MARÍA, HERMOSA NAZARENA VIRGEN BELLA, DRE SACERDOTAL III HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS PARROQUIA DE SAN PEDRO.-PLASENCIA.1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

MARÍA, HERMOSA NAZARENA

VIRGEN BELLA, DRE SACERDOTAL

III

HOMILIAS Y MEDITACIONES MARIANAS

DE FIESTAS Y TIEMPOS LITÚRGICOS

 

PARROQUIA DE SAN PEDRO.-PLASENCIA.1966-2018

 

 

¡SALVE,

 

MARÍA,

 

HERMOSA NAZARENA,

 

VIRGEN BELLA,

 

MADRE SACERDOTAL,

 

MADRE DEL ALMA

 

CUÁNTO ME QUIERES,

 

CUÁNTO TE QUIERO

 

GRACIAS POR HABERME DADO A JESÚS

 

SALVADOR Y SACERDOTE ÚNICO DEL MUNDO

 

ENCARNADO EN TU SENO,

 

GRACIAS POR HABERME LLEVADO HASTA ÉL,

 

Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE,

 

MI MADRE SACERDOTAL Y MI MODELO

 

¡GRACIAS!

 

                                                                              (3ª EDICIÓN)                                                                                                                

 

 PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018 

 

 

 

Portada: La coronación de la Virgen, GRECO (SigloXV). El Prado, Madrid

INTRODUCCIÓN

 

PRÓLOGO ETERNO DE MI AMOR A LA VIRGEN

         

¡Virgen bella, madre sacerdotal, madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! No sabría empezar de otra forma este libro dedicado a mi queridísima madre, amiga y confidente María, la Virgen bella, Madre de Dios y de los hombres, que dirigiéndole las mismas palabras,  con las que, desde hace años, muchos años, le saludo todos los días, con mirada encendida de amor,  admiración y de agradecimiento:

            «¡Salve, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma! ¡Cuánto me quieres, cuánto te quiero! ¡Gracias por haberme dado a Jesús, hijo tuyo y Salvador de los hombres! ¡Gracias por haberme ayudado a ser y existir sacerdotalmente en Él! Y gracias también, por querer ser mi madre. ¡Mi madre y mi modelo! ¡Gracias!»

            El prólogo de este libro empezó a escribirse  hace muchos años, exactamente en la Novena de la Inmaculada de diciembre de 1959, en el Seminario Mayor, cuando tuve que escribir la primera homilía que prediqué, como lo hacían todos los años, los diáconos que serían ordenados sacerdotes, al final del curso, el sábado de la Octava de Pentecostés, según la costumbre de entonces.

            La conservo como una reliquia de amor. Y conservo hasta el croquis y el esquema de la homilía y hasta las notas: « y en mi homilía hablar más del amor de Dios a la Virgen porque Tomás Calvo, el año pasado, habló del amor de María a sus hijos, los hombres». Tomás era del curso superior al nuestro.

            Este es un prólogo eterno de admiración, que no terminará nunca, porque tanto mi amor y gratitud como la expresión de todo lo que siento en mi corazón por Ella es tanto, tanto... que, al empezar a escribir sobre la Virgen bella y mi madre del alma, ya no sé cómo terminar.

            Por eso, este «prólogo» va a ser largo, muy largo, por el ímpetu y la fuerza encendida de amor con que lo empiezo; estos fuegos de amor no acabarán ya nunca, porque son eternos, y continuarán eternamente en la presencia del Hijo, “Cordero degollado ante el Trono de Dios”, junto a la “mujer coronada de estrellas y la luna bajo sus pies”.  Y porque de «De María, nunquam satis».

            Este prólogo, sospecho, va a ser distinto también de lo convencional y establecido por las normas. Y pido  esta licencia por parte de los que lo lean. Y esto será así, porque la Virgen también es totalmente distinta de todo lo establecido, de lo ordinario y de un prólogo común; Ella, en mi corazón y   deseo, nunca será un prólogo o libro acabado y completo; a lo más, meramente interrumpido por razón de las cosas del tiempo y del espacio, para ser continuado en una eternidad que ya ha comenzado y no acabará nunca.

            Y así quiero empezar hablando de la Virgen bella  en mi libro, en su libro, expresando mi ternura y veneración por ella;  es  un prólogo, continuación del prólogo eterno  de amor, trato y admiración por Ella, interrumpido a veces por las ocupaciones normales de la vida, pero nunca acabado.

            Es un prólogo eterno, que no tiene fin; o mejor dicho, según el leguaje de mis años filosóficos, es un prólogo sempiterno, que es algo que empieza, pero una vez comenzado, ya no tiene fin. Sempiterno: «Dícese de lo que habiendo tenido principio no tendrá fin», Diccionario de la Real Academia  de la Lengua. Así es mi amor por ella. Y es que ya lo he dicho, una vez que empiezo a hablar o escribir sobre Ella, ya no sé cómo ordenar, dividir o terminar.

            Es que este diálogo de amor con mi hermosa «Nazaretana», como yo la llamaba antes, pero cambié por nazarena, porque no existe en el Diccionario,  la Virgen bella, no se ha interrumpido jamás desde el día en que empezó, y ya no se interrumpirá  ni en la tierra ni en el cielo, porque,  para continuarlo, espero estar junto a ella para siempre en la presencia del Hijo Amado, entre los Esplendores de la Luz eterna que brota de la esencia trinitaria de mi Dios Uno y Trino, Volcán de Fuego de Amor de Espíritu Santo, Espíritu-Amor en explosiones eternas de nuevos esplendores de Verdades y Misterios, nuevos y continuos Fulgores de Belleza en la Palabra Única de Vida y Felicidad de Hijo Amado y Predilecto, en la que el Padre nos dice todo su serse Trinidad  de ser y existir eternos de amor y felicidad, porque ya no tiene más palabras, ya que se dijo y expresó todo su ser y amor en su Verbo, Palabra úna y única en la que se dijo totalmente en totalidad de ser y amor de Espíritu Santo.

            El Padre todo nos la ha dicho, con canto de gozo y  amor en  una y única Palabra, que es su Verbo Personal; y esa Palabra, llena de luz y vida divina fue pronunciada por el Padre y  escuchada y aceptada por la bella nazarena y se hizo carne en ella por la potencia de Amor del Espíritu Santo, como Palabra de Amor salvador para todos los hombres, en su madre y nuestra madre, María.             Y toda esa Palabra del Padre a los hombres buscando nuestra amistad eterna está en cualquier sagrario de la tierra ¡qué misterio! ¡Eucaristia dívina, te adoramos! ¡Con qué hambre de Ti, caminamos por la vida! Confiamos totalmente encontrarnos todos en el cielo con su hijo y su Madre, porque Ella es también nuestra madre; y como Madre del Amor Hermoso, madre también solícita y entregada a sus hijos que peregrinan de la tierra hasta el cielo, cumplirá lo que tantas veces le rezamos: «Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre».

            Por eso he dicho, que mi prólogo ha tenido principio, pero no tendrá fin, porque yo la amo desde el Hijo, que es Una y Única e Infinita Palabra, en la que Dios Trino nos ha dicho todo sobre la Virgen bella; y esa Palabra nos dice que los Tres la eligieron como Madre del Verbo y esposa del Espíritu Santo que la “cubrió con su sombra”, “y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo”, el mismo que  “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. Él estaba al principio en Díos. Todas las cosas fueron hechas por Él y sin Él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,13). Y si un Hijo que es Dios pudo escoger y hacer a su madre, ¡cómo la hizo de grande y hermosa!; más que todo lo que nosotros podamos descubrir y decir, porque sólo Él, un Hijo Dios la dijo, desde la eternidad, palabras creativas de su ser por Él María Inmaculada, hasta hacerla Madre, Madre suya, Madre de Dios; sólo Dios puede pronunciar y deletrear y canturrear y crear desde toda la eternidad, desde el principio, con gozo de Hijo agradecido, a su madre a la “esclava del Señor”, podría decir palabras creadoras de vida y amor, hasta hacerla Madre por la potencia de su Amor, que es el Espíritu Santo: “Al principio era la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios...  Todas las cosas fueron hechas por Él”.

            En María, Madre de Dios, está todo lo más hermoso que se pueda pensar,  hacer y decir por parte de un hijo, por parte de un Hijo Dios, a su criatura predilecta, a una madre, a su Madre, a la Madre del Hijo de Dios, que eligió ser hijo de María. Por eso, y lo diré claro desde el principio y luego lo explicaré, mucha «culpa» de este prólogo eterno la tiene este Hijo, porque que yo he conocido y amado plenamente a María desde el Hijo, Palabra eterna y prólogo eterno de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que me descubre toda la grandeza de María, su Madre «por obra del Espíritu Santo».

Este quiere ser prólogo en el que  quiero escribir, mejor dicho, hablar de Ti, Madre de mi Dios, Virgen bella, Madre sacerdotal, madre del alma; y es tanto, tanto... que no tiene límites,  porque es un prólogo de amor de hijo agradecido;  porque mi amor a Ti, desde que te conocí, descubre nuevas hermosuras y  no se ha interrumpido ni se interrumpirá jamás, Madre del Amor Hermoso, «vida, dulzura y esperanza nuestra», consuelo de mis lágrimas y certeza de  amor en mis horas de angustias; sorpresa continua de primores de gracias y comunicaciones, mirada de agradecimiento en los miles de peligros pasados sin quebrantos ni rupturas por tu mano protectora, acción de gracias continuas después de “peligros de mar, de tierra…” de carreteras y velocidades a más de... kms, que tú sólo sabes... ¡es que me has ayudado y amado tanto, Reina y Virgen Sagrada María!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

1. 1.- MARÍA, MADRE SACERDOTAL DE CRISTO

 

El título que tengo ahora en mi mente y en mi corazón para este libro, el que he orado, vivido y palpado muchas veces en mi vida y en mi sacerdocio es: MARÍA, SACERDOTE DE CRISTO.

Pero ya sé que esto no se puede decir; así que se lo digo muchas veces a ella sola, en voz baja, pero de tal manera que todos lo puedan oír. Se lo digo claro y alto, pero sin mover los labios, todo en mi corazón, sobre todo, celebrando la Eucaristía, vida entera y completa de Cristo, que se hace presente ahora por la humanidad prestada de los sacerdotes, y que ella vivió con su hijo sacerdote único del Altísimo y ahora se hace presente en la Eucaristía, que no es mero recuerdo sino memorial que mistéricamente hace presente toda la vida de Cristo, desde que nace en su seno hasta que muere y sube a los cielos, especialmente su pasión, muerte y resurrección, en las que ella estuvo presente.

En la santa misa se hace presente todo este misterio por Cristo sacerdote que se ofrece e inmola por nosotros, y hace presente especialmente su pasión y muerte, en las que María, como madre del Único Sacerdote de todos los hombres, estuvo presente, “junto a la cruz”, como madre de su hijo, madre sacerdotal y víctima de salvación con Él por todos nosotros, sus hijos.

Ella, como madre sacerdotal de su Hijo, lo cumplió estando “junto a la cruz” ofreciéndose en compañía del recién ordenado sacerdote Juan, a quien el hijo sacerdote, ofreciendo cruentamente el sacrificio de su vida por nosotros, le encomendó que fuera su hijo y cuidara de ella, como madre.

Mientras que los otros sacerdotes, ordenados con Juan por Él aquella misma noche, le dejaron y Él lo permitió, sin embargo Cristo quiso tener junto a sí en el sacrificio de su vida a su madre sacerdotal, a María «no sin designio divino», (Vaticano II, LG); por algo sería, algo nuevo y excepcional sería el motivo, por el que Cristo quiso tener junto a sí en la cruz a su madre, María, ¿por qué? Para mí está claro, la necesitaba como madre de amor, entrega y ayuda en esos momentos tan duros; quiso que se ofreciera con Él por la salvación de todos sus hijos, los hombres, y yo siento su presencia de madre nuestra, siento su perfume y aroma, siento la cercanía  de María todos los días “junto a la cruz”,  cuando celebro la Eucaristía memorial que hace presente todo, absolutamente todo y como ocurrió “de una vez para siempre”…. Y espera que respire… y siga… porque tratándose de María me quedo sin respiración, es el nunca “satis”, no termino nunca de hablar y expresar lo que siento y vivo en ella.

Pero repito que todo esto lo digo en voz baja porque puede ser que algún teólogo no esté de acuerdo y porque yo soy hijo de mi madre queridísima la Iglesia, pero es que mirando a la Madre, la siento tan grande y bella y hermosa, cuando la contemplo desde el Hijo, ya te diré luego que primero fue María en mi vida, pero Ella me llevó al Hijo, y ahora todo lo veo desde el Hijo, y descubro tantas maravillas, tanta confianza y seguridad y amor del Hijo a la Madre, que cada día descubro nuevos misterios, porque todavía quedan muchos por descubrir en el Hijo y desde el Hijo en la Madre. Que se prepare la Iglesia, porque ya ha adquirido mucha luz sobre el misterio de Cristo y de María en Cristo, pero aquí hay muchas cavernas en esta mina, que diría San Juan de la Cruz, y a medida que avance en la fe contemplada desde la oración unitiva y contemplativa, adquirirá nuevas luces y matices, porque Dios es inabarcable.

Sobre todo, cuando celebro la Eucaristía ¡misterio entero y completo de Cristo, y con Cristo, Verbo, Palabra, Canción de Amor de Espíritu Santo, canturreada por el Padre por la potencia de Amor en el seno de María, donde empezó el ser y existir sacerdotal del Pontífice, del que es y hace de puente entre Dios y los hombres, por donde Dios y sus dones vienen a nosotros y nosotros pasamos a la eternidad y esencia de mi Dios y mi Todo!, -- espera que respire--,  siento su presencia, su aroma, su perfume, su gozo de Madre de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdotal y sacerdote (será la última vez que lo digo, perdonadme, no me censurarán por esto los teólogos y biblistas) y siento cómo está junto a mí, como Madre sacerdotal, ofreciendo conmigo a su hijo, a Cristo,  al Padre; pero sobre todo y especialmente en la consagración, en el memorial que hace presente, por medio del sacerdote, el “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no mera representación, es la presencia histórica, primera y única la que se hace presente, la que hace presente a Cristo desde que nace en su seno hasta que sube como “cordero degollado ante el trono de Dios”, entero y completo, toda su vida, pasión, muerte y resurrección del Hijo, Sacerdote y Víctima de Eucaristía Perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, hasta dar la vida; todo se hace presente en la santa misa por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Es Ella; la siento en la santa misa y oigo su respirar doloroso de Madre por el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino--, lo dice la misma Iglesia, que su Madre, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo como el suyo, hasta dar la vida, si el Padre lo hubiera querido físicamente, aunque la Madre murió afectivamente en la muerte del Hijo, y ofreció su vida, en la vida del Hijo, murió no muriendo, porque tenía que cuidar de los recién ordenados sacerdotes, como tantas veces cuida de mí y me regala con besos maravillosos y siento su pecho de madre junto al mío, y entiendo totalmente el celibato, eso de amar solo a Dios, con amor exclusivo y total, en María y como María, Virgen y Madre.

Es Ella; nadie más que Ella es y puede ser, la que siento ya gloriosa y triunfante junto  a su Hijo en el cielo, “cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero...  es Ella, en la tierra y en el cielo siempre con, por y en el Hijo  Único Sacerdote y Hostia, es Ella la que puede decir con más verdad y propiedad que nadie fuera del Hijo: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros.. Esta es mi sagre derramada para el perdón de los pecados»; en la consagración y después de ella,  siento su aroma de madre sacerdotal y su cercanía, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdotal y me dice sin palabras: «Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros... esta es mi sagre derramada para el perdón de los pecados»; es su cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en su seno, hecho carne en  María, en mi Madre y hermana sacerdotal; es su sangre también, la de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos han querido sumergir por toda la eternidad, en su misma esencia de Amor y Felicidad, a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote y de su  Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amar con amor de Espíritu Santo, gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

El celibato, amor total, es posible, no digo fácil, descubriendo a Cristo, Beso y Canción de amor extremo del Padre y del Hijo a los sacerdotes, por la potencia de Amor del Espíritu Santo que nos unge y consagra por el sacramento del Orden. Y sin totalidad de amor al Hijo, Cristo sacerdote total, y sin ayuda de la Virgen Madre, es más difícil, y más por los “guasads y demás medios modernos... y menos ratos de Sagrario.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida! ¡Enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo! ¡Eenséñame a ser sacerdote y hostia, sacrificio y víctima con Cristo, pero teniendo junto a mí…“junto a la cruz”, a María, entonces sí que te digo que todo es más fácil.

En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento en tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir sacerdotal en nosotros que somos su prolongación por la potencia de Amor del Espíritu Santo obrada por la Unción y Consagración sacerdotal del sacramento del Orden

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo,  ya que eres verdad y vida y belleza de Amor en y por tu Hijo Sacerdote, Palabra redentora y sacerdotal encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, cantada por el Padre con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, que me canta por la revelación encarnada del Hijo en María y me dice con  Amor de Padre en el Hijo que soñó en mí y me creó y me dio la vida encarnada en el sí de María, madre del Hijo encarnado, único sacerdote del Altísimo.

Bueno, y ahora con calma te voy a decir, por qué no cederé más  a la tentación y por qué, de ahora en adelante, diré con mi madre y maestra, la Iglesia, que María es Madre sacerdotal de su Hijo, Único Sacerdote, y de todos los sacerdotes, pero no Madre sacerdote: «María, que no recibió el carisma del sacerdocio ministerial, es quien ha vivido en la forma más alta y más pura, durante toda su vida, ese sacerdocio real que consiste en ofrecerse uno mismo en oblación de amor al Padre (cf. Rm 12,1). Participar plenamente en el sacerdocio de Cristo es por tanto para nosotros, antes que nada, «revivir» la ofrenda total de sí hecha por María, unida a Cristo en su despojamiento» (Redemptoris Mater, 18).

Jesucristo Sacerdote nació y se formó a la sombra de María; el Redentor de los hombres inició y culminó su sacerdocio en compañía de María. Más aún: en estrecha unión con María. Ya en Caná de Galilea actuó sacerdotalmente, por primera vez, a instancias de su Madre: “No tienen vino... Haced lo que Él os diga...”. Y, en el Calvario Ella guarda silencio, pero actúa unida al Hijo, por voluntad divina, como Corredentora.

De igual modo, porque Cristo lo ha querido, porque en Juan nos la entregó como madre, el sacerdote no puede vivir su sacerdocio sin María: necesita de Ella y aprender de Ella como Madre y hermana entrañable sacerdotal. Ella será consuelo y guía y ayuda maternal en su vida personal y trabajo pastoral.

María, efectivamente, no fue sacerdote, pues no consta que recibiese este don, aunque los recibió mayores, como el ser Madre de Cristo, Único Sacerdote, y por tanto, tiene el «sacerdocio fontal». Es decir, Ella es la fuente del sacerdocio de Cristo, porque ella dio al Verbo la humanidad, por la cual se unieron los dos extremos: Dios y los hombres; y por esta humanidad sacerdotal-pontifical, esto es, puente entre Dios y los hombres,  por este puente baja Dios a nosotros y nosotros subimos hasta Dios,  por la humanidad del Hijo, recibida de María, que realizó el sacrificio salvador. Por tanto, los presbíteros han de tener a María como «Madre de su sacerdocio»; Madre que es fuente, que es origen... y ayuda eficaz en orden a vivirlo fielmente.

Y digo yo con atrevimiento de enamorado de mi madre sacerdotal y…  bueno, ahora lo voy a decir más claro; digo yo que si en la santa misa se hace presente mistéricamente, más allá del espacio y del tiempo, todo el misterio de Cristo, desde que nace hasta que muere y sube al cielo, digo yo, que se hará presente también Cristo naciendo en María, haciéndose hombre en su seno y por lo tanto, de alguna manera, se hará también presente “in misterio” María engendrándole por obra de mismo Dios Amor, Espíritu Santo, que le hizo sacerdote y salvador de los hombres a Cristo y  es también Él mismo el que, por Cristo Sacerdote, convierte el pan y el vino en cuerpo de Cristo, el mismo que formó a Cristo sacerdote en el seno de María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti… no temas María…” y  hará en la santa misa también a María “sacerdote” porque une en su seno lo divino y lo humano de Cristo, único sacedote del mundo, engendrándole y ofreciéndole.

 Cristo, Único Sacerdote, por su divinidad recibida del Padre y por su humanidad, recibida de María, por obra del Espíritu Santo,  es constituido puente entre Dios y los hombres, sacerdote, y esto es el carácter sacerdotal que nos hace a los hombres, sacerdotes, y a María…pues… también puente sacerdote entre Dios y los hombres, entre lo divino y lo humano, siempre por obra del Espíritu Santo; la hizo madre sacerdotal y madre sacerdote, madre el Único Sacerdote y madre sacerdote por participación en el Único Sacerdocio  de su Hijo-hijo sacerdote. su hijo que nace en su seno como sacerdote y víctima por obra del Espíritu Santo, como todo sacerdote lo hace en la santa misa por obra del mismo Espíritu, y lo hace con fe y amor: "El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios...Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»" 

Y que todo esto, en la santa misa, al hacerlo presente Cristo sacerdote  con amor de Espíritu Santo, toda su vida, desde que nace en María hasta que muere y sube al cielo, como sacerdote y víctima total al Padre… digo yo que, por todo esto, María estará especialmente presente en la santa misa como carne inmolada en y por su hijo Jesucristo y como madre que engendra a la víctima y ofrenda  con Él en la cruz que se hace presente en la santa misa y como madre sacerdotal y sacerdote por obra del mismo santo Espíritu que unge y transforma a los  sacerdotes y convierte el pan y el vino en Cristo pleno y completo…

 

 

1 .2.- JESUCRISTO, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA,  ÚNICO  SUMO SACERDOTE

 

 El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas en María y por María, madre sacerdotal de Cristo sacerdote; se hizo puente único y oficial en Ella, por obra del Espíritu Santo, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación: su misma vida. Esta es la  identidad y misión de todo sacerdote, pero especialmente y sobre todos, de María.

Porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote de cuyo Sacerdocio todos participamos en nuestro ser y existir por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir por una Unción y Consagración de Maternidad-Sacerdotal divina, quedando configurada más totalmente a Cristo porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo cooperando a su Ser y Existir Sacerdotal, ya que si no se hubiera encarnado no podía unir lo divino y lo humano según el plan de Amor del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo.

Por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal,  toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar e inició el sacrificio de Cristo que todo entero, ya completo, toda su vida, especialmente pasión, muerte y resurrección, haría presente proféticamente en la Última Cena, anticipando en memorial profético su muerte y resurrección, y que luego, “haced esto en  memoria mía”, lo haría en memorial recuerdo: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”, por el ministerio de los sacerdotes, que lo hacen presente; siempre el mismo y único misterio: toda la vida de Cristo, desde que nace en María hasta la muerte en cruz y su resurrección.

El sacerdote, por su carácter sacerdotal,  activa y  hace presente a Cristo que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal, toda su vida, tal cual, porque no hay otra, y todo de una forma sacramental, metahistórica, más allá del espacio y del tiempo.

Cristo, por medio del sacerdote, al hacer presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, toda su vida,  por la potencia de amor del Espíritu Santo, hace presente también  su ser y existir sacerdotal y victimal, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo realizada en la liturgia por el ministerio sacerdotal de los presbíteros.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, nos encontramos sacramental y espiritualmente, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, que inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, consagrándose como Madre sacerdotal en su ser y existir, y en la misa sorprendemos a la Virgen, meditándola y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir como madre sacerdotal por el ser y existir de Cristo, Único y Eterno Sacerdote, porque el ser de Cristo, divino y humano, se encarna y hace a María madre sacerdotal, incluso, aunque sea un poco atrevido teológicamente, como madre sacerdote, que esto hizo en Ella y hace sacramentalmente en los sacerdotes el Espíritu Santo, en los elegidos, para cumplir luego desde esta consagración, su misión de pastor, sacerdote y guía de Cristo en su vida terrena y del Cristo místico después de la Resurrección.

Por eso estaba reunida con los Apóstoles, como madre sacerdote y sacerdotal, preparando la venida del Espíritu Santo, que su Hijo tanto les había recomendado como plenitud a los recién ordenados sacerdotes: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré, el os llevará hasta la verdad completa”. Y entre esas verdades estaba ésta que María estaba ejerciendo con ellos: ser madre sacerdotal de los sacerdotes de su hijo Único sacerdote.

Concluyendo: María, para mí, fue  ungida y consagrada Madre sacerdote y sacerdotal de Cristo sacerdote por el Espíritu Santo desde la Anunciación en su ser y existir, y enviada en misión sacerdotal para todos los hombres, que ejerce ahora, entre otras formas, de una manera muy clara y llamativa, en sus apariciones, y me refiero a Fátima, donde  pidió a los niños que consagrasen el mundo a su Corazón Inmaculado, cosa que hasta los Papas y teólogos tuvieron miedo teológico porque lo natural es que se consagrase a Dios, al Hijo. Pero por fin lo hicieron a regañadientes, como varias veces lo afirmó Lucia, y Rusia se convirtió, cosa inconcebible en aquellos tiempos. Y más, ahora el presidente de la atea y comunista Rusia va a misa, y los presidentes de la cristiana Europa, especialmente de la Católica España, no lo hace y trata con sus leyes de educación y demás de que los niños y los mayores abandonen ese camino. Necesitamos, Madre, tu ayuda ¡Virgen bendita, te necesitamos!

El sacerdote, como Cristo, necesita de María. Así lo propuso varias veces el Papa Juan Pablo II en su pontificado: «Hablando desde lo alto de la cruz en el Gólgota, Cristo dijo al discípulo: “He ahí a tu Madre”. Y el discípulo “la recibió en su casa” como Madre. Introduzcamos también nosotros a María como Madre en la casa interior de nuestro sacerdocio» (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979).

«Queridos hermanos: Al comienzo de mi ministerio os encomiendo a todos a la Madre de Cristo, que de modo particular es nuestra Madre: la Madre de los sacerdotes. De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu Hijo”. El hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante fue dado a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en Ella a nuestra Madre.

Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis a Ella particularmente vuestro sacerdocio. Permitid que yo mismo lo haga, poniendo en las manos de la Madre de Cristo a cada uno de vosotros —sin excepción alguna— de modo solemne y, al mismo tiempo, sencillo y humilde. Os ruego también, amados hermanos, que cada uno de vosotros lo realice personalmente como se lo dicte su corazón, sobre todo el propio amor a Cristo-Sacerdote, y también la propia debilidad, que camina a la par con el deseo del servicio y de la santidad. Os lo ruego encarecidamente» (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979, nº11).

Juan Pablo II ha dedicado páginas abundantes, llenas de belleza y de amor filial, a la Madre de Dios, a cuyo patrocinio ha querido confiar el Pontificado: «Totus tuus». Abundando en sus enseñanzas mariológicas, el Santo Padre dedicó una Encíclica a la Santísima Virgen: Redemptoris Mater (25-3-1987), y convocó la celebración de un «Año mariano» (1987).

Rememorando Juan Pablo II la institución de la sagrada Eucaristía, ha advertido que, como en aquel momento no faltó la presencia de «la Madre», tampoco puede faltar en la vida del sacerdote: «Para nosotros, como sacerdotes, la última cena es un momento particularmente santo. Cristo, que dice a los Apóstoles: “Haced esto en conmemoración mía” (1 Co 11,24), instituye el sacramento del Orden.

En nuestra vida de presbíteros,  este momento es esencialmente cristocéntrico: pensando en el sacrificio del Cuerpo y de la Sangre que, “in persona Christi”, ofrecemos, nos es difícil no entrever en este sacrificio la presencia de la madre. María dio la vida al Hijo de Dios, así como han hecho con nosotros nuestras madres, para que él se ofreciera y nosotros también nos ofreciésemos en sacrificio junto con él mediante el ministerio sacerdotal.

Detrás de esta misión está la vocación recibida de Dios, pero se esconde también el gran amor de nuestras madres, de la misma manera que tras el sacrificio de Cristo en el cenáculo se ocultaba el inefable amor de su Madre que le había dado ese cuerpo y sangre  sacerdotal: ¡De qué manera tan real, y al mismo tiempo discreta, está presente la maternidad y, gracias a ella, la femineidad en el sacramento del orden, cuya fiesta renovamos cada año el Jueves santo!» (Carta a los sacerdotes, 25-3-1995, nº3).

En esta «lógica de vida sacerdotal», el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros remarca la necesidad de que el sacerdote viva una «espiritualidad mariana»: «Existe una relación especial (...) entre la Madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo, que deriva de la relación que hay entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo (cf. Juan Pablo II, Catequesis, 30-6- 1993). En dicha relación está radicada la espiritualidad mariana de todo presbítero. La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención» (n.68a-b). Los sacerdotes han sido formados en el Corazón de María, y con ella deben tener un trato asiduo, confianza e intimidad. De ella deberán aprender las virtudes, y a ella habrán de confiar su vida y ministerio. El Directorio llega a concretar la «piedad mariana», invitando a los sacerdotes a rezar el Rosario como práctica de devoción, que no puede faltar en la organización de su vida espiritual (cf. ib., n.39b), que también aconsejaron el Concilio (cf. PO, 18), el Código de Derecho canónico (cf. can. 246,3; 276,2-5°) y la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis (cf. n.36. 38.45.82).

 El ser y existir de María fue configurado como madre sacerdotal por la Unción y Consagración del Espíritu Santo que la “cubrió con su sombra” y la consagró madre sacerdotal en el Ser y Existir Sacerdotal del Hijo que nacía en sus entrañas. Imposible concebir en lo puramente  humano un ser y existir sacerdotal como el de María, porque el suyo, por ser la madre de su hijo, Cristo Sacerdote, es más potente y poderoso que la participación nuestra en el ser y existir sacerdotal de Jesús, porque, como madre del Único Sacerdote, está rozando lo divino y se hace por y con Él, puente limitado y participado entre Dios y los hombres por el Hijo Sacerdote Único ¡María es «divina...»!

María es madre sacerdotal y sacerdote porque sin la palabras de la Consagración forma a Cristo en su carne, le dio humanidad y existir sacerdotal en su seno por el Espíritu Santo que los formó de su sangre y carne, esa sangre de Cristo, sangre y carne de María, que luego su hijo, Cristo sacerdote, ofreció al Padre en su vida y muerte por nosotros, por todos los hombres ¡Era sangre de María!

 

 

1. 3.- EL SACERDOCIO MINISTERIAL Y MARÍA

 

En el santo Bautismo, todos los bautizados, toda la Iglesia, por la Unción del Espíritu Santo, queda configurada, injertada a Cristo y consagrada sacerdotalmente con el sacerdocio real. A este sacerdocio real se llega por el sacerdocio ministerial, que está «para él» y también a la vez «frente» a la Iglesia, que es esencialmente distinto, recibido y actuado por los Obispos plenamente,  y por los presbíteros en segundo grado, como dice la misma oración de Ordenación, en lo cual no estoy muy de acuerdo ni con el término ni con su origen bíblico donde los presbíteros eran Obispos. Pero después del Vaticano II, todo ha quedado claro, lo acepto y no quiero problemas.

Por lo tanto, toda la Iglesia, por la Unción del mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre y del Hijo, queda consagrada para ofrecer dones y sacrificios al Padre de todas las gracias. Pero el sacerdocio ministerial, en su ser y existir, se diferencia esencialmente del sacerdocio real, ya que la Unción del Espíritu en el presbítero le identifica y le configura con Cristo Cabeza, Pastor y Guía, mientras que a los bautizados los configura como Cuerpo sacerdotal de Cristo.

Y yo pregunto, ¿quién está más configurado con Cristo Sacerdote por la Unción del Espíritu Santo: los Apóstoles, o María que lo llevó en su seno, en su amor oferente y ofrecido de madre: “he aquí la esclava”, en su vida y en su existir desde que empezó a existir el Único y Supremo Sacerdote en el tiempo, desde que empezó a existir el Sacerdote Cristo? ¿Quién está más configurado con Cristo: los ministros que están ungidos en su ser y existir sacerdotal y lo prolongan sacramentalmente como Cabeza, Pastor y Guía,  -- unción y misión--,  o Ella, que fue sacramento único de su presencia y misión sacerdotal engendrándolo en su seno y allí le dio esa humanidad consagrada y ungida por el Espíritu Santo por la cual pudo ejercer su misión; Ella que le dio y es también ese “cuerpo que se entrega” y “esa sangre que es derramada para el perdón de los pecados”, victimal y sacerdotalmente en el Calvario, --luego como memorial en la Eucaristía--, donde no «sin designio divino», como dice el Vaticano II en LG, “estaba la madre de Jesús junto a la cruz” ofreciéndose y ofreciendo el sacrificio de su cuerpo y sangre en su Hijo?

¿Por que prefirió a su madre en ese momento sacrificial-sacerdota-cruento y no a los sacerdotes que había ordenado por la noche aunque en Juan estaban representados? ¿Qué nos quiso enseñar e indicar con esto el evangelista que la conoció mejor que nadie porque se la llevó a su casa y allí escuchó esos secretos e intimidades que hacen ser el evangelista más profundo y vivencial de los misterios del Verbo y de la Trinidad? No la descubriría como Madre Sacerdotal en este testimonio tan profundo y teológico: “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena.  Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo.  Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre Y. desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.

Jesús venía a decirle a su madre María: “Mujer”, Madre sacerdotal, recibe a Juan y en él a todos los sacerdotes,  prolongaciones de mi ser y existir sacerdotal, enséñales a ser buenos curas y pastores, en la triple tarea de la Palabra, los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, donde yo hago presente todo mi ser y existir, todo mi misterio, como a mí me has enseñado y ayudado tú mi madre sacerdotal a cumplir el ministerio confiado por el Padre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dijo al discípulo, recién ordenado sacerdote la noche anterior lo que luego irá él descubriendo poco a poco en contacto con María y siempre con las enseñanzas de María y por su unión y experiencia mística con Cristo resucitado siempre por la potencia de Luz y de Amor del Espíritu Santo: “He ahí a tu madre”, a tu madre sacerdote y madre sacerdotal por Cristo de todos los sacerdotes, hijos de su hijo, Único sacerdote.

Ella, por voluntad de su hijo sacerdote, es madre de todos los sacerdotes; así lo hizo y expresó el Hijo sacerdote en la persona del

sacerdote Juan; ella, por tanto, es la que más sabe de mí y puede ayudarme con su vida y oración, como en Pentecostés ayudó a  todos los apóstoles ordenados sacerdotes por su Hijo a recibir y vivir el sacerdocio, el Espíritu Sacerdotal del hijo.

¿En qué seminario estuvo Cristo y quién fue su teólogo y director espiritual del “hijo obediente”, quién le ayudó a cumplir su misión, quién le educó y defendió más y mejor que María, quien le dio a luz, quién le salvó de la muerte inocente y huyó a Egipto, quien le presentó en el templo, y le buscó y le hizo adelantar su hora de Mesías en las bodas de Caná, quién estuvo junto a la Cruz ofreciéndose como sacerdote y víctima con Él? María, madre sacerdote de Cristo, su hijo encarnado en su seno y madre sacerdotal de todos los sacerdotes.

 

 

1.4- MARÍA, MADRE DE TODOS LOS SACERDOTES, EN LA PERSONA DE JUAN

 

            Las relaciones del discípulo predilecto con María han sido señal y prefiguración de las relaciones que todo cristiano, especialmente los sacerdotes, deben tener con María que les ha sido dada en Juan, como madre sacerdotal. A mí personalmente me ha enseñado  y ayudado muchísimo en mi vida y en mi sacerdocio. Me gustaría que, en este año sacerdotal, se descubriera y se hablara más de este misterio de María, madre sacerdote  por su hijo Único Sacerdote y madre sacerdotal de todos los sacerdotes.

Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Podemos sólo intuir el ardor con que el discípulo, recién ordenado, ofreció a María una adhesión cariñosa que prolongaba la intimidad que había tenido con Jesús. Mejor que otros, comprendió que no podía abrirse totalmente al amor de Cristo, sino amando a su madre. Al recibirla en su casa, pudo captar en ella una semejanza viva con Cristo. Él, que en ciertos episodios del Evangelio manifestaba la sutileza de sus intuiciones, encontró en María muchos rasgos del carácter y comportamiento que había admirado en el Maestro. Se dio así cuenta del amor espiritual que unía a la madre con el hijo e intuyó toda la riqueza que brindaba a la vida de la Iglesia. En el “he ahí a tu madre”, Juan descubrió toda su riqueza y hondura sacerdotal, oferente, victimal con el hijo-Hijo.

Yo pienso y considero a María,  Madre sacerdotal de Cristo, su hijo, porque así la hizo el Espíritu Santo que los encarnó en su seno, el mismo Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, el mismo proyecto de Amor del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo que nos hace sacerdotes a los hombres, el mismo Espíritu Santo que la ungió y consagró como Madre del Hijo y encarnó en su seno al hijo-Hijo y le hizo  madre sacerdotal, y ofrenda, revelación, puente y  pontífice entre Dios y los hombres, el mismo Espíritu, ya en la misma Encarnación, la Ungió a ella como madre del ser y existir sacerdotal de Cristo, como presencia sacramental suya, y así María quedó marcada, sellada, consagrada, empapada y llena de la Unción del Espíritu de Amor, que Juan experimentó en el seno de Isabel y María , llena de ese Espíritu, proclamó en alabanza y ofrenda sacerdotal del “fiat”, “porque el Poderosos ha hecho obras grandes en mí y por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones, por la grandeza de Dios obrada en la pequeñez de su esclava”.

Como nosotros ahora: ¡María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre Sacerdotal, Madre del alma, cuánto nos quieres, cuánto te queremos! Gracias porque nos has dado a Jesús, Único Sacerdote y Puente de Salvación entre Dios y los hombres. Gracias porque tú eres madre sacerdotal- puente ya que has hecho posible el Puente, el Pontífice Sumo de Dios entre los hombres. Gracias porque nos has llevado hasta Él, como sacerdotes de tu Hijo. Y gracias también, porque eres Madre sacerdotal de todos los hombres, especialmente, tus sacerdotes.

