MEDITACIONES JESUITAS PARA TODOS

TODAS ESTAS MEDITACIONES ESTÁN TOMADAS EL LIBRO DEL P. ANTONINO ORAA, S.J. titulado Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, Editorial Razón y Fe, Madrid1960, excepto algunas mías y de otros autores jesuitas.

INTRODUCCIÓN

CÓMO EMPEZAR A ORAR

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que es muy personal, no hay reglas fijas en el   modo, pero sí en la intención; desde Él primer kilómetro, más que cualquier método,  hay que procurar que las actitudes de amar, orar y convertirse estén firmes y decididas y se luche desde Él primer día; lo repetiré siempre, estos tres verbos amar, orar y convertirse conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en el   mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él ; quiero  orar, quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios.

       Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, del «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo, hay que leer al principio, se necesita y ayuda mucho la lectura, principalmente de la Palabra de Dios; es el camino ya señalado desde antiguo: lectio, meditatio, oratio, contemplatio; pero también pueden ayudar libros de santos, de orantes, libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprendas a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darla vueltas en el   corazón, a dejarte interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle y... lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia o por su Espíritu, el mejor director de meditaciones y oración, te dirá y sugerirá muchas cosas en deseos de amistad. Y te digo Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así. No entendí nunca la oración en la habitación; pero sí la lectura espiritual, porque teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale infinitamente mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo, junto a la Canción de Amor donde Él Padre nos dice todos su proyectos de amor a cada uno; estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe.

       Cuando vayas a la oración, entra dentro de ti: “Cuando vayas a orar, entra en tu habitación y cierra la puerta, porque tu Padre está en lo más secreto” (Mt. 6, 6); no uses más de un párrafo cada vez; medita cada frase, cada palabra, cada pensamiento. La habitación más secreta que tiene el hombre es su propio interior, mente y corazón, hay que pasarlo todo desde la inteligencia al corazón. Lo oración es cuestión de amor, más que de entendimiento. No es para teólogos que quieren saber más, sino para personas que quieren amar más. Por su forma de ser, muchos son incapaces de entrar en esta habitación, o discurrir mucho, pero todos pueden amar.

       Intenta, para la oración personal, apartarte de otras personas; hasta físicamente; desde luego mentalmente. Esto no es quererlas mal. Lo hacemos muchas veces cuando queremos hablar con alguien sin que nadie nos moleste. Nos retiramos al desierto a orar y amar y dialogar con Dios; Dios es lo más importante en ese momento.

       Busca también un ambiente lo más sereno que puedas, sin ruidos, sin objetos que te distraigan. ¿No haces esto mismo si pretendes estudiar en serio? Dios es más importante que una asignatura.

       Intenta concentrarte. Concentrarse quiere decir dirigir toda tu atención hacia el centro de ti mismo, que es donde Dios está. Los primeros momentos de la oración son para esto. No perderás el tiempo si te concentras. Tendrás que cortar otros pensamientos. Hazlo con decisión y valentía. Tampoco asustarse si algunos días no se van. Pero tú a luchar para que sea sólo Dios, sólo Dios. Y entonces, hasta las distracciones no estorban; por eso no te impacientes. Ten en cuenta que la oración no puede arrancar con el motor frío. Y el motor está frío hasta que tú no seas plenamente consciente de la presencia en tu interior del Padre que te ama, de Jesús tu amigo, del Espíritu que quiere madurarte y enseñarte a orar.

       Después de una invocación al Espíritu Santo, o de alguna oración que te guste, empiezas leyendo el Evangelio, oyendo la Palabra. Es Dios el primero que inicia el diálogo; y las leyes de la oración, que son las leyes del diálogo, exigen que se respete este orden.
       Por lo tanto, primero leer y escuchar la Palabra,  luego meditarla y orarla, invocarla, pedir, suplicar y tomar alguna decisión; y si te distraes, no pasa nada, vuelves a donde estabas y  a seguir. Léela despacio; cuantas veces necesites para entender la Palabra de Dios y darte cuenta de su alcance. Párate y déjate impresionar por lo que te llama la atención y te gusta.
       Y finalmente, en toda oración, hay que responder a Dios. Responde como tú creas que debes responder. Y este orden no es fijo; lo pongo para que te des una idea; pero lo último a veces será lo primero. Y siempre un pequeño compromiso, propósito. No termines tu oración sin dar tu propia respuesta o hacer tuya alguna de las que ves escritas y te cuadran. No lo olvides: el evangelio, el libro es ayuda y sólo ayuda, pero él no ora. Eres tú quien ha de orar.

       Cuando quieras terminar tu oración puedes hacerlo recitando despacio alguna de las oraciones que sabes y que en ese momento te dé especial devoción: Padrenuestro, Ave María, Alma de Cristo... Aquí,con el tiempo, irás cambiando, quitando, añadiendo...

       Sé fiel a la duración que te has marcado para tu oración: un cuarto de hora como mínimo; luego, veinte, hasta llegar a los treinta. De ahí para adelante, lo que el Espíritu Santo te inspire. No los acortes por nada del mundo. El ideal, una hora; seguida, o media por la mañana y luego otra media hora por la tarde o noche. No andes mordisqueando el tiempo que dedicas a tratar con Dios.

       Sé fiel cada día a tu tiempo de oración. Oración diaria, pase lo que pase. Este es el compromiso más serio. Yo hice este propósito, y algún día me tocó hacer oración a las dos de la mañana cuando venía de cenar con las familias. Sólo así progresarás. Si un día haces y otro no, pierdes en un día lo que ganas en otro y siempre te encontrarás en el   mismo punto de inmadurez y con una insatisfacción constante dentro de ti. Y no avanzarás en el   amor a Dios que debe ser lo primero.

       Si logras cumplir este propósito, llegarás a ser una persona profunda y reflexiva. Nunca dejes la oración para cuando tengas tiempo, porque entonces muchos días no tendrás tiempo, porque te engañará el demonio, que teme a los hombres de oración, todos los santos que ha habido y habrá fueron hombres de oración, y luego han sido los que más han trabajado por Dios y los hermanos.

       Y nada más. Todos los consejos sobran al que se pone a hacer la experiencia y llega a entender por sí mismo de qué se trata. También sobran para los que no quieren hacer la experiencia

1ª MEDITACIÓN

LA ENCARNACIÓN DE JESÚS, HIJO DE DIOS Y DE MARÍA

 “Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. 

El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el   seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. 

María respondió al ángel:¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.

Dijo María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y el ángel dejándola se fue” (Lc 1,26-38).

El ángel llevaba forma de palabra interior, que Dios pronunciaba en el   corazón de María. Y esta palabra era  Jesús.

       Por entonces, Jesús sólo había nacido del Padre antes de todos los siglos  en el   seno de la Santísima Trinidad. Pero aún no había nacido de mujer. Pero ya había sido soñado en el   seno trinitario como segundo proyecto de Salvación, ya que Adán había estropeado el primero. Y necesita el seno de una madre. Por eso llamaba al corazón de María, porque quería ser hombre, y pedía a una de nuestras mujeres la carne y la sangre de los hijos de Adán.

       Lo que decía esta palabra de Dios, por el ángel Gabriel, al corazón de María era más o menos esto: ¿Quieres realizar tu vida sin Jesús, o escoges realizarla por Cristo, con Él y en el ? Y si quieres realizar tu vida en Cristo, ¿aceptas no realizarte tú, sino que prefieres que Él se realice en ti? Dicho de otro modo, ¿aceptas que tu propia realización sea la realización de Él en ti? Y si escoges que Él se realice en ti, ¿quieres dejarte totalmente y darte totalmente? ¿Estás dispuesta a dejar sus planes y colaborar activamente a sus planes de salvación?

       María es la última de las doncellas de Israel. No pertenecía ni a la clase intelectual, ni a la clase sacerdotal, ni a la clase adinerada. María era de las personas que no contaban para engrandecer a su pueblo. Ella era mujer y virgen. Como mujer, lo único que podía hacer era concebir y dar a luz muchos hijos que aumentaran el número de israelitas. Pero como virgen perpetua que había decidido ser, no podría hacer esta aportación a su pueblo... Por eso podía ser mirada, y no sin razón, como un ser inútil para su nación, al no poder aportar nada para el engrandecimiento de su pueblo.

       Pero la gente quizá olvidaba que la mayor riqueza del pueblo no eran los hijos, sino la Palabra de Dios. El pueblo de Israel no debía estar formado únicamente de personas capaces de trabajar con sus manos en los campos, o hábiles y fuertes para manejar la espada, sino ante todo de corazones abiertos a la escucha de la Palabra de Dios. Y en este punto, María podía aportar mucho ciertamente a su pueblo. Ella era toda oídos a esta Palabra de Dios. Ella era el oído de la humanidad entera.

       Y ¿qué es lo que escuchaba?: Lo que Dios quería decir a todos y a cada uno de los hombres: no era sólo la carne y la sangre de una mujer lo que quería tomar el Verbo. Era también, y, sobre todo, tomar en el  la a toda la humanidad,  a todo lo humano que en realidad Dios quería salvar. Y para salvarlo pretendía unirse a cada hombre y que cada hombre se uniese libremente al Verbo de Dios para entrar a tomar parte en la misma vida divina por la gracia.

       Señor, tengo que ser consciente de que también a mí me hablas al corazón. Vivo tan superficialmente mi vida, que pocas veces me hallo en lo más profundo de mi yo, y por eso no te oigo. Pero cuando entro un poco dentro de mí, caigo en la cuenta de que me hablas y que tus palabras me hacen la misma proposición que a María. Tu presencia aquí, en la Eucaristía, me demuestra lo serio que te has tomado mi salvación. Quieres hacerla como amigo.

       Voy entendiendo, porque me lo dices Tú, que el núcleo del cristianismo está en si intento prevalecer yo o si quiero que Cristo prevalezca en mí; si intento vivir yo, o si quiero que Cristo viva en mí; si quiero realizarme yo sin Cristo, o si quiero realizarme en Cristo. He aquí la gran disyuntiva ante la cual me encuentro siempre.

