MI CAMINO DE ORACIÓN PARROQUIA DE SAN PEDRO LIBRO .PLASENCIA.1966-2018

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

MI CAMINO DE ORACIÓN

PARROQUIA DE SAN PEDRO.PLASENCIA.1966-2018

INTRODUCCIÓN

TODO SE LO DEBO A LA ORACIÓN

Ya lo he dicho muchas veces y lo diré siempre: Todo se lo debo a la oración. Y me he decidido a escribir este libro, describiendo un poco mi propio itinerario, es para animar a otros hermanos a recorrer este camino de amistad con Cristo «que no es otra cosa oración… estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama», santa Teresa.

Me he animado también, porque siendo totalmente una persona normal, un creyente más que ha recorrido este camino y lo sigue recorriendo, como lo hacen otros muchos cristianos, para encontrarme con nuestro Dios y Padre todos los días, para conocerlo y amarlo más cada día, mi camino no tiene nada de extraordinario.

No soy en nada extraordinario, no soy un místico ¡que más quisiera! Pero como todo se lo debo a la oración y ahora  lo vivo con gozo, teniendo en cuenta que algunas etapas del recorrido han sido duras y no las comprendía bien, sobre todo, en épocas de noches de fe y esperanza, en momentos duros de oscuridad e incomprensión, no digamos en sequedad de amor, sin sentir nada durante meses y años, quiero comunicar mi experiencia, por si pudiera ayudar a hermanos y hermanas, cristianos o sacerdotes, compañeros de viaje,  a recorrer este camino, especialmente en estos  kilómetros duros de sequedades, purificaciones y conversión permanente, porque la oración desde el primer kilómetro es conversión, y cuesta renunciar a los propios criterios e intereses, y seguir a Cristo sobre todo y en todo, que es lo mismo que querer amar a Dios sobre todas las cosas.  

Esta idea, de una forma u otra, la repetiré infinidad de veces, porque la tengo muy metida en el alma, y muchas veces oigo o leo sobre la oración, y, a mi parecer, no se insiste lo necesario y debido sobre esta nota fundamental: conversión, amar a Dios sobre todas las cosas, sobre todo, prefiriéndole al propio yo, al que damos culto, sin darnos muchas veces cuenta, desde la mañana a la noche. Esta es la principal dificultad para hacer oración cristiana.

Quizás no sea muy pedagógico empezar hablando así de las exigencias de la oración, pero lo hago para que nadie se engañe, porque veo mucho escrito sobre el tema, pero la verdad es que no entran dentro del corazón y del fundamento de la oración, siguiendo a nuestros grandes maestros y precisamente españoles: Teresa y Juan de la Cruz.

Convencido de esta verdad, deseo ofrecer, siguiendo mi propio camino de oración, algunas orientaciones y unos consejos, lo más sencillos y concretos posibles, con el fin de ayudar a toda persona de buena voluntad y deseosa de hacer oración, de encontrarse con Cristo vivo, vio y resucitado, para que no se deje abatir por cantos de sirena y  dificultades que, inevitablemente, ha de encontrar.

Me ha costado a veces sufrir mucha soledad, sufrimiento y  trabajo el vivir algunas etapas de este camino, y me gustaría animar y ayudar un poco a los que se encuentren en circunstancias ordinarias y normales de fallos y caídas de pecados o imperfecciones, o sequedades y de no sentir nada en su esfuerzo por llegar a una amistad y unión más íntima con Cristo, con el Dios vivo y verdadero.

Con alguna frecuencia acostumbro a decir a los que me contemplan: yo no soy un santo, pero tampoco un tonto; lo digo especialmente para expresar que me doy cuenta de lo que me pasa o sucede en torno a mí y no protesto; o de lo que me hacen y muchas veces me callo, como si no me diera cuenta. Hay que sufrir en, con y por Cristo en silencio toda clase de pruebas y humillaciones, vengan de donde vengan.  

Por eso, para mí este camino de la oración es camino principalmente de conversión. La oración es querer conocer y amar más a Jesús; es querer ser no solo amigo que conversa con Él todos los días, sino discípulo que quiere seguirle, conocerle más cada día por la oración para seguirle mejor en la vida; porque oración y vida se conjugan igual; la oración es vida, y la vida es oración . Y ya lo sabemos el camino marcado por el Señor: “Quien quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”; esto dicho en negativo; porque en positivo se enuncia así: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”.

Por eso, en este camino hay que estar dispuesto a seguir y amar a Dios sobre el propio yo y las propias apetencias, sobre los propios planes y proyectos y cargos y honores, a buscar y seguir al Señor por Él mismo, no por las añadiduras que le acompañan: si alguno quiere ser discípulo mí…;y la muerte del yo es larga y dura, esas son las noches de san Juan de la Cruz, porque todos nos buscamos siempre y en primer lugar a nosotros mismos, el propio yo, el amor propio, y hay que mortificarlo desde el primer día y esto cuesta sudor y lágrimas y lágrimas… es la práctica de la  humildad en grados sucesivos hasta el último, según tu amor a Cristo, según el Espíritu Santo te ilumine y tú quieras dejarte purificar y ser víctima de tu propio sacrificio, de la muerte de tu propio yo con Cristo, para vivir la vida nueva de la gracia, de la amistad plena y total con tu Padre Dios, para amarle sólo a Él, sólo a Él sobre todas las cosas, olvidando o dejando en segundo lugar nuestras apetencias, avanzando en el amar a Dios sobre todas las cosas, ocupando segundos puestos en la vida y en todo, como nos enseñó el Señor, para ocupar los primeros en su amor.

Y hay etapas duras, tanto interiores como exteriores, porque si se juntan las dos a la vez, es el infierno, mejor dicho, el purgatorio, en la tierra como dice san Juan de la Cruz. Y es que muchas veces, casi siempre, nos ponemos en lugar de Dios, nos idolatramos y queremos darnos culto de la mañana a la noche. No digamos si ocupamos algún puesto importante.

Así que cuando el alma se toma en serio la unión con Cristo, lo cual se llama santidad, tiene que empezar por convertirse en el cuerpo y en el alma hasta donde pueda, en las pruebas exteriores de soberbia, avaricia…etc, porque en las pruebas interiores de noche de fe, esperanza y caridad, en relación directa con Dios, el alma ni entiende, ni sabe, ni puede hacer nada, sólo sufrirlo, ser patógeno, dejarse limpiar y purificar de tanto yo que impide el Yo de Dios, la persona de Cristo vivo en nosotros, porque se trata de que “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.

En este camino, el Espíritu Santo es el mejor director espiritual que tenemos, pero el sujeto ha de sufrir las purgaciones, sobre todo, cuando llegan no las ramas de la persona, sino a las raíces del yo, a la muerte mística; por eso se llama <noche pasiva> de mortificación y purificación, donde hay que cooperar con la acción del Espíritu simplemente dejándose limpiar y purificar, aceptando, sufriendo el que te quiten hasta las raíces del yo; la noche activa es la que uno puede hacer mortificando todas las manifestaciones del yo: soberbia, avaricia… los pecados llamados capitales «por ser cabeza de otros muchos»; se trata de la mortificación y conversión ordinaria y normal, que todos podemos hacer y donde todos tenemos que actuar directamente. .

Y lo tengo muy grabado y me lo sé de memoria por haberlo sufrido y gozado, por lo menos las activas, y algunas  de las pasivas, y por eso quiero dar una palabra de ánimo a los que se encuentren en esos momentos, desanimados o despistados, sin saber qué hacer; ¡ánimo! que eso indica que estáis vivos, que estáis en camino de encuentro con el Señor, que el Espíritu Santo nos empieza a quitar nuestros apegos y nos ayuda y fortalece en esas necesarias etapas y periodos de sufrimientos, sequedades, humillaciones, pruebas o dudas en la fe, en el amor o en la esperanza para purificarnos de nuestro yo, metido en toda nuestra vida y acciones, incluso, en los apostolados cuando creemos que todo lo estamos haciendo en Dios y por Dios, sin darnos cuenta de que nos buscamos a nosotros mismos ¡que claro lo veo en muchas actuaciones nuestras!

Y lo tengo muy sabido y aprendido porque lo he sudado y trabajado con esfuerzo desde abajo; hay que convertirse en todo y del todo a Dios; y eso que no he llegado muy alto, sin gestos ni hechos singulares, sino paso a paso, toda la vida, con constancia en la oración y conversión y amor a Dios sobre todas las cosas, poquito a poco, en soledad humana y divina, porque estando tan cerca actuando el Espíritu de Cristo, ni se le nota, y mira que uno le pide ayuda y grita, y nada, como si no oyera o estuviera muerto ¡que duras las pruebas de fe! En estas etapas “hay que esperar y confiar en Dios contra toda esperanza”, como dice san Pablo; y siempre, se sienta o no se sienta nada en la oración, esperar con la confianza puesta en la gracia y ayuda permanente del Espíritu Santo, formador permanente y único maestro de oración y vida espiritual, de la vida según el Espíritu de Cristo, no meramente interior; por favor, para atravesar estas etapas, nada de  mencionar nirvana, respiraciones especiales o canto de lo que sea, esto es, oración según el espíritu de dioses o maestros orientales, no sé. Lo que sí sé es que hace años, la S. Congregación, me parece, de la Fe, publicó unas notas sobre estas prácticas de oración, muy interesantes para algunos, que propagaban esas culturas y prácticas, o se habían despistado y alejado de la Iglesia, sin darse cuenta. Desde luego allí no estaba el Espíritu Santo. Ya diré algo más de esta materia cuando mencione métodos de oración.

Y nada más para introducir y aclarar mis intenciones al escribir este libro; con él, al describir estas experiencias de pruebas y gozos quiero comunicar mi camino de oración, camino de fe, esperanza y amor, virtudes sobrenaturales que son las únicas que nos unen a Dios, para ayudar, si puedo, a todos mis hermanos sacerdotes o bautizados, a los que quieran leerlas para practicarlas desde la oración personal, único camino que yo conozco y obligatorio para llegar a Dios aún por el camino de la liturgia, donde si por ella, por la oración personal no llego al corazón de los ritos, todo se queda en el altar y no entra en mi corazón.  

Quiero terminar diciendo que, por la oración personal, sobre todo incrustada en la oración litúrgica, el cielo empieza en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios vive y se manifiesta como Amor de Abba, papá del cielo, en Canción de Amor revelada en su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía, con Amor de Espíritu Santo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él.” Y al sentirse uno habitado por la Santísima Trinidad… «Semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam», lema de mi vida: siempre viviendo en Trinidad, con María, hasta la vida eterna, en revelación de amor y ternura y belleza infinitas, pero de verdad, no de palabra, uno vive el cielo en la tierra y desea morirse para estar en plenitud de vida y gozo y unión con los Tres, sintiendo aquí ya en la tierra el gozo de vivir, de sentirse amado, pero de verdad, no de pura palabra o poesía, por los Tres, como tan hermosamente lo expresó Sor (ya beata) Isabel de la Trinidad en esta oración que rezo y pido a Dios Trinidad vivirla todos los días:

 

«Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

 

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora…» (Beata Isabel de la Trinidad)

 

«Quedéme y olvidéme,

               el rostro recliné sobre el amado,

cesó todo y dejeme,

dejando mi cuidado

            entre las azucenas olvidado.

(San Juan de la Cruz)

CAPÍTULO PRIMERO

LA ORACIÓN

 

1. NECESIDAD DE LA ORACIÓN

 

Confieso públicamente que todo se lo debo a la oración. Mejor dicho, a Cristo encontrado en la oración. Muchas veces digo a mis feligreses y hermanos sacerdotes para convencerles de la importancia de la oración: A mí, que me quiten cargos y honores, que me quiten la teología y todo lo que sé y las virtudes todas, que me quiten el fervor y todo lo que quieran, pero que no me quiten la oración, el encuentro diario e intenso con mi Cristo, con mi Dios Tri-Unidad, porque el amor que recibo, cultivo, y me provoca y comunica por la oración es tan grande que poco a poco me hará recuperar  toda la santidad perdida  y subiré hasta donde estaba antes de dejarla.

Y, en cambio, aunque sea «sacerdote y diga misa» y esté en alturas de apostolados, cargos y honores, si dejo la oración personal, bajaré hasta la mediocridad, hasta el oficialismo y, a veces, hasta trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...yo soy la vid, vosotros los sarmientos”.

Por eso, la oración, sobre todo, la oración eucarística, se ha convertido en la mejor escuela y fuente y fundamento de todo apostolado: «desde el Sagrario, a la evangelización» ha sido el lema del primer Congreso Internacional de la Adoración eucarística celebrado en Roma 20-24 junio 2011: “Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: «contemplata aliis tradere».

¿Qué pasaría en la Iglesia, en el mundo entero, si los sacerdotes se animasen u obligasen a tener todos los días una hora de oración? ¿Qué pasaría en la Iglesia, si todos los sacerdotes tuvieran una promesa, un compromiso, de orar una hora todos los días, ante el Sagrario, como un tercer voto o promesa añadida al de la obediencia y castidad? ¿Qué pasaría si en todas las diócesis y seminarios del mundo –esencial y absolutamente obligado y necesario por razón de la ordenación sacerdotal-- tuviéramos superiores y obispos, exploradores de Moisés, que habiendo llegado a la tierra prometida de la experiencia de Dios por la oración, enseñasen el camino a los que se forman y dirigen, convirtiendo así la diócesis, el seminario, en escuela de amor apasionado a Cristo vivo, vivo, y no mero conocimiento o rito vacío, y desde ahí, desde la oración, arrodillado, el seminario se convirtiese en escuela de santidad, fraternidad, teología y apostolado de la parroquias, de la diócesis, del mundo entero? Si eso es así, ¿por qué no se hace? ¿Por qué no lo hacemos personalmente los sacerdotes? ¡Señor, concédenos esta gracia a toda la Iglesia, a todos los seminarios!

Sin oración, no somos nada en nuestro ser y existir cristiano o sacerdotal: “sin mí no podéis hacer nada”; pero, por la oración, todos, sacerdotes y seglares, podemos decir con san Pablo: “Para mí la vida es Cristo... todo lo puedo en aquel que me conforta... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”».

        Para orar bien, tenemos que pedir la sabiduría, el sabor de Dios y su conocimiento, como lo hace Salomón, en Sab. 9, 1-10: “Dios de los padres y Señor de la misericordia, envíala de los cielos, mándala de tu trono de gloria, para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es agradable”. Y ya antes, en Sab 7, 7-33, había descrito todas las riquezas que le venían con ella: “Invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos... la he comparado a la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena... La quise más que a la salud y belleza y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos; en manos había riquezas incontables... La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único, penetrante, inmaculado, lúcido, bondadoso,  benéfico... Renueva el universo, y entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas; pues Dios ama sólo a quien convive con la sabiduría. Es más bella que el sol y que todas las constelaciones; comparada a la luz del día sale ganando...” (7, 7-30).

        Y donde digo oración, quiero decir conversión y amor a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el yo personal, al que damos culto y para el cual vivimos de la mañana a la noche, hasta que el Señor nos lo empieza a descubrir por la oración, por el trato personal con Él. Y aquí nos lo jugamos todo y toda la vida de santidad y apostolado.

Sobre esta materia de la oración y conversión insisto continuamente, porque estoy convencido hasta la médula, por la vida de la Iglesia, de los santos, por el evangelio meditado, y por mi propia experiencia de conversión permanente de este yo que tanto se quiere y se busca en todo; pero cuánto se quiere este Gonzalo y con qué cariño se busca hasta en las cosas de Dios. De esto hablaré más ampliamente en el artículo siguiente.

Pero voy a anticipar algo, citando a un autor que he leído recientemente y con el que coincido totalmente, porque no sólo tenemos las mismas ideas, sino hasta coincidimos en las mismas expresiones. Y como además de este tema de la conversión se habla poco, tanto en nuestras conversaciones o reuniones de arciprestazgo, como en las meditaciones, retiros espirituales y formación permanente, al menos yo no tengo esta suerte, quiero hacerlo con cierta amplitud, para que no se olvide: «El anuncio del Reino, las palabras de Jesús nacen de la oración y de su intimidad filial con el Padre… Para anunciar el Reino hay que vivirlo. El primer anuncio tiene que ser la misma vida del enviado…quien quiera de verdad anunciar seriamente el Reino de Dios y llamar a  la conversión tiene que comenzar viviendo primero con Jesús (por la oración) y como Jesús (por la conversión)... No es un asunto que se pueda resolver con planes de trabajo ni con reuniones de planificación. El tema capital es la conversión de los que hemos de ser los agentes de la evangelización; conversión al amor de Dios y al amor de nuestros prójimos, amor a Jesucristo que murió por ellos y por todos…El enviado tiene que ser antes discípulo, imitador, seguidor y conviviente con el maestro, del todo identificado con Él, en el pensar y en el vivir (Fernando Sebastián, EVANGELIZAR, Madrid 2010, pgs 180-181-186).

        Y este mismo autor, en relación a la nueva evangelización o pastoral evangelizadora, asegura: «La presentación del Evangelio de Jesús tiene que producir en los oyentes una verdadera crisis de conversión… Si somos sinceros tendremos que reconocer que son pocas las actividades pastorales que buscan realmente esta conversión de los oyentes. La catequesis, la preparación para los sacramentos del bautismo, de la confirmación, del matrimonio y muy especialmente el proceso entero de la Iniciación Cristiana, tendrán que estar centradas muy claramente en este objetivo como algo esencial, y debieran desarrollarse de manera que pudieran alcanzarse con cierta normalidad. ¿De dónde, si no, podremos preparar poco a poco, y con la ayuda del Señor, una comunidad del cristianos cnvencidos y convertidos? (Ib. pag 69).

        Y como cabeza y pastor de todo este proceso,  el Obispo en cada diócesis. Juan Pablo II escribió: «Con su manera de vivir, el obispo muestra que el modelo de Cristo no está superado; también en las actuales condiciones sigue siendo muy actual. Se puede decir que una Diócesis refleja el modo de ser de su obispo. Sus virtudes—la castidad, la práctica de la pobreza, el espíritu de oración, la sencillez, la  finura de conciencia- se graban en cierto sentido en los corazones de los sacerdotes. Estos, a su vez, transmiten estos valores a sus fieles y así los jóvenes se sienten atraídos a responder generosamente a la llamada del Cristo (¡Levantaos! ¡Vamos! pag 118).

        Insistiendo en este aspecto, dice Don Fernando Sebastián: «La convivencia con Jesús en la oración, el estudio de la Escrituras y de las enseñanzas e la Iglesia de los Santos Padres, de los Papas, tiene que se la ocupación primera del obispo. Si somos sinceros, hemos de reconocer que no es fácil cumplir de verdad esta primera recomendación. La vida del obispo es muy complicada, tiene que atender a muchas cosas, pero hay que mantener prioridades. La oración y el estudio han de ser siempre nuestra primera dedicación. Hay que tener la suficiente fuerza de voluntad para mantener habitualmente las horas diarias de oración y estudio. Sin esto no podremos hablar las palabras de Jesús con el Espíritu de Jesús... Sin las horas de silencio, dedicadas a la oración y al estudio, las actividades ministeriales se empobrecen sin remedio. No solo hemos de imitar a Jesús en las actividades de su vida pública, hemos de imitarlo también el las largas horas de oración y silencio durante los años de la vida oculta, en sus frecuentes  vigilias de oración. Para ver el mundo como Jesús hay que tratar de convivir espiritualmente con Él en una oración constante (Ib. 191-192).

 

 

2. LA IGLESIA  NECESITA SANTOS: EXPERIENCIA DE LO QUE CREE, PREDICA Y CELEBRA

 

        ¿Y por qué esta necesidad de oración en la Iglesia? Porque la Iglesia necesita santos. El orden lógico  de estos dos primeros artículos del presente libro, según mi vivencia y pensamiento, habría sido éste: 1º, La Iglesia actual necesita santos; y 2º, El único camino que conozco para llegar a la santidad es la oración y todos los demás, incluso la oración y la oración y misterios litúrgicos, tienen que ser recorridos con oración personal. Pero como hacerlo así tal vez me hubiera reportado alguna mueca – ¡otra vez lo mismo, ya estamos...!---, he preferido el expuesto.

         Lo que quiero decir en este artículo, en voz baja, pero suficientemente alto, para que todos  puedan oírlo, porque es duro y doloroso y te lleva disgustos, es que toda la iglesia actual, tanto arriba como abajo, en la cabeza como en los miembros necesita santidad, unión con Dios, experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, sobre todo en la Eucaristía,  experiencia de la fe, esperanza y caridad; y por la razón de siempre: nadie da lo que no tiene, “sin mí no podéis hacer nada… Y damos a veces mucha teología, conocimientos, catequesis, pero sin dar a Cristo, sencillamente porque no le tenemos. Y no le tenemos, porque estamos tan llenos de nosotros mismos, que no cabe Dios, Cristo, pero sí la teología.

        Y donde digo santidad, quiero decir igualmente amor, oración, unión con Dios, conversión, humildad, andar en verdad, vida espiritual, “verdad completa”, esto es, VERDAD de Cristo y AMOR de Espíritu Santo, apóstoles identificados con Cristo, con el Espíritu de Cristo, acciones y vida según el Espíritu Santo, apóstoles con vida mística  y amor total a Dios sobre todas las cosas.

        Constato, por ejemplo, que la Iglesia, actualmente,  tiene buenos teólogos y pastoralistas, buenos pastores y  ovejas, pero faltan santos, santidad, somos mediocres; nos sobra oficialidad y nos falta fervor, piedad, santidad, en vida personal y apostólica; mucha profesión y dinámicas y organización y reuniones, pero falta Espíritu Santo, vida espiritual, vida según el Espíritu; faltan santos; falta experiencia de Dios, no sólo en la parte baja de la Iglesia sino en su parte más alta: Obispos, sacerdotes, religiosos, consagrados, responsables, catequistas.

        Y falta esta experiencia personal o gozo o certeza de verdad en Dios o santidad o perfección o vida espiritual según el Espíritu de Cristo que nos amó y se entregó “hasta el extremo”, porque nos falta encuentro personal de amor, de amistad, de oración personal con Él, no meramente oficial y litúrgica, sin encuentro personal de amor y experiencia gozosa de lo que somos, predicamos o celebramos: “si la sal se vuelve sosa, con qué la salarán...”: Y el camino único que conozco para llenar de luz de Cristo y sabor espiritual –vida según el Espíritu Santo, “verdad completa”,  a los creyentes y bautizados es la oración, la oración-conversión-amor a Dios sobre todas la cosas a Dios, nuestro principio y fin.

        Para eso vino Cristo, para eso instituyó su Iglesia: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”  (Mt 5,13-16).

        Se ve ya que la lluvia ácida de la secularización del mundo, externa antes a la Iglesia, se va metiendo en lo interno de la Iglesia, y ésta va perdiendo hermosura y atractivo, por olvidar lo que ya nos dijo el Señor: “estar en el mundo sin ser del mundo... si la sal se vuelve sosa...”.

        En la Iglesia actual, con los ordenadores, está todo muy bien ordenado, establecido y reglamentado; en general, no faltan Directorios para todo y ciertamente tiene que haberlos, pero faltan santos, falta experiencia personal de la gracia, de la vida en Cristo, de lo que predicamos o celebramos; necesitamos poner en el apostolado la primacía de la gracia, de lo sobrenatural, ya que en nosotros no cuenta ni preocupa lo que debiera, ni si se habla de ella con la primacía o intensidad que merece; falta experiencia de la gracia, de lo que somos, predicamos, practicamos y celebramos.

        «La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios. Esta afirmación puede parecer una perogrullada, ya que se reduce a afirmar lo que constituye la esencia eterna de la espiritualidad cristiana. Sin embargo, actualmente está muy lejos de ser algo que cae de su peso. Vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológicas escritas por cristianos habla de la «muerte de Dios», en una época de ateísmo, que no nace simplemente de un corazón perverso, impío y rebelde, sino que es la interpretación desacertada de una experiencia humana» (K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA, La Experiencia del Dios incomprensible, Madrid 1996, pag 24).

En este mismo artículo lo profetizó y expresó muy claramente en esta frase que se ha hecho célebre y conocida: «El cristiano del siglo futuro será un místico o no será cristiano».

Añado otro testimonio muy claro: «Me atrevo a decir que el mayor pecado de la Iglesia actual es el ateísmo eclesial. Es una palabra muy dura. Pero es como si la Iglesia misma se olvidara de Dios y se fiara más de sus planes y de sus fuerzas y se preguntara demasiado poco qué es lo que Dios le pide y para qué la capacita. En resumen: el mayor pecado de la Iglesia actual es la debilidad de la mística» (PAUL ZULEHNER,  Misión Abierta, abril-mayo 1995).

        No somos místicos,  no trabajamos desde la vivencia de lo que somos y hacemos o predicamos, ni me esfuerzo por subir a la cima del monte Tabor, de la oración contemplativa; no llegamos a una oración personal que nos transfigure en Cristo, nos quedamos en el «llano», con un amor y fe ordinaria,  y no subimos por el monte de la oración hasta la cima para ver a Cristo transfigurado y quedarnos nosotros transfigurados por su misma luz y resplandor de vida y gracia y poder decir: ¡que bien se está aquí! y poder así animar a otros a que suban y enseñarles el camino porque lo hemos recorrido, y poder ser «testigos», «notarios» espirituales o místicos de Cristo, videntes de su verdad y de su amor, porque podemos certificar la verdad de lo que creemos, la verdad de Dios y sus misterios, la verdad de la Eucaristía que celebramos y poder confirmar que es «centro y cúlmen de la vida cristiana», como dice el Vaticano II, porque así la vivimos nosotros.

Y no subimos a esta montaña de la oración, del Tabor, porque subir por este Monte del Carmelo, de san Juan de la cruz,  supone esfuerzo, matar el yo personal: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo el que vive en mí...”, conversión permanente, toda la vida hasta la transformación en Cristo, humildad permanente, segundos puestos, perdón a todos y en todo.

        Al faltar más santos, más santidad a la Iglesia actual,  le falta atractivo, hermosura y belleza divina a la Iglesia, a las Diócesis, a las parroquias y congregaciones religiosas, a los sacerdotes y cristianos en general; existen, pero necesitamos más santidad y santos que nos entusiasmen y enciendan en amor a Cristo y a su Iglesia. Que sí, que los hay.  Pero que debieran ser más abundantes, todos los bautizados, porque todos hemos sido llamados a la santidad, y esta debería ser  el aspecto y la faz común y ordinaria y más admirada del cristianismo, incluso por los no creyentes.

        Se ha descuidado mucho en estos tiempos, incluso en los seminarios y casas de formación, por parte de los mismos formadores de sacerdotes y consagradas/os al Señor, la santidad, la consagración, la razón misma de la vida religiosa tanto activa como contemplativa, el concebir la vida humana y cristiana como una aspiración permanente a la vida eterna de unión y felicidad en Dios, para la que hemos sido soñados y creados por el Padre, y por el Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos abrió la puerta de amistad y felicidad trinitaria, que realiza únicamente el Santo Espíritu, el Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre... la vida eterna es que “te conozcan a Ti único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”. Qué bien lo ha recordado el Papa en esta JMJ que hemos celebrado en Madrid.

        Y llegar a la conversión permanente, a la santidad, a la experiencia de Dios, no es cuestión de una operación rápida, por la que te quitan el cáncer y punto; por ejemplo, convocar un nuevo Concilio o Capítulo general de la Orden y ya está solucionado; además, esto es poner el cáncer fuera de nosotros, y no es así, porque nosotros somos esa Iglesia, y también, porque para todo esto, primero hay que reconocerse enfermo, con el cáncer de la mediocridad espiritual, y luego, tratar de curar esta falta de santidad cada uno personalmente. Y digo mediocridad espiritual, porque no me estoy refiriendo ahora a pecados graves, sino a cierto desencanto de la fe y vida cristiana, al instalamiento en vida mediocre sin fulgores de amor total a Cristo, instalamiento en vida sin deseos de perfección sobrenatural, viviendo una vida llena de mi amor propio, sin tender a la unión total con Cristo, a la santidad, a la vida según el Espíritu del Padre y del Hijo, desde el amor y entusiasmo y enamoramiento por Cristo y  la Santísima Trinidad, de la que no oigo hablar apenas en charlas y meditaciones a los sacerdotes.

        Y  todo esto nos pasa y no llegamos a ver a Cristo transfigurado, porque nos falta conversión, subir con esfuerzo y muerte del yo por el camino de la oración-conversión que nos haga humildes, mirar nuestro interior –oración-- y ver nuestra pobreza de gracia de Dios y sentimientos de Cristo y nos haga sentirnos necesitados de su presencia y vida y amor para ser y actuar como Él y pedirla todos los días; necesitamos conversión y humildad que nos ayude a negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo pisando sus mismas huellas de humildad, de servicio auténticamente cristiano, según el Espíritu y los sentimientos y vida de Cristo y como Cristo, sin buscarnos a nosotros mismos en las mismas cosas de Dios. Y esto se consigue principalmente por la oración.

        Necesitamos orar más y mejor para ser y existir y actuar en Cristo Sacerdote, con sus mismos sentimientos, para sentirnos necesitados de su ayuda, para la verdadera caridad pastoral de Cristo Pastor Único. Y al hacerlo así, identificarnos con su ser y existir sacerdotal, sentir el amor de Cristo, su abrazo, su gozo en nosotros, sentirlo vivo, vivo y cariñoso y real y verdadero y resucitado, no pura teología o conocimiento o que dijo o hizo, sino que vive y hace y ama actualmente en nosotros y en cada uno da la vida ahora y ama hasta el extremo de sus fuerzas, amor y del tiempo.

        Hay mucha mediocridad en nosotros, falta vida espiritual, según el Espíritu, en nuestra piedad y amor a Dios, y así, aunque seamos curas y obispos y «digamos misa», no llegamos al gozo de lo que creemos y celebramos y predicamos, no podemos contagiar entusiasmo por Cristo, porque nosotros somos los primeros que nos aburrimos con Él y no hacemos oración personal, porque nos aburre Cristo, y no tenemos todos los días y a hora determinada el encuentro de amistad con Él;  y hablamos de Él como un profesor que explica su materia, hablamos de Él como de una persona que hemos estudiado y conocido por  teología, hablamos de un personaje y sobre sus ideas y evangelio,  pero no de la persona misma, conocida y amada personalmente «en trato de amistad»; qué poco hablamos de las personas divinas, de nuestro Padre, del Espíritu Santo, de la misma persona de Cristo en el Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente a todos los hombres.

        Y para eso, para este trato personal, para esta amistad y relación personal, el único camino es la oración, «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Si no me ven nunca junto al Sagrario, hablando y amando y gozándome con Él, ¿cómo decir a mi gente que Cristo está allí vivo, vivo, y que se puede hablar y conversar en cada momento con él?  ¿Si no me ven, por lo que sea, no digamos, porque me aburre, cómo voy a entusiasmar a mi gente, al mundo, con Cristo vivo y presente en la Eucaristía?  Aunque sea cura, obispo, religioso, consagrado, catequista, padre o madre de familia, cristiano... Sin esto, Cristo se queda en el pasado, es pura idea, realidad que realizó un proyecto, pero no está vivo en el corazón de los que lo predican, y como consecuencia, en el corazón de los que escuchan. Necesitamos la experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, por la oración un poco elevada, no meramente meditativa, sino contemplativa, unitiva, transformativa para poder ser puentes entre las dos orillas, para que los hombres puedan pasar por nosotros, como otros cristos, hasta el Padre.

 

 

 

3. LA ORACIÓN, EL CAMINO DE LA SANTIDAD

 

Este título que acabo de escribir, sonaría mejor, tal vez, así: LA ORACIÓN, CAMINO DE SANTIDAD; pero he preferido el elegido, porque aquí expreso lo que pienso: que la oración no es un camino más, sino el camino, el camino fundamental en el que deben confluir y llegar y andar unidos todos los demás caminos, incluso el camino de la oración litúrgica y la misma plegaria eucarística, compuesta principalmente de la Palabra y del Sacramento, verdaderamente pontifical, puente, irrupción de Dios en el tiempo, como diré más adelante y sobre la cual he escrito dos de mis libros;  todos deben recorrerse con oración personal, también la oficial y pública de la Iglesia, la litúrgica, la Palabra de Dios, la sacramental del pan y del vino, donde no hay que quedarse en los ritos externos, sino llegar al corazón de los ritos o a la fuente de la vida sacramental para sentir a Cristo que nos dice: os amor, estoy dando mi vida por vosotros, estáis salvados… y sentir el perfume de la Virgen, junto al Hijo, santo su vida con Él por nosotros; por la oración hay que llegar también al fundamento del apostolado, que consiste propiamente, no en las meras acciones, sino en el Espíritu con que debemos hacer tales acciones, en el Espíritu de Cristo, que es la caridad pastoral, Espíritu Santo, que es el santificador y salvador.

Para probar la importancia de la oración basta ver lo que Cristo hizo y meditar sus enseñanzas sobre la misma.  Cristo fue un hombre de oración. Pero no sólo para darnos ejemplo de lo que teníamos que hacer, sino porque necesitaba de la oración para relacionarse con el Padre por el Espíritu y cumplir su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre… hago siempre lo que le agrada… el Padre en mí, yo en vosotros y  vosotros en mí…”, esto es la oración personal.

 El Evangelio nos presenta a Jesús haciendo oración en todos los momentos importantes de su vida y de su misión. Recordamos ahora algunos, para que nos convenzamos más y lo vivamos mejor.

Su vida pública, que se inaugura con el Bautismo, comienza con la oración (cf. Lc 3, 21). Incluso en los períodos de más intensa predicación a las muchedumbres, Cristo se concede largos ratos de oración (Mc 1,35; Lc 5, 16). Ora antes de exigir  a sus Apóstoles una profesión de fe (Lc 9, 18); ora después del milagro de los panes, Él solo, en el monte (Mt 14, 23; Mc 6, 46); ora antes de enseñar a sus discípulos a orar  (Lc 11,1); ora antes de la excepcional revelación de la Transfiguración, después de haber subido a la montaña precisamente para orar (Lc 9, 28) y de paso nos enseña cómo en la oración o encuentro de la transfiguración es donde el alma siente el gozo y la experiencia de lo que Cristo es y revela; ora antes de realizar cualquier milagro (Jn 11, 4 1-42); y ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia; es toda una oración insuperable en forma y fondo (Jn 17). En Getsemaní eleva al Padre la oración doliente de su alma afligida y horrorizada (Mc 14, 35-39 y paralelos), y en la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia (Mt 27, 46), pero también de abandono confiado (Lc 23, 46).

Se puede decir que toda la misión de Cristo está animada por la oración, desde el inicio de su ministerio mesiánico hasta el acto sacerdotal supremo: el sacrificio de la cruz, que se realizó en la oración.

 Los que hemos sido llamados a participar en la misión y el sacrificio de Cristo, encontramos, en la comparación con su ejemplo, el impulso para dar a la oración el lugar que le corresponde en nuestra vida, como fundamento, raíz y garantía de santidad en la acción. Más aún, Jesús nos enseña que no es posible un ejercicio fecundo del sacerdocio sin la oración, que protege al presbítero del peligro de descuidar la vida espiritual, la vida según el Espíritu, dando primacía a la acción, y de la tentación de lanzarse a la actividad hasta perderse en ella. Sin tener el espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo.

La Iglesiade todos los tiempos también ha insistido siempre en esta necesidad. Me impresionó el discurso que pronunció Benedicto XVI el 22 de septiembre  de 2009 en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses:

«Queridos hermanos en el episcopado: El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de <perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo>. Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.

        El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

        Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.

        Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

        Ya san Gregorio Magno, en la Regla pastoral afirmaba que el pastor <de modo singular debe destacar sobre todos los demás por la oración y la contemplación> (II, 5). Es lo que la tradición formuló después con la conocida expresión: <Contemplata aliis tradere> (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 188, a. 6).

La oración educa en el amor y abre el corazón a la caridad pastoral para acoger a todos los que recurren al obispo. Este, modelado en su interior por el Espíritu Santo, consuela con el bálsamo de la gracia divina, ilumina con la luz de la Palabra, reconcilia y edifica en la comunión fraterna».

 

        La oración es el medio necesario más importante y necesario para encontrarme con Cristo y su gracia salvadora, ya que hasta la misma liturgia, en los misterios que celebra y hace presentes, si yo no entro dentro del corazón de los ritos y de las palabras y signos que se realizan, por medio de la oración personal, de la unión de fe y amor con Jesucristo, primer celebrante y principal, en su memorial, todo se queda en el altar o en el evangeliario, ya que no ha habido encuentro de amor y de oración, de amistad personal con Él, sacerdote y victima, o con el corazón y sentido de su Palabra.

        La oración es el camino, el medio más directo y necesario para realizar aquí en la tierra nuestra unión con Dios y la imitación de las virtudes de Cristo. El contacto asiduo del alma con Dios en fe, esperanza y amor, virtudes sobrenaturales que nos unen con Dios, se realiza fundamentalmente por medio de la oración y la vida de oración.

La oración es vida y la vida es oración, y la vida-oración y la oración-vida ayuda poderosamente a la unión, contemplación y transformación del alma en Cristo. La oración es transformante, siempre que sea oración, no rutina o pura reflexión teológica. 

Es más, como he dicho, la oración nos facilita más y mejor la participación fructuosa en la liturgia santa, en la acción sagrada, en la irrupción de Dios y su gracia salvadora en el tiempo; la oración personal alimenta, da sentido y eficacia, yo soy la vid, vosotros, los sarmientos, a todos los demás medios de santificación que Cristo estableció para comunicarse con nosotros y convertirnos a su imagen y semejanza, en unirnos a Él para dar frutos de vida eterna: sin mí no podéis hacer nada.

La Eucaristíaes Cristo entero y total, el más completo sacramento de Cristo; pero es memorial, lo hace presente él y nosotros tenemos que unirnos en la oración litúrgica suya y de la Iglesia con nuestra oración personal, con la disposición interior de mente y espíritu para vivirla y participarla.

La oración, la vida de oración, conserva, estimula, aviva y perfecciona los sentimientos de fe, humildad, confianza y amor, que en conjunto, constituyen la mejor disposición del alma para recibir en abundancia la gracia divina.

Un alma familiarizada con la oración saca más provecho de los sacramentos y de los otros medios de salvación, que otra que se da a la oración con tibieza o sin perseverancia.

Un alma que no acude fielmente a la oración, puede recitar el Oficio divino, asistir a Misa, recibir los sacramentos y escuchar la palabra de Dios, pero su progreso en la vida espiritual serán con frecuencia insignificantes.       Porque el autor principal de nuestra perfección y santidad es Cristo por su Espíritu, y la oración precisamente es la que conserva al alma  en ese contacto de fe y amor que santifica o hace santificadores esos medios: la oración enciende y mantiene en el alma una como hoguera, en la cual el fuego del amor está siempre en acción, al menos siempre latente; y cuando el alma se pone en contacto directo con la divina  gracia, en los mismos sacramentos, entonces, como un soplo  divino, la eleva, abrasa, levanta, y ella, con sorprendente abundancia, recibe y rebasa y comunica, es puente, de esa gracia y favores divinos: somos lo que oramos en Cristo.

La vida sobrenatural de un alma es y se realiza y manifiesta por su unión con Dios, mediante la fe y el amor; y esta santidad o unión con Dios debe, pues, exteriorizarse en actos encendidos de amor en la predicación, en la celebración, en la vida pastoral; es el apostolado, sus actos y acciones, los que reclaman la vida de oración, para que estos reproduzcan de una manera regular e intensa, la vivencia, la experiencia de amor, la unión transformativa en Dios.

Lo importante no es hacer apostolado, sino ser apóstol; lo importante no es aprender las acciones, sino aprender y tener el Espíritu de Cristo; por eso, no todas las acciones que hacemos o se hacen en la Iglesia, son apostolado, sino las que se hacen o hacemos con el Espíritu de Cristo.

Y esto tiene que empezar en el seminario, donde hay que preocuparse y ocuparse en hacer al apóstol, no enseñar solo o principalmente acciones. Y en principio, puede decirse, que, en la economía ordinaria, nuestro adelantamiento en ser apóstol, ser cristiano auténtico, ser madre o padre cristianos, nuestra unión con Dios, esté uno donde esté, depende prácticamente de nuestra vida de oración.

Por oración no entiendo nada especial, sino la relación o conversación o unión del alma con Dios, o mejor, como dice santa Teresa, «…trato de amistad con Dios estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

Para esta oración inicial, los libros espirituales, sobre todo, comentarios buenos de evangelios, son muy interesantes. A mí me ayudaron mucho. Aunque yo no soy muy seguidor de los jesuitas en materia de oración, soy más bien, carmelita-teresiano-sanjuanista, sin embargo reconozco que me ayudaron a meditar, a reflexionar, aunque hay que esforzarse un poco para que lo que está en el entendimiento, llegue al corazón.

Es, pues, la oración como la fuente y manifestación de nuestra vida íntima de hijos de Dios, como el fruto de nuestra filiación divina en Cristo. El alma que se da  regularmente a la oración saca de ellas gracias inefables que la van transformando poco a poco a imagen y semejanza de Cristo: «La puerta, dice santa Teresa, por la que penetran en el alma las gracias escogidas, como las que el Señor me hizo, es la oración; una vez, cerrada esta puerta, ignoro cómo podría otorgárnoslas» (Vida, cap 8).

La oración meditativa de las primeras etapas, a mí me gusta y me ayudaron mucho las meditaciones tipo ignaciano, preámbulo, composición de lugar, punto 1º, 2º etc. Tipo jesuítico, me ayudaron mucho al principio, durante algún tiempo, aunque luego, para hacer oración-oración, oración-diálogo de encuentro y amistad con Cristo, empecé a dejar los libros, hasta el mismo evangelio.

De la oración saca el alma, sobre todo, en etapas elevadas y contemplativas, superadas purificaciones activas y comenzando ya las pasivas de san Juan de la Cruz, gozos celestiales hasta el punto de desear irse con el Amado: «Descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura» «¿Por qué pues has llagado aqueste corazón no le sanaste, y pues me lo has robado, porque así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?»

En estas etapas de unión transformativa el alma vive ya en Cristo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí… para mí la vida es Cristo… una ganancia el morir para estar con Cristo…ni el ojo vio lo que Dios tiene preparado para los que le aman”.

El elemento esencial de la oración es el contacto sobrenatural del alma con Dios, mediante el cual el alma recibe aquella vida divina que es la fuente de toda santidad. Este contacto se establece cuando el alma, elevada por la fe y el amor, apoyada en Jesucristo, vivo y palpado resucitado, no pura idea o realidad del pasado, se abraza y se entrega al Amado en plenitud de fe y amor, por un movimiento del Espíritu Santo.

En estos kilómetros del camino de oración, estamos ya en oración contemplativa, no meramente  meditativa, el alma es más  pasiva, receptiva de la gracia, que activa; porque Dios dirige y provoca esta unión, no  ningún esfuerzo puramente natural, sino desde y por la gracia, por la vida de Dios en nosotros: “Nadie puede decir Señor Jesús, si no es movido por la gracia del Espíritu Santo”.

Son etapas ya maravillosas de gozo y, a la vez, de sufrimientos y purificaciones, interiores y exteriores, todas  pasivas y receptivas, que hay que sufrir para llegar a la unión transformativa-contemplativa, una vez que el alma va siendo purgada y purificada por el Espíritu hasta las raíces del yo y de la carne, por la luz de la contemplación, que, a la vez que ilumina, quema, y primero la ciega, noche de fe y amor y esperanza, pero no por falta de luz, sino por exceso de luz, de mirar ya de frente, sin mediación de lectura y meditación, la misma Luz que es Cristo, el rostro de Dios y su gloria y resplandor directamente, no a través de pasajes evangélicos meditados, o sentimientos que yo fabrico, sino siendo iluminado directamente por el Santo Espíritu en el alma que, en un principio, queda cegada, a la vez que la llena de luz, que poco a poco irá ya acoplándose a esta nueva forma de comunicación con Dios y el resplandor de su Palabra directamente comunicada, no a través de medios de oración, por el mismo Espíritu Santo; y luego, una vez purificada la inteligencia y la voluntad y la memoria del alma, empieza a ver con luz divina, con amor de Espíritu Santo,  no con luces o razones o entendimiento propio, sino con luz y entendimiento divino comunicado al alma directamente y de tal forma que la desborda primero, hasta que el alma se adecua a esta nueva forma divina de comunicarse con Dios, de conocer, ver, amar, gozar y sentir el Amor mismo de Dios Trino y Uno. Es la vida de la gracia, de la participación en la misma vida y amor y felicidad divinas.

LOS MÉTODOS. Alguno se sorprenderá de que no haya dicho ni una palabra sobre métodos de oración, a pesar de llevar ya un  rato largo hablando de la misma; ciertamente en ninguno de mis libros he hablado de métodos o formas de orar. Pero, ya que he sacado el tema, quiero decirlo claro y en pocas palabras.

Y desde el principio quiero decir que una cosa es la oración y otra cosa es el método o los métodos. En esto hay muchas escuelas y variedades, dentro de la misma Iglesia. A mí no me enseñaron ninguno. Ya lo diré más adelante. Algún método es necesario, porque es un camino que hay que recorrer. Pueden ayudar, pero hay tantos métodos como caminantes; y teniendo siempre en cuenta lo del poeta: «caminantes, no hay camino, se hace camino al andar».

Cada uno puede irse construyendo su propio camino dentro del único camino que es Cristo, llegar a Cristo. La etapas tradicionales ya las sabemos: «lectio», «meditatio»,  «oratio», «contemplatio».

Hoy día, podemos ver que hay almas que están  persuadidas y así lo enseñan que si no se utiliza tal o cual método, no se puede llegar a tener oración. Lo respeto. Pero no confundir métodos con la esencia de la oración, porque eso acarrea luego funestas consecuencia, y de eso son testigos los tiempos actuales, que han obligado a la misma Iglesia a dar unas aclaraciones precisas en este sentido, porque algunos llegaban para unirse a Cristo a utilizar métodos paganos, psicológicos, laicos y neutros, que no te llevan a Dios. Consecuencia: que se termina dejando la oración y el método, porque no hay encuentro con Cristo sino con realidades psicológicas puramente humanas.

Métodos, para mí, los de nuestros santos, en especial, los maestros de oración: santa Teresa, san Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Francisco de Sales, de Asís, Teresa del Niño Jesús, Beata Isabel de la Trinidad… y de tantos y tantos, porque son miles.

Método seguro y garantizado, el tradicional: «lectio, meditatio, oratio et contemplatio», dependiendo de la evolución del alma y del progreso en la virtud.

La oración siempre es encuentro y conversación con Dios, primero rezando, luego leyendo y meditando, luego hablando y pidiendo, y finalmente contemplando. Es conversación del alma con Dios, en la cual el alma se explaya más y avanza cada día, si se va convirtiendo y obedeciendo a Dios, explayándose todos los días más en conversación hasta llegar a no necesitar libros para meditar y hablar.

Hay que andar la vía purgativa, que recorren todos los principiantes, aunque dura toda la vida por la conversión permanente; vía iluminativa, llamada así, porque el alma no se esfuerza por discurrir y meditar sino que el conocimiento de Dios se lo dan ya hecho y meditado, el alma no saca el agua del pozo, sino que la lluvia cae del cielo, no hace falta ni la noria, y esto, dice Teresa y Juan de la Cruz, es para los avanzados, los fervoroso, porque los tibios, los que no quieran convertirse, se quedan siempre en la primera etapa y llegan a aburrirse de todo y dejan ordinariamente la oración.

De paso, para que no se quede todo en teoría, si queréis, podíamos preguntarnos: ¿hago oración-meditación, todos los días, a la misma hora y lugar, con el evangelio u otro libro en las manos, como un trabajo obligado? A todo creyente, más, a mis hermanos sacerdotes, me atrevo a preguntarles ¿Cuántas veces he hablado en mi vida de oración personal? ¿Conozco su inicio, camino, progreso y evolución? ¿Podría describir mi vida actual de oración?

Dejemos la respuesta en el aire y pasemos a la vía unitiva, que son los iluminados que han llegado a la unión contemplativa, llamada también unitiva, mística y finalmente transformativa en Dios.

