RETIRO A CARMELITAS CONTEMPLATIVAS (Don Benito 30 de mayo 2013)

RETIRO A CARMELITAS CONTEMPLATIVAS(Don Benito 30 de mayo 2013)

((Se pueden hacer dos meditaciones: 1ª hasta Los Apóstoles; <<no adoréis a nadie más que a Él; 2ª hasta terminar, hacer Exposición, Triduo a la Santísima Trinidad, por qué adoramos a Jesús Sacramentado, Corpus Christi, <<estate, Señor, conmigo>>,  Bendición)

MONJAS Y MONJES CONTEMPLATIVOS: Centinelas de la oración

(Darles antes el folio con el canto y las oraciones)

Queridas y bellas esposas de Cristo, hermana, María de S. José, superiora,  y hermanas todas carmelitas de este convento teresiano de D. Benito; comenzamos este retiro, como siempre, invocando al Espíritu Santo, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en cuyo Amor ha querido sumergirnos la Santísima Trinidad para vivir ya en su misma esencia e intimidad divina mientras vamos de camino hacia la visión cara a cara del Misterio Trinitario. Lo hacemos así porque es el mismo Señor resucitado el que nos asegura que el Espíritu Santo es el único que puede llevarnos a la verdad completa del misterio y de la vida de nuestro Dios Trino y Uno: “os conviene que yo me vaya, porque si yo no me  voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré... Él os llevará a la verdad completa…”  Por eso, cantemos:

Cantamos:<<Inúndame, Señor, con tu Espíritu…>>

Secuencia de Pentecostés: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo…

Hermanas Carmelitas de D. Benito: Este domingo último, 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, hemos celebrado la Jornada “pro orantibus”. Es un día dedicado, entre otras cosas, a que el pueblo cristiano, la Iglesia entera,  no digamos vosotras religiosas contemplativas, tome conciencia, valore y agradezca la presencia de la vida contemplativa. Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el concilio Vaticano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría». He aquí la naturaleza y esencia de vuestra vida consagrada.

La Jornada la hemos celebrado en este Año de la fe, convocado por el querido y recordado papa Benedicto XVI, que nos ha dejado un luminoso magisterio sobre la vida consagrada en general y sobre la vida contemplativa en particular. Ahora sigue amando y sirviendo a la Iglesia a través, como sabéis, de la plegaria y reflexión desde el retiro de la clausura. El nuevo sucesor de Pedro, el papa Francisco, ha retomado toda la programación del Año de la fe, para renovar a la Iglesia. Oremos para que Jesucristo, Pastor Supremo, le asista en el pastoreo de su Iglesia en el Año de la fe y en esta hora de nueva evangelización.

El lema de la Jornada de este año es: Centinelas de la oración. La palabra centinela evoca vigilancia. Los centinelas estaban apostados sobre los muros de las ciudades (cf. 2 Sam 18, 24; 2 Re 9, 17-20), en torres de vigilancia en el desierto o sobre las cumbres (cf. 2 Crón 20, 24; Jer 31, 6). El propio Dios es descrito en ocasiones como centinela o guardián de su pueblo (cf. Sal 127, 1), siempre preocupado por la seguridad y protección de los suyos (cf. Sal 121, 4ss). El salmista suplica al Señor su misericordia y espera en su palabra «más que el centinela la aurora» (Sal 130, 6).

Las personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo (cf. Mt 25, 1-13) con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial.

El Catecismo de la Iglesia Católica habla abundantemente de la oración contemplativa (nn. 2709-2724). Elijo este número significativo:«La oración contemplativa es silencio, este “símbolo del mundo venidero” o “amor [...J silencioso”. Las palabras de la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús» (CEC, 2717).

Nuestros monasterios son un oasis de silencio orante y elocuente. Son escuela de oración profunda bajo la acción del Espíritu Santo. Son espacios dedicados a la escucha atenta del Espíritu Santo, fuente perenne de vida, que colma el corazón con la íntima certeza de haber sido fundados para amar, alabar y servir.

Las personas contemplativas, como centinelas, apuntan siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades «no visibles» (cf. 2 Cor 4, 18), representan una llamada providencial a vivir la vocación
de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino.

