LA HUMANIDAD DE CRISTO, SACRAMENTO DE LA PRESENCIA DE DIOS Y DE LA SALVACIÓN DEL MUNDO

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

             

LA HUMANIDADDECRISTO, SACRAMENTO DE LA PRESENCIA DE DIOS Y DE LA SALVACIÓN DEL MUNDO

PARROQUIA DE SAN PEDRO. 2012. PLASENCIA

 

PRÓLOGO

 

Jesucristo, en mi vida espiritual, como en todos los creyentes, es el principio y fin de todo; y ha tenido una importancia capital, primera y última: pero Jesucristo, Dios y hombre.

Desde mis años de seminario, he leído y conservo en mi biblioteca más de cien libros sobre su vida y persona; leía y subrayaba, al leer, todo lo que me gustaba. Lo he seguido haciendo, quiero decir subrayándolos hasta el presente, para disgusto de mi amigo y teólogo Demetrio, cuando los leía o consultaba; y son cincuenta y dos años de sacerdocio. Pero el hacerlo así, me ha ayudado muchísimo a la hora de tener que meditar o hacer algún trabajo sobre la materia pertinente, porque al cabo de los años, podía ver con rapidez lo más importante de cada libro.

Y es que desde que estudié la Cristología de entonces, a mí, sin embargo, lo que más me gustaban, eran los «chorollarium» y los «scholium 1, 2 o scholia», sobre la humanidad de Cristo, que yo buscaba, meditaba y oraba en mi oración y relación personal con el Señor.

Me impresionaba ya entonces la importancia de la humanidad en Cristo, como sacramento de la Divinidad y de la Salvación de los hombres, como manifestación de su amor a todos los hombres, como puente de unión entre lo divino y lo humano, a pesar de que la teología de entonces era toda sobre su divinidad y su persona de Hijo de Dios, el Verbo.

Y me subyugó como el modelo perfecto que tenía que imitar y seguir en mi vida cristiana y sacerdotal, porque la divinidad no es visible ni tocable, ni imitable. Todo lo había manifestado y realizado y hecho visible el Hijo de Dios por su humanidad, desde el misterio de la Encarnación, hasta la Pasión, Muerte y Resurrección, que es la de todos.

Por ella, como puente sagrado elegido por la Santísima Trinidad, nos vinieron y nos seguirán llegando todos los bienes de la Salvación, y es el único puente de enlace entre Dios y los hombres, el único Sacramento, el único camino elegido y santificado y santificador por donde vienen a nosotros los dones y las gracias de Dios y nosotros llegamos hasta Dios y los misterios más profundos de la Trinidad Santísima: La humanidad de Cristo.

He meditado mucho sobre Jesucristo hombre. Es lo primero que veo y toco: su humanidad, su vida, sus hechos, sus ejemplos. Me ha enseñado y me sigue mostrando el camino que debo seguir para agradar al Padre; para mí es ejemplo insuperable de cumplimiento de su voluntad y me emociona ver y papar el cariño que Cristo tenía al Padre, porque me gustaría amarle también así.

Disfruto y dialogo y discuto y me apasiona su oración y relación con el Padre, su cariño a los niños, jóvenes, enfermos, pecadores…, y siempre a través de su humanidad. Así que he decidido escribir un larguísimo libro sobre la humanidad de Cristo, sobre Cristo hombre. Pero no precisamente con lo que yo piense y escriba, que esto ya tengo parte escrito en mis libros publicados; sino con lo que otros hermanos han dicho y escrito de Él. Que hay cosas muy bellas.

Quiero escribir este larguísimo libro sobre mi Dios y hermano Jesús, sobre su vida y virtudes, sobre su doctrina y ejemplo, pero no desde mis vivencias personales, como he hecho en mis veintidós libros publicados hasta ahora,  sino con las palabras y los pensamientos de estos autores que he leído hasta el día de hoy, por lo que este libro es para uso privado y no podrá ser publicado, porque no quiero lesionar los derechos de autor. Son unos apuntes que el profesor toma para explicar su lección en la clase; y los alumnos pueden copiar, porque son privados y se citan a los autores; y con las siguientes connotaciones:

 

A) Quiero que todo lo escrito vaya en línea no de Cristología especulativa o puramente teológica, sino teológica-espiritual-contemplativa. Así he tratado de hacerlo. Que todo sirva para la meditación, la oración, la contemplación de la humanidad de Cristo, de sus virtudes, doctrina, ejemplos e imitación.  

