RETIRO AGUSTINAS SERRADILLA 2019

Canto de entrada

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Vendrá el Señor con la aurora, Él brillará en la mañana, pregonará la verdad. Vendrá el Señor con su fuerza, Él romperá las cadenas, Él nos dará la libertad.

Él estará a nuestro lado, Él guiará nuestros pasos, Él nos dará la Salvación. Nos limpiará del pecado, ya no seremos esclavos, Él nos dará la libertad.

VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

Visitará nuestras casas, nos llenará de esperanza, Él nos dará la Salvación. Compartirá nuestros cantos, todos seremos hermanos, El nos dará la libertad.

Caminará con nosotros, nunca estaremos ya solos, Él nos dará la salvación. Él cumplirá la promesa, y llevará nuestras penas, Él nos dará la libertad.

 VAMOS A PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR; VAMOS A CONSTRUIR LA CIUDAD DE NUESTRO DIOS.

PRIMERA MEDITACIÓN

 

       QUERIDAS HERMANAS AGUSTINAS DEL CONVENTO DE  SERRADILLA: Estamos en el tiempo santo del Adviento, de la espera litúrgica y personal del Señor en la Navidad.

Todos los tiempos litúrgicos son santos, porque deben servirnos para unirnos y amar más a Dios y a nuestros hermanos, los hombres. Pero este tiempo de adviento lo es especialmente, porque el sentido y finalidad central del Adviento es la espera del Señor, que viene para salvarnos y santificarnos. Y esta espera del adviento tiene diversos aspectos.

En primer lugar, el adviento nos recuerda y hace presente la espera del Señor en el Antiguo Testamento, como nos lo predican la mayor parte de las primeras lecturas de las  misas de estos días así como las lecturas del Breviario. Y lo hace la Iglesia para despertar en nosotros en estos días la espera y aquel profundo deseo y anhelo del Mesías prometido que vivió todo el Antiguo Testamento, especialmente los profetas, que se encargaron de parte de Dios, de mantener esta esperanza en el pueblo fiel.

Al leer estos textos del Antiguo Testamento tratemos de vivirlos en nuestras vidas deseando se venida en plenitud de gracia y amor a nosotros y todo el pueblo de Dios por su Hijo Jesús nacido de María. En la liturgia y en  la oración litúrgica y personal hay que pedir que Cristo venga a nosotros con mayor plenitud de amor y gracia.

       Una vez que vino el Mesías prometido, Jesucristo, terminó el Antiguo Testamento y empieza el Nuevo, con la realización de las promesas; llegan los tiempos nuevos y se colman todas las esperanzas.

Y ahora ya, en esta etapa nueva y final en que estamos y que vive la Iglesia, después de su venida, muerte y resurrección, debemos vivir y actualizar en nuestro corazón y en nuestras vidas esta venida, estos dones, esta plenitud de gracia y presencia de Dios que nos trae la liturgia de la Navidad cada año, y que nos dirige a todos para llevar la historia humana y la salvación del hombre hacia la última venida del Señor, a la parusía, a la venida gloriosa de Cristo, al final de los tiempos, como nos habla el evangelio de algunos de estos días y que para nosotros es el día de nuestra partida a la eternidad, en el día en que morimos para el tiempo y pasamos al encuentro definitivo y total con Dios Trinidad.

       Por eso, el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» del Hijo de Dios para salvarnos; y por otra, mira y hace que nos preparemos para la otra venida, al final de los tiempos, para entrar en la eternidad, en el encuentro definitivo con el Señor, sentido y fin último de su primera venida para la cual vino el Señor para  llevarnos a todos al cielo, al encuentro total y definitivo con Dios Trinidad mediante su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes ahora en cada misa y lo vivimos por medio de los sacramentos, y siempre especialmente por la oración, a la que vosotras estáis entregadas y  por la que vosotras y todos los cristianos nos encontramos y vivimos ya en Dios Trino y Uno, Dios Trinidad, especialmente vosotras que habéis renunciado por ello a los placeres del mundo y os habéis enclaustrado en este convento para llegar hasta hasta la unión total con Dios ya en la tierra y repito, esta unión y salvación y cielo anticipado en la tierra lo tenéis que conseguir, por el mejor y único camino que es el camino de la oración en diversas etapas con sacrificios y purificaciones, por amor total a Dios  y a todos vuestros hermanos los hombres, por quienes habéis ofrecido toda vuestra vida y por lo que debíeramos ser más agradecios con vosotras; este es el sentido esencial de vuestra vida de clausura, es vivir totalmente para Dios y la salvación de vuestros hermanos los hombres, y para eso, orar y sacrificarse, inmolar vuestras vidas para que vosotras y todos la tengamos eterna.

