DICCIONARIO LITURGICO DE LA MISA

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

CATEQUESIS  SOBRE LA

EUCARISTÍA

    PARROQUIA DE SAN PEDRO.  PLASENCIA.1966-2018

ELABORADO DESDE LECTURA DE DICCIONARIOS Y LIBROS DE LITURGIA

CATEQUESIS  SOBRE LA EUCARISTÍA

Quiero explicar la Eucaristía del domingo como icono y paradigma de toda Eucaristía. Lo dice muy claramente el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica  Dies Domini: «La Eucaristía dominical, sin embargo, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la caracterizan, precisamente porque se celebra el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal, subraya con nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras celebraciones eucarísticas»  (DD 34).   En la Eucaristía o Cena del Señor, el pueblo de Dios es reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico (OGMS 7).

         Las palabras de Cristo en la Última Cena referidas por S. Lucas : “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros antes de padecer” (Lc 22,15-16), juntamente con   “Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”  (Lc 22, 20-21), nos dan una explicación completa del misterio instituido por Cristo aquella noche memorable. En la celebración de la Pascua judía, Cristo ha instituido la Pascua cristiana tan ardientemente deseada por Él, motivo de su Encarnación, como nos asegura la carta a los Hebreos:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (Hbr 10,5). Por su sangre derramada por nuestros pecados el Padre hizo un Nuevo Pacto con la humanidad, la Nueva y Eterna Alianza, que nosotros presencializamos en cada Eucaristía, especialmente los domingos, el Día del Señor Resucitado. La santa Eucaristía es la Nueva Pascua y la Nueva Alianza en la sangre de Cristo.

Pascua.

La Eucaristía es pascua y es alianza. Para entender ambas realidades es  necesario mirar al Antiguo Testamento donde ambas realidades se realizan como icono y anticipo de la cristiana. La pascua hebrea, en tiempos de Cristo, era la fiesta principal del pueblo de Israel, expresada singularmente por el banquete del cordero pascual, que los judíos comían y comen todos los años según el rito prescrito y en el que celebran los acontecimientos del pasado, especialmente la liberación de Egipto, pidiendo a Dios que siga renovando ahora las mismas  maravillas obradas entonces. Los textos de Ex 12 y Dt 16 la establecen como memorial de la salvación de Dios en favor de su pueblo. 

         La palabra pascua viene del hebreo a pesar que significa Asaltar por encima y muy pronto pasó a referirse al hecho de que Yavéh pasó de largo por las puertas de los israelitas en el último castigo infligido a los egipcios en la liberación de Egipto, abarcando también el paso del mar Rojo, la caída del maná del desierto y, sobre todo, la Alianza., realizada por Dios con su pueblo en las faldas del monte Sinaí. Aludiendo a este liberador pasar de largo ante las casas judías untadas en sus dinteles por la sangre del cordero pascual, un autor antiguo de la Iglesia, exclama: «Oh misterio nuevo e inexpresable, la inmolación del cordero se convierte en salvación de Israel, la muerte del cordero en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, oh ángel, ¿qué fue lo que te llenó de temor? Está claro: tú has visto el misterio del Señor cumpliéndose en el cordero, la vida del Señor en la inmolación del cordero, la figura del Señor en la muerte del cordero y por esto no has castigado a Israel»[1] Y el Pseudo Hipólito exclama: «Cuál será la fuerza de la realidad cuando la simple figura de ella era causa de salvación»[2].      Esta realidad de la pascua judía en el AT es fundamental para comprender la Pascua de Cristo en el NT. Dice S. Juan: “Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre...” (Jn 13,1). La pascua cristiana es el paso de Cristo y con Él de todos nosotros de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, llevando a plenitud la pascua antigua. La santa Eucaristía es la Nueva Pascua y la Nueva Alianza en la sangre del nuevo cordero de Dios, Cristo, “que quita los pecados del mundo”, creando el nuevo pueblo de la Iglesia.

         Esta Nueva Pascua fue instituida por Jesús en la Última Cena: “Tomad y comed todos de él, este es mi cuerpo entregado por vosotros...” “Tomad y bebed... esta es mi sangre derramada por vosotros...”

La Alianza.

Dios que había liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto, lo conduce al desierto, donde hace un pacto de amistad con Él, la alianza: “Ahora si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos” (Ex 12,14). Dios da a Moisés las tablas de la Ley y el pueblo se compromete a cumplirla. Y este pacto se sella con el sacrificio-banquete, previa la aspersión con la sangre del sacrificio de los becerros derramada sobre el altar, signo de la presencia de Dios, y sobre el pueblo, para establecer la alianza entre las dos partes, que de esta forman en cierto modo se hacen  consanguíneas.

         En el NT Cristo es el Cordero de Dios, que derrama su sangre por nuestra salvación y todos somos perdonados  por Dios de  nuestras culpas. En la Última Cena Dios establece un nuevo pacto de amor, una Nueva Alianza en la sangre de Cristo, nos da el abrazo de paz y somos su nuevo pueblo. En cada Eucaristía se renueva este pacto, Dios nos da la mano, como antes se hacía antiguamente para sellar los contratos humanos y renovamos el compromiso de que Él sea nuestro Dios, el único Dios de nuestra vida y lo absoluto de nuestra existencia y nosotros nos comprometemos a ser su pueblo y a obedecer y cumplir sus mandatos.

Memorial

Memorial es más que un simple recuerdo. El memorial hace presente lo que se recuerda. Un cumpleaños es recuerdo del día en que nacimos, pero no hace presente el parto. Memorial hace presente lo que se conmemora. La  Eucaristía es memorial que hace presente la muerte y la resurrección de Cristo, es la misma Cena del Señor, que hizo proféticamente presente anticipándolos el mismo sacrificio de la cruz y su resurrección, prueba de que el Padre aceptaba el sacrificio y realizaba el Pacto y la Alianza Nueva, y que nosotros presencializamos ahora en cada Eucaristía recordándolo como memorial. 

          “Este será un día grande para vosotros y lo celebraréis solemnemente en honor de Yavéh de generación en generación; será una fiesta a perpetuidad” (Ex 12,14). Cada año, la fiesta de Pascua era la más importante del pueblo judío; consistía en los ritos y oraciones de una cena, donde se comía el cordero pascual matado el día anterior y todo estaba regulado por leyes y tradiciones conocidas por todos; al hacerlo según lo prescrito se renovaba la alianza de Dios con su pueblo y Dios seguía bendiciendo a su pueblo.

         Esta pascua judía es anticipo de la pascua cristiana, instituida por Cristo en la Última Cena, sólo que ésta la supera infinitamente, porque aquí el cordero es Cristo, que se ofrece al Padre en el sacrificio de su muerte y resurrección para liberarnos a todos del pecado y de la muerte. La sangre de Cristo derramada, “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, prefigurada por la del cordero pascual judío, ha sellado la Alianza Nueva y Eterna, que nunca será rota ya por parte de Dios. De esta forma la Eucaristía es ya el memorial de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, que presencializa la muerte y resurrección de Cristo “recordando” lo mismo que en la Última Cena  presencializó  anticipándolo.

         En cada Eucaristía, proclamamos la muerte de Cristo (pasado que se hace presente), hasta que venga (futuro escatológico que se hace presente) según S. Pablo 1Cor. 11,26, cuando el sacerdote, después de la consagración,  nos dice: este es el sacramento de nuestra fe, y todos los presentes aclamamos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!».

Celebración del «Día del Señor»

El mismo día de la Resurrección, el Señor se apareció a los Apóstoles y celebró la Eucaristía. Según la tradición evangélica, cada ocho días, se mostraba visiblemente a los discípulos para instruirles y celebrar el misterio eucarístico hasta que subió a los cielos, donde está sentado a la derecha del Padre, en ofrenda permanente por nosotros.

         En los Hechos de los Apóstoles se confirma esta tradición apostólica y nos dice claramente que “el primer día de la semana, estando todos reunidos para la fracción del pan, Pablo, que pensaba marchar al día siguiente, les estuvo hablando y alargó la charla hasta la medianoche” (Hch 20, 7). En el NT se dice “el primer día de la semana”,  teniendo presente el calendario judío; según la semana judía, el sábado era descanso y el día siguiente al sábado  era  el primer día de la semana, que en el calendario cristiano pasó a llamarse “día del Señor”, porque en ese día el Señor resucitó, y el “día del Señor” en latín se dice “dominica”, palabra usada hasta en castellano, que luego pasa a decirse también domingo. La Didajé, documento importantísimo escrito hacia el año sesenta, anterior por tanto a algunos escritos del Nuevo Testamento, se expresa en estos términos en relación con la Eucaristía: “El día del Señor congregaros en asamblea para la fracción del pan y la Eucaristía, tras haber confesado vuestros pecados, para que vuestro sacrifico sea puro” (Didajé 14,1-3).

         Llegados a este punto no podemos menos de recordar al mártir S. Justino, de mediados del siglo II, tantas veces citado en textos teológicos y litúrgicos: «El día que se llama del Sol se celebra una reunión de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, las Memorias de los Apóstoles o los Escritos de los Profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplares. Seguidamente, nos levantamos todos y elevamos nuestras preces. Cuando se terminan, se presentan pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, eleva igualmente a Dios sus plegarias y acciones de gracias y todo el pueblo aclama diciendo: Amén. Después viene la distribución y participación que se hace a los presentes de los alimentos consagrados por la acción de gracias, y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ellos a huérfanos y viudas...» (Apol. I, 67). Vemos que es una descripción perfecta de las partes principales de la Eucaristía.

         Finalmente, para captar un poco la importancia de la Eucaristía dominical en los cristianos de los primeros siglos,  no me gustaría terminar este tema sin citar en versión breve el pasaje tan conmovedor y maravilloso de los Mártires de Abitinia (año 304), verdaderos mártires del domingo: «Fueron presentados al procónsul por los oficiales del tribunal. Se le informó que se trataba de un grupo de cristianos que habían sido sorprendidos celebrando una reunión de culto de sus misterios. El primero de los mártires torturados, Télica, gritó: Somos cristianos, por eso nos hemos reunido... Saturnino, lleno del Espíritu, le respondió: Hemos celebrado tranquilamente el día del Señor, porque la celebración del día del Señor no puede omitirse... Mientras atormentaban al sacerdote, saltó Emérito, un lector:.. nosotros no podemos vivir sin celebrar el misterio del Señor «sine dominica non possumus»[3]

         Los cristianos, como estos mártires de Abitinia, seguimos su ejemplo maravilloso y nos reunimos todos los domingos, porque es el «Día del Señor», el día en que el Señor  resucitó. Por eso, no se trata sólo de juntarnos con otros creyentes, debemos sentirnos comunidad en torno al Señor resucitado, y con todos los hermanos orar, escuchar, dar gracias, ofrecer el sacrificio eucarístico unidos a Cristo y a su Iglesia y  comer su carne y salir dispuestos a vivir su misma vida.

La asamblea eucarística

«Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su nombre» (OGMR 7).

         La asamblea es la primera realidad visible de la Iglesia de Cristo reunida para celebrar sus misterios. Ya en el AT tuvieron lugar grandes asambleas del pueblo elegido para escuchar la Palabra de Dios y  celebrar con gestos y oraciones los hechos salvadores obrados por Dios en favor de su pueblo, especialmente la Alianza:  Ex 19,24.En el NT “asamblea eucarística” es precisamente uno de los nombres con que se designa la santa Eucaristía, porque la Eucaristía es celebrada en y por la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia (1Cor 10,17-349)[4].

         A lo largo de los siglos «la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual, sobre todo en la asamblea dominical, porque el domingo es el día por excelencia de la asamblea cristiana» (SC 6). Si el Señor ya prometió su presencia “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18, 20), con mayor razón está en medio de esta reunión donde Él personalmente tiene que hacer presente su pasión, muerte y resurrección para salvación de todos. Su presencia es exigida en razón del misterio celebrado, porque es Él quien hace presente el misterio.

         Por tanto, el verdadero sacerdote y celebrante es Cristo a quien los demás sacerdotes representan dándole visibilidad externa como presencias sacramentales suyas: «En la Eucaristía o cena del Señor, el pueblo de Dios es reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico» (OGMR 7). Por eso, en las reformas de la Iglesia respecto a la Eucaristía y Liturgia de las Horas, se ha tenido muy en cuenta la participación de la asamblea, cuidando por parte de la misma la escucha atenta de la Palabra, la oración y el canto en los momentos oportunos, con las aclamaciones y diálogos en que participa.

         Y como Cristo es la cabeza, si Él está presente, también debe estarlo su cuerpo que es la Iglesia:  «en la asamblea que se congrega para la Eucaristía... se hará visible la Iglesia constituida en su diversidad de órdenes y de ministerios» (OGMR 257); en la misma Plegaria Eucarística de la celebración de la Eucaristía se nos recuerda esta verdad: «Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra y reunida aquí en el domingo, día en que Cristo ha resucitado y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal».      

         La Iglesia es la manifestación concreta y visible de Cristo. Por eso, el rostro de la asamblea se convierte en el rostro de la Iglesia y el rostro de la Iglesia debe convertirse en el rostro de Cristo de la manera más digna y manifiesta. Esta es la razón de que el domingo «Día del Señor» sea también el «Día de la Iglesia», como Juan Pablo II ha explicado muy bien en la Carta «Dies Domini». Cada domingo el Señor resucitado se aparece pascualmente a su Iglesia reunida en su nombre por el orbe entero como pueblo de Dios «reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo» (OGMR 7). «Jamás se apreciará suficientemente la gran importancia de la asamblea dominical como fuente de vida cristiana del individuo y de las comunidades, y como expresión de la voluntad de Dios de reunir a todos los hombres en el Hijo Jesucristo» (Celebraciones en ausencia de presbítero, 50).

Los ritos iniciales

«Todo lo que precede a la liturgia de la Palabra, es decir, el saludo, el acto penitencial, el <Kyrie> con el <Gloria> y la colecta, tiene el carácter de introducción y preparación. La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oir como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía» (OGMR 24).

         La celebración de los sacramentos, especialmente del más importante de todos, como es la Eucaristía, se inicia  con unos gestos y expresiones, que son siempre los mismos y están llenos de contenido litúrgico y espiritual. Nosotros, al tratar de explicar la santa Eucaristía, vamos a seguir  principalmente la Ordenación… General del Misal Romano, documento que presenta las orientaciones oficiales sobre la celebración litúrgica y pastoral de la santa Eucaristía según el  <Ordo Missae> promulgado el 3 de abril del 1969, y que siempre  citaré abreviado: OGMR .En realidad, el OGMR es una catequesis clara y profunda sobre los contenidos litúrgicos, teológicos, pastorales y espirituales de las diversas partes y elementos que constituyen la santa Eucaristía y su celebración consciente y provechosa. Todas las notas y explicaciones dadas nos ayudan a comprender el misterio que celebramos, para identificarnos mejor con los sentimientos y actitudes de Cristo y celebrar la Eucaristía plenamente“en espíritu y verdad”.

         La liturgia de la Palabra constituye la primera parte importante de la Eucaristía y hacia ella caminamos desde el la señal de la cruz y los demás gestos que nos introducen, preparan  y nos “disponen a oir como conviene la Palabra y celebrar dignamente la Eucaristía”.

         Los ritos iniciales comprenden el canto de entrada, el beso del altar por el sacerdote y la señal de la cruz por todos los presentes. Por el canto de entrada formamos una asamblea unida en la fe; por el beso del altar, que es Cristo, estamos  presididos desde el principio por la presencia amada y besada del Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, y por la señal de la cruz somos cristianos bautizados en su nombre todos los que participamos de su Eucaristía.

         Antiguamente el canto de entrada era en latín; se denominaba  introito, del latín <intro-ire> que significa “ir dentro, entrar” y tenía un texto fijo con música gregoriana. Algunos se hicieron muy célebres, hasta el punto que las Eucaristías y las fiestas eran designadas por las primeras palabras del mismo; por ejemplo, la Eucaristía de “requiem”, por ser primera palabra del introito de las Eucaristías de difuntos; los monaguillos lo cantábamos al comenzar la santa Eucaristía, junto con la célebre secuencia del «dies irae, dies illa»; otros introitos dieron lugar a designar domingos determinados de Pascua: domingo de «laetare», «gaudete»...

El canto de entrada

«Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con sus ministros, se da comienzo al canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido y elevar sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico o de la fiesta, introduciendo y acompañando la procesión de sacerdotes y ministros» (OGMR 25).

         La celebración de la Eucaristía comienza los domingos ordinariamente con la entrada procesional y el canto de entrada. El canto tiene una función ministerial, porque no se trata de un concierto, es decir, de un lucimiento de corales o cantos determinados, aunque sean religiosos, sino  hacer asamblea unida para celebrar los santos misterios. Por eso, si toda la asamblea participa, es lo perfecto. Según el Catecismo: «el canto y la música cumplen su función de signos de una manera tanto más significativa cuanto más estrechamente estén vinculados a la acción litúrgica, según tres criterios principales: la belleza expresiva de la oración, la participación unánime de la asamblea en los momentos previstos y el carácter solemne de la celebración. Participan así de la finalidad de las palabras y de las acciones litúrgicas: la gloria de Dios y la santificación de los fieles» (CIC. 1157).

         Algunos cantos de entrada: <Alrededor de tu mesa>, <Hacia tí, morada santa...> o también; <Juntos como hermanos>, reflejan este sentido de asamblea peregrinante, que camina hacia el Señor. El canto de entrada es también una forma de unir los corazones en la alabanza a Dios. Cada uno viene del trabajo de la semana, con sus alegrías y penas, con sus problemas y temores, y el canto de entrada hace que empiecen a dejar esas preocupaciones y a unirse en el saludo y en las oraciones iniciales. Empiezan a sentirse comunidad con alegría, derribando barreras y separaciones: «la unidad de los corazones se alcanza más plenamente mediante la unidad de las voces» (SC, 42 ). Es conveniente, pues, que toda la asamblea cante y se revista de este manto musical sagrado para entrar a celebrar el misterio de Cristo.

         Estos cantos de entrada deben ser lo suficientemente conocidos y sencillos para que todos puedan cantarlos y así la participación sea mayor. También deben prolongarse hasta que todos lleguen a sus respectivos lugares en la celebración sin mayor extensión en el tiempo porque no tienen más sentido que éste. «Ojo con los coros y corales que desde el principio no buscan cantar la Eucaristía o cantos litúrgicos pertinentes sino cantar y lucirse durante la Eucaristía y muchas veces no ayudan a formar asamblea. Es muy importante acertar en el canto de entrada para <entrar>  bien en la Eucaristía».

Beso del altar

«Según la costumbre tradicional de la liturgia la veneración del altar...  se expresa con el beso» (OGMR 232). «El sacerdote y los ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar; en señal de veneración, el sacerdote y el diácono lo besan. El sacerdote, según los casos, podrá también incensarlo» (OGMS, 27).

         El beso es uno de los gestos más universales en todas las culturas, por eso todos entienden perfectamente su simbolismo, incluso en el ámbito religioso. Las personas nos besamos para expresar afecto, gozo, deseos de amarnos y unirnos más, sobre todo al encontrarnos o al despedirnos. También besamos los objetos que apreciamos por lo que son o representan. En la Biblia y en la Liturgia es frecuente el lenguaje del beso.

         El comienzo y el final de la Eucaristía están marcados por este gesto de veneración del altar: el sacerdote se inclina y lo besa. Es una costumbre muy antigua y la primera acción que realiza el sacerdote y ordinariamente pasa desapercibida;  antes de decir nada, de hacer nada, besa el altar porque el altar representa a Cristo.  El altar es Cristo, afirma la tradición. Besar el altar es un gesto y actitud de respeto y adoración al Señor e indica que es y queremos que sea Él verdaderamente <el centro y culmen de nuestra celebración>. Este es también el sentido de la incensación del altar. Es a Él, a quien buscamos, queremos escuchar y queremos recibir. Estamos allí porque Él nos dijo: “haced esto en conmemoración mía”. La  Eucaristía no es, por tanto, una reunión de gente fervorosa o simple reunión de cristianos por su cuenta, que podamos manejar a nuestro antojo; estamos allí para escuchar a Cristo y su evangelio y para comulgar con sus sentimientos y actitudes. Él es desde el principio el centro de nuestra atención. El sacerdote va a comenzar su ministerio pero, antes de nada, quiere quedar bien claro ante la asamblea, que lo empieza y termina en nombre de Cristo, y expresa su afecto y amor besando a Cristo, representado en el altar.

La señal de la cruz

«Venerado el altar, el que preside la celebración se dirige a la sede y, cuando termina el canto de entrada, hace juntamente con todos los fieles la señal de la cruz, diciendo el que preside:

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo y respondiendo el pueblo: Amén»  (OGMR, 86).

         La cruz es un símbolo especial para los cristianos. Desde que Cristo murió en la cruz, dejó todo el sentido  negativo y humillante que tenía en las culturas antiguas, para convertirse en el signo por excelencia del cristianismo, por la muerte salvadora de Cristo; es signo de Cristo y de vida y salvación cristianas. Por eso, Pablo llegará a decir: “No quiero saber más que mi Cristo y éste crucificado” (Ef.1,7; cfr. 1Cor.1,17- 20; Col 16,24).

         En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo fuimos bautizados y entramos a formar parte de la Iglesia de Cristo. Al hacerlo al comienzo de la santa Eucaristía, queremos hacer pública manifestación de nuestra fe, de nuestro bautismo, de nuestra identidad cristiana y de confesar nuestro amor a nuestro Dios Trino y Uno. La Eucaristía es para los bautizados,  para alimentar la vida de gracia recibida en el bautismo. Si la santa Eucaristía hace presente la muerte y la resurrección de Cristo, es lógico que empecemos <santiguándonos> con la señal de la cruz en la que fuimos salvados por Él y con la que hay que signarse, como decía el catecismo de mi infancia, siempre que comencemos una buena obra, y la santa Eucaristía la mejor de todas. Estamos en la iglesia, la asamblea ha iniciado el canto y se ha puesto de pie, el sacerdote ha besado el altar y la unión de la asamblea, que ha iniciado el canto, continúa con la señal de la cruz en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, porque la santa Eucaristía es la máxima adoración y alabanza que podemos tributar a la Santísima Trinidad en cuyo nombre fuimos bautizados, realidad que recordamos algunos domingos con la aspersión del agua.

El saludo

«A continuación, el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada» (OGMR, 28).

         El sacerdote comienza por saludar a la asamblea. Este saludo representa el primer contacto oral del sacerdote con la asamblea. Es norma de educación en todo encuentro. Y por la forma de saludarse las personas sabemos el motivo y la amistad que los une. Esta es una reunión de fe y debe expresar este deseo de activarla y aumentarla. El Misal ofrece diversas fórmulas para este saludo litúrgico según tiempos y circunstancias. Algunas son muy antiguas, sacadas del Nuevo Testamento, especialmente de los saludos y despedidas de S. Pablo en sus cartas. Ordinariamente estos saludos están formulados en forma de deseos, de gracia que se pide para todos. Dice el Misal que el saludo se hace con las manos extendidas <extendiendo las manos> (IGMR 86), para indicarnos que no hay que hacerla sólo de palabra o rutina sino con toda la verdad de nuestro ser, cuerpo y alma,  manifestando una acogida sincera de corazón a todos en el comienzo de la celebración cristiana.

         La primera, de formulación trinitaria, está tomada de 2Cor 13,13: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros”.  La fuente de toda gracia y de todo don es el Padre:“Todo don perfecto viene de Dios... Padre de todas las luces...”; la mayor gracia y el mayor don que nos ha dado es su Hijo Jesucristo Nuestro Señor: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn3,16).El único que puede llevarnos al conocimiento perfecto de Cristo muerto y resucitado es el Espíritu Santo:“Os conviene que yo me vaya... cuando venga el Espíritu Santo, él os llevará hasta la verdad completa” (Jn 16,13), esto es, a la vivencia de Cristo. Y así fue: los apóstoles siguieron con miedo a los judíos aún viendo a Cristo resucitado y celebrando la Eucaristía con Él; cuando vino ese mismo Cristo Resucitado, sin cuerpo visible, sino hecho fuego de Espíritu Santo en Pentecostés, se acabaron todos los miedos y se abrieron todas las puertas.  El sentido de este saludo, en términos actuales, podíamos traducirlo así: El amor del Padre, que es Jesucristo, el Amado, esté con todos vosotros por su mismo amor trinitario, que es el Espíritu Santo. Las otras dos formulaciones son cristológicas, es decir, están centradas en Cristo. La segunda es la más breve y la que se repite más veces durante la Eucaristía: “El Señor esté con vosotros”. Expresa el deseo de que el Señor se haga activamente presente en la comunidad, cumpliendo así  el proyecto del Padre que envió a su Hijo, Palabra Eterna para decirnos todo lo que nos ama, con amor extremo, hasta dar la vida. Queremos que siga produciendo entre nosotros los mismos efectos santificadores que en su primera venida, queremos que siga viniendo, que no nos deje sin su presencia amiga y salvadora. En realidad es el mismo saludo que Él dirigió a los apóstoles, cuando se apareció después de su resurrección: “En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros”  (Jn 20,19).

         En cada Eucaristía el Señor se aparece para celebrar la pascua con sus discípulos de todos los tiempos, se manifiesta pascualmente para animarlos y quitarlos todo miedo, para perdonar sus cobardías y pecados, como hizo con los discípulos, sin echarlos en cara sus traiciones y abandonos. “El Señor esté con vosotros”, y la asamblea responde:“Y con tu espíritu” Es un breve diálogo, que encierra un profundo significado: El Señor esté aquí verdaderamente en medio de nosotros, aquí presente para realizar la unidad máxima de toda la Iglesia en la fe y en el amor,  para celebrar sus misterios de vida y salvación, a la que todos aspiramos y por la cual estamos aquí reunidos. En este saludo, Cristo por medio del sacerdote, que lo representa, y su pueblo entran en diálogo salvador; todos somos invitados a superar las barreras que existan por motivos religiosos, humanos, sociales... superándolo todo en la fe y en el amor de Dios. Queremos la unión no sólo con Dios sino también con todos los presentes de diversas familias, culturas y razas. De extraños y separados socialmente somos hechos prójimos y hermanos por la fe en Jesucristo. Somos invitados a superar las faltas de amor, la falsedad y mentira de nuestras relaciones humanas y cristianas.   