Si tenéis dudas sobre esta materia, o necesitan luces para el camino, consulten a san Juan de la Cruz, que de esto sabe mucho, para mí el que más y con mayor claridad y profundidad y lo ha descrito mejor. Pero sabiendo siempre, como él repite, se pone pesado en este asunto, que la oración es más cuestión de amor que de entendimiento. Lo siento por los teólogos y los sabios. Por poco le meten en la hoguera.

El mismo santo nos dice que a los principios hay que buscar y meditar con la razón, pero siempre para llegar «a más amar». Es más, él no trata propiamente del tema de la meditación; lo menciona para decir siempre que hay que pasar más adelante para pasar, por las noches, a la contemplación. Él es maestro de la contemplación, así que habla principalmente para la vía iluminativa, contemplativa y unitiva-transformativa.

Sin embargo, y por experiencia personal y ajena, de  pastoral y equipos de oración que dirijo durante toda mi vida sacerdotal, opino, que es bueno a los principios ayudarse de medios de oración, especialmente del evangelio, de evangelios comentados o meditados por autores espirituales, o de otros libros que te ayuden a reflexionar para amar y convertirte, aunque sea costoso y con esfuerzo y sequedad. Yo aconsejo y creo necesaria, a parte de la oración diaria meditada, la lectura diaria, y para toda la vida, de autores espirituales, de libros de santos o de autores espirituales estupendos de todos los tiempos; personalmente a mí me han hecho mucho bien algunos santos y autores jesuitas y escritores de los años 1950-2000, para mí no todavía superados por autores modernos. Y no cito porque la lista sería larga. Están todos bien subrayados, como a mí me gusta, en mi biblioteca. Repito: aconsejo la lectura diaria, y para toda la vida, de autores espirituales.

Insisto en que es necesario al principio ayudarse de libros para la meditación, el método ignaciano-jesuítico es muy bueno, que esto puede durar más o menos o incluso toda la vida, según la disposición del alma y su constancia y su generosidad en purgarse o mortificarse de soberbia, avaricia, lujuria, ira…etc, porque para los entendidos, la oración personal propiamente dicha empieza, cuando uno ya no necesita exclusivamente de libros para entrar en contacto con Dios, porque la inteligencia y el corazón están encendidos sin necesidad de esos medios, de esa luz sobrenatural de la fe y de amor que a la vez que ilumina, calienta la voluntad y el corazón y le inspira las vivencias del amor y de ideas y de luces y de todo.

Por estar ya más elevada y cerca de la misma Sabiduría de Dios, «sapere, sabor de Dios», se abandona a Él por amor, para cumplir sus deseos de unión y amistad íntima.

Para orar es necesario recogimiento interior, y para esto, cierta soledad, hasta física; yo, por lo menos estoy mas relajado si estoy solo en la Iglesia, que si estoy en comunidad orante; cuando oramos, no nos han de turbar las distracciones que nos asalten, pero se ha de enderezar de nuevo el espíritu llevándole dulcemente y sin violencia al tema donde estábamos.

Hay que ir corrigiendo las imperfecciones y pecados que el Seños nos vaya diciendo y  descubriendo en estos encuentros de amistad; para mí esto es lo más importante y la causa principal de que no avancemos y retrocedamos en la oración; lo tengo supertrillado este tema; tenemos que luchar desde el primer momento por cumplir el primer mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser… aceptando con valentía todos los esfuerzos que esto nos exija a lo largo de la vida de oración o de la oración vida, que es la oración hecha vida y la vida hecha oración, que siempre deben ir unidas; de otra forma no hay oración verdadera.

Obrando así, amando así en la oración y en la vida, llegaremos a vaciarnos de todo aquello que pudiera impedir la unión con Dios, el abrazo sentido de su amor, vaciándonos de nosotros mismos y nuestras apetencias, anhelos y deseos para llenarnos sólo de Dios, porque si seguimos llenos de nosotros mismos, de nuestros criterios, aficiones  e imperfecciones, Dios no puede entrar, no cabe, no tiene sitiio en nosotros; pero si nos vamos vaciando, Él nos va llenando cada vez más y vamos sintiendo su amor, su presencia: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

Para eso hemos de entrar en la oración siempre con humildad, con reverencia, en la presencia de Dios, es que nos sentamos junto a Él para hablarle, pedirle, besarle; y hay que hacerlo con mucho respeto en el templo, del alma y de la iglesia, silencio de curiosidades y estar mirando otras cosas, serían un desprecio a Dios; y en este momento la adoración es la actitud que mejor cuadra al alma delante de su Dios: “El Padre goza con aquellos que adoran en espíritu y en verdad”.

Luchemos con todas nuestras fuerzas por ser almas unidas a Dios por la oración y el trato diario de amistad; si perseveramos en esta relación y amistad por la oración podemos estar seguros de que seremos mejores cristianos e hijos “ para mayor gloria de nuestro Padre celestial y colmo de nuestro gozo” (Jn 14,13).

Termino: En este sentido, no hay método de oración, como no hay un conjunto de recetas, de procedimientos que bastara aplicar para orar bien. La verdadera oración contemplativa es un don que Dios nos concede, pero hemos de aprender a recibirlo.

Es necesario insistir sobre este punto, hoy sobre todo, a causa de la amplia difusión de los métodos orientales de meditación como el Yoga, el Zen, etc.; a causa también de nuestra mentalidad moderna que pretende reducir todo a técnicas; a causa, en fin, de esa tentación del espíritu humano por hacer de la vida —incluso de la vida espiritual— algo que se puede manejar a voluntad; todo esto hace que se pueda tener, más o menos conscientemente, una imagen de la vida de oración como de una especie de «Yoga» cristiano.

El progreso en la oración se lograría gracias a procesos de concentración mental y de recogimiento, de técnicas de respiración adecuadas, de posturas corporales, de repetición de ciertas fórmulas, etc. Una vez dominados estos elementos por medio del hábito, el individuo podría acceder a un estado de consciencia superior.

Esta visión de las cosas que subyace en las técnicas orientales influye a veces en un concepto de la oración y de la vida mística en el cristianismo que da de ellas una visión completamente errónea. Errónea, porque se refiere a métodos en los que, a fin de cuentas, lo determinante es el esfuerzo del hombre, mientras que en el cristianismo todo es gracia, don gratuito de Dios.

Es cierto que puede haber alguna relación psicológica entre el asceta o «espiritual» oriental y el contemplativo cristiano, pero es superficial; la diferencia esencial es la que ya hemos expuesto; en un caso se trata de una técnica, de una actividad que depende esencialmente del hombre y de sus aptitudes, mientras que en el otro, al contrario, se trata de Dios, que se da libre y gratuitamente al hombre. La iniciativa siempre es de Dios y nosotros colaboramos por su gracia.

4. LOS HITOS INDICADORES DE MI ORACIÓN

 

Y empiezo diciéndote que, en este camino, como dice el poeta, hay tantos caminos como caminantes; cada persona, caminando todos los días, va haciendo su propio camino, que, en general, es el común ya marcado por la tradición de la Iglesia, pero las notas personales la va poniendo cada uno: «caminante, no hay camino, se hace camino al andar».

Por eso, repito y Dios quiera que por última vez, porque de las cosas de las que estoy convencido soy un remachón, que no expongo mi camino como modelo ni senda a seguir en esta tarea, sino por si puedo ayudar un poco a mis hermanos orantes en su camino de oración o encuentro de amistad con Cristo.

        Porque nunca en mi vida y en mi enseñanza, como profesor en el seminario, ni como pastor a mis ovejas en los grupos de oración que tenemos en la parroquia, nunca he propuesto a los que empiezan o están ya en camino, métodos o formas concretas de oración: que si sentados que si de rodillas, que si mirando de esta forma o de la otra, a una imagen o a la naturaleza, o con los ojos cerrados, que si respirando así o de la otra manera... Nunca he hablado de métodos, ya lo he dicho, los respeto todos, pero a orar se aprende orando; la oración es cuestión de amor más que de entendimiento, posturas o movimientos; hombre, si tienes alguna ayuda o acompañamiento o la necesitas, mejor.

        Antes de describirte cómo hago mi oración, quiero decirte algunas cosas como introducción para que me entiendas mejor; no te impacientes y te lo explicaré todo, pero es que desde que empecé hasta ahora, son muchos años, y he ido cambiando, quitando y poniendo hitos, según las nuevas  vivencias, pensamientos y sentimientos, a los que yo llamo hitos o mojones en este camino de mi oración personal.

Es más, cuando llegue el momento de hacerlo, te pondré en mayúsculas las partes que he ido añadiendo en estos diez últimos años, cosa que tú mismo, si quieres, puedes comprobar, porque, al tenerlas ya escritas en otros libros míos publicados anteriormente, notarás lo reformado o añadido. Siempre estoy añadiendo o quitando, según las ideas y sentimientos que el Espíritu Santo me inspira.

        Empecemos. Suena el despertador a las 6 de la mañana; hago la señal de la cruz, lanzo un beso al Cristo crucificado que preside la cabecera de mi dormitorio y le digo: Cristo amigo ¿Qué podemos hacer juntos hoy  en esta jornada para mayor gloria del Padre? Mucho tiempo estuve diciéndole qué puedo hacer por Ti, pero luego, con el tiempo, he llegado a experimentar, lo he comprobado, por la oración, hecha vida, o la vida, hecha oración, que se trabaja apostólicamente mejor acompañado que solo, así que ya le digo: ¿qué vamos a hacer juntos este día? Y lo digo también por aquello de que “el sarmiento debe estar unido a la vid, porque sin mí no podéis hacer nada”.

Pero una cosa es decirlo, incluso predicarlo, y otra, estar convencido y vivirlo y hacerlo; sobre todo, si eres sacerdote, porque todo lo que diga en este libro vale para todo bautizado, para todo el que quiera amar a Dios, para todo el que quiera hacer oración.

No es fácil dejarle actuar en nosotros o que Cristo actúe a través de nosotros, con el genio, la soberbia, las pasiones que tenemos; no es fácil, es cuestión de toda la vida, sobre todo en los principios de la unión o amistad con Cristo; y esto, aunque comulguemos eucarísticamente, porque una cosa es comer y otra, comulgar con Cristo, comulgar con su vida y sentimientos, dejarle que Él viva en nosotros y nos acompañe y actúe por medio de nosotros como Él nos dice: el que me coma vivirá por mi”. Así que al principio me esforzaba yo solo, pero ahora me encanta sentirme acompañado por mi Cristo, Único Sacerdote, que tanto me quiere y me lo demuestra y me paso ratos de gloria con Él; le he prestado mi humanidad y lo siento vivo en mí muchas veces. Además, solo, poco hice: “sin mí no podéis hacer nada”.

De esta forma, cada jornada, tanto por la oración como por el apostolado y la misma vida, se ha convertido en diálogo y oración y comunión permanente con mi Cristo y amigo y todo; reconozco que no ha sido fácil ni a la primera; he tenido muchos intentos y fallos, pero con la gracia de Dios, es decir, con su cariño y paciencia, es que tengo mucho yo, me quiero mucho a mí mismo y me cuesta ceder, lo hemos logrado; así que, unido a Cristo todo el día, me encanta, «me recrea y enamora», nunca me encuentro o actúo solo, siempre sintiendo su palabra y aliento y consejo y salvándome clara y manifiestamente hasta  de olvidos y despistes, ya por la edad, pero verdaderos milagros de ideas, acciones, cosas que ni sabía y me las mostraba o las hacía por mí.

Porque apostolado, además, no es todo lo que yo haga o deje de hacer, sino lo que haga con el Espíritu de Cristo, esto es, lo que Cristo haga a través de mí, puesto que por razón del sacerdocio su mismo Espíritu, el Espíritu Santo, siempre el mismo, qué presente debe estar en nuestra vida, me ha identificado con el ser y existir sacerdotal de Cristo y le he prestado para siempre mi humanidad para que Él viva en mí y actúe con su Espíritu, Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el que soy sumergido y trato de introducir a mis feligreses con el mismo amor y fuego de Cristo, esto es, Espíritu de Cristo, Espíritu Santo.

Y como «una pena entre dos es menos pena y la alegría es mayor si se reparte», me gusta estar unido a Cristo, en diálogo permanente, desde que empiezo la mañana, desde que empiezo mi oración.

Pero repito que he tardado años en hacerlo y sentirlo. No se llega desde el primer día; ha sido un largo camino, porque esto de vivir en Cristo lo he escuchado siempre, desde el seminario; pero no lo había asimilado y practicado sino a través de los años de esfuerzo de oración y vida.

Esto ha supuesto pasar por diversas pruebas y las purificaciones de la vida, naturales y sobrenaturales, todas necesarias; y en esto me ayudó mucho la lectura de san Juan de la Cruz, que  me ha hecho comprender la necesidad de la conversión permanente, y el sin mi no podéis hacer nada, lo cual es fácil decirlo y escucharlo, pero difícil, imposible,  vivirlo en mi sacerdocio; lo he constatado durante años; por eso lo tengo tan grabado y lo repito y me lo sé de memoria vital, aprendido con sangre, la letra con sangre no se olvida: sin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros los sarmientos… si, si hay acciones, pero no hay vida, no hay apostolado ni vida cristiana.

Pero se tarda, se tarda tiempo en vivirlo. Es que al «ego» le cuesta morir hasta poder decir con san Pablo  “no soy yo, es Cristo quien vive en mí” o comulgar verdaderamente con Cristo y hacer esa primera comunión en  la que Cristo es verdaderamente el que vive en nosotros: “el que me coma, vivirá por mí”. Tardé mucho tiempo en hacer la verdadera comunión con Cristo, después de mi primera comunión. Y por lo que veo y observo, hay personas, me parece, que todavía no la han hecho, no han hecho su primera comunión vital, de vida y sentimientos, con Cristo.

Decir no soy yo es Cristo quien vive en mí  es fácil; realizarlo, si se quiere hacer de verdad, supone esfuerzo de oración diaria fija en tiempo y hora, conversión continua, permanente, de todos los días y todo el día, que lleva consigo luchas y  caídas pertinentes, sin asustarse, y levantarse todos los días, por la oración, para seguir caminando. El sacramento de la misericordia y perdón es buenísimo en este tiempo y conviene un buen director espiritual ¿los hay? Alguno habrá, muchos, no hay; el mejor, el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo. Yo tuve uno, se llamaba don Eutimio. Cuánto bien hizo en el seminario.

        Me gusta estar unido a Él desde que empiezo el día por medio de una oración permanente, del diálogo oracional que no terminará hasta que me vuelva por la noche a la cama. Y a veces ni eso, porque soñamos juntos: «Semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam: siempre viviendo en Trinidad, con María, hasta la vida eterna.

Me estoy refiriendo a mi oración actual, porque, al principio, en mis años de seminario, quitando los dos últimos, mi oración consistía en leer un poco el evangelio comentado por diversos autores, así eran lo libros de oración entonces, o hacer una especie de lectura espiritual leyendo a los autores en boga entonces y que ya he citado, en la meditación por la mañana y se acabó; pero sin mucha conexión con el resto de la jornada, ni de pensamiento y menos de obra.

Ahora, en cambio sí la tengo, incluso en horas debidas al descanso, al sueño; es totalmente diferente; te explico: como tengo un mal dormir, es defecto de toda la vida, me despierto varias veces durante la noche; algún tiempo me dedicaba a hablar con Dios, pensar  y  orar, y así pasaba incluso horas, incluso me levantaba horas antes de la cama,  porque creía que ya había descansado totalmente; pero ¿qué pasaba? Pues que no era así; que si empiezo a hablar con mi Cristo, mi Dios Tri-unidad a esas horas, se acabó el dormir más horas esa noche y luego lo noto porque estoy más cansado y agotado durante el día. Así que le digo que lo siento, que me desvela, que no me hable más a esas horas, nos reímos un poco y a dormir, a luchar por dormir, sin pensar ya en Él.

        Hay temporadas que sí puedo hacerlo, por ejemplo, en vacaciones de verano, y me levanto una o dos horas antes, ahora mismo me he levantado a las cinco, y empiezo el día, y todo el día, porque no salgo a veces a la calle, a estar y hablar con Él y escribir al dictado lo más perfectamente que pueda; así he podido escribir mis libros; pero durante el curso parroquial, imposible, ni una línea.

 

        Quizás te haya sorprendido un poco de que hable mucho de oración o diálogo de amor con nuestro Dios Trino y Uno. Ya te he dicho que en los comienzos de mi oración no fue así ni mucho menos; ni me enteraba ni me relacionaba con mi Dios Trino y Uno.

Toda mi oración era rezar un poco a la Virgen, leer y meditar el evangelio o libro pertinente, había buenos libros, aún los conservo y leo, tratar de pensar y amar un poco a Cristo, pero muy genérico y nada más. No era el Cristo vivo, vivo y resucitado, que luego con los años, me encontré en el Sagrario sobre todo, y me reveló su Espíritu; entonces era el Cristo más bien teórico de la teología, personaje del pasado.

Ya he contado alguna vez mi primera vivencia de Espíritu Santo en el coro de la capilla del Mayor, donde me quedé extasiado de Amor, de Espíritu Santo, después de haber llegado tarde a la novena, por razón de un partido de futbol, donde al venir, un compañero, buen amigo mío, me dijo que dejaba el seminario.

Estas vivencias no se olvidan. Por eso podía contarlo con más detalle; no lo hago, porque repito, que me suena que lo tengo descrito en algún libro; sería cuestión de buscarlo, pero no tengo tiempo y quiero seguir con lo que estoy y no perder el hilo.

        En esto, el orante tiene que ir evolucionando poco a poco para unir la vida con la oración y la oración con la vida. Es un largo proceso, con etapas duras, sobre todo cuando parece que Dios no te escucha, te abandona, estás muy distraído, sobre todo, si sufres por cosas de la vida, de los compañeros, de las pasiones.

Para seguir orando es absolutamente necesario tener muy metido en el alma el deseo y el convencimiento de querer amar más y mejor a Dios, tener siempre presente el principio y fundamento ignaciano, y esto te lo da la oración diaria y constante, aunque sea aparentemente seca y más teológica en esos años de seminario, de ahí la diferencia entre el orar jesuita y carmelita, según que se acentúa más el entendimiento o el amor.

Esto se puede potenciar también durante el día, por medio de actos de fe o amor o jaculatorias, como recuerdo de lo orado por la mañana y porque lo necesitas para superar esos momentos duros de la jornada.

Lo que más me ha ayudado a mí y ha sido determinante en mi vida, ya lo he explicado anteriormente, han sido las breves visitas al Santísimo; también me ha ayudado el rezo del santo rosario, paradójicamente más ahora, que tengo oración más intensa, que entonces. Y te explico, cuando no te salga la oración, yo lo hice algunos años, cuando estés en la iglesia y no se te ocurra nada, ponte en pié, coge el rosario, y empieza a caminar rezando el rosario y ya verás qué cantidad de cosas te dice Cristo o la Señora, o le dices tú, o pides o reformas...o sencillamente te lo pasas bien, «distraido» y rezando el santo rosario.

De esta forma, sin mayor esfuerzo, tendrás ratos de mayor presencia de Dios durante la jornada, cimentados todos en la oración de la mañana, que se irán prolongando durante el día, con actos breves, a medida que el alma avance en ese amor total a Cristo, hasta que se convierta en oración permanente por el amor permanente y en conversión permanente.

        Esto cuesta años y años y depende mucho del grado de conversión que realices, porque para eso necesitas estar muy atento y unido al Señor, para vaciarse del yo y que Él pueda ir entrando cada vez más en nuestra vida, al irnos vaciando de nuestra soberbia, envidia, lujuria, críticas..., es decir, de todo lo que nos aleja de Dios.

        Otra razón por la que nunca he dado una lección a nadie sobre las formas o los modos o ayudas para hacer oración es porque a mí no me la dieron. Mi madre me enseñó a rezar, a visitar a Cristo Eucaristía, pero siempre rezando y muchas veces entraba en la iglesia con ella y salía, sin haberle siquiera saludado.

 

        Mira cómo empecé yo a orar y meditar. Recuerdo  que aquel día de octubre, cuando llegué al Seminario menor, saludamos al rector y superiores, comimos unos bocadillos que mi madre trajo del pueblo, me hizo la cama, y a las cinco de la tarde, hora torera, y hora en que «la verata o la empresa», como llamábamos entonces al autobús, volvía a mi pueblo, mi madre me abrazó, me dijo que a ser bueno, lloré a solas todo lo que quise, me quedé con un miedo y timidez infinitas.

Después de cenar y un breve recreo, capilla y a dormir; y por la mañana, primer día en el seminario, no sé si a las siete y media, sonó la campana, todos arriba, veinte minutos o media hora para levantarte, vestirte, lavarte la cara y las manos en los lavabos que había en el dormitorio, no había duchas, todo en silencio, sonó otra vez la campana, todos a la capilla, nosotros en los primeros bancos, y allí sin muchas explicaciones, empezamos con el «ofrecimiento de obras» tomadas de las PRÁCTICAS  DE PIEDAD DEL  SEMINARISTA, que más bien hicieron los «mayores», porque nosotros no teníamos el libro; terminado el ofrecimiento hubo un silencio de veinte minutos, en el que algunos, yo no, era muy tímido, aunque muchos no os lo creáis, preguntaron a los de segundo, a los veteranos, qué era aquello y para qué era ese  silencio, y nos decían que era para la meditación. Así fue mi primera escuela de oración y mis primeras meditaciones.

Recuerdo que algún día salía el rector y nos decía algunas palabras, más bien consejos sobre disciplina, y así empecé yo a meditar. A los quince días nos dieron las PRÁCTICAS  DE PIEDAD DEL  SEMINARISTA, y entonces ya pudimos leer alguna cosa, alguna oración durante ese tiempo,  oraciones a Cristo, a la Virgen, consideraciones...

Conservé estas PRÁCTICAS DE PIEDAD DEL SEMINARISTA hasta hace diez años aproximadamente, en que no sé por qué motivo, se las presté a una feligresa y lo que pasa, se me olvidó pedírselas de nuevo, y a ella, el devolverlas. Total, que me quedé sin ellas. Y es que guardo en mi corazón con todo cariño toda mi vida de seminario y seminarista: si vienes a mi habitación ahora, puedes encontrarte, junto a la imagen de la Virgen, preciosa talla, copia de la de Alonso Cano, mi fajín azul del seminario mayor, mis libros de teología subrayados, mis primeras homilías y trabajos escritas a pluma y a mano, no había bolígrafos todavía, libros de autores como Columba Marmión, Karl Adam, Oráa.....Me encanta mi vida de seminario, haber sido seminarista y agradezco y pido mucho al Señor por todos los que me ayudaron en mi camino sacerdotal.

        Yo empecé a hacer oración-oración, oración auténtica, aunque no perfecta, a mis dieciséis o diecisiete años aproximadamente, en el Seminario Mayor, cuando más o menos decidí en serio seguir mi vocación sacerdotal, que era seguir a Cristo sacerdote, y empecé a tomarme en serio mi yo y carácter, mis pecados, mis pasiones, porque tenía mucho amor propio, sólo y principalmente pensaba y vivía para mí, y había que empezar a mortificar tanta soberbia, envidia, críticas y demás.

En las meditaciones de aquel tiempo se nos hablaba mucho de cruz, de negación, de mortificación y penitencia y hacer sacrificios: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”; y  para honrar a la Virgen, sobre todo, en la novena de la Inmaculada, muchas castidad y pureza de sentidos; en esta materia tuve mucha ayuda desde mi infancia, con mi madre y hermanas; en el seminario nunca escuché conversaciones obscenas y el sexto y noveno mandamiento se estudiaban en latín en un apartado, que venía publicado aparte, en la Moral de Noldin, autor de aquellos tiempos; así que los chistes picantes de Manolo Tovar y Carlos Díaz, los dos ya en el cielo, no los entendí hasta pasados algunos años.  

        Empecé también a confesarme con más seriedad y frecuencia, como necesidad y consecuencia de la conversión  que había iniciado en serio; conversión y confesión permanente que deben estar siempre unidas, con frecuencia, y regularidad, en esos años, cada quince días o casi todas las semanas, pues que me servía a la vez de dirección espiritual seria.

        En el Seminario mayor, viendo cómo meditaban los mayores, los teólogos, sobre todo, viendo y hojeando sus libros de meditación, de lectura espiritual, y la pequeña biblioteca de Espiritualidad que había junto a la Rectoral, de la cual, por espacio de algún tiempo, hasta tres meses, podíamos sacar libros para leer y meditar, empezamos ya a tener más idea de la lectura espiritual, de la meditación, de la oración, sobre todo, con las meditaciones y pláticas de don Eutimio, verdadero maestro y padre espiritual del seminario.

Don Eutimio ha sido una  gracia especialísima de Dios para el Seminario del Plasencia, que todavía perdura, especialmente para mí y mi generación,  con su vida y meditaciones, sobre todo, en relación con la oración, la Eucaristía, la vida de santidad, la mortificación.

Fue mi director y padre espiritual, sobre todo, hasta mi ordenación y primeros años de sacerdocio; le estoy eternamente agradecido y desde el cielo lo estará y estaremos celebrando siempre; luego, aproximadamente quince años después  de mi ordenación, por determinadas causas que nunca he dicho ni diré, mi único director es y será el Espíritu Santo, a quien he conocido y amo con todo mi ser  y corazón y es mi Dios Amor, Beso y Abrazo de mi Dios Trinidad, aliento de vida y amor trinitario en mi alma y en mi vida. Es más, y que nadie pida explicaciones, se cambiaron los papeles y el hijo ayudó al padre. Pero él nos dio siempre palabra y ejemplo, orando muchas horas y siendo sacerdote ejemplar.

        Con la ayuda de esa biblioteca empezamos a leer y meditar los comentarios al evangelio y los libros de moda entonces en espiritualidad: Santa Teresa, Santa Teresita, Camino, Charles de Foucauld, Los Ejercicios de san Ignacio...junto con estos que ahora voy a citar y que me he levantado ahora mismo del ordenador, donde estoy escribiendo, porque los conservo en mi biblioteca con el subrayado de entonces a todos mis libros, de entonces y de siempre, censurado por mi amigo, el teólogo Demetrio, pues es una manía que tengo, subrayar todo lo que me gusta de cada libro, para que luego en la segunda lectura o cuando tenga que meditar algo, vaya directamente al grano, por lo menos, a lo que a mí me gusta.

        Entre estos libros que me ayudaron a orar aún conservo LA ORACIÓN CRISTIANA, de Franz M. Moschner, que estuvo de lectura espiritual para todo el Seminario mayor y a mí me hizo mucho bien, aunque luego ya, no estaría de acuerdo en algunos detalles, sobre todo en la oración contemplativa, una vez que leí a san Juan de la Cruz; los libros de  «Hermanito de Jesús», P. Voillaume, principalmente EN EL CORAZÓN DE LAS MASAS y CARTA A LOS HERMANOS; LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, del P. P. Phillipon O. P., que me hizo mucho bien y lo sigo utilizando y lo guardo con cariño y lo he citado en mis libros muchas veces. No puedo olvidar EL ALMA DE TODO APOSTOLADO, de J. B. Chautard, donde demostraba con doctrina y ejemplos de santos «la necesidad de la vida interior (hoy me gusta más el término espiritual) en todas aquellas almas que, aplicadas a la acción, se proponen conseguir una asombrosa fecundidad en su ministerio»,  y finalmente, por no alargarme, INTIMIDAD DIVINA, meditaciones del P. Gabriel de santa María Magdalena O.C.D, que son muy teresiana, teológicas y litúrgicas; os aconsejo que leáis sus homilías, todavía muy actuales.

        Estos libros y otros que podía citar, me hicieron mucho bien, por eso soy un defensor de la Formación permanente, de la lectura espiritual de buenos autores, diaria, de la verdadera formación personal que debe empezar en el seminario y permanecer toda la vida, y siempre debe ser personal lógicamente en  cuanto a la recepción, aunque en el modo tenga actos comunitarios, tanto de piedad como de exposición de temas teológicos, que me gustaría que fueran más de Teología Espiritual, y que debe continuar cada sacerdote, después de salir del seminario, junto con la vida litúrgica-sacramental personal y comunitaria.

Es que algunos piensan que la Formación permanente consiste en ir a unas charlas programas por la Diócesis, sea de la naturaleza que sean, que a veces no forman nada, pero eso no es culpa de ellos, ya está todo solucionado.  De suyo se deben programar para que sean una ayuda. Y para eso tienen que tener presente lo que dice la PDV, como luego citaré.

Las charla son una ayuda, pero no la más importante, que deben ser siempre la oración y vida espiritual personal en la que hay que seguir formándose siempre, como en el estudio teológico ¿cómo es tu oración diaria, tu estudio, tu biblioteca y actos formativos comunitarios? Eso te indicará cómo es y  va tu formación permanente. Lo más importante, tanto en el seminario como en toda la vida pastoral formativa, no son las acciones, sino el apóstol: no formar para hacer apostolado, sino para ser apóstol verdadero de Cristo.

Me ha alegrado y confirmado en mi pensamiento leer el libro EVANGELIZAR, del Arzobispo jubilado D. Fernando Sebastián, que, a este respecto, entre otras cosas, dice, se atreve a decir, porque hay ser valiente y estar dispuesto a sufrir, hablando así de claro: «La formación permanente es muy floja en casi todas las Diócesis… Cualquier profesión requiere ahora una formación permanente seria y rigurosa. También el ministerio sacerdotal. No hay razones para pensar que el sacerdote pueda actuar eficazmente en nuestro mundo sin una vida espiritual exigente y una formación profesional bien cualificada y continuamente renovada…

Y un poco antes, en esta misma página, dice: «Tengo la impresión de que el estudio sigue estando todavía muy por debajo de lo conveniente. Las leyes de la Iglesia son menos exigentes…No hay tiempo ni reposo para asomarse a otros libros de envergadura, filosofía, escritura, teología, libros, en fin, cuya lectura requiere más tiempo y atención. La formación permanente es muy floja en todas las diócesis.»

La PASTORES DABOVOBIS, en el último capítulo, el VI, en relación con la Formación permanente, dice, entre otras, las siguientes:

«71. La formación permanente de los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, es la continuación natural y absolutamente necesaria de aquel proceso de estructuración de la personalidad presbiteral iniciado y desarrollado en el Seminario o en la Casa religiosa, mediante el proceso formativo para la Ordenación.

«Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral: el Espíritu Santo, que infunde la caridad pastoral, inicia y acompaña al sacerdote a conocer cada vez más profundamente el misterio de Cristo, insondable en su riqueza (cf. Ef 3, 14 ss.) y a conocer, consiguientemente, el misterio del sacerdocio cristiano».

«En concreto, la vida de oración debe ser « renovada» constantemente en el sacerdote. En efecto, la experiencia enseña que en la oración no se vive de rentas; cada día es preciso no sólo reconquistar la fidelidad exterior a los momentos de oración, sobre todo los destinados a la celebración de la Liturgia de las Horas y los dejados a la libertad personal y no sometidos a tiempos fijos o a horarios del servicio litúrgico, sino que también se necesita, y de modo especial, reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu.

Lo que el apóstol Pablo dice de los creyentes, que deben llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo » (Ef 4, 13), se puede aplicar de manera especial a los sacerdotes, llamados a la perfección de la caridad y por tanto a la santidad, porque su mismo ministerio pastoral exige que sean modelos vivientes para todos los fieles.

También la dimensión intelectual de la formación requiere que sea continuada y profundizada durante toda la vida del sacerdote, concretamente mediante el estudio y la actualización cultural seria y comprometida. El sacerdote, participando de la misión profética de Jesús e inserto en el misterio de la Iglesia Maestra de verdad, está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo, y, por ello, el verdadero rostro del hombre. Pero esto exige que el mismo sacerdote busque este rostro y lo contemple con veneración y amor (cf. SaI 26, 8; 41, 2); sólo así puede darlo a conocer a los demás. En particular, la perseverancia en el estudio teológico resulta también necesaria para que el sacerdote pueda cumplir con fidelidad el ministerio de la Palabra, anunciándola sin titubeos ni ambigüedades, distinguiéndola de las simples opiniones humanas, aunque sean famosas y difundidas. Así, podrá ponerse de verdad al servicio del Pueblo de Dios, ayudándolo a dar razón de la esperanza cristiana a cuantos se la pidan (cf. 1 Pe 3, 15). Además, «el sacerdote, al aplicarse con conciencia y constancia al estudio teológico, es capaz de asimilar, de forma segura y personal, la genuina riqueza eclesial. Puede, por tanto, cumplir la misión que lo compromete a responder a las dificultades de la auténtica doctrina católica, y superar la inclinación, propia y de otros, al disenso y a la actitud negativa hacia el magisterio y hacia la tradición» (Sínodo de Obispos)»

Nada de, una vez ordenado y habiendo salido del seminario, colgar los libros en la estantería y ahí, a descansar ya toda la vida: ni yo os molestaré ni vosotros me molestaréis más a mí; no solamente se ora poco, yo creo que se estudia o se lee menos, sobre todo, teología espiritual; cada día junto con la hora de oración debíamos de tener otra hora o dos, de lectura espiritual. Luego, si se necesita ayuda, que asista a las conferencias y demás, pero lo importante es la lectura, la meditación y el estudio diario y personal, y alguna ayuda espiritual, si se tiene la suerte de un buen director o amigo, o algún acto litúrgico comunitario, sobre todo, si alguno lo necesita, porque el mejor director es el Espíritu Santo. Pero repito que cada uno es cada uno. Hay tantos caminantes como caminos. Y desde luego, la Formación permanente de los sacerdotes jóvenes tiene que ser distinta en forma y temas y seguimiento de la de los sacerdotes mayores.

        Volvamos. Así que en el Seminario mayor empezamos a leer estos libros y  vidas de santos: Santa Teresita, Charles de Foucauld, Isabel de la Trinidad..., y, sobre todo, los evangelios con algunos comentarios muy teológicos, jesuíticos, de la Gregoriana de Roma, pero nada de Teología de la liberación o cosas semejantes, que te ayudaban mucho en este formación teológica permanente y personal.

        Muchas de aquellas meditaciones tenían un itinerario complicado, porque había que hacer composición de lugar, introducción, tema...propósito, y cada día eran diferentes, según los temas. Bueno, no voy a entretenerme más en este asunto, porque daría para un libro. Digamos que mi oración entonces era más reflexión y meditación que oración, MÁS entendimiento que amar, más petición que diálogo con Cristo o la Virgen, y era más mariana que cristológica, precisamente porque a la Virgen la teníamos todos como demandadera de nuestros ruegos y necesidades.

        Luego pasé de la Virgen al diálogo de amor con Cristo Eucaristía, porque Ella me llevó y para lo cual me ayudó muchísimo, más bien fue el comienzo de mi encuentro de amistad con Cristo, la visita durante diez o quince minutos que me impuso Don Eutimio, mi director espiritual, en el recreo que teníamos después de la comida del mediodía, cuando salíamos a jugar en el patio de la Catedral. Ya he hablado de esto en otro lugar.

Al estar solo en la capilla, sin comunidad que rezaba o cantaba, tenía que mirar personalmente a Cristo o no mirar; así que empecé a creer personalmente, a dialogar personalmente, a dudar personalmente... pero ¿Tú estás ahí, y Tú eres Dios, el Dios creador y salvador, Tú eres Jesucristo vivo, vivo y resucitado? Empezaron las dudas, las palabras directas, empecé a tener una verdadera relación personal con Él; por otra parte, al estar solo, pensaba recordaba un poco ante el Señor en lo que me había  sucedido durante la mañana, las clases; luego, del recordarlo pero conmigo mismo, pasé a recordárselo a él y a caer en la cuenta de lo que me decía desde su presencia eucarística: Gonzalo, hoy te has enfadado con este compañero, tienes mucha soberbia, y criticas mucho... y empecé a meditar y a hacerle caso y empezó la amistad personal, no sólo la comunitaria, muy interesante a veces, pero por repetida, un poco rutinaria a veces; me refiero a los actos comunitarios de piedad.

 

        Pero volvamos a mi oración actual. Al levantarme y dar las luces, abro la puerta de mi habitación y paso a la capilla que tengo al lado, donde simplemente saludo a Cristo Eucaristía para empezar así mi jornada, y hago la genuflexión, que cada día, con los años y con los pies en chanclas, me cuesta más trabajo. Me afeito, lavado de dientes, hago un poco de ejercicio físico, me ducho y bajo a la iglesia, a las 6, 30 de la mañana.

        Y empiezo mi oración de la mañana, siempre, toda mi vida, ante el Sagrario. Pero atento, por aquello de posturas y demás: Hasta mis cincuenta años,  más o menos, esta oración primera de la mañana la hice ante Cristo Eucaristía, en la iglesia, siempre sentado, porque así me lo habían enseñado y practicado perfectamente; luego, empecé y sigo haciéndola  paseando, me encanta, no sé ya hacerla de otra forma; paseando despacio, por el pasillo central de la iglesia, en diálogo con el Señor. Otra razón poderosa que ha influido en el cambio de mi postura de hacer la oración, ha sido el frío que hacía en la iglesia y en invierno, si estaba uno todo el tiempo sentado. Y la más poderosa, es que el rosario empecé hace muchos años a rezarlo paseando y que me viene fantásticamente: el rosario y el paseo, por aquello del ejercicio fisico.

        Y ahora podíamos discutir un poco sobre lo que nos recomendaron y siguen recomendando para hacer oración; no digamos si es contemplativa o no; tenía que hacerse sentado, quieto, respirando de forma determinada, con los ojos cerrados...etc; yo no discuto nada, porque estoy convencido de que no hay camino marcado y hecho ya, se hace camino al andar, y ahora me lo paso bomba paseando con el Señor, unas veces en los caminos o montañas de Palestina o en los jardines del cielo con el Resucitado o en el paisaje infinito de la Trinidad... cada uno es cada uno. Que conste que paseo también en la iglesia, ante la gente, rezando el rosario u orando antes de la misa parroquial, hasta que alguno me pida confesión, porque ya lo saben que estoy para eso.

        He leído también bastante de teología y espiritualidad  y  sigo leyendo; se puede constatar fácilmente por los libros de mi biblioteca, porque además están subrayados, quiere decir que los he leído; pero todos, absolutamente todos, teológicos, pastorales, espirituales, litúrgicos, siempre desde una teología o perspectiva espiritual, de vida según el Espíritu Santo, que es lo mío, lo que me gusta y me ha hecho mucho bien. 

Quiero advertirte que, después de este libro que estás leyendo, no pienso publicar más; pero para mi uso particular y el de algún amigo que me lo pida voy a fotocopiar de mis libros sobre Cristo, María, vida espiritual… todo lo que tenga subrayado en los libros de mi biblioteca, pero con subrayado doble, que indica que es materia muy interesante, digna de ser predicada, y no solamente subrayado con un línea transversal, nunca lo hice con líneas horizontales, porque eso indica que merece ser leído pero no predicado o copiado.

No he leído nunca una novela, ni el Quijote entero;  hará cincuenta años que no voy jamás al cine, me aburre la tele, veo sólo el telediario de las nueve, si es que no estoy en alguna reunión apostólica. He visto mucho deporte, sobre todo, motos, son mi pasión; también bici, futbol, participé en carreras, llegué a jugar en campeonatos, pero ya ni verlos, y menos con la pasión de tiempos de juventud. Por eso, me acuesto temprano, es de familia, y me levanto temprano. Será cuestión también de genes.

        Terminada esta hora de oración, subo a mi habitación,  desayuno y me voy al Cristo para la Adoración Eucarística que empieza a las 8 con la Exposición del Señor hasta la 12,30; qué emoción ver tan temprano y en silencio absoluto a unas diez personas que me están esperando para empezar la oración eucarística en silencio total hasta las 9, en que empezamos las Laudes unas treinta personas, feligresas y no feligresas.

        Como tenemos en la iglesia una estantería con mis libros de oración y otros, sobre todo, los santos evangelios y demás, por si alguno quiere leer, algunos lo hacen; y otros que van a hacer la Adoración durante el día, les gustan tanto los evangelios y algunos de mis libros, que se los llevan. Espero que pongan algo de su importe en los cepillos. Dios sobre todo. Nada más nos interesa que el Señor sea mása conocido y amado.

CAPÍTULO II

A 1. PRIMERA MIRADA: SANTÍSIMA TRINIDAD

PELDAÑOS O MIRADAS DE MI ORACIÓN

La Santísima Trinidad.

Esta es la obra más lograda del gran iconógrafo ruso Andrei Rubliev, 1422. Es la visita de los tres ángeles a Abraham que, según la tradición de los santos Padres, es la representación de la Santa Trinidad divina. Así que ésta es una figura válida de su representación, realizada por Dios mismo.

¡Tibi, Sancta Trinitas, omnis honor et gloria!

 

Este camino de mi oración personal, que quiero empezar a describirte, lo dividiremos en dos apartados o capítulos; en el primero, quiero decirte sencillamente, los mojones o partes principales de este recorrido que hago todos los días en mi oración personal; en el segundo apartado o capítulo paso ya a describirte más ampliamente cómo he ido formando esos hitos o fundamentos o pilastras del edificio de mi oración  y sus contenidos.

Para la primera parte, meramente descriptiva de mi camino oracional, añadiré al número correspondiente la letra A; para la segunda parte, más profunda y propiamente oracional, pondré los mismos números y recorrido con la letra B, aunque tenga que repetir frases y oraciones. No olvidar que este libro quiere tener cierto carácter pedagógico del camino de oración, y la pedagogía, de suyo, lleva consigo el repetir e insistir para que el lector entienda mejor la materia.

Todas las oraciones hechas por mí van en cursiva-negrilla, y lo que ha sido añadido o reformado en estos últimos años, lo pongo en mayúscula.

Empezamos la primera parte, meramente enumerativa de las diversas miradas de mi oración y brevemente explicativa de las oraciones o hitos de mi camino oracional.

 

 

A. 1. 1. En esta oración de la mañana, nada más entrar en la iglesia, mi primera mirada es a la Santísima Trinidad, adorándola con una genuflexión, haciendo la señal de la cruz y diciendo: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén; y lo hago todo mirando al Sagrario, templo, sacramento y misterio de mi Dios Trino y Uno en la tierra, donde el Padre me está diciendo y revelando todo su misterio y proyecto de amor en su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía, Canción de Amor en la que me canta todo su proyecto de predilección y amor por su Palabra hecha carne resucitada en el pan eucarístico con Amor Infinito de Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en que somos sumergidos para vivir ya en la tierra el gozo y la felicidad eterna, que empieza en la tierra por la oración personal unitiva.

        Hecho este primer saludo, continúo: En el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida; en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, que me salvó y me abrió las puertas de la eternidad; y en el nombre del Espíritu Santo que me ama, que me santifica, que me transforma en vida y amor trinitarios...

Paro, hago silencio, contemplo, medito y empiezo a decir y contemplar sin palabras o con palabras «en música callada». Hecha esta parada, oro, digo, pido, depende de lo que lleve o me inspire el Espíritu, y sigo:«Te sancta Trínitas unaque póscimus, sic nos tu visita sicut te colimus, per tua sémita duc nos quo tendimus, ad lucem in qua inhabitas. Amen.»

Yo voy a poner la traducción en castellano de las oraciones o himnos que escriba, para que los entienda la gente joven; porque a los sacerdotes de mi tiempo no les hace falta, ya que hasta nuestras clases de Filosofía y Teología eran en latín.

La traducción será siempre un poco libre, porque se trata de expresar nuestros propios sentimientos a través de estas oraciones o himnos, que ordinariamente, estando solo en la iglesia, canto, pero mentalmente; algunos, incluso, en voz alta, si me gustan, porque me recuerdan muchas emociones y vivencias.

La versión en castellano de esta última iría así: «Te rogamos santa y una Trinidad, que, como te oramos y te lo pedimos, nos visites; llévanos por tus sendas hacia donde tendemos, a la Luz en la que Tú habitas. Amén»

       

 

A 1. 2. Al cabo de un rato de pensar un poco en estas palabras, y amar, pedir o lo que sea, sigo: Señor, ábreme la mente,  y mete tu luz, tu verdad, tu palabra; Señor, ábreme el corazón, y mete tu fuego, tu amor, tu Espíritu Santo; y mis labios, mi boca, mi existencia entera proclamarán la alabanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.   

        Pido luz, fuego, presencia del Espíritu en mi oración para seguir alabando, dando gracias, amando, pidiendo.Nuevo  silencio oracional... y con deseos de que toda mi jornada sea in laudem gloriae ejus, para alabanza de la gloria de Dios Trino y Uno, nombre de religión elegido por Sor (hoy ya beata) Isabel de la Stma. Trinidad, y como lema de su vida, en el Carmelo de Dijon, Francia. Luego sigo, diciendo tres veces, en memoria de la Trinidad Santísima:

 

 

A. 1. 3. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. 

         

Pues bien, cuando he terminado los tres Gloriay si no se me ocurre decirle nada nuevo y sigo pensando y amando o me paro o termino lo que me inspira, yo sigo con estas dos estrofas de himnos trinitarios y eucarísticos: «Per te sciamus da Patrem, noscamus acque Filium, Teque utriusque Spiritum, credamus omni tempore. Deo Patri sit gloria, et Filio qui a mortuis surrexit, ac Paraclito insaeculorum saecula.  Amen».

«Danos la gracia de conocer por Ti al Padre y al Hijo y de creer en  Ti, Espíritu de ambos.  

La gloria sea dada a Dios Padre, y al Hijo que resucitó de entre los muertos, y al Espíritu Paráclito, por los siglos de los siglos. Amén».

 

 

A. 1. 4. Y termino esta mi primera mirada de la oración personal mañanera a la Santísima Trinidad con esta súplica de la para mí siempre Sor, hoy ya Beata, Isabel de la Trinidad. Me gustó tanto su experiencia de Trinidad, que me animé a escribir un libro sobre LA EXPERIENCIA DE DIOS.

 

        PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

 

(Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

 

A. 2.  SEGUNDA MIRADA: “ABBA, PAPÁ-PADRE DIOS”.

DIOS    PADRE   3

Mi segunda mirada oracional es para Dios Abba-Padre, más exactamente abba-papá,  principio y fin de todo cuanto existe y pueda existir.

Quiero describirte un poco cómo he llegado a conocer y vivir filialmente como hijo del Padre, cómo he llegado a conocerle y amarle como Padre en mi camino de oración, que es el único camino para llegar a estas vivencias, porque la teología no basta, no da vivencia de lo que enseña.

Si he de ser sincero, ya lo he dicho varias veces en mis libros y lo he descrito ampliamente, afirmaré que, en mi vida religiosa, desde niño, junto a mis padres, primero fue la Virgen, las tres avemarías al acostarse, el «bendita sea tu pureza… luego apareció el Sagrado Corazón de Jesús, con Exposición Mayor del Santísimo, junto a la imagen del Corazón de Jesús, que era impresionante, buenos cantos y oraciones, Bendición solemne…lógicamente, santa misa, total, Cristo Eucaristía o Corazón eucarístico de Cristo… lo cual se acentuó desde mi primera comunión, donde por y con mi madre, tuve que hacer los Primeros Viernes y de ahí, me hice monaguillo, porque comulgué todos los días de los nueves primeros viernes y luego el seminario y todo lo demás; ahora bien, fue en el seminario, donde empecé verdaderamente a tener mi oración personal, cuando la vida empieza a crearte problemas, desde la pubertad, y necesitaba una madre junto a mí, porque necesitaba ayuda, una ayuda maternal, pero mi madre no estaba allí para ayudarme; así que la Virgen me echó una mano y fue mi madre espiritual de verdad y para siempre; y como mi vida necesitaba oración para encontrar y conocer y seguir al Hijo sacerdote, porque quería ser sacerdote y para mí la oración era vida, mi vida, y la vida era mi oración, la Virgen me llevó al Hijo para que me enseñara todo esto, sobre todo, en aquellos años, mirando el evangelio, meditándolo, y así  me fijara en Él mejor y le siguiera y fuera mi amigo y salvador y perdón y gracia y me enseñara el camino, ya que Él nos dijo que “era el camino, la verdad y la vida”; así empecé a conocerlo muy por encima como al Cristo amigo, el del Evangelio, que lo meditaba y leía con frecuencia, el Cristo histórico de los pasajes evangélicos, uniéndolo con frecuencia con el Cristo vivo, vivo y resucitado de la Eucaristía, mediante la visita, la comunión y la, misa, en este orden, que luego, con el tiempo y la vivencia, dio el vuelco total, siendo misa, comunión, visita.

