, bautismos y lógicamente, matrimonios. Muy bueno, sólo que no toca todos los temas de un cursillo prematrimonial. Hay que completarlos con otros libros suyos. No es propiamente un cursillo
LUIS RIESTO Y CARMEN PABLO DE RIESGO, La familia. Ideas claras sobre la institución más valorada por los españoles. BAC Popular, Madrid 2006. Lo presenta Fraga Iribarne. Muy buen libro, como todos los que he leído de este matrimonio. Pero los temas no son estrictamente los de un cursillo prematrimonial. Hay que completarlos.
UNIÓN FAMILIAR ESPAÑOLA, El matrimonio y la familia. 100 cuestiones y respuestas sobre el concepto cristiano de familia y matrimonio. Editorial Edice 1998. Es muy interesante por el contenido, pero, sobre todo, por la exposición en forma de preguntas que resulta más ameno para los jóvenes. Lo utilizo bastante y doy fotocopiadas muchas de sus páginas a los novios, como esquema de la exposición doctrinal ampliada luego en la exposición.
MAR SÁNCHEZ MARCHORI, Cómo prepararse para la vida conyugal. EDIU, Madrid 2004. Es original, no toca todos los temas de un cursillo; vale más para grupos de matrimonios; a éstos les puede hacer mucho bien, porque está psicológicamente bien hecho.
GABRIEL CALVO, Cara a cara. Para llegar a ser un matrimonio feliz. Sígueme, Salamanca, 8ª edic. 2008. Viejo conocido. Asistí, hace más de treinta años, con grupos de matrimonios a sus cursillos «Encuentro conyugal». Te repito, si lees todo el libro, puedes hacer un cursillo perfectamente. Pero el libro está hecho para grupos de matrimonios ya hechos.
B. CABALLERO—J. SAIZ, Nueva Pastoral del Matrimonio: teología, catequesis, mesa redonda y celebraciones. PS Editorial, Madrid 1975. Le tengo simpatía porque mis primeros cursillos siguieron este esquema. Es un buen catequista. Me ayudó en mis primeros cursillos prematrimoniales. Es totalmente válido todavía. Tiene también buenos libros de homilías de los tres ciclos.
JUAN ANTONIO REIG PLÁ, Familías cristianas para una nueva evangelización. Es un comentario a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el matrimonio y la familia. Me gusta. Es a lo que hay que volver. Le faltan algunos temas. Buen complemento.
2. Segundo bloque de libros
ENRIQUE ORQUÍN FAYOS, Escuela de Novios. Preparación al Matrimonio. Edicep, Valencia 2006. Es un libro muy espiritual; para grupos de novios especiales; tienen retiros, cenáculos, eucaristías; son dos años; es bíblico y me gusta, pero lo dicho, los temas no se desarrollan como en los cursillos. Supone inquietud espiritual, religiosa, cristiana, que no tienen ordinariamente los que vienen a nuestros cursillos.
EUSEBIO LÓPEZ, Del ¡vivan los novios! Al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja inteligente. Edit. Desclée, Bilbao 2001. Estudia psicológicamente todos los problemas de la pareja. Bien. Pero no para cursillos.
RUFO GONZÁLEZ PÉREZ, Nos casamos en la fe cristiana. Curso práctico de preparación al matrimonio cristiano. Edit. Sígueme, Salamanca 2003. Es sacerdote de nuestra Diócesis; era dos cursos inferior al mío. Marchó a Madrid. Es un curso más; pasable.
3. Tercer bloque de libros
IGNACIO LARRAÑAGA, El matrimonio feliz. Respuestas para que el amor amanezca todas las mañanas con cara nueva. Edit. PLANETA, 5ª edit, Madrid 1999. Ignacio es el fundador de los «talleres de oración». En mi parroquia hay tres grupos de oración. Vale para eso, pero no para un cursillo prematrimonial.
CESPLAM, familia nueva. Diálogos para grupos de matrimonios. Editorial PS, Madrid 1990. Está bien, pero eso, para grupos ya hechos. Yo los he utilizado con ese fin.
ESCUELA DE NOVIOS, curso de preparación al matrimonio. Edit. CCS, Madrid 1996. No toca los temas de un cursillo.
JUAN ANDRÉS YZAQUIRRE Y CLAIRE FRAZIER, casados y felices. Guía de psicología y espiritualidad para las relaciones de pareja. Editorial Ciudad Nueva, Madrid 2005. Está muy bien, pero no toca todos los temas de un cursillo.
MARY PATXI AYERRA, La vida compartida. Folleto de instrucciones para inventar una nueva familia. Editorial Reinado Social, 2004. Es un folleto sobre temas concretos.
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, originalidad del matrimonio cristiano. Publicaciones Idatz, Donostia, San Sebastián 12ª edición 2005. Es un folleto. Lo cito por ser un buenísimo amigo mío, desde los estudios de Roma. Siento lo que ha sufrido por razones políticas. Hubiera sido un gran obispo. Estamos en familia.
BIBLIOGRAFÍA BÁSICA DE DOCUMENTOS ECLESIALES
Pablo VI, Encíclica Humanae vitae, 1968
Concilio Vaticano II
Catecismo de la Iglesia Católica
Benedicto XVI, Enciclica Deus caritas est, 2006
Juan Pablo II,
Exhortacion Apostolica Familiaris Consortio, 1981
Exhortacion Apostolica Christifideles Laici, 1988
Carta a las Familias, 1994
Encíclica Evangelium vitae, 1995
Conferencia Episcopal Española,
Directorio de la Pastoral Familiar de la Iglesia en España. Edice, Madrid 2003
La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad. Edice, Madrid 2001
Preparación al matrimonio cristiano. Edice, Madrid 2000
Matrimonio y familia, hoy. Edice, Madrid 1979
Congregación para la Educación Católica,
Orientaciones sobre el amor humano, 1983
Consejo Pontificio para la familia,
Preparacion al Sacramento del Matrimonio, 1996
Sexualidad humana: verdad y significado, 1995
Lexicon. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones
éticas, Palabra, Madrid 2004
Provincia Eclesiastica de Granada,
Directorio de la Preparacion y Celebracion del Matrimonio, Granada 1990
1. LA PREPARACIÓN INMEDIATA AL MATRIMONIO COMO
«ITINERARIO DE FE»
Las parejas que acuden a un Cursillo prematrimonial suelen formar un grupo heterogéneo, en cuanto a trabajo, estudios, maneras de pensar, planteamientos de fe, etc. Muchas veces ni siquiera pertenecen a la misma parroquia ni al mismo pueblo. Tienen en común que van a casarse y el que han decidido hacerlo por la Iglesia; aunque también las motivaciones para esta decisión pueden ser diferentes. Coinciden también en el hecho de ser jóvenes y participar, por consiguiente, aunque también a niveles muy diferentes, de los valores y actitudes que normalmente se dan en la juventud actual.
Podemos hacer hoy una constatación: Cuantos intervenimos en este trabajo sabemos que muchas parejas necesitan renovar la fundamentación doctrinal y la experiencia vital de su fe, con ideas y manifestaciones adultas, que no han podido conseguir antes porque interrumpieron su formación y sus prácticas religiosas apenas pasada la adolescencia, algunos, desde la primer y última Comunión. Estas parejas esperan y vienen dispuestas a escuchar con agrado cuanto se les pueda decir en orden a su maduración humana, pero no siempre son tan conscientes ni vienen igualmente dispuestos a plantearse con más profundidad su vida de fe.
Al programar estos cursos no podemos limitarnos a atender las expectativa espontáneas que traen las parejas, puesto que observamos, en muchas de ellas, lagunas importantes en el conocimiento y también en la vivencia de la fe. La preparación próxima e inmediata, es hoy una plataforma excelente para “la nueva evangelización”.
Toda la pastoral prematrimonial debe entenderse como un proceso que conduce a la celebración del matrimonio, permitiendo que la celebración sea expresión de fe, hecha en la Iglesia y con la Iglesia, comunidad de creyentes (Cf FC. 51). Para hacer ese camino educativo --auténtico itinerario de fe--, los encuentros con los novios no se pueden reducir a un ciclo de lecciones o de conferencias. Deben ser tiempos de evangelización y de catequesis, de oración y celebración, de llamada al compromiso y a la caridad, sabiendo interesar a los novios para hacer una experiencia de fe y de vida eclesial.
Somos conscientes de que estamos hablando de algo difícil, pero no podemos renunciar a ello. Debemos ofrecer lo mejor y más perfecto a aquellos que se están planteando celebrar el Sacramento del Matrimonio y construir una familia cristiana.
Ofertar los itinerarios de fe como el «ideal de preparación al matrimonio».
Por todo ello, aunque estamos hablando de Cursos o Cursillos de Preparación al Matrimonio y sus diversas modalidades, debe estar en el trasfondo el ideal de que ellos se conviertan en un autentico «itinerario de fe»: un camino hecho en y con la Iglesia, en el que prevalezcan la experiencia, los contenidos y las formas de un nuevo tipo de acompañamiento a los novios que les ayude a discernir y profundizar su vocación de pareja. Estamos llamados a recorrer con los novios un auténtico itinerario de fe, para lo cual es necesario:
--El testimonio de los matrimonios y sacerdotes que acompañan a los novios;
--El anuncio explicito del Evangelio de Jesucristo y del Magisterio de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia;
--La conversión o adhesión del corazón a Dios y el seguimiento de Jesucristo;
--La incorporación afectiva y efectiva a la Iglesia.
Un itinerario que vuelva sobre los sacramentos de la Iniciación Cristiana
La memoria de los sacramentos recibidos (Bautismo, Eucaristía y Confirmación, en su caso), predispone a la vivencia del sacramento del Matrimonio, ya que los presupone: ordinariamente el sacramento del Matrimonio no hace milagros; traerá sus frutos solo si nosotros hemos tomado en serio nuestro Bautismo, nuestra Confirmación, la Eucaristía y la Reconciliación. Sólo, cuando la vida cristiana, alimentada por los sacramentos, se ha convertido realmente en vida en Cristo, se puede esperar del sacramento del matrimonio que dé la fuerza para cumplir la misión propia del matrimonio cristiano y para superar, desde la fe, las dificultades de la vida en pareja.
Se trata de plantear el Cursillo como una auténtica «re-iniciación cristiana». Así, pues, el itinerario sacramental ha de empezar por ayudar a los novios a tomar conciencia de lo que significa el Bautismo. Descubriendo o profundizando su ser de bautizados, los novios tomaran conciencia de su misión y compromiso en la Iglesia y en la sociedad.
Los novios ya deberían estar confirmados cuando van a prepararse para el matrimonio. El Código de Derecho Canónico habla de la necesidad del Sacramento de la Confirmación antes del Matrimonio, pero añadiendo la cláusula de que si ello no conlleva «un grave incomodo» (CIC 1065, 1). Por ello, debemos ofrecer la recepción del Sacramento de la Confirmación como un bien necesario para el mayor fruto del Sacramento del Matrimonio.
El Sacramento de la Eucaristía constituye la celebración central de la vida de la Iglesia, es «fuente y cumbre de la vida cristiana y de la edificación de la Iglesia». La Eucaristía, por la acción del Espíritu Santo, es la celebración de la presencia real del misterio de salvación realizado en Cristo encarnado, muerto y resucitado: servicio y donación, entrega y sacrificio. El matrimonio encuentra en la Eucaristía su fuente --la fuente de su amor-- y tiende constantemente a la Eucaristía como a su cima.
La Eucaristía constituye una autentica «escuela pedagógica» para los novios, en su camino hacia el matrimonio. Una escuela de amor, que es donación y sacrificio. La participación en el sacramento de la Eucaristía se convierte para los novios en una permanente «provocación» para su amor de pareja.
El Sacramento de la Reconciliación, como fuente de renovación del amor “A quien poco se perdona, poco ama” (Lc 7,47). En el Sacramento de la Reconciliación o Penitencia, nos reconocemos pecadores «de pensamiento, palabra, obra y omisión» y en él celebramos y acogemos el perdón de Dios. Este sacramento se nos ha dado como ayuda en el camino de nuestra realización y crecimiento personal, y también en nuestro crecimiento como pareja y comunidad: “Sed entrañables entre vosotros, perdonándoos mutuamente como Diosos perdonó en Cristo”(Ef 4,32). Con la experiencia del amor misericordioso y del perdón de Dios a través de la Iglesia, los novios aprenden a perdonarse. El sacramento de la reconciliación, en el tiempo del noviazgo, les llevará a la continua renovación de su amor.
