MEDITACIONES PARA RELIGIOSAS

AQUÍ ESCRIBO TODO LO MÁS IMPORTANTE Y REFERENTE QUE HE PUBLICADO REFERENTE A RELIGIOSAS TANTO DE TEMAS EUCARISTICOS COMO MARIANOS Y SACERDOTALES  Y DE  OTRAS MATERIAS: PONGO RELIGIOSAS PORQUE A ELLAS Y PRINCIPALMENTE CONTEMPLATIVAS FUERON DIRIGICAS ESTAS MEDITACIONES AUNQUE VALEN PARA TODOS LOS  CREYENTES, SOBRE TODO CONSAGRADOS.

POR LO TANTO PROCURARÉ QUE,  AUNQUE ALGUNAS DE ESTAS MEDITACIONES ESTÉN EN OTROS SITIOS, LAS PONDRÉ AQUÍ TAMBIÉN, POR SER ÚTILES PARA RELIGIOSAS, ESPECIALMENTE MEDITACIONES DE MARIA, MADRE Y VIRGEN, MODELO DE RELIGIOSAS.

 

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MEDITACIONES

 

FALTAN ALMAS DE ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ALMAS EUCARÍSTICAS, EN VIDA CRISTIANA, SACERDOTAL Y RELIGIOSA

 

6.-  QUERIDAS CARMELITAS, Necesitamos almas transfiguradas  por la gracia y las obras, que siembren un reguero de luz en el mundo, que puedan ser testigos del Dios vivo, que iluminen con su existencia  las tinieblas de este mundo, que sean capaces de mostrar con una vida santa un reflejo de la luz del Dios vivo, VIVO, de Cristo resucitado. ESTAMOS EN PASCUA.

Y ESAS ALMAS SOIS VOSOTRAS, QUERIDAS CARMELITAS. CRISTO OS HA LLAMADO, OS HA DADO ESTA VOCACIÓN, SED FUERTES Y CONSTANTES, sed santas, DIOS OS LLAMA PORQUE OS NECESITA LA IGLESIA, EL MUNDO,

--Cristo, háblanos Tú y dinos que estás deseoso de mostrarnos tu Divinidad; háblanos a través de tu sacerdote Gonzalo, y dinos que quieres transfigurarte, MOSTRARTE VIVO Y RESUCITADO ante nosotros.

Te necesitamos. Queremos ser de tus íntimas, que tienen el honor de ver tu rostro RESUCITADO, como la Magdalena y las mujeres que iban al sepulcro, queremos anticipar el cielo en la tierra por la oración teresiana y sanjuanista, san Juan de la Cruz,  subiendo por la montaña de la mortificación del yo que lo impide, de la conversión permanente de nuestras soberbias, envidias y pecados de crítica y de todo tipo, CONVERSIÓN PERMANENTE, toda mi vida, NOS CEDER nunca AL CANSANCIO, A LA MONOTONÍA,  a la crítica.. Queremos tener tanta luz de tu rostro en el nuestro, verte vivo y resucitado, contemplado vivo y transfigurado por una oración que ya no sea meramente reflexiva o meditativa, sino oración unitiva y contemplativa de nuestra madre Teresa y maestro S. Juan de la Cruz, hasta el punto de que de cada una de nosotras pueda decirse como de Moisés: han visto al Invisible. 

7.- Juan Pablo II en la NMI nos dice: «Se equivoca quien piense que el común de los cristianos puede conformarse con una oración superflua” (34). Y si esto lo dice para el cristiano de a pié, qué está diciendo de vosotras… que tenéis que subir or la montaña de la oración diaria hasta el encuentro vivo con el Señor.

Como podemos ver, para el Papa, no son suficientes los rezos, hay que meditar y orar y subir hasta la contemplación por las diversas moradas de santa Teresa, por las noches del alma de san Juan de la Cruz, por la purificación de la fe, del amor y de la esperanza, las virtudes sobrenaturales que nos unen con Dios.

Y, refiriéndose a los sacerdotes, nos advierte que tenemos que ser maestros de oración, cosa difícil, si no la hacemos y tenemos esa experiencia. “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral» (34).

 

8.- Y Madre Teresa de Calcuta nos habla también muy claro en este sentido: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración». «He dicho a los obispos… que las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración… La necesidad que tenemos de oración es tan grande que sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí».

Vosotras, queridas carmelitas, sois almas apostólicas por la oración e intercesión continua a Dios pidiendo la salvación y la santidad del mundo, de los sacerdotes, de la juventud, por tantas y tantas gracias y ayudas de Dios que necesitan los hombres, este mundo.

Y añado una nota esencial que debe acompañar a toda nuestra oración personal… o litúrgica… o comunitaria: debe palparse y expresarse en la comunidad: mi unión con JESÚS DEBE VIVIRSE Y PALPARSE EN LA COMUNIDAD (TEXTO: Jn 20,19—23)

 

 

REFLEXIÓN

 

Al anochecer de aquel día, le primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”: Y diciendo eso les enseñé las Manos y el Costado y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así también os envío Yo”: Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retenidos, les quedan retenidos…”

 

 

Este pasaje evangélico tuvo lugar el Domingo de Resurrección al atardecer, a última hora del día. Y dice que “los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos”: Las puertas cerradas nos indican el desamparo en que se hallaban los discípulos en medio de un ambiente hostil: tenían miedo, estaban asustados y estaban encerrados. (como ahora, ambiente hostil en el mundo y hasta en la Iglesia hacia la vida religiosa enclaustrada).

Y es precioso ver cómo Jesús rompe esa cerrazón de los discípulos y se hace presente en el centro. Lo dice claramente: “entró Jesús y se puso en medio de ellos”: Jesús debe no solo estar sino ser siempre el centro de los discípulos, de vuestra comunidad contemplativa, porque Jesús, siendo el centro de nuestras vidas e intenciones y deseos,  es fuente permanente y continua de vida, es punto de referencia de nuestro pensar y obrar, es el factor de la unidad entre nosotros, en la comunidad, el que logra la unidad, el que crea la unidad entre los discípulos, entonces y ahora y siempre.

Y cuando se pone en el medio, cuando los discípulos, la comunidad de sus seguidores, le contemplan y miran en el centro de su oración y de sus vidas, reciben de Él el saludo de la Pascua y se acaba el miedo y el temor de sus seguidores y discípulos de todos los tiempos: “Paz a vosotros”.

La presencia de Jesús en el centro de la comunidad da como fruto inmediato la paz, la unión, la fraternidad, el perdón; es más, es signo y señal de que es una verdadera comunidad cristiana, donde Cristo es el centro, es signo de su presencia y verdad: “Paz a vosotros”.

Podemos decir —sin miedo a exagerar— que, cuando en una comunidad no hay paz, cuando se pierde la paz, es porque  Jesús no está en medio de ella; no porque se le haya expulsado del todo, sino se le ha arrinconado, no tiene la importancia esencial que debiera dentro de los miembros de la comunidad que deben estar pendientes y mirándole siempre con su amor y comportamientos porque Jesús, como vemos en este pasaje, hablando con ellos y perdonando su comportamiento es el único constructor de la comunidad, no la superiora o la abadesa.

Para que en una comunidad haya paz, Jesús tiene que ser el centro. Y si no algo muy importante está fallando: la santidad, la unión verdadera con Cristo por parte de algunos de sus miembros.

Y después dice otra cosa preciosa y bellísima de significado, dice: “les mostró las Manos y el Costado”: Podría haberles mostrado otra parte del cuerpo ¿no? ¡No!! Les mostro las Manos y el Costado.

Las Manos y el Costado son sencillamente la expresión de que sus obras están hechas con el trabajo de las manos y el amor del corazón; que  las obras se hacen con el esfuerzo de las manos— y el amor que brota del corazón.

Jesús se da a conocer por sus obras, como todos nosotros, ya lo dijo el Señor: “por sus obras los conoceréis”, y por el Amor, por la señal de sus Manos y por su Costado abierto por amor.

Vosotras, también, en la oración y en ratos de convivencia con Cristo y las hermanas, tenéis que mostrar como Cristo resucitado, las manos y el costado, vuestro trabajo y amor en comunidad, como expresión de vuestro amor a Dios y a las hermanas.

Ellos, dice el evangelio, “se llenaron de alegría al ver al Señor”: Cuando se reconoce a Jesús en el seno de una comunidad brota la alegría. Primero, la paz, la unión, superando guerras, envidias, celotipias, y después la alegría de saber que Jesús está ahí, presente, en medio de las hermanas, en el seno de la comunidad.

Nuestra misión es exactamente esa: vivir unidas en la misma fe y amor a Cristo y mostrar al mundo entero el Rostro de Jesús, hacer que el mundo se sienta lleno de alegría cuando compruebe que Jesús está en el medio de nosotros, de nuestra comunidad.

Y para eso tenemos luchar lo que haya que luchar, vencer toda clase de dificultades, superar críticas, olvidos y desprecios, … eso debe ser una vida religiosas y entregada totalmente al Señor, y hacerlo todo por Él y con Él mirando a Cristo en los hermanos/as mostrando así a todos, como Cristo, la manos y el costado llagados de amor y por amor, con sufrimientos por crucificar el propio yo, el egoísmo, la comodidad.

Con las obras y el amor comunitario tenemos que mostrar a Jesús al mundo entero, hacerle presente, para que el mundo, los que nos contemplen se llenen de la alegría y certeza de la fe, de que Dios existe y no ama, y nos llena de su mismo amor.

Y hay un detalle muy hermoso: y es que estamos contemplando un pasaje en el que Jesús ya está resucitado, su Cuerpo está glorificado y es precioso que, en ese Cuerpo Resucitado y glorificado de Jesús, permanezcan las marcas de las Manos y del Costado.

Así es como nosotros debemos aparecer ante el Señor ahora ya en la tierra y luego, resucitados, en el cielo, porque al comer el cuerpo de Cristo resucitado en la Comunión Eucarística, su cuerpo nos ha llagado de su mismo amor y vivimos su misma vida, muriendo a nuestro yo y pecado, a nuestro cuerpo por identificarnos totalmente por la comunión y el amor con el cuerpo de Cristo.

Ya no es un cuerpo mortal, ya es un Cuerpo glorioso, resucitado, vencedor de la muerte, pero conserva —yo me las quiero imaginar resplandecientes de belleza y resplandecientes de luz— las señales de los clavos y el Costado abierto. Como las que tú has sufrido en la tierra y a veces en tu comunidad o en tu vida de sacerdote o simplemente bautizado.

¿Qué significado tiene esto? Dicen los exegetas que las señales de la Pasión en el Cuerpo glorioso de Jesús nos indican la permanencia de su Amor, la perpetuidad de su Amor. Su Amor permanece porque ha vencido a la muerte. En nosotros indicarán eso mismo, nuestro amor, los trabajos hechos por Él con sufrimientos o con gozo, en fin, nuestra vida de consagradas.

 Las señales indican que el Amor de Jesús es más fuerte que la muerte, que ha vencido a la muerte. Eso significan las señales de la Pasión en el Cuerpo glorioso de Jesús como lo indicarán en nosotros. Él padeció la Pasión en el acto más grande de amor que se ha podido dar en toda la historia, amor extremo de cualquier hombre, hasta dar la vida. Y las señales de ese acto, el recuerdo de ese acto, permanecen presentes en el Cuerpo glorificado de Jesús. Como permanecerán en todos nosotros que por amor a nuestro Cristo, Dios y Señor de nuestras vidas, hemos sabido sufrir por Él.

No tenemos que tener miedo a presentarnos al Señor llenos de rasguños, de heridas y de cicatrices por haber amado, porque El ha ido por delante también en eso. Muchas veces tenemos mucho miedo a amar, sobre todo ¡muchísimo!, a perdonar, a olvidar, por lo que nos pueda pasar; porque, efectivamente, el amor nos hace vulnerables y el amor muchísimas veces, la inmensa mayoría de las veces, supone sufrir por las personas a las que se ama.

Jesús no tuvo miedo y se presenta al Padre con sus cicatrices por haber amado a sus discípulos, por habernos amado a todos los hombres. No tenemos que tener miedo a llevar el corazón lleno de cicatrices por haber amado, por haber sufrido latigazos de los hombres, nuestros hermanos, nuestras hermanas, por haber perdonado, por haber sufrido desprecios en silencio.

A lo que tenemos que tener muchísimo miedo —auténtico pavor— es a presentarnos ante el Padre con el corazón intacto, sin un solo rasguño, sin que nada nos haya rozado... Porque eso va a significar que nunca hemos arriesgado nada, que nunca hemos amado, que nunca hemos ayudado a Cristo a llevar el peso de los pecados del mundo y de los hermanos.

Nuestro corazón ha de tener cicatrices, ¡cicatrices de guerra, de haber luchado, de haber peleado por amar de verdad a nuestros hermanos! ¡de haber peleado con nuestro egoísmo, de haber peleado —pero a muerte— contra nuestro amor propio que tanto nos quiere dominar y esclavizar! Y eso... nos dejará cicatrices, pero... ¡benditas cicatrices! ¡Ojalá tengamos muchas!

Jesús no nos entregó su Corazón en la tarde del Viernes Santo nuevecito, intacto y sin un rasguño. ¡No! ¡Nos lo entregó roto! ¡Triturado! ¡Como si no hubiera podido soportar el peso y la fuerza de su propio Amor al hombre! El Amor fue quien le mató, quien le hizo morir.

Jesús no murió a manos de los judíos ni de los romanos. ¡No, no! Jesús murió víctima de su propia Pasión de Amor al hombre y Amor a la Voluntad del Padre. ¡Por eso nos entregó un Corazón roto, hecho jirones!

Y nuestro corazón tiene que ser semejante al suyo también en eso: en haber amado hasta morir, hasta dar la vida.
Por eso... ¡ojalá que también, cuando nos presentemos ante el Señor, podamos presentar las señales de nuestra pasión por haber amado, de lo que hayamos padecido por amor! Creo que ese es el distintivo más hermoso y la condecoración más bella.

La permanencia de las señales en las Manos y en el Costado indica la permanencia de su Amor. Y muy ligadas a este pasaje evangélico que presentamos hoy, están también las dos apariciones a María Magdalena y a Tomás.

Yo creo que todas las monjas carmelitas de este convento llevarán estas señales. Pero ¿las tenéis ya? Pues a tratar de no rechazarlas cuando te las graben en la comunidad o en la familia o donde sea. Hay que llevar señales de haber sufrido por Cristo.

Queridas hermanas, por experiencia personal y de Iglesia, por la experiencia de congregaciones y de historia de los siglos, podemos ver y constatar que el único Corazón que puede realizar la unidad de nuestra comunidad y de toda la comunidad de la Iglesia, como Cristo rezó y pidió al Padre en la Última Cena, es su Espíritu, el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que es el Espíritu Santo. (aquí puede meter alguna idea de mi meditación sobre Pentecostés, meter aquí mi meditación del Espíritu Santo o una de ellas) .

 

Celebrando, comulgando y venerando a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía es como hacemos comunidad de hermanos y hermanas: “Ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima eucaristía… (poner algún texto de la presencia..). Es un deseo intenso de su Corazón.

 

En su Oración Sacerdotal Jesús hace esta súplica que resuena permanentemente en el Corazón del Padre: “Que sean completamente uno para que el mundo crea; como tú, Padre, en mí y Yo en Ti, que sean completamente uno para que el mundo crea”(Jn 17,21). 

En ese momento supremo, en que Jesús nos amó hasta el extremo, no le pide al Padre por nuestra santidad, ni por ninguna otra cosa grande, sino algo aparentemente simple... digo aparentemente, porque Él sabía que no era fácil y que no iba a ser fácil. Pide el don de la unidad como signo de amor, de plenitud de amor y como testimonio de la autenticidad de nuestra fe.

Queridas hermanas carmelitas, vuestra unión en el amor es el reclamo para que el mundo crea. Si no nos amamos de verdad, como El nos ama, nunca seremos completamente uno y nuestra vida no dará testimonio de fe y no llevara a otros a la fe.

¿Por qué es tan importante la unidad? Reflexionando y contemplando al Señor he llegado a la conclusión de que la unidad es el signo externo del amor, que es el que une de verdad, el que aglutina, el que apiña... El que hace uno es el amor; mientras que el odio crea la división, es negación del amor, de Dios y de su obra.

Contemplando al Señor se ve claramente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno; son la Unidad Perfecta, son el Amor Perfecto, la Verdad, la Vida...

¡Tenemos que hacer piña en torno a su Corazón, al corazón eucarístico de Cristo y obedecer a su Mandamiento nuevo: “amaos lo unos a los otros…! Obedecer a su precepto de amor!!
¡Qué importante es obedecer para permanecer unidos!

Contemplamos ahora ese Jesús del Sagrario, del cielo, el mismo de Palestina que nos ha llamado y nos llama, y nos sigue llamando a la unidad. Ese Jesús del Sagrario que ante nuestros silencios, egoísmos y desobediencias, causa a veces de división y de discordias, permanece aparentemente en silencio.

Un silencio manso, sereno, humilde, pero dolorido y que nos repite a viva voz y sin cesar: “Amaos y sed uno! ¡Sed completamente uno para que el mundo crea, para que el mundo pueda creer!” Si nos amamos y alcanzamos esa unidad, haremos presente a Jesús en el mundo de hoy, le haremos de verdad Vida y nuestros semejantes le podrán ver en nosotros.

Hermanas, que cuantos se acerquen a vosotras...en el convento o en la calle, en el locutorio o en el teléfono ¡ que vean a Jesús! Y para que vean a Jesús es necesario que seamos completamente uno y el mundo podrá creer. Lo ha dicho el Señor. Lo ha pedido el Hijo al Padre para su Iglesia, para todas vosotrs.

Hermanas carmelitas de Don Benito, ¡Miradle! ¡Contempladle! Pidamos la gracia de la unión en la comunidad, del amor que nos haga hermanas felices al sentirnos amadas por Dios y por la comunidad, por todas las hermanas, de ser comunidad perfecta en el amor, de ser de verdad un solo corazón y una sola alma los que estamos aquí adorando su Cuerpo y reconociendo su Señorío en nuestras vidas.

 

Señor Jesús; concédenos la gracia de la unidad en Ti, en tu Amor, en tu Corazón. Que seamos de verdad Uno en Ti, verdadera comunidad de amor y de fe, para que el mundo crea, por nuestro testimonio, que Tú eres el único Camino verdadero para la Felicidad auténtica e imperecedera.

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EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS/AS

 

1. «Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad » (Jn 17, 19)

¿Me propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?

 

2. «Este es mi cuerpo» (Mt 26, 26)

¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida interior? ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias? ¿Constituye la Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?

 

3. «El celo por tu casa me devora» (Jn 2, 17)

¿Celebro la Misa según los ritos y las normas establecidas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con cuidado los vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?

 

4. «Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9)

¿Me produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento? ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?

 

5. «Explícanos la parábola» (Mt 13, 36)

¿Realizo todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito asiduamente la Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?

 

6. Es preciso «orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1)

¿Celebro cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente? ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?

 

7. «Ven y sígueme» (Mt 19, 21)

¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida? ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato? ¿Me he detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con las diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?

 

8. «¿Quién eres Tú?» (Jn 1, 20)

En mi conducta habitual, ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener? ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi condición de sacerdote?

 

9. «El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20)

¿Amo la pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado, interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir los momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?

 

10. «Has ocultado estas cosas a sabios y inteligentes, y se las has revelado a los pequeños » (Mt 11, 25)

¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades interiores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.? ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?

 

11. «Al instante salió sangre y agua» (Jn 19, 34)

¿Tengo la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?

 

12. «Tú eres Pedro» (Mt 16, 18)

Nihil sine Episcopo—nada sin el Obispo— decía San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi ministerio sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus enseñanzas e intenciones?

 

13. «Que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34)

¿He vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he

desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He criticado a mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren por enfermedad física o dolor moral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?

 

14. «Yo soy el camino, la verdad y la vida » (Jn 14, 6)

¿Conozco en profundidad las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito fielmente? ¿Soy consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio, tanto solemne como ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño a las almas?

 

15. «Vete, y en adelante, no peques más» (Jn 8, 11)

El anuncio de la Palabra de Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato? ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación? ¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico? ¿Preparo con cuidado la predicación y la catequesis? ¿Predico con celo y con amor de Dios?

 

16. «Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Mc 3, 13)

¿Estoy atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y por la santificación del clero?

 

17. «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a se rvir» (Mt 20, 28)

¿He tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente? ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras? ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor? ¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio? ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de servicio?

 

18. «Tengo sed» (Jn 19, 28)

¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis deberes pastorales? ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles difuntos?

 

19. «¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre!» (Jn 19, 26-27)

¿Recurro lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? ¿Reservo un espacio en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?e

 

20. «Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23, 44)

¿Soy solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia final y invito a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los sufragios por las almas de los difuntos?

 

 

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DON BENITO: CARMELITAS DESCALZAS: (Leer el evangelio del DOMINGO II DE CUARESMA… y seguir… ¡SEÑOR, TRANSFIGÚRATE ANTE MÍ, TANSFIGÚRAME CONTIGO, TRANSFIGÚRAME EN TÍ! S. JUAN DE LA CRUZ: MEDITACIÓN, CONTEMPLACIÓN Y TRANSFORMACIÓN: QUEDÉME Y OLVIDEME…NUESTRA TRANSFIGURACIÓN EN CRISTO

 

       1.- Señor, Cristo Eucaristía ¿pero cómo dices a los tres discípulos que no digan a nadie lo que acaban de  ver, tu rostro transfigurado, cuando todos estamos necesitados de almas que te hayan visto transfigurado, a quienes te hayas manifestado en tu realidad divina? Porque en definitiva todos queremos tocarte, todos queremos verte, porque todo en nuestra vida cristiana de relación contigo es cuestión de fe, de fe heredada que debe convertirse en fe personal, en experiencia de fe  viva y sentida. Especialmente, vosotras, queridas, queridísimas carmelitas, que lo habéis dejado todo por vuestro amado esposo amado, el Señor Jesucristo.

       Hoy, hermanas, hay hay mucha crisis de fe en Dios, en su Hijo Jesucristo, porque el mundo sirve a otros dioses,  busca la felicidad que dan los ídolos del dinero o de la carne o del consumismo y a ellos le da culto idolátrico, de la mañana a la noche, el culto que sólo debe darse a Dios, al Dios verdadero, no a los ídolos que adoramos.

El mundo, incluso nosotros los cristianos, bombardeados continuamente por los placeres que ofrece  la televisión, la vida, buscamos la felicidad por otros caminos que los mandamientos de Dios, que los caminos marcados por el Evangelio, los caminos de la santidad…; para ser felices, los hombres, el mundo, como en otros tiempos, becerro de oro, Sodoma y Gomorra, se arrodillan ante la comodidad, el dinero, el sexo prohibido, el egoísmo, que  mata el amor entregado y verdadero, y produce robos, divorcios, matrimonios rotos, padres ancianos abandonados, hijos tristes por el egoísmo de los padres,.

       El hombre está hecho por Dios para la hartura de la divinidad y no podemos saciarnos con las migajas de las criaturas. De hecho cuanto más cosas limitadas consumimos, más limitados y vacíos y más vacíos nos sentimos. Lo de San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

Y para conocerte a Ti y verte transfigurado, confidente y amigo de los hombres,  el camino es la oración “trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama”, como dirá santa Teresa de Jesús.

 

       2.- Faltan estas almas de oración, de ratos de fe y sagrario, almas que tengan experiencia del Dios vivo; que puedan decir que Dios existe y es verdad porque lo han visto en  el Tabor de su oración personal sentida y transformante; faltan almas de oración diaria y de conversión a los mandamientos de Dios.

La mayor pobreza de la Iglesia será siempre pobreza de oración, que es la que nos lleva hasta el Tabor, de subir por la montaña del diálogo con Dios hasta la altura de la experiencia de Dios. Si queremos llegar hasta aquí, nos dice San Juan de la Cruz, que hay que ir dejando todo lo que nos impide la santidad, la vida cristiana perfecta, el cumplimientos de los mandamientos de Dios con perfección. Dejarlo todo, para poseer al Todo, que es Dios.

       La oración nos da a conocer y sentir el verdadero rostro de Jesús; el Evangelio no se comprende hasta que no se vive, hasta que no se experimenta. Para los Apóstoles, que no subieron a la montaña de la oración, para los que se quedaron en el llano, Cristo siguió siendo el mismo de siempre, porque no escucharon la voz del Padre, revelando a su Hijo: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”.

Para muchos, Cristo presente en el Sagrario, en el pan eucarístico,  sigue siendo un trozo de pan y vino, no sienten a Cristo vivo, vivo y resucitado en el pan, creen en Él pero no lo han experimentado; para los que permanecen en la llanura de la fe, para los que no suben por la montaña de la oración y conversión, para los que no hacen diariamente oración, Cristo sigue siendo objeto de fe.

Sólo las almas que suben por la montaña de la oración por la meditación diaria del evangelio, o por otras ayudas y libros hasta la altura de la montaña de oración,  contemplarán la belleza de un Cristo, Hijo de Dios y Resplandor de la gloria del Padre. Sólo Pedro, Juan y Santiago y todos los hombres y mujeres de oración le ven a Cristo vivo, y lo sienten vivo y transfigurado, y no como trozo de pan, como todos los que tienen fe cristiana y ya es bastante, pero no tienen experiencia de su amor, no se sienten habitados por su amor; y todo porque no han subido por la montaña, al principio costosa de la oración.

Mi consejo: todos los días un rato de  oración, un rato de sagrario, de coger un libro o los evangelios y meditarlos e irse convirtiendo a lo que le dice el Señor en la meditación y así poco a poco van viendo a Cristo de otra manera, a Cristo vivo y transfigurado que le habla de amores eternos, y ha empezado el cielo en la tierra porque Cristo celeste, transfigurado, se va revelando, manifestando, transfigurando ante los que han subido hasta la cima de la montaña de la oración. Y eso lo digo no desde la teoría, sino por gracia de Dios, desde la experiencia, porque podía ser cura y hasta obispo y saber teología y hablar de Cristo, pero como no sea hombre de oración diaria y convertida no puedo ver a Cristo transfigurado.


       3.- La subida de Cristo a la montaña para transfigurarse ante ellos es la defensa de Cristo a la oración privada. No quiso manifestarse en el llano, porque es necesario el silencio de las cosas y de las voces del mundo para conocerle de verdad. Quien conoce a Cristo así, nunca lo olvida, ya no puede dejar de subir todos los días a la montaña de la oración y poco a poco, subiendo por el camino de la conversión permanente, llegará a ver a Cristo Transfigurado. Son necesarias la oración y la conversión, la penitencia, porque hay que subir con esfuerzo la montaña. Son las condiciones necesarias para conocer a Cristo. Años más tarde San Pedro recordará todavía impresionado la transfiguración del Señor, cuando escribe en su segunda Carta: “Porque no fue siguiendo artificiosas fábulas, como os dimos a conocer a Cristo, nosotros mismos contemplamos..”.

 

       4.- La transfiguración, la contemplación de Cristo es un signo de amistad. Ni siquiera todos los apóstoles merecieron este don. Porque nadie tiene obligación de revelar su interior a nadie, que no sea auténticamente amigo e íntimo suyo. Dios es Dios.  Nosotros somos criaturas, hemos de postrarnos como criaturas ante Él. Cristo es Dios, y sólo se revela a los que le buscan de verdad en la oración: «Que no es otra cosa oración mental sin trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama», dice santa Teresa.

 
5.- “Señor, qué bien se está aquí”. Pedro no se equivoca en el  fondo, pero no piensa en el servicio; debe ser propagador de esa luz ante los demás. Las almas de oración verdadera son almas apostólicas. El apóstol es un hombre tan lleno de luz divina, que se transparenta y se hace translúcido de Cristo. Su vida de gracia y de amor a Cristo ha florecido en una luz que brilla siempre y refleja a su Dios, porque mantiene encendida la lámpara de la oración todo el día.

 

MEDITACIONES A CARMELITAS (Don Benito, 8 Julio 2016)


         Muy queridas y bellas esposas de Cristo, hermanas carmelitas de Don Benito: hermana, María de Guadalupe, priora de esta comunidad y hermanas todas de este convento teresiano; comenzamos este retiro, como siempre, invocando al Espíritu Santo, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en cuyo Amor ha querido sumergirnos a nosotros la Santísima Trinidad para vivir ya en su misma esencia e intimidad divina mientras vamos de camino hacia la visión cara a cara del Misterio Trinitario.

Lo hacemos así porque es el mismo Señor resucitado el que nos asegura que el Espíritu Santo es el único que puede llevarnos a la verdad completa del misterio y de la vida de nuestro Dios Trino y Uno: “os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré... Él os llevará a la verdad completa...”

 

“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor,

Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra…

Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz…


Monjas contemplativas: Centinelas de la oración de la Iglesia, el que canta, dice S. Agustín, reza dos veces, por eso, cantemos:
<<Inúndame, Señor, con tu Espíritu...»


(Secuencia de Pentecostés: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo...)

 
Hermanas Carmelitas: Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el concilio Vaticano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría». He aquí la naturaleza y esencia de vuestra vida consagrada. Por eso, sois las centinelas y las vigilantes de la oración en la Iglesia, esta es vuestra misión, apostolado y grandeza.

La palabra centinela evoca vigilancia. Los centinelas estaban apostados sobre los muros de las ciudades (cf. 2 Sam 18, 24; 2 Re 9, 17-20), en torres de vigilancia en el desierto o sobre las cumbres (cf. 2 Crón 20, 24; Jer 31, 6). El propio Dios es descrito en ocasiones como centinela o guardián de su pueblo (cf. Sal 127, 1), siempre preocupado por la seguridad y protección de los suyos (cf. Sal 121, 4ss). El salmista suplica al Señor su misericordia y espera en su palabra «más que el centinela la aurora» (Sal 130, 6).
Las personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo (cf. Mt 25, 1-13) con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial.

El Catecismo de la Iglesia Católica habla abundantemente de la oración contemplativa Cnn. 2709-2724). Elijo este número significativo:«La oración contemplativa es silencio, este “símbolo del mundo venidero” o “amor [...J silencioso”. Las palabras de la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús» (CEC, 2717).

Por eso, hermanas, vuestros monasterios son un oasis de silencio orante y elocuente. Son escuela de oración profunda bajo la acción del Espíritu Santo. Son espacios dedicados a la escucha atenta del Espíritu Santo, fuente perenne de vida, que coima el corazón con la íntima certeza de haber sido fundados para amar, alabar y servir.

Las personas contemplativas, como vosotras, sois centinelas, apuntáis siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades «no visibles» (cf. 2 Cor 4, 18), representan una llamada providencial a vivir la vocación de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino.

Por eso, al hablaros a contemplativas, lo primero que se me viene a la mente, siguiendo a vuestros grandes  maestros Teresa y Juan de la Cruz, es hablaros de la oración, fundamento de la vida de todo creyente, especialmente de las monjas y monjes contemplativos. Pero más que hablaros de cómo hacer oración, de lo cual sabéis más que yo que he dedicado tres de mis libros a este tema, oración-conversión, oración-conversión, y del cual os he dado varías meditaciones, hoy por no repetirme, aunque siempre es necesario, quiero hablaros de su importancia y necesidad, porque esta es vuestra misión, apostolado y santidad.

Sin el cimiento fuerte de la oración, todo el edificio de la vida cristiana no puede construirse ni llegar hasta las alturas del amor de Dios ni mantenerse en pie cuando sobreviene la prueba; sin la oración no hay alimento para el cristiano, y menos, para una contemplativa; sin la oración la fe se muere, porque la oración es la respiración del alma, y si uno no respira, se muere.

La oración nos da la posibilidad de tratar de amistad con quien bien sabemos que nos ama, « que no es otra cosa oración... », nos permite sabernos y sentirnos amados por Dios, incluso en los momentos más difíciles de la existencia; quien reza sabe que nunca está totalmente solo.

Sobre esta materia, con leer y meditar a vuestra madre Teresa, ya tenéis la mejor maestra. Y si añadís a s. Juan de la Cruz, todo completo. Pero ojo, que si hablo de vida contemplativa, la oración tiene que ser también contemplativa, estáis llamadas a subir por esta montaña de la oración-conversión hasta la cumbre del Tabor. Si no os convertís, si no os amáis como Cristo os pide y os ama, si no sois humildes, no os perdonáis de palabra y de obra, si no crecéis en las virtudes de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, tampoco creceréis en la experiencia de Dios, en la vivencia de las virtudes sobrenaturales: fe, esperanza y caridad.

La oración contemplativa supone años de purificación de cuerpo y del alma y noches de espíritu y de sentidos: de sequedades en la vida y oración, sin sentir nada, a palo seco, porque entonces vamos a la oración como encuentro con Dios por lo que Él merece y quiere, no porque nosotros gustemos, que eso es egoísmo a veces, y san Juan de la Cruz lo explica muy bien.

Qué verdad es todo esto, pero qué poco se vive en la Iglesia actual, sobre todo en el mundo, pero también entre religiosos, sacerdotes y consagrados.

El papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos invita a ser hombres y mujeres de oración, a rezar intercediendo unos por otros ante el Señor. Nos anima a recorrer un camino juntos, un camino de fraternidad, de amor, de confianza...; un camino que se hace orando y una oración que se convierte en vida de comunidad y fraternidad, superando egoísmos, se convierte en bendición, consuelo, fortaleza, compañía, sentirse amada por Dios y por las hermanas.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él habitualmente. Sin él no hay vida de comunidad ni fraternidad contemplativa y toda la vida de la comunidad depende del grado de oración-purificación de sus miembros.

Queridas hermanas carmelitas: La oración es vuestra  identidad, vuestro ministerio, vuestra misión, vuestro apostolado, vuestra entrega, vuestra ofrenda, vuestro modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es la tarea esencial de vuestra vida monástica, el principio y fundamento, el gozo y combate, el don y tarea, la gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente.

Nuestros hermanos contemplativos son centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad.

Ellos y ellas permanecen en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. El ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido la vida con el gozo de la alabanza y ha colocado la existencia en la comunión de los santos. El ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor y a la intercesión gratuita y generosa por todos los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado el corazón más que nada y más que nadie.

Pero siempre unidos, hermanas, no lo olvidéis, en oración y caridad permanente, sin oración no hay caridad trinitaria en la comunidad, tres en una misma vida, en un mismo amor y familia, Dios Trino y Uno; sin oración-conversión verdadera, de la que os he hablado tanto y no quiero repetir, no hay fraternidad contemplativa, porque la oración se hace vida fraternal y comunidad contemplativa, y nos perdonamos, y nos convertimos, y no ayudamos, y nos hablamos y saludamos, y  la vida conventual se hace oración vivida, diaria, encendida y permanente, y las misas son misas ofreciéndome con Cristo al Padre para aguantar, perdonar y excusar a mis hermanas, y la comunión es comunión verdadera con Cristo total, cabeza y miembros. Si no hay vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno en un solo amor, en la misma e idéntica vida.

 

El papa Francisco es, sin duda, quien nos ha recordado de un modo más autorizado la necesidad de la oración en sus diversas facetas de intercesión, acción de gracias, petición, adoración… etc. en vuestra vocación y vida personal y para el éxito apostólico de la nueva evangelización y de este año de la misericordia divina.

Agradecemos vuestra oración, nos dice el Papa, de modo especial, a las comunidades contemplativas; la oración incesante de tantas comunidades ante Jesús sacramentado; Les encomendamos de nuevo a todos que oren por el papa y por la Iglesia; que oren por los gobernantes y por los que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica; que oren por la unidad y la concordia en nuestra patria y por la paz en el mundo entero»

¡Gracias, Santo Padre Francisco! Gracias por recordarnos que la oración ocupa un lugar absolutamente central en la vida del cristiano y sobre todo de los consagrados y consagradas contemplativas, y que solo caminando por esta senda segura llegaremos a la tierra que mana leche y miel, tierra nutricia del amor a Dios y el amor al prójimo, a la verdadera fraternidad y unidad en Cristo, a la comunidad de hermanas ungidas del mismo amor de Dios Trino y Uno, de Dios familia reflejado en la familia de carmelitas.

¿Qué hizo que los Apóstoles fueran verdaderamente apóstoles y vencieran miedos y complejos y salieran a predicar? Os he dado retiros sobre esta materia que todos tenemos que vivir. ¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? ¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal?

Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como El nos encomendó. Por eso, toda oración la empezamos invocando al Espíritu Santo, al Espíritu de Amor. Y luego esperarlo todos los días con María, no la olvidéis, con la Virgen del Carmen y toda la Iglesia, en oración personal y litúrgica, la santa misa, con oración personal y comunitaria.

Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con María en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo. Primero y siempre orar, orar, orar, pero como los apóstoles, estando reunidos y unidos en el Cenáculo, en el convento, perdonándonos, ayudándonos, convirtiendo en vida personal y comunidad vuestra oración personal y conventual...

El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme en la misma vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, palabras y gestos hirientes, envidias, críticas, murmuraciones... en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios y el amor al prójimo; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es? Egoísmo, amor propio, amor a uno mismo, ceder a la vanidad, al demonio, al poder.

Queridas hermanas, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; vino hecho llama, hecho experiencia de amor; vino hecho llama de amor viva, no signo externo, hecho fuego apostólico, hecho experiencia de su mismo amor, del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites a todos los hombres, hecho Amor, Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Resucitado, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar por apariciones y conceptos recibidos desde fuera, aunque vengan del mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede meter en el espíritu, en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno, hecho experiencia viva de Dios ¡Experiencia de Dios! He aquí la mayor necesidad de la Iglesia de todos los tiempos. La pobreza mística, la pobreza de experiencia de Dios que nos convierte no en meros predicadores, sino en testigos de lo que predicamos y hacemos, he ahí la peor pobreza de la Iglesia.

Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor de Dios al hombre. Dios existe, Dios existe, es verdad, Dios nos ama, es verdad. Cristo existe y nos ama locamente y está aquí bien cerca de nosotros y es el mismo Verbo del Padre, está en ti, «más íntimo a ti que tú mismo», como dice San Agustín, ahí lo experimentan vivo y amante los que le buscan.

¡Oh Dios mío, Trinidad a la que adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mi y permanecer en Vos, tranquila y segura…

O con S. Juan de la cruz: «Quedéme y olvidéme, el rostro...
Una carmelita debe reclinar su cabeza sobre el pecho del Amado, y desde allí, olvidarse de todo, para adorar sólo a Dios, y desde allí, orar por los hermanos: «No adoréis a nadie, a nadie más que a Él...

Gracias sean dadas a Dios y a la Iglesia por la vida y la vocación de tantos hermanos y hermanas que, entregados a la contemplación y a la alabanza, interceden con su oración y adelantan la vida del Cielo, haciéndola posible ya en esta tierra.

Y tú, Virgen María, Virgen del Carmelo, Madre de los contemplativos y maestra de contemplación, fuiste la primera contemplativa de Dios Trinidad: “y la Virgen meditaba qué saludo era aquel… y como resultado de tu oración: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.

 

 

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LA ANUNCIACIÓN (Carmelitas 2016)

 

 (1º día)

 

QUERIDOS HERMANOS/AS: Desde los antiguos ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, las Carmelitas y los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.Incluso se les llamó: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo”. La devoción a la Virgen del Carmen se propagó particularmente en los lugares donde los carmelitas se establecieron.

En palabras de Benedicto XVI, 15, VII, 06: "El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. ((El más célebre de estos hombres de Dios fue el gran profeta Elías, ya en el siglo IX antes de Cristo defendió valientemente la pureza de la fe en el Dios único y verdadero)).

Inspirándose en la figura de Elías, surgió al Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein), Isabel de la Trinidad...

Queridos hermanos: Las Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. Por ellas estamos todos aquí reunidos estar tarde para honrar a nuestra madre, la Virgen del Carmen, la primera carmelita, la primera contemplativa. Así nos la manifiestan los santos evangelios.

María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó y contempló a Jesús en su seno. Estuvo habitada por la Santísima Trinidad, como ninguna otra criatura: por el Padre que eternamente engendra la Hijo que se hizo hombre en su seno por obra del Espíritu Santo.

Ella, por madre del Hijo, nosotros, por gracia de Dios; la gracia nos hace todos templos de Dios, podemos sentirnos habitados por Dios como tantos cristianos y sobre todos, contemplativos carmelitas lo han sentido y experimentado por la oración contemplativa: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, santa Isabel de la Trinidad; y S. Juan de la Cruz “Quedeme y olvídeme, el rostro recliné sobre el amado; “Ya toda me entregué y di, y de tal suerte he trocado, que es mi Amado para mí, y yo soy para mi Amado” Teresa de Jesús. Las monjas carmelitas viven esta experiencia profunda de la Trinidad, por eso se encierran en conventos para vivirlo profundamente y darse en ofrenda a Dios por todos los hombres del mundo.

Pues a la Virgen del Carmen, a la Reina del Monte Carmelo, quiero yo confiar mis homilías y meditaciones de estos días entre vosotros,  que con tanta devoción habéis venido a honrar a la Madre, y de manera muy especial a mis hermanas del alma, a las monjas Carmelitas de Don Benito.

Que María nos ayude a todos, a vosotros y a mí,  a encontrar a Dios en el silencio y apostolado de la oración, a ser contemplativos en acción de su Persona y Palabra y a vivirlo y predicarlo con nuestra vida y testimonio.

       Precisamente esta tarde quiero sorprender, vamos a sorprender con vosotros a la Virgen recogida en oración en su casa de Nazaret, la vamos a contemplar recogida, joven nazarena, de catorce años, haciendo oración y visitada por el ángel Gabriel.

       Queridos hermanos, empiezo diciéndoos que la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

       Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos. La infancia de la Virgen nos es desconocida en los Evangelios. La vida histórica de Nuestra Señora comienza en la Anunciación, en este momento que vamos a meditar esta tarde. En ella empieza también la historia humana del Hijo de Dios  por su Encarnación en el seno de María  y hasta entonces océano infinito y quieto en la pura eternidad de Dios.

 

       ((En la Anunciación, el Torrente divino del Verbo de la Vida y de la Verdad, desde el Misterio de Dios Uno y Trino, baja y fluye hasta nosotros en torrente de aguas infinitas y llega hasta nosotros por este canal maravilloso que se llama y es María.

       Por ella llega a esta tierra seca y árida por los pecados de los hombres, para vivir y escribir con nosotros su historia, esa historia que se puede contar porque está limitada por las márgenes del espacio y del tiempo, por los mojones de los lugares y fechas por los que fue deslizando su bienhechora presencia e historia de la salvación. Y esa historia que se puede contar empieza en María, con María.

       Fijaos qué coincidencia, qué unión tan grande entre los dos, entre Jesús y María; entre el Hijo de Dios que va a encarnarse y la Virgen nazarena, joven pura de 14 años, que ha sido elegida por Madre: los dos irrumpen de golpe y al mismo tiempo en el evangelio.

       Con un mismo hecho y unas mismas palabras se nos habla del Hijo y de la Madre. Tan unidos están estos dos seres en la mente de Dios que forman una sola idea, un solo proyecto, una misma realidad, y la palabra de Dios, al querer trazar los rasgos del uno, nos describe también los del otro, el semblante y la realidad del hijo que la hace madre. Por eso, quien ama a María, está amando a Dios, al Hijo, a Dios)).

 

       Todos habéis leído  y meditado muchas veces en el evangelio de San Lucas la Anunciación del Ángel a nuestra Señora. Es la Encarnación del Hijo de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Es aquella embajada que un día trajo el ángel Gabriel a una doncella de Nazaret.

       La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no necesita  ser realizada en el templo de Jerusalén, ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

       La Virgen, pues, estaba orando. Orando, mientas cosía, barría, fregaba o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. Dios puede comunicarse donde quiere y como quiere, pero de ordinario se comunica en la oración. Y la Encarnación es la comunicación más íntima y total que Dios ha tenido con su criatura; ha sido una comunicación única e intransferible.

       Por eso, el arte de todos los tiempos nos ha habituado a figurarnos a la hermosa nazarena, a la Virgen bella, en reposo y  entornada, sumida en profunda oración.

       Unas veces, de rodillas, porque la Virgen adoraba a Dios profundamente. Otras veces sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pié, mientras Ella estaba arrodillada.

       El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazaretana, de tez morena, ojos azules, alma divina, es un tejido de espumas, trenzado de alabanzas y humildad, de piropos divinos y rubores de virgen bella y hermosa. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: (“Xaire, kexaritomene, o Kúrios metá soü...Ave, gratia plena, Dominus tecum...) Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

       “Salve”, en griego “Xaire”, alégrate, regocíjate, era el saludo corriente entre los helenos. “La llena de gracia”, el ángel emplea este participio a modo de nombre propio, lo que aumenta la fuerza de su significado. La piedad y la teología cristianas han sacado de aquí todas las grandezas de María. Y con razón, pues “la llena de gracia” será la Madre de Dios.

       Mucha gracia tuvo el alma de María en el momento de su Concepción Inmaculada; más que todos los santos juntos. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Y esa gracia se multiplicaba en ella cada instante con el ejercicio de todos sus actos siempre agradabilísimos al Dios Trino y Uno, a los ojos divinos, porque Ella nunca desagradó al Señor.

       Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad del alma de María iba creciendo a medida que la gracia, la belleza y el amor de Dios  aumentaban en ella, para que en todos los momentos de su existencia el ángel del Señor pudiera saludarla y  pudiera llamarla: “kejaritoméne, gratia plena, llena de gracia”.

       “El Señor está contigo, (o Kúrios metá soü, Dominus tecum”,) prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Vive en ellas. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma, en su interioridad, en su ser y existir.

       Y como la Virgen estuvo siempre llena, como un vaso que rebosa siempre de agua o licor dulce y sabroso, resulta que Nuestra Virgen del Carmen, más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos, tuvo siempre al Señor en su corazón; pero ahora al estar en su vientre, el Señor estaba con ella más íntimamente unido que podría estarlo jamás criatura alguna. “El Señor está contigo” porque Él te acompaña y acompañará en esta tarea que vais a realizar juntos, porque Él quiere hacerte madre y para eso su presencia es esencial e imprescindible.

       No tiene nada de particular que al ir preñada del Verbo divino, la prima Isabel, al verla en estado del Hijo de Dios, le dijera lo que le decimos todos sus hijos cuando rezamos el Ave María: “Eres bendita entre todas las mujeres”.

       Es ésta la alabanza que más puede halagar a una mujer. Porque sólo una podía ser la madre del Hijo de Dios. Y la elegida ha sido María. Por eso Ella es la “bendita entre todas las mujeres”. Porque su belleza resplandece y sobresale sobre todas las otras, y atrae hacia sí todas las miradas del cielo y tierra, eclipsa todas las demás estrellas como el sol, para lucir Ella como la bendita, la bien dicha y pronunciada por Dios y por los hombres. “eres la predilecta de Dios entre todas las mujeres” vino a decirle el Ángel.

       Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían de existir  en la Iglesia católica. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María.

       El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacia ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

       Hermanos, aprendamos de María a recogernos todos los días en oración; como las carmelitas; María estaba orando y orando siguió: nosotros tenemos que hacer oración para que Dios nos llene de su amor y podamos cumplir su voluntad.

       Mañana continuaremos este diálogo de amor y gracia entre el ángel y la Virgen. Hoy terminamos llenos de admiración por nuestra hermosa nazarena, Virgen bella, Madre el alma, con las mismas palabras del ángel: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres…

       María estaba orando y orando siguió, como nosotros esta tarde, escuchando ahora al Hijo en la misa, que nos dice: me hice carne en María mi madre por vosotros y ahora un trozo de pan porque os amo con amor loco hasta dar la vida por todos vosotros. Tú eres eternidad, tu vida es más que esta vida, yo he venido y me hago pan de eucaristía para que todos tengáis vida eterna; quiero empezar contigo este diálogo de amor en cada misa y comunión que ya no acabará nunca, porque te he soñado para una eternidad conmigo.

 

LA ANUNCIACIÓN (Carmelitas 2016)

 

(2º día)

 

       Queridos hermanos: dejábamos ayer a la Virgen orando, después del chaparrón de alabanzas del ángel por parte de Dios.

       La Virgen, durante toda su vida se había puesto con sencillez en las manos de Dios. El Señor Dios le inspira el voto de virginidad y lo hace. Ahora, en cambio, por medio del ángel le revela algo cuya realización destruye humanamente la virginidad y pregunta, porque lo acepta, cómo será eso, cómo y qué tiene que hacer.

       Sabe muy bien la Virgen que el pueblo de Israel y toda la humanidad está esperando siglos y siglos la venida del Mesías, de un libertador. Las Escrituras santas hablan continuamente de Él. En el templo todos los días se hacen sacrificios y se elevan oraciones pidiendo su venida. La aspiración suprema de las mujeres israelitas es que pueda ser descendiente suyo.

       Pues bien, el ángel le anuncia ahora que ella es la elegida por Dios para ser la Madre del Mesías: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este hijo tuyo será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;  el señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fín”.

       El ángel pudo descubrir a María, desde el primer momento, el modo milagroso de obrarse la Encarnación; sin embargo, lo calla. Sólo la propone el hecho, pero no el modo. Por eso la Virgen no se precipita en contestar. Reflexiona, calla, medita en su corazón y espera.

       Está orando la Virgen, como nosotros muchas veces en la vida para averiguar lo que tenemos que hacer, lo que Dios nos pide. Qué candor, qué dulzura, ¿qué le preguntará María a Dios, al mismo Dios  que le inspiró  la virginidad, el renunciar toda maternidad humana? Momento este sublime en que el cielo y la tierra están suspendidos, pendientes de los labios.

       María está recogida y espera en el aposento. Espera en el Cielo la Santísima Trinidad. Espera el Hijo para entrar en su seno, para tomar carne humana de la suya. Esperan en el Limbo las almas de los justos esa  palabra que les traerá al libertador y les abrirá las puertas del cielo. Esperan en la tierra todos los hombres aquel sí, que romperá las cadenas del pecado y de la muerte que les aprisiona. «Todo el mundo está esperando, virgen santa, vuestro sí; no detengáis más ahí, al mensajero dudando. Dad presto consentimiento; sabed que está tan contento, de vuestra persona Dios, que no demanda de vos sino vuestro consentimiento».

       Esperan todos, en el cielo y en la tierra, y la Virgen, mientras tanto, reflexiona. Piensa que ha hecho a Dios voto de virginidad y para Ella esto es intocable, sagrado. A Ella el ángel no le ha dicho que le dispensa del voto. Si esa fuera la voluntad de Dios lo cumpliría aunque le costase; pero el ángel no le ha dicho nada y Dios no le ha dicho que le dispense.

       Se percibe en el diálogo serenidad y tensión. Silencio y reflexión de parte de la Virgen. Respeto y espera de parte del ángel. La propuesta está hecha. Pero Dios no quiere forzar la voluntad de María, que pudo haber rechazado lo que se le proponía. María sigue en silencio. El ángel sigue esperando. Y con él, todo el mundo. «Todo el mundo está esperando, Virgen Santa, vuestro sí. No detengáis más ahí al mensajero dudando. Dad presto consentimiento. Sabed que está tan contento de vuestra persona Dios, que no demanda de Vos sino vuestro asentimiento» (Cristóbal de Castillejo).

       La actitud de María es activa y reflexiva. No se precipita. Pero cuando comprende que es la voluntad de Dios, se entrega sin reservas. «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra... Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros». Por el Sí de María se ha realizado el Gran Encuentro, el mayor prodigio de la historia de todos los tiempos.

       En la Biblia hay cuatro Fiat o Hágase que son las cuatro columnas del universo. Cuatro misterios en una palabra: Fiat. En los labios de la Trinidad, Creación. En los labios de María, Encarnación. En los labios de Cristo - en Getsemaní - Redención. En nuestros labios - en el Hágase tu voluntad del Padrenuestro - Salvación a través de la santificación.

       Son necesarios los tres primeros Fiat. Necesario también el cuarto: sólo mi Fiat completa la redención, como dice San Pablo. ¡Gracias, Madre, por haber dicho que sí! La Encarnación es un misterio dinámico. Cristo desea vivirla otra vez en nosotros.

       Santa Isabel de la Trinidad deseaba ser para el Señor como una humanidad complementaria, en la que se realizara de nuevo la Encarnación del Verbo por amor del Espíritu Santo como en María: “ Oh fuego abrasador, espíritu de mi Dios venid sobre mí para que en mi se realiza una como encarnación del Verbo que venga yo a ser para Él como una humanidad supletoria” que sustituya a la que tuvo de María y que quedó destrozada en la Cruz. Que nuestras humanidades la suplan y Él puede obrar su salvación a través de nosotros, de nuestras humanidades. Hermanas y hermanos, esto no solo decir y predicar, sino vivir y yo creo que las carmelitas se consagran en virginidad para esto.

 

       (((Por lo tanto, su deber es cumplir lo prometido. Si es necesario renunciar a ser madre de Dios, si es necesario que otra mujer tenga en sus brazos al Hijo de Dios hecho hombre, mucho le cuesta renunciar al Hijo amado, pero que lo sea; que sea otra la que contemple su rostro y escuche de sus labios de niño el dulce nombre de madre. Que sea otra mujer la que lleve sobre su frente la corona de Reina de los cielos y de la tierra...)))

       Pero no, no será así porque Dios la ha elegido a Ella, Ella es la preferida, “la bendita entre todas las mujeres”, marcada en su seno y  elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la madre del Redentor, del Mesías Prometido, del Salvador del mundo y de todos los hombres.

 

       La Virgen ha meditado todas estas palabras del ángel y ahora ve claro que estas palabras del ángel son de Dios, es la última voluntad de Dios sobre su vida. Tan verdadero y evidente es este deseo de Dios, que se va a entregar totalmente a esta voluntad declarándose esclava, la que ya no quiere tener más voluntad y deseo que lo que Dios tiene sobre Ella))).

 

       (((Cuando hizo el voto de virginidad perpetua, Dios se lo expresó a solas y en secreto, en el fondo del alma; para comunicarla ahora que ha sido elegida para ser la madre del Hijo,  recurre al portento y a lo milagroso para que la Virgen se cerciore de que este segundo deseo de Dios, aunque aparentemente, desde la visión puramente humana, destruya el primero, viene también de Él))).

 

       Y la Virgen fiel a todo lo que sea voluntad de Dios, accede gustosamente, aunque tenga que renunciar a su don más querido. Ya sólo quiere saber lo que tiene que  hacer, quiere oír del ángel qué es lo que Ella tiene que hacer de su parte para que se realicen los planes de Dios “¿Cómo ha de ser esto, pues no conozco varón?” Y oye del ángel aquellas misteriosas palabras, en las que le anuncia el portento que Dios quiere realizar en Ella. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto santo que nacerá de ti, será llamado el Hijo de Dios”.

       Cuando la Virgen vio aclarada su pregunta y solucionada de un modo milagroso su dificultad, cuando ve que será madre y virgen ¿qué responde? A pesar de las alabanzas que el ángel le ha dirigido, a pesar de las grandezas que reconoce en sí,  sabe perfectamente que todo lo ha recibido de Dios, sabe que Ella no es más que una criatura, una esclava de Dios, que desea hacer en todos los momentos la voluntad de su Dios y Señor. Por  eso dice: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundun verbum tuum... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       ¿Esclava, hermanos, la que está siendo ya la madre de Dios, la que ha sido elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor, esclava la Señora del cielo y tierra, la reina de los ángeles, la que nos ha abierto a todos las puertas del cielo por su Hijo, la que nos ha librado a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte, la que empieza a ser madre  del Todopoderoso, del Infinito?

       Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel se retira de su presencia y volvió a los cielos para comunicar el resultado de su embajada a la Santísima Trinidad. La Virginidad y la sumisión a los designios divinos celebran, al fin, un pacto imposible para los hombres, pero posible para Dios. Ni Dios ni María han perdido nada; nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido a favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. La Virgen está preñada del Verbo por Amor y Gracia del Espíritu Santo.

       Ella después continuó orando. Inaugurando un estilo de oración que ya no es lo mismo hacerla en cualquier sitio, en cualquier lugar, porque sólo en un sitio ha estado Dios singularmente presente como en ningún otro: en Nazaret, por ejemplo, en las entrañas de una Virgen, y “el nombre de la Virgen es María”.

       “El Verbo  de Dios se hizo carne” Y empezó a habitar entre nosotros por medio de María. Dios empieza a ser hombre. Él que no necesita de nada y de nadie, empieza a necesitar de la respiración de la hermosa nazarena, de los latidos de su corazón para poder vivir.

       Qué milagro, qué maravilla, qué unión, qué beso, qué misterio, Dios necesitando de una virgen para vivir, qué cosa más inaudita, qué misterio de amor, amor loco y apasionado de un Dios que viene en busca de la criatura para buscar su amor, para abrirle las puertas de la amistad y  felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Dios, ¿pero por qué te humillas tanto, por qué te abajas tanto, qué buscas en el hombre que Tú no tengas? ¿Qué le puede dar el hombre que Dios no tenga?

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora y viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El Creador empieza a ser hijo, se hace hijo de su criatura. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los alrededores y en los campos vecinos no se enteraron de nada, pero ya medio cielo se había desplazado a la tierra, y vivía dentro de María.

       Qué grande, qué inmensa, qué casi infinita hizo el Todopoderoso a su madre. Y cómo la amó, más que a todas. A su madre, que en ese momento empezó a ser también nuestra, porque ya en la misma encarnación  nos engendró místicamente a todos nosotros, porque era la madre de la gracia salvadora, del que nos engendraba por el bautismo como hijos de Dios. Luego ya en la cruz nos lo manifestaría  abiertamente: “Ahí tienes a tu madre, he ahí a tu hijo”.

       Qué gran madre tenemos, hermanos, qué plenitud y desbordamiento de gracia, hermosura y amor. Tan cargada está de cariño y ternura hacia nosotros sus hijos que se le caen de las manos sus caricias apenas nos insinuamos a Ella. La Virgen es hoy, en  abril del 1960, igual de  buena, de pura, igual de encantadora que cuando la visitó el ángel en Nazaret. Mejor dicho, es mucho más que entonces porque estuvo creciendo siempre hasta su muerte en todas sus perfecciones. Es casi infinita.

       María es verdad, existe ahora de verdad, y se la puede hablar, tocar sentir. María no es una madre simbólica, estática, algo que fue pero que ya no obra y ama. Ella en estos momentos,  ahora mismo nos está viendo y amando desde el cielo, está contenta de sus hijos que han venido a honrarla en su propia casa y santuario; y desde el Cielo, desde este Santuario, vive inclinada sobre todos sus hijos de Plasencia, del mundo, más madre que nunca.

       Ella es nuestro sol que nos alumbra en el camino de la vida venciendo todas las oscuridades, todas las faltas de fe, de sentido de la vida, de por qué vivo y para qué vivo; ella es nuestra Reina, nuestra dulce tirana. Acerquémonos  confiadamente a esta madre poderosa que tanto nos quiere. Pidámosla lo que queremos y como se nos ocurra, con la esperanza cierta de que lo conseguiremos.

       Necesitamos, madre, tu espíritu de oración para que Dios se nos comunique a nosotros como se te comunicó a ti en Nazaret. Necesitamos esa oración tuya continua e incesante, esa unión con Dios permanente que nos haga encontrarte en todas las cosas, especialmente en el trato con los demás. Necesitamos, Madre, meditar en nuestro corazón como tú lo hacías; necesitamos, madre, esa unión permanente de amor con Dios, mientras cosías o barrías o hacías los humildes oficios de tu casa. Queremos esa oración tuya que te daba tanta firmeza de voluntad y carácter que te hacía estar dispuesta a renunciar a todo por cumplir la voluntad de Dios, por cumplir lo que tú creías que era la voluntad de Dios. Tú siempre estabas orando. Orando te sorprendió el ángel y orando seguiste cuando te dejó extasiada, arrullando y adorando al niño que nacía en tus entrañas.

       Madre santa del Carmen, enséñanos a orar, como tú; enséñanos el modo de estar unidos  con Dios siempre en todo momento y lugar como tú... “Estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte… Llévame en tu compañía, donde tu vayas, Jesús…».

 

 

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LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN EN SANTA TERESA

 

2. Nos recuerda la necesidad de la oración


La vida cristiana es una vocación a la oración, a estar y hablar con Jesús. El ideal de vida consagrada y de vida cristiana, que aparece en Camino de perfección, es la oración. La oración no es algo destinado a unos pocos privilegiados, sino a todos cuantos quieran ser amigos de Dios. Una necesidad del hombre actual es la interioridad, entrar en el centro del alma y encontrarse consigo mismo para no dejarse zarandear por cualquier viento de ideología o por intereses bastardos. Pero un camino seguro para encontrarnos con nosotros mismos es encontrarnos con Dios. «En el centro y mitad de todas estas (moradas) tiene (este castillo) la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma» (1M 1,3). El ser humano tiene en Dios su origen y su meta, el espejo en el que contemplarse y descubrirse. La Santa experimentó con mucha fuerza esta verdad: «Alma buscarte has en Mí y a Mí buscarme has en ti». Por eso tenemos gran necesidad de tratar con Dios, dedicarle tiempos de oración. (BENEDICTO XVI, Audiencia general (2-2-2011). 8 FRANCISCO, Carta al obispo de Avila (octubre 2014).

Rezar —advierte el papa Francisco— no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata del Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (V 22,6).

Santa Teresa aconseja insistentemente a los que han comenzado a hacer oración que no la dejen, y a los que no han comenzado, que empiecen a hacerla porque se privan de un gran bien: De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que por muchos pecados que haga quien la ha comenzado (la oración), no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más dificultoso. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo;y si persevera, espero yo en la misericordia de Dios, que nadie le tomó por amigo que no se lo pagase (V 8,5).


Benedicto XVI también nos recordaba, citando a santa Teresa, la necesidad de la oración para la vida cristiana en la actualidad:
Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida. Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos.

Asimismo, la Santa subraya lo esencial que es la oración; rezar —dice—, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como amicitia quaedam hominis até Deum, un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae II-II, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogi miento

hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogiar’: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración» La contemplación evangélica y teologal, no la psicológica o la estética, incluye el «amor a Dios y al prójimo», y comprende la realidad humana histórica y material. Es la contemplación integrada, evangélica. Los auténticos orantes contemplativos son capaces de descubrir a Dios presente y cercano en las personas, en los acontecimientos, en lo positivo y en lo negativo de la historia. Un Dios que nos cuestiona e interpela. Esta contemplación comprometida será capaz de revelar el rostro del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo a las personas que lo buscan a tientas. Hay que ayudar a descubrir a Dios como fuente de plenitud, como el Dios de la esperanza, como Padre que nos ama con amor de madre, como alguien siempre nos anima a sentir y a comprometernos con la Iglesia

El papa Francisco señala con fuerza que, para santa Teresa, la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad:
Este camino [de la oración] no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Esta fue su propuesta providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del «colegio apostólico», siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. [...] Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad 1
Santa Teresita de Lisieux, hija fiel de santa Teresa, nos recuerda por su parte que la misión apostólica caracteriza los monasterios de la Reforma teresiana:
Una carmelita que no fuera apóstol se alejaría de la meta de su vocación y dejaría de ser hija de la seráfica santa Teresa que deseaba dar mil vidas para salvar una sola alma 12• En las circunstancias actuales, envueltos en una cultura opuesta a los principios evangélicos, en estos tiempos igualmente recios, cuando, al decir de la Santa, quieren poner a la Iglesia por el suelo, parece más necesario que nunca el espíritu apostólico. Urge escuchar la voz interpelante de la Santa: ¡Oh hermanas mías en Cristo! Ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; este es vuestro llamamiento, estos han de ser vuestros negocios, estos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, estas vuestras peticiones. Se está ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia (C 1,5).
FRANCISCO, Carta al Obispo de Avila (octubre 2014). SANTA TERESA 01< LISIEUX, Carta a Maurice Belliire (2 1-10-1986).

 

Ojalá la Santa nos contagiase su ardor: no es tiempo de distraernos con asuntos banales. Conforme al magisterio del Concilío Vaticano II, todo cristiano está llamado a ser apóstol. Con un lenguaje muy fuerte llega a afirmar: «el católico que no hace apostolado en la medida de sus posibilidades debe considerarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo» 13 La Iglesia nos necesita como apóstoles en nuestra parroquia, en los movimientos apostólicos y en nuestra familia, en el trabajo, con nuestras amistades.

San Juan Pablo II nos recordaba que santa Teresa de Jesús, mujer en camino, invita a la Iglesia, Esposa de Cristo, a caminar en el tercer milenio llevando a Dios en el corazón: Ella [Teresa de Jesús] quiere seguir caminando con la Iglesia hasta el final de los tiempos. Ella que en el lecho de muerte decía: «Es hora de caminar». Su figura animosa de mujer en camino nos sugiere la imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo, que camina en el tiempo ya en el alba del tercer milenio de su historia.
Teresa de Jesús, que supo de las dificultades de los caminos, nos invita a caminar llevando a Dios en el corazón. Para orientar nuestra ruta y fortalecer nuestra esperanza nos lanza esa consigna, que fue el secreto de su vida y de su misión:«Pongamos los ojos en Cristo nuestro bien», para abrirle de par en par las puertas del corazón de todos los hombres. Y así el Cristo luminoso de Teresa de Jesús será, en su Iglesia, «Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia»14


4. Nos recuerda el valor de la vida contemplativa Los monasterios de vida contemplativa han de ser centros de acogida para todas aquellas personas que buscan los valores auténticos y absolutos del Evangelio. Vuestra virginal fecundidad se tiene que hacer vida en el seno de la Iglesia universal y vuestras Iglesias particulares. Vuestros monasterios son comunidades de oración en medio de las comunidades cristianas, a las que prestan apoyo, aliento y esperanza. Son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando con frecuencia una vida sencilla y transparente, en contraste con la que les ofrece la sociedad de consumo.
El mundo necesita, más de lo que a veces se cree, vuestra presencia y vuestro testimonio. Es necesario por ello mostrar con eficacia los valores auténticos y absolutos del Evangelio a un mundo que exalta frecuentemente los valores relativos de la vida. Y que corre el riesgo de perder el sentido de lo divino, ahogado por la excesiva valoración de lo material, de lo transeúnte, de lo que ignora el gozo del espíritu.

Se trata de abrirle al mensaje evangelizador que resume vuestra vida y que encuentra eco en aquellas palabras de Teresa de Jesús: «Id, pues, bienes del mundo [...] aunque todo lo pierda, solo Dios basta» (Santa Teresa, Poesías, 30)15 Los libros de santa Teresa y, sobre todo, sus hijas las carmelitas son memoria vida de la Santa para los hombres de todos los tiempos según el precioso testimonio de fray Luis de León: «Yo no conocí ni vi a la Madre Teresa de Jesús, mientras estuvo en la tierra; mas ahora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros». Ellas encarnan en sus personas, en su espíritu y en sus virtudes la personalidad de santa Teresa. Cada monasterio de carmelitas descalzas —decía Juan Pablo II en Avila— tiene que ser «rinconcito de Dios», «morada» de su gloria y «paraíso de su deleite». Ha de ser un oasis de vida contemplativa, «un palomarcito de la Vir ge

Nuestra Señora». Donde se viva en plenitud el misterio de la Iglesia que es Esposa de Cristo; con ese tono de austeridad y de alegría característico de la herencia teresiana. Y donde el servicio apostólico en favor del Cuerpo místico, según içs deseos y consignas de la Madre Fundadora, pueda siempre expresarse en una experiencia de inmolación y de unidad: «Todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios». En fidelidad a las exigencias de la vida contemplativa que he recordado recientemente en mi Carta a las carmelitas descalzas, serán siempre el honor de la Esposa de Cristo; en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares donde están presentes como santuarios de oración 16

Un monasterio de clausura es una antorcha encendida permanentemente que alumbra a ios que vivimos fuera, en el ritmo de ios quehaceres diarios, rodeados de estrés y de prisas, preocupados muchas veces por cosas de escaso valor y vacíos por dentro otras tantas. Estas casas silenciosas son absolutamente necesarias. El mundo y la Iglesia las necesitan: nuestro mundo, sin saberlo, se mantiene en pie ayudado por estos lugares santos, donde se ora, se ofrece la vida en sacrificio y se respira la mayor libertad a pesar de las rejas externas. Es una presencia silenciosa, apenas visible, solo percibida por quienes se acercan en actitud de escucha. ¡Qué sería del mundo sin estos lugares!
Con referencia a los monasterios contemplativos, dice la Instrucción Verbi Sponsa sobre la clausura:El monasterio es el lugar que Dios custodia (cf. Zac 2,9); es la morada de su presencia singular, a imagen de la tienda de la Alianza, en la que se realiza el encuentro cotidiano con El, donde el Dios tres veces Santo ocupa todo el espacio y es reconocido y honrado como el único Señor 17.

Y continúa la Instrucción:

 

¡Santa Madre Teresa de Jesús!

Tú te pusiste totalmente al servicio del amor: enséñanos a caminar con determinación y fidelidad en el camino de la oración interior
con la atención puesta en el Señor Dios Trinidad siempre presente en lo más íntimo de nuestro ser.

Fortalece en nosotros el fundamento de la verdadera humildad,
de un renovado desprendimiento del amor fraterno incondicional, en la escuela de María, nuestra Madre.

Comunícanos tu ardiente amor apostólico a la Iglesia. Que Jesús sea nuestra alegría, nuestra esperanza y nuestro dinamismo, Fuente inagotable de la más profunda intimidad.

Bendice nuestra gran familia carmelitana, enséñanos a orar de todo corazón  contigo: «Vuestra soy, Señor, para Vos nací. ¿Qué mandáis hacer de mí?».

Amén.

 

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MEDITACIÓN

 

JESÚS Y LAS MUJERES: RELIGIOSAS

(Don Benito, 10-6.16)

 

 

TEXTO: Mc 15,40-41: “Había allí unas mujeres, mirando desde lejos: María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé. Ellas seguían a Jesús y lo servían cuando estaba en Galilea. Y había también muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén “.

      

En varias ocasiones he rastreado el Evangelio, buscando, la llamada de Jesús a todas estas mujeres que le seguían y que le llegan a acompañar hasta el Calvario, --cosa que no hicieron los Apóstoles, excepto Juan con María--, y nunca, en ninguno de los cuatro Evangelios, he encontrado que Jesús llamara expresamente a su seguimiento a ninguna de ellas.

A los hombres, a los apóstoles, les llamó; a Zaqueo, le llamó a la conversión; a varias personas Jesús las llama... pero todas estas personas son hombres. Las mujeres no fueron llamadas expresamente. ¿Por qué? No lo sé ciertamente, pero por los evangelios podemos comprobar que las mujeres vieron en Cristo desde el principio una verdad de amor y sinceridad que no veían los hombres. Es la verdad. Porque ellas le ven, le conocen y, aunque Él no las llame, ellas le quieren, le aman y le siguen.

Jesús no necesita llamarlas expresamente a su seguimiento: ellas quedan fascinadas por Él, por su Persona,  por su palabra, por su trato... Quedan cautivadas por su bondad y respeto para con ellas, por cómo las quiere, con qué cariño y con qué delicadeza las trata.., y quedan totalmente subyugadas y enamoradas de Él y le siguen.

Y prueba de todos esto es que le siguen hasta el final; dice el evangelista Juan —expresamente los cita— que junto a la Cruz de Jesús —donde no había nadie, porque todos le dejaron solo— además de su Madre y de Juan, había algunas mujeres.

Por un lado, es evidente que no es precisa ninguna explicación de por qué su Madre estaba allí. Era su Madre y eso explica que Ella estuviera con Él, no hay que buscar más explicaciones. Pero a veces sí, podemos pensar: ¿por qué ellas estaban allí? ¿Por qué estaban allí las otras mujeres? ¿Quiénes eran y cuántas?

Los Evangelios citan los nombres de algunas de ellas: María Magdalena; María, la madre de Santiago, el Menor; Salomé, la madre de los hijos de Zebedeo; una cierta Juana y una cierta Susana.

Estas mujeres habían seguido a Jesús desde Galilea. Galilea es el lugar donde Jesús pasó su infancia, sus primeros años. Galilea es el lugar del hogar: Nazaret es el hogar de Jesús y María; el lugar de la intimidad, de la vida de familia; así como, por contraposición, Judea es el lugar de la predicación, de la vida pública, de la Presentación en el Templo...

Las manifestaciones más notorias de Jesús tienen lugar en Judea, en Jerusalén o en las cercanías de Jerusalén, mientras que Galilea es el lugar de la intimidad. Y ellas le siguen desde allí, le habían seguido desde Galilea.

Lo habían acompañado llorando en el camino del Calvario; en el Gólgota observaban de lejos, desde la distancia mínima que se les permitía acercarse, porque si su Madre se pudo acercar hasta la Cruz, dicen los estudiosos, es porque alguien, algún soldado, probablemente el centurión, se apiadó de Ella.

Le dijeron que era la Madre del reo, del condenado y por eso le permitieron acercarse, pero de suyo, aunque entre los
romanos había costumbre de presenciar las ejecuciones, se guardaba cierta distancia.

Y las mujeres guardaban esa distancia porque no se les permite acercarse más. Y después de muerto, ellas siguen con Él: le acompañan con tristeza, con dolor, con profunda pena, al sepulcro juntamente con un hombre, que es el que cede el sepulcro: José de Arimatea.

Las llamamos, con cierta condescendencia, “las piadosas mujeres”. Pero yo creo que es un apelativo injusto, porque no son unas mujeres piadosas, son unas mujeres valientes, intrépidas, que se atreven a hacer lo que prácticamente nadie se atreve, ni sus más íntimos.

No son unas mujeres piadosas que, solamente por un sentimiento religioso, hacen eso, sino porque de verdad le aman y tienen coraje y valor. Desafían el peligro que supone dar la cara por un hombre que ha muerto fuera de la Ley, que ha muerto como un maldito.

Y es impresionante, por lo que decíamos al principio: ¡porque ellas no son su Madre! No lo son, pero dan la cara por El, le siguen hasta el final, desafían el peligro y se puede decir de ellas lo que el evangelista Lucas, en el capítulo 7, versículo 23, pone en boca de Jesús: “Dichoso el que no se escandalice de Mí”.

Ellas son dichosas porque no se escandalizan de Jesús. Estas mujeres son las únicas que no se han escandalizado de El. Y ellas son, de alguna manera, en este momento, un referente para vosotras, religiosas carmelitas, mujeres amantes del Señor, de Cristo Jesús: vosotras no os alejáis de Él ni os escandalizáis de Él y estáis siempre junto a Él y le seguís y estáis con Él siempre a las duras y a las maduras; y muchas veces, sobre todo para algunas y en circunstancias especiales, son más las duras que las maduras.

Porque la vida de clausura, de comunidad, de soledad… a veces no es que sea de suyo, pero por las circunstancias, por alguna causa o persona, se hace dura. Pero no le dejéis nunca solo al Señor con la cruz de los pecados de los hombres, seguirle en obediencia y humildad, aún en incomprensiones de los de casa, pero no dejarle solo, de modo que Él pueda decir de nosotras lo mismo: “Dichosas porque no os habéis escandalizado de mí’.

Se discute mucho, creo yo de forma absurda, pero que sirve para polemizar, acerca de quién fue responsable de la muerte de Jesús. Y entonces empiezan a dar vueltas: que si los jefes de los judíos, que si Pilato, que si ambos... En cualquier caso, una cosa hay cierta: fueron hombres, no mujeres, los que condenaron a Jesús.

Ninguna mujer está involucrada, ni siquiera indirectamente, en su condena; hasta la única mujer pagana que se menciona en los relatos de la Pasión del Señor, que es la esposa de Pilato, también quiso, de alguna manera, que Jesús fuera absuelto de su condena.

Es cierto, esto no lo vamos a negar, que Jesús murió también por vuestros pecados, por los de las mujeres, para redimir también a las mujeres. Pero históricamente, solamente las mujeres podéis decir que sois inocentes de la sangre de Cristo.

Lo que dijo Pilato al excusarse de la Sangre de Jesús es mentira, él no se lo podía aplicar a sí mismo, porque es falso. Vosotras, las mujeres, históricamente podéis decirlo. Pero la cuestión es que no solamente lo podáis decir entonces, históricamente, sino que realmente lo podáis decir vosotras ahora, religiosas todas de esta comunidad carmelita de Don Benito, que podáis decir: “Somos inocentes hoy del sufrimiento de Jesús, del dolor de Cristo ahora, en este mundo actual”.

Queridas hermanas, pido al Señor que lo podáis decir hoy, de verdad, que cada una de vosotras, mirando a Cristo y a la comunidad, a la priora y a las hermanas, podáis decir: “soy inocente del dolor del Señor, yo no le causo dolor a Cristo por mis  faltas de fe y amor a Cristo, a las hermanas, a mi comunidad, porque llevo una vida que es la que tiene que ser y hablo lo que tengo que hablar y soy atenta y servicial con todas mis hermanas, como tengo que ser, porque siguiendo a Cristo me estoy entregando cada día más a Dios y por Él, a mis hermanas de comunidad”.

Que de verdad podamos decir y hacer nuestras, estas palabras, que las podamos decir ante Cristo y las hermanas, sin faltar a la verdad. Porque a las hermanas podemos engañarlas, aunque es difícil viviendo tan cerca y continuamente en comunidad, pero a Cristo es imposible.

¿Por qué las piadosas mujeres fueron las primeras en ver al Señor Resucitado? Porque no le abandonaron nunca, ni muerto y fueron las últimas en dejarlo limpio y sepultado. ¿Por qué el Señor tuvo esta delicadeza y preferencia por ellas, por qué se apareció a ellas y fueron las primeras en verlo Resucitado?. ¿Por qué tuvieron este privilegio y no los apóstoles, por qué se les encomienda la misión de anunciar a los apóstoles que ha resucitado y que volverá a estar con ellos? Porque no abandonaron nunca a Cristo, ni vivo ni muerto, esto es, porque no quisieron nunca dejar el trato y la amistad con Él, esto es, no abandonaron el trato personal con Él, la relación de amistad, esto es, la oración personal y comunitaria, la de lavarle y limpiarle de los pecados todas juntas.

Y sigo preguntando: Por qué algunas de vosotras habéis llegado o estáis cerca de verle a Cristo transfigurado en el Tabor de la oración y otras están todavía en el llano siguiendo sus criterios o ideas personales, obedeciendo a  sus caprichos y planes y no al evangelio, con obediencia total a Cristo en los superiores que  le representan, por qué…

Pues porque yo no he avanzado por la oración y la conversión de vida, porque no sigo a Cristo con todas mis fuerzas, con todo mi amor… “quien quiera ser discípulo mío…, porque no somos humildes de corazón de lo que habla tanto vuestra fundadora santa Teresa, no han pasado de las segundas moradas y así permanecen toda la vida, o con S. Juan de la Cruz no han llegado a la negación de sí mismas, de sus criterios y pasiones, por medio de la noches del sentido y del espíritu, donde yo me enteré bien de todo esto aunque esto no hizo que lo practicara en mi vida pero me enteré bien al hacer sobre estas noches y purificaciones mi tesis doctoral en teología y espiritualidad.

Esto también para todas vosotras es y debe ser todo un signo y toda una señal de reflexión y análisis personal, de revisión de vida, de ver dónde estáis en vuestro caminar hacia la unión perfecta de entendimiento y voluntad con Cristo.

Porque vosotras, como santa Teresa, si sois carmelitas totales y luchadoras de santidad personal, y es un poco atrevido lo que voy a deciros, pero la culpa la tiene el Señor, el Espíritu Santo que me lo revela y está en los evangelios: vosotras, si permanecéis unidas a Cristo Resucitado por la oración y la conversión permanente de vuestro yo, si procuráis vivir vuestra vida sacrificada con Él y por Él para bien de la Iglesia y salvación de los hermanos, con vuestro testimonio de vida enclaustrada, sacrificada y en unión permanente de amor con vuestro esposo Cristo, vosotras estáis llamadas a anunciarles a obispos y sacerdotes, como vuestra madre fundadora, como lo hicieron aquellas mujeres con los apóstoles, con los apóstoles “oficiales”.

Vosotras, con vuestra oración y vida ejemplar y austera, estáis llamadas a ser apóstoles de los apóstoles! y anunciarles y recordarnos, a obispos, sacerdotes y pueblo cristiano, desde la sencillez y verdad de vuestra vida, sin ninguna pretensión, que Jesús está vivo, que ha resucitado y llena vuestra vida y vuestros conventos, que está vivo y os ha enamorado, y que queréis vivir para Él y tenerle como único esposo de amor y Salvador del mundo y de los hombres.

Y esta es vuestra función principal y esencial en la Iglesia, monjas carmelitas, apóstoles orantes y sacrificadas entregando vuestra vida para la salvación de todos, para la santidad de la iglesia, especialmente de los elegidos y elegidas, orantes y contemplativas dando testimonio de que de verdad Jesucristo está vivo, que llena vuestras vidas, porque si no los conventos estarán vacíos y  os pondríais neuróticas, aquí encerradas, pero sin Dios, sin Cristo, sin la Santísima Trinidad que debe llenar y habitar en vuestros corazones y desde ahí vuestros conventos, como en Isabel de la Trinidad: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...

Y a estas alturas, queridas hermanas carmelitas, tenéis que llegar por la oración-conversión de vuestras envidias, soberbias, orgullos  demás, de críticas e incomprensiones, que a veces vivís en estos bajos terreno, criticando, murmurando internamente, no obedeciendo, aunque la superiora y las que mandan no sean santas, tú obedece a Dios, déjate de buscarte a ti misma y a tus antojos, y Dios te lo premiara con un mayor amor y amistad con Él y con todas las hermanas.

Y este es el testimonio que debéis dar a todo el pueblo cristiano cuando vengan a estar o hablar con vosotras, sobre todo, porque hoy como entonces, Cristo os confió a vosotras esta misión: “Id y decid a los Apóstoles…” os lo confió el Señor a las mujeres discípulas y seguidoras suyas de entonces y de ahora, con esta misión especial para que se lo comunicarais a los mismos apóstoles, obispos y sacerdotes de entonces y de ahora.

Recordádselo, queridas carmelitas, a los apóstoles de hoy, a nuestros obispos y sacerdotes. Porque a veces los apóstoles estamos tan atareados en los apostolados, que se nos puede olvidar y quitar de delante esa verdad fundamental. Que para predicar a Cristo, primero hay que estar con Él, sentirlo vivo y luego salir a predicarlo… primero hay que encontrarse con Cristo resucitado todos los días por la oración, y si es eucarística, ante el Sagrario, mucho mejor, y esta es razón de vuestra vida de clausura, de recogimiento, de entrega total, de vuestra vida de oración, este es vuestro ministerio como mujeres orantes y como esposas de Cristo, recordarnos y ser apóstoles de los apóstoles, como las santas mujeres, las primeras religiosas de la Iglesia, aunque no de clausura, que se dedicaron con amor total al Señor.

¿Por qué fueron las piadosas mujeres las que primero vieron a Cristo Resucitado? Los autores antiguos contestan a esta pregunta con una respuesta que no me convence mucho, pero que está ahí: hay un himno antiguo que dice que las piadosas mujeres son las primeras en ver el Resucitado porque fue una mujer, Eva, la que había sido la primera en pecar. Yo pienso que eso es  querer tapar la cobardía de los Apóstoles y la valentía de las mujeres de entonces y de ahora.

Yo pienso que la verdadera respuesta es otra, la que ya os he dicho antes: las mujeres fueron las primeras en verlo Resucitado porque fueron las últimas en abandonarlo cuando estaba muerto. Incluso, después de la muerte, ellas acudían en la mañana del domingo a llevar aromas al sepulcro, a seguir mostrando amor al Señor, detalles de amor, delicadezas de amor al Señor.

Y vosotras, queridas religiosas carmelitas de Don Benito, como mujeres, mirándolas a ellas, tenéis que preguntaros: ¿por qué ellas fueron capaces de resistir el escándalo de la Cruz? ¿Decid al mundo entero: nosotras vamos a ser capaces de resistir el escándalo de la Cruz de igual manera que ellas?

¿Por qué permanecieron cerca de Jesús cuando todo parecía acabado e incluso sus discípulos más íntimos lo habían abandonado y algunos estaban —como los de Emaús— preparando el regreso a casa? ¿Por qué ellas permanecen? ¿Y seremos nosotras capaces de permanecer siempre en amor y santidad y fe inquebrantable en Cristo nuestro dueño y Señor y no preparar nunca nuestro regreso a nuestro yo personal, a nuestro egoísmo, a nuestra casa, abandonando nuestro seguimiento total a Cristo, único dueño, esposo y señor de sus esposas carmelitas después de muchos años en el Carmelo?

¿Seremos fuertes y valientes para no dejarnos llevar como ellos de la cobardía, de la falta de fe y entrega total, del desánimo, del desaliento y la desilusión? Las religiosas carmelitas tienen que buscar a Cristo, aunque tengamos que pasar crisis de fe y amor, de sequedad, de no sentir nada, de noches del espíritu, de san Juan de la Cruz, por las que hay que pasar necesariamente en la oración y en la vida crucificada hasta llegar al desposorio místico en Cristo.

Queridas hermanas carmelitas, como enseñaron vuestros maestros en la fe, Santa Teresa y san Juan de la Cruz, hay que pasar por las noches espirituales de la vida en comunidad, noches y obscuridades de amor a Dios provocadas por las mismas hermanas con sus críticas y comportamientos a veces poco evangélicos, por incomprensiones, por todo hay que pasar para llegar a la unión total, al gozo del matrimonio espiritual con Cristo.

Que Dios existe, que vive dentro de ti por la gracia del bautismo, que Cristo está vivo en su Palabra y en su pan eucarístico pero para verlo y sentirlo hay limpiar bien todo el corazón y el entendimiento.

Como lo hicieron aquellas mujeres del evangelio, seguidores y amigas de Cristo, a quien fueron a verle y buscarlo y abrazarlo, aunque estaba muerto, como tú cuando no sientes nada en tu oración, comunión…fueron a buscarle y le encontraron vivo para siempre, como todas vosotras podéis y debéis hacerlo, eso es el sentido y la razón de la vida religiosa y más en clausura.  Sólo Él, solo Él puede llenar vuestro corazón, estos muros, solo Él. Tenéis que encontrarlo.

¿Por qué en la Iglesia unos encuentran a Cristo y otros no, sean obispos, sacerdotes o religiosas? La respuesta la había dado ya Jesús anticipadamente a estos hechos cuando, contestando a Simón, acerca de las objeciones que ponía a la pecadora que le había lavado y besado los pies, dijo simplemente: “ha amado mucho”. La respuesta de Jesús es preciosa, es simple: aquellas seguidoras de Cristo pudieron resistir el escándalo de la Cruz, aquella crisis de fe, de seguir creyendo en Cristo, porque habían amado mucho.

Luego lo único que podemos hacer, nuestra última arma para no caer en lo que cae cualquiera en una situación así, es el amor, es amar mucho: amar sin miedos, sin límites, porque el amor a veces nos da miedo, pero sin amor, no podemos. Ynos da miedo porque... porque sencillamente nos hace frágiles, vulnerables, y no queremos sufrir y todas estas cosas...

Las mujeres habían seguido a Jesús por Él mismo, por gratitud del bien recibido de Él, le seguían gratuitamente, no por la esperanza de obtener puestos y recompensas humanas, de ser obispos y superiores o abadesas, de “hacer carrera” siguiéndole a Él o de lograr algo a cambio de su amor. ¡Para ellas Cristo es el premio en sí mismo!

¡Con Él basta, con su amor, no quieren otras ventajas, no hace falta nada más! ¡Jesús en sí es ya para ellas el mejor regalo y un premio! No necesito que me dé nada a cambio. Se me da Él y teniéndolo a Él, lo tengo todo: “Estate, Señor, conmigo, siempre..

A ellas no se les había prometido doce tronos, ellas no habían pedido sentarse a su derecha y a su izquierda... Como está escrito —lo dice el evangelista Lucas y también el evangelista Mateo— le seguían solamente, simplemente para servirle, su alegría era servirle, estar con El. El hecho de seguirle para ellas era un premio. Porque sabían que Él era el Cristo, el Hijo del Dios Amor, del Dios eterno, del Dios vivo.

Ellas eran las únicas, que además de María, su Madre, habían asimilado el espíritu del Evangelio, que no buscaban nada, que no esperaban nada, fuera del reinado de Dios en sus vidas. Hay una palabra que a mí me suena tremenda, cuando los discípulos de Emaús contestan: “Es que nosotros esperábamos... “, o sea: “nos ha defraudado”.

 Ellas, aunque le ven muerto y le llevan al sepulcro... —no están soñando, son conscientes de que ha muerto— aun así... están tristes, están doloridas, porque le amaban y ha muerto, pero no están decepcionadas, porque vuelven el domingo por la mañana. Le siguen amando a pesar de que ha muerto, siguen esperando en El, ¿no es así?, siguen amándole.

Ellas habían sido valientes y habían sido capaces de seguir las razones de su corazón,—y para esto hace falta ser mucha personalidad y valentía—sobre todo si te lo complican los apóstoles y demás gentes cristianas. COMO VOSOTRAS, QUERIDAS RELIGIOSAS CARMELITAS.

 

Y el modelo supremo de oración y diálogo con Cristo, de intimidad, de seguimiento hasta la muerte, de amor que supera todas las noches y pruebas de fe y amor, es la Virgen del Carmen que estamos rezando y meditando estos días, María, la madre de Jesús y de todos los creyentes, nuestro modelo más perfecto para todos sus hijos, especialmente para vosotras, contemplativas. 

 

En esto, a diferencia de lo que sucede en otros muchos campos, la técnica nos ayuda poco porque, por desgracia —y esto lo sabemos todos— en nuestra sociedad se potencia cada vez más la inteligencia del hombre, sus posibilidades cognoscitivas.., pero eso no va acompañado —al mismo tiempo y en la misma proporción— de potenciar la capacidad de amar, que es el más grande don que Dios nos ha dado, el gran talento que no hacemos fructificar.

Esto último —al contrario— más bien no cuenta para nada. Aunque sabemos, en el fondo, que la felicidad o la infelicidad no vienen de conocer —no dependen tanto de conocer o no conocer— cuanto de amar o no amar; no hacemos caso del corazón, nos empeñamos en arrinconarlo.

No es difícil, siguiendo esta línea, comprender por qué nos interesa tanto potenciar nuestros conocimientos y tan poco aumentar nuestra capacidad de amar. Es sencillo: el conocimiento, cuanto más conocimiento, se traduce en más poder; mientras que el amor, se traduce en más servicio. Nos interesa más el poder: el controlar, el doblegar a los otros, que el entregarnos a ellos y servirles.

Con lo cual, nos interesa más potenciar todo lo que tiene que ver con el conocimiento y acallar todo lo que tenga que ver con el corazón. Y ese es el gran error, el gran fallo, de la sociedad actual, que nos está llevando a todo lo que está pasando y que conocéis mejor que yo.

Es necesario que después de tantas eras o etapas de la humanidad—y lo digo con todo el respeto y cariño— que se han denominado con diferentes tipos de hombre: la era del homo erectus, homo faber, del homo sapiens..., sería necesario que apareciera una era de la mujer, una era del corazón y de la compasión, que son dos atributos que Dios ha puesto en el corazón de la mujer de una manera eminente, preeminente, porque van ligados a vuestro ser mujeres y a vuestra capacidad de ser madres: el corazón y la compasión.

También es importante una cosa: ¡ser mujeres! Hay mujeres que, por el hecho de ser mujeres, se han visto discriminadas o infravaloradas— y, de alguna manera, para igualarse, han querido renunciar a ser lo que de verdad somos, a ser aquello que Dios nos ha hecho. Pues yo, por la parroquia y por la vida pastoral, valoro a las mujeres más que a los hombres para la vida cristiana y para el apostolado.

Hay etapas de la humanidad y de la historia en que se han dedicado a tapar o a ocultar todo aquello que nos recuerde lo que sois las mujeres, y ante todo y por encima de todo, sois mujeres y mujeres redimidas y salvadas y amadas tal cual Dios nos ha creado, con toda nuestra peculiar sensibilidad y delicadeza de sentimientos, las que aventajáis a los hombres incluso en el seguimiento a Cristo.

Queridas religiosas contemplativas, tenéis que ser, por encima de todo, mujeres y no intentar tomar actitudes propias de hombres en cuanto a la fuerza o a la dureza. ¡No! ¡Eso no es de Dios! Dios no os ha hecho así, os ha hecho como os ha hecho, mujeres,  y El todo lo ha hecho bueno y para el bien. Ha habido mujeres que, para afirmar su dignidad, han creído necesario asumir actitudes que no son propias de una mujer, que son más bien masculinas y eso es un error.

Tenéis que sentiros agradecidas a las piadosas mujeres, porque nos han enseñado esto: ellas no intentaron dejar de  ser lo que eran, sino que siguieron a Jesús siendo como eran:
desde su sensibilidad y fragilidad, desde su debilidad y estuvieron con El hasta el final.

A mí me conmueve pensar que, durante el camino al Calvario, los sollozos de esas mujeres fueron los únicos sonidos amistosos, benevolentes, que Jesús escuchó. Porque podemos imaginar una multitud furiosa que vociferaba contra Él, que mostraba su odio, su rabia... y, en medio de esa multitud, había algo que casi no se escuchaba pero que yo estoy seguro de que Jesús sí escuchó, los sollozos de estas mujeres.

Ellas no se avergüenzan de llorar. Qué valientes en confesar su amor al que iban a crucificar. Como vosotras, queridas carmelitas, confesas abiertamente con vuestra oración y vuestra vida sacrificada y santa, vuestro amor a Cristo en este mundo, es esta España que se está haciendo atea, no creyente, alejada de Cristo y de la Iglesia; y por lo tanto, de su salvación eterna. No porque deje de creer el hombre moderno, dejará de ser eterno y de de ser juzgado. Este mundo pasa, sólo Dios permanece.

Somos eternos y vosotras habéis comenzado ya a vivir en la eternidad, no en este mundo. Pues que lo sea de verdad superando las barreras humanas. Es femenino llorar y aquellas mujeres lloran y demuestran su amor y su dolor llorando a Cristo muerto, no tienen ningún inconveniente. Como vosotras, llorando a Cristo muerto para este mundo que no lo ve ni siente resucitado.

La Liturgia Bizantina que, en algunas cosas es sorprendentemente hermosa, tiene algo que no tiene la nuestra: han honrado a las piadosas mujeres dedicándoles el segundo después de la Pascua, que toma el nombre de “Domingo de las Miroforas” o de las portadoras de los aromas, de los perfumes.

Y Jesús se alegra de que en la Iglesia se honre a las mujeres que lo amaron y que creyeron en El durante su vida. Son todas las santas del Calendario religioso. Y sobre una de ellas, una mujer que vertió en su cabeza el frasco de ungüento perfumado en Betania, María hizo el elogio quizá más bonito que ha salido de la boca de Jesús: “dondequiera que se proclame este Evangelio, esta buena noticia, en el mundo entero se hablará también de lo que ésta ha hecho conmigo”.

Y esto es una llamada a todas vosotras a que hagáis esto mismo justamente  con Él. En la Biblia precisamente se encuentran de un extremo a otro varios mandatos de “ve!” o de ‘id”, son envíos por parte de Dios. Esa es la palabra que el Señor dirige a Abrahán, a Moisés, a los profetas y a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”.

Todos esos “id” o “ve” son dirigidas, son invitaciones dirigidas a hombres, a varones. Pero existe un “id” especial dirigido solamente a las mujeres, a las valientes, a las sin miedo, a las que no se quedaron en casa, como los Apóstoles,  por medio a los judíos: es el “Id” de Cristo en la mañana de Pascua, dirigido a las miróforas, portadoras de aroma para embalsamar a Jesús.

Entonces les dijo Jesús: “Id y avisad a mis hermanos que vayan a Galilea. Allí me verán”. Con estas palabras, ellas quedaban constituidas como los primeros testigos de la Resurrección. Ojo, primeros testigos de la fe católica y de la salvación de los hombres, porque la Resurrección es el hecho fundamental de la vida de Cristo que da sentido, razón y verdad a su persona y a su evangelio. Si Cristo no hubiera resucitado, no existiría la fe y la salvación.

Y ese “id a Galilea, id a decir a mis hermanos que vayan a Galilea” es para vosotras muy significativo por lo que ya os he dicho antes: es vuestra misión como contemplativas, ser miróforas, --portadoras del aroma y del perfume de Cristo--, que notamos los de fuera cuando hablamos o visitamos un convento de Carmelitas.

Ser portadoras de la salvación del mundo por la contemplación activa y pasiva de san Juan de la Cruz en todas vosotras, hay que pasar por las noches y purificaciones necesarias, activas y pasivas, provocadas por vuestra vida en comunidad, del roce y vida en común, y a las pasivas provocadas directamente por el Espíritu Santo Purificador, el Espíritu de Amor de la Trinidad, que os purificará  como Él solo sabe y puede hacerlo para llegar a esa alturas de oración contemplativa y apostólica, en que os sintáis inundadas, poseídas, habitadas por la Santísima Trinidad.

De esta forma tenéis que llegar por medio de estas purificaciones activas y pasivas a ser personas que invitan a acudir a Galilea, a acudir al hogar íntimo de Jesús, a la intimidad con Él, a la contemplación de Él, al recogimiento con Él, a estar con Él, a vivir en su Corazón... A hacer de su Corazón nuestra Galilea, nuestro Hogar...

Pero repito por última vez lo que os he repetido tantas veces de diversas formas desde que os conocí; después de haber hecho mi tesis doctoral en san Juan de la Cruz sobre las noches del espíritu, última etapa de la vida espiritual, para llegar al matrimonio espiritual con Cristo, para poder escuchar a Cristo que os dice, “Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea”, seas obispo, sacerdote o religiosa, para poder ver y sentir a Cristo en la contemplación del matrimonio espiritual, hay que vivirlo primero, cada uno tiene que llegar a sentirlo en la oración unitiva y contemplativa y transformativa.

Para ver a Jesús Resucitado, para sentirlo,  hay que ir a Galilea, a la oración contemplativa-unitiva-transformativa. Es el encargo expreso que Jesús da a las mujeres: “Dí a mis hermanos, decid a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me verán. Allí me verán Resucitado”.

Para encontrarse con el Resucitado hay que volver a la intimidad, al recogimiento, a ese estar con Él, “sabiendo que nos ama”, que no es otra cosa oración, según santa Teresa,  trato de amistad estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama, a ese compartir con Él, a estar con Jesús en la intimidad, a la vida de hogar, de comunidad orante y activa...Es el único camino que existe.

Que sea tan íntimo, tan nuestro, que sea imposible no encontrarle; porque está tan cerca, que te das de bruces con Él nada más buscarle por la oración-conversión y por la eucaristía. Para eso hay que volver a Galilea. Tenemos que anunciar a los apóstoles que regresen a Galilea, que vuelvan a los inicios, al amor primero, a la Buena Noticia, al Evangelio, a la sencillez... En definitiva: a su Corazón. Sólo allí, sólo entonces podremos verlo vivo y resucitado. (Cómo lo encontraron los Apóstoles en plenitud y lo sintieron en el corazón sin verlo con los ojos, como podemos encontrarlo todos, especialmente vosotras, que lo habéis dejado todo por seguirlo y amarlo y vivir con Él: Pentecostés. Le habían visto y tocado y milagros y le dejan; no le ven pero oran y lo sienten más que lo ven... y salen y arriesgan y dan la vida: oración. Si hay tiempo y es oportuno, poner aquí algo de la meditación de Pentecostés, del Espíritu Santo, como cima de la oración)

Hemos de pedir la gracia de que se avive nuestro deseo de ir a Galilea para verle ya resucitado y, de alguna manera, en la medida que podamos, arrastrar a todos a Él, con nuestra oración y nuestro testimonio de vida y caridad fraterna, verdadera, aunque a veces nos cueste. Y repetir, el gesto de aquellas mujeres.

Nosotras, como aquellas mujeres, no necesitamos que nos llame a voces: estamos tan enamoradas de Él que le hemos dejado todo: mundo, matrimonios, familia y nos sale espontáneo correr tras Él, ir con Él, vivir con Él... no concebimos ya la vida de otra manera, ni la queremos para otra cosa, por eso estoy aquí en un convento; queremos aquí en su presencia, romper para Él, mi esposo amado, y para mis hermanas religiosas, romper los vasos de perfume de nuestra vida, nuestro ser, nuestro frasco.., y derramar nuestro perfume, para que todas, toda la comunidad huela a Cristo vivo, vivo y resucitado en nuestros corazones.

ORACIÓN: Jesús: aviva en mí el deseo de ir a Galilea y, de alguna manera, arrastrar a todos hacia tu Corazón. Que viva tan enamorada de Tí que me salga espontáneo correr tras de Ti, ir Contigo, vivir Contigo...esto es un convento, vivir contigo y las hermanas, tus esposas del alma, mejor, del corazón; no quiero nada más, no deseo nada más que romper mi Vida para Ti, ser quebrada por tu Amor y derramar mi perfume sobre tu persona, Dios mío, Amor mío y sobre mis hermanas, tus esposas carmelitas. Amén. Así sea.

                  

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V MEDITACIÓN

 

RETIRO DE ADVIENTO

(Otras meditaciones para el retiro de Adviento, en mis libros ARDÍA NUESTRO CORAZÓN ciclos A y B, Edibesa, Madrid)

 

       El retiro o desierto espiritual del Adviento es un tiempo más intenso de oración, que lo podemos hacer en el templo, en lugares o casas destinadas a la  oración o en la misma soledad de la naturaleza, solos o acompañados. Para preparar esta venida del Señor, como hemos dicho, necesitamos retirarnos a la oración, hacer un poco de desierto en nuestra vida.

       El Adviento es el recuerdo de aquel duro y largo adviento de siglos, desde Adán hasta la Encarnación del Hijo de Dios, que estuvo invadido por el deseo y anhelo del Salvador prometido. Todo el Antiguo Testamento es espera ansiada del Mesías. Y esto es lo que la Liturgia de estos días quiere suscitar en nosotros. Ésta es la primera actitud  que debemos potenciar y alimentar en nosotros, por la lectura de los Profetas que mantuvieron durante siglos esta espera en el pueblo de Dios.

       El mundo actual, en su mayoría, no espera a Cristo, porque pone su esperanza en las cosas, en el consumismo; por eso no siente necesidad de Cristo, no siente necesidad de salir a su encuentro, no espera su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos, nos llenamos de más y más cosas, y paradójicamente ahora que creemos tenerlo todo, estamos más vacíos, porque nos falta todo, el todo que es Dios; son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y saciar de contenido tanto vacío existencial actual y salvar a este mundo: Jesucristo.              La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de champán y turrones? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, en nuestra juventud para que la oriente, en nuestra familia, en el mundo, para que lo haga fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

 

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(VSTEV)   RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO PARROQUIAL

(Cristo de las Batallas, 12 diciembre 2009)

 

       1. REZO DE VÍSPERAS

 

       Somos Iglesia de Cristo, del Arciprestazgo de Plasencia, reunidos en el nombre del Señor, para hacer este retiro espiritual de Adviento. Nos hemos retirado en oración para preparar la Navidad, el nacimiento del Hijo de Dios entre los hombres, entre nosotros.  Empecemos este retiro rezando la oración oficial de la Iglesia, la que hacemos todos juntos como Iglesia sacerdotal y cuerpo de Cristo, oración litúrgica y comunitaria.

      

Del Verbo divino, la Virgen preñada- viene decamino ¿le daréis posada? Sí, ciertamente y por eso nos hemos reunido en oración, en retiro y desierto espiritual para hacer este retiro de Adviento. Pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir este adviento como Ella lo vivió, fue la que mejor se ha preparado para la Navidad.

Se lo pedimos cantando: SANTA MARÍA DE LA ESPERANZA, MANTÉN EL RITMO DE NUESTRA ESPERA

 

MEDITACIÓN

 

(Ver otras Meditaciones de Adviento en mis libros: ARDÍA NUESTRO CORAZÓN, ciclo A y B).

 

       QUERIDOS HERMANOS:       Comenzamos el tiempo santo de Adviento. Todos los tiempos son santos, porque deben servirnos para unirnos más a Dios, para santificarnos. Pero este lo es especialmente, porque el tema central del Adviento es la espera del Señor, considerada bajo diversos aspectos. En primer lugar, la espera del Antiguo Testamento, encaminada hacia la venida del Mesías prometido. De ella hablan las profecías que la liturgia presenta estos días a la consideración de los fieles para despertar en ellos aquel profundo deseo y anhelo de Dios que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo y empieza el Nuevo Testamento, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas. Y ahora, en esta etapa nueva que vive la Iglesia, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestra vida cristiana esta venida, mientras la historia de la humanidad se dirige a la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la segunda venida, al final de los tiempos; y para que ésta se pueda realizar, es necesario esperarlo y recibirlo ahora, en diversas formas en las que llega a nosotros por la vida, por los sacramentos y por la Palabra.

Debemos esperar al Señor en esta Navidad con los deseos y anhelos del Antiguo Testamento, y esta esperanza hay que actualizarla ahora por la oración y los sacramentos mirando a su venida gloriosa al final de los tiempos. Éste es el mensaje principal de algunos evangelios de estos domingos; con esas comparaciones y descripciones apocalípticas quieren decirnos que hay que estar vigilantes para que no pase la Navidad sin encuentro creyente de gracia y de salvación con el Señor; hemos de prepararnos mediante la escucha de la Palabra para que sea verdaderamente una Navidad cristiana, de certezas y vivencia de que Dios ama al hombre, que viene en su busca para revelarle el proyecto de eternidad con el misterio del Dios Trino y Uno, abriéndonos así a la esperanza escatológica.

El profeta Isaías, en las primeras lecturas de estos días,  va alimentando nuestra esperanza del Mesías Salvador, y desde estos advientos y navidades cristianamente celebrados nos vamos preparando para su última venida en majestad y gloria.

       Para preparar estas venidas, la de la Navidad y la del final de los tiempos, necesitamos cultivar ciertas actitudes fundamentales, como hemos dicho anteriormente, pero que ahora queremos desarrollar más intensamente:

 

-- Actitud de fe,

-- Actitud de esperanza,

-- Actitud de amor,

-- Actitud de conversión.

 

       1.- Primero, una actitud de fe. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe, de creer personalmente en Dios, en el misterio de un Dios  personal que se hace hombre, en el amor de Dios que se encarna por el hombre. Si es Navidad es que Dios ama al hombre, viene en busca del hombre, es que Dios no se olvida del hombre; estos días de Adviento son para creer personalmente, pasar de la fe de la Iglesia a la individual, son día de orar y pedir esta fe para poder creer tanto amor.

       ¡Dios eterno! creo, creo, creo que Tú, sin necesitar nada del hombre; ¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?, has bajado a la tierra para buscarme únicamente por amor gratuito, para llenarme de tu misma felicidad, que es tu Hijo amado con fuego de Espíritu Santo.

       Creo que vienes en mi busca y me amas como soy,  hombre finito y limitado; creo que por amor loco, apasionado e incomprensible, no has reparado en hacerte igual que yo, que cada uno de nosotros. Y el creyente, cuando cree de verdad,  quiere creer más, porque esto es una enfermedad de amores y ansias infinitas, imposibles de contener y controlar; el creyente,  llagado de tu amor, necesita horas y horas, días y noches para hablar contigo, darte gracias, alabarte, bendecirte, preguntarte cosas, las razones y motivos de este misterio de amor, es decir,  orar,  orar mucho, todo el día, recogerse en tu presencia y meditar muy despacio, como fuera del tiempo y del espacio, estas realidades del amor divino, que nos superan, que no comprendemos, sino que solamente tocamos y barruntamos por amor.

       ¡Dios santo, Tú existes, existes de verdad, eres Verdad!               

Y te has hecho igual a nosotros, te haces hombre porque nos amas de verdad. Hermanos todos, que es verdad, que Dios existe y nos ama. Mirad la Navidad. La Navidad es que Dios que ama apasionadamente a los hombres. ¡Dios existe y nos ama, es verdad!

 

       2.- Segundo: Actitud de esperanza: esperanza dinámica, que no se queda de brazos cruzados; es una esperanza que sale al encuentro; un encuentro no se realiza si no hay deseo ardoroso de encuentro personal con Cristo, si no vamos y salimos al camino por donde viene la persona amada;  si no hay deseos de Cristo, si no hay aumento de fe y amor, no podemos encontrarnos con Él. Esta esperanza y vigilancia, alimentada por los profetas, especialmente por el profeta Isaías en las Primeras Lecturas de estos días, nos invitan a levantar la mirada hacia la salvación que nos viene de Yahvé, en cumplimiento de sus promesas.

       Cuando uno cree de verdad en alguien o en algo, lo busca, lo desea, le abre el camino. Primero hay que creer de verdad que Dios existe en ese niño que viene, que Dios sigue viniendo en mi busca, que Dios me ama. Y creer es lo mismo que pedir, pedir esta fe, aumento de fe, de luz, de creer de verdad y con el corazón lo que profesamos con los labios, con la mente, en el credo.

       Esta esperanza de la fe no se queda con los brazos cruzados; cuando uno espera, se prepara, lucha, quita obstáculos para la unión y el encuentro con la persona amada. Creo en la medida que me sacrifico por ella, que renuncio a cosas por ella. La esperanza teologal y cristiana es el culmen de la fe, la coronación de la fe y la perfección y la meta del amor. Se ama en la medida que se desea a la persona amada. El amor se expresa por la posesión y también por el deseo de la posesión. Si no hay adviento, si no hay espera, no puede haber Navidad cristiana porque no hay esperanza y deseos de amor y de encuentro con el Dios que viene.

       El mundo actual no espera a Cristo, no siente necesidad de Cristo. Por eso, no vive el Adviento cristiano, no siente necesidad de su venida. Y por eso precisamente lo necesita mucho más. El mundo actual tiene muchas esperas: espera ganar más dinero, tener más y más cosas que le llenen y le hagan ser más feliz, espera conquistar la técnica, los medios de producción, vivir más años… todos tenemos muchas esperas, un número ingente de deseos y anhelos; pero son muy pocos los que esperan al único que puede llenar todas estas ansias y salvar a este mundo: Jesucristo.     

       Y nosotros ¿esperamos al Señor? ¿Cómo decir que creemos en la Navidad, que amamos al Señor como Dios y Señor de mi vida, y no salir a su encuentro? ¿Qué fe y amor son esos que no me llevan a salir al encuentro del que viene en mi busca? ¡Si creyéramos de verdad! ¡Si nuestra fe y amor fueran verdaderos!

La Navidad y el Adviento, incluso también para nosotros, los cristianos, ¿son realmente tiempo de gracia y de salvación, o se han apoderado de ellos las multinacionales y las han convertido en tiempos de consumismo, de regalos, viajes, de champán y turrones y esperamos muchas cosas menos al Señor? Y los creyentes, los cristianos, ¿sentimos necesidad de Cristo, de su salvación, de su presencia en nosotros, sobre todo en nuestros feligreses, en nuestra familia, en nuestra juventud, para que las oriente, para que haga a este mundo más fraterno y habitable? Ésta es  la primera actitud que quiere suscitar en nosotros este tiempo santo del Adviento. Por eso, qué conveniente y necesario es este retiro, para prepararnos mejor así a una celebración cristiana de la Navidad, esperando a Cristo.

       Queridos hermanos: Hagamos un esfuerzo por captar este mensaje de esperanza y alegría que se renueva cada Adviento y que nos repiten las Lecturas de estos domingos. Porque estamos hoy viviendo una época de desesperanza y desilusión generalizada en lo social, moral, religioso, familiar… La Navidad próxima, en la que viene nuevamente el Enviado, el Señor Jesucristo, nos dice claramente que Dios no se olvida del hombre, de nosotros. Si hay Navidad cristiana,  el hombre tiene salvación, tiene un Redentor de todos sus pecados; si hay Navidad, Dios sigue amando al mundo, Dios no se olvida del hombre. Creamos y esperemos en Él contra toda desesperanza humana, sobre todas las esperanzas humanas consumistas. Hay que esperar únicamente la salvación en Jesucristo; el tiempo de Adviento nos invita a esperar al Salvador.

 

       3.- Tercero: Actitud de amor. Para vivir la Navidad necesitamos querer amar a Jesucristo. Y decir amar a Jesucristo es lo mismo que orar a Jesucristo: orar y amar se conjugan igual en relacion con Dios. En la oración se realiza el encuentro con Dios Amor. Es diálogo de amor, mirada de amor.

       Sin oración, sin pasar largos ratos ante el Sagrario, no se pueden creer, comprender y vivir estos misterios de la Navidad. Porque el Sagrario es una Encarnación continuada, una Navidad permanente.

        La oración es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el Adviento cristiano. Sin oración meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay Adviento ni Navidad cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y reunión de familia y regalos y todo lo demás. Porque falta el protagonista, falta Cristo, que siempre viene y vendrá para las almas que le esperan. Y el camino esencial es la oración. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica carece de alma, carece de “espíritu y verdad”.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor. Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad, mucho mejor. Sin oración eucarística no hay encuentro con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

       Para demostrar esta afirmación bastaría leer la definición de Santa Teresa sobre la oración: «Que no es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama» (V 8,5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el sagrario,  en la mejor escuela.

       Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

       Toda oración, especialmente la eucarística, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos”; “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada.

 

       4.- Cuarto: Necesidad de la conversión. La liturgia de estos días nos invita a allanar y enderezar los caminos del encuentro. En este tiempo debemos convertirnos más a Dios: Convertir es dejar de mirar en una dirección para hacerlo en otra. Dios debe ser lo primero y absoluto de nuestra vida, todo lo demás, relativo: la conversión es para vivir mejor el «tanto en cuanto» ignaciano.

       El tiempo que nos separa de dicha meta debe ser aprovechado con solicitud. Nosotros ya caminamos hacia la última fase de la historia; debemos prepararnos con fe y esperanza, con obras de amor y conversión de las criaturas a Dios, preparando bien el examen de amor, la asignatura final, en la que todos debemos aprobar.

       Todo hombre tiene que encontrarse con Cristo glorioso; es el momento más trascendental de nuestra historia personal, hacia la cual  tenemos que caminar vigilantes, porque decidirá nuestra suerte eterna. Es el encuentro definitivo y trascendental de nuestra historia personal y eterna, que lo esperamos fiados del amor que Dios nos tiene, manifestado en la Navidad, donde Él sigue amando, perdonando y buscando al hombre para ese encuentro eterno de felicidad con Él, Dios Uno y Trino.       Frente al auge de la increencia, el desencanto de las utopías humanas vacías de vida y amor, frente a la corrupción y la caída de las ideologías que prometían la felicidad del hombre, oponiéndose a Dios, frente a las actitudes de un consumismo, caracterizado de una trivialidad sin compromisos de tipo moral o religioso, unido a la alergia del hombre actual a la reflexión y a las preguntas últimas, resumen de un hombre que quiere orientar su vida al margen de Dios, tomando él la iniciativa de decir qué es lo que está bien o mal en el orden moral, nosotros, los cristianos, debemos mirar a Dios que nos dijo que comiéramos de todos los frutos del paraíso del mundo, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque saber lo que es bueno y malo, lo que es pecado o gracia, solo le corresponde a Dios.

       Tenemos que convertirnos a Dios y no convertir el mundo y sus criaturas en dioses, ídolos que adoramos y servimos. Tenemos que convertirnos de tanta idolatría. Por eso, el hombre moderno, queriéndose apropiar de esta propiedad esencial de Dios, ha caído en la corrupción y en la autodestrucción, matando al mismo hombre, a la misma vida, con el aborto y la eutanasia; ha matado el respeto absoluto al hombre, al amor que lo ha convertido en sexo todo, ha matado la humildad, la sencillez, el servicio, el amor desinteresado.

       El ateísmo ha matado a Dios en el corazón de muchos hombres y familias; sin Dios, no hay amor, amor duradero y para siempre entre esposos,  si no hay dinero, no hay ayuda para los ancianos y mayores, respeto a todo hombre por ser hijo de Dios. El mundo necesita convertirse, volver a Dios, mirar a Dios como lo único necesario, lo absoluto y primero de la vida y de la existencia del hombre sobre la tierra.

       Frente a los laboratorios de la inmoralidad, de la increencia, del laicismo militante que son la televisión y ciertos medios de comunicación social, no desesperemos y esperemos siempre en el Señor, porque vendrán nuevamente tiempos mejores, porque Dios no deja de enviar a su Ungido, porque nunca dejará de existir la Navidad Cristiana. Y si es Navidad es que Dios sigue amando y perdonando, buscando al hombre por amor gratuito. Dios no necesita del hombre; es el hombre el que necesita de Dios. Celebremos la Navidad. Se acerca nuestra liberación. Proclamemos esta buena nueva, la mejor noticia para este mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad”.

 

 

VI MEDITACIÓN

 

SENTIMIENTOS Y ACTITUDES DE NAVIDAD

 

Si nos preparamos para celebra la Navidad, lo primero que tenemos que aclarar y meditar será qué es la Navidad cristiana, qué nos trae el nacimiento del Hijo de Dios y que nos enseña su amor y humildad a todos, qué tenemos que vivir en la Navidad. La venida de Dios entre nosotros nos revela, nos dice y nos pide muchas cosas. Vamos a meditar algunas para vivirla en esta navidad.

 

1.-  La Navidad debe ser para nosotros, más allá de los wasat y tele y demás medios, una fiesta de la fe cristiana. Ante el anuncio de la Buena Nueva del Nacimiento, la respuesta del hombre debe ser la fe total y confiada: CREO EN JESUCRISTO, HIJO UNICO DE DIOS. Dios ha enviado su Hijo al mundo: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva” (Ga 4, 4-5). He aquí “la Buena Nueva de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1, 1): “Dios ha visitado a su pueblo” (cf Lc 1, 68), ha cumplido las promesas hechas a Abraham y a su descendencia (cf Lc 1, 55); lo ha hecho más allá de toda expectativa: Él ha enviado a su “Hijo amado” (Mc 1, 11).

       Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha “salido de Dios” (Jn 13, 3), “bajó del cielo” (Jn 3, 13; 6, 33), “ha venido en carne” (1 Jn 4, 2), porque “la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 14.16).

       Movidos por este amor y obra del Espíritu Santo y atraídos por el Padre, nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf Mt 16, 18; San León Magno, serm. 4, 3; 51, 1; 62,2; 83, 3).

       La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4, 20).Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida —pues la Vída se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó—, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo (1 Jn 1, 1-4). (CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, Nº 422,423, 424,425)

 

       2.- La Navidad debe ser para nosotros fiesta del amor cristiano y divino. La Navidad es un misterio todo lleno de amor. Amor del Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo Unigénito, para darnos su propia vida: “Tanto amó Dios al mundo que nos dio su Hijo Unigénito para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (cf. 1 Jn 4, 8-9). Amor del “Dios con nosotros”, el Emmanuel, que ha venido a la tierra para salvarnos y morir por nosotros en una Cruz: “Nadie ama más que el que da la vida por los amigos”.

