ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES PRIMERA PARTE: LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

PARROQUIA DE SAN PEDRO

PLASENCIA

 

ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES

PRIMERA PARTE: LAPRESENCIA EUCARÍSTICA

          Jesucristo Eucaristía, estamos aquí esta tarde, delante de Ti, para cumplir una vez más un mandato tuyo: “Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt. 9, 38). Lo hemos oído y leído muchas veces, pero esta tarde, en esta Iglesia de San Martín, donde se reúnen todos los domingos un grupo de almas eucarísticas y sacerdotales, queremos unirnos a ellas para pedirte que nos envíes muchos y santos sacerdotes a esta diócesis de Plasencia que tanto queremos y que tanto los necesita. Tú eres el dueño de la mies y por eso venimos a tu presencia. Lo hacemos porque sabemos que nos amas hasta el extremo, y que te agrada que hablemos contigo pidiéndote vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, para que tu amor y salvación llegue a todos. Para esto son necesarios sacerdotes, que te presten su humanidad para que Tú puedas seguir orando, amando, predicando y salvando a los hombres de todos los tiempos. Cristo Jesús, únenos a tu oración, a tu vida, a tus sentimientos de tal forma que el Padre no vea diferencia entre nosotros y el Hijo Amado, en quien tiene puestas todas su complacencias, que seamos iguales en todo al Sacerdote eterno que ofrece el sacrificio de la alabanza y peticiones de toda la Iglesia, en adoración  perfecta, con amor extremo, hasta dar la vida en la Eucaristía eternamente presencializada en el cielo por el Cordero de Dios, delante del Trono del Padre.

           Jesucristo Sacerdote, alma de mi alma, vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro. Quémanos, abrásanos con tu fuego transformante a todos los que has elegido para que te representemos en el mundo ante los hombres; conviértenos, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria tuya, para que Tú puedas seguir renovando y prolongando en el mundo todo tu misterio de Salvación. Quisiéramos hacerte presente ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

             Inúndanos, llénanos, poséenos, revístenos de tus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda nuestra vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Fúndenos por el Espíritu Santo, fuego de Dios Uno y Trino, en vida y llama de amor viva para que seamos amor Creador de vida en el Padre, amor Salvador de vida por el Hijo, amor Santificador con el Espíritu Santo, para que nuestro sacerdocio sea perfecto, totalmente Tuyo.

             El Jueves Santo, a un mismo impulso de tu amor, nacieron la Eucaristía y los sacerdotes encargados de hacerla presente. Por eso, el sacerdote es esencialmente para la Eucaristía; la Eucaristía es el misterio único y total de Cristo, presencializado ahora por el mismo Cristo, en el barro de otros hombres, en la humanidad prestada por los sacerdotes. Por eso, esta tarde, lo primero después de esta efusión espontánea de la grandeza y necesidad del sacerdocio, es expresarte: Qué grande es el misterio de nuestra fe, como decimos después de la consagración, el misterio de tu amor hasta el extremo, hasta el final de los tiempos, para ser nuestro Dios amigo, el mejor amigo de los hombres. La verdad es que siempre, desde mi primera Comunión, siempre me ha sorprendido y admirado y venerado esta presencia maravillosa de Cristo en  todos los sagrarios de la tierra.

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística», que escribí junto al sagrario de mi primer destino apostólico como sacerdote:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque tu lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:  “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”. ¡Cuánto valemos los hombres ante el Padre, ante el Dios que nos creó para una eternidad de amor con Él y roto este proyecto, viéndole tú entristecido al Padre, le dijiste en el seno trinitario: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; cuánto vale un hombre, un hombre vale una eternidad, vale toda la sangre de Cristo, tiene valor de infinitud, de amistad eterna con Dios. Y cuánto y cómo sufriste para que el hombre no pierda esta eternidad. Este pensamiento de eternidad, del valor eterno del hombre, por encima de todo lo transitorio y terreno, tenía que estar más presente en todos nosotros, sobre todo, en tus sacerdotes, para que orientáramos bien nuestra vida y apostolado.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, ¡la he sentido muchas veces!  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con El  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.... y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor y danos muchos y santos sacerdotes que prolonguen tu vida, tu Palabra, tu amor, tu salvación».   

«¡Jesucristo Eucaristía, Sacerdote único y eterno del Padre, cómo te deseo, cómo te busco; con qué hambre de Ti camino por la vida; qué nostalgia de mi Dios todo el día!

Jesucristo Eucaristía, quiero verte, para tener la Luz del “camino, la verdad y la vida”; quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; y en tu entrega eucarística quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de amor del Espíritu Santo».

