GONZALO APARICIO SÁNCHEZ
MARÍA, HERMOSA NAZARENA
VIRGEN BELLA, DRE SACERDOTAL
III
HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS
DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS
PARROQUIA DE SAN PEDRO.-PLASENCIA.1966-2018
¡SALVE,
MARÍA,
HERMOSA NAZARENA,
VIRGEN BELLA,
MADRE SACERDOTAL,
MADRE DEL ALMA
CUÁNTO ME QUIERES,
CUÁNTO TE QUIERO
GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS
SALVADOR Y SACERDOTE ÚNICO DEL MUNDO
ENCARNADO EN TU SENO,
GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,
Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,
MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO
¡GRACIAS!
(3ª EDICIÓN)
PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018
Portada: La coronación de la Virgen, GRECO (SigloXV). El Prado, Madrid
INTRODUCCIÓN
PRÓLOGO ETERNO DE MI AMOR A LA VIRGEN
¡Virgen bella, madre sacerdotal, madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! No sabría empezar de otra forma este libro dedicado a mi queridísima madre, amiga y confidente María, la Virgen bella, Madre de Dios y de los hombres, que dirigiéndole las mismas palabras, con las que, desde hace años, muchos años, le saludo todos los días, con mirada encendida de amor, admiración y de agradecimiento:
«¡Salve, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma! ¡Cuánto me quieres, cuánto te quiero! ¡Gracias por haberme dado a Jesús, hijo tuyo y Salvador de los hombres! ¡Gracias por haberme ayudado a ser y existir sacerdotalmente en Él! Y gracias también, por querer ser mi madre. ¡Mi madre y mi modelo! ¡Gracias!»
El prólogo de este libro empezó a escribirse hace muchos años, exactamente en la Novena de la Inmaculada de diciembre de 1959, en el Seminario Mayor, cuando tuve que escribir la primera homilía que prediqué, como lo hacían todos los años, los diáconos que serían ordenados sacerdotes, al final del curso, el sábado de la Octava de Pentecostés, según la costumbre de entonces.
La conservo como una reliquia de amor. Y conservo hasta el croquis y el esquema de la homilía y hasta las notas: « y en mi homilía hablar más del amor de Dios a la Virgen porque Tomás Calvo, el año pasado, habló del amor de María a sus hijos, los hombres». Tomás era del curso superior al nuestro.
Este es un prólogo eterno de admiración, que no terminará nunca, porque tanto mi amor y gratitud como la expresión de todo lo que siento en mi corazón por Ella es tanto, tanto... que, al empezar a escribir sobre la Virgen bella y mi madre del alma, ya no sé cómo terminar.
Por eso, este «prólogo» va a ser largo, muy largo, por el ímpetu y la fuerza encendida de amor con que lo empiezo; estos fuegos de amor no acabarán ya nunca, porque son eternos, y continuarán eternamente en la presencia del Hijo, “Cordero degollado ante el Trono de Dios”, junto a la “mujer coronada de estrellas y la luna bajo sus pies”. Y porque de «De María, nunquam satis».
Este prólogo, sospecho, va a ser distinto también de lo convencional y establecido por las normas. Y pido esta licencia por parte de los que lo lean. Y esto será así, porque la Virgen también es totalmente distinta de todo lo establecido, de lo ordinario y de un prólogo común; Ella, en mi corazón y deseo, nunca será un prólogo o libro acabado y completo; a lo más, meramente interrumpido por razón de las cosas del tiempo y del espacio, para ser continuado en una eternidad que ya ha comenzado y no acabará nunca.
Y así quiero empezar hablando de la Virgen bella en mi libro, en su libro, expresando mi ternura y veneración por ella; es un prólogo, continuación del prólogo eterno de amor, trato y admiración por Ella, interrumpido a veces por las ocupaciones normales de la vida, pero nunca acabado.
Es un prólogo eterno, que no tiene fin; o mejor dicho, según el leguaje de mis años filosóficos, es un prólogo sempiterno, que es algo que empieza, pero una vez comenzado, ya no tiene fin. Sempiterno: «Dícese de lo que habiendo tenido principio no tendrá fin», Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Así es mi amor por ella. Y es que ya lo he dicho, una vez que empiezo a hablar o escribir sobre Ella, ya no sé cómo ordenar, dividir o terminar.
Es que este diálogo de amor con mi hermosa «Nazaretana», como yo la llamaba antes, pero cambié por nazarena, porque no existe en el Diccionario, la Virgen bella, no se ha interrumpido jamás desde el día en que empezó, y ya no se interrumpirá ni en la tierra ni en el cielo, porque, para continuarlo, espero estar junto a ella para siempre en la presencia del Hijo Amado, entre los Esplendores de la Luz eterna que brota de la esencia trinitaria de mi Dios Uno y Trino, Volcán de Fuego de Amor de Espíritu Santo, Espíritu-Amor en explosiones eternas de nuevos esplendores de Verdades y Misterios, nuevos y continuos Fulgores de Belleza en la Palabra Única de Vida y Felicidad de Hijo Amado y Predilecto, en la que el Padre nos dice todo su serse Trinidad de ser y existir eternos de amor y felicidad, porque ya no tiene más palabras, ya que se dijo y expresó todo su ser y amor en su Verbo, Palabra úna y única en la que se dijo totalmente en totalidad de ser y amor de Espíritu Santo.
El Padre todo nos la ha dicho, con canto de gozo y amor en una y única Palabra, que es su Verbo Personal; y esa Palabra, llena de luz y vida divina fue pronunciada por el Padre y escuchada y aceptada por la bella nazarena y se hizo carne en ella por la potencia de Amor del Espíritu Santo, como Palabra de Amor salvador para todos los hombres, en su madre y nuestra madre, María. Y toda esa Palabra del Padre a los hombres buscando nuestra amistad eterna está en cualquier sagrario de la tierra ¡qué misterio! ¡Eucaristia dívina, te adoramos! ¡Con qué hambre de Ti, caminamos por la vida! Confiamos totalmente encontrarnos todos en el cielo con su hijo y su Madre, porque Ella es también nuestra madre; y como Madre del Amor Hermoso, madre también solícita y entregada a sus hijos que peregrinan de la tierra hasta el cielo, cumplirá lo que tantas veces le rezamos: «Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».
Por eso he dicho, que mi prólogo ha tenido principio, pero no tendrá fin, porque yo la amo desde el Hijo, que es Una y Única e Infinita Palabra, en la que Dios Trino nos ha dicho todo sobre la Virgen bella; y esa Palabra nos dice que los Tres la eligieron como Madre del Verbo y esposa del Espíritu Santo que la “cubrió con su sombra”, “y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo”, el mismo que “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. Él estaba al principio en Díos. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,13). Y si un Hijo que es Dios pudo escoger y hacer a su madre, ¡cómo la hizo de grande y hermosa!; más que todo lo que nosotros podamos descubrir y decir, porque sólo Él, un Hijo Dios la dijo, desde la eternidad, palabras creativas de su ser por Él María Inmaculada, hasta hacerla Madre, Madre suya, Madre de Dios; sólo Dios puede pronunciar y deletrear y canturrear y crear desde toda la eternidad, desde el principio, con gozo de Hijo agradecido, a su madre a la “esclava del Señor”, podría decir palabras creadoras de vida y amor, hasta hacerla Madre por la potencia de su Amor, que es el Espíritu Santo: “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él”.
En María, Madre de Dios, está todo lo más hermoso que se pueda pensar, hacer y decir por parte de un hijo, por parte de un Hijo Dios, a su criatura predilecta, a una madre, a su Madre, a la Madre del Hijo de Dios, que eligió ser hijo de María. Por eso, y lo diré claro desde el principio y luego lo explicaré, mucha «culpa» de este prólogo eterno la tiene este Hijo, porque que yo he conocido y amado plenamente a María desde el Hijo, Palabra eterna y prólogo eterno de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que me descubre toda la grandeza de María, su Madre «por obra del Espíritu Santo».
Este quiere ser prólogo en el que quiero escribir, mejor dicho, hablar de Ti, Madre de mi Dios, Virgen bella, Madre sacerdotal, madre del alma; y es tanto, tanto... que no tiene límites, porque es un prólogo de amor de hijo agradecido; porque mi amor a Ti, desde que te conocí, descubre nuevas hermosuras y no se ha interrumpido ni se interrumpirá jamás, Madre del Amor Hermoso, «vida, dulzura y esperanza nuestra», consuelo de mis lágrimas y certeza de amor en mis horas de angustias; sorpresa continua de primores de gracias y comunicaciones, mirada de agradecimiento en los miles de peligros pasados sin quebrantos ni rupturas por tu mano protectora, acción de gracias continuas después de “peligros de mar, de tierra…” de carreteras y velocidades a más de... kms, que tú sólo sabes... ¡es que me has ayudado y amado tanto, Reina y Virgen Sagrada María!
CAPÍTULO PRIMERO
1. 1.- MARÍA, MADRE SACERDOTAL DE CRISTO
El título que tengo ahora en mi mente y en mi corazón para este libro, el que he orado, vivido y palpado muchas veces en mi vida y en mi sacerdocio es: MARÍA, SACERDOTE DE CRISTO.
Pero ya sé que esto no se puede decir; así que se lo digo muchas veces a ella sola, en voz baja, pero de tal manera que todos lo puedan oír. Se lo digo claro y alto, pero sin mover los labios, todo en mi corazón, sobre todo, celebrando la Eucaristía, vida entera y completa de Cristo, que se hace presente ahora por la humanidad prestada de los sacerdotes, y que ella vivió con su hijo sacerdote único del Altísimo y ahora se hace presente en la Eucaristía, que no es mero recuerdo sino memorial que mistéricamente hace presente toda la vida de Cristo, desde que nace en su seno hasta que muere y sube a los cielos, especialmente su pasión, muerte y resurrección, en las que ella estuvo presente.
En la santa misa se hace presente todo este misterio por Cristo sacerdote que se ofrece e inmola por nosotros, y hace presente especialmente su pasión y muerte, en las que María, como madre del Único Sacerdote de todos los hombres, estuvo presente, “junto a la cruz”, como madre de su hijo, madre sacerdotal y víctima de salvación con Él por todos nosotros, sus hijos.
Ella, como madre sacerdotal de su Hijo, lo cumplió estando “junto a la cruz” ofreciéndose en compañía del recién ordenado sacerdote Juan, a quien el hijo sacerdote, ofreciendo cruentamente el sacrificio de su vida por nosotros, le encomendó que fuera su hijo y cuidara de ella, como madre.
Mientras que los otros sacerdotes, ordenados con Juan por Él aquella misma noche, le dejaron y Él lo permitió, sin embargo Cristo quiso tener junto a sí en el sacrificio de su vida a su madre sacerdotal, a María «no sin designio divino», (Vaticano II, LG); por algo sería, algo nuevo y excepcional sería el motivo, por el que Cristo quiso tener junto a sí en la cruz a su madre, María, ¿por qué? Para mí está claro, la necesitaba como madre de amor, entrega y ayuda en esos momentos tan duros; quiso que se ofreciera con Él por la salvación de todos sus hijos, los hombres, y yo siento su presencia de madre nuestra, siento su perfume y aroma, siento la cercanía de María todos los días “junto a la cruz”, cuando celebro la Eucaristía memorial que hace presente todo, absolutamente todo y como ocurrió “de una vez para siempre”…. Y espera que respire… y siga… porque tratándose de María me quedo sin respiración, es el nunca “satis”, no termino nunca de hablar y expresar lo que siento y vivo en ella.