       El día de mi bautismo opté por Cristo y dije que renunciaba a ser yo para que Cristo fuese en mí. Lo dije entonces, es cierto. Pero ¡qué fácilmente lo dije...! ¡Cuántas veces lo he desdicho...!

       Tu Palabra, sin embargo, me sigue acosando; en cada situación, en cada momento me interroga: ¿quieres ser a imagen de Adán, el hombre egoísta, autosuficiente, irresponsable... o quieres ser a imagen de Cristo, el hombre que ama, el hombre para los demás, el hombre dependiente del Padre...?

       Yo leo en tu apóstol Pablo, y lo creo, que Tú, oh Padre, nos has predestinado a reproducir la imagen de tu hijo Jesús, para que El sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8, 29). Yo creo que Tú, Cristo Eucaristía eres la Canción de Amor hasta el extremo en la que el Padre me canta y me dice todo su proyecto con Amor de Espíritu Santo. Tú eres la Palabra en la que todos los días, desde Él Sagrario, la Santísima Trinidad me dice que ha soñado conmigo para una eternidad de gozo y roto este primer proyecto, ha sido enviado el Hijo con Amor de Espíritu Santo para recrear este proyecto de una forma admirable y permanente mediante el sacramento y misterio de la Eucaristía como memorial, comunión y presencia. Y pues es llamada tuya, oh Padre, yo quiero estar atento a ella, como tu sierva María. Y recibirla como Ella. Yo quiero tener profundidad suficiente, como ella, para oír tu palabra, vivir de ella y enriquecer a los demás con ella.

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“ENVIO DIOS AL ÁNGEL GABRIEL... A UNA VIRGEN  LLAMADA MARIA...ELLA SE PREGUNTABA QUÉ SALUDO ERA AQUEL”  (Lc 1, 29)


       María no se deja paralizar por el miedo. En el   miedo, por desgracia, se han ahogado muchas respuestas a las llamadas de Dios. Ella intenta penetrar qué es lo que la Palabra de Dios contiene para ella. Sin duda que toda Palabra de Dios contiene algo bueno para el hombre, porque Dios no dice palabras sin ton ni son, como nosotros. Dios, en todo lo que dice y hace, busca el bien del hombre.

       Cuando Dios habla al hombre, no es para aterrorizarle, sino para buscar su bien. Lo que ha de hacer el hombre es encontrar cuál es y dónde está el bien que Dios pretende hacerle al dirigirle su palabra. Esto es exactamente lo que hace María: discurrir sobre la significación de la Palabra de Dios. 

¿Qué cosas pudo descubrir María con su reflexión?

       1. Que Dios ama, que Dios busca el bien del hombre. Este es, sin duda, el núcleo más íntimo y claro de su experiencia de Dios: “has hallado gracia a los ojos de Dios”, estás llena de gracia, Dios te mira con buenos ojos, y esa mirada de Dios es creadora y por eso te llena de dones.
       Ella, la pequeña por su condición de mujer, la marginada por la ofrenda hecha de su virginidad, la sin relieve por sus condiciones sociales y culturales, ella era querida y amada por Dios. Dios se complacía en la entrega que de sí misma ella había hecho. Dios miraba con cariño lo que los demás miraban con indiferencia o con desprecio.

       2. Que Dios quería acudir a esta criatura vaciada de sí que era ella, para llenarla con su don. Y el don de Dios no es cualquier cosa; es ni más ni menos lo que Dios más ama, lo único que puede amar: el Hijo de las complacencias.

       Años más tarde escribirá el evangelista Juan: “tanto amó Dios al mundo que entregó su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el ”. Pero mucho antes de que lo escribiera Juan, lo ha experimentado María: Dios ha amado tanto a ella que le ha dado, a ella, la primera de todos, su propio Hijo. Y se lo ha dado, no ya formado, sino para que se formase de ella, para que, además de ser el hijo del Padre y de haber nacido de Dios, fuera hijo de ella y naciese de ella.

 

       3. Que esto es la salvación. Pero sólo el comienzo; porque el Hijo de Dios no viene sólo para Ella, sino que viene en busca de todos los hombres para llevarlos a la salvación. Y esta es tu razón de tu presencia en el   Sagrario, hasta el final de los tiempos, de tus fuerzas, de tu amor extremo.

Por eso, no es dado a ella en exclusiva, no. Es dado por ella y a través de ella al mundo, a la humanidad, a cada hombre, al que cree y al que no cree, al que quiere amar a los demás y al que se empeña en odiar, al que se siente satisfecho de sí mismo y al que siente hambre y sed de salvación, al egoísta, al adúltero, al ladrón, al atracador, al viejecito, al analfabeto, al  niño, a la viuda, al publicano, al enfermo.

       Tenía que ser así para que el nuevo hombre pudiese llamarse JESÚS. Porque Jesús quiere decir Dios Salvador. Y Dios, puesto a salvar, tendría que salvar todo lo que había perecido, que era sencillamente todo.

       Dios quería salvar en Jesús y por Jesús. Y por eso ese Jesús que estaba llamando a la puerta del corazón de María tendría que ser a través de ella, de todos y para todos. Y esta es la razón de su presencia ahora en el   Sagrario, cumpliendo el proyecto del Padre, que lo ha hecho su propio proyectos “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado… yo para eso he venido al mundo, para ser testigo de la Verdad”.

 
       4. Que este Jesús, que era de todos y para todos, no sería de nadie hasta que cada hombre no repitiera el mismo proceso obrado en María. Jesús llamaría el corazón de cada hombre, y pediría ser aceptado. Jesús se ofrecería a sí mismo como don. La Eucaristía es Cristo dándose, entregándose en amistad y amor y salvación a todos nosotros.

Y desde Él Sagrario, Jesús propondrá a cada hombre lo mismo que le estaba proponiendo a ella: que cada hombre renuncie a sí mismo para realizarse en Cristo, para que Cristo pudiera vivir en el : “el que me coma vivirá por mí”. Pero Jesús no se impondría a la fuerza a nadie. El es un don ofrecido. Él está aquí en el   Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente para todos los hombres. Para hacer realidad esta amistad, siempre sería necesaria una voluntad humana que le convirtiese en don aceptado. Pero cuando tú le entregues tus brazos, Él ya tenía los suyos abiertos.

       Cuantos recibieran a este Jesús nacerían como hombres nuevos, con una vida nueva. Con ellos se formaría la familia de hijos de Dios, hijos en el   Hijo, sobre todo, por el pan eucarístico: “yo soy el pan de vida, el que coma de es te pan vivirá eternamente”, es la nueva vida que nos trae por la Encarnación y se prolonga por la Eucaristía.

Y en medio de esta familia de hijos de Dios, ella, María, la hermosa nazarena, se encontraba con el papel de ser la iniciadora de este proceso... el primer eslabón de una cadena de encarnaciones que Jesús intentaba hacer en cada uno de los hombres. Por eso mismo, su llamada a vincularse con Jesús era el modelo de llamada a todo hombre. Y también su respuesta sería el modelo de respuesta de todo hombre a Jesús.


       5 María intuía que su papel en medio de este plan de salvación era la maternidad. Caía en la cuenta de que Dios la había preparado para ser madre por medio de la virginidad. Y como se trataba de obra de Dios, sería una maternidad innumerable, como la que Dios había prometido a Abraham. Ella tendría que quedar constituida “madre de todos los vivientes”, como otra Eva (Gen. 3, 20), su descendencia sería como las estrellas del cielo (Gen. 15, 5). Por eso, el cuerpo eucarístico de Cristo es el cuerpo y la sangre recibida de María. Tiene perfume y aroma mariano. Viene de María.

       Pero vivientes no significaba ya la vida recibida de Eva, sino la nueva vida que estaba llamando al seno de María. María discurría, desentrañaba el contenido de la Palabra que Dios le estaba dirigiendo. Caía también en la cuenta de que, si aceptaba, sería para seguir la suerte de Jesús. Eso era precisamente lo que en el   fondo decía la Palabra de Dios, eso era lo que significaba recibir a Jesús: recibir todo lo nuevo que Jesús traía al hombre.

       Oh, Maria, tú has abierto una nueva época en la historia de la humanidad. Tú, con tu reflexión profunda, nivel en el   cual se mueve tu vida, descubres que Dios te dice algo en los deseos que brotan en tu corazón. Tú descubres que tú eres pieza, al mismo tiempo necesaria, y libre, para que los planes de salvación sobre la humanidad vayan adelante. Tú descubres que tu grandeza está en renunciar a tus propios planes y en incorporarte a los planes de Dios. Tú has descubierto, la primera de todos, hasta qué punto Dios ama a los hombres, pues quiere entregarles su Hijo, «el  muy querido». Tú has descubierto que toda la humanidad está vinculada a ti, porque toda la humanidad está llamada a salvar con Jesús, redimir con Jesús. Tú te has percatado de tu puesto maternal para con esa humanidad, que todavía no se ha dado cuenta de que Dios la ama porque le entrega su hijo.

       Todas las llamadas de Dios son grandes, también la mía. Porque a mí también Dios me está pidiendo colaboración para salvar a todos los hombres. Porque a mí Dios me está señalando un puesto en la humanidad y me dice que sea el hermano de todos los hombres. Porque a mí Dios quiere entregarme su propio Hijo para que por medio de mi llegue a los demás. Porque por medio de ese Jesús, hecho carne en María y pan de Eucaristía en el   Sagrario, Dios quiere salvar y regenerar en Jesús todo lo malo que hay en mí y en el   mundo.

       Soy un inconsciente que sólo pienso en mí mismo, en divertirme y pasarlo bien, sin esfuerzo de virtud y caridad. Y como no reflexiono, no caigo en la cuenta de que el camino de mi propia realización y el camino de la realización de un mundo mejor, me lo está ofreciendo Dios, si de verdad quiero aceptar a Jesús y unir mi vida a la suya. María, ayúdame a dar profundidad a mi vida.