       En el frío portal, en medio del silencio, la Virgen Madre, le da todo el amor que tiene y que nosotros no manifestamos a veces:

       «¡Oh Dios mío!, hazme digna de conocer el misterio de la caridad ardentísima que se esconde en ti, esto es, la obra excelentísima de la Encarnación que has puesto como principio de nuestra salud. Este beneficio inefable nos produce dos efectos: el primero es que nos llena de amor; el segundo, que nos da la certeza de nuestra salud. ¡Oh inefable caridad, la más grande que puede darse: que Dios creador de todo se haga criatura, para hacer que yo sea semejante a Dios! ¡Oh amor entrañable! te has anonadado a ti mismo, tomando la forma vilísima de siervo, para darme a mí un ser casi divino. Aunque al tomar mi naturaleza no disminuiste ni viniste a menos en tu sustancia ni perdiste la más mínima parte de tu divinidad, el abismo de tu humildísima Encarnación me empuja a prorrumpir en estas palabras: ¡Oh incomprensible, te has hecho por mi comprensible! ¡Oh increado, te has hecho creado! ¡Oh impalpable, te has hecho palpable!... Hazme digna de conocer lo profundo de tu amor y el abismo de tu ardentísima caridad, la cual nos has comunicado en tu santísima Encarnación». (B. ANGELA DE FOLIGNO, II libro della B. Angela).

 

       «¡Oh amor sumo y transformado! ¡Oh visión divina! Oh misterio inefable! ¿Cuándo, oh Jesús, me harás comprender que naciste por mí y que es tan glorioso el comprenderlo? En verdad, el ver y comprender que has nacido para mí me llena de toda delectación. La certeza que nos viene de la Encarnación es la misma que se deriva de la Navidad: ha nacido para el mismo fin por que quiso encarnarse. Oh admirable, cuán admirables son las obras que realizas por nosotros!» (B. ANGELA DE FOLIGNO, II Libro della 8. Angela).

 

       3.- Queridos hermanos: En este tiempo de Navidad hemos de creer en el Amor de Dios, hemos de rendirnos a su amor: “Cantaré eternamente tus misericordias, oh Señor, las misericordias de tu amor…” (Ps 89. 2). La Navidad es la fiesta por excelencia del amor, de un amor que se revela, no en los sufrimientos de la cruz, sino en la amabilidad de un Niño, Dios nuestro, que extiende hacia nosotros sus brazos para darnos a entender que nos ama y necesita de nuestro amor.

       Por eso justamente queremos abismarnos en la contemplación del misterio natalicio. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). En Belén, la gloria del Verbo Eterno, Consustancial al Padre y como Él, eterno, omnipotente, omnisciente, creador del universo, se halla del todo escondida en un Niño que desde el primer instante de su vida terrena no sólo acepta de lleno todas las debilidades humanas, sino que las experimenta en las condiciones más pobres y despreciadas.

       «Acuérdate, oh Creador de las cosas—canta la liturgia natalicia— que un día, naciendo del seno purísimo de la Virgen, tomaste un cuerpo semejante al nuestro... Tú solo desde el seno del Padre viniste a salvar al mundo» (Breviario Romano). Sí, la oración habla conmovida al corazón de Dios y al corazón del creyente: recuerda a Dios las maravillas realizadas por su amor a los hombres, y recuerda al creyente la gran verdad de Dios: “Dios es amor”. Ante el pesebre de Belén repitamos incesantemente: “Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Jn 4, 16).

       “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Es inmenso el tesoro que encierran estas palabras, tesoro que Dios descubre y revela al alma que quiere concentrarse totalmente en la contemplación del Verbo Encarnado. Mientras no se comprende que Dios es amor infinito, infinita bondad, que se da y se derrama a todos los hombres, para comunicarles su bien y su felicidad, la vida espiritual está todavía en etapas iniciales, no se ha desarrollado aún, ni es suficientemente profunda. Mas cuando el alma, iluminada por el Espíritu Santo, penetra en el misterio de la caridad divina, del Amor Personal del Espíritu Santo, que es su misma esencia: “Dios es Amor”, -- si dejara de amar,  dejaría de existir -- , la vida espiritual del orante o creyente llega a su plenitud de transformación en Dios y de vida divina.

       Dios ha bajado de la altura de su divinidad a la bajeza del fango de tu humanidad, movido únicamente por su inmensa caridad:

       «Oh Señor mío, que de todos los bienes que nos hicisteis, nos aprovechamos mal. Vuestra Majestad, buscando modos y maneras e invenciones para mostrar el amor que nos tenéis; nosotros, como mal experimentados en amaros a Vos, tenémoslo tan en poco, que de mal ejercitados en esto, vanse los pensamientos adonde están siempre y dejan de pensar los grandes misterios que este lenguaje encierra en sí, dicho por el Espíritu Santo... El amor que nos tuviste y tienes me espanta a mí más y me desatina, siendo lo que somos; que teniéndole, ya entiendo que no hay encarecimiento de palabras con que nos le muestras, que no le hayas mostrado más con obras». (STA TERESA DE JESUS).

 

       3.- La Navidad debe ser una fiesta también de corresponder al amor de Dios. «En tu Navidad, Señor, te ofrecemos como tributo el himno de nuestra alabanza y amor». (Breviario Romano). “Él, de naturaleza divina.., se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres” (Fp 2, 6-7). Para unirse a la naturaleza humana, el Verbo eterno ha ocultado su divinidad, su majestad, su potencia y sabiduría infinita; se ha hecho niño que no puede hablar, que no puede moverse y que en todo depende y todo lo espera de su madre, criatura suya. El amor verdadero vence cualquier obstáculo, acepta cualquier condición y sacrificio con tal de poder unirse a ama. Si queremos unirnos a Dios, hemos de recorre camino semejante al que el Verbo recorrió para asumir la naturaleza humana: camino de prodigioso abatimiento, de infinita humildad. Ante nosotros se abre el camino  mostrado por S. Juan de la Cruz a las almas que quieren llegar a la suprema unión con Dios: <¡Todo!> <¡Nada!>; «Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer nada» (Monte de la perfección).

       Para corresponder a su amor infinito y demostrarle el nuestro, tenemos que despojarnos generosamente de todo lo que pueda retardar nuestra semejanza y unión con Él: un despojo que ha de comenzar por nuestro amor propio, orgullo, vanidad, por esas pretensiones en nuestros derechos, nuestros puntillos de honra… inmenso contraste entre estas vanas exigencias de nuestro yo y la conmovedora humildad del Verbo encarnado: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien -- repite S. Pablo--  siendo de naturaleza divina, se anodadó, tomando la forma de siervo” (Fp 2, 7). ¿Quién pagará con amor a quien tanto nos ha amado? “Conocéis la benevolencia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro” (2 Cr 8, 9). Por amor del hombre y enriquecerlo con dones divinos, Jesús eligió para sí la condición de los pobres: María “lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc 2, 7). Quien desea seguir a Jesús más de cerca, debe despojarse voluntariamente y de corazón por amor suyo del ego, del amor propio, del amor a las riquezas y al consumismo, que nos esclavizan y nos impiden darle a Dios el culto verdadero.

 

       4.- La Navidad, fiesta de salvación para nosotros y el mundo entero: “Os ha nacido el Salvador”, anuncian los ángeles a los pastores. La Navidad nos salva del pecado, de todo pecado. «Reconoce, cristiano, tu dignidad».

       «Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.
Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido. Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: “”Gloria Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?
Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación. Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.
Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas». (San León Magno, papa: Sermón 1 en la Natividad del Señor, 1-3: PL 54, 190-193)

 

       5.- La Navidad, fiesta del amor fraterno. Si Dios se hace hombre, todo hombre es mi hermano. Para vivir la Navidad hay que deshacer muchas fronteras, porque nacen muchos misterios y comportamientos humanos que deben estar provocados por el amor divino, por el amor de Jesucristo hecho hombre por amor, sin fronteras de razas y colores. No se puede vivir la Navidad, no se puede amar como Cristo nos ama y quiere, si primero no creemos y oramos el misterio de la Encarnación. Si Dios se hace hombre por amor, todo hombre es mi hermano y debe ser respetado como hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Este amor llena de sentido cristiano la vida, el hombre, el matrimonio, la familia. Hay que amar como Cristo, superando todas las barreras y dificultades. Si yo creo en la Navidad, debo adorar al Niño, debo agradecer a Dios este don y adorar su designio de amor y fraternidad y debo amar a los hombres como Él lo amó, haciéndose hombre igual a todos menos en el pecado. La navidad provoca este amor.

       Si Dios se hace hombre, todo hombre queda sacralizado, porque queda consagrado por la presencia del Hijo en nuestra humanidad, uniéndose a todo el género humano, a toda la raza humana. Este es el fundamento teológico de todo el valor de los humano y de la caridad  fraterna: “lo que hicisteis con cualquiera conmigo lo hicisteis”. La Navidad se abre en fraternidad: “Uno solo es nuestro Padre y todos vosotros sois hermanos”. La Navidad nos invita a ser solidarios. El consumismo nos divide.

       Si Dios se hace hombre, Él acepta al hombre, menos el pecado. El dolor, las pruebas, las limitaciones. La Navidad nos invita a aceptar todo lo humano, a quererlo, a asumirlo mediante el amor a Jesucristo encarnado.

 

       6.- La Navidad, fiesta de la Luz y el Amor de Dios. Nos dice San Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. Hubo un hombre enviado de Dios, de nombre Juan. Vino éste a dar testimonio de la luz, para testificar de ella y que todos creyeran por él. No era Él la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz.

       Era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo y por Él fue hecho el mundo, pero el mundo no le conoció. Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron. Mas a cuantos le recibieron, Dios les dio poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

       Como vemos, en el Prólogo de su Evangelio, Juan nos eleva a los orígenes eternos del Verbo, para descender luego a su existencia histórica. Expone primero sus relaciones con Dios, en quien está (1-2); con el mundo, que fue hecho por Él (3), y con los hombres, de quien es luz y vida (4-5). Para mejor declarar este último pensamiento, nos habla de Juan, que no era la luz, pero que tenía la misión de dar testimonio de ella (6-8). Vuelve otra vez a la luz verdadera, que viene a este mundo para iluminar a todos los  hombres, los cuales no le dieron la acogida que debían, sobre todo, los suyos, su pueblo, que estaban más obligados 9-11) Pero este juicio negativo no es universal, porque muchos le recibieron, y a éstos les otorga la dignidad de ser hijos de Dios (12-13). Termina enunciando de nuevo el misterio de la encamación, del que Juan da testimonio, y que, en vez de la Ley de Moisés, nos comunica la gracia y la verdad (14-87). El versículo 8 viene a ser como la síntesis de todo el prólogo: El Verbo, que es Dios Unigénito y que por esto mora en el seso del Padre, ha venido a darnos a conocer a éste y otorgamos la filiación divina.

       En el Credo profesamos nuestra fe en “ Creo en Jesucristo …Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero…Y San Juan nos dirá: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la recibieron” (cf. Jn 1, 4-5).

       En la noche de Navidad surge la luz que es Cristo. Esta luz brilla y penetra en los corazones de los hombres, infundiendo en ellos la nueva vida. Enciende en ellos la luz eterna, que siempre ilumina al ser humano, incluso cuando las tinieblas de la muerte envuelven su cuerpo. Por esto “la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 14).Y esta luz está provocada por el fuego del Amor de Dios. Por eso es como llama de amor viva que tiernamente hiere en lo más profundo del alma: “¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro!; pues ya no eres esquiva, acaba ya, si quieres; rompe la tela de este dulce encuentro.”

 

       7.- La Navidad debe ser para nosotros y el mundo entero misterio de alegría, a pesar de todo, porque “hoy os ha nacido, en la ciudad de David, un salvador” (Lc 2, 11). De este mismo gozo participa la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios:

       «Misterio adorable del Verbo Encarnado. Junto a ti, Virgen Madre, permanecemos pensativos ante el pesebre donde está acostado el Niño, para participar de tu mismo asombro ante la inmensa condescendencia de Dios. Danos tus ojos, María, para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros del Hijo. Enséñanos a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura. Ayúdanos a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y de amor, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrastes e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón. Las tinieblas jamás podrán apagarla. Es la gloria del Verbo eterno, que, por amor, se ha hecho uno de los nuestros.

       La Navidad es misterio de paz. En esa noche los ángeles han cantado: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”(Lc 2, 14). Han anunciado el acontecimiento a los pastores  (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, y con la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder.

       Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza, aunque el trágico fenómeno del terrorismo acreciente incertidumbres y temores.

       Los creyentes de todas las religiones, junto con los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, están llamados a construir la paz:

ante todo en Tierra Santa, para detener finalmente la inútil espiral de ciega violencia, y en Oriente Medio, para apagar los siniestros destellos de un conflicto que puede ser evitado con el esfuerzo de todos; en África, donde carestías devastadoras y luchas intestinas agravan las condiciones, ya precarias, de pueblos enteros, si bien no faltan indicios de optimismo; en Latinoamérica, en Asia, en otras partes del mundo, donde crisis políticas, económicas y sociales inquietan a numerosas familias y naciones. ¡Que la humanidad acoja el mensaje de paz de la Navidad!»  (Angelus, Juan Pablo II: Original italiano; traducción española, Sala de Prensa de la Santa Sede.)

      

       8.- La MÍSTICA de la Navidad es sentir todo esto dentro, gustarlo, sentirse amado, buscado por Dios en ese niño Jesús, experimentar que nació y que nace y es verdad, que existe; el éxtasis de la Navidad es vivir y experimentar toda la teología que hemos dicho antes, ver que Dios ha enviado a su Hijo por mí, sentir el beso del mismo Dios en este niño, no que yo le bese que sería la teología, ni tratar de besarle como El me besa, que sería la moral y espiritualidad, sino sentirlo y vivirlo dentro de ti, que sería la mística de la Navidad; sentir este beso de Dios en mi alma, como lo sienten los santos, especialmente los místicos, como se sienten las emociones que nos hacen llorar y gozar y decir:


GLORIA TI, PADRE DIOS, porque me has creado hombre, porque existo y has pensado y creado y realizado para mí este proyecto de salvación.

GLORIA A TI, HIJO DE DIOS, Palabra de salvación y revelación de todo este amor escondido por siglos en el corazón de Dios.

GLORIA A TI, ESPIRITU SANTO, porque por la potencia de tu amor formaste esta rosa de niño en el seno de Maria.
LO CREO, LO CREO Y ES VERDAD. Hazme gozar y sentir y experimentar como otros los vivieron. Bueno, y para ser educado y completo: GRACIAS, José, porque queriendo repudiar a María, porque tú no habías tenido parte en nada, creíste y esperaste y amaste a este niño, más que si fuera tuyo.
Y gracias, María, hermosa nazarena, virgen bella, madre del alma, cuánto te quiere, cuánto me quieres…porque sin tino hubiera sido posible este misterio de amor y salvación. Ayúdame a vivirlo y sentirlo como tú.

       «Nonos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del Hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiera brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran necesarias cósmicamente, biológicamente, para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro por el despertar activo y creador de su alma, en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo». (TEILHARD DE CHARDIN)

 

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MEDITACION Y HOMILÍA DE SAN JUAN DE LA CRUZ

 

 

FIESTA DE SAN JUAN DE LA CRUZ. (Estupenda homilía-meditación y  desde san Juan Pablo II, papa, retocada por mí)

CARMELITAS DON BENITO 14-12-2017. (como homilía, 4 páginas)

 

Queridas hermanas carmelitas, queridos hermanos todos participantes en este Eucaristía de la fiesta de san Juan de la Cruz: “En la grandeza y hermosura de las criaturas, proporcionalmente se puede contemplar a su Hacedor original . . . Y si se admiraron del poder y de la fuerza, debieron deducir de aquí cuánto más poderoso es su plasmador; si fueron seducidos por su hermosura, ... debieron conocer cuánto mejor es el Señor de ellos, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas”.

Hemos proclamado estas palabras del libro de la Sabiduría, queridos hermanos y hermanas, en este día 14 de diciembre,  celebración de la Eucaristía en honor de San Juan de la Cruz. El libro de la Sabiduría habla del conocimiento de Dios por medio de las criaturas; del conocimiento de los bienes visibles que muestran a su Artífice; de la noticia que lleva hasta el Creador a partir de sus obras. 

Bien podemos poner estas palabras en labios de Juan de la Cruz y comprender el sentido profundo que les ha dado el autor sagrado. Son palabras de nuestro santo, sabio y de poeta que ha conocido, amado y cantado la hermosura de las obras de Dios; pero sobre todo, palabras de teólogo y de místico que ha conocido a su Hacedor; y que apunta con sorprendente radicalidad a la fuente de la bondad y de la hermosura, dolido por el espectáculo del pecado que rompe el equilibrio primitivo, ofusca la razón, paraliza la voluntad, impide la contemplación y el amor al Artífice de la creación: “A donde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido, habiendo herido... Pastores… Mil gracias…

 

Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjanme muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacedlos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre de ellos,
y sólo para ti quiero tenerlos.

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura
sino con la presencia y la figura.

¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!

 

2. Doy gracias a nuestro Dios Trinidad, que me ha concedido venir a venerar a nuestro santo en este día de su fiesta, porque desde mi juventud, la lectura y meditación de sus libros me hicieron mucho bien hasta el punto, que al terminar estudios en Plasencia y ser ordenado sacerdote, marché a Roma para continuarlos con el estudio y el doctorado en teología y espiritualidad con las noches de la fe en san Juan de la cruz, meditando y evocando la figura y doctrina de San Juan de la Cruz, a quien tanto debo en mi formación espiritual.

Aprendí, por tanto, a conocerlo en mi juventud y pude entrar en un diálogo íntimo con este maestro de la fe, con su lenguaje y su pensamiento, hasta culminar con la elaboración de mi tesis doctoral sobre La fe en San Juan de la Cruz.

Desde entonces he encontrado en él un amigo y maestro, que me ha indicado la luz que brilla en la oscuridad, para caminar siempre hacia Dios, “sin otra luz ni guía / que la que en el corazón ardía. / Aquesta me guiaba / más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba. quien yo bien me sabía, en sitio donde nadie aparecía.”.

3. Queridos hermanos, san Juan de la Cruz, el Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios. Sus escritos siguen siendo actuales, y en cierto modo explican y complementan los libros de Santa Teresa de Jesús. El indica los caminos del conocimiento mediante la fe, porque sólo tal conocimiento en la fe dispone el entendimiento a la unión con el Dios vivo.

¡Cuántas veces, con una convicción que brota de la experiencia, nos dice que la fe es el medio propio y acomodado para la unión con Dios! Es suficiente citar un célebre texto del libro segundo de la “Subida del Monte Carmelo”: “La fe es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios... Porque así como Dios es infinito, así ella nos lo propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone Trino y Uno... Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto cuanto más fe tiene el alma, más unida está con Dios”.

Con esta insistencia en la pureza de la fe, Juan de la Cruz no quiere negar que el conocimiento de Dios se alcance gradualmente desde el de las criaturas; como enseña el libro de la Sabiduría y repite San Pablo en la Carta a los Romanos.

El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe.

 

4. El acto de fe se concentra, según el Santo, en Jesucristo; el cual, como ha afirmado el Vaticano II, a es a la vez el mediador y la plenitud de toda la revelación”. Todos conocen la maravillosa página del Doctor Místico acerca de Cristo como Palabra definitiva del Padre y totalidad de la revelación, en ese diálogo entre Dios y los hombres: “El es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”.

Y así, recogiendo conocidos textos bíblicos, resume: “Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra, y no tiene más que hablar”. Por eso la fe es la búsqueda amorosa del Dios escondido que se revela en Cristo, el Amado.

Sin embargo, el Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que a Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre; y que en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de la gracia: “Y así, escribe el Santo, en todo nos habemos de guiar por la ley de Cristo hombre y de la Iglesia y sus ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales; que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía”.

 

5. En estas palabras del Doctor Místico encontramos una doctrina de absoluta coherencia y modernidad.

Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre.

          Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe.

Por eso exhorta a emprender una búsqueda de Dios en la oración, el mejor camino que tenemos en este mundo, para que el hombre caiga en la cuenta de su finitud temporal y de su vocación de eternidad. En el silencio de la oración se realiza el encuentro con Dios y se escucha esa Palabra que Dios dice en eterno silencio y en silencio tiene que ser oída. Un grande recogimiento y un desasimiento interior, unidos al fervor de la oración, abren las profundidades del alma al poder purificador del amor divino.

 

6. Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios. Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario: “Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal, en su servicio; ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio. Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada,me hice perdediza y fui ganada. (fin de homilía) (Si es meditación, sigue a continuación…)

 

No se pueden olvidar las inmensas soledades de Duruelo, la oscuridad y desnudez de la cárcel de Toledo, los paisajes andaluces de la Peñuela, del Calvario, de los Mártires, en Granada. Hermosa y sonora soledad segoviana la de la ermita-cueva, en las peñas grajeras de este convento fundado por el Santo. Aquí se han consumado diálogos de amor y de fe; hasta ese último, conmovedor, que el Santo confiaba con estas palabras dichas al Señor que le ofrecía el premio de sus trabajos: “Señor, lo que quiero que me deis es trabajos que padecer por vos, y que sea yo menospreciado y tenido en poco”. Así hasta la consumación de su identificación con Cristo Crucificado y su pascua gozosa en Úbeda, cuando anunció que iba a cantar maitines al cielo.

 

7. Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe.

Sus análisis asombran al filósofo, al teólogo y hasta al psicólogo. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu.

El ha contemplado con una admirable hondura de fe, y desde su propia experiencia de la purificación de la fe, el misterio de Cristo Crucificado; hasta el vértice de su desamparo en la cruz, donde se nos ofrece, como él dice, como ejemplo y luz del hombre espiritual. Allí, el Hijo amado del Padre “fue necesitado de clamar diciendo: ¡Dios mío, Dios mío! por qué me has desamparado?

Lo cual fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y así en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios”.

 

8. El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas. También el cristiano y la misma Iglesia pueden sentirse identificados con el Cristo de San Juan de la Cruz, en el culmen de su dolor y de su abandono. Todos estos sufrimientos han sido asumidos por Cristo en su grito de dolor y en su confiada entrega al Padre. En la fe, la esperanza y el amor, la noche se convierte en día, el sufrimiento en gozo, la muerte en vida.

Juan de la Cruz, con su propia experiencia, nos invita a la confianza, a dejarnos purificar por Dios; en la fe esperanzada y amorosa, la noche empieza a conocer “los levantes de la aurora”; se hace luminosa como una noche de Pascua —“O vere beata nox!”, “¡Oh noche amable más que la alborada!”— y anuncia la resurrección y la victoria, la venida del Esposo que junta consigo y transforma al cristiano: “¡Oh noche que juntaste, Amado con amada, amada en el Amado transformada”.

¡Ojalá las noches oscuras que se ciernen sobre las conciencias individuales y sobre las colectividades de nuestro tiempo, sean vividas en fe pura; en esperanza “que tanto alcanza cuanto espera”; en amor llameante de la fuerza del Espíritu, para que se conviertan en jornadas luminosas para nuestra humanidad dolorida, en victoria del Resucitado que libera con el poder de su cruz!

 

9. Hemos recordado en la lectura del Evangelio las palabras del profeta Isaías, asumidas por Cristo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”.

También el “santico de Fray Juan” —como decía la madre Teresa— fue, como Cristo, un pobre que evangelizó con inmenso gozo y amor a los pobres; y su doctrina es como una explicación de ese evangelio de la liberación de esclavitudes y opresiones del pecado, de la luminosidad de la fe que cura toda ceguera. Si la Iglesia lo venera como Doctor Místico desde el año 1926, es porque reconoce en él al gran maestro de la verdad viva acerca de Dios y del hombre.

La Subida del Monte y la Noche oscura culminan en la gozosa libertad de los hijos de Dios en la participación en la vida de Dios y en la comunión con la vida trinitaria. Sólo Dios puede liberar al hombre; éste sólo adquiere totalmente su dignidad y libertad, cuando experimenta en profundidad, como Juan de la Cruz indica, la gracia redentora y transformante de Cristo. La verdadera libertad del hombre es la comunión con Dios.

 

10. El texto del libro de la Sabiduría nos advertía: “Si pueden alcanzar tanta ciencia y son capaces de investigar el universo, ¿cómo no conocen más fácilmente al Señor de él?”. He aquí un noble desafío para el hombre contemporáneo que ha explorado los caminos del universo. Y he aquí la respuesta del místico, que desde la altura de Dios descubre la huella amorosa del Creador en sus criaturas y contempla anticipada la liberación de la creación.

Toda la creación, dice San Juan de la Cruz, está como bañada por la luz de la encarnación y de la resurrección: “En este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su Resurrección según la carne no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad”. El Dios que es “Hermosura” se refleja en sus criaturas.

En un abrazo cósmico que en Cristo une el cielo y la tierra, Juan de la Cruz ha podido expresar la plenitud de la vida cristiana: “No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo en quien me diste todo lo que quiero... Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes; los justos son míos, y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí”.

 

11. Queridos hermanos y hermanas: He querido rendir con mis palabras un homenaje de gratitud a San Juan de la Cruz, teólogo y místico, poeta y artista, “hombre celestial y divino” —como lo llamó Santa Teresa de Jesús—, amigo de los pobres y sabio director espiritual de las almas. El es el padre y maestro espiritual de todo el Carmelo Teresiano, el forjador de esa fe viva que brilla en los hijos más eximios del Carmelo: Teresa de Lisieux, Isabel de la Trinidad, Rafael Kalinowski, Edith Stein.

Pido a las hijas de Juan de la Cruz, las carmelitas descalzas, que sepan vivir las esencias contemplativas de ese amor puro que es eminentemente fecundo para la Iglesia. Recomiendo a sus hijas, las carmelitas descalzas, fieles custodias de este convento y animadoras de la espiritualidad carmelitana, consistente especialmente en la oración y mortificación y silencio del mundanal ruido por la salvación eterna de sus hermanos, tan propias de la orden y practicadas hasta el heroísmo por el Santo, les pido es fidelidad a su doctrina y la dedicación a la dirección espiritual de las almas que en sus diálogos con los creyentes vengan a visitarlas y a pedirlas su oración.

Y para terminar, como garantía de revitalización eclesial, dejo estas hermosas consignas de San Juan de la Cruz que tienen alcance universal: clarividencia en la inteligencia para vivir la fe: “Un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tanto sólo Dios es digno de él”. Valentía en la voluntad para ejercitar la caridad: “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”. Una fe sólida e ilusionada, que mueva constantemente a amar de veras a Dios y al hombre; porque al final de la vida, “a la tarde te examinarán en el amor”.

Dios sea bendito, hermanas, que sea más conocido y amado por vuestra oración permanente, vuestra ofrenda de vida entera y vuestra caridad fraterna. Amén así sea.

 

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MI ÚLTIMA LECCIÓN DE TEOLOGÍA ESPIRITUAL

(Dada públicamente en el Seminario como despedida de profesor de     Teología Espiritual)

 

LA EXPERIENCIA  DE DIOS EN SAN JUAN DE LA CRUZ

 

1.- SALUDOS

 

       Exmo y Rvdmo. Sr. Obispo, Sr. Rector y Superiores del Seminario, Sr. Director del Instituto Teológico, Sr. Deán de la Catedral, profesores del Seminario y seminaristas y queridas hermanas y hermanos, amigos todos:

       Quiero hablar de la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz, porque para mí, como profesor de Teología Espiritual, es la verdadera experiencia de Dios posible en este mundo por la gracia y las virtudes teologales; hablar de experiencia de Dios en San Juan de la Cruz es hablar de la contemplación infusa, «medio adecuado» para llegar a ella según el Doctor Místico,  y hacia la cual  mira y se dirige el Santo desde la primera página de sus escritos; y hablar de la contemplación en San Juan de la Cruz es hablar de la oración personal, de la que el santo es maestro insuperable con Santa Teresa de Jesús, sobre todo, en las etapas más elevadas de la  unión y transformación en Dios, por la experiencia de la Santísima Trinidad en lo más profundo del alma. 

Quiero añadir en este aspecto que hablar de oración en San Juan de la Cruz es hablar de «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa»,«ciencia infusa», «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones diversas de la misma realidad, que es la contemplación infusa o pasiva, por la que Dios se comunica al orante y el alma llega a la «unión perfecta con Dios»...

Para San Juan de la Cruz estos conceptos y realidades están tan unidos y entrelazados que no pueden separarse, a no ser que queramos tratar de cada uno específicamente. De todos ellos hablaremos, aunque brevemente.

Me alegra muchísimo terminar hoy mi última lección de Teología Espiritual con el mismo tema que los inicié en la Universidad  de Roma. Gloria y alabanza sean dadas a la Santísima Trinidad, que, por medio de mi Seminario, realidad tan querida y orada por mi, y en su representación, por los que rigen su marcha, Sr. Obispo, Superiores y Sr. Director del Instituto Teológico, han hecho posible mi despedida como profesor con esta última lección, dictándola en el lugar más amado, mi seminario; ante las personas más valoradas y queridas por mí, los seminaristas y los sacerdotes de Cristo; y ante una representación de hermanos de la parroquias, especialmente de San Pedro, a los que con dedicación total he entregado mi vida sacerdotal, en el nombre de mi Dios y Señor, Jesucristo, por el que fui llamado a la amistad total, que siento vivamente, sobre todo en ratos de oración y de liturgia sagrada, porque me ha seducido y conquistado, y quiero serlo todo para Él como Él primero fue y lo es todo para nosotros; Dios, oración, sacerdotes, seminario, parroquia, he aquí las realidades más queridas por mí, siempre en y desde ese orden de amor, de verdad y de gozo. Y todo, desde la oración personal que me llevó a descubrir todos estos misterios.

Al tratar hoy estos temas como profesor de Teología Espiritual, quisiera hacerlo lleno del fuego de mi maestro San Juan de la Cruz, que a la vez que escribe profunda y encendidamente de estos temas de la oración y de la unión con Dios, lo hace también lleno de deseos de contagiar su pasión por Dios en la oración contemplativa, único y esencial medio para la unión de amor, animándonos a todos, no solo a sus hermanos y hermanas Carmelitas, a recorrer este camino que nos lleva a la unión y amor total de Dios, y que le hace exclamar: «7. ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (CB 39, 7).

Ésta introducción a la experiencia de Dios en San Juan de la Cruz pretende ser una lección de Teología Espiritual, de Mística Teología, que diría el Santo, diferenciándola de la Teología escolática; y quiere ser al mismo tiempo también una invitación a todos, a pedir a Dios y desear recorrer este camino esencial de encuentro con Él, por la oración contemplativa, que nos hace llegar al término de la fe y de la vida cristiana, a la experiencia del Dios vivo, fundamento, camino y meta de la vida y del apostolado cristiano que es llevar la almas hasta el encuentro con Dios vivo, sin quedarnos en las acciones o en zonas intermedias de la vida o apostolado.

La experiencia de Dios, en San Juan de la Cruz, se realiza por la oración contemplativa, donde llegamos a sentir el amor de Dios, su vida, su respiración dentro de nosotros, que es sabor dulce de amor en los labios y néctar en la garganta del beso de Amor en el Espíritu Santo, para el que fuimos soñados, contemplados y amados en la mente divina; y en consejo trinitario fuimos amados y preferidos y creados, tú has sido amado, yo he sido preferido, y Dios pronunció mi nombre, tu nombre, mi vida es más que esta vida, tú has sido creado para ser eternidad de felicidad en Dios, y a esta contemplación divina del diálogo eterno de belleza, hermosura, felicidad y amor entre los Tres, a este eterno amanecer de la luz y resplandores divinos, es a donde Dios quiere llevarnos, y el alma se introduce por la oración contemplativa. Y San Juan de la Cruz es maestro insuperable.

 

INTRODUCCIÓN

 

Cuando uno siente que Dios existe y es Verdad, que Cristo existe y es Verdad, que su Amor-Espíritu Santo existe y es verdad y esto se siente y se experimenta como Él lo siente y a veces lo vemos expresado en el evangelio de San Juan: “ Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor; os he dicho estas cosas, para que mi alegría esté dentro de vosotros y vuestra alegría sea completa… Yo en ellos y tú en mí, y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mi”; fijaos bien, nos ama el Padre con el mismo amor de Espíritu Santo que ama al Hijo, y nos lo da por participación, por gracia, por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, porque nosotros no podemos ni sabemos fabricar estas luces de contemplación de amor, de experiencias y sentimientos y amores infinitos y nos sentimos amados por el Padre en el Hijo, porque por la oración-conversión nos identificamos con Él hasta el punto de que el Padre no ve diferencias en el Hijo Amado y los hijos, porque estamos llenos de la misma luz del Verbo...

Cuando la simple criatura se ve y se siente amada y preferida singular y eternamente por Dios, más amada por Él que por uno mismo, --me ama más que yo me amo y me pueda amar y me ha querido crear para amarme así y para que lo ame igualmente-- y esto verdad y lo siento y no es pura teoría, es carne de mi carne y me amará así ahora y siempre, --qué confianza, qué seguridad, qué gozo, Dios mío, penetra todo mi ser y lo domina y lo eleva y lo consume...-- recibiendo en mi alma el beso de su mismo Amor eterno e infinito, que es su Espíritu Santo, recibido por su gracia, pronunciando mi propio nombre en su Palabra llena de Amor de su mismo Espíritu, Palabra pronunciada luego en carne humana…

Dice San Juan de la Cruz: el Padre, desde toda la eternidad, no ha tenido tiempo más que para pronunciar una sola Palabra y en ella nos lo dijo todo, y la pronunció en silencio, es decir, en oración, en diálogo de amor sin ruido ni gesto, contemplándose en su infinito Ser por sí mismo en Verdad y Vida infinita, y así debe ser escuchada, en el silencio de la oración, en la misma Palabra del Padre pronunciada llena de amor para nosotros.

Cuando Dios personalmente pronuncia para ti esta misma Palabra llena de luz y hermosura y verdad y belleza en la oración personal, de tú a tú,  en un TÚ, persona divina, «inmenso Padre», trascendentemente cercano, «divinamente» comunicativo, y en un yo que, porque naciendo de este TÚ y avanzando en creciente dinamismo hacia Él, se percibe, padece y goza, como una «pretensión» infinita incolmable de Dios, el diálogo se ha hecho Trinidad, la amistad se ha hecho beso trinitario, la intimidad se ha hecho, fundido en esencia divina, en el Ser Infinito del Dios Trino y Uno.

«Si el hombre busca a Dios, más le busca su Amado a él», repite San Juan de la Cruz. Entre personas anda el juego: Dios y el hombre, en mutua gravitación amorosa, llenan todo el escenario de la experiencia de Dios sanjuanista y dan peso y sustancia a su palabra de maestro de la fe. Urgencia de encuentro, de plenitud en la donación divina, en la acogida-donación humana. Y esto lo define el Doctor Místico como vida teologal: de Dios a nosotros —Dios en fe—, y de nosotros a Dios, «sin otra luz y guía, que la que en el corazón ardía»: la oración contemplativa.

El Doctor Místico, contemplativo por gracia y por voluntad, --llamada y respuesta--, centra la vida teologal y la conecta, como maestro, únicamente a la oración-contemplación. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta a la contemplación, en la que el protagonismo siempre es de Dios, y no de las criaturas, que ni saben ni entienden ni abarcan ni comprenden estas realidades del Amor divino, y Dios las irá preparando e ilustrando según su capacidad y su aceptación.

Lejos de cualquier contemplación «platónica», teórica, que el sujeto puede fabricarse, y vivir luego al margen de lo contemplado, la que San Juan de la Cruz enseña, es comunión de vida, inmersión del creyente en el mundo de Dios, mundo de relación gratuita, y en el mundo de la Iglesia, de la liturgia y del apostolado, pero visión distinta, porque se hace desde la misma visión de Dios, es decir, viviendo y experimentando lo que Dios siente y piensa y vive de sus mismo Ser y Existir Divino con su mismo Amor de  Espíritu Santo.

No es liturgia, apostolado, evangelio, amor a Dios y al prójimo, como yo lo puedo fabricar con la gracia de Dios por la oración, y que es bueno, y mucho menos, si uno lo programa o lo hace sin oración y unión permanente con Cristo, porque son liturgia, apostolado nuestro, puramente humano, sin el Espíritu de Cristo.  

La oración contemplativa en San Juan de la Cruz  no es contemplación separada de la vida, ni puramente intelectual ni fabricada por manos humanas; la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz es obra de Dios en el alma y está hecha de la misma vida de Dios metida en la misma vida y ser del orante, en la misma sustancia del alma, como el Santo gusta repetir, sentida y vivida y experimentada, y desde esa experiencia y vida, gozada y sumergida en la misma esencia divina por participación de la gracia, que Dios mismo obra en el alma.

Por eso, para él, la oración es el fundamento de toda la vida cristiana, es la misma vida cristiana; todo está cimentado y se alimenta y tiende como meta y cumbre a la unión con Dios; y no hay oposición entre liturgia «centro y culmen de toda la vida cristiana» como nos dice el Vaticano II  y oración personal, sino mutua ayuda y complemento; porque la liturgia, que esencialmente es «opus Trinitatis», es la provocación de Dios al creyente con sus dichos y hechos de amor, presencializados en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, que hace presente “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo…”

La liturgia es la acción de Dios y la provocación de amor del Padre al hombre por el Hijo en el Espíritu Santo, que siempre exige y pide la aceptación del celebrante y participantes por la misma oración litúrgica, que acepta y responde a los hechos salvadores y palabras hechos presentes por los ritos sagrados. La liturgia del Padre pide la repuesta de la Iglesia, que devuelve al Dios Trino y Uno la respuesta de amor personal y comunitaria por el pontífice, el sacerdote, puente de unión entre las dos orillas; entre la orilla divina, que nos trae de Dios su Salvación, que retorna aceptada desde la orilla humana, como repuesta de amor, hasta el trono de Dios y siempre por el mismo puente. De ahí la tremenda importancia de la santidad sacerdotal, de la mayor unión posible con Dios para que llegue hasta nosotros más abundancia de aguas divina. En la liturgia la iniciativa siempre es de Dios, pero no es completa, no es lo que Dios quiere y busca,  si no hay respuesta de fe y amor del hombre. Y eso es por la liturgia asimilada por la oración personal o por la oración personal hecha liturgia; pero siempre oración; por eso, la liturgia más importante es la Oración o Plegaria Eucarística.  

La oración contemplativa se nos muestra unida sustancialmente a la liturgia, a la vida, al apostolado, formando unidad en el creyente. Y en esta materia, San Juan de la Cruz nos dirá que su palabra quiere ser  «sustancial y sólida». Por eso, qué cariño, qué certeza, qué seguridad, qué necesidad tengo de esta oración, de este camino, de este encuentro, de esta unión, de este abrazo, de esta amistad, de esta comunicación, de este estar con Él y en Él, de este tratar de amar a Dios sobre todas las cosas que es la oración, y «que no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como la define Santa Teresa de Jesús desde su experiencia de oración.

La oración contemplativa personal, comunitaria o litúrgica, siempre nos hace entrar, como los exploradores enviados por Moisés, en la tierra prometida por Dios para volver cargados de los frutos que Dios nos ha preparado, y  el explorador contemplativo,  que ha visto y sentido todo esto, pero de verdad, no sólo por teología, o de oídas o teóricamente, sino por la experiencia del Dios vivo, vuelve siempre de esa oración cargado de gozo, de dones de santidad y de deseos de volver pero con los hermanos. He ahí  la esencia del cristianismo.

He aquí la clave del apostolado sacerdotal o del sacerdote apostólico, del fin y meta de todo apostolado, de la liturgia, de la oración sanjuanista, hasta el punto de que todos los cristianos, al escuchar la Palabra, celebrar los misterios, vivir la vida de gracia y de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, puedan decir del misterio de Dios como los paisanos de la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo” (Jn 4, 42). Ya antes Jesús había profetizado en este mismo diálogo con la Samaritana: “Pero llega la hora, y en ella estamos, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad. Porque así son los adoradores que el Padre quiere. Dios es Espíritu y sus adoradores han de adorarlo en Espíritu y Verdad” (v. 23).

 Quisiera que cada uno de los creyente, pudiera decir a Dios, al Cristo vivo, vivo y resucitado de la Eucaristía, como Job: “Hasta ahora hablaba de ti de oídas, ahora te han visto mis propios ojos”( Job 42, 5).  En los textos de San Juan, cuando salen «espíritu y verdad», siempre los pongo en mayúscula, porque para mí se refieren al Verbo de Dios, que es la Verdad, y al Espíritu Santo, que es el Espíritu del Dios Amor, como nos dirá San Juan en otro texto hermosísimo: “Dios es Amor…, en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó primero”(1Jn 4. 10).

En todo lo relacionado con Dios, una cosa es creer, otra celebrar y otra, vivir; vivir la fe, la esperanza y el amor, la experiencia del Dios vivo, esa es la “verdad completa”,  de la que nos habla el Señor en el evangelio de Juan. Y para llegar a la “verdad completa” nosotros, como los Apóstoles, tenemos que tener el Espíritu de Cristo,  tenemos que recibir el Espíritu Santo. Y para recibirlo hay que estar “en oración con María la madre de Jesús”. Pero en una oración que nos lleve a la “verdad completa”, porque no vale cualquier oración. Los Apóstoles habían orado muchas veces, incluso con el Señor, pero esa oración no le llevó a la “verdad completa”. Para llegar a ella, que es la experiencia de Cristo vivo pero en nuestro espíritu, en mi misma carne y sangre, dice San Juan de la Cruz, y es el mejor maestro de oración, hay que llegar a etapas un poco más elevadas de oración, hay que llegar a la oración contemplativa. Y cuando se tiene esta vivencia de Dios, es cuando se llega a «la verdad completa».

Los Apóstoles han escuchado al Señor durante tres años, han visto sus milagros y han escuchado sus palabras salvadoras, llenas de amor, pero no han llegado a la “verdad completa”, porque todo se ha quedado en la mente y muy poco ha llegado al corazón; los Apóstoles le han visto resucitado con sus propios ojos de carne, han celebrados la Eucaristía con Él, le han tocado y palpado material y externamente con sus propias manos, y siguen con miedo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos; viene el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, es decir, que es Cristo mismo, el mismo Cristo, pero no hecho palabra ni milagros ni siquiera pan consagrado en las misma Eucaristías que celebró con ellos después de resucitado,  sino el mismo Cristo hecho fuego, llama de amor viva que les invade por dentro y les quema y lo sienten y experimentan en su espíritu, y ya no pueden contenerse y lo comprenden todo, como los dos discípulos de Emaús, pero no con conocimiento discursivo o experiencia externa, sino con vivencia interna llena de fuego: “Ardía nuestro corazón”, como así he titulado a mis tres ciclos de homilias, y entonces es cuando llegan a la “verdad completa” que Jesús les había prometido, y abrieron las puertas y se acabaron los miedos y sin programar mucho lo que tenían que decir o hacer, pero llenos del Espíritu de Cristo, pero en mayúscula, el Espíritu Santo, Pedro empezó a predicar y todos entendieron y se convirtieron tres mil de toda lengua, raza y nación, como el Señor los había prometido: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré… Él os llevará la verdad completa”.

Qué necesidad tenemos, tiene el mundo de la experiencia de Dios. Este mundo ateo, materialista y vacío de lo trascendente. Es el mejor apostolado, la mejor gracia que podemos comunicarle. Ser, como dijo Juan Pablo II, no sólo predicadores, sino testigos de lo que predicamos y celebramos. De esto hablo ampliamente en un artículo que me ha publicado la Revista Teológica Sacerdotal Surge, de la Universidad de Vitoria, en su último número mayo-junio 2006: Retos del Sacerdote moderno, que a su vez es un resumen de una parte de mi libro: Tentaciones y retos del Sacerdote actual.

Y cuando digo oración de unión con Dios, de oración contemplativa,  en San Juan de  la Cruz nunca la separemos de oración de purgación y conversión, de purificación y noche del sentido y del espíritu, que limpian los sentidos y el espíritu en sus mismas raíces, entres sufrimientos y dolores de muerte del yo humano para unirse a yo divino y que las almas no podrían soportar sin una ayuda especial de Dios.

Para el santo, en relación con Dios, orar, amar y convertirse se conjugan igual. Si dejo de amar, dejo de orar y convertirme. Y si dejo de convertirme, dejo de orar y amar. Y esto es necesario no olvidarlo jamás en la  vida cristiana. Por eso la vida mística, la experiencia de Dios, la oración permanente exige conversión permanente, que dura toda la vida. Si el alma deja de convertirse, que es lo mismo que dejar de amar, deja también de orar, porque para vivir la vida a su modo se basta a sí mismo; sólo necesitamos la oración cuando queremos vivir como Cristo, como cristianos, al modo de Cristo, entonces necesito de Él, de encontrarme con Él todos los días por la oración permanente que me lleva a la conversión-unión permanente.

Y ésta es la causa principal del abandono de la oración, del aburrimiento que sentimos a veces en los ratos de meditación, de no pasar ratos largos y gozosos ante el Señor, de no llegar a vivir la Eucaristía; esta es lógicamente la causa de  no sentir su necesidad, de la oración y de la Eucaristía, estando tan necesitados. Nos cuesta convertirnos. Y esta es la causa de que no se avance en la vida espiritual. El principal impedimento. Nada de técnicas ni posturas, o respirar de una forma y otra;  en la oración, como en el amor a Dios, no se avanza si no hay conversión.

Cualquiera que haya leído a San Juan de la Cruz habrá quedado muy impresionado y hasta un poco asustado de las descripciones tan abundantes y plásticas que hace de oscuridad, sufrimientos de conversión y demás pruebas de esta noche del alma.  

A lo largo de toda la Noche, el Doctor Místico no cesa de hablarnos de tinieblas, desnudez, abandonos, sentimientos de la propia nada y miseria, sentimiento de estar alejado de Dios, imposibilidad absoluta para orar y meditar, sequedades y negaciones y oscuridades interiores..., y, por otra parte, pérdida de amigos, críticas, calumnias y murmuraciones, incomprensiones, humillaciones y padecimientos exteriores de todo tipo, con enfermedades y sufrimientos físicos y psíquicos,  hasta parecer que va a morir.

La intensidad de estos dolores es tan grande que el Santo no duda en compararlos repetidas veces a los del Purgatorio: «En esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y si Él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se sienten su íntima viveza. La cual algunas veces se siente tan al vivo, que le parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque estos son los que de veras “descienden al infierno viviendo,” (Ps 54,16), pues aquí se purgan de manera que allí. Y por eso, el alma, que por aquí pasa o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más aquí una hora que muchas allí» (N2, 6,5).

No paso a describir esta parte de los sufrimientos porque aquí trato más bien de la experiencia gozosa de Dios. En alguna parte he tratado este tema abundantemente, dando  explicación espiritual y psicológica de los mismos, para hacerlos más comprensibles y para que no nos asustemos ante todo tipo de purificaciones y humillaciones y sufrimientos, que nos son necesarios, porque de todo se sirve el Señor para demostrarnos que sólo debemos buscarle a Él, no sus dones, que nos hacen egoístas. Es la renuncia total a todo por conseguir el todo, pero no teóricamente, sino de verdad. Los modos es lo de menos.

       Me sorprende en este aspecto San Juan del Cruz, que dice muchas veces en sus escritos, sobre todo en la Subida al Monte Carmelo, que nos va a hablar de oración y luego escribe los tres libros de la Subida como los dos de la Noche y se los pasa hablando  de las purificaciones, purgaciones, de mortificaciones del yo, de sus criterios, de sus afectos desordenados, de las potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad, de las nadas… para llegar al todo.  

Por todo lo cual, para nosotros, no tiene ninguna duda, de que San Juan de la Cruz como santo, como doctor y como místico, puede ser propuesto como modelo y debe ser escuchado como maestro en este aspecto esencial de la condición humana que es la experiencia de Dios. (Martín Velasco, LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE DIOS. Madrid 1995).

San Juan de la Cruz puede ser un testigo indiscutible de la profundidad del hombre y de la necesidad de Dios a una generación como la nuestra, culturalmente secularizada, pero ávida de lo sagrado, con deseos de experiencia y contacto con Dios. Por eso San Juan de la Cruz sigue actual como lo son los doctores de la Iglesia, es decir, aquellos teólogos cuya doctrina es reconocida por la Iglesia como capaz de iluminar a las sucesivas generaciones de cristianos, que quieran caminar a la unión y amor total y transformante en Dios. S. Juan de la Cruz es además místico, es decir, una persona que ha realizado una forma particularmente intensa, profunda e inmediata de experiencia de Dios.

 

 

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

 

San Juan de la Cruz, contemplativo por gracia y por voluntad propia —llamada y respuesta—, centra la vida teologal, la conecta únicamente, como maestro, a la oración-contemplación. La contemplación será siempre vida, comunión de vida con Dios; por eso, la oración entra así en la vida del cristiano de la mano de las virtudes teologales, como algo central y enraizado en el ser cristiano. Y será la expresión vibrante, en anchura y profundidad, de la vida del seguidor de Jesús, para vivir la vida de Cristo, con sus mismos sentimientos y actitudes. La oración será siempre expresión, «medida», termómetro de la vida teologal del cristiano y, por tanto, de santidad, de unión afectiva y efectiva con Cristo, de su expresión en apostolado verdadero.

Sobre esta base y estructura teologal se asienta la palabra sanjuanista sobre la oración contemplación. Y la oración contemplativa no será sino la mayor abundancia de fe, esperanza y caridad que Dios puede infundir en un alma. Y sobre ella están escritas las páginas que siguen. Para ello, me parece oportuno empezar con una visión panorámica de la vida espiritual según San Juan de la Cruz, que acepta las etapas y terminología clásica, pero dándole algunos matices personales, sobe todo en la contemplación.

BREVE DESCRIPCIÓN DE LAS ETAPAS DE ORACIÓN EN  SAN JUAN DE LA CRUZ.

 

El análisis de las obras del Santo revela claramente las etapas principales que jalonan el itinerario espiritual. En el ARGUMENTO del Cántico Espiritual B dice el Santo, antes de comentar la primera estrofa:

«1. El orden que llevan estas canciones es desde que un alma comienza a servir a Dios hasta que llega a el último estado de perfección, que es matrimonio espiritual; y así en ellas se tocan los tres estados o vías de ejercicio espiritual por las cuales pasa el alma hasta llegar al dicho estadio, que son purgativa, iluminativa y unitiva, y se declaran acerca de cada una algunas propiedades y efectos de ella».

       El segundo número del mismo «Argumento» precisa la correspondencia de esta nomenclatura con la terminología de principiantes, aprovechados y perfectos:

»El principio de ellas trata de los principiantes, que es la vía purgativa. Las de más adelante tratan de los aprovechados… y ésta es la vía iluminativa (de la contemplación).

Después de éstas, las que siguen tratan de la vía unitiva, que es la de los perfectos, (contemplación unitiva) donde se hace el matrimonio espiritual. La cual vía unitiva y de perfectos se sigue a la Iluminativa, que es de los aprovechados” (CB, Argumento, 2).

Del texto se deduce la clara equivalencia de estados y vías y grados de oración:

 

Mirando a los estados de los orantes nos encontramos:

     Estados:

principiantes

aprovechados

perfectos

Mirando el camino o las vías:

     Vías:

purgativa

iluminativa

unitiva

Mirando los grados de oración:

      Oración:

      meditación

      contemplación inicial      

      contemplación perfecta o unitiva.

 

Y mirando a las noches tendríamos:

activa del sentido

noche pasiva del sentido, intermedio de calma con noche activa del espíritu y         comienzo de pasiva del espíritu.

final de noche pasiva del espíritu. 

 

Y la correlación de los estados y vías sería la siguiente

ESTADOS             VÍAS           NOCHES                    ORACIÓN

Principiantes      purgativa    activa del sentido       meditación

aprovechados    iluminativa  pasiva del sentido      contemplación-

perfectos           unitiva-       activa del espíritu      inicial

                                                                          contemplación-

                                                                           unitiva

 

BREVE EXPLICACIÓN DE LOS ESTADOS Y VÍAS.

 

A) LOS ESTADOS.

 

a) Principiantes.

 

Este estado es tal vez el más pormenorizado en las obras del Santo. A más de la parte que le corresponde en la repartición temática, lo toma frecuentemente como punto de referencia para indicar las diferencias que median entre éstos y los aprovechados y perfectos. Bajo este aspecto, el estado de principiante empieza  en esa fase que en teología espiritual se ha llamado segunda conversión, en virtud de la resolución eficaz del sujeto de servir de lleno y de verdad al Señor.

El principiante ha superado la situación de instalamiento  y ha comenzado una seria conversión porque quiere amar a Dios sobre todas las cosas. Su alimento es la meditación; se afana por avanzar en la virtud; aparece inmerso en el sabor del primer fervor espiritual al mismo tiempo que se manifesta lleno de imperfecciones. El análisis pormenorizado, aunque no exhaustivo (IN, 7, 5), de las «propiedades de los principiantes» ocupa los siete primeros capítulos de la Noche:

«1. Acerca también de los otros [dos] vicios, que son envidia y acidia espiritual, no dejan estos principiantes de tener hartas imperfecciones. Porque acerca de la envidia muchos déstos suelen tener movimientos de pesarle[s] del bien espiritual de los otros, dándoles alguna pena sensible que les lleven ventaja en este camino, y no querrían verlos alabar; porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden, y les crece (como dicen) el ojo no hacerse con ellos otro tanto, porque querrían ellos ser preferidos en todo. Todo lo cual es muy contrario a la caridad, la cual, como dice san Pablo, se goza de la verdad (I Cor 13,6), y, si alguna envidia [tiene, es envidia] santa, pesándole de no tener las virtudes del otro, con gozo de que el otro las tenga, y holgándose de que todos le lleven la ventaja por que sirvan a Dios, ya que él está tan falto en ello.

2. También acerca de la acidia espiritual suelen tener tedio en las cosas que son más espirituales y huyen dellas, como son aquellas que contradicen al gusto sensible… y si una vez no hallaron en la oración la satisfacción que pedía sus gusto (porque conviene que se le quite Dios para probarlos), no querrían volver a ella, o a veces la dejan o van de mala gana.

3. Y muchos déstos querrían que quisiese Dios lo que ellos quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de acomodar su voluntad a la de Dios; de donde les nace que muchas veces en lo que ellos no hallan su voluntad y gusto piensen que no es voluntad de Dios, y que, por el contrario cuando ellos la satisfacen crean que Dios se satisface, midiendo Dios consigo, y no a sí mismos con Dios; siendo muy al contrario lo que El mismo enseñó en el Evangelio, diciendo que el que perdiese su voluntad por El  ése la ganaría y el que la quisiese ganar ése la perdería (Mt.16,25)

4. Estas imperfecciones baste aquí haber referido de las muchas en que viven los deste primer estado de principiantes, para que se vea cuánta sea la necesidad que tienen de que Dios los ponga en estado de aprovechados; que se hace entrándolos en la noche oscura que ahora decimos, donde, destetándolos Dios de los pechos destos gustos y sabores en puras sequedades y tinieblas inferiores (digo interiores), les quita todas estas impertinencias y niñerías y hace ganar las virtudes por medios muy diferentes. Porque, por más que el principiante en mortificar en sí ejercite todas estas sus acciones y pasiones, nunca del todo ni con mucho puede hasta que Dios [lo hace en él, habiéndose él] pasivamente, por medio de la purgación de la dicha noche».

Vemos, pues, cómo el mismo trato con Dios del principiante es egoísta, vive pendiente de yo, le da culto de la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios. La meditación es la nota fundante de este estado y es obra del sentido natural del hombre, que llama San Juan de la Cruz a discurso del sujeto.

 

b) Aprovechados.

 

El paso del estado de principiantes al de aprovechados es el tránsito de la vida del sentido a la del espíritu (IN 10, 1, 2), de la oración meditativa, a través de formas, imágenes, y noticias particulares, a la idea general y simple de la contemplación del misterio de Dios, de la visión total de Cristo, sin meditar en una parte o evangelio. El cambio no es brusco; se efectúa paulatinamente y el Santo nos ha dejado detalladas descripciones del comienzo de la contemplación:

 «1. En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando de estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos, para que, pasando por aquí, lleguen al estado de los perfectos, que es el de la divina unión del alma con Dios (N 1,1, 1)». 

Y continúa el santo:

«1. En el tiempo, pues, de las sequedades de esta Noche sensitiva --en la cual hace Dios el trueque que habemos dicho arriba sacando el alma de la vida del sentido a la del espíritu, que es de la meditación a contemplación, donde ya no hay poder obrar ni discurrir en las cosas de Dios el alma con sus potencias, como queda dicho--, padecen los espirituales grandes penas, por el recelo que tienen de que van perdidos en el camino, pensando que se les [ha] acabado el bien espiritual y que los ha dejado Dios, pues no hallan arrimo ninguno [ni gusto con cosa buena.

2. Estos en este tiempo, si no hay quien los entienda, vuelven atrás, dejando el camino [o] aflojando, por las muchas diligencias que ponen de ir por el [primer] camino de meditación y discurso, fatigando y trabajando demasiadamente el natural, imaginando que queda por su negligencia o pecados. Lo cual les es excusado, porque los lleva ya Dios por otro camino, que es de contemplación, diferentísimo del primero, porque el uno es de meditación y discurso, y el otro no cae en imaginación ni discurso».

2. Tal es (como habemos dicho) la noche y purgación del sentido en el alma; la cual, en los que después han de entrar en la otra más grave del espíritu para pasar a la divina unión de amor (porque no todos, sino los menos, pasan ordinariamente) suele ir acompañada con graves trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros».

 

       c).- perfectos.

 

En Llama describe así el Doctor místico este estado de perfección:

 « Esta llama de amor es…el Espíritu Santo, al cual siente ya el alma en sí, no sólo como fuego que la tiene consumada y transformada en suave amor, sino como fuego que, demás de eso, arde en ella …Y ésta es la operación del Espíritu Santo en el alma transformada en amor, que los actos que hace interiores es llamear, que son inflamaciones de amor, en que, unida la voluntad del alma ama subidísimamente, hecha un amor con aquella llama. Y así estos actos de amor del alma son preciosísimos, y merece más en uno y vale más que cuanto había hecho en toda su vida sin esta transformación, por más que ello fuese (Ll 1, 3).

En conclusión, el estado de principiantes, caracterizado por la actividad sensible de la meditación y por el esfuerzo activo del alma, dura hasta el momento en que aparece la contemplación infusa o la noche pasiva del sentido, en que es Dios el que obra en el alma y ésta sólo tiene que aceptar y recibir la «noticia amorosa», dejándose purificar por su luz y fuego.

De esta forma, la contemplación  inicia el estado de aprovechados, donde Dios purifica el sentido y el entendimiento, memoria y voluntad natural, para pasar luego de un breve descanso, a la noche pasiva del espíritu, donde directamente, «por esta influencia de Dios en el alma» que los espirituales llaman contemplación,  Dios purifica, ilumina y quema, como el fuego al madero, todas las imperfecciones del alma, pero hasta sus raíces, en la misma sustancia del sujeto, en su misma esencia mediante el fuego de la contemplación; en esta noche pasiva del espíritu el alma se purifica de todo y del todo, para pasar, terminada la noche, al gozo y experiencia del Dios vivo, de la Santísima Trinidad. La noche pasiva del espíritu finaliza en la unión perfecta o matrimonio espiritual. Y a partir de este instante el alma vive en el estado perfecto o de transformación, en el cual no faltarán sufrimientos y purgas exteriores, pero que son superadas fácilmente por la unión de luz y amor que tiene habitualmente con Dios.

 

 

B) Las vías.

 

Después de lo afirmado sobre los estados, ya se entiende mejor la fácil  correlación que éstos guardan con las clásicas vías purgativa, iluminativa y unitiva.  Las afirmaciones del Santo son decisivas, como hemos indicado antes, en el Argumento del Cántico.

 

a) Purgativa

La vía purgativa corresponde al estado de principiantes e incluye todos sus aspectos, como lo hemos visto descrito antes por el mismo santo. Noche, como ya he repetido, en San Juan de la Cruz es sinónimo de purificar, limpiar, negarse a sí mismo, convertirse  a Dios, mortificar los sentido y el espíritu. Es el comienzo de esta purgación con la ayuda la oración meditativa. Y es noche activa porque la realiza el sujeto con la ayuda de Dios. No es pasiva, en que es Dios quien la realiza, con la ayuda del sujeto, que la acepta y la sufre, es patógeno, sufriente de la acción de Dios.

 

b) Iluminativa.

La vía iluminativa equivale al estado de aprovechados. El Cántico la llama también vía contemplativa (CB 22, 3), ya que se entra en ella por medio de la contemplación, que es luz de llama ardiente, que a la vez que ilumina, purifica las raíces del yo, causa del culto idolátrico que nos damos a nosotros mismos, de la mañana a la noche, de nuestro preferirnos a Dios, esto es, del pecado original, raíz y origen de todos nuestros pecados. No hay página del Santo donde no aparezca, bajo una forma u otra, contemplación como luz y purgación o purificación o alguno de sus derivados. De ahí que el Santo llame vía iluminativa al estado de aprovechados (CB Arg., 2).

 

c).- Vía unitiva

Es la última  y corresponde al estado de  perfectos. La vía unitiva está cimentada en la contemplación unitiva o transformativa. Hemos pasado de la contemplación inicial de los aprovechados y la noche pasiva del espíritu ha purificado y preparado totalmente al alma para la unión con Dios. Como he dicho varias veces las vías corren paralelas a los estados. Los perfectos llegan al cenit posible en esta vida de la contemplación o experiencia de Dios, es el mayor grado de de intimidad, de beso y abrazo de Dios que se puede conseguir en esta vida, al menos para San Juan de la Cruz.

 

C) Las noches.

       Repito nuevamente que noche  o noche oscura es la metáfora que emplea San Juan de la Cruz para hablarnos de negación, privación o purificación, mortificación o purgación de los sentidos o del espíritu; activa o pasiva, según lleve la iniciativa el sujeto o directamente Dios por la contemplación.

De la noche activa del sentido o mortificación de los sentidos trata San Juan de la Cruz en el libro primero de la Subida al Monte Carmelo; en el libro segundo trata de la noche activa del espíritu, en concreto de la purificación del entendimiento; y en el libro tercero continúa la noche activa del espíritu con la purificación de la memoria y de la voluntad.  No aconsejaría nunca empezar la lectura de San Juan de la Cruz por estos libros de la Subida, porque son un poco duros, insistentes en la necesidad de la mortificación para unirnos a Dios, Verdad y Amor infinito; aconsejaría empezar por el Cántico Espiritual o Llama de amor viva, que auque uno no los entiende perfectamente, le encienden el corazón y el deseo de Dios y de oración para querer llegar a esas alturas de amor total a Dios, para el que existimos y hemos sido creados para una eternidad de unión esencial y de gozo con Él.

La Noche Oscura la describe en dos libros; en el primero trata de noche pasiva del sentido; el sujeto se ha mortificado todo lo que Dios le ha pedido y él ha podido meditando; entonces viene Dios a ayudarle, haciéndole subir más arriba en su conocimiento y amor; esto lleva consigo una mayor y más profunda mortificación de los sentidos y es Dios el que lo hace directamente por la contemplación que le infunde, que al ser fuego, es luz que le hace ver las raíces del yo, y a la vez le quema estos hábitos malo y simultáneamente es fuego que da fuerza de amor para soportar toda esta purificación.

Esto sucede con mayor intensidad en la noche pasiva del espíritu, de la cual trata el Doctor Místico en el libro segundo de la Noche, donde Dios llega con su fuego de contemplación purificante hasta las raíces del espíritu, la muerte mística del yo, sirviéndose de pruebas internas y externas, hasta la misma sustancia del alma, que al quedar preparada y limpia de imperfecciones egoístas, se siente ya totalmente habitada por el mismo Dios, por la gloria y la luz y la experiencia de la Santísima Trinidad, mediante el esplendor de la contemplación luminosa y unitiva: «¡Oh noche que guiaste! ¡oh noche amable más que la alborada!; ¡oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada!»

En resumen, según la letra de este texto, tenemos los períodos siguientes en relación con la oración:

— meditación, principiantes, vía purgativa

— principios de contemplación, aprovechados, vía iluminativa,

— contemplación unitiva, perfectos, vía unitiva: desposorio  y matrimonio espiritual.

 

 

LA MEDITACION EN SAN JUAN DE LA CRUZ

 

Alguno que leyera superficialmente a San Juan de la Cruz podría escandalizarse de lo que afirma de la meditación, de la oración por discurso meditativo, porque habla de ella como de oración imperfecta y que el orante no debe conformarse con ella y es causa de males para el alma, porque el sujeto piensa que ha llegado a la perfección del amor a Dios y a los hermanos, que en esta vida se puede llegar.

Por eso el Santo se alarga mucho en la descripción de los defectos de los principiantes, que son lo que van por la meditación o discurso natural, como él dice. Y la razón está en que él quiere conducirnos a todos a la unión perfecta con Dios que sólo se consigue por la contemplación infusa. Porque para el Santo la oración es la que marca la vida, está profundamente adherida a la vida del creyente, es la vida del cristiano; la oración marca la vida, y la vida marca la oración, oración y vida están siempre unidas en San Juan de la Cruz. Y en los grandes orantes de todos los tiempos. Es la prueba de su autenticidad.

Como estamos viendo, para él, la oración, como la vida, es una historia, un proceso con etapas bien definidas, según el mayor o menor protagonismo de cada uno de los agentes, el hombre o Dios, o según el modo natural o sobrenatural, respectivamente, que adopta el caminante. Y en este proceso, la meditación ocupa el estado más elemental y primero, es el comienzo de una historia de amor con Dios que debe terminar en la unión y transformación total con Él por la contemplación.

       La primera forma de orar, la meditación, cubre un corto período, o debe cubrir un breve periodo, según el Doctor místico y él la pone como camino de los principiantes. La segunda, la contemplación, que es el motivo de todos sus escritos,  se alarga en sucesivos tiempos de purificación y de sosiego, hasta la plenitud de comunión.

San Juan de la Cruz, por este motivo, habla poco de la meditación y nunca de propósito, sistemáticamente, o para indicar el camino o las dificultades de la misma. Pero dice lo sustancial y con precisión. Y lo hace porque es clara su intención de no escribir de lo que «hay mucho escrito» y hay «abundante doctrina» como él dice repetidas veces en sus escritos. Y si ve necesario o conveniente hacerlo, lo hace con brevedad, más por mostrar el desarrollo, la prehistoria de las etapas de la vida espiritual. Dice en el Cántico espiritual: 

«Por tanto seré bien breve; aunque no podrá ser menos de alargarme en algunas partes donde lo pidiere la materia y donde se ofreciere ocasión de tratar y declarar algunos puntos y efectos de oración, que, por tocarse en las Canciones muchos, no podrá ser menos de tratar algunos; pero, dejando los más comunes, notaré brevemente los más extraordinarios que pasan por los que han pasado con el favor de Dios de principiantes. Y esto por dos cosas:

la una, porque para los principiantes hay muchas cosas escritas; la otra, porque en ello hablo con V. R. por su mandado, a la cual nuestro Señor ha hecho merced de haberla sacado de esos principios y llevádola más adentro en el seno de su amor divino; y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de Teología escolástica acerca de el trato interior de el alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro de el espíritu en tal manera, pues aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan» (C 1, 3).

Él quiere tratar de la unión perfecta con Dios, que es lo único que le importa y le enciende y quiere encender en todos los que le escuchen y lean. Podía aducir infinidad de textos; voy a escoger éste del libro primero de la Subida:

« Para escribir esto me ha movido no la posibilidad que veo en mí para cosa tan ardua, sino la confianza que en el Señor tengo de que ayudará a decir algo, por la mucha necesidad que tienen muchas almas, las cuales comenzando el camino de la virtud, y queriéndolas nuestro Señor poner en esta noche oscura para que por ella pasen a la divina unión, ellas no pasan adelante; a veces por no querer entrar o dejarse entrar en ella, a veces por no se entender y faltarles guías idóneas y despiertas que las guíen hasta la cumbre (1S 1, 3)».

 

       1. Qué es meditar

 

El santo, en clave oracional, identifica a los principiantes con los que meditan. La meditación es la primera forma de tratar con Dios en la oración. Forma pasajera y transitoria, como lo es el estado espiritual que caracteriza. «El estado de principiantes, que es de los que meditan en el camino espiritual» (1N 1,1). Y en Llama: «el estado y ejercicio de principiantes es de meditar y hacer actos y ejercicios discursivos» (3,32).

En la primera y más detallada descripción que el santo hace de la meditación la presenta vinculada a los «dos sentidos corporales interiores, que se llaman imaginativa y fantasía», o «potencias»: «A estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e imaginadas por los dichos sentidos»

Cuando se produce la crisis de esta forma de oración «ya no puede discurrir en el sentido de la imaginación» (1N 9,8). Contraponiéndola a la contemplación aparece el mismo enfoque: hay «otro (manjar) más delicado y más interior y menos sensible», la contemplación, «que no consiste en trabajar con la imaginación», que es la meditación (2S 12,6).,8; 3S 2,1.

Por lo tanto es obra del hombre, la iniciativa es del orante, siempre con a ayuda de Dios. Pero cuando se trata de contemplación, de oración contemplativa, la iniciativa es de Dios y el hombre debe dejarse guiar, purificar, amar por Dios, como él se ama y quiere amarnos.

 

 

2. Finalidad de la meditación

 

Y, sin embargo, la meditación, en su transitoriedad y corta capacidad de «hacer hombres espirituales», tiene su importancia. Y sus logros son positivos. Las formulaciones sanjuanistas son escuetas y coincidentes, breves, sin ulterior desarrollo. No le interesa. Otea otros horizontes, otros caminos, en los que todo eso se da con más abundancia y mayor seguridad, y tiene prisa de conducir al orante hasta ellos y por ellos.

Por la meditación se saca «alguna noticia y ardor de Dios» (2S 14,2). Nos adentra en el desenvolvimiento de la verdad, nos entrega alguna parcela del misterio de Dios y desvela nuestra vocación a la comunión con Él. Así insistirá el santo en que la meditación discursiva es necesaria al principiante«para ir enamorando y cebando el alma por el sentido» (2S, 12, 5).

       Por la meditación, pues, se va centrando la vida en Dios, recogiendo el espíritu, interiorizando el trato, interesando a la persona por Dios y los valores espirituales, mortificando sus pasiones y defectos, el hombre viejo, curando la dispersión psicológico-afectiva, anímica, dando a la persona arraigo y contenido, peso de verdad y de amor.

Pero lo que el santo busca, la pasión sanjuanista de «sólo Dios», eso no es alcanzable por la meditación; hay que trascender todo cuanto el hombre puede llegar a alcanzar de él: conceptos, experiencias, sabor amoroso en la voluntad, para acostumbrarse al modo divino que le viene por la contemplación.

       Las limitaciones o imperfecciones que el Santo ve en la meditación viene de que ésta no tiene profundidad de luz y amor y fuerza para quitar la voluntad posesiva con que la persona se sitúa frente al yo, y que, en síntesis, podemos reducir a estos rasgos:

 

1.- Que piensen que siempre ha de ser así (2S 12,5.6; 17,6; Ll 2,14), eternizando los medios de por sí transitorios.

 

2.- Que se queden en los objetos sensibles y en el gusto y sabor que provocan los medios, que se convierten en fín, en lugar de seguir caminando hasta la cima del monte Carmelo, del monte Tabor de la oración hasta llegar a la experiencia o contemplación de Cristo, “Esplendor de la gloria del Padre”,  que supera todo lo que el sujeto pueda ver, sentir y unirse a Dios activamente por la meditación.

 

3.- De los que quieren «andar al sabor sensitivo», habla el santo, como de eternos nómadas, sin arraigo, inconstantes en la realización de la amistad con Dios. «Este apetito les causa muchas variedades..., se les acaba la vida en mudanzas...». (3S 41,2)

 

 

LA CONTEMPLACIÓN EN SAN JUAN DE LA CRUZ

 

EL PASO A LA CONTEMPLACIÓN

 

Es un momento particularmente importante, crítico, decisivo, que requiere cuidadosa atención porque está en juego, en buena medida, su suerte futura. Por eso Juan de la Cruz ha vuelto sobre ese momento, con detenimiento, en tres de sus grandes obras: Subida, Noche y Llama. Maestro para tiempos de crisis, el Doctor Místico nos entrega aquí su «palabra sustancial y sólida», palabra de hombre experimentado y de teólogo y pensador clarividente.

Ni que decir tiene que la crisis, directamente presentada en el campo de la oración, alcanza a toda la persona en su condición de creyente. Es una crisis teologal que afecta al ser y vida del creyente.

 

1. La crisis

«En esta noche oscura comienzan a entrar las almas cuando Dios las va sacando del estado de principiantes, que son los que meditan en el camino espiritual, y las comienza a poner en el de los aprovechantes, que es ya el de los contemplativos» (1N 1,1). Final del estado de principiantes.

 

2. La contemplación

 

En la segunda jornada del camino de oración, la contemplación viene presentada como «vía del espíritu» que caracteriza a los «aprovechados». «En este estado de contemplación, que es cuando sale del discurso y entra en el estado de aprovechados» (1N 9,7); esta contemplación inicial, «principio de oscura y seca contemplación», la llama el santo «infusa o pasiva».

Voy a seguir de cerca la exposición sanjuanista distinguiendo los dos tiempos que él señala: contemplación inicial y contemplación perfecta. La contemplación es camino, vida en ejercicio, con un principio, un término y un proceso entre los dos extremos. La definen unos rasgos que avanzarán en progresión afirmativa, hasta la unión, habiendo pasado por los dos «momentos» o pruebas presentados por Juan de la Cruz como «noche pasiva del sentido y del espíritu».

Una definición amplia de contemplación nos la ofrece el Santo al final de Cántico: «La contemplación es oscura, que, por eso, la llaman por otro nombre mística teología, que quiere decir sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de algún sentido corporal ni espiritual..., enseña Dios ocultísimamente al alma sin ella saber cómo» (C 39, 12). «Contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios que... inflama al alma en espíritu de amor». Se destacan, pues, tres puntos: es pasiva o Dios la infunde; obrando en el espíritu directamente, y «enseñando» y «enamorando» al mismo tiempo.

La contemplación es pasiva, no es producto del orante. Dios es el agente y obrero de la contemplación. Sólo él. «Sólo Dios es agente» (Ll 3,44); «Dios es el obrero» (ib., 67); «El es el artífice sobrenatural» (47). La contemplación añade el Santo es «noticia y amor junto, esto es, noticia amorosa» (Ll 3,33), siempre comunicando Dios «luz y amor justamente, que es noticia sobrenatural amorosa» (ib., 49),de contemplación.

Por lo tanto, aunque es pasiva, no hay ociosidad o suspensión de la actividad de las potencias, todo lo contrario, suma actividad, lo que ocurre que al ser realizada y provocada por Dios en el alma, su actitud debe ser pasiva de aceptar la iluminación de Dios para que Dios la llene de su luz, que es dolorosa para el alma, porque la tiene que disponer al modo divino, y esto supone los sufrimientos y purgaciones de la noche pasiva del espíritu, donde Dios llega hasta la raíz con esta luz divina de contemplación, que a la vez que ilumina, como el fuego, quema todos los defectos, toda la humedad y suciedad del madero hasta convertirlo todo y entero en llama de amor viva, fundida en un sola realidad en llamas con el fuego de Dios, el Espíritu Santo. Y eso es la noche pasiva del espíritu y la contemplación unitiva o  transformativa.

 

3. Las tres señales

Las tres señales que marcan el paso de la meditación a la contemplación inicial son: 1. Imposibilidad de meditar (13,2; 14,1-4). 2. Desgana afectiva generalizada (13,3; 14,5).

3. Solicitud penosa de no servir a Dios (3-7) o deseo de estar a solas con atención amorosa (13,4; 14,6-14).

 

1ª.- La meditación imposible

 

Fácil de comprender que sea la primera señal que salta a la conciencia del orante. San Juan de la Cruz empieza marcando los tiempos con precisión: ve que «ya no puede meditar... ni gustar de ello como antes» (2S 13,2) y esto porque «en cierta manera se le ha dado al alma todo el bien espiritual que había de hallar en las cosas de Dios por vía de la meditación y discurso» (2S 14,1).

Y en segundo lugar, en íntima conexión temporal y vivencial, Dios comienza a comunicarse por otro medio: el del acto sencillo de la contemplación. «Por lo cual, en poniéndose en oración, ya, como quien tiene allegada el agua, bebe sin trabajo en suavidad, sin ser necesario sacarla por los arcaduces de las pesadas consideraciones y formas y figuras» (2S 14,2).

 

2º.- Enajenación afectiva de todo

 

Ya lo hemos dicho anteriormente. Dios debe ser Dios, el único Dios a quien servir y dar culto, abajo todos los ídolos. Dios empieza a exigírselo al alma en mayor profundidad.

 

3.- Solicitud de Dios y advertencia general amorosa

 

Esta misma luz general o contemplativa que le ilumina con mayor intensidad en los misterios de Dios, le ilumina y descubre con mayor claridad sus defectos y le mete fuego en el alma para dejarse purificar,  pero a la vez le da un calor, un amor, unas ansias de Dios más fuertes y profundas. O, dicho de otro modo, la verdad de esta purificación se revela en el deseo y cuidado, solicitud y gana de servir a Dios que pone en quien la padece, y esto sin soporte ya del gusto sensible de la meditación.

 

«Sencilla contemplación»

 

Así la introduce el santo: «Ordinariamente, junto con esta sequedad y vacío que hace al sentido, (la purgación contemplativa) da al alma inclinación y ganas de estarse a solas y en quietud, sin poder pensar cosa particular ni tener ganas de pensarla» (1N 9,6). «Contemplación infusa con que Dios de suyo anda apacentando y reficionando al alma, sin discurso ni ayuda activa de la misma alma» (1N 14,1).

NOCHE PASIVA DEL ESPÍRITU

 

Vendría ahora la descripción de la noche pasiva del espíritu, la más terrible y dolorosa purificación que prepara al alma para la unión y transformación total y plena posible en esta vida con Dios. De ella no hablaré, porque no tengo tiempo, y porque es la misma contemplación anterior de la noche del sentido, pero que ahora  ilumina para purificar hasta las raíces, hasta la sustancia del yo, como ya he explicado; por eso todo, tanto el sufrimiento como el gozo es lo más profundo que se pueda experimentar en esta vida. Si alguno tiene interés en saber más de esta noche del espíritu, aquí en estos folios lo tengo más ampliamente descrito, sobre todo, en las purificaciones pasivas de la fe, esperanza y caridad.  Os lo puedo prestar.

 

 

CONTEMPLACIÓN UNITIVA

 

Para terminar, me interesa iniciar la lectura de los frutos de la vida contemplativa y unitiva. Sólo quiero asomarme por la ventana de San Juan de la Cruz a esa íntima unión con Dios donde el alma se siente habitada e inundada de la gloria del Dios Trino y Uno, hasta el punto de poder decir: «Pues ya si en el ejido, de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada, me hice perdidiza y fue ganada; o «ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio».

Yo quiero terminar mi última lección de Teología Espiritual con los fuegos y esplendores de Llama de Amor viva de San Juan de la Cruz, que de tal manera tengan eco en nuestros corazones, que nos animemos todos  a desear esta alturas de unión con Dios, única razón de nuestra existencia; fuimos creados por amor y para el amor total de Dios y esto es para lo que Cristo vino y no amó hasta el extremo; y esta es la razón primera y última del cristianismo y de la Iglesia y del apostolado: llegar a amar a Dios y a los hermanos, como El nos ama, con su mismo amor de Espíritu Santo: Dios es amor, nos dice San Juan. Dios es amor y si dejara de amar, dejaría de existir. Y nosotros hemos sido soñados, amados y preferidos por Dios, para este amor esencial trinitario sobre otros muchos seres no que no existirán. Esto no hay que olvidarlo nunca para no quedarnos en nuestra vida personal en horizontalismos o zonas intermedias de verticalidad.

Y quiero que esta sea mi última lección oficial así, en mi amado seminario, en compañía de los que más quiero, añadiendo en espíritu a mi familia, quiero que uno de los mayores enamorados y contemplativos de los esplendores de luz y de amor divinos haga resonar su palabra, llama de amor viva, en estos muros ¡qué vivencias más fuertes y vivas, casi recién estrenadas, guardo! Y esta palabra de luz quiere ser también acción de gracias a los que tantas veces recuerdo, desde mis padres, pasando por mis educadores y superiores, hasta los que en vida sacerdotal me acompañaron y me ayudan como vosotros ahora presentes.

Yo voy a iniciar un poco esta lectura del Cántico espiritual y Llama de amor viva, pero os invito a que la continuemos luego en nuestros ratos de oración y lectura espiritual. Sería el mejor fruto de esta lección que tan atentamente habéis escuchado, sobre todo, en estos tiempos de ateismo y secularismo, en que tanto la necesitamos, como expongo en un libro ya en prensa que titulo: La experiencia de Dios meta y cumbre de la vida y del apostolado cristianos.

Karl Rahner, de los mejores teólogos del siglo XX, con voz profética nos dijo: “La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios.... porque vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológica escritas por cristianos se habla de la “muerte de Dios”. Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo y aún a conciencia del descrédito de la palabra “mística” - que bien entendida no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo sino que se identifica con ella- cabría decir que el cristiano del futuro o será un “místico” es decir, una persona que ha “experimentado algo” o no será cristiano.

Tengo escrito en uno de mis libros: «Cuando una persona lee a  Juan de la Cruz, si no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida al Monte Carmelo, la Noche... y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan tanta negación, tanta cruz, tanto vacío, ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Oigamos al Místico Doctor hablarnos de los frutos de la unión  y transformación total, substancial en Dios:

 

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

«Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí, le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay decirlo por lengua mortal, ni el entendimiento humano en cuanto tal puede alcanzar algo de ello; porque aun lo que en esta transformación temporal pasa cerca de esta comunicación en el alma no se puede hablar, porque el alma, unida y transformada en Dios, aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en él transformada, aspira en sí mismo a ella.

       Y en la transformación que el alma tiene en esta vida, pasa esta misma aspiración de Dios al alma y del alma a Dios con mucha frecuencia, con subidísimo deleite de amor en el alma, aunque no en revelado y manifiesto grado, como en la otra vida. Porque esto es lo que entiendo quiso decir san Pablo (Gal 4, 6), cuando dijo: Por cuanto sois hijos de Dios, envió Dios en vuestros corazones el espíritu de su Hijo, clamando al Padre. Lo cual en los beatíficos de la otra vida y en los perfectos de ésta es en las dichas maneras.

       Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma? Porque esto es estar transformada en las tres Personas en potencia y sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios, y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza (Gn 1, 26)” (CB 39, 3-6).

Y cuando el alma llega a estas alturas y siente todo esto con amor vivo, puede exclamar: «Y si a las obras mías no esperas, ¿qué esperas, clementísimo Señor mío?; ¿por qué tardas? Porque si, en fin, ha de ser gracia y misericordia la que en tu Hijo te pido, toma mi cornadillo, pues le quieres, y dame este bien, pues que tú también lo quieres.

¿Cómo se levantará a ti el hombre, engendrado y criado en bajezas, si no le levantas tú, Señor, con la mano que le hiciste?

No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré que no te tardarás si yo espero.¿Con qué dilaciones esperas, pues desde luego puedes amar a Dios en tu corazón? Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón» (Dichos 1, 26-27).

Y como las vivencias con Dios son inefables, mejor expresarlas en símbolos y poesía que expresan lo inexpresable:

 

NOCHE OSCURA

 

 

 

5. ¡Oh noche que guiaste!;

¡oh noche amable más que la alborada!;

¡oh noche que juntaste

Amado con amada,

amada en el Amado transformada!

 

8. Quedéme y olvidéme,

 el rostro recliné sobre el Amado;

 cesó todo y dejéme,

 dejando mi cuidado

 entre las azucenas olvidado.

 

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ESTOY HECHA PARA EL CIELO

 

(TODA RELIGIOSA CONTEMPLATIVA, POR LA VIDA DE CLAUSURA, ESTÁ HECHA PARA EL CIELO)

 

Tarde te amé, Señor".Muy tarde, Señor, te hemos amado. Porque tarde te conocí. ¡Cuánto hemos tardado, cuánto hemos perdido el tiempo muchas veces vagando por ahí, lejos de ti, Belleza siempre antigua y siempre nueva!

"Tú eres el más bello de los hijos de los hombres". Y hoy te contemplamos resucitado, glorificado, infinitamente bello, infinitamente resplandeciente, infinitamente vivo en la Pascua eterna.

 Te contemplamos siendo conscientes de que eres el mismo Jesús, de entonces y de ahora, que estád en esa Hostia blanca en la especie de pan, pero el mismo Cuerpo del mismo Cristo Resucitado que ascendió al cielo.

Y te contemplamos y te adoramos y gozamos enormemente viéndote triunfando de la muerte, viéndote vivo y viviente para siempre:te adoramos, te damos gracias por esta oportunidad que nos das de volverte a ver, de volverte a mirar, de volverte a contemplar, de dejar que se recree nuestra vista y se gocen nuestros sentidos en tu Presencia, gustándote, saboreándote, mirándote ... aspirando el aroma de tu Cuerpo Glorioso, palpando

-hasta dónde se puede palpar- la bondad, la fuerza, la energía que brota a raudales de ti, que emana de tu Humanidad Viva y Resucitada en la Hostia santa.

Te contemplamos también y evocamos aquel momento en que ascendiste al cielo. Dice el relato bíblico que debías de ser tan hermoso, tan bello, tan grandioso contemplarte ascendiendo al cielo, que los apóstoles se quedaron mirando al cielo hasta que los ángeles se lo advirtieron y luego se alejaron de allí muy gozosos, llenos de alegría . No se quedaron tristes por tu ausencia física, al contrario: tu partida y la visión de tu gloria ascendiendo al cielo, colmó de gozo y de consuelo su corazón. Porque el mismo Jesús podían ya contemplar en la consagración del pan en la eucaristía.

Yo te pido, Señor, que esta (noche) nos otorgues es misma gracia de contemplarte, la gracia de que nuestra mirada de fe sea tan profunda que nos permita atravesar, traspasar la Hostia blanca que contemplan nuestros ojos; y gustar, intuir, saborear de alguna manera, el gozo de verte glorioso al cielo.

Te pido, Señor, que nos concedas también la gracia de intuir, gustar, saborear y participar en la fiesta y el regocijo del Padre en el cielo al recibir tu humanidad gloriosa, vencedora de la muerte. Llegas al cielo, Jesús, y eres el primero, el primero entre muchos hermanos.

 ¡Qué gozo tuvo que ser para las entrañas de amor del Padre recibir el Hijo amado, el predilecto, que ha cumplido su voluntad, que ha llevado a cabo la obra de la Redención! Acoger esa humanidad gloriosa que el Padre nunca había tenido en el cielo, acoger esa humanidad gloriosa, contemplarla bellísima, resucitada, viva para siempre. Y saber que es el primero, el primogénito de entre muchos hermanos, que Él es el que abre ese camino y que, después de El, la mayor alegría del Padre es tenernos a todos en su seno, en el cielo  para una eternidad gozosa y feliz junto a Él. Jesús ha sido el primero entre muchos hermanos, es el que va abriendo la brecha.

Padre, queremos darte gracias. ¡Dar gracias por la obra inconmensurable de la redención! Estábamos condenados a la muerte, a la muerte eterna por el pecado y Jesús nos ha redimido, abriéndonos la posibilidad de una eternidad de amor y de gozo junto a Él, junto a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.  ¡Nunca daremos gracias suficientes a Dios por la obra de la   redención! ¡Nunca daremos gracias suficientes al Padre por habernos enviado a su Hijo! ¡Nunca daremos gracias suficientes al Hijo por haberse encarnado y habernos redimido!

"Jesús -dice san Pablo- ha borrado el protocolo que nos condenaba y nos ha hecho Hijos de Dios" . ¡Hijos de Dios! Hijos, no siervos, ni amigos, ni cualquier otra cosa, sino hijos... con toda la grandeza que supone ser hijo de Dios.

Que no se nos olvide nunca, lo vemos en la Ascensión del Señor, que Él nos precede siempre. Jesús va siempre por delante y que va a la casa del Padre, que tenemos un sitio, un lugar preparado, porque nuestro verdadero hogar es donde está Él, donde está Jesús.

Estamos aquí de paso: venimos de Dios y a Dios volvemos. Venimos de Dios, permanecemos en el tiempo, en el mundo, aquí, un tiempo y después nos vamos. El Señor nos llama y nos lleva consigo, porque estamos aquí de paso. Tenemos un alma inmortal creada a imagen y semejanza de Dios y un destino eterno. Aquí solamente estamos un poquito de tiempo: por larga que sea nuestra vida terrena, por muchos años que vivamos, es un poquito de tiempo, muy, muy poquito tiempo frente a una eternidad de amor, de amor infinito, de amor sin fin, de amor que no se acaba, de amor sin límites... y ese es nuestro destino, ese amor infinito, esa hoguera; ese estar, ser, vivir, existir en el amor, en el seno mismo del amor que es Dios. (la vida contemplativa es un anticipo)

 

Esa es la eternidad que nos espera: un cara a cara con Dios, un corazón a corazón con Dios sin ningún límite, sin que nos estorben para amar y ser amados las cosas que nos estorban aquí y ahora: nuestra naturaleza humana con su lastre de pecado y sus límites.

Todo eso después desaparece y sólo queda el amor, sólo queda Él, una inmensidad de amor, un amor infinito, inacabable. Eso es lo que Jesús ha ido a prepararnos y eso es lo que vamos a tener, lo que vamos a gozar, lo que vamos a disfrutar... y Jesús es quien nos ha procurado todo eso, quien nos ha dado todo por su amor y por su docilidad a la voluntad del Padre.

¿Cómo no agradecer? ¿Por qué a veces somos tan tontas y nos perdemos en tonterías y en cosas sin importancia, que son relativas? Nos engaña el demonio y nos engañamos nosotras mismos creyendo que es importante lo que de verdad es pasajero. Y lo que de verdad es importante, lo que de verdad es absoluto y transcendental, que es Él y ese destino eterno al que no podemos renunciar nunca, se nos borra, se nos olvida.

No pasa nada: somos pobres, muy pequeños, muy limitados y perdemos la perspectiva, pero tenemos que vivir vigilantes. Sabemos que nos pasa eso y entonces tenemos que hacer ese ejercicio de estar una y otra vez, continuamente volviendo a enfocar la perspectiva correcta.

Cuando nos desorientan las cosas, hay volver a enfocarse: "¡Que no, que yo no quería esto, que mi destino es eterno". Repetirlo interiormente muchas veces, sobre todo cuando algo nos turbe o nos agobie o nos angustie especialmente, decir: "Bueno esto me cuesta, me turba, me agobia pero, en el fondo ... ¿qué más da si no es la verdad? Es un problema relativo; aunque me afecte, yo sé que es relativo, porque mi destino es eterno. ¡Estoy hecho para el cielo! ".

 

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo más original del cristianismo es que el Dios que Jesús nos ha revelado no es un ser solitario, lejano o inaccesible, sino un Dios cercano, entrañable, preocupado por nuestra felicidad. Vive una comunidad de amor de las tres Personas, en una felicidad desbordante, que quieren compartirla libremente con todas las personas que llaman a la existencia, con cada uno de nosotros. Estamos llamados a disfrutar de la felicidad de Dios.

¿Para qué se nos ha revelado este profundo misterio?, se pregunta santo Tomás de Aquino. Para que lo disfrutemos, responde. Y es así. A muchos cristianos les da miedo entrar en este misterio profundo, porque piensan que se van a hacer un lío con las tres Personas, una sola naturaleza o vida en Dios. Un Dios en tres Personas. Prefieren tratar a Dios de lejos, en abstracto, como un ser que me desborda, pero al que no tengo fácil acceso.

Cuando Jesús nos ha hablado de Dios, nos ha dicho que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su Padre y que él es su Hijo único, y que del amor de ambos brota el Espíritu Santo. Y los Tres ponen su morada en los corazones que acogen esta gracia de Dios.

Precisamente, Jesús ha hecho que el misterio de Dios no sea algo inaccesible, sino un misterio atrayente como la zarza que Moisés vio sin consumirse en el monte. O como aquel huésped que se acercó a la tienda de Abrahán –eran uno y tres al mismo tiempo– y Abrahán le rogó que no pasara sin detenerse. De esta visita y de esta presencia les vino a él y a Sara la gracia de tener un hijo, Isaac, que fue la alegría de la casa y de todo el pueblo elegido.

Hay un Dios, al que se accede por la razón, el Dios de los filósofos. Es Dios verdadero, pero quedarse sólo ahí resulta un Dios frío y especulativo. Y está el Dios revelado, el que ha salido al encuentro del hombre desde antiguo, por medio de los profetas, y últimamente en su único Hijo Jesucristo, plenitud y centro de la revelación.

Conocer el Dios de Jesús significa entrar en lo más profundo del misterio. Como si Jesús nos hubiera presentado a su Padre Dios, hablándonos abundantemente de él, revelándolo como Padre misericordioso (ahí están las preciosas parábolas del Evangelio), y abriendo el horizonte a una fraternidad universal, que tiene por Padre al mismo Dios.

Jesús no nos ha revelado este profundo misterio para satisfacer nuestro entendimiento en cotas de conocimiento que la mente humana nunca hubiera podido alcanzar.

Jesús nos ha revelado este misterio, nos ha introducido en él para que lo disfrutemos, para llenar nuestro corazón de felicidad. Para que nos gocemos de tener a Dios como Padre y no vivamos nunca más como huérfanos, sino amparados por su cobertura paternal que se hace providencia cada día. Para que sintamos la cercanía y la semejanza con Cristo, el Hijo único, que nos ha hecho hermanos y nos ha enseñado a amar como él nos ama, hasta la muerte, hasta dar la vida. Para que contemos siempre con ese poder sobrenatural del Espíritu Santo que nos hace parecidos a Jesús desde dentro y nos consuela continuamente con sus dones y carismas. Sería una pena que un cristiano no gozara de este misterio continuamente, porque lo considerara algo difícil e inaccesible, algo sólo para iniciados.

El misterio de Dios, Santísima Trinidad, se nos ha comunicado para que lo disfrutemos, para que vivamos siempre acompañados por su divina presencia en nuestras almas. Y esto desde el momento de nuestro bautismo. Para que aprendamos a vivir en comunidad, donde el amor transforma todas las diferencias en riquezas mutuas. Para que aprendamos a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás también en nuestras limitaciones y pecados con un amor capaz de perdonar, una amor que todo lo hace nuevo.

Con motivo de esta solemne fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos recuerda el papel de los contemplativos en la vida de la Iglesia. Jornada pro Orantibus, que este año tiene como lema: “Contemplar el mundo con la mirada de Dios”.

En nuestra diócesis de Córdoba, 24 monasterios de monjas y 1 monasterio de monjes, además de los ermitaños, nos están recordando a todos esta mirada contemplativa del mundo con la mirada de Dios.

Agradecemos esta vocación tan hermosa y beneficiosa para la Iglesia y para la humanidad. Por aquellos que continuamente oran por nosotros, hoy oramos nosotros por ellos con gratitud y esperanza, pidiendo perseverancia y más vocaciones contemplativas. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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La Virgen María es la imagen más plástica que hay y más clara del amor total a Cristo en seguimiento hasta la cruz y purificación en la fe y el amor, en la noche del espíritu, permaneciendo junto a su Hijo, y creyendo contra toda evidencia, que era hijo de Dios el que moría en la cruz, como tú tienes que morir a todos tu criterios y comodidades y pruebas de fe y amor en este camino de santidad y amor total a Cristo que has emprendido.

Imitadla a ella, a la madre, a la Virgen del Carmen, a María, madre y modelo de todos los cristianos, especialmente de los contemplativos. Ella que, durante nueve meses, llevó en su seno también físicamente al Verbo de Dios; Ella que lo concibió primero en su Corazón antes que en el cuerpo; Ella es el icono mismo del alma interior, del alma introvertida, contemplativa. Es la que vive literalmente vuelta hacia dentro, atraída hacia dentro porque la llaman desde dentro, morada de Dios, de la Trinidad.

De ella nos dice Lucas que “meditaba todas las cosas en su corazón” (Lc 2,19), las interiorizaba, las vivía dentro. Cuánta necesidad tiene la Iglesia de reflejarse en ese modelo! Nunca como en ese caso habría que tomarse tan en serio la doctrina del Concilio Vaticano II, según la cual María es figura de la Iglesia, de toda la Iglesia, especialmente de los contemplativos. Amad a María, imitadla. La Iglesia entera, todo bautizado tiene que vivir hacia dentro, interiorizando, mirando a su propio corazón -la Iglesia es un cuerpo y también tiene corazón- y tenemos que entrar y meditar dentro de ese corazón toda nuestra vida y todos los sucesos de la historia.

Me permito recordaros que -en ese corazón de la Iglesia- las contemplativas sois las células vivas. Debéis ser células vivas, no necróticas ni infartadas; porque si las células del corazón están muertas, el corazón no bombea correctamente la sangre y el cuerpo no se oxigena, y si el cuerpo no se oxigena, estamos llevando el cuerpo a la muerte. Desde el corazón llega la vida a todo el cuerpo, incluida la cabeza o -de lo contrario- no le llega el oxígeno y el cuerpo va muriendo lentamente, poco a poco.

A la Virgen María le suplicamos que seamos células vivas de ese corazón del Cuerpo Místico, vosotras religiosas contemplativas sois el corazón de la Iglesia, tenéis que ser santas; a la Virgen del Carmen le suplicamos que le pida al Padre que realicemos y lleguemos con  esfuerzo hasta la cima del Monte Carmelo de la oración y purificación y también hasta del gozo matrimonio espiritual de las últimas moradas de Santa Teresa para que por la oración transformante realicemos este camino  de santidad y apostolado que Dios ha soñado para cada una de vosotras. Los conventos son corazón de la Iglesia.

 

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El Corazón de Jesús

 

Queridas hermanas, por experiencia personal y de Iglesia, por la experiencia de congregaciones y de historia de los siglos, podemos ver y constatar que el único Corazón que puede realizar la unidad de nuestra comunidad y de toda la comunidad de la Iglesia, como Cristo rezó y pidió al Padre en la Última Cena, es su Espíritu, el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que es el Espíritu Santo. (aquí puede meter alguna idea de mi meditación sobre Pentecostés, meter aquí mi meditación del Espíritu Santo o una de ellas) .

“Padre, santifícalos en la verdad, tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico, para que ellos también sean santificados en la verdad. Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en Mí y yo en Ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”.

El Corazón de Jesús nos llama a la Unidad, a ser Uno. Nos convoca a ser comunidad de fe, a ser familia, verdaderamente hermanos e hijos del mismo Padre.

Es, sin duda un anhelo del Corazón de Cristo, y el lugar o el momento más indicado para orar por esa unidad en la comunidad es en torno a la Eucaristía, adorando a la Eucaristía, porque ella es la expresión máxima para nosotros del Amor de Dios y “el amor — dice san Pablo — es el ceñidor de la unidad consumada”.

Celebrando, comulgando y venerando a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía es como hacemos comunidad de hermanos y hermanas: “Ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima eucaristía… (poner algún texto de la presencia..). Es un deseo intenso de su Corazón.

En su Oración Sacerdotal Jesús hace esta súplica que resuena permanentemente en el Corazón del Padre: “Que sean completamente uno para que el mundo crea; como tú, Padre, en mí y Yo en Ti, que sean completamente uno para que el mundo crea”(Jn 17,21). 

En ese momento supremo, en que Jesús nos amó hasta el extremo, no le pide al Padre por nuestra santidad, ni por ninguna otra cosa grande, sino algo aparentemente simple... digo aparentemente, porque Él sabía que no era fácil y que no iba a ser fácil. Pide el don de la unidad como signo de amor, de plenitud de amor y como testimonio de la autenticidad de nuestra fe. Nuestra unión en el amor es el reclamo para que el mundo crea. Si no nos amamos de verdad, como

El nos ama, nunca seremos completamente uno y nuestra vida no dará testimonio de fe y no llevara a otros a la fe. ¿Por qué es tan importante la unidad? Reflexionando y contemplando al Señor he llegado a la conclusión de que la unidad es el signo externo del amor, que es el que une de verdad, el que aglutina, el que apiña... El que hace uno es el amor; mientras que el odio crea la división, es negación del amor, de Dios y de su obra. Contemplando al Señor se ve claramente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno; son la Unidad Perfecta, son el Amor Perfecto, la Verdad, la Vida...

¡Tenemos que hacer piña en torno a su Corazón y obedecer a su Mandamiento nuevo! Obedecer a su precepto de amor!!
¡Qué importante es obedecer para permanecer unidos!

Contemplamos ahora ese Jesús que nos ha llamado y nos llama, nos sigue llamando a la unidad. Ese Jesús que ante nuestros silencios, egoísmos y desobediencias, siembra a veces de división, de discordia, permanece en silencio.

Un silencio manso, sereno, humilde, pero dolorido y que nos repite sin cesar: “Amaos y sed uno! ¡Sed completamente uno para que el mundo crea, para que el mundo pueda creer!” Si nos amamos y alcanzamos esa unidad, haremos presente a Jesús en el mundo de hoy, le haremos de verdad Vida y nuestros semejantes le podrán ver en nosotros.

Que cuantos se acerquen a nosotros .. ¡vean a Jesús! Para que vean a Jesús es necesario que seamos completamente uno y el mundo podrá creer. Lo ha dicho el Señor. Lo ha pedido el Hijo al Padre para su Iglesia, para todos nosotros.

Hermanas, ¡Miradle! ¡Contempladle! Pidamos la gracia de la unión en la comunidad, del amor que nos haga hermanas felices al sentirnos amadas por Dios y la comunidad, por todas las hermanas, de ser comunidad perfecta en el amor, de ser de verdad un solo corazón y una sola alma los que estamos aquí adorando su Cuerpo y reconociendo su Señorío en nuestras vidas.

ORACIÓN   

 

Señor Jesús; concédenos la gracia de la unidad en Ti, en tu Amor, en tu Corazón. Que seamos de verdad Uno en Ti, verdadera comunidad de amor y de fe, para que el mundo crea, por nuestro testimonio, que Tú eres el único Camino verdadero para la Felicidad auténtica e imperecedera.

 

 

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 LA VISITA AL SAGRARIO DE RELIGIOSAS CONTEMPLATIVAS

 

Queridos hermanas/os: En el evangelio de la multiplicación de los panes Jesús ya habló y nos prometió su presencia en el pan eucarístico que luego instituyó en la Cena del Jueves Santo.

Quiero hablaros un poco de esta presencia maravillosa y entregada de Cristo que vosotras, adoradoras nocturnas y diurnas, creéis, amáis y adoráis, precisamente ahora, en estos tiempos malos para la fe, en que  se habla poco de ella y vosotras tenéis que ser propagadoras de esta realidad maravillosas y en estos tiempos actuales en que las Iglesias están cerradas la mayor parte del día y realmente ha bajado mucho el número de los que visitan a Jesucristo Eucaristía en el Sagrario, Jesucristo en , Dios y Hombre verdadero, el mejor amigo de los hombres, único Salvador del mundo, y nuestro pan de vida eterna.

Por eso, en esta noche que tengo esta opostunidad, quiero hablaros un poco con el mayor afecto a El tomando algunas notas de los muchos libros que tengo escritos sobre Cristo Eucaristía, de su presencia eucarística en todos los sagrarios de la tierra, que vosotras adoráis y amáis. 

Pues bien, la Iglesia nos pide que «reverenciemos» a Cristo en la Eucaristía. ¿Por qué? Porque en la Eucaristía, en el pan consagrado está presente Jesucristo, Hijo de Dios  y único Salvador de los hombres, el mismo de Palestina, que ya está glorioso en el cielo y en el pan consagrado, en la tierra, en todos nuestros sagrarios.

Si Nuestro Señor se dejara ver el esplendor de su gloria, como está en el cielo, nos dejaría deslumbrados, y por eso, para entregarse a nosotros en la tierra, se oculta, no solo bajo la flaqueza de una carne humana, como sucedió en la Encarnación, sino bajo las especies de pan y vino consagrados en la santa misa.

Por eso, digámosle con amor: »Señor mío Jesucristo, ya que por amor nuestro y para atraernos a Ti y hacerte nuestro alimento, quisiste quedarte entre nosotros en el pan consagrado para ser nuestro amigo y alimento de vida eterna, te adoramos y te comemos de amor, y te visitamos para ser tus amigos mientras vamos de camino a la eternidad contigo y la Santísima Trinidad.

Oh Cristo Jesús, realmente presente en el altar, yo me postro ante tu altar y el sagrario; quiero adorarte en este sacramento que instituiste el Jueves Santo, antes de tu pasión y muerte y tu Ascensión a los cielos, como testimonio de tu amor.

Queridos hermanas: Jesucristo, hijo de Dios y único Salvador de los hombres nos espera en todos los sagrarios de la tierra? Allí está realmente presente el que nació en el pesebre de Belén, el que vivió en Nazaret, recorrió las montañas de Judea, instituyó la eucaristía en la última cena y murió en la cruz. Ese es el mismo Jesús, que decía a la Samaritana: «i Si me conocieras, si conocieras tú el don de Dios y quien es el que te pide de beber…!

Hermano, el mismo Cristo, desde el Sagrario, te dice, como a la samaritana: Querido hombre, querida mujer, tú que tienes sed de vida, de amor, de paz, de gozo, de felicidad, de verdadera amistad: «si tú supieras quién soy Yo, y quién es el que te pide de beber, tú misma me pedirías el agua viva. ., esta agua de la gracia y amor divino que fluye de mi hasta la vida eterna! Yo soy el agua vida y el pan de la vida eterna»

El Cristo de nuestros sagrarios es el mismo que nos dice a todos en el Evangelio: «Yo soy el camino, la verdad y la vida, el que me sigue no anda en tinieblas. Nadie va al Padre sino por mí. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos; el que mora en mí y Yo en el, ese da mucho fruto porque sin mí no podéis hacer nada. Y al que venga a mí no lo echaré fuera…. Venid a mí todos los que estais cansados y agobiados y yo os aliviaré… Hermanos, vayamos a Cristo, visitemos a Cristo en nuestros sagrarios.

Aquí, con nosotros, en el Sagrario está el mismo Jesús que curaba los leprosos, calmaba las olas enfurecidas y prometía al buen ladrón un lugar en su reino. Aquí, en el Sagrario, encontramos a nuestro Salvador y nuestro amigo, a nuestro hermano mayor, en la plenitud de su omnipotencia divina, en la virtud siempre fecunda de sus misterios, con la infinita superabundancia de sus méritos y la inefable misericordia de su amor.

Hermanas: El pueblo cristiano está perdiendo esta fe, este tesoro, este cielo en la tierra que es Cristo en nuestros Sagrarios, Cristo está abandonado, Dios está olvidado y negado hoy por muchos, y el mundo y la familia y todos estamos más tristes y solos porque nos hemos alejado del Dios Amor, del proyecto de vida eterna por el que Cristo se encarnó, predicó, dio su vida para que todos tuviéramos vida eterna. Cristo es el pan de la vida y de la eternidad.

Cristo en el Sagrario nos espera para manifestarnos su amor, alimentar nuestra vida cristiana, mantener unidas las familias, sentirnos amados por el Infinito, perdonar nuestros pecados, alimentar  nuestra vida  eterna y llevarnos al cielo. Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan vivirá eternamente.

Queridos hermanos: vengamos a misa todos los domingos, comulguemos con frecuencia con deseos de vivir su misma vida de amor a Dios y a los hermanos, limpios y en gracia de Dios y visitémosle siempre que pasemos por una iglesia abierta, diciéndole con todos los creyentes de verdad:

“Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados mmisterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención. Tú que vives y reinas en el cielo y estás en todos los sagrarios de la tierra por amor a tu Padre Dios y a tus hermanos de la tierra para llevarlos al cielo. Amén, asi sea.

(Sigamos) Para que en una comunidad haya paz unión y cariño, Jesús tiene que ser el centro, mediante la Eucaristía, la liturgia de las Horas y la vida ordinaria. Y si no es así, algo muy importante está fallando en la comunidad, está fallando o faltando la santidad, la unión verdadera con Cristo por parte de algunos de sus miembros.

Jesús, después de saludarles y decirles: “la paz con vosotros”, hace otra cosa preciosa y bellísima de significado, que hemos leído en el evangelio: “les mostró las Manos y el Costado”: Podría haberles mostrado o señalado otra parte de su cuerpo, los ojos, por ejemplo, que los miraba siempre con tanto cariño, que los estaba mirando con amor y perdón ¡No!! Les mostro las Manos y el Costado, ¿por qué?

Porque las Manos y el Costado llagados son sencillamente la expresión de que sus obras están hechas con el trabajo de las manos y el amor del corazón; que  las obras se hacen con el esfuerzo de las manos y el amor que brota del corazón,como deben hacerse las obras en esta comunidad de Don Benito, tan querida por mi, aquí, entre vosotras, las obras de piedad y de trabajo deben hacerse con amor a Dios y a las hermanas. Y el esforzarse y hacerlo así indicará la espiritualidad y la sinceridad de vuestro amor a Dios y a las hermanas, la verdad de vuestra oración, de vuestra religiosidad, de vuestra fe y amor a Dios Trino y Uno,  Padre, Hijo y Espíritu Santo: “Oh Dios mío, trinidad…pacificad mi alma, haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada,que…

Jesús se dio y se da a conocer por sus obras, como todos nosotros, ya lo dijo el Señor: “por sus obras los conoceréis”, sobre todo por sus obras de amor, manifestado sobre todo en la señal de sus Manos y por su Costado abiertos y crucificados por amor a todos los hombres, a todos nosotros.

Queridas hermanas, por vuestras obras hechas con amor principalmente por el amor entre vosotras, podremos reconoceros como comunidad de Jesús, enamoradas de Cristo. Y si en vez de afirmarlo, lo pregunto: ¿Podemos reconoceros como comunidad de Jesús, enamoradas de Cristo, por vuestras obras, por vuestro amor y caridad mutua,por vuestro interés y cuidado las unas de la otras?

Cuál es vuestra respuesta… pensadla ahora y luego en la oración, en los ratos de Sagrario, todos los días. Espero que sí, porque os conozco bastante, pero… hay que esforzarse siempre, toda la vida hay seguir luchando.

Nosotros, también, los sacerdotes, en la oración y en ratos de convivencia con Cristo y vosotras, hermanas precisamente contemplativas, tenemos que mostrar como Cristo resucitado, las manos y el costado, es decir, nuestro trabajo en la comunidad o en la parroquia, hechos con amor y entrega, como expresión de nuestro amor verdadero y no solo de palabra a Dios y a los hermanos.

Ellos, dice el evangelio, “se llenaron de alegría al ver al Señor”: Cuando se reconoce a Jesús en el seno de una comunidad brota la alegría. Primero, la paz, la unión, superando guerras, divisiones, envidias, celotipias, estáis entendiendo bien, queridas hermanas, y después la alegría de saber que Jesús está ahí, presente, en medio de las hermanas, en el seno de la comunidad.

Nuestra misión es exactamente esa: vivir unidas en la misma fe y amor a Cristo y mostrar al mundo entero el Rostro de Jesús, hacer que el mundo se sienta lleno de alegría cuando compruebe que Jesús está en el medio de vosotras, de vuestra comunidad de carmelitas, de modo que al venir y veros rezar o hablando con vosotras, aquellos que vienen a misa o a visitarnos, puedan decir como dijeron de los primeros cristianos: mirad cómo se aman, y salgan de vuestras visitas y celebraciones aleccionados y admirados de vuestra convivencia, como muestra de vuestra fe y amor a Dios y a los hermanos, los hombres.

Y para eso tenemos luchar, luchar todos los días y a todas horas, este es vuestro apostolado en la igleisia, el mejor apostolado y testimonio de que Cristo habita en medio de vosotras, porque todos tenemos nuestro yo egoista, el pecado original, el querernos más que a Dios y a los hermanos, EL PENSAR Y VIVIR COMO SI LOS DEMÁS TUVIERAN QUE SER MIS SERVIDORES Y YO, LA PREFERIDA, LA QUE SIEMPRE TIENE RAZÓN, POR ESO, HAY QUE EXAMINARSE EN RATOS DE ORACIÓN Y LUCHAR y para eso es la vida espiritual que tenemos que llevar, vida de oración y conversión permanentes que debe durar toda la vida, y perdir perdón, si caemos, y seguir luchando lo que haya que luchar, vencer toda clase de dificultades, superar críticas, olvidos y desprecios…

De esto, de la oración-conversión no voy a hablaros con más detenimiento, porque sabéis que siempre lo tengo presente y en todas mis meditaciones las desarrollo y le dedico muchas páginas de mis libros porque para ser santos, para amar a Dios con plenitud, amar, orar y convertirse deben estar siempre unidas toda la vida de un cristiano…. (hablar un poco…)

Eso debe ser una vida religiosa auténtica y entregada totalmente al Señor, como la vuestra, que tanto valoro y amo, y hacerlo todo por Él y como Él, mirándole a Cristo en las hermanas o hermanos y mostrando así a todos, como Cristo, las manos y el costado llagados de amor por ellas, a veces con sufrimientos por crucificar el propio yo, el egoísmo, la comodidad dentro de la comunidad. Tenéis que repetir siempre y con fuerza y amor: Por ti, Cristo, por ti, por tu amor quiero amar y perdonar a todas mis hermanas, a todos los hombres.

Así es cómo teneis que llegar a ser santas, esposas amadas de Cristo, salvadoras con Él de este mundo que se va alejando de Dios, del Amor, de la salvación, de matrimonios que se matan, padres y madres matando a sus hijos… ya podéis rezar y ser santas, por Cristo, por su Iglesia y por el mundo.

Con las obras y el amor comunitario tenemos que mostrar a Jesús al mundo entero, hacerle presente, para que el mundo, los que nos contemplen se llenen de la alegría y certeza de la fe, de que Dios existe y no ama, y nos llena de su mismo amor.

Y hay un detalle muy hermoso: y es que estamos contemplando un pasaje en el que Jesús ya está resucitado, su Cuerpo está glorificado y es muy significativo que, en ese Cuerpo Resucitado y glorificado de Jesús, permanezcan las marcas de la pasión, de sus llagas de amor por nosotros, las Manos y el Costado abiertos.

Así es como nosotros debemos aparecer ante el Señor ahora ya en la tierra y luego, resucitados, en el cielo, porque al comer el cuerpo de Cristo resucitado en la Comunión Eucarística, su cuerpo nos ha llagado de su mismo amor y vivimos ya su misma vida, muriendo a nuestro yo y pecado,a nuestra carne para identificarnos totalmente por la comunión y el amor con el cuerpo de Cristo.

Ya no es un cuerpo mortal, ya es un Cuerpo glorioso, resucitado, vencedor de la muerte, pero conserva —yo me las quiero imaginar resplandecientes de belleza y resplandecientes de luz— las llagas y señales de los clavos y del Costado abierto. Como las que tú has sufrido en la tierra y a veces en tu comunidad o en tu vida de sacerdote o simplemente bautizado, de cristiano, de madre y esposa cristiana.

¿Qué significado tiene esto? Dicen los exegetas que las señales de la Pasión en el Cuerpo glorioso de Jesús nos indican la permanencia de su Amor, la perpetuidad de su Amor. Su Amor permanece porque ha vencido a la muerte. En nosotros indicarán eso mismo, nuestro amor, nuestros sufrimientos por amar y perdonar a los hermanos por Él, los trabajos hechos por Él con sufrimientos o con gozo, en fin, nuestra vida de consagradas o de sacerdotes o de cristianos.

 Las señales indican que el Amor de Jesús es más fuerte que la muerte, que ha vencido a la muerte, por eso permanecen. Eso significan las señales de la Pasión en el Cuerpo glorioso de Jesús como lo indicarán en nosotros. Él padeció la Pasión en el acto más grande de amor que se ha podido dar en toda la historia, amor extremo de cualquier hombre, hasta dar la vida. Y las señales de ese acto, el recuerdo de ese amor, permanecen presentes en el Cuerpo glorificado de Jesús. Como permanecerán en todos nosotros en vosotras, hermanas religiosas, que por amor a nuestro Cristo, Dios y Señor de nuestras vidas, habéis sabido sufrir por Él en vuestra vida de familias o de clausura y estamos dispuestas a renunciar al mundo y a todo nuestro yo por Él.

No tenemos que tener miedo a presentarnos al Señor llenos de rasguños, de heridas y de cicatrices en el corazón porhaber amado, por haber perdonado, por haber soportado la incomprensión de la hermana, porque Él ha ido por delante también en eso. Muchas veces tenemos mucho miedo, ¡muchísimo!, a perdonar, a olvidar, a amar a los que no nos valoran, o nos quieren en el convento o en nuestra familia por lo que nos pueda pasar; porque, efectivamente, el amor nos hace vulnerables y el amor muchísimas veces, la inmensa mayoría de las veces, supone sufrir por las personas a las que se ama.

Jesús no tuvo miedo y se presenta al Padre con sus cicatrices por haber amado a sus discípulos, por habernos amado a todos los hombres. No tenemos que tener miedo a llevar el corazón lleno de cicatrices por haber amado, por haber sufrido latigazos de los hombres, nuestros hermanos, nuestras hermanas, nuestros familiares, por haber perdonado, por haber sufrido desprecios en silencio.

A lo que tenemos que tener muchísimo miedo es presentarnos ante Jesús en el sagrario o en la comunión con el corazón sin ninguna herida ni rasguño de amor por las hermanas, por los hermanos, sin que nada nos haya rozado... Porque eso va a significar que nunca hemos arriesgado nada, que nunca hemos amado de verdad, que nunca hemos amado o ayudado a Cristo a salvar y llevar el peso de los pecados del mundo y de los hermanos.

Nuestro corazón ha de tener cicatrices, ¡cicatrices de guerra, de haber luchado, de haber peleado por amar de verdad a nuestros hermanos! ¡de haber peleado contra nuestros egoísmos, de haber peleado —pero a muerte— contra nuestro orgullo, nuestro amor propio que tanto nos quiere dominar y esclavizar! Y eso... nos causan cicatrices, pero... ¡benditas cicatrices! ¡Ojalá tengamos muchas! Eso quiere decir que hemos amado mucho como Cristo hasta tener cicatrices en las manos y en el corazón.

Pregunto: querida herman, tú tienes alguna, tienes muchas cicatrices en tu corazón, en tu vida de familia o de la comunidad, por esta hermana que todos los días te dice o no te dice, te mira o no te mira, te habla así o no te habla…

Jesús no nos entregó su Corazón en la tarde del Viernes Santo nuevecito, intacto y sin un rasguño. ¡No! ¡Nos lo entregó roto! ¡Triturado! ¡Como si no hubiera podido soportar el peso de la cruz, de los pecados de sus hermanos, los hombres. El Amor fue quien le mató, quien le hizo morir.

Y nuestro corazón tiene que ser semejante al suyo también en eso: en haber amado hasta morir, perdonando todos los días a los que nos ofenden o no nos quieren de verdad o nos desprecian y eso es estar dando la vida por Cristo, identificarse con Él, ser totalmente su esposa amada, amando sin recibir comprensión o recompensa. Por eso... ¡ojalá que también, cuando nos presentemos ante el Señor, podamos presentar las señales de nuestra pasión por haber amado así, por haber padecido por amor!     Creo que ese es el distintivo más hermoso y la condecoración más bella de una religiosa santa, enamorada del amor y por amor de Cristo, de identificarse totalmente con el corazón de Cristo, de haberle seguido e imitado en plenitud, amando sin recibir amor. La permanencia de las señales en las Manos y en el Costado indica la permanencia de su Amor.

Yo creo que todas las monjas carmelitas de este convento llevarán estas señales, pero no causadas por vosotras mismas sino por el mundo que no os ama ni os agradece la entrega total de amor y de vida por ellos en un convento de clausura, dedicado unicamente a orar y sacrificarse por ellos, por el mundo, por la Iglesia, por los sacerdotes… y sin recompensa a veces de reconocimento.