         La tercera está tomada de Ef 1, 2: “La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros”. Normalmente paz es ausencia de guerras y conflictos y problemas con los que nos rodean, cosa casi imposible en un mundo tan difícil; por tanto, es una gracia y un don muy estimado por todos; pedimos paz con Dios para que no estemos separados de su amor y amistad por el pecado; pedimos paz con los hermanos superando todas las diferencias;  y se lo pedimos a Dios porque Él es la fuente de toda gracia y es un don para la comunidad, que pedimos los unos para los otros: paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Venimos a la Eucaristía para recibir una y otra vez la paz y recomponerla, si la hemos roto o nos la han quitado.  Saludar a la asamblea con estas palabras expresa el deseo del celebrante de que todos reciban el don de la paz, don de la gracia: Espíritu Santo, que nos reconcilia con Dios y los hermanos, destruyendo muros y barreras y creando la amistad y la unidad entre Dios y todos los hombres.

Brevísima introducción

«Terminado el saludo, el sacerdote u otro ministro idóneo puede hacer a los fieles una brevísima introducción sobre la Eucaristía del día» (OGMR, 29).

         Recalco lo de brevísima, porque a veces se adelantan  verdaderas homilías y se dan todas las advertencias. Se trata de una brevísima introducción, prolongación del saludo ritual inicial, que ayude a situarnos ante el misterio que vamos a celebrar, a entrar en clima celebrativo. El Directorio dice que nunca debe faltar.

El acto penitencial

«Después, el sacerdote invita al acto penitencial que se realiza cuando toda la comunidad hace su confesión general, y se termina con la conclusión del sacerdote»  (OGMR, 29).

         Nos hemos reunidos en el nombre de la Santísima Trinidad y Dios es la misma Santidad, pero ¿qué somos nosotros delante de Él? Somos pobres pecadores que tenemos necesidad de su misericordia. “¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!” (Is 6,5). Venimos a la Eucaristía no porque seamos santos o cumplamos ya perfectamente todos los mandamientos, sino porque queremos cumplir su voluntad  y esto nos cuesta y caemos muchas veces; venimos para convertirnos y porque queremos ir poco a poco logrando quitar del centro de nuestro corazón todos los ídolos. Y el único que nos puede ayudar es Jesucristo por su misterio pascual, por eso pedimos su gracia.

         El pecado nos impide escucharle, seguirle, pisar sus mismas huellas de entrega y amor al Padre y a los hermanos, nos impide acoger su Palabra, orar debidamente y dejar que el Espíritu nos llene de su amor. Él viene para eso precisamente en la Eucaristía, haciendo presente ante la asamblea su adoración obedencial al Padre,  con amor extremo, hasta dar la vida por la salvación de los hombres, sus hermanos. La Iglesia, consciente de esta riqueza, empieza invocando su gracia y salvación para todos.

         La liturgia de esta Iglesia, que es santa y pecadora a la vez, santa por Cristo y en Cristo, pecadora por los hombres, ofrece ahora varios ritos a elección del celebrante; todos expresan los mismos sentimientos de una forma u otra. El rito de la aspersión del agua bendecida, memoria semanal de nuestro bautismo, nos recuerda que la Eucaristía es por excelencia el lugar en el que todos ejercitamos el sacerdocio común espiritual que vivimos en nuestra existencia cristiana procurando hacer de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios. Este rito de la aspersión, recomendado especialmente en los domingos de Pascua y sin embargo pocas veces utilizado, tiene la ventaja de unir el bautismo y la Eucaristía al comienzo de la liturgia y corresponde a la espiritualidad de la Eucaristía mucho mejor que otros ritos o fórmulas más ordinariamente utilizados. El sacerdote bendice el agua pidiendo a Dios que renueve en ella para cada fiel“la fuente viva de la gracia”, a fín de que puedan acercarse a Él “con un corazón puro”. Asperja a los fieles, que acogen humildemente el perdón:“Os purificaré  con agua pura y seréis purificados, dice el Señor. Os daré un corazón nuevo”  (Ez 36, 25- 26).

         Fuera de la aspersión, está el otro rito alternativo, del que hablábamos antes, que tiene tres formulaciones y que está constituido por una invitación del que preside a sentirnos necesitados de perdón, sigue un breve silencio, confesión comunitaria de los pecados y plegaria presidencial conclusiva pidiendo el perdón: «Hermanos, para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados».

         Se invita, pues, a la asamblea a tomar conciencia de nuestra condición pecadora; el breve silencio es para que nos paremos y reflexionemos un momento sobre la necesidad de convertirnos; luego la asamblea confiesa públicamente sus debilidad pecadora y la necesidad del perdón de Dios: «Yo confieso ante Dios todopoderoso...”; finalmente el sacerdote ejerce su ministerio de misericordia en nombre de Dios: “Dios todopoderoso tenga misericordia de vosotros, perdone vuestros pecados y os lleve a la vida eterna».

         En la segunda fórmula que ofrece el Misal hay una invitación al arrepentimiento, un silencio meditativo y sigue la recitación de dos versículos inspirados en los salmos, recitados en forma de diálogo: «Señor, ten misericordia de nosotros,//  porque hemos pecado contra ti.// Muéstranos, Señor, tu misericordia // y danos tu salvación” (Sal85,8). Si la santa Eucaristía es la aparición semanal pascual de Cristo a los suyos, no tiene nada de particular que empiece perdonándonos como lo hizo con los Apóstoles que le habían abandonado: “Paz a vosotros”. Es el perdón pascual, su continuación y presencia permanentemente actualizada en la Eucaristía. Como nos narran los evangelios, Cristo resucitado tenía muchas y serias razones para amonestar a los Apóstoles, pero, sin embargo, al aparecerse,  no comenzó a recriminarles sus pecados, sino que les tendió sus manos y abrazo de perdón y les dijo: “Paz a vosotros, no temáis, soy yo”; luego siguió con sus enseñanzas  y la Acción de gracias sobre el pan. Así ahora  también Jesús, en cada Eucaristía, por medio del sacerdote, su presencia sacramental, comienza siendo misericordioso con la comunidad, reconoce las dificultades que le rodean en el mundo y viene dispuesto a corregirnos pero sin  hundirnos en nuestro pecado sino levantándonos y quitándonos el peso de nuestras faltas y debilidades morales y espirituales.

         Otra fórmula muy común es la del “Kyrie”; es muy antigua, parece que se fijó ya en el siglo VIII y primitivamente se dirigían a Cristo. Luego se les dio una orientación trinitaria: el primer <Kyrie> se dirigía al Padre, el “Christe” al Hijo y el último <Kyrie> al Espíritu Santo. La reforma litúrgica ha devuelto al <Kyrie> su dimensión cristológica. Esta tercera fórmula está formada por las tres invocaciones: <Señor, ten piedad>, dirigidas a Cristo, y que en orden sucesivo, son: <Tú que has sido enviado a sanar los corazones afligidos/ Tú que has venido a llamar a los pecadores/ Tú que estás a la derecha del Padre para interceder por nosotros».

         Estas tres invocaciones están muy elaboradas y había que darles mayor importancia en la celebración, para que la asamblea se sienta verdaderamente perdonada por el Señor sin necesidad de repetirlo continuamente durante la Eucaristía, que en lugar de ser una gozosa acción de gracias de la comunidad resucitada con Cristo, corre el riesgo de transformarse en lamentación continua individual y colectiva, icono de esas iglesias llenas de confesonarios. Este rito inicial debe convertirse en una aclamación de la misericordia de Dios y no de preparación para  el sacramento de la penitencia, sino de la celebración de la alianza de Dios con los hombres actualizada en cada Eucaristía:“Éste es mi cuerpo entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”.

         La santa Eucaristía es de suyo la nueva Alianza y nuevo pacto, que se hace presente; es nuevamente darnos Dios el abrazo de amistad a los hombres, sellado en la sangre de Cristo. Por eso y para eso precisamente nos hemos reunidos y damos gracias a Dios con Jesucristo, por eso se llama Eucaristía, porque más que confesión de nuestros pecados, es proclamación-reconocimiento de la salvación, del perdón, de la alianza concedida y renovada por la sangre de Cristo. Alabamos y damos gracias a Dios Padre por este proyecto de Amor realizado por el Hijo con la fuerza del Espíritu Santo y continuamente ofrecido gratuitamente para todos en la Eucaristía.

         Y siempre acudimos con confianza a Cristo y confiamos totalmente en Él porque “no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso acerquémosnos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente”  (Hbr 4,15-16).

Gloria a Dios en el cielo

«El Gloria es un antiquísimo y venerable himno con que la Iglesia congregada en el Espíritu Santo glorifica a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas» (OGMR, 31).

         La palabra <gloria> tiene profundas connotaciones bíblicas y teológicas para los cristianos: la gloria de Dios, su grandeza, su excelsitud y claridad manifestada especialmente en el Hijo, “esplendor de la gloria del Padre”. Cristo es glorificado por el Padre y es a su vez la gloria del Padre (cf. Jn 17,1).

         Este himno del Gloria, junto con el de <Luz gozosa> y el <Te Deum laudamus>, forman parte de los himnos más antiguos de la piedad cristiana en honor de Dios Padre y Jesucristo, el Señor. Es una oración de alabanza y acción de gracias, que expresa en forma festiva el gozo y la paz encontrada en el reconocimiento de Dios Padre y de Cristo salvador, que intercede por el mundo entero. Se llama himno angélico porque empieza con el anuncio de los ángeles en la nochebuena: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”,  y luego bendice y alaba a Dios en un apretado haz de alabanzas luminosas: «por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias», poniendo a continuación los motivos de estas alabanzas; primero, en relación con el Padre: «Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso»; luego pone los títulos del Hijo: «Señor, Hijo único, Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre»; a continuación sigue la triple súplica al Hijo en condición de resucitado y de su poder de salvación actual: «Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de  nosotros. Tú  que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica. Tú, que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros». Y todo esto se fundamenta en la fe que nos asegura que Él fue enviado por el Padre para esta misión: «Porque sólo Tú eres santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo, Jesucristo». Concluyendo con referencia explícita al Espíritu Santo: «Con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Amén».

         Este himno resplandece no tanto por su belleza literaria en prosa rítmica, sino por su contenido teológico-espiritual, por la  fundamentación y certeza de la fe en sus proclamaciones, que producen ecos de profunda alegría en el corazón de los que lo cantan o rezan.

         Empieza uniéndonos a las alabanzas a Dios Padre, como fuente de toda bendición, que nos ha predestinado “antes de la creación del mundo”, para ser “alabanza de su gloria” en la eternidad de su amor, y que ya anticipamos y empezamos a cantar en la tierra antes de llegar al cielo por la celebración de la Eucaristía, que hace presente el gran gozo del Nacimiento del Hijo cantado en aquella noche santa por los ángeles y que ahora se va a renovar en la encarnación continuada, que es la Eucaristía, mediante la venida de Cristo al pan y del vino por la consagración. 

         Este himno condensa en gavilla apretada los principales sentimientos de la Eucaristía: glorifica a Dios, como el prefacio; le da gracias, como en la plegaria eucarística; se implora el perdón como en la preparación penitencial; se celebra su santidad, como en el <Sanctus>. Como doxología pertenece a la forma más alta de oración cristiana, con la particularidad de que es toda la comunidad la que ejerce este oficio sacerdotal como “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad, para anunciar las grandezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1Pe 2,9).

         El Gloria, si se canta, hay que procurar que sea, por su belleza, ritmo y tiempo empleado, un camino hacia Dios y no una belleza puramente estética, donde a veces, por culpa de la misma polifonía, ni se puede rezar ni seguir, y por el tiempo empleado, más que un camino, sea una  interrupción de la Eucaristía; hay que cantar la Eucaristía, no cantar durante la Eucaristía, aunque sean bellezas musicales, porque entonces es la música la que marca el ritmo y no está al servicio de la Eucaristía, sino al revés. Atención por tanto a tantas corales que no ayudan sino entorpecen la celebración de la alabanza a Dios o cambian el Gloria por himnos regionales. Hay que ser más profetas de la verdad del templo y del culto a Dios y no convertir las catedrales o iglesias en salas de concierto o plataformas de lanzamientos folklóricos o regionalistas, desviándonos y olvidando su razón de ser y convirtiéndolas en cuevas de ladrones de la gloria de Dios. El canto es la forma más plena de la alabanza a Dios, afirma el Vaticano II, por eso debemos utilizarlo en la liturgia, pero nunca convertirlo en el señor de la misma. La Iglesia tiene normas muy precisas sobre estos aspectos, procuremos observarlas.

Oración colecta

El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas.Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar <colecta>. Con ella se expresa generalmente la índole de la celebración, y con las palabras del sacerdote se dirige la súplica  a Dios Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. El pueblo, para unirse a esta súplica y dar su asentimiento, hace suya la oración pronunciando la aclamación: <Amén> (OGMR 32). 

         El desarrollo de la oración presidencial es el siguiente: primero, una invitación a la oración, por parte del sacerdote: <OREMOS>, que debe afectar a todos, al sacerdote y al pueblo, todos debemos orar porque para eso nos hemos reunido, esta es la condición y la disposición esencial por encima de lo que luego pidamos; sigue luego un tiempo de silencio meditativo, suficiente para que durante el mismo nos pongamos en la presencia de Dios y dialogando con El, cada uno presente sus propias peticiones al Señor, y a continuación la oración “colecta”, en la cual el sacerdote reúne en una gavilla todas las intenciones de los presentes.

Silencio

«Por el silencio los fieles no se ven reducidos a asistir a la acción litúrgica como espectadores mudos y extraños, sino que son asociados más íntimamente al misterio que se celebra, gracia a aquella disposición interior que nace de la Palabra de Dios escuchada» (OGMR 17).

         El silencio es parte integrante de la oración y de la celebración litúrgica (SC 30). El silencio que recomienda la Iglesia en estos momentos no es sólo ausencia de ruidos o palabras sino actividad ferviente del espíritu que no necesita gestos y palabras para unirse más plenamente con Cristo que celebra y está vivo y real en el misterio celebrado. El silencio es diálogo contemplativo con Él. Es escuchar al Espíritu que gime dentro de nosotros con palabras misteriosas llenas de fuego intraducible.

         En la Eucaristía el silencio es oración, contemplación del misterio que se celebra y es imprescindible para adorarlo y asimilarlo. Hay momentos en que están exigidos por la naturaleza misma del acto; por ejemplo, después de escuchar las lecturas bíblicas y la homilía y aquí ahora después de la invitación a orar, antes de comulgar tanto por parte del sacerdote como de los fieles así como después de haber comulgado, profundizando en el misterio recibido. De esta forma los fieles reflexionan sobre sí mismo y su relación con el misterio que reciben, dialogan con Cristo sobre sus sentimientos y actitudes en lo que está celebrando «alaban a Dios en su corazón, oran para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas» (OGMR 23).

Oración

         El rito de entrada culmina con esta primera oración presidencial. Se denomina “colecta”, palabra latina que significa <reunid> <recolectada>, ya que recoge y trata de expresar los sentimientos de toda la comunidad allí congregada para celebrar la Eucaristía. Es un primer momento donde se hace presente Cristo para orar y ayudarnos en la oración por todas las necesidades del mundo y de los hombres: “Cuando pidáis algo al Padre en mi nombre, os lo concederá”, “ Donde estén reunidos dos o tres en mi nombre, allí estaré yo también reunido en medio de ellos” (Mt 18,20). Dios está allí verdaderamente en medio de su pueblo para escucharnos y abrir nuestros labios y nuestra mente y nuestro corazón a la oración y la alabanza y  súplicas de la asamblea.

         Esta oración <colecta> empieza con una invocación dirigida ordinariamente al Padre: «Oh Dios... omnipotente... misericordioso... eterno...»; a continuación la anámnesis o recuerdo de sus beneficios, gracias, ayudas: «que proteges, cuidas, siempre dispuesto a la misericordia y el perdón...»; sigue la petición: «concede... te pedimos... esperamos…», para terminar siempre con la mediación del único Salvador que tenemos, que es Jesucristo. La conclusión de esta oración <colecta>, a diferencia de las otras dos: oración sobre las ofrendas y la postcomunión, es expresamente cristológica y trinitaria. Mientras que en las dos citadas se termina con la conclusión breve: «Por Jesucristo Nuestro Señor»,  la oración <colecta> concluye con la larga: «Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos».

         La oración romana ordinariamente se dirige siempre al Padre por medio del Hijo, pero si excepcionalmente fuera dirigida al Hijo, entonces la conclusión sería: «Tú, que vives y reinas con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos». La oración colecta, cuyos formularios son de los siglos V-VI, es la obra maestra, una verdadera joya de la liturgia cristiana antigua, claro exponente de la sobriedad y claridad romana. Desgraciadamente el tiempo pasa y algunas merecen ser retocadas, por no resultar cercanas al pensamiento y expresión modernas.

Amén

Esta palabra viene del hebreo y significa “firme, estable”. En el AT era pronunciada por la asamblea cuando quería aprobar o que se realizara una cosa. Con esta palabra se concluyen las oraciones, bendiciones, promesas y alianzas. Por eso a Dios en el AT se le llama el“Dios del Amén” (Is 65,16). También al mismo Cristo se le define como el “Amén”; “así hable el Amén, el Testigo fiel y veraz” (Ap 3,14).

         La asamblea concluye la oración colecta con el Amén, que confirma y expresa su conformidad con las peticiones y deseos. El amén es la más breve e importante de las respuestas y aclamaciones de origen bíblico. Sirve para expresar la acogida a la palabra de Dios, la fe, la adhesión a la oración colecta, así como en momentos más solemnes es un grito de triunfo al paso del Señor bajos los signos del evangelio y de la Eucaristía. No debe ser nunca rutinario, sino firme adhesión de fe y esperanza en lo que hemos pedido.

Liturgia de la Palabra

«La Eucaristía consta en cierto sentido de dos partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística, tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen  un solo acto del culto, ya que en la Eucaristía se dispone de la mesa, tanto de la Palabra de Dios, como del Cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran formación y refección» (OGMR, 8).

         El Vaticano II habla de la “importancia de la Palabra” y había pedido que «se abrieran con más amplitud los tesoros de la Biblia a los fieles» (SC.51). «A fin de que el pueblo de Dios, meditando más intensamente la sagradas Escrituras, estas santas Lecturas sean para todos una fuente perenne de vida espiritual» (CA. «Missale Romanum»).

           «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (DV,21).

         «Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un elemento de la mayor  importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración Y aunque la palabra divina, en las lecturas de la Sagrada Escritura, va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos y está al alcance de su entendimiento, sin embargo, su eficacia aumenta con una explanación viva, es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica» (OGMR 9).

            La mesa de la Palabra y de la Eucaristía constituyen un solo acto por el que somos salvados y alimentados por Cristo. En mi opinión afirmaba «San Jerónimo (s.V), estimo que el evangelio es el cuerpo de Cristo y que las Sagradas Escrituras son su doctrina. Cuando el Señor habla de comer su carne y beber su sangre, esto puede entenderse ciertamente en relación con el misterio (Eucaristía). No obstante, su verdadero cuerpo y su verdadera sangre son también la palabra de la Escritura y su doctrina». Por eso, la Iglesia, no sólo en su origen sino en su desarrollo se ha alimentado de estas dos mesas que en la Eucaristía se hacen mesa grande y unida.

         Para explicar la relación tan estrecha que existe entre mesa de la Palabra y mesa del Pan eucarístico  no hay autor que no cite el pasaje de Jesús con los dos discípulos de Emaús: el Resucitado empieza el diálogo con los dos discípulos y enseguida recurre a las Escrituras santas  “...empezando desde Moisés y los profetas les fue explicando todo lo referente a él en las Escrituras”. Explicándoles la Palabra de Dios les ayudó a entender el sentido los acontecimientos que ellos no comprendían con sus razonamientos humanos y les llevó sobre todo a descubrirle en la fracción del pan:“Puesto con ellos a la mesa, tomo el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron y desapareció de su presencia. Se dijeron uno a otro: ¿no ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?” (Lc 24,27;30-32).

         También hoy la liturgia de la Palabra tiene como finalidad prepararnos al misterio eucarístico. Cristo está presente ya en la proclamación de la Palabra antes de estarlo en el pan consagrado, «ya que es Él el que habla en la Iglesia cuando se leen las Escrituras» (SC.7). El sacramento de la comunión con Él empieza ya en la escucha atenta de la Palabra, porque es el mismo Cristo el que nos alimenta de sus sentimientos, criterios, disposiciones y actitudes, de su amor a los hombres... Para los hebreos no hay diferencia entre lo que Dios dice y lo que Dios hace, porque Él está presente en su mensaje.

         Por eso, en la Eucaristía, acoger la Palabra es acoger al mismo Cristo en el mismo acto de culto que lo hará luego presente y acogerá en el pan y el vino y  recibiremos más tarde en la comunión sacramental; es más, muchas veces la causa de que la comunión eucarística no surta el efecto pertinente está en que no hemos querido comulgar con sus criterios y sentimientos en la Palabra, y al estar tan llenos de los nuestros, Él no puede entrar, porque no queremos comulgar con sus mismas actitudes de perdón y de amor que nos ha predicado y hecho presente en la Eucaristía. 

         Tanto en la palabra como en el pan es el mismo Cristo el que viene a nosotros bajo dos formas diversas y es la liturgia de la Palabra la que nos prepara y hace posible y comprensible la segunda. Con razón los documentos de la Iglesia afirman que estas dos partes están estrechamente relacionadas y unidas. No se puede participar en la mesa de la Eucaristía sin participar en la mesa de la Palabra. Dada su importancia, cada una tiene un lugar específico en el presbiterio: el ambón y el altar. Habría que trabajar más para que esta parte de la Eucaristía tuviera la importancia que le corresponde, tanto en el lugar, como en la misma proclamación, en los lectores, en el tono, pronunciación.

         «La dignidad de la Palabra de Dios exige que en las iglesias haya un sitio adecuado para la proclamación de la Escritura, hacia el cual se dirija con facilidad la atención de los fieles durante la liturgia de la Palabra” (OGMR, 272). Y siempre teniendo presente la tradición de S. Pablo:“Fides ex auditu…” lafe viene por el oído y “la escucha por la predicación de la palabra de Cristo» (Rm 10,17).

         Para comprender esta importancia de la Palabra de Dios y el lugar privilegiado que ocupa en la Eucaristía, debemos tener presente la importancia suma y exclusiva que tuvo en el pueblo elegido. No olvidemos que la santa Eucaristía es la nueva Alianza de Dios con los hombres y en la antigua alianza, junto al monte Sinaí, fue Dios mismo quien por medio de la palabra, aceptada por la asamblea, anunció y estableció la Alianza y el pacto de amor con su pueblo. Bástenos por ahora recordar lo que todos hemos leído muchas veces en el Éxodo, a saber, que primero hay una proclamación de la Palabra: Moisés tomó el libro de la alianza y lo leyó en presencia  del pueblo, que dijo: “Cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor y obedeceremos” (Éx 24,7). A continuación viene el sacrificio dela alianza: Moisés tomó la sangre de los terneros sacrificados, roció con ella al pueblo y al altar, diciendo:“Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros mediante todas estas palabras” (Éx24, 8). Finalmente se celebra el banquete, la comida de comunión: “Moisés subió acompañado de los setenta ancianos de Israel, contemplaron al Dios de Israel... Comieron y bebieron” (Éx 24,9-11).

         Ésta es también la estructura de nuestras Eucaristías.  Primero la Palabra de Dios es solemnemente proclamada, la asamblea acepta y responde con la oración sálmica y a continuación está el sacrificio, con la comida de la carne sacrificada y resucitada de Cristo: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... tomad y bebed, esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna...”

Celebración actual de la Palabra

«Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de la fe, la desarrollan y concluyen» (OGMR,33). Vemos aquí cómo se conjugan los diversos elementos que intervienen en la proclamación de la Palabra: lectura, escucha, respuesta, aclamaciones, cantos, celebrados en  gestos y posturas diversas, con la culminación del Credo y la oración comunitaria.

         En primer lugar, como en el oficio de la sinagoga, tenemos la lectura de la Ley y de los Profetas, seguida de la homilía. En la Eucaristía de los domingos, esta primera lectura está tomada siempre del Antiguo Testamento, excepto en el tiempo pascual, y ordinariamente está en relación temática con el evangelio del día.

         «La Iglesia anuncia el único misterio cuando, en la celebración litúrgica, proclama el Antiguo y el Nuevo Testamento. En efecto, en el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el Nuevo Testamento se hace patente el Antiguo. Cristo es el centro y plenitud de toda la Escritura; por eso han de beber de sus fuentes todos los que buscan la salvación y la vida» (OLM 5).La lectura del A.T. será siempre, pues, una lectura <cristiana>, esto es, en Cristo y desde Cristo.

Primera Lectura

«Para los domingos y días festivos se señalan tres lecturas, es decir, Profeta, Apóstol y Evangelio, con las que se educa al pueblo cristiano a sentir la continuidad de la obra de salvación, según la admirable pedagogía divina».

         Hasta la publicación del actual «Orden de Lecturas de la Eucaristía» el 25 de mayo de 1969 no había más que dos lecturas para cada Eucaristía, Epístola y Evangelio, a excepción de algunos días especiales.

