RETIRO EUCARISTÍA

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN/1

LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA/1

LA COMIDA  DECOMUNIÓN

 

            Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue instituir la Eucaristía con el sacrificio de su vida,  dándose como Amigo que no ama con amor extremo hasta el final de los tiempos y dándose como alimento de vida eterna para todos los hombres. Y estos misterios del sacramento de la Eucaristía los realizó con dos signos materiales de la comida humana, que son el pan y el vino. Jesús instituye y anticipa proféticamente el sacrificio de la cruz “en la sangre derrada... y en el pan que se entrega…”; fue la ofrenda sacramental de su sacrificio, como misa y como comida espiritual:AMi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...@   y como amistad permanente a través de los siglos: “Me quedaré con vosotros hasta el fina de los tiempos.”

            El Señor instituyó esta celebración de la Alianza Nueva mediante una comida, que se convertirá en los siglos venideros en el memorial de su sacrificio, siguiendo el modelo de la antigua alianza junto al monte Sinaí: sacrificio y comida. La Instrucción“Redemptionis   Sacramentum” nos recuerda que la Eucaristía no debe perder este carácter convivial y sacrificial    ( RS 38).

            Los  relatos evangélicos nos muestran que las comidas en su vida apostólica fueron momentos siempre  de salvación: en casa de Simón, con la mujer arrepentida (Lc7, 36-50), fue, por ejemplo, comida de perdón; fue comida de salvación, con los recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mt 9, 10); encuentro de gracia, perdón y amistad con Zaqueo (Lc 19,2-10); en Betania fue  signo de amistad  con los amigos Lázaro, María y Marta, incluyendo las quejas de Marta porque María permanece a los pies del Maestro (Jn 11,1).            A diferencia de Juan el Bautista que ayunaba, Jesús participaba gustoso en la comidas de sus contemporáneos: AEl Hijo del hombre come y bebe@(Mt 11,19).

            Esto no era nada extraño para Jesús y los Apóstoles. En la religión hebrea, en la cual ellos nacieron y vivieron, la comida tuvo siempre un papel muy importante en las relaciones de Dios con los hombres, en la ratificación de los  pactos y alianzas, que siempre se ratificaron con una comida: mediante una comida se sellan los pactos o alianzas entre Isaac y Abimelec (cfr Gen 26,26-30), entre Jacob y su suegro Labán (cfr Gen 31,53) y en concreto, en la alianza de Dios con el pueblo de Israel, donde  el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza, y otra, que muestra a la comida, como expresión de esta misma alianza.

            En lo referente a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios: AY luego comieron y bebieron@(Ex 24,11). A la contemplación se une la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. 

            Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios, y en el mismo lugar consagrado a Dios se tenían también las comidas. Así se restañaban y se potenciaban las relaciones de Dios con los hombres: comían en su presencia.

            A la primera comida, que en su tiempo ratificó la alianza establecida con Moisés y los ancianos de Israel, corresponde la última comida, la Última Cena, que sellará la conclusión de la Alianza Nueva y Eterna en fidelidad a las promesas hechas a David: AEn aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo los alejará de todo el país. -- Lo ha dicho el Señor. --  Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación@( (Is 25,6-9).

            La comida hará comprender todos los beneficios y todas las gracias que Dios dará a los hombres con aquella alianza. También en el libro de Enoch, cronológicamente más cercano a la época de Cristo, la felicidad de la vida futura está representada por la imagen de un banquete celestial: AEl Señor de los espíritus habitará con ellos y éstos comerán con el Hijo del hombre; tomarán  parte en su mesa por los siglos de los siglos@(62,14). La felicidad consistirá en sentarse a la mesa con el Mesías o Hijo del hombre, muy cercanos al Señor de los espíritus, es decir, a Dios.

            Naturalmente en la comida eucarística, instituida por Cristo, no es comida y bebida ordinaria lo que se come,  sino su carne gloriosa, llena de Espíritu Santo, y su sangre  gloriosa, derramada por nuestros pecados.  Pero el comer es esencial en toda comida, también en la eucarística: APorque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida@(Jn 6,55), con la particularidad de que en la Eucaristía Jesús no implica sólo su cuerpo y sangre, sino que se implica Él mismo entero y completo.

