RETIRO SACERDOTAL SOBRE LA PDV A

134 SÍNODO DE LOS OBispos, Vifi Asam. Gen. Ord.

La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales

 

Instrumentuxn laboris , 30.
Propositio 22.
 Propositio 23.

 

El contenido esencial de la formación espiritual, dentro del itinerario bien preciso hacia el sacerdocio, está expresado en el decreto concffiar Optatam totius: « La formación espiritual.., debe darse de tal forma que los alumnos aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espfritu Santo. Habiendo de configurarse a Cristo Sacerdote por la sagrada ordenación, habitúense a unirse a El, como amigos, con el consorcio íntimo de toda su vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan iniciar en él al pueblo que ha de encomendárseles. Enséfleseles a buscar a Cristo en la fiel meditación de la Palabra de Dios, en la activa comunicación con los sacrosantos misterios de la Iglesia, sobre todo en la Eucaristía y el Oficio divino; en el Obispo, que los envía, y en los hombres a quienes son enviados, principalmente en los pobres, los niños, los enfermos, los pecadores y los incrédulos. Amen y veneren con filial confianza a la Santísima Virgen María, a la que Cristo, muriendo en la cruz, entregó como madre al discípulo ».

El texto concffiar merece una meditación detenida y amorosa, de la que fácilmente se pueden sacar algunos valores y exigencias fundamentales del camino espiritual del candidato al sacerdocio.
Se requiere ante todo, el valor y la exigencia de « vivir íntimamente unidos » a Jesucristo. La unión con el Señor Jesús, fundada en el Bautismo
Decreto sobre la formación sacerdotal Opiatam totius, 8.

y alimentada con la Eucaristía, exige que sea expresada en la vida de cada día, renovándola radicalmente. La comunión íntima con la Santísima Trinidad, o sea, la vida nueva de la gracia que hace hijos de Dios, constituye la « novedad » del creyente: una novedad que abarca ci ser y el actuar. Constituye el « misterio » de la existencia cristiana que está bajo el influjo del Espfritu; en consecuencia, debe encarnar el « ethos » de la vida del cristiano. Jesús nos ha enseñado este maravilloso contenido de la vida cristiana, que es también el centro de la vida espiritual, con la alegoría de la vid y los sarmientos: « Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador... Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada »
(Jn 15, 1. 4-5).
Cierto que, en la cultura actual, no faltan valores espirituales y religiosos, y el hombre —a pesar de toda apariencia contraria— sigue siendo incansablemente un hambriento y sediento de Dios. Pero con frecuencia la religión cristiana corre el peligro de ser considerada como una religión entre tantas o quedar reducida a una pura ética social al servicio del hombre. En efecto, no siempre aparece su inquietante novedad en la historia: es « misterio »; es el acontecimiento del Hijo de Dios que se hace hombre y da a cuantos lo acogen el « poder de hacerse hijos de Dios » (Jn 1, 12); es el anuncio, más aún, el don de una alianza personal de amor y de vida de Dios con el hombre. Los futuros sacerdotes solamente podrán comunicar a los demás este anuncio sorprendente y gratificante, si, a través de una adecuada formación espiritual, logran el conocimiento profundo y la de este « misterio ».


El texto conciliar, aun consciente de la absoluta trascendencia del misterio cristiano, relaciona la íntima comunión de los futuros presbíteros con Jesús con una forma de amistad. No es ésta una pretensión absurda del hombre. Es simplemente el don inestimable de Cristo, que dice a sus apóstoles: « No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que oído a mi Padre os lo he dado a conocer » (Jn 15, 15).

El texto concffiar prosigue indicando un segundo gran valor espiritual: la búsqueda de Jesús. « Enséñeseles a buscar a Cristo ». Es éste, junto al quaerere Deum, un tema clásico de la espiritualidad cristiana que encuentra su aplicación específica precisamente en el contexto de la vocación de los apóstoles. Juan, cuando nos narra el seguimiento por parte de los dos primeros discípulos, muestra el lugar que ocupa esta « búsqueda ». Es el mismo Jesús el que pregunta: « ¿Qué buscáis? » Y los dos responden: « Rabbí... ¿Dónde vives? » Sigue el evangelista: « Les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día » (Jn 1, 37-39). En cierto modo la vida espiritual del que se prepara al