Que mi vida no sea el continuo mariposear de capricho en capricho, como acostumbro, sino que sea el resultado de una reflexión seria sobre la Palabra de Dios, que me llama, y de una opción libre y consciente que yo debo hacer ante esa Palabra que se me ha dirigido... Esa palabra que es Jesús mismo, el que está en el   Sagrario, esperando desde siempre mi respuesta. Para eso está ahí, con lo brazos abiertos para abrazarme y llenarme de su amor.

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“NO TENGAS MIEDO, MARIA”(Lc. 1, 29)

       Jesús llamaba al primer corazón humano para encarnarse en el . Y como nadie todavía tenía experiencia de Jesús hecho hombre, María se asustó. ¿Por qué se asustó? He aquí algunos posibles aspectos de su miedo y de todo miedo humano ante una llamada de Dios:


       1. María comenzó a comprender que aquí daba comienzo algo serio y decisivo para su vida. Su vida, y lo mismo cualquier otra vida, no era un juego para divertirse y tomárselo a broma, no. Ella se dio cuenta de que la Palabra de Dios iba a cambiar su existencia y también el rumbo de las cosas en el   mundo, aunque todavía ignoraba el cómo.

       Ante la presencia de algo que decide nuestra vida y la de los demás, cualquier persona de mediana responsabilidad se siente sobrecogida. Y María era una mujer ciertamente joven, pero de una responsabilidad sobrecogedora.


       2. Era una experiencia nueva y desconocida de Dios. Cuando Dios comienza a dejarse sentir cercano, esta misma cercanía de Dios produce en el   hombre un sentimiento de recelo ante la nueva experiencia hasta entonces desconocida. ¿Qué es esto que me está pasando?, ¿en dónde me estoy metiendo?, son preguntas que no cesa de hacerse el que ha recibido la experiencia de Dios.

       3. Mecanismo de defensa también. Este mecanismo actúa cuando la persona humana advierte que el campo de su vida, sobre el cual ella es dueña y señora con sus decisiones libres, ha sido invadido por alguien que, sin quitar la libertad, llama poderosamente hacia un rumbo determinado... Y la pobre persona humana se defiende diciendo estas o parecidas excusas: « y por qué a mí entre tantos ¿no había nadie más que yo?»

       4. Sentimiento de incapacidad: «Yo no valgo para eso, voy a hacerlo muy mal...». Sí; el hombre medianamente consciente sabe, o cree saber, qué es lo que puede realizar con éxito, y qué puede ser un fracaso. Instintivamente tiende a moverse dentro del círculo de sus posibilidades. Rehúye arriesgarse a hacer el ridículo, a hacerlo mal, a moverse en un terreno inseguro, cuyos recursos él no domina.

       5. Repugnancia a la desaparición del «yo». María tiene su propia personalidad con su sentido normal de estima y pervivencia. Se le pide que ese yo se realice no independientemente, sino en Jesús, que se abra hacia ese ser, todavía desconocido, que es Jesús, para que sea Jesús quien se realice en el  la. Vivir en otro y de otro, y que otro viva en mí.

       Señor, quiero hacer ante ti una lista de mis miedos. Porque soy de carne, y el miedo se agarra siempre al corazón humano. Me amo mucho a mí mismo y me prefiero muchas veces a tus planes. Casi puedo definir mi vida, más que, como una búsqueda del bien, una huida de lo que a mí me no me gusta o me cuesta y por eso me parece malo. Así es mi vida, Señor: huir y huir .por miedo...

       Me da miedo el que Tú te dirijas a mí y me pidas vivir con ciertas exigencias, exigencias que son, por otra parte, de lo más razonables. Por eso huyo de la reflexión y de encontrarme con tu palabra a nivel profundo. Por eso busco llenarme de cosas superficiales que me entretienen. En realidad, no las busco por lo que valen; las busco porque me ayudan a luir.

       Me da miedo el tomar una decisión que comprometa mi vida, porque sé que, si lo hago en serio, me corto la retirada; y el no tener retirada me da miedo. Me da miedo el vivir con totalidad esta actitud, porque se vive más cómodamente a medias tintas.

       Me da miedo la verdad y comprobar que mi vida en realidad es una vida llena de mediocridades. Y por otra parte, me da miedo que esa mediocridad pueda ser, y de hecho sea, la tónica de mi vida.

       Me da miedo entregar mi libertad. No quisiera yo perder la dirección de mi vida. Dejarla en tus manos, aunque sean manos de Padre, me da miedo, lo confieso.

       Me da miedo hacerlo mal, el que puedan reírse de mí. Yo mismo me avergüenzo de hacerlo mal ante mí mismo, porque en el   fondo me gusta autocomplacerme. Por eso pienso muchas veces que sería mejor no emprender nunca aquello de cuyo éxito no estoy totalmente seguro. Por eso pienso muchas veces que es preferible vivir mi medianía que intentar hacer lo heroico. Porque me da miedo hacer el ridículo...

       Me da miedo lo que pueda pasar en el   futuro: ¿me cansaré? ¿Perseveraré?

       Me da miedo vivir fiado de Ti. Sé que buscas mi bien, pero experimento el miedo del paracaidista que se arroja al vacío fiado solamente en su paracaídas: ¿funcionará? ¿Fallará? ¿Funcionarás Tú según mis egoísmos?

       Me da miedo el tener que renunciarme a mí mismo. Se vive tan bien haciendo lo que uno quiere. Me da miedo porque me parece que es aniquilarme y que así me estropeo. Y no me doy cuenta de que lo que de verdad me estropea soy yo mismo, mis caprichos, mis veleidades, mis concesiones.

       Me das miedo, Tú, Jesús Eucaristía, en tu presencia silenciosa, amándome hasta dar la vida, sin reconocimientos por parte de muchos por lo que moriste y permaneces ahí en silencio, sin imponerte y esperando ser conocido.

       Me das miedo cuando desde Él Sagrario me llamas y me invitas a seguirte con amor extremo hasta el fín;  cuando llamas a mi corazón. Sé que vienes por mi bien, pero sé que tu voz es sincera y me enfrenta con la necesidad de extirpar mi egoísmo, sobre el cual he montado mi vida. Es exactamente el miedo que tengo ante el cirujano. Estoy cierto de que él busca, con el bisturí en la mano, mi salud, pero yo le tiemblo.

       Me dan miedo el dolor y la humillación, y la obediencia, y las enfermedades, y la pobreza. Y así puedo continuar indefinidamente la lista de mis miedos... Soy en esencia un ser medroso: unas veces inhibido por el miedo, y otras veces impulsado por él. El miedo no me deja ser persona, me ha reducido a un perpetuo fugitivo.

       Tú, Señor, te acercas a mi como a María, y me repites: “No temas... el Señor está contigo”... Probablemente pienso que todo he de hacerlo yo solo. Por eso me entra el miedo. Quiero oír de Ti esa palabra una y otra vez: «No temas; Yo, el Señor, estoy contigo aquí tan cerca, en el   Sagrario, todos los días.

       Yo, que te amo, estoy contigo en todos los sagrarios de la tierra. Yo, que te llamo, estoy contigo para ayudarte. Yo, que te envío, estoy contigo. Yo, que sé lo que tú puedes, estoy contigo. Yo, que todo lo puedo, estoy contigo. No temas, puedes venir a estar conmigo siempre que quieres».

Jesús, repíteme una y otra vez estas palabras, porque no seré hombre libre hasta que no me libre de mis miedos, de mis complejos, de mis recelos, de mis pesimismos, de mis derrotismos, del desaliento que me producen mis fracasos... Que oiga muchas veces tu voz que me repite: «No temas, Yo estoy contigo!».

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“EL ESPIRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI” (Lc. 1, 35)

 
       Hay que volver a leer más despacio el capítulo del miedo. Cuando al hombre se le propone algo que supera sus fuerzas, algo que no sabe cómo hay que hacer... el hombre queda frenado hasta que sepa que la cosa va a resultar, o hasta que haya encontrado una solución a los puntos difíciles.

       María ha entendido lo que Dios le pide, pero no entiende cómo va a realizarse esta encarnación del Verbo de Dios en su vientre después que ella ha ofrecido a Dios su virginidad. Si ella la ha ofrecido es porque pensaba que Dios se lo pedía, y no puede pensar que Dios juegue con ella y ahora diga NO a lo que antes dijo que SI. «¿Seré madre sin ser virgen? No puede ser; Dios me ha pedido mi virginidad para algo... «¿Seré virgen sin ser madre?» Tampoco puede ser, porque lo que precisamente Dios me está pidiendo ahora es la maternidad. Si Dios pide mi virginidad y pide también mi maternidad, yo me encuentro sin salida; no sé qué hacer.»

Volvamos al capítulo de los miedos y veamos si no hay razón para repetir: «esto es un lío... ¿por qué no dice Dios las cosas claras desde Él principio’? ¿Por qué tenía que pasarme esto a mi?..».

       María escapa de esta tenaza de miedo que intenta paralizarla, por la fe en Dios Todopoderoso. El Dios en el   cual ella creía era un Dios que había creado el cielo y la tierra. Un Dios que había separado la luz de las tinieblas, y el agua de la tierra seca.

       El Dios en el   cual creía ella era el Dios de Abraham, capaz de dar descendencia numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo a un matrimonio de ancianos estériles.
       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Moisés. El Dios que enviaba al tartamudo a hablar con el Faraón para salvar a su pueblo. El Dios que separó las aguas del mar y permitió salir por lo seco a su pueblo. El Dios que condujo a su pueblo por el desierto... El Dios que dio tierra a los desheredados que no tenían tierra.

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de los profetas: el Dios que escogía hombres tímidos y que, después de hacerles experimentar quién era El, colocaba sus palabras en la boca de ellos y su valentía en el   corazón de ellos para que anunciaran con intrepidez el mensaje comunicado, y aguantaran impávidamente como una columna de bronce las críticas de los demás (Jer. 1).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de Ana, madre de Samuel: “El Dios que da a la estéril siete hijos mientras la madre de muchos queda baldía... el Dios que da la muerte y la vida, que hunde hasta el abismo y saca de él... el Dios que levanta de la basura al pobre y le hace sentar con los príncipes de su pueblo.., el Dios ante el cual los hartos se contratan por el pan, mientras los hambrientos engordan...” (1 Sam. 2, 1-10).

