RETIRO ESPIRITUAL DE LOS SEMINARISTAS DE PLASENCIA (Bejar, 21-11-2013)

RETIRO ESPIRITUAL DE LOS SEMINARISTAS DE PLASENCIA

(Bejar, 21-11-2013)

PRIMERA MEDITACIÓN: “Llamó a los que quiso…”

 “Subió a la montaña… y les dijo: venid conmigo y llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

MUY QUERIDOS SEMINARISTAS, PERO MUY QUERIDOS en Jesucristo Hijo de Dios encarnado y sacerdote Único del Altísimo: SI TUVIERA QUE PONER UN TÍTULO A ESTA MEDITACIÓN DIRIGIDA EXCLUSIVAMENTE A VOSOTROS, PONDRÍA: «LOS SEMINARISTAS SON UNOS ELEGIDOS PRIVILEGIADOS POR DIOS PADRE EN EL HIJO PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARLOS A PREDICAR». Y toda mi reflexión estará fundamentada en  el texto de Marcos que vamos a meditar: “Subió a la montaña… y les dijo: venid conmigo y llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

   Pero no hay que olvidar que Jesús es el Hijo, es la Canción de Amor del Padre cantada para los hombres con Amor de Espíritu Santo, es la Palabra de Salvación  pronunciada por el Padre, desde toda la eternidad. Por eso, como dije al comenzar: vosotros, estáis enchufados con Dios Padre y con su Hijo Jesucristo, yo lo veo así, habéis sido elegidos por el Padre Dios en el Hijo para estar siempre con él, más, para identificaros y ser sacerdotes en Él, único Sacerdote, pontífice, único puente de salvación entre Dios y los hombres que tiene este mundo, y enviaros a predicar.

   Quisiera pararme un poco en la llamada del Padre, primero a la vida, para pasar luego a la segunda llamada al sacerdocio por la fe. Porque me parece que esto no se tiene en cuenta suficientemente, ni se medita y vive como debiera.

El principio de esta llamada viene del Padre por el Hijo. En primer lugar, al veros tan guapos, tenéis que agradecerle al Padre la primera llamada a la vida; si vivis, y estáis vivos, abrir y cerrar los ojos, pellizcaros un poco a ver si lo estáis, si existimos es que el Padre nos ha llamado desde el mismo instante que es y existe como Padre, en ese mismo instante que es Padre, porque no existe primero como Dios infinito, todopoderoso y creador, como se le llama en el A.T. y lo honra el pueblo judío, o la filosofía y teología escolástica, no es primero Dios omnipotente y luego Padre, sino que existe desde el primer instante para nosotros como Padre, Padre del Hijo y de todos, existe por ser Padre del Hijo, que en ese mismo instante le acepta y le hace Padre lleno de amor de Espíritu Santo, porque él le hace Hijo en ese mismo Amor.

   Sencillamente quiero que al empezar este rato de diálogo con los Tres que tanto nos aman y han soñado con cada uno de nosotros, con nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, toda obra buena la empezamos siempre en el nombre de nuestro Dios Trino y Uno, le demos gracias por habernos llamado a la vida, a la existencia con su amor de Espíritu Santo.  No existimos por casualidad, hemos sido soñados y amados por Dios Padre en el Hijo en el abrazo de Espíritu Santo.

A mí me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre… responsabilidad. terrible para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “ En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices, sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase...

 Por eso, cristiano completo, “en verdad completa”,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo....)busco yo  amar a Dios  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de la ley?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…” (Jn 15,9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"; “ Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el.” Creedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14 ,9).

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y déis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

 La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: “nadie me ha nombrado juez de herencias humanas...”, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios...

 

Todos los días empiezo mi oración de la mañana con esta alabanza al Abba, al papá bueno del cielo:

       Abba, Padre bueno del  cielo y de la tierra y de todas partes,  principio y fin de todo.

Me alegro de que existas y seas tan grande y  generoso, dándote totalmente como Padre a tu Hijo con tu mismo Amor de Espíritu Santo y viviendo en Tri-Unidad de Vida, Verdad  y Amor.

Te alabo y te bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo en el que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Papá bueno del cielo, te doy gracias porque me creaste: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres.

Si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me ha señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y recreación para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno.

Me gustaría que con más frecuencia al Padre del cielo, como a los padres de la tierra, les diéramos gracias por la llamada a la vida, nos llamó a los que quiso a compartir eternamente su misma vida divina… ¿A tu Padre Dios, o a tus padres de la tierra les has dicho alguna vez gracias por la vida, gracias por haber soñado conmigo…? es que somos muy exigentes en dame esto, dame lo otro, y somos poco agradecidos, y no hemos llamado a nuestros padres a un sitio aparte en cada para cogerles de la mano y decirles: querido padre, querida madre, Padre Dios, GRACIAS POR LA VIDA, por la primera llamada, POR HABERME LLAMADO A EXISTIR, que es un existir para siempre, para siempre, nosotros somos eternos ya no moriremos nunca por amor del Padre en Cristo muerto y resucitado. Hay que agradecer al Padre Dios y a los de la tierra el don de la vida y también, juntamente con él, el don de la fe; si existimos, ya viviremos siempre. Porque estamos enchufados con el Padre, porque nos ha señalado con su dedo creador como Miguel Ángel lo pintó en la Capilla Sixtina. Todo esto nos lo afirma y describe san Pablo en su carta a os Efesios:

“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. 
El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor.

El nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra.

Queridos seminaristas: No podemos ni imaginar ni describir con lenguaje humano alguno, ni con imágenes terrestres, aquel primer grito que se añadió a la riqueza de la vida trinitaria, con un desbordamiento de alegría divina hacia su exterior, el grito del Padre que exclamó: “¡Hijos míos!, ¡hijos míos en mi Hijo!”. El Padre fue, en efecto, el primero en regocijarse, en exultar con esta nueva paternidad que quiso suscitar, y la alegría de los primeros cristianos no era más que un eco que, en su vibrar, constituía una tímida respuesta a la intención primordial del Padre de ser Padre nuestro. Sobre el tema del Padre tengo una carpeta de cuatrocientos folios por ambas partes. Amad al Padre, hablad con Él, confiad en Él, invocadle, rezadle.

San Pablo nos dice que con esa mirada primordial el Padre “nos eligió”. Su amor se dirigía a cada uno de nosotros personalmente; se posaba, en cierto modo, sobre cada hombre queriendo hacer de él, individualmente, un hijo suyo. Significa que el Padre tiene en cuenta y nos ha creado a cada uno con sus características personales y quiere a cada uno con un amor especial, distinto del amor que profesa a los otros. Su corazón paternal se da desde ese momento a cada uno con una predilección concreta, que se adapta a las diferentes individualidades que Él querrá crear. Y en esta llamada  primera a la vida, estaba ya la llamada al sacerdocio en el Hijo, a ser hijos en el Hijo, Sacerdote Único y Eucaristía Perfecta de la Santísima Trinidad))).

 

2.- Llamadas al seguimiento:  “Venid conmigo. Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”(Mc 1, 17; 3, 14).

       Esta es una segunda llamada del Padre en el Hijo, a vosotros os ha llamado el Padre a ser hijos en el Hijo sacerdote enviado por Él para ser puente de salvación que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios; en Cristo y por Cristo os ha llamado y ha pronunciado vuestro nombre en particular, os ha llamado a la vocación más excelsa y transcendental que pueda existir en este mundo, llamada de siembra de eternidades, a ser sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. Qué grandeza, qué misterio, qué responsabilidad, “tanto amó Dios al mundo…

 

(((Esta mañana, en la basílica de San Juan de Letrán en Roma, 31 nuevos sacerdotes legionarios de Cristo han sido ordenados por el cardenal Velasio De Paolis. Durante su homilía ha destacado que "el sacerdocio es un ideal mucho más alto que cualquier ideal humano. No es una elección que nace en el hombre; es una respuesta a un llamado que viene de lejos: viene de Dios mismo".

Asimismo ha explicado que "el primer sentimiento que brota del corazón humano ante tal llamado es casi de miedo e inseguridad; de debilidad y fragilidad". Pero, "¿quién puede sentirse preparado para anunciar el mensaje que viene de Dios mismo?", ha preguntado el purpurado. Pero es precisamente la consciencia de que se trata de un llamado de Dios, "lo que se convierte en la fuerza para tomar valor y dar una respuesta", ha afirmado.

En la amistad con el Señor Jesús el sacerdote encuentra el amigo fiel que lo confirma y lo sostiene. "Es la palabra de Jesús la que hace su paso seguro y su corazón firme y decidido", ha proseguido. Por otro lado el cardenal ha explicado que por el sacramento "las acciones son efectuadas por el sacerdote, pero son acciones de Cristo y por lo tanto tienen la eficacia de la acción divina". Y ha añadido que es "en el misterio de la Pascua y de la Eucaristía, que lo celebra y renueva, halla todo su sentido el sacerdocio cristiano". Y "para poderlo celebrar dignamente el sacerdote debe estar dispuesto a responder al amor de Cristo con el amor más grande, con la donación de la propia vida. He aquí el gran don que con el sacerdocio el Señor os hace y os pide: el don de la vida, una vida vivida en el amor generoso, total y gozoso". Estoy seguro - ha expresado que "todos vosotros sois conscientes de todo esto", por la preparación y formación recibida, pero también "en modo particular porque los últimos años de preparación al sacerdocio han coincidido con los años en los cuales la Legión ha sido llamada a recorrer, bajo la guía de la Iglesia, un camino de purificación y de renovación", en vista del Capítulo Extraordinario que elegirá nuevos superiores y aprobará las nuevas constituciones y que tendrá lugar el próximo 8 de enero.)))

Esto es ser sacerdote, qué privilegio, y qué responsabilidad, la más grande que pueda existir en la tierra. Por eso, hay que prepararse bien, hay que aprovechar intensamente estos años de seminario, habéis iniciado una formación humana, teológica y espiritual que debe ya durar siempre, formación permanente en la vida intensa espiritual, teológica, humana, de virtudes y santidad, de crecimiento en el conocimiento y experiencia de lo que creemos y debemos predicar, por eso, la necesidad de retiraros del mundo para estar con él, --- habéis sido llamados a esta con Él—toda mi vida de seminario es para estar más intensamente con Él, con mi Cristo, hijo de Dios encarnado y sacerdote único del Altísimo, en diálogo permanente de vida y oración y deseos de vivir y pisar sus mismas huellas sacerdotales. Os ha llamado para estar con Él.

Porque ya toda nuestra vida en el seminario y fuera de él es para llegar a ser sacerdotes, para identificarnos con el ser y existir sacerdotal de Cristo; y esto cuesta atención, esfuerzo, colaboración con la gracia de Dios, mucho trato con El y estar con el que nos ha llamado y nos ama hasta llegar a ser sus amigos e identificarnos con Él; nuestro sacerdocio es fundamentalmente para salvar almas, vidas eternas, mirando siempre y como fin a la eternidad, al alma y a la vida sobrenatural, que sí, que no lo olvido y tengo presente que Cristo también dio de comer a los hambrientos, y atendió y no dijo que atendiéramos a los necesitados, y curó enfermos… que hay que hacerlo, pero no fue esto para lo que vino Cristo y predicó; ni curó a todos los enfermos, ni dio de comer  todos los días… El vino para cumplir la voluntad del Padre… “yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado… esta es la voluntad del que me ha enviado que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad del que me ha enviado que todo el que cree en la Hijo… El Padre nos ha soñado para una eternidad de vida y felicidad con los Tres y para esto y por esto nos ha necesitado y elegido como sacerdotes en el Hijo. Nuestra misión es la de Cristo, ser puentes por donde los hombres lleguen hasta Dios y la gracia y el amor y la salvación de Dios llegue a los hombres. Y para eso nos estamos preparando en el seminario durante años.