Por eso a tratar de no rechazarlas cuando te las graben injustamente en tu comunidad o pueblo o familia de sangre o de fe o de donde sea. En la vida cristiana, sacerdotal o religiosa hay que llevar señales de las llagas de Cristo, de haber sufrido por Cristo y como Cristo por haber amado a los hermanos hasta dar la vida por ellos como Cristo, ese Cristo hecho pan de Eucaristía por amor a todos los hombres, y donde está siempre esperándonos para ayudarnos. Voy a deciros algo de nuestras visitas al Sagrario.

 

 

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ANTE ESTAS PALABRAS QUE ACABAIS DE OIR, RESPUESTA (DIÁLOGO) DE UNA CARMELITA A CRISTO ANTE EL SAGRARIO O EN LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA

 

Cristo, nosotros, Carmelitas descalzas de Don Benito,  te amamos y nos esforzamos por amarnos como Tú quieres y nos amas y por eso estamos en esta vida religiosa de entrega total a tu vida y amor y a nuestras hermanas.

Nosotros no olvidamos tu mandamiento que vivimos con verdad y amor en nuestra comunidad: “este es mi mandamientos que os améis unas a otras como yo os he amado”, porque queremos que este pueblo y la iglesia entera nos reconozca como almas que te aman y te han entregado toda su vida con amor y verdad, como Tú dijiste: “En esto conocerán todos que sois discípulos míos, en que os amais los unos a los otros, como yo os amo”. Y nosotras, hermanas carmelitas,  por amor al mundo, a todos los hombres nuestros hermanos, nos hemos clausurado en este convento únicamente por amor a ti y a nuestros hermanos, para pedirte y conseguir con nuestras vidas la salvación del mundo entero y de  nuestros hermanos, los hombres.

Esta es nuestra misión de religiosas de clausura. La vamos voy vislumbrando cada vez con mayor claridad: en este momento de la historia, la misión de todo cristiano es gritar al mundo entero que Jesucristo está vivo, que Dios existe y nos ama con un Corazón de hombre, con un Corazón sensible, humano, y con un amor devino de Hijo de Dios que vino y se entregó y resucitó para que todos tengamos vida eterna. Con nuestra vida de amor a Ti y a los hermanos queremos demostrar que Dios está vivo y nos ama.

Nosotras religiosas contemplativas todo lo hacemos en Jesucristo, y por Jesucristo, unico Señor de nuestro tiempo y de nuestras vidas, por eso hemos renunciado a la vida del mundo porque queremos vivir únicamente para Él, y por Él como Él, amar a nuestros hermanos dando la vida en oración y sacrifico permanente en un claustro.

Cristo, esposo amado, en el cielo y en los Sagrarios de la tierra, Tú eres el dueño y Señor de nuestras vidas, y nosotras queremos ser esposas fieles sin otros amores terrenos de egoismo o soberbia o envidias que nos impidan la totalidad de nuestro amor y corazón a Dios, al Hijo de Dios en cielo, al Sagrado Corazón de Jesús, que por un misterio inefable e impresionante de amor al hombre y de condescendencia, ha querido hacerse vulnerable y sensible tanto a nuestro amor como a nuestro desamor.

¡Jesucristo, tú en el cielo y en sagrario estás vivo y nos amas! Pero nos ama con un Corazón divino y humano, con un Corazón desbordante de ternura. Esta es nuestra misión: ser testigos en el mundo del siglo XXI de esta verdad, porque ellos, los hombres de este mundo, muchos de ellos no lo saben y están muertos de amor y sed de tu Verdad y Vida, muertos de necesidad de saber que Dios les ama infintamente hasta el punto de hacer hombre como ells y morir de y por amor a todos.

Hermanos del mundo entero, así es Jesucristo, Dios y hombre verdadero, presente en todos los Sagrarios de la tierra. ¡qué gozo se religiosa, haberte conocido, ser totalmente tuya, vivir tu misma vida de amor y entrega por Dios  y por nuestros hermanos los hombres, muchos de los cuales ni nos comprenden ni se enteran, y nosotros estamos dando nuestra vida y juventud y sacrificios y oración para que todos ellos se salven.

El mundo de hoy sabe muchísimas, muchísimas cosas, pero es ignorante total en lo más importante: ¡que Dios existe y le ama, y les ama en Cristo para vivir ese mismo amor eternamente en el cielo, amor Trinitario que nosotros hemos comenzado ya en esta vida por la oración diaria y permanente, porque somos eternos, la eternidad ya ha empezado para nosotras!

Queremos gritar al mundo entero esta verdad, esta realidad que nosotros ya vivimos en la tierra, en la clausura de nuestro convento. Quiere ser un grito clamoroso que inunde el mundo entero, que llegue a ser una realidad que les aturda, que se enteren.

¿Cómo? Pues por medio de una vía misteriosa de oración, sacrificio e intercesión permanente por ellos que es nuestra vida de  clausura por amor exclusivo a Cristo el Señor en una unión íntima a Él, como único dueño de nuestras vidas y para ellos, como hermanos amados del alma que queremos salvar. Esa es nuestra misión de religiosas que han entregado su vida, renunciando al mundo, para vvir ya en el cielo de esta vida de comunidad carmelita contemplativa.

 

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Queridas hermanas, por mi experiencia personal de Iglesia, y por la experiencia de congregaciones y de historia de los siglos, podemos ver y constatar que el único Corazón que puede realizar la unidad de los hombres, especiamente de los cristianos, de vuestra comunidad de carmelitas y de toda la comunidad de la Iglesia, es Cristo que así rezó y pidió al Padre en la Última Cena, es su Espíritu de Amor.

 “Como tú, oh Padre, estás en Mí y yo en Ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste”. El Corazón de Jesús nos llama a la Unidad, a ser Uno. Nos convoca a ser comunidad de fe y de amor, a ser familia, verdaderamente hermanas e hijas del mismo Padre.

Es, sin duda un anhelo del Corazón de Cristo, y el lugar o el momento más indicado para orar por esa unidad en la comunidad es en torno a la Eucaristía, adorando a la Eucaristía, porque ella es la expresión máxima para nosotros del Amor de Dios y “el amor — dice san Pablo — es el ceñidor de la unidad consumada”.

Celebrando, comulgando y venerando a Cristo en el Sacramento de la Eucaristía es como hacemos comunidad de hermanos y hermanas: Ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima eucaristía… (poner algún texto de la presencia..). Es un deseo intenso de su Corazón.

En su Oración Sacerdotal Jesús hace esta súplica que resuena permanentemente en el Corazón del Padre: “Que sean completamente uno para que el mundo crea; como tú, Padre, en mí y Yo en Ti, que sean completamente uno para que el mundo crea”(Jn 17,21). 

En ese momento supremo, en que Jesús nos amó hasta el extremo, no le pide al Padre por ninguna otra cosa grande, sino algo aparentemente simple... digo aparentemente, porque Él sabía que no era fácil y que no iba a ser fácil. Pide el don de la unidad como signo de amor, de plenitud de amor y como testimonio de la autenticidad de nuestra fe. Nuestra unión en el amor es el reclamo para que el mundo crea.

Si no nos amamos de verdad, si las religisas carmelitas no viven en Cristo las unas para las otras, cómo va a creer el mundo en nosotras, cómo van a creer nuestros hermanos, los hombres en nuestra vocación de amor total a Dios y a los hermanos. Si no nos amamos de verdad como Él nos ama, nunca seremos completamente unas en Él y con Él, nuestras vidas no darán  testimonio de amor y no llevaran a otros a la fe y amor de Cristo.

¿Por qué es tan importante la unidad y el amor en la vida religiosa? Reflexionando y contemplando al Señor he llegado a la conclusión de que la unidad es el signo externo más expresivo del amor, que es el que nos une de verdad, el que nos aglutina y apiña y nos une a Cristo, que nos hace a todas uno en amor, mientras que la indiferencia o las críticas de unas a otras crea la división, es negación del amor, negación del ser de Dios Trinidad y de su obra de amor total a los hombres en Cristo.

Contemplando al Señor se ve claramente: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Uno; son la Unidad Perfecta, son el Amor Perfecto, la Verdad, la Vida perfecta... Si nosotras vivimos en la Trinidad por medio del Hijo, la vida de gracia, que es participación de la vida trinitaria en nosotras, nos lleva a la unidad y amor trinitario y esa unidad es la que quiere y nos trae el Hijo para todos los hermanos e hijos de Dios en la tierrra, especialmente por la oración auténtica y la eucaristía perfecta.

¡Tenemos que hacer piña en nuestra comunidad de Don Benito en torno a su Corazón y obedecer a su Mandamiento nuevo, un mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado! Cristo, te obedeceremos, obedeceremos a tu mandato  de amor!! ¡Qué importante es obedecer todas al mismo Cristo, amar de verdad al mismo Cristo para permanecer unidos!

Porque la iglesia entera, sobre todo nosotras, por la vida de oración continua contemplamos ahora y siempre en nuestra oración a ese Jesús que nos ha llamado y nos llama, nos sigue llamando a la unidad, al amor, a que nos ayudemos unas a otras, nos perdonemos los fallos, no ayudemos en todo, en lo material y en lo espiritual, en nuestra salud o enfermedad...

Ese Jesús manso, sereno y humilde, que nos repite sin cesar: “Amaos las unas a las otras y sed una verdadera familia y comunidad para que el mundo crea, para que el mundo pueda creer en vosotras, en vuestras vidas y por vosotras en Dios, en Jesucristo, en la Iglesia, en el evangelio, en los sacerdotes, en la vida eterna que vosotras ya comenzáis en este mundo mediante esta vida de amor de comunidad y de sacrificio por la salvación de todos vuestros hermanos, los hombre!” Si nos amamos y alcanzamos esa unidad, haremos presente a Jesús y su salvación en el mundo de hoy, le haremos de verdad Vida y nuestros semejantes le podrán ver en nosotros, en nuestra comunidad.

Que cuantos se acerquen a nosotras, a esta comunidad, con nuestras palabras y testimonios de amor... ¡puedan ver a Jesús! Y para que vean a Jesús en nosotras es necesario que seamos completamente uno  en Cristo y por Cristo y el mundo podrá creer. Lo ha dicho el Señor. Lo ha pedido el Hijo al Padre para su Iglesia, para todos nosotros.

Hermanas, y para ser uno y conseguirlo¡Contempladle siempre a Cristo,¡Miradle! sobre todo, en el Sagrario, en la oración! Pidamos la gracia de la unión en la comunidad, del amor entre nosotras que nos haga hermanas felices al sentirnos amadas por Dios y por todas, por la comunidad, por todas las hermanas, seamos comunidad perfecta en el amor, comunidad de un solo corazón y una sola alma de todas las que estamos aquí en un convento adorando y reconociendo su Señorío en nuestras vidas.

 ORACIÓN: Señor Jesús; concédenos la gracia de la unidad en Ti, en tu Amor, en tu Corazón. Que las Carmelitas de Don Benito seamos de verdad Una en Ti, verdadera comunidad de amor y de fe, para que el mundo crea, por nuestro testimonio, que Tú eres el único Camino verdadero para la Felicidad eterna, auténtica e imperecedera, que empieza  ya en este mundo con nuestra oración y testimonio permanentes de amor y unidad. Amen, así sea, así lo pedimos y rezamos.

 

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EL AVE MARÍA. Carmelitas Plasencia, (14-julio 2019)

 

       (1º día)  QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS que con amor y devoción me habéis invitado a celebrar con vosotras y con estos hermanos  presentes estos dos días de la Novena de la Virgen del Carmen; recuerdo ahora, que hace ya muchos años, más de cuarenta, empecé a celebrarla en el antiguo convento con vosotras y con otras hermanas que hoy nos acompañan desde el cielo, en medio de un calor asfixiante, hasta el punto de que algunas devotas se mareaban de calor.

Queridas Carmelitas, desde los antiguos ermitaños que se establecieron en el Monte Carmelo, las Carmelitas y los Carmelitas habéis sido conocidos desde siempre por vuestra profunda devoción a la Santísima Virgen. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.Incluso se les llamó: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo”. La devoción a la Virgen del Carmen se propagó particularmente en los lugares donde los y las carmelitas se establecieron.

En palabras de Benedicto XVI: "El Carmelo, alto promontorio que se yergue en la costa oriental del Mar Mediterráneo, a la altura de Galilea, tiene en sus faldas numerosas grutas naturales, predilectas de los eremitas. Inspirándose en la figura de Elías, primer eremita, surgió la Orden contemplativa de los «Carmelitas», familia religiosa que cuenta entre sus miembros con grandes santos, como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús y Teresa Benedicta de la Cruz (en el siglo, Edith Stein), Isabel de la Trinidad, ya canonizada, cuya oración a la Santísima Trinidad rezo todos los días desde mi vida de seminarista: Oh Dios mío…

Queridos hermanos: Las Carmelitas han difundido en el pueblo cristiano la devoción a la Santísima Virgen del Monte Carmelo, señalándola como modelo de oración, de contemplación y de dedicación a Dios. Por ellas estamos todos aquí reunidos esta tarde para honrar a nuestra madre, la Virgen del Carmen, la primera carmelita, la primera contemplativa. Así nos la manifiestan los santos evangelios.

(((María, en efecto, antes y de modo insuperable, creyó y experimentó y contempló a Jesús en su seno: Ella, por ser la madre del Hijo y llevarlo en su seno; nosotros, por la gracia de Dios que nos hace templos de Dios; por la gracia de Dios que recibimos en el santo bautismo podemos sentirnos habitados por Dios como algunos cristianos y sobre todo, como lo habéis sentido tantas carmelitas contemplativas en ratos de oración como nos lo recuerda precisamente la oración a la Santísima Trinidad compuesta por santa Isabel de la Trinidad, que rezo todos los días: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidadarme enteramente de mí para establecerme en Vos, tranquila y serena como si mi alma ya estuvera en la eternidad…”. )))

((Las monjas carmelitas viven esta experiencia profunda de la Trinidad, por eso se encierran en conventos para vivirlo más profundamente y darse en ofrenda y sacrificio a Dios por la santificación de todos los hombres y salvación del mundo entero.)))

Pues bien, a la Virgen del Carmen, a la Reina del Monte Carmelo, quiero yo confiar mi homilía de estos dos días entre vosotras, carmelitas y cristianos fervorosos que, con tanto amor, habéis venido a honrar a la Virgen del Carmen.Que ella nos ayude a todos, a vosotros y a mí,  a orar y encontrar a Dios en el silencio de la oración y de los trabajos, a ser orantes y contemplativos en la vida, a vivir unidos a Él durante todo el día y a vivirlo y predicarlo con nuestra vida y testimonio.)))

Precisamente esta tarde quiero sorprender con vosotros a María, virgen jovencita, de catorce años aproximadamente, recogida haciendo oración en su casa de Nazaret, y visitada por el ángel Gabriel.Así nos lo narra el santo evangelio.

Al entrar en su presencia el arcángel Gabriel, mejor dicho, Dios, por medio de su mensajero Gabriel,la saludó, diciendo;“Dios te salve, María, llena eres de gracia”. Este saludo, por su celestial origen y bello contenido, es la más bella oración que podemos dirigir a nuestra Señora y madre del alma.

(La primera Ave María la oyó la Virgen en la tierra, siendo muy joven y estando en oración: y la rezó el ángel de la Anunciación, nada menos que el arcángel Gabriel por encargo de  Dios: “Dios te salve, María”. Es una guirnalda de alabanzas y piropos divinos, hecha, no para pedir y suplicar cosas, sino para bendecir y alabar a la Reina del cielo. Meditémosla un poco esta tarde.)))

Queridos hermanos, hijos todos de nuestra madre, la Virgen del Carmen, la primera Ave María, como he dicho, la rezó el arcángel Gabriel en una casa de Nazaret; una casa de adobes sencilla, casi rústica, algo que para nuestra mentalidad nos resulta incomprensible.

La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre en espíritu y verdad. Estrenando ese estilo de oración que no necesita ser realizada en el templo, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios, y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

La Virgen, pues, estaba orando, orando mientras cosía, barría o hacía otra cualquier cosa, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Como hacéis muchas de vosotras en vuestras casas y ocupaciones, mientras hacéis las faenas del hogar o del Convento.

El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Dios te salve, María”; que quiere decir: te traigo saludos de parte de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”.Mucha gracia tuvo el alma de la Virgen en el momento de su Concepción Inmaculada, más que todos los santos juntos. Pues si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta no engrandecería el Omnipotente a su Madre.

Por eso la hizo casi infinita, la hizo Virgen y Madre Inmaculada, corredentora, asunta en cuerpo y alma al cielo, mediadora de todas las gracias, reina de los ángeles y Señora de las cosas. Qué más puede ser…?

María es madre de los hombres, madre de piedad y de misericordia, madre purísima, castísima y virginal, en su alma no hubo pecado alguno, ni original ni venial ni imperfección alguna; en fín, coged las letanías y ya veréis cómo es imposible decir más alabanzas de una simple criatura, sin despertar los celos de la misma divinidad. Es que Dios la quiso y la hizo maravillosa, la llena de gracia para Él y para nosotros.

Todas las bellezas de su alma el ángel las resumió sencillamente en dos palabras: “la llena de gracia”. ¿Llena de todas las gracias? De todas. (((Por eso Dios podrá hacer mundos más bellos, paisajes más encantadores, claveles más rojos y cascadas más impresionantes, pero María solo quiso hacer una de entre todas las criaturas. )))

 “El Señor está contigo”,prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante.Cuanto más gracia tengamos, más se adentra Dios en nuestra alma. Y como la Virgen, por el misterio de la encarnación estuvo llena del autor de todas las gracias, resulta, por tanto, que el Señor estaba más íntimamente unido con Ella, que podrá estarlo jamás con criatura alguna.

Por eso, queridos hermanos y hermanas Carmelitas, qué de particular tiene que Santa Isabel, al recibirla en su casa la saludase, diciendo: “Bendita tú entre todas las mujeres”.

(((Grandes mujeres habían existido en el Antiguo testamento: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían d existir en la Iglesia Católica. Todas muy queridas del Señor, pero incomparablemente más que todas ellas, María.)))

“Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.Uno duda si este piropo va dirigido solo a la madre o también al Hijo que latía en su entrañas. Da lo mismo. Al fin y al cabo no hay mayor alabanza para una madre que oír alabanzas para el hijo, máxime siendo el Hijo de Dios.

Después de estas palabras de Santa Isabel, la Iglesia añadió: Jesús, como había añadido María, en el saludo del ángel, para mejor determinar las personas a quienes iban dirigidos los saludos.

Y así termina la primera parte del Ave-Maria  No hemos pedido nada, no hemos suplicado nada, solo hemos alabado a la más bella de todas las criaturas, nos hemos olvidado de nosotros mismos y de nuestras necesidades, embelesados en la Madre más bella y hermosa de Dios y de los hombres. 

       Hermanos y hermanas Carmelitas, aprendamos de María dos cosas: 1º, a recogernos todos los días en oración, como carmelitas o como cristianos, porque en la oración se reciben los mensajes de Dios; María estaba orando y orando siguió, engendrando al niño en su seno: nosotros, sobre todo, sacerdotes y religiosas, tenemos que hacer oración todos los días para escuchar a Dios y seguir sus consejos y mandatos sin oración no hay vida de santidad ni de perfeccion evangélia; y 2º, tenemos que hacer todos los días oración, si es ante el Sagrario mucho mejor, para poder responderle directamente al Señor como María: “ He aquí tu esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” y la dejó el ángel porque Jesús empezó a nacer en sus entrañas, como en nosotros cuando por la oración y la gracia nace y crece la presencia de la Santísima  Trinidad por medio de la oración-contemplación-transformación, de la cual son maestros nuestros carmelitas santa Teresa de Jesús y san Juan de la Cruz.  Oración-conversión que nos vaya llenado de Cristo, de sus virtudes, de su evangelio.

       Mañana continuaremos este diálogo de amor y de gracia entre el ángel y la Virgen. Hoy terminemos esta homilía todos juntos rezando y diciendo a la Virgen llenos de admiración las mismas palabras que el ángel la dirigió: Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús. Amén.

 

 

2º DÍA DE PLASENCIA CARMELITAS

 

Queridos hermanas  Ayer meditábamos las palabras, el saludo que el Angel dirigió a María de parte de Dios: “Dios te salve, María…. Y dice el evangelio que María se turbó al oir este saludo del Ángel: El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacia ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

       Hermanos, aprendamos de María a recogernos todos los días en oración; como las carmelitas; María estaba orando y orando siguió: nosotros tenemos que hacer oración para que Dios nos llene de su amor y podamos cumplir su voluntad.

       Mañana continuaremos este diálogo de amor y gracia entre el ángel y la Virgen. Hoy terminamos llenos de admiración por nuestra hermosa nazarena, Virgen bella, Madre el alma, con las mismas palabras del ángel: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú entre todas las mujeres…

       María estaba orando y orando siguió, como nosotros esta tarde, escuchando ahora al Hijo en la misa, que nos dice: me hice carne en María mi madre por vosotros y ahora un trozo de pan porque os amo con amor loco hasta dar la vida por todos vosotros. Tú eres eternidad, tu vida es más que esta vida, yo he venido y me hago pan de eucaristía para que todos tengáis vida eterna; quiero empezar contigo este diálogo de amor en cada misa y comunión que ya no acabará nunca, porque te he soñado para una eternidad conmigo.

La segunda parte del Ave María: “Santa Maria, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores…” es una súplica compuesta por la Iglesia; en ella pedimos a Santa María, Madre de Dios que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.

Es el suspiro espontáneo del hijo que lo espera todo de su madre, confiando en su Madre, en la del cielo;  es el grito esperanzador del peregrino de esta vida que sabe ciegamente arribará a buen puerto porque se lo ha pedido a Santa María, puerta del cielo. El santa María nos trae aires de eternidad, tiene sabor a peregrinación, de llegada a buen término de un viaje, del viaje del destierro de esta vida hasta el puerto seguro del cielo.

En el Santa María nosotros lo confiamos todo a Ella, le confiamos nuestra salvación y la de los nuestros, esperándolo todo de su bondad y generosidad de Madre del cielo; qué gozo y certeza nos da rezar todos los días: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores ahora, ahora en este momento de  tu novena, y en el trance de pasar de esta vida al cielo, contigo y con todos los nuestros.

Queridos hermanos, qué confianza es morir siendo devotos de la Virgen y habiéndola rezado todos los días de esta peregrinación el Ave María; tres veces nos enseñaban nuestras madres a rezarlo todas las noches al acostarnos, junto con el bendita sea tu pureza, para guar la pureza hasta el matrimonio o siempre en la vida sacerdotal o religiosa. Las madres de entonces… ahora… por eso la juventud de entonces, vuestra juventud de los que tenéis sesenta ños para arriba es muy distinta a la de ahora…

Pues bien, para sus hijos e hijas de entonces y de ahora, para la salvación eterna de todos sus hijos de todos los tiempos, terminemos esta homilía rezándola con el cariño más grande: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Así sea.

 

 

 

 

MARÍA, MADRE DE DIOS: Día 1 de enero (3º día)

 

Queridos hermanos: Todos los años, el día primero del año, celebramos la Maternidad divina de la Virgen María, Madre de Dios. Y la razón es muy clara, si el Hijo de Dios y Salvador de los hombres, al venir a este mundo, quiso tener una madre y la eligió a María y se fió de ella… ¿no nos  vamos a fiar nosotros y a confiar y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? De modo que si el 25 de diciembre, día de la Natividad, es lógico que celebremos el nacimiento del Hijo de Dios, Hijo también de María madre, el día primero del año es totalmente para ella.

Qué sabia es la Iglesia; ella sabe la importancia que tienen las madres, en la familia y en los hijos, y por eso quiere empezar el año poniéndonos a todos bajo la protección de María, madre de Dios y de los hombres.

¡Qué certeza, confianza, fuerza, qué poder nos inspira María intercediendo ante Dios.  Queridos hermanos, hijos todos de María, Amad a la Virgen, rezad a la Virgen del Carmen, confiad  en la Virgen, inculcad la devoción de la Virgen en las familias, en los hijos y nietos. Estoy totalmente convencido de lo que os digo, por experiencia personal y pastoral. Soy totalmente mariano, devoto de la Virgen. Estoy convencido de esta verdad por  la experiencia de muchos años en parroquia y muchas luchas en los matrimonios y familias. Qué importancia tiene la devoción a la Virgen en nosotros.

 

       2.- El misterio de la Encarnación constituye una prolongada memoria de la maternidad divina de María, y esta fiesta del 1º de enero sirve para exaltar a la Madre santa por la cual merecimos recibir al autor de la vida, Jesucristo, Nuestro Señor. Toda la grandeza de María, todos sus dones y privilegios radican en su maternidad divina. Es el origen de todas sus gracias.

       Mirad todas las cosas que curas, frailes y monjas y cristianos tenemos que aprender de María.

María es Madre y Modelo de la fe para nosotros, que debemos imitar, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”  le dijo su prima santa Isabel.

       Es Madre y Modelo del amor salvador de Cristo porque lo concibió por amor y se unió a Él junto a la cruz, uniéndose a su amor, haciéndose  ofrenda al Padre por los hombres, sus hijos, como la proclamó el Hijo desde la cruz: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre.

       Es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció, esperando contra toda esperanza, creyendo que era el Salvador del mundo y Resurrección de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección y la nuestra.      Esta es la verdadera grandeza de María.  Dios buscó en María fidelidad en la fe, en el amor, en la esperanza, en las alegrías y en las penas.  Y eso mismo podemos encontrar nosotros en ella, si, la invocamos como Madre, como auxiliadora, como intercesora de todo el pueblo santo de Dios, porque María, nuestra madre y madre de Cristo, de Dios, es  omnipotente suplicando, orando, intercediendo. Si Dios la quiso por madre, esto nos inspira a todos confianza, tranquilidad, seguridad, certezas, consuelo.

       En mi libro titulado MARÍA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA que es como mi historia personal con María, porque siempre ha estado presente en mi vida desde niño, me atrevo a decirle, entre otras cosas: 

       «Este quiere ser prólogo de un libro en el que  quiero escribir, mejor dicho, hablar de Ti, Madre de mi Dios, Virgen bella, Madre sacerdotal, madre del alma; y es tanto, tanto... que no tiene límites,  porque es un prólogo de amor de hijo agradecido y porque mi amor hacia Ti, desde que te conocí en esta vida, descubre nuevas hermosuras y  no se ha interrumpido ni se interrumpirá jamás, Madre del Amor Hermoso, Sol de belleza, «vida, dulzura y esperanza nuestra», consuelo de mis lágrimas, certeza de  amor en mis horas de angustia y dolor, sorpresa continua de primores de gracias y comunicaciones, mirada de agradecimiento en los miles de peligros pasados sin quebrantos ni rupturas por tu mano protectora, acción de gracias continuas después de  “peligros de mar... de tierra, de bandidos” que dice San Pablo en sus carta) de caminos, y yo diría de carreteras, con velocidades a más de x... kms en el Golf, que tú sólo sabes... ¡es que me has ayudado tanto, querido y amado tanto, tanto! ¡Tenemos una historia tan bella y hermosa de amor! ¡Te quiero, Princesa, Reina, Virgen, Hermana, Madre, Dulce y Sagrada María!»

       Encomendémonos a ella, encomendémosle nuestras familias, nuestros hijos y nietos, a nuestros padres y mayores, abuelos, pongámonos  bajo su protección, recemos con frecuencia el santo rosario en familia, el ave maría al empezar el día y la salve como última oración de la noche, inculquemos la devoción a María.

Queridos hermanos: un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.«¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María?  Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Virgen María». “María, hermosa nazarena, Virgen bella, madre del alma, cuánto me quieres, cuanto te quiero; gracias por haberme dado a tu hijo y gracias por haberme ayudado a ser y existir en él, madre de todos los hombres…

 

 

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ASUNCIÓN DE LA VIRGEN AL CIELO (4º dia)

 

QUERIDOS HERMANOS: Celebramos hoy, llenos de alegría y esperanza, la Asunción de la Virgen al cielo. Nosotros esperamos el cielo y vamos caminando hacia el encuentro definitivo con Dios para el cual hemos sido creados y existimos. Hoy es un día para hablar del cielo, para pensar en el cielo, para desear y pedir el cielo con Dios y la Virgen para todos. Pensamos y deseamos poco el cielo. Esta fiesta de la Asunción de la Virgen nos ayude a vivir más pensando en el cielo. Ella deseó tanto estar en el cielo con su hijo que fue asumida totalmente por este amor, como los santos, como todos nosotros, si morimos en gracia de Dios. Esto es lo que tenemos que pedir hoy para todos.

      

       1.- En este día de la Asunción de la Virgen, meditemos primeramente en el hecho:

       a) Asunción es la acción de asumir, llevarse algo en brazos; asunción quiere decir que la Virgen fue asumida por el amor de su hijo, que es el Hijo Amado del Padre; por eso, en la Asunción, María es asumida por el Padre en el Hijo con Amor de Espíritu Santo. Fue asumida por la Trinidad totalmente, en cuerpo y alma;

        b) para ser asunta, elevada, tuvo que morir primero como el Hijo había muerto en el hijo engendrado por ella; muere el hijo en su naturaleza humana, tiene que morir la madre para seguir sus mismos pasos. No estaba bien que muriera el hijo por amor a los hombres, y la madre no muriera, aunque fuera por amor;

       c) murió y fue resucitada por Hijo total, y subió al cielo; el cielo no es un lugar, sino la posesión y gozo y posesión de la Esencia y Vida de Dios hasta donde le es posible al hombre.

 

       2.- María fue asunta en cuerpo y alma al cielo:

 

       a).- Por ser Madre de Dios. Porque su Hijo lo quiso y como pudo por su amor y poder infinitos, lo hizo. Así rezaremos en el Prefacio.

       b).- Y por estar llena de la gracia y vida divina desde el primer instante de su existencia. Y la gracia es la semilla del cielo. A más gracia, más cielo. Y como rebosaba y estaba llena de gracia desde el  principio, fue asunta al cielo al final. Si el cielo es Dios, ella estaba llena de su Hijo, que es Dios y se fue con Él al cielo.

       c).- Por corredentora. Por haber estado siempre junto a su hijo. Y como pisó las huellas dolorosas del hijo, convenía, era exigencia de amor que pisara las huellas gloriosas hasta el cielo. Fue la primera redimida totalmente, la primera que recibió todos los frutos de la redención.

       d).- Por santa. Santidad es unión con Dios. Si algunos santos, por sentir esta unión gozosa con el Señor desean morir para estar con Dios;  podía decir mejor que a nadie estos versos de las almas enamoradas: «Esta vida que yo vivo, es privación de vivir, y así es continuo morir, hasta que viva contigo; oye mi Dios lo que digo, que esta vida no la quiero, que muero porque no muero»

 

SENTIMIENTOS:

       3.- Felicitémosla:

       a).- Por la plenitud de su gloria y gozo en el Señor. ¡Qué gran madre tenemos, qué plenitud de gracia, hermosura y amor y cielo, es un cielo, es nuestro cielo con Dios! En el cielo sigue siendo nuestra madre y no cesa de interceder por todos nosotros sus hijos de la tierra. Por eso su triunfo es el nuestro; como criaturas creadas por el amor de Dios tenemos su mismo destino. Ella ha conseguido ya la plenitud que buscamos. Como madre nos ayudará a conseguirlo. Es día de rezar el rosario, subir al Puerto, mirarla, hacer alguna cosa por ella.

       b). Felicitémosla porque cumplió totalmente  la voluntad de Dios.Por criatura totalmente redimida, la primera criatura que ha llegado hasta la plenitud de lo que nos espera a todos: es la primera redimida en totalidad. Nos enseña el camino y la meta de la vida cristiana

       b).- Por haber sido madre del Hijo de Dios, que vino en nuestra búsqueda y nos redimió y nos ha ganado para todo el cielo. Qué seguridad y certeza de conseguirlo, por ser nuestra madre también y por hacernos hermanos de su Hijo que es Dios, que todo lo puede.

       c) Por ser meta y camino: María asunta al cielo se convierte por eso para todos nosotros los desterrados hijos de Eva en nuestra meta y gracia para conseguirlo: hoy hay que pensar en el cielo, pensar y vivir para el cielo, en pecado no se puede celebrar esta fiesta, hay que confesar nuestros pecados y comulgar plenamente con el Hijo.

       Por eso se convierte en nuestra esperanza, en vida y esperanza nuestra, Dios te salve, María. Ella es ya la Madre del cielo y de la tierra creyente, es eternidad feliz con Dios. Es cita de eternidad para todos sus hijos. “Es la mujer vestida de sol, coronada de estrellas”. En ella la resurrección total ha empezado a extenderse a toda la humanidad.

       d) Por Intercesora. En el cielo María se ha convertido en intercesora de todo el pueblo santo de Dios; es divina, es omnipotente suplicando e intercediendo por sus hijos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero una madre no se olvida jamás de sus hijos; y ella es nuestra madre y está en el cielo y esto nos inspira seguridad, certezas, consuelo, esperanza, fortaleza hasta el triunfo final. Como ha sido elevada al cielo, para hablar con ella hoy hay que mirar hacia arriba, hay que elevar la mirada sobre todas las cosas terrenas y esto nos inspira fe, amor, esperanza, pureza de vida.

       Celebremos así esta fiesta, que es nuestra, porque ella es nuestra madre; celebrémosla con estos sentimientos y actitudes y certeza. Démosla un beso de amor de hijos. Recemos. Contemplemos, digámosla cosas bellas porque se lo merece, porque es un cielo por las maravillas que Dios obró en ella.

 

 

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INMACULADA (5º día)

 

       QUERIDOS HERMANOS: Esta tarde, llenos de alegría, dirigimos nuestra mirada a nuestra madre, la Virgen del Carmen, Virgen Inmaculada, concebida sin pecados original, por privilegio y gracia especial del Hijo, que le aplicó anticipadamente los méritos de su pasión y resurrección.  La mirada filial llena de amor agradecido a Dios Padre que la quiso limpia de todo pecado desde el primer instante de su ser, en su misterio de Concepción Inmaculada, nos llena de gozo y alegría y estímulo a nosotros, sus hijos, los manchados hijos de Eva. Ella, concebida sin pecado, nos está invitando a todos nosotros, sus hijos, a vivir la pureza recibida en las aguas bautismales, a vivir siempre la gracia y la vida plena de Dios.

 

       1.- El 8 de diciembre del 1854, Pío IX definía esta gracia singular de nuestra madre María en la bula Ineffabilis Deus: «Es doctrina revelada por Dios y, por tanto, ha de creerse firme y constantemente por todos los fieles, que la Virgen María por gracia y privilegio de Dios todopoderoso, en atención  a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción» (DS. 2803).

       Nuestra Madre la Virgen María fue, pues, concebida inmaculada, impecable, incontaminada, sin macha alguna, desde el primer instante de su ser.

      

       1.- El testimonio más singular y válido de la Inmaculada Concepción de la Virgen lo constituyen las palabras traídas desde el seno de Dios por el ángel Gabriel, al anunciarla que será Madre de Dios: “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc1,8). No sería “llena de gracia” si en algún momento no lo hubiera estado; no sería en sentido total si el pecado la hubiera tocado aun levemente en cualquier momento de su vida. María es la “llena de gracia” por antonomasia, porque su vida estuvo siempre rebosante de vida divina de amor a Dios.

 

       3.- Inmaculada por Madre. María estaba destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Desde su Concepción debía estar llena totalmente de Dios. No estaba bien que ni por un momento el pecado la poseyese, la hiciera enemiga de Dios. Así que Maria fue un Sí total a Dios desde el primer instante de su ser. Fue la Gracia perfecta, la redimida perfecta.

 

       4.- Inmaculada por corredentora. Convenía que fuera preservada  de todo pecado desde el primer instante de su existir en función de estar muy unida a Cristo, Único Redentor, que quiso asociar a su madre y tenerla junto a la cruz cuando moría por la salvación de los hombres sus hermanos. Por eso fue preservada de toda mancha para ejercer su misión adecuada y coherentemente.

 

       5.- Inmaculada por ser modelo e imagen de la humanidad redimida. Ella ha sido elegida por Dios para ser imagen de lo quiere de todos nosotros. Bien está el que se arrepiente y se levanta. Pero mejor es no caer por su gracia. María tuvo este privilegio. Maria, desde el primer instante de su ser tenía que se la “mujer nueva, vestida de sol, coronada de 12 estrellas…” que vio Juan en el Apocalipsis y es, en definitiva, la nueva criatura, la nueva creación.

       En el anuncio del Génesis sobre la estirpe de la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente, la tradición eclesial siempre ha visto a María, como nueva Eva. La desobediencia de la primera Eva fue reparada por la obediencia de la María, que por eso ha recibido el título de la Iglesia como “la madre de los vivientes”.

      

       6.- Queridos hermanos: Qué gran madre tenemos, qué grande hizo Dios a María y no sólo para Él sino para nosotros, qué plenitud de gracia, hermosura y amor. Nuestros sentimientos hacia ella en el día su fiesta son:

 

       a) El primer sentimiento nuestro para con María será felicitarla y alegrarnos de que Dios le haya elegido para Madre y le haya hecho tan grande, tan llena de gracias y dones sobrenaturales desde el primer momento de su Concepción. Lo hacemos con sus mismas palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí”.

 

       b) Dios ha hecho tan grande y limpia a Maria como icono y modelo nuestro.  Así quiere Dios que seamos todos sus hijos. En ella tenemos que mirarnos y tratar de vivir su humildad en la grandeza, su fiarse totalmente de Dios en las dificultades, aprender de ella la escucha atenta de la Palabra, obediencia y seguimiento total. Es modelo de santidad en la fe, en el amor, en la esperanza cristianas. Creyó siempre y esperó contra toda esperanza; amó hasta olvidarse de sí, creyendo que era el Salvador del mundo el hijo que moría en la cruz. Sola se quedó en el Calvario.

 

       c) ¡Madre! Ayúdanos a ser como tú. Sólo tú  puedes ayudarnos. Queremos ser buenos cristianos, seguidores de tu Hijo, pero caemos a cada paso. Queremos salvar a los hermanos, pero nos cansamos. ¡Ayúdanos tu, Virgen bella, Inmaculada, Auxiliadora del pueblo de Dios. Es tan grande tu poder ante Dios, porque eres omnipotente suplicando a tu Hijo que es omnipotente realizando, porque es Dios. Por eso la Iglesia te tiene como abogada nuestra, intercesora del pueblo de Dios. Todos recurrimos a ti.

      

       Queridos hermanos: pidamos todas las cosas a Dios por medio de la Virgen Inmaculada, recemos con ella con plena confianza. Ella es la mejor madre de la fe y del amor y de la esperanza. ¡Qué certeza y seguridad nos da a los creyentes! ¡Cuántas veces hemos sentido su protección maternal!

 

       ¡María, hermosa Nazaretana, Virgen guapa, Madre del alma, cuánto te quiero, cuánto nos quieres. Gracias por habernos dado a Jesús; gracias por querer ser nuestra madre; nuestra madre y modelo; gracias.

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra, al conmemorar el aniversario de la proclamación de tu Inmaculada Concepción,

deseamos unirnos a la consagración que tu Hijo hizo de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17, 19), y renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a tu Corazón Inmaculado.
       Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada, que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo. Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España en los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad; protege con tu amparo materno a todos los hombres y mujeres de nuestra patria en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas e impide vivir en concordia:

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana, desde el primer instante de su existencia hasta su último aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa y a la libertad de conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad del matrimonio y de la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!
Acoge, oh Madre Inmaculada, esta súplica llena de confianza y agradecimiento. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la luz de la esperanza. Amén.

 

 

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9. LAS BODAS DE CANÁ

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

       1.- Si queremos comprender bien los milagros de Jesús en el evangelio de San Juan, tenemos, ante todo, que darnos cuenta de su significación, de su motivación y sentido.

       En primer lugar, los milagros de Jesús no son nunca un espectáculo, un retablo de maravillas. Eso lo rechaza Jesús como una tentación. Son siempre acciones de ayuda personal a un hombre determinado o a una comunidad concreta. El motivo y la ocasión primera parecen ser siempre la necesidad descubierta por Él en los individuos o en las multitudes; Jesús obra movido por la compasión. Los milagros se destinan a curar, despertar a la vida, librar del poder de las tinieblas y devolver la libertad de los hijos de Dios: “a que los ciegos vean, los cojos anden y la buena nueva se predique a los pobres”.

       En segundo lugar, los milagros tienen una significación simbólica, un trasfondo más profundo que la simple apariencia. San Juan hoy a éste le llama «signo». Los milagros son signos de lo que Dios quiere o piensa, son anuncio previo de lo que va a hacer. Dios muestra en algunos momentos lo que quiere y puede hacer con el hombre y para el hombre. Es un anuncio callado de la salvación última, de la consumación de la historia de la salvación.

 

       2.- Aquí todavía no había llegado “su hora”, pero María la anticipa; todo esto es un signo del poder suplicante de la madre y de los futuros esponsales del Hijo con su Iglesia. Los signos son del Hijo enviado por el Padre para la salvación de los hombres; en ellos pone de manifiesto su poder, su grandeza, su gloria. De ahí que la verdadera respuesta es la fe, como en el signo de hoy, “donde manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en Él”.

       Y en esta historia de la Salvación San Juan contó con la intimidad de María en su casa y se enteró de viva voz por ella de la vida vivida con su Hijo, que nos manifiesta el papel de María en la obra de Cristo. María es la nueva Eva, la mujer de la primera página del Génesis “la mujer que me diste como compañera…” Pero aquí “la mujer”, término usado en San Juan en lugar de madre, está dada y asociada a la salvación, a «su hora», donde ella interviene como mediadora  e intercesora.

 

       3.- El Vaticano II ha hablado muy claramente de María como mujer asociada a la obra de la Salvación, de la Iglesia y de cada uno de nosotros: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62,1).    

       Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «María es nuestra madre en  el orden de la gracia» (LG 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual. De Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual. Dice el Vaticano II: «En María, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser» (SC.103).

 

       4.- De la presencia e intervención de María en las bodas de Caná, nosotros, sus hijos, debemos aprender varias enseñanzas:

       a) El amor siempre materno y activo, la sencillez y la humildad. María no ha ido a la boda para pasarlo bien sino para  que todos lo pasen bien. No lo olvidemos nunca. Es muy rentable ser devoto de María. Siempre está inclinada sobre la universalidad de sus hijos. María se acerca a su hijo para pedirle una gracia, una atención para con los nuevos esposos, porque todo está presente en su corazón.

       b) Llama la atención que sea María la que caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

       c)Y sorprende más todavía, porque los novios, que son los verdaderos protagonistas de la fiesta,  son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Ella lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta a sí misma, qué puede hacer para remediarlo. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los salva de esta situación bochornosa y los une a Él.

 

       d) En los camareros crea una actitud de obediencia en relación con su Hijo. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del mayordomo. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino, del signo obrado, sino a Cristo, porque así en Cristo “se manifestó la gloria de Dios en Él”, es decir, que era el Mesías.

 

       e) Detrás vino la gracia espiritual “y sus discípulos creyeron en Él”. Por intercesión de María, Jesús hace un signo, como los sigue haciendo ahora, por medio de la intercesión de su Madre, para que creamos en Él. La confianza y la fe viva de María ha servido para fortalecer la fe incipiente de los discípulos de entonces y de todos los tiempos.

      

5º.-  “Haced lo que Él os diga...” Cuando tengamos un problema o una necesidad, digamos: María, Madre, díselo, díselo, dile a tu Hijo mi problema, mi necesidad, mis deseos. Conservemos siempre en nuestro corazón estas palabras de la Virgen. Son las últimas que los evangelios nos consignan de Ella; es su testamento; y aprendamos de Ella, de su palabra, porque es su último consejo para todos nosotros: Madre, haré siempre “lo que Él diga”. No las olvidaremos nunca, no las podemos olvidar. Madre, te queremos, confiamos totalmente en ti, es decir, en tu Hijo, en el poder y amor del Encarnado en tu seno.

 

 

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SEGUNDA HOMILIA: BODAS DE CANÁ

 

       QUERIDOS HERMANOS:

 

       Sólo en tres ocasiones de la vida pública de Jesús aparece su madre, María. Una de ellas es en las bodas de Caná. San Juan es el evangelista que nos lo cuenta en el evangelio de este domingo y digamos ya de entrada, que María juega un papel muy importante en estas bodas.

       San Juan comienza la descripción diciendo, que había unas bodas en Caná, y que la madre de Jesús estaba allí. San Juan nunca la cita por su nombre, sino por su papel de madre. Uno se queda con la impresión, de que Jesús fue invitado, porque estaba allí su madre. ¿Cuál es la razón de la presencia de María en las bodas? Es una curiosidad, que no podemos satisfacer. ¿Familia, amistad, vecindad? No lo sabemos. Sí podemos aventurar, que María esta allí por amor. Bien sea por amor proveniente de lazos familiares o bien de relaciones de amistad.

       Los festejos habituales comenzaban con una procesión formada por los amigos del novio, que trasladaban a la novia de la casa paterna del novio. A continuación se celebraba el matrimonio con uno o varios banquetes, ya que parece ser que los festejos se prolongaban durante siete días. No resulta nada fácil interpretar esta escena, si tenemos en cuenta la multitud de opiniones tan diversas, que hoy presentan los especialistas. El Concilio Vaticano II se contenta con afirmar: «En la vida pública de Jesús aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías» (LG 58).

       Llama la atención, que María caiga en la cuenta de que falta el vino y de que acuda a Jesús a comunicarle la noticia. Su petición: “No tienen vino” no sería comprensible, si en María no hubiera un cierto conocimiento de los poderes del Hijo. Es además una muestra de la confianza de que su deseo va a ser acogido y satisfecho.

       La respuesta de Jesús es un tanto enigmática y crea varios interrogantes. “Qué a mí y a ti, mujer. Todavía no ha llegado mi hora”. ¿Cómo es posible que un judío llame a su madre “mujer,” cuando la forma corriente de dirigirse a ella era «inma» = madre? Juan no es un historiador o un taquígrafo, que busca la exactitud de la frase. Es un teólogo, que quiere comunicar a los lectores el significado profundo de aquella escena. Para eso hace una redacción en la que aparecen palabras claves para interpretar su mensaje. En la cruz volverá a poner en los labios de Jesús esta misma palabra: “mujer”. Con ella establece relación entre las dos escenas, que mutuamente se complementan. Al llamarle a María “mujer”, la sitúa más allá del plano familiar y le da un sentido salvífico universal.

       ¿Qué significan las palabras “¿qué a mí y a ti”? No son raros los que ven en esta respuesta de Jesús un rechazo de la petición de María e incluso descubren una cierta enemistad entre el Hijo y la Madre. María habría sido una imprudente en este caso y Jesús se molesta ante su intervención. Muchas son las interpretaciones hoy en el mercado, que buscan una solución por otros caminos. Detenernos en recorrerlas sería impropio del tono de una homilía. Una vez más por los frutos los conoceréis: y con toda certeza se puede asegurar, que la petición de María no fue rechazada, sino cumplida plenamente.     Por eso María no dudó en dirigirse a los camareros y mandarlos que se pusieran a las órdenes de Jesús. ¿Se hubiera atrevido en la hipótesis contraria? “Todavía no ha llegado mi hora”. Son muchos los que interpretan estas palabras en el sentido, de que no ha llegado todavía para Jesús la hora de hacer milagros y la adelanta, para satisfacer los deseos de la madre.

Choca esta interpretación con la imagen que Juan nos ofrece de Cristo, que en todo momento hace lo que le agrada al Padre: “El que me ha enviado está conmigo, no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él” (Jn 8, 29). No parece acertado pensar, que en esta ocasión se salga de esa norma de su vida.

La «hora de Jesús» sale varias veces en el evangelio de San Juan y en todas indica la pasión. Y es que la pasión es la hora del triunfo de Jesús. En ella el príncipe de este mundo queda vencido, el Padre glorificado y los hombres redimidos. Si se aplica este sentido a la frase que comentamos, Juan está relacionando las bodas de Caná con la muerte de Cristo y a María se la cita para aquel momento. Jesús quiere dar a entender a su madre, que en la vida pública ha surgido una situación nueva, que reclama de Él la dedicación plena a las cosas del Padre, y de ella, permanecer en la penumbra de Nazaret hasta el momento de la cruz.

       Cuando llegue la “hora”, ella ha de estar al lado del Hijo compartiendo su dolor y recibiendo la última revelación acerca de su misión en la nueva humanidad, que surge de la cruz. No es la primera intención, ni la más importante para San Juan hablar de María en esta escena. Su preocupación primordial es Cristo. Las bodas de Caná de Galilea se celebran al final de una semana, en la cual poco a poco se ha ido dando a conocer la persona de Jesús. Juan Bautista le presenta primero como alguien que es muy superior a él, luego dos veces como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, vocación de Felipe y Natanael. Por último, tres días después se celebran las bodas.

       En ellas, sin decirlo, Juan presenta a Jesús como el verdadero esposo, porque propio del esposo es dar el vino bueno y abundante. En este caso Cristo es el que ofrece ese vino bueno y abundante. Se lo dijo el jefe de camareros al novio: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora” (Jn 2, 10).

       El banquete de bodas es una figura profética, usada en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, para indicar el reino mesiánico. Jesús lo plantea así en una parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo” (Mt 22, 2). Con habilidad Juan aparta nuestros ojos del esposo de las bodas reales y nos los dirige a Jesús, que es quien con su sangre establece el Reino de los cielos.

       Dado que en el evangelio de San Juan se suelen distinguir dos planos: el histórico y el simbólico, no forzamos el sentido del texto, si suponemos, que el evangelista en esta narración está pensando en la Iglesia. En ella se celebra el banquete del reino, donde Cristo, el Esposo, ofrece el vino bueno y abundante de su sangre en la Eucaristía.

       Una cosa es que San Juan no tenga como fin principal hacer Mariología y otra muy distinta que no se interese por la figura de María. Teniendo en cuenta el realce que da a su presencia en la celebración de estas bodas, es evidente que para el autor tiene una importancia especial en la escena.

       Se advierte ya en esta narración una ley del discurso teológico, que perdura a lo largo de la historia de la teología. Y es que María viene reclamada por el misterio de Cristo, si éste quiere ser comprendido en toda su profundidad. Le sucede lo mismo a San Lucas, cuando habla de la encarnación del Verbo. Sin María no habría encarnación en este proyecto actual de salvación.

       María en Caná no es una figura decorativa, ni de relleno. San Juan la destaca desde el primer momento. Es la primera persona, con la que nos encontramos. Juega un papel decisivo en la realización del milagro. Desaparece, cuando se habla del comienzo de la fe de los discípulos y luego vuelve a aparecer camino de Cafarnaún.

       Desde la cruz Cristo proclama la maternidad de María para todos los hombres, pero es en Caná, donde el apóstol describe el papel de María como madre. Un primer detalle de esa solicitud maternal es que María no se entrega al ritmo de la fiesta, sino que está atenta a las necesidades del banquete.

       En un banquete de familia es siempre la madre la que se cuida de los detalles. Como Cristo ha ocupado el puesto del esposo, María ocupa el de la madre. Para ello se sitúa entre Cristo y los hombres, porque ama al uno y a los otros. Ejerce una mediación maternal. Su función es conectar a los hombres con Cristo y lo hace según los tipos diversos.

       Los novios son los que no se han dado cuenta del mal bochornoso, que se les va a echar encima. El hecho es que, culpable o inculpablemente, no han advertido el peligro. María sí. ¿Cómo? No lo sabemos. Es amor vigilante, que prefiere evitar la herida, a curarla. Lleva el problema con gran delicadeza. No lo divulga, sino que se pregunta así misma, qué puede hacer. No tiene dinero, pero sí una súplica al Hijo. Era todo su capital y lo pone al servicio de los necesitados. Los esposos no piden, porque no saben, que tienen que pedir. Ella lleva sus necesidades a Cristo y así los une a Él.

       En los camareros crea una actitud de obediencia a un invitado de las bodas. Convencidos por las palabras de María, se ponen a las órdenes de Cristo y hacen lo que Él les ordena. Llenan las tinajas de agua hasta arriba y luego la sacan convertida en un vino excelente. Nada más se dice de estos hombres. Juan los deja escondidos en el olvido. Sin duda que ellos participarían también de la admiración del jefe. Ellos han sido mediadores del milagro, pero ni a ellos, ni a María se debe la conversión del agua en vino. Cristo es el único del signo, en el que se manifestó la gloria de Dios.

       Con los apóstoles María no tiene ninguna relación inmediata, sino mediata. Ella no necesita el signo para creer. Por eso, cuando se trata de señalar a los que empiezan a creer, María desaparece de la escena. Ella creía ya y su fe le impulsó a pedir la intervención del Hijo. En este sentido en el origen del milagro está la fe. Esta fe suscitada por el signo realizado por el Hijo y provocado por la madre; y los Apóstoles, al verlo, creen en Jesús. María ha ejercido también respecto de los apóstoles una mediación maternal. «En Caná María, escribe Juan Pablo II, aparece como la que cree en Jesús; su fe provoca la primera «señal» y contribuye a suscitar la fe de los discípulos» (RM 21).

       En la misa de «La bienaventurada Virgen María en Caná» la Iglesia le canta: «Eres bienaventurada, Virgen María: por ti tu Hijo dio comienzo a los signos; por ti el Esposo preparó a la Esposa un vino nuevo; por ti los discípulos creyeron en el Maestro» (Antífona de la comunión).

       Hemos indicado en otro lugar que María, tal y como aparece en el Evangelio, se convierte en palabra de Dios para los creyentes. Como figura que es de la Iglesia «resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos» (LG 65).

       En Caná de Galilea es la mujer que oye el silencio del dolor ajeno y lo intenta remediar. Sabe acercarse al necesitado, para atenderle en su necesidad, sin que él lo advierta. Es esta una gran lección evangélica. Son muchos hoy los necesitados que no piden, porque no pueden o porque no saben que viven en una gran miseria. Comprometer la propia vida, para que la de ellos mejore es una virtud civil y evangélica de primera necesidad en la sociedad actual. «María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone «en medio» o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal —más bien «tiene el derecho de»— hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres» (RM 21).

       Las palabras de María a los camareros “Haced lo que Él os diga” pueden ser consideradas como su testamento. Con ellas María invita a aceptar aquellas exigencias de la fe, que provienen de la voluntad de Dios. Este fue el lema de su vida. Lo expresó al terminar la Anunciación, cuando dijo “he aquí la esclava del Señor”, y lo mantuvo hasta el final de su vida. Por eso son su testamento.

       Si en el fondo de esta descripción de las bodas de Caná está la Iglesia, considerada como el grupo de creyentes que celebran la Eucaristía, S. Juan señala el puesto de María en la comunidad actual. Ella está en medio de la Iglesia como intercesora, llevando las necesidades de los hombres a Cristo. De esta forma S. Juan se adelanta al Concilio Vaticano II: «Asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada» (LG 62).

       Una última lección se desprende de la conducta de María. Su fe en el Hijo suscita el signo y en él la manifestación de la gloria de Dios. Jesús dijo en el sermón de la montaña: “Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

El creyente tiene que ser, con su palabra y sobre todo con sus obras, manifestación de la gloria de Dios, como así ha acontecido en la historia, de una manera especial en los mártires y en los que han practicado con heroísmo la caridad. También en esto María, como figura de la Iglesia, la precede. (Esta homilía, inspirada en MARIA EN LA FE CATÓLICA, A. Martínez Sierra, págs. 85-96) Madrid 2003, 

 

 

21. BODAS DE CANÁ: TERCERA HOMILÍA

 

QUERIDOS HERMANOS:

 

       1.- Me alegra mucho meditar con vosotros el evangelio de este domingo sobre la narración de las Bodas de Caná; me alegra, porque en él intervienen Jesús y María; y me alegro también, porque, aunque en el fondo yo quiero hablaros de Jesús, sin embargo hablaré desde María, su Madre, que es el mejor camino para  hablar y conocer a Jesús. Hoy quiero hablaros de ella, pero desde la teología. Por eso voy a citar unos textos del Concilio Vaticano II sobre ella.

       La lectura evangélica de hoy relata una boda celebrada en Caná de Galilea. Los protagonistas, para nosotros, más que los novios, son Jesús y su Madre. Tenemos, pues, dos momentos o encuentros en el evangelio, el cristológico,  referido a Jesús que realiza el milagro, y el mariológico, en relación con María, que intercede ante su Hijo. Este segundo nivel por las razones aducidas anteriormente, centrará nuestra atención.

       El Padre ha elegido a María para una misión única en la historia de la Salvación; ser Madre del Redentor y de su obra, la Iglesia. La Virgen respondió a la llamada de Dios con  una disponibilidad plena: “He aquí la esclava del Señor”.

       Esta maternidad, iniciada hace dos mil años en el seno de la humilde muchacha de Nazareth, concibiendo en su seno al Verbo de Dios, segunda Persona de la Santísima Trinidad, llegó a su plenitud en Jerusalén, junto a la cruz, y se manifiesta ahora en su intercesión continua sobre nosotros desde el cielo, como lo hizo en Caná para los novios: “Haced lo que el os diga”. Yo quisiera resaltar tres momentos mariológicos de la relación de María con su Hijo y con sus hijos, los hombres:

 

       2.- Maria es Madre y colaboradora con Cristo en la obra de la redención. Dice el Vaticano II: «Desde la Anunciación… mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde no sin designio divino se mantuvo de pié, se condolió profundamente con su Unigénito y  se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19,25-27) (LG 54 ).

       El Vaticano II, en capítulo octavo de la Lumen Gentium(52-59) acentúa el marco bíblico de la doctrina eclesial sobre Maria, cuya figura es vista desde la perspectiva de la Historia de la Salvación por Dios y leída en clave cristológica desde los datos evangélicos.

       La Santísima Virgen que nosotros los católicos veneramos y amamos tanto, es la mujer escogida por Dios para ser Madre y Colaboradora de Cristo en la obra de la Salvación y cuya vocación, misión y misterio es inseparable de Cristo. Maria lo es todo en Cristo y por Cristo. Todo en María tiene raíz, orientación y sentido critocéntricos, pues todo en ella arranca  y se refiera  a su condición de Madre Virginal de Cristo, que es Dios.

 

       2.- Por ser Madre de Cristo y Colaboradora en la obra de la Redención, por voluntad de su Hijo, «Maria es nuestra madre en  el orden de la gracia»(LG. 61). Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia y de todos los hombres en el orden espiritual; de Cristo, madre física; de nosotros, madre y modelo de fe, esperanza y caridad, madre espiritual.

       Dice el Vaticano II: «En Maria, la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente con purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansia y espera ser»(SC.103). Aquí añado una cualidad más: es madre de Cristo, es madre espiritual nuestra, pero además se ha convertido por su fidelidad a la gracia, su generosidad en seguir la llamada de Dios, su prontitud en obedecer…..se ha convertido en modelo de la fe. María es la perfecta cristiana, la mejor discípula de Jesús, que escucha la palabra de Dios, la medita en su corazón, la asimila y la pone en práctica toda su vida (LG. 58; MC. 35f).

       María nos precede en ejemplo de fe, entrega, disponibilidad y servicio a Dios y a los hermanos. Así lo demostró en la visita a Isabel, huída a Egipto, en las bodas de Caná, en el Calvario especialmente consintiendo en la muerte de su Hijo y creyendo que era el Salvador del mundo quien moría de esa forma y luego suplicando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés en el Cenáculo.

 

       3.- Finalmente, por Madre de Dios y de la Iglesia, María es intercesora nuestra, de todos los hombres. La presencia suplicante  ante su Hijo en las bodas de Caná es reflejo de la que ejerce continuamente sobre sus hijos los hombres desde el cielo. Dice el Vaticano II: «Esta su maternidad perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pié de la cruz, hasta la consumación perpetua de los elegidos. Pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continua obteniéndonos loso dones de la eterna salvación. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hayan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienventurada» (LG:62,1).

       Y es lógico, toda madre es intercesión continua por sus hijos. Tengamos confianza en la intercesión de la Virgen y en su oficio, encomendado por Dios, de ser intercesora y madre espiritual de todos los hombres; si Él se fió de ella y la escogió para madre ¿no lo vamos a hacer nosotros?

       Decir Maria es decir paz, dulzura, consuelo, esperanza, agua convertida en vino de alegría. No había llegado su “hora”, pero hizo lo que María, su madre, le pidió. Como ahora y siempre. ¡María, madre de piedad y misericordia, madre de Cristo y madre nuestra, ruega por tus hijos a tu Hijo. Amen.”

 

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24. LA PERSONALIDAD DE MARÍA

 

CONOCER A MARÍA:

 

1. ES UN TESORO

Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación ¡y vivirla con Ella al lado!, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy ¡y que no podemos dejar escapar! Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como Madre, como Amiga, como Consejera.

 

2. ES ENCONTRAR UNA FE AUDAZ


Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree ¡o humanamente imposible, acepta de corazón la «locura” de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo deI Altísimo que ha venido a traer la salvación.

       ¡Cómo atamos las manos al Señor cuando no le damos la oportunidad de hacer en nuestra vida “lo humanamente imposible” Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a «calar” su forma humilde de actuar tan diferente de la nuestra. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación’ ¡sino con gozo y confianza!

 

3. MUJER DE SILENCIO

 

María se expresa también en el silencio y nos enseña a apreciar su valor. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacio sino una riqueza espiritual.

 

4. HUMILDAD: ATENTA A MIS NECESIDADES

 

       Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida el valor de una existencia humilde y escondida. ¡Con lo que nos gusta ser la excepción! Pero mira por dónde María, que era de verdad “la excepción”, la única criatura concebida sin pecado original, la de una pureza intachable, no sólo no reivindica las ventajas que le corresponden como Inmaculada y Madre de Dios, sino que no deseó nunca honores ni privilegios. Sus ojos no estaban puestos en Ella misma, sino en Jesús y en todos los que la rodeaban, por eso tenía -y tiene!- esa capacidad finísima de ver lo que cada uno necesita, le falta o le preocupa. Cuando uno se llena de Dios, el corazón se sanea, deja uno de estar pendiente de si me hacen caso o no, de si me tienen consideración o no, de si me tratan como merezco... ¡y tantas cosas que son raíces de orgullo que no traen más que amarguras! María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

 

5. CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

       Tampoco podemos dejar, entre las muchísimas ayudas que la Virgen nos ofrece, la de ser “causa de nuestra alegría”, como dicen las letanías del Rosario. No es sólo modelo, sino causa. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos la alegría que nace de la esperanza incluso, y, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco.

       No sabemos cómo es exactamente el rostro de María, pero sin duda es un rostro alegre, sonriente como tantas veces hemos visto: «el rostro alegre de la Iglesia»

 

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PLEGARIA-HIMNO A LA VIRGEN MARIA

 

1. MARÍA, tú eres para el cristiano, en claridad de fe, lo que cantan estos versos: Lucero del alba, luz de mi alma, santa María.

En tres versos te he dicho, Señora, que tú me pareces aurora de la nueva creación que se dará para míen Cristo, foco de luz para que mi alma —que quiere saber de dónde viene y a dónde va— no se pierda en falsos caminos de salvación, ejemplo de vida noble y digna que haces de ti misma donación, oblación, entrega a los demás, arrodillada como dulce sierva ante los designios divinos que presiden tu existencia.

 

2. MARÍA, tú has sido persona predestinada por el Amor de Dios, y  la miras como: Virgen y Madre, hija del Padre, santa María.

El Amor te tomó de la mano y del corazón, desde tu Concepción. Él te condujo, piadosa doncella, a que hicieras la ofrenda de todo tu ser, y, al no tener otro amor que el suyo, te concedió el honor de ser privilegiada Hija del Padre a la que se otorgaría el don de ser Madre con gloria inmortal. Hija y madre. Misterio de amor y de luz. Hija del Padre, Dios bondadoso creador; madre del Hijo, Dios bondadoso redentor. Aunque no entiendo los misterios divinos, me gozo contemplando el beneficio concedido a María, mi madre.

 

3. MARÍA, tú has sido objeto preferido en el que tiene sus delicias el Espíritu. La liturgia dice que eres su flor: Flor del Espíritu.

Y es que embebes con tu presencia más todavía el jardín de la redención, dándole un toque femenino a todo su contorno. El Espíritu te da su amor, te llena de gracia, y tú eres enormemente generosa en la respuesta. Nada te reservas, nada te escondes, nada te guardas. Cuanto eres te muestra dadivosa para «ser a favor de los demás».

 

4. MARÍA, tú eres, por antonomasia, madre: Madre del Hijo. Ése es un honor y una gloria que ni tiene precedentes ni será nunca igualado. Porque el hijo es Hijo de Dios e Hijo tuyo. Y en tu maternidad no eres tú la que la das en herencia tu historia y vida vieja metida en las venas, sino que es el Hijo quien pone en tus venas espirituales savia nueva. Tu gloria de MADRE es la que recibes del HIJO.

5. MARÍA, tú eres, en fin, el regazo en el que todos los redimidos cabemos..., pues, al ser Madre de Jesús, cabeza del reino y de la iglesia, eres madre de todos los redimidos y discípulos del Hijo. Por eso te aclamamos gozosos como: Amor maternal del Cristo total, Santa María, Madre de la Iglesia, madre mía, madre de todos. Amén.

 

 

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32. EL AVE MARÍA

 

       QUERIDOS FIELES, DEVOTOS DE MARÍA:

La Virgen, nuestra Madre y Señor, ha sido elegida por Dios para ser abogada nuestra en el cielo y distribuidora universal de todas las gracias del Hijo. A su amparo y protección nos acogemos todos los que la conocemos y amamos para conseguir los auxilios y medios sobrenaturales de la salvación de Dios. Para que nos resultase más fácil hablar y pedir a esta dulce madre del cielo el arcángel Gabriel, mejor dicho, Dios, por medio de su mensajero Gabriel, nos enseñó a los hombres la hermosa salutación del “Ave-María: Jaire, kejaritomene”. Y este saludo, por su celestial origen y bello contenido, es la más bella oración que podemos dirigir a nuestra Señora, después del Padre nuestro.

La primera Ave María que oyó la Virgen, se la rezaron en la tierra y nada menos que uno encargado por Dios, el arcángel de la Anunciación. Es este saludo una guirnalda de alabanzas y piropos divinos, hecha, no para pedir y suplicar, sino para bendecir y alabar a la Reina del cielo.

La primera Ave María la rezó el arcángel Gabriel en una casa de Nazaret; una casa de adobes sencilla, casi rústica, algo que para nuestra mentalidad nos resulta incomprensible. La escena, si queréis, la podemos reproducir así: La Virgen está orando. Adorando al Padre en espíritu y verdad. Estrenando ese estilo de oración que no necesita ser realizad en el templo, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios, y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

La Virgen, pues, estaba orando, orando mientras cosía, barría o hacía otra cualquier cosa, os sencillamente orando, sin hacer otra cosas más que orar.

El ángel la sorprende en esa postura y el diálogo que sostiene con la doncella es un tejido de espumas, un trenzado de piropos divinos y rubores de virgen. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Dios te salve”; lo cual quiere decir: te traigo saludos de Dios, María, y en nombre suyo te los doy.

“Tú eres la llena de gracia”.Mucha gracia tuvo el alma de la Virgen en el momento de su Concepción Inmaculada, más que todos los santos juntos. Pues si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta no engrandecería el Omnipotente a su Madre. Por eso la hizo inmensa, casi infantita, rebosante hasta los bordes de gracias, hermosura y amor. La hizo Virgen y Madre Inmaculada, corredentora, asunta en cuerpo y alma al cielo, mediadora de todas las gracias. Reina de los ángeles y Señor de las cosas. Es madre de los hombres, madre de piedad y misericordia, madre purísima, castísima y virginal, en su calma no hubo pecado original, ni venial ni imperfección alguna, en fín, coged las letanías y ya veréis cómo es imposible decir más cosas y alabanzas de una simple criatura, sin despertar los celos de la divinidad.

Todas las bellezas de su alma el ángel las resumió sencillamente en dos palabras: “la llena de gracia, kejaritomene”. ¿Llena de todas las gracias? De todas. Por eso Dios podrá hacer mundos más bellos, paisajes más encantadores, claveles más rojos y cascadas más impresionantes, pero María solo quiso hacer una de entre todas las criaturas. No estaría llena de todas las gracias si no fuera la única, si pudiera existir otra persona igual o semejante a ella, porque le faltaría entonces la gracia de ser la más llena de gracias.

Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad de su alma iba creciendo a medida que la gracia aumentaba en ella como la presión del aire aumenta la capacidad del globo que estaba lleno; María estuvo siempre rebosante de gracias, para que en todos los momentos se la pudiera llamar: “la llena de gracia”.

“El Señor está contigo”,prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma. Y como la Virgen tuvo más gracias que todos los ángeles y santos juntos, resulta, por tanto, que el Señor estaba con Ella, más íntimamente unido, que podrá estarlo jamás con criatura alguna. El Señor siempre estuvo en Ella por la gracia y el amor, pero sobre todo la llenó de su presencia plenamente en su cuerpo y en su alma por la Encarnación, por su maternidad divina.

Por eso, queridos hermanos, qué de particular tiene que Santa Isabel, al recibir la visita de su prima, portadora del Hijo de Dios en su seno, la saludase, diciendo: “Bendita tú entre todas las mujeres”. Grandes mujeres habían existido en el Antiguo testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían d existir en la Iglesia Católica. Todas muy queridas del Señor, pero incomparablemente más que todas ellas. María.

Y siguiendo su saludo, Isabel nos da clave todas sus grandezas: “Y bendito el fruto de tu vientre”. Uno duda si el piropo va dirigido a la madre o al Hijo que latía en su entrañas. Da lo mismo. Al fin y al cabo no hay mayor alabanza para una madre que oír alabanzas para el hijo, máxime siendo el Hijo de Dios. Uno piensa de todas formas que una criatura debe ser muy bella y sublime cuando le vienen bien los piropos que se dirigen al Infinito, porque María es casi infinita, casi divina, criatura como nosotros, pero elevada y tocando la divinidad.

Después de estas palabras de Santa Isabel, la Iglesia añadió: Jesús, como había añadido María, en el saludo del ángel, para mejor determinar las personas a quienes iban dirigidos los saludos. El del Ángel fue para Ella, por eso después de : “Dios te salve”, la Iglesia intercaló: Maria. El de Isabel fue para el fruto de su vientre, esto es, Jesús. Así termina la primera parte del Ave-Maria  No hemos pedido nada, nos hemos suplicado su ayuda, nos hemos olvidado de nosotros mismos, embelesados en la Madre hermosa.  No hacemos más que felicitar, saludar, alabar a la madre común, a la madre de Dios y de los hombres.

La segunda parte es una súplica y ha sido compuesta por la Iglesia; en ella pedimos a Santa María, Madre de Dios que ruegue por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte.. Es el suspiro espontáneo del hijo que lo espera todos confiado en su Madre;  es el grito esperanzador del peregrino de esta vida que sabe ciegamente arribará a buen puerto porque se lo ha pedido a Santa María, estrella del mar, puerta del cielo y Señora del buen aire. 

El santa María nos trae aires de eternidad, tiene sabor a peregrinación, de llegada a buen término de un viaje, a puerto seguro de salvación, como es María. Ella lo puede todo y nosotros lo confiamos todo a Ella, esperándolo todo plenamente de su bondad, de nuestra Madre del alma: Santa María, ruega por nosotros ahora, ahora en este momento, en este trance, en esta vida hasta pasar a la otra contigo.

«Y en la hora de nuestra muerte», en el trance decisivo, en el último combate. Queridos hermanos, qué dulce es morir habiendo sido devotos de la Virgen y habiéndola rezado todos los días de esta peregrinación el Ave María, aunque entonces ya no podamos. Ya  nos sentimos salvador ahora y en la hora de nuestra muerte: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. Así sea.

 

 

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RETIRO DE ADVIENTO A RELIGIOSAS AGUSTINAS SERRADILLA

(2020)

Canto de entrada

 

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

 

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

 

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

 

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

 

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

       QUERIDAS HERMANAS AGUSTINAS DEL CONVENTO DE  SERRADILLA: Estamos en el tiempo santo del Adviento, de la espera litúrgica y personal del Señor en la Navidad.

Todos los tiempos litúrgicos son santos, porque deben servirnos para unirnos y amar más a Dios y a nuestros hermanos, los hombres. Pero este tiempo de adviento lo es especialmente, porque el sentido y finalidad central del Adviento es la espera del Señor, que viene para salvarnos y santificarnos. Y esta espera del adviento tiene diversos aspectos.

En primer lugar, el adviento nos recuerda y hace presente la espera del Señor en el Antiguo Testamento, como nos lo predican la mayor parte de las primeras lecturas de las  misas de estos días así como las lecturas del Breviario. Y lo hace la Iglesia para despertar en nosotros en estos días la espera y aquel profundo deseo y anhelo del Mesías prometido que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

Al leer estos textos del Antiguo Testamento tratemos de vivirlos en nuestras vidas deseando se venida en plenitud de gracia y amor a nosotros y todo el pueblo de Dios por su Hijo Jesús nacido de María. En la liturgia y en  la oración litúrgica y personal hay que pedir que Cristo venga a nosotros con mayor plenitud de amor y gracia.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo Testamento y empieza el Nuevo, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas.

Y ahora ya, en esta etapa nueva y final en que estamos y que vive la Iglesia, después de su venida, muerte y resurrección, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestras vidas esta venida, estos dones, esta plenitud de gracia y presencia de Dios que nos trae la liturgia de la Navidad cada año, y que nos dirige a todos para llevar la historia humana y la salvación del hombre hacia la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos, como nos habla el evangelio de algunos de estos días y que para nosotros es el día de nuestra partida a la eternidad, en el día en que morimos para el tiempo y pasamos al encuentro definitivo y total con Dios Trinidad.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios para salvarnos; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la otra venida, al final de los tiempos, para entrar en la eternidad, en el encuentro definitivo con el Señor, sentido y fin último de su primera venida para la cual vino el Señor para  llevarnos a todos al cielo, al encuentro total y definitivo con Dios Trinidad mediante su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes ahora en cada misa y lo vivimos por medio de los sacramentos, y siempre especialmente por la oración, a la que vosotras estáis entregadas y  por la que vosotras y todos los cristianos nos encontramos y vivimos ya en Dios Trino y Uno, Dios Trinidad, especialmente vosotras que habéis renunciado por ello a los placeres del mundo y os habéis enclaustrado en este convento para llegar hasta la unión total con Dios ya en la tierra y repito, esta unión y salvación y cielo anticipado en la tierra lo tenéis que conseguir, por el mejor y único camino que es el camino de la oración en diversas etapas con sacrificios y purificaciones, por amor total a Dios  y a todos vuestros hermanos los hombres, por quienes habéis ofrecido toda vuestra vida y por lo que debíeramos ser más agradecios con vosotras; este es el sentido esencial de vuestra vida de clausura, es vivir totalmente para Dios y la salvación de vuestros hermanos los hombres, y para eso, orar y sacrificarse, inmolar vuestras vidas para que vosotras y todos la tengamos eterna.

La vida en el convento, el ser tan valientes y generosas de vivir en un claustro, para vosotras es vivir totalmente ya para Dios y para que esto se pueda realizar en vosotras el camino más importante y necesario es la oración personal que se vive y se alimenta de la liturgia y de los ratos diarios de soledad y encuentro largos de oración y conversión en la vida personal y de comunidad que os debe llevar a una comunión de vida con Dios y las hermanas como anticipación del cielo. Y todo esto repito, principamente por la oración personal que se alimentará de la comunitaria y de la Eucaristía: Os habéis enamorado del Señor de tal forma que podéis decir: Esta vida que yo vivo, es privación…  sácame de aquesta vida y dame la muerte, mira que peno....  

Y para que ésta vida de oración y encuentro con el Señor que viene en la Navidad pueda realizarse, es necesario que ahora, en este tiempo salgais a esperarlo y recibirlo ahora, en las diversas formas en las que llega a nosotros, principalmente, lo repetiré muchas veces, por la oración-conversión en etapas un poco elevadas, que todas vosotras estáis invitadas por el Señor Jesús a recorrer y que este es el sentido esencial de vuestra vida religiosa, en que tratáis de vivir solo para Dios y salvacion de los hermanos en clausura del mundo y de sus pasiones e intereses hasta el punto de que algún día, subiendo por esta montaña de la oración, primero meditativa, luego contemplativa, ya no necesito tanto leer ni siguiera libros o evangelios para sentir a Dios en mi alma, sino como dice santa Teresa en trato de amistad estanos muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama y no así podeis llegar a la oración unitiva y transformativa y poder decir: por qué, pues has llagado de amor este corazón no le sanasta…. O descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que…y todo ya y para siempre, simplemente con recogeros y mirandole en el Sagrario,  sin palabras pero dormidas de amor en su pecho como Juan en la última Cena o en tu alma o corazón o mirándolo en el Sagrario y decirle: Descubre tu presencia y máteme tu rostro  y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino..

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       QUERIDAS HERMANAS AGUSTIANAS: Estos son los temas de los que me quiero hablaros esta mañana, pero me hubiera gustado hacerlo con cierta amplitud en este retiro de Adviento, pero no puedo hacerlo en una meditación, por eso, en este rato de oración, hablaremos lógicamente del Adviento, por ser el tiempo fuerte en que estamos litúrgicamente y debemos vivir espiritual y personalmente; luego hablaremos, cómo no, de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo de espera del Hijo, que nacía en sus entrañas y que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; luego de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir las verdades que nos duelen y nos cuestan como es el hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor con penitencias.

       Pero como no es posible hablar de todos ellos con cierta amplitud, los haré más brevemente y unidos entre sí con esta meditación que titularíamos PARA TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA. 

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses, cuando les hablaba en mi parroquía: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, si no aumenta su presencia de amor y de fe en nosotros, no será Navidad en nosotros; repito…. Aunque cantemos villancicos y hagamos nacimiento… el Adviento no habrá sido adviento, ESPERA de Cristo, espera de amor y de fe viva en Cristo, habrá sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido en nosotros, no ha sido espera y deseo del Señor, de mayor presencia y amor en nosotras, aunque hayamos rezado y cantado, porque seguimos como si no hubiera venido para aumentar su presencia y amor en nosotras, en esta su comunidad.

Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en vuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, conversión, santidad, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento como deseo de mayor conocimiento, unión y experiencia mística con Cristo, de mayor gozo y vivencia de Jesús en cada una de nosotras y en nuestra comunidad.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, especialmente a vosotros monjas contemplativas, pero si no salimos a esperarle por una oración y conversión permanente, no puede haber encuentro de mayor gracia y amistad y vivencia de amor con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de Dios, de santidad, de vida de religiosa santa y entregada al amor total y esponsal con Cristo.

Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo, de compras y comidas.

Pero nosotros no podemos dejarnos arrastrar por los cristerios del mundo, por la televisión y los medios, nosotros debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos en estos días de Adviento y Navidad para meditar los textos sagrados, para vivirlos con mayor plenitud, para pasar ratos largos de oración ante el Sagrario, donde está siempre con los brazos abiertos para abrazarnos y llenarnos de su amor y ternura. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       Queridas hermanas Agustinas, ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María, vosotras que sois mujeres. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

 

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN (COMO MARÍA)

 

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció de parte de Dios que había sedo escogida para ser la madre del Hijo; y la Virgen lo oyó en silencio y siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer ya en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor de María, por ser carne que viene de María. En la comunión, el pan que como, Cristo Jesús, tiene sabor de María, de su madre.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino de la oración, con frecuencia duro y seco de fe, esperanza y amor, y de estar con el Señor, sobre todo en el Sagrario, sin ver ni sentir nada, que es la oración. María por tanto nos invita en este tiempo a orar y a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano y la amistad y el encuentro con Crsto y llegar a la unión afectiva y experiencia del Dios vivo, a la vivencia de laTrinidad: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...

Sin oración primero meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay posibilidad de Adviento ni Navidad autenticamente cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champán y turrones y reunión de familia y todo lo que queráis.

Porque falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración personal y litúrgica vivida. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica, la santa misa, la comunion, que son para tener precisamente su misma vida, su mismo amor, sus mismos sentimientos, no es comer simplemente el pan consagrado,sino comerlo para que El vida su misma vida en cada una de nosotras.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado.

Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, será Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad permanente. Sin oración eucarística, sin ratos largos de Sagrario, sin diálogo permanente de amor con Él, no hay diálogo, ni encuentro de amor ni comuniones profundas con Él no hay encuentro con Cristo en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente eucarística ante el Sagrario, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por amor extremo a los hombres, sus hermanos, hasta el final de los tiempos y ahí permanece vivo, vivo, vivo y resucitado, el mismo que está en el cielo, para salvarnos y ser nuestro mejor amigo.

Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada, una Navidad perpetua. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan.

         Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

       Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones del sacerdote son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo. Vosotras, por la oración, sois esencialmente apostólicas, hacéis el apostolado más eficaz.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él todos los días y a todas horas. Sin él no hay contemplación del misterio de Cristo ni vida religiosa profunda ni fraternidad verdadera en la comunidad porque La oración, especialmente la contemplativa a la que todas vosotras estáis llamadas, es vuestra identidad, vuestro apostolado en la Iglesia que tanto os necesita, sobre todo en estos tiempos actuales de secularización y ateismo, es vuestra identidad de religiosas contemplativas, vuestro  ministerio y misión y apostolado.

Vuestra entrega y ofrenda al Señor por la salvación de todos los hombres, vuestros hermanos, la oración continua y contemplativa tiene que ser vuesto modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es tarea esencial en la vida monástica, principio y fundamento, gozo y combate, don y tarea, gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente.

Nuestras hermanas y hermanos contemplativos son los centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, con las lámparas encendidas de la fe,  esperanza y caridad, las lámparas de la oración y la renuncia al mundo por sus hermanos, los hombres. Por su clausura y dedicación total a la oración.

Ellos y ellas, los monjes y monjas contemplativas permanecéis en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. Él ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido vuestra vida con el gozo de la alabanza y ha colocado vuestro y vivir y existencia en la comunión de los santos.

Él ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor total a Dios y a los hermanos por el sacrificio de sus vidas enclaustradas y por la oración de intercesión total y gratuita y generosa por todos sus hermanos, los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos y estas centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado y quieren vivir su vida en el convento comtemplando su rotro, y su corazón más que nada y más que nadie y por él han renunciado al mundo y su placeres y a todo  y le han escogido a Él como único esposo y dueño de sus vidas, es un cielo anticipado en la tierra, que es un convento o debeser un convento de clausura, de esposas de amor total a Cristo.

Pero siempre, todo esto, unidas a Él por la oración y caridad permanente, porque sin oración, especialmente contemplativa, nos hay caridad y vivencia de Dios trinitaria: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro…”  no hay convento ni vivencia de fraternidad contemplativa entre las hermanas, porque la oración hace, tiene que hacer la vida fraternal y la comunidad y la vida conventual encendida y permanente y ni no hay esta oracion… entonces... Si no hay amor y gozo y vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno.

En la Encíclica de S. Juan Plablo II N.M.I. encuentro este texto: 38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5). Y la oración nos hace vivir precisamente en esta verdad.

 

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… como vosotras para esta vida religiosa de predilección y de escogidas…

y María pensaba qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… Por eso pregunta: ¿Y cómo será eso si no conozco varón? PERO LA VIRGEN SE FIÓ TOTALMENTE DE DIOS, DEL MISMO QUE OS LLAMADO a vosotras a la vida religiosa.

       Se fió totalmente de la Palabra de Dios transmitida por el Arcágel S. Gabriel, y a nosotros por Jesús mismo en la oración, especialmente desde el Sagrario. Y María creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada.

Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios, en su palabra, en su evangelio. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero grande en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos, con este mundo y estos signos y guassads y televisiones y medios no digan ni hablen de Él ni nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio, a navidad auténtica, la cristiana, la de la fe cristiana…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios.

Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios más tristes, los padres y los hijos más tristes, padres matando a hijos, a esposas, no existen los vecinos de antes ni los amigos… porque nos falta Dios; Necesitamos la Navidad, que Dios venga y nazca por la fe y el amor en este mundo, en los hogares, en las familias y habrá vocaciones, jóvenes que se entreguen a Él para siempre en vida sacerdotal o religiosa como en tiempos pasados, es necesario que Dios nazca en los hombres, que viva en los matrimonios, que por la fe exista y nazca en las familias, que sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares, que se le invoque y se le rece como en nuestra infancia y juventud y primeros años de sacerdocio.

Necesitamos fe personal en los padres que la transmitan a los hijos y habrá navidad, porque si no, muchas luces en nuestras calles pero iglesias vacías y los niños y jóvenes de ahora a oscura de fe porque no saben de qué va y qué  es la navidad.  

Por eso vosotras, religiosas contemplativas, vuestra oración y sacrificios son más necesarios hoy que nunca, que en otros tiempos donde los padres transmitían la fe a los hijos y era Navidad en todos los hogares del pueblo con nacimientos y las iglesias llenas y no vacías como ahora.

Vuestra oración y sacrificios son más necesarios ahora que en otros tiempos. Esta dimensión de oración e intercesión en vuestras comunidades que vivis para salvar al mundo, para santificar a la iglesia, a los sacerdotes, que vivis encerradas al mundo para rezar y santificarlo.

       Por eso, en vosotras, en este tiempo, lo primero de todo será vuestra fe en Dios, fe en la navidad, en su amor al hombre, fe en su Venida por amor al hombre siendo Dios sin necesitar del hombre, fe en su Encarnación en el seno de una criatura suya, en María, existiendo en la eternidad, fé en su nacimiento pobre y humilde en un pesebre, siendo Dios, quíen lo diría, quien de nosotros ha nacido en circunstancias tan pobres, y todo, por amor, por amor a los hombres, por amor a ti, a cada uno de nosotros.

Queridas religiosas, fe en su nacimiento y pesebre permanente en el Sagrario, en tu sagrario, en todos los sagrarios de la tierra, y todo por amor al hombre siendo Él Dios, Dios infinito, que no necesita nada de nosotros…. Hermanas, si curas y frailes y monjas creyéramos de verdad en esto, en su natividad  y presencia permanente de amor en todos los sagrarios de la tierra, nuestra vida de fe, de amor y de piedad para con Él sería muy diferente.

SI, HERMANAS, ES NECESARIO QUE CRISTO NOS OIGA DECIR EN RATOS LARGOS DE FE EN SU PRESENCIA ANTE EL SAGRARIO: CREO, CREO, CREO EN TI, SEÑOR, EN TU PRESENCIA DE AMOR Y POR AMOR A MÍ Y A CADA UNO DE LOS HOMBRES, CREO, SÍ, CREO EN TI, EN LA NAVIDAD, EN QUE VINISTE POR AMOR A MÍ Y QUIERES CELEBRAR ESTE AMOR A MÍ EN CADA NAVIDAD, CREO, CREO, CREO EN LA NAVIDAD, EN TU AMOR, EN TU SAGRARIO…

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. LA NAVIDAD FUNDAMENTALMENTE ES CREER QUE DIOS AMA AL HOMBRE, SIGUE AMANDO AL HOMBRE, Y SIGUE AMANDO Y PERDONANDO A ESTE MUNDO.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros, en nuestras vidas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperar y celebrar el Nacimiento de Jesús como tú, a recibirlo com tú!

 

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

 

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado:

«Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...   A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas».(Santa Catalina de Siena,Diálogo,Cap. 4).

       Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Por eso, más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel. Finalmente y por no alargarme en esta meditación y porque lo considero muy importante, para mí, que soy finito y pecador, la más importantes, María vino a nosotros, por por camino de la conversión.

 

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

 

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando nuestros planes no coincidan con los suyos, nuestros pensamientos y deseos con los suyos. Hemos de responder como María: Aquí está tu esclavo,  Señor, hágase en mí según tu palabra.

       A veces estamos tan llenos de nosotros mismos, de nuestro yo, de nuestros criterios y de nuestros planes…, aunque seamos curas, obispos, frailes y monjas, que no cabe Dios, que no caben sus criterios de humildad y de amor y generosidad porque son contrarios y opuestos a los nuestros siempre egoistas y del yo.

El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, por el pecado original el hombre lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…más que a Dios y a los hombres.

 Y esto, aunque uno se cura o fraile o monja, y esto es idolatría, amarse uno a sí mismo más que a Dios, aunque sea en cosas pequeñas, de cada día. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto, lo primero de nuestras vidas, falta humildad. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos, nos buscamos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida.

Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios.

Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión continua y permanente, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas y deseos y pecados, aunque sean leves, pero que impiden el nacimiento o el aumento de la presencia de Dios en nosotros.

Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón a nadie para que Cristo pueda nacer plenamente en mi corazón; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, va la oración y la conversión permanentes... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE se conjugan igual y tienen para mí el mismo significado y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Navidad y por Liturgia Eucarística, por la santa misa, en la que no solo se hace hombre sino un trozo de pan por nosotros, vuelve con amor extremo a repetir su historia amor apasionado y su nacimiento entre nosotros en cada misa, navidad eterna entre los hombres.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto.

Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano,  y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y entre los mismos elegidos y es la razón fundamental del abandono de la oración por parte incluso de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos, aunque esto resulte duro y antipático y me ha llevado a disgustos y demás entre mis hermanos sacerdotes, incluso obispos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

 “Dios es amor”,dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse y exisitir en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir.

Y ese amor se ha hecho primero carne, se ha hecho hombre, y luego un poco de pan, por amor al hombre y se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado. Y si es Navidad, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; y si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; y si  Dios nace y es Navidad, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y todo hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Si Dios nace y se hace hombre como nosotros Él nos hace eternos con su nacimiento, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, Jesucristo se ha hecho hombres para hacerno a todos hijos eternos de su mismo Padre, Dios. La Navidad es Dios buscando al hombre para llevarlo a la eternidad de gozo con la Triniidad eternamente.

QUERIDOS HERMANOS: Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios nos ama, Dios ama al hombre y nos ha llamado a una vida de de amor y felicidad eternida con El: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn  3,17).

 

 

EXPOSICIÓN DEL SEÑOR  

 

 CONFESIONES

 

QUERIDA HERMANA RELIGIOSA AGUSTINA DE SERRADILLA, HE RECIBIDO PARA TI ESTA CARTA DE JESÚS: MEDÍTALA.

 

       Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños: Navidad. Laverdad es que me alegra saber que, al menos un día del año, algunas personas piensan un poco en mi. Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, mi  nacimiento, mi Navidad hicieron una gran fiesta en mi honor; pero ¿sabes una cosa? Ni siquiera me invitaron.

       Yo era el invitado de honor por ser mi Navidad, mi cumpleaños, y ni siquiera se acordaron de invitarme ni de mencionarme. Ni siquiera se molestaron en bendecir la mesa. La fiesta era para mí y cuando llegó el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta... y yo había venido con todo mi amor, como en todas las Navidades, para compartir ese momento con ellos.

       La verdad que no me sorprendí, porque en los últimos años en España, en Serradilla, muchos, que se llaman cristianos, me cierran la puerta. Y, como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido, porque lo puedo hacer con mi amor y poder infinitos. Entré y me quedé en el rincón, por si alguno quería recordarme.

       Estaban todos bebiendo, había algunos ebrios contando chistes, lo estaban pasando en grande. Para colmo, llegó un viejo gordito, vestido de rojo, de barba blanca y dando voces y gritos. Parecía que había bebido de más. Se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él, diciendo: “¡Santa Claus, Santa Claus!” “¡Papa Noel, Papa Noel!” ¡Como si la fiesta fuese en su honor! Llegaron las doce de la noche y todos comenzaron a besarse y abrazarse; yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara y... ¿sabes? nadie me abrazó...

De repente todos empezaron a repartirse los regalos; uno a uno los fueron abriendo, hasta que se abrieron todos; yo  me acerqué para ver si por casualidad había alguno para mí, y nada ¿Qué sentirías tú si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Comprendí entonces
que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.

       Cada año que pasa es peor; la gente sólo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas, y de mi pocos se acuerdan. Quisiera que esta Navidad me permitieras entrar en tu vida, quisiera que reconocieras que hace dos mil años vine a este mundo para dar mi vida por ti en la cruz y de esa forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tú creas esto con todo tu corazón.

       Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitaron a su fiesta, voy a hacer la mía propia, una fiesta grandiosa como la que jamás nadie se imaginó, una fiesta espectacular, en la que haré presente todo lo que conseguí viviendo en la primera Navidad.

Todavía estoy haciendo los últimos arreglos. Porque voy a venir con el mismo amor infinito y traigo todo el mismo amor y la salvación y la eternidad y el Misterio de Dios Trino y Uno. Sólo quiero que me digas si quieres asistir; te reservaré un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados al cielo. Te espero, en Navidad, en la Eucaristía, en el pesebre, en la oración y en la Comunión Eucarística para darte mis regalos.

(Querida hermana religiosa agustina, yo sé que tú si invitas al Señor a que venga a tu corazón, yo sé que le estás esperando… pero a lo mejor, el Señor quiere que sea una navidad de mayor amor y santidad, que no sean solo villancicos y… Prepara mejor, si puedes, tu corazón, tu amor, tus ratos de oración para que sea Navidad en tu alma, en tu vida. Y no te olvides de orar por la Iglesia, por los tuyos, por el mundo, para que sea navidad de Cristo en todos, para eso te has enclaustrado en un convento, para vivir más unida a mí y ser apóstol y salvadora del mundo.)

 

 

 

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VSTV.    RETIRO CARMELITAS DON BENITO (mayo 2014)

 

ESPÍRITU SANTO

 

Canto: Inúndame, Señor, con tu Espíritu…

 

Oración: Secuencia, o Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles…

 

QUERIDAS HERMANAS: Yo todo se lo debo al Espíritu de Dios por la oración, al Espíritu Santo que habla a mi espíritu. Por eso todos los días, le invoco y le beso, diciéndole: Oh Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios…

       Mi primera vivencia fuerte de Espíritu Santo fue en el Seminario, en octavo curso, 3º de filosofía. Había jugado al futbol, un compañero que tiene dos hermanos sacerdotes me dijo que dejaba el seminario, hablamos llegamos tarde y Al regresar al Seminario había un acto en la Capilla; como llegamos tarde, porque estuvimos hablando por el camino, subimos, con otros compañeros y como era costumbre en estos casos, al coro, donde Angelito tocaba maravillosamente el «armonium»; yo me puse de rodillas porque había Exposición Mayor por ser Novenario de Pentecostés, y ya no me acuerdo de más, porque cuando me quise dar cuenta, estaba solo en el coro. La verdad es que tuve un «sueño de Amor» por el Espíritu Santo; me sentí lleno de fulgores de luz y certezas; habitado por mi Dios Amor, poseído por un gozo de cielo anticipado, me di cuenta de que Él me quería consagrar sacerdote de Cristo con un amor de predilección.

Desde entonces siempre el Dios Amor ha estado muy presente en mi vida; tengo una devoción, una relación especial de amistad con Él, porque me “ungió” con su presencia y me guía en la vida espiritual, especialmente en el camino de la oración y conversión, que todavía continúa, sobre todo para vencer el amor propio, el amor que todos nos tenemos. Y si ha habido equivocaciones en mi vida, que las hay, fue como siempre, porque mi yo se interpuso, como lo sigue haciendo todavía y lo seguirá haciendo hasta media hora después de mi muerte. Es el yo.  ¡Cómo me quiero y me busco! ¡Cómo nos queremos y nos preferimos a Dios! Así que a veces mi amor propio, el amor a mi yo, no me ha dejado escuchar bien lo que me sugería o me pedía el Espíritu, --eterna lucha del Espíritu contra la carne--,  interpretándolo todo según mis criterios egoístas y amor propio, y barriendo siempre para casa; vamos, lo de siempre, si uno no está muy atento.

Es la lucha permanente entre la carne y el Espíritu de la que tantas veces y tan bien nos habla San Pablo y que, por haberla vivido en su  propio yo, describe tantas y tan maravillosamente:Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gal5, 17).

       Cuánto hay que sufrir por seguir al Espíritu de Dios, a cuánto hay que renunciar a veces, por tener que  cumplir con sus exigencias de amor; unas veces, no hablando, callando en silencio y sufriendo humildemente sin rechistar a críticas, persecuciones, incomprensiones.

“le conoceréis porque permanece en vosotros”, “Si alguno me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.Así este Espíritu de Dios va apareciendo en nuestra vida con mano blanda y suave, sobre todo, en momentos de crisis de fe y amor, en momentos que necesitamos luz y consuelo, bueno, en cada uno es distinto, a lo mejor en fulgores de gozo y plenitud de sentido, lo cierto es que insinúa su presencia y se va mostrando no con rostro externo sino por su acción espiritual e interior en nosotros; así que su actividad en nosotros es imprescindible para conocerlo:“le conoceréis porque permanece en vosotros” ; de esta forma le vamos cogiendo cariño, confianza, y luego ya no nos hacemos sin Él, y te cambia el carácter y los modos, y te va transfigurando a su manera de ser, pensar y obrar: es el Espíritu que te va transformando poco a poco a imagen de la Trinidad que te habita, introduciéndonos en su intimidad y amistad divina. 

El Espíritu Santo es el beso del Amor Personal de Dios al hombre ya por el hecho de nacer; si existo es que Dios me ama y me ha preferido a millones de seres que no existirán y me ha llamado a mí a compartir su felicidad eterna, sólo por el hecho de existir.

Me gustaría, querido hermana que me escuchas, que en este momento, ahora mismo, te recogieses dentro de ti, en tu corazón, templo de Dios, que te habita, y te encontraras con Él y le pidieses conocerle y amarle más; me gustaría que pidieras perdón por no haberle amado más, y que dieras gracias a tu Dios Amor, por tanto como le debes, por tanto trabajo realizado en tí, por tanto amor gratuito, por tantos besos llenos del Amor de Dios, por tanta luz y fuerzas recibidas, por la perseverancia y firmeza de tu fe, en este mundo que se va haciendo triste por no conocer o aceptar o creer en el Amor de Dios, que es la única y perfecta e infinita felicidad que existe; la prueba de que Dios existe y nos ama es que esta España nuestra, antes feliz en general viviendo la fe y el amor a Dios, ahora está más triste en sus matrimonios, familias, hijos, amigos y vecinos, si es que quedan todavía, porque se han alejado de Dios, del Amor de Dios, del gozo del Espíritu Santo. Lo tenemos todo y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios. ¡Cuánta blasfemia y pecado hoy contra el Espíritu Santo!

¡Espíritu Santo, nosotros creemos y confiamos en Ti, nosotros te adoramos y te invocamos! ¡Ven, Espíritu Santo, nosotros te necesitamos! Ven a nuestros corazones para que podamos ser hijos en el Hijo amado del Padre en el Espíritu de Amor; ven, Dios Fuego, Amor, Beso Eterno de Luz, Esplendor y Gozo de nuestro Dios Uno y Trino, en ese amanecer eterno del Ser divino entre resplandores divinos de luz y de gloria y de vida infinita de infinitos amaneceres de amores y gozos insospechados descubiertos por el Amor Personal en su serse Trinidad por la riqueza de su ser y existir, en volcán eterno en eterna erupción de una sola Palabra llena de Amor, belleza, luz y esplendores divinos del Verbo, en la que el Padre nos dice todo lo que nos ama, con Fulgores y Resplandores infinitos del Fuego Divino, que enciende y nos enciende en Llama eterna de Amor,   en llama de Amor viva de mi Dios trino  y uno.

Este es mi único deseo al escribir este libro. ¡Ayúdame! ¡Ilumíname, guíame, fortifícame, confórmame con tu voluntad y amor!

 

3.- Analicemos su nombre: Espíritu Santo

 

       A) Le llamamos Espíritu, porque no tiene rostro humano. La Sagrada Escritura no presenta una imagen o retrato visible: es espíritu, es amor, fuerza interior, vida. El Espíritu Santo, consubstancial con el Padre y el Hijo, permanece como el «Dios escondido». Aun obrando en la Iglesia y en el mundo, no se manifiesta visiblemente, a diferencia del Hijo, que asumió la naturaleza humana y se hizo semejante a nosotros, de forma que los discípulos, durante su vida mortal, pudieron verlo y «tocarlo con la mano», a Él, la Palabra de vida (Cfr. Jn. 1,1).

Por el contrario, el conocimiento del Espíritu Santo, fundado en la fe en la revelación de Cristo, no tiene para su consuelo la visión de una Persona divina viviente en medio de nosotros de forma humana, sino sólo la constatación de los efectos de su presencia y de su actuación en nosotros y en el mundo.

Cristo dijo: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”. Le conoceremos por sus efectos santificadores, si le dejamos vivir en nosotros, si habita en nosotros, si vive en nuestra alma le dejamos hacer como en su casa, en su templo; por eso, muchos cristianos no le conocen, porque por el pecado o por falta de amor no vive en su espíritu

El tener que entrar en nuestra interioridad es una dificultad añadida, porque hoy todo ser realiza y se aprende y se disfruta por la imagen y lo exterior. La oración, la meditación empieza algunas veces en estos tiempos a ser sustituida por representaciones, vídeos…etc. y encontramos mayor dificultad de encontrarse con nosotros mismos, con quien habita nuestro corazón.

 

ANALICEMOS SU NOMBRE: ESPÍRITU SANTO

 

       B) ESPÍRITU. Le llamamos espíritu, porque es el alma de nuestra alma, la vida de nuestra vida. Lo que es el alma para el cuerpo, así es el Espíritu Santo para la Iglesia: es el principio vital de todo en el hombre espiritual, de toda vida cristiana, de todo amor verdadero a Dios y a los hombres, y para descubrirle y encontrarnos con Él hay que entrar dentro de la Palabra, de los sacramentos, de los ritos y ceremonias. 

La Iglesia, el cristiano no pueden vivir sin el Espíritu de Cristo. Es la vida de Dios en nosotros. Y para vivirla, como no tiene rostro externo o sensible,  hay que dejarse invadir por Él, sentir su presencia en nuestro espíritu por la vida de gracia, vida de las virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad, hacernos dóciles a sus inspiraciones, escuchándole en oración, aceptar su acción santificadora dentro de nosotros:

       «¡ Oh Espíritu Santo, Beso y Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro¡ Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme por una nueva encarnación sacramental en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación».

(Oración sacerdotal al Espíritu Santo).

 

«¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre mí con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

       Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, pacífica, suave, quieta y serena, aun en medio del dolor, ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

       Ven, oh ardiente caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles; solicita     con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte». (SOR CARMELA SANTO).

 

       C) Santo. Santo es igual a santificador. Es la misión del Espíritu, unirnos a Dios, y eso se llama santificar. Sin Espíritu Santo no hay Cristo ni cristiano ni cristianismo. Ser cristiano es «ser y vivir a Cristo en el Espíritu», es amar y conocer a Dios en el Espíritu Santo. Él es la fuerza de toda oración que se haga “en Espíritu y Verdad”, en el Verbo y en el Espíritu; por eso hay que invocarle siempre al empezarla, para escucharle y hacernos dóciles a Él.

Y nos santifica como alma de nuestra alma y de nuestra vida, como fuerza que va desde dentro hacia el exterior: «¡Oh Espíritu Santoinúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus  mismos sentimientos y actitudes sacerdotales (Cristo); haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Fuego y Beso de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres».

 

       D) Por eso hay que invocarle con frecuencia, todos los días. Es un signo de vida espiritual auténtica, pujante, encendida. Este era el secreto para el Cardenal Mercier: «Os voy a revelar un secreto de santidad y felicidad; si todos los días, durante cinco minutos, sabéis hacer callar vuestra imaginación y cerrar vuestros ojos a las cosas sensibles y  vuestros oídos a todos los ruidos de la tierra para entrar en vosotros mismos y allí, en el santuario de vuestra alma, dialogar con este divino Espíritu, llegaréis a gran intimidad con Dios. Esta sumisión al Espíritu es el secreto de la santidad».

       El cristiano es un hombre a quien el amor ha hecho entrar en la esfera de Dios, de lo Divino. Es un «renacido» afirma San Juan. «Un hombre divinizado», afirman los Padres de la Iglesia griegos; es un hombre en tres dimensiones, precisa San Ireneo con esta audaz formulación: «Mientras que el hombre natural está compuesto de alma y de cuerpo, el hombre cristiano está compuesto de alma, cuerpo y Espíritu Santo».

 

El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, lujuria envidia… en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es?

El Espíritu de Dios viene en mi ayuda, me ilumina en mi interior para que vea claro las raíces de mi yo, me da fuerzas para decirle que sí; luego  empieza su obra, en la oración personal y la Eucaristía la voy realizando, y yo me siento acompañado en esta tarea y voy cooperando con el amor de Dios que mora en mí, a quien cada día voy conociendo mejor por el amor que obra en mí y me dice cosas y sentimientos que yo antes no tenía ni sabía fabricar y así voy entrando en el santuario de mi Dios y así le voy amando y conociendo de verdad.

       Y como veo que cada día Él lo hace mejor y yo no sé ni puedo ni se de qué va, no dejo por nada del mundo la oración y la Eucaristía por donde me viene todos los bienes, y observo mi vida y me esfuerzo en cooperar hasta que  encuentro hecho lo que quería porque Dios es grande y misericordioso y esto me anima y me da fuerzas para seguir, a pesar de mis despistes y  caídas, porque aquí nadie está confirmado en gracia, precisamente por eso, porque caigo, necesito de Él siempre para levantarme, de la oración, de la penitencia, de la Eucaristía, de seguir avanzando, amando y perdonando a los hermanos, porque quiero amar con el mismo amor de Dios, gratuitamente, con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con todo mi ser.

Necesito de Él, de su gracia, de su luz, de la oración diaria y seria, de los sacramentos vividos con su mismo Espíritu, sentimientos y actitudes. Pero si mis labios profesan «ven, Espíritu Santo», y predican amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser,  pero luego no quiero cooperar y lo olvido en mi vida y comportamiento, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  Él, de su venida santificadora a mi espíritu, y lógicamente desde ese momento, no le necesito, ni tengo necesidad de oración, ni de gracia, ni de sacramentos ni de Cristo ni de Dios, porque para vivir como vivo me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. No siente necesidad de Dios, para vivir como vive, como un animalito, se bastan a sí mismos.

Yo necesito verdaderamente de Él, nosotros necesitamos verdaderamente de Él, por eso estamos aquí, necesito del Espíritu, de su fuerza, del Amor personal del Padre y del Hijo. Soy un poco duro en describir este camino, pero lo hago perfectamente; es que me retrato a mí mismo y me lo sé muy bien; es que me da rabia y pena de tanto pecado original en mí, que estoy bautizado en agua, pero no todavía en Espíritu Santo, por la potencia y el fuego de amor del Espíritu Santo, necesario totalmente para vivir esta maravilla de vida a la que Dios me llama y para la que me ha pensado y creado y dado el Beso de Amor de  su mismo Espíritu.

       Queridos hermanos, siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios; necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo; necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces; necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando.

       Queridos hermanos: La Biblia empieza diciéndonos que el Espíritu de Dios, el soplo de Dios,  “ruah” en hebreo, “pneuma” en griego, “spiritus” en latín, se cernía sobre las aguas. Sin aire, sin aspirar y respirar aire, no hay vida. Sin Espíritu Santo no hay vida de Dios en nosotros. Los científicos modernos van a dar la razón a la Biblia y la van a convertir de un libro religioso en científico. Porque parece ser que la vida empieza y viene del agua.

La “ruah” Yahve, como soplo o respiración de vida de Dios, indica lo más vital y secreto que hay en Dios, su vida más íntima;  y si lo referimos al hombre “ruah” significa su aliento, su principio de vida, su alma. En este sentido escribe San Pablo que nadie conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él, y nadie conoce las cosas de Dios salvo el Espíritu de Dios (Cfr. 1Cor 2,11) De ahí la necesidad de recibir el Espíritu para conocer a Dios.

       Hermanos, ¿qué pasa si por cualquier circunstancia estamos tiempo sin respirar? Pues que morimos; y si respiramos mal y poco, no tenemos fuerzas para trabajar, tenemos asma que resta vitalidad a nuestra vida. Por eso, respiremos fuerte el Espíritu de Dios, el amor de Dios, no hay que morir, hay que aspirar y respirar a Dios, hay que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios. Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo y me digo: respira, respira hondo, hermano,  en el Espíritu Santo mediante la oración, la eucaristía, el apostolado.

La oración es la fuente de este aire que respiramos en la vida cristiana, es como el jugo gástrico que debe asimilarlo todo en Espíritu Santo, en vida de amor a Dios y desde Dios, a los hermanos en el apostolado; si no respiramos, si no oramos, morimos, aunque digamos misa; la misa, los sacramentos, las actividades, los programas, todo hay que hacerlo respirando el Espíritu de Dios. Y podemos celebrar misa, y morir espiritualmente porque no la aspiramos,  no vivimos la Eucaristía “en Espíritu y Verdad”, en Cristo y en su Espíritu; comemos pero no comulgamos con Cristo, porque no comemos espiritualmente su carne y su sangre, es decir, no nos identificamos con su Espíritu, no comemos sus mismos sentimientos y actitudes. 

 

       Pentecostés es la fiesta de la venida visible del Espíritu Santo a los Apóstoles, la Iglesia, a la parroquia, a la familia cristiana, a cada alma en particular. Con su encarnación y su muerte de cruz, el Señor nos mereció esta venida del Espíritu Santo, del Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Beso y Abrazo de Felicidad infinita de nuestro Dios Trino y Uno.

A los cincuenta días de la  Resurrección, vino el Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el que somos sumergidos por el Amor, por la llama de Amor viva del Hijo sentado a la derecha del Padre e intercediendo por nosotros. Todos los sacramentos y toda la obra de nuestra santificación se realizan por la potencia de Amor del Espíritu Santo

Pentecostés es el origen de la Iglesia. Cristo lo dijo claramente a los Apóstoles: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy os lo enviaré. Él os llevará hasta la verdad completa”. Cristo fué al Padre en su ascensión.

Ahora, en el cielo, suplica y nos alcanza la asistencia del Espíritu Santo, para que crezcamos en gracia y santidad, para que seamos fuertes e invencibles y para que alcancemos la perfecta santidad, por medio de la perfecta incorporación a Cristo, a la Cabeza.

En Pentecostés cumple su promesa y envía, a los Apóstoles, a la Iglesia, el Espíritu Santo prometido: prueba de que está con el Padre, de que es el Señor exaltado.

El Espíritu Santo es quien sella y completa la eterna y substancial unión, en la divinidad, entre el Padre y el Hijo. Por lo mismo, es también quien establece la comunidad de vida entre Cristo y nosotros y quien hace que la Cabeza y los miembros vivamos y obremos en la más íntima compenetración y solidaridad. La vida y la acción de Cristo, de la Cabeza, y las del Espíritu Santo, del Santificador, son mutuamente inseparables en nosotros.

Por eso, al Apóstol Pablo le parece la misma cosa «vivir en Cristo» y «vivir en el Espíritu». El Bautismo Cristo es para él idéntico a Bautismo «en el Espíritu». Igual en absoluto a lo que escribe Juan: «En esto conocemos que permanecemos en Él, en Cristo, y Él en nosotros (incorporación con Cristo): en que Él nos hizo participantes de su Espíritu» (1 -Joh. 4, 13). Somos elevados a la vida divina por medio le Cristo, pero también por medio del Espíritu Santo. Donde no actúa el Espíritu Santo, no posible la vida en Cristo. «Los fieles se hacen Cuerpo de Cristo, si anhelan vivir de su Espíritu. El Cuerpo de Cristo vive del Espíritu de Cristo» (San Agustín). Nos unimos al Cuerpo de Cristo, cuando nos unimos al Espíritu del Señor, al Espíritu Santo. La vida divina está continuamente viva y es dada constantemente a Cristo, al Dios humanado. Cuando le dejamos a Él obrar en nosotros, nos envía, en unión con el Padre, al Espíritu Santo, al espíritu de Filiación y de Amor. Este espíritu, a su vez, nos impulsa de nuevo hacia el Padre, nos hace anhelar y aspirar con toda el alma a ser hijos del Padre, a crecer en el santo amor y a conseguir su perfección.

Por eso, la vida en Cristo, que recibimos en el santo Bautismo (Pascua, paso de la muerte del pecado a la vida de gracia y filiación), quedaría incompleta y no podría llegar a su pleno desarrollo, si no nos fuera enviado el Espíritu Santo. Pascua empuja, forzosa y naturalmente, hacia Pentecostés. Pentecostés es el complemento, la culminación de Pascua. Pascua nos da, por la incorporación a Cristo, una vida nueva. Pero esta vida necesita desarrollarse y fortalecerse. Es necesario que la vida divina, que recibimos en el santo Bautismo, se convierta en un fuego devorador, en un poder y una fuerza, capaces de aniquilar todo obstáculo. Es preciso que alcance su perfección el amor, más fuerte que la muerte, que nos impulsa a ejecutarlo y a entregarlo todo, incluso la sangre y la vida, por Cristo. Todo esto lo obra el Bautismo del Espíritu: Pentecostés.

El Espíritu de Pentecostés es espíritu de mártir, espíritu de confesor. Da luz, coraje, fortaleza invencible. Tanto, que los Apóstoles «salían jubilosos del Sanhedrín, porque se tuvieron por dignos de padecer ignominia por el Nombre de Jesús» (Act. Apost. 5, 41).

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“ENVÍA  TU ESPÍRITU, SEÑOR, Y RENOVARÁS LA FAZ DE LA TIERRA” (Psal. 104,30).

 

 Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles y lo que estaban con ellos “se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería” (Hch.2,4)

       Pentecostés es el día del nacimiento de la Iglesia, del Cristianismo, de la nueva raza. El hombre tocado y ungido por el Espíritu ya no camina en la carne, según las máximas e ideales del hombre puramente natural, totalmente entregado a lo terreno. Camina en el Espíritu. Está lleno de la luz de la verdad, es educado interiormente por el Espíritu Santo, por el Espíritu de Verdad.

En el Espíritu de Verdad la nueva raza contempla las cosas y los acontecimientos de la vida en su relación con Dios, a la luz de la Providencia divina, a la luz de la eternidad. En el Espíritu de verdad y de amor esta raza se rige, en toda su mentalidad y actuación, por un solo motivo y bien: por el que Dios quiere. Son hombres espirituales, espiritualizados. «Viven en el Espíritu» y, por lo mismo, «caminan en el Espíritu» (Gal. 5, 25). Pertenecen a Cristo y han mortificado su carne con sus gustos y pasiones. No aspiran a una gloria vana. No tienen envidia a nadie: sólo mansedumbre, paciencia, amor (Gal. 5, 265g.).

Los frutos del Espíritu son: «Caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, modestia, continencia, castidad.»

En el Bautismo de Espíritu de Pentecostés es inundada la Iglesia, es desarrollada puramente con la Sangre de Cristo y resucitada con Él, con la plenitud de la nueva vida. Hoy aparece al lado de su Esposo celestial, adornada con las arras, que le mereció Cristo y que hoy le entrega, radiante y en todo el frescor y fecundidad de su eterna juventud.

Ahora ya está madura para la dura vida, que le espera sobre la tierra. Y fuerte, para compartir la vida de su Esposo; para permanecerle fiel, a pesar de todo lo que pueda sobrevenirle; para defenderle en todo, dichosa de poder engendrar y conducir a su Esposo nuevas generaciones.

En ella vive y actúa el Espíritu de Dios, el Espíritu de Verdad y de Amor. Él es el alma del Cuerpo de la Iglesia. Él la conduce y guía a su eterno desposorio con Cristo, su Esposo. Éste es el significado de la venida del Espíritu Santo, de la fiesta de Pentecostés.

 

3. Pentecostés es un día de acción de gracias por la fundación de la santa Iglesia, en la cual están depositadas todas nuestras riquezas sobrenaturales y por la cual se nos trasmiten la gracia y la Redención. Pentecostés es un día de acción de gracias por la venida del Espíritu Santo a nosotros en el santo sacramento de la Confirmación. Es un día de alegre y gozosa confianza en la acción del Espíritu de Dios en nosotros, en su dirección y conducta.

Renovemos en este día nuestra entrega al Espíritu Santo, que vive en nosotros. Él debe ser el alma de nuestra alma. Él debe dominar sobre las ruinas del espíritu propio y de la propia mentalidad. Pentecostés es un día de Rogativas, para implorar la plenitud del Espíritu Santo, de sus gracias y dones.

Supliquemos, pues, con la santa Iglesia: Ven, Espíritu Santo, Y envía desde el cielo Un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, Ven, Dador de los dones, Ven, Luz de los corazones.

Ven, Consolador sin igual, Ven, Huésped dulce del alma, Ven, calmante Refrigerio. Descanso en el trabajo, Frescura en el estío, En el dolor solaz.

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DOMINGO DE PENTECOSTÉS.

 

El episodio de Pentecostés.

 

1. Han pasado siete veces siete días después de la Pascua: una octava de júbilo. Ahora viene Pentecostés, el Espíritu Santo, prometido por el Señor. Es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, el eterno y substancial lazo de amor entre el Padre y el Hijo, y entre el Hijo y el Padre. Llega entre el fulgor de una fuerte tempestad y desciende en forma de lenguas de fuego sobre cada uno de los Apóstoles. Impulsados por la fuerza de este Bautismo del Espíritu, los Apóstoles se lanzan al mundo, predicando y confesando por todas partes, con palabras y obras, y hasta con la propia sangre, a Cristo, al Crucificado y Resucitado.

 

2. El Pentecostés de los Apóstoles. El episodio de Pentecostés nos lo narran los Hechos de los Apóstoles: Los Discípulos se hallan todos reunidos en el cenáculo, junto con María. Hacia la hora de Tercia, es decir, a eso de las nueve de la mañana, se hace en el cielo un gran estrépito, como el de una poderosa tempestad. Entonces aparecen unas como lenguas de fuego, que vienen a posarse sobre la cabeza de cada uno de los Apóstoles. Todos quedan llenos del Espíritu Santo y comienzan a hablar en varias lenguas lo que el Espíritu les sugiere. Mientras tanto, en torno al cenáculo se ha reunido una gran muchedumbre cosmopolita. No se explican lo que ocurre. Oyen contar a los Apóstoles, cada cual en su lengua nativa, las maravillas de Dios. Pentecostés, la venida del Espíritu Santo llena el corazón de amor, de interioridad, de santa alegría. Invade y penetra en los corazones de los Apóstoles y Discípulos. Se hacen grandes, desprendidos, sin debilidades  ni imperfecciones. El Espíritu Santo les modela. Consume el viejo mundo de sus pensamientos, deseos, afectos, sentimientos y motivos y levanta en ellos el reino del Espíritu. Les inyecta nueva vida. Les da coraje, fortaleza, firmeza de carácter, paciencia inquebrantable y presteza para los sacrificios, incluso el martirio, por la causa de Cristo. Es una nueva Creación, Veni Creator Espíritus…

 

Nuestro PentecostésPara la sagrada liturgia Pentecostés no es solamente un hecho histórico, pasado. El episodio, relatado en los Hechos de los Apóstoles continúa siendo una perenne actualidad. También lo podemos y tenemos que vivir nosotros, este es el sentido de la Liturgia. Lo hace presente para que lo vivamos nosotros. También nosotros, en la celebración de la santa Eucaristía, nos encontramos reunidos todos juntos, en comunidad de oración y de sacrificio.