La vida en el convento, el ser tan valientes y generosas de vivir en un claustro, para vosotras es vivir totalmente ya para Dios y para que esto se pueda realizar en vosotras el camino más importante y necesario es la oración personal que se vive y se alimenta de la liturgia y de los ratos diarios de soledad y encuentro largos de oración y conversión en la vida personal y de comunidad que os debe llevar a una comunión de vida con Dios y las hermanas como anticipación del cielo. Y todo esto repito, principamente por la oración personal que se alimentará de la comunitaria y de la Eucaristía: Os habéis enamorado del Señor de tal forma que podéis decir: Esta vida que yo vivo, es privación…  sácame de aquesta vida y dame la muerte, mira que peno....   

Y para que ésta vida de oración y encuentro con el Señor que viene en la Navidad pueda realizarse, es necesario que ahora, en este tiempo salgais a esperarlo y recibirlo ahora, en las diversas formas en las que llega a nosotros, principalmente, lo repetiré muchas veces, por la oración-conversión en etapas un poco elevadas, que todas vosotras estáis invitadas por el Señor Jesús a recorrer y que este es el sentido esencial de vuestra vida religiosa, en que tratáis de vivir solo para Dios y salvacion de los hermanos en clausura del mundo y de sus pasiones e intereses hasta el punto de que algún día, subiendo por esta montaña de la oración, primero meditativa, luego contemplativa, ya no necesito tanto leer ni siguiera libros o evangelios para sentir a Dios en mi alma, sino como dice santa Teresa en trato de amistad estanos muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama y no así podeis llegar a la oración unitiva y transformativa y poder decir: por qué, pues has llagado de amor este corazón no le sanasta…. O descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura, mira que…y todo ya y para siempre, simplemente con recogeros y mirandole en el Sagrario,  sin palabras pero dormidas de amor en su pecho como Juan en la última Cena o en tu alma o corazón o mirándolo en el Sagrario y decirle: Descubre tu presencia y máteme tu rostro  y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino..

       QUERIDAS HERMANAS AGUSTIANAS: Estos son los temas de los que me quiero hablaros esta mañana, pero me hubiera gustado hacerlo con cierta amplitud en este retiro de Adviento, pero no puedo hacerlo en una meditación, por eso, en este rato de oración, hablaremos lógicamente del Adviento, por ser el tiempo fuerte en que estamos litúrgicamente y debemos vivir espiritual y personalmente; luego hablaremos, cómo no, de María, porque ella fue la primera que vivió este tiempo de espera del Hijo, que nacía en sus entrañas y que tantas emociones y recuerdos agradecidos nos trae; luego de Juan el Bautista, porque cuando llega el otoño y las hojas se caen de los árboles viene puntual a esta cita con su voz fuerte y tonante, invitándonos a la conversión, como profeta verdadero a quien no se le traba la lengua, cuando tiene que decir las verdades que nos duelen y nos cuestan como es el hablarnos de conversión y de preparar los caminos del Señor con penitencias.

       Pero como no es posible hablar de todos ellos con cierta amplitud, los haré más brevemente y unidos entre sí con esta meditación que titularíamos PARA TRARAR DE VIVIR EL ADVIENTO CON MARÍA. 

       Y ahora ya, iniciada esta primera meditación del Adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo a mis feligreses, cuando les hablaba en mi parroquía: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, si no aumenta su presencia de amor y de fe en nosotros, no será Navidad en nosotros; repito…. Aunque cantemos villancicos y hagamos nacimiento… el Adviento no habrá sido adviento, ESPERA de Cristo, espera de amor y de fe viva en Cristo, habrá sido tiempo inútil, no aprovechado, no vivido en nosotros, no ha sido espera y deseo del Señor, de mayor presencia y amor en nosotras, aunque hayamos rezado y cantado, porque seguimos como si no hubiera venido para aumentar su presencia y amor en nosotras, en esta su comunidad.

Lógicamente, el Señor ya está en nosotros, en vuestras vidas, pero si no aumenta su presencia en esta Navidad, por un adviento vivido con deseos de mayor unión, conversión, santidad, de experiencia de amor, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento como deseo de mayor conocimiento, unión y experiencia mística con Cristo, de mayor gozo y vivencia de Jesús en cada una de nosotras y en nuestra comunidad.

       Cristo viene todos los años, litúrgica y sacramentalmente, a nuestro encuentro en este tiempo de Adviento, porque El vino en nuestra búsqueda, el Dios infinito en busca de su criatura, porque nos ama y quiere llenarnos de su belleza, hermosura, de su ser y existir divino y trinitario, especialmente a vosotros monjas contemplativas, pero si no salimos a esperarle por una oración y conversión permanente, no puede haber encuentro de mayor gracia y amistad y vivencia de amor con Él.

La Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y así lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad».

       Adviento es una palabra contracta de advenimiento; significa llegada, venida de alguien que se acerca… El Señor, la Navidad. El Adviento es la venida del Señor a este mundo, a estos hombres creados por amor de Dios, pero que se alejaron de su proyecto de eternidad; por eso fue y siempre será una venida salvadora, una venida para salvarnos.