       El Dios en el   cual creía María era el Dios de David, el Dios que había prometido al anciano rey que su dinastía permanecería firme siempre en el   trono de Israel (2 Sam. 7).
Y por si fuera poco, una nueva señal en la línea de las anteriores: Isabel, su pariente, la estéril, la anciana, ha concebido un hijo. Sí, también creía María en el   Dios de Isabel, el Dios que da la pobreza y la riqueza, la esterilidad y la fecundidad. ¿No podría ese Dios dar también la virginidad y la maternidad?

       El Dios en el   cual creía María no era como los dioses de los gentiles. Esos eran ídolos: “tienen boca y no hablan... tienen ojos y no ven.., tienen orejas y no oyen... tienen nariz y no huelen... tienen manos y no tocan... tienen pies y no andan... no tiene voz su garganta” (Sal. 115). Esos no son dioses: Las fuerzas humanas no son dioses... el poder humano no es Dios... “Nuestro Dios está en el   cielo y lo que quiere lo hace”. Este sí que es el Dios verdadero, el que es capaz de hacer lo que quiere y llevar adelante sus planes de salvación...

Y María podría seguir recitando el salmo que sin duda, tantas veces habría rezado con los demás en la sinagoga, pero cuyo sentido profundo iba comprendiendo ahora: “Israel confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. La casa de Aarón confía en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Los fieles del Señor confían en el   Señor, El es su auxilio y su escudo. Que el Señor os acreciente a vosotros y a vuestros hijos” (Sal. 115).

       La fe de María la ha llevado a una conclusión: PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE. Era la misma conclusión a la que había llegado Abraham: “Es que hay algo imposible para Yahvé?” (Gen. 18, 14). Es la misa conclusión a que han de llegar los que tienen fe y quieren vivirla.

       Porque la llamada que Dios hace a María y la que hace a todo hombre no pueden realizarse con fuerzas humanas. De ser así, Dios llamaría a pocos, a los mejores. Dios tendría que hacer una selección muy rigurosa de sus colaboradores.

       Pero Dios, el Dios verdadero, no es así. Dios se ha manifestado a lo largo de la historia llamando al tartamudo, al tímido, al anciano, a la estéril, al hambriento. Porque las actuaciones de Dios son para desplegar la fortaleza de su brazo y dejar campo abierto a su poder. Quiero creer en ti Señor, como creyó María.

       Creo, como ella, que eres Tú el que me hablas. Creo que me llamas. Creo que quieres unirte a mí, que quieres vivir dentro de mí y que me admites a vivir en Ti y contigo. Creo que en esto está la salvación. Creo que en mi colaboración a tus planes está la salvación de los demás.
       Que soy débil, que soy inútil, que tengo resistencias serias a tu voluntad, que soy un superficial, que rehúyo comprometerme, que no quiero quemar mis naves, que no valgo...etc, todo eso me lo sé de sobra. Para ello no necesito tener fe, porque lo experimento y palpo en cada momento.

       Pero precisamente porque soy así necesito la fe de María. Porque tengo que dar un salto que supera mis fuerzas, porque tengo que vivir en un plano donde no se ve ni se palpa nada; porque soy llamado para realizar algo que me parece incompatible, y lo es, con mi incapacidad.

María, quiero felicitarte con Isabel, por tu fe: “Bendita tú, que has creído”. Bendita tú, porque has tenido fe, porque has creído que Dios te hablaba. Bendita tú, porque has creído que te hablaba para hacerse hombre en ti. Bendita tú, porque pensabas que Dios te llamaba a salvar a los hombres. Bendita tú, porque no preguntaste nada más que lo necesario para saber lo que tenias que hacer. Bendita tú, porque no dudaste del poder de Dios. Sí, bendita y mil veces bendita tú.

A mí, que intento seguir torpemente tus pasos, ayúdame a superar mis desconfianzas, mis complejos, mis cobardías, mis reticencias, mis retraimientos. Y también ayúdame a superar mis suficiencias y la confianza en mis cualidades humanas y mi creencia de que soy algo y valgo para mucho.

       Señor, como tu sierva María, quiero poner mi inutilidad bajo tu poder para colaborar a tus planes de salvación en la medida y en el   puesto a que soy llamado por Ti.

***** *

“AQUÍ ESTA LA ESCLAVA DEL SEÑOR:HÁGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA”(Lc. 1, 38)


       En el   corazón de María, donde había tenido lugar el diálogo profundo con Dios, se hizo la entrega a Dios. Y nadie se enteró. No hubo fotógrafos para tomar instantáneas de la ceremonia, ni grabaciones en directo para las emisoras, ni periodistas que lo diesen a la publicidad. Dios no hace obras sensacionales, pero sí hace obras maravillosas.

Una gota de agua es una maravilla, pero sólo cuando se mira con el microscopio. Una hoja de cualquier árbol es otra maravilla, pero luce menos que una bengala o un anuncio luminoso, que causan sensación. Nadie se enteró. Pero allí había comenzado a cambiar el mundo.

       ¿Qué había pasado? El Verbo era ya carne de nuestra carne y había comenzado su carrera humana partiendo desde Él punto cero, como todo ser humano que comienza esta carrera de la vida.

       Una mujer estaba haciendo expedito el camino al Verbo de Dios para que pudiera vivir con los hombres, sus hermanos. Una mujer le estaba dando manos de hombre para que pudiera trabajar y ganarse la vida como sus hermanos, y también para que pudiera abrazar a sus hermanos los hombres y tocar sus llagas y sus enfermedades.

       Una mujer le estaba dando ojos de hombre para que pudiera mirar las cosas que ven los hombres: los pájaros, las flores, el odio, al amor, los amigos y los enemigos. Una mujer le estaba proporcionando al Verbo de Dios unos labios para dar la paz, para decir palabras de ánimo, para llamar a los hombres a su seguimiento, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos con sólo su palabra.

       Una mujer le estaba formando un corazón para compadecerse de la gente, para amar a las personas, para sacrificarse. Una mujer le estaba formando un cuerpo con el cual pudiera cansarse, y tener hambre, y sed, y morir, y resucitar por todos; un cuerpo que pudiera ser también pan que con nuestras manos pudiéramos llevar a la boca para recibir la vida de Dios.

       Una mujer estaba abriendo el camino para que en cada hombre, bueno o malo, culto o analfabeto, el Verbo de Dios pudiera vivir. Lo que por el bautismo iba a realizarse en cada hombre; lo que en la Eucaristía iba a realizarse en plenitud: “yo soy el pan de la vida, si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros… mi carne es verdadera comida… quien me come, vivirá en mí y yo en el ”, había comenzado a ser posible en una mujer. Y todo esto, en silencio, sin ruido, sin aspavientos. Porque los hombres nos movemos siempre a nivel de apariencias. Pero Dios se mueve siempre a nivel de corazones, a nivel de profundidad.
       La reflexión que ha hecho la Iglesia en el   Concilio Vaticano II destaca que María no se contentó con dejar actuar a Dios. Su actuación no consistió únicamente en dar permiso a Dios para atravesar su puerta, sino que ella hizo todo cuanto pudo para lograr que Dios entrase por ella.

       No permitió solamente que se hiciese en el  la la Palabra de Dios, sino que se brindó a realizarla ella misma. Porque la Palabra de Dios nunca se hace carne ella sola. Se hace carne solamente cuando han coincidido dos voluntades, la de Dios y la del hombre, para querer lo mismo, y cuando cada una de las voluntades ha aportado de su parte cuanto puede.

       Dios no es un ladrón que a la fuerza intenta arrebatarnos lo nuestro. Dios no se acerca al hombre para quitar nada, sino para enriquecer. Pero tampoco enriquece con su don, si el hombre no quiere positivamente recibirlo y está dispuesto a trabajar por recibirlo.

       Por eso, la colaboración activa indaga, pregunta, se interesa por los planes de Dios, intenta conocerlos. Pero no por curiosidad, sino para hacer lo que haya que hacer. La colaboración activa no se echa atrás ante lo imposible, no. Da el paso en la te hacia eso imposible.

La colaboración activa quiere positivamente lo que Dios quiere, se sacrifica voluntariamente lo que sea preciso. Esta colaboración activa es la línea que escoge María para actuar a lo largo de toda su vida. Para ella, el hágase equivale a un yo deseo que así haga la Palabra de Dios, me encantaría colaborar con la Palabra de Dios, ojala no sea yo obstáculo, haré lo que esté en mi mano para que así sea.   Quiero creer, Señor, que todo acto hecho en Cristo por Él y en el  es salvador. Se nos escapa el dónde, el cuándo y el cómo, pero quiero creer que sirve para la salvación de mis hermanos. Por eso mi vida tiene un sentido, y cuanto hago tiene un sentido: JESÚS.

       Cuando el ángel se volvió al cielo, María siguió haciendo lo mismo de antes, pero lo hace ya en Cristo y por Cristo, y Jesús en el  la y por ella. De este modo se había convertido en corredentora que aportaba toda su actividad a los planes de salvación de Dios.

       No quiero, Señor, hacer o dejar de hacer porque hacen o no hacen los demás. Yo quiero hacer lo que debo. Yo quiero responder a mi llamada personal diciendo como María mi hágase: haré lo que mi Dios, en el   cual creo, espera de mí. Intentaré con todas mis fuerzas colaborar a los planes de salvación que Él me vaya revelando. Señor, voy entendiendo que decir un SI a tu Palabra es algo difícil, pero que de verdad me salva y salva a los demás.