En los años de Filosofía y primeros de Teología recuerdo que leía el Evangelio y meditaba los hechos del Cristo histórico, mirando a cada paso al Sagrario, para decirle, y « tú estás ahí o este del evangelio eres Tú».

Había en entonces autores espirituales muy buenos, al menos a mí me ayudaron mucho. Cito algunos porque me los sé de memoria: Dom Columba Marmion, con sus libros JESUCRITO EN SUS MISTERIOS; JESUCRISTO, VIDA DEL ALMA; CRISTO, IDEAL DEL MONJE. De Karl Adam recuerdo tres, porque los tengo muy subrayados: JESUCRISTO y EL CRISTO DE NUESTRA FE y CRISTO, NUESTRO HERMANO. De René Voillaume EN EL CORAZÓN DE LAS MASAS, CARTA A LOS HERMANOS Y ¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA  FE? Así como casi todos los de Romano Guardini, porque tengo toda la colección publicada por editorial Guadarrama; y no voy a citar más autores que tengo en mi biblioteca, bastaría que me levantase del ordenador para verlos, pero me haría muy largo.

Este  verano deseo hacer un resumen de todo lo que tengo subrayado en ellos en referencia a Cristo histórico y humano, a la humanidad santa por la que nos han venido todos los dones de la Salvación para ayuda de algunos sacerdotes que quieran conocer mejor a Jesús de Nazaret, porque estos autores para mí no han sido superados.

En mis últimos años de Seminario tuve cierta experiencia de Espíritu Santo, pero muy poco profunda, aunque descubrí la importancia de su presencia y dones en la vida espiritual, hasta el punto, de que pasados muchos años, muchísimos, veinte o treinta, decía y afirmaba en mis homilías que únicamente quería estar enchufado con el Espíritu Santo, porque descubrí que mi oración, mi santidad,  toda la vida de la Iglesia, los sacramentos, el sacerdocio… era obra del Espíritu Santo, ya que Cristo, el Padre y el Hijo, se lo habían confiado a Él: “Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, Él os llevará a la verdad completa”. Así que el Espíritu Santo me fue llevando a la verdad completa de la vida cristiana, de Dios Trinidad.

 Y como el Señor había dicho que, una vez realizado su proyecto de Resurrección y Ascensión a los cielos, ahora le tocaba actuar al Santo Espíritu en la Iglesia y en los creyentes, y todo esto es verdad, y yo le he podido comprobar, pues resulta, que empezando a amar con Amor de Espíritu Santo, uno empieza a sumergirse en la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Así que el Espíritu Santo me llevó a la Trinidad, a sentirme habitado: « Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidarme de mí para establecer en vos…», Sor (beata) Isabel de la Trinidad. De hecho, en la casulla de mi primera misa, en la parte delantera está el pelícano y las llamas de fuego, y en la parte opuesta, está el triángulo trinitario y otros signos trinitarios.

Y así, poco a poco, en mi vida, el Espíritu Santo que es Dios Amor, es el Amor del Padre al Hijo que le hace Padre amándole y aceptándole como Padre, me llevó a tener oración o diálogo permanente con los Tres, por obra del Espíritu Santo; en el cristianismo todo es por obra del Espíritu de Amor del Padre y del Hijo.

De esta forma y bajo este Director Espiritual, fui llevado desde la Eucaristía, Canción de Amor del Padre, revelada en su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía, con amor o  por la potencia de su Amor, Amor de Espíritu Santo, a descubrir a los Tres en el Misterio Eucarístico, templo, morada y sagrario de mi Dios Trino y Uno; y empecé invocarlos y mi devoción fue creciendo muy lentamente, en periodos de ausencias o presencia más o menos intensa, según el Espíritu lo iba construyendo y dirigiendo, porque uno no sabe ni se entera de estas cosas hasta que no las ve realizadas,  y también porque el alma tiene que aceptar ser purificada de tanto yo y amor propio que no cabe Dios en ella; este es el problema principal de la vida cristiana, y de ahí la necesidad de dejarse purificar, vaciar de mi mismo, de mi yo, me quiero muchísimo, de mis planes, proyectos, pecados y demás, y en esa medida me va invadiendo en el alma mi Dios Trino y Uno. Así empecé a sentir algo de la morada de mis Tres en mi vida y oración,  de su presencia y amor permanente, desde mis dos últimos años de seminario y el resto de mi vida sacerdotal.

Pues así, de esta forma, ya tenemos cómo descubrí a María, a Cristo Eucaristía, al Hijo, y al Santo Espíritu, y a la Santísima Trinidad; pero a Dios como Padre, propiamente como tal, como Padre, y no digamos lleno de Vida y Ternura, al Padre-Abba, Papá, como personificación de la Ternura divina, no había llegado; y es que era muy difícil y sigue siendo, desde el Dios Infinito e infinitamente  distante y superior al hombre de la filosofía; o desde el Dios Omnipotente de la misma Liturgia, o el Dios Incomprensible e Infinito de la misma de la Teología, tratado «De Trinitate», aunque lo estudié muy bien y saqué buena nota, lo tengo casi todo subrayado, especialmente en los «corolarios» y «scholion», que eran los que más me gustaban, porque no eran filosóficos ni escolásticos, sino tenían sabor de teología espiritual. Y todo esto además, desde la paradoja de estar rezando todos los días, desde niño, el Padrenuestro.  La verdad, que como Padre, no lo había vivido, no lo había descubierto, siempre era el Dios Eterno y Omnipotente de la liturgia, infinitamente superior y distante e incompresible de la Teología..

Y es que en estas cosas del Espíritu, del Espíritu Santo, como no tiene rostro, “lo conoceréis porque permanece en vosotros”; en estas cosas del Santo Espíritu, primero tienes que vivirlas, y luego, las conoces y tratas de explicarlas, hasta donde puedas; es al revés de la vida ordinaria que primero lo estudias y así lo aprendes y luego las vives o no las vives.

Aquí, por lo que yo he visto en mi vida, lo primero es vivirlo y luego tratas de conocerlo y explicarlo, aunque hay vivencias, que ni trato de explicar, porque no sabría, no acertaría, no hay palabras, se sienten y se viven y punto, no sabe uno cómo explicarlas.

Y esto es lo que me pasa ahora con esta experiencia del Abba, Padre-Papá Dios, sí, me da vergüenza, pero san Pablo lo hace así, abba-papá del cielo, y es que ahora me sale así, al natural, porque ha sido tan tierno, tan detallista, tan delicado conmigo, ha tenido últimamente en estos años, desde mis bodas de oro, sobre todo será porque me ve mayor y viejete, con muchos despistes, pero qué manera de tener detalles de padre conmigo, de hacerme las cosas suaves y agradables, hasta de encontrar las cosas perdidas, de recordar momentos y emociones que no sabía que habían sido programadas y regaladas por Él, en lo sagrado y en lo profano, peligros de mar y tierra superados, vivencias de lo divino y lo humano, de su belleza y amor y ternura… bueno, ya lo te explicaré un poco más largo. Verdaderamente nuestro Padre, el del Padre nuestro que estás en los cielos, pero también del mismo Padre que está en la tierra lo cierto que se está pasando conmigo en amor y ternura y delicadeza.

Así que ahora me gozo, le invoco, me alegro y le doy gracias por su amor y ternura de Padre, por sus continuas gracias y favores; es tal la cantidad de detalles que tiene conmigo en mis ratos de oración y de apostolado, que estoy verdaderamente abrumado; es que es la Misma Ternura Divina, es la Ternura Trinitaria, Personificada, es Padre, abba, Papá del alma, palabra prohibida en referencia a Yahvé tanto en el Antiguo Testamento y en la liturgia judía, y sólo empleado en tono familiar del hijo para con su padre, jamás referido a Yahvé, que no tiene nombre: Yo soy.

Por lo tanto, en mi vida personal, la experiencia de Dios como Padre, ha sido muy tardía. Y lo siento. Pero como el Espíritu sabe más que yo, por algo será. Y eso que todos los días, y desde niños y como niños, hemos rezado infinidad de veces el Padre Nuestro. Pero veo yo que en esto mi madre y mi padre eran muy respetuosos, les sonaría a ligereza o tal vez una blasfemia llamarle al Padre abba, papá; aunque yo tampoco le llamé así jamás a mi padre de la tierra, al señor Fermín.

 

 

A. 2. 1. En esta segunda mirada empiezo rezando esta oración que he compuesto y perfeccionado con el tiempo, aunque la verdad que me salió un día  y de un tirón como un suspiro del alma a Dios Abba-Padre-Papá de cielo y tierra:

 

Abba, Padre bueno del  cielo y de la tierra y de todas partes,  principio y fin de todo.

Me alegro de que existas y seas tan grande y  generoso, dándote totalmente como Padre a tu Hijo con tu mismo Amor de Espíritu Santo y viviendo en Tri-Unidad de Vida, Verdad  y Amor.

Te alabo y te bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo en el que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Papá bueno del cielo, te doy gracias porque me creaste: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres.

Si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me ha señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de vida, de amor y santidad y  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado por tu Palabra hecha carne de “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto; y danos muchos y santos predicadores de tu reino  que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo amado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

Padre bueno del cielo, quiero amarte como hijo; quiero obedecerte como a Padre; quiero cumplir tu deseo de hacernos a todos hijos en el Hijo para que te complazcas eternamente en Él-nosotros con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Padre nuestro que estás en el cielo, Origen de todo bien, Ternura infinita y personificada de la Trinidad; Principio y fin de todo; Padre-Madre de mi vida y de mi alma, yo creo, adoro, espero, te amo y te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman; y confío y espero  tu abrazo eterno de Padre en el Hijo con tu  Amor de Espíritu Santo. Amén.

 

 

 

A. 2. 3. Y, como me gusta mucho orar cantando, termino mi  mirada de oración a Dios Padre, cantando:

 

No adoréis a nadie, a nadie más que a Él, (bis).

No adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más que a Él.

 

Porque sólo Él os puede comprender, (bis).

porque sólo Él y nadie más;

porque sólo Él y nadie más;

porque sólo Él os puede comprender.

 

No miréis a nadie, a nadie más que a Él, (bis)

no miréis a nadie, a nadie más

no miréis a nadie, a nadie más,

no miréis a nadie más que a Él.

 

Porque sólo Él os puede sostener, (bis)

porque sólo Él y nadie más,

porque solo Él y nadie más,

porque sólo Él os puede sostener.

 

 

A. 2. 2. Terminada esta oración, continúo despacio y meditando el Padrenuestro, todo seguido; y luego, meditando frase por frase, parándome donde Él quiere o a mi me interesa, mezclando otras peticiones, alabando, como siempre, dando gracias por lo recibido...

 

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad 
en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos 
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Amén

 

 

 

 

 

A. 3. TERCERA  MIRADA: ESPÍRITU SANTO

¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones

de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor

 

        Mi tercera mirada, aunque la primera y la última y todas son para los Tres en Unidad, porque mirando o dirigiéndome a uno, los Tres me escuchan y aman y responden, pero en personas distintas de Padre, Hijo y  Espíritu de Amor, ya que, identificados en un único ser y existir, son una misma y única vida y abrazo y beso de Amor,  de Luz, de Vida, de Gozo, y son, quiero que sean mi única vida, amor, hermosura y belleza total; sin embargo, mi tercera mirada, para entendernos, es para el Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en la que cada mañana quiero sentirme abrazado y amado y sumergido.

¡Qué gozos he sentido a veces! Me gustaría que fueran más frecuentes; qué ganas de vivir totalmente en mi Dios Trino y Uno, qué fuegos incontrolables he sentido a veces, ¡no me importaba pasar a la eternidad! Pero de verdad, no imaginativamente, porque yo no sé fabricar esas luces y gozos y vivencias de conocimientos en el Verbo y de unión de amor en el Espíritu Santo. ¡Qué dos, cuatro, seis horas, días enteros sin salir al exterior, en puro gozo contemplativo de oración y unión con Dios! De hecho los quiero tener con más frecuencia y no los tengo. No sé fabricarlos. Es el Espíritu Santo quien me los da hechos y quemantes. Esto me llevó a escribir dos libros sobre el Espíritu Santo, el mejor conocedor y director de la vida divina en nosotros y de la experiencia de Dios.

       

 

A. 3. 1.  El orden de la oración de la mañana con el Espíritu Santo empieza con esta oración personal:

 

¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, ABRAZO Y BESO DE MI DIOS, ALIENTO DE VIDA Y AMOR TRINITARIO, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida! ¡Yo Te adoro!

¡Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación! Quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo!

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.

         

 

A. 3. 2. Terminada esta oración personal, en la que va en mayúscula lo que he reformado en estos últimos años,  continúo con la invocación al Espíritu Santo que rezábamos en nuestro seminario al empezar las clases o los actos de piedad y que yo lo sigo haciendo en mis reuniones, sólo que en castellano:

«Veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium, et tui amoris en eis igne accende:

 

Emitte Spiritum tuum et creabuntur

Et renovabis faciem terrae.

 

Oremus: Deus qui corda fidelium Sancti Spiritus illustratione docuisti, da nobis in eodem Sancto Spiritu recta sapere et de ejusdem sempe consolatione r gaudere. Per Christum Dominum Nostrum. Amen».

 

            Si esta traducción que voy a hacer ahora de esta oración, como he prometido con todas las que ponga en latín, lo hubiera hecho hace cincuenta años, sería insultado por inculto y  analfabeto, porque entonces, todos sabían latín, hasta los bachilleres de mi tiempo,  que se examinaban de latín en la reválida de octavo. Ahora, muchos sacerdotes no saben latín, y hasta el Angelus, en las reuniones pastorales hay que rezarlo en castellano, porque no los sacerdotes jóvenes, algunos, no entienden. Me parece que últimamente, desde Roma, han dado instrucciones, para que se cultive más el latín en los seminarios, que para nosotros no es lengua muerta, sino más viva que muchas actuales. Y para mi, desde luego, está viva, vivísima.

        «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.

 

Envía tu Espíritu y serán creados.

Y renovarás la faz de la tierra.

 

Oremos: Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos a gustar (sapere-saborear) lo que es recto según el mismo Santo Espíritu, y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén».

 

 

A 3. 3. Está súplica también me gusta y la canto todos los días, porque es súplica del Amor del Espíritu Santo:

Inúndame, Señor, con tu Espíritu.

Inúndame, Señor, con tu Espíritu,

y déjame sentir,

el fuego de tu amor,

aquí, en mi corazón, Señor.

Y déjame sentir,

el fuego de tu amor,

aquí, en mi corazón, Señor .

 

A 3. 4. Terminada esta invocación al Espíritu Santo, entre peticiones y diálogos de amor, continúo con dos himnos profundos y largos y muy importantes referidos al Espíritu de Amor, que aprendimos todos en el Seminario.

A mi me dicen muchas cosas, muchos sentimientos y luces y gozos. Y lo hago de la siguiente manera:

 

lunes, miércoles y viernes canto la secuencia de Pentecostés: Veni, Sancte Spiritus,

 

y  martes y jueves canto el Veni, Creator Spíritus,

 

excepto los miércoles, que, como es el día dedicado al Espíritu Santo,  canto siempre los dos himnos. Y estos sí los canto siempre, pero mentalmente, como he dicho, pero los oigo igual y tienen un eco maravilloso en mi corazón, sin necesidad de mover los labios.

 

A 3. 4. 1. Lunes, miércoles y viernes: Veni  Sancte  Spiritus

 Veni, Sancte Spiritus,

et emitte caelitus

 lucis tuae radium....

 

 

Ven Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo, Padre amoroso del pobre,

¡Qué bien lo cantaba en la Catedral el coro tan estupendo que teníamos en el Seminario con un director fino, Don Florindo, sobre todo, en Pentecostés! Lo echo de menos muchas veces, cuando celebramos actualmente allí; además en latín, sin guitarras ni nada, solo voces unidas en fe y amor. «El que canta, reza dos veces», dice san Agustín.

Por eso, me gusta mucho cantar, porque me sale con más verdad y gozo. También lo hacía en la «escolilla» de «virtuosos» del seminario, a la que también pertenecí, siempre de tenor segundo; cuántos recuerdos presentes y vivos, misa del domingo, novena de la Inmaculada, Órdenes, Pentecostés… grandes sentimientos y vivencias.

 

 

A 3. 4. 2. Los martes y jueves, como he dicho, en lugar de esta secuencia, canto la invocación al Espíritu Santo Veni, Creator Spiritus, que para mí tiene mucho sentido espiritual y recuerdos de Ejercicios Espirituales o momentos solemnes;  la canto también los miércoles, por ser día del Espíritu Santo.

        Pero mi preferida es la secuencia anterior, por estar unida a mi ordenación sacerdotal, cuando entraba ese día en la Catedral, rodeado de mis compañeros, familia...en el sábado de las témporas de Pentecostés; no puedo evitar la emoción y hasta el llanto.

El año de mis bodas de oro sacerdotales invité a los seminaristas mayores para que me lo cantaran al salir a celebrar la Eucaristía con 25 sacerdotes amigos.

 

Veni, Creator Spiritus,
mentes tuorum visita. Imple superna gratia 
quae tu creasti pectora.

 

 

En la liturgia en castellano la encuentro traducida así:

 

Ven, Espíritu Santo Creador,

a visitar nuestro corazón,

repleta con tu gracia viva y celestial

nuestras almas que Tú creaste por amor.

 

 

A. 4.  CUARTA  MIRADA: CRISTO  EUCARÍSTIA

 

Después de la mirada-oración a la Santísima Trinidad, al Abba-Papá del alma y al Espíritu Santo, y siempre en su mayor templo y morada en la tierra, que es el Sagrario, mi corazón y mi mirada de fe y amor se dirigen al Hijo Jesucristo, allí presente y encarnado en pan de vida, con los brazos abiertos, ofrecidos en amistad permanente; miro con todo mi amor a Jesucristo vivo, vivo y resucitado, presente en el Sagrario, con amor extremo, hasta dar la vida, por obra y Amor del Espíritu Santo en la consagración del pan, para que veamos, contemplemos, saboreemos y nos deleitemos en su mismo Amor, Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, este misterio de presencia trinitaria por el Verbo hecho primero carne, y, luego, pan de Eucaristía.

        El Sagrario es sacramento y misterio de la presencia sacramental de la Santísima. Trinidad por el Hijo Amado en el Pan consagrado, Canción Eterna de Amor del Padre, y Palabra hecha carne y pan de Eucaristía para la salvación de todos los hombres  con Amor siempre de Espíritu Santo. Los sacramentos y las obras de Dios en la Iglesia siempre son por obra del Espíritu Santo.

        A lo largo de los años se han ido amontonando sentimientos y luces e ideas en mi corazón que  se han expresado principalmente en dos oraciones personales a Cristo Eucaristía; en ellas he ido expresando toda las vivencias, conocimientos,  teología y emociones que he recibido y seguiré recibiendo, pues acabo de añadir dos o tres noticias teológicas de amor, que, como siempre, escribo en letra mayúscula.

Aquí, en estas oraciones personales, están contenidos todos mis libros y artículos. Cada palabra contiene y encierra para mí cientos y miles de sentimientos, vivencias, palabras, ideas condensadas en ellas.

       

A. 4. 1. Después de años y años de miradas de amor y diálogos diarios  eucarísticos, poniendo y quitando según me salían del alma, así ha quedado por ahora esta mi primera oración eucarística:

¡Jesucristo, Eucaristía divina, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡Jesucristo, Eucaristía divina, ¡TEMPLO, SAGRARIO Y MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO!

 ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, de la Verdad y de la Vida; QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA;  quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!; y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, con Jesucristo Sacerdote Único y Eucaristía perfecta,  por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Y como siempre, mientras la rezo, paro y contemplo en lo que me dicen cada una de sus palabras, y establezco, con Cristo Eucaristía, diálogos de amor, encuentros y abrazos siempre nuevos, que añado a los ya dados o escritos.

Ya te lo he dicho también que estas oraciones son la médula o espina dorsal de toda mi oración personal; y que en ellas están expresadas algunas de las ideas y vivencias recibidas y a la vez provocadas por ellas mismas, por el Espíritu de Amor en nuevas luces y resplandores luminosos; son como un volcán en continua erupción de nuevas luces y esplendores divinos, como te explicaré mejor en la segunda parte, B. Ahora estamos en la sección A, mera enumeración y transcripción de las oraciones y no completas, excepto las oraciones personales.

 

A. 4. 2. La segunda oración que dirijo a Jesús Eucaristía todos los días, después de la anterior,  por ahora va así, hasta  nuevas luces:

¡Jesucristo Eucaristía, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA, POR LA SALVACIÓN DE MI PARROQUIA Y DEL MUNDO ENTERO.

YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE  EN TI;  yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tú lo eres todo,  yo quiero que lo seas todo.

Jesucristo, Eucaristía Perfecta, yo creo en Ti.

Jesucristo, Sacerdote único del Altísimo, yo confío en Ti.

Tú eres el Hijo de Dios.

 

A. 4. 3.  Y, juntamente con estas dos oraciones personales de todos los días, añado una tercera, que no es propia, sino que rezamos como himno, en la Liturgia de las Horas, los miércoles de la II semana; son unos versos muy eucarísticos y encendidos, que, sobre todo, cantados con una música muy sensible y mística que he aprendido, me llena el alma de nostalgia de mi Cristo amigo entrañable, todo bello y hermoso y todo amor en el Sagrario. Pero tienen que se cantados; y, como ya he dicho en otras ocasiones, sin mover los labios, solo con el corazón y la mente:

 

 

Estáte, Señor, conmigo

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas

 

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres Tú

la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas.

 

 

Por eso más que la muerte,

temo, Señor, tu partida,

y quiero perder la vida,

mil veces más que perderte,

pues la inmortal que tu das

sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo

cuando Tú sin mi te vas.

 

 

 

A. 4. 4. Después de estas tres oraciones, fijas, de todos los días, sigo cantando o hablando o contemplando cada día de la semana, himnos eucarísticos o antífonas diferentes.

 

 Los lunes siempre canto en gregoriano este himno:

 

 

IESU, dulcis memoria,
dans vera cordis gaudia,
sed super mel et omnia,
eius dulcis praesentia...

 

Traducido al castellano suena más o menos así:

«Oh Jesús, mi dulce recuerdo,

que das los verdaderos gozos del corazón,

tu presencia es más dulce

que la miel y todas las cosas.

 

A 4. 5. Los martes, en lugar del Iesus, dulcis memoria, canto el Ave, verum...

 

Ave  verum Corpus 
natum de Maria Virgine;
vere passum, immolatum
in cruce pro homine…

Traducido al castellano:

Salve, Verdadero Cuerpo nacido

de la Virgen María,

verdaderamente atormentado, sacrificado

en la cruz por la humanidad…

 

A. 4. 6. Los miércoles, y como hay tantos himnos y cantos eucarísticos que conocí y cantábamos en el Seminario, canto este, sabiendo que «el que canta, reza dos veces», como dice san Agustín

 

Ecce Panis angelorum,

factus cibus viatorum, 

vere panis filiorum,

non mittendus canibus...

Traducción:

He aquí el Pan de los ángeles,

hecho alimento de los viandantes;

es verdaderamente el Pan de los hijos,

que no debe ser arrojado a los perros.

 

A. 4. 7. Y llegamos al jueves, día eucarístico y sacerdotal por excelencia de la semana; este día canto primero el O sacrum convivium, que cantábamos mucho en el Seminario:

O sacrum convivium 

in quo Christus sumitur;

recolitur memoria

passionis ejus;

Traducido:

Oh  sagrado banquete,

en que Cristo es nuestra  comida;

se celebra el memorial de su pasión

y el alma se llena de gracia.

 

A. 4. 8. Los viernes, en este momento, canto el O salutaris Hostia

 

 

O salutaris Hostia 

quae coeli pandis ostium,

bella premunt hostilia,

da robur, fer auxilium.

 

Uni Trinoque Domino

Sit sempiterna gloria

Qui vitam sine termino

Nobis donet in patria.

 

Traducción:

 

Oh Hostia de la Salvación,

que abres la puerta del Cielo;

 

que cesen las guerras hostiles;

da fuerzas, préstanos tu auxilio.

Al Señor Uno y Trino

Sea la gloria eterna

Que nos de la vida sin término

En la patria del cielo. Amen.

 

 

A. 4. 9. 1. Y llega la tercera parte de mi mirada a Cristo Eucaristía, nuestro gran amigo y compañero de viaje; son los himnos mayores, los más largos y solemnes, que tantas veces hemos cantado.

 

Lunes, miércoles y viernes canto, como final, el himno de Adorote devote, latens Deitas

 

Adoro te devote, latens deitas
quae sub his figuris vere latitas;
tibi se cor meum totum subjicit,
quia te contemplans, totum deficit.

 

Traducción:

Te adoro con devoción, Divinidad oculta, verdaderamente escondido bajo estas apariencias; a   Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

 

A 4. 9. 2. Los martes canto el Pange, lingua; y los jueves,  por ser día eminentemente eucarístico y sacerdotal, canto los dos himnos: el Pange, lingua, y el Adoro te devote.

Y con uno de estos dos himnos eucarísticos, según los días,  termina mi mirada a Jesucristo Eucaristía.

 

A 5. QUINTA MIRADA: MARÍA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL

 

       

Y ahora llega la última mirada dirigida a una persona que, durante años,  fue la primera mirada, mirada a María, Hija predilecta del Padre, Madre de Cristo Rey y Gloria del Espíritu Santo, la madre que tanto amamos, queremos, rezamos y pedimos.

       

A. 5. 1. La oración primera, que dirijo a Maria, es un saludo personal, que fue convirtiéndose poco a poco en saludo sacerdotal, desde la oración de un seminarista, hasta la oración que la dirige ese seminarista, ya sacerdote, identificado por el sacramento del Orden en el mismo  ser y existir de su Hijo, único sacerdote del Altísimo, hecho sacerdote en su seno por obra, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.   

Repito que detrás de cada palabra o frase de este saludo hay cientos de luces, besos, emociones y sentimientos personales vividos con Ella; este es el saludo que todos los días dirijo a la Virgen:

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO TE QUIERO,

CUÁNTO ME QUIERES!

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,  HIJO DE DIOS ENCARNADO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE SACERDOTAL!

¡MI MADRE  Y MI MODELO!

¡GRACIAS!

 

Rezado este saludo-oración inicial de todos los días continúo, según el día de la semana, con otras oraciones o cantos marianos de mis años de Seminario. Los seminaristas de mi tiempo, espero también los de ahora, hemos cantado y amado y rezado mucho a la Señora. La necesitamos mucho como Madre, como Intercesora y como Modelo.

 

A. 5. 2. Los lunes son tres y todos comienzan por «A»;

 

Ave, regina coelorum,

Ave, maris stella,

Alma redemptoris mater.

 

Los distribuyo por días, siguiendo el abecedario, para no equivocarme; comenzamos por

 

a) Ave, Regina cælorum,

Ave, domina angelorum,

 

salve radix, salve porta,

 

ex qua mundi Lux est orta.

 

 

 

 

Que traducida suena así:

Salve,  Reina de los cielos,

Salve,  Señora de los ángeles,

Salve,  Raíz, Salve, Puerta

de quien  nació la Luz del mundo.

 

 

b) Ave, maris stella

Ave maris Stella,

Dei Mater alma,
atque semper Virgo,

felix caeli Porta.

 

 

 

En castellano

Salve, Estrella del mar,
Madre de Dios excelsa, y siempre intacta Virgen,

 

 

c) Alma Redemptoris Mater

 

Alma Redemptoris Mater,

quae pervia caeli  Porta manes,

stella maris, succurre cadenti,
surgere qui curat, populo...

Traducción:

Madre Santa del Redentor,

puerta siempre abierta del cielo,

estrella del mar, socorre al pueblo

que cae y procura levantarse,

 

A. 5. 3. Los martes rezo «O gloriosa virginum»

O gloriósa vírginum,
sublímis inter sídera,
Qui te creávit párvulum
lacténte nutris úbere...

 

Traducción libre:

Oh gloriosa entre las vírgenes,

sublime entre los astros,

hecho niño, al que te creó

has alimentado con la leche de tus pechos.

 

A. 5. 4. Los miércoles canto, pero en voz alta, esta antífona de la Virgen que me encanta, desde joven: «Salve, Mater misericordiae»

 

Salve Mater misericordiæ, 

Mater Dei et Mater veniae, 

Mater spei et Mater gratiae, 

Mater plena Sanctae Letitiae,

¡O Maria!

 

Castellano:    

Te saludamos, Madre de misericordia, 

Madre de Dios y Madre del perdón, 

Madre de la esperanza y Madre de la gracia,

Madre llena de santa alegría,

¡Oh María!

 

A. 5. 5. Los jueves: «Salve, sancta Parens» y la oración del siglo III «Sub tuum praesidium confugimus», sólo que a ésta la reformo un poco cuando la canto yo privadamente, ya que sería un delito modificar una oración, quizás la más antigua, sobre la Virgen, y por un inexperto como yo; lo que pasa es que según el latín que yo estudié y traduje muchas veces, la palabra «despicias» del verbo «despicere», mirar de lado, mirar con malos ojos, me resulta muy duro dirigido a la Virgen: «no desprecies, no mires con malos ojos  nuestras

súplicas», porque ella jamás desprecia nada nuestro y menos nuestras súplicas; así que yo pongo en su lugar: nostras deprecationes «clementer exaudi in necesitatibus», que es lo que hace realmente siempre cuando la invocamos o pedimos alguna gracia.

 

a)Salve, sancta Parens

 

Salve, sancta Parens, enixa puerpera regem

qui coelum terramque regit in saecula saeculorum Amen.

 

Traducción: Salve, santa Madre que diste a luz al rey que rige cielo y tierra por los siglos de los siglos. Amén.

 

b)Sub Tuum Praesidium

 

Sub tuum proesidium confugimus,

sancta Dei Genitrix;

nostras deprecationes

«clementer exaudi» (ne despicias) in necessitatibus,

sed a periculis cunctis

libera nos semper,

Virgo gloriosa et benedicta.

 

Traducida:

Bajo tu protección nos acogemos,

Santa Madre de Dios;

escucha clemente las súplicas

que te dirigimos en nuestras necesidades;

y  líbranos siempre de todo peligro,

¡oh Virgen gloriosa y bendita!

 

A. 5. 6. Y los viernes, para terminar el encuentro diario con la Virgen, le canto dos canciones. La primera es una antífona de las Vísperas de la Inmaculada que tantos recuerdos y vivencias me trae.

        No olvides que este cura  sigue cantando, igual que hace sesenta años en su Seminario de Plasencia, dedicado a la Inmaculada, las Vísperas propias de la fiesta, tanto en la víspera como el día de la fiesta; no ha dejado de hacerlo desde que salió del Seminario, estuviera donde estuviera, y en voz alta, y te cuento: estuve tres años estudiando en el Colegio Español de Altems, en Roma; y  otras dos o tres veces, en la capilla del Colegio Español de Torre Rossa, Roma, porque cada dos años me pasaba uno o dos meses allí, estudiando, visitando bibliotecas, la de la Gregoriana me gustaba mucho, haciendo cursillos; pues bien, en las dos Capillas canté la Vísperas de la Inmaculada, aunque alguna vez tuviera que pedir permiso a algún hermano sacerdote que estuviera rezando.

Eso sí, siempre les pedía permiso. Y canté y sigo cantando las Vísperas al estilo antiguo, con cinco antífonas y cinco salmos, lógicamente, todo en latín, como debe ser y como viene en el «liber usualis», que tengo ahora mismo junto a la imagen de la Inmaculada, de Alonso Cano, en mi habitación. La «tota pulcra es María» que canto no es la antífona de vísperas, sino otra canción que empieza con su letra:

 

a) «Tota pulcra es Maria»

 

Tota pulcra es, o María,

tota  pulcra es, et mácula no es in te;

quam speciosa, quam suavis in in deliciis,

Conceptio inviolata.

Veni, veni de Líbano; veni, veni de Líbano,

veni, veni, coronaberis.

 

Traducción:

Toda hermosa eres, oh María, toda hermosa, y en ti no hay mancha de pecado original; cuán bella y cuan suave eres en gozos, Concepción Inmaculada. Ven, ven del Líbano (tri); serás coronada.

 

Y la segunda oración mariana de los viernes es:

 

b) «Virgo Dei Genitrix»

 

Virgo Dei Genitrix, 

quem totus non capit orbis,

in tua se clausit

viscera factus homo.

 

Traducción:

 

Virgen Madre de Dios,

quien no cabe en el ancho mundo

se encerró en tus entrañas

hecho hombre.

 

A. 5. 7. Rezadas las oraciones de cada día, a seguidas, y todos los días, y en latín, rezo el Ángelus, menos en Pascua, que rezo  Regina coeli laetare, alleluya.

 

a). V/. Angelus Domini nuntiavit Mariæ,
R/. Et concepit de Spiritu Sancto.

 

Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus et benedictus  fructus ventris tui, Jesus.

Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus,

nunc et in hora mortis nostræ. Amen.

 

V/. "Ecce Ancilla Domini."
R/. "Fiat mihi secundum Verbum tuum."

 

Traducción:

 

V/. El ángel del Señor anunció a María,
R/. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo.

 

Dios te salve, María, llena eres de gracia...,

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...

 

b). Lógicamente, en tiempo pascual, el ángelus cede el puesto al Regina coeli letare:

 

Regina coeli, laetare, alleluia.

Quia quem meruisti portare, alleluia.

Resurrexit, sicut dixit, alleluia.

Ora pro nobis Deum, alleluia.

 

Traducción:      

 

Alégrate, reina del cielo, aleluya.

Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

Ha resucitado, según predijo; aleluya.

Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

 

V/Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

R/Porque ha resucitado verdaderamente el Señor; aleluya.

 

 

A. 5. 8. Luego sigo, todos los días, rezando, igual que lo hacíamos en el seminario, consagrándome a la Virgen con aquella consagración que tanto me ha ayudado y que permanece en mi corazón con el mismo fervor, y a la que tanto debo, y que rezo todos los días: Oh Señora mía, oh Madre mía.

 

¡Oh Señora mía, oh Madre mía!

yo me ofrezco enteramente a Ti,
y, en prueba de mi filial afecto,
te consagro en este día
mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón,
en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo tuyo ¡oh madre de bondad!,
guárdame y defiéndeme

como cosa y posesión tuya. Amén.
       

Y así terminaba mi mirada a la Virgen, hasta que hace  tres o cuatro años aproximadamente, y por una indicación  especial de la Virgen,  he añadido el Bendita sea tu pureza, como intercesión por aquellos hermanos y hermanas o consagrados que luchan y se esfuerzan, pero de verdad, con todo su amor y fervor, y sufren mucho en conseguirlo, quizás por su constitución hormonal o por lo que sea:

 

Bendita sea tu pureza

y eternamente lo sea,

pues todo un Dios se recrea,

en tan graciosa belleza.

 

A Ti celestial princesa,

Virgen Sagrada María,

te consagro en este día,

alma vida y corazón.

 

Mírame con compasión,

no me dejes, Madre mía. Amén.

6. SEXTA MIRADA: MIRADA A MÍ MISMO

 

Todos los días me miro y examino en la oración,  para ver cómo va mi camino de conversión permanente, porque esto lo tengo muy metido en el alma y unido totalmente a la oración: querer amar más a Dios, orar y convertirse, se conjugan igual para mí, están identificados, ya lo he manifestado muchas veces.       

Esta revisión diaria no ha faltado jamás en mi vida; desde el seminario. Lo repetiré mil veces: la oración como encuentro de amor con Dios, la oración como camino hacia Dios, hacia la unión permanente con Dios,  se convierte, desde el primer kilómetro, automáticamente, en camino de conversión permanente a Dios que no hay que abandonar nunca en la vida, aunque uno haya subido al séptimo cielo.

Preguntádselo a san Juan de la Cruz, maestro de oración, en sus libros LA SUBIDA AL MONTE CARMELO, donde describe la purificación de los sentidos, y facultades de memoria, entendimiento y voluntad, en su parte activa, la que podemos hacer nosotros;  y en sus  libros de la NOCHE, noche de los sentidos y la noche del espíritu, la pasiva, la que hace Dios principalmente en nosotros ppor su Espíritu de Amor, único que entiende y puede hacer estas cosas, para prepararnos a la unión perfecta con Él; así que tenemos, según el santo doctor, principiantes- noche o purificación activa, donde nosotros debemos realizarla siempre con y en la vida de gracia; adelantados-inicio de la noche pasiva; y perfectos- noche pasiva profunda, donde el sujeto lo que tiene que hacer es aguantar, dejarse limpiar por el Espíritu Santo que es único que sabe y puede llegar hasta las raíces de nuestro yo, porque nosotros no sabemos ni podemos; lo único que hemos de hacer con la gracia y la ayuda de Dios es dejarnos purificar y dejar que nos maten o arranquen la raíces de nuestro yo.

Así que tenemos la noche activa, en la que yo llevo la iniciativa de mortificar mis pasiones con la ayuda de la oración, los sacramentos, de las obras de fe, amor y caridad;  luego, viene la noche pasiva, en la que la dirige y realiza  el Amor de Dios que tanto nos quiere, nos quiere unir a su mismo Amor, el Espíritu Santo, porque yo corté las ramas, pero las raíces es solo Dios quien puede llegar hasta ellas, porque yo ni sé ni puedo; yo  sólo con aguantar que me arranquen la piel del yo, ya tengo bastante; debo aceptar la purificación y ser patógeno pasivo, pero soportando el dolor de muerte, muerte mística, de mi yo, viviendo abajo cargos y honores, olvidos y renuncias a mis apetencias y gustos, cometiendo todo mi ser y existir al amor de Dios y soportando todo el sufrimiento y humillación y segundo y terceros puestos, incluso incomprensiones y calumnias, que todo esto lleva consigo; es la noche personal del yo en que uno tiene que sufrir la agonía de Getsemaní y decir con Cristo: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Este tema lo trato ampliamente en mi libro LA EXPERIENCIA DE DIOS.

A. 7. SÉPTIMA MIRADA; ORACIÓN-INTERCESIÓN CON CRISTO SACERDOTE COMO «DEPRECATOR MISERICORDIAE DEI».

 

  Yo he visto que los sacerdotes santos vivieron con singular intensidad esta mediación intercesora, identificándose totalmente con los sentimientos de Cristo. Valga, como ejemplo, este maravilloso texto de San Juan de Ávila, que me impresionó muchísimo en mis años de seminario, donde yo creo, se tenía más presente esta dimensión de sacrificio, victimación, intercesión y oración de petición por las ovejas, por nuestro pastoreo sacerdotal:

 

“El sacerdote en el altar representa, en la misa, a Jesucristo Nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio; y es mucha razón que quien le imita en el oficio lo imite en los gemidos, oración y lágrimas, que en la misma que celebró el Viernes Santo en la cruz, en el monte Calvario, derramó por los pecados del mundo: “Et exauditus est pro sua reverentia”, como dice San Pablo. En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote, para conformarse en los deseos y oración con Él; y, ofreciéndolo delante del acatamiento del Padre por los pecados y remedio del mundo, ofrecerse también a sí mismo, hacienda, honra y la misma vida, por sí y por todo el mundo; y de esta manera será oído, según su medida y semejanza con Él, en la oración y gemidos” (TRATADO DEL SACERDOCIO).

 

Como sacerdote, pontífice, puente entre lo divino y humano, quisiera recordar en mi oración de intercesión, todos los días, al Papa, a todos los obispos, a los diáconos, a los consagrados y consagradas, uno a uno, a todos los seminaristas, a todos los fieles, a todos los que se encomiendan a mis oraciones, a todas las comunidades parroquiales, especialmente a la mía, a los pecadores, a las personas que sufren, a los que se han alejado de la Iglesia, a las personas que están buscando a Dios y no lo encuentran, al mundo entero; ¿cómo hacerlo? Me consuela entonces el espléndido texto de San Pablo: “Asimismo el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables. Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según su voluntad” (Rom 8,26-27).

El sacerdocio perfecto y definitivo de Cristo se consuma, pues, en dos momentos: en el sacrificio de la cruz, ofrenda total de sí mismo, y en la intercesión en el cielo, memorial perpetuo de su sacrificio por la salvación y santificación de los hombres; el sacerdocio cristiano, en comunión con Cristo, es un compromiso a sacrificar toda la vida y a interceder fervientemente por los hombres. Tanto en la oración como en la vida el cristiano ofrece su cuerpo en sacrificio vivo y santo. Los sacerdotes son signos e instrumentos del sacerdocio único y perfecto de Cristo al servicio de sus hermanos, que llega hasta el sacrificio generoso de toda su vida, y también en su oración de intercesión, que pone ante Dios a todos los que le han sido confiados para que se salven y santifiquen».

 

 

A. 8. OCTAVA Y ÚLTIMA MIRADA: ORACIÓN Y VIDA PERMANENTE EN  TRINIDAD

 

Mi última mirada y ya, con deseos de que así permanezca todo el día, toda la vida, no es de despedida, sino de todo lo contrario, de petición de ayuda de mayor  unión y diálogo permanente y continuo con mis Tres, «para sumergirme más en el misterio de su Amor, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregado sin reservas a su acción creadora, como si mi alma ya estuviera en la eternidad».

        Esta última plegaria de alabanza e intercesión la divido en oración a la Santísima Trinidad, al Padre, al Espíritu Santo y al Hijo.

Son cuatro las oraciones-invocaciones; y cada una la repito tres veces, trinitariamente, despacio, contemplando cada expresión. Expreso mi  deseo de unión permanente con mis Tres.

 

8. 1. a). En la primera lo expreso así:  

        «Dios mío, Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Principio y Fin de todo, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman»

        Esta oración está inspirada en la oración que el ángel enseñó a los pastorcitos de Fátima. Me gustó siempre mucho. Me parece muy profunda y teológica, si se repite con lentitud y contemplando; la rezamos todas las mañanas en mi parroquia, al exponer al Señor, antes de Laudes: «Dios mío,  yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

 

8. 1. a) yo creo: Creo, creo, creo con todo mi ser y mi amor y mi inteligencia; y me fío totalmente de Ti, confío totalmente en Ti, sea lo que sea, creo siempre en Ti, Trinidad adorable; creo que siempre me miras con amor y pase lo que pase te amo, porque Tú eres mi Padre, Hijo y Espíritu Santo: Creo, creo…

 

8. 1. b) «Adoro». El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice sobre adoración:

«2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

        En esta oración pido que todos los creyentes adoremos al Padre, como Cristo, obedeciéndole hasta la muerte, hasta dar la vida, sólo Dios merece este culto, «no adoréis a nadie más que a Dios»;  pido que Dios sea Dios y nosotros, simples criaturas; pido por mí y por todos los creyentes, que sepamos adorar, arrodillarnos con toda nuestra  vida, con todo nuestro ser y existir, ante su voluntad, aunque nos cueste, hasta dar la vida, como el Hijo, en respuesta a su amor extremo, del Padre y del Hijo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen el Él, sino que tengan vida eterna”; ponerlo todo de rodillas obedeciendo a Dios, cumpliendo sus mandamientos y destronando a todos los ídolos de nuestro corazón.

 

8. 1. c) «Espero». Pido la virtud de la esperanza sobrenatural para mí y para todos mis feligreses, para toda la Iglesia, que viva y vivamos siempre en medio de sus actividades esperando, mirando a Dios; que vivan todos mis feligreses, el mundo entero, mirando al cielo que nos espera,  que Dios es el fin y término del hombre y de la vida, que es para lo que Cristo vino y murió en la cruz y lo que Cristo nos ha ganado con su muerte y resurrección; pido que todos tengan fe y esperanza sobrenatural en Dios, en su Palabra, en sus promesas; pido para este mundo la virtud de la esperanza, porque la ha perdido; y con ella, el sentido de la  vida;  esperanza en Dios, en la fe, en la religión, en la creación, en el encuentro final de todos con nuestro Dios, principio y fin de todo. Mi vida es más que esta vida, este espacio, este tiempo. Soy eternidad en Dios.

 

8. 1. d) y te amo: esta es la razón de existir del hombre, de toda mi vida, de mi sacerdocio en Cristo, de mi apostolado, de todo mi ser y existir sacerdotal, meta de mi fe y esperanza. Quiero seguir todo el día amando a mi Dios Trino y Uno.

 

8. 1. e)...y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

Intercesión continua y permanente, como sacerdote, «implorante de la misericordia de Dios.»

 

8. 2. Una vez que he terminado de rezar tres veces esta oración-invocación-intercesión a la Santísima Trinidad, ahora sigo con la misma oración dirigida tres veces a la Persona del Padre, origen del proyecto de vida y eternidad del hombre en la que quiero expresarle que me alegro de que exista y sea mi Padre y sea tan grande: Dios Existe, Dios existe y nos ama; y si existe, existe el amor, la belleza, la felicidad, el hombre, la luz, la belleza, el sentido de  todo, porque todo tiene un principio y un fin: El Padre. «El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto, salvar su alma».

 

8. 2.  «Dios mío, Padre Eterno, Origen de todo bien, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

 

        La rezo tres veces. San Juan nos explica esta verdad de Dios, principio de todos en su primera carta, 4, 7-14:

        “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.  En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. 

 

8. 3. Terminada esta plegaria, tres veces rezo la siguiente al Espíritu Santo: «Dios mío, Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, ALIENTO DE VIDA Y AMOR TRINITARIO,  yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman»

        Por mi parte, no tengo reparo en decir públicamente que el Espíritu Santo es mi mejor amigo, consejero y maestro espiritual; me he dado cuenta con los años de que todo se lo debo a Él;  con sus dones Él me ha aconsejado, iluminado, dado vida, consolado. Quiero estar siempre enchufado a su corriente de Amor, conectado a mi Dios Trino y Uno por el Espíritu de Cristo.

 

8. 4. «Dios mío, Jesucristo, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

 

Es casi un eco de la oración que antes he dirigido a Jesucristo Eucaristía.        Y no sé todavía por qué, al rezarla, me vienen espontáneamente a mi mente y corazón, quizás recordando en oración y contemplación, a modo de resumen existencial y sobrenatural con Cristo, toda mi vida de búsqueda, vocación y encuentro gozoso con Él, aquellos versos maravillosos del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz.

 

Sólo rezaré aquellos versos del alma enamorada, que más reflejan esta búsqueda personal, este enamoramiento lento y progresivo de mi alma, hasta descansar en el Amado, en el Hijo Amado del Padre; y con Él, puesto que es Amado por el Padre con Amor de Espíritu Santo, en el seno de la Santísima TRI-UNIDAD:

 

 ¿Adónde te escondiste,

amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti, clamando, y eras ido.         

 

¿Por qué, pues has llagado

aqueste corazón, no le sanaste?

Y pues me le has robado,

¿por qué así le dejaste,

y no tomas el robo que robaste?              

 ¡Oh cristalina fuente,

si en esos tus semblantes plateados,

formases de repente

los ojos deseados,

que tengo en mis entrañas dibujados!    

 

 Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.         

 Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada,

diréis que me he perdido;

que andando enamorada,

me hice perdidiza, y fui ganada.             

 

ASÍ ES MI ORACIÓN, de lunes a viernes. Y siempre, para terminar, genuflexión mirando al Sagrario, un beso trinitario (tres en uno), diciendo: « Semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam: viviendo siempre en Tri-Unidad, con María, hasta la vida eterna».

Y como antes de salir de la Iglesia, en el presbiterio,  junto a la puerta de la sacristía, me encuentro con una imagen de la Inmaculada, copia de Alonso Cano,  otro beso también para ella, mi Madre del alma, y empiezo la jornada tratando siempre de vivir en Trinidad, con María, hasta la vida eterna. Son la siete y media de la mañana.

 

A. 9 MI ORACIÓN DEL SÁBADO, DÍA DE LA VIRGEN, Y VÍSPERA DEL DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR

 

María es modelo de oración. Orando la sorprendió el ángel, orando encarnó a su Hijo y orando permaneció toda su vida: “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”

 

Desde que fui ordenado sacerdote y destinado a una parroquia, los sábados, hasta el rezo de las vísperas del Domingo, son oficialmente  para la Virgen, pero mirando siempre al Hijo; es Ella la que se encarga de hacerlo así, para prepararme al domingo, día de Cristo resucitado, Hijo de Dios y de María.