Es una venida para liberarnos de tantas esclavitudes como tenemos, para iluminarnos del verdadero concepto de Dios, de santidad, de vida de religiosa santa y entregada al amor total y esponsal con Cristo.

Es una venida, por tanto, sumamente deseable y necesaria, que debemos pedir y preparar para celebrarla en plenitud de encuentro salvador. Y así se prepara la Iglesia y lo canta y reza por nosotros en su Liturgia: «Ven, Señor, no tardes, ven que te esperamos, ven pronto y no tarde más».

       Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como dije antes, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo, de compras y comidas.

Pero nosotros no podemos dejarnos arrastrar por los cristerios del mundo, por la televisión y los medios, nosotros debemos recogernos en silencio de ruidos mundanos en estos días de Adviento y Navidad para meditar los textos sagrados, para vivirlos con mayor plenitud, para pasar ratos largos de oración ante el Sagrario, donde está siempre con los brazos abiertos para abrazarnos y llenarnos de su amor y ternura. Para eso estamos reunidos aquí y no podemos dejar pasar esta oportunidad que el Señor nos ofrece.

       Queridas hermanas Agustinas, ¿Por dónde vendrá Cristo esta Navidad?  Si yo tengo que salir al encuentro de una persona, si yo quiero llegar a Madrid, tengo que ir por una carretera distinta que si voy a Salamanca. ¿Por qué caminos tengo que esperar a Cristo en este tiempo de Adviento, para que nazca en mi corazón y para que aumente su presencia de amor?

       En este tiempo de Adviento la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el verdadero Adviento cristiano. Hay dos que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a vivir el Adviento con María y como María, vosotras que sois mujeres. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de Cristo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

1.- POR EL CAMINO DE LA ORACIÓN (COMO MARÍA)

       La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció de parte de Dios que había sedo escogida para ser la madre del Hijo; y la Virgen lo oyó en silencio y siguió orando y dialogando con el ángel y siguió orando y dialogando con el Padre y su Hijo, que empezó a nacer ya en sus entrañas por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Y orando fue a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que empezó con diálogo de fe y esperanza y se remató con la oración de alabanza del Magnificat, que Jesús y Juan recitaron en voz baja, éste saltando en el vientre de su madre Isabel, y Jesús llenando de alegría a su Madre para que lo pronunciara fuerte, confirmándole que era verdad todo lo que decía; así que una parte del Magnificat se la debemos a Él, de la misma forma que todo pan eucarístico, el cuerpo eucarístico de Cristo tiene perfume, olor y sabor de María, por ser carne que viene de María. En la comunión, el pan que como, Cristo Jesús, tiene sabor de María, de su madre.

       Por otra parte,  no sería bueno para nosotros, que tenemos que recorrer a veces este camino de la oración, con frecuencia duro y seco de fe, esperanza y amor, y de estar con el Señor, sobre todo en el Sagrario, sin ver ni sentir nada, que es la oración. María por tanto nos invita en este tiempo a orar y a entrar en clima de Adviento por el camino de la oración. Es un camino absolutamente necesario e imprescindible si queremos de verdad vivir el adviento cristiano y la amistad y el encuentro con Crsto y llegar a la unión afectiva y experiencia del Dios vivo, a la vivencia de laTrinidad: Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...

Sin oración primero meditativa, no digamos afectiva y contemplativa, no hay posibilidad de Adviento ni Navidad autenticamente cristiana, de encuentro con Cristo, aunque haya villancicos y turrones y sobren champán y turrones y reunión de familia y todo lo que queráis.

Porque falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración personal y litúrgica vivida. Sin ella, sin oración personal, aun la litúrgica, carece de alma, de experiencia, de vida, auque sea ex opere operato. Es que todo depende de la fe y amor personal con que viva y experimente la acción litúrgica, la santa misa, la comunion, que son para tener precisamente su misma vida, su mismo amor, sus mismos sentimientos, no es comer simplemente el pan consagrado,sino comerlo para que El vida su misma vida en cada una de nosotras.

       La gran pobreza de la Iglesia es pobreza de oración, meditación, contemplación. La oración es absolutamente necesaria para el encuentro con Dios en la Palabra, en la Eucaristía, en la vida cristiana, en la conversión, en la fe, esperanza y amor, en el apostolado, es el primero y fundamental apostolado.

Y si la hacemos ante el Sagrario, que es Encarnación continua y continuada, será Navidad permanente y Venida y  Presencia permanente de Cristo en amistad permanente. Sin oración eucarística, sin ratos largos de Sagrario, sin diálogo permanente de amor con Él, no hay diálogo, ni encuentro de amor ni comuniones profundas con Él no hay encuentro con Cristo en espíritu y verdad”.

       Toda oración, especialmente eucarística ante el Sagrario, es un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por amor extremo a los hombres, sus hermanos, hasta el final de los tiempos y ahí permanece vivo, vivo, vivo y resucitado, el mismo que está en el cielo, para salvarnos y ser nuestro mejor amigo.

Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fín de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer;” “yo doy la vida por mis amigos;  “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

       Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada, una Navidad perpetua. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca.

Y esto es también lo que pretendo recordar ahora en esta meditación: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado, y en esta Navidad viene a nuestro encuentro, y nosotros tenemos que orar, salir a su encuentro mediante ratos de silencio y meditación sobre los textos sagrados de estos días, o en contemplación silenciosa ante su presencia de Amor encarnado en un trozo de pan.

         Ahí, en la Eucaristía, que es una Encarnación continuada, está viniendo en mi busca para salvarme, para perdonarme, para los mismos fines de su primera venida, de su Encarnación y Navidad, y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? Somos nosotros lo que nosotros necesitamos de Él, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

       Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar y a vivir el Adviento; con qué cuidado voy a preparar en este Adviento la Navidad, este nuevo encuentro litúrgico con Cristo, que especialmente por la Eucaristía hace presente todos sus sentimientos, vivencias y amores al hombre; con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado voy a besar, tocar y  venerar en cada sagrario, en cada pesebre, en cada imagen de Niño.«Ven, Señor, y no tardes».

       Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía. No todas las acciones del sacerdote son apostolado. Sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo. Vosotras, por la oración, sois esencialmente apostólicas, hacéis el apostolado más eficaz.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él todos los días y a todas horas. Sin él no hay contemplación del misterio de Cristo ni vida religiosa profunda ni fraternidad verdadera en la comunidad porque La oración, especialmente la contemplativa a la que todas vosotras estáis llamadas, es vuestra identidad, vuestro apostolado en la Iglesia que tanto os necesita, sobre todo en estos tiempos actuales de secularización y ateismo, es vuestra identidad de religiosas contemplativas, vuestro  ministerio y misión y apostolado.

Vuestra entrega y ofrenda al Señor por la salvación de todos los hombres, vuestros hermanos, la oración continua y contemplativa tiene que ser vuesto modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es tarea esencial en la vida monástica, principio y fundamento, gozo y combate, don y tarea, gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente.

Nuestras hermanas y hermanos contemplativos son los centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, con las lámparas encendidas de la fe,  esperanza y caridad, las lámparas de la oración y la renuncia al mundo por sus hermanos, los hombres. Por su clausura y dedicación total a la oración.

Ellos y ellas, los monjes y monjas contemplativas permanecéis en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. Él ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido vuestra vida con el gozo de la alabanza y ha colocado vuestro y vivir y existencia en la comunión de los santos.

Él ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor total a Dios y a los hermanos por el sacrificio de sus vidas enclaustradas y por la oración de intercesión total y gratuita y generosa por todos sus hermanos, los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos y estas centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado y quieren vivir su vida en el convento comtemplando su rotro, y su corazón más que nada y más que nadie y por él han renunciado al mundo y su placeres y a todo  y le han escogido a Él como único esposo y dueño de sus vidas, es un cielo anticipado en la tierra, que es un convento o debeser un convento de clausura, de esposas de amor total a Cristo.

Pero siempre, todo esto, unidas a Él por la oración y caridad permanente, porque sin oración, especialmente contemplativa, nos hay caridad y vivencia de Dios trinitaria: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro…”  no hay convento ni vivencia de fraternidad contemplativa entre las hermanas, porque la oración hace, tiene que hacer la vida fraternal y la comunidad y la vida conventual encendida y permanente y ni no hay esta oracion… entonces... Si no hay amor y gozo y vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno.

En la Encíclica de S. Juan Plablo II N.M.I. encuentro este texto: 38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5). Y la oración nos hace vivir precisamente en esta verdad.

2.- POR EL CAMINO DE LA FE VIVA Y DESPIERTA, COMO MARÍA

       “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel. María vivió el primer Adviento con fe, con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… como vosotras para esta vida religiosa de predilección y de escogidas…

y María pensaba qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… Por eso pregunta: ¿Y cómo será eso si no conozco varón? PERO LA VIRGEN SE FIÓ TOTALMENTE DE DIOS, DEL MISMO QUE OS LLAMADO a vosotras a la vida religiosa.

       Se fió totalmente de la Palabra de Dios transmitida por el Arcágel S. Gabriel, y a nosotros por Jesús mismo en la oración, especialmente desde el Sagrario. Y María creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada.

Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas, porque en el fondo, muchas veces dudamos de las verdades y acciones exigidas por la fe, porque no somos capaces de demostrarlas o comprobarlas con la razón; y porque nos fiamos más de nuestros propios criterios que de lo que nos dicta la fe, dudamos de lo que Dios nos dice por el Evangelio, porque supera toda comprensión humana.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios, en su palabra, en su evangelio. Tenemos que creer de verdad que ese niño, hijo de una mujer sencilla en lo externo, pero grande en su ser, es el Hijo de Dios, y por eso merece todo nuestro cuidado y dedicación y espera y amor, rectificando o corrigiendo o quitando todo pensamiento, acciones, tiempo en otros asuntos y esperas, que impidan la vivencia de  esa fe, que lleva consigo nuestro amor a Dios sobre otras cosas o criterios.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros.