 

B) En esta línea los autores de los años 50-80 no han sido superados, según mi criterio. De hecho he comprado libros y libros de estos último años, pero Karl Adam, Columba Marmión, Guardini, Jean Gelot, J.B. Chautard… y otros que verás citados de aquellos años, aquellos profesores de la Gregoriana, S. Lionnet, Michel Ledrus, Bernard… etc, para mí, que no han sido superados. Y puedo aseguraros que he comprado y leído muchos autores modernos, más de cuarenta libros, algunos con dos y tres ediciones, pero yo no encuentro vida, hondura, vivencia… He escogido los veinticinco mejores  autores en este sentido que yo he leído en mi vida y ya son 75 años y 52 de sacerdocio.

 

C). El orden de selección y apartados que he seguido a la hora de escoger lo que más me gustaba de estos autores, excepto en algunos que prácticamente lo tenían así en sus libros, es el siguiente. Escojo un autor, leo todo el libro, y lo divido en cuatro apartados; apartados número:

 

  1. Escojo de este autor, más o menos, porque a veces está todo muy mezclado, todo lo que se refiere principalmente a la humanidad de Cristo como Sacramento de la Divinidad y de la Salvación de los hombres, como puente y sacerdocio por donde nos han venido todas las gracias y dones del Padre. En definitiva, la importancia de la humanidad de Cristo en el proyecto de Salvación del Padre.

 

  1. En el número 2 de cada autor pongo, más o menos, aquello que más ayude a meditar o descubrir la humanidad de Cristo como modelo de amor, seguimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre. Ya empiezo a hablar de sus actos y virtudes.

 

  1. En el número 3 escojo lo que, según mi criterio, más pueda ayudar de ese autor para conocer y meditar la vida y la doctrina de Cristo, el evangelio, pero en temas concretos; por eso he prescindido de Vidas de Cristo buenísimas como las del P. Lagrage, L. de Grandmaison, Ricchiotti, Papini…, porque aquí está todo mezclado y no se profundiza en una virtud o doctrina de Cristo, se anuncia y se desarrolla no ampliamente.

 

  1. Aquí  pongo sólo temas o meditaciones, concretas y amplias, sobre el amor, la bondad, la misericordia… y virtudes concretas, no generales, de Cristo. Pero de tal forma, que puedan ser dadas o predicadas sin necesidad de ser elaboradas. Mientras que las de los números anteriores, algunas, no todas, necesitan ser trabajadas, unas más, otras menos.

Que la Virgen Madre te lleve de la mano hasta el Hijo. Es su carne, su sangre, su vida. Ella lo conoce mejor que nadie. Y te llevará hasta Él.

 

 

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1. DIOS BAJA HASTA EL HOMBRE Y SE NOS DA EN LA HUMANIDAD DE JESUCRISTO

 

El misterio de Cristo es el misterio de la fe católica y cristiana. Este misterio, propiamente hablando, en que sea Dios, sino en que sea, al mismo tiempo, Dios y Hombre. El gran milagro, lo increíble, no está solamente en que la majestad de Dios brille en el rostro de Cristo, sino en que Dios se haya hecho verdadero hombre, en que Él, Dios, se haya manifestado bajo la forma humana.

En el mensaje cristiano no se trata únicamente de la elevación de la criatura hasta las alturas divinas, de una glorificación y de una divinización de la naturaleza humana, sino ante todo, del descenso de Dios, del Verbo divino, hasta la forma de esclavo de lo meramente humano. En esto consiste la esencia del auténtico mensaje cristiano: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn1, 14). “Se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres y en su condición exterior, presentándose como hombre” (Phil 2, 7).

Afirmar que Cristo es hombre verdadero, íntegro, que, aunque unido substancialmente a la divinidad, no deja por eso de tener, no ya sólo un cuerpo humano sino también un alma, voluntad y sentimientos humanos, que ha sido, en el sentido más verdadero y pleno, como uno de nosotros, todo ello es tan fundamental como aseverar por otra parte su divinidad.

La creencia en un «Verbo divino» creador no fue del todo extraña a los intelectuales paganos, en cuyas mitologías se encuentra con bastante frecuencia la opinión de que un dios puede manifestarse en forma visible y humana. Pero en todas estas encarnaciones paganas lo puramente humano pierde su significado y su valor propio. No es más que una envoltura sin consistencia, real una simple apariencia bajo la cual se manifiesta la divinidad. El docetismo es esencial a todas estas mitologías.

