RETIRO HERMANITAS Y ANCIANOS

(Libro ESPIRITUALIDAD DE SANTA TERESA JORNET,  Jesús Domínguez Sanabria)

SALUDO INICIAL:

MUY QUERIDAS HERMANITAS DE ANCIANOS DESAMPARADOS:

Así quiso Santa Teresa de Jesús Jornet que os reconociese la Iglesia. Con ese nombre, que suena a ternura infantil y simultáneamente a dedicación heroica, profesáis un estado de vida evangélico de servicio fraterno a tantos ancianos marginados, desvalidos o abandonados. Sois el rostro amoroso de Cristo que continúa hoy en vosotras dando la vida por los más pobres entre los indigentes de nuestra desacralizada sociedad.

VIVIR CENTRADAS EN DIOS PARA AMAR DESDE EL CORAZON DE DIOS

Hay una máxima que Santa Teresa de Jesús Jornet repetía con frecuencia: «Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza y el mundo a los pies» (II 880).

Todo su contenido indica que ella vivía tan saturada del amor de Dios que todo cuanto era y hacía partía de una convicción de fe inmersa en cuanto fuese ser de Dios, agradar a Dios y dar gloria a Dios. Fue el gran objetivo de su vida: vivir centrada en Dios, para amar y actuar desde el corazón de Dios, como recóndita en su intimidad..., y desde esa postura de fe y ternura divina, desplegarse exteriormente, convivir fraternalmente, y desgastar la vida sirviendo con gozo a los más desamparados, a los ancianos desvalidos...

Y eso mismo pedía a sus Hermanitas: vivir centradas en Dios, pensando que Dios está en vosotras y en todas vuestras circunstancias, y, en consecuencia, que debéis actuar poseídas del amor de Dios, que impulsa a hacer bien todas las cosas..., y con profundo espíritu de fe, con intensa vida interior, y procediendo en todo por amor, emplear todos vuestros esfuerzos en convivir entre vosotras en unidad..., y con la sagrada misión de atender, ayudar y evangelizar a los ancianos desamparados.

Vuestra Santa Madre, desde que fue consciente de su condición de cristiana hasta el instante de su muerte te, demostró una fe profunda, un anhelo de ser de Dios y un ansia inquebrantable de consagrar su vida a promover la gloria de Dios y su servicio... Y cuando fue madurando en esa vida de fe y de profundidad de amor, quienes la conocieron testifican que «su mirada y su sonrisa eran tan religiosas que daba a entender que estaba siempre unida a Dios como en situación de oración» (II 880)... «En su comportamiento exterior se manifestaba que poseía un gran amor a Dios y que vivía como quien estaba continuamente en su presencia» (II 880)... Eso mismo aconsejaba ella reiteradamente a sus Hermanitas: «Tener mucha unión con Dios.., para alcanzar y conservar la caridad perfecta» (II 880)...

Desde esa intimidad con Dios, como perfecta enamorada de toda la bondad de Dios, veía natural y de conducta espontánea hacerle continuamente a su Buen Dios, a la Divina Providencia, la donación del sacrificio de toda su vida... Era la exigencia lógica que le propiciaba el honor y el gozo de estar consagrada a la gloria y servicio del Señor..., estar constantemente atenta a su divina voluntad..., y vivir pacífica y generosamente abandonada a sus designios amorosos...

Este ejemplo y exhortación de Santa Teresa de Jesús Jornet se convierte ahora en urgencia estimulante, en anhelo ardiente, en invitación vibrante, en reclamo seductor de lo que hoy tiene que ser la vida y testimonio de una Hermanita: estar centrada en Dios..., para vivir todo su servicio a la Iglesia, en comunidad y en la atención a los ancianos, como quien actúa desde el corazón de Dios, con sincera humildad y con espíritu alegre.

Todo esto —teniendo en cuenta el ejemplo de la Santa Madre—, ha de llevar a toda Hermanita, hoy y siempre, a empeñarse con ilusión y continuamente en este variado cometido:

— Estar enamorada de Dios...
— Vivir para glorificar a Dios...
— Permanecer siempre en el Corazón de Dios por medio de una oración y conversión permanente...
— Encarnar el ideal del amor fraterno entre las hermanitas y ancianos...
— Y servir al Señor con humildad y alegría...


Y desde esta santificadora actitud evangélica, desarrollar todo su quehacer diario, vivir su carisma y espiritualidad de Hermanita y dedicar gozosamente su vida a la atención y santificación de los ancianos desamparados...      

         Precisamente por eso, la Santa entiende que ese amor y ese servicio ha de hacerse siempre con alegría; porque de lo contrario, difícilmente será expresión de un amor sincero: «Amemos mucho a Dios y sirvámosle con alegría» (1 810)... ¡El amor exige y engendra alegría!.. Y cuando en la vida de una Hermanita no hay alegría, es que falla el amor a Dios, o que éste aún no se ha entendido bien...

El primer fruto de un amor sincero a Dios es que cada Hermanita se sienta muy unida a Él y simultáneamente muy empeñada en vivir la unidad fraterna con todas las demás Hermanitas, para no dividir ni falsificar la sinceridad de su amor a Dios...

En esto la Madre es muy exigente y tajante: «Deseo que el adorable Corazón de Jesús las haya llenado a todas de su divino amor, para que así vivan siempre unidas y amándose mucho unas a otras en este amable Corazón, que ha de ser siempre nuestra mayor felicidad» (II 232). ¡He ahí otra de las razones de la felicidad y de la dicha que debe rezumar toda Hermanita: si su amor a Dios es sincero, tiene que saberse llena de la causa de la felicidad, y demostrarla en la convivencia con sus Hermanas y en el servicio a los ancianos!..

Y otra nota muy interesante que he visto yo en nuestra santa es que en esa línea la Santa Madre une la vivencia del amor a Dios a la conquista de la perfección cristiana: es una consecuencia y una exigencia de estar enamoradas de Dios...; es una condición para servir mejor a los ancianos y hacerlo de manera santificante... En

una circular, con motivo de la Navidad, así se lo expresa a todas las Hermanitas: «Les deseo que el Niño (Dios) les llene en ese sagrado fuego que Él sabe comunicar a las almas humildes a quienes tanto ama, para que abrasadas en esta llama divina puedan correr a volar por el camino de la perfección»... (II 233).

En consecuencia, las Hermanitas tenéis que vivir tan enamoradas de Dios que todo, todo, en vosotras sea y dé ocasión para testimoniar cuanto eso significa...La Iglesia lo necesita... Es la base de vuestra vocación... Es imprescindible para vivir vuestra espiritualidad de consagradas... Vuestra misión de misericordia y atención santificadora a los ancianos lo exige.... Y, en definitiva, es la condición para que os sintáis realizadas y felices...

La Santa Madre lo entendía y os lo decía así: «Cuántos y cuántos avisos nos da Dios nuestro Señor para que de una vez por todas nos resolvamos a amarle y servirle con todas nuestras fuerzas! Seguramente que esto es lo único que Él quiere de nosotras» (II 447)...; porque «en obrar por Dios —como enamoradas de Dios!— es lo que nos queda de sólido para el cielo» (II 644).

         Pues este sacerdote ha venido a vosotras con ilusión para hablaros de este amor a Dios y a los ancianitos, y precisamente desde la oración conversión. Porque para mí estos tres verbos amar a Dios y a los hermanos orar y convertirse se conjugan igual y tienen el mismo valor y significado. En este línea, añadiendo tan solo, que para hacer oración y encontrar a Cristo, esposo del alma, el mejor lugar es el Sagrario, la Eucaristía como presencia, comunión y santa misa.

 

*************************

Quienes la conocieron —y así se desprende de muchas de sus cartas— no dudan en afirmar que ella se mostraba siempre muy dulce, alegre y acogedora con los ancianos, y que era diligente en comportarse con ellos extremadamente delicada y detallista. Le importaba hacerles felices en todos los aspectos, y cuidaba ante todo que estuviesen contentos, no sólo por estar corporalmente bien atendidos, sino ante todo porque lograsen llegar a sentirse cristianos y a que experimentasen el amor de Dios. Es precisamente en este aspecto en lo que va a mostrarse muy insistente con los Hermanitas: en que cuiden la vida espiritual de los ancianos. ¡Era su más evangélica inquietud!

Exhortación de la Santa Madre a las Hermanitas

QUERIDAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESAMPARADOS:

Ante todo, grabad en vuestro corazón, y traducid en vuestra vida este deseo de Santa Teresa Jornet que constituye lo esencial de vuestra misión y el estilo de espiritualidad que la debe ambientar: «Hemos de tener muy presente —os dice— que, al venir a la Religión, nos propusimos un solo fin: servir a Dios en la persona de sus pobres para salvar nuestras almas... No olviden que en casa tenemos esa parte escogida de Dios que son los pobres, y cuanto hiciéremos por ellos Dios lo recibe como hecho en su persona. Cuídenlos como deben. Es la obligación que no quedará sin recompensa, dirigiendo siempre la mirada a un Dios hecho hombre, como el blanco de nuestras obras» (II 441).

¡Es la misión que la Santa Madre propone a las Hermanitas: amar a Dios en los ancianos, «servir a Dios en la persona de esos pobres»...; y hacerlo con la convicción de que «son la parte escogida de Dios»...,:y que «cuanto a ellos hicieren Dios lo recibe como hecho en la Persona de su Hijo Encarnado»!.. Aquí se encierra toda la teología y misión de la vida de una Hermanita de Ancianos Desamparados.

Quizá hay que comenzar por una significativa advertencia que la Santa Madre indica cuando a duras penas ha comenzado la vida de la Congregación: «que a los ancianos hay que tratarles con humildad, suavidad y dulzura... Por eso —añade ella— dudo que sirvan para Hermanitas, quienes posean un carácter adusto y altivo, o quienes sean fáciles para el orgullo y la soberbia» (II 87). ¡Esa compostura de humildad, suavidad de trato y dulzura de comportamiento con los ancianos siempre ha de darse como presupuesto imprescindible! Sin esa contextura de carácter y de actuación, sería difícil conseguir en vosotras la espiritualidad adecuada, o la correcta respuesta vocacional, o la santificación en el ejercicio de vuestra misión de  Hermanitas de Ancianos Desamparados...

Las Hermanitas, de tal manera debéis fundir consagración religiosa con servicio de amor a los ancianos, que entendáis que sólo es posible vivir vuestra consagración y dedicación a Dios, si al mismo tiempo demostráis cordialidad de amor para con los ancianos. Son dos facetas de un mismo amor que se fusionan. No serviréis para ser de Dios, si al mismo tiempo no sois de los ancianos. Y no expresaréis vuestra genuina respuesta vocacional a Dios, si no expresáis el seguimiento y amor de Cristo en vuestra convivencia y servicialidad con ellos.

Precisamente por eso, vuestra Santa Madre no duda en advertiros lo siguiente: « Traten a todos los ancianos con amabilidad, y no se permitan ninguna palabra de desapego, ni siquiera de queja hacia ellos, pues lo que por su bien se sufra ha de servir un día de corona para todos... Sean muy amables con todos, con mucha caridad, que los pobres harto hacen con que se sujeten y nos sufran también a nosotras... Sobre todo procuren santificarlos bien y prepararlos para la muerte» (1 511).