       Pedimos esta fe, aunque en estos tiempos, con este mundo y estos signos y guassads y televisiones y medios no digan ni hablen de Él ni nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta del gobierno y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, Dios, Evangelio, a navidad auténtica, la cristiana, la de la fe cristiana…; este mundo que ha querido encontrar la felicidad de Dios en la cosas finitas; este mundo, que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, porque le falta Dios.

Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios más tristes, los padres y los hijos más tristes, padres matando a hijos, a esposas, no existen los vecinos de antes ni los amigos… porque nos falta Dios; Necesitamos la Navidad, que Dios venga y nazca por la fe y el amor en este mundo, en los hogares, en las familias y habrá vocaciones, jóvenes que se entreguen a Él para siempre en vida sacerdotal o religiosa como en tiempos pasados, es necesario que Dios nazca en los hombres, que viva en los matrimonios, que por la fe exista y nazca en las familias, que sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares, que se le invoque y se le rece como en nuestra infancia y juventud y primeros años de sacerdocio.

Necesitamos fe personal en los padres que la transmitan a los hijos y habrá navidad, porque si no, muchas luces en nuestras calles pero iglesias vacías y los niños y jóvenes de ahora a oscura de fe porque no saben de qué va y qué  es la navidad.  

Por eso vosotras, religiosas contemplativas, vuestra oración y sacrificios son más necesarios hoy que nunca, que en otros tiempos donde los padres transmitían la fe a los hijos y era Navidad en todos los hogares del pueblo con nacimientos y las iglesias llenas y no vacías como ahora.

Vuestra oración y sacrificios son más necesarios ahora que en otros tiempos. Esta dimensión de oración e intercesión en vuestras comunidades que vivis para salvar al mundo, para santificar a la iglesia, a los sacerdotes, que vivis encerradas al mundo para rezar y santificarlo.

       Por eso, en vosotras, en este tiempo, lo primero de todo será vuestra fe en Dios, fe en la navidad, en su amor al hombre, fe en su Venida por amor al hombre siendo Dios sin necesitar del hombre, fe en su Encarnación en el seno de una criatura suya, en María, existiendo en la eternidad, fé en su nacimiento pobre y humilde en un pesebre, siendo Dios, quíen lo diría, quien de nosotros ha nacido en circunstancias tan pobres, y todo, por amor, por amor a los hombres, por amor a ti, a cada uno de nosotros.

Queridas religiosas, fe en su nacimiento y pesebre permanente en el Sagrario, en tu sagrario, en todos los sagrarios de la tierra, y todo por amor al hombre siendo Él Dios, Dios infinito, que no necesita nada de nosotros…. Hermanas, si curas y frailes y monjas creyéramos de verdad en esto, en su natividad  y presencia permanente de amor en todos los sagrarios de la tierra, nuestra vida de fe, de amor y de piedad para con Él sería muy diferente.

SI, HERMANAS, ES NECESARIO QUE CRISTO NOS OIGA DECIR EN RATOS LARGOS DE FE EN SU PRESENCIA ANTE EL SAGRARIO: CREO, CREO, CREO EN TI, SEÑOR, EN TU PRESENCIA DE AMOR Y POR AMOR A MÍ Y A CADA UNO DE LOS HOMBRES, CREO, SÍ, CREO EN TI, EN LA NAVIDAD, EN QUE VINISTE POR AMOR A MÍ Y QUIERES CELEBRAR ESTE AMOR A MÍ EN CADA NAVIDAD, CREO, CREO, CREO EN LA NAVIDAD, EN TU AMOR, EN TU SAGRARIO…

       ¡María, madre de fe y por la fe, enséñame a esperar como tú a Cristo! Que como tú salga en estos días a esperar a Cristo en la oración, especialmente eucarística, por la fe  viva y verdadera. Que como tú, yo sólo viva para Cristo y desde Cristo oriente mi vida y toda mi existencia. Que Cristo, porque creo que es Dios, sea lo primero y lo absoluto en mi vida. Y someta todo mi yo y mis criterios y mis actitudes y mis deseos y proyectos a su amor, a su palabra, como María, por una fe viva.

       Desde que el niño empezó a nacer en sus entrañas, ella sólo vivió para Él. Era su Hijo, era su Dios, Dios y Todo. Sobre el fondo de sus miradas, trabajos y preocupaciones, todo era Navidad. Igual nosotros. LA NAVIDAD FUNDAMENTALMENTE ES CREER QUE DIOS AMA AL HOMBRE, SIGUE AMANDO AL HOMBRE, Y SIGUE AMANDO Y PERDONANDO A ESTE MUNDO.