A mi parroquia le ha correspondido este año dirigir la oración por las vocaciones que todos los domingos, de 5 a 7 celebramos en el convento de las Capuchinas de Plasencia. Y yo les decía a todos: En esta Jornada “pro orantibus” es justo y necesario que recemos por las personas contemplativas, que volvamos la mirada y el corazón a sus monasterios y pidamos por sus intenciones. Sin duda, sus intenciones van encaminadas a la permanencia en la fidelidad siempre renovada de todos sus miembros en la vocación recibida y al aumento de vocaciones en esta forma de consagración.

Como un signo de gratitud, ayudemos también económicamente a los monasterios en sus necesidades materiales. Sabemos que las monjas y monjes son personas que por su habitual silencio y discreción no suelen pedir; pero son bien acreedoras a nuestras limosnas y generosidad, y nos pagarán con creces, alcanzándonos del Señor gracias y bendiciones de mucho más valor.

Que la santísima Virgen María, primera consagrada al Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo, maestra de contemplación y centinela orante que dio a luz al Sol de justicia, Cristo nuestro Salvador, cuide y proteja a todas las personas contemplativas. ¡Feliz Jornada de la vida contemplativa en el Año de la fe! ¡Felices y bienaventuradas vosotras, hermanas carmelitas, que de una fe viva habéis elegido la mejor parte, como María, para estar siempre junto al Señor, pidiendo y salvando a este mundo!

 

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           Queridas hermanas Carmelitas: Pasamos ahora a un segundo punto de nuestra meditación. En el primero he querido expresar brevemente en qué consiste la vida consagrada, cual es su ser e identidad, su naturaleza. Ahora quiero decir algo de sus fundamentos, lo que sostiene y alimenta esta vida consagrada contemplativa, la vida de clausura. Y uno de estos elementos, para mí esencial e imprescindible, es la oración. Preguntárselo a vuestra fundadora, la Madre Teresa de Jesús. Y no solo para la vida consagrada contemplativa, para monjas y monjes, sino para todo creyente. De esto, como sabéis, siguiendo a vuestros grandes maestros Teresa y Juan de la Cruz, tengo bastante escrito y hablado, también a vosotras. Tengo varios libros publicados, que también tenéis.

En la vida cristiana, si es vida y no mera práctica o rutina, un fundamento de la vida de todo creyente, es la oración,  la relación, la comunicación, el diálogo con el Dios que nos salva. Sin este cimiento fuerte de la oración, todo el edificio de la vida cristiana no puede construirse ni llegar hasta las alturas del amor de Dios ni mantenerse en pie cuando sobreviene la prueba; sin la oración no hay alimento para el cristiano; sin la oración la fe se muere, porque la oración es la respiración del alma, y si uno no respira, se muere.

La oración nos da la posibilidad de tratar de amistad con quien bien sabemos que nos ama, << que no es otra cosa oración… >>,nos permite sabernos amados por Dios incluso en los momentos más difíciles de la existencia; quien reza sabe que nunca está totalmente solo. Sobre esta materia, con leer y meditar a vuestra madre Teresa, ya tenéis la mejor maestra. Y si añadís a S. Juan de la Cruz, todo completo. Pero ojo, que si hablo de vida contemplativa, la oración tiene que ser también contemplativa, estáis llamadas a subir por esta montaña de la oración hasta la cumbre del Tabor. (hablar un poco de oración y conversión).La oración contemplativa supone años de purificación y noches de espíritu. No basta la meditativa o discursiva…

El papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos invita a ser hombres y mujeres de oración, a rezar intercediendo unos por otros ante el Señor. Nos anima a recorrer un camino juntos, un camino de fraternidad, de amor, de confianza...; un camino que se hace orando y una oración que se convierte en vida de comunidad y fraternidad, superando egoísmos, se convierte en bendición, consuelo, fortaleza, compañía, sentirse amada por Dios y las hermanas.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él habitualmente. Si él no hay vida ni fraternidad contemplativa. La oración es su identidad, su ministerio, su misión, su apostolado, su entrega, su ofrenda, su modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es tarea esencial en la vida monástica, principio y fundamento, gozo y combate, don y tarea, gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente. Nuestros hermanos contemplativos son centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad.

       Ellos y ellas permanecen en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. Él ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido la vida con el gozo de la alabanza y ha colocado la existencia en la comunión de los santos. Él ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor y a la intercesión gratuita y generosa por todos los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado el corazón más que nada y más que nadie. Pero siempre unidos, en oración y caridad permanente, si oración nos hay caridad trinitaria, tres en una misma vida, no hay fraternidad contemplativa, porque la oración se hace vida fraternal y comunidad contemplativa, y la vida conventual se hace oración diaria, encendida y permanente. Si no hay vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno.