Si Juan es el mayor nacido de mujer,  por haberle señalado entre los hombres, Ella es la mujer más grande por ser Madre del Hijo de Dios y la única madre sacerdotal de Cristo por voluntad de su Hijo hecho sacerdote en su seno, que sólo la quiso hacer partícipe a Ella de este misterio y ministerio, al ser ungida por el mismo Espíritu de su Hijo, que se hizo carne sacerdotal y sacerdote en su seno, santificada  por su sacerdocio.

“Bienaventurada tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”, le dijo Isabel movida por el  Espíritu Santo, que sintió saltar de gozo a Juan en su seno por la presencia del Hijo sacerdote en su prima María, templo consagrado y morada sacerdotal de Cristo, el Sacerdote, que empezó así a ejercer su ministerio sobre el que sería su Precursor y Profeta de la Nueva Alianza, y sobre su madre Isabel, en sacerdocio de  alabanza y santificación en el seno materno de Isabel y en su hijo Juan, por la unción del Espíritu Santo.

 Este sacerdocio de oración y alabanza e intercesión lo ejercerá María también en la última referencia que de ella hacen los Evangelios, en Pentecostés, sobre los Apóstoles “reunidos en oración (sacerdotal)con María, la Madre de Jesús”.  Y siempre por el Espíritu Santo que la consagró madre sacerdotal.

Si hay diferencia esencial entre el sacerdocio de los presbíteros y el de los bautizados, como afirma el Vaticano II, creo que también hay diferencia, me atrevo a decirlo,  esencial, pero cierta y totalmente superior, por la forma de maternidad, entre el sacerdocio materno o maternidad sacerdotal de María y la de los Apóstoles, Obispos y ministros, como prolongación de la presencia salvadora de Cristo  Cabeza, sacerdote, profeta y rey.

El Espíritu Santo la Ungió, la llenó de sus gracias y dones, especialmente por razón de su maternidad divina, para ser y existir de forma singular en Cristo, ungido y  consagrado por el Espíritu Santo en seno,  sacerdote único del Altísimo en sus entrañas materno-sacerdotales que ofrecían y se ofrecían a y con Cristo en ofrenda sacerdotal y victimal al Padre como madre sacerdotal y esclava de su proyecto de amor: “fiat”.

“Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec” y  Ella amasó en su seno el cuerpo y sangre de Cristo Único Sacerdote y pan de la Eucaristía, y todo por obra del Espíritu Santo, que por eso el cuerpo-pan eucarístico tiene aroma y sabor mariano y lo ofreció y se ofreció al Padre para cumplir plenamente su voluntad y el modo escogido para realizarlo que le llevaría a sufrir con su hijo la cruz sacerdotalmente con el Hijo.

La maternidad divina es el don más grande de María y de toda la humanidad, y a ella debe María todas las gracias y privilegios; y si el sacerdocio es menor, por qué rehusarlo para ella porque sea mujer; sería la única mujer sacerdote por voluntad de su Hijo; más privilegio fue que la escogiera para ser su madre, madre de Dios.

La Virgen, la Esposa del Espíritu Santo, con amor total, siempre unida a su Hijo, en maternidad permanente, por voluntad del Hijo, que la quiso siempre  Madre sacerdotal, madre sacerdotal de su Cuerpo y Sangre,  que había de derramarse en la cruz para realizar el proyecto de Salvación del Padre, “junto a la cruz estaba su madre”, que le hizo así madre sacerdotal y corredentora.

Repito y repetiré muchas veces que la Virgen me llevó a Cristo y Cristo me descubrió la confianza y la misión que Ella tuvo y tiene en la Iglesia con su maternidad-sacerdotal-pontifical-intermediaria y puente en  la Iglesia entre su hijo-Hijo Dios y los hombres.

            «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de Mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos» (Cfr. HANS URS VON BALTHASAR, María en la doctrina y la piedad de la Iglesia, en MARÍA, IGLESIA NACIENTE, Madrid 1999, pág 81-82). 

            Recordemos que María ha dado a luz y ha alimentado y educado y cuidado a Cristo en su realidad concreta. La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María. La maternidad de Maria dice relación directa al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal de Cristo que en el seno de Maria inicia su “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. María y Cristo engendrado en su seno por el Espíritu Santo tienen un mismo corazón y una misma sangre y un mismo respirar, y esa sangre recibida de María será la que derrame por nuestra salvación. Por lo tanto, las vivencias  y los sentimientos y las actitudes sacerdotales de Cristo Sacerdote, desde el seno materno, dicen una relación intimísima con María, ungida por el Espíritu como madre sacerdotal de Cristo, engendrando, formando y ofreciendo y ofreciéndose junto a la cruz con el Único Sacerdote y Víctima de salvación del mundo. Si entre Cristo Jesús y los sacerdotes hay una unión sacramental por el “carácter sacerdotal”, también podemos decir que entre Cristo sacerdote y María hay una impronta del “carácter” sacerdotal de Cristo por la unión biológica, espiritual en ser y existir de María por su  unión total de carne y espíritu por la encarnación de Cristo sacerdote por obra del Espíritu Santo.

Yo pienso que si uno va sin prejuicios y analiza el ser y existir de María, la descubre totalmente identificada con el sacerdocio de Cristo. Haced la prueba. Cógete el Vaticano II en la Presbyterorum Ordinis, o el estudio de la Identidad del Presbítero en el Sacramento del Orden de cualquier Manual de Teología, o documentos papales, por ejemplo la Exhortación   Apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II sobre la Vocación, o sobre el ser y la misión sacerdotal, sobre la identidad del presbítero  por la gracia y el carácter sacerdotal; tú empiezas a leer, y verás que a cada reglón o afirmación referida a los sacerdotes, te saldrá espontáneamente del corazón y de la cabeza esta afirmación: “pero más y mejor que los apóstoles y obispos y presbiteros, María”. Hasta cuando el sacerdote dice: «esto es mi cuerpo», nadie lo puede decir con más verdad y propiedad que María.

Y si me lo aplico a mí mismo como sacerdote, Ungido por el Espíritu Santo que me envió a predicar y salvar a los hombres en nombre de Cristo, siempre digo: y todo esto, y con mayor razón y plenitud que en mí, y en dependencia y por voluntad de Cristo, se realizó en María y lo realizó y lo amó y encarnó y se identificó y configuró con Cristo madre sacerdotal de su Hijo, Único y eterno Sacerdote de la Trinidad, mejor que yo; y se relacionó sacerdotalmente con la Santísima Trinidad en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, mejor que yo.

¡Qué grande eres, Cristo Sacerdote! ¡Cuánto quieres a tu madre! La quisiste madre sacerdotal y ofrenda contigo al Padre  adorándolo como Tú, obedeciéndole, hasta dar la vida, unida a Ti, con amor extremo, en la cruz, sacrificio de salvación para el mundo, en tu humanidad recibida de ella y ahora inmolada con ella, como único puente entre Dios y los hombres, como Hijo de Dios e hijo de María .

¡Qué grande eres Cristo, Hijo y Belleza y Hermosura del Padre, Palabra de Salvación pronunciada, mejor dicho, cantada con canto de Amor de Espíritu Santo para todos los hombres en María!

Nada ni nadie más bello y seductor y lleno de gloria del Padre, Esplendor de su esencia infinita, que Tú, Único Sacerdote, único puente que puede salvar la distancia entre lo finito y lo infinito, que puede llevarnos y sumergirnos en ese océano incomprensible para nosotros que Tú eres en Trinidad y nos has revelado por tu Encarnación en María, si tú no nos unges y consagras sacerdotes por la potencia del mismo Espíritu Santo que te hizo en María, “estando en oración” en Nazareth y luego viniendo a los Apóstoles reunidos con María en Pentecostés, fecha en que los seminaristas de mi tiempo éramos ordenados sacerdotes, porque ella nos enseña y no ayuda y nos lo explica y nos ayuda a comprenderlo todo como ninguna criatura, sobre todo a vivirlo, aunque nunca podremos comprender la locura de amor de un Dios por el hombre, que no puede darle nada que Él no tenga, haciéndose sacerdote y puente de unión entre lo humano y lo divino, entre la humanidad y la divinidad del  misterio infinito de Dios Trinidad.

Aquí estaría la explicación o el sentido del temor, que, en un principio, a todo el que haya estudiado Teología, le asusta. Porque en el sacerdocio de María y en el nuestro, aunque distinto, todo es cuestión de Amor de Espíritu Santo, no de teología Me refiero a lo que dijo la Virgen en Fátima a los pastorcitos: que el mundo tenía que ser consagrado al Corazón Inmaculado de María.

A mi me asustó durante mucho tiempo y era causa de que no me fiara mucho de esas apariciones. Es que parece idolatría. Los papas dudaron. Todos nos echábamos para atrás. Nos parecía excesivo. Pero... tenía razón, su Hijo lo quería y se realizó el milagro de la conversión de Rusia.

 Ahora, acabo de leerlo en la prensa, su presidente participa en la Eucaristía ortodoxa mientras los presidentes de la Católica España ni participan ni dejan que participemos en paz. Le han dicho a Dios que se calle. Que son ellos los que tienen que decir lo que hay que hacer. Y ya estamos por debajo de los animales porque los animales no matan a sus hijos.

Hay que volver a la Madre para que nos lleve al Hijo. Ella quiere predicarnos, llevarnos a su hijo, ejercer su sacerdocio maternal con los hombres en sus apariciones. Porque es madre sacerdotal que nos lleva al Hijo. El Hijo es Dios y exige mucho para llegar hasta Él. La Virgen es tan cercana, tan nuestra y de su hijo sacerdote y salvador, Dios la ha hecho sacerdote tan cercano y asequible, que se la quiere sin querer.

Oigamos a quien la conoció y oyó y sintió mejor que muchos teólogos: “Del corazón de la madre reciben los hijos la vida natural, el primer aliento, la sangre germinadora, el palpitar del corazón, como si la madre fuese la cuerda de un reloj que mueve los péndulos. Mirando la dependencia del hijito en estos primeros tiempos de su gestación en el seno materno, casi podríamos decir que el corazón de la madre es el corazón del hijo. Y lo mismo podremos decir de María, cuando llevó en su seno al Hijo del Padre Eterno.

Y así, el corazón de María es, de algún modo, el corazón de esta otra generación cuyo primer fruto es Cristo, el Verbo de Dios...Vemos así cómo la devoción al Inmaculado Corazón de María se ha de establecer en el mundo por una verdadera consagración de conversión y donación... bebiendo la vida sobrenatural en la misma fuente germinadora en el corazón de María, que es la Madre de Cristo y de su Cuerpo Místico.

 

 (HERMANA LUCÍA, Llamadas del mensaje de Fátima, págs 150-151)

 

CAPÍTULO  SEGUNDO

 

LOS APÓSTOLES, ORANDO CON MARÍA, RECIBIERON EL ESPÍRITU SANTO EN PENTECOSTÉS

 

2.1.- MARÍA ORABA CON LOS APÓSTOLES: LA IGLESIA NECESITA SIEMPRE LA AYUDA DE MARÍA

 

Los Apóstoles, orando con María, -lo afirma el evangelio-, recibieron  al Espíritu  Santo, Espíritu de Cristo Sacerdote para ser testigos de Cristo y su salvación entre sus hermanos, los hombres. La Iglesia, los apóstoles, sacerdotes o seglares, necesitamos siempre de la oración y ayuda de nuestra Madre y Señora María para la conversión y santificación personal y del mundo, Recibieron plenitud de su ser sacerdotal y apóstólico y de hecho se expandieron por el mundo, los que estaban cn el Cenáculo, con las puertas cerrradas, por miedo a los judios.

Y así se convirtieron en testigos de Cristo y de su evangelio y salvación.Y María estaba con ellos, y también lo recibió con la misma gracia e intensidad y finalidad. Porque María es madre sacerdotal y…para mí, sacerdote-unida totalmente al ser y existir sarcedotal de su hijo. Ella ayudó así a los primeros sacerdotes de su hijo y nos sigue ayudando a todos nosotros, sacerdotes, ordenados y consagrados por el poder del mismo Santo Espíritu de su hijo-Hijo de Dios. Por eso, Ella y para nosotros, sacerdotes, es la mejor ayuda y madre sacerdotal que podemos tener.

            Queridos hermanos sacerdotes: Me alegró mucho que me invitaran a dar este retiro de Pentecostés para prepararnos a su fiesta, porque el Espíritu Santo es el que nos ha consagrado sacerdotes para siempre para la gloria de Dios Uno y Trino y la salvación de nuestros hermanos, los hombres.

En nuestro tiempo éramos consagrados sacerdotes en la Vigilia de Pentecostés y esto no lo olvidamos, porque cantábamos también  nuestra primera misa entre Pentecostés y Santísima Trinidad. Por otra parte, ahora, estamos en el tiempo de la Iglesia, en la economía salvadora del Santo Espíritu de Dios, y los sacramentos, acciones salvadoras de Cristo, mediante su Espíritu, no son posibles sin la epíclesis, sin la invocación y la presencia del Divino Espíritu.

(Así que vamos a comenzar esta meditación también invocando al Espíritu Santo, dador de toda ciencia y sabiduría para que nos ilumine y nos llene a todos de su presencia y amor; si os parece bien, lo hacemos en latín, porque así lo hicimos en nuestros años de Seminario, incluso en el Menor: Veni, Creator Spíritus… (darlo en hoja, también en español)… Emitte Spiritum tuum y creabuntur… et renovabis faciem terrae: Oremus: Deus que corda fidelium Sancti Spíritu docuiste, da nobis in eodem recta sapera et de ejus semper consolatione gaudere, per eumdem C.D.N. Amén.)

Queridos hermanos: El Espíritu Santo, Fuego y Vida de nuestro Dios Trinidad es también el Espíritu de nuestro Señor Jesucristo, único Sacerdote, por el que fuimos consagrados e identificados todos nosotros con Él, sacerdotes «in aeternum», por el carácter sacerdotal.

Al celebrar la fiesta de Pentecostés el próximo domingo, nosotros nos disponemos a pedirle que venga nuevamente sobre nosotros y renueve los carismas y gracias y dones abundantes de los que nos hizo partícipes  el día de nuestra ordenación sacerdotal. Son días para agradecer, para revisar, para potenciar nuestro sacerdocio y nuestra acción pastoral, como lo fue el primer Pentecostés de la historia para los Apóstoles y la Iglesia naciente.

Por eso, muy queridos hermanos sacerdotes, la oportunidad de este retiro espiritual, por la necesidad que tenemos de la gracia y del fuego del Espíritu; por la necesidad que tenemos de la experiencia de Cristo y de su misterio, sentir y vivir los misterios que celebramos;  por la necesidad permanente que tenemos de la experiencia de lo que somos y hemos recibido; por eso, la necesidad de retirarnos, para prepararnos para recibirle más abundantemente, como “los Apóstoles, reunidos en oración con María, la madre de Jesús” . ¡María, hermosa nazarena, virgen bella, madre sacerdotal, échanos una mano, como se la echaste a los apóstoles de tu Hijo que tuvieron miedo y fueron cobardes y estaban asustados con las puertas cerradas!

Por esto, queridos hermanos, por el convencimiento que tengo de la necesidad del Espíritu Divino en nuestra vida sacerdotal, por el respeto y amor que os tengo, he procurado estos días prepararme mediante el estudio y la oración; he pedido e invocado al Espíritu Divino para que venga y renueve en nosotros su luz y  su fuego de amor divino y sacerdotal. He rezado así para todos nosotros, sacerdotes (o futuros), esta oración que me sale así del corazón todos los días:

«¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, Aliento de Vida y Amor Trinitario, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro!

Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Fuego y Beso, Alma y Vida de mi Dios! ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.

            Los sacerdotes de mi tiempo y quizás en general, aunque sea paradójico, teológicamente estamos un poco heridos en Pneumatología. Y digo que es paradójico, porque por designio de la Santísima Trinidad, nada más nacer, recibimos el bautismo del agua y del Espíritu, somos Templos de la Trinidad por el Espíritu Santo, luego fuimos confirmados en el mismo Espíritu, y, por privilegio y voluntad de Cristo, hemos sido llamados al sacerdocio, a ser prolongadores de su ser y existir sacerdotal, a propagar el reino de Dios en la tierra, para lo cual necesitamos su mismo Espíritu, su mismo Amor, el Espíritu Santo. Por eso debieron prepararnos mejor en esta materia teológica y apostólicamente.

Por curiosidad he mirado el texto de Lercher que estudiamos los de mi generación, y nosotros tenemos sólo dos tesis del Espíritu Santo, 14 páginas, que más bien son de Trinidad, como se titulaba el mismo tratado: «De Deo Uno et Trino, Creante et Elevante». La primera «thesis»: «S.Sanctus a Patre Filioque procedit» y la segunda: «per viam voluntatis».

En  la vida de la misma Iglesia y de los cristianos, tal vez nosotros mismos, sacerdotes, no le damos la importancia debida al Espíritu Santo, tanto en nuestra vida personal como apostólica; y no le damos importancia, no acudimos a Él con el amor y la frecuencia debida, no sé si porque el Espíritu Santo no tiene rostro o figura humana, es puro espíritu; no sé si porque al no tener rostro humano, para verlo, hay que sentirlo en el espíritu y para esto hay que purificar y limpiar más el corazón y esto cuesta esfuerzo y nos es fácil:  sólo “los limpios de corazón verán a Dios,”; no sé si porque hay que entrar dentro de Dios por las virtudes teologales de la fe,  esperanza y caridad para desarrollarlas y descubrirlo, como ya lo dijo el Señor: “ le conoceréis porque permanece en vosotros”, lo cierto es que nuestra relación personal con Él, y nuestras predicaciones y nuestros conocimientos y nuestra vida espiritual y nuestra misma vida de oración personal, ordinariamente, es pobre de Espíritu Santo, de vivencia y experiencia del Dios Amor, porque para esto es necesario que estemos más vacíos de nosotros mismos para que Él nos pueda llenar, más vacios de nuestros fallos e imperfecciones para que Él nos pueda llenar de su experiencia y amor personal de Dios, porque si seguimos toda la vida llenos de nosotros mismos, no cabe Dios. Hay que vaciarse de soberbias, orgullos, vanidades, de pecados y defectos, aunque sean leves, para que el Espíritu Santo, el Espíritu sacerdotal y apostólico de Cristo nos pueda llenar.

Por tanto, queridos hermanos, por todo lo dicho y orado,  pienso y pido: Que sea Pentecostés en nuestras vidas, que este retiro sea como el de los Apóstoles reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, para que podamos recibir el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, porque  le necesitamos, necesitamos llenarnos de su luz y su amor, de su presencia, de su sabiduría y santidad y también lo está necesitando este mundo que se está quedando frío y sin amor, vacío y sin Amor de Dios, sin su Espíritu Santo.

Queridos hermanos, necesitamos el Espíritu de Amor. Lo ha dicho el Señor a la Iglesia y a los apóstoles de todos los tiempos:“…os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… Él  os llevará hasta la verdad completa”  

Y esto es lo primero que quiero deciros esta mañana. Es la primera verdad que quiero recordaros en esta meditación, para que se nos quede muy grabada a todos en nuestra mente y  en nuestro corazón, que la actualicemos y potenciemos en estos días de preparación para la fiesta. 

Mirad, lo vemos claramente realizado en LOS APÓSTOLES: los apóstoles habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han comulgado y comido y recibido el mandato de salir a predicar…pero, sin embargo,  permanecen inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se atreven a predicar a Cristo vivo y resucitado y eso que le han visto vivo y han recibido este mandato, pero no se les vienen palabras a la boca, ¿por qué? Porque les falta la fuerza de la vivencia interior y espiritual del fuego del Espíritu Santo, la experiencia de Cristo y su evangelio, la vivencia del misterio eucarístico y sacerdotal…

Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir al Espíritu Santo, por qué Jesús oraba para que viniera y nosotros estos días también tenemos que pedirle y desearle que venga a nosotros… Y por qué el mismo Cristo oraba con ellos para que se preparasen a recibirlo, por qué tienen ahora también con ellos a  María en el Cenáculo, la Virgen bella y Madre sacerdotal, orando con ellos, qué pinta aquí María, a la que silenciaron en la Última Cena, ¿por qué ahora sí?

Porque  se trata del comienzo y fundamento de la Iglesia, y ella es madre de la Iglesia naciente y le duelen en el alma sus hijos y ella ya ha vivido y sentido la eficacia del Espíritu Santo en la Concepción de su Hijo;  porque la venida del Espíritu Santo confirma toda la vida de Cristo y origina la Iglesia, porque hasta que no viene el Espíritu Santo, hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama de amor viva, simbolizada en sus cabezas, hecho  experiencia ardiente de amor del Padre Dios en sus corazones, de amar y sentirse amados y llenos de su amor a sus hermanos, los hombres, hasta que no viene el Espíritu Santo, Pentecostés… no hay fuego de amor ni Iglesia de Cristo, ni fuerza para predicar ni valentá y aguante para sufrir y morir por Cristo, por su mandamientos, por vivir su evangelio o los Sacramentos, la misma Eucaristía para inmolar mi soberbia, avaricia y pecados…Sin experiencia de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo…bueno, se pueden hacer y se hacen por el carácter sacerdotal, pero no con la experiencia de amor y fuego del Espíritu Santo.

 

 

2. 2.- LA “VERDAD COMPLETA” POR EL ESPÍRITU SANTO

 

Cuando es Pentecostés, cuando viene el Espíritu Santo, todos los pueblos entienden su lenguaje, el lenguaje del Amor de Dios, de que Dios ama a todos los hombres aunque sean de diversas lenguas y culturas, y que hoy tanto necesitamos, y empieza el cristianismo, el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, esto es, la verdad completa del cristianismo, que no es solo conocimiento, aunque sea teología, sino amor y experiencia de Dios, de amor a los hermanos, de santidad y cumplimiento hasta la muerte de la voluntad de Dios, de salir a predicar a todo el mundo, pero llenos de amor y convencidos, no solo de verdades: “Cuando venga, Él os llevará a la verdad completa”.

La “verdad completa” es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces sí que se acabó el miedo para  los apóstoles y se quitaron los cerrojos y se  abrieron las puertas y conocieron y predicaron convencidos de Cristo y del Padre y del Espíritu Santo, a quienes entonces conocieron en  “verdad completa”, verdad hecha fuego y amor en sus corazones de amor  a Dios y a  sus hermanos, los hombres.

Conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todas las correrías apostólicas anteriores y milagros y la misma  predicación exterior de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos de su persona, de su amor y divinidad, y sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés: “Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro… san Juan de la Cruz.

Y todo esto les vino, ¿Por qué y cómo? por estar reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús y de todos los sacerdotes…, y entonces, en la oración y por la oración,  y con María, oración y devoción a María, madre sacerdotal, reciben el Espíritu del Hijo, el amor de Cristo, y por eso María es Madre de todos los sacerdotes, que ahora lo viven y lo sienten en sus corazones: ¡María, madre sacerdotal, madre del alma, cuánto te queremos, cuánto nos quiere, ayúdanos a ser y vivir como tu Hijo... y gracias por querer ser mi madre, mi madre sacerdotal y modelo!

No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico, las verdades de fe, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa, y si se predican no producen amor  a Dios, solo conocimiento, hasta que no se sienten en el alma, hasta que no se viven en el corazón, hasta que Cristo y su evangelio no se experimentan, no se convierten en verdad amada y vivida. Por eso necesitamos que sea Pentecostés en nuestra vida, que venga a nosotros el Espíritu Santo para que Él nos haga sentir y vivir lo que conocemos por teología o celebramos por ritos o predicamos por  el evangelio. La Iglesia, nosotros, todos los cristianos necesitamos hoy y siempre Pentecostés, el Espíritu Santo. Y cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más lo  necesitamos.

Pablo no vio ni conoció visiblemente al Cristo histórico, pero lo conoció y lo amó y lo sintió más que otros que le vieron físicamente, y todo, por la oración en tres años de soledad y desierto en Arabia: “hermanos, os aseguro que el evangelio predicado por mí no es producto humano; pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo… Inmediatamente, sin consultar a nadie, en lugar de ir a Jerusalén a ver a los que eran apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y luego volví a Damasco. Al cabo de tres años fue a Jerusalén  para conocer a Pedro y estuve con él quince días.”

En Pablo todo fue por la  experiencia de la oración, oración primero discursiva, Biblia de A.T.,  luego oración de contemplación, mística, en el desierto de Arabia, por la experiencia de Amor, de Espíritu Santo, que da más certeza, amor y vivencia que la mera lectura y que todos los doctorados en teología, y que todas las manifestaciones históricas o apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros no llegaron, aunque habían visto y escuchado y tocado físicamente al Señor.

Por eso, lo primero y lo único que quiero deciros esta mañana, es que todos, pero especialmente los sacerdotes, tenemos que ser hombres de oración, de oración diaria y permanente, durante toda la vida, para sentir y vivir a Cristo y poder predicarlo y comunicarlo a nuestros feligreses, al mundo entero, dese la experiencia de amor, con fuego, con convencimiento, con eficacia de amor de Espíritu Santo.

Cuando Dios baja así y toca las almas por el fuego y la vivencia del amor, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles y tantos y tantos sacerdotes y cristianos que lo ha sentido y vivido y lo viven,  lo cual contrasta, por otra parte, con la falta de predicar con fuego a Cristo y su evangelio o con tanto miedo de algunos a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Mirad la historia de los Apóstoles cuando empezaron a predicar la verdad completa de Cristo y su evangelio, después de Pentecostés, pero antes, nada de eso, metidos en el Cenáculo por miedo a los judíos, y mira que le habían visto a Cristo resucitado y le habían visto sus manos y pies crucificados.

 

 

2. 3.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN PARA LLEGAR A LA EXPERIENCIA DE DIOS 

 

Por eso, hoy y siempre, por el mismo Espíritu Santo, no hay otro, tendremos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, porque viven lo que predican y están más pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos que de su gloria y cargos y honores, y todo por la fuerza de la oración verdadera, auténtica, sobre todo, de la oración o plegaria eucarística que debemos hacer y ofrecer con los mismos sentimientos de Cristo. Y eso es siempre por diálogo y presencia de amor cuando celebramos.

Hoy, como siempre, para ser testigo del Viviente, la Iglesia   necesita la experiencia, la vivencia del Dios vivo. Siempre la ha necesitado, pero hoy más que otras veces, por el secularismo y materialismo reinante, que destruye a Dios y la fe en El. Falta experiencia del Padre creador y origen del proyecto de amor sobre el hombre; del Cristo salvador y obediente, amante hasta el extremo de dar la vida por sus hermanos, los hombres; del Espíritu  santificador que habita y dirige las almas.

Falta sentir con Cristo, como san Pablo, “mihi vivere Cristus est…, para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”, y debiera ser la cosa más natural, sobre todo, en todos nosotros los sacerdotes, que estamos injertados y unidos a El por la gracia y el carácter sacerdotal y por tanto, llamados a estar en vivencia de identificación de vida y sentimientos con El.

Y el único camino para esto, para llegar a sentir e identificarse con Él, es la oración, la oración-conversión, la oración personal diaria. Alguno dirá, no, mejor la Eucaristía; no, queridos hermano, porque aunque celebres la Eucaristía, que es precisamente Oración o Plegaria Eucarística, si no dialogasy contactas con Él durante la misa y te vas convirtiendo e identificando con Él para llegar a tener sus mismos sentimientos, si no te encuentras con Él en diálogo personal eucarístico, mientras celebras, hay encuentro oficial-litúrgico y Cristo dará su vida por la salvación de todos, pero no hay encuentro personal eficaz y santificador, conversión de tu vida en la de Cristo o mejor, de Cristo en ti ni comunión de tu vida con la de Cristo. Esto lo explico más largamente en uno de mis libros.

Queridos hermanos, como los Apóstoles, todos los cristianos, especialmente los sacerdotes, necesitamos recorrer el camino de la oración-conversión para llegar a la unión con Dios, para vivir el carácter sacerdotal, identificándonos con Cristo sacerdote por el amor, para tener su misma vida, su mismo amor, su mismos sentimientos sacerdotales de amor al Padre y entrega a los hombres, para tener y vivir con lenguas de fuego en nosotros, como los Apóstoles, en Pentecostés.

Hay que llegar a la unión de amor sacerdotal transformante en Cristo que nos pide a todos el carácter sacerdotal. Y esto solo es por la oración un poco elevada, oración de amor pasivo, recibido del Espíritu de Cristo, mientras hacemos sus acciones, como todos los santos, como todos los que se toman en serio la unión y amor a Dios sobre todas las cosas.

Repito y estas son las dos ideas principales que quiero que meditemos y se nos queden para siempre en la mente y en el corazón: El camino de la unión con Cristo sacerdote, de la eficacia apostólica, de la santidad y eficacia pastoral de la Iglesia, el camino de la santidad y del apostolado de todo bautizado en Cristo será siempre el camino de la oración-conversión en Cristo, para que Él, a través de nuestra humanidad prestada y totalmente identificada con Él, único Sacerdote que existe entre Dios y los hombres, pueda seguir predicando y salvando a la humanidad. Y el único camino es la oración-conversión personal en Cristo sacerdote, como se hace en la misa por la conversión o plegaria eucarística donde el pan y el vino se convierten en Cristo por la potencia de amor del Espíritu Santo.

 Por eso yo siempre digo que orar, amar y convertirse deben estar siempre unidos en los sacerdotes y se conjugan igual y el orden de factores no altera el producto santificador y apostólico de los sacerdotes. Quiero amar a Dios, quiero o tengo que orar y convertirme. Quiero orar, es que quiero o tengo que amar y convertirme. No oro, no quiero orar, es que no quiero amar y convertirme; dejo de convertirme, entonces dejaré también de  orar y amar a Dios sobre todas las cosas, porque me amo más a mí mismo y me prefiero a Dios. Y este es el problema de toda santidad, de todo bautizado o sacerdote que quiera cumplir con perfección el primer mandamiento. Este es y será siempre el problema que tendrá la Iglesia fundada en Cristo: la santidad o unión con Cristo por la conversión permanente cimentada en la oración permanente, de toda la vida.

Queridos hermanos, si queremos ser sacerdotes conformes al corazón de Cristo, vivir el carácter sacerdotal, lo  primero es tratar de amistad con Él, para conocerle y empezar a identificarnos con Él por la conversión, porque esto no lo hará la teología que estudiemos ni la liturgia puramente ritual que celebremos sino la oración-conversión que realicemos o hagamos en nosotros. Es decir: oración que vaya transformando poco a poco nuestra vida en Cristo sacerdote, esto es, en el ser y existir sacerdotal de Cristo, que hemos recibido en la Ordenación sacerdotal y que nos da poder para hacer su vida y salvación y presencia pero no para sentirla porque para esto, ver todos los santos y místicos, necesitamos vaciarnos de nosotros para que Él nos pueda llenar, y esto solo es por la oración-conversión.

Y este camino de la oración, para todos, tiene ordinariamente una etapa primera de oración meditativa, con el libro en las manos, seminario menor y mayor que nos empezará a dar conocimiento de Cristo y de su evangelio y empezarán los primeros fervores y los primeros pasos en seguir a Cristo; y esto durará los años que queramos o toda la vida, esto dependerá de “si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a si mismo, tome su cruz y me siga…”, dependerá de  nuestra generosidad en seguir a Cristo en humildad, caridad y entrega, de nuestra conversión a Cristo.

Todos tenemos que pasar por esta oración diaria, más bien meditativa, reflexiva, un poco costosa, trabajada con la inteligencia más que con el corazón, hasta donde hay que llegar por la meditación de los puntos o las ideas; y por aquí comienza nuestra oración y conversión; pero si uno se toma en serio esta oración-conversión, y se da cuenta de que la oración desde el primer kilómetro es conversión de vida al Señor más que de inteligencia o ideas sobre Él, porque el fin de la meditación es : amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser,  y así se empieza desde el primer momento, a convertirse a Cristo, a tratar de amar así a Dios y a los hermanos, cumpliendo sus mandamientos y evangelio y esto cuesta años de renuncias, sacrificios, renuncias de los propios criterios y del yo, para aprender a amar y vivir como Cristo, cambiando de vida, esforzándose por seguir a Cristo dando muerte al pecado, que todos tenemos de soberbia, avaricia, lujuria, envidia etc… para ir viviendo cada día más del amor a Dios, de amor de Espíritu Santo, que del amor propio que todos nos tenemos por el pecado original, y que yo antes decía: hasta media hora después de haberme muerto no estaré convencido que he dejado de amarme más a mí mismo más que a Dios y a los hermanos, pero ahora digo: que por lo menos, hasta seis horas después de muerto, no habré dejado de amarme a mí mismo más que a Dios y a los demás… y es que lo voy viendo por la experiencia personal y de Iglesia, porque hay que ver el cariño que nos tenemos… aunque uno sea cura y obispo, y cuando uno, al cabo de un tiempo, tal vez años, creía que ya había conseguido humildad, segundos puestos, el perdón a los demás… de pronto, otra vez a luchar, a  convertirse, conversión de vida y amor,  lo que cuesta, esto sí que cuesta, nos buscamos a nosotros mismos más que a Dios aún en las cosas santas… conversión de vida por amor a Cristo, vivir el evangelio que predicamos, obras son amores y no buenas razones.., entonces, cuando ya me tomo en serio la conversión de mi vida independientemente de todo,  ya empieza la unión con mi Dios no por inteligencia sino por amor, empiezo a sentir el amor de Dios de una manera que me ilumina, que siento y me llena y que antes no sentía con la meditació, de una manera que me hace plenamente feliz, el cielo ya en la tierra, porque al vaciarme de mís mismo, me llena solo la Trinidad en mi vida y corazón y la siento… digo que si esto será la vida mística, los místicos, los que han llegado a estas alturas del amor e identidad con Cristo, porque en la noches de san Juan de la Cruz se han vaciado de sí mismos e identificado totalmente con Cristo y así el mismo Dios, la santísima Trinidad los puede llenar, porque Dios habita y puede llenarnos en la medida en que nos vaciamos de nosotros mismos.

Es oración afectiva, comienzo de la contemplativa, que nos lleva ya sólo a amar y sentirnos amados por Dios y nos lleva a amar al Padre y a los hombres como Él los ama, y para esto ya no nos sirve el libro ni la meditación, hemos entrado, vamos entrando en el Amor de Dios por la oración afectiva, luego contemplativa, finalmente transformativa, donde uno ya no tiene que meditar ni leer ni discurrir porque ya todo se lo da y lo infunde el Espíritu Santo en nuestros corazones por vía del amor infuso del Espíritu Santo, y nos sentimos amados: “ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio que ya solo en amar es mi ejercicio…” , san Juan de la Cruz.

Es ya como a los Apóstoles en Pentecostés, sin esfuerzo, en llama de amor viva al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en unión de amor: “oh llama de amor viva… rompe la tela de este dulce encuentro… Por  qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste… quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el amado…”

Es la experiencia de Dios, del cielo ya en la tierra. De esto, santa Teresa cuyo quinto centenario estamos celebrando, sobre todo san Juan de la Cruz te lo describen maravillosamente, porque es su vivencia y la de los que llegan a este grado de oración y comunicación y transformación en Dios a la que todos estamos llamados y todos llegaremos en el cielo. Pero que algunos anticipan en la tierra; yo, en mi parroquia tengo almas de oración contemplativa; es una gracia especial que el Señor me ha concedido.

Por eso, cuanto más arriba está uno en la iglesia, más necesaria es la experiencia, porque si los montañeros que deben dirigir la escalada de la liberación de los pecados, de la vida cristiana, de la unión con Dios, de la oración, del entusiasmo por Cristo y su reino de vida de gracia divina, no tienen experiencia del camino que hay que recorrer ni conocen las etapas y rutas principales del monte del amor divino, y las dificultades de fe, esperanza y amor que hay que superar, por no haberlas recorrido personalmente, estoy hablando de las etapas de oración y conversión permanente para unión de amor con Dios, que son las etapas de oración, y nos quedamos en la oración puramente meditativa o discursiva, no digamos si ni esta cultivamos, mal podemos dirigir a otros en su marcha hasta la cima, hasta la experiencia del amor y ternura de Dios Amor que nos soñó para una eternidad de unión y felicidad trinitaria, y esto, aunque seamos sacerdotes y lo tengamos por encargo y misión.

Por favor, hermanos, que todo este camino de oración y experiencia de Dios existe, que todos por el santo bautismo, no digamos sacerdocio, estamos llamados a este encuentro de felicidad eterna con Él y que empieza aquí abajo por la vida de gracia y de oración con Él, que Cristo vino para esto, que Pentecostés existe y sigue existiendo, y es el camino, que Dios existe y es verdad, que Dios nos ama, que Cristo nos amó hasta el extremo hasta dar la vida y morir en la cruz y está en cada Sagrario de la tierra únicamente por amor, por amor personal loco y apasionado por ti, por mi, a todos… para llevarnos a esta unión, a esta experiencia de amor y felicidad…para empezar el cielo en la tierra, y esta es la grandeza del sacerdocio; pero que si solo hay teología o exégesis o conocimiento bíblico  sin oración personal, aunque uno se cardenal, obispo o sacerdote, pues eso… que habrá teología y exégesis y predicación y gracia, pero no amor y vivencia de lo que predico y celebro, no habrá llama de Amor viva y plenitud de la Palabra endendida y plenitud de gracia sacramental por parte de Cristo: “Oh llama de amor viva, qué profundamente hieres, de mi alma  en el más profundo centro; pues ya no eres esquiva rompe la tela de este dulce encuentro”. (S. Juan +).