Debéis de entender que no se trata de hacer una simple obra de caridad asistencial con el anciano. Se trata ante todo de demostrarle el mismo amor de Cristo que cura y salva. Es todo un servicio de evangelización; en el que se incluye la promoción humana y la formación religiosa, la atención corporal y la santificación cristiana; hacer que los ancianos vivan como personas con cuanto requiere su dignidad humana, y al mismo tiempo que vivan como sinceros hijos de Dios, con cuanto requiere una auténtica vida cristiana. En definitiva, la Santa Madre os pide que continuéis en cada uno de los ancianos o ancianas a vuestro cargo la misma misión liberadora, redentora y santificadora del mismo Cristo; y que lo realicéis con su mismo amor misericordioso.

He aquí sus mismas palabras: «Sean buenas y cuiden mucho a los ancianitos para que estén contentos y no tengan motivo para quejarse de nada. Procuren dar gusto a todos, sin que se falte en la menor cosa. Antes perderlo todo que faltar en lo más mínimo. Procuren en esto hacerse bien santas» (1 375). La santidad de una Hermanita depende de esta actitud de amor servicial y santificador para con los ancianos.

Meditadlo bien: las Hermanitas sólo lograréis ser santas si, además de demostrar amor de atención corporal a los ancianos, intentáis por todos los medios que ellos también sean santos. Si en la intención y en el esfuerzo de una Hermanita, en el cumplimiento de su misión, no se da esta pretensión evangelizadora, difícilmente logrará conseguir su ideal de seguimiento de Cristo. O sois santas santificando a los ancianos, o no lo seréis de ninguna manera.

La Santa Madre os lo expresa así: «El Señor dio a las Hermanitas el encargo de cuidar y asistir corporalmente a los pobrecitos ancianos, de encaminarlos con sus buenos ejemplos y la práctica de las obras espirituales de misericordia a que levanten el corazón a Dios, se fijen en Él, le conozcan más y más, y, conociéndole, le amen; y, amándole, perseveren en su amor; y, cuando al fin les llegue la hora, mueran en su amistad y gracia» (II 398). ¡He ahí vuestro mejor proyecto de vida!

Ahí radica toda la bienaventuranza evangélica de una Hermanita: haciendo que su amor a los ancianos sea expresión del amor salvador y santificador del mismo Cristo. Eso ciertamente exigirá mucha humildad, mucha abnegación, mucho espíritu de sacrificio, una delicada formación para expresar la debida atención acomodada a las personas y circunstancias, un interés de crecimiento personal en pro de los demás, una mansedumbre a toda prueba de paciencia y generosidad... ¡Pero no temáis; tenéis para ello la gracia de la vocación...; y Cristo no os va a fallar!..

¡Bienaventuradas vosotras si sabéis demostrar con los ancianos un corazón de madre, un alma de apóstol, y una personalidad de santo!.. ¡Bienaventuradas vosotras si intentáis demostrar el mismo estilo de misericordia de Cristo, porque ciertamente alcanzaréis la dicha de la Misericordia de Dios!.. ¡Bienaventuradas vosotras si, al amar a los ancianos, conseguís que ellos también sigan y amen a Cristo, porque entonces el mismo AMOR de Dios os llenará a vosotras el corazón de gozo!..

5. PROYECTAR UNA INTENSA ESPIRITUALIDAD DESDE LA ORACIÓN PERSONAL

         Vivir centradas en Dios para actuar desde su corazón y desgastar la vida en servicio a los demás, es una tarea humanamente imposible. Se precisa una intensa vida espiritual de oración, de gracia, una gran fuerza del Espíritu de Cristo, y mantener una constante visión de fe por la oración permanente.

         Santa Teresa de Jesús Jornet era muy consciente de esta urgencia. Y si lo experimentó desde el principio como simple cristiana que aspiraba a consagrarse a Dios, mucho más se lo propuso cuando vivió como Religiosa y asumió la ardua tarea de la misión del apostolado con los ancianos desamparados. Sin la influencia actuante de la gracia de Dios por la oración y los sacramentos no es posible la perseverancia en la aspiración a la santidad.

Sólo con una intensa vida espiritual santificante se mantiene la vida de consagración a Dios y de servicio a los demás. Y si, en definitiva, el proyecto de vida es el ejercicio constante de la caridad fraterna en servicio a los desamparados, aún se hace más urgente contar con la constante intervención de Dios.

Todo esto implica una fuerte vida de oración, una preocupación por alimentar la presencia de Dios, una perseverancia en la conversión o ascética de la fe, sostenida por la esperanza y vivificada por el amor. Se trata de llegar a la configuración con Cristo, a «cristificarse»: vivir la misma vida de Cristo o hacer
que Cristo viva su vida en vosotras. Este anhelo de «cristificación, que es común para todo cristiano que desee llegar al ideal de la santidad, es todo un reto para vosotras, las Hermanitas, que por vocación abrazáis el estilo de vida del mismo Jesús de Nazaret, consagrado al Padre y entregado a la redención de los marginados, entre los que hoy escogéis a los ancianos desamparados.

En este aspecto, es imprescindible para vosotras cultivar todo cuanto implica el organismo de la vida interior: desarrollar la gracia santificante, como participación en la misma vida de Dios...; aprovechar todas las gracias actuales e impulsos o inspiraciones del Espíritu Santo que continuamente está iluminando vuestra mente y motivando vuestra voluntad para que obréis lo más santo, exigido por el amor...; desarrollar los Dones del Espíritu Santo, que suponen el cultivo de todas las virtudes propias de vuestro estado....; y todo ello, ambientado, acompañado y promovido por una intensa vida de oración... Vuestra Santa Madre era muy consciente de todo esto; lo vivió y os lo inculcó como actitud personal imprescindible para poder responder santamente a vuestra hermosa vocación religiosa.

Y en una Hermanita, que ha de llevar a cabo una constante convivencia de amor en Comunidad y un servicio desinteresado y de generoso sacrificio a los ancianos desamparados, esa intensa vida interior reclama un espíritu alegre, desde una postura constante de humildad. Servir al Señor interiormente y en los ancianos con alegría, con un estilo de generosidad expresado con inmenso gozo, como fruto de un amor sincero, paciente y saturado de mansedumbre...

5.1. VIDA INTERIOR Y ESPIRITU DE ORACIÓN

Todo Religioso está llamado a vivir desde la fe en un ininterrumpido proceso de conversión, de renovación, intentando actualizar el ser y el actuar de Cristo. Es el reclamo de Dios a una renovación constante a quienes ha elegido para ser continuadores de la vida y misión de su Hijo, con el fin de que lleguemos a la máxima identificación con Cristo.

Y si esto es tarea inacabada de todo Religioso, vosotras, las Hermanitas, lo debéis de llevar a cabo además como una particular exigencia de la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús Jornet. Ella era una mujer de Dios e inmersa en la intimidad con Dios, de profunda vida interior y de exigente espíritu de oración. Y ante este estilo de espiritualidad de vuestra Santa Madre, vosotras no podéis quedaros impasibles o contentaros con hacer, de cuando en cuando, sólo algunas pequeñas rectificaciones externas de conducta, y volver después a la monotonía del desinterés.

Tenéis que propiciar un impulso serio, decidido, de más expresiva autenticidad a todo lo más esencial de la vida cristiana: el cultivo intenso de la vida interior.
La vida interior radica en una sublime verdad de fe: la presencia de Dios dentro de nosotros. Dios está en nosotros: Dios vive en nosotros! A través de la gracia santificante —como nos dice San Pedro— «participamos de la naturaleza divina», estamos en comunión vital con Dios, con todo lo que es Dios, con lo común de la Tres Divinas Personas.

En consecuencia hay una relación, comunicación y transmisión de vida con Dios Padre, con Dios Hijo y con Dios Espíritu Santo. ¡Somos «morada» de la Santísima Trinidad! (Jn 14, 23)... Es una realidad sublime que, sin quitarnos de ser humanos, nos diviniza, o puede hacer que todas nuestras vivencias humanas tengan una dimensión divina, transcendente, de valor eterno. Podemos decir con plena convicción de fe: «Dios está en mí y actúa dentro de mí. En consecuencia, yo puedo y debo estar en El, conversar con El, vivir de Él, actuar con Él...».

Este misterio de relaciones humano-divinas hace que un cristiano sincero, y más aún un Religioso o Religiosa consagrado a Dios en el seguimiento de Cristo, además de vivir una vida humana normal con todas sus implicaciones, pueda llevar una misteriosa vida de fe, de unión con Dios dentro de sí mismo, en la que entra en diálogo vital con Él hasta poder dejarse impulsar y configurar en todo por la presencia santa de la Divinidad en su existencia normal. Esto es lo esencial de la «vida interior».

En la espiritualidad de Santa Teresa de Jesús Jornet esta convicción de la «vida interior», como vida de intimidad con Dios y como vida de Dios actuando dentro de nosotros y con nosotros, es la base de toda su actitud, tanto en relación con Dios, como consigo misma o con los demás. Con su estilo y con aquella formación y expresiones de piedad propias de su época, ella viene a manifestar que vive personalmente, y desea que aún mejor se viva en su Congregación, toda la Teología de la Espiritualidad Cristiana, enraizada en el cultivo de una intensa «vida interior»... Sólo así se puede vitalizar el amor que una Hermanita ha de expresar a Dios, a sus Hermanas de Comunidad, y sobre todo a los ancianos...

La Santa Madre vivía constantemente unida a Dios, cultivaba intensamente su intimidad, experimentaba la animación propia de quien se sabe interna e intensamente amada por Dios e impulsada por su Espíritu... Hasta tal punto que ella entendía que eso constituía lo primero y principal, la base o fundamento para poder llevar a cabo todas las demás exigencias de su vida de consagración a Dios y de servicio a los demás.

Las Hermanitas que con ella convivieron coincidían en afirmar que la Santa Madre era una persona de profunda vida interior. «Por su porte exterior —dice un testimonio presencial de su vida— daba a entender que su interior estaba siempre en oración y que no le faltaba nunca la presencia de Dios». «Veía» a Dios en todo, interpretaba su voluntad constantemente, obedecía a su impulso íntimo, estaba atenta a cuanto experimentaba en su intensa vida de oración... Gustaba de estar todo el tiempo posible ante Jesús Sacramentado, y en su presencia alimentaba su anhelo de servir y transfundir el amor divino que llevaba dentro a todas las personas con quienes convivía, y particular- mente a los ancianos a quienes atendía (II 880-881)...

Puede la Hermanita cultivar muchos aspectos de la vida cristiana que siempre serán precisos para llevar a cabo su misión; pero Santa Teresa siempre os insistirá que por encima de todo la vida interior, el Espíritu de Dios viviendo y actuando desde la intimidad del corazón, debe de ser la base: «Que no se quede atrás la vida espiritual que es lo más importante», os repite (1 237).

Intentarlo constantemente supone: 1.) poner en práctica toda la purificación que sea precisa —abnegación, conversión—; 2°) dejarse guiar por el Espíritu de Dios, dejarse iluminar por su presencia, dejarse impulsar por su amor; y 3) aspirar a vivir y actuar en continua unión consciente con Dios, unión vital que efectúan en nosotros los Dones del Espíritu Santo.