sacerdocio está dominada por esta búsqueda: por ella y por el « encuentro » con el Maestro, para seguirlo, para estar en comunión con El. También en el ministerio y en la vida sacerdotal deberá continuar esta « búsqueda », pues es inagotable el misterio de la imitación y participación en la vida de Cristo. Así como también deberá continuar este « encontrar » al Maestro, para poder mostrarlo a los demás, y mejor aún, para suscitar en los demás el deseo de buscar al Maestro. Pero esto es realmente posible si se propone a los demás una « experiencia » de vida, una experiencia que vale seguido por Andrés para llevar a su hermano Simón a Jesús: Andrés, escribe el evangelista Juan, « se encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” —que quiere decir Cristo—. Y le llevó donde Jesús» (Jn 1, 41-42). Y así tambíén Simón es llamado —como apóstol— al seguimiento de Cristo: « Jesús, al verlo, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas” —que quiere decir, “Pedro”—» (Jn 1,42).
Pero ¿qué significa, en la vida espiritual, buscar a Cristo? y ¿dónde encontrarlo? « Maestro, ¿dónde vives? » El decreto conciliar Optatam totius parece indicar un triple camino: la meditación fiel de la palabra de Dios, la participación activa en los sagrados misterios de la Iglesia, el servicio de la caridad a los « más pequeños ». Se trata de tres grandes valores y exigencias que nos delimitan ulteriormente el contenido de la formación espiritual del candidato al sacerdocio.

. Elemento esencial de la formación espirimal es la lectura meditada y orante de la Palabra de Dios (lectio divina); es la escucha humilde y llena de amor que se hace elocuente. En efecto, a la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios es como puede descubrirse, comprenderse, amarse y seguirse la propia vocación; y también cumplirse la propia misión, hasta tal punto que toda la existencia encuentra su significado unitario y radical en ser el fin de la Palabra de Dios que llama al hombre, y el principio de la palabra del hombre que responde a Dios. La familiaridad con la Palabra de Dios facilitará el itinerario de la conversión, no solamente en el sentido de apartarse del mal para adherirse al bien, sino también en el sentido de alimentar en el corazón ios pensamientos de Dios, de forma que la fe, como respuesta a la Palabra, se convierta en el nuevo criterio de juicio y valoración de losf hombres y de las cosas, de los acontecimientos problemas.

Pero es necesario acercarse y escuchar la Pala-j bra de Dios tal como es, pues hace encontrar Dios mismo, a Dios que habla al hombre; hace en contrar a Cristo, el Verbo de Dios, la Verdad qu a la vez es Camino y Vida (cf. Jn 14, 6). Se tra de leer las « escrituras » escuchando las « pal - bras », la « Palabra » de Dios, como nos recuer el Concilio: « La Sagrada Escritura contiene la P - labra de Dios, y en cuanto inspirada es realment Palabra de Dios ».‘ Y el mismo Concilio: « En es ta revelación Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 138 Const. dogm. sobre la divina riveladón Dei Vei’bam, 24. 17), movido de amor, habla a los hombres como a amigos (cf. Ex 33, 11;Jn 15, 14-15), trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía »

El conocimiento amoroso y la familiaridad orante con la Palabra de Dios revisten un significado especifico en el ministerio profético del sacerdote, para cuyo cumplimiento adecuado son una condición imprescindible, principalmente en el contexto de la « nueva evangelización », a la que hoy la Iglesia está llamada. El Concilio exhorta: « Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura para no volverse “predicadores vacíos de la palabra, que no la escucha por dentro” (SAN AGUSTIN, Serm. 179, 1: PL 38, 966) »140
La forma primera y fundamental de respuesta a la Palabra es la oración, que constituye sin duda un valor y una exigencia primarios de la formación espiritual. Esta debe llevar a los candidatos al sacerdocio a conocer y experimentar el sentido auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del 1-lijo unigénito bajo la acción del Espíritu; un diálogo que participa en el coloquio filial que Jesús tiene con el Padre. Un aspecto, ciertamente no secundario, de la misión del sacerdote es el de ser « maestro de oración ». Pero el sacerdote
139 Ibid., 2.
140 Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 25.