El mundo, con todas sus grandezas, pasa, nosotros, nuestro sacerdocio y el fruto de nuestro trabajo son eternos, y Dios nos ha soñado para salvar eternidades, tremendo gozo, pero también responsabilidad que nos debía hacer temblar a los seminaristas y a los sacerdotes de gozo, pero también de preocupación, de deseos de santidad e identificación con el corazón sacerdotal de Cristo… “¡De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma!

Oh eternidad, eternidad, hacia la cual en definitiva debe dirigirse toda nuestra actividad sacerdotal y todas las actividades y obras de promoción humana, caritativa, actividades, todo tiene que estar dirigido y encauzado hacia la salvación eterna, salvación eterna, del hermano pobre, enfermo y necesitado, y para esto: hay que estar con Cristo, “porque sin mí no podéis hacer nada… yo soy el camino, la verdad y la vida eterna…” debo empezar en el seminario esa identificación de vida y  sentimientos con Cristo sacerdote para poder santificar y llevar a la eternidad a mis hermanos los hombres y que debo luego continuar durante toda mi vida

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, para Cristo que dio su vida por ellas, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos. Son los verdaderos apóstoles que muchas veces no son valorados. Son los que verdaderamente predican a Cristo y su misión y su muerte y resurrección. La eternidad.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, cargos, honores, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, por encima de promociones puramente humanas para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo y de sus enviados. Que nadie se pierda por mi falta de santidad, trabajo, oración y súplica.

Ciertamente a veces hay que multiplicar los panes, pero Cristo nos dice claramente que no somos ordenados sacerdotes para quedarnos ahí. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna”(Jn 6,26). Nuestro sacerdocio es para alimentar a los hombres con el alimento que no perece, con el alimento de la vida eterna, de la fe y el amor de Dios. Todo lo humano y lo divino  hay que orientarlo hacia Dios, hacia la salvación eterna, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados y soñados por el Padre desde la primera llamada y por la que el Hijo vino a nosotros y dio su vida y nos eligió en segunda llamada.

       Cristo llamó a los que quiso. Nos ha elegido para salvar almas, eternidades, y para esto, el camino es la santidad, pisar sus mismas huellas. Estar con él y vivir consagrados exclusivamente a su servicio es absolutamente necesario, es para lo que estamos en el seminario, pues para otras misiones estaríamos en otros lugares, academias, sanatorios... Los rabinos, en el A.T.  eran elegidos por los propios discípulos, según su propia conveniencia; se decidían por el que mejor respondía a sus gustos y aspiraciones. Con Jesús la cosa cambia. Él es quien elige. A veces, no acepta a algunos que quieren o piensan que quieren seguirle, dura tarea para los formadores de los seminarios, queridos rectores y superiores de seminarios, cuando hay que elegir en nombre de Cristo, cuántos se sufre si hay que ser valientes y sinceros con Dios y la formación de los seminaristas y con la verdad del sacerdote.

Recordad al joven rico del evangelio: “Te seguiré a donde quiera que vayas” (Mt 8, 19.20), pero no estaba  dispuesto a dejar sus posesiones, estaba lleno de sí mismo y no cabía Cristo en su corazón y él no se daba cuenta y Cristo tuvo que decírselo y lo miró con amor y se fue triste… o escuchemos a aquel otro llamado a  seguirle que le pide: “Déjame ir primero a enterrar a mi padre” (Mt 8, 2 1.22), los afectos… pretexto para otras cosas… o con el endemoniado de Gerasa que le pedía lo tomase como discípulo suyo. El Señor no se lo concedió, sino que le dijo: “Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo”(Mc 5, 18.19). Y vive con ellos.

       Es Jesús quien nos conoce y nos llama y os dicho a  todos vosotros: “Venid conmigo... y ellos -inmediatamente, al instante-, le siguieron” (Mc 1, 17.18). Inmediatamente es la palabra clave.¡Cuántas vidas desperdiciadas por no haberse decidido a hacer inmediatamente lo que debían hacer! Pensadlo bien, queridos seminaristas. Unas veces se refugia uno en el ayer, o aplaza para mañana lo que habría que realizar hoy, ahora mismo en el seminario, estar ya realizando.

Seminaristas, estáis en el seminario para llenaros del espíritu sacerdotal de Cristo, para eso os ha llamado con llamada o vocación especial que no dirige a todos, sino a unos cuantos. Sois unos privilegiados. El Señor confía, se fía plenamente de vosotros, os entregará su mismo ser y existir sacerdotal, seréis prolongación de su misión sacerdotal y apostólica, tendréis su mismo proyecto de vida, la misma misión del Padre. Qué gozo y responsabilidad. Seamo santos. Que el Padre no vea diferencia entre vosotros y el Hijo, todos hijos y sacerdotes en el Hijo, único sacerdote. La realización de uno mismo como sacerdote de Cristo ha empezado ya desde la llamada.

       Los llamados dejan redes, barca, familia..., pero es san Lucas quien recalca el despojo total de todo para seguir a Cristo, añadiendo el «dejándolo todo» después de cada llamada. Hay que dejar otros proyectos de vida, amarle en totalidad de amor y entrega que eso es el celibato, la virginidad, cuestión de querer amarle a Cristo sobre todas la cosas, sobre el propio yo personal que tanto se quiere y busca desde el mismo día en que nacemos, sobre la avaricia, los propios gustos y placeres, hay que negarse a sí mismo… Y esto cuesta, y no se consigue de golpe, hay que caer pero siempre levantarse hasta llegar a estar totalmente en Él y con Él.

Y el único y principal camino que yo conozco para esto, es la oración, la oración, la oración, que es y se identifica si es verdadero encuentro con Cristo, con la conversión; desde el seminario, hay que tomar el camino de la oración, que nos llevará a la conversión en Cristo sacerdote, sacrificando nuestros criterios y sentimientos por los de Cristo.

Yo todo se lo debo a la oración, especialmente ante el Sagrario, porque sin oración, como dice santa Teresa, sin ratos de Sagrario nos hay amistad con Cristo, ni identificación con su vida y sentimientos sacerdotales, porque oración es trato de amistad…. Estos ratos de sagrario son los que necesitan todos los cristianos, pero especialmente los seminaristas, los llamados a estar con El y enviarlos a predicar.

       Los apóstoles dejándolo todo, le siguieron. No lo dejan porque les ha convencido una doctrina sino porque les había cautivado una persona. Se hacen sus seguidores no porque han abandonado algo, sino porque han encontrado a alguien que les ha fascinado. Aunque seamos doctores en teología, como no lleguemos a la experiencia de Cristo, a sentir a Cristo, aunque me sepa de memoria todo el evangelio, como no llegue a estar con Él y tratarle como amigo y sentirlo y vivirlo, a tener experiencia de Él, no le conoceré de verdad.

       La escena del joven rico del evangelio es tierna y triste a la vez (Lc 18, 18- 23), Jesús le miró con cariño, él se fue triste, pero se fue siguiendo sus posesiones. A esta escena hace referencia un diálogo conmovedor entre Tescelín y Humbelina, el padre y la hermana de san Bernardo, sobre la ida al monasterio de Bartolomé, el hermano menor. «Bartolomé tiene apenas 16 años. ¿Es posible que Dios llame a alguien tan joven a una vida tan dura? Tengo el corazón destrozado pensando en él. Es tan sencillo, tan candoroso, tan encantador, dice Humbelina.

       También yo pienso en él, responde Tescelín. La verdad es que casi le prohibí ir al monasterio. Pero, precisamente, cuando iba a hacerlo, el evangelio me proporcionó un contraste aterrador. Recordarás la historia del joven rico ¿verdad?

       —Aquel que se alejó tristemente porque poseía cuantiosos bienes? —Ese. —Pues piénsalo Humbelina. ¡Se alejó de Jesús! Es un pensamiento aterrador y eso después de decir Jesús: "Ven y sígueme”. Luego, pensé en aquel otro joven que se hallaba trabajando con su padre, componiendo redes y se convirtió (escucha bien Humbelina), se convirtió en el discípulo amado, amado por Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre. Ya ves por qué di mi bendición a Bartolomé, aunque sólo tenga 15 años. Ha abandonado padre y redes con tanta presteza, como lo hiciera san Juan y ¡yo espero que llegue a ser el discípulo amado!».

Eso espero yo de todos vosotros, queridos seminaristas. Que seáis discípulos amados. El seguimiento y el amor son el camino para realizarse en plenitud y hacerse el discípulo amado. El amor es el eje revolucionario de todas las acciones del hombre. Y no hay duda de que si se ama, se capacita para el dominio de sí mismo y se es capaz de dejarlo todo.

       En el evangelio de san Juan (1, 35-39) se da una primera llamada, un primer encuentro precioso de Jesús con los discípulos. Unos 70 años después del acontecimiento, el evangelista se acuerda hasta de la hora exacta; eran como las cuatro de la tarde. Por el trato de amistad, por la oración, por el encuentro y diálogo de amor, no solo vio sino que sintió y metió a Cristo en su corazón para siempre.

Este detalle confiere a todo el relato el sello de un testimonio personal. San Juan recuerda las palabras, las circunstancias y muestras de cariño. Además utiliza el verbo menein, propio de este evangelista, alma contemplativa, que significa permanecer, morar, quedarse con él, y expresa intimidad mística con Cristo.

HORAS DE ORACIÓN, HORAS DE SAGRARIO, horas de estar con Él, sólo así llegamos a sentir a Cristo vivo, vivo  y resucitado; de nada vale toda la teología y todas las técnicas y medios y dinámicas pastorales, ni internet ni nada, si no tengo experiencia de lo que creo, estudio o celebro. A Cristo, a su evangelio, su vida no se  comprende de verdad, hasta que no se viven. Los sacerdotes tenemos necesidad de experimentar, de tener experiencia y vivencia de Cristo. ¿Está vivo o no, es puro recuerdo o vive de verdad? Cómo se nota al hablar de Él.

Hay que aspirar a vivir en Cristo, a sentir su respiración, su misma vida, su mismo amor y sentimientos… Si no se llega a esto, Cristo sigue muerto para nosotros, es pura idea o concepto teológico para nosotros, aunque tengamos un doctorado o seamos profesores de teología. Cómo decir o predicar a Cristo vivo, vivo y resucitado en el Sagrario y no ven al Párroco, al sacerdote pasar largos ratos con Él. ¡Y ese es Dios vivo y no lo valora, y ese nos hacer felices y a mí no me dice nada, no me ven con Él, y ahí está El, verdaderamente vivo y resucitado, el que hace feliz a los bienaventurados en el cielo, el que entusiasmaba a los niños, jóvenes, pecadores…!