         El nuevo orden establece para los domingos y fiestas los textos más importantes de la Escritura, de modo que en un determinado tiempo, tres años, se lean a los fieles las partes más importantes de la Sagrada Escritura, conforme al mandato, antes mencionado, del Vaticano II en la SC 51. De ahí la necesidad entre los cristianos de la Eucaristía del domingos si quieren instruirse y vivir de la fe.

         El resto de la Escritura que no se lee los domingos o fiestas está asignado a los días ordinarios, que en liturgia se llaman ferias. Sin embargo los días feriales y los domingos son independientes entre sí. Es más, mientras que la serie dominical se completa en tres años (los ciclos A,B y C), la serie ferial se desarrolla en dos, en el tiempo ordinario y en uno, en los tiempos de adviento, cuaresma y pascua.

         Las lecturas para los santos, Eucaristías votivas, rituales o diversas necesidades están seleccionas con criterios pertinentes.

Salmo responsorial

«Después de la primera lectura, sigue un salmo responsorial o gradual, que es parte integrante de la liturgia de la Palabra... el salmista o cantor del salmo, desde el ambón o desde otro sitio oportuno, proclama las estrofas del salmo, mientras que toda la asamblea escucha sentada y además participa con su respuesta...» (OGMR 36). «Normalmente, el salmo responsorial debe ser cantado...» (OLM 20). «Para cumplir bien este oficio es preciso que el salmista posea el arte de salmodiar y tenga dotes para emitir bien y pronunciar con claridad» (OGMR 67).

         El rezo o canto de los salmos empieza en el Antiguo Testamento y de ahí pasa a la Iglesia. El mismo Señor rezó y cantó estos salmos que nosotros recitamos y cantamos. Su uso en la liturgia de la Iglesia está atestiguado ya en el siglo III, y desde el siglo IV representa una parte fija de la celebración litúrgica después de la primera lectura. Son muchos los Padres de la Iglesia, especialmente S. Agustín, que hacen de los salmos objeto de sus homilías. Y el pueblo participaba con el <responsum> o respuesta que repetía en cada versículo del salmo. Es conocido por todos el comentario de San Agustín al salmo 41: «No cantemos la respuesta con rutina, sino tomémosla como bastón de viaje. Las respuestas que tú has cantado, no una sola vez, ni dos, ni tres, sino muchas veces, recuérdalas con interés y entonces serán para ti de gran consuelo. Yo os exhorto a no salir de aquí con las manos vacías, sino a recoger las respuestas como perlas, para que las guardéis siempre, las meditéis y las cantéis a vuestros amigos» (PG 55, 156-166).

         Dios habla a su pueblo realizando maravillas para él. El pueblo responde celebrando estas maravillas: son los salmos, escuela de oración para el verdadero creyente. Si la palabra proclama la alianza, el salmo, que responde, es el cántico de la alianza. El salmo por eso responde ordinariamente a los sentimientos suscitados por la lectura. Y así la Eucaristía se convierte en la mejor escuela de oración. La estrofa que repite el pueblo indica el sentimiento principal del salmo, y cantado o recitado, hemos de procurar que resulte un todo unido y no un elemento extraño a la Palabra. Jamás debe ser sustituido por un canto, por bello que sea.

Segunda lectura

Después de la primera lectura, que ordinariamente es del Antiguo Testamento y temáticamente suele coincidir con el Evangelio, sigue la respuesta oracional de la asamblea con el salmo responsorial y a continuación se proclama la segunda lectura. La segunda lectura está tomada de los textos del NT exceptuados los evangelios. El criterio de selección es el conocimiento por parte de la comunidad de los textos principales de las enseñanzas de los Apóstoles.

         Ordinariamente se toma de las cartas apostólicas donde la comunidad cristiana es instruida y formada en la fe de Cristo, en los preceptos y mandamientos cristianos, en la instrucción y formación cristiana dentro de las situaciones concretas de las respectivas comunidades o casos concretos de errores teológicos o desviaciones morales. La liturgia de la Palabra, dividida en los ciclos A, B y C,  abarca la parte más importante de estas cartas apostólicas.

Aleluya

«Con el aleluya la asamblea de los fieles recibe  y saluda al Señor que va a hablarles» (OLM 23). <Aleluya> viene del hebreo “Halelu Yah”, que significa «alabad a Yahvé».

         Se trata de una invitación a la oración de alabanza, por eso se encuentra al principio y al final de los salmos y en otros libros del AT. Aquí tiene como función acompañar la procesión del evangeliario. Es un signo de alegría y de aclamación a Jesús que viene a nosotros para hablarnos. Por eso no guarda relación con la lectura anterior, como suele estarlo el salmo responsorial, sino con el evangelio que va a ser proclamado. La asamblea es ciertamente la misma que ha escuchado y meditado las lecturas anteriores  y que ahora aclama jubilosa a Cristo que viene en el Evangelio.  El aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos, fuera de la Cuaresma; debe ser siempre cantado de pie por la asamblea, de forma que, si no se canta, puede omitirse, porque tiene carácter de aclamación jubilosa y comunitaria. Esto no ocurre con el salmo, que si no se canta, se recita.

         El aleluya está especialmente indicado para el tiempo pascual, por eso entra dentro de la celebración del domingo que es la pascual semanal del Señor, así como los días festivos.

<Las secuencias>, fuera de los días de Pascua y Pentecostés, no son obligatorias (OGMR 40).

Secuencia

Viene del latín <sequentia>, cosas que siguen, continuación. Se llama así al canto que sigue en algunas ocasiones, principalmente en Pascua con el «Victimae Paschalis laudes» y en Pentecostés con «Veni, Sancte Spiritus»,  a la aclamación del Alleluya, antes del evangelio.

         A partir del siglo XII se empezaron a componer cantos poéticos con melodía popular, para después del Aleluya. Era célebre el «Dies irae» en las Eucaristías de difuntos, cantado por monaguillos o sacristán de la parroquia. Está suprimido por no tener  sentido pascual y de resurrección. Antes la secuencia se cantaba después del aleluya, ahora antes del mismo.

El evangelio        

«La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de la liturgia de la Palabra; las demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición del Antiguo al Nuevo Testamento, preparan la asamblea reunida para esta lectura evangélica» (OLM 13).  

         El evangelio es el momento más importante de la liturgia de la Palabra. Hay toda una serie de gestos que muestran claramente esta importancia: «Que haya de tributarse suma veneración a la lectura del Evangelio lo enseña la misma liturgia cuando la distingue por encima de otras lecturas con especiales muestras de honor, sea por razón del ministro encargado de anunciarlo y por la bendición u oración con que se dispone a hacerlo, sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan la lectura puestos en pie; sea, finalmente, por las mismas muestras de veneración  que se tributan al libro de los Evangelios» (OGMR 35).

         Analicemos brevemente estos gestos: primeramente se ponen todos de pie y aclaman al evangelio, entonando el canto del <aleluya>; a continuación el sacerdote toma el evangeliario, palabra de Cristo, lo pone encima del altar, que representa a Cristo, y lo lleva al ambón, lugar propio de la palabra de Dios. Todo esto no tiene nada de particular porque «el anuncio del Evangelio constituye la cima de la Palabra. La doble tradición de Occidente y de Oriente ha establecido siempre una cierta distinción entre los libros de lectura. El libro de los evangelios, efectivamente, estaba confeccionado con el mayor cuidado, era adornado y venerado más que ningún otro libro u otros libros de lectura. Resulta, por tanto, sumamente conveniente que también en nuestro tiempo haya un evangeliario adornado con belleza y distinto de los otros libros de lectura» (OLM 36).

         Como dijimos antes, el rito prevé que el evangeliario se coloque en el altar, bien al comienzo de la Eucaristía, bien antes de la proclamación. Ésta colocación equivale prácticamente a una <entronización>. Hasta los siglos IX y X, sólo el evangeliario y la Eucaristía disfrutaban del privilegio de ser colocados en el altar, símbolo de Cristo. Sería conveniente regresar a la antigua tradición y alejar del altar los objetos que no tienen un sentido estricto con el sacrificio; por eso, hagamos lo posible para que no haya vinajeras del agua y del vino o el lavabo con su recipiente, así como los respectivos plásticos para que el paño del altar no sea manchado por la cera, el agua y demás.

         En la procesión con el Evangeliario, el nuevo <ordo> prevé que el sacerdote pueda ir acompañado por ministros, «si los hay», que lleven los ciriales y el incienso, «si se considera conveniente». Pero lo importante es la procesión, como signo de veneración a la palabra de Dios, viva y actual, que purifica, sana, ilumina y da vida al creyente. Y si ésta es la fuerza de la Palabra, aunque la leamos y meditemos en el silencio y soledad de nuestra estancia, con mayor razón la tiene cuando la escuchamos en la asamblea eucarística, en razón del templo, sacerdote o diácono que proclama la Palabra, asamblea, ambiente expectante, ambón...

         En la liturgia de la Palabra es, por tanto, Cristo el que nos invita a seguirle, a caminar pisando sus mismas huellas de generosidad y de entrega a Dios y a los hermanos, nos santifica y nos prepara para recibirle con amor extremo. El lector debiera leer antes los textos, para proclamarlos con mayor sentido y descubrir más profundamente su riqueza. Las turbas escuchaban a Jesús en Palestina con la boca abierta hasta olvidarse de comer; “ningún hombre ha hablado como éste” (Jn 7,46), “éste sí que es un profeta” (Jn 7, 40). Estos debieran ser nuestros propios sentimientos cuando escuchamos la Palabra de Dios. Cristo y su palabra son una realidad. La palabra es Cristo, que nos habla y nos comunica su fuerza de conversión y de gracia. Debemos estar por tanto muy atentos y escucharle porque cada domingo es el mismo Cristo quien nos dice:“Hoy se cumple en medio de vosotros esto que acabáis de oir...” (Lc 4,21).

El ambón

«Es un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada disposición y nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios y al mismo tiempo recuerde con claridad a los fieles que en la Eucaristía se prepara la doble mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (OLM 32); luego añade: «Hay que velar porque el ambón, de acuerdo con la arquitectura de cada iglesia, se adapte al altar y exprese su relación con él» (OLM 272).

         Ambón, latín <ambo>, griego <anabaino>: subir, designa un sitio elevado y es el lugar propio desde donde se nos proclama la Palabra de Dios; por eso no es el lugar apropiado para que el comentarista nos haga advertencias en relación con la Eucaristía o nos dirija el director de los cantos. La liturgia  habla de él en estos términos: «En la actual reforma se ha potenciado de nuevo la importancia de la Palabra de Dios y su proclamación a la asamblea y consiguientemente la importancia del ambón» (OLM 272).

         Nuestros mayores inventaron lugares esplendorosos para proclamar y predicar la Palabra de Dios. Muchas de nuestras iglesias, aún en pueblos pequeños, tienen púlpitos que son verdaderas obras de arte. La mayor parte de nuestras catedrales tienen dos púlpitos, que se utilizaban en las fiestas más solemnes, sobre todo en Semana Santa y Pascua, para cantar la Pasión y Pregón  pascual. En la actualidad nos hemos pasado a fabricar ambones móviles, que son transportados de un sitio para otro, según convenga. No es esto el ideal, ni siquiera lo correcto; debe ser fijo y bello, como lo es la mesa de la Eucaristía; el ambón es la mesa de la Palabra: «La dignidad de la palabra de Dios requiere que exista en la Iglesia un lugar que favorezca el anuncio de esta Palabra... Conviene que ese lugar sea, por regla general, un ambón estable y no un simple púlpito móvil... en el ambón deben pronunciarse las lecturas, el salmo responsorial y la alabanza pascual, también se pueden pronunciar en el ambón la homilía y la oración universal. No resulta conveniente que el comentador, el chantre o el director del coro suban al ambón» (OGMR, 272).

La proclamación del Evangelio

Hemos llegado a la cima de la celebración de la Palabra. Porque las dos lecturas anteriores son Palabra de Dios, pero el evangelio lo es más propiamente: “Dios, después de haber hablado muchas veces  y en diversas formas a nuestros padres por medio  de los profetas, en estos días, que son los últimos, nos ha hablado por el Hijo” (Heb 1,1-2). Por eso, al ser el Hijo el que nos habla, la lectura del evangelio se convierte en una verdadera celebración de la“Palabra se hizo carne”, que es Jesucristo.

         Llegado el sacerdote o diácono al ambón, coloca el Evangeliario sobre él y  hace el saludo a la asamblea, que se pone de pie, como signo de respeto: «El Señor esté con vosotros», es decir, el Señor se va a hacer presente ahora de una forma especial, siempre está en la reunión de dos o más en su nombre, pero ahora va a estarlo con un título especial:“el que a vosotros os escucha a mí escucha” y es Cristo en su palabra el que el celebrante quiere que se haga presente, que sea acogido, que nos ayude a comprender su palabra; a este saludo  responde la comunidad reunida:  «y con tu espíritu», es decir, que estos mismos deseos y ayuda estén en el lector del evangelio; el lector ahora, tanto si es sacerdote como si es diácono, teniendo muy presente la vivencia de S. Pablo: “no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado” “vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo…”, hace entonces la señal de la cruz sobre el evangeliario y sobre su frente y su pecho, indicando que la cruz es el resumen del evangelio de Señor y uno está dispuesto a implantarla en sus ojos, en su cuerpo, en su corazón... mientras dice en voz alta : «lectura del santo evangelio según San...»; es una manera clara de anunciar solemnemente a la asamblea que lo que va a escuchar es el Evangelio, la Palabra de Dios revelada en Jesús de Nazaret y recogida por los evangelistas.

         La asamblea acoge con fervor este saludo y aclama con fe agradecida: «Gloria a Ti, Señor», que luego será más solemne, al final del evangelio, cuando el sacerdote, elevando el evangeliario que ha leído proclama solemnemente: «Palabra del Señor», y todos veneran y aclaman: «Gloria a ti, Señor Jesús». Aquí es más explícita la alusión a Cristo, Palabra del Padre. Y esta es la razón del beso del evangelio, que se hace como gesto final de veneración. Aunque la normativa del Misal no dice nada al respecto se va imponiendo la costumbre o el rito litúrgico de elevar el evangeliario y mostrarlo al pueblo mientras se dice la aclamación y se besa el evangeliario.

La homilía

«La homilía es parte de la liturgia y muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto particular de las lecturas de la Sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Eucaristía del día, teniendo siempre presente el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los oyentes» (OGMR 41).

         Homilía es una palabra que viene del griego y significa conversación. En su forma más solemne la homilía es la actualización de la palabra de Dios para la comunidad celebrante. Y el ejemplo más claro en este caso es la homilía de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Después de haber leído el libro de Isaías, Jesús comienza su homilía con estas palabras: “Hoy se cumple ante vosotros esta Escritura que acabáis de oir” (Lc 4, 21).        

         Dice el Concilio respecto a la homilía: «Se recomienda encarecidamente, como parte de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la  vida  cristiana. Más aún, en las Eucaristías que se celebran los domingos y fiestas de precepto con asistencia del pueblo, nunca se omita, si no es por causa grave» (SC 52).

         La homilía no es la Palabra de Dios, sino la palabra humana a su servicio. En su forma más elemental y sencilla es la explicación y aplicación de la palabra de Dios al momento presente del hombre. La homilía hace que la Palabra proclamada sea comprendida por la inteligencia y prenda fuego en el corazón: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras por el camino?” (Lc 24,32). Por eso, cuanto más cerca esté del espíritu y de la verdad proclamada, mejor podrá realizar su misión y podremos reconocer a Jesús que nos habla y nos ayuda a vivir como Él pensó y vivió.

         Los libros sagrados fueron escritos hace siglos, hay que interpretarlos  en su verdad y acomodarlos a las circunstancias actuales, pero el Espíritu que los inspiró es el mismo, es el Espíritu Santo, Memoria permanente de la Iglesia. Predicar el evangelio es por mandato de Cristo razón fundante y esencial del apóstol: “Llamó a los Apóstoles y les dijo: Id por el mundo entero, predicad el evangelio...”; al predicar a la gente, “los que creían entraban a formar parte de la comunidad”, y por tanto, si el que predica es presbítero, continuará como sacerdote su tarea con la Plegaria Eucarística haciendo presente el sacrificio para que todos puedan comulgar y alimentarse también del pan de la Eucaristía.

         Alimentar al pueblo de Dios con la mesa de la Palabra y de la Eucaristía es misión esencial del ser y existir sacerdotal y pastoral del presbítero en orden a la comunicación de la gracia de Dios a los hombres. Pero la Eucaristía marca perfectamente los pasos a dar:  primero hay que predicar la Palabra para oir y creer: “Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica?” (Rm 10, 14); es la predicación el primer paso para que la Palabra pueda producir frutos de fe:  luego“los que creían se bautizaban y entraban a formar parte de la comunidad”.Al oírlo se sintieron compungidos de corazón y dijeron a Pedro: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2, 37).

         Todas las semanas debemos  venir a la iglesia para esta aparición pascual del Señor, donde Él nos explica las Escrituras Santas y nos parte el pan de la vida. Es cita obligada de cada semana para escuchar a Cristo y dialogar sobre su evangelio y  enseñanzas para tratar luego de vivirlas. La fe viene por la escucha de la Palabra:“Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo” (Rm 10,17). La celebración de la Eucaristía y de la Palabra son el gran sacramento del encuentro con Dios y con su gracia y salvación, <el centro y culmen de toda la vida de la Iglesia>. Hay que ir con ánimo atento y abierto a la homilía, evitando distraerse y sabiendo que es el momento de escuchar al Señor para que ésta nos lleve luego al diálogo y a la oración y contemplación silenciosa. De ahí el silencio que sigue a la homilía.

         “Al recibir la palabra de Dios que os predicamos”decía S. Pablo a los tesalonicenses,“la abrazasteis no como palabra de hombre, sino como lo que es en verdad, la palabra de Dios” (1Tes 2,13). Y de la misma manera que el Espíritu Santo invocado en la epíclesis de la Eucaristía transforma el pan y el vino en cuerpo de Cristo, así también únicamente él puede transformar la homilía de palabra humana en verdadera palabra “encarnada” de Cristo. Este cometido debe convertirse en una preocupación permanente para aquellos que ejercen el pastoreo, porque sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo. No podemos predicar con entusiasmo a Cristo cuando el predicador personalmente no ha hablado con El antes de hablar de Él a la gente. El predicador debe ser hombre de oración profunda, allí recibe de Cristo su “verdad completa”, esto es, llena de Espíritu Santo, de fuego que se propaga y quema el corazón, palabra que baja de la fría mente al corazón. Si el predicador no es hombre de oración, si Cristo le aburre, no sé cómo podrá entusiasmar a la gente con Él.  La predicación es una escuela y una exigencia continua de santidad, porque nos exige vivir lo que predicamos, si queremos hacerlo desde Cristo. Al evangelio, a Cristo no se le comprende hasta que no se vive y el vivirlo es la santidad, la unión de sentimientos y criterios y actitudes con Él, absolutamente necesario para poder entenderlo y predicarlo.  De ahí la necesidad de todo predicador auténtico de la oración permanente que le lleve a la conversión permanente y a la identificación con Cristo Eucaristía para poder comprender a Cristo y su mensaje, identificarse con su Espíritu  y ser enviado a predicar en su nombre: “Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar” (Mc 3,13).

         Y esta apertura a la Palabra debe estar también presente en los que escuchan. Porque si el corazón lo tienen lleno de sus propios criterios y de actitudes y sentimientos egoístas, si de la mañana a la noche vivimos para darnos culto idolátrico a nosotros mismos y no estamos dispuestos a recibir a Cristo en su palabra, no vamos dispuestos a vaciarnos de nosotros mismos para que Cristo nos llene, entonces salimos como entramos, porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Hay que ir siempre dispuestos a recibir e interiorizar la Palabra que exige la muerte del “yo”, de pecado original, de preferirnos a Dios.  Y esto se llama conversión. Sin espíritu de conversión permanente no hay escucha atenta, ni palabra aceptada, ni diálogo ni oración con Dios, ni eficacia ni espada de dos filos, que nos purifique, sencillamente porque no estamos dispuestos a dejarla entrar y que nos corte y ampute todo lo que tenemos de pecado. Lo primero que se nos pide, al escuchar el evangelio, es la conversión:“Convertíos y creed el evangelio”. Nuestra disposición al escuchar la Palabra debe ser la de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”, y entonces el evangelio seguirá obrando las maravillas que siempre ha realizado en la vida de la Iglesia, en la asamblea incontable de santos y santas y madres y padres cristianos y religiosos y seglares...”

La profesión de fe

El credo

«El Símbolo o profesión de fe, dentro de la Eucaristía, tiende a que el pueblo dé su asentimiento y su respuesta a la Palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su memoria, antes de empezar la celebración eucarística, la norma de su fe» (OGMR 41).

         La palabra escuchada y acogida, viene ahora profesada. Con la profesión de fe manifestamos nuestra adhesión a Cristo y su evangelio: es la afirmación de la unicidad de la fe a través de los siglos. Podemos recitar el nicenoconstantinopolitano o el de los apóstoles, que es el más popular, porque en él se recitan de una forma sencilla los hechos salvadores del Señor Jesucristo. El primero tiene un carácter apologético y de defensa de la fe contra las herejías; el de los apóstoles es manifestación pacífica de la fe poseída. El Credo, en su estructura trinitaria, es un resumen del admirable misterio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en sí mismo, en la vida de Dios y en su relación con el mundo. Es estupendo escucharlo al pueblo que lo proclama con fervor en el momento en que vamos a entrar en la liturgia eucarística, misterio de fe, por excelencia. Nos recuerda nuestro bautismo en el cual fuimos bautizados en el nombre de la Stma. Trinidad, porque habíamos creído en el evangelio anunciado: “Id y haced discípulos de todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). “A los que creían, se bautizaban y entraban a formar parte de la comunidad”. Es la manifestación de aceptar plenamente el evangelio anunciado y celebrado en la Eucaristía, de aceptar la persona de Cristo, todos sus dichos y hechos salvadores.

         En cuanto a la obligación y el modo de realizar esta profesión de fe, el Misal dice lo siguiente: «El símbolo lo ha de decir el sacerdote con el pueblo los domingos y solemnidades; puede también decirse en peculiares celebraciones solemnes. Si se canta, hágase como de costumbre, todos a la vez o alternativamente» (OGMR 44).

La oración universal

«En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega  por todos los hombres. Conviene que esta oración se haga normalmente en las Eucaristías a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven súplicas por las santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo» (OGMR 45).

         La liturgia de la Palabra concluye con esta plegaria universal de los fieles, que siempre estuvo en la liturgia cristiana desde los primeros siglos y en la que se invoca al Padre a favor de la Iglesia, del mundo y de nosotros mismos y nos preparamos así a entrar en la gran acción de gracias con el corazón abierto y dilatado. El pueblo ejerce católicamente, interesándose e intercediendo por todos los problemas de los hombres, santos y pecadores, vivos y difuntos, pobres y ricos, sanos o enfermos... Esta oración fue restablecida por el Vaticano II y, unida a la de Cristo, el Hijo Amado, es aceptada siempre por el Padre.  

         En los escritos del Nuevo Testamento, Pablo tiene  un texto que suena a plegaria universal: “...elevando oraciones, plegarias, súplicas.. por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro” (1Tm 2,1-29). De hecho, el texto del Vaticano II, SC 53, donde se habla de restablecer esta oración de los fieles olvidada durante siglos, emplea términos de texto paulino citado: «Restablézcase la oración común o de los fieles” después del evangelio y la homilía... para que, con la participación del pueblo, se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero».

         La oración universal es la intercesión sacerdotal del pueblo de Dios en favor de todos los hombres. Por eso se llama  universal. Es un ministerio de amor que liga a la comunidad con la Iglesia Universal y con toda la humanidad. También pueden integrarse intenciones particulares, porque para Dios todos son hijos amados y su corazón está pronto a la escucha de los débiles y pequeños: “Hijo de David, ten compasión de mí...” y nadie le hacía caso, pero el Señor le oyó y mandó parar a la multitud y le curó porque se lo pidió. El Señor nos anima repetidamente en el evangelio a que pidamos:“Pedid y recibiréis, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis...”

         Hay que tener en cuenta siempre de que se trata de pedir y suplicar; por tanto deben ser oraciones y no explicaciones, restos de la homilía, catequesis breves o  remates moralizantes. «Conviene que sea un diácono, un cantor u otro el que lea las intenciones» OGMR 47). A cada petición viene la respuesta o súplica de la asamblea. Tanto la oración conclusiva como la oración introductoria de esta oración de los fieles corresponde siempre al que preside.

Liturgia Eucarística: Memorial de la muerte y resurrección de Cristo y Comida de su cuerpo resucitado.

La liturgia eucarística es el segundo momento y el más importante de la Eucaristía. Durante la Última Cena, Jesús tomó pan y vino, pronunció la oración de acción de gracias y distribuyó el pan y el vino entre los presentes. Éste es el orden fundamental que sigue la celebración de la liturgia eucarística. Lo pone de manifiesto la Ordenación General del Misal Romano que cito largamente a continuación: «En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él».En la ltima Cena, Cristo instituy el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Seor, realiza lo que el mismo Seor hizo y encarg a sus discpulos que hicieran en memoria de l.

         Cristo, en efecto, tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en memoria  mía”.

         De aquí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística según estas mismas partes que responden a las palabras y gestos de Cristo. En efecto:

         1) En la preparación de las ofrendas se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.

         2) En la Plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo.

         3) Por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión los mismos fieles reciben el Cuerpo y Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo” (OGMR 48).

         Está claro según el “ordo”  que las partes principales de la liturgia eucarística son: la plegaria eucarística con la consagración, la comunión, a la que se añade, pero en plano inferior, la presentación de las ofrendas. Y así como toda la liturgia de la Palabra ha girado en torno al ambón y a la sede, ahora todo gira en torno al altar. Por eso, las vinajeras, el cáliz, los corporales, la patena o el lavabo que de suyo no tienen que estar nunca sobre el altar, ahora son traídos por  los acólitos y se colocan sobre el mismo, dando a entender que hemos comenzado una nueva fase, la eucarística, de la celebración.

