MEDITACIONES PARA ADVIENTO Y NAVIDAD

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

MEDITACIONES

PARA ADVIENTO Y NAVIDAD

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1963-2018

INTRODUCCIÓN

CÓMO EMPEZAR A ORAR

 

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que es muy personal, no hay reglas fijas en el   modo, pero sí en la intención; desde Él primer kilómetro, más que cualquier método,  hay que procurar que las actitudes de amar, orar y convertirse estén firmes y decididas y se luche desde Él primer día; lo repetiré siempre, estos tres verbos amar, orar y convertirse conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el   mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él ; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

            Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, del «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo, hay que leer al principio, se necesita y ayuda mucho la lectura, principalmente de la Palabra de Dios; es el camino ya señalado desde antiguo: lectio, meditatio, oratio, contemplatio; pero también pueden ayudar libros de santos, de orantes, libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprendas a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darla vueltas en el   corazón, a dejarte interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle y... lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia o por su Espíritu, el mejor director de meditaciones y oración, te dirá y sugerirá muchas cosas en deseos de amistad. Y te digo Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así. No entendí nunca la oración en la habitación; pero sí la lectura espiritual, porque teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo, junto a la Canción de Amor donde Él Padre nos dice todos su proyectos de amor a cada uno; estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe.     

            Cuando vayas a la oración, entra dentro de ti: “Cuando vayas a orar, entra en tu habitación y cierra la puerta, porque tu Padre está en lo más secreto” (Mt. 6, 6); no uses más de un párrafo cada vez; medita cada frase, cada palabra, cada pensamiento. La habitación más secreta que tiene el hombre es su propio interior, mente y corazón, hay que pasarlo todo desde la inteligencia al corazón. Lo oración es cuestión de amor, más que de entendimiento. No es para teólogos que quieren saber más, sino para personas que quieren amar más. Por su forma de ser, muchos son incapaces de entrar en esta habitación, o discurrir mucho, pero todos pueden amar.

            Intenta, para la oración personal, apartarte de otras personas; hasta físicamente; desde luego mentalmente. Esto no es quererlas mal. Lo hacemos muchas veces cuando queremos hablar con alguien sin que nadie nos moleste. Nos retiramos al desierto a orar y amar y dialogar con Dios; Dios es lo más importante en ese momento.

            Busca también un ambiente lo más sereno que puedas, sin ruidos, sin objetos que te distraigan. ¿No haces esto mismo si pretendes estudiar en serio? Dios es más importante que una asignatura.

            Intenta concentrarte. Concentrarse quiere decir dirigir toda tu atención hacia el centro de ti mismo, que es donde Dios está. Los primeros momentos de la oración son para esto. No perderás el tiempo si te concentras. Tendrás que cortar otros pensamientos. Hazlo con decisión y valentía. Tampoco asustarse si algunos días no se van. Pero tú a luchar para que sea sólo Dios, sólo Dios. Y entonces, hasta las distracciones no estorban; por eso no te impacientes. Ten en cuenta que la oración no puede arrancar con el motor frío. Y el motor está frío hasta que tú no seas plenamente consciente de la presencia en tu interior del Padre que te ama, de Jesús tu amigo, del Espíritu que quiere madurarte y enseñarte a orar.

            Después de una invocación al Espíritu Santo, o de alguna oración que te guste, empiezas leyendo el Evangelio, oyendo la Palabra. Es Dios el primero que inicia el diálogo; y las leyes de la oración, que son las leyes del diálogo, exigen que se respete este orden.

            Por lo tanto, primero leer y escuchar la Palabra,  luego meditarla y orarla, invocarla, pedir, suplicar y tomar alguna decisión; y si te distraes, no pasa nada, vuelves a donde estabas y  a seguir. Léela despacio; cuantas veces necesites para entender la Palabra de Dios y darte cuenta de su alcance. Párate y déjate impresionar por lo que te llama la atención y te gusta.

            Y finalmente, en toda oración, hay que responder a Dios. Responde como tú creas que debes responder. Y este orden no es fijo; lo pongo para que te des una idea; pero lo último a veces será lo primero. Y siempre un pequeño compromiso, propósito. No termines tu oración sin dar tu propia respuesta o hacer tuya alguna de las que ves escritas y te cuadran. No lo olvides: el evangelio, el libro es ayuda y sólo ayuda, pero él no ora. Eres tú quien ha de orar.

            Cuando quieras terminar tu oración puedes hacerlo recitando despacio alguna de las oraciones que sabes y que en ese momento te dé especial devoción: Padrenuestro, Ave María, Alma de Cristo... Aquí, con el tiempo, irás cambiando, quitando, añadiendo...

            Sé fiel a la duración que te has marcado para tu oración: un cuarto de hora como mínimo; luego, veinte, hasta llegar a los treinta. De ahí para adelante, lo que el Espíritu Santo te inspire. No los acortes por nada del mundo. El ideal, una hora; seguida, o media por la mañana y luego otra media hora por la tarde o noche. No andes mordisqueando el tiempo que dedicas a tratar con Dios.

            Sé fiel cada día a tu tiempo de oración. Oración diaria, pase lo que pase. Este es el compromiso más serio. Yo hice este propósito, y algún día me tocó hacer oración a las dos de la mañana cuando venía de cenar con las familias. Sólo así progresarás. Si un día haces y otro no, pierdes en un día lo que ganas en otro y siempre te encontrarás en el   mismo punto de inmadurez y con una insatisfacción constante dentro de ti. Y no avanzarás en el   amor a Dios que debe ser lo primero.

            Si logras cumplir este propósito, llegarás a ser una persona profunda y reflexiva. Nunca dejes la oración para cuando tengas tiempo, porque entonces no tendrás tiempo; te engañará el demonio, que teme a los hombres de oración; todos los santos que ha habido y habrá fueron hombres de oración y son los que más trabajaron por Dios y  hermanos.

            Y nada más. Todos los consejos sobran al que se pone a hacer la experiencia y llega a entender por sí mismo de qué se trata. También sobran para los que no quieren hacer la experiencia. Haz oración por amor a Dios y por tu santidad.

 

 

1ª MEDITACIÓN

 

LA ENCARNACIÓNDEJESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

El ángel llevaba forma de palabra interior, que Dios pronunciaba en el   corazón de María. Y esta palabra era  Jesús.

            Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

            Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en el ? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

            María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo.

            Pero la gente quizá olvidaba que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera.

            Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en el  la a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia.

            Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

            Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.

            El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Cuántas veces lo he desdicho...!

            Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dependiente del Padre...?

            Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo. Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia. Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella.

 

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“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


            María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

            Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios.

           

¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

 

            1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.
            Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio.

 

            2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

            Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el ”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella.

 

            3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia en el   Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo.

            Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

            Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

 
           

4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde Él Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en el : “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el  Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Pero cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

            Cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.


            5 María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

            Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

            Oh, María, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, nivel en el   cual se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios. Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

            Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el   Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

            Soy un inconsciente que sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el   Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

 

 

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“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

 

            Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en el . Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:


            1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el   mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

            Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora.


            2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el   hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

            3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?»

            4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

            5. Repugnancia a la desaparición del «yo». María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.

            Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

            Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

            Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

            Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

            Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

            Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

            Me da miedo lo que pueda pasar en el   futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

            Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

            Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

            Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

            Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

            Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y las enfermedades, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

            Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

            Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».

 

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“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI”(Lc. 1, 35)

 
            Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

            María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

            María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

            El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.
            El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

            El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

            El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

            El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7).
Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

            El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

            La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla.

            Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores.

            Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

            Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.
            Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

            Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

            Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Ti.

 

***** *

“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR:HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”(Lc. 1, 38)


            En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

            ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

            Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

            Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

            Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

            Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el ”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.
            La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

            No permitió solamente que se hiciese en el  la la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

            Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

            Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.

            Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

            Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

            No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

            María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

            Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

            Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

 

 

2ª   MEDITACIÓN

 

LA VIRGEN  VISITAA SU PRIMA SANTA ISABEL

 

“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia  como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa”(Lc 1,39-57).

 

Punto 1º. El viaje. Dice el evangelista: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”.  ¿Por qué emprende María su viaje?

 

a). No ciertamente por diversión o curiosidad, ni por otro motivo que por caridad, que la mueve a ofrecer su ayuda a su prima en los últimos meses de su punto menos que milagroso embarazo.

Supone la alegría de Isabel al sentirse fecunda por singular bendición del Señor, y acaso ilustrada por el Señor entiende la íntima relación que va a mediar entre el Mesías, que en sus entrañas purísimas acaba de encarnar, y el hijo de su prima, destinado a ser el heraldo y Precursor que prepare los caminos del Señor. Aprendamos en esta conducta de María cómo no está reñida la santidad más alta con la cortesía y delicadeza más exquisitas. Y pongamos mucho estudio en gozarnos sinceramente del bien ajeno y prestarnos a ayudar a los demás, y anticiparnos a hacerlos las atenciones y saludos que la urbanidad y la caridad inspiran, sin sentirnos rebajados por tratar con delicadeza aun a los inferiores a nosotros.

María, la Madre de Dios, no se desdeña de ir, con largo y molesto viaje, a felicitar por su dicha a su prima y ofrecerla su valiosa ayuda en los más humildes menesteres. Y fue apresuradamente, cum festinatione, siguiendo pronta y dócilmente la inspiración del Espíritu Santo.

Meditemos: ¿Somos también nosotros prestos y diligentes en seguir las inspiraciones, o, por el contrario, tardos y perezosos? Pensémoslo, y quizá echaremos de ver que no pocas veces hemos sido de veras tardos en acudir al llamamiento de Dios. Y eso no solo cuando se trataba, como en el   caso de María, de cosas no obligatorias, sino de supererogación; más aún, en casos de obligación y mediando expreso mandato de Dios o de nuestros Superiores.


b) El viaje es de creer que no lo haría sola. Quizá le acompañó su esposo San José, que si, como piensan o conjeturan algunos exegetas, era el tiempo de Pascua en el    que emprendió este viaje María, iría a cumplir su deber de buen israelita. Y en tal caso fácil fuera que la acompañara San José hasta Jerusalén, continuando María su viaje hasta la casa de su prima.

¿Dónde habitaba Isabel? Dice San Lucas que en una “ciudad de Judá”; no faltan quienes afirman que ha de leerse en la “ciudad de Judá”. «Diez localidades—dice el P. Prat (1, 63) han reivindicado la gloria de haber mecido la cuna del Precursor; y el Evangelio, que se ciñe a mencionar una ciudad situada en las montañas de Judá, no nos ayuda gran cosa a decidirnos en la elección, porque toda la Judea, desde Bethel hasta Hebrón, es país montañoso. El lugar que tiene en su haber más seria tradición es el pueblo de Aïn-Karim, en el   macizo de los montes de Judá, a legua y media de Jerusalén.»


2) En casa de Isabel. Escena tierna y delicada, que ha inspirado a más de un gran artista. De qué manera más completa y delicada se realizó lo que el Ángel había predicho, al aparecerse a Zacarías: “El hijo de Isabel será lleno del Espíritu Santo desde Él seno de su madre”. Se valió para ello de la que había de ser canal único y universal de todas las gracias: quiere ir Jesús a aquella casa llevado por su Madre. Oculto misteriosamente en el   seno purísimo de María irradió su santificador efecto por María, y santa Isabel lo declaró en aquellas palabras: “en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno”. Cuán poderosa es la voz de María; una sola palabra de saludo vox salutationis basta a producir tan maravillosos efectos, como el santificar al niño y llenar del Espíritu Santo a la madre.

            Meditemos las palabras de María, para ver si en nosotros causan tan magníficos efectos. Por María, la “llena de gracia”, vienen hasta  nosotros las misericordias del Señor. Dormía Juan en el   seno de su madre, muerto a la vida de la gracia, engendrado en pecado, y el Señor, para prepararlo a los altos destinos a que le tenía señalado, lo santifica. Sublime lección; los heraldos del Señor han de vivir a Él unidos por la gracia, y esa gracia sólo les puede llegar por mediación de María, la medianera universal. Procuremos, pues, acercarnos a ella para lograr por su intercesión gracia tan singular; no lograremos por otro medio la santificación de nuestras almas.


3) “Bendita tu entre las mujeres”. Es la salutación de Isabel a María. Vemos cómo alcanzó también a Isabel la comunicación del Espíritu Santo, y se manifestó en el  la haciéndola prorrumpir en aquellas magníficas frases, tan llenas de altísimo sentido: “Tú eres la bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme?”

Considera la alegría purísima que inundó el alma de Isabel y el gusto con que recibió la visita de su prima ¡ Y qué eficacia la de las palabras de salutación de María y qué raudal de gracias consiguen los que la saben recibir debidamente en su casa! Procuremos hacerlo nosotros, y a su visita nos sentiremos llenos de amor, llenes de luz, llenos del Espíritu Santo. Lección es también provechosa, que podemos aprender de María en este misterio, la de estimar en mucho los dones de Dios, pero no de suerte que de ellos nos engriamos, teniéndonos por más que los otros, sino de modo que nos sintamos, llenos de gratitud humilde, empujados a proclamarnos «esclavos» inútiles y a ofrecernos al servicio de los demás, por amor del Señor. Cuanto más favorecidos del Señor, más obligados de creer a hacer fructificar tan preciosos dones en obras de caridad fraterna.

 

 

Punto 2º: María canta el “magnificat”: Proclama mi alma las grandezas del Señor

 

1) Al leer el magnificat se echa de ver que es una explosión del alma enamorada que remonta como natural y necesariamente el vuelo hacia las alturas, donde mora su alma más que en la tierra. Fluyen en el  los recuerdos y reminiscencias, aun de palabras, del Antiguo Testamento, tan familiar a la Virgen, y se oye resonar el eco de la voz inspirada del Salmista y los Profetas.  

Canta con inspiración no menos sublime que delicada el inefable gozo en que rebosa su espíritu al considerar el inmenso poder de Dios, que con brazo poderoso libra a su pueblo, haciendo grandes cosas en María y derramando su misericordia de generación en generación. Y manifiesta tres sentimientos que embargan su alma: el de gratitud por las grandes cosas que en el  la ha hecho el Señor; el de admiración de la sabiduría y misericordia del que ensalza a los humildes y abaja a los poderosos; el de alegre confianza de que Dios va a cumplir sus promesas, enviando a su pueblo un libertador.


2) Pocas palabras de la Santísima Virgen se nos recuerdan en el   Santo Evangelio; pero cierto que las pocas que nos conserva son bien dignas de considerarse y están llenas de conceptos altísimos y de enseñanzas prácticas, que dan abundante materia de suaves y fecundas consideraciones.

Brotaron, sin duda, las palabras del «Magnificat» de los labios de María al influjo de la inspiración del Espíritu Santo, y así han de considerarse como llenas de celestial sabiduría más que de ciencia humana, por muy levantada que se suponga. Nadie como la Virgen María, la primera y la más favorecida entre los redimidos, podía cantar las excelencias de la obra redentora de Dios misericordioso.