«Jesucristo Eucaristía, Sacerdote eterno de la Salvación del Padre, Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, SACERDOTE DEL DIOS ÚNICO Y VERDADERO, YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, SACERDOTE Y VÍCTIMA DE ALABANZA AL PADRE, YO CONFÍO EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES

SEGUNDA PARTE: LA MIES ESMUCHA Y LOS OBREROS POCOS

      Para un total de más de cinco mil millones de hombres, de los cuales cerca de cuatro mil no son católicos, hay apenas unos cuatrocientos mil sacerdotes, con un promedio de más de nueve mil hombres por cada sacerdote católico. Aunque en el decenio 1980-1990 la población mundial ha aumentado en unos 900 millones de personas, en el mismo periodo de tiempo, se ha registrado un descenso en el número de sacerdotes (aproximadamente 17.000 menos). Se ha dado un ligero incremento en el número de seminaristas mayores y de movidos, pero no lo suficiente para hacer que el balance anual de sacerdotes resulte positivo (por el gran número de los que mueren, dado el gran número de sacerdotes ancianos). Numerosas parroquias quedan sin sacerdotes, muchas personas no tienen la posibilidad de asistir a la Santa Misa dominical, acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación, incluso de bautizar a sus hijos y de celebrar el sacramento del matrimonio.

       Nos cuesta trabajo a nosotros mentalizarnos en este aspecto, porque venimos de una infancia y juventud donde había dificultad para colocar a tantos sacerdotes como salían de nuestros seminarios, a pesar de los que salían para las misiones u otras diócesis. Quince sacerdotes salimos de mi curso. Incluso ahora en Plasencia-ciudad somos muchos, mientras son mayoría los pueblos de nuestra diócesis que no tienen sacerdote. Entre nosotros, la edad media está por encima de los 60 años. En muchos lugares de América Latina hay parroquias en las que el sacerdote debe atender a más de treinta mil católicos. En Asia y África el número de habitantes por sacerdote es de 57,000 y 31,000 respectivamente.

       La carencia de sacerdotes y de personas consagradas repercute en el grado de evangelización de la sociedad, de las familias, de los jóvenes, de los niños. Donde falta el sacerdote o su presencia es rara, la fe se debilita, se pierde el sentido de Dios, los creyentes van cayendo poco a poco en manos del secularismo. Tenemos que mentalizarnos más en esta necesidad de pedir por las vocaciones, no sentimos en nuestra carne este problema de la Iglesia, de Cristo, y si lo hacemos, lo hacemos más por obedecer el mandato de Cristo, que por sentirlo en nuestra propia carne.

     “Alzad los ojos y ved los campos blancos, dispuestos a ser segados” (Jn. 4, 35) Una mirada al mundo me descubre enseguida la inmensidad de los campos a los que está destinada la Iglesia para llevarles el Evangelio, la salvación de Cristo. ¿Pero quién segará esos campos? ¿No se agostará el grano por falta de segadores? ¿No se pudrirá con las primeras tormentas de verano? El campo está listo; las necesidades son ilimitadas pero los obreros del Evangelio escasos y no se dan abasto.

      “La mies es mucha”.¿Cómo creerán en Ti, Señor, todos esos millones de personas, si no han oído el Evangelio? ¿Cómo van a oírlo si no hay sacerdotes que los evangelicen?´ ¿Cómo te conocerán si no hay testigos del Evangelio, si no hay sacerdotes que pongan su vida a disposición de tu Reino?

       Señor, la mies es mucha. Manda obreros a este inmenso campo del mundo. Manda sacerdotes que trabajen con los niños, jóvenes y adultos, que lleven tu mensaje de verdad y de amor a los dirigentes de la sociedad, al mundo del trabajo, de la cultura, del arte…  Manda sacerdotes para que consuelen a los abatidos, ayuden en sus tribulaciones a los enfermos y moribundos, que den al mundo una esperanza. Sacerdotes misioneros que se pierdan en las zonas más remotas de la tierra para plantar en ella tu cruz y tu salvación. Pero sobre todo danos  sacerdotes apóstoles de las familias que ayuden a los esposos a ser verdaderamente padres creyentes que piensen que es un don y una gracia tuya de predilección tener algunos de sus hijos entre los elegidos de Cristo para el sacerdocio.

        La falta de entusiasmo verdadero en nosotros mismos por el seminario, es decir, que sólo hablemos de él algunas veces, con motivo de San José y del día del seminario pero que no lo tengamos metido en el alma todos los días y nos duela como a Cristo; la falta fe en los jóvenes por falta de sacerdotes santos, verdaderamente santos y por falta de amor a ti en los padres cristianos, incluso en los que comulgan tu Cuerpo eucarístico, son las causas principales para mí de la falta de vocaciones. Sé que es duro decirlo, y que me lleva a ser incomprendido, pero no puedo callarme. Hace falta que nos duelan los sacerdotes, como le duelen a Cristo. Que nos duela la eternidad de los hermanos, como a Cristo, y esto esté presente y activo siempre en toda nuestra existencia, como en Cristo, hasta la vida por la gloria de Dios y la salvación de los hermanos, esto es la Eucaristía, el Sacerdocio.