        El sábado por la tarde ya es Domingo, día del Señor resucitado; y como es domingo y celebramos el memorial de su pasión, muerte y resurrección, y como la Madre está junto a su Hijo en su muerte y resurrección: “he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”,  el sábado, día mariano de semana,  tiene para mí perfume y aroma totalmente de María, incluso por la tarde, celebrando la Resurrección del Hijo.

        Todos los sábados por la mañana, a primera hora, subo a visitar a la Virgen en su Santuario del Puerto. Y así llevo cuarenta y seis años, desde que vine a Plasencia, a la parroquia de San Pedro, en marzo del 1966.

Por eso, este día no hago oración en la iglesia, sino que subo a visitar a la Virgen, a las 7, 30, para pedirle su ayuda y protección para la predicación y eucaristía del domingo, y para las actividades apostólicas de la semana que empieza, sobre todo, para celebración del Día del Señor, su Hijo.

Porque sin domingo no hay cristianismo y no tenemos más cristianos que los que celebran el domingo; los que se alejan del domingo, se alejan de Cristo resucitado y de la comunidad, de su Palabra, de su Pan de vida, de rezar juntos y pedir y pedirnos perdón, de sentirse comunidad de hermanos unidos en la fe y en el amor y en la esperanza… y al cabo de los años, no saben de qué va Cristo ni el cristianismo, ni la Iglesia, ni la comunidad ni la parroquia ni nada, porque la mayoría terminan perdiendo la fe, aunque sigan bautizando a sus hijos, o vengan a casarse o primeras comuniones.

Al principio, como vine muy joven, le pedía celebrar bien la Eucaristía, que estuviera acertado en el encuentro con la comunidad Eucarística, fundamento y primer apostolado de la parroquia, y en la predicación: «sin domingo no hay cristianismo, no hay primera Comunión, no hay Iglesia...», repetía ya entonces en mis homilías y con los niños de primera comunión. Y todos los sábados, en la misa vespertina, que es la del domingo, rezamos o cantamos la Salve Regina al final de la misa.

        Así llevo cuarenta y seis años subiendo, sencillamente, para mirarla, besarla, decirla cosas bellas y, como siempre, pedirle su ayuda y protección. Igual que cuando salgo de viaje o vuelvo, mi mirada se dirige al Puerto, y rezo la Salve o el canto: «A ti va mi canturia dulce Señora...haz que arribe a buen puerto el alma míiia».

Y siempre arribo bien al Puerto y la miro al regresar del viaje y beso a la Virgen desde el coche, después de haberle rezado durante el viaje, si voy solo y el viaje es largo, el rosario completo, pero el antiguo, no entro en los cuatro, es la costumbre; los «luminosos» los rezo en su día. Y vuelvo a cantarla: «A ti va mi canturia, dulce Señora…»

        Bien, estamos en el sábado. Sobre las siete y media subo al coche para subir al Puerto, y allí hago una oración especial. Antes rezaba el rosario con alguna oración. Pero ahora, como lo rezo todos los días, lo he cambiado por algunos cantos y oraciones.

Al entrar en el Santuario, beso y mirada cariñosa a mi Virgen del Puerto y me sale espontáneo el primer gemido del alma, lleno de gozo, un «jipío», como decimos por aquí, parecido a un cante «jondo». Todos los de mi generación hemos cantado esta canción, está súplica:

 

A Ti va mi canturia, dulce Señora,

que soy la noche triste, Tú eres mi aurora.

Señora de mi alma, santa María,

haz que arribe a buen puerto el alma mía,

haz (largo, muy largo) que arribe a buen puerto

el alma miiiia.

 

        Después, no podía faltar, una canción que me llena de sentimientos, de emociones juveniles; los de mi curso la cantábamos a tres voces siempre que nos juntábamos en los primeros años de sacerdocio, y estuvimos haciéndolo hasta los cuarenta años de nuestra ordenación para pasar dos días juntos:

 

        Dulce Madre, Virgen pura, Tú eres siempre mi ilusión; yo te amo con ternura y te doy mi corazón; siempre quiero venerarte, quiero siempre a ti cantar; oye, Madre, la plegaria que te entono con afán, que te entono con afán.

        Madre, cuando yo muera, acógeme; ay, en el trance fiero defiéndeme; Madre mía, no me dejes, que mi alma en ti confía; Virgen mía, sálvame; Virgen mía, sálvame.

        Esta canción me emociona. Tiene para mí mucho sabor y perfume mariano, de mi juventud y seminario, mucho de perdón, lágrimas y esperanza en la Virgen.

A seguidas canto una canción eminentemente sacerdotal; era también canto oficial y obligado cuando nos juntábamos los del curso; nos la enseñó Juan Bravo, hermano de Emilio, compañero de curso, y que vino a unirse a nosotros en el último año. Venía de Badajoz.  

        Virgen sacerdotal, Madre querida, Tú que diste a mi vida tan dulce ideal; alárgame tus manos maternales, ellas serán mi blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial.

        Estas tres oraciones me inspiran ideas y sentimientos. Te voy a poner algunos de ellos, aunque prometí no decir ya más, pero veo que me es muy difícil cumplirlo tratándose de la Hermosa Nazarena, la Virgen Bella y Madre del alma.

        Lo ordinario, en mis ratos de conversación con Ella, es que le pida cosas o le dé gracias por las recibidas o le diga cosas bellas, porque es linda y hermosa,  y todos sus hijos, especialmente los sacerdotes, se lo expresemos llenos de amor con palabras propias o con oraciones ya hechas.

Una de las mañanas, cercana a mis bodas de oro sacerdotales, lleno de gozo y curiosidad, le dije lo mucho y bello que nosotros, los sacerdotes, pensamos de Ella; luego, un poco atrevido y curioso, sin darme cuenta, le pregunté a la Virgen, qué piensa Ella de nosotros.

Mi pregunta fue ésta: María, hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma ¿Qué somos nosotros, sacerdotes, para Ti?

        Y ella me dijo:

-- Vosotros, los sacerdotes, por  la palabra y el deseo y el encargo de mi Hijo en la cruz: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”, vosotros sois  testamento de entrega y de amor y de sangre de mi Hijo.

--Vosotros, sacerdotes, en Juan y por voluntad expresada de mi Hijo, sois mis hijos predilectos de amor y sangre y lágrimas y entrega de vida y muerte y estando junto a la cruz  del Hijo por todos los hijos. 

--Yo soy vuestra madre y vosotros, los sacerdotes, sois mis hijos predilectos; tú eres, Gonzalo, hijo predilecto en el Hijo. «no sin designio divino» (Vaticano II) por voluntad del Padre en el Hijo encarnado y hecho Sacerdote Único en mi seno de Madre, y  en Él y por Él, de todos los sacerdotes, como lo expresó en la Cruz.

-- Tú, Gonzalo, eres mi hijo sacerdote, tu eres mi hijo del alma, porque te identificas con mi Hijo en su ser y existir sacerdotal; no veo diferencia sacerdotal entre ti y Él, sois idénticos sacerdotalmente; Él eres tú, tú eres Él, por eso te amo igual que a Él, porque Él es el Hijo de Dios encarnado y tú eres el hijo en el Hijo hasta tal punto identificado sacerdotalmente ante el Padre y ante mi, su madre, que no veo diferencias sacerdotales, sois idénticos en ser y existir sacerdotal, porque le amo a Él en ti y a ti en Él.

-- Tú eres mi Hijo Jesús sacerdote, te quiero, te quiero, bésame, ven a mis brazos y estréchame, abrázame y siente mis pechos maternales de Virgen, Mujer y Madre Sacerdotal, con toda confianza, con la misma confianza y ternura del Hijo, porque eres hijo en el Hijo por proyecto del Padre y por voluntad y deseo testamentario y lleno de amor extremo del Hijo en la cruz; quiero amamantarte, alimentarte como a hijo, instruirte, explicarte, abrazarte.

-- Tú eres el encargo más gozoso y profundo y eterno que he recibido del Hijo, tú eres sacerdote eternamente, tú eres su testamento, su última voluntad, que cumplo con todo amor hasta dar la vida por ti si fuera necesario, si tú lo necesitas, como lo hice entonces, porque morí no muriendo, no pudiendo morir crucificada de pena en la cruz de mi Hijo por ayudar a los sacerdotes recién ordenados, y viéndolo y sufriéndolo todo en el Hijo Sacerdote y Víctima por toda la Iglesia, especialmente por los sacerdotes de todos los tiempos.

-- ¡Sacerdotes de mi Hijo Jesús! Soy eternamente madre vuestra sacerdotal por voluntad de mi Hijo; y os quiero y me preocupo eternamente como madre sacerdotal de cada uno, y os espero a todos en el cielo, porque el “hijo de la perdición” no existe más entre los llamados, ya que fue único para siempre».

                Pero volvamos ahora al Santuario del Puerto, donde acabo de subir esta mañana de sábado ante la Virgen a la que tanto queremos; a seguidas de la anterior oracion,, le canto una canción mariana, propia también de mi Seminario, y que, por lo tanto, me recuerda vivencias y emociones.

        Esta canción que voy a cantar la compuso José Luis Rubio Pulido, sacerdote de nuestra Diócesis, que pasó a la de Coria-Cáceres como maestro de Coro y Organista; estuvo de coadjutor en mi pueblo de Jaraíz de la Vera; allí la cantó muchas veces en las Novenas de la Virgen; luego hizo oposiciones a organista y maestro de música en la Diócesis vecina de Coria-Cáceres. Murió joven y tocando el órgano, falló el corazón. Es muy breve:

Salve, mística Flor; salve, Estrella del mar, que con suave fervor, guías siempre al mortal; salve, saaaalve.

Es tu pecho un imán, una llama encendiidaaaa, es la brisa sin par, del amor maternal, que en tu pecho se aniiiida.

Salve, mística Flor; salve, Estrella de mar, que con suave fervor, guías siempre al mortal; salve, saaaalve.

        Terminadas estas canciones y como siempre mentalmente, para mis adentros, porque muchas veces, casi siempre hay devotos en el Santuario, paso a rezar el Ángelus, como todas las mañanas.

        Continúo luego con la oración de consagración a la Virgen: Oh señora mía, Oh madre mía, que rezo desde el Seminario menor, sin dejar un solo día, cuando hacíamos ofrecimiento de obras:

        Y para terminar mi visita, y como haré luego en todas las misas de este día, canto la Salve Regina, en dos tonos, unas veces en tono «sollemniore»  y otras, en el normal, pero siempre con el mismo amor y cariño, a la reina de mi vida y de mi corazón, que tanto quiero y pido y debo y trato de imitar:

Salve Regina, mater misericordia, vita, dulcedo et spes nostra. Salve.

Ad te clamamus exsules filii Hevæ. Ad te suspiramus gementes et flentes in hac lacrimarum valle.

Eia ergo, advocata nostra, illos tuos misericordes oculos ad nos converte.

Et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium ostende.

O clemens, O pia, O dulcis virgo Maria.

        Terminada mi oración en el Puerto, ante la presencia de nuestra madre la Virgen, bajo a mi iglesia del Cristo de las Batallas para abrir sus puertas al público, todas las mañanas, a las 8,  especialmente para los que rezamos todos los días las Laudes, a las 9, ante el Santísimo que permanece expuesto en la santa Custodia hasta las 12,30, en que rezamos la Hora intermedia y celebramos la santa misa del domingo, especialmente para las personas que viajarán o marcharán a los campos.

        Quiero decirlo, porque se trata de la Virgen, que todos los sábados rezo las tres partes del rosario. No he entrado en la modernidad de los cuatro, porque me coge con el pié  cambiado, el tiempo ya distribuido en tres, aunque sí rezo los misterios luminosos algún día entre semana.

        Lógicamente, todos los días, rezo con María los misterios correspondientes del santo rosario; lo hago después de la cabezada del mediodía y disfruto muchísimo. No me hago ya sin él. Las letanías que rezo son siempre las letanías de la Coronación de la Virgen, introduciendo por mi cuenta tres invocaciones eucarístico-marianas personales: María,

Primer sagrario de Cristo en la tierra,

Madre de la Eucaristía,

Arca de la Alianza nueva y eterna.

Esta letanía me gusta y suena así:

 

Señor, ten piedad

Cristo, ten piedad

Señor, ten piedad

Santa María

Santa Madre de Dios

Santa Virgen de las vírgenes

Hija predilecta del Padre

Madre de Cristo Rey

Gloria del Espíritu Santo

Primer sagrario de Cristo

en la tierra

Madre de la eucaristía

Arca de la Alianza nueva y eterna

Virgen Hija de Sión

Virgen pobre y humilde

Virgen sencilla y obediente

Esclava del Señor

Madre del Señor

Colaboradora del Redentor

Llena de gracia

Fuente de hermosura

Conjunto de todas las virtudes

Fruto escogido de la redención

Discípula perfecta de Cristo

Imagen purísima de la Iglesia

Mujer nueva

Mujer vestida de sol

Mujer coronada de estrellas

Señora llena de benignidad

Señora llena de clemencia

Señora nuestra

Alegría de Israel

Esplendor de la Iglesia

Honor del género humano

Abogada de la gracia

Dispensadora de la piedad

Auxiliadora del pueblo de Dios

Reina de la caridad

Reina de la misericordia

Reina de la paz

Reina de los ángeles

Reina de los patriarcas

Reina de los profetas

Reina de los apóstoles

Reina de los mártires

Reina de los confesores

Reina de las vírgenes

Reina de todos los Santos

Reina concebida sin pecado original

Reina asunta a los cielos

Reina del mundo

Reina del cielo

Reina del universo

CAPÍTULO TERCERO

 

B.1.  PRIMERA MIRADA: SANTÍSIMA TRINIDAD

 

EXPLICACIÓN DE LOS HITOS Y CONTENIDOS   DE MI ORACIÓN DIARIA PERSONAL

 

Una vez que, en el capítulo anterior, he terminado de enumerar brevemente los hitos más importantes de mi oración personal, paso a explicar ahora, más ampliamente, sus contenidos más importantes de  sentimientos, vivencias y luces que empapan estas oraciones y siente en mi alma.

La verdad es que la oración me llena de presencia de Dios, de regalos de certezas y luces; me siento habitado por su presencia de vida, amor, Sabiduría divina, «sapere», saboreada en un «maná» desconocido de sabores infinitos, siempre gustado, pero sin posibilidad de describirlos por impotencia verbal y expresiva, aunque no vivencial y experimental, no gustados antes ni después, y siempre,  nuevos amores y explosiones de gozos y verdades sabidas y siempre nuevas y nuevas bellezas  que  «contempladas agradan», y te llenan el corazón y la vida de ansias y deseos de Eternidad Divina, y todo porque “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

Las oraciones y los hitos, que voy a seguir ahora, son los mismos que acabo de enumerar con la letra A, y con el mismo orden y siglas, ahora los voy a explicar con la letra B. Y paso ya a recorrerlos, pero con la letra B., en el mismo orden que en letra A.

        En esta oración de la mañana, nada más entrar en la iglesia, mi primera mirada es a la Santísima Trinidad, adorándola con una genuflexión y mirando al Sagrario, templo, sagrario, sacramento y misterio de mi Dios Trino y Uno en la tierra, donde el Padre me está diciendo y revelando su Palabra hecha carne eucarística, Canción Amor en la que me explica todo su proyecto de predilección y amor a los hombres, a los sacerdotes, a cada persona, por medio de su Palabra hecha carne resucitada en el pan eucarístico con Amor Infinito de Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en que somos sumergidos para vivir ya en la tierra, por medio de la oración personal, el gozo del Abrazo y Beso Trinitario.

        De hecho, al despedirme, todos los días, de mi Dios Trino y Uno, miro al Sagrario, donde el Padre siempre me canta y revela permanentemente su Canción de Amor en el Hijo, hecho pan de Eucaristía, “permaneceré con vosotros hasta el final de los tiempos”,  por amor y obra del Espíritu Santo, termino diciendo: «Semper vivens in Trinitate in vitan aeternam»: «viviendo siempre en Tri-Unidad  hasta la vida eterna».

Por cierto, que hace ya un tiempo, que he cambiado el «sic», así, que indica un modo de vivir algo, por el «semper», que es adverbio temporal, indica tiempo, siempre, eternamente quiero vivir así. Pero algo debía faltar, porque la Santísima Trinidad me ha dicho que añada «cum Maria».

El Padre me dijo que la madre que eligió para su Hijo no es Trinidad pero está muy cerca, es la criatura más cercana, es casi divina, porque el Padre la eligió como madre para el Hijo y se confió totalmente en ella; el Hijo quiso nacer de su misma sangre y cuerpo; por eso he dicho muchas veces que la Eucaristía tiene perfume y sabor mariano, es cuerpo y sangre de María; y el Espíritu Santo la abrazó con beso trinitario tan fuerte, que engendró, se unió Dios con el hombre «por obra del Espíritu Santo».

Así que esta despedida, que repito muchas veces durante el día como expresión de mi deseo de unión o diálogo permanente con la Santísima Trinidad, ha quedado hasta la fecha así: «Semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam eternam»: Siempre viviendo en Tri-Unidad, con María, hasta la vida eterna.

 

B. 1. 1. Hecha la genuflexión y mirando a los Tres en el Hijo, hecho pan de Eucaristía, digo En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén; en el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida; en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, que me salvó y me abrió las puertas de la eternidad; y en el nombre del Espíritu Santo que me ama, que me santifica, que me transforma en vida y amor trinitarios.

        Repito que todo lo que, en este libro, ponga en  cursiva negrilla, son oraciones propias y personales mías. Empiezo invocando a mis TRES porque así empecé desde niño, sin saber ni barruntar nada de este misterio de mi Dios Trino y Uno. Pero en dos últimos años de Seminario, ya tuve algún barrunto, especialmente del Espíritu Santo. De hecho, en la casulla que mandé hacer, en la parte delantera está el Espíritu Santo, en forma de paloma; y en la parte de la espalda, que era la que entonces veía el pueblo, porque se celebraba de espaldas a la asamblea, hay un triángulo con tres aros unidos, símbolos de la Trinidad y de la Unidad trinitaria.

        Al hacer esta invocación, el Espíritu de mi Dios me inspira, en mente y corazón, infinidad de vivencias, afectos y verdades que algunas expongo en mis libros, porque todos ellos han nacido de la oración personal y litúrgica.

        Trataré de exponer ahora alguna de estas vivencias y sentimientos, que simplemente esta conocida confesión de fe que hacemos desde niño, me ha inspirado y me sigue inspirando cada día en la oración.

 

B. 1. 1a). Al rezar en el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida, se me ocurren y vienen a mi mente y corazón, estas ideas:

        En el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida... ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? porque Dios nos amó primero: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4, 10)

 

        Si existo, es que Dios me ama y me ha llamado a compartir  con Él  su mismo gozo esencial y trinitario por toda la eternidad.

        A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, de ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe desde siempre..

        Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él, por Él y como Él.

        El hombre ha sido soñado por el amor de Dios. Es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hijos para que la gloria de su gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

 

        Si existo, es que Dios me ama. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en una eternidad dichosa, que ya no acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí.

        Si existo, es que Dios me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido...Yo he sido preferido, tú has sido preferido; hermano, estímate, autovalórate, apréciate; Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados.

 

        Si existo, yo valgo mucho, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre! Valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos. Todos han sido singularmente amados por Dios.Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros, porque fíjate bien: una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... Somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

        Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión trascendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios. Por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida. Desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado; aunque todos me dejen; aunque nadie pensara en mí; aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos,  Dios me ama, me ama, me ama, y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

 

        Si existo, es que estoy llamado a ser feliz, a amar y ser amado por el Dios Trino y Uno. Éste es el fin del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna, que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros”  (Jn 14,2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

        Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos. Y esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. ¡Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia! No quiero ahora ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

        Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en la esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que, cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con  Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir.

       

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B. 1. 1b).  Y sigo la invocación, diciendo: «en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda,  me salvó y me abrió las puertas de la eternidad».  Esta parte de mi oración está inspirada en este texto de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). Y es la síntesis y compendio de lo que paso a explicar más ampliamente: 

        Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.     

        San Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero lo vivió y sintió en su oración personal de contemplación del misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es, para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen en Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rm 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero y luego pan de Eucaristía por la potencia de Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna en Él”.

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo!

Nada tiene de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia pascual, lo exprese, embriagada de amor, casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» ¡oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador! Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza, oh feliz pecado; pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero en Adán y Eva.

Cuando Pablo contempla y describe el proyecto salvador de Dios, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice san Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y lo revela para nosotros en el Hijo amado. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y revelación llena del mismo Amor de Dios Trino y  Uno, “in laudem gloriae ejus”, para alabanza de su gloria, palabras de Pablo que tanto significado tienen para los sacerdotes de mi tiempo, al meditarlas en la vida y doctrina de Sor, ya beata, Isabel de la Trinidad. Esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley ( Gal 4,4) ...Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo..., para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan <lastimado> de nuestro Cristo...tan duro va a ser para su Dios  y tan sensible para si y sus afectos humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo, qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza, en la inteligencia. Por eso, Cristo, quiero amarte, amarte de verdad para comprenderte por amor, y queremos ser todo tuyo y sólo tuyo, porque nadie nos ha amado como Tú. Ayúdanos. Aumenta nuestra fe, nuestro amor, nuestro deseo de Tí. Con Pedro te decimos: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

 

        La muerte en cruz es la Hora soñada por el Padre, que el Hijo la ha tenido siempre presente en su vida, porque se encarnó para cumplirla: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para cumplir tu voluntad”. En su vida pública, por tres veces se lo ha recordado a sus íntimos. Para Juan, con sentido teológico profundo de esta Hora señalada por el Padre y salvadora del mundo, Jesús lo expresa así en el discurso de despedida de la Última Cena: «Padre, líbrame de esta hora»; «Padre, glorifica tu nombre» (12,27s). Para Juan la gloria y el amor extremo a los hombres del Padre y del Hijo está en la cruz. Y es la conciencia de su misión, de que el Hijo ha venido precisamente para esa hora, la que le hace pronunciar la segunda petición, la petición de que Dios glorifique su nombre: justamente en la cruz.

Porque la hora señalada es también la hora del Padre que sufre en el Hijo Preferido y Amado todo el pecado y el dolor de sus hijos los hombres.

        Hay un momento de esa hora, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre y del Hijo por nosotros, los hombres. Es la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos.  Mateo y Marcos nos dicen que Jesús cayó rostro en tierra: es la postura de oración que expresa la extrema sumisión a la voluntad de Dios; una postura que la liturgia occidental incluye aún en el Viernes Santo, al comenzar los oficios de la tarde, así como en la Ordenación de diáconos, presbíteros y obispos, como signo de esa misma postración y sumisión a la voluntad del Padre, en adoración total, con amor extremo, hasta dar la vida, y que no debiéramos olvidar nunca en nuestra vida apostólica.

        Sigue después la oración propiamente dicha, en la que aparece todo el drama de nuestra redención, expresado así en la nueva versión de la Biblia: “ y decía: Abbá! (Padre): Tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea lo que yo quiero, sino como tú quieres” (14,36).

       

El Santo Padre Benedicto XVI, en su último libro JESÚS DE NAZARET respecto a esta misma oración “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, dice así:

        «Pero ¿Qué significa “no se haga mi voluntad sino la tuya”, qué significa «mi» voluntad contrapuesta a «tu» voluntad? ¿Quiénes son los que se confrontan? ¿El Padre y el Hijo o el hombre Jesús y Dios? En ningún otro lugar de las Escrituras podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús como en la oración del Monte de los Olivos. En Cristo la humanidad sigue siendo humanidad y la divinidad es divinidad que une ambas naturalezas y voluntades de forma única y singular en la Persona del Hijo encarnado.

        En la voluntad natural humana de Jesús está, por decirlo así, toda la resistencia de la naturaleza humana contra Dios. La obstinación de todos nosotros, toda la oposición de los hombres contra Dios está presente, y Jesús, luchando, arrastra a la naturaleza recalcitrante hacia el abrazo de lo humano con lo divino, hacia la unión esencial trinitaria de amor en Dios.»

Marcos, por su parte, la entrada de Jesús en Getsemaní la describe con estas palabras: “Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní y dice a sus discípulos: Sentaos aquí mientras yo voy a orar. Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad. Y adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora y decía: Abba, Padre, tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres”.

        Es terrible esta descripción del estado de Cristo. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar humanidad alguna, solo de Dios y solo de los hombres. En aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.

Cristo ¿qué pasa aquí? ¿Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido... Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Tí...? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio...

El Padre Dios, en ese momento, en esta <hora> tan esperada por Él en el Hijo desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo Predilecto va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo; y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

Por eso, mirando a este mismo Cristo en vuestros pasos e imágenes de las procesiones de Semana Santa, pero sobre todo vivo, vivo y resucitado ya en todos los sagrarios de la tierra, pero de verdad, no sólo de nombre o como predicación, digámosle  con San Pablo desde   lo más profundo de nuestro corazón: “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. (I Corintios 1, 17-25)”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: ¿pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre para Dios Padre, cuando  le busca y le pide su amor hasta este extremo...!

Hermano, tú eres grande para Dios, tú eres eternidad en Dios; tu vida es más que esta vida. Tú, una vez que existes, ya no dejarás de existir, vivirás siempre. Eres un cheque de eternidad en Dios firmado en la sangre de Cristo. Esta es tu grandeza. Y la grandeza del sacerdocio es ser sembrador, cultivador y recolector de eternidades, no de lo temporal del hombre. Y conviene no perder nunca este horizonte por otros más cercanos pero siempre subordinados al principio y fundamento ignaciano: El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios, y mediante esto, salvar su alma. Para esto vino Cristo en nuestra búsqueda. Y si hubo que multiplicar panes, los multiplicó; pero no fue esto para lo que vino y se encarnó y fue  enviado por el Padre. No es éste el sentido y la razón esencial de su existencia y de la nuestra. Nuestra vida es más que esta vida. Hablamos poco de trascendencia, de la esperanza como virtud teologal, de eternidad en el misterio de Dios Trino y uno, creada por el Padre y recreada por el Hijo, siempre con amor de su mismo Espíritu Santo.

¡Dios mío! no te abarco, no te comprendo, y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología escolástica y filosófica que estudié, aquel Dios aristotélico impasible y distante infinitamente de los hombres, que no podía sufrir, pero que el conocimiento de tu amor inspirado en Juan y Pablo me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje.

Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para sentirte totalmente feliz de haber realizado así tu proyecto de amor y abrazo infinito con tu criatura? ¿Es que me soñaste para este abrazo eterno y me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente y eternamente feliz?

Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Tí; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacernos a todos los hombres hijos en el Hijo,  lo veo por amor que no comprendo, que no me entra en la cabeza.

Pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, y esto cambia la teología filosófica y menos bíblica de mis tiempos donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así nos lo enseñaron entonces, pero ahora veo por la oración, por la contemplación de amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo y humillarse por él... y esto puede ser herejía teológica, por eso lo digo en voz baja para que no me condenen, pero suficientemente alto para que todos lo oigan y caigan de rodillas ante este amor. Y si me paso, pido perdón con san Pablo  cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a «desvariar».

Cristo de la Eucaristía y de nuestros Sagrarios, Tú eres ese amor hecho carne azotada, crucificada y hecho pan de Eucaristía; Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios Padre revelado por su Hijo predilecto y amado, por mi Señor Jesucristo, en su persona, palabra y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                 Señor, si tú nos predicas y nos pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, nuestro amor para el Padre, si el Padre lo necesita y nos quiere tanto, como nos lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno  y generoso, y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mi salud, mis ideales egoístas, mis cargos y honores...solo quiero ser de un Dios que ama así.

Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal por donde tengo que pasar para matar las raíces del yo que me impiden la unión y llegar así al abrazo con mi Dios Trinidad, cuando llegue mi Getsemaní y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí total de nuestro ser y amar y existir.

Queridos hermanos: El Cristo de Getsemaní nos inspira dos sentimientos muy importantes que no debemos olvidar en nuestra vida: Primer sentimiento: el dolor de Cristo tiene relación con nosotros, con los hombres de todos los tiempos. Con Pascal, en sus Pensamientos, cada uno de nosotros puede decir: también mi pecado estaba en aquel cáliz pavoroso. Pascal oye al Señor en agonía en el Monte de los Olivos que le dice: «Aquellas gotas de sangre, las he derramado por ti» (cf. Pensées, VII, 553).

        El segundo sentimiento hace referencia a los tres elegidos para acompañarle en su oración y angustia y que se han quedado dormidos a pesar de oírle decir: “Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo” (14,33s).

        El Santo Padre Benedicto XVI, en su reciente libro JESÚS DE NAZARET, tiene estas palabras muy profundas y conmovedoras, que expongo a continuación:

        «La somnolencia de los discípulos sigue siendo a lo largo de los siglos una ocasión favorable para el poder del mal. Esta somnolencia es un embotamiento del alma, que no se deja inquietar por el poder del mal y el sufrimiento en el mundo. Es una insensibilidad que prefiere ignorar todo eso; se tranquiliza pensando que, en el fondo, no es tan grave, para poder permanecer así en la autocomplacencia de la propia existencia satisfecha.

        Ante los discípulos adormecidos y no dispuestos a inquietarse, el Señor dice y nos dice: “Me muero de tristeza”».

        Queridos hermanos que con tanto silencio meditativo habéis escuchado este pregón; ante estas palabras del Señor, no podemos permanecer dormidos, inactivos ante el mundo actual.

        ¡Cristo Jesús, nos duele tu tristeza, y queremos estar bien  despiertos, ayudándote a completar tu pasión y redención del mundo presente; pero nosotros no sabemos amar así como tú, por puro amor; por eso te lo pedimos; y te lo pedimos, diciéndote con el poeta:

No me mueve, mi Dios, para quererte 
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte 
clavado en una cruz y escarnecido, 
muéveme ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
que aunque no hubiera cielo, yo te amara, 
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera, 
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera».

B. 1. 1c). Y termino el saludo a mi Dios Trino y Uno presente en el Sagrario por su Hijo, Palabra de Salvación pronunciada por el Padre para todos nosotros con Amor de Espíritu Santo, al que me dirijo, diciendo:

 

Y en el nombre del Espíritu Santo que me ama, me santifica y me transforma en vida y amor trinitario.

 

        Estamos empezando la oración de la mañana, estamos saludando al Cristo vivo y glorioso del Sagrario, Eucaristía divina, Canción de Amor del Padre, cantada en el seno de María, primer Sagrario de Cristo en la tierra y Arca de la Alianza nueva y eterna, primero en carne; carne triturada luego en la cruz y ahora resucitada y viva para resurrección y eternidad de los que crean y comulguen con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

        Tengo un amor especial al Espíritu Santo, pero es por  puro egoísmo; es que quiero enchufarme con El, porque veo que todo depende de Él en la vida de gracia, en la vida cristiana, en mi sacerdocio, en la vida de oración. Lo dije públicamente en la homilía de mis bodas de oro, que quiero estar enchufado con él, ser amigo especial suyo… más… porque Él me lleva al Padre y al Hijo, con él estoy totalmente en Ellos.

 

Y ahora te lo voy a demostrar con palabras del mismo Cristo resucitado:

         “Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… muchas cosas me quedan aun por deciros, pero no podéis llevarlas ahora, pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa...” (Jn 16,7-12).

        Qué texto más impresionante. Reconozco mi debilidad por Juan y por Pablo. Está clarísimo: desde su resurrección Cristo está ya plenamente en el Padre, no sólo el Verbo, sino el Jesús hombre ya totalmente «Verbalizado», sentado a la derecha del Padre: “cordero degollado ante el mismo trono de Dios”, y desde allí, desde el Padre, nos envía su Espíritu,  Espíritu de resurrección y de vida nueva.

Este es el tema preferentemente tratado por Pablo que nos habla siempre “del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”. No se pueden separar Pascua y Pentecostés, porque el envío del Espíritu Santo es la plenitud de la Pascua cristológica, es la pascua completa, la verdad completa con el envío del Espíritu Santo, fruto esencial y total de la Resurrección. En los comienzos de la Iglesia estas fiestas estuvieron unidas, luego se separaron como si fueran distintas, y ahora volvemos a los orígenes y Pentecostés es el fin de la Pascua de Resurrección.

       

Para esta meditación me voy a quedar con estos textos de Juan; no  toco el Pentecostés lucano que es principalmente espíritu de profecía y de unidad en la diversidad de Babel por ese espíritu de profecía, de la palabra; ni tampoco el concepto de Pablo para el que es principalmente caridad y carismas: “si por tanto vivimos del Espíritu Santo, caminemos  según el Espíritu” no según la carne, carne y espíritu, naturaleza y gracia.

        No se pueden separar Pascua y Pentecostés, porque el envío del Espíritu Santo es la plenitud cristológica, es la pascua completa, “la verdad completa” del Misterio de Cristo y de su Iglesia.

        Esta mañana, en mi oración personal, he dialogado y discutido, con todo respeto,  con el mismo Cristo vivo, vivo y resucitado sobre estas palabras suyas que no acabo de entender.

Vamos a ver, Señor, con todo respeto: ¿es que Tú no puedes enseñarnos la verdad completa? ¿Es que no sabes, es que no quieres, es que Tú no nos lo has enseñado todo sobre el Padre, sobre el reino de Dios, sobre tu misión y lo que tenemos que hacer y predicar?

        Pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión: “Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer”.  Entonces, si Tú nos lo has dicho todo lo que el Padre te ha comunicado, si Tú eres la Palabra en la que el Padre nos ha revelado todo su proyecto y misterio de amor ¿para qué necesitamos al Santo Espíritu? ¿Quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad y enviada para nuestra salvación?

        Por otra parte, yo veo que los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, qué más pueden pedir y tener…Muchos cristianos dicen: Si yo viera a Cristo resucitado... Y Tú erre que erre que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, pues qué más nos resta por aprender, no lo entiendo.  Pero vamos a ver, siempre con todo respeto, ¿es que tú no puedes? ¿Es que no sabes, es que no quieres?  

        Queridos hermanos, Pentecostés es la misión del Padre y del Hijo completa, es la verdad completa del Misterio que la Trinidad nos quiere comunicar. En Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino hecho fuego de Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, metido en el corazón de los creyentes; vino hecho llama, hecho experiencia de amor, experiencia divina y trinitaria; vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón” pero hecho fuego, no palabra o signo externo, hecho «llama de amor viva, qué tiernamente hieres, de mi alma en su más profundo centro», hecho experiencia del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho vida según el Espíritu, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar con conceptos recibidos desde fuera aún por el mismo Cristo y que solo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede por participación meter en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno.

 

        LOS APÓSTOLES: Han escuchado a Cristo, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar…pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados, por miedo a los judíos; no se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive…Y qué pasa; pues que hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente, sentido, amado y experimentado en sus corazones… no abren los cerrojos y las ventanas, “cerradas por miedo a los judíos”; y predican desde el balcón del Cenáculo y no tienen miedo en dar la vida, y todos entienden siendo de diversas lenguas y culturas, porque es el leguaje de la experiencia Amor de Dios, como en los místicos y los santos.

        Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles; pero una verdad no se comprende hasta que no se vive; el evangelio no se comprende hasta que no se vive; la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive; Cristo no se comprende hasta que no se vive; la teología no se comprende hasta que no se vive, y lo que no se vive, se olvida.

        Queridos hermanos, la mayor y peor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística.  La Iglesia actual necesita santos, experiencia de Dios. Es el título de mi último libro.

 

        ¡VEN, ESPIRITU SANTO, TE NECESITAMOS!

 

        En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive, por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal a cada uno de nosotros en su mismo Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno queda extasiado, salido de sí mismo porque se sumerge por el Espíritu en el mismo Espíritu y Amor y Esplendores y Amaneceres eternos de luz y de gozo divinos,  y se pierde en Dios.

Allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, que nos quiere para toda la eternidad: mi vida es más que esta vida, yo soy eternidad y he sido creado por Dios para sumergirme eternamente en su eterna felicidad, y por eso envió al Hijo, y por eso le abandonó en la cruz, entregó a su Hijo, nos quiso más que a Él dejando que el Hijo –“me amó y se entrego por mí”-- muriera para que todos nosotros podamos tener su misma vida, el mismo Amor del Padre y del Hijo, su mismo Espíritu, que ya en esta vida por participación en su vida nos hace exclamar: “¡abba!”,papá del alma, término empleado en Palestina, pero sólo en clima y ternura familiar, jamás referido a Yahvé; y la culpa de este abba, de este cariño, es que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan la vida eterna”.

El Hijo amado que le vio triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la SS. Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas…aquí estoy yo para hacer tu voluntad”,  y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor al hombre. Dios existe, Dios existe, es verdad, Dios nos ama, es verdad. Cristo existe y nos ama locamente y está aquí bien cerca de nosotros y es el mismo Verbo del Padre, está en ti, «más íntimo a ti que tú mismo», como dice San Agustín, ahí lo experimentan vivo y amante los que le buscan.

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive. Y el camino es la oración, la oración y la oración personal contemplativa, por lo menos afectiva, no meramente meditativa, lo diré  hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de técnicas de oración, de respirar de una forma o de otra, nada de tratados y más tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía, teóricos; hay que convertirse y dejarse purificar por el Espíritu, dejarnos transformar en hombres de espíritu, espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino algo más, es vida según el Espíritu, para llegar a llenarnos de su mismo amor, sentimientos y vivencias. Y para eso, y perdonad que me ponga un poco pesado, oración, oración y oración.

        Terminada esta invocación-oración trinitaria, suelo expresar a mi Dios y Señor, Padre, Hijo y Espíritu Santo el primer deseo, gozo, acción de gracias o tristeza del día.

Quiero advertir que en mi oración personal he ido añadiendo y componiendo esos mojones fijos, que marcan mi camino de oración, según me inspiraba el Amor. Y poniendo y quitando y diciendo antes y después todo lo que el Espíritu me inspira, así es como me encuentro ahora.  

        Cuando he terminado esta invocación con los sentimientos que me haya inspirado, algunos de los cuales acabo de exponer, sigo con la estrofa de un himno que rezaba o cantaba en mis años de Seminario: «Te sancta Trínitas únaque póscimus, sic nos tu vísita sicut te cólimus, per tua sémita duc nos quo téndimus, ad lucem in qua inhábitas. Amen». «Te rogamos santa y una Trinidad, que nos visites como te oramos y pedimos; llévanos por tus sendas hacia donde tendemos, a la Luz en la que Tú habitas. Amén»

 

B. 1. 2. Al cabo de un rato, de hacer reflexiones y peticiones, pensando un poco en estas palabras rezadas, sigo mi oración personal con otro mojón del camino: Señor, ábreme la mente,  y mete tu luz, tu verdad, tu palabra; Señor, ábreme el corazón, y mete tu fuego, tu amor, tu Espíritu Santo; y mis labios, mi boca, mi existencia entera proclamarán la alabanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. 

        Pido luz, fuego, presencia del Espíritu en mi oración para seguir expresando, amando, pidiendo.Hago silencio oracional. Y con deseos de que toda mi jornada sea alabanza de la gloria de Dios Trino y Uno, sigo diciendo tres veces, en memoria de la Trinidad Santísima:  

       

B. 1. 3. Y cuanto termino de orar esta plegaria, continuo con  Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. 

        Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. 

        Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. 

 

        A veces no sale todo seguido, sino que si el Señor me inspira otras cosas o si tengo necesidad de decirle o pedirle lo que se me ocurre en el momento o problemas que traigo entre manos, algo que me ha dicho o he percibido en mi corazón, o me distraigo en otro pensamiento, o quiero pedirle algo, que me sale entre saludo o entre gloria y gloria, lo hago y para mí no son distracciones.

        Todo es encuentro de amistad y diálogo de amor. No te digo si tengo una pena. Es lo primero que me sale en cuanto he dicho en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y esto lo advierto para todo el rato que hago oración que hago por la mañana y  que viene a ser de una hora; que no se trata de que salga seguido tal y como lo estoy diciendo, pero ciertamente, antes o después, todo lo que voy a escribir, lo rezo y contemplo todos los días. Y esta es la ventaja de tener estos mojones fijos, que si me pierdo en contemplación o peticiones, vuelvo al camino de mi oración personal con estos mojones, o señalizaciones fijas de mi camino oracional.

        Lo que digo es que este esquema de oración es como una escalera por la que subo todas las mañanas a la habitación del cielo y a la de mi alma en mi encuentro de Amor con mi Dios; es como la espina dorsal de mi cuerpo oracional, el hilo conductor de mi encuentro con Dios y que si alguna vez me «distraigo» o me pierdo hablando o pidiendo al Señor otras cosas, todo es oración, vuelvo a donde lo dejé y sigo.

Por lo que a mi respecta, sigo a san Juan de la cruz y, «Pues ya si en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada, me hice perdediza y fui ganada». Ya he repetido varias veces que en toda esta forma de hacer mi oración ha existido una evolución; porque al principio de mi vida, ya lo he dicho, tanto de Seminario como de primeros años de sacerdote, gran parte la hacía con el libro en las manos, el examen de mis pecados y defectos, alguna oración y súplica, compuestas por otros o de las que nos enseñaron y se acabó.

        A través de los años he ido añadiendo sentimientos y  vivencias a mis oraciones personales, que son los peldaños obligado para empezar y continuar y terminar. Es lo que mi director, el Espíritu Santo, me va inspirando, son lo ladrillos del edificio oracional, pero las pilastras de cemento, son mis oraciones personales que he ido componiendo conforme el Espíritu me lo ha inspirado.

        Es que enseguida me di cuenta, de que si no tenía un esquema y lo iba rellenando, cuando meditaba, que fueron algunos años, si me perdía o me salía de la pista, luego no se me ocurría nada, o no sabía volver al encuentro de amor.

        Por eso, para los que empiezan, les recomiendo, no impongo, sólo recomiendo un esquema fijo y  breve, que, con el tiempo, irá cambiando:  invocación a la Trinidad, en el nombre del Padre..., saludo y alguna oración fija a Jesucristo Eucaristía, que puedes meditar; luego alguna oración a la Virgen: Oh Señora mía... o la de san Bernardo o la que hayas encontrado y te guste, meditándolas despacio un poco y ya, después de esto, lectura y meditación de evangelio o libros que te gusten, examen y conversión todos los días en los tres o cuatro defectos principales que todos tenemos, dale que te pego todos los días de tu vida, que luego con los años irás cambiando de objetivos, no es lo mismo examinarse y controlarse a los veinte, a los treinta que a los setenta años; y dentro, antes y después de todo esto, siguen peticiones y todo lo que se te ocurra y quieras y necesites, pero dentro del esquema, de los hitos señalados.

 

Pues bien, cuando he terminado los tres Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  y si no se me ocurre decirle nada nuevo o algo al Señor, yo sigo con estas dos estrofas de himnos trinitarios y eucarísticos:

«Per te sciamus da Patrem, noscamus acque Filium, Teque utriusque Spiritum, credamus omni tempore».«Por Ti conozcamos al Padre, comprendamostambién al Hijo, y a Ti, Espíritu de Ambos, creamos siempre».

       Como verás, todas las oraciones van en latín porque así las recé desde joven, y me salen del alma en latín; son muy hermosas, me inspiran muchos sentimientos y emociones, me recuerdan muchas reflexiones buenas de mis años en el Seminario, viviendo y cantando en la comunidad con los compañeros,  porque me hicieron muy feliz y me comunican muchas cosas de mi amado Dios, ya que el latín para mí no es una lengua muerta, como se dice, sino que  para mí está muy viva, más viva que algunas vivas.

El latín, para mi, es eterno, está vivo, ha sido mi lengua materna para orar y hablar y cantar a Dios y porque no cambia nada ni hay nuevos términos y palabras raras y afrancesadas o inglesas como ahora en el castellano, muchas de las cuales yo no las entiendo; en latín las entiendo todas de una vez, porque son y expresan siempre lo mismo, siempre son las mismas con el mismo significado, y son eternas también, porque nos hablan y nos acercan a nuestro Dios...

Y terminada esta oración, continúo con esta otra: «Deo Patri sit gloria, et Filio qui a mortuis surrexit ac Paraclyto in saeculorum saecula. Amen. Alleluya.»

       

B. 1. 4. Oradas, con sus respectivas interrupciones, estas oraciones en latín, termino mi primera mirada oracional rezando esta oración a la Santísima Trinidad que descubrí en el Seminario mayor al leer un libro, muy en boga entonces y titulado: LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, del P.P. Phillipon O.P.; como me gustó, me la aprendí ya entonces y empecé a rezarla todos los días hasta la fecha de hoy.

        Para mí,   es una oración muy bella, profunda, íntima, teológica a la Trinidad; a mí es la que más me gusta; hay otra de san Hilario que también me gusta mucho y la llevo en mi Breviario; pero a mí me atrapó desde mis últimos años de  Seminario esta oración de Sor Isabel de la Trinidad, hoy beata, aunque yo la sigo llamando como la conocí, esto es, Sor Isabel de la Trinidad.

La verdad es que ha influido mucho en mi vida, le estoy muy agradecido, y eso se puede comprobar por las muchas veces que la cito en mis libros a esta Carmelita del monasterio de Dijon, Francia. En mis tiempos de seminario, muchos seminaristas  la rezaban. Y es con esta plegaria a la Trinidad Santísima, mirando al Sagrario donde se me revela mi Dios Trino y Uno por su Palabra en la que me dice todo lo que el Padre me quiere con su mismo Amor de Espíritu Santo.

 

PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

        Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

        Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñado para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

        Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

        Y vos, Oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

        Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas. (Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

B. 2. SEGUNDA MIRADA: “ABBA, PAPÁ-PADRE DIOS”

 

Mi segunda mirada oracional es para Dios Abba-Padre, más exactamente abba-papá,  ternura y misericordia infinita, principio y fin de todo cuanto existe y pueda existir. Si existimos, si yo existo, si tú existes, es que el Padre te ha amado con amor de Padre-Madre y, entrando dentro de sí mismo, en su inteligencia y amor infinitos, te ha preferido a ti entre otros millones y millones de posibles hijos, que no existirán, sencillamente porque tú has sido preferido, yo he sido preferido, y nos ha amado con amor de Padre y nos ha dado un ser y existir en el amor de nuestros padres, que no acabará nunca, porque tú fuiste preferida, preferido; en una palabra, porque te amó y te eligió entre otros posibles  que ya no existirán nunca y tú ya existirás siempre, eres eternidad llamada a ser felicidad eterna en su misma felicidad trinitaria porque él te ha preferido ¡Qué misterio, qué gozo, qué privilegio existir!

Tengo que decirte que así como la oración a la Santísima Trinidad de Sor (beata) Isabel de la Trinidad la he rezado desde mis últimos años de seminario, esta oración o mirada personal a Dios Abba, Padre-papá del alma, que expondré a continuación, ha sido en años posteriores cuando la he compuesto personalmente y rezado.

Todos rezamos el Padrenuestro y muchos hemos estudiado en Teología a Dios como Padre; pero el «sapere», el sentirlo y gustarlo como Padre, Abba-papá del cielo y tierra, es un don del Espíritu Santo que algunos recibieron desde muy niños, pero en mí se ha retrasado mucho tiempo.

Me estoy refiriendo al don de la sabiduría, del gustar, saborear lo que creemos o predicamos o celebramos; de sentir y gozarnos en Dios como Abba-Padre, este don del Espíritu Santo. Y es que a estas vivencias llegas cuando el Santo Espíritu quiere o te siente preparado o lo que sea, porque tú no sabes ni entiendes y solo las vives si él te lleva hasta ellas y te indica el camino y te las mete en el alma.

La verdad es que en la liturgia romana yo no veo muy fomentada esta devoción; y ni siquiera veo una fiesta explícita a Dios Padre; y, aunque todas las oraciones van dirigidas a Él  en dicha liturgia, son pocas las que lo me mencionan expresamente.

Tampoco me vale el que digan los liturgistas que esto va implícito en el término Dios, porque los términos Dios infinito o eterno u omnipotente… no ayudan a descubrir el rostro tierno y cercano del Abba-Padre, en culto verdaderamente filial, ya que su significado filosófico, conforme los estudiábamos en la filosofía escolática, te lo ponen a mucha distancia de las simples criaturas.