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solamente podrá formar a ios demás en la escuela de Jesús orante, si él mismo se ha formado y continúa formándose en la misma escuela. Esto es lo que piden los hombres al sacerdote: « El sacerdote es el hombre de Dios, el que pertenece a Dios y hace pensar en Dios. Cuando la Carta a los Hebreos habla de Cristo, lo presenta como un Sumo Sacerdote “misericordioso y fiel en lo que toca a Dios” (Heb 2, 17)... Los cristianos esperan encontrar en el sacerdote no sólo un hombre que ios acoge, que los escucha con gusto y les muestra una sincera amistad, sino también y sobre todo un hombre que les ayude a mirar a Dios, a subir hacia El. Es preciso, pues, que el sacerdote esté formado en una profunda intimidad con Dios. Los que se preparan para el sacerdocio deben comprender que todo el valor de su vida sacerdotal dependerá del don de sí mismos que sepan hacer a Cristo y, por medio de Cristo, al Padre
En un contexto de agitación y bullicio como el de nuestra sociedad, un elemento pedagógico necesario para la oración es la educación al significado humano profundo y al valor religioso del silencio, como atmósfera espiritual indispensable para percibir la presencia de Dios y dejarse conquistar por ella (cf. 1 Re 19, llss.).
48. El culmen de la oración cristiana es la Eucaristía, que a su vez es « la cumbre y la fuente » de los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas. Angelus (4 marzo 1990), 2-3: L’Osservatore Romano, 5-6 marzo 1990.

Para la formación espiritual de todo cristiano, y en especial de todo sacerdote, es muy necesaria la educación litúrgica, en el sentido pleno de una inserción vital en el misterio pascual de Jesucristo muerto y resucitado, presente y operante en los sacramentos de la Iglesia. La comunión con Dios, soporte de toda la vida espiritual, es un don y un fruto de los sacramentos; y al mismo tiempo es un deber y una responsabilidad que los sacramentos confían a la libertad del creyente, para que viva esa comunión en las decisiones, opciones, actitudes y acciones de su existencia diaria. En este sentido, la «gracia » que hace « nueva » la vida cristiana es la gracia de Jesucristo muerto y resucitado, que sigue derramando su Espfritu santo y santificador en los sacramentos; igualmente la « ley nueva », que debe ser guía y norma de la existencia del cristiano, está escrita por los sacramentos en el « corazón nuevo ». Y es ley de caridad para con Dios y los hermanos, como respuesta y prolongación del amor de Dios al hombre, significada y comunicada por los sacramentos. Se entiende el valor de esta participación « plena, consciente y activa »142 en las celebraciones sacramentales, gracias al don y acción de aquella « caridad pastoral » que constituye el alma del ministerio sacerdotal.
Esto se aplica sobre todo a la participación en la Eucaristía, memorial de la muerte sacrificial de Cristo y de su gloriosa resurrección, « sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad »,143
142 CONC. ECUM. VAT.
II, Const. sobre la sagrada liturgia
Sacrosantum concilium, 14.
°
S. AGuSTÍN, In lohannis Evangelium Tractalus 26, 13: 1. c., 266.

¡

banquete pascual en el que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura ». ‘Ahora bien, los sacerdotes, por su condición de ministros de las cosas sagradas, son sobre todo los ministros del Sacrificio de la Misa: 145 su papel es totalmente insustituible, porque sin sacerdote no puede haber sacrificio eucarístico.
Esto explica la importancia esencial de la Eucaristía para la vida y el ministerio sacerdotal y, por tanto, para la formación espiritual de los candidatos al sacerdocio. Con gran sencillez y buscando la máxima concreción deseo repetir que « es necesario que los seminaristas participen diariamente en la celebración eucarística, de forma que luego tomen como regla de su vida sacerdotal la celebración diaria. Además, han de ser educados a considerar la celebración eucarística como el momento esencial de su jornada, al que participar.n activamente sin contentarse nunca con una asistencia meramente habitual. Fórrnese también a los aspirantes al sacerdocio según aquellas actitudes íntimas que la Eucaristía fomenta: la gratitud por los bienes recibidos del cielo, ya que la Eucaristía significa acción de gracias; la actitud donante que los lleve a unir su entrega personal al ofrecimiento eucarístico de Cristo; la caridad alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; el deseo de contemplación y adoración ante
LITURGIA DR LAS HORAs, Antífona al « Magnificat de las segundas Vísperas en la Solemnidad del S. Cuerpo y Sangre de Cristo.Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas ».