La Santa Madre es consciente de la necesidad de todo ese proceso; lo cataloga como imprescindible. Y ante la intensa actividad exterior, que sabe tanto acosa a las Hermanitas, no duda en deciros: «Hagamos nuestras ocupaciones acompañadas del espíritu de oración...; porque es imprescindible llevar las cargas del trabajo ayudadas con el fervor del espíritu, y éste sacarlo del recogimiento y de la oración» (II 817). Sin este dinamismo de la vida interior es imposible proceder con sentido evangélico en la ardua actividad que requiere la atención a los ancianos desamparados.
¡Oración, mucha oración, mucho espíritu de unión con Dios! Ella os lo reclama: «Oremos, oremos con fervor. Con la oración se vencen todas las dificultades» (II 818). Sois conscientes de que en vuestro apostolado las dificultades son muchas. Pero dejarán de ser un inconveniente insuperable cuando la intensidad de vuestra oración alimente la vida interior, actualice la presencia actuante del mismo Espíritu de Dios y consigáis que sea Él quien os ilumine, os impulse y os haga proceder en todo con amor. Sólo con una intensa vida de oración se puede llegar a obrar con sentido de Dios, revelando el genuino rostro del amor de Cristo, hecho vida en vosotras.

A unas jóvenes Novicias, que a veces se dejaban vencer por el sueño en el tiempo de oración, con sonriente advertencia y amabilidad fraterna Santa Teresa Jornet les indicó: «Hermanitas, si el primer acto del día lo hacemos mal, ¿qué será durante el resto?.. Pensemos que estamos en presencia de Dios y que le ofrecemos nuestras primicias para que durante el día podamos hacer en todo su santísima voluntad» (II 883). De eso se trata: de hacer en todo la voluntad divina; y esto no será posible sin el impulso vital del Espíritu Divino que habita en nuestro interior. En coherencia, hay que renovar el encuentro con esa presencia divina de manera consciente cada mañana en la oración, de manera reiterada repetidas veces durante la jornada, hasta conseguir que nuestra mente y nuestra actuación se mantengan experimentando esa fuerza vivificadora divina durante todo el día. ¡Hacer oración de unión con Dios, que impulse a vivir amándole en todo! Manteniendo esa presencia de vida interior, como quien vive la plena confianza en Dios, en santo abandono en su amor de Padre, es como se consigue cumplir su divina voluntad y se puede realizar y aceptar lo que más convenga al Señor (II 718-719).

Junto a la oración de intimidad con Dios, para vivir su presencia en el corazón y desde ahí animar de manera santificante la vida, la Santa Madre en casi todas sus cartas pide e insiste a sus Hermanitas que hagan oración de súplica: que siempre que vayan a servir a los ancianos, precedan, acompañen y realicen su actividad, suplicando ayuda Dios. Quiere que sean instrumentos del Espíritu que actúe a través de ellas. Por eso es preciso mantener la intimidad con Él, y habituarse a una constante y frecuente súplica (1 232 ss; 378 ss). ¡Hay que mantener la eficacia del apostolado fundamentado en la confianza en la oración, «porque encomendándoselo todo a Él —decía—- alcanzaremos siempre lo que sea más de su agrado»! (1 378).

«Tenéis que sen tiros también solidarias con Dios; impregnadas de su presencia y de su vivencia, para ser unidad de amor con Él en vuestra actuación asistencial y de apostolado. En ese aspecto, frecuentemente pide Santa Teresa Jornet a sus hijas aprovechar delicadamente tantas gracias actuales, impulsos de bondad y amor, que Dios —desde la intimidad del corazón— continuamente da...

«Si el objetivo personal de cada Hermanita, como exigencia y consecuencia de su entrega a Dios y al servicio a los ancianos, así como condición para orar al estilo de Cristo, es lograr la propia santificación, la Santa Madre entiende que este sublime cometido imprescindible no es posible conseguirlo sin una intensa y profunda vida de oración. Oración para ser santas; y oración para obrar santamente en el ejercicio del apostolado con los ancianos. Tenéis que dejaros llevar por el Espíritu de Dios, mantener una vida de recogimiento, de santo silencio interior, como quien está continuamente dirigiendo toda su mente, su corazón y sus obras a Dios. Sólo desde esa intimidad y espíritu de oración —dice Santa Teresa Jornet— se logra obrar con rectitud de intención, caminar hacia la perfección y fraguar la propia santificación» (II 129-130).

Y una recomendación final, muy propia de la espiritualidad de la Santa Madre: vivir la unidad de amor con la presencia eucarística de Cristo. El amor a la presencia de Cristo Sacramentado y el anhelo de hacer reposadamente y con sosiego la Sagrada Comunión era un anhelo diario de la Santa Teresa Jornet, que os inculcó insistentemente. Ella lo consideraba como un acto diario imprescindible para llenarse de Dios, y para vibrar al ritmo de su amor divino en toda actividad humana. Satisfacer esta necesidad imprescindible de comulgar, visitar frecuentemente el Sagrario y vivir la intimidad con Jesús Sacramentado, era para la Santa Madre el mejor regalo que el Señor le hacía, el impulso santificador que le entusiasmaba, la fortaleza ardiente para obrar bien en todo, la «mayor ventaja» —dice ella— del día para poder sobrellevar con amor y optimismo cuanto la voluntad divina permite o quiere en todo instante (II 565-566).

5.2. SERVIR AL SEÑOR CON HUMILDAD Y ALEGRÍA


La Santa Madre pide a las Hermanitas repetidas veces que sean virtuosas. Pero a la hora de destacar algunas virtudes, además de requerirles la caridad fraterna hasta conseguir la mejor unión de amor en la convivencia y la máxima bondad en el servicio de entrega a la asistencia y atención espiritual a los ancianos, es muy singular el modo cómo les insiste en la humildad y en la alegría.


Y es que la humildad, más que una virtud, es una actitud básica para poder practicar cualquier estilo de conducta santa y santificadora. Pío XII decía que «el comienzo de la perfección cristiana está en la humildad». Sin la humildad no es posible iniciar, continuar ni concluir la aspiración al elevado ideal de la imitación de Cristo, el «manso y humilde de corazón», que nos pide que aprendamos de Él, precisamente esa doble actitud: mansedumbre y humildad (Mt 11, 29).

Tener conciencia de humildad, por nuestra absoluta dependencia de Dios, es la garantía de la mejor fidelidad: “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).


(Libro SATURNINO LÓPEZ NOVOA,  J. José Asenjo Pelegrino)

EL FUNDADOR DON SATURNINO LÓPEZ  Y LA OBSERVANCIA DE LAS CONSTITUCIONES

La observancia será un argumento recurrente en las pláticas del Fundador y en sus cartas a Madre Teresa y a las demás Superioras:

«Cuiden las Hermanitas — escribe en 1892 —de ser fieles siempre a la observancia de las Constituciones sin pretextos ni excusas infundadas; persuadiéndose que la mayor perfección consiste en la tal observancia».
Mientras ingresan nuevas postulantes en la casa de la Almoina y crece el número de ancianos, la correspondencia del Fundador con la Superiora General es prácticamente semanal. Ella le consulta sobre la asistencia espiritual de las Hermanitas y su ancianos.

Sobre una novicia le escribe: «Si no se enmienda, no sé Padre si esta chica valdrá para Hermanita, porque tiene poca humildad y murmura con mucha facilidad».

El Fundador, que quiere cortar desde el principio en la pequeña comunidad la murmuración y la falta de obediencia, le contesta:

“En esto no puede disimularse nada, nada; pues el mal ejemplo en las Comunidades es un cáncer, que si al principio no se cura de raíz llega a comerlas. Por consiguiente, con toda la formalidad que el caso pide, y puesto que Vd. ya le ha hecho las correcciones fraternas que la caridad exige, debe Vd. hacerla otra muy seria ante las Consultoras. Si ésta no da resultados, otra ante el Directorio reunido; y si después de estas últimas no hay enmienda formal y verdadera, expulsarla de la Institución. Las murmuraciones en las Comunidades, dice San Bernardo, que son unos hilos con que el demonio forma la tela o red en que pretende enredar a todos los individuos, de suerte que se divida el espíritu y no se entiendan, para que así venga la relajación y con ésta la ruina de la Comunidad. Es de todo punto obligatorio y necesario en los superiores, continúa el Santo, en poner mano firme y sin contemplación alguna, para que los hilos se rompan en el principio y cuando son todavía delgados, pues más tarde se hace difícil el deshacer esta obra diabólica. Con que ahí tiene Vd. el camino que ha de seguir en este asunto. Hay precisión, pues, de principiar por humillarla, contrariando su voluntad, y haciéndola conocer lo que es la obediencia en la Religión».

Aumentan las jóvenes de Huesca que solicitan ingresar en la Congregación; Don Saturnino envía a Madre Teresa ejemplares del folleto que ha publicado para dar a conocer el Instituto en toda España y en Hispanoamérica, y adjunta otra carta para que la lea en comunidad, «y después se archive». El texto programático, venerado por las Hermanitas, es una vibrante invitación a la unidad y una cálida exhortación a la obediencia y a observar las Constituciones, para mantener «aquella paz, armonía y mutua caridad, que les haga vivir siempre unidas en un solo espíritu, el Espíritu del Señor.

Pues así como en el cuerpo humano todos y cada uno de sus miembros obedecen y están ordenados a la voluntad del alma, así también en una comunidad religiosa, todos y cada uno de sus individuos, que son los miembros que forman y constituyen el cuerpo moral de la misma, deben estar presididos, animados y ordenados a la voluntad del Espíritu de Dios; sin lo cual no puede haber entre ellos ese amor mutuo y esa recíproca correspondencia que el mismo Señor exige en los que son sus verdaderos discípulos.

«En esto conoceréis, les decía a sus apóstoles, que sois discípulos míos: si os amáis los unos a los otros». Ya lo sabéis, pues, mis queridas Hermanitas; si queréis estar animadas del Espíritu del Señor, necesario es que os améis unas a otras de tal modo que no aparezca entre vosotras división ni diferencia alguna, sino por el contrario que, unidas con el suave lazo de la santa obediencia, manifestéis en todos vuestros actos ser uno el corazón y uno también el espíritu en vosotras.

Nunca escuchéis ni sigáis otra voz que la de Dios, la cual se os comunica por la de vuestros superiores; pues oyéndola y siguiéndola obraréis siempre según la voluntad y espíritu del mismo Dios.

Desgraciada una y mil veces la Religiosa que se separe de esta conducta y que, dando oídos y entrada a las sugestiones del espíritu de amor propio, de sus pasiones o del de Satanás, que ciertamente no es el Espíritu de Dios, sea causa de que en una comunidad se altere el orden, se perturbe la paz y se rompa el lazo de amor y de fraternal afecto que debe unir santamente a sus individuos.

En verdad, que de tal religiosa podría decirse, lo que el Santo Evangelio, de Judas, apóstata del Colegio Apostólico: «que había entrado en ella el espíritu de Satanás».