Sin embargo, en un culto verdaderamente filial, tanto litúrgico como oracional, la invocación «Padre» te lo acerca hasta el máximo y adquiere todo su valor de ternura y proximidad.

Jesús así lo quiso y nos lo enseñó dando la máxima importancia a este término: “Cuando oréis, decid: Padre...” (Lc 11,2); enseñanza que en nuestra vida,  por desgracia,  no tiene el eco que debiera o a mí al menos me lo parece.

Buen número de cristianos no se dirigen al Padre en sus oraciones ni le invocan por su nombre. Y en esto tal vez, como hemos indicado, tenga su parte la liturgia; aunque la mayor culpa la tiene nuestra falta de vivencia, sobre todo, en padres, catequistas, sacerdotes para iniciarnos en esta relación verdaderamente filial, no puramente nominal.

Es verdad que algunas oraciones litúrgicas comienzan con la palabra «Padre», pero otras muchas, también dirigidas a Dios, ni siquiera hacen mención.  Basta centrarnos en las 34 oraciones de los domingos ordinarios para darnos cuenta de que ninguna de ellas comienza por el nombre de «Padre», invocación que sí hacemos en las oraciones de la fiesta de la Sagrada Familia.

Sin embargo la predicación de Cristo en el evangelio continuamente nos  revela y no permite ver a Dios como Padre, que quiere un culto nuevo y verdaderamente filial en sus hijos, completando esta revelación del Antiguo Testamento, donde los judíos no podían pronunciar ni el nombre de Dios y menos llamarle Padre.

Por eso, el culto que Cristo quiere instaurar es nuevo porque supera la concepción del A.T. y quiere llevar esta revelación hasta “la verdad completa”.

Jesús nos revela lo que la tradición judía todavía no había percibido: en Dios encontramos una persona que es el Padre, como persona diferente del Hijo. Es una persona divina que tiene como propiedad fundamental la paternidad, lo que constituye la totalidad de su ser de Padre.

Cuando Jesús define el nuevo culto que desea instaurar en la tierra, lo presenta como un culto universal dirigido al Padre. De ahí la importancia de su declaración a la samaritana: “Pero llega la hora, ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad» (Gn 4,23).

De esta manera el culto se nos muestra de una forma insospechadamente nueva: al soberano amor paternal debe responderse con un impulso de amor filial. La samaritana no lo entendió al principio. Pero luego, entusiasmada por la experiencia, le buscó adoradores nuevos. Este nuevo culto consiste esencialmente en reconocer a un Dios como Padre y cumplir su voluntad con una plena libertad filial.

Por otro lado, y siguiendo con esta novedad, el Padre es contemplado desde ahora en adelante y en la obra de salvación consumada en Cristo como un amor reconciliador que se manifiesta en el sacrificio de la cruz: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

 Las palabras dirigidas a María Magdalena por el Salvador resucitado, siendo el primer mensaje transmitido a sus discípulos, reflejan esta verdad: “…vete donde mis hermanos y diles: subo a mi Padre y vuestro Padre” (Jn 20,17). El Padre en tanto Dios nos reconoce desde esta ofrenda redentora como hijos en su Hijo bienamado. Él es a la vez Padre de Jesús y Padre de todos los hombres salvados por su Hijo:

Las palabras: “mi Padre y vuestro Padre” nos sitúan ante una nueva perspectiva cúltica. Jesús se dirige al Padre tras la Ascensión. Dicha subida hacia el Padre descubre en cierta medida la subida de todos los hombres al Padre.

Presentando al Padre como algo nuestro, Cristo nos invita a amar al Padre como Él mismo lo ha amado. Ya resucitado, Jesús invita también a los discípulos a amar al Padre como él lo hizo. Es como si dijera: «Amad al Padre como yo le he amado, pues es vuestro Padre».

Esto lo comprendieron perfectamente los primeros cristianos cuando clamaban: Abba, según el testimonio de Pablo; aunque el apóstol va más allá; la invocación nos introduce directamente en la perspectiva trinitaria: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo  que clama: ¡Abba, Padre!” (Ga 4,6). Así el Padre es distinguido claramente del Espíritu y del Hijo, aunque los tres sean convocados en una misma oración.

La carta a los Romanos habla también “…del espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!” (8,15). Por el Espíritu y el Hijo hemos accedido al Padre, y es hacia el Padre al que nos lleva el Espíritu Santo haciéndonos participar del impulso filial de Cristo.

San Pablo ha descubierto a Dios como Padre y se siente muy hijo en el Hijo. En la carta a los efesios nos dirá: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones, en los cielos...” (Ef 1,3). Todos los bienes espirituales vienen del Padre de Jesús, que siendo Padre de todos, nos ha predestinado en su amor para que nos convirtamos en hijos adoptivos en Cristo.

Y en la misma carta continúa con afecto y agradecimiento filial: “Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo...(2,4-6).

Este despliegue de misericordia suscitó en el Apóstol Pedro un maravilloso himno de alabanza: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible” (1 P 1,3-4).

Por eso, el final de la historia humana consistirá en dejarnos en sus manos. Tal será el fin, en palabras de san Pablo, cuando Cristo “entregue a Dios Padre el Reino” (1Co 15,24). Cristo debe establecer su soberanía sobre todo el universo, como oblación final al Padre. Un final en el que “Dios sea todo en todo” (l Co 15,28), que se realizará cuando Dios reciba toda la creación reunida y restaurada en su Hijo.

Esta es mi oración personal al Abba-Padre-papá del cielo, compuesta después de muchos años de oración personal en la que expreso los sentimientos y vivencias que he ido viviendo:

 

Abba, Padre bueno que estás en el cielo y en la tierra y en todas partes, porque eres principio y fin de todo.

Me alegro de que existas y seas tan grande y  generoso, dándote totalmente como Padre a tu Hijo con tu mismo Amor de Espíritu Santo y viviendo en Tri-Unidad de Vida, Verdad  y Amor.

Te alabo y te bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo en el que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres.

Si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me ha señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de vida, de amor y santidad y  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; danos muchos y santos predicadores de tu reino  que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo amado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

Padre bueno del cielo, quiero amarte como hijo; quiero obedecerte como a Padre, quiero cumplir tu deseo de hacernos a todos hijos en el Hijo para que te complazcas eternamente en Él-nosotros con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Padre bueno, Origen de todo bien, Ternura infinita y personificada de la Trinidad; Padre-Madre de mi vida y de mi alma, yo creo, adoro, espero, te amo y te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman; y confío en tu ternura y misericordia infinita de Padre que nos darás a todos el abrazo  eterno y trinitario de Padre-Madre en el Hijo con tu mismo Amor de Espíritu Santo  para siempre. Amén.

 

A 2. 1. En esta segunda mirada empiezo rezando despacio y meditando esta oración que he compuesto y perfeccionado con el tiempo, aunque la verdad que me salió un día  de un tirón como un suspiro del alma a Dios Abba-Padre-Papá de cielo y tierra:

 

A. 2.2. Sigo luego con el Padrenuestro, todo seguido; y luego, meditando frase por frase, parándome donde Él quiere o a mi me interesa, mezclando otras peticiones, alabando...

 

Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad 
en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos 
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

Amén

A mí me inspira mucha oración el Padrenuestro. Pero no sólo a mí, sino que, ya en los primeros cristianos y los santos Padres de la Iglesia y teólogos y santos y místicos y mucha gente buena de oración, he encontrado comentarios estupendos. Como no pretendo ni puedo superar a comentaristas como san Agustín, santo Tomás de Aquino, santa Teresa… y miles de orantes, me voy a limitar a meditar un poco, solo un poco, el Catecismo de la Iglesia Católica, al que debiéramos tener más en cuenta en nuestra lectura espiritual de cada día. Es estupendo en algunas de sus partes. Sigo también un poco el Catecismo Básico del D. José Egea.

        La oración más perfecta que tenemos los cristianos es la que nos enseñó Jesús. Podemos decir que en esta oración se encuentra una formulación clara del mensaje de Jesús: glorificación del Padre, confianza plena por ser hijos, y vinculación a todos los hombres en la súplica y en el amor.

Es la oración que estaba escondida desde los siglos en Dios, y que se nos ha revelado como la oración propia de los cristianos. En ella nos enseña Jesús a pedirle al Padre lo mismo que Él le pidió.

El proyecto de Dios es la comunión de todos los hombres con Él. Tiene como punto final la gloria de Dios Padre. Jesús le pide al Padre la realización de este proyecto en la oración conocida como la oración de la «hora de Jesús», llamada con razón «oración sacerdotal» (cf Jn 17), que recapitula toda la economía de la creación y de la salvación. De tal manera es completa esta oración sacerdotal, que podemos decir que en ella está condensada toda la oración de Jesús y de la Iglesia.

Es la oración que Jesús ha hecho en nombre de todos y que ha orientado su vida. Es la que ha hecho desde la vivencia sangrante y dura en su lucha contra el mal y contra el pecado. Es la oración que inspira las grandes peticiones del padrenuestro, la oración que nos enseñó cuando los apóstoles le pidieron que les enseñase a orar; les dijo: “orad así...”, y recitó la más bella oración que conocemos, el padrenuestro.

Como en toda oración, también en esta ha de haber sintonía entre lo que oramos y lo que hacemos. Por eso, Jesús, al mismo tiempo que nos enseña a orar, nos insiste en que hagamos lo que Él ha hecho.

Él realizó en plenitud el proyecto del Padre y nos llama a participar en el mismo para su completa realización. Por eso el padrenuestro, más que para conseguir cosas, es para hacernos conscientes del amor de Dios y para unirnos a la obra de Jesús en la realización del proyecto del Padre. Es una oración apostólica. En definitiva, en esta oración le estamos pidiendo a Dios que nos dé lo que El quiere darnos para que sea uña realidad su proyecto de salvación.

Se inicia esta oración con una invocación: “Padre nuestro que estás en el cielo”; en ella se apunta a la paternidad de Dios, a la fraternidad entre los hombres y a la trascendencia de Dios, cuya morada es el cielo.

La expresión “que estás en el cielo” nos recuerda que el cielo es nuestra casa por ser la casa de nuestro Padre Dios. Tenemos la conciencia de ser ciudadanos del cielo; nos damos cuenta de que nuestro Padre nos ha enviado a nuestro hermano mayor para que volvamos con Él a la casa paterna. Por eso el cristiano es un ser que espera; sabe que su patria y su casa definitiva no están aquí. Caminante y peregrino, relativiza todas las cosas que encuentra a su paso porque sabe que su meta está más allá de este mundo: en la casa del Padre.

Junto a la palabra “Padre” está el adjetivo “nuestro”. Los dos polos sobre los que gira la oración del padrenuestro son Dios y el hombre; cualquier hombre. Entre ambos se sitúa el creyente viviendo su filiación y su fraternidad con dimensión universal.

Al rezar esta oración, tomamos conciencia de que Dios es Padre de todos y, por tanto, de que todos somos hermanos. Por eso nos enseña a decir Padre nuestro y no Padre mío. De la misma manera que la oración cristiana se puede resumir toda ella en el padrenuestro, esta oración se puede también centrar en una sola palabra, la palabra Padre.

Santa Teresa, aludiendo a esto dice: «Oh Hijo de Dios y Señor mío!, ¿cómo dais tanto junto a la primera palabra?... ¿Cómo nos dais en nombre de vuestro Padre todo lo que se puede dar, pues queréis que nos tenga por hijos, que vuestra palabra no puede faltar? Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga; pues en siendo Padre nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas... Ya que estáis Vos ofrecido a ser deshonrado por nosotros, dejad a vuestro Padre libre; no le obliguéis a tanto por gente tan ruin como yo, que le ha de dar tan malas gracias» (Camino deperfección, 27,2-3).

Orar al Padre debe hacer crecer en nosotros el deseo y la voluntad de asemejamos a Jesús, así como ir creando en nosotros un corazón humilde y confiado. Por eso, la mejores disposiciones son confianza sencilla y fiel de hijos verdaderos y la seguridad humilde y alegre de quien se fía totalmente de Dios Abbá, papá del alma. Estas deben ser  las disposiciones propias de quien reza el padrenuestro.

Enséñame, Señor, a repetir una y otra vez la palabra Padre dirigida a ti. Padre en mis gozos y alegrías, dándote gracias. Padre en mis sufrimientos y dificultades, pidiéndote fuerzas. Padre en mis problemas, pidiéndote luz.
Enséñame también a repetir una y otra vez la palabra nuestro, añadida a la palabra Padre. Que vea a todos como hermanos, porque Tú eres nuestro Padre. Te doy las gracias por querer se mi Padre, nuestro Padre.

 

LAS SIETE PETICIONES DEL PADRENUESTRO.

 

Después de esta toma de conciencia de nuestra filiación y de nuestra fraternidad, vienen las siete peticiones. Jesús nos enseña a pedirle al Padre que se realice su proyecto de salvación de todos los hombres. En la medida en que hacemos nuestras sus peticiones, vamos asumiendo sus mismos sentimientos y presentándonos ante el Padre con su misma petición. ¿No es esto precisamente lo que quiere el Padre?

Si rezamos en serio esta oración, ¿cómo no vamos a poner de nuestra parte la colaboración necesaria para que se haga realidad lo que pedimos? Por eso, junto con la petición, ha de estar nuestro compromiso por el Reino.

Las tres primeras peticiones apuntan directamente a la gloria del Padre: la santificación de su nombre, la venida del Reino y el cumplimiento de su voluntad.

 

1). Santificado sea tu nombre. Es la primera petición que hacemos, uniéndonos a la petición de Jesús. La razón de su vida fue la glorificación del Padre. Vivió siempre para eso; en exclusiva. También nosotros debemos vivir para glorificar al Padre, pidiéndole con Jesús y como Jesús, que su nombre sea santificado; lo cual equivale a pedirle que sea reconocido como Dios.

Santifica a Dios quien vive para el Señor y todo lo ordena a Él, sin darse culto a sí mismo; quien, buscando la unidad en el amor, se abre al servicio de los demás. Es cuando uno va entrando en la órbita de la religión pura y verdadera, presidida por la caridad.

Y como nos cuesta renunciar a nuestra propia exaltación y solos no podernos, pedimos que sea Dios mismo quien santifique su nombre, es decir, que sea realmente el Dios reconocido y amado por todos los hombres. Esta es la primera petición que viene a ser como el objetivo último y englobante de todos los deseos de quienes nos sentimos hijos de Dios.

        Señor, que siempre que te pida algo, esté dispuesto a colaborar lo que te pido. Que mi oración no vaya por un lado y mi vida por otro. No quiero pedirte una cosa y hacer la contraria. Si te pido que tu nombre sea santificado, ayúdame a que sea santificado en mí. Que no me eche atrás en mi tarea de ser testigo tuyo en medio del mundo; que haya unidad en mi vida, la unidad que sólo de tu amor me puede venir

 

2). Venga a nosotros tu Reino. Se trata de un Reino que va abriéndose paso poco a poco, como la semilla que crece sin que se note. Para poder entrar en él, es necesario un cambio radical interior; como dijo Jesús, es necesario volver a nacer; con todo lo que supone un nuevo nacimiento en cuanto a cambio de criterios, de valores, de intenciones y de estilo de vivir. Se trata del nacimiento a una vida distinta, a una vida nueva que ha de evolucionar hasta llegar a la madurez.

Pedirle que venga a nosotros su Reino equivale a pedirle que no haya en el mundo otro señorío más que el de Dios. El hombre es consciente de que no puede realizar por sí mismo la construcción de un mundo nuevo. Ni el amor, ni la justicia, ni la paz, ni la libertad son objetivos alcanzables por nosotros mismos. Es Dios quien ha de hacer lo que está más allá de las posibilidades del hombre: un mundo nuevo, unos cielos nuevos y una tierra nueva. Por eso se lo pedimos a Dios como gracia, con la petición: “Venga a nosotros tu Reino”.

        Señor, te pido que acabes de reinar en mi. Te pido, Padre, y te lo pido en serio, que venga a nosotros tu Reino. Y si no te doy entrada libre, mira qué puedes hacer para conseguirla. En otros lo has logrado; ¿por qué no te animas a conseguirlo también en mí? Me pongo en tus manos, Padre. Sea lo que sea, te doy las gracias, porque Tú eres mi Padre y Tú sabes mucho de caminos cerrados que han acabado por abrirse. Abre tu camino hacia mí hasta lograr que yo sea todo para ti. Y que colabore después contigo abriendo tus caminos a los hermanos.

 

3). Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. La petición de que se haga la voluntad de Dios en la tierra como se hace en el cielo, supone pedirle a Dios que nos ayude a hacer lo que Él quiere que hagamos, en vez de pedirle que haga lo que nosotros queremos. En el cielo la voluntad de Dios se cumple perfectamente en la comunión de amor. Es lo que pedimos que se cumpla en la tierra. De ahí, la urgencia de vivir la comunión, ya que para testimoniarla y ofrecerla, hay que vivirla.

Para hacer esta petición de corazón hay que tener confianza y estar dispuestos a la aceptación de la voluntad de Dios. Toda petición seria supone un compromiso. Y es que la vida cristiana no admite dicotomías. El cristianismo respira unidad por todos sus poros. La petición de que se cumpla la voluntad del Padre exige la renuncia de sí mismo, pero sin lamentaciones ni desesperanza. Confiadamente. En manos de Dios siempre, como Cristo cuando entrega su espíritu al Padre.

Dice santa Teresa: «A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por Él; al que amare poco, poco... Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere. Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya, e irla a dar, y rogar que la tomen; y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla vos a guardar muy bien» (Camino de perfección, 32,7).

Aceptar la voluntad de Dios supone a veces dar un vuelco a nuestra vida. Hay situaciones de enfermedad, fracaso, accidente, soledad... Lógicamente, como Jesús, le pedimos al Padre que aparte de nosotros ese cáliz. Pero hay que pedirle la gracia de poder pronunciar de corazón, la segunda parte de la frase de Jesús: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).

        Señor, Tú quieres que te amemos como Padre y que nos amemos como hermanos. Esta es tu voluntad. Dame fuerzas, tu gracia para seguir tus caminos de amor y no los míos de egoísmos. Muéstrame tus caminos, porque son esos y no los míos, los auténticos caminos de la nueva vida que quiero vivir.

Que aprendamos de tu Hijo Jesús a quererte y a querernos. Que se cumpla tu voluntad, y que entre todos construyamos el mundo con el que has soñado para nosotros tus hijos; y que no es este, Señor, que no es este en el vivimos. Hágase tu voluntad.

 

 

LAS CUATRO ÚLTIMAS PETICIONES

 

En las cuatro últimas peticiones  del padrenuestro presentamos ante el Padre nuestros deseos y súplicas por las  necesidades concretas que tenemos los hombres:  le pedimos lo necesario para conservar nuestras vidas, que nos perdone los pecados, que nos mantenga en la fidelidad librándonos del «tentador» y que nos ayude en nuestro combate por la victoria del bien sobre el mal.

Al hacer estas peticiones, confiamos ser escuchados por nuestro Padre Dios. Estas cuatro peticiones hemos de hacerlas con el mismo espíritu que las otras. No pedimos desde fuera de la realidad, sino que pedimos con el deseo de colaborar en la realización de todo aquello que le estamos pidiendo a Dios que haga. El Espíritu nos irá indicando lo que hemos de pedir y cómo lo hemos de pedir; y nos irá ayudando a hacer lo que debemos hacer para colaborar en la realización de lo que pedimos.


4). Danos hoy nuestro pan de cada día: El hombre se vuelve a Dios cuando comprende que el alimento, la salud, la amistad, el puesto de trabajo y tantos bienes de los que disfruta, son dones de Dios; acude a Él para que todos disfrutemos de ellos y para que podamos salir a flote en situaciones difíciles por las que siempre estamos atravesando en medio de un mundo lleno de dificultades.

Al mismo tiempo que se pide a Dios el pan de cada día, se compromete uno en lo que le está pidiendo, es decir, en la vivencia de la fraternidad; es el sentido del adjetivo nuestro añadido al pan de cada día. Y es que el cristiano se siente miembro de la familia humana, de esa comunidad de vida y de amor que debemos formar todos con Cristo, nuestro hermano mayor.

Nuestro pan no puede ser fruto de la explotación del hermano; no sería bendecido por Dios. El pan nos lo robamos unos a otros cuando no nos amamos. El pan injusto es un robo y ni es don de Dios, ni tiene la dignidad suficiente para que pueda llamarse nuestro. El deseo de que todos puedan tener el pan de cada día nos exige una auténtica y profunda conversión al amor.

        Señor, dame, un corazón abierto a compartir. Y que tenga la evidencia de que el pan que me das no es mío, sino nuestro. El pan que me das no es sólo el pan material; son mis cualidades, mi tiempo, mi profesión, mi salud.

Papá bueno del cielo y tierra, a imitación de tu Hijo Jesús, quiero ponerlo todo,  mejor, quiero ponerme todo entero al servicio de los hermanos, para que puedan vivir con la dignidad de hijos que han recibido de Ti. Quiero así poder rezarte con verdad: Danos hoy nuestro pan de cada día.

 

5). Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Pedimos ahora que reine la misericordia. Sabemos que la misericordia tiene su origen en Dios y queremos que, a través de nosotros, se comunique a los hermanos para llegar a ser un pueblo perdonado y reconciliado por el amor misericordioso de Dios. Si ha de reinar la misericordia, puesto que Dios la ha tenido con todos, también nosotros la hemos de tener con los demás.

Cuando le pedimos perdón al Señor, le estamos pidiendo que se restablezca en el mundo la fraternidad basada en su misericordia; le pedimos que cuente con nosotros para restablecerla, porque también estamos dispuestos a perdonar. Con ello no tratamos de condicionar el perdón de Dios, sino de mantenernos en una actitud de filiación y de fraternidad dentro del designio de Dios; tratamos de colaborar para que en el mundo reine la misericordia ya que todos necesitamos de ella.

        Señor, me cuesta perdonar a los hermanos porque sigue abierta en mí la llaga de la ofensa, de la humillación, de la ingratitud. ¿Cuándo vas a modelarme a imagen de Jesús, para que sea capaz, como Él, de perdonar a mis hermanos? Y tú, Señor, puedes hacerlo. Quiero aprender de Él a ser manso y humilde de corazón. Hazlo para que te ayude a forjar con los hermanos una comunidad reconciliada y reconciliadora, viviendo en el amor con tu mismo estilo de misericordia, porque el Padre del cielo es paciente y misericordioso.

 

6). No nos dejes caer en la tentación. La petición de que no nos deje caer en la tentación parte del reconocimiento de nuestra pequeñez y debilidad ante las dificultades que cada día van surgiendo a nuestro paso. Cada día tenemos que decidir; cada día hemos de elegir unas cosas y renunciar a otras que nos atraen, a veces, con mucha fuerza; y hemos de renunciar un día y otro y otro. La experiencia nos enseña que no es Dios quien prima en nuestra vida. Queremos amarle, queremos ser fieles a su amistad, pero algo nos dice por dentro que no lo vamos a conseguir sin la ayuda de Dios.

Sabemos mucho de nuestra debilidad y de la dificultad de la prueba y de la tentación. Por eso, una vez más, recurrimos al Señor poniéndonos confiadamente en sus manos de Padre y pidiéndole que no nos deje caer. Es muy fácil sucumbir a la tentación del desaliento, de la comodidad, de la rutina, de la tristeza; por eso necesitamos de la presencia de Cristo junto a nosotros. Con El somos fuertes.

Señor, no te pido que alejes de mí las pruebas. Estoy muy lleno de mí mismo y necesito purificarme, porque me amo y me busco en todo. Para que Tú entres en mí, necesito que tu Amor me vacíe de mí mismo, de mi amor propio; es necesario matar las raíces del yo y esto supone dolor y sufrimiento. Quiero la unión total contigo,  volar alto en la contemplación. No quiero estar viviendo sin tener que superar dificultades que pongan a prueba el amor. Quiero que acrisoles mi amor para que llegue a amarte de verdad; pero tengo bastante experiencia de fracasos. Por eso te pido que no me dejes caer en la tentación.

 

7): Y líbranos del mal. En nuestro tiempo, el mal está estructurando nuestra sociedad; hay un egoísmo colectivo originado por los egoísmos personales, que son la raíz de las grandes fuerzas insolidarias que van creando estructuras de injusticia y opresión, estructuras de insolidaridad y de destrucción. Y vamos siendo cada vez más insensibles ante los grandes problemas de la humanidad cuya solución se ve cada vez más difícil.

Porque si no, ¿cómo es posible que se llegue a tan altos niveles de degradación, incluso legal, cuando en las mismas leyes no se reconocen los más elementales derechos de la persona humana? Y va extendiéndose la marginación y el sufrimiento y el hambre en el mundo. Ante la situación del hombre esclavizado por el mal, al mismo tiempo que suplicamos: “No nos dejes caer en la tentación”, clamamos: “Líbranos del mal”.

        ¿Qué pasa, Señor, en este nuestro mundo, que es también el tuyo? Es el mismo que has creado para tus hijos, pero otra vez el maligno vuelve a reinar. ¡Hay unos poderes demoníacos que nos encadenan a todos y nos empujan hacia donde no queremos ir. Nos asusta ver hasta dónde somos capaces de llegar.

Señor, líbranos del mal. Actúa con la fuerza de tu gracia. No permitas que tus hijos seamos esclavizados por el maligno que domina en el mundo y en muchos hermanos que no saben lo que hacen.

 

A 2. 3. Y, como me gusta mucho orar cantando, después e meditar un poco el Padrenuestro, termino mi  mirada de oración a Dios Padre, cantando:

 

No adoréis a nadie, a nadie más que a Él, (bis).

No adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más que a Él.

Porque sólo Él os puede comprender, (bis).

porque sólo Él y nadie más;

porque sólo Él y nadie más;

porque sólo Él os puede comprender.

No miréis a nadie, a nadie más que a Él, (bis)

no miréis a nadie, a nadie más

no miréis a nadie, a nadie más,

no miréis a nadie más que a Él.

Porque sólo Él os puede sostener, (bis)

porque sólo Él y nadie más

porque solo Él y nadie más´

porque sólo Él os puede sostener.

Así, pues, mi segunda mirada es para Dios Padre, aunque la primera y la última y todas son para los Tres en Unidad, porque mirando o dirigiéndome a uno, los Tres me escuchan y aman y responden pero distintamente como Padre, como Hijo y como Espíritu de Amor, ya que, identificados en un único ser y existir, son una misma y única vida y abrazo y beso de Amor,  de Luz, de Vida, de Gozo, y son, quiero que sean mi única vida, amor, hermosura y belleza total, que, contemplada con Amor de su mismo Espíritu, me recree y enamore más cada día.

B.3.  TERCERA MIRADA: ESPÍRITU SANTO

¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones

de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor

 

 

B. 3. La tercera mirada de mi encuentro oracional es para el Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, y precisamente por eso, porque es la persona Amor que une en Abrazo Eterno al Padre y al Hijo, “Dios es Amor”, en la que cada mañana me siento también abrazado y amado en Tri-Unidad.

Qué gozos he sentido a veces, me gustaría que fueran más frecuentes; qué ganas de vivir totalmente en mi Dios Trino y Uno, qué fuegos incontrolables he sentido a veces, no me importaba pasar a la eternidad; vamos a ver si ahora he tenido «raptos y éxtasis» y no me he enterado. Pero de verdad, no imaginativos, porque yo no sé fabricar esas luces y gozos y vivencias de conocimientos en el Verbo y de unión de amor en el Espíritu Santo. De hecho los quiero tener permanentemente y no los tengo.

        El Espíritu Santo es el Dios Amor, Abrazo y Beso de la Trinidad, Aliento de Amor y Vida Trinitaria, por el que el Padre engendra al Hijo que el Hijo lo acepta totalmente con ese mismo Amor de Espíritu Santo, haciéndole Padre Padre, recibiéndolo en plenitud de Vida, Amor e Infinitud, abrazando plena y totalmente como Padre y aceptando ser totalmente el Hijo Amado del Padre, el Predilecto entre todos los hijos que el Padre quiere engrandar en el Hijo con su mismo amor de Espíritu Santo.

        Yo quiero hacerle también mi único Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Y no sé por qué decimos que el Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad, ya que “Dios es Amor”, por lo tanto, está ya en el principio del Ser Divino, y además, como es el Beso y Abrazo que une al Padre con el Hijo y al Hijo con el Padre en la relación paternal-filial, está también en el medio; y está también en el final, en todo lo que obran fuera de la Trinidad, porque todo se hace con amor o «por obra del Espíritu Santo».

        Pero bueno, no sea que nos quemen como hereje, dejémosle en el medio, entre el Padre y el Hijo, como beso y abrazo que los une y  los hace Padre e Hijo por su Amor de Espíritu Santo.

Por favor, que acepto toda la teología que estudié en el tratado de Trinitate de Lercher. Es que no me gusta la dogmática como yo la estudié, muy filosófica, pero si queréis nos acercamos a ella, pero en línea de la teología espiritual, que es lo mío y lo que más me gusta, porque no es pura especulación sino vida y bozo y sabiduría «supere» en el Espíritu, y así, toda teología que estudiamos, se convierte en oración, en contemplamos.

        El lenguaje teológico gusta en designar a Dios Padre como Creador, y San Juan dice del Hijo que “por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jo. 1, 3). En toda acción exterior de Dios obran a la vez tres Personas divinas. Por tener una misma naturaleza, se compenetran, hay mutua inhabitación entre ellas y están tan íntimamente unidas que, si bien distintas, ni en pensamiento es posible separarlas.

        Por ser un solo Dios Trino, hacen un mismo acto, una misma creación, redención y santificación. Mas como por otra parte tienen la misma naturaleza, no de igual modo, sino de una manera el Padre, «fuente y origen de toda la divinidad»; de otra manera el Hijo, engendrado desde la eternidad por el Padre; y de otra manera el Espíritu Santo, que procede de los dos como beso y abrazo que los une como Padre e Hijo; en la actividad exterior, con ser idéntica a la divina esencia, actúa de la manera peculiar con que cada Persona tiene la divina naturaleza.

Lo peculiar, lo propio de cada Persona tiene su puesto también en la actividad exterior de la Trinidad. En ello se funda la teología para apropiar (appropiatio) a cada Persona los actos exteriores en que resalta de un modo manifiesto lo que le es propio.

        Así, apoyándose en la revelación, habla de la creación del Padre y de la redención del Hijo, no en el sentido de que el Padre haya creado solo y el Hijo redimido solo, sino en el sentido de que en la creación y en la redención, más que en cualquier otra obra divina, se manifiesta precisamente lo personal y propio del Padre y del Hijo, respectivamente.

        Así, no es una impropiedad ni es sólo una manera de hablar, si al Espíritu Santo se le atribuye de un modo particular el principio primario, sobreabundante, creador, fecundo, de toda operación extradivina. Porque en esto está su peculiaridad: en que es la plenitud desbordada de la vida y del amor divinos. Es aquello delicado, santo, poderoso, que el Padre y el Hijo espiran desde la eternidad, en que se aman mutuamente y, rebasando el propio Yo y Tú divinos, se dan mutuamente en una infinita plenitud de amor.

        Si el Hijo es aquel Tú divino en que Dios Padre, por un proceso misterioso del propio conocimiento eterno, substancial, engendra, desde toda la eternidad, su imagen, el destello de su propio Yo, entonces el Espíritu Santo es aquel Nosotros divino en que Padre e Hijo se encuentran en una comunicación de amor infinita, sobreabundante, y se abrazan mutuamente.

        El Espíritu Santo es el «abrazo del Padre y del Hijo», el «beso del Padre y del Hijo, el beso más dulce, más secreto» (San Bernardo). Es la «efusión completa de la vida intradivina» (Scheeben).

Y por cuanto esta vida en el seno de la divinidad es esencialmente amor y santidad, Él es «la flor y el perfume de santidad del Padre y del Hijo, como es la flor y el punto culminante de su espiritualidad» (Scheeben). Aunque balbuciendo, al querer concebir humanamente la manera en que el Espíritu procede del Padre y del Hijo, podemos decir: lo sobreabundante, lo pletórico, el amor, la santidad que se desborda, que procede del Padre y se comunica al Verbo divino y el Hijo se la retorna al Padre en Abrazo de Amor de Espíritu Santo, ese abrazo viene a nosotros en ese mismo Amor que es su Espíritu, el Espíritu Santo: por eso, la plenitud del darse y entregarse es lo peculiar del Espíritu Santo.

        De esta plenitud ha salido la Creación. Ciertamente ésta se atribuye al Padre, por cuanto refleja como ninguna otra obra divina lo personal del Padre: ser origen de toda la realidad, de la Trinidad misma. Pero ya que esta misma creación no se funda en una necesidad interior de Dios, sino que es un acto de su amor magnánimo, desbordado, se atribuye al Espíritu. Un Dios que sólo sea intelecto, que sólo pueda concebirse y ponerse como «Verbo», no se comprende que quiera crear un mundo distinto de Él. Porque aun el más perfecto de los mundos posibles,

Un amor tan fecundo, que brilla desde la eternidad como Persona en las profundidades de la plenitud de vida divina, es obvio que se desborde por sí mismo del seno de la divinidad para darse a las criaturas. Por esto la Creación no es tan sólo obra del Padre, que como origen de todo ser la saca de la nada, ni es obra del Hijo solo, cuya imagen lleva, sino también obra del Espíritu Santo, porque y en cuanto se debe al amor creador, sobreabundante. De ahí la alusión de profundo sentido que hay en la historia de la Creación: “Y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas” (Gen. 1, 2). Po

Perdonadme, pero todo esto lo digo para afirmar que yo le invoco inmediatamente después del Padre, al que considero el Principio y el Fin de Todo y del todo; y lo hago, porque sé que ahora, en la actual economía, todo depende y está bajo la acción del Espíritu Santo por voluntad de Cristo Resucitado y subido al cielo: “Os conviene que yo me vaya...porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, que es el mismo Cristo pero hecho ya fuego y llama de amor viva, resucitada y celeste, sin gestos y palabras visibles y externas, pero profundamente santificadoras: “ Él os llevará hasta la verdad completa”. ´

La “verdad completa”, ya lo he dicho muchas veces, es la verdad y la fe experimentada, no meramente creída; es la vivencia de lo que creemos y predicamos y celebramos; es sentir a Cristo viviendo en ti: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”; es el Verbo, la Palabra Verdad hecha Canción de Amor del Padre, esto es, llena de fuego y sapiencia de Espíritu Santo, que nos une en su mismo Beso y Abrazo y Aliento de Vida y Amor Trinitario.

 

A pesar de todo lo dicho, todavía no te he manifestado la razón principal por la que invoco después del Padre al Espíritu Santo; me da un poco de vergüenza; pero te lo voy a decir y además tal y como se lo digo: Espíritu de Amor, Beso y Abrazo de mi Dios Trino y Uno, yo  quiero enchufarme totalmente contigo:

Porque eres el Amor, y el Amor Divino lo hace todo en la Trinidad y en la Iglesia y fuera de ella, y sin amor no hay Trinidad, ni Cristo encarnado por obra del Espíritu Santo, ni Iglesia que nació en Pentecostés y ya lo dijo bien claro el Señor, que convenía que Él se fuera… yo quiero llenarlo todo e invadirlo de tu amor, de tu fuerza, de tu impulso creador, y Tú santificas y elevas a las almas hasta las alturas de la unión y transformación en Dios y la vivencia de Dios y de la pasión de amor por Cristo y yo quiero llegar ahí «por obra y gracia del Espíritu Santo».

Tú eres el que nos haces divinos, trinitarios, besados y abrazados por la Santísima Trinidad, felices porque nos sentimos amados y sumergidos en la esencia de Felicidad y  Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre «por obra y gracia del Espíritu Santo».

 Tú eres la Ruaj Yahvé, el Aliento de Vida y Amor Trinitario, Beso y Gloria de la Trinidad, y yo soy egoísta y me gusta sentirme besado y abrazado por mi Dios Trino y Uno; Tu eres la Unción divina y me ungiste sacerdote de Cristo, he sido consagrado por tu Unción sagrada, y haces en mis manos el milagro y la realidad más divina de cuanto existe en este mundo y  quiero que realices esa realidad identificándome con el ser y existir de lo que soy y hago en Cristo Sacerdote, para que yo le sienta y experimente más en mí al vivir Él su vida sacerdotal a través de mi humanidad prestada. Y todo esto soy y lo hago«por obra y gracia del Espíritu Santo».

Tú me has injertado en el ser y existir sacerdotal de Cristo, de la Palabra de Dios encarnada y por Ti yo entro en lo más íntimo y profundo de la Trinidad, de este proyecto tan maravillosos engendrado por el Padre en el Hijo con tu Amor desde toda la eternidad, y desde tu Luz y Amor  yo amo y me uno y conozco al Principio del Ser y de la Vida y de Todo en Amor y Beso Trinitario,  y me siento Amor del Padre en el Padre y del Hijo en el Hijo, y eso y más cosas que uno siente pero no encuentra ideas humanas y palabras para describirlo porque, al intentarlo, parece que se está repitiendo, pero yo siento cataratas y explosiones de ideas y resplandores de luces divinas en el Volcán del serse de Ser y Vida Divina en continuas explosiones del Verbo, y amores de  Amor en el Espíritu con fulgores siempre nuevos, y es algo que no puede describir, pero es verdad, nos es blasfemia ni herejía, el Espíritu Santo me hace creador y padre del Hijo en el Padre y me hace ese mismo Amor del santo Espíritu hijo en el Hijo, palabra en su Palabra, hasta el punto de que el Padre me ve y me ama y me ve totalmente Hijo y yo le veo totalmente Padre en el amor del Hijo al Padre. Y así lo han experimentado las almas santas «por obra y gracia del Espíritu Santo».

¡Espíritu Santo, qué grande eres, que fulgores de luces y resplandores divinos reflejas y haces en las almas! Y esto mismo siento del Hijo y del Padre ¡Padre qué grande eres; Dios existe, Dios existe y me ama como Padre, cuánto me alegro de que existas, de que seas tan grande, de que me hayas soñado para un existir entre millones y millones de seres más grandes y mejores que yo, pero que no existirán porque Tú te fijaste en mi, me preferiste para un proyecto de vida y amor Trinitario con el Hijo y el Espíritu Santo para siempre, para siempre; y todo esto se hace en la Iglesia «por obra y gracia del Espíritu Santo».

Yo veo, Espíritu Santo, que todas las almas santas, todos los místicos te quieren y te buscan e imploran continuamente y te atribuyen el conocimiento y experiencia de los misterios de Dios Trino y Uno. Yo no soy místico, pero deseo ardientemente, con todo mi corazón, vivir en los Tres en Tri-Unidad de Vida y Hermosura, de Amor, Belleza y Felicidad. Por eso, quiero, necesito, por puro egoísmo divino, Tú has metido el Amor con el que Dios no puede sino amarse a así mismo y amarnos a todos en ese mismo Amor que eres Tú, yo quiero enchufarme contigo. Porque todo lo que veo personalmente y leo por la historia de la Iglesia se hace y se hizo «por obra y gracia del Espíritu Santo».

Por eso, yo continuamente te digo, pero que no me oigan los teólogos, porque me condenarán como hereje, que Tú eres al que más quiero, y quiero amar más, con el que quiero estar más enchufado y unido, porque todo depende de Ti en mi unión con Dios Trinidad, con el Padre y el Hijo, porque Tú eres el beso de  Amor.

Si yo me uno y me enchufo en tu corriente de Amor, si logro que el enchufe de mi fe, esperanza y amor, virtudes sobrenaturales que nos unen con Dios, se introduzca en tu Amor y Corriente divina, entonces, a través de este enchufe, entraré en la corriente de Vida y Amor del Padre y del Hijo con tu mismo Amor; yo quiero enchufarme en y con el Espíritu Santo porque es el Don y la Gracia del Padre y el Hijo y Él es quien tiene y puede darme todos los dones y gracias de amor y sabiduría y piedad y entendimiento y fortaleza  y experiencia de Dios. Lo he visto ya muchas veces. Y yo así se lo digo abiertamente: quiero enchufarme contigo, por amor y por interés, para sumergirme totalmente en mi Dios Trino y Uno «por obra y gracia del Espíritu Santo».

 

 

B. 3. 1. Mi primera oración al Espíritu Santo es eminentemente sacerdotal, como podéis comprobar, por todo lo acabo de manifestar. Se ha ido componiendo a medida que Él me ha ido iluminando, dentro de mi alma y vida, mi «carácter» sacerdotal, mi ser y existir y entrañas en Cristo Sacerdote, mi identidad con el Único Pontífice, único puente de salvación entre Dios y los hombres, en el que he sido injertado y transformado por el Espíritu.

La oración primera de la mañana al Espíritu Santo es ésta, como digo, muy sacerdotal, salida de mi corazón y mis entrañas sacerdotales, que se sienten totalmente identificadas con Cristo sacerdote por su Espíritu de Amor: “Yo soy la vid, vosotros, los sarmientos, como los sarmientos está unidos a la vid, así vosotros en mí...”.

        Desde hace ya más de treinta años, esta es la oración que rezo al Santo Espíritu:

       

¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, ABRAZO Y BESO de mi Dios, ALIENTO DE VIDA Y AMOR TRINITARIO, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo Te adoro!

¡Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como adorador del Padre, como salvador de los hombres, como redentor del mundo!

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres.

 

        Como puedes ver en esta oración, después de una breve invocación al Santo Espíritu, describo y pido que  haga realidad en mí toda la teología del sacerdote, toda la Unción y Consagración Sacerdotal que Él ha logrado grabar en mi corazón por el fuego transformante de su Unción sacerdotal, en el sacramento del Orden, el día de mi ordenación, en que fui consagrado y ungido por Él, y que poco a poco, a través de vivencias y luces, me ha ido descubriendo y explicando:  «¡Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación».

Le pido a seguidas que realice mi identidad transformante en Cristo: «Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida».

Finalmente le pido sus dones y gracias para poder realizarlo y vivirlo todo en mi ser sacerdotal y existir apostólico, en mi vida y en mis obras, en mi apostolado unido y realizado en el mismo Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, porque no todas las acciones que hacemos son apostolado sino las que hacemos unidos a Cristo con su mismo Espíritu: «in persona Christi», Único Sacerdote y Pontífice del Altísimo, Jesucristo.

«¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres».

Es una oración sacerdotal invocando al Espíritu Santo, autor de todas las acciones sacramentales de Cristo. Y he tratado de describirlas y explicarlas un poco en su realización y contenido, para que entiendas mejor toda la construcción y metodología de esta oración que ha ido saliendo de mi corazón a lo largo de los años.

Esta explicación podía hacerlo con todas las oraciones que hago durante mi oración de la mañana, pero no puedo hacerlo porque entonces me alargaría mucho y no se trata de esto, sino de explicar un poco las escaleras que subo para encontrarme con nuestro Dios Trino y Uno todas las mañanas.

       

B. 3. 2. Veni, Sancte Spíritus.

        Terminada esta oración personal, continúo con la invocación al Espíritu Santo que rezábamos en nuestro seminario al empezar las clases o los actos de piedad: Veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium, et tui amoris en eis igne accende:

 

Emitte Spiritum tuum et creabuntur

Et renovabis faciem terrae.

Oremus: Deus qui corda fidelium Sancti Spiritus illustratione docuiste, da nobis in eodem Sancto Spiritu recta sapere et de ejusdem consolatione semper gaudere. Per Christum Dominum Nostrum. Amen.

Traducido:

En mis tiempos de seminarista y primeros de sacerdote no hubiera sido necesario traducir nada del latín, pero prácticamente era la lengua en que estudiábamos toda la teología y filosofía y moral… Pero ahora, muchos sacerdotes no saben latín, y hasta el Angelus, en las reuniones pastorales hay que rezarlo en castellano, porque algunos sacerdotes no entienden en latín. Creo que es una carencia y una pérdida grande para todo: teología, liturgia, espiritualidad…

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.

 

Envía tu Espíritu y serán creados.

Y renovarás la faz de la tierra.

 

Oremos: Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos a gustar (sapere-saborear) lo que es recto según el mismo Espíritu, y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

Esta oración, invocando al Espíritu Santo, la rezo también cuando empiezo grupos o reuniones en la parroquia, para que nos ilumine; pero la rezo en castellano, y todos ya la saben.

Al traducirla, habrás notado que, en lugar de decir,  como ordinariamente se dice: «danos a conocer lo que es recto», digo: «danos a gustar», porque el «sapere» en latín, tiene más de saborear y gustar conociendo que de conocer o saber solamente con el entendimientos.

       

B. 3. 3. Y como siento estos deseos de Espíritu Santo, canto a seguidas esta plegaria que los expresa maravillosamente:

 

Inúndame, Señor, con tu Espíritu.

Inúndame, Señor, con tu Espíritu,

y déjame sentir,

el fuego de tu amor,

aquí, en mi corazón, Señor.

Y déjame sentir,

el fuego de tu amor,

aquí, en mi corazón, Señor;

 

B. 3. 4. Terminada esta invocación al Espíritu Santo, continúo con dos himnos profundos y largos y muy importantes referidos al Espíritu de Amor, que aprendimos todos en el Seminario.

        A mi me dicen muchas cosas, muchos sentimientos y luces y gozos y vivencias de Pentecostés, retiros, ejercicios espirituales, novenas al Santo Espíritu...

        Y lo hago de la siguiente manera: los lunes, miércoles y viernes canto la secuencia de Pentecostés: Veni, Sancte Spiritus, y los martes y jueves canto el Veni Creator, excepto los miércoles, que, como es el día dedicado al Espíritu Santo,  canto siempre los dos himnos.

 

B. 3. 4. 1.Lunes, miércoles y viernes canto la secuencia de Pentecostés que me cantaron en el sábado de Témporas de Pentecostés de 1960, la entrar en la Catedral de Plasencia, para ser ordenado sacerdote por mi queridísimo obispo D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo: Veni  Sancte  Spiritus:

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXxxx

 

Veni, Sancte Spiritus,

et emitte caelitus

lucis tuae radium.

 

Veni Pater pauperum,

veni dator munerum,

veni lumen cordium.

 

Consolator optime,

dulcis hospes animae,

dulce refrigerium.

 

In labore requies,

in aestu temperies,

in fletu solatium.

 

Oh lux beatísima,

reple cordis intima

tuorun fidelium.

 

Sine tuo numine,

nihil est in homine,

nihil est innoxium.

 

Lava quod est ordidum,

riga quod est áridum,

sana quod est saucium.

 

Flecte quod est rígidum,

fove quod est frigidum,

rege quod est devium.

 

Da tuis fidelibus,

in te confidentibus,

sacrum septenarium.

 

Da virtutis meritum,

da salutis exitum,

da perenne gaudium.

Amen. Alleluya.

Repito que yo canto mentalmente y siempre en latín esta secuencia de Pentecostés, tal y como viene en el Liber Usualis de aquellos tiempos, y que aprendí en mi Seminario, que tenía un coro fantástico y una «escolilla» de virtuosos y voces maravillosas

 

 

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

(Secuencia de la misa de Pentecostés)

 

Ven Espíritu Divino,

manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,

Don, en tus dones espléndido.
Luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

Ven, Dulce Huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

Divina Luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,

si no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo.
Lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos.

por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno. Amén. Aleluya.

        Tanto me gusta y me dice este himno que, en mis bodas de oro, invité al Seminario mayor para que vinieran y lo cantaran mientras salíamos de la sacristía a celebrar la Eucaristía, porque así lo escuché yo al entrar en la Catedral el día de mi ordenación; y así lo hicieron; y me ayudaron a revivir las emociones de hace cincuenta años que tengo muy grabado para siempre en mi corazón y escrito en mis libros,  cuando entramos en la Catedral, precediendo al nuestro queridísimo Sr. Obispo Don Juan Pedro Zarránz y Pueyo, cantando esta secuencia de Pentecostés, invocando su presencia y su potencia de Amor sobre aquellos doce  jóvenes que se postraron en tierra ante la grandeza del misterio que se les venia encima porque iban a ser consagrados sacerdotes por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

        B. 3. 4.2. Los martes y jueves: Veni Creator Spíritus; y los miércoles, como es el día dedicado en la Iglesia al Espíritu Santo, canto los dos: la Secuencia Veni, Sancte Spíritus y el himno Veni, Creator Spiritus, que tanto me gustan.      