            En la Última Cena Jesús inaugura la comida de la Nueva Alianza, que luego continuaría celebrando después de su resurrección con la comunidad de Jerusalén, que fueron encuentros de gozo y  reconocimiento y alegría por parte de los Apóstoles. Y así se siguió celebrando la Eucaristía como comida o cena hasta que empezaron a darse los abusos de que nos habla S. Pablo en su carta a los Corintios junto con el aumento de miembros en las comunidades.

            Entonces comenzaron a separarse Eucaristía y banquete o ágape, con el peligro que llevaba consigo de que la liturgia se  convirtiera a veces  en un espectáculo para  ver a unos comer y a otros pasar hambre, más que en una comida familiar de encuentro en la fe y en la palabra, en comida  participada. 

            Una descripción interesante de la celebración de la comunión en el siglo IV aparece en una de las instrucciones catequéticas de Cirilo de Jerusalén: ACuando os acerquéis, no vayáis con las manos extendidas o con los dedos separados, sin hacer con la mano izquierda un trono para la derecha, la cual recibirá al Rey, y luego poned en forma de copa vuestras manos y tomad el cuerpo de Cristo, recitando el Amén... Después, una vez que habéis participado del Cuerpo de Cristo, tomad el cáliz de la Sangre sin abrir las manos, y haced una reverencia, en postura del culto y adoración y repetid Amén y santificaos al recibir la Sangre de Cristo... Luego permaneced en oración y agradeced a Dios que os ha hecho dignos de tales misterios@(S.Cirilo, CM, V 21ss).

            Después del siglo XII la comunión bajo la especie de vino fue despareciendo en la Iglesia de Occidente.

2, 2,- MIRADA LITÚRGICA A LA EUCARISTIA COMO COMUNIÓN. 

 

            La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla:ATomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... tomad y bebed... porque ésta es mi sangre@; es decir, que, si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como Él mismo había prometido varias veces durante su vida.          Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos. No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como  el Nuevo Cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y  resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12.

            No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la Última Cena:  AArdientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer@, es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos.

            La pascua judía era la celebración de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la Alianza en la sangre de los sacrificios en la falda del monte Sinaí y de la entrada en la tierra prometida...

            La pascua cristiana, inaugurada por Cristo en la Última Cena, es la liberación del pecado, el paso de la muerte a la vida y la Nueva Alianza de amistad con Dios en la sangre del Hijo, nuevo cordero de la Nueva Alianza: “Este es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Como hemos insinuado, ya desde la noche de la pascua judía,  figura e imagen de la Nueva Pascua cristiana,  Dios, nuestro Padre pensaba en darnos a su Hijo como nuevo Cordero de esta nueva alianza que hacía por su sangre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

            AYo veré la sangre y pasaré de largo, dice Dios@. Pascua significa paso, paso de Yahvé  sobre las casas de los judíos en Egipto sin herirlos,  y ahora, en la nueva pascua, paso de la muerte de Cristo a la resurrección, que se convierte en  nuestra pascua, -paso-, por Cristo, del pecado y de la muerte a la salvación y a la eternidad.

            Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué cosa tan maravillosa vio el ángel exterminador en la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los judíos para pasar de largo y no hacerles daño aquella noche de la salida de la esclavitud de Egipto, en que fueron exterminados los primogénitos egipcios.  En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia, Melitón de Sardes, ponía estas palabras: A(Oh misterio nuevo e inexpresable!  La inmolación del cordero se convierte en  salvación para Israel, la muerte del cordero se transforma en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ángel, ¿qué fue lo que te causó temor, la muerte del cordero o la vida del Señor?)La sangre del cordero o el Espíritu del Señor? Está claro qué fue lo que te espantó: tú has visto el misterio de Cristo en la muerte del cordero, la vida de Cristo en la inmolación del cordero, la persona de Cristo en la figura del cordero y, por eso, no has castigado a Israel. Qué cosa tan maravillosa será la fuerza de la Eucaristía, de la Pascua cristiana, cuando ya la simple figura de ella, era la causa de la salvación@.

            Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la Eucaristía participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en el sacrificio de Cristo, en las gracias y done y ofrenda de Cristo, hechos sacrifico y comida. Cuando comulgamos, no sólo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que adoramos al Padre, en adoración obedencial total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y los hermanos: “El que me come vivirá por mí”, AMi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado@.

            La redención y salvación que Jesús realiza en la Eucaristía llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos  injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que nos comunica:  AYo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente@.

            Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena: son dos realidades inseparables.

            Por eso, ir a Eucaristía y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita; es tanto como quedarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo; es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado... Si hemos dicho que sin Eucaristía-misa del domingo no hay cristianismo, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud :AEn verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros@(Jn 6,53). 