Yo sé que cuando te digo un SI, nadie va a enterarse ni alabarme, nadie va a publicarlo, ni falta que hace. Pero estoy convencido que cuando hago eso, la historia realizada en María se repite en mí: soy puerta que se abre para que Tú entres al mundo de nuevo. Y si Tú entras de nuevo en el   mundo, siempre es con el mismo fin: «por nosotros los hombres y nuestra salvación». No sólo por mi salvación, sino también por la salvación de todos.

       María cambió el mundo, pero ella no lo vio. María fue la primera que comenzó a llevar a Dios en sus entrañas, pero ella siguió siendo la misma para los demás, no florecieron los rosales de la casa ni los que trabajaban en los campos vieron bajar el Misterio a su seno, ella tampoco, pero lo sintió. Pero ella había creído y el Verbo empezó a ser en su seno.

       Más tarde, Jesús trabajará y sudará por los hombres y nadie lo sabrá ni lo agradecerá. Dará voluntariamente su vida por todos, y los hombres seguirán sin enterarse. Estamos ante un misterio de fe, y yo, con mi impaciencia, quiero hacer cosas y cosas y constatar inmediatamente sus resultados.

Ella siempre creyó que su hijo era Hijo de Dios y permaneció junto a Él en la cruz, cuando todos le abandonaron, menos Juan que había celebrado la primera Eucaristía reclinando su cabeza sobre su pecho y había sentido todos los latidos de la divinidad, llena de Amor de Espíritu Santo a los hombres.

       Quiero creer, Señor, como María y hacerme esclavo de tu Palabra. Quiero decir que sí, como tú, María, porque ninguno de estos sí dados a Dios se pierden. Todos son salvadores, y hay que fiarse siempre de Dios, aunque nada externo cambie, aunque no sepamos cómo, ni cuándo, ni dónde Dios lo cumplirá, pero son salvadores, porque el Verbo de Dios se hace hombre por salvarnos en el   sí de sus hermanos.

2ª   MEDITACIÓN

LA VIRGEN  VISITAA SU PRIMA SANTA ISABEL

“En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.

¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!

Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia  como había anunciado a nuestros padres, en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.

María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa”(Lc 1,39-57).

 

Punto 1º. El viaje. Dice el evangelista: “En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”.  ¿Por qué emprende María su viaje?

a). No ciertamente por diversión o curiosidad, ni por otro motivo que por caridad, que la mueve a ofrecer su ayuda a su prima en los últimos meses de su punto menos que milagroso embarazo.

Supone la alegría de Isabel al sentirse fecunda por singular bendición del Señor, y acaso ilustrada por el Señor entiende la íntima relación que va a mediar entre el Mesías, que en sus entrañas purísimas acaba de encarnar, y el hijo de su prima, destinado a ser el heraldo y Precursor que prepare los caminos del Señor. Aprendamos en esta conducta de María cómo no está reñida la santidad más alta con la cortesía y delicadeza más exquisitas. Y pongamos mucho estudio en gozarnos sinceramente del bien ajeno y prestarnos a ayudar a los demás, y anticiparnos a hacerlos las atenciones y saludos que la urbanidad y la caridad inspiran, sin sentirnos rebajados por tratar con delicadeza aun a los inferiores a nosotros.

María, la Madre de Dios, no se desdeña de ir, con largo y molesto viaje, a felicitar por su dicha a su prima y ofrecerla su valiosa ayuda en los más humildes menesteres. Y fue apresuradamente, cum festinatione, siguiendo pronta y dócilmente la inspiración del Espíritu Santo.

Meditemos: ¿Somos también nosotros prestos y diligentes en seguir las inspiraciones, o, por el contrario, tardos y perezosos? Pensémoslo, y quizá echaremos de ver que no pocas veces hemos sido de veras tardos en acudir al llamamiento de Dios. Y eso no solo cuando se trataba, como en el   caso de María, de cosas no obligatorias, sino de supererogación; más aún, en casos de obligación y mediando expreso mandato de Dios o de nuestros Superiores.


b) El viaje es de creer que no lo haría sola. Quizá le acompañó su esposo San José, que si, como piensan o conjeturan algunos exegetas, era el tiempo de Pascua en el    que emprendió este viaje María, iría a cumplir su deber de buen israelita. Y en tal caso fácil fuera que la acompañara San José hasta Jerusalén, continuando María su viaje hasta la casa de su prima.

¿Dónde habitaba Isabel? Dice San Lucas que en una “ciudad de Judá”; no faltan quienes afirman que ha de leerse en la “ciudad de Judá”. «Diez localidades—dice el P. Prat (1, 63) han reivindicado la gloria de haber mecido la cuna del Precursor; y el Evangelio, que se ciñe a mencionar una ciudad situada en las montañas de Judá, no nos ayuda gran cosa a decidirnos en la elección, porque toda la Judea, desde Bethel hasta Hebrón, es país montañoso. El lugar que tiene en su haber más seria tradición es el pueblo de Aïn-Karim, en el   macizo de los montes de Judá, a legua y media de Jerusalén.»


2) En casa de Isabel. Escena tierna y delicada, que ha inspirado a más de un gran artista. De qué manera más completa y delicada se realizó lo que el Ángel había predicho, al aparecerse a Zacarías: “El hijo de Isabel será lleno del Espíritu Santo desde Él seno de su madre”. Se valió para ello de la que había de ser canal único y universal de todas las gracias: quiere ir Jesús a aquella casa llevado por su Madre. Oculto misteriosamente en el   seno purísimo de María irradió su santificador efecto por María, y santa Isabel lo declaró en aquellas palabras: “en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno”. Cuán poderosa es la voz de María; una sola palabra de saludo vox salutationis basta a producir tan maravillosos efectos, como el santificar al niño y llenar del Espíritu Santo a la madre.

       Meditemos las palabras de María, para ver si en nosotros causan tan magníficos efectos. Por María, la “llena de gracia”, vienen hasta  nosotros las misericordias del Señor. Dormía Juan en el   seno de su madre, muerto a la vida de la gracia, engendrado en pecado, y el Señor, para prepararlo a los altos destinos a que le tenía señalado, lo santifica. Sublime lección; los heraldos del Señor han de vivir a Él unidos por la gracia, y esa gracia sólo les puede llegar por mediación de María, la medianera universal. Procuremos, pues, acercarnos a ella para lograr por su intercesión gracia tan singular; no lograremos por otro medio la santificación de nuestras almas.


3) “Bendita tu entre las mujeres”. Es la salutación de Isabel a María. Vemos cómo alcanzó también a Isabel la comunicación del Espíritu Santo, y se manifestó en el  la haciéndola prorrumpir en aquellas magníficas frases, tan llenas de altísimo sentido: “Tú eres la bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. De dónde a mí tanto bien que venga la Madre de mi Señor a visitarme?”

Considera la alegría purísima que inundó el alma de Isabel y el gusto con que recibió la visita de su prima ¡ Y qué eficacia la de las palabras de salutación de María y qué raudal de gracias consiguen los que la saben recibir debidamente en su casa! Procuremos hacerlo nosotros, y a su visita nos sentiremos llenos de amor, llenes de luz, llenos del Espíritu Santo. Lección es también provechosa, que podemos aprender de María en este misterio, la de estimar en mucho los dones de Dios, pero no de suerte que de ellos nos engriamos, teniéndonos por más que los otros, sino de modo que nos sintamos, llenos de gratitud humilde, empujados a proclamarnos «esclavos» inútiles y a ofrecernos al servicio de los demás, por amor del Señor. Cuanto más favorecidos del Señor, más obligados de creer a hacer fructificar tan preciosos dones en obras de caridad fraterna.

Punto 2º: María canta el “magnificat”: Proclama mi alma las grandezas del Señor

 

1) Al leer el magnificat se echa de ver que es una explosión del alma enamorada que remonta como natural y necesariamente el vuelo hacia las alturas, donde mora su alma más que en la tierra. Fluyen en el  los recuerdos y reminiscencias, aun de palabras, del Antiguo Testamento, tan familiar a la Virgen, y se oye resonar el eco de la voz inspirada del Salmista y los Profetas. 

Canta con inspiración no menos sublime que delicada el inefable gozo en que rebosa su espíritu al considerar el inmenso poder de Dios, que con brazo poderoso libra a su pueblo, haciendo grandes cosas en María y derramando su misericordia de generación en generación. Y manifiesta tres sentimientos que embargan su alma: el de gratitud por las grandes cosas que en el  la ha hecho el Señor; el de admiración de la sabiduría y misericordia del que ensalza a los humildes y abaja a los poderosos; el de alegre confianza de que Dios va a cumplir sus promesas, enviando a su pueblo un libertador.


2) Pocas palabras de la Santísima Virgen se nos recuerdan en el   Santo Evangelio; pero cierto que las pocas que nos conserva son bien dignas de considerarse y están llenas de conceptos altísimos y de enseñanzas prácticas, que dan abundante materia de suaves y fecundas consideraciones.

Brotaron, sin duda, las palabras del «Magnificat» de los labios de María al influjo de la inspiración del Espíritu Santo, y así han de considerarse como llenas de celestial sabiduría más que de ciencia humana, por muy levantada que se suponga. Nadie como la Virgen María, la primera y la más favorecida entre los redimidos, podía cantar las excelencias de la obra redentora de Dios misericordioso.

Se ha llamado con razón al “magnificat” la oración de María, como el «Padre nuestro» se llama la oración dominical, la de Jesús. La Iglesia lo ha incluido en el   Oficio divino, de suerte que todos los sacerdotes han de repetirlo diariamente en el   rezo de las Vísperas, sin que se omita ni un solo día del año litúrgico. ¡Con cuánta devoción no hemos de procurar repetirlo  recordando cómo lo diría nuestra Madre Santísima!

3) Es el más importante de los cánticos de la Sagrada Escritura, incluyendo a los de Moisés, Débora, Ana, madre de Samuel; Ezequías, los tres jóvenes, etc. «Está, dice el P. Cornelio a Lapide, lleno de divino espíritu y exultación, de suerte que se diría compuesto y dictado por el Verbo, ya concebido y regocijado en el   seno de la Virgen».