Reconciliarse con Dios y con la Iglesia trae consigo, también, que se tome conciencia de los propios límites. Esta conciencia constituye el punto de partida para abrirse a la comunicación y dialogo recíproco, y para analizar las causas que provocan discordias en la relación de pareja.
1 .3 Los Cursillos Prematrimoniales: claves metodológicas
El Cursillo no es propiamente el itinerario de fe, del cual hemos hablado, como ideal y como referencia obligada de cualquier tipo de preparación al matrimonio; pero es lo mas generalizado entre nosotros, y suele abarcar lo que llamamos «preparación inmediata» (aunque en algunos casos, podríamos hablar, también, de preparación próxima, ya que se puede hacer con un cierto tiempo de antelación). Hay múltiples formas, en tiempo, temática, modalidades etc.
Una sugerencia previa: Desmasificar los Cursillos
Uno de los objetivos fundamentales del cursillo prematrimonial es tener un contacto más personal con cada pareja de novios, creando el clima de amistad y de confianza que favorezca una buena asimilación de los contenidos, y un seguimiento posterior e integración en la vida de la parroquia. Cuando el número de participantes es muy elevado, se corre el peligro de la masificación; lo cual, puede llevar a conseguir los objetivos contrarios: que las parejas guarden silencio sin compartir sus opiniones, con el consiguiente empobrecimiento del cursillo y el abandono posterior de su vinculación a la iglesia, permaneciendo en el anonimato.
Por ello, sería conveniente observar las siguientes indicaciones:
--Admitir al cursillo un número de parejas que no impida la confianza y el diálogo, para que puedan compartir sus opiniones sin alargarse demasiado las sesiones.
--Realizar, si fuera preciso, más cursillos prematrimoniales para evitar la masificación, favoreciendo el acompañamiento y la continuidad terminado el mismo.
--Que las parroquias que tienen un número suficiente de parejas de novios, realicen su propio cursillo de preparación al matrimonio, ya que uno de los objetivos básicos del cursillo es la integración activa en la comunidad parroquial propia, donde los novios puedan continuar madurando y viviendo su fe en la parroquia.
-- Que aquellas parroquias, con pocas parejas de novios, se unan a otras más cercanas, o bien, se organicen en el ámbito arciprestal; pero siempre contando con la presencia de matrimonios de las parroquias asistentes y de sus sacerdotes. Con ello, se evitará que los novios de parroquias menos organizadas o de poblaciones pequeñas se vean privados de una preparación adecuada para recibir el Sacramento del Matrimonio.
El Cursillo prematrimonial como preparación inmediata
El Cursillo de preparación al matrimonio es una serie de encuentros con novios en los que se pretende una adecuada preparación para celebrar el sacramento, para acceder a la vida matrimonial y crear una nueva familia. Es, pues, solo una etapa de un verdadero itinerario; que es el proceso ideal, y al que intenta suplir.
La tarea es ardua, sobre todo porque generalmente no ha habido una preparación remota en la niñez, adolescencia y juventud, y no se han logrado los objetivos de esa etapa.
El desarrollo práctico del Cursillo puede adoptar muy diversas modalidades. Sin embargo, conviene que reflexionemos sobre unos puntos esenciales:
--Claridad en los objetivos del Cursillo.
--Hay unos temas básicos que no deben faltar, y que deben ser ofrecidos desde la propia experiencia de los matrimonios y otras personas que lo imparten, y que hablan más como testigos que como maestros.
--Ofrecerlos con una metodología que capte el interés y que logre la participación activa.
--La importancia capital de la acogida previa.
Los objetivos del Cursillo
Dentro de un estilo propio de la acogida y de la animación, es fundamental crear un ambiente de familiaridad, escucha, y alegría: están preparando un momento esencial en sus vidas. Es muy importante que los agentes de pastoral” que imparten el Cursillo sean conscientes de lo que se pretende con este tiempo dedicado a la preparación: «La misma preparación al matrimonio cristiano se califica ya como un itinerario de fe. Es, en efecto, una ocasión privilegiada para que los novios vuelvan a descubrir y profundicen la fe recibida en el Bautismo y alimentada con la educación cristiana (Cf. FC, 51).
Lo explicita especialmente Familiaris consortio en estos términos: « De esta manera reconocen y acogen libremente la vocación a vivir el seguimiento de Cristo y el servicio al reino de Dios en el estado matrimonial (Ibid. 66)
--El objetivo básico de todo Cursillo prematrimonial debe ser la nueva evangelización de los novios. La mayoría de las veces se trata de anunciar el Evangelio a quienes viven en un ambiente alejado de la fe y de abandono de la práctica cristiana, salvo excepciones. Ayudarles a profundizar en la fe, de manera que descubran la luz que aporta Jesucristo sobre la vida del hombre y del matrimonio.
-- Integrar los valores humanos y cristianos en un camino unitario y progresivo de formación a la luz de la revelación. Para ello, es necesario preparar convenientemente a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro.
-- Favorecer un nuevo encuentro de los novios con la Iglesia y su inserción en la experiencia de la fe, de la oración, de la verdad y del compromiso de la comunidad cristiana. Ayudarles a superar prejuicios o experiencias parciales negativas.
Ayudar a los novios a conocerse, a que descubran lo que quieren para sí.
-- Ofrecerles la oportunidad para una rica comunicación, significativa en todas las áreas de su relación, fruto de encuentros profundos y de forma positiva.
-- Presentarles el matrimonio como una realidad positiva para vivirla, resaltando la riqueza de la gracia del Sacramento.
-- Darles la oportunidad de experimentar en el grupo de novios un ambiente de fe, apertura y entusiasmo, que les impulse a seguir formándose y viviendo su fe en grupo y lleguen a una inserción activa en grupos, asociaciones, movimientos e iniciativas que tienen como finalidad el bien humano y cristiano de la familia.
Los temas básicos
La preparación inmediata al matrimonio, sin descuidar aspectos de la psicología, medicina y otras ciencias humanas, debe centrarse en la doctrina natural y cristiana del matrimonio (PSM 48). Los temas deben orientarse al conocimiento de la verdad moral y a la formación de la conciencia personal, para que los novios estén preparados a la elección libre y definitiva del matrimonio y lleguen a «sentir con la Iglesia» en lo que se refiere a la vida matrimonial y familiar. Deberán, así mismo, ayudar a los novios a tomar conciencia de posibles carencias psicológicas y/o afectivas y ayudarles a descubrir en qué aspectos pueden y deben crecer humana y cristianamente. No debemos olvidar la formación para que los novios se reconozcan como sujetos con derechos y deberes respecto a la sociedad y a la Iglesia.
Ofrecemos unos temas amplios que sirven directamente para la formación de los agentes. Con este material se puede construir el guión de la exposición, teniendo en cuenta a los participantes en el curso. Esto vale también para los cuestionarios que ofrecen numerosas preguntas de donde se deben seleccionar tres o cuatro para el trabajo en grupo.
Notas explicativas del Material
El material que se ofrece quiere responder a dos necesidades: profundizar en la formación de los agentes de pastoral y facilitar la preparación inmediata de los temas a desarrollar en las exposiciones y de los temas.
En los Cursillos de Madrid, San Sebastián, Málaga y algún otro se presentan dos libros, con dos niveles distintos: El primero, titulado Preparación al Matrimonio y la Vida Familiar. Materiales para los agentes de pastoral, no está pensado directamente para los novios, sino para los agentes de pastoral, que deben usarlo para su formación y para hacer el esquema de sus intervenciones, según el nivel medio de los participantes. A esto último, le ayudará especialmente el apartado: «Síntesis del tema. Ideas a resaltar en el dialogo» y el mismo Libro de los novios.
No he creído oportuno añadir en estas Ayudas Pastorales el libro de los novios, porque éste depende de la forma y días dedicados al cursillo, y como esto es personal, cada parroquia puede hacer uno y dos libros de los novios acomodándose a su forma de darlo.
Hay tres modalidades posibles de hacer los cursillos:
--Semanal, por las tardes o las noches, seis o siete sesiones. Es el más frecuente.
--Intensivo, un fin o dos de semana: viernes noche, sábado y domingo mediodía.
--Grupo de novios: Itinerario de un año, con reuniones periódicas y trabajo de casa;
Primera opción: semanal por las tardes-noches. Es la oferta mas extendida, con múltiples variantes. Se realiza en muchas parroquias con desigual planteamiento. Conviene unificar el número de días; estimamos que al menos deben ser seis: de lunes a sábado, concluyendo con la celebración de la Eucaristía parroquial.
Se presenta un Cursillo tipo, con una distribución de los temas imprescindibles, a lo largo de una semana; con sesiones, al menos, de dos horas. El orden, puede alterarse.
1. Previamente a la semana del Cursillo:
Debe haberse hecho la acogida de la pareja, conocimiento del párroco o sacerdote encargado y del matrimonio responsable de la acogida. En cuanto a los temas, ya he dicho varias veces que yo prefiero los temas de iniciación cristiana, incluyendo lógicamente el concepto cristiano del amor, familia, sexualidad cristiana. Pero aquí las mentalidades de los hermanos sacerdotes son diferentes. Respeto.
Más adelante se ofrecen sugerencias. Ahí va un esquema de cursillo breve:
Semana del Cursillo:
1° día: Acogida del grupo.
Tema: La persona humana: El diálogo, camino de la comunidad conyugal
Celebración de la «Bendición de los novios».
2° día: Tema: Creo en Jesucristo: La fe en Jesucristo, Hijo de Dios
3° día: Tema: Vamos a formar una familia cristiana
Celebración de la “Entrega de la Palabra (Biblia)
4° día: Tema: La vocación al amor. El lenguaje de la sexualidad
5° día: Tema: La Iglesia: la gran familia de los hijos de Dios
Celebración del Sacramento de la Reconciliación
6° día: Tema: Casarse en el Señor: El Sacramento del Matrimonio, Confesión y Comunión. La preparación imprescindible y necesario: La llamada a la conversión y la celebracion sacramental de la Reconciliación.
Celebración de la Eucaristía, si procede. Si coincide en sábado, se puede plantear este día como una jornada más larga para concluir participando en la Misa parroquial vespertina y presentando a los novios a la Comunidad parroquial.
Concluir la fiesta eucarística con una celebración festiva de aperitivos y propuesta de seguimiento libre para los que quieran continuar.
Segunda opción: Intensivo en fines de semana
La oferta de Cursillos intensivos, en fin de semana, va tomando cada día mas fuerza, y responde también a las exigencias que imponen el ritmo de trabajo de muchas personas y la mentalidad del fin de semana. Convine desde el inicio, despejar la sensación de que pueden ser unos Cursillos concentrados para salir del paso, aunque esta es la mentalidad de la mayoría que elige este método.
Se procurará impartir los núcleos esenciales indicados anteriormente, aunque tengan que concentrase dos temas en una sesión, incidiendo en el tema principal y haciendo una referencia al otro. Para ello, es muy importante la distribución del tiempo.
2. LA IMPORTANCIA CAPITAL DE LA ACOGIDA
En nuestra sociedad, la pérdida de puntos de referencia es tal en los católicos que, un numero creciente de ellos, necesitan «re-posicionarse» en un momento determinado, y la preparación al matrimonio les da la ocasión para ello. La acogida que la Iglesia les da en tal circunstancia, es fundamental, tanto para la Iglesia misma, como para los novios.
Muchos de los jóvenes que piden el matrimonio se acercan a la Iglesia después de años; quizá, desde su primera comunión. Traen una carga de prejuicios y desconocimientos. Si encuentran frialdad y burocracia, reforzarán una imagen negativa de la Iglesia.
Es necesaria una acogida muy humana, con detalles de respeto y cercanía, queriendo ayudar y servir. Esto debe hacerlo el párroco y los matrimonios que intervengan en la pastoral prematrimonial. Deben transmitir, porque lo vivan, el calor de la ayuda y la comprensión. Los futuros matrimonios lo necesitan. Muchos preparan su unión con las fatigas y las dificultades que les pone la situación social, laboral y económica. Traen ideas contrarias al matrimonio y la familia, maneras de ver alejadas de la visión cristiana, carencias en su formación.
La acogida no es solo una actitud, sino también un tiempo mas o menos largo en el que hemos de crear el ambiente necesario para que los novios puedan expresarse, superando su inseguridad y sus temores. No debemos precipitarnos haciendo enseguida juicios sobre las motivaciones de los novios para pedir el matrimonio por la Iglesia.
Debe quedar claro que la acogida es un servicio de la Parroquia a los novios, independientemente de donde vayan a participar en el curso.