         Un documento de mediados del siglo II, la Primera Apología de S. Justino Mártir, filósofo pagano, convertido al cristianismo, explica al emperador romano la Eucaristía pascual de esta forma: «...acabadas las preces (oración de los fieles) nos saludamos con un beso (beso de paz). Seguidamente se presenta al que preside entre los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclado con agua (ofertorio). Cuando lo ha recibido, alaba y glorifica al Padre de todas las cosas... y da gracias largamente... Habiendo terminado las oraciones y la acción de gracias (consagración), todo el pueblo presente aclama diciendo Amén... (el gran Amén). Después de que el que preside ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que entre nosotros se llaman diáconos dan a cada uno de los presentes a participar del pan y del vino y de agua eucaristizados (comunión bajo las dos especies), que también llevan a los ausentes».

Presentación de las ofrendas

Presentación del pan

«Al comienzo de la liturgia eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Es de alabar que el pan y el vino los presenten los mismos fieles. También se puede aportar dinero u otras donaciones para los pobres o para la Iglesia, que pueden ser recolectados y se colocarán en el sitio oportuno, fuera de la mesa eucarística» (OGMR 49).

         La asamblea está sentada ahora porque la parte principal está en  el altar y en lo que en él se realiza. «Aunque ya no traigan, como en otros tiempos, el pan y el vino de sus casas, este rito de presentación de las ofrendas conserva su  valor y su  significado espiritual» (OGMR 50). «La verdad del signo requiere que la materia del sacrificio (el pan eucarístico) aparezca verdaderamente como un alimento» (OGMR 238).

         En tiempos de Cristo, el pan era el alimento primordial y fundamental. Era capaz de mantener la vida de las personas, fortalecerlas en su trabajo cotidiano, se llevaba para alimentarse durante el camino y se guardaba de un día para otro. El pan era el todo, si faltaba se pasaba hambre. Por eso es una obra de caridad compartirlo: “Dar tu pan al hambriento”. Por eso mismo el pan es signo de bendición de Dios, que en el desierto alimentó a su pueblo con el maná bajado del cielo y que Jesús evocará como figura del pan vivo y verdadero que es Él: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente” (Jn 6, 27).

         Dándose a nosotros como alimento quiere revelarnos que no podemos vivir la vida cristiana sin alimentarnos de Él, verdadero pan bajado del cielo para la vida de los hombres hambrientos del Infinito. Jesús transforma el pan en su cuerpo para vida del mundo, en sacrificio salvador  y comida de vida sobrenatural. Verdaderamente el pan en las manos de Cristo es una hermosa parábola que nos habla de su amor extremo a los hombres necesitados y hambrientos de la hartura de la divinidad.

Plegaria del pan

La plegaria que acompaña la presentación del pan es notable por su antigüedad y su noble belleza: «Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida».

         Esta plegaria se inspira directamente en la bendición judía que el padre de familia pronunciaba sobre el pan al inicio de la comida. Por tanto, fue recitada por Jesús en la cena.

Presentación del vino

En la Última Cena Jesús utilizó el vino tinto y la bendición que hacemos está inspirada también en la liturgia judía. <benedicere> en latín significa decir cosas bellas, y nosotros bendecimos a Dios y le decimos cosas bellas por el pan y el vino que nos da como «fruto de la tierra y del trabajo del hombre» y que luego se convertirán en «pan de vida» y «bebida de salvación». Desde el punto de vista humano el vino nos invita a la amistad y a la alegría:“El vino alegra el corazón del hombre” (Sal 104). En Caná Jesús convirtió el agua en vino como signo de su amor y generosidad y todos se alegraron y se lo agradecieron.

Plegaria del vino

Una vez preparado el cáliz con el vino se eleva un poco sobre el altar y se dice en secreto la oración sobre el vino: «Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo de los hombres, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación».

         Este pan y este vino, que presentamos a Dios, se convertirán por la potencia del Espíritu Santo en el cuerpo y la sangre de Cristo, que ofrecemos a Dios por nuestra salvación y la del mundo entero. Comer y beber es un acto estrictamente personal. No podemos hacerlo unos por otros. Jesús quiere decirnos de este modo que necesitamos comerlo personalmente, porque si no comemos, moriremos de hambre de Dios, y si no bebemos, moriremos de sed de sentido de vida.  Y de la misma manera que el pan y el vino.  transformándose en el cuerpo y sangre de Cristo por el poder del Espíritu Santo, nos demuestran que todo puede cambiar, así también  nuestras vidas, nuestros ideales, nuestro pecado, nuestra carne pueden cambiar en carne llena de vida de Dios por la acción del mismo Espíritu Santo. El pan y el vino convertidos en Eucaristía son un retorno a Dios de toda la naturaleza dada por Dios al hombre para que viva.

«la canasta de los pobres»

La comunidad cristiana, sabiendo que celebra la «cena del Señor», donde el amor de Cristo llega a su máxima expresión hasta dar la vida por los hermanos y durante la cual nos dio el mandato nuevo del amor fraterno, teniendo presente también la praxis y enseñanza de Pablo en su carta a los Corintios, según la cual  unos no deben nadar en la abundancia mientras otros pasan necesidad, porque “eso no es la cena del Señor”, en las Eucaristías se hace una colecta para los necesitados. Primero eran dones de la tierra, pero desde el siglo XI prevaleció el dinero. Y ese es el sentido de la colecta y los cestillos.

Incensación del altar 

En algunas Eucaristías, antes de lavarse las manos el sacerdote, tiene lugar una solemne incensación. Quiere significar la presencia de Cristo en esta parte de la liturgia. Se inciensan los dones del pan y del vino, que serán Cuerpo y Sangre de Cristo; la cruz, signo de Cristo; el altar, lugar del sacrificio y símbolo de Cristo; al celebrante, porque representa a Cristo y a la Iglesia y se inciensa al pueblo, símbolo de la Iglesia.

El sacerdote se lava las manos

«El sacerdote se lava las manos: con este rito se expresa el deseo de purificación interior» (OGMR 52).

         Se llama así la acción de lavarse las manos el sacerdote después de la incensación o la ofrenda del pan y del vino y antes de proceder a la Plegaria Eucarística. Y se llama así incluso popularmente porque era la primera palabra del salmo 25 que recitaba el sacerdote al hacerlo: «Lavabo inter innocentes manus meas»: «lavaré mis manos en la inocencia». El Misal explica por qué ha mantenido este gesto. No porque sea necesario materialmente sino por su simbolismo de purificación espiritual, presente también en otras religiones. Y éste fue siempre el sentido principal en la primitiva comunidad. Lo expresa muy bien esta catequesis sobre la Eucaristía de San Cirilo de Jerusalén, en el siglo IV: «(nos lavamos)… de ninguna manera por alguna suciedad corporal, porque al entrar en la iglesia no teníamos en absoluto mancha corporal. Pero el lavarnos es símbolo de que conviene que nos limpiemos de todos los pecados e iniquidades. Porque las manos son símbolo del obrar, al lavarlas manifiestamente significamos la fuerza e integridad de las obras».

         El sacerdote hace, por tanto, un gesto más de humildad ante el misterio que está celebrando, pero que ahora se hace más necesario, al entrar con Cristo Sacerdote  en el santuario más sagrado de la Eucaristía. Recuerda el significado del lavatorio de los pies de sus discípulos, por parte de Cristo, para que todos celebren la Cena del Señor, como Cristo quiso: “ejemplo os he dado...”, es decir, con pureza total de amor fraterno y servicialidad.

Oración personal del sacerdote

El sacerdote, puesto el cáliz sobre el altar, e inclinándose un poco sobre él, reza esta oración: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde..; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia». Queda reflejada perfectamente en esta breve oración la espiritualidad de la Eucaristía: hacer de nosotros y de nuestras vidas una ofrenda agradable al Padre.

«Orad, hermanos»

Es una exhortación, que viene de la Edad Media y va dirigida a los fieles para que hagan de este acto y de su vida una ofrenda agradable a Dios: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre todopoderoso».

Oración sobre las ofrendas

La oración sobre las ofrendas es la más antigua de las tres oraciones de la Eucaristía, con ella concluye la presentación de las ofrendas, que han sido separadas para el sacrificio. Carece de <oremos> y silencio introductorio a diferencia de las oraciones de la <colecta> y de la <postcomunión>; se dice en voz alta y con las manos extendidas. En la oración se pide a Dios su ayuda para que la celebración sea de su agrado y provecho nuestro, porque nos hemos reunido para  recibir sus frutos: «Señor Dios nuestro, que has creado este pan y este vino para reparar nuestras fuerzas, concédenos que sean también para nosotros sacramento de vida eterna». Esta oración termina siempre con la terminación breve. Si va dirigida al Padre: «Por Jesucristo nuestro Señor». Al final de la oración el pueblo aclama: <Amén>.

Plegaria eucarística

Anáfora es una palabra griega que viene de <ana-fero>, llevar hacia arriba, subir, elevar. Significa la alabanza o el sacrificio que elevamos a Dios. Esto es el nombre que recibe en las liturgias orientales lo que nosotros llamamos ahora Plegaria Eucarística y que en latín ordinariamente llamamos <canon>. En la liturgia romana la Plegaria Eucarística o Canon fue única hasta que en el 1928 se admitieron otras. Me gustaría con el Catecismo de la Iglesia dar una visión de conjunto de esta parte esencial y corazón de toda la Eucaristía:

-- La anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración, llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:

-- en elprefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos cantan al Dios tres veces santo;

-- en la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu;

-- en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y del vino su Cuerpo y su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre;

-- en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con Él;

-- en lasintercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del mundo entero con sus Iglesias.

-- En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben «el pan del cielo» y «el cáliz de la salvación», el cuerpo y la sangre de Cristo que se entregó «para la vida del mundo» (Jn 6,51).

         Llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo» (S. Justino, Apol 1, 66,1-2).

         Como nos ha dicho muy bien el Catecismo de la Iglesia estamos ya en el «centro y culmen de la celebración eucarística». Es plegaria porque pedimos al Padre que obre las maravillas conseguidas por el Hijo en favor de los hombres; es eucarística, porque lo hacemos dando gracias y alabando a Dios en Jesucristo, que antes de padecer dio las gracias al Padre por todos los beneficios que nos iban a venir por su muerte y resurrección. Ahora por medio de esta oración eucarística la Iglesia agradece al Padre esos beneficios y pide que  envíe el Espíritu Santo para que con su Amor y Poder convierta el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. Esta oración eucarística se llamaba anáfora en las liturgias orientales, canon en las latinas y ahora después del Concilio Plegaria Eucarística. Esta oración se decía en latín y en el rito latino sólo disponíamos de una plegaria: el canon romano. Después del Concilio se dice en lengua vernácula, en voz alta e inteligible y se ha multiplicado el número de las mismas.

         La Didajé, con textos contemporáneos a los mismos Evangelios, nos ha transmitido un ejemplo precioso de liturgia eucarística vertida en moldes judíos: «Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre, que has hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos manifestaste mediante Jesús, tu Hijo. A ti la gloria por los siglos.Tú, Señor  omnipotente, creaste todas las cosas por tu Nombre y diste a los hombres manjar y bebida para su   disfrute, a fin de que te rindamos gracias. Y a nosotros nos has concedido un alimento y una bebida espirituales. Te damos gracias porque eres poderoso. A ti la honra por los siglos. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia para liberarla de todo mal, perfeccionarla en tu amor y reunirla  en el reino que has preparado para ella. A ti el poder y la gloria por los siglos. de los siglos. Amén».

El prefacio

«Los elementos principales de la Plegaria eucarística son los siguientes: Acción de gracias (prefacio), en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de la salvación o por alguno de los aspectos particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo litúrgico» (OGMR 55a).

         El prefacio es la primera parte de la Plegaria Eucarística. Viene de la palabra latina <prae-fatio>, que significa dicho delante de otros, o lo que se dice primero. Es parte integrante, no sólo introducción o preámbulo de la Plegaria Eucarística. Mientras que en las liturgias orientales forma una unidad uniforme y siempre igual, en la liturgia romana es variable según los tiempos litúrgicos o las fiestas que se celebran. Actualmente hay más de cien, además de los 46 que forman parte de las Eucaristías de la Virgen. Esta alabanza a Dios Padre concluye con la aclamación del <Sanctus> por parte de la comunidad eucarística.

         Cuando el creyente mira a Dios, le admira, es decir, se siente lleno de alabanza y glorificación y reconocimiento: «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar a ti, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro». A continuación explica y razona el motivo por el que Dios es digno de alabanza y agradecimiento: es una mirada a la Historia de la Salvación en general o en particular en referencia a la fiesta que se está celebrando. Termina siempre con la invitación a la comunidad peregrina de unirse a la asamblea triunfante del cielo, que le están alabando en su presencia: «Por eso unidos a los ángeles y los santos, proclamamos el himno de tu gloria, diciendo...»

Diálogo introductorio

Todas las Plegarias Eucarísticas empiezan con un diálogo introductorio del sacerdote con la asamblea, que manifiesta la unión de todos los presentes en la acción de gracias, alabanza y adoración, confesando su poder y sus obras maravillosas y  misericordiosas obradas en favor de los  hombres por su Hijo Jesucristo.

EL SEÑOR ESTÉ CON VOSOTROS

Este saludo nombra a los dos principales participantes en la acción que comienza: el Señor y la asamblea, el sacerdote no es más que el ministro de la acción. La presencia del Señor en la asamblea ha empezado por la misma reunión de todos en su nombre (cf Mt 18,19).

Y CON TU ESPÍRITU

La asamblea responde al sacerdote deseándole que Cristo esté también con él, en la parte más elevada e íntima de su ser, que es su alma, su espíritu. Que Cristo, como en Pentecostés, venga hecho Espíritu Santo, todo fuego y poder de transformación en su interior.

LEVANTEMOS EL CORAZÓN

Ahora el sacerdote y la asamblea se juntan en una mima dirección: levantemos el corazón:“Ya que habéis resucitado buscad las cosas de arriba” (Col 3,1).

LO TENEMOS LEVANTADO HACIA EL SEÑOR

La respuesta nos aclara la dirección que hemos tomado: es hacia el Señor, elevamos nuestros corazones hasta Dios.

DEMOS GRACIAS AL SEÑOR NUESTRO DIOS

Esta es la finalidad de la acción para la que estamos reunidos, para celebrar la acción de gracias, la Eucaristía.

ES JUSTO Y NECESARIO

La asamblea asiente. Se declara preparada para llevar a cabo el programa anunciado: dar gracias a Dios por la muerte y resurrección de su Hijo, por la Nueva Pascua y la Nueva Alianza que vamos a celebrar.

         «En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias, Señor Dios Padre todopoderosos por Jesucristo nuestro Señor...» y se empiezan a enumerar algunos de los hechos salvadores por los que damos gracias a Dios. Ordinariamente son las obras de Cristo... entonces el prefacio acaba: «Por Cristo nuestro Señor».

         Los prefacios son como hermosos mosaicos en los que se reproducen las acciones maravillosas que Dios ha obrado en la historia de la Salvación. Toda la comunidad, mediante este diálogo, manifiesta la unión con el sacerdote, entrando así con él en la plegaria eucarística. No es una mera introducción al misterio sino la acción de gracias que se proclama ante la comunidad por los hechos salvadores que se están celebrando y realizados por Dios. 

«Santus»

«Con ella toda la asamblea uniéndose a las jerarquías celestiales, canta o recita el Santo. Esta aclamación, que constituye una parte de la Plegaria Eucarística, la pronuncia todo el pueblo con el sacerdote» ( OGMR 55e ).

         En medio de la alabanza que el presidente de la celebración dirige a Dios, la asamblea intercala una primera aclamación: el <Sanctus>. Reconocer la santidad de Dios, confesar que Él es el Santo era una de las constantes de la espiritualidad del AT. El sacerdote ha expuesto los motivos de la alabanza a Dios. Ahora la asamblea también, como consecuencia de la admiración que hemos sentido al contemplar este hermoso mosaico que se nos ha proclamado lleno de lirismo el amor de Dios, nos gozamos y nuestro corazón y nuestras gargantas se llenan  de alabanza y nos unimos a los ángeles y al cosmos cantando y adorando  al tres veces Santo: «Santo, Santo, Santo (el misterio de Dios tres veces  santo) es el Señor, Dios  del universo (su señorío), llenos están el cielo y la tierra de tu gloria (su presencia), hosanna en el cielo (aclamación).Bendito el que viene en nombre del Señor (a Cristo que viene), hosanna en el cielo (aclamación)».

         Las dos primeras aclamaciones del «sanctus» están tomadas del relato de la visión que inauguró el ministerio de Isaías en el templo de Jerusalén. El profeta está en el templo y los cielos se desgarran ante él: “...y los unos (ángeles) y los otros se gritaban y se respondían: “Santo, Santo, Santo, Yavéh de los ejércitos. Llena está la tierra de su gloria” (Is 6,3).  La última parte está tomada del salmo 118,7, que fue utilizada por la multitud para aclamar a Cristo en la entrada triunfal en Jerusalén: “Hosanna al hijo de David” “Bendito el que viene  en nombre del Señor” “Hosanna en las alturas” (Mt 21,9).

         El <sanctus> es un canto de unidad: los ángeles y los santos y la tierra cantan a una sola voz; es la liturgia celeste que nos hace caminar a la Iglesia peregrina hacia las moradas celestiales y vivir ya anticipadamente su liturgia: “Repetían sin cesar día y noche: Santo, santo, santo es el Señor, el todopoderoso, el que era, el que es, el que viene” (Ap 4,8). Por eso, como dice el Ordo, esta aclamación, que forma parte de la plegaria eucarística, es pronunciada por el pueblo entero, también por el sacerdote, que no debe en estos momentos buscar en el Misal la página de la siguiente oración. Somos transportados por encima del cielo. Hay que ponerse con sumo gozo en la presencia del Dios Trino y Uno para adorarle. En algunas Plegarias Eucarísticas, como la II, III y IV, esta aclamación encadena el “Sanctus” con la epíclesis. La plegaria eucarística II, por ejemplo, empieza así: «Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad; por eso te pedimos...»

Epíclesis

La epíclesis, del griego <llamar sobre>.  En la epíclesis «...la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones implora el poder divino, para que los dones, que han presentado los hombres, queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes la reciban». La epíclesis, por tanto, es una oración de intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que transforme las personas o las cosas.         En la Plegaria Eucarística de la Eucaristía hay dos epíclesis: una, la que pronuncia el sacerdote sobre las ofrendas del pan y del vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: «Santifica, Señor, estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor» (Plegaria II); y otra, sobre los fieles, también pronunciada por el sacerdote después de la consagración, pidiendo que los fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en una sola ofrenda viva para Dios: «Te pedimos que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo» (Plegaria II); es la epíclesis de la <comunión>, que en otras Plegarias pide que: «formemos un solo cuerpo y un solo espíritu» (cf Catecismo de la Iglesia, 11054).

         El Espíritu Santo, que es la memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26), en la Anámnesis, recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho en favor nuestro,  suscitando en nosotros la alabanza y la acción de gracias (Doxología). La Epíclesis, junto con la Anámnesis, es el centro de la celebración eucarística: «Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino... en Sangre de Cristo. Te respondo: El Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento… Que te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana» (S. Juan Damasceno, f.o. IV,13).

         La epíclesis es obra de toda la Trinidad: De la misma forma que el Padre quiso que su Hijo se encarnara  y mandó al Espíritu Santo para que formara  su humanidad en el seno de la Virgen María, así ahora la Iglesia pide e implora al Padre para que envíe el mismo  Espíritu Santo a fín de que convierta el pan y el vino en cuerpo y sangre de Cristo.

Unión entre prefacio y consagración: «Santo eres en verdad...»

En todas las plegarias hay un texto más o menos largo que sirve para unir el himno del <Sanctus> y la primera epíclesis. Son unas palabras que sirven de gozne o quicio par retomar los términos más importantes de la alabanza y ampliarlos: «Santo eres en verdad...», haciendo así la transición entre la oración de alabanza y la de petición. La mención al Espíritu Santo es esencial, pedido al Padre, para que consagre con el poder de su Santo Espíritu el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Hijo, a fín de que sean vivificantes para nosotros:  Así aparece en la Plegaria III:

«Santo eres en verdad, Padre,

y con razón te alaban todas tus criaturas,

ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro,

con la fuerza del Espíritu Santo,

das vida y santificas todo,

y congregas a tu pueblo sin cesar,

para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin                       mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso».

Es una maravillosa síntesis del proyecto de amor y salvación que,  partiendo del Padre, nos creó y nos soñó para una eternidad de amor y felicidad con los Tres, no consintió que quedara destrozado este proyecto por el pecado, sino que hizo intervenir en la recreación del mismo a su propio Hijo, que se encarnó por el poder del Espíritu Santo, murió y resucitó para que todos tuviéramos vida filial con Dios mediante la alianza en su sangre, que ahora se presencializa  por obra del mismo Espíritu de Dios en el sacramento de la Eucaristía.

         Epíclesis ya dijimos que era  una palabra griega que significa invocación. En este caso concreto es la invocación que la Iglesia hace al Espíritu Santo para que consagre el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo:  «Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que nos mandó celebrar estos misterios» (Plegaria III).

Consagración del pan

Consagrar, consagración viene de <consecrare>, que significa hacer sagrada una persona, un edificio, una cosa. El sentido más corriente de esta palabra hace referencia a la consagración del pan y del vino en la Plegaria Eucarística. El Misal dice que la primera epíclesis, la primera invocación al Espíritu Santo «implora el poder divino para que los dones queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo» (OGMR, 55c), y luego llama «narración de la institución y consagración al momento en que se repiten las palabras de Cristo sobre el pan y el vino» (OGMR 55d).

         «En ella, con las palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la última Cena, cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su cuerpo y su sangre y se dijo a los Apóstoles en forma de comida y bebida, y les encargó perpetuar ese mismo misterio» (OGMR 55d).

         En virtud del mandato de Cristo la Iglesia sigue celebrando la Cena del Señor. Por eso, a través de su presencia sacramental en la humanidad prestada del sacerdote, Cristo puede hacer presente siempre el mismo misterio pascual, sin repetir nada sino haciendo presente la Eucaristía primera y única: “Esto es mi cuerpo... esta es mi sangre...”

         “Para realizar  una obra tan grande, Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Eucaristía, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea  sobre todo en las especies eucarísticas» (SC,7).

         La Eucaristía no puede comprenderse si no entramos en la Última Cena; la Eucaristía es el misterio pascual de Cristo vivo y resucitado, celebrado por Él como anticipo en la Última Cena, como profecía que anticipa fácticamente  lo que predice, y ahora, en nuestras Eucaristías, celebrando como memorial, haciendo presente por el sacerdote lo que recuerda. La pascua de Cristo, su pasión, muerte y resurrección es la nuestra, nuestra salvación y la del mundo entero. En la Eucaristía celebramos esta pascua, porque Él ha pasado definitivamente de la muerte a la vida y con Él hemos pasado todos, su pascua es la nuestra. Los bienes escatológicos se hacen presente en la Eucaristía, porque el Cristo eucarístico es el Cristo resucitado y pascual, que nos dice a cada uno de los presentes: “No temas nada, Yo soy el primero y el último, el Viviente, estuve entre los muertos pero ahora vivo para siempre” (Ap. 1,17-18 ).

         Por eso cada Eucaristía es una aparición pascual de Señor, pero sobre todo «en el domingo, día en que Cristo ha resucitado y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal» (Plegaria II). Viene a nosotros con otro aspecto, igual que pasó cuando se apareció a los Apóstoles después de resucitado, hasta el punto que al principio no le reconocían, les parecía un fantasma, pero poco a poco le fueron reconociendo y ya no dudaron y le entregaron su vida. De hecho fue “Él mismo quien les abrió los ojos” (Lc 24,31), para que le reconocieran, como ahora tiene que hacer con nosotros para que le reconozcamos en el pan que comulgamos y gozarnos con Él y entregarle nuestra vida en su aparición pascual de cada Eucaristía.

Narración de la institución

En la liturgia eucarística el sacerdote habla y actúa en nombre de Cristo conforme al mandato recibido del Señor: “haced esto en conmemoración mía”. El sacerdote es prolongación y presencia sacramental de Cristo, a quien presta su persona, para que Cristo pueda seguir consagrando su cuerpo y su sangre y predicando y actuando en la tierra.

         “Porque Él mismo, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”. En su muerte, Jesús se entrega en manos del Padre, mostrando así hasta donde le adora, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Esta autodonación la expresa mediante el gesto de la fracción del pan: “Lo partió”, símbolo del quebrantamiento de su vida por amor al Padre y a los hombres, en el que nos hace a todos participar: “Tomad y comed”. Desde este momento estamos obligados, como dice San Pablo, a tener en nosotros “los mismo sentimientos de Cristo... hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó...”(Fil 2,5-7). La inserción en Cristo, iniciada en el Bautismo, llega aquí a su plenitud sacramental.

         Jesucristo se hace presente y nos invita a comer su cuerpo entregado. Entregado quiere decir que fue triturado y que se nos da y quiere ser recibido por todos nosotros, que no exige nada, que se entrega gratuitamente, por nada, sólo por amor; entregado quiere decir que su presencia es una presencia del sacrificio realizado por nuestra salvación,  es un cuerpo que se ha hecho sacrificio en ofrenda victimal al Padre en pasión, muerte y resurrección por nuestros pecados. Es una invitación a entregarnos en sacrificio y ofrenda agradable al Padre juntamente con Él, adorando al Padre, cumpliendo su voluntad, amando hasta el extremo, hasta dar la vida. Dicho de otra manera: Jesús nos invita a hacernos una misma ofrenda y sacrificio con Él al Padre, Jesús nos invita a morir a nosotros mismos, a nuestro yo, a nuestros criterios y amor propio, a nuestras pretensiones de poder y de posesiones terrenas, inmolándolas y sacrificándolas en el mismo sacrificio de Cristo al Padre por las salvación de los hermanos, en ofrenda e intercesión por el mundo y por todos.