Ciertamente, que también podía ser comparada a aquel hombre enemigo, de que nos habla el mismo Evangelio, y de quien dice: «que había sembrado la cizaña en el campo bueno». ¡No consienta jamás Nuestro Divino Redentor que suceda caso semejante en la comunidad de las Hermanitas! No lo espero, confiado en la paternal bondad de nuestro Dios, en la especial protección de su Santísima Madre bajo el título de Desamparados, y en los ruegos de los Santos José y Marta, abogados de la Institución. Antes por el contrario, me prometo que esa respetable comunidad, inspirándose siempre en las reglas de sus Constituciones, en la que debe a la alta misión a que está llamada por Dios, y en los consejos y prudentes instrucciones de sus Superiores, sabrá mantener en su seno aquella paz y unión en el Espíritu del Señor que han de atraerle las bendiciones del cielo, el aumento de gracias y virtudes, y la prosperidad del Instituto para mayor honra y gloria de Dios y bien de la humanidad».
         Don Saturnino volverá frecuentemente sobre el tema en pláticas y escritos a las Hermanitas: «Como en un edificio una piedra sostiene a la otra, y todas unidas constituyen un solo cuerpo y le dan solidez; así en una casa de religiosas, unida una hermana a la otra y todas entre sí por el santo vínculo de la caridad, constituyen una sola comunidad, ordenada, estable y observante... Quiera el Señor que las Hermanitas se inspiren siempre en el gran consejo del Apóstol: todas vuestras cosas sean hechas en caridad (1 Cor, 16, 14)».

(HERMANITAS DE LOS ANCIANOS DESAMPARADOS, CARISMA Y ESPIRITUALIAD, POR Tomás de Bustos, o.p.)

IV. ESPIRITUALIDAD  ACTIVO-CONTEMPLATIVA: MARTA Y MARÍA


         Uno de los signos de madurez y responsabilidad de una persona consagrada es vivir sus compromisos con coherencia, con perseverancia y equilibrio. Una hermanita ha de intentar vivir su vocación con solidez equilibrada: ni conscientemente disipada, superficial; ni presa de una ensoñación de “falsa mística”. Las Hermanitas siguen a Jesucristo implicándose y cualificando ese seguimiento con el carisma original de Santa Teresa Jornet. Desde esa óptica han de orientar toda su vida y su misión: “hacer las actividades externas acompañadas del espíritu de oración; pues sólo así agradaremos al Señor esto es, practicando las virtudes interiores cuando hagamos la caridad con nuestros ancianos y Hermanas. Las virtudes interiores que acompañen a la obra exterior”. (II, p. 817).

En el reciente Documento, publicado por la Sagrada Congregación leemos:
“La oración y la contemplación son el lugar de la acogida de la Palabra de Dios y, a la vez, ellas mismas surgen de la escucha de la Palabra. Sin una vida interior de amor que atrae a sí al Verbo, al Padre, al Espíritu (Jn. 14, 23) no puede haber mirada de fe; en consecuencia, la propia vida pierde gradualmente el sentido, el rostro de los hermanos se hace opaco y es imposible descubrir en ellos el rostro de Cristo, los acontecimientos de la historia quedan ambiguos cuando no privados de esperanza, la misión apostólica y caritativa degenera en una actividad dispersiva”.

La dimensión oracional y el apostolado han de configurar la personalidad y la espiritualidad cristiana y consagrada de las Hermanitas: “las personas que se han propuesto buscar y amar ante todo a Dios, que nos arnó primero, deben cultivar con asiduo empeño el espíritu de oración y la oración misma. Esta experiencia oracional de Dios será expresión de nuestra fe, fuerza para vivir alegres en la esperanza e impulso de caridad en nuestro apostolado. La contemplación, respuesta a la llamada interior del Espíritu, es encuentro con el Padre en la sencillez de una actitud filial.

Esta experiencia de Dios va unificando nuestra vida en el amor, profundiza la comunión entre nosotras y nos hace desear este mismo don para los hermanos. Contemplación y misión son inseparables”. En el proyecto fundacional de Teresa Jornet y su Congregación, la fe y la caridad, para descubrir en los Ancianos el rostro de Jesús recibe también su luz y calor en el ejercicio perseverante de una oración sincera. Así, la oración contribuye eficazmente a la realización de la misión apostólica de las Hermanitas ( Congregación par los Institutos de Vida Consagrada: “Caminar desde Cristo”, n. 25. Dimensiones de Vida Dominicana, p. 38).

Las Hijas de Santa Teresa Jornet saben muy bien que su vida entera gira en torno y en función del carisma propio: «El ejercicio constante de la virtud de la Caridad cristiana en el socorro, cuidado y atención.., de los ancianos desvalidos de uno y otro sexo”. (Const. n. 4). Sí. Trabajar, entregarse sin reservas para santificarse ellas y para aliviar a los Desamparados y colaborar en la salvación de las personas ancianas. Esta finalidad carismática va a exigir a las Hermanitas una intensa y, a veces, agotadora actividad. Este hecho real de su vida plantea una pregunta: ¿la vida de oración, la experiencia oracional, la dimensión contemplativa de la Vida Religiosa y la actividad apostólica están reconciliadas o están enfrentadas; son compatibles?. Es vital dar una respuesta correcta a este interrogante. Nos ayudará a sumergirnos en el conocimiento de la espiritualidad de Santa Teresa Jornet. Habremos encontrado el camino adecuado para que las Hermanitas continúen creciendo en la vigorosa vida de su propia espiritualidad.

Cada día caerán más en la cuenta de que la oración les es tan necesaria para su espíritu y para su misión como el comer y beber para su cuerpo. En la oración, Dios nos renueva y “va transformando nuestro corazón de piedra en un corazón de carne”.

Como dice un santo dominico: “En la oración y el estudio descubrimos y contemplamos la verdad, rehacemos el corazón humano y descubrimos esa formación del entendimiento por la cual la verdad entendida y asimilada se transforma en amor”. Efectivamente: en la oración la verdad se hace vida, calor, entrega a Dios y a los hermanos. Con esa luz y ese calor, las Hermanitas descubren las necesidades y el grito de sus queridos Ancianos, que están esperando una respuesta de cercanía y amor.

La oración auténtica nos pone frente a frente con el Señor, que nos hace ver su rostro dolorido y triste en los hermanos y nos envía a repartir y anunciar salvación. Ese es el reto evangélico para todas las Hermanitas. Su Madre Fundadora les recuerda su convicción del valor y necesidad de ser fieles a la loración, para que su vocación se robustezca y para que su tarea apostólica sea siempre fecunda.: “a las que salgan a postular encárguelas mucho que no pierdan la oración ningún día. Si no pueden hacerla en los pueblos en donde están, que la hagan por el camino, que el Señor de todas partes nos oye. Si esto hacen, el Señor las asistirá y ayudará con su gracia”. (II, p. 129).

1. Armonía entre acción y contemplación.

La vida mística, contemplativa es el ahondamiento Continuo ( en la verdad-luz-amor del Misterio de Jesucristo. Es la experiencia orante y contemplativa de la verdad de Dios Creador, Padre y Amigo, que se ha revelado en su Hijo Jesús. En definitiva: la vida contemplativa es el encuentro interior y Unitivo de una persona humana con la infinitud divina. Un encuentro que comporta la experiencia íntima de fervor de espíritu y contemplación del ser y vivir de Cristo, en la soledad orante del ser humano. Un encuentro vivencial y palpitante en sintonía con el pensar, sentir y amar de Jesús. Desde esta vivencia es cuando nos sentimos más urgidos para asumir activamente la misión apostólica propia de nuestra vocación.

Santa Teresa Jornet era muy consciente de este valor de su vida consagrada al Señor. Era una mujer contemplativa en la acción, abandonada a la Providencia como un niño en brazos de su madre, cooperadora con Cristo y María en
la salvación de los hombres, “especialmente de los Ancianos más pobres “. Siempre fue fiel a la oración, estaba convencida de su necesidad y eficacia; por eso pedía a los demás que orasen por ella: “No deje de encomendarnos a Dios, que bien lo necesitamos, y yo confío mucho en sus oraciones. Ya nos puede encomendar a Dios para que nos dé espíritu para todo, en especial el desprendimiento y la humildad”. (1, pp. 177-178).

La acción, la actividad y la oración nunca deben éstar en conflicto. El carisma de Santa Teresa Jornet, como experiencia del Espíritu y la misión apostólica que le confía, deben caminar indisolublemente unidos. En el diálogo oracional con Dios, la Madre discernió y encontró el camino vocacional que Jesús había preparado para ella.

La realización apostólica del Proyecto benéfico a favor de los Ancianos fue la puesta en acción de la luz y el amor que experimentó en la oración. “Toda vocación a la vida consagrada ha nacido de la contemplación, de momentos de intensa comunión y de una profunda relación de amistad con Cristo, de la belleza y de la luz que se ha visto resplandecer en su rostro. En la oración se ha madurado el deseo de estar siempre con el Señor y de seguirlo. Toda vocación debe madurar constantemente en esta intimidad con Cristo. Toda realidad de vida consagrada nace cada día y se regenera en la incesante contemplación del rostro de Cristo. (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: “Caminar desde Cristo’, n.25)

Para Teresa, la oración en todas sus formas y manifestaciones, era vital para toda su actividad apostólica. Teresa fue una mujer experta en oración contemplativa y en actividad intensa. En sus dos años de experiencia contemplativa en el monasterio de Briviesca descubrió que el silencio y la oración son fuente de energía misionera. Sintonizaba con lo que enseña el dominico Santo Tomás de Aquino: “Contemplare et conteinplata aliis tradere”. Es decir: buscar y contemplar a Dios en la oración, dialogar amigablemente con Jesucristo, dedicar tiempos especiales de encuentro con el Señor y entregar, repartir con los hermanos, con los Ancianos al Dios contemplado en la oración. Compartir, anunciar a todos a Jesucristo, Salvador del mundo. Eso significa que la oración, el encuentro con Jesús se traduce en la realidad diaria y apostólica de la vida.

En esos encuentros sinceros, sencillos, confiados y a “corazón abierto” ante Dios, se encendía de amor el alma humilde de Teresa para ir a repartir su calor con los Ancianos Desamparados. El amor de Cristo “la urgía”, la quemaba y no podía resistir sin compartirlo con los pobres. En la oración atizaba la llama de su amor a los desvalidos. Toda la actividad apostólica de Santa Teresa era un desbordamiento de su encuentro con el Señor en la oración.

En su diálogo con Jesús recordaba y le presentaba a todos cuantos ella llevaba y amaba en su corazón. En la oración hablaba a Dios de “sus amadas Hermanitas” y de “sus queridos Ancianos”. Y, en la actividad apostólica, en su vida de servicio a la Congregación y a la misión, hablaba a sus Hijas y a los Ancianos de Dios. Su palabra y su vida eran un testimonio de encuentro con Dios y de servicio a los demás. Para la Fundadora de las Hermanitas era una convicción de fe y de experiencia la necesidad vital de la oración: “Era una religiosa de mucha oración..., dando un ejemplo admirable a sus religiosas en la oración”. (II, p. 881). Esta fidelidad y coherencia oracional fueron una constante en su vida. Así lo testifican emocionadas y edificadas las Hermanitas que le conocieron a la Madre Fundadora. El ejemplo de la Madre servía de estímulo para sus Hijas.