Pero repito que todo esto lo digo en voz baja porque puede ser que algún teólogo no esté de acuerdo y porque yo soy hijo de mi madre queridísima la Iglesia, pero es que mirando a la Madre, la siento tan grande y bella y hermosa, cuando la contemplo desde el Hijo, ya te diré luego que primero fue María en mi vida, pero Ella me llevó al Hijo, y ahora todo lo veo desde el Hijo, y descubro tantas maravillas, tanta confianza y seguridad y amor del Hijo a la Madre, que cada día descubro nuevos misterios, porque todavía quedan muchos por descubrir en el Hijo y desde el Hijo en la Madre. Que se prepare la Iglesia, porque ya ha adquirido mucha luz sobre el misterio de Cristo y de María en Cristo, pero aquí hay muchas cavernas en esta mina, que diría San Juan de la Cruz, y a medida que avance en la fe contemplada desde la oración unitiva y contemplativa, adquirirá nuevas luces y matices, porque Dios es inabarcable.
Sobre todo, cuando celebro la Eucaristía ¡misterio entero y completo de Cristo, y con Cristo, Verbo, Palabra, Canción de Amor de Espíritu Santo, canturreada por el Padre por la potencia de Amor en el seno de María, donde empezó el ser y existir sacerdotal del Pontífice, del que es y hace de puente entre Dios y los hombres, por donde Dios y sus dones vienen a nosotros y nosotros pasamos a la eternidad y esencia de mi Dios y mi Todo!, -- espera que respire--, siento su presencia, su aroma, su perfume, su gozo de Madre de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdotal y sacerdote (será la última vez que lo digo, perdonadme, no me censurarán por esto los teólogos y biblistas) y siento cómo está junto a mí, como Madre sacerdotal, ofreciendo conmigo a su hijo, a Cristo, al Padre; pero sobre todo y especialmente en la consagración, en el memorial que hace presente, por medio del sacerdote, el “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no mera representación, es la presencia histórica, primera y única la que se hace presente, la que hace presente a Cristo desde que nace en su seno hasta que sube como “cordero degollado ante el trono de Dios”, entero y completo, toda su vida, pasión, muerte y resurrección del Hijo, Sacerdote y Víctima de Eucaristía Perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, hasta dar la vida; todo se hace presente en la santa misa por la potencia de Amor del Espíritu Santo.
Es Ella; la siento en la santa misa y oigo su respirar doloroso de Madre por el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino--, lo dice la misma Iglesia, que su Madre, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo como el suyo, hasta dar la vida, si el Padre lo hubiera querido físicamente, aunque la Madre murió afectivamente en la muerte del Hijo, y ofreció su vida, en la vida del Hijo, murió no muriendo, porque tenía que cuidar de los recién ordenados sacerdotes, como tantas veces cuida de mí y me regala con besos maravillosos y siento su pecho de madre junto al mío, y entiendo totalmente el celibato, eso de amar solo a Dios, con amor exclusivo y total, en María y como María, Virgen y Madre.
Es Ella; nadie más que Ella es y puede ser, la que siento ya gloriosa y triunfante junto a su Hijo en el cielo, “cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de los ángeles y patriarcas y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero... es Ella, en la tierra y en el cielo siempre con, por y en el Hijo Único Sacerdote y Hostia, es Ella la que puede decir con más verdad y propiedad que nadie fuera del Hijo: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros.. Esta es mi sagre derramada para el perdón de los pecados»; en la consagración y después de ella, siento su aroma de madre sacerdotal y su cercanía, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdotal y me dice sin palabras: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros... esta es mi sagre derramada para el perdón de los pecados»; es su cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en su seno, hecho carne en María, en mi Madre y hermana sacerdotal; es su sangre también, la de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos han querido sumergir por toda la eternidad, en su misma esencia de Amor y Felicidad, a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote y de su Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amar con amor de Espíritu Santo, gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.
El celibato, amor total, es posible, no digo fácil, descubriendo a Cristo, Beso y Canción de amor extremo del Padre y del Hijo a los sacerdotes, por la potencia de Amor del Espíritu Santo que nos unge y consagra por el sacramento del Orden. Y sin totalidad de amor al Hijo, Cristo sacerdote total, y sin ayuda de la Virgen Madre, es más difícil, y más por los “guasads y demás medios modernos... y menos ratos de Sagrario.
¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida! ¡Enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo! ¡Eenséñame a ser sacerdote y hostia, sacrificio y víctima con Cristo, pero teniendo junto a mí…“junto a la cruz”, a María, entonces sí que te digo que todo es más fácil.
En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento en tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir sacerdotal en nosotros que somos su prolongación por la potencia de Amor del Espíritu Santo obrada por la Unción y Consagración sacerdotal del sacramento del Orden
Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, ya que eres verdad y vida y belleza de Amor en y por tu Hijo Sacerdote, Palabra redentora y sacerdotal encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, cantada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, que me canta por la revelación encarnada del Hijo en María y me dice con Amor de Padre en el Hijo que soñó en mí y me creó y me dio la vida encarnada en el sí de María, madre del Hijo encarnado, único sacerdote del Altísimo.
Bueno, y ahora con calma te voy a decir, por qué no cederé más a la tentación y por qué, de ahora en adelante, diré con mi madre y maestra, la Iglesia, que María es Madre sacerdotal de su Hijo, Único Sacerdote, y de todos los sacerdotes, pero no Madre sacerdote: «María, que no recibió el carisma del sacerdocio ministerial, es quien ha vivido en la forma más alta y más pura, durante toda su vida, ese sacerdocio real que consiste en ofrecerse uno mismo en oblación de amor al Padre (cf. Rm 12,1). Participar plenamente en el sacerdocio de Cristo es por tanto para nosotros, antes que nada, «revivir» la ofrenda total de sí hecha por María, unida a Cristo en su despojamiento» (Redemptoris Mater, 18).
Jesucristo Sacerdote nació y se formó a la sombra de María; el Redentor de los hombres inició y culminó su sacerdocio en compañía de María. Más aún: en estrecha unión con María. Ya en Caná de Galilea actuó sacerdotalmente, por primera vez, a instancias de su Madre: “No tienen vino... Haced lo que Él os diga...”. Y, en el Calvario Ella guarda silencio, pero actúa unida al Hijo, por voluntad divina, como Corredentora.
De igual modo, porque Cristo lo ha querido, porque en Juan nos la entregó como madre, el sacerdote no puede vivir su sacerdocio sin María: necesita de Ella y aprender de Ella como Madre y hermana entrañable sacerdotal. Ella será consuelo y guía y ayuda maternal en su vida personal y trabajo pastoral.
María, efectivamente, no fue sacerdote, pues no consta que recibiese este don, aunque los recibió mayores, como el ser Madre de Cristo, Único Sacerdote, y por tanto, tiene el «sacerdocio fontal». Es decir, Ella es la fuente del sacerdocio de Cristo, porque ella dio al Verbo la humanidad, por la cual se unieron los dos extremos: Dios y los hombres; y por esta humanidad sacerdotal-pontifical, esto es, puente entre Dios y los hombres, por este puente baja Dios a nosotros y nosotros subimos hasta Dios, por la humanidad del Hijo, recibida de María, que realizó el sacrificio salvador. Por tanto, los presbíteros han de tener a María como «Madre de su sacerdocio»; Madre que es fuente, que es origen... y ayuda eficaz en orden a vivirlo fielmente.
Y digo yo con atrevimiento de enamorado de mi madre sacerdotal y… bueno, ahora lo voy a decir más claro; digo yo que si en la santa misa se hace presente mistéricamente, más allá del espacio y del tiempo, todo el misterio de Cristo, desde que nace hasta que muere y sube al cielo, digo yo, que se hará presente también Cristo naciendo en María, haciéndose hombre en su seno y por lo tanto, de alguna manera, se hará también presente “in misterio” María engendrándole por obra de mismo Dios Amor, Espíritu Santo, que le hizo sacerdote y salvador de los hombres a Cristo y es también Él mismo el que, por Cristo Sacerdote, convierte el pan y el vino en cuerpo de Cristo, el mismo que formó a Cristo sacerdote en el seno de María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti… no temas María…” y hará en la santa misa también a María “sacerdote” porque une en su seno lo divino y lo humano de Cristo, único sacedote del mundo, engendrándole y ofreciéndole.
Cristo, Único Sacerdote, por su divinidad recibida del Padre y por su humanidad, recibida de María, por obra del Espíritu Santo, es constituido puente entre Dios y los hombres, sacerdote, y esto es el carácter sacerdotal que nos hace a los hombres, sacerdotes, y a María…pues… también puente sacerdote entre Dios y los hombres, entre lo divino y lo humano, siempre por obra del Espíritu Santo; la hizo madre sacerdotal y madre sacerdote, madre el Único Sacerdote y madre sacerdote por participación en el Único Sacerdocio de su Hijo-hijo sacerdote. su hijo que nace en su seno como sacerdote y víctima por obra del Espíritu Santo, como todo sacerdote lo hace en la santa misa por obra del mismo Espíritu, y lo hace con fe y amor: "El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios...Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»"
Y que todo esto, en la santa misa, al hacerlo presente Cristo sacerdote con amor de Espíritu Santo, toda su vida, desde que nace en María hasta que muere y sube al cielo, como sacerdote y víctima total al Padre… digo yo que, por todo esto, María estará especialmente presente en la santa misa como carne inmolada en y por su hijo Jesucristo y como madre que engendra a la víctima y ofrenda con Él en la cruz que se hace presente en la santa misa y como madre sacerdotal y sacerdote por obra del mismo santo Espíritu que unge y transforma a los sacerdotes y convierte el pan y el vino en Cristo pleno y completo…
1 .2.- JESUCRISTO, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA, ÚNICO SUMO SACERDOTE
El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas en María y por María, madre sacerdotal de Cristo sacerdote; se hizo puente único y oficial en Ella, por obra del Espíritu Santo, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación: su misma vida. Esta es la identidad y misión de todo sacerdote, pero especialmente y sobre todos, de María.
Porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote de cuyo Sacerdocio todos participamos en nuestro ser y existir por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir por una Unción y Consagración de Maternidad-Sacerdotal divina, quedando configurada más totalmente a Cristo porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo cooperando a su Ser y Existir Sacerdotal, ya que si no se hubiera encarnado no podía unir lo divino y lo humano según el plan de Amor del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo.
Por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal, toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar e inició el sacrificio de Cristo que todo entero, ya completo, toda su vida, especialmente pasión, muerte y resurrección, haría presente proféticamente en la Última Cena, anticipando en memorial profético su muerte y resurrección, y que luego, “haced esto en memoria mía”, lo haría en memorial recuerdo: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”, por el ministerio de los sacerdotes, que lo hacen presente; siempre el mismo y único misterio: toda la vida de Cristo, desde que nace en María hasta la muerte en cruz y su resurrección.
El sacerdote, por su carácter sacerdotal, activa y hace presente a Cristo que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal, toda su vida, tal cual, porque no hay otra, y todo de una forma sacramental, metahistórica, más allá del espacio y del tiempo.
Cristo, por medio del sacerdote, al hacer presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, toda su vida, por la potencia de amor del Espíritu Santo, hace presente también su ser y existir sacerdotal y victimal, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo realizada en la liturgia por el ministerio sacerdotal de los presbíteros.
Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, nos encontramos sacramental y espiritualmente, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María, “concibiendo y dando a luz”, que inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, consagrándose como Madre sacerdotal en su ser y existir, y en la misa sorprendemos a la Virgen, meditándola y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...
Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir como madre sacerdotal por el ser y existir de Cristo, Único y Eterno Sacerdote, porque el ser de Cristo, divino y humano, se encarna y hace a María madre sacerdotal, incluso, aunque sea un poco atrevido teológicamente, como madre sacerdote, que esto hizo en Ella y hace sacramentalmente en los sacerdotes el Espíritu Santo, en los elegidos, para cumplir luego desde esta consagración, su misión de pastor, sacerdote y guía de Cristo en su vida terrena y del Cristo místico después de la Resurrección.
Por eso estaba reunida con los Apóstoles, como madre sacerdote y sacerdotal, preparando la venida del Espíritu Santo, que su Hijo tanto les había recomendado como plenitud a los recién ordenados sacerdotes: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré, el os llevará hasta la verdad completa”. Y entre esas verdades estaba ésta que María estaba ejerciendo con ellos: ser madre sacerdotal de los sacerdotes de su hijo Único sacerdote.
Concluyendo: María, para mí, fue ungida y consagrada Madre sacerdote y sacerdotal de Cristo sacerdote por el Espíritu Santo desde la Anunciación en su ser y existir, y enviada en misión sacerdotal para todos los hombres, que ejerce ahora, entre otras formas, de una manera muy clara y llamativa, en sus apariciones, y me refiero a Fátima, donde pidió a los niños que consagrasen el mundo a su Corazón Inmaculado, cosa que hasta los Papas y teólogos tuvieron miedo teológico porque lo natural es que se consagrase a Dios, al Hijo. Pero por fin lo hicieron a regañadientes, como varias veces lo afirmó Lucia, y Rusia se convirtió, cosa inconcebible en aquellos tiempos. Y más, ahora el presidente de la atea y comunista Rusia va a misa, y los presidentes de la cristiana Europa, especialmente de la Católica España, no lo hace y trata con sus leyes de educación y demás de que los niños y los mayores abandonen ese camino. Necesitamos, Madre, tu ayuda ¡Virgen bendita, te necesitamos!
El sacerdote, como Cristo, necesita de María. Así lo propuso varias veces el Papa Juan Pablo II en su pontificado: «Hablando desde lo alto de la cruz en el Gólgota, Cristo dijo al discípulo: “He ahí a tu Madre”. Y el discípulo “la recibió en su casa” como Madre. Introduzcamos también nosotros a María como Madre en la casa interior de nuestro sacerdocio» (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979).
«Queridos hermanos: Al comienzo de mi ministerio os encomiendo a todos a la Madre de Cristo, que de modo particular es nuestra Madre: la Madre de los sacerdotes. De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu Hijo”. El hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante fue dado a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en Ella a nuestra Madre.
Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis a Ella particularmente vuestro sacerdocio. Permitid que yo mismo lo haga, poniendo en las manos de la Madre de Cristo a cada uno de vosotros —sin excepción alguna— de modo solemne y, al mismo tiempo, sencillo y humilde. Os ruego también, amados hermanos, que cada uno de vosotros lo realice personalmente como se lo dicte su corazón, sobre todo el propio amor a Cristo-Sacerdote, y también la propia debilidad, que camina a la par con el deseo del servicio y de la santidad. Os lo ruego encarecidamente» (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979, nº11).
Juan Pablo II ha dedicado páginas abundantes, llenas de belleza y de amor filial, a la Madre de Dios, a cuyo patrocinio ha querido confiar el Pontificado: «Totus tuus». Abundando en sus enseñanzas mariológicas, el Santo Padre dedicó una Encíclica a la Santísima Virgen: Redemptoris Mater (25-3-1987), y convocó la celebración de un «Año mariano» (1987).
Rememorando Juan Pablo II la institución de la sagrada Eucaristía, ha advertido que, como en aquel momento no faltó la presencia de «la Madre», tampoco puede faltar en la vida del sacerdote: «Para nosotros, como sacerdotes, la última cena es un momento particularmente santo. Cristo, que dice a los Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía” (1 Co 11,24), instituye el sacramento del Orden.
En nuestra vida de presbíteros, este momento es esencialmente cristocéntrico: pensando en el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre que, “in persona Christi”, ofrecemos, nos es difícil no entrever en este sacrificio la presencia de la madre. María dio la vida al Hijo de Dios, así como han hecho con nosotros nuestras madres, para que él se ofreciera y nosotros también nos ofreciésemos en sacrificio junto con él mediante el ministerio sacerdotal.
Detrás de esta misión está la vocación recibida de Dios, pero se esconde también el gran amor de nuestras madres, de la misma manera que tras el sacrificio de Cristo en el cenáculo se ocultaba el inefable amor de su Madre que le había dado ese cuerpo y sangre sacerdotal: ¡De qué manera tan real, y al mismo tiempo discreta, está presente la maternidad y, gracias a ella, la femineidad en el sacramento del orden, cuya fiesta renovamos cada año el Jueves santo!» (Carta a los sacerdotes, 25-3-1995, nº3).
En esta «lógica de vida sacerdotal», el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros remarca la necesidad de que el sacerdote viva una «espiritualidad mariana»: «Existe una relación especial (...) entre la Madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo, que deriva de la relación que hay entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo (cf. Juan Pablo II, Catequesis, 30-6- 1993). En dicha relación está radicada la espiritualidad mariana de todo presbítero. La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención» (n.68a-b). Los sacerdotes han sido formados en el Corazón de María, y con ella deben tener un trato asiduo, confianza e intimidad. De ella deberán aprender las virtudes, y a ella habrán de confiar su vida y ministerio. El Directorio llega a concretar la «piedad mariana», invitando a los sacerdotes a rezar el Rosario como práctica de devoción, que no puede faltar en la organización de su vida espiritual (cf. ib., n.39b), que también aconsejaron el Concilio (cf. PO, 18), el Código de Derecho canónico (cf. can. 246,3; 276,2-5°) y la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis (cf. n.36. 38.45.82).
El ser y existir de María fue configurado como madre sacerdotal por la Unción y Consagración del Espíritu Santo que la “cubrió con su sombra” y la consagró madre sacerdotal en el Ser y Existir Sacerdotal del Hijo que nacía en sus entrañas. Imposible concebir en lo puramente humano un ser y existir sacerdotal como el de María, porque el suyo, por ser la madre de su hijo, Cristo Sacerdote, es más potente y poderoso que la participación nuestra en el ser y existir sacerdotal de Jesús, porque, como madre del Único Sacerdote, está rozando lo divino y se hace por y con Él, puente limitado y participado entre Dios y los hombres por el Hijo Sacerdote Único ¡María es «divina...»!
María es madre sacerdotal y sacerdote porque sin la palabras de la Consagración forma a Cristo en su carne, le dio humanidad y existir sacerdotal en su seno por el Espíritu Santo que los formó de su sangre y carne, esa sangre de Cristo, sangre y carne de María, que luego su hijo, Cristo sacerdote, ofreció al Padre en su vida y muerte por nosotros, por todos los hombres ¡Era sangre de María!
1. 3.- EL SACERDOCIO MINISTERIAL Y MARÍA
En el santo Bautismo, todos los bautizados, toda la Iglesia, por la Unción del Espíritu Santo, queda configurada, injertada a Cristo y consagrada sacerdotalmente con el sacerdocio real. A este sacerdocio real se llega por el sacerdocio ministerial, que está «para él» y también a la vez «frente» a la Iglesia, que es esencialmente distinto, recibido y actuado por los Obispos plenamente, y por los presbíteros en segundo grado, como dice la misma oración de Ordenación, en lo cual no estoy muy de acuerdo ni con el término ni con su origen bíblico donde los presbíteros eran Obispos. Pero después del Vaticano II, todo ha quedado claro, lo acepto y no quiero problemas.
Por lo tanto, toda la Iglesia, por la Unción del mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre y del Hijo, queda consagrada para ofrecer dones y sacrificios al Padre de todas las gracias. Pero el sacerdocio ministerial, en su ser y existir, se diferencia esencialmente del sacerdocio real, ya que la Unción del Espíritu en el presbítero le identifica y le configura con Cristo Cabeza, Pastor y Guía, mientras que a los bautizados los configura como Cuerpo sacerdotal de Cristo.
Y yo pregunto, ¿quién está más configurado con Cristo Sacerdote por la Unción del Espíritu Santo: los Apóstoles, o María que lo llevó en su seno, en su amor oferente y ofrecido de madre: “he aquí la esclava”, en su vida y en su existir desde que empezó a existir el Único y Supremo Sacerdote en el tiempo, desde que empezó a existir el Sacerdote Cristo? ¿Quién está más configurado con Cristo: los ministros que están ungidos en su ser y existir sacerdotal y lo prolongan sacramentalmente como Cabeza, Pastor y Guía, -- unción y misión--, o Ella, que fue sacramento único de su presencia y misión sacerdotal engendrándolo en su seno y allí le dio esa humanidad consagrada y ungida por el Espíritu Santo por la cual pudo ejercer su misión; Ella que le dio y es también ese “cuerpo que se entrega” y “esa sangre que es derramada para el perdón de los pecados”, victimal y sacerdotalmente en el Calvario, --luego como memorial en la Eucaristía--, donde no «sin designio divino», como dice el Vaticano II en LG, “estaba la madre de Jesús junto a la cruz” ofreciéndose y ofreciendo el sacrificio de su cuerpo y sangre en su Hijo?
¿Por que prefirió a su madre en ese momento sacrificial-sacerdota-cruento y no a los sacerdotes que había ordenado por la noche aunque en Juan estaban representados? ¿Qué nos quiso enseñar e indicar con esto el evangelista que la conoció mejor que nadie porque se la llevó a su casa y allí escuchó esos secretos e intimidades que hacen ser el evangelista más profundo y vivencial de los misterios del Verbo y de la Trinidad? No la descubriría como Madre Sacerdotal en este testimonio tan profundo y teológico: “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre Y. desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.
Jesús venía a decirle a su madre María: “Mujer”, Madre sacerdotal, recibe a Juan y en él a todos los sacerdotes, prolongaciones de mi ser y existir sacerdotal, enséñales a ser buenos curas y pastores, en la triple tarea de la Palabra, los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, donde yo hago presente todo mi ser y existir, todo mi misterio, como a mí me has enseñado y ayudado tú mi madre sacerdotal a cumplir el ministerio confiado por el Padre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dijo al discípulo, recién ordenado sacerdote la noche anterior lo que luego irá él descubriendo poco a poco en contacto con María y siempre con las enseñanzas de María y por su unión y experiencia mística con Cristo resucitado siempre por la potencia de Luz y de Amor del Espíritu Santo: “He ahí a tu madre”, a tu madre sacerdote y madre sacerdotal por Cristo de todos los sacerdotes, hijos de su hijo, Único sacerdote.
Ella, por voluntad de su hijo sacerdote, es madre de todos los sacerdotes; así lo hizo y expresó el Hijo sacerdote en la persona del
sacerdote Juan; ella, por tanto, es la que más sabe de mí y puede ayudarme con su vida y oración, como en Pentecostés ayudó a todos los apóstoles ordenados sacerdotes por su Hijo a recibir y vivir el sacerdocio, el Espíritu Sacerdotal del hijo.
¿En qué seminario estuvo Cristo y quién fue su teólogo y director espiritual del “hijo obediente”, quién le ayudó a cumplir su misión, quién le educó y defendió más y mejor que María, quien le dio a luz, quién le salvó de la muerte inocente y huyó a Egipto, quien le presentó en el templo, y le buscó y le hizo adelantar su hora de Mesías en las bodas de Caná, quién estuvo junto a la Cruz ofreciéndose como sacerdote y víctima con Él? María, madre sacerdote de Cristo, su hijo encarnado en su seno y madre sacerdotal de todos los sacerdotes.