2.1. La acogida: más que un tiempo, una actitud permanente
Una buena acogida y acompañamiento pueden conseguir uno de los objetivos más importantes del Cursillo: el acercamiento de la Iglesia a los novios y de los novios a la Iglesia. La acogida para nosotros, sin embargo, no es simplemente una táctica psicológica para atraer y convencer a los novios, sino una expresión del testimonio cristiano que quiere mostrar el amor del Padre misericordioso que acoge al hijo como viene.
La actitud de la comunidad cristiana, y de quien la representa, no pretende ser la de quien posee la respuesta a todos los interrogantes, sino la de quien presta atención al otro, siente como propios sus problemas y se sitúa en un camino de búsqueda común, acompañando a los novios en ese camino. Con la humildad de quien lleva “un gran tesoro en vasijas de barro” y, al mismo tiempo, con la admiración y agradecimiento del creyente que está en situación de ofrecer aquello que es su tesoro: el amor y la salvación de Dios que ha conocido y recibido en Jesucristo.
Acompañar en el camino de la fe es respetar a la persona y sus ritmos de descubrimiento, ofrecer el testimonio de la fe que hemos recibido como un don, expresar y comunicar el mensaje de la salvación, orar por la persona y atenderla en su proceso.
Condiciones de una buena acogida y acompañamiento
Los miembros de la comunidad cristiana que reciben la petición del sacramento, sacerdotes o matrimonios, debemos ser conscientes de que, en el trato que dispensemos a los que vienen, encuentran estos la primera imagen de la Iglesia. El saludo y la acogida deben transparentar lo que la Iglesia es: signo e instrumento del amor de Dios.
Aun en el caso de que la petición o las preguntas de quienes se acercan se planteen en el terreno de lo puramente externo (organización, horarios, materialidad de los ritos, requisitos necesarios, etc.), la persona que acoge, sin despreciar estas cuestiones, debe ir orientando la conversación hacia el terreno personal. No se trata, por supuesto, de investigar detalles de la vida privada, sino de favorecer la expresión de lo que verdaderamente van buscando al solicitar el sacramento.
Se trata de hablar del acontecimiento o la circunstancia que están viviendo en ese momento y que les ha traído a la Iglesia: la decisión de contraer matrimonio. Quienes en nombre de la comunidad acogemos a los que vienen, hemos de ayudar a que aflore y se exprese el significado profundo de este acontecimiento que marcará sus vidas. Este dialogo favorecerá la toma de conciencia de lo que se está viviendo, despertando el deseo de enriquecerse con la reflexión en común y la escucha de la palabra de Dios.
Los que acogen, no examinan, sino que dialogan, aportando en el diálogo su propia experiencia: como viven ellos mismos, circunstancias parecidas, y como encuentran en el Evangelio la luz que les permite entenderlos y vivirlos de un modo nuevo, mas profundo y mas humano.
El que acoge y acompaña, lo hace en nombre de la Iglesia. Por eso, transmite su propia experiencia cristiana y, sobre todo, la experiencia de la Iglesia a la que representa. El testimonio cristiano, ofrecido a lo largo de las entrevistas o reuniones, no deja de ser, para los agentes de pastoral, una interpelación para su propia vida.
En el dialogo personal, o en las reuniones de grupo, los novios podrán descubrir esa plenitud de vida y amor a la que son llamados y, a la vez, su propia debilidad. Así estarán preparados para escuchar la llamada y abrirse al don de Dios.
Así, las entrevistas y el Cursillo serán una experiencia de Iglesia, en la que los novios descubrirán el significado que la vida y el matrimonio tiene para los cristianos y se sentirán invitados a vivir su propio matrimonio en esas claves cristianas, como un camino de crecimiento constante, en el seno y con la ayuda de la comunidad cristiana.
En conclusión, esta etapa de acogida tiene como objetivo ayudar a las personas a abrirse a la Palabra de Dios, a acoger el Evangelio como una buena noticia para ellos hoy y en su circunstancia concreta de novios.
2.2. Partes de la acogida
Además de una actitud constante, la acogida constituye la fase inicial del proceso pastoral de preparación al matrimonio. Esta fase de acogida significa personalizar toda la pastoral prematrimonial: lo que interesa son las personas de los novios, con independencia de su asistencia o no a un curso.
En esta fase tienen lugar los primeros contactos entre los novios y los agentes de pastoral; a través de ellos es preciso orientar a aquellos respecto a los objetivos de este proceso de preparación, ya que no suelen coincidir con las expectativas que ellos traen.
PRIMERA PARTE
LOS TEMAS DEL CURSILLO
(He seguido los libros del primer bloque, especialmente Pamplona, Madrid y Málaga)
TEMA I. LA ACOGIDA DE LA PRIMERA REUNIÓN DEL CURSILLO
(Estamos todos de pié y empiezo así)
QUERIDOS NOVIOS: “Habéis venido aquí para que Dios garantice con su sello vuestro amor”. Con estas palabras u otras parecidas os recibirá el sacerdote en la Iglesia el día de vuestra boda. Queremos también que éstas sean las primeras palabras que escuchéis en este cursillo, en estos encuentros prematrimoniales. ¡Que todo lo que aquí hagamos estos días sirva para que vuestro amor crezca y se haga más hondo! ¡Que Dios os enriquezca y os dé fuerzas para que podáis cumplir vuestra misión de casados! ¡Que Dios esté siempre presente en vuestro corazón y en vuestra vida! De esta forma vuestro amor será eterno y superareis todas las dificultades del camino.
Con este deseo y por esta intención empezamos este cursillo prematrimonial en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo:
-- en el nombre del Padre.., porque El nos soñó desde toda la eternidad, nos creó y nos dio la vida para que vivamos eternamente en su amor, del cual participamos en el matrimonio que es amor total y exclusivo entre dos personas como en la Trinidad es vida y amor total e infinito entre Tres Personas;
-- en el nombre del Hijo, porque vino a nuestro encuentro, nos salvó por su muerte y resurrección y nos abrió la puerta de la eternidad, de la vida de amor con Dios para siempre;
-- y en el nombre del Espíritu Santo que es el Amor de Dios, el Dios amor que une al Padre y al Hijo y a nosotros con El en una misma vida, amor y felicidad.
Y ahora cogidos de la mano, rezamos todos unidos a nuestro Dios Trino y Uno; trino en Personas y Uno en su Amor, Vida y Felicidad: Padre nuestro, que estás...
(Nos sentamos todos)
Vamos a iniciar estos encuentros de preparación al matrimonio y podemos comenzar presentándonos unos y otros, para crear desde el primer momento un buen ambiente de cercanía y compenetración. Podemos preguntamos qué importancia tiene para nosotros la preparación al matrimonio. Habrá también que concretar qué pretendemos con este cursillo prematrimonial, qué temas vamos a tratar y cómo, entre todos, los vamos a hacer y completar.
Empezaremos este primer encuentro reflexionando sobre la importancia de «casarse por la Iglesia», pues éste ha sido el modo que vosotros habéis elegido para uniros y constituir una familia. El casarse no meramente en la Iglesia, sino por la Iglesia, da mucha importancia y hondura y fuerzas a vuestro matrimonio por medio de un sacramento y la gracia de Cristo, pero hay que celebrarlo y recibirlo con las debidas disposiciones, que no son meramente humanas ni exigencias de la Iglesia, sino del mismo Cristo, que lo expuso con toda claridad en el evangelio.
SEGUNDA PARTE
TEMAS DEL CURSILLO EN PREGUNTAS Y RESPUESTAS
CAPÍTULO PRIMERO
1. ¿Cuánto tiempo antes de la boda tenemos que ir a la parroquia a solicitar la fecha?
No se puede dar una respuesta común para todas las parejas porque las circunstancias pueden ser muy diversas, así quien ya ha hecho la preparación para el matrimonio bastaría que presentara un mes o mes y medio antes de la boda para dar tiempo[ congruente a la preparación de los documentos necesarios, y para que puedan publicarse las amonestaciones y proclamas que debe hacerse en tres días consecutivos de precepto.
Pero si lo que queremos saber es cuánto tiempo antes de la boda debería presentarse en la parroquia quien no ha hecho todavía nada en orden a la preparación de su matrimonio, la respuesta es otra. Cuatro o cinco meses antes de la fecha elegida debería presentarse a uno de los párrocos de cualquiera de los contrayentes para manifestar el proyecto y recibir las primeras instrucciones. Habrán de participar en los cursillos de preparación comunes o en pequeños grupos o en una preparación individual. Estos modos y las fechas de los mismos condicionan el tiempo que debe preceder a la celebración. Esta preparación se refiere muy particularmente a la formación en la fe: comprender sentido del matrimonio en sí y del sacramento del matrimonio, el lugar que este sacramento tiene en la vida del cristiano, sus exigencias, sus disposiciones.
Un acto eminentemente personal e irrepetible, íntimo, que no se puede comunicar y que es decisivo para la vida de los contrayentes, bien merece que se celebre con la máxima conciencia y serenidad. Nadie ni nada tiene derecho a estorbar la vivencia personal y gozosa de cada uno de los novios, que han decidido vivir en sí mismos la plenitud de la condición humana sexuada y redimida por Cristo. La calma y sosiego en la preparación son el primer indicio del valor que se da al acto y del aprecio de cada uno de los contrayentes al otro, para quienes son conscientes y esperan que el matrimonio constituya el máximo acontecimiento de su vida. Una bagatelización de este tiempo será irreparable. Lo más recomendable es que hagan la preparación ambos juntos.
2. Si nos casamos en la parroquia de uno de los dos, ¿qué pasos tenemos que seguir?
En circunstancias normales hay que procurar ponerse en contacto con el párroco de la parroquia en donde se quieren casar: allí harán la preparación, allí iniciarán el expediente matrimonial. Cuando ambos viven en la misma diócesis podrá este párroco cumplimentar todo el expediente matrimonial. El novio que haya sido bautizado en una parroquia distinta de aquella en que se va a casar, deberá en todo caso presentar una partida de bautismo, que no sea más antigua de seis meses. Quien fue bautizado en la parroquia en que se va a casar, no necesita ninguna partida de bautismo.
Cuando uno de los dos vive en parroquia distinta, de la que se van a casar, podrá también presentarse al propio párroco para que proceda a cumplimentar el medio expediente, un extracto del cual mandará una vez cumplimentado al párroco de la parroquia del otro contrayente, en la que se va a celebrar la boda.
Esto será normal cuando se trate de domicilios, que se encuentren en diócesis distintas (por ejemplo el contrayente vive en Badajoz, y la novia vive Plasencia; este medio expediente, en tal caso, estará autenticado en su obispado. Según los casos hay que satisfacer unas tasas por ello, que les darán a conocer párrocos. Esta situación podría exigir que la preparación realice por separado.
Cuando los contrayentes ya tienen casa, que será la casa futura después de la boda, puede en casos peculiares el párroco del futuro domicilio ser quien proceda a la cumplimentación del expediente, así como también se puede hacer cargo de la preparación; es la gran ocasión de entrar en contacto con quien ser futuro párroco de la familia.
En el caso de que existiera algún impedimento canónico, que puede dispensar (por ejemplo si son primos) hay que comunica al párroco, para que cuanto antes se proceda a pedir la dispensa al Ordinario del lugar; el documento de la dispensa deberá incluido en el expediente. Así mismo, si uno de ellos fuera viudo deberá presentar la partida de defunción del primer cónyuge; documento que deberá igualmente incluirse en el expediente.
El párroco les indicará los pasos que deben dar y los documentos que tienen que presentar para proceder, después de la boda a la inscripción civil del matrimonio.
3. Si nos casamos en una parroquia que no es de ninguno de los dos, ¿qué pasos tenemos que seguir?
Para una boda en una Iglesia (sea una catedral, una parroquia, una ermita o un santuario) ubicada en una demarcación parroquial distinta a la de los dos contrayentes, se procede del mismo modo
Se acude a uno de los párrocos propios para que cumplimente el expediente y atienda a la preparación, como vimos en el número anterior. Cuando el expediente está terminado, el párroco, que haya asumido la responsabilidad de la preparación y cumplimentado el expediente, mandará el expediente o un extracto del mismo (autenticado en su caso por el Obispado) al párroco de la parroquia en donde esté el lugar donde se vaya a celebrar la boda, que será la parroquia en que quedará inscrito el matrimonio. Este último es el párroco que deberá dar la facultad de asistir al sacerdote que celebre la ceremonia, y que es necesaria para la validez de la celebración. Hay unas tasas especiales para esos casos, llamados vulgarmente fuga de parroquia.
