PARROQUIA DE SAN PEDRO
PLASENCIA
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ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES Para un total de más de cinco mil millones de hombres, de los cuales cerca de cuatro mil no son católicos, hay apenas unos cuatrocientos mil sacerdotes, con un promedio de más de nueve mil hombres por cada sacerdote católico. Aunque en el decenio 1980-1990 la población mundial ha aumentado en unos 900 millones de personas, en el mismo periodo de tiempo, se ha registrado un descenso en el número de sacerdotes (aproximadamente 17.000 menos). Se ha dado un ligero incremento en el número de seminaristas mayores y de movidos, pero no lo suficiente para hacer que el balance anual de sacerdotes resulte positivo (por el gran número de los que mueren, dado el gran número de sacerdotes ancianos). Numerosas parroquias quedan sin sacerdotes, muchas personas no tienen la posibilidad de asistir a la Santa Misa dominical, acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación, incluso de bautizar a sus hijos y de celebrar el sacramento del matrimonio. Nos cuesta trabajo a nosotros mentalizarnos en este aspecto, porque venimos de una infancia y juventud donde había dificultad para colocar a tantos sacerdotes como salían de nuestros seminarios, a pesar de los que salían para las misiones u otras diócesis. Quince sacerdotes salimos de mi curso. Incluso ahora en Plasencia-ciudad somos muchos, mientras son mayoría los pueblos de nuestra diócesis que no tienen sacerdote. Entre nosotros, la edad media está por encima de los 60 años. En muchos lugares de América Latina hay parroquias en las que el sacerdote debe atender a más de treinta mil católicos. En Asia y África el número de habitantes por sacerdote es de 57,000 y 31,000 respectivamente. La carencia de sacerdotes y de personas consagradas repercute en el grado de evangelización de la sociedad, de las familias, de los jóvenes, de los niños. Donde falta el sacerdote o su presencia es rara, la fe se debilita, se pierde el sentido de Dios, los creyentes van cayendo poco a poco en manos del secularismo. Tenemos que mentalizarnos más en esta necesidad de pedir por las vocaciones, no sentimos en nuestra carne este problema de la Iglesia, de Cristo, y si lo hacemos, lo hacemos más por obedecer el mandato de Cristo, que por sentirlo en nuestra propia carne. “Alzad los ojos y ved los campos blancos, dispuestos a ser segados” (Jn. 4, 35) Una mirada al mundo me descubre enseguida la inmensidad de los campos a los que está destinada la Iglesia para llevarles el Evangelio, la salvación de Cristo. ¿Pero quién segará esos campos? ¿No se agostará el grano por falta de segadores? ¿No se pudrirá con las primeras tormentas de verano? El campo está listo; las necesidades son ilimitadas pero los obreros del Evangelio escasos y no se dan abasto. “La mies es mucha”.¿Cómo creerán en Ti, Señor, todos esos millones de personas, si no han oído el Evangelio? ¿Cómo van a oírlo si no hay sacerdotes que los evangelicen?´ ¿Cómo te conocerán si no hay testigos del Evangelio, si no hay sacerdotes que pongan su vida a disposición de tu Reino? Señor, la mies es mucha. Manda obreros a este inmenso campo del mundo. Manda sacerdotes que trabajen con los niños, jóvenes y adultos, que lleven tu mensaje de verdad y de amor a los dirigentes de la sociedad, al mundo del trabajo, de la cultura, del arte… Manda sacerdotes para que consuelen a los abatidos, ayuden en sus tribulaciones a los enfermos y moribundos, que den al mundo una esperanza. Sacerdotes misioneros que se pierdan en las zonas más remotas de la tierra para plantar en ella tu cruz y tu salvación. Pero sobre todo danos sacerdotes apóstoles de las familias que ayuden a los esposos a ser verdaderamente padres creyentes que piensen que es un don y una gracia tuya de predilección tener algunos de sus hijos entre los elegidos de Cristo para el sacerdocio. La falta de entusiasmo verdadero en nosotros mismos por el seminario, es decir, que sólo hablemos de él algunas veces, con motivo de San José y del día del seminario pero que no lo tengamos metido en el alma todos los días y nos duela como a Cristo; la falta fe en los jóvenes por falta de sacerdotes santos, verdaderamente santos y por falta de amor a ti en los padres cristianos, incluso en los que comulgan tu Cuerpo eucarístico, son las causas principales para mí de la falta de vocaciones. Sé que es duro decirlo, y que me lleva a ser incomprendido, pero no puedo callarme. Hace falta que nos duelan los sacerdotes, como le duelen a Cristo. Que nos duela la eternidad de los hermanos, como a Cristo, y esto esté presente y activo siempre en toda nuestra existencia, como en Cristo, hasta la vida por la gloria de Dios y la salvación de los hermanos, esto es la Eucaristía, el Sacerdocio. Todos sabemos que la Eucaristía es el misterio de Cristo total y completo. Así la instituyó el Señor. Pero después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad... Jesús hizo a los encargados de amasar este pan, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Consagrad con este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar... y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto amor, cuánto predilección y poder. Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendentes, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, sólo Dios puede perdonar los pecados”. Si tuviéramos más fe... ¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea. Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente de sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo sacerdote que la realice. Qué gozo ser sacerdote, tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote, tan cerca de Cristo, tan omnipotente... valóralo, estímalo, reza por ellos en este día, es mejor que todos los puestos y cargos del mundo. No os maravilléis que almas santas hayan sentido en su corazón un aprecio tan grande hacia el sacerdocio, cuando Dios las ha iluminado y han podido ver con fe viva este misterio; no había nada de exagerado en sus expresiones, todo es cuestión de fe, si Dios te la da. Una Teresa de Jesús, que se quejaba dulcemente al Señor, porque no hubiera nacido hombre para poder ser sacerdote. Una Catalina de Siena, que después de contemplar su grandeza, corría presurosa a besar las huellas de los dulces Cristos de la tierra. Un S. Francisco de Asís que decía: Si yo viera venir por un camino a un ángel y a un sacerdote, correría decidido al sacerdote para besarle las manos, mientras diría al ángel: espera, porque estas manos tocan al Hijo de Dios y tienen un poder como ningún humano. Comenzó Jesús exagerando la grandeza del sacerdocio, cuando en la Última Cena se postró ante ellos, ante los pies de los futuros sacerdotes y les dijo:“de ahora en adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamaré amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conocer...” Y desde entonces, desde que Jesús dijo estas palabras, nosotros, los sacerdotes, somos sus íntimos y confidentes. Por eso, nos confía lo más sagrado que hay en el mundo: su cuerpo y las almas, la eternidad de los hombres. Cómo me gustaría que las madres cristianas cultivaran con fe y amor en su corazón la semilla de la vocación, para transplantarla luego al corazón de sus hijos, como cultiváis en vuestras eras las semillas de tabaco o de pimiento, para luego transplantarlas a la tierra. Hacen falta madres sacerdotales, en estos tiempos de aridez religiosa y desierto espiritual en nuestras comunidades. Queridas madres, qué maravilla tener un hijo sacerdote, que todas las mañanas toca el misterio, trae a Cristo a la tierra, lo planta entre los hombres con todos los dones de la Salvación. Si tuvieras más fe, querida madre..., hacer a Dios de un trozo de pan y que fuera Navidad y Pascua para la almas que se acercan con amor... qué ayuda prestas a Dios y qué beneficio haces a la humanidad con un hijo sacerdote. Querida madre, ¿cuánto vale un alma? Cualquiera, no sólo la tuya o la mía sino hasta la del pecador más empedernido... vale una eternidad y tu hijo, sacerdote, puede salvarla con Cristo: “vete en paz, tus pecados están perdonados; a vosotros no os llamo siervos sino amigos...” Hermanos, sabéis de mi sinceridad, y desde ella os digo: mil veces nacido, mil veces sacerdote por amor, porque Cristo existe y es verdad, la verdad más luminosa de mi vida. Él vale más que todo lo que existe, porque no hay nada más grande que mi Cristo, nuestro Cristo, Hijo de Dios, hecho pan de Eucaristía, y Sacerdote en el barro de otros hombres. |
ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES
PARTE TERCERA: ROGAD AL DUEÑO DE LA MIES
Tú ya sabías, Señor, que los obreros escasearían y por ello nos pediste que rogáramos al dueño de la mies para que enviara obreros a su mies, para que nos diera vocaciones sacerdotales para la viña del Señor. ¡Qué gran misterio, misterio insondable de sembrador y recolector de eternidades que es el de una vocación sacerdotal! Un joven, un niño o un hombre maduro que siente irrumpir en su vida la presencia trascendente de Dios que se fija en él y que lo llama.