Muy diferente es el misterio cristiano de la Encarnación. La humanidad de Cristo no se reduce a una mera apariencia; tampoco sirve sólo para hacer a Dios sensible, ni es únicamente la forma visible bajo la cual Dios se presenta ante nosotros o el punto en el que la divinidad se nos patentiza.

La humanidad de Cristo tiene su realidad y función propias e independientes. Es el camino, el medio y el sacramento de que Dios se sirve para acercarse a nosotros y salvarnos. En toda la historia de las religiones no se encuentra nada parecido a esta doctrina fundamental del cristianismo: la salvación por la humanidad de Cristo. Su obra redentora consiste en que aquel que en un principio estaba en Dios, se ha hecho verdaderamente hombre, y así en esa y por esa humanidad ha llegado a ser la fuente de toda bendición.

Entre los apóstoles, ninguno ha visto con tanta claridad esta verdad ni le ha dado tanta importancia como san Pablo. El Hijo de Dios, al tomar la naturaleza humana, se ha unido y ha entrado a formar parte de la humanidad, haciéndose solidario con ella, menos en el pecado. Como hombre, ha llegado a ser nuestro hermano; como Verbo divino creador, el primogénito entre los hermanos; no sólo un hombre como nosotros, sino el hombre por antonomasia, el hombre nuevo, el segundo Adán.

En adelante, todo lo que piensa y quiera este hombre nuevo, todo lo que sufra y obre, lo piensa y lo quiere, lo sufre y lo obra con nosotros; nuestros destinos son solidarios. Más todavía: su vida, su muerte y su resurrección se realizan en unión real con nosotros. Bien mirado, sus pensamientos, acciones, dolores y su resurrección llegan a ser también nuestros. Y nuestra redención se ha realizado porque hemos sido incorporados a este Dios Hombre en toda la extensión de su realidad; desde el pesebre a la cruz y hasta la resurrección y la ascensión.

Esta incorporación es obra de la misteriosa eficacia del bautismo que penetra, para transformarnos, hasta el fondo de Nosotros mismos, por tanto, no sólo en nuestra inteligencia, voluntad y acción, sino hasta lo más íntimo de nuestro ser.

Ser redimido, ser cristiano, es entrar en comunión con la vida y resurrección de Cristo; es formar con el primogénito de los hermanos, con la cabeza de este cuerpo, con la totalidad de su obra redentora una unidad real, una comunidad nueva, un cuerpo único, su plenitud y su todo.

El Redentor es el hombre que, gracias a sus relaciones misteriosas y esenciales con Dios, merced a su identidad personal con el Verbo eterno, toma y lleva en sí la humanidad que va a rescatar.

Él es la unidad viviente de los redimidos, el principio supremo sobre el cual se funda y se cierra el círculo de la redención. Por eso la Encarnación del Verbo eterno es el verdadero punto central del cristianismo. Para nosotros, propiamente hablando, lo importante no es precisamente la esfera de la divinidad, el Verbo eterno en sí mismo, sino ese Hombre Jesucristo que, por y en virtud de la unión personal de su naturaleza humana con el Verbo divino, por su muerte y su resurrección, ha llegado a ser nuestro Mediador, nuestro Redentor y nuestro Salvador.

San Pablo hace resaltar esta verdad central del cristianismo cuando solemnemente declara: “No hay más que un solo Dios y asimismo sólo un Mediador entre Dios y nosotros, Jesucristo hombre, que se entregó a sí mismo en precio de rescate por todos” (1 Tim 2, 5). La Epístola a los Hebreos se sirve de expresiones litúrgicas para describir con más precisión esta misma idea central del cristianismo: “Tenemos en Jesucristo, Hijo de Dios, un gran Pontífice, que penetró en los cielos... Tenemos un gran Pontífice que se compadece de nuestras flaquezas; para asemejarse a nosotros las experimentó todas, excepto el pecado” (Hb 4,14).