Con la vivencia fiel de la propia vocación contemplativa, los monjes y monjas de todos los monasterios son también Iglesia que camina hacia la patria celeste, y ofrecen lo mejor de sí mismos para hablar a Dios de los hombres y llevar a los hombres a Dios.

«El papa Francisco es, sin duda, quien hoy nos recuerda de un modo más autorizado la necesidad de la oración en nuestra vocación y vida personal y para el éxito apostólico de la nueva evangelización. Agradecemos su oración, nos dice el Papa, de modo especial, a las comunidades contemplativas; la oración incesante de tantas comunidades ante Jesús sacramentado; Les encomendamos de nuevo a todos que oren por el papa y por la Iglesia; que oren por los gobernantes y por los que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica; que oren por la unidad y la concordia en nuestra patria y por la paz en el mundo entero»

¡Gracias, Santo Padre Francisco! Gracias por recordarnos que la oración ocupa un lugar absolutamente central en la vida del cristiano y sobre todo de los consagrados y consagradas contemplativas, y que solo caminando por esta senda segura llegaremos a la tierra que mana leche y miel, tierra nutricia del amor a Dios y el amor al prójimo, a la verdadera fraternidad y unidad en Cristo, a la comunidad de hermanas ungidas del mismo amor de Dios Trino y Uno, de Dios familia reflejado en la familia de carmelitas. Gracias a Dios y a la Iglesia por la vida y la vocación de tantos hermanos y hermanas que, entregados a la contemplación y a la alabanza, interceden con su oración y adelantan la vida del Cielo, haciéndola posible ya en esta tierra.

La Virgen María, Madre de los contemplativos y maestra de contemplación, es la primera centinela de oración, templo y sagrario de la Santísima Trinidad, maestra de oración contemplativa, esperando cada día la venida del Espíritu de Amor, del Espíritu Santo que nos une en el mismo abrazo y espíritu de Cristo resucitado, como a los Apóstoles en el cenáculo. María, asunta al Cielo, nos precede, nos acompaña, nos sostiene, nos conduce, y nos espera. Como esperó, y llamó y reunió a los apóstoles en el Cenáculo.

Qué importantes son el Espíritu Santo y María en nuestra vida cristiana, sobre todo en la vida contemplativa. Así lo pidió el Señor al Padre en el primer pentecostés, para que viniera el Espíritu Santo sobre los Apóstoles de entonces y de todos los tiempos, pero siempre reunidos con María y en oración. Espíritu Santo, María, la oración diaria, he aquí los elementos esenciales y constitutivos de la vida de consagradas contemplativa, y de todo cristiano, especialmente sacerdotes y consagrados.

Yo todo se lo debo al Espíritu Santo. Estoy tan convencido y lo he experimentado tanta veces en mi vida personal, que digo muchas veces: yo solo quiero estar enchufado con el Espíritu Santo, con el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, meterme en ese abrazo y beso divino y eterno. Porque Él me trae a toda la Trinidad a mi alma y allí la adoro y la amo. Por eso, al terminar mi oración todos los días, mi lema es: Semper vivens in Trinitate cum Maria  in vitam aeternam. Y comienzo el día orando así: En el nombre del Padre que me soñó, que me creó, que

Como es tan importante el Espíritu Santo en nuestra vida, sobre todo, de clausura, de contemplativas, y como acabamos de vivir el primer Pentecostés de los Apóstoles reunidos con María,  recordamos un poco la escena, para meditarla, interiorizarla y vivirla, para vivir la fe y el amor a Dios y a los hermanos, para ser apóstoles de Cristo, de un Dios amor. Y, para eso, la oración, sobre todo, la oración contemplativa, etapa última teresiana y sanjuanistas, de vosotras todas carmelitas, para llegar a la unión total y transformación en Trinidad, como vuestra hermana carmelita, Sor Isabel de la Trinidad, ya Venerable, pero para mí Sor Isabel de la Trinidad, porque así la conocí y la llamé y la recé de joven en el seminario, y así será toda la vida hasta que me hunda para siempre en la intimidad y esencia divina, como ella.

Ya diremos algo de ella al final, pero antes, meditemos en la necesidad del Espíritu Santo como director y guía de nuestra oración contemplativa, de nuestras vidas de consagradas, de nuestro apostolado y misión en la Iglesia, de la vida de nuestras almas, del que tenemos necesidad absoluta, para llegar a la verdad completa, como los Apóstoles, como nos dice el Señor, en el evangelio.