            Sabéis que muchos se escandalizaron por esto  y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron y estuvieron a punto de irse. Tuvo que preguntarles el Señor sobre sus intenciones y provocar la respuesta de Pedro: AA quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna@.

            Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II, en la S. C. nos dice: ASe recomienda la participación más perfecta en la Eucaristía, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor@Y añade más adelante: A.... que los fieles reciban la Santísima Eucaristía los domingos y festivos, aún con más frecuencia, incluso a diario@, ya que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, Eucaristía y comunión, están inseparablemente unidos.

2, 3.- FRECUENCIA DE LA COMUNIÓN

            En la Iglesia primitiva siempre se consideró la comunión como parte integrante de la Eucaristía, en razón de las palabras de Cristo. Esta costumbre duró hasta el siglo IV aproximadamente. Durante algún tiempo fue costumbre celebrar la Eucaristía sólo el domingo. En este periodo los fieles podían llevar el pan consagrado a sus casas y darse ellos mismos la comunión todos los días. La comunión se tomaba antes de cualquier alimento.

            A partir del siglo VIII comulgar una vez al año se había convertido en una práctica acostumbrada, incluso en los conventos. El Concilio Lateranense IV estableció como mínimo comulgar durante el tiempo de Pascua. Al final del siglo XII una nueva ola de devoción eucarística recorrió Europa, aunque el acento se ponía en la Presencia Eucarística: mirar el Santísimo Sacramento era tan eficaz como comulgar sacramentalmente y se volvió a la comunión espiritual: comunión de deseo.

            El Concilio de Trento trató de reanimar la comunión frecuente; pero estaba reservado a nuestro siglo XX potenciar la frecuencia de la comunión con los esfuerzos del Papa Pìo X, que impulsó esta práctica y redujo la edad de la Primera Comunión a la edad del uso de razón. El Vaticano II ha hablado mucho y bien de la Eucaristía como sacrificio, como comunión y presencia y el domingo es el día de la Eucaristía, plenamente participada por la Comunión

2,4.- ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN 

 

            La Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía como sacrificio deriva toda espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística,  Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres,  sus mismos sentimientos y actitudes.

            Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya no son necesarias y van desapareciendo.

            Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de almas que quieran alimentarse de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, ¿para qué queremos los ayunos?

            Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir.

            Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué. Esto es una  comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la Hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús.

            Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística,  porque Aeste es el sacramento de nuestra fe@. Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... ATu crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí…@

            Y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él,  les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: )tú qué dices de mí? puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: ASeñor yo creo, pero aumenta mi fe@

            Las crisis de fe, las Anoches@de S. Juan de la Cruz, que son caminos de purgación y purificación de todo lo que tenemos manchado dentro de nosotros, son camino obligado para profundizar en esta fe,  ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del evangelio, que pasan a ser nuestros y todos esto es con trabajo y dolor.

            Las crisis de fe son buenísimas, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo, su evangelio y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, nos quedamos sin fe heredada pero vamos alimentando la fe personal hecha de diálogo y encuentro personal con Cristo, porque Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor; no porque otros me lo ha dicho y enseñado de Ti, sino por lo que hablo, escucho, siento, percibo de Ti directamente, de tú a tú, en cada comunión, donde me recuerdas y enseñas todo tu evangelio.

            Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: Aquien coma, vivirá por mí...@, pero ahora al principio es más dura,   porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde no jugamos la comunión con Cristo, la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma.

            Para llenarnos Él, primero tiene que vaciarnos de nosotros mismos (Qué poco nos conocemos, Señor! (qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, sólo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya. Y claro, no cabemos dos Ayo@en la liturgia eucarística de la vida,  eres Tú al que tengo que vivir hasta decir con S. Pablo: Apara mí la vida es Cristo@,  o Aestoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...@  

            El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida.

            Porque en la comunión no se trata estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

            Si queremos transformarnos  en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él  por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, tenemos que empezar a amar como Él, a perdonar como Él, a adorar al Padre y hacer su voluntad como Él, “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”, a ser humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…” ;la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio.

            Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para comulgar espiritualmente, para comulgar con su vida y sentimientos, para resucitar a su vida, hay que ir muriendo a la nuestra de pecado; hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él.

            Si queremos de verdad comulgar con un Cristo crucificado y resucitado, hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él  quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

            Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: AEn esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...@Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón...Esta es la verdadera comunión con el Señor.

            Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: AAprended de mí que soy manso y humilde de corazón...@; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:A... ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo…@;a perdonar siempre: APadre, perdónales porque no saben lo que hacenY@

            Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comer su cuerpo es fácil, abrir la boca y basta; comer espiritualmente su Cuerpo, comulgar “en Espíritu y Verdad” es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado... a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos... a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón...es muy duro... y sin Cristo es imposible.

            Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres... me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible.

            Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras  verdad, como si hubieras existido,  sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad... pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

            Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida, nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Ti,  de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mi afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea total,   y otra vez la purificación y la necesidad de Ti... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes.

            Por eso tengo necesidad de comulgar con hambre todos los días; por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, sólo Tú sabes y puedes. Y esto me llena de Ti y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Ti.  La verdad es que ya no sé vivir sin Ti, sin comulgar y comer la eucarístía, que eres Tú.

            El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti, comulgaré con rutina, simplemente comeré tu Cuerpo; para vivir según mis cristerios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de tu presencia de de tu ayuda, ni de tu comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo.

            Por eso el mundo, muchos hoy no tiene necesidad de Cristo, porque para vivir como viven, como unos animalitos, llenos de egoismos y sensualismos y materialismos, se bastan a sí mismos. Por eso  el mundo está siempre necesitando de Ti, como Salvador, para librarse de todos sus vicios, errores morales, pecados y limitaciones de criterios y acciones. El mundo sólo tiene un Salvador, es Jesucristo. 

            Y las épocas históricas, y la vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

            Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez,  de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una Canción Eterna -llena de Amor Personal-, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo. Para  eso instituyó Cristo la sagrada comunión (Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mì, qué puedo yo darte que Tú no tengas...!  (Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Ti, mi hambre y  deseo de Ti!

            Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones... en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios y  la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor.

            Y es que solo cuando uno a través de la comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes,  es  cuando es Allagado@vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: A)Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me los has robado,  por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura@.

            En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucaristicos )dónde están, con quién comulgan los jovenes de ahora..? ¿Dónde están las niñas y niños eucarísticos? ¿Qué y para qué sirve la Premera Comunión? 

            Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: (Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo... parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años... Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras...Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas...(lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.

            Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

            Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía perfecta, muere al pecado de cualquier clase que sea y  va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta.

            En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo Eucaritía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristia, yo confío en Ti; Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios.

            El alma, que llega a esta primera y perfecta comunión con Cristo en la tierra, ya sólo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás es con Él y por Él. Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  AVéante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego@.

2, 5.- FRUTOS DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA: LA COMUNIÓN REALIZA Y POTENCIA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO.

            En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 1391-1397.

            Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada  vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

            En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: APermaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada@(Jn 15,5).

            La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:AEl que me come vivirá por mí@.

             Recibir la Eucaristía, como comunión, da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57).

            Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: AEl efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales  realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando@.

            Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado,"vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.

            Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

            Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida.

            Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande,  tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús.

            El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

            La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: AEl cuerpo de Cristo@, y respondemos: AAmén@, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos  en ese momento. Nuestro Aamén@,  nuestro Así@implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial.

            La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión realiza, fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

2, 6.- LA COMUNIÓN PERDONA LOS PECADOS  VENIALES Y PRESERVA DE LOS MORTALES.

            Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por  la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas.

            Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

            Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición de Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía.

            Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos, sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

            "Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor" (1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio@(S. Ambrosio, sacr. 4,28).

            Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora Aborra los pecados veniales@(Trento:DS. 1638).

            Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: "Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios" (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

            Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal.

            La Eucaristía no está ordenada de suyo al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo, porque es la realización de la Alianza y el borrón y cuenta nueva por la sangre de Cristo, que se hace presente. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el  sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

            Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.

            AEl deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía Aantídoto@, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales@(DS 3375).

2, 7.- LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA: CARIDAD FRATERNA.

           La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. La comunión renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la Iglesia realizada por el bautismo: APuesto que todos comemos un mismo pan, formamos un solo cuerpo@(1Cor 10,17).  De aquí el fruto y la exigencia de caridad fraterna para celebrar la Eucaristía.

            En el Última Cena se manifiesta claramente que la Eucaristía en la intención de Cristo es fuente de caridad y debe fomentar el amor fraterno, porque ha sido el momento elegido por el Señor para darnos el mandato nuevo del amor fraterno. Uniendo nuestra voluntad a la de Cristo podemos esperar de Él la fuerza necesaria para el aumento de amor y la reconciliación fraterna deseada.