Porque Tú llamas, Señor, no dejas de llamar. El problema es nuestro, puesto que no siempre estamos dispuestos a oír tu voz. Por eso, me atrevo a pedirte ahora que muevas a la generosidad el corazón de aquellos a quienes Tú has elegido para la vocación sacerdotal o a la vida consagrada. Tú les pides positivamente que te amen sobre todas las cosas, lo cual lleva consigo tener que renunciar a todo para quedarse sólo contigo como único tesoro y desde tu amor tu le empujas a amar a todos con tu mismo amor, gratuitamente, en obediencia total al Padre, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y por los hermanos, sin nada de egoísmo del hombre carnal: renuncia total: deben dejar afectos humanos, familia, amigos, a veces patria, planes personales... y les pides que te sigan a Ti. Tú te presentas en sus vidas sin previo aviso, llamando, como Señor que eres: «Sígueme». Y quieres que dejen sobre la playa de sus vidas todos los proyectos posibles y soñados sobre sus vidas. ¡Qué difícil debe ser para ellos dejarlo todo!, pero al mismo tiempo qué alegría sentir en el alma tu mirada de amor y de predilección ¡Qué orgullo sentirse tus predilectos y amigos íntimos!
Señor, dales generosidad. Que no bajen su mirada ante la tuya y cobardemente se apeguen a sus propias riquezas como el caso del joven de que nos hablan los Evangelios y que no tuvo el coraje de dejar sus numerosos bienes materiales. Que a los que llamas, Señor, sepan ir detrás de Ti, pisar tus mismas huellas de entrega y amor, con alegría, sin que nada los detenga en tu seguimiento. Que sean valientes, que no se queden enredados en la seducción de los placeres fáciles del mundo, que te sigan con decisión a Ti que eres la Verdad y la Vida.
Te pido, Señor, por todos los jóvenes del mundo que en este momento necesitan en sus vidas el empujón de la generosidad para decirte «sí» como te dijo María cuando le propusiste, por medio del ángel, ser tu Madre aquí en la tierra. Que se den cuenta por la fe de que, más allá de lo que dejan, estás Tú, el mayor tesoro del mundo y de la vida, y el inmenso bien que harán en tantos miles y miles de personas a quienes conducirán a su eterna salvación gracias a ese «sí» humilde, pero de una trascendencia infinita.
Te pido especialmente por los jóvenes que están planteándose seriamente la vocación sacerdotal. Dales tu luz para conocer tu voluntad y sobre todo dales mucho amor. Te pido desde ahora que les des el coraje para dejarlo todo sin mirar nunca hacia atrás, caminando con inmensa alegría en pos de Ti.
Recordamos ahora a todos aquellos a quienes Tú concedes el don especial de oír tu llamada desde la niñez. Te pido por ellos, Señor. Mantenlos firmes en su decisión y ayúdalos a vivir con ilusión sus propósitos de frente a los obstáculos consumistas de topo tipo que puedan encontrar en su camino.
También te pido por los hombres y mujeres maduros que perciban la llamada a la vida sacerdotal o a la vida consagrada para que permanezcan fieles a su propósito y se identifiquen plenamente con el plan que Tú has querido para sus vidas.