‘‘ Cf. CONC. ECUM. VAr. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbytero,,., ord#gs 13.

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Es necesario y también urgente invitar a redescubrir, en la formación espiritual, la belleza y la alegría del Sacramento de la Penitencia. En una cultura en la que, con nuevas y sutiles formas de autojustificación, se corre el riesgo de perder el « sentido del pecado » y, en consecuencia, la alegría consoladora del perdón (cf. Sal 51, 14) y del encuentro con Dios « rico en misericordia » (Ef 2, 4), urge educar a ios futuros presbíteros en la virtud de la penitencia, alimentada con sabiduría por la Iglesia en sus celebraciones y en los tiempos del año litúrgico, y que encuentra su pienit.ud en el sacramento de la Reconcffiación. De aquí provienen el significado de la ascesis y de la disciplina interior, el espíritu de sacrificio y de renuncia, la aceptación de la fatiga y de la cruz. Se trata de elementos de la vida espiritual, que con frecuencia se presentan particularmente difíciles para muchos candidatos al sacerdocio, acostumbrados a condiciones de vida de relativa comodidad y bienestar, y menos propensos y sensibles a estos elementos a causa de modelos de comportamiento e ideales presentados por los medios de comunicación social, incluso en los países donde las condiciones de vida son más pobres y la situación de los jóvenes más austera. Por esta razón, pero sobre todo para poner en práctica —a ejemplo de Cristo buen Pastor— « la donación radical de sí mismo » propia del sacerdote, los Padres sinodales
Angelus (1julio 1990), 3: L’Osservatore Romano 2-3 julio 1990.

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señalan que « es necesario inculcar el sentido de la cruz, que es el centro del misterio pascual. Gracias a esta identificación con Cristo crucificado, como siervo, el mundo puede volver a encontrar el valor de la austeridad, del dolor y también del martirio, dentro de la actual cultura imbuida de secularismo, codicia y hedonismo ».147
49. La formación espiritual comporta también buscar a Cristo en los hombres.
En efecto, la vida espiritual, es vida interior, vida de intimidad con Dios, vida de oración y contemplación. Pero del encuentro con Dios y con su amor de Padre de todos, nace precisamente la exigencia indeclinable del encuentro con el prójimo, de la propia entrega a los demás, en el set-vicio humilde y desinteresado que Jesús ha propuesto a todos como programa de vida en el lavatorio de los pies a los apóstoles: « Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros » (Jn 13, 15).
La formación de la propia entrega generosa y gratuita, favorecida también por la vida comunitaria seguida en la preparación al sacerdocio, representa una condición irrenunciable para quien está llamado a hacerse epifanía y transparencia del buen Pastor.que da la vida (cf. Jn 10, 11.15). Bajo este aspecto la formación espiritual tiene y debe desarrollar su dimensión pastoral o caritativa intrínseca , y puede servirse útilmente de una justa
—profunda y tierna, a la vez— devoción al Corazón
147 Propositio 23.