1.4- MARÍA, MADRE DE TODOS LOS SACERDOTES, EN LA PERSONA DE JUAN
Las relaciones del discípulo predilecto con María han sido señal y prefiguración de las relaciones que todo cristiano, especialmente los sacerdotes, deben tener con María que les ha sido dada en Juan, como madre sacerdotal. A mí personalmente me ha enseñado y ayudado muchísimo en mi vida y en mi sacerdocio. Me gustaría que, en este año sacerdotal, se descubriera y se hablara más de este misterio de María, madre sacerdote por su hijo Único Sacerdote y madre sacerdotal de todos los sacerdotes.
“Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Podemos sólo intuir el ardor con que el discípulo, recién ordenado, ofreció a María una adhesión cariñosa que prolongaba la intimidad que había tenido con Jesús. Mejor que otros, comprendió que no podía abrirse totalmente al amor de Cristo, sino amando a su madre. Al recibirla en su casa, pudo captar en ella una semejanza viva con Cristo. Él, que en ciertos episodios del Evangelio manifestaba la sutileza de sus intuiciones, encontró en María muchos rasgos del carácter y comportamiento que había admirado en el Maestro. Se dio así cuenta del amor espiritual que unía a la madre con el hijo e intuyó toda la riqueza que brindaba a la vida de la Iglesia. En el “he ahí a tu madre”, Juan descubrió toda su riqueza y hondura sacerdotal, oferente, victimal con el hijo-Hijo.
Yo pienso y considero a María, Madre sacerdotal de Cristo, su hijo, porque así la hizo el Espíritu Santo que los encarnó en su seno, el mismo Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, el mismo proyecto de Amor del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo que nos hace sacerdotes a los hombres, el mismo Espíritu Santo que la ungió y consagró como Madre del Hijo y encarnó en su seno al hijo-Hijo y le hizo madre sacerdotal, y ofrenda, revelación, puente y pontífice entre Dios y los hombres, el mismo Espíritu, ya en la misma Encarnación, la Ungió a ella como madre del ser y existir sacerdotal de Cristo, como presencia sacramental suya, y así María quedó marcada, sellada, consagrada, empapada y llena de la Unción del Espíritu de Amor, que Juan experimentó en el seno de Isabel y María , llena de ese Espíritu, proclamó en alabanza y ofrenda sacerdotal del “fiat”, “porque el Poderosos ha hecho obras grandes en mí y por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones, por la grandeza de Dios obrada en la pequeñez de su esclava”.
Como nosotros ahora: ¡María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre Sacerdotal, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias porque nos has dado a Jesús, Único Sacerdote y Puente de Salvación entre Dios y los hombres. Gracias porque tú eres madre sacerdotal- puente ya que has hecho posible el Puente, el Pontífice Sumo de Dios entre los hombres. Gracias porque nos has llevado hasta Él, como sacerdotes de tu Hijo. Y gracias también, porque eres Madre sacerdotal de todos los hombres, especialmente, tus sacerdotes.
Si Juan es el mayor nacido de mujer, por haberle señalado entre los hombres, Ella es la mujer más grande por ser Madre del Hijo de Dios y la única madre sacerdotal de Cristo por voluntad de su Hijo hecho sacerdote en su seno, que sólo la quiso hacer partícipe a Ella de este misterio y ministerio, al ser ungida por el mismo Espíritu de su Hijo, que se hizo carne sacerdotal y sacerdote en su seno, santificada por su sacerdocio.
“Bienaventurada tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”, le dijo Isabel movida por el Espíritu Santo, que sintió saltar de gozo a Juan en su seno por la presencia del Hijo sacerdote en su prima María, templo consagrado y morada sacerdotal de Cristo, el Sacerdote, que empezó así a ejercer su ministerio sobre el que sería su Precursor y Profeta de la Nueva Alianza, y sobre su madre Isabel, en sacerdocio de alabanza y santificación en el seno materno de Isabel y en su hijo Juan, por la unción del Espíritu Santo.
Este sacerdocio de oración y alabanza e intercesión lo ejercerá María también en la última referencia que de ella hacen los Evangelios, en Pentecostés, sobre los Apóstoles “reunidos en oración (sacerdotal)con María, la Madre de Jesús”. Y siempre por el Espíritu Santo que la consagró madre sacerdotal.
Si hay diferencia esencial entre el sacerdocio de los presbíteros y el de los bautizados, como afirma el Vaticano II, creo que también hay diferencia, me atrevo a decirlo, esencial, pero cierta y totalmente superior, por la forma de maternidad, entre el sacerdocio materno o maternidad sacerdotal de María y la de los Apóstoles, Obispos y ministros, como prolongación de la presencia salvadora de Cristo Cabeza, sacerdote, profeta y rey.
El Espíritu Santo la Ungió, la llenó de sus gracias y dones, especialmente por razón de su maternidad divina, para ser y existir de forma singular en Cristo, ungido y consagrado por el Espíritu Santo en seno, sacerdote único del Altísimo en sus entrañas materno-sacerdotales que ofrecían y se ofrecían a y con Cristo en ofrenda sacerdotal y victimal al Padre como madre sacerdotal y esclava de su proyecto de amor: “fiat”.
“Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec” y Ella amasó en su seno el cuerpo y sangre de Cristo Único Sacerdote y pan de la Eucaristía, y todo por obra del Espíritu Santo, que por eso el cuerpo-pan eucarístico tiene aroma y sabor mariano y lo ofreció y se ofreció al Padre para cumplir plenamente su voluntad y el modo escogido para realizarlo que le llevaría a sufrir con su hijo la cruz sacerdotalmente con el Hijo.
La maternidad divina es el don más grande de María y de toda la humanidad, y a ella debe María todas las gracias y privilegios; y si el sacerdocio es menor, por qué rehusarlo para ella porque sea mujer; sería la única mujer sacerdote por voluntad de su Hijo; más privilegio fue que la escogiera para ser su madre, madre de Dios.
La Virgen, la Esposa del Espíritu Santo, con amor total, siempre unida a su Hijo, en maternidad permanente, por voluntad del Hijo, que la quiso siempre Madre sacerdotal, madre sacerdotal de su Cuerpo y Sangre, que había de derramarse en la cruz para realizar el proyecto de Salvación del Padre, “junto a la cruz estaba su madre”, que le hizo así madre sacerdotal y corredentora.
Repito y repetiré muchas veces que la Virgen me llevó a Cristo y Cristo me descubrió la confianza y la misión que Ella tuvo y tiene en la Iglesia con su maternidad-sacerdotal-pontifical-intermediaria y puente en la Iglesia entre su hijo-Hijo Dios y los hombres.
«Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de Mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos» (Cfr. HANS URS VON BALTHASAR, María en la doctrina y la piedad de la Iglesia, en MARÍA, IGLESIA NACIENTE, Madrid 1999, pág 81-82).
Recordemos que María ha dado a luz y ha alimentado y educado y cuidado a Cristo en su realidad concreta. La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María. La maternidad de Maria dice relación directa al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal de Cristo que en el seno de Maria inicia su “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. María y Cristo engendrado en su seno por el Espíritu Santo tienen un mismo corazón y una misma sangre y un mismo respirar, y esa sangre recibida de María será la que derrame por nuestra salvación. Por lo tanto, las vivencias y los sentimientos y las actitudes sacerdotales de Cristo Sacerdote, desde el seno materno, dicen una relación intimísima con María, ungida por el Espíritu como madre sacerdotal de Cristo, engendrando, formando y ofreciendo y ofreciéndose junto a la cruz con el Único Sacerdote y Víctima de salvación del mundo. Si entre Cristo Jesús y los sacerdotes hay una unión sacramental por el “carácter sacerdotal”, también podemos decir que entre Cristo sacerdote y María hay una impronta del “carácter” sacerdotal de Cristo por la unión biológica, espiritual en ser y existir de María por su unión total de carne y espíritu por la encarnación de Cristo sacerdote por obra del Espíritu Santo.
Yo pienso que si uno va sin prejuicios y analiza el ser y existir de María, la descubre totalmente identificada con el sacerdocio de Cristo. Haced la prueba. Cógete el Vaticano II en la Presbyterorum Ordinis, o el estudio de la Identidad del Presbítero en el Sacramento del Orden de cualquier Manual de Teología, o documentos papales, por ejemplo la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II sobre la Vocación, o sobre el ser y la misión sacerdotal, sobre la identidad del presbítero por la gracia y el carácter sacerdotal; tú empiezas a leer, y verás que a cada reglón o afirmación referida a los sacerdotes, te saldrá espontáneamente del corazón y de la cabeza esta afirmación: “pero más y mejor que los apóstoles y obispos y presbiteros, María”. Hasta cuando el sacerdote dice: «esto es mi cuerpo», nadie lo puede decir con más verdad y propiedad que María.
Y si me lo aplico a mí mismo como sacerdote, Ungido por el Espíritu Santo que me envió a predicar y salvar a los hombres en nombre de Cristo, siempre digo: y todo esto, y con mayor razón y plenitud que en mí, y en dependencia y por voluntad de Cristo, se realizó en María y lo realizó y lo amó y encarnó y se identificó y configuró con Cristo madre sacerdotal de su Hijo, Único y eterno Sacerdote de la Trinidad, mejor que yo; y se relacionó sacerdotalmente con la Santísima Trinidad en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, mejor que yo.
¡Qué grande eres, Cristo Sacerdote! ¡Cuánto quieres a tu madre! La quisiste madre sacerdotal y ofrenda contigo al Padre adorándolo como Tú, obedeciéndole, hasta dar la vida, unida a Ti, con amor extremo, en la cruz, sacrificio de salvación para el mundo, en tu humanidad recibida de ella y ahora inmolada con ella, como único puente entre Dios y los hombres, como Hijo de Dios e hijo de María .
¡Qué grande eres Cristo, Hijo y Belleza y Hermosura del Padre, Palabra de Salvación pronunciada, mejor dicho, cantada con canto de Amor de Espíritu Santo para todos los hombres en María!
Nada ni nadie más bello y seductor y lleno de gloria del Padre, Esplendor de su esencia infinita, que Tú, Único Sacerdote, único puente que puede salvar la distancia entre lo finito y lo infinito, que puede llevarnos y sumergirnos en ese océano incomprensible para nosotros que Tú eres en Trinidad y nos has revelado por tu Encarnación en María, si tú no nos unges y consagras sacerdotes por la potencia del mismo Espíritu Santo que te hizo en María, “estando en oración” en Nazareth y luego viniendo a los Apóstoles reunidos con María en Pentecostés, fecha en que los seminaristas de mi tiempo éramos ordenados sacerdotes, porque ella nos enseña y no ayuda y nos lo explica y nos ayuda a comprenderlo todo como ninguna criatura, sobre todo a vivirlo, aunque nunca podremos comprender la locura de amor de un Dios por el hombre, que no puede darle nada que Él no tenga, haciéndose sacerdote y puente de unión entre lo humano y lo divino, entre la humanidad y la divinidad del misterio infinito de Dios Trinidad.
Aquí estaría la explicación o el sentido del temor, que, en un principio, a todo el que haya estudiado Teología, le asusta. Porque en el sacerdocio de María y en el nuestro, aunque distinto, todo es cuestión de Amor de Espíritu Santo, no de teología Me refiero a lo que dijo la Virgen en Fátima a los pastorcitos: que el mundo tenía que ser consagrado al Corazón Inmaculado de María.