 Y yo, seminarista, cómo saber por teología y decir que creo que está aquí Jesucristo vivo, vivo y resucitado y no estoy con Él largos ratos amándole, creyendo y ejercitando mi fe, pidiéndole más amor, santidad, siendo así que me ha llamado para estar con Él y enviarme a predicar?

Llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar, ¿cuántos y cómo son mis ratos de Sagrario todos los días… pues eso indican mi fe en Él y manifiestan y realizan mi amor, entrega, servicio a Cristo, mi santidad, la verdad de mi vida y amor a Cristo… Sacerdotes que pasan ante el Sagrario como si fuera un trasto más de la Iglesia, pero cómo pueden decir que le aman o predicarlo? Cómo unirse a Cristo, amar y seguir a Cristo y hacer que los hombres le sigan… y le amen y le conozcan si con tu comportamiento para con El lo está negando?

       Y yo, como seminarista, cómo me voy convirtiendo en Cristo en mi vida de seminario, pasando de mi yo, soberbia, orgullo, críticas…curiosidades peligrosas, ordenadores, móviles… en el ser y vivir de Cristo? Si todo cristiano tiene que ser seguidor de Jesús, un seminarista está llamado a la identificación total de su ser y existir con el ser y existir sacerdotal de Cristo Sacerdote.    En las primeras llamadas los discípulos le siguieron, fueron tras él. Aquí dice que se fueron con él, dejaron su sitio y se fueron donde Jesús estaba; se pusieron en la situación que se encontraba él. Se trata de estar con él, con una presencia física, de acompañarle. “Para que estuvieran con él”.

       Cuando durante la pasión, la portera de Caifás, se dirige a Pedro para acusarle, no le dice tú eres su discípulo sino “tú eres de los que estaban con Jesús de Nazaret” (Mc 14, 67). Los discípulos son los que están con él. Para eso estáis en el seminario. Esto debe ser la vida alejada del mundo para estar con Cristo y con sus discípulos, todos los seminaristas, estos deben ser ya mis amigos y compañeros sacerdotales para siempre, y para esto debo trabajar y luchar y vencer las dificultades, ser humilde, compasivo, perdonarlos, no criticar continuamente: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”, que será la segunda meditación de esta tarde de retiro.

       De la escena del primer encuentro de los discípulos con Jesús: “fueron, vieron donde moraba, y se quedaron con él aquél día” (Jn 1, 38.39), se desprende que con él, en primer lugar, no se aprende una doctrina, sino un modo de vivir y esto sólo puede realizarse cuando se experimenta la convivencia con el Señor.    El primer objeto  de la evangelización no consiste en enseñar un número de verdades, leyes, preceptos..., sino en llevar a los hombres a un encuentro personal con Jesucristo, haciéndolos discípulos suyos.

       Los discípulos no son los repetidores de lo que han oído, sino los que prolongan y viven la vida y los sentimientos de Cristo. Estar con él para identificarse con su manera de vivir y actuar, para prolongarlo en su ser y existir sacerdotal. Así preparó Jesús a sus apóstoles y del mismo modo os prepara a nosotros, futuros apóstoles, sacerdotes, prolongadores de su ser y existir sacerdotal, de su misión de salvación de nuestros hermanos los hombres; habéis sido llamados a estar con él. Para eso es el seminario.

       La radicalidad de la llamada exige la entrega incondicional, que comporta ruptura con el hombre viejo, de pecado (Ef 4, 22), renunciar a todo lo que pueda impedir la identificación con Cristo sacerdote, su seguimiento, abandonar todo lo que pueda oponerse al servicio del Reino: renuncia a los bienes de fortuna (Lc 9, 57.58; 18, 22), al propia yo, soberbia, avaricia, lujuria: “aprended de mi…. Sin esa conversión total no hay propiamente seguidores de Jesús.

Y para esto, repito, no conozco otro camino que la oración, el estar con Él.

 

CAPÍTULO PRIMERO: LA ORACIÓN

(Tomado, como casi todo lo anterior, de uno de mis libros)

1. NECESIDAD DE LA ORACIÓN

Confieso públicamente que todo se lo debo a la oración. Mejor dicho, a Cristo encontrado en la oración. Muchas veces digo a mis feligreses y hermanos sacerdotes para convencerles de la importancia de la oración: A mí, que me quiten cargos y honores, que me quiten la teología y todo lo que sé y las virtudes todas, que me quiten el fervor y todo lo que quieran, pero que no me quiten la oración, el encuentro diario e intenso con mi Cristo, con mi Dios Tri-Unidad, porque el amor que recibo, cultivo, y me provoca y comunica por la oración es tan grande que poco a poco me hará recuperar  toda la santidad perdida  y subiré hasta donde estaba antes de dejarla.

Y, en cambio, aunque sea «sacerdote y diga misa» y esté en alturas de apostolados, cargos y honores, si dejo la oración personal, bajaré hasta la mediocridad, hasta el oficialismo y, a veces, hasta trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...yo soy la vid, vosotros los sarmientos”.

Por eso, la oración, sobre todo, la oración eucarística, se ha convertido en la mejor escuela y fuente y fundamento de todo apostolado: «desde el Sagrario, a la evangelización» ha sido el lema del primer Congreso Internacional de la Adoración eucarística celebrado en Roma 20-24 junio 2011: “Llamó a los que quiso para que estuvieran con él y enviarlos a predicar”: «contemplata aliis tradere».

¿Qué pasaría en la Iglesia, en el mundo entero, si los sacerdotes se animasen u obligasen a tener todos los días una hora de oración? ¿Qué pasaría en la Iglesia, si todos los sacerdotes tuvieran una promesa, un compromiso, de orar una hora todos los días, ante el Sagrario, como un tercer voto o promesa añadida al de la obediencia y castidad? ¿Qué pasaría si en todas las diócesis y seminarios del mundo –esencial y absolutamente obligado y necesario por razón de la ordenación sacerdotal-- tuviéramos superiores y obispos, exploradores de Moisés, que habiendo llegado a la tierra prometida de la experiencia de Dios por la oración, enseñasen el camino a los que se forman y dirigen, convirtiendo así la diócesis, el seminario, en escuela de amor apasionado a Cristo vivo, vivo, y no mero conocimiento o rito vacío, y desde ahí, desde la oración, arrodillado, el seminario se convirtiese en escuela de santidad, fraternidad, teología y apostolado de la parroquias, de la diócesis, del mundo entero? Si eso es así, ¿por qué no se hace? ¿Por qué no lo hacemos personalmente los sacerdotes? ¡Señor, concédenos esta gracia a toda la Iglesia, a todos los seminarios!

Sin oración, no somos nada en nuestro ser y existir cristiano o sacerdotal: “sin mí no podéis hacer nada”; pero, por la oración, todos, sacerdotes y seglares, podemos decir con san Pablo: “Para mí la vida es Cristo... todo lo puedo en aquel que me conforta... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”».

       Y donde digo oración, quiero decir conversión y amor a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el yo personal, al que damos culto y para el cual vivimos de la mañana a la noche, hasta que el Señor nos lo empieza a descubrir por la oración, por el trato personal con Él. Y aquí nos lo jugamos todo y toda la vida de santidad y apostolado.

Sobre esta materia de la oración y conversión insisto continuamente, porque estoy convencido hasta la médula, por la vida de la Iglesia, de los santos, por el evangelio meditado, y por mi propia experiencia de conversión permanente de este yo que tanto se quiere y se busca en todo; pero cuánto se quiere este Gonzalo y con qué cariño se busca hasta en las cosas de Dios.

Voy a citar a un autor que he leído recientemente y con el que coincido totalmente, porque no sólo tenemos las mismas ideas, sino hasta coincidimos en las mismas expresiones. Y como además de este tema de la conversión se habla poco, tanto en nuestras conversaciones o reuniones de arciprestazgo, como en las meditaciones, retiros espirituales y formación permanente, al menos yo no tengo esta suerte, quiero hacerlo con cierta amplitud, para que no se olvide: «El anuncio del Reino, las palabras de Jesús nacen de la oración y de su intimidad filial con el Padre… Para anunciar el Reino hay que vivirlo. El primer anuncio tiene que ser la misma vida del enviado…quien quiera de verdad anunciar seriamente el Reino de Dios y llamar a  la conversión tiene que comenzar viviendo primero con Jesús (por la oración) y como Jesús (por la conversión)... No es un asunto que se pueda resolver con planes de trabajo ni con reuniones de planificación. El tema capital es la conversión de los que hemos de ser los agentes de la evangelización; conversión al amor de Dios y al amor de nuestros prójimos, amor a Jesucristo que murió por ellos y por todos…El enviado tiene que ser antes discípulo, imitador, seguidor y conviviente con el maestro, del todo identificado con Él, en el pensar y en el vivir (Fernando Sebastián, EVANGELIZAR, Madrid 2010, pgs 180-181-186).

     

Hay que tener la suficiente fuerza de voluntad para mantener habitualmente las horas diarias de oración y estudio. Sin esto no podremos hablar las palabras de Jesús con el Espíritu de Jesús... Sin las horas de silencio, dedicadas a la oración y al estudio, las actividades ministeriales se empobrecen sin remedio. No solo hemos de imitar a Jesús en las actividades de su vida pública, hemos de imitarlo también en las largas horas de oración y silencio durante los años de la vida oculta, en sus frecuentes  vigilias de oración. Para ver el mundo como Jesús hay que tratar de convivir espiritualmente con Él en una oración constante (Ib. 191-192).

2. LA IGLESIA  NECESITA SANTOS: EXPERIENCIA DE LO QUE CREE, PREDICA Y CELEBRA

       ¿Y por qué esta necesidad de oración en la Iglesia? Porque la Iglesia necesita santos. Es lo que quiero decir en esta meditación, en voz baja, pero suficientemente alto, para que todos  puedan oírlo, porque es duro y doloroso y te lleva disgustos, es que toda la iglesia actual, tanto arriba como abajo, en la cabeza como en los miembros necesita santidad, unión con Dios, experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, sobre todo en la Eucaristía,  experiencia de la fe, esperanza y caridad; y por la razón de siempre: nadie da lo que no tiene, “sin mí no podéis hacer nada… Y damos a veces mucha teología, conocimientos, catequesis, pero sin dar a Cristo, sencillamente porque no le tenemos. Y no le tenemos, porque estamos tan llenos de nosotros mismos, que no cabe Dios, Cristo, pero sí la teología.

       Y donde digo santidad, quiero decir igualmente amor, oración, unión con Dios, conversión, humildad, andar en verdad, vida espiritual, “verdad completa”, esto es, VERDAD de Cristo y AMOR de Espíritu Santo, apóstoles identificados con Cristo, con el Espíritu de Cristo, acciones y vida según el Espíritu Santo, apóstoles con vida mística  y amor total a Dios sobre todas las cosas.