“Porque os he dicho estas cosas…

Queridos hermanos, acabamos de celebrar hace dos domingos Pentecostés, ¿qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos en oración con María? Primero, reunirnos con ella en oración estos días y siempre, todos los días. Luego pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó; y finalmente, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración, en diálogo, en espera activa, no de brazos cruzados, porque la esperanza, la oración verdaderamente cristiana es siempre acción, intercesión, apostolado, por la contemplación, es suscitar diálogo con el Señor, deseos de Él, llenarse de pensamientos y fuerzas cada día para seguir trabajando en ofrenda permanente.

La oración, si es oración y no puro ejercicio mental, es siempre amor, encuentro, gracia eficaz de unión con Dios, fuerza de su Espíritu para nosotros, para nuestra parroquia, apostolado y  necesidades de todo tipo; la oración y la liturgia verdaderas  siempre son dinámicas, siempre es estar con Él para enviarnos a predicar, a rezar, a bautizar, a pastorear las ovejas, pero desde el amor, primero contemplativo, y luego activo: “Pedro, ¿me amas? ... apacienta a mis ovejas”. El Señor llama a los apóstoles a esta con Él y luego enviarlos a predicar. Es algo que no debiéramos olvidar nunca, sobre todo los sacerdotes. Mis libros…

Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Que por este retiro y por la oración que hacemos empiece a estar más intensamente en todos nosotros. Dice Santo Tomas de Aquino: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia… Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida» (I, q 43, a6).

¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como Él nos encomendó. Y luego esperarlo todos estos días, reunidos con María y la Iglesia, en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica. Esperarlo y pedirlo, porque la iniciativa siempre es de Dios “y el viento nadie sabe de donde viene ni a dónde va...”

       Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con María en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo. Primero y siempre orar, orar, orar, pero como los apóstoles, estando reunidos y unidos en el Cenáculo, en el convento, perdonándos, ayudándoos, convirtiendo en vida y comunidad vuestra oración personal y conventual…

El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, palabras y gestos hirientes, envidias, críticas, murmuraciones… en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios y el amor al prójimo; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es? Egoísmo, amor propio, amor a uno mismo, ceder al demonio el poder..

Retomo el texto anterior de Juan: “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu, pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”…

Vamos a ver, Señor, con todo respeto: es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres ¿es que Tú no nos lo has enseñado todo? pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión:“Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer.” ¿Para qué necesitamos el Espíritu para el conocimiento de la Verdad, que eres Tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad? ¿Por qué y para qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente?

Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven, qué más pueden pedir y tener…Y Tú erre que erre que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, pues qué más queda que aprender; que Él nos llevará hasta la verdad completa; ¿es que Tú no puedes? ¿No nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho? ¿No eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho y hecho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…” ¡A ver, qué más se puede hacer…!

       Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; vino hecho llama, hecho experiencia de amor; vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”, pero hecho llama de amor viva, no signo externo, hecho fuego apostólico, hecho experiencia de su mismo amor, del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Resucitado, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar por apariciones y conceptos recibidos desde fuera, aunque vengan del mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede meter en el espíritu, en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno, hecho experiencia viva de Dios ¡Experiencia de Dios! He aquí la mayor necesidad de la Iglesia de todos los tiempos. La pobreza mística, la pobreza de experiencia de Dios que nos convierte no en meros predicadores, sino en testigos de lo que predicamos y hacemos, he ahí la peor pobreza de la Iglesia.

       En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos y contemplativos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive.

Por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal a cada uno de nosotros en su mismo Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si el Espíritu no lo comunica, si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno queda extasiado, salido de sí mismo porque se sumerge por el Espíritu en el mismo Espíritu y Amor y Esplendores y Amaneceres eternos de luz y de gozo divinos,  y se pierde en Dios.

Allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, que nos quiere para toda la eternidad, mi vida es más que esta vida, yo soy eternidad y he sido creado por Dios para sumergirme eternamente en su eterna felicidad, y por eso envió al Hijo, y por eso le abandonó en la cruz, nos quiso más que a Él dejando que el Hijo –“me amó y se entrego por mí”-- muriera para que todos nosotros podamos tener la misma vida, el mismo Amor del Padre y del Hijo, su mismo Espíritu, que ya en esta vida por participación en su vida nos hace exclamar: “¡abba!”,papá del alma: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan la vida eterna”.