A mi me asustó durante mucho tiempo y era causa de que no me fiara mucho de esas apariciones. Es que parece idolatría. Los papas dudaron. Todos nos echábamos para atrás. Nos parecía excesivo. Pero... tenía razón, su Hijo lo quería y se realizó el milagro de la conversión de Rusia.
Ahora, acabo de leerlo en la prensa, su presidente participa en la Eucaristía ortodoxa mientras los presidentes de la Católica España ni participan ni dejan que participemos en paz. Le han dicho a Dios que se calle. Que son ellos los que tienen que decir lo que hay que hacer. Y ya estamos por debajo de los animales porque los animales no matan a sus hijos.
Hay que volver a la Madre para que nos lleve al Hijo. Ella quiere predicarnos, llevarnos a su hijo, ejercer su sacerdocio maternal con los hombres en sus apariciones. Porque es madre sacerdotal que nos lleva al Hijo. El Hijo es Dios y exige mucho para llegar hasta Él. La Virgen es tan cercana, tan nuestra y de su hijo sacerdote y salvador, Dios la ha hecho sacerdote tan cercano y asequible, que se la quiere sin querer.
Oigamos a quien la conoció y oyó y sintió mejor que muchos teólogos: “Del corazón de la madre reciben los hijos la vida natural, el primer aliento, la sangre germinadora, el palpitar del corazón, como si la madre fuese la cuerda de un reloj que mueve los péndulos. Mirando la dependencia del hijito en estos primeros tiempos de su gestación en el seno materno, casi podríamos decir que el corazón de la madre es el corazón del hijo. Y lo mismo podremos decir de María, cuando llevó en su seno al Hijo del Padre Eterno.
Y así, el corazón de María es, de algún modo, el corazón de esta otra generación cuyo primer fruto es Cristo, el Verbo de Dios...Vemos así cómo la devoción al Inmaculado Corazón de María se ha de establecer en el mundo por una verdadera consagración de conversión y donación... bebiendo la vida sobrenatural en la misma fuente germinadora en el corazón de María, que es la Madre de Cristo y de su Cuerpo Místico.
(HERMANA LUCÍA, Llamadas del mensaje de Fátima, págs 150-151)
CAPÍTULO SEGUNDO
LOS APÓSTOLES, ORANDO CON MARÍA, RECIBIERON EL ESPÍRITU SANTO EN PENTECOSTÉS
2.1.- MARÍA ORABA CON LOS APÓSTOLES: LA IGLESIA NECESITA SIEMPRE LA AYUDA DE MARÍA
Los Apóstoles, orando con María, -lo afirma el evangelio-, recibieron al Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Sacerdote para ser testigos de Cristo y su salvación entre sus hermanos, los hombres. La Iglesia, los apóstoles, sacerdotes o seglares, necesitamos siempre de la oración y ayuda de nuestra Madre y Señora María para la conversión y santificación personal y del mundo, Recibieron plenitud de su ser sacerdotal y apóstólico y de hecho se expandieron por el mundo, los que estaban cn el Cenáculo, con las puertas cerrradas, por miedo a los judios.
Y así se convirtieron en testigos de Cristo y de su evangelio y salvación.Y María estaba con ellos, y también lo recibió con la misma gracia e intensidad y finalidad. Porque María es madre sacerdotal y…para mí, sacerdote-unida totalmente al ser y existir sarcedotal de su hijo. Ella ayudó así a los primeros sacerdotes de su hijo y nos sigue ayudando a todos nosotros, sacerdotes, ordenados y consagrados por el poder del mismo Santo Espíritu de su hijo-Hijo de Dios. Por eso, Ella y para nosotros, sacerdotes, es la mejor ayuda y madre sacerdotal que podemos tener.
Queridos hermanos sacerdotes: Me alegró mucho que me invitaran a dar este retiro de Pentecostés para prepararnos a su fiesta, porque el Espíritu Santo es el que nos ha consagrado sacerdotes para siempre para la gloria de Dios Uno y Trino y la salvación de nuestros hermanos, los hombres.
En nuestro tiempo éramos consagrados sacerdotes en la Vigilia de Pentecostés y esto no lo olvidamos, porque cantábamos también nuestra primera misa entre Pentecostés y Santísima Trinidad. Por otra parte, ahora, estamos en el tiempo de la Iglesia, en la economía salvadora del Santo Espíritu de Dios, y los sacramentos, acciones salvadoras de Cristo, mediante su Espíritu, no son posibles sin la epíclesis, sin la invocación y la presencia del Divino Espíritu.
(Así que vamos a comenzar esta meditación también invocando al Espíritu Santo, dador de toda ciencia y sabiduría para que nos ilumine y nos llene a todos de su presencia y amor; si os parece bien, lo hacemos en latín, porque así lo hicimos en nuestros años de Seminario, incluso en el Menor: Veni, Creator Spíritus… (darlo en hoja, también en español)… Emitte Spiritum tuum y creabuntur… et renovabis faciem terrae: Oremus: Deus que corda fidelium Sancti Spíritu docuiste, da nobis in eodem recta sapera et de ejus semper consolatione gaudere, per eumdem C.D.N. Amén.)
Queridos hermanos: El Espíritu Santo, Fuego y Vida de nuestro Dios Trinidad es también el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo, único Sacerdote, por el que fuimos consagrados e identificados todos nosotros con Él, sacerdotes «in aeternum», por el carácter sacerdotal.
Al celebrar la fiesta de Pentecostés el próximo domingo, nosotros nos disponemos a pedirle que venga nuevamente sobre nosotros y renueve los carismas y gracias y dones abundantes de los que nos hizo partícipes el día de nuestra ordenación sacerdotal. Son días para agradecer, para revisar, para potenciar nuestro sacerdocio y nuestra acción pastoral, como lo fue el primer Pentecostés de la historia para los Apóstoles y la Iglesia naciente.
Por eso, muy queridos hermanos sacerdotes, la oportunidad de este retiro espiritual, por la necesidad que tenemos de la gracia y del fuego del Espíritu; por la necesidad que tenemos de la experiencia de Cristo y de su misterio, sentir y vivir los misterios que celebramos; por la necesidad permanente que tenemos de la experiencia de lo que somos y hemos recibido; por eso, la necesidad de retirarnos, para prepararnos para recibirle más abundantemente, como “los Apóstoles, reunidos en oración con María, la madre de Jesús” . ¡María, hermosa nazarena, virgen bella, madre sacerdotal, échanos una mano, como se la echaste a los apóstoles de tu Hijo que tuvieron miedo y fueron cobardes y estaban asustados con las puertas cerradas!
Por esto, queridos hermanos, por el convencimiento que tengo de la necesidad del Espíritu Divino en nuestra vida sacerdotal, por el respeto y amor que os tengo, he procurado estos días prepararme mediante el estudio y la oración; he pedido e invocado al Espíritu Divino para que venga y renueve en nosotros su luz y su fuego de amor divino y sacerdotal. He rezado así para todos nosotros, sacerdotes (o futuros), esta oración que me sale así del corazón todos los días:
«¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, Aliento de Vida y Amor Trinitario, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro!
Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo.
Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.
¡Oh Espíritu Santo, Fuego y Beso, Alma y Vida de mi Dios! ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.
Los sacerdotes de mi tiempo y quizás en general, aunque sea paradójico, teológicamente estamos un poco heridos en Pneumatología. Y digo que es paradójico, porque por designio de la Santísima Trinidad, nada más nacer, recibimos el bautismo del agua y del Espíritu, somos Templos de la Trinidad por el Espíritu Santo, luego fuimos confirmados en el mismo Espíritu, y, por privilegio y voluntad de Cristo, hemos sido llamados al sacerdocio, a ser prolongadores de su ser y existir sacerdotal, a propagar el reino de Dios en la tierra, para lo cual necesitamos su mismo Espíritu, su mismo Amor, el Espíritu Santo. Por eso debieron prepararnos mejor en esta materia teológica y apostólicamente.
Por curiosidad he mirado el texto de Lercher que estudiamos los de mi generación, y nosotros tenemos sólo dos tesis del Espíritu Santo, 14 páginas, que más bien son de Trinidad, como se titulaba el mismo tratado: «De Deo Uno et Trino, Creante et Elevante». La primera «thesis»: «S.Sanctus a Patre Filioque procedit» y la segunda: «per viam voluntatis».
En la vida de la misma Iglesia y de los cristianos, tal vez nosotros mismos, sacerdotes, no le damos la importancia debida al Espíritu Santo, tanto en nuestra vida personal como apostólica; y no le damos importancia, no acudimos a Él con el amor y la frecuencia debida, no sé si porque el Espíritu Santo no tiene rostro o figura humana, es puro espíritu; no sé si porque al no tener rostro humano, para verlo, hay que sentirlo en el espíritu y para esto hay que purificar y limpiar más el corazón y esto cuesta esfuerzo y nos es fácil: sólo “los limpios de corazón verán a Dios,”; no sé si porque hay que entrar dentro de Dios por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad para desarrollarlas y descubrirlo, como ya lo dijo el Señor: “ le conoceréis porque permanece en vosotros”, lo cierto es que nuestra relación personal con Él, y nuestras predicaciones y nuestros conocimientos y nuestra vida espiritual y nuestra misma vida de oración personal, ordinariamente, es pobre de Espíritu Santo, de vivencia y experiencia del Dios Amor, porque para esto es necesario que estemos más vacíos de nosotros mismos para que Él nos pueda llenar, más vacios de nuestros fallos e imperfecciones para que Él nos pueda llenar de su experiencia y amor personal de Dios, porque si seguimos toda la vida llenos de nosotros mismos, no cabe Dios. Hay que vaciarse de soberbias, orgullos, vanidades, de pecados y defectos, aunque sean leves, para que el Espíritu Santo, el Espíritu sacerdotal y apostólico de Cristo nos pueda llenar.
Por tanto, queridos hermanos, por todo lo dicho y orado, pienso y pido: Que sea Pentecostés en nuestras vidas, que este retiro sea como el de los Apóstoles reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, para que podamos recibir el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, porque le necesitamos, necesitamos llenarnos de su luz y su amor, de su presencia, de su sabiduría y santidad y también lo está necesitando este mundo que se está quedando frío y sin amor, vacío y sin Amor de Dios, sin su Espíritu Santo.
Queridos hermanos, necesitamos el Espíritu de Amor. Lo ha dicho el Señor a la Iglesia y a los apóstoles de todos los tiempos:“…os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… Él os llevará hasta la verdad completa”
Y esto es lo primero que quiero deciros esta mañana. Es la primera verdad que quiero recordaros en esta meditación, para que se nos quede muy grabada a todos en nuestra mente y en nuestro corazón, que la actualicemos y potenciemos en estos días de preparación para la fiesta.
Mirad, lo vemos claramente realizado en LOS APÓSTOLES: los apóstoles habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han comulgado y comido y recibido el mandato de salir a predicar…pero, sin embargo, permanecen inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se atreven a predicar a Cristo vivo y resucitado y eso que le han visto vivo y han recibido este mandato, pero no se les vienen palabras a la boca, ¿por qué? Porque les falta la fuerza de la vivencia interior y espiritual del fuego del Espíritu Santo, la experiencia de Cristo y su evangelio, la vivencia del misterio eucarístico y sacerdotal…
Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir al Espíritu Santo, por qué Jesús oraba para que viniera y nosotros estos días también tenemos que pedirle y desearle que venga a nosotros… Y por qué el mismo Cristo oraba con ellos para que se preparasen a recibirlo, por qué tienen ahora también con ellos a María en el Cenáculo, la Virgen bella y Madre sacerdotal, orando con ellos, qué pinta aquí María, a la que silenciaron en la Última Cena, ¿por qué ahora sí?