       La Virgen mereció la alabanza de su prima por su fe: “Dichosa tú que has creído, porque todo lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá”. Si creemos, todo se cumple, todo tiene sentido, todo nos prepara para el nacimiento más profundo de Cristo en nosotros, en nuestras vidas. La fe es un don de Dios. Pero hay que pedirla y disponerse, cooperar con ella, sobre todo, pedirla muchas veces, siempre. Con la Virgen y como la Virgen que nosotros no le fallemos a Dios. Que merezcamos su alabanza por haber creído en su venida de amor a este mundo.

       Con qué fe, con qué certeza, con qué emoción y temblor lo recibió ella. ¡Madre, enséñanos a esperar y celebrar el Nacimiento de Jesús como tú, a recibirlo com tú!

3.- POR EL CAMINO DEL AMOR AGRADECIDO, COMO MARÍA

       María expresó maravillosamente este sentimiento ante su prima Isabel con el canto del Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1,46-47).

       Aun los ateos y los que no saben de qué va la Navidad,  no digamos los creyentes, nos sentimos llenos de amor en estos días, agradecidos, más hermanos, más solidarios y abiertos a los demás, nos entran ganas de ayudar a la gente, especialmente a los necesitados. Como la Virgen: visitó a su prima y la ayudó en su parto.

Pero en estos días, como siempre, lo primero debe ser Dios. Y si alguien nos pregunta, tanto ahora en Navidad como en cualquier tiempo del año, ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios? Pues porque Él nos amó primero. Dios nos visita, se hace cercano, se hace hombre y viene a nosotros por amor y para que nos amemos y le amemos: “Porque Dios es Amor… En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó, y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn 4,8.10). Qué claro lo vio Juan: Dios nos amó primero y, roto este amor por el pecado de Adán, Dios volvió a amar más intensamente al hombre, enviándonos a su propio Hijo para salvarnos.

       Santa Catalina de Sena nos describe así todo el amor de Dios en la creación del hombre y, sobre todo, una vez caído, en la recreación, por el amor del Hijo amado:

«Quiero, por tanto, y te pido como gracia singular, Padre Dios, que la inestimable caridad que te impulsó a crear al hombre a tu imagen y semejanza no se vuelva atrás ante esto...   A pesar de lo cual, impulsado por este mismo amor, y con el deseo de reconciliarte de nuevo por gracia al género humano, nos entregaste la palabra de tu Hijo unigénito. El fue efectivamente el mediador y reconciliador entre nosotros y tú, y nuestra justificación, al castigar y cargar sobre sí todas nuestras injusticias e iniquidades. Él lo hizo en virtud de la obediencia que tú, Padre eterno, le impusiste, al decretar que asumiese nuestra humanidad. ¡Inmenso abismo de caridad! ¿Puede haber un corazón tan duro que pueda mantenerse entero y no partirse al contemplar el descenso de la infinita sublimidad hasta lo más hondo de la vileza, como es la de la condición humana?

       Nosotros somos tu imagen, y tú eres la nuestra, gracias a la unión que realizaste en el hombre, al ocultar tu eterna deidad bajo la miserable nube e infecta masa de la carne de Adán. Y esto, ¿por qué? No por otra causa que por tu inefable amor. Por este inmenso amor es por el que suplico humildemente a tu Majestad, con todas las fuerzas de mi alma, que te apiades con toda tu generosidad de tus miserables criaturas».(Santa Catalina de Siena,Diálogo,Cap. 4).     

       Esta debe ser una actitud fuerte en estos días: amor agradecido al Señor, que nos quiere salvar, que viene a nosotros, que viene desde su Felicidad infinita a complicar su vida por nosotros. Procuremos retirarnos a la oración, revisar nuestro comportamientos para con Él, corrijamos, enderecemos los caminos, salgamos a su encuentro, mirando a los hermanos.

Por eso, más frecuencia y más fervor en todo: oración, misas, comuniones, obras de caridad con los hermanos,  control de la soberbia y orgullo, porque Cristo se hizo pequeño, visitemos a los necesitados como María a su prima santa Isabel. Finalmente y por no alargarme en esta meditación y porque lo considero muy importante, para mí, que soy finito y pecador, la más importantes, María vino a nosotros, por por camino de la conversión.

4.- POR EL CAMINO DE LA CONVERSIÓN, COMO MARÍA

       “¿Cómo será eso pues no conozco varón?”. Así respondió María al ángel, a la maternidad que le anunciaban, porque sus pensamientos y su planes no eran esos. Pero se convirtió totalmente a la voluntad y a los deseos de Dios, como nosotros tenemos que hacer en nuestras vidas, cuando nuestros planes no coincidan con los suyos, nuestros pensamientos y deseos con los suyos. Hemos de responder como María: Aquí está tu esclavo,  Señor, hágase en mí según tu palabra.

       A veces estamos tan llenos de nosotros mismos, de nuestro yo, de nuestros criterios y de nuestros planes…, aunque seamos curas, obispos, frailes y monjas, que no cabe Dios, que no caben sus criterios de humildad y de amor y generosidad porque son contrarios y opuestos a los nuestros siempre egoistas y del yo.