Todos sabemos que la Eucaristía es el misterio de Cristo total y completo. Así la instituyó el Señor. Pero después de veinte siglos, ¿de qué nos hubiera servido a nosotros tanto amor, tanta entrega, si no hubiera alguien encargado de multiplicarlo y ponerlo sobre nuestros altares? Por eso, porque en el correr de los siglos Cristo vio una multitud hambrienta de Dios, de cielo, de eternidad... Jesús hizo a los encargados de amasar este pan, esta harina divina, Jesús hizo a los sacerdotes, cuando les dio el mandato de seguir celebrando la Eucaristía: “haced esto en conmemoración mía”: seguid haciendo esto mismo vosotros; por el amor que tengo a todos los hombres, seguid consagrando vosotros y vuestros sucesores esta Hostia santa. Consagrad con este poder sagrado a otros. Haced que otros puedan consagrar... y así instituyó Jesús el sacerdocio católico como prolongación de su mismo sacerdocio, con poder sobre su cuerpo  físico, la Eucaristía, y sobre su cuerpo místico, la Iglesia. Qué grandeza ser sacerdote, cuánta gracia, cuánto amor, cuánto predilección y poder.

Cuando las almas tienen fe, se sobrecogen ante el misterio del sacerdocio, porque el sacerdote católico tiene poderes divinos, trascendentes, es sembrador, cultivador y recolector de eternidades, cultiva la salvación única y trascendente del hombre, tiene el poder divino de la Eucaristía y del perdón de los pecados:“Dijeron, éste blasfema, sólo Dios puede perdonar los pecados”.  Si tuviéramos más fe...

¡Qué bueno es el Señor! Para que nunca faltase sobre nuestros altares su ofrenda de adoración al Padre, en obediencia extrema, hasta dar la vida; para que nunca pasásemos hambre de Dios, para que siempre tuviéramos el perdón de los pecados, hizo a los sacerdotes, como continuadores de su misión y tarea. Aquella noche, de un mismo impulso de su amor, brotaron la Eucaristía y los encargados de amasarla. Por eso están y deben permanecer siempre tan unidos la Eucaristía y el sacerdocio. La Eucaristía necesita esencialmente de sacerdote para realizarse y por eso el sacerdote nunca es tan sacerdote como cuando celebra la Eucaristía: el sacerdocio tiene relación directa con la Eucaristía y la Eucaristía está pidiendo sacerdote que la realice.

Qué gozo ser sacerdote, tener un hijo sacerdote, un hermano sacerdote, un amigo sacerdote, tan cerca de Cristo, tan omnipotente... valóralo, estímalo, reza por ellos en este día, es  mejor que todos los puestos y cargos del mundo. No os maravilléis que almas santas hayan sentido en su corazón un aprecio tan grande hacia el sacerdocio, cuando Dios las ha iluminado y han podido ver con fe viva este misterio; no había nada de exagerado en sus expresiones, todo es cuestión de fe, si Dios te la da. Una Teresa de Jesús, que se quejaba dulcemente al Señor, porque no hubiera nacido hombre para poder ser sacerdote. Una Catalina de Siena, que después de contemplar su grandeza, corría presurosa a besar las huellas de los dulces Cristos de la tierra. Un S. Francisco de Asís que decía: Si yo viera venir por un camino a un ángel y a un sacerdote, correría decidido al sacerdote para besarle las manos, mientras diría al ángel: espera, porque estas manos tocan al Hijo de Dios y tienen un poder como ningún humano.

Comenzó Jesús exagerando la grandeza del sacerdocio, cuando en la Última Cena se postró ante ellos, ante los pies de los futuros sacerdotes y les dijo:“de ahora en adelante ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamaré amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conocer...” Y desde entonces, desde que Jesús dijo estas palabras, nosotros, los sacerdotes, somos sus íntimos y confidentes. Por eso, nos confía lo más sagrado que hay en el mundo: su cuerpo y las almas, la eternidad de los hombres.