Porque se trata del comienzo y fundamento de la Iglesia, y ella es madre de la Iglesia naciente y le duelen en el alma sus hijos y ella ya ha vivido y sentido la eficacia del Espíritu Santo en la Concepción de su Hijo; porque la venida del Espíritu Santo confirma toda la vida de Cristo y origina la Iglesia, porque hasta que no viene el Espíritu Santo, hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama de amor viva, simbolizada en sus cabezas, hecho experiencia ardiente de amor del Padre Dios en sus corazones, de amar y sentirse amados y llenos de su amor a sus hermanos, los hombres, hasta que no viene el Espíritu Santo, Pentecostés… no hay fuego de amor ni Iglesia de Cristo, ni fuerza para predicar ni valentá y aguante para sufrir y morir por Cristo, por su mandamientos, por vivir su evangelio o los Sacramentos, la misma Eucaristía para inmolar mi soberbia, avaricia y pecados…Sin experiencia de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo…bueno, se pueden hacer y se hacen por el carácter sacerdotal, pero no con la experiencia de amor y fuego del Espíritu Santo.
2. 2.- LA “VERDAD COMPLETA” POR EL ESPÍRITU SANTO
Cuando es Pentecostés, cuando viene el Espíritu Santo, todos los pueblos entienden su lenguaje, el lenguaje del Amor de Dios, de que Dios ama a todos los hombres aunque sean de diversas lenguas y culturas, y que hoy tanto necesitamos, y empieza el cristianismo, el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, esto es, la verdad completa del cristianismo, que no es solo conocimiento, aunque sea teología, sino amor y experiencia de Dios, de amor a los hermanos, de santidad y cumplimiento hasta la muerte de la voluntad de Dios, de salir a predicar a todo el mundo, pero llenos de amor y convencidos, no solo de verdades: “Cuando venga, Él os llevará a la verdad completa”.
La “verdad completa” es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces sí que se acabó el miedo para los apóstoles y se quitaron los cerrojos y se abrieron las puertas y conocieron y predicaron convencidos de Cristo y del Padre y del Espíritu Santo, a quienes entonces conocieron en “verdad completa”, verdad hecha fuego y amor en sus corazones de amor a Dios y a sus hermanos, los hombres.
Conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todas las correrías apostólicas anteriores y milagros y la misma predicación exterior de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos de su persona, de su amor y divinidad, y sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés: “Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro… san Juan de la Cruz.
Y todo esto les vino, ¿Por qué y cómo? por estar reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús y de todos los sacerdotes…, y entonces, en la oración y por la oración, y con María, oración y devoción a María, madre sacerdotal, reciben el Espíritu del Hijo, el amor de Cristo, y por eso María es Madre de todos los sacerdotes, que ahora lo viven y lo sienten en sus corazones: ¡María, madre sacerdotal, madre del alma, cuánto te queremos, cuánto nos quiere, ayúdanos a ser y vivir como tu Hijo... y gracias por querer ser mi madre, mi madre sacerdotal y modelo!
No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico, las verdades de fe, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa, y si se predican no producen amor a Dios, solo conocimiento, hasta que no se sienten en el alma, hasta que no se viven en el corazón, hasta que Cristo y su evangelio no se experimentan, no se convierten en verdad amada y vivida. Por eso necesitamos que sea Pentecostés en nuestra vida, que venga a nosotros el Espíritu Santo para que Él nos haga sentir y vivir lo que conocemos por teología o celebramos por ritos o predicamos por el evangelio. La Iglesia, nosotros, todos los cristianos necesitamos hoy y siempre Pentecostés, el Espíritu Santo. Y cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más lo necesitamos.
Pablo no vio ni conoció visiblemente al Cristo histórico, pero lo conoció y lo amó y lo sintió más que otros que le vieron físicamente, y todo, por la oración en tres años de soledad y desierto en Arabia: “hermanos, os aseguro que el evangelio predicado por mí no es producto humano; pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo… Inmediatamente, sin consultar a nadie, en lugar de ir a Jerusalén a ver a los que eran apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y luego volví a Damasco. Al cabo de tres años fue a Jerusalén para conocer a Pedro y estuve con él quince días.”
En Pablo todo fue por la experiencia de la oración, oración primero discursiva, Biblia de A.T., luego oración de contemplación, mística, en el desierto de Arabia, por la experiencia de Amor, de Espíritu Santo, que da más certeza, amor y vivencia que la mera lectura y que todos los doctorados en teología, y que todas las manifestaciones históricas o apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros no llegaron, aunque habían visto y escuchado y tocado físicamente al Señor.
Por eso, lo primero y lo único que quiero deciros esta mañana, es que todos, pero especialmente los sacerdotes, tenemos que ser hombres de oración, de oración diaria y permanente, durante toda la vida, para sentir y vivir a Cristo y poder predicarlo y comunicarlo a nuestros feligreses, al mundo entero, dese la experiencia de amor, con fuego, con convencimiento, con eficacia de amor de Espíritu Santo.
Cuando Dios baja así y toca las almas por el fuego y la vivencia del amor, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles y tantos y tantos sacerdotes y cristianos que lo ha sentido y vivido y lo viven, lo cual contrasta, por otra parte, con la falta de predicar con fuego a Cristo y su evangelio o con tanto miedo de algunos a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Mirad la historia de los Apóstoles cuando empezaron a predicar la verdad completa de Cristo y su evangelio, después de Pentecostés, pero antes, nada de eso, metidos en el Cenáculo por miedo a los judíos, y mira que le habían visto a Cristo resucitado y le habían visto sus manos y pies crucificados.
2. 3.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN PARA LLEGAR A LA EXPERIENCIA DE DIOS
Por eso, hoy y siempre, por el mismo Espíritu Santo, no hay otro, tendremos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, porque viven lo que predican y están más pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos que de su gloria y cargos y honores, y todo por la fuerza de la oración verdadera, auténtica, sobre todo, de la oración o plegaria eucarística que debemos hacer y ofrecer con los mismos sentimientos de Cristo. Y eso es siempre por diálogo y presencia de amor cuando celebramos.
Hoy, como siempre, para ser testigo del Viviente, la Iglesia necesita la experiencia, la vivencia del Dios vivo. Siempre la ha necesitado, pero hoy más que otras veces, por el secularismo y materialismo reinante, que destruye a Dios y la fe en El. Falta experiencia del Padre creador y origen del proyecto de amor sobre el hombre; del Cristo salvador y obediente, amante hasta el extremo de dar la vida por sus hermanos, los hombres; del Espíritu santificador que habita y dirige las almas.
Falta sentir con Cristo, como san Pablo, “mihi vivere Cristus est…, para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”, y debiera ser la cosa más natural, sobre todo, en todos nosotros los sacerdotes, que estamos injertados y unidos a El por la gracia y el carácter sacerdotal y por tanto, llamados a estar en vivencia de identificación de vida y sentimientos con El.
Y el único camino para esto, para llegar a sentir e identificarse con Él, es la oración, la oración-conversión, la oración personal diaria. Alguno dirá, no, mejor la Eucaristía; no, queridos hermano, porque aunque celebres la Eucaristía, que es precisamente Oración o Plegaria Eucarística, si no dialogasy contactas con Él durante la misa y te vas convirtiendo e identificando con Él para llegar a tener sus mismos sentimientos, si no te encuentras con Él en diálogo personal eucarístico, mientras celebras, hay encuentro oficial-litúrgico y Cristo dará su vida por la salvación de todos, pero no hay encuentro personal eficaz y santificador, conversión de tu vida en la de Cristo o mejor, de Cristo en ti ni comunión de tu vida con la de Cristo. Esto lo explico más largamente en uno de mis libros.
Queridos hermanos, como los Apóstoles, todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, necesitamos recorrer el camino de la oración-conversión para llegar a la unión con Dios, para vivir el carácter sacerdotal, identificándonos con Cristo sacerdote por el amor, para tener su misma vida, su mismo amor, su mismos sentimientos sacerdotales de amor al Padre y entrega a los hombres, para tener y vivir con lenguas de fuego en nosotros, como los Apóstoles, en Pentecostés.
Hay que llegar a la unión de amor sacerdotal transformante en Cristo que nos pide a todos el carácter sacerdotal. Y esto solo es por la oración un poco elevada, oración de amor pasivo, recibido del Espíritu de Cristo, mientras hacemos sus acciones, como todos los santos, como todos los que se toman en serio la unión y amor a Dios sobre todas las cosas.
Repito y estas son las dos ideas principales que quiero que meditemos y se nos queden para siempre en la mente y en el corazón: El camino de la unión con Cristo sacerdote, de la eficacia apostólica, de la santidad y eficacia pastoral de la Iglesia, el camino de la santidad y del apostolado de todo bautizado en Cristo será siempre el camino de la oración-conversión en Cristo, para que Él, a través de nuestra humanidad prestada y totalmente identificada con Él, único Sacerdote que existe entre Dios y los hombres, pueda seguir predicando y salvando a la humanidad. Y el único camino es la oración-conversión personal en Cristo sacerdote, como se hace en la misa por la conversión o plegaria eucarística donde el pan y el vino se convierten en Cristo por la potencia de amor del Espíritu Santo.
Por eso yo siempre digo que orar, amar y convertirse deben estar siempre unidos en los sacerdotes y se conjugan igual y el orden de factores no altera el producto santificador y apostólico de los sacerdotes. Quiero amar a Dios, quiero o tengo que orar y convertirme. Quiero orar, es que quiero o tengo que amar y convertirme. No oro, no quiero orar, es que no quiero amar y convertirme; dejo de convertirme, entonces dejaré también de orar y amar a Dios sobre todas las cosas, porque me amo más a mí mismo y me prefiero a Dios. Y este es el problema de toda santidad, de todo bautizado o sacerdote que quiera cumplir con perfección el primer mandamiento. Este es y será siempre el problema que tendrá la Iglesia fundada en Cristo: la santidad o unión con Cristo por la conversión permanente cimentada en la oración permanente, de toda la vida.
Queridos hermanos, si queremos ser sacerdotes conformes al corazón de Cristo, vivir el carácter sacerdotal, lo primero es tratar de amistad con Él, para conocerle y empezar a identificarnos con Él por la conversión, porque esto no lo hará la teología que estudiemos ni la liturgia puramente ritual que celebremos sino la oración-conversión que realicemos o hagamos en nosotros. Es decir: oración que vaya transformando poco a poco nuestra vida en Cristo sacerdote, esto es, en el ser y existir sacerdotal de Cristo, que hemos recibido en la Ordenación sacerdotal y que nos da poder para hacer su vida y salvación y presencia pero no para sentirla porque para esto, ver todos los santos y místicos, necesitamos vaciarnos de nosotros para que Él nos pueda llenar, y esto solo es por la oración-conversión.
Y este camino de la oración, para todos, tiene ordinariamente una etapa primera de oración meditativa, con el libro en las manos, seminario menor y mayor que nos empezará a dar conocimiento de Cristo y de su evangelio y empezarán los primeros fervores y los primeros pasos en seguir a Cristo; y esto durará los años que queramos o toda la vida, esto dependerá de “si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga…”, dependerá de nuestra generosidad en seguir a Cristo en humildad, caridad y entrega, de nuestra conversión a Cristo.