Los martes y jueves, como he dicho, en lugar de esta secuencia, canto esta invocación al Espíritu Santo Veni, Creator Spiritus :

Veni, Creator Spiritus,
mentes tuorum visita. 
Imple superna gratia 
quae tu creasti pectora.

 

Qui diceris Paraclitus, 
Altissimi donum Dei, 
fons vivus, ignis, caritas, 
et spiritalis unctio.

 

Tu septiformis munere, 
digitus paternae dexterae, 
tu rite promissum Patris, 
sermone ditans guttura.

 

Accende lumen sensibus, 
infunde amorem cordibus, 
infirma nostri corporis, 
virtute firmans perpeti.

Hostem repellas longius, 
pacemque dones protinus, 

ductore sic te praevio, 
vitemus omne noxium.

 

 

Per te sciamus da Patrem, 
noscamus atque Filium, 
teque utriusque Spiritum 
credamus omni tempore.

 

 

Deo Patri sit gloria, 
et Filio qui a mortuis

surrexit, ac Paraclito 
in saeculorum saecula. 
Amen. 

En la liturgia en castellano la encuentro traducida así:

 

 

Ven, Espíritu Santo Creador,

a visitar nuestro corazón,

repleta con tu gracia viva y celestial

nuestras almas que Tú creaste por amor.

 

Tú que eres llamado Consolador,

don del Dios Altísimo y Señor,

vertiente viva, fuego, que es la caridad,

y también espiritual y divina unción.

 

En cada sacramento te nos das,

dedo de la diestra paternal.

Eres Tú la promesa que el Padre nos dio,

con tu palabra enriqueces nuestro cantar.

 

Nuestros sentidos has de iluminar,

los corazones enamorar,

y nuestro cuerpo, presa de la tentación,

con tu fuerza continua has de afirmar.

 

Lejos al enemigo rechazad,

tu paz danos pronto, sin tardar,

y siendo Tú nuestro buen guía y conductor,

evitemos así toda sombra de mal.

 

Concédenos al Padre conocer,

a Jesús, su hijo comprender,

y a ti, Espíritu de ambos por amor,

te creamos con ardiente y sólida fe.

 

Al Padre demos gloria, pues es Dios,

 

a su Hijo que resucitó,

y también al Espíritu Consolador

por todos los siglos de los siglos, honor. Amén.

 

B. 4.  CUARTA MIRADA: CRISTO  EUCARÍSTIA

 

        Altar de mi parroquia donde ayudé como monaguillo y celebré mi primera misa solemne; y Sagrario, donde nació y se alimentó mi vocación sacerdotal; y Expositor de mi parroquia de San Miguel, de Jaraíz de la Vera.

 

Terminada mi mirada al Espíritu Santo, mi encuentro de amor se dirige ahora a Cristo vivo y resucitado, presente en el  Sagrario, hasta el final de los tiempos, con los brazos abiertos, ofrecidos en amistad permanente, a todos sus hermanos, los hombres, para salvarlos y llevarlos al Padre.

        El Sagrario es morada de la Santísima Trinidad. Está el Padre revelando y realizando su proyecto de salvación por el Hijo, en ofrenda e intercesión permanente por amor a sus hermanos los hombres, con su mismo Amor  eterno de Espíritu Santo, Beso y Abrazo de nuestro Dios Trino y Uno.

Después de esta mirada a la Stma.  Trinidad y al Santo Espíritu, miro, oro y encuentro a Cristo vivo, vivo y resucitado en el Sagrario, y escucho lo que me dice esa Única Palabra del Padre en la que me revela todo su proyecto de amor y salvación a los hombres.

En esta Palabra, sin palabras, con solo su presencia, me está revelando el proyecto del Padre todos los días y permanentemente diciendo todo lo que Dios Trinidad sueña y quiere al hombre, proyecto de eternidad gozosa en su mismo Ser y Existir Trinitario y,  como dice san Juan de la Cruz, todo me lo ha dicho el Padre con amor en su Única Palabra, dicha en silencio, y en silencio de oración y contemplación debe ser también escuchada.

        Y como la tengo ahí, tan cerca, es mi Cristo Eucaristía, que me dice tantas cosas de amor y entrega, sin palabras, en silencio, y es el Padre el que esta ahí revelándome su Palabra, mejor, su Canción de Amor de Espíritu Santo, porque lo hace con infinito gozo, primero por la Encarnación: “la Palabra  se hizo carne y habitó entre nosotros”, “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”; luego por la Eucaristía en carne triturada por el sacrificio y resucitada por la resurrección que se hace presente como memorial en cada misa: “Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros... ésta es mi sangre derramada por vosotros y todos los hombres...”, cumpliendo su palabra de amor: “nadie ama más que el que da la vida por los amigos”, y su promesa de ser compañero de viaje: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” en amistad permanente, con los brazos abiertos... espontáneamente, desde mi infancia, cuando entro en una iglesia, mi primera mirada es buscar la presencia de Cristo, vivo y resucitado, en el Sagrario, y adorarlo con todo el afecto y ternura de mi corazón.

        Y nada más entrar y mirar la Palabra, el Verbo y Canción de Amor del Padre en el pentagrama de «música callada... pronunciada en silencio» (Juan de la Cruz) del pan eucarístico “por amor extremo”, hasta dar la vida, descubro infinitos tesoros de Amor porque me sumerge en Trinidad, Misterio de Amor, y sin palabras, con sola su presencia, me dice Él mismo, porque lo sabe por propia experiencia: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

        Este entregó tiene, ya lo he dicho, cierto sabor de «traicionó, olvidó», recordando la escena de Getsemaní: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” y allí nadie le dio una palabra de consuelo porque el Padre estaba tan ilusionado con los hijos que le iba a conseguir el Hijo con su pasión, muerte y resurrección, que se olvida, para ser exacto, lo “entrega”, por nosotros.

El Padre entrega a su propio Hijo, Jesucristo Eucaristía, encarnado primero en carne humana, por obra del Espíritu Santo, y luego en carne triturada y resucitada, la Eucaristía es memorial no mero recuerdo de Cristo, que vino en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas de la eternidad e intimidad trinitaria, que empieza ya desde esta morada especial de la Trinidad en la tierra, que es  el pan eucarístico.

        Ahí está la entrega de Amor del Padre, su Palabra “entregada” en Amor extremo, el Hijo de Dios, en todos los Sagrarios de la tierra. Todo el amor y respecto y veneración por nuestra parte es insuficiente para corresponder a tanto Amor. Y me da pena, pena, pena hondísima y profunda y que me llega al alma, y me hace decir cosas que no debiera, esta falta a veces de respeto, veneración, silencio de adoración, cuidado del Sagrario, con amor extremo, hasta dar la vida.

        Ahí está, siempre esperándonos  para decirnos que nos quiere, que sueña con cada uno de nosotros. Que quiere vivir cada jornada en nuestra compañía, que se interesa por nosotros y nuestros problema, que para eso se ha quedado, que nos quiere acompañar ya hasta la eternidad: “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente”, que le comamos de amor para que pueda inyectarnos su vida:quien coma de este pan vivirá por mí, su amor, sus sentimientos, lo que siente por cada uno de nosotros:  “ he pedido al Padre… yo en vosotros, vosotros en mí”.

Como el pan consagrado es pan de misa, de Eucaristía, ahí está Cristo sacrificado y resucitado, en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Mi primera mirada y la última y beso, cuando entro y salgo de una iglesia, siempre es y será para Él en el Sagrario;  y toda la oración la hago, la he hecho y la haré siempre mirando al Sagrario, porque, desde que entré al morador y vecino del Sagrario, no he encontrado a nadie más bello, ni hermoso ni amigo que mi Cristo vivo del Sagrario y que me quiera más que Él; así que me tiene seducido y yo me he dejado seducir y paso con Él todas las horas que puedo, sobre todo en la vacaciones de verano que están dedicadas totalmente a Él como si estuviera en una cueva de amor, hasta poder decirle con nostalgia de eternidad y de cielo, muchas veces:  «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

 

B. 4. 1. ORACIÓN A CRISTO EUCARÍSTIA

 

Son dos las oraciones personales que le dirijo en las que está parte de la teología, emociones, sentimientos y luces que he recibido y seguiré recibiendo, pues acabo de añadir dos o tres sentimientos más, que pongo en letra un poco más grande. 

        Después de años y años de miradas de amor y diálogo  eucarísticos, así ha quedado por ahora esta mi primera oración eucarística que le dirijo:

¡Jesucristo, Eucaristía divina, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡Jesucristo, Eucaristía divina, ¡TEMPLO, SAGRARIO Y MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO!

 ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, de la Verdad y de la Vida; QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA;  quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!; y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, con Jesucristo Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Para explicarte un poco el contenido teológico y espiritual de esta oración tenías que leer mis dos libros:  SACERDOS/ I y  SACERDOS/II.

        ¡Qué maravilloso y bello y deslumbrante volcán de alabanza al Padre y amor a los hombres es Jesucristo, Eucaristía Perfecta y Sacerdote Único del Altísimo, en explosiones continuas y eternas de bellezas y resplandores y cavernas divinas llenas de verdades y resplandores y misterios de su ser sacerdotal para los que quieran entrar dentro de esa cueva divina del Sagrario, donde está el Corazón de Cristo Sacerdote, en misa, comunión y presencia de amistad permanente, queriendo darse y comunicarse a todos, especialmente a los que celebran con Él este misterio, para hacerlos entrar, por su oración personal, por encuentro de amistad, no meramente ritos, dentro del corazón y vivencia de lo que celebran y comulgan, y no quedarse todo el misterio en el altar, por falta de encuentro de amor durante la misa que llega así a ser rutinaria y vacía de secretos y revelaciones de amor a los sacerdotes, hombres identificados eternamente con el Único Sacerdote del Altísimo, Cristo Jesús!

        ¡Qué grandeza, qué confianza, qué privilegio el que nos haya hecho en Él y por Él, puente de salvación de la humanidad creada y redimida! Todos los frutos de la Salvación pasan por este puente.  Es que realmente somos otros Cristos, tocamos lo divino, superamos todo lo creado, somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades, que superan este espacio y este tiempo, por que son realidades  infinitas, divinas y durarán siempre.

        Por otra parte, ¡qué responsabilidad más tremenda! ¡Qué misterio más grave e infinito de salvación o condenación eterna somos nosotros, sacerdotes, llamados a sembrar y cultivar y salvar la trascendencia, la eternidad de los seres soñados y creados por Dios para una eternidad de felicidad con Él!

Porque todo es verdad, Dios  es verdad, la eternidad es verdad, Dios existe y nos espera, espera a todos los hombres, es la Verdad de Jesucristo Sacerdote, de Jesucristo Eucaristía, presencia del Resucitado pero a la vez, por ser memorial, de Getsemaní, del Huerto de los Olivos, donde Cristo es entregado, porque el Padre está gozoso y pensando en los hijos que le vendrán por el Hijo entregado para la salvación de sus hermanos, todos los hombres.

 ¡Padre eterno, cuánto nos amas y demuestras tu amor en cada misa, entregando a tu Hijo!

¡Jesucristo, Sacerdote y Víctima, cuánto nos amas y demuestras tu amor en cada misa, para que tengamos vida eterna!

¡Espíritu Santo, cuánto nos amas en cada misa, porque todo se hace, la consagración, por la potencia de tu Amor!

        ¡Madre santa, cuanto nos amas en cada misa, porque está ahí estaban junto a la cruz María, la madre de Jesús, y siento tu presencia, tu aroma y perfume de Madre porque ese cuerpo lo has formado tú, esa sangre es la tuya y en cada misa yo siento tu aroma y perfume de Madre!

        Y esto lo hace presente el sacerdote en cada misa, en la misa, en la única que fue proféticamente celebrada por Cristo en la Última Cena antes del Viernes Santo y ahora se hace presente, en memorial, no en mero recuerdo, en cada Eucaristía.

No tiene nada de particular que almas santas, hombres y mujeres con experiencia de estas grandezas se hayan quejado a Cristo de no poder ser sacerdotes y hayan besado materialmente las huellas de los Cristos en la tierra ¡Qué grandeza ser sacerdote de Cristo! Nadie me podrá ya quitar el gozo de ser sacerdote, ser y existir sacerdotalmente en Cristo, Sacerdote Único del Altísimo!

        Sentir y experimentar esto en la oración, en la santa misa, en el apostolado es el gozo más grande que existe en la tierra. Es el cielo en la tierra. Porque es el mismo gozo del Corazón de Cristo Sacerdote.

        Por eso oirás decir con toda naturalidad y verdad al sacerdote en las celebraciones sacramentales: “Yo te perdono..., este es mi cuerpo, esta es mi sangre”,  pero no es la sangre o el cuerpo de Juan o de Antonio o de Gonzalo... sino el mismo Cristo que sigue perdonando y consagrando a través de nuestras humanidades prestadas eternamente: sacerdos in aeternum.

Es que realmente somos y celebramos in persona Christi, que no significa en vez o en lugar de Cristo, sino que el sacerdote hace presente la persona de Cristo y todo su misterio de Salvación por el carácter, carisma o gracia sacerdotal, don dinámico de sacramento.

 

B. 4. 2. Mi segunda oración eucarística. Terminada esta primera oración personal eucarística, continuo con otra oración que me ha ido inspirando el Santo Espíritu y yo he ido componiendo y memorizando en el correr de los años, según los fogonazos de amor que me metía en el corazón y luego yo los iba traduciendo, es una verdadera traducción del lenguaje de amor al lenguaje de las palabras, con las que no siempre acierto y no me salen y por eso repito a veces,  en oraciones, homilías, libros...; porque todos mi libros y  oraciones no han salido primero de la inteligencia, del pensamiento, y de allí al ordenador; sino la oración, lo diré eternamente, del “El Señor llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar… venid vosotros a un sitio aparte”, y desde allí, como dice santo Tomás: «contemplata aliis tradere»; por lo tanto, primero oración y contemplación; y luego, papel y lápiz; hasta que llegaron los ordenadores.

        Por eso, con frecuencia, pongo y quito cosas según los sentimientos que me inspira el Espíritu de mi Dios Trinidad durante la oración. Y siempre son manifestaciones y revelaciones de verdades y amores y sentimientos distintos, aunque las palabras sean las mismas. Y muchas veces le oigo decir a Cristo te amo, te amo, te amo; y yo, al sentirlo y vivirlo, quisiera decirle muchas cosas y no sabiendo, le digo te amo, te amo, te amo y me estoy así una hora diciéndole infinitos amores y verdades repitiendo siempre la misma palabra. Esto es así. Os digo la verdad.

Y he comprendido ya que esto es así y no tengo que preocuparme, como Pablo, cuando tuvo aquella visión de cielo, porque Dios siendo siempre el mismo y en la misma Palabra y Única, nos dice infinitas cosas, y cada día nos muestra bellezas distintas y va revelando, en explosiones de vida y amor trinitario, nuevos misterios –cavernas y minas y minas de tesoros, que diría san Juan de la Cruz--  y matices y luces y hermosura o bellezas, que contempladas, agradan, embelesan, recrean y enamoran.

 

La segunda oración que dirijo a Jesús Eucaristía todos los días, por ahora va así:

 

¡Jesucristo Eucaristía, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

También yo quiero  darlo todo por Ti Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO  EN EL SAGRARIO, EN INTERCESIÓN Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE, IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA POR LA SALVACIÓN DE MI PARROQUIA Y DE TODOS  LOS HOMBRES.

YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE  EN TI;  quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tú lo eres todo,  yo quiero que lo seas todo.

    Jesucristo, Eucaristía Perfecta, yo creo en Ti.

    Jesucristo, Sacerdote único del Altísimo, yo confío en Ti.

    Tú eres el Hijo de Dios.

 

En esta contemplación Cristo Eucaristía me revela  muchas vivencias, verdades, amores y delicadezas divinas, grabadas en estas palabras; mucha teología y misterios sacerdotales encerrados. Voy a escoger, por ejemplo, la expresión Sacerdote Único del Altísimo.

 

EL GOZO DE SER SACERDOTE

 

        ¡Qué gozo ser sacerdote de Cristo! ¡Qué gozo saber que el Padre  nos soñó y nos creó para ser sacerdotes “in laudem gloriae ejus... para  alabanza de su gloria”, en el Hijo encarnado, Sacerdote Único del Altísimo, para una eternidad de felicidad trinitaria como pontífices, como puentes eternos entre la tierra y el cielo, entre los hombres y Dios y entre Dios y los hombres, en el mismo ser y existir de Único Sacerdote, “Cordero degollado ante el trono de Dios” .¡Qué gozo ser prolongación en el tiempo y en la eternidad, ante el trono del Padre, aclamado por los ancianos y los santos, del Hijo que, viendo al Padre entristecido por el pecado de Adán que nos impedía ser hijos y herederos de su misma felicidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos los hombres las puerta de la eternidad y felicidad con la Santísima Trinidad; y fue consagrado y ungido  Sacerdote del Altísimo “por obra del Espíritu Santo” en el seno de María, Madre sacerdotal de Cristo.

        ¡Qué gozo ser otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, prolongación de su mismo ser y existir sacerdotal, que,  por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, se encarnó en mí y yo le presté mi humanidad para que siguiera amando, perdonando, consagrando, ya que Él resucitado y celeste, está fuera ya del tiempo y del espacio, y necesita la humanidad supletoria de otros hombres para seguir salvando a nuestros hermanos, los hombres! ¡Qué maravilla, que belleza, qué gozo ser sacerdote!

        Yo soy otro Cristo, sí, es verdad, soy humanidad prestada, corazón y vida prestada para siempre, pies y manos prestadas eternamente a Cristo, también en el cielo, y lo quiero ser y me esforzaré de tal forma ya en la tierra, que el Padre no encuentre diferencias entre el Hijo amado en el que el Padre tiene todas sus complacencias y los hijos identificados con Él.

        Por la consagración sacerdotal, mi vida, mi humanidad, mi persona, se han convertido, como Él, en un cheque de salvación eterna para mis hermanos los hombres, firmado por su muerte ofrecida al Padre como  Único Sacerdote y Víctima de los pecados de todos los hombres, y avalado por el Padre con su  resurrección, rompiendo así  el cheque de la deuda que teníamos contraída por el pecado de nuestros primeros padres, y todo realizado por aquella única humanidad sacerdotal nacida de nuestra hermosa nazarena, Virgen bella, madre sacerdotal, María.

        En el sacramento del Orden, por la unción de Amor del Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nos une al Único Sacerdote del Altísimo,  identificándonos en su mismo ser y existir sacerdotal, hasta tal punto que el Padre no ve diferencias entre el Hijo y los hijos sacerdotes y acepta nuestro sacrificio eucarístico, como realmente es, esto es, ofrecido por su Hijo, Único Sacerdote, que nos eligió y nos llamó por nuestro nombre para esta grandeza y don y ministerio, soñados por el Padre desde toda la eternidad.

        ¡Qué maravilla ser puente, pontífice, mediador entre Dios y los hombres, el único puente entre lo divino y lo humano, por donde pasan y nos vienen todos los bienes de la Salvación a los hombres, y por donde suben todas nuestras obras, súplicas y alabanzas al Padre. Sentir y experimentar esto en la oración, en la santa misa, en el apostolado es el gozo más grande que existe en la tierra. Es el cielo en la tierra.

        ¡Qué maravilloso y bello y deslumbrante es este Cristo Sacerdote, volcán de Amor del Corazón de Dios, en explosiones continuas y eternas llenas de verdades y resplandores y misterios! ¡Qué Belleza y Fuego de Unción de Espíritu Santo, que me consagró sacerdote de Cristo y me identificó eternamente con el Único Sacerdote del Altísimo, Cristo Jesús, hombre y Dios! ¡Qué grandeza, qué confianza, qué privilegio el que nos haya hecho en Él y por Él puente de salvación de la humanidad creada!

        Por otra parte ¡Qué responsabilidad más tremenda! ¡Qué misterio más grave e infinito de salvación o condenación eterna estamos llamados a sembrar y cultivar los sacerdotes! Todo sacerdote es sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Para eso hemos sido elegidos y llamados y consagrados. La eternidad, lo que dura siempre, siempre, siempre Cristo lo hace pasar por mí.

        ¡Cristo, Sacerdote Único del Altísimo, yo no puedo con tanta grandeza y responsabilidad! ¡Jesucristo, Eucaristía perfecta y Sacerdote Eterno, tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo hasta dar la vida y quedarte para siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne por la salvación de los hombres; nosotros también queremos darlo todo por Ti y por los hermanos; nosotros, los sacerdotes queremos ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo!

 

B. 4. 3. Y todos los días, como me encanta orar cantando, después de recitar estas dos oraciones personales, termino con la música suave de este himno de Laudes, de la Liturgia de las Horas, miércoles, II:

 

Estáte, Señor, conmigo
siempre, sin jamás partirte,
y, cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
porque bien sé que eres tú
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.



Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das
sé que alcanzarla no puedo
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mí te vas.

 

B. 4. 4.  Después de estas tres oraciones personales, fijas, de todos los días, paso adelante para cantar y contemplar cada día de la semana himnos eucarísticos o antífonas diferentes para cada  día; así:

los lunes, después de la tres oraciones primeras, paso a meditar cantando este himno que me impresionó muy joven:

 

JESU, DULCIS MEMORIA:

 

 

IESU, dulcis memoria,
dans vera cordis gaudia,
sed super mel et omnia,
eius dulcis praesentia.

 

Nil canitur suavius,
nil auditur iucundius,
nil cogitatur dulcius,
quam Iesus Dei Filius.

 

Iesu, spes paenitentibus,
quam pius es petentibus!
quam bonus te quaerentibus!
sed quid invenientibus?

Nec lingua valet dicere,
nec littera exprimere:
expertus potest credere,
quid sit Iesum diligere.

 

Sis, Iesu, nostrum gaudium,
qui es futurus praemium:
sit nostra in te gloria,

per cuncta semper saecula. Amen

 

 

 

.

 

 

Traducido al castellano suena más o menos así:

 

«Oh Jesús, mi dulce recuerdo,

que das los verdaderos gozos del corazón,

tu presencia es más dulce

que la miel y todas las cosas.

 

No se puede cantar nada más suave,

ni oír nada más alegre,

ni  pensar nada más dulce

que Jesús, Hijo de Dios.

Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos, 

generoso para los que te suplican, 

bueno para todos los que te buscan

y qué decir para los que te encuentran.

 

La lengua no sabe decir

ni la letra puede escribir

lo que es amar a Jesús,

sólo puede saberlo el que lo experimente.

Sé Tú, Jesús, nuestro gozo,

nuestro último premio;

haz que nuestra gloria esté siempre en Ti

por todos los siglos».

 

B. 4. 5. Los martes, en lugar del Jesu dulcis memoria, después de las tres primeras que son obligatorias y obligadas todos los días, paso a orar e interiorizar  el Ave, verum...

 

 

Ave ave verum Corpus 
natum de Maria Virgine;
vere passum, immolatum
in cruce pro homine:
cujus latus perforatum
fluxit aqua et sanguine:
esto nobis praegustatum
mortis in examine.
O Jesu, dulcis,

O Jesu, pie

O Jesu, fili Mariae.

Traducido al castellano:

 

Salve, Verdadero Cuerpo nacido

de la Virgen María,

verdaderamente atormentado, sacrificado

en la cruz por la humanidad,

de cuyo costado perforado

fluyó agua y sangre;

sé para nosotros un anticipo

en el trance de la muerte.

¡Oh, Jesús dulce,

oh, Jesús piadoso,

oh, Jesús, hijo de María!

 

B. 4. 6. Los miércoles, y como hay tantos himnos y cantos eucarísticos bellos y profundos, que conocí y cantábamos en el Seminario, porque casi todo viene del Seminario, canto el   Ecce Panis angelorum:

 

 

 

Ecce Panis angelorum,

factus cibus viatorum, 

vere panis filiorum,

non mittendus canibus.

 

In figuris praesignatur

cum Isaac immolatur,

Agnus Paschae deputatur,

datur manna patribus.

 

 

Bone Pastor, Panis vere,

Jesu, nostri Miserere.

Tu nos pasce, nos tuere,

Tu nos bona fac videre

in terra viventium.

 

Tu, qui cuncta scis et vales,

qui nos pascis hic mortales,

Tuos ibi commensales,

cohaeredes et sodales

fac sanctorum civium.Amen

 

 

Traducción:

He aquí el Pan de los ángeles,

hecho alimento de los viandantes;

es verdaderamente el Pan de los hijos,

que no debe ser arrojado a los perros.

 

La inmolación de Isaac,

el Sacrificio del cordero pascual

y el maná dado a nuestros padres

habían servido como figuras anticipadas.

 

Buen Pastor, pan verdadero,

¡oh Jesús!: apiádate de nosotros.

Apaciéntanos y protégenos.

Haz que veamos los bienes

en la tierra de los vivientes.

 

Tú que todo lo sabes y puedes,

que nos apacientas aquí siendo mortales,

 haznos allí tus comensales,

coherederos y compañeros

de los santos. Amén. Aleluya.

B. 4. 7. Y llegamos al jueves, día eucarístico y sacerdotal, por excelencia; este día canto primero el O sacrum convivium, antífona muy cantada en el Seminario:

 

O sacrum convivium 

in quo Christus sumitur;

recolitur memoria

passionis ejus;

mens impletur gratia

et futurae gloriae

nobis pignus datur.

 

Panen de coelo praetististi eis, aleluya

Omne delectamentum in se habentem, aleluya.

 

Oremus:

Deus, qui nobis sub Sacramento mirabili Passionis tuae memoriam reliquisti; tribue, quaesumus, ita nos Corporis et Sanguinis tui sacra mysteria venerari, ut redemptionis tuae fructum in nobis iugiter sentiamus: Qui vivis et regnas in saecula saeculorum. Amen.

 

Traducido:

 

Oh  sagrado banquete,

en que Cristo es nuestra  comida;

se celebra el memorial de su pasión

el alma se llena de gracia,

y  se nos da la prenda

de la gloria futura.

 

Le diste el pan del cielo, aleluya

Que contiene en sí todo deleite, aleluya.

 

Oremos:

Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

 

B. 4. 8. Los viernes, en este momento, canto el O salutaris Hostia

 

O salutaris Hostia 

quae coeli pandis ostium,

bella premunt hostilia,

da robur, fer auxilium.

 

Uni Trinoque Domino

Sit sempiterna gloria

Qui vitam sine termino

Nobis donet in patria.

Traducción:

 

Oh Hostia de la Salvación

que abres la puerta del Cielo;

 que cesen las guerras hostiles;

da fuerzas, préstanos tu auxilio.

 

Al Señor Uno y Trino

Sea la gloria eterna

Que nos de la vida sin término

En la patria del cielo. Amen.

 

B. 4. 9. Y llegamos así a la tercera parte de mi mirada a Cristo Eucaristía, a quien todo se lo debemos. Son los himnos mayores, los más largos y solemnes, que tantas veces hemos cantado:

 

B. 4. 9. 1.Los lunes, miércoles y viernes, para finalizar mi mirada a Cristo Eucaristía, medito cantando el himno  Adorote devote, latens Deitas.

 

Adoro te devote, latens deitas
quae sub his figuris vere latitas;
tibi se cor meum totum subjicit,
quia te contemplans, totum deficit.

 

Visus, tactus, gustus in te fallitur,
sed auditu solo tuto creditur:
credo quidquid dixit Dei Filius;
nihil hoc verbo veritatis verius.

 

In cruce latebat sola Deitas,
at hic latet simul et humanitas:
ambo tamen credens atque confitens,
peto quod petivit latro poenitens.

 

 

Plagas, sicut Thomas, non intueor,

Deum tamen meum te confiteor;
fac me tibi semper magis credere,
in te spem habere, te diligere.

 

O memoriale mortis Domini,
panis vivus, vitam praestans homini,
praesta meae menti de te vivere,
et te illi semper dulce sapere.

 

Pie pellicane Iesu Domine,
me immundum munda tuo sanguine,
cuius una stilla salvum facere
totum mundum quit ab omni scelere.

 

Iesu, quem velatum nunc aspicio
oro fiat illud, quod tam sitio:
ut te revelata cernens facie,
visu sim beatus tuae gloriae.

Amen. Alleluya.

 

Traducción:

 

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.

A  ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

 

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
pero basta con el oído para creer con firmeza.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

 

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

 

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

 

¡Oh, memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dulzura.

 

Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

 

Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

B. 4. 9. 2. Y  martes y jueves: Pange, lingua, gloriosi. Son  los dos grandes himnos eucarísticos que canto alternativamente, uno cada día, menos el jueves, que  por ser día eucarístico y sacerdotal, canto los dos: Pange, lenguaAdoro te devote.

Pange, língua, gloriósi

Córporis mystérium.

Sanguinisque pretiósi,

quem in mundi pretium,

fructus ventris generosi

Rex effúdit géntium.

 

Nobis datus, nobis natus

ex intacta Vírgine,

et in mundo conversatus,

sparso verbi sémine,

sui moras incolatus

miro cláusit órdine.

 

In supremæ nocte cœnæ,

 recumbens cum frátribus,

observata lege plene,

 cibis in legálibus,

cibum turbæ duodenæ

se dat suis mánibus.

 

Verbum caro, panem verum,

Verbo carnem éfficit,

fitque sanguis Christi merum,

et si sensus déficit,

ad firmándum cor sincerum

sola fides súfficit.

 

 Tantum ergo Sacramentum

veneremur cérnui;

et antíquum documentum

 novo cedat rítui;

præstet fides supplementum

 sénsuum deféctui.

 

Genitori, Genitoque

 laus et iubilátio;

salus, honor, virtus quoque

sit et benedíctio;

 procedenti ab utroque

compar sit laudátio. Amen.

Traducción:

 

Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo.

 

Nos fue dado, nos nació de una Virgen sin mancilla; y después de pasar su vida en el mundo, una vez esparcida la semilla de su palabra, terminó el tiempo de su destierro dando una admirable disposición.

En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce.

El Verbo hecho carne convierte con su palabra el pan verdadero con su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.

Veneremos, pues, inclinados tan gran Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo, salud, honor, poder y bendición; una gloria igual sea dada al que de uno y de otro procede. Amén.

Y con uno de estos dos himnos eucarísticos, el que corresponda a cada día, termina mi mirada a Jesucristo Eucaristía.

B. 5. QUINTA MIRADA: MARÍA, HERMOSA

         NAZARENA, VIRGEN BELLA,

          MADRE SACERDOTAL

              Inmaculada de mi Seminario

 

Y ahora llega la última mirada dirigida a la persona que quiero y me ama y abrazo y siento su aliento y  pechos maternales y me coge de la mano y paseamos rezando el rosario y me alimenta con su palabra y ayuda; mirada que fue primera y casi total al principio de mi camino en la oración, mirada a María, Madre del alma, que tanto queremos.

La Madreme llevó al Hijo y el Hijo me llevó luego a la Madre, descubriéndome la inmensidad y plenitud de todas las gracias y grandezas y confianza de salvación eterna que tanto el Padre como el Hijo por obra del Espíritu depositaron en ella, elegida para ser madre de Dios y de los hombres, colaboradora de la misión salvífica del Hijo desde su seno materno, primer Sagrario de Cristo en la tierra, Madre del Cuerpo eucarístico y eclesial de Cristo y Arca de la Alianza nueva y eterna que por encargo del Padre y del Hijo siempre por obra del Espíritu Santo.

        Por eso, todos los días, sobre todo, en épocas pasadas de sequedad y diversas pruebas en la misma oración, siempre me he dirigido a ella, especialmente en las noches de mortificación de los sentidos y del espíritu, porque necesitaba de su ayuda, y he sentido su compañía y presencia, y con ella todo era más fácil.

        Repito que en la oración, si se avanza por la conversión y amor total a Dios, hay que pasar por momentos y temporadas y años muy duros, sin ver ni sentir nada, sin comprender nada, con pruebas interiores y exteriores, como tengo explicado ampliamente en mi libro LA EXPERIENCIA DE DIOS, y que es el camino necesario elegido por el Espíritu Santo para purificarnos y vaciarnos de nuestro yo en todo, tanto exterior como interiormente, para que Dios sea lo único y absoluto de nuestro corazón, y que uno sólo entiende cuando ha pasado por esas pruebas, que le purifican los ojos del alma, para ver a Dios, bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

        Todo este proceso de oración lo explica muy bien san Juan de la Cruz, en sus libros de las noches pasivas del sentido y del espíritu, pasivas porque es el Espíritu quien lo lleva a efecto y el alma solo tiene que cooperar aceptando, porque en realidad no entiende ni sabe ni puede; para eso escribe el santo sus libros, para animarla a seguir este camino de purificación  en las virtudes sobrenaturales de fe, esperanza y caridad, en las etapas últimas y elevadas de oración, oración contemplativa y unitiva, que llevan al alma a la experiencia de Dios y que uno no comprende y puede explicar un poco hasta que no pasa por ellas.

        La Virgen fue mi única ayuda sensible, quizás porque ella pasó estas noches de fe, esperanza y amor cuando vio escenas de la vida de Cristo, sobre todo verle morir en la cruz al Hijo de Dios y Salvador del mundo, creyendo, a pesar de todo lo que veía, que realmente era el Hijo de Dios. Porque de que fuera su hijo no tenía dudas.

Ella y Juan fueron los únicos que permanecieron creyendo y esperando junto a la cruz, juntos en la noche de la fe. Por eso, el Señor, nos la entregó como madre y compañera en el camino de purificación de la fe, esperanza y caridad, únicas virtudes que nos unen a Dios.

Ya he dicho cómo en la oración primera, de mis años juveniles, era Ella la que llenaba principalmente todo este tiempo y fue Ella la que me llevó al Hijo y luego el Hijo me ha descubierto toda la grandeza de la Madre.

En mi libro MARIA, HERMOSA NAZARENA, VIRGEN BELLA, lo tengo más ampliamente desarrollado. Me admira la unión entre Madre e Hijo-hijo, y por Él la quiero más que nunca a mi hermosa Nazarena.                                       

Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de Mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era Él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos. 

        Esta educación está desde un principio bajo el signo de la espada vaticinada por Simeón, que ha de atravesar el alma de la Madre. Es un proceso sin miramientos. Todas las escenas que se nos han transmitido son de un rechazo más o menos brusco. No es que Jesús no fuera obediente durante treinta años, cosa que se asegura explícitamente (Lc 2,51). Pero, de forma soberana y desconsiderada, hace saltar por los aires las relaciones puramente corporales a las que tan estrechamente seguía ligada la fe en la Antigua Alianza: en lo sucesivo, ya se trata sólo de la fe en él, la Palabra de Dios humanada.

Brusca resulta ya la respuesta del adolescente en el templo, donde claramente contrapone su Padre al supuesto padre terreno; ahora sólo cuenta el primero, lo entiendan o no sus padres terrenos. “No lo comprendieron” (Lc 2,50). María tiene que ejercitar y vivir todo esto de la fe seca, sin aroma de cariño filial

Dura y áspera es también la respuesta de Jesús a la delicada insinuación suplicante de su madre en Caná: “no tienen vino… ¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Tampoco esto lo debió de entender ella. “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), presumiblemente la hora de la cruz, cuando la Madreestará junto a la cruz y recibirá el derecho pleno a la intercesión: “he ahí a tu hijo… he ahí a tu madre”.         

        Su fe inquebrantable, en etapas duras de mi vida, que no comprendía, ahora tampoco, sólo que noto y siento su plena realización del pan divino sobre mí: “Haced lo que él os diga” obtiene, no obstante, una anticipación simbólica de la eucaristía de Jesús, lo mismo que la multiplicación de los panes la prefigura.

Casi intolerablemente dura nos parece la escena donde Jesús, que está enseñando en la casa a los que lo rodean, no recibe a su madre, que se encuentra a la puerta y quiere verlo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,34s.).

        ¡Cuánto se alude aquí sobre todo a ella, aunque no sea mencionada! Pero ¿quién lo entiende? ¿Lo entendió ella misma? Fueron las noches de la fe en la Virgen; por eso qué consuelo tenerla cerca en esas etapas de sequedad, soledad, purificación, sufrimiento hasta las raíces del yo, sin honores ni gloria ni testigos.

La Virgente acompaña en estas situaciones y vivencias dolorosas y duras de incomprensión por parte de todos, incluso, sobre todo, de no entender lo que Dios hace, si es Él o Él ya no existe, porque no sientes nada su presencia ni su ayuda ni su aliento ni nada… El alma, en estas etapas de relación con Dios, vive espiritualmente acompañado y unido a María en su regreso a casa pensando en las palabras y los gestos del Hijo; poco se medita y veo meditado estos pasajes evangélicos de purificación de la fe en María: la espada hurga en su alma; se siente, por decirlo así, despojada de lo más propiamente suyo, vaciada del sentido de su vida; su fe, que al comienzo recibió tantas confirmaciones sensibles, se ve empujada a una noche oscura.

El hijo, que no le hace llegar noticia alguna sobre su actividad,  ha como escapado de ella; no obstante, ella no puede simplemente dejarlo estar, debe acompañarlo con la angustia de su fe nocturna. Pero al hacerlo, se siente externamente rechazada, no valorada y sufre. Una vez más es colocada como alguien anónimo en la categoría general de los creyentes: cuando aquella mujer del pueblo declara dichosos los pechos que amamantaron a Jesús. Esta mujer da ya comienzo a la prometida alabanza por parte de todas las generaciones, pero Jesús desvía la bienaventuranza: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28). Porque como dice san Agustín fue más dichosa María por haber escuchado y guardado la Palabra de Dios en su seno, que por haberla amamantado: “Y María conservaba todas estas cosas en su corazón”.

        El sentido de esta continua ejercitación en la fe desnuda, y en el estar de pie junto a la cruz, a menudo no se comprende suficientemente por parte del orante; uno se queda asombrado y confuso ante la forma en que Dios purifica al alma; san Juan de la Cruz lo tiene perfectamente explicado; yo traté de comprenderlo mejor e hice mi tesis doctoral en Teología sobre «La noche de la fe en san Juan de la Cruz». Y así maduran las almas a la gracia y a la unión transformativa en Dios, y así María va por delante, y así nos puede ayuda, porque Jesús, que trata a su madre, a la que se dirige en Caná y en la cruz llamándola sólo “mujer”, es el mismo y el primero que maneja la espada que ha de atravesarla y purificarnos de todo apoyo humano para poner toda nuestra confianza y certeza y seguridad sólo en el Padre, sólo, sólo en Dios, sin apoyos de criaturas ni luces ni consuelos, sólo en Dios.

       

 

B. 5. 1. Mi primera oración a la Virgen empieza con una breve letanía de alabanzas y acción de gracias por todo lo que ha hecho por mí, que he ido componiendo a través del tiempo y de muchos diálogos de intimidad y amor, y de luces recibidas.

        Repito que detrás de cada palabra o frase de este saludo hay cientos de luces, emociones y sentimientos personales, filiales y sacerdotales, como en toda oración personal que uno hace; pero no puedo poner todas las vivencias que me inspiran cada palabra o frase, porque entonces no terminaríamos: «de María, nunquam satis».

        Empiezo ya con el saludo que todos los días dirijo a la Virgen y que explicaré un poco:

 

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO TE QUIERO,

CUÁNTO ME QUIERES!

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,  HIJO DE DIOS ENCARNADO Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE SACERDOTAL!

¡MI MADRE Y  MODELO SACERDOTAL!

¡GRACIAS!

 

Breve explicación de esta oración mariana

 

 ¡SALVE MARÍA!Te saludo, María. Lo primero y educado es saludar a la persona. Lo hago como el ángel Gabriel: “Ave”. El ángel Gabriel no dijo su nombre, su nombre de la tierra, pero nosotros sí lo hacemos, porque vamos de la tierra al cielo y su nombre es: María.

        El nombre de María en el seno de la Trinidad es “kejaritoméne: la llena de gracia”. Por eso la llamó así, como estaba escrito en el corazón de Dios Trino y Uno. El saludo completo, tal como Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo la llamaron siempre desde que soñaron con ella y que el ángel Gabriel se aprendió transmitió por mandato divino fue: Xaïre, kejaritoméne, Ave, gratia plena, alégrate llena de gracia. La llena de gracia es su nombre de «pila» en el corazón de la Trinidad.

        Y yo la saludo brevemente: salve, María, para llegar antes a ella, porque ya sé lo que encierra este nombre, por haber meditado muchas veces el saludo completo del ángel, mejor, arcángel san Gabriel; te lo recuerdo: “En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

        El ángel Gabriel sólo dijo: “Xaire kejaritoméne”. Yo lo traduzco libremente así, al empezar la jornada: salve, alégrate, buenos días, un beso, María.

        María. La llamo María, porque es su nombre de «pila»; lo dice San Lucas un poco después del saludo: “Y el nombre de la virgen era María” (Lc 1, 27). Un nombre como el tuyo y el mío, pero, sin embargo, tan importante para Dios ¡Cómo no lo va a ser para todos nosotros!

         Si se nos da el nombre, es porque esto es muy importante; y si el ángel lo dice, debemos imitarle y pronunciarlo muchas veces. Nos hará mucho bien. San Lucas nos da el nombre, pero no dice nada de su situación familiar, social, de días y fechas a recordar. Para el evangelio y el ángel sólo cuenta su nombre, como punto de referencia para lo que Dios quiere obrar en ella y por ella. Y para que no se nos olvide. Y lo digamos con frecuencia. Esto es lo que importa.

        “Y el nombre de la virgen era María”. Detrás del nombre se abre un abismo de grandezas que Dios ha obrado y seguirá obrando en ella. Pero que ni sus propios padres sabían cuando  fueron al templo a presentarla y a la purificación. Pero conviene no olvidarlo nunca, ni en las alegrías ni en las penas. Como nos dice Pablo VI en la Exhortaciónapostólica al culto Mariano: «La Virgen María ha sido siempre propuesta por la Iglesia a la imitación de los fieles no precisamente por el tipo de vida que llevó, y mucho menos por el ambiente sociocultural en que se desarrolló, hoy casi en todas partes superado, sino porque en su vida concreta, se adhirió, total y responsablemente, a la voluntad de Dios» (Marialis cultus).

        Hagamos nosotros, sus hijos, lo mismo. Nuestra vida y nombre nos viene del cielo, de Dios. Si existimos es que Dios nos ama, ha soñado con cada uno de nosotros para una eternidad de gozo con la Santísima Trinidad y nos tiene un nombre de predilección que otros no tendrán porque Dios nos ha preferido a nosotros, y con una beso de amor en el beso de nuestros padres nos ha dado la vida que ya no acabará.

Los que hemos tenido el gozo de existir, somos eternos. Este es nuestro nombre: preferido de Dios para que Él sea nuestro Padre, Hijo y Espíritu de Amor eternamente, para siempre, para siempre, para siempre.

Y cuando este nombre y proyecto no podía realizarse por el pecado de Adán, el Hijo que conoce totalmente al Padre y le vio entristecido, con el amor que le tiene, con el Amor de Espíritu Santo le dijo: Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad. Y este es todo el misterio del Hijo encarnado en el seno de María por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el que hemos sido sumergidos ya para siempre, para la eternidad de felicidad en la misma esencia amorosa de la Trinidad.

María, hazme semejante a ti, quiero imitarte. No me llamo María; me llamo Gonzalo, como tú sabes, pero quiero añadir el nombre tuyo y llamarme Mariano, Gonzalo Mariano, todo tuyo,  María. Tú no tuviste otro nombre para Dios y te llamó así para convertirte en Madre del Hijo; yo quiero ser hijo tuyo, quiero ser tu hijo sacerdote en el Hijo Sacerdote del Altísimo, Cristo; quiero ser presencia sacramental de tu hijo, Jesucristo; por eso necesito tu ayuda .y tu presencia de amor maternal, María, madre del alma!

 

        -- Salve, porque así la saludó el ángel Gabriel en nombre del Padre y no voy yo a enmendarle la plana cuando trate de saludar a la Virgen bella. Luego me gustó, Xaire, en griego; así empezábamos en mi tiempo las clases de griego con Don Benjamín, porque rezábamos el Ave María en griego;  me parece más expresivo, pero no quiero pasarme. Aunque en griego recé muchas veces Xaire kejaritoméne, o Kurios metá soü, eulogomene... Por tanto, ave, salve o xaire.

 

HERMOSA NAZARENA; yo siempre la llamé nazaretana, hasta hace unos años, cuando me enteré de que nazaretana no existía en el diccionario; ahora la llamo nazarena, como todos, porque vivía en Nazaret: “de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen...”; hermosa, porque lo era y se mantiene virgen hermosa; sé que Lucas lo puso, me lo ha dicho el Espíritu de Amor, pero al copiar los manuscritos primeros de Lucas, alguien  olvidó transcribirlo: ¡hermosa!

        Hermosa, porque si era “virgen”, nos están diciendo que amaba a Dios con un amor único, absoluto y total, y eso es hermoso; hermosa también, porque era joven de catorce años y porque así la ven y la seguimos viendo, joven y hermosa, todos los que la conocemos y amamos, aunque no pintemos cuadros.

        Todos sabemos que el Padre la quiso como Hija predilecta, y el Hijo la quiso Madre, y el Espíritu Santo la tomó por Esposa de su Amor. Por eso la llenaron de gracias y dones y  pusieron sobre su cabeza una corona adornada de estrellas y privilegios; en el centro ponía: Inmaculada, llena de gracia, hermosa...

        La verdad es que todo lo que lleva consigo y significa kejaritomene yo no puedo comprenderlo, pero barrunto lo que significa para Dios. Debió ser una fiesta muy grande en el cielo, cuando la pensaron y la soñaron así. Sólo Dios sabe de los dones y gracias con que llenó su corazón. Por eso le llama y saluda por medio del ángel kejaritoméne.

        Y como es y existe llena de gracias, es agraciada, esto es, hermosa, bella, linda, graciosa, y ejerce sobre mí, sobre nosotros, una fascinación indecible; esto me invita, María, a besarte con pleno amor y a pedirte cosas con plena confianza y mirarte y saludarte con gracia, es decir, a ser «gracioso», lleno de la gracia de Dios, porque tú eres mi Madre.

        Por eso, con humildad, en mi saludo personal le digo: Hermosa nazarena. Me encantas, María, estoy peligrosamente enamorado de ti, me pasé de amor y  tuviste que mandarme pasar a tu Hijo, Hijo de Dios y Fuente de toda gracia y hermosura.

        Ya te lo expresé bien claro la primera vez que tuve que hablar de ti; como recuerdas, fue en el Seminario Mayor, durante la Novena a tu Inmaculada Concepción, con el amor más grande, a la llena de gracia, gratia plena, Kejaritoméne, a la Inmaculada.

        Me gustaría decírtelo ahora, con aquellas mismas palabras del aquel sermón donde expliqué los motivos por los que te hicieron tan hermosa los Tres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. 

 

VIRGEN BELLA, eres belleza, «vista, agrada», al menos en mi tiempo así se definía la belleza porque Dios la amó y predestinó para ser su Madre y por eso es bella, «agrada al contemplarla», y desde esa belleza de amor Ella también amó a Dios con amor único y total y desde Él a todos, y eso es virginidad, cuestión de amor único y exclusivo más que de sentidos o cosa corporal. Y no hay que apurarse tanto por esto, siempre con esperanza y luchas, especialmente en juventud. Ayúdanos, Tú, Virgen bella, esposa del Amor de Dios, del Espíritu Santo.

        María, llena del Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso Trinitario, donde María ha entrado por privilegio único y eterno de la Trinidad por el Verbo hecho carne en ella; eres encarnación y conocedora, por tanto, de la misma Belleza divina, por eso humanidad Verbalizada del hijo-Hijo por donde subimos y nos vienen todas las gracias de Dios.

Virgen bella, elévanos hacia ti, para llegar hasta Dios, más allá de las fórmulas de nuestros pensamientos y deseos puramente humanos; danos amor virginal, danos amor exclusivo y total a Dios. Haznos familiares del rostro invisible del Ser Infinito. Enséñanos a reposar en la luz interior y, si ves que pedimos demasiado a nuestra mente, tócanos con caricia de verdad increada, Virgen bella.