2. El pensar y sentir de la Madre.


         Si nos adentramos en los escritos de la Madre Fundadora, nos encontramos con la grata y ejemplar sorpresa de su profundo amor a la oración y al armonioso equilibrio entre oración y actividad.

Necesitaba la oración para ser fiel a Dios y servir con dignidad a los demás. Vivió fielmente una convicción: la oración es el logro de la intimidad con Dios y la gran ocasión para interiorizarle y en la que se manifiesta nuestro espíritu rebosante de espiritualidad. Ella es la primera testigo de esa doble dimensión de su carisma vocacional.

Como auténtica hija de la Iglesia, vive, practica su vida de hermanita en la fe y enseñanza de la Iglesia del Señor, que también hoy nos recuerda el precioso valor de la oración. No quiere que la actividad apostólica de los Consagradas degenere en “estéril activismo”. Recordemos un mensaje: “En la atención dirigida a los hombres, el Espíritu de Jesús nos ilumina y nos enriquece con su sabiduría, con tal de que estemos profundamente penetrados por el espíritu de oración. Tened, pues, conciencia de la importancia de la oración en vuestra vida y aprended a dedicaros generosamente a ella: la fidelidad a la oración cotidiana seguirá siendo para cada una y en cada uno de vosotros una necesidad fundamental y debe ocupar el primer puesto en vuestras Constituciones y en vuestra vida”.

Un pensamiento similar nos lo ofrece el Papa Juan Pablo II:
“Todos necesitamos aprender a escuchar al Otro. Esto comporta una gran fidelidad a la oración litúrgica, personal, a los tiempos dedicados a la oración mental y a la contemplación, a la adoración eucarística, los retiros mensuales y los ejercicios espirituales”. La espiritualidad de Santa Teresa fue una experiencia vibrante de su alma, como asidua navegante en el limpio mar de la oración.

La Santa Madre estaba convencida de la fecunda eficacia de la oración. Su fe en la oración se refleja con sencillez en una de las cartas que escribió a las Hermanas que embarcaron hacia Cuba: “Muchas han sido las oraciones que se han hecho por Vds. desde que salieron de ésta, no sólo en todas las Casas del Instituto, sino también muchas personas conocidas han dirigido al cielo sus súplicas, pidiendo al Señor les concediese un feliz viaje. Pueden creerme que esos días lo que hacía era redoblar
mis pobres oraciones”. (II, p. 129).

Hace depender la conquista de la caridad, prudencia y paciencia de la fidelidad a la oración: “lo que se requiere es caridad, paciencia y prudencia y oraciones; muchas oraciones para que el Señor le conceda aquellas virtudes”. (II, p. 129). Pide oraciones y agradece las que se hacen por ella, por sus intenciones: “Le doy gracias por las oraciones que ha dirigido al Señor por las viajeras — se refiere a las Hermanitas que han embarcado hacia Cuba -. Tengo gran satisfacción en pensar que han sido muchas las plegarias que se han hecho por ellas en muchas partes...; y no cabe duda que han sido escuchadas, pues han llegado sin novedad”. (II, pp. 128-29).
Pablo VI, “Evangelica Testificatio’, nn. 44 y 45.

Juan Pablo II, Exhortación ‘Vita Consecrata”, n. 38.

Santa Teresa fue siempre consecuente con su fe en Jesús, que fue testigo de oración y nos invita a “orar sin interrupción para no caer denotados y está siempre intercediendo por nosotros ante el Padre”. La Fundadora de las Hermanitas está convencida de una de las verdades de nuestra fe: “la Comunión de los Santos”, que proclamamos en el Credo. Sus cartas terminan habitualmente pidiendo oraciones para ella y su Comunidad y ofreciendo plegarias para las personas o Comunidades a quienes escribe.

La Madre ora por ella, por sus Hijas, por sus queridos Ancianitos, por los bienhechores..., por el mundo entero. Y con la misma fe y sencillez pide que oren a Dios por ella. Necesita la oración para ser fiel a su vocación y ora a Dios por los demás para que también sean fieles a su vocación: “Les encomiendo y encomendaré mucho al Señor para que todas y cada una, en sus respectivas obligaciones, cumplan como buenas religiosas y procuren cuanto esté de su parte que nadie ofenda a Dios en lo más mínimo; y para que no se propongan en sus obras otros fines, que el de agradar a Dios y darle gloria”. (II, p.395). La Madre estaba convencida de esta verdad: Que la oración es el logro de la intimidad con Dios, en la que se manifiesta abiertamente nuestro espíritu. Nos da ese conocimiento de nosotros mismos en el fuego del amor, para que progresemos en nuestra vida consagrada con alegre y firme esperanza. ¡Es que Teresa quería de verdad ser santa!.

La Madre Fundadora era muy consciente de la intensa actividad que exige la misión de las Hermanitas. Pero también creía y sabía que sin la acción del Espíritu Santo, del amor de Dios la actividad es insuficiente. Así nos lo dice el Señor por medio de San Pablo: “uno siembra, otro riega, otro recoge..., pero quien da el crecimiento es el Señor”.

La fecundidad de la misión apostólica de las Hermanitas depende, principalmente de la acción del Espíritu Santo y, en segundo lugar de la calidad y dosis de amor generoso que ellas siembren en todo cuanto hacen. Escuchemos el pensamiento vivido y sentido por la Madre: “Es verdad que nuestra vida es muy activa. Por eso mismo hay que poner mayor cuidado para no derramarnos en las obras exteriores. Cuanto hacemos, por Dios hemos de hacerlo, a Él debemos referirlo; y llevando este cuidado, se nos facilitará toda obra, y se suavizarán asperezas, y lograremos tener presencia de Dios en todos nuestros actos, aún los más ordinarios de la vida, hasta cumplir lo que nos manda el Espíritu Santo, esto es, que cuanto hiciéramos de palabra o de obra, hasta el mismo comer y beber en nombre de Dios lo hagamos”. (II, p. 395).

De una manera muy original, la Fundadora les invita a que armonicen la actividad con la oración-contemplación. Este es su mensaje para las Hermanitas: “En este mismo correo le envío la novena de Santa Marta, para que la hagan con mucho fervor y procuren imitar a la santa bendita en sus virtudes, y viendo cómo en medio de sus actividades pide al Señor ayuda de su hermana, la contemplación, así nosotras a su imitación hagamos nuestras ocupaciones exteriores acompañadas del espíritu de oración. Pues sólo así daremos gusto al Señor esto es, practicando las virtudes cuando hagamos los oficios de caridad con nuestros Ancianos y Hermanas. Las virtudes interiores que acompañen a la obra exterior”. (II, p. 772)

Con una sencilla mirada a las Constituciones de las Hermanitas, detectaremos el lugar central que reservan a la vida de oración en sus diversas formas de orar. En Ellas florece una variada gama de la espiritualidad orante de la Congregación: La celebración diaria de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas, la celebración y participación de los Sacramentos, la oración- meditación común y privada...” (Const. nn. 164 al 168; 172 y 175).

Las Hermanitas pueden decir con alegría y sentirse cada día más responsables porque están inmersas en lo que nos dice la Iglesia: “Ya desde hace muchos años, la Liturgia de las Horas y la celebración de la Eucaristía han conseguido un puesto central en la vida de todo tipo de comunidad y fraternidad, dándoles vitalidad bíblica y eclesial.

Una auténtica vida espiritual exige que todos, en las diversas vocaciones, dediquen regularmente, cada día, momentos apropiados para profundizar en el coloquio silencioso con Aquel por quien se saben amados, para compartir con Él la propia vida y recibir luz para continuar el camino diario. A veces la fidelidad a la oración personal y litúrgica exigirá un auténtico esfuerzo para no dejarse consumir por el activismo destructor. En caso contrario no se produce fruto: ‘como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’., (Jn. 15, 4).

En las Constituciones de las Hermanitas ocupa un lugar central todo lo referente a la oración. Todas se han comprometido a ser fieles y coherentes con las Constituciones profesadas libremente, como cauce “familiar!” de su anhelo de santificación y servicio a los Ancianos. Su Madre Fundadora las mira y ayuda desde el cielo, para que continúen con decisión y alegría perseverante por ese camino.
        
Según el Evangelio, el carisma de la Congregación de Santa Teresa y las directrices de la Iglesia, todas las Hermanitas han de continuar viviendo una convicción: en su espiritualidad la oración-contemplación y la acción conviven en amigable armonía. En la oración litúrgica y común, las Hermanitas se reúnen, presididas por Jesús, para celebrar y respirar juntas a Dios. En la oración privada se rehacen, se reafirman y renuevan en el tú a tú íntimo y familiar con Dios, para enriquecer y potenciar el “nosotras” de la Comunidad fraterna. Y después, todas se ponen en acción para repartirse y desvivirse unas por otras y por los
ancianos. Acción y contemplación se intercomunican, activan una “simbiosis” de vida en comunión con el Espíritu Santo, con “Dios Amor” y sienten su fuerza irresistible para cuidar generosa y delicadamente a los Ancianos.
 (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: Caminar desde Cristo”, n.25).

Tenemos otro testimonio admirable del amor fiel que la Madre Fundadora vivía y sentía por la oración: “Su vida entera era vida de oración y estaba siempre unida a Dios por la oración”. “Observaba con qué serenidad estaba en la oración sumamente fervorosa, hasta tal punto de permanecer impresionada por el tiempo y la manera con que permanecía en la oración”. (11, p. 881).

La personalidad orante de Santa Teresa Jornet continúa siendo un mensaje de luz, de vida y espiritualidad para todas las Hermanitas. Mujer de asidua oración y de actividad incansable. De la oración sacaba tanto amor y de su diálogo oracional con Dios brotaba su generosidad y entrega. Teresa era toda para sus Hijas, para los Ancianos.

De la ejemplaridad orante de su Madre Fundadora, las Hermanitas se convencerán cada día más de esta verdad: en su espiritualidad, la oración y la acción deben caminar al unísono, la oración les configurará con Cristo y les impulsa a ser espléndidas servidoras de tantos “cristos dolientes y desamparados” que se acercan a sus Hogares. Si todas las Hermanitas continúan tomando en serio su vida de oración-contemplación, consolidarán sin cesar su vocación de seguidoras de Cristo y su entrega para atender a los Ancianos Desamparados, que continúan esperando su presencia entrañable, cálida y fraterna: que cada hermanita sea como el “rostro amable de Jesús” al lado de los Ancianos.

V. ESPIRITUALIDAD DE COMUNIÓN FRATERNA

Voy a comenzar este capítulo inspirándome en las directrices más recientes de la Iglesia. Todos creemos y sabemos que la Iglesia está guiada por el Espíritu Santo, que el mismo Jesús le prometió y que la acompañaría siempre en su singladura por la historia, para que continuase aplicando la Salvación del Enviado por Dios- Padre: “Yo os enviaré otro Abogado, el Espíritu de mi Padre, que os irá enseñando todo acerca de mi. Y sabed que yo estaré siempre con vosotros”. El Magisterio de la Iglesia nos dice: “Si la vida espiritual debe ocupar el primer lugar en el programa de las Familias de vida consagrada, deberá ser ante todo una espiritualidad de comunión. Este es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo. En este camino de toda la Iglesia se espera la decisiva contribución de la vida consagrada, por su específica vocación a la vida de comunión en el amor. Se pide a las personas consagradas que sean verdaderamente expertas en comunión, y que vivan la respectiva espiritualidad como testigos y artífices de aquel proyecto de comunión que constituye la cima de la historia del hombre según Dios”.

(Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: “Caminar desde Cristo”, n. ç

Jesucristo cautivó el corazón de Teresa. El Espíritu Santo despertó en lo más hondo del corazón de la joven catalana una querencia intensa, concreta y muy particular: consagrarse al  Señor y dedicar su vida entera a favor de los Ancianos  Desamparados. Ese es su distintivo, su “carné de identidad vocacional y congregacional”.

La Providencia divina dirigía los  caminos de la vida de Teresa y le mostró un signo, para que iniciara esa peregrinación de amor junto a los Ancianos. En Junio del año 1872, al regresar con su madre del balneario de Estadilla (Huesca) camino de su pueblo natal Aytona, se detuvieron en Barbastro. Fue entonces cuando Teresa tuvo noticia, a través del  celoso sacerdote D. Pedro Llacera, del Proyecto apostólico de D.
Saturnino López Novoa, Maestro de Capilla de la Catedral de1 Huesca.

D. Saturnino deseaba que un Instituto Religioso se dedicara exclusivamente a la asistencia material y espiritual de los Ancianos y Ancianas. En cuanto supo los proyectos y deseos de D. Saturnino, tomó la decisión de renunciar a todo para incorpo-\ rarse a tan esperanzador y benéfico Instituto. Comprobemos la actitud decidida y cristiana de Teresa.

Lo leemos en una carta que, el día 26 de Agosto de 1872, escribió desde Aytona a D. Pedro Llacera: “Si Vd. me quiere para esta Congregación, las renuncio todas por ésta. En cuanto a lo que me dice de irme a Huesca, para mi todo es patria. Soy hija de obediencia. El obedecer es mi dicha. Por tanto, puede disponer como una niña que se pone en manos de su madre, sin ningún temor”. (1, pp. 26-27). Así proclamó su rotundo y sincero sí a Jesucristo y a los Ancianos abandonados. El día 11 de Octubre de 1872, Teresa se incorporó al grupo de Aspirantes que ya estaban reunidas en Barbastro. Su hermana María lo hizo el 18 de Octubre del mismo año. D. Saturnino eligió a Teresa para que dirigiera la incipiente Comunidad-Congregación Fue la primera Superiora General de la Congregación.

En carta a D. Saturnino, Teresa manifiesta la honda sencillez y humildad que anidaban en su corazón: “Sólo por la santa obediencia puedo hacer yo esto, que de lo demás no tengo capacidad para dirigir un pájaro. Pero con todo, a pesar de mi insuficiencia, yo no dejaré de hacer lo posible para cumplir con la obligación que la santa obediencia me ha puesto “. (1, p. 30). ¡Bendito acierto de D. Saturnino!. Como los primeros Apóstoles y alentadas por su amor a Jesucristo y a los Ancianos, y dirigidas por Teresa comenzaron a vivir en Comunidad fraterna.

1. Comunión fraterna.

La Iglesia nos dice: “Se recuerda también, que una tarea en el hoy de las comunidades de vida consagrada es la de fomentar la espiritualidad de comunión, ante todo en su interior..., entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad. Una tarea que exige personas espirituales forjadas interiormente por el Dios de la comunión benigna y misericordiosa, y comunidades maduras donde la espiritualidad de comunión es la ley de vida”. (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: Caminar desde Cristo’, n. 28.)

Jesucristo es quien eligió a Teresa y ha elegido a cada hermanita. Es una de las manifestaciones del amor que las tiene y de la confianza que ha depositado en ellas. Las Hermanitas han respondido al Señor con un rotundo sí: el de su amor sincero. En definitiva, podemos decir que Jesús es el convocador. Quiere y les propone que vivan en paz “en una misma Casa y realicen una misión común”, que Él les confía.
Unidas por el amor y la misión apostólica, Teresa y sus Hijas hacen vida propia una extraordinaria y significativa verdad, que día a día tendrán que defender y construir. Porque “una comunidad de consagradas es la expresión, de la vivencia gozosa y positiva de los votos; alegría en la pobreza evangélica, cordialidad en el amor oblativo a quienes nos necesitan, sumisión-dependencia-colaboración con el grupo y con los superiores (Dimensiones de la vida dominicana).

Todas unidas, las Hermanitas intentan formar un ambiente similar al de una familia, en donde reina la amistad fraterna y la paz, impregnadas de caridad, para que en esa Comunidad todas encuentren un clima adecuado para el desarrollo de la madurez humana y cristiana integral. Y, a la luz de la fe, descubran el valor de cada persona amada por Dios con infinito amor.

Cada una y todas al unísono procurarán cultivar los grandes valores, que constituyen el núcleo y la belleza de una Comunidad religiosa: espíritu de servicio, caridad-amistad cristiana, disponibilidad, actitud oblativa, capacidad de diálogo fraterno, actitud de acogida y comprensión mutuas, disposición al cambio, a la convivencia y a la conversión, espíritu de oración y colaboración incondicional para la misión común: atender a los Ancianos. (Dimensiones de Vida Dominicana, n. 35).

Son los signos evidentes de que la espiritualidad —la caridad en acción— de la comunión fraterna está viva, palpitante. La Iglesia, haciéndose una pregunta, responde para orientar a quienes han consagrado su vida a Jesucristo: “¿Qué es la espiritualidad de comunión? Con palabras incisivas y capaces de renovar las relaciones y programas, Juan Pablo II enseña: Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están nuestro lado. Y además: Espiritualidad de comunión significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo Místico y, por tanto, como uno que me pertenece.

De este principio derivan con lógica apremiante algunas consecuencias en el modo de sentir y de obrar: compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos; intuir sus deseos y atender a sus necesidades; ofrecerles una verdadera y profunda amistad. Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo
que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios; es saber dar espacio al hermano llevando mutuamente los unos las cargas de los otros. Sin este camino espiritual, de poco sirven los instrumentos externos de la comunión”.  La espiritualidad de Teresa y su Congregación refleja en su Libro de Familia esos mismos valores de la Comunión fraterna: “Siendo la vida religiosa hogar y escuela de perfección evangélica, las hermanitas han de tener como el primero de los preceptos a observar en la vida comunitaria el mandato nuevo que nos enseñó nuestro divino Maestro y Salvador Jesús: Este es mi precepto, que os améis unos a otros como yo os he amado “. (Const. n. 211).

Una de las grandes aspiraciones de Santa Teresa Jornet fue y es, que sus Hijas, que todas las Comunidades de su Congregación vivan en un clima comunitario-fraterno auténtico. Lo está reclamando el amor a Jesucristo, un amor compartido con otras Hermanas convocadas también por Jesús a vivir en unidad y comunión “para que el mundo crea “. El “único Espíritu”, que guía y anima a la Iglesia también orientaba a la Madre en su tiempo y sigue orientando a las del presente. La Iglesia nos recuerda: “La espiritualidad de la comunión se presenta como clima espiritual al comienzo del tercer milenio, tarea activa y ejemplar de la vida consagrada a todos los niveles. Es el camino maestro de un futuro de vida y de testimonio. La santidad y la
 misión pasan por la comunidad, porque Cristo se hace presente en ella y a través de ella. El hermano y la hermana se convierten en sacramento de Cristo y del encuentro con Dios, posibilidad concreta y, más todavía, necesidad insustituible para poder vivir el mandamiento del amor mutuo y por tanto la comunión trinitaria”. ‘
(Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: ‘Caminar desde Cristo”, n. 29. Id. n. 29).

Esa actitud fraterna, la unidad en el amor, que refleja espiritualidad de comunión y construye Comunidad es lo que la Madre les pedía y pide hoy a sus Hijas: “Entre las Hermanitas debe haber mucha caridad, verdadera unión fraterna y buena armonía... Y de tal manera han de estar unidas entre s4 que no haya entre ellas la menor aspereza de palabra, ni siquiera de sentimiento; pues sería muy lamentable el notarse que alguna Hermana no procediese de esta manera y fuese causa de desunión y discordia entre ellas. Con la mucha caridad entre todas, se harán llevaderos y suaves los trabajos y molestias que nuestra misión conlleva “. (1, pp. 578-579).

La M. Fundadora no se cansaba de insistir, invitar y animar a todas las Hermanitas para que construyan ese ambiente fraterno de hogar y familia:
“Anímense mucho y cuiden de cumplir bien y ser como Dios quiere. Sobre todo, paz y unión con las Hermanas, y mucha caridad unas con otras “. (1, p. 452). ¡ Qué bien sabía la Madre, cómo vivía y defendía Ella esta verdad: “que la paz se construye sobre la fe y el amor a Jesucristo y a los hermanos, sobre el respeto mutuo, la comunicación humilde, sencilla, sincera y alegre; la preeminencia de la “persona, imagen de Dios”, sobre su “función”, la responsabilidad, la disponibilidad generosa y la participación; el esfuerzo personal para responder a la gracia y la apertura caritativa a los demás”.

La Fundadora de las Hermanitas espera de todas esta ofrenda de amor. Se lo pedía con amor y esperanza de Madre, porque estaba convencida de que la unidad y la paz, como signos del Reino predicado por Jesús, es el mejor “oxígeno espiritual y humano”  para vivir como personas y como consagradas. Cualquier “atentado” contra la unidad y la paz nos deja heridos e indefensos: “Por Dios, tengan Vds. paz y unión que, si no hay paz en casa, es como si no tuviéramos nada..., de lo contrario se fastidiarán Vds. de la vida religiosa y se pondrán en peligro de grandes males”. (1, p. 762).

La Madre es una mujer curtida y experimentada. Sabe que cuando falta la caridad brotan muchos sinsabores y no quiere que sus Hijas sean víctimas de ese malestar: “Faltando la paz, faltó todo bienestar y es imposible que las Hermanas que así viven, tengan un momento de reposo, pues que ha de ver en contra suya a Dios, a sus Hermanas y a su propia conciencia. Así viviendo, no pueden esperar más que infidelidades de presente y de malísimo porvenir en el tiempo y en la eternidad”. (II, p. 104).

La Madre siempre está a favor del verdadero amor, que es la raíz de la paz auténtica que Jesucristo nos brinda y es la paz que nos mantiene unidos y contentos. En esa clave, la Madre alimenta su pensamiento y les invita a las Hermanas para que lo compartan: “les encargo muchísimo que se traten unas a otras con afabilidad y amor de hermanas, no permitiéndose la menor palabra con que puedan ofenderse faltando a la caridad y respeto que deben tenerse entre sí”. (II, p. 403).