            Como comida sacrificial, la Eucaristía tiende a comunicar a los participantes el amor que inspiró el sacrificio de Cristo en obediencia al Padre por amor extremo a sus hermanos, los hombres.

            El primer efecto de la comida eucarística es una unión más íntima con Cristo, como hemos dicho. Pero por este mismo efecto, porque comemos todos el mismo Cristo, se produce inseparablemente otro efecto: la unión más profunda entre  todos los que viven la vida de Cristo, es decir, la unión de su Cuerpo Místico, la Iglesia. 

            La Eucaristía estimula el crecimiento del  Cuerpo entero, Cabeza y miembros, en fidelidad al mandato recibido y realizado por el Señor: AAmáos los unos a los otros como yo os he amado@(Jn 13,34). La Eucaristía tiende a desarrollar todos los aspectos y todas las actitudes del amor recíproco, de tal forma que de la Cabeza, que es Cristo,Ase procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor@(Ef 4,16).     

            Jesús no ha hecho sólo un himno a la caridad sino que ha indicado el modelo:Acomo yo os he amado@;propone su vida como modelo de caridad y perdón.

            La comunión no termina en la unión con Cristo sino que con Él, en Él y por Él nos unimos a toda la Iglesia. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia.

            La Comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la iglesia realizada ya por el Bautismo. Por el bautismo fuimos llamados a formar un solo cuerpo en Cristo. La Comunión lo perfecciona y completa: "El cáliz de bendición que bendecimos )no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos )no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan"(1Cor.10, 16-7).

            "Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "amén" (es decir, "sí" "es verdad") a lo que recibís, con lo que respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por la tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero@(S. Agustín, serm. 272).

            El Vaticano II, al hablar del Obispo como sumo sacerdote de su Iglesia local, nos dice: A... en la Eucaristía que él mismo (obispo) ofrece o procura que sea ofrecida y en virtud de la cual vive y crece la Iglesia... se celebra el misterio de la cena del Señor a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad. En toda comunidad de altar, bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel amor y unidad del Cuerpo Místico de Cristo sin el cual no puede haber salvación@(LG 24 ).

2, 8.- LA EUCARISTÍA COMPROMETE EN FAVOR  DE LOS POBRES.

            Este amor fraterno lleva consigo una predilección cristiana especial por los pobres, como en la vida de Jesús: ALo que hicisteis con cualquiera de estos, conmigo lo hicisteis@. Es impresionante el modo en el que S. Juan Crisóstomo advertía la plena unión entre celebración de la Eucaristía y el compromiso de caridad con los pobres.

            Según este santo predicador, la participación en la mesa del Señor no permite incoherencias, de suerte que, para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo, entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres (Cf.Mt.25,40):

            A(Que ningún Judas se acerque a la mesa, --exclama en una homilía -- ... porque no era de plata aquella mesa, ni de oro el cáliz, del cual Cristo dio su sangre a sus discípulos...! )Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que él esté desnudo: y no lo honres aquí en la iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que él mismo muera de frío y de desnudez. El que ha dicho: AEsto es mi cuerpo@, ha dicho también:  AMe habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer@,y Alo que no habéis hecho a uno de mis pequeños, no lo habéis hecho conmigo@. Aprendamos, pues, a ser sabios, y a honrar a Cristo como Él quiere, gastando las riquezas en los pobres. Dios no tiene necesidad de utensilios de oro sino del alma de oro. )Qué ventajas hay si su mesa está llena de cálices de oro, cuando Él mismo muere de hambre? Primero sacia el hambre del hambriento, y entonces con lo superfluo ornamenta su mesa@(Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 50, 2-4, PG 58, c.508-509).

            Y el   mismo santo doctor comenta  en otro lugar: ")Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano? Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso@(S. Juan Crisóstomo, hom. in 1Cor,27,4).

2, 9.-LA EUCARISTÍA, PRENDA DE LA GLORIA FUTURA

 

            En una antigua antífona de la fiesta del Corpus Christi rezamos: A(Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!"

            Llamamos a la Eucaristía prenda de la gloria futura y anticipación de la vida eterna, porque nos hace partícipes del germen de nuestra resurrección, que es Cristo resucitado y glorioso, bien último y conclusivo del proyecto del Padre.