         Al ser su misterio pascual lo que Cristo hace presente, no sólo celebramos su pasión y su muerte, sino sobre todo debemos celebrar, vivir y comulgar con su resurrección, con la nueva y definitiva vida que nos trae en la Nueva y Eterna Alianza con el Padre. El Cristo, que  se hace presente en el pan consagrado, es el Cristo glorioso y celeste, resucitado, que viene para hacernos partícipes de su resurrección, de los dones y gracias de la Pascua, de la nueva vida y amistad inaugurada por este nuevo pacto de amistad con Dios Trino y Uno.

Consagración del vino: Narración  de la institución

Nos recuerda el contexto dentro del cual Jesús realizó la consagración del cáliz y expresa el sentido que dio a su sangre derramada anticipadamente, proféticamente, antes del Viernes Santo. Al escuchar estas palabras de entrega de Cristo, que nos amó con amor extremo, nosotros tenemos que consagrarnos y comulgar en ese mismo amor, tratando de identificarnos con esos sentimientos y actitudes sacerdotales y victimales de Cristo: «Del mismo modo, acabada le cena, tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados».

         El sentido de la “sangre derramada” es el mismo del “mi cuerpo entregado por vosotros”. En la mentalidad semita la sangre era la portadora de la vida, era la vida. Los Apóstoles entendieron que se trataba del sacrificio de su vida. Cuando Jesús dijo “tomad y comed este es mi cuerpo que se entrega por vosotros... tomad y bebed esta es la sangre derramada por vosotros...” tanto por las palabras como por el contexto pascual en que fueran pronunciadas, los Apóstoles comprendieron que se trataba del sacrificio de su cuerpo como el cordero pascual sacrificado en el templo, que a su vez rememoraba el solemne sacrificio que selló la primera alianza en el Sinaí por mediación de Moisés.

         Por otra parte hay una clara alusión a este hecho en las palabras que Jesús dirigió a los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan: “¿Sois capaces de beber el cáliz que he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” (Mc 10, 35-40). Beber el cáliz de Jesús significa que nosotros estamos dispuestos a correr su misma suerte y compartir el mismo destino de vida y futuro de Jesús.

         Esta misma pregunta la sigue dirigiendo el Señor a cada uno de nosotros cuando celebramos el santo sacrificio, sobre todo cuando comulgamos su cuerpo entregado y su sangre derramada. “¿Estáis dispuestos a beber el cáliz de mi pasión y muerte y hacer de vuestra vida una ofrenda y adoración agradable al Padre, en unión con mi ofrenda y adoración, que ahora hago presente, con amor extremo hasta dar la vida?”

         En cada Eucaristía, por la sangre derramada y por el cuerpo entregado, el Padre renueva la alianza con nosotros, nos da la mano como signo de que acepta el sacrificio de su Hijo y renueva el pacto de amor con los hombres. De cada Eucaristía salimos renovados en su amistad, porque Dios nos ha renovado el pacto, nos perdona las transgresiones y nos da su mano como señal de que el pacto sigue en pie. Durante la semana volveremos a caer, tal vez a vivir según nuestros criterios y egoísmos, nos olvidaremos del pacto, pero en la Eucaristía del domingo Dios volverá a perdonarnos y darnos otra vez la mano,  restableciendo el pacto, que es eterno y nuevo, porque siempre es el primero y el único, en la sangre de su Hijo. Por eso es tan importante la Eucaristía del domingo, y sin Eucaristía del domingo no hay cristianismo.

            La Eucaristía es el pacto y la alianza y la pascua y el paso del pecado a la vida, de la muerte a la resurrección. Y de la misma forma que el pueblo en el Sinaí aceptó todo lo que el Señor le dijo por Moisés: “Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos. Entonces tomó Moisés la sangre y roció con ella al pueblo y dijo: Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos” (Ex 24,8), nosotros también tenemos que renovar nuestra obediencia a los compromisos contraídos con el Señor. En los textos del AT, una vez que esta alianza se ha roto, Dios promete una alianza nueva y eterna, que supera la antigua, que fue provisional. Los profetas lo anunciaron:

“Mirad que llegan días, oráculo del Señor, en que haré con la casa de Israel una alianza nueva. No como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto... Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo de Yahvé: Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo”(Jer 31,31-33).

         Bebiendo el cáliz del Señor nos comprometemos a vivir según esta nueva alianza realizada en Jesucristo; nos comprometemos a cumplir los nuevos mandamientos y palabras dadas en la nueva alianza, que es, en definitiva, vivir la misma vida de Cristo. Dios quiera que al final de cada jornada y de nuestra vida podamos decir con Jesús: “Todo está cumplido” (Jn 19,30).

         En el cielo Jesucristo vive en el eterno presente de la Santísima Trinidad esta actitud sacrificial, presentando y eternamente aceptado por el Padre su sacrificio, sacrificio del “cordero degollado, lleno de gloria” (Ap 5,6). En la eternidad de Dios, el Cristo glorificado amando al Padre con amor eterno y redentor, ofreciéndose en entrega total de adoración obedencial, intercede por nosotros ante Dios Trino y Uno y en cada Eucaristía nos trae y nos comunica los frutos de su sacrificio impetratorio y satisfactorio.

         En cada Eucaristía, las palabras de la consagración son como unas tijeras divinas con las cuales se corta toda la vida del Hijo de Dios en su dimensión salvadora, que fue toda una ofrenda agradable a Dios, desde que en el seno del consejo trinitario dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” (Hb.10,5 -8), hasta que encarnado en el seno de la Virgen, pasó predicando sudoroso y polvoriento por los caminos de Palestina y finalmente derramó su sangre en la cruz por nosotros, aceptada por el Padre con su resurrección y lo sentó a su derecha y ante el trono de Dios sigue ofreciendo en un eterno presente, donde ofrecimiento, encarnación, muerte y resurrección, pentecostés y venida última son un todo uno, como profesamos cuando el sacerdote dice a la asamblea: «Este es el misterio de nuestra fe», y la asamblea responde: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús». En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos.

         El Catecismo de la Iglesia lo dice muy bien: «En la liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre  “de una vez por todas” (Rm 6,10; Hb 7,27; 9, 12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego  pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida» (1085).

Memorial: “Haced esto en conmemoración mía”

Para los hebreos la fiesta  de la pascua es más que un simple recuerdo de lo acaecido en tiempos pasados; era revivir en el presente aquellas maravillas obradas por Dios en favor de su pueblo en el pasado y esa celebración era en sí misma ya una petición de que volviera a renovarlas, era un memorial del Éxodo, de la salida de Egipto. Memorial equivale a decir recuerdo de un suceso que se hace presente en el acto litúrgico. Celebrando esta cena memorial tenían la certeza de estar participando de los frutos de la liberación de aquel tiempo, renovando en el presente su ingreso en la alianza. El memorial es por tanto más que simple recuerdo, porque el memorial hace presente el pasado y no es pura memoria. Y es en este sentido en el que la Eucaristía, sacramento que hace presente toda la vida de Cristo, es también sacramento de la Iglesia: «la Eucaristía construye la Iglesia, la Iglesia construye la Eucaristía», dice el Vaticano II.

         La Iglesia hace presente la  «hora de Jesús» y la «hora de Jesús» hace presente y construye la Iglesia, por ella nos llegan y se nos comunican todos los beneficios de su <hora>, que es su sacrificio siempre presente y salvador. La Iglesia no tiene otro sacrificio con el que pueda alabar y agradar al Padre y salvar a los hombres. Sin Eucaristía no hay domingo y sin domingo no hay salvación. La santa Eucaristía es la fuente de gracia, «centro y culmen de toda la vida cristiana» de donde brotan todas las gracias y salvación que van a todos los sacramentos y a todos los hombres. La Eucaristía  hace presente a la Iglesia el misterio salvador de Cristo, su evangelio entero y completo, todos sus dichos y hechos salvadores y así nos salva a los hombres de todos los tiempos. No sabe  ni puede ni es capaz de hacerlo de otra forma. Y ofreciéndolo, aprende ella a ofrecerse, a ser sacerdote y víctima “en sacrifico de suave olor” (Ef 5,2).  Ofreciéndose la cabeza, que es Cristo, la Iglesia, su cuerpo, aprende también a ofrecerse y santificarse. Y esta es la razón de ser y existir de la Iglesia.

Elevación del pan y del cáliz

La elevación de la hostia fue una conquista de la piedad popular, un deseo de ver la hostia consagrada, la presencia del Señor en el pan. El pueblo daba una importancia grande a esta elevación, ya que el que lograba mirar la hostia, según la creencia de la gente sencilla, quedaba preservado durante ese día de la muerte súbita y su casa y sus bienes se hallaban libres del fuego o desgracias.

         En una época en que se comulgaba poco y la Eucaristía estaba abandonada, esto era como una compensación y manifestación de fe  eucarística. En muchos pueblos de España, en el mío por ejemplo, aún hoy día, la elevación de la hostia es una ocasión estupenda para confesar la fe en Jesucristo Eucaristía, adorándolo silenciosamente y diciendo en voz baja pero que se oye en toda la iglesia: “Señor mío y Dios mío”, palabras del incrédulo Apóstol Tomás cuando Cristo le recrimina su falta de fe y le invita a que palpe y sienta su presencial real y verdadera.

         A comienzo del siglo XIII fue prescrita en París por el obispo Eudes de Sully; el decreto precisa que los sacerdotes no deben dejar ver la hostia antes de haber pronunciado “Hoc est enim corpus meum”, pues los fieles tenían tendencia a adorarla apenas la veían en las manos del celebrante, aún antes de que estuviera consagrada. En Londres aparece esta práctica un poco más tarde, hacia final de siglo. Luego pasa a los libros de los monjes y hacia el 1240 se encuentra ya en la liturgia romana. La elevación del cáliz vino después de la elevación de la hostia, a finales del siglo XIII y oficialmente por vez primera en el Misal del Concilio de Trento.

         Por influencia de la herejía de Berengario, que negaba la presencia real, la gente se acostumbró y dio más importancia a la adoración del pan que a la misma comunión; además, como la Eucaristía era de espalda al pueblo, el sacerdote tenía que hacerlo por encima de su cabeza para mostrarla al pueblo que quería verla. Hoy no hace falta elevarla, simplemente se muestra a la asamblea. En la Eucaristía hay tres momentos para esta manifestación: en la presentación de las ofrendas, el sacerdote toma el pan y  lo muestra al pueblo mientras dice: «Bendito sea, Señor, Dios del universo por este pan, fruto de la tierra y del trabajo de los hombres...»en el relato de la consagración, después de consagrar el pan y el vino, como acabamos de decir y mientras proclama la doxología final de la Plegaria: «Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén», que es cuando propiamente se eleva, significando la ofrenda al Padre.

Este es el sacramento de nuestra fe.

En la liturgia romana, la asamblea no interviene directamente en el relato de la institución eucarística. Pero terminada la consagración, el sacerdote, admirado ante el acontecimiento tan maravilloso que acaba de realizarse, exclama: ÉSTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE.

         Fue hace años en Roma y todavía lo recuerdo con gozo y admiración. Era en la Basílica de San Pedro y fui testigo y partícipe de una celebración etíope de la Eucaristía; qué fiesta, qué forma tan expresiva de celebrar la Eucaristía, sobre todo, la consagración donde la asamblea aclamaba las palabras de institución: «Habiendo resuelto entregarse a la muerte por la vida del mundo. Tomó pan en sus manos santas, puras, bienhechoras y  vivificantes.

Creemos que es verdad. Amén.

Levantó los ojos al cielo hacia Ti, su Padre y Señor del     universo. Dio gracias,  Amen

Bendijo,

Amén

Lo santificó,

Amén, amén, amén. Creemos, glorificamos, confesamos

Lo partió y lo dio a sus amados apóstoles, diciéndoles.

Esto es mi cuerpo que será quebrantado y entregado por

muchos en remisión de los pecados. Haced esto en

memoria mía

Creemos que es verdad. Amén».

Aclamación: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección  ¡Ven, Señor Jesús!»

La consagración termina con esta aclamación de la asamblea que subraya la importancia del misterio que  acaba de realizarse por las palabras pronunciadas por el sacerdote «in persona Christi».  Es una aclamación de fe y glorificación a Cristo que se ha hecho presente con su muerte y resurrección ofrecida al Padre por nosotros. La asamblea profesa y conmemora estos hechos y proclama que los bienes escatológicos han empezado a hacerse presentes por la Eucaristía. Agradecidos creemos y recordamos que Cristo ha  dado su vida por nosotros, máxima prueba de su amor a los hombres y de obediencia al Padre. Pero la muerte no es el final de la vida de Cristo ni la razón de su venida sino la resurrección la vida nueva para Él y para nosotros, signo de que su sacrificio y su muerte han sido  aceptadas por el Padre. Finalmente expresamos nuestra esperanza cristiana, que consiste en vivir pendientes de Él, que sigue viniendo en cada momento de la historia: «¡Ven, Señor Jesús!»

Anámnesis

Es una palabra griega que significa memorial, conmemoración. «En la liturgia de la Eucaristía se designa así a las palabras que siguen al relato de la institución, con las que la Iglesia, al cumplir este encargo que a través de los Apóstoles, recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, recordando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y la ascensión al cielo» (OGMR 55e).

         Ahora el sacerdote, que se ha sentido un poco interrumpido por la aclamación del pueblo, continúa el memorial, que en la consagración se hizo presente con todos los misterios de Cristo  y que ahora  recuerda, contemplándolos en esta memoria o anámnesis; por eso empalma con las palabras de la institución con los términos ilativos: «Así pues... Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo...»

         Y nosotros también recordamos estos hechos salvadores y con Cristo queremos hacer de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios. “Os exhorto a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios: éste es vuestro culto espiritual” (Rm 12,1).

Oblación y  epíclesis

La Iglesia se ofrece con Cristo al Padre y le pide que envíe su Espíritu para que realice la unidad de todos los fieles: epíclesis sobre la Iglesia, que expresa así el sacerdote: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima, por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu».

         «Oblación: Por ella la Iglesia, en este memorial, sobre todo la Iglesia aquí y ahora reunida, ofrece al Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día a día perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí, para que,  finalmente, Dios lo sea todo para todos» (OGMR 55f).     

         La espiritualidad de la Eucaristía es hacernos una sola ofrenda agradable al Padre con Cristo para alabanza de su gloria y para salvación del mundo. Cada Eucaristía hace presente a Cristo obedeciendo al Padre hasta la muerte. Cada uno de nosotros debe decirle: Cristo también yo quiero obedecer al Padre, aunque me lleve a la muerte y muerte de cruz de mi yo, de mis pasiones y egoísmos, quiero renunciar cada día a mi voluntad por hacer la de mi Padre del cielo. Señor yo estoy dispuesto a pisar tus mismas huellas de dolor y muerte para pasar a la vida nueva de hijo, quiero vivir la pascua de la resurrección a tu misma vida, a tus mismos sentimientos y actitudes de amor a tu Padre y a los hombres tus hermanos.

Así lo expresa el Vaticano II: «...los fieles.. participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (LG 5).

         Esto es lo que reza y pide la liturgia en este momento de la Eucaristía: es la epíclesis o invocación del Espíritu Santo sobre los fieles para que sean uno en Cristo, como Él pidió repetidas veces en la Última Cena: “Padre, yo me consagro por ellos, para que ellos también sean consagrados en la Verdad, que sean uno como Tú y yo somos uno” (Jn 17,19). Pedimos que el Espíritu Santo, con su potencia creadora, actualice la obra salvadora de Cristo y haga fructificar el don de la comunión eclesial entre todos sus miembros unidos a Él en un solo cuerpo y en una sola ofrenda, que se ofrece con Él al Padre, como única víctima inmolada y glorificada y que a su vez el Padre, en Él y por Él, nos reconozca y acepte como ofrenda del Hijo, porque de tal manera el Hijo nos tapa nuestros pecados y nuestras deficiencias, que el Padre no ve en nosotros sin el Amado,  en el que ha puesto todas sus complacencias.

         La Iglesia, contemplando la ofrenda de Jesús al Padre, aprende a ofrecerse a sí misma como Él a Dios y se compromete a vivir sus mismos sentimientos y actitudes.  Pedimos al Espíritu Santo que la Iglesia sea congregada en un solo cuerpo y que se convierta en una ofrenda eterna para gloria del Padre. De esta manera  cada uno de los fieles se apropia de los bienes del sacrificio de Cristo, que se convierte así en sacrificio de la Iglesia, hasta poder decir con San Pablo: “completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1,24).  Participando de la Eucaristía nosotros nos hacemos cuerpo de Cristo sacrificado a Dios y luego hemos de vivir esta ofrenda porque fuimos bautizados en la muerte y resurrección de Cristo,“hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz y exaltado por el Padre” (Fil 2,8-9).

Intercesiones de los santos

«Con ellas se da a entender que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por todos sus miembros, vivos y difuntos, miembros que han sido todos llamados a participar de la salvación y redención adquiridas por el Cuerpo y Sangre de Cristo» (OGMR 55g).        

         La Iglesia ha ofrecido el sacrificio de Cristo, que intercedió y se ofreció al Padre por el mundo entero;  ahora es el momento de la intercesión, de pedir que todos los que están junto al Cordero en el trono de Dios intercedan por  la Iglesia para que un día formemos con ellos el mismo coro de alabanza. Queremos que intercedan para que nos hagamos una sola ofrenda con Cristo y  para aplicar esas gracias por vivos y difuntos: «Que Él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad  junto con tus elegidos, con María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires y todos los santos por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda».

         El Espíritu Santo santifica los dones para que estos santifiquen a quienes los reciben. Las intercesiones pueden considerarse como una prolongación de la epíclesis sobre los fieles explicitando un poco más la oración universal sobre la Iglesia, que deberá continuarse en la Iglesia hasta que Cristo lo sea todo en todos y así Dios sea plenamente glorificado.

Peticiones

«Te pedimos, Señor, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: al Papa N. a nuestro obispo N. al orden episcopal, al clero y a todo el pueblo redimido por ti. Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo.A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad, recíbelos en tu Reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria. Por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes».

         En este momento la Iglesia, que es comunión en alabanza, se convierte en comunión de súplica e intercesión por los hermanos vivos que llevan el peso del pueblo de Dios,  por los hermanos difuntos que ahora viven al lado de Dios, por la comunidad celebrante para que nos reunamos en torno al Padre. Y empezamos pidiendo por el mundo, el papa, obispos... Una vez que hemos ofrecido al Padre el sacrificio agradable a sus ojos, el sacrificio “del Hijo en quien tiene todas sus complacencias”, ya podemos pedirle, porque accederá a nuestras súplicas. Es el movimiento propio de la oración judeo-cristiana: tras el memorial de las maravillas obradas por Dios, le pedimos que haga hoy lo mismo por nosotros. Cristo ofrecido como víctima de nuestros pecados ante el trono de Dios es garante y valedero de nuestras peticiones ante el Padre: “Venerando la memoria de los santos, esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía” (SC 8); «Proclamamos las maravillas de Cristo en sus servidores» (SC111). Por su intercesión confiamos alcanzar el Reino con María, los Apóstoles, los mártires y todos los santos, entre los cuales están los difuntos todavía no purificados totalmente, pero que ya están salvados y esperan poder cantar definitivamente la gloria de la Stma. Trinidad.

Doxología final

La plegaria eucarística concluye con la doxología final: «En ella se expresa la glorificación de Dios y se concluye y confirma con la aclamación del pueblo» (OGMR 55h).

         Doxología equivale en castellano a dar gloria y acción de gracias, es un himno de alabanza a Dios. Damos «todo honor y toda gloria» a Dios por las maravillas que ha obrado por su Hijo, por el cual tenemos acceso al trono de todas las gracias. Por la mediación encarnada y salvadora de Cristo “por Cristo”, unidos en un solo cuerpo y ofrenda con Él al Padre “con Él”, sostenidos y apoyados en su gracia “en Él”, aclamamos y alabamos al origen y principio de todo el proyecto de creación y salvación ejecutado por el Hijo con la fuerza del Espíritu Santo, Dios Trino y Uno “A Ti, Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria”, que empezamos a cantar aquí  abajo como peregrinos, pero que culminaremos gozosos en la misma eternidad de Dios “por los siglos de los siglos”.

         El pueblo responde: Amén. Este amén no responde  sólo a esta doxología final sino que muestra la aprobación y asentimiento a toda la plegaria eucarística, que como su propio nombre indica, es de alabanza y acción de gracias . El amén de la asamblea viene a decir: estamos de acuerdo, lo afirmamos y creemos y nos comprometemos con todo lo que hemos dicho y alabado y rezado en esta Plegaria eucarística. Llegado este momento, como si la doxología se hiciera cuerpo en una acción de gracias visible, el celebrante eleva la hostia y el cáliz en un gesto manifiesto y expreso de rendir «todo honor y gloria».

(Sacerdote) «Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos.

(El pueblo aclama) Amén».

         Al pronunciar la doxología el sacerdote eleva el pan y el vino como un gesto de ofrenda. Quiere significar que toda la creación, simbolizada en el pan y el vino, transformada  en Cristo y redimida y elevada por Cristo “como primogénito de toda la creación” (Col 1,15), con el amor y la potencia del Espíritu Santo, inicia el movimiento de la“alabanza de gloria” (in laudem gloriae ejus), que  nos introduce en la misma eternidad de Dios Trino y Uno.

         El amén del pueblo indica la ratificación y adhesión total a la Plegaria Eucarística, hecha en nombre de todos por el celebrante. Al terminar esta oración uno comprende perfectamente cómo «la liturgia es la gran escuela de oración de la Iglesia». Esto equivale a decir que la oración de la Iglesia es la escuela de oración de los cristianos, es una escuela sumamente práctica y concreta porque enseña orando, practicando. Por eso sin espíritu de oración no se puede celebrar la liturgia. Ella aviva y alimenta este espíritu de oración que exige por nuestra parte silencio contemplativo interior, sin distracciones o pensamientos ajenos a lo que celebra, sino viviendo lo que hace y dice “en espíritu y verdad”, y así es como nos transforma en los que celebramos, contemplando y dialogando con Cristo los misterios que hace presentes, creyendo, adorando, pidiendo y siempre iluminados e inflamados por el Amor Personal del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo, derramado abundantemente en la misma celebración litúrgica.

         En este camino hasta las alturas de la contemplación y experiencia del Dios Uno y Trino tenemos un mapa de ruta, el mejor que existe en la Iglesia Católica: la celebración litúrgica de la Eucaristía. El <seguimiento> espiritual y no meramente ritual, la <participación> espiritual y no meramente externa y material, es el nervio, la espina dorsal que sostiene y mantiene todo el cuerpo de la celebración litúrgica. Y cuando uno ha saboreado así la liturgia, ha encontrado sabores nunca gustados, ha llegado a su esencia de vida en cavernas jamás descubiertas, a la comprensión vivencial  de sus textos y gestos, a la «fuente que mana y corre, aunque es de noche», aunque tiene que ser siempre por la fe y el amor, que atraviesa todos los ritos, los velos de lo que se celebra.

Rito de la comunión:

El Padre Nuestro

 «La oración dominical: en ella se pide el pan de cada día, con lo que también se alude, para los cristianos, al pan eucarístico, y se implora la purificación de los pecados, de modo  que, en realidad, <las cosas santas se den a los santos>. El sacerdote invita a orar, y los fieles dicen, todos a una con el sacerdote, la oración. El sacerdote sólo añade el embolismo, y el pueblo lo termina con la doxología. El embolismo, que desarrolla la última petición de la oración dominical, pide para toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal. La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología, con que el pueblo cierra esta parte, se pronuncian o con canto o en voz alta” (OGMR 56 a).

         Es la oración que el mismo Jesús enseñó a sus discípulos (cf Mt 6 y Lc 11). Tertuliano llamó a esta oración «breviarium totius Evangelii», resumen de todo el evangelio. La Iglesia ha conservado y rezado siempre con devoción suma esta oración dentro y fuera de la liturgia. En la celebración de la Eucaristía se reza esta oración desde el siglo IV. Hechos un solo corazón con Cristo, el Hijo Amado, que se ha ofrecido al Padre, los fieles rezan o cantan la oración que el Señor nos enseñó, para disponernos como hermanos a la Comunión eucarística.

         El Padre nuestro contiene siete peticiones. Las tres primeras son referentes a Dios: su nombre, su reino, su       voluntad. Las otras cuatro se refieren al hombre: el pan de cada día, perdonar porque nos perdonan, no caer en tentación y que nos libre del mal. Es cristiana porque nos dirigimos al Padre. Y lo hacemos confiados: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?” (Lc 11,13).      

         Nos preparamos mediante la Invitación del sacerdote: Esta invitación no es fija, y como toda admonición puede ser adaptada al momento religioso (OGMR 11). Es muy antigua y la más frecuente: «Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su  divina enseñanza, nos atrevemos a decir:  

 Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal».

         La oración dominical ocupa desde la antigüedad un puesto importante en la catequesis bautismal y en los tratados espirituales de la antigüedad. La <Didajé> recomienda recitarla tres veces al día. No se revelaba a los no bautizados, por eso no se podía recitar públicamente en la liturgia si estaban presentes los catecúmenos.

         Entra dentro de la liturgia de la Eucaristía hacia el siglo IV en Milán y Jerusalén. En África precisa San Agustín que «casi toda la Iglesia concluye la oración eucarística con el Pater noster». El pueblo intervenía diciendo el Amén final. La Instrucción del 1964 permite la recitación del Pater noster en lengua vulgar por el pueblo con el celebrante en las Eucaristías rezadas, autorizando también su canto por los fieles en la Eucaristías cantadas en latín, que luego se extendió  a la lengua  del pueblo.