Hoy como siempre, pero quizás hoy más que en otras épocas de la historia, para un mundo que se está quedando frío y sin amor a Dios y a los hombres, necesitamos testigos del Viviente, vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia, sin cargo y honores. 

Y hoy, como en todos los tiempos, son muchos los que opinan así en la Iglesia. Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles para que mueran con dignidad, esta nueva santa nos habla de la necesidad de esta  oración contemplativa para poder realizar estos compromisos cristianamente:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración... Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor» 

«Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable. (Madre Teresa de Calcuta)

Mirad qué definición más bonita de oración personal; "dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí”.

En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística.

Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, y falta el fuego de la palabra, las lenguas de fuego de Pentecostés que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida con Cristo. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

Queridos hermanos, que en este retiro y por la oración que hagamos todos los días, especialmente en este tiempo pascual y de pentecostés, tratemos de invocar y de pedir y disponernos a recibir al Espíritu Santo, lo necesitamos, nos lo dice el Señor. Más alto y claro no lo ha podido decir. Que el Espíritu de Cristo sacerdote nos inunde cada día más de su presencia y de sus dones, de sus gracias y carismas, para que esté más intensamente presente en todos nosotros, en nuestras vidas. Y todo esto y siempre, únicamente es posible por la oración-conversión permanente, de todos los días.

Hermanos, ¿qué pasa si por cualquier circunstancia estamos tiempo sin respirar? Pues que nos morimos; y si respiramos mal y poco, no tenemos fuerzas para trabajar, tenemos asma que resta vitalidad a nuestra vida. Por eso, respiremos fuerte el Espíritu de Dios todos los días por la oración, como los Apóstoles en Pentecostés, que nos llene el amor de Dios que nos viene directamente de Él por la oración contemplativa, porque hay que aspirar y respirar a Dios en nosotros, tenemos que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios.

Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo y me digo: respira, respira hondo, querido hermano,  el Espíritu Santo, por la oración diaria, que Dios te ama, y te lo dirá en una oración-conversión-contemplativa, en una Eucaristía cada vez más transformadora en Cristo sacerdote y víctima, en una comunión cada más perfecta con su misma vida, sentimientos y amor, y en un apostolado cada día más hecho con el mismo Amor y Espíritu de Cristo, o mejor, con tu humanidad sacerdotal prestada al Único Sacerdote, con y por Amor de su mism Espíritu Santo.

Queridos hermanos: siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para tener la experiencia de su amor y vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando a todos los hombres, nuestros hermanos y soñados por Dios para una eternidad de gozo Trinitario.

Recuerdo ahora esta oración de un obispo oriental: Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos; Cristo queda en el pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, una dominación; la misión, una propaganda; la vida cristiana, una moral de esclavos.

En cambio, con el Espíritu Santo, el cosmos se levanta y gime en el parto del Reino; el hombre lucha contra la carne; Cristo está presente; el Evangelio es fuerza de vida; la Iglesia, signo de comunión trinitaria; la autoridad, servicio liberador; la misión, un Pentecostés; la liturgia, memorial y anticipación; la vida humana es divinizada.

¡Ven, Espiritu Santo, te necesitamos! ¡Te necesitan tus sacerdotes, úngidos de tu presencia y amor! ¡Te necesita tu iglesia! esta iglesia nacida en Pentecostés y que debe ser alimentada y plenificada por tu presencia y experiencia de amor.

Así lo quiso y  lo dijo el Señor Jesucristo resucitado: “os conviene que yo ve vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo… pero si me voy, os lo enviaré… El os llevará hasta la verdad completa”.

“Verdad Completa” que no solo es saber teología y predicar y trabajar, sino hacerlo todo con amor de Espíritu Santo, o mejor, que tú lo puedas hacer por nosotros en humanidades prestadas eternamente por el carácter sacerdotal.

Gracias, Espíritu Santo, por habernos hecho sacerdotes de Cristo “in aeternum”. El tiempo ya ha pasado para nosotros: tus sacerdotes somos esencialmente, por la unción sacerdotal, sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades ganadas por el único sacerdote: Jesucristo. 

            Espíritu Santo, desciende sobre nosotros y llénanos de tu amor y sabiduría, para que vivamos nuestro sacerdocio en Cristo Jesús y lo hagamos todo con su mismo amor, fuego, ternura, su mismo Espíritu de amor al Padre y a nuestros hermanos, los hombres.

 

 

 

 

2. 4.- EN LA ESCUELA DE MARÍA,MUJER EUCARÍSTICA

 

            Éste es el título que Juan Pablo II dio y desarrolló sobre la Virgen en su Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA. En el número anterior hemos tratado de María como madre de la Eucaristía y de los sacerdotes. Aquí el título de “mujer” que Cristo le dio tiene unas connotaciones especiales que conviene resaltar. Es “mujer”, nueva Eva de la salvación por Cristo. Así la quiso Él.

            El Papa, después de haber trazado para la Iglesia un trienio de preparación para celebrar el jubileo del año 2000 de la Encarnación del Verbo y después de haber celebrado el año del Rosario (2001-2002), publicó esta Encíclica en la cual proclama el año de la Eucaristía a celebrar desde octubre del 2004 hasta octubre del 2005. Es triste que en muchas diócesis de España ni se oyera hablar de esto. Y mira que daba detalles la encíclica para celebrarlo a niveles de diócesis, parroquias, santuarios...

            El capítulo sexto y último de la encíclica el Papa lo tituló: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía:

            «(María), al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente” (LG 56).

            «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente simpar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas» (LG 61).

            «María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jn 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

            Sin el cuerpo de Cristo, que «ella misma había engendrado», no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía.

            Es mucho lo que Cristo confió en su madre y mucho lo que ella hizo y hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y en unión y dependencia total de su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos y yo debemos personalmente a María «MUJER EUCARÍSTICA».

            Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:

            «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf. Lc 2,19). Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magnificat, que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: <Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen> (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

            Paso ahora a hacer un breve resumen de este capítulo sexto de la encíclica:

 

a) María cree en el Verbo hecho carne

 

            «En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor».

            «Hay, pues, una analogía profunda entre el “fiat” pronunciado por María a las palabras del ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios» (cf. Lc 1, 30.35).

            En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino. “Feliz la que ha creído” (Lc 1,45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia».

            Cada uno de nosotros puede percibir la importancia de que María potencie esta fe en los que somos invitados todos los días a la Cena del Señor para que nos saque de la rutina a la que estamos inclinados. Ciertamente a mí me ha ayudado. La encíclica quiere precisamente sacarnos de este posible formalismo para suscitar en nosotros el estupor y la admiración ante el misterio eucarístico: ¡mysterium fidei!

 

b) María, primer tabernáculo (sagrario) de Cristo en la tierra

 

            En la visita de María a su prima Isabel queda clara la reacción de Isabel y del niño que lleva en su seno ante la visita del fruto del vientre de María; aparece clara la reacción subjetiva de aquella frente a la presencia del Verbo Encarnado. Aparece claro el paralelismo con el transporte del Arca de la Alianza a casa de Obededom: “El arca de Yahveh estuvo en casa de Obededom de Gat tres meses y Yahveh bendijo a Obededom y a toda su casa” (2 Sa 6, 11).

             San Lucas quiere transmitir la convicción de que María es el arca de la Nueva Alianza, el lugar incorruptible de la presencia del Señor entre los hombres y por tanto, el arca de la Salvación para el nuevo pueblo y nueva Alianza. La encíclica lo pone como anticipo de lo que ocurrirá en la Eucaristía, que será guardada en los sagrarios de las iglesias para ser adorada por los fieles; el Sagrario es verdaderamente el Arca de la Nueva y Eterna Alianza. En las dos, en María y en la Eucaristía,  la presencia de Cristo es oculta:

            «Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en <tabernáculo> --el primer <tabernáculo» de la historia-- donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como irradiando su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?» (EE 56).

 

c) El Magníficat, canto eucarístico

 

            Cantado por María después de la revelación de su maternidad por parte de Isabel, el Magníficat representa a la Iglesia que «En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística.

            La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre <por> Jesús, pero también lo alaba <en> Jesús y <con> Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística” (EE 58).

            Las convergencias espirituales entre la celebración eucarística y el cántico de María son varias:

a) Alabanza y acción de gracias porque en ambos se alaba y da gracias al Padre <por Jesús, en Jesús y con Jesús, esto es, con verdadera actitud eucarística>.

b) Memoria de la encarnación redentora. En las dos se mencionan <las maravillas obradas por Dios en la historia de la Salvación>; en la Encarnación se celebra la encarnación redentora, indicada en las grandes cosas obradas por Dios en María; en la Eucaristía se actualiza el misterio pascual de Cristo.

c) La tensión escatológica hacia el nuevo mundo, anticipado en la historia. María canta <los cielos nuevos> y aquella <la tierra nueva>, que se realiza en la <pobreza de los signos sacramentales>, y en aquella en la <vida de los pobres> que Dios realzará.

d) Unidad en la ofrenda del sacrificio

 

            En la infancia de Jesús, María nos ofrece dos actitudes indispensables para una participación fructífera en la Eucaristía: el amor y la ofrenda del sacrificio. En Belén la Madre se revela como <inenarrable modelo de amor>, cuando contempla con mirada embelesada el rostro de Cristo y lo abraza entre sus brazos (EE 55)

            «En el templo de Jerusalén el anuncio de Simeón mira <al drama del Hijo crucificado> y por tanto <al Stabat Mater> de la Virgen a los pies de la cruz; en consecuencia: Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de <Eucaristía anticipada> se podría decir, una <comunión espiritual> de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como  memorial de la pasión» (EE 56).

            Esta encíclica es típicamente una <lectio divina>, una lectura espiritual y cristiana de María que explicita en términos postpascuales todo lo que Ella había vivido y tenía en su corazón, todas sus experiencias de vida con su Hijo.

 

e) Confianza en el Hijo: “haced lo que él os diga”

 

            Del signo de Caná la encíclica recuerda sólo la coincidencia del “haced lo que Él os diga” de María con el “haced esto en conmemoración mía” de Jesús, con lo que María nos empuja a obedecer a su Hijo, que, a su vez, nos invita a realizar la Eucaristía en su memoria.

            El Papa pone en los labios de María una sugestiva invitación a fiarnos de Cristo y de su potente palabra, sin dudas y vacilaciones de ningún tipo.

            <<Mysterium fidei! >>Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” » (EE 54).

 

f) María, presente  junto a la cruz

 

            El punto cumbre de la participación de María en el misterio pascual, del cual la Eucaristía es el memorial, ciertamente es la experiencia de este misterio por parte de ella en primera persona junto a la cruz: «En el <memorial> del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27).  

            «Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros <a ejemplo de Juan> a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía» (EE 57).

g) Asidua en la fracción del pan

 

            El Papa, al final de la encíclica nos hace mirar con complacencia a María  «que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como «memorial» de la pasión» (EE 56).

            No dice nada de la presencia de María en la Última Cena, pero nosotros sabemos por el Evangelio que María “acostumbraba a ir todos los años a Jerusalén por la fiesta de Pascua” (Lc 2,41). María estaba en Jerusalén el Viernes Santo (Jn 19, 25-27). Es lógico que estuviese también el Jueves. Pudo tomar parte en la cena con aquellos a los que Cristo dijo: “Tomad  comed”, pero no consta ciertamente, por lo menos no es mencionada entre aquellos a los que les fueron dirigidas las palabras de la institución.

            De todas formas la Cena pascual era una cena familiar y el rito también (Es 12,3-4. 26). Es más, era competencia de la madre de familia encender las lámparas para dar comienzo a la cena.

            Sin embargo, es más cierta la presencia de María en la fracción del pan (Hch 2, 42), fórmula que indicaba la Eucaristía, que era celebrada frecuentemente en la comunidad de Jerusalén  y después por San Pablo (Hch 20, 7. 11; 27, 35). Los Hechos de los Apóstoles enumeran a la Madre de Jesús...”todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús...” (Hch 1,14),

            El Papa se introduce con amor en los sentimientos ciertamente vividos por la Virgen en las cenas eucarísticas: «...en los sentimientos de la Virgen vividos en la Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor... Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística? (EE 56).

            Podemos concluir con el Papa que la Virgen es <mujer eucarística> con toda su vida, durante la cual ha experimentado un conjunto de sentimientos que son escuela y modelo para todos, especialmente para los sacerdotes que celebramos tan cerca y en nombre de Cristo estos misterios.

            Ya lo he dicho y repito con humildad, los empecé a vivir desde mi seminario. Y ella fue mi modelo para entender los sentimientos de Cristo en la Eucaristía, que expongo en mi libro CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, Madrid) en el cual hablo largamente de la espiritualidad de la Eucaristía, de la experiencia de Cristo en la santa misa. A mí, por amor a Cristo Eucaristía, para vivir sus mismos sentimientos, me gustaría se hablase más de esta vivencia eucarística en exposiciones teológicas y meditaciones.

            María, en la encíclica, es presentada por vez primera como «mujer eucarística», esto es, totalmente relacionada con la Eucaristía, hasta el punto de que tal relación constituye una clave para entender toda la vida de María desde la Eucaristía, que a mí ya me pasó  desde mi juventud;  por eso, la encíclica, y repito que lo digo con humildad, no me dijo nada nuevo en este sentido, al poner a María como modelo de nuestra participación <atenta, consciente y activa> en la Eucaristía.

 

CAPÍTULO TERCERO

 

3.1. NO LO OLVIDARÉ NUNCA

 

            No lo puedo olvidar;  esas palabras que salen del corazón maternal de la Virgen y tú las escuchas en tu interior, sin necesidad de palabras y signos externos, no se olvidan; y mira que ya han pasado años... Estas palabras se quedan para siempre en ti, grabadas en tu corazón, en tu vida. Todos tenemos experiencias maravillosas de nuestra relación con Cristo Eucaristía y con María.

            Era un día de vacación; habíamos subido al Santuario del Puerto los seminaristas del Mayor. En el camino, algunos de los últimos cursos de Teología, subidos a una peña muy grande, que hay a la izquierda, estaban cantando cantos Marianos y todos aplaudíamos al pasar; me estoy refiriendo a Timón, Sánchez Nieto, Emilio Mateos... Es que les hicimos una foto y yo la conservo en mi álbum particular; lógicamente, para recordar a todos los que estaban subidos a la peña, he tenido que ir a verlos en esta foto en blanco y negro. 

            Llegados al Santuario, después de un breve descanso, teníamos un rato de oración, cantos y preces a Nuestra Madre del Puerto en su ermita; al salir, comíamos de prisa el bocadillo, y ese día empezamos a caminar rápidos por el camino que pasa junto al Santuario, dirigiéndonos hasta Villar de Plasencia, para volver luego caminando por la carretera nacional 630 hasta el Seminario, tal y como lo hacíamos alguna vez durante el año.

            Perdonad esta introducción tan larga para lo que quiero deciros; lo hago más que nada para probaros que estas cosas no se olvidan. Pues bien, estando en la oración con todos los seminaristas en el Santuario, en el silencio de mi oración personal oía perfectamente una y otra vez a la Virgen que me decía: «Gonzalo, pasa a mi Hijo, tienes que pasar a mi Hijo, tienes que llegar hasta Él».

Al principio no entendía muy bien lo que esto quería decir. Porque por teología y por práctica todos teníamos muy asimilado que Cristo era el primero, era Dios, la razón y el motivo último de todo nuestro ser y vivir cristiano y sacerdotal; así lo habíamos aprendido de nuestros padres en el hogar y así estaba muy claro en las enseñanzas y pláticas que recibíamos en el seminario.Tal era la insistencia que yo, espontáneamente le dije oracionalmente a la Virgen: «¡Madre, si ya lo sé, pero a mi me va muy bien contigo, contigo tengo bastante, lo tengo todo»; a seguidas pensé que esta espontaneidad me había traicionado, porque era lo que yo realmente vivía; pero no era lo correcto, y añadí: «Contigo lo  tengo todo bien ordenado, tú eres mi camino hacia Cristo! ».

            Luego empecé a pensar qué me querría decir la Virgen con esta insistencia, porque yo los conceptos, en este aspecto, repito, los tenía muy claros. Con esta comunicación interior de la Virgen empecé a pensar que algo no estaría bien, que por algo me insistía en esto. María era todo para mí, pero de verdad; reconozco que ella lo abarcaba todo; a ella rezaba, pedía, dialogaba, era mi gozo, me dirigía para todo.

Antes de nada, quiero aclarar, por si alguno pudiera interpretar este diálogo oracional como una aparición de la Virgen, que nada de eso; en mi vida no ha habido ni pido nada de revelaciones y apariciones externas; lo he dicho y escrito muchas veces. Aquí todo es por el diálogo oracional.

Yo lo que quiero y pido es sentir y vivir a Cristo, a mi Dios Trino y Uno, a María, en mi alma, en mi oración, como los Apóstoles en Pentecostés; de nada les habían servido las apariciones del Resucitado, porque seguían con miedo y con las puertas cerradas; cuando lo vieron dentro de sí en Pentecostés, reunidos con María en oración,  pero no en «carne resucitada» sino hecho Espíritu, llama de amor viva, Amor y Fuego de Espíritu Santo en sus corazones, no en sus ojos, se acabaron los miedos, abrieron las puertas y empezaron a predicar sin temor de perder la vida; de hecho la dieron todos por este Cristo, visto y sentido en Pentecostés, mientras que antes, en su vida, sobre todo, en su pasión y muerte, a pesar de haber visto sus milagros y escuchado sus palabras, lo habían abandonado.

Esta es la experiencia que tengo con frecuencia y pido siempre. Y es que el fuego de Espíritu supera todas las expresiones y manifestaciones externas, de los ojos de la carne; de ahí el éxtasis, que la carne no puede soportar ni sufrir sin salir de sí mismo para vivir en Dios su misma vida, su mismo gozo, su misma experiencia de amor.

Y esto todo es por el Espíritu Santo. Lo tengo bien comprobado y visto en la vida de los místicos y en algunas personas de mi parroquia, con las que el Espíritu ha obrado cosas maravillosas en sus vivencias y me ha permitido encontrarme con ellas. No son cosas de un momento. Ya son años y años en este camino. La experiencia de Dios, por la oración unitiva o contemplativa en el Espíritu Santo, vale más que todas las palabras y apariciones externas.

            De todas formas, repito, que estas palabras de la Virgen me cogieron por sorpresa; nunca se lo había escuchado en mi relación con ella. O quizá me lo hubiera manifestado en otras ocasiones, pero yo no me había dado por enterado, no me había dado cuenta, no las había entendido tan claramente como en esta ocasión, porque se me quedaron grabadas para toda la vida. Las tengo todavía, resuenan en mi interior, fue en el segundo banco último de la derecha mirando a la Virgen.

             Yo pensaba que, desde mi primera comunión, Cristo era lo primero: fui siempre eucarístico, y por tanto, cristocéntrico. Pero la Virgen no estaba contenta con este cristocentrismo de su hijo Gonzalo. Así que, durante el camino, impresionado por estas palabras, seguí pensando en lo que la Virgen me habría querido comunicar en ese diálogo tan impactante que había sentido en mi corazón. Ahora, al cabo de los años, sí que lo he entendido y vivido con gozo, pero porque fui hijo obediente.

Porque ya he dicho que no lo capté en ese momento en toda su plenitud, simplemente barrunté lo que me quería decir, por donde tenía que ir el camino. Luego, con la oración y la experiencia espiritual de los años, poco a poco, he ido comprendiendo el significado de sus palabras, desde la oración hecha vida y desde la vida hecha oración.

 

3. 2. LA VIRGEN ME LLEVÓ A CRISTO

 

            Por eso, si alguna vez alguno de vosotros vino a verme a la parroquia y entró donde he vivido mis primeros treinta años o donde vivo ahora desde hace cinco años, en la misma parroquia, lo primero que te encuentras es una Virgen bella y hermosa, una talla de madera, copia  de la Inmaculada de Melchor Cano, sobre un pedestal de madera, y junto a ella, en el mismo pedestal, un pequeño Copón de plata, preparado para  morada de su Hijo hecho pan de Eucaristía. Ella vivió para ser primer sagrario de Cristo en la tierra, madre de la Eucaristía. Son mis amores y los dos para mí están siempre unidos. Y junto a ellos, en un recipiente de cristal, rosarios de todo tipo.

            Igualmente digo que desde que llegué a San Pedro, 1966, la Vigilia de la Inmaculada se celebró para toda Plasencia, primero en el templo parroquial y luego, en el Cristo de las Batallas, durante más de treinta años, hasta que pasó a celebrarse bajo la dirección del arciprestazgo en los templos parroquiales del centro de la ciudad, para terminar  definitivamente a la Catedral, con la presencia del Sr. Obipo.

            La Virgen ha estado muy presente en mi vida desde la infancia. Mi madre, con el «Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la pura y limpia Concepción de María Santísima, Madre de Dios y Señora Nuestra, concebida en gracia sin pecado original, desde el primer instante de su ser  y...», nos obligaba a cerrar los ojos mientras nos «remuaba» de ropa, porque había que ser puros y castos, como la Virgen.

            Ingenuamente y por inercia, recé esta oración hasta mi juventud, pero muy avanzada, donde ya apareció  el «Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea». Eso igual que las tres avemarías al acostarnos. Ahora rezo la Salve, y no fallo nunca, porque si alguna vez me descuido, y se me olvida, la Virgen, un poco celosa, como madre que ha abierto los brazos para abrazarme y besarme, no quiere que duerma sin rezarla y besarla antes de dormir; así que me despierta, de mi primer sueño, y ya sabes, Gonzalo, a rezar la Salve y besarla. Y ya se queda tranquila y ya yo duermo tranquilo. Podéis creerme que es verdad. La Salve es mi beso de despedida; todas las noches, me doy media vuelta hacia la izquierda, siempre a la izquierda, pero desde luego sin connotaciones políticas, bajo un poco la cabeza, y Dios te Salve, reina y madre...; es el santo y seña; mi último beso, y a dormir.

            Y desde luego que se nota y cómo influye luego en toda tu vida. Siempre he terminado y empezado la jornada con un beso a la Virgen; siempre la he rezado con mucho amor para parecerme a ella en la pureza y en todo, en cuerpo y alma. Y puedo confesar que ella me protegió totalmente en mi juventud seminarística, hasta el punto de que como he dicho muchas veces, los chistes de Manolo Tovar y de Carlos Díaz, condiscípulos míos, ya en el cielo, no los entendí ni los capté, hasta después de salir del Seminario...

¿Y sabéis lo que pasa?  Que al rezar a la Virgen y hablar con ella, poco a poco te vas haciendo tus propias oraciones o palabras, unas veces corrigiendo, otras añadiendo cosas. Por ejemplo: en las letanías del santo rosario, que yo empecé a rezar en mi casa, con mi tía Fabia que lo rezaba todas las tardes en el patio común de la entrada, yo añadí, hace como veinte años, tres nuevas letanías referidas a la Virgen; y la rezo: «Sagrario de Cristo en la tierra»; «Madre de la Eucaristía»; «Arca de la Alianza nueva y eterna».

Podéis creerme que nunca las olvido, amén también, de que hace años cambié las letanías «lauretanas» por otras que me gustaron más y que vienen, me parece, en la liturgia de la Coronación de la Virgen: «Santa María, Santa Madre de Dios, Santa Virgen de las Vírgenes, Hija predilecta del Padre, Madre de Cristo Rey, Gloria del Espíritu Santo,  (añadidas por mi: Sagrario de Cristo en la tierra; Madre de la Eucaristía; Arca de la Alianza nueva y eterna),Virgen Hija de Sión, Virgen pobre y humilde, Virgen sencilla y obediente, Esclava del Señor, Madre del Salvador, Colaboradora del Redentor, Llena de gracia, Fuente de Hermosura, Conjunto de todas las virtudes, Fruto escogido de la Redención, Discípula perfecta de Cristo, Imagen purísima de la Iglesia, Mujer nueva, Mujer vestida de sol,  Mujer coronada de estrellas, Señora llena de benignidad, Señora llena de clemencia, Señora nuestra, Alegría de Israel, Esplendor de la Iglesia, Honor del género humano, Abogada de  gracia, Distribuidora de la piedad, Auxiliadora del pueblo de Dios, Reina de la caridad, Reina de la misericordia, Reina de la paz, Reina de los Ángeles, Reina de los Profetas y desde aquí como en las lauretanas.

Y bueno, ya que he tocado el tema de las letanías y éstas se rezan en el santo Rosario, os diré que siempre lo recé, algunas temporadas completo con los quince misterios de entonces, ahora hay que añadir los luminosos, pero la costumbre es la costumbre, y algunos sábados, si tengo tiempo, lo rezo completo, pero los quince misterios de siempre.

Quisiera añadir que el rosario también es la forma más sencilla que yo he encontrado para hacer oración, sobre todo en tiempos agitados o de sequedad,  y para relajarme cuando estoy tenso o no duermo por la noche. Me levanto de la cama, a la hora que sea, lo rezo paseando por la habitación, y a dormir otra vez.

También, algunos días, sobre todo en tiempos pasados, empezaba por las mañanas con el rezo del rosario. Y me ha ido y me va muy bien; me relaja, me da tranquilidad, me encuentro con la mirada y sonrisa y palabras de afectos y serenidad de la Madre.

Desde mi juventud, el santo rosario siempre camina conmigo en mi bolsillo, y  como, desde que salí del Seminario, estoy convencido de que el problema o el fundamento de la santidad de la Iglesia, es la santidad de los obispos, sacerdotes y seminaristas y la necesidad de vocaciones,  para terminar  mi rosario, las tres Avemarías añadidas al final y que eran por la pureza de la Virgen, en realidad las rezábamos por la nuestra, al menos así yo lo interpretaba, las he cambiado, pero hace ya más de cuarenta  años y así la rezan públicamente en el rosario de la parroquia, mejor, antes de la misa de la tarde: «por la santidad de la Iglesia, especialmente la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones». Así todos los días y todas las tardes; siempre que rezo el rosario o lo rezan públicamente en la parroquia. Bueno, si quiero ser sincero, actualmente mis intenciones son estas: pido porque Dios sea reconocido , amado y santificado en el mundo entero; por el Papa Francisco y la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos y sacerdotes, religisos y consagrados; por mi amada diócesis de Plasencia: por su obispo, sus sacerdotes, seminaristas, diocesanos y msioneros; por mi amada parroquia de San Pedro: niños, jóvenes, adultos y por sus sacerdotes; por la fe de España y del mundo entero y por el matrimonio y la familia, fundamento de la vida y del amor, que no haya tantas sepaciones, divorcios, crímenes de esposos y esposas entre sí… Todos los días lo rezo así.

Esto ha contagiado a unas señoras de mi parroquia y han formado un grupo de madres que dos días de la semana, desde luego siempre el sábado, rezan el rosario y ofrecen la misa «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Las reúno dos o tres veces al año, una vez por trimestre. A mí me emociona ver escrito en la hojita de las misas que ponen sobre el altar: «POR LA FE DE NUESTROS HIJOS». Es que acostumbrado a ver sólo nombres de difuntos... y muchas veces ponen: en acción de gracias, para que el nombre de Dios no sea blasfemado... Y me gustan mucho y me emocionan estas intenciones.

Para terminar este apartado  parroquial, advierto que todos los sábados de mi vida, después de la bendición final de la misa de víspera del Domingo, les deseo buen domingo a todos y rezamos  la Salve, como despedida. Empecé a cantarla: «Salve, Regina...», pero se hacía largo. Aunque alguna vez me descuido, y, en vísperas de fiestas de la Virgen, la cantamos antes del «podéis ir en paz».

En el Seminario Menor, como otros muchos de aquellos tiempos, rezaba el «Oficio Parvo». En el Mayor, lo cambié por otras oraciones y devociones Marianas; creo que, como algún devoto más, los años de Teología llegué a rezar los quince misterios del rosario en algunas temporadas; por ejemplo, en el mes de mayo, en la novena de la Inmaculada, lo hacían más seminaristas: uno, en la Capilla, con la comunidad; otro, en las filas, aprovechando el silencio y como ayuda para no hablar; y el otro, en un recreo cualquiera, paseando en torno a los patios interiores.

Sin embargo, sobre todas las devociones que aprendí o practiqué en mis seminarios, estaba la Novena de la Inmaculada en el Mayor. En mis tiempos la vivíamos con mucha intensidad; personalmente la vivía en plenitud de amor y dedicación a Ella; era la Novena de la Inmaculada todo un estímulo para la oración, las renuncias a las faltas de caridad, de soberbia, egoísmo... etc.

Las Vísperas de la Inmaculada eran solemnísimas, todas cantadas y en gregoriano,  con las antífonas y los cinco salmos, todo en latín; las antífonas me las sé de memoria, porque las sigo rezando en la fiesta, esté donde esté. Podéis creerme que no he dejado de cantarlas todos los años de mi vida desde que salí del Seminario. Es más, os voy a contar una travesura: durante los años que estuve en Roma estudiando, bajaba a la capilla para cantarlas, y si había alguno rezando, le pedía permiso para hacerlo. Yo soy así, ésta es mi manera, las hay mejores de amar y alabar a la Virgen, pero esta ha sido la mía. Reconozco que soy muy apasionado por Ella, en público y en privado, en piropos que la digo a veces ante la gente, que me miran sorprendidas, pero a mí me salen espontáneos del alma.

Me encantaban aquellas antífonas. Me gustaban tanto aquellos himnos y antífonas, que como he dicho,  las sigo cantando en las vísperas y en la fiesta de la Inmaculada, porque son bellas, porque me recuerdan cosas hermosas y siempre me emocionan y me acuerdo y rezo por «mi seminario», por mis compañeros y mis superiores, y sin querer y al cantarlas, recuerdo con gozo y agradecido el Seminario, los compañeros, los superiores: D. Avelino, D. Benjamín, D. Jerónimo, profesor de griego y luego Rector del Menor, cuando D. Avelino pasó al Mayor,  para suceder a D. Ceferino, me parece, que pasó a ser Director espiritual del Menor,  Buenaventura,  Juan de Andrés... y por mis hermanos sacerdotes: «Tota pulchra es, María, et mácula originalis no est in te... Vestimentum tuum, cándidum quasi nix...Tu, gloria Jerusalem, Tu laetitia, Israel... Benedicta es tu, Virgo María... Trahe nos Virgo Inmaculata... Aquella antífona in I vesperis: Beatam me dicent omnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, alleluia.

¡Y los himnos! Los canto todas las semanas; los distribuyo por días y  por orden alfabético teniendo en cuenta las primeras palabras, porque si no, me hago un lío. Por eso, los que empiezan por Ave tienen la preferencia; además, de esta manera, no se me olvidan.

Lunes, en la oración de la mañana, después de mirada y oración a mi Dios Trino y Uno, después del Espíritu Santo y Cristo Eucaristía, me dirijo a Ella, primero, con la oración personal que he compuesto a través de los años y que he rezado al principio de este prólogo y analizaré al final; sigo, después de haberla hablado, pedido, besado... con los himnos o cantos empezando por la letra A: «Ave Regina coelorum», Ave Domina Angelorum...», luego, «Ave maris stella, Dei mater alma», y termino el lunes con «Alma Redemptoris mater...».

El martes es el más corto: sólo recito «¡O gloriosa Vírginum, sublimis inter sídera...!» El miércoles es una gozada: «Salve Mater misericordiae, Mater Dei y mater veniae, mater spei y mater gratiae, mater plena santae letitiae, oh María». Los jueves, siguiendo con la letra s, canto dos himnos que empiezan por s: «Salve Sancta Parens» y esta otra oración que ya se rezaba en el siglo III y que todos hemos cantado muchas veces: «Sub tuum proesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix, nostras deprecationes «clementer exaudi» in necesitatibus...» si, ya sé, paro aquí, porque ya estoy viendo que muchos me estáis señalando con el dedo. Ya sé que la antífona es «nostras deprecationes nec despicias in necesitatibus»; pero este «despicias», para los que aprendimos latín de aquellos tiempos, a los de mi tiempo, nos resulta muy duro, suena a «no desprecies»,  y así me resigno a cantarlo cuando lo hago con otros; pero cuando lo hago solo, como la oración tiene que ser personal y a gusto del cliente, yo la cambio por «clementer exaudi in necesitatibus».

Pasamos ya al viernes; en ese día rezo dos himnos: «Tota pulchra es, María, et mácula originales non es in te», y en segundo lugar «Virgo Dei Genitrix, quem totus non capit orbis: in tua se clausit víscera factus homo».

Los sábados, día de la Virgen,  es un día especial, y en ese día, subo todas las mañanas al Santuario del Puerto para saludarla, estar con ella, pedirle luz y fuerza para el Domingo, el Día del Señor; en ese día hago un resumen de la semana hablando con ella, pidiendo luz y perdón por lo pasado y preparo la semana que empieza cantándole, después de esta conversación,  todos los himnos.

Nada más entrar en el Santuario, hecha la genuflexión y en el Nombre del Padre que me soñó y creó, y del Hijo que me salvó y del Espíritu Santo que me transforma en vida y amor Trinitario, un beso a la Virgen y este suspiro del alma, hecho canción: «A ti va mi canturia, dulce Señora, que soy la noche triste, Tú eres mi Aurora; Señora de mi alma, Santa María, haz que arribe a buen puerto el alma mía, haz que arribe a buen puerto, el alma miiiia». Mi buen puerto es María, la Virgen del Puerto. Es una canción de nuestros tiempos de Seminario. Con otras muchas, las conservo en un bloc con su música que hizo Don Florindo: cantos eucarísticos, comunión, himnos... 

            Después viene una canción a dos voces, todo en la memoria, pero cantando y echando aire por los labios; es una que todavía me emociona y me hace llorar ¡Me recuerda tantas cosas, tantos amigos, amigos de verdad, tantas emociones! Es también del Seminario. Todos la sabemos: «Dulce Madre, Virgen pura, Tú eres siempre mi ilusión. Yo Te amo con ternura y Te doy mi corazón; siempre quiero venerarte, quiero siempre a Ti cantar, oye, Madre, la plegaria, que te entono con afán, que- teen-to-no- con- a-fan (lo escribo así y separo estas letras porque en el bis, cuando lo cantábamos con D. Florindo, siempre nos hacía aumentar el tono y disminuirlo en cada palabra; pasa igual que en la anterior, «...alma miiiia»); Madre, cuando yo muera, acógeme; ay, en el trance fiero, defiéndeme; Madre mía, no me dejes, que mi alma en ti confía; Virgen mía, sálvame; Virgen mía, sálvame».

Finalmente, y para terminar este saludo inicial, le entono a la Virgen otra más solemne, más teológica, que los de mi curso aprendimos de los hermanos Bravo en los últimos años del Seminario y que la cantábamos siempre que nos reuníamos por cualquier motivo, sobre todo, en las reuniones que teníamos en  los años posteriores al seminario, porque era ya nuestro santo y seña ya antes de ordenarnos: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón mi altar sacrificial».

Alguno puede pensar que es mucho cantar, pero es que lo siento así y así me sale del alma, mirando a la Señora, y así lo aprendí porque no conviene olvidar que empecé siendo tiple en el Menor con D. Florindo, y, en el Mayor, tenor segundo, y además perteneciente a la «escolilla», que era lo más selecto de la escola del Seminario.

Bien, y para terminar con mi subida al Puerto los sábados, diré que finalmente en ese día, antes de darle el beso de despedida, le canto la Salve, bien en tono ordinario, la que todos sabemos, bien en tono «sollemniore», que aprendimos en el Menor con mi profesor de Griego y Rector después de Don Avelino, Don Jerónimo, al pasar aquel de  rector al Mayor. Todo lo canto, lógicamente,  sin que se oiga, sólo la Virgen, quiero decir, que lo canto con la respiración, excepto en la Inmaculada, que esté donde esté, todo es en voz alta de tenor segundo, como en mis buenos tiempos, para que todos lo oigan y alaben a la Virgen.

Perdonad estos desahogos y confianza. Pero le estoy muy agradecido a María. La verdad es que Ella fue siempre muy buena madre y amiga, hizo verdaderos milagros conmigo, porque uno es débil y pecador... Gracias a ella siempre me fue muy bien en el Seminario, me dio amor y perseverancia a lo que recibí en el Seminario, quiero decir al Sacerdocio y a los sacerdotes, aunque por ello haya tenido que sufrir. Es un capítulo de mi vida del que no he hablado, pero que explica muchas cosas de mi vida apostólica. El Seminario y los seminaristas han estado muy presentes, y he hablado muy claro de sus necesidades en años pasados a mis superiores, aunque he tenido que sufrir por ello.

En mis primeros años de sacerdocio todavía fue un gran Seminario en todo, como en toda España y Europa,  una institución muy querida en todos los ambientes, excelente en superiores, profesores; esta Diócesis tuvo un plantel de licenciados y doctorados no común ni en Diócesis muy importantes, y sobre todo, hubo un ambiente de santidad y fraternidad muy acentuado, especialmente de espiritualidad sacerdotal, por Don Eutimio, entre otros, pero no sólo él. Hubo buenos superiores. Pero  bien, cierro ahora este paréntesis y desahogo emocional de recuerdos de mi seminario, y sigo con el asunto que estábamos tratando ¿Por dónde íbamos? Ah, sí, que la Virgen me decía: «pasa a mi Hijo».

En concreto, aquí lo que la Virgen me quiso decir es que sí, que teórica y teológicamente su Hijo  era lo primero para mí; sin embargo,  realmente, en la vida, en mis deseos, programación, oración, ideales y dedicación, en la práctica, yo todo lo tenía centrado en ella, y no acababa de pasar por ella y desde ella a Cristo, único “camino, verdad y vida”, o, al menos, María no estaba de acuerdo como lo hacía.

Porque en aquellos años de juventud, por aquello de la Inmaculada y los problemas afectivos de la edad, era tal mi conversación permanente con la Virgen, que no la dejaba en paz. Tal vez la razón de esta atracción por Ella, estaba en que María me transformaba en limpio y puro todo lo femenino a lo que tenía que renunciar por mi celibato sacerdotal, para el que me preparaba.  