Pueden en el  distinguirse tres partes: comprende la 1ª. los vv. 46-50, y en el  los agradece al Señor los beneficios que de Él ha recibido, sobre todo, el de haberla hecho Madre del Salvador; por lo que la llamarán todas las generaciones “bienaventurada”. En la 2ª. (51-53) alaba a Dios por los beneficios comunes concedidos antes de la venida de Cristo a todo el pueblo; alude principalmente a las victorias concedidas a Israel contra Faraón y los Cananeos. Vuelve en la 3ª. (54-55) al máximo beneficio de la Encarnación del Verbo, prometido a los Padres y a ella concedido.


4) Podemos estudiar en este cántico un modelo que imitar cuando en nuestra vida nos veamos en circunstancias en alguna manera similares a las de María en la Visitación. Favorecidos por Dios con beneficios más que ordinarios, al oírnos alabar de amigos o conocidos, hemos de elevar nuestra alma en vuelo de agradecido reconocimiento al Señor, entonando un «magnificat» regocijado y humilde de alabanza al dador de todo bien.

El tema del himno de gratitud de María es principalmente el beneficio de la redención, verdadera “obra grande” de Dios. Justo es que también nosotros apreciemos su grandeza magnífica, y sintiéndonos, como en realidad lo estamos, en el  incluidos y por él tan generosa y espléndidamente beneficiados, dejemos que el corazón se nos inflame en ardorosos anhelos de gratitud y fiel correspondencia


5) Notemos, por fin, cuán admirablemente se viene cumpliendo el “beatam me dicent”. Cuando María lo pronunció parecía algo, si no absurdo, inconcebible: una doncellita de pocos años, desposada con un pobre carpintero, en un pueblecillo ignoto de Galilea, ¿llegar a ser aclamada  por todas las generaciones? ¡Sólo Dios lo podía hacer y cuán espléndidamente lo ha hecho! Él sea bendito, que así quiere honrar a esa doncellita, su Madre y nuestra Madre.


Punto 3.° “MARÍA ESTUVO CON ISABEL CASI TRES MESES Y LUEGO VOLVIÓ A SU CASA”.

1) El Evangelista San Lucas dice en el   V. 56: “Y detúvose María con Isabel cosa de tres meses. Y se volvió a su casa”. Como ya antes, en la Anunciación, el Arcángel había dicho a Nuestra Señora: “Tu parienta Isabel en su vejez ha concebido también un hijo, y la que se llamaba estéril hoy cuenta ya el sexto mes” (v. 36); se deduce que María permaneció en casa de su prima hasta el nacimiento del Bautista.

Y cierto que si se había predicho que en la natividad de Juan “muchos se regocijarían” (14) sería la Santísima Virgen uno de esos muchos, y se regocijaría en gran manera con los santos esposos, padres del Precursor del Señor, y tornaría gustosa parte en los festejos con que celebrarían tan fausto suceso.

Aprendamos a gozarnos en las prosperidades y bienes de los demás, sobre todo, en los de nuestros parientes y amigos, evitando cuidadosamente la envidia que nos hace entristecer del bien ajeno y nos empuja a cercenarlo o enturbiarlo de algún modo.

No seamos mezquinos ni nos amarguemos necia e irracionalmente la vida buscándonos ocasiones de pesadumbre en lo que debiéramos hallar legítima causa de íntima alegría y gusto purísimo. Cuánto fomenta la caridad de familias y comunidades la amplitud de corazón, que hace tomar parte con sincero regocijo en las alegrías de los demás. Y, por el contrario, qué enemigo más funesto de la caridad es el pesar del bien ajeno manifestado en malas caras, palabras frías y retraimientos injustificados.

 
2) Lección también no poco aprovechable la que podemos aprender de la estancia de María en casa de su prima, la que se desprende naturalmente de la consideración del tiempo en que acompañó a Isabel. Era en los últimos meses  de su embarazo, cuando lo eran sin duda más necesarios los cuidados y ayuda de los demás. ¡Con qué solícita diligencia atendería la Santísima Virgen a su prima! ¡Cómo la ayudaría diligente a las faenas todas de la casa, cómo trabajaría! Gocémonos en ser útiles a los demás y no nos parezca indecoroso humillarnos a servir aun a los que nos son inferiores.

María, la Madre de Dios, sirviendo, y nosotros ¿andamos con reparos de dignidad cuando se trata de ejercitar con los demás oficios de caridad? No sea así; antes bien, por el contrario, sintámonos honrados al ejercitar por amor del Señor los más humildes oficios en provecho de los demás. Trabajo y caridad son fuentes ubérrimas de méritos, de alegría y de bienestar.


3) La Santísima Virgen nos dice en su cántico que la causa de su dicha fué “quia respexit humilitatem” (v.48), porque ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava; y cómo que se diría que con los nuevos favores del Señor se siente más movida a abajarse y se goza en ejercitar los oficios de una esclava, no sólo con el Señor, sino también, por su amor con los demás.

Aprendamos nosotros, miserables pecadores, a abajarnos y buscar lo que de derecho nos corresponde, el último lugar. Y que no suceda que andemos hambreando solícitos preeminencias y alturas y nos desdeñemos de hacer nada que pueda parecer servicio y esclavitud. Hablemos ahora de todo esto con la Virgen y con su Hijo Jesucristo, encarnado por nuestro amor, que tanto se humillaron y abajaron hasta tomar la condición de esclavo y así nos salvó.

3ª  MEDITACIÓN

LA NATIVIDAD DECRISTO NUESTRO SEÑOR SE MANIFIESTA A LOS PASTORES POR EL ÁNGEL: “Os ha nacido el Salvador”.

 “Había pastores en la misma región,  que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí,  se les presentó un ángel del Señor,  y la gloria del Señor los rodeó de resplandor;  y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis;  porque he aquí os doy nuevas de gran gozo,  que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy,  en la ciudad de David,  un Salvador,  que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales,  acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales,  que alababan a Dios,  y decían:  ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz,  buena voluntad para con los hombres!

Sucedió que cuando los ángeles su fueron de ellos al cielo,  los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos,  pues,  hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido,  y que el Señor nos ha manifestado.Vinieron,  pues,  apresuradamente,  y hallaron a María y a José,  y al niño acostado en el   pesebre. Y al verlo,  dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.

Y todos los que oyeron,  se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas,  meditándolas en su corazón.

Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto,  como se les había dicho”.

Punto 1º “LOS PASTORES FUERON A ADORAR AL NIÑO Y LO ENCONTRARON EN EL   PESEBRE”

1º) El relato evangélico nos dice: “Estaban velando en aquellos contornos unos pastores, y haciendo centinela de noche sobre su grey. Cuando de improviso un ángel del Señor apareció junto a ellos, y les cercó con su resplandor una luz divina: lo cual les llenó de sumo temor. Díjoles entonces el ángel: no tenéis que temer, pues vengo a daros una nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo. Y es que hoy os ha nacido el Salvador”.


2º) Era costumbre en Palestina dejar los rebaños por la noche a la intemperie. No sabemos el tiempo del  Nacimiento: la Iglesia, desde tiempos remotos, lo celebra el 25 de diciembre. Aunque así fuese, el invierno en aquella región de ordinario no es tan frío que no puedan pasar la noche al raso los rebaños. Quedaban siempre en vela algunos pastores para vigilar y prevenir cualquier peligro de fieras o malhechores que pudieran sobrevenir.

       Velaban, pues, los pastores, preparándose así, con su diligencia en vigilar cumpliendo su deber, a recibir la merced que el cielo les hizo. Gran disposición es, si queremos merecer las gracias del Señor, el poner de nuestra parte gran cuidado en el   exacto cumplimiento de nuestra obligación y guardar solícitos lo que nos está encomendado. Vemos también en este hecho una muestra más de la predilección de Jesús por los pobres y despreciados; así eran los pastores, a quienes se tenía en Israel en poca estima, asimilándolos a los publicanos.

Puede también notarse en este hecho cómo suelen las gracias del Señor venir a veces cuando menos se espera, pues que es muy dueño de hacerlas cuando y a quien le place. Y al mismo tiempo cuánto gusta del recogimiento y el callar de ruidos mundanos, para dejar oír la VOZ del cielo; repetidas son las comunicaciones en el   silencio de la noche, del Señor o sus ángeles, que en la Sagrada Escritura se nos narran. Saquemos como consecuencia práctica el aficionamos al retiro y al silencio y aprovechemos para la oración y comunicación con el Señor las horas más libres de cuidados terrenos y de trato con las gentes.


2) Al aparecer el ángel quedaron los pastores circundados de celestial resplandor signo, en el   Antiguo Testamento de manifestaciones divinas, como se puede ver en el   Ex., 24, 17, en el   3 Reg., 8, 11, etc. No faltan exegetas que indican que el ángel que apareció a los pastores fue San Gabriel, el nuncio de la Encarnación. Su primera frase fue de aliento y confianza: “no tengáis miedo”.

Natural es en el   hombre el temor a lo extraordinario e insólito, sobre todo a lo sobrenatural; pero propio es del buen espíritu tranquilizar a las almas espirituales que proceden con recta intención en el   divino servicio: “No temáis!”. ¡Cómo se trocó el temor en gozo cuando oyeron la «buena nueva» que se les anunciaba. 

Ellos, como buenos israelitas, estaban instruidos de la venida del Mesías y esperaban de ella el remedio de todos sus males. Llenáronse, pues, de gozo y se prepararon a ir a ver lo que se les había anunciado.

“Os ha nacido... el Salvador”,díjoles el ángel; para vosotros viene al mundo y se ha hecho hombre; y viene como Salvador. Con  ese nombre se le llamó ya en el   Antiguo Testamento, por ejemplo, en la profecía de Isaías (19-20) “les enviará un Salvador y defensor que los libre”,  y en la Zacarías (9,9) “vendrá tu Rey, el Justo, el Salvador”. Cuánta es la bondad de Dios, que por nosotros y para nuestra salvación viene de los cielos a la tierra. Sepamos agradecerlo y sepamos aprovecharnos: acudiendo solícitos, como los pastores.