Corresponde a los contrayentes puntualizar con el párroco y en su caso, con el rector o responsable de la Iglesia o lugar donde se va a celebrar la boda, todo lo referente al día, la hora y otros detalles de la celebración. Allí recibirán al finalizar la boda la documentación que deberán presentar para la inscripción del matrimonio.
4. Si nos casamos en otra diócesis, ¿qué pasos tenemos que seguir?
La boda en diócesis distinta de la de los contrayentes se prepara del mismo modo que la dicha anteriormente. El párroco que haya cumplimentado el expediente preparará un extracto del mismo, lo hará autenticar por el propio obispado y se mandará al obispado del lugar donde se vaya a celebrar la boda. De allí lo comunicarán al párroco de la parroquia, en que se halle el lugar de la celebración. Ésta será la parroquia en que quede inscrito el matrimonio y allí darán a los contrayentes la documentación para la inscripción del mismo en el registro civil.
Evidentemente es problema de los contrayentes el concertar el lugar de la boda y deberá satisfacer los aranceles que haya establecido para estos casos. Esto lo deberá aclarar con el párroco que prepara el expediente y con el del lugar de la boda.
5. ¿Quién puede ser testigo del expediente y cuántos necesitamos cada uno?
Testigo para cumplimentar el expediente matrimonial puede ser cualquier persona capaz de testimoniar y con voluntad de decir la verdad; debe ayudar en efecto a constatar si se dan los presupuestos por parte de las personas, que se van a casar, para una celebración válida del matrimonio.
Naturalmente deberá conocer al contrayente sobre el que va a testificar, deberá ser persona de criterio y juicio y por ello lo más conveniente es que sea mayor de edad. No hay ningún inconveniente en que sea un pariente, aunque para evitar toda sospecha no sería lo más aconsejable que fuera un hermano.
No hay que confundir estos testigos del expediente con los testigos del matrimonio: el testigo del matrimonio es absolutamente necesario para la validez de la celebración y su presencia forma parte de las solemnidades requeridas para la válida manifestación del consentimiento, que debe hacerse ante el párroco o su delegado y dos testigos.
Para este testimonio basta que sea una persona con capacidad testificar lo que ve y oye, deberá por ello estar presente en ceremonia, sin que importe el sexo, la edad, religión o cultura la relación o conocimiento personal.
6. ¿En qué consiste el expediente matrimonial?
El expediente matrimonial es un protocolo que se cumplimenta antes de la celebración del matrimonio, cuya finalidad es constatar que nada se opone a la celebración válida y lícita d matrimonio. Esta constatación interesa ante todo a los que se v a casar, de modo que sepan que nada se opone a su matrimonio que lo van a recibir no sólo válidamente sino también con el fruto del sacramento.
Por eso, al cumplimentar el expediente se les instruye sobre las cualidades de la persona y sobre los impedimentos, sobre la libertad necesaria de su consentimiento, sobre las circunstancias que pueden viciar el consentimiento, sobre los conocimientos religiosos necesarios.
La celebración válida del matrimonio interesa también a Iglesia, a quien representa el párroco encargado de realizar el expediente, y que tiene la responsabilidad de que los sacramentos se celebren provechosa y lo más dignamente posible para la santificación de los fieles.
También el pueblo cristiano tiene una intervención en esa constatación y a ello responden las tradicionales amonestaciones, que son la proclamación durante tres fiestas del proyectado matrimonio, para que responsablemente haya oportunidad de manifestar cualquier circunstancia pro la que el matrimonio no pudiera celebrarse válidamente con el fin de resolver la situación o evitar quizá un grave perjuicio a personas inocentes.
Las proclamas con también parte integrante del expediente matrimonial.
Al párroco especialmente corresponde ayudar a eliminar cualquier dificultad o impedimento que pudiera surgir a los largo de la cumplimentación del expediente.
Realizado el expediente positivamente y hechas las proclamas o amonestaciones sin que se presente ninguna objeción, el matrimonio se puede celebrar sin más.
7. ¿Por qué cuando me caso por la Iglesia al mismo tiempo me caso por lo civil?
Porque para los católicos existe un solo matrimonio, que es el celebrado en la Iglesia delante del sacerdote, que preside, y de dos testigos. Un matrimonio celebrado ante el representante civil no sirve para constituir el matrimonio de un católico, que esté obligado a la forma canónica de celebración del matrimonio. El Estado Español no ha querido obligar a todos los ciudadanos a casarse civilmente, aún contra su conciencia, y ha reconocido, como desarrollo del derecho de libertad religiosa de los ciudadanos, la conciencia del católico, que sostiene que no existe para él ningún otro matrimonio que el religioso o canónico. Al Estado le basta que el ciudadano le comunique que está casado, a fin de poderlo tratar civilmente como tal, por eso se acordó el modo de hacer esta comunicación en el Acuerdo jurídico entre la Iglesia Católica y el Estado de 1979.
Eso no obliga al Estado a aceptar las leyes canónicas como civiles, pero tampoco le impiden que reconozca la voluntad de los ciudadanos católicos, que por motivos religiosos aceptan una doctrina y moral matrimonial más exigente que la presentada en las leyes civiles.
Con ello el estado no favorece a los católicos sino que fomenta el derecho fundamental de libertad religiosa (como lo ha hecho después con los miembros de otras religiones), sin verse obligado a reconocer como válido un matrimonio, que según las propias leyes sería imposible.
8. ¿Qué pasos debo seguir si me caso con una persona divorciada y no casada por la Iglesia?
Tratándose de un católico que debería haberse casado por Iglesia, pero que se casó sólo civilmente y luego se divorció, debe proceder a hacer el expediente matrimonial como en los casos normales, advirtiendo al párroco la circunstancia, para que él actúe en consecuencia. Por prudencia se debería presentar sentencia de divorcio, puesto que el matrimonio canónico tendrá que comunicar al juzgado para su inscripción. El hecho del matrimonio civil no es impedimento para la celebración un matrimonio canónico, por tanto, por esta causa nada se opone al matrimonio. Sólo que en el caso en que la persona casada civilmente y divorciada tenga obligaciones naturales pendientes con hijos o con la parte a la que estuvo unido, no puede sacerdote asistir a ese matrimonio sin licencia del obispado.
9. ¿Qué pasos debo seguir si me caso con una persona que tiene sentencia de nulidad?
En primer lugar hay que cumplimentar el expediente matrimonio como en los casos normales, teniendo en cuenta que habrá q aportar, junto a los otros documentos ordinarios, la sentencia nulidad del tribunal eclesiástico del primer matrimonio.
Pero además tendrá que presentarse igualmente la homologación civil de la sentencia de nulidad para que haya constancia de que la persona, que estuvo casada, está libre también civilmente; si esto no se pudiera hacer, el párroco habrá de comunicarlo al Obispado. Habrá que dar una solución a esta situación anómala, porque dada la declaración canónica de la nulidad del matrimonio la convivencia conyugal no es legítima. La razón por la que es necesaria la presentación de homologación es que el nuevo matrimonio tendrá que inscribirse civilmente y en caso de que no se hubiere homologado la sentencia, la persona aparecería como bígama para la autoridad civil.
10. ¿Qué pasos debo seguir si me caso con una persona no bautizada?
Para casarse con una persona no bautizada además de todos los requisitos de los matrimonios normales hay que pedir la dispensa del impedimento llamado de disparidad de cultos. La razón de este impedimento es el peligro para la fe de la parte católica y la gran dificultad de vivir la comunidad íntima de vida, que es el matrimonio, entre dos personas, en que hay discordancia en un punto tan importante de su vida, la posición de la persona ante Dios, que determina su modo de estar en el mundo. Por ello para obtener la dispensa ha de haber una causa que justifique ese matrimonio.
Pero además el católico tiene que hacer una declaración de que está dispuesto a evitar cualquier peligro de apartarse de la fe, y ha de prometer que hará cuanto sea posible para que todos los hijos sean bautizados y se eduquen en la Iglesia Católica: esta declaración y esta promesa las hará por escrito.
La parte no bautizada no tiene que hacer ninguna declaración, pero se le tiene que comunicar, también por escrito, la declaración y promesa hechas por la parte católica, de lo que se debe dar por enterado. Hay todavía otra exigencia obvia: ambas partes deberán ser instruidas con claridad sobre los fines del matrimonio, que son la mutua ayuda y la generación y educación de la prole, y sobre las dos propiedades esenciales del matrimonio que son la unidad y la indisolubilidad, fines y propiedades que no pueden ser excluidos por ninguno de los dos.
Esta especial instrucción es necesaria por el riesgo de que parte no católica pueda pensar y querer un matrimonio, en que sea posible la poligamia o el divorcio (el matrimonio es de uno con una y para siempre) o pueda excluir la relación conyugal interpersonal en igualdad para bien de la otra parte o bien excluya los hijos.
11. ¿Tenemos que hacer una preparación para casarnos por la Iglesia?
Evidentemente hay que hacer una seria preparación para casarse por la Iglesia. Es lo menos que se puede pedir en asunto tan grave, que es para toda la vida y en el que se juega felicidad de ambas partes y de unos hijos. Para cualquier o negocio importante, en que quizá se ponga en juego mucho menos que en éste, no dudamos de procurarnos una preparación. Hay que conocer los deberes fundamentales de esposos entre sí, hay que saber lo que significa la fidelidad por qué es necesaria y la exige la misma donación que se hace de sí mismo, hay que saber lo que cada uno ofrece y da a la otra parte, que es más que su tiempo, su afecto, su compañía: es una parte de la propia libertad, de sí mismo.
Y hay que saber lo que significa el sacramento del matrimonio: imagen del amor de Jesucristo a la Iglesia, consagración de la unión humana como fruto del amor, fuente de la felicidad que Dios promete a los hombres, compañía que da sentido a la propia vida y elimina de modo humano la terrible soledad de la persona humana, presencia del amor de Dios, que se transmite junto con la vida, don misterioso, gratuito y que no tiene parangón.
Hay una llamada a la santidad para los esposos: la preparación ayuda a comprender en qué consiste la santidad de los esposos: cuál es el plan de Dios sobre el matrimonio y la vida conyugal y cómo ese plan de Dios se realiza en concreto en unos esposos.
La preparación para el matrimonio por lo que respecta a las exigencias humanas del matrimonio no es de sí una tarea propia de la Iglesia: la familia, la sociedad y en su parte el Estado debería de tal manera ofrecer una formación a sus miembros y ciudadanos, que cuando llegasen a la edad núbil tuvieran la formación que requiere el hecho de decidirse a formar una familia, la conciencia clara del respeto mutuo, de las obligaciones para con el cónyuge, de la igualdad de ambos en cuanto a sus obligaciones en orden a los deberes y derechos conyugales, la responsabilidad de los padres respecto a sus hijos.
Es deber de una sociedad bien organizada y tuteladora de ciertos valores, derivados de los derechos fundamentales aceptados por todos, el procurar que sus ciudadanos tengan los conocimientos y la formación humana que requiere la constitución de una familia. Si la Iglesia se ha preocupado de esa formación en todos los aspectos y ha ido desarrollando en su apostolado especial distintos métodos, lo ha hecho supliendo deficiencias de la sociedad y despreocupación o desorientación e inseguridad en estos menesteres de quienes debían procurarlo.
A la Iglesia corresponde aclarar a los fieles el sentido del matrimonio sacramento, pero si para llegar a él es necesario suplir la formación sobre lo que supone y exige en la persona el matrimonio, la Iglesia no puede, en asunto tan grave e importe para la salvación y santificación, dejar a sus hijos en confusión, no tiene otro camino en su mensaje que ayudar comprender y a asumir lo que es la comunidad humana conyugal, la parte que en ella tiene el amor, lo que es la solidan familiar, la responsabilidad de la familia en la sociedad ejercicio humano de la sexualidad, sus abusos y peligros, lo es la paternidad responsable, las dificultades de la convivencia y cómo superarlas, las responsabilidades con los hijos. ´
Todo eso es lo que estamos pensando cuando se habla de preparación al matrimonio: ¿quién puede poner en duda necesidad de la preparación para el matrimonio, además descubrimiento del matrimonio misterio y sacramento?
Es una reflexión no sólo oportuna, sino que urge a cualquier persona que se asome con sensatez a lo que su decisión va a suponer para el futuro de su vida. Los padres que hayan comprendido esto con seguridad serán capaces a su tiempo, como es su deber iniciar en esta magnífica aventura a sus hijos.