       Constato, por ejemplo, que la Iglesia, actualmente,  tiene buenos teólogos y pastoralistas, buenos pastores y  ovejas, pero faltan santos, santidad, somos mediocres; nos sobra oficialidad y nos falta fervor, piedad, santidad, en vida personal y apostólica; mucha profesión y dinámicas y organización y reuniones, pero falta Espíritu Santo, vida espiritual, vida según el Espíritu; faltan santos; falta experiencia de Dios, no sólo en la parte baja de la Iglesia sino en su parte más alta: Obispos, sacerdotes, religiosos, consagrados, responsables, catequistas.

       Y falta esta experiencia personal o gozo o certeza de verdad en Dios o santidad o perfección o vida espiritual según el Espíritu de Cristo que nos amó y se entregó “hasta el extremo”, porque nos falta encuentro personal de amor, de amistad, de oración personal con Él, no meramente oficial y litúrgica, sin encuentro personal de amor y experiencia gozosa de lo que somos, predicamos o celebramos: “si la sal se vuelve sosa, con qué la salarán...”: Y el camino único que conozco para llenar de luz de Cristo y sabor espiritual –vida según el Espíritu Santo, “verdad completa”,  a los creyentes y bautizados es la oración, la oración-conversión-amor a Dios sobre todas la cosas a Dios, nuestro principio y fin.

       Para eso vino Cristo, para eso instituyó su Iglesia: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”  (Mt 5,13-16).

       (((Se ve ya que la lluvia ácida de la secularización del mundo, externa antes a la Iglesia, se va metiendo en lo interno de la Iglesia, y ésta va perdiendo hermosura y atractivo, por olvidar lo que ya nos dijo el Señor: “estar en el mundo sin ser del mundo... si la sal se vuelve sosa...”.

       En la Iglesia actual, con los ordenadores, está todo muy bien ordenado, establecido y reglamentado; en general, no faltan Directorios para todo y ciertamente tiene que haberlos, pero faltan santos, falta experiencia personal de la gracia, de la vida en Cristo, de lo que predicamos o celebramos; necesitamos poner en el apostolado la primacía de la gracia, de lo sobrenatural, ya que en nosotros no cuenta ni preocupa lo que debiera, ni si se habla de ella con la primacía o intensidad que merece; falta experiencia de la gracia, de lo que somos, predicamos, practicamos y celebramos.

       «La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios. Esta afirmación puede parecer una perogrullada, ya que se reduce a afirmar lo que constituye la esencia eterna de la espiritualidad cristiana. Sin embargo, actualmente está muy lejos de ser algo que cae de su peso. Vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológicas escritas por cristianos habla de la «muerte de Dios», en una época de ateísmo, que no nace simplemente de un corazón perverso, impío y rebelde, sino que es la interpretación desacertada de una experiencia humana» (K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA, La Experiencia del Dios incomprensible, Madrid 1996, pag 24).

En este mismo artículo lo profetizó y expresó muy claramente en esta frase que se ha hecho célebre y conocida: «El cristiano del siglo futuro será un místico o no será cristiano».

Añado otro testimonio muy claro: «Me atrevo a decir que el mayor pecado de la Iglesia actual es el ateísmo eclesial. Es una palabra muy dura. Pero es como si la Iglesia misma se olvidara de Dios y se fiara más de sus planes y de sus fuerzas y se preguntara demasiado poco qué es lo que Dios le pide y para qué la capacita. En resumen: el mayor pecado de la Iglesia actual es la debilidad de la mística» (PAUL ZULEHNER,  Misión Abierta, abril-mayo 1995).)))

      

       Y  todo esto nos pasa y no llegamos a ver a Cristo transfigurado, porque nos falta conversión, subir con esfuerzo y muerte del yo por el camino de la oración-conversión que nos haga humildes, mirar nuestro interior –oración-- y ver nuestra pobreza de gracia de Dios y sentimientos de Cristo y nos haga sentirnos necesitados de su presencia y vida y amor para ser y actuar como Él y pedirla todos los días; necesitamos conversión y humildad que nos ayude a negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo pisando sus mismas huellas de humildad, de servicio auténticamente cristiano, según el Espíritu y los sentimientos y vida de Cristo y como Cristo, sin buscarnos a nosotros mismos en las mismas cosas de Dios. Y esto se consigue principalmente por la oración.

       Necesitamos orar más y mejor para ser y existir y actuar en Cristo Sacerdote, con sus mismos sentimientos, para sentirnos necesitados de su ayuda, para la verdadera caridad pastoral de Cristo Pastor Único. Y al hacerlo así, identificarnos con su ser y existir sacerdotal, sentir el amor de Cristo, su abrazo, su gozo en nosotros, sentirlo vivo, vivo y cariñoso y real y verdadero y resucitado, no pura teología o conocimiento o que dijo o hizo, sino que vive y hace y ama actualmente en nosotros y en cada uno da la vida ahora y ama hasta el extremo de sus fuerzas, amor y del tiempo.

       Hay mucha mediocridad en nosotros, falta vida espiritual, según el Espíritu, en nuestra piedad y amor a Dios, y así, aunque seamos curas y obispos y «digamos misa», no llegamos al gozo de lo que creemos y celebramos y predicamos, no podemos contagiar entusiasmo por Cristo, porque nosotros somos los primeros que nos aburrimos con Él y no hacemos oración personal, porque nos aburre Cristo, y no tenemos todos los días y a hora determinada el encuentro de amistad con Él;  y hablamos de Él como un profesor que explica su materia, hablamos de Él como de una persona que hemos estudiado y conocido por  teología, hablamos de un personaje y sobre sus ideas y evangelio,  pero no de la persona misma, conocida y amada personalmente «en trato de amistad»; qué poco hablamos de las personas divinas, de nuestro Padre, del Espíritu Santo, de la misma persona de Cristo en el Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente a todos los hombres.

       Y para eso, para este trato personal, para esta amistad y relación personal, el único camino es la oración, «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Si no me ven nunca junto al Sagrario, hablando y amando y convirtiéndome y gozándome con Él, ¿cómo decir a mi gente que Cristo está allí vivo, vivo, y que se puede hablar y conversar en cada momento con él?  ¿Si no me ven, por lo que sea, no digamos, porque me aburre, cómo voy a entusiasmar a mi gente, al mundo, con Cristo vivo y presente en la Eucaristía?  Aunque sea cura, obispo, religioso, consagrado, catequista, padre o madre de familia, cristiano... Sin esto, Cristo se queda en el pasado, es pura idea, realidad que realizó un proyecto, pero no está vivo en el corazón de los que lo predican, y como consecuencia, en el corazón de los que escuchan. Necesitamos la experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, por la oración un poco elevada, no meramente meditativa, sino contemplativa, unitiva, transformativa para poder ser puentes entre las dos orillas, para que los hombres puedan pasar por nosotros, como otros cristos, hasta el Padre.

3.1 EL GOZO DE SER SACERDOTE

 

       Queridos amigos:

       ¡Qué gozo ser sacerdote de Cristo! ¡Qué gozo saber que el Padre  nos soñó y nos creó para ser sacerdotes “in laudem gloriae ejus”, para  alabanza de su gloria, en el Hijo hecho hombre, Sacerdote Único del Altísimo, para una eternidad de felicidad sacerdotal con Él, eternamente sacerdotes con Él ante el trono del Padre alabando, intercediendo, glorificando a la Santísima Trinidad,  salvando a los hombres, como pontífices, como puentes entre el cielo y la tierra, como puentes Cristo, en el Puente-Pontífice en la tierra y en el cielo de Dios a los hombres y de los hombres hasta Dios,  en el mismo ser y existir sacerdotal del Sacerdote ya triunfante y glorioso, “Cordero degollado ante el trono de Dios, intercediendo por todos” .

       ¡Qué gozo ser prolongación en el tiempo y en la eternidad, ante el trono del Padre, aclamado por los ancianos y los santos, del Hijo que, viendo al Padre entristecido por el pecado de Adán que nos impedía ser hijos y herederos de su misma felicidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos los hombres las puertas de la eternidad y felicidad con Dios, y fue consagrado y ungido  Sacerdote del Altísimo “por obra del Espíritu Santo” en el seno de María, Madre sacerdotal de Cristo, y nos escogió a nosotros para vivir y existir y actuar siempre en Él y como Él, para hacernos en Él y con Él canales de gracia y salvación para los hombres y de amistad y amor divino por ese mismo Beso y Abrazo de Espíritu Santo en la Trinidad Divina!

       ¡Que gozo más grande haber sido elegido, preferido entre millones de hombres para ser y existir en Él, porque el pronunció mi nombre con amor de Espíritu Santo y en el día de mi ordenación sacerdotal me besó, me ungió, me consagró con su mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y me unió y me identificó con su ser y existir sacerdotal por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, y se encarnó en mí y yo le presté mi humanidad para que siguiera amando, perdonando, consagrando, ya que Él resucitado y celeste, está fuera ya del tiempo y del espacio y necesita la humanidad supletoria de otros hombres para seguir salvando a nuestros hermanos, los hombres! El sacerdote es otro Cristo, es Cristo encarnado en el barro de otros hombres.

       ¡Qué gozo ser otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, el ser y la persona más bella, amable, maravillosa, amiga, delicada, entrañable, pero de verdad que existe y se puede ver y tocar, prolongación de su ser y existir sacerdotal, poseer «exousia», actuar «in persona Christi», prolongación sacramental de su Salvación.

       Soy otro Cristo, lleno de divinidad y misterios divinos, que he de ir descubriendo en mi trato e intimidad con Él, en la celebración o adoración eucarística y en la oración, cavernas y minas de misterios deslumbrantes, embriagadores e inabarcables, llenos de amor y felicidad y éxtasis ya en la tierra, sí, es verdad, humanidad prestada, corazón y vida prestada para siempre, pies y manos prestadas eternamente, también en el cielo, y lo quiero ser y me esforzaré de tal forma ya en la tierra, que el Padre no encuentre diferencias entre el Hijo amado y los hijos, entre el Hijo Sacerdote y los hijos sacerdotes; quiero ser, como Él, un cheque de salvación eterna para mis hermanos los hombres firmado por el Padre en el mismo y Único Sacerdote, Cristo Jesús, Hijo de Dios, nacido de mi hermosa nazarena, Virgen bella, madre sacerdotal, María, que le dio el ser y existir

       Pablo es consciente de su existir  en Cristo, o mejor, “Vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí” como un día Cristo habitará en ti, Tú serás Cristo, por el carácter sacerdotal. Grandeza de sacerdocio católico, maravilla de amor del Padre por el Hijo con amor de Espíritu Santo.

       Por eso oirás decir con toda naturalidad y verdad al sacerdote en las celebraciones sacramentales: “Yo te perdono..., este es mi cuerpo, esta es mi sangre”,  pero no es la sangre o el cuerpo de Gonzalo, Juan o de Antonio... sino el de Cristo que sigue perdonando y consagrando a través de nuestras humanidades prestadas eternamente. Es que realmente somos y celebramos in persona Christi, que no significa en vez o en lugar de Cristo, sino que el sacerdote hace presente la persona de Cristo y todo su misterio de Salvación por el carácter, carisma o gracia sacerdotal, don dinámico permanente, no meramente estático, de sacramento.