El Hijo amado que le vio triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la SS Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas…aquí estoy yo para hacer tu voluntad”,  y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor al hombre. Dios existe, Dios existe, es verdad, Dios nos ama, es verdad. Cristo existe y nos ama locamente y está aquí bien cerca de nosotros y es el mismo Verbo del Padre, está en ti, «más íntimo a ti que tú mismo», como dice San Agustín, ahí lo experimentan vivo y amante los que le buscan. <<Quedéme y olvidéme, el rostro…

Una carmelita debe reclinar su cabeza sobre el pecho del Amado, y desde allí, olvidarse de todo, para adorar sólo a Dios, y desde allí, orar por los hermanos:

<<No adoréis a nadie, a nadie más que a Él…

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

Los Apóstoles

       Habían escuchado a Cristo y su evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive. Y ¿qué pasó? ¿Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por esto, que nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros?

Se lo dijo porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados,  no abren las puertas y predican desde el mismo balcón del Cenáculo, y todos entienden su mensaje, aunque hablan diversas lenguas y tienen culturas diversas, porque hablan el lenguaje del Amor divino, Espíritu Santo, y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y llegamos ellos y todos a “la verdad completa” del cristianismo, a la experiencia de Dios, de la que tanta necesidad tiene la Iglesia de todos los tiempos, especialmente la actual. Así titulo a uno de mis libros… y otro: La Experiencia de Dios.

       Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos, pero no baja al corazón, a la experiencia; es el Espíritu, el don de “sapientia”, de Sabiduría, el «recta sápere», gustar y sentir y vivir, el que nos da “la verdad completa” de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo. 

Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive. Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de técnicas de oración, de respirar de una forma o de otra, nada de tratados y más tratados de oración, de sacerdocio, de eucaristía, teóricos; hay que convertirse y dejarse purificar por el Espíritu, dejarnos transformar en hombres de espíritu, espirituales, según el Espíritu, que no es solamente vida interior, sino algo más, es vida según el Espíritu, para llegar llenarnos de su mismo amor, sentimientos y vivencias. Y para eso, y perdonad que me ponga un poco pesado, oración, oración y oración.

       Oración ciertamente por  etapas, avanzando en conversión, hasta llegar desde la oración meditativa y reflexiva y afectiva, a la oración contemplativa,  que es oración, pero un poco elevada, donde ya no entra la meditación discursiva de lo que yo pienso y descubro en Cristo y en el evangelio, sino la oración contemplativa, donde es el Espíritu de Cristo el que dice directamente lo que quiere que aprenda dejándome contemplarle, sentirle, comunicarme por amor y en fuego de amor su Palabra. Hasta llegar aquí el camino de siempre: «Lectio», «Meditatio», «Oratio», «Contemplatio»; primero, como he dicho, la meditación, la  oración discursiva, con lectura o sin lectura del evangelio o de otras ayudas, pero siempre dirigida principalmente a la conversión; luego, hay que seguir así ya toda la vida, porque orar, amar y convertirse se conjugan a la vez e igual.

Si me canso de orar, me canso también de convertirme y de amar a Dios sobre todas las cosas;  si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir más a Dios, y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo; ya no es el «Señor» lejano de otros tiempos que dijo, que hizo, sino  Jesús que estás en mí, mi Dios amigo, Tú que estás en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús…, y la meditación se convierte en diálogo afectivo, y de aquí, si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar, en cuanto me siento delante de Él, ante el Sagrario, me está diciendo: esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio… y me convierto o no me convierto, que es lo mismo que decir: o amo o dejo de amar: que es lo mismo que decir: o dejo o no dejo la  oración como trato directo, diario y permanente, de tú a tú con el Señor y aquí está la razón última y primera de todas las distracciones y pesadez y cansancio y abandonos de la oración y meditación, y que muchos quieren resolver con recursos y técnicas.

Dejamos la oración personal y el trato directo con el Señor, porque no soporto verme siempre con los mismos defectos, que Cristo me señale con el dedo cuando estoy ante el Sagrario; sin embargo puedo seguir estudiando y conociéndole en el estudio teológico y predicando y haré ciertamente apostolado, pero profesional, porque no lo hago en el Espíritu de Cristo; y sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo; soy predicador de Cristo y su evangelio, pero no soy testigo de lo que predico o celebro.

Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice San Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro permanente, vivo y espiritual con Dios.  Y esta es la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde San Juan, Pablo, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio, hasta Sor Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirán. Leamos sus vidas y escritos.

En mi libro, La Eucaristía, la mejor escuela de oración, santidad y apostolado (Edibesa, Madrid 2000), hago precisamente un detallado tratado de oración viva, de vida cristiana, de apostolado, de ahí el título, pero vivo, no teórico.

       Necesitamos la venida del Espíritu sobre nosotros, necesitamos Pentecostés. Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive; es más, al no vivirse, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios, si no las vivimos.

       Queridos hermanos,  la peor pobreza de la Iglesia, como ya he dicho, será siempre la pobreza de vida mística; es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta venida de Pentecostés para quedar curada, necesita del fuego y la unción del Espíritu Santo para perder los miedos, para amar a Dios total y plenamente.

Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno, pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu. Nos lo dice San Ireneo: «gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei» (LITURGIA DE LAS HORAS, Segunda Lectura, 28 junio, día de su fiesta). 

       Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia. “Le conoceréis porque permanece en vosotros”, ésta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera sólo por la fe.

       La Carta Apostólica de Juan Pablo II Novo millennio ineunte, para mí de lo mejor que se ha escrito sobre apostolado, es un reclamo, desde la primera línea de la necesidad de la oración. Es una carta dirigida al apostolado que la Iglesia tiene que hacer al empezar el nuevo milenio. Pero la carta va toda ella cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios: Meta de todo apostolado: la unión perfecta con Dios, es decir, la santidad; el camino, la oración, la oración, la oración; hagan escuelas de oración en las parroquias, oren antes todos los apóstoles, el programa ya está hecho, es el de siempre:

       «No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz».

«En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad... Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad?»

Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe, no se trata de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de verdad completa, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu. La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el bautismo del Espíritu Santo.      

       En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va  a espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos porque vive en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: “abba”, padre, “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

       Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Ireneo: «mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo».

El cristiano es un hombre a quien el Espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos el fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, “borrachos”, como admiten tranquilamente los Padres, pero borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

Y un autor moderno dice: «Es el momento más hermoso en la vida de una criatura: sentirse amada personalmente por Dios, sentirse como transportada en el seno de la Trinidad y hallarse en medio del vértice de amor que corre entre el Padre y el Hijo, involucrada en él,  partícipe de su «apasionado amor» por el mundo. Y todo esto en un instante, sin necesidad de palabras ni de reflexión alguna».

«Maravillosa condescendencia del creador hacia la criatura, gracia insigne, benevolencia inconcebible, motivo de confianza en el creador para la criatura, dulce cercanía, delicia de una buena conciencia: el hombre llega a encontrarse, de algún modo, cogido en el abrazo y el beso del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo; unido a Dios con el mismo amor que une entre sí al Padre y al Hijo, santificado en aquel que es la santidad misma de ambos. Gozar de un bien tan grande, tener la suave experiencia de Él, dentro de lo que cabe en esta miserable y falsa existencia: esto es conocer la verdadera vida».

       «Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios,  la vivencia es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (Cfr.1 Jn 4,16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar» (ANTONIO LÓPEZ BAEZA, Un Dios locamente enamorado de ti, Sal Terrae, págs. 63-5).

       Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés y nos es tan necesaria una experiencia viva y transformadora del amor de Dios ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo.

El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice San Juan de la Cruz:«En lo cual es de saber que, antes que este divino fuego de amor se introduzca y se una en la sustancia de el alma por acabada perfecta purgación y pureza, esta llama, que es el Espíritu Santo, está hiriendo en el alma, gastándole y consumiéndole las imperfecciones de sus malos hábitos, y ésta es la operación de el Espíritu Santo en la cual la dispone para la divina unión y transformación de amor en Dios. Porque es de saber que el mismo fuego de amor que después se une con el alma glorificándola es el que antes la embiste purgándola; bien así como el mismo fuego que entra en el madero es el que primero le está embistiendo e hiriendo con su llama, enjugándole y desnudándole de sus feos accidentes, hasta disponerle con su calor, tanto, que pueda entrar en él y transformarle en sí» (Ll 1, 19).