Todos tenemos que pasar por esta oración diaria, más bien meditativa, reflexiva, un poco costosa, trabajada con la inteligencia más que con el corazón, hasta donde hay que llegar por la meditación de los puntos o las ideas; y por aquí comienza nuestra oración y conversión; pero si uno se toma en serio esta oración-conversión, y se da cuenta de que la oración desde el primer kilómetro es conversión de vida al Señor más que de inteligencia o ideas sobre Él, porque el fin de la meditación es : amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser, y así se empieza desde el primer momento, a convertirse a Cristo, a tratar de amar así a Dios y a los hermanos, cumpliendo sus mandamientos y evangelio y esto cuesta años de renuncias, sacrificios, renuncias de los propios criterios y del yo, para aprender a amar y vivir como Cristo, cambiando de vida, esforzándose por seguir a Cristo dando muerte al pecado, que todos tenemos de soberbia, avaricia, lujuria, envidia etc… para ir viviendo cada día más del amor a Dios, de amor de Espíritu Santo, que del amor propio que todos nos tenemos por el pecado original, y que yo antes decía: hasta media hora después de haberme muerto no estaré convencido que he dejado de amarme más a mí mismo más que a Dios y a los hermanos, pero ahora digo: que por lo menos, hasta seis horas después de muerto, no habré dejado de amarme a mí mismo más que a Dios y a los demás… y es que lo voy viendo por la experiencia personal y de Iglesia, porque hay que ver el cariño que nos tenemos… aunque uno sea cura y obispo, y cuando uno, al cabo de un tiempo, tal vez años, creía que ya había conseguido humildad, segundos puestos, el perdón a los demás… de pronto, otra vez a luchar, a convertirse, conversión de vida y amor, lo que cuesta, esto sí que cuesta, nos buscamos a nosotros mismos más que a Dios aún en las cosas santas… conversión de vida por amor a Cristo, vivir el evangelio que predicamos, obras son amores y no buenas razones.., entonces, cuando ya me tomo en serio la conversión de mi vida independientemente de todo, ya empieza la unión con mi Dios no por inteligencia sino por amor, empiezo a sentir el amor de Dios de una manera que me ilumina, que siento y me llena y que antes no sentía con la meditació, de una manera que me hace plenamente feliz, el cielo ya en la tierra, porque al vaciarme de mís mismo, me llena solo la Trinidad en mi vida y corazón y la siento… digo que si esto será la vida mística, los místicos, los que han llegado a estas alturas del amor e identidad con Cristo, porque en la noches de san Juan de la Cruz se han vaciado de sí mismos e identificado totalmente con Cristo y así el mismo Dios, la santísima Trinidad los puede llenar, porque Dios habita y puede llenarnos en la medida en que nos vaciamos de nosotros mismos.
Es oración afectiva, comienzo de la contemplativa, que nos lleva ya sólo a amar y sentirnos amados por Dios y nos lleva a amar al Padre y a los hombres como Él los ama, y para esto ya no nos sirve el libro ni la meditación, hemos entrado, vamos entrando en el Amor de Dios por la oración afectiva, luego contemplativa, finalmente transformativa, donde uno ya no tiene que meditar ni leer ni discurrir porque ya todo se lo da y lo infunde el Espíritu Santo en nuestros corazones por vía del amor infuso del Espíritu Santo, y nos sentimos amados: “ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio que ya solo en amar es mi ejercicio…” , san Juan de la Cruz.
Es ya como a los Apóstoles en Pentecostés, sin esfuerzo, en llama de amor viva al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en unión de amor: “oh llama de amor viva… rompe la tela de este dulce encuentro… Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste… quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el amado…”
Es la experiencia de Dios, del cielo ya en la tierra. De esto, santa Teresa cuyo quinto centenario estamos celebrando, sobre todo san Juan de la Cruz te lo describen maravillosamente, porque es su vivencia y la de los que llegan a este grado de oración y comunicación y transformación en Dios a la que todos estamos llamados y todos llegaremos en el cielo. Pero que algunos anticipan en la tierra; yo, en mi parroquia tengo almas de oración contemplativa; es una gracia especial que el Señor me ha concedido.
Por eso, cuanto más arriba está uno en la iglesia, más necesaria es la experiencia, porque si los montañeros que deben dirigir la escalada de la liberación de los pecados, de la vida cristiana, de la unión con Dios, de la oración, del entusiasmo por Cristo y su reino de vida de gracia divina, no tienen experiencia del camino que hay que recorrer ni conocen las etapas y rutas principales del monte del amor divino, y las dificultades de fe, esperanza y amor que hay que superar, por no haberlas recorrido personalmente, estoy hablando de las etapas de oración y conversión permanente para unión de amor con Dios, que son las etapas de oración, y nos quedamos en la oración puramente meditativa o discursiva, no digamos si ni esta cultivamos, mal podemos dirigir a otros en su marcha hasta la cima, hasta la experiencia del amor y ternura de Dios Amor que nos soñó para una eternidad de unión y felicidad trinitaria, y esto, aunque seamos sacerdotes y lo tengamos por encargo y misión.
Por favor, hermanos, que todo este camino de oración y experiencia de Dios existe, que todos por el santo bautismo, no digamos sacerdocio, estamos llamados a este encuentro de felicidad eterna con Él y que empieza aquí abajo por la vida de gracia y de oración con Él, que Cristo vino para esto, que Pentecostés existe y sigue existiendo, y es el camino, que Dios existe y es verdad, que Dios nos ama, que Cristo nos amó hasta el extremo hasta dar la vida y morir en la cruz y está en cada Sagrario de la tierra únicamente por amor, por amor personal loco y apasionado por ti, por mi, a todos… para llevarnos a esta unión, a esta experiencia de amor y felicidad…para empezar el cielo en la tierra, y esta es la grandeza del sacerdocio; pero que si solo hay teología o exégesis o conocimiento bíblico sin oración personal, aunque uno se cardenal, obispo o sacerdote, pues eso… que habrá teología y exégesis y predicación y gracia, pero no amor y vivencia de lo que predico y celebro, no habrá llama de Amor viva y plenitud de la Palabra endendida y plenitud de gracia sacramental por parte de Cristo: “Oh llama de amor viva, qué profundamente hieres, de mi alma en el más profundo centro; pues ya no eres esquiva rompe la tela de este dulce encuentro”. (S. Juan +).
Hoy como siempre, pero quizás hoy más que en otras épocas de la historia, para un mundo que se está quedando frío y sin amor a Dios y a los hombres, necesitamos testigos del Viviente, vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia, sin cargo y honores.
Y hoy, como en todos los tiempos, son muchos los que opinan así en la Iglesia. Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles para que mueran con dignidad, esta nueva santa nos habla de la necesidad de esta oración contemplativa para poder realizar estos compromisos cristianamente:
«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración... Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor»
«Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable. (Madre Teresa de Calcuta)
Mirad qué definición más bonita de oración personal; "dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí”.
En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística.
Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá convenir conmigo en que sobra tecnicismo pastoral, y falta el fuego de la palabra, las lenguas de fuego de Pentecostés que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida con Cristo. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.
Queridos hermanos, que en este retiro y por la oración que hagamos todos los días, especialmente en este tiempo pascual y de pentecostés, tratemos de invocar y de pedir y disponernos a recibir al Espíritu Santo, lo necesitamos, nos lo dice el Señor. Más alto y claro no lo ha podido decir. Que el Espíritu de Cristo sacerdote nos inunde cada día más de su presencia y de sus dones, de sus gracias y carismas, para que esté más intensamente presente en todos nosotros, en nuestras vidas. Y todo esto y siempre, únicamente es posible por la oración-conversión permanente, de todos los días.
Hermanos, ¿qué pasa si por cualquier circunstancia estamos tiempo sin respirar? Pues que nos morimos; y si respiramos mal y poco, no tenemos fuerzas para trabajar, tenemos asma que resta vitalidad a nuestra vida. Por eso, respiremos fuerte el Espíritu de Dios todos los días por la oración, como los Apóstoles en Pentecostés, que nos llene el amor de Dios que nos viene directamente de Él por la oración contemplativa, porque hay que aspirar y respirar a Dios en nosotros, tenemos que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios.
Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo y me digo: respira, respira hondo, querido hermano, el Espíritu Santo, por la oración diaria, que Dios te ama, y te lo dirá en una oración-conversión-contemplativa, en una Eucaristía cada vez más transformadora en Cristo sacerdote y víctima, en una comunión cada más perfecta con su misma vida, sentimientos y amor, y en un apostolado cada día más hecho con el mismo Amor y Espíritu de Cristo, o mejor, con tu humanidad sacerdotal prestada al Único Sacerdote, con y por Amor de su mism Espíritu Santo.
Queridos hermanos: siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para tener la experiencia de su amor y vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando a todos los hombres, nuestros hermanos y soñados por Dios para una eternidad de gozo Trinitario.
Recuerdo ahora esta oración de un obispo oriental: Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos; Cristo queda en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, una dominación; la misión, una propaganda; la vida cristiana, una moral de esclavos.
En cambio, con el Espíritu Santo, el cosmos se levanta y gime en el parto del Reino; el hombre lucha contra la carne; Cristo está presente; el Evangelio es fuerza de vida; la Iglesia, signo de comunión trinitaria; la autoridad, servicio liberador; la misión, un Pentecostés; la liturgia, memorial y anticipación; la vida humana es divinizada.
¡Ven, Espiritu Santo, te necesitamos! ¡Te necesitan tus sacerdotes, úngidos de tu presencia y amor! ¡Te necesita tu iglesia! esta iglesia nacida en Pentecostés y que debe ser alimentada y plenificada por tu presencia y experiencia de amor.
Así lo quiso y lo dijo el Señor Jesucristo resucitado: “os conviene que yo ve vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… pero si me voy, os lo enviaré… El os llevará hasta la verdad completa”.
“Verdad Completa” que no solo es saber teología y predicar y trabajar, sino hacerlo todo con amor de Espíritu Santo, o mejor, que tú lo puedas hacer por nosotros en humanidades prestadas eternamente por el carácter sacerdotal.
Gracias, Espíritu Santo, por habernos hecho sacerdotes de Cristo “in aeternum”. El tiempo ya ha pasado para nosotros: tus sacerdotes somos esencialmente, por la unción sacerdotal, sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades ganadas por el único sacerdote: Jesucristo.
Espíritu Santo, desciende sobre nosotros y llénanos de tu amor y sabiduría, para que vivamos nuestro sacerdocio en Cristo Jesús y lo hagamos todo con su mismo amor, fuego, ternura, su mismo Espíritu de amor al Padre y a nuestros hermanos, los hombres.
2. 4.- EN LA ESCUELA DE MARÍA,MUJER EUCARÍSTICA
Éste es el título que Juan Pablo II dio y desarrolló sobre la Virgen en su Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA. En el número anterior hemos tratado de María como madre de la Eucaristía y de los sacerdotes. Aquí el título de “mujer” que Cristo le dio tiene unas connotaciones especiales que conviene resaltar. Es “mujer”, nueva Eva de la salvación por Cristo. Así la quiso Él.
El Papa, después de haber trazado para la Iglesia un trienio de preparación para celebrar el jubileo del año 2000 de la Encarnación del Verbo y después de haber celebrado el año del Rosario (2001-2002), publicó esta Encíclica en la cual proclama el año de la Eucaristía a celebrar desde octubre del 2004 hasta octubre del 2005. Es triste que en muchas diócesis de España ni se oyera hablar de esto. Y mira que daba detalles la encíclica para celebrarlo a niveles de diócesis, parroquias, santuarios...