 

3) Dióles el ángel como señal distintiva para hallar al Salvador: “Hallaréis al Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre” (v.12). La pobreza y humildad son los compañeros de Jesús desde su entrada en el   mundo, y no le han de abandonar hasta el fin de su vida. Grabemos bien en nuestra mente que no se le encuentra entre el lujo y el boato de los palacios de los nobles de la tierra, y no nos engañemos tratando de hallarlo donde no se encuentra.  ¡Pobres sus padres, pobre su cuna, pobres sus amigos y seguidores, más pobre aún su lecho de muerte! Algo tiene sin duda de difícil, de grande, de santo, la pobreza, cuando lecciones tan repetidas de ella quiere leernos el Divino Maestro: “Discite a me”.  Aprendamos!


4) “Al punto mismo se dejó ver con el ángel un ejército numeroso de la milicia celestial alabando a Dios y diciendo; Gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” (v.13-14), o a quienes Dios tiene buena voluntad, es decir, queridos de Dios, objeto de la divina benevolencia; tal es el significado propio de la palabra original del texto griego.

Admiremos el contraste magnífico entre las humillaciones de Jesús y las maravillas que en torno al portal se suceden. Nacido de pobre Madre, en mísera choza, reclinado en un pesebre; se encienden de luz los cielos y resuenan himnos de celeste música, y acuden solícitas a festejar al recién nacido las milicias angélicas.

Cántico sublime el que resuena en los aires sobre la cueva de Belén. Dos son los grandes fines de la venida del Salvador: la gloria de Dios en los cielos, y la paz a los hombres en la tierra. Van unidos armónicamente, con enlace necesario: si procuramos dar a Dios la gloria que se le debe, redunda a los hombres que a recibirla se disponen, la paz verdadera, que los hombres no nos pueden dar ni quitar. Por el contrario, si defraudamos a Dios la gloria que le debemos, no será sin quebranto  de nuestra paz y no hallaremos sólido descanso.

Trabajemos, pues, por la gloria de Dios, que El nos premiará con galardón cien doblado de dulzura más que humana, sólo conocida por quien ha tenido la dicha de saborearla.

 
Punto 2.° LOS PASTORES VAN A BELÉN: “VINIERON CON PRISA Y HALLARON A MARÍA Y A JOSÉ Y AL NIÑO PUESTO En el   PESEBRE”.

 
1) El texto sagrado nos dice: “Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado. Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el   pesebre”.

Lección práctica la que nos leen, con su admirable proceder, los pastores. Dóciles a la indicación del ángel, se disponen al instante a hacer las diligencias conducentes para hallar al Niño que se les ha anunciado, y a ello se animan mutuamente.¡Oh si nosotros no emperezáramos nunca en seguir con presteza las divinas inspiraciones los órdenes y exhortaciones de nuestros directores y superiores! ¡Cuántas veces, por el contrario, con negligencia estúpida, dejamos para más tarde lo que debiéramos hacer al instante!

“Y se animaban unos o otros”,lección bien práctica para nosotros. Cuántas veces, en vez de alentar a los demás a la práctica del bien con nuestras pláticas y consejos, los retardamos y aun desviarnos del buen camino con nuestras censuras y críticas, o con nuestras manifestaciones de desagrado o de poca estima. No sea así: temblemos de ser con nuestras obras o palabras piedra de escándalo y motivo de alejamiento del bien para los demás; antes bien, hagamos un particular estudio a este respecto y podremos alentar a los demás en la práctica del bien y ayudarles a cumplir con presteza y alegría lo que el Señor les pide. Qué ejercicio de tan fina caridad es éste y cuánto bien se puede hacer llenando de entusiasmo y aliento a los compañeros en el   servicio del Señor.

2) Y fueron con prisa: como ansiosos de ver lo que se les anunciara y esperanzados de hallar algo grande. Imitémosles: bien persuadidos debemos estar del bien grande que para nosotros se encierra en el   Sagrario, en el   seguir con fidelidad las divinas inspiraciones, en ser guardadores exactos de la vida a que el Señor tan amorosamente nos ha llamado.

Pues ¿cómo entonces tan fácilmente nos olvidamos  de que nos aguarda Jesús en el   Sagrario y no le visitamos: ¿nos hacemos sordos a sus llamamientos interiores y marchamas pesadamente por el camino de la virtud y vivimos como cansados de lo que tenemos sin estimar tan precioso tesoro? No sea así, corramos alegres a Jesús, sigamos gustosos sus llamamientos, vivamos vida de unión con Él y de santidad. Nuestra diligencia y solicitud tendrá premio análogo al que recibieron de la suya los pastores.


3) “Hallaron a María y a José y al Niño”. ¿Cuál no sería el asombro de San José al oír, en el   silencio de la noche, voces y ruido de tropel de gentes que se acercaban a la gruta? ¿Y cuál su admiración y extrañeza al oír que le preguntaban si había allí nacido aquella noche un Niño?      ¡Y cómo él y la Santísima Virgen alabarían al Señor al escuchar de labios de los pastorcitos lo que el ángel les había anunciado! Reflexionemos: ya empieza a recoger Jesús los frutos de su trabajo salvador; se esconde, se humilla, y el cielo le descubre y honra.

Entraron los pastores en la gruta y se postraron ante el Niño, adorándole reverentes y ofreciéndole, llenos de cariño, los pobres dones que en su escasez habían podido reunir. ¿Qué sentirían sus almas? Jesús no quiso, como pudiera, hablarles con palabras materiales; pero lo hizo sin duda y con eficacia maravillosa en el   fondo de sus almas, como se echó de ver muy pronto por los efectos que aquella visita produjo eii los pastores. Nunca nos acercamos con buena voluntad a Jesús que no recibamos de Él preciosos dones que enriquecen nuestras almas.

 

4) Hallaron al Niño con su Madre. No de otra suerte podemos hallar a Jesús que con María y por María. Por Ella se nos dio y por Ella seguirá dándose siempre: es la medianera de todas las gracias. Vayamos, pues, a Ella confiados y en el  la lo hallaremos todo. ¡Todo bien nos viene por María!

Sin duda que San José y la Santísima Virgen recibirían amablemente a los pastores y se entretendrían con ellos en du1císmos, coloquios ¡Cómo sentirían los buenos israelitas que se les encendían sus corazones en amor de su Salvador al soplo encendido de aquellos suavísimos coloquios! Agradecieron mucho los Santos Esposos los dones de aquellos primeros adoradores de Jesús y en pago puso la Virgen Santísima al Niño en brazos de aquellos devotos visitantes ¿Qué sentirían? ¿Qué harían? ¿Qué dirían? Que la devoción nos lo inspire. Pensémoslo y digámoslo en nuestro corazón poniéndonos en análogo trance.

Soñamos a veces y juzgamos como en realidad lo fueron, dichosos a los pastorcitos que merecieron ser llamados a Belén y gozar de las dulces pláticas de María y José y de los tiernos abrazos de Jesús. Soñamos.., y no sabemos apreciar la realidad magnífica que con tanto mayor regajo y facilidad se nos brinda a nosotros a diario Belén, casa de pan, que es el Sagrario! ¡Eucaristía, pan del cielo! Belén está lejos y tuvo su realidad hace dos mil años; pero la Eucaristía está en nuestros altares y es el mismo Cristo, vivo y ya resucitado, habiendo cumplido toda la misión que el Padre el confió. Procuremos visitar, hablar, agradecer este don, el más grande de Cristo en la tierra, su presencia eucarística en amistad permanente para todos los hombres. Procuremos amarla y visitarla debidamente y sin duda saldremos de ella como de Belén salieron los pastores: llenos de gozo y transformados en apóstoles de la buena nueva.


Punto 3º. “LOS PASTORES SE VOLVIERON DANDO GLORIA A DIOS POR LO QUE HABÍAN VISTO Y OÍDO”.

Dice San Lucas: “Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”.

¡Cuan honda y santa impresión produjo en los pastores la visita a la gruta de Belén! En primer lugar, se certificaron de cuanto se les había dicho: lo vieron confirmado y su fe si robusteció, llenándoles de santo gozo. Y respondiendo generosos a la predilección del Señor, no se contentaron con el fruto íntimo que de ella habían logrado, sino que, llenos de entusiasta caridad, quisieron hacer a otros partícipes de su dicha y fueron anunciando en Belén lo que había acaecido; y con tal eficacia lo hicieron  que cuantos les oyeron se maravillaron.

¿Fueron nuevos adoradores al portal? No nos lo dice el santo evangelio, y es de creer que no. ¡Qué pena que no se aprovecharan mejor de la magnífica ocasión que de acercarse a Dios se les brindaba! ¡Cuántos hay que se maravillan de las cosas divinas, pero no pasan de ahí y no se deciden a acercarse a Dios, por la práctica integral de la vida cristiana! No seamos así; antes bien, convirtámonos en apóstoles del bien y procuremos dar a conocer a los demás la dicha que nosotros gozamos y sepamos aprovecharnos de lo bueno que vemos o sabemos de los demás. Podemos considerar que en Belén había cuatro clase de personas: Unos no se asomaron al portal, aunque oyeron lo que decían los pastores. Otros, acaso, entraron en el   portal como de paso, pero ni conocían al Niño ni a la Madre. Los pastores entraron y con viva fe adoraron al Niño, pero no se quedaron allí. La Santísima Virgen y San José estuvieron en el   portal asistiendo al Niño y sirviéndole con amor. Y ve representadas en estas clases a otras tantas maneras de relacionarse con el Señor.