Sobre todo, te pido también por todos aquellos que ya han decidido responder a tu llamado con generosidad y que se preparan en los seminarios o en los diversos centros de formación a la vida sacerdotal o de consagración. Ayúdalos a perseverar en ese camino que han emprendido, que no duden en entregarse totalmente a ser santos. El mundo los necesita así.
No olvidamos en nuestra oración a todos aquellos que han recibido el sublime don del sacerdocio y están hasta en los confines de la tierra predicando tu palabra y llevando el pan de la Eucaristía y tu reconciliación a los hombres. Ellos son por antonomasia los obreros de tu viña, tus amigos y predilectos.
Te pido por los sacerdotes jóvenes para que usen todas sus energías para predicar tu Evangelio. Por los sacerdotes cansados de serlo o los que están atravesando un período de crisis personal para que Tú les infundas entusiasmo por su ministerio y les ayudes a ver la grandeza de su misión sacerdotal.
Por los sacerdotes atribulados por penas internas para que les des el bálsamo de tu consuelo. Por los sacerdotes que han perdido su fervor inicial para que infundas en sus corazones una nueva efusión de caridad. A los sacerdotes perseguidos, dales fortaleza y paz en sus tribulaciones. A los sacerdotes enfermos y a los ancianos ayúdales a unirse en su dolor a Ti, ofreciéndolo por el bien del Cuerpo Místico.
A los sacerdotes que dedican su vida a los Jóvenes, ayúdales a infundir entusiasmo por lograr la santidad y ardor apostólico en los corazones de aquellos con quienes trabajan.
A los sacerdotes a quienes ha sorprendido el pecado grave, llena su corazón de compunción y confianza para que no duden un instante en acercarse a Ti que eres la fuente del perdón y de la misericordia. A todos los sacerdotes de tu Iglesia confórtalos, Señor. Sostenlos en su vocación y en su misión. Hazlos dignos de su ministerio. Danos sacerdotes santos pues necesitamos esa santidad en nuestras vidas.
Te pido de una manera especial por todos aquellos que dedican sus vidas a la promoción de las vocaciones. Ilumínalos para que sepan llamar en tu nombre a los jóvenes de hoy con la misma fuerza con que Tú lo hiciste durante tu vida pública. Otórgales el don de discernimiento de las vocaciones y la valentía necesaria para presentar sin miedo tu llamada, conscientes de que proponer a los jóvenes la llamada de Cristo a sus vidas es el mayor bien que se les puede ofrecer.
De manera especial, te pido también para que las familias sepan acoger y valorar en su grandeza el don de la vocación sacerdotal o de la vida consagrada. Te pido, Señor, que aumente cada vez más este tipo de familia que aprecia la vocación como un don para todos los miembros del hogar. Concede, Señor, a tu Iglesia familias que vivan de tal manera el Evangelio que las vocaciones se desprendan de ellas como el fruto maduro de la intensa vida cristiana que en ellas reina.
Te pido para que en la sociedad se valore cada día más el don de las vocaciones, pues cada una de ellas es un don para la humanidad y para la sociedad en la que vive y actúa, pues le comunica a los hombres que la integran tu mensaje y tu gracia que salvan.
Te ofrezco también mis pequeños sufrimientos, dolores, malestares, fracasos y sacrificios por las vocaciones. Me empeñaré personalmente en promoverlas y ayudarlas en todo aquello que me sea posible, material y espiritualmente. Por último, te ofrezco también mi propia vida para que Tú la hagas un instrumento útil de promociones de las vocaciones.
Cuando pienso en este mundo que se apaga y muere porque le faltas tú que eres el Único Salvador; cuando veo a un mundo que no sabe a dónde va ni de donde viene porque no te conoce a Ti que eres el único camino, verdad y vida; cuando vivo y miro a este mundo que lo tiene todo y le falta todo porque le faltas Tú, que eres el todo del hombre y del mundo; cuando veo los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los hijos y los padres más tristes, cuando veo tantas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, madres y padres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, cosa que no hacen ni los animales, no puedo menos de gritar: Ven, Señor Jesús, te necesitamos, te necesita este mundo. Y este grito es lo mismo que decir: Señor, danos muchos y santos sacerdotes.
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