Mientras vivimos en el tiempo, lo que para la piedad cristiana domina en la figura de Cristo, no es la majestad divina ni el esplendor de Dios. Decimos en la figura de Cristo. Es evidente que la Divinidad infinita y trascendente, el Dios Trino, aquel a quien los hombres llamamos Padre, Creador del cielo y de la tierra, es y debe permanecer objeto único de la piedad y culto cristianos. «Al Padre debe dirigirse siempre nuestra oración». Tal es la regla fundamental de la liturgia cristiana formulada ya por san Agustín: “Ha llegado la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23). Pero esta adoración del Padre no se identifica con el culto a Cristo. Dios hecho hombre no es el último término, el verdadero objeto de nuestra adoración; Él es el Mediador. No es, pues, a Él sino por Él, por quien la Iglesia cristiana, de ordinario, ora. En toda la liturgia romana la oración se dirige al Padre por medio de Cristo, nuestro Señor», dama aún hoy nuestra liturgia.

La esencia del a fe cristiana culmina en esta paradoja:
El verdadero Hijo de Dios es también verdadero hombre. La sublimidad, la audacia del mensaje cristiano consiste en ver y poner siempre, a la vez, en Cristo, todos los rasgos contradictorios de estos componentes: Dios y hombre.

En estos escritos, en los que voy a poner todo lo mejor que he leído y meditado sobre la personalidad humana de Cristo, sobre su personalidad moral e intelectual humana, sobre sus virtudes y ejemplos de vida humana, siempre unida y realizada por el Verbo de Dios, enviado por el Padre para abrirnos las puertas del Misterio y de la Esencia Trinitaria. Jesús de Nazaret es la puerta y subiendo por su humanidad, ya resucitada, somos introducidos en la Vida y Amor de nuestro Dios Trino y Uno.

Ésta es la razón por la cual en esta obra no vamos a hablar exclusivamente de la divinidad de Cristo, sino del Dios hecho hombre, del Dios que está ante nosotros bajo la forma de siervo, de ese Cristo que en la mañana de Pascua dijo a María Magdalena en el huerto: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20, 17).

No se va a tratar solamente del Verbo eterno en el seno de la divinidad, de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, sino del Hijo de Dios bajo su forma humana, del Hijo del Hombre, elevado y sentado a la diestra del Padre, de aquel a quien Dios “ha hecho Señor y Cristo” (Act 2, 30), “que ha ensalzado hasta su diestra para hacerle Señor y Salvador” (Act 5, 31), de ese Dios hecho hombre que decía de sí mismo: “Mi Padre es mayor que yo” (Ioh 14, 28).

Sólo al hablar de ese Dios encarnado, sin perder jamás de vista ni su naturaleza divina, ni la humana, y situando cada una de ellas en su verdadero puesto, estaremos seguros de hallarnos en el justo medio, en la esencia del cristianismo.

2. EL HOMBRE SUBE HASTA DIOS POR LA HUMANIDAD DEL HIJO

   Nosotros subimos hasta la Divinidad por la humanidad de Jesucristo. La  humanidad de Cristo es el sacramento del encuentro del hombre con Dios, es el puente que no lleva hasta Él, es el signo, el sacramento de la presencia de Dios en medio de nosotros.

La humanidad de Jesús, en tanto que humanidad del Hijo, es para nosotros la mediación, el punto de apoyo a nuestro alcance por el que tenernos la certeza de poder encontrar a Dios y unimos a El.

En efecto, dice san Pablo: «en Él reside corporalmente toda la plenitud de la Divinidad» (Col 2, 9). La humanidad de Jesús es el sacramento primordial por el cual la Divinidad se hace accesible a los hombres.

Si hacemos oración para entrar en contacto con Dios, como a Dios nadie le puede ver ¿Cuál es el modo, el medio que se nos ha dado para encontrar a Dios? Hay un único mediador, el Cristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

Somos personas de carne y hueso; necesitamos ayudas sensibles para acceder a las realidades espirituales. Dios lo sabe, y eso explica todo el misterio de la Encamación. Tenemos necesidad de ver, de tocar,  de sentir.

La humanidad sensible y concreta de Jesús es para nosotros la expresión de la maravillosa condescendencia de Dios, que conoce nuestra forma de ser y nos da la posibilidad de acceder humanamente a lo divino, de tocarlo por medios humanos. La Redención se realizó por medio de la Humanidad del Hijo, del hombre Jesús.

Dios se ha hecho hombre. Lo espiritual se ha hecho carnal. Jesús es para nosotros el camino hacia Dios: «El que me ve a mí, ve al Padre», contesta Jesús a la petición de Felipe: «Muéstranos al Padre y eso nos basta» (Jn 14, 8-9).