Cómo me gustaría que las madres cristianas cultivaran con fe y amor en su corazón la semilla de la vocación, para transplantarla luego al corazón de sus hijos, como cultiváis en vuestras eras  las semillas de tabaco o de pimiento, para luego transplantarlas a la tierra. Hacen falta madres sacerdotales, en estos tiempos de aridez religiosa y desierto espiritual en nuestras comunidades. Queridas madres, qué maravilla tener un hijo sacerdote, que todas las mañanas toca el misterio, trae a Cristo a la tierra, lo planta entre los hombres con todos los dones de la Salvación. Si tuvieras más fe, querida madre..., hacer a Dios de un trozo de pan y que fuera Navidad y Pascua para la almas que se acercan con amor... qué ayuda prestas a Dios y qué beneficio haces a la humanidad con un hijo sacerdote. Querida madre, ¿cuánto vale un alma? Cualquiera, no sólo la tuya o la mía sino hasta la del pecador más empedernido... vale una eternidad y tu hijo, sacerdote, puede salvarla con Cristo: “vete en paz, tus pecados están  perdonados; a vosotros no os llamo siervos sino amigos...”

 Hermanos, sabéis de mi sinceridad, y desde ella os digo: mil veces nacido, mil veces sacerdote por amor, porque Cristo existe y es verdad, la verdad más luminosa de mi vida. Él vale más que todo lo que existe, porque no hay nada más grande que mi Cristo, nuestro Cristo, Hijo de Dios, hecho pan de Eucaristía, y Sacerdote en el barro de otros hombres.

ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES

PARTE TERCERA: ROGAD AL DUEÑO DE LA MIES

         Tú ya sabías, Señor, que los obreros escasearían y por ello nos pediste que rogáramos al dueño de la mies para que enviara obreros a su mies, para que nos diera vocaciones sacerdotales para la viña del Señor. ¡Qué gran misterio, misterio insondable de sembrador y recolector de eternidades que es el de una vocación sacerdotal! Un joven, un niño o un hombre maduro que siente irrumpir en su vida la presencia trascendente de Dios que se fija en él y que lo llama.

         Porque Tú llamas, Señor, no dejas de llamar. El problema es nuestro, puesto que no siempre estamos dispuestos a oír tu voz. Por eso, me atrevo a pedirte ahora que muevas a la generosidad el corazón de aquellos a quienes Tú has elegido para la vocación sacerdotal o a la vida consagrada. Tú les pides positivamente que te amen sobre todas las cosas, lo cual lleva consigo tener que renunciar a todo para quedarse sólo contigo como único tesoro y desde tu amor tu le empujas a amar a todos con tu mismo amor, gratuitamente, en obediencia total al Padre, con amor extremo, hasta dar la  vida por Dios y por los hermanos, sin nada de egoísmo del hombre carnal: renuncia total: deben dejar afectos humanos, familia, amigos, a veces patria, planes personales... y les pides que te sigan a Ti. Tú te presentas en sus vidas sin previo aviso, llamando, como Señor que eres: «Sígueme». Y quieres que dejen sobre la playa de sus vidas todos los proyectos posibles y soñados sobre sus vidas. ¡Qué difícil debe ser para ellos dejarlo todo!, pero al mismo tiempo qué alegría sentir en el alma tu mirada de amor y de predilección ¡Qué orgullo sentirse tus predilectos y amigos íntimos!

         Señor, dales generosidad. Que no bajen su mirada ante la tuya y cobardemente se apeguen a sus propias riquezas como el caso del joven de que nos hablan los Evangelios y que no tuvo el coraje de dejar sus numerosos bienes materiales. Que a los que llamas, Señor, sepan ir detrás de Ti, pisar tus mismas huellas de entrega y amor, con alegría, sin que nada los detenga en tu seguimiento. Que sean valientes, que no se queden enredados en la seducción de los placeres fáciles del mundo, que te sigan con decisión a Ti que eres la Verdad y la Vida.

Te pido, Señor, por todos los jóvenes del mundo que en este momento necesitan en sus vidas el empujón de la generosidad para decirte «sí» como te dijo María cuando le propusiste, por medio del ángel, ser tu Madre aquí en la tierra. Que se den cuenta por la fe de que, más allá de lo que dejan, estás Tú, el mayor tesoro del mundo y de la vida, y el inmenso bien que harán en tantos miles y miles de personas a quienes conducirán a su eterna salvación gracias a ese «sí» humilde, pero de una trascendencia infinita.

Te pido especialmente por los jóvenes que están planteándose seriamente la vocación sacerdotal. Dales tu luz para conocer tu voluntad y sobre todo dales mucho amor. Te pido desde ahora que les des el coraje para dejarlo todo sin mirar nunca hacia atrás, caminando con inmensa alegría en pos de Ti.

Recordamos ahora a todos aquellos a quienes Tú concedes el don especial de oír tu llamada desde la niñez. Te pido por ellos, Señor. Mantenlos firmes en su decisión y ayúdalos a vivir con ilusión sus propósitos de frente a los obstáculos consumistas de topo tipo que puedan encontrar en su camino.