         Toda la asamblea unida a Cristo que nos invita a rezar su oración adquiere una excepcional fuerza de intercesión ante el Padre, a quien nos dirigimos pidiendo cumplir cuanto hemos orado y prometido en la santa Eucaristía:  que su nombre sea santificado, que venga a nosotros su reino, que su voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo. Pedimos que no solamente el pan material sino que el espiritual se multiplique en todas las casas de la tierra, que la reconciliación entre nosotros sea verdadera como es verdadera la del Padre en relación con todos nosotros para estar libres del pecado que impide la comunión con Cristo y los hermanos:“Si vas a presentar tu ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tienes quejas contra ti, deja tu ofrenda sobre el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a sacrificar tu ofrenda” (Mt 5,23,24).

         Rezando esta oración del Señor la asamblea toma conciencia de que es una comunidad de hermanos, que se compromete a vivir como Jesús para que venga a nosotros el reino de Dios. El reino de Dios es que el Padre Dios sea el único Dios de mi vida, Dios lo primero y absoluto en mi vida, abajo todos los ídolos; todos los hombres, hermanos;  y trabajar para hacer con los bienes de la tierra una mesa muy grande, donde todos los hombres se sienten, pero especialmente los pobres,  que pocas veces son invitados.

Embolismo

Esta palabra significa añadidura o revestimiento de  una realidad. En la liturgia se llama así el comentario que se  añade a la oración del Padre Nuestro. Y es que en la oración que reza el sacerdote después del Padre Nuestro,  empezamos pidiendo prácticamente lo mismo que acabamos de pedir: que nos libre de todos los males, que nos conceda la paz y los bienes que necesitamos y Él nos ha prometido y que nos conceda vivir libres de todo pecado.

         «Líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador Jesucristo».

         Estas últimas palabras de esperanza en la venida última de Cristo nos reenvía al texto de la carta de Pablo a Tito: “Aguardamos el feliz cumplimiento de lo que se nos ha prometido y la manifestación gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo” (2,13).

Doxología del Padre nuestro

«Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria para siempre, Señor» (MS).

         Si la doxología anterior fue presidencial, recitada sólo por el sacerdote, aquí, la comunidad, arrastrada por el fervor de su participación gozosa en la Eucaristía, se siente espontáneamente inclinada a intervenir. Dicen las rúbricas de la Eucaristía: «Llegados a este punto, el pueblo concluye la oración diciendo... Tuyo es el reino...»

         Bueno sería que nos esforzáramos todos por cumplir en nuestra vida lo que con tanto fervor proclamamos en la santa Eucaristía. Y que toda nuestra vida fuera una realización concreta del reino de Dios en cada uno de los participantes, tratando de extenderlo con la palabra y el testimonio, abarcando con nuestro amor a todos los hermanos: “Comenzó Jesús a predicar diciendo: el reino de Dios está cerca, convertíos y creed la buena noticia”. En la santa Eucaristía es donde más plenamente se hace presente el reino de Dios, donde está mas cerca y donde vemos el mejor ejemplo y realización del mismo.  En la santa Eucaristía se proclama por la Palabra y se realiza por la Plegaria Eucarística.

La paz

«Sigue a continuación el rito de la paz, con el que los fieles imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan» (OGMR 56b).

         El gesto de la paz es el segundo elemento que nos prepara para la comunión, después del Padrenuestro. Es un gesto simbólico, que se realiza antes de la comunión, porque todos debemos perdonarnos y vivir el amor fraterno; es muy antiguo y se ha realizado dentro de la liturgia en diversos momentos. Para el modo de darse la paz entre los fieles «restablezcan las Conferencias Episcopales el modo más conveniente, según la costumbres y el carácter de cada pueblo» (OGMR 56 b).

         Nosotros lo hacemos después que el sacerdote reza: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: “mi paz os dejo, mi paz os doy”, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos».

         El pueblo responde: Amén. Y la rúbrica del Misal añade: el sacerdote, dirigiéndose al pueblo, extendiendo y juntando las manos, añade: «La paz  del señor sea siempre con vosotros». El pueblo responde: «Y con tu espíritu».

Seguidamente, según la oportunidad, el sacerdote añade: «Daos fraternalmente la paz». Y todos, según la costumbre del lugar, se dan la paz, manifestando su unión por la caridad en Cristo. La  paz nos viene por Cristo y ahora nos la comunicamos unos a otros  por amor a Él y a los hermanos. Este rito de la paz  evoca la promesa hecha por Jesús a sus discípulos con motivo de su partida:“Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14,27), que tuvo su cumplimiento cuando se apareció a los discípulos, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos: “la paz con vosotros, soy yo, no tengáis miedo”.

         Jesús nos perdona, no tiene en cuenta nuestras cobardías y en cada Eucaristía renueva  la amistad y salimos llenos de su perdón y presencia para predicar su evangelio y cumplir la terea que nos ha encomendado. Así tenemos que hacer unos con otros: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 19-22).

         De esta forma,  reconciliados primero con Cristo que nos perdona nuestros fallos y cobardías, nosotros nos perdonamos mutuamente y nos deseamos y nos damos la paz unos a otros. La invitación a darnos mutuamente la paz tiene su fundamento en la advertencia hecha por el Señor: “Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24).

         He descrito con todo detalle este gesto para que le demos en nuestra vida la importancia que tiene en la liturgia. Es necesario que no se banalice o pierda fuerza por la rutina del tiempo. La comunidad cristiana está llamada a ser signo de unidad en el mundo: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros, dice el Señor”.

La fracción del pan

«El gesto de la fracción del pan, realizado por Cristo en la Última Cena, en los tiempos apostólicos fue el que sirvió parar denominar a la íntegra acción eucarística. Este rito no sólo tiene una finalidad práctica, sino que significa además que nosotros, que somos muchos, en la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo» (OGMR 56c).

         Partir el pan, del latín <fractio>, no es sólo un gesto necesario para comerlo sino que aquí está cargado de simbolismo, tanto que fue uno de los nombres por los que era conocida la Eucaristía desde los tiempos apostólicos. Para los judíos era un gesto prescrito en la cena pascual. Es el que hizo también Jesús con los suyos. Nos lo recuerdan continuamente, como hemos visto anteriormente, los relatos de la Última Cena. Tan importante, que a la Eucaristía también se la llama «la fracción del pan».

         Mientras el sacerdote hace la fracción del pan recita  en secreto: «Ésta mezcla del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo aproveche a los que lo reciben para alcanzar la vida eterna». El Misal de Pablo VI quiere que se potencie este gesto simbólico de fraternidad cristiana insistiendo que «por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles» (OGMR 48).

         «El gesto de la fracción del pan manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos» (OGMR 283). Y el Misal añade  que el sacerdote haga partícipes de su mismo pan al menos a algunos de los fieles. Las hostias pequeñas sólo se admiten «cuando así lo exige el número de los que van a recibir la sagrada comunión» (OGMR 283). La lección es clara: se parte, se reparte y se comparte el Cuerpo de Cristo: “porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, porque todos participamos de un solo pan” (1Cor 1,17).

 Agnus Dei

«Mientras se hace la fracción del Pan, los cantores o un cantor cantan el Cordero de Dios, con la respuesta del pueblo... Esta invocación se puede repetir cuantas veces sea necesario para acompañar la fracción del Pan» (OGMR 56).

         Agnus Dei significa “Cordero de Dios”. Jesús fue señalado por Juan el Bautista como “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, es decir, el cordero pascual, que será inmolado y en cuya sangre se hará la Nueva Alianza. El  Apocalipsis no sólo presenta a Cristo como “el Cordero degollado”, sino que describe el destino final de la historia como las bodas del Cordero con la Iglesia (cfr Ap 19). Esta invocación litánica se canta o se recita acompañando el gesto simbólico de la fracción del Pan. Cuando se usaba pan de levadura, este rito llevaba bastante tiempo y entretanto se entonaba una letanía, cuyos ecos han llegado hasta nosotros: «Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros», y, porque no somos dignos de recibirle, le pedimos: «Ten piedad de nosotros».

         La imagen del cordero gozó de gran favor en la comunidad primitiva y aparece ya  en las catacumbas. Pablo pudo decir: “Cristo, nuestro cordero pascual ha sido inmolado” (1Cor 5,7). Es el “cordero degollado” del Apocalipsis, que ha ofrecido su vida en sacrificio y recibe la aclamación de los que están junto al trono de Dios: “El cordero degollado es digno de recibir poder, riqueza, sabiduría, fuerza, gloria y alabanza” (Ap 5,12).

         La comunidad acompaña y completa el sentido del gesto cantando a Cristo, verdadero cordero que quita el pecado del mundo, invocación que también se volverá a repetir en la invitación que el sacerdote hace para la comunión: “Éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitado a la mesa del Señor”.

         La práctica de echar una partícula pequeña de la Hostia en el cáliz parece ser que recuerda la antigua práctica del Papa de enviar un fragmento consagrado a los presbíteros vecinos, que celebraban la Eucaristía en los barrios de Roma al mismo tiempo que el Papa, para que la introdujeran en el cáliz como signo de comunión en el único sacerdocio de Cristo.

Preparación de la comunión: Silencio

«Preparación privada del sacerdote: el sacerdote se prepara con una oración en secreto para recibir con fruto el Cuerpo y la Sangre de Cristo; los fieles hacen lo mismo orando en  silencio» (OGMR 56 f).

         Ya hemos dicho en otro lugar que el silencio es parte integrante de la oración y celebración litúrgica: «Por el silencio los fieles no se ven reducidos a asistir a la acción litúrgica como espectadores mudos y extraños, sino que son asociados más íntimamente al misterio que se celebra, gracias a aquella disposición interior que nace de la Palabra de Dios escuchada» (MS 17).

         Después de recitar el Agnus el sacerdote se inclina un poco sobre el altar y recita en secreto una de las dos oraciones que trae el Misal para este particular. Personalmente me gusta más la  primera y voy a confesaros un pecadillo litúrgico; la recito en plural y suficientemente alta como para que el pueblo la oiga y  pueda unirse a ella: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo diste con tu muerte la vida al mundo. Líbranos por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre de todas nuestras culpas y de todo mal, concédenos cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que nos separemos de Ti».

Mostración

«El sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico que recibirán en la comunión, y los invita al banquete de Cristo» (OGMR 56g).

         Dicen las rúbricas: el sacerdote se arrodilla, toma la hostia, la mantiene un poco elevada sobre la patena y mostrándola al pueblo, dice: “Este es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los llamados a la cena del Señor”. «El sacerdote juntamente con los fieles formula usando palabras evangélicas, un acto de humildad» (OGMR 56 g).Y juntamente con el pueblo añade una sola vez: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para sanarme”.

Comunión del sacerdote

El sacerdote dice en secreto, vuelto al altar: “El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna”. Y con reverencia toma el Cuerpo de Cristo. Después toma el cáliz y dice en secreto: «La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna».Y con reverencia bebe la Sangre de Cristo. El sacerdote comulga bajo las especies del pan y del vino, así como los concelebrantes; en cuanto el modo, puede ser por <instinción> o por bebida del cáliz.

Comunión de los fieles

«La celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión» (CIC 1382). Comunión viene de la palabra latina <communio>, que significa común-unión, unión entre dos personas. En la liturgia eucarística significa recibir el cuerpo de Cristo bajo las especies eucarísticas. Es el momento culminante del Sacrificio de Cristo, para lo cual fue instituido: “Tomad y comed, tomad y bebed...” Después de haber comulgado espiritualmente con Cristo en su Palabra, comulgamos ahora corporal y espiritualmente por el pan y el vino consagrados. Al comulgar con Cristo, como dice San Pablo, comulgamos“también con su cuerpo que es la Iglesia, los hermanos”.

Procesión hacia el altar

«Es muy de desear que los fieles participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma Eucaristía y, en los casos previstos, participen del cáliz, de modo que aparezca mejor, por los signos exteriores, que la comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se celebra» (OGMR 56h).

         La comunión bajo las dos especies se ha mantenido ordinariamente como regla general en las liturgias orientales no latinizadas. Por razones de no derramar la preciosa sangre o por miedo al contagio de epidemias se hizo de  forma diversa para comulgar el vino: mientras los coptos, los etíopes y los bizantinos se sirven a menudo de una cucharita, los sirios practican la intinción; ya desde el siglo VIII hay constancia del canutillo o paja para beber.

         En Occidente se mantuvo hasta el siglo VIII la comunión bajo las dos especies. Después desaparece, como  había desaparecido ya en la comunión a los enfermos o ausentes o a los niños, que sólo era bajo la especie de pan. El Concilio de Trento dejó abierta la posibilidad de volver a la comunión del cáliz, y el Vaticano II lo recomienda confiando al Obispo la oportunidad. Después de la comunión del celebrante, el Ritual dice que el celebrante o diácono toma la patena o el copón, se acerca a los que van a comulgar y muestra la hostia a cada uno, diciendo: «El cuerpo de Cristo». El que comulga responde: «Amén».

         Al responder amén mostramos nuestra aceptación a comer el Cuerpo de Cristo y hacemos una verdadera confesión de fe. Una instrucción de San Agustín lo explica muy bien:  «Si sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, es el sacramento de lo que sois lo que ha sido colocado en la mesa del Señor; es el sacramento de lo que sois lo que recibís. Es a lo que sois a lo que respondéis amén. Esa respuesta es vuestra firma. Oyes efectivamente: <Cuerpo de Cristo>. Respondes: <Amén>. Se miembro del cuerpo de Cristo para que el amén sea verdadero» (Sermón 272: PL 38,1247).

Recepción del pan

Desde los tiempos apostólicos el pan se recibió en las manos, tal como hizo el Señor en la Última Cena. Cirilo de Jerusalén, explica en una catequesis a los neófitos, cómo deben acercarse a comulgar: «Cuando avances, no te acerques con las manos abiertas ni los dedos separados, sino que con la mano izquierda haz un trono para la derecha, que va a recibir al rey. Recibe el cuerpo de Cristo en el hueco de tu mano y responde: Amén».

         Acércate también al cáliz de su sangre. No tiendas las manos, sino más bien inclínate en actitud de adoración y de respeto y di: <Amén>...  Y mientras tus labios están todavía húmedos, rózalos con tus dedos y santifica tus ojos, tu frente y tus otros sentidos. Después, mientras escuchas las plegarias, da gracias a Dios, que te ha considerado digno de unos misterios tan grandes».

         La recepción de la hostia en los labios se estableció desde el siglo IX. El ponerse de rodillas se implantó  progresivamente desde el siglo XI hasta el XIV. El comulgatorio se introduce en el siglo XVII.

Recepción del cáliz

«La sagrada comunión realiza más plenamente su forma de signo cuando se hace bajo las dos especies» (OGMR 240). La comunión con el cáliz ser realizó hasta el siglo XIII; luego desaparece. Se implanta de nuevo después del Vaticano II. Hoy se practica  en asambleas poco numerosas. Desde luego no es común en los domingos, bien por razones de tiempo como de higiene o reparos humanos. Algunos movimientos religiosos lo hacen en asambleas extraordinarias. Las rúbricas de la  OGMR trae las diversas modalidades de hacerlo. El  ideal será siempre hacerlo como Jesús lo hizo y quiso: “Tomad y bebed...” La más común es la intinción.

El canto de la comunión

«Mientras sacerdote y fieles reciben el Sacramento, tiene lugar el canto de comunión, canto que debe expresar por la unión de voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar, al mismo tiempo, la alegría del corazón y hacer más fraternal la procesión de los que van avanzando para  recibir el Cuerpo de Cristo»(OGMR, 56i).

         El canto se comienza cuando comulga el sacerdote, y se prolonga mientras comulgan los fieles hasta el momento que parezca oportuno. En el caso de que se cante un himno después de la comunión, ese canto debe terminar a tiempo. Se puede emplear o la antífona del Gradual Romano, con salmo o sin él... o algún otro canto aprobado por la Conferencia Episcopal. Si no hay canto, la antífona propuesta por el Misal... la recitará el mismo sacerdote, después de haber comulgado y antes de distribuir la comunión a los fieles (OGMR 56i).      

         Numerosos testimonios de los siglos IV-V nos informan de que la comunión de los fieles, tanto en Oriente como en Occidente iba acompañada del salmo 33. El estribillo estaba sustituido por un versículo del mismo salmo, en el que las más de las veces se hacía una alusión a la Eucaristía. Después se tomó el estribillo del evangelio o de algún libro bíblico. En la Edad Media, la escasa frecuencia de la comunión hizo desaparecer el salmo: quedó sólo la antífona. 

          «Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos, fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba. Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas» (S. Agustín, Conf. IX,6,14).

Silencio

«Cuando se ha terminado de distribuir la comunión, el sacerdote y los fieles, si se juzga oportuno, pueden orar un rato recogidos» (OGMR 56j).

         Es lógico y necesario este profundo recogimiento para contemplar y vivir el misterio que acabamos de celebrar y recibir, porque estamos en el vértice de la escatología cristiana, haciendo presente lo último de la historia de la Salvación en la unión suprema con Dios por medio de su Hijo; todo el Misterio Trinitario ha venido a nosotros por el Verbo hecho pan de Eucaristía y entramos dentro del Consejo de los Tres donde se deciden en amor infinito nuestro propio misterio y existencia y somos llenados y habitados por la misma plenitud de nuestro Dios: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

         En este momento, hechos “un solo corazón” (Hech 1,14) con Cristo que se ofrece al Padre, los fieles cantan por el misterio de Cristo incrustado  en nuestras vidas y se recogen en silencio meditativo como la Virgen preñada del  Verbo Divino. Comer la víctima inmolada significaba entrar en comunión con Dios, unirse al ofrecimiento de la víctima.

         En la Eucaristía, sacrificio de la Nueva Alianza, la comunión no sigue al sacrificio, sino que es simultánea: “Tomad y comed..Tomad y bebed...” Desde el mismo momento en que se realiza la acción eucarística, los fieles entran en comunión con Cristo inmolado y glorificado. Si ya dice el Concilio Vaticano II que la liturgia de la Palabra y de la Eucaristía forman un acto único de culto, con mayor razón podemos decir que la consagración sacrificial y la comunión eucarística forma un solo acto, celebrados a seguidas  por razón del tiempo, pero simultáneos en la intención de Cristo: al tratarse de un sacrificio sacramental de comunión.

         Jesucristo prometió e instituyó este sacramento como alimento de la vida cristiana de sus seguidores. Y esa es la invitación que llega hasta nosotros: “En verdad, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53).

         Por eso, el sacrificio ofrecido en el altar se concluye normalmente con la comunión de los participantes en el cuerpo y la sangre de Cristo. Precisamente comiendo el Cuerpo de Cristo nos vienen todas las gracias del sacrificio y nos llenamos de los sentimientos de Cristo, que nos lleva a todos los comulgantes a vivir su misma vida nueva y resucitada. Es lo que la liturgia perfectamente canta en esta antífona tan repetida: “Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura”. Ya lo dijo el Señor:“Este pan es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51).

         Esta cena es eucarística, porque es de acción de  gracias por todos los beneficios de la Salvación obrada por el Cordero inmolado que quita el pecado del mundo y que renueva el pacto de alianza y amistad. Damos gracias porque  en cada Eucaristía Dios nos perdona, nos llena de su salvación, y en Cristo nos prepara el banquete de la Alianza Nueva y Eterna. El  hecho de que Cristo haya instituido con pan y vino su sacrificio pascual indica claramente, además de las mismas palabras de la institución, su intención de ser comido en cena pascual y eucarística para que su muerte gloriosa sea la fuente de gracia que salta hasta la vida eterna y que se introduce en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Por todo esto damos gracias al Padre que lo pensó, al Hijo que lo realizó y al Espíritu Santo que lo santificó y lo hace presente. En la comunión, Cristo me llena de sus deseos de amar y adorar a su Padre y salvar a los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida; me comunica sus mismos sentimientos de redención y salvación del mundo, en humildad permanente, no imponiéndose, sino ofreciéndose infatigable para extender  el reino de Dios, donde Dios sea lo primero y absoluto en mi vida como en la suya; todos los demás, hermanos; y hacer una mesa grande, muy grande de los bienes materiales y espirituales del mundo, donde todos se sienten y coman, pero especialmente los pobres, que ordinariamente son excluidos de las mesas de los hombres.

         En la pascua de Cristo, celebramos  nuestra pascua del pecado a la gracia, de la muerte a la vida, porque en la pascua de la muerte y resurrección de Cristo, celebramos nuestra propia pascua. Y, al comer a Cristo, carne llena de Espíritu Santo, nos llenamos de su mismo Espíritu, de sus mismas ansias, de sus mismo deseos; nuestra vida espiritual queda plenificada y saciada del pan del cielo y de la gloria del Viviente, sentado en el trono de Dios, y esta plenitud colma todas nuestras ansias de vida y felicidad y deseos porque es la misma del Amado del Padre, su mismo Espíritu y Amor Personal, que nos hace totalmente espirituales, llenos de Espíritu Santo.

         El alma, rendida ante tanto gozo, se llena de deseos de cielo por todo lo que ha celebrado, vivido y comido y dice abiertamente: «Ven, Señor Jesús». Y esta sed de Dios no quedará apagada hasta que no lleguemos al Reino. Pero a veces se siente muy fuerte y podíamos decir con S. Juan de la Cruz: «¿Por qué, pues has llagado este corazón, no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste?» Y esta misma Eucaristía que nos hace desear la hartura de la divinidad, es la que a veces la sacia como banquete que nos anticipa el banquete del Reino y nos introduce en la liturgia celeste, con los santos y los ángeles cantando ante el trono del Viviente, del que estuvo entre los muertos pero ahora vive para siempre.

         El alma, al comer y ser uno y sentir vivo, vivo y resucitado al Amado del Padre y al sentirse así en el Hijo amada por el mismo Dios Trino y Uno en el más profundo centro de su alma, queda salida de sí, de su misma vida y consciencia humana y transportada entra en el mismo seno infinito de felicidad de los Tres: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviera en la eternidad» (Sor Isabel de la Trinidad); o con S. Juan de  Cruz: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

Frecuencia de la comunión

«Hasta el siglo IV la comunión de los fieles era no solamente la regla en cada Eucaristía, sino que también era más frecuente que la celebración de la Eucaristía, que se limitaba generalmente al domingo» (OGMR 240).

         S. Justino recomienda a los cristianos tomar la comunión antes de otro alimento: «Que cada uno cuide de que ningún infiel guste la Eucaristía ni ningún ratón ni ningún otro animal, y de que ninguna partícula de la Eucaristía caiga en tierra o se pierda. Lo que comen los fieles es realmente el cuerpo del Señor, y no hay que despreciarlo» (Traditio Apostólica 36-37).

         A partir del siglo IV se nota un gran declive en la frecuencia de la comunión. En el siglo VI la Iglesia impuso la comunión tres veces al año: Navidad, Pascua y Pentecostés. Desde el siglo X se exige el sacramento de la Penitencia. En el concilio de Letrán, año1215, se impuso una sola vez a año. El concilio de Trento animó a la comunión frecuente y el Papa Pío X ayudó a esta práctica de una forma efectiva. Hoy es norma general, aunque la mayoría de los asistentes no participen en la sagrada comunión.

Oración después de la comunión

«Luego, en pie junto a la sede o ante el altar, el sacerdote, vuelto al pueblo, dice: Oremos, y con las manos extendidas recita la oración después de la comunión, a la que pueden preceder también un breve silencio, a no ser que ya se haya hecho después de la comunión. Al final de la oración, el pueblo aclama: Amén» (OGMR 122).

         Llamamos poscomunión, como indica su mismo nombre, a la oración que hace el sacerdote después de la comunión. Como oración conclusiva de la Eucaristía, suele hacer referencia a lo que se ha recibido: «hemos recibido, hemos comulgado, nos hemos alimentado...» refiriéndose al Cuerpo y Sangre de Cristo (comida, viático, ayuda, medicina) y pide que la Eucaristía tenga consecuencias en la vida presente y futura  (en el banquete del reino, en el cielo): «En la oración después de la comunión el sacerdote ruega para que se obtengan los frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya la oración con la aclamación: Amén»  (OGMR 56k).

         Esta oración después de la comunión es una acción de gracias por los dones recibidos y una petición para que transformen nuestra vida con la fuerza del sacramento celebrado y participado. Es lógica esta petición, porque tenemos dentro de nosotros la fuerza de Cristo, su amor, su misma vida y sentimientos, su celo apostólico, que incendia nuestros corazones en amor a Dios y a los hermanos:“El que me coma vivirá por mí”. Estamos en disposición de recibir el envío del sacerdote a propagar la Palabra recibida para extender por el mundo el reino de Dios. De esta forma la mesa eucarística se abre y se extiende a los ausentes, a los alejados, a la propagación del reino de Dios en el mundo.

Rito de despedida

Luego, el sacerdote, extendiendo las manos, saluda al pueblo diciendo: «el Señor esté con vosotros» a lo que el pueblo responde: «y con tu espíritu». Y enseguida el sacerdote añade: «la bendición de Dios todopoderoso --haciendo aquí la señal de bendición-- Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros»; y todos responden: «amén». En ciertos días… puede preceder otra formula más solemne. Enseguida, el sacerdote, con las manos juntas, añade: «podéis ir en paz», y todos responden: «Demos gracias a Dios» (OGMR 124).

         El rito de despedida y conclusión de la Eucaristía es breve y sencillo. La liturgia permite que se suprima si empalma con alguna otra celebración litúrgica. Antes de enviar a sus discípulos al mundo a testificar su resurrección, el evangelista Lucas nos dice que el Señor “levantó las manos y los bendijo. Y mientras les bendecía, se separó de ellos y subió la cielo” (Lc 24,50-51). Es el mandato apostólico, que el sacerdote renueva en nombre de Cristo a todos los que han celebrado la Eucaristía. Hemos comido su Cuerpo, estamos llenos de su fuego y pasión apostólica por los hombres y  queremos llenarlo todo de su presencia y salvación, del gozo de la resurrección y de la plenitud de vida encontrada en Él.