Es indudable que el mensaje de la Madre Fundadora está en sintonía con lo que la Iglesia nos dice actualmente: “la misma vida fraterna, en virtud de la cual las personas consagradas se esfuerzan por vivir en Cristo con un solo corazón y una sola alma, se propone como elocuente manifestación trinitaria. La vida fraterna manifiesta al Padre, que quiere hacer de todos los hombres una sola familia; manifiesta al Hijo encarnado, que reúne a los redimidos en la unidad, mostrando el camino con su ejemplo, su oración, sus palabras y, sobre todo, con su muerte, fuente de reconciliación para los hombres divididos y dispersos; manifiesta al Espíritu Santo como principio de unidad en la Iglesia, donde no cesa de suscitar familias espirituales y comunidades fraternas”.Juan Pablo II, Exhortación Apostólica ‘Vita Consecrata’, n. 21f. Id. n. 35.

VI. ESPIRITUALIDAD EUCARÍSTICA Y DE LA CRUZ

         Comienzo este capítulo con un testimonio conmovedor de la fe y del amor que la Fundadora de las Hermanitas vive y siente por la Eucaristía: “Era tan grande su amor a la Eucaristía que la veíamos muchas horas absorta en oración ante el Sagrario en un estado de sumo recogimiento y veneración, y parecía no anhelar otra cosa que el momento de estar en oración ante Jesús Sacramentado”. (II, p. 882). En las Constituciones de las Hermanitas se sitúa a la Eucaristía como centro de su vida individual, comunitaria y de su misión apostólica.

La trayectoria cristiana y consagrada de la Fundadora de las Hermanitas está marcada y rebosante de amor a la Eucaristía. Este amor era algo connatural, vital para su espiritualidad. Teresa hizo suyo el significado teológico-salvífico de la Eucaristía. Creía y sabía que el misterio eucarístico significa y realiza la unión de Dios con cada uno de nosotros y también la unidad comunión entre todo el Pueblo de Dios. Una comunión que tiene perfiles singulares entre las personas que comparten el mismo carisma vocacional, viviendo en comunidad fraternal para realizar una misión peculiar y común. Ninguna Comunidad se edifica en Cristo ni realiza la tarea apostólica, si la Eucaristía no es la raíz y el quicio vital del convivir comunitario.

La celebración de la Liturgia, especialmente de la Eucaristía, constituye el origen- fuente, centro y meta de toda actividad de la Iglesia y de todos los Institutos de Vida Consagrada. Ahí se origina, se cultiva y profundiza la unión con Cristo y la unidad entre todos los miembros de la Comunidad religiosa. Así nos lo enseña la Iglesia:
“Dar un puesto prioritario a la espiritualidad quiere decir partir de la recuperada centralidad de la celebración eucarística, lugar privilegiado para el encuentro con el Señor. Allí Él se hace nuevamente presente entre sus discípulos, explica las Escrituras, hace arder el corazón e ilumina la mente, abre los ojos y se hace ¿ reconocer”. (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: “Caminar desde Cristo”, n. 26).

Junto a su profundo amor eucarístico, Santa Teresa Jornet vive con fe y generosidad su amor a la Cruz. Su espiritualidad también está impregnada de esa dimensión cristina. Teresa asume el dolor, el sacrificio, las dificultades de la vida desde la perspectiva de su fe en Cristo “y Éste crucificado “. Lo acepta como paso previo, para alcanzar la luz de la Resurrección del Señor. El Misterio eucarístico y el de la Cruz presiden la vida de la Fundadora de las Hermanitas y le dan luz y fuerza para ser fiel a la vocación- misión que Jesús le ha confiado. Una fe y un amor que la Madre vivirá la primera y alentará a sus Hijas para que lo acepten y vivan con fe, esperanza y amor.

1. Espiritualidad de la Eucaristía.

Comenzamos recordando la vibrante invitación del Papa Juan Pablo II, que adquiere un relieve muy especial para las personas consagradas: “Encontradlo, queridísimos, y contempladlo de modo especial en la Eucaristía, celebrada y adorada cada como fuente y culmen de la existencia y de la acción apostólica”.

La Eucaristía, memorial del sacrificio del Señor, corazón de la
vida de la Iglesia y de cada comunidad, aviva desde dentro la oblación renovada de la propia existencia, el proyecto de vida comunitaria, la misión apostólica. Todos tenemos necesidad del viático diario del encuentro con el Señor, para incluir la cotidianidad en el tiempo de Dios que la celebración del memorial de la Pascua del Señor hace presente”. Es que “la Eucaristía, memorial del sacrificio del Señor, corazón de la vida de la Iglesia y de cada comunidad, aviva desde dentro la oblación renovada de la propia existencia, el proyecto de vida comunitaria, la misión
apostólica”. 

         La Fundadora de las Hermanitas alimenta su espiritualidad en ese Misterio de fe y amor. Ella cree sin vacilar que la Eucaristía es la celebración, la actualización sacramental y continuada de la vida, muerte y resurrección del Señor. Para hacerse “pan de vida y bebida de salvación “, Jesús aceptó el designio salvador del Padre: padecer la prueba del dolor y de la muerte en cruz. En esta verdad de fe en Jesucristo, muerto y resucitado, nacía y se alimentaba la espiritualidad y el amor que la Madre sentía por la Eucaristía. De esta profunda experiencia eucarística brotaba todo el amor que Santa Teresa sentía y compartía con sus Hijas y repartía entre sus queridos Ancianitos. Es admirable y conmovedor leer en las cartas de la Madre sus pensamientos y sentimientos de amor al “Sacramento de nuestra fe”.


Sabemos que la delicada salud de la Madre Fundadora le obligaba, a veces, a permanecer en el lecho del dolor y le impedía participar en la Santa Misa. Era entonces cuando su corazón se expansionaba para manifestar sus hondos y sinceros sentimientos. Sentía ansias de Dios, hambre del “Pan de los Angeles” y lo decía en voz alta: “Hace unos días que no bajo a visitar a nuestro Señor y eso es lo que más siento, el no poder ir a la cap illa y estar en cama hasta tarde”. (II, p. 565).

En una carta a su hermana, Sor María dice: “Gracias a Dios, estoy mejor. Es verdad que ayer mañana lo pasé mal, pero yo creo que lo permitió el Señor para que no sintiese tanto el perder la Misa”. (II, p. 521). Pero ella no dejaba de sufrir por el hecho de no tener la satisfacción creyente de asistir a celebrar la Eucaristía y, más aún si era un día litúrgico muy significativo: “El médico me encuentra muy débil y me ha dicho que no vaya mañana — fiesta de Pentecostés — a Misa. Ya puede comprender cuán grande será mi sentimiento”. (II, p. 565).

Es que la Madre encontraba su fuerza y su paz en Jesucristo, por eso anhelaba tanto participar en la Eucaristía y unirse sacramentalmente a El: “mañana sábado, Dios mediante, me traerán al Señor Desde el domingo que no lo he recibido; ya puede pensar silo descaré”. (II, p. 524).

Cuando Teresa puede participar de la Eucaristía, un contraste luminoso de gozo y alegría le inundaba el corazón: “Hoy, gracias a Dios, puedo decirle que he oído Misa y he comulgado”. “Yo me voy a Misa y las encomendaré al Señor. Ya tres días seguidos llevo de comunión. ¡Cuántas gracias me hace el Señor”. (II, p, 550). Con este espíritu gozoso de amor eucarístico, la Madre se congratulaba con sus Hijas. Podemos comprobarlo en una carta que escribía a la Comunidad de Aytona, el 3 de Octubre de 1891: “Tengo muchísima alegría en saber que mañana les llevan al Señor a esa Casa. ¡Sí que desearía encontrarme en ésa!. Mas el Señor lo dispone así, paciencia. Les encargo que sepan ser muy agradecidas al Señor por el gran favor que les hace. En mi nombre háganle alguna visita y procuren obsequiarle haciéndole mucha compañía “. (II, p.4l 3).

Este espíritu de la Madre se refleja meridianamente en las Constituciones de su Congregación. Sitúan a la Eucaristía como vida y centro de la Comunidad. Las Hermanitas reciben fuerza, unidad, esperanza y santidad de esa experiencia de amor eucarístico: “De la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana a nosotras la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo, y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin”. (Const. n. 164) Las mismas Constituciones recuerdan a las Hermanitas que su participación activa en la Eucaristía es fundamental, esencial para su vida individual, comunitaria y para su misión en beneficio de los Ancianos. En torno a la Eucaristía ha de girar toda su vida y misión: “Todos los días, las hermanitas participarán de la celebración de la Eucaristía, procurando con solícito cuidado exterior y con fervor interno asistir o estar presentes a este misterio de fe, no como extrañas y ¡nudas espectadoras..., sino participando en la acción sagrada y siendo en ella instruidas con la palabra de Dios y fortalecidas en la Mesa del Señor”. (Const. n. 165).

Desde sus orígenes hasta nuestros días la Santa Fundadora y sus Hijas han dedicado su vida al servicio de la Iglesia, “Sacramento Universal de Salvación. Ellas aman y sirven a la Iglesia de Jesús en “esa porción o comunidad del Señor que son los pobres, las Ancianos Desamparados acogidos en sus Casas “. Lo han procurado realizar en armonía con la fe de la Iglesia y centradas en lo que es vida y corazón del Pueblo de Dios: la Eucaristía, “Memorial de la vida, pasión, muerte y resurrección del Señor”.

Así, la espiritualidad eucarística de las Hermanitas de todos los tiempos la han vivido y viven en armonía y comunión con la Iglesia de Jesús. Desde el querer de Cristo, de la Iglesia y su Madre Fundadora han de intentar siempre vivir en la verdad y en el contenido salvífico del “Sacramento de nuestra Fe”: “En la Eucaristía se concentran todas las formas de oración, viene proclamada y acogida la Palabra de Dios, somos interpelados sobre la relación con Dios, con los hermanos, con ¡ todos los hombres: es el sacramento de la filiación, de la fraternidad y de la misión. Sacramento de unidad con Cristo, la Eucaristía es contemporáneamente sacramento de la unidad eclesial y de la unidad de la comunidad de consagrados. En definitiva es fuente de espiritualidad de cada uno y del Instituto entero. (Congregación, nº 26).

Viviendo esta verdad de fe y amor, la espiritualidad de las Hermanitas de hoy también será un testimonio, un anuncio transparente y sincero proclamando “qué fue la muerte del Señor hasta que vuelva”: ¡una entrega de amor al Padre y a los hombres y mujeres de todos los tiempos, principalmente a los Ancianos!

2. Espiritualidad de la Cruz.

 
         La cruz, el dolor, el sufrimiento ha sido una experiencia constante y consciente del ser humano. Anta esta cruda y desconcertante realidad, las reacciones son diversas: de rechazo, de incertidumbre, de desesperación, de enfrentamiento con el misterio de Dios. Pero también: de aceptación serena y esperanzada, de solidaridad fraterno-cristiana impulsada por la fe y el amor.

Esta actitud positiva y creyente es la que guío a Santa Teresa Jornet y continúa guiando la vida y misión de todas las Hermanitas. Todas enraízan su vida mirando a Jesús “que nos precede en todo, incluso en el dolor y en la cruz, como signo y medio de redención.