También te pido por los hombres y mujeres maduros que perciban la llamada a la vida sacerdotal o a la vida consagrada para que permanezcan fieles a su propósito y se identifiquen plenamente con el plan que Tú has querido para sus vidas.

Sobre todo, te pido también por todos aquellos que ya han decidido responder a tu llamado con generosidad y que se preparan en los seminarios o en los diversos centros de formación a la vida sacerdotal o de consagración. Ayúdalos a perseverar en ese camino que han emprendido, que no duden en entregarse totalmente a ser santos. El mundo los necesita así.

No olvidamos en nuestra oración a todos aquellos que han recibido el sublime don del sacerdocio y están hasta en los confines de la tierra predicando tu palabra y llevando el pan de la Eucaristía y tu reconciliación a los hombres. Ellos son por antonomasia los obreros de tu viña, tus amigos y predilectos.

Te pido por los sacerdotes jóvenes para que usen todas sus energías para predicar tu Evangelio. Por los sacerdotes cansados de serlo o los que están atravesando un período de crisis personal para que Tú les infundas entusiasmo por su ministerio y les ayudes a ver la grandeza de su misión sacerdotal.

Por los sacerdotes atribulados por penas internas para que les des el bálsamo de tu consuelo. Por los sacerdotes que han perdido su fervor inicial para que infundas en sus corazones una nueva efusión de caridad. A los sacerdotes perseguidos, dales fortaleza y paz en sus tribulaciones. A los sacerdotes enfermos y a los ancianos ayúdales a unirse en su dolor a Ti, ofreciéndolo por el bien del Cuerpo Místico.

A los sacerdotes que dedican su vida a los Jóvenes, ayúdales a infundir entusiasmo por lograr la santidad y ardor apostólico en los corazones de aquellos con quienes trabajan.

A los sacerdotes a quienes ha sorprendido el pecado grave, llena su corazón de compunción y confianza para que no duden un instante en acercarse a Ti que eres la fuente del perdón y de la misericordia. A todos los sacerdotes de tu Iglesia confórtalos, Señor. Sostenlos en su vocación y en su misión. Hazlos dignos de su ministerio. Danos sacerdotes santos pues necesitamos esa santidad en nuestras vidas.

Te pido de una manera especial por todos aquellos que dedican sus vidas a la promoción de las vocaciones. Ilumínalos para que sepan llamar en tu nombre a los jóvenes de hoy con la misma fuerza con que Tú lo hiciste durante tu vida pública. Otórgales el don de discernimiento de las vocaciones y la valentía necesaria para presentar sin miedo tu llamada, conscientes de que proponer a los jóvenes la llamada de Cristo a sus vidas es el mayor bien que se les puede ofrecer.

De manera especial, te pido también para que las familias sepan acoger y valorar en su grandeza el don de la vocación sacerdotal o de la vida consagrada. Te pido, Señor, que aumente cada vez más este tipo de familia que aprecia la vocación como un don para todos los miembros del hogar. Concede, Señor, a tu Iglesia familias que vivan de tal manera el Evangelio que las vocaciones se desprendan de ellas como el fruto maduro de la intensa vida cristiana que en ellas reina.

Te pido para que en la sociedad se valore cada día más el don de las vocaciones, pues cada una de ellas es un don para la humanidad y para la sociedad en la que vive y actúa, pues le comunica a los hombres que la integran tu mensaje y tu gracia que salvan.

Te ofrezco también mis pequeños sufrimientos, dolores, malestares, fracasos y sacrificios por las vocaciones. Me empeñaré personalmente en promoverlas y ayudarlas en todo aquello que me sea posible, material y espiritualmente. Por último, te ofrezco también mi propia vida para que Tú la hagas un instrumento útil de promociones de las vocaciones.

Cuando pienso en este mundo que se apaga y muere porque le faltas tú que eres el Único Salvador; cuando veo a un mundo que no sabe a dónde va ni de donde viene porque no te conoce a Ti que eres el único camino, verdad y vida; cuando vivo y miro a este mundo que lo tiene todo y le falta todo porque le faltas Tú, que eres el todo del hombre y del mundo; cuando veo los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los hijos y los padres más tristes, cuando veo tantas separaciones, divorcios, abortos, eutanasias, madres y padres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, cosa que no hacen ni los animales, no puedo menos de gritar: Ven, Señor Jesús, te necesitamos, te necesita este mundo. Y este grito es lo mismo que decir: Señor, danos muchos y santos sacerdotes.

ADORACIÓN EUCARÍSTICA POR LAS VOCACIONES

CUARTA PARTE: INVOCACIONES POR LOS SACERDOTES

Director:

Señor Jesús, movidos por tu mandato y llenos de fe y confianza en tu palabra: “Rogad al dueño de la mies que envíes obreros a su mies”, venimos a pedirte, en espíritu de profunda súplica, por el mundo, por todos los hombres, por tus sacerdotes y hombres y mujeres de vida consagrada.