12. Si uno se casa por la Iglesia, ¿Se puede divorciar?
El matrimonio de los católicos, es para siempre, indisoluble es la expresión común, por eso un católico cuando está verdaderamente o válidamente casado no se puede divorciar. Sólo existe una situación peculiar en la que un cristiano podría pedir al Santo Padre la disolución de su matrimonio: cuando entre los esposos, por la razón que fuere, no hubiera existido consumación del matrimonio. En este caso y existiendo una causa justa podrían ambos o cualquiera de los esposos pedir al Papa la disolución de su matrimonio, que es en realidad un divorcio; pero la disolución no la produce la voluntad de los esposos, sino la decisión de la suprema autoridad de la Iglesia. Fuera de ese caso los católicos no se pueden divorciar ni su matrimonio se puede disolver de modo que, los que estuvieron casados, se puedan volver a casar por la Iglesia.
Cuestión distinta es si un católico casado válidamente por la Iglesia se podría divorciar civilmente. Ante todo hay que saber que si un católico válidamente casado se divorcia civilmente, este divorcio ante la Iglesia no tiene ninguna relevancia en cuanto a la disolución del vínculo, es decir las personas siguen consideradas casadas y en consecuencia su nuevo matrimonio es para la Iglesia inválido, lo que significa que ante la Iglesia estas personas viven públicamente en situación moral irregular y que por ello no pueden acceder a recibir los sacramentos.
Ahora bien, si la persona católica divorciada civilmente permanece sin casarse, su situación es bien distinta: es cierto que las personas casadas tienen la obligación de la convivencia conyugal, porque éste es el modo de vida normal, en que pueden vivir la realidad de su matrimonio y cumplir los dos fines del mismo.
La complementariedad y el bien de ambos en los diversos ámbitos de la vida humana y la generación y educación de los hijos.
Esta convivencia, sin embargo, puede por causas justas y graves interrumpirse, y así si se diera una circunstancia en que el divorcio fuera el único medio de resolver una situación que exigiera la separación, o fuera el único modo de legalizar civilmente una declaración de nulidad del tribunal eclesiástico, podría estar justificado; en el primer caso permaneciendo el vínculo y sin la posibilidad de otro matrimonio canónico, y en el segundo pudiendo casarse al haber sido declarado nulo eclesiásticamente el anterior matrimonio.
A este respecto hay que tener en cuenta que los católicos españoles por el hecho de haber celebrado el matrimonio según las normas de la Iglesia, que supone su reconocimiento por del Estado en virtud del Concordato con la Iglesia en España, no por eso dejan de estar sujetos y ser titulares de los derechos como españoles, y por tanto tienen los mismos derechos demás, si bien es cierto que deben saber que para ellos el divorcio civil no afecta para nada a su matrimonio y que deben obrar según las exigencias morales de la Iglesia.
13. Si uno se casa por la Iglesia, ¿puede no querer tener hijos?
Uno de los fines del matrimonio son los hijos. Si ambos o uno
de los que se van a casar excluyera de su voluntad de matrimonio clara y explícitamente los hijos, la doctrina de la Iglesia enseña que el compromiso que se asume no es la constitución de una relación conyugal —de esposos—, sino un convenio de convivencia de dos personas, distinto esencialmente del matrimonio, por muy parecido que fuera a la relación conyugal en otros aspectos, y esto la Iglesia lo sostiene no solo del matrimonio de los católicos, sino de todo verdadero matrimonio. La Iglesia puntualiza muy claramente la realidad conyugal: hay realidades de relación entre hombre y mujer que pueden parecerse más o menos al matrimonio, pero a las que les falta alguno de los elementos fundamentales o esenciales. En tal caso lo que la voluntad de las partes quiere y contrae no es el matrimonio, sino una convención entre ellos cuyo contenido se basa únicamente en su voluntad y no en los indicativos de la naturaleza misma sexuada de hombre y mujer.
Esta realidad natural les ordena uno al otro y no sólo les complementa sino que a esa complementariedad está intrínsecamente unida la participación en la transmisión de la vida. De ahí se comprende que uno de esos elementos esenciales o fundamentales sea la voluntad de tener hijos: a saber, no excluir las relaciones sexuales y tenerlas abiertas a la generación. La exclusión total de esa actitud, no tener hijos y procurar el aborto en el caso que se fueran a dar, hace que la relación que se pretende establecer no sea matrimonial o conyugal. Si ello fuera de acuerdo por ambas partes, sería tergiversar la voluntad de la naturaleza, y si fuera por parte de uno solo sería además un fraude en relación al otro cónyuge.
14. ¿Qué puede impedir que sea una opción libre el matrimonio por la Iglesia?
El matrimonio lo constituye el consentimiento; éste es un acto de la voluntad libre y deliberado, con intención de matrimonio. Si el consentimiento por la razón que fuera, externa como pueden ser graves amenazas, o interna por un defecto psíquico trastorno de la conducta, que le impidiera a uno de los contrayentes o bien el deliberar sobre lo que va a hacer y los compromisos y deberes y derechos que asume, o bien le sitúa en situación habitual o actual de confusión o turbación de las facultades o potencias internas de la persona, que no es capaz de decidir por sí mismo, entonces el matrimonio no sería fruto de una elección deliberada y libre.
Nadie tiene derecho a forzar a nadie a contraer matrimonio, ni a contraerlo con una determinada persona, como tampoco puede impedir el matrimonio con la persona que se elige libremente y quiere a su vez el matrimonio; esto sin embargo no impide el buen consejo de gente próxima, sobre todo de los padres, pero siempre sin forzar. Presiones aparentemente sin malicia pueden crear en hijos de carácter dócil y de gran admiración por los padres una situación forzada, conocida con el nombre de temor reverencial, que puede eliminar la libertad mínima necesaria en el consentimiento. Por su misma índole el matrimonio ha de ser de dos personas que se quieren casar entre sí por propia y libre decisión.
Naturalmente si se da alguna de estas situaciones anómalas no cabe duda que la vida conyugal nacida de tal situación va a tener gravísimas dificultades y no es difícil pronosticar un fracaso de matrimonio. Si esto sucede y luego se pide la declaración de nulidad, para poder recomponer la propia existencia, habrá de ser un proceso judicial el que tenga la misión de aclarar que las cosas fueron así, y en este proceso se hará necesaria la intervención de peritos, que puedan aportar luz con su análisis, para que el juez eclesiástico llegue a la certeza de que la situación fue ésa y que en efecto no existió nunca un verdadero matrimonio, porque faltó el necesario consentimiento libre.
15. ¿Qué es la nulidad matrimonial?
Declaración de nulidad y divorcio son dos situaciones con algún parecido, pero esencialmente distintas. En ambos casos frecuentemente una pareja ha convivido unos años como marido y mujer y posteriormente se separan y forman otra familia. En un caso, fracasado el matrimonio, se constata que aquel matrimonio no fue válido, con lo que las dos partes pueden contraer nuevo matrimonio; en el otro, fracasado el matrimonio, dos personas se divorcian civilmente y la ley civil (no la eclesiástica) les permite un nuevo matrimonio civil.
Las dos parejas han tenido una experiencia existencial matrimonial por algún tiempo, han vivido una rotura y luego otro matrimonio: las semejanzas son patentes, pero también las diferencias.
EI matrimonio es nulo cuando se contrajo inválidamente. En realidad se trata de un matrimonio aparente, pero que no existe; se celebró externamente como todo matrimonio, pero al faltar, en el momento de la celebración, alguno de sus elementos esenciales o algún requisito o presupuesto necesario, aquella celebración no produjo el efecto que por su apariencia cabía esperar y sin duda era pretendido por quien fue a ella de buena fe: el matrimonio no se produjo. La consecuencia es que los que pueden aparentar ser verdaderos esposos no lo son, lo sepan o no lo sepan. Y esto tanto si aún siguen viviendo juntos como tales, como si ya se han separado, después de que su matrimonio, con una cierta lógica humana en gran parte de los casos, fracasó; lo que sólo existía en apariencia, no se sostuvo.
Cuando la nulidad del matrimonio tiene una causa que se puede eliminar o de hecho ya hubiera cesado, lo lógico es que, si el matrimonio perdura, se trate de sanar la situación y se convalide el matrimonio.
Pero cuando la causa de nulidad no se puede subsanar o el matrimonio ya está destruido y no tiene sentido convalidarlo se tiene que proceder a la declaración de la nulidad. Ahora bien, la constatación de la nulidad de un matrimonio, y por ello también de un sacramento, es una cuestión estrictamente judicial, que exige las mayores cautelas: es el juicio sobre la nulidad del matrimonio. La nulidad matrimonial es entonces la declaración tribunal eclesiástico de que un matrimonio fue contraído inválidamente y por tanto no ha existido nunca.
16. ¿Qué causas pueden hacer nulo el matrimonio?
Siguiendo el discurso del punto anterior se tendrá que tener nulo un matrimonio en el que faltan:
a) El elemento que lo constituye, el consentimiento libre de partes. Y esto puede ser o bien porque la persona es incapaz de tal consentimiento por falta de discreción de juicio en asuntos matrimoniales, o por incapacidad de asumir la realidad conyugal por causas de naturaleza psíquica, como podría ser la ninfomanía. O bien porque el consentimiento que puso estuvo viciado, porque simplemente simuló el matrimonio o excluyó expresamente alguno de los fines, propiedades u otro elemento esencial del matrimonio, o porque estuvo viciado por error o por miedo.
b) Alguno de los requisitos o presupuestos esenciales en los que se casan, como sucede con los que tienen algún impedimento matrimonial, así el que ya está casado, el sacerdote o el pariente en determinados grados etc.
c) Las formalidades necesarias para su constitución, en casos ordinarios la manifestación del consentimiento matrimonial ante el párroco y dos testigos.
Estos son los tres posibles grupos de causas que producen la nulidad de un matrimonio: por defecto de consentimiento, por existencia de un impedimento y por defecto de forma canónica. Fuera de éstos no existe ninguna causa que pueda dar origen a la nulidad de un matrimonio para los católicos, todas ellas en verdad se resuelven en distintos supuestos.
Cuando un matrimonio se celebra a pesar de que exista alguno de estos supuestos, y basta uno solo de ellos, existe una apariencia del matrimonio pero el matrimonio ni siquiera empezó a existir. Para que se pueda afirmar que un matrimonio no se produjo, es nulo, no basta que así lo opinen las partes o una de ellas: en la Iglesia se procede a la constatación de la nulidad del matrimonio mediante un proceso ante el juez eclesiástico, que finaliza con la sentencia de nulidad, que es una declaración de que el matrimonio nunca existió, existió solo apariencia de matrimonio. Esto es muy distinto del divorcio: divorcio sólo se puede dar cuando existió el matrimonio, existía el vínculo matrimonial y este vínculo fue disuelto por una disposición del juez (civil); en la declaración de nulidad no existió disolución porque nunca existió el vínculo matrimonial, hay declaración de que el matrimonio no se dio.
17. Si nos casamos por la Iglesia, ¿tenemos que tener todos los hijos que vengan?
Ya hemos visto que los hijos no pueden ser excluidos de la voluntad de matrimonio, so pena de que el matrimonio sea nulo por un vicio del consentimiento.
Pero no excluir los hijos no significa que los hombres en este grave problema, como en otros, con cumplan el mandato de la naturaleza de un modo racional. La racionalidad distingue al hombre de los otros seres vivos.
Uno de los grandes valores de la Encíclica «Humanae vitae» fue precisamente el formular el concepto de la «paternidad responsable»: no porque lo hombres puedan engendrar, ya han engendrar tantos hijos como físicamente puedan. Como no es ejemplar el hecho, que se da en otras culturas en que los hombres pueden asumir diversas mujeres, que un jeque que tenga 30, 40 hijos. Los hijos son una bendición, pero no sólo para los padres, lo han de ser también para sí mismos, y los hijos no atendidos por los padres, discriminados, no son precisamente con sus disputas y rencores una bendición a la postre.
Habrán de saber discernir cuántos hijos pueden y están dispuestos a recibir y a educar. Y en este problema jugamos con dos principios: por una parte la grandeza de la transmisión de la vida, la postura de generosidad y disposición al sacrificio a favor de los nuevos seres, a pesar de las privaciones que ellos conllevan. Es una posición que tiene como valores el agradecimiento a Dios del don de la propia y el cultivo de una cultura de la vida como primordial valor, que bien merece a una pareja asumir las máximas privaciones que le sean posibles: es un primer problema de generosidad, gratitud y confianza en el Señor.