El pensamiento de un grupo de Religiosas nos lo recuerda con sencillez y claridad: “No hay vida religiosa, seguimiento de Cristo, sin ascesis que madure a las personas. Ahí están los santos, los fundadores de Congregaciones, los grandes
maestros, contemplativos, predicadores o educadores. Inexorablemente, la cruz de Cristo forma parte de la vida de sus auténticos discípulos. Otra apreciación sería engañosa, al menos por irreal. Y no es que a la vida religiosa se venga a sufrir, sino que la cruz sobreviene siempre: de forma esperada o de forma inesperada y con distintos rostros: como dureza de trabajo, angustia 1 económica, incomprensión fraterna, infidelidad del amigo, crisis familiares, radicalismo de pobreza, castidad y obediencia, enfermedad, servicio entre marginados, cuidado de ancianos y de enfermos”.

Este pensamiento nos lo recuerda hoy la Iglesia con realismo y claridad: “Vivir la espiritualidad en un continuo caminar desde Cristo significa comenzar siempre a partir del momento más alto de su amor — cuyo misterio guarda la Eucaristía —, cuando en la cruz Él da la vida en la máxima oblación. Los que han sido llamados a vivir los consejos evangélicos mediante la profesión no pueden menos que frecuentar la contemplación del rostro del Crucificado.

Y en otro Documento de la Iglesia, publicado el año 2002 leemos “El rostro del Crucificado es el libro en el que se aprende qué es el amor de Dios y cómo son amados Dios y la humanidad, la fuente de todos los carismas, la síntesis de todas las vocaciones. La consagración, sacrificio total y holocausto perfecto, es el modo sugerido a ellos por el Espíritu Santo para revivir el misterio de Cristo crucificado, venido al mundo para dar su vida en rescate por todos y para responder a su infinito amor.

La historia de la vida consagrada ha expresado esta configuración a Cristo en muchas formas ascéticas que han sido y son aún una ayuda poderosa para un auténtico camino de santidad... A lo largo de la historia de la Iglesia las personas consagradas han sabido contemplar el rostro doliente del Señor también fuera de ellos. (Dimensiones de la Vida Dominicana, n. 46. ) (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: “Caminar desde Cristo”, n. 27).

Lo han reconocido en los enfermos, en los Ancianos abandonados, en los pobres, en los pecadores... La vocación de estas personas consagradas sigue siendo la de Jesús y, como El asumen sobre sí el dolor y el pecado del mundo des- gastándose, consumiéndose en el amor”.

Santa Teresa Jornet tomó en serio su seguimiento de Cristo. Quiere serle fiel en todo hasta el final. Al Señor le ha escuchado decir y ha constatado que El vive lo que dice: “Yo soy el enviado por el Padre, como signo visible de su amor al mundo. El hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado. Y dirigiéndose a todos dijo: el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con la cruz cada día y véngase conmigo, y allí donde estoy yo estará también mi servidor”. (Lc. 9, 23-26).

La Fundadora de las Hermanitas lo acogió en su corazón. Ella no hizo teorías bonitas y cómodas sobre la “Cruz de Cristo”. Sencilla y generosamente la aceptó tal y como el Señor se la presentaba cada amanecer. Nunca se dejó llevar de la apatía ni de la comodidad. Reaccionó siempre con talante creyente y entrega de amor generoso. Todo lo que en su vida tenía “sabor de cruz” lo interpretaba a la luz de su sincera fe en Cristo crucificado y Redentor del mundo.

Por la historia conocemos que la salud de Teresa era delicada y frágil. Nunca protestaba ni pedía explicaciones al Señor. Aceptó con humilde sencillez su situación personal: era su ofrenda, signo de su amor a Jesús. También conocemos por la historia las dificultades y “peripecias” durante la fundación y consolidación de la Congregación y las fundaciones de las distintas Casas. Sus penurias económicas, sus sufrimientos por las “tensiones” creadas por alguna de las primeras Coniunidades de Hermanitas. ¡Con qué temple, fortaleza, prudencia, serenidad, esperanza, amor y acierto lo iba afrontando, superando y conseguía resolviendo!

La Madre logró transformar “sus cruces cotidianas” con la solidez de su caridad abnegada y generosa. Era una mujer experimentada en las exigencias de seguir a Cristo, “y éste crucificado”. Todo lo encajó con fe, esperanza, amor y humildad: ¡sin amargura! Sí, la Santa Fundadora asumía ella la primera las “cruces” y, con palabras de confianza y aliento, animaba a sus Hijas.

Y puesto que para ella las dificultades entran en los planes de la Providencia divina, que busca lo mejor para sus criaturas, aunque la naturaleza se resista a aceptarlas, la M. Teresa pedirá a todos que le ayuden con ss oraciones para aceptar con alegría “lo que más le convenga para gloria de Dios”. TI, p. 359). “No valgo para nada, yo voy mediana de Salud. Dios sea bendito que así lo quiere”. (II, p. 358).

En una carta que escribe a D. Francisco, en octubre de 1875, ya se refleja bien esta actitud acogedora de cuanto Dios la envía: “Padre, respecto a lo que me dice de la cruz, yo estoy contenta, y cuanto más cerca pueda imitar a mi Esposo Jesús, tanto más contenta estoy. No merezco la paz que Dios me da en medio de todo esto, de lo que no sé cómo dar gracias a Dios”. (1, p. 161). Y en otro momento dirá con serena humildad: “Sigo mediana de salud, pidan al Señor por mi”. “Continúo un poco mejor Quiera el Señor continúe este alivio, si conviene, para poder trabajar a su mayor gloria “. (II, p. 359).

Esta admirable actitud cristiana con que la Madre asume las “pruebas” lo enfoca siempre desde la perspectiva de su amor a Jesucristo: “Su paciencia se demuestra en cómo acepta risueño los sufrimientos a que se somete con su obediencia, humildad y pobreza... Y para que también al espíritu los sufrimientos alcancen, sufre por sus padres, que ve despreciados y padeciendo privaciones con Él, y por lo que ve le espera durante toda su vida, y muy especialmente en su pasión y muerte que tiene a la vista. Sean las que quieran las pruebas al que el Señor nos sujete, ya de necesidad, ya de enfermedades, ya de desprecios y aún de calumnias, sufrámoslas resignadas, que el Niño las endulza con su ejemplo “. (II, p. 230).

Pero la Fundadora de las Hermanitas interpreta y acepta la crudeza dolorosa de la vida, no simplemente resignándose, sino en perspectiva de esperanza: “Como es de suponer durante el santo tiempo de Cuaresma se habrán aprovechado mucho de los grandes ejemplos que nuestro amable Redentor nos da, sobre todo en la última semana, donde nos enseña a amar la cruz y los trabajos. Ya sabemos que el que quiera gozar con Cristo ha de padecer con Él. Sepamos, pues, sacar el debido fruto en todo y nuestras obras serán llenas en la presencia de Dios. La vida es breve y hay que aprovechar el tiempo, para que no nos encuentre con las manos vacías”. (II, p.
586).

Sí. Santa Teresa Jornet aceptó y vivió con la lucidez de la fe y la fortaleza del Espíritu el verdadero sentido y alcance de la ascesis cristiana. Lo acepta como integración de la cruz, como desarrollo normal de la vida humana, de la vida de la gracia y su vida consagrada al Señor. Asume la ascesis, el sufrimiento como factor de equilibrio personal y como lubricante de las tensiones comunitarias. Como imitación de la vida de Cristo pobre, humillado, despreciado y crucificado. Y también, como solidaridad, como cercanía fraterna con los más pobres: Sus queridos Ancianos.

Ella vive la ascesis del seguimiento de Jesús como un medio que sosiega las pasiones, el egoísmo; como un medio que curte, fortalece y santifica a las personas que aman de verdad a Jesucristo. Para la Madre, la ascesis cristiana y de sus Hijas consagradas a Jesús abarca toda la vida al servicio de la Iglesia y de los Ancianos.

Es un programa exigente de laboriosidad, entereza, pobreza, entrega a los demás, abandono de una familia para constituir otra, aceptación obediente y sencilla de trabajos difíciles e ingratos; incluso vida de inseguridad y disponibilidad total “por el Reino de Jesús” que, en su tremenda indefensión en la Cruz, abrió sus labios para pedir ayuda al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?. Y dando un fuerte grito exclamó: Padre, en tus manos pongo mi vida “. Fue su última palabra: La de la confianza total en su Padre, que veía complaciente que su Hijo querido: “lo había cumplido todo y lo había hecho bien “.

La Santa Madre no sólo da testimonio de que aceptaba las “cruces”, fueran del signo que fueren. Es que, además, orienta y anima a sus hijas para que no se arredren ante nada: “Lo que nos importa es ser buenas. Es verdad que, mientras vivamos en este mundo, no nos ha de faltar algo que ofrecer al Señor pero ¡ánimo!, que Dios está con nosotras, y con su pesadísima Cruz va delante para darnos ejemplo “. (II, 376).

La Madre es lúcida y realista. Por eso dice con sencillez y sentido: “Dicen que el que no sabe sufrir no sabe vivir; con que a ver si Vd. aprende y se hace de corazón grande en Dios y para Dios”. (II, p.59l). La Madre está tan identificada con Dios, que hace suyo lo que nos dice San Pablo: “porque Dios ama al que se da y da con alegría”.

Por eso, ante las dificultades, intenta animar a las Hermanitas: “Hijas mías, este año nos ha tocado la Cruz: llevémosla con alegría “. (1, p. 225). Ese talante de fe, de esperanza, de amor generoso, servicial, sacrificado y humilde es lo que la ilumina y fortalece en todo cuanto sabe a cruz, a dificultad: “Parece que Dios cierra las puertas y nos está probando de muchos lados y se complace en esto; que si no, no estaríamos tan alegres como estamos. El enemigo hace muchos esfuerzos, porque las cosas de Dios tiene sus contrarios y esto nos prueba que ha de ser para gloria de Dios... Yo espero que Dios nos dará fuerzas para vencer las dificultades que ahora se presentan “. (1, pp. 176-177).

Es evidente que la Santa Fundadora habla claro y con autoridad a las Hermanitas. Les recuerda que su vocación, su vida de seguidoras de Jesús es exigente y trabajosa. Les indica y les invita con convicción, que en su recorrido y vivir diarios nunca pierdan de vista a su Señor y Maestro Jesús y que esperen firmemente en Él y confíen en su Palabra, en su Promesa: “ánimo, no temáis, soy yo, que estaré con vosotros siempre “.

Desde esta convicción de fe en la fidelidad de Jesús, la Fundadora de las Hermanitas les decía a sus contemporáneas y continúa diciendo a las que realizan hoy su misión: “Ánimo, Hijas mías, que el Señor está con nosotras”. Con su vida y con su palabra, la Madre supo vivir la espiritualidad de la Cruz y, desde el cielo, sigue siendo un referente luminoso, esperanzado y entrañable para todas las Hermanitas de la historia.

Este espíritu de aceptación de las “cruces” y dificultades de la vida pervive en las Constituciones que todas las Hermanitas han profesado libremente: “La hermanita, que sigue a Jesucristo, nuestro divino .Modelo, por un camino de trabajo difícil y abnegado, procurará conseguir y acrecentar el espíritu interior de sacrificio. A ello le ha de ayudar la práctica de la mortificación, con espíritu de penitencia, según las enseñanzas de la Iglesia y la tradición del Instituto”. (Const. n. 218).

Visto 256 veces