         En las Eucaristías en latín se despide al pueblo diciendo: «Ite, missa est». Es una forma elegante de querer decir dos cosas: primera, que la celebración eucarística ha terminado; segunda, que la celebración ha terminado pero no la Eucaristía,  como dice el canto, «Ahora la empezamos a vivir».

         «Cuando meditamos, oh Cristo, las maravillas que fueron realizadas en este día del domingo de tu santa Resurrección, decimos: Bendito es el día del domingo, porque en él tuvo comienzo la Creación... la salvación del mundo... la renovación del género humano. En él el cielo y la tierra se regocijaron y el universo entero quedó lleno de luz. Bendito es el día del domingo, porque en él fueron abiertas las puertas del paraíso para que Adán y todos los desterrados entraran en él sin temor» (Oficio siríaco de Antioquía, citado por el Catecismo de la Iglesia 1167).

«Entonces, el sacerdote, según costumbre, venera el altar con un beso y, hecha la debida reverencia, con todos los ministros, se retira» (PGMR 126). 

GLOSARIO

ABLUCIÓN

Esta palabra viene del latín “abluere”, que significa limpiar, quitar manchas lavando. Su sentido puede ser práctico en el acto de lavarse todo o una parte del cuerpo o simbólico. En casi todas las religiones se emplea en ritos y celebraciones. Entre los cristianos tiene este sentido simbólico en el agua derramada en el bautismo, que nos purifica de los pecados, en el lavado de las manos en la Eucaristía y en el «lavatorio de pies» del Jueves Santo.

ABSOLUCIÓN

Del latín “absolvere”, igual a romper ligaduras, perdonar: signo por el cual Dios concede su perdón al pecador que manifiesta su conversión al ministro de la Iglesia. Las palabras esenciales en el sacramento de la Penitencia son: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Llamamos también absolución a la oración conclusiva de la oración penitencial de la Eucaristía: «Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. Amén».

ABSTINENCIA

Significa no comer: con esta palabra se entiende la prohibición de no comer carne los viernes de cuaresma, el miércoles de ceniza y el viernes santo para todos los que han cumplido catorce años.

ÁCIMO

En latín como en griego “acymos”  significa “sin levadura”. Era así el pan que Dios mandó comer a los judios en la fiesta de «los ácimos», que por eso «reciben una nueva significación en el contexto del Éxodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto» (CCE 1334). Los cristianos empezaron a celebrar la Eucaristía con pan normal, fermentado, pero luego en el siglo IX se introdujo el pan ácimo para imitar la pascua judía. Los cristianos orientales nunca han aceptado este pan ácimo para la Eucaristía.

ACLAMACIONES

De “aclamo, aclamatio”, significa dar voces a favor de alguien tanto en la vida religiosa como profana. Manifiesta la aprobación y la admiración del público por alguien o alguna obra que se hace presente. Expresan una fuerte emoción  con fórmulas breves, proferidas repetidas e intensamente.  Favorecen la participación activa de la asamblea en las celebraciones. En el domingo de Ramos “…los niños y los “pobres deDios” le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores… Su aclamación, “Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Sal 118,26), ha sido recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística para introducir el memorial de la Pascua del Señor” (CCE 559). La liturgia católica ha heredado de la judía breves aclamaciones llenas de sentido: Amén, Aleluya, Hosanna, Marana tha… A veces se dan en forma de diálogo entre el celebrante y la asamblea, como en el prefacio.

ACÓLITO

Son aquellos varones que han sido <instituidos> en este ministerio en torno al altar para llevar cálices y vinajeras, incienso, cruz, libros litúrgicos, exponer y reservar la Eucaristía, purificar los vasos sagrados y distribuir, como ministros extraordinarios, la Eucaristía. Con frecuencia nuestros <monaguillos> cumplen parte de esta tarea, con la particularidad de que pueden ser hombres o mujeres.

ACTO PENITENCIAL

Se realiza cuando toda la comunidad hace su confesión general y se termina con la conclusión del sacerdote después de terminado el saludo inicial de la Eucaristía. Ver también ABSOLUCIÓN.

ADVIENTO

De “adventus”, significa venir junto a, ir a la espera del que viene. Se llama así el tiempo litúrgico preparatorio de la Navidad. Es la celebración de la espera del Señor en las cuatro semanas del Adviento: Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda venida (cf Ap 22,17). Este tiempo de Adviento tiene sus orígenes entre los siglos IV y VI. Comienza con las primeras vísperas del domingo que cae el 30 de noviembre o el más próximo a este día y acaba con las primeras vísperas de Navidad.

ALBA

Del latín “alba”, blanco. Es la vestidura o túnica de lienzo blanco de que deben revestirse todos los ministros del altar desde el acólito hasta el presidente, para ejercer sus funciones sagradas. Si es necesario se ciñe con el cíngulo a la cintura. Simboliza la nueva vestidura de gracia y pureza de que deben estar revestidos los que ofician en las acciones litúrgicas. Era la vestidura blanca que conservaban durante días los que habían recibido el Bautismo en la noche de Pascua, como símbolo de su nuevo nacimiento en Cristo. Por eso a este domingo se le llamó «dominica in albis».

AMBÓN

Del griego “anabanein”, subir. Es el lugar reservado para la proclamación de la Palabra de Dios y el pregón pascual; puede tenerse también la homilía y la oración de los fieles, pero no es conveniente que lo ocupen el comentarista, el cantor o el director de canto. No hay que confundirlo con el púlpito o con los atriles. Ver pag. 47.

AMITO

Del latín“amictus”, “amicio”, rodear. Es la pieza cuadrangular de tela blanca a modo de pañuelo, que se ponen los ministros debajo del alba. Puede proteger del sudor al alba y cubrir elegantemente el cuello.

ANÁFORA

Es una palabra griega que significa elevar. Significa la alabanza o el sacrificio que elevamos a Dios y es el nombre que en las liturgias orientales recibe lo que en la liturgia latina llamamos Plegaria Eucarística. Es la parte central de la liturgia eucarística. «La Anáfora: con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración» (CCE 1352). Ver  pag. 60.

ANÁMNESIS

Viene del griego y significa <memoria>. En sentido bíblico hacer memoria de un acontecimiento no es sólo recuerdo sino hacer presente lo recordado. En la Eucaristía es la parte de la Plegaria Eucarística que sigue a la narración de la institución o consagración, en la que se conmemora los grandes acontecimientos salvíficos. Más ampliamente en el libro pag. 10.

AÑO LITÚRGICO

«La santa Madre Iglesia celebra la memoria sagrada de la obra de la salvación realizada por Cristo, en días determinados durante el curso del año. En cada semana, el domingo hace memoria de la resurrección del Señor, que una vez al año, en la gran solemnidad de la pascua, es celebrada juntamente con su pasión. Durante el curso del año despliega todo el misterio de Cristo y conmemora los días natalicios de los santos» CCE 1163). «Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la Salvación… En el círculo del año desarrolla  todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor» (SC 102). El comienzo y el ritmo del año cristiano es distinto del civil. En la liturgia latina comienza con el primer domingo de Adviento.

ASPERSIÓN

La aspersión o rociar con agua a persona o cosas, símbolo del agua del bautismo, es una forma de recordar y pedir el perdón de nuestros pecados, sobre todo, si se hace en lugar del acto penitencial, antes de la Eucaristía, o se asperja con agua el féretro del difunto cristiano y bautizado. “Asperge me hyssopo et mundabor”: “aspérjame con el hisopo y quedaré limpio”. Se asperja con agua «para que recuerden el misterio pascual y renueven la fe del bautismo» (Bendicional 26). Y éste es el sentido de santiguarse al entrar en las Iglesias.

ASAMBLEA, COMUNIDAD

Reunión del pueblo de Dios para orar o celebrar los misterios de la Historia de la Salvación. «La asamblea que celebra es la comunidad de los bautizados que, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales» (LG10). Este «sacerdocio común es el de Cristo, único Sacerdote, participado por todos sus miembros» (cf LG10; 34; PO2). A  los largo de los siglos «la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual» (SC 6), sobre todo en la Eucaristía dominical. La carta a los Hebreos dice: «No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente…» (Hbr   10,25).

AYUNO

Abstenerse parcial o totalmente de alimentos por motivos penitenciales o disciplinares. Hoy sólo existen dos días al año: miércoles de ceniza y el viernes santo. En estos días sólo se permite una comida completa. Obliga a todos los fieles que no han cumplido los sesenta años.

BASÍLICA

Viene del griego y significa casa real. En Roma se llamó así a los edificios grandes, aptos para reuniones, tribunales, asambleas fuera del foro. Esta arquitectura romana basilical se adoptó por la Iglesia para sus templos. Eran de forma rectangular alargada, con una o más naves sostenidas por columnas en sentido longitudinal hacia el altar colocado bajo el ábside. Hoy se llaman así a las iglesias cristianas que sobresalen por su arquitectura, historia y capacidad. Son célebres en Roma las llamadas «basílicas mayores»: S. Pedro, S. Pablo, S. Juan de Letrán y S. María la Mayor.

BENDECIR, BENDICIÓN

Del latín “bene-dicere”, decir bien, decir cosas buenas a alguien, alabarle. “Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre. Su bendición es a la vez palabra y don. Aplicado al hombre este término significa la adoración y la entrega a su Creador en la acción de gracias” (CCE 1078). En esta doble dirección el salmo 113 expresa muy bien las bendiciones que vienen desde Dios: “que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga, bendiga a la casa de Israel, bendiga a la casa de Aarón, bendiga a los fieles del Señor”. A su vez el hombre responde a Dios también con bendiciones privadas o solemnes: “Bendice, alma mía al Señor y no olvides sus beneficios” (salmo102). En la Liturgia de la Iglesia «...el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el fin de todas las bendiciones y por él derrama en nuestros corazones el don que contiene todos los dones: el Espíritu Santo» (CCE1082). «Porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir  a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición» (CCE. 2626).

CANON

Viene del griego e indica medida, regla, norma. Hay cánones de comportamiento, cánones de Derecho Canónico, libros canónicos, que son los aceptados como revelados… En la liturgia romana se emplea especialmente este término para designar la oración central y constitutiva de la Eucaristía: canon de la Eucaristía, que se inicia en el prefacio y termina con la doxología trinitaria. Pero ha tenido otros nombres: Anáfora, y ahora, sobre todo, Plegaria Eucarística, porque expresa mejor su contenido. Ver pag. 60.

CAPILLA

Se llama así un lugar pequeño de culto y oración. En las Iglesias y Catedrales hay capillas pequeñas para el culto al Santísimo, a la Virgen o a los santos. Se recomienda especialmente la capilla del Santísimo, para la reserva y la oración y el culto a Jesucristo Eucaristía. Se llaman también capillas unas cajas rectangulares de madera o metal ligero con cristal  en la parte delantera, llevadas de casa en casa de los fieles, dejando ver la imagen del Señor, de la Virgen o de los santos, para veneración particular en las casas.

CASULLA

Es la vestidura que el sacerdote se pone encima del alba y la estola, a modo de manto amplio o capa, abierta por los lados y con una abertura en la parte central de arriba para meter la cabeza. La casulla es propia del que preside la Eucaristía. Por eso, en la ordenación del presbítero, se le viste la casulla como vestimenta propia del presbítero. Los concelebrantes pueden vestirla, pero se permite que lleven sólo alba y estola, por motivos varios.

CIRIO PASCUAL

En la Vigilia Pascual el cirio pascual es signo de la luz de Cristo resucitado, que disipa las tinieblas e ilumina la tierra. El cirio pascual se enciende también durante el santo bautismo y en las exequias como signo de Cristo vivo y resucitado.

COLECTA

Del latín “collecta” “colligere”, recogida, recoger. Oración colecta es la primera oración presidencial, que hace el sacerdote en la Eucaristía,  durante el rito de entrada y antes de la lectura de la Palabra; tiene un doble sentido: o que recoge todas las peticiones de los presentes o que se hace cuando la comunidad está reunida. Ver pag.30.

También se llama colecta el dinero recolectado en la Eucaristía para atender a las necesidades de la Iglesia y de lo pobres. «Desde el principio junto al pan y al vino para la Eucaristía, los cristianos presentan también sus dones par compartirlos con lo que tienen necesidad» (CCE1351).Ver ORACIÓN COLECTA pag.57.

COMUNIÓN

Viene del latín “communio”, comunión, acción de unir, asociar, participar. «En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben <el pan del cieloB y <el cáliz de la salvación>, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó “para la vida del mundo» (Jn 6,51). La comunión eucarística es el sacramento de la mayor unión con Dios”. Ver pag.97.

CONCELEBRACIÓN

Es la celebración de la Eucaristía por parte de varios sacerdotes presididos por un celebrante principal. También se puede llamar así a toda celebración conjunta y colegial. El Concilio Vaticano II decidió restaurar este rito de la concelebración en lugar de las celebraciones individuales y simultáneas de Eucaristías en el mismo templo por varios sacerdotes. Son muchos los motivos teológicos-espirituales, que avalan la concelebración. Expresa la unidad del sacerdocio: «…son muchos los sacerdotes que celebran Eucaristía: sin embargo, cada uno no es más que un ministro de Cristo, que, por medio suyo, ejerce su sacerdocio y hace participe a cada uno de forma especilísima de este sacerdocio”. La concelebración pone también de relieve la unidad del sacrificio eucarístico: “puesto que todas las Eucaristías reactualizan el único sacrificio de Cristo». (EM 47 y PO 7).

CONSAGRACIÓN

Viene del latín “consacrare”, que a su vez se compone de “sacrum” y “actio”, hacer sagrada una cosa. En el sentido más frecuente hace referencia a consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: “por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación… La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas”  (CCE1376,1377). Ver pag 69.

COPÓN

Se llama así al vaso sagrado donde se ponen la formas consagradas para dar la comunión y reservar el Santísimo en el sagrario. En la historia ha tenido formas muy diversas hasta la copa grande en su forma actual. Deben ser “de materiales sólidos que se consideren nobles según  la estima común en cada región” (IGMR 290). Ordinariamente son de oro o plata, al menos en el interior, con un baño digno que exprese la veneración de la comunidad por el cuerpo de Cristo.

CORPORALES

Es el nombre que damos al lienzo extendido sobre la parte central del altar en la Eucaristía para depositar el pan y el vino que se han de convertir por la consagración en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. De ahí el nombre que reciben. También se pone sobre la mesa en la que transitoriamente colocamos las formas consagradas, cuando llevamos la comunión a los enfermos.

CREDENCIA

Recibe este nombre la mesita situada fuera del altar, a un lado del presbiterio, donde se colocan los diversos objetos que servirán para el sacrificio de la Eucaristía: cáliz, vinajeras, corporales… El altar es únicamente la mesa del sacrificio y estos objetos no deben estar sino cuando se los necesita. Por eso, se recomienda, que el cáliz, después de haber comulgado el sacerdote, debe ser purificado en la credencia.

CUSTODIA

Es el nombre que recibe el objeto litúrgico donde se expone el Santísimo en algunas celebraciones eucarísticas para veneración de los fieles. A la vez que lo expone lo guarda y custodia, de ahí el nombre que recibe. Algunas son verdaderas obras de arte y orfebrería, que se llevan por las calles en las fiestas del Corpus Christi. España tiene magníficas y famosas Custodias. Son de tamaños variados y todas de gran valor por ser de oro o plata.

DIÁCONO

Viene del griego y significa servidor. «Entre los ministerios, ocupa el primer lugar el diácono, uno de los grados del orden que ya desde los comienzos de la iglesia fue tenido en gran honor. En la Eucaristía, el diácono tiene su cometido propio en la proclamación del evangelio y, a veces, en la predicación de la palabra de Dios; en preceder a los fieles en la oración universal; en ayudar al sacerdote, en distribuir a los fieles la Eucaristía, sobre todo, bajo la especie de vino, y en las moniciones sobre posturas y gestos de toda la asamblea» (OGMR 61). Es el grado primero del Sacramento del Orden. Por la imposición de las manos del Obispo  se compromete a guardar el celibato y al rezo de la Liturgia de las Horas. El Vaticano II restableció el <diaconado permanente>, como ministerio propio que se recibe para ejercerlo toda la vida sin ánimo de llegar al presbiterado. Perdido en el siglo IX, ahora lo pueden recibir los casados.

DOMINGO

Del latín “dominicus” “dies dominica”  día del Señor. Es el nombre que por vez primera se da en el Apocalipsis al día en que Cristo resucitó, “día primero después del sábado”. «La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón <día del Señor> o <domingo> (SC 106). El día de la Resurrección de Cristo es a la vez «el primer día de la semana», memorial del primer día de la creación, y el «octavo día» en que Cristo, tras su <reposo> del gran <Sabbat>, inaugura el Día «que hace el Señor», el «día que no conoce ocaso» (CCE 1166). «El domingo es el día por excelencia de la asamblea litúrgica, en que los fieles deben reunirse para, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios, que los “hizo renacer a una esperanza viva por la resurrección del Jesucristo de entre los muertos» (SC106) (CCE 1167) pag. 107

DOXOLOGÍA

Viene del griego: “doxa”, gloria, y “logos”, palabra; palabra de gloria, por tanto. En la Liturgia se designa así la bendición o alabanza, ordinariamente trinitaria, con la que se concluye una oración. La doxología más importante de la Eucaristía es la que concluye la Plegaria Eucarística: «Por Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos», y el pueblo concluye con su aclamación: <Amén>.

ELEVACIÓN

Se llama así la acción de elevar el pan y el vino convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo después de la consagración. Ver pags 77 y79.

EMBOLISMO

En liturgia se llama así a las palabras que dice el sacerdote después de la última petición de la oración dominical. Pag. 90.

ENTRADA, INTROITO

Toda celebración litúrgica tiene unos ritos de introducción como de despedida. En la liturgia romana el rito de introducción de la Eucaristía se ha ordenado de la siguiente forma: pag 14.

EPÍCLESIS

Del griego “epi-kaleo”, llamar sobre. Es la invocación hecha a Dios para que envíe su Espíritu Santo y transforme las personas y las cosas. <…en la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo… sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo cuerpo y un solo espíritu> (CCE 1353). En la Eucaristía hay tres epíclesis: ver pag. 67.

EPÍSTOLA

Es una palabra griega  que en latín como en castellano significa carta. En la liturgia recibe este nombre la lectura de las Carta de los Apóstoles, segunda Lectura en las Eucaristías dominicales, que precede al Evangelio. Cuando sólo había una lectura antes del evangelio, ésta se llamaba también Epístola, aunque no fuera de las Cartas de los Apóstoles. Hoy se llama primera y segunda Lectura. Ver pag. 38 y 40.

ESPECIES

En la Eucaristía hablamos de las «especies de pan y vino», para indicar lo visible de estos dos elementos que contienen el Cuerpo y la Sangre de Cristo, una vez consagrados. Lo que aparece es pan y vino, pero por dentro es Jesucristo. También reciben este nombre, porque son signos de comida y bebida, cuando comulgamos.

ESTIPENDIO

El Código de Derecho Canónico dice: «según el uso aprobado de la Iglesia, todo sacerdote que celebra o concelebra la Eucaristía puede recibir estipendio para que la aplique por una determinada intención. Se recomienda encarecidamente a los sacerdotes que celebren la Eucaristía por las intenciones de los fieles, sobre todo de los necesitados, aunque no reciban ningún estipendio»(c.946); «en materia de estipendio evítese la más mínima apariencia de negociación o comercio» (c 947); «se ha de aplicar una Eucaristía por cada intención» (c.948).

ESTOLA

Es una tira de tela más o menos ancha que en su parte central pende del cuello y se extiende por los hombros y la parte delantera del cuerpo en paralelo y en proporción igual en largura. Es vestidura litúrgica en todos los ministros ordenados. Los diáconos se la ponen en <banderola>, desde el hombro izquierdo hacia la derecha. Sirve para distinguirlo y resaltar la función sagrada que realizan.

EUCARISTÍA

La Eucaristía es el sacramento central de los cristianos. «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracias y se nos da la prenda de la gloria futura» (SC47) (CCE 1323). El Catecismo de la Iglesia expone los distintos nombres que recibe: Eucaristía, porque es acción de gracias a Dios; Banquete del Señor, porque se trata de la cena que el Señor celebró con sus Apóstoles; Fracción del pan, porque se parte el pan consagrado entre los comensales; Asamblea eucarística, porque es celebrada por la asamblea de los fieles; Memorial, porque es recuerdo que hace presente lo recordado: la pasión y resurrección de Cristo; Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo; Santa y divina liturgia porque es el centro de toda la liturgia de la Iglesia; Comunión, porque nos unimos a Cristo y a los hermanos; Santa Eucaristía, porque termina con la misión de los fieles y en latín se decía: «ite, missa est».

EUCOLOGÍA

Viene  del griego “euje”: oración, y “logía”: ciencia. Es la ciencia que estudia las oraciones, más bien, las mismas oraciones de una celebración o de un libro litúrgico. En la Eucaristía están la colecta, oración sobre las ofrendas y la oración postcomunión, al final de la celebración. La eucología esencial y más importante de la santa Eucaristía es la Plegaria Eucarística.

EVANGELIARIO

Es el libro que contiene los evangelios, ordenados para la liturgia, según las normas de la Iglesia. «Puesto que la proclamación del evangelio es siempre el ápice de la liturgia de la palabra, la tradición litúrgica, tanto occidental como oriental, ha introducido desde siempre alguna distinción entre los libros de las lecturas. En efecto, el libro de los evangelios era elaborado con el máximo interés, era adornado y gozaba de una veneración superior a la de los demás leccionarios. Es, por tanto, muy conveniente que también ahora por lo menos en las catedrales y en las parroquias e iglesias más importantes y frecuentadas, se disponga de un evangeliario bellamente adornado, distinto de los otros leccionarios» (OLM 36).

FERIA

Para los romanos es el día no laborable. En el lenguaje litúrgico son los días de la semana que siguen al domingo, que sería el primer día de la semana y  el lunes, que sería «fería segunda». En los días de feria no hay oficio propio ni oficio de santo y se pueden rezar oraciones ad libitum.

GLORIA

«Gloria a Dios en el cielo…»  es el comienzo del himno que recitamos o cantamos en la Eucaristía. Pag. 27

GRADUAL

Se llamaba así antes al salmo <gradual>, que ahora ocupa el «salmo responsorial», y que cantamos o recitamos ahora después de la primera lectura. Le pusieron este nombre porque el cantor solista lo hacía desde la grada (gradus) del altar. No tenía de suyo forma responsorial ni tenía relación con la lectura hecha y era de difícil musicalidad, propia de expertos.

HOMILÍA

Llamamos así a la predicación de las Lecturas de la Eucaristía que el sacerdote hace después del evangelio. «La Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la Palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad» (DV 24). «Liturgia de la Palabra y liturgia eucarística constituyen juntas “un solo acto de culto» (SC 56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor(cf DV 21) ( CCE 1346).Ver libro, pag. 50.

HOSTIA

Viene de latín “hostia”, que significa víctima, ofrenda. Se llama así el pan ácimo redondo y delgado que se confecciona con harina para el sacrificio eucarístico. Se consagra en la plegaria eucarística y se comulga en la comunión. Se empezó a llamar así desde el siglo VIII, porque es Cristo,que “nos amó y se entregó por vosotros, como ofrenda y victima (en latin“oblationem y hostiam”) fragante a Dios” (Ef 5,2). Ver pags. 69 y 73.

ICONO

Significa imagen, del griego. Es una pintura sagrada, frecuentemente portátil, pintada sobre una madera siguiendo una técnica especial transmitida secularmente en Oriente. La teología del icono arranca de la contemplación del misterio de la encarnación, expresado en el texto de la carta Col 1,15: “Cristo es imagen (icono) de Dios invisible” y termina siendo una teología visiva, una teofanía: cuanto el evangelio expresa en palabras, el icono lo proclama con los colores y lo hace presente  a nosotros.

INCIENSO

Del latín “incendere”, incendiar, encender, es una resina que, al arder, produce un aroma agradable. El incienso se echa en un objeto metálico, llamado por este motivo incensario, que pende  ordinariamente de unas cadenitas unidas en la parte superior, para moverlo fácilmente en dirección pendular. Se utiliza en la liturgia de la Iglesia, cuando se quiere resaltar la importancia de la fiesta que se celebra. En la Eucaristía se inciensa el altar, las imágenes de la Cruz y de la Virgen, el libro del evangelio, las ofrendas sobre el altar, los ministros y el pueblo cristiano en el ofertorio, el Santísimo después de la consagración o en las celebraciones de culto eucarístico. Muchas veces en la liturgia de la Iglesia la oración se compara al incienso que sube hasta Dios como el humo suave y el perfume del incienso: “El ángel se puso en pie junto al altar con un incensario de oro y le fueron dados muchos perfumes para unirlos a las oraciones de todos los santos. El humo de los perfumes subió con las oraciones de los santos, de la mano del ángel a la presencia de Dios” (Ap 8,3-4).

INDULGENCIA

«Es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel, dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones, consigue por mediación de la iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos» (CDC. Can. 992).

INTINCIÓN

Del latín “intingere”, mojar, untar. Se llama intinción en la Eucaristía a una forma de comulgar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no comiendo y bebiendo ambas especies separadamente, sino mojando un fragmento del pan consagrado en el cáliz. Es una forma práctica de comulgar, pero es menos expresiva. El Episcopado español, en abril del 1971, en un documento, en que recomendaba la comunión también con el cáliz, indicaba que a ser posible ser realizara bebiendo el cáliz. Por razones pastorales e higiénicas a veces se prefiere comulgar bajo las dos especies por medio de la intinción.