El primer Pentecostés va a reproducirse y realizarse en nosotros. Por eso suplicamos después de la lectura: «Envía tu Espíritu, y se obrará una nueva creación. La faz del mundo quedará renovada. Ven, Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.»

Ahora, en el sacrificio de la santa Misa, cuando aparezca entre nosotros, en la santa Consagración, el Señor glorioso traerá consigo el Espíritu Santo. En la sagrada Comunión se realizará en nosotros, de un modo visible, el milagro de Pentecostés El Espíritu Santo descenderá sobre cada uno de nosotros y nos llenará de su fuego y de su fuerza. No vendrá en forma de lenguas de fuego, sino bajo el velo de blanca Hostia, que es el mismo cuerpo glorioso del Señor, del portador del Espíritu Santo.

En la recepción de la sagrada Comunión se realiza en nosotros el Bautismo del Espíritu. Llenos del Espíritu Santo, confesamos, hechos portadores del Espíritu, testigos de Cristo, Apóstoles, las maravillas del Señor. Por eso, la sagrada liturgia acompaña la distribución de la sagrada Comunión con estas palabras: «Estando sentados en casa, se hizo de pronto en el cielo un gran estrépito, como el de una furiosa tempestad: aleluya. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y publicaban las maravillas de Dios. Aleluya, aleluya.» ¡Pentecostés es una actualidad!


3. ¡Dios en nosotros! Este es el gozoso mensaje que nos trae Pentecostés. «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre le amará. Nosotros vendremos a él y haremos en él nuestra morada.» Es decir: el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo, en el Amor, que une mutuamente al Padre con el Hijo. Dios no está lejos de nosotros: está en nosotros. Él que conoce al Padre, posee la clave de todos los enigmas, de todos los torturantes problemas de la vida: el Padre me ama. No sólo hoy y mañana, sino por toda una eternidad.

¡Dios en nosotros! Estamos llenos de luz y calor. Dios es luz: es el Sol. ¡Deja que el Sol entre en tu corazón! ¡Dé jale que haga en él su morada! ¡Dios en nosotros! Estamos llenos de fuerza y de fuego. Por nosotros mismos, somos como un terreno seco y sin agua, como un árbol muerto. En Pentecostés bebemos fuego. Un fuego, que abrasa todo lo impuro, todo pecado. ¡El fuego del santo celo por Dios y por nuestro Salvador! Así debemos celebrar esta fiesta.

Pentecostés es la confirmación, el sello y la consumación del misterio de Pascua. Pascua, es Bautismo; Pentecostés, es Confirmación. Pascua, es nuevo nacimiento; Pentecostés es madurez, completa sazón, plenitud de fuerza del Espíritu Santo. El Bautismo del Espíritu Santo nos llama al heroísmo cristiano, a la santificación de los pensamientos, de las aspiraciones, de los motivos. Podemos, debemos se cristianos totales, santos, perfectos.

<<Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra… oremos: Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos saborear lo que es recto… Deus qui corda fidelium sancti … da nobis in eodem Sancto Spiritu recta sapere

 

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PENTECOSTES

 

«Envía tu Espíritu, Señor, y renovarás a de la tierra» (Ps 104, 30).

 

1.—El Espíritu del Señor llena todo el mundo, y él que mantiene todo unido, habla con sabiduría» (Misal Romano). Esta realidad, anunciada en el libro de la Sabiduría, se cumplió en toda su plenitud el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles y los que estaban con ellos «se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería» (Hch 2, 4).

       Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Jesús: «cuando yo me fuere, os lo enviaré» (Jh 16. 7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al cielo: «seréis bautizados en el Espíritu Santo» (Hch 1, 5); como también el cumplimiento de sus palabras: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, ríos de agua viva manarán de su seno» (Jn 7, 37-38). Comentando este último episodio, nota el Evangelista: «Esto dijo del Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (ib. 39). No había sido dado en su plenitud, pero no quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio lo atestigua de Isabel, de Simeón y de otros más.

Jesús lo declaró de sus Apóstoles en la vigilia de su muerte: «vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros» (Jn 14, 17); y más aún en la tarde del día de Pascua, cuando apareciéndose a los Once en el cenáculo, «sopló y les dijo:. Recibid el Espíritu Santo» (Jn 20, 22).

El Espíritu Santo es el «don» por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo poseerlo cada vez más. La donación del Espíritu Santo a los Apóstoles en la tarde de la Resurrección demuestra que ese don inefable está estrechamente unido al misterio pascual, es el supremo don de Cristo que, habiendo ,muerto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el derecho y el poder de concedérselo.

La bajada del Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completa este don, y se realiza no de una manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con manifestaciones exteriores y públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no sólo en la Resurrección y en la Ascensión, 5iflO también en el día de Pentecostés que es su acto conclusivo.

 

2.—Cuando los hombres, impulsados por el orgullo y casi desafiando a Dios, quisieron construir la famosa torre de Babel, no podían entenderse (Gn 11, 1-9; primera lectura de la Misa de la Vigilia). Con la bajada del Espíritu Santo sucedió lo contrario: no hubo confusión de lenguas, sino el «don» de lenguas que permitía una inteligencia recíproca entre los hombres «de cuantas naciones hay bajo el cielo» (Heh 2, 5); y el don del lenguas concedido por el Espíritu Santo es el Amor, Él es Amor, Beso y Abrazo del Padre al HIJO Y DEL HIJO AL PADRE; por el don de lenguas concedido ya no más separación, sino fusión entre gentes de los más diversos pueblos. Esta es la obra fundamental del Espíritu Santo: realizar la unidad por el amor de Dios, hacer de pueblos y de hombres diversos un solo pueblo, el pueblo de Dios fundado en el amor que el divino Paráclito ha venido a derramar en los corazones.

       San Pablo recuerda este pensamiento escribiendo a los Corintios: «Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido deI mismo Espíritu» (1 Cr 12, 13). El divino Paráclito, Espíritu de amor, es espíritu y vínculo de unión entre los creyentes de los cuales constituye un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Esta obra, comenzada el día de Pentecostés, está ordenada a renovar la faz de la tierra, como un día renovó el corazón de los Apóstoles, rompiendo su mentalidad todavía ligada al judaísmo, para lanzarlos a la conquista del mundo entero sin distinción de razas o de religiones.

Esta empresa fue facilitada de manera concreta con el don de las lenguas que permitió a la Iglesia primitiva difundirse con mayor rapidez. Y si con el tiempo ese don ha cesado, fue sustituido, y lo es todavía hoy, por otro don no menos poderoso para atraer los hombres al Evangelio y unirles entre sí: el amor. El lenguaje del amor es comprendido Por todos: doctos e ignorantes, connacionales y extranjeros, creyentes e incrédulos.

Por eso precisamente tanto la Iglesia entera como cada uno de los fieles tienen necesidad de que se renueve en ellos Pentecostés. Aunque el Espíritu Santo esté ya presente, hay que continuar pidiendo: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor»

Pentecostés no es un episodio que se cumplió cincuenta días después de Pascua y ha quedado ya cerrado y concluido; es una realidad siempre actual en la Iglesia. El Espíritu Santo, presente ya en los creyentes por razón de esta presencia suya en la Iglesia, los hace cada vez más deseosos de recibirlo con mayor plenitud, dilatando él mismo sus corazones para que sean capaces de recibirlo con efusiones cada vez más copiosas.

 

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido; luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo brisa en las horas de fuego gozo enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu eterno gozo. Amén. Aleluya. ( Secuencia).

 

¡Oh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo, Amor increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de tus dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma.

Yo me consagro a ti totalmente; invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, libre, pacífica, suave, quieta y serena aun en medio del dolor, ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles, solicita con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte. (SOR CARMELA DEL ESPIRITU SANTO, Escritos inéditos).

 

Oh Espíritu Santo!, que cambiaste los corazones fríos y llenos de temor en corazones cálidos de amor y animosos... obra en mí lo que obraste el día de Pentecostés: ilumina, inflama, fortifica mi pobre alma y disponla para devolver a su Dios amor por amor. Y que es te amor consista en obras santa, en abnegación constante, en humildad sincera, en fervorosa devoción y en generoso sacrificio; un amor como aquel que  inflamó los corazones de los nuevos creyentes en el Cenáculo. (B. Helena Herrera)

 

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 RETIRO DE CARMELITAS EN DON BENITO

 

1ª MEDITACIÓN

 

La acción del Espíritu Santo en nuestro espíritu por su presencia que es Amor a Dios y caridad fraterna que debe vencer el  amor propio, por el perdón. (Luz.. 506…) (verlo por la cinta QUE LO tapaba)

 

La acción invisible del Espíritu Santo está indicada en estas palabras del Señor: «Nadie puede venir a mí, si no le trae el Padre, que me envió.» Lo esencial es y será siempre la acción de la gracia del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es quien Une al Padre con el Hijo. Él es también quien nos une a nosotros con el Hijo y, por el Hijo, con el Padre.

Necesitamos de su actuación en nosotros. Tanto más nos acercaremos a Jesús, a sus misterios y a su gracia, cuanto más nos dejemos invadir del Espíritu Santo. Él debe inspirar todos nuestros buenos pensamientos, deseos y obras. Necesitamos de impulso y ayuda para todo acto de fe, de esperan y de amor de Dios.

Si fueran nuestras virtudes y nuestras obras verdaderamente perfectas y dignas de Dios, entonces necesitaríamos de un modo especial y continuo de la intervención del Espíritu Santo. Poseeremos ya todas las virtudes sobrenaturales y, sin embargo, todavía no seremos más que unos inexpertos principiantes: sabremos lo que tenemos que hacer, pero nos faltarán habilidad,

destreza y facilidad, para llevarlo a la práctica. Debe intervenir el Maestro. Debe acompañarnos en nuestra oración, en nuestro trabajo, en las decisiones que tomemos durante el día, en los dolores y dificultades, que encontremos. Debe iluminar nuestra inteligencia y mover nuestra voluntad. Debe inocularnos su modo de ver, de pensar, de amar y obrar. Nuestra actividad será verdaderamente perfecta, solamente cuando nos haya invadido del todo el Espíritu Santo.

Para conseguir esto, infundirá en nuestra alma las virtudes sobrenaturales de esperanza, caridad, justicia, fortaleza y prudencia, además de sus siete dones. Despliega en la navecilla de nuestra alma las velas, que Él mismo, el Espíritu de Dios, infla. De este modo, ya no caminamos tan despacio y tan fatigosamente a lo largo del mar de esta vida. Somos impelidos y conducidos por el Espíritu. Si el Espíritu de Dios agita las velas de la navecilla de nuestra alma, entonces haremos un feliz viaje. Iremos al Padre, bajo el impulso y la acción del Espíritu Santo, que habita en nuestra alma. Pero, ¡ay de nosotros!, si sólo quisiéramos obrar por cuenta propia, si resistiéramos al impulso y a la acción del Espíritu Santo y no quisiéramos apoyarnos más que en nuestra propia voluntad y en nuestro esfuerzo personal. «Nadie va al Padre, si el Padre no le lleva.»

3. «Todo el que escucha al Padre y se deja enseñar, viene a mí.» Nosotros hemos escuchado al Padre: creemos. Por la fe hemos ido a Jesús. Pero somos llamados a ir a Jesús perfectamente, por encima de todos nuestros hábitos, por encima de todas las mañeras del hombre natural e imperfecto. Esto sólo podremos conseguirlo con la fuerza del Espíritu Santo, por el perfecto y total desarrollo de la gracia de la Confirmación y de los siete dones del Espíritu Santo, que hemos recibido. ¡Qué pocos son, realmente, los que llegan a vivir la vida cristiana en toda su plenitud! ¡Cuántos bautizados, e incluso sacerdotes y religiosos, se detienen antes de llegar al término! Se quedan a la mitad del camino, son mediocres, imperfectos: imperfectos en la oración, en las obras, en el dolor, en todo. ¿Falta algo por parte de la acción del Espíritu Santo? En verdad que no. «He aquí que estoy ante la puerta y llamo» (Apoc. 3, 20). Pero nosotros no prestamos atención a la proximidad, a la llamada, a los impulsos del Espíritu Santo. ¡Vivimos en lo exterior, no en lo interior! ¡Por eso no puede el Espíritu Santo realizar perfectamente su obra en nosotros! ¡Ah, si tuviéramos ojos, para ver!

       Si el Espíritu Santo ha de obrar fructuosamente en nosotros, entonces nos exigirá una gran pureza de corazón, una gran sencillez y humildad de espíritu, un fuerte amor a la intimidad, al recogimiento, a la oración. En fin: un ardiente amor a Dios y al prójimo.

En lugar de esto, nosotros no ponemos ningún cuidado en evitar los pecados veniales, las infidelidades voluntarias, las pequeñas libertades, goces e imperfecciones. Descuidamos la mortificación interior y exterior y no nos desasimos enteramente de las cosas, de las cuitas, del propio yo. Vivimos absortos en las cosas, en los sucesos, en determinados hombres.

Nos preocupamos demasiado Y sin fundamento de nuestra honra, de nuestro bienestar temporal, de nuestro amor, de nuestra salud, de nuestro progreso interior, de nuestra vida pasada, de nuestras Confesiones: no somos libres, estamos llenos de nosotros mismos. ¿Cómo podrá, pues, el Espíritu Santo obrar libremente en nosotros y llevarnos al Padre?

«Ven, Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.»

¡Oh Luz embriagadora! Llena los corazones, Que aman tu Claridad.

Lava lo que está sucio, Riega lo que está seco, Sana lo que está herido.-

 

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Jueves de Pentecostés. El Espíritu de Cristo.

 

1. El diácono Felipe (Epístola) y los Apóstoles (Evangelio) obran en virtud del Espíritu Santo, que han recibido. También nosotros lo hemos recibido y lo recibimos nuevamente cada día. Por lo tanto, también debernos ser hombres del Espíritu, que ya no obran por espíritu propio, sino en el Espíritu de Cristo, en el Espíritu Santo.

2. El espíritu propio, el espíritu humano, piensa, juzga y valora de un modo puramente humano, natural, terreno. Juzga dichosos a los que poseen riquezas y las gozan; tiene por grandes a los sabios terrenos, a los que honran y aprecian los hombres, a los que tienen un puesto o una dignidad, a los que poseen poder e influjo. Este espíritu se busca a sí mismo en todo y tiene la habilidad de aprovecharse de todas las cosas y sucesos para realizar sus intenciones, para cumplir su gusto. Juega un importante papel en la vida de las personas piadosas y espirituales. Bajo el pretexto de servir a Dios, se busca sobre todo a sí mismo, su natural satisfacción, su propio gusto, su propia honra. En las cosas de la virtud se alía con la prudencia de la carne y predica la moderación, el punto medio. Es una de las principales causas de la tibieza espiritual y una fuente fecunda de discordias y querellas, de frialdad para con el prójimo, de envidia, de excesiva preocupación por el buen nombre. Impide la quietud interior, la paz del alma. Crea en el hombre una exagerada opinión del propio valer y conduce a una vida llena de ansiedades y de continuas preocupaciones. No sin razón es considerado por los maestros de la vida espiritual como «una de las mayores desgracias», que pueden caer sobre el hombre en la tierra. Y, sin embargo, ¡cuántas almas, aun de personas piadosas, gimen bajo la tiranía de este mal espíritu.

 

El Espíritu de Cristo. El Espíritu de Cristo es el Espíritu Santo tal como Él invadió el alma humana de Cristo, llenándola con la plenitud de su gracia y de sus dones,. «El Espíritu del Señor está sobre mi. Por eso me ungió y me envió a evangelizar los pobres, a sanar a los arrepentidos de corazón, a predicar a los cautivos la liberación, a anunciar el Año de Gracia del Señor (es decir, la redención) y el día de la retribución» (Luc. 4, i8).

Por Espíritu de Cristo entendemos las excitaciones con que el Espíritu Santo movía e impulsaba continuamente la voluntad de Cristo a practicar actos y obras buenas, santas y perfectas, interior y exteriormente. Llamamos espíritu de Cristo sobre todo a la constante y permanente actitud, disposición, orientación y modo de ser de la inteligencia y de la voluntad de Cristo, que el Espíritu Santo obró en Él.

Espíritu de Cristo es el permanente deseo, el interno impulso que empujaba constantemente al Señor a ejecutar en todo la voluntad del Padre, a someterse a cuanto fuera preciso para cumplir la voluntad del Padre, para hacer todo lo que fuera de su agrado, para llevar a cabo la redención de la humanidad.

Este espíritu es en Cristo y en nosotros, miembros de la Cabeza, el espíritu de amor al Padre, de celo por la honra de Dios y la salvación de las almas, de amor a la humildad, a la pobreza, a la obediencia, al retiro, a la oración, al dolor, al sacrificio. Es el interno impulso, el eficaz deseo de pensar y vivir en el sentido de las ocho Bienaventuranzas, en conformidad con el Sermón de la Montaña, de alegrarse solamente en Dios, de ser tenido en poco ante el mundo, de ser despreciado y preterido por él. Es el deseo de llevar una vida de renuncia, de desasimiento, de completa unión con Dios y con Cristo. ¡Sólo Dios, su voluntad y su honra! «El mundo no puede recibir este Espíritu, porque no lo ve ni lo conoce» (Joh. 14, i7).

3. «El Espíritu del Señor llenó el orbe de la tierra. Aleluya» (Introito). Éste es el gozoso mensaje del día de Pentecostés. ¡Lejos, pues, con el propio espíritu, con el espíritu humano, con la mentalidad puramente natural y terrena! El Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, quiere poseernos, enseñarnos, empujarnos, conducirnos. Quiere llenarnos con los tesoros de su Luz. Quiere crear en, nuestra voluntad el sentido de la nobleza cristiana, la elasticidad, la estabilidad y amplitud, que necesitamos para una vida verdaderamente santa. Quiere eliminar el obstáculo de nuestra propia voluntad y someter a nuestra naturaleza con todos sus apetitos e inclinaciones. Quiere hacernos instrumentos de los designios de Dios acerca de las almas. ¡Qué estúpidos somos, que no queremos abandonar de una vez nuestro falaz espíritu propio! «Ven, Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles.»

«Todos fueron llenados del Espíritu Santo», del Espíritu de Cristo. Los Apóstoles, en Pentecostés; nosotros, en la santa Confirmación; los sacerdotes, el día de su ordenación. El Espíritu de Cristo debe vivir en nosotros. Los cristianos, singularmente los sacerdotes, debemos asimilarnos los grandes pensamientos de Cristo, tal como nos los conservan los Evangelios. Debemos revivir interiormente la profundidad y la fuerza de sus afectos y motivos, plasmarlos en nuestra vida, modelar nuestra personalidad conforme a ellos.

¡Ojalá estuviéramos todavía llenos de fe en la presencia y la asistencia del Espíritu Santo! Si tuviéramos realmente nuestra mirada fija en el Espíritu del Señor, que habita y obra en nosotros, sería- i mos fuertes para vencer nuestro propio espíritu, para llevar una vida .santa, que fuera provechosa y fecunda en nosotros mismos y en los demás., en la santa Iglesia.

Oración.

Haz, Señor, que la infusión del Espíritu Santo purifique nuestros corazones y los fecunde con la íntima aspersión de su rocío. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.

 

3. «Aleluya, aleluya. ¡Oh, qué bueno y suave es tu Espíritu para con nosotros, Señor! Ven, Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor.»

Lava lo que está sucio, Riega lo que está seco, Sana lo que está herido.

Ablanda lo que está áspero, Templa lo que está frío Y haz recto lo torcido.

Concede a los que, fieles, En Ti solo esperamos, Tu sacro Septenario.

       En la recta participación en el sacrificio de la santa Misa alcanzamos por fruto el perdón de nuestros pecados y de la pena debida a los pecados. Con su santísimo Cuerpo derrama también en nuestra alma el Espíritu Santo, como Él mismo nos lo prometió: «No os dejaré huérfanos. Voy y volveré a vosotros, (en la santa Eucaristía: aleluya. Y se alegrará vuestro corazón. Aleluya» (Comunión).

«Se alegrará vuestro corazón.» Una perenne alegría y una incesante acción de gracias a Dios, por las maravillas que ha obrado en nosotros: he aquí la verdadera actitud del cristiano. ¡Estamos redimidos! ¡Ojalá viviéramos mucho más convencidos de esta verdad de lo que en realidad vivimos! El Señor borró nuestros pecados. Nos ama y, como garantía de su perdón y de su amor, infunde en nuestra alma su Espíritu Santo. «Alma mía, alaba al Señor!» «Llénese mi boca con tu alabanza, para que pueda cantarte el Aleluya.»

Suplicámoste, oh Dios misericordioso, te dignes conceder a tu Iglesia la gracia de que, habiendo sido congregada, por el Espíritu Santo, no sea turbada por ninguna incursión enemiga. Por Cristo, Nuestro Señor’. Amén.

 

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2ª MEDITACIÓN

 

La caridad y la humildad, condiciones de Jesús al prometer el Espíritu Santo.

 «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo rogaré al Padre, y os dará otro Paráclito, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad» (Jn 14, 15-17). Al prometer Jesús a sus apóstoles el Espíritu Santo les pide una sola condición: el amor auténtico que se prueba con las obras, con el generoso cumplimiento del divino querer. El Espíritu Santo, Espíritu de amor, no puede ser dado a quien no vive en el amor. Pero a quienes viven en el amor y por lo tanto en gracia, les es asegurado el Espíritu Santo por la promesa infalible de Jesús y por la omnipotencia de su oración. No se trata de un don pasajero limitado al tiempo en que se reciben los sacramentos o en general a un tiempo determinado, sino de un don estable, permanente: en los corazones [de los fieles] habita el Espíritu Santo como en un templo», afirma el Concilio (LG 9). El es el dulce huésped del alma» (Secuencia), y cuanto más crece ésta en gracia, tanto más se complace el Espíritu Santo en habitar en ella y en obrar en ella para llevar a cabo su santificación.

El Espíritu Santo está en el hombre para plasmarlo a imagen de Cristo, para solicitarlo al cumplimiento de la voluntad de Dios, para sostenerlo en la lucha contra el mal y ayudarlo en el conseguimiento del bien. El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza» (Rm 8, 26) y haciendo suya nuestra causa aboga por nosotros con gemidos inenarrables” (ib.) ante el Padre. Si los bautizados tienen un abogado tan poderoso y un sostén tan valedero, ¿cómo es que los que llegan a la santidad son tan pocos?

 Es el tremendo misterio de la libertad del hombre y al mismo tiempo de su responsabilidad. Dios que ha creado al hombre libre, no lo santifica contra su voluntad. Si el cristiano no se santifica, es únicamente porque no deja campo libre en sí a la acción del Espíritu Santo, sino que la impide con sus pecados, con su falta de docilidad y de generosidad. Si usase su libertad para abrirse completamente a la invasión del Espíritu Paráclito y para someterse en todo a su influjo, él lo tomaría bajo su guía y lo santificaría Es necesario pues, orar Con la Iglesia:«Ven Espíritu divino lava las manchas, riega la tierra en sequía, doma el Espíritu indómito infunde calor de vida en el hielo (Secuencia).

Oh Espíritu Santo Paráclito, lleva a su perfección en nosotros la obra comenzada por Jesús; fortalece y haz continua la oración que hacemos en nombre del mundo entero; oración continua de de conversión y diálogo con el Espíritu, que a la vez que nos lleva y apresura para cada uno de nosotros el tiempo de una profunda vida interior, da ardor a nuestro apostolado de oración y sacrificio y santidad que desea llegar a todos los hombres y a todos los pueblos, redimidos todos por la sangre de Cristo.

Y siendo heredad suya, mortifica en nosotros nuestra natural presunción y elévanos a la regiones de la santa humildad, del verdadero temor de Dios, del impulso generoso. Que ninguna atadura terrena nos impida hacer honor a nuestra vocación- que ningún interés mortifique, por pereza nuestra, las exigencias de la santidad; que ningún cálculo humano reduzca a la angostura de los pequeños egoísmos los espacios inmensos de ¡a caridad fraterna. Que todo sea grande en nosotros la búsqueda y el culto de la Verdad, la prontitud para el sacrificio hasta la cruz y la muerte; y que todo, finalmente corresponda a la última oración del Hijo al Padre celestial y a aquella efusión tuya, oh Espíritu de amor, que el Padre y el Hijo desean para la Iglesia y sus Instituciones para los pueblos y para cada una de las almas. (JUAN Xxiii, Breviario)

 

 

Perspectiva. Éste es el verdadero cristiano, que ha vivido realmente la Pascua y Pentecostés.  «Y no sólo de esto, sino que también nos gloriamos de nuestras tribulaciones, pues sabemos que la tribulación engendra la paciencia; y la paciencia, la prueba; y la prueba, la esperanza. Pero la esperanza no engaña.» Éste es el verdadero cristiano, que ha vivido realmente la Pascua y Pentecostés. Se alegra en las dificultades y tribulaciones de la vida. Sabe que la tribulación le ofrece ocasión de ejercitar la paciencia. En la paciencia se conserva, se profundiza y fortalece su virtud. La virtud fortalecida engendra la esperanza, la cual no engaña. Alegría en las tribulaciones y dolores de esta vida: he aquí el tercer fruto de la justificación, que nos han obrado la pasión y muerte de Cristo, la Pascua y el santo Bautismo. Sabemos que los dolores causan nuestra eterna felicidad. El incrédulo, el no cristiano es pesimista. Huye del dolor, lo teme, lo evita. Nosotros, en cambio, nos alegramos, cuando tenemos que sufrir. No vemos en el dolor un mal: es el camino para la gloria eterna. Encierra en su seno para nosotros la salvación eterna.

 

Seguridad. «La esperanza no engaña: pues la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado.» Estamos seguros de lo que esperamos. ¿De dónde procede esta seguridad? Del amor de Dios hacia nosotros. Éste es el dulce secreto del cristiano. Somos amados por Dios, somos amados divinamente. El Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre en el Espíritu Santo. Este Espíritu Santo es el Amor con el cual y en el cual se ama Dios a sí mismo: es la dulce dicha de la Divinidad. Y este su Amor no se lo reserva para sí solo. Lo derrama también sobre nuestra alma; como un bálsamo salvador, confortante, regenerador.

En el Espíritu Santo amamos a Dios como conviene a Él y ,a nosotros, con el mismo Amor con que Él se ama. Por el Espíritu Santo, que poseemos, devolvemos a Dios el beso de su paternal Amor. ¿Podrá, pues, engañarnos nuestra esperanza, desde el momento en que Dios contempla en nosotros el, rostro del Espíritu Santo, por el cual se ama a sí mismo en nosotros? ¿O no se realizará su promesa: «Como me amó el Padre a mí, así os amaré yo a vosotros?» (Jo. 15, 9.)

Tal es el jubiloso convencimiento de la sagrada liturgia: «La Esperanza no nos engaña: pues la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado.»

 

3. Esto son los magníficos dones del tiempo pascual, que hoy terminamos. Estamos redimidos, justificados, reconciliados con Dios, en paz con Él. Poseemos la Gracia Santificante y la vida divina. Alegrémonos, pues, de las tribulaciones, pues ellas nos purifican y nos unen con el Crucificado y Resucitado, y nos dan la Esperanza en la gloria de los hijos de Dios en el cielo. Por encima de todo esto, llevamos en nosotros mismos la infalible garantía de lo que esperamos: al Espíritu Santo, al mismo amor divino en persona. ¿No debemos, pues, alegrarnos? ¿No debemos tener confianza? ¿No somos ricos, aun humanamente, en Cristo y en su Iglesia?

«La Caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones, aleluya, por su Espíritu, que habita en nosotros, aleluya, aleluya. Alma mía, bendice al Señor: y, todo lo que hay en mi, alabe su santo Nombre» (Introito).

El tiempo pascual termina con el sacrificio de hoy.

Suplicámoste, Señor, derrames benignamente en nuestras almas el Espíritu Santo, con cuya Sabiduría hemos sido creados y cuya Providencia nos gobierna.

Suplicámoste, Señor, nos inflame el Espíritu Santo con aquel fuego que envió a la tierra Nuestro Señor Jesucristo y con el cual quiso que ardiera vorazmente, Por el mismo Cristo, Nuestro Señor. Amén.

 

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RETIROS ESPIRITUALES DE ESPÍRITU SANTO

 

 “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu, pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”…

 

Vamos a ver, Señor, con todo respeto: es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres ¿es que Tú no nos lo has enseñado todo? pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión:“Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer.” ¿Para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres Tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad?       ¿Por qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente?

Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, qué más pueden pedir y tener…Y Tú erre que erre que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, pues qué más queda que aprender; que Él nos llevará hasta la verdad completa; ¿es que Tú no puedes? ¿No nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho? ¿No eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho y hecho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” ¡A ver, qué más se puede hacer…!

       Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; vino hecho llama, hecho experiencia de amor; vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”, pero hecho llama de amor viva, no signo externo, hecho fuego apostólico, hecho experiencia de su mismo amor, del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Resucitado, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar por apariciones y conceptos recibidos desde fuera, aunque vengan del mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede meter en el espíritu, en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno, hecho experiencia viva de Dios ¡Experiencia de Dios! He aquí la mayor necesidad de la Iglesia de todos los tiempos. La pobreza mística, la pobreza de experiencia de Dios que nos convierte no en meros predicadores, sino en testigos de lo que predicamos y hacemos, he ahí la peor pobreza de la Iglesia.

       En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive, por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal a cada uno de nosotros en su mismo Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno queda extasiado, salido de sí mismo porque se sumerge por el Espíritu en el mismo Espíritu y Amor y Esplendores y Amaneceres eternos de luz y de gozo divinos,  y se pierde en Dios; allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, que nos quiere para toda la eternidad, mi vida es más que esta vida, yo soy eternidad y he sido creado por Dios para sumergirme eternamente en su eterna felicidad, y por eso envió al Hijo, y por eso le abandonó en la cruz, nos quiso más que a Él dejando que el Hijo –“me amó y se entrego por mí”-- muriera para que todos nosotros podamos tener la misma vida, el mismo Amor del Padre y del Hijo, su mismo Espíritu, que ya en esta vida por participación en su vida nos hace exclamar: “¡abba!”,papá del alma: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan la vida eterna”.

El Hijo amado que le vio triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la SS Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas…aquí estoy yo para hacer tu voluntad”,  y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor al hombre. Dios existe, Dios existe, es verdad, Dios nos ama, es verdad. Cristo existe y nos ama locamente y está aquí bien cerca de nosotros y es el mismo Verbo del Padre, está en ti, «más íntimo a ti que tú mismo», como dice San Agustín, ahí lo experimentan vivo y amante los que le buscan.

 

LOS APÓSTOLES

 

       Habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.

Y ¿qué pasó? ¿Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros?

Se lo dijo porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados,  no abren las puertas y predican desde el mismo balcón del Cenáculo, y todos entienden su mensaje, aunque hablan diversas lenguas y tienen culturas diversas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y llegamos ellos y todos a “la verdad completa” del cristianismo, a la experiencia de Dios.

       Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos, pero no baja al corazón, a la experiencia; es el Espíritu, el don de “sapientia”, de Sabiduría, el «recta sápere», gustar y sentir y vivir, el que nos da “la verdad completa” de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo. 

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive. Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de técnicas de oración, de respirar de una forma o de otra, nada de tratados y más tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía, teóricos; hay que convertirse y dejarse purificar por el Espíritu, dejarnos transformar en hombres de espíritu, espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino algo más, es vida según el Espíritu, para llegar llenarnos de su mismo amor, sentimientos y vivencias. Y para eso, y perdonad que me ponga un poco pesado, oración, oración y oración.

       Oración ciertamente por  etapas, avanzando en conversión, hasta llegar desde la oración meditativa y reflexiva y afectiva, a la oración contemplativa,  que es oración, pero un poco elevada, donde ya no entra la meditación discursiva de lo que yo pienso y descubro en Cristo y en el evangelio, sino la oración contemplativa, donde es el Espíritu de Cristo el que dice directamente lo que quiere que aprenda dejándome contemplarle, sentirle, comunicarme por amor y en fuego de amor su Palabra. Hasta llegar aquí el camino de siempre: «Lectio», «Meditatio», «Oratio», «Contemplatio»; primero, como he dicho, la meditación, la  oración discursiva, con lectura o sin lectura del evangelio o de otras ayudas, pero siempre dirigida principalmente a la conversión; luego, hay que seguir así ya toda la vida, porque orar, amar y convertirse se conjugan a la vez e igual.

Si me canso de orar, me canso también de convertirme y de amar a Dios sobre todas las cosas;  si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir más a Dios, y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo; ya no es el «Señor» lejano de otros tiempos que dijo, que hizo, sino  Jesús que estás en mí, mi Dios amigo, Tú que estás en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús…, y la meditación se convierte en diálogo afectivo, y de aquí, si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar, en cuanto me siento delante de Él, ante el Sagrario, me está diciendo: esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio… y me convierto o no me convierto, que es lo mismo que decir: o amo o dejo de amar: que es lo mismo que decir: o dejo o no dejo la  oración como trato directo, diario y permanente, de tú a tú con el Señor y aquí está la razón última y primera de todas las distracciones y pesadez y cansancio y abandonos de la oración y meditación, y que muchos quieren resolver con recursos y técnicas.

Dejamos la oración personal y el trato directo con el Señor, porque no soporto verme siempre con los mismos defectos, que Cristo me señale con el dedo cuando estoy ante el Sagrario; sin embargo puedo seguir estudiando y conociéndole en el estudio teológico y predicando y haré ciertamente apostolado, pero profesional, porque no lo hago en el Espíritu de Cristo; y sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo; soy predicador de Cristo y su evangelio, pero no soy testigo de lo que predico o celebro.

Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice San Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro permanente, vivo y espiritual con Dios.  Y esta es la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde San Juan, Pablo, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, hasta Sor Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirán. Leamos sus vidas y escritos.

En mi libro, La Eucaristía, la mejor escuela de oración, santidad y apostolado (Edibesa, Madrid 2000), hago precisamente un detallado tratado de oración viva, de vida cristiana, de apostolado, de ahí el título, pero vivo, no teórico. Me gustaría que lo leyerais. Es tercera edición, corregida y aumentada, como se dice vulgarmente.

       Necesitamos la venida del Espíritu sobre nosotros, necesitamos Pentecostés. Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive; es más, al no vivirse, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

       Queridos hermanos,  la peor pobreza de la Iglesia, como ya he dicho, será siempre la pobreza de vida mística; es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta venida de Pentecostés para quedar curada, necesita del fuego y la unción del Espíritu Santo para perder los miedos, para amar a Dios total y plenamente.

Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno, pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu. Nos lo dice San Ireneo: «gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei» (LITURGIA DE LAS HORAS, Segunda Lectura, 28 junio, día de su fiesta). 

       Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia. “Le conoceréis porque permanece en vosotros”, ésta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera sólo por la fe.

       La Carta Apostólica de Juan Pablo II Novo millennio ineunte, para mí lo mejor y de lo mejor que se ha escrito sobre apostolado, es un reclamo, desde la primera línea de la necesidad de la oración. Es una carta dirigida al apostolado que la Iglesia tiene que hacer al empezar el nuevo milenio. Pero la carta va toda ella cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios: Meta de todo apostolado: la unión perfecta con Dios, es decir, la santidad; el camino, la oración, la oración, la oración; hagan escuelas de oración en las parroquias, oren antes todos los apóstoles, el programa ya está hecho, es el de siempre:

       «No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz».

«En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad... Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad?»

Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe, no se trata de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de verdad completa, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu. La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el bautismo del Espíritu Santo.      

       En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va  a espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos porque vive en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: “abba”, padre, “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

       Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Ireneo: «mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo».

El cristiano es un hombre a quien el Espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos el fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, “borrachos”, como admiten tranquilamente los Padres, pero borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

Y un autor moderno dice: «Es el momento más hermoso en la vida de una criatura: sentirse amada personalmente por Dios, sentirse como transportada en el seno de la Trinidad y hallarse en medio del vértice de amor que corre entre el Padre y el Hijo, involucrada en él,  partícipe de su «apasionado amor» por el mundo. Y todo esto en un instante, sin necesidad de palabras ni de reflexión alguna».

«Maravillosa condescendencia del creador hacia la criatura, gracia insigne, benevolencia inconcebible, motivo de confianza en el creador para la criatura, dulce cercanía, delicia de una buena conciencia: el hombre llega a encontrarse, de algún modo, cogido en el abrazo y el beso del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo; unido a Dios con el mismo amor que une entre sí al Padre y al Hijo, santificado en aquel que es la santidad misma de ambos. Gozar de un bien tan grande, tener la suave experiencia de Él, dentro de lo que cabe en esta miserable y falsa existencia: esto es conocer la verdadera vida».

       «Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios,  la vivencia es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (Cfr.1 Jn 4,16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar» (ANTONIO LÓPEZ BAEZA, Un Dios locamente enamorado de ti, Sal Terrae, págs. 63-5).

       Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés y nos es tan necesaria una experiencia viva y transformadora del amor de Dios ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo.

El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice San Juan de la Cruz:

«En lo cual es de saber que, antes que este divino fuego de amor se introduzca y se una en la sustancia de el alma por acabada perfecta purgación y pureza, esta llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma, gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos, y ésta es la operación de el Espíritu Santo en la cual la dispone para la divina unión y transformación de amor en Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une con el alma glorificándola es el que antes la embiste purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto, que pueda entrar en él y transformarle en sí» (Ll 1, 19).

La peor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística y espiritual, la pobreza de Espíritu Santo

Y la razón ya la he dicho: Si Cristo les dice a los Apóstoles que es necesario que Él se marche para que el Espíritu Santo venga y remate y lleve a término la  tarea comenzada por su pasión, muerte y resurrección, y que, si el Espíritu no viene, no habrá “verdad completa”, la cosa está clara: sin Espíritu Santo, sin vida en el Espíritu, la Iglesia no puede  cumplir su misión y los cristianos no llegamos a lo que Dios ha soñado para cada uno de nosotros.

La mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Más grave lógicamente en los seminarios y noviciados o casas de formación, porque de ahí tienen que salir los directores de apostolado y vida cristiana.

Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el mismo sacerdote, como para el apostolado y la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia. Y estoy hablando no de éste o aquel seminario u Obispo, que es el responsable de su seminario, yo me estoy refiriendo a todos los seminarios y a todos los sacerdotes y a todos los Obispos. Y esta doctrina no es mía, sino del Papa, que así se lo recuerda en su liturgia de Ordenación y carta de nombramiento, y la responsabilidad  viene del Señor. Basta leer la Exhortación Pastoral Postsinodal de Juan Pablo II «Pastores dabo vobis».

Allí se nos dice que todos somos responsables y todos tenemos que formar hombres de oración encendida de amor a Cristo y a los hermanos. Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes.

Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato frecuente, personal y afectuoso con los seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores.

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son los obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Y luego se le nota, porque les sale del alma.

Aquí se lo juega todo la Iglesia, la diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes debe ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que ser algo que le salga del corazón, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor a Cristo; ahí es donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona; o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo.

Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo. De otra forma, se olvida o no se acierta.

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razón, en definitiva, de nuestro apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristiana, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

¿La deseamos? ¿Está presente en nuestras vidas y apostolado? Para mí que estas realidades divinas sólo se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino de esta unión es la oración, la oración y la oración personal en conversión permanente, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia, en la Eucaristía, hasta llegar a estos grados de unión y amor divinos.

Dios nos conceda, pidamos tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas del mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sacerdocio como profesión, no como misión, en lugar y en la persona de Cristo; habrá acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero sin Pentecostés, porque allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo.

 Y para todo esto, para hacer el apostolado de Cristo, hay que seguir su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el“estar con Él” es condición indispensable para “enviarlos a predicar” para hacer el apostolado en el nombre y espíritu de Cristo.

 

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TRANSFORMADOS EN LA IMAGEN DE CRISTO POR EL ESPÍRITU


«Oh Espíritu Santo, refleja en nosotros, como en un espejo, la gloria del Señor Jesús, para que seamos transformados en su imagen»(2 Cr 3, 18).


1.—El Concilio Vaticano II eseña que la «santidad de la Iglesia se manifiesta... en los frutos de gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles» (LG 39). Entre ellos, el más excelente, al cual todos los demás van ordenados, es la conformidad con Cristo.

La Encíclica Mystici Corporis lo dice expresamente: <<el Espíritu Santo ha sido comunicado a la Iglesia... para que cada uno de sus miembros, día a día, se vaya haciendo más semejante al Redentor>>.

Todos los elegidos son por Dios «predestinados para ser conformes a la imagen de su Hijo» (Rm 8, 29); nosotros seremos santos según la medida de nuestra semejanza con Cristo. Y el Espíritu Santo nos ha sido dado precisamente para que esculpa en nosotros los rasgos de esta divina semejanza, haciéndonos «de día en día más semejantes al Redentor». ¡Oh!, sería menester realmente que no pasase un solo día en que esta divina semejanza no aumentase en nosotros.

Esta verdad llegó a impresionar profundamente a Sor Isabel de la Trinidad, que rogaba al Espíritu Santo le diese «una humanidad de complemento, en la cual Jesús pudiese renovar su misterio» (Elevación a la Trinidad).

Si Jesús es el modelo al cual debemos asemejamos, no es presunción aspirar a asemejamos a él de tal modo que nuestra vida sea una «prolongación» de la suya y él pueda continuar en nosotros su incesante obra de adoración y glorificación de! padre y de redención de los hombres.

Nosotros somos incapaces de llegar a una conformidad tan perfecta con Cristo, pero el Espíritu Santo está en nosotros para realizarla. Jesús es el Santo por excelencia; para hacernos semejantes a él el Espíritu Santo nos comunica inicialmente la santidad de Cristo difundiendo en nosotros la gracia, la cual debe después penetrar de tal modo nuestro ser, nuestra actividad, nuestra vida, que haga de cada uno de nosotros un «alter Christus».

Y tengamos presente que la gracia difundida en nosotros por. el Espíritu Santo es idéntica, en su naturaleza, a la que santifica el alma de Jesús; pues aunque a nosotros nos sea dada en medida infinitamente inferior mientras qué Jesucristo Ja posee «sin medida», se trata sin embargo del mismo germen, del mismo principio de santidad. He aquí por qué el pleno desarrollo de la gracia puede llevar efectivamente a los bautizados a la semejanza con Cristo hasta transformarlos en su misma imagen, «como movidos por el Espíritu del Señor» (2 Gr 3, 18).


2. — «Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos transformamos en la misma imagen de gloria en gloria, como movidos por el Espíritu del Señor» (2 Gr 3, 18). En su condición de hijos de Dios, los bautizados reflejan en sí mismos la «gloria» de Cristo, es decir, la gracia de su «filiación».

 Esto puede llegar a realizarse con tal perfección <<a cara descubierta», esto es, sin velo alguno— que sean transformados «en la misma imagen» del Señor por acción de su Espíritu que habita en los creyentes. El ideal de la perfecta conformidad con Cristo es tan sublime que sobrepasa inmensamente la capacidad del hombre y sería locura pensar que lo puede conseguir con sus propias fuerzas; sin embargo lo puede alcanzar por el poder del Espíritu Santo «que nos ha sido dado» (Rm 5. 5) y permanece siempre con nosotros para sostener nuestra debilidad.

El Espíritu Santo impulsa desde dentro el deseo de imitar a Cristo, de asemejamos a sus sentimientos y a su vida; infunde energías sobrenaturales, sostiene la buena voluntad del hombre y la refuerza con su divina potencia. El, que guió a Jesús en el cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre, guía al cristiano por el mismo camino. Lo ilumina acerca del querer divino, se lo hace apreciar como el mayor tesoro y se lo hace amar como el bien más grande, pues sólo en la voluntad de Dios encontrará su santificación y podrá hacerse semejante a Cristo.

La voluntad divina debe ser para el cristiano, como lo fue para Jesús, su comida y su bebida, de manera que no exista ya en el alma «cosa alguna contraria a la voluntad divina, sino que todos sus movimientos sean en todo y por todo solamente voluntad de Dios» (San Juan de la Cruz, Subida, 1, 11, 2).

Todo esto desea realizar en el bautizado el Espíritu Santo, a continuación de que el alma se abra con toda docilidad a la acción de su gracia.

 

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VIGILIA DE PENTECOSTES : EL CAMINO DE LA CRUZ

 

«Ven, oh Espíritu Santo, consolador perfecto… descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, gozo que enjuga las lágrimas» (Secuencia).

 

1.  «También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza estamos salvos» (Rm 8, 23-24): Aunque redimido por Cristo, el hombre mientras vive aquí abajo o consigue una redención completa y definitiva; como dice el Apóstol, es salvado en la esperanza.

Por otra parte, su cuerpo no está aún glorificado como el cuerpo de Cristo, y por los límites propios de la materia y los defectos de la naturaleza herida por el pecado, es causa de continuas luchas y tribulaciones. De aquí se deriva el estado de sufrimiento que acompaña a toda la existencia humana; es la tarea penosa de su regeneración que, comenzada con el bautismo, se va cumpliendo día tras día bajo la guía del Espíritu Santo, de quien ha recibido las «primicias».

Por eso aun en medio del sufrimiento, el cristiano no puede ser pesimista: no es vana su esperanza ni las tribulaciones son inútiles, antes bien, aceptadas por amor de Dios son el gran medio de la regeneración total, de la plena conformidad con Cristo.

El Espíritu Santo no puede hacer al hombre semejante a Cristo ni conducirlo a la santidad si no es por el camino de la cruz. El Concilio Vaticano II afirma: «Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de profesión los que son guiados por el Espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz del Padre... siguen a Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su gloria» (LG 41). No hay para elcristiano otra forma de santidad que lo haga participar de la gloria de Cristo, sino la que le hace participar de u cruz.

A esta santidad es «movido» por el Espíritu Santo, que, encendiendo en su corazón el amor a Cristo, le hace comprender el valor del sufrimiento que le asemeja a él. No se podrá jamás llegar a la profundidad de la vida espiritual, si no es viviendo en la propia carne el misterio de la cruz.

Santa Teresa de Jesús enseña que aun las más sublimes gracias contemplativas, en que domina la acción del Espíritu Santo, se conceden a las almas precisamente para hacerlas más capaces de llevar la cruz. «Porque —dice la Santa— no nos puede Su Majestad hacérnosle mayor (favor) que es darnos vida que sea imitando a la que vivió su Hijo tan amado...y así tengo yo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza... para poderle imitar en el mucho padecer» (Moradas, VII, 4, 4).


2.— «Ven, ¡oh Espíritu Santo!..., vacío está el hombre si tú le faltas por dentro» (Secuencia). Una de las circunstancias en que el hombre echa de ver mejor su incapacidad y su nulidad es la del sufrimiento profundo. Es necesario que el Espíritu Santo le infunda fortaleza para hacerle capaz de llevar con serenidad ciertas cruces que desde un punto de vista humano, no hacen esperar alivio.

«El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza» —dice San Pablo— y «el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inenarrables» (Rm 8, 26). El se hace oración del cristiano, ruega con él y por él aunándolo e el misterio de una súplica a la cual el Padre no puede resistir. Cuando bajo el peso del sufrimiento el hombre se siente incapaz de orar, le queda un recurso: unirse al gemido secreto que, desde el fondo de su corazón, el Espíritu Santo eleva al Padre, y repetir en él y por él — la oración de Cristo: «iAbba, Padre!... no sea lo que y quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14, 36).

Pero hay además en el itinerario de la vida espiritual otros sufrimientos causados por la acción misma del Espíritu Santo, que purifica así las almas para disponerlas a una mayor intimidad y unión con Dios. Por más que el
hombre trate de negar su propia voluntad para conformarse a la de Dios, de despojarse del hombre viejo y de todas sus perversas tendencias para revestirse de Cristo, no llegará jamás por sí solo a un desasimiento y a una abnegación total.

El Espíritu Santo sale al encuentro de su buena voluntad sometiéndole a pruebas exteriores e interiores. El Espíritu Santo —dice San Juan de la Cruz— con su «amorosa llama divina.., está hiriendo en el alma, gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos; y ésta es la operación del Espíritu Santo, en la cual la dispone para la divina unión y transformación de amor en Dios» (Llama 1, 19).

Es imposible que esto se realice sin sufrimiento, que puede llegar a ser muy intenso, pero será siempre saludable,  porque, aceptado con generosidad, lleva a término la purificación del hombre y lo dispone para ser invadido plenamente por la gracia. Al hombre no le queda otra cosa que dejarse conducir y abandonarse con confianza a la acción del Espíritu que lo prueba y lo aflige, no para atormentarlo, sino para introducirlo finalmente «en la libertad.., de los hijos de Dios) (Rm 8, 21). Libertad de adherir a Dios, de entrar en comunión con él para formar «con él un solo espíritu» (1 Cr 6, 17).


<<¡Oh Espíritu de verdad! Hazme conocer a tu Verbo, enséñame a recordar todo lo que él ha dicho, ilumíname, guíame, hazme conforme a Jesús, un «alter Christus», comunicándome virtudes, en particular: su humildad, su obediencia; hazme participante de su obra redentora deseando amar la cruz.

Oh Fuego consumidor, Amor divino en persona! Inflámame, quémame consúmeme, destruye mi yo, transfórmame toda en amor; hazme llegar a la nada para poseer el Todo; hazme llegar a la cumbre del «Monte» en donde sólo mora la gloria de Dios, en donde todo es «paz y gozo» del Espíritu Santo. Que yo alcance en la tierra —a través del sufrimiento y de la contemplación amorosa— la unión más íntima con la Santísima Trinidad, en la espera de llegar a contemplarla sin velos allá arriba en el cielo, en la paz, en la alegría, en la seguridad del banquete eterno. (SOR CARMELA DEL ESPIR1TU SANTO, Escritos inéditos).

 

<<¿A dónde iré, Dios mío, y a quién recurriré si me alejo de tu Espíritu? ¿Por ventura no es tu espíritu, Señor, descanso en las fatigas, alivio en el llanto, el mejor consolador en cualquier angustia y tribulación?... Tú, Espíritu Santo, has dicho que para los que aman a Dios todas las cosas se convierten en bien; aviva, pues, mi fe y hazme creer efectivamente en esta conso(adora promesa de la cual brota la esperanza.

No te pido que me libres de la tribulación, sino que me la cambies en ejercicio de verdadera virtud y en .aumento de santo amor... Hazme sentir, oh dulce Huésped del alma, tu benéfica presencia, pues prometiste estar con tu siervo fiel cuando sufre: Cum ipso sum in tribulatione (Ps. 90, 15)...

Te pido dulce y tranquila paciencia con la fortaleza necesaria para sufrir sin culpa, sin quejas, sin abatimiento de espíritu, sino más bien con paz serena y con mérito. Esperando con firme confianza los consoladores efectos de tu infinita bondad, descanso en paz bajo tus alas y en tus manos encomiendo mi espíritu, mi cuerpo y todas mis cosas, para que en mí se cumpla siempre tu voluntad. (8. HELENA GUERRA, Invocazioni e preghiere alto Spirito Santo, pp. 46-48).

 

En espera de la fiesta de Pentecostés la Liturgia invoca al Espíritu Santo para que venga a purificar los corazones de los fieles (Misal Romano. Oración sobre is ofrendas).

Sólo el Espíritu Santo podrá apartar todos los obstáculos —apego a la propia voluntad, egoísmos, caprichos— que impiden a la gracia de adopción calar hondamente en la vida del cristiano; y así su espíritu totalmente puro, podrá recibir «cara a cara» la irradiación de la gloria de Cristo y ser transformado en su imagen.

 

<<¡Amadísimo Jesús mío! Deseo seguir en unión contigo la regla del amor, la regla de la voluntad de Dios por la cual pueda renovarse y transcurrir en ti toda mi vida. Ponla bajo la custodia de tu Santo Espíritu, a fin de que en todo tiempo esté pronta a la observancia de tus mandamientos y de todas mis obligaciones.

Yo no soy más que un pobre tallo plantado por ti, de mi cosecha soy nada y menos que nada, pero tú puedes fácilmente hacerme florecer en la abundancia de tu Espíritu. ¿Qué soy yo, Dios mío, vida del alma mía? ¡Ah, cuán lejos estoy de ti! Soy como una brizna de polvo que el viento levanta y disperse. Ahora bien, en virtud de tu caridad, el fuerte viento de tu amor omnipotente, por ‘el soplo del Espíritu Santo, me lance a ti con tanto ímpetu, a merced de tu providencia, que comience de verdad a morir a mí misma para vivir solamente en ti, dulce amor mío.

¡Oh dulce amor mío! Haz que yo me pierda en ti; que me abandone completamente en ti, hasta el punto de que no quede en mí ningún vestigio, exactamente como sucede en un granito indivisible de polvo que desaparece sin notarse. Transfiéreme tan totalmente en el cariño de tu amor, que en ti sea aniquilada toda imperfección mía, y ya no tenga en adelante vida alguna fuera de ti>>. (STA. GERTRUDIS, Ejercicios, 4).

 

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RETIRO A CARMELITAS DE DON BENITO

 

ALMAS DE ORACIÓN

 

TIEMPO PASCUAL: SEXTA SEMANA.


Es necesario orar.


2. «Mucho puede la oración del justo. Elías era un hombre como nosotros, sujeto al dolor. Sin embargo, cuanclo-oró con fervor, para que no lloviese sobre la tierra, no llovió, más por espacio de tres años y seis meses. Después, volvió a suplicar de \‘ nuevo: y el cielo :dió su lluvia y la tierra produjo su fruto» (Epístola). ¡Tan grande es la fuerza y fecundidad de la perseverante y fervorosa oración de Elías, del justo! Una confirmación de la promesa del Señor: «Pedid y recibiréis.» ¿Cuál no será, pues, la fuerza y eficacia de la oración de la \i Iglesia? ¿Qué poder no tendrán ante Dios las manos de los santos del cielo y de las almas puras y ( santas de la tierra, levantadas todas juntas hacia ‘1 el Padre? La Iglesia ora, con perseverancia, con fervor, sin interrupción, en sus sacerdotes, en sus órdenes religiosas, en sus santos, en María, la omnipotente Medianera, en su Cabeza, Cristo, el Señor. Cristo está, ante el Padre, en el sagrario, , «orando e intercediendo constantemente por nos(1 otros» (Hebr. 7, 25). Unámonos, pues, a la oración
de la Iglesia y también en nosotros se cumplirá la promesa del Señor: «Pedid, y recibiréis.» Tengamos fe en la fuerza de la oración de la Iglesia, en cuya comunidad nos encontramos y oramos. Creamos igualmente en la fuerza de nuestra oración, que es apoyada y completada por la oración de los . muchos hermanos y hermanas en Cristo, hermanos santos y amadores de Dios. ¡Qué tesoro debe ser para nosotros la oración! ¡Cómo debemos apreciarla y amarla! «Pedid, y recibiréis.» Lo que hoy necesita y busca la Iglesia son sobre todo almas de oración. Todos estamos sujetos a la ley de interceder los unos por los otros. Dios quiere la salvación de todos los hombres. Pero precisa que también ellos lo quieran y obren en consecuencia. Más aún. Es preciso que lo quieran también los demás y que cooperen con ellos. Cada uno es dueño de su destino: pero también es cierto que todos somos dueños del destino de cada uno de los hombres. Todos decidimos la suerte final — salvación o condenación — de nuestros prójimos. En el mundo físico no puede variar de posición ni el más insignificante átomo sin que, al mismo tiempo, afecte y haga cambiar de posición a todos los demás átomos. Lo mismo acontece en el mundo moral y religioso. En virtud de nuestra incorporación con Cristo, con la vid, todos somos solidarios de los demás sarmientos, crecemos al mismo tiempo. Por eso, todos podemos y tenemos necesariamente que impedirnos o ayudarnos los unos a los otros. No cabe la neutralidad. Por consiguiente, puede decirse que, hasta cierto. punto, está en nuestra mano el decidir de la salvación o condenación eterna de los demás, de cada uno de los demás. Somos llamados, no sólo a salvarnos a nosotros mismos, sino también a cooperar a la salvación de todos los demás. Por medio de nuestro ejemplo. Por medio de nuestra oración. De nosotros, de nuestras ¡ oraciónes depende el que Dios no castigue a los pueblos, como éstos merecen. ¡Con qué violencia claman venganza al cielo los pecados de la humanidad de hoy! ¡Los pecados de incredulidad, de / olvido de Dios, de ódio a Dios, de blasfemia contraL Cristo y su Iglesia! ¡El pecado de odio entre los pueblos y clases, los pecados del capitalismo, del materialismo, de la carne! Aunque no haya más que cinco justos en Sodoma y oren, Dios se apiacará. Por eso, la Epístola de hoy nos exhorta con estas palabras: «Orad los unos por los otros, para salvaros. Sí alguien de vosotros se apartare de la verdad y otro le convirtiere (con su oración), este tal debe saber que, quien saca a un pecador de su errado camino, salva su alma.» ¡Salvar almas! En virtud de la oración. Que las almas se salven: he ahí el gran anhelo de la santa Iglesia, en estos días de Rogativas y siempre. 1sta debe ser tam1)ién nuestra gran preocupación. Oremos, pues, con la misma importunidad del impetuoso pedigüeño del Ivangelio de hoy. «Y si persistiere llamando, el otro se levantará, aunque no sea más que por verse libre de su importunidad, y le dará cuanto necesite.» Nosotros pidañiós también mucho, pidamos \\ con ardor, pidamos con constancia. «Pedid, y reciI)iréis.»

Nosotros pensamos muy poco en las promesas, hechas por el Señor a la oración. Tenemos poca fe en el valor y eficacia de nuestra oración. ¡De ahí la f alta de confianza y de celo por la oración! Y, precisamente, las promesas han sido hechas a los que tengan confianza. «Todo lo que pidiereis en la oración, estad seguros de que lo alcanzaréis y se realizará» (Marc. II, 24). «Al que tiene fe (con- fianza)’, todo le es posible» (Marc. XI, 22).
Nuestra oración será tanto más perfecta y eficaz, cuanto más nos unamos con la comunidad, con la Iglesia. Cuanto más fe tengamos en ella. Cuanto más obedieate y amorosamente nos sometamos a ella. Cuanto más nos identifiquemos con su liturgia, con su sacrificio y con su oración. Entonces, nuestra oración, tendrá todas las condiciones, que debe reunir la verdadera oración: será,humilde, fervorosa, infantil, filial, llena de confianza. ¡Orad con la Iglesia! «Pedid, y recibiréis.» La liturgia de la Misa de hoy asocia esta promesa a la sagrada Comunión. Aquí, nos unimos, lo- más estrechamei-ite posible con Cristo, con la vid, y con los demás sarmientos, con la comunidad de la Iglesia. En este precioso momento, el mismo Cristo, que se nos da en propiedad, ora con nosotros y por nosotros, junto con toda la comunidad (Comiinión), con toda la Iglesia, un-ida vivamente a ]l. Y nosotros oramos con Él y por Él. Aquí, recibiremos. Aquí, encontraremos. Aquí, se nos abrirá. -
 Oración. - , .
Suplicámoste Señor, te dignes’ aceptar paternalmente nuestras súplicas: para que, habiendo recibido tus Dones (la santa Eucaristía) en medio’ de nuestra tribulación, tu consuelo nos haga crecer - en tu santo amor. Por Cristo, Nuestro Señor. Amén.

 

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN(MI LIBRO)

 

(VSTetV¡Todos quedaron llenos del Espíritu Santo!

 

Terminábamos la meditación anterior sumergidos en nuestro Dios Trino y Uno conducidos por el Espíritu Santo, alma y vida de nuestro Dios, desde donde fue enviado por el Padre y el Hijo en el día de Pentecostés; vamos a fundamentar el hecho de Pentecostés, reflexionando sobre el Espíritu Santo en la vida y actividad de Cristo para terminar con el Espíritu Santo, como alma de la Iglesia y vida de todo creyente y espíritu de todo apostolado: sin el Espíritu de Cristo no pueden realizarse las acciones de Cristo.

 

1.- El Espíritu Santo en la vida de Cristo: ver Eucarísticas, pag. 422. Esto  mismo lo podemos decir brevemente de otra forma :

En la Anunciación: La persona y la vida de Jesús presuponen la acción del Espíritu Santo: el ángel a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc1,26-38). En Mateo el ángel dice a José: “no temas tomar a María por esposa, porque lo que ha engendrado viene del Espíritu Santo”.

En la visita de María a Isabel, recuerdo siempre en este hecho a Sor Isabel de la Trinidad, porque como ella era tan devota de la SS. Trinidad, se sentía habitada por los Tres….era muy devota de la Virgen en su visitación a santa Isabel….. vemos que el niño Juan salta de gozo en el seno de su madre Isabel “llena de Espíritu Santo”. La voz dulce y llena de suavidad de la Virgen y su visita es para Isabel la venida, el medio por el que le viene comunicado el Espíritu Divino, que le llena totalmente a ella y proclama a María bendita entre todas la mujeres: El mismo Espíritu Santo que ha llenado a María del Verbo de Dios, es el que llena a Isabel  de palabras de alabanza e inspiración a María.

Ana es para Lucas la profetisa y todos sabemos que la pneumatología lucana es profecía, presencia del Espíritu en la voz del profeta y en la predicación de la Palabra, todo profeta está bajo la acción del Espíritu de Dios, y Simeón fue al templo “movido por el Espíritu Santo”.

En el Bautismo de Jesús es más  clara la alusión al Espíritu  en la paloma y por la voz del Padre que le proclama el Amado en su mismo Amor Personal, Espíritu Santo.

Jesús es conducido al desierto por el Espíritu para ser tentado por el demonio que no logra alejarle del mesianismo servidor del Siervo de Yahvé al mesianismo político de poder y dominio,  como El había anunciado en la sinagoga de Carfanaún: “El Espíritu Santo está sobre mí.. él me enviado para evangelizar a los pobres, dar la buena noticia….

Jesús, “lleno de Espíritu Santo” da gracias al Padre por todos los dichos y hechos salvadores que hace con la fuerza del  Espíritu Santo, especialmente con los pequeños. Por eso,  todo pecado será perdonado a los hombres, menos la blasfemia contra el Espíritu Santo, es decir, cerrarse a su venida y acción en nosotros.

Y en el discurso de la Última Cena especifica cuál será el don principal de su Pascua, que nos enviará desde el Padre: “ Yo rogaré al Padre que os dará al Paráclito que permanecerá con vosotros, el Espíritu de la Verdad”. Lo llama por vez primera Paráclito, que significa defensor, abogado, defensor.. “El que me ama a mi será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él…. Os he dicho estás cosas mientras permanezco entre vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho” (Jn 14, 15-30).

       Para Juan el morir de Cristo no es sólo exhalar su último suspiro, sino entregar su Espíritu al Padre, porque tiene que morir; por eso el Padre le resucita entregándole ese mismo Espíritu, Espíritu del Padre y del Hijo que resucita a Jesús, para la vida nueva y la resurrección de los hombres. Por eso en el hecho de la cruz nos encontramos con la revelación más profunda de la Santísima Trinidad y la sangre y el agua de su costado son la eucaristía y el bautismo de esta nueva vida.

       La partida de Jesús es tema característico del cuarto evangelio: “Pero os digo la  verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… muchas cosas me quedan aun por deciros, pero no podéis llevarlas ahora, pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará de lo que vaya recibiendo. El me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer”. (Jn 16,7-16).

       Qué texto más impresionante. Reconozco mi debilidad por Juan y por Pablo. Está clarísimo, desde su resurrección Cristo está ya plenamente en el Padre, no sólo el Verbo, sino el Jesús ya verbalizado totalmente a la derecha del Padre, cordero degollado en el mismo trono de Dios, y desde allí nos envía su Espíritu desde el Padre, Espíritu de resurrección y de vida nueva. Este es el tema preferentemente tratado por Pablo que nos habla siempre “del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”… No se pueden separar Pascua y Pentecostés, porque el envío del Espíritu Santo es la plenitud cristológica, es la pascua completa, la verdad completa con el envío del Espíritu Santo, fruto esencial y total de la Resurrección.  Para esta meditación me voy a quedar con estos textos de Juan y ni  toco el Pentecostés lucano que es principalmente espíritu de unidad de la diversidad de Bábel por el espíritu de profecía, de la palabra, ni el de Pablo que es caridad y carismas: “si por tanto vivimos del Espíritu Santo, caminemos  según el Espíritu” no según la carne, carne y espíritu, naturaleza y gracia.

       Retomo el texto anterior de Juan: “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu, pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”…. Vamos a ver, Señor, con todo respeto: es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres, es que Tú no nos lo has enseñado todo…, pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión:  “Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer….” para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres tú mismo, quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad,  por qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente….Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, qué más pueden pedir y tener…Y Tu erre que erre que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que El nos lo enseñará todo, pues qué más queda que aprender; que El nos llevará hasta la verdad completa….pues es que tú no puedes… no nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho, no eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”. A ver, qué más se puede hacer….

       Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes, vino hecho llama, hecho experiencia de amor, vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón” pero hecho fuego, no palabra o signo externo, hecho llama de amor viva y apostólica, hecho experiencia del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar con conceptos recibidos desde fuera aún por el mismo Cristo y que solo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede por participación meter en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno.

       En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que El es, subsiste y vive, por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal a cada uno de nosotros en su mismo amor Personal de Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno..queda extasiado, salido de sí porque se sumerge y se pierde en Dios; allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura,allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo, allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses, allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al amado, cuando en Getsemání le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, ante el cual el Espíritu del Hijo amado en nosotros nos hace decir en nuestro corazón: abba, papá del alma. El Hijo amado que le vió triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la SS Trinidad: “Padre no quiere ofrendas…”-- Carta a los Hebreos-- y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor al hombre. DIOS EXISTE, DIOS EXISTE, ES VERDAD, DIOS NOS AMA, ES VERDAD. CRISTO EXISTE Y NOS AMA LOCAMENTE Y ESTÁ AQUÍ BIEN CERCA DE NOSOTROS Y ES EL MISMO VERBO DEL PADRE….

 

LOS APÓSTOLES:

 

       Habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar…pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive….Y qué pasó, por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que El rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros….pues que hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados… no abren la puerta y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, vamos, el completo, la verdad completa del cristianismo.

       Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos…es el Espiritu, el don de Sabiduría, el recta sápere, gustar y sentir y vivir… lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo.  Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir la puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive. Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía teóricos.. sino espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino vida según el Espíritu.

       Oración ciertamente en etapas ya un poco elevadas donde ya no entra el discurso, la meditación sino la contemplación. Lectio, Meditatio, Oratio, Contemplatio….. primero oración discursiva, con lectura de evangelio o de lo que sea, pero siempre con conversión; luego, un poco limpio, si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir a Dios, a ver a mi Dios y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo, ya no es el Señor lejano de otros tiempos que dijo, hizo, sino tú, Jesús que estás en mí, que estas en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús que…y es diálogo afectivo no meramente discursivo, y de aquí si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar…Gonzalo esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio… y me convierto o dejo la oración como trato directo y de tù a tú con el Señor, si si si seguiré predicando, diciendo misa…. Pero es muy distinto…. Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice S. Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro vivo espiritual con el Espíritu con Dios.  Y esta es toda la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde S. Juan, Pablo, Juan de Avila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirá. En mi libro LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO hago precisamente un verdadero tratado de oración viva, de vida cristiana, de apostolado, de ahí el título, pero vivo, no teórico. Me gustaría que lo leyerais. Os lo voy a regalar. Es segunda edición pero corregida y aumentada.

       Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive, es más, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

       Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística, así titulo un artículo de mi  libro, es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta Unción para quedar curada, de este fuego para perder los miedos, de este fuego para amar a Dios total y plenamente. Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia : Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con El su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu,  S. Hilario: gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei. 

       Vamos a invocarle al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia…. Le conoceréis porque permanece en vosotros, esta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera solo por la fe. La NMI va toda en este sentido, va cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios: Meta: la Unión perfecta con Dios, es decir, la Santidad, el camino, la oración, la oración, la oración….hagan escuelas oración las parroquias, oren antes todos los apóstoles, el programa ya está hecho, es el de siempre: Cristo, a quien hay que amar y hacer que le amen, eso es el apostolado y el camino, la oración. El apostolado sin oración personal y comunitaria está vacío. Y la acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo están vacías de contenido cristiano, por eso no todas nuestras acciones, aunque sean sacerdotales, son apostolado….  

       Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿recibisteis el E. Santo al aceptar la fe? Fijáos bien en la pregunta, tenían fe…no se trata de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de verdad completa, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu… La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo” No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el bautismo del Espíritu Santo. 

       En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va  espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos por viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: abba, Padre, “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

       Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. El es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Irineo: mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo. El Cristiano es un hombre a quien el espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, «borrachos», como admiten tranquilamente los Padres, pero «borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

       “Es el momento más hermoso en la vida de una criatura: sentirse amada personalmente por Dios, sentirse como transportada en el seno de la Trinidad y hallarse en medio del vértice de amor que corre entre el Padre y el Hijo, involucrada en él,  partícipe de su «apasionado amor» por el mundo. Y todo esto en un instante, sin necesidad de palabras ni de reflexión alguna. «Maravillosa condescendencia del creador hacia la criatura, gracia insigne, benevolencia inconcebible, motivo de confianza en el creador para la criatura, dulce cercanía, delicia de una buena conciencia: el hombre llega a encontrarse, de algún modo, cogido en el abrazo y el beso del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo; unido a Dios con el mismo amor que une entre sí al Padre y al Hijo, santificado en aquel que es la santidad misma de ambos. Gozar de un bien tan grande, tener la suave experiencia de él, dentro de lo que cabe en esta miserable y falsa existencia: esto es conocer la verdadera vida»

       Y un (otro) autor moderno dice: Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios —decía el autor que acabamos de citar—, el sentimiento es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (cfr. 1 Jn 4,16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar.

       Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con El por el amor, convertirnos en llama de amor viva con El hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice S. Juan de la Cruz.

¡Gracias, Espíritu Santo!

 

       Y para terminar, vamos a hacerlo con al anteúltima estrofa del “Veni Creator”: “Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore”. Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo. Este credamus tiene más de fiarse, de creer a,  que creer en. De todas formas esta fe en el Espíritu Santo nos lleva siempre hasta el que es el Amor del Padre y del Hijo, al que es unión, beso de los Tres en Uno. «Haz que creamos en ti, que eres el Espíritu de amor del Padre y del Hijo». El objeto no es una doctrina en la que hay que creer sino una persona en la que hay que confiar y vivir hasta la intimidad de Dios. Esto es lo que hoy tiene que ser y significar para nosotros decir: «¡Creo en el Espíritu Santo!». No sólo creer en la existencia de una tercera Persona en la Trinidad, sino también creer en su presencia en medio de nosotros, en nuestro mismo corazón. Creer en la victoria final del amor. Creer que el Espíritu Santo está conduciendo a la Iglesia hacia la verdad completa. Creer en la unidad completa de todo el género humano, aunque se nos antoje muy lejana y tal vez sólo escatológica, porque es él quien guía la historia y preside el «regreso de todas las cosas a Dios».

 Creer en el Espíritu Santo significa, pues, creer en la Pascua de Cristo, en el sentido de la historia, de la vida, en el cumplimiento de las esperanzas humanas, en la total redención de nuestro cuerpo y  todo el cosmos, porque es El es quien lo sostiene y lo hace gemir, como entre los dolores de un parto.
Creer en el Espíritu Santo significa adorarlo, amarlo, bendecirlo, alabarlo y darle gracias, como queremos hacer ahora, para cerrar este retiro en  que hemos emprendido la aventura de una «inmersión total»en El, de buscar en El por mandato y deseo de Cristo la verdad completa de nuestra fe, cristianismo, sacramentos y existencia, y apostolado por un nuevo bautismo de amor.

 

Gracias, Espíritu Creador, porque transformas continuamente nuestro caos en cosmos; porque has visitado nuestras mentes y has llenado de gracia nuestros corazones.

Gracias porque eres para nosotros el consolador, el don supremo del Padre, el agua viva, el fuego, el amor y la unción espiritual.

Gracias por los infinitos dones y carismas que, como dedo poderoso de Dios, has distribuido entre los hombres; tú, promesa cumplida del Padre y siempre por cumplir.

Gracias por las palabras de fuego que jamás has dejado de poner en la boca de los profetas, los pastores, los misioneros y los orantes.

Gracias por la luz de Cristo que has hecho brillar en nuestras mentes, por su amor que has infundido en nuestros corazones, y la curación que has realizado en nuestro cuerpo enfermo. Gracias por haber estado a nuestro lado en la lucha, por habernos ayudado a vencer al enemigo, o a volver a levantarnos tras la derrota.

Gracias por haber sido nuestro guía en las difíciles decisiones la vida y habernos preservado de la seducción del mal.

Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre y enseñado a gritar:¡Abba!
Gracias porque nos impulsas a proclamar: «Jesús es Señor!».

Gracias por haberte manifestado a la Iglesia de los Padres y a la de nuestros días como el vínculo de unidad entre el Padre y el Hijo,  amor, soplo vital y fragancia de unción divina que el Padre transmite al Hijo, engendrándolo antes de la aurora.
Simplemente porque existes, porque eres el Amor de Dios ahora
y para toda la eternidad, porque nos amas….  Espíritu Santo,  ¡te damos gracias, Señor y Dador de vida!!

(Cantalamessa)

 

 

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VIVENCIA DE MISA: CRISTO, SUMO SACERDOTE en el altar del cielo y tierra.


2.- En el Ofertorio pensemos en la triunfal entrada de Cristo en el santuario del cielo. Esta entrada es, por decirlo así, la subida del Sumo Sacerdote Cristo al altar del cielo, para realizar allí aquel ofertorio, en el cual el mismo Cristo, impulsado por un amor inefable, se entrega al Padre en una substancial y eterna unión con Él (Ofertorio).

En los dones de pan y vino ofrezcamos también nosotros en sacrificio nuestra voluntad, nuestros gustos, nuestra fuerza, nuestras obras: ¡una total consagración a Dios, una reproducción de la ascensión de Cristo, un «Sursum corda» vivido! Poco después, viene la santa Consagración. Aquí, se hace realidad palpable lo prometido en el Evangelio: «Volveré a vosotros.» ¡Qué venida, tan llena de gracia! «Busco tu rostro.» Ahora desciende Cristo al medio de nosotros y se hace un mismo sacrificio en nosotros y con nosotros, en la más profunda y real comunidad de oración y de sacrificio.

Aquí, en la santa Misa, nos inyecta su espíritu, su convicción sacrificial. Del mismo modo que, con su todopoderosa y eficaz Palabra, convierte la substancia del pan en su propio yo, así penetra también en lo más íntimo de nuestro ser, cuando nos dejamos convertir con Él en una misma Hostia, y nos anima con su espíritu y su vida.

De este modo, por la participación inteligente y activa en el sacrificio de la santa Misa, nuestra vida se convierte, cada vez más intensamente, en una visible expresión del Espíritu de Cristo en nosotros.

Celebrando el sacrificio eucarístico en espíritu y en verdad, muriendo y resucitando todos los días con Cristo, en el santo sacrificio de la Misa, nos convertiremos en un vivo e irrefutable testimonio en favor de Cristo, en una personificada confesión de Cristo. «Vosotros daréis testimonio de mí.» Este el sazonado fruto de la pargo: Amar, Padecer. Este es el sazonado fruto de la participación en el sacrificio del altar.

La participación en el sacrificio de la santa Misa coloca al cristiano en abierta oposición, no sólo con el hombre viejo, que lleva en su mismo interior, sino también con el «mundo» exterior, con los enemigos y de Cristo y de la cruz. «Seréis expulsados de las sinagogas. Y viene la hora en la que, todo el que os mate, pensará prestar un servicio a Dios.» La participación en el sacrificio del altar hace al cristiano, no sólo un heroico luchador, para dar testimonio de Cristo, sino también un victorioso triunfador con Cristo.

«Volveré a vosotros», en la sagrada Comunión. «No pido que los saques del mundo», de sus encantos y seducciones, de su odio y sus persecuciones, «sino que los preserves del mal». La gracia, para perseverar; la gracia, para triunfar del mundo del pecado y del infierno: he aquí el más preciado fruto de la participación en el sacrificio y en el banquete sacrificial. «Volveré a vosotros: y vuestro corazón se inundará de júbilo.»

 

1 sIn puede llegar a realizarse con tal perfección —a cara descubierta>’, esto es, sin velo alguno— que sean transformados <‘en la misma imagen» del Señor por . dúo de su Espíritu que habita en los creyentes. El ideal do la perfecta conformidad con Cristo es tan sublime que a)l)repasa inmensamente la capacidad del hombre y serj locura pensar que lo puede conseguir con sus propias fuerzas; sin embargo lo puede alcanzar por el poder del 1 Sj)íritu Santo «que nos ha sido dado’> (Pm 5. 5) y per.. inanoce siempre con nosotros para sostener nuestra debi11dm!. El Espíritu Santo impulsa desde dentro el deseo do imitar a Cristo, de asemejamos a sus sentimientos y a su vida; infunde energías sobrenaturales, sostiene la buena voluntad del hombre y la refuerza con su divina potencia. El, que guió a Jesús en el cumplimiento perfecto de la voluntad del Padre, guía al cristiano por el mismo camino. Lo ilumina acerca del querer divino, se lo hace ¡iprociar como el mayor tesoro y se lo hace amar como el bien más grande, pues sólo en la voluntad de Dios encontrará su santificación y podrá hacerse semejante a Cristo. La voluntad divina debe ser bara el cristiano, corno lo fue para Jesús, su comida y su bebida, de matiara que no exista ya en el alma «cosa alguna contraria a la voluntad divina, sino que todos sus movimientos sean e todo y por todo solamente voluntad de Dios» (San Juan de la Cruz, Subida, 1, 11, 2).

Todo esto desea realizar en el bautizado el Espíritu Santo, 5 continuación de que el alma se abra con toda docilidad a la acción de su gracia.

En espera de la fiesta de Pentecostés la Liturgia voca al Espíritu Santo para que venga a purificar los corazones de los fieles (Misal Romano. Oración sobre s ofrendas). Sólo el Espíritu Santo podrá apartar todos los obstáculos —apego a la propia voluntad, egoísmos, caprichos— que impiden a la gracia de adopción calar hondamente en la vida del cristiano; y así su espíritu totalmente puro, podrá recibir «cara a cara» la irradiac iÓfl de la gloria de Cristo y ser transformado en su ¡magen.

¡Amadísimo Jesús mío! Deseo seguir en unión contigo la regla del amor, la regla de la voluntad de Dios por la cual pueda renovarse y transcurrir en ti toda mi vida. Ponla bajo la custodia de tu Santo Espíritu, a fin de que en todo tiempo esté pronta a la observancia de tus mandamientos y de todas mis obligaciones. Yo no soy más que un pobre tallo plantado por ti, de mi cosecha soy nada y menos que nada, pero tú puedes fácilmente hacerme florecer en la abundancia de tu Espíritu. ¿Qué soy yo, Dios mío, vida del alma mía? ¡Ah, cuán lejos estoy de ti! Soy como una brizna de polvo que el viento levanta y dispersa. Ahora bien, en virtud de tu caridad, el fuerte viento de tu amor omnipotente, por ‘el soplo del Espíritu- Santo, me lance a ti con tanto ímpetu, a merced de- tu providencia, que comience de verdad a morir a mí misma para vivir solamente en ti, dulce amor mío.

ioh dulce amor mío! Haz que yo me pierda en ti; que me abandone completamente en ti, hasta el punto de que no quede en mí ningún vestigio, exactamente como sucede en un granito indivisible de po’vo que desaparece sin notarse. Transfiéreme tan totalmente en el cariño de tu amor, que en ti sea aniquilada toda imperfección mía, y ya no tenga en adelante vida alguna fuera de ti. (STA. GERTRUDIS, Ejercicios, 4).

 

 

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Pentecostés es el cumplimiento de la promesa de Ja. sús: «cuando yo me fuere, os lo enviaré» (Jn 16, 7); es el bautismo anunciado por él antes de subir al cielo: 1 «seréis bautizados en el Espíritu Santo» (Hc 1, 5); corno también el cumplimiento de sus palabras: Si alguno tiene J sed, venga a mí: y beba. El que cree en mí, ríos de agua 1 viva manarán de su seno» (Jn 7, 37-38). Comentando este
último episodio, nota el Evangelista: «Esto dijo del Espí. ritu, que habían de recibir los que creyeran en él, pues aún no había sido dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (ib. 39). No había sido dado n ji su plenitud, pero no quiere decir que el Espíritu faltara a los justos. El Evangelio lo atestigua de Isabel, de Simeón y de otros más. Jesús lo declaró de sus Apóstoles en la vigilia de su muerte: ‘<vosotros le conocéis, porque ( permanece con vosotros» (Jn 14, 17); y más aún en la
r tarde del día de Pascua, cuando apareciéndose a los Once. H en el cenáculo, «soplé y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo» (Jn. 20, 22). El Espíritu Santo es el «don» por excelencia, infinito como infinito es Dios; aunque quien cree en Cristo ya lo posee, puede sin embargo recibirlo y poseerlo cada vez más. La donación del Espíritu Santo los Apóstoles en la tarde de la Resurrección demuestra ese don inefable está estrechamente unido al misterio ascua es el supremo don de Cristo que, habiendo erto y resucitado por la redención de los hombres, tiene el derecho y el poder de concedérselo. La bajada de1 Espíritu en el día de Pentecostés renueva y completa este don, y se realiza no de una manera íntima y privada, como en la tarde de Pascua, sino en forma solemne, con ianstaci0ne5 exteriores y públicas indicando con ello que el don del Espíritu no está reservado a unos pocos privilegiados sino que está destinado a todos los hombres como por todos los hombres murió, resucitó y subió a los cielos Cristo. El misterio pascual culmina por lo tanto no sólo en la Resurrección y en la Ascensión, sino también en el día de Pentecostés que es su acto conclusivo.


2. — Cuando los hombres, impulsados por el orgullo y casi desafiando a Dios, quisieron construir la famosa torre de Babel, no podían entenderse (Gn 11, 1-9; primera lectura de la Misa de la Vigilia). Con la bajada de Espíritu Santo sucedió lo contrario: no confusión de lenguas, sino el «don» de lenguas que permitía una inteligencia recíproca entre los hombres «de cuantas naciones hay bajo el cielo» (Hc 2, 5); ya no más separación, jnO fusión entre gentes de los más diversos pueblos Esta es la obra fundamental del Espíritu Santo: realizar la unidad, hacer de pueblos y de hombres diversos un solo pueblo, el pueblo de Dios fundado en el amor que el divino Paráclito ha venido a derramar en los corazones.
San Pablo recuerda este pensamiento escribiendo a los Corintios: «Todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo, y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu» (1 Cr 12, 13). El divino Paráclito Espíritu de amor, es espíritu y vínculo de UflIÓ los creyentes de los cuales constituye un solo cuerp0 Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Esta obra, zada el día de Pentecostés, está ordenada a renovar i faz de la tierra, como un día renovó el corazón de
Apóstoles, rompiendo su mentalidad todavía ligada al u.
 daísmo, para lanzarlos a la conquista del mundo entero
¡ sin distinción de razas o de religiones. Esta empresa facilitada de manera concreta con el don de las leng5 que permitió a la Iglesia primitiva difundirse con mayor rapidez. Y si con el tiempo ese don ha cesado, fue sus. tituido, y lo es todavía hoy, por otro don no menos Pode. 1 roso para atraer los hombres a! Evangelio y unirles entre sí: e! amor. El lenguaje del amor es comprendido c3j todos: doctos e ignorantes, connacionales y extranjeros,  creyentes e incrédulos. Por eso precisamente tanto la  Iglesia entera como cada uno de los fieles tienen necesidad de que se renueve en ellos Pentecostés. Aunque el Espíritu Santo esté ya presente, hay que continuar pidiendo: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor» (Vers. del aleluya). Pentecostés no es un episodio que se cumplió cincuenta días después de Pascua y ha quedado ya cerrado y concluido; es una realidad siempre actual en la Iglesia. El Espíritu Santo, presente ya en los creyentes j por razón de esta presencia suya en la Iglesia, los hace cada vez más deseosos de recibirlo con mayor plenitud, dilatando él mismo sus corazones para que sean capaces de recibirlo con efusiones cada vez más copiosas.

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndido; luz que penetras las almas, fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el 20der del pecado cuando no envías tu aliento. Riega fa tierra en sequía, sana el corazón enfermo, faya las ,ancha5, infunde calor de vida en el hielo, dorna el espíritu ndómit0, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por w bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito; salva al ue busca salvarse y danos tu eterno gozo. Amén. Aleluya.

(Leccionario, Secuencia).


iOh Espíritu Santo, Amor sustancial del Padre y del Hijo,
increado, que habitas en las almas justas! Ven sobre
,i con un nuevo Pentecostés, trayéndome la abundancia de dones, de tus frutos, de tu gracia y únete a mí como Esposo dulcísimo de mi alma. Yo me consagro a ti totalmente: invádeme, tómame, poséeme toda. Sé luz penetrante que ilumine mi entendimiento, suave moción que atraiga y dirija mi voluntad, energía sobrenatural que dé vigor a mi cuerpo. Completa en mí tu obra de santificación y de amor. Hazme pura, transparente, sencilla, verdadera, libre, pacífica, suave, quieta y serena aun en medio del dolor, ardiente de caridad hacia Dios y hacia el prójimo.

Ven, oh Espíritu vivificante, sobre esta pobre sociedad y renueva la faz de la tierra, preside las nuevas orientaciones, danos tu paz, aquella paz que el mundo no puede dar. Asiste a tu Iglesia, dale santos sacerdotes, fervorosos apóstoles, solicita con suaves invitaciones a las almas buenas, sé dulce tormento a las almas pecadoras, consolador refrigerio a las almas afligidas, fuerza y ayuda a las tentadas, luz a las que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte. (SOR CARMELA DEL ESPIRITU SANTO, Escritos inéditos).

 

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Queridos hermanos, el domingo celebraremos Pentecostés, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos en oración con María? Primero, reunirnos con ella en oración estos días y siempre, todos los días. Luego pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó; y finalmente, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, llenarse de pensamientos y fuerzas para seguir trabajando.

La oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre amor, encuentro, gracia eficaz de unión con Dios, fuerza de su Espíritu para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar, a bautizar, a pastorear las ovejas, pero desde el amor: “Pedro, ¿me amas? ... apacienta a mis ovejas”.

Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Que por este retiro y por la oración que hacemos empiece a estar más intensamente en todos nosotros. Dice Santo Tomas de Aquino: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia… Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida» (I, q 43, a6).

       Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo todos estos días, reunidos con María y la Iglesia, en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “y el viento nadie sabe de donde viene ni a dónde va...”

       Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con María en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo. Primero y siempre orar, orar, orar…

El Espíritu nos ama, es Dios en infinita ternura inclinado sobre el hombre, amándonos con amor gratuito, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Me ama porque me ama, porque me quiere, porque me ha preferido y elegido; si existo es que me ha llamado a compartir una amistad y gozo eterno con Él, con los Tres; es más, aunque todavía no lo comprendo, me ama porque le hace feliz amarme, porque “Dios es Amor”,  algo que nunca comprenderemos hasta que no lleguemos al cielo, Dios es “abba, papá del alma”.

También tenemos que estar dispuestos a que algo cambie en nuestra vida. Ya lo dije antes: la oración en el hombre siempre es conversión a Dios. En positivo, ser hijos en el Hijo amado, en su misma vida que Él nos da, con su mismo Espíritu, qué maravilla, a qué intimidad estamos llamados… Y luego en negativo, porque somos «carne», tienen que luchar espíritu y carne dentro de nosotros, esta es parte importante de la pneumatología paulina, hay que quitar todo lo que nos impida ser hijos en el Hijo, tener los mismos sentimientos de Cristo, vivir su misma entrega al Padre y a los hombres, purificar y quitar lo que nos impida tener su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes de amor y de vida.

       Hay que estar dispuestos a vaciarse para que Él nos llene; nos amamos mucho a nosotros mismos, nos tenemos un cariño muy grande y nos damos un culto idolátrico, de la  mañana a la noche, a veces estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Digo ni Dios, porque suena más fuerte, como a blasfemia.

Queridos hermanos, la verdad es que ha habido temporadas en mi vida en que me he amado así “en la carne”, y por eso me he odiado “en el espíritu”; he sido hombre carnal, que se prefiere a hombre del espíritu, hombre según el Espíritu de Dios. Me duele por no haber amado a Dios con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser. Me he odiado por haberme pasado años y años buscándome a mí mismo como lo primero y a veces, único y lo digo alto y claro; cómo odio ese tiempo, esas conquistas, esos honores buscados, a veces sobre el amor a Dios, ese tiempo perdido para mi Dios, siempre pensando y viviendo para mí mismo, como punto permanente de referencia, tantas acciones, tantas cosas, incluso en las piadosas, hechas en nombre de Dios, pero que no llegaban hasta Dios, porque me buscaba a mi mismo en ellas, precisamente porque me faltaba su Espíritu; porque nunca podré  amar a Dios ni hacer las acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo.

        Y aún en lo que hace referencia a Dios, en el apostolado, tengo que mirar más intensamente a Dios, tengo que trabajar en perspectiva de eternidad, somos sembradores y cultivadores de eternidades, tengo que estar más pendiente de lo eterno que de lo temporal y sociológico y externo de los mismos sacramentos, del apostolado, para llevar por ellos verdaderamente las almas hasta Dios, no bautizar por bautizar, casar por casar sin fe ni amor personal a Dios, sin esforzarme porque las personas se encuentren con la gracia y la vida de Dios.

Soy responsable de las eternidades de mis feligreses, si creo en la eternidad, tengo que vivir más preocupado por ella que por todo lo que pasa. Hasta allí, hasta la eternidad, hasta la salvación eterna y no puramente temporal, tiene que apuntar toda mi persona, todo mi apostolado, también todos mis bautizos, primeras comuniones, bodas, la liturgia, la palabra, tantas ceremonias y ritos para que terminen en sí mismos; tengo que hacer las acciones apostólicas y sagradas mirando a Dios más que a los hombres y haciendo que todos, con mi predicar y vivir, miren a Dios sobre todo lo creado.

Y para esto necesito revivir mi carácter sacerdotal en Cristo, ser bautizado como Él en el bautismo del Espíritu Santo, necesito más fuego y amor, más entrega a la voluntad de Dios: “¡con un bautismo tengo que ser bautizado!”…decía Cristo, obedeciendo al Padre, con amor extremo, hasta dar la vida. Así tengo que hacerlo yo. Necesito el bautismo de fuego del amor de Dios del Espíritu Santo.

       Hermanos, somos simples criaturas, sólo Dios es Dios. Qué grande vivir en la Santísima Trinidad que me habita; qué tesoro, qué regalo, qué don más grande; quiero que me habite y quiero vaciarme para eso hasta las raíces más profundas de mi ser para llenarlo todo de divinidad, de amor, de diálogo, de verdad y de vida: «¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro ayudadme a olvidarme enteramente de mí… para establecer en vos tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviera en la eternidad… que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de tu esencia… de tu Espíritu!».

       Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia, decían los padres griegos. El que clama al Espíritu: Ven, visita, llena… le da la llave de su casa para que el Espíritu entre, cambie, ordene, lleve la dirección de su vida. No podemos con la voz de la Iglesia decir: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles», y luego en voz baja añadir: pero no me pidas que cambie mucho, no me pidas que renuncie a mis criterios, a mis gustos, a mis faltas de caridad, de soberbia; eso es una contradicción, la eterna contradicción o lucha de lo que somos: carne y espíritu, naturaleza y gracia, hombre viejo y hombre nuevo.

Si viene el Espíritu Santo debe ordenar nuestro espíritu según su Espíritu, según su amor, el amor del mismo Dios Trinitario; yo no puedo amar así si Él no me comunica esta forma de amar de Dios, si no me dejo amar por Él primero, y Dios se ama como primero y absoluto por ser quien es, por sí mismo y yo tengo que amar así a Dios como lo primero y absoluto de mi vida, el Espíritu tiene que implantar su amor de esta manera para que yo ame así y esto lleva el destronar a mi yo del centro de mi corazón y de mi vida, esta es la conversión permanente que debo realizar en mi vida; sólo puedo amar así si Él me lo comunica y mora en mí,  entonces Dios será lo primero y lo absoluto.

Para esto tengo que estar dispuesto a vaciarme  de mí mismo, de mi amor propio, de mis propios criterios, sentimientos y comportamientos motivados por mi yo en contra del Espíritu de mi Dios.

Guiados por el Espíritu de Cristo hay que seguir sus mociones y pisar sus mismas huellas, adorando al Padre en obediencia total guiados por su Espíritu, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, hasta la muerte del propio yo, del amor propio, del amor que me tengo a mí mismo; y esto cuesta, cuesta sangre y es para toda la vida.

       El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, lujuria envidia… en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es?

El Espíritu de Dios viene en mi ayuda, me ilumina en mi interior para que vea claro las raíces de mi yo, me da fuerzas para decirle que sí; luego  empieza su obra, en la oración personal y la Eucaristía la voy realizando, y yo me siento acompañado en esta tarea y voy cooperando con el amor de Dios que mora en mí, a quien cada día voy conociendo mejor por el amor que obra en mí y me dice cosas y sentimientos que yo antes no tenía ni sabía fabricar y así voy entrando en el santuario de mi Dios y así le voy amando y conociendo de verdad.

       Y como veo que cada día Él lo hace mejor y yo no sé ni puedo ni se de qué va, no dejo por nada del mundo la oración y la Eucaristía por donde me viene todos los bienes, y observo mi vida y me esfuerzo en cooperar hasta que  encuentro hecho lo que quería porque Dios es grande y misericordioso y esto me anima y me da fuerzas para seguir, a pesar de mis despistes y  caídas, porque aquí nadie está confirmado en gracia, precisamente por eso, porque caigo, necesito de Él siempre para levantarme, de la oración, de la penitencia, de la Eucaristía, de seguir avanzando, amando y perdonando a los hermanos, porque quiero amar con el mismo amor de Dios, gratuitamente, con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con todo mi ser.

Necesito de Él, de su gracia, de su luz, de la oración diaria y seria, de los sacramentos vividos con su mismo Espíritu, sentimientos y actitudes. Pero si mis labios profesan «ven, Espíritu Santo», y predican amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser,  pero luego no quiero cooperar y lo olvido en mi vida y comportamiento, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  Él, de su venida santificadora a mi espíritu, y lógicamente desde ese momento, no le necesito, ni tengo necesidad de oración, ni de gracia, ni de sacramentos ni de Cristo ni de Dios, porque para vivir como vivo me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. No siente necesidad de Dios, para vivir como vive, como un animalito, se bastan a sí mismos.

       Yo necesito verdaderamente de Él, nosotros necesitamos verdaderamente de Él, por eso estamos aquí, necesito del Espíritu, de su fuerza, del Amor personal del Padre y del Hijo. Soy un poco duro en describir este camino, pero lo hago perfectamente; es que me retrato a mí mismo y me lo sé muy bien; es que me da rabia y pena de tanto pecado original en mí, que estoy bautizado en agua, pero no todavía en Espíritu Santo, por la potencia y el fuego de amor del Espíritu Santo, necesario totalmente para vivir esta maravilla de vida a la que Dios me llama y para la que me ha pensado y creado y dado el Beso de Amor de  su mismo Espíritu.

       Queridos hermanos, siempre el amor de Dios, el Espíritu de Dios; necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo; necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces; necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque nuestra humanidad será humanidad prestada para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando.

       Queridos hermanos: La Biblia empieza diciéndonos que el Espíritu de Dios, el soplo de Dios,  “ruah” en hebreo, “pneuma” en griego, “spiritus” en latín, se cernía sobre las aguas. Sin aire, sin aspirar y respirar aire, no hay vida. Sin Espíritu Santo no hay vida de Dios en nosotros. Los científicos modernos van a dar la razón a la Biblia y la van a convertir de un libro religioso en científico. Porque parece ser que la vida empieza y viene del agua.

La “ruah” Yahve, como soplo o respiración de vida de Dios, indica lo más vital y secreto que hay en Dios, su vida más íntima;  y si lo referimos al hombre “ruah” significa su aliento, su principio de vida, su alma. En este sentido escribe San Pablo que nadie conoce lo íntimo del hombre a no ser el mismo espíritu del hombre que está en él, y nadie conoce las cosas de Dios salvo el Espíritu de Dios (Cfr. 1Cor 2,11) De ahí la necesidad de recibir el Espíritu para conocer a Dios.

       Hermanos, ¿qué pasa si por cualquier circunstancia estamos tiempo sin respirar? Pues que morimos; y si respiramos mal y poco, no tenemos fuerzas para trabajar, tenemos asma que resta vitalidad a nuestra vida. Por eso, respiremos fuerte el Espíritu de Dios, el amor de Dios, no hay que morir, hay que aspirar y respirar a Dios, hay que vivir del Espíritu de Dios, de la vida de Dios. Respira hondo, decimos cuando alguno se marea o se desmaya; pues esto mismo es lo que os digo y me digo: respira, respira hondo, hermano,  en el Espíritu Santo mediante la oración, la eucaristía, el apostolado.

La oración es la fuente de este aire que respiramos en la vida cristiana, es como el jugo gástrico que debe asimilarlo todo en Espíritu Santo, en vida de amor a Dios y desde Dios, a los hermanos en el apostolado; si no respiramos, si no oramos, morimos, aunque digamos misa; la misa, los sacramentos, las actividades, los programas, todo hay que hacerlo respirando el Espíritu de Dios. Y podemos celebrar misa, y morir espiritualmente porque no la aspiramos,  no vivimos la Eucaristía “en Espíritu y Verdad”, en Cristo y en su Espíritu; comemos pero no comulgamos con Cristo, porque no comemos espiritualmente su carne y su sangre, es decir, no nos identificamos con su Espíritu, no comemos sus mismos sentimientos y actitudes. 

       Y esto es así porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios Trino, y Dios también, si no aspira y respira   su Espíritu,  se muere. Dios no puede existir sin aspirar su Espíritu, su Amor porque “Dios es amor”  y sin amor no hay vida en Dios y el Espíritu de Dios es el Amor Personal en la Trinidad.

Dios es amor, su esencia es amar, si dejara de amar dejaría de existir. Por eso no tiene más remedio que amar, que amarnos y lo digo, sobre todo, para que nos llenemos de esperanza, aunque seamos pecadores, Dios no tiene más remedio que amarnos, porque esa es su esencia, esa es su vida.

Para el Oriente, la Pneumatología, el Espíritu Santo es fundamentalmente luz; para Occidente, desde San Agustín, el Espíritu Santo es amor; para San Juan de la Cruz es «Llama de amor viva, que tiernamente hieres de mi alma en mi más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro». Es Llama de amor viva, y como toda lumbre, como todo fuego, a la vez que calienta, alumbra, dice el santo y místico que ha experimentado lo que dice y escribe. La mística es la oración hecha en el Espíritu Santo, una vez que Él ha purificado al alma de sus imperfecciones y limitaciones.

       Cuando San Agustín descubre en su oración este misterio, como un relámpago de luz y fuego caído sobre su corazón, ve iluminado todo el camino que ha venido haciendo hasta aquí y cae en la cuenta de que el Espíritu Santo es ese Dios del que habla la Escritura cuando dice: “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16).

       Sin duda, en Dios todo es amor; pero el Espíritu Santo es amor también en un sentido propio y personal (no sólo natural). Dice la Escritura que el amor “procede de Dios” (1 Jn 4,7) y, a continuación, afirma: “Dios es amor”. Pero es precisamente el Espíritu Santo el que “procede” de Dios como amor (el Padre no procede de nadie y el Hijo no «procede» sino que es «engendrado»).

En la mente de Agustín la luz se hace mediodía, y él exclama con entusiasmo: «¡Entonces el Dios Amor es el Espíritu Santo! Un poco después, tras haber repetido que Dios es amor, el evangelista añade: “El que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él (1 Jn 4,16), indicando la misma presencia mutua de la que antes había dicho: “En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que él nos ha dado su Espíritu” (1 Jn 4,13).Es, por tanto, el Espíritu al que se alude en la afirmación: “Dios es amor”.

Por eso, el Espíritu Santo, Dios que procede de Dios, una vez que ha sido dado al hombre, lo enciende de amor por Dios y por el prójimo, siendo él mismo amor. El hombre, en efecto, no recibe sino de Dios el amor para amar a Dios. Por eso, poco después afirma: ‘El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros” (1 Jn 4,1019). También el apóstol Pablo dice “Al darnos el Espíritu Santo. Dios ha derramado su amor en nuestros corazones” (Rom 5,5)».

Esta visión inspirada en la Escritura, arroja luz sobre la misma vida íntima de la Trinidad; es decir, nos ayuda a comprender algo del misterio del Dios uno y trino. ¡Dios es amor!; por eso --ésta es la conclusión a la que llega San Agustín-- ¡Dios es Trinidad! «Para amar se necesita una persona que ama, otra que es amada, y el amor mismo». En la Trinidad, el Padre es el que ama, la fuente y el principio de todo; el Hijo es el amado; el Espíritu Santo es el amor con el que se aman. Por supuesto, no es más que una analogía humana, pero sin duda es la que mejor nos ayuda a penetrar en las profundidades arcanas de Dios. Yo terminaría esta meditación  con un grito del corazón, con la misma súplica con que la empezábamos:

¡VEN, ESPIRITU SANTO, TE NECESITAMOS!

¡TE NECESITA TU IGLESIA!

 

 

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RETIRO DE PENTECOSTÉS

 

MEDITACIÓN

 

¿QUÉ DEBEMOS HACER PARA TENER LA EXPERIENCIA DE PENTECOSTÉS?

 

       QUERIDOS HERMANOS: ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos con María? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración. Se preguntaba S. Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: “Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.

 

       1.- ¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación?; decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas <venidas> del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida».

       ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha, como Él nos encomendó. Y luego esperarlo, reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica, como lo estamos haciendo ahora, para pedir y experimentar su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora.

       Hay que estar dispuestos también a vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de Él, porque nos amamos mucho a nosotros mismos, nos tenemos un cariño muy grande y nos damos un culto idolátrico, de la  mañana a la noche, a veces estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Digo ni Dios, porque suena más fuerte, como a blasfemia. Y así nos impresiona más y podemos despertar de esta rutina idolátrica.

 

       2.- Hermanos, somos simples criaturas, solo Dios es Dios. Para llenarnos de Él y por Él ser habitado por la Santísima Trinidad, tenemos que amar más a Dios, desearlo más, y esto es lo que vamos a pedir en esta misa final del curso, siguiendo el mandato de Cristo: “Si alguno me ama... «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidadme enteramente de mí, para establecerme en Vos tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviera en la eternidad;  que nada pueda turbar ni paz ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable! sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro Amor.

       ¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de mi Dios, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que yo sea para Él una humanidad supletoria en la que Él renueve todo su misterio de Amor» (Beata Isabel de la Trinidad).

      

       3.- Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia, decían los padres griegos. El que clama al Espíritu: Ven, visita, llena… le da la llave de su casa para que el Espíritu entre, cambie, ordene, lleve la dirección de su vida. No podemos con la voz de la Iglesia decir: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y luego en voz baja añadir: pero no me pidas que cambie mucho, porque es una contradicción, la eterna contradicción o lucha de lo que somos: carne y espíritu, naturaleza y gracia, hombre viejo y hombre nuevo. Si viene el Espíritu Santo ordena nuestro amor, la gracia mete en mí ese amor del mismo Dios Trinitario, yo no puedo amar sino como Dios se ama y ama a los hombres y Dios se ama como primero y absoluto por ser quien es, por sí mismo, y yo solo puedo amar así si Él me lo comunica y mora en mí;  entonces Dios será lo primero y lo absoluto. Por eso,  esto ni lo entiendo ni puedo ni sé de qué va si Él no me lo da por su Espíritu, y para esto tengo que estar dispuesto a vaciarme  de mí mismo, de mi amor propio y de los criterios, sentimientos y comportamientos motivados por mi yo en contra del Espíritu de mi Dios.

       Guiados por el Espíritu de Cristo hay que seguir sus mociones y pisar sus mismas huellas, adorando al Padre en obediencia total, guiados por su Espíritu, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, hasta la muerte del propio yo, del amor propio, del amor que me tengo a mí mismo y esto cuesta, cuesta sangre y es para toda la vida. Los sacramentos son eficaces, la gracia, la Eucaristía, Cristo; pero tengo que estar dispuesto a ser bautizado con el fuego del amor  que Dios me comunica.

 

       4.- El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, por la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios, y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Si mis labios profesan y predican: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser; pero luego no estoy en esta línea, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  Él, ni de oración, ni de gracia, ni de sacramentos,  porque, para vivir como vivo, me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. Nosotros necesitamos verdaderamente de Él, por eso estamos aquí, por eso oramos y recibimos la Eucaristía, necesitamos de Cristo, se su Espíritu para ser mejores, de la fuerza  del Amor personal del Padre y del Hijo.

       Queridos hermanos: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir, y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque cada uno de nosotros seremos una humanidad prestada a Cristo, para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando.

 

5.- Vamos a invocar al Espíritu Santo; nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros hermanos, lo necesita la Iglesia. Le conoceréis porque permanece en vosotros; la única forma de conocer al Espíritu Santo, a Dios, es si permanece en nosotros, en nuestro corazón, esto es, amándole; esta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, por su mismo Espíritu.

       Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe, es decir, no se trata de salvarse o no; ni de que no hayan entrado en la verdad y en la salvación, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana o apostolado; “recibir el Espíritu Santo” para el Apóstol, se trata de plenitud, de verdad completa, de estar centrado en el corazón del cristianismo, en el mismo Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu. La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el “bautismo del Espíritu Santo”.     

       6.- En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas y los una a todos el amor; es el Espíritu  el que va a espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos de lo que ven y viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: “abba”, papá Dios. “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

       Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, en noticia amorosa, en llama de amor viva, como dice S. Juan de la Cruz.

       Y para terminar, vamos a hacerlo con la anteúltima estrofa del Veni Creator: «Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore». Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo.

 

¡Gracias, Espíritu Santo!

«Gracias, Espíritu Creador,

porque transformas continuamente nuestro caos en cosmos;

porque has visitado nuestras mentes

y has llenado de gracia nuestros corazones.

 

Gracias porque eres para nosotros el consolador,

el don supremo del Padre, el agua viva,

el fuego, el amor y la unción espiritual.

 

Gracias por los infinitos dones y carismas que,

como dedo poderoso de Dios,

has distribuido entre los hombres;

tú, promesa cumplida del Padre y siempre por cumplir.

 

Gracias por las palabras de fuego

que jamás has dejado de poner en la boca de los profetas,

los pastores, los misioneros y los orantes.

 

Gracias por la luz de Cristo que has hecho brillar en nuestras     mentes,

por su amor, que has infundido en nuestros corazones,

y la curación que has realizado en nuestro cuerpo enfermo.

 

Gracias por haber estado a nuestro lado en la lucha,

por habernos ayudado a vencer al enemigo,

o a volver a levantarnos tras la derrota.

 

Gracias por haber sido nuestro guía

en las difíciles decisiones de la vida

y por habernos preservado tantas veces de la seducción del mal.

 

Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre

y por gritar dentro de nosotros: «¡Abba!», gracias Padre.

 

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TRIDUO VIRGEN DEL CARMEN 2018

 

HEMORROÍSA DIVINA, CREYENTE, DECIDIDA, ENSÉÑAME A TOCAR A CRISTO CON FE Y ESPERANZA

 

“Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”.(Mateo 9, 20-26)

 

       Seguramente todos recordaréis éste pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, )quién me ha tocado? Pues todos. Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

       Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados. Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado, podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”.

Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo. Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias,  que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad,  no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

       En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: “tomad y comed... Tomad y bebed...” y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena: “Vete, tu fe te ha salvado”.

       Y no os escandalicéis, pero es posible, que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle,  a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor. Y )cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado,  si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “ vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

        Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de sagrario. Vamos a tratar de tocarle verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.       Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

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XIV B.- QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo nos narra lo que sucedió en Nazaret,  cuando se presentó Jesús en la sinagoga a predicar. Nazaret era su pueblo, su casa, su patria, donde había vivido desde la infancia, tenía los parientes y era bien conocido; esto debería haber facilitado más que en otra parte su ministerio y, en cambio, fue ocasión de rechazo.

Tras  un primer momento de estupor frente a su sabiduría y sus milagros, los nazarenos lo rechazan por envidia: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María?... Y desconfiaban de él» (ib 3). Un orgullo secreto, rastrero mezquino les impide admitir que uno como ellos, criado a sus ojos y de profesión humilde, pueda ser un profeta, e incluso nada menos que el Mesías, enviado por Dios.

       La modestia y la humildad de Jesús son el escándalo en que tropiezan cerrándose a la fe. Y Jesús observa con tristeza: “No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

Queridos hermanos: Cúantas lecciones y enseñanzas para nuestra vida cristiana, para nuestra vida espiritual encierra este evangelio. La primera: ¡Qué difícil es ser en estos tiempos, ser sacerdote, cristiano, matrimonio cristiano y profeta verdadero y religiosa entera! Todos los bautizados hemos sido consagrados por el santo bautismo como sacerdotes, profetas y reyes para guiar al pueblo de Dios.

Así lo rezamos al recibir el santo bautismo. Todo padre cristiano, todo profesional, catequista, joven y niño bautizado tiene la obligación de ser profeta de Cristo, de vivir y predicar la fe verdadera, de enseñar el evangelio auténtico de Cristo, sin acomodarlo a los caprichos y mediocridades humanas. Por el santo bautismo todos nos convertirmos y profetas y anunciadores de nuestra fe.

Por eso, todo bautizado, todo cristiano, si entra dentro de sí mismo y descubre la gracia y carácter sacramental del bautismo, se descubre misionero de la fe, enviado al mundo a predicar y dar testimonio de Cristo, de la fe cristiana, de la salvación eterna con su palabra y obras. Qué poco se predica y se anuncia esto hoy día. 

Todos vosotros, no solo el sacerdote y la religiosa, tenéis que anunciar y predicar vivir el evangelio, los mandamientos de Dios. Y en el mundo y en la Iglesia hay profetas auténticos y verdaderos y profetas palaciegos. Pero también, desgraciadamente, y más en estos tiempos actuales, faltan profetas verdaderos, padres y madres cristianas, abuelas, que enseñen a sus hijos y nietos a ser cristianos, a vivir la vida y los mandamientos de Dioos, a vivir y predicar el evangelio y el catecismo con palabras y obras.

¿Y por qué no predicamos a Cristo, nuestra fe cristiana, por qué no predicamos el evangelio para seguir a Cristo y salvarnos como Cristo en Cafanaún?

En primer lugar porque muchos padres jóvenes ni viven ni practican la fe, ni frecuentan la iglesia, ni meditan el evangelio en sus casas, ni saben ya algunos las verdades fundamentales de nuestra fe cristiana.

Y en segundo lugar, porque en estos tiempos actuales, para los padres cristianos, y para los mismos sacerdotes y religiosos y superioras es costoso y doloroso muchas veces tener que predicar y exigir la verdad del evangelio, del seguimiento de Cristo: “El que quiera ser discípulo mio…”, el tener que exigir el cumplimiento de los mandamientos y las exigencias de la vida cristiana y religiosa  en un mundo que se va paganizando les llevará a ser perseguidos, rechazados e incomprendidos, es duro, lo digo por propia experencia.

En cambio, los padres tolerantes que lo admiten todo, aunque vaya contra el evangelio, los sacerdotes comprensivos, y el profeta palaciego que  esté más pendiente de agradar a los hombres que a Dios, y se trague todo y permitirlo todo, ese no será perseguido.

Qué difícil es hoy ser un sacerdote o religiosa auténtica, un padre y madre verdaderamente cristianos, auténticos, que vivan y traten de que sus hijos vivan la fe en un mundo cada día más ateo y en pecado.

       En este evangelio vemos tambien clarísimo el pecado de la envidia de sus paisanos en relación con Jesús. A sus paisanos les da envidia su sabiduria, su vida, de lo bien que predica a los profetas del A.T., lo bien que habla y practica el amor a Dios y a los hermanos. Y le rechazan por envidia: “ no es este el carpintero, el hijo de María?

Dicen que los españoles somos muy envidiosos. ¿Tú que crees? ¿Lo probamos un poco? No mires a nadie, mírate a ti misma. Examinémosnos solo con unas preguntas:

1º) Díme cuántas veces has oído hablar bien a un cristiano, a un profesional, a una vecina, a un familiar del otro vecino, familiar, amigo, o alabar a su compañero de trabajo por sus cualidades, inteligencia, santidad de  vida...etc. Y tú mismo, cuántas veces hablas bien de tus vecinos, de tus familiares, compañeros de trabajo… Cuántas veces te alegras del éxito de ellos, de sus hijos, dime si a veces no te da un poco de envidia.

2º. En segundo lugar, predicar la verdad, como Cristo la predicó a sus paisanos, duele; dime  qué padres cristianos se atreven hoy a predicar y exigir  la fe verdadera a sus hijos, la misa del domingo, la práctica de los mandamientos de Dios y sacramentos de la Iglesia. Yo rezo por esto todos los días y me duele.

La incredulidad y la envidia de sus paisanos le impidió a Jesús obrar en su patria los grandes milagros obrados en otras partes. Pero algunos paisanos  de Nazaret —probablemente los humildes y sinceros– debieron de tener fe y confianza y amor auténtico en Él y por eso san Marcos nos dice: “sólo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos”.

Con esto demuestra Jesús está pronto a salvar a quien lo acepta como Dios y Salvador. Nosotros todos le aceptamos y creemos en Él, por eso estamos aquí. Y  Él acepta nuestras oraciones y peticiones, no lo dudéis, aquí en la Sagrario está siempre esperándonos con los brazos abiertos este mismo Cristo del evangelio de hoy y de siempre y del cielo. No lo dudéis. Es el mismo de siempre, qué gozo, qué alegría, con el mismo amor y ternura por todos nosotros. Y con los brazos abiertos a todos nosotros y por todos los que recéis y pidáis durante la santa misa. Especialmente por vuestros hijos y enfermos de cuerpo o del alma. No lo dudéis.

 

XV B.-  QUERIDOS HERMANOS: En la segunda Lectura de la Carta a los Efesios, San Pablo empieza con un himno de alabanza al plan divino de salvación. ¿Por qué? Porque sabe y experimenta que Dios nos ha elegido y llamado a los bienes eternos, a la eternidad del cielo con El:  “Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales”.

       Así lo afirma Pablo, eso que tanto os repito, que somos eternos, no lo olvidéis nunca, porque el Señor me ha dado el gozo de vivirlo ya en la tierra y porque es lo único que importa: aquel que se salva, sabe y el que no, no sabe nada, aunque en la tierra haya sido lo que sea, pero si se pierde, ya para siempre, para siempre, eternamente perdido.

Y si uno mira al mundo actual, a esta España actual, a estas familias actuales, al hombre actual en general… qué pena, pero qué pena siento… es que yo lo siento y lo gozo todo esto ya en esta vida, siento a Cristo, a Dios y veo que todo es verdad, el evangelio es verdad, la santa misa es verdad, además de que Él ya lo probó con los milagros que hizo, y sigue haciendo para demestrarnos que la religión católica y lo que nos enseña y predica es verdad de Dios, verdad eterna, que Cristo es Dios y murió y resucitó y lo hace presente en la santa misa y que el pan que comulgamos es pan de vida eterna y veo miles y miles de persona que lo creen y disfrutan aquí abajo.

 

       3.- ¿Pero a qué viene esta alusión sorprendente a los bienes del cielo? Lo que Pablo quiere decir aquí está claro en lo que sigue de la carta que hemos leído: “Dios nos ha resucitado con Cristo y nos he hecho sentar en los cielos en Cristo Jesús”. La resurrección de Cristo es nuestra resurrección y su señorío. Pero es que Cristo existe y nos ama y se comunica y está aquí no solo en imagen sino vivo, vivo y lleno de vida y amor en el Sagrario…en todos los sagrarios de la tierra… cuánto tiempo le dedicas…Murió y resucitó para que todos tengamos vida eterna, el cielo… o si uno no cree, el infierno.

Él no puede hacer más de lo que ha hecho: siendo Dios y no necesitanto de nosotros, venir solo por amor… y fíjate qué trato le dan muchos hombres y somos criaturas y ahora algunos políticos no quieren que se hable de Dios en las escuelas ni en sus vidas… pero no por eso dejamos de ser eternos y encontranos algún día con Él o en cielo y en el otro sitio, y ya para siempre… Y para convencernos de eso ya hizo y sigue haciendo milagros en Lourdes, Fátima, y en muchas partes del mundo, pero para qué… si no nos preocupamos.

Por eso, qué pena me da de  esta España nuestra actual que siempre fue católica pero que ahora está perdiendo la fe, y está perdiendo el matrimonio unido y para siempre, y el amor, y la familia, y la honraded… miren a los políticos que tenían que dar ejemplo, arriba desde cataluña, valencia, andalucia… robos y más robos… a algunos hombres que no viven la fe no les interesa que exista Dios, ni la religión porque le echa en cara su condenación, pero no por eso dejams de ser eternos y encontrarnos algún día con Dios o el fuego eterno.

      

       4.- Y sigue san Pablo: “El nos eligió en la Persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor”. ¿Quién de nosotros piensa en esta elección desde toda la eternidad antes de crear el mundo? Para Pablo es el pensamiento que más le estimula: desde la eternidad yo, cristiano, fui objeto de un amor divino.

       Esta elección tiene un fin próximo y un fin último. El fin próximo es la verdadera vida cristiana ahora aquí en este mundo. Con tajante brevedad es definido así por San Pablo: “Para ser santos e inmaculados en su presencia”. Así tenemos que vivir este mundo. Santo significa separado de los profano y unido a Dios, consagrado definitivamente al Señor.

       “Él nos predestinó a ser hijos suyos adoptivos por Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad…” Dios nos ha querido poseer como hijos suyos como si en ello tuviera alguna ganancia su corazón paternal. Y de todo esto, la razón y la fuente es Dios, solo Dios. Es este el pensamiento que más obsesiona a San Pablo: la gracia de Dios, el amor de Dios es la razón de nuestra elección y predeterminación para el cielo.

2. 11. ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios? Porque Dios nos amó primero:"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10)

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON EL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo. Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Esos seres somos tú y yo y todos los hombres.

Pero hay más; como nos perdimos por el pecado de nuestros primeros padres, para salvarnos, como valemos una eternidad, nos envió a su mismo Hijo, y murió por nosotros en la cruz y resucitó para decirnos a todos, que somos eternos. Qué maravilla el cristianismo, creer en Dios, en Cristo, no te digo nada, sentirlo, vivirlo en la oración diaria y meditación, en la misa y comunión, en las visitas a Cristo en el Sagrario

Hermano, si existes, SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, y que permanecerán en la no existencia, porque yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Eres eterno, no moriras para siempre. Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Qué gozo ser cristiano, haberte conocido, mi Dios y Padre… creo, creo, adoro, espero y te…

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a amar y ser amado por el Dios Trinidad; este es el fín del hombre. Este eres tú, y tus hijos, y cada uno de nosotros. Esta vida es camino a la eternidad del cielo con el Dios que te ha soñado y te ama.