Por otra parte, sin embargo, hay que ver hasta qué punto la pareja racionalmente tiene capacidad mantener y educar a sus hijos en la concreta situación social en que las personas se encuentran. Ésta es una carga de conciencia para los buenos cristianos y los hombres de buena voluntad. La solución de la antinomia no es formulable: cada pareja ha de examinar su conciencia y ver hasta dónde llegan sus posibilidades y su generosidad con Dios y con la vida.
18. ¿La Iglesia permite algún método anticonceptivo?
Una paternidad responsable, que condujera a la decisión de limitar el número de hijos de una pareja, exige el encontrar un modo de control, que no se oponga a los planes de Dios. Lo que conlleva que no desnaturalice la sexualidad, como si su única razón de ser fuera la satisfacción de una apetencia sexual, sin ningún elemento humanizante superior y desligada totalmente de la transmisión de la vida.
» esos modos de control se les denomina métodos naturales, que evitan el tener relaciones sexuales plenas los días o tiempos en que se puede dar la fecundación de la mujer. Es una cuestión de disciplina y de conocimientos: por una parte preocuparse de conocer esos tiempos siguiendo los ciclos periódicos de la mujer, sobre todo cuando estos son regulares y controlables o regulándonos o utilizando diversos medios de control de la temperatura; de ello le informarán con precisión en los centros de acogida o en los consultorios católicos. Y por otra parte con el sacrificio y fuerza de voluntad apoyados en la gracia del Señor, de saberse abstener fuera de esos tiempos. Lo que no se puede es utilizar medios abortivos, que constituirían un grave pecado y delito canónico, haciendo desaparecer el óvulo fecundado, ni tampoco con aquellos métodos, que desnaturalizan las relaciones sexuales, reduciéndolas exclusivamente a la búsqueda exclusiva de la satisfacción de las apetencias sexuales, eliminando cualquier otra consideración humanizante.
19. Si nos casamos ¿nos obligamos a bautizar a nuestros hijos?
El bautismo de los niños es una práctica muy antigua de Iglesia. También el niño es una persona humana y tiene derecho a la incorporación a Cristo y a la Iglesia, a la que está destinado desde el momento que nace; privar a una persona humana de ese bien, sólo porque es un niño, no tiene ninguna justificación. Por eso esta práctica se fue imponiendo pronto. Evidentemente los tiempos, en que la mortalidad infantil era muy elevada, padres cristianos quisieron asegurar la incorporación de hijos a Cristo, pidiendo, en la fe de ellos, y con la voluntad transmitirles aquella fe y la libertad de los hijos de Dios bautismo de sus infantes, a fin de evitar que murieran sin él.
El bautismo de los niños no quita a la persona cuando llega edad adulta la libertad de decidir personalmente sobre la personal. Por otra parte la persona humana va llegando a la adultez a ritmo humano en todos los ámbitos de su desarrollo, y en todos ellos lo hace dentro de la cultura de su entorno, el cual le condiciona, pero no le quita la libertad, al contrario es el único medio de que se desarrolle esa libertad de decisión con naturalidad.
Por el contrario desligar a una persona de su entorno real es condicionarla fatalmente para la comprensión de la vida en que está inmersa, lo cual entorpece muy gravemente su desarrollo homogéneo, puesto que en todo aquello en que se le aparta del entorno real se le hace vivir y valorar las cosas desde una ficción, que responde más bien a la opinión o ideología peculiar e impositiva de quien decidió el que no fuera bautizada ni educada cristianamente.
Esta situación con características impositivas, contraria al ambiente, no es precisamente la mejor atmósfera para la educación en libertad, y la tensión entre la ficción, en que se le hace vivir, y el entornos cultural, es más bien propicia a una confusión interna que puede conducir a sentirse a veces fuera de la realidad, en un aislamiento, en un mundo distinto del que le rodea.
La Iglesia manda a los padres católicos que bauticen a sus hijos en las primeras semanas después del nacimiento: criterios que deben prevalecer para la fijación de las fechas son el de la salud del hijo (en peligro de muerte cuanto antes), el de la salud de la madre porque la Iglesia prefiere hoy que las madres estén presentes en el bautizo de los hijos; después la preparación de los padres y otros a propuesta del párroco.
20. ¿Tenemos que confesarnos antes de la boda?
El matrimonio es un sacramento que debe recibirse en gracia de Dios: los que se casan no tienen que tener la conciencia de que han cometido un pecado grave del que no se han confesado ni se han arrepentido. Si así fuera no podrían recibir el fruto del sacramento, la gracia o ayuda sacramental que acompaña a la celebración del sacramento; el sacramento sería válido, pero por falta ole la debida disposición, la fuerza del Señor que deberían recibir con la celebración no la recibirían, no porque Dios no se la quiera dar, sino porque no la pueden ni quieren recibir.
La Iglesia recomienda, no manda, que los que van a contraer matrimonio se confiesen, y lo hace porque cuando los que van a casarse no tienen pecado grave no tienen necesidad de confesarse, pueden recibir fructuosamente el sacramento; la recomendación es sin embargo clara, si nos atenemos a la realidad pecadora del hombre.
La forma ordinaria de que se nos perdonen los pecados graves es la confesión sacramental, ella nos garantiza nuestra reconciliación con Dios, será la mejor preparación personal pata matrimonio. Además la Iglesia recomienda que se celebre boda dentro de la celebración de la Eucaristía, sacramento eminente del amor, y para recibir la Eucaristía se necesita que reconciliación con Dios y el perdón de los pecados lo hayamos recibido en la absolución sacramental; no basta el acto contrición. Si la confesión es la mejor preparación para celebración del matrimonio, la Santa Misa es el marco más apropiado para la celebración de unas bodas.
21. ¿Después de la boda tenemos que ir a misa los domingos y festivos?
La obligación de ir a misa los domingos y festivos es de todos los cristianos, los que se casan y los que no se casan.
El no cumplir con esta obligación, una de las más importantes obligaciones prácticas del cristiano, no supone que el matrimonio que se contrajo no tenga sentido. El matrimonio es una gran oportunidad para revisar la vida de un cristiano y para tratar de ordenar la nueva etapa de la vida de modo que responda a condición de cristiano.
Si uno es practicante tiene que procurar desde ahora sentirse cristiano en cuanto esposa o esposo, incluyendo en su vida cristiana las responsabilidades y deberes, que le impone nuevo estado, tratando de entender cada vez mejor el significado de su unión esponsal e imitando el amor de Cristo a la Iglesia y su plena donación, que como en ninguna otra práctica de culto podrá vivir en la participación en la Eucaristía.
Si uno ha abandonado un tanto las prácticas religiosas debería replantearse su vida a la vista de las exigencias de su nuevo estado y recordar que la fe ilumina al hombre para entender el sentido de su vida y no menos el de su matrimonio, y del Señor le vendrá además la mayor fuerza para superar las propias debilidades, los engaños del espíritu malo y las dificultades, que acompañan la vida de los hombres. Nada como el auxilio del Señor.
Y lo mínimo que debería tratar de garantizar en su vida a este respecto, debería ser la presencia activa en la misa los días festivos, so pena de ir perdiendo la visión cristiana de la vida, la comprensión del amor cristiano y en definitiva la fe en Jesucristo, el Señor, que nos amó y nos redimió para nuestro bien y felicidad. Este precepto de la Iglesia trata de tutelar en nosotros el cultivo mínimo de la fe; este bien es el que por nuestra desidia podemos perder. Ni Dios ni la Iglesia nos castigan, somos nosotros mismos los que dejamos endurecer nuestro corazón abandonando esta práctica religiosa fundamental.
22. ¿Es preciso que nos casemos celebrando la Misa?
La celebración de sacramento del matrimonio es independiente por sí misma de cualquier otra celebración, de modo que no es necesario que se celebre dentro de la celebración de la Santa Misa, que es de todos modos lo usual. Y es así porque la Iglesia recomienda que las bodas se celebren en el marco de la celebración eucarística.
Se comprende que sea así, porque la Eucaristía es el sacramento del amor, en que los cristianos unidos a Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote y principal ministro, nos unimos con Dios y, al mismo tiempo, en Él Hijo de Dios pero hombre como nosotros, nos unimos todos como hermanos: es el sacramento de la unión de los hombres entre sí y de los hombres con Dios, supremo signo de lo que es la Iglesia, manifestación de la última esencia de la misión de la Iglesia en el mundo, y del amor de Dios a los hombres en Cristo Jesús.
Es de esta manera el marco apropiado para la celebración del sacramento del amor humano, en que ese amor de Cristo se significa. Pero eso que es un bello simbolismo no es ni necesario ni obligatorio, si bien es cierto que es la praxis elegida normalmente por los fieles, que entienden la recomendación de la Iglesia y, fuera de casos especiales, suelen elegir la celebración del matrimonio dentro de la Misa. El sacramento del matrimonio sólo de por sí tiene su propia entidad y una completa celebración, aunque su marco idea sea la celebración de la Misa.
23. ¿Es preciso estar confirmados para casarse por la Iglesia?
El matrimonio por su misma naturaleza es un sacramento de adultos, no sólo en el sentido humano natural, sino también de adultos en la fe. Es decir, es lo propio que un cristiano, cuando piensa casarse, haya recorrido ya toda la iniciación cristiana. Que como cristiano haya superado los pasos de formación y experiencia de vida cristiana, que corresponde a un cristiano consciente, que se va a enfrentar con los deberes y derechos propios de los casados en orden a la vida conyugal y en orden a la paternidad/maternidad, con todas las consecuencias que ello tiene para la vida y perfección personal, la educación en la libertad y en la fe de los hijos.
Se va a enfrentar además a las responsabilidades en la vida pública de quienes como familia forman parte y constituyen una cédula elemental y esencial de la sociedad civil y eclesiástica, de la propia nación y de la Iglesia.
Si hemos hablado de la preparación al matrimonio, no estábamos entonces refiriéndonos a la «iniciación» por así decir, al sacramento del matrimonio; esta preparación e iniciación es propia de todo sacramento y se refiere a aquello que un cristiano tiene que conocer y saber, en cuanto viene exigido por cada uno de los sacramentos. Especialmente es ello notable en los sacramentos de «estado» como son el matrimonio y el orden sagrado, que por su índole sitúan al cristiano en el plano social o público y que exigen unas responsabilidades, que superan el ámbito privado de la propia salvación o santificación.
Distinta de esa iniciación a cada sacramento hemos de distinguir la «iniciación cristiana», que es el recorrido que tiene que hacer en su vida un cristiano, desde que es consciente de su fe y la desarrolla, para que constituya un elemento decisivo en la configuración de su existencia es un proceso largo, como largo es el proceso de la educación en el plano humano. En ese recorrido la iglesia sitúa tres sacramentos, indicativos de los objetivos importantísimos en el crecimiento de la conciencia del cristiano: el bautismo, el inicio del que ya hablamos y que en la práctica entre nosotros se da en la fe de los padres, pero que ellos deben cuidar que se desarrolle (la educación en la fe de los hijos a la que se comprometen).
Un segundo paso en el que se sitúa la confirmación, que es una gracia del espíritu, para ser capaces de defender la fe, de dar razón de la misma, de ser testimonio consciente, a medida que se va creciendo, de la fe que se cree y de sus exigencias morales y sociales en la configuración de la propia vida como persona y como cristiano.
Y un tercer sacramento, que indica el fin de la iniciación, que es la eucaristía, de la que también hemos hablado, y que supone que el cristiano comprende cual es la misión de la Iglesia en el mundo y cuales son los mandamientos, que resumen las actitudes de vida de un cristiano: vivir la Eucaristía, tomar parte activa en ella con todo su significado es haber superado ya en la experiencia cristiana la fase de la iniciación cristiana.
Habrá ahora que vivir así y para ello tenemos el sacramento de la penitencia y de la comunión, y habrá que saber morir como cristianos y para ello tenemos el sacramento de la unción de los enfermos; pero ya está la iniciación del cristiano, en cuanto a itinerario en que se experimenta la acción de Dios en nosotros, completada.
Entonces es lógico que cuando un cristiano vaya a recibir el sacramento del matrimonio, haya vivido esos pasos de la iniciación cristiana, en la que uno de los pasos es el sacramento de la confirmación y lo haya vivido en todo su significado. Es lo normal, lo que debe hacer un cristiano consciente y que aprecia los medios de santificación que Dios ha puesto a nuestra disposición.