Hay en ello un muy hermoso y gran misterio. La humanidad de Jesús en todos sus aspectos, hasta los más humildes y más secundarios en apariencia, es para nosotros como un inmenso espacio de comunión con Dios. Cada aspecto de esta humanidad, cada uno de sus rasgos —incluso el más pequeño y más oculto—, cada una de sus palabras, cada uno de sus hechos y de sus gestos, cada una de las etapas de su vida, desde la concepción en el seno de María hasta la Ascensión, nos pone en comunicación con el Padre siempre que lo recibamos en la fe.

Recorriendo esta humanidad como un paisaje que nos perteneciera, como un libro escrito para nosotros, nos lo apropiamos en la fe y en el amor; no cesamos de crecer en una comunión con el misterio inaccesible e insondable de Dios.

Esto significa que la oración del cristiano siempre se basará en una cierta relación con la humanidad del Salvador. Todas las variadas formas de oración. Sabemos lo mucho que insistía santa Teresa de Jesús en esta verdad, al contrario de los que enseñaban que para llegar a la unión con Dios, a la pura contemplación, es preciso abandonar, en determinado momento, toda referencia sensible, incluso a la humanidad del Señor. Cf. Lib,» de la Vida, cap. 22, y Sextas Moradas VII.

«La infancia de Jesús es un estado pasajero, pues las circunstancias de esta infancia han pasado y ya no es un niño. No obstante, hay algo divino en ese misterio que persevera en el cielo y que obra un modo de gracia semejante en las almas que están en la tierra, que Jesús gusta de asignar y dedicar a ese humilde primer estado de su persona.»

Hay mil formas de entrar en contacto con la humanidad de Jesús: contemplar sus hechos y sus gestos, meditar su comportamiento, sus palabras, cada uno de los acontecimientos de su vida terrena, conservarlos en nuestra memoria, mirar su rostro en una imagen, adorarle en su Cuerpo en la Eucaristía, pronunciar su Nombre con amor y guardarlo en nuestro corazón, etc. Todo eso nos ayuda a hacer oración solamente con una condición: que esta actividad no sea una curiosidad intelectual, sino una búsqueda amorosa: «Busqué al amado de mi alma» (Ct 3, 1).

En efecto, lo que nos permite apropiamos plenamente de la humanidad de Jesús, y por ella entrar en comunicación real con el misterio insondable de  Dios, no es la mera especulación de la inteligencia, sino la fe, la fe como virtud teologal, es decir, la fe animada por el amor.

Sólo ella —y san Juan de la Cruz insiste ordinariamente en este punto—, tiene el poder, la fuerza necesaria para hacemos entrar realmente en posesión del misterio de Dios a través de la persona de Cristo. Sólo ella nos permite alcanzar realmente a Dios en la profundidad de su misterio: la fe, que es la adhesión de todo el ser a Cristo, en quien Dios se nos da.

La consecuencia de todo esto, como hemos visto, consiste en que el modo de hacer oración para el cristiano es el de comunicamos con la humanidad de Jesús a través del pensamiento, de la mirada, de actos de la voluntad y según distintas vías a cada una de las cuales corresponde, por así decir, un «método de oración».

Un procedimiento clásico, por lo menos en Oriente, para entrar en la vida de oración es por ejemplo el que aconseja santa Teresa de Jesús: vivir en compañía de Jesús como con un amigo con el que se dialoga, al que se escucha, etc.: «Puede representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Humanidad, y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle para sus necesidades, y quejársele de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos, y no olvidarle por ellos, sin procurar oraciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidad. Es excelente manera de aprovechar, y muy en breve; y quien trabajare a traer consigo esta preciosa compañía, y se aprovechare mucho de ella, y de veras cobrare amor a este Señor, a quien tanto debemos, yo le doy por aprovechado» (Libro de la Vida, cap. 12).

 

ESTAS NOTAS ESCRITAS CON BOLÍGRAFO, QUE SIGUEN A CONTINUACIÓN, SON LAS QUE YO TOMABA LEYENDO LOS LIBROS. LAS PONGO CON GOZO COMO TESTIMONIO  DE LO QUE EL ESPÍRITU  ME INSPIRABA YA ENTONCES.