El capítulo sexto y último de la encíclica el Papa lo tituló: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía:
«(María), al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente” (LG 56).
«María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente simpar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas» (LG 61).
«María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).
Sin el cuerpo de Cristo, que «ella misma había engendrado», no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía.
Es mucho lo que Cristo confió en su madre y mucho lo que ella hizo y hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y en unión y dependencia total de su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos y yo debemos personalmente a María «MUJER EUCARÍSTICA».
Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:
«Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf. Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magnificat, que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: <Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen> (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).
Paso ahora a hacer un breve resumen de este capítulo sexto de la encíclica:
a) María cree en el Verbo hecho carne
«En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor».
«Hay, pues, una analogía profunda entre el “fiat” pronunciado por María a las palabras del ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35).
En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. “Feliz la que ha creído” (Lc 1,45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia».
Cada uno de nosotros puede percibir la importancia de que María potencie esta fe en los que somos invitados todos los días a la Cena del Señor para que nos saque de la rutina a la que estamos inclinados. Ciertamente a mí me ha ayudado. La encíclica quiere precisamente sacarnos de este posible formalismo para suscitar en nosotros el estupor y la admiración ante el misterio eucarístico: ¡mysterium fidei!
b) María, primer tabernáculo (sagrario) de Cristo en la tierra
En la visita de María a su prima Isabel queda clara la reacción de Isabel y del niño que lleva en su seno ante la visita del fruto del vientre de María; aparece clara la reacción subjetiva de aquella frente a la presencia del Verbo Encarnado. Aparece claro el paralelismo con el transporte del Arca de la Alianza a casa de Obededom: “El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom de Gat tres meses y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa” (2 Sa 6, 11).
San Lucas quiere transmitir la convicción de que María es el arca de la Nueva Alianza, el lugar incorruptible de la presencia del Señor entre los hombres y por tanto, el arca de la Salvación para el nuevo pueblo y nueva Alianza. La encíclica lo pone como anticipo de lo que ocurrirá en la Eucaristía, que será guardada en los sagrarios de las iglesias para ser adorada por los fieles; el Sagrario es verdaderamente el Arca de la Nueva y Eterna Alianza. En las dos, en María y en la Eucaristía, la presencia de Cristo es oculta:
«Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en <tabernáculo> --el primer <tabernáculo» de la historia-- donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como irradiando su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?» (EE 56).
c) El Magníficat, canto eucarístico
Cantado por María después de la revelación de su maternidad por parte de Isabel, el Magníficat representa a la Iglesia que «En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística.
La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre <por> Jesús, pero también lo alaba <en> Jesús y <con> Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística” (EE 58).
Las convergencias espirituales entre la celebración eucarística y el cántico de María son varias:
a) Alabanza y acción de gracias porque en ambos se alaba y da gracias al Padre <por Jesús, en Jesús y con Jesús, esto es, con verdadera actitud eucarística>.
b) Memoria de la encarnación redentora. En las dos se mencionan <las maravillas obradas por Dios en la historia de la Salvación>; en la Encarnación se celebra la encarnación redentora, indicada en las grandes cosas obradas por Dios en María; en la Eucaristía se actualiza el misterio pascual de Cristo.
c) La tensión escatológica hacia el nuevo mundo, anticipado en la historia. María canta <los cielos nuevos> y aquella <la tierra nueva>, que se realiza en la <pobreza de los signos sacramentales>, y en aquella en la <vida de los pobres> que Dios realzará.
d) Unidad en la ofrenda del sacrificio
En la infancia de Jesús, María nos ofrece dos actitudes indispensables para una participación fructífera en la Eucaristía: el amor y la ofrenda del sacrificio. En Belén la Madre se revela como <inenarrable modelo de amor>, cuando contempla con mirada embelesada el rostro de Cristo y lo abraza entre sus brazos (EE 55)
«En el templo de Jerusalén el anuncio de Simeón mira <al drama del Hijo crucificado> y por tanto <al Stabat Mater> de la Virgen a los pies de la cruz; en consecuencia: Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de <Eucaristía anticipada> se podría decir, una <comunión espiritual> de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como memorial de la pasión» (EE 56).
Esta encíclica es típicamente una <lectio divina>, una lectura espiritual y cristiana de María que explicita en términos postpascuales todo lo que Ella había vivido y tenía en su corazón, todas sus experiencias de vida con su Hijo.
e) Confianza en el Hijo: “haced lo que él os diga”
Del signo de Caná la encíclica recuerda sólo la coincidencia del “haced lo que Él os diga” de María con el “haced esto en conmemoración mía” de Jesús, con lo que María nos empuja a obedecer a su Hijo, que, a su vez, nos invita a realizar la Eucaristía en su memoria.
El Papa pone en los labios de María una sugestiva invitación a fiarnos de Cristo y de su potente palabra, sin dudas y vacilaciones de ningún tipo.
<<Mysterium fidei! >>Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” » (EE 54).
f) María, presente junto a la cruz
El punto cumbre de la participación de María en el misterio pascual, del cual la Eucaristía es el memorial, ciertamente es la experiencia de este misterio por parte de ella en primera persona junto a la cruz: «En el <memorial> del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27).
«Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros <a ejemplo de Juan> a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía» (EE 57).
g) Asidua en la fracción del pan
El Papa, al final de la encíclica nos hace mirar con complacencia a María «que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como «memorial» de la pasión» (EE 56).
No dice nada de la presencia de María en la Última Cena, pero nosotros sabemos por el Evangelio que María “acostumbraba a ir todos los años a Jerusalén por la fiesta de Pascua” (Lc 2,41). María estaba en Jerusalén el Viernes Santo (Jn 19, 25-27). Es lógico que estuviese también el Jueves. Pudo tomar parte en la cena con aquellos a los que Cristo dijo: “Tomad comed”, pero no consta ciertamente, por lo menos no es mencionada entre aquellos a los que les fueron dirigidas las palabras de la institución.
De todas formas la Cena pascual era una cena familiar y el rito también (Es 12,3-4. 26). Es más, era competencia de la madre de familia encender las lámparas para dar comienzo a la cena.
Sin embargo, es más cierta la presencia de María en la fracción del pan (Hch 2, 42), fórmula que indicaba la Eucaristía, que era celebrada frecuentemente en la comunidad de Jerusalén y después por San Pablo (Hch 20, 7. 11; 27, 35). Los Hechos de los Apóstoles enumeran a la Madre de Jesús...”todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús...” (Hch 1,14),
El Papa se introduce con amor en los sentimientos ciertamente vividos por la Virgen en las cenas eucarísticas: «...en los sentimientos de la Virgen vividos en la Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor... Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística? (EE 56).
Podemos concluir con el Papa que la Virgen es <mujer eucarística> con toda su vida, durante la cual ha experimentado un conjunto de sentimientos que son escuela y modelo para todos, especialmente para los sacerdotes que celebramos tan cerca y en nombre de Cristo estos misterios.
Ya lo he dicho y repito con humildad, los empecé a vivir desde mi seminario. Y ella fue mi modelo para entender los sentimientos de Cristo en la Eucaristía, que expongo en mi libro CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, Madrid) en el cual hablo largamente de la espiritualidad de la Eucaristía, de la experiencia de Cristo en la santa misa. A mí, por amor a Cristo Eucaristía, para vivir sus mismos sentimientos, me gustaría se hablase más de esta vivencia eucarística en exposiciones teológicas y meditaciones.
María, en la encíclica, es presentada por vez primera como «mujer eucarística», esto es, totalmente relacionada con la Eucaristía, hasta el punto de que tal relación constituye una clave para entender toda la vida de María desde la Eucaristía, que a mí ya me pasó desde mi juventud; por eso, la encíclica, y repito que lo digo con humildad, no me dijo nada nuevo en este sentido, al poner a María como modelo de nuestra participación <atenta, consciente y activa> en la Eucaristía.
CAPÍTULO TERCERO
3.1. NO LO OLVIDARÉ NUNCA
No lo puedo olvidar; esas palabras que salen del corazón maternal de la Virgen y tú las escuchas en tu interior, sin necesidad de palabras y signos externos, no se olvidan; y mira que ya han pasado años... Estas palabras se quedan para siempre en ti, grabadas en tu corazón, en tu vida. Todos tenemos experiencias maravillosas de nuestra relación con Cristo Eucaristía y con María.
Era un día de vacación; habíamos subido al Santuario del Puerto los seminaristas del Mayor. En el camino, algunos de los últimos cursos de Teología, subidos a una peña muy grande, que hay a la izquierda, estaban cantando cantos Marianos y todos aplaudíamos al pasar; me estoy refiriendo a Timón, Sánchez Nieto, Emilio Mateos... Es que les hicimos una foto y yo la conservo en mi álbum particular; lógicamente, para recordar a todos los que estaban subidos a la peña, he tenido que ir a verlos en esta foto en blanco y negro.
Llegados al Santuario, después de un breve descanso, teníamos un rato de oración, cantos y preces a Nuestra Madre del Puerto en su ermita; al salir, comíamos de prisa el bocadillo, y ese día empezamos a caminar rápidos por el camino que pasa junto al Santuario, dirigiéndonos hasta Villar de Plasencia, para volver luego caminando por la carretera nacional 630 hasta el Seminario, tal y como lo hacíamos alguna vez durante el año.
Perdonad esta introducción tan larga para lo que quiero deciros; lo hago más que nada para probaros que estas cosas no se olvidan. Pues bien, estando en la oración con todos los seminaristas en el Santuario, en el silencio de mi oración personal oía perfectamente una y otra vez a la Virgen que me decía: «Gonzalo, pasa a mi Hijo, tienes que pasar a mi Hijo, tienes que llegar hasta Él».
Al principio no entendía muy bien lo que esto quería decir. Porque por teología y por práctica todos teníamos muy asimilado que Cristo era el primero, era Dios, la razón y el motivo último de todo nuestro ser y vivir cristiano y sacerdotal; así lo habíamos aprendido de nuestros padres en el hogar y así estaba muy claro en las enseñanzas y pláticas que recibíamos en el seminario.Tal era la insistencia que yo, espontáneamente le dije oracionalmente a la Virgen: «¡Madre, si ya lo sé, pero a mi me va muy bien contigo, contigo tengo bastante, lo tengo todo»; a seguidas pensé que esta espontaneidad me había traicionado, porque era lo que yo realmente vivía; pero no era lo correcto, y añadí: «Contigo lo tengo todo bien ordenado, tú eres mi camino hacia Cristo! ».
Luego empecé a pensar qué me querría decir la Virgen con esta insistencia, porque yo los conceptos, en este aspecto, repito, los tenía muy claros. Con esta comunicación interior de la Virgen empecé a pensar que algo no estaría bien, que por algo me insistía en esto. María era todo para mí, pero de verdad; reconozco que ella lo abarcaba todo; a ella rezaba, pedía, dialogaba, era mi gozo, me dirigía para todo.
Antes de nada, quiero aclarar, por si alguno pudiera interpretar este diálogo oracional como una aparición de la Virgen, que nada de eso; en mi vida no ha habido ni pido nada de revelaciones y apariciones externas; lo he dicho y escrito muchas veces. Aquí todo es por el diálogo oracional.
Yo lo que quiero y pido es sentir y vivir a Cristo, a mi Dios Trino y Uno, a María, en mi alma, en mi oración, como los Apóstoles en Pentecostés; de nada les habían servido las apariciones del Resucitado, porque seguían con miedo y con las puertas cerradas; cuando lo vieron dentro de sí en Pentecost&eac