Todos:Te necesitamos, Señor.

Director:
Necesitamos hombres que te presten sus labios, sus pies, sus manos y su corazón para que Tú sigas actuando en el mundo como cuando estabas en Palestina, que te presten toda su humanidad para que Tú hagas presente todo tu misterio de Salvación. Te necesitamos, Señor. Te necesita este mundo y la Iglesia. Por eso, te lo pedimos con humildad, te lo rogamos con ardor, envíanos sacerdotes, llenos de tu Espíritu, Espíritu Santo de Pentecostés, para construyan tu Iglesia en el mundo.

Todos: Te necesitamos, Señor. Envía, Señor, obreros a tu mies.

Director:
Tú que nos mandaste orar, cuando compadecido de la multitud que te seguía, contemplaste en ella todas las multitudes de hombres que a lo largo de la historia carecerían de pastor en su camino hacia Ti, escucha ahora nuestra oración humilde.

Todos: Envíanos, Señor, Pastores según tu corazón.

Director:
Inmenso es, Señor, el campo. No dejes que el fruto que conseguiste con el precio tan caro de tu pasión y muerte, quede sin ser cosechado por falta de obreros que sieguen la mies.

Todos: Envía, Señor, sacerdotes a tu Iglesia.

Director:
El sacerdote es otro Cristo. En él vemos con los ojos de la fe al Señor que camina con nosotros en la historia. Veneramos su persona porque en él vemos al mismo Jesucristo. Hombre entre los hombres, lo has escogido para que celebrara el sublime misterio de la Eucaristía, para que perpetuara en los siglos tu amor, para que perdonara en tu nombre, salvara en tu nombre, consagrara en el nombre de la Trinidad a los hombres y a toda la creación

Todos: Gracias, Señor, por el don del sacerdocio a tu Iglesia.

Director:
Los hombres y mujeres consagrados dejan todo para seguirte sólo a Ti, Sumo Bien, en caridad perfecta. Dan por amor tuyo su libertad; ofrendan lo mejor de su afecto y de su amor a Ti; te siguen, pobres, por el sendero del sacrificio. Grande es la generosidad de estas almas y grande es el don de la vida consagrada a la Iglesia.

Todos: Envía, Señor, a tu Iglesia vocaciones a la vida consagrada.

Director:
Los misioneros y misioneras, en los lugares más remotos de la tierra, a veces en medio de la persecución y con riesgo de sus vidas, predican tu Evangelio a quienes todavía no han oído hablar de ti. Sufren soledad, fatigas, incomprensiones, y todo lo soportan con amor con tal de ver que tu amor prenda en los corazones de esos hombres.

Todos: Envía, Señor, misioneros a tu Iglesia.

Director:
Estamos seguros, Señor, de tu promesa: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Tú estás con nosotros y no dejas de llamar a hombres y mujeres para que, en representación tuya, nos acompañen en nuestro camino hacia Ti. Tú sigues pronunciando esta palabra que ha cambiado la historia de tantas vidas: “Sígueme”. Ayuda a aquellos que llamas a ser generosos, a no cerrar su corazón a tu llamada, a saber responder como Tú ante el Padre: “Aquí estoy, para hacer tu voluntad”.

Todos: Da generosidad, fe y valor a quienes has llamado.

Director:
Renueva en todos tus sacerdotes, en los fervorosos y en los abatidos, en los que luchan, en los que te aman con ardor, en los que han perdido la esperanza, el amor a Ti y a tu Iglesia. Que resplandezcan en sus vidas las virtudes y el celo ardiente por la salvación de las almas, la humildad y la sencillez.

Todos: Danos sacerdotes según tu corazón.

Director:
Inspira y ayuda, Señor, a los sacerdotes que trabajan en los seminarios y casas de formación para que den a tu Iglesia santos, doctores, mártires, apóstoles, una nueva pléyade de testigos de Cristo imbuidos de un nuevo ardor misionero para la nueva evangelización.

Todos: Envíanos, Señor, sacerdotes santos.

Director:
Te pedimos, Señor, por todos aquellos que consagran sus vidas a la pastoral vocacional para que en nombre de Cristo no dejen de lanzar las redes para dar a la Iglesia las vocaciones que necesita para cumplir su misión.

Todos:
Necesitamos tus sacerdotes. Envíalos, Señor.

Director:
El enemigo de nuestras almas, sabiendo el bien que un solo sacerdote hace a la Iglesia, no deja de tender asechanzas a quienes Cristo ha llamado y los incita a la cobardía y a la opción por una vida menos sacrificada y más egoísta. También el ambiente del mundo y las propias pasiones son obstáculos que debe superar cada una de las vocaciones a las que Tú llamas a seguirte. Te pedimos que fortalezcas sus almas, les des generosidad y valentía para rechazar con decisión todo aquello que les pueda apartar de la fidelidad.