de Cristo, como han indicado los raurc
do: « Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida »148
Por tanto el sacerdote es el hombre de la caridad, y está llamado a educar a los demás en la imitación de Cristo y en el mandamiento nuevo del amor fraterno (cf. Jii 15, 12). Pero esto exige que él mismo se deje educar continuamente por el Espíritu en la caridad del Señor. En este sentido, la preparación al sacerdocio tiene que incluir una seña formación de la caridad, en particular del amor preferencia1 por los « pobres », en los cuales, mediante la fe, descubre la presencia de Jesús (cf. Mt 25, 40) y al amor misericordioso por los pecadores.
En la perspectiva de la caridad, que consiste en el don de sí mismo por amor, encuentra su lugar en la formación espiritual del futuro sacerdote la educación de la obediencia, del celibato y de la pobreza •149 En este sentido invitaba el Concilio:
« Entiendan cOn toda claridad los alumnoS que su destino no es el mando ni son los honores, sino la entrega total al servicio de Dios y al ministerio pastoral. Con singular cuidado edúqueSeles en la obediencia sacerdotal, en el tenor de vida pobre y en el espíritu de la propia abnegación, de suerte que se flablttien a renunciar con prontitud a las cosas que, aun siendo lícitas, no convienen y a asemejarse a Cristo crucificado ».
50. La formación espiritual de quien es llamado a vivir el celibato debe dedicar una atención particular a preparar al futuro sacerdote para conocer, estimar, amar y vivir el celibato en su verdadera naturaleza y en su verdadera finalidad, y por tanto, en sus motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales. Presupuesto y contenido de esta preparación es la virtud de la castidad, que determina todas las relaciones humanas y lleva a experjmen.. tar y manifestar un amor sincero, humano, fraterno, personal y capaz de sacrificios, siguiendo el ejemplo de Cristo, con todos y con cada uno ».‘‘
El celibato de los sacerdotes reviste a la castidad con algunas características de las cuales ellos, « renunciando a la sociedad conyugal por el reino de los cielos (cf. Mt 19, 12), se unen al Señor con un amor indiviso, que está íntimamente en consonancia con el Nuevo Testamento; dan testimonio de la resurrección en el siglo futuro (cf. Le 20, 36) y tienen a mano una ayuda importantísima para el ejercicio continuo de aquella perfecta caridad que les capacita para hacerse todo a todos en su ministerio sacerdotal » 152 En este sentido el celibato
‘° Decreto sobre la formación sacerdot Optatam bIjas, 9.
S.
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Ratio fundamenta1 institUtionis sacerdí3taljç (6 enero 1970), 1. c., 34.
152 CONC. ECUM. VAT. II, Decreto sobre la formación sacerdot Opatatam totius, 10.
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sacerdotal no se puede considerar simplemente como una norma jurídica, ni como una condición totalmente extrínseca para ser admitidos a la ordenación, sino como un valor profundamente ligado con la sagrada Ordenación, que configura a Jesucristo buen Pastor y Esposo de la Iglesia, y, por tanto, como la opción de un amor más grande e indiviso a Cristo y a su Iglesia, con la disponibilidad plena y gozosa del corazón para el ministerio pastoral. El celibato ha de ser considerado como una gracia especial, como un don que « no todos entienden..., sino sólo aquéllos a quienes se les ha concedido» (Mt 19, 11).
Ciertamente es una gracia que no dispensa de la respuesta consciente y libre por parte de quien la recibe, sino que la exige con una fuerza especial. Este carisma del Espfritu lleva consigo también la gracia para que el que lo recibe permanezca fiel durante toda su vida y cumpla con generosidad y alegría los compromisos correspondientes. En la formación del celibato sacerdotal deberá asegurarse la conciencia del « don precioso de Dios », “ que llevará a la oración y la vigilancia para que el don sea protegido de todo aquello que pueda amenazarlo.
Viviendo su celibato el sacerdote podrá ejercer mejor su ministerio en el pueblo de Dios. En particular, dando testimonio del valor evangélico de la virginidad, podrá ayudar a los esposos cristianos a vivir en plenitud el « gran sacramento » del amor de Cristo Esposo hacia la Iglesia  como su tidelidad en el celibato servirá también de ayuda para la fidelidad de los esposos.t54
La importancia y delicadeza de la preparación al celibato sacerdotal, especialmente en las situaciones sociales y culturales actuales, han llevado a los Padres sinodales a una serie de cuestiones, cuya validez permanente está confirmada por la sabiduría de la madre Iglesia. Las propongo autorizadamente como criterios que deben seguirse en la formación de la castidad en el celibato: « Los Obispos, junto con los rectores y directores espirituales de los seminarios, establezcan principios, ofrezcan criterios y ofrezcan ayudas para el discernimiento en esta materia. Son de máxima importancia para la formación de la castidad en el celibato la solicitud del Obispo y la vida fraterna entre los sacerdotes. En el seminario,, o sea, en su programa de formación, debe presentarse el celibato con claridad, sin ninguna ambigüedad y de forma positíva. El seminarista debe tener un adecuado grado de madurez psíquica y sexual, así como una vida asidua y auténtica de oración, y debe ponerse bajo la dirección de un padre espiritual. El director espiritual debe ayudar al seminarista para que llegue a una decisión madura y libre, que esté fundada en la estima de la amistad sacerdotal y de la autodísciplina, como también en la aceptación de la soledad y en un correcto estado personal físico y psicológico. Para ello los seminaristas
t54 Carta a todos los sacerdotes de la Iglesia con ocasión del Jueves Santo (8 abril 1979): Insegnarnenti IIjl (1979), 841-862.