Se ha llamado con razón al “magnificat” la oración de María, como el «Padre nuestro» se llama la oración dominical, la de Jesús. La Iglesia lo ha incluido en el   Oficio divino, de suerte que todos los sacerdotes han de repetirlo diariamente en el   rezo de las Vísperas, sin que se omita ni un solo día del año litúrgico. ¡Con cuánta devoción no hemos de procurar repetirlo  recordando cómo lo diría nuestra Madre Santísima!

 

3) Es el más importante de los cánticos de la Sagrada Escritura, incluyendo a los de Moisés, Débora, Ana, madre de Samuel; Ezequías, los tres jóvenes, etc. «Está, dice el P. Cornelio a Lapide, lleno de divino espíritu y exultación, de suerte que se diría compuesto y dictado por el Verbo, ya concebido y regocijado en el   seno de la Virgen».

Pueden en el  distinguirse tres partes: comprende la 1ª. los vv. 46-50, y en el  los agradece al Señor los beneficios que de Él ha recibido, sobre todo, el de haberla hecho Madre del Salvador; por lo que la llamarán todas las generaciones “bienaventurada”. En la 2ª. (51-53) alaba a Dios por los beneficios comunes concedidos antes de la venida de Cristo a todo el pueblo; alude principalmente a las victorias concedidas a Israel contra Faraón y los Cananeos. Vuelve en la 3ª. (54-55) al máximo beneficio de la Encarnación del Verbo, prometido a los Padres y a ella concedido.


4) Podemos estudiar en este cántico un modelo que imitar cuando en nuestra vida nos veamos en circunstancias en alguna manera similares a las de María en la Visitación. Favorecidos por Dios con beneficios más que ordinarios, al oírnos alabar de amigos o conocidos, hemos de elevar nuestra alma en vuelo de agradecido reconocimiento al Señor, entonando un «magnificat» regocijado y humilde de alabanza al dador de todo bien.

El tema del himno de gratitud de María es principalmente el beneficio de la redención, verdadera “obra grande” de Dios. Justo es que también nosotros apreciemos su grandeza magnífica, y sintiéndonos, como en realidad lo estamos, en el  incluidos y por él tan generosa y espléndidamente beneficiados, dejemos que el corazón se nos inflame en ardorosos anhelos de gratitud y fiel correspondencia


5) Notemos, por fin, cuán admirablemente se viene cumpliendo el “beatam me dicent”. Cuando María lo pronunció parecía algo, si no absurdo, inconcebible: una doncellita de pocos años, desposada con un pobre carpintero, en un pueblecillo ignoto de Galilea, ¿llegar a ser aclamada  por todas las generaciones? ¡Sólo Dios lo podía hacer y cuán espléndidamente lo ha hecho! Él sea bendito, que así quiere honrar a esa doncellita, su Madre y nuestra Madre.

 


Punto 3.° “MARÍA ESTUVO CON ISABEL CASI TRES MESES Y LUEGO VOLVIÓ A SU CASA”.

 

1) El Evangelista San Lucas dice en el   V. 56: “Y detúvose María con Isabel cosa de tres meses. Y se volvió a su casa”. Como ya antes, en la Anunciación, el Arcángel había dicho a Nuestra Señora: “Tu parienta Isabel en su vejez ha concebido también un hijo, y la que se llamaba estéril hoy cuenta ya el sexto mes” (v. 36); se deduce que María permaneció en casa de su prima hasta el nacimiento del Bautista.

Y cierto que si se había predicho que en la natividad de Juan “muchos se regocijarían” (14) sería la Santísima Virgen uno de esos muchos, y se regocijaría en gran manera con los santos esposos, padres del Precursor del Señor, y tornaría gustosa parte en los festejos con que celebrarían tan fausto suceso.

Aprendamos a gozarnos en las prosperidades y bienes de los demás, sobre todo, en los de nuestros parientes y amigos, evitando cuidadosamente la envidia que nos hace entristecer del bien ajeno y nos empuja a cercenarlo o enturbiarlo de algún modo.

No seamos mezquinos ni nos amarguemos necia e irracionalmente la vida buscándonos ocasiones de pesadumbre en lo que debiéramos hallar legítima causa de íntima alegría y gusto purísimo. Cuánto fomenta la caridad de familias y comunidades la amplitud de corazón, que hace tomar parte con sincero regocijo en las alegrías de los demás. Y, por el contrario, qué enemigo más funesto de la caridad es el pesar del bien ajeno manifestado en malas caras, palabras frías y retraimientos injustificados.

 
2) Lección también no poco aprovechable la que podemos aprender de la estancia de María en casa de su prima, la que se desprende naturalmente de la consideración del tiempo en que acompañó a Isabel. Era en los últimos meses  de su embarazo, cuando lo eran sin duda más necesarios los cuidados y ayuda de los demás. ¡Con qué solícita diligencia atendería la Santísima Virgen a su prima! ¡Cómo la ayudaría diligente a las faenas todas de la casa, cómo trabajaría! Gocémonos en ser útiles a los demás y no nos parezca indecoroso humillarnos a servir aun a los que nos son inferiores.

María, la Madre de Dios, sirviendo, y nosotros ¿andamos con reparos de dignidad cuando se trata de ejercitar con los demás oficios de caridad? No sea así; antes bien, por el contrario, sintámonos honrados al ejercitar por amor del Señor los más humildes oficios en provecho de los demás. Trabajo y caridad son fuentes ubérrimas de méritos, de alegría y de bienestar.


3) La Santísima Virgen nos dice en su cántico que la causa de su dicha fué “quia respexit humilitatem” (v.48), porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; y cómo que se diría que con los nuevos favores del Señor se siente más movida a abajarse y se goza en ejercitar los oficios de una esclava, no sólo con el Señor, sino también, por su amor con los demás.

Aprendamos nosotros, miserables pecadores, a abajarnos y buscar lo que de derecho nos corresponde, el último lugar. Y que no suceda que andemos hambreando solícitos preeminencias y alturas y nos desdeñemos de hacer nada que pueda parecer servicio y esclavitud. Hablemos ahora de todo esto con la Virgen y con su Hijo Jesucristo, encarnado por nuestro amor, que tanto se humillaron y abajaron hasta tomar la condición de esclavo y así nos salvó.

 

 

 

3ª  MEDITACIÓN

 

LA NATIVIDAD DECRISTO NUESTRO SEÑOR SE MANIFIESTA A LOS PASTORES POR EL ÁNGEL: “Os ha nacido el Salvador”.

 

 “Había pastores en la misma región,  que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí,  se les presentó un ángel del Señor,  y la gloria del Señor los rodeó de resplandor;  y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis;  porque he aquí os doy nuevas de gran gozo,  que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy,  en la ciudad de David,  un Salvador,  que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales,  acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales,  que alababan a Dios,  y decían:  ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz,  buena voluntad para con los hombres!

Sucedió que cuando los ángeles su fueron de ellos al cielo,  los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos,  pues,  hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido,  y que el Señor nos ha manifestado.Vinieron,  pues,  apresuradamente,  y hallaron a María y a José,  y al niño acostado en el   pesebre. Y al verlo,  dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.

Y todos los que oyeron,  se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas,  meditándolas en su corazón.

Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto,  como se les había dicho”.

 

Punto 1º“LOS PASTORES FUERON A ADORAR AL NIÑO Y LO ENCONTRARON EN EL   PESEBRE”

 

1º) El relato evangélico nos dice: “Estaban velando en aquellos contornos unos pastores, y haciendo centinela de noche sobre su grey. Cuando de improviso un ángel del Señor apareció junto a ellos, y les cercó con su resplandor una luz divina: lo cual les llenó de sumo temor. Díjoles entonces el ángel: no tenéis que temer, pues vengo a daros una nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo. Y es que hoy os ha nacido el Salvador”.


2º) Era costumbre en Palestina dejar los rebaños por la noche a la intemperie. No sabemos el tiempo del  Nacimiento: la Iglesia, desde tiempos remotos, lo celebra el 25 de diciembre. Aunque así fuese, el invierno en aquella región de ordinario no es tan frío que no puedan pasar la noche al raso los rebaños. Quedaban siempre en vela algunos pastores para vigilar y prevenir cualquier peligro de fieras o malhechores que pudieran sobrevenir.

            Velaban, pues, los pastores, preparándose así, con su diligencia en vigilar cumpliendo su deber, a recibir la merced que el cielo les hizo. Gran disposición es, si queremos merecer las gracias del Señor, el poner de nuestra parte gran cuidado en el   exacto cumplimiento de nuestra obligación y guardar solícitos lo que nos está encomendado. Vemos también en este hecho una muestra más de la predilección de Jesús por los pobres y despreciados; así eran los pastores, a quienes se tenía en Israel en poca estima, asimilándolos a los publicanos.

Puede también notarse en este hecho cómo suelen las gracias del Señor venir a veces cuando menos se espera, pues que es muy dueño de hacerlas cuando y a quien le place. Y al mismo tiempo cuánto gusta del recogimiento y el callar de ruidos mundanos, para dejar oír la VOZ del cielo; repetidas son las comunicaciones en el   silencio de la noche, del Señor o sus ángeles, que en la Sagrada Escritura se nos narran. Saquemos como consecuencia práctica el aficionamos al retiro y al silencio y aprovechemos para la oración y comunicación con el Señor las horas más libres de cuidados terrenos y de trato con las gentes.


2) Al aparecer el ángel quedaron los pastores circundados de celestial resplandor signo, en el   Antiguo Testamento de manifestaciones divinas, como se puede ver en el   Ex., 24, 17, en el   3 Reg., 8, 11, etc. No faltan exegetas que indican que el ángel que apareció a los pastores fue San Gabriel, el nuncio de la Encarnación. Su primera frase fue de aliento y confianza: “no tengáis miedo”.

Natural es en el   hombre el temor a lo extraordinario e insólito, sobre todo a lo sobrenatural; pero propio es del buen espíritu tranquilizar a las almas espirituales que proceden con recta intención en el   divino servicio: “No temáis!”. ¡Cómo se trocó el temor en gozo cuando oyeron la «buena nueva» que se les anunciaba.  

Ellos, como buenos israelitas, estaban instruidos de la venida del Mesías y esperaban de ella el remedio de todos sus males. Llenáronse, pues, de gozo y se prepararon a ir a ver lo que se les había anunciado.

“Os ha nacido... el Salvador”,díjoles el ángel; para vosotros viene al mundo y se ha hecho hombre; y viene como Salvador. Con  ese nombre se le llamó ya en el   Antiguo Testamento, por ejemplo, en la profecía de Isaías (19-20) “les enviará un Salvador y defensor que los libre”,  y en la Zacarías (9,9) “vendrá tu Rey, el Justo, el Salvador”. Cuánta es la bondad de Dios, que por nosotros y para nuestra salvación viene de los cielos a la tierra. Sepamos agradecerlo y sepamos aprovecharnos: acudiendo solícitos, como los pastores.

 

3) Dióles el ángel como señal distintiva para hallar al Salvador: “Hallaréis al Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (v.12). La pobreza y humildad son los compañeros de Jesús desde su entrada en el   mundo, y no le han de abandonar hasta el fin de su vida. Grabemos bien en nuestra mente que no se le encuentra entre el lujo y el boato de los palacios de los nobles de la tierra, y no nos engañemos tratando de hallarlo donde no se encuentra.  ¡Pobres sus padres, pobre su cuna, pobres sus amigos y seguidores, más pobre aún su lecho de muerte! Algo tiene sin duda de difícil, de grande, de santo, la pobreza, cuando lecciones tan repetidas de ella quiere leernos el Divino Maestro: “Discite a me”.  Aprendamos!


4) “Al punto mismo se dejó ver con el ángel un ejército numeroso de la milicia celestial alabando a Dios y diciendo; Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (v.13-14), o a quienes Dios tiene buena voluntad, es decir, queridos de Dios, objeto de la divina benevolencia; tal es el significado propio de la palabra original del texto griego.

Admiremos el contraste magnífico entre las humillaciones de Jesús y las maravillas que en torno al portal se suceden. Nacido de pobre Madre, en mísera choza, reclinado en un pesebre; se encienden de luz los cielos y resuenan himnos de celeste música, y acuden solícitas a festejar al recién nacido las milicias angélicas.

Cántico sublime el que resuena en los aires sobre la cueva de Belén. Dos son los grandes fines de la venida del Salvador: la gloria de Dios en los cielos, y la paz a los hombres en la tierra. Van unidos armónicamente, con enlace necesario: si procuramos dar a Dios la gloria que se le debe, redunda a los hombres que a recibirla se disponen, la paz verdadera, que los hombres no nos pueden dar ni quitar. Por el contrario, si defraudamos a Dios la gloria que le debemos, no será sin quebranto  de nuestra paz y no hallaremos sólido descanso.

Trabajemos, pues, por la gloria de Dios, que El nos premiará con galardón cien doblado de dulzura más que humana, sólo conocida por quien ha tenido la dicha de saborearla.

 
Punto 2.° LOS PASTORES VAN A BELÉN: “VINIERON CON PRISA Y HALLARON A MARÍA Y A JOSÉ Y AL NIÑO PUESTO En el   PESEBRE”.

 
1) El texto sagrado nos dice: “Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el   pesebre”.

Lección práctica la que nos leen, con su admirable proceder, los pastores. Dóciles a la indicación del ángel, se disponen al instante a hacer las diligencias conducentes para hallar al Niño que se les ha anunciado, y a ello se animan mutuamente.¡Oh si nosotros no emperezáramos nunca en seguir con presteza las divinas inspiraciones los órdenes y exhortaciones de nuestros directores y superiores! ¡Cuántas veces, por el contrario, con negligencia estúpida, dejamos para más tarde lo que debiéramos hacer al instante!

“Y se animaban unos o otros”,lección bien práctica para nosotros. Cuántas veces, en vez de alentar a los demás a la práctica del bien con nuestras pláticas y consejos, los retardamos y aun desviarnos del buen camino con nuestras censuras y críticas, o con nuestras manifestaciones de desagrado o de poca estima. No sea así: temblemos de ser con nuestras obras o palabras piedra de escándalo y motivo de alejamiento del bien para los demás; antes bien, hagamos un particular estudio a este respecto y podremos alentar a los demás en la práctica del bien y ayudarles a cumplir con presteza y alegría lo que el Señor les pide. Qué ejercicio de tan fina caridad es éste y cuánto bien se puede hacer llenando de entusiasmo y aliento a los compañeros en el   servicio del Señor.

 

2) Y fueron con prisa: como ansiosos de ver lo que se les anunciara y esperanzados de hallar algo grande. Imitémosles: bien persuadidos debemos estar del bien grande que para nosotros se encierra en el   Sagrario, en el   seguir con fidelidad las divinas inspiraciones, en ser guardadores exactos de la vida a que el Señor tan amorosamente nos ha llamado.