Además en cualquier tema o pasaje evangélico relacionado con ella, lo que hacía, como joven curioso, era preguntarle cómo lo había vivido, qué sintió cuando el ángel la habló en Nazaret, cuando el niño empezó a nacer en su seno, que si le decía algo, que si el Hijo le hacía sentir su presencia, que si dijo algo a los suyos del embarazo, que si la gente o en vida exterior notó cosas, que si pensaron mal de ella por aquello de San José... etc,  y otras preguntas similares sobre las bodas de Caná..., o cuando Jesús dijo aquello de “mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, que a mí entonces me sonaba como a desprecio, poca estima por ella, por su madre...; en fin, que yo me ponía de su parte, porque a mi con ella me iba muy bien y que me salió espontáneo el «a mí contigo me basta».

Por lo tanto y lo digo claro y alto, el mejor camino que yo he encontrado para llegar a Cristo, al Hijo, es su madre. Y como luego voy a decir y tratar de explicar, el mejor camino que yo he encontrado para conocer a María en totalidad y plenitud del misterio, es su Hijo; desde Él es como más y mejor y más ardientemente la he conocido y amado.

Al escribir de mi infancia y de la Virgen, habréis notado que he sacado a relucir mi amor a la Virgen en sus títulos de Inmaculada y Virgen del Puerto, pero no me ha salido ni una sola vez el nombre de mi Patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobral. No lo he hecho intencionadamente. Me sale así espontáneamente, pero ello tiene una explicación. Yo era de la iglesia de abajo, y la Patrona, la Virgen del Salobral, pertenecía a la iglesia de arriba, quiero decir, que la novena y procesiones, todo dependía de Santa María.

Los de San Miguel, la iglesia de abajo, teníamos al Corazón de Jesús, que no faltaba su entronización en nuestras casas, y la novena era de lo más solemne que se podía uno imaginar, con la Exposición Mayor del Santísimo Sacramento y Bendición final. Para predicar muchas veces venían sacerdotes de fuera, y los cantos, en mi tiempo, fueron dirigidos tanto en la coral de los seminaristas que llegamos a ser hasta 24 en el pueblo, como el coro de chicas del pueblo, dirigidas por D. José Luis Rubio Pulido, de Casatejada, que luego fue coadjutor de la parroquia, y desde allí, pasó a Cáceres, como Prefecto de Música de la concatedral. Murió joven.

Durante la novena, siempre tuvimos disgustos en casa, porque mi padre, que tenía el taller y la fábrica de maderas cerca, se acercaba a la novena tal y como estaba en el taller, es decir, que no iba a casa antes para cambiarse de ropa y esto le ponía enferma a mi madre, pues toda la gente iba muy arreglada.

Sin embargo, qué manera de comulgar mi padre todos los días, con qué devoción, y mi madre y mis cuatro hermanas y yo, después de hacer la Primera Comunión, que en mi casa y familia y para los niños y  niñas que así lo querían, la hacíamos el día de la fiesta del Corazón de Jesús, que también y no sé por qué motivo, Don Marcelo siempre la celebraba el 29 de junio.

Y a lo que iba, que, como era de la iglesia de abajo, y como para remate me vine a los diez años al Seminario y entonces no había vacaciones de Semana Santa y la Patrona se celebraba  la Semana de Pascua, desde el mismo domingo de Resurrección, que se baja a por ella, se la pasea por el pueblo y luego permanecía en la iglesia de arriba toda la novena, total, que no cultivé la devoción a mi patrona. Los de la Iglesia de abajo estábamos centrados en el Corazón de Jesús y la Exposición del Santísimo durante toda la novena. Por tanto, desde los diez años, las  <Vírgenes> que más traté fueron la Inmaculada del Seminario y la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia, que visitábamos con frecuencia los seminaristas y ahora llevo cuarenta y dos años visitándola. De mi patrona de Jaraiz de la Vera, la Virgen del Salobrar, lo que más recuerdo y el mayor trato que tuve con Ella fue el tiempo de preparación de mi primera misa, porque me ordené el 11-6-60 y no pude cantar mi primera misa hasta el 1 de julio por razón de los estudios de mis cuatro hermanas. Así que me dieron las llaves de la ermita y todas las mañanas, muy temprano, sin que nadie me viese, celebraba la santa misa. También tengo que decir en honor de mi patrona, que la imagen de la Virgen del Salobrar es la primera foto que tengo en el álbum de fotos de mi infancia y ordenación sacerdotal y primera misa y ahora preside mi habitación, esté donde esté.

 

 

3. 3. EL CONOCIMIENTO Y AMOR A MARÍA ME VINO POR EL HIJO ENCARNADO EN SU SENO

 

El misterio de María es ininteligible si no se hace desde Cristo, desde la relación al misterio de Cristo. Me alegró muchísimo verlo descrito en el Vaticano II,  que lo dijo muy claro en el Capítulo VIII de la Lumen gentium: LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

Os digo una cosa: Le tengo tanto afecto a este Capítulo VIII, porque me cogió estando en Roma estudiando y estando al día de sus discusiones y diatribas, porque nos las contaban algunos alumnos que iban a las sesiones, y, por otra parte, me ha gustado tanto al releerlo y meditarlo otra vez despacio, para ver lo que la Iglesia dijo de la Virgen, porque no son pensamientos y amores de Gonzalo sino de toda la Iglesia y por eso me he decidido a ponerlo entero en este libro sobre la Virgen, para que todos tengan la oportunidad de meditarlo.

Es que es lo mejor o de lo mejor que se ha dicho de la Virgen desde un Concilio; es la Mariología más completa y profunda que he oído sobre la Bella Doncella; es una reflexión y meditación bíblico-teológica-espiritual de los padres conciliares, promulgada oficialmente por la Iglesia, para que todos alabemos a la Virgen por su belleza y cooperación, por voluntad del Hijo, en el misterio de la  salvación del mundo y en el origen y desarrollo de la Iglesia. 

Estuve dudando, porque no lo había visto en ninguno de los libros que tengo o he leído sobre María, hasta que me topé en mi biblioteca con la ENCICLOPEDIA MARÍANA POSTCONCILIAR, publicada por la SOCIEDAD MARIOLÓGICA ESPAÑOLA, Coculsa, Madrid 1975, pág 61-66). Así que me decidí. Es la Virgen quien se «apareció» para decirme que lo hiciera. Y obedezco como buen hijo.

Poco a poco, en mi oración, fui entendiendo que no podía quedarme instalado en María, como si hubiera llegado al final del “camino, la verdad y la  vida”, que es Cristo, pero que también es el principio único de todo el misterio cristiano, sino que tenía que seguir avanzando en el conocimiento y amor al Hijo; debía intensificar más y con mayor frecuencia el trato y la amistad y la referencia a Él, a tenerlo más en cuenta, seguirlo, imitarlo, volcarme en Él como en el todo, en el Hijo amado y enviado por el Padre para sumergirnos eternamente en el Misterio Trinitario;  y así empecé a visitar más largo y despacio al Señor en el Sagrario durante diez minutos de oración eucarística en el recreo que teníamos después de comer, que era el más largo, y luego esta visita se fue alargando hasta los quince, veinte, treinta minutos... Y así empezó esta historia de amor y amistad intensa con Cristo Eucaristía en la oración, en la misa, en mi vida, que no terminará ya nunca y llena de plenitud de sentido mi  vida sacerdotal,  y de gozo  de encuentro permanente  de amistad con Él desde la Misa, la Comunión eucarística y el Sagrario.

            En el comienzo de su homilía cuarta sobre las excelencias de la Virgen María dice San Bernardo: « No hay duda que cuanto proferimos en las alabanzas de la Virgen Madre pertenece al Hijo; y que igualmente cuando honramos al Hijo no nos apartamos de la gloria de la Madre».

Y esta es la razón de que en mi oración matinal dirigida a ella, siempre le diga: «gracias por haberme dado a tu Hijo; gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo», porque realmente ella me ha llevado a Cristo, ha sido mi madre espiritual que me ha dirigido perfectamente, verdadera madre, a la que he querido y quiero con todas mis fuerzas, porque ella sabe llevarlo todo hasta su Hijo y por Él, con el Espíritu de Amor, hasta el Padre, hasta el misterio de mi Dios Trino y Uno, que me invade y me llena de su mismo amor y vida,  en un eterno amanecer de resplandores  siempre nuevos de luz, belleza y  felicidad.

Y todo esto, repito, por María. Así que les recomiendo a los hermanos protestantes, que nada de tener miedo a que los católicos nos pasemos en nuestro amor a la Virgen y le dediquemos y honremos como si fuera el Hijo, nada de «mariolatría», nada de dar a la Virgen lo que pertenece a Dios, porque ella sabe educar muy bien a sus hijos. Y si hay algún desvío o error, ya se encargará ella de arreglarlo todo.

Si amaran a la Virgen en plenitud, si no tuvieran ningún recelo y prevención en relación con ella, la Madre los llevaría, cogidos de la mano, con mayor dedicación y plenitud a Cristo, a su Hijo, porque ese es su oficio de madre espiritual y  discípula aventajada y educadora de la fe y vida cristiana de todos sus hijos, y el mejor modelo y camino para llegar a Cristo; ella es “la humilde esclava del Señor”, y sólo desea en nosotros cumplir su palabra: “Hágase en mí según tu palabra”;  y esta Palabra es Cristo.

Y esto nos lo confirma la misma historia religiosa de las personas y de los pueblos: Las personas, parroquias, los pueblos verdaderamente Marianos, devotos auténticos de María, son pueblos piadosos y cristianos y eucarísticos y cristocéntricos; pero siempre que se trate de verdadero amor y piedad a María,  nada de ¡Viva la patrona! ¡Viva la Virgen de...! (poned aquí todos los títulos patronales) y luego, si te he visto, no me acuerdo.

Y ¿qué más cosas fui descubriendo y viviendo con esta nueva orientación que la Virgen dio a mi vida? Pues que, al despertarme por la mañana, en vez de dirigirle mi primera mirada a la imagen que tenía en mi habitación y decirla: ¿qué vamos a hacer juntos hoy?, y pensar que, con rezarla el rosario completo, todo estaba ordenado, empecé a tener esos ratos de diálogo personal y directo con su Hijo en el Sagrario, que luego me llevó a practicar y vivir verdaderas comuniones eucarísticas donde tenía que vivir su vida en la mía, cambiando mis criterios y actitudes de amor y rencor y soberbia y pasiones por las suyas de “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, lo cual me llevó a vivir la misa “en espíritu y verdad”, esto es, a retorcerme y hacerme víctima agradable con Él al Padre, sacrificando y muriendo a mis pasiones y soberbias, ofreciéndome como víctima de caridad y perdón con Él en el sacrifico de la cruz que hacía presente en cada celebración, y tener que decir: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, cuando alguno conscientemente te odiaba o perseguía o te hacía la puñeta (Este es el «taco» más gordo que oía a mi padre; cuando lo decía, había que andarse con cuidado, aunque nunca pegó o dio bofetadas a sus hijos; mi madre ya era otra cosa. Que conste que a mí me pasa lo mismo; no he echado un taco en mi vida).

De esta forma y, nuevamente, en orden teológico inverso al que tenía que haber sido: misa, comunión, presencia eucarística, mi vida se fue realmente centrando en Cristo, no sólo teológicamente, sino vitalmente; y la Eucaristía, que es el misterio total de Cristo, hecho presente en cada misa y perpetuado en cada Sagrario, esta vida «por Cristo, con Él y en Él» paradójicamente me fue llevando a conocer mejor a María, su oficio de madre en la Iglesia y amarla más, pero no sólo como un hijo, sino desde el Hijo, esto es, como el Hijo la soñó y la eligió y la amó y confió totalmente en ella como madre ideal y consuelo que quiso tener junto a sí en el momento más importante y doloroso de su vida, al morir por todos nosotros en la cruz y así nos la quiso entregar.

Me llevó a amarla y mirarla con los ojos del Hijo ¡A ver si era esto lo que Ella quería! Claro que sí;  es que el Hijo es el Hijo, y los demás somos hijos, pero, como nos quiere tanto a los hijos, quiere que seamos hijos en el Hijo, porque así nos vendrán todas las gracias y dones. Realmente lo que me dijo la Virgen se parece mucho a lo que dijo a los criados en la boda de Caná: “haced lo que Él os diga”. Es decir, que desde Cristo, es como mejor la he conocido y amado y comprendido a María y su relación conmigo y su misión en la Iglesia. Y esto era lo que ella me decía y me pedía desde muy joven, pero que yo no entendía del todo. Eso sí, me fié de ella  y el agua de mi vida se convirtió en vino de consagración, en vino sacerdotal.

Y esto es lo que quiero deciros ahora: Que esta petición de la Virgen, de que pasara a su Hijo, tenía ya en mi juventud sabor sacerdotal, tenía ya olor de Cristo Eucaristía, que me iba metiendo en ese misterio infinito que nunca se abarca y se comprende del todo, ni se vive y se llega hasta el fin, porque nos mete en esa mina eucarística, donde, como diría San Juan de la Cruz, pero referido al misterio de Dios Trino y Uno, hay miles y miles de cavernas y vericuetos y nuevos descubrimientos, que nunca se acaban. Así quería prepararme ella para que fuera presencia sacramental de Cristo sacerdote, prolongación de su palabra y salvación, con su mismo amor y sentimientos.

Y esto lo tenía que hacer el Hijo con Amor del Espíritu Santo. Ella lo sabía muy bien porque Ella sintió y palpitó y educó al Único Sacerdote. Por eso si el Padre le confió esta misión, es lógico que si Dios se fió de Ella, se fiara también y le confiara que forme a todos los que van a ser como su Hijo al encarnarse en su seno, hombres sacerdotes, presencias sacramentales de Cristo y de su misterio de Salvación, «otros cristos».

Y lo hace muy bien. Por eso, yo ya sacerdote de Cristo, recomiendo total y plenamente, con confianza cierta y segura, la devoción a la Virgen a todos los seminaristas del mundo, a todas las madres sacerdotales, a todos los superiores de seminarios.

Uno de estos vericuetos y novedades, que he descubierto con los años, es el siguiente: Cristo, desde el mismo momento de nacer en María hasta su Ascensión a los cielos, es el Sacerdote Único del Altísimo. Esto quiere decir que, desde Cristo, desde la vivencia de los misterios de Cristo, es como mejor un cristiano, pero, sobre todo, un seminarista y un sacerdote tiene que comprender y vivir la misión de María, Madre sacerdotal por excelencia, es como mejor he comprendido: “haced lo que Él os diga”, que tiene mucho parecido a lo que dijo el Señor en la Última Cena: “haced esto en conmemoración mía”.

            Por eso, en María, por su maternidad y ejercicio de fe y trabajo por Cristo y en Cristo, encontré el mejor modelo de prepararme para el sacerdocio, para su vivencia y comprensión, y para el apostolado. Porque yo veía que María, desde seminarista, me empujaba a trabajar para Cristo y como Cristo a semejanza suya, de su misión de madre: «La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres» (LG 65).

            Me alegró mucho ver confirmada toda mi devoción y mariología con lo que se decía en el Vaticano II y de lo cual yo estaba al día porque nos dejaron ir a algunas de esas sesiones a varios sacerdotes de los que entonces estudíabamos en Roma. Cuánto me alegraba al oir o leer por la noche las noticias del desarrollo del Cap. VIII, que había escuchado por la mañana o por la tarde.

            Fijaos qué belleza: «Porque María, que, habiendo entrado íntimamente en la historia de la salvación, en cierta manera en sí une y refleja las más grandes exigencias de la fe, mientras es predicada y honrada atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre.

            La Iglesia, a su vez, buscando la gloria de Cristo, se hace más semejante a su excelso modelo, progresando continuamente en la fe, la esperanza y la caridad, buscando y obedeciendo en todas las cosas la divina voluntad. Por lo cual, también en su obra apostólica con razón la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles» (LG 65).

            Y como toda la vida de María, desde “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, hasta tenerlo en sus brazos muerto, desde la Encarnación  hasta el Gólgota, fue una vida en unión con Cristo, ofrecida con su Hijo en la cruz al Padre y a los hombres tal y como su Hijo la ofrecía, porque estaba totalmente unida a Él en todo por voluntad del Hijo, y amándole y amándonos a todos hasta el extremo, especialmente participando “estando de pie” junto al sacrificio de su Hijo, resulta que, en la misa, donde se hace presente mistéricamente toda la vida de Cristo, todo el misterio de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, también se hace presente este “estando de pié” de la Virgen, con todos sus sentimientos y ofrenda, y es donde nosotros, si  estamos muy atentos y nos acercamos por la celebración litúrgica al Hijo, a esta presencia eterna y metahistórica del misterio de Cristo hecho presente por la Eucaristía, todos los cristianos, no sólo los sacerdotes, sentiremos y viviremos los sentimientos y actitudes de la que “estando de pié” junto a su Hijo, se ofrece con Él por todos los otros hijos del mundo.

Si nos acercamos con amor y piedad, en cada misa podremos sentir su respiración fatigosa de  madre dolorida, sentir su mismos sentimientos de dolor y salvación de todos sus hijos, comprender todo su misterio de entrega por amor, unida a su Hijo, a quien le dolió ciertamente no tener junto a sí en su pasión y muerte a sus discípulos, pero no pudo, no tuvo fuerzas, para prescindir de su madre; amén de que quiso que colaborase con Él en la Redención de todos sus hijos. La necesitaba. La quiso tener muy cerca y todo eso se hace ahora presente en la Eucaristía.

Fue allí, donde con su mismo amor y certeza y seguridad de Hijo, nos la entregó como Madre en la persona de Juan y ella recibió este encargo: “he ahí a tu madre... “He ahí a tu hijo”, “Y el discípulo la recibió en su casa”, que es lo que nos corresponde hacer también a nosotros, como lo hizo emocionado Juan, que se vio favorecido con esta gracia singular, donada a todos los creyentes, pero de forma especial a nosotros, los sacerdotes, porque Juan había sido ordenado sacerdote hacía unas horas. Yo también quiero tener siempre a María en mi casa, en mi vida, en mi corazón.

            Sin embargo, a pesar de ser Madre de los Dolores, Dolorosa, de las Cruces...cuando contemplo y venero, incluso sufro en mi vida, por cualquier causa,  yo siempre he visto a mi Madre María, sonriente, de la eterna sonrisa.Yo siempre he buscado la sonrisa de la Virgen. La ayuda de su mirada y del amor que me refleja y comunica por ella. Esos ojos... esa sonrisa, cómo me han ayudado en los tiempos difíciles, en los momentos de soledad, angustia, incomprensión. En Ella siempre encuentro esos ojos que me sonríen, que me dicen: estoy aquí, te veo, estoy contigo, sufriremos juntos como lo hice junto a la cruz de mi Hijo.

            Ella ya no puede menos de sonreir, de ayudarnos a sonreir y aceptarlo todo, sabiendo que nos espera y todo termina en resurrección y vida. Por eso, cuando me dicen que la Virgen se ha aparecido llorando, se me parte el alma. Menos mal que teológicamente ya no puede sufrir, porque está en la  infinita felicidad de nuestro Dios Trino y Uno, pero algo muy fuerte tiene que suceder para que Ella se aparezca así; algo de más amor y entrega y sufrimiento en mi conversión me pide para que otros hermanos dejen de hacer y decir cosas que a su Hijo le ofenden. Porque Ella siempre está junto a su Hijo, bien llevándolo en su seno, bien buscándolo en el Templo y de fiesta en Caná, bien junto a la Cruz, bien en el cielo asunta por el Amor del Hijo que no podía soportar estar sin su Madre en el cielo, no podía se totalmente feliz como Hijo.

 

 

3. 4.  EL CONOCIMIENTO Y AMOR  PLENO A MARÍA SE COMPLETA POR  EL HIJO HECHO PAN DE EUCARISTÍA

 

Lo que quiero decir con esto, es que mi verdadera y auténtica devoción a nuestra Señora y Madre Maria, me la ha descubierto y enseñado el Hijo, especialmente en la Eucaristía, donde María es invocada varias veces en el canon, y es el Hijo quien la hace presente, juntamente con sus sentimientos de Madre y el “ahí tienes a tu hijo” y “el ahí tienes a tu madre”,  por hacer presente su pasión y muerte, y que, si estoy muy atento, me la va comunicando y aumentando en cada misa. Y así voy  mirando y amando cada vez más a María desde el Hijo, porque la voy viendo con los ojos del Hijo y amando con el corazón y entrega del Hijo: “ahí tienes a tu madre”.

Desde aquí he sentido y palpado cómo quiere el Hijo a su madre ¡Qué pasión siente por ella! Lo he sentido y palpado muchas veces. Y así he visto la razón de las apariciones de Lourdes, Fátima y tantas otras, porque la Madre siente las ofensas y desprecios del Hijo como propios y no se puede contener y por eso se aparece a los hijos; pero a la vez siente desde el Hijo, desde la Verdad y la Vida del Hijo, la condenación y el infierno de los hijos... y nosotros no le damos importancia, siendo, sin embargo, lo único que importa y la razón esencial de nuestro sacerdocio, porque lo fue de Cristo Sacerdote y Víctima.

Nosotros, muchas veces, nos entretenemos con actividades temporales, aunque sean caritativas, pero que tienen el peligro de instalarnos en puro horizontalismo porque no se buscan en ellas las eternidades de los que socorremos, su auténtica vida, la que tiene recibida de Cristo por el bautismo y que es la única razón de nuestro sacerdocio. Todo lo demás es relativo, es decir, tiene que decir relación a la vida eterna. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, Dios debe ser siempre el único horizonte de nuestro sacerdocio, somos sacerdotes del Altísimo.

El sacerdote, todo cristiano, como Cristo, tiene que curar a los enfermos y dar de comer a los hambrientos, es una nota esencial de la Iglesia; pero el orden y la orientación debe ser la que acabo de decir: Cristo curó y dio de comer el pan material, pero no fue esto para lo que vino; bien claro lo dijo en el cap. VI de San Juan sobre el pan de la vida: “me buscáis porque habéis comido... procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que os da el Hijo del hombre... el pan de Dios es el que bajó del cielo... dijéronle: danos siempre ese pan.  Contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mi ya no tendrá más hambre...” (cf. Jn 6, 27-35).

Repito: que hay que trabajar en caridad, pero la verdadera, la que se hace para llevar a la gente hacia Cristo, hacia la fe, hacia el descubrimiento y al amor de Cristo, y para esto, predicar la Palabra, celebrar los sacramentos y enseñar a rezar al Padre Dios que cuida de los pájaros y de los lirios del campo. Esta fue la razón fundamental de la venida de Cristo, para esto vino Cristo y se encarnó y murió en la cruz, para que fuéramos hijos de Dios por el bautismo, viviéramos ya por gracia la vida sobrenatural, que lógicamente se vive en la humana, pero debe estar siempre presente y hacia ella debe orientarse todo lo humano.

Cristo vino para ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, y eso es ser sacerdote, y eso está bastante olvidado en los tiempos actuales por falta de vivencia de Cristo Eucaristía, por falta de fe que se queda sólo en  temporalismo y horizontalismo que pierden el sentido sobrenatural y trascendente de la vida, siendo verdad de Cristo: “...que de nada le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma”. Es el laicismo, el ateísmo práctico, cultivar lo humano sin referencia a Dios, con lo cual ha de tener cuidado la misma Iglesia.

Por eso se aparece la Virgen, y nos lo recuerda en todos sus mensajes, porque no puede soportar que sus hijos no vivan ni  piensen que son más que esta vida y este espacio, que son eternidades soñadas en Dios y para Dios, y que sembrar y cultivar estas eternidades es la razón esencial de mi sacerdocio y de todas mis actividades, de los sacramentos de vida eterna,  es lo que más me tiene que interesar cuando celebro Bautizos, Primeras Comuniones, Confirmaciones, funerales ¡Señor, que estos niños, que estos jóvenes se encuentren contigo por la fe y la gracia, que realmente sean sacramentos de salvación,  que lleguen a amarte y conocerte; no sólo ni principalmente que salga todo bonito y bien... sino que no se separen ni en vida ni en muerte de Ti, ni en tiempo ni en eternidad!

Y este es el sentido y la orientación que hay que dar a la vida cristiana, a todo apostolado, esto es el verdadero apostolado en el Espíritu de Cristo, no en el nuestro y según nuestros criterios, pero todo desde el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, todo orientado hacia el encuentro eterno y definitivo con Dios, que es lo único que importa y a lo que todo se va a reducir y para lo que hemos sido creados y para lo que Cristo vino y para lo que la Virgen se aparece en Fátima y en otros lugares.        

Y este tiene que ser el sentido esencial y mirada y orientación última que quiero dar a mi vida sacerdotal; si tengo que hacer obras humanas, las hago; si tengo que hacer hospitales, hogares de ancianos, de drogadictos... de lo que sea, lo hago, pero predicando allí mismo el Evangelio y el sentido último de nuestra vida, buscando a Cristo siempre, sin quedarme en esas obras como fin y término, sino buscando a Cristo, la salvación eterna, el sentido cristiano de la vida, que es más que este espacio y que este tiempo, es la eternidad con Él, somos eternidades, nuestra vida es más que esta vida.

En las manifestaciones o apariciones de Lourdes y Fátima siempre he visto la preocupación de Cristo por medio de su Madre por todos los hombres en relación de su eternidad y el camino que lleva a ella, el cumplimiento de la voluntad de Dios, los mandamientos. Y el mismo Dios pone su confianza en nuestro amor a María; y lo quiere cultivar mediante estas apariciones. 

No tenemos que olvidar que el Hijo la quiso corredentora, mediadora, aunque este término no guste a los teólogos y fuera rechazado en un principio; lógicamente por voluntad y siempre unida al Hijo, ya que la quiso “junto a la cruz”, «en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cf. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús moribundo en la Cruz, con estas palabras: “¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (LG 58).

Esta es la razón de que la Virgen en Fátima pidiera la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de la Madre, en lugar del Hijo. Parecía un poco atrevido teológicamente. De hecho los Papas dudaron en un principio, luego lo hicieron, pero no como la Virgen quería, según Lucía; hasta que Juan Pablo II lo hizo como ella quería.

Y así me ha pasado a mí. Poco a poco esta consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María, cosa que yo no entendía muy bien desde la teología, lo he comprendiendo desde Cristo, desde la importancia que Cristo ha dado a su Madre, como Madre de la Iglesia y educadora de la fe de sus hijos.

Es que la unión entre Cristo y María es más de lo que parece y es total y sin límites el poder de santificación y gracia y confianza que el Hijo ha puesto en la Madre, o, que para que algunos teólogos no sufran, nos pasa por mediación y por las manos de la Madre.

De todas formas, la Virgen se ha ganado toda nuestra confianza porque lo que nadie esperaba, porque todos creíamos que tendríamos comunismo y marxismo para rato, para siglos, rezando el rosario, se vencieron ejércitos de millones de combatientes, se cayeron los muros y desapareció el comunismo de Europa y del mundo, porque lo de Cuba es para confirmarnos más en sus errores y dar la razón a la Virgen. Cuba es una manifestación del despotismo de unos marxistas, que lleva a la pobreza y al hambre, a la pérdida de libertades y desarrollo de la personalidad e iniciativas humanas, y precisamente junto a un país defensor de la democracia y el más desarrollado y rico del mundo.

Y la razón es evidente: No podemos olvidar, hermanos, que el respirar de aquella joven nazarena, virgen guapa de catorce años, tan joven y tan bella, María, no podemos olvidar que los latidos de su corazón fueron los del mismo Hijo de Dios al hacerse hombre; y fue el Hijo quien la escogió como madre; y es que no pudieron conocerse y amarse más que siendo madre e hijo.

Por eso, si en la Eucaristía se hace presente el Hijo con todos sus dichos y hechos salvadores, aquel cuerpo nacido de María con todos sus sentimientos de ofrenda al Padre y salvación de los hombres, es lógico también que se hagan presentes María con su vida y sentimientos, junto y unidos a todos los acontecimientos de la vida de Cristo, especialmente su pasión, muerte y resurrección. Y lógicamente María “junto a la cruz” de su Hijo.

            Lo tengo escrito hace tiempo, porque lo he meditado y vivido durante toda mi vida sacerdotal. Y no he olvidado lo que leí en un libro de GARRIGOU-LAGRANGE en mi último año de Seminario y que prediqué en mis primeros sermones:

            Bossuet, en su sermón sobre la Compasión de la Santísima Virgen, dice maravillosamente:

            «Fue voluntad del Padre Eterno que María no sólo fuese inmolada con esta víctima inocente, y clavada en la Cruz del Salvador con los mismos clavos, sino que fuese asociada a todos los misterios que por su muerte se iban a cumplir...

            María está cerca de la Cruz; con qué ojos mira a su Hijo ensangrentado, cubierto de heridas y que ni figura tiene de hombre. Esta vista le causa la muerte; si se aproxima al altar; es que quiere ser inmolada también, y allí, en efecto, siente el golpe de la espada tajante, que, según la profecía del buen Simeón, debía...abrir su corazón maternal con heridas tan crueles.

            Pero ¿la abatió el dolor, la postró por tierra por desfallecimiento? Al contrario, “Stabat juxta crucem”: “estaba de pie junto a la cruz”. No, la espada que atravesó su corazón, no pudo disminuir sus fuerzas: la constancia y la aflicción van al unísono, y su constancia testifica que no estaba menos sumisa que afligida.

Qué queda, pues, caros cristianos, sino que su Hijo predilecto que le hizo sentir sus sufrimientos e imitar su resignación, le comunique también su fecundidad. Con este pensamiento le dió a San Juan como hijo suyo: “Mulier, ecce filius tuus” (Jn 19, 26): “Mujer —dijo—, he aquí a tu hijo”.

Oh mujer, que sufrís conmigo, sed fecunda también conmigo, sed la madre de mis hijos, os los entrego sin reserva en la persona de este discípulo; yo los engendro con mis dolores, y como gustáis de las penas, también seréis capaz, y vuestra aflicción os hará fecunda» (GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador y nuestra vida interior, Desclée, Buenos Aires 1955, págs.192-193).

Vamos a desarrollar este pensamiento en un silogismo; pero al estilo antiguo, como lo estudiábamos en la LÓGICA, del primer curso de Filosofía. En la mayor del silogismo ponemos la verdad teológica,  expresaremos que la Eucaristía hace presente todo el misterio de Cristo en la tierra; en la menor, diremos, como en nuestros años de filosofía: en la menor...«es así que» la Virgen estuvo presente durante toda su vida; luego... está también presente en la Eucaristía con todos sus sentimientos: los del Hijo para con la Madre: “he ahí a tu hijo” y los de la Madre para con el Hijo.

 

Proposición mayor:

 

            «La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida y sentimientos en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica.

            Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de lo que yo he vivido y amado, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas de emoción por todos los hombres...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez 3,1-3).

            La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

            La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado» (Cfr. F. X. DURRWELL, La Eucaristía, sacramento Pascual, Sígueme 1981, pág 13-14).

El sacerdote no sólo hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

En la misa nos encontramos con los sentimientos de Cristo en la Cena, en Getsemaní, en la Cruz, ahora en el cielo. En la Eucaristía nos encontramos con los sentimientos de Cristo que nos llevan a la Madre que estuvo, por voluntad del Hijo, «no sin designio divino» “junto a la cruz” del Hijo (CELEBRAR LA EUCARISTÍA EN ESPÍRITU Y VERDAD, Edibesa, págs 177-179).

Vamos a detenernos en estas palabras de la cruz. Primero, tenemos que decir de estas palabras que María «está de pie». Estaban Ella y esas mujeres que la acompañaban, pero pongamos la atención en María, porque Ella es la que tiene aquí un puesto central. Se dice de Ella que “estaba de pie junto a la cruz”. Ahora bien, ese estar de pie es postura sacerdotal del que ofrece. En la Carta a los Hebreos se dice expresamente: “Los sacerdotes estaban cada día de pie ofreciendo”. “María estaba de pie”, no simplemente estaba ahí arrodillada o cohibida o caída: “Estaba de pie junto a la cruz”, es postura sacerdotal: Jesucristo está ofreciendo su sacrificio y María junto a Él. En María no hay un mínimo signo de pretensión o voluntad de que Cristo baje de la cruz. Se podrían oír gritos que decían: ¡Baja de la cruz y creeremos en ti! La postura de María es de aceptación de ofrecimiento, está ahí asociada a la Pasión.

 

Ahora,  la menor:

 

Es así que» la Virgen estuvo presente en la vida y en el corazón de su Hijo durante toda su vida, hasta el punto que quiso tenerla presente en el momento cumbre de su vida, especialmente en su pasión, muerte y resurrección que se hacen presentes en la Eucaristía y todo por elección, iniciativa y voluntad del Hijo...

Luego

 

en la Eucaristía se hacen presentes toda la vida y todos los sentimientos de Cristo con su madre María, desde la Encarnación hasta su Ascensión, especialmente su pasión, muerte y resurrección,  en su mismo respirar y sus mismos latidos del corazón de hijo en la madre y de toda madre en el hijo, hasta  engendrarlo por obra del Espíritu Santo, hasta verlo morir “junto a la cruz” habiendo escuchado antes su encargo: “he ahí a tu madre”,“he ahí a tu hijo”, y tenerlo muerto y abrazado y besado con sus manos y labios de madre.

Todo es cuestión de saber que la Eucaristía no es mera memoria sino memorial que hace presente toda la vida y todo el misterio de Cristo. Por eso, la devoción a la Virgen, en definitiva, es cuestión del Hijo, de la celebración de la Eucaristía, del memorial de Cristo con María, que hace presente la relación y sentimientos del Hijo con la Madre y a la vez de la Madre con el Hijo.

Por todo esto, María me lleva a Cristo, pero es desde su Hijo, Cristo Jesús, especialmente en la celebración de la Eucaristía, desde donde siento muy cerca su respirar y latidos de la madre sacerdotal. Y si esto ya lo tenía muy presente antes de mi Ordenación, con mucha más razón después. Y me explico.

Ella está presente todos los días en el momento de celebrar al Eucaristía porque en el cáliz consagro la sangre de su Hijo, que es sangre que estuvo unida a la de la Madre durante nueve meses y luego separada, pero recibida de Ella, y que en la cruz llegaron a identificarse en la manos de la Madre ensangrentadas por la sangre del Hijo a quien tuvo en su regazo, y que sufrió  la misma pasión que la de su Hijo, cumpliendo su voluntad que era la del Padre para la salvación de los hombres sus hermanos, adorando y obedeciendo, con amor extremo, hasta dar la vida.

 

 

3 .5. EL CÁLIZ DE MI PRIMERA MISA

 

            Por eso el Hijo quiso que María, su madre, estuviera “junto a la cruz”, junto a Él en el sacrificio de su pasión y muerte, que el Sacerdote Único hace presente todos los días por medio de la humanidad supletoria y prestada de los sacerdotes.

Digo que la Madre sacerdotal está en mi cáliz singularmente por esta verdad bíblica y teológica, que viene muchas veces a mi mente en esos momentos, grabada también a fuego y cincel materialmente en el mismo cáliz de mi primera misa y de siempre, porque es con el que celebro todos los días, donde hay grabada una inscripción que me lo recuerda diariamente.     

Es el cáliz, que todavía seminarista, juntamente con la sotana y el manteo amplio y ligero, como entonces nos lo hacíamos la mayoría de los ordenandos,  encargué hacer por medio del célebre catalán Sr. Hons, que visitaba nuestro seminario y también nos tomaba las medidas de las sotanas.

Al encargárselo, le expliqué que en el cáliz,   entre la copa y la base, en la parte central,  por donde tomamos el cáliz con nuestras manos, pusiera un anagrama referente a María, y puso una M grande, atravesada en la parte central de dicha letra por una azucena, signo de la virginidad y pureza de la Virgen, y debajo una media luna que abarcaba la base de la M, en alusión a la mujer del Apocalipsis “coronada de estrellas y la luna bajo los pies”.

Luego, desde la M, a derecha e izquierda de la misma y en posición vertical, por la derecha, encontramos un sarmiento de vid con racimos de uvas y una palmera, clara alusión al vino que se convertirá en la sangre de Cristo y un ramo de palmera, entrada triunfal en Jerusalén, domingo de Ramos, inicio de la Pasión; por la izquierda de la M encontramos una espiga, materia del pan que se ha de consagrar y un ramo de rosas rojas, que no sé bien su significado, pero pueden ser rosas rojas de la sangre de Cristo, hasta llegar hasta el centro, pero en posición opuesta a la M, donde está el anagrama de PX, pero superpuestas las dos letras; dicho cáliz, en la base plana que toca los manteles tiene una inscripción: (Regalo de mis padres y hermanas en mi Ordenación sacerdotal 11 de junio 1960).

Y ahora quiero deciros a todos, que, al tomarlo en mis manos para consagrar el vino, lo hago con la Virgen porque realmente Ella puede decir también con toda verdad: Esto es mi cuerpo, Esta es mi sangre...; pero sobre todo, porque, al decir el Hijo esas palabras de la Última Cena, que no se repiten por el sacerdote, sino que el mismo Cristo las hace presentes como aquella y única vez que las dijo y para siempre y ahora se hacen presentes con toda su vida y sentimientos, desde que nace en el seno de su Madre hasta que sube ante el Trono del Padre para darle gracias y entregarle la humanidad redimida; todo se hace presente: Acordaos de mi... de mi emoción, entrega de amor, de mis sentimientos, amor extremo por vosotros, hasta dar la vida... no te olvidamos, Señor.