En realidad no es consecuente el que un cristiano que pudiendo no reciba este sacramento de iniciación cristiana, se presente a recibir un sacramento de madurez cristiana como es el matrimonio. El mismo hecho de no entenderlo constituirá ya un signo de la falta de madurez cristiana, que sería de esperar y que sería la conveniente, algo falta.
¿Quiere esto decir que el haber recibido la confirmación es absolutamente necesario para poder contraer matrimonio válidamente? No, no es así, la Iglesia no lo impone, lo recomienda seriamente por coherencia, pero también por la naturaleza misma del sacramento.
Es cierto que no es lógico que un cristiano, que quiere ser un buen cristiano casado, se despreocupe de recibir los sacramentos, cuya recepción consciente y bien preparada constituye el proceso normal de formación y son ciertamente aquellos pasos, a los que Dios ha unido su gracia, para completar la iniciación cristiana.
Esto nos hará comprender la recomendación seria de la Iglesia y el que haya ordenamientos diocesanos que faciliten y exijan la recepción de la confirmación antes de la celebración de la boda y que aprovechen la preparación al matrimonio como una buena oportunidad para completar aquello, en que, con o sin culpa, han sido negligentes los que van a acercarse al gran sacramento del matrimonio. Si no es absolutamente necesario, sí es pleno de sentido y su desprecio sería indicativo de que una persona quizá no llegue a la mínima comprensión de la fe.
24. Si estamos casados por lo civil, ¿podemos casarnos por la Iglesia?
Ya sabemos que el matrimonio civil para un católico, que está obligado a casarse por la Iglesia, no tiene valor constitutivo, ahora bien una vez hecho, si aquellos dos católicos, que se casaron civilmente no tienen ningún impedimento para casarse por la Iglesia, lo mejor que pueden hacer es casarse de verdad: dar realidad en sus vidas de fe a aquello que no tiene valor de matrimonio para la Iglesia. Así que aquellos casados civilmente, que no tienen nada que se oponga a su matrimonio católico, no sólo pueden, sino que deben casarse por la Iglesia, y establecer su vida de casados, no sólo en el marco del ordenamiento civil, sino en la realidad de su existencia como cónyuges, como marido y mujer, en la consideración de la comunidad cristiana.
Para proceder a este matrimonio se hace lo mismo que para un matrimonio ordinario. Es posible que no se tenga que dar publicidad y podría en circunstancias servirse para ello de las posibilidades del derecho canónico; pero si la situación es conocida por la comunidad lo mejor es que la celebración sea pública, aunque discreta.
El matrimonio civil previo no conlleva ningún impedimento para el matrimonio canónico, es una situación irregular para quienes están obligados a las normas de la Iglesia, pero nada más. Una cosa hay que tener por otra parte en cuenta, que en ese caso no hay que inscribir ese matrimonio en el juzgado, puesto que ya está el matrimonio de esas personas inscrito en el registro; lo máximo que tendría sentido sería la comunicación al registro de que el matrimonio inscrito en tal fecha, se celebró en forma canónica en tal otra fecha.
25. ¿Son obligadas las arras? ¿Qué significan?
La ceremonia de las arras es una antigua práctica, que rememora y quiere manifestar cómo el espíritu cristiano ha superado costumbres paganas, unas provenientes de sociedades en que se practicaba la compra de la mujer y otras, de la costumbre de la dote que entregaba el esposo al padre de la novia, con distintos significados, unas veces para compensar, otras para garantizar o como señal del contrato.
Propiamente las arras en la praxis de la Iglesia en un principio estaban en relación con los esponsales. Poco a poco pasaron a significar primordialmente la mancomunidad de bienes entre los esposos y así hoy son la manifestación de la voluntad de ambos de compartir los bienes materiales.
La comunidad íntima de vida, es también una comunidad de bienes. Es muy difícil a los que de verdad se aman el separar de la comunidad de vida, que crean, el pensar que no se compartan también los bienes que se poseen. Es un riesgo y puede ser causa de muchos problemas y de perfidias, pero ya es más riesgo constituir por amor una comunidad íntima de vida. El número de las trece arras se relaciona con Jesucristo y los doce Apóstoles, que formaban una comunidad humana.
26. ¿Qué es la velación nupcial?
La velación consiste en la imposición de un velo sobre los hombros del varón y sobre la cabeza de la mujer, que quiere significar la unión de ambos esposos, que constituyen desde el momento de su matrimonio una unidad, una comunión íntima de vida, que abarca todos los aspectos del vivir, que les unifica en el modo de estar en el mundo.
Lo que engrandece a uno, engrandece al otro, lo que apena a uno, apena al otro, lo que santifica a uno, santifica al otro, la felicidad de uno es la felicidad del otro, en una palabra participan de la misma suerte. El velo les une y mantiene unidos como un yugo, que les aferra uno al otro en apoyo, en ilusión, en esfuerzo y en fuerza.
El velo es también el signo de la nube que les cubre y significa la fuerza y potencia del Señor, que estaba en forma de nube sobre el Arca de la Alianza en signo de su protección amorosa. Ahora es imagen del signo sacramental: la consagración que da sentido a la unión sacramental y la convierte en el santuario de la vida, de los que se casan y la viven en la plenitud de la condición humana y como fuente del mayor don, que es la participación en la transmisión del don de la vida, sin manipulación, fluyente de la pareja sostenida y unida por el velo. Como corresponde a su significado suele imponerse, manifestado el consentimiento y adelantada la celebración, inmediatamente antes de la bendición nupcial.
Es el complemento de la ceremonia, a la que enriquece con este signo visible: ya su vida es una comunión conyugal y sobre ella caerá ahora la bendición nupcial. Por cierto que cónyuge viene de yugo: ambos bajo el mismo yugo.
Se quita el velo y los esposos reciben la sagrada comunión. Este rito que el siglo pasado estaba aún en uso entre nosotros, hoy apenas ha lugar; no es obligatorio, pero tampoco está prohibido, más bien se deja a la opción de los que se van a casar. Por ello lo mejor es que los novios lo comenten y acuerden con el sacerdote que va a asistir a la celebración de las nupcias.
27. ¿Qué significan los anillos?
Los anillos son otro de los símbolos, que tienen una peculiar significación en relación con el matrimonio. Este símbolo está en pleno uso entre nosotros y la entrega de los anillos se realiza inmediatamente después de la manifestación el consentimiento, y constituye prácticamente una unidad como signo de lo que expresa el consentimiento.
El anillo tiene y ha tenido en la vida social diversos significados, entre los comerciantes, entre los poderosos signo de autoridad, el Rey, el canciller, el notario, el anillo del Pescador del Papa, entre los estudiosos el anillo del doctor, quien era investido del grado de doctor recibía el birrete, se le imponía la muceta y se le entregaba el anillo. Cada uno de esos anillos tenía sus características y formas diversas.
Pero el anillo nupcial es simple, sencillo, de formas casi idénticas, con frecuencia con unas fechas o signos en el reverso otros anillos se llevan en cualquier dedo, el anillo nupcial se lleva en un dedo que es el dedo anular, para ese anillo, desde siempre, desde que quiso significarse con ello la unión permanente conyugal ha sido así en la cultura cristiana.
El anillo nupcial lo puede llevar toda persona casada, no necesita tener ningún otro rango: es igual, para designar la igualdad radical de hombre y mujer en lo que afecta a la vida conyugal, no es más esposo el esposo que la esposa, en todos sus derechos y deberes conyugales.
El anillo tiene una gran fuerza significativa porque no tiene principio ni fin, no es veleidoso, es una forma estable y por eso sirve para significar la estabilidad, la permanencia del compromiso matrimonial, no se puede interrumpir. Al mismo tiempo es una forma vacía: es para rodear algo, se ha de llenar, tiene por ello fuerza para significar el compromiso de la persona.
28. ¿Qué significa la bendición nupcial?
La última ceremonia especial en la celebración de las bodas es la bendición nupcial. Ésta es una larga invocación sobre ambos esposos que el sacerdote celebrante pronuncia sobre ellos después de la plegaria del Padre nuestro, y a la que sigue inmediatamente el intercambio del signo de paz entre los esposos y entre todos los asistentes a la celebración. Es una venerable oración, en la que el sacerdote celebrante invoca la bendición de Dios, un poco al estilo de las largas bendiciones del Antiguo Testamento, en que se recuerdan los grandes dones de Dios creador y especialmente hacedor del hombre; en ella se alude también a la elevación del matrimonio a sacramento de Cristo, en el que se prefigura el misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia y se hace referencia con mayor insistencia a la fidelidad a la alianza conyugal, y al don de la descendencia.
Si en otro tiempo tenía mayor incidencia la invocación de la ayuda y bendición de Dios sobre la mujer, en las fórmulas más modernas se señala más claramente a ambos esposos como destinatarios de la ayuda suplicada, se alude al cultivo del mutuo amor y a la ayuda del Señor que ambos necesitan para el cumplimiento de los deberes y responsabilidades matrimoniales y familiares, para finalizar con un deseo de felicidad para los esposos y sus hijos en esta vida y de que lleguen a participar en la alegría del banquete eterno.
29. ¿Son los malos tratos causa de nulidad?
Planteada así la pregunta fácilmente puede llevar a confusiones o a respuestas tendenciosas. Los malos tratos son siempre una acción reprobable y lo son de una manera especial cuando se dan entre esposos, entre aquellos que han establecido una comunidad de vida basada en el amor, confianza y fidelidad, precisamente aquellos entre quienes la comprensión y la tolerancia es básica para superar las limitaciones y debilidades humanas.
A estas situaciones nos vamos a referir en concreto:
1. Cuando hablamos sin más de malos tratos en nuestro contexto estamos pensando en los malos tratos físicos y causantes de graves lesiones: las mujeres y los hombres maltratados. Ahora bien no sólo existen esos malos tratos, existen malos tratos físicos menores, pero más continuos, persistentes, intencionados, desesperantes. Y existen malos tratos morales de humillaciones, vejaciones, desprecios, desconsideración, olvido, celos. Estos tipos de malos tratos, de los que apenas se habla, son causas de enormes sufrimientos, de desmoronamiento de las personas, de sometimiento a veces hasta una verdadera esclavitud y con frecuencia de deterioro psíquico que conduce a la degradación humana, a psicosis, neurosis gravísimas, al alcoholismo, o a la droga fuerte más modernamente.
Son terribles, para ellos y para los hijos, cuando constituyen ya un estado y la relación de los cónyuges está circundada de esa atmósfera. Los efectos de estos malos tratos dependerán también de la índole de las personas, en casos de caracteres muy sensibles o de caracteres débiles tendrán efectos más graves que cuando las personas son de mayor fortaleza o capaces, o acostumbrados a soportar situaciones adversas; no tendrán por ello las mismas acciones los mismos efectos, ni la misma significación o importancia en todos los casos.
Los malos tratos físicos son con mucha frecuencia persistentes; la experiencia atestigua cuán fácilmente el maltratador reincide en su perversa acción, que hasta le ha podido parecer eficaz o justificada. Y la reiteración genera con facilidad el hábito, que manifiesta una creciente degeneración de agente, que puede tener raíces profundas.
Es cierto también que en ocasiones, sin dejar de ser en todo caso lamentables y reprobables acciones, se puede tratar de situaciones esporádicas en la vida de una pareja, o al menos no esclerotizadas, que se dan en momentos de tensiones familiares o en situaciones de graves dificultades de índole económica, profesional y otras, pero sin continuación y con sincera reprobación.
Si los malos tratos en general y, en especial, los físicos, son ordinariamente producidos por los hombres, los malos tratos psíquicos son frecuentemente también producidos por la mujer con la misma o mayor eficacia.
Estas consideraciones o distinciones nos han de hacer caer en la cuenta inmediatamente de que habrá que saber diferenciar las situaciones, porque el hecho de que en una pareja se dan malos tratos no debería sin más llevar al planteamiento de la cuestión de si el matrimonio contraído por ellos es o no válido. En principio por el hecho de que se dé un maltrato físico o moral no se puede ya concluir que ese matrimonio es nulo: sin olvidar que el mal trato será siempre una cosa reprobable.
2. El matrimonio se pudo contraer con buena fe y válidamente, pero las personas pueden degenerar, enviciarse, endurecerse; este deterioro de una de las personas o de las dos, no tiene entonces por sí influencia ni fuerza para romper el vínculo matrimonial.
Justamente la persistencia del vínculo, el hecho del matrimonio, es la advertencia continua y viva que está reclamando una reforma de la persona. Pero esto no quiere decir que nada se pueda hacer. Muy al contrario el derecho de la Iglesia, desde siglos, salió al paso de esta lacra, que amenaza desde antiguo a la santidad del matrimonio con una solución de emergencia, que jurídicamente, al menos, resuelve directa e inmediatamente (prescindiendo y sin prejuzgar otras salidas a la situación crítica) con eficacia el mal y el peligro: la separación de los cónyuges.