       ¡Qué maravilloso y bello y deslumbrante volcán   salido del Corazón de Cristo Sacerdote en explosiones continuas y eternas llenas de verdades y resplandores y misterios es ser sacerdote, estar identificados eternamente con el Único Sacerdote del Altísimo, Cristo, que por su Divinidad encarnada, por ser Hijo, nos sumerge en el Océano divino del Ser y la Hermosura divina trinitaria! ¡Qué grandeza, qué confianza, qué privilegio el que nos haya hecho en Él y por Él puente de salvación de la humanidad creada entre la misma Trinidad y los hombres! Es que realmente somos otros Cristos, tocamos lo divino, tocamos la esencia divina, el fuego del  “Dios Amor”, superamos todo lo creado, nuestras manos tocan la eternidad, lo trascendente, lo que no tienen fin, porque somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades y realidades eternas, que superan este espacio y este tiempo, son infinitas, son divinas y durarán siempre.

LA SEGUNDA MEDITACIÓN: “Aprended de mi que soy manso…”, tomada de la Carpeta Jesucristo; y algunos textos de santa Teresa.

«APRENDED DE MÍ QUE SOY MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN»(Mt 11,29).

 
La humildad es la virtud que lleva a vivir como quien no es, ni tiene nada, por sí mismo, y todo, aun la existencia, lo ha recibido. El humilde no se gloría de lo que es, de su valer, de sus cualidades y aptitudes. No lo niega y lo agradece, pero todo lo mira como dado, como confiado para que lo administre en favor y en servicio de ios demás. Si es más que otros, no se enorgullece, sino que se pone a la altura de los demás, que son inferiores y tienen menos.

Jesús de Nazaret fue humilde y servicial desde la encarnación hasta la muerte y aun después de la resurrección.


La Encarnación


El Hijo de Dios, el Verbo, se hizo hombre por amor: «El, a pesar de su condición divina, no quiso hacer ostentación de ser igual a Dios. Se despojó de su grandeza,
tomó la condición de esclavo, se hizo semejante a los hombres y, apareciendo como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo». (Fil 2,6-7).

El que era Dios se abajó, se anonadó, se hizo hombre. El Creador se hizo criatura. El hombre es, sí, la cima de la evolución, el fin inmediato de toda la creación, la medida de todas las cosas. Es el único ser inteligente, libre y responsable del universo, mientras no se demuestre positivamente lo contrario, pero ¡es tan limitado, frágil y finito! Cuantitativamente, en el espacio y en el tiempo, es un supermicrobio. Su vida es «flor de un día» comparada con los quince mil millones de años transcurridos desde la gran explosión. Y su tamaño físico, ¿qué supone entre los cien mil millones de galaxias del universo separadas por inmensas distancias de años luz? Y la Palabra se hizo hombre y estuvo nueve meses oculto en el seno de María!


La humildad de Jesús en su vida


Jesús quiso nacer en una gruta de ganado en Belén y’ de los treinta y tres años de su vida, pasó treinta oculto y escondido en un pueblecito. Allí se ganó el pan trabajando con sus manos encallecidas como un simple carpintero, haciendo o arreglando arados, yugos, puertas y ventanas. En su presencia nada se traslucía de su divinidad. Nadie notó nada especial. Jesús era, para los nazarenos, «el carpintero», «el hijo de José el carpintero» y «de María», allí estaban sus primos Santiago, José, Judas, Simón y sus primas. Era uno de tantos en aquel grupo humano del que se dudaba «que pudiera salir algo bueno» (Jn 1,46).

Al comienzo de su vida pública, se representó humildemente a Juan el Bautista como un pecador más y después fue llevado por el Espíritu al desierto, donde le tentó Satanás. Rehusó el camino que le proponía de riquezas, triunfos, poder y gloria, y se abrazó con el de la pobreza, la humillación, el servicio, la cruz y el fracaso.
Su misión pública se desarrolló preferentemente en Galilea despreciada por los de la capital, Jerusalén. Allí enseñó y convivió con el pueblo sencillo, gente ruda y analfabeta, labradores, pastores, pescadores, pequeños comerciantes y artesanos, y los marginados de aquella sociedad: los pobres, los pecadores, las mujeres y los niños.

Cuando eligió a sus doce discípulos, no llamó a sacerdotes, doctores de la Ley o gente de prestigio social, sino a individuos del pueblo, pescadores, «personas sin instrucción, ni cultura» (Hech 4,13).

Cuando curaba milagrosamente, siempre exigía el secreto a los que, agraciados, le proclamaban el Mesías esperado, y para denominarse eligió el nombre menos aparente: el Hijo del hombre.

Fue insultado repetidas veces y todo lo sobrellevó con humildad, mansedumbre y silencio. Le tenían por un «comilón y borracho, amigo de prostitutas y de pecadores» (Mt 11,19), le llamaban «samaritano» Un 8,48), sus parientes decían que estaba loco (Mt 3,21) y muchos «que había perdido el juicio» Un 10,20), que eran «un embaucador» (Mt 27,63), «que estaba poseído por Belzebú», «que tenía un demonio» Un 8,48,52; 10,20), que era «un alborotador» (Lc 23,2) y «un blasfemo» (Mc 14,64).

El, que nos dijo que «no vivía preocupado por su propio honor» Un 8,50) y que «no buscaba los honores que puedan dar los hombres» Un 5,41), se retiró solo a la colina, cuando cayó en la cuenta de que la gente, entusiasmada, le quería aclamar y hacerlo rey (Jn 6,14-15).

Su actitud ante el Padre quedó plasmada en aquellas palabras: «Yo no puedo hacer nada por mi cuenta» (Jn 5,30) y, con respecto a los hombres, dijo: «Yo no he venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45). Humilde obediencia y humilde servicio.

Para penetrar más en la humildad de Jesús, se ha de considerar que, sin falsear la realidad, podía haber dejado resplandecer su divinidad a lo largo de su vida mortal. Su rostro hubiera resplandecido como el sol, sus vestidos serían blancos como la nieve y por todos los poros de su cuerpo desbordaría su deidad. Así fue en el monte Tabor, pero por un tiempo corto, en lo alto de una montaña, sólo ante tres discípulos y excepcionalmente, para confirmar la fe de ellos, que se tambalearía con el descalabro y el escándalo de la cruz. Su vida hubiera sido de triunfo, de exaltación y de gloria, pero el camino del Padre era el de la pobreza y la humildad.

Bien pudo Jesús, que se propuso como modelo de amor (Jn 13,34-35), presentarse también como dechado de humildad: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29).

La humildad en la pasión


La humildad de Jesús brilló en el más alto grado en su pasión y muerte. Se humilló «hasta el extremo».  El domingo antes de su arrestamiento, entró Jesús en Jerusalén. Un gran gentió lo aclamó, alfombró el camino con sus mantos, agitó en sus manos ramas y palmeras cortadas en el campo, y gritaba: «Bendito el que viene
en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, el reino de nuestro padre David! ¡Gloria al Dios Altísimo!» (Mt 11,1-11). Jesús, el rey manso y pacífico, escogió para cabalgar, no un brioso corcel blanco, como los emperadores romanos, sino un pollino, signo de humildad. Ya lo había anunciado el profeta Zacarías: 
«Decid a Jerusalén, la ciudad de Sión: Mira, tu Rey viene a ti lleno de humildad, montado en un asno, en un pollino, hijo de animal de carga» (Mt 21,1-6).

En la tarde del jueves, Jesús, que sabía que había llegado la hora de dejar este mundo para ir al Padre, celebró la cena de la Pascua con sus discípulos. Al acabarla, él, «con plena conciencia de haber venido del Padre y de que ahora a él volvía, y perfecto conocedor de la plena autoridad que le había dado el Padre» (Jn 13,1-5), se levantó de la mesa, se quitó el manto, tomó una toalla y se la ciñó a la cintura. Después, echó agua en una palangana y, como un esclavo, se puso a lavarles ios pies a sus discípulos y a secárselos. ¡Gesto admirable de humildad y de servicio!

A continuación, Jesús instituyó la eucaristía, el sacrificio de la nueva Alianza. Se transformó en pan y en vino para poder quedarse con nosotros y darnos la vida en abundancia. El, que en la encarnación se abajó al hacerse hombre y ocultar su divinidad, en la eucaristía se hace una cosa, se anonada, hasta esconder aun su humanidad. Allí se humanizó, aquí se «cosificó», para estar aniquilado hasta el fin de los siglos, él, que vive glorificado a la diestra del Padre. ¡Abismo de amor y de humildad!

Luego, en Getsemaní, fue arrestado «como un ladrón» y comenzó la pasión propiamente dicha. Esta fue, sí, cruel y dolorosísima, pero igualmente humillante e ignominiosa.

El Sanedrín, el Consejo Superior de Israel, compuesto por el sumo sacerdote, los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los doctores de la Ley, ¡le condenaron por blasfemo! (Mc 14,53-64).

En la noche triste, en casa de Caifás, fue escupido, abofeteado, golpeado, burlado por los miembros del Sanedrín, llenos de envidia y de odio, y por sus criados (Mc 14,53-65). Era la imagen viva del Siervo de Yahvé: «Maltratado, se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca» (Is 53,7).

El viernes, a la mañana, los sacerdotes y los ancianos lo condujeron maniatado por las calles de Jerusalén al pretorio de Pilato. Le acusaron ante el procurador romano, falseando el motivo de su condena, «de haber comprobado que andaba alterando el orden público, de oponerse a que se pagara el tributo al emperador y de afirmar que era el Mesías, o sea, rey» (Lc 23,2). Su pueblo, tan amado, le pospuso a Barrabás, un bandido sedicioso y homicida (Mc 14,6- 13), y lo rechazó pidiendo a gritos que lo crucificaran (Mc 14,12-15).

El tetrarca de Galilea, Herodes Antipas, lo recibió como a un ser curioso, cuyas habilidades quería ver para entretenerse con toda su corte. Jesús, con toda dignidad, le respondió con el silencio y fue despreciado y burlado. Herodes se lo devolvió a Pilato vestido con un manto de burla (Lc 23,6-12). «Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un varón de dolores.., despreciado y desestimado» (Is 5,3).

De nuevo en el pretorio, Pilato, a pesar de declararle repetidamente inocente, lo condenó cobardemente a ser flagelado y a morir crucificado, medio de ejecución cruel e ignominioso reservado a ios esclavos y a los criminales. Después de la flagelación, los soldados lo condujeron al interior, donde reunieron a la soldadesca, lo vistieron de rey de chirigota y lo coronaron de espinas. De rodillas ante él, le hacían reverencias y le saludaban con profundo desprecio: «Viva el rey de los judíos», le escupían y le golpeaban la cabeza con la caña (Mc 15,15-20). «Ofrecí mi espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos» (Is 60,6).

Clavado en la cruz, desnudo, fue burlado y tomado a chunga por la plebe, por ios sacerdotes y maestros de la Ley, por los soldados y por los ladrones crucificados con él (Mc 14,25-36). Como el Siervo de Yahvé, «tenía tan desfigurado el aspecto que no parecía hoinbre, ni su apariencia era humana y le estimaron, herido de Dios y humillado» (Is 52,14 y 33,4).

Jesús arrostró por nuestra salvación y liberación tristezas de muerte, abandonos crueles, dolores atroces y humillaciones sin cuento. «Por sus cardenales hemos sido salvados» (1 Ptr 2,24). «El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.., fue traspasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron... aunque no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca» (Is 33,4-5,9).