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo (primero)y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

 

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PARA RETIROS DE CARMELITAS Y VIDAS CONTEMPLATIVAS VER MI LIBRO SACERDOS II

 

TRATANDO DE AMISTAD CON QUIEN SABEMOS NOS AMA

(Retiro oportuno para estos tiempos difíciles)


Escucha a quien te escucha

 

Nos dice santa Teresa en el Camino de Perfección, capítulo 24, número 4: “Pensáis que se está callando? Aunque no le oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón. Y bien es consideremos somos cada una de nosotras a quien enseñó esta oración y que nos la está mostrando, pues nunca el maestro está tan lejos del discípulo que sea menester dar voces sino muy junto. Esto quiero yo entendáis vosotras os conviene para rezar bien el Paternóster: no se apartar de cabe el Maestro que os lo mostró.”

Seguimos al rastro de santa Teresa. Ahora nos toca poner en práctica otra actitud importantísima, fundamental, para el trato de amistad que es la oración teresiana: la escucha mutua. Afirma categóricamente santa Teresa: “Bien habla Jesús al corazón cuando le pedimos de corazón”. Principalmente nos habla por las palabras del Evangelio. Teresa, como mujer, se fija no solo en lo que dice sino en Quien lo dice: “Mirad las palabras que dice aquella boca divina, que en la primera entenderéis luego el amor que os tiene”.

De nuevo nos encontramos ante dos amigos que se relacionan, dos interlocutores que están con el oído atento para decirse, para abrir surcos al misterio en las honduras del corazón, para abrir cauces al amor... Mirarse, contemplarse, escucharse, hablarse. . esa es la oración para santa Teresa: tratarnos con Quien sabemos nos ama, “tratar de amistad con Quien sabemos nos ama”. Seguimos acudiendo al Evangelio. Vamos a contemplar otro pasaje, otro texto de Marcos, capítulo 10, versículos 46 y ss. “Y llegan a Jericó. Y al salir él con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.

Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo”. Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama”. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “Qué quieres que te haga?” El ciego le contestó. “Rabbuni, que recobre la vista”. Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha salvado”. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.”

Nos habla ahora el Evangelio de un ciego mendigo, Bartimeo, que está a la orilla del camino, como estamos nosotros tantas veces. Bartimeo está cansado, está aburrido, harto de gritar, pasen o no pasen caminantes junto a Él. Su vida consiste en eso: en gritar, en pedir y que nadie le de.

De pronto, percibe que pasa Jesús, comienza a gritar y gritar: “Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí! ¡Ten compasión de mí!!” Muchos lo regañan: los gritos molestan y él cada vez grita más fuerte y en ese momento grita muy fuerte. A pesar de que le regañan, él sigue gritando por si alguien oye su voz, se compadece de él y le ayuda.

Jesús va de camino, va hacia Jerusalén. Sabe que en Jerusalén le esperan momentos difíciles, duros... Pero no va ensimismado ni preocupado por sí y por lo suyo, eso lo lleva en el corazón pero no está centrado en sí mismo... Es una realidad que está ahí y Jesús la lleva, pero Jesús lleva esa realidad en sí; no esa realidad le absorbe y le anula. Esa realidad no es señora de sus sentimientos ni de sus pensamientos. La dificultad, la preocupación no le quitan la libertad: tiene el Corazón libre y los Oídos libres para escuchar, para atender a los demás.

Va caminando... y con todo esto dentro -con su preocupación, con lo que va a suceder cuando llegue a Jerusalén- oye el grito y se detiene. “,Qué pasa? ¿Quién grita? ¿Quién me llama?”
Jesús se acerca a él y comienza a dialogar, le pide que le manifieste todo aquello que lleva dentro. En medio de una multitud que camina, Jesús y un mendigo ciego, establecen una relación de escucha mutua. Aún no le puede mirar porque está ciego, pero quiere mirarle, quiere que se sienta mirado por Jesús y al final Él lo va a hacer. Pero empiezan dialogando, empiezan hablando, se escuchan mutuamente y esta escucha honda, les va a dejar a los dos afectados.

Podemos entrar en la escena, meternos en la historia de Bartimeo, en su historia de apartamiento, de discriminación por ser ciego... y gritar con él a Jesús. Podemos después escoger cualquiera de nuestras situaciones personales y desde ella, gritarle a Jesús: “¡Cúrame! Ten compasión, de mí porque si no soy un caso perdido!” Y de ahí, podemos pasar a escuchar a Jesús y entablar con Él un diálogo de amor. ¡Jesús siempre escucha! Y ahora brota mi súplica: “Ábreme los ojos! ¡Necesito que abras mis ojos para verte! ¡Necesito esa mirada de amor, ese cruce de miradas, para llegar a tu Corazón a través de Tu mirada!”.

 

¡OFRÉCETE A QUIEN SE TE ENTREGA!

 

Esta entrega nos la cuenta, nos la explica santa Teresa en el capítulo 28 del Camino de Perfección, en el número 12. Dice así:
“Todo el punto está en que se le demos por suyo con toda determinación, y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia. Y tiene razón Su Majestad, no se lo neguemos. Y como El no ha de forzar nuestra voluntad, toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo. Esto es cosa cierta y, porque importa tanto, os lo acuerdo tantas veces: ni obra en el alma como cuando del todo sin embarazo es suya, ni sé cómo ha de obrar; es amigo de todo concierto. Pues si en nuestro palacio henchimos de gente baja y de baratijas, ¿cómo ha de caber el Señor con su corte? Harto hace de estar un poquito entre tanto embarazo”.

Santa Teresa nos ha sugerido que nos ejercitemos en la vida en dar y en recibir, ambas cosas son importantes. Las dos nos descentran, nos hacen salir de nosotros mismos y nos abren a la fraternidad, nos abren a Dios y a los hermanos. La vida es como un círculo y en este círculo, por defecto, suelo estar yo en el centro. Es preciso descentrarme, hacerme a un lado en ese círculo de mi vida, que mi yo vaya a la periferia y Jesús sea el centro. Por eso digo que es necesario descentrarse.

Nadie es tan pobre, tan absolutamente pobre, que no tenga algo para dar, algo para ofrecer; y tampoco no hay nadie tan rico, tan absolutamente rico, que no necesite algo. Ni yo soy tan pobre ni Dios es tan rico como para poder prescindir yo de El o Él de mí. ¡Los dos somos mendigos! ¡Los dos somos mendigos de amor!
De nuevo aparece la relación de dos mendigos. Jesús es mendigo: mendiga mi vida, mendiga mi amor, mendiga mi atención, mendiga mi ternura... Y yo le mendigo a Él todo, porque no tengo nada.
Desde aquí, seguimos entrando en el Evangelio.

Ahora vamos a contemplar un texto de Marcos capítulo 6, versículos 33 y siguientes: Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.

Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos a decirle:
“Estamos en despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas de alrededor y se compren de comer”. Él les replicó: “Dadles vosotros de comer”. Ellos le preguntaron: “¿Vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?” Él les dijo: “,Cuántos panes tenéis? Id a ver”. Cuando lo averiguaron le dijeron: “Cinco y dos peces”. Él les mandó que la gente se recostara sobre la hierba verde en grupos. Ellos se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran. Y repartió entre todos los dos peces. Comieron todos y se saciaron, y recogieron las sobras: doce cestos de pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Nos habla de un muchacho que tiene cinco panes y dos peces...

¡Valiente cosa! ¿Qué es esto? ¡Nada! Da risa casi nombrarlo. Pero el muchacho tiene sencillez, ingenuidad, trasparencia de alma y eso es más, muchísimo más. Él oye que alguien busca ayuda y se da por aludido. Y entrega lo que tiene, sencillamente. A los discípulos casi les da vergüenza, reparo, decir lo que han encontrado. El muchacho, el que ha dado lo que tenía con sencillez, con un corazón asombrado dentro y con ojos limpios y dispuestos para ver las maravillas de Dios, dispuestos para mirar a Dios, va a asistir un gran milagro: el de la multiplicación de lo pequeño para que coma la multitud.

Jesús está un poco lejos del muchacho físicamente pero está muy cerca de ese corazón limpio. Conecta con él. Jesús sabe Jo que es dar lo que tiene, sabe lo que es darse y ponerse en medio de la mesa -como quien sirve- y acoge con emoción, con gozo, conmovido, lo poquito que el muchacho le entrega, porque es Jo que tiene. ¡Y bendice eso poquito! Y bendice cuando entregamos nuestro poquito y cuando lo entregamos por entero, de verdad. Y entonces, cuando entregamos nuestro poquito y lo entregamos con corazón limpio, suceden los milagros: se multiplica lo pequeño y sobran doce cestos después de haber saciado a una multitud.

Ahora nos toca a cada uno continuar esta historia de ida y vuelta, de dar y recibir. Nos toca mirar al Señor, averiguar qué necesita y darle nuestra pobreza con la ingenuidad de un niño sin que nos lo impida la reflexión lógica, razonable y paralizante de los mayores. ¡Tenemos que permanecer niños!

Orar es una historia de amistad -nos lo ha dicho santa Teresa— una historia de dar y recibir. Dar y recibir en los momentos de oración, en toda nuestra vida, porque toda nuestra vida ha de ser oración. Aquello que somos en la oración, en nuestros momentos de intimidad con el Señor, eso mismo somos en la vida. ¡No se improvisa! Y al revés, aquello que somos en la vida, en el día a día, con nuestros hermanos, es lo que vamos hacer después en la oración, cara a cara con el Señor.

Recordemos una vez más lo que nos dice santa Teresa:
“todo lo que os he avisado va dirigido a este punto: de daros de todo al Creador” (0 32, 9) Darnos de todo para que, como en casa propia, Dios pueda actuar para bien de todos. A esto apunta sin más, con toda seguridad, el deseo teresiano de enseñarnos a orar, su peculiar pedagogía de la oración. En el Libro de la vida capítulo 11 nos dice: “Si no nos damos de todo no nos dará el tesoro de la oración.”


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LA ORACIÓN DE INTERCESIÓN EN SAN PABLO:SIGUIENDO A CRISTO: LA INTERCESIÓN EN CRISTO

(16 de mi libro de San Pablo)

 

16. “Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, es quien intercede por nosotros” (Rom 8, 34).

“Os recomiendo, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu, que luchéis a mi lado con vuestras oraciones(Rom 15, 30).

“Ante todo te ruego que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres… Esto es bueno y grato a Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos se salven y lleguen al conocimientos de la verdad” (1Tim 2, 1-4).

“Y está es mi oración: Que vuestro amor crezca incesantemente en conocimiento y clarividencia, para que sepáis discernir lo más perfecto y así podáis ser transparentes e intachables con miras al día de Cristo, repletos del fruto de la justicia, que se obtiene por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios”(Fil 1,9-11).


       Queridas hermanas: El fundamento radical de vuestra vida religiosa de contemplativas, de vuestra confianza  en Dios, es el amor de Dios, que se manifiesta en el hecho de que Cristo ha muerto por nosotros pecadores  para llevarnos a la posesión del reino de Dios, el reino de la eternidad, del gozo eterno de su presencia contemplativa y resplandeciente del cielo, a la cual vosotros habéis entregado vuestra vida en oración permanente por la salvación vuestra y del mundo, de todos los hombres. Esta es vuestra vocación, vuestra vida de carmelitas contemplativas(Rom 5, 8).

Por que Cristo no solo murió por salvarnos y llevarnos al cielo sino que sigue salvándonos, como dice san Pablo, porque ha resucitado y está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros. Y vuestra oración y vuestra vida de consagradas se une a este Cristo intercediendo por la salvación de los hombres sus hermanos. Allí continúa su actividad salvífica, que consiste en una intercesión permanente.

Es ésta la afirmación que empleará san Pablo también en su carta a los Hebreos, y que dará estructura a esta carta. Y dirá que Cristo es nuestro salvador “y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por él se acercan a Dios, y siempre vive para interceder por ellos” (Hbr 7, 25). Como vosotras que habéis consagrado vuestra vida esta tarea unidas a Cristo. Este es el sentido de vuestra vida de religiosas  de orantes contemplativas.

Por consiguiente, según San Pablo, Cristo vive verdaderamente en el cielo y en la Eucaristía, donde intercede por nosotros. Y vosotras habéis consagrado y entregado al Padre vuestra vida en Cristo, unidas a Cristo celeste y eucarístico en su oración permanente de intercesión por nuestros hermanos los hombres. MI ORACIÓN EUCARÍSTICA

Podemos citar varios textos que contienen esta verdad. Por ejemplo, éste: “No entró Cristo en un santuario hecho por manos de hombre, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro” (Hbr 9, 24). Y en otro lugar: “Habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, esperando lo que resta, hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies” (Hbr 10, 12-13).

En su primera carta a la Iglesia de Corinto, Pablo resume maravillosamente toda la historia de la salvación. Y en esta historia pone de relieve dos aspectos: muerte y resurrección de Cristo por una parte, y parusía por otra. Dice así: “Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo somos todos vivificados. Pero cada uno a su tiempo: el primero Cristo, luego los de Cristo, cuando él venga” (1 Cor 15, 22). Y de la misma manera que Cristo ha sido vivificado por su resurrección, así también lo seremos nosotros, ya que, en realidad, Cristo constituye las primicias de esta resurrección.

La resurrección de Cristo no habría tenido ningún significado para nosotros si no hubiera sido el principio y fundamente de la nuestra: “pero no, Cristo ha resucitado y con El hemos resucitado todos”, que dice San Pablo. Por este motivo, la liturgia de la Iglesia, igual que San Pablo en sus cartas a los colosenses y a los efesios, consideran a todos los cristianos, ya resucitados, aún corporalmente, en Cristo. Esta obra se consumará en la parusía. El primero que ha resucitado es Cristo, “luego los de Cristo, cuando él venga” (1 Cor 15, 23). Y entonces será ya el fin, la consumación de su obra redentora, “cuando entregue a Dios Padre el reino, cuando haya reducido a la nada todo principado, toda potestad y todo poder” (1 Cor 15, 24).

Esta es la síntesis de la historia de la salvación, partiendo desde el pecado de Adán, en quien todos pecamos. En esta síntesis, lo importante es ver cómo el Apóstol de las gentes pone de relieve la actividad de Cristo durante el tiempo que va desde la resurrección hasta la parusía. Y en esta tarea intercesora es en la que vosotras, con vuestra vida contemplativa y de sacrificio y oración, estáis unidas a Cristo hasta siempre, hasta la eternidad, que ya ha empezado para algunas de vosotros, bueno, espero que para todas, en el sentido de querer ya vivir plenamente en Cristo, por encima de nuestras pequeñas pasiones, egoísmos, faltas de entrega total a Dios y a los hermanos. A purificarse, san Juan de la Cruz, el purgatorio aquí en la  tierra, con esta hermana, con esta superiora, con estos pensamientos…

Toda la vida  de Cristo fué una intercesión; desde que nació hasta que subió resucitado al cielo e intercede por nosotros. Y a esa intercesión de Cristo en el cielo unimos la nuestra. Hemos visto que su vida pública debía durar apenas dos años y medio, y sabemos que pasó treinta años en el silencio de Nazaret.

Inmediatamente después del bautismo, donde es consagrado oficialmente como mesías, empieza su actividad mesiánica con un retiro de cuarenta días y cuarenta noches (Mt 4, 1-2). En el desierto, lugar de oración y penitencia, empieza ya Jesús su vida mesiánica.

Suelen decirnos frecuentemente a los sacerdotes y a los cristianos, no digamos a vosotras contemplativas, religiosas de oración. que debemos orar para mantenernos unidos a Dios, para no disiparnos. Esto es verdad, pero no constituye la única razón. Cristo no tenía necesidad de esto, ya que Él estaba siempre perfectamente unido al Padre. Cuando se ha retirado a orar, tampoco ha sido única ni principalmente para darnos ejemplo, sino porque sabía que la oración intercesora formaba parte de su misión. En vosotras, de vuestra vocación y trabajo, de vuestro apostolado.

A veces podemos tener la impresión de que perdemos el tiempo orando, y, muchas veces, cuando se habla de apostolado, raramente se menciona la oración como  actividad y trabajo apostólico. Cristo pensaba de forma muy distinta. No sólo al principio de su vida propiamente mesiánica piensa que no es perder el tiempo o que no sea vida apostólica la dedicada al desierto y a la oración, durante cuarenta días y cuarenta noches, sino que todas las noches se retira a orar cuando tiene que decidir algo importante.

Ya hemos hablado de cómo se pasó la noche en oración antes de elegir a los doce. Y citamos también la interpretación de San Ambrosio, que dice que rezaba por los doce que iba a elegir y por su elección misma. Igual que ha orado por nosotros, y por todos los que vivirán en este mundo.

También antes de la confesión de San Pedro, Cristo ora a su Padre. San Lucas (Lc 9, 18) nos dice que Cristo estaba orando a solas. Evidentemente, quería entregarse a esta actividad esencialmente apostólica que es la oración. Lo mismo hace en varias ocasiones antes de realizar un milagro. Y antes de la pasión, San Juan nos transmitió la oración sacerdotal de Cristo, y los sinópticos, su oración en Getsemaní, en un momento de desolación, separado de los apóstoles, donde no sabe ni qué decir; repite constantemente la misma oración. A sus discípulos les recomienda que oren para no caer en tentación, pero ellos se duermen. Por esta razón, Pedro le niega y los demás escapan todos.

La carta a los Hebreos que, como hemos dicho antes, presenta la actividad de Cristo después de su muerte como una intercesión, nos presenta igualmente su muerte como una oración intensa: “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor”.

Cristo nos ha inculcado esta verdad, que es capital, no sólo con su ejemplo, sino también con su doctrina. Baste recordar su insistencia cuando nos enseña el Padre nuestro. En Lucas, esta oración está comentada por medio de una parábola: la del amigo inoportuno; Lucas pone esta parábola inmediatamente después del Padre nuestro, y su versión probablemente responde a la realidad.

Cristo debió enseñarles esta oración tres o cuatro meses antes de su oración en Getsemaní, donde Él mismo repetirá más tarde, insistentemente: “Padre, hágase tu voluntad y no la mía”. Y no olvidemos la parábola del amigo inoportuno, donde hubo que darle los panes no precisamente por amor sino para que le dejase en paz al amigo: “Yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad, se levantará y le dará cuanto necesite. Os digo, pues: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá; porque, quien pide recibe y quien busca, halla, y a quien llama, se le abre. ¿Qué padre, entre vosotros, si el hijo le pide un pan le dará una piedra? O si le pide un pez, le dará, en vez del pez, una serpiente...? Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lc [1, 5-13).

(HASTA AQUÍ, CUANDO NO LA DÉ COMPLETA; SI FUERA COMPLETA, SIGO)

 

Cristo quiere que nosotros pidamos. Y así lo comprendió la Iglesia primitiva. En el libro de os Hechos podemos ver la importancia que los primeros cristianos atribuyen a la oración. Ya al principio del mismo nos dice que los Apóstoles estaban en Jerusalén esperando el Espíritu Santo, y “perseveraban unánimes en la oración, con María la madre de Jesús” (Hch 1, 14).

Esta misma actitud de la Iglesia primitiva la encontramos en las cartas de San Pablo. Es extraordinaria la importancia que el apóstol concede a la oración de intercesión. Casi siempre empieza diciendo que da gracias a Dios, que no cesa de darle gracias. Tomemos una, a modo de ejemplo. La primera carta a la iglesia de Tesalónica: “Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros y recordándoos en nuestras oraciones, haciendo sin cesar ante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestra caridad y de la perseverante esperanza en nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes 1, 3).

Como se ve, son oraciones ordenadas al apostolado. Y después: “Por esto, incesantemente damos gracias a Dios, de que al oír la palabra de Dios que os predicamos la acogisteis no como palabra de hombre, sino como palabra de Dios, cual en verdad es” (1 Tes 2, 13). Y más adelante añade: “¿Pues qué gracias daremos a Dios en retorno de todo este gozo que por vosotros disfrutamos ante nuestro Dios, orando noche y día con la mayor instancia por ver vuestro rostro y completar lo que falte a vuestra fe?” (1 Tel 3, 9-10). Esta oración de Pablo responde a la oración de los fieles, a quienes pide que recen: “Orad sin cesar. Dad en todo gracias a Dios, porque tal es su voluntad en Cristo Jesús” (1 Tes 5, 17).

Pablo es consciente de permanecer siempre y en todo lugar apóstol, aunque no pueda predicar. Conoce la eficacia de la oración para el apostolado. Sabe que en la vida apostólica tiene una función totalmente primordial. La actividad apostólica y la oración no son algo distinto, sino dos aspectos de una misma realidad igualmente necesarios: conocer y amar a Jesucristo y hacerlo amar por los hermanos: “Os recomiendo, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu, que luchéis a mi lado con vuestras oraciones” (Rom 15, 30).

Cuando Dios nos recomienda que oremos, no lo hace evidentemente para que nosotros le expongamos necesidades que Él desconoce. Dios, nuestro Padre, como Jesucristo, su Hijo y hermano nuestro y la Virgen y los santos conocen nuestras necesidades. Él sabe perfectamente lo que necesitamos y conoce nuestras situaciones difíciles.

Y tampoco se trata de cambiar la voluntad de Dios. La oración de petición e intercesión es buena precisamente para conseguir de Dios lo que esperamos de Él, lo que nos conviene, que se cumpla su voluntad como nosotros. Nuestro modelo es Cristo en Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres”.

Porque nosotros queremos cumplir siempre la suya, ya que ésta es la que nos santifica y nos salva. Sería como decir que su voluntad no es perfecta y que nosotros sabemos mejor que Él lo que se debe hacer en cada caso. Es verdad que muchos cristianos tienen esta idea de la oración de petición. Hacen una peregrinación, un voto, para hacer cambiar a Dios. Tienen miedo de su voluntad y no se resignan fácilmente a aceptarla, sobre todo cuando se trata de la muerte de un ser querido.

Dios está en el origen, en la continuación y en el final de toda oración y de toda acción sobrenatural nuestra. Hay una oración que lo expresa maravillosamente: «Te pedimos, Señor, que inspires y hagas tuyas nuestras oraciones, de manera que todas ellas empiecen siempre en ti, como en su origen y terminen en ti como en su fín».

Pero la pregunta surge aún más imperiosamente: entonces, ¿para qué sirve la oración? Ante todo, para asociarnos a su obra redentora, para que colaboremos con Él en la obra de salvación. Es señal de un amor más grande hacia la persona con la que queremos practicar la caridad el permitirle que ella misma colabore según sus posibilidades. Es lo que hace Dios manifestando de esta forma el gran respeto hacia e] hombre, a quien ama en su libertad. Quiere que no podamos volver a Él por nuestros propios medios, pero que podamos algo. Y este algo es la oración que nos inspira.

En cierto modo, también a nosotros nos pide nuestro consentimiento cuando nos pide la oración. Dios quiere que nuestras oraciones sean casi causas instrumentales de las gracias que concede a los demás. Quiere salvar y santificar a los demás por medio de las oraciones que hacemos, por la comunión de los santos. Por este motivo, si oramos, aceptamos en cierto modo la salvación de los otros.

Pero hay otra razón, en la que insiste también Santo Tomás, siguiendo en este punto el pensamiento de San Agustín. Los Padres de la Iglesia se plantearon ya el problema de la aparente contradicción entre la insistencia en la necesidad de orar y la afirmación de que Dios sabe todo lo que necesitamos (Mt 6, 8). Precisamente tratan de la cuestión que nos ocupa a propósito de esta dificultad. San Agustín se pregunta: «Qué necesidad hay de orar, si Dios ya conoce lo que necesitamos...? A no ser porque la misma intención de orar serena nuestro corazón y lo purifica y lo capacita para recibir los dones divinos que nos son infundidos espiritualmente». La oración nos hace capaces de recibir lo que Dios nos quiere dar, dispone nuestro ánimo.

Por esta causa, la oración jamás es importuna, ya que, mediante ella, permitimos en cierto sentido a Dios concedernos lo que Él mismo nos quiere dar. No estamos dispuestos para recibir lo que quiere darnos y permite que nos dispongamos de esta forma.

Cuanto acabamos de decir tiene una aplicación especial en el caso de la Liturgia de las Horas, que no es una oración que hacemos no sólo por los demás, sino también en lugar de ellos. El sacerdote reza en lugar de todos aquellos que no saben o que no tienen tiempo. Es la oración litúrgica, la oración de la Iglesia. Mejor, es la oración que el supremo y único Sacerdote, Cristo, hace de alabanza y de intercesión a la Santísima Trinidad y a la cual quiere que se asocie toda la Iglesia. Por eso, en ella no somos nosotros quienes rezamos, sino toda la Iglesia, y especialmente la Iglesia triunfante: Cristo, la Virgen, los santos, que interceden por nosotros.

Cuando el sacerdote ora, no se reserva un tiempo para sí egoísticamente, sino que ejerce su ministerio de esta forma en pro de los otros. Cuanto más importante sea el cometido de cada uno, mayor es la necesidad de orar. Leyendo la vida del cura de Ars nos damos cuenta de que la parroquia ha sido el origen de su santidad. Su parroquia era una de las peores de la diócesis; porque lo consideraban un hombre incapaz le dieron esta comunidad donde no podría hacer un mal muy grande. Él lo sabía y se convenció de que su misión era convertirlos. Se sintió responsable y esto le ayudó muchísimo en su santidad.

Hay unos textos de San Juan de Ávila, referidos directamente a esta oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, aunque las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos:

 

«...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende <munus absconditum extinguit iras>. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla»

 

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él».

«... mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aún los que los tienen, no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir».

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y, en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó».

(J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotales, BAC minor, Madrid 1969, s. 143-150)

 

III MEDITACIÓN

 

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

 

La Virgen está orando… orando mientras fregaba, cosía o barría… o sencillamente orando y así recibió el mensaje del ángel en forma de palabra interior, palabra interior de oración que Dios pronunciaba en el corazón de María. Igual que nosotros cuando oramos. Y esta palabra era  Jesús.

       Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

       Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en Él? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

       María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo. Como vosotras, queridas carmelitas, vírgenes-madres de la Iglesia, madres espirituales de muchos cristianos y creyentes y discípulos y sacerdotes de Cristo.

       Pero la gente quizá olvidaba, entonces y ahora, que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo, como vosotras. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera. Como vosotras, hermanas carmelitas, sois la escucha permanente y total de Cristo todo el día, de la Palabra de Dios escuchada en silencio y oración continua.

       Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en ella a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia. Este es vuestro oficio divino, toda vuestra vida.

       Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, y en mi continua oración diaria me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

       Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.   El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo repetí el día de mi consagración religiosa, de mi profesión. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Pero cuántas veces lo he desdicho..!

       Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento de mi vida contemplativa y diaria me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dado totalmente a los hombres y dependiente del Padre...?

       Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo.

Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente en el que yo quiero y he decidido colaborar con mi profesión religiosa total y que actualizo mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia de tu entrega.

Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella. Me he enclaustrado físicamente para abrirme espiritualmente y salvar al mundo entero, a todos los hombres, contigo, esposo mío único y señor, Jesucristo.

 

*****

“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


       María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

       Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios.

       ¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

       1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.

       Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Como se complace contigo, hermana carmelita, por la entrega total de tu vida a su proyecto de vida y salvación. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio. Como a ti te pueden mirar los tuyos, tu misma familia de la carne, tus antiguas amigas, la gente del mundo que no comprende porque no ama como tú, sin interés propio, sin carne, sin  egoísmos, sólo con entrega y amor que se da y se ofrece.

       2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

       Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella. Querida hermana carmelita, como tú los haces y consigues con tu oración y tu vida heroica y virginal. No muchas mujeres pueden comprender y vivir tu vida. Gracias por tu maternidad espiritual en oración y sacrificio por los hijos de Dios que tú consigues y alimentas y sostienes en la iglesia con tu amor y sacrificios.

 

       3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia continua ante el   Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo, de tu vida de votos y promesas perpetuas de amor, amor eterno que ya ha comenzado.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo. Como tú, querida hermana, está haciendo.

       Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

       Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, en tu vida, en tu corazón, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

       4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde el Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en Él: “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el  Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Porque cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

       Por eso, cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.

 

       5 María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Como tú, querida religiosa, esposa de Cristo. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

       Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

       Oh, María, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, nivel en el que se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios.

Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Hermana carmelita, piensa en esto. Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús, especialmente tú que has renunciado  al mundo por esto. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

       Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía, como sacerdote. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

       Soy un inconsciente, soy una religiosa y esposa inconsciente de este Cristo que quiere venir al mundo para salvarlo, si sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

 

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“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

 

       Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en él. Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:


       1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

       Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora. Como tú, querida joven religiosa carmelita, cuando decidiste consagrarte totalmente al Señor.


       2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

 

       3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?» Piensa en tu vocación religiosa, en pensamientos que pueden venirte sobre todo ante diversas circunstancias.

 

       4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

 

       5. Repugnancia a la desaparición del «yo». Ojo, querida religiosa joven… que quieres hacer tu vida a veces sin pensar en lo que Dios quiere de ti. María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.   Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

       Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

       Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

       Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

       Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

       Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

       Me da miedo lo que pueda pasar en el futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

       Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

       Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

       Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

       Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

       Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

       Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

       Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».

 

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“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI”(Lc. 1, 35)

 
       Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

       María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

       María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

       El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7). Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

       El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

       La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla. A la que hemos llegado tú y yo; tú, como religiosa y yo, como sacerdote.

       Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores. Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

       Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.

       Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

       Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

       Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Tí.

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“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR:HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”(Lc. 1, 38)

       En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

       ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

       Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

       Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

       Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

       Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el ”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.
       La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

       No permitió solamente que se hiciese en el  la la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

       Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

       Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.

       Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

       Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

       No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

       María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

       Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

       Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

 

 

2ª   MEDITACIÓN

 

LA VIRGEN  VISITA A SU PRIMA SANTA ISABEL

 

“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia  como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa”(Lc 1,39-57).

 

Punto 1º. El viaje. Dice el evangelista: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”.  ¿Por qué emprende María su viaje?

 

a). No ciertamente por diversión o curiosidad, ni por otro motivo que por caridad, que la mueve a ofrecer su ayuda a su prima en los últimos meses de su punto menos que milagroso embarazo.

Supone la alegría de Isabel al sentirse fecunda por singular bendición del Señor, y acaso ilustrada por el Señor entiende la íntima relación que va a mediar entre el Mesías, que en sus entrañas purísimas acaba de encarnar, y el hijo de su prima, destinado a ser el heraldo y Precursor que prepare los caminos del Señor. Aprendamos en esta conducta de María cómo no está reñida la santidad más alta con la cortesía y delicadeza más exquisitas. Y pongamos mucho estudio en gozarnos sinceramente del bien ajeno y prestarnos a ayudar a los demás, y anticiparnos a hacerlos las atenciones y saludos que la urbanidad y la caridad inspiran, sin sentirnos rebajados por tratar con delicadeza aun a los inferiores a nosotros.

María, la Madre de Dios, no se desdeña de ir, con largo y molesto viaje, a felicitar por su dicha a su prima y ofrecerla su valiosa ayuda en los más humildes menesteres. Y fue apresuradamente, cum festinatione, siguiendo pronta y dócilmente la inspiración del Espíritu Santo.

Meditemos: ¿Somos también nosotros prestos y diligentes en seguir las inspiraciones, o, por el contrario, tardos y perezosos? Pensémoslo, y quizá echaremos de ver que no pocas veces hemos sido de veras tardos en acudir al llamamiento de Dios. Y eso no solo cuando se trataba, como en el   caso de María, de cosas no obligatorias, sino de supererogación; más aún, en casos de obligación y mediando expreso mandato de Dios o de nuestros Superiores.


b) El viaje es de creer que no lo haría sola. Quizá le acompañó su esposo San José, que si, como piensan o conjeturan algunos exegetas, era el tiempo de Pascua en el    que emprendió este viaje María, iría a cumplir su deber de buen israelita. Y en tal caso fácil fuera que la acompañara San José hasta Jerusalén, continuando María su viaje hasta la casa de su prima.

¿Dónde habitaba Isabel? Dice San Lucas que en una “ciudad de Judá”; no faltan quienes afirman que ha de leerse en la “ciudad de Judá”. «Diez localidades—dice el P. Prat (1, 63) han reivindicado la gloria de haber mecido la cuna del Precursor; y el Evangelio, que se ciñe a mencionar una ciudad situada en las montañas de Judá, no nos ayuda gran cosa a decidirnos en la elección, porque toda la Judea, desde Bethel hasta Hebrón, es país montañoso. El lugar que tiene en su haber más seria tradición es el pueblo de Aïn-Karim, en el   macizo de los montes de Judá, a legua y media de Jerusalén.»


2) En casa de Isabel. Escena tierna y delicada, que ha inspirado a más de un gran artista. De qué manera más completa y delicada se realizó lo que el Ángel había predicho, al aparecerse a Zacarías: “El hijo de Isabel será lleno del Espíritu Santo desde Él seno de su madre”. Se valió para ello de la que había de ser canal único y universal de todas las gracias: quiere ir Jesús a aquella casa llevado por su Madre. Oculto misteriosamente en el   seno purísimo de María irradió su santificador efecto por María, y santa Isabel lo declaró en aquellas palabras: “en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno”. Cuán poderosa es la voz de María; una sola palabra de saludo vox salutationis basta a producir tan maravillosos efectos, como el santificar al niño y llenar del Espíritu Santo a la madre.

       Meditemos las palabras de María, para ver si en nosotros causan tan magníficos efectos. Por María, la “llena de gracia”, vienen hasta  nosotros las misericordias del Señor. Dormía Juan en el   seno de su madre, muerto a la vida de la gracia, engendrado en pecado, y el Señor, para prepararlo a los altos destinos a que le tenía señalado, lo santifica. Sublime lección; los heraldos del Señor han de vivir a Él unidos por la gracia, y esa gracia sólo les puede llegar por mediación de María, la medianera universal. Procuremos, pues, acercarnos a ella para lograr por su intercesión gracia tan singular; no lograremos por otro medio la santificación de nuestras almas.


3) “Bendita tu entre las mujeres”. Es la salutación de Isabel a María. Vemos cómo alcanzó también a Isabel la comunicación del Espíritu Santo, y se manifestó en el  la haciéndola prorrumpir en aquellas magníficas frases, tan llenas de altísimo sentido: “Tú eres la bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme?”

Considera la alegría purísima que inundó el alma de Isabel y el gusto con que recibió la visita de su prima ¡ Y qué eficacia la de las palabras de salutación de María y qué raudal de gracias consiguen los que la saben recibir debidamente en su casa! Procuremos hacerlo nosotros, y a su visita nos sentiremos llenos de amor, llenes de luz, llenos del Espíritu Santo. Lección es también provechosa, que podemos aprender de María en este misterio, la de estimar en mucho los dones de Dios, pero no de suerte que de ellos nos engriamos, teniéndonos por más que los otros, sino de modo que nos sintamos, llenos de gratitud humilde, empujados a proclamarnos «esclavos» inútiles y a ofrecernos al servicio de los demás, por amor del Señor. Cuanto más favorecidos del Señor, más obligados de creer a hacer fructificar tan preciosos dones en obras de caridad fraterna.

 

Punto 2º: María canta el “magnificat”: Proclama mi alma las grandezas del Señor”

 

1) Al leer el magnificat se echa de ver que es una explosión del alma enamorada que remonta como natural y necesariamente el vuelo hacia las alturas, donde mora su alma más que en la tierra. Fluyen en el  los recuerdos y reminiscencias, aun de palabras, del Antiguo Testamento, tan familiar a la Virgen, y se oye resonar el eco de la voz inspirada del Salmista y los Profetas. 

Canta con inspiración no menos sublime que delicada el inefable gozo en que rebosa su espíritu al considerar el inmenso poder de Dios, que con brazo poderoso libra a su pueblo, haciendo grandes cosas en María y derramando su misericordia de generación en generación. Y manifiesta tres sentimientos que embargan su alma: el de gratitud por las grandes cosas que en el  la ha hecho el Señor; el de admiración de la sabiduría y misericordia del que ensalza a los humildes y abaja a los poderosos; el de alegre confianza de que Dios va a cumplir sus promesas, enviando a su pueblo un libertador.


2) Pocas palabras de la Santísima Virgen se nos recuerdan en el   Santo Evangelio; pero cierto que las pocas que nos conserva son bien dignas de considerarse y están llenas de conceptos altísimos y de enseñanzas prácticas, que dan abundante materia de suaves y fecundas consideraciones.

Brotaron, sin duda, las palabras del «Magnificat» de los labios de María al influjo de la inspiración del Espíritu Santo, y así han de considerarse como llenas de celestial sabiduría más que de ciencia humana, por muy levantada que se suponga. Nadie como la Virgen María, la primera y la más favorecida entre los redimidos, podía cantar las excelencias de la obra redentora de Dios misericordioso.

Se ha llamado con razón al “magnificat” la oración de María, como el «Padre nuestro» se llama la oración dominical, la de Jesús. La Iglesia lo ha incluido en el   Oficio divino, de suerte que todos los sacerdotes han de repetirlo diariamente en el   rezo de las Vísperas, sin que se omita ni un solo día del año litúrgico. ¡Con cuánta devoción no hemos de procurar repetirlo  recordando cómo lo diría nuestra Madre Santísima!

 

3) Es el más importante de los cánticos de la Sagrada Escritura, incluyendo a los de Moisés, Débora, Ana, madre de Samuel; Ezequías, los tres jóvenes, etc. «Está, dice el P. Cornelio a Lapide, lleno de divino espíritu y exultación, de suerte que se diría compuesto y dictado por el Verbo, ya concebido y regocijado en el   seno de la Virgen».

Pueden en el  distinguirse tres partes: comprende la 1ª. los vv. 46-50, y en el  los agradece al Señor los beneficios que de Él ha recibido, sobre todo, el de haberla hecho Madre del Salvador; por lo que la llamarán todas las generaciones “bienaventurada”. En la 2ª. (51-53) alaba a Dios por los beneficios comunes concedidos antes de la venida de Cristo a todo el pueblo; alude principalmente a las victorias concedidas a Israel contra Faraón y los Cananeos. Vuelve en la 3ª. (54-55) al máximo beneficio de la Encarnación del Verbo, prometido a los Padres y a ella concedido.

4) Podemos estudiar en este cántico un modelo que imitar cuando en nuestra vida nos veamos en circunstancias en alguna manera similares a las de María en la Visitación. Favorecidos por Dios con beneficios más que ordinarios, al oírnos alabar de amigos o conocidos, hemos de elevar nuestra alma en vuelo de agradecido reconocimiento al Señor, entonando un «magnificat» regocijado y humilde de alabanza al dador de todo bien.

El tema del himno de gratitud de María es principalmente el beneficio de la redención, verdadera “obra grande” de Dios. Justo es que también nosotros apreciemos su grandeza magnífica, y sintiéndonos, como en realidad lo estamos, en el  incluidos y por él tan generosa y espléndidamente beneficiados, dejemos que el corazón se nos inflame en ardorosos anhelos de gratitud y fiel correspondencia.


     5) Notemos, por fin, cuán admirablemente se viene cumpliendo el “beatam me dicent”. Cuando María lo pronunció parecía algo, si no absurdo, inconcebible: una doncellita de pocos años, desposada con un pobre carpintero, en un pueblecillo ignoto de Galilea, ¿llegar a ser aclamada  por todas las generaciones? ¡Sólo Dios lo podía hacer y cuán espléndidamente lo ha hecho! Él sea bendito, que así quiere honrar a esa doncellita, su Madre y nuestra Madre.

 

Punto 3.° “MARÍA ESTUVO CON ISABEL CASI TRES MESES Y LUEGO VOLVIÓ A SU CASA”.

1) El Evangelista San Lucas dice en el   V. 56: “Y detúvose María con Isabel cosa de tres meses. Y se volvió a su casa”. Como ya antes, en la Anunciación, el Arcángel había dicho a Nuestra Señora: “Tu parienta Isabel en su vejez ha concebido también un hijo, y la que se llamaba estéril hoy cuenta ya el sexto mes” (v. 36); se deduce que María permaneció en casa de su prima hasta el nacimiento del Bautista.

Y cierto que si se había predicho que en la natividad de Juan “muchos se regocijarían” (14) sería la Santísima Virgen uno de esos muchos, y se regocijaría en gran manera con los santos esposos, padres del Precursor del Señor, y tornaría gustosa parte en los festejos con que celebrarían tan fausto suceso.

Aprendamos a gozarnos en las prosperidades y bienes de los demás, sobre todo, en los de nuestros parientes y amigos, evitando cuidadosamente la envidia que nos hace entristecer del bien ajeno y nos empuja a cercenarlo o enturbiarlo de algún modo.

No seamos mezquinos ni nos amarguemos necia e irracionalmente la vida buscándonos ocasiones de pesadumbre en lo que debiéramos hallar legítima causa de íntima alegría y gusto purísimo. Cuánto fomenta la caridad de familias y comunidades la amplitud de corazón, que hace tomar parte con sincero regocijo en las alegrías de los demás. Y, por el contrario, qué enemigo más funesto de la caridad es el pesar del bien ajeno manifestado en malas caras, palabras frías y retraimientos injustificados.

 

2) Lección también no poco aprovechable la que podemos aprender de la estancia de María en casa de su prima, la que se desprende naturalmente de la consideración del tiempo en que acompañó a Isabel. Era en los últimos meses  de su embarazo, cuando lo eran sin duda más necesarios los cuidados y ayuda de los demás. ¡Con qué solícita diligencia atendería la Santísima Virgen a su prima! ¡Cómo la ayudaría diligente a las faenas todas de la casa, cómo trabajaría! Gocémonos en ser útiles a los demás y no nos parezca indecoroso humillarnos a servir aun a los que nos son inferiores.

María, la Madre de Dios, sirviendo, y nosotros ¿andamos con reparos de dignidad cuando se trata de ejercitar con los demás oficios de caridad? No sea así; antes bien, por el contrario, sintámonos honrados al ejercitar por amor del Señor los más humildes oficios en provecho de los demás. Trabajo y caridad son fuentes ubérrimas de méritos, de alegría y de bienestar.

3) La Santísima Virgen nos dice en su cántico que la causa de su dicha fué “quia respexit humilitatem” (v.48), porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; y cómo que se diría que con los nuevos favores del Señor se siente más movida a abajarse y se goza en ejercitar los oficios de una esclava, no sólo con el Señor, sino también, por su amor con los demás.

Aprendamos nosotros, miserables pecadores, a abajarnos y buscar lo que de derecho nos corresponde, el último lugar. Y que no suceda que andemos hambreando solícitos preeminencias y alturas y nos desdeñemos de hacer nada que pueda parecer servicio y esclavitud. Hablemos ahora de todo esto con la Virgen y con su Hijo Jesucristo, encarnado por nuestro amor, que tanto se humillaron y abajaron hasta tomar la condición de esclavo y así nos salvó.

 

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DE MI LIBRO: LA IGLESIA NECESITA SANTOS(pg 36-43)

(meditación de cuaresma: necesidad de la oración  y conversión pemanente)

 

PRIMERA PARTE

 

LA EXPERIENCIA DE DIOS

      

1.- LA SANTIDAD O EXPERIENCIA DE DIOS

 

       Lo primero que quiero decir es qué entiendo yo por Experiencia de Dios. Desde luego nada del Oriente, ni de respiraciones ni posturas ni cantos o danzas especiales. Mi comprensión es la de la Tradición, la de nuestros místicos, la que hemos meditado todos, desde los Apóstoles hasta hoy, desde san Juan, san Pablo, Padres de la Iglesia, sobre todo, Oriental, hasta pasar a Catalina de Siena, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Teresita, Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, Madre Teresa de Calcuta, Hermana Trinidad de la Santa Iglesia, bueno, ésta todavía no ha muerto y no está canonizada, pero a pocos santos he visto yo hablar de y con experiencia de Dios, como a esta hija de la Iglesia. Estos son los que yo más o menos he estudiado. Por otra parte, por si alguno quiere profundizar más en este tema, lo tengo ampliamente estudiado en mi libro titulado precisamente LA EXPERIENCIA DE DIOS (Edibesa, Madrid 2007).

       Yo quiero hablar de este tema de la Experiencia de Dios, porque estoy convencido de la necesidad de la misma en  el mundo y en el hombre actual. Quiero decir que en otros tiempos bastaba  la piedad popular o la fe heredada, para ser buen cristiano o sacerdote, porque el ambiente creyente te ayudaba y te sostenía; pero hoy día han desaparecido todos estos apoyos; por tanto, si mi fe y vida personal cristiana o apostólica depende de que los demás me

ayuden o no; de que el Obispo o los hermanos sacerdotes me valoren o no; de que la Iglesia esté llena de fieles o no; de que mis apostolados tengan éxito, sean reconocidos o no; de que los mismos creyentes o feligreses me valoren o no... al fallar estos apoyos,  me vendré abajo, estaré triste y no tendré el gozo del Señor para comunicarlo, para que la gente crea en Él y le siga, por no tener una relación personal intensa con Cristo y depender sólo o principalmente de Él.

       Hoy el gozo de fe, el gozo de creer en la Eucaristía, de ser cristiano o sacerdote, el fuego apostólico, la caridad pastoral, el deseo de dar a conocer y amar a Jesucristo, vivo, vivo y resucitado, amigo y confidente del alma, depende de mi relación personal y gozosa con Dios, con Cristo, con mi Dios Trino y Uno; depende, y ésta es la afirmación fundamental de este libro y la razón de que lo escriba, de mi Experiencia de Dios, sin necesidad de otros apoyos que antes tenía; y aquí está la afirmación principal: el camino único para esta experiencia personal con Dios, con Cristo vivo y resucitado, especialmente en la Eucaristía, es el camino de la oración; pero no inicial o meditativa, sino de una oración ya afectiva, unitiva, esto es, que haya subido hasta el monte Tabor, hasta la experiencia mística, por la oración contemplativa, después de larga y profunda purificación, que me vacíe totalmente de mi yo y mis cosas, y al sentirme lleno de Dios, de Cristo, poder decir con San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... para mí la vida es Cristo...todo lo puedo en aquel que me conforta”.

       A mí me parece que a la Iglesia actual le falta experiencia de Dios, experiencia mística, experiencia de lo que predica, celebra, catequiza...  tanto en su parte alta: Cardenales, Obispos, Sacerdotes y en religiosos y religiosas, especialmente de «clausura», que son como los profesionales de la experiencia de Dios, de la oración contemplativa, como en la parte más baja: simples bautizados, catequistas, cooperadores, padres y madres cristianos...

       No estoy hablando de la fe creída, porque en la Iglesia actual hay muchos y buenos creyentes, teólogos y pastoralistas. Estoy hablando de experiencia de la fe, de la experiencia de Cristo resucitado, de haber subido un poco más alto por el  monte de la oración contemplativa hasta ver, oír y sentir a Dios en la altura del Tabor y poder decir: ¡Dios existe y me ama, me siento amado! pero de verdad, desde dentro, desde no poder reprimirlo, porque no soy el que fabrica estos sentimientos, me vienen dados por Dios mismo. Y esta falta de experiencia mística, de gozo en Dios, de certeza en la Verdad, de certeza en Jesucristo vivo y resucitado hasta poder decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo y dejéme mi cuidado entre las azucenas olvidado...» porque uno ya no puede ni sabe vivir sin Él, sin sentir este amor, pero de verdad, no de palabra o imaginación, como los que van al Oriente a buscar esta experiencia, esta carencia viene por la falta de oración personal, de trato de amistad afectiva y diaria con Él.

       Yo observo, pregunto y veo, después de cincuenta y tantos años de sacerdocio, que la mayor parte de los sacerdotes y de los anteriormente mencionados, no hacemos por gusto o por necesidad o por obligación, la oración personal diaria; no somos constantes y asiduos, como un deber y trabajo, al trato personal de amistad con Cristo «estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama»;  con Jesucristo que existe y nos ama de verdad y está en el Sagrario, pero no de palabra, sino de verdad, y nos espera todos los días con los brazos abiertos en amistad permanentemente ofrecida.

       Y tú me dirás ahora, querido hermano: si a ti te aburre personalmente Cristo, ¿cómo vas a entusiasmar a la gente cuando hables de Él? ¿con qué convencimiento y fuego dirás que es tu gozo y amor? si te cansa el estar y hablar con Él, y no tienes relación personal de amistad con Él, ni te ven junto al Sagrario, ¿cómo podrás decir que Él está allí y es Dios y la Hermosura y la Canción de Amor del Padre a los hombres? cuando te oigan hablar de Él, dirán para sus adentros: «eso no se lo cree ni él mismo»; con esa fe que no se vive y experimenta ¿cómo van a aumentar sus visitadores y amigos y adoradores y creyentes si a ti no te ven adorarlo ni visitarlo... ? Hablarás con teología, con ideas aprendidas pero sin fuego, sin entusiasmo, porque hablarás de una realidad aprendida, pero no amada y vivida; hablarás como un profesor, un profesional, pero no como un amigo, un testigo, uno que lo ve y lo siente y es feliz por Él y con Él  y que vive lo que predica, celebra o hace apostólicamente.

       Como consecuencia de no tener este trato de amistad con Él, no sólo no somos apóstoles según el corazón de Cristo, porque no le tratamos personalmente y no tenemos sus mismos sentimientos a los que estamos llamados a vivir en razón de nuestra identidad sacerdotal con Él; sino que hemos dejado también de ser discípulos humildes, necesitados siempre de su presencia, ayuda, ejemplo; algo muy frecuente en nuestras vidas sacerdotales, una vez que salimos del seminario o de los centros de formación.

Al llegar a las parroquias o campos de apostolado, nos han y nos hemos convertido automáticamente en maestros, que, al desarrollar esta misión, olvidamos que tenemos que seguir siendo discípulos humildes toda la vida en relación con Cristo, Único sacerdote del Altísimo; discípulos humildes y obedientes que hemos de escucharle todos los días para aprenderlo todo de Él en el trato personal con Él, cómo ser y vivir su sacerdocio único,  convirtiéndonos así también en sus mejores seguidores, pisando sus mismas huellas, con sus mismos sentimientos en relación al Padre y a los hombres: “si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo tome su cruz y me siga”.

       Hemos olvidado nuestra condición de discípulos y  aprendices y seguidores de su vida y evangelio, que pisan o tratan de pisar todos los día humildemente sus mismas huellas de adoración y obediencia al Padre, poniendo toda nuestra vida de rodillas ante Él por una obediencia victimal en la propia santificación y salvación de las almas; en definitiva, que le dejamos a Dios ser Dios de nosotros y de toda nuestra vida, y nosotros, por la adoración y obediencia hasta la muerte del yo, nos convertimos en verdaderas criaturas e hijos suyos por identificación con el Hijo amado, hijos en el Hijo, por la unión de vida y santidad.

       Nunca debemos olvidar nuestra condición de discípulos, toda la vida somos discípulos, y para eso es absolutamente necesaria la oración personal, pero no como mera lectura o meditación que llega al conocimiento de Dios, sino que todo tiene que llegar hasta el corazón, al amor personal a Cristo.

       Si no tenemos relación personal con Cristo por el encuentro diario de amor, llegaremos así a perder nuestra condición de «discípulos», de alumnos permanentes de discipulado y seguimiento de Cristo en la obediencia total al Padre hasta dar la vida matando al «yo» que nos domina, y es dueño de nuestra persona y actividad y deseos y proyectos durante toda la vida.

       Nuestro yo se ha convertido en el dios que adoramos, ídolo al que servimos y damos culto de la mañana a la noche, también en la parte alta de la Iglesia. Lo veo, lo olfateo, lo descubro en nombramientos, ascensos, grupos de presión y demás.

       Tenemos un poco olvidado en estos tiempos y se practica poco  “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga... el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío...”. “El negarse a sí mismo” es condición indispensable para ser discípulo de un Cristo que llevó las cruces de todos, que “siendo Dios se rebajó y tomó la condición de esclavo...”.

       Y termino esta idea repitiendo que se ha perdido esa condición de discípulo y de pisar sus mismas huellas por no escucharle en la oración personal; no basta la oración litúrgica, es necesaria la relación personal, la oración personal que entra en el corazón de los ritos y apostolado, y vive todo lo que el sacerdote predica, celebra y hace; sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, porque se hacen  sin identificarnos con el ser y existir de Cristo Único Sacerdote, al que hemos prestado nuestra humanidad, y ese fuego, experiencia,  Espíritu de Cristo, se recibe en la oración: “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlo a predicar”.  Es más, aunque le vieron resucitado, Jesús les dijo: “Os conviene que  yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... cuando venga, Él os llevará a la verdad completa”.

 

 RESUMIENDO: No llegamos a la experiencia mística de Dios, porque no hacemos oración, y no hacemos oración contemplativa, unitiva, porque esto supone transformación en Cristo; y esta transformación, preguntádselo a san Juan de la Cruz, que es lo principal por lo que escribió sus libros, supone y exige la muerte de nuestro yo, exige  mortificación y purificación y esto es doloroso, terriblemente doloroso en etapas un poco elevadas; y por eso dejamos la oración; esta es la razón última por la que abandonamos la oración personal: porque ésta nos va exigiendo la muerte de nuestros sentidos y pecados y proyectos y formas egoístas de vivir, porque Dios nos quiere poseer totalmente con su amor, y estamos tan llenos de nosotros mismos, de nuestros deseos y ambiciones y amor propio que no cabe «ni Dios»,  y esto ni el mismo Dios lo puede hacer, con todo su poder infinito, si nosotros, libremente, no le permitimos hacerlo; lo que ocurre es que, al hacerlo Dios y no nosotros, como estábamos acostumbrados en la primera purificación y oración, a que era más nuestra que de Dios, y por eso tenían aún muchas imperfecciones, resulta que el alma cree que ha perdido la fe y el amor, porque no los siente como antes, no hace ella la oración y la purgación, las va haciendo Dios directamente y nos va vaciando de nosotros mismos, de nuestras ideas y afectos egoístas, al mismo tiempo que se nos da directamente por unión de amor que a la vez que nos da vivencia y calor nos purifica.

       Entonces, y a medida que vayamos permitiendo a Dios obrar su purga y purificación en nosotros, va entrando Dios en nuestra vida y amor, y lo vamos sintiendo, y gozando y experimentando;  pero una cosa es cortar las ramas de mi yo, del pecado original, del cariño que me tengo a mí mismo que siempre me estoy buscando, y otra cosa es cuando Dios  toma las riendas de esta purificación, porque nosotros no podemos ni sabemos hacerlo en estas alturas de la oración contemplativa en que Dios quiere sumergirnos; tiene que ser su Amor, su Amor Personal de Dios Uno y Trino, Espíritu Santo por el amor loco y apasionado que nos tiene, el que se dispone a quitar las raíces del yo, de nuestros defectos, y entramos en las noches pasivas de la fe y del amor de san Juan de la Cruz, y acompañamos a Cristo en el Getsemaní de nuestra pasión y muerte de las raíces de nuestro yo, porque uno siente como si Dios le hubiera abandonado porque no lo siente como antes, porque siente con y en Cristo como si estuviera abandonado del mismo Dios, como a Cristo le «abandonó la divinidad» para que pudiera sufrir y redimirnos de nuestros pecados:“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.

       Pasadas estas limpiezas y purificaciones y muertes de las raíces del yo, consecuencia del pecado original, viene la experiencia mística, la oración contemplativa, la unión total con Dios en cuanto es posible en esta vida, viene el éxtasis, el salir de nosotros mismos para vivir en Dios, pero con toda mi vida poseída y llena de mis Tres:

«Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.         

Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada,

diréis que me he perdido;

que andando enamorada,

me hice perdidiza, y fui ganada».   

 

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PUEDE SERVIR MEDITACIÓN SOBRE LA VIRGEN.

(Don Benito homlias-imeditaciones.- 2016)

 

MEDITACIÓN MARIANA: “He aquí la esclava del Señor” (Mayo 1982)

 

MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

 

1. Vamos a meditar esta tarde sobre la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y vamos a meditar sobre esta respuesta de la Virgen precisamente porque la palabra servir no tiene buena prensa ni aceptación entre nosotros mismos, que tratamos de vivir en cristiano, especialmente el grupo de la parroquia.

       La Declaración de los Derechos Humanos insta a que nadie sea siervo o esclavo de otro. Cada persona deber ser libre y responsable de su vida y de sus actos. No podemos aceptar que haya hombres esclavos. Entonces ¿cómo poder afirmar que María es  la esclava, la sierva del Señor? ¿Qué sentido pueden tener estas palabras?

 

2. Lo primero que debemos afirmar es que María, la sierva del Señor, está en la llena del servicio a Dios y no de esclavitud. María quiere servir a Dios, a sus planes y para eso se entrega totalmente, pone toda su voluntad, toda su persona al servicio del proyecto de Dios.      Y para poder hacer esto plenamente, lo primero que se requiere en la Virgen es ser y sentirse libre. Cómo puede realmente ponerse al servicio pleno de Dios, aunque uno lo afirme, si no está totalmente libre de pasiones fuertes o débiles como la soberbia, el egoísmo, la comodidad que le impiden a la persona ser y vivir con libertad y totalidad para con Dios y los hermanos? ¿Cómo poder servir sin fallos, sin reservas quien es esclavo de sí mismo?

Precisamente este es el sentido de la mortificación cristiana, de la revisión de vida en los grupos; es descubrir y mortificar las ramificaciones del yo que impiden el total amor y servicio y entrega a la voluntad de Dios y de los hermanos.

Y esto que es necesario para la relación con Dios, lo es igualmente para las relaciones humanas en el matrimonio, en las amistades, en la vida cristiana yen el grupo: cómo creerse uno que ama  al esposo, al amigo, y decir te amo con todo su corazón, cuando uno es esclavo de sí mismo y se ama casi exclusivamente a sí mismo, y se busca a sí mismo incluso en la relación con el esposo o los amigos? Cuanto más esclavo sea uno de sí o de cosas, menos fuerza y entrega puede tener para amar y entregarse de verdad a los demás.

De aquí la necesidad del servicio del amor que soporta los fallos del otro y le  perdona, la necesidad diaria de superar las faltas de amor de los otros, de amar a fondo perdido, de amar con gratuidad sin exigir o esperar a cada paso la tajada de recompensa, de amar como la Virgen, gratuitamente, como sierva que no tiene ego, egoísmo, amor propio o amor a sí misma más que a los demás.

Si no ese ama así, si en la amistad, en el matrimonio no se perdona gratuitamente, vendrá el divorcio, la separación, so pretexto de libertad, de derechos y autonomías, el mismo aborto es una derecho que dan a la madre estos gobiernos ateos sin mencionar los derechos de hijo a la vida y al amor.

María, por ser y sentirse libre, puede decir: “He aquí la esclava, la sierva del Señor”, porque al no buscar su egoísmo puede servir totalmente a Dios. Nosotros, para poder optar por Dios, necesitamos estar más libres de orgullos, de amor propio, de egoísmos, de envidias y soberbias... porque todo esto nos hace esclavos, nos incapacita para amar a Dios y a los hermanos.

 

3. El servicio de María es libre, no se busca a sí misma, sólo busca amar a Dios sobre sí misma, y cumplir su voluntad por encima de todo. Y por eso, cuando el Espíritu Santo “la cubre con su sombra” y engendra la Hijo de Dios, no da explicaciones a nadie y soporta la calumnia y las murmuraciones y la incomprensión, por otra parte, lógica y santamente llevada por su esposo José, y se lo confía todo a Dios.

El sí de María es amar a Dios y ponerse a su servicio por encima de todo, amar sobre todas las cosas; he aquí el verdadero amor, el que se vacía de sí mismo, el que piensa en Dios y en los demás más que en uno mismo. Quien ama de verdad, está siempre a disposición de la persona amada, no concibe la vida sin ella, no se ve sino en ella, no se realiza sin ella. María, por amor a Dios, se hace libre de esclavitudes y lo hace por amor obedencial y servicial a Dios. María amó y se pone al servicio total de Dios. María, desde la libertad y del amor total, se hace sierva de Dios y de los hombres. Desde esta perspectiva mariana sí que podemos decir que «servir es amar» y «amar es servir».

 

4. María fue saludada por el ángel como “kejaritomene, la llena de gracia”. Si estuvo llena de gracia desde el primer instante de su ser, también estuvo llena del amor de Dios. Y “Dios es amor”, dice San Juan. Amor gratuito, servicial y entrega total al hombre sin esperar nada de él porque el hombre no le puede dar nada que Él no tenga. Y este amor es el que llena a María.

Ella ama gratuitamente, sin esperar nada, sólo por amor, por hacer feliz a la persona amada. Nosotros, por naturaleza, somos egoístas, tenemos el pecado de origen, que consiste en amarnos a nosotros mismos más que a nadie. Pero “Dios es amor... en esto consiste el amor, en que Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1jn. 4, 8-10. María, lo afirma el arcángel Gabriel, estuvo llena de este amor.

El amor de Dios es gratuito, por el puro deseo de amarnos y hacernos felices.  Él no ama para que vivamos su misma vida de amor y felicidad. Quiere hacernos igual a Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan  vida eterna”. Sólo hay una cosa que Dios no tiene si nosotros no se lo damos, nuestro amor.

 

5. En el Evangelio Cristo nos dice que vino al mundo para “servir y no para se servido... haced vosotros lo mismo”. Servir al Padre cumpliendo su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Y siendo maestro el Señor está con los suyos como el que sirve, lavando los pies de sus discípulos, atendiendo a las necesidades de los hombres, curando sus heridas, sanando sus enfermedades, consolando, acariciando a los niños (Lc 22,26-27; Jn 13, 1-17).

Este amor servicial y amistoso de Dios y de su Hijo nos ha llegado a se ser totalmente extraño en estos tiempos en que sólo se habla de derechos; esta forma de amar en cristiano resulta ajena hoy a los mismos cristianos, seguidores del“Siervo de Yavéh”  por las circunstancias de la política y sindicatos y  sociedad que solo habla de derechos.

El amor de servicio es algo de lo que hablamos en la iglesia, cuando predicamos o meditamos, pero no nos sirve luego para la vida, nada de ponerlo en práctica, como programa de vida y relación con los demás; pensamos así aquí ahora, viendo y oyendo a Cristo, pero luego nos comportamos como todos los demás: nos ponemos en una postura de servirnos de los demás, como hace todo el mundo y no en una mentalidad y actitud de servicio.

Sin embargo, fijémonos en lo que Cristo nos enseña con su comportamiento. Dice así el Evangelio: “Jesús llamó a los discípulos y le dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro servidor; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 25-27).

6. María captó plenamente esta mentalidad de Dios: se pone  a servicio de la Palabra de Dios, a servicio de Isabel, del niño por el que tiene que huir a Egipto, al servicio de los novios que no se enteran, igual que el resto de los invitados a la boda de Caná, de que se han quedado sin vino, porque solo pensaban en si mismos y estaban pendientes de pasarlo bien ellos. María está pendiente de los demás más de que de si misma y por eso se da cuenta de que falta el vino. María, hasta el Calvario, fue puro servicio a todos. Por eso todos la quieren, desde Dios hasta el más pecador.

Aprendamos de María a ser cada día más serviciales, más libres de esclavitudes, para poder amar y servir a todos como Ella. Este  servicio debe ser motivado desde el amor a Dios, que es el más gratuito y fuerte. Sin deseos de querer amar más Dios y a los hombres, al esposo, al grupo de amigos no es posible emprender este camino de liberación, de superación, de gratuidad, porque supone una generosidad que naturalmente no tenemos, tiene que ser por la gracia de Dios.

Que María nos ayude a comprender todo esto. Que Ella nos convenza de que así deber ser un cristiano, fiel al ejemplo de Cristo, siguiendo y pisando sus huellas; que Cristo nos de su fuerza, su gracia, su amor para amar así, que seamos fieles a lo que Cristo nos pide. De esta forma todos los problemas del grupo, de los matrimonios, de las relaciones humanas quedarían superados por el amor servicial y gratuito.

María, madre y sierva del Señor, que por amor a Dios te hiciste esclava de tus hijos los hombres, danos deseos de imitarte como tú imitaste a tu Hijo. Queridas hermanas: Repitamos durante todo este mes de mayo: María, modelo de entrega a Dios, ruega por nosotros a tu Hijo, para que seamos semejantes a ti, y podamos decir tus mismas palabras con tus mismos sentimientos “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Amén.

28. MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR PARA TODOS SUS HIJOS

 

       Queridos hermanos:

 

1.- María es primeramente madre; Madre de Cristo y Madre de todos los creyentes en Cristo. María es nuestra Madre. Porque Dios lo quiso. Y lo quiso al enviarnos a su Hijo y elegir a María para Madre. Madre de la Cabeza, madre del cuerpo místico, que es la Iglesia, que somos todos nosotros.

Dios envió a su Hijo para salvarnos y quiso que tuviera una madre, como todos nosotros. Y el Hijo la eligió como madre. Y la quiso madre para todos nosotros, porque así nos la entregó a todos en la persona de Juan: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”. Y el parto de este alumbramiento fue doloroso, porque fue el de su pasión y cruz de Cristo a la que quiso asociar a su Madre, la Virgen de los Dolores: “estaban junto a la cruz su madre...” Así la proclamó solemnemente Pablo VI en pleno Concilio Vaticano II:

«Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»,

El título de Madre de la Iglesia era ciertamente nuevo en cuanto a su proclamación, pero no en su contenido, porque desde siempre todos los cristianos se han considerado hijos de María y la han invocado como Madre, con afecto filial.

Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos promete como tal: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella herirá tu cabeza, cuando tu hieras su talón” (Gn 3, 15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María.

Pero es, sobre todo, en el misterio de la Anunciación, donde Maria, con su Sí al plan salvífico del Padre, es constituida Madre de todos lo redimidos, acogiendo en su seno la Palabra divina Encarnada en su seno , Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador.

Tenemos este texto maravilloso de la Lumen gentium: «Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consistiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19, 25-27).

Y allí en el Calvario, fue proclamada solemnemente por Cristo como madre de los hombres en la figura de Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo”, a tus hijos.

Si hay una madre, lógicamente  tiene que haber  hijos. Podíamos ahora considerar nuestra relación, nuestros deberes de hijos para con Ella, pero nos vamos a detener más bien en sus deberes y relación de Madre para con nosotros, en su maternidad actual para con todos los hijos de la Iglesia, con todos los hombres. Y citamos nuevamente la Lumen gentium:

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación de todos los elegidos. Pues, asunta en cuerpo y alma a los cielos, no ha dejado esta misión solidaria, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación Eterna» (LG 62).

María, como madre, se ha convertido así en fuente de gracias, y a la vez en arquetipo y modelo de santidad y virtudes cristianas y evangélicas para todos nosotros, sus hijos. Es madre y modelo de santidad evangélica.

2. Madre y modelo de fe. Desde la Inmaculada Concepción hasta el Calvario caminó sin vacilar por el camino de la fe que mantuvo viva su esperanza y la hizo caminar y  vivir en caridad y entrega permanente a los planes de su Hijo Dios y sus hijos, los hombres. Y como modelo y madre, Ella es la realización anticipada de lo que testamos llamados a ser cada uno de sus hijos. Mirando a nuestra Madre como modelo, nos animamos a vivir las virtudes teologales, que son la base de toda la vida cristiana.

Madre de fe en la Anunciación, donde sin ver claro, aceptó la palabra divina y se abrazó a la voluntad salvífica de Dios. Concibió creyendo  al que dio a luz creyendo. Madre de la fe sin límites al pié de la cruz, cuando se consumaba el misterio de la Redención de la forma mas paradójica, fracasando su Hijo ante el pueblo y creyendo que era Dios, el Hijo que moría de forma tan cruel y dolorosa. Solo una fe del todo singular pudo sostener a la Madre en su unión salvífica con el Hijo.

Queridos hermanos, cuando no se comprenden los planes de Dios, porque no coinciden con los nuestros, que siempre van buscando el éxito inmediato; cuando no se entiende lo que Dios quiere y nos propone y uno tiene que decir Si a Dios sin saber donde le va a llevar ese sí; cuando crees que ya lo vas realizando y se van cumpliendo los planes de Dios, pero viene una desgracia que los mata en la cruz del fracaso, sin apoyos y explicaciones, en noche oscura y total de fe, de luz, de comprensión y explicación, como pasó con María; Ella, como Madre de la fe oscura y heroica te ayudará a pasar ese trance doloroso y estará junto a ti y sentirás su presencia como Jesús quiso que estuviera junto a su cruz, junto al Hijo de su entrañas y de su amor. Ella es ejemplo de cómo tenemos que vivir esos momentos dolorosos de la vida.

 

3. María, Madre de fe, es también madre auxiliadora en los momentos de peligros y desgracias, es auxiliadora e intercesora del pueblo santo de Dios. Además, lo puede todo, es omnipotente suplicando y pidiendo a su Hijo por nosotros. Como toda madre es intercesión para sus hijos. Todos  sabemos y decimos que no hay nada como el amor de una madre. Triste es la orfandad de cualquiera de los padres, pero  si la madre permanece, existe hogar y los hijos siguen unidos y caminan hacia adelante. Un hijo puede olvidrse de su madre, pero una madre no se olivara jamás de sus hijos. Si Dios nos dio a María por madre, esto nos inspira consuelo, paz, tranquilidad, seguridad. Es Dios quien lo ha querido y lo ha hecho.

 

4.- María, madre de fe, es esperanza nuestra; vida, dulzura y esperanza nuestra como rezamos en la Salve. Maria ha conseguido la plenitud de vida y salvación que buscamos. Ha sido asunta, es Madre del cielo, es premio, eternidad dichosa en Dios que abre su regazo para todos sus hijos. Es cita de eternidad. Es cielo anticipado para sus hijos. El cielo de María es que todos sus hijos se salven y lleguen a su Hijo, a Dios, para lo que su Hijo se encarnó en su seno.

Recemos: Maria, madre de fe y esperanza, auxiliadora del pueblo de Dios, intercede por tus hijos ante el Hijo que nos salvó y todo lo puede; tú lo puedes todo ante Él suplicando, porque es tu Hijo, lo llevaste en tus entrañas.

Madre, llévanos de la mano un día a donde tu ya vives como reina de la ángeles, tú que eres la mujer nueva, la Virgen Madre vestida del resplandor del Sol divino que es tu Hijo, coronada de estrellas, madre del cielo. Amén.

 

 

 

29. COMPLEMENTO DE MARÍA, MADRE Y MODELO DE FE.

 

Así como en el Antiguo testamento rompe Abrahán la marcha de la fe y es llamado padre de los creyentes,, porque se fía del Señor que le invita  a salir de su tierra y parentela para caminar hasta la tierra prometida y fiado en esa misma palabra está dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, así también en el Nuevo Testamento María abre la marcha de los creyentes como madre de la fe, creyendo en la palabra que Dios le envía por medio del arcángel Gabriel que la hace por el Espíritu Santo madre del Salvador.

       Esta fe-confianza de María la encontramos totalmente clara y reflejada en el misterio de la Encarnación del Verbo, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas. Y esta fe la aceptó orando, estaba orando cuando el ángel la saludó y le trajo buenas noticias de parte de Dios. Orando, mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Así se le aparece el ángel y le descubre el misterio: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...será grande y se llamará Hijo del Altísimo...”

       Y Maria lo admite y sólo quiere saber qué tiene que hacer. Porque Ella tiene voto de virginidad: ¿Cómo puede ser eso? Y el ángel dice que el Señor con su poder se encargará de solucionarlo todo y ante esto y siguiendo sin ver claro pero fiándose totalmente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       Si para que se cumpla este proyecto de Dios es necesario que venga abajo mi reputación, mis planes, mi fama, incluso ante mi marido José, he aquí la que ya no tiene voluntad ni planes propios, pero que Dios haga en mí sus planes.

       Se fía y se entrega totalmente a Dios: “Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dirá luego su prima Isabel cuando María va a visitarla, porque está también embarazada.

       La fe de María ha sido el principio en el tiempo de nuestra salvación, es el principio de la maternidad divina de María. Pero quede claro, que esta fe, esta confianza no le descubre el misterio de Cristo y su misión, sino que lo irá descubriendo en la medida que  se vaya realizando. Lo tiene que ir descubriendo en contacto con su Hijo y su misterio: “María consevaba todas estas cosas en su corazón”. Siempre lo fue descubriendo por la oración. Por ejemplo, se ha perdido el niño. Y Ella lo busca, no sólo para sí sino para todos nosotros. Porque Ella está versada  en las Escrituras santas y sabe que el Mesías nos salvará. Por eso quiere encontrarlo para todos: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y recibe esta respuesta desconcertante: “No sabíais que debía ocuparme de la casa de mi Padre”.

       Y añade muy acertadamente San Lucas, que lo escucharía de la Virgen: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. María meditaba, reflexionaba y su fe iba abriendo y descubriendo y aumentando y ejercitando hasta la perfección, como aumenta la tuya y la mía mediante la oración y las puestas con la  confianza en Dios.

       La fe dolorosa y redentora de la Virgen aparece sobre todo en el Calvario. Sigue siendo una fe abrahámica. La de Madre de todos los creyentes. En aquella oscuridad dolorosa del Viernes Santo hay una doble luz: primero, el amor invencible al Hijo y del Hijo, y la fe invencible de la Madre. Allí está ella de pie, firme, creyendo contra toda evidencia, dando a luz a la Iglesia, que está naciendo de los dolores del Hijo crucificado, a los que ella se une en noche de fe, sin ver nada, todo lo contrario, con una fe muy oscura y dolorosa y más meritoria que la de Abrahán  porque él no llegó a sacrificar a su hijo y verlo muerto, y María, sí. Y, sin embargo, cree, cree en la Victoria del Hijo viéndole morir en el más vergonzoso fracaso. Cree en la vida que está naciendo de la muerte de su Hijo. Y de hecho, con la palabra del Hijo, queda explicada toda esa noche de fe, porque realmente se ha convertido, unida al dolor de su Hijo en madre de todos los creyentes. Así se lo testifica su Hijo: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”.

       Con estas palabras del Hijo ha quedado todo explicado, manifestado, descubierto: María por su fe, unida al sacrificio de su Hijo, se ha convertido en Madre de la Iglesia., de los creyentes, y al peder el Hijo, ha conseguido la multitud de todos, los nuevos hijos: Juan es el representante.

       Y María ensancha aún más, en la misma pérdida del Hijo, su amor y caridad por esta fe y nos recibe a todos en su corazón que adquiere dimensiones universales como la redención de Cristo.

 

Nacido de mujer

 

Recuerdo que hace ya muchos años, durante el pontificado de Pío XII, una mañana, cuando desayunaba yo en la cafetería de un hotel de Roma, se me acercó una muchacha japonesa y, en un francés tan tartamudeante como el mío, me preguntó si yo era sacerdote. Cuando le dije que sí, me dijo a bocajarro: ¿Podría explicarme usted quién es la Virgen María? Sus palabras me sorprendieron tanto que sólo supe responder: ¿Por qué me hace esa pregunta? Y aún recuerdo sus ojos cuando me explicó: Es que ayer he oído rezar por primera vez el avemaría y, no sé por qué me he pasado la noche llorando.

Entonces tuve que ser yo quien explicara que también yo necesitaría pasarme llorando muchas noches para poder responder a.. esa pregunta. Y, como única respuesta, repetí a la muchacha algunos de los párrafos de lo que el viejo cura de Torcy dice a su joven compañero sacerdote en el Diario de un cura rural de Bernanos que, en las vísperas de mi propia ordenación sacerdotal, releí tantas veces que había llegado a aprendérmelos casi de memoria: ¿Rezas a la Santa Virgen? Es nuestra madre ¿comprendes? Es la madre del género humano, la nueva Eva, pero es, al mismo tiempo su hija. El mundo antiguo y doloroso, el mundo anterior a la gracia, la acuné largo tiempo en su corazón desolado —siglos y más siglos— en la espera oscura, incomprensible de una «virgo génitrix». Durante siglos y siglos protegió con sus viejas manos cargadas de crímenes, con sus manos pesadas, a la pequeña doncella maravillosa cuyo nombre ni siquiera sabia La edad media lo comprendió como lo comprendio todo. ¡Pero impide tú ahora a los imbéciles que rehagan a su manera el «drama de la encarnación)> como ellos lo llaman! Cuando creen que su prestigio les obliga a vestir como títeres a modestos jueces de paz o a coser galones en la bocamanga de los interventores, les avergonzaría a esos descreídos confesar que el solo, el único drama, el drama de los dramas —pues no ha habido otro— se represeñtó sin decoraciones ni pasamanería. ¡Piensa bien en lo que ocurrió! ¡El Verbo se hizo carne y ni los periodistas se enteraron! Presta atención, pequeño: La Virgen Santa no tuvo triunfos ni milagros Su Hijo no permitio que la gloria humana la rozara siquiera. Nadie ha vivido, ha sufrido y ha muerto con tanta sencillez y en una ingnorancia tan profunda de su propia dignidad, de una dignidad que, sin embargo, la pone muy por encima de los ángeles. Ella nació también sin pecado... ¡qué extraña soledad! Un arroyuelo tan puro, tan límpido y tan puro, que Ella no pudo ver reflejada en él su propia imagen, hecha para la sola alegría del Padre Santo —joh, soledad sagrada!—. Los antiguos demonios familiares del hombre contemplan desde lejos a esta criatura maravillosa que está fuera de su alcance, invulnerable y desarmada. La Virgen es la inocencia. Su mirada es la única verdaderamente infantil, la única de niño que se ha dignado fijarse jamás en nuestra vergüenza y nuestra desgracia... Ella es más joven que el pecado, más joven que la raza de la que ella es originaria y, aunque Madre por la gracia, Madre de las gracias, es la más joven del género humano, la benjamina de la humanidad.

Un misterio. Sí, un misterio que invita más a llorar de alegría que a hablar. ¿Cómo hablar de María con la suficiente ternura, con la necesaria verdad? ¿Cómo explicar su sencillez sin retóricas y su hondura sin palabrerías? ¿Cómo decirlo todo sin inventar nada, cuando sabemos tan poco de ella, pero ese poco que sabemos es tan vertiginoso? Los evangelios —y es lo único que realmente conocemos con certeza de ella— no le dedican más allá de doce o catorce líneas. ¡Pero cuántos misterios y cuánto asombro en ellas!

Sabemos que se llamaba María (Mirjam, un nombre al que la piedad ha buscado más de sesenta interpretaciones, pero que probablemente significa sólo «señora»); sabemos que era virgen y deseaba seguir siéndolo, y que —primera paradoja— estaba, sin embargo, desposada con un muchacho llamado José; sabemos que estaba «llena de gracia» y que vivió permanentemente en la fe... Es poco, pero es ya muchísimo.

 


Llena de gracia

 

Estaba «llena de gracia». Más: era «la llena de gracia». El ángel dirá «llena de gracia» como quien pronuncia un apellido, como si en todo el mundo y toda la historia no hubiera más «llena de gracia» que ella. Y hasta los escrituristas insisten en el carácter pasivo que ahí tiene el verbo llenar y piensan que habría que traducirlo —con perdón de los gramaticos— «llenada de gracia» Era una mujer elegida por Dios, invadida de Dios, inundada por Dios. Tenía el alma como en préstamo, requisada, expropiada para utilidad pública en una gran tarea.

No quiere esto decir que su vida hubiera estado hasta encontes llena de milagros, que las varas secas florecieran de nardos a su paso o que la primavera se adelgazara al rozar su vestido. Quiere simplemente decir que Dios la poseía mucho más que el esposo posee a la esposa. El misterio la rodeaba con esa muralla de soledad que circunda a los niños que viven ya desde pequeños una gran vocación. No hubo seguramente milagros en su infancia, pero sí fue una niña distinta, una niña «rara», O más- exactamente: misteriosa. La presencia de Dios era la misma raíz de su alma. Orar era, para ella, respirar, vivir.

Seguramente este mismo misterio la torturaba un poco. Porque ella no entendía. ¿Cómo iba a entender? Se sentía guiada, conducida. Libre también, pero arrastrada dulcemente, como un niño es conducido por la amorosa mano de la madre. La llevaban de la mano, eso era.

Muchas veces debió de preguntarse por qué ella no era como las demás muchachas, por qué no se divertía como sus amigas, por qué sus sueños parecían venidos de otro planeta. Pero no encontraba respuesta. Sabía, eso sí, que un día todo tendría que aclararse. Y esperaba.

Esperaba entre contradicciones. ¿Por qué —por ejemplo— había nacido en ella aquel «absurdo» deseo de permanecer virgen? Para las mujeres de su pueblo y su tiempo ésta era la mayor de las desgracias. El ideal de todas era envejecer en medio de un escuadrón de hijos rodeándola «como retoños de olivos» (Sal 127, 3), llegar a ver «los hijos de los hijos de los hijos» (Tob 9, 11). Sabía que «los hijos son un don del Señor y el fruto de las entrañas una recompensa» (Sal 126, 3). Había visto cómo todas las mujeres bíblicas exultaban y cantaban de gozo al derrotar la esterilidad. Recordaba el llanto de la hija de Jefté y sus lamentos no por la pena de morir, sino por la de morir virgen, como un árbol cortado por la mitad del tronco.

Sabía que esta virginidad era aún más extraña en ella. ¿No era acaso de la familia de David y no era de esta estirpe de donde saldría el Salvador? Renunciando a la maternidad, renunciaba también a la más maravillosa de las posibilidades. No, no es que ella se atreviera siquiera a imaginarse que Dios podía elegirla para ese vertiginoso prodigio —«yo, yo» pensaba asustándose de la simple posibilidad— pero, aunque fuera imposible, ¿por qué cerrar a cal y canto esa maravillosa puerta? Sí, era absurdo, lo sabía muy bien. Pero sabía también que aquella idea de ser virgen la había plantado en su alma alguien que no era ella. ¿Cómo podría oponerse? Temblaba ante la sola idea de decir «no» a algo pedido o insinuado desde lo alto. Comprendía que humanamente tenían razón en su casa y en su vecindario cuando decían que aquel proyecto suyo era locura. Y aceptaba sonriendo las bromas y los comentarios. Sí, tenían razón los suyos: ella era la loca de la familia, la que había elegido el «peor» partido. Pero la mano que la conducía la había llevado a aquella extraña playa.

Por eso tampoco se opuso cuando los suyos decidieron desposarla con José. Esto no lo entendía: ¿Cómo quieú sembró en su alma aquel ansia de virginidad aceptaba ahora que le buscasen un esposo? Inclinó la cabeza: la voluntad de Dios no podía oponerse a la de sus padres. Dios vería cómo combinaba virginidad y matrimonio. No se puso siquiera nerviosa: cosas más grandes había hecho Dios. Decidió seguir esperando.
El saber que era José el elegido debió de tranquilizarle mucho. Era un buen muchacho. Ella lo sabía bien porque en Nazaret se conocían todos. Un muchacho «justo y temeroso de Dios», un poco raro también, como ella. En el pueblo debieron de comentarlo: «Tal para cual». Hacían buena pareja: los dos podían cobijarse bajo un mismo misterio, aquel que a ella la poseía desde siempre.
¿Contó a José sus proyectos de permanecer virgen? Probablemente no. ¿Para qué? Si era interés de Dios el que siguiera virgen, él se las arreglaría para conseguirlo. En definitiva, aquel asunto era más de Dios que suyo. Que él lo resolviera. Esperó.

A la sombra de la palabra de Dios

Así vivía aquel tiempo la muchacha. Debía de tener trece o catorce años: a esta edad solían desposarse las jóvenes de su tiempo. Pero a veces parecía mucho más niña —por su pureza— y a veces mucho mayor —por su extraña madurez—. Esperaba. Todos esperaban por aquel tiempo, aunque puede que cada uno aguardase cosas diferentes. Los más esperaban, simplemente, salir de aquella humillación en que vivían: su país invadido por extranjeros, el reino de David convertido en un despojo, su familia empobrecida y miserable. Vivían tensos de expectación como todos los humillados. Sabían que el libertador vendría de un momento a otro y olfateaban esa venida como perros hambrientos. ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que seguir esperando a otro? (Mt 11, 3), preguntaría años más tarde Juan Bautista. Esperaban y desesperaban al mismo tiempo. A veces les parecía que el Mesías era un hermoso sueño que inventaban en las sinagogas para hacerles más llevadero el pan de la esclavitud.
Elia esperaba sin desesperar. Probablemente porque estaba a la espera de algo muy diferente que los demás. Le esperaba a él, no porque fuera a liberarla a ella, ni siquiera porque fuera el libertador. Sabía que simplemente con que él viniera —aunque ellos siguieran esclavos y miserables— el mundo ya habría cambiado. No pensaba siquiera en el mal que él iba a borrar, sino en la luz que él iba a traer. No le angustiaban las tinieblas, soñaba la luz. Las tinieblas, cuando él llegara, se irían por sí solas.

Y mientras él venía, alimentaba su esperanza en la luz que ya tenían: la luz de la palabra de Dios, las profecías, los salmos. Los pintores gustan siempre de presentarla con un libro en las manos cuando llegó el ángel. Pero ¿sabía léer María? ¿Tenía, además, dinero para comprar los entonces carísimos libros? Sé de muchos que se escandalizan ante la idea de que María fuese analfabeta. Pero es lo más probable. La mujer era entonces lo último del mundo y en aquel rincón del planeta el nivel cultural era de lo más ínfimo. No saber leer y escribir era lo más corriente. Y María —menos en la gracia— era de lo más corriente. A Jesús le veremos leyendo en la sinagoga y escribiendo en el suelo. De María nada se nos dice. Pero el saber leer o no, en nada oscurece su plenitud de gracia.
Lo que sí podemos asegurar es que conocía la Escritura corno la tierra que pisaba. Cuando el ángel hable, mencionará al «hijo del Altísimo», citará el «trono de David, su padre», dirá que ha de «reinar sobre la casa de Jacob» (Lc 1, 32-33). Y María entenderá perfectamente a qué está aludiendo. La veremos también más tarde, en el Magníficat, improvisando un canto que es un puro tejido de frases del antiguo testamento. Sólo improvisa así, quien conoce esos textos como la palma de su mano. Supiera leer,pues, o no, lo cierto es que la palabra de Dios era su alimento. Sabía, probablemente, de memoria docenas de salmos y poemas proféticos. En el mundo. rural siempre se ha tenido buena memoria y más aún entre los pueblos orientales. Flavio Josefo cuenta que muchos judíos de aquel tiempo sabían repetir los textos de la ley con menos tropiezos que sus propios nombres. Y, además, aprendemos fácilmente lo que amamos. En la sinagoga repetían, sábado tras sábado, aquellas palabras de esperanza. Y María las había hecho ya tan suyas como su misma sangre. Sobre todo las que hablaban del Mesías. Aquellas alegres y misteriosas del salmo 109:

 

Dijo el Señor a mi Señor:
siéntate a mi diestra
mientras pongo a tus enemigos
como escabel de tus pies.
En el día de tu poderío
eres rey en el esplendor de la santidad.
De mis entrañas te he engendrado
antes que el lucero de la mañana.
Y aquellas otras tan terribles y desgarradoras
Pero yo soy un gusano, ya no soy un hombre, ludibrio para la gente,
desprecio para el pueblo.

Todos los que me ven se burlan,
tuercen sus labios, sacuden su cabeza...
Me rodea una jauría de perros,
me asedia una banda de malvados.
Han horadado mis manos y mis pies,
han contado todos mis huesos... (Sal 22, 7-17).


Temblaba al oír estas cosas. Deseaba que viniera aquel rey en el esplendor de la santidad (Is 60, 3). Pero su corazón se abría al preverlo rodeado de una jauría de humanos. ¿Se atrevía alguna vez a imaginar que ella «lo engendraría de sus entrañas»? Sonreiría de sólo imaginárselo. No, el mar no cabía en su mano. Y ella estaba loca, pero no tanto. Dentro del misterio en que vivía —y aunque sabía que todo podía ocurrir— su corazón imaginaba para ella una vida mansa como un río, sin torrentes ni cataratas. Y aquel matrimonio con José, el artesano, parecía garantizarlo: viviría en Dios y en Dios moriría. Nunca la historia hablaría de ella. Hubiera firmado una vida tan serena como aquella que estaba viviendo aquella mañana, una hora antes de que apareciera el ángel. Aunque... ¿por qué vibraba de aquella manera su corazón? ¿Qué temor era aquel que quedaba siempre al fondo de su alma de muchacha solitaria? ¿Por qué Dios estaba tan vivo en ella y por qué su alma estaba tan abierta y tan vacía de todo lo que no fuera Dios, como si alguien estuviera preparando dentro de ella una morada? Fue entonces cuando llegó el ángel.


Un problema de fondo

 

Ahora, antes de entrar en la anunciación, tenemos que detenernos para formulamos una pregunta de fondo: ¿El encuentro de María y el ángel, tal y como lo narra Lucas, es la narración de un hecho rigurosamente histórico o sólo la forma literaria de expresar un hondo misterio teológico? Es un hecho que los dos primeros capítulos de Lucas difieren claramente, tanto en su contenido como en su estilo, de todo el resto de su evangelio. En ninguna otra página encontramos, en tan corto período de tiempo, tantos milagros, tantos sueños, tanto ir y venir de ángeles. Incluso el lenguaje es peculiar, lleno de semitismos, que hacen pensar a los investigadores que el evangelista usó aquí una fuente distinta, quizá un texto preescrito por otra persona.

Hasta la época más reciente, la piedad y la ciencia han coincidido en ver en estas páginas una rigurosa narración histórica y aún hoy muchos exegetas siguen viéndolo así. Pero incluso los teólogos que reconocen la rigurosa historicidad de lo que esos dos primeros capítulos lucanos cuentan, están muy lejos de pensar que, por ejemplo, en la página de la anunciación estemos ante una transcripción taquigráfica o magnetofónica de una verdadera conversación entre María y el ángel. ¿Quién la habría transmitido, si sucedió sin testigos? ¿Merece hoy valor la piadosatradici&n que piensa que Lucas trabajó sobre los recuerdos de María, que hubieran sido contados al evangelista por ella misma, único testigo humano de la escena? Los enemigos del cristianismo —e incluso algunos teólogos— descalifican estas escenas como algo puramente legendario, inventado por Lucas para llenar el desconocido vacío de lós comienzos deJa vida de Jesús, que, sin duda, querría conocer la piedad de los primeros cristianos. Pero, hoy, la ciencia más seria se aleja tanto de un puro literalismo como de una interpretación simplemente legendaria y acepta :la historicidad fundamental de lo narrado en esas páginas, aunque reconozca también que Lucas aportó una forma literaria a esas páginas para expresar lo fundamental de su teología: la misteriosa encarnación de Jesús, hecha por obra directa de Dios a través de María. Subrayan estos teólogos un dato fundamental para entender esta escena: que esos dos capítulos son un tapiz trenzado con hilos tomados del antiguo testamento como escribe McHugh. Efectivamente: La Iglesia primitiva se puso a reexaminar el mensaje del antiguo testamento a la luz de la venida de Cristo, afin de descubrir y explicar el sentido profundo que se hallaba oculto en sus textos proféticos. Así que es normal que describiera todo lo que rodea el nacimiento de Cristo a la luz de los cinco elementos típicos que aparecen en varios relatos veterotestamentarios de los nacimientos de los, grandes personajes. Hay, de hecho, un esquema idéntico en el nacimiento de Jesús y en los de Ismael, Isaac, Sansón y Samuel: aparición de un ángel que anuncia; temor por parte de la madre; saludo en el que el ángel llama a la madre por su nombre con un calificativo honorífico; mensaje en el que se le dice que concebirá y dará a luz un hijo y se le explica qué nombre deberá ponerle; objeción por parte de la madre y señal de que lo que se anuncia se cumplirá porque está decidido por Dios. Este es el esquema literario que seguirá Lucas para confirmar que en Cristo se realiza lo tantas veces anunciado en las Escrituras y para expresar, de un modo humano, lo inexpresable de. esta concepción.
Por ello tendremos que leer todo este relato a dos luces, sabiendo que es mucho más importante su contenido teológico, expresión de una realidad histórica y no legendaria, que su recubrimiento en los detalles, que ayudan a nuestro corazón y a nuestra fe a vivir ese profundo misterio transmitido por las palabras de Lucas. Leámoslo así;

La narraclon de Lucas

 

Todo empezó con un ángel y una muchacha. El ángel se llamaba Gabriel. La muchacha María. Ella tenía sólo catorce años. El nó tenía edad. Y los dos estaban desconcertados. Elia porque no acababa de entender lo que estaba ocurriendo. El, porque entendía muy bien que con sus palabras estaba empujando el quicio de la historia y que allí, entre ellos, estaba ocurriendo algo que él mismo apenas se atrevía a soñar.

La escena ocurría en Nazaret, ciento cincuenta kilómetros al norte de Jerusalén. Nazaret es hoy una hermosa ciudad de 30.000 habitantes. Recuerdo aún sus casas blancas, tendidas al sol sobre la falda de la montaña, alternadas con las lanzas de cientos de cipreses y rodeada por verdes campos cubiertos de olivos e higueras.
Hace dos mil años los campos eran más secos y la hermosa ciudad de hoy no existía. Se diría que Dios hubiera elegido un pobre telón de fondo para la gran escena. Nazaret era sólo un poblacho escondido en la hondonada, sin más salida que la que, por una estrecha garganta, conduce a la bella planicie de Esdrelón. Un poblacho del que nada sabríamos si en -él no se hubieran encontrado este ángel y esta muchacha. El antiguo testamento ni siquiera menciona su nombre. Tampoco aparece en Flavio Josefo, ni en el Talmud. ¿Qué habría que decir de aquellas cincuenta casas agrupadas en torno a una fuente y cuya única razón de existir era la de servir de descanso y alimento a las caravanas que cruzaban hacia el norte y buscaban agua para sus cabalgaduras. ¿De Nazaret puede salir algo bueno? (Jn 1, 46), preguntará un personaje evangélico cuando alguien pronuncie, años después, ese nombre. Las riñas y trifulcas —tan frecuentes en los pozos donde se juntan caravanas y extraños— era lo únicoque la fama unía al nombre de Nazaret. Y no tenían mejor fama las mujeres del pueblo:
A quien Dios castiga —rezaba un adagio de la época— le da por mujer una nazaretana.

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Y una nazaretana era la que, temblorosa, se encontrará hoy con un ángel resplandeciente de blanco. La tradición oriental coloca la escena en la fuente del pueblo; en aquella —que aún hoy se llama «de la Virgen»— a la que iban todas las mujeres de la aldea, llevando sobre la cabeza —tumbado a la ida, enhiesto al regreso— un cántaro de arcilla negra con reflejos azules. En aquel camino se habría encontrado María con el apuesto muchacho —los pintores orientales aún lo pintan así— que le dirigiría las más bellas palabras que se han dicho jamás.

Pero el texto evangélico nos dice que el ángel «entró» a donde estaba ella. Podemos, pues, pensar que fue en la casa, si es que se podían llamar «casas» aquellas covachas semitroglodíticas.

A los poetas y pintores no les gusta este decorado. Desde la galería esbelta —dirá Juan Ramón Jiménez— se veía el jardín. Leonardo situará la escena en un bello jardín florentino, tierno de cipreses. Fray Angélico elegirá un pórtico junto a un trozo de jardín directamente robado del paraíso. Pero ni galería, nijardín, ni pórtico. Dios no es tan exquisito... La «casa» de María debía ser tal y como hoy nos muestran las excavaciones arqueológicas: medio gruta, medio casa, habitación compartida probablemente con el establo de las bestias; sin más decoración que las paredes desnudas de la piedra y el adobe; sin otro mobiliario que las esterillas que cubrían el suelo de tierra batida; sin reclinatorios, porque no se conocían; sin sillas, porque sólo los ricos las poseían. Sin otra riqueza que las manos blancas de la muchacha, sin otra luz que el fulgor de los vestidos angélicos, relampagueantes en la oscuridad de la casa sin ventanas. No hubo otra luz. No se cubrió la tierra de luz alborozada (como escribe poéticamente Rosales, con ese afán, tan humano, de «ayudar» a Dios a hacer «bien» las cosas). No florecieron de repente los lirios ni las campanillas. Sólo fue eso: un ángel y una muchacha que se encontraron en este desconocido suburbio del mundo, en la limpia pobreza de un Dios que sabe que el prodigio no necesita decorados ni focos.

 

El ángel se llamaba Gabriel

 

Lo más sorprendente de la venida del ángel es que María no se sorprendiera al verle. Se turbó de sus palabras, no de su presencia. Reconoció, incluso, que era un ángel, a pesar de su apariencia humana y aunque él no dio la menor explicación.
Su mundo no era el nuestro. El hombre de hoy tan inundado de televisores, de coches y frigoríficos mal puede entender la presencia de un ángel. Eso —piensa— está bien para los libros de estampas de los niños, no para la realidad nuestra de cada día.
El universo- religioso de María era distinto. Un ángel no era para ella una fábula, sino algo misterioso, sí, pero posible. Algo que podía resultar tan cotidiano como un jarrón y tan verosímil como una flor brotando en un jardín El antiguo testamento —el alimento de su alma— está lleno de ángeles. La existencia de ángeles y arcángeles —dirá san Gregorio Magno— la tesi Wcan -casi todas las páginas de la sagrada Escritura. A Maria pudo asombrarle el que se le apareciera a ella, no el que se apareciera. Las páginas que oía leer los sábados en la sinagoga hablaban de los ángeles sin redoble de tambores, con «normalidad». Y con normalidad le recibió María.
En su apariencia era posiblemente sólo un bello muchacho. En el nuevo testamento nunca se pinta a los ángeles con alas. Se les describe vestidos de tilnicas «blancas», «resplandecientes», «brillantes». El ángel que encontraremos al lado del sepulcro tenía el aspecto como el relámpago y sus vestiduras blancas como la nieve (Mt 28, 3). Asívería María a Gabriel, con una mezcla de júbilo y temblor, mensajero de salvación a la vez que deslumbrante y terrible.

Se llamaba Gabriel, dice el texto de Lucas. Sólo dos ángeles toman nombre en el nuevo testamento y en los dos casos sus nombres son más descripciones de su misión que simples apelativos: Miguel será resumen de la pregunta «j,Quién como Dios?»; Gabriel esl «fuerte de Dios» o el ‘«Dios se ha mostrado fuerte». La débil pequeñez de la muchacha y la fortaleza de todo un Dios se encontraban así, como los dos polos de la más alta tensión.

Y el ángel («ángel» significa «mensajero») cumplió su misión, realizándose en palabras: ¡Alégrate, llena de gracia! ,El Señor está contigo! (Lc 1, 28). Si la presencia luminosa del ángel había llenado la pequéña habitación, aquella bienvenida pareció llenarla mucho más. Nunca un ser humano había sido saludado con palabras tan altas. Parecidas sí, iguales no.

Por eso «se turbó» la muchacha. No se habíaextremecido al ver al ángel, pero sí al oírle decir aquellas cosas. Y no era temblor de los sentidos. Era algo más profundo: vértigo. El evangelista puntualiza que la muchacha consideraba qué podía significar aquel saludo (Lc 1, 29). Reflexionaba, es decir: su cabeza no se había quedado en blanco, como cuando nos sacude algo terrible. Daba vueltas en su mente a las palabras del ángel. Estaba, por tanto, serena. Sólo que en aquel momento se le abría ante los ojos un paisaje tan enorme que casi no se atrevía a mirarlo.
En la vida de todos los hombres —se ha escrito— —hay un secreto. La mayoría muere sin llegar a descubrirlo. Los más mueren, incluso, sin llegar a sospechar que ese secreto exista. María conocía muy bien que dentro de ella había uno enorme. Y ahora el ángel parecía querer dar la clave con que comprenderlo. Y la traía de repente, como un relámpago que en una décima de segundo ilumina la noche. La mayoría de los que logran descubrir su secreto lo hacen lentamente, excavando en sus almas. A María se le encendía de repente, como una antorcha. Y todos sus trece años —tantas horas de sospechar una llamada que no sabía para qué— se le pusieron en pie, como convocados. Y lo que el ángel parecía anunciar era mucho más ancho de lo que jamás se hubiera atrevido a imaginar. Por eso se turbó, aunque aún no comprendía.
Luego el ángel siguió como un consuelo: No temas. Dijo estas palabras como quien pone la venda en una herida, pero sabiendo muy bien que la turbación de la niña era justificada. Por eso prosiguió con

el mensaje terrible a la vez que jubiloso: Has hallado gracia delante de Dios. Mira, vas a concebir y dar a luz un hgo, a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le dará el trono de su padre David; reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fin (Le 1, 30-33).

 
Un silencio interminable


¿Cuánto duró el silencio que siguió a estas palabras? Tal vez décimas de segundo, tal vez siglos. La hora era tan alta que quizá en ella no regía el tiempo, sino la eternidad. Ciertamente para María aquel momento fue inacabable. Sintió que toda su vida se concentraba y se organizaba como un rompecabezas. Empezaba a entender por qué aquel doble deseo suyo de ser virgen y fecunda; vislumbraba por qué había esperado tanto y por qué tenía tanto miedo a su esperanza. Empezaba a entenderlo, sólo «empezaba». Porque aquel secreto suyo, al iluminarlo el angel se abria sobre otro secreto y este a su vez, sobre otro más profundo: como en una galería de espejos. Terminaría de entenderlo el día de la resurrección, pero lo que ahora vislumbraba era ya tan enorme que la llenaba, al mismo tiempo, de alegría y de temor La llenaba sobre todo de preguntas.

Algo estaba claro, sin embargo: el ángel hablaba de un niño. De un niño que debía ser concebido por ella. ella?» Su virginidad subió a la punta de su lengua. No porque fuera una solterona puritana aterrada ante la idea de la maternidad. Al contrario: ser fecunda en Dios era la parte mejor de su alma. Pero el camino para esa fecundidad era demasiado misterioso para ella y sabía que aquel proyecto suyo de virginidad era lo mejor, casi lo único, que ella había puesto en las manos de Dios, como prueba de la plenitud de su amor. Era esa plenitud lo que parecía estar en juego. No dudaba de la palabra del ángel, era, simplemente, que no entendía. Si le pedían otra forma de amor, la daría; pero no quería amar a ciegas.

Por eso preguntó, sin temblores, pero conmovida: ¿Cómo será eso, pues yo no conozco varón? La pregunta era, a la vez, tímida y lecidida. Incluía ya la aceptación de lo que el ángel anunciaba, pero pedía un poco más de claridad sobre algo que, para ella, era muy importante. Y el ángel aclaró: El Espíritu santo velará sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso lo Santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios.

María había pedido una aclaración; el ángel aportaba dos, no sólo respecto al modo en que se realizaría aquel parto, sino también y, sobre todo, respecto a Quién sería el que iba a nacer de modo tan extraordinario. ¿Quizá el ángel aportaba dos respuestas porque comprendía que María había querido hacer dos preguntas y formulado sólo la menos vertiginosa? Porque en verdad María había empezado a entender: lo importante no era que en aquel momento se aclarase el misterio de su vida; lo capital es que se aclaraba con un nuevo misterio infinitamente más grande que su pequeña vida: en sus entrañas iba a nacer el Esperado y, además, el Esperado era mucho más de lo que nunca ella y su pueblo se habían atrevido a esperar.

Que la venida que el ángel anunciaba era la del Mesías no era muy dificil de entender. El ángel había dado muchos datos: el HU0 del Altísimo, el que ocuparía el trono de su padre David, el que reinaría eternamente. Todas estas frases eran familiares para la muchacha. Las había oído y meditado miles de veces. Al oírlas vino, sin duda, a su mente aquel pasaje de: Isaías que los galileos conocían mejor que nadie porque en él se hablaba expresamente de su despreciada comarca.

Cubrira Dios de gloria el camino junto al mar la region del otro lado del Jordán y la Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba entre tinieblas ve una gran luz... Porque nos ha nacido un niño y se nos ha dado un hijo; sobre sus hombros descansa el señorío; su nombre: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre de la eternidad, Príncipe de la paz. Su dominio alcanzará lejos y la paz no tendrá fin. Se sentará en el trono de David y reinará en su reino, a fin de afianzarlo y consolidarlo desde ahora hasta el fin de los siglos (Is 9, 1-6).

Si, era de este niño de quien hablaba el ángel. E iba a nacer de sus entrañas. Y su fruto sería llamado Hijo de Dios. ¿Cómo no sentir vértigo?

 

La hora de la hoguera

 

Ahora era el ángel quien esperaba en un nuevo segundo interminable. No era fácil aceptar, ciertamente. El problema de cómo se realizaría el nacimiento había quedado desbordado por aquellas terribles palabras que anunciaban qué sería aquel niño.
Tampoco María ahora comprendía. Aceptaba, sí, aceptaba ya antes de responder, pero lo que el ángel decía no podía terminar de entrar en su pequeña cabeza de criatura. Algo sí, estaba ya claro: Dios estaba multiplicando su alma y pidiéndole que se la dejara multiplicar. No era acercarse a la zarza ardiendo de Dios, era llevar la llamarada dentro.

Esto lo entendió muy bien: sus sueños de muchacha habían terminado. Aquel río tranquilo en que veía reflejada su vida se convertía, de repente, en un torrente de espumas... y de sangre. Sí, de sangre también. Ella lo sabía. No se puede entrar en la hoguera sin ser carbonizado. Su pequeña vida había dejado de pertenecerle. Ahora sería arrastrada por la catarata de Dios. El ángel apenas decía la mitad de la verdad: hablaba del reinado de aquel niño. Pero ella sabía que ese reinado no se realizaría sin sangre. Volvía a recordar las palabras del profeta: Yo soy un gusano, ya no soy un hombre; han taladrado mis manos y mis pies; traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados será conducido como oveja al matadero... (Sal 22, 7.17; Is 53, 5.7). Todo esto lo sabía. Sí, era ese espanto lo que pedía el ángel. Que fuera, sí, madre del «hijo del Altísimo», pero también del «varón de dolores».

Temblaba. ¿Cómo no iba a temblar? Tenía catorce años cuando empezó a hablar el ángel. Y era ya una mujer cuando Gabriel concluyó, su mensaje. Bebía años. Crecía. Cuando una adolescente da a luz decimos: «Se ha hecho mujer». Así ella, en aquella décima de segundo. Y el ángel esperaba, temblando también. No porque dudase, sino porque entendía.

Un poeta —P.M. Casaldáliga— lo ha contado así: Como si Dios tuviera que esperar un permiso... Tu palabra sería la segunda palabra y ella recrearía el mundo estropeado como un juguete muerto que volviera a latir súbitamente. De eso, sí, se trataba: del destino del mundo, pendiente, como de un hilo, de unos labios de mujer.

Y en el mundo no sonaron campanas cuando ella abrió los labios. Pero, sin que nadie se enterara, el «juguete muerto» comenzó a latir. Porque la muchacha-mujer dijo: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Dijo «esclava» porque sabía que desde aquel momento dejaba de pertenecerse. Dijo «hágase» porque «aquello» que ocurrió en su seno sólo podía entenderse como una nueva creación.

No sabemos cómo se fue el ángel. No sabemos cómo quedó la muchacha. Sólo sabemos que el mundo había cambiado. Fuera, no se abrieron las flores. Fuera, quienes labraban la tierra siguieron trabajando sin que siquiera un olor les anunciase que algo había ocurrido. Si en Roma el emperador hubiera consultado a su espejito mágico sobre si seguía siendo el hombre más importante del mundo, nada le habría hecho sospechar que en la otra punta del mundo la historia había girado. Sólo Dios, la muchacha y un ángel lo sabían. Dios había empezado la prodigiosa aventura de ser hombre en el seno de una mujer.

 

A la altura del corazón

 

¿Fue todo así? ¿O sucedió todo en el interior de María? ¿Vio realmente a un ángel o la llamada de Dios se produjo másmisteriosamente aún, como siempre que habla desde el interior de las conciencias? No lo sabremos nunca. Pero lo que sabemos es bastante: que Dios eligió a esta muchacha para la tarea más alta que pudiera soñar un ser humano; que no impuso su decisión, porque él no impone nunca; que ella asumió esa llamada desde una fe oscura y luminosa; que ella aceptó con aquel corazón que tanto había esperado sin saber aún qué; que el mismo Dios —sin obra de varón— hizo nacer en ella la semilla del que sería Hijo de Dios viviente. ¿Qué importan, pues, los detalles? ¿Qué podría aportar un ángel más o menos? Tal vez todo ocurrió a la altura del corazón. No hay altura más vertiginosa.

 

La creyente

 

       Ahora vamos a descubrir su personalidad, metiéndonos en el hondón de su ser. Es la mujer de la fe. Bienaventurada la que ha creído (le dice Isabel), no se trata de un elogio genérico a los que creen, como lo es el dirigido a Tomás: «Dichosos los que sin ver, crean» (Jn 20, 29), sino que aquí hace referencia a María que no ha dudado del poder de Dios que hace maravillas.

       Isabel no utiliza el pronombre de segunda persona referido a la Virgen, sino que emplea el participio aoristo griego con artículo «e pisteusasa», que viene a ser como un sobrenombre de María, a la que desde ahora se le llamará «la creyente». Alcance parecido tiene el participio aoristo con artículo que en el evangelio de san Juan (12, 2) se da a María, la hermana de Lázaro, e aleixasa, la que unge al Señor, la ungidora como si el hecho de ungir a Jesucristo constituyese su identidad. Con este título pasa- ría a la historia, pues «donde quiera que se proclame el evangelio se recordará lo que ha hecho esta mujer» (Mt 26, 13; Mc 14, 9).

       La fe de María era de una categoría tan especial, que la Iglesia la llamará siempre la creyente, la mujer de la fe. Lo que había sucedido a Zacarías e Isabel, tener hijos a pesar de la vejez y la esterilidad, había sucedido ya en el antiguo testamento (a Sara y Abrahán, a los padres de Samuel y de Sansón), pero concebir sin obra de varón era totalmente inaudito. Jesucristo al final )/dará forma universal a esta bienaventuranza y proclamará biena7 venturados a todos los que han seguido el ejemplo de su madre, a todos los que sin ver han creído.

       Toda la vida de María puede resumirse en esa bendición de Isabel: «Bienaventurada la que ha creído». Es la definición que sintetiza lo que fue su vida, desde el principio, hasta el día de su muerte. Entonces fue cuando pasó de la oscuridad a la luz pascual. El camino de la fe de la Virgen que es tipo de la Igle sia2’ es ejemplo para cada cristiano que es peregrino caminand por la fe hacia la casa del Padre. María tuvo que atravesar un4L especie de kenosis o de noche oscura, especialmente en el tiemp6 de la vida pública del Señor.

 

Su tapeinosis

 

       María está situada entre las capas sociales más bajas (Lc 2, 7-24) y entre los anawim, pobres de Yahvé (Sof 3, 12.13), esas personas profundamente religiosas que a través de pruebas y purificaciones consiguen una total disponibilidad a los designios divinos apoyándose sólo en Dios. El Magnificat demuestra que ella asimiló del modo más profundo el espíritu de esos pobres. La teología actual presenta a María como mujer evangélicamente pobre e inserta «entre los humildes y pobres del Señor»22, que están en situación deprimente y que no tienen influjo social, como se afirma en la descripción del nacimiento de su hijo (Lc 2, 1-20).

       Los pobres tienen una especial capacidad contemplativa y de1 agradecimiento; su corazón está mas sereno y abierto porque se ve libre de ambiciones y de ataduras. Viven gozosamente en! Dios, saborean su presencia y pueden, así, mirar en su luz un1 mundo que les pertenece.

        esta línea se encuentra el papel de María en la teo1ogía de la liberación; y en los documentos episcopales del CELAM, se afirma que el Magnificat es uno de los textos del nuevo testamento de contenido político liberador más intenso: «El porvenir de la historia va en la línea del pobre y del explotado: la liberación auténtica será la obra del oprimido mismo; en él, el Señor salva la historia».

       Cantar el Magnificat de nuestra Señora nos abre caminos de esperanza. Pero sólo si, con un corazón pobre como el suyo, es tamos abiertos a la acción del Todopoderoso y a la necesidad de los hombres.

       El Magnificat expresa un sentido liberador, típico del evangelio de san Lucas, que es el evangelio de los pobres, y nos asegura que el mismo Dios del Exodo seguirá actuando en favor delos oprimidos, ya que derriba de sus tronos a los poderosos y enaltece a los humildes, y da pan a los hambrientos, mientras que despide vacíos a los ricos.

       Hay que descubrir el significado profundo y revolucionario, en el mejor de los sentidos, de este canto mariano, y ponerlo, con toda justicia, dentro del contexto de la teología de la libera ción integral.

       La liberación que canta María no es la que el hombre pregona con miras humanas, sino la que hace Dios que viene de lo más profundo y trasciende todo.

       Canta esta liberación en pasado (aoristo que tiene valor de futuro) y que aunque desde el punto de vista humano todavía no se ha realizado —Herodes permanece en su trono—, ya está hecha desde la óptica de Dios que trasciende el tiempo y asegura el porvenir.

       En el Magnificat, María se siente pobre, pequeña y, por tanto, amada por Dios. Está profundamente impregnada del espíritu de los pobres, de los que no tienen nada que esperar del mundo, de los que lo esperan todo de Dios y se abandonan a él. Al sentirse pobre y pequeña, en su misma experiencia, descubre el amor de Dios por los pobres, ya que ella es consciente de ser la amada de Yahvé.

       El Magnificat es el cántico de los pobres. Alaba a Yahvé, porque ha puesto los ojos en ella. Sabe que, aunque es la madre, la llena de gracia, lo es porque Dios ama a los pobres, y ella es la pobre esclava del Señor. No hay lugar para la vanagloria.

       Toda la razón de ser de la grandeza de la Virgen y de su lugar eminente en la Iglesia y en la historia de todos los tiempos, tiene su base en que «el Señor miró la bajeza de su esclava». Dios ha puesto sus ojos en la tapeinosis de su esclava: pequeñez ante Dios y ante sí, pequeñez social.

       Lutero, que tiene un extenso comentario al Magnificat, traduce el término tapeinosis por bajeza: «Dios ha mirado la bajeza de su esclava». Al final de ese precioso comentario lleno de amor y de admiración a la madre de Dios, pide al Señor que el cántico de la Virgen «no sólo brille y hable, sino que arda y viva en todos los corazones». Dios ha estado tan grande con María al hacerla su madre que entusiasmado escribe: «Llamándola madre de Dios, se comprende todo su honor. Ninguno puede decir de ella o decirle a ella cosa más grande, aunque tuviese tantas lenguas cuantas son las hojas de la hierba, las estrellas del cielo o la arena del mar. También nuestro corazón debe de reflexionar qué significa ser madre de Dios.

       Algunos han traducido tapeinosis por humildad. Mas en la presencia de Dios nadie puede gloriarse de una buena cualidad sin pecado y corrupción. Delante de Dios, sólo se puede uno gloriar de la bondad y gracia divina para con los indignos (Prov 25, 6.7).

       ¿Cómo se puede aplicar semejante presunción y soberbia a esta virgen pura y justa, al hacer que se sienta orgullosa delante de Dios, de su propia humildad, que es la virtud suprema, tanto que nadie se puede gloriar de ser humilde, sino quien sea sobre toda medida orgulloso.

       En el uso de la Escritura, esa expresión significa abajarse, anonadarse; por eso, en muchos pasajes de la Biblia a los fieles se les llama pobres, humillados, afligidos, gente abandonada, despreciados (Sal 116, 10); este vocablo no significa otra cosa que una condición despreciable, mezquina, baja, sin apariencia, la condición de los pobres, de los enfermos, de los hambrientos, de los sedientos, de los prisioneros, de los que sufren y mueren, como la condición de Job, en medio de sus tribulaciones; como la de David, cuando fue echado del trono; como la de Cristo, cargado con las miserias de todos los hombres.

       Traduzco esta palabra como bajeza o cosa mezquina, pues este es el pensamiento de María: Dios ha mirado a su pobre esclava, menospreciada, insignificante, sin apariencia, mientras podía haber encontrado reinas ricas, nobles, potentes, hijas de príncipes y grandes señores..., la hija de Anás y Caifás. Ella no se gloría de su virginidad ni de su humildad, mas sólo de la mirada divina; por eso el acento no hay que ponerlo en ella sino en Dios. No se alaba su bajeza, sino la mirada de Dios, como cuando un príncipe pone la mano sobre un mendigo, no se alaba la bajeza del pobre sino la bondad del príncipe»23.

       Así la Virgen, en el Magnificat, anticipa la predicación de las bienaventuranzas. Su humildad es el sello de su maravilloso equilibrio humano. Sabe que es un vaso de barro, lleno de tesoros (2 Cor 4, 7). No se declara la más indigna de las criaturas (las fórmulas exageradas nacen de un secreto orgullo), sino que con esa reserva en los sentimientos, que dice tan juiciosamente que insignificante es lo excesivo, su expresión es moderada y más bella: esclava del Señor y colmada de las maravillas por el Todopoderoso.

       Esclava del Señor es el nombre que la Virgen se da a sí misma, las dos únicas veces que se nombra (Lc 1, 38.48). El término esclava hay que entenderlo con sentido de entrega total a la voluntad del Señor, como exclusión de toda iniciativa personal, teniendo en cuenta que este vaciamiento de María no supone carecer de creatividad personal, sino que más bien es un enriquecimiento, al fusionarse su voluntad con la divina.

       El término esclava nada tiene que ver con nuestro concepto negativo de esclavitud, sino que describe la experiencia religiosa profunda en la que Dios se muestra todopoderoso y el hombre se goza de vivir entregado a él. María, al declararse esclava, acepta con absoluta disponibilidad el señorío y la realeza de Dios, evocando la actitud de Abigail, ante los mensajeros que David le envió para declararle su plan de casarse con ella: «Tu sierva es una esclava para lavar los pies de los siervos de mi señor» (1 Sam 25, 41). La que era elegida para ser esposa del rey, no duda en presentarse ante los enviados de su Señor con toda humildad.

       El término esclava en la sociedad de entonces, reducía la persona a cosa poseída. Cuando se usaba como significado bíblico religioso expresaba la situación del hombre ante Dios.

       María es la esclava del Señor, pertenece a él, y de modo libre y activo, acepta sus designios y su voluntad.

       En este nombre, el único que María se da a sí misma, tenemos la mejor definición de su identidad personal, y por decirlo en términos actuales, nos ofrece su carnet de identidad; con él manifiesta a Gabriel que pertenece a los pobres de Yahvé, que  ni se quejan de lo que les acaece, ni se resisten a la voluntad de Dios, sino que se abandonan a sus designios. Pertenece al pueblo de los anawim, que carecen de voluntad propia o intereses personales, siempre dispuestos a pronunciar el hágase, como nos pedirá su Hijo que hagamos en nuestra oración (Mt 6, 10) y como él mismo lo repetirá en la suya (Mt 26, 39; Mc 14, 36; Lc 22, 42).

       A través de la historia de la salvación, Dios llama con frecuencia a los hombres para encargarles una misión especial y ellos aceptan, aunque, a veces, se resisten o protestan como Jeremías (1, 7; 20, 7). Pero ningún relato de vocación acaba con una fórmula tan expresiva de completa adhesión a la voluntad de Dios como ésta con la que María acoge los planes del Señor.

       Para que la maternidad de María sea plena se requiere su consentimiento, que no es posible sin un conocimiento previo. Esta doctrina la expresa santo Tomás de Aquino siguiendo a san Agustín: «Debía ser informada la Virgen por el ángel, porque la encarnación era cierto espiritual matrimonio entre el Hijo de Dios y la naturaleza humana. Por eso en la anunciación se esperaba el consentimiento de la Virgen en lugar del de toda la naturaleza humana»24.

       Esta respuesta final al mensaje del ángel es la aceptación personal al plan de Dios. Esta actitud de fe profunda, permanente y gozosa, que se considera paradigmática por ser fundamental para todo cristiano, convierte a la Virgen en modelo perfecto de los auténticos seguidores de su hijo.