El hombre, desde que existe, por impulso natural, tiende a amarse a sí mismo más que a Dios. El mandamiento de “amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, por el pecado original el hombre lo convierte en me amaré a mí mismo con todo mi corazón, con todas mis fuerzas, con todo mi ser…más que a Dios y a los hombres.

 Y esto, aunque uno se cura o fraile o monja, y esto es idolatría, amarse uno a sí mismo más que a Dios, aunque sea en cosas pequeñas, de cada día. Pero que uno la ve mucho dentro de la misma Iglesia, en los de arriba, muy arriba y en los de abajo. Dios no es lo absoluto, lo primero de nuestras vidas, falta humildad. En el centro de nuestro corazón nos entronizamos a nosotros mismos, nos buscamos y nos damos culto idolátrico, de la mañana a la noche.

       Por esta razón, si queremos que Cristo aumente su presencia en esta Navidad dentro de nosotros, en nuestro corazón, en nuestro ser y existir, tenemos que destronar este <yo> del centro de nuestro corazón y de nuestra vida. Porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni su Evangelio, ni sus criterios, ni sus mandatos, ni su vida, ni su amor, ni sus sentimientos, no cabe ni Dios porque nosotros nos hemos constituido en dioses de nuestra vida.

Por tanto, si queremos que Cristo nazca dentro de nosotros,  en nuestro corazón, en nuestra vida, tenemos que vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros criterios,  y de esos amores egoístas y consumistas, que nos invaden totalmente y nos vacían de Dios que es el Todo. Y ese es el vacío que siente el mundo actual, muchos hombres y mujeres, las familias estamos, los matrimonios, más solos y tristes, porque nos falta Dios, nos falta el amor, que es Dios.

Necesitamos que Dios llene nuestra vida, nuestro corazón; necesitamos la Navidad; pero la Navidad cristiana, porque, aunque Cristo naciese mil veces, si no nace dentro de nosotros, en nuestro corazón, no habrá Navidad; no habrá encuentro con Dios; todo habrá sido inútil, aunque sobren champán y turrones, no podremos tener Navidad.

       Y para eso, repito, es necesaria la conversión continua y permanente, el vaciarnos de nosotros mismos y de tantas cosas y deseos y pecados, aunque sean leves, pero que impiden el nacimiento o el aumento de la presencia de Dios en nosotros.

Hay que perdonar a todos, no puede haber soberbia y rencor en nuestro corazón a nadie para que Cristo pueda nacer plenamente en mi corazón; hay que ser generosos en tiempo y amor con los necesitados de tiempo, amor, de cuerpo y alma, con nuestros feligreses, familiares, amigos; hay que convertirse de la crítica continua a los hermanos a la comprensión,  a la aceptación, jamás criticar, no podemos criticar si queremos tener el corazón dispuesto para que nazca Cristo; la soberbia, la murmuración y la falta de caridad con los hermanos impiden este nacimiento. Todo debe ser buscado, rezado y realizado conforme a la voluntad de Dios, mediante una conversión sincera.

       Por eso, repito, que, unido a la fe, va el amor, va la oración y la conversión permanentes... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE se conjugan igual y tienen para mí el mismo significado y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, que vuelve por la Navidad y por Liturgia Eucarística, por la santa misa, en la que no solo se hace hombre sino un trozo de pan por nosotros, vuelve con amor extremo a repetir su historia amor apasionado y su nacimiento entre nosotros en cada misa, navidad eterna entre los hombres.

       Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. La conversión debe durar toda la vida, porque siempre tendemos a ponernos y colocar nuestra voluntad y deseos delante de los de Dios, a amarnos más que a Dios, que debe ser lo primero y absoluto.

Por eso, la conversión debe ser permanente y exige oración permanente. Y la oración, si verdaderamente lo es, debe ser permanente y debe ser y llevarnos a la conversión permanente. Porque si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente. 

       Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano,  y la causa principal de que se ore tan poco en el pueblo cristiano y entre los mismos elegidos y es la razón fundamental del abandono de la oración por parte incluso de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos, aunque esto resulte duro y antipático y me ha llevado a disgustos y demás entre mis hermanos sacerdotes, incluso obispos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide  y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

 “Dios es amor”,dice S. Juan, su esencia es amar y amarse para serse y exisitir en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir.

Y ese amor se ha hecho primero carne, se ha hecho hombre, y luego un poco de pan, por amor al hombre y se llama Jesucristo, y esto es la Navidad cristiana, el misterio del Amor de Dios Encarnado. Y si es Navidad, quiere decir que Dios sigue amando al Hombre; y si Dios nace, quiere decir que Dios no se olvida del hombre; y si  Dios nace y es Navidad, el mundo tiene salvación, no debemos desesperar; si Dios nace, todo hombre es mi hermano y todo hombre vale mucho, vale infinito, vale una eternidad. Si Dios nace y se hace hombre como nosotros Él nos hace eternos con su nacimiento, somos eternos, nuestra vida es más que esta vida, Jesucristo se ha hecho hombres para hacerno a todos hijos eternos de su mismo Padre, Dios. La Navidad es Dios buscando al hombre para llevarlo a la eternidad de gozo con la Triniidad eternamente.