Pues ¿cómo entonces tan fácilmente nos olvidamos  de que nos aguarda Jesús en el   Sagrario y no le visitamos: ¿nos hacemos sordos a sus llamamientos interiores y marchamas pesadamente por el camino de la virtud y vivimos como cansados de lo que tenemos sin estimar tan precioso tesoro? No sea así, corramos alegres a Jesús, sigamos gustosos sus llamamientos, vivamos vida de unión con Él y de santidad. Nuestra diligencia y solicitud tendrá premio análogo al que recibieron de la suya los pastores.


3) “Hallaron a María y a José y al Niño”. ¿Cuál no sería el asombro de San José al oír, en el   silencio de la noche, voces y ruido de tropel de gentes que se acercaban a la gruta? ¿Y cuál su admiración y extrañeza al oír que le preguntaban si había allí nacido aquella noche un Niño?      ¡Y cómo él y la Santísima Virgen alabarían al Señor al escuchar de labios de los pastorcitos lo que el ángel les había anunciado! Reflexionemos: ya empieza a recoger Jesús los frutos de su trabajo salvador; se esconde, se humilla, y el cielo le descubre y honra.

Entraron los pastores en la gruta y se postraron ante el Niño, adorándole reverentes y ofreciéndole, llenos de cariño, los pobres dones que en su escasez habían podido reunir. ¿Qué sentirían sus almas? Jesús no quiso, como pudiera, hablarles con palabras materiales; pero lo hizo sin duda y con eficacia maravillosa en el   fondo de sus almas, como se echó de ver muy pronto por los efectos que aquella visita produjo eii los pastores. Nunca nos acercamos con buena voluntad a Jesús que no recibamos de Él preciosos dones que enriquecen nuestras almas.

 

4) Hallaron al Niño con su Madre. No de otra suerte podemos hallar a Jesús que con María y por María. Por Ella se nos dio y por Ella seguirá dándose siempre: es la medianera de todas las gracias. Vayamos, pues, a Ella confiados y en el  la lo hallaremos todo. ¡Todo bien nos viene por María!

Sin duda que San José y la Santísima Virgen recibirían amablemente a los pastores y se entretendrían con ellos en du1císmos, coloquios ¡Cómo sentirían los buenos israelitas que se les encendían sus corazones en amor de su Salvador al soplo encendido de aquellos suavísimos coloquios! Agradecieron mucho los Santos Esposos los dones de aquellos primeros adoradores de Jesús y en pago puso la Virgen Santísima al Niño en brazos de aquellos devotos visitantes ¿Qué sentirían? ¿Qué harían? ¿Qué dirían? Que la devoción nos lo inspire. Pensémoslo y digámoslo en nuestro corazón poniéndonos en análogo trance.

Soñamos a veces y juzgamos como en realidad lo fueron, dichosos a los pastorcitos que merecieron ser llamados a Belén y gozar de las dulces pláticas de María y José y de los tiernos abrazos de Jesús. Soñamos.., y no sabemos apreciar la realidad magnífica que con tanto mayor regajo y facilidad se nos brinda a nosotros a diario Belén, casa de pan, que es el Sagrario! ¡Eucaristía, pan del cielo! Belén está lejos y tuvo su realidad hace dos mil años; pero la Eucaristía está en nuestros altares y es el mismo Cristo, vivo y ya resucitado, habiendo cumplido toda la misión que el Padre el confió. Procuremos visitar, hablar, agradecer este don, el más grande de Cristo en la tierra, su presencia eucarística en amistad permanente para todos los hombres. Procuremos amarla y visitarla debidamente y sin duda saldremos de ella como de Belén salieron los pastores: llenos de gozo y transformados en apóstoles de la buena nueva.


Punto 3º. “LOS PASTORES SE VOLVIERON DANDO GLORIA A DIOS POR LO QUE HABÍAN VISTO Y OÍDO”.

Dice San Lucas: “Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”.

¡Cuan honda y santa impresión produjo en los pastores la visita a la gruta de Belén! En primer lugar, se certificaron de cuanto se les había dicho: lo vieron confirmado y su fe si robusteció, llenándoles de santo gozo. Y respondiendo generosos a la predilección del Señor, no se contentaron con el fruto íntimo que de ella habían logrado, sino que, llenos de entusiasta caridad, quisieron hacer a otros partícipes de su dicha y fueron anunciando en Belén lo que había acaecido; y con tal eficacia lo hicieron  que cuantos les oyeron se maravillaron.

¿Fueron nuevos adoradores al portal? No nos lo dice el santo evangelio, y es de creer que no. ¡Qué pena que no se aprovecharan mejor de la magnífica ocasión que de acercarse a Dios se les brindaba! ¡Cuántos hay que se maravillan de las cosas divinas, pero no pasan de ahí y no se deciden a acercarse a Dios, por la práctica integral de la vida cristiana! No seamos así; antes bien, convirtámonos en apóstoles del bien y procuremos dar a conocer a los demás la dicha que nosotros gozamos y sepamos aprovecharnos de lo bueno que vemos o sabemos de los demás. Podemos considerar que en Belén había cuatro clase de personas: Unos no se asomaron al portal, aunque oyeron lo que decían los pastores. Otros, acaso, entraron en el   portal como de paso, pero ni conocían al Niño ni a la Madre. Los pastores entraron y con viva fe adoraron al Niño, pero no se quedaron allí. La Santísima Virgen y San José estuvieron en el   portal asistiendo al Niño y sirviéndole con amor. Y ve representadas en estas clases a otras tantas maneras de relacionarse con el Señor.

Son los primeros, los que, embebidos en sus ocupaciones y negocios, no acuden a contemplar estos misterios por pereza y por acudir a otras cosas de su gusto. Los segundos, los que asisten a estos misterios con fe muerta, sin reparar ni ahondar lo que hay en el  los, y así ningún provecho sacan. A los pastores imitan los justos que a tiempo se dan a la oración y contemplación de estos misterios y de allí salen a cumplir sus obligaciones y predicar lo que han conocido, moviendo a otros. Finalmente, imitan a los santos esposos los que se dedican despacio algunos días a la contemplación de los divinos misterios, meditándolos en su corazón

 

 

4ª   MEDITACIÓN

 

“NO HABÍA SITIO PARA ELLOS… A LOS PASTORES: OS HA NACIDO UN SALVADOR. LOS PASTORES ADORARON… UNOS MAGOS DE ORIENTE”

 

“María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

Había en las cercanías unos pastores que pasaban la noche a la intemperie para guardar su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor: la gloria del Señor los envolvió con su claridad y ellos se asustaron mucho.

Pero el ángel les dijo: No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia que os producirá gran alegría a vosotros y a todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Esta señal os doy: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el   cielo y paz en la tierra a Los hombres que Dios ama tanto. Al marcharse los ángeles al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha anunciado el Señor. Fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el   pesebre. Al verlo, dieron a conocer el mensaje que se les había comunicado sobre el niño; y todos los que le oyeron quedaron sorprendidos ante lo que les decían los pastores. María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído; todo como se lo habían dicho”(Lc 2, 6-20).

“NO HABÍA SITIO PARA ELLOS”(Lc. 2, 7)


            Jesús quiere encontrarse con los habitantes de Belén y con los habitantes de todo el mundo. Ha hecho en el   seno de su madre un largo camino precisamente porque quiere ser ciudadano de la ciudad de David.

            Pero si él quiere encontrarse con los de Belén, no es menos cierto que a los de Belén no les importa gran cosa este Jesús. Hasta ahora, Jesús se ha encontrado con personas que le han aceptado y se han comprometido con El: María, José, Isabel, Zacarías. Pero ahora va a surgir un nuevo tipo de respuesta: la de la despreocupación, la del que tiene tan lleno su tiempo, su corazón, su cabeza, sus intereses.., que no hay espacio para Jesús.

            Así eran los habitantes de Belén: no persiguieron a Jesús; no le expulsaron... Sólo esto: no había sitio para Él. Y no había sitio porque nadie hizo sitio. Y nadie hizo sitio porque a nadie le interesaba que hubiera sitio. Y a nadie le interesaba porque nadie valoraba, ni estimaba, ni conocía a Jesús... Jesús no merecía más que cualquier otra persona.

            Comienza la serie de los despreocupados religiosamente. No son perseguidores de Jesús. No le miran con malos ojos. No les duele su vecindad. Pero meterle dentro del corazón, como María y José, comprometerse con Él, hacer de Jesús el gran valor, el gran tesoro y perla preciosa por la que hay que venderlo todo y sacar del propio corazón los otros valores..., infravalorar otras cosas y realidades para valorar más a Jesús, ¡ah!, eso no.

            Las personas parecidas a las de Belén se excusan con facilidad, como ellas: No hay sitio, no hay tiempo, hay tanto en qué pensar, hay tanto que hacer. Y probablemente así es.        Pero es que, para ellos, Jesús es una cosa más de la lista y no precisamente de las primeras. Por eso hay tiempo para ver la televisión, pero no para hacer un rato de reflexión con Cristo. Hay tiempo para charlar y charlar sin tregua, y de cosas insustanciales, pero no lo hay para tener dos palabras de conversación con el Señor. Hay tiempo para leer tebeos y novelas, pero no lo hay para leer la Palabra de Dios. Hay tiempo para estudiar, para pasear, para esquiar, para hacer y ver deporte, para escuchar discos.

            Jesús y sus cosas: no es que las combatamos. Sencillamente no hay sitio. Porque en el   montaje que hemos hecho de nuestra vida no hemos dejado un sitio para él. Ya no se trata ni siquiera del mejor sitio, sino sencillamente de un pequeño espacio para El.

            Y el resultado es que, como aquellos de Belén, nos quedamos vacíos. Porque para nacer, Jesús no necesita ninguna casa, ni nada nuestro. El viene a hacernos un favor, y nosotros pensamos que nos lo pide y le decimos: «lo siento; no puedo esta vez. Estoy muy ocupado».

            Jesús nacerá por nosotros. Esto es cierto. Pero nacerá fuera de nosotros. Su nacimiento será noticia que oiremos a los demás. Pero no será la BUENA NOTICIA que escucharemos dentro de nosotros mismos, que nos llene de alegría, que nos cambie, que nos haga hombres nuevos.

            Y no nacerá en nosotros Jesús porque no tenía sitio para nacer, no le hemos dado la oportunidad de nacer. Que nazca en otros, que se comprometan otros con El: en eso no ponemos ninguna dificultad. Nosotros nos contentamos con ser espectadores de esta historia. Pero, por eso mismo, nos quedamos fuera de ella, y, ¡qué pena!, es la Historia de Salvación.
            Jesús, me da miedo pensar que pasas a mi lado, llamas a mi puerta y que yo te diga muy cortésmente que no hay sitio para Ti, o que no hay tiempo, porque tengo cosas más importantes que hacer. Me da miedo, pero me da la impresión de que es lo que he hecho muchas veces.

            Y, si soy un poco sincero y pretendo examinar lo que me llena, tengo que confesar que son vaciedades, cosas sin sustancia que me ocupan, pero no me satisfacen. Con esto ya reconozco, de entrada, que estoy vacío, por más que tenga la sensación de estar lleno y ocupado.

            Por otra parte, cuando intento darme o darte una respuesta a Ti, que me pides un lugar, un rato de lectura seria o de oración junto a Ti en el   Sagrario,  una Eucaristía, un sacrificio, me parece encontrar una respuesta satisfactoria: «no hay sitio». Y con esto pienso que quedo bien.

            Pero no. Tú sabes, y yo también sé, que no quedo tranquilo. No hay sitio porque yo lo he ocupado antes. No hay sitio porque tampoco estoy dispuesto a desocuparlo. No hay sitio porque pienso que doy más importancia a cosas y a otras personas que a Ti. En definitiva: no hay sitio, porque yo no quiero un sitio para Ti. A María y a José no les dieron un sitio para Ti, pero ellos te lo buscaron.

            Y el resultado de esta conducta mía es que nunca maduro. ¿Cómo voy a madurar si estoy haciendo todo lo posible para que Tú no nazcas en mí? ¿Cómo voy a madurar si quiero seguir llenándome de cosas que me vacían más aún.

La cueva de Belén era pobre, si; no había dentro nada. Porque estaba vacía, a ella te llevaron: para que la llenases Tú. Y las casas llenas, como nosotros, llenos de cosas en nuestro corazón, impedimos que entres dentro de nosotros, porque no cabes, y sin embargo, estamos vacíos, porque lo tenemos todo, pero no falta el Todo, que eres  Tú.  Jesús, quiero que me ayudes a vaciarme de mi orgullo, de mi ansia de sobresalir, de mi ansia de pasármelo bien, de mi egoísmo, de mi dureza y agresividad, de mi indolencia, de todo lo que Tú ves que ocupa en mí el puesto que deberías ocupar Tú.

            Caigo en la cuenta de que la gran oportunidad de las casas de Belén fue el que Tú pudiste nacer en el  las para la salvación de los hombres. Sus moradores rechazaron esta oportunidad... Jesús, yo no quiero perder la oportunidad que me estás ofreciendo de nacer y vivir n mí para la salvación mía y de los demás.

 

 

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“OS HA NACIDO UN SALVADOR”(Lc 2, 11)

 

Los habitantes de Belén tenían la casa demasiado llena. Los pastores de Belén no tenían ni casa. Los habitantes de Belén estaban dormidos. Los pastores de Belén estaban en vela. Por eso a ellos se les hace una llamada. En la llamada se les anuncia la venida del Salvador. Se les anuncia que Dios ama a los hombres. Y esto constituye la llamada al amor. Se les previene que no hay nada espectacular, que admitan al Salvador tal como es: niño y pobre. ¿Admitís la salvación y al Salvador que Dios envía? ¿Queréis sumaros a estos planes de salvación? Entonces, id a verle...

            Y aquellos pastores que, probablemente, no sabían leer ni escribir, supieron abrir el corazón. Ninguno se rió de su compañero porque creyó. Al contrario, se animaron, se ayudaron unos a otros a dar el paso de la fe y del compro- mismo con Jesús: “Vayamos y veamos lo que el Señor nos ha manifestado”.

            Tampoco lo dejaron para más tarde: “Se fueron a toda prisa. Y encontraron a María y a José y al niño”. Es decir: no sólo hicieron la constatación de que era verdad. Con estas palabras se sugiere tal vez que el encuentro tuvo lugar a nivel profundo. Y lo divulgaron. Un hallazgo tan importante no es para ser vivido en soledad. Una salvación que se descubre no es para ser aprovechada en exclusiva. También ellos querían colaborar en los planes de salvación de Dios. También ellos querían predicar el Evangelio.

            No debieron hacerlo mal, porque “todos los que les oían se maravillaban de lo que los pastores decían”. Y es que no puede hacerlo mal quien es testigo de una cosa, quien ha tenido experiencia de ella. No comieron perdices; pero sí vivieron felices. Su vida no estaba llena de protesta, ni de queja, ni de reivindicaciones. Su vida no estaba vacía de ideales ni de sentido. Su vida no era inútil. Se sentían amados por Dios, unidos a Jesús y salvadores con Él de la humanidad. Todo esto merecía ser vivido en alegría y en alabanzas. Por eso, “los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios”.