Todos: Que sean santos, Señor, como Tú eres santo.

Director: La mies es mucha. Los obreros pocos:

Todos: Envíanos, Señor, sacerdotes según tu corazón.

Director: Tú que te compadeciste de las multitudes que carecían de Pastor.

Todos: Manda, Señor, obreros a tu mies.

Director: A los jóvenes que sienten tu llamada

Todos: Dales generosidad, Señor.

Director: A las almas consagradas a Ti

Todos: Aumenta su caridad, Señor.

Director: A los jóvenes que dudan de su llamada

Todos: Dales certeza, Señor.

Director: A quien sienten tu llamado siendo niños.

Todos: Acompáñalos, Señor.

Director: A los seminaristas.

Todos: Dales perseverancia, Señor.

Director: A los sacerdotes cansados.

Todos: Dales tu fuerza, Señor.

Director: A los sacerdotes celosos

Todos: Enciéndelos más en tu amor, Señor.

Director: A los sacerdotes tibios

Todos: Dales tu santidad, Señor.

Director: A los sacerdotes tristes.
 
Todos: Consuélalos, Señor.

Director: A los sacerdotes que sienten la soledad.

Todos: Sé Tú su compañía, Señor.

Director: A los sacerdotes jóvenes.

Todos: Impúlsalos a buscar tu gloria, Señor.

Director: A los sacerdotes ancianos.

Todos: Sostenlos en tu servicio, Señor.

Director: A los sacerdotes difuntos.

Todos: Dales tu gloria, Señor.

Director: La mies es mucha. Los obreros, pocos.

Todos: Envía, Señor, obreros a tu mies.

Director: Por el Santo Padre, N.

Todos: Te rogamos, óyenos.

Director: Por nuestro Obispo, N.

Todos: Te rogamos, óyenos.

Director: Por todas las vocaciones, por su aumento y santidad.

Todos: Te rogamos, óyenos.

Director: Oremos:

Oh Jesús, sacerdote único y eterno, no dejes de enviar nuevos sacerdotes y hombres y mujeres consagrados a tu Iglesia, Pastores según tu corazón. Ellos son los instrumentos de tu gracia y de tu amor. Ellos, en tu nombre, alimentan nuestra esperanza, robustecen nuestra fe, fortalecen nuestro amor. Los necesitamos, Señor, porque te necesitamos a Ti, porque necesitamos tu amor. No nos dejes solos, Señor. Envía obreros a la mies del mundo. Envía pescadores de hombres que nos atrapen con las redes de tu misericordia. Envía, te lo rogamos con humildad y confianza, Pastores según tu corazón. La mies es mucha. Los obreros pocos. Envía, Señor, obreros a tu mies. Te lo pedimos a Ti, Cristo  Señor nuestro y Sacerdote único y eterno del Altísimo, que vives y te ofreces por nosotros, como Cordero degollado, ante el trono de Dios Uno y Trino por los siglos de los siglos.

Todos:
Amén.

 

QUINTA PARTE: HOMILÍA

 SACERDOTES: TESTIGOS DEL AMOR DE DIOS

            En lenguaje familiar decimos que el amor es la chispa de la vida. Con palabras más cuidadas y más ajustadas podemos decir que el amor es la forma perfecta de la vida, lo más alto y lo más profundo del ser y del vivir.

            Y si la vida es  amor, esto es así porque Dios, el Autor de la vida, es Amor. Dios ha hecho el mundo por amor y para el amor. Vivir es convivir, relacionarse, comunicarse, confluir, sumarse y fundirse en el círculo del conocimiento y del amor que son como las vertientes de la cumbre que es el vivir. Así es en Dios, así es en Jesús y así es en nosotros. Junto a El.

            A los hombres nos cuesta toda una vida darnos cuenta de algo tan elemental y comenzar a entender lo que de verdad es el amor. No es amor lo que no se parece al amor de Dios. Y no se puede vivir sin este amor verdadero que está en Dios,  que nos viene de Dios y no se puede alcanzar sin invocar a Dios.

            Se dice que en nuestro mundo se está ocultando la gloria de Dios. Yo creo que lo que ocurre es más bien que caminamos por el mundo con los ojos cada vez menos abiertos, más a ciegas. En todo caso este ocultamiento de de Dios en nuestra mente, está produciendo un debilitamiento del amor como elemento fundamental y decisivo de nuestra vida. Se habla mucho del amor, pero lo que se vende por amor es otra cosa, pasión, instinto, posesión, dominio, interés, o cosas parecidas.