QUERIDOS HERMANOS: Somos más que este espacio y este tiempo, para eso ha nacido Jesucristo. Si Cristo nace, sí hay Navidad, Dios me ama, Dios nos ama, Dios ama al hombre y nos ha llamado a una vida de de amor y felicidad eternida con El: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn  3,17).

Exposición del Señor   y  confesiones

QUERIDA HERMANA RELIGIOSA AGUSTINA DE SERRADILLA, HE RECIBIDO PARA TI ESTA CARTA DE JESÚS: MEDÍTALA.

       Como sabrás, nos acercamos nuevamente a la fecha de mi cumpleaños: Navidad. Laverdad es que me alegra saber que, al menos un día del año, algunas personas piensan un poco en mi. Recuerdo el año pasado, al llegar el día de mi cumpleaños, mi  nacimiento, mi Navidad hicieron una gran fiesta en mi honor; pero ¿sabes una cosa? Ni siquiera me invitaron.

       Yo era el invitado de honor por ser mi Navidad, mi cumpleaños, y ni siquiera se acordaron de invitarme ni de mencionarme. Ni siquiera se molestaron en bendecir la mesa. La fiesta era para mí y cuando llegó el gran día me dejaron afuera, me cerraron la puerta... y yo había venido con todo mi amor, como en todas las Navidades, para compartir ese momento con ellos.

       La verdad que no me sorprendí, porque en los últimos años en España, en Serradilla, muchos, que se llaman cristianos, me cierran la puerta. Y, como no me invitaron, se me ocurrió entrar sin hacer ruido, porque lo puedo hacer con mi amor y poder infinitos. Entré y me quedé en el rincón, por si alguno quería recordarme.

       Estaban todos bebiendo, había algunos ebrios contando chistes, lo estaban pasando en grande. Para colmo, llegó un viejo gordito, vestido de rojo, de barba blanca y dando voces y gritos. Parecía que había bebido de más. Se dejó caer pesadamente en un sillón y todos los niños corrieron hacia él, diciendo: “¡Santa Claus, Santa Claus!” “¡Papa Noel, Papa Noel!” ¡Como si la fiesta fuese en su honor! Llegaron las doce de la noche y todos comenzaron a besarse y abrazarse; yo extendí mis brazos esperando que alguien me abrazara y... ¿sabes? nadie me abrazó...

De repente todos empezaron a repartirse los regalos; uno a uno los fueron abriendo, hasta que se abrieron todos; yo  me acerqué para ver si por casualidad había alguno para mí, y nada ¿Qué sentirías tú si el día de tu cumpleaños se hicieran regalos unos a otros y a ti no te regalaran nada? Comprendí entonces
que yo sobraba en esa fiesta, salí sin hacer ruido, cerré la puerta y me retiré.

       Cada año que pasa es peor; la gente sólo se acuerda de la cena, de los regalos y de las fiestas, y de mi pocos se acuerdan. Quisiera que esta Navidad me permitieras entrar en tu vida, quisiera que reconocieras que hace dos mil años vine a este mundo para dar mi vida por ti en la cruz y de esa forma poder salvarte. Hoy sólo quiero que tú creas esto con todo tu corazón.

       Voy a contarte algo, he pensado que como muchos no me invitaron a su fiesta, voy a hacer la mía propia, una fiesta grandiosa como la que jamás nadie se imaginó, una fiesta espectacular, en la que haré presente todo lo que conseguí viviendo en la primera Navidad.

Todavía estoy haciendo los últimos arreglos. Porque voy a venir con el mismo amor infinito y traigo todo el mismo amor y la salvación y la eternidad y el Misterio de Dios Trino y Uno. Sólo quiero que me digas si quieres asistir; te reservaré un lugar, y escribiré tu nombre con letras de oro en mi gran libro de invitados al cielo. Te espero, en Navidad, en la Eucaristía, en el pesebre, en la oración y en la Comunión Eucarística para darte mis regalos.

(Querida hermana religiosa agustina, yo sé que tú si invitas al Señor a que venga a tu corazón, yo sé que le estás esperando… pero a lo mejor, el Señor quiere que sea una navidad de mayor amor y santidad, que no sean solo villancicos y… Prepara mejor, si puedes, tu corazón, tu amor, tus ratos de oración para que sea Navidad en tu alma, en tu vida. Y no te olvides de orar por la Iglesia, por los tuyos, por el mundo, para que sea navidad de Cristo en todos, para eso te has enclaustrado en un convento, para vivir más unida a mí y ser apóstol y salvadora del mundo.)

 

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