            También a mi se me pide hacer la experiencia de Jesús. No se me pide que sea más listo que los demás, o que tenga más cosas. Sí se me pide que crea en Jesús y que me desprenda de más cosas por El. Y cuando me haya desprendido, que compruebe si me siento más libre, más feliz o no.
            También a mi se me pide que encuentre en mi vida las actitudes profundas con que vivieron la suya María y José junto a Jesús. También a mi se me da la noticia del nacimiento del Salvador. También a mí se me pide que anime a los demás para ir a Jesús. ¿Qué hago yo? ¿Respondo con prisa, o encuentro mil pretextos para retrasar lo que de verdad me salvaría?
¿Qué hago yo? ¿Intento de verdad hacer la experiencia de Jesús en mi vida, o me contento con decir palabras vacías sobre lo que no he vivido? ¿Estoy haciendo una comedia en la vida, o estoy teniendo unas vivencias auténticas de Jesús? ¿Comunico la alegría del Evangelio, o sólo sé decir palabras y tonterías para llenar el tiempo y no tengo nada que comunicar? ¿La vida que vivo me llena de alegría, como quien se ha encontrado con Jesús, o estoy desilusionado, vacío y sólo sé quejarme?

            Como aquellos primeros cristianos, que eran los pastores de Belén, yo quisiera ser sencillo para creer, rápido para aceptar a Jesús, de ojos limpios para conocer las maravillas de Dios, de corazón puro para vivir en alabanza y acción de gracias, comunicativo de la Buena Noticia a los hombres...


            Quisiera no tener mí casa llena de estorbos..., estar en vela continuamente hacia las señales de Dios en mi vida.., y encontrarme a nivel profundo, como ell,js, con María, José y el niño...

 

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4. “UNOS MAGOS DE ORIENTE”


“Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está ese rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarle.

Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó, y con él Jerusalén entera. Convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo escribió el profeta: «Tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo Israel.» (Miq. 5, 1).

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran cuándo había aparecido la estrella. Luego les envió a Belén, encargándoles: Averiguad exactamente qué hay de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a rendirle homenaje.

Con este encargo del rey, se pusieron en camino. De pronto, la estrella que habían visto en Oriente comenzó a guiarlos hasta pararse encima de donde estaba el niño. Ver la estrella de nuevo les llenó de una alegría inmensa. Entraron en la casa y encontraron al niño con María, su madre. Cayeron de rodillas y le adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. Pero, cuando dormían, Dios les avisó en sueños que no regresaran a Herodes; por eso se marcharon a su país por otro camino” (Mt. 2, 1-12).

 

 

“¿DONDE ESTA ESE REY DE LOS JUDIOS QUE HA NACIDO?”(Mt. 2, 2)


            ¿Dónde está Jesús? ¿Cómo se acerca uno a Él? ¿Cómo se le conoce? ¿Cómo entablar una amistad profunda con El?... Estas o parecidas son las preguntas del que busca a Jesús. Los magos eran un modelo de buscadores de Jesús. Modelo porque no les importaba otra cosa en su viaje, sino encontrar a Jesús. Ellos no se habían puesto en camino para hacer turismo y conocer nuevas tierras, tampoco se habían desplazado para comerciar y hacer negocios. Nada importaba sino encontrar la persona de Jesús, que había nacido, ellos lo sabían, por ellos y para ellos. Esto suponía soportar días de viento cálido que les quemaba y les tentaba a retroceder.

            Pero ellos seguían adelante, porque buscaban a Jesús. Y también suponía días de oasis en los cuales se estaba magníficamente porque había de todo: agua, dátiles, buena temperatura. Era la misma tentación de antes, que quería cortar ahora con halagos el camino hacia Jesús. ¿Para qué seguir adelante? Pero ellos no habían salido para encontrar un oasis, sino para encontrar a Jesús. Necesitaban tener muy claro su objetivo para no dejarse engañar.

            Y después de las dificultades de la naturaleza y de todo tipo, las dificultades de las personas cómodas: «¡Qué locos sois! Lo tenéis todo asegurado y os lanzáis a la aventura de lo desconocido. Mejor haríais en disfrutar de vuestros tesoros en casa que caminar para entregárselos a un desconocido». Y luego las dificultades de las personas sin ideales, porque en la capital de los judíos nadie piensa y nadie busca lo que ellos buscan. A nadie interesa lo que les interesa a ellos. Preguntan ellos ¿dónde está? y nadie sabe ni quién es, ni si está.

            Herodes no lo sabe, sólo sabe asustarse ante la pregunta. Lo saben, en cambio, los escribas. Pero sólo saben repetirlo de memoria, porque lo único que han hecho en su vida es llenar de fórmulas su memoria. Pero se han tomado a la ligera la palabra de Dios: se han pensado que es una asignatura para adquirir cultura, pero no piensan que es algo que nos saca de nuestra instalación y nos pone en camino. Por otro lado no quieren compromisos con las autoridades reinantes. Ellos, sin embargo, los magos habían andado muchos kilómetros por la llamada de Dios: ellos, los escribas, no podían molestarse en acompañarles los últimos doce kilómetros.

            Y es que, al que no busca, todo se le vuelven dificultades, detenciones, miedo al ridículo, sospechas para no comenzar a buscar. Y al que busca también le sale al paso la dificultad de la aridez del desierto, de la suavidad de los oasis, del miedo al ridículo, de la apatía de los demás.

            Pero hay que tener la decisión de seguir buscando. Al que persiste en su decisión de buscar a Jesús todo terminará conduciéndole a El: el desierto árido, y el suave oasis, y también la mala intención de algunos y la apatía de los otros.

            Jesús, quiero que seas lo más importante en mi vida. Tan importante que convierta yo mi vida en una búsqueda de Ti. Me gustaría definir mi vida así: una búsqueda de Jesús.

Quiero buscarte cuando a mi alrededor nadie te busca.         

Quiero buscarte cuando se ríen de mí porque te busco. Y también cuando algunos tienen la intención de aniquilarte, yo quiero seguir buscándote para ofrecerte mis tesoros.

            Cuando hay por delante un desierto que requiere días y días de soledad, no quiero echarme hacia atrás en mi búsqueda. Cuando la vida es fácil y apacible como en un oasis, no quiero detenerme en el  la, que quiero continuar buscándote. Cuando veo las cosas con claridad porque la estrella brilla en mi cielo, y también cuando la estrella se oculta y me da la impresión de que he perdido la orientación y el sentido de lo que hago., en todas estas circunstancias quiero seguir buscándote a Ti, Jesús.

            Sé que quien te busca sin cesar, lo encuentra. Sé que al que te busca sinceramente, todo le lleva a Ti y nada ni nadie puede apartarle de Ti. Por eso quiero yo también correr la aventura de mi vida como buscador de Ti. Porque sé que al final terminaré encontrándote cara a cara, y te veré tal como eres, y no me arrepentiré de haberte buscado.

 

 

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“HEMOS VISTO SU ESTRELLA”(Mt. 2,2)

 

Las llamadas de Jesús son misteriosas: miles y miles de estrellas en el   cielo y sólo una es la de Jesús. Miles y miles de ojos que las observan y sólo quienes las escrutan con profundidad descubren la llamada. La voz de Jesús no es nada de espectacular. Cada día suceden multitud de cosas, pequeñas casi siempre. Gestos, signos, palabras, «bobadas», dirá en seguida alguno. Para un espectador superficial probablemente sí. Pero quien sabe leer esas pequeñeces en profundidad encuentra en el  las el mensaje de Jesús, que le llama. En el   cielo están las estrellas como un libro abierto ¿quién sabe leer ese libro?

            Nuestra atmósfera está también surcada de ondas de radio, televisión, móviles. Nos hablan, nos cantan, nos dicen sus cosas otros hombres, pero sólo cuando disponemos de un receptor y sintonizamos caemos en la cuenta de la riqueza de mensajes que contiene el silencio del espacio.

            También nuestra vida está traspasada de palabras de Jesús. Y decimos en tono de excusa: «yo no le oigo, a mí no me dice nada». Pero es que nuestro receptor está apagado. O, si le hemos encendido, hemos procurado sintonizar con cosas  entretenidas, cosas que nos distraen y nos ayudan a pasar el tiempo, pero que no nos llaman a emplearlo en algo serio, ni nos hacen ponernos en camino hacia un ideal, ni cambian nuestro «pasar la vida» por un «dar la vida».

            Es imprescindible en la vida haber visto la estrella de Jesús y haber escuchado su voz. De lo contrario, o nunca se pone uno en camino, o se marcha sin saber a dónde se va. No negaremos que muchos caminan y se agitan en la vida, pero en el   fondo no caminan hacia nada. Se mueven porque no pueden estar quietos, porque necesitan consumir energías, porque tienen que gastar de algún modo el tiempo que se les da, la vida que se les regala.

            Qué distinto el que ha visto su estrella y ha sentido su voz. Ese se ha puesto en camino no por afán de moverse, sino porque busca algo y sabe además lo que busca. Aunque se le oculte la estrella, ya sabe hacia dónde camina.

            Jesús, yo también he visto tu estrella. Desde que me bautizaron me he puesto en camino hacia Ti. Algunas veces esa estrella ha vuelto a aparecer en el   cielo de mi vida y me ha llenado de ilusión: mi primera comunión, mis temporadas de fervor cristiano.

            No, no puedo dudar que Tú me llamabas. Lo que pasa es que he sido siempre demasiado niño y me daba miedo caminar a oscuras; quería que tu estrella brillase siempre en mi cielo y que yo la viese. En el   fondo quizá sólo porque tu estrella me gustaba. Pero no caía en la cuenta de que tu estrella era una llamada a caminar precisamente en fe y en oscuridad.

            No caía en la cuenta de que me llamabas a no vivir de realidades sensibles y entretenidas, sino de realidades invisibles, esas realidades que, al principio, me resultaban aburridas sencillamente por mi falta de fe. No me daba cuenta de que a lo que me llamabas era a crecer en fe, en constancia, en fortaleza, en esperanza.

            Por eso quizá muchas veces me he desanimado en mi camino hacia Ti. Me he quedado parado porque la estrella se me ha escondido muchas veces. Me he vuelto hacia atrás aburrido y desalentado. Y, después de varios años de vida cristiana, tengo que confesar con vergüenza que lo único que he hecho ha sido andar y desandar el mismo camino, pero sin avanzar nada. Tristemente me encuentro en el   punto de partida, en el   kilómetro cero de mi fe.

            Jesús, no he avanzado nada. Pero me doy cuenta de que tengo que madurar. Y no madurará mi fe hasta que no me decida a caminar en oscuridad, a hacer lo que tengo que hacer sin ver tu estrella. Me doy cuenta de que no necesito verla, porque la he visto ya. Comprendo que lo que se me pide no es caminar viendo la estrella. Esto sería fácil y hasta gustoso. Lo que se me pide es caminar sin verla, pero después de haberla visto. Así debe ser el camino de mi fe, que te busca con constancia y fortaleza.

 

 

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“VENIMOS A ADORARLE” (Mt. 2,2)

 

¿Para qué buscar a Jesús? Adorar es un verbo que usamos demasiado poco hablando de Jesús y de Dios, cuando es lo único digno que podemos hacer ante ambos. Y, sin embargo, lo usamos demasiado para el amor humano. Solemos emplearlo para indicar que un amor humano ha ganado totalmente el corazón de una persona: De una madre decimos que adora a su hijo, de un enamorado decimos que adora a su amada... Porque adorar quiere decir más o menos eso: haber ganado el corazón de tal forma que todo lo demás puede perderse, pero no puede perderse lo que adoramos.

            Adorar quiere decir que en todo lo que hacemos estamos pensando en lo que adoramos, y lo hacemos por la persona que adoramos, y lo hacemos como un acto de adoración a ella.

            Adorar quiere decir que lo que adoramos ha ocupado el centro de nuestro ser, y que nuestras energías todas giran alrededor de ello.

            Adorar quiere decir que podemos sentir afecto hacia otras cosas, pero que ese afecto nunca puede desplazar al gran amor cuyo peso recae sobre lo que adoramos.

            Adorar quiere decir que uno ha hecho una opción total e irrompible por lo que adora y ni quiere ni puede volverse atrás.

            Adorar quiere decir entrega total de sí y, al mismo tiempo, dejarse invadir y poseer por lo que adora...

            Adorar quiere decir muchas cosas más. Por eso, adorar no es un acto para personas  inconscientes ni para adolescentes irresponsables, sino para personas que han madurado en el   amor serio y difícil.

            “Venimos a adorarle”. A esto nos llama nuestra estrella: a descubrir las insondables riquezas que hay en Jesús y convencernos de que en comparación de Él todo lo demás no vale, o vale muchísimo menos.

            “Venimos a adorarle” quiere decir que somos llamados a que Jesús llene de tal modo nuestro pensar y nuestra actividad que todo lo hagamos por Él y en el , y nada podamos hacer separados de Él.

            “Venimos a adorarle” equivale a decir que somos llamados a colocar a Jesús en el   centro de nuestra vida y vivirlo todo de cara a El.

            “Venimos a adorarle” es sentirse llamado a optar por Jesús y hacer esta opción de modo irrevocable.

            “Venimos a adorarle” es querer entregar los propios tesoros de uno y querer recibir a cambio los tesoros que el otro quiera darme.

            Adorar es la consecuencia final de la fe. No se busca a Jesús sólo para tener un amigo y no caminar solo por la vida. Ni para que me ayude con su palabra, su ejemplo, sus gracias y su fuerza. Ni para que me comprenda y me acepte. Ni para que me perdone. Todo esto es cierto, pero dejaría incompleta la respuesta a la llamada si no buscase yo en mi vida adorar a Jesús, centrarme en el , valorarle a Él, fundirme en el , hacerlo todo por Cristo, con Él y en el .

            San Pablo, que en un tiempo intentaba excluir de su vida a Jesús, y también de la vida de los demás, pues perseguía a los cristianos, se sintió llamado, como los magos, a ir a Jesús. Y se dio cuenta de que con Jesús no valen medianías: hay que llegar al final, que es la adoración. Esto escribe Pablo:

            “Yo antes estimaba muchas cosas y me esforzaba por obtenerlas o me gloriaba de haberlas conseguido.. Pero desde que conocí a Cristo, todas esas cosas dejaron de ser para mí una ganancia y se convirtieron en pérdida. Han perdido su valor para mí, y al lado de Jesucristo me parecen basura. Yo vivo mi vida intentando llegar a esa meta a la que Dios me llama, aunque confieso que todavía no lo he conseguido. Pero continúo mi carrera a ver si consigo alcanzar a Jesús” (Flp. 3, 7-14).