deben conocer bien la doctrina del Concilio V att- cano II, la encíclica Sacerdotalis caelibatus y la Instrucción para la formación del celibato sacerdotal, publicada por la Congregación para la Educación Católica en 1974. Para que el seminarista pueda abrazar con libre decisión el celibato por el Reino de los cielos, es necesario que conozca la naturaleza cristiana y verdaderamente humana, y el fin de la sexualidad en el matrimonio y en el celibato. También es necesario instruir y educar a los fieles laicos sobre las motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales propias del celibato sacerdotal, de modo que ayuden a los presbíteros con la amistad, comprensión y colaboración »


Formación intelectual: inteligencia de la fe


51. La formación intelectual, aun teniendo su propio carácter especifico, se relaciona profundamente con la formación humana y espiritual, constituyendo con ellas un elemento necesario; en efecto, es como una exigencia insustituible de la inteligencia con la que el hombre, participando de la luz de la inteligencia divina, trata de conseguir una sabiduría que, a su vez, se abre y avanza al conocimiento de Dios y a su adhesión.”6

La formación intelectual de los candidatos al sacerdocio encuentra su justificación específica en la naturaleza misma del ministerio ordenado y manifiesta su urgencia actual ante el reto de la nueva
‘“ Propositio 24.
CONC. EcuM. VAT. II, Const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 15.

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¡ evangelización a la que el Señor llama a su Iglesia a las puertas del tercer milenio. « Si todo cristiano
—afirman los Padres sinodales— debe estar dispuesto a defender la fe y a dar razón de la esperanza que vive en nosotros (cf. 1 Pe 3, 15), mucho más los candidatos al sacerdocio y los presbíteros deben cuidar diligentemente el valor de la formación intelectual en la educación y en la actividad pastoral, dado que, para la salvación de los hermanos y hermanas, deben buscar un conocimiento más profundo de los misterios divinos ».‘ Además, la situación actual, marcada gravemente por la indiferencia religiosa y por una difundida desconfianza en la verdadera capacidad de la razón para alcanzar la verdad objetiva y universal, así como por los problemas y nuevos interrogantes provocados por los descubrimientos científicos y tecnológicos, exige un excelente nivel de formación intelectual, que haga a los sacerdotes capaces de anunciar —precisamente en ese contexto— el inmutable Evangelio de Cristo y hacerlo creíble frente a las legítimas exigencias de la razón humana. Afiádase además, que el actual fenómeno del pluralismo, acentuado más que nunca en el ámbito no sólo de la sociedad humana sino también de la misma comunidad eclesial, requiere una aptitud especial para el discernimiento crítico:es un motivo ulterior que demuestra la necesidad de una formación intelectual más sólida que nunca.

Esta exigencia « pastoral » de la formación in157 Propositio 26.

telectual confirma cuanto se ha dicho ya sobre la unidad del proceso educativo en sus varias dimensiones. La dedicación al estudio, que ocupa una buena parte de la vida de quien se prepara al sacerdocio, no es precisamente un elemento extr’inseco y secundario de su crecimiento humano, cristiano, espiritual y vocacional; en realidad, a través del estudio, sobre todo de la teología, el futuro sacerdote se adhiere a la palabra de Dios, crece en su vida espiritual y se dispone a realizar su ministerio pastoral. Es ésta la finalidad múltiple y unitaria del estudio teológico indicada por el Concilio 158 y propuesta nuevamente por el Instrumentum labons del Sínodo con las siguientes palabras: « Para que pueda ser pastoralmente eficaz, la formación intelectual debe integrarse en un camino espiritual marcado por la experiencia personal de Dios, de tal manera que se pueda superar una pura ciencia nocionística y llegar a aquella inteligencia del corazón que sabe “ver” primero y es capaz después de comunicar el misterio de Dios a los hermanos ».159
52. Un momento esencial de la formación intelectual es el estudio de la filosofra, que lleva a un conocimiento y a una interpretación más profundos de la persona, de su libertad, de sus relaciones con el mundo y con Dios. Ello es muy urgente, no sólo por la relación que existe entre los argumen158 Cf. Decreto sobre la formación sacerdotal Optatam totias, 16.

 

 

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