La humildad de Jesús no quedó sin recompensa: «Hombre entre ios hombres, se rebajó a sí mismo hasta morir por obediencia y morir en la cruz. Por eso Dios le exaltó sobre todo lo que existe y le otorgó el más excelso de los nombres, para que todos los seres en el cielo, en la tierra y en los abismos, caigan de rodillas ante el nombre de Jesús, y todos proclamen que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre». (Fil 2,8-11).


La humildad después de la resurrección

 
Jesús después de la resurrección, aunque cambió su vida, no mudó su manera de ser. Siguió siendo el mismo de siempre: manso, humilde, comprensivo, servicial.
¡Qué fácil le hubiera sido explotar la resurrección y lograr los triunfos más brillantes! Aun sus mayores enemigos se le hubieran sometido y aclamado.

Imaginémonos que se hubiera aparecido resucitado con las llagas de sus manos, de sus pies y de su costado, ante el Sanedrín en pleno. Todos los jefes religiosos de Israel, el Sumo Sacerdote, los jefes de los sacerdotes, los ancianos y los maestros de la Ley, se habrían consternado, frotado los ojos, acercado incrédulos, tocado, escuchado y, convertidos, habrían proclamado Hijo de Dios al que habían condenado por blasfemo.

¡Cuáles habrían sido el alboroto y las aclamaciones de todo el pueblo, sí Jesús resucitado se hubiera paseado por el Templo y por sus atrios en una gran solemnidad litúrgica! Al verle, oírle y tocarle, todos se habrían entusiasmado y a una sola voz le aclamarían el Mesías esperado, el Hijo de David, el rey de Israel.
Nada de esto hizo Jesús. Sólo se dejó ver de los suyos, asustados y tristes, para consolarles y animarles, y se comportó con la sencillez, humildad, condescendencia y servicialidad de siempre.

Se apareció por primera vez a las mujeres, que tanto le amaban, y se dejó abrazar los pies; salió al encuentro de Pedro, desconsolado y afligido por su traición, para reanimarlo; se hizo un viajero más en el camino de Emaús para atraer al redil a aquellas dos ovejas que, desilusionadas, huían; se dejó palpar por los doce y comió con ellos para convencerles de la verdad de su nueva vida; accedió a que el incrédulo Tomás metiera sus dedos y sus manos en sus llagas; y, a la orilla del mar de Galilea, asó un pez y llevó pan para que sus discípulos, agotados del inútil bregar toda la noche, repararan sus fuerzas. Siempre el mismo.

«Los caminos de Dios no son nuestros caminos». No quiso, ni quiere Jesús lograr la adhesión de sus seguidores con la fuerza deslumbrante y contundente de la evidencia cegadora. Respeta nuestra inteligencia y nuestra libertad y sólo quiere, sin ejercer una presión psicológica, atraernos con su increíble amor. Además, para nuestra salvación y liberación en orden a la implantación del reinado de Dios, eran más persuasivos sus ejemplos de mansedumbre y de humildad. ¡Cuánto explica esto los silencios de Dios!


La doctrina de Jesús


Las enseñanzas de Jesús sobre la humildad no son menos claras que sus admirables y continuos ejemplos.

Un día, los discípulos discutían entre sí, en el camino, quién de ellos era el mayor, el principal. Al llegar a Cafarnaún, Jesús se sentó en la casa, los llamó y les dijo: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,33-37).

En otra ocasión, le preguntaron a Jesús «quién era el mayor en el reino de los cielos». El llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y les respondió:
«yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños n entraréis en el reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos» (Mt 18,1-4).

Los niños eran despreciados en Israel, pero para Jesús: «El más pequeño de entre vosotros, ése es el mayor» (Lc 9,4).

En otro momento, se presentó a Jesús la madre de Santiago y de Juan, los hijos del Zebedeo, y le pidió que sus dos hijos se sentaran en el reino a su lado, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los otros diez discípulos se enteraron y se indignaron contra las pretensiones, que perjudicaban las suyas, de los dos hermanos. Jesús los reunió los doce y les dijo: «Cono muy bien sabéis los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen, pero no ha de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo, como el Hijo del hombre que no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,42-45).

Recordemos las palabras del Maestro, después de lavar los pies a los doce:
«Comprendeis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el criado más que el que le envía. Sabiendo esto dichosos seréis si lo cumplís» (Jn 13,12-17).

Conclusiones prácticas

 
Dichosos, sí, porque además, como proclamó el mismo Jesús: «Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla seré enaltecido» (Lc 14,11).

La humildad de corazón es imprescindible para convivir en todos los órdenes. Es verdad, como enseñó S. Pablo, que «el amor es paciente, servicial, no es envidioso, ni jactancioso, ni se engríe» (1 Cor 13,4) —la humildad nace del amor— pero también lo es que la humildad es absolutamente necesaria para que viva y crezca el amor. ¡Cuántas riñas, tensiones, distanciamientos, luchas, aversiones y enemistades se evitarían con la humildad en la vida familiar, social e internacional! Nada más lógico y consecuente que la humildad, porque «Vamos a ver, ¿quién te hace a tí mejor que los demás? O, en todo caso, ¿tienes algo que no hayas recibido? Pues si todo lo que tienes (y eres) lo has recibido, ¿a qué viene presumir como si fuera tuyo» (1 Cor 4,7).

Al ser humano, sin embargo, le tientan fuertemente el ansia del poder y de escalar los puestos y cargos más distinguidos, así como la soberbia y el orgullo, lo que le induce a sobrevalorarse a sí mismo, a buscar los honores y la gloria, y a servirse abusiva y despóticamente —pues el poder corrompe— de los demás en provecho propio.

Jesús con sus eximios ejemplos de humildad, de servicialidad y su doctrina, nos enseñó que, en el nuevo orden que había venido a traer a la tierra, los que creen en él, si son los primeros, se han de esforzar en comportarse como los últimos y, si tienen el mando, se han de convertir en los servidores de todos los demás.
La avaricia de las riquezas, el afán del poder y la soberbia y el orgullo, son las raíces profundas de todos los males, abusos e injusticias, que han asolado la historia de la humanidad. Jesús nos vacunó eficazmente contra todas estas tendencias malsanas: contra la avaricia de riquezas, el desprendimiento y la generosidad; contra el ansia del poder, el espíritu de servicio; y contra la soberbia y el orgullo, la humildad de corazón. Los cristianos, transformados en otros Cristos, hemos de ser el fermento, aquí y ahora, de este mundo nuevo.

La generosidad en la comunicación de nuestros bienes con los necesitados y la servicialidad de nuestras personas, brotadas del amor, han de ser ios distintivos de ios que creemos en Jesús.

Humildad en santa Teresa: pedagogía de la oración

Justamente por este desasimiento interior, que es olvido de nosotros mismos, conecta Teresa con la humildad. El olvido de sí se vive en el abandono voluntario, gozoso en las manos de Dios. Orientación o actitud que está exigida por la esencia de la oración-amistad: afirmación del Amigo como aquel para quien vivimos y en cuyas manos nos ponemos.

Reiteradamente vuelve Teresa sobre la importancia de la humildad en la vida y en la práctica de la oración. Basten algunos textos: «Como este edificio va todo fundado en humildad, mientras más llegados a Dios, más adelante ha de ir esta virtud, y si no, va todo perdido». «Lo que yo he entendido es que todo este cimiento de la oración va fundado en humildad, y que mientras más se abaja un alma en la oración, más la sube Dios». «Todo el bien de la oración fundada sobre la humildad» 51 «Todo este edificio —como he dicho— es su cimiento humildad» 52

Pero la Maestra de oración no se contenta con ponderar la
importante relación que media entre oración y humildad. Le interesa mucho más definir bien la humildad. «Siempre humildad delante..., mas es menester entendamos cómo ha de ser esta humildad, porque creo el demonio hace mucho daño para no ir adelante gente que tiene oración, con hacerles entender mal la humildad»

49V 12,4.
50V 22,11.
51V 10,5.
52 7M 4,9.
53V 13,14. «Porque en otra parte dije mucho del daño que nos hace, hijas, no entender bien esto de la humildad y propio conocimiento, no os digo más aquí, aunque es lo que más importa» (IM 2,13). «Cumple mucho tratéis de entender cómo ejercitaros en la humildad. Y éste es un punto de ella y muy necesario para todas las personas que se ejercitan en la oración» (C 17,1).

       Si los capítulos sobre el «desasimiento de todo lo criado» son una confesión de la opción por Dios, las páginas consagradas a la humildad tienden más explícitamente a manifestar el dinamismo y operatividad de esa opción. Humilde es el hombre que daja a Dios protagonizar vida. Es el que le da la iniciativa y la elección del camino para la realización concreta de la amistad. «El verdadero humilde ha de ir contento por el camino que le llevare Dios». No imponer ni exigir. Ni siquiera «aconsejar» a Dios por dónde nos tiene que llevar. «Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué le aconsejar lo que ha de dar».

El Dios de nuestra oración cristiana no es un Dios pasivo, meramente receptivo y oyente de las palabras y deseos del hombre. Es el protagonista por excelencia. El guía y El escoge. El hombre debe reconocerlo y aceptarlo. «Guíe su Majestad por donde quisiere». «No está esto en vuestro escoger». Importa solamente atenerse a las exigencias del amor, dejando en manos de Dios la propia suerte, «descuidarse de sí y de todo».

Humilde es, pues, quien acepta el protagonismo de Dios. Protagonismo que se niega cuando el orante «se preocupa» o «hace mucho caso de sí» auscultándose en su oración y «exigiendo» a Dios el cambio de situación cuando ésta le resulta dolorosa. «Oh humildad, humildad! No sé qué tentación me tengo en este caso que no puedo acabar de creer a quien tanto caso hace de estas sequedades, sino que es un poco de falta de ella» . Profundizando en esta línea, aproximará la humildad a la pobreza de espíritu. Y define ésta como «no buscar consuelo ni gusto en la oración —, sino consolación en los trabajos por amor de El, que siempre vivió en ellos» 60 Sobre la humildad hace recaer todo el peso de su razonamiento desaprobando la conducta de quienes desean alcanzar la contemplación infusa: «Humildad, humildad; por ésta se deja vencer el Señor a cuanto de El queremos» Humildad es amar

54 C 17, tít.; cf. ib., 6
55 2M 1,8
56 V 11,13.
57 C 17,7.
58 Ib., 5
9 3M. 1,6 Más adelante vuelve a decirnos que tenemos que sacar «de las sequedades humildad, y no inquietud» (ib., 9).
60 V 22,11.
61 4M 2,10.


servir al Amigo sin interés y no pensar que «por nuestros servicios miserables se ha de alcanzar cosa tan grande» 62.