Pues bien, al decir Cristo, su Hijo, esas palabras, todos los días, por medio de mi humanidad supletoria, ni un solo día he dejado de mirar antes esa bendita M, sin que esa bendita M de Madre me toque y abrace mis manos consagrantes y me anime y me esté ayudando a inmolarme e identificarme más con el Hijo, haciéndome con Él una ofrenda agradable al Padre, adorando y cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, sobre todo en esas etapas duras de la vida, en las que las humillaciones, las persecuciones, mis errores y pecados, las calumnias me han hecho derramar sangre de vida y dolor profundos; ni un solo día de mi  vida he celebrado ni consagrado sin que esa dulce M  esté mirándome, porque la necesito.

Así que muchas veces, al echar el vino y la gota de agua, le tengo que dar la vuelta al cáliz, porque lógicamente las que ponen los vasos sagrados sobre el altar nada saben de estos secretos con la Señora y a veces me ponen la parte contraria. Pero yo, sin que nadie se perciba de ello, al echar el vino, le doy la vuelta para que M, María, me mire y me ayude a ofrecerme y consagrarme con su Hijo,  ya que me he acostumbrado a darle ese beso con mi mirada de amor, a tener ese recuerdo para la Madre, en petición de que me ayude a transformarme como el pan y el vino en Cristo, que me ayude a consagrar ese Cuerpo del Hijo y  con su corazón y sentimientos de Madre expresados a través de sus manos junto a las mías apretando el cáliz, me vaya identificando con su Hijo, hasta el punto que me vea hijo en el Hijo, plenamente transformado, por el amor del Espíritu Santo, que le formó en su seno y que a los sacerdotes nos consagra y transforma en Cristo, su Hijo.

Este es el título que puse en mis estampas de primera misa, de las que todavía guardo algunas en el cajón central de la mesa de madera de castaño, que me hizo mi padre, como regalo de primera misa: «Reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres». Es un eco de Sor Isabel de la Trinidad, que tanto influyó en mi vida y sacerdocio, en la devoción a la Virgen, al Espíritu Santo y, sobre todo,  a la Santísima Trinidad.

Sin embargo, desde hace años, ya no digo «reproducir», como puso el traductor del francés de la oración de Sor Isabel,  porque me suena a producir un producto más veces, por ejemplo, una obra de teatro, que es la misma pero totalmente; sino <hacer presente>, que me parece más teológico y exacto conceptualmente, porque es la misma realidad siempre hecha presente en la única y la misma vez, no una representación, pero de forma litúrgica, metahistórica, más allá del tiempo y del espacio,  mistéricamente. 

            Necesito mirar y sentir en mí a María oferente también del sacrifico de su Hijo. Mirar a María en mi cáliz en el momento de la ofrenda porque es la primera y más cualificada y digna Oferente ante el Padre como Madre  del Cuerpo real y Místico de Cristo.

            Si, sí, es que el sacerdocio es un  ministerio para ofrecer a Dios alabanza, acción de gracias, petición de perdón y ofrendas dignas ante Él, para implorar su amor y bendiciones, todos sabemos que sin Cristo no hay Ministerio Sacerdotal. Por ello Pablo dice: “se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y víctima a Dios en fragancia de suavidad” (Ef 5,2).

            Pero el Verbo, para ser oferente entre nosotros, “se hizo carne, y habitó entre nosotros: y contemplamos su gloria, gloria cual del Unigénito procedente del Padre, lleno de gracia y de verdad.”(Jn. 1.14).

            Y todo con el fin así expresado por Pablo: “Bienaventurados aquellos a quienes fueron perdonadas las iniquidades y a quienes fueron encubiertos los pecados, bienaventurado el hombre a quien el Señor no le toma a cuenta el pecado” (Rm 4,7). Porque, aunque la redención es universal, es cierto que “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hijos de Dios” (Jn1, 11-12).

            Para que Cristo obtuviese la reconciliación de los hombres con el Padre, se encarnó en María, y de Ella tomó cuerpo para que fuese posible la ofrenda y la víctima digna de un hombre Dios, en igualdad en cuanto a la divinidad del Padre.     Pero es en María donde se ha concebido la vida sobrenatural de la gracia cuando concibió a Cristo, cabeza de la Iglesia, puesto que en aquel momento comenzó la salvación y la redención y la regeneración sobrenatural. Y María en el Calvario, “junto a la cruz de su Hijo” <<no sin designio divino>> fue Madre oferente y sacerdotal del Hijo, llevando unida a Él a plenitud redentora la  humanidad sacrificada de Cristo.

Y así como María concibe en su seno a Cristo, como Cabeza del Cuerpo Místico, concibe en Él, por una maternidad espiritual, la vida sobrenatural para el resto de su Cuerpo. Resultando que tanto la Cabeza como sus místicos miembros, son fruto de la misma concepción en María, y ella es constituida Madre del Cristo total, siendo nosotros sus hijos en el Hijo.

Y ya, para terminar, añadir una nota referente a la casulla y alba de mi primera misa, bordadas primorosamente por una señora de Don Benito, conocida a través de alguno de mis compañeros.

Como yo era el que la había soñado y el que la encargaba, quise que en la casulla estuvieran muy presentes mis amores predilectos y más importantes: mi Dios Trino y Uno y mi Dios Amor, Espíritu Santo, que me consagraría sacerdote eternamente y es, en definitiva, al que le debo todo, aunque tardé años en conocerlo personalmente y entregarme totalmente a Él, como Dios Amor, aunque ese Amor y Gracia de Dios en mí, estuvo siempre presente en todos nosotros desde nuestro bautismo, donde nos hizo sacerdotes, profetas y reyes, y templos de la Santísima Trinidad.

Realmente Él es el que dirigía y alimentaba todo mi ser y existir en Cristo hasta María y de María hasta Cristo, porque todo era en el Espíritu de Cristo, y el Espíritu de Cristo, el Amor de Cristo al Padre y del Padre al Hijo, es el Espíritu de Amor, el Espíritu Santo.

Y yo quería que todo en mi sacerdocio fuera, como en Sor Isabel de la Trinidad, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad: “In laudem gloriae ejus”. Sor Isabel de la Trinidad quiso llamarse así al final de su vida. 

Las Tres Divinas Personas están representadas por tres líneas que salen del centro de la casulla, en su parte delantera, precisamente la que está junto a mi pecho y corazón y vuelven a juntarse en la parte posterior de la casulla, la que cubre la espalda del celebrante.

En la parte de la casulla que cubre la espalda del sacerdote, está el mismo círculo grande, pero en el centro, un pelícano dando de comer a sus polluelos con su misma sangre. Es clara la alusión al misterio que celebramos.

Mi buena Isabel, buenísima sacristana y alma profundamente eucarística, orante permanente por la santidad de la Iglesia, especialmente de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas, por el seminario y sus vocaciones, me sorprende con frecuencia con esta ropa y entonces yo celebro y recuerdo con emoción todo lo vivido en mi vida y lo uno al presente, esto es, a lo que en la misa Cristo, el Amigo y Confidente realiza y a quien he entregado mi vida y me hace feliz y me ha conquistado totalmente, y que junto con su Madre, la hermosa nazarena, no olvidan de recordarme en cada misa. Los tengo muy presentes en la celebración de la Eucaristía y en mi vida posterior.

Es una <contemplación> llena de amor, que empieza yacuando llego para vestirme y prepararme y me sirve de oración contemplativa durante el misterio que celebro.

Puedo decir que así he celebrado todos los días las santa Eucaristía hasta mi jubilación de la parroquia, donde al no  tener que revestirme con esas ropas, no ver sus signos, voy olvidando su significado; también influyen los años, sesenta y tres desde mi primera misa y estreno de estas vestiduras sagradas.

 

3. 6. EL TESTIMONIO: SOR LUCÍA

 

He visto reflejado todo este pensamiento teológico y vivencia en un libro escrito  por Sor Lucía, la vidente de Fátima, publicado hace siete años, como resumen de todo lo dicho y meditado por ella sobre lo que oyó de la Virgen, de los mensajes recibidos de Nuestra Señora de Fátima. Ha sido como su despedida de esta tierra, su testamento para todos los hijos de María,  porque a los tres años de publicarlo, murió.

Y ahora que ha salido el nombre de Fátima, recuerdo que, siendo seminarista y prefecto del curso de Gaspar, del Río, José Luís, Jacinto, José Antonio Esteban, Felipe Sánchez, Eduardo Martín... --no quisiera olvidar a ninguno de los que  fueron—hicimos una peregrinación a Fátima  en bici, juntamente con Roberto Martín, mi condiscípulo que ya está eternamente con Jesucristo, sacerdote único y eterno, cantando con la Virgen y todos los santos ante el Trono de Dios. ¡Qué epopeya! No puedo olvidar aquella mañana que, por ahorrarnos unos diez kms atajamos por un camino y allí nos tiramos casi todo el día con los pinchazos.

Desde entonces, jamás miraré los kilómetros para hacer un viaje, sino el estado y situación de las carreteras. No lo he olvidado. Ni las veintitantas horas que me tiré durmiendo en la cama cuando regresamos. Algunos estuvieron dos días. Pero sobre todo, no olvidaré los rosarios que rezamos durante el camino y las cosas bellas que nos dijo y dije a la Virgen en su Capilla.

Y ya doy paso al testimonio de la vidente de Fátima. Pero antes quisiera decir una cosa, ya que han salido a relucir las bicis y las carreteras.

La Virgen ha hecho conmigo verdaderos milagros de locomoción, tanto de bici: Me caí en una carrera de las ferias de mi pueblo, junto con Marino, y nos llevaron a los dos a camas de mi casa que estaba en la carretera;  milagros de motos: estando en Plasencia, además de la Vespa común que tenía, un amigo me dejaba su Guzzi, de siete caballos  y medio, roja, y puedes imaginarte, llegué a poner hasta 200 kms en aquellas carreteras de tercera; milagros de todo tipo de coches que he manejado por toda España y Europa, incluso en países comunistas.

Durante los dos años que manejé la Guzzi de siete  caballos y medio, nadie lo supo, porque tenía un casco imponente, que me lo compré para el caso y que precisamente me lo pidió un seminarista polaco que estudiaba en Toledo, y que, al venir a Plasencia, para preparar el viaje de vacaciones de verano que, juntamente con otro polaco y Juan Pedro, seminarista diocesano que estudió en Toledo, hicimos a Polonia, lo vio, me lo pidió y se lo llevó para un hermano suyo que luego vi tenía una motocicleta, y dejé de montar en motos grandes.

Llevé a estos dos polacos a sus casas, que estaban precisamente al norte de Polonia, en el puerto de DANSK (Danzing) y allí estuve una semana, siendo Polonia país comunista, pero vamos, un comunismo sui géneris; la madre de uno era dirigente comunista; quiero decir que aquello era un comunismo especial.

Recorrimos toda Polonia y parte de Rusia; algunas veces me decían: estamos en terreno ruso, si vienen los soldados hay que decir que no lo sabíamos. En Polonia todo el panorama es igual: lago, bosque y praderas verdes, muy verdes; y luego, otra vez empezar: otro lago, otros bosques y más bosques, todos muy verdes, y otros lagos de aguas claras. Mucho frío pasé y era verano. Por cierto, que el último día hicimos 800 kms. desde Hamburgo, Alemania. Cuando llegamos en la madrugada del día siguiente, yo ya no sabía donde estaba el cambio de marchas, ni luces ni nada. Por eso, os digo, que la Virgen ha hecho verdaderos milagros en la carretera conmigo.

No olvidaré que al pasar de la Alemania del Oeste a la del Este, fue un cambio tan radical, vi tal pobreza en la misma frontera, en el supermercado en el que entramos para comprar las cosas de comer, y en las mismas carreteras, todas antiguas, no tocadas desde la guerra europea, que no me explicaba cómo se podía decir que el comunismo era progreso y desarrollo económico y social.

Bueno, podía contar más cosas, lo único que quiero decir a este respecto es que, a pesar de que en mis tiempos buenos solía hacer cada año sobre cuarenta mil kilómetros, ahora no hago ni la mitad; y nunca tuve un accidente: Todo se lo debo a la Virgen.       

Siempre diré que la Virgen, la Señora del buen Camino, la Estrella de los mares, estuvo conmigo en mi caminar por la carretera. Es que la invito a que se monte en el coche. Siempre comienzo el viaje invocándola con un avemaría y Santa María del buen camino, ruega por nosotros.

Luego en carretera, si voy solo y el camino es largo, me encanta rezarle el rosario completo; bueno, el orden es el siguiente, porque es todo un rito sagrado y siempre igual: la invoco, pongo un disco con la misa rociera, ¡me encanta la salve rociera! y cuando acaba, empiezo a rezarle el rosario. Ese rosario que rezamos tres seminaristas, que un día de vacación, por la carretera de Jaraiz hasta el Km. 10 donde había que descansar y comer, no quisimos pararnos y nos fuimos andando a mi pueblo.

Estos tres seminaristas fueron Ángel Martín, que luego marchó a Misiones, Emilio Bravo, con el que hablé esta mañana para asegurarme y me dijo que no olvidara poner que la media fue de ocho minutos cada Km. en los 37 que había hasta mi pueblo y que paraban camiones que me conocían, porque íbamos con sotana y nos invitaban a subir y no quisimos montar.

Esta hazaña no hizo salir en el célebre «martirologio» de la Inmaculada, ante de la quema del »Bicho» donde en poesía jocosa salían los hechos relevantes del año. Nos dijeron que no nos pasó nada con el Rector porque fuimos protegidos por un «ángel» y es que de todos era sabido lo enchufado que estaba Ángel Martín con D. Avelino, rector.

Pasando ya a mis viajes actuales, si el viaje es largo, rezo el rosario completo. Y lo dicho, ya no corro, pero conduciendo tan rápido como lo hacía antes, he conducido a velocidades que no puedo decir, tuve “peligros de tierra, peligros de mar, peligros...”  por distracciones, cambios de rasantes, carreteras que no tienen 300 mts. de recta para adelantar, peligros de otros conductores, otros coches, peligros de conejos, zorros, ciervos...algunos he matado... en la carretera antigua de Trujillo, en la de Jaraiz y en la de Serradilla, así que no me atribuyo ningún mérito y todo se la debo a Ella.

Si voy acompañado, ordinariamente con Pepe, mi compañero, rezamos un Avemaría al empezar y el rosario al regreso, después de la cabezada reglamentaria que da Pepe, si comemos en el camino. Y desde luego, al finalizar los viajes, en cuanto se divisa el Puerto, la salve.

Y perdona, Sor Lucía, ya te dejo hablar, porque me gusta mucho tu testimonio y al ser de una de las que viste en la tierra a la Virgen y conoces tan bien a la Señora, Nuestra Señora de Fátima, con la que ya estás en el cielo juntamente con Francisco y Jacinta, mereces toda la confianza y credibilidad.

Te digo, Lucía, que este libro tuyo, últimamente publicado, me ha dado mucha luz sobre la verdad de Fátima, porque tiene mucho sabor y olor de Cristo “Camino, Verdad y  Vida” y consigientemente sabor y olor  de su Madre, la Virgen; quiero decir, más sabor de Cristo a María, o si quieres, de María en y por Cristo.

Por cierto que hablas de Ella con sumo respeto; es que Ella te ha enseñado y hablado del infierno, y la viste a veces muy triste, muy triste, y es que era para estarlo porque seguimos sin hacerla mucho caso, pensando que lo de Fátima son cosas de niños y mujeres; estaba muy triste la Virgen porque le ofenden la ofensas y pecados contra Dios más que las propias, lo de siempre, lo del Hijo en la Madre y la Madre en el Hijo. ¿Recuerdas, Lucía? Esta oración, que es profundísima, nos la enseñaste tú, porque a ti te la enseñó el ángel en la primera aparición. Lo describes así:

«Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados. Al llegar junto a nosotros dijo:

—No temáis. Soy el Ángel de la Paz. ¡Orad conmigo!

Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo. Le imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que le oímos decir.

--Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman--.

Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo: Orad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.

Y desapareció. La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra propia existencia permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro. Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera que iba desapareciendo sólo poco a poco.

No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil hablar de ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su impresión sobre nosotros era mayor».

Querido lector amigo, repite y medita esta oración que la Virgen dijo a los niños de Fátima; es profundísima, cada día me descubre nuevos matices; es bíblica: adorar al Dios supremo; es teológica: creer, esperar, amar: virtudes teológicas que nos unen directamente a Dios; es espiritual, en esa oración no se habla más que de peticiones sobrenaturales, aunque luego todos los santuarios son un refugio de enfermos, de necesitados y pobres de todo tipo.

Bueno, que no se me olvide: la rezamos todos los días dos veces. La empezamos a rezar  por indicación de  una feligresa que ama y tiene una intimidad con la Virgen como yo no he visto a  nadie en este mundo, no digo que no las haya, pero que no he tenido la suerte de encontrarme con ellas, y mira que tengo Marianas en mi parroquia; pues bien, la rezamos por la tarde, en el santo rosario antes de la misa; pero la primera vez es por la mañana, y la rezo yo, cuando a las 9 expongo al Señor para la Adoración Eucarística en el Cristo de las Batallas, que permanece hasta las 12,30 en que celebramos la Eucaristía.

Rezo tres Padre-nuestros y Ave-marías, en honor de la Santísima Trinidad, y después del último, en el que antes de hacerlo, digo en voz alta: --por la santidad de la Iglesia, cimentada en la santidad de los obispos, de los sacerdotes y de los seminaristas; por nuestro seminario y sus vocaciones; por la santidad de la familia, que no haya tantas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, uniones homosexuales, crímenes de esposos y esposas entre sí y matanzas de inocentes por selección de embriones; por nuestra Parroquia, por nuestros hijos y nietos y por nosotros mismos y por la fe de España y del mundo entero, como pidió la Virgen a los niños…; rezo el Padre-nuestro, digo ¡Viva Jesús Sacramentado! Y todos a continuación rezamos: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Me levanto de la Presencia del Señor, y me voy al ambón para rezar Laudes.

Y rezo todos los días y varias veces por la santidad de los obispos y sacerdotes, porque este es el fundamento puesto por Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”; rezo para que seamos hombres de oración verdadadera, de oración transformativa en Cristo, sarmientos unidos a la vid, pastores que guiados por una oración no meramente meditativa-reflexiva, sino contemplativa, hayamos llegado a una unión transformativa con Jesucristo Eucaristía.

Y perdonad este paréntesis. Ahora ya pongo el texto anunciado de Sor Lucía en que nos habla de la unión de la Madre con el Hijo y del Hijo con la Madre, que dice así: «La obra de nuestra redención comenzó en el momento en el que el Verbo descendió del Cielo para tomar un cuerpo humano en el seno de María. Desde aquel instante y durante nueve meses, la sangre de Cristo era la sangre de María, cogida en la fuente de su Corazón Inmaculado, las palpitaciones del corazón de Cristo golpeaban al unísono con las palpitaciones del corazón de María.

Podemos pensar que las aspiraciones del corazón de María se identificaban absolutamente con las aspiraciones del corazón de Cristo. El ideal de María se volvía el mismo de Cristo, y el amor del corazón de María era el amor del corazón de Cristo al Padre y a los hombres. Toda la obra redentora, en su principio, pasa por el Corazón Inmaculado de María, por el vínculo de su unión íntima y estrecha con el Verbo Divino.

Desde que el Padre confió a María su Hijo, encerrándole nueve meses en su seno casto y virginal  --“Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros” (Mt 1, 22-23; Is 7, 14)--, y desde que María, por su «sí» libre, se puso como esclava a disposición de la voluntad de Dios para todo lo que Él quisiese operar en ella, ésta fue su respuesta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38), desde entonces y por disposición de Dios, María vino a ser con Cristo, la corredentora del género humano.

Es el cuerpo recibido de María que, en Cristo, se torna víctima inmolada por la salvación de los hombres, es sangre recibida de María que circula en las venas de Cristo y que surge de su corazón divino. Son ese mismo cuerpo y esa misma sangre, recibidos de María que, bajo las especies de pan y vino consagrados, nos son dados en alimento cotidiano para robustecer en nosotros la vida de la gracia y así continuar en nosotros, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, su obra redentora para la salvación de todos y cada uno, en la medida en que cada uno se adhiera a Cristo y coopere con Cristo.

 Así, después de llevarnos a ofrecer a la Santísima Trinidad los méritos de Cristo y del Corazón Inmaculado de María, que es la madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el mensaje pide que le sean asociados también la oración y los sacrificios de todos nosotros, miembros de aquel mismo y único cuerpo de Cristo, recibido de María, divinizado en el Verbo, inmolado en la cruz, presente en la Eucaristía, en crecimiento incesante en los miembros de la Iglesia. En cuanto madre de Cristo y de su Cuerpo Místico, el corazón de María es de algún modo el corazón de la Iglesia, y es aquí, en el corazón de la Iglesia, que ella, siempre en unión con Cristo, vela por los miembros de la Iglesia, dispensándoles su protección maternal»

(Hermana Lucía, LLAMADAS DEL MENSAJE DE FÁTIMA, Planeta, Madrid 2001, págs 124-125).

 

3. 7. MARÍA, MADRE EUCARÍSTICA Y SACERDOTAL

 

Por eso, repito, que todos y cada uno de nosotros tiene su historia de amor con la Virgen; para mí no sólo ha sido madre de vida cristiana, sino ha sido «madre sacerdotal», directora y educadora espiritual de mi sacerdocio, desde el seminario; por eso le estaré eternamente agradecido, y todo eso lo ha hecho desde Cristo, Único y Eterno Sacerdote del Altísimo.

Eso es lo que yo he vivido, hasta que, avanzando en esta relación de amor con la Madre y el Hijo, descubrí, antes de salir del Seminario, como he descrito en mi primer libro sobre el Espíritu Santo. Y lo descubrí, estando como los Apóstoles muchas veces “en oración con María, la madre de Jesús”.

Descubrí la verdad de todo, la vivencia de Pentecostés, de la vida y el evangelio de Cristo, pero desde el Espíritu de Cristo, desde su proyecto de Amor, desde su misterio de Vida, de Verdad, de Camino, en su mismo Espíritu, por la venida de Cristo a mí por su Espíritu trayendo toda la vida y verdad para mí de su sacerdocio por la potencia de Amor del Espíritu de Dios, realizado ya desde el seno de la Virgen; y ese sacerdocio de Cristo iniciado y educado desde el seno de María, luego acompañado y seguido por María, hasta el Calvario,  es el mío, el único Sacerdocio, el mismo que yo quiero vivir en Cristo junto a  María por el Espíritu Santo.

Así que el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, el Amor de Dios Trino, el Espíritu de Amor es el que tiene la culpa de todo este misterio de Luz y Belleza de amor al hombre, en venida hasta mí desde el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo hasta María; y de vuelta: desde María,  sacerdocio de Cristo encarnado, hecho hombre, hasta el Padre, siempre realizado, conducido y guiado por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Este ha sido mi camino. Pero realmente el proyecto de programación y realización es de Dios Trino, por el Hijo con su Espíritu, Espíritu de Amor del Padre y del Hijo, hasta María, encarnándose en su Madre. Así vino, así se realizó en Ella por la Encarnación del Hijo por obra del Espíritu Santo; y desde la Encarnación en María  y por María, en todos los hombres por obra de ese mismo Espíritu de Amor.

Así que el retorno obligatoriamente tiene que ser dede María,  Madre sacerdotal, donde encontramos a Cristo, sin quedarnos en ella: «Gonzalo, tienes que pasar a mi Hijo», y Ella nos lleva a Cristo, y desde Cristo, volvemos a encontrarnos con María, pero no bajando hacia María, sino subiendo para arriba hacia la Trinidad y descubriendo toda la predestinación y origen y grandeza de María, soñada y amada por la Santísima Trinidad como Hija predilecta, Madre del Verbo y Esposa del Espíritu Santo, realidad que se hace presente en la Eucaristía por el Verbo Encarnado en su seno y ahora en el pan, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, el Espíritu de Fuego y Amor Trinitario que marca y consagra Encarnación, Eucaristía y Ordenación Sacerdotal, que es una nueva encarnación de Cristo, pero en la realidad de otros hombres, los sacerdotes, que se convierten, como el pan consagrado, en presencias sacramentales de Cristo, por fuera pan o un poco de barro humano, por dentro es el mismo Cristo, obligados por tanto a vivir y amar y salvar como Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales, para lo cual María es una ayuda y educadora insustituible, de plena garantía y seguridad, desde la Encarnación del Verbo en su seno hasta la  muerte de cruz estando “junto a la cruz”.  

Por tanto, para comprender y vivir todo este proyecto de amor del Padre, tiene que ser, porque Él lo ha querido y lo quiere, en Cristo por el Espíritu Santo con las actitudes de Cristo, pero muy juntitos a  María. Él así lo quiso y lo hizo y lo programó para Él y para todos nosotros.

Después y antes de ser sacerdote, avanzando desde Cristo en mi conocimiento de María, como en un nuevo Pentecostés y por su presencia hecha fuego de amor por su Espíritu, el Espíritu Santo, Dios infinito de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, desde el Espíritu de Cristo, y por tanto, espiritualmente, desde la vivencia, descubrí al gran desconocido, al Espíritu Santo, como director primero y principal de toda mi  vida espiritual, de toda la vida de la Iglesia, porque así lo fue de toda la vida Cristo y porque llenó “con su sombra” toda la vida de la Virgen.

Ya lo describí en mi primer libro sobre el Espíritu Santo, libro comestible fácilmente por la lectura, no así el segundo, donde he puesto la Tesina que hice en mi Licenciatura en Teología Moral en Comillas, cuyo título fue «El Espíritu Santo – ruah Yahvé-- en el Antiguo Testamento».

Y por el Espíritu Santo, desde Cristo y sus misterios,  --toda su vida desde que nace hasta resucita, pasando por el Jueves Santo de la intitucion de la Eucaristía,--es desde donde yo he conocido mejor y he amado más plenamente a la Madre en el Hijo y por el Hijo; es que el Espíritu de Dios, Espíritu Santo, la soñó, la creó y la “cubrió con su sombra” y la hizo madre, la dirigió toda su vida, porque “María meditaba y conservaba todo esto en su corazón”.

Por eso, la Virgen es la que más nos puede ayudar en la vida espiritual, en toda nuestra vida cristiana y sacerdotal, porque es de los nuestros, es humana, tan cerca de nosotros que es una más de nosotros; y por otra parte, y esto es lo que quiero advertir, está tan cerca de Dios, que es casi divina, que toca el Misterio Trinitario.

Si los teólogos tienen algo que decir a esto, que me lo digan y les explicaré más bíblica y teológicamente esto, totalmente descubierto y apoyado en la doctrina, especialmente, de los últimos Pontífices y de la LG del Vaticano II.Porque «La palabra <devoción> indica una «entrega» con matices de relación personal. La devoción Mariana, en definitiva, es una «donación» a los planes salvíficos de Dios en Cristo, por medio de una actitud relacional con María: imitación, intercesión, vivencia de su presencia activa y materna...La frase «con María y como María» (RMa 92) sería un resumen de esta actitud Maríana eclesial, puesto que «María está presente en el misterio de la Iglesia como modelo» (RMa 44). El caminar escatológico de la Iglesia peregrina, de los hijos de la Madre, es una «mirada» de fe (que es también de relación) hacia «la gran señal, como a su «cumplimiento escatológico»: “Apareció en el cielo una señal grande, una mujer envuelta en el sol, con la luna debajo de sus pies y sobre la cabeza una corona de doce estrellas” (Ap 12,1).

El momento litúrgico, sobre todo, eucarístico, como he dicho, es un momento privilegiado para vivir la relación con María. En la liturgia (especialmente eucarística) se hace presente el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado, al que fue y sigue siendo asociada María, como hemos dicho. El culto y devoción Mariana aparecen entonces como la vivencia de una unión con Cristo a ejemplo de María, Tipo y Madre de la Iglesia.

Hagamos un poco de teología y espiritualidad sacerdotal: La naturaleza y misión del sacerdote, es decir, su identidad, se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro por la imposición de la manos del Obispo: “Me ha ungido y me ha enviado” (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote se explica como vida en el Espíritu de Cristo: “El Espíritu del Señor está sobre mí” (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del seguimiento evangélico de los Doce.

Y esta configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la «consagración» obrada por el sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación postsinodal Pastores dabo vobis, en sus capítulos 2º y 3º, para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy, tema de los siguientes capítulos.

Lo que yo he ido descubriendo en María desde Cristo Sacerdote ha sido lo siguiente:

-- María es «Madre del sumo y eterno Sacerdote» (PO 18); los sacerdotes participan en su ser (consagración), prolongan su obrar (misión), viven su mismo estilo de vida (espiritualidad).

-- María es Madre del Pueblo sacerdotal (cf. LG 62), puesto que «pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia» (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad.

-- María es Madre especial del sacerdote ministro, en todo el proceso de vocación, seguimiento, misión, puesto que «Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo» (OTS 8).21

Esta maternidad sacerdotal de María en relación con todos sus hijos sacerdotes ha sido una enseñanza común en todos los tiempos, especialmente en los últimos Papas: «Los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María» (Pio XII, Menti nostrae, n.42). «Es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes.., de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús» (ibid n.124). Es «Madre de los sacerdotes» (JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo 1979). «En cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre» (ibid). Por esto, «conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios» (JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo 1988).

Por tanto, la espiritualidad sacerdotal, por enraizar en la misma consagración de Cristo, que nos hace ser su presencia sacramental, y por compartir su misma misión, incluye la sintonía con los sentimientos de Cristo respecto a su Madre, puesto que quiso nacer de ella y asociarla a su obra redentora.     

Cristo fue ungido sacerdote, por la acción del Espíritu, en el seno de María, y quiso que ella «se asociara con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58). Por esto, los sacerdotes «la reverenciarán y amarán con filial devoción y culto», como «Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio» (PO 18).

La invitación de Juan Pablo II en Pastores dabo vobis indica las pistas de un «Cenáculo» permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, «Madre de los sacerdotes» y «Reina de los Apóstoles», tendrá lugar «una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia» (n.82). «Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente” (ibi).

Para terminar este tema, lo quiero hacer con palabras de mi amigo ESQUERDA BIFET, padre espiritual actualmente del Seminario Romano, a quien conocí hace más de cuarenta años, en aquellas conferencias que nos daba en Burgos a todos los sacerdotes, cuando era director de la Unión Apostólica, y que yo grababa en mi magnetofón para copiarlas luego en mi máquina de escribir eléctrica que pesaba veinte kilos y que traje de Roma y luego regalé a mi Obispo Zarránz y Pueyo, Don Juan Pedro, a quien nunca he olvidado, que me ordenó sacerdote y todos los años, mientras viva, tendrá mi misa de acción de gracias desde el día 27 de noviembre 1973, fecha de su muerte. Me quiso de verdad.

«La dimensión Mariana de la espiritualidad sacerdotal es imprescindible para conseguir la <unidad> afectiva y efectiva de la comunidad eclesial de la Iglesia particular y de su Presbiterio (cf. Hch 1,14). <Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia> (PDV 82)

            Si el sacerdote debe encontrar su modo peculiar de actuar la espiritualidad sacerdotal <ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo> (PO 13), es allí donde principalmente ha de encontrar la presencia activa y materna de María, como Madre, modelo, intercesora, a la que debe conocer, amar, imitar, celebrar e invocar, como concretización de su caridad pastoral. La fidelidad a la consagración y a la misión (participada de Cristo) en todos los momentos de la vida y ministerio del sacerdote es la esencia de su espiritualidad.

            <De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres> (PO 18).

            Se puede decir entonces que el sacerdote, de modo especial, hace realidad, por medio del ministerio, la maternidad de la Iglesia a imitación de María y en relación con ella. Por esto, como Pablo, toma como figura a María, “la mujer” (Ga 4,4), para su difícil ministerio de “formar a Cristo” en los demás (Ga 4,19). <La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres> (LG 65)»

 

(JUAN ESQUERDA BIFET, Espiritualidad Mariana de la Iglesia, Atenas, Madrid 1994, págs 126-127).

 

 

3. 8. MI AMOR A LA VIRGEN ES ETERNO, NO ACABARÁ NUNCA.

 

            Todo lo dicho hasta ahora, más o menos, está inspirado en esta oración,  que rezamos al empezar este libro y con la explicación de la misma quisiera explicar un poco de mi amor y devoción a la Virgen.   Esta oración es una síntesis de todo mi amor y conocimiento y vivencia de la Virgen; por eso la fui componiendo poco a poco, a medida que fui descubriendo a María en y por su Hijo, especialmente en el misterio de Cristo Eucaristía. Yo la rezo todos los días, como síntesis y recuerdo de toda mi vida de amistad e intimidad con ella; se la digo como un beso de amor, como deseo de lo que quiero vivir con Ella desde el comienzo de la jornada:

 

            «¡Salve, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma! ¡Cuánto me quieres, cuánto te quiero! ¡Gracias por haberme dado a Jesús, hijo tuyo y Salvador de los hombres! ¡Gracias por haberme ayudado a ser y existir sacerdotalmente en Él! Y gracias también, por querer ser mi madre. ¡Mi madre y mi modelo! ¡Gracias!»

            -- ¡Salve María! Te saludo, María. Lo primero y educado es saludar a la persona. Lo hago como el ángel Gabriel: “Ave”. El ángel Gabriel no dijo su nombre, como yo lo hago, pero es que ya sabemos cómo se llama: María.

            El ángel la llamó como la veía en la esencia divina: kejaritoméne: la llena de gracia; Xaïre, kejaritoméne, Ave, gratia plena, alégrate llena de gracia”. No puedo superarlo. Porque este nombre viene de parte de Dios. “Ave” equivale a nuestros «buenos días, buenas tardes».

            Luego, pongo el nombre de la persona, María. El ángel no lo dijo; yo sí, porque de otra forma tendría que poner todo esto, para saber de quien se trata:“En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel Gabriel sólo dijo: “Xaire kejaritoméne”. Por eso, yo, al empezar la jornada: salve, alégrate, buenos días, un beso...

            María. La llamo María, porque es su nombre de «pila»; lo dice San Lucas un poco después del saludo: “Y el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 27). Un nombre como el tuyo y el mío, pero, sin embargo, tan importante para Dios ¡Cómo no lo va a ser para todos nosotros!

             Si se nos da el nombre, es que esto es muy importante; y si el ángel lo dice, debemos imitarle y pronunciarlo muchas veces. Nos hará mucho bien. San Lucas nos da el nombre, pero no dice nada de su situación familiar, social, de días y fechas a recordar. Para el evangelio y el ángel sólo cuenta su nombre, como punto de referencia para lo que Dios quiere obrar en ella y por ella. Y para que no se nos olvide. Y lo digamos con frecuencia. Esto es lo que importa. Por lo tanto, con frecuencia y todos los días:María.

            “Y el nombre de la virgen era María”. Detrás del nombre se abre un abismo de grandezas que Dios ha obrado y seguirá obrando en ella. Por eso no hay que olvidarlo nunca, ni en las alegrías ni en las penas. Pablo VI en la Exhortación apostólica al culto Mariano (Marialis cultus) dijo a toda la Iglesia, a todos los hombres: «La Virgen María ha sido siempre propuesta por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que llevó, y mucho menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy casi en todas partes superado, sino porque en su vida concreta, se adhirió, total y responsablemente, a la voluntad de Dios».

            Lo mismo, nosotros. Nuestro nombre nos viene de Dios. Si existimos es que Dios nos ama, ha soñado con cada uno de nosotros, nos ha puesto un nombre en su corazón y con un beso de amor, nos da la existencia cuando nuestros padres más se quieren.

            Al oír mi nombre, los recuerdo ahora con amor. Porque ellos pusieron el nombre y me amaron en Dios. Y mi madre fue madre sacerdotal. Desde su corazón trasplantó al mío la vocación sacerdotal. Como las plantas de tabaco y pimiento en mi tierra hermosa de la Vera. Desde el semillero a la tierra. Las madres son semilleros de fe y amor para sus hijos.

            María, madre de mi alma, hazme semejante a ti, quiero imitarte. No me llamo María; me llamo Gonzalo, como tú sabes, pero quiero ser Mariano, Gonzalo Mariano, todo tuyo,  María. Tú no tuviste otro nombre para Dios y te llamó así para convertirte en Madre del Hijo; yo quiero ser hijo tuyo, quiero ser tu Hijo Sacerdote del Altísimo, otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, sobre todo, celebrando la Eucaristía. ¡María!

            -- Salve, porque así la saludó el ángel Gabriel en nombre del Padre y no voy yo a enmendarle la plana cuando trate de saludar a la Virgen bella. Luego me gustó, Xaire, en griego; así empezábamos en mi tiempo las clases de griego con Don Benjamín;  me parece más expresivo, pero no me quiero pasar. Aunque en griego recé muchas veces Xaire kejaritoméne, o Kurios metá soü... Por tanto, ave, salve o xaire:

            -- Hermosa nazarena; nazarena, porque vivía en Nazaret: “de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen...”; hermosa, porque lo era y lo mantiene, virgen hermosa; sé que Lucas lo puso, me lo ha dicho el Espíritu de Amor, pero al copiar los manuscritos primeros de Lucas, alguien  olvidó transcribirlo: ¡hermosa!

            Porque si era “virgen”, nos está diciendo que amaba a Dios con un amor absoluto y total, y eso es hermoso, lo que «visto, agrada», al menos así se definía la belleza en mi tiempo; hermosa también porque era joven de catorce años y porque así la ven y la seguimos viendo todos los que la conocemos y amamos, aunque no pintemos cuadros.

            Yo quería haberle saludado como lo hizo Dios por medio del ángel: Kejaritoméne, la llena de gracia, pero me parece mucho para mí, que no estoy tan lleno como Ella del amor de Dios. Todos sabemos que el Padre la quiso como Hija predilecta, y el Hijo la quiso Madre, y el Espíritu Santo la tomó por Esposa de su Amor. Después la llenaron de gracias y dones y  pusieron sobre su cabeza una corona adornada de estrellas y privilegios; en el centro ponía: Inmaculada, llena de gracia.