 

        MADRE SACERDOTAL, porque en su seno el Espíritu Santo formó y consagró al Único Sacerdote del Altísimo, y así se convirtió en madre sacerdotal de los Cristos que prolongan sacramentalmente la presencia de su Hijo, Único Sacerdote, por el mismo Santo Espíritu, que hace sacerdotes a los hombres, configurándolos a Cristo, por el sacramento del Orden.    

        En la  Encarnación, Cristo y María, el Sacerdote Único y la Madre Sacerdotal, tuvieron nueve meses el mismo corazón, el mismo respirar, la misma vida, los mismos sentimientos. Por eso, que para mí, no es solo madre sacerdotal, sino madre sacerdote en el hijo y por el Hijo de Dios, sacerdote único y formado en sus entrañas, en su mismo ser y existir maternal, identificándose totalmente  con Él, que esto es todo sacerdote; nadie más y mejor que María, Madre, y porque ella le dio la humanidad que le hizo pontífice, puente de unión entre lo divino y lo humano, y todo en su mismo ser y  existir maternal; ella sí que puede decir: esto es mi cuerpo, esta es mi sangre, porque es la suya, la de la madre y el Hijo es la misma sangre, Sacerdote Único formado por ella sacerdote en sus entrañas.

Por eso, todos los cristos, los sacerdotes, para serlo plenamente, tienen que estar muy unidos a la Virgen, madre y modelo sacerdotal, como Cristo tuvo que estarlo en la Encarnación para ser pontífice, puente de salvación entre Dios y los hombres, y tener, como ambos,  como Jesús y María, la misma vida, el mismo respirar, los mismos latidos del corazón. Sin tener los mismos latidos que María, Cristo no podría haber existido. El sacerdote, sin tener y sentir los latidos maternales y sacerdotales de María no puede ser plenamente sacerdote del hijo.

        Madre sacerdotal, porque observando el evangelio: “He ahí a tu hijo”, “He ahí a tu madre”, veo que fundamenta y explica esta afirmación, ya que Juan acababa de ser ordenado sacerdote. Por lo tanto, es una maternidad nueva de María, que se extiende a todos, porque Juan es un representante o símbolo de todo discípulo, pero siendo Juan sacerdote recién estrenado, con olor del óleo  y del pan consagrado en sus manos,  me representa especialmente a mí y a todos los sacerdotes y yo lo acepto y deseo con toda mi alma. Por eso luego la llamaré «madre del alma», madre íntima y trascendental, madre total desde dentro afuera.

         Madre sacerdotal, como lo afirman los últimos Papas. Madre sacerdotal, por ser Madre de Cristo Sacerdote y porque en todos y cada uno de los sacerdotes encuentra, en cierta manera, la imagen de su Hijo, que es el Único Sacerdote del Nuevo Testamento, a los que ayuda y forma y ayuda a cumplir la voluntad del Padre, como a su Hijo.

        Madre sacerdotal, porque aceptó la maternidad desde Juan sacerdote, y en el momento más sacrificial, víctima unida a la Víctima en el Sacrificio del Hijo Sacerdote, ofreciéndose con Él, Víctima única y salvadora en el momento más desgarrador y doloroso de la ofrenda.

        Esto expresa con cuánto amor nos ama a todos los hombres, sus hijos, pero singularmente a los que prolongan la presencia y la salvación de su Hijo por la consagración sacerdotal, por el sacramento del Orden, en ese nivel superior en el que la misión salvadora del Hijo los coloca, bajo la protección maternal de María.

        Quienes hemos sido llamados por Cristo sabemos y experimentamos que no podemos vivir nuestro sacerdocio o vida consagrada sin acudir a la ayuda maternal de la Virgen. Esto procede no de un mero sentimentalismo, sino que responde al designio del Hijo que lo quiso y lo realizó así en la cruz, instituyendo a su Madre, como madre sacerdotal.

        Según este designio, el Espíritu Santo actúa  con el concurso materno de la Virgen para formar a los sacerdotes y consagrados a Dios. Su presencia se hace necesaria, por voluntad del Hijo, por la acción de la gracia, del don del  «carácter sacerdotal», en el sacramento del Orden, que nos marcó para siempre con la señal de Cristo Sacerdote.

        Por ello nos esforzamos en mantener con Ella unas relaciones íntimas de cariño y confianza y seguridad de amor que no se pueden comparar con ningún otro amor humano. Y Ella, como madre solícita, nos lleva a comprender todo lo que conlleva una vida auténticamente sacerdotal en el Hijo y por el Hijo.

        “Me felicitarán todas las generaciones”, sobre todo,  las generaciones de seminaristas y sacerdotes de todos los tiempos, Madre sacerdotal, Madre de los cristos Sacerdotes.

MADRE DEL ALMA, porque ella está siempre en mi alma y en mi corazón y en lo más profundo de mi ser y existir sacerdotal y es a la mujer y madre que más quiero y he querido en mi vida.

        Madre del alma, porque las palabras de Cristo: “He ahí a tu hijo”, “he ahí a tu madre”, le salieron a Cristo del alma, del último suspiro de su corazón, ya que su cuerpo estaba muerto, de su vida y palabra sacerdotal, porque ya no tenía vida en el cuerpo, era sólo el alma que estaba a punto ya de salir de su cuerpo. Palabras estas de «revelación divina», porque revelan los profundos deseos  y sentimientos del testamento de Cristo Sacerdote ofreciendo cruentamente la primera misa, el sacrificio que hacemos presente como memorial, que lo hace todo presente, también a María junto a la cruz con estas palabras, por eso en la misa se siente este respiro angustioso de la madre, la eucaristía tiene perfume de María y gemidos dolorosos en silencio de su corazón.

        Estas palabras son últimas voluntades en el momento de morir que siempre deben cumplirse; es el último deseo, la última voluntad de Jesús muriendo: “sabiendo que todo estaba cumplido”: queriendo subrayar que había culminado su misión, su encargo, su sacrificio, al entregárnosla como madre y al encomendarnos a ella como hijos. “Y Juan la recibió en su casa”: yo también te recibo, Madre, en mi corazón, en mi casa; sólo que, como ya estás en el cielo, se han cambiado los papeles, porque no soy yo el que tiene que cuidar de ti, como Juan; sino que tú tienes que cuidar de mí, de todos tus hijos, y así lo haces, como madre del alma. Nosotros debemos acudir a ti, siempre y en todo lugar, porque tú, desde el cielo, tienes las manos siempre tendidas para echarnos una mano en todo, madre del alma.

       

 ¡CUÁNTO ME QUIERES! Basta mirar tu vida, madre del alma, y ver cuales son tus preocupaciones, lo que dijiste, lo que hiciste: “He aquí la esclava del Señor...María marchó a casa de Isabel... proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humildad de su esclava...no tienen vino...haced lo que Él os diga”; o escuchar lo que dice el Hijo: “bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen...he ahí a tu hijo...he ahí a tu madre”. Abrid el evangelio, mirad la Encarnación, la huida a Egipto, la búsqueda del niño en el templo... la Redención y Pentecostés, María todo lo hizo en Cristo por nosotros y para nosotros.

        En el episodio de las bodas de Caná, encontramos la primera intervención de María en la vida pública de Jesús. Ella, como madre solícita, atenta a las necesidades de sus hijos, mientras ellos, todos los hombres, sólo pensamos en nosotros mismos, la Virgen siempre está pendiente de sus hijos y se da cuenta de que no tienen vino y quiere ayudar a los esposos, que aún no son conscientes de esta carencia.

        Y se dirige a su Hijo: “no tienen vino”. Ella así solicita del Hijo una intervención extraordinaria, porque Jesús no tenía bodegas de vino. Y provoca el primer “signo”, revelación del Mesías, de su Hijo, Mesias del Padre,  transformando el agua en vino, con poder divino.

        Jesús trató de probar la fe de su madre, la hondura de su confianza en Él: “Mujer ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora”. Pero sí había llegado, porque para eso está la Virgen allí, porque ha llegado la “hora”; había llegado la hora por y para la Virgen; y el Hijo tiene que acomodarse a la hora de la Madre, y la hora del Padre y del Hijo, la manifestación de Jesús, hijo de María, como Hijo de Dios y Mesías salvador, se identifican por el ruego de María, por la intercesión de María, y el Padre y el Hijo ceden, como en Lourdes y en Fátima y mil sitios más vuelven a confiar a María y por María la hora del Padre y del Hijo por el Amor, Espíritu Santo, que es también nuestra hora, la salvación y unión eterna con los Tres en el cielo. Esta es la preocupación eterna del Padre por María hasta las bodas eternas con el Hijo, como tantas veces Jesús expuso en sus parábolas.

        Y en Caná, Jesús, como buen hijo, tiene que obedecer, como todos; y así obedece a la hora que le marca la Madre; esto es muy gordo, los teólogos dirán que no, pero así fue; y el Hijo obedeció y fue la hora de los dos: es que siempre están juntos. ¡Cuánto nos quieren! ¡Cuánto me quieres en el segundo misterio luminoso del santo rosario: La manifestación de Cristo en las bodas de Caná por intercesión de su madre María, así lo rezo yo.

 

        ¡CUÁNTO TE QUIERO!  Porque es verdad: eres todo mi amor. Es todo lo que he dicho y diré en este libro: Te quiero. ¡Cuánto te quiero!

 

GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO, HIJO DE DIOS ENCARNADO, porque en ella se hizo hombre y aceptó el proyecto de amor infinito del Padre y del Hijo, que se realizó en su seno por su “fiat” dado desde la potencia de Amor del Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, que luego nos hace a todos hijos en el Hijo, especialmente a los  sacerdotes, con «carácter» especial.

        Desde los primeros siglos la Iglesia ha reconocido su maternidad virginal, Madre de Dios desde la Anunciación-Encarnación, y madre de la Iglesia, de todos los hombres, desde la cruz, por encargo del hijo-Hijo, desde la humanidad engendrada en su seno.

        Ella nos ha dado a Cristo a todos; y todo por obra del Espíritu Santo. Su maternidad nunca se podrá separar de la identidad de Jesús, «Hijo de Dios, que nació de la Virgen María... por obra y gracia del Espíritu Santo», como rezamos en el credo. Siglos tardó, Madre, la Iglesia en reconocer esta verdad que da sentido total a tu vida: Madre de Dios.

        Los primeros en hacerlo fueron los cristianos de Egipto, al invocarte como Theotókos, ya desde el siglo tercero: «Sub tuum praesidium confugimus, Sancta DEI GENITRIX...».

Esto no ha sido fruto de la reflexión teológica, sino de la intuición certera del pueblo cristiano, que al reconocer a Jesús como Hijo de Dios, se dirigen a ti, como Madre, que nos das al Hijo. Así lo reconoció el concilio de Éfeso, en el año 430: Madre de Dios. Para esto te soñó y eligió el Padre y el Hijo, que te quiso Madre, y el Amor del Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo que realizó este proyecto “cubriéndola con su sombra” y haciéndola bendita y “bendito el fruto de tu vientre”.

        María, Madre de Jesús, Madre Virgen, Madre de Dios, ¡gracias por haberme dado a tu hijo, Hijo de Dios encarnado!

 

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN ÉL! 

 

        Lo explico ampliamente en uno de mis libros. Escribo en él: El título que tengo ahora en mi mente y en mi corazón para este libro, el que he orado y vivido y palpado muchas veces en mi vida y en mi sacerdocio es: MARÍA, SACERDOTE DE CRISTO. Pero ya sé que esto no se puede decir; así que se lo digo muchas veces a Ella, en voz baja, pero de tal manera que todos lo pueden oír. Así que claro y alto, pero sin mover los labios, todo en mi corazón: para mí y en mi corazón y celebrando la Eucaristía, que Ella celebró con su Hijo y los Apóstoles en el Jueves Santo, y que fue «memorial» profético, por lo tanto, adelantado, del Viernes Santo, Ella, como madre sacerdotal de su Hijo, lo cumplió estando “junto a la cruz” ofreciéndose en compañía del recién ordenado sacerdote Juan, a quien le encomendó su Hijo como madre sacerdotal, y a su Madre y a Juan, Cristo quiso tener junto a sí, especialmente a María «no sin designio divino», (Vaticano II, LG), por algo será, mientras que los otros sacerdotes ordenados le dejaron y Él lo permitió, y el primer saludo de Resucitado sería “la paz con vosotros”, sin rencor ninguno, pero María, Él quiso que estuviera allí, ¿ Por qué? Para mí está claro y yo siento su perfume y aroma, siento la cercanía  de María todos los días “junto a la cruz”,  cuando celebro la Eucaristía memorial que hace presente todo, absolutamente todo y como ocurrió “de una vez para siempre”.

Pero repito que todo esto lo digo en voz baja porque yo soy hijo de mi madre queridísima la Iglesia, pero es que mirando a la Madre, la siento tan grande y bella y hermosa, cuando la contemplo desde el Hijo, ya te he dicho que primero fue María en mi vida, pero Ella me llevó al Hijo, y ahora todo lo veo desde el Hijo, y descubro tantas maravillas, tanta confianza y seguridad y amor del Hijo a la Madre, que cada día descubro nuevos misterios, porque todavía quedan muchos por descubrir en el Hijo y desde el Hijo en la Madre.

Que se prepare la Iglesia, porque ya ha adquirido mucha luz sobre el misterio de Cristo y de María en Cristo, pero aquí hay muchas cavernas en esta mina, que diría San Juan de la Cruz, y a medida que avance en la fe contemplada desde la oración unitiva y contemplativa, adquirirá nuevas luces y matices, porque Dios es inabarcable.

Sobre todo, cuando celebro la Eucaristía ¡misterio entero y completo de Cristo! y con Cristo, Verbo, Palabra, Canción de Amor de Espíritu Santo, canturreada por el Padre por la potencia de Amor en el seno de María, donde empezó el ser y existir sacerdotal del Pontífice, del que es y hace de puente entre Dios y los hombres, por donde Dios y sus dones vienen a nosotros y nosotros pasamos a la eternidad y esencia mi Dios y mi Todo, -- espera que respire--,  siento su presencia, su aroma, su perfume, su gozo de Madre de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdote (será la última vez que lo digo, perdonadme, no me censurarán por esto) y de los sacerdotes, siento cómo está junto a mi, como Madre sacerdotal, ofreciendo conmigo a su hijo, a Cristo,  al Padre; pero sobre todo y especialmente en la consagración, en el memorial que hace presente, por medio del sacerdote, el “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no representación, es la presencia histórica, primera y única la que se hace presente metahistóricamente, la que hace presente a Cristo desde que nace en su seno hasta que sube como “cordero degollado ante el trono de Dios”, entero y completo, toda su vida, pasión, muerte y resurrección del Hijo, Sacerdote y Víctima de Eucaristía Perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, hasta dar la vida.

Es Ella; la siento y oigo en respirar doloroso de Madre en el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino--, repito, que su Madre, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo como el suyo, hasta dar la vida, si el Padre lo hubiera querido, aunque afectivamente la Madre murió en la muerte del Hijo, porque le ofreció su vida, que es la vida del Hijo, murió no muriendo, que es más doloroso que morir, porque tenía que cuidar de los recién ordenados sacerdotes, como tantas veces cuida de mí y me regala con besos maravillosos y siento su pecho de madre junto al mío, y entiendo perfectamente el celibato, cuestión más de alma que de cuerpo, amar totalmente a Dios, con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi ser.

Es Ella; nadie más que Ella es y puede ser, la que siento ya gloriosa y triunfante junto  a su Hijo en el cielo, “cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero...  es Ella, en la tierra y en el cielo siempre con, por y en el Hijo  Único Sacerdote y Hostia, es Ella la que puede decir con más verdad y propiedad que nadie fuera del Hijo: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS.. ESTA ES MI SAGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS».

En la consagración y después de ella,  siento su aroma de madre sacerdotal, la unción sacerdotal mariana, y su cercanía, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdotal y me dice sin palabras: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS... ESTA ES MI SAGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS».

Es su cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en su seno, hecho carne en  María, en mi Madre y hermana sacerdotal; es su sangre también, la de María, la que corrió por su vena, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado históricamente en María y en el que nos han querido sumergir por toda la eternidad, la eternidad por la gracia, vida de Dios en nosotros, ya ha comenzado en el tiempo, en su misma esencia de Amor y Felicidad, a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Único Sacerdote y de su  Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amor de Espíritu Santo, gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida! ¡Enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo! ¡Enséñame a ser sacerdote y hostia, sacrificio y víctima con Cristo, porque a veces olvido la víctima, ser víctima no sólo sacerdote, en la celebración de la Eucaristía; pero teniendo “junto a la cruz”, a María, tengo que hacerme víctima de mis pecados y de los pecados del mundo con Cristo y la madre sacerdotal. Entonces sí que te digo que todo es fácil.

María, madre sacerdotal, haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento en tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir sacerdotal, que tiene que ser el nuestro, que es el suyo por la Unción y Consagración sacerdotal en el sacramento del Orden por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, porque el decírtelo y pedirte una gracia es ya haberlo conseguido, ya que eres Verdad y Vida y Belleza de Amor en y por tu Hijo Sacerdote, Esplendor de la Belleza del Padre, Palabra encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, cantada por el Padre desde toda la eternidad, con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, en la que me canta por la revelación encarnada del Hijo en María y me dice con  Amor de Padre en el Hijo que soñó y me creó y me dio la vida encarnada en el sí de mis padres.

Bueno, y ahora para aclarar esto de María sacerdote, y no solo madre sacerdotal, te voy a decir, por qué no cederé más  a la tentación y por qué, de ahora en adelante, diré con mi madre y maestra, la Iglesia, que María es Madre sacerdotal de su Hijo, Único Sacerdote, y de todos los sacerdotes, pero no Madre sacerdote: «María, que no recibió el carisma del sacerdocio ministerial, es quien ha vivido en la forma más alta y más pura, durante toda su vida, ese sacerdocio real que consiste en ofrecerse uno mismo en oblación de amor al Padre (cf. Rm 12,1). Participar plenamente en el sacerdocio de Cristo es por tanto para nosotros, antes que nada, «revivir» la ofrenda total de sí hecha por María, unida

a Cristo en su despojamiento» (Redemptoris Mater, 18).

Jesucristo Sacerdote nació y se formó a la sombra de María; el Redentor de los hombres inició y culminó su sacerdocio en compañía de María. Más aún: en estrecha unión con María. Ya en Caná de Galilea actuó sacerdotalmente, por primera vez, a instancias de su Madre: “No tienen vino... Haced lo que Él os diga...”. Y, en el Calvario Ella guarda silencio, pero actúa unida al Hijo, por voluntad divina, como Corredentora.

De igual modo, porque Cristo lo ha querido, porque en Juan nos la entregó como madre, el sacerdote no puede plantear su sacerdocio al margen de María: necesita de Ella como Madre y hermana entrañable sacerdotal. Ella será consuelo y guía en su trabajo pastoral.

María, efectivamente, no fue sacerdote, pues no consta que recibiese este don, aunque los recibió mayores, como el ser Madre de Cristo, Único Sacerdote, y por tanto, tiene el «sacerdocio fontal». Es decir, Ella es la fuente del sacerdocio de Cristo, porque ella dio al Verbo la humanidad, por la cual se unieron los dos extremos: Dios y los hombres; y por ese sacerdocio, por ese puente baja Dios a nosotros y nosotros subimos hasta Dios,  por la humanidad del Hijo, recibida de María, que realizó el sacrificio salvador. Por tanto, los presbíteros han de tener a María como «Madre de su sacerdocio»; Madre que es fuente, que es origen... y ayuda eficaz en orden a vivirlo fielmente.

        Gracias, gracias, gracias, María, madre sacerdotal,  porque pronunciaste plenamente y aceptaste con total dedicación esta maternidad espiritual de la salvación de todos los hombres al decir el “fiat” de la Encarnación del Hijo que nos amó, vino en nuestra búsqueda y nos abrió las puertas de la eternidad.

        Gracias porque el Salvador de todos quiso tenerte junto a la cruz y tú, “permaneciendo en pie junto a la cruz”, aceptaste ser madre y que yo fuera tu hijo: “He ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”, en medio de dolores de un parto muy doloroso, donde nos diste a luz uniéndote al parto de la Salvación de tu Hijo, que aún continúas en el cielo con la mujer del Apocalipsis:  “mujer vestida de sol y coronada de estrellas y la luna bajo los pies”, alusión clara a la tristeza de Fátima y lágrimas de Siracusa, pero como ahora no puedes sufrir, Madre, el dolor lo descargas en los hijos buenos de la tierra que sufren y a los que recomiendas hacer penitencia por los pecados del mundo “completando en su carne lo que falta a la pasión de Cristo para la conversión de los pecadores”. 

        Esa es la misión que te confió tu hijo Jesucristo, sacerdote eterno ante el Padre de todos los hombres, y que Él confía a todos los bautizados, especialmente a los sacerdotes.

 

¡Y GRACIAS TAMBIÉN POR QUERER SER MI MADRE SACERDOTAL!

Como los pastores y los Reyes de Oriente tengo que encontrar a Jesús en María “y encontraron al niño en los brazos de su madre”. Así lo he comprobado en mi historia personal, que es la historia de la mayoría de los cristianos. Además, todo me lo ha hecho muy fácil. Porque es madre. Y la quiero como madre, porque, como toda madre, lo da todo y no exige nada. Madre como las nuestras, como las antiguas: «No hay nada como el amor de una madre». Hoy ya no se puede decir esto con tanto aborto y divorcios y separaciones donde los hijos son los que más sufren el desamor de la madre, que sólo piensa en su egoísmo al separarse.

¿Por qué prefirió a su madre en ese momento y no a los sacerdotes que había ordenado por la noche? ¿Qué nos quiso enseñar e indicar con esto el evangelista que la conoció mejor que nadie porque se la llevó a su casa y allí escuchó esos secretos e intimidades que hacen ser el evangelista más profundo y vivencial de los misterios del Verbo y de la Trinidad? ¿No la descubriría entonces como Madre Sacerdotal y por eso nos dejó este testimonio tan profundo y teológico: “Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena.  Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo.  Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre Y. desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”.

María, mujer, nueva Eva, madre de todos los hombres desde la cruz, recibe a Juan como hijo, por encargo del Hijo, y como madre sacerdotal le enseña, como a todos los sacerdotes de todos los tiempos, a ser buen pastor, en la triple tarea de la Palabra, los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, donde hacemos presente todo el misterio del hijo; ella nos ayuda, por encargo de Cristo, a cumplir el ministerio confiado por el Padre: “Mujer, he ahí a tu hijo”. Luego dijo al discípulo, recién ordenado sacerdote la noche anterior, que luego irá descubriendo poco a poco, con la enseñanza de María y su vida en común, experiencia mística de amor contemplativo, todo el misterio de Cristo resucitado por la potencia de Luz y de Amor del Espíritu Santo: “He ahí a tu madre”.

¿En qué seminario estuvo Cristo y quién fue el director espiritual del “hijo obediente”, quién le ayudó a cumplir su misión, quién le educó y defendió más y mejor que María, quien le dio a luz, quién le salvó de la muerte inocente y huyó a Egipto, quien le presentó en el templo, y le buscó y le hizo adelantar su hora de Mesías en las bodas de Caná, quién estuvo junto a la Cruz ofreciéndose como Sacerdote y Víctima con Él?  María, madre sacerdotal.

        Las relaciones del discípulo predilecto con María han sido señal y prefiguración de las relaciones que todo cristiano, especialmente los sacerdotes, han de tener con aquella que le ha sido dada por madre Sacerdotal. A mí personalmente me ha enseñado  y ayudado infinito en mi vida y en mi sacerdocio. Me gustaría que se descubriera y viviera más entre los sacerdotes este misterio de María.

Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”. Podemos sólo intuir el ardor con que el discípulo, recién ordenado, ofreció a María una adhesión cariñosa que prolongaba la intimidad que había tenido con Jesús. Mejor que otros, comprendió que no podía abrirse totalmente al amor de Cristo, sino amando a su madre.

Al recibirla en su casa, pudo captar en ella una semejanza viva con Cristo. Él, que en ciertos episodios del Evangelio manifestaba la sutileza de sus intuiciones, encontró en María muchos rasgos del carácter y comportamiento que había admirado en el Maestro. Se dio así cuenta del parentesco espiritual que unía a la madre con el hijo e intuyó toda la riqueza que brindaba a la vida de la Iglesia. En el “he ahí a tu madre”, Juan descubrió toda su riqueza y hondura sacerdotal, oferente, victimal con el hijo.

Yo pienso y considero a María,  Madre sacerdotal de Cristo, su Hijo, porque el mismo Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, el mismo proyecto de Amor del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo que nos hace sacerdotes, el mismo Espíritu Santo que la ungió y consagró como Madre del Hijo y encarnó en su seno al Hijo y le hizo  madre sacerdotal, ofrenda, revelación, puente y  pontífice entre Dios y los hombres, el mismo Espíritu, ya en la misma Encarnación, la Ungió a ella en el ser y existir sacerdotal de Cristo  como presencia sacramental suya, y así María quedó marcada, sellada, consagrada, empapada y llena de la Unción del Espíritu de Amor, que Juan experimentó en el seno de Isabel y María , llena de ese Espíritu, proclamó la alabanza y ofrenda sacerdotal del “fiat”, “porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí y por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones, por la grandeza de Dios obrada en la pequeñez de su esclava”. ¿No es esto lo que exactamente y con la misma fuerza y verdad puede proclamar todo sacerdote que ha recibido la Unción sacerdotal?

 “Bienaventurada tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”, le dijo Isabel movida por el  Espíritu Santo, que sintió saltar de gozo a Juan en su seno por la presencia del Hijo sacerdote en su prima María, templo consagrado y morada sacerdotal de Cristo, el Sacerdote, que empezó así a ejercer su ministerio sobre el que sería su Precursor y Profeta de la Nueva Alianza, y sobre su madre Isabel, en sacerdocio de  alabanza y santificación en el seno materno de Isabel y en su hijo Juan, por la unción del Espíritu Santo.

 Este sacerdocio de oración e intercesión por la Iglesia naciente lo ejercerá María también en la última referencia a ella de los Evangelios, en Pentecostés, sobre los Apóstoles “reunidos en oración (sacerdotal)con María, la Madre de Jesús”.  Y siempre por el Espíritu Santo que la consagró madre sacerdotal.

Si hay diferencia esencial entre el sacerdocio de los presbíteros y el de los bautizados, como afirma el Vaticano II, me parece que también hay diferencia, me atrevo a decir  esencial, pero cierta y totalmente distinta y superior, entre el sacerdocio materno o maternidad sacerdotal de María en relación con los Apóstoles, Obispos y ministros, prolongación de la presencia salvadora de Cristo  Cabeza, sacerdote, profeta y rey.

El Espíritu Santo la Ungió, la llenó de sus gracias y dones, especialmente y por razón de su maternidad divina, para ser y existir de forma singular en Cristo, ungido y  consagrado por el Espíritu Santo,  sacerdote único del Altísimo en sus entrañas materno-sacerdotales que ofrecían y se ofrecían a y con Cristo en ofrenda sacerdotal y victimal al Padre de esclava de su proyecto de amor: “fiat”.

“Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec” y  Ella amasó en su seno el pan de la Eucaristía, que por eso tiene aroma y sabor mariano y los ofreció y se ofreció al Padre para cumplir plenamente su voluntad y el modo escogido para realizarlo que le llevaría a sufrir con su hijo la cruz sacerdotalmente con el Hijo.

La maternidad divina es el don más grande de María, y a ella debe María todas las gracias y privilegios; y si el sacerdocio es menor, por qué rehusarlo para ella porque sea mujer; sería la única mujer sacerdote por voluntad de su Hijo; más privilegio fue que la escogiera para ser su madre, madre de Dios.

La Virgen, la Esposa del Espíritu Santo, con amor total, siempre unida a su Hijo, en maternidad permanente, por voluntad del Hijo, que la quiso siempre  Madre sacerdotal, madre sacerdotal de su Cuerpo y Sangre,  que había de derramarse en la cruz para realizar el proyecto de Salvación del Padre, que le hizo partícipe del don de la maternidad del Hijo, del Hijo del Padre. María hizo las funciones sacerdotales mejor y más profundamente identificado con Cristo sacerdote que todos nosotros, los ungidos.

        Repetiré muchas veces que la Virgen me llevó a Cristo y Cristo me descubrió la confianza y la misión que Ella tuvo y tiene en la Iglesia con su maternidad-sacerdotal en la Iglesia.

        «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de Mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos» (Cfr. HANS URS VON BALTHASAR, María en la doctrina y la piedad de la Iglesia, en MARÍA, IGLESIA NACIENTE, Madrid 1999, pág 81-82). 

        La unción sacerdotal de Cristo se realizó en el seno de María. Recordemos que María ha dado a luz y ha alimentado y educado y cuidado a Cristo en su realidad concreta. La maternidad de Maria dice relación directa al ser, a la función y a la vivencia sacerdotal de Cristo que en el seno de Maria inicia su “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. María y Cristo engendrado por el Espíritu Santo tienen un mismo corazón y una misma sangre y un mismo respirar, y esa sangre recibida de María será la que derrame por nuestra salvación en cada Eucaristía. Por lo tanto, las vivencias  y los sentimientos y las actitudes sacerdotales de Cristo, desde el seno materno, dicen una relación intimísima con María, ungida por el Espíritu como madre sacerdotal de Cristo, engendrando, formando y ofreciendo junto a la cruz al Sacerdote y Víctima de salvación del mundo. Podemos decir que entre Cristo sacerdote y María hay una unión biológica, espiritual en ser y existir, unión total: carne y espíritu.

¡Qué grande eres, Cristo Sacerdote! ¡Cuánto quieres a tu madre! La quisiste madre sacerdotal y ofrenda contigo al Padre  adorando como Tú, obedeciendo, hasta dar la vida, con amor extremo, junto a ti en la cruz.

¡Qué grande eres Cristo, Hijo y Belleza y Hermosura del Padre, Palabra de Salvación pronunciada, mejor, cantada con canto de Amor de Espíritu Santo para todos los hombres en María! Nada ni nadie más bello y seductor y lleno de gloria del Padre, Esplendor de su esencia infinita, que Tú, Único Sacerdote, único puente que puede salvar la distancia entre lo finito y lo infinito, que puede llevarnos y sumergirnos en ese océano incomprensible para nosotros que Tú nos has revelado, si no nos unges y consagras sacerdotes por la potencia del Espíritu Santo, estando en oración con María, como en Pentecostés, porque ella nos lo explica y nos ayuda a comprenderlo, sobre todo a vivirlo, aunque nunca podremos comprender la locura de amor de un Dios por el hombre que no puede darle nada que Él no tenga, siendo el sacerdote el puente de unión entre lo humano y el  misterio infinito de Dios Trinidad.

Oigamos a quien la conoció mejor que muchos teólogos: “Del corazón de la madre reciben los hijos la vida natural, el primer aliento, la sangre germinadora, el palpitar del corazón, como si la madre fuese la cuerda de un reloj que mueve los péndulos. Mirando la dependencia del hijito en estos primeros tiempos de su gestación en el seno materno, casi podríamos decir que el corazón de la madre es el corazón del hijo. Y lo mismo podremos decir de María, cuando llevó en su seno al Hijo del Padre Eterno.

Y así, el corazón de María es, de algún modo, el corazón de esta otra generación cuyo primer fruto es Cristo, el Verbo de Dios...Vemos así cómo la devoción al Inmaculado Corazón de María se ha de establecer en el mundo por una verdadera consagración de conversión y donación... bebiendo la vida sobrenatural en la misma fuente germinadora en el corazón de María, que es la Madre de Cristo y de su Cuerpo Místico (HERMANA LUCÍA, Llamadas del mensaje de Fátima, pags 150-151)

        Porque para querer a la Virgen no hay que hacer ningún esfuerzo, se la quiere sin querer. Ya lo he dicho y lo repetiré muchas veces: El mejor camino que yo he encontrado, y que predico y recomiendo a todos para encontrar a Cristo, para creer y amar a Cristo, para seguir a Cristo, es María ¡Gracias por haberme llevado hasta Él!

 ¡MI MADRE Y MI MODELO SACERDOTAL! Porque Tú eres el mejor camino para llegar hasta tu Hijo y con Él al Dios Trino y Uno por el Espíritu de Amor. Quiero, te pido y deseo que seas mi madre y mi modelo de amar a Dios y a todos los hombres. Aunque no sé para qué te lo digo, porque todos sabemos y hemos visto y comprobado muchas veces en la vida, que un hijo puede olvidarse de su madre pero una madre no se olvida nunca de sus hijos.

        Y tú fuiste y sigues siendo una madre especial: Belén, huída a Egipto, encuentro en el templo con quejas y todo al Hijo: “¿Por qué has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote”. Madre, la respuesta no la entendiste muy bien al principio; pero en tu camino de fe hasta el Hijo, que por eso mismo eres nuestro mejor camino de fe y amor y esperanza hasta Él, lo fuiste comprendiendo y aceptando por la oración: “y su madre conservaba todo esto en su corazón”.

        Y ahí lo he aprendido yo también de ti, porque tú siempre estás con tu hijo en brazos ofreciéndolo; esta es la razón de que me gusten mucho tus imágenes de madre, de la Virgen con el hijo en su regazo. Porque me gustas como madre y te prefiero madre y te busco como madre de tu Hijo.

        De todas formas por estos hechos y aquella frase de tu Hijo: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?... aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” veo que te pasó una cosa parecida a lo que tú has hecho conmigo: «Gonzalo, pasa a mi Hijo». Te sabes muy bien el camino y nos lo enseñas a todos tus hijos. Y dice San Agustín: y fue más madre por haber escuchado la Palabra y haberla meditado en su corazón y haberla realizado en su vida que por haberla  llevado en su seno.

        Por eso, el sacerdote, por su carácter sacerdotal, hace presente a Cristo que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal, toda su vida, tal cual, porque no hay otra, y todo de una forma sacramental, metahistórica, más allá del espacio y del tiempo.

Cristo, al hacer presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, toda su vida,  por la potencia de amor del Espíritu Santo, hace presente  su único ser y existir eternamente y sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la liturgia realizada por el ministerio, por el carácter, por el ser y existir sacerdotal de los presbíteros.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, nos encontramos sacramental y espiritualmente, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, consagrándose como Madre sacerdotal en su ser y existir, e iniciando su misión oyendo y obedeciendo la Revelación del Padre por el ángel Gabriel, su Palabra, su Hijo encarnándose, en la que nos revela su amor, y en la misa sorprendemos a la Virgen, meditándola y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir por el ser y existir de Cristo, que esto hizo en Ella y hace sacramentalmente el Espíritu Santo en los sacerdotes, en los elegidos, para cumplir luego desde esta consagración, su misión de pastor, sacerdote y guía de Cristo en su vida terrena y del Cristo místico después de la Resurrección. Por eso estaba reunida con los Apóstoles, como madre sacerdote y sacerdotal, preparando la venida del Espíritu Santo, que su Hijo tanto les había recomendado a los recién ordenados sacerdotes: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré, el os llevará hasta la verdad completa”. Y entre esas verdades estaba ésta que María estaba ejerciendo con ellos: ser madre sacerdotal de los sacerdotes.

 

Concluyendo: El sacerdote necesita de María, porque el mismo Cristo Sacerdote la necesitó en su existencia y misión sacerdotal. Así lo propuso varias veces el Papa Juan Pablo II en su pontificado: «Hablando desde lo alto de la cruz en el Gólgota, Cristo dijo al discípulo: “He ahí a tu Madre”. Y el discípulo “la recibió en su casa” como Madre. Introduzcamos también nosotros a María como Madre en la casa interior de nuestro sacerdocio» (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979).

«Queridos hermanos: Al comienzo de mi ministerio os encomiendo a todos a la Madre de Cristo, que de modo particular es nuestra Madre: la Madre de los sacerdotes. De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu Hijo”. El hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante fue dado a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en Ella a nuestra Madre.

Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis a Ella particularmente vuestro sacerdocio. Permitid que yo mismo lo haga, poniendo en las manos de la Madre de Cristo a cada uno de vosotros —sin excepción alguna— de modo solemne y, al mismo tiempo, sencillo y humilde. Os ruego también, amados hermanos, que cada uno de vosotros lo realice personalmente como se lo dicte su corazón, sobre todo el propio amor a Cristo-Sacerdote, y también la propia debilidad, que camina a la par con el deseo del servicio y de la santidad. Os lo ruego encarecidamente» (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979, nº11).

 

         GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, tres veces,  porque son también para las tres Divinas Personas unidas en un solo Amor: Padre,  Hijo y Espíritu Santo. En ti y por ti quiero siempre besar a la Trinidad por el Hijo en el Espíritu Santo.

 

        -- UN BESO MUY GRANDE. Eso no lo he puesto en la oración que te rezo, pero  tú sabes que, incluso externamente, te lo doy todos los días. Y diría más cosas. Pero debo terminar este primer saludo de cada mañana a la Virgen porque de otra forma sigo diciéndote cosas hasta la tarde. Así me ha pasado algunas veces, tú lo sabes.

        Eso sí, quiero terminar este saludo-oración, por llamarlo de alguna forma, con este canto, que me escuchas con frecuencia, porque sé que te agrada, así me lo manifiestas con la paz y gozo que siento; este canto que canto todos los sábados cuando te visito en el Puerto, cuando subo a verte y rezarte y pedirte luz y fuerzas para celebrar bien el Domingo, el Día de tu Hijo, Cristo Resucitado: «Virgen sacerdotal, Madre querida; Tu que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus manos maternales, ellas serán mis blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial».

 

B. 5. 2. Rezado este primer saludo-oración inicial, continúo, según los días, con otras oraciones o cantos marianos de mis años de Seminario. Los seminaristas de mi tiempo, espero también los de ahora, hemos cantado y amado y rezado mucho a la Señora. La necesitamos mucho como Madre, como Intercesora y como Modelo.

 

 

Los lunes son tres y por este orden, según la letra inicial del canto, siguiendo el abecedario, así no me equivoco; comenzamos por la «A»:

 

Ave, regina coelorum,

Ave, maris stella,

Alma redemptoris mater.

a) Ave Regina cælorum

Ave, Regina cælorum,

Ave, domina angelorum,

salve radix, salve porta,

ex qua mundi Lux est orta.

            

Gaude, Virgo  gloriosa,

super  omnes speciosa:

Vale, o valde decora,

et pro nobis Christum  exora.

 

Que traducida suena así:

 

Salve,  Reina de los cielos,

Salve,  Señora de los ángeles,

Salve,  Raíz, Salve, Puerta

de quien  nació la Luz del mundo.

 

Alégrate, Virgen gloriosa,

la más Bella de todo  lo que existe:

te saludamos, oh la muy llena de gracia,

intercede por nosotros  ante Cristo.

 

 

b) Ave, maris stella

Ave maris Stella,

Dei Mater alma,
atque semper Virgo,

felix caeli Porta.

 

 

Sumens illud

Ave Gabrielis ore,
funda nos in pace, 

mutans Hevae nomen

Solve vincla reis,

profer lumen caecis:

mala nostra pelle,

bona cuncta posce.

 

Virgo singularis,

inter omnes mitis, 
nos culpas solutos,
mites fac et castos.

Monstra te esse matrem: 
sumat per te preces,
Qui pro nobis natus

tulit esse tuus.

 

Vitam praesta puram, 
iter para tutum:
ut vidéntes Jesum

semper collaetémur.

 

Sit laus Deo Patri,
summo Christo decus,

Spirítui Santo,

Tribus honor unus. Amén.

 

 

 

 

 

En castellano

 

Salve, Estrella del mar,
Madre de Dios excelsa,
y siempre intacta Virgen,
del cielo feliz puerta.

Aquel Ave tomando
que de Gabriel oyeras,
en paz nos establece,
mudando el nombre de Eva.

Desata los pecados,
alumbra mentes ciegas,
aleja nuestros males,
todo bien nos impetra.

Muéstranos que eres Madre,
por ti las preces nuestras

 

 

 

gocemos dicha eterna,

del que madre te eligiera.

 

Virgen singularísima,
entre todas benévola,
libres de culpas, danos
mansedumbre y pureza.

Danos vida sin mancha,
haz segura la senda,
para que, viendo a tu Hijo,

vida eterna gocemos.

 

A Dios Padre la gloria,
a Cristo honra y al Paráclito santo
suprema, igual
la gloria sea. Amen.

 

c) Alma Redemptoris Mater

 

Alma Redemptoris Mater,

quae pervia caeli  Porta manes,

stella maris, succurre cadenti,
surgere qui curat populo:

tu quae genuisti, Natura mirante,

tuum sanctum Genitorem
Virgo prius ac posterius, Gabrielis ab ore
Sumens illud Ave, peccatorum miserere.

 

Traducción:

 

Madre Santa del Redentor,

puerta siempre abierta del cielo,

estrella del mar, socorre al pueblo

que cae y procura levantarse,

Tú que ante el asombro de la naturaleza

engendraste a tu Santo Creador.
Virgen antes y después de anunciar Gabriel

aquel Ave desde su boca,

ten piedad de los pecadores.

 

 

B. 5. 3.Los martes rezo O gloriosa virginum

 

O gloriosa virginum

 

O gloriósa vírginum,
sublímis inter sídera,
Qui te creávit párvulum
lacténte nutris úbere.

 

Quod Heva tristis ábstulit,
tu reddis almo gérmine,

Intrent ut astra flébiles,
caeli reclúdis cárdines.

 

Tu, Regis Alti jánua
et aula lucis fúlgida,
Vitam datam per Vírginem,
gentes redémptae pláudite.

 

Jesu, Tibi sit glória,
Qui natus es de Vírgine,
Cum Patre et almo Spíritu
in sempitérna saécula.

 

 

Traducción libre:

Oh gloriosa entre las vírgenes, sublime entre los astros, has alimentado con la leche de tus pechos hecho niño, al que te creó.

Lo que Eva nos quitó, tú lo has devuelto con tu santo engendro; entren como astros los que lloran porque has abierto las puertas del cielo.

Tú eres  puerta del Rey soberano, y habitáculo lleno de luz. Todas las gentes redimidas, aplaudid la Vida dada por la Virgen.

Jesús, a Ti sea dada toda gloria, Tú que has nacido de la Virgen, con el Padre y al santo Espíritu, por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

B. 5. 4.Y los miércoles canto, pero en voz alta, esta antífona de la Virgen que me encanta desde joven: Salve, Mater misericordiae»

 

Salve, Mater misericordiae

 

Salve Mater misericordiæ, 

Mater Dei et Mater veniae, 

Mater spei et Mater gratiae, 

Mater plena Sanctae Letitiae,

O Maria!

Salve decus humani generis. 

Salve Virgo dignior ceteris, 

quae virgines omnes transgrederis

et altius sedes in superis.

O Maria!

 

Castellano:    

 

Te saludamos, Madre de misericordia, 

Madre de Dios y Madre del perdón, 

Madre de la esperanza y Madre de la gracia,

Madre llena de santa alegría,

¡Oh María!

 

Salve, honra del género humano. 

Salve Virgen más digna que las demás 

porque a todas las superas 

y en el cielo ocupas el sitial más alto.

¡Oh María.

 

 

B. 5. 5. Los jueves: «Salve, sancta Parens» y la oración del siglo III «Sub tuum praesidium confugimus»; sólo que en ésta, como ya indiqué, en lugar de «nec despicies», me atrevo a cambiarlo y poner «clementer exaudi in necesitatibus», que es lo que hace realmente la Virgen, siempre que la invocamos o pedimos alguna gracia.

 

a)Salve, sancta Parens

 

Salve, sancta Parens, enixa puerpera regem

qui coelum terramque regit in saecula saeculorum Amen.

 

Salve, santa Madre que diste a luz al rey que rige cielo y tierra por los siglos de los siglos. Amén.

 

b)Sub Tuum Praesidium

 

 

Sub tuum proesidium confugimus,

sancta Dei Genitrix;

nostras deprecationes

nec despicias in necessitatibus, (clementer exaudi in neccesitatibus)

sed a periculis cunctis

libera nos semper,

Virgo gloriosa et benedicta.

 

Traducida:


Bajo tu protección nos acogemos,

Santa Madre de Dios;

(no deseches) escucha benignamente nuestras las súplicas

que te dirigimos en nuestras necesidades;

y  líbranos siempre de todo peligro,

¡oh Virgen gloriosa y bendita!

 

B. 5. 6. Y los viernes, para terminar el encuentro diario con la Virgen, le canto dos canciones. La primera es una antífona de las Vísperas de la Inmaculada que tantos recuerdos y vivencias me trae.   La «tota pulcra es María» que canto no es la antífona de vísperas, sino otra canción que empieza con su letra: 

 

a) Tota pulcra es Maria

 

Tota pulcra es, o María,

tota  pulcra es, et mácula no es in te;

quam speciosa, quam suavis in deliciis,

Conceptio inviolata.

Veni, veni de Líbano; veni, veni de Líbano,

veni, veni, coronaberis.

 

Traducción:

Toda hermosa eres, oh María, toda hermosa, y en ti no hay mancha de pecado original; cuán bella y cuan suave eres en gozos, Concepción Inmaculada.

Ven, ven del Líbano (tri); serás coronada.

Y la segunda oración mariana de los viernes es:

b) Virgo Dei Genitrix

 

 

Virgo Dei Genitrix, 

quem totus non capit orbis,

in tua se clausit

viscera factus homo.

Vera fides Geniti 

purgavit crimina mundi,

et tibi virginitas

inviolata manet.

 

Te matrem pietatis, 

opem te clamitat orbis,

subvenias famulis

o benedicta tui.

Gloria magna Patri, 

compar sit gloria nato,

Spiritui Sancto

gloria magna Deo.Amen

 

Traducción:

 

 

Ave, Virgen Madre de Dios,

Quien no cabe en el  mundo

se encerró en tus entrañas

hecho hombre.

 

La fe del Engendrado,

limpió los crímenes del mundo,

y para ti tu virginidad

permanece intacta.

 

 

A ti, Madre piadosa,

te suplica el orbe entero

que ayudes a tus siervos,

Oh bendita de tí.

 

Gloria grande sea dada al Padre

e igual al que de ti ha nacido,

y al Espíritu Santo,

también sea la misma gloria.

Amén.

B. 5. 7. Rezadas estas oraciones de cada día, a seguidas, y todos los días, en latín, rezo el Ángelus, menos en Pascua, que rezo  Regina coeli laetare, alleluya.

 

V/. Angelus Domini nuntiavit Mariæ,
R/. Et concepit de Spiritu Sancto.

 

Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus et benedictus  fructus ventris tui, Jesus.

Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis peccatoribus,

nunc et in hora mortis nostræ. Amen.

 

V/. "Ecce Ancilla Domini."
R/. "Fiat mihi secundum Verbum tuum."

Ave Maria, gratia plena...

 

V/. Et Verbum caro factum est.
R/. Et habitavit in nobis.

Ave Maria, gratia plena...

 

V/. Ora pro nobis, Sancta Dei Genitrix.
R/. Ut digni efficiamur promissionibus Christi.

 

Oremus: Gratiam tuam quæsumus, Domine, mentibus nostris infunde; ut qui, angelo nuntiante, Christi Filii tui Incarnationem cognovimus, per passionem eius et crucem, ad resurrectionis gloriam perducamur.
Per eumdem Christum Dominum nostrum. Amen.

       

 

Traducción:

 

V/. El ángel del Señor anunció a María,
R/. Y concibió por obra y gracia del Espíritu Santo.

 

Dios te salve, María, llena eres de gracia...,

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros...

 

V/. He aquí la esclava del Señor.
R/. Hágase en mí según tu palabra.

 

Dios te salve, María, llena eres de gracia..

 Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros

 

V/. Y el Verbo de Dios se hizo carne.
R/. Y habitó entre nosotros.

 

Dios te salve, María, llena eres de gracia,

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros

V/. Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.
R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.

 

Oremos: Te suplicamos, Señor, que derrames tu gracia en nuestras almas, para que los que hemos conocido, por el anuncio del ángel, la Encarnación de tu Hijo Nuestro Señor Jesucristo, seamos llevados por los méritos de su Pasión y Cruz a la Gloria de su Resurrección. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

Lógicamente, en tiempo pascual, el ángelus cede el puesto al Regina coeli letare:

 

Regina coeli, laetare, alleluia.