            Jesús, voy entendiendo un poco la gran riqueza que eres Tú. No sólo eres un hombre listo que mereces nuestra admiración. No sólo eres un hombre valiente que dijiste la verdad a todos. No sólo eres un «revolucionario» que intentaste cambiar el orden de cosas que el pecado y el egoísmo de los hombres habían implantado. No sólo eres un hombre bueno que amas y aceptas al hombre tal cual es.

            Eres todo esto. Pero me quedaría muy corto si no viera en Ti algo más. Si no viera en Ti la perla preciosa por la cual puedo vender tranquilamente todos mis valores, el tesoro por cuya adquisición puedo cambiar con alegría todo lo que tengo.

            Si después de todo esto, no estoy dispuesto a dejar mi honra por tu honra, es que aún no te he comprendido. Si no estoy dispuesto a dejar mi comodidad por Ti, es que aún no he conocido tu valor. Si no soy capaz de cambiar mi escala de valores y darte a Ti la primacía, es que vivo de palabrería hueca solamente. Si no soy capaz de renunciarme a mí para que Tú vivas en mí, es que aún, ante mis ojos, yo valgo más que Tú.

            Voy entendiendo que en mi vida lo importante, lo más importante, eres Tú. Que lo único que no puedo perder y lo único que he de ganar eres Tú. Que lo único digno de adoración eres Tú.

            Mientras tanto, veo con desilusión que me pasa como a Pablo antes de conocerte: camino y me afano por cosas que me parecen apreciables: mi prestigio, mi colocación, mi formación, mis estudios, mi tipo, mi figura ante los demás, mi seguridad económica, mis amistades humanas. ¿Llegará un día en que también, como Pablo, me dé cuenta que todo eso que estimo como ganancia puede ser una pérdida, porque me impide ganarte a Ti?

            ¿Llegará un día en que lo que yo estimo como pérdida, y el mundo que me rodea también, me dé cuenta de que puede resultar una ganancia? ¿Llegaré a persuadirme que no puedo ganarte a Ti, Señor, si no es dando a cambio algo? ¿Llegaré a ver que lo que doy es de menos valor que lo que se me da? ¿Seré capaz de hacer este cambio con gozo, sin amargura, sin complejo de empobrecimiento?

            Quisiera yo ser como los magos: hombres valientes que cargaron sus tesoros para cambiarlos por Ti, y que además de hacer esto, no les dio vergüenza confesarlo ante un mundo de descreídos; ante un mundo cuyo único valor era el poder político, el poder económico o el poder cultural.

            Así testificaron ellos el valor que Tú tienes, Jesús. Por Ti, ellos, los sabios, los poderosos, los influyentes, los que tenían su vida asegurada. lo tiene todo como basura y sólo les importas Tú. Y lo hacían como Tú dijiste, llenos de gozo, persuadidos de que ganaban.

            Jesús, ayúdame a conocerte y valorarte. Ayúdame a cambiar el puñadito de «mis valores» por el valor que Tú eres para mí.

 

 

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“ENCONTRARON AL NIÑO CON MARIA, SU MADRE”(Mt. 2, 11)


            Es evidente que un niño de poco tiempo no va a estar solo en casa. Forzosamente ha de estar con su madre. Pero si el relato de Mateo destaca la presencia de María, es porque esta presencia tiene, sin duda, un sentido en el   camino de la fe que estaban andando los magos. ¿Cuál puede ser este sentido o sentidos?


1) María estaba presente, no sólo asistiendo al encuentro, sino enseñando, ofreciendo y entregando su joya a los que venían buscándola. Ella no era avariciosa de este tesoro. Si de Dios lo había recibido ella, sabía que era para entregarlo a cuantos le buscaban. De este modo, María prestaba a la obra de la salvación su colaboración activa. Esa colaboración activa de la cual nos habla el Vaticano II como necesaria a la obra de la salvación: «La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús:

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde Él momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el   seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal. Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el   templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. Lc 2,4I-I)» (Cf. L. G. 56).


2) María, además, debió aparecer ante aquellos hombres incipientes en la fe como el modelo de la fe perfecta, el modelo de la persona que dio todo para ganar a Cristo. Vieron los magos que, antes que ellos, una mujer había renunciado a sus tesoros para ganar a Jesús, y esto les animó a abrir sus cofres y empobrecerse ellos también. Entendieron que sólo se gana a Jesús empobreciéndose.


3) María, por fin, es el símbolo de la Iglesia, es decir, de todo hombre que cree la Palabra de Dios y la acepta y quiere que esta palabra se realice en su corazón. Descubrieron aquellos hombres que el misterio obrado por obra del Espíritu en aquella mujer era, ni más ni menos, el misterio que Dios quería repetir en cada uno de ellos y en cada uno de los hombres que se acercan a Jesús. Por todo esto, y por mucho más, sin duda, la presencia de María fue decisiva en el   acto final de su aventura.

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“ABRIERON SUS COFRES Y LE OFRECIERON SUS REGALOS”(Mal. 2, 11)


Es lo mismo que había hecho María: empobrecerse regalando su libertad y su maternidad, que constituían para ella sus grandes valores como persona y como mujer.

Los magos, al ver a María, comprendieron lo que ella había hecho, y se empobrecieron también. Entregaron a Jesús lo que para sus conciudadanos constituían sus valores.

Postrados ante Jesús, que está en brazos de María, y empobrecidos hasta lo más hondo, intentan repetir a su propio nivel lo que María había dicho a nivel profundo:
“Hágase en mí tu palabra”. Y esto les abrió para poder recibir el gran don de Dios en lo más profundo del ser.

Salieron de aquella casa sin oro, sin incienso y sin mirra. Pero llevaban en el   corazón la persona de Jesús, simbolizada por el oro, el incienso y la mirra. Aparentemente salían empobrecidos. Pero la realidad es que salían ricos, con la misma riqueza con que Dios había enriquecido a María.

Habían hecho el cambio afortunado en sus vidas. Ya podían volverse a casa. Pero no podían volver por el mismo camino.

 

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“SE FUERON A SU PAIS POR OTRO CAMINO”(Mat. 2, 12).

 

Jesús no nos saca de nuestro mundo. No quiere que nos desencarnemos de nuestra vida. Seguir a Jesús no es siempre romper con las circunstancias concretas de vida donde me ha tocado vivir, no. Precisamente, lo que quiere Jesús es que, una vez que le he conocido, vuelva a lo mismo, pero «por otro camino».

            Sí, hay que vivir la misma vida; hay que hacer los mismos deberes; pero por otro camino, de otro modo. Todo bajo la luz de este Jesús que nos acompaña siempre en lo más hondo de nuestro corazón. Todo bajo el signo de la alegría, de la entrega a los demás de lo que tenemos dentro, como María.

            Cuando llegaron a su tierra, la gente les vio llegar pobres y quizá pensaron que les había ido mal y que habían fracasado. Pero cuando les vieron alegres, se dieron cuenta de que venían ricos de verdad y que su tesoro nadie podía quitárselo. Vieron también las gentes que estos hombres a su vuelta no eran avariciosos de su tesoro. Al contrario, habían aprendido de María a entregar a los demás lo que Dios les había entregado a ellos.

            El relato no dice más. Pero no es aventurado suponer que la presencia en su país de estos creyentes, que fueron por un camino y volvieron por otro, sirvió para que muchos conocieran a Jesús a través de su testimonio, y para que muchos se dieran cuenta de que merecía la pena emprender el camino de la fe en Jesús y entregarle todos los tesoros.

            Oh María, yo sé que mi caminar hacia Jesús es repetir los pasos que diste tú hasta encontrarte con él. Sé que todo cristiano, si quiere serlo de verdad, tiene que repetir de un modo o de otro tus pasos. Sé que todos recibimos de Dios unas palabras como las que tú recibiste. En esas palabras se nos ofrece, si queremos, que Cristo viva en nosotros y de nosotros. Esta palabra nos produce miedo, como te produjo a ti, porque ese Jesús no se nos da hasta que no hemos entregado todos nuestros tesoros.

            Yo te estoy agradecido porque en mi caminar hacia Jesús te he encontrado a ti, que me estás enseñando cómo puedo lograr encarnar a Cristo en mí.

            Ayúdame a escuchar en profundidad la palabra de Dios. Ayúdame a creerla y valorarla. Ayúdame a realizarla y hacerla carne de mi carne.

            Y que este Jesús, nacido en mí, sea mi mayor riqueza, lo único que yo pueda entregar a los hombres como tú, la gran razón que imponga a mi vida otro camino, un nuevo estilo de vivirla.

            Que mi vida en Cristo sea para mí una fuente de alegría profunda, como lo fue para ti. Y que yo sepa comunicar esta alegría a los demás, como la comunicaste tú a cuantos se encontraban contigo.

            «El hombre no puede cambiarse a sí mismo. El hombre tampoco puede cambiar al hombre. Sólo la Palabra de Dios cambia al hombre, porque sólo ella es creadora.

            Y sólo quien la escucha y asimila en la oración es quien e transforma».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

5ª  MEDITACION

 

LA CIRCUNCISIÓN DELNIÑO JESÚS

 

“Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido”.

 

Punto 1º. CIRCUNCIDARON AL NIÑO JESÚS


1) Era la circuncisión un corte doloroso, que se hacía en el   cuerpo del niño o del adulto cuando quería ser adscrito entre los hijos de Abrahán y abrazar la ley mosaica. Fue instituida cuando hizo Dios a Abrahán la promesa de que serían en el  benditas las gentes todas y que de su progenie nacería el Salvador (Gen., 17, 10-14).

¿Cuál era su fin y su significado Dios bendijo a Abrahán y éste respondió fidelísimamente aun en las más duras pruebas: entre Dios y Abrahán había como un pacto sagrado, y símbolo de él fue la circuncisión. Era el signo sensible por el que se distinguía al israelita de los demás pueblos. El incircunciso era arrojado de la sinagoga, era gentil; como para nosotros el que no ha recibido el bautismo.  Y era el de «incircunciso», apelativo que se aplicaba como la máxima injuria.

¿Qué efectos producía? Significaba la futura gracia mesiánica, y era, como todas las ceremonias de la Ley antigua, «umbra futurorum», sombra de lo futuro (Heb. 9, 23; 10, 1).

Prefiguraba el bautismo que se llama circuncisión espiritual, y, como dice Santo Tomás, en el  la se confería la gracia, en cuanto era signo de la Pasión futura. Era solo señal de la fe justificante tu y por eso parece mejor decir que era sólo señal de la fe justificante (Summ., 3, q. (52, a. 6).


2) ¿Cómo circuncidaron a Jesús? No lo dice el Santo Evangelio, pero es de pensar que de modo análogo al que lo hacían con los demás niños. Probablemente en la misma gruta en que naciera, o en la casita en que después habitaron. La practicaría San José bendito, y la Santísima Virgen recogería ¡con qué devoción! la primera sangre que por nuestro amor quiso derramar Jesús.

            ¿Y por qué quiso someterse a tan dolorosa y deshonrosa ceremonia? Por nuestro amor y para nuestro ejemplo y aliento. Suelen considerar los autores ascéticos algunas razones que pudieron mover a Jesús a sujetarse a la circuncisión:

 

 a) Y es la primera la obediencia. Cierto que no estaba a ella obligado, pero era la circuncisión protesta de voluntaria sujeción a toda la Ley, y quiso el Señor declararnos cuán dispuesto estaba su ánimo a la más cumplida sujeción a cuanto fuera voluntad de su Padre: “factus obediens”, se hizo obediente.

Consideremos que si por nuestro amor y para nuestro ejemplo quiso tomar sobre sí tan pesada carga, ¿rehusaremos nosotros sujetarnos por el suyo a preceptos no pocas veces fáciles de cumplir? ¿Y alegaremos como excusa que no obligan gravemente? ¡Por eso el yugo de Jesús es suave! Bien será que lo llevemos con gusto y tengamos decidido empeño en o sacudirlo jamás.

 

b)  Otra razón que se puede considerar es el amor de Jesús a la humildad, a la que sólo se llega por la humillación sufrida en unión con Él. Era sin duda la circuncisión humillante, pues que suponía en quien a ella se sujetaba la necesidad de limpiarse de la mancha del pecado original.

Cristo nada tenía en Sí que pudiera ser mancha ni la más tenue, y, sin embargo, quiso signar su cuerpo con el sello de pecador. Y yo, pecador frecuente, pero hipócrita, que no quiero ser tenido por tal y protestando airado de que como a tal se me trate. Aprende a humillarte y no quieras aparecer ante los demás lo que en realidad no eres.


e) Por fin, le movió la caridad. Mi amor le movió a ser herido, a sufrir, a derramar su sangre preciosa. Cuán caro costó a Jesús, ya desde niño, nuestro amor: no le proporcionó honores, gloria, delicias, aplausos, sino deshonra, heridas, infamias, dolores. Él tenía sed de mostrarme su amor con obras, aun las más difíciles, que son las deshonras y el sufrimiento, y yo rehuyo el menor sacrificio, esquivo la más leve molestia, no sé llevar una insignificante humillación por amor por quien tanto me amó. ¡Vergüenza debiera darme tan indigna manera de proceder!

 


Punto 2° SE LE PUSO POR NOMBRE JESÚS COMO LO HABÍA LLAMADO EL ÁNGEL ANTES DE SU CONCEPCIÓN

 

 1) Era costumbre establecida que en la circuncisión se impusiera al Niño el nombre que había de llevar; y nota el Evangelista que así se cumplió en este caso y que al Niño se le dio el nombre de Jesús. Era el padre el que cumplía tal menester, y por eso, cuando el ángel apareció a San José para asegurarle en sus angustias por el embarazo de María, le dijo: “Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús; pues él es el que ha de salvar a su pueblo de sus pecados” (Mt., 1, 21).

Otra vez más aparece el contraste admirable de la humillación De Jesús y su exaltación por parte de su Padre. Cuando Él aparece como un hombre más y pecador, el Padre le confiere el nombre de Jesús, que significa Salvador. Y lo fue en realidad. ¿De qué nos salvó: «De nuestro pecado y del poder del demonio». Obra ingente, llevada a cabo por el modo más admirable y costoso, por lo que se hizo digno de que se le diera un nombre, que está sobre todo nombre y de tan maravillosa virtud, que al oírlo “se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos” (Phil., 2, 10).


2) Es, además, el de Jesús,  nombre maravilloso, a cuyo eco se efectúan prodigios los más estupendos. Al decir Pedro al cojo de la puerta Especiosa del templo, “en el   nombre de Jesús, levántate y camina” (Act. Ap., 3, 6), repentinamente quedó curado y echó a andar. Ya se lo había dicho el mismo Jesús a sus Apóstoles: “En mi nombre lanzarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, manosearán las serpientes, y si algo venenoso bebieren, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y éstos se curarán”.

Fue ese nombre como el canto rodado con que David de un hondazo derribó al gigante Goliat; piedra pequeña en sí, pero poderosa para derribar el coloso del gentilismo. Por eso los Apóstoles lo emprendían y hacían todo “in nomine Iesu”, en el   nombre de Jesús (1 Cor., 10, 31, y Col., 3, 17). Tengámoslo muy presente y aprendamos a usar ese nombre como arma victoriosa de combate.