La aceptación del protagonismo de Dios no sólo, ni principalmente, se refiere al acto de la oración o al camino oracional que puede llevar el hombre, contemplación infusa o difícil oración ascética. Se trata de aceptar este protagonismo en la vida, en su desarrollo concreto, tanto a nivel personal como a escala de humanidad. No hay que desmoronarse cuando la vida golpea y desbarata los propios planes, cuando no llega el fruto que se espera y por donde y como se espera. Dios tiene sus caminos, sus ritmos. Y no se le ha ido el mundo de las manos. Ni el propio, ni el del entorno, la historia. No hay que traerle a nuestro «concierto», sino que «el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella» 63. El abandono de la empresa es siempre en este caso claudicación. El hombre humilde no abandona la lucha porque le parezca masticar el fracaso y gustar la inutilidad y sin sentido de continuar en la brecha. Insobornable al desaliento por lo mismo que cimentado en el Dios agente de salvación y gracia.

Pero esta aceptación es activa y dinámica, no resignación fatalista y cobarde ante lo que nos desborda. La aceptación del protagonismo de Dios no justifica ningún absentismo; compromete vivamente al hombre en la acción.

Para Teresa, reconocer el protagonismo de Dios es poner fundamento último y motivación inextinguible al coprotagonismo humano. La humildad genera osadía, intrepidez y animosidad en la empresa de transformar todo según los designios de Dios.

Gustaba fundamentar Teresa su tesis en Dios mismo. «Su Majestad es amigo de ánimas animosas». El «animarse a grandes cosas» es propio de quien se apoya y se ampara en la fuerza de Dios. La fe en el Dios que conduce salvíficamente la historia de los hombres se hace desde la acción perseverante y esperanzada. Más de una vez la Santa se refirió a «las almas cobardes —con amparo de humildad—», que quedan atrapadas por la mediocridad. Basta recordar el fabuloso capítulo segundo de las primeras Moradas, donde nos habla del propio conocimiento «ratero y cobarde» que agarrota al hombre, «le arrincona y aprieta», y le impide, por eso, volar. Simplemente vivir. Y dice que «todo esto les parece humildad».

62 Ib.
63 3M 2,6. El texto es más revelador enmarcado en estas «moradas» de las «almas concertadas».
6 V 13,2.
65 Ib.
1M 2,11.

Del lado contrario, nos certifica que «no ha visto [ninguna] de estas [ánimas animosas] que quede baja en este camino» 67. Por ello exhorta encarecidamente: «No entendamos cosa en que se sirve más el Señor, que no presumamos salir con ella... Esta presunción querría yo en esta casa, que hace siempre crecer la humildad: tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes... ».

La fortaleza en el empeño es patrimonio del humilde, porque sólo el humilde reconoce y disfruta la acción salvífica de Dios en su hoy y en el hoy de la historia.

Y esto le lleva inevitablemente, como actitud permanente, a un discernimiento serio de lo que es la voluntad de Dios y de su respuesta. «Entender bien la humildad» es saber la verdad. Es cuestión previa o, si se quiere, intrínseca a la aceptación del protagonismo de Dios. De este modo se evita ideologizar el dato primero de nuestra fe: que él conduce y guía a su pueblo por caminos de salvación. Y, a la vez, se evita deformar en su raíz la actitud del hombre con abdicaciones evasionistas y absentismos paralizantes. Sólo a los comprometidos, a quienes no se quedan en el camino, se les asegura el triunfo. «Tengo por cierto que todos los que no se quedaren en el camino, no les faltará esta agua viva» 69 La amistad con Dios es de los es forzados. De los que realizan la verdad.

<<DETERMINADA DETERMINACIÓN>>


Estamos ante una de las expresiones más típicamente teresianas  y ma íntimamente vinculadas a su pedagogía de la oración. El lector menos atento advierte con facilidad que la palabra salta con frecuencia a las páginas de las obras de la Doctora Mística.

Empiezo por hacer una obligada aclaración: la «determina. da determinación» no es otro presupuesto junto a esas «cosas necesarias» sobre las que Teresa hace recaer lo más importante de su pedagogía oracional. Se trata más bien de una actitud que define al orante en su totalidad y que engloba, penetrándolas, esas mismas <cosas necesarias>. Es como si dijera que no basta darse, sino que hay que hacerlo con valentía, decididamente, con firmeza, comprometiendo a fondo toda la persona en la opción hecha de «seguir por el camino de la oración» «al que tanto nos amé». Sin esta decisión firme y convencida toda pedagogía teresiana pierde fuerza y unidad. Se le priva de la raíz que la alimenta y que fructifica en orantes. Por eso está más que justificado el que se la destaque y atraiga la atención del lector sobre ella.

67 V 13,2.
C 16,8.
C 19,15.

Absolutamente necesaria la «determinada determinación», porque nadie se encuentra hecha, entre las manos, la oración. Antes, por el contrario, el hombre experimenta enormes y persistentes resistencias en su camino. Resistencias que llegan desde fuera, del ambiente que respiramos, de la «teología» que se nos sirve El ambiente no se lo puede crear el hombre según sus gustos e ideas. Ni siempre se oyen las palabras que se quiere. Por eso, nadie puede esperar a tener una situación externa, que juzga propicia y adecuada, para vivir. Ni puede entregar su vida al sueño y a la utopía de orar cuando todo le convida a ello.

70 En el tiempo de la Santa se trataba de la oposición de ciertos teólogos. Con ellos polemiza Teresa con viveza y cierta ironía en Camino (cf. particularmente los capítulos 20-21). No se entienden y confunden a todos «Ni sabdis cuál es oración mental, ni cómo se ha de rezar la vocal, ni qué es contemplación; porque si lo supieseis, no condenaríais por un cabo lo que alabáis por otro» (C 22,2). Exhorta: «Ningún caso hagáis de los miedos que os pusieren, ni de los peligros que os pintaren» (C 21,5), «dejaos de estos miedos» (ib., 10) porque «son falsos profetas» (CE 73,1), «opinión del vulgo» (C 21,10).
71 V 11,1.
72 V 11,4.

Pero junto a estas dificultades externas, señala la Maestra otras más serias y persistentes en el interior del hombre mismo. «Somos tan caros y tan tardíos del darnos del todo» 71 Las resistencias más fuertes para llegar a ser orante vienen al hombre de su propio corazón; resistencias que Teresa tipifica como fuerzas egoístas que retienen al hombre encerrado en sí mismo, prisionero del «yo», sin salir de sí hacia el Amigo, en donación pronta y plena. Desinteresada y gratuita. De ahí le vienen los cansancios, las indolencias, los caracoleos engañosos que disimulan una postura que hace estrictamente imposible la amistad, el encuentro con Dios en la oración.

La determinación con que Teresa insiste que hay que iniciar el camino de la oración y mantenerse en él va dirigida contra estos dos frentes: contra los miedos y recelos que nos levantan desde fuera, y contra  las resistencias al amor que emergen desde dentro.

Y es su primera palabra en Vida alertando al discípulo sobre la disposición de fondo con que debe afrontar la empresa: «determinarse a procurar con todas sus fuerzas este bien».

En Camino vuelve también insistentemente sobre lo mismo acuñando unas frases vigorosas, vibrantes y marciales: «Ahora... cómo han de empezar, digo que importa mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella [«beber el agua de la vida» = contemplación].

Determinación definida con precisión como radical, irreversible perseverante y totalitaria 76. Cabría sintetizar con palabras de la santa: «Cuando no nos damos a u Majestad con la determinación que él se da a nosotros...». Nuestra determinación, por ser respuesta a la donación de Dios a nosotros, debe estar definida por los mismos rasgos. Si no se «encuentran las condiciones», no se da la oración-amistad por mucho que se conserven las formas.

Pero si importante es recoger esta llamada teresiana a la (firmeza y decisión con que hay que iniciar el camino de la oración, lo es mucho más tratar de captar el significado y contenido. ¿Qué quiere decir con la «determinada determinación»?

Significa fundamentalmente la decisión de atenerse a las reglas de la amistad; querer vivir teologalmente. Es decir, atento profunda y perseverantemente al Amigo, sin hacerse a sí mismo las más mínimas concesiones de autocomplacencia o de desconsuelo según el cariz que tome la praxis de la oración. Determinarse a vivir el amor desinteresadamente, con limpieza, gratuitamente. Amor que, por lo mismo que es total presencia al Amigo, prohibe toda auscultación egoísta. Tajante Teresa al gritar
al principiante: «No se acuerde que hay regalos en esto que comienza, porque es muy baja manera de comenzar» «Su intento no ha de ser contentarse a sí, sino a El» No duda en afirmar la importancia, de cara al posterior desarrollo de la amistad, de unos comienzos así definidos: «Es gran negocio comenzar las almas oración, comenzándose a desasir de todo género de contentos». 

73 21.2. Poco antes había dicho ya: «Tratemos un poco de cómo se ha de principiar esta jornada, porque es lo que más importa; digo que importa el todo para el todo. No digo que quien no tuviere la determinación que aquí diré, lo deje de comenzar, porque el Señor le irá perfeccionando. (C 20,3; cf. 23, tít. y. 1; V 13,3). «Con ir siempre con esta determinación de antes morir que dejar de llegar al fin del camino...» (C 20,2).
74 C 20,2; 21,1-2; V 11,2.
7 2M 1,6.
76 5M 1,4; C 32,1.
77 C 16,5.
78 2M 1,7.
79 V 11,11.
80 V 15,11.


         Positivamente se trata de poner «los ojos en el Esposo» 81. Nos debe interesar El y no cuanto creamos poder bautizar, en el mejor de los casos, como dones suyos: el gusto, la ternura, la devoción en el ejercicio de la oración. Aunque se refiera directamente a personas más avanzadas en la vida espiritual, ilumina bien esto cuando escribe que «hay almas muy enamoradas que querrían viese el Señor que no le sirven por sueldo; y así.., jamás se les acuerda que han de recibir gloria por cosa, para esforzarse más por eso a servir, sino de contentar al amor» 82.

Gratuidad absoluta. No es menos explícita al exhortar a los principiantes a esta limpieza de la donación de sí sin la cual la empresa de la oración está llamada al fracaso. ¿Cuál debe ser el comportamiento del orante en el ejercicio de la oración cuando <(hay sequedad y disgusto y desabor?» Respuesta limpia: «Alegrarse y consolarse...; pues sabe le contenta [a Dios] en aquello [en querer orar] alábele mucho, que hace de El confianza, pues ve [Dios] que sin pagarle nada tiene tan gran cuidado de lo que le encomendó» 84. Escribe a una religiosa: «Préciese de ayudar a llevar a Dios la cruz y no haga presa en los regalos, que es de soldados civiles querer luego el jornal. Sirva de balde como hacen los soldados al Rey» 85.

La resistencia íntima que padece el hombre para abrirse a
un amor gratuito es real y es fuerte. Por eso, toda vigilancia será poca y toda decisión correrá el riesgo de quedarse corta. Por ello la constante y reiterativa afirmación de la Maestra: quien se determina a vivir la oración con este amor gratuito «tiene andado gran parte del camino» 86. Y, del lado opuesto, la situación de tantos que «nunca acaban de acabar» 87 porque están atenazados por el egoísmo, porque no «se abrazan a la cruz desde el principio» 88.