            La verdad es que todo lo que lleva consigo y significa kejaritomene yo no puedo comprenderlo, pero barrunto lo que significa para Dios. Debió ser una fiesta muy grande en el cielo, cuando la pensaron y la soñaron así. Sólo Dios sabe de los dones y gracias con que llenó su corazón. Por eso le llama y saluda por medio del ángel kejaritoméne.

            Y como es y existe llena de gracias, es agraciada en todo, esto es, es hermosa, bella, linda, graciosa, ejerce sobre mí una fascinación indecible; esto me invita, María, a besarte con pleno amor y a pedirte cosas con plena confianza y mirarte y saludarte con gracia, es decir, a ser gracioso como tú.

            Por eso, en mi saludo personal le digo con humildad todos los días: Hermosa nazarena. Me encantas, María, estoy peligrosamente enamorado de ti, ya tuviste que mandarme pasar a tu Hijo, porque creí que en ti estaba todo.

            Ya te lo expresé bien claro la primera vez que tuve que hablar de ti; como recuerdas, fue en el Seminario Mayor, durante la Novena a tu Inmaculada Concepción, con el amor más grande, a la llena de gracia, gratia plena, Kejaritoméne, a la Inmaculada, mi primer sermón de diácono recién ordenado a mi madre del alma.

            Me gustaría decírtelo ahora, porque en él expliqué los motivos por los que te hicieron tan hermosa los Tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ahí va el sermón.

-- Virgen bella, porque Dios la amó y predestinó para ser su Madre y nuestra, y por eso es bella, «agrada al contemplarla», y desde esa belleza de amor Ella también amó a Dios con amor único y total y desde Él a todos, y eso es virginidad, cuestión de amor único y exclusivo más que cosa corporal. Y no hay que apurarse tanto, hermanos sacerdotes; ayúdanos, Madre, a nosotros tus hijos, pero especialmente a tus sacerdotes, a ser limpios y castos como Tú, Virgen bella, esposa del Amor de Dios, del Espíritu Santo.

            María, reina absorta en Dios por la oración y unión permanente en el Espíritu, conocedora de los misterios que salvan, elévanos hacia ti, para llegar hasta Dios, más allá de las fórmulas de nuestros pensamientos y deseos puramente humanos; danos amor virginal, danos amor exclusivo y total a Dios. Haznos familiares del rostro invisible del Ser Infinito. Enséñanos a reposar en la luz interior y, si ves que pedimos demasiado a nuestra mente, tócanos con caricia de verdad increada, Virgen bella.

            -- Madre sacerdotal, porque en tu seno el Espíritu Santo formó y consagró al Único Sacerdote del Altísimo, y así se convirtió en madre sacerdotal de los Cristos que prolongan sacramentalmente la presencia de su hijo, Único Sacerdote, por el mismo Santo Espíritu, que hace sacerdotes a los hombres, configurándolos a Cristo, por el sacramento del Orden.   

En la  Encarnación, Cristo y María, el Sacerdote Único y la Madre Sacerdotal, tuvieron nueve meses el mismo corazón, el mismo respirar, la misma vida, los mismos sentimientos. Todos los Cristos, los sacerdotes, para serlo verdaderamente, tienen que estar muy unidos a la Virgen, como Cristo en la Encarnación, y tener, como ambos,  los mismos latidos del corazón. Sin tener los mismos latidos que María, Cristo no podría haber existido.

            Madre sacerdotal, porque observando el evangelio: “He ahí a tu hijo”, “He ahí a tu madre”, veo que Cristo la proclama madre de Juan recien ordenado sacerdote y en Juan Cristo la proclama madre de todos los sacerdotes. Por lo tanto, es una maternidad nueva de María, que se extiende a todos, porque Juan es un representante o símbolo de todo discípulo, pero siendo Juan sacerdote recién estrenado, con olor del óleo  y del pan consagrado en sus manos,  me representa especialmente a mí y yo lo acepto con toda mi alma. Por eso luego le llamaré «madre del alma», madre íntima y trascendental, madre total desde dentro a fuera.

             Madre sacerdotal, como lo afirman los últimos Papas. Madre sacerdotal, por ser Madre de Cristo Sacerdote y porque en todos y uno de los sacerdotes encuentra, en cierta manera, la imagen de su Hijo, que es el Único Sacerdote del Nuevo Testamento.

            Madre sacerdotal, porque por mandato de su hijo aceptó la maternidad de todos los hombres, especialmente de los sacerdotes, desde la persona de Juan sacerdote, y en el Sacrificio del Hijo Sacerdote y Víctima por todos en la cruz, ofreciéndose con Él, “junto a la cruz estaba su madre” , en el momento más desgarrador y doloroso de la ofrenda.

            Esto expresa con cuánto amor nos ama a todos los hombres, sus hijos, pero singularmente a los que prolongan la presencia y la salvación de su Hijo por la consagración sacerdotal, por el sacramento del Orden, en ese nivel superior en el que la misión salvadora del Hijo los coloca, bajo la protección maternal de María.      Quienes hemos sido llamados por Cristo comprendemos que no podemos vivir nuestro sacerdocio o vida consagrada sin acudir a la ayuda maternal de la Virgen. Esto procede no de un mero sentimentalismo, sino que responde al designio del Hijo que lo quiso y lo realizó así en la cruz, instituyendo a su Madre, como madre sacerdotal: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”, misión que cumplió en plenitud en el Cenáculo orando con los ordenados sacerdotes para que el Espíritu Santo los llenara del espíritu sacerdotal del Único Sacerdote, Cristo.

            Según este designio, el Espíritu Santo actúa  con el concurso materno de la Virgen para formar a los sacerdotes y consagrados a Dios. Su presencia se hace necesaria, por voluntad del Hijo, para la acción de la gracia en el sacramento del Orden, que nos marcó para siempre con la señal de Cristo Sacerdote, el «carácter sacerdotal».

            Por ello nos esforzamos en mantener con Ella unas relaciones íntimas de cariño y confianza y seguridad de amor que no se pueden comparar con ningún otro amor humano. Y Ella, como madre solícita, nos lleva a comprender todo lo que conlleva una vida auténticamente sacerdotal.

            “Me felicitarán todas la generaciones”, especialmente las generaciones de seminaristas y sacerdotes de todos los siglos, Madre sacerdotal, Madre de los Cristos Sacerdotes.

            -- Madre del alma, porque ella está siempre en mi alma y en mi corazón y en lo más profundo de mi ser y existir sacerdotal y es a la mujer y madre que más quiero y he querido en mi vida.

            Madre del alma, porque las palabras de Cristo: “He ahí a tu hijo”, “he ahí a tu madre”, le salieron a Cristo del alma, fue el último suspiro de su corazón, de su vida y palabra sacerdotal, porque ya no tenía vida en el cuerpo, era sólo el alma que estaba a punto ya de salir de su cuerpo. Palabras estas de «revelación divina», porque revelan los profundos deseos  y sentimientos del testamento de Cristo Sacerdote ofreciendo cruentamente la primera misa, el sacrificio de su vida por nosotros que hacemos presente incruentamente en cada Eucaristía.

            Son últimas voluntades en el momento de morir que siempre deben cumplirse; es el último deseo, la última voluntad de Jesús muriendo: “sabiendo que todo estaba cumplido”: queriendo subrayar que había culminado su misión, su encargo, su sacrificio, al entregárnosla como madre y al encomendarnos a ella como hijos.

 “Y Juan la recibió en su casa”: yo también te recibo, Madre, en mi corazón, en mi casa; sólo que, como ya estás en el cielo, se han cambiado los papeles, porque no soy yo el que tiene que cuidar de ti, como Juan; sino que tú tienes que cuidar de mí, de todos tus hijos, especialmente de los sacerdotes, y así lo haces, como madre del alma. Nosotros debemos acudir a ti, siempre y en todo lugar, porque tú, desde el cielo tienes las manos siempre tendidas para echarnos una mano en todo, madre del alma, madre sacerdotal.

            -- ¡Cuánto me quieres!, basta mirar tu vida, madre del alma, y ver cúales son tus preocupaciones, lo que dijiste, lo que hiciste: “no tienen vino”, “haced lo que Él os diga”; o escuchar lo que dice el Hijo: “he ahí a tu hijo”, “he ahí a tu madre”. Abrid el evangelio, mirad la Encarnación, la huida a Egipto, la búsqueda del niño en el templo... la Redención y Pentecostés, María todo lo hizo en Cristo por nosotros y para nosotros.

            En el episodio de las bodas de Caná, encontramos la primera intervención de María en la vida pública de Jesús. Ella, como madre solícita, atenta a las necesidades de sus hijos, mientras ellos, todos los hombres, sólo pensamos en nosotros mismos, la Virgen siempre está pendiente de sus hijos y se da cuenta de que no tienen vino y quiere ayudar a los esposos, que aún no son conscientes de esta carencia.

            Y se dirige a su Hijo: “no tienen vino”. Ella así solicita del Hijo una intervención extraordinaria, porque Jesús no tenía bodegas de vino. Y provoca el primer “signo” del Mesías, transformando el agua en vino.

            Jesús trató de probar la fe de su madre, la hondura de su confianza en Él: “Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero sí había llegado, porque para eso está la Virgen allí, porque ha llegado la “hora”; había llegado la hora para la Virgen; y el Hijo tiene que acomodarse a la hora de la Madre, porque tiene que ser buen hijo y obedecer, como todos; y así obedece a la hora que le marca la Madre; esto es muy gordo, los teólogos dirán que no, pero así fue; y el Hijo obedeció y fue la hora de los dos: es que siempre están juntos. ¡Cuánto nos quieres! ¡Cuánto me quieres!

            -- Cuánto te quiero.  Porque es verdad: eres todo mi amor. Es todo lo que he dicho y diré en este libro: Te quiero. ¡Cuánto te quiero!

            -- Gracias por haberme dado a Jesús, porque en ella se hizo hombre y aceptó el proyecto de amor infinito del Padre y del Hijo, que se realizó en su seno por su “fiat” dado desde la potencia de Amor del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, que luego nos hace a todos hijos en el Hijo, especialmente a los  sacerdotes.

            Desde los primeros siglos los hombres la han tenido como madre y la Iglesia ha reconocido su maternidad virginal. Madre de Dios desde la Anunciación.

            Ella nos ha dado a Cristo a todos; y todo por obra del Espíritu Santo, por amor de nuestro Dios Trinidad. Su maternidad nunca se podrá separar de la identidad de Jesús, «Hijo de Dios, que nació de la Virgen María... por obra y gracia del Espíritu Santo», como rezamos en el credo. Siglos tardó, Madre, la Iglesia en reconocer esta verdad que da sentido total a tu vida: Madre de Dios.

            Los primeros en hacerlo fueron los cristianos de Egipto, al invocarte como Theotókos, ya desde el siglo tercero: «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta DEI GENITRIX...» Esto no ha sido fruto de la reflexión teológica, sino de la intuición certera del pueblo cristiano, que al reconocer a Jesús como Hijo de Dios, se dirigen a ti, como Madre, que nos das al Hijo. Así lo reconoció el concilio de Éfeso, en el año 430: Madre de Dios. Para esto te soñó y eligió el Padre y el Hijo, que te quiso Madre, y el Amor del Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo que realizó este proyecto “cubriéndola con su sombra” y haciéndola bendita y “bendito el fruto de tu vientre”.

            María, Madre de Jesús, Madre Virgen, Madre de Dios, ¡Gracias por haberme dado a Jesús!

            -- ¡Gracias por haberme llevado hasta Él!  Como los pastores y los Reyes de Oriente tengo que encontrar a Jesús en María “y encontraron al niño en los brazos de su madre”. Así lo he comprobado en mi historia personal, que es la historia de la mayoría de los cristianos.

            Además, todo me lo ha hecho muy fácil. Porque es madre. Y la quiero como madre, porque, como toda madre, lo da todo y no exige nada. Madre como las nuestras, como las antiguas: «No hay nada como el amor de una madre». Porque muchas de las modernas no son así, y matan a  sus hijos, abortos,  y los subvenciona el Estado o ya con años... Y si  una madre mata y aceptamos, aunque sea pasivamente, que mate a su hijo, todos morimos al amor. Porque ese es el fundamento de todo amor: el amor de la madre. Es ley natural, lo hacen hasta los animales. Ahora, los hombres hacemos cosas que no hacen los animales, nuestro amor de madre está por debajo de los animales.

            Si el aborto existe, hemos matado el amor, la base natural del amor; quedará el egoísmo como rey e ídolo que adoramos y damos culto. Por eso va desapareciendo el amor, el Amor es Dios, lo dice San Juan: “Dios es Amor”, matamos el amor de Dios en sus mandamientos cuando no respetamos la vida desde el primer instante o cuando la matamos en la ancianidad o enfermedad antes de irse ella por sus pies.

            No matarás, le matamos a Dios al pecar, al matar su Amor que se refleja en su luz más espléndida y natural en el amor de las madres, con su entrega generosa a cambio de nada, de no buscar nada más que la felicidad del otro, del hijo, como es el Amor de Dios, eso que antes hacía y reflejaba a Dios toda madre naturalmente; ahora no sólo los matamos antes de nacer, sino nacidos; hay padres y madres que matan a sus hijos, que los dejan morir asfixiados en el maletero del coche; que los olvidan en el asiento y mueren de calor o inanición mientras se distraen y toman unas copas o los matan por el placer de matar.        Si dejamos que las madres maten a sus hijos, matamos el amor. Y por eso, ya estamos todos más tristes, las familias más tristes, los matrimonios más tristes, no duran nada, los hijos más tristes, no son deseados por los matrimonios, vienen después de las vacaciones, comodidades, del piso, de cualquier cosa; antes eran lo primero, lo más deseado; por eso, los padres jóvenes están más tristes, y los padres ancianos también más tristes; les espera la eutanasia del abandono de unos hijos que abandonan y matan a sus hijos con abandonos, desprecios o soledad; ¿qué esperar de los que matan o abandonan a los hijos nacidos de sus entrañas? Estamos todos más tristes, no nos queremos como antes  los amigos y los vecinos, ni nos saludamos por la calle como antes ¿existen ya vecinos, amigos?

            María es una madre verdadera, de las antiguas, de las de verdad; por eso, como todas nuestras madres, pero mucho más, es una criatura tan dulce, tan humilde y sencilla que se la quiere sin querer. Cristo ya es otra cosa. Lo exige todo, y además de verdad, se puede comprobar en la historia de cada creyente: “si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Por eso,  para hacer más fácil el camino hasta Él, nos dio a su Madre.

            Porque para querer a la Virgen no hay que hacer ningún esfuerzo, se la quiere sin querer. Ya lo he dicho y lo repetiré muchas veces: El mejor camino que yo he encontrado, y que predico y recomiendo a todos para encontrar a Cristo, para creer y amar a Cristo, para seguir a Cristo, es María ¡Gracias por haberme llevado hasta Él!

            -- ¡Y gracias también por querer ser mi madre! Gracias, gracias, gracias, MADRE, porque pronunciaste plenamente y aceptaste con total dedicación esta maternidad espiritual sufriendo con tu Hijo por la salvación de todos tus hijos, los hombres, al decir el “fiat” de la Encarnación del que nos amó, vino en nuestra búsqueda y no abrió las puertas de la eternidad.

            Gracias porque el Salvador de todos quiso tenerte junto a la cruz y tú, “permaneciendo en pie junto a la cruz”, aceptaste ser madre corredentora y que yo fuera tu hijo: “He ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”, en medio de dolores de un parto muy doloroso, donde nos diste a luz uniéndote al parto de la Salvación de tu Hijo, que aún continúas en el cielo con la mujer del Apocalipsis:  “mujer vestida de sol y coronada de estrellas y la luna bajo los pies”, alusión clara a la tristeza de Fátima y lágrimas de Siracusa, pero como ahora no puedes sufrir, Madre, el dolor lo descargas en los hijos buenos de la tierra que sufren “completando en su carne lo que falta a la pasión de Cristo para la conversión de los pecadores”. Y todo este misterio se hace presente en cada misa.

            Esa es la misión que te confió tu hijo Jesucristo, sacerdote eterno ante el Padre de todos los hombres, y que Él confía a todos los bautizados, especialmente a los sacerdotes.

            -- ¡Mi madre y mi modelo!  Porque Tú eres el mejor camino para llegar hasta tu Hijo y con Él al Dios Trino y Uno por el Espíritu de Amor. Quiero, te pido y deseo que seas mi madre y mi modelo de amar a Dios y a todos los hombres. Aunque no sé para qué te lo digo, porque todos sabemos y hemos visto y comprobado muchas veces en la vida, que un hijo puede olvidarse de su madre pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.

            Y tú fuiste y sigues siendo una madre especial: Belén, huída a Egipto, encuentro en el templo con quejas y todo al Hijo: “¿Por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote”. Madre, la respuesta no la entendiste muy bien al principio; pero en tu camino de fe hasta el Hijo, que por eso mismo eres nuestro mejor camino de fe y amor y esperanza hasta Él, lo fuiste comprendiendo y aceptando por la oración: “y su madre conservaba todo esto en su corazón”.

            Y ahí lo he aprendido yo también de ti, porque tú siempre estás con tu hijo en brazos ofreciéndolo; esta es la razón de que me gusten mucho tus imágenes de madre, de la Virgen con el hijo en su regazo. Porque me gustas como madre y te prefiero madre y te busco como madre de tu Hijo.

            De todas formas por estos hechos y aquella frase de tu Hijo: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?...aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” veo que te pasó una cosa parecida a lo que tú has hecho conmigo: «Gonzalo, pasa a mi Hijo». Te sabes muy bien el camino y nos lo enseñas a todos tus hijos. Y dice San Agustín: y fue más madre por haber escuchado la Palabra y haberla meditado en su corazón y haberla realizado en su vida que por haberla  llevado en su seno. Por eso: 

 

            -- GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, tres veces,  porque son también para las tres Divinas Personas unidas en un solo Amor: Padre,  Hijo y Espíritu Santo. En ti y por ti quiero siempre besar a la Trinidad por el Hijo en el Espíritu Santo.

 

            -- UN BESO MUY GRANDE. Eso no está en la oración que te rezo, pero  tú sabes que, incluso externamente, te lo doy todos los días. Y diría más cosas. Pero debo terminar este prólogo de mi amor y ha de ser ya, porque si no el libro y el prólogo terminarán a la vez, es decir, nunca. Los separo ahora.

 

            Eso sí, quiero terminar este prólogo, por llamarlo de alguna forma, con este canto, que me escuchas con frecuencia, porque sé que te agrada, así me lo manifiestas con la paz y gozo que siento; este canto que canto todos los sábados cuando te visito en el Puerto, cuando subo a verte y rezarte y pedirte luz y fuerzas para celebrar bien el Domingo, el Día de tu Hijo, Cristo Resucitado: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tu que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

           

 

3.  9. MI PRIMER SERMÓN DE LA INMACULADA

 

     (Lc 1,26-38: Fue la primera homilía de mi vida; la hice, siendo diácono, en la novena de la Inmaculada, pronunciada con los tonos propios de la época, pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, a la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, 1959. Como en todas, con el epígrafe inicial: VSTetV: «Ven en mi ayuda Santa Trinidad y María»)

           

 

 

QUERIDOS HERMANOS: Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.     

Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

            Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebida Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin mancha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

           

            2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Sólo ella, la Virgen bella, la hermosa nazarena fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

            No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los Israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

            Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y así fue concebida Ella, Inmaculada, intacta, impoluta. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso madre.

           

            3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrellas en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios y Él no quiso ni  puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

           

            4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humana la idea más perfecta que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María.

María, la misma mujer y humilde jovencita de Nazaret, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

            Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es casi divina.

           

            5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amoroso ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

            Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo y ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia y beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

            Nuestras iglesias han de levantarse siempre sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal; la Madre,  Inmaculada.    

            María, asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones por las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

            6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.  

            Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

            Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de María que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja al gran río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer el fruto prohibido, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

            Sólo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

            Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento que su madre, su vientre virginal, fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo.

Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

            María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: «Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida María sin pecado original».            

Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no sería buen Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

            Qué pura, qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena, tan bella y tan en la orilla de Dios.

            Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que nos puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

            Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material sino espiritual y verdadera, pero realísima, Madre de la Iglesia y de todos los hombres la definión el Vaticano II, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar comérsela de amor.

            María está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con una presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y sienten sus efectos maternales de gracia y salvación.

            Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti!

CAPÍTULO CUARTO

 

LA ORACIÓN DE MARÍA

(María,  Virgen orante)

 

            María es «la Virgen orante», dice la exhortación Marialis Cultus. La oración de María en los evangelios está hecha toda ella de meditación de las palabras de Dios por el arcangel Gabriel y por el silencio contemplativo. Hay que descubrirla en la docilidad con que, según el testimonio de los evangelios, se somete activamente a la voluntad de Dios que le pide su colaboración, como en el episodio de la Anunciación.

            Una docilidad que hay que leer también en profundidad a la luz de Lc 11, 27s (Mc 3,20s; Mt 12,46-50; y Lc 8,21), donde Jesús exalta, no la maternidad física de su madre, sino “más bien” la maternidad espiritual de “los que escuchan a palabra de Dios y la cumplen”.

 

 

4. 1 LA ORACIÓN DE MARÍA, MODELO DE ORACION

 

1. El único texto del Nuevo Testamento que nos presenta a María orando es el de Hch 1,14: “Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, perseveraban unánimes en la oración”. El Magnificat que la Virgen dirige a Dios en presencia de Isabel (Lc 1,46-55) constituye sin duda alguna su gran oración, pero también la única explícita que conocemos. Fuera de estos dos textos, a los que se puede añadir su petición en Caná (Jn 2,3), del Hijo, que no acaba de entender, María “lo conservaba y lo meditaba todo en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,33.51).

            A la luz de esa constante actitud del corazón, los pasajes bíblicos en que aparece María nos revelan más o menos explícitamente su oración a través de su disponibilidad en el anuncio del ángel (Lc 1,26-38), de su fe en el encuentro con Isabel (1,39-45), de su alabanza, su acción de gracias y su solidaridad en el Magnificat (1,46-55), de su silencio contemplativo en Belén (2,1-19), de su aceptación del sufrimiento en el exilio y en la vida oculta de Nazaret (Mt 2,13s), de su ofrenda en la Presentación (Lc 2,22-5),  de su confianza en Caná (Jn 2,1-5), de su dolor junto a la cruz (Jn 19,25-27) y de su comunión con la Iglesia en Pentecostés (Hch 1,12-14). Ahora trataremos de sacar de estos textos cuanto nos dicen o sugieren a propósito de la oración de María

            Empecemos por el hecho de la Anunciación (Lc 1,26 38). Desconocemos las circunstancias exactas en que María recibió el mensaje de la Anunciación. Pero hay motivos para creer que en el momento en que el ángel le hizo oír su voz, ella estaba en oración.

            Resulta esto de modo especial del paralelo con Zacarías. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista tuvo lugar en un momento de oración solemne, en el santuario donde por primera y única vez en su vida hacía Zacarías la ofrenda del incienso, mientras toda la asamblea de Israel estaba afuera orando (Le 1,9-10). Se comprende cómo la oración que asegura un contacto más íntimo con Dios constituya el momento más adecuado para la comunicación de un mensaje divino.

Ahora bien, en la confrontación con Zacarías, el evangelista hace sentir la superioridad del anuncio hecho a María. La Virgen de Nazaret debía, con mayor razón, hallarse en oración, para acoger el mensaje que debía cambiar el destino de la humanidad. Esta suposición adquiere mucha más fuerza cuanto que los Evangelios, y en especial el de Lucas, nos muestra a Jesús en oración en los momentos importantes de su vida pública: con ocasión del bautismo, antes de la pregunta sobre su identidad y de invitar a la confesión de fe, en el momento de la transfiguración, en la preparación de la pasión. En tales momentos, se sumerge, por decirlo así, en la intimidad con el Padre, en forma de recibir de sus manos paternales el cumplimiento de la propia misión. En el instante en que estaba para realizarse el misterio de la encarnación no era Él quien podía estar en oración: era su madre, destinada a acoger el acontecimiento en la oración.

            Una afirmación de Lucas en el relato del bautismo de Jesús es iluminadora: “Mientras oraba (Jesús), se abrió el cielo, bajó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma...” (Lc 3,2 1- 22). El cielo se abre en el momento de la oración: es precisamente lo que se verifica en el caso de María. En el instante de la Anunciación, el cielo se abre como no se había abierto nunca antes: el Padre abre las puertas del cielo para dar a la humanidad lo más precioso que él tiene, su propio Hijo.

Abrirse el cielo significa que el Espíritu Santo está para descender sobre María en forma de paloma, o sea, como signo del amor divino, para realizar la concepción del niño. Lo que tuvo lugar para Jesús en el momento del bautismo nos ayuda a comprender lo que aconteció en secreto para María en el comienzo de la nueva Alianza. Se podrían utilizar los mismos términos de la expresión evangélica: “Mientras María oraba, se abrió el cielo”.

El paralelo con Zacarías, recordado antes, presenta también un contraste. En el primer caso se trata de un acto solemne de culto, al que se asocia todo el pueblo; en el segundo, la oración no tiene nada de público ni de solemne. Así se explica el silencio del relato evangélico sobre la oración de María, que no ofrecía aspectos exteriores dignos de mencionarse.

 A diferencia del sacerdote, que cumplía en el templo funciones oficiales de culto e intercesión, la joven de Nazaret oraba sencillamente, bajo la inspiración de la gracia de que estaba llena. Era una oración menos vinculada a formas exteriores, más interior y también más libre, que expresaba con mayor vitalidad la personal espontaneidad de María, las relaciones que ella deseaba desarrollar con Dios.

            Sería erróneo sacar la conclusión de que la oración de María era menos abierta a los demás que la de Zacarías. El sacerdote era consciente de poner un acto de culto a nombre del pueblo, de asociar este pueblo a su oración. La oración de María, mediante el “fiat”  al mensaje, se transformó en oración de adhesión a la voluntad divina para la salvación de todos los hombres. Al decir: “He aquí la esclava del Señor” María expresa la disposición fundamental de toda oración, mejor dicho, el fruto de la oración que es conformarse con la voluntad del Padre.

La misma disposición manifestará Jesús en la oración más comprometida de su existencia terrena: “Padre... no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36). Es igualmente la disposición de ánimo que inculcará a sus discípulos al enseñarles el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10). En el consentimiento que expresa al mensaje del ángel, aparece la actitud esencial de María en sus relaciones con Dios: el consentimiento implica una oración de abandono total en las manos del Padre. El episodio de la Anunciación comienza en la oración y culmina en la oración.

            Ésta debe ser también nuestra oración: Acogida de los designios divinos sobre la vida personal de cada uno y conformarla a la voluntad de Dios, como María.

            Reflexionando sobre el papel de la oración en este episodio, podemos comprender mejor algunos aspectos referentes a nuestra vida personal, sobre todo, de sacerdotes y almas consagradas.

            Hallamos ante todo el principio de la necesidad de la oración. Es necesaria para recibir los mensajes divinos. Para los hombres apostólicos es demasiado importante colocarse a la escucha de Dios, oír las palabras que vienen de lo alto, y aplicarlas a su vida. Tienen necesidad de la oración para dejarse conducir, en toda su existencia, por los designios misteriosos del Padre. La oración asegura un contacto que les permite realizar el ideal del sacerdocio o consagración a que están llamados.

            El ejemplo de la oración de María en el momento de la Anunciación refuerza la convicción de los apóstoles de que la oración está íntimamente ligada a su misión. Si el relato evangélico no nos dice que la Virgen de Nazaret estaba en oración, en un momento tan importante de su vida, en el que debía realizarse el contacto más íntimo con Dios, se debe a que esto resultaba evidente.

            En María, la oración ha sostenido el desarrollo de la persona. En concreto, le ha permitido responder perfectamente al mensaje, en el sentido de una existencia en la que todas las cualidades y actitudes alcanzarían plena eficacia. En todo cristiano, sobre todo sacerdotes y consagrados, el verdadero desarrollo de la persona sólo puede ser asegurado cuando se le da a la oración un sitio importante. No se trata de un simple desarrollo natural, sino de un crecimiento sobrenatural bajo el influjo de la gracia: cuanto más penetra la gracia en la vida, tanto más suscita el impulso de la oración. La persona realiza así su verdadero destino, una unión cada vez más íntima con Dios.

            Al observar que según el designio divino, María se encuentra en oración a nombre de la humanidad para acoger la venida del Salvador, descubrimos la resonancia universal de la plegaria. Los sacerdotes y consagrados quedan más en particular encargados de una misión de oración a nombre de la Iglesia. Su empeño en la oración no apunta sólo a las necesidades personales de contacto con Dios, sino también a las necesidades más amplias del mundo que debe recibir los frutos de su intercesión. Deben pues, tomar conciencia de ser conducidos a la oración en virtud de un designio que los supera y les asigna una parte de cooperación a la salvación del universo.

En su oración están siempre invitados a expresar la disposición  que inspiraba la oración de María y que ha comunicado tanto valor a su respuesta al mensaje. Al dirigirse a Cristo y al Padre, quieren abrirse a la voluntad divina, y comprometerse con todas sus fuerzas en la senda de su realización y que es indispensable para que cada uno de sus miembros desarrolle la oración  en el clima de comunión que le es propio (cfr Encíclica marialis cultus).

 

 

4. 2  MARÍA, EN LA ANUNCIACIÓN, ES VIRGEN ORANTE

 

            « La Virgen estaba orando. Adorando al Padre “en espíritu y en verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no precisa ser realizada en el templo de Jerusalén ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y a toda hora subsiste la obligación de orar.

            La Virgen, pues, estaba orando. Orando mientras hacía cualquier otra cosa o, sencillamente, orando sin hacer nada más que orar, el cuerpo tan extático como el alma. Esto es lo de menos. El cronista, San Lucas, no especifica. El arte, sin embargo, de todos los tiempos, nos ha habituado a figurárnosla en reposo y entornada, sumida en estricta oración.

            De rodillas, porque adoraba al Señor profundamente. Sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pie mientras Ella estaba arrodillada...» (Cf  José María Cabodevilla, SEÑORA NUESTRA, BAC, pag 91)       

            El ángel viene a visitar a esta joven en un pueblo perdido del que nadie espera que salga nada bueno (Jn 1,46), y a ella ha dirigido y seguirán dirigiendo los ojos generaciones y generaciones de cristianos.

            No era Nazaret una ciudad, como puede dar a entender la traducción frecuente del Evangelio de San Lucas: “En el sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, cuyo nombre era Nazaret” (Lc 1, 26). Calculan hoy los peritos que Nazaret tendría entonces unos 150 habitantes. Era una aldea pequeña al fondo de un valle en la región de Galilea. Desconocido totalmente en la literatura del pueblo de Israel hace su entrada en la historia en el Nuevo Testamento.

            Cuando a Natanael le dice Felipe: “Hemos encontrado a aquel del que escribió Moisés y los profetas: Jesús, hijo de José, el de Nazaret”, profundamente extrañado preguntó Natanael: “¿De Nazaret puede haber algo bueno?” (Jn 1, 45, 46). No hay acuerdo entre los intérpretes a la hora de fijar el sentido de la expresión de Natanael. ¿Indica que Nazaret era un pueblo de mala fama o sencillamente una aldea perdida en un valle? Parece que al menos habrá que aceptar la segunda interpretación.

            Era Nazaret una aldea de montaña, lejos de las grandes rutas de comunicación. Estaba formada por una veintena de casas cúbicas construidas en piedra sobre una gruta o adosadas a ella y cubiertas con terrazas de tierra. Todavía hoy en la basílica de la Anunciación de Nazaret se venera la gruta.

            A pesar de todo Nazaret ha sido escogido por Dios para realizar en él su obra más grande: el misterio de la Encarnación. No cabe duda que la elección de Nazaret, por quien no estaba obligado a ello, es un auténtico misterio. Y como todo misterio suscita un interrogante: «¿Por qué?».

            Nadie ha sabido dar con la respuesta. Pertenece al querer de Dios, que siempre permanece oculto a la sabiduría humana. Pero es propio de la razón, llevando en la mano la antorcha de la fe, intentar escudriñar el misterio. Dios ha hablado al hombre sobre todo por hechos, más que por palabras. Esto nos permite sospechar que hay una verdad que Dios quiere darnos a conocer con la elección de Nazaret.

            Ya en el Antiguo Testamento se había hecho proverbio que los caminos de Dios no son los caminos de los hombres. Nosotros hubiéramos escogido Roma, Atenas, Alejandría, etc., y en ellas una familia de gran relieve en la sociedad. Las predilecciones de Dios tienen otras rutas. Dios se esconde en las capas más bajas de la sociedad, porque ahí está cerca de todo hombre. La puerta de la casa del pobre está siempre abierta y entra quien llega. No así en el palacio de los ricos o poderosos. Dios ha escogido Nazaret y en él una joven aldeana, pueblerina, de escasa cultura, para vivir más cerca de los hombres.

            San Pablo afirma que en la debilidad aparece más claramente la fuerza de Dios. No podemos dudar de que María no sea en lo humano una garantía del triunfo de Dios. En su pequeñez y debilidad se muestra poderosa la acción de Dios. Es lo que ella misma expresó en un momento de exaltación en el Espíritu, cuando ante la admiración de su prima Isabel exclamó “hizo en mi las cosas grandes el que es todo poderoso”.

            María, mujer del pueblo, es también al lado de Jesús lugar de revelación para nosotros. En su pequeño ser Dios nos ha manifestado que la encarnación es obra exclusiva suya y que tiene su origen en el amor de su corazón por el hombre. Nada había en nosotros que le hiciera a Dios acreedor de este don. Como le decía Jesús a Nicodemo. Pero “Así amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el mundo se salve por él” (Jn 3, l6s).

 

 

 

 

4.  3.-  MARÍA PRONUNCIA EL “FIAT”  EN DIÁLOGO DE ORACIÓN CON EL ÁNGEL

 

            Antes de abordar el “fiat” de María desde el punto de vista de la oración, queremos señalar dos cosas. En primer lugar, que, aunque el contenido del relato sea ante todo cristológico, el papel de María es insustituible, ya que si el anuncio del nacimiento del Mesías se tradujo efectivamente en encarnación, fue porque, de manera misteriosa, encontró eco en la disponibilidad de aquella joven de Nazaret, prometida a un hombre llamado José (v. 27). Además, si es justo subrayar la docilidad de María, lista de antemano para la cita con Dios, no hay que olvidar por ello que la Anunciación la sorprende, y que no sabe en absoluto cómo conciliar las palabras del ángel con su sentimiento de ineptitud, aun cuando la virginidad haya podido prepararla para ese acontecimiento, como nos sugiere la piedad.

            Del ángel podemos aprender a felicitar a María (1,48), pero también podemos aprender de la misma nazarena a pronunciar el “fiat” con que aceptó entrar tan íntimamente en el misterio de los misterios, como mujer de oración completamente dócil, que no renuncia a entender cómo puede ocurrir en ella lo que le garantiza el ángel. El “fiat” de María a la voluntad de Dios (v. 38) marca el final de todo el diálogo, que recuerda la lucha de Jacob (Gn 32,25) y la de todos los hombres “seducidos” por Dios, como Abrahán, e implicados en su obra. Se trata, ante todo y sobretodo, de admitir, en fe, que “nada es imposible para Dios” (v. 37), como se dice en la historia de Sara, a quien Dios hizo fecunda aunque ya se le había pasado la edad (Gn 18,14). Su respuesta: “Aquí tienes a la esclava del Señor (cfr Rt 3,9; 1 S 25,41) no es tanto un acto de humildad cuanto un acto de fe, como lo confesará Isabel (Lc 1,45), y un acto que expresa su voluntad de cooperar a la gloria de Dios.

            Una vez que se fue el ángel (v. 38), María se queda sola, pero a la vez “llena de gracia” y segura de que Dios la ha convertido en objeto de su amor (v. 28) y que sobre ella descansa la sombra de su poder (v. 35). Por eso, sale de su encuentro extraordinario con Dios deseosa de ser su esclava. Los momentos esenciales de este encuentro con Dios los cuenta así san Lucas:  

            a) La turbación. Ante el imprevisto anuncio del ángel, María se turbó y se preguntaba sobre el sentido de un tal saludo. La palabra que Lucas utiliza indica una fuerte turbación. María se queda pensativa ante el mensaje del ángel, como se quedará en el momento de la adoración de los pastores (2,19).

            b) La palabra de lo alto. El ángel invita a María a no temer porque goza del favor de Dios (v. 30). El saludo es extraño y desproporcionado: con él se invita a María a no fijarse en su realidad humana, sino en el favor de Dios que quiere acercarse a ella. El saludo del ángel es mucho menos una alabanza a María que el anuncio de lo que Dios quiere hacer en ella.

            c) El deseo de entender. Precisamente porque Dios quiere convertirla en objeto de su gracia y su favor, María debe y quiere saber cómo puede cooperar en el nacimiento del Mesías, ella que no convive con ningún varón.

            No teme, ¿pero cómo traducirá en realidad, ella que es virgen, esa maternidad? ¿Cómo ser esclava sin saber cómo, en esa situación que es la suya? La oración de María no se mueve en lo irreal o en lo fabuloso, sino entre las mallas de su realidad más íntima.

            d) El poder del Espíritu. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (v. 35a). Es el Espíritu vivificante de Dios, el poder eficaz del Altísimo, que engendrará al Mesías en el seno de María, y “por eso el que va a nacer será santo y se llamará Hijo de Dios” (v. 35b).    Pero, en definitiva, ese Espíritu está apelando a la disponibilidad de María. Y esa fuerza del Espíritu Santo, según la promesa de Jesús descenderá también de lo alto sobre los discípulos (cf Hch 1,8) y María lo esperará con ellos en oración (cf Hch 1,12-14).

            e) La señal. María, fortalecida por las solemnes palabras del ángel que le ha recordado todo el poder de Dios, se ve ahora invitada a comprobar también la acción de Dios en otra parte, fuera de sí misma: “Mira, también tu pariente Isabel ha concebido” (v. 36). María sale, pues, de la oración fortalecida y totalmente decidida a ponerse por entero al servicio del plan de Dios. “Respondió María: Aquí está la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra “.