 

EN ESTE LIBRO, COMO VERÁS, ESTUDIO LOS DOS LIBROS MÁS IMPORTANTE DE DOM COLUMBA MARMIÓN: JESUCRISTO EN SUS MISTERIOS Y JESUCRISTO, VIDA DEL ALMA, EN EL QUE REPITE MUCHO DE ANTERIOR.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I. MARMIÓN: LA HUMANIDAD DE CRISTO, SACRAMENTO DE ENCUENTRO CON DIOS SALVADOR

 

 

 

POR EL VERBO ENCARNADO AL PADRE

 

        

 

 

      

 

     

 

          

 

 

 

MARMIÒN II:

 

LA  HUMANIDAD DECRISTO,  MODELO DE VIDA CRISTIANA: SEGUIMIENTO

 

 

 

LA HUMANIDAD DECRISTO

 

No nos extrañemos tampoco de que estas palabras nos revelen profundos misterios: Jesucristo mismo lo quiso. Para realizar nuestra unión con Él nos las dió a conocer; dispuso que los autores sagrados las recogiesen; envía a su santo Espíritu que «escudriña hasta las profundidades de Dios», para recordárnoslas, con objeto de que gustemos, «con toda sabiduría e inteligencia espiritual», los misterios de su vida íntima en Dios.

go de la agonía: «No se haga mi voluntad, sino la tuya, hasta la muerte ignominiosa de la cruz; «conviene que el mundo conozca que amo al Padre, y que según el mandato que me dió el Padre, así hago». Y cuando ha terminad ya todo, el último latido de su corazón, su pensamiento postrero es para el Padre: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu». El amor de Jesucristo a su Padre late en el fondo de todos sus estados, y explica todos sus misterios.

Agradable En esto se agrada también al Padre... Ved lo que Jesucristo decía en la Cena a sus apóstoles: «El Padre os ama...» Palabra muy regalada, y ¿dónde hallaréis otra que inspire tanta confianza como ésta? — ¿No procede acaso de Aquel que conoce los secretos del Padre? «El Padre os ama... » Y ¿qué razón les da? «Porque Vosotros me habéis amado, y habéis creído que salí del Padre, ». Creer, pero con una fe práctica que nos ponga en manos de Dios para servirle, creer, digo, que Jesucristo, el Verbo en 26, carnado, procede del Padre, es el mejor modo de agradar a Dios.

Repitamos, pues, con frecuencia y con una profunda reverencia, después de la comunión sobre todo, las palabras del Credo: «¡Oh Jesús! Tú eres el Verbo que nació del Padre, anterior a todos los siglos; Tú eres Dios, salido ¡lt Dios, luz que brota de la luz, verdadero Dios nacido de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustawcia que el Padre que hizo todas las cosas. ¡Le canto con mis propios labios; concédeme la gracia de proclamarle con mis obras!».

 

 

 

 

5, CONSECUENCIAS PRÁCTICAS DE ESTAS DOCTRINAS: PERMANECER UNIDO AL VERBO ENCARNADO, POR LA FE, LAS OBRAS Y EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

 

Y ahora, ¿qué consecuencias prácticas se deducen de esta doctrina? Si el Padre Eterno tiene decretado que seamos sus hijos, pero lo seamos mediante su propio Hijo: «Nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo»; si determinó que sólo por su Hijo tendremos parte en la herencia de su bienaventuranza, es imposible realizar el plan que Dios tiene sobre nosotros, y, por lo tanto, asumir nuestra salvación, si no permanecemos unidos al Hijo, al Verbo. — No olvidemos nunca que no hay otro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MARMIÓN III:

CONTEMPLACIÓN DE LA VIDA Y PALABRA DE CRISTO

 LOS MISTERIOS DE JESUCRISTO: DIOS SE HACE HOMBRE: ADVIENTO: ENCARNACIÓN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 MARMIÓN IV

 VIRTUDES Y ACTOS HUMANOS CONCRETOS DE CRISTO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

MIS NOTAS Y APUNTES

 

 

 

 I. MARMIÓN

 

 LA HUMANIDAD DE CRISTO, SACRAMENTO DE ENCUENTRO CON DIOS Y LA SALVACIÓN

 

 

 

 

II. MARMIÓN

 

LA  HUMANIDAD DECRISTO,  MODELO DE VIDA CRISTIANA

 

 

 

III MARMIÓN

CONTEMPLACIÓN DE LA VIDA Y PALABRA DE CRISTO

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

IV MARMIÓN

VIRTUDES Y ACTOS HUMANOS CONCRETOS DE CRISTO

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