Quia quem meruisti portare, alleluia.

Resurrexit, sicut dixit, alleluia.

Ora pro nobis Deum, alleluia.

 

V/Gaude et laetare Virgo María, alleluia.

R/Quia surrexit Dominus vere, alleluia.

Oremus: Deus, qui per resurrectionem Filii tui, Domini nostri Iesu Christi, mundum laetificare dignatus es: praesta, quaesumus; ut, per eius Genetricem Virginem Mariam, perpetuae capiamus gaudia vitae. Per eundem Christum Dominum nostrum. Amen.

Traducción:      

Alégrate, reina del cielo, aleluya.

Porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.

Ha resucitado, según predijo; aleluya.

Ruega por nosotros a Dios; aleluya.

 

V/Gózate y alégrate, Virgen María; aleluya.

R/Porque ha resucitado verdaderamente el Señor; aleluya.

Oremos: Oh Dios, que por la resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te has dignado llenar de  alegría al mundo, concédenos que por su Madre, la Virgen María, alcancemos el goce de la vida eterna. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

B. 5, 8. Y ya desde el Seminario Menor empecé a consagrarme todos los días a la Virgen con esta oración que permanece en mi corazón y a la que tanto debo, y que rezo con el mismo agradecimiento de siempre: oh Señora mía, oh Madre mía.

¡Oh Señora mía, oh Madre mía!

yo me ofrezco enteramente a Ti,
y, en prueba de mi filial afecto,
te consagro en este día
mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón,
en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo tuyo ¡oh madre de bondad!,
guárdame y defiéndeme

como cosa y posesión tuya. Amén.

       

 

B. 5. 9. Y desde hace dos años aproximadamente, he vuelto a rezar el Bendita sea tu pureza, pidiendo esta virtud para todos, especialmente para aquellos que luchan con todas sus fuerzas y sufren de verdad  por esta causa:

 

 

Bendita sea tu pureza

y eternamente lo sea,

 pues todo un Dios se recrea,

 en tan graciosa belleza.

 

A Ti celestial princesa,

Virgen Sagrada María,

te consagro en este día,

 alma vida y corazón.

 

Mírame con compasión,

no me dejes, Madre mía.

Amén.

 

B. 6. SEXTA MIRADA: MIRADA A MÍ MISMO

Esta mirada a mí mismo no es de autocomplacencia, sino todo lo contrario; y ha estado presente siempre en mi vida, y le debo mucho: “bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Estuve muy convencido desde muy joven de que “ El que me ama, cumplirá mi palabra”, y yo he querido amar a Dios, porque quería a ejemplo de Cristo que “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”.   

        Ya lo he dicho y lo repetiré mil veces, la oración como encuentro de amor con Dios, la oración como camino hacia Dios, hacia la unión permanente con Dios,  se convierte, desde el primer kilómetro, automáticamente, en camino de conversión permanente a Dios que no hay que abandonar nunca en la vida, aunque uno haya subido al séptimo cielo. Trato ampliamente este temas en mi libro LA EXPERIENCIA DE DIOS.

        Me sorprende lo poco o nada que se habla o se insiste en la conversión a Dios o  mortificación de nuestro yo en muchos libros o charlas sobre la oración y meditación. Por favor, cojamos el Evangelio, donde el Señor nos habla de la necesidad de la conversión para entrar en el reino de Dios, desde el comienzo de su predicación: “El reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el evangelio”, como en el centro: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...al sarmiento que  da fruto lo podan para que dé mas fruto...”. como al final: “Id por el mundo entero y predicad el evangelio, los que crean y se conviertan, serán bautizados.    

Y esto mismo, en positivo, es el primer mandamiento: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”; si queremos realizarlo, lleva consigo automáticamente echar a bajo o vaciarnos de todos los ídolos, especialmente, nuestro yo, para que pueda Dios entrar en nuestra vida, porque si seguimos llenos de nosotros, con nuestras tendencias y deseos egoístas, no cabe Dios. Para mí esta conversión permanente la veo totalmente necesaria y la veo muy poco predicada, valorada, practicada.

        Abres el evangelio y te encuentras: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.

        Así que la quinta mirada, todos los días y desde siempre, como parte esencial de la oración, nada más terminar esta mirada de amor a la Virgen, es la mirada a mí mismo, a mi vida, a mis fallos y desvíos de perfección y santidad o unión con Dios, para transformarlos según el evangelio y la voluntad de Dios; y podría hacer esto en cualquier otro momento de mi oración, pero es que la Virgen ha estado siempre unida a esta tarea porque ha sido mucho lo que me ha ayudado, levantado, consolado y, me ha ido descubriendo como madre y educadora desde mis primeros años, como madre y ayuda, y finalmente, como modelo y ejemplo y madre sacerdotal, unida sacerdotal y victimalmente a su Hijo, Cristo Jesús, Único y Eterno Sacerdote del Padre. 

        Porque en la juventud, con controlar la castidad, la soberbia manifiesta, la crítica y poco más, nos parecía que ya estaba todo hecho. Así me parecía por lo menos a mí. Pero anda, que con la oración y mirando a Cristo Sacerdote, con la luz de su Espíritu, he ido descubriendo paisajes de defectos y defectos, imperfecciones, que no eran ni son pecados graves, pero que impiden la identificación sacerdotal con Cristo, la unión con Dios, la visión de la fe y de amor divino sobre mí y sobre los demás; fui descubriendo mil detalles del yo, de cómo me buscaba en todo, el honor, los primeros puestos, de cómo, cuando creía que se había ganado la batalla con algún gesto de humildad o de perdón, aparecía el yo por otro lado, vanidad, egoísmo, no soportar con paz y sin murmurar, envidias, omisiones y olvidos manifiestos, incomprensiones, ingratitudes, tener que reaccionar perdonando siempre y esto todos los días, como Cristo, mi ejemplo y modelo sacerdotal, si quiero vivir mi identidad con Él por el  «carácter» sacerdotal.

        En este campo de la conversión, con el correr de los años y la purificación conseguida en algunos aspectos, los objetivos y el examen y la conversión van cambiando de materias e imperfecciones. La misma vida-oración, o la oración-vida te lo va indicando y exigiendo. Pero algunos compromisos son eternos. Esto del «yo», del buscarme a mí mismo en todas y sobre todas las cosas... no acaba, como he dicho muchas veces, no acabará,  sino dos o tres horas después de que me haya muerto.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama. 

Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  «amor propio», que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio.

Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, su gracia, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo. Pero cuando uno empieza y siente la fuerza de Cristo y su gracia, y empieza a conquistar cosas que le parecían imposibles porque antes nunca lo había conseguido y empieza a sentir a Cristo y a la Virgen muy cerca y el gozo de ser más plenamente suyos, entonces uno ya coge el camino que no dejará, porque ve que aumenta el amor y la amistad con Dios y que la confesión, la eucaristía, la penitencia es eficaz. 

La conversión no es fin, sino camino para la unión y la transformación total en Cristo, para el abrazo eterno de amistad que empieza ya en la tierra, para el gozo de saber y experimentar que es verdad lo que predico, lo que celebro, lo que creo, porque me va haciendo pasar de la fe creída a la fe vivida, porque yo amo en la medida en que estoy dispuesto a sufrir y sacrificarme por la persona amada; me convierto mucho, amo mucho; me convierto poco, amo poco; sufro mucho por Dios, le amo mucho.

El amor y la unión con Cristo, ha de pasar por la unión y el amor a Cristo crucificado para pasar luego a Cristo resucitado, nueva vida con Él,  para sentirse salvado y  coronado de gloria con Él a la derecha del Padre; del Cristo que, al abrazarme sin nada que impida sentir su abrazo y beso total, me hace salir de mí mismo, y eso es lo que san Pablo dice: “Vivo yo, pero no soy, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

Sin embargo, todos los años, infinidad de charlas y charlas y demás sobre apostolado, dinámicas, acciones, que está bien, pero siempre lo mismo; uno llega a aburrirse. Lo más importante de la formación en el seminario como su continuación en la tarea sacerdotal es formar al apóstol; es que la mayoría va encauzado al apostolado, a la acción y no al espíritu, a formar al apóstol.

        Podría hacer esto en cualquier otro momento de mi oración, pero lo hago después de mirar e invocar a la Virgen, porque Ella ha estado muy cerca de mí en esta materia, me ha echado una mano, me ha levantado y consolado, sobre todo, acompañado en horas de soledad y tristezas; la Virgen ha estado siempre unida a mí y yo a Ella en esta tarea porque ha sido mucho lo que hay que sufrir y purificar, porque son muchas las imperfecciones, que sin ser pecados graves ni veniales, impiden la unión, el amor total a Dios y a los hermanos. Y Ella, como madre y educadora, me ha ido examinando y corrigiendo desde mis primeros años, para unirme a Cristo, su Hijo.

María es la persona humana que mejor conoce este camino por madre y por haberlo recorrido: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y desde allí, me ha enseñado a hacerlo, acercándome a su corazón y pechos maternales, de los que he mamado la leche del amor a Cristo y a los hermanos, como Ella lo produce, contiene y amamanta.

Fui descubriendo mil detalles del yo, de cómo me buscaba en todo, el honor, los primeros puestos, de cómo, cuando creía que se había ganado la batalla con algún gesto de humildad o de perdón, aparecía el yo por otro lado, vanidad, egoísmo, no soportar con paz y sin murmurar, envidias, omisiones y olvidos manifiestos, incomprensiones, ingratitudes, tener que reaccionar como Él, perdonando siempre y esto, todos los días, siguiendo y pisando las huellas de Cristo, si quiero vivir mi identidad con Él por el  «carácter» sacerdotal.

        La misma vida-oración, o la oración-vida, te lo va indicando y exigiendo. Pero algunos compromisos son eternos. Esto del «yo», del buscarse a sí mismo y en todas y sobre todas las cosas... no acaba nunca, ni cuando me muera; ya lo he dicho más veces, que hasta dos o tres horas después de haber muerto, nadie esté seguro de que ha muerto mi yo, el cariño y la ternura que me tengo, por la que me busco en todas las cosas sobre el mismo amor debido a Dios y a los hermanos ¡como nos queremos y buscamos en todo! Y esto, aunque uno sea cardenal, obispo, sacerdote, consagrado/a.

Y claro, esto es una pena, porque, al estar tan lleno de piedras y defectos el canal, el sarmiento, no podemos transmitir en abundancia el agua viva de Cristo, no llega a los racimos toda la sabia debida. Llega, pero no toda la que Cristo quiere “Yo soy la vid vosotros los sarmientos…si el sarmiento está unido a la vid, da mucho fruto…  y se poda para que dé más fruto… si el sarmiento no esta unido a la vid…”.

Sobre todo si uno tiene una responsabilidad mayor por razón del cargo o ministerio; quiero decir que no es lo mismo que estos defectos lo tenga un párroco, por ejemplo, o que lo tenga un obispo o un rector o un director espiritual que debe formar a los futuros sacerdotes o dirigir una diócesis, a toda una generación de sacerdotes, ya que todo se tiene que ajustar a su mentalidad y modelo, el que él viva, y como consecuencia,  proponga. Y además, tú tienes que obedecer, por reglamento eclesial. Menos mal, que el Espíritu es más sabio y da soluciones. Pero las consecuencias se notan.

B.7. SÉPTIMA MIRADA; ORACIÓN-INTERCESIÓN CON CRISTO SACERDOTE COMO «DEPRECATOR MISERICORDIAE DEI».

 

«Implorante de la misericordia divina».

 

Así fui constituido por Obispo el día de mi ordenación sacerdotal. Así lo expresa y promete el ordenando expresamente en la Oración actual de la Ordenación, que en mi tiempo era distinta.  

Esta séptima mirada es una mirada a Cristo, Sacerdote y Víctima, presente en el Sagrario, en oblación e intercesión perenne al Padre, por la salvación de sus hermanos, los hombre; en este momento, en esta mirada y oración quiero pedir todo y siempre al Padre, «per Chirstum Dominum Nostrum», por la mediación de Cristo pontífice, puente, sacerdote y víctima,  por mi parroquia, por mi gente: niños, jóvenes y adultos, enfermos, sufrientes, tristes, ancianos, abandonados… es intercesión sacerdotal por todas mis ovejas y por la iglesia y el mundo entero.

  Ahora me siento identificado con Cristo Intercesor y pontífice universal ante el Padre, me uno a sus sentimientos, y he aprendido misericordia, amor generoso, desprendido, y milagros de fe y amor y de todo tipo, que me han demostrado su eficacia.

En relación con esta mirada, tengo escrito en SACERDOS /2, pag 67:

 

«3º.- Deprecator misericordiae Dei: Implorante de la misericordia de Dios.

 

La Oraciónde Ordenación pide en tercer lugar que los presbíteros imploren la misericordia de Dios por el pueblo a ellos encomendado y por todo el mundo. Para comprender mejor su contenido hay que relacionarlo con la nueva pregunta que se ha añadido en la actual edición:

«¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?»

La tercera función necesaria del presbítero es ser orante. Al igual que los Apóstoles, a imitación del Maestro, el presbítero debe dedicarse asiduamente a la oración, tal como mandó el Señor (Hech 6,4). La oración del presbítero es una oración apostólica, porque es una misión encomendada sacramentalmente.

No se refiere exclusivamente al rezo de la Liturgia de las Horas, como aparece en la Homilía, sino que se trata de un principio amplio de la espiritualidad sacerdotal desarrollado por el Vaticano II: los presbíteros son hombres y maestros de oración.

Al ser constituidos sacramentalmente en pastores del Pueblo de Dios, oran al Padre por el pueblo a ellos encomendado y por todos los hombres. Es una función intercesora y pastoral, además de una misión encomendada por la Iglesia, que manifiesta su naturaleza orante. El presbítero ora en nombre de la Iglesia, por la Iglesia, con la Iglesia y en la Iglesia, haciendo de su oración una ofrenda de alabanza y acción de gracias a Dios Padre.

Es verdad que el sacerdote está al servicio de la Palabra y de la comunidad, pero es también, y sobre todo, hombre de oración y de contemplación, en comunión con Cristo sacerdote al que reproduce en su ofrenda y en su intercesión incesante por los hombres. Esta dimensión oracional del ministerio es esencial para vivir su identidad y espiritualidad sacerdotal.

Sería interesante hablar largamente del sacerdote como gran intercesor. Es un motivo que da inmenso valor a toda la liturgia que vivimos y la sostiene en su fatiga. Muchas veces me pregunto: ¿cómo puede un sacerdote o un obispo ser verdaderamente intercesor por las muchísimas personas que le confían sus intenciones, por las muchísimas causas ante las cuales debería estar como Moisés orando en la cima del monte? (cfr. Ex 32,11)».

 

Lo he aprendido desde la necesidad y las peticiones que me piden los hermanos, los feligreses, porque la verdad, yo he sido muy romántico en esto y me gustaba la oración como encuentro de amistad solamente. De hecho, oficialmente, no he practicado desde el comienzo de mi sacerdocio esta intercesión, ser puente e intercesor oficial, «deprecator misericordiae Dei», aunque siempre hemos pedido y llamado: Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá…”, pero no lo hacia como encargo o ministerio oficial.

Como sacerdote puente entre lo divino y humano, quisiera recordar en mi oración de intercesión, todos los días, al Papa, a todos los obispos, a los diáconos, a los consagrados y consagradas, uno a uno, a todos los seminaristas, a todos los fieles, a todos los que se encomiendan a mis oraciones, a todas las comunidades parroquiales, a los pecadores, a las personas que sufren, a las personas que están buscando, al mundo entero; ¿cómo hacerlo? Me consuela entonces el espléndido texto de San Pablo: “Asimismo el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espíritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables. Por su parte, Dios, que examina los corazones, conoce el sentir de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según su voluntad” (Rom 8,26-27).

Confiándome al Espíritu, me abandono al ritmo de la Liturgia de las Horas, así como al dinamismo poderoso de la liturgia eucarística, pensando en tantas personas por las que quisiera orar, porque sé que el Espíritu está activo en cada una de ellas y sé que Cristo resucitado pronuncia sus nombres dentro de mí y así intercedo por mi pueblo según los designios de Dios.

En el memorial del sacrificio, el sacerdote recuerda la pasión y la resurrección del Señor, presenta al Padre el único sacrificio del Hijo como oración por excelencia; tan es así, que la Iglesia no puede dar verdaderamente gracias ni interceder si no es por medio de Jesucristo crucificado y resucitado, Único y Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza. Por eso la santa Misa es fundamentalmente PLEGARIA EUCARÍSTICA.

«El sacerdocio perfecto y definitivo de Cristo se consuma, pues, en dos momentos: en el sacrificio de la cruz, ofrenda total de sí mismo, y en la intercesión en el cielo, memorial perpetuo de su sacrificio por la salvación y santificación de los hombres; el sacerdocio cristiano, en comunión con Cristo, es un compromiso a sacrificar toda la vida y a interceder fervientemente por los hombres. Tanto en la oración como en la vida el cristiano ofrece su cuerpo en sacrificio vivo y santo. Los sacerdotes son signos e instrumentos del sacerdocio único y perfecto de Cristo al servicio de sus hermanos, que llega hasta el sacrificio generoso de toda su vida, y también en su oración de intercesión, que pone ante Dios a todos los que le han sido confiados para que se salven y santifiquen.

Juan atribuye a cada uno de los episodios de la crucifixión un profundo significado teológico de salvación e intercesión por los hombres. Para él, Cristo consuma en la cruz el sacrificio del cordero pascual, con cuya sangre había marcado las puertas de las casas de los israelitas para liberarlos. Cristo es el nuevo y definitivo Cordero Pascual, cuya sangre liberará a los hombres. Juan dice que fue crucificado el día de la preparación de la Pascua, es decir, el día en que se prepara la cena pascual, que debe celebrarse tras la puesta del sol. Jesús se inmolará en la cruz en el preciso momento en que el cordero pascual era inmolado en el templo para la cena litúrgica de la Pascua. Cristo ejerce su ministerio de pastor entregándose al sacrificio, como el cordero pascual que quita el pecado del mundo. Su ministerio es esencialmente sacrificio y servicio».

A 8. ÚLTIMA MIRADA: ORACIÓN Y VIDA PERMANENTE EN  TRINIDAD

Es una mirada a la Santísima Trinidad para terminar como he empezando y continuar en unión permanente trinitaria todo el día. Quiero que sea el círculo o triángulo de mi vida. Por eso, mi última mirada en mi oración diaria, es comenzar otra vez, es mirada a mi Dios Trino y Uno:

«Dios mío, Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, principio y fin de todo, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

        Es una forma de vivir ya en vida trinitaria, de vivir el cielo en la tierra, porque el cielo es la Trinidad y la Trinidad vive en mi alma: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Lo hago así porque quiero que mi Dios Trino y Uno lo sea todo para mí, sin comienzo ni final, esto es, un círculo eterno sin principio ni fin en el que me voy sumergiendo y metiendo  con todo mi ser y existir en su mismo Serse eterno e inmutable, por Sí mismo, infinito, sin principio ni fin, como recé en la primera mirada:

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en vos, inmóvil y tranquilo, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio».

        Así quiero vivir todo el día; en esta unión permanente de amor: «Semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam».

Mi última mirada y ya, con deseos de que así permanezca todo el día, toda la vida, no es de despedida, sino de todo lo contrario, de petición de ayuda de mayor  unión y diálogo permanente y continuo con mis Tres, «para sumergirme más en el misterio de su Amor, bien despierto en mi fe, en total adoración, entregado sin reservas a su acción creadora, como si mi alma ya estuviera en la eternidad».

        Esta última mirada tiene cuatro miradas: Santísima Trinidad, Dios Padre, Dios Espíritu Santo y Dios Hijo.

Son cuatro las oraciones-invocaciones; y cada una la repito tres veces, trinitariamente, despacio, contemplando cada expresión. Expreso mi  deseo de unión permanente con mis Tres de dos modos: in vita aeterna: en vida eterna, (en-preposición de ablativo) como si ya estuviera en Vida Eterna, y in (acusativo) vitam aeternam: hasta la vida eterna, porque aún estoy en el mundo y no he subido al Padre, pero no quiero romper mi unión y oración permenente con mi Dios Trino y Uno. Quiero vivir así en Trinidad hasta la vida eterna; estas serán la últimísimas palabras que le diga a mi Dios Tri-Unidad, todos los días al salir de la oración en la iglesia; quiero que me acompañe y esté conmigo todo el día, para mantener la unión permanente con mi Dios Trino y Uno: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él... el que me come, vivirá por mi... no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Toda la jornada quiero que sea p«in laudem gloriae ejus», para gloria y alabanza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

        «Dios mío,  yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman». Esta oración está inspirada, lo he dicho ya, en la oración que el ángel enseñó a los pastorcitos de Fátima. Me gustó siempre mucho. Me parece muy profunda y teológica, si se profundiza en ella; la rezamos todas las mañanas en mi parroquia, al exponer al Señor, antes de Laudes.

        Son cuatro las oraciones-invocaciones que hago; y cada una la repito tres veces, despacio, parando y contemplando cada expresión. Así que esta primera la repito lentamente tres veces:

 

        A). «Dios mío, Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Principio y Fin de todo, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman»

          Despacio, la repito tres veces: «Dios mío, Trinidad Santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Principio y Fin de todo…»

 

« yo creo».        Con esta oración quiero abarcar todo el misterio de Dios en relación con todos los hombres, con el mundo entero. Quiero que todos crean en Dios Creador de todo, que el mundo ha tenido un principio y un fin, que es Dios Trinidad; quiero que tengan el gozo de saber que Dios existe y nos ama; quiero que se alegren de que Dios exista y sea tan grande y poderoso y nos haya soñado y creado por puro amor gratuito, porque no le podemos dar nada que Él no tenga, simplemente porque es feliz viendo que existimos y estamos llamados a su misma felicidad eterna y esencia.

        Con esta oración quiero abarcar todo lo que existe, visible e invisible, fuera de Dios: a todos los hombres, creyentes y no creyentes; primero a los que creen: yo creo y me llena tan de verdad y de sentido el creer en Dios, que  quiero que todos crean, confíen totalmente en Dios, y no duden; quiero que todos nos ayudemos y pidamos fe para todos, que no haya hermanos perdidos, sin sentido en la vida, agnósticos, alejados, ateos.

Me gustaría que todos los seres existentes dijeran y meditaran: Si existo, es que Dios me ama. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3).

Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

        Si existo, es que Dios  me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán.

Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

       

        «Adoro». Yo quiero adorar al Padre “en Espíritu Santo y en Verdad del Verbo”, como su Hijo le adoró en su Humanidad aquí en la tierra, en obediencia total, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Ha llegado el tiempo, como Cristo dijo a la Samaritana, en que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo y en Verdad del Hijo.

        En Samaria, como en muchas partes del mundo y de nosotros mismos, adoramos a ídolos, a dioses falsos. Yo pido al Padre adorarle “en Verdad y Espíritu Santo”, en su mismo Amor de Espíritu Santo y en la misma Verdad de su Palabra.

No adoréis a nadie, a nadie más que a Él, (bis).

No adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más,

no adoréis a nadie, a nadie más que a Él.

        En esta oración pido que todos los creyentes adoremos al Padre, como Cristo, obedeciéndole hasta la muerte, hasta dar la vida: pido por ellos, por mis feligreses, por todos nosotros, para que durante el día, durante nuestras actividades, sepamos adorar, reconocer a Dios como único Dios; dejar que Dios sea Dios y nosotros, simples criaturas; pedimos para todos los creyentes, que sepan adorar, arrodillarse con toda su vida, ponerlo todo de rodillas obedeciendo a Dios, sus mandatos, sin tener y adorar a otros  ídolos en su corazón.

        Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

        Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

        Por la adoración quiero ser iluminado y revestido de misterio de mi Dios Trino y Uno, de su caridad infinita en la cual percibo y experimento no sólo la donación de Dios, sino también el origen de su existencia, de sus acciones, de toda la historia de la salvación y de la creación entera.

La adoración es el éxtasis y la verdad del Amor y la Palabra... Según san Juan de la Cruz (cf. Ll 2,36), el alma, purificada ya por las noches místicas, «anda interior y exteriormente como de fiesta y trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande y como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor. Y ya que la vida teologal, al intensificarse e interiorizarse, se hace más simple, continua y actual, el alma va transformando  su plegaria y acción en adoración pura e incesante».

 

«Espero». Pido para mí y para todos mis feligreses, para toda la Iglesia, que viva la virtud de la esperanza sobrenatural; que vivan mirando al cielo que nos espera,  que Dios es el fin y término del hombre y de la vida, que es para lo que Cristo vino y murió en la cruz y lo que Cristo nos ha ganado con su muerte y resurrección; pido que todos tengan fe y esperanza sobrenatural en Dios, en su Palabra, en sus promesas; pido para este mundo la virtud de la esperanza, porque la ha perdido, esperanza en Dios, en la fe, en la religión, en la creación, en el encuentro final de todos con nuestro Dios.

Pido por todos lo que no tienen esperanza sobrenatural, esperanza en la resurrección, incluso algunos que se llaman cristianos, y dudan y no creen ni se preparan para el encuentro con Dios, y esto me tortura y me entristece, ha sido algo permanente en mi vida desde mi infancia, es lo que más me preocupa en mi actividad pastoral, porque soy sembrador, y cultivador y recolector de eternidades fundamentalmente y todo en mi apostolado es en razón de esta eternidad con Dios, y como Dios lo ve y sufre, y la Virgen lo ve y le duele en sus hijos, es la razón fundamental de sus apariciones en Fátima y de sus mensajes, porque lo expresó su Hijo claramente ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?

        Esto me domina en mi apostolado, lo mismo cuando administro sacramentos, bodas, bautizos, primeras comuniones... aprieto tanto al Señor y le digo: Señor que ninguno de estos niños se pierdan, que estos lleguen casados y unidos a tu presencia, hasta que la muerte los separe. Y es que te digo: es terrible pensar que si uno se equivoca, se va a equivocar para siempre, para siempre, para siempre.

        Yo soy sacerdote de vida eterna, que tengo que administrar los dones de Dios aquí abajo, pero es siempre mirando al cielo, a la eternidad, porque si no llegan hasta allí no vale para nada. Todo lo terreno pasa, desaparecerá, sólo permanece la eternidad de Dios. Nunca pierdo esta mirada de eternidad y mucha gente no me comprende porque lo expreso en reuniones de cualquier tipo, privadas o litúrgicas, no sólo en entierros. Es que ese es el proyecto del Padre, para eso vino el Hijo y murió en la cruz, para buscarnos y abrirnos las puertas de la eternidad.

        Por tanto, si no todos hoy son sensibles a la perspectiva de hacerse «partícipes de la naturaleza divina», todos son sensibles, sin embargo a la perspectiva de hacerse (como parafraseaba san Máximo el Confesor la expresión de 2Pe 1,4) “partícipes de la eternidad divina”.

        En una ocasión, Miguel de Unamuno le respondió así a un amigo que le reprochaba su anhelo de eternidad como si fuera una forma de orgullo o de presunción: «No digo que merezcamos un más allá, ni que la lógica nos lo demuestre; digo que lo necesitamos, lo merezcamos o no, y basta. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella todo me es indiferente. ¡La necesito! ¡La necesito! Sin ella ya no hay alegría de vivir y la alegría de vivir no tiene nada que decirme».

        Quien muestra desprecio al mundo y a la vida de aquí no es quien desea la eternidad, sino al contrario, quien no la desea: «Amo tanto la vida —escribe el mismo autor—, que perderla me parece el peor de los males. No aman de verdad la vida los que gozan de ella día a día, sin preocuparse de saber si habrán de perderla del todo o no».  “De qué sirve vivir bien —decía ya san Agustín—, si no nos es dado vivir siempre?” (¿Quid prodest bene vivere, si non datur semper vivere?).

        “Para mí la vida es Cristo... deseo morir para estar con Cristo”, nos dice san Pablo. Lógicamente con el Cristo glorioso y eterno. Jesús ha venido para darnos la eternidad no sólo para mostrárnosla en sí, como vino para darnos, no sólo para mostrárnosla en sí, la vida divina. El salto que dio,  al encarnarse, de la eternidad al tiempo, hace posible el salto del tiempo a la eternidad que nos mereció con su muerte y resurrección. La esperanza en nuestra eternidad forma parte, por tanto, del dogma cristológico; brota de él como su objeto y su fruto. La esperanza en la eternidad es el corolario de la fe en la encarnación.

        En Cristo la eternidad ha aparecido en el tiempo; Él ha merecido para el hombre una salvación eterna. Ante él —pero sólo ante Él— se puede poner ese acto que, aun habiendo sido realizado en el tiempo, decide sobre la eternidad. Este acto consiste, en la práctica, en creer en la divinidad de Cristo: “Os escribo esto para que sepáis que vosotros, que creéis en el nombre del Hijo de Dios, tenéis la vida eterna”(lJn 5,13); y también: “Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”(Jn 11,26). La fe en la “Palabra hecha carne”, en la divinidad de Cristo, abre la puerta de la vida eterna, permite dar el salto infinito. Delante de Jesucristo, Hijo de Dios hecho carne y pan de Eucaristía por la potencia de Amor del Espíritu Santo, que hace presente a la Trinidad Santísima, porque se convierte en  templo, sagrario, morada y sacramento más pleno y visible de la Trinidad en la tierra, yo digo con total fe, confianza y amor: Yo creo, adoro, espero

«y te amo»: esta es la razón de mi vida, de mi sacerdocio por Cristo, de mi fe y esperanza, de mi apostolado, de todo mi ser y existir sacerdotal. Quiero vivir solo para amarte, quiero amarte eternamente, quiero empezar la eternidad de Amor con el Espíritu Santo, Beso y Abrazo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. Quiero seguir todo el día amando a mi Dios Trino y Uno, como si ya estuviera en la eternidad.

En estos momentos, espontáneamente, me viene al corazón y a la mente, la Plegaria de la Beata Isabel a la Santísima Trinidad, que tantas veces he mencionado: « Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

«y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman»

Una vez que he terminado de rezar tres veces esta oración-invocación-intercesión a la Santísima Trinidad, ahora sigo con la misma oración dirigida por tres veces al Padre, origen del proyecto de vida y eternidad del hombre en la que quiero expresarle que me alegro de que exista y sea mi padre y sea tan grande: Dios Existe, Dios existe y nos ama; y si Existe, existe el amor, la belleza, la felicidad, el hombre, y  todo tiene sentido, porque todo tiene un principio y un fin. «El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios y mediante esto, salvar su alma».

 

B) «Dios mío, Padre Eterno, Origen de todo bien, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por todos los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

        La repito tres veces. San Juan nos lo explica todo profundísimamente en su primera carta, 4, 7-14: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.  En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados”. 

 

C) Terminada esta plegaria, por tres veces rezo la siguiente:

«Dios mío, Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, ALIENTO DE VIDA Y AMOR TRINITARIO,  yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman»

        Por mi parte, no tengo reparo en decir públicamente que el Espíritu Santo es mi mejor amigo, consejero y maestro espiritual; siempre que tengo problemas de decisiones recurro a Él para que me ilumine y me oriente, y siempre le digo que quiero estar enchufado y conectado con Él por la oración, de espíritu a Espíritu.

        Y si el enchufe con el Espíritu de Cristo lo realizas en el Sagrario, que es donde está Cristo entero y completo, por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, que es el Espíritu Santo, entonces  entras en Consejo Permanente Trinitario por Él, viviendo así en unión permanente con nuestro Dios Trino  y Uno.

        A este propósito de enumerar sus dones y gracias, me viene espontáneamente a la memoria aquella oración de fray Luís de Granada,  tan rítmica y preciosa, que rezaba ya desde mi seminario menor, en la semana o novena de preparación para la fiesta de Pentecostés, en la que tan claramente pedíamos sus dones, sin entender mucho, y ahora la rezo con mi gente en el triduo al Espíritu Santo que hacemos todos los años en la parroquia:                     

        «¡Oh Espíritu Santo consolador, que en el día santo de Pentecostés descendiste sobre los Apóstoles y henchiste aquellos sagrados pechos de caridad, de gracia y de sabiduría!

        Suplícote, Señor, por esta inefable largueza y misericordia, hinches mi ánima de tu gracia y todas mis entrañas de la dulzura inefable de tu amor.

        Ven, oh Espíritu Santísimo, y envíanos desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, oh Padre de los pobres. Ven, dador de las lumbres y lumbre de los corazones. Ven, consolador muy bueno, dulce huésped de las almas y dulce refrigerio de ellas.

         Ven a mí, limpieza de los pecados y médico de las enfermedades. Ven, fortaleza de flacos y remedio de caídos. Ven, maestro de los humildes y destruidor de los soberbios. Ven, singular gloria de los que viven y salud de los que mueren. Ven, Dios mío, y disponme para Ti con la riqueza de tus dones y misericordias.

        Embriágame con el don de la sabiduría; alúmbrame con el don del entendimiento; rígeme con el don del consejo; confírmame con el don de la fortaleza; enséñame con el don de la ciencia; hiéreme con el don de la piedad y traspasa mi corazón con el don del temor».

 

Y la última de mis súplicas va dirigida a Jesucristo, en sus misiones fundamentales.

 

D) «Dios mío, Jesucristo, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE, yo creo, adoro, espero y te amo; y te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman».

Es casi un eco de la oración que antes he dirigido a Jesucristo Eucaristía.        Y como resumen de mi vida y de mi oración, para terminar este encuentro de búsqueda de amor, si me encuentro un poco enamorado, me vienen ahora a la mente para expresar este sentimiento los versos maravillosos del Cántico Espiritual de san Juan de la Cruz.

        Voy a copiar aquellos versos del alma enamorada, donde más se manifiesta esta búsqueda de Dios y este enamoramiento progresivo del alma hasta descansar en el Amado, en el Hijo Amado del Padre con Amor y Beso y Abrazo de Espíritu Santo por el Padre en TRI-UNIDAD.

 ¿Adónde te escondiste,

amado, y me dejaste con gemido?

Como el ciervo huiste,

habiéndome herido;

salí tras ti, clamando, y eras ido.      

  

  Pastores, los que fuerdes

allá, por las majadas, al otero,

si por ventura vierdes

aquél que yo más quiero,

decidle que adolezco, peno y muero.          

 

  Buscando mis amores,

iré por esos montes y riberas;

ni cogeré las flores,

ni temeré las fieras,

y pasaré los fuertes y fronteras.            

 

  ¡Ay, quién podrá sanarme!

Acaba de entregarte ya de vero;

no quieras enviarme

de hoy más ya mensajero,

que no saben decirme lo que quiero.          

 

 Y todos cantos vagan,

de ti me van mil gracias refiriendo.

Y todos más me llagan,

y déjame muriendo

un no sé qué que quedan balbuciendo.         

 

 ¿Por qué, pues has llagado

aqueste corazón, no le sanaste?

Y pues me le has robado,

¿por qué así le dejaste,

y no tomas el robo que robaste?              

 

 

 ¡Oh cristalina fuente,

si en esos tus semblantes plateados,

formases de repente

los ojos deseados,

que tengo en mis entrañas dibujados!    

 

 Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.         

 

 Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada,

diréis que me he perdido;

que andando enamorada,

me hice perdidiza, y fui ganada.             

 

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ASÍ Y EN ESTE ORDEN, MÁS O MENOS, ES MI ORACIÓN DIARIA DE LUNES A VIERNES.

Y SIEMPRE, PARA TERMINAR: GENUFLEXIÓN, UN BESO TRINITARIO (TRES EN UNO), MIRANDO AL SAGRARIO Y OTRO, A LA MADRE SACERDOTAL,  DICIENDO: «SEMPER VIVENS IN TRINITATE, CUM MARIA, IN VITAM AETERNAM», «SIEMPRE VIVIENDO EN TRINIDAD, CON MARÍA, HASTA LA VIDA ETERNA».

 

Una vez terminado el libro, me da un no se qué en el corazón no explicar un poco esto de «SEMPER VIVENS IN TRINITATE, CUM MARIA, IN VITAM AETERNAM», «SIEMPRE VIVIENDO EN TRINIDAD, CON MARÍA, HASTA LA VIDA ETERNA»; sobre todo el «cum Maria», porque lo de «siempre viviendo en Trinidad, hasta la vida eterna» está expresado y deseado en muchas partes del libro, desde el primer momento de mi oración.

Sé que suena casi a herejía, es muy atrevido decir «SIEMPRE VIVIENDO EN TRINIDAD, CON MARÍA, HASTA LA VIDA ETERNA»; pero es lo que vivo y siento, porque María me ha llevado hasta el Hijo, Verbo de Dios y Templo y Sagrario de mi Dios Trino y Uno. María toca la Divinidad, la Trinidad, ha salido de los límites meramente humanos, toca lo divino, lo infinito, es casi infinita, es «divina»; lo cierto es que para mí está, está  muy unida a  la al Verbo del Padre y a la Trinidad en mi vivencia oracional, aunque sin identificarla con mi Dios Trino y Uno.

Pienso que el Padre le ha comunicado parte de su paternidad del Hijo al hacerla Madre del hijo-Hijo, con amor de Espíritu Santo. Por otra parte ella ha hecho visible la Palabraque estaba en el principio junto a Dios y la Palabra era Dios; tenemos, por ella, la visibilidad del Hijo infinito del Padre; sin embargo, del Padre, no tenemos visibilidad en la Iglesia y en el mundo; así que pienso que el Padre la ha elegido y constituido como visibilidad y su representante y delegada entre los hombres.

Te lo voy a explicar un poco mejor siguiendo a un profesor mío de Roma, Jean Galot, que lo explica maravillosamente en su libro «En el corazón del Padre», Madrid 1955, pgs. 115-119.

María nos manifiesta con su ternura y amor la belleza y ternura del Padre para con todos, con el Hijo y con los hijos. Sabemos que Dios Padre nos ama, pero necesitamos, como humanos, un poco de visibilidad de su paternidad; y el Padre decidió y eligió a María para atraernos más poderosamente hacia Él, en calidad de Madre que nos manifiesta al Padre por su amor y ternura materno-paternal, formando en nosotros así un corazón filial en relación con Él. María es la figura del Padre, la figura cautivadora del afecto y la ternura infinita que nos ha ofrecido el Padre.

Para comprender bien esta verdad, hemos de reconocer que el corazón del Padre contiene en Sí toda la perfección y toda la riqueza que podemos encontrar tanto en un corazón paternal como en un corazón maternal. Su cualidad de padre no se opone, como es el caso de los hombres, a la cualidad de madre.

Cuando Adán y Eva fueron formados a imagen y semejanza de Dios, el Padre los creó según el canon de su paternidad, al uno en calidad de padre y a la otra en calidad de madre. En cierto modo, es como si hubiese dividido esta imagen en dos aspectos y hubiese querido que Adán represente ciertas tendencias y matices de su corazón paternal, mientras que Eva representaría todas las demás.

Todos los tesoros de afecto que se encuentran escondidos en un corazón maternal humano provienen, pues, del Padre. Y provienen de Él incluso en lo que este amor tiene de específicamente maternal y femenino. El Padre reúne en Sí toda la riqueza afectiva cuyos reflejos ha difundido en multitud de destellos sobre la comunidad humana.

Por consiguiente, en todo amor maternal hay que reconocer una imagen viva del corazón del Padre. La cálida atmósfera que una madre ofrece al desarrollo de sus hijos, la profunda ternura con que los envuelve y su capacidad de conectar con todo lo que ellos experimentan como gozos y dolores, la perseverancia de su solicitud, su benevolencia llena de atenciones, los prodigios, a veces heroicos, de su entrega, todo son manifestaciones de un afecto que ha sido comunicado por el Padre celestial.

Si los hombres aprecian el corazón de su madre y, tan a menudo, lo encuentran maravilloso, es porque en él descubren una réplica del corazón paternal divino, un afecto todo él inspirado y enriquecido por el inefable amor del Padre de los cielos.

Más aún: ha pretendido una profunda semejanza de estructura entre esta maternidad espiritual de María y su paternidad divina. El Padre había decidido amarnos como a hijos suyos precisamente a través de Cristo. De la misma manera, ha puesto como fundamento de la maternidad universal de María su Maternidad con respecto a Cristo.

Al ser Madre del Verbo Encarnado, recibiría María su destino de llegar a ser Madre de los hombres. Y su corazón maternal, como el corazón del Padre, estaría llamado a volcar sobre todos y cada uno de los hombres el afecto que Ella tendría al Hijo de Dios.

Por ahí se muestra la intención del Padre de dar a la maternidad espiritual de María no solamente la mayor extensión posible, sino la mayor profundidad. Esta maternidad debía entrañar mucho más que una actitud de amor maternal: debía reposar sobre la generación del Redentor.

María no sería Madre de la gracia entre los hombres sino después de haber sido hecha Madre del Autor de la gracia. Su influencia maternal sobre las almas tendría la más sólida raigambre; y su afecto materno tomaría las dimensiones de un afecto referido, en primer lugar, al Hijo de Dios. A ejemplo del Padre, María miraría a los hombres a través de su Hijo amadísimo y los consideraría, a esta luz, corno a hijos suyos.

Para que Cristo pueda vivir en nosotros, María no solamente lo trajo al mundo: lo entregó, además, sobre el Calvario. Este sacrificio constituye el precio con que pagó su maternidad espiritual. Ya que sólo por la ofrenda del Crucificado puede transmitirnos a su Hijo triunfante.

Si María ha recibido el encargo maternal de distribuir la gracia en nuestras almas es, precisamente, por su participación íntima, en calidad de Madre, en el suplicio de la cruz. Ella, por tanto, nos ha dacio a luz en el dolor: en el Gólgota. En el momento en que perdía su Hijo Único, quedó investida con su maternidad universal: al proponerla como Madre al discípulo amado, Cristo daba a entender que iba a ser en lo sucesivo Madre de todos nosotros.

La maternidad espiritual de María se revela, con ello, semejante a la paternidad del Padre celestial y le está estrechamente unida. El Padre nos hizo hijos suyos al darnos a su propio Hijo y ofrecerlo en sacrificio por nosotros; María nos da a este mismo Hijo que engendró según la carne y que ofreció en holocausto.

Por eso la maternidad de María es una representación particularmente viva de la paternidad del Padre de los cielos. No ha faltado quien haya hecho notar que María, al pie de la cruz, hacía, en cierta manera, el oficio de Delegada del Padre reemplazándolo junto a su Hijo paciente y demostrándole la compasión que el Padre le habría testimoniado visiblemente si hubiera tenido un rostro y un corazón humano.

Delegada representante del Padre, María lo espera junto a esas almas que ha dado a luz en el dolor del Calvario. Ella nos trae el afecto paternal de Dios mismo y, a través de su corazón traspasado, nos hace vislumbrar el precio con que el Padre quiso pagar su paternidad. En la Madre Dolorosa, que tanto nos conmueve, debernos descubrir la fuerza de un amor paternal que ha llegado hasta el fin. ¡Qué himnos más teológicos y preciosos de la Liturgia de la Horas a la Virgen Dolorosa el 15 de septiembre de todos los años!

No se trata, pues, de oponer la persona y el papel de María a los del Padre. A veces se ha hecho, y existe la tentación de hacerlo. Con facilidad ponemos en María una indulgencia, una bondad y una misericordia que no se le reconocen al Padre de los cielos.

Según ese criterio, Dios estaría representado por un juez que, a pesar de toda la bondad que podría poseer, debe atenerse a las reglas de la justicia en sus relaciones con nosotros. María sería la que hace doblegarse la rigidez del juez, no obedeciendo sino a las inspiraciones compasivas de su co- razón maternal, y dejándose arrastrar más fácilmente por las súplicas de sus hijos. María ofrece así un refugio donde la debilidad del hombre pudiera ocultarse y estar al abrigo de la severidad divina.

Ya hemos señalado, a propósito del drama de la Redención, hasta qué punto era inexacto hacer de la obra de salvación un acto de la justicia divina vindicativa o punitiva; pues en realidad, en esta obra, el Padre se ha dejado guiar exclusivamente por su amor: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Ahora bien, si la bondad paternal está a la cabeza de toda la obra salvífica, es Ella, y sólo Ella, la que regula las relaciones del Padre en la obtención de nuestra salvación individual.

 El Padre actúa con cada uno de nosotros como con la humanidad en su conjunto. Si su amor por nosotros se manifestó en el drama del Calvario, este amor permanece y sigue existiendo con la misma fuerza. Le haríamos injuria si lo representáramos únicamente bajo los rasgos de un juez severo, en contraste con el rostro de María,  lleno de dulzura y suavidad.

Nada hay en el corazón de Nuestra Señora que no sea un destello del corazón del Padre. Si la fisonomía de María es la de una Madre llena de comprensión con nuestras debilidades y desbordante de misericordia ante nuestra miseria, es porque el corazón del Padre posee en el más alto grado esta comprensión y esta misericordia.

Si nos descubre tesoros inagotables de paciencia y bondad, es porque el Padre tiene de ellos una reserva infinita. Con la dulzura y benevolencia de su acogida, tan atractivas para los hombres, es imagen del Padre que a través de Ella desborda ternura y simpatía.

Los cristianos tienen razón al buscar en María un refugio donde estar seguros de ser admitidos y mimados, pero se equivocarían si creyesen que Ella es un refugio contra Dios. Es, más bien, un refugio en el mismo Padre, en un asilo de amor que ha construido para nosotros.

Los pecadores tienen razón cuando dirigen sus ojos hacia la Inmaculada, cuya extrema indulgencia conocen, y cuando confían en el cariño que Ella les muestra, a pesar de las faltas cometidas. Esta indulgencia, con todo, no ofrece ninguna oposición con una severidad divina, pues es la auténtica expresión de la bondad paternal de Dios.

Ponerse al abrigo de María, en su corazón maternal, es en realidad ponerse al abrigo de Dios mismo, en las profundidades del corazón del Padre. La figura de María es tan arrebatadora, tan seductora, precisamente porque en Ella se transparenta la sublimidad del amor que nos ha dedicado el Padre.

Tal es el papel de la Virgen: Ella nos hace llegar al amor del Padre. El Padre sabía que nuestro espíritu humano hubiera tenido dificultad en comprender que su corazón paternal alimentaba todo el cariño que podemos desear de un Padre y de una Madre.

Ya lo hemos indicado: para muchos hombres, el Padre es una figura abstracta; su rostro paterno, al ser invisible, les parece lejano y frío, poco digno de interés. Si ya tienen dificultad en considerarlo verdaderamente como Padre, todavía serán menos capaces de percibir en Él todo el calor que se encuentra en un amor maternal.

El Padre ha venido, pues, en socorro de nuestra impotencia y ha colocado ante nuestros ojos a una Madre, que es, a la vez, una mujer de nuestra naturaleza e ideal perfecto del amor. Ella está aquí para hacernos sentir la ternura y la solicitud que Él nos dirige. Y lo consigue tan bien que ejerce sobre muchos un atractivo que el mismo Padre no parecería poseer en tal grado. En realidad, Ella no es sino una mensajera de la bondad divina que quiere ofrecerse a nosotros de manera más convincente; no es sino la expresión del corazón del Padre.

Por todo ello, mi vida y mi oración y mi apostolado y todo mi ser y existir, invitando a todos mis hermanos a que así lo hagan en sus vidas:«SEMPER VIVENS IN TRINITATE, CUM MARIA, IN VITAM AETERNAM», «SIEMPRE VIVIENDO EN TRINIDAD, CON MARÍA, HASTA LA VIDA ETERNA».

¡Ah, y como estamos hablando del final de este libro y de mi oración diaria, en el final de mi vida terrena para el abrazo Trinitario, ya lo hemos hablado y decidido en TRINIDAD,  CON MARÍA, la homilía de exequias, parafraseando a san Pablo, será: PARA MI, LA VIDA ES CRISTO SACERDOTE Y UNA GANANCIA, EL MORIR; y como epitafio sobre mi tumba, cambiando la preposición «in» de acusativo, que significa movimiento, por «in», de ablativo, que significa final, descanso, haber llegado al destino, será:  «SEMPER VIVENS IN TRINITATE, CUM MARIA, IN VITA AETERNA»; «SIEMPRE VIVIENDO EN TRINIDAD, CON MARÍA, EN VIDA ETERNA. Amén. Así sea

 

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