3) Y es también el de Jesús nombre de dulzura inefable. San Bernardo nos dice que «es para el oído cántico de dulzura, en la boca miel mirífica, en el   corazón néctar celestial» (Serm. 15 super cantic, ML. 183, 847) y en otra estrofa repite: «nada se canta más suave, nada se oye más placentero, nada se piensa más dulce. Díganlo la Magdalena y el buen ladrón». San Pablo no se cansa de repetirlo en sus cartas, en las que se lee hasta 343 veces, y a San Bernardo nada le sabía bien si no leía el nombre de Jesús.

Aficionémonos a él convencidos de su excelencia; recordemos la espléndida promesa del mismo Señor: “Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre so la concederá” (Jn 16,23). Y aprendamos de la liturgia de nuestra madre la Iglesia que todas las oraciones las terminad pidiendo al Padre por medio del Señor Jesús.

 
Punto 3.° ENTREGAN AL NIÑO A SU MADRE, LA CUAL TENÍA COMPASIÓN DE LA SANGRE QUE DE SU HIJO SALÍA.


No pierde ocasión San Ignacio de llevarnos a María e ir enseñando prácticamente al ejercitante en qué ha de poner su devoción a esta Señora.

1) No es difícil de entender el dolor de María al sentir los tristes quejidos de su tierno Hijo, que lloraba a impulsos del dolor, y su pena íntima al ver correr la sangre preciosa de Jesús. ¡Ah ! No permitiría ciertamente que cayera ni una gotita al suelo y fuese pisada por la gente, sino que con gran solicitud y cuidado la iría recogiendo en paños bien limpios para ello preparados y restañaría con cariñosa so licitud la cruel herida. ¿Cómo no? Si sabía lo que aquella sangre valía.

            De ella dice Santo Tomás en el   «Adoro te devote»: «Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere», que basta una gotita para salvar al mundo entero de toda iniquidad. Una gotita bastara para redimir no uno, sino mil mundo que hubiera necesitados de redención, y con redención sobreabundante, como que es sangre de Dios y por eso infinita en su valor.

Cómo la recogería María, íntimamente agradecida, sabiendo que por ella, antes que por ningún otro, se derramaba, y que en el  la como en ningún otro era de veras proficua y fecunda! Era la sangre que de su sangre purísima recibiera el Verbo. La tomaría, pues, la Santísima Virgen con reverencia suma, y después de adorarla, la ofrecería al Padre en oblación por el mundo entero.

Señor, acéptala en olor de suavidad y haz que para todos los hombres sea rocío benéfico y semilla fecunda que germine en frutos de vida cristiana. Señor. si es posible, aplácate con ese primer derramamiento de sangre y no exijas otro más cruel, que llegue hasta la muerte en horrendo suplicio, Aprendamos a estimar esta sangre, a procurar que en nosotros sea fecunda; agradezcamos a Jesús su sacrificio y procuremos complementar con el nuestro lo que hace falta para que se nos aplique con gran fruto de nuestras almas.


2) Hemos después de considerar la devoción regaladísima con que repetirían María y José el dulcísimo nombre de Jesús, conscientes de su significado y sintiendo en sus almas su maravillosa eficacia.

No era, ya lo hemos visto, nombre caprichosamente elegido, como no pocas veces sucede, aun en familias cristianas, sino traído del cielo y compendiosamente significativo de la razón de venir el Hijo de Dios a hacerse Hijo de María. Cuán suave era a sus labios aquel nombre regalado y cómo podía con toda verdad decir: “Oleum effusum nomen tuum … Es tu nombre para mí bálsamo derramado” (Cant. 1,2)

            Séalo también para nosotros y aprendamos a pronunciarlo de continuo para tener la dicha de que nuestros labios se sellen al morir con él.

            Hablemos con la Santísima Virgen y pidámosla que no enseñe a estimar el dulce nombre de Jesús y su precisísima sangre y a saber aprovecharnos de ellos. Y agradezcamos a Jesús las pruebas de amor y pidiéndole sea para nosotros siempre Jesús, Salvador.

 

 

 

 

6ª  MEDITACIÓN

 

LA VUELTA DEEGIPTO

 

Punto 1.°: “LEVÁNTASE Y TOMA EL NIÑO Y SU MADRE Y VA A LA TIERRA DE ISRAEL”

 

“Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel.

Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno”.

 
1) Vivía la Sagrada Familia tranquila en su destierro, querida de cuantos tuvieron la dicha de conocerlos y tratarlos; pero siempre dispuesta a cumplir los deseos de Dios. Pena grande era para ellos ver cómo se adoraba a todo menos al Dios verdadero, pues que habían los egipcios hecho dioses de los más viles objetos.

Confortábales, en cambio, la vista de los recuerdos no escasos que se conservaban aún en Egipto de la estancia de Jacob y sus descendientes, que dejaron vestigios imborrables de su fe. De ellos se serviría no pocas veces la Sagrada Familia para depositar con celo y prudencia semillas preciosas de santos pensamientos entre los compatriotas, que eran en aquellas tierras muy numerosos, y aun entre los gentiles.

En el   destierro rompió a hablar y echó a andar el Niño Jesús: con qué ilusión y regocijo de sus padres, que cifraban en el   todo su amor y dedicaban a su cuidado y servicio todas sus energías y trabajos. No faltan quienes insinúan que la estancia de Jesús en el   destierro de Egipto, en lugares no muy apartados de la Tebaida y la Nitria, donde nació al mundo la vida religiosa, iniciada en aquellos ejércitos de anacoretas que poblaron los desiertos de Egipto y Libia, fecundó aquellas regiones eriales, transformándolas en ubérrimo jardín de las más preciosas virtudes.


2) Habíale dicho el ángel a José: “Estáte allí (en Egipto) hasta que yo te avise” (Mt 2, 13), y fieles a lo ordenado permanecieron en Egipto, sin afincar ni ligarse con compromisos que pudieran entorpecer en lo más mínimo la presta y total obediencia a las órdenes del Señor, a cualquier hora que se las comunicasen. Lección práctica, que nos enseña a vivir siempre en este nuestro destierro sin aferrarnos a él, ni ligarnos con ataduras difíciles de romper; sino siempre alerta, con las alas libres para emprender el vuelo cuando el Señor quiera llamarnos. Y para los religiosos, enseñanza de utilidad grande para que aprendan a no apegarse a la tierra y se dejen traer y llevar de la obediencia, sin oponer la más ligera resistencia.


3) También en esta ocasión dice el Santo Evangelio que el ángel del Señor “apareció en sueños a José en Egipto”. ¿Por qué de noche? Acaso para enseñarnos que el retiro, tan propio y fácil de noche, es disposición la más apta para el trato con Dios, que suele comunicarse en la soledad y apartamiento y no en el   bullicio y comercio con las gentes. Quizá también para que aprendiéramos de San José y la Virgen Santísima una lección en gran manera práctica y no jocas veces olvidada, sino despreciada. Y es que el Señor y los Superiores, que en la tierra hacen sus veces, son muy dueños de disponer a su voluntad de nosotros, cuando y como más les agrade.

Es la noche hora de descanso, al que tenemos sin duda derecho y que la obediencia nos concede gustosa; pero puede acaecer que durante el reposo se nos manifieste la voluntad de Dios, y hemos de estar prontos, si así nos lo exige, a interrumpir nuestro bien ganado y aun necesario sueño para hacer la voluntad de Dios. Buen modelo San José, como lo vimos y estudiamos ya en la meditación de la huída a Egipto.


4) Y dióle el ángel la razón que facilitaba su regreso a las tierras de Israel: “Porque ya han muerto los que atentaban a la vida del Niño” (Mt., 2, 20). Dios había herido con horrible muerte al cruel y libidinoso Herodes. Josefo, en sus «Antiguedades», nos dice que murió el tirano con amarga muerte, con fiebre y fuertes dolores intestinales y suciedad y gota y podredumbre de algunos de sus miembros, que manaban gusanos. Era el año 750 de la fundación de Roma, en la primavera, poco antes de la Pascua, y tenía setenta años de edad.

            ¡Cómo burla Dios los planes, al parecer mejor urdidos, de sus enemigos y con qué facilidad rompe sus redes! Y cuán confiadamente debernos descansar en sus brazos si le somos fieles! El nos cuidará, El deshará las asechanzas de los que nos persiguen, El nos volverá sanos y salvos a nuestra patria después del destierro de esta vida, en la que más de un Herodes perseguirá al Niño, que por la gracia llevarnos en nuestras almas, procurando matarle. Bien se confirmaría San José bendito en su confianza en la divina Providencia con esta nueva muestra del solícito cuidado de Dios para con él. Dejémonos en manos de Dios, que buenas manos son, de Padre cariñoso y de Señor Todopoderoso.

 


Punto 2.°  “ENTONCES ÉL SE LEVANTÓ, Y TOMÓ AL NIÑO Y A SU MADRE, Y VINO A TIERRA DE ISRAEL”.

 

1) ¿Cuánto tiempo duró la estancia de la Sagrada Familia en Egipto? Con los datos que el Sagrado Evangelio nos da, no es fácil determinarlo exactamente. Por eso varían no poco las opiniones de los autores: acaso unos meses, tal vez más de un año, y no faltan quienes lo prolongan bastante más.

La muerte de Herodes ocurrió en la primavera del año 750 de Roma; el nacimiento de Jesús pudo acaecer hacia el año 748. Entre esas dos fechas tuvieron lugar la Purificación de María, la adoración de los Magos, la huida a Egipto y la vuelta a tierras de Israel. Son los datos concretos que tenemos para calcular la duración del destierro de la Sagrada Familia en Egipto. Lo que sí sabemos es que estaba dispuesta a permanecer todo el tiempo que el Señor dispusiera sin hacer nada por abreviarlo. Puede en este punto considerarse, pues es lección práctica y de frecuente aplicación, la presta y diligente obediencia de San José. No emperezó ni difirió la ejecución de lo que se le mandaba; y eso que bien pudiera haberse dicho: aguardemos a que amanezca y nos pondremos en camino. No lo hizo así, sino que al punto se levantó, dejándose regir del Señor en todo con plena entrega, como quien sabe que es lo mejor. Reflexionemos y aprendamos.


2) ¡Cómo sentirían no pocos de los moradores de la población en que pasó la Sagrada Familia su destierro su marcha, y cuán grato recuerdo dejaría en cuantos lograron la dicha de tratarla! ¿Sucede lo mismo con nosotros, o, por el contrario, de tal suerte procedemos que nos hacemos insufribles a los demás y todos suspiran por nuestra marcha?

            Sin duda que les sería a San José y a su Santísima Esposa de gusto la orden de vuelta a Israel; como, en cambio, no pudo menos de serles naturalmente desagradable la orden anterior de destierro; pero para ellos las simpatías y antipatías naturales no eran motivo de determinación, sino que tan pronta y cumplidamente obedecían en uno como en otro caso.

            No es ciertamente pecado sentir aficiones o aversiones naturales; pero lo sería hacer de ellas el móvil de nuestras determinaciones y no saber sujetarlas a lo que debe ser para nosotros la norma única de acción: la voluntad de Dios.


Punto 3.°  “Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret”

 

1) Digna de admirarse la conducta del Santo Patriarca y lección práctica que podemos aprovechar.

En primer lugar, recibida la orden, púsose inmediatamente en marcha para tierras de Israel. Camino de Belén, quizá en Gaza, a una o dos jornadas del término que se había fijado, entendió José que en Jerusalén reinaba Arquelao, que heredara los defectos de su padre Herodes, en especial su crueldad y su injuria, y dudó prudentemente de si convendría en tales circunstancias ir a meterse en la boca del lobo, pues que estaba Belén tan próximo a Jerusalén, y era de temer que Arquelao tuviera presente la conducta de su padre en persecución de Jesús.

Por eso “temió ir allí”. Amaba tanto a Jesús, que le horrorizaba pensar que pudiera exponerse a perderle. ¿Y nosotros? ¿Lo tenemos también y cuidamos de que no nos suceda, o, por el contrario, neciamente confiados, cuando no criminalmente despreocupados, nos exponemos a ocasiones próximas de pecado y entregamos nuestro precioso tesoro en manos de sus más crueles enemigos? ¡Qué pena que en tan poco estimemos a Jesús y tan fácilmente nos le dejemos arrebatar!


2) Detenido por el temor del peligro, ¿qué hizo José? Acudir al recurso infalible de la oración, exponiendo en el  la al Señor sus dudas y pidiéndole solución de ellas. Y lejos de desagradar al Señor esta demora en la ejecución de sus órdenes, mostró su complacencia, acudiendo al instante a esclarecer la duda de San José. En efecto, tuvo nuevo aviso en sueños, y cambiando de itinerario, se dirigió a Nazaret, en Galilea, donde gobernaba Antipas. Conducta prudentísima la de José.

Cumplió lo que siglos atrás dijera en trance apurado Josafat: “No sabiendo lo que nos debemos hacer, no nos queda otro recurso que volver a Ti nuestros ojos” (2 Mac 20, 12); y como a El acudiera, bondadoso el Señor, dióle solución a su duda y modo de esquivar el peligro que le amenazaba, por medio de la revelación del ángel, demostrando que no le desagradaba el prudente retardo de San José. Que no nos pide Él que procedamos irracional e irreflexivamente a ejecutar lo que nos fuere ordenado, ni quita nada al mérito de la obediencia, ni desdora en lo más mínimo su excelencia, la humilde consulta o la sincera exposición en caso de duda o cuando se presentan razones que se juzga desvirtúan el mandato.

            San Ignacio, enseñando a sus hijos acerca del modo de proceder en casos tales, escribe: «Si alguna cosa se os representase diferente de lo que al superior y haciendo oración os pareciese en el   divino acatamiento convenir que se la representásedes a él, que no lo podáis hacer. Pero si en esto queréis proceder sin sospecha del amor y juicio propio, debéis estar en una indiferencia antes y después de haber representado, no solamente para la ejecución de tomar o dejar la cosa de que se trata, pero aun para contentaros más y tener por mejor cuanto el superior ordenare» ( Carta de la Obediencia. MI. 1, 4, 669 sigs).

Pidamos al Patriarca san José que nos alcance  estimar a Jesús más que todo lo demás y evitar cualquier peligro de perderle. Y a la Santísima Virgen pidiéndole guarde en nuestras almas a Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

7ª  MEDITACIÓN

 

EL NIÑO JESÚS ERA OBEDIENTE A SUS PADRES EN NAZARET

 

Preámbulo.La historia de la vida de Jesús en Nazaret es muy breve: obedecía a sus padres, iba creciendo en edad, sabiduría y gracia, y trabajaba, a lo que se cree, de carpintero.
Composición de lugar. Nazaret, escondida por una corona de montañas, como un nido, que apenas se ve hasta entrar en ellas. Elevada unos 273 metros sobre el Mediterráneo, y unos cien metros Sobre el valle de Esdrelón. Sus casas grises, cuadradas, de techos planos, apoyadas sólidamente en la re-a, se tienden en la vertiente oriental de dos colinas separadas por un barranco Fijémonos en una de esas casitas, Pobre, pequeña, pero limpia y alegre.