            La Eucaristía y la comunión son prenda del cielo: AEl que coma de este pan tiene vida eterna...  vivirá para siempre@. La unión con Cristo resucitado nos va transformando en cada Eucaristía en carne de resurrección. Es verdaderamente el sacramento de la esperanza cristiana.

            Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de gracia y bendición", la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial, puesto que recibimos al que los ángeles y los santos contemplan resplandeciente en el banquete del reino, al Cristo glorioso y resucitado.

            La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor resucitado, el Viviente, viene en la Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "mientras esperamos  la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo," como rezamos en la Eucaristía, pidiendo además "entrar en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes" (Plegaria III).

            De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva, la de los bienes últimos escatológicos, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio Ase realiza la obra de nuestra redención@(Plegaria III) y " partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (S.Ignacio de Antioquia, Eph.20,2).

2, 10.- AL COMULGAR, ME ENCUENTRO EN VIVO  CON TODOS LOS  DICHOS Y HECHOS SALVADORES DEL SEÑOR.  

            La instrucción "Eucharisticum mysterium"  lo expresa así: "La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad"(50).

")Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de  la salvación, invocando su nombre" (Sal.116).

             Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.

            "Reunidos en comunión con toda la Iglesia", con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

            Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

            Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es "centro, fuente y culmen" de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

            A).- ENCARNACIÓN Y EUCARISTÍA.- La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

            Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: AYo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo@(Jn.6,48).

            De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: APorque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan@(1Cor. 10,17).

            Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque "lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia".

            Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es "memoria viva de la iglesia", porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica. La Eucaristía como la Encarnación es la gran obra del Espíritu Santo en favor de la iglesia.

            B).- PRESENCIA PERMANENTE DE AMIGO.-  Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Emmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial.

            Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel cuya delicia es "estar con los hijos de los hombres" (cf.Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que"la plenitud de los tiempos" (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan.        Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: "Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros" (Vida, 22,26).  Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

            C).- PAN DE VIDA, RECIENTE Y DIARIO, BAJADO DEL CIELO.

            Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. "Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6,54-55).

            La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón... debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

            La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: " vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal.2,20).

            La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer,  pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios:cfr1Cor11, 18-21.

            En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: "La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado" (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

            Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

            D).- DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN, A LA MISIÓN.  Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es Apodéis ir en paz@, que en latín se dice: AIte, missa est@. Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante:"Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos". En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: AId y anunciad a mis hermanos... amaos los unos a losotros... id al mundo entero...@

2,11.- EN LA EUCARISTÍA SE ENCUENTRA LA FUENTE Y LA CIMA DE TODO APOSTOLADO

 

            La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir  cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

            En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia.

            Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la iglesia, dado que "los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios  eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan" (PO.5; LG.10; SC.41).

            Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

2,12.-DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA.

 

            Ahora bien, la iglesia,  que se manifiesta en un determinado lugar, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una iglesia invisible, la "Jerusalén celeste”, que desciende de arriba (Apo.21,2); por eso, "en la liturgia terrena pregustamos y nos unimos por el Viviente a la liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén del cielo, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo  verdadero" (SC.8;50).

            Por la comunión eucarística, nos unimos  también a los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La comunión en la Eucaristía es el más excelente  sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias.

            Asistida por el Espíritu Santo, la iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de comer el pan y beber el cáliz, anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra: APues cuantas veces comáis éste pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga@  (1Cor.11,26).

            Bajo la acción del Espíritu Santo toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la esposa: Amarana tha@. Éste es el grito de toda la asamblea cuando se hace presente el Señor por la consagración: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús@.

            Un filósofo francés, Gabriel Marcel, ha escrito: "Amar a alguien es decirle: tu no morirás". Y yo veo que esto es lo que nos dice en cada Eucaristía Aquel, que ha vencido a la muerte: Os quiero, vosotros no moriréis, porque yo he muerto para que tengais vida eterna. Y en la comunión eucarística nos lo dice particularmente a cada uno.

            Que este deseo de Cristo, pronunciado y celebrado con palabras y gestos suyos en la santa Eucaristía y comunión, nos haga vivir seguros y confiados en su amor y salvación y lo hagamos  vida en nosotros para gozo de la Santísima Trinidad,  en la que nos sumergimos ya por la vida de Aquel, que, siendo Dios, se hizo hombre y murió por nosotros, para que todos pudiéramos vivir por la comunión eucarística la Vida, la Sabiduría y el Amor del Dios Único y Trinitario: PADRE, HIJO Y ESPÍRITU SANTO.