       Es verdad que la actitud de la Virgen parece pasiva. Sin embargo, las virtudes que se expresan con el nombre de «esclava»—como la humildad, la entrega, la obediencia, la disponibilidad al sacrificio y al servicio de los hermanos— sólo son posibles gracias a una elevada actitud espiritual que prescinde de los deseos personales. Por otra parte, esta actitud de pasividad no es algo puramente negativo, sino al contrario, una exigencia de la vida cristiana. Sólo quien se abandona a Dios puede ser acogido por él y recibir su gracia. En ese abandono se realiza el hombre como ser humano y cristiano. Ya desde el antiguo testamento el ser «siervos de Yahvé» ha tenido una importancia fundamental y se ha entendido como el vértice de todo comportamiento religioso delante de Dios. Esta expresión supone la pasiva disponibilidad unida a la más positiva actividad, el vacío más profundo acompañado de la mayor plenitud.

       María expresa disponibilidad para todo lo que a Yahvé le plazca, actualizando la actitud del salmista (Sal 40, 9), o mejor, la actitud del Mesías (Heb 10, 7). Estas palabras servirán a Jesús como lema durante toda su vida entre los hombres: «He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad». Palabra de sumisión total a la voluntad de Dios. La clave de la santidad de la Virgen, el secreto de su vida, lo proclamó en esta palabra (Lc 1, 38). El hacerse siervo de Dios, el ser esclavo de Yahvé, figura en el antiguo testamento como la síntesis de una vida dedicada a él. Al llamarse esclava de Yahvé, María declara que es propiedad suya, abierta por completa al misterio divino. Al autodefinirse esclava, descubre la hondura de su alma religiosa, como uno de los pobres de Yahvé, que, en su humillación, colocan toda su confianza en el Señor.

       Después de su reflexión (y. 29) y de su petición de explicación (y. 34), María profundiza su «hágase» incondicional, y de ese modo concluye el diálogo con el ángel.

       La grandeza de María está en su «hágase», en acoger incondicionalmente los designios de Dios. En esta palabra es donde mejor se transparenta el modelo del creyente: el que se abre para decir sí a Dios. Es la apertura incondicional y la acogida absoluta a la voluntad de Dios ofrecida al hombre. Voluntad, no siempre comprendida sino oscuramente presentida, y que, a veces, como narra el evangelio, será fuente de conflictos (Mt 1, 18-24) y de incomodidades (Lc 2, 4-7). Pero María se somete al plan del Señor y abraza con afecto positivo la Palabra que le viene de Dios.

       El Padre le entregó su Palabra hecha debilidad humana (Jn 1, 14), que ella guardará celosamente en su corazón (Lc 2, 19.51), capacitándola para aceptar silenciosamente situaciones que no comprende (Lc 2, 50), para abrirse al misterio de que Jesús llame madre y hermanos a todos los que escuchen su palabra (Mc 3, 34.35) y para permanecer firme junto a la cruz, donde el amor fiel llegaba hasta el extremo (Jn 13, 1; 19, 25).

       Esta palabra, más que de una virtud, nos habla de la santidad plena. María, porque creyó, se entregó y caminó incesantemente tras el rostro del Señor. Creer es estar dispuesto a partir siempre y, para llegar al encuentro de Dios como lo logró la Virgen, hay que atravesar el bosque de la dispersión, de la confusión, de la oscuridad..., en un fiat irreversible.

       El hágase, (en latín «fiat», «genoito», optativo griego) es una adhesión activa, es una aceptación gozosa de la voluntad de Dios, único determinante en su obrar, como después lo será del obrar de su hijo (Sal 40, 8.9; Heb 10, 7). El término «esclava» hay que entenderlo con sentido de entrega total a la voluntad del Señor, como exclusión de toda iniciativa personal. Por eso los santos Padres hablan más de obediencia que de consentimiento.

El sentido profundo de ese «hágase» de la Virgen viene de la palabra hebrea emuná, de la raíz amn que se puede pronunciar amén y que explica una certeza. Los judíos, como los cristianos, con esta expresión marcan la aquiescencia del fiel a la voluntad de Dios. Para algunos cristianos amén expresa un deseo, una esperanza, una aspiración y traducen «así sea». En tiempos de María —la experiencia religiosa era más inmediata y directa— amén expresaba una constatación y significaba «así es».

María no dice «fiat», que es palabra latina, ni «genoito», que es verbo griego, sino «amén», expresión hebrea. Dicha expresión se usaba en la liturgia como una respuesta de fe a la palabra de Dios. Al final de algunos salmos cuando en la Vulgata leemos «fiat, fiat» y en la versión de los LXX «genoito, genoito», en el texto hebreo dice «amén, amén»; con esta expresión el creyente indica fe, obediencia y sumisión a la voluntad de Dios. Es la actitud de Jesús: «Amén, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Mt 11, 26).

«Amén» ya aparece como nombre divino en el texto de Is 65, 16, y con el mismo término se llama a Jesucristo en el Ap 3, 14. Con este mismo nombre se personifica aquí a la Virgen de Nazaret.

Dios no ofrece a la criatura, sino que, en cierto modo, impone: no se trata de una iniciativa de la Virgen, sino de su acatamiento. Pronuncia no un «sí», sino un «hágase», dando a entender que ya de parte de Dios está todo hecho. Pero hay libertad y crecimiento meritorio en la obediencia de María al conformar- se, sin poner condiciones, a la voluntad de Dios.

Los Padres han visto igualmente en este acto de obediencia e1 antitipo de la desobediencia de Eva, y con ello una restitución a1 primitivo orden de la creación. Con este «hágase» de humilde sc1ava del Señor comienzan los cielos nuevos y la tierra nueva (Is 65, 17-25; 2 Pe 3, 13; Ap 21, 1), el reino que no tendrá fin (Lc 1, 45).María comprendió que todo lo que iba a suceder sería obra de la gracia, por eso dijo: «hágase en mí». Aceptando de este modo mostró su receptibilidad, su actitud completamente abierta y disponible.

El «hágase» es la disponibilidad absoluta que hizo posible la realización del proyecto divino. Es la máxima fidelidad ante el don mayor de la encarnación. Con su aceptación se cumplen las promesas mesiánicas. Es verdad que sólo se cumplen en Jesucristo, pero con la fiel colaboración de María. Y de este modo sucederá en el porvenir, siendo ella la Virgen de la esperanza en nuestro penoso caminar hacia el encuentro definitivo.

Hay que reconocer que al hombre moderno le cuesta mucho adoptar, aun cuando se trate de las relaciones con Dios, esta disponibilidad radical a la vez que esta confianza en la divinidad, sin poner condición alguna.

Esta obediencia activa, pobre, pero inteligente, de que da muestra la Señora en el momento de la anunciación, no la asume fácilmente el creyente de hoy, en sus circunstancias históricas, con la autenticidad que debiera y con la fidelidad exigida por el amor divino.

Karl Jaspers dice que «la fidelidad es algo absoluto, en la medida que coge a todo el ser, o no es absolutamente nada».

       Y Salguero escribe que a María Dios no le ha propuesto solamente su voluntad, sino que se la ha impuesto en cierta manera. Por eso, acepta la palabra del ángel con deseo y alegría25.

Tener presente humildad, fe, esperanza y caridad de Intimas y luego Sor Isabel y 392 de Intimidad sobre la Virgen del Carmen. Para predicar a la monjas de la Virgen tener presente mis libros, sobre todo Carpeta III y las homilías de la Virgen en a,b,c de Ardía. Y La Eucaristía como misa, comunión y presencia.

 

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MEDITACIÓN

 

CÓMO EMPEZAR A ORAR

 

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que es muy personal, no hay reglas fijas en el   modo, pero sí en la intención; desde Él primer kilómetro, más que cualquier método,  hay que procurar que las actitudes de amar, orar y convertirse estén firmes y decididas y se luche desde el primer día; lo repetiré siempre, estos tres verbos amar, orar y convertirse conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el   mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él ; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, del «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo, hay que leer al principio, se necesita y ayuda mucho la lectura, principalmente de la Palabra de Dios; es el camino ya señalado desde antiguo: lectio, meditatio, oratio, contemplatio.

También pueden ayudar libros de santos, de orantes, libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprendas a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darla vueltas en el   corazón, a dejarte interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle y... lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia o por su Espíritu, el mejor director de meditaciones y oración, te dirá y sugerirá muchas cosas en deseos de amistad. Y te digo Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así y me ha ido fenomenal y mirando al Sagrario he escrito todos mis libros.

No entendí nunca la oración en la habitación; pero sí la lectura espiritual, que es muy necesario, pero para orar desde el libro o sin libro, teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital estando ante Cristo en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo, junto a la Canción de Amor donde Él Padre nos dice todos su proyectos de amor a cada uno; estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe, <<Qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche… (por la fe). Aquesta eterna fonte está escondida…

       Cuando vayas a la oración, entra dentro de ti: “Cuando vayas a orar, entra en tu habitación y cierra la puerta, porque tu Padre está en lo más secreto de tu corazón” (Mt. 6, 6); no uses más de un párrafo cada vez; medita cada frase, cada palabra, cada pensamiento. La habitación más secreta que tiene el hombre es su propio interior, mente y corazón, hay que pasarlo todo desde la inteligencia al corazón. Lo oración es cuestión de amor, más que de entendimiento. La oración no es para teólogos que quieren saber más, sino para personas que quieren amar más. Por su forma de ser, muchos son incapaces de entrar en esta habitación, o discurrir mucho, pero todos podemos amar.

       Intenta, para la oración personal, apartarte de otras personas; hasta físicamente; desde luego mentalmente. Esto no es quererlas mal. Lo hacemos muchas veces cuando queremos hablar con alguien sin que nadie nos moleste. Nos retiramos al desierto a orar y amar y dialogar con Dios; Dios es lo más importante en ese momento.

       Busca también un ambiente lo más sereno que puedas, sin ruidos, sin objetos que te distraigan. ¿No haces esto mismo si pretendes estudiar en serio? Dios es más importante que una asignatura.

       Intenta concentrarte. Concentrarse quiere decir dirigir toda tu atención hacia el centro de ti mismo, que es donde Dios está. Los primeros momentos de la oración son para esto. No perderás el tiempo si te concentras. Tendrás que cortar otros pensamientos. Hazlo con decisión y valentía. Tampoco asustarse si algunos días no se van. Pero tú a luchar para que sea sólo Dios, sólo Dios. Y entonces, hasta las distracciones no estorban; por eso no te impacientes.

Ten en cuenta que la oración no puede arrancar con el motor frío. Y el motor está frío hasta que tú no seas plenamente consciente de la presencia en tu interior del Padre que te ama, de Jesús tu amigo, del Espíritu Santo que quiere enseñarte a orar iluminando tu inteligencia con amor, inflamando tu corazón.

       Después de una invocación al Espíritu Santo, o de alguna oración que te guste, empiezas leyendo el Evangelio, oyendo la Palabra. Es Dios el primero que inicia el diálogo; y las leyes de la oración, que son las leyes del diálogo, exigen que se respete este orden.

       Por lo tanto, primero leer y escuchar la Palabra,  luego meditarla y orarla, invocarla, pedir, suplicar y tomar alguna decisión; y si te distraes, no pasa nada, vuelves a donde estabas y  a seguir. Léela despacio; cuantas veces necesites para entender la Palabra de Dios y darte cuenta de su alcance. Párate y déjate impresionar por lo que te llama la atención y te gusta.

Y finalmente, en toda oración, hay que responder a Dios. Responde como tú creas que debes responder. Y este orden no es fijo; lo pongo para que te des una idea; pero lo último a veces será lo primero. Y siempre un pequeño compromiso, propósito. Aunque conviene tener dos o tres propósitos fuertes y en estos insistir toda la vida: la humildad, el amor fraterno, no criticar… No termines tu oración sin dar tu propia respuesta o hacer tuya alguna de las que ves escritas y te cuadran. No lo olvides: el evangelio, el libro es ayuda y sólo ayuda, pero él no ora. Eres tú quien ha de orar.

       Cuando quieras terminar tu oración puedes hacerlo recitando despacio alguna de las oraciones que sabes y que en ese momento te dé especial devoción: Padrenuestro, Ave María, Alma de Cristo... Aquí, con el tiempo, irás cambiando, quitando, añadiendo...

       Sé fiel a la duración que te has marcado para tu oración: un cuarto de hora como mínimo; luego, veinte, hasta llegar a los treinta. De ahí para adelante, lo que el Espíritu Santo te inspire. No los acortes por nada del mundo. El ideal, una hora; seguida, o media por la mañana y luego otra media hora por la tarde o noche. No andes mordisqueando el tiempo que dedicas a tratar con Dios.

       Sé fiel cada día a tu tiempo de oración. Oración diaria, pase lo que pase. Este es el compromiso más serio. Yo hice este propósito, y algún día me tocó hacer oración a las dos de la mañana cuando venía de cenar con las familias de mi parroquia. Sólo así progresarás. Si un día haces y otro no, pierdes en un día lo que ganas en otro y siempre te encontrarás en el mismo punto de inmadurez y con una insatisfacción constante dentro de ti. Y no avanzarás en el   amor a Dios que debe ser lo primero.

       Si logras cumplir este propósito de oración diaria, llegarás a ser una persona profunda y reflexiva. Nunca dejes la oración para cuando tengas tiempo, porque entonces muchos días no tendrás tiempo, porque te engañará el demonio, que teme a los hombres de oración; todos los santos que ha habido y habrá fueron hombres de oración, y luego han sido los que más han trabajado por Dios y los hermanos.

       Y nada más. Todos los consejos sobran al que se pone a hacer la experiencia y llega a entender por sí mismo de qué se trata. También sobran para los que no quieren hacer la experiencia.

 

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MEDITACIÓN: TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

MUY QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS DE DON BENITO:

 

Es un privilegio estar aquí con vosotras, esposas  de Cristo, que sois unas enchufadas y privilegiadas del Señor, que con amor total y exclusivo le habéis elegido como único esposo y dueño de vuestras vidas, con amor eterno hasta el cielo. Yo os admiro.

La verdad que vuestra entrega total me emociona, porque es una manifestación en la tierra de la santidad y renuncia a todo por el Amado y por el reino de Dios en la tierra, mediante vuestra oración, intercesión, inmolación y sacrificio.

Como sabéis, esta tarde, a las 8, voy a dirigir una reflexión-meditación sobre la Adoración Eucarística a la ANFE en Trujillo, Adoración nocturna femenina, en sus bodas de oro, por sus cincuenta años de adoración nocturna, y vuestra madre reverendísima, María de san José, atenta como siempre a vuestra mayor santificación y vivencia de vuestra vocación carmelitana, me invitó hace una semana a que me acercara ya por la mañana, para tener un retiro espiritual de cuaresma con vosotras.

Y yo, que, tratándose de Cristo Eucaristía y de vosotras, mis queridas carmelitas de Don Benito, me esfuerzo por superar todas las dificultades posibles, aquí me tenéis con el fin de ayudaros lo que buenamente pueda. Que el Espíritu Santo me ilumine y la Virgen me eche una mano, que ya voy para los 78 años.

       Os daré dos meditaciones: la primera, ahora, sobre la  espiritualidad eucarística, qué me enseña Jesús Eucaristía con su sacrificio, comunión y presencia eucarística, sobre todo, esta parte última, la adoración de su presencia eucarística, qué me enseña y yo debo aprender y vivir de su presencia eucarística; es parte de la que daré esta tarde a las adoradoras y al pueblo de Trujillo en sus 50 aniversario de la Adoración nocturna de mujeres; y la segunda, sobre la santa cuaresma, sobre lo que debe ser para nosotros este tiempo de gracia y conversión al Señor, tomando como base el evangelio del próximo domingo de cuaresma, la transfiguración del Señor.

Y lo hago convencido de que si todos los bautizados estamos llamados a seguir a Cristo desde el santo bautismo, vosotras, carmelitas, como toda religiosa contemplativa, , debéis de tender especialmente a esta transformación en Cristo por la vocación y consagración religiosa, por esa llamada especial del Señor con que os ha privilegiado y elegido para la transformación de vuestras vidas meditante la contemplación de su rostro y figura en el monte Tabor o del Carmelo por medio de la oración contemplativa y transformante, siguiendo a  vuestro maestro y guía san Juan de la Cruz.

Esta transformación de vuestras vidas por la oración iluminativa y transformativa, pasando por las noches o purificaciones de fe, esperanza y caridad, que son absolutamente necesarias para la unión total con Cristo, esta fue la razón de que san Juan de la Cruz escribiera las noches o purificaciones activas que nosotros tenemos que hacer, o pasivas, que las hace  el Espíritu Santo, con su fuego quemante, porque no nosotros ni sabemos ni podemos hacerlo porque se trata de quemar las raíces del yo, a donde nosotros no llegamos con nuestras fuerzas; esta es la primera y principal tarea de vuestra vida y apostolado y la mayor obra de santificación que podéis y debéis hacer para toda la Iglesia y para vosotras.

Yo diría que vosotras sois unas profesionales de la santidad, de la unión con Dios, de la vida contemplativa y transformativa en Cristo, por vocación, especialmente por la oración contemplativa y transformante, que enciende el madero de vuestras vidas, le hace perder todas sus humedades, todas sus imperfecciones y pecados, por el fuego quemante del amor divino que os convierte en llamas de amor viva, por la conversión total de vuestras vidas en Cristo por el amor, y lo quema e inflama en llama de amor viva, en fuego ardiente de caridad y amor y entrega total a Dios, por llama de amor viva, que diría nuestro padre y maestro S. Juan de la Cruz, en su libros de las noches y Llama de amor vida: Oh llama de amor viva, qué tier...

       Queridas hermanas, estamos comenzando la santa cuaresma. La santa cuaresma es camino hacia la Pascua, camino,  hacia nuestro encuentro con Cristo glorioso, vivo y resucitado. Y todos necesitamos este encuentro con Cristo vivo y resucitado, para resucitar con Él a una vida plena de gracia, de muerte al pecado e imperfecciones, las noches activas y pasivas de san Juan de la Cruz, que nos llevan hasta la unión e identificación plena y total con el Señor: precisamente este es el sentido último de vuestra vocación religiosa y contemplativa, orar y santificaros y sacrificaros por vuestra salvación y la de toda la Iglesia, la de todos los hombres, vuestros hermanos.

Sois muy generosas al hacerlo, y para eso habéis elegido el desierto, la vida contemplativa, de oración, y ahora en la santa cuaresma, necesitamos hacer un poco más de soledad y desierto en nuestra vida, para encontrarnos por la oración y la penitencia más íntimamente con Cristo.

Necesitamos de la oración y de subir al monte Carmelo o Tabor, el nombre no importa, lo que importa es subir hacia las alturas de la oración y conversión para ver a Cristo Transfigurado y transformarnos por la oración-conversión en Él, porque estas dos realidades, en nuestros santos carmelitas, en San Juan de la Cruz, están totalmente unidas.

Os recuerdo, como sabéis, que muy joven, a mis 26 años hice la tesis doctoral en san Juan de la Cruz, en las purificaciones  activas de sentidos, entendimiento y voluntad, en la subida al monte Carmelo por la oración meditación, para pasar luego, en la oración contemplativa, a las noches pasivas del espíritu, noches y purificaciones del Espíritu Santo en la almas por la purificación de la fe, esperanza y caridad, virtudes sobrenaturales, que son las únicas que nos unen a Dios, llegando así al desposorio y al matrimonio espiritual, al quedéme y olvídeme…

Hermanas, vivid vuestra vocación de Carmelitas, sed santas, lo necesita la Iglesia, el mundo, los sacerdotes…

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 9, 2-10

 

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:  - «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Ellas.»  Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: - «Éste es mi Hijo amado; escuchadlo.»

 

Queridas hermanas, Este es mi Hijo amado, escuchadlo; lo dice nada menos que el Padre Dios, nuestro Padre Dios… también todos los que a través de la historia le han visto a Cristo transfigurado… todos los santos… como los tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y también muchas almas profundas, almas de oración y vida que hay en la Iglesia y yo tengo en mi parroquia, Isabel…que conocisteis, almas que para ver a Cristo transfigurado han tenido que subir por la montaña de la oración-transformación, --es absolutamente necesario subir por la montaña de la oración-conversión--, como lo describirá maravillosamente san Juan de la Cruz, activamente llevando nosotros la iniciativa, en sus libros La subida al monte Carmelo por la oración y la penitencia o conversión, y pasivamente, las Noches, soportando las purificaciones de la virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y amor para la transformación del alma en Cristo: “Oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada” por la llama de amor viva que es el Espíritu, el Fuego del Espíritu Santo; hay que ver lo que insiste en esto el santo doctor místico.

Hermanas, para este amor, para este Desposorio o Matrimonio místico, hay que salir del llano de la comodidad y de las imperfecciones y esforzarse por subir por la contemplación-conversión hacia arriba, hacia la montaña de la transformación en Cristo, con esfuerzo…Esto es lo que exigió  Jesús a los tres, dejar el mundo de abajo, el llano del poco esfuerzo y subir, elevarse sobre la mediocridad de una vida, hacia arriba, hacia la soledad de la oración: En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Y para todo esto es absolutamente necesario el desierto y la oración, “el silencio de los sentidos” que diría San Juan de la Cruz, y las noches de fe, esperanza y caridad, horas y horas, días y años de purificaciones y pruebas, activas y pasivas, sin sentir nada a veces en la oración, para poder ver al Señor en nuestro espíritu, noches o purificaciones de los sentidos y del espíritu, los limpios de corazón verán a Dios, y poder percibir mejor luego la voz del Señor en nuestras almas, en nuestro interior: adonde te escondiste, amado y me dejaste… oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres… oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada…

 

 

2.- PERO BIEN, HERMANAS, BAJEMOS A LA TIERRA, ANTES DE SUBIR AL TABOR, BAJEMOS A LA CUARESMA QUE NOS TIENE QUE LLEVAR AL TABOR.

LA CUARESMA FUE INAUGURADA POR CRISTO EN EL DESIERTO PARA PREPARARSE A PREDICAR EL REINO DE DIOS POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN: RECORDAD LAS TENTACIONES… TUVO QUE VENCERLAS, COMO NOSOTROS, EN NUESTRA VIDA, POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN. ESTAS DOS REALIDADES DEBEN ESTAR SIEMPRE UNIDAS, SIGUIENDO A CRISTO, ASÍ LAS VENCIÓ ÉL, ASÍ TAMBIÉN NOSOTROS, MEDIANTE EL DESIERTO Y LA SOLEDAD DE LA ORACION, VENCEREMOS LAS TENTACIONES DE LA CARNE, DE LA SOBERBIA, DE LOS PODERES HUMANOS… SAN JUAN DE LA CRUZ ES EL MAESTRO DE LA ORACION-CONVERSIÓN-TRANSFORMACIÓN DEL ALMA EN CRISTO, EN LA PALAABRA DE AMOR DE LA TRINIDAD.

 

       Queridos hermanos, todos necesitamos del desierto en nuestras vidas. Hasta el mismo Cristo lo necesitó y no lo hizo para darnos ejemplo; sino que se retiró a orar al comienzo de su vida pública para descubrir y poder vencer las falsas concepciones del Reino de Dios, que sus contemporáneos tenían en relación con el Mesías prometido y con su mensaje; necesitó la soledad y el silencio de las criaturas para orar y no desviarse por la tentación de mesianismos puramente terrenos, consumistas y temporalistas, a los que el mundo quiere siempre reducir todo, hasta el mismo evangelio y el reino de Dios sobre la tierra. La Iglesia y los cristianos tendremos siempre esa tentación. Tú y yo las tenemos.

Por eso nosotros y todos los seguidores de Cristo  necesitaremos siempre la soledad y el desierto para encontrarnos con Dios y con nosotros mismos, y de esta forma, lejos de influencias mundanas del poder y éxito terrenos, poder descubrir las verdaderas razones de nuestro vivir cristiano, qué soy yo, para qué vivo, a donde voy, quien me guía, el mundo, los sentidos o Dios,  y tener el gozo de encontrarnos a solas con Él, con el Eterno, el Infinito, el Trascendente y perdernos por algún tiempo en la inmensidad del Absoluto.

Para la mentalidad bíblica, el desierto nunca es un término, sino un lugar de paso, como en el caso de Elías: “Y levantándose, comió y bebió; y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Orbe” (1 Re 19, 8).

El desierto fue el camino del éxodo del pueblo judío desde la esclavitud hasta la libertad de la tierra prometida: “Acuérdate, Israel, del camino que Yavé te ha hecho andar durante cuarenta años a través del desierto con el fin de humillarte, probarte y conocer los sentimientos de tu corazón y ver si guardabas o no sus mandamientos. Te ha humillado y te ha hecho sentir hambre para alimentarte luego con el maná, desconocido de tus mayores, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yavé. Tus vestidos no se gastaron sobre ti, ni se hincharon tus pies durante esos cuarenta años. Reconoce, pues, en tu corazón que Yavé, tu Dios, te corrige a la manera como un padre lo hace con su hijo. Guarda los mandamientos de Yavé, tu Dios, sigue sus caminos y profésale temor” (1Re 18. 2-6).

En la vida de Jesús el desierto es un período de preparación inmediata a su ministerio público y allí sintió las tentaciones: “Al punto el Espíritu lo empujó hacia el desierto. Y estuvo en él durante cuarenta días, siendo tentado por Satanás, y vivía entre las fieras, pero los ángeles le servían” (Mc 1, 12). Es también una evasión frente al acoso de las turbas: “Y Él les dijo: “Venid también vosotros a un lugar apartado en el desierto, y descansad un poco” (Mc 6, 31). Es un ambiente propicio para la oración: “Una vez que despidió al pueblo, subió al monte a solas para orar” (Mt 14, 23); y para la meditación prolongada: “Por aquellos días fue Jesús a la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sus discípulos y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles” (Lc 6, 12). El desierto, en fin, es un manantial donde saciar la sed de verse a solas con el Padre: “Quedaos aquí mientras voy a orar... Y adelantándose El un poco, cayó en tierra y rogaba: ¡Abba! ¡Padre!” (Mc 14, 32-35). Si Jesús y los profetas del A.T., si los Apóstoles vieron a Cristo Transfigurado en la soledad, en lo alto de la montaña de la oración, es lógico que nosotros también lo hagamos en nuestra vida si queremos encontrarnos con Dios en la oración.

Queridas hermanas contemplativas, que os habéis retirado al desierto de un convento, aquí tendréis tentaciones como Cristo, como todos… no solo en el mundo, aquí seréis tentadas de muchas formas y maneras… os pido solamente que os retiréis todos los días al desierto de la oración para descubrirlas y vencerlas… no te las voy a describir… tú las sabes mejor que yo… porque las sientes…

Retirarse al desierto no es sólo ir allí materialmente. Para muchos podría ser un lujo. Se trata de hacer un poco de desierto en la propia vida. Hacer el desiertointerior significa retirarse a solas con Dios en la oración personal, habituarse a encerrarse en el interior del alma para encontrarnos solo con Dios, con los propios pensamientos y sentimientos, sin testigos ajenos, para meditar, reflexionar, discernir, potenciar y seguir la voz del Señor.

Hacer el desierto significa dedicar periódicamente tiempo largo a la oración; significa subir a una montaña solitaria; significa levantarse y alejarse de trabajo y de todo para orar. En fin, hacer el desierto no significa otra cosa que buscar solo a Dios en ratos largos de mi vida diaria; interrumpir el trabajo, desprendernos de nuestros compromisos y aceptar cierta inactividad en beneficio de la contemplación.

Por eso negar el desierto implica negar la dimensión espiritual, el contacto con Dios, la necesidad de la oración personal prolongada, el trato cara a cara con Dios y con nosotros mismos sin otras mediaciones, la dimensión vertical de la existencia propiamente cristiana. ¿Cómo es tu oración, cuánto tiempo, cómo va tu purificación, tu amor y  trato con Dios, con las hermanas, tu amor propio, tu obediencia total, tu silencio…

Este es el único camino: la oración conversión en silencio de criaturas y pasiones. La oración y la experiencia personal de Dios es la única que puede llevarnos a la plena madurez de la unión con Dios, a la santidad, la vivencia de lo que celebramos y vivimos en la liturgia, en la santa misa,  a la contemplación de los misterios celebrados. 

 

3.- Y este es vuestro principal e institucional apostolado, como carmelita: la oración, la oración y vuestra vida hecha ofrenda a Dios por los hermanos… repito, LA ORACIÓN es vuestro principal y primer camino personal de santidad y unión con Dios y además VUESTRO MEJOR APOSTOLADO, BASE DE TODA LA ACCIÓN APOSTÓLICA DE LA IGLESIA. NO OLVIDARLO, SOBRE TODO CUANDO EL DEMONIO OS INSINUE QUE PERDEIS EL TIEMPO, QUE NO HACÉIS NADA.

 

El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, toda religiosa, sobre todo, contemplativa, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración, hacer apostolado por la oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica NMI., de la que ya os hablé en algunos de mis retiros con vosotras.

Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús,     que viene a salvarnos, a predicar y hacer apostolado de conversión de los hombres a Dios, empieza su apostolado haciendo oración, retirándose al desierto para orar, y luego en su vida pública, sigue siendo un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levanta muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia. En la oración de Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre. En la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia y de  confianza.

Hermanas, este es el camino elegido por vosotras, solo quiero confirmaros en vuestra vocación de contemplativas apostólicas, en este mundo un poco perdido, incluso dentro de la misma iglesia, que ha perdido el camino de la oración, como encuentro con Dios y su salvación.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de santidad, de vida apostólica, de conversión personal, así como de de apostolado y de vida apostólica, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que el encuentro diario y permanente con Jesús, por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y Evangelio, y vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo: “Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3)”. Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el Papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo:  o te encuentras y descubres al Señor todos los días en la oración, especialmente contemplativa,  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a Él, SUPERANDO TUS DEFECTOS E IMPERFECCIONES, o no quieres convertirte a Él y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  duro estar delante de Él sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que Él te pide o enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente comunión o la santa Misa no tendrá sentido espiritual para nosotros, si no queremos ofrecernos con Él en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación, y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

Hay muchos apostolados sin Cristo, aunque se guarden las formas; pero sin conversión, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no se a dónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos.

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestra vocación de cristiano, especialmente de consagradas contemplativas, y sobre todo, de sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, porque no podremos llegar a una amistad sincera y vivencial con Él y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado.

Queridos hermanos sacerdotes, dónde estamos, qué hacemos, cómo hacemos apostolado, solos o con Cristo, y a Cristo se le encuentra solo por la oración, porque los mismos sacramentos, hasta la misma Eucaristía, sin oración, no es encuentro con Él.

Cristo no lo pudo decir más claro, pero en las programaciones pastorales se ignora con mucha frecuencia: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto.... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada” (Jn 15 1-5). Unión con El, por la oración y poda de defectos.

 

 

((((Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones, sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que Él quiere y para la que te ha llamado.

Pero eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo, pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarse, pero no para contagiar pasión por Cristo))).

 

4.- ¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, incluso habiendo visto a Cristo resucitado y celebrando la Eucaristía con ellos y los de Emaús? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, Cristo vino como hecho fuego,  como llama ardiente en su corazón, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado. Y esto es y lo hace en nosotros la oración no meramente meditativa, sino un poco más elevada, la oración contemplativa-unitiva que ya no necesita tanto leer sino recogerse y sentir.

 

SON LOS GRADOS DE LA ORACIÓN HASTA LLEGAR AL TABOR.

 

El día de Pentecostés estaban recogidos en oración con Maria, la madre de Jesús, lo dice la Escritura, y  vino Cristo no con visión externa, sino hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho amor, llama de amor viva por la oración, y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo. 

“María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. María las meditaba, y las guardaba en su corazón por la oración: Ahí es donde nuestra hermosa Nazaretana, la Virgen bella aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo».

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con Él, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. El lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”; “Para mí la vida es Cristo”.

 Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos los dice El mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios los sabe” (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza  mística, la pobreza de oración un poco elevada, purificada, de oración de amor, contemplativa, de sentir a Cristo vivo, de sentir lo predico, de vivirlo… Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”, pero conocimiento vivencial, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

Y ESTA POBREZA ESTA CAUSADA POR LA FALTA DE ORACIÓN-CONVERSIÓN, DE ORACIÓN PURIFICADA POR LA CONVERSIÓN DEL CORAZÓN A DIOS.

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y si no nos convertimos y matamos este yo, permaneceremos siempre llenos y dominados por nuestro amor propio, que se manifestará de incluso en muchas cosas que hacemos o decimos hacer como sacerdotes en nombre de Dios.

ESTA ES LA ESENCIA DE LA DOCTRINA DE SAN JUAN DE LA CRUZ SOBRE LAS NOCHES Y PURIFICACIONES, SOBRE TODO, PASIVAS, FUNDAMENTALMENTE DE VIDA CONTEMPLATIVA, EN SU MÁS ALTO GRADO, EN LAS ALMAS, HASTA QUE SE CONVIERTAN EN LLAMAS DE AMOR VIVA.

 Por eso sin oración no hay conversión y sin conversión no puede haber unión perfecta con Cristo, y sin unión con Cristo, no podemos hacer las acciones de Cristo, no podemos llevar las almas a Cristo, aunque hagamos cosas muy lindas y llamativas, porque estamos llenos de nosotros mismos que no cabe Cristo en nuestras vidas, en nuestro corazón y sin amor perfecto a Cristo sobre el amor propio, sobre el amor a nosotros mismo y nuestros egoísmos, algo haremos, pero muy bajito de amor a Cristo.

 

 

5.- A ¿QUÉ LLEVA CONSIGO LA CONVERSIÓN A DIOS?: PUES EL VIVIR PENDIENTE DE QUE DIOS SEA LO PRIMERO DE NUESTRA VIDA?

      

Dice San Pablo: “Haceos cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6,10-11). Para que Dios sea lo primero en nuestra vida y vivir en este amor, dos cosas son necesarias.

La primera es morir al pecado, romper completamente y sin ambigüedades y sin piedad alguna con el pecado de cualquier clase que sea; y no sólo el pecado mortal, sino con el venial consentido que nos hace mediocres y mata el amor fervoroso a Dios y a los hombre para siempre en nuestra vida cristiana; hay que luchar toda la vida y con todas las fuerzas contra la imperfecciones, infidelidades conscientes y deliberadas. Si queremos vivir para Dios, debemos liberarnos de toda esclavitud de pecado venial consentido; debemos estar dispuestos a cualquier sacrificio para romper los hábitos de faltas de caridad, amor propio, orgullo, críticas, envidia, desprecios, que matan todo fervor de vida espiritual. Debemos alejarnos con voluntad inflexible de toda ocasión de pecado. No es el pecado mortal el que solo mata al alma; los pecados veniales meten el aburrimiento en la oración, la rutina en la liturgia y las faltas consentidas veniales en nuestra vida de amor, que terminan matando el fervor y la santidad y la ilusión por Dios y los hermanos.

Esta lucha contra los pecados veniales supone renuncias y sacrificios, porque hay que abandonar los anchos caminos de la mediocridad, del consumismo, del escalar y buscar lo primeros puestos, de la envidia que matan el amor fraterno querido por Dios, del organizar nuestra vida según nuestro criterios y no según el plan de Dios. Los criterios y opiniones de un mundo decadente y paganizado no deben influir nunca en nuestro comportamiento, debemos superarlo con los criterios y las actitudes evangélicas, ya que sabemos por S. Juan que “todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida” (Jn 2,16).

Para avanzar por este camino de conversión, especialmente de lucha abierta contra nuestro propio yo, que quiere entronizarse permanentemente en nuestro corazón como ídolo, que exige consiguientemente culto y adoración continua y permanente de la mañana a la noche, hay que orar y recibir la gracia de Dios, especialmente por la Eucaristía como misa, comunión y visita, y por ellas la vida de Dios entra y se potencia en nosotros y vamos avanzando en la muerte del yo y del pecado.

Hay que vivir en un diálogo permanente de oración y conversión con Dios por medio de Cristo y ayudados por la Madre. De esta forma, nuestros ojos, iluminados por la fe, la esperanza y el amor verán a Dios en todo. Y nuestro corazón y amor guardará las justas relaciones con Él y con los hombres y con el mundo y con las cosas. Y si caemos, nos levantamos, porque somos débiles. Y si caemos mil veces, nos levantamos y no pasa nada. Y si toda la vida seguimos cayendo en caridad y soberbia, tenemos que convertirnos toda la vida y no pasa nada porque si nos convertimos, la gracia nos va transformando por dentro y tenemos vida y llegaremos a la unión con Dios.

La santa voluntad de Dios será nuestra norma y nuestra fuerza en cada instante. Este fue el ideal de Cristo. Este debe ser el nuestro. Es estar dispuesto en cada momento a vivir mirando a Dios para cumplir su voluntad. Quién se decide a vivir en esta lucha continua, que nos libera de nosotros mismos, de nuestras esclavitudes, del culto que damos a los ídolos del mundo: dinero, sexo, consumismo, materialismo…, éste termina siendo santo, unido a Dios. Porque la santidad no consiste en no caer, sino en levantarse siempre con la gracia de Dios, que termina llenándonos de su fuerza y fervor. 

Tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas. Quiere decir esto que vamos a buscar siempre y en primer lugar a Dios y a su gloria. Y elevarnos sobre el amor propio y el consumismo. Y esta actitud de amor a Dios nos eleva sobre todo lo creado y nos da la seguridad de que Dios nos ama y nos ayuda a soportar con paz lo penoso y duro de este combate.

“Yo soy el Señor tu Dios, no tendrá otro dios fuera de mi”(Ex 20,2). ¡Ningún ídolo en nuestra vida! Qué hermoso ideal. Vamos a vivirlo. Además no tenemos otra alternativa: o poner en Dios nuestro corazón y todo, o buscarnos a nosotros mismos en todo, incluso en las cosas de Dios, de religión y de culto.

“Cristo, muriendo, murió al pecado de una vez para siempre”(Rom 6,11). Nosotros también hemos de morir al pecado para siempre si queremos entrar en la intimidad con Dios, si queremos gustar y sentirnos amados por Dios, si queremos llegar a decir las afirmaciones de San Pablo: “Para mí la vida es Cristo”; “no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”;  “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí…”

Para esto hay que luchar y desterrar de nosotros toda envidia, provocada por el amor primero y sobre todas las cosas, incluso sobre Dios, que nos tenemos a nosotros mismos y nos hace preferirnos y ponernos delante de los hermanos, no aceptar segundos puestos, ni ser menos honrados y valorados, y de ahí la crítica, la maledicencia; de ahí surgen todas nuestras envidias que nos hacen criticar continuamente de los hermanos, entristecernos de sus éxitos y minar su fama con nuestras murmuraciones que ofenden a Dios y al prójimo; esta crítica amarga y habitual nos impide amar y gustar y tener vivencias y gozo y éxtasis espirituales de Cristo, oración, Eucaristía…

“Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.Este debe ser el lema y la razón de nuestro vivir cristiano, si queremos agradar a Dios, parecernos cada vez más al Hijo Amado, que nos amó con amor extremo y lavó los pies de sus discípulos antes de la Cena de Pascua. No debiéramos olvidar esto cuando celebramos la Eucaristía, con envidias y rencores en nuestro corazón. Que la santa Cuaresma nos dé fuerzas para seguir en esta lucha continua.

Y luego que este amor se manifieste en mesa grande de caridad para los pobres, que hoy tienen nombres diversos: los deprimidos, los que no dan nada pero necesitan mucho tiempo y cuidado, los enfermos, los ancianos, los mayores abandonados, los hospitales, los hogares para ancianos, los que no tienen cargos ni honores, los que ocupan los segundos y terceros puestos en la vida. Hay que visitarlos, cuidarlos para que sientan la presencia de Dios, para animarlos, para que se sientan apreciados. Examinémonos: la santa Cuaresma es para eso también. Repito, hagamos mucha oración de conversión, para que en este tiempo de gracia, Dios sea el único Dios de nuestra vida ¡abajo los ídolos! Todos los hombres, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande, donde todos se sienten, pero especialmente los pobres de cualquier clase que sean, porque ordinariamente no son invitados. 

 

 

5.- B. DESCRIPCIÓN DEL CAMINO DE LA ORACIÓN.

 

Y el camino para esta experiencia de amor con Cristo es la oración, la oración y la oración. Lo repetiré mil veces, toda mi vida, aunque no guste oírlo ni predicarlo. Pero nada de tratados teóricos de oración, de sacerdocio, de eucaristía,  sino espirituales, según el Espíritu, que no es solamente conocido y amado en largos ratos de oración, en vida espiritual, en vida según el Espíritu Santo.

Y esto solo se consigue por la oración. El camino de Cristo, de los santos, de todos los que han encontrado al Señor, especialmente los místicos, san Juan de la Cruz. Y siguiendo a este maestro de oración: Oración ciertamente en etapas ya un poco elevadas, porque ya el sujeto se ha purificado y ha caminado en el amor de conversión, donde ya no entra el mero discurso o la meditación o lectura meditativa, sino la oración afectiva que nos llevará a la contemplación de la verdad y belleza de Dios: «lectio, meditatio, oratio, contemplatio».

Primero oración discursiva, con lectura de evangelio o de lo que sea, pero que siempre nos lleve a amar a Dios sobre todas las cosas y esto, en un primer periodo, lleva siempre consigo la  conversión; luego, un poco limpios, y sin dejar la conversión, voy avanzando en oración, amor a Dios y a los hermanos, conversión, que todo es lo mismo, y empiezo a sentir fervor, a ver a Dios más cercano, y como le veo un poco más cercano, me gusta ir a la oración, al encuentro diario con Dios, porque ya me sale espontáneo el diálogo, ya me voy enterando más de Dios, del evangelio, veo que todo es verdad y siento afectivamente lo que medito.

Ya no es el Señor lejano del principio, de la primera oración meditativa del evangelio: «Dios dijo, hizo, enseñó», sino un Tú: la oración ya no es pensar, sino un diálogo con Cristo de tú a tu: Tú, Dios mío, me dices, me pides; Tú, Jesús que estás en mí, que estás en el sagrario, te digo,   te pido, Jesús, que me ayudes, que te vea…

Y ese diálogo afectivo no meramente discursivo hace que empiece a sentirme bien y con gozo en la oración-meditativa, pero que ha empezado a ser afectiva ya; y si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar, Dios se empezará a comunicar de otra forma, directamente, sin intermediarios de libros, ni meditación mía, ni reflexiones, sino que sin darme cuenta, nada más entrar en oración, me encuentro con Dios sin palabras ni reflexión, en la quietud y en silencio de todo. 

Dios ha empezado a comunicárseme de otra forma que no sé explicar pero que va todo envuelto en llama de amor viva, en fuego de Espíritu Santo, en experiencia de amor, y por amor vivo voy llegando al conocimiento pleno de mi Cristo, de la Eucaristía, del evangelio.

Es la oración contemplativa, unitiva, transformativa de que nos habla, y es maestro consumado, San Juan de la Cruz. Y para todo esto,   amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto, porque estos tres verbos siempre van unidos y «el orden de factores no altera el producto».

Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro de amor vivo con Dios, porque nos falta la contemplación de su Palabra y el Amor de su Espíritu.      Y ésta es toda la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde San Juan, Pablo, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, Teresita, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa del Calcuta… hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirá.

Cristo, durante su vida, les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero faltaba el Amor, el Espíritu Santo, la “verdad completa”: una verdad no se comprende hasta que no se vive; el evangelio no se comprende hasta que no se vive; la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive; Cristo no se comprende hasta que no se vive; la teología no se comprende hasta que no se vive; es más, lo que no se vive del misterio cristiano, termina olvidándose, y así llegamos a olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

Queridos hermanos,  la peor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística, la pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. Porque nunca viviremos el evangelio, en el Espíritu de Cristo, “en Espíritu y Verdad”, como necesitamos los apóstoles y necesitan nuestros feligreses y  nuestro trabajo apostólico.

Por eso, en la Iglesia, la renovación vino siempre que surgieron voces y movimientos de santidad, de renovación verdadera; siempre vinieron por los grandes santos que iniciaron movimientos de mayor seguimiento de Cristo; así fue siempre y lo espero ahora en estos tiempos en que estamos tan necesitados de reforma, pero no de métodos y apostolado, sino del fuego del espíritu de todo apostolado, que es Cristo vivido y más amado, sin entretenernos toda la vida en  oración o acciones o verdades intermedias que nunca llegan hasta Él.  Apostolado es llevar las almas hasta Cristo, es amar y hacer amar a Cristo.

Y cuando la Iglesia o sus instituciones y órdenes religiosas o congregaciones vivieron la santidad, convertían al mundo entero; y cuando  perdieron su carisma evangélico y espiritual, perdieron su vitalidad y vinieron otros hermanos a renovarlas y encender el fuego y la vitalidad y la fuerza que habían perdido, por acomodarse al mundo. Vinieron los santos y con ellos, las instituciones santas, para renovar el mundo, la Iglesia.

La Iglesia de todos los tiempos necesitará siempre de esta Unción del Espíritu para quemar de amor a los hombres, de este Fuego para amar a Dios total y plenamente y para perder los miedos y complejo y «prudencias» de la carne, no vencidas por el espíritu.

Por eso, Cristo resucitado sopló sobre los Apóstoles y les da el Espíritu, para llenarles de la fuerza que necesitarán para dar testimonio de Él ante los hombres, para perdonar los pecados, aunque será en Pentecostés cuando le recibirán en plenitud:

  «Es cierto que después de la resurrección Cristo insufla sobre los apóstoles, dándoles la gracia, pero después les será concedida con prodigalidad, pues les dice: Estoy preparado para dárosla ahora, pero el recipiente no tiene aún capacidad. Recibid ahora la gracia de que sois capaces, pero esperad mucha más.

“Permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto”(Lc 24, 49). Entonces la recibiréis plenamente. Porque el que recibe, recibe muchas veces parcialmente lo dado, pero el que es revestido queda rodeado del vestido por todas partes. No temáis, dice, las armas y dardos del diablo, porque tendréis la fuerza del Espíritu Santo».

«Subió, pues, Jesús a los cielos y cumplió la promesa, pues les había dicho: “Yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito” (Jn 14,16). Aguardaban expectantes la venida del Espíritu Santo. “Y al cumplirse el día de Pentecostés” (Hch 2,2), el Espíritu Santo descendió para revestir de fuerza y bautizar a los apóstoles, como les había anunciado el Señor: “Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo no después de muchos días” (Hch 5). No era parcial la gracia, sino que la fuerza era perfecta.

Porque así como el que se sumerge en el agua y es bautizado está rodeado de agua por todas partes, así también fueron completamente bautizados por el Espíritu. Pero el agua rodea por fuera, mas el Espíritu bautiza íntegramente incluso el interior del alma, al igual y más de lo que hace el fuego cuando penetra la masa del hierro, que lo transforma todo en fuego y lo frío se pone hirviendo y lo negro resplandeciente. Si el fuego, siendo un cuerpo, penetra en el hierro y realiza esto, ¿qué no hará el Espíritu Santo que penetra en las interioridades del alma?» (San CIRILO DE JERUSALÉN, Cat CVII. 14).

6.- “Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (cfr. 1 Jn 4, 16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar por el amor. Y si en esto consiste Pentecostés, en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? Por la oración, fundamentalmente por la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en las órdenes, congregaciones e instituciones religiosas, en todos los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo.

El amor de Dios crea la salida de uno mismo hasta Dios por su Espíritu. A Dios no le podemos amar si Él no nos ama primero: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero”; nosotros no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en «llama de amor viva» con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama, porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice San Juan de la Cruz.

Una vez que se adentra el alma en este conocimiento por amor, ya no desea otra forma de conocer y amar y vivir. Puede decir con San Juan de la Cruz:«Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en su más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro». «Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejeme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado». Y, comentando la canción 37, escribe el Santo: «El alma ama a Dios con voluntad de Dios, que también es voluntad suya; y así le amará tanto como es amada de Dios, pues le ama con voluntad del mismo Dios, en el mismo amor con que Él a ella la ama, que es el Espíritu Santo, que es dado al alma según lo dice el Apóstol» (Rm. 5,5).

(((7.- Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón en todo al superior de turno y silenciar todos sus fallos, aunque la vida apostólica no avance, el seminario esté bajo mínimos y los sacerdotes ni hablen ni entiendan de santidad y perfección en el amor a Dios.

Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los  hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del evangelio.

 Jeremías se quejó de esto ante el Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia. “La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es rehuir ser perseguidos y ocupar últimos  puestos.

Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos, los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad.

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos que nos hablen en nombre de Dios y nos digan no con claridad a muchas de nuestras actitudes y criterios; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas.

La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior, sin la pobreza radical, no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mi  mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré  yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu. ( ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae, 2002, pag. 93-4)

 

7.-PENTECOSTÉS   ¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba ya en el Padre y que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés huyeron todos los miedos, se abrieron cerrojos y puertas, y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo?

Porque ese día sintieron a Cristo dentro de sí mismos, no hecho palabra o manifestación externa, sino hecho fuego, hecho Espíritu Santo, llama ardiente de caridad, y esa vivencia y experiencia de amor valía infinitamente más que todo lo que habían visto con sus ojos de carne y habían palpado sus manos en los tres años de Palestina e, incluso, en las mismas apariciones del Señor resucitado.

El día de Pentecostés vino Cristo todo entero y completo, Dios y hombre, pero hecho fuego de Espíritu Santo, no como experiencia puramente externa mostrándoles heridas de manos y pies y costado, sino con presencia y fuerza del Espíritu quemante, convertidos en «patógenos», sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas del alma y se convirtieron en «patógenos».

Para Juan, el morir de Cristo no fue sólo exhalar su último suspiro, sino entregar su Espíritu al Padre;  por eso el Padre le resucita entregándole ese mismo Espíritu, Espíritu del Padre y del Hijo que resucita a Jesús, para la vida nueva y la resurrección de los hombres. En el hecho de la cruz nos encontramos con la revelación más profunda de la Santísima Trinidad, y la sangre y el agua de su costado son la eucaristía y el bautismo de esta nueva vida.

       La partida de Jesús es tema característico del cuarto evangelio: “Pero os digo la  verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… muchas cosas me quedan aun por deciros, pero no podéis llevarlas ahora, pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará de lo que vaya recibiendo. El me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16,7-16).

       Qué texto más impresionante. Reconozco que lo repito mucho, pero es que es hermoso, muy iluminador de la vida divina trinitaria. Está clarísimo, desde su resurrección Cristo está ya plenamente en el Padre, no sólo el Verbo, sino el Jesús de Nazaret, ya resucitado y Verbalizado totalmente, transformado en  Hijo, a la derecha del Padre, “cordero degollado ante trono de Dios”,  que nos envía su Espíritu con el Padre, Espíritu de resurrección y de vida nueva. Este es el tema preferentemente tratado por Pablo que nos habla siempre “del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”. Reconozco mis preferencias por Juan y Pablo.

No se pueden separar Pascua y Pentecostés, porque es el mismo Espíritu el que resucita a Jesús, sentándolo a la derecha del Padre y el que es enviado por Él y por el Padre sobre los Apóstoles y la Iglesia y actúa en los sacramentos haciendo presentes los misterios salvadores de Cristo, del Ungido por el Espíritu Santo; entonces y ahora, todo es por el Espíritu Santo, en el Espíritu de Cristo, por la epíclesis, para dar la vida nueva y resucitada a los miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.

Sin epíclesis, no hay bautismo ni Eucaristía, no hay sacramentos, no hay Iglesia. El envío del Espíritu Santo es la plenitud cristológica, es la pascua completa, la redención completa, la verdad completa, fruto esencial y total de la Resurrección.

       Queridos hermanos, en Pentecostés, Cristo vino no hecho palabra sino fuego de Espíritu de Amor, metido en el corazón de los creyentes, que sólo su Espíritu quemante puede meter en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno; así cumplió lo que había prometido: “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”.

       En Pentecostés todos nos convertimos en sufrientes del fuego y amor de Dios, en llamas de Amor viva, en contemplativos y pasivos del Verbo de Dios, en Espíritu ardiente, en puros seres transformados y receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive.

Allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprende el corazón y la intimidad de Cristo, todos sus dichos y hechos salvadores; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se comprende un poco por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan la vida eterna”, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, que nos soñó para toda una eternidad de amor y felicidad con Él, y por el cual, ya en la tierra, el Espíritu del Hijo amado en nosotros nos hace decir: «abba», papá del alma: “Tanto amó Dios al mundo…”

 

2. Los Apóstoles fueron transformados por el  mismo Espíritu que resucitó a Jesús

       Habían escuchado a Cristo y su evangelio, habían visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, “con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos”; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.

Y ¿qué pasó? ¿Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros? ¿Por qué le dijo que Él se iba pero que volvería para consolarlos? Pues porque hasta que no se cumplió lo que dijo, hasta que no vuelve ese mismo Cristo, no como Palabra enviada por el Padre, sino hecho Espíritu, hecho fuego, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, no de sólo conocer sino sentirse amados por el mismo Amor de Dios, de Cristo, no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos, aún siendo de diversas lenguas, entienden el lenguaje del Amor de Dios y siendo de diversas culturas, entienden la cultura universal del amor, de que Dios existe y nos ama locamente en Jesucristo, cosa que antes, aún viendo milagros y palabras de amor, no habían comprendido del todo, porque faltaba el amor,  por el que siempre se llega al conocimiento de la persona amada. Hasta que no llega la experiencia del amor, no se conoce a Cristo, por eso, en Pentecostés, con el Espíritu Santo,  empezó el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, “la verdad completa” de Cristo y  del cristianismo.

       En la Iglesia de Dios, hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos o en programas, en ceremonias, en mimos y más comedias, ante el altar…; es el Espíritu, el don de «sapientia», de «recta sapere-sabiduría», el gustar y sentir y vivir… lo que nos da el conocimiento completo de Dios, el evangelio completo, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo. 

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia bajen al corazón por el espíritu de Amor para quemar los pecados internos, quitar nuestro yo y entronizar a Cristo, a Dios como único Dios de nuestra vida con amor absoluto y total. Hasta que no llegue la experiencia, hasta que no descienda su Espíritu de Amor no se pierden todos los miedos y complejos, no estamos dispuestos a sufrir por el evangelio, no podemos predicar como testigos de lo que anunciamos.

 

3. El Espíritu consagra a la Iglesia para la misión y el testimonio

       Por el don y la fuerza del Espíritu, posado en forma de lenguas de fuego sobre los Apóstoles, la Iglesia es consagrada para la misión, para el testimonio:        “Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es Señor de todos. Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo El pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con El; y nosotros somos testigos de todo lo que hizo... y nos mandó que lo predicáramos al pueblo” (Hch 10,36-42)».

El signo de las lenguas profetiza la catolicidad de la evangelización. Los discípulos hablan la lengua de todos los pueblos, anuncian en esas lenguas las maravillas de Dios. Los Padres de la Iglesia, la liturgia y, sin duda, también ya San Lucas, han visto en este milagro la inversión de la dispersión de Babel (Gen 11, 1-9).

        «Nuestro Salvador después de su resurrección, cuando todo lo viejo ya había pasado y todo se había hecho nuevo (2 Cor 5, 17), siendo Él en persona el hombre nuevo (Ef 2, 15) y el primogénito de entre los muertos (Col 1, 18), dice a los Apóstoles, renovados también por la fe en su resurrección: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 22). Esto es sin duda lo que el mismo Señor y Salvador indicaba en el Evangelio cuando decía que el vino nuevo no puede verterse en odres viejos (Mt 9, 17), sino que mandaba que los odres se hicieran nuevos, es decir, que los hombres anduvieran conforme a la novedad de vida (Rm. 6, 4), para recibir el vino nuevo, es decir, la novedad de la gracia del Espíritu Santo» (San CIRILO DE JERUSALÉN, Cat XVII, 20).

       Vamos a invocar al Espíritu Santo; nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo; vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia. Necesitamos de su luz, de su fuego, de su consuelo, de su fortaleza, de todos sus dones y carismas, de todos sus frutos.

       Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?”. Fijáos bien en la pregunta, tenían fe, no se trata de conocer o no conocer a Jesucristo, ni de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de «verdad completa», de que Dios pase de ser conocimiento a ser amor, que el evangelio pase de la mente al corazón, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado por la fe para un amor total, en su mismo Espíritu.

La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos y por eso, Pablo les habla de la necesidad del bautismo de amor y vivencia cristiana, que debe ser el bautismo del Espíritu Santo.En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar los cerrojos y las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que les convierte en testigos por la experiencia de lo que creen y han visto con los ojos de la carne, el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va a «espiritualizar» por el Espíritu de Amor, que su palabra sea llama de amor a Cristo Resucitado que contagie y queme en el conocimiento de los dichos y hechos del Señor que ellos mismos han visto con sus propios ojos y sentidos externos, pero que deben hacerse espirituales, vivirse y conocer y amar según el Espíritu de Cristo, deben ser transformados por el Espíritu Santo en los que le escuchen, como les pasó a ellos mismos; es este mismo Fuego y Espíritu de Cristo el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de los que les escuchan para formar las primeras comunidades cristianas, dominadas por el amor, donde todo se tenía en común; es este Espíritu el que empujará a Esteban y demás Apóstoles para dar la vida como primeros testigos de lo que ven y viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros; es ese mismo Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: «abba, Padre»; “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12, 3).

       Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y unión con Dios. Dice San Ireneo: «mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo». El cristiano es un hombre a quien el Espíritu Santo le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los Apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Los apóstoles y más tarde los mártires estaban, en efecto, «borrachos», pero «borrachos de la caridad del Espíritu», como admiten tranquilamente los Padres.

«Porque no se trata sólo de conocer. En el cristianismo, el conocimiento es sólo camino para la comunión y el amor… Rastrear la experiencia es ir tras la acción del Espíritu, que viene a nosotros, actúa en nosotros y por medio de nosotros, arrastrándonos hacia Él en una comunión y amistad, que hace ser el uno para el otro. Se trata de descubrir esa presencia invisible, que se hace visible a través de los signos y de los frutos de paz, gozo, consuelo, iluminación, discernimiento que deja en nuestro espíritu.

En la oración, en los sacramentos, en la vida de Iglesia y de evangelización, en el amor de Dios y del prójimo, percibimos la experiencia de una presencia que supera nuestros límites: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rm. 8,16). Y sólo el Espíritu “os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13).Sin el Espíritu Santo, este escrito no servirá de nada. Espero, con San Cirilo, que el Espíritu me ayude a decir lo que la Escritura dice de Él y que el mismo Espíritu comunique a los lectores una noticia más acabada y perfecta de Sí mismo que lo aquí escrito. Es el mismo Espíritu quien, en el silencio de la oración, viene en ayuda de nuestra debilidad y se nos comunica, revelándonos el designio pleno de Dios. Más que de estudio, se trata de oración» (cfr. EMILIANO JIMÉNEZ, El Espíritu Santo, dador de vida, Bilbao 1993, págs 15-17).

 

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1º de enero: MARÍA, MADRE DE DIOS

 

       QUERIDOS HERMANOS: Hoy, primer día del año, estamos celebrando la solemnidad de María Madre de Dios. Es el título más grande que criatura alguna pudo recibir, y ella lo hizo por especial elección y predilección divina. Dios en la plenitud de los tiempos, como hemos leídos en la Carta de San Pablo a los Gálatas, envió a su hijo, nacido de una mujer. Y esta mujer es María.

       1.- María es madre de Jesús no sólo porque le ha dado la carne y la sangre, sino también porque por el amor y el Espíritu Santo ha penetrado en su misterio. Dice el Vaticano II: «se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con Él y bajo  Él”» (LG 56). Por eso María «es nuestra Madre en el orden de la gracia» (LG 61).

       El Evangelio de hoy nos dice claramente que los pastores encontraron al niño junto a su madre, junto a María. Y esto es lo que quiere hacer hoy la Iglesia en este primer día del año. Quiere llevarnos a todos a Jesucristo, por el mejor camino que existe, que es su Madre, María.

       Queridos hermanos: Si Dios se fió de ella, si el Hijo la eligió por Madre… ¿no nos  vamos a fiar nosotros de ella? ¿No nos vamos a confiar a ella y a poner bajo su protección materna el nuevo año que empieza? Hagámoslo ahora mismo; eso es lo que hace hoy la Iglesia.

       En mi libro titulado MARÍA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA que es como mi historia personal con María, porque siempre ha estado presente en mi vida desde niño, me atrevo a decirle, entre otras cosas: 

       «Este quiere ser prólogo de un libro en el que  quiero escribir, mejor dicho, hablar de Ti, Madre de mi Dios, Virgen bella, Madre sacerdotal, madre del alma; y es tanto, tanto... que no tiene límites,  porque es un prólogo de amor de hijo agradecido y porque mi amor hacia Ti, desde que te conocí en esta vida, descubre nuevas hermosuras y  no se ha interrumpido ni se interrumpirá jamás, Madre del Amor Hermoso, Sol de belleza, «vida, dulzura y esperanza nuestra», consuelo de mis lágrimas, certeza de  amor en mis horas de angustia y dolor, sorpresa continua de primores de gracias y comunicaciones, mirada de agradecimiento en los miles de peligros pasados sin quebrantos ni rupturas por tu mano protectora, acción de gracias continuas después de  “peligros de mar... de tierra, de bandidos” que dice San Pablo en sus carta) de caminos, y yo diría de carreteras, con velocidades a más de x... kms en el Golf, que tú sólo sabes... ¡es que me has ayudado tanto, querido y amado tanto, tanto! ¡Tenemos una historia tan bella y hermosa de amor! ¡Te quiero, Princesa, Reina, Virgen, Hermana, Madre, Dulce y Sagrada María!»

 

       2.- Pues bien, La Iglesia quiere empezar el año nuevo mirando a la Virgen Madre, tomándola como modelo de vida cristiana y poniéndolo todo bajo su protección materna. Y lo comprendo perfectamente. Sabe la Iglesia la importancia de una madre para la vida de los hombres. Malo es que en una casa falte el padre, pero la experiencia demuestra a cada paso que se nota mucho más la ausencia de la madre.      Ya esta sería la primera nota de la fiesta de hoy. Descubrir la importancia  que la Iglesia da y quiere que tenga María en nuestra vida cristiana, individual y familiar y social; Al comenzar el año, pongamos bajo su protección maternal, nuestra familia, hijos, trabajo, salud, vida y enfermedad, alegrías y tristezas… todo bajo su mirada protectora y su intercesión. Que todo este año recemos y vivamos bajo su protección maternal. Madres jóvenes, enseñad a vuestros hijos a rezar a la Virgen, que sean devotos de María, es fundamental en el cristianismo.

       3. María es Madre y Modelo de fe para nosotros, que debemos imitarla, porque por la fe creyó el misterio que se realizaba en ella: “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dijo su prima santa Isabel.

       María es Madre y Modelo de amor a Cristo porque lo concibió en su corazón antes que en su seno, y lo buscó, como nosotros debemos hacerlo, si lo hemros perdido: Rezar, confesar, comulgar…María es Madre y Modelo de la esperanza cristiana, porque ella fue la única que permaneció junto a la Cruz, esperando contra toda esperanza, que era el Salvador del mundo y de los hombres, quien moría de esa manera, y esperando su resurrección.

       Encomendémonos a ella al empezar el año, para que ella nos lleve siempre de su mano. Queridos hermanos: seamos hijos de Maria, recemos a María, enseñemos e inculquemos la devoción a nuestros hijos, recemos con nuestros nietos: Para eso pone la Iglesia esta fiesta el primer día del año:  « ¿A quién debo llamar yo vida mía, sino a ti, Virgen María? Nunca me verán decir: vida mía, sino a ti, Vi

 

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QUERIDOS HERMANOS:

 

(Fue mi primera homilía sobre la Inmaculada pronunciada con los tonos propios de la época, pero, como siempre, con el mismo amor de hijo a la hermosa Nazarena, la Virgen bella, en la novena del Seminario de Plasencia, 1959)

              

       1.- Al comenzar la santa Misa, la acción de gracias más pura que ofrecemos a Dios todos los días, le pedimos perdón de haber pecado con el pensamiento, con las palabras y con las obras. Tenemos conciencia  de nuestras obras manchadas de soberbia y de  egoísmo, de nuestras palabras manchadas, de nuestros pensamientos  y deseos manchados. Hasta al niño recién nacido lo sometemos al rito del bautismo para borrar su pecado de origen. Por eso, el recuerdo anual de la Inmaculada, redimida desde el primer instante de su Concepción, nos llena de alegría y orgullo a nosotros, los manchados hijos de Eva.     Todos los hombres necesitamos las aguas bautismales; sólo Ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, excepcionalmente concebida, inmaculada, intacta, impoluta, incontaminada.

       Este día, hermanos, es de suma veneración, día grande, cuya solemnidad aventaja a la solemnidad de los santos porque en él nuestra Virgen, la Purísima fue concebid Inmaculada sin pecado original, fue concebida sin macha, llena de luz y de gracia en el seno materno.

      

       2.- Todos los hombres somos engendrados con el pecado de Adán, necesitamos las aguas bautismales para limpiar esta sombra de luz divina que en todos nosotros empaña el resplandor de nuestra alma. Solo ella, la Virgen bella, la hermosa nazarena fue siempre tierra virgen, materia limpia, fue concebida llena de amor divino y de gracia sobrenatural.

       No hay corriente tan impetuosa que no pueda ser detenida por la Omnipotencia de Dios. El sol sigue siempre su eterna carrera; el agua del río nos impide el camino y el abrazo entre ambas orillas y el fuego nos quema siempre. Sin embargo, cuando Dios quiso, el sol se detuvo en su carrera, para que venciese su pueblo, el Jordán y el mar Rojo mostraron un camino seco a los Israelitas y el fuego del horno no quemó a Daniel y sus compañeros.

       Con esta misma potencia, queridos hermanos, pero con más amor y voluntad que nunca, Dios quiso que la impetuosa corriente del pecado de Adán, que hiere e infarta al hombre en lo más profundo de su ser, no lesionara ni tocara a la que sería su Madre, y fue concebida Inmaculada. Ella, la única y simplemente porque Dios quiso.

      

       3.- Acabo de decir que Dios lo puede todo y, sin embargo, no es verdad. La Omnipotencia divina que detiene al sol y separa las aguas, tiene también sus límites, porque los tiene también su libertad. Dios, por ejemplo, no es libre para dejar de ser Dios, ya que el Infinito tiene que existir en razón de su mismo Ser que es vida eterna, sin límites en ninguna dirección. Puede sí colgar más y más estrella en el cielo para que nosotros inexactamente digamos que son infinitas; puede construir un mundo más dilatado y variado, de colores más brillantes; puede, desde luego y con mucha facilidad crear otros cielos más limpios, un mar más azul y profundo, unos claveles más rojos, unas cascadas más altas e impresionantes. Puede todo eso y otras cosas más difíciles que ni siquiera la mente humana puede imaginar. Pero el poder de Dios tiene un límite, se puso un límite, no puede traspasarlo, porque sería crear otro Dios, no puede ni quiere inventar ni plasmar para su Hijo una madre más buena y hermosa, más limpia y excelente, que la grandiosa bienaventurada Virgen María.

      

       4.- Es impresionante el esfuerzo hecho por Dios para realizar en carne humanan la idea más perfecto que de mujer haya concebido en su mente divina. Para plasmarla, como hemos dicho, cogió el azul de los mares, el resplandor de los soles, el frescor de las auras, la suavidad más dulce de las brisas; lo juntó todo y lo llamó María. María, la misma mujer y humilde jovencita Nazaret, que acarreaba el agua y la leña para su casa y en cuyas manos ponemos nosotros ahora todas nuestras plegarias, es el límite que Dios se ha impuesto a sus esfuerzos creadores. Al conjunto de todas las aguas nosotros lo llamamos «maria»; y Dios, al conjunto de todas las gracias que puede conceder a una criatura, lo llamó María.

       Por esto, María es Virgen bella, Señora de todas las cosas, Estrella de todos los mares, Señora del buen aire y Reina de los cielos. No puede existir nadie ya más perfecto que ella, simplemente porque Dios no lo quiere, porque escogió para ella todo lo sobrenatural más bello y gracioso que pueda existir. La Virgen contiene en sí la suma perfección de las cosas creables, por eso es distinta de todos y de todo: Inmaculada, impecable, dotada de todas las defensas y hermosuras de la gracia, en la misma orilla de Dios, la Virgen es un ser aparte.

      

       5.- Cuando antes de crear los mundos, desfilaron ante los ojos de la Santísima Trinidad todos los seres posibles, se detuvieron amoroso ante una criatura singular. El Padre la amó  y dijo: serás mi Hija Predilecta; el Hijo la besó diciendo: será mi madre acariciada; el Espíritu Santo la abrazó y dijo: Tú serás mi esposa amada. La llenaron de regalos y de gracias, y cuando la Reina estuvo vestida de luz, los Tres colocaron sobre su sienes una corona: en el centro ponía: Inmaculada.

       Es dulce pensar en aquellas tareas preparatorias de la Trinidad dichosa. Imaginémonos a Dios Trino y Uno ocupado con Amor de Espíritu Santo, ternura de Hijo y  anhelos de Padre creador de vida, trazando el semblante, el rostro y los rasgos de su hija predilecta y escogida en el semblante y hermosura de su mismo Ser contemplado y visto y plasmado en el Esplendor de su Imagen e Idea creadora del Hijo “Amado por quien todo ha sido hecho”; qué miradas entre el Padre y el Hijo, qué diálogos de Amor, qué miradas de gozo, qué contemplación de Amor, qué fuerza creadora de lo visto y contemplado en el Hijo, Hermosura, Esplendor infinito del Ser y Reflejo del Padre infinito, qué potencia creadora con Amor de Espíritu Santo. Con qué manos temblorosas de emoción el Padre la creó en su Mente divina trinitaria; con qué manos emocionadas el Hijo la acarició en su mismo Ser de Hijo imagen del Padre; con qué potencia de beso de amor el Espíritu Santo la plasmó en cuerpo y alma.

       Nuestras iglesias han de levantarse sobre un terreno bendecido, acotado, libre de todo aprovechamiento humano. Un delito ocurrido en ellas las inutiliza para el culto divino, porque impide la tranquila presencia de Dios. Y es que Dios es Dios y para el Dios Infinito y Grande siempre el templo, limpio; los corporales, bien planchados; la patena, de buen metal: la Madre,  Inmaculada.

       Asociada por Cristo a la obra redentora de la humanidad convenía que desde el primer instante de su ser, en su misma concepción divina y humana, estuviera libre de toda mancha y pecado. Muchas son las razones porque las que Dios quiso que María estuviera limpia de todo pecado y llena de dones y blancura.

 

       6.- Entre estas razones, la principal era la conveniencia de tener una madre limpia, que iba a asociar a su obra salvadora. El que redime debe estar libre de la culpa, del pecado que quita; lo mismo que, para lavar los objetos o personas, las manos que ayudan a limpiar las manchas deben estar previamente lavadas, limpias de la suciedad que tratan de quitar.   

       Por eso, María vino a esta tierra por concepción maternal y humana, como vendría su hijo, como venimos todos nosotros, pero Inmaculada, por designio de amor del Padre, por exigencia de pureza por el Hijo, por necesidad del Amor extremo del Espíritu Santo.

       Y este es el misterio de la Inmaculada Concepción de Maria que hoy estamos celebrando. Si removéis el cieno de las fuentes, toda el agua que baja de gran río de la vida se enturbia y baja encenagada. Dios constituyó a Adán, fuente de vida humana; al comer la manzana, al comer del árbol del bien y del mal, esto es, al no querer obedecer a Dios y tratar de ser él Dios, diciendo lo que está bien y mal en contra de lo establecido por Dios, vino el pecado; porque eso es el pecado, decir nosotros y decidir nosotros lo que está bien o mal en contra de lo que Dios dice. Nosotros procedemos de la carne manchada de Adán.

       Solo ella, procediendo de esa misma fuente, fue preservada en razón de los méritos y deseos de su Hijo, de toda mancha de pecado y recibió la vida desde Dios por su madre santa Ana, limpia y transparente y su concepción fue inmaculada, esto es, no maculada, no manchada.

       Dios que estaba preparando a su propia madre no podía consentir que fuera escupida por el veneno de la serpiente, del reptil inmundo. ¿Quién de nosotros no lo hubiera hecho si lo hubiera podido? El Hijo no podía consentir que ni por un momento fuera pisada por la serpiente de la enemistad con Dios, que su madre fuera su enemiga y rebelde por el pecado original. No lo quiso y como podía, lo hizo. Si el Hijo se estaba preparando su morada en la tierra, tenía que parecerse lo más posible a la del Cielo de su Padre, a la Santidad Esencial del Dios Trino y Uno; si Dios se preparaba su primer templo y sagrario  y tienda en la tierra no podía consentir que estuviera primero habitada por el demonio, pisoteada por su enemigo, que la estrenase la serpiente. No estaría bien en un Dios, en un Hijo, en un Esposo que pudo hacer a su propia madre, a su propia esposa, a su propia Hija.

       María por eso fue siempre tierra limpia y virginal, sin pisadas de nadie, siempre paraíso de Dios entre los hombres, donde sólo se paseó Él desde antes de ser concebida y en su misma Concepción Inmaculada. Había que concluir esta parte con los versos de la Hidalga del Valle: « Decir que Dios no podía, es manifiesta demencia y es faltar a la decencia, si pudiendo, no quería; pudo y quiso, pues lo hizo y es consecuencia cabal ser concebida Maria sin pecado original».    Son esas razones del corazón que la razón no entiende porque tiene uno que estar lleno de ese amor para comprenderlo: ¿Quiso y no pudo? No sería Dios todopoderoso. ¿Pudo y no quiso? No puede ser Hijo. Digamos, pues, que quiso y pudo.  Para que entendamos mejor: Quiso hacerla Inmaculada y no pudo, no es Dios porque no tiene poder infinito. Pudo y no quiso, no es Hijo, porque un hijo busca lo mejor para su madre. Digamos, pues, que Jesucristo, como Dios y como Hijo, pudo y quiso hacerla Inmaculada. Y así vino la Virgen desde la mente de Dios hasta esta tierra: vino toda ella limpia e Inmaculada, sin que el vaho y el aliento pestilente y dañino de la serpiente mordiese su alma y su cuerpo.

       Qué pura qué divina, qué encantadora es la Virgen, hermanos, que gran madre tenemos, qué plenitud de gracias, y hermosura y amor. Qué dulce saber que tenemos una madre tan buena tan bella y tan en la orilla de Dios.

       Pensar, saber y, sobre todo, gustar del amor y trato con esta deliciosa madre es lo más hermoso que no puede acontecer. Cuánto nos quiere la Virgen. Aprovechémonos de esta  madre tan dulce y sabrosa, cariño y  miel de nuestras almas. Porque es nuestra, hermanos, nos pertenece totalmente, Dios la hizo así de hermosa y de buena y de poderosa para nosotros, los desterrados hijos de Eva.

       Queridos hermanos, que la Virgen existe, que es verdad, que existe y nos ama, que no es una madre simbólica, para cuadros de pinturas; a nuestra madre se la puede hablar, tocar, besar, nos está viendo ahora mismo; está, pues, presente, no con presencia material, pero está real, realísima, nada de imaginación, sino real y verdaderamente cercana y atenta y con posibilidad de querer y amar y sentir su presencia y su mano protectora sobre nosotros. A nuestra madre se la puede hablar, abrazar comérsela de amor.

       Maria está presente en cuerpo y alma en los cielos, y desde allí nos está viendo ahora mismo; está, pues, materialmente distante de nosotros, pero también es verdad que está presente con un presencia espiritual, afectiva y moral en todos los corazones recogidos que la besan y la invocan y la rezan y siente sus efectos maternales de gracia y salvación.

       Madre, haznos semejantes a ti. Limpia con tu poder intercesor todos nuestros pecados. Haznos limpios e inmaculados de corazón y de alma. Sea esta oración, esta mirada de amor, este recuerdo nuestro beso emocionado y de felicitación en el día de tu Concepción Inmaculada. ¡Madre, qué bella eres, qué gozo tener una madre así, haznos semejantes a ti.cia, si pudiendo, no queria

 

 

SEGUNDA HOMILÍA

 

(Homilía elaborada sobre una audiencia general de los miércoles del Papa, 1983, del original italiano que escuché personalmente)

 

             QUERIDOS HERMANOS:

 

       1.- La fiesta que estamos celebrando nos sitúa en presencia de la obra maestra realizada por Dios en la Redención. María Inmaculada es la criatura perfectamente redimida: mientras todas las demás seres han sido liberadas del pecado, ella fue preservada del mismo por la gracia redentora de Cristo. La Inmaculada Concepción es un privilegio único que convenía a Aquélla que estaba destinada a convertirse en la Madre del Salvador. Cuando el Padre decidió enviar al Hijo al mundo quiso que naciese de una mujer, mediante la intervención del Espíritu Santo, y que esta mujer fuese absolutamente pura, para acoger en su seno, y luego en sus brazos maternales, a Aquel que es Santidad perfecta. Entre la Madre y el Hijo quiso que no existiese barrera alguna. Ninguna sombra debía oscurecer sus relaciones. Por esto, María fue creada Inmaculada. Ni siquiera por un momento ha estado rozada por el pecado. Podemos decir que María en el misterio de su Inmaculada Concepción es la revancha de Dios sobre la degeneración humana por el pecado.

       Es esta belleza la que durante la Anunciación contempla el Ángel Gabriel, al acercarse a Maria: “Alégrate, llena de gracia”. Lo que distingue a la Virgen de Nazaret de las demás criaturas es la plenitud de gracia que seencuentra en Ella. María no recibió solamente gracias. En Ella todo está dominado y dirigido por la gracia desde el origen de su existencia. Ella no solamente ha sido preservada del pecado original, sino que ha recibido una perfección admirable de santidad.

       Es la criatura ideal, tal como Dios la ha soñado. Una criatura en la que jamás ha existido el más mínimo obstáculo a la voluntad divina. Por el hecho de estar totalmente penetrada por la gracia, en el seno de su alma todo es armonía y la belleza del ser divino se refleja en ella de forma más impresionante.

 

       2.- María, primera redimida. Debemos comprender el sentido de esta perfección inmaculada a la luz de la obra redentora de Cristo. En la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, María fue declarada «preservada intacta de toda mancha de pecado original, desde el primer instante de su concepción, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano» (DS. 2803). Ella, pues, se benefició anticipadamente de los méritos del sacrificio de la Cruz.

       La formación de un alma llena de gracia aparecía como la revancha de Dios sobre la degradación que se había producido, tanto en la mujer como en el hombre, como consecuencia del drama del pecado. Según la narración bíblica de la caída de Adán y Eva, Dios impuso a la mujer un castigo, y comenzó a desvelar un plan de salvación en el que la mujer se convertiría, en la primera aliada.

      

       3.- María corredentora o asociada a la Alianza de Dios con los hombres por medio de su Hijo. En el oráculo, llamado protoevangelio, Él declaró a la serpiente tentadora, la cual había conducido a la pareja al pecado: “Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal”. Estableciendo una hostilidad entre el demonio y la mujer, manifiesta su intención de considerar a la mujer como primera asociada en su alianza, con miras a la victoria, que el descendiente de la mujer obtendría sobre el enemigo del género humano.

       La hostilidad entre el demonio y la mujer seha manifestado de la forma más completa en María. Con la Inmaculada Concepción fue decretada la victoria perfecta de la gracia divina en la mujer, como reacción a la derrota sufrida por Eva en el pecado de los comienzos.

       En María se operó la reconciliación de Dios con la humanidad, pero de forma que María misma no tuvo necesidad, personalmente, de ser reconciliada, puesto que al haber sido preservada del pecado original. Ella vivió siempre de acuerdo con Dios. Sin embargo, en María se ha realizado verdaderamente la obra de la reconciliaci6n, porque Ella ha recibido de Dios la plenitud de la gracia en virtud del sacrificio redentor de Cristo. En Ella se ha manifestado el efecto de este sacrificio con una pureza total y con un maravilloso florecimiento de santidad. La Inmaculada es la primera maravilla de la Redención.

      

       4.- La perfección otorgada a María no debe producir en nosotros la impresión de que su vida sobre la Tierra ha sido una especie de vida celestial, muy distante de la nuestra. En realidad, María ha tenido una existencia semejante a la nuestra. Ella conoció las dificultades cotidianas y las pruebas de la vida humana. Vivió en la oscuridad que comporta la fe. Ella fue preservada del pecado que siempre es egoísmo, para poder vivir totalmente al servicio de todos los hijos, de natural Jesucristo y de los confiados por el Hijo en la cruz, todos los hombres.

       No en menor grado que Jesús experimentó la tentación y los sufrimientos de las luchas internas. Podemos imaginarnos en qué gran medida se ha visto sacudida por el drama de la pasión del Hijo. Sería unerror pensar que la vida quien estaba llena de gracia fue una vida fácil, cómoda. Maria ha compartido todo aquello que pertenece a nuestra condición terrena, con lo que ésta tiene de exigente y de penoso.

       Es necesario, sobre todo, tener presente que Maria fue creada Inmaculada, a fin de poder actuar mejor en favor nuestro. La plenitud de gracia le permitió cumplir plenamente su misión de colaboración con la obra de salvación: ha dado el máximo valor a su cooperación en el sacrificio. Cuando María presentó al Padre, el Hijo clavado en la Cruz, su ofrecimiento doloroso fue totalmente puro. Y ahora también desde el cielo la Virgen Inmaculada, también en virtud de la pureza de su corazón y su presencia junto a Cristo Glorioso y triunfante del pecado y de la muerte, nos ayude a aspirar hacia la perfección por Ella conseguida. Y por esto es por lo que la Virgen ha recibido estas gracias especiales y ha sufrido singularmente, para poder así ayudarnos a nosotros pecadores, es decir, fue Inmaculada por el poder y amor singular de Dios para todos nosotros, la razón por lo que Ella ha recibido esta gracia excepcional.
       En su calidad de Madre, trata de conseguir que todos sus hijos terrenales participen de alguna forma en el favor con el que personalmente fue enriquecida. María intercede junto a su Hijo para que obtengamos misericordia y perdón. Ella se inclina invisiblemente sobre todos los que sufran angustia espiritual y material para socorrerlos y conducirlos a la reconciliación.
El privilegio único de su Inmaculada Concepción la pone al servicio de todos y constituye una alegría para todos los que la consideran como su Madre.

        Su Inmaculada Concepción ha sido la primera maravilla de la Redención de la que todos hemos recibido la alianza y amistad con Dios que nos llevará a participar plenamente de su vida divina aquí abajo, mediante la lucha y la conversión permanente junto a la cruz de Cristo, y en el cielo, con este mismo Cristo Triunfante y Glorioso junto a Ella.

 

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ANEXO: PARA HABLAR DE LA INMACULADA: Conferencias, Meditaciones…

 

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

 

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

 
              2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.

  3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

 

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…

 

 5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

 

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».

6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

 

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».     Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción —tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».


7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

 

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de
nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

 

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

 

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoria de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

 

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

 

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».


             10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».  

Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

 

11.- En el año de la Eucaristía


              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

 

12. CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

 

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

 

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

 

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

 

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

e impide vivir en concordia:

 

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana,

desde el primer instante de su existencia

hasta su último aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa

y a la libertad de conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias

en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad

del matrimonio y de la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia

del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo,

líbranos!
Acoge, oh Madre Inmaculada,

esta súplica llena de confianza y agradecimiento.

Protege a España entera y a sus pueblos,

a sus hombres y mujeres.

Que en tu Corazón Inmaculado

se abra a todos la luz de la esperanza. Amén.

 

Tener presente humildad, fe, esperanza y caridad de Intimas y luego Sor Isabel y 392 de Intimidad sobre la Virgen del Carmen. Para predicar a la monjas de la Virgen tener presente mis libros, sobre todo el III y las homilías de la Virgen en a,b,c de Ardía. La Eucaristía como misa, comunión y presencia.

 

 

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VIRGEN DEL PUERTO (Lunes, 24 abril 2006)

 

Muy queridas hermanas y hermanos, hijos todos de la Virgen del Puerto,

 

Con gozo grande y alegría profunda nos hemos reunido esta tarde y muy temprano, a las 4, para celebrar esta eucaristía para alabanza y gloria de Dios,  y para venerar y bendecir en su novena, a nuestra Madre del Puerto.

Esta imagen de la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos amamantándolo, es el signo de la ternura de Dios a los hombres y de los hombres a Dios; pero sobre todo, es imagen del título más grande de María, fundamento y base todos los demás títulos y prerrogativas que recibió nuestra madre del Puerto del Señor y de los hombres: María con su hijo en brazos, nos está demostrando el origen de todas sus grandezas y dones, porque ella, mujer de nuestra raza, ha sido escogida por Dios para que fuera su madre. María es Madre del Hijo de Dios. He aquí su esplendor, su fuerza, su luz y su misterio.

 La maternidad divina de María es el fundamente de todas sus gracias y prerrogativas: porque Dios la quiso Madre suya, la hizo limpia de pecado e Inmaculada desde el primer instante de su ser,  se confió a ella y quiso tenerla junto a Él en la cruz, y no permitió que su cuerpo se corrompiera en el sepulcro y se la llevó junto a Él en el cielo y desde allí vive preocupada por todos sus hijos de la tierra, intercediendo ante su Hijo. Si Dios la eligió y la quiso madre suya ¿Cómo no vamos a elegirla y tenerla nosotros como Madre, como reina y señora de nuestra vida cristiana para que nos alimente y nos ayude en nuestra existencia humana y cristiana?

Y mirando a esta Madre del Puerto, imagen y reflejo de la que está viva y gloriosa en el cielo, junto a su Hijo, intercediendo y suplicando por todos nosotros, le pregunto: Madre, explícame un poco, porque eres Madre de Dios, por qué le tienes en tus brazos, por qué le amamantas, por qué le miras con tanto cariño y ternura? Y la Virgen me dice: Por Dios Padre que quiso que fuera la Madre de su mismo hijo pero en cuanto hombre; por Él mismo, por su Hijo Jesucristo, Verbo y Palabra de Dios que me quiso madre, me quiso como hijo nacido en mis entrañas; y por el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, que con su potencia de amor divino, lo formó en mi seno, en mi vientre de madre de fe, amor y esperanza.

El primer anuncio, por parte de Dios Padre, de la Virgen Madre, de una mujer que dará a luz un hijo que aplastará la cabeza de la serpiente, lo tenemos en el Génesis, inmediatamente después del pecado de nuestros primeros padres: “Dios Dios a la serpiente: pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; él herirá tu cabeza, cuando tú hieras su talón”. Y por eso, muchas imágenes de la Virgen Inmaculada tienen la serpiente a sus pies, al pecado, pisoteado porque ella fue siempre tierra virgen, sin pisadas de nadie, inmaculada, intacta, impoluta, por los méritos de su Hijo aplicados a ella anticipadamente. Esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María, la Virgen del Puerto con su hijo en brazos.

Pero yo quiero preguntarte más concretamente a ti, Madre del Puerto,  reflejada en esta imagen tan materna, amamantando a tu hijo, yo quiero preguntarte ¿cómo fue y cuando se realizó esta promesa de Dios Padre de salvar a todos los hombres por su hijo nacido de una mujer?

Queridos hijos de la tierra, quiero deciros a todos, que yo era una joven sencilla y humilde, una más de mi aldea de Nazaret. Vivía con mis padres Joaquín y Ana, tenía amigas, iba a la sinagoga, obedecía, jugaba… madre, perdona, soy tu hijo y ya me conoces, muchas veces me dices que me paso… pues bueno es que no tenemos tiempo esta tarde, porque son diez minutos de predicación, así que abrevia porque si no no me dejarán hablar más veces…

Pues bien a ti y a todos los que estáis aquí esta tarde os digo brevemente: un día estaba orando, como todos los días, orando mientras cosía o barría o fregaba o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar… y el piso se ha iluminado de golpe y al abrir los ojos me he quedado sorprendida, porque he visto una luz muy fuerte, fue la primera luz de ese tipo que vi, como luego yo misma la llevé en mis apariciones en Lourdes, Fátima.. y otros lugares, luz del cielo traída por un ángel, un mensajero de Trino y Uno, es decir, no solo del Padre, sino trayendo un mensaje de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Leyendo el evangelio de la Anunciación irlo comentando en forma de diálogo de la Virgen con sus hijos, los devotos…

Madre, perdona pero no hay más tiempo y yo quiero decir dos cosas, mejor dicho, lo han dicho otros que saben más que yo de ti. Yo las leo. Pablo VI, antes de terminar el Concilio Vaticano II, porque parecía que algunos teólogos no se habían enterado muy bien. Es en honor tuyo, Madre: “Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima, Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título.”

Y para que no quedaran dudas, de que este título de ser madre de Dios y de los hombres es el más grande y honroso para ella y para nosotros, el documento de la Iglesia, como luz de las gentes, añade: « Desde la Anunciación… mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, donde no sin designio divino, se mantuvo de pié, son condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma (Jn 19, 25-27».

       Queridos hermanos: Para mí la Virgen del Puerto, con su hijo en brazos, es un cuadro o reflejo del Amor del Dios Trino y Uno, de la Trinidad. En primer lugar de Dios Padre. Dice San Juan: Dios es Amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado… Dios me amó antes de existir yo la eligió a ella en su Hijo como Madre suya y mía. El Hijo, viendo al Padre entristecido porque el primer plan se había roto.. se ofreció: Padre no quieres ofrendas y sacrificios… Ese hijo ha querido ser mi hermano.. Y la Virgen del Puerto es reflejo del Espíritu Santo, porque Él obró el milagro y formó en su seno al Hijo de Dios por el Amor del Padre. Me siento amado por el Padre, salvado por el Hijo, santificado por el S.S.   

 

 

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MARÍA, VIRGEN DE FÁTIMA

 

       QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS, HIJOS TODOS DE NUESTRA MADRE, LA VIRGEN DE FÁTIMA:

 

       Comenzamos hoy el triduo a la Virgen de Fátima. Algunos de sus hijos y e hijas no han podido venir; en concreto, el padre predicador, D. Ismael, que está de peregrinación en Guadalupe, con los sacerdotes de las tres Diócesis extremeñas; pero todos, ellos y nosotros, tenemos  tanta confianza en la Virgen, en lo que hizo y en lo que dijo durante su vida evangélica y en sus apariciones en Fátima, que hemos querido reunirnos un año más aquí en esta iglesia, junto a su imagen y el trece de mayo, para honrarla y escucharla.

       Y es que es tanto lo que la queremos y necesitamos siempre, sobre todo, en esta hora en que nos ha tocado vivir en España, que quiero hablaros de ella esta tarde el Triduo; y así como Ella rezó e hizo rezar a los tres pastorcitos y al mundo entero por la conversión de Rusia, y Rusia se convirtió y abandonó el comunismo y el ateismo y sus presidentes van los domingos a la misa ortodoxa, ahora necesitamos nosotros rezar por España para que sea vencido este alejamiento y abandono de Dios y de la Iglesia en que viven muchos hermanos, sobre todo, de cincuenta años para abajo, debido, entre otras cosas, al ateísmo e inmoralidad que domina oficialmente, impuesto desde arriba con leyes que destruyen el matrimonio y toda formación auténticamente humana y cristiana.

       La Virgen de Fátima, nuestra Madre, con su corazón inocente y santo, fue la puerta abierta de salvación para el mundo por medio de su hijo, Hijo de Dios encarnado que vino para hacernos hijos de Dios y abrirnos las puertas del cielo, del que tantas veces habló la Virgen en Fátima.

En María y por ella el Verbo de Dios se hizo hermano nuestro y Ella fue y sigue siendo la criatura más estrechamente ligada a Jesucristo, como madre, discípula y corredentora. Yo me atrevería a decir que sus apariciones en Fátima han sido la causa principal de que se haya mantenido la fe católica en Europa y en la mayor parte del mundo, incluso en la Rusia entonces oficialmente atea, en el siglo pasado.

       Ella, durante su vida terrena, en las horas cruciales de la muerte de Cristo, sostuvo la fe de los apóstoles. Y Ella es ahora y siempre la madre del Redentor, aurora luminosa de fe para los que la rezan y tienen como Madre.

       Que Ella, hermanos, despierte y sostenga nuestra fe, que nos ayude a recibir al  Espíritu Santo, como en primer Pentecostés, que nos acompañe en los trabajos de la nueva misión y evangelización que tanto necesitan nuestros hijos, nietos y matrimonios jóvenes, y los ancianos abandonados y España entera, nuestros pueblos y ciudades, donde ya nos queremos menos y nos ayudamos poco, porque se ha perdido o enfriado la fe y el amor a Dios y la devoción a María, su madre, bajo los mil títulos con que la honramos.

       Me gustaría que todos nosotros rezásemos muchas veces la oración que nos enseñó por medio del ángel a los tres pastorcitos: <<Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman: es una oración muy profunda, muy humana y muy teológica; desde luego unos niños pastorcitos no pueden inventarla.

       Tengamos presente también esta tarde el testo evangélico de la Visitación de la Virgen María a su prima  santa Isabel: “En aquellos días, escribe el evangelista san Lucas, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc 1,39). El de María es un auténtico viaje de fe y caridad para ayudar a su prima que en su vejez ha concebido a Juan, precursor de Cristo, su hijo. Es un viaje que la lleva lejos de casa, la empuja al mundo, a lugares extraños para compartir el amor fraterno.

       Y es siempre el Señor el que, en este camino, nos pone junto a María como compañera de viaje de la fe y madre solícita de nuestra vida humana y cristiana.

Y el Padre Dios que quiso a María como madre de su Hijo hasta la cruz, nos la ha dado en Fátima como madre de gracia y salvación eterna para todos, especialmente para los pecadores y alejados, por eso les mostró a los pastorcitos el infierno para que rezasen e hiciesen sacrificios por los alejados de la fe y de la iglesia.

       Isabel se convierte así en el símbolo de tantas personas ancianas y enfermas, más aún, de todas las personas necesitadas de ayuda y de evangelio, de fe y amor cristianos ¡Cuántas son hoy también en nuestras familias, en nuestras comunidades y en nuestras ciudades, estas personas, especialmente, nuestros hijos y nietos, nuestros matrimonios y familias jóvenes necesitadas de que recemos por su fe y amor cristiano, que recemos a María, Virgen de Fátima, por la salvación del mundo y conversión de los pecadores. .

       Por eso, por indicación de su Hijo en la cruz, la caridad de María quiere llegar a que todos encuentren a Cristo, a su hijo, como único salvador del mundo. No nos salvan los hombres y menos los vicios y pecados en que vive el mundo, sólo Cristo, su hijo, es el que nos salva. Por eso, desde la cruz nos da a todos los hombres a María como madre: he ahí a tu madre, nos dice a todos en la persona de Juan,  María es nuestra madre de gracia y salvación, ymirando a su madre, a María,  a la Virgen de Fátima, le dice:he ahí a tu hijo, en Juan nos hace hijos amados de María.

       Queridos hermanos: Rezad, pedid, invocad a María, no os canséis nunca, porque por ella Dios llega a los hombres con su gracia. Nos lo ha pedido la Virgen en Fátima por medio de los tres pastorcitos. Es de Dios de quien los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen profunda necesidad, aun cuando algunos parecen ignorarlo o incluso rechazarlo. Es de El de quien tiene gran necesidad la sociedad en que vivimos. España, Europa, el mundo está triste porque le falta Dios, va perdiendo la fe, el amor cristiano, la familia cristiana, la vida de gracia, abunda el pecado, necesitamos cumplir sus mandamientos, conversión de los pecadores, nos falta fe y amor a Jesucristo, hijo de Dios y de María, este mundo necesita oir y cumplir el mensaje de Fátima.

       A nosotros se nos ha confiado esta extraordinaria responsabilidad. Vivámosla permaneciendo asiduos en la oración, escuchando la Palabra de Dios, viviendo en unión fraterna -- amaos los unos a los otros,-- en la fracción del pan-sin Eucaristía no hay cristianismo, en los grupos de oración y en el rezo de laudes por la mañana ante su imagen, en unión con Cristo (cf. Hch 2,42).

Así se cultiva mejor la fe y el amor, la vida cristiana. Que ésta sea la gracia que pedimos juntos a la Virgen Santísima esta tarde como eco de sus apariciones y tristezas en Fátima. Que se sonría desde el cielo y nuestros hijos y nietos, nuestros pueblos lo noten y los vivan y se salven. Amén, así sea.

 

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SERMÓN DE LA ANUNCIACIÓN

 

       Así consta en unas cuartillas ya oscuras que tengo escritas con pluma y tinta de las de antes, nada de máquinas, ni siquiera bolígrafos, y menos ordenadores que entonces no existían; y así lo quiero titular también hoy: Sermón de la Anunciación. En letra muy pequeña porque había que ahorrar y porque jamás había que leer en la predicación, todo de memoria, aunque durase una hora.

       Y como siempre, lo primero que escribía en el comienzo, arriba del todo de la cuartilla, en la parte izquierda: VSTeV, que significa Ven, Santa Trinidad y María... a inspirarme y hacer esta homilía. Así hasta hoy, cuando escribo a mano.

       Fue predicado en abril de 1960 porque así consta en una cita del mismo sermón; igualmente consta que fue en el Santuario del Puerto y siendo en esa fecha, quiere decir que fue durante la Novena, que es ordinariamente en abril; me huele, por la introducción que alguna vez lo prediqué ante el Señor Expuesto, porque empiezo saludándole y en su nombre; pero no la primera vez, porque esta introducción dirigida al Señor está en tinta distinta, más negra, y en letras introducidas entre el título: Sermón de la Anunciación y el Queridos hermanos con que ordinariamente empiezo mis homilías..

       Lo prediqué, por tanto,  dos meses antes de ser ordenado sacerdote el 10 de junio 1960.

 

                   

QUERIDOS HERMANOS:

 

       «En tu nombre, Señor, y en tu presencia, quisiera con tu favor y ayudado de tu divina gracia, hablar esta tarde a tus hermanos y mis hermanos, los hijos de nuestra madre común, madre tuya y nuestra, la madre del Puerto. Ayer la veíamos en la mente de Dios, casi infinita, casi divina. Hoy la vamos a ver ya joven nazarena, de catorce años, estando en oración y visitada por el ángel Gabriel.

       Queridos hermanos, empiezo diciéndoos que la Virgen María es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios. Es tan buena, tan sencilla, tan delicada, tan prodigiosamente humilde y pura, que se la quiere sin querer.

       Su paso por el mundo apenas fue notado por sus contemporáneos. La infancia de la Virgen nos es desconocida en los Evangelios. La vida histórica de Nuestra Señora comienza en la Anunciación. En ella empieza también la historia humana del Hijo de Dios  por su Encarnación en el seno de la Madre y hasta entonces océano infinito y quieto en la pura eternidad de Dios.

       En la Anunciación, el Torrente divino del Verbo de la Vida y de la Verdad, desde el Misterio de Dios Uno y Trino, baja y fluye hasta nosotros en torrente de aguas infinitas y llega hasta nosotros por este canal maravilloso que se llama y es María.

       Por ella llega a esta tierra seca y árida por los pecados de los hombres, para vivir y escribir con nosotros su historia, esa historia que se puede contar porque está limitada por las márgenes del espacio y del tiempo, por los mojones de los lugares y fechas por los que fue deslizando su bienhechora presencia e historia de la salvación. Y esa historia que se puede contar empieza en María, con María.

       Fijaos qué coincidencia, qué unión tan grande entre los dos, entre Jesús y María; entre el Hijo de Dios que va a encarnarse y la Virgen nazarena que ha sido elegida por Madre: los dos irrumpen de golpe y al mismo tiempo en el evangelio.

       Con un mismo hecho y unas mismas palabras se nos habla del Hijo y de la Madre. Tan unidos están estos dos seres en la mente de Dios que forman una sola idea, un solo proyecto, una misma realidad, y la palabra de Dios, al querer trazar los rasgos del uno, nos describe también los del otro, el semblante y la realidad del hijo que la hace madre.

       Todos habéis leído  y meditado muchas veces en el evangelio de San Lucas la Anunciación del Ángel a nuestra Señora. Es la Encarnación del Hijo de Dios. Es el primero de los misterios gozosos del santo rosario. Es aquella embajada que un día trajo el ángel Gabriel a una doncella de Nazaret.

       La escena, si queréis, podemos reproducirla así: La Virgen está orando. Adorando al Padre “en espíritu y verdad”. Estrenando ese estilo de oración que no necesita  ser realizada en el templo de Jerusalén, ni en el monte Garizím, sino que puede efectuarse en cualquier parte, porque en todo lugar está Dios y en todo momento y lugar podemos unirnos con Él mediante la oración.

       La Virgen, pues, estaba orando. Orando, mientas cosía, barría, fregaba o hacía cualquier cosa, o, sencillamente, orando sin hacer otra cosa más que orar. El cronista San Lucas no especifica. Dios puede comunicarse donde quiere y como quiere, pero de ordinario se comunica en la oración. Y la Encarnación es la comunicación más íntima y total que Dios ha tenido con su criatura; ha sido una comunicación única e intransferible.

       Por eso, el arte de todos los tiempos nos ha habituado a figurarnos a la hermosa nazarena, a la Virgen bella, en reposo y  entornada, sumida en profunda oración.

       Unas veces, de rodillas, porque la Virgen adoraba a Dios profundamente. Otras veces sentada, porque no estaba bien que el Ángel hablase a su Señora de pié, mientras Ella estaba arrodillada.

       El diálogo mantenido entre el ángel y aquella hermosa nazaretana, de tez morena, ojos azules, alma divina, es un tejido de espumas, trenzado de alabanzas y humildad, de piropos divinos y rubores de virgen bella y hermosa. El saludo que Gabriel dirige a María no puede ser más impresionante: “Xaire, kexaritomene, o Kúrios metá soü...Ave, gratia plena, Dominus tecum... Alégrate, la llena de gracia, el Señor está contigo...”

       “Salve”, en griego “Xaire”, alégrate, regocíjate, que era el saludo corriente entre los helenos. “La llena de gracia”, el ángel emplea este participio a modo de nombre propio, lo que aumenta la fuerza de su significado. La piedad y la teología cristianas han sacado de aquí todas las grandezas de María. Y con razón, pues “la llena de gracia” será la Madre de Dios.

       Mucha gracia tuvo el alma de María en el momento de su Concepción Inmaculada; más que todos los santos juntos. Si la gracia es el mayor don de Dios, con cuánta gracia engrandecería el Omnipotente a su elegida por madre. Y esa gracia se multiplicaba en ella cada instante con el ejercicio de todos sus actos siempre agradabilísimos al Dios Trino y Uno, a los ojos divinos, porque Ella nunca desagradó al Señor. Llena estuvo siempre y, sin embargo, crecía. Diríase que la capacidad del alma de María iba creciendo a medida que la gracia, la belleza y el amor de Dios  aumentaban en ella, para que en todos los momentos de su existencia el ángel del Señor pudiera saludarla y  pudiera llamarla: “kejaritoméne, gratia plena, llena de gracia”.

       “El Señor está contigo, o Kúrios metá soü, Dominus tecum”, prosigue el divino mensajero. Dios está en todas las almas que tienen la gracia santificante. Vive en ellas. Cuanto más gracia, más se adentra Dios en el alma, en su interioridad, en su ser y existir.

       Y como la Virgen estuvo siempre llena, como un vaso que rebosa siempre de agua o licor dulce y sabroso, resulta que Nuestra Madre del Puerto, más rebosante de gracia y dones divinos que todos los ángeles y santos juntos, tuvo siempre al Señor en su corazón; pero ahora al estar en su vientre, el Señor estaba con ella más íntimamente unido que podría estarlo jamás criatura alguna. “El Señor está contigo” porque Él te acompaña y acompañará en esta tarea que vais a realizar juntos, porque Él quiere hacerte madre y para eso su presencia es esencial e imprescindible.

       No tiene nada de particular que al ir preñada del Verbo divino, la prima Isabel, al verla en estado del Hijo de Dios, le dijera lo que le decimos todos sus hijos cuando rezamos el Ave María: “Eres bendita entre todas las mujeres”. Es ésta la alabanza que más puede halagar a una mujer. Porque sólo una podía ser la madre del Hijo de Dios. Y la elegida ha sido María. Por eso Ella es la “bendita entre todas las mujeres”.       Porque su belleza resplandece y sobresale sobre todas las otras, y atrae hacia sí todas las miradas del cielo y tierra, eclipsa todas las demás estrellas como el sol, para lucir Ella como la bendita, la bien dicha y pronunciada por Dios y por los hombres. “eres la predilecta de Dios entre todas las mujeres” vino a decirle el Ángel.

       Grandes mujeres habían existido en el Antiguo Testamento. Las escogidas por Dios para libertadoras de su pueblo: Débora, Judit, Esther. Grandes santas habían de existir  en la Iglesia católica. Todas muy queridas de Dios, pero incomparablemente más que todas ellas, María.

       El chaparrón de alabanza que de repente dejó caer el ángel  sobre aquella alma humildísima la debió dejar aturdida. Por eso dice el evangelio: “Al oír tales palabras, la Virgen se turbó y se puso a considerar qué significaría aquella salutación”. Advirtió el ángel que la humildad de la Virgen había quedado un poco sonrojada y se apresuró a explicar la razón de sus piropos, dirigiéndola otra alabanza: “no temas, María, porque ha hallado gracia en los ojos de Dios”. Tu humildad, tu pureza, todas tus virtudes han atraído hacia ti la mirada del Eterno y le has ganado el corazón. Tanto se lo has robado, que quiere tenerte por madre suya cuando baje del cielo a la tierra.

       La Virgen, durante toda su vida se había puesto con sencillez en las manos de Dios. El Señor Dios le inspira el voto de virginidad y lo hace. Ahora, en cambio, por medio del ángel le revela algo cuya realización destruye humanamente la virginidad y pregunta, porque lo acepta, cómo será eso, cómo y qué tiene que hacer.

       Sabe muy bien la Virgen que el pueblo de Israel y toda la humanidad está esperando siglos y siglos la venida de un libertador. Las Escrituras santas hablan continuamente. En el templo todos los días se hacen sacrificios y se elevan oraciones pidiendo su venida. La aspiración suprema de las mujeres israelitas es que pueda ser descendiente suyo.

       Pues bien, el ángel le anuncia ahora que ella es la elegida por Dios para ser la Madre del Mesías: “Concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Este hijo tuyo será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;  el señor Dios le dará el trono de su padre David y reinará en la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fín”.

       El ángel pudo descubrir a María, desde el primer momento, el modo milagroso de obrarse la Encarnación; sin embargo, lo calla. Sólo la propone el hecho, pero no el modo. Por eso la Virgen no se precipita en contestar. Reflexiona, calla, medita en su corazón y espera.

       Está orando la Virgen. Qué candor, qué dulzura, ¿qué le preguntará a Dios, al mismo Dios  que le inspiró  la virginidad? Momento este sublime en que el cielo y la tierra están suspendidos, pendientes de los labios. Espera   en el aposento. Espera en el Cielo la Santísima Trinidad. Espera el Hijo para entrar en su seno, para tomar carne humana de la suya. Esperan en el Limbo las almas de los justos esa  palabra que les traerá al libertador y les abrirá las puertas del cielo. Esperan en la tierra todos los hombres aquel sí, que romperá las cadenas del pecado y de la muerte que les aprisiona. «Todo el mundo está esperando, virgen santa, vuestro sí; no detengáis más ahí, al mensajero dudando. Dad presto consentimiento; sabed que está tan contento, de vuestra persona Dios, que no demanda de vos sino vuestro consentimiento».     Esperan todos, en el cielo y en la tierra, y la Virgen, mientras tanto, reflexiona. Piensa que ha hecho a Dios voto de virginidad y para Ella esto es intocable, sagrado. A Ella el ángel no le ha dicho que le dispensa del voto. Si esa fuera la voluntad de Dios lo cumpliría aunque le costase; pero el ángel no le ha dicho nada y Dios no le ha dicho que le dispense. Por lo tanto, su deber es cumplir lo prometido. Si es necesario renunciar a ser madre de Dios, si es necesario que otra mujer tenga en sus brazos al Hijo de Dios hecho hombre, mucho le cuesta renunciar al Hijo amado, pero que lo sea; que sea otra la que contemple su rostro y escuche de sus labios de niño el dulce nombre de madre. Que sea otra mujer la que lleve sobre su frente la corona de Reina de los cielos y de la tierra...

       Pero no, no será así porque Dios la ha elegido a Ella, Ella es la preferida, “la bendita entre todas las mujeres”, marcada en su seno y  elegida por Dios desde toda la eternidad para ser la madre del Redentor, el Mesías Prometido, el Salvador del mundo y de todos los hombres.

       La Virgen ha meditado todas estas palabras del ángel y ahora ve claro que estas palabras del ángel son de Dios, es la última voluntad de Dios sobre su vida. Tan verdadero y evidente es este deseo de Dios, que se va a entregar totalmente a esta voluntad declarándose esclava, la que ya no quiere tener más voluntad y deseo que lo que Dios tiene sobre Ella.

       Cuando hizo el voto de virginidad perpetua, Dios se lo expresó a solas y en secreto, en el fondo del alma; para comunicarla ahora que ha sido elegida para ser la madre del Hijo,  recurre al portento y a lo milagroso para que la Virgen se cerciore de que este segundo deseo de Dios, aunque aparentemente, desde la visión puramente humana, destruya el primero, viene también de Él.

       Y la Virgen fiel a todo lo que sea voluntad de Dios, accede gustosamente, aunque tenga que renunciar a su don más querido. Ya sólo quiere saber lo que tiene que  hacer, quiere oír del ángel qué es lo que Ella tiene que hacer de su parte para que se realicen los planes de Dios “¿Cómo ha de ser esto, pues no conozco varón?” Y oye del ángel aquellas misteriosas palabras, en las que le anuncia el portento que Dios quiere realizar en Ella. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el fruto santo que nacerá de ti, será llamado el Hijo de Dios”.

       Cuando la Virgen vio aclarada su pregunta y solucionada de un modo milagroso su dificultad, cuando ve que será madre y virgen ¿qué responde? A pesar de las alabanzas que el ángel le ha dirigido, a pesar de las grandezas que reconoce en sí,  sabe perfectamente que todo lo ha recibido de Dios, sabe que Ella no es más que una criatura, una esclava de Dios, que desea hacer en todos los momentos la voluntad de su Dios y Señor. Por  eso dice: “Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundun verbum tuum... he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       ¿Esclava, hermanos, la que está siendo ya la madre de Dios, la que ha sido elegida entre todas las mujeres para ser la Madre del Redentor, esclava la Señora del cielo y tierra, la reina de los ángeles, la que nos ha abierto a todos las puertas del cielo por su Hijo, la que nos ha librado a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte, la que empieza a ser madre  del Todopoderoso, del Infinito?

       Recibido el consentimiento de la Virgen, el ángel se retira de su presencia y volvió a los cielos para comunicar el resultado de su embajada a la Santísima Trinidad. La Virginidad y la sumisión a los designios divinos celebran, al fin, un pacto imposible para los hombres, pero posible para Dios. Ni Dios ni María han perdido nada; nadie ha perjudicado a nadie, todo ha sido a favor y ganancia, todo tan sencillo y suave. La Virgen está preñada del Verbo por Amor y Gracia del Espíritu Santo.

       Ella después continuó orando. Inaugurando un estilo de oración que ya no es lo mismo hacerla en cualquier sitio, en cualquier lugar, porque sólo en un sitio ha estado Dios singularmente presente como en ningún otro: en Nazaret, por ejemplo, en las entrañas de una Virgen, y “el nombre de la Virgen es María”. “El Verbo  de Dios se hizo carne” Y empezó a habitar entre nosotros por medio de María. Dios empieza a ser hombre. Él que no necesita de nada y de nadie, empieza a necesitar de la respiración de la hermosa nazarena, de los latidos de su corazón para poder vivir. Qué milagro, qué maravilla, qué unión, qué beso, qué misterio, Dios necesitando de una virgen para vivir, qué cosa más inaudita, qué misterio de amor, amor loco y apasionado de un Dios que viene en busca de la criatura para buscar su amor, para abrirle las puertas de la amistad y  felicidad del mismo Dios Trino y Uno. Dios, ¿pero por qué te humillas tanto, por qué te abajas tanto, qué buscas en el hombre que Tú no tengas? ¿Qué le puede dar el hombre que Dios no tenga?

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora y viene en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. El Creador empieza a ser hijo, se hace hijo de su criatura. No sabemos si en ese momento se aceleró la floración en los huertos de Nazaret, no lo sabemos. Seguramente los hombres que estaban arando en los alrededores y en los campos vecinos no se enteraron de nada, pero ya medio cielo se había desplazado a la tierra, y vivía dentro de María.

       Qué grande, qué inmensa, qué casi infinita hizo el Todopoderoso a su madre. Y cómo la amó, más que a todas. A su madre, que en ese momento empezó a ser también nuestra, porque ya en la misma encarnación  nos engendró místicamente a todos nosotros, porque era la madre de la gracia salvadora, del que nos engendraba por el bautismo como hijos de Dios. Luego ya en la cruz nos lo manifestaría  abiertamente: “Ahí tienes a tu madre, he ahí a tu hijo”.

       Qué gran madre tenemos, hermanos, qué plenitud y desbordamiento de gracia, hermosura y amor. Tan cargada está de cariño y ternura hacia nosotros sus hijos que se le caen de las manos sus caricias apenas nos insinuamos a Ella. La Virgen es hoy, en  abril del 1960, igual de  buena, de pura, igual de encantadora que cuando la visitó el ángel en Nazaret. Mejor dicho, es mucho más que entonces porque estuvo creciendo siempre hasta su muerte en todas sus perfecciones. Es casi infinita.

       María es verdad, existe ahora de verdad, y se la puede hablar, tocar sentir. María no es una madre simbólica, estática, algo que fue pero que ya no obra y ama. Ella en estos momentos,  ahora mismo nos está viendo y amando desde el cielo, está contenta de sus hijos que han venido a honrarla en su propia casa y santuario; y desde el Cielo, desde este Santuario, vive inclinada sobre todos sus hijos de Plasencia, del mundo, más madre que nunca.

       Ella es nuestro sol que nos alumbra en el camino de la vida venciendo todas las oscuridades, todas las faltas de fe, de sentido de la vida, de por qué vivo y para qué vivo; ella es nuestra Reina, nuestra dulce tirana. Acerquémonos  confiadamente a esta madre poderosa que tanto nos quiere. Pidámosla lo que queremos y como se nos ocurra, con la esperanza cierta de que lo conseguiremos.

       Necesitamos, madre, tu espíritu de oración para que Dios se nos comunique a nosotros como se te comunicó a ti en Nazaret. Necesitamos esa oración tuya continua e incesante, esa unión con Dios permanente que nos haga encontrarte en todas las cosas, especialmente en el trato con los demás. Necesitamos, Madre, meditar en nuestro corazón como tú lo hacías; necesitamos, madre, esa unión permanente de amor con Dios, mientras cosías o barrías o hacías los humildes oficios de tu casa. Queremos esa oración tuya que te daba tanta firmeza de voluntad y carácter que te hacía estar dispuesta a renunciar a todo por cumplir la voluntad de Dios, por cumplir lo que tú creías que era la voluntad de Dios. Tú siempre estabas orando. Orando te sorprendió el ángel y orando seguiste cuando te dejó extasiada, arrullando y adorando al niño que nacía en tus entrañas.

       Madre santa del Puerto, enséñanos a orar, enséñanos el modo de estar unidos  con Dios siempre en todo momento y lugar... «Desde niño su nombre bendito, de mi madre en el seno aprendí, ella alienta mi alma y mi vida,  nunca madre mejor conocí. Placentinos, placentinos, en el Puerto su trono fijó; una madre, una reina, que Plasencia leal coronó».

 

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CONCLUSIÓN: María, memoria de la Iglesia en un camino de fe contemplada, celebrada, vivida y testimoniada

 

El discipulado evangélico es un camino eclesial de fe vivida como encuentro personal y comunitario con Cristo. Este camino es también de apertura a la Palabra, contemplada, celebrada, vivida, anunciada y testimoniada. Es el camino de la Lectio Divina. Entonces la comunidad eclesial, personificada en María, se presenta ante el mundo, como misterio de comunión para la misión. Jesús, nacido de María, está presente en ella, en medio de los hermanos, para ser comunicado a toda la humanidad.

 

Este camino de discipulado misionero y de Lectio Divina se aborda con María y como ella, para recibir a Cristo (contemplación, santidad) y transmitirlo a los demás (comunión, misión). En este camino, María es “memoria” de fe vivida, en un proceso de respuesta a la vocación, de contemplación, de perfección, de comunión fraterna y de misión. El Corazón de María es “el vaso y receptáculo de todos los misterios".[1]

 

María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, “primera discípula” (Aparecida 25), modelo y guía, para asociarse al misterio pascual de Cristo. María, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).

 

Con María, asociada a Cristo Redentor, se aprende a conservar en el corazón y a meditar silenciosamente y de modo comprometido, todos los misterios de Cristo. “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón” (DCe 42). Es camino de celebración y vivencia eucarística: “Por esto, cadavez que en la liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia” (SCa 33).

 

La Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias (1904-1981), fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento (México), invitaba a vivir el amor esponsal a Cristo con y como María. En sus escritos íntimos aflora su vivencia filial: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre". "Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto". "Madre mía en tu corazón me encierro toda". "En el corazón purísimo de tu Madre, derramaré el mío todo entero". "Quiero sacrificarme en el Corazón de María, por las almas".[2]

 

Al escuchar las palabras del Señor en el fondo del corazón, surge la sintonía con sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5), reflejados en el Corazón de María, como icono de la Iglesia de todas las épocas. La espiritualidad cristiana es eminentemente mariana y eclesial Cristo quiere nacer en un corazón virginal: "La virginidad y la fe profunda atrajeron a Cristo hacia lo más íntimo de su corazón; y así la madre lo custodió en lo escondido de sus miembros intactos".[3]

 

El discípulo de Cristo aprende de María a ofrecer un corazón desprendido de toda criatura. San Juan de Ávila lo describe así: "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el Corazón de la Virgen, por darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (Sermón 71). En el Corazón de María, el creyente encuentra el modelo y la ayuda necesaria para imitar a Cristo y unirse a él: "Quien cavare más en el Corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísima de gracia y amor, de la cual salían las virtudes así como ríos" (Sermón 69).[4]

 

La oración mariana característica del discípulo puede resumirse en la expresión de San Luis Mª Grignion de Montfort, que fue el “moto” de Juan Pablo II: “Totus tuus”. Esta oración va dirigida al Corazón de María para pedir que su Corazón viva en el nuestro, en vistas a amar a Cristo como le ama ella. "Soy todo tuyo y todas mis cosas son tuyas. Entra en todo mi ser. ¡Préstame tu corazón, María!".[5]

 

Este camino de discipulado misionero y de meditación de la Palabra es, por ello mismo, camino de fidelidad al Espíritu Santo, quien hizo posible la concepción virginal de María y quien guió toda la vida de Jesús. Por esto, “el Corazón de María fue templo del Espíritu Santo... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres... El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias".[6]

 

La Iglesia encuentra en el Corazón de María la "memoria" de todo el evangelio: "Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando  conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (RMa 26). Por esto, María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), que diariamente canta el "Magníficat" mariano, por ser "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35).

 

La herencia mariana de Juan Pablo II, que recoge y resume una historia milenaria de gracia, se podría concretar en la “presencia” activa y materna de María, quien con su "heroica fe", "precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios" (RMa 27; cfr. 24).