Petición: DEMANDAR LO QUE QUIERO: CONOCIMIENTO INTERNO DEL SEÑOR QUE POR Mí SE HA HECHO HOMBRE PARA QUE AS LE AME Y LE SIGA.


Punto 1.° Vida de obediencia

1) «Et erat subditus illis» (Lc 2, 51). Qué gran tesoro debe encerrarse en la obediencia, pues que Nuestro Djjo Redentor y Maestro vino del cielo a la tierra a explotarlo y tan de lleno se dió a ello, que su vida toda se pudo sintetizar en una palabra: «obedeció»; «exinanivit semetipsum factus obediens» (Phil., 2, 7) se anonadó hecho obediente. Bien merece que la estudiemos.
Desde su entrada en el mundo se entregó a la obediencia, a la vista de los derechos soberanos de Dios, a la obediencia por adoración. y a la vista de los derechos de Dios violados por la rebeldía del hombre a la obediencia Por reparación: «Sicut enim per inobedientiam uniu hominis peccatores constituir sunt multi ita per unius obeditionem justi constituuuntur multi» (Rom., 5, 19); a la manera que por la desobediencia de un solo hombre fueron muchos constituidos pecadores así tambien por la obediencia de uno sólo serán muchos constituidos justos.

Cierto que no puede haber perfeción más auténtica que cumplir la voluntad de Dios, como que las cosas se perfeccionan con la asecución de su fin; ahora bien, el fin del hombre es «servir a Dios»: luego ahí está su perfección y sería necedad buscar en otra parte el secreto de la santidad Cuán hrrmosarnente lo declara Santa Teresa en su libro de las Fundaciones, c. 5: «Yo creo que como el demonio ve que no hay camino que más presto lleve a la suma perfección que el de la obediencia pone tantos disgustos y dificultades debajo de color de bien»(10).

Y esto se note bien, y verán claro que digo verdad. En lo que está  la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores, ni en grandes arrobamientos, ni visiones, ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere Su Majestad», etc.

Y hace notar la Santa con insistencia las ventajas de la obediencia: a) seguridad grande interior; b) simplificación de la vida espiritual; c) bendición y protección divinas, que cuando se guarda la conciencia pura y se practica la obediencia, el Señor no permite jamás que el demonio nos engañe hasta el punto de perjudicar a nuestra alma; d) avance seguro en las vías del espíritu: «el aprovechamiento del alma no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho; y este amor se logra decidiéndose a obrar y sufrir, y haciéndolo cuando la ocasión se ofrece». Así, el mismo ejercicio de la oración deberá ceder el paso a los deberes señalados por la obediencia o al interés espiritual del prójimo.


2) Lo mismo pensaba San Ignacio, y de ahí el empeño en que sus hijos se señalen mucho en la obediencia y se «den todos a la entera obediencia» (R. 16 del Sum.). Qué dichosos seremos si así lo hacemos; para ello, estudiemos al divino modelo. ¿Quién obedecía? «Deus homínibus; Deus inquam cui angeli subditi sunt, cuí principatus et potestates obediunt, subditus erat... Disce homo, obedire, disce, terra, subdi; disce, pulvis obtemperare.» (San Bern., Hom. 1 sup. «Missus».) Dios a los hombres; Dios, a quien están sujetos los Angeles, los principados y potestades obedecen, estaba sujeto... Aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a sujetarte ; aprende, polvo, a abajarte. ¿Rehusaré obedecer?

¿A quiénes? A sus padres santísimos, ciertamente los más dignos; pero, al fin, criaturas, muy inferiores a Él en toda perfección. Veía en ellos a Dios, y al obedecer a San José decía con verdad: «Ego quae placita sunt ei (Patrii) facio semper» (Jn, 8, 29). Yo siempre hago las cosas que agradan a mi Padre.

Por mucho que pensemos que aventajamos a nuestros superiores, veanlos si no había más distancia de Jesús a los suyos. ¿Qué decir, pues, de mis rebeliones interiores, de mi juzgar mal de las acciones y aun intenciones de mis Superiores, de mi anteponer mi voluntad y juicio al suyo? Pronto las corregiríamos si nos esforzáramos, como nos manda nuestro Santo Padre, en reconocer en cualquiera Superior a Cristo Nuestro Señor, y reverenciar y obedecer a su Divina Majestad en él con toda devoción» (carta de la Obediencia), «y nos diéramos a la entera obediencia reconociendo al Superior, cualquier que sea, en lugar de Cristo Nuestro Señor y teniéndole interiormente reverenda y amor» (R. 31 S.).

¿En qué obedecía? En cuanto se le mandaba Niño, a las órdenes de su Madre, en recados y mandados que cumplen los criados, donde los hay. Mayor, en trabajos del taller de su padre. ¡Qué ocupaciones para un Dios! No consultaba, para obedecer, su gusto natural. ¿Y yo? ¿No me desdeño de obrar con espíritu de obediencia en algunas cosas menudas? Y cubro mi espíritu menguado de obediencia y mi deseo de independencia con el pretexto de no molestar a los Superiores. ¡Qué caudal de méritos atesoraremos si en todo procedemos regidos por la obediencia! Para el que tiene tal espíritu, nada es pequeño: el barro se desprecia, y quienes en él trabajan no se cuidan de desperdiciarlo, no así el oro, del que se guarda la más pequeña partícula; ¡el obediente trabaja en oro!

¿Cómo obedecía? Con suma perfección como si obedeciera a su Padre, cumpliendo la Regla que San Ignacio dió a sus hijos: «Seamos prestos a la voz del Superior como si de Cristo Nuestro Señor saliese, dejando por acabar cualquiera letra o cosa comenzada pongamos toda la intención en el Señor de todos, en que la Santa obediencia, cuanto a la ejecución y cuanto a la voluntad y cuanto al entendimiento Sea siempre en todo perfecta; haciendo con mucha presteza y gozo espiritual y perseverancia cuato nos será mandado, persuadiéndonos ser todo junsto y negando con obediencia ciega todo nuesro parecer y juicio contrario»

¿Y nosotros? ¿Murmuramos, censuramos, discutimos? ¿Procuramos no querer más que lo que el superior quiere, o todo nuestro estudio es que el superior quiera lo que queremos, para después hacernos la ilusión de que obramos lo que Dios quiere?

¿Cuánto tiempo obedeció? ¡Hasta los treinta años! Y nosotros tal vez nos cansamos, y lo que en el Noviciado nos parecía gustoso se nos hace difícil; cuando debíamos ir creciendo en amor a esta virtud!

¿Por qué obedecía? Por amor de Dios y por nuestro amor; para enseñarnos la nobleza y el mérito de la obediencia cristiana, que ve en toda autoridad legítima la autoridad del mismo Dios. Pidamos a Jesús nos conceda aprender y practicar esta magnífica lección.

 
Punto 2.° Vida de aprovechamiento.

«Proficiebat sapientia et aetate et gratia apud Deum et hmines» (Lc 2, 52). Como en edad, así crecía en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.

1) Crecía en edad y se iba manifestando en su trato con los encantos todos propios de cada período de la vida; se mostraba cada vez más hombre, y mostraba mayor cordura y madurez. Y nosotros? ¿Somos eternos niños? ¿Tan irreflexivos, tan tornadizos, tan sin asiento ni formalidad como cuando teníamos pocos años? No sea así, sino que con la edad crezca nuestra cordura, sensatez, dominio, prudencia, etc., manifestaciones naturales del avance en edad.
            2) ¿Cómo crecía en sabiduría? Distinguen los teólogos en el alma de Cristo triple sabiduría: la visión beatífica, la infusa y u adquirida; el progreso podía darse únicamente en la adquirida o experimental. Lo explica el Padre Suárez (In 3 p., q. 12, disp. 30, t. 2, p. 9): «Digo que el alma cte Cristo no tuvo desde el principio de su creación aquel conocimiento humano que consiste en la experiencia de las cosas, y que, por consiguiente, con el progreso del tiempo fué avanzando en ella; y que Cristo, no sólo en la experiencia de los sentidos, sino aun en el 
entendimiento adquirió por medio de los sentidos algún nuevo conocimiento experimental u las especies para ello necesarias que no tuvo desde el principio; es conclusión verdadera y común sentencia de los teólogos.»

En la ciencia experimental adquirida por Jesucristo tienen su explicación los movimientos de piedad de temor de disgusto, de tristeza y de alegría que sentía su corazón Otros explican el crecimiento diciendo que Jesús fue mostrando la ciencia que poseía paulatinamente; como decimos que crece el sol en resplandor del Oriente al mediodía porque se nos muestra más refulge aunque en sí tenga la misma claridad.

 
3) ¿Cómo crecía en gracia delante de Dios? No se puede admitir crecimiento interior de la gracia en el alma de Cristo; pues estuvo desde el primer instante lleno, con plenitud perfecta y omnímoda de ella, y sobreabundancia de méritos y santidad adelantaba sólo en cuanto en cada instante obraba actos de excelentísima virtud por lo cual Dios se complacía en la multitud y excelencia de tales acciones Que aunque no le hacían más santo ni podían acrecentar sus méritos, eran en sí suficientes para ello. (Knabenbauer in S. Lc.). Adelantaba en gracia ante los hombres porque según crecía en edad fué exhibiendo más y más aquellas virtudes dones y obras por las que niño y joven se hizo querido de todos y se atrajo el amor, benevolencia y alabanza de cuantos le Conocían.


4) ¿Y nosotros? Ha de ser el de Jesús modelo de nuestro crecimiento; jamás hemos de decir «basta», ni hemos de creernos suficientemente sabios o santos para poder decir: ¡alto! y cesar en el trabajo de avance Y por lo que toca al espíritu sucede a veces que por la edad, que apaga los bríos, o por otra causa, están ya las pasiones antes quizá violentas amortiguadas y porque los superiores nos dejan en paz porque tenemos nuestro carril trazado y no hay tropiezo notable con los de dentro ni con los de fuera, tal vez porque conociéndonos mejor que nos conocemos nosotros, evitan ellos cun tu pudiera molestarnos; nos imaginamos falsamente que ya no hay más que pedir ni que hacer; y viene una circunstancia un poco extraordinaria una prueba un poco difícil, de las que trae consigo la vida religiosa, y lo echamos todo a rodar y aparece que nuestra virtud era aparente y nuestro aprovechamiento escaso.

Recordemos que tenemos obligación de andar siempre adelante en la vía del «divino servicio» (R. 22 Sum.). Jamás hemos de dejar el estudio de las ciencias sagradas y de Jesucristo. Nuestro aprovechamiento en gracia ha de manifestarse:

a) En desarraigar defectos, primer trabajo que prepara el campo; hemos de procurar que nuestras faltas sean cada vez menos, menores en gravedad, menos repetidas y menos deliberadas.
            b) Arraigar virtudes sólidas y perfectas, principalmente aquellas a que nos sentimos más inclinados o vemos sernos más necesarias.

c) Perfeccionar las obras ordinarias más y más, persuadidos de que en esto está nuestra santidad: en la perfección de la vida común. El martirio, los grandes sacrificios..., si vienen, es una vez en la vida, mientras que es incesante la marcha monótona de la vida común.

d) Unirnos cada vez más con Dios es la corona; si trabajamos en las tres primeras obras, esta unión por la perfecta caridad será fácil. Para nosotros lo cifra todo la R. 15 deI Sum.: «Todos nos animemos para no perder punto de perfección, que con la divina gracia podemos alcanzar en el cumplimiento de todas las Constituciones y modo nues»tro de proceder.» Examinemos seriamente iuestro avance...


Punto 3.° Vida de trabajo.

 

¿Nonne hic est faber, filius Mariace?...(Mc., 6, 3). ¿Nonne hic est fabri filius? (Mt., 13, 55). ¿No es éste el carpintero hijo de María?... ¿No es el hijo del carpintero? Eso se preguntaba la gente cuando salió Jesús a la predicación. De donde se deduce que ejercitó algún oficio manual. San Justino atestigua que en su tiempo (1l4-168) se mostraban aún arados hechos por el artesano de Nazaret. Treinta años de vida ocupada en trabado manual por nosotros y para nuestra enseñanza. ¡qué lecciones tan provechosas!


1) Sea la primera estima grande de los oficios humildes; no hay oficio deshonroso entre los discípulos de Jesús; todos quedaron dignificados con haberse el Señor ocupado en ellos. ¡Ni nos echemos a cavilar que nosotros valemos para mucho más! Bien está que si delante de Dios nos parece, y haciendo oración juzgamos convenir que lo representemos a los Superiores, lo hagamos así, pero dispuestos a quedarnos después tranquilos con lo que de nosotros dispongan, teniendo por tentación cualquier pensamiento contrario. ¿Para qué no servía Jesús? ¿Y en qué se ocupó treinta años? Persuadámonos de que Dios no nos necesita para grandes cosas, sino que nos quiere obedientes; y no podemos hacer cosa mayor.


2) La estima y aprovechamiento del tiempo; polilla terrible la ociosidad y mina riquísima el trabajo. Deber es del hombre el trabajar «homo nascitur ad laborem, et avis ad volatum» (Jn 5, 7). Nace el hombre para el trabajo y el ave para volar. A unos el trabajo material, a otros el intelectual, no menos penoso. Jesús quiso elegir para estos años el manual, y entre los manuales, uno de los más bajos. Así lo rehabilité que estaba vilipendiado elevándolo a grandeza increíble. Pero nos enseñó además a todos a aprovechar el tiempo. La pereza es gran enemiga de toda virtud.

Nuestra regla 44 nos dice que «el ocio, que es el origen de todos los males, no tenga en casa lugar ninguno en cuanto fuere posible». Franklin la comparaba a la herrumbre, que gasta más que el trabajo, añadiendo que tan difícil es tenerse en pie un perezoso como un saco vacío. Un capitán de navío repetía a sus tripulantes que el que nada hace, se halla siempre dispuesto a obrar la maldad, puesto que el perezoso no es más que un criminal de reserva. Amemos el trabajo y nos veremos libres do tentaciones y peligros sin cuento


3) A santificar el trabajo. Trabajemos como Jesús; estaba su trabajo en Nazaret:

a) Penetrado de vida interior, las manos se movían sudaba el rostro, se agitaban los músculos; Pero el corazón seguía recogido en Dios, unido a Él por continua oración.

b) Regulado por la obediencia, no hacía sino lo que le mandaban, porque se lo mandaban y como se lo mandaban,

c) Inspirado en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Coloquios fervorosos con los tres santos moradores de Nazaret.