            Esos son los componentes principales de su oración en ese gran momento de la Anunciación. Y esa oración continuará en el silencio y en el encuentro con otra gran favorecida de la gracia, Isabel. Cada una de ellas aporta su testimonio, ambas en la espera de una confirmación que se están dando una a otra. Por todo esto es conveniente analizar la oración de María en las diversas etapas y formas de orar. (Cfr ORAR,  Nº146, MONTE CARMELO).

 

4. 4  MARÍA “LO MEDITABA EN SU CORAZÓN”

 

ORACIÓN MEDITATIVA

 

            El cántico de alabanza del Magnificat nos es transmitido en el Evangelio por un motivo excepcional, el del encuentro de María con Isabel. Dos afirmaciones de Lucas nos permiten reconocer en María una actitud meditativa que constituía una forma de oración y no se limitaba a breves momentos.

            Al final del relato del nacimiento de Jesús, el evangelista anota: “María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su interior” (2,19). Después del episodio de la pérdida de Jesús en el templo y la mención del regreso a Nazaret, hace una observación análoga: “Su madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello” (2,51). Con esto indica, al parecer, la fuente primaria de los recuerdos que nos transmite: provenían de María misma, y ello garantiza su valor. Todavía, Lucas deja entender que no se trataba, de parte de la madre de Jesús, de un simple ejercicio de memoria: María pensaba en los acontecimientos de lo que era testigo, reflexionando sobre su significado.

            Tras la visita de los pastores al niño, la actitud meditativa de María contrasta con el estupor superficial de aquellos que escuchan las circunstancias extraordinarias de aquella visita. María no se limita a registrar lo que acontece: trata de penetrar en un misterio y, con esta finalidad, “meditaba en su corazón”, según la palabra utilizada por el evangelista, todo cuanto ve y escucha. Confronta unos con otros los elementos significativos de la experiencia única que le ha sido concedido vivir.

            “Meditar en su interior” significa que los pensamientos íntimos están empeñados en este esfuerzo. Ahora bien, los pensamientos y sentimientos de María se dirigen sobre todo hacia el niño. Precisamente en el momento del nacimiento de Jesús, el evangelista nos habla de la meditación de la madre. María contemplaba a su hijo y mientras se interroga sobre el misterio que lo rodea, se sirve de cuanto ve y escucha respecto de él. Esta contemplación ha comenzado en el acontecimiento de Belén y es la que provoca confrontación y meditación.

            El nacimiento de Jesús, desde su Encarnación,  ha suscitado en María una oración de nuevo estilo. La oración es mirada dirigida a Dios. Y María, dirigiendo su mirada a Jesús, trata de llegar hasta Dios; ella busca en el rostro de su niño lo que Dios quiere decirle.

            Esta oración contemplativa proseguirá en los largos años de Nazaret. No se limita a una actitud pasiva, porque conlleva una búsqueda intelectual por entender mejor quién es este niño concebido por obra del Espíritu Santo. Pero hecha siempre por amor y desde el amor para amar más. Por eso esta búsqueda no es simple ejercicio de pensamiento personal de la Virgen.

María quiere esencialmente acoger con sus brazos extendidos por amor hacia el niño que va nacer o que lo toma en ellos y lo contempla, una vez nacido. Siempre por amor y desde el amor. La oración como nos dicen los entendidos, los míticos, siempre es ejercicio de amor. Nunca olvidar que orar es amar y contemplar es amar. Porque amo quiero conocer y porque conozco, amo. Todas las actitudes en relación con su hijo son fruto del amor. No es conocer teóricamente quién es, conocer por conocer su personalidad más profundamente.

            Lo mismo en nosotros. Todos nuestros pensamientos y actitudes de cara a Dios son fruto de la caridad que es la virtud que da la trabazón a todo lo cristiano. Cuando uno ama a Dios está pendiente de Él como se está pendiente de la persona amada; y como sucede en toda auténtica amistad, el estar pendiente procede del amor y conduce a un mayor amor; por eso la oración procede de la caridad y conduce a una mayor caridad, hasta llegar, como sucede con toda auténtica amistad, a la identificación de voluntades; en nuestro caso, hasta no querer otra cosa que lo que quiere Dios: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

            Por cuanto conocemos de María, podemos decir que no hubo nunca contemplación tan pura y perspicaz y amorosa de Jesús. Es madre. Y la madre ha sido la primera en contemplar a su hijo; no ha puesto en ello solamente su cariño materno, sino todo el fervor de su fe. No deseaba descubrir únicamente los rasgos humanos del rostro de Jesús, sino el misterio oculto en él.

            Tras el episodio del hallazgo de Jesús en el templo, el esfuerzo de meditación se desarrolló ulteriormente, como lo sugiere la segunda afirmación de que María guardaba en su interior el recuerdo de todo aquello. El misterio se había expresado en forma más impresionante en las palabras de Jesús en la Pascua de los doce años: “¿No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49). Ni María ni José comprendieron esas palabras. Era una invitación a profundizar en su significado.

            La palabra “Padre”, “Abbá”, planteaba más vivamente el problema de la identidad personal de Jesús. Era la palabra clave de la declaración, la que había impedido a María comprender, porque parecía confundirse con el nombre que calificaba a José. La que en un primer momento no había comprendido, se esforzaba por interpretar el enigma. Debió intuir quién era aquel a quien Jesús aludía y, contemplando a su hijo, trataba de descubrir en el reflejo de Dios como se escrutan en un niño los rasgos de semejanza con su padre.

            La verdad que proclamará Jesús más tarde, durante la última cena: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), se presentó a María en su contemplación. Para saber quién era Jesús, debía subir hasta Dios Padre, y descubrir en el rostro de su hijo la imagen fiel del rostro de Dios.

 

 

4. 5.-  MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE ORACIÓN

 

            La mirada meditativa de María, que ha captado la luz puesta a su disposición durante los años de Nazaret y que ha descubierto cada vez más las secretas profundidades del rostro de Jesús, se comunicó a la Iglesia. En su misión de propagar la fe, la Iglesia debe tratar de conocer siempre mejor a Cristo cuya revelación transmite. La Iglesia necesita contemplar a aquel que presenta al mundo, esforzándose por comprender cada vez mejor el sentido de lo que refiere el Evangelio. No puede limitarse a conservar como un tesoro lo que ha recibido. Como María, debe «meditar en su interior» todos los acontecimientos que han marcado la presencia de Jesús en el mundo.

            Los sacerdotes y los consagrados están llamados de modo especial, en virtud de su vocación, a participar de esta oración meditativa de la Iglesia. Invitados a seguir a Cristo, a vivir en su intimidad, no pueden alcanzar la finalidad de su existencia sino volviendo su mirada hacia aquel a quien se han consagrado totalmente. En su vida hay un aspecto necesariamente contemplativo: si quieren dar a esa parte de contemplación todo su significado evangélico, deben esforzarse por asociarse a María para mirar a su Señor con amor contemplativo.

            María nos recuerda  a todos la importancia capital de la mirada contemplativa. Mirada que llenó toda su vida materna en Nazaret. Si no hubiera existido esta mirada, su existencia de cada día habría sido bastante pobre. María vivía en una relación de intimidad con Jesús: era el motor esencial de su pensamiento y de su vida.

            Ella nos ayuda a todos, pero especialmente a los consagrados a vivir también ellos en la intimidad con Cristo y a dirigir hacia él una mirada contemplativa en la que se fundan la fe y el amor: «Gonzalo, pasa a mi Hijo». Ella sabe y puede y quiere ayudarnos en este camino de encuentro con Cristo. Ella, cuanto decía y hacía se revestía de un valor superior gracias a su adhesión a Jesús. Y esta adhesión necesitaba expresarse en momentos de contemplación.

            Lejos de sacrificar esos momentos a la acción, María los buscaba para hacer más válida su propia acción. Ella sostiene, pues, a las almas consagradas en la elección que deben hacer y rehacer incesantemente, dando a la oración todo el tiempo que le pertenece. Ella desea hacerles gustar un gozo semejante al que experimentaba cuando se encontraba frente a Jesús y podía mirarlo libremente, abandonarse a una contemplación que le permitía entrar en su misterio.

            En la oración meditativa tratamos de descubrir el sentido de los textos inspirados, recogiendo el fruto de ciertos comentarios exegéticos y tratando de apropiarse personalmente del pensamiento de estos textos. Este esfuerzo puede extender su alcance, apoyándose en escritos diferentes de la Biblia, o también reflexionando sobre ciertos acontecimientos. Su objetivo es conocer mejor la persona del Salvador y su obra para amar y hacerle amar a Jesús.  

            María no había hecho estudios especiales de Biblia, pero no renunciaba a captar en plenitud los libros sapienciales, sobre todo, las profecías. Tampoco los consagrados pueden renunciar a este esfuerzo de profundización, aun si no han podido dedicarse a estudios exegéticos particulares. Están invitados a dirigir a Cristo una mirada meditativa, a descubrir con mayor claridad a aquel a quien han consagrado el amor más completo, para rendirle así el homenaje de su inteligencia junto con el del corazón.

            Con un esfuerzo intelectual, su oración meditativa-contemplativa podrá penetrar más en el abismo infinito que se esconde en la persona de Cristo. Podrán avanzar así en la fe y en el amor; acogiendo siempre mejor la grandeza y la bondad de Cristo, serán llevados a admirarlo y amarlo más intensamente.

 

 

4.6.-MARÍA CONTEMPLADA Y VIVIDA DESDE EL MEMORIAL EUCARÍSTICO DEL HIJO

 

He repetido varias veces que mi camino de oración o encuentro con Cristo empezó en María; primero fue Ella,en mi infancia y adolescencia, y Ella,después de algunos años, en que me sentí muy a gusto con su diálogo, encuentro, protección y ayuda, y me llevó al Hijo.

Sin embargo, y lodiré siempre altoy claro, ha sido el Hijo el que  me ha llevado y me está llevando a descubrir una María maravillosa y confidente de Dios, que goza de una confianza absoluta del Hijo y del Padre por el mismo Espíritu Santo, unidísima y llena de misterios y gracias divinas, que a veces nos asustan, como el llamarla corredentora, que pide a los niños de Fátima consagrar el mundo entero a su Sagrado Corazón, el no sea Madre sacerdotal, sino Madre sacerdote de Cristo, de su Hijo... etc.

La Iglesia la veneró siempre como Madre de Dios, pero esta luz, a través de los siglos, nos ha ido descubriendo nuevos matices nacidos de esta luz, y la Iglesia, a medida que avanza, sin perder esta luz, va proclamando nuevas gracias y dones de Dios en María, siempre humana pero casi divina, porque está tocando el mismo límite de lo infinito, y siempre desde el Hijo y por la potencia de Amor del Padre al Hijo, que nos hizo hijos, y del Hijo-hijos al Padre, que es el Espíritu Santo, que la “cubrió con su sombra". Entre todos estos hijos Ella fue única y especial, fue hija y Madre de Dios.

Este conocimiento de fulgores divinos y cavernas y minas

de tesoros marianos sin explorar todavía, de la belleza y hermosura

depositadas por la Santísima Trinidad en María, me viene y me inunda en la oración personal, sobre todo, durante la celebración litúrgica del Misterio de Dios, de la irrupción de la Trinidad en el tiempo y en el espacio, de una forma metahitórica, por medio de la Liturgia Sagrada, especialmente por la Eucaristía, memorial de Cristo entero y completo.

Todo esto lo veo, contemplo y gozo y siento por la oración litúrgica-memorial y personal unidas e interinfluenciadas, unas veces empezaba la litúrgica y me provocaba la personal, otras veces desde la personal me uno y concelebro la litúrgica, pero siempre unidas las dos, y así es como descubro a María, especialmente en la liturgia eucarística, que en el Misterio memorial del Hijo, entero y completo, que me está llevando a descubrir las grandezas y seguridad y confianza del Hijo en la Madre.

Precisamente en la celebración de la Eucaristía memorialla he preguntado y le sigo preguntando muchas veces a la Virgen: ¿Pero realmente, queridísima María, Madre sacerdotal del Ser y Existir sacerdotal de tu Hijo, Él te quiso sólo madre sacerdotal, o más bien te quiso también madre sacerdote y víctima con Él, en su ser y existir sacerdotal, por una Unción y Consagración única y singularísima de la potencia de Amor del Espíritu Santo, que te "cubrió con su sombra': consagración no institucional-extensiva al género femenino, sino especial y creada para ti sola, como la maternidad divina, desde

el primer instante del ser y existir sacerdotal del Hijo de Dios en tu seno -¡qué grandeza y misterio inaudito que merece para ti todas las gracias posibles porque tocas al mismo Dios infinito!-; una consagración que te hacía sacerdote a la vez que engendraba (Espíritu Santo) y engendrabas (tú, María) en tu seno, al Único Sacerdote, al cual te unías por esa misma unción del Espíritu de Amor que a Él le hacía Hijo sacerdote   único del Altísimo y a ti, madre sacerdote de y por tu hijo, a quien tú dabas por obra del Espíritu Santo su ser y existir

sacerdotal? ¿No era esa misma Unción especial y única del Espíritu

Santo la que a Él le hacía Sacerdote Único del Altísimo ya ti, madre de su sacerdocio en tu seno, haciéndote con Él madre sacerdote en su mismo Serse y hacerse Sacerdote por obra del Espíritu Santo?

Desde la Sagrada Liturgia, realizada por la potencia de Amor del mismo y único Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que "cubrió con su sombra" a María y la hizo Madre del Único Sacerdote, en el cual y por el cual María fue consagrada y ungida sacerdote del Hijo de una forma única, y todos nosotros, de una forma especial pero no única, puesto que todos somos sacerdotes de la misma forma y grado.

Humildemente afirmo lo que siento desde esa Liturgia Sagrada, especialmente del Memorial Eucarístico, siento el perfume y aroma de María, junto a mi, madre sacerdotal y ¿sacerdote? del Hijo, una Madre junto al Hijo de sus entrañas, sacerdote y víctima, siento el "he ahí a tu hijo, a tu madre': descubro y veo y gozo estas grandezas de la Madre del Sacerdote que la quiso tener junto a sí desde el primer fiat de la Encarnación, hasta el última fiat encomendando y ofreciendo al Hijo al Padre para la Salvación de los hombres.

Es el Hijo el que tiene la «culpa» de todo esto, porque Él me lo provoca por su Espíritu, el Espíritu de Pentecostés, que inflamó a los Apóstoles "reunidos con María" y les hizo perder los miedos y abrir las puertas y predicar a Cristo resucitado. Realmente el Espíritu de Pentecostés, es el mismo Cristo resucitado, pero hecho Espíritu, hecho Fuego y Llama de Amor Viva, metida en el corazón y no quedándose en apariciones y palabras externas, que se quedan en los sentidos, pero no llegan al interior.

Para sentir y vivir esto hay que llegar al corazón de los ritos, de

las palabras y acciones sagradas, vivir pendiente y unidos a los Misterios de la Trinidad que traen del cielo a la tierra. En la celebración de la Eucaristía, es decir, desde la Liturgia, que hace presente todo el misterio de Cristo al que fue asociada María desde la Encarnación, desde el primer momento, hasta el último, en la cruz, donde «no sin designio divino» quiso asociar a su Madre que se unió totalmente como madre sacerdotal y víctima, hasta consumar el misterio de la redención, y hasta Pentecostés, donde el fruto del misterio pascual, la efusión del Espíritu, halla a María activa en la oración con los discípulos; para convertirse en presencia permanente en una total conformación al Hijo Resucitado en la gloria de su Asunción.

Una vez más, el paralelismo entre historia de la salvación en la que María está presente y celebración de la historia de la salvación en la que María se hace presente y es evocada por y en el memorial del Hijo, fundamenta ese misterio de comunión indisoluble con la obra del Hijo.

Y es lo que se afirma en el número 65 de la LG, cuando se dice: «María, en efecto, ha entrado profundamente en la historia de la salvación y en cierta manera reúne en sí y refleja las exigencias más radicales de la fe. Al hontarla en la predicación y en el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre».

Ello sucede en esa síntesis maravillosa de la confesión y de la celebración de la fe que es la liturgia, donde el recuerdo de María reverbera los datos de la fe y su condición de Sierva del Señor orienta, como en Can á, hacia el misterio del Hijo y, como en el Cenáculo, a la acción del Espíritu.

Precisamente por eso, cuando en LG 66 se habla de la naturaleza y del fundamento del culto de la Virgen María se alude ante todo a su condición de Theotokos, síntesis de sus privilegios, su específica vocación en la historia de la salvación; pero en seguida se añade: «que participó en los misterios de Cristo». Una vez más es esta la clave del culto litúrgico tributado a la Virgen María, el fundamento de su presencia en la liturgia de la Iglesia.

Por eso, «la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios ... unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo». Es la comunión activa de María en la obra de la Redención, que se hace presente en el memorial eucarístico de su Hijo. De aquí que «en María la Iglesia admira nsalza el fruto más espléndido de la redención» y «La contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera ansía y espera ser> (SC 8)

Esta doctrina de las presencias de María en la liturgia de Iglesia se ha enriquecido notablemente con la publicación de Uectio Missarum» o Misas de la Virgen María. Y en particular se tendría que recordar que algunos «vacíos» detectados en la Marialis cultus han sido colmados con este nuevo libro de la Iglesia, donde formularios especiales de Misas ponen de relieve tanto la presencia como la ejemplaridad de María para la Iglesia en dichos tiempos de gracia, hasta Pentecostés, donde se recuerda a la Virgen del Cenáculo. Y en lo referente a Adviento y Navidad, nuevos formularios de Misas celebran presencias importantes de María en el misterio de Cristo, como el misterio de Nazaret y el de Caná de Galilea.

El segundo significado que puede tener la palabra presenciaes precisamente el que podríamos llamar más teológico:  mistérico: el hecho de la misteriosa persona de María en la Iglesia cuando esta celebra los divinos misterios. Aquí tenemos afirmaciones significativas pero sobrias. Sobre la base de SC 8, y recordando la doctrina de la Comunión de los Santos, la Lumen gentium, afirmaba: «Nuestra unión con la Iglesia del cielo se realiza de la manera más noble cuando celebramos las alabanzas de la grandeza de Dios con alegría compartida, sobre todo en la sagrada liturgia, en la que la fuerza del Espíritu Santo actúa en nosotros por medio de los sacramentos ... Por tanto, al celebrar el sacrificio eucarístico, nos unimos de la manera más perfecta al culto de la Iglesia del cielo: reunidos en comunión, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María (LG 50)>>.

Un texto particularmente significativo sobre el tema de la presencia mistérica de María en la liturgia es una alocución de Juan Pablo II en el Ángelus del 12 de febrero de 1984, que merece la pena reproducir en las afirmaciones centrales: «Ahora, la bienaventurada Virgen es íntima tanto a Cristo como a la Iglesia, e inseparable de uno y otra. Ella les está unida en lo que constituye la misma esencia de la liturgia: la celebra ción sacramental de la salvación para gloria de Dios y para la santificación del hombre.

María está presente en el memorial -la acción litúrgica- porque estuvo presente en el acontecimiento salvífico. Está junto a toda fuente bautismal, donde en la fe y en el Espíritu Santo nacen a la vida divina los miembros del Cuerpo místico, porque con la fe y con la energía del Espíritu, concibió a su divina Cabeza, Cristo; está junto atodo altar, donde se celebra el memorial de la Pasión-Resurrección,porque estuvo presente, adhiriéndose con todo su ser al designio del Padre, en el hecho histórico-salvífico de la muerte de Cristo; está junto a todo cenáculo, donde con la imposición de las manos y la santa unción se da el Espíritu a los fieles, porque con Pedro y los demás apóstoles, con la Iglesia naciente, estuvo presente en la efusión

pentecostal del Espíritu. Cristo, sumo sacerdote; la Iglesia, la comunidad de culto; con uno y otra María, está incesantemente unida, en el acontecimiento salvífico y en su memoria litúrgica».

A quien quisiera ir más allá, para preguntar también el cómo de dicha presencia, los Praenotanda de la «Collectio Missarum » ofrece ésta: «La Iglesia, que por los vínculos que la unen a María «quiere vivir el misterio de Cristo» con ella y como ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está siempre a su lado, pero sobre todo en la. sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora». En realidad allí donde la Iglesia siente más próxima en la fe la presenciade Cristo Señor (cf SC 7), allí también experimenta

la comunión más intensa con aquella que está unida a Cristo en la gloria.

No me resisto a poner una larga cita de esta «Collectio Missarum», que prueba todo lo dicho sobre la presencia de María en la liturgia de la Iglesia:

 

«11. Después de la gloriosa ascensión de Cristo al cielo, la obra de la salvación continúa realizándose sobre todo en la celebración de la liturgia, la cual es considerada no sin razón el momento último de la historia de la salvación. Pues en la liturgia Cristo está presente de varios modos: es la cabeza que preside la asamblea cultual, cuyos miembros están revestidos de dignidad real; el maestro, que continúa anunciando el Evangelio de salvación; el sacerdote, que ofrece el sacrificio de la nueva ley y actúa eficazmente en los sacramentos; el mediador, que intercede sin cesar ante el Padre en favor de los hombres (cf. Hb 7, 25); el hermano primogénito (cf. Rm 8, 29), que une su voz a la de innumerables hermanos.Los fieles, adhiriéndose a la palabra de la fe y participando «en el Espíritu» en las celebraciones litúrgicas, se encuentran con el Salvador y se insertan vitalmente en el acontecimiento salvífico.

 

12. De manera semejante, la bienaventurada Virgen, as unta gloriosamente al cielo y ensalzada junto a su Hijo, Rey de reyes y Señor de señores (cf. Ap 19, 16), no ha abandonado la misión salvadora que el Padre le confió, «sino que continúa alcanzándonos, por su múltiple intercesión, los dones de la salud eterna». La Iglesia, que «quiere vivir el misterio de Cristo» con María y como María, a causa de los vínculos que la unen a ella, experimenta continuamente que la bienaventurada Virgen está a su lado siempre, pero sobre todo en la sagrada liturgia, como madre y como auxiliadora.

 

13. La liturgia, por su misma naturaleza, favorece, realiza y expresa maravillosamente la comunión no sólo con las Iglesias diseminadas por toda la tierra, sino también con los bienaventurados del cielo, con los ángeles y los santos, y, en primer lugar, con la gloriosa Madre de Dios.

En íntima comunión con la Virgen María, e imitando su sentimientos de piedad, la Iglesia celebra los divinos misterios, en los cuales «Dios es perfectamente glorificado y los hombres son santificados»: - asociándose a la voz de la Madre del Señor, bendice a Dios Padre y lo glorifica con su mismo cántico de alabanza - con ella quiere escuchar la palabra de Dios y meditarla asiduamente en su corazón - con ella desea participar en el misterio pascual de Cristo yasociarse a la obra de la redención - imitándola a ella, que oraba en el Cenáculo con los apóstoles, pide sin cesar el don del Espíritu Santo- apelando a su intercesión, se acoge bajo su amparo, y la invoca para que visite al pueblo cristiano y lo llene de sus beneficios - con ella, que protege benignamente sus pasos, se dirige confiadamente al encuentro de Cristo

 

Valor ejemplar de la Virgen María en las celebraciones litúrgicas

 

14.- La liturgia, que tiene el poder admirable de evocar el pasado y hacerlo presente, pone con frecuencia ante los ojos de los fieles la figura de la Virgen de Nazaret, que «se consagró totalmente a sí misma, como esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con él y bajo él».

Por esto la Madre de Cristo resplandece, sobre todo en las celebraciones litúrgicas, «como modelo de virtudes» y <<de fiel cooperación a la obra de salvación».

 

 

 

 

 

 

CAPITULO QUINTO

 

MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE VIDA ESPIRITUAL

 

            Bien pronto los fieles comenzaron a fijarse en María para, como ella, hacer de la propia vida un culto a Dios, y de su culto un compromiso de vida. Ya en el siglo IV San Ambrosio de Milán, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios».

Pero María es, sobre todo, modelo de aquel culto que consiste en hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios: doctrina antigua, perenne, que cada uno puede volver a escuchar poniendo atención en la enseñanza de la Iglesia, pero también con el oído atento a la voz de la Virgen cuando ella, anticipando en sí misma la estupenda petición de la oración dominical “Hágase tu voluntad” (Mt 6, 10), respondió al mensajero de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1, 38). Y el «Sí» de María es para todos los cristianos una lección y un ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre en camino y medio de santificación propia.

            Las relaciones del cristiano con María en la oración pueden especificarse en una triple actitud: orar con María, orar a María, orar como María.

 

5.1. ORAR CON MARÍA: LOS APÓSTOLES EN PENTECOSTÉS: ORACIÓN DE INTERCESIÓN

 

            Tratando de descubrir en el Evangelio la oración de María, hemos considerado la primera de estas relaciones: orar como María. En la Virgen de Nazaret encontramos un modelo de oración que nos impulsa a la imitación. En efecto, no es sencillamente un objeto de imitación, sino un modelo activo, porque María nos ayuda a orar con ella. Y esto es lo que vamos a meditar ahora. Para vivir la unión con Dios y cumplir con su voluntad, los cristianos, en fuerza de su vocación de seguir y amar a Cristo, están más empeñados en la senda de la oración, teniendo a María como modelo y ejemplo singular.

            Orar con María, como lo vemos reflejado en el evangelio y en los Hechos de los Apóstoles, es un rasgo característico de la oración de la comunidad primitiva, en espera de Pentecostés. Los apóstoles, reunidos en el cenáculo, “eran asiduos y concordes en la oración, con algunas mujeres y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos” (Hch 1,14). Entre las mujeres, se nombra sólo a María, en razón de su cualidad única de “madre de Jesús”. Esta mención hace suponer que la veneración de la comunidad para con Jesús se reflejó en su madre y que después de la partida de Cristo de este mundo la presencia de María fue la señal visible que recuerda más fielmente el rostro del Salvador.

            Lucas se preocupa por resaltar esa presencia, porque en su Evangelio había descrito el papel de María en los orígenes de la vida de Jesús. Ahora atrae la atención sobre su papel en los orígenes de la Iglesia, porque en la perspectiva en que se pone, el progreso de la Iglesia se realiza a imagen de lo que se había realizado para Cristo.

            Ese progreso es obra del Espíritu Santo con el concurso de María. En este paralelo se puede reconocer una primera apertura hacia la afirmación de que la madre de Cristo es la madre de la Iglesia. Ciertamente, se llama a María con su título más evidente de “Madre de Jesús”. Pero su presencia en la comunidad indica una maternidad que permanece viva y cuyos beneficios reciben todos. Siendo madre de Jesús, aparece dotada de una calidad materna en relación a todos aquellos que se han reunido en torno a su hijo.

            Su título único de Madre de Jesús confiere un valor único a su oración. Valor que no procede sencillamente del vínculo de maternidad considerado en sí mismo, sino de la forma excepcional con que se estableció esa maternidad. María se convirtió en madre por intervención del Espíritu Santo y ello estableció la relación más íntima entre ella y el Espíritu.

            Su oración para implorar la venida del Espíritu sobre la comunidad, tiene, gracias a esto, una eficacia singular. El Espíritu Santo se complace desde ahora en actuar con la colaboración de María, en la prolongación de lo que él realizó en el misterio de la encarnación. Las súplicas de María han ejercido el influjo más fuerte para obtener la efusión del Espíritu con la abundancia de sus dones.

            Orar con María es, pues, compartir la eficacia superior de su oración. La primera comunidad ha podido alcanzar con mayor amplitud los beneficios divinos, porque unía su plegaria a la de la Madre de Jesús. Es ciertamente verdadero que la oración de los apóstoles tenía su propio valor. Pero ha tenido un efecto más amplio en razón de la presencia de María en la oración comunitaria.

            En esto hay una verdad que sigue siendo aplicación actual. La Iglesia sigue uniendo su oración a la celeste plegaria de María: cuenta con la intercesión de la madre de Jesús para alcanzar con mayor abundancia los dones del Espíritu Santo.           Por su parte, los cristianos quedan invitados a adoptar en su oración una disposición de comunión con María, para que sus súplicas vayan siempre acompañadas y reforzadas por las de ella. Se trata de una comunión de consagración, porque María es la primera consagrada. Es una comunión de don total a Cristo y esto hace la comunión de oración tanto más profunda.

            De la actitud que consiste en orar con María, se pasa fácilmente a aquello que consiste en orar a María. En efecto, orar con María significa reconocer la excelencia de la intercesión de la Madre de Jesús. Desde el momento en que se reconoce el valor único de esta intercesión, el creyente es llevado a implorar a María para obtener su concurso en las súplicas dirigidas a Cristo y al Padre. María se convierte así, para todos los cristianos, en aquella a quien se ora con ardor, para llegar mejor hasta Dios.

 

5. 2.-   ORAR A MARÍA: FÁTIMA: SOR LUCÍA.

 

            No tenemos informaciones sobre la forma en que se realizó, al comienzo de la Iglesia, el paso de la oración con María a la oración a María. Cuando ella estaba presente en la comunidad, los primeros cristianos se complacían en orar con ella, como acontecía ya en la asamblea que esperaba Pentecostés. Podemos igualmente imaginar la oración de Juan, el discípulo predilecto, en compañía de aquella a quien había acogido en su propia casa.

            Después de la muerte de María, se debe pensar que los primeros cristianos se han dirigido espontáneamente a aquella a quien ya no podían ver, empezando a invocarla. Así se fue formando la costumbre de orar a María, de pedir su intercesión junto a su hijo, de acudir a ella en las dificultades, de llamarla en ayuda en las pruebas.

            El cántico del magníficat atribuido a María testifica, como ya hemos observado, un comienzo de culto mariano. Las palabras “me felicitarán todas las generaciones” demuestran que aquellos cristianos comprendían la bienaventuranza especial concedida a María.

            Semejante homenaje conllevaba como consecuencia el deseo de hablar a María e invocar su socorro; consecuencia que no podía expresarse en el magníficat, pero era inevitable. Venerar a María como la mujer más dichosa de todos los tiempos, significa esperar de ella protección y solicitud, porque la felicidad le ha sido otorgada en vista de la obra de la salvación.

            La primera oración a María que se nos ha conservado, se remonta al siglo III y fue escrita en un papiro egipcio. No obstante las mutilaciones del texto, debido al estado precario del papiro, ha sido posible reconstruir su contenido: «Bajo el amparo de tu misericordia, nos refugiamos, Santa Madre de Dios. No desoigas nuestras plegarias, cuando nos hallemos en la prueba; antes bien líbranos del peligro, tú, la única pura y bendita» (Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei genitrix...).

            Esta oración nos ofrece el primer testimonio de la invocación «Madre de Dios» (Theotokos). Invocación ésta que parece justificar las expresiones del conjunto de la oración. Son expresiones que antes se utilizaban para súplicas dirigidas a Dios: al refugiarse bajo el amparo de la misericordia divina, se pedía a Dios la liberación de los peligros y acoger benévolamente las plegarias. Lejos de dirigirse al Señor glorioso, estas súplicas se dirigen ahora a la «única bendita»: en su calidad de Madre de Dios ella es la persona humana más cercana a Dios, la que refleja más fielmente la misericordia divina. En razón de esta cercanía a Dios, se puede obtener de ella la liberación de las situaciones peligrosas.

            Para hallar la forma de orar a María, el autor de esta oración escogió la vía más sencilla: invocar a la Madre de Dios con los mismos términos con que se invocaba a Dios. Esta semejanza no significa que se desconozca la diferencia. La Madre de Dios no es Dios; es una creatura, a la cual no se atribuye la excelencia única que pertenece a Dios. Ella es sólo una mediadora. Si no se recuerda explícitamente su intercesión, esa mención está implícita en su calidad de Madre.

            En esta oración se advierte una característica que se hallará luego en buen número de oraciones a María: en la prueba, el cristiano busca refugio en el corazón compasivo de María. En el peligro, lanza hacia ella un grito de socorro. Es reconocible la reacción espontánea del niño que grita a su madre. Pero aquí no se invoca a María bajo el título que se le atribuirá más tarde: «madre nuestra», pero con un sentido sobreentendido: quien es madre a nivel tan alto, debe tener un corazón materno sensible para cuantos la invocan.

            Es igualmente importante observar que la oración es colectiva. Aunque pruebas y peligros hacen pensar ante todo en un caso individual, es una comunidad la que ora e implora liberación. Se diría que la apertura universal de la Madre de Dios favorece la apertura comunitaria de la oración.

            Los cristianos de hoy siguen recitando esta oración: señal de que responde a sus aspiraciones. También los consagrados encuentran en ella lo que desean decir a María, porque en su vida no faltan pruebas y peligros. Con las pruebas se asocian más íntimamente al sufrimiento de Cristo y piden a la Corredentora que sostenga su valor y ofrenda.

            Ante los peligros que amenazan su vida enteramente entregada al Señor, de modo especial frente a las tentaciones, solicitan un poder maternal que los ponga al abrigo de las caídas y bajezas. Se complacen en invocar a la «santa Madre de Dios» como a quien posee una santidad que debe reflejarse en su vida consagrada.

5. 3.- FUNDAMENTO Y FUENTE DEL CULTO MARIANO: “¡HE AHÍ A  TU MADRE!”:

 

            La oración a María se desarrolló en la Iglesia bajo la inspiración del Espíritu Santo: “Los Apóstoles estaban en oración con María, la madre de Jesús”,  y también en razón de la voluntad del Salvador manifestada en el Calvario. Al decir a su madre “Mujer, ése es tu hijo” le asignaba una maternidad de orden espiritual para con cada uno de sus discípulos y le pedía velar con solicitud sobre el itinerario de cada uno de ellos.

            Al decir al discípulo predilecto: “Esa es tu madre”, lo invitaba a profesar a María un amor filial; amor que Juan manifestó en seguida tomando consigo a María.

            En estas palabras se puede reconocer el deseo de Cristo en establecer el culto mariano. El crucificado no se limitó a conferir a María una nueva maternidad. Le pidió expresamente a Juan una repuesta a esa maternidad y con ello quiso que los cristianos rindieran culto a María. Si cada uno recibe a María como madre, cada uno queda invitado a “tomarla consigo”, es decir, a acogerla y darle cabida en la propia vida.

            No debemos olvidar que estas palabras: “Esa es tu madre” fueron pronunciadas poco después de que Jesús hubiera formulado su mandamiento: “Amaos los unos otros como yo os he amado” (Jn 13, 34; 15,12) Y expresan una voluntad análoga: «Ama a mi madre como yo la he amado».

            Las relaciones del discípulo predilecto con María han sido señal y prefiguración de las relaciones de todo cristiano con aquella que le ha sido dada por madre. Podemos sólo intuir el ardor con que el discípulo ofreció a María una adhesión cariñosa que prolongaba la intimidad que había tenido con Jesús. Mejor que otros, comprendió que no podía abrirse totalmente al amor de Cristo, sino amando a su madre. Al recibirla en su casa, pudo captar en ella una semejanza viva con Cristo. Él, que en ciertos episodios del Evangelio manifestaba la sutileza de sus intuiciones, encontró en María muchos rasgos del carácter y comportamiento que había admirado en el Maestro. Se dio así cuenta del parentesco espiritual que unía a la madre con el hijo e intuyó toda la riqueza que brindaba a la vida de la Iglesia.

            Los cristianos no pueden rehacer la experiencia de Juan en la materialidad histórica. Están empeñados en relaciones filiales con María, en las cuales debe reproducirse lo más profundo que había en ella; están llamados a vivir una intimidad real con María, que se une a la intimidad de ellos con Cristo.

            Quien ha sido elegido por Jesús para acoger a María como madre era un sacerdote, uno de aquellos a propósito de los cuales Jesús había declarado en el curso de la última cena: “por ellos me consagro a ti, para que también ellos te queden consagrados de verdad” (Jn 17,19). De lo cual pueden deducir los sacerdotes que están invitados de modo especial a acoger a María en su vida y estrechar con ella relaciones de intenso cariño filial.

            Deben seguir la senda que abrió Juan, quien después del drama del Calvario, vivió en diálogo con María; un diálogo que no necesitaba palabras y conllevaba muchos silencios; un diálogo en el que Cristo ausente estaba continuamente presente y los recuerdos de María se encontraban con los del discípulo predilecto para hacer reaparecer el retrato inolvidable de Jesús.

            El verdadero diálogo con María no tiende nunca a sustituir el diálogo con Cristo; tiende más bien a esclarecer más al único Salvador. Es verosímil que a través de sus coloquios con María y una vida más cercana a ella, Juan haya enriquecido su conocimiento de Jesús y captado con más claridad el sentido de las palabras y gestos cuya importancia no había comprendido suficientemente.

            Al descubrir el alma admirable de María, le invadió una admiración más luminosa del Maestro. Y al amar y vivir junto a la Madre, pudo profundizar en su amor al hijo Jesucristo.

            Del mismo modo, para los cristianos, especialmente los sacerdotes y las almas consagradas,  la presencia de María no hace nunca de pantalla, no puede esconder el rostro de Cristo ni relegarlo a un segundo plano. La presencia de la madre los introduce en un mejor conocimiento de Jesús y en amor y adhesión más absoluta a él.

            Los sacerdotes no pueden vivir el gran amor de que han hecho profesión a Cristo sino tratando de entablar un diálogo filial con María aprendiendo de ella a conocer y amar a Jesús.

En el plan divino, María se halla tan estrechamente vinculada a la venida de Cristo al mundo y a su misterio de salvación universal de todos los hombres que debe completarse de parte de quienes quieren tener acceso más completo a este misterio de la encarnación y salvación mediante una unión muy estrecha de amor con ella, siguiendo con María para llegar más profundamente al conocimiento y unión con Jesús por el mismo Espíritu Santo que vino a ella en la Encarnación y a nosotros, sacerdotes, especialmente en Ordenación sacerdotal y todos los días en la consagración y conversión del pan en Jesucristo siempre que celebramos la santa misa.