La separación es la legitimación de la no convivencia bajo el mismo techo de dos personas, que están obligadas a ello por su matrimonio. La desvinculación del deber moral y jurídico de la vida común de los esposos está justificada en el Derecho Canónico por diversas causas: de ellas la más común es, desde siglos, la de los malos tratos, no sólo físicos, sino también morales, en el momento en que constituyen un peligro para la integridad física o moral.
El vínculo matrimonial es indisoluble, pero no obliga a la convivencia de la pareja cuando está en peligro la integridad o salud física de la persona o la salud psíquica, con un desprecio total por parte de uno de los contrayentes de la dignidad de la persona del otro.
La integridad del sujeto, es bien radical ningún bien externo a la persona, ninguna obligación humana puede superponerse al bien de la integridad personal, ni puede exigir que se mutile al sujeto o extorsione su normalidad psíquica.
Esta normalidad de sujeto, su conservación y desarrollo es base y exigencia de la relación de la criatura con el Creador. La deformación del sujeto es ofensa directa al Creador y mal radical, deformador de toda acción del mismo.
¿Qué sentido podría tener ante Dios defender la exigencia de la vida común, si ésta conduce a la mutilación física de la persona o a un trastorno psíquico de la misma? Y, producida esta deformación, ¿qué conyugalidad puede existir? El valor de la persona exige ante todo que se salve su integridad; pero lo exige también la misma conyugalidad, que ya no es posible a una persona esclavizada o deformada en su íntima realidad.
Esta exigencia es de tal manera así en el matrimonio, que el derecho permite la separación también, si peligra la integridad física o moral de los hijos. De modo que, estando en juego la salud física o psíquica de los hijos, podría una de las partes pedir la separación para salvar esa integridad de los hijos, aunque (cosa rara) no estuviera en peligro la propia integridad.
3. El instituto jurídico de la separación conyugal no goza en el derecho civil actual de gran prestigio, más bien se la ve como un paso para el divorcio. En la praxis de la Iglesia la separación legal por una parte ha sido y es un remedio, pero también pretende ser el inicio de una terapia, de una fase de reflexión y de toma de decisiones pertinentes.
La Iglesia sabe de la debilidad del ser humano, pero también cree en su capacidad de maduración, de superación y de rectificación. Es un aspecto de la mediación familiar practicada por la Iglesia desde siglos. La experiencia de la separación de quien ha tenido vivencia de comunión de vida conyugal y ha tenido en su mano la posibilidad de su desarrollo en plenitud no deja de ser una situación, que invita a la superación y búsqueda sincera del bien de la esposa, de los hijos y de sí mismo.
En principio, pues, los malos tratos, considerados en sí mismos, no son indicio evidente o demostración de la nulidad de un matrimonio, teniendo en cuenta además que se producen una vez celebrado el matrimonio. Son en cambio causa suficiente para una separación matrimonial, que habría de prolongarse mientras la causa persistiera.
4. Ahora bien hay que considerar otro aspecto importante de los malos tratos, sobre todo de la reiteración de los malos tratos físicos con graves lesiones físicas. Estos hechos pueden ser y son sin duda indicio de una determinada personalidad, que, tratándose en este caso de personas unidas en matrimonio, puede tener trascendencia importante en orden a la capacidad para emitir el consentimiento matrimonial por la naturaleza misma de la vida conyugal y por la exigencia de una elección libre y deliberada.
En efecto eleva un gran interrogante sobre la estructura psíquica de una persona y sobre su correcto concepto de la vida conyugal y de sus exigencias, derechos y deberes esenciales, (dicho de otro modo, de la discreción de juicio sobre los derechos y deberes matrimoniales), el hecho de que una persona pervierta lo que debería ser una relación de amor, positiva y feliz convivencia en ocasión de maltratar gravemente a su cónyuge; que no sea capaz de resolver los problemas de la convivencia, a veces problemas nimios, con un mínimo de tolerancia; que desahogue precisamente en su cónyuge una violencia física brutal, o exija en la vida familiar una sumisión incondicional a sus criterios y manera de ser sin apenas comprensión de la dignidad de su cónyuge o de sus hijos, llevándole a la resolución violenta de las situaciones conflictivas con la imposición de fuerza o de una manera sibilina.
Sea por una rudeza elemental o inmadurez, cuasi animal, que no alcanza lo mínimo que debe existir en una relación humana, o, lo que puede ser peor, por un trastorno de la conducta o de la estructura psíquica, que perturba esencialmente la disposición natural a una relación conyugal de amor o al menos de un mínimo reconocimiento de la dignidad y corresponsabilidad del otro y de los hijos, una persona, por carecer de los mínimos requisitos exigidos, puede ser incapaz de un consentimiento matrimonial.
La importancia en este contexto de los malos tratos radica en que ellos puede ser indicio de la existencia en su autor de una personalidad afectada por alguno de esas esenciales carencias. Situación esta, por lo demás, que puede coexistir con una capacitación profesional notable, pero que en cuanto se trata de relación con las personas y en especial de la relación conyugal el sujeto, no sabe estar como parte, no entiende de participación en un mismo proyecto o responsabilidad por la deformación de valores y de conducta, que le sitúa como único árbitro de su entorno existencial sin ninguna ecuanimidad: el establecimiento de una comunidad de vida con otra persona resulta imposible.
Ante el juez los malos tratos son entonces no sólo una causa de separación por el peligro que entrañan, sino indicio de la falta de la mínima discreción de juicio para la constitución de la vida conyugal, o de la capacidad para asumir los deberes esenciales del matrimonio.
En consecuencia el sujeto no tendría capacidad para contraer matrimonio y por ello no habría contraído verdadero matrimonio.
En contestación a la pregunta-propuesta hay que decir:
1. Que los malos tratos graves son en todo caso motivo de legítima separación matrimonial.
2. Que aparte de ello los malos tratos pueden ser indicio, y cuando han sido graves y reiterados son grave indicio, de una falta de discreción de juicio necesario para emitir consentimiento matrimonial válido, o también en otros casos de incapacidad de asumir las obligaciones o deberes que conlleva el matrimonio.
CAPÍTULO SEGUNDO
IDEAS BÁSICAS SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
1. ¿Qué es la familia?
En la cultura actual, se usa el término «familia», para designar unidades de convivencia de muy diverso origen, estructura y capacidad de articulación personal y social. Por eso es muy importante empezar delimitando el significado que nosotros le damos.
En estas notas se va a utilizar un concepto riguroso de la familia conforme al cual, vivificada por el amor, ésta es una comunidad de personas fundada en el matrimonio como vínculo indisoluble entre un hombre y una mujer, cuya misión específica es desarrollar una auténtica comunidad de amor, capaz de transmitir la vida y de garantizar la enseñanza y transmisión de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos.
2 ¿No excluye este concepto de familia parte de las realidades que hoy se reconocen como ejemplos de familia?
En efecto. En el lenguaje cotidiano se identifica como familia también a grupos de personas que carecen de parte de las características que, conforme a nuestra definición, constituyen a una comunidad humana en familia. Así se suele llamar familia a los grupos formados sólo por el padre o la madre y sus hijos solteros; o a la pareja —con o sin hijos— que convive maritalmente sin estar casados, etc.
Estos grupos pueden denominarse familiares por analogía, al imitar --aunque imperfectamente-- a la familia en sentido propio, pero, si ampliásemos el concepto de familia para englobarlos, cabrían en éste realidades tan distintas que sería imposible referirse con rigor a la familia a los efectos que nos ocupan.
Sucede en este tema como con cualquier otra institución humana, como el Estado, la democracia, la empresa o una asociación: pueden existir con todas las notas que las definen o en formas imperfectas, no desarrolladas del todo o incompletas.
3. ¿No resulta demasiado estricto este concepto de familia?
Más bien resulta un concepto preciso que permite identificar a la familia como institución socialmente eficaz que siempre ha existido y ha sido reconocida por el Derecho porque sin ella no podría existir la sociedad. Se puede así distinguir a la familia tanto de grupos que nada tienen que ver con la familia y su papel en la sociedad, como pueden ser las monjas que viven en el mismo convento, los estudiantes que comparten un piso, los homosexuales que viven juntos o los militares que están en un mismo cuartel; como de los hogares en que se configura un grupo que participa de algunas de las características de la familia pero sin responder a la plenitud de ésta.
No se trata pues de un concepto demasiado estricto sino rigurosamente apto para que todos sepamos de qué estamos hablando cuando hablamos de la familia como bien.
4. ¿Cuáles son, en definitiva, las notas conceptuales que definen a la familia?
Las notas o características que deben concurrir para que exista una familia en los rigurosos términos en que la hemos definido son los siguientes: Una comunidad de personas. Hablar de familias de una sola persona como se hace hoy con frecuencia en informes y documentos oficiales y en estudios sociológicos es dejar sin contenido el concepto de familia.
Fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer. Sólo la unión entre dos personas de distinto sexo a través del matrimonio es apta de por sí para generar la comunidad de amor, estable y abierta a la vida, que es la familia.
No serán así familia, las uniones homosexuales ni las heterosexuales que no se funden en el matrimonio pues éstas, aunque pueden dar lugar a grupos familiares --mediante mecanismos artificiales como la adopción o las técnicas de reproducción asistida en el primer caso-- no responden al compromiso humano, pleno e irrevocable que está en la base del reconocimiento social a la familia, si bien de hecho pueden incorporar parte de las bondades de ésta como la fidelidad, el amor, la solidaridad o la paternidad.
Ese matrimonio es indisoluble. Sólo la permanencia en el tiempo del conjunto de relaciones que origina el matrimonio es garantía de que la donación entre los cónyuges es total y capaz de generar la estabilidad en que los posibles hijos pueden humanizarse y recibir asistencia y formación hasta valerse por si mismos, según comentaremos más adelante. La ausencia de esta nota por imposición de la legislación civil no excluye que exista una familia propiamente dicha.
Esta comunidad está ordenada a la transmisión de la vida. Lo que cualifica a la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es una total idoneidad para engendrar nuevas vidas en un ambiente de amor y donación entre los padres y entre éstos y los hijos. Se constituye así la familia en el hogar privilegiado para la paternidad y la maternidad. No obstante, los matrimonios que no tienen hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido y abierta a la fecundidad mediante la acogida y la caridad.
Y garantiza la transmisión y enseñanza de valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos. La familia siempre ha sido --y ésta es una de las razones de su eficacia social y de la protección que la deparan los ordenamientos jurídicos-- el ámbito natural e idóneo para la inculturización de las nuevas generaciones y, en particular, el lugar insustituible de transmisión de la fe y la moral.
5. Definir así a la familia ¿no es separarse de la realidad familiar existente en nuestras sociedades y de lo que establecen las leyes?
En parte sí. Pero este documento no pretende, principalmente, reflejar lo existente con todas las patologías y deformaciones que permiten hablar de una «crisis de la familia» ni hacer comentarios sobre las leyes vigentes. Lo que se persigue es explicar las claves que han permitido a la familia ser una institución socialmente eficaz a lo largo de la historia de la humanidad; poner de manifiesto cómo esas claves se corresponden con el concepto natural de familia que, por su parte, es esclarecido con una luz definitiva por lo que la tradición cristiana presenta como revelación de Dios.
Redescubrir la familia así entendida es precisamente lo que nuestra sociedad necesita para superar parte de los males que la aquejan: insolidaridad entre generaciones, aumento de niños abandonados y adolescentes sin norte sumidos en la droga y el alcohol, personas con el corazón roto por las rupturas de pareja, ancianos solos y sin el cariño de nadie, violencia y mercantilización de las relaciones interpersonales, degradación de la sexualidad humana rebajada al puro utilitarismo de dos cuerpos que se prestan servicios placenteros, hundimiento demográfico, insuficiencia de los sistemas escolares para inculturizar a las nuevas generaciones y de los sistemas asistenciales para garantizar la solidaridad intergeneracional, etc.
Estos y otros males que preocupan en la actualidad a todos los gobernantes del mundo, tienen su origen, en gran medida, en la crisis de la familia y pueden empezar a encontrar solución si los pueblos y los poderes públicos redescubren que merece la pena la familia entendida como aquí se hace.
Aquí se propone un ideal de familia; pero un ideal que es posible como lo demuestran millones de matrimonios que, con