Por eso, la peor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística y espiritual, de oración contemplativa, la pobreza de Espíritu Santo

Y la razón ya la he dicho: Si Cristo les dice a los Apóstoles que es necesario que Él se marche para que el Espíritu Santo venga y remate y lleve a término la  tarea comenzada por su pasión, muerte y resurrección, y que, si el Espíritu no viene, no habrá “verdad completa”, la cosa está clara: sin Espíritu Santo, sin vida en el Espíritu, la Iglesia no puede  cumplir su misión y los cristianos no llegamos a lo que Dios ha soñado para cada uno de nosotros.

La mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios, conventos, noviciados!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razón, en definitiva, de nuestro apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristiana, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

Dios nos conceda, pidamos tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas del mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

       Y todo, in laudem gloriae ejus, como nos dice s. Pablo y que tan maravillosamente vivió y expresó nuestra Sor Isabel de la Trinidad: PARA ALABANZA DE LA GLORIA DE LA TRINIDAD, de nuestro Dios Trino y Uno. El domingo pasado celebrábamos la solemnidad de la Santísima Trinidad.

QUERIDAS HERMANAS: La Iglesia nuestra madre, en este domingo último que hemos celebrado, después de haber considerado todos los misterios de la salvación -desde el nacimiento de Cristo hasta Pentecostés en el último domingo, dirige su mirada al principio y fin de todo este misterio maravilloso de la Salvación, a nuestros Dios Trino y Uno, a la Santísima Trinidad, principio y fin de todo, fuente de todo don y de todo bien.

       Si el domingo pasado la Iglesia nos invitaba a venerar y alabar al Espíritu Santo en su manifestación pública de Pentecostés, hoy nos invita a los fieles a cantar las alabanzas y dar gracias al Dios Trino y Uno, diciendo, con mayor fe y amor que nunca, esta breve aclamación, que todos los días repetimos, sin darle excesiva importancia: «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo».

Nada más justo, si echamos una mirada hacia atrás, para ver todos los misterios, que han salido del Amor Trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y que hemos ido celebrando durante todo el año litúrgico, que ha terminado. Y si, hace unos días, cantábamos a Cristo resucitado que subía a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y el último domingo, honrábamos al Espíritu Santo, que inundaba de su fuego y su luz a la Iglesia naciente, hoy queremos adorar a los Tres, porque en consejo trinitario y en Poder del Padre y Sabiduría del Hijo y en el Amor del Espíritu han concebido, han realizado y han consumado esta obra tan maravillosa de la creación, de la salvación y de la santificación de los hombres.

1.- Gloria al Padre. Gloria a ti, Padre, porque me creaste. En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser y amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad.

Si existo es que Dios me ama. Si existo, es que Dios me ha preferido, si existo es que soy eternidad. Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mi. Por eso, desde lo más profundo de mi corazón repetiré un y mil veces: Gloria al Padre, Gloria al Padre Dios, Padre de Hijo amado y de los hijos en el Hijo, Gloria a mi padre y nuestro Padre como rezamos: “Padre nuestro que estás en el cielo…” Todas las mañanas repito: Abba, papá bueno de cielo y tierra, y de todas partes, principio y fin de todo; me alegro de que existas y seas tan grande y generoso…Te alabo y ten bendigo porque me has creado y redimido y hecho hijo tuyo en tu Hijo encarnado por obra… Te doy gracias porque me creaste; si existo…

4.- Gloria al Hijo, Gloria a ti, Hijo, porque viniste en mi búsqueda y me salvaste… porque precisamente una vez creados en Dios y caídos por el pecado de Adán, viendo a su Padre triste, porque el hombre ya no podía compartir con el Dios Trino y Uno la eternidad para la cual fue soñado y creado, se venía abajo el proyecto para el cual habíamos sido creados, el Hijo se ofreció por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.  Y aquí ahora ponemos todo el misterio del amor del Hijo encarnado por la potencia de amor de Espíritu Santo, que recorrió todos los caminos de Palestina para decirnos que Dios nos ama, que es nuestro Padre y que nos ha creado para ser felices en eternidad y murió dando su vida por los que amaba: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

 
       5.- Gloria al Espíritu Santo. Gloria a ti, Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el abrazo y beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre. El Dios Amor; para Cristo, es el único que puede llevamos “a la verdad completa,” a la vivencia total de los misterio de nuestra fe. Rezo todas la mañanas: ¡Oh Espíritu Santo, Dios Amor, abrazo y beso de mi Dios, alma de alma, vida de mi. Y es que la presencia y acción del Espíritu Santo y sus dones son absolutamente necesarios para vivir y experimentar a Cristo, al Evangelio, a la Eucaristía. Lo repetiré muchas veces: Los misterios cristianos no se comprenden si no se viven. Y sólo se viven por el fuego del Espíritu Santo. Pregúntenselo a los santos, a los místicos, a los evangelizadores, a todos los que han trabajado y comprometido en serio con Cristo y con su Iglesia, a los que han hecho obras importantes de amor por los hombres.     