Las innovaciones en nuestra sociedad, el aborto, la anticoncepción, el divorcio, la homosexualidad, la eutanasia, se hacen siempre en nombre de la libertad, de la ampliación de derechos. En realidad son afirmaciones del egoísmo, de una manifestación deformada del bienestar de los fuertes a costa de los débiles. Nuestra sociedad ya no se apoya en el amor como ideal de vida. El verdadero ideal de vida es el bienestar y por debajo de él la exaltación de uno mismo, Una afirmación ilimitada de la libertad y del propio bien que termina en la desesperanza y en el nihilismo. La verdad profunda y cabal es que sólo el amor que viene de Dios es verdadero amor, un amor universal y generoso que busca el bien de los demás, especialmente de los más débiles. Y sólo este amor ayuda a vivir y trae felicidad, una felicidad compartida, multiplicada, duradera.

Si queremos ayudar al prójimo podemos hacer muchas cosas, La gente necesita trabajo, salud, instrucción, diversiones, muchas cosas. Pero nada de eso por si solo trae felicidad. Si no hay verdadero amor no hay felicidad.  Lo mejor que podemos hacer a nuestro prójimo es ayudarle a aprender a amar de verdad, con ese amor universal y generoso que sólo se aprende en la escuela de Jesucristo.

            Por eso dedicar la vida a anunciar el amor de Dios, decir a la gente, como hacía Jesús, «No tengas miedo, vive tranquilo, Dios te ama, puedes contar con El» es una profesión muy necesaria, muy útil, una profesión que llena el corazón. Hoy, el ministerio de los sacerdotes no es necesario sólo para la Iglesia, sino que lo es para la sociedad entera. Alguien nos tiene que recordar que los hombres podemos vivir tranquilos porque contamos con el amor de Dios, en la vida y en la muerte. Si un joven quiere emplear su vida en este hermoso quehacer que entre a fondo en esta experiencia de sentirse querido por Dios para poder ayudar a los demás a descubrir y vivir esta experiencia fundante que nos sostiene en la vida y nos permite vivir con una tranquilidad firme y segura, con una libertad clarificada y realista, con una actitud verdaderamente justa y constructiva.

           El primer testigo del amor de Dios en el mundo es Jesús. El curaba, consolaba, perdonaba porque quería dar a conocer el amor que recibía de su Padre, porque quería que el mundo se enterase de que hay un Dios Creador de todo y de todos que además nos ama como un Padre misericordioso, un Padre vigilante que cuida de nosotros, que nos sostiene, que nos guía para que aprendamos a vivir como personas, queriéndonos los unos a otros, en una familia universal que recuerde la familia de las personas divinas, la relación de cariño y de ternura que Dios tiene con nosotros. Este es el camino que nos lleva hasta Dios, el camino que nos salva de verdad.

            La religión de Jesús es el amor, el amor con el que amaba a su Padre y el amor con que nos quería y nos quiere a todos. Por eso fue condenado y por eso mismo se dejó matar. El no podía dejar de hablar de Dios como un Padre universal que quiere igual a todos los hombres y a todos los pueblos, que perdona los pecados y se alegra por la conversión de los pecadores.

            Desde entonces los cristianos, y de forma especial los sacerdotes, dedicamos la vida a anunciar a unos y otros que Dios es Amor, que Dios nos quiere y que la religión verdadera, fuente de la vida y de la felicidad es el amor que Dios nos da cuando de verdad acudimos a El con humildad y confianza.

            En esta sociedad nuestra tan dura, tan egoísta, tan desesperada, hacen falta jóvenes que quieran dedicar la vida a trasmitir esta verdad que es el único cimiento sólido de nuestra vida siendo discípulos y ministros de Jesucristo.  Lo tendremos que anunciar con las palabras y con la vida, siendo de verdad hermanos y padres de los hombres, viviendo el amor en la Iglesia y dando nuestra vida gratuitamente para enseñar a quien nos quiera escuchar que la vida verdadera es el amor y que Jesucristo es el Maestro definitivo de este amor, manifestado plenamente en la cruz. La debilidad del crucificado es la manifestación plena del amor de Dios a los hombres. En Jesucristo y por Jesucristo, este Dios de la vida y de la salvación, en vez de rechazarnos por nuestros pecados,  nos amó hasta la muerte para que lleguemos a convencernos de que El es Amor y que el amor que El nos da es la vida verdadera. Esto es lo que tenemos que anunciar en todas partes y en todos los tonos, éste es nuestro testimonio, éste es nuestro oficio. ¿Por qué no vienes tú también

 

PARA TERMINAR TENER LAS VÍSPERAS DE JESUCRISTO SUMO Y ETERNO SACERDOTE QUE TENGO EN GRUPOS DE ORACIÓN

 

 

 

 

 

 

 

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