 

 

 

 

 

 8ª  MEDITACIÓN

 

JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO


Preámbulo. La historia la narra San Lucas en el cap. 2, vv. 40-52. El Santo Padre, en los Misterios [272], la propone así: CRISTO NUESTRO SEÑOR, EN EDAD DE DOCE AÑOS, ASCENDIÓ DE NAZARET A JERUSALÉN... Y QUEDÓ SN JERUSALÉN Y NO LO SUPIERON SUS PADRES; PASADOS LOS TRES DÍAS LE HALLARON DISPUTANDO EN EL TEMPLO Y ASENTADO EN MEDIO DE LOS DOCTORES; Y DEMANDÁNDOLE SUS PADRES DÓNDE HABÍA ESTADO, RESPONDIÓ: ¿NO SABÉIS QUE EN LAS COSAS QUE SON DE MI PADRE ME CONVIENE ESTAR?


 
Punto 1°Sube al templo con sus padres.


PRIMERO: CRISTO NUESTRO SEÑOR, DE EDAD DE DOCE AÑOS, ASCENDIÓ DE NAZARET A JERUSALÉN.


1) Dice el sagrado texto que «iban sus padres todos los años a Jerusalén por la fiesta solemne de la Pascua» (Lc, 2, 41). En el Exodo (Ex., 23, 14 y iguientes) se dice: «Tribus vicibus per singulos annos mihi festa celebrabitis Ter in anno apparebit omne masculinum tuum coram Domino Deo tuo.» Tres veces cada año me celebraréis fiesta... Tres veces al año se presentarán todos tus varones delante del Señor; y lo mismo se repite en el Deuteronomio (16, 16), enumerando cuáles son las fiestas: la de los ázimos, la de las semanas y la de los tabernáculos El hecho que vamos a meditar acaeció en la Pascua de los ázimos.

Las mujeres no estaban obligadas, pero las palabras del texto nos indican que la Santísima Virgen iba todos los años; enseñándonos a no contentarnos con lo obligatorio, sino a procurar fomentar algunas devociones bien elegidas y practicadas con constancia, que si no son la devoción, la procuran y la conservan. No las despreciemos por pequeñas, que tienen efectos muy estimables! No dice el texto si el Niño subía todos los años; de creer es que lo llevarían siempre sus padres. ¿Por qué lo nota este año el evangelista? Pues porque en él quiso darnos Jesús esta gran lección.


2) ¿Cómo harían el viaje? Sin duda que con espíritu de veras religioso. Era ordinario juntarse en caravana los de cada villa o región y marchar orando y cantando en común. Tenían para ello en los Salmos fórmulas litúrgicas muy apropiadas: así, el Salmo 121, «Laetatus sum in his quae dicte sunt mihi, in domo Domini, ibimus… Gran contento tuve cuando se me dijo: Iremos a la casa del Señor»; que expresa admirablemente los sentimientos de un peregrino israelita que camina hacia Jerusalén, la ciudad santa.


3) ¿Qué hicieron en Jerusalén? El primer acto solemne de la celebración de la Pascua era la comida del cordero pascual. La tarde del día 14 del mes de Nisán, después de la puesta del sol, se reunían en grupos de más de diez y menos de veinte y celebraban la cena pascual conforme al rito prescrito en la ley y conservado en la tradición. La mañana del día siguiente, 15 de Nisán, asistían al solemne oficio que se celebraba en el templo; oficiaban en él los sacerdotes y levitas, y se hacía con acompañamiento de instrumentos músicos y de canto; solía terminarse con la bendición del pueblo. Asistían también los peregrinos al sacrificio vespertino, y el segundo día a la fiesta de la oblación matutina, en la que se ofrecían al Señor las primicias de la cosecha de la cebada (Lev., 12, 10-14). Y cumplido este rito, parece que no les urgía la obligación de permanecer en la ciudad hasta el fin de las solemnidades. De hecho, muchos peregrinos se volvían a sus casas.


4) En el templo. Veamos cómo entrarían en él. Cómo estarían ¡Con qué recogimiento! ¡Qué devoción infundirían a cuantos los viesen y cómo alabarían a Dios las almas honradas y buenas que los contemplaban! «Sic luceat lux vestra» (Mt 5, 16). Así hemos de proceder nosotros en el templo, y, sobre todo, en el altar, de suerte que se edifiquen cuantos nos vean.

¿Qué hacía el Niño Jesús en el templo? Pues seguramente que cuatro cosas:

a) Adorar a su Eterno Padre y rendirle el culto de latría que le es debido.

b) Darle gracias por cuantos beneficios le había dispensado y también por los dispensados a su Madre y al resto de los hombres.

e) Reparar las ofensas con actos fervorosísimos de desagravio.

d) Pedir muchas gracias. ¡Qué raudal de gracias no atraería la plegaria del Niño Jesús sobre sus padres!


            Aprendamos a emplear el tiempo de nuestra oración y visitas al Santísimo: en esos cuatro puntos tenemos materia abundante para entretenemos fructuosamente. Sobre todo, ésos deben ser nuestros afectos al asistir a la Santa Misa o al celebrarla; pues que, como sabemos, es sacrificio: a) latréutico, porque se ofrece a Dios para reconocer su supremo dominio; b) eucarístico, por ofrecerse en acción de gracias por los beneficios recibidos; c) impetratorio,
pues se ofrece a Dios para obtener, por los méritos de Jesucristo, nuevos beneficios; d) propjciatorio, satisfactorio o expiatorio, para obtener perdón de pecados y remisión de la pena por ellos debida (Coin Trid. sess. 22, can. 3).


Punto 2.° Se queda Jesús en el templo.


CRISTO QUEDÓ EN JERUSALÉN Y NO LO SUPIERON SUS PARIENTES.»


1) ¿Cómo pudo suceder? San Lucas (Lc 2, 43) dice: «Acabados aquellos días, cuando ya se volvían, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen». La gente que aquellos días acudía a Jerusalén era muchísima: Josefo (De beli. jud., 6, 424) menciona tres millones de peregrinos en una de estas fiestas; y en otro lugar afirma que se sacrificaron para la cena legal un año, en el templo, 256.500 corderos. Era, pues, fácil que en tal aglomeración se perdiera un niño. Además, pudieron muy bien pensar sus padres que Jesús estaba con algún grupo de los de Nazaret «illum esse in comitatu» (Lc 2, 44). Cosa tanto más obvia y natural cuanto que Jesús era muy querido de sus conocidos Cayeron en la cuenta al terminar la jornada del día, «iter diei», cuando, llegados los últimos grupos, se encontraron con que faltaba Jesús, y nadie sabía dar cuenta de Él.

 
2) ¿Cómo se ausenta Jesús de las almas? De dos maneras: la primera es sustrayendo del alma la gracia, lo cual sólo se verifica como castigo del pecado mortal; no está figurada en esta ausencia tan terrible castigo; ¡Dios nos envíe mil veces la muerte antes de caer en pecado mortal! La otra es cuando, sin quitarnos su gracia, nos priva del sentimiento de su presencia; está Dios en el alma y, sin embargo, no sentimos las dulzuras inefables de la presencia de sino, por el contrario soledad, tristeza, abandono, desaliento (Reg. 4 1317) de discern de las de la 1 . serie).


3) ¿Por qué se ausenta Jesús? Lo expone admirablemente San Ignacio en las reglas de discernimiento de espíritus y nos dice que unas veces la ausencia de Jesús, la desolación, es castigo de nuestra tibieza y negligencia en los ejercicios espirituales y en el servicio divino; otras, prueba de nuestra fidelidad y amor, que resplandecen sobre todo en las horas difíciles de la desolación; otras, por fin, lección provechosa que nos haga palpar que la consolación no es propiedad nuestra, sino don gratuito de Dios y así aprendamos humildad.


4) ¿Cómo hemos de buscar a Jesús? Como lo buscaron María y José: a) y, ante todo, «do lentes» (Lc 2, 44), doliéndonos de tales ausencias; que es cosa triste que el alma, entretenida en aficioncillas terrenas, no eche de menos a Jesús, si no es que llega hasta desear su ausencia, por temor a lo que puede y suele exigir cuando se apodera del alma. Penetremos los corazones de aquellos santos, esposos; qué noche aquélla más triste y más larga! Nada en ellos suplía la ausencia de Jesús.

Pero no se contentaron con llorar, sino que al instante b) «quaerebamus», se dieron a buscarlo. Así hemos de hacerlo nosotros, y si así lo hacemos, pronto encontraremos a Jesús;

c) «quaerebamus te», buscaban a Jesús. No su consuelo ni otra cosa alguna, sino a Jesús, en quien lo cifraban todo. No suceda que más que a Jesús nos busquemos a nosotros mismos; gran error sería, e insigne ingratitud, y prueba suele ser de que más buscamos nuestra consolación que a Dios, c) que fácilmente nos desanimemos y caigamos de ánimo.


Punto 3. PASADOS LOS TRES DÍAS, LE HALLARON DISPUTANDO EN EL TEMPLO Y ASENTADO EN MEDIO DE LOS DOCTORES »QUE SON DE MI PADRE ME CONVIENE ESTAR?)» (Lc 2, 48).


1) «El factum est post triduum» (Lc 46), y al cabo de tres días le hallaron en el templo. Al tercer día de haber salido do la ciudad. Cuando advirtieron la desaparición habían caminado ya una jornada; necesitaban otra para volver a Jerusalén; al tercer día encontraron a Jesús (v. Schuster, «Historia Bíblica», Knabenbauer la Lc p. 143). Es de creer que los padres de Jesús, apenas les fué dado hacerlo, muy de mañana se fueron al templo, persuadidos de que allí, más bien que en ningún otro lugar, estaría Jesús, si por su gusto se había quedado en Jerusalén. Tal vez emplearon bastante tiempo en encontrarlo, por ser el templo muy amplio.

Aprendamos dónde hemos de buscar a, Jesús cuando lo echemos de menos: no entre amigos y conocidos, no entre carne y sangre, ni entre regalos y vanidades, ni entre el bullicio y diversiones profanas, sino en el templo cte Dios, que es la casa de Dios; dentro del templo vivo de nuestro corazón, haciéndolo casa de oración y ocupándolo en ejercicios de santidad; no en parlerías inútiles ni en lecturas entretenidas o en amistades peligrosas.


2) ¿Dónde estaba Jesús, y qué hacía? Explicaban los doctores la ley al pueblo, los sábados, los días festivos y durante su octava; quizá ocurrió la ausencia de Jesús durante la octava de Pascua. Púsose Jesús entre la turba a escuchar la explicación, y como estaban autorizados los oyentes para preguntar y exponer sus dudas, lo hizo El de tal modo que llamó la atención de los maestros. Hiciéronle subir al estrado, pues cuando entraron sus padres «le hallaron... sentado en medio de los doctores, y ora les escuchaba, ora les preguntaba; y cuantos le oían quedaron pasmados de su sabiduría y de sus respuestas» (Lc 2, 46). No se nos dice de qué hablaba.


3) Consideremos el gozo de los santos esposos al encontrar a su divino Hijo; así nos gozaremos si como ellos le buscamos. La Santísima Virgen, al verle, exclamó: «Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando». Nada hay en estas palabras de reproche; son una cariñosa interrogación, muy natural en quien ama como amaba María a Jesús; una sencilla expresión del dolor que sus corazones habían experimentado durante aquellos días de triste soledad. Hay también en ella una nota delicadísima de humildad y de deferencia y amor de María para con José en aquel «pater tuus et ego», tu padre y yo, nombra primero a José y le llama padre de Jesús. Nota el P. La Puente la brevedad y precisión con que habló la Santísima Virgen.


4) A la pregunta de su Madre respondió Jesús: «Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que Yo »debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?» . No contiene esta respuesta, dada a su Madre, nada de frialdad o indiferencia, y menos de reprensión o desaire, sino de instrucción, porque enseña que lo hecho ha sido realizado por determinación y misterio divino; de consuelo, porque les dice que no había motivo para dolerse y buscarle con tanta solicitud; de defensa, porque tácitamente niega haber dado causa para que ellos se doliesen y le buscaran con ansiedad; como si dijese: «no os di Yo causa de este dolor y rebusca, pues que nada hice por lo que debieseis buscarme con dolor; vosotros, por lo mucho que me amáis y por ignorar el misterio del asunto, fuisteis la causa» (Toledo).

Como dirigida a nosotros esta respuesta, nos incuIca los derechos infinitos de Dios sobre nosotros y sobre cuanto pensamos que nos pertenece; nos enseña que no hay consideración alguna que pueda no ya prevalecer contra un deseo de Dios, pero que ni merezca ponerse con Él en parangón. Enséñanos, además, a unir en nuestro corazón el amor a nuestros padres con una firme decisión de seguir la voluntad de Dios y una completa independencia de cuanto pueda impedírnoslo. Magnífica lección para quien se prepara a elegir estado (Vermeersch).

Pero no vayamos a creer que no tenga aplicación a quien ya ha hecho tal elección y se ha abrazado con el de perfección; tiénela y no poco frecuente, pues que si ol afecto sagrado a nuestros padres no ha sido parte para impedirnos seguir la voz de Dios, triste cosa sería que nos lo impidan en mil ocasiones afectillos desordenados a cosas, personas, ocupaciones, etc. Veamos si en más de una ocasión al «cur fecisti sic» tendríamos que callar avergonzados.

            Cuando nuestras pasiones o los hombres se empeñen en separarnos un ápice de la voluntad de Dios para esclavizarnos a la de sus enemigos, respondamos «in his quae Patris mei sunt oportet me esse!» ¡Sólo pertenezco a Dios, Él es mi Señor, a El sólo he de servir! Grabemos bien en nuestra mente esta verdad, y cuando se trate de la causa de Dios tomemos la resolución de cortar cualquier cosa por grata que nos sea. ¡Qué dichosos seremos si así lo hacemos!
 
NOTAS. 1) Era despreciado el trabajo manuah Aristóteles, el más grande de los filósofos gentiles, lo había proclamado indigno del hombre libre. Platón, Herodoto, Jenofonte, Cicerón y Séneca hablaban y pensaban del mismo modo. Los obreros no eran, mirados por los griegos como dignos del título de ciudadano. (v. Devivier «Curso de Apologética». P. AIlard. «Les esclaves chrétiens».)


2) Los discípulos de Jesucristo. Cuenta una vieja leyenda monástica que el abad Macario fué a visitar al gran Antonio, poblador del yermo, en su profunda y casi inaccesilde soledad. Sentáronse ambos en cuclillas en el suelo, a la manera de los egipcios. Comenzaron a hablar y a trenzar esteras. Viendo Antonio la destreza, hija de la asiduidad, con que Macario tejía el palmito del desierto, le besó las manos, y exclamó: «hay una gran virtud en esas manos.» San Pablo estaba orgulloso de las suyas de tejedor, en las que puso callos la áspera lana de las cabras negras del monte Tauro, que ellas transformaban en la groserísima tela de los cilicios, que, por su aspereza, ha tomado casi exclusivamente sentido penitencial. Y se gloriaba de ganar su pan con su trabajo.

 

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