4.- En mis tiempos de Seminario leí un libro que me impactó y me hizo mucho bien, porque trataba de estas alturas que yo no comprendía pero me entusiasmaba y me encendía. Se titulaba la DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD. Ya os he hablado de ella alguna vez y la cito en mis libros. Fue una joven francesa que entró en el Carmelo de Gijón a lo 19 años y tomó el nombre de Sor Isabel de la Trinidad por la devoción a este misterio y porque se sentía habitada por Dios. Hace unos años ha sido beatificada. Murió a los 26 años o 27. He de decir que en ella primero fue la experiencia y luego la inteligencia del misterio de la inhabitación de Dios en su alma. Porque estas verdades no se comprenden hasta que no se viven. Por eso creemos muchas verdades de fe pero nos quedamos sin comprenderlas , porque no las vivimos. Y mira que lo dijo claro el Señor: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Pero esto sólo es posible por el Espíritu Santo. Y también lo dijo el Señor: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”.

       Para ella, la inhabitación de Dios en lo más íntimo de su alma fue la gran realidad de su vida espiritual. Lo dice ella misma con estas palabras: «La Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestra «casa», la casa paterna de la que no debemos salir nunca… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en lo más profundo de mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó dentro de mí».

       La víspera de su muerte podía escribir: «Creer que un ser que se llama Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en Sociedad con Él, he ahí, os lEo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado». Y esa fue toda su breve vida de carmelita.

       «Todo mi ejercicio, escribía ella, es entrar adentro y perderme en los que están ahí. ¡Lo siento tan vivo en mi alma! No tengo más que recogerme para encontrarlos dentro de mí. Eso es lo que constituye toda mi felicidad». « Llevamos nuestro cielo en nosotros, puesto que Aquel que sacia a los glorificados en la luz de la visión, se da a nosotros, en la fe y en Misterio. Es el mismo. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó para mi y quisiera decir este secreto en voz muy baja a todos los que amo…».

       Al acercarse la fiesta litúrgica de la Santísima Trinidad, la invadía una fuerza irresistible. Durante esa semana la tierra no existía para ella. Decía: «Esta fiesta de los Tres es por cierto la mía. Para mí no hay otra cosa que se le parezca. En este gran misterio te doy cita para que sea nuestro centro... Que el Espíritu Santo te transporte al Verbo, que el Verbo te conduzca al Padre, para que seas consumada en el Uno, como sucedía verdaderamente con Cristo y nuestros santos”.

       El día 21 de noviembre del 1904, fiesta de la Presentación de la Virgen, el Carmelo entero renovaba los votos de profesión. De vuelta a su cuarto, tomó la pluma y en una simple hoja de libreta, sin vacilación alguna, sin la menor tachadura, de un solo trazo, escribió su célebre oración a la Santísima Trinidad como un grito que se le escapa del corazón. Para mí es una de las más bellas y profundas que conozco. De ella viven muchas almas que la repiten todos los días, al empezar la jornada, en su oración: Plegaria a la Santísima Trinidad.

EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO

Por qué adoramos al Pan consagrado

Corpus Chisti (Ecclesia)

<<Estate, Señor, conmigo>>

BENDICIÓN

PLEGARIA A LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oh Díos mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma ya estuviera en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro misterio.

Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora.

Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra vida. Venid a mí como adorador, como reparador y como salvador.

Oh Verbo Eterno, palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de vos; y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado astro mío! fascinadme, para que nunca pueda ya salir de vuestro resplandor.

Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí, para que en mi alma se realice una como Encarnación del Verbo; que sea yo para él una humanidad supletoria, en la que él renueve todo su misterio.

Y vos, oh Padre, inclinaos sobre esta vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra; no veáis en ella sino al amado, en quien habéis puesto todas vuestras complacencias.

Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita, inmensidad en la que me pierdo. Entrégome sin reserva a vos como una presa, sepultaos en mí, para que yo me sepulte en vos, hasta que vaya a contemplaros en vuestra luz, en el abismo de vuestras grandezas.

(Sor Isabel de la Santísima Trinidad, 21 noviembre 1904).

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