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN/2

LA COMUNIÓNEUCARÍSTICA/2

LA COMIDA  DECOMUNIÓN

 

Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue instituir la Eucaristía con el sacrificio de su vida,  dándose como Amigo que no ama con amor extremo hasta el final de los tiempos y dándose como alimento de vida eterna para todos los hombres. Y estos misterios del sacramento de la Eucaristía los realizó con dos signos materiales de la comida humana, que son el pan y el vino. Jesús instituye y anticipa proféticamente el sacrificio de la cruz “en la sangre derrada... y en el pan que se entrega…”; la Eucaristía de la Última Cena fue la ofrenda sacramental de su sacrificio, como misa y como comida espiritual:AMi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...@   y como amistad permanente a través de los siglos: “Me quedaré con vosotros hasta el fina de los tiempos.”

            La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla: Atomad y comed todos de él,  porque esto es mi Cuerpo...tomad y bebed .... porque esta es mi sangre”; es decir, que, si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como él mismo había prometido varias veces durante su vida.  Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos. No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como  el nuevo cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12. No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la última cena:  Aardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer@,es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos

Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la misa participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en los méritos y la ofrenda de Cristo, hecha sacrifico y comida. Cuando comulgamos, no solo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que comulgamos también con su obediencia al Padre hasta la muerte, con la adoración de su voluntad hasta el sacrifico:Ami comida es hacer la voluntad del que me ha enviado@. La redención y salvación que Jesús realiza en la misa llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos  injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que nos comunica:  AYo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente@.

Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena: son dos realidades inseparables. Por eso, ir a misa y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita, es tanto como quedarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo, es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado...Si hemos dicho que sin Eucaristía-misa no hay cristianismo, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud : “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros@(Jn 6,53).  Sabéis que muchos se escandalizaron por esto  y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron y estuvieron a punto de irse. Tuvo que preguntarles el Señor sobre sus intenciones y provocar la respuesta de Pedro: Aa quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna@.

Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II, en la S. C. nos dice: ASe recomienda la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor@Y añade más adelante: A.... que los fieles reciban la Santísima Eucaristía los domingos y festivos, aún con más frecuencia, incluso a diario@, ya que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, misa y comunión están inseparablemente unidos.

FRECUENCIA DE LA COMUNIÓN

 

En la Iglesia primitiva se consideraba la comunión como parte integrante de la Eucaristía, en razón de las palabras de Cristo. Esta costumbre duró hasta el siglo IV aproximadamente. Durante algún tiempo fue costumbre celebrar la Eucaristía sólo el domingo. Durante este periodo los fieles podían llevar el pan consagrado a sus casas y darse ellos mismos la comunión todos los días. La comunión se tomaba antes de cualquier alimento. A partir del siglo VIII comulgar una vez al año se había convertido en una práctica acostumbrada, incluso en los conventos. El Concilio Lateranense IV estableció como mínimo comulgar durante el tiempo de Pascua. Al final del siglo XII una nueva ola de devoción eucarística recorrió Europa, aunque el acento se ponía en la Presencia Eucarística: mirar el Santísimo Sacramento era tan eficaz como comulgar sacramentalmente y se volvió a la comunión espiritual: comunión de deseo. El Concilio de Trento trató de reanimar la comunión frecuente pero estaba reservado a nuestro siglo XX potenciar la frecuencia de la comunión con los esfuerzos del Papa Pìo X, que impulsó esta práctica y redujo la edad de la Primera Comunión a la edad del uso de razón. El Vaticano II ha hablado mucho y bien de la Eucaristía como misa, como comunión y presencia y el domingo es el día de la Eucaristía, plenamente participada por la Comunión.

 

ACTITUDES  PARA COMULGAR  CON JESÚS EUCARISTÍA

La Eucaristíaes el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía como misa deriva toda espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística,  Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres,  sus mismos sentimientos y actitudes. Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya nos son necesarias y van desapareciendo.

Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos ....

Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria,  sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué.....Esto es una  comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús...

 

FE EUCARÍSTICA: EVOLUCIÓN NECESARIA

 

Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística,  porque Aeste es el sacramento de nuestra fe@. Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... ATu crees que puedo hacerlo, tu crees en mí, vosotros qué pensáis de mí..@  Y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él,  les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: )tú qué dices de mí..?, puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”

Las crisis de fe, las Anoches@de S. Juan de la Cruz, son camino obligado para profundizar en esta fe,  ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del evangelio, que pasan a ser nuestros y todos esto es con trabajo y dolor. Las crisis de fe son buenísimas, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo, su evangelio y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, se nos va la vida... Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor, porque te veo y te siento, no porque otros me jo ha dicho.

Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: Aquien coma, vivirá por mí...@,pero ahora al principio es más dura,   porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde no jugamos la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma. Para llenarnos Él, primero tiene que vacianos de nosotros mismos

 (Qué poco nos conocemos, Señor! (qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. (Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, solo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya! Y claro, no cabemos dos Ayo@en la liturgia eucarística de la vida,  eres tú al que tengo que vivir hasta decir con S. Pablo: Apara mí la vida es Cristo@,  o  A  estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí....

 

EFECTOS DE LA COMUNIÓN: “YO SOY EL PAN DE LA VIDA”

 

El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtíendolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida. Porque en la comunión no se trata estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres.  Si queremos transformarnos  en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él  por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio. Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada misa hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él. Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; él  quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: Aen esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros.....Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano.....@Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón.....Esta es la verdadera comunión con el Señor. Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: Aaprended de mí que soy manso y humilde de corazón...@; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él: “ … ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo…”; a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen…”

Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por El en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado....a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos.... a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón...es muy duro..... y sin Cristo es imposible.

Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo:  comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres...me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible. Lo que pasa es que ya creo en Tí y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras  verdad, como si hubieras existido,  sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad...pasa como con el evangelio, solo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Ya poco a poco la comuniones eucarísticas me van llevando sin darme cuenta a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida... nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Tí,  de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mi afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea totoal,   y otra vez la purificación y la necesidad de Tí... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes... para eso comulgo con hambre todos los días, por eso, me abandono a Tí, me entrego a Tí, confío en Tí, solo Tu sabes y puedes. Y esto me llena de Tí y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Tí.  La verdad es que ya no sé vivir sin Tí, sin comulgar y comer la eucarístía, que eres Tú.

El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de tí; para vivir según mis cristerios, mi yo, mi soberbia, mi comodidas, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo. El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoismos y sensualismo y materialismos. Se basta a si mismo. Por eso  el mundo necesita de un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, sólo tiene un salvador y éste es Jesucristo. Y las épocas históricas, y la vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matriomonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez,  de la Santísima Trinidad....de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una Canción Eterna- llena de Amor Personal, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo. Para  eso instituyó Cristo la sagrada comunión (Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mì, qué puedo yo darte que Tú no tengas....!  (Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Tí, mi hambre y  deseo de Tí!

Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones...en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios y  la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor. Y es que solo cuando uno a través de la comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes,  es  cuando es Allagado@existencialmente por su amor, y solo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: A)Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me los has robado,  por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura@.

 

NECESIDAD DE ALMAS EUCARÍSTICAS

En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucaristicos ¿dónde están, con quién comulgan los jovenes de ahora..? niños y niñas eucaristicos…. es decir, cristianos identificados con Cristo por la comunión eucarística. Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: (Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, tú el único testigo...parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años.... Tú lo sabes,! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras....Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas....(lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada misa, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.  Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía, muere al pecado de cualquier clase que sea y  va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres, se va haciendo humilde como Cristo, paciente, pedona, es generoso en el tiempo, en el amor y en la entrega de vida y posesiones, va cambiando poco a poco, la gente los nota, se va transformando en Cristo. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta, termina comulgando con la Eucaristía  perfecta y consumada, Cristo total y completo, ofrenda victimal por sus hermanos, los hombres, y adoración y alabanza de gloria del Dios Trino y Uno.

En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También nosotros queremos darlo todo por tí, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo, yo creo en Tí; Jesucristo, yo confío en Tí; Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios.

El alma, que por la comunión ha llegado a sentir y tocar y vivir a Cristo,  ya solo desea de verdad a Cristo, todo lo demás es solo por Él y con Él y en Él, para la mayor gloria y alabanza de la Santisima Trinidad. Por eso, con S. Juan de la Cruz, expresa sus enojos  en esta tardanza de comunión total con Él: AApaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacerlos, y véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para tí quiero tenerlos... Pues ya si en el ejido- de hoy más no fuere vista ni hallada,- diréis que me he perdido;- que, andando enamorada, me hice perdidiza, y fuí ganada @(Cántico Espiritual, 10 y 20).

Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  AVéante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tur amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego.@

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