INTROITO

De “intro-ire”, entrar dentro, es igual que entrada. Ver ENTRADA en pag.14

KYRIE

Viene del griego “kyrios”, que significa “Señor”. Y  se aplica a Cristo Jesús en el NT. Al principio se recitaba en la oración de los fieles, que ahora se ha recuperado también para las preces comunitarias. En la reforma actual de la Eucaristía  el número de aclamaciones ha quedado reducido a dos “Kyrie”, dos “Christe” y de nuevo dos “Kyrie”. Y no tienen sentido trinitario como podía parecer sino que en sus orígenes fueron siempre referidos a Cristo. Tampoco tienen carácter penitenciario sino de aclamación a Cristo como Señor y Mesías: «siendo un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su misericordia, regularmente habrán de hacerlo todos, es decir, tomarán parte en él el pueblo y los cantores» (IGMR 30).

LAVABO

Viene del latín y significa lavar con agua. Tiene el simbolismo de limpiar, purificar el alma de pecados e imperfecciones. Así el sacerdote se lava las manos en la Eucaristía antes de iniciar la Plegaria Eucarística: “Lavabo inter innocentes manus meas”, lavaré  mis manos en la inocencia. Repito que tiene sentido simbólico, no material. Así lo expresa el Misal: «el sacerdote se lava las manos: con este rito se expresa el deseo de purificación interior» (IGMR 52). Ver pag 58.

LECCIONARIO

Se llama Leccionario el libro que contiene de forma estructurada y organizada las lecturas bíblicas para uso de las celebraciones litúrgicas. Entre las reformas del Vaticano II  la composición y ordenación de los nuevos Leccionarios ha sido una de sus mayores riquezas para la vida litúrgica de la Iglesia. Ahora el Misal Romano consta de dos libros: el Misal, que es el libro del altar, y el Leccionario, el «Ordo Lectionum Misae», dividido en varios volúmenes, para leerlos desde el ambón. Ver pag. 33

LECTOR

Es un ministerio litúrgico al servicio de la proclamación de la Palabra de Dios. En las Eucaristías ordinariamente se hace  desde el ambón. En 1972 Pablo VI suprimió las cuatro órdenes menores y estableció dos ministerios: el de lector, en torno a la Palabra,  y el de acólito, en torno al Altar. El Obispo o superior que instituye al lector ora diciendo: «Concédeles que, al meditar asiduamente tu Palabra, se sientan penetrados y transformados por ella y sepan anunciarla, con toda fidelidad, a sus hermanos». Y les hace entrega del libro de las Escrituras. En las comunidades cristianas ejercitan este ministerio de una manera más o menos estable hombres y mujeres, que no necesitan para ello un encargo oficial, pero sí se les pide  que «sean aptos y diligentemente preparados” (IGMR 66). En el “Bendicional” (NN-392-408) hay un rito para la «bendición de lectores» no instituidos.

LETANÍA

Viene del griego y significa orar repetidamente. Se llama así a una forma de orar que se distingue precisamente por la repetición de una breve invocación ante diversas peticiones que va haciendo el que dirige la súplica o la oración de alabanza, penitencia o acción de gracias. En la liturgia romana son muy conocidas las letanías de los Santos y las lauretanas (de Loreto) en honor de la Virgen. Es muy solemne la de la Vigilia Pascual. Más breves son en la Eucaristía la oración litánica penitencial de los “Kyries”, la oracion de los fieles  y el “Cordero de Dios”, que acompaña a la fracción del pan.

LIBROS LITÚRGICOS

Llamamos «libros litúrgicos» a los editados oficialmente por la Iglesia para las celebraciones litúrgicas, con los textos y los ritos pertinentes. Después de la reforma del Vaticano II se han renovado totalmente estos libros, que con las introducciones litúrgicas y doctrinales de los mismos, han dando sentido pleno a las celebraciones litúrgicas y las han enriquecido con la variedad y el lenguaje de nuevos  textos. Estos libros son ahora:

...   El calendario;

… El Misal, compuesto de dos volúmenes: el libro de las oraciones y el leccionario;

… La liturgia de las Horas, en cuatro volúmenes, y el “diurnal”, más reducido, que no tiene el oficio de lecturas;

… El Pontifical Romano, con celebraciones propias del Obispo, compuesto de diversos volúmenes: ordenación, confirmación, dedicación de iglesias, ceremonial de obispos, institución de lectores y acólitos, bendición de abades y abadesas, bendición de óleos y consagración del crisma.

… El ritual de los sacramentos y sacramentales: iniciación cristiana de adultos, bautismo, matrimonio, unción de enfermos, penitencia, exequias, profesión religiosa, culto eucarístico, bendicional;

… El gradual con la música de los cantos interleccionales;

… el rito de coronación de las imágenes de la Virgen.

 

LITURGIA

Proveniente del griego “leiturgía” significa obra a favor del pueblo. En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en la «obra de Dios» (cf Jn 17,4). El Vaticano II se expresa así: «Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre Eterno. Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y realizan la santificación del hombre, y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro». «La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza» (SC 10).

MEMENTO

“Memento”es una palabra que viene del latín y significa «acuérdate». Es así cómo empieza en la Plegaria Eucarística, si se dice en latín, la oración por los vivos, pero especialmente por los difuntos y así decimos vulgarmente «el memento de difuntos». «Acuérdate (memento), Señor, de tu Iglesia… (memento) acuérdate de nuestros hermanos que durmieron en la esperanza de la resurrección…» y el sacerdote dice aquí el nombre del difunto por el que ofrece la Eucaristía.

MEMORIA

En la calendario cristiano se llama memoria a la categoría tercera de las fiestas de la Iglesia, que siguen este orden: solemnidades, fiestas y memorias. Las memorias pueden ser obligatorias, si se consideran importantes para toda la Iglesia, o libres, si se trata de santos o celebraciones que tienen interés más bien particular.

MEMORIAL

Memorial es más que el simple recuerdo, es hacer presente una cosa recordándola. La Eucaristía es memorial del todo el misterio de Cristo porque lo hace presente al recordarlo. «El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su obra de Salvación en la Liturgia. Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la Liturgia es Memorial del Misterio de la Salvación. El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia» (cf.Jn 14,26) (CCE 1099). «Nuestro Salvador, en la Última Cena… instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar a través de los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección…» (CCE 1323). Ver pag.76.

EUCARISTÍA

Es una de las denominaciones con las que ahora designamos a la Eucaristía… «La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:  Eucaristía..., Banquete del Señor…, Fracción del pan…, Asamblea Eucarística (synaxis)…, Memorial…, Santo Sacrificio…, Santa y Divina Liturgia…, Comunión…, Santa Eucaristía…

<Eucaristía> viene del latín <mittere>, enviar. Son las últimas palabras de despedida, que el sacerdote pronuncia en la Eucaristía en lengua latina: «ite, missa est».  «Se llama Santa Eucaristía porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles (missio), a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana» (CCE.1332).

MISAL

El libro litúrgico que contiene los textos eucológicos para celebrar la santa Eucaristía.

MISTERIO PASCUAL

El misterio pascual es la pasión, muerte y resurrección del Señor, que anualmente celebramos el Jueves Santo de la Cena del Señor, el Viernes Santo de la Pasión y Muerte del Señor, el Sábado Santo de la Sepultura del Señor y la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección. Es el fundamento y base de toda la liturgia: «La redención humana y la perfecta glorificación de Dios, Cristo la realizó principalmente por el Misterio Pascual» (SC 5). «La Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el Misterio Pascual, leyendo lo que se refiere a él en toda la Escritura, celebrando las Eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte» (SC6).

OBLACIÓN, OBLATA

Vienen del latín “oferre” que significa presentar, ofrecer. Oblación es la acción de ofrecer, y la oblata son los dones que se ofrecen en la Eucaristía. La santa Eucaristía es la presencialización de la ofrenda que Cristo hizo de su vida, especialmente en su Pasión, Muerte y Resurrección, al Padre por la Salvación de los hombres. Mediante la Plegaria Eucarística de la Santa Eucaristía, Cristo, por medio del sacerdote, vuelve a presencializarla para la santificación de los presentes y del mundo. Nosotros somos invitados  a hacernos una ofrenda agradable al Padre juntamente con Cristo. En la Eucaristía tenemos la oración sobre las ofrendas: ver pag.59.

OFERTORIO

Tiene lugar después de la consagración. Hay que procurar no confundir el verdadero ofertorio de la Eucaristía, que es la ofrenda del Cuerpo y de la Sangre de Cristo al Padre y no los dones que pongamos sobre el altar. Todavía se identifican los dones con ofertorio que es la ofrenda de Cristo al Padre. Así lo expresa la Plegaria Eucarística: «…celebrando el memorial.. te ofrecemos su Cuerpo y su Sangre…» Por eso ahora, en las oraciones de la presentación del pan y del vino se dice «te presentamos...» en lugar de «te ofrecemos el pan y el vino» de antes. Esto no impide que el pan y el vino y el dinero de la colecta se presenten como ofrenda simbólica de nuestras personas unidas así a la ofrenda de Cristo, fundamente de todas las demás.

OFRENDAS

«La presentación de las ofrendas»: Conforme a lo dicho anteriormente, ofrendas, en plural, son las cosas que se unen a la ofrenda en singular de la Eucaristía, que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo: «Sólo la Iglesia presenta esta oblación pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación». El Misal Romano lo describe así: «Se traen a continuación las ofrendas. Es de alabar que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles… Aunque los fieles no traigan pan y vino de su propiedad, con este destino litúrgico, como se hacía antiguamente, el rito de presentarlo conserva igualmente todo su sentido y significado espiritual» (IGMR 49). La oración que se hace sobre las ofrendas, antes llamada <secreta>, ahora se dice en voz alta. Ver pag. 59.

ORACIÓN DEL SEÑOR, PADRE NUESTRO

«La oración dominical es, en verdad, el resumen de todo el evangelio» (Tertuliano, or.1). «La oración dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud sino además  según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad»» (Santo Tomás de A., S. Th. 2-2, 83, 9). «En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y… llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión sacramental va a anticipar» (CCE 2770). Ver pag. 87.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Poscomunión, ver pag. 105

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Ver Ofertorio y Ofrenda.

ORACIÓN UNIVERSAL O DE LOS FIELES

PRECES COMUNITARIAS. Ver pag. 51.

PALABRA DE DIOS

«La Iglesia siempre ha venerado las Sagradas Escrituras como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo en la sagrada liturgia, nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que se ofrece en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (DV 21). «La Iglesia se edifica y crece escuchando la Palabra de Dios» (OLM 7). La santa Eucaristía tiene dos partes principales o dos mesas, la mesa de la Palabra y la mesa del Pan Eucarístico. De ambas hay que alimentarse para vivir la vida evangélica. Y están «tan estrechamente unidas entre sí que constituyen un único acto de culto, ya que en la Eucaristía se dispone de la mesa, tanto de la palabra de Dios como del cuerpo de Cristo, en la que los fieles encuentran formación y refección» (IGMR 8; SC5).

PAN

«La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Cristo, ha usado siempre, para celebrar el banquete del Señor, el pan y el vino mezclado con agua. La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento» (IGMR 282-283). «En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentra el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que Él hizo la víspera de su pasión: “Tomó pan..”, “tomó  el cáliz lleno de vino” » (CCE 1333).

PASCUA

Viene del hebreo y significa paso, pasar sobre. La pascua es la celebración del misterio pascual del Señor, de su paso por la pasión y muerte para llegar a la resurrección. «A partir del <Triduo Pascual>, como de su fuente de luz, el tiempo nuevo de la Resurrección llena el año litúrgico con su resplandor. De esta fuente, por todas partes, el año entero queda transfigurado por la liturgia. Es realmente <año de gracia del Señor> » (CCE 1168). «Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la <Fiesta de las fiestas>, <Solemnidad de las solemnidades>, como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). S. Atanasio la llama <el gran domingo> (Ep. Fest. 329)…» (CCE1169). «La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón <día del Señor> o <domingo> (SC 106).

PAZ (gesto de la paz)

El gesto de la paz es el segundo elemento de preparación para la comunión después del Padrenuestro. Es un gesto simbólico con el que «los fieles imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan» (IGMR 56). Ahora se realiza este gesto inmediatamente después de las oraciones que preparan el sentido del gesto y antes de la fracción del pan, cuando el sacerdote dice: «daos fraternalmente la paz». El gesto de la paz en la comunidad cristiana es muy antiguo y los mismos escritos apostólicos hacen alusión al mismo, por ejemplo, en Rom16, 16.

PLEGARIA EUCARÍSTICA

La PLEGARIA EUCARÍSTICA es la oración central y esencial de la santa Eucaristía, que el presidente proclama en nombre de toda la comunidad. (IGMR 54-55). Ver pag. 60

POSTCOMUNIÓN

Es la ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN. pag. 105

PREFACIO

Es la parte primera de la Plegaria Eucarística que concluye con el <Sanctus>. «El sacerdote invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias…, en nombre de todo el pueblo santo glorifica  Dios Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por uno de sus aspectos particulares… y toda la asamblea, uniéndose a las jerarquías celestiales, canta o recita el “Sanctus” »(OGMR 54-55).Ver pag.65.

PRESBÍTERO, SACERDOTE

Viene del griego “presbiter”, que significa <anciano>, como se denominó en la primitiva cristiandad a los que presidían la comunidad. Antiguamente se denominaba así al que había recibido del obispo la ordenación sacerdotal y colaboraba con él en la liturgia y en la salvación del pueblo. «El ministerio de los presbíteros, por estar unido al orden episcopal, participa de la autoridad con la que el propio Cristo construye, santifica y gobierna a su Cuerpo. Por eso el sacerdocio de los presbíteros… se confiere por aquel peculiar sacramento que, mediante la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes con un carácter especial: así quedan identificados con Cristo Sacerdote, de tal manera que puedan actuar como representantes de Cristo Cabeza» (PO2)

PRESIDENTE

Viene del latín “praesedere”, sentarse delante. Llamamos así al que preside la celebración, especialmente la eucarística. El presidente de la asamblea actúa en persona de Cristo Cabeza, que por su humanidad prestada sigue orando, perdonando, bautizando, enseñando y actuando.

RITO

Llamamos rito a los gestos y textos que configuran una celebración litúrgica. «La catequesis litúrgica pretende introducir en el Misterio de Cristo (mistagogia), procediendo de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los <sacramentos> a los <misterios> (CCE1075). La liturgia está llena de ritos y palabras que significan y expresan  el misterio cristiano que debemos celebrar y vivir. Siendo rico su contenido, ha llegado a deteriorarse su significado, por reducirlo sólo a la parte externa sin vivirlos interiormente.

RITUAL

Es  en la liturgia el libro de los ritos sacramentales. Los rituales para cada sacramento vienen como catequesis introductoria al comienzo de cada Sacramento: así tenemos el Ritual del Bautismo, de la Iniciación Cristiana de Adultos, de la Confirmación, de la Penitencia, de la Dedicación de las Iglesias, de la Profesión religiosa, de las Exequias… etc, esto es, de todos los sacramentos y sacramentales.

RÚBRICAS

Viene del latín “ruber”, rojo, y se llama así porque en los libros litúrgicos estas normas sobre la forma de actuar de los ministros y las diversas formas de hacer las acciones litúrgicas vienen escritas en rojo, mientras que las oraciones o lecturas vienen en negro. Fue el resultado de juntar los libros llamados <Ordines>, igual a <órdenes>, y los <Sacramentarios>, que contenían más bien los textos. Los nuevos libros litúrgicos contienen al principio de cada uno de ellos el ordo> o los Prenotandos o las orientaciones previas a manera de catequesis introductorias, y luego, en rojo y durante el desarrollo de las acciones litúrgicas, las rúbricas necesarias para realizarlas celebrativamente.

SACERDOTE, SACERDOCIO

Cristo Jesús fue constituido de una vez para siempre como Único Sacerdote de la Nueva Alianza, «que penetró en un santuario no hecho por mano de hombre, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios a favor nuestro, como <Sumo Sacerdote  de los bienes futuros>, ofreciéndose a sí mismo como sacrificio definitivo por toda la humanidad: Hb3,1; 4,14ss; 9; 10». Cristo es el profeta y maestro que nos viene de parte de Dios y el sacerdote que se ofrece a sí mismo como sacrificio en nombre de toda la humanidad (cf.CCE1544-1545).

         Los que reciben los sacramentos del Bautismo y Confirmación participan también en el carácter sacerdotal de Cristo, constituyéndose así en pueblo sacerdotal de Cristo, participando en la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey en bien de toda la humanidad. Además de esta participación en el sacerdocio de Cristo por parte de todo el pueblo santo de Dios, llamado por eso <común>, está el sacerdocio de los obispos y los presbíteros, que participan de una forma especial, recibiendo por el Espíritu Santo el poder actuar «en la persona de Cristo Cabeza», consagrando y perdonando en su nombre y para bien de toda la comunidad.

SACRAMENTALES

Son signos sagrados, a modo de sacramentos, pero que no provienen de la institución de Cristo. «La Santa Madre Iglesia instituyó, además, los sacramentales. Estos son signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se santifican en las diversas circunstancias de la vida» (SC 60) (CCE1667). Como dijo el Vaticano II, son «signos sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos, sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia… para  todo uso honesto de las cosas materiales pueda estar ordenado a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios» (SC60-61). Un sacramental muy frecuente es la oración con que bendecimos personas, edificios, imágenes y diversos objetos para que reciban la gracia salvadora de  Cristo.

SACRAMENTO

Los sacramentos son signos visibles y eficaces de la gracia de Dios, por los que Dios nos comunica su Salvación obrada por Cristo. Cristo es el sacramento primero y fundante de todos. La Iglesia es la continuación de Cristo en su sacramentalidad: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumentos de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG1). Dentro de la Iglesia, toda ella sacramental, se han configurado, por voluntad inicial de Cristo y por un desarrollo que la Iglesia ha precisado a través de los siglos, los siete sacramentos de la Iglesia:Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos, Orden sacerdotal y Matrimonio. Estos siete sacramentos corresponden a todas las etapas y todos los momentos importantes de la vida del cristiano, dan nacimiento y crecimiento, curación y misión a la vida de fe de los cristianos.

SACRIFICIO

Del latín “sacrum-facere”, hacer algo sagrado. Los sacrificios son manifestación de que entregamos algo a Dios, significando en ello nuestra propia entrega, reconociendo que Dios es lo Absoluto y nosotros somos simples criaturas, totalmente dependientes de Él. En el AT. Había muchos sacrificios de animales y cosas establecidos. En el NT no hay más sacrificio que el de Cristo, Cordero de Dios, anticipado proféticamente en la Última Cena, y recordado como memorial en la Eucaristía. «En la Última Cena, la noche en que iba a ser entregado, Jesús instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de la muerte y resurrección» (SC 47).

SAGRARIO

El sagrario, como indica su nombre, es un lugar sagrado; se llama también tabernáculo, que  significa tienda de campaña. El sagrario o tabernáculo es el lugar donde se guardan las formas consagradas después de la Eucaristía, para ser llevadas a los enfermos, para comulgar fuera de la Eucaristía, y para prolongar la oración y la plegaria eucarística durante el día. En los primeros siglos se guardaba la Eucaristía en las casas con todo respeto y veneración. Luego, al construirse las iglesias, pasaron a un lugar específico de la sacristía y más tarde del presbiterio. A partir del siglo XI se colocaba el sagrario encima del altar o bien de unas palomas colgadas sobre el altar.

SALMO RESPONSORIAL

El salmo responsorial ha recibido diversos nombres a través de los siglos: gradual, canto interleccional… Ver pag.39

SECUENCIA

Ver pag. 41

SEDE

Llamamos así especialmente al asiento reservado al que preside la celebración en nombre de Cristo: «La sede del sacerdote celebrante debe significar su oficio de presidente de la asamblea y director de la oración». Su colocación será «de cara al pueblo» y en un lugar en que se haga posible «la comunicación entre el sacerdote y la asamblea de los fieles» (IGMR 271); desde allí el sacerdote preside toda la primera parte de la Eucaristía, especialmente la predicación de la homilía, que se podrá hacer también desde el ambón, si la sede no está bien colocada.

TRIDUO PASCUAL

Triduo significa tres días y comprende los tres días de la celebración del Misterio Pascual: «Ya que Jesucristo ha cumplido la obra de la redención de los hombres y de la glorificación perfecta de Dios, principalmente por su misterio pascual… el Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico. El Triduo Pascual comienza con la Eucaristía de la Cena del Señor en el Jueves y comprende el Viernes Santo, Sábado Santo y el Domingo con las Vísperas del domingo de Resurrección». Ver Misterio Pascual.

VASOS SAGRADOS

Se llaman así los diversos recipientes utilizados para las celebraciones litúrgicas: cáliz, patena, copón, píxide, custodia y ostensorio, vinajeras, crismeras. Los más importantes de todos son el cáliz y la patena con el copón «en los que se ofrecen, consagran y se toman el pan y vino» (IGMR 289-296). El Misal da las oportunas normas sobre la calidad de los metales utilizados para los mismos: «materiales sólidos, que se consideren nobles según la estima común en cada región.. Prefiérase lo materiales irrompibles e incorruptibles». El Bendicional ofrece las oraciones para la “bendición de objetos que se usan en las celebraciones litúrgicas” (Bend 1180-1222).

VIGILIA

Costumbre de prepararse a una solemnidad o a un acontecimiento extraordinario, permaneciendo toda la noche precedente en oración. La Vigilia Pascual es la madre de todas las Vigilias, que sirvió de modelo para otras, como la de Navidad, Pentecostés… La vigilia adquiere un sentido escatológico a la luz de la parábola de las vírgenes (MT 25,6) y de la invitación a vigilar que dirige Cristo a sus apóstoles (Mt 13,35-36).

VÍSPERAS

Es la oración litúrgica de la tarde, cuando declina el día. Se da gracias por cuanto se nos ha otorgado en la jornada y por cuanto hemos logrado realizar con acierto. Hacemos también memoria de la redención por medio de la oración que elevamos “como el incienso en presencia del Señor”, y en el cual“el alzar de las manos” es “oblación vespertina” (Sal 140,2).

VINAJERAS

Como su mismo nombre indica son los vasos o jarras pequeñas que contienen el vino y el agua para la Eucaristía

ÍNDICE

Prólogo.......................................................................                2

Introducción ..............................................................                4                        

PRIMERA  PARTE

EXPLICACIÓN DE LA EUCARISTÍA

Eucaristía....................................................................                7

Pascua  ....................................................................                   8

Alianza.......................................................................                 9

Memorial ...................................................................              10

Celebración del «Día del Señor»................................              11

La Asamblea Eucarística ...............................................          13

Los ritos iniciales  .. .....................................................            14

El canto de entrada ......................................................            17

Beso del altar ...............................................................            18

La señal de la cruz ........................................................           19

El saludo ......................................................................            20

Brevísima introducción ...............................................            23

El acto penitencial .......................................................            24

Gloria a Dios en el cielo ..............................................            27

Oración colecta ............................................................            30

Silencio .......................................................................             31

Oración .......................................................................             32

Amén ..........................................................................             33

Liturgia de la Palabra ..................................................            33

Celebración actual de la Palabra .................................            37

Primera lectura ……………………………………...             38

Salmo responsorial ......................................................            39

Segunda lectura ...........................................................            40

Alleluya ......................................................................             40

Secuencia ……………………………………………             41

Evangelio ..................................................................               42

El ambón ....................................................................              44

La proclamación del evangelio ...................................             45

La homilía .............................................................                   46

La profesión de fe ..................................................                  50

La Oración Universal ...........................................                   51

Liturgia Eucarística ...............................................                  53

Presentación del pan ..............................................                  55

Plegaria del pan ...........................................................            56

Presentación del vino ...............................................                56

Plegaria del vino .........................................................             56

La canasta de los pobres .............................................             57

Incensación del altar ...................................................             58

Lavabo ........................................................................             58

Oración personal del sacerdote ....................................           59

Horad, hermanos.........................................................             59

Oración sobre las ofrendas .........................................             59

Plegaria Eucarística ...................................................              60

Prefacio ....................................................................                63

Diálogo introductorio  .........................................                    64

Sanctus .....................................................................               65

Epíclesis ....................................................................              67

Unión entre Prefacio y Epíclesis ................................             68

Consagración del pan .................................................             69

Narración de la institución ........................................              71

Consagración del vino ...............................................              73

Memorial  .................................................................               76

Elevación del pan y del vino .....................................              77

Este es el sacramento de nuestra fe ...........................              79

Aclamación ..............................................................                80

Anámnesis ................................................................               81

Oblación y epíclesis .................................................               81

Intercesiones de los santos .......................................               83

Peticiones ..................................................................              84

Doxología final .........................................................               85

Rito de la Comunión: el Padre Nuestro.......................             87

Embolismo ...............................................................                90

Doxología del Padre Nuestro ...................................               90

La paz .......................................................................               91

La fracción del pan ....................................................              93

Agnus Dei ..................................................................              94

Preparación de la comunión: silencio .........................             95

Mostración ..............................................................                 96

Comunión del sacerdote ..........................................                97

Comunión de los fieles ............................................                97

Procesión hacia el altar ..........................................                  97

Recepción del pan ...................................................                99

Recepción del cáliz .................................................                 99               

El canto de comunión ...............................................             100

Silencio..................................................................                 101

Frecuencia de la comunión .......................................             104

Oración después de la comunión..............................              105

Rito de despedida ....................................................              106


[1] A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Desclée 1998, pag 50.

[2]A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Desclée 1998, Psd. Hipólito, sobre la Pascua 3,  Sch 27,  pag.121.               

[3] RUIZ BUENO, Actas de los Mártires, Madrid BAC, pp. 975-94.

[4] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica 1329-34.

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