 

Los textos de la liturgia mariana invitan a acudir al Corazón materno de María, en vistas a vivir más en sintonía con Cristo: “Tú has dado a la Santísima Virgen María un corazón sabio y dócil, dispuesto a seguir cualquier indicación de tu voluntad; un corazón nuevo y manso, en el que has esculpido la ley de la nueva Alianza; un corazón sencillo y puro que ha merecido acoger a tu Hijo y gozar de la visión de su rostro; un corazón fuerte y vigilante, que ha sostenido con valor la espada del dolor y la esperado con fe el alba de la resurrección".[7]

 

Las directrices conciliares del Vaticano II ofrecen la clave para una dimensión mariana de la Lectio Divina y del discipulado misionero. Reflexionar sobre la interioridad o Corazón de María, equivale a entrar en sintonía con el  misterio redentor de Cristo. "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contem­plándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65).

 

En María, “la Iglesia venera la realización más pura de la fe" (CEC 149). Entonces la Iglesia se siente insertada en la historia humana, porque "a partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad entera comienza su retorno a Dios" (MC 28). El corazón de la Iglesia quiere imitar al "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo".[8]

El camino eclesial de la meditación de la Palabra y del discipulado misionero es camino de imitación e intimidad con María. Así lo describe el documento de Aparecida: “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere «alma» y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando el «sí» brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática” (Aparecida 268).

María, presente en la Iglesia, actualiza en ella su vivencia de fidelidad a la Palabra y de maternidad misionera: “En nuestras comunidades, su fuerte presencia (de María) ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en «casa y escuela de la comunión» (cita de  NMi 43) y en espacio espiritual que prepara para la misión” (Aparecida 272).

 

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MARÍA, LA VERDADERA DISCÍPULA DE SU HIJO

 

“Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra... Porque ha mirado la bajeza de su esclava, por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1, 38.48).

María guardaba todas estas cosas revoloteándolas en el corazón” (Lc 2, 19).

 

       María es una carta escrita por Dios. San Pablo dice a la comunidad de Corinto: «Vosotros sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta sino con el espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones» (2 Cor 3, 3).

       El apóstol afirma que esa carta «conocida y leída por todoQ los hombres» es la iglesia de Corinto en cuanto que ha escuchado la palabra de Dios y vive de ella. María es singularmente esa carta de Dios, pues ella es parte de la Iglesia en sentido particular y único, ya que no es un miembro como los otros, sino que es la figura y tipo de la Iglesia, como la ha llamado el concilio Vaticano II, aplicándole los textos de los santos Padres.

       La tradición ha hablado de la Virgen como de una tabla de cera sobre la cual Dios ha podido escribir libremente todo lo que ha querido. Orígenes1 enseña que María en su respuesta al ángel dice a Dios: «Aquí estoy, soy una tablilla encerada; escriba el Escritor lo que quiera; haga de mí aquello que él quiera». Para san Epifanio se trata de «un libro grande y nuevo», en el que sólo el Espíritu santo ha sido el escritor, y para la liturgia bizantina María es «el volumen en el que el Padre ha escrito su Verbo, su Palabra».

       Nosotros debemos leer esta carta del Padre escrita por el Espíritu santo.

       Es María de Nazaret quien nos dice a todos como san Pablo a los cristianos de Corinto: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo» (1 Cor 11, 1).

       Si queremos ser cristianos, es decir, imitadores de Jesús, debemos mirar a la Virgen; es ella la persona que más perfectamente se le parece. Un Padre de la edad subapostólica escribió que las nazaretanas, cuando veían a María ir a por agua a la fuente, comentaban —invirtiendo el orden de la comparación, pues suele siempre aplicarse al hijo el parecido con la madre— y decían: «Nunca una madre se pareció tanto a su hijo». María es el espejo en donde mejor se transparenta el rostro del Señor.

       Al mirar las virtudes que María irradia, sentimos cercano el evangelio, la buena noticia. Su imagen, su dulzura, su pureza, nos mueven a seguir tras las huellas de Cristo (1 Pe 2, 21).

       Siempre María ha ejercido en la Iglesia una función modélica, inspiradora e impulsora.

       Como afirma el concilio Vaticano II: «María fue enriquecida, desde el primer instante de su concepción, con el resplandor de una santidad enteramente singular». Y, a la vez, creció en gracia y santidad al cooperar con los dones del Espíritu santo. Fue creciendo gradualmente en ese «hágase», actualizado por su fidelidad, para hacer siempre la voluntad de Dios, alimentada en la escucha y el estudio de la palabra del Señor. Ella, al igual que nosotros, tenía que cooperar a la gracia de Dios en el contexto de su vida diaria. Sería conmovedor penetrar en su corazón mientras revoloteaba los textos que servían de oración a las almas santas del antiguo testamento. Ella, a la vez que los meditaba, los hacía vida: «He buscado a Yahvé y me ha respondido; me ha librado de todos mis temores. Cuando el pobre grita, Yahvé escucha y le salva de todas sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él» (Sal 34, 5-9).

       Agrada pensar que en este clima de serenidad gozosa se iba fraguando la santidad de María. Antes que su Hijo predicase sobre la providencia amorosa del Padre bueno de los cielos (Mt 6, 25-34), ella experimentó la alegría y la paz por su abandono en la confianza amorosa del Padre celestial. Los Padres de la Iglesia griega llaman «parresía» a ese modo de vida propio del niño que se siente gozoso en el regazo de su padre, de su «abba». En ese modo de vida, se centra toda la santidad, toda la vida de María y su actitud en las situaciones del cotidiano acontecer.

       San Pablo, al describir su estado de ánimo, parece reflejar esta actitud de la Virgen: «Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta» (Flp 4, 12.13).

       En mi último libro María de Nazaret, la verdadera discípula, la Virgen aparece como la imagen perfecta del cristiano, el modelo ideal para todos los hombres que quieran vivir el evangelio de Jesús.

       En esta meditación no sólo quiero hacer un estudio retrospectivo de la figura de María en el evangelio escrito y transmitido, sino realizar también una tarea prospectiva, dando a María el jf puesto clave en el evangelio que está por escribir, en este evan-/, gelio que los cristianos tenemos que plasmar en las páginas del mundo de hoy.

       Ella es la verdadera discípula, el modelo de todos los seguidores de Jesús. La vida cristiana tiene como norma última el seguimiento e imitación de Jesucristo. Y María fue la que le siguió de la manera más inmediata posible como pide san Ignacio en sus ejercicios espirituales. Ella fue la primera y más perfecta discípula, lo cual tiene un valor universal y permanente.

       En nuestros días, al intentar realizar una renovación mariológica se ha propuesto construir una mariología de la verdadera discípula: la que oye la palabra de Dios y la pone en práctica, incorporando la palabra a su vida. De ese modo se agranda el papel de María en la historia de la salvación, se hace modelo de los seguidores de Jesús, ya que todo cristiano debe ser discípulo. Dentro de esta renovación de la mariología se la ha propuesto también como la expresión concreta de la opción de Dios por los pobres. Al estudiar su tapeinosis veremos cómo María estuvo situada entre las capas sociales más bajas de su pueblo. Dios escoge para madre una mujer del pueblo, de una aldea desprestigiada en la Galilea de los gentiles.

María es maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos, es modelo para hacer de la propia vida una ofrenda a Dios, un culto al Señor y de ese culto un compromiso de vida. Y no es solamente un mero modelo, sino que ha de ser el alma que resida en cada uno de los fieles para glorificar a Dios. Es lo que pide san Ambrosio hablando a los cristianos de su tiempo: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor, que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios».

       Al afirmar que la Virgen es el modelo de los cristianos no nos referimos a algo extrínseco a nosotros, a un mero modelo exterior, como pueden ser lo santos, sino que queremos subrayar que su ejemplaridad forma en nosotros la imagen de su hijo, de la que ella es reflejo; va creando en nosotros la misma actitud que ella vivió. Es un modelo que nos ayuda a configurarnos con Jesucristo, con el mismo Jesús que ha sido formado en su vientre por el Espíritu santo, cuando el poder del Altísimo la cubrió con su sombra.

       Los santos Padres llaman a la verdadera discípula: «Toda santa e inmune de toda mancha o pecado, como plasmada por el Espíritu santo y hecha una nueva criatura».

       María, como la verdadera discípula, encarna las actitudes que siguen siendo válidas para el hombre de nuestro tiempo: el diálogo-oración con Dios, la entrega a los demás en un compromiso de vida, la sinceridad, la autenticidad, la aceptación gozosa de la voluntad de Dios.

       La vida de la madre se fue configurando cada vez más, con la misma vida del hijo, hasta convertirse en la verdadera discípula. Le acompañó en todos los misterios de la infancia, convivieron juntos los años oscuros, en los que experimentó la crudeza de la fe y cuando no comprendía la actuación del hijo (Lc 2, 50) iba meditando en su corazón las acciones y palabras de Jesús (Lc 2, 19.5 1). Elia fue la primera llamada y la discípula que le siguió con la mayor fidelidad. Compartió su dolor y escuchó palabras desgarradoras sobre la sensación de desamparo en la cruz (Jn 19). Aquí es donde la madre acabó de convertirse plenamente en la verdadera discípula. Pablo VI lo proclamó de modo maravilloso lioso: «En su vida terrena realizó la perfecta figura del discípulo de Cristo, espejo de todas las virtudes, y encarnó las bienaventuranzas evangélicas pronunciadas por Cristo. Por lo cual toda la Iglesia, en su incomparable variedad de vida y de obras, encuentra en ella la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo».

       Estudiando el misterio de María se puede constatar que ella nos proporciona un clima de serenidad y de contemplación y nos inmuniza frente a las preocupaciones excesivas. Sin el trato vital con la Señora, nuestra inteligencia fácilmente pierde el tacto y el sentido de la relatividad y serenidad intelectual que necesitamos.

       Un libro de mi hermano carmelita ayuda a mantener ese trato vital con la santísima Virgen y a establecer una comunicación filial y amorosa con ella.

 

Vocación y anunciación

 

       El relato de la anunciación (Lc 1, 26-3 8) es, junto con el prólogo del cuarto evangelio, el texto más importante del nuevo testamento sobre la encarnación y además él solo es el principal, el fundamental para la doctrina de la concepción virginal y de la maternidad divina de María. Como proclama la cuarta plegaria eucarística: «El cual (Jesucristo) se encarnó por obra del Espíritu santo, nació de María, la virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado».

       Aunque tradicionalmente a esta perícopa de Lucas se ha llamado «anunciación» ya que en ella se anuncia a María, de modo extraordinario, que será la madre del Mesías, después de los estudios bíblicos de Klemens Stock6 se suele llamar también «vocación», ya que, de modo singular, María es llamada a colaborar en el plano divino de la salvación.

       Los santos Padres han visto en el acto de obediencia de la Virgen el antitipo de la desobediencia de Eva. El «hágase» es la disponibilidad absoluta que hizo posible la realización del proyecto divino.

       Relatos de vocación hay bastantes en el antiguo testamento, pero, en concreto, es el de Gedeón (Jue 6, 11-24) el que más se aproxima al que narra san Lucas.

Parece ser, pues, un relato de vocación a la vez que es narración de un anuncio maravilloso. Quizá se trata de una síntesis de dos distintos géneros literarios.

Leamos pausadamente esta escena evangélica haciendo una breve síntesis. Vamos a comentar algunos textos que son doctrinalmente muy profundos.

       «El ángel le dijo a María: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Alégrate: Jaire, no es una traducción del saludo hebreo shabm, paz, sino que es la fonna tradicional del saludo en el mundo griego, después de Homero.

El «jaire» connota alegría, que es el tema tan subrayado en este capítulo (y. 14.4 1 .44.47.5 8...). Los Padres griegos comentan en términos de alegría esta expresión del saludo.

       Las palabras del ángel son una invitación a la alegría mesiánica, como una alusión a los saludos dirigidos en el antiguo testamento a la hija de Sión: «Alégrate, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, hija de Jerusalén! El rey de Israel, Yahvé, está en medio de ti. No temas, Sión» (Sof 3, 14-16; Zac 9, 9; Jl 2, 21; Lam 4, 21).

       La hija de Sión, Jerusalén, después del destierro de Babilonia, es invitada al gozo, ya que Dios va a habitar en su templo, en medio de ella.

       «Excelsa hija de Sión» se llama a María en el concilio7 y con el nombre de arca de la alianza se le nombra en la tradición de la Iglesia.

       En las entrañas de la Virgen morará la sekináh, expresión que se usaba para designar a Yahvé. María, la nueva hija de Sión, recibe esta invitación a la alegría mientras que el Señor está dentro de ella.

       Llena de gracia: kejaritomene es el nombre nuevo que le da el ángel al saludarla. Es el primer título mariano de la tradición apostólica, y como todo nombre semítico, expresa lo que ella es: la transformada por la plenitud de la eficaz benevolencia gratuita de Dios. Kejaritomene es un verbo griego, en perfecto, que significa que la acción que se realizó en el pasado permanece en el presente: Tú que has estado y sigues estando llena de gracia. Antes del saludo del ángel, la Virgen fue lo que ahora es y será después.

       Sólo aquí y en la carta a los Efesios (1, 6) aparece este verbo jaritoo. Los verbos en oo, son causativos y manifiestan un cambio en la persona a la que se aplican. San Pablo en este texto se refiere a los cristianos que han sido transformados por el don de Dios. San Juan Crisóstomo, buen conocedor de su lengua griega, traduce Ef 1, 6: «Dios nos ha transformado por esta gracia maravillosa»8.

       El Señor contigo, sin verbo, como en el texto griego, parece ser una alusión o una traducción de la palabra hebrea Enmanuel, Dios con nosotros, que es el nombre con el que se designa al Mesías en la profecía de Isaías (7, 14). Después de invitar a María, a la nueva hija de Sión, a la alegría, fundamenta su alegría en el Enmanuel, en el Dios con María: «El Señor está contigo».

       La expresión «El Señor está contigo» no indica simplemente estar como mera presencia estática, sino que indica la presencia de un poder dinámico conferido por el Espíritu de Dios que desciende sobre la persona, «quedando invadida por el Espíritu de Yahvé y cambiada en otro ser» (1 Sam 10, 6), como sucedió a Saúl después de ser ungido por Samuel.

       Se refiere a la presencia dinámica de Dios, en apoyo del hombre, para realizar acciones difíciles, en circunstancias peculiarmente importantes que requieren la ayuda del Señor.

       Esta fórmula «El Señor está contigo» se usa en el antiguo testamento para manifestar la particular presencia divina en hombres sobre los que Dios tiene proyectos especiales o en personas que deben llevar a cabo misiones extraordinarias. Esta expresión pertenece a las narraciones de vocación: kiehye immak, «yo estaré contigo».

       Ahora Gabriel le dice a María, que Dios está con ella y se da cumplimiento a las profecías mesiánicas al ser ella la madre del Enmanuel, de Dios con nosotros.

       ¿ Cómo podrá ser esto pues no conozco varón?, es la pregunta de María ante la maternidad que le anuncia el ángel. No conocer varón equivale a no tener relaciones carnales con hombre alguno, es ser virgen.

Ella había aceptado los desposorios con José, pues otra cosa era imposible en el ambiente en que vivía. Desposándose seguía las costumbres de su tiempo y de su ambiente.

       Hoy podemos comprender que no es contradictorio el que María estuviera desposada y quisiera ser virgen, pues entonces las niñas judías eran desposadas por sus padres, normalmente sin su aquiescencia. Además, las desposaban muy jóvenes. Y los descubrimientos de Qumrán han puesto de manifiesto que en el tiempo del nuevo testamento, se daba entre los judíos el propósito de virginidad, pues había en Palestina unos cuatro mil esenios que la practicaban9 y que vivían dispersos en comunidades por todo el país. También en Egipto los judíos terapeutas practicaban la virginidad, tanto ellos como ellas’°.

       Los monjes de Qumrán vivían el celibato, lo afirma Flavio Josefo y Plinio el viejo: «Sin mujer alguna y renunciando a todo deleite venéreo, son un pueblo eterno a pesar de que nadie nace entre ellos»11. Filón nos ha dejado este testimonio: «Los esenios dan numerosas pruebas de amor a Dios: la castidad ininterrumpida y continua durante toda la vida»’2.

       Esta pregunta del y. 34 indica la propensión profunda de María hacia la virginidad. Ese hondo deseo que ella sentía de vivirla expresa la aspiración de su alma. Santo Tomás de Aquino’3 habla del deseo de virginidad de María al que le conducen las palabras del anuncio del ángel: «Alégrate de haber sido transformada por la gracia». La gracia es la que la coloca en esa tendencia íntima hacia la virginidad. Después se engendra el propósito gozoso de realizarla.

       En tiempos del antiguo testamento, el ideal de la castidad como medio para una unión más estrecha con Dios había penetrado en diversos grupos de Israel.

       También hay que tener en cuenta que María recibió dones especiales acordes a su destino y que ellos le abrían a una mayor intimidad con Yahvé.

Aunque María se acomodase a las costumbres de su ambiente de su hogar, desde el fondo de su corazón, desde lo más protundo de su ser, vivía en una perspectiva virginal.

       La Virgen, bajo la acción de la gracia, de la que estuvo llena ¡desde el principio, quiere vivir virginalmente, pero se tiene que acomodar a las costumbres de su época. La solución se la da el ángel: «El Espíritu santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra», y al igual que la nube cubría el arca de la alianza (Ex 40, 34.35) en la que moraba Yahvé, María se convertirá en esa nueva arca de la alianza y llevará en su vientre al Hijo de Dios.

       La pregunta de María describe su deseo íntimo, su inclinación a la virginidad. Este deseo era efecto de su plenitud de gracia, de su transformación por la gracia. Por obra de esa gracia (y. 28), surgió en ella su más intensa orientación hacia Dios (y. 34), su disponibilidad total a lo que la palabra de Dios le confiase (y. 38).

       Hágase en mí es la aceptación de María. El tercer evangelista formula esta aceptación con el optativo griego genoito que expresa un deseo gozoso. No se trata de una simple aceptación de los planes de Dios y menos todavía de un sentimiento de resignación o de obligada sumisión. ¡Qué diferente del hágase (genezeto: Mt 26, 42) de Getsemaní, que es un imperativo pasivo, o del hágase del Padrenuestro (Mt 6, 10)!

Esta aceptación gozosa expresa el deseo de colaborar con la acción de Dios. A esa alegría la invitó Gabriel al comienzo de esta escena evangélica.

 

María, madre en la vida oculta del Señor

 

       El concilio Vaticano II, al insertar el tema de María en el documento sobre la Iglesia’4 ha subrayado que el misterio de María se encuentra inmerso en el misterio de Cristo y de la Iglesia; en el misterio de Cristo considerado como Cristo total, cabeza y miembros. María ocupa un puesto único y desempeña una tarea singular en los aspectos de este misterio.

       María es la esclava del Señor, pero también es su madre. Ella es el instrumento por el cual no sólo se ha realizado el nacimiento de Cristo Jesús, sino que también se ha hecho posible el nacimiento del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Como se afirma en el mismo documento conciliar: «Ella dio a luz al hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29), esto es, los fieles a cuya generación y educación cooperó con materno amor»’5.

       Con infinito amor materno había cooperado antes a la generación y educación de su hijo Jesús. Ella le dio todo lo natural, todo lo humano que necesita para que «aparezca como un hombre» (Flp 2, 7) —hebreo, galileo, nazaretano—. Todos sus cromosomas, Jesucristo los recibe a través de María; no sólo las/ii células, sino las actitudes, los gestos, todo lo que un niño toma de su madre, y que hace de él un hombre en sentido pleno.

       La aportación de María como madre de Jesucristo no consiste solamente en haberle dado su cuerpo sino en ayudarle a despertar su psiquismo humano; lo fue formando y educando. De ella recibió Jesús una herencia humana concreta con todos sus límites y posibilidades.

       Esta aportación se realiza sólo por María —ya que para la concepción de Jesús no hubo concurso de varón—, y sólo a través de ella, aportando su fisiología femenina, se forma, de modo misterioso, el ser de Jesús. No obstante, no debe considerarse en modo alguno que por ello la persona de Jesús tuvo signos de inmadurez o carencia de otros aspectos más viriles.

       Sabemos que la relación con la madre es condición fundamental e imprescindible para la formación de la personalidad del hijo, y esta relación debe pasar siempre por una fase infantil y una fase adulta.En la primera, se da una relación de dependencia total entre la madre y el hijo, relación por la cual la madre prolonga en su hijo toda su existencia, le ayuda en todo, lo previene todo, y ella misma se convierte en alimento gratuito y necesario para que el niño pueda subsistir. Cada vez más y más se insiste en valorar la importancia de la lactancia materna, y la cercanía y permanencia de los valores afectivos que la imagen de la madre imprime en el hijo, durante el periodo de la niñez, en todo el psiquismo humano.

       En la fase adulta el hijo debe salir de toda tutela, también de la materna, para realizar su identidad y crecer personalmente adquiriendo esas actitudes que le caracterizarán. Por tanto, en esta nueva etapa, el hijo no suprime los vínculos más íntimos con la madre pero naturalmente establece con ella una relación distinta.

       El padre J. M. Lagrange escribe: «Si se pudiera llevar hasta este punto el análisis del desarrollo humano de Jesús, diríamos que había en él, como en otros hijos, rasgos debidos a la influencia de su madre: su gracia, su finura exquisita, su dulzura indulgente»’ 6

       «Jesús, como afirma Schillebeeckx, tuvo que ser criado y educado por María y José. Esto es, indudablemente, un gran misterio, muy difícil de comprender para la mente humana. Sin embargo, hemos de afirmar el dogma de que Cristo fue verdadero ser humano y de que, como tal, tuvo que ser criado y educado (en el más estricto sentido de la palabra) por su madre. Las cualidades humanas y el carácter de Jesús fueron y se formaron influenciados por las virtudes de su madre. Fue una tarea cotidiana que llevaba consigo la formación humana del muchacho según iba creciendo de la niñez a la adolescencia y de la adolescencia al estado adulto. La manera concreta con que esto se fue efectuando es algo que queda oculto a nuestros ojos»’7.

       Habría que caer en la cuenta de que las dos veces que se habla del progreso de Jesús (Lc 2, 40.52), está relacionado con María, pues en esa época es cuando el hijo vive bajo la influencia de la madre. La huella materna se hace visible en Jesús.

Ella inicia a su hijo en el sentido y profundidad de la religión de Israel, como se afirma en la Cathechesi tradendae: «En su regazo, y luego escuchándola a lo largo de su vida oculta en Nazaret, este hijo ha sido formado por ella en el conocimiento humano de la Escritura y de la historia del designio de Dios sobre su pueblo, en la adoración al padre».

En esta etapa, la más larga de la vida de Jesús, su vida oculta, María, su madre, está junto a él, le acompaña silenciosamente’ haciéndole todas las cosas.Lo que Yahvé ha hecho con Israel, su niño mimado, lo hace ahora la Virgen con su niño querido. Actualiza en Jesús la acción de Dios con su pueblo: «Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo... Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos. Con cuerdas humanas lo atraía, con lazos de amor, y era para él como el que alza a un niño contra su mejilla; me inclinaba hacia él y le daba de comer» (Os 11, 1.3.4).    María le ha acompañado, le ha alimentado haciéndole crecer. Le enseñó a hablar al que es la palabra de Dios; le enseñó a re- zar al que es la oración del Padre. Es una constatación de la experiencia diaria que los rasgos de los padres se reconozcan en los hijos, pues ellos son quienes los crían y educan.

       Los rasgos físicos, las cualidades humanas de Jesús, recibieron una influencia decisiva de las virtudes de María. Cuando leemos que Jesús «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52) y que «pasó haciendo el bien» (Hech 10, 38), no podemos menos de pensar en la participación maternal y en que todas las obras del hijo quedaran afectadas por la tarea continua y el quehacer de la madre. La maternidad de María no fue solamente biológica; su papel fue inmensamente mayor, ya que ella era el instrumento del que Dios se sirvió para realizar el ser humano del Señor.

       Son varios los autores medievales que al comentar los cuidados maternales hacia Jesús, «lo envolvió en pañales y lo recostó en el pesebre» (Lc 2, 7), han puesto en evidencia la función educativa de José y el papel insustituible de María en cuanto madre en el desarrollo de la personalidad de su hijo. Bástenos con citar a Ruperto de Deutz, quien sirviéndose del texto: «La fragancia de tus vestidos es como la fragancia del Líbano» (Cant 4, 11), pone en boca de Jesús estas palabras dirigidas a su madre: «,Qué diré de aquellos pañales con que me envolviste y me recostaste en el pesebre? Esos pañales eran las primicias de todos los otros vestidos que tú has hecho a mi persona, con amor materno. Aunque yo fuese una pequeña criatura, ¡oh madre!, me serviste en todo de la manera que convenía a Dios».

       Pero María no sólo educó a Jesús, sino que también fue educada de modo misterioso por su Hijo divino. San Máximo el Confesor trae una página iluminadora acerca de este papel del Hijo: «El amable y dulce Señor le hizo conocer a su madre cuál era su verdadero Padre; y porque no lo consideraba solamente como hombre, sino como Dios encarnado, le dijo que la casa del Padre, que es el templo, le pertenece como todo lo que es del Padre es también del Hijo. El Señor enseñaba a los hombres. La santa madre se hace discípula de su dulce Hijo, porque ya no lo miraba de manera humana o como simple hombre, sino que lo servía con respeto como a Dios, y acogía sus palabras como palabras de Dios»20.

María, modelo de vida activa y contemplativa

 

       A través del episodio de Betania quiero profundizar un poco más todavía en la persona de la Virgen como modelo de vida activa y contemplativa, de vida terrena y celestial. Escuchemos la descripción lucana: «Marta recibe a Jesús en su casa y está atareada en muchos quehaceres, mientras María sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta le dice: Señor ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo?, dile que me eche una mano. Jesús le responde: Marta, Marta, te afanas y preocupas por muchas cosas y hay necesidad de una sola. María ha elegido la mejor parte» (Lc 10, 3 8-42).

       Se ha interpretado mal este texto evangélico, oponiendo Marta, que personifica la vida activa, a María, que personifica la vida contemplativa y rebajando la actitud de la primera; mas, en el contexto inmediato anterior, la parábola del buen samaritano se refiere al hombre que ha puesto toda su energía al servicio del prójimo necesitado y es como una luz para enseñarnos que no hay

ningún desprestigio de la acción, de la actividad en el servicio a los demás. Ninguna dicotomía existe entre la escucha de la palabra de Dios y la entrega a los hermanos. Aunque hay una (enseñanza para mostrarnos que lo principal, la prioridad, está en \ la escucha de la palabra, en la contemplación, en estar a los pies el Maestro para cargar las baterías y después entregarnos a fondo perdido a servir a nuestros hermanos los hombres. En esta escena Jesús corrige nuestros activismos e inquietudes excesivas y nos enseña que primero hay que sentarse junto al Maestro, verle y \escucharle, y después anunciar al mundo la buena nueva.

       Mas también este anuncio del evangelio puede realizarse desde la contemplación. Tenemos en la santa de Lisieux un ejemplo tipo, pues la Iglesia ha declarado patrona de las misiones a quien no salió del convento. Impresiona cómo ella captó que lo principal estaba en el papel de María de Betania. Escribe que «los cristianos más fervorosos, los sacerdotes, juzgan que somos exageradas, que deberíamos servir con Marta, en lugar de consagrar a Jesús los vasos de nuestras vidas con los perfumes que en ellos están encerrados... Y, sin embargo, ¿qué importa que nuestros vasos se quiebren, si Jesús es consolado y el mundo, a pesar suyo, se ve obligado a sentir los perfumes que de ellos se desprenden y que sirven para purificar el aire envenenado que continuamente respira?»26.

       Sin embargo la auténtica vida cristiana es la síntesis entre la

vida activa de Marta y la contemplativa de María. Ciertamente María escogió la mejor parte pero esa mejor parte lo es de un todo y el todo es la vida. La verdadera contemplación es la que ve a Dios en las cosas, pero para ello hay que ver también las cosas, manejarlas, experimentarlas, vivirlas.

       Hay personas que se apartan de los hombres y permanecen a gusto solas para encontrar a Dios. Pero el que está bien ordenado, el que tiene a Dios de verdad, lo tiene en todo lugar, en la iglesia y en la calle. Nada puede desviar al hombre que posee de veras a Dios. El que tiene la intención pura solamente en Dios, nada le puede disipar, pues lleva a Dios consigo en todos sus trabajos, en todas partes, y entonces es Dios quien realiza toda la actividad. Hay que acostumbrar el espíritu para que viva con Dios en todo momento, con todas las cosas y aprenda a tenerlo presente en la intención, en el sentir y en el amor íntimo. Pero si no se tiene a Dios de verdad en nuestro interior, si hay que buscarlo fuera en otro lugar o en otra actividad, entonces cualquier cosa: la multitud, el bullicio.., puede ser un obstáculo o suponer un estorbo. Quien tiene a Dios íntimamente en su esencia, capta lo divino y Dios le brilla en todas las cosas sin tener que retirarse a la soledad. El hombre ha de estar penetrado e impregnado de Dios para que su presencia brille sin el menor esfuerzo.

La síntesis de las actitudes de María de Betania y de su hermana Marta se manifestó en plenitud en la vida de María de Nazaret.

       La Virgen se ve reflejada en el papel de María; naturalmente también en el de Marta.

       Nos quedamos perplejos ante la respuesta de Jesús a Marta. El no hubiese ido a Betania si esta mujer no anduviese solícita en atenderle y darle de comer. Todos experimentamos oleadas de admiración a favor de Marta. Si se hiciera lo que hace su hermana, no podríamos sentarnos nunca a la mesa. Es cómodo escoger la mejor parte dejando a los otros las tareas ingratas. Además, el Señor nos apremia para que seamos servidores de los demás, siguiendo su proceder, pues ni siquiera él vino a ser servido, sino a servir.

       Esta especie de censura a Marta, contenida en las palabras de Jesús, no es por el servicio que presta, sino por la tensión con que lo realiza. El Maestro nos pone en guardia contra la inquietud (Lc 18, 14; 12, 22-3 1). El valor supremo está en la palabra escuchada y predicada (Hech 6, 4). Pero aunque el reino de los cielos sea lo primero (Lc 12, 31), éste no nos dispensa del servicio a los hermanos.

Para iluminar esta doctrina, el cuarto evangelio nos presenta a Marta como al verdadero discípulo (11, 5, donde no trae ni el pombre de María). Para san Juan es ella la discípula por excelencia: la que sale a recibir a Jesús, la única que interviene en la escena de la resurrección de Lázaro, y la conocedora de que Jesús es el verdadero Hijo de Dios (11, 20.27.39).

       Estudiando el papel de Marta se nos agranda el de la Virgen, sus cuidados maternales para con su niño y sus delicadezas para con su hijo.

       Pero es el papel de María quien da al de la Virgen toda su profunda significación y nos ayuda a ahondar en su alma contemplativa.

       Para valorar esta escena, hemos de ponernos en el plano del amor. El amado espera del amante, más que un servicio, una mirada, una palabra, una atención. Ya puede uno matarse trabajando para que el amado no carezca de nada, si no se establece el diálogo, si no se «interrumpe, alguna vez, toda la actividad en beneficio de la contemplación», faltará lo esencial al amor; el trabajo, el servicio en favor de los demás es útil, pero única1 mente la mirada, el saber escuchar, el diálogo, ese intercambio de amor, es necesario. Jesús aprecia lo de Marta, pero prefiere el silencio, la escucha, la mirada de María; ella le ofrece lo mejor de sí misma.

       Eso es lo que realizamos en nuestros ratos de oración, contemplación, y como el servicio de Cristo pasa por el servicio de nuestros hermanos más pobres (Mt 25, 40), no hemos de olvidar que ellos esperan no sólo ser atendidos materialmente, sino que estemos atentos y les entreguemos nuestro tiempo y nuestro amor.

       Todo cristiano ha de actualizar a la vez el papel de Marta y de María.

       Es natural que la Virgen sobresalió como nadie en la actitud mística de María de Betania: es la que acepta la Palabra de Dios en plenitud (Lc 1, 38); la bienaventurada por haber creído (Lc 1, 45); es la contemplativa que escucha a su hijo y cuida todas las cosas en el corazón (Lc 2, 19.5 1); la que mejor cumple la voluntad de Dios (Mc 3, 35) y la que como nadie oye la palabra de Dios y la realiza (Lc 11, 28).

       Bueno será tener en cuenta que en esta escena no se trata de la superioridad de la vida contemplativa sobre la activa, sino de la vida del cielo sobre la de la tierra, pues los Padres de la Iglesia vieron en María de Betania, sentada a los pies de Jesús, escuchando su palabra, el modelo del alma virginal y el símbolo de la vida celestial27.

       Que el episodio de Marta y María hace referencia a la vida celestial, se ha visto confirmado en la liturgia de la Iglesia cuando se leía en la festividad de la asunción este fragmento de Lucas.

       En el texto griego hay coincidencia doctrinal y literal entre Le 10, 38-42 y 1 Cor 7, 35, que son palabras de san Pablo para describir la actitud de la virgen cristiana. La Virgen está reflejada en ambos textos. Ella, por estar orientada hacia la virginidad y entregada a Dios, «vive ese trato familiar, sin distracción con el Señor». María de Nazaret es el prototipo de la vida cristiana. Es la que «sentada a los pies del Señor escucha sus palabras» (Le 10, 39) y la que fomentó «el trato asiduo con el Señor sin distracción» (1 Cor 7, 35).

El alma contemplativa de María

       Para acabar esta meditación, le vamos a pedir a María de Nazaret, la verdadera discípula, que nos ayude a vivir su intimidad en estos días de desierto y nos haga almas contemplativas.

       San Lucas debió haber conocido el alma contemplativa de la Virgen a través de la primitiva comunidad cristiana (Hech 1, 14), o mediante información de los que la conocían íntimamente, especialmente de Juan, el discípulo amado, a quien Jesús confió a su madre en la cruz. (Realmente hay muchas semejanzas y afinidades entre el tercero y cuarto evangelio). El tercer evangelista subraya el espíritu contemplativo de María dos veces.

       Esta frase (Le 2, 19.5 1), cuya fuente de información sólo puede ser de la Señora misma, revela la actitud religiosa de un alma mística. Esta actitud de intimidad, de desierto de la Virgen —desierto que es la interrupción de toda actividad en beneficio de la contemplación—, nos es necesaria para oír la voz de Dios, hoy más que nunca, tan absorbidos como estamos por la fascinación de lo exterior.

       El hombre, cada vez más disperso por el mundo que le rodea, necesita entrar dentro de su castillo interior cuando quiere comunicarse con Dios. Las almas contemplativas sienten un hambre insaciable de poseer, de asir, de abrazar la palabra de Dios que llevamos dentro, como una madre hace con el hijo que lleva en su vientre. María es el modelo arquetipo para todos los cristianos contemplativos que, en adoración y entrega, dan a luz a Jesucristo en los acontecimientos de la vida de cada día. En este sentido entendemos a los Padres griegos que gustaban de llamar a la Virgen uroborus, el seno de Dios. Para los teólogos bizantinos, Ma- rfa —también la Iglesia y cada cristiano—, son senos, recipientes que contienen al Incontenible. Esta doctrina del seno coincide con la cámara secreta de que habla Jesús en el sermón del monte (Mt 6, 6), que en lenguaje bfblico equivale a corazón y con palabras modernas llamamos «desierto ambulante interior».

       En el libro titulado Pustinia —palabra rusa que significa desierto, desierto del corazón—, la autora pasa de hablar de la mujer que lleva a su hijo en el vientre, a la que es templo donde habita Dios. «Tu vientre es una pustinia para el niño y tú lo llevas a donde quiera que vas. A donde vas, vas preñada de Cristo y llevas su presencia como llevarías la presencia del niño. La gente presta una especial atención a la persona embarazada. Le ofrecen un asiento o el lugar más confortable. Ella es un testimonio de vida. Ella es portadora de vida»28.

       En nuestro interior hay un aposento en donde Jesucristo y nosotros estamos íntimamente unidos.

       Los Padres de la Iglesia latina29 han aplicado a María el texto del salmo 45, 14 con la traducción de la Vulgata: «Toda la gloria-hermosura de la hija del rey está en el interior», ya que realmente «su vida estaba escondida con Cristo en Dios» (Col

3, 3).

       Detengamos todas nuestras actividades y entremos dentro de nosotros, donde habita Dios (Jn 14, 23); allí encontraremos un lugar bañado de un sol de verdad, de bondad y de belleza. Y, como María de Nazaret, recurriremos, a veces, al desierto ambulante que está dentro de nosotros mismos.

       En estos momentos de dispersión, de bullicio, de confusión, es necesario amar el «desierto» e ir allí para encontrarnos con Dios. Ir al desierto para que se instale este desierto ambulante en nuestro corazón y de ese modo poder transmitir a los hombres nuestra experiencia de Dios. Retirarnos a él, no como mera evasión, sino para encontrarnos con el Espíritu y para que nos cubra con su sombra como lo hizo con la Virgen, e igualmente para que en nosotros se engendre su Palabra.

       El desierto es considerado en la Biblia como lugar de cercanía divina, de transformación profunda del hombre. Nos serena y hace fuertes. Nos hace más sencillos y luminosos. Nos pone en contacto con la luz, con Jesucristo. Mirar el rostro y la actitud de un gran orante que viene del desierto. Moisés, tenía radiante la piel de su rostro después de bajar del monte (Ex 34, 39). ¡Cómo sería el rostro de la Virgen después de nueve meses de desierto llevando a Dios dentro, y después de más de treinta años viviendo en intimidad con el Señor!

       Debemos realizar a «su estilo» lo que nos toca vivir a nosotros. Debemos acabar sus rasgos inacabados. Hacer de nuestra vida una respuesta a la esperanza de Dios y a la esperanza de los hombres. «Lo que los hombres esperan de nosotros —dice Bernanos—, es Dios quien lo espera».

       Después de la muerte de Jesús, el papel de la Virgen era distinto en la primitiva comunidad cristiana y lo es en la Iglesia actual. Mientras vivió su Hijo, María debía eclipsarse ante él. La fue conduciendo a una expropiación de su maternidad; pero desde pentecostés, la Virgen María viene a ser como el recuerdo vivo de Jesús. Los discípulos, al mirarla, al igual que nosotros ahora, encontraron los rasgos del rostro de su hijo. Es el ser que más se le ha parecido. Su corazón y su memoria han conservado todo 1 referente a él. Seguía y sigue siendo el principal testigo de la vida del Señor, de su muerte y de su resurrección. Fue el evangelio vivo para la primitiva comunidad y lo es para nosotros. Es la memoria más fiel de los discursos del Maestro.

 

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CAPÍTULO XIV (Sánchez Monge)


SANTA TERESA DE JESÚS Y LA VIRGEN MARÍA

 

El proyecto de Reforma del Carmelo tiene matriz mariana. Santa Teresa, que experimentó muy temprano el poder intercesor de María (V 1,7), propone a la Virgen como Madre y patrona de la Orden: Tenéis tan buena madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora y el bien de tenerla por patrona (3M 1,3).

Ella es modelo de oración, escucha y contemplación de la Palabra del Señor: [...] configuremos nuestra vida con la de nuestra Señora en la continua meditación de lá Palabra divina (Cons. 49). Es sintomático que llame a los nuevos conventos nacidos de la Reforma «palomarcitos de la Virgen Nuestra Señora» (F 4,5).

En el Carmelo la Virgen es la hermana mayor, compañera de camino, madre, protectora y modelo de consagración. Los carmelitas y las carmelitas veneran a la Virgen María como maestra de oración, de escucha de la Palabra y de confianza en Dios.
[...] nosotras nos alegramos de poder en algo servir a nuestra Madre y Señora y Patrona. [...] y poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo (F 29,23.28).

Y, junto a la Virgen, su esposo san José como humilde servidor de Cristo y de María, su madre: «No sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos» (V 6,8). El Señor fue quien le indicó que el primer convento de la Reforma se llamase San José, y que una puerta la guardaría él y nuestra Señora la otra. Y que Cristo andaría con ellas y sería una estrella que diese de sí gran resplandor (V 32,11). La protección de María sobre todo carmelita se significa en el escapulario que forma parte de su hábito. Teresa lo recibió al ingresar en el noviciado de La Encarnación.

Con toda la experiencia mariana de santa Teresa que se encuentra diseminada en sus escritos, se puede componer un mosaico que ofrece una hermosa imagen de María. Nos servimos de cuatro líneas importantes de esta doctrina teresiana:

 

1. Devoción a María y experiencia mística mariana
Desde la primera página de los escritos teresianos aparece la Virgen entre los recuerdos más importantes de la niñez de Teresa. Es la devoción que su madre le inculcaba y que ejercitaba con el rezo del Santo Rosario (V 1,1.6). Es conmovedor el episodio de su oración a la Virgen cuando pierde su madre a la edad de 13 años. Ella lo cuenta más tarde de esta manera:  Afligida me fui a una imagen de nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre con muchas lágrimas. Me parecía que aunque se hizo con simpleza me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella, y, en fin, me ha tornado a sí (V 1,7).

La Santa atribuye, pues, a la Virgen, la gracia de una protección constante y de manera especial la gracia de su conversión: «me ha tornado a sí». Otros textos de la que pudiéramos llamar su «autobiografía» nos revelan la permanencia de esta devoción mariana: acude a la Virgen en sus penas (V 19,5), recuerda sus fiestas de la Asunción y de la Inmaculada Concepción (V 5,9.6), o la Sagrada Familia (V 6,8), reza con devoción al Rosario (V 29,7; 38,1).

Muy pronto la devoción a la Virgen pasa a ser una experiencia de su inserción en el misterio de Cristo. En la experiencia mística teresiana del misterio de la Virgen hay como una progresiva contemplación de los momentos más relevantes de la vida de la Virgen, según la narración evangélica.

Así por ejemplo, tenemos una intuición del misterio de la encarnación obrado en la Virgen y de su actitud humilde y sabia en la Anunciación (CAD 5,2; 6,7). Por dos veces la Santa Madre ha tenido una experiencia mística de las primeras palabras del Cántico de María, el Magníficat (CC 29,1; 61), que según el testimonio de María de San José con mucha frecuencia «repetía en voz baja y en lenguaje castellano».

Contempla con estupor el misterio de la Encarnación y de la presencia del Señor dentro de nosotros a imagen de la Virgen que llevaba dentro de sí al Salvador: «Quiso [el Señor) caber en el vientre de su Sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama se hace a nuestra medida» (CE 48,11).

 Contempla la Presentación de Jesús en el templo y se le revela el sentido de las palabras de Simeón a la Virgen (CC 35,1):
No pienses cuando ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin graves tormentos. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había de padecer.

Tiene presente la huida a Egipto y la vida oculta de la Sagrada Familia. Pero lo que hemos de subrayar es la especial intuición de la presencia de María en el misterio pascual de su Hijo de tal manera que participa con la Virgen en la pena de la pasión y en la alegría de la Resurrección del Señor.

A Teresa le gusta contemplar la fortaleza de María y su comunión con el misterio de Cristo al pie de la cruz (C 26,8). En Conceptos de amor de Dios (3,11) describe así la actitud de la Virgen: «Estaba de pie y no dormida, sino padeciendo su santísima anima y muriendo dura muerte».

Ha entrado místicamente en el dolor de la Virgen cuando se le pone el Señor en sus brazos «a manera de como se pinta la quinta angustia» (CC 58); ha experimentado en la Pascua de 1571 en Salamanca la desolación y el traspasamiento del alma (que es como una noche oscura del espíritu); todo ello le hace recordar la soledad de la Virgen al pie de la cruz (CC 13,1.6).

Haciéndose eco de una tradición muy antigua, le dice el Señor en esa misma ocasión que «en resucitando había visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad [...] y que había estado mucho con ella porque había sido menester hasta consolarla» (CC 13,12).

En varias ocasiones ha podido contemplar el misterio de la glorificación de la Virgen en la fiesta de su Asunción gloriosa (V 33,15; 39,26). Tiene conciencia de que la Virgen acompaña con su intercesión constante a la comunidad en oración, como ocurre en San José de Avila (V 36,24) y en el monasterio de la Encarnación (CC 25,13).

Se puede afirmar que la Santa ha tenido una profunda experiencia mística mariana, ha gozado de la presencia de María y ella misma le ha hecho revivir sus misterios. Por eso es una profunda convicción de la doctrina teresiana que los misterios de la Humanidad de Cristo y los misterios de la Virgen Madre forman parte de la experiencia mística de los perfectos.

Teresa no separa nunca a Jesucristo de su Madre. No son personas que se opongan sino que armónicamente se complementan, manteniendo lógicamente la diferencia esencial en cuanto a naturaleza y atributos. Lo normal y habitual en Teresa de Jesús es invocar al Señor y también a la Señora, alabar a Dios y al mismo tiempo a su Madre. Y este Dios de Teresa deJesús es el Dios Uno y Trino, el único Dios verdadero de la fe cristiana, aunque a veces se le designa por una de las divinas personas.

Los méritos no son de ella sino de Cristo y de María:
[...1 ¡No miréis a los pecados nuestros, sino a que nos redimió vuestro sacratísimo Hijo, y a los merecimientos suyos, y de su Madre gloriosa (CV 3,8). [...] no tengo otro remedio sino [..J confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, madre suya (3M 1,3). [...] espero en la bondad de Dios, que nos ha de hacer en esto merced y por los méritos de su Hijo y de la gloriosa Madre suya (F 16,5). La misericordia de Dios Padre le llega por medio del Señor y de su Madre: «Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora» (F 27,35).

Lo que Teresa lleva a cabo, todo es para servicio y honra del Hijo de Dios y su santísima Madre: «hecha una obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre» (V 36,6); «si algo hubiere bueno, sea para gloria y honra de Dios y servicio de su sacratísima Madre» (CV, Presentación); «poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo» (F 29,28); «esta honra que se hizo al hábito de la Virgen, para que alabéis a Nuestro Señor» (F 28,38).

Y lo que hace es con el favor de ambos: «monasterios que, con el favor de Nuestro Señor y de la gloriosa Virgen Madre de Dios, Señora nuestra, ha fundado» (CV, Presentación); «yo creo Nuestro Señor y su gloriosa Madre [...] han movido el corazón a vuestra merced para tan santa obra [hacer casa de esta sagrada Orden]» (Cta. 18,1) «[el P. Gracián] me ha parecido un hombre enviado de Dios y de su bendita Madre» (Cta. 204,5)6.

A Cristo y a María les da gracias: «no me hartaba de dar gracias a Dios y a Nuestra Señora» (y 30,7); (<que todo sea para gloria y alabanza del Señor y de la gloriosa Virgen María» (V 36,28). Y recomienda encomendarse a su intercesión: «las almas que se vieren en este estado han menester acudir a su Majestad y tomar a su bendita Madre por intercesora» (1M 2,12); (<comienza en nombre del Señor, tomando por ayuda a su gloriosa Madre» (F Pról. 5); «encomendar a Nuestro Señor a los que han favorecido su causa y de la Virgen Nuestra Señora» (F 28,7).

Incluso cuando se ha avanzado en el camino de la perfección no se debe prescindir de la compañía del buen Jesús y de su Madre: «cuán gran yerro es no ejercitarse, por muy espirituales que sean, en traer presente la Humanidad de Nuestro Señor {. . .j y su gloriosa Madre» (7M tít.); «es muy buena compañía el buen Jesús y su Sacratísima Madre» (6M 7,13).

 

2. María, modelo y madre de la vida espiritual

 

Santa Teresa ha expresado su experiencia y su contempla ción del misterio de la Virgen María. Podemos afirmar que entre las virtudes características de la Virgen que santa Teresa dice que se han de imitar, hay una que las resume todas. María es la primera cristiana, la discípula del Señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la Cruz (C 26,8). Es el modelo de una adhesión total a la Humanidad de Cristo y a la comunión con El en sus misterios, de manera que Ella es el modelo de una contemplación centrada en la Sacratísima Humanidad 7.

La vocación contemplativa tiene en María el modelo más excelso: primero, por su total consagración a la misión maternal hacía la Iglesia —en su vida terrena y ahora en el cielo— y segundo, por el carácter escondido y fecundo de este servicio de oración y comunión con Cristo en favor de la Iglesia, de ferviente
intercesión por la salvación de todos los hombres y por una invocación constante, como en un perenne Pentecostés, del envío del Espíritu Santo sobre la Iglesia.

Las virtudes de María han de ser las virtudes de la religiosa carmelita: la pobreza que vive María con Cristo pobre (cf. C 31,2). La humildad que trajo a Dios del cielo «en las entrañas de la Virgen» (C 16,2) y por eso es una de las virtudes principales que hay que imitar: «Parezcámonos en algo a la gran humildad de la Virgen Santísima» (C 13,3); la actitud de humilde contemplación y de estupor ante las maravillas de Dios y el total asentimiento a su voluntad (CAD 6,7).

Su presencia acompaña todo su camino de vida espiritual «hasta la cima el Monte de la perfección que es Cristo», como se proclama en la Misa de la Virgen del Carmen. Cada gracia y cada momento crucial de madurez en la vida cristiana y religiosa tienen mucho que ver con la presencia activa de la Madre en el camino de sus hijas.

Así la Virgen aparece activamente presente en toda la descripción que la Santa hace del itinerario de la vida espiritual en el Castillo Interior. Es la Virgen que intercede por los pecadores cuando a ella se encomiendan (1M 2,12). Es ejemplo y modelo de todas las virtudes, para que con sus méritos y con sus virtudes pueda servir de aliento su memoria en la hora de la conversión definitiva (3M 1,3). Es la Esposa de los Cantares (CAD 6,7), modelo de las almas que alcanzaron la perfección cristiana. Y es la Madre en la que todas las gracias se resumen en su comunión con Cristo en el «mucho padecer»: «Siempre hemos visto que los que más cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y sus gloriosos apóstoles» (7M 4,5). Por eso la memoria de Cristo y de la Virgen, en la celebración litúrgica de sus misterios, nos acompaña y fortalece (cf. 6M 7,11.13).

Teresa de Jesús tuvo experiencias marianas muy intensas hasta el punto de apropiarse gestos y palabras de la propia Madre de Dios. Entre ellas las del Magníficat para expresar sentimientos acordes con los de santa María. Uno de estos gestos es el que María en el misterio de Cristo y de la Iglesia y con las aportaciones de algunos documentos postconciliares, especialmente la Exhortación de Pablo VI Marialis cultus y la Redemptoris Mater del santo papa Juan Pablo II.

Teresa de Jesús, cuando ingresó en el Carmelo de la Encarnación de Avila, se impregnó profundamente en toda la antigua tradición espiritual de la Orden carmelitana. Naturalmente, tal como en el siglo XVI la expresaban la tradición histórica, las leyendas espirituales, la liturgia y la iconografía carmelitanas y la devoción popular.

En sus escritos el nombre de la Orden está siempre unido al de la Virgen porque es Señora, Patrona y Madre de la Orden y de cada uno de sus miembros. Todo es mariano en la Orden, según santa Teresa: el hábito, la Regla, las casas.

Cuando es nombrada Priora de la Encarnación, en 1571, coloca en el lugar primero del coro a la Virgen, porque comprende que en María hay una convergencia de devoción, de amor y respeto por parte de todas las religiosas. El gesto tiene un hermoso epílogo mariano, con la aparición de la Virgen (CC 25). En una Carta a María de Mendoza (7 de marzo de 1572) dice afectuosamente: «Mi “Priora” [la Virgen María] hace estas maravillas».

Acoge con gozo al P. Gracián, tan devoto de la Virgen, como ella recuerda con frecuencia en sus cartas, y se entusiasma con el conocimiento que él tiene y le comunica de los orígenes de la Orden, tal como eran narrados en los libros de entonces (cf. F 23). Santa Teresa tiene plena conciencia de los privilegios del santo escapulario.

Con idéntico espíritu mariano, como un servicio de re- novación de la Orden de nuestra Señora y por impulsos de la Virgen, emprende la tarea de la fundación de San José. Ya en las primeras gracias que Cristo le hace, encontramos la alusión de la presencia de la Virgen en el Carmelo (V 23,11). Después es la misma Virgen la que activa la fundación de San José con idénticas palabras y promesas y con una gracia especial concedida a Teresa de pureza interior, una especie de investidura mariana para ser fundadora (V 33,14). Al concluir felizmente la fundación de San José la Madre Teresa confiesa sus senmientos marianos: «Fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento [...] y hecha una obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre» (V 36,6). Y añade: «Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen E...] Quiera el Señor sea todo para gloria y alabanza suya, y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos» (V 36,26.28).

Como respuesta a este servicio mariano, ve a Cristo que le agradece «lo que había hecho por su Madre» y ve a la Virgen «con grandísima gloria, con manto blanco y debajo de él parecía amparamos a todas» (V 36,24).

La Virgen María aparece como una auténtica Protectora de la Orden en momentos difíciles de su evolución y de su expansión en Occidente. En la misma línea santa Teresa, al narrar los progresos de la Reforma, tiene siempre el cuidado de subrayar la continuidad con la Orden, el servicio hecho a nuestra Señora, la especial protección que Ella le dispensa en todas las ocasiones.

Así, por ejemplo el encuentro con el padre Rubeo y el permiso obtenido para extender los monasterios teresianos: «Escribí a nuestro Padre General una carta ...] poniéndole delante el servicio que haría a nuestra Señora, de quien era muy devoto. Ella debía ser la que lo negoció» (F 2,5).

Todo el Libro de las Fundaciones parece estar escrito en clave mariana, pues son continuas las alusiones de Teresa a la Virgen y a su servicio, como cuando escribe: «Comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora...» (F 4,5); o cuando subraya: «Son estos principios para renovar la Regla de la Virgen su Madre y Señora y Patrona Nuestra» (F 14,5), como dice a propósito de la fundación de Duruelo.

Cuando vuelve la vista atrás, al final del Libro de las Fundaciones, contempla todo como un servicio de la Virgen y una obra en la que ha colaborado la misma Reina del Carmelo: «Nosotras nos alegramos de poder en algo servir a nuestra Madre y Señora y Patrona... Poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo...» (F 29,23.28).

La misma separación de calzados y descalzos hecha en el Capítulo de Alcalá, en 1581, es contemplada por Teresa con una referencia pacificadora a la Madre de la Orden: «Acabó nuestro Señor cosa tan importante [...] a la honra y gloria de su gloriosa Madre, pues es de su Orden, como Señoray Patrona que es nuestra...» (F 29,31).

El recuerdo de la Virgen sugiere a Teresa en diversas ocasiones el sentido de la vocación carmelitana inspirada en María. Así por ejemplo con una alusión implícita a la Virgen escribe: «Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos» (5M 1,2).

En el contexto anterior y posterior la Santa habla de la vocación la oración, tesoro escondido y perla preciosa —dos alusiones evangélicas— que están dentro de nosotros, pero que exigen el don total de nuestra vida para comprar el campo donde está el tesoro y adquirir la perla preciosa. María aparece como la Madre de esta «casta de contemplativos», por su interioridad en la meditación y la entrega total del Señor.

En otra ocasión Teresa llama la atención sobre la necesidad de la imitación de la Virgen para poder llamarse de veras hijas suyas:
Agrada a nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión, para que nuestro Señor nos haga la merced que nos ha prometido (F 16,7).

En el amor a la Virgen y en la adhesión a la misma familia se encuentra para la fraternidad teresiana el fundamento del amor recíproco y de la comunión de bienes, como sugieren estos dos textos: «Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a otras» (Cta. 309,6)8 «Por eso traemos todas un hábito, porque nos ayudemos unos [monasterios] a otros, pues lo que es de uno es de todos» (Cta. 284,4).

Estas páginas muestran cómo la Santa Madre vivió intensamente la tradición mariana del Carmelo y la enriqueció con su experiencia mística, su devoción y la doctrina de sus escritos. Para la carmelita descalza la Virgen es, en la perspectiva teresiana, modelo de adhesión a Cristo, de vivencia contemplativa de su misterio y de servicio eclesial.

Para cada monasterio, la Virgen es la Madre que con su presencia acrecienta el sentido de intimidad y de familia, alienta en el camino de la vida espiritual preside la oración como ferviente intercesora ante su Hijo. En Cuentas de conciencia, relata la Santa un suceso realmente impresionante que ocurrió el día 19 de enero de 1572 en el monasterio de la Encarnación de Ávila del que a la sazón la Madre Teresa era la Priora. Tras de la tensa situación creada allí a causa de su designación como superiora Madre Teresa colocó en la silla prioral del Coro una imagen de Nuestra Señora a la que ella proclamó como verdadera Priora de aquel monasterio.

 Declara Madre Teresa: La víspera de san Sebastián, él primer año que vine a ser priora en la Encarnación, comenzando por la Salve, vi en la silla prioral adonde está puesta nuestra Señora, bajar con gran multitud de ángeles la Madre de Dios y ponerse allí. [...] Estuvo así toda la Salve, y me dijo: «Bien acertaste en ponerme aquí; yo estaré presente a las alabanzas que hicieren a mi Hijo y se las presentaré» (CC 22,1.2).

La Virgen como vemos, no solo se mostró en visión sino también en locución, y habló a Teresa para mostrarle su agrado de ser Priora de aquel monasterio, donde no estaba inactiva sino que acogía los rezos y alabanzas de las religiosas y se las presentaba a su Hijo Jesús.

Por el profundo sentido carmelitano que tienen estas palabras de Pablo VI dirigidas al Capítulo General de los Carmelitas vale la pena recordar estas orientaciones que son un compromiso de vida mariana en el camino carmelitano de la vida de oración:
Que la Virgen os afiance en vuestra vocación carmelita. Que ella os conserve el gusto por las cosas espirituales, que ella os alcance los carismas de las santas y difíciles escaladas hacia el conocimiento de lo divino y hacia las inefables experiencias de sus noches oscuras y de sus jornadas luminosas. Que ella ponga en vuestras almas aspiraciones de santidad y de testimonio escatológico del reino de los cielos. Que ella os haga ejemplares y fraternos en la Iglesia de Dios. Que ella, por último, os introduzca algún día en la posesión de Cristo, a quien habéis consagrado vuestra vida desde ahora, y en el goce de su gloria.

El capítulo de la vida mariana de la Orden se cierra con el recuerdo de san José por su unión con María en el misterio de Cristo y por la especial devoción que la Santa Madre profesaba a quien fue su protector, su médico y maestro de oración (cf. V 6,6-8). No se puede olvidar que en el comienzo del carisma teresiano la figura de san José ocupa un lugar privilegiado. Cristo mismo quiso que la primera fundación fuese dedicada a san José y prometió la presencia del glorioso Patriarca, junto a la suya y a la de María, para que simbólicamente cada Carmelo fuese como un «Nazaret viviente» (cf. V 32,11).

Varias gracias recibidas por la Santa durante el período que precedió la fundación demuestran su vinculación activa al carisma del Carmelo Teresiano j. Por su silencio y por su fidelidad, por su actitud de siervo del misterio, por su vida humilde y escondida, por su intensa comunión con Cristo y la Virgen en Nazaret, por su consagración virginal y su justicia evangélica —san José es el hombre justo por excelencia— la figura de san José está viva en la tradición de la espiritualidad carmelitana.

 

C. 16. ¿QUÉ NOS DICE SANTA TERESA HOY?

 

       El santo papa Juan Pablo II dijo en Ávila: «Santa Teresa de Jesús está viva, su voz resuena todavía hoy en la Iglesia».

Santa Teresa de Jesús —proponía el papa Benedicto XVI— es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día.

Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida».

Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos.

En una sociedad tan secularizada como la nuestra, que omite la relación religiosa y cultual con Dios, a quien en el mejor de los casos considera como algo vaporoso y lejano, o reductible a una dimensión puramente horizontal, los hombres y mujeres de nuestro tiempo necesitan urgentemente un reencuentro con el Dios que se ha manifestado en Jesucristo: persona y gratuito, amor3.

 Solo la experiencia personal permitirá pasar de fe heredada a la fe personalizada De hecho, la fe en Dios, en su existencia, en su justicia, en su amor no es lo mismo que la experiencia de Dios. Por algo Karl Rahner escribió que «el cristiano del siglo XX será místico o no será».

No hay duda de que la búsqueda de una experiencia personal del misterio, más allá de la religiosidad sociológica heredada, es la característica quemejor define a un número cada vez mayor de creyentes contemporáneos.

 Nada mejor, pues, que el testimonio de los místicos, quienes insisten con tanta fuerza y verdad en la realidad absoluta de Dios, en el primado de Dios y de las cosas de Dios, el interés que actualmente despierta el cristianismo no deriva de su solidez sistemática, sino de ser testimonio vivo de sentido y verdad. Teresa es una voz cautivadora que no cansa en este ofrecimiento.

La certeza en la fe que buscan algunos no se halla apoyándose en ideologías, formulaciones y normas rígidas y precisas, sino en la experiencia de la plegaria y la vida sacramental. Teresa, en vez de esforzarse en explicar, discutir y aclararlo todo, anuncia, contagia y agradece el don del amor de Dios.

Ni siquiera en tiempos de Teresa era posible conseguir credibilidad a base de discusiones sino a base de un estilo de vida centrada en la experiencia de Dios, la interiorización y el seguimiento amoroso de Jesús.

La Santa ofrece a los demás su experiencia de libertad personal en Dios, manifestada en Jesús. Es prisionera de la verdad, pero no del estilo de su palabra. Su talento de escritora la ayuda pero nunca escribe por el placer de hacerlo.

En tiempos de evangelización como los nuestros, Benedicto XVI proponía: En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Ávila nos es de gran ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz.

 

En este capítulo seguiré muy de cerca a Mons. Jesús GARC BURILL0, 450 años de la fundación de San José deAvilay la reforma del Carmelo por santa Teresa de Jesús. Carta pastoral (Avila, mayo 2012).

 

Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. V 22,1; 6M 7).

Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas, cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de servicio fraterno y generoso.

También es de desear que la plegaria incesante promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto en su dimensión activa como contemplativa4.

No es que Teresa olvide lo cotidiano. Pero no se instala en ello, como si fuera lo definitivo, sino que le sirve de trampolín para remontarse a Dios. En una ocasión dijo a sus religiosas que cuando la caridad con el prójimo o la obediencia «las trajere empleadas en cosas exteriores, entended que si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior» (F 5,8). Para ella, no cabía oposición entre el amor a Dios y el amor al prójimo.

Toda la obra de Teresa atestigua que el hombre es capaz de alcanzar la verdad. No somos ciegos que tantean en el vacío. En el interior se encuentra uno con la verdad y la belleza y el amor de Dios. Toda la Iglesia está invitada a sumergirse para saltar luego hacia Dios en un movimiento recíproco. Hay que convencerse de que las estadísticas, los medios poderosos, las seguridades de manual, no tienen la fuerza de una persona encendida en el amor de Dios.

 

 BENEDICTO XVI, Mensaje al Obispo de Avila con ocasión de ios 450 años de la fundación del convento de San José de Avila y la reforma del Carmelo (16-7-2012).

 

Estamisma visión (la Humanidad de Cristo) he visto otras tres veces. Es, a mi parecer, la más subida que el  Señor me ha hecho merced que vea, y trae congio grandísimos provechos. Parece que purifica el alma en gran manera, y quita la fuerza casi del todo a esta nuestra sensualidad. Es una llama grande, que parece abrasa y aniquila todos los deseosde la vida, porque ya que yo, gloria de Dios, no los tenía en cosas vanas, se me declaró aquí bien cómo era todo vanidad y cuán vanos son los señoríos de acá. Y es un enseñamiento grande para levantar los deseos en la pura verdad (V 38.18).

«Ella, Teresa de Jesús quiere seguir adelante caminando con laIglesia hasta el final de los tiempos. Ella que en el lecho de muerte decía: Es hora de caminar. Su figura animosa de mujer en camino nos sugiere la imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo
que camina en el tiempo ya en el alba del tercer milenio de su historia.        Teresa de Jesús que supo de las dificultades de loscaminos, nos invita a caminar llevando a Dios en el corazón. Para orientar nuestra ruta y fortalecer nuestra esperanza noslanza esa consigna, que fue el secreto de su vida y de su misión:

       “Pongamos los ojos en Cristo «nuestro bien», para abrirl(. de par en par las Puertas del corazón de todos los hombres Y así el Cristo luminoso de Teresa de Jesús será, en su Iglesia, «Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia» ¡Los ojos en Cristo! Para que en el camino de la Iglesia, como en los caminos de Teresa que partieron de esta ciudad de Ávila, Cristo sea «camino verdad y vida»6

 

1. Nos recuerda la necesidad de ser verdaderos Cristo

 

A santa Teresa le cambió la vida su encuentro con Jesucristo muy llagado (V 9). Apartir de entonces el Señor va a ocupar el centro de su corazón y le va a inundar con su gracia. Más tarde describe sus encuentros con Jesucristo anta fuerza y belleza que arrastra a quienes se acercan Su fe valiente y testimonial ha conducido a muchas as a lo largo de los siglos al encuentro con Dios y al iento de Jesucristo.

 

ANA Da SAN BARTOLO» Últimas acciones de la vida de santa Teresa 6 JUAN PAaLO II, Homilía en Avila (1-1 1-1982)

 

Llama la atención la cantidad de que con la lectura de alguna obra de santa Teresa han un giro de ciento ochenta grados. Por ejemplo: Javier o González, pastor metodista mexicano que conoció a Teresa estudiando historia y hoy es monje carmelita; la iodista y presentadora de Televisión checa, Daniela Drtiia, que estaba sin bautizar cuando leyó Las Moradas y se itizó a los 33 años Roy H. Schoeman, judío que buscaba la espiritualidad de la New Age y leyendo Las Moradas ha convertido en un seglar evangelizador; la historiadora Lucia Scaraffia, que era feminista radical y anticlerical y estudiando la vida de santa Teresa es hoy católica comprometida
pontificia.

La Santa nos vuelve a recordar en este centenario la necesidad de ser creyentes decididos, valientes, amigos de Dios, para poder ayudar a otros cristianos más débiles a que sean fuertes también. «En estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios para sustentar los flacos» (V 15,5), nos presenta la humanidad de Dios en el rostro de Cristo. Es la intimidad de confianza con quien sabemos nos ama. Tan humano que comprende nuestras debilidades.

Nos recordaba el papa Benedicto: “Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día7.

Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día7-

       Todo ello se vive en estilo de igualdad, de libertad, sencillez y naturalidad, de sentido común y cristiano y sobre todo de alegría. Santa Teresa recomendaba a sus monjas «andar alegres sirviendo» (C 18,5) porque «un santo triste es un triste santo».

Comenta el papa Francisco: Y de sentir su amor [de Dios], le nacía a la Santa una alegría contagiosa que no podía disimular y que transmitía a su alrededor. Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera. Hay que procurarla «a los principios» (V 3,1). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf. F 12,1). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf. da 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf C 26,4)8.

Es un estilo de familia que tiene la raíz teológica en la humanidad de Dios en Cristo, en la amistad y cercanía del Señor. No afecta solo a las relaciones fraternas sino a la concepción de la vida teologal misma. Es todo lo contrario de lo rígido, del espiritualismo, de lo falso. Relacionarse desde la verdad y en la humildad es el alma de este modo de ser.

 

2. Nos recuerda la necesidad de la oración

 

La vida cristiana es una vocación a la oración. El ideal de vida consagrada y de vida cristiana, que aparece en Camino de perfección es la oración. La oración no es algo destinado a unos pocos privilegiados, sino a todos cuantos quieran ser amigos de Dios.

BsNEDCT0 ), Audiencia general (2-2-20 1 1). 8 FuNcIsco, Carta al o6ispo deAvi (octubre 2014).

 

Una necesidad del hombre actual es la interioridad, entrar en el centro del alma y encontrarse consigo smo para no dejarse zarandear por cualquier viento de ideología o por intereses bastardos. Pero un camino seguro para encontrarnos con nosotros mismos es encontrarnos con Dios. “En el centro y mitad de todas estas (moradas) tiene (este castillo) la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma» (1M 1,3). El ser humano tiene en Dios su origen y su meta, el espejo en el que contemplarse y descubrirse. La Santa experimentó con mucha fuerza esta verdad: «Alma buscarte has en Mí y a Mí buscarme has en ti». Por eso tenemos gran necesidad de tratar con Dios, dedicarle tiempos de oración.

       “Rezar —advierte el papa Francisco— no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata del Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (V 22,6).

       Santa Teresa aconseja insistentemente a los que han comenzado a hacer oración que no la dejen, y a los que no han comenzado, que empiecen a hacerla porque se privan de un gran bien: “De lo que yo tengo experiencia puedo decir, y es que por muchos pecados que haga quien la ha comenzado (la oración), no la deje, pues es el medio por donde puede tornarse a remediar, y sin ella será muy más dificultoso. Y quien no la ha comenzado, por amor del Señor le ruego yo no carezca de tanto bien. No hay aquí que temer, sino que desear; porque, cuando no fuere adelante y se esforzare a ser perfecto, que merezca los gustos y regalos que a estos da Dios, a poco ganar irá entendiendo el camino para el cielo;

y si persevera, espero yo en la misericordia de 1 )h. nadie le tomó por amigo que no se lo pagase (V 8,S).

       Benedicto XVI también nos recordaba, citando a Teresa, la necesidad de la oración para la vida cristiana en la actualidad:

“Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción: nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y qIIr debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo d esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida. Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre ci camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos”.

 

Asimismo, la Santa subraya lo esencial que es la oración; rezar dice—, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como amicitia quaedam hominis ad Deum un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae II-II, 23, 1). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad. Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña rar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración».

       La contemplación evangélica y teologal, no la psicológica o estética, incluye el «amor a Dios y al prójimo», y comprende realidad humana histórica y material. Es la contemplación integrada, evangélica.

Los auténticos orantes contemplativos son capaces de descubrir a Dios presente y cercano en las personas, en los acontecimientos, en lo positivo y en lo negativo de la historia. Un Dios que nos cuestiona e interpela.

Esta contemplación comprometida será capaz de revelar el rostro del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo a las personas que lo buscan a tientas. Hay que ayudar a descubrir a Dios como fuente de plenitud, como el Dios de la esperanza, como Padre que nos ama con amor de madre, como alguien siempre cercano.

 

3. Nos anima a sentir y a comprometernos con la Iglesia

      

El papa Francisco señala con fuerza que, para santa Teresa, la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad: “Este camino [de la oración] no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre.

Esta fue su propuesta providencial, nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del «colegio apostólico», siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. [...] Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad” 11.

Santa Teresita de Lisieux, hija fiel de santa Teresa, nos recuerda por su parte que la misión apostólica caracteriza los monasterios de la Reforma teresiana: Una carmelita que no fuera apóstol se alejaría de la meta de su vocación y dejaría de ser hija de la seráfica santa Teresa que deseaba dar mil vidas para salvar una sola alma’2.

En las circunstancias actuales, envueltos en una cultura opuesta a los principios evangélicos, en estos tiempos igualmente recios, cuando, al decir de la Santa, quieren poner a la Iglesia por el suelo, parece más necesario que nunca el espíritu apostólico. Urge escuchar la voz interpelante de la Santa: “¡Oh hermanas mías en Cristo! Ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; este es vuestro llamamiento, estos han de ser vuestros negocios, estos han de ser vuestros deseos, aquí vuestras lágrimas, estas vuestras peticiones. Se está ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, como dicen, pues le levantan mil testimonios, quieren poner su Iglesia por el suelo, ¿y hemos de gastar tiempo en cosas que por ventura, si Dios se las diese, tendríamos un alma menos en el cielo? No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia (C 1,5)”

Un monasterio contemplativo es un don también para la Iglesia local, a la que pertenece. Representando su rostro orante, hace más plena y más significativa su presencia de Iglesia. Se puede parangonar una comunidad monástica con Moisés, que en la oración determina la suerte de las batallas de Israel (cf. Ex 17,11), y con el centinela que vigila en la noche esperando el amanecer (cf. Is 21,6).

El monasterio representa la intimidad misma de una Iglesia, el corazón, donde el Espíritu siempre gime y suplica por las necesidades de toda la comunidad y donde se eleva sin descanso la acción de gracias por la Vida que cada día El nos regala (cf. Col 3,17) 18

‘Thomas Merton plantea la necesidad en nuestro tiempo de pequeñas comunidades eremíticas que, al mismo tiempo que practiquen los ejercicios de la vida solitaria, tengan contactos esporádicos para diálogos espirituales con hombres y mujeres de nuestro tiempo:

“Sigue habiendo la necesidad de una comunidad puramente eremítica, aislada y silenciosa, a la cual algunas personas tengan acceso por invitación o de alguna otra manera. Los contactos con el exterior tendrían que ser reducidos y selectivos. No se trataría de un apostolado habitual. Pero habría lugar para un diálogo contemplativo y espiritual con seglares o miembros de otras órdenes. El fruto sería la extensión de la vida espiritual e intelectual: de la contemplación en un sentido amplio y sano, integrado en todas las formas de la existencia humana. Hablando idealmente, dicha comunidad podría entablar un diálogo muy fecundo con intelectuales no católicos, con pensadores orientales, con artistas y filósofos, con científicos y políticos, pero en un nivel muy sencillo, radical y primitivo, aunque con pleno conocimiento de los problemas de nuestro tiempo».

Y san Juan Pablo II no dudaba en proclamar: “A este respecto quiero hacer una llamada a las comunidades cristianas y a sus Pastores, recordándoles el lugar insustituible que ocupa la vida contemplativa en la Iglesia. Todos hemos de valorar y estimar profundamente la entrega de las almas contemplativas a la oración, a la alabanza y al sacrificio.

Son muy necesarias en la Iglesia. Son profetas y maestras vivientes para todos; son la avanzadilla de la Iglesia hacia el reino. Su actitud ante las realidades de este mundo, que ellas contemplan según la sabiduría del Espíritu, nos ilumina acerca de los bienes definitivos y nos hace palpar la gratuidad del amor salvador de Dios. Exhorto pues a todos a tratar de suscitar vocaciones entre las jóvenes para la vida monástica; en la seguridad de que estas vocaciones enriquecerán toda la vida de la Iglesia19.


5. Nos anima a leer sus escritos plenamente actuales


Edith Stein, primero judía y después no creyente, se convirtió a la fe católica leyendo la vida de santa Teresa y acabó siendo carmelita mártir. Hoy la conocemos por santa Teresa Benedicta de la Cruz. Pues bien, basándose en su propia experiencia, nos anima a leer tos escritos de la Santa con provecho:

De hecho hay pocos santos que se presenten a nosotros tan humanos y cercanos como nuestra santa Madre. Sus obras, escritas por obediencia a sus confesores a pesar de los trabajos y ocupaciones, se cuentan hoy entre los clásicos de la literatura española. En un lenguaje llano, incomparable y auténtico narra los milagros que la gracia de Dios ha obrado en un alma escogida20.
Hemos de tener en cuenta que en todos sus libros el tema central es la oración, comprendida y vivida como amistad personalcon el Señor y como entrega incondicional a Él. La oración es la puerta que abre a la persona humana a la intimidad con Dios, presente en lo más profundo del alma: «solo digo que, para estas mercedes tan grandes que me ha hecho a mí, la puerta es la oración; cerrada esta, no sé cómo las hará» (V 8,) cf. 1M 1,7). Santa Teresa comprende la oración, como ya hemos dicho, ante todo como amistad con el Señor. Esa amistad con Dios puede pasar por momentos de sequedad, pero aun entonces, la paz no queda perturbada. Así, cantará en el poema «Para Vos nací»:

Si queréis, dadme oración,

si no, dadme sequedad [...j.

Soberana Majestad,

solo hallo paz aquí.

¿Qué mandáis hacer de mí?

(Vuestra soy, Poema 5)

JUAN PABLO II, Discurso a las contemplativas en el monasterio de la Encarnación (Avila 1982). ° E SANCHO, Obras selectas de Edith Stein (Monte Carmelo, Burgos 1997) 335.

 

Eso es lo esencial e importa más que la posibilidad de alcanzar determinadas experiencias místicas. Dios se comunica a todos por muchos caminos, y se comunica «no por ser más santos a quienes las hace [las experiencias místicas], sino porque se conozca su grandeza» (1M 1,3), la inmensidad de su amor. Las más altas gracias sobrenaturales pueden quedar baldías, si no hay un receptor que las acoja y colabore con ellas.

 

6. Responder congenerosidad a la propia vocación

 

Es cierto que los jóvenes hoy huyen de los compromisos a largo plazo. Sin embargo, no dejan de responder a la invitación que el Papa les hace a la Jornada Mundial de la Juventud en sus diversas ediciones. El mensaje central de todas es el mismo: si sientes la llamada de Dios en tu corazón, responde con generosidad. Inmersos en un mundo materialista y hedonista como es el nuestro, a los jóvenes les es más difícil responder esta llamada, pero, al mismo tiempo, una vida ausente de ntenido y falta de sentido les deja vacíos e infelices. No hay ayor alegría y felicidad que responder fielmente a la llamada Dios. Así lo confesaba la Santa de Avila:

“Tiene vuestra merced mucha razón de estar contenta, que yo no entiendo le puede caber dicha mejor que llamarla Dios para un estado adonde con servir a Su Majestad se vive con harto más descanso del que se puede imaginar” (Cta. 231,2)21.

Y Juan Pablo II se apoyaba en santa Teresa para animar a los jóvenes a los grandes ideales, para que no se conformaran con deseos pequeños y fueran capaces de arriesgar:

“Yo os invito a superar estas dificultades apoyándoos en ios imperativos del mensaje de Teresa de Jesús; os llamo a que tengáis «ánimos para grandes cosas», como los tuvisteis en el pasado. Pero únicamente en la experiencia teresiana del amor de Dios encontraréis fuerzas y libertad para ellas, «porque no tendrá ánimo para cosas grandes quien no entiende que está favorecido por Dios» (Santa Teresa, Vida, 10,6).

Yo os pido que ensanchéis el alma, que «no apoquéis los deseos». Abríos al futuro. Arriesgaos como Teresa de Jesús, de quien no me resisto a citar estas palabras: «Importa mucho y el todo [...] una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar (a la fuente de la vida), venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (Camino de perfección, 35,2)22.

 

Benedicto XVI repetía a su vez la invitación a la santidad y a vivir plenamente la propia vocación con estas expresiones:

21 A D.aJuana Dantisco (Ávila, 17-41578).
22 JUAN PABLO II, Homilía en Alba de Tormes, 1982

 

Acogiendo su hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los miembros de esa particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a tomar en serio la común vocación a la santidad. Siguiendo lashuellas de Teresa de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús solo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poema 2). Y a Él también le pido que sepáis también responder a susllamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando, en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf Camino de perfección 21,2; 1,2)23.

 

ORACIÓN A SANTA TERESA DE JESÚS

 

¡Santa Madre Teresa de Jesús!
Tú te pusiste totalmente al servicio del amor:
enséñanos a caminar con determinación y fidelidad

en el camino de la oración interior
con la atención puesta en el Señor Dios Trinidad

siempre presente en lo más íntimo de nuestro ser.

 

Fortalece en nosotros

el fundamento de la verdadera humildad,
de un renovado desprendimiento,

del amor fraterno incondicional,

en la escuela de María, nuestra Madre.
Comunícanos tu ardiente amor apostólico a la Iglesia. Que Jesús sea nuestra alegría,
nuestra esperanza y nuestro dinamismo,
Fuente inagotable 
de la más profunda intimidad.

 

Bendice nuestra gran familia carmelitana,

enséñanos a orar de todo corazón contigo:
“Vuestra soy, Señor, para Vos nací.

¿Qué mandáis hacer de mí?». Amén.

 

23 BENEDICTO Mensaje al O6p» de Avila con ocasión del 450 aniversario de lafrndacjón del convento de San José y el inicio de la reforma del Carmelo, 16 de julio de 2012

 

 

 

ANEXO: ALGUNOS DOCUMENTOS DE LOS ÚLTIMOS PAPAS SOBRE SANTA TERESA DE JESÚS

 

1. Pablo VI

SANTA TERESA DE JESÚS, DOCTORA DE LA IGLESIA


Homilía pronunciada por el papa Pablo VI, en la basílica
de San Pedro, durante el acto de la proclamación de santa Teresa
como doctora de la Iglesia Universal el27 de septiembre de 1970.

 

Acabamos de conferir o, mejor dicho, acabamos de reconocer a santa Teresa de Jesús el título de doctora de la Iglesia.
El solo hecho de mencionar en este lugar y en esta circunstancia el nombre de esta santa tan singular y tan grande suscita
en nuestro espíritu un cúmulo de pensamientos.

El primero es la evocación de la figura de santa Teresa. La vemos ante nosotros como una mujer excepcional, como a una religiosa que, envuelta toda ella de humildad, de penitencia y de sencillez, irradia en torno a sí la llama de la vitalidad humana y de su dinámica espiritualidad; la vemos, además, como reformadora y fundadora de una histórica e insigne Orden religiosa, como escritora genial y fecunda, como maestra de vida espiritual, como contemplativa incomparable e incansable alma activa. ¡Qué grande, única y humana, que atrayente es esta figura!

Antes de hablar de otra cosa, nos sentimos tentados a hablar de ella, de esta santa interesantísima bajo tantos aspectos.
Pero no esperéis que, en este momento, os hablemos de la persona y de la obra de Teresa de Jesús. Sería suficiente la doble biografía recogida en el volumen preparado con tanto por nuestra Sagrada Congregación para las causas de los santos para desanimar a quien pretendiese condensar en breves palabras la semblanza histórica y biográfica de esta santa, que parece desbordar las líneas descriptivas en las que uno quisiera encerrarlas.

Por otra parte, no es precisamente en ella donde quisiéramos fijar durante un momento nuestra atención, sino más bien en el acto que ha tenido lugar hace poco, en el hecho que acabamos de grabar en la historia de la Iglesia y que confiamos a la piedad y a la reflexión del Pueblo de Dios, en la confesión del título de doctora a Teresa de Avila, a santa Teresa de Jesús, la eximia carmelita.

El significado de este acto es muy claro. Un acto que quiere ser intencionalmente luminoso, y que podría encontrar su imagen simbólica en una lámpara encendida ante la humilde y majestuosa figura de la Santa. Un acto luminoso por el haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta sobre ella; un acto luminoso por el otro haz de luz que ese mismo título doctoral proyecta sobre nosotros.

Significación del título concedido a santa Teresa

 

Hablemos primero sobre ella, sobre Teresa. La luz del título doctoral pone de relieve valores indiscutibles que ya le habían sido ampliamente reconocidos; ante todo, la santidad de vida, valor este oficialmente proclamado el 12 de marzo de 1622 —santa Teresa había muerto 30 años antes— por nuestro predecesor Gregorio XV en el célebre acto de la canonización que incluyó en el libro de los santos, junto con esta santa carmelita, a Ignacio de Loyola, Francisco Javier, Isidro Labrador, todos ellos gloria de la España católica, y al mismo tiempo al florentino-romano Felipe Neri.

Por otra parte, la luz del título doctoral pone de relieve la eminencia de la doctrina y esto de un modo especial. La doctrina de Teresa de Ávila brilla por los carismas de la verdad, de la fidelidad a la fe católica, de la utilidad para la formación de las almas. Y podríamos resaltar de modo particular otro carisma, el de la sabiduría, que nos hace pensar en el aspecto más atrayente y al mismo tiempo más misterioso del doctorado de santa Teresa, o sea, en el influjo de la inspiración divina en esta prodigiosa y mística escritora.

¿De dónde le venía a Teresa el tesoro de su doctrina? Sin duda alguna le venía de su inteligencia y de su formación cultural y espiritual de sus lecturas, de su trato con los grandes maestros de la teología y de espiritua1idad de su singular sensibilidad, de su habitual e intensa disciplina ascética, de su meditación contemplativa, en una palabra de su correspondencia a la gracia acogida en su alma, extraordinariamente rica y preparada para la práctica y para la experiencia de la oración.

Pero ¿era esta la única fuente de su eminente doctrina? O acaso no se encuentran en santa Teresa hechos, actos y estados en los que ella no es el agente sino más bien el paciente, o sea, fenómenos pasivos y sufridos, místicos en el verdadero sentido de la palabra de tal forma que deben ser atribuidos a una acción extraordinaria del Espíritu Santo?

Estamos, sin duda alguna ante un alma en la que se manifiesta la iniciativa extraordinaria del Espíritu Santo, sentida y posteriormente descrita llana, fiel y estupendamente por Teresa con un lenguaje literario peculiarísimo.

Una vida consagrada a la contemplación y comprometida en la acción

 

Al llegar aquí las preguntas se multiplican. La originalidad de la acción mística es uno de los fenómenos psicológicos más delicados y más complejos en los que pueden influir muchos factores, y obligan al estudioso a tomar las más severas cautelas, al mismo tiempo que en ellos se manifiestan de forma sorprendente las maravillas del alma humana, y entre ellas, la más comprensiva de todas: el amor, que encuentra en laprofundidad del corazón sus expresiones más variadas y más auténticas; ese amor que llegamos a llamar matrimonio espiritual, porque no es otra cosa que el encuentro del amor divino inundante, que desciende al encuentro del amor humano, que tiende a subir con todas sus fuerzas. Se trata de la Unión con Dios más íntima y másfuerte que sea dado experimentar a un alma viviente en esta tierra, de una Unión que se convierte en luz y en sabiduría, sabiduría de las cosas divinas y sabiduría de las cosas humanas.

De todos estos secretos nos habla la doctrina de santa Teresa. Son los secretos de la oración. Esta es su enseñanza Ella tuvo el privilegio y el mérito de conocer estos secretos por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios.

Santa Teresa ha sido capaz de contarnos estos secretos, hasta el punto de que se la considera como uno de los supremos maestros de la vida espiritual. No en vano la estatua de la fundadora Teresa colocada en la basílica lleva la inscripción que tan bien define a la Santa: Mater spiritualium

 

Maestra de oración

 

Todos reconocían, podemos decir que con unánime consentimiento, esta prerrogativa de santa Teresa de ser madre y maestra de las personas espirituales. Una madre llena de encantadora sencillez, una maestra llena de admirable profundidad. El consentimiento de la tradición de los santos, de los teólogos, de los fieles y de los estudiosos, se lo había ganado ya. Ahora lo hemos confirmado nosotros, a fin de que, nimbada por este título magistral, tenga en adelante una misión más autorizada que llevar a cabo dentro de su familia religiosa, en la Iglesia orante y en el mundo, por medio de su mensaje perenne y actual: el mensaje de la oración. Esta es la luz, hecha hoy más viva y penetrante, que el título de doctora conferido a Santa Teresa reverbera sobre nosotros.

El mensaje de oración nos llega a nosotros, hijos de la Iglesia, en una hora caracterizada por un gran esfuerzo de reforma y de renovación de la oración litúrgica; nos llega a nosotros, tentados, por el reclamo y por el compromiso del mundo exterior, a ceder al trajín de la vida moderna y a perder los verdaderos tesoros de nuestra alma por la conquista de los seductores tesoros de la tierra.

Este mensaje llega a nosotros, hijos de nuestro tiempo, mientras no solo se va perdiendo la costumbre del coloquio con Dios, sino también el sentido y la necesidad de adorarlo y de invocarlo.

Llega a nosotros el mensaje de la oración, canto y música del espíritu penetrado por la gracia y abierto al diálogo de la fe, de la esperanza y de la caridad, mientras la exploración psicoanalítica desmonta el frágil y complicado instrumento que somos, no para escuchar la voces de la humanidad dolorida y redimida, sino para escuchar el confuso murmullo del subconsciente animal y los gritos de las indomadas pasiones y de la angustia desesperada.

Llega ahora a nosotros el sublime y sencillo mensaje de la oración de parte de la sabia Teresa, que nos exhorta a comprender «el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad [...] que no es otra cosa la oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,4-5).

Este es, en síntesis, el mensaje que nos da santa Teresa de Jesús, doctora de la santa Iglesia. Escuchémoslo y hagámoslo nuestro.


La mujer no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas.

 

-Debemos añadir dos observaciones que nos parecen in portantes. En primer lugar hay que notar que santa Teresa dr Avila es la primera mujer a quien la Iglesia confiere el títuln de doctora; y esto no sin recordar las severas palabras de san Pablo: «Las mujeres cállense en las iglesias» (1 Cor 14,34); lo cual quiere decir todavía hoy que la mujer no está destinada a tener en la Iglesia funciones jerárquicas de magisterio y de ministerio. ¿Se habrá violado entonces el precepto apostólico?

Podemos responder con claridad: no. Realmente no sr trata de un título que compromete funciones jerárquicas dr magisterio, pero a la vez debemos señalar que este hecho no supone en ningún modo un menosprecio de la sublime misión de la mujer en el seno del Pueblo de Dios.

Por el contrario, ella, al ser incorporada a la Iglesia por el bautismo, participa de ese sacerdocio común de los fieles, que la capacita y la obliga a «confesar delante de los hombres la fe que recibió de Dios mediante la Iglesia» (Lumen gentium, 11).

Y en esa confesión de fe de tantas mujeres han llegado a las cimas más elevadas, hasta el punto de que su palabra y sus escritos han sido luz y guía de sus hermanos. Luz alimentada cada día en el contacto íntimo con Dios, aun en las formas más elevadas en la oración mística, para la cual san Francisco de Sales llega a decir que poseen una especial capacidad. Luz hecha vida de manera sublime para el bien y el servicio de los hombres.

Por eso el concilio ha querido reconocer la preciosa colaboración, con la gracia divina, que las mujeres están llamadas a ejercer para instaurar el Reino de Dios en la tierra, y, al exaltar la grandeza de su misión, no duda en invitarlas igualmente a ayudar «a que la humanidad no decaiga», «a reconciliar a los hombres con la vida», «a salvar la paz del mundo» (Conc. VAT. II, Mensaje a las mujeres).

En segundo lugar no queremos pasar por alto el hecho de que santa Teresa era española y con razón España la considera una de sus grandes glorias. En su personalidad se aprecian los rasgos de su patria: la reciedumbre de espíritu la profundidad de sentimientos, la sinceridad de alma, el amor a la Iglesia. Su figura se centra en una época gloriosa de santos y de maestros que marcan su siglo con el florecimiento de la espiritualidad. Los escucha con la humildad de la discípula, a la vez que sabe juzgarlos con la perspicacia de una gran maestra de vida espiritual, y como tal la consideran ellos.

Por otra parte dentro y fuera de las fronteras patrias se agitan violentos los aires de la Reforma, enfrentando entre sí a los hijos de la iglesia. Ella, por su amor a la verdad y por el trato íntimo con el Maestro, hubo de afrontar sinsabores e incomprensiones de toda índole, y no sabía cómo dar paz a su espíritu ante la rotura de la unidad: «Fatigueme mucho —escribe— y, como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba redimiese tanto mal» (C 1,2).

Este su sentir con la iglesia probado en el dolor que consumía sus fuerzas, la llevó a reaccionar con toda la entereza de su espíritu castellano en un afán de edificar el reino de Dios; ella decidió penetrar en el mundo que la rodeaba con una visión reformadora para darle un sentido, una armonía, un alma cristiana.
A distancia de cinco siglos, santa Teresa de Avila sigue marcando las huellas de su misión espiritual de la nobleza de su corazón, sediento de catolicidad; de su amor, despojado de todo apego terreno para entregarse totalmente a la Iglesia. Bien pudo decir, antes de su último suspiro como resumen de su vida: «En fin, soy hija de la Iglesia».

 

Teresa, santa española con temple de reformadora

En esta expresión, presagio y gusto de la gloria de Iu bienaventurados para Teresa de Jesús, queremos adivinar I.i herencia espiritual por ella legada a España entera. Debemos ver asimismo una llamada dirigida a todos a hacernos eco de su voz, convirtiéndola en lema de nuestra vida para poder repetir con ella: ¡Somos hijos de la Iglesia!

Con nuestra bendición apostólica.

 

 

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2. Juan Pablo II A LAS RELIGIOSAS DE CLAUSURA,
EN EL MONASTERIO DE LA ENCARNACIÓN (AVILA) (1 de noviembre de 1982)

 

Queridas hermanas, religiosas de clausura de España:
1. Peregrino tras las huellas de santa Teresa de Jesús, con gran satisfacción y alegría vengo a Ávila. En esta ciudad se hallan tantos lugares teresianos, como el monasterio de San José, el primero de los palomarcicos fundados por ella; este monasterio de la Encarnación, donde santa Teresa tomó el hábito del Carmen, hizo su profesión religiosa, tuvo su conversión decisiva y vivió su experiencia de consagración total a Cristo. Bien se puede decir que este es el santuario de la vida contemplativa, lugar de grandes experiencias místicas, y centro irradiador de fundaciones monásticas.

Me complazco, por ello, de poder encontrarme en este lugar con vosotras, las monjas de clausura españolas, representantes de las diversas familias contemplativas que enriquecen la Iglesia: benedictinas, cistercienses, dominicas, clarisas, capuchinas, concepcionistas, además de las carmelitas.

El acontecimiento de hoy muestra cómo ios diversos caminos y carismas del Espíritu se complementan en la Iglesia. Esta es una experiencia única para los monasterios y conventos de clausura que han abierto sus puertas para venir en peregrinación a Ávila. Para honrar, juntamente con el Papa, a santa Teresa, esa mujer excepcional, doctora de la Iglesia, y sin embargo «envuelta toda ella de humildad, de penitencia y de sencillez», como dijera mi predecesor Pablo VI.

Doy gracias a Dios por tal muestra de Unión eclesial, y jun poder realizar esta visita alargada a lo que aparece ante ink ojos como el gran monasterio de España que sois vosotras.

 

El centro de la vida consagrada

 
2. La vida contemplativa ha ocupado y seguirá ocupando un puesto de honor en la Iglesia. Dedicada a la plegaria y al silencio, a la adoración y a la penitencia desde el claustro, «vuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3). Esa vida consagrada es el desarrollo y tiene su fundamento en el don recibido en el bautismo. En efecto, por este sacramento Dios, que nos eligió en Cristo «antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante El en caridad» (Ef 1,4), nos libró del pecado y nos incorporó a Cristo y a su Iglesia para que «vivamos una vida nueva» (Rom 6,41).

Esa vida nueva ha fructificado en vosotras en el seguimiento radical de Jesucristo a través de la virginidad, la obediencia y la pobreza, que es el fundamento de la vida contemplativa. El es el centro de vuestra vida, la razón de vuestra existencia: «Bien de todos los bienes y Jesús mío», como resumía santa Teresa (V2 ,5).

La experiencia del claustro hace todavía más absoluto este seguimiento hasta identificar la vida religiosa con Cristo:
«Nuestra vida es Cristo» (5M 2,4), decía santa Teresa haciendo suyas las exhortaciones de san Pablo (cf Col 3,3). Este ensimismamiento de la religiosa con Cristo constituye el centro de la vida consagrada y el sello que la identifica como contemplativa.

En el silencio, en el marco de la vida humilde y obediente, la vigilante espera del Esposo se convierte en amistad pura y verdadera: «Puedo tratar como con un amigo, aunque es el Señor» (V 37,5). Y este trato asiduo, de día y de noche, es la oración, quehacer primordial de la religiosa y camino indispensable para su identificación con el Señor: «Comienzan a ser siervos del amor {. . .) los que siguen por este camino de oración al que tanto nos amó» (V 11,1).

 

---Apostolado desde la clausura

 

3. La Iglesia sabe bien que vuestra vida silenciosa y apartada, en la soledad exterior del claustro, es fermento de renovación y de presencia del Espíritu de Cristo en el mundo. Por eso decía el Concilio que las religiosas contemplativas «mantienen un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo... Ofrecen, en efecto, a Dios un eximio sacrificio de alabanzas, ilustran al Pueblo de Dios con ubérrimos frutos de santidad, lo mueven con su ejemplo y lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica. Así son el honor de la Iglesia y hontanar de gracias celestes» (Perfectae caritatis, 7).

Esa fecundidad apostólica de vuestra vida procede de la gracia de Cristo, que asume e integra vuestra oblación total en el claustro. El Señor que os eligió, al identificaros con su misterio pascual, os une a sí mismo en la obra santificadora del mundo. Como sarmientos injertados en Cristo, podéis dar mucho fruto (cf. Jn 15,5) desde la admirable y misteriosa realidad de la comunión de los santos.

Esa ha de ser la perspectiva de fe y gozo eclesial de cada día y obra vuestra. De vuestra oración y vigilias, de vuestra alabanza en el oficio divino, de vuestra vida en la celda o en el trabajo, de vuestras mortificaciones prescritas por las reglas o voluntarias, de vuestra enfermedad o sufrimientos, uniendo todo al Sacrificio de Cristo. Por El, con El y en El, seréis ofrenda de alabanza y de santificación del mundo.

«Para que no tengáis ninguna duda a este respecto —como dije a vuestras hermanas en el Carmelo de Lisieux—, la Iglesia, en el nombre mismo de Cristo, tomó posesión un día de toda vuestra capacidad de vivir y de amar. Era vuestra profesión monástica. ¡Renovadla a menudo! Y, a ejemplo de los santos, consagraos, inmolaos cada vez más, sin pretender siquiera saber cómo utiliza Dios vuestra colaboración»

 

2 Alocución a las religiosas contemplai-ivas en «1 Carmela de Lisieux (2-6 1980): Insegnamenti di Giovanni Paolo II, 111/1 (1980) 1665ss.

Vuestra vida de clausura, vivida en plena fidelidad, no os aleja de la Iglesia ni os impide un apostolado eficaz. Recordad a la hija de Teresa de Jesús, a Teresa de Lisieux, tan cercana desde su clausura a las misiones y misioneros del mundo. Que como ella, en el corazón de la Iglesia seáis el amor.


— «Solo Dios basta»

 

4. Vuestra virginal fecundidad se tiene que hacer vida en el seno de la Iglesia universal y vuestras Iglesias particulares. Vuestros monasterios son comunidades de oración en medio de las comunidades cristianas, a las que prestan apoyo, aliento y esperanza. Son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando con frecuencia una vida sencilla y transparente, en contraste con la que les ofrece la sociedad de consumo.

El mundo necesita, más de lo que a veces se cree, vuestra presencia y vuestro testimonio. Es necesario, por ello, mostrar con eficacia los valores auténticos y absolutos del Evangelio a un mundo que exalta frecuentemente los valores relativos de la vida. Y que corre el riesgo de perder el sentido de lo divino, ahogado por la excesiva valoración de lo material, de lo transeúnte, de lo que ignora el gozo del espíritu.

Se trata de abrirle al mensaje evangelizador que resume vuestra vida y que encuentra eco en aquellas palabras de Teresa de Jesús: «Id, pues, bienes del mundo [...] aunque todo lo pierda; solo Dios basta» (Poema 30).


— Profetas y maestras

 

5. Al contemplar hoy a tantas religiosas de clausura, no puedo menos de pensar en la gran tradición monástica española, en su influencia en la cultura, en las costumbres, en la vida española. ¿No será aquí donde reside la fuerza moral, y donde se encuentra la continua referencia al espíritu de los españoles?

El Papa os llama hoy a seguir cultivando vuestra vida consagrada mediante una renovación litúrgica, bíblica y espiritual, siguiendo las directrices del Concilio. Todo esto exige una formación permanente que enriquezca vuestra vida espiritual, dándole un sólido fundamento doctrinal, teológico y cultural.

De esta forma, podréis dar la respuesta evangelizadora que esperan tantas jóvenes de nuestro tiempo, que también hoy se acercan a vuestros monasterios atraídas por una vida de generosa entrega al Señor.

A este respecto quiero hacer una llamada a las comunidades cristianas y a sus Pastores, recordándoles el lugar insustituible que ocupa la vida contemplativa en la Iglesia. Todos hemos de valorar y estimar profundamente la entrega de las almas contemplativas a la oración, a la alabanza y al sacrificio.

Son muy necesarias en la Iglesia. Son profetas y maestras vivientes para todos; son la avanzadilla de la Iglesia hacia el reino. Su actitud ante las realidades de este mundo, que ellas contemplan según la sabiduría del Espíritu, nos ilumina acerca de los bienes definitivos y nos hace palpar la gratuidad del amor salvador de Dios. Exhorto pues a todos a tratar de suscitar vocaciones entre las jóvenes para la vida monástica; en la seguridad de que estas vocaciones enriquecerán toda la vida de la Iglesia.

 

6. Hemos de concluir este encuentro, a pesar de lo agradable que es para el Papa estar con estas hijas fieles de la Iglesia. Acabo con una palabra de aliento: ¡Mantened vuestra fidelidad! Fidelidad a Cristo, a vuestra vocación de contemplativas, a vuestro carisma fundacional.

Hijas del Carmelo: Que seáis imágenes vivas de vuestra Madre Teresa, de su espiritualidad y humanismo. Que seáis de

veras como ella fue y quiso llamarse —y como yo deseo se la llame— Teresa de Jesús.

Religiosas todas contemplativas: que también a través de vosotras se pueda ver a vuestros fundadores y fundadoras.

Vivid con alegría y orgullo vuestra vocación eclesial, rezad unas por otras y ayudaos, rogad por las vocaciones religiosas, por los sacerdotes y vocaciones sacerdotales. Y rezad también por la fecundidad del ministerio del Sucesor de Pedro que os habla. Sé que lo hacéis y os lo agradezco vivamente.

Yo presento al Señor vuestras personas e intenciones. Y os encomiendo a la Madre Santísima, modelo de las almas contemplativas, para que os haga, desde la cruz y gloria de su Hijo, alegre donación a la Iglesia.

Llevad mi cordial saludo a vuestras hermanas que no han podido venir a Ávila. Y a todas os bendigo con afecto en el nombre de Cristo.

 

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HOMILfA DE LA MISA EN EL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DE SANTA TERESA DE JESÚS

 

Venerables hermanos en el Episcopado, queridos hermanos y hermanas:

1. 1. «Oré y me fue dada la prudencia. Invoqué al Señor y vino sobre mí el espíritu de la sabiduría [...] La amé más que la salud y la hermosura [...] Todos los bienes me vinieron juntamente con ella, y en sus manos me trajo una riqueza incalculable. Yo me gocé en todos estos bienes, porque es la sabiduría quien los trae».

He venido hoy a Ávila para adorar la Sabiduría de Dios. Al final de este IV centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús, que fue hija singularmente amada de la Sabiduría divina. Quiero adorar la Sabiduría de Dios, junto con el Pastor de esta diócesis, con todos los obispos de España con las autoridades abulenses y de Alba de Tormes presididas por Sus Majestades y miembros del Gobierno, con tantos hijos e hijas de la Santa y con todo el Pueblo de Dios aquí congregado en esta festividad de Todos los Santos.

Teresa de Jesús es arroyo que lleva a la fuente, es resplandor que conduce a la luz. Y su luz es Cristo, el «Maestro de la Sabiduría», el «Libro vivo» en que aprendió las verdades; es esa «luz del cielo», el Espíritu de la Sabiduría, que ella invocaba para que hablase en su nombre y guiase su pluma. Vamos a unir nuestra voz a su canto eterno de las misericordias divinas, para dar gracias a ese Dios que es «la misma Sabiduría».

 
Maestros de mi vida interior...

2. Y me alegra poder hacerlo en esta Ávila de santa Teresa que la vio nacer y que conserva los recuerdos más entrañables de esta virgen de Castilla. Una ciudad célebre por sus murallas y torres, por sus iglesias y monasterios. Que con su complejo arquitectónico evoca plásticamente ese castillo interior y luminoso que es el alma del justo en cuyo centro Dios tiene su morada. Una imagen de la ciudad de Dios con sus puertas y murallas, alumbrada por la luz del Cordero.

Todo en esta ciudad conserva el recuerdo de su hija predilecta, la Santa, lugar de su nacimiento y casa solariega; la parroquia donde fue bautizada; la catedral, con la imagen de la Virgen de la Caridad que aceptó su temprana consagración; la Encarnación, que acogió su vocación religiosa y donde llegó al culmen de su experiencia mística; San José, primer palomarcito teresiano, de donde salió Teresa, como «andariega de Dios», a fundar por toda España.

Aquí también yo deseo estrechar todavía más mis vínculos de devoción hacia los Santos del Carmelo nacidos en estas tierras, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. En ellos no solo admiro y venero a los maestros espirituales de mi vida interior, sino también a dos faros luminosos de la Iglesia en España, que han alumbrado con su doctrina espiritual los senderos de mi patria, Polonia, desde que al principio del siglo XVII llegaron a Cracovia los primeros hijos del Carmelo teresiano.

La circunstancia providencial de la clausura del IV cerntenario de la muerte de santa Teresa me ha permitido realiza, este viaje que deseaba desde hace tanto tiempo.

 

«Santa Teresa de Jesús está viva»


3. Quiero repetir en esta ocasión las palabras que escribí al principio de este año centenario: «Santa Teresa de Jesús está viva, su voz resuena todavía hoy en la Iglesia». Las celebraciones del año jubilar, aquí en España y en el mundo entero, han ratificado mis previsiones.

Teresa de Jesús, primera Doctora de la Iglesia universal, se ha hecho palabra viva acerca de Dios, ha invitado a la amistad con Cristo, ha abierto nuevas sendas de fidelidad y servicio a la Santa Madre Iglesia. Sé que ha llegado al corazón de los obispos y sacerdotes, para renovar en ellos deseos de sabiduría y de santidad, para ser «luz de su Iglesia». Ha exhortado a los religiosos y religiosas a «seguir los consejos evangélicos con toda la perfección» para ser «siervos del amor».

Ha iluminado la experiencia de los seglares cristianos con su doctrina acerca de la oración y de la caridad, camino universal de santidad; porque la oración, como la vida cristiana, no consiste «en pensar mucho, sino en amar mucho» y «todos son hábiles de su natural para amar».

Su voz ha resonado más allá de la Iglesia católica, suscitando simpatías a nivel ecuménico, y trazando puentes de diálogo con los tesoros de espiritualidad de otras culturas religiosas. Me alegra sobre todo saber que la palabra de santa Teresa ha sido acogida con entusiasmo por los jóvenes. Ellos se han apoderado de esa sugestiva consigna teresiana que yo quiero ofrecer como mensaje a la juventud de España: «En este tiempo son menester amigos fuertes de Dios».

Por todo ello quiero expresar mi gratitud al Episcopado Española que ha promovido este acontecimiento eclesial de renovación. Agradezco también el esfuerzo de la junta nacional del centenario y el de las delegaciones diocesanas. A todos los que han colaborado en la realización de los objetivos del centenario, la gratitud del Papa que es el agradecimiento en nombre de la Iglesia.

 

permanecer fieles a la Providencia

 

4. Las palabras del Salmo responsorial traen a la memoria la gran empresa fundacional de santa Teresa: «Bienaventurados los que moran en tu casa y continuamente te alaban . . Porque más que mil vale un día en tus atrios . . . Y da el Señor la gracia y la gloria y no niega los bienes . . . Bienaventurado el hombre que en ti confía».
Aquí en Ávila se cumplió, con la fundación del monasterio de San José, al que siguieron las otras 16 fundaciones suyas un designio de Dios para la vida de la Iglesia. Teresa de Jesús fue el instrumento providenc1ál la depositaria de un nuevo carisma de vida contemplativa que tantos frutos tenía que dar.

Cada monasterio de carmelitas descalzas tiene que ser «rinconcito de Dios», «morada» de su gloria y «paraíso de su deleite». Ha de ser un oasis de vida contemplativa «un palomarcito de la Virgen Nuestra Señora». Donde se viva en plenitud el misterio de la Iglesia que es Esposa de Cristo; con ese tono de austeridad y de alegría característico de la herencia teresiana. Y donde el servicio apostólico en favor del Cuerpo místico, según los deseos y consignas de la Madre Fundadora, pueda siempre expresarse en una experiencia de inmolación y de unidad: «Todas juntas se ofrecen en sacrificio por Dios». En fidelidad a las exigencias de la vida contemplativa que he recordado recientemente en mi Carta a las carmelitas descalzas, serán siempre el honor de la Esposa de Cristo; en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares donde están presentes como santuarios de oración.

Y lo mismo vale para los hijos de santa Teresa, los carmelitas descalzos, herederos de su espíritu contemplativo y apostólico, depositarios de las ansias misioneras de la Madre Fundadora. Que las celebraciones del centenario infundan también en vosotros propósitos de fidelidad en el camino de la oración y de fecundo apostolado en la Iglesia. Para mantener siempre vivo el mensaje de santa Teresa de Jesús y de san Juan de la Cruz.

 

La confianza de un hijo

 

5.Las palabras de san Pablo que hemos escuchado en la segunda lectura de esta Eucaristía nos llevan hasta ese profundo hontanar de la oración cristiana, de donde brota la experiencia de Dios y el mensaje eclesial de santa Teresa. Hemos recibido «el espíritu de adopción, por el que clamamos ¡Abba! (Padre) [...J Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con Él glorificados».

La doctrina de Teresa de Jesús está en perfecta sintonía con esa teología de la oración que presenta san Pablo, el Apóstol con el que ella se identificaba tan profundamente. Siguiendo al Maestro de la oración, en plena consonancia con los Padres de la Iglesia, ha querido enseñar los secretos de la plegaria comentando la oración del Padre nuestro.

En la primera palabra, ¡Padre!, la Santa descubre la pIeiiitud que nos confía Jesucristo, maestro y modelo de la oración. En la oración filial del cristiano se encuentra la posibilidad de entablar un diálogo con la Trinidad que mora en el alma de quien vive en gracia, como tantas veces experimentó la Santa: «Entre tal Hijo y tal Padre —escribe—, forzado ha de estar el Espíritu Santo que enamore vuestra voluntad y os la ate tan grandísimo amor...». Esta es la dignidad filial de los cristianos: poder invocar a Dios como Padre, dejarse guiar por el Espíritu, para ser en plenitud hijos de Dios.


Defensora de la verdadera dignidad de la mujer

 

6. Por medio de la oración, Teresa ha buscado y encontrado a Cristo. Lo ha buscado en las palabras del Evangelio que ya desde su juventud «hacían fuerza en su corazón»; lo ha encontrado «trayéndolo presente dentro de sí»; ha aprendido a mirarlo con amor en las imágenes del Señor de las que era tan devota; con esta Biblia de los pobres —las imágenes— y esta Biblia del corazón —la meditación de la palabra— ha podido revivir interiormente las escenas del Evangelio y acercarse al Señor con inmensa confianza.

¡Cuántas veces ha meditado santa Teresa aquellas escenas del Evangelio que narran las palabras de Jesús a algunas mujeres! ¡Qué gozosa libertad interior le ha procurado, en tiempos de acentuado antifeminismo, esta actitud condescendiente del Maestro con la Magdalena, con Marta y María de Betania, con la Cananea y la Samaritana, esas figuras femeninas que tantas veces recuerda la Santa en sus escritos! No cabe duda que Teresa ha podido defender la dignidad de la mujer y sus posibilidades de un servicio apropiado en la Iglesia desde esta perspectiva evangélica: «No aborrecisteis, Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo, las mujeres, antes las favorecisteis siempre con mucha piedad...».

La escena de Jesús con la Samaritana junto al pozo de Sicar que hemos recordado en el Evangelio, es significativa. El Señor promete a la Samaritana el agua viva: «Quien bebe de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere, no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna».

Entre las mujeres santas de la historia de la Iglesia, Teresa de Jesús es sin duda la que ha respondido a Cristo con el mayor fervor del corazón: ¡Dame de esta agua! Ella misma nos lo coníi ma cuando recuerda sus primeros encuentros con el Cristo del Evangelio: «Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que d el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio». Teresa de Jesús, como una nueva Samaritana, invita ahora a todos a acercarse a Cristo, que es manantial de aguas vivas.

Cristo Jesús, el Redentor del hombre, fue el modelo dc Teresa. En El encontró la Santa la majestad de su divinidad y la condescendencia de su humanidad: «Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle humano»; «veía que aunque era Dios, que era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres». ¡Qué horizontes de familiaridad con Dios nos descubre Teresa en la humanidad de Cristo! ¡Con qué precisión afirma la fe de la Iglesia en Cristo que es verdadero Dios y verdadero hombre! ¡Cómo lo experimenta cercano, «compañero nuestro en el Santísimo Sacramento»!

Desde el misterio de la Humanidad sacratísima que es puerta, camino y luz, ha llegado hasta el misterio de la Santísima Trinidad, fuente y meta de la vida del hombre, «espejo adonde nuestra imagen está esculpida». Y desde la altura del misterio de Dios ha comprendido el valor del hombre, su dignidad, su vocación de infinito.


El secreto. tener «trato de amistad» con Jesús


7. Acercarse al misterio de Dios, a Jesús, «traer a Jesucristo presente» constituye toda su oración.

Esta consiste en un encuentro personal con aquel que es el único camino para conducirnos al Padre. Teresa reaccionó contra los libros que proponían la contemplación como un vago engolfarse en la divinidad o como un «no pensar nada» viendo en ello un peligro de replegarse sobre uno mismo, de apartarse de Jesús del cual nos «vienen todos los bienes». De ahí su grito: «Apartarse de Cristo... no lo puedo sufrir».

Este grito vale también en nuestros días contra algunas técnicas de oración que no se inspiran en el Evangelio y que prácticamente tienden a prescindir de Cristo, en favor de un vacío mental que dentro del cristianismo no tiene sentido. Toda técnica de oración es válida en cuanto se inspira en Cristo y conduce a Cristo, el camino, la verdad y la vida.

Bien es verdad que el Cristo de la oración teresiana va más allá de toda imaginación corpórea y de toda representación figurativa; es Cristo resucitado, vivo y presente que sobrepasa los límites de espacio y lugar, siendo a la vez Dios y hombre. Pero a la vez es Jesucristo Hijo de la Virgen que nos acompaña y nos ayuda.
Cristo cruza el camino de la oración teresiana de extremo a extremo, desde los primeros pasos hasta la cima de la comunión perfecta con Dios.

Cristo es la puerta por la que el alma accede al estado místico. Cristo la introduce en el misterio trinitario. Su presencia en el desenvolvimiento de este «trato amistoso» que es la oración es obligado y necesario: El lo actúa y genera. Y El es también objeto del mismo. Es el «libro vivo», Palabra del Padre. El hombre aprende a quedarse en profundo silencio, cuando Cristo le enseña interiormente «sin ruido de palabras»; se vacía dentro de sí «mirando al Crucificado». La contemplación teresiana no es búsqueda de escondidas virtualidades subjetivas por medio de técnicas depuradas de purificación interior, sino abrirse en humildad a Cristo y a su Cuerpo místico, que es la Iglesia.


Amor de Dios y amor del prójimo


8. En mi ministerio pastoral he afirmado con insistencia los valores religiosos del hombre, con quien Cristo mismo se ha identificado; ese hombre que es el camino de la Iglesia y por lo tanto determina su solicitud y su amor, para que todo hombre alcance la plenitud de su vocación.
Santa Teresa de Jesús tiene una enseñanza muy explícita sobre el inmenso valor del hombre: <Oh Jesús mío! —exclama en una hermosa oración—, cuán grande es el amor que tenéis a ¡os hijos de ¡os hombres, que el mejor servicio que e os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia y entonces sois poseído más enteramente [...] Quien no amare al prójimo, no os ama, Señor mío; pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán», Amor de Dios y amor del prójimo, unidos indisolublemente; son ¡a raíz sobrenatural de la caridad, que es el amor de Dios, y con la manifestación concreta del amor del prójimo, esa «más cierta señal» de que amamos a Dios.

 

Fervor por la Iglesia


9. El eje de la vida de Teresa como proyección de su amor por Cristo y su deseo de la salvación de los hombres fue la Iglesia. Teresa de Jesús «sintió la Iglesia», vivió «la pasión por la Iglesia» como miembro del Cuerpo místico.

Los tristes acontecimientos de la Iglesia de su tiempo fueron como heridas progresivas que suscitaron oleadas de fidelidad y de servicio. Sintió profundamente la división de los cristianos como un desgarro de su propio corazón.

Respondió eficazmente con un movimiento de renovación para mantener resplandeciente el rostro de la Iglesia santa. Se fueron ensanchando ¡os horizontes de su amor y de su oración a medida que tomaba conciencia de la expansión misionera de la Iglesia católica; con la mirada y el corazón fijos en Roma, el centro de la catolicidad, con un afecto filial hacia «el Padre Santo», como ella llama al Papa, que le llevó incluso a mantener una correspondencia epistolar con mi predecesor, el papa Pío V. Nos emociona leer esa confesión de fe con la que rubrica el libro de Las Moradas: «En todo me sujeto a lo que tiene la Santa Iglesia Católica Romana, que en esto vivo y protesto y prometo vivir y morir».

En Ávila se encendió aquella hoguera de amor eclesial que iluminaba y enfervorizaba a teólogos y misioneros. Aquí empezó aquel servicio original de Teresa en la Iglesia de su tiempo; en un momento tenso de reformas y contrarreformas optó por el camino radical del seguimiento de Cristo, por la edificación de la Iglesia con piedras vivas de santidad; levantó la bandera de los ideales cristianos para animar a los capitanes de la Iglesia. Yen Alba de Tormes, al final de una intensa jornada de caminos fundacionales, Teresa de Jesús, la cristiana verdadera y la esposa que deseaba ver pronto al Esposo, exclama: «Gracias . . . Dios mío . . . porque me hiciste hija de tu Santa Iglesia católica». O como recuerda otro testigo: «Bendito sea Dios [...] que soy hija de la Iglesia».

¡Soy hija de la Iglesia! He aquí el título de honor y de compromiso que la Santa nos ha legado para amar a la Iglesia para servirla con generosidad.

Andar hacia Cristo, con Teresa

10. Queridos hermanos y hermanas: Hemos recordado la figura luminosa y siempre actual de Teresa de Jesús, la hija singularmente amada de la divina Sabiduría, la andariega de Dios, la Reformadora del Carmelo, gloria de España y luz de la Santa Iglesia honor de las mujeres cristianas, presencia distinguida en la cultura universal.

Ella quiere seguir caminando con la Iglesia hasta el final de los tiempos. Ella que en el lecho de muerte decía: «Es hora de caminar». Su figura animosa de mujer en camino nos sugiere la imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo, que camina en el tiempo ya en el alba del tercer milenio de su historia.

Teresa de Jesús, que supo de las dificultades de los caminos, nos invita a caminar llevando a Dios en el corazón. Para orientar nuestra ruta y fortalecer nuestra esperanza nos lanza esa consigna, que fue el secreto de su vida y de su misión: «Pongamos los ojos en Cristo, nuestro bien», para abrirle de par en par las puertas del corazón de todos los hombres. Y así el Cristo luminoso de Teresa de Jesús será, en su Iglesia, «Redentor del hombre, centro del cosmos y de la historia».

       ¡Los ojos en Cristo! Para que en el camino de la Iglesia, como en los caminos de Teresa que partieron de esta ciudad de Ávila, Cristo sea «camino, verdad y vida». Así sea.

 

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3. Benedicto XVI; AUDIENCIA GENERAL. SANTA TERESA DE JESÚS (2 de febrero de 2011) Queridos hermanos y hermanas:
A lo largo de las catequesis que he querido dedicar a los Padres de la Iglesia y a grandes figuras de teólogos y de mujeres del Medievo me detuve también a hablar de algunos santos y santas que fueron proclamados doctores de la Iglesia por su eminente doctrina.

Hoy quiero iniciar una breve serie de encuentros para completar la presentación de los doctores de la Iglesia. Y comienzo con una santa que representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos: santa Teresa de Ávila (de Jesús).