«Determinarse es convertirse no a unas virtudes, sino a la Persona de El» Un sí a Dios. Justamente en el comentario a las palabras del Padre nuestro, «hágase tu voluntad», Teresa titula el capítulo sintetizando: «Lo mucho que

81 C 2,1.
6M 9,22. Habla de personas que ella conoce, que van por el camino del amor como han de ir, por sólo seri’ir a su Cristo crucificado»- (4M 2,9).
83 y 11,11.
84 lb.
85 Cta a Leonor de la Misericordia, me.5.82; 422,7. El orante, había escrito ya en Vida, tiene que ser como los «buenos caballeros que sin sueldo quieren servir a su Rey» (15,11).
y 11,14.
87 Ib., 15. -
88 Ib.
89 P. Tomás ALVAREZ, Teresa de Jesús, enséñanos a orar, o. c., p. 76.

hace quien dice estas palabras con toda determinación» Y en el texto nos
encontramos con esta afirmación: «Sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella... » Todo está en que «nos demos por suyos», en que realmente él nos posea, con absoluta libertad de iniciativa: «Todo el punto está en que se le demos [el corazón], por suyo con toda determinación y le desembaracemos para que pueda poner y quitar como en cosa propia».

Línea tenaz y marcadamente perseguida por Teresa. «Toda la pretensión» del que comienza debe concentrarse en esto. No debilitarse en la dispersión. Hacerse fuerte en lo «único». «Toda la pretensión de quien comienza oración... ha de ser trabajar y determinarse y disponerse con cuantas diligencias pueda hacer su voluntad conformar con la de Dios93. Consigna que vuelve a recordar en las 3M denunciando la postura de las «almas concertadas» que buscan los «gustos y regalos» de la oración, que Dios se pliegue a sus deseos. «Y creedme que no está el negocio... sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo y que el concierto de nuestra vida sea lo que su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya».

Esta «determinada determinación» de vivir polarizados en la Persona del Amigo, rendidos a su voluntad y deseo, en aceptación viva y existencial del modo concreto que revista el desarrollo de la oración, la define más y la matiza con la evocación de Cristo, «el capitán que se puso en lo primero en el padecer» 9°, «desierto.., de toda consolación» 9°, a quien se ha de «ayudar a llevar la cruz», expresión máxima de presencia a El y de olvido de sí. Confesión de amor auténtico. Amor compasivo, de comunión dolorosa. «Juntos andemos, Señor, por donde fuereis tengo de ir, por donde pasáreis, tengo de pasar» 97.

El Dios con quien tratamos es un Dios crucificado. «Defenderle», identificándose con El, es exigencia primera de amistad. De este modo la «determinada determinación» teresiana significa la voluntad decidida de «ayudar a Cristo a llevar la cruz», «abrazarse con la cruz que el Esposo llevó sobre sí». «Esta es nuestra empresa» en el camino de la oración-amistad.

9° C 32. tít.
91 Ib., 9.
9° C 28,12.
2M 1,8.
9° 3M 2,6.
93 V 22,6.
96 Ib., 10.
C 26,6.

Hay que saborear desde esta perspectiva tantos textos que llaman la atención del orante sobre Cristo crucificado. Ya vimos algunos. Recordarlos nuevamente no es ocioso. «Ayúdele a llevar la cruz.., y no quiera acá su reino...; y así se determine —aunque para toda la vida le dure esta sequedad— no dejar a Cristo caer con la cruz» . «Tomad, hijas, de aquella cruz.., porque El no vaya con tanto trabajo». Determinaos «a sólo ayudar a llevar la cruz de Cristo» 100. Con enérgica insistencia de Madre dice a sus hijas: «Abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó sobre sí y entended que ésta ha de ser vuestra empresa» 101.

Explícitamente define este «abrazarse con la cruz» como liberación de todo gusto y consolación. «No nos mostrar a procurar consolaciones de espíritu; venga lo que viniere, abrazado con la cruz, es gran cosa. Desierto quedó este Señor de toda consolación» 102 Acompañarle en solidaridad amorosa es la determinación que quiere Teresa inculcar al orante: «La que más pudiere padecer que padezca más por El y será la mejor librada. Lo demás como cosa accesoria» 103 Y esto, porque la mejor oración, como la mejor amistad, es «lo que más agradare a Dios», y no «unos gustos para nuestro gusto no más» 104.

El cerco teresiano sobre su discípulo para que se convenza de que esta determinación es lo que cuenta y, por tanto, la reiterada llamada a que concentre en ella todas sus energías, alcanza su climax cuando le dice con pasmosa seguridad que Dios «esta determinación es lo que quiere» 105 Dios no atiende a otra cosa. Es lo que el hombre debe aportar a la oración para que fragüe en amistad verdadera. Lo demás, aunque se presente como quejas y deseos de amor, no será sino egoismo solapado que condena al fracaso la relación amistosa. «Estotro afligimiento que nos damos, no será de más de inquietar el alma; y si había de estar inhábil para aprovechar una hora, que lo estará cuatro» 106.

98V 11,11.
99 C 26,7.
100 y 15,11.
101 2M 1,7.
102 V 22,10.
103 2M 1,7.
104 Cta. al P. Gracián, 23-V’76; 133,8.
105V 11,16.
106 Ib.

La determinación no es sólo un arranque decidido por el que el hombre inicia el camino de la oración. La determinación, se alarga en perseverancia, en actitud permanente. Sólo son constructivas las decisiones sostenidas, perseverantes. Conocía muy bien por experiencia cómo las mejores determinaciones n& resistían el paso del tiempo y el acoso de la pereza e inconstancia nativas acrecidas por la presión de las «ocasiones». Pudo, por eso decir: «Somos francos de presto y después tan escasos» 107.

A esta debilidad hay que hacer frente también con determinación: no volver atrás, no dejar lo que se ha comenzado, perseverar. Así aconseja: «una gran determinación de que antes perderá la vida.., que tornar a la pieza primera 108; «a los que han comenzado, que no baste [nada) para hacerlos tornar atrás» 109 que «no deje lo comenzado» 110, «Por males que haga quien la ha comenzado, no la deje» Fidelidad inquebrantable al ejercicio de oración por dolorosa y difícil que resulte. «Este poquito de tiempo que nos determinamos a darle.., con toda determinación de nunca jamás se le tornar a tomar por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradicciones ni por sequedades» 112.

Aquí también subyace un hondo convencimiento y una definida actitud teologal: sabe el hombre que contenta a Dios con esa fidelidad seca y dura que deja un sabor de inutilidad, pero que fragua en fuerte amistad, Y con esta actitud teologal se vencen todas las rebeliones naturales y se superan todos los cansancios. Vivir para el Otro sin prestar oídos a las voces de la naturaleza que quieren hacerle desistir de una. empresa que le cuesta y en la que, en largos períodos, no experimenta «beneficio» alguno.

107 C 32,8. 108 2M 1,6. 109 Ib., 9. 110 Ib., 6. 111 V 8,5. 112 C 23,2.
 

PARA LA ORACIÓN EUCARÍSTICA ANTE EL SEÑOR EXPUESTO:

MIS RATOS DE SAGRARIO

Son mis ratos de Sagrario momentos de luz y consuelo, anticipos del cielo, trato de amistad con el Amigo, estando muchas veces tratando a solas con aquel, que habiendo amado a los suyos los amó hasta el final… de los tiempos y de sus fuerzas.

Son mis ratos de Sagrario donde mi espíritu abierto recibe la omnipotencia de los Poderes Inmensos; donde me siento sacerdote y apóstol, donde abarco el Universo entero, donde llego a todas partes, para llenar la misión confiada a mi ser y existir sacerdotal.

En mis ratos de Sagrario, penetrado del Inmenso, ejerzo mi sacerdocio
con el Sacerdote Eterno, e irradio por todo el mundo la Canción de Amor del Padre en su Verbo hecho  pan de Eucaristía, templo, morada y misterio de mi Dios Trino y Uno.  

¡Jesucristo Eucaristía, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA, POR LA SALVACIÓN DE MI PARROQUIA Y DEL MUNDO ENTERO.

YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE  EN TI;  yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tú lo eres todo,  yo quiero que lo seas todo.

Jesucristo, Eucaristía Perfecta, yo creo en Ti.

Jesucristo, Sacerdote único del Altísimo, yo confío en Ti.

Tú eres el Hijo de Dios.

 

Recuerda, querido seminarista, aquel Libro de los siete sellos que sólo el Cordero pudo abrir. Apóyate en el costado divino del Maestro, y serás teólogo e Iglesia viva, aprendiendo la ciencia divina del Amor. Pero has de saber que sólo el Cordero podrá descubrirte, por la herida de su costado, en el Libro abierto que Él es, los secretos divinos que encierra. Sólo el Cristo del Sagrario.

Por eso, no busques, si puedes, muchas ayudas para entenderte con Dios. Al Amor le estorban las criaturas para comunicarse. La criatura es un medio del que tú has de valerte para recoger tu alma. Pero en el momento que sientas en ti o apercibas ese deseo de silencio, esa suavidad que te pide descansar en el pecho divino, ese calor de lo eterno que te invita a estarte amando al Amado, sin decir nada, en silencio de palabras pero  saboreando lo infinito y el misterio del Amor que se te entrega a ti no por la inteligencia o la imaginación sino por la misma experiencia del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el abrazo y beso de su mismo Espíritu, en ese momento abandónate... <<quedéme y olvidéme..

Estate mirando al Sagrario con amor; dile un sí silencioso y prolongado; mírale, que Él te mira; ámale, que te ama; espérale, que te espera... porque el Cristo vivo, vivo y resucitado del Sagrario es el Sacerdote Único del Altísimo que te ayudará a vivir tu sacerdocio, oficial o místico, en una plenitud inconcebible; vive tu vocación, ora postrado ante el altar… Ora. Cuando yo te digo que ores, te pido que ames, que te estés con el Amor, que le regales, que le escuches, que le preguntes su secreto, y que lo aprendas, para que no tengas más remedio que comunicarlo. Él quiere ser nuestro Libro abierto donde todos vayamos a leer; ese Libro divino que sólo el Cordero de Dios nos puede abrir.

La fecundidad de tu vida depende del grado de intimidad que tengas con Jesucristo Eucaristía; porque he aprendido, apoyado en el pecho de Cristo, que la sabiduría amorosa no está en los libros. Por eso me siento llamado a decirte incansablemente que hagas oración eucarística, ratos de sagrario. Pero oración de estar amando al Señor, recibiendo así la Canción de Amor con la que el Padare nos canta todo su proyecto de Salvación, la Palabra viva que el Verbo vino a comunicarnos.  

No olvides que la eficacia de tu vida sacerdotal está “entre el vestíbulo y el altar” orando en contacto ininterrumpido con el Sumo y Eterno Sacerdote y transmitiendo así la vida divina al mundo, a todos los hombres.

“Padre santo, Yo te he conocido, y éstos han conocido que Yo salí de Ti. Yo les di a conocer tu Nombre, y se lo daré a conocer aún más.,. yo en ellos y tú en mi para que sean completamente uno” si el sagrario es el centro y el corazón del seminario, todo marchará bien, seréis amigos felices y santos seminaristas y llegaréis a ser para siempre amigos  y santos sacerdotes… “Padre Santo, les he dado a conocer tu nombre y le daré a conocer aún más, para que el amor que me tenías esté en ellos y yo en ellos”. (cfr. Jn 17, 25b. 8b. 26a).

Visto 261 veces