            Por eso, no es ciertamente un lujo fijar la mirada en María, venerarla e invocarla: es una necesidad para todos, cristianos y sacerdotes. Es también un deseo de Cristo en la persona de Juan.

 

5. 4.  CARÁCTER FILIAL DEL CULTO A  MARÍA

 

            Las palabras que pronuncia Jesús en la cruz manifiestan el carácter único que va a asumir la oración a María. Todos los días, los cristianos acuden espontáneamente a gran número de santos para invocar su intercesión y obtener los favores divinos. La oración a María no es una cualquiera de estas oraciones, pues se encuadra en relaciones filiales que contribuyen al desarrollo espiritual del culto, de la oración y de la vida cristiana.

 

A) AMOR FILIAL DE LOS HIJOS

 

            Jesús vino a suprimir la distancia que impedía a los hombres dirigirse a Dios con familiaridad. Él mismo, con el misterio de la encarnación, había superado esa distancia, acercando a Dios a la humanidad.   Con su sacrificio redentor hizo desaparecer los obstáculos del pecado, reconciliando a los hombres con el Padre. Al consumar su sacrificio, confiaba a su madre una misión que completa ese acercamiento: la que es Madre de Dios no queda ciertamente ubicada a distancia de los demás seres humanos; al convertirse en madre de los discípulos, tiene la misión de permanecer muy cerca de cada uno de ellos y de introducirlos en la familiaridad divina.

            Para comprender la intención de Cristo al dar su propia madre a la Iglesia es necesario recordar el objetivo esencial al cual miraba toda la acción del Salvador en el mundo. Jesús vino a revelar el Padre a los hombres para suscitar en ellos un amor filial y conducirlos al Padre. Su vida había consistido en venir del Padre al mundo, y luego en dejar el mundo para volver al Padre (Cfr Jn 16,28).

            En este movimiento de regreso al Padre deseaba llevar consigo a toda la humanidad. Cuando, desde el comienzo de su predicación exige una conversión en vista del ingreso al reino de Dios, quiere decir una renuncia al pecado acompañada de una apertura tal al Padre que permita pertenecer a su reino. Su finalidad es, pues, instaurar en los corazones humanos una disposición esencialmente filial. Jesús hace idónea toda la existencia humana para orientarse al Padre.

            La instauración de la maternidad espiritual de María queda iluminada por este designio. Con su afecto materno, María está destinada a representar la bondad del Padre. Jesús sabe que los hombres son más sensibles a la ternura del amor materno y comprenden más instintivamente lo que significa la presencia de una madre en su vida. En efecto, toda la bondad del corazón materno de María viene del Padre; es la imagen más conmovedora del amor que el Padre profesa a la humanidad. El rostro de la madre está destinado a reflejar mejor el rostro del Padre.

            Del mismo modo, el amor filial que responde a la maternidad de María está destinado a reflejar el amor filial al Padre. El amor que se expresa en el culto mariano no queda, pues, fuera de la perspectiva esencial de las relaciones del hombre con Dios, sino que le ayuda en sus primeros pasos del amor total al Padre.

            En sus relaciones de intimidad con María, los cristianos comprenderán mejor la bondad soberana que debe dirigir todos los acontecimientos de su vida y descubren más fácilmente la solicitud de la providencia paterna que vela sobre sus pasos. Al profesar un cariño profundo a su madre, su corazón comprende y se abre más al Padre-Madre de todos los hombres y se dispone a amarlo más.

            El vínculo existente entre el amor filial a María y el amor filial al Padre da sentido a la asociación de las dos oraciones en el rosario: el Padrenuestro y el Ave María. Se podría pensar que son apenas dos oraciones yuxtapuestas, sin parentesco mutuo. En realidad, el Ave María ayuda a recitar el Padrenuestro con sentimientos filiales más vivos.

            La mirada que se posa en el rostro materno de María se vuelve inmediatamente al rostro misterioso del Padre con mayor familiaridad. Mientras se corre a menudo el riesgo de invocar al Padre en forma más distante, se lo siente más cercano a través de la proximidad de la madre a quien se saluda y se invoca con gran abandono filial.

            La llamada de Cristo ha introducido a los sacerdotes en un estilo de vida que moviliza todas sus energías personales por la senda hacia el Padre. Ellos se consagran a Cristo, pero en forma de dejarse conducir por él más seguramente hacia el Padre, compartiendo el fervor de su amor filial.

            La vida consagrada es esencialmente una vida orientada hacia el Padre en forma más total, en virginidad, que significa amor total y exclusivo, y desde el Padre por María madre, a todos los hombres, sus hijos. Por este motivo está más fundamentalmente unida a María y requiere una adhesión filial más especial de parte de los consagrados.

            No hay por qué extrañarse, pues, de la piedad mariana que se desarrolló en los seminarios, --recordad nuestras fiestas de la Inmaculada y de la Presentación,  de la Navidad, con la fiesta de la Madre de Dios, en el día primero del año, para empezar con buen pié en manos de la Madre, así como otros títulos e invocaciones marianas--, en los monasterios y en las comunidades religiosas. Responde a una necesidad esencial de la vida consagrada y a su finalidad más fundamental.

            Se puede añadir que para las comunidades de hombres el amor que profesan a María contribuye a garantizar el equilibrio de las disposiciones afectivas. El papel importante de la mujer en el misterio de la Encarnación tiende a compensar lo que favorece al hombre por el hecho de que el Hijo de Dios se hizo hombre.

            La presencia de una madre en la vida espiritual tiende igualmente a compensar el desequilibrio que podría provenir del celibato consagrado: es una presencia femenina, con todo lo que tiene de seductor, pero en armonía con la pureza virginal.

            Para las comunidades de mujeres, la presencia de María ofrece la posibilidad de reconocer mejor la contribución de la mujer en la obra divina de la salvación y de animar así la generosidad de la vida religiosa.

            Esa presencia es fuente de equilibrio, en otro sentido: permite a las religiosas superar las impresiones de inferioridad del destino femenino y apreciar los valores propios de la mujer, ignorados con demasiada frecuencia o a veces menospreciados en la sociedad.

            La veneración que tienen por la madre de Jesús las compromete a una mayor intrepidez en el logro del ideal femenino de vida consagrada. El calor del amor materno de María está en grado de hacer nacer una respuesta de cálido amor filial. Contribuye así al desarrollo de la riqueza afectiva en la vida consagrada.

Las renuncias que conlleva esta vida podrían, en efecto, exponer a la persona a cierta aridez del corazón. El empeño en el celibato y la separación de la familia están destinados a favorecer una apertura más universal del corazón a todos, pero exigen una ascesis interior que puede correr el peligro de una frialdad afectiva.

            Jesús sabía que su discípulo predilecto necesitaba un calor afectivo en su consagración sacerdotal y le pidió que recibiera a María por madre. Los consagrados encuentran en sus relaciones con María un calor afectivo que les ayuda a asumir correctamente todas las exigencias de su consagración.

               

B) CONFIANZA FILIAL DE LOS HIJOS

 

            La confianza es una disposición que pertenece a la sinceridad de todo amor, pero que debe sobre todo manifestarse en el caso de que aquel que ama tiene conciencia de recibir más de lo que da. Es éste el caso de las relaciones con María: el cristiano recibe del amor maternal de María mucho más de lo que su amor filial puede darle.

            Cuando a los pies de la cruz oyó Juan las palabras de Jesús, comprendió que el Salvador le ofrecía su don más precioso. Ofreciendo a María su propia casa, era consciente de darle muy poco frente a lo que recibía de ella: acogía a una persona de valor inestimable y disfrutaba del más perfecto amor materno.

            Para Juan era una demostración suprema del amor con que Jesús lo había escogido como confidente y amigo. Ya antes había sido colmado de testimonios de ese amor; ahora se daba cuenta de que el amor del Maestro había llegado al extremo de su generosidad. Así sus nuevas relaciones con María se unieron a una confianza más indestructible en la bondad de su Señor.

            A esta confianza en el amor de Cristo se une la confianza en María. Viviendo con ella, el discípulo experimentó su bondad. Ningún temor podía sentir ante una benevolencia cuya generosidad y delicadeza experimentaba cada día más y más.

            Habiendo recogido las palabras de Jesús con total devoción y como testamento: “Mujer, ése es tu hijo”, María ponía toda su alma en su misión maternal y tenía para con Juan las mismas atenciones que había tenido para con su único hijo. No quería sustraer nada de su corazón maternal a aquel que le había sido confiado como hijo.

            Toda la entrega que había caracterizado su vida en Nazaret, reaparecía ahora sin limitación alguna. La solicitud con que rodeaba al discípulo predilecto, tendía a hacerle sentir, en cuanto era posible, hasta qué punto lo amaba. Juan no podía responder a ese amor sino con una confianza filial sin reservas.

            Aunque sin poder hacer una experiencia idéntica a la del discípulo predilecto, que conoció a María en su vida terrena, los cristianos están invitados a una intimidad análoga con su madre del cielo. También ellos disfrutan de su bondad y en múltiples ocasiones experimentan las manifestaciones discretas de su solicitud. Una madre inspira confianza; una madre perfecta no puede menos de suscitar una confianza mucho más firme.

            Es la confianza que se expresa en la más antigua oración mariana: decir a la Madre de Dios que se busca refugio en su misericordia, significa testimoniarle una confianza total. Llamarla en ayuda en el momento del peligro, quiere decir esperar de ella la ayuda más eficaz. Semejante confianza no se funda sólo en la simpatía maternal de María, sino también en su poder como Madre de Dios.

            Los cristianos cuentan con el poder de intercesión de María; su invocación parte de una doble convicción: su madre no puede resistirse a sus súplicas y el Señor no puede resistir a los requerimientos de su madre. La confianza se funda, pues, en las prerrogativas de María: Madre de Cristo y Madre de los hombres.

            Se puede observar que la confianza filial en María va destinada a reforzar, en fin de cuentas, la confianza filial en el amor del Padre. La maternidad universal de María es un invento admirable del amor divino para sentir su amor y cariño y llevarnos así, cogidos de la mano, hasta su Hijo y el Padre por el amor del Espíritu Santo que mora en ella.           Jesús la proclamó madre de todos los hombres en la cruz, en forma simbólica, para llevar a término la obra que el Padre le había confiado. En efecto, según el Evangelio de  Juan, después de haber constituido a María madre del discípulo predilecto, Jesús sabía “que todo quedaba terminado” (Jn 19,28), con lo cual manifestaba ser consciente de que su muerte era inminente y que su obra estaba terminada y rematada, con la entrega de la Madre a los hijos, y de los hijos en Juan a la Madre “desde aquella hora”.

            Al entregar su Hijo en sacrificio, el Padre ha brindado a la humanidad una madre en el orden de la gracia. La confianza que los cristianos están llamados a demostrar a la madre que les ha sido dada en este momento de generosidad suprema, no puede desligarse de la confianza en el amor sublime del Padre.

            En efecto, en este amor, el Padre ha resuelto no resistir a las instancias de la oración; pero esta característica de su bondad es ignorada con frecuencia y la confianza humana es atraída más fácilmente por el amor materno de María.

            La vida consagrada sólo puede desarrollarse en la confianza, porque ha sido con confianza como han respondido los «llamados» por Cristo a seguirlo. Han tenido la osadía de aceptar el modo de vida que les proponía, porque confiaban en quien los invitaba. La misma confianza les permite perseverar en la vocación, contando con la ayuda divina para superar todas las dificultades.

            La confianza les ayuda a vivir serenamente, sin dejarse impresionar por las amenazas de las tentaciones ni las incertidumbres de su debilidad. La confianza en la omnipotencia de Cristo les hace caminar con paso seguro por la senda en que se han empeñado.

            Se comprende, por tanto, qué les aporta la confianza filial en María. Saben que tienen en ella a una madre que les acompaña con fidelidad; su mirada no se equivoca jamás sobre su verdadera situación. Ella los acompaña en su itinerario, sosteniéndolos en sus esfuerzos. Vela por ellos, aunque no tengan de ello la menor conciencia o cuando se hallan expuestos a peligros que ni siquiera sospechan.

            La confianza de los consagrados en la asistencia maternal de María, los sustrae a cierto sentido de soledad que a veces podría resultar deprimente. Cada vez que encuentran una prueba, les basta levantar la mirada hacia María para recibir el aliento que ella brinda.

            Cuando se sienten abandonados o incomprendidos, encuentran en su madre celestial una presencia y una comprensión que no disminuyen nunca. Las contrariedades que deben afrontar en la vida personal o en la actividad apostólica no los asustan, si conservan la confianza en aquella que nunca, en ningún momento de su vida, se dejó abatir por las tempestades.

            Su confianza filial no puede quedar frustrada. Les ofrece un punto de apoyo que permite no sólo conservar la paz en la hora de las turbaciones o de las sacudidas, sino proseguir con energía en sus esfuerzos para cumplir todos sus compromisos. Abre sus corazones a la entrega más completa y los pone en grado de gustar más vivamente el gozo de su don a Jesucristo. Por último les hace comprender el sentido profundo de la consagración, fundada sobre la roca inexpugnable del amor divino, amor que se hace concretamente apreciar a través de la bondad de una madre.

 

C) ORACIÓN FILIAL DE LOS CRISTIANOS

 

            La devoción a María ocupa un puesto notable tanto en la piedad católica como en la ortodoxa. Para gran parte del pueblo cristiano, el Ave María es una oración muy utilizada; el rosario ha entrado en las costumbres de muchos cristianos. Aquellos a quienes el Evangelio llama “los pequeños” se complacen de modo especial en invocar a María.

            En la importancia que ha asumido la oración mariana, se debe reconocer el signo de una inspiración del Espíritu Santo. Quien hace comprender a muchos cristianos la importancia de la recomendación suprema de Jesús: “Esa es tu madre”, les hace tomar en serio la función maternal confiada a María y la respuesta que exige de quienes disfrutan de ella. Cristo Jesús, desde la cruz, a punto de partir de este mundo, nos hizo a todos los hombres hijos de su madre, en la persona de Juan y a María, madre de todos. Esto no impulsa a una relación y amistad tierna y confiada en la que Jesús quiere que sea nuestra madre de la fe en Él y a nosotros, hijos confiados a su madre y nuestra madre. Por algo lo haría Jesús que la eligió como madre para él y nosotros.

            El carácter de sencillez que revela la oración mariana, se explica por el hecho de que en las relaciones de un hijo con su madre sería inútil complicar las expresiones, buscar complejas consideraciones, alargar los discursos. La oración filial se expresa de la forma más libre, y cuenta menos sobre el valor de las palabras pronunciadas que sobre el impulso afectivo que toca el corazón de la madre. La sencillez de la oración mariana de los cristianos refleja la sencillez de la oración misma de María. Se puede recordar la petición del milagro en las bodas de Caná, petición que constituye un modelo de sencillez.

            La recitación del rosario es una forma de oración en la que la repetición de una fórmula no permite pensar en todo lo que murmuran los labios. Sería prácticamente imposible prestar atención a cada una de las palabras que se pronuncian. Si se quisiera intentarlo, se correría el riesgo de fatigar el espíritu con un pobre resultado. Y sin embargo, las palabras no son inútiles. Orientan el espíritu hacia la persona de la Virgen y sostienen con su ritmo cierto vuelo del corazón.

            Para conservar o renovar la contemplación, se propone la evocación de diversos misterios. De esa manera se estimula un esfuerzo del pensamiento, que ayuda a mirar a María en los episodios más salientes de su existencia. Se puede lamentar que el episodio de Caná no sea mencionado habitualmente, no obstante su riqueza de significado y la forma como pone en evidencia la persona de María. Por eso, me ha parecido muy oportuna su inclusión en los misterios de luz añadidos por Juan Pablo II, cinco nuevos misterios del rosario que se añaden a los tradicionales gozosos, dolorosos y gloriosos. En general, el Rosarium Mariae es un documento pleno para entender y practicar el rezo del santo rosario en oración contemplativa, donde uno no se fija en las fórmulas, sino en la contemplación del misterio y nuestra vida en relación con el misterio sin particularismos.

            Varios ensayos se están haciendo para darle al rosario mayor vitalidad, para introducirle mayor variedad y sustraerlo al riesgo de la monotonía. No soy partidario. Las modificaciones propuestas, aunque parecen más llenas de contenidos doctrinales y meditativos, le privan al rosario de la monotonía propia de la oración contemplativa en la que uno se pierde más mirando al fondo que a las formulaciones y reflexiones. Por eso la piedad mariana popular sigue prefiriendo la forma sencilla y corriente del rosario. Los ensayos de renovación demuestran no obstante, en cierto número de cristianos, el deseo de una oración mariana más sentida y razonada.

            En mi parroquia, donde se reza el rosario todos los días, antes de la misa de la tarde, en los dos templos: San Pedro y Cristo de las Batallas, hemos tratado alguna vez de introducir novedades, sobre todo, con una breve meditación sobre cada misterio, Pero hemos terminado por abandonarla. Además, a mí me parece que rompe el ritmo de la continuidad de la oración, en la que uno se sumerge por la repetición aparentemente monótona de las avemarías.

            Últimamente se han hecho grupos de señoras, de madres que rezan el rosario y ofrecen la misa un día determinado por la fe de sus hijos. Es algo que me emociona verlas rezar. Pero en definitiva se trata de la intención del santo rosario de ese día, que se dice al comenzarlo, pero luego no hace falta repetirlo de diversas formas. Porque es mejor que cada madre se pierda con la Virgen pensando y rezando por el hijo, pensando y pidiendo en las circunstancias particulares en que cada uno se encuentre al nivel de la fe y de la vida cristiana.

            Otra forma de oración tradicional, el Ángelus, tiende a imprimir un sello mariano a ciertos momentos del día. Personalmente lo rezo todos los días en la oración de la mañana y de las 12 del mediodía. En esta hora me recojo en oración, bajando mi cabeza y cerrando los ojos y meditando en la Virgen. Luego, por la tarde, como rezo el rosario y la letanía después de la cabezada de la comida, la verdad que mi mirada a la Virgen queda plena y colmada.

            El Ángelus pone de nuevo al cristiano frente al misterio de la Encarnación, tal como lo vivió María. Al dirigirlo a María, lo dirige al mismo tiempo hacia Cristo. La orientación cristocéntrica que se vuelve a encontrar en el rosario a través de la meditación de los misterios de la encarnación redentora, manifiesta el verdadero sentido de la oración mariana.

            Aunque la estructura del Angelus no refleja exactamente el cumplimiento del gran misterio de la venida del Salvador, por que la concepción del Hijo se reza antes que el sí de María, esta oración tiene el mérito de volvernos a llevar al acontecimiento capital que,  con el concurso de María cambió el destino de la humanidad.

Cuando el rezo del Ángelus se convierte en “Regina coeli laetare” por razón de la Pascua, lo hago cantado y en latín. Es la costumbre desde el seminario. Cuando digo cantado, quiero decir que el ritmo y la entonación es como se cantan, pero lo hago en mis adentros, sin que se oiga. Fuera del rosario y del Ángelus, la oración mariana ha asumido muchas otras formas, tanto colectivas como individuales. Hay que subrayar que lo que importa sobre todo es la sinceridad personal de la oración.

            En las relaciones con María, lo mismo que en las actitudes hacia Cristo y hacia Dios, la oración del corazón debe animar la oración de los labios. Los cristianos están invitados al diálogo, cada uno a su manera, con aquella a quien veneran y aman como madre suya. Hay un lenguaje filial secreto que nace espontáneamente en aquellos que acogen a María en su vida.    

Este lenguaje se desarrolla normalmente en la vida de los cristianos. Pero a los sacerdotes y consagrados no les basta rezar el rosario. Su recitación cotidiana es ciertamente una forma de garantizar el contacto con María: pero está destinada sobre todo a favorecer un diálogo más amplio con ella. Los que han hecho profesión de su vida a Jesucristo saben que no pueden entrar plenamente en su intimidad sino alimentando un cariño de hijos hacia María. Toda su vida consagrada se hace más profunda cuando se impregna de clima mariano.

            Su amor a María los lleva a amar más vivamente a Cristo. Es lógico que, sintiéndose hijos, expresen con espontaneidad y libertad su oración a María: cada uno, bajo la inspiración del Espíritu Santo, debe buscar la forma de oración mariana que le conviene. Y desde allí, Ella se encargará de llevarle hasta su Hijo.

            En muchas vidas consagradas se da un canto interior que sube hacia María: canto de admiración y de alabanza, que se alegra con la pureza virginal y la bondad misericordiosa de la Madre de Dios. En las circunstancias más dolorosas, este canto se convierte en petición de socorro, pero luego —una vez alcanzado el favor— se cambia en acción de gracias. Los consagrados están llamados a vivir la poesía del don total al Señor en unión con el incomparable impulso del alma generosa de María.

            Están llamados también a brindar en la Iglesia un testimonio de piedad mariana: reciben la misión de conducir al pueblo de Dios en la plegaria y especialmente en la oración mariana. Sacerdote, religiosos y religiosas deben demostrar, con su adhesión a María, el valor del culto mariano y el beneficio que la vida cristiana puede recibir de él.

            Algunos organizan y desarrollan manifestaciones de culto, a través de asociaciones, reuniones, peregrinaciones, asumiendo así una misión mariana en la vida de la Iglesia. Todo esto es laudable, y hay que prepararlos bien para que sean viajes de María a Cristo, esto es, camino y testimonio de un amor sincero hacia aquella a quien veneran como a madre de Cristo y a quien aman como a su madre propia.

                                       

CAPITULO SEXTO

 

MARÍA ES MADRE SACERDOTAL DANDO  CARNE AL HIJO,  CONVERTIDA EN  PAN DE EUCARISTÍA

 

6 .1. LA EUCARISTIA TIENE SABOR DE MARÍA

 

Desde la Anunciación, toda la vida de la Virgen es una ofrenda a Dios por su identificación con su hijo sacerdote:  “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. María se ofrece totalmente, ya no quiere tener voluntad propia, renuncia a sí misma para ofrecerse toda entera al Señor, renuncia a sus planes para vivirlos en Dios, se hace esclava...

            Voy a decir ahora cosas que tengo meditadas y escritas desde mi vida de seminarista, cuando estudiaba Mariología. Pero siempre, como en todos mis textos de Teología y todos los libros que tengo en mi biblioteca: subrayando, para aprendérmelo de memoria, lo que me gustaba. Y quiero advertir a mis lectores, que debo muchísimo en esta materia que voy a desarrollar ahora, a las Catequesis del Papa Juan Pablo II sobre la Virgen y a un querido profesor mío de Roma, JEAN GALOT, a quien admiro y escuché muchas veces, y del que he tomado parte de las reflexiones que  siguen.

            Y después de esta advertencia, empiezo. Desde la Anunciación toda la vida de la Virgen es una ofrenda a Dios y a su plan de Salvación por el Hijo. En el episodio de la presentación de Jesús en el Templo (Lc 2, 22-35), la Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumplimiento de las leyes relativas a la oblación del primogénito (Ex 13, 11-16) y de la purificación de la madre (Lev 12, 6-8), un misterio de salvación relativo a la historia salvífica: esto es, ha notado la continuidad de la oferta fundamental que el Verbo encarnado hizo al Padre al entrar en el mundo (Hb 10, 5- 7); ha visto proclamada la universalidad de la salvación, porque Simeón, saludando al Niño “luz que ilumina las gentes y  gloria de Israel”(Lc 2, 32), reconocía en Él al Mesías, al Salvador de todos; ha comprendido la referencia profética a la Pasión de Cristo: que las palabras de Simeón, las cuales unían en un solo vaticinio al Hijo, “Signo de contradicción” (Lc 2, 34), y a la Madre, a quien la espada habría de traspasar el alma (Lc 2, 35), se cumplieron sobre el Calvario. Misterio de salvación, pues, que el episodio de la Presentación en el Templo orienta en sus varios aspectos hacia el acontecimiento salvífico de la Cruz. Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (Lc 2, 22), una voluntad de oblación que trascendía el significado ordinario del rito.

            Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención alcanza su culminación en el Calvario, donde Cristo “a sí mismo se ofreció inmaculado a Dios” (Hb 9, 14) y donde, «no sin designio divino», María estuvo “junto a la Cruz” (Jn 19, 15) sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de la Víctima por ella engendrada y ofreciéndola ella misma al Padre Eterno (Cfr LG ).

            Para perpetuar en los siglos el sacrificio de la Cruz, el Salvador instituyó el Sacrificio eucarístico. Memoria de su Muerte y Resurrección, y lo confió a la Iglesia, su Esposa, la cual, sobre todo el Domingo, convoca a los fieles para celebrar la Pascua del Señor hasta que Él venga: lo que cumple la Iglesia en comunión con los Santos del cielo y, en primer lugar, con la bienaventurada Virgen, de la que imita la caridad ardiente y la fe inquebrantable.

            Como vemos en la vida de María hay un itinerario de oración trazado por Dios. Después de la Anunciación, la oración de aquella que se había convertido en madre del Salvador se desarrolló en respuesta al mensaje del ángel. En el momento de la presentación de Jesús, esta revelación del sacrificio exige de María una forma más dolorosa de oración de ofrenda.

            El episodio muestra que María está animada del espíritu de ofrenda, porque llega a presentar su niño en el templo, mientras que hubiera bastado, según los términos de la ley, pagar una cantidad a un sacerdote para el rescate de su “primogénito”. Ella deseaba expresamente realizar un gesto de ofrenda, que dé al rescate todo su valor. La ofrenda es la oración en la cual la persona se empeña más a fondo. Más que una palabra, es un gesto en el que se expresa el homenaje del amor con el don de sí mismo.

            Con la luz que brinda la profecía de Simeón, el compromiso va más allá de lo que María había previsto. Ella pone la espada del dolor en el centro de su ofrenda. No sabe exactamente en qué consistirá, pero comprende que se trata de un sufrimiento maternal vinculado a las pruebas que herirán a su hijo en su misión salvadora. Está suficientemente iluminada para que su gesto realice la primera ofrenda del sacrificio del Calvario, más de treinta años antes de que se realice.

            Este sacrificio todavía lejano forma ahora parte del horizonte espiritual de María. Entró en su oración y en ella permanece. Mirando a su hijo, María no puede olvidar lo que le han anunciado acerca de él. Pero lejos de dejarse deprimir por la perspectiva de un drama al que no podrá escapar, manifiesta el impulso de su ofrenda preparándose en la serenidad y generosidad a la prueba suprema.

            Durante los treinta años de Nazaret, nada le hace temer en especial esa prueba, fuera del episodio excepcional del muchacho de doce años que se queda en el templo. La angustia que experimenta en esa ocasión culmina en el gozo de encontrar a Jesús al tercer día, pero las palabras pronunciadas por el muchacho la preparan para una angustia futura, que florecerá en el gozo del encuentro con el Resucitado.

            En el mismo templo donde lo había presentado al Señor, María ofrece una vez más con su hijo al Padre. A partir de ahí la ofrenda no se fundaba ya sólo en el anuncio de Simeón, sino también en las palabras de Jesús. Orientada hacia la perspectiva del sacrificio final, María ha comprendido mejor el desarrollo del ministerio de su hijo. A sus ojos, la contradicción que el Salvador encontraba de parte de adversarios encarnizados, no era un sencillo incidente. El multiplicarse de los actos de hostilidad no procedía de una tempestad momentánea que hubiera podido calmarse rápidamente. Eran los primeros pasos hacia un trágico final. Podemos intuir que en María la oración de ofrenda adquiría una intensidad cada vez mayor.

            Cuando la madre de Jesús vio que perseguían a su hijo, fuera de la sinagoga de Nazaret, aquellos que hubieran deseado hacerlo caer en un precipicio, experimentó un gran espanto, pero no dejó de reforzar su intención de ofrenda.

            En el Calvario, fue una vez más la voluntad de ofrenda la que ayudó a María a unirse plenamente a la oblación única de la cruz. Su ofrenda, animada por la fe y la esperanza, la hizo sin rencor o desaliento mantenerse en pie al lado del crucificado. Esa voluntad la preservaba de sentimientos de desconsuelo o de acritud.

            La carta a los Hebreos describe el sacrificio de Jesús como la oración o súplica suprema (5, 7 ). La ofrenda se eleva, en efecto, hacia el cielo como la oración de intercesión más eficaz, fundada en el homenaje más completo del ser. En forma análoga, podemos reconocer en la ofrenda de María su oración suprema. Aceptando la espada del dolor y convirtiéndola con todo su corazón materno en homenaje a aquel que recogía a su hijo, elevaba la súplica más fecunda para la salvación de la humanidad.

            María había orado siempre con toda su alma, pero en el sufrimiento más cruel que se le imponía, su oración superaba todo aquello que había sido anteriormente. Era la oración de la ofrenda perfecta en la que se pierde todo a fin de producir, según el misterioso designio divino, el fruto más abundante.

 

6.  2.  MARÍA, MODELO DE OFRENDA A DIOS

 

            En el itinerario de oración de la vida cristiana, especialmente de los sacerdotes y consagrados, la ofrenda ocupa puesto muy importante, como vivencia de su ordenación y consagración. Deben ser, con Cristo, sacerdotes y víctimas. Por eso, la ofrenda confiere a la oración toda su densidad y permite a la generosidad expresarse más ampliamente. Los llamados por Cristo a seguirlo quedan invitados a ofrecerse en forma más completa, de manera que la ofrenda guíe toda su existencia. Toda su vida debe ser una ofrenda agradable a Dios, quitando todo aquello que manche la ofrenda y desagrade a Dios.

            María enseña a los llamados a seguir a Cristo en una vocación específica a pisar las mismas huellas de Cristo, como ella, a seguir sus pasos hasta la cruz, en las exigencias concretas de su vida ofrecida y consagrada.

Ella, que tenía el espíritu de ofrenda, busca comunicarles ese espíritu: les ayuda a reaccionar ante los acontecimientos, ofreciendo todo el esfuerzo que conllevan, la paciencia que ejercitan, o el gozo que acogen. Muestra cómo puede transformarse en ofrenda la vida de cada día; en particular, las contrariedades se hacen más ligeras de cargar, desde el momento en que se las ofrece.

            María nos aparta a todos de la ilusión de pensar que la cruz debería tener un puesto mucho más restringido en su existencia. En realidad, hay una cruz de todos los días: la que Jesús mismo recordó cuando anunciaba una condición esencial para seguirlo: “Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame” (Lc 9,23). María no había necesitado escuchar una palabra de este género para saber que no se puede vivir cerca de Cristo sin compartir su cruz: la predicción de la espada de dolor la había asociado a esa cruz mucho tiempo antes de que fuera elevada en Gólgota. Ella nos ayuda a todos los cristianos a entrar en esta perspectiva, a no extrañarse ante las dificultades y dolores cuyo peso experimentan.

            En los momentos más penosos, María se hace presente para sostener el valor, ayudar a aquellos a quienes sacude violentamente la prueba, a no dejarse derrotar. Mirando el ejemplo de María, los creyentes verdaderos, seguidores de su Hijo, pueden transformar más fácilmente sus penas en ofrendas con Cristo. Al contemplarla llorosa pero erguida junto a la cruz, comprenderán que su deber es el de cargar con valor sus sufrimientos y unirlos a los de Cristo con una fidelidad total. María nos estimula a todos a hacer de sus pruebas una oración de intercesión en la que se empeña toda el alma. Con esta oración se mantiene el contacto con Dios y el sufrimiento asume el sentido que le atribuye el designio divino. Los dolores, vistos bajo la luz que procede de lo alto, parecen otra cosa y evocan el rostro de Cristo crucificado.

            María, que un día miró con tanta insistencia y compasión al que sufría y moría en la cruz trata de atraer la atención sobre el rostro de Jesús. Recuerda a todos los cristianos que las pruebas de la vida se pueden convertir para todos en una posibilidad de amor más grande.«Cargar con la propia cruz» es ciertamente una alusión al suplicio de la cruz, que entonces estaba bastante difundido y se aplicaba a los rebeldes y a los grandes criminales. Después del Calvario, a la luz de la cruz del Señor comprenderán todos los creyentes y seguidores de Cristo la necesidad de cargar con su cruz. María les hace comprender mejor la fecundidad de todo dolor que se trasforma en ofrenda.

            Como los demás cristianos, los consagrados se encuentran con las objeciones al valor del sufrimiento y pueden experimentar la tentación de considerarlo inútil o nocivo. Habiendo vivido la experiencia terrible del Calvario, que parecía llegar al fracaso completo de Cristo, María puede mostrar a todos la fecundidad de su ofrenda materna. Esta ofrenda parecía pura pérdida, pero ha sido la fuente de una nueva maternidad. Toda asociación a la cruz del Salvador participa en sus frutos y la fecundidad prometida por Jesús a todo sacrificio no puede dejar de verificarse.

            Por último, María anima a todos sus hijos a la ofrenda recordándoles que el sufrimiento es el paso a un gozo más grande. Ella gustó tanto más el gozo de la resurrección cuanto que se empeñó con una generosidad sin reservas en el drama de la pasión. A nosotros nos sucede lo mismo: cuanto más generosa sea la ofrenda, tanto mejor desemboca en gozo intenso. La madre del Resucitado se hace garante de ese gozo, acompañando la ofrenda de todos sus hijos, especialmente de los que siguen al Hijo en el sacerdocio y en la vida religiosa; a ellos especialmente, a través de todas las vicisitudes de una vida colocada bajo la cruz de Cristo, les abre el camino del gozo más profundo.         Si los cristianos, especialmente los sacerdotes y religiosos, abren su corazón a la Virgen por la oración,  María se hará presente en su espíritu y en su corazón; y la ofrenda y la unión con ella, junto a la cruz del Hijo, se desarrollará recibiendo fuerza y consuelo en el dolor, que, como el suyo, luego producirá las flores de la alegría y los frutos de la irradiación apostólica.

 

SIGLAS

 

 

BAC= Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1944.

Bpa= Biblioteca Patrística, Ciudad Nueva,

Madrid 1986

CMP= Corpus Marianum Patristicum, S. Álvarez

Campos, Ediciones Aldecoa, 8 vols., Burgos

1970-1985.

LG= Lumen gentium. Constitución sobre la Iglesia.

DV= Dei Verbum. Constitución sobre la revelación

divina.

SC= Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia.

GS= Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo.

MC= Maríalis cultus, Exhortación de Pablo VI.

RM= Redemptoris Mater, Carta A. de Juan Pablo II

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica.

DS = Denzinger-Schonnet. Enchiridium Symbolorum.

PG = Patrología griega, Migne.

PL=  Patrología latina, Migne.

NDM=Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid 1988.

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 Prólogo de mi amor  a la Virgen………………………………………………….5

 

CAPÍTULO PRIMERO          

 

1. 1.- María, madre sacerdotal de Cristo…………………………………..….…. 9

1. 2.- Jesucristo, Hijo de Dios y de María,  único y sumo sacerdote………….…. 15

1. 3.- El sacerdocio ministerial y María……………………………..…….……. 20

1.4- María, madre de todos los sacerdotes en la persona de Juan………….….....23

 

CAPÍTULO  SEGUNDO

MARÍA EN PENTECOSTES CON LOS APÓSTOLES

 

2.1.-Los Apóstoles, orando con María, recibieron el Espíritu Santo………..…...30

2.2.- El Espíritu Santo: “verdad completa”de Cristo…….…………..……...…....35

2-3.- Necesidad de la oración para la experiencia de Dios………………..………38

2.4.- En la escuela de María, “mujer eucarística”.…………….…………….…….47

 

CAPÍTULO TERCERO

 

3.1. No lo olvidaré nunca……………….………………………………....……... 55

3.2. La Virgen me llevó a Cristo……………………………..………….…….… 58

3.3. El conocimiento y amor a María me viene desde su hijo….……………..…..68

3. 4. Y este conocimiento y amor  se completa en la Eucaristía………………… 75

3.5. El cáliz de mi primera misa……...…………………..………………………. 83

3.6. El testimonio de Sor Lucía, pastorcita de Fátima………………………….…88

3.7. María madre eucarística y sacerdotal………………………………………. ..96

3.8.Mi amor a la Virgen es eterno, no acabará nunca………………………...... 102

3.9Mi primer sermón de la Inmaculada en mi seminario. ………………………113

 

CAPÍTULO CUARTO

LA ORACIÓN DE MARÍA

 

4. 1 La oración de María, modelo de oracion……………………………..….....120

4. 2 María, en la Anunciación, es virgen orante de Nazaret………………….…124

4. 3  María pronuncia el “fiat”  en oración-diálogo con el.ángel………………...127

4. 4 María “lo meditaba en su corazón”………………………………….……..129

4. 5 María, maestra y modelo de oración………………………..... 132

4. 6.María contemplada en el Memorial Eucarístico del hijo-Hijo………….....133

 

 

CAPITULO QUINTO

 

MARÍA, MAESTRA Y MODELO DE VIDA ESPIRITUAL

 

5.1. Orar con María: intercesión: los apóstoles: Pentecostés………………….....141

5.2. Orar a María: Fátima: Sor Lucia………………………………………….…143

5.3. “¡he ahí a  tu madre!”:fundamento del culto mariano………….…………146

5.4.  Carácter filial del culto a  María…………………………........................….148

a) el amor filial de los hijos……………………………………..….……….…..151

b) la confianza filial de los hijos ..……………….…………...............................155

c) la oración filial de los cristianos……..…………………………...….….……

 

CAPITULO  SEXTO

 

.MARÍA ES MADRE SACERDOTAL DANDO  CARNE A SU HIJO,  SACERDOTE

 

 6.1.- La Eucaristía tiene sabor de María………….………..……..……………..159

6. 2.  María, modelo de ofrenda y victimación con Cristoa Dios………….……162

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