Nace en Ávila, España, en 1515, con el nombre de Teresa de Ahumada. En su autobiografía ella misma menciona algunos detalles de su infancia: su nacimiento de «padres virtuosos y temerosos de Dios», en el seno de una familia numerosa, con nueve hermanos y tres hermanas.

Todavía niña, cuando tiene menos de nueve años, lee las vidas de algunos mártires que le inspiran el deseo del martirio, hasta el punto de que improvisa una breve huida de casa para morir mártir y subir al cielo (cf. V 1,5); «quiero ver a Dios», dice la pequeña a sus padres.

Algunos años más tarde, Teresa hablará de sus lecturas de la infancia y afirmará que en ellas descubrió la verdad, que resume en dos principios fundamentales: por un lado «el hecho de que todo lo que pertenece al mundo de aquí, pasa»; y, por otro, que solo Dios es «para siempre, siempre, siempre», tema que se reitera en la famosísima poesía «Nada te turbe / nada te espante; / todo se pasa. / Dios no se muda; / la paciencia todo lo alcanza; / quien a Dios tiene / nada le falta. / ¡Solo Dios bas ta!» (Poema 30). Al quedar huérfana de madre a los 12 años, pide a la santísima Virgen que le haga de madre (cf V 1, 7).

Aunque en la adolescencia la lectura de libros profanos la había llevado a las distracciones de una vida mundana, la experiencia como alumna de las religiosas agustinas de Santa María de las Gracias de Avila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de la espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A la edad de 20 años entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también en Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús.

Tres años después enferma gravemente; tanto que permanece cuatro días en coma, aparentemente muerta (cf. V 5,9). Incluso en la lucha contra sus enfermedades la Santa ve el combate contra las debilidades y las resistencias a la llamada de Dios: «Deseaba vivir escribe, que bien entendía que no vivía, sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar; y quien me la podía dar tenía razón de no socorrerme, pues tantas veces me había tornado a sí y yo dejádole» (V 8,2).

En 1543 pierde la cercanía de sus familiares: su padre muere y todos sus hermanos emigran, uno tras otro, a América. En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra sus debilidades.

El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy llagado» (V 9,1) marca profundamente su vida. La santa, que en aquel período encuentra profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones, describe así el día decisivo de su experiencia mística: «Acaecíame {. . . venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él» (V 10,1).

Paralelamente a la maduración de su interioridad, la Santa comienza a desarrollar concretamente el ideal de reforma de la Orden carmelita: en 1562 funda en Ávila, con el apoyo del obispo de la ciudad, don Álvaro de Mendoza, el primer Carmelo reformado, y poco después recibe también la aprobación del superior general de la Orden, Giovanni Battista Rossi.

En los años sucesivos prosigue las fundaciones de nuevos Carmelos, en total diecisiete. Es fundamental el encuentro con san Juan de la Cruz, con quien, en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de Carmelitas Descalzos.

En 1580 obtiene de Roma la erección como provincia autónoma para sus Carmelos reformados, punto de partida de la Orden religiosa de los Carmelitas Descalzos. La vida terrena de Teresa termina precisamente mientras está comprometida en la actividad de fundación.

En efecto, en 1582, después de haber constituido el Carmelo de Burgos y mientras se encuentra camino de regreso a Ávila, muere la noche del 15 de octubre en Alba de Tormes, repitiendo humildemente dos expresiones: «Al final, muero como hija de la Iglesia» y «Ya es hora, Esposo mío, de que nos veamos». Una existencia consumida dentro de España, pero entregada por toda la Iglesia.

Beatificada en 1614 por el papa Pablo V y canonizada por Gregorio XV en 622, el siervo de Dios Pablo W la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970.

Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, siempre se atuvo a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros (cf. C, Prólogo), es decir, a la experiencia. Teresa teje relaciones de amistad espiritual con numerosos santos, en particular con san Juan de la Cruz. Al mismo tiempo, se alimenta con la lectura de los Padres de la Iglesia, san Jerónimo, san Gregorio Magno, san Agustín.

Entre sus principales obras hay que recordar ante todo la autobiografía, titulada Libro de la Vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor. Compuesta en el Carmelo de Ávila en 1565, refiere el itinerario biográfico y espiritual, escrito, como afirma la propia Teresa, para someter su alma al discernimiento del «Maestro de los espirituales», san Juan de Ávila.

El objetivo es poner de relieve la presencia y la acción de Dios misericordioso en su vida: por esto, la obra refiere a menudo su diálogo de oración con el Señor. Es una lectura que fascina, porque la Santa no solo cuenta, sino que muestra que revive la experiencia profunda de su relación con Dios.

En 1566 Teresa escribe el Camino de perfección, que ella llama Avisos y consejos que da Teresa de Jesús a sus hermanas. Las destinatarias son las doce novicias del Carmelo de san José en Avila. Teresa les propone un intenso programa de vida contemplativa al servicio de la Iglesia, cuya base son las virtudes evangélicas y la oración.

Entre los pasajes más preciosos está el comentario al Padre nuestro, modelo de oración. La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo Interior, escrito en 1577, en plena madurez. Se trata de una relectura de su propio camino de vida espiritual y, al mismo tiempo, de una codificación del posible desarrollo de la vida cristiana hacia su plenitud, la santidad, bajo la acción del Espíritu Santo.

Teresa se refiere a la estructura de un castillo con siete moradas, como imagen de la interioridad del hombre, introduciendo, al mismo tiempo, el símbolo del gusano de seda que renace mariposa, para expresar el paso de lo natural a lo sobrenatural.

La santa se inspira en la Sagrada Escritura, en particular en el Cantar de los Cantares, por el símbolo final de los «dos esposos», que le permite describir, en la séptima morada, el culmen de la vida cristiana en sus cuatro aspectos: trinitario, cristológico, antropológico y eclesial.

A su actividad de fundadora de los Carmelos reformados Teresa dedica el Libro de las fundaciones, escrito entre 1573 y 1582, en el cual habla de la vida del grupo religioso naciente. Como en la autobiografía, la narración trata de poner de relieve sobre todo la acción de Dios en la obra de fundación de los nuevos monasterios.

No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana:
en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura.

En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los Cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.

Asimismo, la Santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). La idea de santa Teresa coincide con la definición que santo Tomás de Aquino da de la caridad teologal, como «amicitia quaedam hominis ad Deum», un tipo de amistad del hombre con Dios, que fue el primero en ofrecer su amistad al hombre; la iniciativa viene de Dios (cf. Summa Theologiae II-II, q.23 a.1).

La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad.

Obviamente no se trata de un desarrollo en el cual subir a los escalones más altos signifique dejar el precedente tipo de oración, sino que es más bien una profundización gradual de la relación con Dios que envuelve toda la vida. Más que una pedagogía de la oración, la de Teresa es una verdadera «mistagogia»: al lector de sus obras le enseña a orar rezando ella misma con él; en efecto, con frecuencia interrumpe el relato o la exposición para prorrumpir en una oración.

Otro tema importante para la Santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De ahí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia.

Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo «sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo. Reforma la Orden carmelita con la intención de servir y defender mejor a la «santa Iglesia católica romana», y está dispuesta a dar la vida por ella (cf. V 33,5).

Un último aspecto esencial de la doctrina teresiana, que quiero subrayar, es la perfección, como aspiración de toda la vida cristiana y meta final de la misma. La santa tiene una idea muy clara de la «plenitud» de Cristo, que el cristiano revive. Al final del recorrido del Castillo Interior, en la última «morada» Teresa describe esa plenitud, realizada en la inhabitación de la Trinidad, en la unión con Cristo a través del misterio de su humanidad.

Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día.

Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida».

Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos. Gracias.

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UNA ESTRELLA QUE RESPLANDECE L’Osservatore Romano
(Vaticano, 16-7-2012)

(Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha enviado al obispo de Avila, monseñor Jesús García Burillo, con ocasión del 45o aniversario de la fundación del monasterio de San José en Avila y el inicio de la reforma del Carmelo por santa Teresa de Jesús).

 

Al venerado Hermano Monseñor Jesús García Burillo, Obispo de Avila

1. Resplendens stella. «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (V 32,11). Con estas palabras, el Señor animó a santa Teresa de Jesús para la fundación en Avila del monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual, el próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años.

Con ocasión de esa feliz circunstancia, quiero unirme a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida.

Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea El el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.

2. Dejarse conducir de este modo por Cristo solamente es posible para quien tiene una intensa vida de oración. Esta consiste, en palabras de la Santa abulense, en «tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). La reforma del Carmelo, cuyo aniversario nos colma de gozo interior, nace de la oración y tiende a la oración. Al promover un retorno radical a la Regla primitiva, alejándose de la Regla mitigada, santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro personal con el Señor, para lo cual es necesario «ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (C 28,2). El monasterio de San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con El.


3. Santa Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos fueron «tiempos recios» (V 33,5). Yen ellos, al decir de esta Maestra del espíritu, «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (V 15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia» (C 1,5). ¿No nos resulta familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa e interpelante, hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística?

El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de nuevos monasterios, en medio de un mundo escaso de valores espirituales, era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las virtudes» (V 31,18).

En este sentido, Teresa escribe: «Precia más nuestro Señor] un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (F 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia, que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.

4. También hoy, como en el siglo xvi, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria confiada sea el alma del apostolado, para que resuene con meridiana claridad y pujante dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo. Es apremiante que la Palabra de vida vibre en las almas de forma armoniosa, con notas sonoras y atrayentes.

En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Avila nos es de gran ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. V 22,1; 6M 7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas, cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de servicio fraterno y generoso.

También es de desear que la plegaria incesante promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto en su dimensión activa como contemplativa.

La fuerza de Cristo conducirá igualmente a redoblar las iniciativas para que el pueblo de Dios recobre su vigor de la única forma posible: dando espacio en nuestro interior a los sentimientos del Señor Jesús (cf. Flp 2,5), buscando en toda circunstancia una vivencia radical de su Evangelio. Lo cual significa, ante todo, consentir que el Espíritu Santo nos haga amigos del Maestro y nos configure con El. También significa acoger en todo sus mandatos y adoptar en nosotros criterios tales como la humildad en la conducta, la renuncia a lo superfluo, el no hacer agravio a los demás o proceder con sencillez y mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean, percibirán la alegría que nace de nuestra adhesión al Señor, y que no anteponemos nada a su amor, estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y viviendo, como Teresa de Jesús, en filial obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.

5. A esa radicalidad y fidelidad nos invita hoy esta hija tan ilustre de la Diócesis de Avila. Acogiendo su hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los miembros de esa Iglesia particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a tomar en serio la común vocación a la santidad. Siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, solo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poema 5). Y a El le pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf. C21,2; 1,2).

6. Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Avila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía.
Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo san José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo, la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres.

Con este anhelo, Venerado Hermano en el Episcopad0 te envío este mensaje, que ruego hagas conocer a la grey encomendada a tus desvelos pastorales y muy especialmente a las queridas Carmelitas Descalzas del convento de San José, de Avila, que perpetúan en el tiempo el espíritu de su Fundadora, y de cuya ferviente oración por el Sucesor de Pedro tengo constancia agradecida. A ellas, a ti y a todos los fieles de Avila, imparto con afecto la Bendición Apostólica prenda de copiosos favores celestiales.

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4. Francisco MENSAJE AL OBISPO DE ÁVILA CON MOTIVO
DE LA APERTURA DEL AÑO JUBILAR TERESIANO
(Vaticano, 15-10-2014) A Monseñor Jesús García Burillo, Obispo de Ávila

 

Querido Hermano:El 28 de marzo de 1515 nació en Avila una niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse el quinto centenario de su nacimiento, vuelvo la mirada a esa ciudad para dar gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles de la querida diócesis abulense y a todos los españoles a conocer la historia de esa insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.

En la escuela de la santa andariega aprendemos a ser peregrinos. La imagen del camino puede sintetizar muy bien la lección de su vida y de su obra. Ella entendió su vida como camino de perfección por el que Dios conduce al hombre, morada tras morada, hasta El y, al mismo tiempo, lo pone en marcha hacia los hombres. ¿Por qué caminos quiere llevarnos el Señor tras las huellas y de la mano de santa Teresa? Quisiera recordar cuatro que me hacen mucho bien: el camino de la alegría, de la oración, de la fraternidad y del propio tiempo.

Teresa de Jesús invita a sus monjas a «andar alegres sirviendo» (C 18,5). La verdadera santidad es alegría, porque «un santo triste es un triste santo». Los santos, antes que héroes esforzados, son fruto de la gracia de Dios a los hombres. Cada santo nos manifiesta un rasgo del multiforme rostro de Dios. En santa Teresa contemplamos al Dios que, siendo «soberana Majestad, eterna Sabiduría» (Poema 5), se revela cercano y compañero, que tiene sus delicias en conversar con los hombres: Dios se alegra con nosotros. Y, de sentir su amor, le nacía a la Santa una alegría contagiosa que no podía disimular y que transmitía a su alrededor.

Esta alegría es un camino que hay que andar toda la vida. No es instantánea, superficial, bullanguera. Hay que procurarla ya «a los principios» (V 13,1). Expresa el gozo interior del alma, es humilde y «modesta» (cf F 12,1). No se alcanza por el atajo fácil que evita la renuncia, el sufrimiento o la cruz, sino que se encuentra padeciendo trabajos y dolores (cf V 6,2; 30,8), mirando al Crucificado y buscando al Resucitado (cf C 26,4). De ahí que la alegría de santa Teresa no sea egoísta ni autorreferencial.

Como la del cielo, consiste en «alegrarse que se alegren todos» (C 30,5), poniéndose al servicio de los demás con amor desinteresado. Al igual que a uno de sus monasterios en dificultades, la Santa nos dice también hoy a nosotros, especialmente a los jóvenes: «No dejen de andar alegres!» (C 284,4). ¡El Evangelio no es una bolsa de plomo que se arrastra pesadamente, sino una fuente de gozo que llena de Dios el corazón y lo impulsa a servir a los hermanos!

La Santa transitó también el camino de la oración, que definió bellamente como un «tratar de amistad estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Cuando los tiempos son «recios», son necesarios «amigos fuertes de Dios» para sostener a los flojos (V 15,5).

Rezar no es una forma de huir, tampoco de meterse en una burbuja, ni de aislarse, sino de avanzar en una amistad que tanto más crece cuanto más se trata al Señor, «amigo verdadero» y «compañero» fiel de viaje, con quien «todo se puede sufrir», pues siempre «ayuda, da esfuerzo y nunca falta» (V 22,6).

Para orar «no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho» (4M 1,7), en volver los ojos para mirar a quien no deja de mirarnos amorosamente y sufrirnos pacientemente (cf. C 26,3-4). Por muchos caminos puede Dios conducir las almas hacia sí, pero la oración es ci «camino seguro» (V 21,5). Dejarla es perderse (cf V 19,6). Estos consejos de la Santa son de perenne actualidad.

¡Vayan adelante, pues, por el camino de la oración, con determinación, sin detenerse, hasta el fin! Esto vale singularmente para todos los miembros de la vida consagrada. En una cultura de lo provisorio vivan la fidelidad del «para siempre, siempre, siempre» (V 1,5); en un mundo sin esperanza muestren la fecundidad de un «corazón enamorado» (Poema 29); y en una sociedad con tantos ídolos, sean testigos de que «solo Dios basta» (Poema 30).

Este camino no podemos hacerlo solos, sino juntos. Para la santa reformadora la senda de la oración discurre por la vía de la fraternidad en el seno de la Iglesia madre. Esta fue su respuesta providencial nacida de la inspiración divina y de su intuición femenina, a los problemas de la Iglesia y de la sociedad de su tiempo: fundar pequeñas comunidades de mujeres que, a imitación del «colegio apostólico» siguieran a Cristo viviendo sencillamente el Evangelio y sosteniendo a toda la Iglesia con una vida hecha plegaria. «Para esto os juntó El aquí, hermanas» (C 2,5) y tal fue la promesa: «que Cristo andaría con nosotras» (V 32,11). ¡Qué linda definición de la fraternidad en la Iglesia: andar juntos con Cristo como hermanos!

Para ello no recomienda Teresa de Jesús muchas cosas, simplemente tres: amarse mucho unos a otros, desasirse de todo y verdadera humildad, que «aunque la digo a la postre es la base principal y las abraza todas» (C 4,4). ¡Cómo desearía, en estos tiempos, unas comunidades cristianas más fraternas donde se haga este camino: andar en la verdad de la humildad que nos libera de nosotros mismos para amar más y mejor a los demás, especialmente a los más pobres! ¡Nada hay más hermoso que vivir y morir como hijos de esta Iglesia madre!

Precisamente porque es madre de puertas abiertas, la Iglesia siempre está en camino hacia los hombres para llevarles aquel «agua viva» (cf. Jn 4,10) que riega el huerto de su corazón sediento.

La santa escritora y maestra de oración fue al mismo tiempo fundadora y misionera por los caminos de España. Su experiencia mística no la separó del mundo ni de las preocupaciones de la gente. Al contrario, le dio nuevo impulso y coraje para la acción y los deberes de cada día, porque también «entre los pucheros anda el Señor» (F 5,8).

 Ella vivió las dificultades de su tiempo —tan complicado— sin ceder a la tentación del lamento amargo, sino más bien aceptándolas con la fe como una oportunidad para dar un paso más en el camino. Y es que, «para hacer Dios grandes mercedes a quien dr veras le sirve, siempre es tiempo» (F 4,6).

Hoy Teresa nos dice: Reza más para comprender bien lo que pasa a tu alrededor y así actuar mejor. La oración vence el pesimismo y genera buenas iniciativas (cf. 7M 4,6). ¡Este es el realismo teresiano, que exige obras en lugar de emociones, y amor en vez de ensueños, el realismo del amor humilde frente a un ascetismo afanoso! Algunas veces la Santa abrevia sus sabrosas cartas diciendo: «Estamos de camino» (Cta. 469,7.9), como expresión de la urgencia por continuar hasta el fin con la tarea comenzada.

Cuando arde el mundo, no se puede perder el tiempo en negocios de poca importancia. ¡Ojalá contagie a todos esta santa prisa por salir a recorrer los caminos de nuestro propio tiempo, con el Evangelio en la mano y el Espíritu en el corazón!
«Ya es tiempo de caminar!» (ANA DE SAN BARTOLOMÉ, Ultimas acciones de la vida de santa Teresa). Estas palabras de santa Teresa de Avila a punto de morir son la síntesis de su vida y se convierten para nosotros, especialmente para la familia carmelitana, sus paisanos abulenses y todos los españoles, en una preciosa herencia a conservar y enriquecer.

Querido Hermano, con mi saludo cordial, a todos les digo: ¡Ya es tiempo de caminar, andando por los caminos de la alegría, de la oración, de la fraternidad, del tiempo vivido como gracia! Recorramos los caminos de la vida de la mano de santa Teresa. Sus huellas nos conducen siempre a Jesús. Les pido, por favor, que recen por mí, pues lo necesito. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Fraternalmente,

 

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LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI


UNA ESTRELLA QUE RESPLANDECE L’Osservatore Romano
(Vaticano, 16-7-2012)

(Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha enviado al obispo de Avila, monseñor Jesús García Burillo, con ocasión del 45o aniversario de la fundación del monasterio de San José en Avila y el inicio de la reforma del Carmelo por santa Teresa de Jesús).

 

Al venerado Hermano Monseñor Jesús García Burillo, Obispo de Avila

1. Resplendens stella. «Una estrella que diese de sí gran resplandor» (V 32,11). Con estas palabras, el Señor animó a santa Teresa de Jesús para la fundación en Avila del monasterio de San José, inicio de la reforma del Carmelo, de la cual, el próximo 24 de agosto, se cumplen cuatrocientos cincuenta años.

Con ocasión de esa feliz circunstancia, quiero unirme a la alegría de la querida Diócesis abulense, de la Orden del Carmelo Descalzo, del Pueblo de Dios que peregrina en España y de todos los que, en la Iglesia universal, han encontrado en la espiritualidad teresiana una luz segura para descubrir que por Cristo llega al hombre la verdadera renovación de su vida.

Enamorada del Señor, esta preclara mujer no ansió sino agradarlo en todo. En efecto, un santo no es aquel que realiza grandes proezas basándose en la excelencia de sus cualidades humanas, sino el que consiente con humildad que Cristo penetre en su alma, actúe a través de su persona, sea El el verdadero protagonista de todas sus acciones y deseos, quien inspire cada iniciativa y sostenga cada silencio.

2. Dejarse conducir de este modo por Cristo solamente es posible para quien tiene una intensa vida de oración. Esta consiste, en palabras de la Santa abulense, en «tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). La reforma del Carmelo, cuyo aniversario nos colma de gozo interior, nace de la oración y tiende a la oración. Al promover un retorno radical a la Regla primitiva, alejándose de la Regla mitigada, santa Teresa de Jesús quería propiciar una forma de vida que favoreciera el encuentro personal con el Señor, para lo cual es necesario «ponerse en soledad y mirarle dentro de sí, y no extrañarse de tan buen huésped» (C 28,2). El monasterio de San José nace precisamente con el fin de que sus hijas tengan las mejores condiciones para hallar a Dios y entablar una relación profunda e íntima con El.


3. Santa Teresa propuso un nuevo estilo de ser carmelita en un mundo también nuevo. Aquellos fueron «tiempos recios» (V 33,5). Yen ellos, al decir de esta Maestra del espíritu, «son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (V 15,5). E insistía con elocuencia: «Estáse ardiendo el mundo, quieren tornar a sentenciar a Cristo, quieren poner su Iglesia por el suelo. No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios asuntos de poca importancia» (C 1,5). ¿No nos resulta familiar, en la coyuntura que vivimos, una reflexión tan luminosa e interpelante, hecha hace más de cuatro siglos por la Santa mística?

El fin último de la Reforma teresiana y de la creación de nuevos monasterios, en medio de un mundo escaso de valores espirituales, era abrigar con la oración el quehacer apostólico; proponer un modo de vida evangélica que fuera modelo para quien buscaba un camino de perfección, desde la convicción de que toda auténtica reforma personal y eclesial pasa por reproducir cada vez mejor en nosotros la «forma» de Cristo (cf. Gal 4,19). No fue otro el empeño de la Santa ni el de sus hijas. Tampoco fue otro el de sus hijos carmelitas, que no trataban sino de «ir muy adelante en todas las virtudes» (V 31,18).

En este sentido, Teresa escribe: «Precia más nuestro Señor] un alma que por nuestra industria y oración le ganásemos mediante su misericordia, que todos los servicios que le podemos hacer» (F 1,7). Ante el olvido de Dios, la Santa Doctora alienta comunidades orantes, que arropen con su fervor a los que proclaman por doquier el Nombre de Cristo, que supliquen por las necesidades de la Iglesia, que lleven al corazón del Salvador el clamor de todos los pueblos.

4. También hoy, como en el siglo xvi, y entre rápidas transformaciones, es preciso que la plegaria confiada sea el alma del apostolado, para que resuene con meridiana claridad y pujante dinamismo el mensaje redentor de Jesucristo. Es apremiante que la Palabra de vida vibre en las almas de forma armoniosa, con notas sonoras y atrayentes.

En esta apasionante tarea, el ejemplo de Teresa de Avila nos es de gran ayuda. Podemos afirmar que, en su momento, la Santa evangelizó sin tibiezas, con ardor nunca apagado, con métodos alejados de la inercia, con expresiones nimbadas de luz. Esto conserva toda su frescura en la encrucijada actual, que siente la urgencia de que los bautizados renueven su corazón a través de la oración personal, centrada también, siguiendo el dictado de la Mística abulense, en la contemplación de la Sacratísima Humanidad de Cristo como único camino para hallar la gloria de Dios (cf. V 22,1; 6M 7). Así se podrán formar familias auténticas, que descubran en el Evangelio el fuego de su hogar; comunidades cristianas vivas y unidas, cimentadas en Cristo como en su piedra angular y que tengan sed de una vida de servicio fraterno y generoso.

También es de desear que la plegaria incesante promueva el cultivo prioritario de la pastoral vocacional, subrayando peculiarmente la belleza de la vida consagrada, que hay que acompañar debidamente como tesoro que es de la Iglesia, como torrente de gracias, tanto en su dimensión activa como contemplativa.

La fuerza de Cristo conducirá igualmente a redoblar las iniciativas para que el pueblo de Dios recobre su vigor de la única forma posible: dando espacio en nuestro interior a los sentimientos del Señor Jesús (cf. Flp 2,5), buscando en toda circunstancia una vivencia radical de su Evangelio. Lo cual significa, ante todo, consentir que el Espíritu Santo nos haga amigos del Maestro y nos configure con El. También significa acoger en todo sus mandatos y adoptar en nosotros criterios tales como la humildad en la conducta, la renuncia a lo superfluo, el no hacer agravio a los demás o proceder con sencillez y mansedumbre de corazón. Así, quienes nos rodean, percibirán la alegría que nace de nuestra adhesión al Señor, y que no anteponemos nada a su amor, estando siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3,15) y viviendo, como Teresa de Jesús, en filial obediencia a nuestra Santa Madre la Iglesia.

 
5. A esa radicalidad y fidelidad nos invita hoy esta hija tan ilustre de la Diócesis de Avila. Acogiendo su hermoso legado, en esta hora de la historia, el Papa convoca a todos los miembros de esa Iglesia particular, pero de manera entrañable a los jóvenes, a tomar en serio la común vocación a la santidad. Siguiendo las huellas de Teresa de Jesús, permitidme que diga a quienes tienen el futuro por delante: Aspirad también vosotros a ser totalmente de Jesús, solo de Jesús y siempre de Jesús. No temáis decirle a Nuestro Señor, como ella: «Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?» (Poema 5). Y a El le pido que sepáis también responder a sus llamadas iluminados por la gracia divina, con «determinada determinación», para ofrecer «lo poquito» que haya en vosotros, confiando en que Dios nunca abandona a quienes lo dejan todo por su gloria (cf. C21,2; 1,2).

6. Santa Teresa supo honrar con gran devoción a la Santísima Virgen, a quien invocaba bajo el dulce nombre del Carmen. Bajo su amparo materno pongo los afanes apostólicos de la Iglesia en Avila, para que, rejuvenecida por el Espíritu Santo, halle los caminos oportunos para proclamar el Evangelio con entusiasmo y valentía.
Que María, Estrella de la evangelización, y su casto esposo san José intercedan para que aquella «estrella» que el Señor encendió en el universo, la Iglesia con la reforma teresiana siga irradiando el gran resplandor del amor y de la verdad de Cristo a todos los hombres.

Con este anhelo, Venerado Hermano en el Episcopad0 te envío este mensaje, que ruego hagas conocer a la grey encomendada a tus desvelos pastorales y muy especialmente a las queridas Carmelitas Descalzas del convento de San José, de Avila, que perpetúan en el tiempo el espíritu de su Fundadora, y de cuya ferviente oración por el Sucesor de Pedro tengo constancia agradecida. A ellas, a ti y a todos los fieles de Avila, imparto con afecto la Bendición Apostólica prenda de copiosos favores celestiales.

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EL AVE MARÍA. CARMELITAS PLASENCIA 14 Y 15 JULIO 2019)

 

Secuencia de Pentecostés: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo…

 

Hermanas Carmelitas de D. Benito: Este domingo último, 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, hemos celebrado la Jornada “pro orantibus”. Es un día dedicado, entre otras cosas, a que el pueblo cristiano, la Iglesia entera,  no digamos vosotras religiosas contemplativas, tome conciencia, valore y agradezca la presencia de la vida contemplativa. Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el concilio Vaticano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría». He aquí la naturaleza y esencia de vuestra vida consagrada.

La Jornada la hemos celebrado en este Año de la fe, convocado por el querido y recordado papa Benedicto XVI, que nos ha dejado un luminoso magisterio sobre la vida consagrada en general y sobre la vida contemplativa en particular. Ahora sigue amando y sirviendo a la Iglesia a través, como sabéis, de la plegaria y reflexión desde el retiro de la clausura. El nuevo sucesor de Pedro, el papa Francisco, ha retomado toda la programación del Año de la fe, para renovar a la Iglesia. Oremos para que Jesucristo, Pastor Supremo, le asista en el pastoreo de su Iglesia en el Año de la fe y en esta hora de nueva evangelización.

El lema de la Jornada de este año es: Centinelas de la oración. La palabra centinela evoca vigilancia. Los centinelas estaban apostados sobre los muros de las ciudades (cf. 2 Sam 18, 24; 2 Re 9, 17-20), en torres de vigilancia en el desierto o sobre las cumbres (cf. 2 Crón 20, 24; Jer 31, 6). El propio Dios es descrito en ocasiones como centinela o guardián de su pueblo (cf. Sal 127, 1), siempre preocupado por la seguridad y protección de los suyos (cf. Sal 121, 4ss). El salmista suplica al Señor su misericordia y espera en su palabra «más que el centinela la aurora» (Sal 130, 6).

Las personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo (cf. Mt 25, 1-13) con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial.

El Catecismo de la Iglesia Católica habla abundantemente de la oración contemplativa (nn. 2709-2724). Elijo este número significativo:«La oración contemplativa es silencio, este “símbolo del mundo venidero” o “amor [...J silencioso”. Las palabras de la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús» (CEC, 2717).

Nuestros monasterios son un oasis de silencio orante y elocuente. Son escuela de oración profunda bajo la acción del Espíritu Santo. Son espacios dedicados a la escucha atenta del Espíritu Santo, fuente perenne de vida, que colma el corazón con la íntima certeza de haber sido fundados para amar, alabar y servir.

Las personas contemplativas, como centinelas, apuntan siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades «no visibles» (cf. 2 Cor 4, 18), representan una llamada providencial a vivir la vocación
de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino.

A mi parroquia le ha correspondido este año dirigir la oración por las vocaciones que todos los domingos, de 5 a 7 celebramos en el convento de las Capuchinas de Plasencia. Y yo les decía a todos: En esta Jornada “pro orantibus” es justo y necesario que recemos por las personas contemplativas, que volvamos la mirada y el corazón a sus monasterios y pidamos por sus intenciones. Sin duda, sus intenciones van encaminadas a la permanencia en la fidelidad siempre renovada de todos sus miembros en la vocación recibida y al aumento de vocaciones en esta forma de consagración.

Como un signo de gratitud, ayudemos también económicamente a los monasterios en sus necesidades materiales. Sabemos que las monjas y monjes son personas que por su habitual silencio y discreción no suelen pedir; pero son bien acreedoras a nuestras limosnas y generosidad, y nos pagarán con creces, alcanzándonos del Señor gracias y bendiciones de mucho más valor.

Que la santísima Virgen María, primera consagrada al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo, maestra de contemplación y centinela orante que dio a luz al Sol de justicia, Cristo nuestro Salvador, cuide y proteja a todas las personas contemplativas. ¡Feliz Jornada de la vida contemplativa en el Año de la fe! ¡Felices y bienaventuradas vosotras, hermanas carmelitas, que de una fe viva habéis elegido la mejor parte, como María, para estar siempre junto al Señor, pidiendo y salvando a este mundo!

 

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  Queridas hermanas Carmelitas: Pasamos ahora a un segundo punto de nuestra meditación. En el primero he querido expresar brevemente en qué consiste la vida consagrada, cual es su ser e identidad, su naturaleza. Ahora quiero decir algo de sus fundamentos, lo que sostiene y alimenta esta vida consagrada contemplativa, la vida de clausura. Y uno de estos elementos, para mí esencial e imprescindible, es la oración. Preguntárselo a vuestra fundadora, la Madre Teresa de Jesús. Y no solo para la vida consagrada contemplativa, para monjas y monjes, sino para todo creyente. De esto, como sabéis, siguiendo a vuestros grandes maestros Teresa y Juan de la Cruz, tengo bastante escrito y hablado, también a vosotras. Tengo varios libros publicados, que también tenéis.

En la vida cristiana, si es vida y no mera práctica o rutina, un fundamento de la vida de todo creyente, es la oración,  la relación, la comunicación, el diálogo con el Dios que nos salva. Sin este cimiento fuerte de la oración, todo el edificio de la vida cristiana no puede construirse ni llegar hasta las alturas del amor de Dios ni mantenerse en pie cuando sobreviene la prueba; sin la oración no hay alimento para el cristiano; sin la oración la fe se muere, porque la oración es la respiración del alma, y si uno no respira, se muere.

La oración nos da la posibilidad de tratar de amistad con quien bien sabemos que nos ama, << que no es otra cosa oración… >>,nos permite sabernos amados por Dios incluso en los momentos más difíciles de la existencia; quien reza sabe que nunca está totalmente solo. Sobre esta materia, con leer y meditar a vuestra madre Teresa, ya tenéis la mejor maestra. Y si añadís a S. Juan de la Cruz, todo completo. Pero ojo, que si hablo de vida contemplativa, la oración tiene que ser también contemplativa, estáis llamadas a subir por esta montaña de la oración hasta la cumbre del Tabor. (hablar un poco de oración y conversión).La oración contemplativa supone años de purificación y noches de espíritu. No basta la meditativa o discursiva…

El papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos invita a ser hombres y mujeres de oración, a rezar intercediendo unos por otros ante el Señor. Nos anima a recorrer un camino juntos, un camino de fraternidad, de amor, de confianza...; un camino que se hace orando y una oración que se convierte en vida de comunidad y fraternidad, superando egoísmos, se convierte en bendición, consuelo, fortaleza, compañía, sentirse amada por Dios y las hermanas.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él habitualmente. Si él no hay vida ni fraternidad contemplativa. La oración es su identidad, su ministerio, su misión, su apostolado, su entrega, su ofrenda, su modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es tarea esencial en la vida monástica, principio y fundamento, gozo y combate, don y tarea, gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente. Nuestros hermanos contemplativos son centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad.
       Ellos y ellas permanecen en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. Él ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido la vida con el gozo de la alabanza y ha colocado la existencia en la comunión de los santos. Él ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor y a la intercesión gratuita y generosa por todos los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado el corazón más que nada y más que nadie. Pero siempre unidos, en oración y caridad permanente, si oración nos hay caridad trinitaria, tres en una misma vida, no hay fraternidad contemplativa, porque la oración se hace vida fraternal y comunidad contemplativa, y la vida conventual se hace oración diaria, encendida y permanente. Si no hay vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno.

Con la vivencia fiel de la propia vocación contemplativa, los monjes y monjas de todos los monasterios son también Iglesia que camina hacia la patria celeste, y ofrecen lo mejor de sí mismos para hablar a Dios de los hombres y llevar a los hombres a Dios.

«El papa Francisco es, sin duda, quien hoy nos recuerda de un modo más autorizado la necesidad de la oración en nuestra vocación y vida personal y para el éxito apostólico de la nueva evangelización. Agradecemos su oración, nos dice el Papa, de modo especial, a las comunidades contemplativas; la oración incesante de tantas comunidades ante Jesús sacramentado; Les encomendamos de nuevo a todos que oren por el papa y por la Iglesia; que oren por los gobernantes y por los que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica; que oren por la unidad y la concordia en nuestra patria y por la paz en el mundo entero»

¡Gracias, Santo Padre Francisco! Gracias por recordarnos que la oración ocupa un lugar absolutamente central en la vida del cristiano y sobre todo de los consagrados y consagradas contemplativas, y que solo caminando por esta senda segura llegaremos a la tierra que mana leche y miel, tierra nutricia del amor a Dios y el amor al prójimo, a la verdadera fraternidad y unidad en Cristo, a la comunidad de hermanas ungidas del mismo amor de Dios Trino y Uno, de Dios familia reflejado en la familia de carmelitas. Gracias a Dios y a la Iglesia por la vida y la vocación de tantos hermanos y hermanas que, entregados a la contemplación y a la alabanza, interceden con su oración y adelantan la vida del Cielo, haciéndola posible ya en esta tierra.

La Virgen María, Madre de los contemplativos y maestra de contemplación, es la primera centinela de oración, templo y sagrario de la Santísima Trinidad, maestra de oración contemplativa, esperando cada día la venida del Espíritu de Amor, del Espíritu Santo que nos une en el mismo abrazo y espíritu de Cristo resucitado, como a los Apóstoles en el cenáculo. María, asunta al Cielo, nos precede, nos acompaña, nos sostiene, nos conduce, y nos espera. Como esperó, y llamó y reunió a los apóstoles en el Cenáculo.

Qué importantes son el Espíritu Santo y María en nuestra vida cristiana, sobre todo en la vida contemplativa. Así lo pidió el Señor al Padre en el primer pentecostés, para que viniera el Espíritu Santo sobre los Apóstoles de entonces y de todos los tiempos, pero siempre reunidos con María y en oración. Espíritu Santo, María, la oración diaria, he aquí los elementos esenciales y constitutivos de la vida de consagradas contemplativa, y de todo cristiano, especialmente sacerdotes y consagrados.

Yo todo se lo debo al Espíritu Santo. Estoy tan convencido y lo he experimentado tanta veces en mi vida personal, que digo muchas veces: yo solo quiero estar enchufado con el Espíritu Santo, con el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, meterme en ese abrazo y beso divino y eterno. Porque Él me trae a toda la Trinidad a mi alma y allí la adoro y la amo. Por eso, al terminar mi oración todos los días, mi lema es: Semper vivens in Trinitate cum Maria  in vitam aeternam. Y comienzo el día orando así: En el nombre del Padre que me soñó, que me creó, que

Como es tan importante el Espíritu Santo en nuestra vida, sobre todo, de clausura, de contemplativas, y como acabamos de vivir el primer Pentecostés de los Apóstoles reunidos con María,  recordamos un poco la escena, para meditarla, interiorizarla y vivirla, para vivir la fe y el amor a Dios y a los hermanos, para ser apóstoles de Cristo, de un Dios amor. Y, para eso, la oración, sobre todo, la oración contemplativa, etapa última teresiana y sanjuanistas, de vosotras todas carmelitas, para llegar a la unión total y transformación en Trinidad, como vuestra hermana carmelita, Sor Isabel de la Trinidad, ya Venerable, pero para mí Sor Isabel de la Trinidad, porque así la conocí y la llamé y la recé de joven en el seminario, y así será toda la vida hasta que me hunda para siempre en la intimidad y esencia divina, como ella.

Ya diremos algo de ella al final, pero antes, meditemos en la necesidad del Espíritu Santo como director y guía de nuestra oración contemplativa, de nuestras vidas de consagradas, de nuestro apostolado y misión en la Iglesia, de la vida de nuestras almas, del que tenemos necesidad absoluta, para llegar a la verdad completa, como los Apóstoles, como nos dice el Señor, en el evangelio.

 

“Porque os he dicho estas cosas…

 

Queridos hermanos, acabamos de celebrar hace dos domingos Pentecostés, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos en oración con María? Primero, reunirnos con ella en oración estos días y siempre, todos los días. Luego pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó; y finalmente, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción, intercesión, apostolado, por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, llenarse de pensamientos y fuerzas cada día para seguir trabajando en ofrenda permanente.

La oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre amor, encuentro, gracia eficaz de unión con Dios, fuerza de su Espíritu para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar, a rezar, a bautizar, a pastorear las ovejas, pero desde el amor, primero contemplativo, y luego activo: “Pedro, ¿me amas? ... apacienta a mis ovejas”. El Señor llama a los apóstoles a esta con Él y luego enviarlos a predicar. Es algo que no debiéramos olvidar nunca, sobre todo los sacerdotes. Mis libros…

Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Que por este retiro y por la oración que hacemos empiece a estar más intensamente en todos nosotros. Dice Santo Tomas de Aquino: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia… Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida» (I, q 43, a6).

¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo todos estos días, reunidos con María y la Iglesia, en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “y el viento nadie sabe de donde viene ni a dónde va...”

       Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con María en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo. Primero y siempre orar, orar, orar, pero como los apóstoles, estando reunidos y unidos en el Cenáculo, en el convento, perdonándos, ayudándoos, convirtiendo en vida y comunidad vuestra oración personal y conventual…

El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, palabras y gestos hirientes, envidias, críticas, murmuraciones… en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios y el amor al prójimo; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es? Egoísmo, amor propio, amor a uno mismo, ceder al demonio el poder..

 

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CUARTA MEDITACIÓN: Es tiempo de caminar con Teresa: Homilía del cardenal Ricardo Blázquez Pérez Ávila ( Año Jubilar Teresiano (24-4-20 15)

 

QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS: Vamos a seguir meditando sobre nuestra madre, santa Teresa, que  en sus tiempos recios se desvivió por forjar amigos fuertes de Dios. Su intercesión nos alienta en nuestra situación que reclama ante los desafíos pastorales del mundo actual una disponibilidad decidida y alegre para continuar el camino a que ella nos invitó en Alba de Tormes a punto de morir: «Es tiempo de caminar».

((Don Alonso Sánchez de Cepeda anotó el momento del nacimiento de su hija: «En miércoles veinte y ocho días del mes de marzo de quinientos e quince años nasció Teresa, mifija, a las cinco horas de la mañana, media hora más o menos, que fue el dicho miércoles casi amaneciendo».

Teresa nació al rayar el día, el miércoles de Pasión, casi en el umbral de la celebración de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En tiempo pascual, junto a la cuna de Teresa de a Jesús nos abrimos a la esperanza viva a que hemos renacido por la resurrección de Jesucristo (cf. 1 Pe 1, 3))).


1. Dios nos ha hecho felices con el regalo de santa Teresa

      

       «Dios ha amado a todo hombre por sí mismo» (Gaudium et spes 24); ha creado al ser humano, varón o mujer, a su imagen y semejanza y destinado a ser su hijo. Toda persona es un regalo de Dios. Nos debemos, como reconocimiento de esta dignidad, mutuo respeto, servicio y gratitud.

       Santa Teresa es un don excelente de Dios a la humanidad. Su persona, su vida y misión nos han enriquecido a todos. Felicitándonos, hacemos fiesta al cumplir Teresa de Ahumada no solo años sino también siglos. Con el nacimiento de santa Teresa Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres; bendecimos a Dios y nos felicitamos nosotros.

       Ella vive eternamente feliz en la presencia de Dios. La memoria de Teresa está viva también entre nosotros; el paso del tiempo no la ha relegado al olvido, como a la mayor parte de los mortales. Las celebraciones del V Centenario fueron una ocasión para que su memoria que pervive en la Iglesia y en la humanidad se reanime, se enardezca y se convierta en gratitud y en docilidad a su insigne magisterio.

Nos ha dejado una herencia preciosa: Su vida y su alma que hallamos en sus escritos; sus hijas e hijos en quienes tomó cuerpo y forma su obra reformadora; sus obras escritas en admirable español que son libro vivo, y no solo narración o doctrina.

       La generosidad de Dios, que pronto acogió personalmente Teresa sin reservas, fue y continúa siendo un servicio inestimable al Evangelio, a la Iglesia y a la humanidad. Lo recibido de Dios se hizo en Teresa misión fecunda. En su vida brilla tanto la gracia espléndida de Dios como su entrega generosa al Señor.

       Ella «muy amiga de letras» y atenta a las personas que, en la comunión de la Iglesia, le hablaban de Dios con conocimiento teológico y con experiencia espiritual  agradeció a lo largo de su vida y en el cumplimiento de su misión los carismas existentes en la Iglesia.

Jesús mismo consolaría a Teresa ofreciéndose como Libro vivo: «No tengas pena, que yo te daré libro vivo» (cf Vida 26, 5), porque Él es en persona la Palabra, el Amor, la Verdad y la Imagen de Dios.

Pues bien, además de aprender Teresa leyendo el libro vivo que es Jesucristo, se convirtió ella para nosotros en libro donde palpita la vida. La experiencia de fray Luis de León, que editó por primera vez en Salamanca el año 1588 las Obras de Santa Teresa, a quien no había conocido personalmente, pero la hallaba viva en sus hijas y en sus escritos, la podemos tener nosotros.

En sus escritos no solo cuenta y enseña, sino también oímos su oración, nos impacta su testimonio y nos alienta en el camino de Dios. Con su pluma comunica tantas cosas y se comunica personalmente.


2. El encuentro con Jesús sacó a Teresa del cansancio al camino. Nos ha advertido Teresa, contando lo que a ella le ocurrió, del peligro de la mediocridad. Ha experimentado la insatisfacción profunda, la fatiga, el marasmo, el descontento por su vida indecisa entre la entrega de Dios y la atracción del mundo. Durante un tiempo caminó como entre dos aguas, picoteando, ni estaba sentada a la mesa de Dios ni a la del mundo. Cuando estaba en un lugar ansiaba el otro y viceversa. Estaba cansada porque «coqueteaba con la mundanidad espiritual» (Papa Francisco en la misa crismal).

Vivió un tiempo sin hallar el eje de su vida ni el centro unificador. La vida desganada, cansina, desmotivada, mediocre, sin pasión por Dios y por el Evangelio deja el corazón triste y vacío. Ir tirando, matar el tiempo, es desperdiciar la fuerza de la vida, produce pena y compasión.

La insatisfacción y descontento en Teresa, mujer orante por vocación, se manifestaban en la oración descuidada. En la experiencia de Teresa, que ella vivió algún tiempo y expresó con claridad, podemos vernos corregidos, identificados y determinados al sí decidido a Dios.

El encuentro personal con Jesucristo cambió radicalmente su vida. Dios la esperaba en una imagen de un Cristo muy llagado que la hizo pasar de la representación al Cristo real. Ella describió la impresión que le produjo: «Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá, a guardar, que se había buscado para una cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal; porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle» (Vida 9, 1). La imagen de Cristo quedó como esculpida en el alma de Teresa; nunca pudo olvidarla.

Este estremecimiento de todo su ser fue para Teresa como una conversión. La conversión de María Magdalena y de san Agustín le proporcionaron la clave para interpretar lo acontecido. El encuentro con Jesucristo va a cambiar su vida y le va a descubrir el lugar y el sentido de Jesucristo en nuestra relación con Dios: es el Hijo encarnado, la Palabra única, la sacratísima humanidad, el Amigo que nunca falla, el Camino para encontrar al Padre, la puerta de la salvación y de la revelación. Ella está tan segura en la mediación insustituible de Jesús en todo el itinerario del hombre a Dios que se siente capaz de defender esta convicción cristiana incluso con teólogos.

El cambio experimentado por Teresa fue como el amanecer de un tiempo nuevo. Ha cambiado el horizonte de su vida. Pasó del cansancio por no hacer nada a la dedicación incondicional en medio de trabajos, persecuciones, viajes, incertidumbres; como Pablo describió sus trabajos por el Evangelio (cf. 2 Cor 11, 23-33), pudo Teresa en sus Cartas y Fundaciones informar de los propios. Si antes estaba desganada para todo, ahora el celo por la gloria de Dios y la salvación de los hombres le quema el alma. A veces nuestros cansancios proceden no de los trabajos sino de las inapetencias. «Solo el amor descansa» (Papa Francisco).

Hemos escuchado en la primera lectura uno de los relatos de la conversión de Saulo (Hch 9, 1-20; cf. 22, 5-16 y 26, 9-18). De celoso perseguidor del Camino, es decir, de la comunidad de discípulos del Señor, se convirtió por el encuentro con Jesús mientras caminaba, en ardiente evangelizador, elegido para ser mensajero del Nombre del Señor ante los paganos.

Teresa, después del encuentro con el Cristo muy llagado mostró también una disponibilidad sin reservas: «Vuestra soy, para Vos nací./ ¿Qué mandáis hacer de mí?». San Pablo que traía siempre en sus labios y en su vida a Jesucristo fue para Teresa un ejemplo luminoso. Leamos también en esta clave las Confesiones de san Agustín.

En las páginas escritas por Teresa el amor a Jesucristo, la pasión por la verdad, el celo por cumplir la misión recibida, la radicación en la humildad son conmovedoras. En ella nada es mortecino ni apagado. Si no tomamos la vida en su peso y en su desafío, no hallaremos la felicidad; no tendremos realmente vigor y esperanza para vivir, para trabajar, para sufrir, para morir. Es penoso arrastrar la carga diaria sin una fuente interior que refresque, purifique, ilumine, fortalezca y haga fecunda la vida.

Teresa pudo enseñarnos el deseo apasionado del encuentro con el Señor porque experimentó el vacio de su pérdida. El abismo del vacío se mide a la luz de la plenitud y viceversa. A nuestra generación nos dice Teresa que el malestar de nuestra cultura tiene que ver con el desconocimiento de Dios.


3. Maduración de santa Teresa a través de la oración.

El trato personal y amigable con Dios va conduciendo a Teresa. «En la oración el Señor da luz para entender las verdades» (Fundaciones, 10, 13). En ella el amor de Dios ha sacado amor. Siente algo inefable que se le torna irresistible: Dios la castiga con mercedes, es decir, a nuestra mezquindad el Señor responde con signos mayores de misericordia. Quizá tengamos la sensación de pensar que Teresa exagera cuando pondera sus pecados; pero nuestra inclinación a tal sospecha puede manifestar probablemente tanto el desconocimiento del sentido del pecado como el gozo del perdón y de la comunión con Dios.

       Si desde esta perspectiva volvemos la mirada a la parábola del «hijo pródigo» o del «padre bueno», podemos quizá concluir humanamente que en estricto derecho y rigurosa justicia el hijo mayor de la parábola tenía razón; pero el Padre bueno tenía razones en su corazón para restituir con el gozo desbordante de la fiesta al pródigo en la condición de hijo; y al hermano mayor, cumplidor y justiciero, el Padre le recuerda la satisfacción de estar siempre con él viviendo en su casa.

       En el «perdón» se ofrece un don reduplicativo. Dios mismo se hace nuevamente gracia para el pecador, que por su abundante misericordia desborda las relaciones de justicia rotas para abrir al perdonado a un futuro insospechado de esperanza y de paz.

Teresa es una monja contemplativa, a quien la Iglesia le ha reconocido el título de doctora, ser maestra de oración. (cf. Pablo VI declaró a santa Teresa doctora de la Iglesia el día 27 de septiembre de 1970). La figura de Teresa es poliédrica, ya que desde muchos lados puede ser admirada; pero el centro de su vida y misión es la oración cristiana.

Su vocación fue la oración y su misión consistió en enseñar, escribir, fundar, recorrer caminos, testificar lo que la oración significa en el seguimiento de Jesús. La oración se sitúa en el dinamismo de seguimiento del Señor, y nos introduce en el misterio vivificador de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Jesús enseñó a sus discípulos a orar, mostrando su especificidad en relación con la oración de los fariseos, de Juan el Bautista o de los paganos. En cuanto cristianos oramos a Dios como nuestro «Abbá>, por medio de Jesucristo su Hijo, en el Espíritu Santo. Porque Dios es nuestro Padre, la oración que nos enseñó el Señor se dirige confiadamente al Padre en el ámbito de la fraternidad. No podemos rezar «Padre nuestro» desconfiando de Dios ni enemistados entre nosotros.


4. Oración y amor. La oración auténticamente cristiana alimenta el amor de Dios y de los hermanos. Un buen conocedor de santa Teresa ha escrito a propósito de las Moradas del Castillo interior, obra cumbre de la literatura mística, «es un libro de oración que enseña a amar». La oración debe fructificar en buenas obras; no es un ensimismamiento autocomplaciente. La oración no es una ocupación de aristócratas del espíritu, sino necesidad de los indigentes que buscan a Dios. El test de la auténtica oración no es la alta elucubración del pensamiento ni la sensibilidad de los sentimientos, sino el amor humilde y servicial. La sustancia de la perfecta oración «no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones 5, 2) «Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras» (Séptimas Moradas 4, 6).

       ¿No necesitamos, como santa Teresa en su tiempo, rescatar la palabra amor de las realidades que le han robado el nombre? «Habíase de poder encubrir un amor tan fuerte como el de Dios, fundado sobre tal cimiento, teniendo tanto qué amar y tantas causas por qué amar? En fin, es amor y merece este nombre, que hurtado se le deben tener acá las vanidades del mundo» (Camino de Perfección).

¿Es amor genuino lo que llamamos amor? El amor verdadero se mide por la capacidad de sufrimiento real a la persona amada. Pues bien, de la hondura de la comunicación con Dios en la oración paciente, confiada y humilde brota incesantemente el amor verdadero en un proceso constante de purificación y de transparencia.

¡A cuántas personas pacientes y sencillas el amor las ha hecho serenas, gozosas y transparentes! «Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos ocupemos en la oración; no queramos ir por camino no andado, que nos perdamos al mejor tiempo; y sería bien nuevo pensar tener estas mercedes de Dios por otro que el que El fue y han sido todos sus santos; no nos pase por pensamiento. Creedme que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor» (Séptimas Moradas, 4, 12).

El amor es el fundamento de la persona y de la comunidad. La unidad en la comunidad, si arraiga en la humildad, venciendo la vanagloria, será sólida. El orgullo dispersa; la humildad unifica en fraternidad. Son palabras las siguientes de Pablo: «Dadme esta alegría: Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (Flp 2, 2-4).

Esta forma de comportamiento se fundamenta en Cristo modelo de vida. El amor, que tiene su origen en Dios que nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 19), en Jesucristo que nos amó hasta la cruz (cf. Jn 13, 1) y en su Espíritu que lo derrama en nuestros corazones (cf. Rom 5, 5) es la fuerza unificadora de las comunidades fundadas por Teresa de Jesús. El amor humilde, pobre, paciente y alegre caracteriza el estilo de vida del Carmelo teresiano.

 

5. Oración apostólica

 

La oración en santa Teresa, a la que inicia a sus hermanas, es oración apostólica. No hay en la reforma de Teresa compartimentos estancos: por una parte la vida contemplativa, simbolizada por María, y por otra la vida activa, significada por Marta. Para Teresa las dos hermanas deben andar unidas.

Oración y actividad evangelizadora se alimentan mutuamente en el corazón de la Iglesia. El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia a una etapa nueva de evangelización partiendo del encuentro con Jesucristo, que derrama gozo en la vida y el corazón de sus fieles y los envía bajo el signo de la alegría a evangelizar, a llevar buenas noticias con la palabra, las obras y la vida a todas las periferias del mundo. Justamente en esta onda emitía también santa Teresa.

La oración, que cultiva el encuentro con el Señor, debe traducirse en el dinamismo apostólico para llevar a todos la noticia de que Dios nos quiere y de que lejos de Dios nos desviamos y vagamos sin sentido. Nuestro Señor Jesucristo se hace presente entre nosotros, ya que estamos reunidos en su nombre y para cumplir su encargo. Nos ha hablado como amigos en la Palabra proclamada. En la comunión sacramental será nuestra «verdadera comida» y nuestra «verdadera bebida» (cf. Jn 6, 52-59).

La corriente de vida eterna que procede del Padre llega hasta nosotros a través de Jesús su Hijo, entregado por nosotros y resucitado que no vuelve a morir. El es el Pan de la vida eterna. En la casa de Teresa de Jesús todo lo relacionado con Jesús de Teresa tiene una particular resonancia en nosotros.

 

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Oración, Jesucristo y vida comunitaria: ejes de santa Teresa de Jesús. Mensaje del Papa Francisco al padre Saverio Cannistrá, prepósito general de la Orden de los Hermanos Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, con ocasión de la fecha exacta del 500 aniversario del nacimiento en la ciudad de Ávila de santa Teresa de Jesús (28-3-20 15).

 

Querido hermano: Al cumplirse los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo —religiosas, religiosos y seglares— por el carisma de esta mujer excepcional.

       Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir «la chispa inspiradora» que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades. (cf. Carta a los Consagrados, 21 noviembre 2014).

¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!


1. Santa Teresa es, sobre todo, maestra de oración. En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir su experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en «tratar de amistad con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo.

       La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: «Cosa recia sería que solo en los rincones se pudiera traer oración» (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.

Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.


2. A partir de su encuentro con Jesucristo, santa Teresa vivió «otra vida»; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida, 23, 1). Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió —dice ella— «hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo» (Camino 1, 2).

Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando «con Dios negocios de poca importancia» cuando estaba «ardiendo el mundo» (Camino 1, 5). Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo. Como hizo entonces, también hoy la santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.

 
3. Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria.

 

Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la-fraternidad: «Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar» (Camino 4, 7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste «todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo» (Camino 12, 2) y poner cuanto somos al servicio de los demás.

Para evitar este riesgo, la santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28).

Lo contrario es lo que ella llama la «negra honra» (Vida 31, 23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia - misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.

Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.

Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia. Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.

 

 

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«Hoy mi corazón está en Ávila» Carta del Papa Francisco a monseñor Jesús García Burillo, obispo de Ávila, con ocasión de la fecha exacta del 500 aniversario del nacimiento en la ciudad de Ávila de santa Teresa de Jesús (28-3-2015)

 

Querido hermano:Hoy mi corazón está en Ávila, donde - hace quinientos años nació Teresa de Jesús. Pero no puedo olvidar tantos otros lugares que conservan su memoria, por los que pasó con sus sandalias desgastadas recorriendo caminos polvorientos: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana, Salamanca, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada, Burgos y Alba de Tormes.

Además, la huella de esta preclara Reformadora sigue viva en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo. Sus hijos e hijas en el Carmelo mantienen ardiente la luz renovadora que la santa encendió para bien de toda la Iglesia.

A esta insigne «maestra de espirituales», mi predecesor, el beato Pablo VI, tuvo el inédito gesto de conferirle el título de doctora de la Iglesia. ¡La primera mujer doctora de la Iglesia! Ella nos muestra al vivo lo secreto de Dios, donde entró «por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios» (Homilía en la Declaración del doctorado de santa Teresa, 27 septiembre 1970: AAS [1970] 592).

Nada de esto ha perdido su vigencia. Contemplación y acción siguen siendo su legado paralos cristianos del siglo xxi. Por eso, cuánto me gustaría que pudiéramos hablar con ella, tenerla delante y preguntarle tantas cosas. Siglos después, su testimonio y sus palabras nos alientan a todos a adentramos en nuestro castillo interior y a salir fuera, a «hacerse espaldas unos a otros... para ir adelante» (Vida 7, 22). Sí, entrar en Dios y salir con su amor a servir a los hermanos. A esto «convida el Señor a todos» (Camino 19, 15), sea cual sea nuestra condición y el lugar que ocupemos en la Iglesia (cf. Camino 5, 5).

¿Cómo ser contemplativos en la acción? ¿Qué consejos nos das tú, Teresa, hoy? En la hora presente, sus primeros interlocutores serían los religiosos y las religiosas, a los que la santa animaría a comprometerse sin ambages: «No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (Camino 1, 5), les decía a sus monjas.

Ella hoy nos saca de la autorreferencialidad y nos impulsa a ser consagrados «en salida», con un modo de vida austero, sin «encapotamientos» ni amarguras: «No os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno» (Camino 41, 5).

En este Año de la Vida Consagrada, nos enseña a ir a lo fundamental, a no dejarle a Cristo las migajas de nuestro tiempo o de nuestra alma, sino a llevarlo todo a ese amistoso coloquio con el Señor, «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5).

¿Y sobre los sacerdotes? Santa Teresa diría abiertamente: no los olviden en su oración. Sabemos bien que para ella fueron apoyo, luz y guía. Consciente como era de la importancia de la predicación para la fe de las gentes más sencillas,
valoraba a los presbíteros y, «si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba» (Vida 8, 12). Pero, sobre todo, la santa oraba por ellos y pedía a sus monjas que estuvieran «todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y los predicadores y letrados que la defienden» (Camino 1,2).

Qué hermoso sería que la imitáramos rezando infatigablemente por los ministros del Evangelio, para que no se apague en ellos el entusiasmo ni el fuego del amor divino y se entreguen del todo a Cristo y a su Iglesia, de modo que sean para los demás brújula, bálsamo, acicate y consuelo, como lo fueron para ella. Que la plegaria y la cercanía de los Carmelos acompañen siempre a los sacerdotes en el ejercicio del ministerio pastoral.

¿Y a los laicos? ¿Y a las familias, que en este año tan presentes están en el corazón de la Iglesia? Teresa fue hija de padres piadosos y honrados. A ellos dedica unas palabras elogiosas apenas comienza el Libro de la Vida: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena» (1, 1).

De joven, cuando aún era «enemiguísima de ser monja» (Vida 2, 8), se planteó seguir el camino del matrimonio, como las chicas de su edad. Fueron muchos y buenos los laicos con los que la santa trató y que le facilitaron sus fundaciones: Francisco de Salcedo, el «caballero santo», su amiga Guiomar de Ulloa o Antonio Gaytán, a quien le escribe alabando su estado y pidiéndole que se alegre por ello (cf. Carta 386 2).

Necesitamos hoy hombres y mujeres como ellos, que tengan amor a la Iglesia, que colaboren con ella en su apostolado, que no sean solo destinatarios del Evangelio sino discípulos y misioneros de la divina Palabra. Hay ambientes a los que solo ellos pueden llevar el mensaje de salvación, como fermento de una sociedad más justa y solidaria. Santa Teresa sigue invitando a los cristianos de hoy a sumarse a la causa del Reino de Dios y a formar hogares donde Cristo sea la roca en la que se apoyen y la meta que corone sus anhelos.

¿Y a los jóvenes? Mujer inquieta, vivió su juventud con la alegría propia de esta etapa de la vida. Nunca perdió ese espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que «tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes» (Camino 16, 12).

Esa confianza en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en sí misma con tal de amar al prójimo: «Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (Vida 15, 5). Así puso de manifiesto que miedo y juventud no se casan.

Que el ejemplo de la Santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue «el ánima y el ánimo» (Camino 41,8). Sobre todo, cuando descubran que merece la pena seguir a Cristo de por vida, como lo hicieron aquellas primeras monjas Carmelitas Descalzas que, en medio de no pocas contrariedades, abrieron las puertas del primer «palomarcico», un 24 de agosto de 1562.

De la mano de Teresa, los jóvenes tendrán valor para huir de la mediocridad y la tibieza y albergar en su alma grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejores causas. Me parece oírla ahora advertirles con su gracejo que si no tienen altas miras serán como «sapos», que caminan lenta y rastreramente, y se contentarán con «solo cazar lagartijas», dando importancia a minucias en lugar de a las cosas que cuentan de verdad (cf. Vida 13, 3).

Y, de modo especial, ruego a santa Teresa que nos regale la devoción y el fervor que ella tenía a san José. Harto bien harían los que pasan por la prueba del dolor, la enfermedad, la soledad, quienes se sienten agobiados o entristecidos recurrieran a este insigne Patriarca con el amor y la confianza con que lo hacía la santa.

Te confieso, querido hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y problemas y, como ella, «no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer... A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra —que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar—, así en el cielo hace cuanto le pide» (Vida 6,6). «Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles... Muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder», dice una antigua oración inspirada en la experiencia de la santa.

Querido hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí y mi servicio al santo Pueblo fiel de Dios. Por mi parte, encomiendo a cuantos celebran este y Centenario a la intercesión de santa Teresa, para que alcance del cielo todo lo que necesiten para ser de Jesús, como ella, y con la experiencia de su amor, puedan construir una sociedad mejor, en donde nadie quede excluido y se promueva la cultura del encuentro, del diálogo, de la reconciliación y la paz.


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Este es un artículo muy interesante de Maximiliano Herraíz donde habla de la oración y apostolado en Santa teresa. Es apto para charlas y meditaciones sobre el tema. Va en negrilla lo que considero más importante que es la parte final: Unidad de vida y Conclusión, porque lo resume todo. Ver libro doñnde lo tengo mejor subrayado.

 

       Con el convencimiento de que su palabra puede satisfacer globalmente a todos, quiero añadir unos conceptos previos a una lectura comprensiva de la palabra de la Doctora Mística y a un acercamiento de las posiciones que se debaten.

Y lo primero que quiero expresar es que el amor a Cristo es lo único que cuenta, como expresión de la  experiencia profunda de la fe y superación de toda dialéctica entre las formas en que se pueda y se deba expresar el amor. Y por oración entiendo ahora los tiempos dedicados directamente a Dios, al «trato» con Él en la soledad personal o en comunidad con los hermanos en la fe;  y por apostolado entiendo el servicio activo y significativo a los hombres. Pues bien, me apresuro a decir que en Teresa no hay contrariedad, ni oposición y, ni siquiera, hablando con propiedad, primacía de una y subordinación de otra. No hay más dilema que amar o no amar. Ni hay más primacía que la del amor. Sólo el amor tiene valor absoluto.

Sólo el amor cuenta. «Sólo el amor es el que da valor a todas las cosas, y que sea tan grande que ninguna le estorbe a amar, es lo más necesario». Cuando se salva el amor, cualquier forma en que se exprese —oración o servicio apostólico— adquiere un valor pleno de expresión de la fe. Pero al mismo tiempo muestra su radical insuficiencia, porque ninguna expresión del amor se adecua completamente con el amor mismo. Este las desborda a todas.

De aquí que, el que verdaderamente ama o acepta al menos este planteamiento del amor, experimentará la exigencia interior de vivenciar su amor en el silencio contemplativo y en el servicio apostólico. No procederá por oposición excluyente, acción o contemplación, sino por integración amorosa, acción y contemplación. Un mismo amor, una idéntica fidelidad legitima estas dos expresiones complementarias, cada una de las cuales matiza y resalta más un aspecto de la vocación cristiana al amor: el cultual (oración), el compromiso (acción), inmanente uno al otro.

Tan íntimamente unidos están que no son separables en la realidad de la vida. Romperían la persona paralizando su crecimiento, desfigurando sustantivamente el ser cristiano. Pero puede, a nivel de expresión o signo y hasta de conciencia, tener uno preponderancia sobre otro, tanto en personas diversas, según vocación y carisma, o en la misma persona en distintos períodos de su proceso. Lo mismo puede decirse de la comunidad eclesial: puede darse una conciencia más viva de uno de estos elementos en un momento determinado de su historia.

Pero siempre será verdad que un contemplativo es activo, vive comprometidamente su existencia en la medida misma en que es contemplativo. Y que un apóstol es orante o deja de ser apóstol, testigo de Dios. Y esto, repito, aun cuando a nivel de signo, uno de los aspectos (oración o compromiso) quede muy en la penumbra porque el otro capitaliza y absorbe la atención vivencial de la persona o grupo.

Oración


La palabra teresiana sobre la oración en su relación al compromiso apostólico podemos desdoblarla en dos puntos para mayor claridad expositiva: como forja de apóstoles y como fuerza apostólica. Dos matices sumamente importantes para valorar todo el mensaje de Teresa definiendo la oración bajo el prisma del compromiso por la extensión y consolidación del Reino de Cristo.

 

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ORACIÓN, FORJA DE APÓSTOLES

(MAXIMILIANO HERRAIZ)

 

       Creer que la oración puede apartarnos de los hombres, la atención a Dios convertirse en desatención al hombre, es desconocer totalmente lo que es la oración y lo que implica encontrarse con el hombre.        Teresaes categórica: la oración nos descubre en toda su dimensión al hombre como destinatario de todo lo que Dios nos ha dado. Y, también, de todo lo que nos da en y por él.

Por el mismo hecho que es un adentramiento en el mundo íntimo de Dios, la oración se convierte en una fuerza de aproximación, de búsqueda y de servicio al hombre. El hombre sólo aparece como prójimo y hermano en el corazón de Dios. Y el movimiento de ayuda y donación, para ser auténtico y eficaz, arranca igualmente de Dios.

Porque la oración es trato de amistad, es comunión de vida, aceptación integral del Amigo. El «trato» con Dios desvela en toda su profundidad qué verdad es que Dios ama al hombre y, por consiguiente, desata unos dinamismos de entrega irrefrenables, dominadores. El orante, por lo mismo que amigo de Dios, entra en la corriente amorosa, inefable de Dios a todos.

Por eso, las fuerzas de donación que no desencadene la oración quedarán para siempre sepultadas, inertes en el corazón del hombre.

«Si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo» 2 De Dios, al hombre. Cree Teresa que es preciso asegurar el «ser de Dios» (pertenencia) para que el ser para el hombre adquiera todo su realismo y radicalidad y no se convierta en un peligro de desnaturalización del ser cristiano, concretamente en la línea del compromiso apostólico. Compromiso imposible si Dios no lo despierta, alimenta y corona. La identificación existencial del «ser de Dios» es la única manera de identificar cristianamente el ser para el hombre, dándole contenido. Haciéndole posible. Y poniéndole al abrigo de las asechanzas de los egoísmos explotadores o de los cansancios y agostamientos por falta de raíces sustentadoras.

       La oración es para servir. Es experiencia de servicio, de amor, de presencia a todos. En la oración verdadera crece la talla del hombre según las dimensiones de Dios mismo. Emplaza al orante ante el hermano. «Ande la verdad en vuestros corazones, como ha de andar por la meditación, y veréis claro el amor que somos obligadas a tener a los prójimos». En el contexto aparece luminosamente que el amor al prójimo exige en primerísimo lugar definirse a sí mismo con precisión, sin concesiones a la posible presión ambiental, con nitidez, sin contemporizar con la moda de turno. No trampear borrando o diluyendo los rasgos diferenciadores del propio ser, de la propia vocación. Cuanto más identificados vocacionalmente, más y mejor se ama al prójimo, mejor servicio se le presta. Lo contrario es «algarabía».

       La oración no es freno, sino un generador apostólico. La oración capacita y fortalece para el servicio. «No para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos ocupemos en la oración». Así lo ha experimentado en sí misma y así lo ha contemplado en personas de auténtica oración. «Yo lo miro con advertencia en algunas personas [...], que mientras más adelante están en esta oración y regalos de nuestro Señor, más acuden a las necesidades de los prójimos».

En esta clave nos presenta todo el proceso espiritual —proceso de ir siendo cristiano— descrito en el libro de las Moradas, cerrando la puerta a todo espiritualismo huero y dando cimiento y realismo al crecimiento espiritual expresado por ella en términos y categorías de oración. Se pregunta, «qué es el fin para que hace el Señor tantas mercedes».

Qué objetivo y finalidad persigue Dios con su comunicación de gracia. Cierto, dice Teresa, «no piense alguna que es para sólo regalar estas almas». No es Dios quien adormece y anestesia con sus gracias y «regalos». No hay otro «regalo» mayor «que darnos (Dios) vida que sea imitando a la que vivió su Hijo». Todos los dones de Dios son para entrar en comunión con el DON; todas las gracias, para vivir la GRACIA que es Jesús. Y he aquí la conclusión concreta y específica en que traduce esa «imitación» de la vida de Jesús: «Y así tengo por cierto que son estas mercedes para fortalecer nuestra flaqueza.., para poderle imitar en el mucho padecer».

       Una lectura atenta de las páginas que siguen nos convence que de lo que se trata es de fortalecernos para el servicio y el amor al hermano. La oración no nos lleva a escondernos y «no entender en otra cosa» que gozar en la soledad de Dios . La oración mete en el alma el tormento por los otros; el tormento del amor que crucifica todas las tendencias egoístas que anidan y se agazapan en el interior del hombre. «Para esto es la oración, hijas mías..., de que nazcan siempre obras, obras» 8

       Más fuerte e incisivamente dirá un poco después que «ser espirituales» (= contemplativos, orantes) es «ser esclavos de Dios» «y de todo el mundo como lo fue El». La debilidad humana para el servicio del hermano hasta esclavizarse a él, únicamente la cura y la trueca en fortaleza el trato amistoso con Dios, la oración asidua.

       Esta postura tan definida está fundada en una visión clara del ser de Dios que en la oración se experimenta ganando el propio ser, recreando al orante. Principio firme y de incalculables riquezas de vida: «Si ella [el alma) está mucho con El [Dios), como es razón, poco se debe acordar de sí; toda la memoria se le va en cómo más contentarle y en qué o por dónde mostrará el amor que le tiene»‘°. La inmersión en el mundo de Dios, que es la oración, hace al orante insaciable. «Estar con Dios» es estar decididamente por todo lo que está Dios y estar multiplicadamente, agotándose y agotando todos los medios a su alcance. La oración puede medirse y discernirse en términos de sensibilidad y de praxis —cuando se puede— apostólica.

«Entrar» en Dios es hacer el descubrimiento de su amor al hombre. Y, por eso, amarle es convertirse al hombre. El amor de Dios genera fraternidad y agranda siempre las capacidades y las dimensiones de la donación personal. Es la gran diferencia del amor de Dios y del amor del mundo. «Este no quiere compañía, por parecerle que le han de quitar de lo que posee; el de mi Dios, mientras más amadores entiende hay, más crece...; y así el alma busca medios para buscar compañía, y de buena gana deja su gozo cuando piensa será alguna parte para que otros le procuren gozar»

La oración abre a los otros, dilata el corazón del hombre para la entrega, le fortalece para el servicio a los hermanos. No cierra sobre uno mismo. Es palabra constante de la gran Maestra de oración: «Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos ocupemos en la oración»12

       La oración es fuerza de y para el servicio. El servicio es la medida de la oración. Lo que la autentifica y lo que la expresa. Es por lo que Teresa señala, en su vida y en su palabra, que la máxima expansión de la oración es la máxima presencia de servicio, la máxima conversión al amor, amor al hombre, que pasa a ser no sólo dominante, sino determinante de la vida del orante.

El querer «estar» con Dios y gozar de su presencia sin las limitaciones que impone la corporalidad viene suplantado por el querer estar con y al lado del hombre para servirle. Es la última palabra de confidencia que nos entrega Teresa: «Y queda el deseo de vivir, si El quiere, para servirle más y si pudiere ser parte que siquiera un alma le amase más y alabase por mi intercesión, que, aunque fuese por poco tiempo, le parece importa más que estar en la gloria» 13

Esto significa también ese «canto» a la acción y al compromiso en favor de los hombres con que termina la exposición de Moradas. Intimar con Dios llegando a conocer su voluntad por el trato amistoso de la oración que lleva a descubrir que la voluntad de Dios, «su manjar», «es que de todas las maneras que pudiéremos lleguemos almas para que se salven y siempre le alaben» 14 «No puede haber descanso» para quienes han llegado a la culminación del proceso oracional La oración es acción y dinamismo en sí misma.

Pero es que también se desliza el contemplativo hacia la acción y el compromiso, hasta desplazar la atención del «estar con Dios» al estar con el hombre; del deseo del gozo beatífico al deseo del gozo del servicio que abra a los hermanos las puertas del festín del Reino.

La oración desata las fuentes de la acción. Convierte desde dentro al orante en dinamismo de amor, rotos y superados todos los frenos del egoísmo. Y lo extraordinario, llamativo e impactante en el caso de los místicos, es que no sufre la contemplación con estas prisas del amor, con estas pasiones de «ser algo para que siquiera un alma se salve».    

Las raíces del hombre están profundamente hundidas en la intimidad con Dios. «No saca» la acción de la contemplación. La acrecienta sirviéndola de alimento. Es la culminación del amor. Es decir, de la autentificación del amor que abraza y expresa en un solo signo, en una vida, la doble dirección en la que nos debatimos quienes vivimos a niveles inferiores la vocación al amor.

Termino: Es Dios, en definitiva, quien nos hace ver y comprometernos con los hombres. Desde Dios se comprende que vivimos para darnos. La plenitud de la oración es la plenitud de la entrega. La oración y el compromiso siguen la misma suerte, crecen al unísono. Conforme se avanza en la oración se acelera la atención servicial a los prójimos 16.

Confiesa la sorpresa que puede producir esto a quienes «comienza nuestro Señor a dar regalos». A éstos «les parecerá [que] traen estotros [los que se emplean en obras apostólicas] la vida mal aprovechada, y que estarse en su rincón gozando de esto es lo que hace al caso» 17

       Aun cuando les excusa de pensar así y hasta lo cree «providencia de Dios» para que no se lancen «antes de tiempo» «a aprovechar a otros» 18, ella defiende abiertamente todo lo contrario: no «traen la vida mal aprovechada» porque «acudan a las necesidades de los prójimos», y «estarse en su rincón gozando» de Dios «no es lo que hace al caso».

       La oración rompe en acción y compromiso. La soledad orante en búsqueda afanosa de los hombres. «La ganancia de sus prójimos tienen presente, no más» 19 Olvido absoluto de sí: «No se acuerdan más de sí que si no fuesen, para ver si perderán o ganarán» dejando la soledad por salir al encuentro de los hombres. Sólo hay una motivación, un amor dominando toda su vida: «Sólo miran al servir y contentar al Señor», «un mirar a sola honra y gloria de Dios en todo» 2O No pretenden contentarse, ni siquiera contentar a los destinatarios. Es Dios quien llena todo el escenario. Amor dominador. Si «salen» de su soledad y oración y se hacen presentes a los hermanos es «por contentar más a Dios» 21 Las largas horas de oración les han descubierto el amor que Dios tiene a los hombres. Y, por eso, «gustan de dejar su sabor y bien por contentarle en servirles y decirles las verdades» 22 «Por contentar más a Dios se olvidan a sí por ellos y pierden las vidas en la demanda». La comunión con Dios —«trato de amistad»— es comunión con el Dios que ama a los hombres, es comunión de servicio, solidaridad en el compromiso.

La oración prepara, potencia y purifica el servicio al hombre. Lo hace evangélico. «Aprovechan mucho los que después de estar hablando con su Majestad algunos años..., no quieren dejar de servir en las cosas penosas, aunque se estorben estos deleites y contentos» 24 Una cosa es que se estorben e impidan los «tiempos» de oración solitaria y otra muy distinta que se impida el amor y estorbe la vida. Y esto no sucede cuando se apuesta por el amor. Además, también en el apostolado, no son los tiempos y las obras, sino la calidad del testigo lo que cuenta para Teresa. «Aprovecha más un alma de éstas con sus palabras y obras, que muchos que las hagan con el polvo de nuestra sensualidad y con algún interés propio» .
Desde esta perspectiva, según Teresa, se puede y debe decir que en la oración se hace y se forma el apóstol. «Se fortalece» para el servicio. Y para un servicio de alta calidad. Porque el amor hace al apóstol pura transparencia y puro don. Por eso su presencia es eficaz.

 

La oración es apostólica, es apostolado


         Pero la palabra más propiamente teresiana es que la oración en sí misma es servicio  apostólico. Su gran intuición, uno de los pilares más firmes de su espiritualidad, fue descubrirse miembro activo de la Iglesia, edificadora de la comunidad creyente, aunque físicamente apartada del campo de trabajo. Ella no se encontraba en una Iglesia dividida en dos partes: una mayoría silenciosa, receptora y pasiva, y una minoría de la palabra, activa y configuradora de la misma.

La Iglesia es tarea de todos. Ni nadie puede abdicar de su servicio, ni ser relegado a la categoría de simple espectador. Teresa clamó por el reconocimiento de ese puesto que sabía que tenía en la Iglesia. Y si no se le reconoció un apostolado directo, comprendió que con y desde su oración lo podría realizar contribuyendo poderosamente a la obra apostólica de la comunidad reunida y animada por la fuerza del Espíritu de Jesús.

       Así, las primeras páginas de Camino, manifiesto de su espíritu y libro de formación para sus seguidores, apuntan decididamente al objetivo que deben perseguir sus monjas: «Todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y letrados que la defienden» 26 La oración de sus monjas quiere que nutra, ponga solidez y calor, vida en los apóstoles. Fue línea de comportamiento en su función formadora: «Y su oración y la de sus monjas que ha fundado siempre es con gran cuidado por el aumento de la santa fe católica, y por eso comenzó el primer monasterio» 27• Capítulo fuerte, relevante y, de algún modo, catalizador de toda su tarea educativa. Recuerda sus años en San José de Ávila: «Siempre procuraba con las hermanas hiciesen lo mismo y se aficionasen al bien de las almas y al aumento de su Iglesia..., y en esto embebía mis grandes deseos» 28

       Para cualquier lector atento, ya es revelador y sintomático que empiece Camino declarando con fuerza el valor apostólico de la oración. Del trato con Dios ha aprendido que «el manjar de Dios» es que le salvemos almas 29 A la oración no va Teresa para santificarse, para hacerse mejor, sino para aprovechar a los demás, para servir y hacer algo por el prójimo. Es fácil adivinar el calor y el gozo, la carga de satisfacción y convencimiento profundo con que escribió: «Estando encerradas peleamos por El» 30• «Vuestra oración ha de ser para provecho de las almas» 31 De hecho, su comunidad la piensa y la presenta como un grupo de «gente escogida» para ayudar al Señor, que tan

apretado le traen, a «reconquistar» el terreno perdido en una Iglesia dividida y rota por encontrados egoísmos, por inconfesadas infidelidades al amor. Se unen para luchar por la Iglesia, por su unidad. Todo lo demás, son «negocios de poca importancia». Futilidades. No merecen la atención del grupo. «Los ojos en vuestro Esposo» 32•

 

       Para provecho de los otros: dirección apostólica de la oración teresiana.

 

       En la oración es apóstol. Es testigo. Y, por cierto, con intensidad y hondura, alcanzando verdaderamente, por la raíz, a toda la Iglesia y a todos los hombres. Así responde a la pregunta que adivina en los labios de sus monjas con ansias de «convertir» almas y hacer bien a los hombres: «Dejado que en la oración ayudaréis mucho... » . Lo da por probado: la oración es fuerza apostólica, ayuda a los hermanos.

Pero es que, además, con su vida aprovecharán «a las que están en vuestra compañía». Y así se agrandará el círculo de influencia apostólica. Continúa: «Mientras fueren mejores, más agradables serán sus alabanzas al Señor y más aprovechará su oración a los prójimos»34. Animará a las personas que han progresado en el camino de la oración: «Pues las llega el Señor a tan gran estado, sírvanle con ello y no se arrinconen, que aunque sean religiosos —en especial mujeres— con determinación grande y vivos deseos de las almas tendrá fuerza su oración».

       En estos términos se expresó siempre. «Mucho puede la oración de las que sirven al Señor». Convencimiento de experiencia, no simplemente intelectual. Consolidada ya su obra escribirá al P. Gracián: «Cada día voy entendiendo más el fruto de la oración y lo que debe ser delante de Dios un alma que por sola su honra pide remedio para otras. Crea, mi padre, que creo se va cumpliendo el deseo con que se comenzaron estos monasterios, que fue para pedir a Dios que a los que tornen por su honra y servicio ayude, ya que las mujeres no somos para nada. Cuando yo considero la perfección de estas monjas, no me espantaré de lo que alcanzaren de Dios

       Cuando presenta la «empresa» que le empeña a ella y al grupo reunido en torno a ella en el conventito de San José de Ávila, la expresa en términos de conquista, de recuperación del terreno eclesial perdido, y de defensa aguerrida de los propios compañeros de campo, para que no flaqueen y no «se nos vayan al enemigo». Su comunidad orante es una plaza fuerte de un grupo de «gente escogida», de buenos amigos, fina y profundamente sensibilizados por la causa de Cristo y de la Iglesia.

La oración es respuesta radical al hambre apostólica en tiempos tales «que no es razón rechazar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres». Oigamos ya sus palabras: «Tornando a lo principal para lo que el Señor nos juntó en esta casa.., viendo tan grandes males, que fuerzas humanas no bastan a atajar... hame parecido menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra, y viéndose el señor de ella apretado se recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer... procuremos ser tales que valgan nuestras oraciones para ayudar a estos siervos de Dios».

       La oración es un arma apostólica, fuerza puesta al servicio de la unidad de la Iglesia, fuerza de vitalización de la comunidad, principalmente en sus «capitanes», y de la expansión y reconquista del entero cuerpo místico en el que se ha cebado la ruptura y la desunión.

Fuerza apostólica, la oración. Es el hallazgo que evitó que Teresa se viera condenada al pasivismo inoperante en la movilización apostólica de toda la Iglesia, y que contribuyó en proporciones difícilmente cuantificables a que realizara su vocación más íntima: ser apóstol y salvar almas «por ser ésta la inclinación que nuestro Señor me ha dado». Dice reveladoramente que «había gran envidia a los que podían por amor de nuestro Señor emplearse en esto».40

Termino: nada prueba tanto la verdad de la oración como la sed de almas que comporta. Es la prueba de su autenticidad. Pues es consustancial a la misma. Si la oración es «llegada» a Dios, es «salto» desde Dios a los hombres para reemprender juntos la marcha hacia Dios. A esto apunta Teresa cuando señala los muchos obstáculos que pone el demonio para impedir emprender el camino de la oración: «Sabe el daño que de aquí le viene, no sólo en perder aquel alma, sino muchas.., creo jamás va solo al cielo».41

 

El apostolado


       Desde este interés absorbente, envolvente y configurante de su persona y espiritualidad por los hombres, que tan profundamente incide en su oración hasta el punto de definirla como fuerza apostólica, y forja de apóstoles, ya se puede sospechar que su palabra sobre el apostolado, la acción y el compromiso en favor de los hombres, tiene que destilar puras esencias evangélicas.

Así es. Teresa, contemplativa, ha dejado a la Iglesia una palabra rica sobre el apostolado como expresión de amor y, por eso, enriquecedor espiritual de quien lo realiza.


Expresión de amor


       Se podría partir de este simple y profundo concepto del apostolado para explicar las pocas prisas de Teresa de Jesús por hacer apostolado, y las urgencias por hacer al apóstol. Como no se improvisa el amor y el compromiso servicial, no se improvisa el apóstol.

       El apóstol se forma en largas horas de intimidad con el Maestro. Y esto porque el apóstol no transmite una doctrina, comunica una Vida. No anuncia unas verdades, proclama la Verdad de una Persona. Es un testigo de Alguien que ha cambiado el rumbo de su vida y le desborda. El apóstol habla de lo que ha visto y ha oido.

Teresa ha conocido como nadie la prisa de comunicar a los otros «el gran bien de la oración», es decir, el gran bien del encuentro personal amistoso con Dios. Saltó rápidamente y con arrollador entusiasmo a la plaza pública del anuncio. Su historia pesa y es determinante también en este campo. Con la oración le viene «grandísimo deseo de aprovechar a los otros» 42, Dice también en otra parte: «Acaecíame a mí... cuando... procuraba que otras tuviesen oración, que, como por una parte me veían hablar grandes cosas del gran bien que era tener oración, y por otra parte me veían con gran pobreza de virtudes, tenerla yo, traíalas tentadas y desatinadas..., no sabían cómo se podía compaginar lo uno con lo otro» . El resultado fue parco: «solas tres se aprovecharon de lo que les decía»44. Pero lo peor fue

que ella misma se sintió íntimamente perjudicada: su proceso de conversión se resintió; no sólo no se consolidó, se vino abajo. El apostolado se le convirtió en la gran «ocasión» que le arrastró a una larga mediocridad, vaciándola por dentro. Fue su gran evasión que, además de a su vida, perjudicó notoriamente a la misma causa apostólica.

La entrega apostólica, espontánea, primitiva y apresurada, no será nunca positiva y eficiente, «personal». Y, por eso, ni constructiva para sí, ni para el destinatario. El acercamiento al otro que no se produzca desde la radicación de uno mismo en Dios, en la amistad con Dios, no pasará de ser un juego intrascendente. Palabra vacía, sin fuerza de contagio. Sin comunicación evangélica. Al hombre sólo se le descubre en su identidad propia y se le puede servir cuando la oración-amistad con Dios ha alcanzado unos niveles relativamente profundos. La apresurada «salida» al apostolado la juzga Teresa una «tentación»45 que, por lo demás, aparece  rápidamente con la práctica de la oración.

       Su palabra es inequívoca: tiene que hacerse el apóstol, profundizar en la propia experiencia de Dios, sin dejarse engañar por el espejismo del servicio apostólico. «Lo más que hemos de procurar al principio es sólo tener cuidado de sí sola y hacer cuenta que no hay en la tierra sino Dios y ella». Continúa más adelante: «Lo seguro será del alma que tuviere oración descuidarse de todo y de todos, y tener cuenta consigo y con contentar a Dios». Está convencida que únicamente desde una virtud muy sólida se aprovecha cristianamente al prójimo: «Quien hubiere de hacer algún provecho.., es menester que tenga las virtudes muy fuertes»47

       En las Meditaciones sobre el Cantar de los Cantares sentó con precisión y sintéticamente su pensamiento. Viene hablando del provecho espiritual que hacen en su ministerio los que están muy allegados a Dios por la oración, y cómo con el progreso en ésta crece la necesidad de acudir «a las necesidades de los prójimos». Y continúa: «Es providencia del Señor, a mi parecer, no entender éstos [principiantes) adonde llegan estotras almas; porque con el hervor de los principios, querrían luego dar salto hasta allí; no les conviene, porque no están criadas, sino que es menester que se sustenten más días con la leche que dije al principio. Esténse cabe aquellos divinos pechos, que el Señor tendrá cuidado, cuando estén ya con fuerzas, de sacarlas a más, porque no harían el provecho que piensan, antes se le dañarían a sí». Termina remitiendo al libro de su Vida donde, dice, «hallaréis cuándo ha un alma desear salir a aprovechar a otros y el peligro que es salir antes de tiempo» 48•

       Al apóstol le exige Teresa una gran vida interior. Nos convencerá si hacemos ese recorrido que nos aconseja por la Autobiografía. Nuestra primera actitud frente a la palabra teresiana es de asombro. Si es verdad lo que nos dice sobre las disposiciones internas del apóstol, se explicaría nuestra escasa eficiencia apostólica y se plantearía el problema pastoral, no tanto como cuestión de programas y métodos, de escasez de operarios, sino como cuestión de calidad, de hondura de los enviados. Se improvisan apóstoles, y se quema vida. Y el anuncio no llega a
los mismos a los que se les aturde con la lluvia de palabras y el ruido de tantas acciones.
       Ya oímos a Teresa decir a los que comienzan el camino de la oración: hagan cuenta que están solos con Dios en el mundo. No es egoísmo, es prudencia. Sensatez. Respeto a Dios y a los mismos destinatarios de la acción apostólica. En Moradas terminará la exposición del bloque de las llamadas ascéticas diciendo:
«Acertarán..., no se meter en ocasiones... porque su fortaleza no está fundada en tierra firme»49

       Hablando ya de los que están en la oración de quietud —primera forma de oración mística— dice «que los escoge Dios para provecho de otras muchas almas» Es decir, despunta el apóstol. Nada más. En Moradas dirá: «se guarden muy mucho de ponerse en ocasiones de ofender a Dios; porque aquí no está aún el alma criada» Las prisas por hacer apostolado son tentaciones para abortar al apóstol del mañana.

En el grado siguiente de oración, asegura que «crece la fruta y madúrala [Dios) de manera que se puede sustentar de su huerto... Mas no le da licencia que reparta la fruta» 52 Las virtudes «quedan ahora más fuertes» pero Teresa todavía frena al alma: sólo ella puede comer de la fruta, no repartirla. No es tiempo todavía de lanzarse a un apostolado abierto y descontrolado. Dirá de estas personas en Moradas: «no os descuidáis, sino que os apartáis de las ocasiones, que aún en este estado no está el alma tan fuerte».. Más adelante dice que ha conocido personas que han llegado hasta aquí «

Y, finalmente, llega a la exposición del cuarto grado de oración y dice: «Puede ya... comenzar a repartir de ella [fruta), no le hace falta a sí» . «Comienza a aprovechar a los prójimos» 56. No es una exageración, ni afirmación gratuita de una contemplativa que mira con recelo la actividad apostólica. Es consecuencia lógica e inevitable de unas premisas: quien llama y convierte, quien hace despertar a la fe es Dios actuante en el apóstol, en El y por El sacramentalizado. Toda «obra» nuestra que no nazca de esa conformación interior con Dios no puede conceptuarse en sentido estricto como apostólica. «Y cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y olorosísimas flores; porque proceden de este árbol de amor de Dios y por solo El».57 Estas personas «aprovechan mucho»58, «digo que aprovechan mucho... y aprovecha más un alma de éstas con sus palabras y obras, que muchos que las hagan con el polvo de nuestra sensualidad y con algún interés propio»59. Aplicadas tanto a la oración como al apostolado valen las palabras de la Santa:
«Las obras de Dios no se miden por los tiempos» 60 No son las obras y el tiempo los que hacen al apóstol, los que miden la talla apostólica de una persona, sino la raíz de dónde salen, la calidad de su amor. Por eso, las prisas por el hacer, Teresa las convierte en prisas por el ser, sabiendo que sólo de este modo salva el hacer apostólico. Hacer al apóstol en el trato asiduo, hondo con Dios. De lo contrario la amenaza de desnaturalizar el compromiso se convertirá en triste realidad.

       A través de este largo camino que conduce al hacer apostólico, Teresa ha mostrado que sus reservas frente al quehacer apostólico temprano no se deben a una actitud negativa, sospechosa frente al apostolado. Todo lo contrario: quiere asegurar el apostolado. Las dos cosas están estrechamente unidas: que el trabajo no haga daño al apóstol por falta de preparación, de hondura espiritual, por no tener «virtudes muy fuertes»; y que la acción apostólica alcance verdaderamente a los destinatarios.

       Teresa quiere apóstoles de talla, íntegros, enamorados. Su oración es para que los sacerdotes estén «muy aventajados en

do hasta aquí «y con la gran sotileza y ardid del demonio» volver atrás. «Porque debe juntarse todo el infierno para ello; porque... no pierden un alma sola, sino gran multitud (ib., 6). el camino del Señor» 61 y, puesto que los más, dice, son religiosos, «que vayan muy adelante en su perfección y llamamiento, que es muy necesario» 62 Concluye con energía: «a no ser así, ni merecen el nombre de capitanes, ni permita el Señor salgan de sus celdas, que más daño harán que provecho» 63 Como le preocupa e interesa el orante mucho más que la oración, su preocupación está también por el apóstol y menos por el apostolado. La persona antes que las obras. Pero así como no hay que esperar a tener el orante para hacer la oración, tampoco podemos remandar el apostolado a la etapa finalísima de un proceso de formación del apóstol.

       Ciertamente Teresa privilegia la oración, el «estar a solas con quien sabemos nos ama» para llegar a ser un cristiano comprometido; y recela de la acción apostólica de quien no está suficientemente definido y fuertemente enraizado en Dios.
       No obstante, el servicio al hermano, el compromiso en favor de los demás es consustancial al ser cristiano. Y Teresa no lo ignora. De hecho, como veremos más adelante, cuando enseña el camino de la oración habla de la conversión al otro para que la oración no sea una empresa perdida, frustrada desde el comienzo. Encontrarse con el otro para encontrarse con Dios.

       No es el apostolado lo que condena, ni el que le provoca tantos recelos, sino una actividad apostólica preponderante, descontrolada, prematura y desproporcionada a su situación real espiritual. Porque no cree —habla desde su experiencia— que una actividad apostólica así contribuya a la extensión y consolidación del reino de Cristo, ni sirva a la formación interior del ser cristiano de quien la realiza.

 


Apostolado y crecimiento espiritual


       Porque el apostolado en sí mismo y, al menos, a partir de ciertos estadios de la vida espiritual, en la persona que lo hace, es expresión de amor, Teresa defiende con la misma fuerza y convencimiento que es santificador y dinamizador de la vida espiritual.
       Confiesa que en algún tiempo pensó que el mucho trabajo tenía que incidir negativamente en la vida interior del hombre, que lo perjudicaría. «Estaba con pena grande de yerme con poco tiempo». Y a las personas amigas «las había lástima en verlas
siempre ocupadas en negocios» y pensaba yo en mí... que no era posible entre tanta baraúnda crecer el espíritu»

       La experiencia personal y la vida espiritual, rica y pujante, de esos amigos tan ocupados le convencieron de lo contrario. Si la obediencia o la caridad llevan a uno a la actividad apostólica, el Señor va disponiendo «por donde más aproveche». «Sin entender cómo, nos hallamos con espíritu y gran aprovechamiento que nos deja después espantados» 65 Son «hechos» los que están detrás de esa posición. «Personas... todas en ocupaciones de obediencia y caridad... veíalos tan medrados en cosas espirituales, que me espantaban» 66

       No tarda en dar con la explicación. En primer lugar, Dios no está sujeto a caminos que el hombre le trace para llegar a él. Los caminos los abre El. Todos son suyos. No necesita, en concreto, el marco de la oración silenciosa para hacerse presente al hombre. «Oh Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones... No ha menester ella (el alma] buscar los caminos y escogerlos... Vos, Señor mío, tomáis ese cuidado de guiarla por donde más se aproveche» 67 Pero antes había exclamado: «Donoso adelantamiento en el amor de Dios es atarle las manos con parecer que no nos puede aprovechar sino por un camino!» 68

       No es la falta de tiempo para orar lo que impide el adelantamiento espiritual, sino la falta de amor. Como no todo deseo de soledad es fruto del amor, sino en ocasiones manifestación de un egoísmo sutil. ¿Por qué el disgusto de no haber tenido mucho tiempo para la soledad contemplativa?, se pregunta Teresa. «Por un amor propio... muy delicado.., que es querernos más contentar a nosotros que a Dios», «descansando el cuerpo sin trabajar el alma» 69

       No desgasta el apostolado, ni es como una lima que se va comiendo de una manera sorda y tenaz los ahorros espirituales cosechados en la oración. No es el exceso de apostolado lo que atenta contra la vida del espíritu, sino el exceso de egoísmo, que puede darse en la oración silenciosa y en los compromisos apostólicos. Por eso, más que las «formas» —oración solitaria, acción apostólica, hay que salvar el amor. Amor que fundamentalmente se expresa y vive como disponibilidad a las exigencias concretas del Amado. «De un alma que está determinada a amaros y dejada en vuestras manos, no queréis otra cosa sino que obedezca y se informe bien de lo que es más servicio vuestro»70

       Y si este servicio mayor de Dios apunta hacia la acción —«por obediencia o por caridad»—, si ahí nos emplaza la voluntad de Dios, contra todas las sensaciones contrarias que puedan darse en la naturaleza, tendremos que creer que el apostolado entonces es vitalizador y fuente de aprovechamiento espiritual. «Mirad, hermanas, si quedará bien pagado el dejar el gusto de la soledad. Yo os digo que no por falta de ella dejaréis de disponeros para alcanzar esta verdadera unión..., que es hacer mi voluntad una con la de Dios» 71

       Y esto, ¿por qué? Radicalmente porque Dios ama tan de verdad a los hombres que la mejor forma de expresarle nuestro amor es empeñarnos por ellos. Con el resultado de unirnos con y poseerle más a El. «Cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia, y entonces sois poseído más enteramente» 72

       Esta es dinámica del amor de Dios: no de repliegue, sino de expansión. Los que «verdaderamente aman» conocen su «condición» y entran en la corriente expansiva del amor divino. No descansan «si ven que son un poquito de parte para que un alma sola se aproveche y ame más a Dios» El amor de Dios y el amor del mundo se mueven en dirección contraria: el del mundo «no quiere compañía, por parecerle le han de quitar lo que posee»; «el de mi Dios, mientras más amadores entiende hay, más crece..., y así el alma busca medios para buscar compañía, y de buena gana deja su gozo cuando piensa será alguna parte para que otros le procuren gozar» ‘.
       A las almas «encapotadas» que fetichizan su oración, y son esclavas de su egoismo, Teresa les grita: «que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella.., ésta es la verdadera unión con su voluntad» Sirviendo al prójimo nos unimos con Dios, crece el amor a Dios. Esto es lo determinante, lo absoluto. Toda otra absolutización de medios se convierte por lo mismo en una negación de lo que se pretende y se cree afirmar. «Es tan grande [el amor] que su Majestad nos tiene, que en pago del que tenemos al prójimo hará que crezca el que tenemos a su Majestad por mil maneras; en esto yo no puedo dudar». Unos meses después escribía a don Teutonio de Braganza sobre este mismo punto: «No es maravilla que ahora no pueda vuestra señoría tener el recogimiento que desea, con novedades semejantes. Darále nuestro Señor doblado, como lo suele hacer cuando se ha dejado por su servicio» 77

       En este sentido ha abundado Teresa en sus cartas. A su hermano Lorenzo que se le queja del poco tiempo que tiene para orar, escribe: «Mire que es tentación; no le acaezca más sino alabar a Dios por ello, y no piense que cuando tuviera mucho tiempo tuviera más oración. Desengáñese de eso, que tiempo bien empleado como es mirar por la hacienda de sus hijos, no quita la oración» 78

       En otra ocasión, a un sacerdote con las mismas cuitas de falta de tiempo para dedicarse a la oración, Teresa escribe: «Entiendo que todo lo que se hace para hacer muy bien un oficio de superior es tan agradable a Dios, que en breve tiempo da lo que diera en muchos ratos cuando se han empleado en esto» 79

       A este crecimiento espiritual que produce el servicio apostólico apunta la conocida frase, «entre los pucheros anda el Señor» Pero no sólo desde Dios se comprende que cualquier ocupación que se emprenda en su nombre comporta un crecimiento espiritual, sino también desde el mismo hombre que ha decidido vivir su vida en clave de amor... «El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado. ¡Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese traer oración! » 81 Donde hay amor, hay encuentro amistoso, hay oración. Por eso, crecimiento. «En toda parte», no sólo «en los rincones».

       Sabemos que para Teresa de Jesús vida espiritual y oraciónamistad son sinónimos. Se identifican. La oración es ejercicio de amor. Todo cuanto emprende el hombre por amor a Dios entrará dentro de esa profunda concepción teresiana de la oración. O si se quiere, la oración puede enmarcarse en la soledad y en el trabajo apostólico. El que ama, siempre ama, no sólo en los rincones, intermitentemente. Escribe: para orar basta amar y costumbre. «Que el Señor da siempre oportunidad. Digo «siempre» que, aunque con ocasiones y aún enfermedad algunos ratos impida para muchos ratos de soledad, no deja de haber otras que hay salud para esto; y en la misma soledad y ocasiones es la verdadera oración, cuando es alma que ama, en ofrecer aquello y acordarse por quien lo pasa... Aquí ejercita el amor... y lo demás no ser oración»82 . Si se asegura el amor hay «oración», con o sin soledad. Y con ello se asegura la consolidación de la amistad. De sí nos confiesa: «Es tanto el trabajo que tengo que... aun esta noche me ha estorbado la oración. Ningún escrúpulo me hace si no es pena de no tener tiempo» 83

       A esta constante enseñanza teresiana hay que añadir otra cosa: el trabajo puede recortar el tiempo de la oración, no la oración misma, su intensidad penetrativa y, por lo mismo, transformante y renovadora. Desde el apostolado la entrada en la oración es fácil y, además, intensa. Es un matiz importante para desmitificar el «valor-tiempo» de la oración. Cuando hay amor no se precisa largo tiempo para que se produzca el encuentro, y en profundidad. «Qué fuerza tiene con Vos un suspiro salido de las entrañas, de pena por ver que no basta que estemos en este destierro, sino que aun no nos den lugar para eso, que podríamos estar a solas gozando de Vos»84. Poco más adelante aclara: «No es el largo tiempo el que aprovecha el alma en la oración»85 . Porque «en un momento da Dios más, hartas veces, que con mucho tiempo; que no se miden sus obras por los tiempos» 86 Es juzgar las cosas «muy torcidas de la verdad» creer que Dios está sujeto al tiempo y que hemos de medir nuestro aprovechamiento por el tiempo que hemos consagrado al ejercicio de la oración No es el tiempo, sino el amor «el que da valor a todas las cosas»
 «Mas, ay Dios mío, y cómo en las [cosas] espirituales queremos muchas veces entender las cosas por nuestro parecer y muy torcidas de la verdad también como en las del mundo!; y nos parece que hemos de tasar nuestro aprovechamiento por los años que tenemos algún ejercicio de oración, y aún parece queremos poner tasa a quien sin ninguna da sus dones cuando quierc, y puede dar en medio año más a uno que a otro en muchos» (V 39,9).

Pero, no obstante, el amor clamará por la soledad, por el encuentro a solas, cara a cara, con el Amigo. Como la oración Teresa la quiere llena de la presencia de los hombres, así el deseo de soledad empapa toda la labor apostólica de los que de veras aman a Dios. Defiende abiertamente que «es mejor la soledad» si no es la obediencia y la caridad las que nos piden estar «en mitad de las ocasiones». «Y aunque hemos de desearla, aun andando en lo que digo, a la verdad este deseo él anda continuo en las almas que de veras aman a Dios» 89.

       El deseo de la soledad se convierte en señal discernidora de la calidad de nuestra acción apostólica. Deseo que cristalizará inevitablemente en realidad, creando espacios y tiempos para estar con Dios, reviviendo conscientemente su presencia y mi presencia a El. «Es menester andar con aviso de no descuidarse de manera en las obras —aunque sean de obediencia y caridad— que muchas veces no acudan al interior a su Dios» o. Ya leíamos un texto dirigido a D. Teutonio de Braganza en que le decía que no se preocupara por no tener tiempo para la oración, dadas sus ocupaciones, pues Dios «da doblado» «como lo suele hacer cuando se ha dejado por su servicio, aunque siempre deseo procure vuestra señoría tiempo para sí, porque en esto está todo nuestro bien» 91 Indudablemente, más allá de la personal vocación de Teresa, estamos ante una palabra de validez universal: el que de veras hace la obra de Dios experimenta dentro de sí la necesidad del encuentro a solas. La actividad apostólica no ahoga el movimiento interior de estar en oración directa con Dios, antes la potencia. Es, sin más, una nota autentificadora de la entidad evangélica de la misma acción servicial en favor de los hombres. Ni una soledad orante vacía de presencia a los hombres, alienante. Ni un compromiso de servicio sin el clamor por la soledad con el Amado.

Ya dije al principio que el amor exige las diversas formas de expresión porque ninguna la expresa en totalidad. Formas inmanentes una a la otra, que se enriquecen recíprocamente, y a las que califica el amor, es decir, la voluntad de vivir y traducir el amor amistoso que vincula a Cristo y que quiere Sacramentalizar y servir al hermano.

Desde las alturas místicas en que se encuentra, revela su proceder en este campo en carta al P. Gonzalo Dávila. Empieza recordando «la merced que nuestro Señor me ha hecho de tan actualmente traerla presente», y cómo la atención a tantos asuntos graves que lleva entre manos no le estorban, aunque les ha dedicado todo el tiempo necesario, «por que no esé el alma después obligada a acudir a otros cuidados más que al que tiene presente» (Cta. med.6-78; 236,4). Mal le ha ido para la salud
—«y así debe ser tentación— aunque queda el alma más libre». Ha habi. do veces que ha encomendado a alguna hermana el negocio para ocuparse ella en oración. «Y yo me hallo notablemente más aprovechada en la interior mientras más procuro apartarme de las cosas.» La explicacóin radical a este movimiento de su ser hacia la soledad la ha dado con estas palabras: «Es como quien tiene un negocio de gran importancia y necesario y concluye presto con los demás para que no le impidan en nada a lo que entiende ser lo más necesario» (ib., 5). Es la voz de su existencia. «luzga por ella en las cosas de oración.» Como también sabe por experiencia que Dios «da en breve tiempo lo que diera en muchos ratos», cuando la persona se ha ocupado en el servicio de los otros. Si es cierto que ve que «hay diferencia de vuestra merced a mí», se ha atrevido a decírselo porque lo ve «tan ordinario tan ocupadísimo» (ib., 8).


Unidad de vida


       El creyente no reparte o equilibra fidelidades —a la oración por un lado y a la acción apostólica por otro—, sino que es fiel a un único amor que se plasma por exigencia interna en estas dos expresiones, parciales y complementarias que llamamos contemplación y compromiso.

       La tipología de Marta y María, acción y contemplación respectivamente, recurre con frecuencia a la pluma de Teresa. La unidad armoniosa es el «término» ideal, factible sin duda, deseable en todo caso del proceso espiritual según la Doctora Mística. Mas es un hecho de vida en quienes viven con seriedad y honradez la fe cristiana. Un hecho que se realiza y desarrolla, que crece y se agranda con el crecimiento espiritual. Y un principio de formación al que hay que acomodar la andadura del espíritu para evitar toda deformación y propiciar la vivencia interna y la expresión convincente del amor. El apostolado «comienza» cuando la oración es, más que un tiempo, una vida. Y la oración alcanza realmente a Dios cuando hace estremecer al hombre con las urgencias del compromiso y del servicio, de la «acción» en favor del prójimo.

       Principio orientador de toda la pedagogía teresiana. «Creed- me que Marta y María han de andar juntas»92 . Actitud servicial y silencio contemplativo. Diría que el «tipo» puro de cristiano no es para Teresa el contemplativo o el apóstol, sino el resultado de la unión existencial de oración y compromiso. El hecho de la unidad, unidad en germen, unidad iniciada, empieza a señalarlo Teresa desde la oración de quietud más intensa.

«Vida activa y contemplativa es junta»93  «Está el alma... gozando en aquel ocio santo de María; en esta oración [sueño de potencias] puede también ser Marta (así que está casi obrando juntamente en vida activa y contemplativa)»94  Esta unidad puede considerarse como un equilibrio de tiempos dedicados a la oración y tiempos consagrados a la acción apostólica. Pero con ello no seríamos totalmente fieles a la Santa, quedándonos en la superficie y hasta en lo anecdótico de la cuestión. La unidad de vida es algo más profundo. Significa que el hombre está compactamente presente, desde dentro, a Dios y a los hombres, en unidad de amor, sea cual fuere el acto que realice. «Estar» de verdad presente ante Dios y con Dios y ante los hombres y con los hombres simultáneamente.

       Teresa habla de una como «división» equilibrada y armoniosa del hombre. Experiencia de que el espíritu, «la mejor parte» del hombre, permanece «con Dios», atenta a Dios y arraigada en El, mientras que «las otras potencias» quedan «libres» para emplearse en quehaceres múltiples, de servicio al hermano. «Ven que no están enteros en lo que hacen, sino que les falta lo mejor, que es la voluntad, que —a mi parecer— está unida con su Dios y deja a las otras dos potencias libres para que entiendan en cosas de su servicio» Puede el alma «entender en obras de caridad y negocios... y entiende bien que está la mejor parte del alma en otro cabo».96

       Esta «división» armoniosa y pacífica culmina en la plenitud del proceso espiritual. Dice de sí misma en las 7M: «Le parecía que —por trabajos y negocios que tuviese— lo esencial de su alma jamás se movía de aquel aposento, de manera que en alguna manera le parecía había división en su alma» . Justamente porque «lo esencial del alma» permanece arraigado en Dios, porque «en lo activo obra lo interior», porque no hay dispersión y sangría, se explica la calidad y fuerza del «hacer» apostólico y la extraordinaria movilización que opera esa concentración en Dios, ese «estar» con El permanentemente. Y del mismo modo se entiende que la acción apostólica sea fuerza generadora de vida para quien la realiza. «Parece» que la vida del hombre tiene un carácter más activo que contemplativo. 97 7M 1,11. «Siempre queda el alma con su Dios en aquel centro» (2,5); no se muda de aquel centro» (ib., 8). Sentirá necesidad de insistir: no es «desatino», sino que «verdaderamente pasa asÇ, que, aunque se entiende que el alma está toda junta, no es antojo lo que he dicho» (1,12).

Parece, si se mira a la actividad externa que el hombre desarrolla. Pero dice Teresa que en realidad es la contemplación la que se impone y cubre todo el radio de la acción. Y, además, lo requiere. Es acción. «Ertiendo yo aquí que pide hacer grandes obras en servicio de 1\uestro Señor y del prójimo, y por eso goza de perder aquel deleite y contento; que aunque es vida más activa que contemplativa, y parece perderá si le concede esta petición, cuando el alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y María, porque en lo activo... obra lo interior, y cuando las obras activas salen de esta raíz son admirables..., porque proceden de este árbol de amor de Dios y por sólo El» 98


       La contemplación —radicación en Dios— impone un ritmo de acción que no puede soportar «la gente de arriba del castillo», las potencias, el hombre en su totalidad. «Y así tiene harta mala Ventura mientras vive; porque, por mucho que haga, es mucho más la fuerza interior..., que todo le parece nonada». Intensidad en el servicio, pero evitando toda dispersión y todo desarraigo. Acción a fondo, por el principio que la genera y alimenta —«por sólo El»—, y acción multiplicada, extensa, «vida más activa que contemplativa». No obstante, no llega la acción a dar respuesta a la «fuerza interior» de que nace, porque ningún compromiso es capaz de contenerla. «Por mucho que haga es mucho más la fuerza interior.» Y, por eso, la fuerza de influencia e irradiación llega mucho más allá de cuanto expresa concretamente la acción en que fructifica. La calidad del apostolado está en su raíz: «Procede de este árbol de amor de Dios.» «En lo activo.., obra lo interior.» Y como es «lo interior» lo que prevalece y exige la presencia apostólica, esta misma alimenta y acrecienta el espíritu. La acción revierte sobre quien la realiza, afirmándole más en la unidad interior.

       «Su gloria tienen puesta en si pudiesen ayudar en algo al Crucificado» Estas palabras podrían aducirse como la explicación más radical de la unidad de vida: una Persona, la comunión con ella. Deseo y aspiración que se ha ido agrandando en el proceso espiritual. Realización y cumplimiento ahora, cuando el amor se ha hecho fuerte y ha alcanzado todos los sectores del hombre y actúa en todas las «obras» a las que les da entidad y significado evangélicos. «Sólo el amor es el que da valor a nuestras obras.» El que da valor y unidad a nuestra vida.


CONCLUSION

 

       La oración no roza por fuera nuestra vida. Ni basta decir que es un sector, aunque importante, de la misma. La oración, porque «trato de amistad», toca el corazón de la existencia cristiana. Mas, desde el magisterio teresiano, podemos decir que la define y expresa. Oración y existencia cristiana, «trato de amistad» y vida espiritual son una misma cosa. Teresa ha presentado la oración como «historia de amistad», desarrollo de la relación constitutiva y ontológica, también de gracia, del hombre con Dios.

       En un momento en el que andamos gritando que nos preocupa el ser y la vida y buscamos con nerviosa ansiedad la autencidad y esencia de la vocación cristiana, porque sólo la verdad nos alimenta y nos hace creíbles, esta primera y palmaria conclusión a la que nos conduce la Doctora Mística es ya una provocación y un desafío para poner a prueba la verdad de nuestro propósito de ser, sencillamente ser, despojados de adherencias de dudosa procedencia, por un lado, y bañados por dentro y por fuera de la palabra evangélica, de la que venimos y a la que constantemente, insobornablemente, debemos referirnos personal y comunitariamente para no perder nuestra identidad.

       La oración es un arraigo en el amor como forma de ser. Y es camino para encontrar la «definición existencial» que ponga fin a nuestros mariposeos y a nuestras palabras a medias, a nuestras evasiones de uno u otro tipo, porque evasión —y sangrante— es todo lo que no privilegia el amor, la amistad, la relación personal en la que el hombre se hace y hace, crea.

       La palabra de la Madre Teresa, palabra de vida, palpitación profunda y larga, palabra discernida hasta la saciedad, destila puras esencias evangélicas: la oración es amistad. Compromiso personal con el amor. Compromiso personal quiere decir que afecta a toda la persona y siempre, en todas las manifiestaciones de la vida, hacia arriba y hacia abajo, cielo y tierra, trascendencia e inmanencia. No es un «acto» ni actividad de un sector de la persona. Es la forma de ser que en actos se expresa y de ellos se alimenta. Pero que aboca a la vida, que es vida.
Orar es amar. Amar es vivir. Sin dicotomías. Entre otras cosas porque en el Amigo con quien «tratamos» no las hay. Y «tratar» es comulgar. «Conformar» diría la Santa.
       Es por lo que la oración no es fácil: no es fácil hacer la vida según la horma del amor. Pero es posible —radicalmente posible—, porque El nos capacitó para el amor. «Todos somos hábiles para amar», sentenció Teresa. Las tentaciones de deformar la oración —que es esquivar la exigencia que es y el compromiso que comporta— son fruto en buena medida de las resistencias del hombre a entrar por los caminos exigentes del amor.

       La pedagogía teresiana de la oración ha puesto las cosas en su sitio: salvar la vida para salvar la oración. Hacer al orante para tener oración. Preocupación por la persona que ora y menos por la oración que tiene. Es la rectificación más profunda que ha operado la Maestra en la praxis y aprendizaje de la oración. Y la mayor aproximación de la misma a la vida. Quien oiga con seriedad y honestidad —al menos intelectual— su palabra se tendrá que desprender de tantos tópicos nacidos a la sombra de «concertados» espirituales y lanzados al mercado por los «medio letrados». El «espiritual de veras» es hombre de comunión y unidad: esclavo del amor que libera, que alza piedra a piedra el propio castillo interior y construye la casa de la comunidad.

       No sé si en los siglos que nos separan de Teresa habrá habido algún orante prominente que no haya dialogado a fondo con ella. Sí creo que en esta Iglesia nuestra sacudida por el vendaval del Espíritu —Iglesia entre el desencanto y la esperanza—, el diálogo, paciente y sostenido, con Teresa economizará tiempo y afirmará más rápida y profundamente el talante oracional de cada uno.
Con esta esperanza y con este propósito se han escrito estas páginas. Si suscitan hambres de acercarse a Teresa de Jesús —a «quienes han comenzado» el camino de la oración y a quienes no lo han hecho, a los que ensayan nuevas aproximaciones a un compromiso de siempre o de hace unos días y a quienes «se liberaron» de esta especie de piedad individualista, según dicen, que es la oración—, se habrá alcanzado el objetivo primero, a la vez que se habrá contribuido a clarificar el horizonte oracional de nuestro tiempo. Y así, en esta labor eclesial de tanta urgencia, como es el reencuentro con la oración volverá a estar presente la mujer que captó la dimensión contemplativa de la vida cristiana, de la Iglesia, y el valor apostólico de la oración, que en ella se fundió con la pasión eclesial que ardía en las profundidades de su espíritu.

       La aproximación de la oración a la Iglesia —al ser de la Iglesia y a su proyección evangélica sobre el mundo— es una de las grandes lecciones teresianas. Por aquí también nos entra con aires de actualidad la palabra de la Santa: orar es hacer Iglesia, crear comunidad, dándole raíz, consistencia interior y ardiente y fecunda expansión misionera.

       La palabra se ha pronunciado. Ya está dicha. La vida sigue. Mientras vida y palabra no se encuentren y se fundan, ni la palabra nos descubrirá todas sus insondables riquezas, ni la vida será transparencia y plataforma de Evangelio. Aquí empieza ya la historia de cada uno, historia de amistad, sacramento de la gran amistad de amor que profesamos los cristianos y de la que vivimos todos: Dios nos ama y nos llama a su compañía. Es el báculo para el camino. «Qué buen Amigo hacéis, Señor mío... »

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] PS. GREGORIO TAUMATURGO, Homilía obre la anunciación, 2: PG 10, 1169C.

[2]Ver estos y otros textos, con sus respectivas citas, en la voz "Corazón de María", en: J. ESQUERDA BIFET, Mi corazón se fue tras él. Diccionario doctrinal de María Inés-Teresa Arias (México 2004).

[3]PRUDENCIO(+405), Apotheosis 581: PL 59,978.

[4]SAN JUAN DE AVILA(+1569), Obras completas (Madrid, BAC, 1970-1971), sermones 69-71. Ver también nueva edición de las Obras completas (Madrid, BAC, 2000-2003), vol. IV (sermones).

[5]SAN LUIS Mª GRIGNION DE MONTFORT (1673-1716), Tratado de la verdadera devoción a María, 120. El significado cristológico de esta oración nos lo da el mismo santo: "Cuanto más un alma se consagra a ella, más queda consagrada a Jesucristo... Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes".

[6]SAN ANTONIO MARÍA CLARET(+1870), fundador de los "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849): Escritos Espirituales(Madrid, BAC, 1985), Carta a un devoto del Corazón de María (pp.496-506). "El Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe  y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad” (ibídem).

[7]Misa del Corazón Inmaculado de la B.V. María: Misal Mariano, n.28, Prefacio.

[8]SAN JUAN DAMASCENO (+749) Homilía sobre la Natividad de la Virgen María,  I,9: PG 96, 676C.

 

 

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