Son los primeros, los que, embebidos en sus ocupaciones y negocios, no acuden a contemplar estos misterios por pereza y por acudir a otras cosas de su gusto. Los segundos, los que asisten a estos misterios con fe muerta, sin reparar ni ahondar lo que hay en el  los, y así ningún provecho sacan. A los pastores imitan los justos que a tiempo se dan a la oración y contemplación de estos misterios y de allí salen a cumplir sus obligaciones y predicar lo que han conocido, moviendo a otros. Finalmente, imitan a los santos esposos los que se dedican despacio algunos días a la contemplación de los divinos misterios, meditándolos en su corazón

4ª   MEDITACIÓN

“NO HABÍA SITIO PARA ELLOS… A LOS PASTORES: OS HA NACIDO UN SALVADOR. LOS PASTORES ADORARON… UNOS MAGOS DE ORIENTE”


“María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

Había en las cercanías unos pastores que pasaban la noche a la intemperie para guardar su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor: la gloria del Señor los envolvió con su claridad y ellos se asustaron mucho.

Pero el ángel les dijo: No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia que os producirá gran alegría a vosotros y a todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Esta señal os doy: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: Gloria a Dios en el   cielo y paz en la tierra a Los hombres que Dios ama tanto. Al marcharse los ángeles al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha anunciado el Señor. Fueron corriendo y encontraron a María, a José y al niño acostado en el   pesebre. Al verlo, dieron a conocer el mensaje que se les había comunicado sobre el niño; y todos los que le oyeron quedaron sorprendidos ante lo que les decían los pastores. María, por su parte, conservaba el recuerdo de todo esto, meditándolo en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído; todo como se lo habían dicho”(Lc 2, 6-20).

 

“NO HABÍA SITIO PARA ELLOS”(Lc. 2, 7)


       Jesús quiere encontrarse con los habitantes de Belén y con los habitantes de todo el mundo. Ha hecho en el   seno de su madre un largo camino precisamente porque quiere ser ciudadano de la ciudad de David.

       Pero si él quiere encontrarse con los de Belén, no es menos cierto que a los de Belén no les importa gran cosa este Jesús. Hasta ahora, Jesús se ha encontrado con personas que le han aceptado y se han comprometido con El: María, José, Isabel, Zacarías. Pero ahora va a surgir un nuevo tipo de respuesta: la de la despreocupación, la del que tiene tan lleno su tiempo, su corazón, su cabeza, sus intereses.., que no hay espacio para Jesús.

       Así eran los habitantes de Belén: no persiguieron a Jesús; no le expulsaron... Sólo esto: no había sitio para Él. Y no había sitio porque nadie hizo sitio. Y nadie hizo sitio porque a nadie le interesaba que hubiera sitio. Y a nadie le interesaba porque nadie valoraba, ni estimaba, ni conocía a Jesús... Jesús no merecía más que cualquier otra persona.

       Comienza la serie de los despreocupados religiosamente. No son perseguidores de Jesús. No le miran con malos ojos. No les duele su vecindad. Pero meterle dentro del corazón, como María y José, comprometerse con Él, hacer de Jesús el gran valor, el gran tesoro y perla preciosa por la que hay que venderlo todo y sacar del propio corazón los otros valores..., infravalorar otras cosas y realidades para valorar más a Jesús, ¡ah!, eso no.

       Las personas parecidas a las de Belén se excusan con facilidad, como ellas: No hay sitio, no hay tiempo, hay tanto en qué pensar, hay tanto que hacer. Y probablemente así es.     Pero es que, para ellos, Jesús es una cosa más de la lista y no precisamente de las primeras. Por eso hay tiempo para ver la televisión, pero no para hacer un rato de reflexión con Cristo. Hay tiempo para charlar y charlar sin tregua, y de cosas insustanciales, pero no lo hay para tener dos palabras de conversación con el Señor. Hay tiempo para leer tebeos y novelas, pero no lo hay para leer la Palabra de Dios. Hay tiempo para estudiar, para pasear, para esquiar, para hacer y ver deporte, para escuchar discos.

       Jesús y sus cosas: no es que las combatamos. Sencillamente no hay sitio. Porque en el   montaje que hemos hecho de nuestra vida no hemos dejado un sitio para él. Ya no se trata ni siquiera del mejor sitio, sino sencillamente de un pequeño espacio para El.

       Y el resultado es que, como aquellos de Belén, nos quedamos vacíos. Porque para nacer, Jesús no necesita ninguna casa, ni nada nuestro. El viene a hacernos un favor, y nosotros pensamos que nos lo pide y le decimos: «lo siento; no puedo esta vez. Estoy muy ocupado».

       Jesús nacerá por nosotros. Esto es cierto. Pero nacerá fuera de nosotros. Su nacimiento será noticia que oiremos a los demás. Pero no será la BUENA NOTICIA que escucharemos dentro de nosotros mismos, que nos llene de alegría, que nos cambie, que nos haga hombres nuevos.

       Y no nacerá en nosotros Jesús porque no tenía sitio para nacer, no le hemos dado la oportunidad de nacer. Que nazca en otros, que se comprometan otros con El: en eso no ponemos ninguna dificultad. Nosotros nos contentamos con ser espectadores de esta historia. Pero, por eso mismo, nos quedamos fuera de ella, y, ¡qué pena!, es la Historia de Salvación.
       Jesús, me da miedo pensar que pasas a mi lado, llamas a mi puerta y que yo te diga muy cortésmente que no hay sitio para Ti, o que no hay tiempo, porque tengo cosas más importantes que hacer. Me da miedo, pero me da la impresión de que es lo que he hecho muchas veces.

       Y, si soy un poco sincero y pretendo examinar lo que me llena, tengo que confesar que son vaciedades, cosas sin sustancia que me ocupan, pero no me satisfacen. Con esto ya reconozco, de entrada, que estoy vacío, por más que tenga la sensación de estar lleno y ocupado.

       Por otra parte, cuando intento darme o darte una respuesta a Ti, que me pides un lugar, un rato de lectura seria o de oración junto a Ti en el   Sagrario,  una Eucaristía, un sacrificio, me parece encontrar una respuesta satisfactoria: «no hay sitio». Y con esto pienso que quedo bien.

       Pero no. Tú sabes, y yo también sé, que no quedo tranquilo. No hay sitio porque yo lo he ocupado antes. No hay sitio porque tampoco estoy dispuesto a desocuparlo. No hay sitio porque pienso que doy más importancia a cosas y a otras personas que a Ti. En definitiva: no hay sitio, porque yo no quiero un sitio para Ti. A María y a José no les dieron un sitio para Ti, pero ellos te lo buscaron.

       Y el resultado de esta conducta mía es que nunca maduro. ¿Cómo voy a madurar si estoy haciendo todo lo posible para que Tú no nazcas en mí? ¿Cómo voy a madurar si quiero seguir llenándome de cosas que me vacían más aún.

La cueva de Belén era pobre, si; no había dentro nada. Porque estaba vacía, a ella te llevaron: para que la llenases Tú. Y las casas llenas, como nosotros, llenos de cosas en nuestro corazón, impedimos que entres dentro de nosotros, porque no cabes, y sin embargo, estamos vacíos, porque lo tenemos todo, pero no falta el Todo, que eres  Tú.  Jesús, quiero que me ayudes a vaciarme de mi orgullo, de mi ansia de sobresalir, de mi ansia de pasármelo bien, de mi egoísmo, de mi dureza y agresividad, de mi indolencia, de todo lo que Tú ves que ocupa en mí el puesto que deberías ocupar Tú.

       Caigo en la cuenta de que la gran oportunidad de las casas de Belén fue el que Tú pudiste nacer en el  las para la salvación de los hombres. Sus moradores rechazaron esta oportunidad... Jesús, yo no quiero perder la oportunidad que me estás ofreciendo de nacer y vivir n mí para la salvación mía y de los demás.

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“OS HA NACIDO UN SALVADOR”(Lc 2, 11)

Los habitantes de Belén tenían la casa demasiado llena. Los pastores de Belén no tenían ni casa. Los habitantes de Belén estaban dormidos. Los pastores de Belén estaban en vela. Por eso a ellos se les hace una llamada. En la llamada se les anuncia la venida del Salvador. Se les anuncia que Dios ama a los hombres. Y esto constituye la llamada al amor. Se les previene que no hay nada espectacular, que admitan al Salvador tal como es: niño y pobre. ¿Admitís la salvación y al Salvador que Dios envía? ¿Queréis sumaros a estos planes de salvación? Entonces, id a verle...

       Y aquellos pastores que, probablemente, no sabían leer ni escribir, supieron abrir el corazón. Ninguno se rió de su compañero porque creyó. Al contrario, se animaron, se ayudaron unos a otros a dar el paso de la fe y del compro- mismo con Jesús: “Vayamos y veamos lo que el Señor nos ha manifestado”.

       Tampoco lo dejaron para más tarde: “Se fueron a toda prisa. Y encontraron a María y a José y al niño”. Es decir: no sólo hicieron la constatación de que era verdad. Con estas palabras se sugiere tal vez que el encuentro tuvo lugar a nivel profundo. Y lo divulgaron. Un hallazgo tan importante no es para ser vivido en soledad. Una salvación que se descubre no es para ser aprovechada en exclusiva. También ellos querían colaborar en los planes de salvación de Dios. También ellos querían predicar el Evangelio.

       No debieron hacerlo mal, porque “todos los que les oían se maravillaban de lo que los pastores decían”. Y es que no puede hacerlo mal quien es testigo de una cosa, quien ha tenido experiencia de ella. No comieron perdices; pero sí vivieron felices. Su vida no estaba llena de protesta, ni de queja, ni de reivindicaciones. Su vida no estaba vacía de ideales ni de sentido. Su vida no era inútil. Se sentían amados por Dios, unidos a Jesús y salvadores con Él de la humanidad. Todo esto merecía ser vivido en alegría y en alabanzas. Por eso, “los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios”.

       También a mi se me pide hacer la experiencia de Jesús. No se me pide que sea más listo que los demás, o que tenga más cosas. Sí se me pide que crea en Jesús y que me desprenda de más cosas por El. Y cuando me haya desprendido, que compruebe si me siento más libre, más feliz o no.
       También a mi se me pide que encuentre en mi vida las actitudes profundas con que vivieron la suya María y José junto a Jesús. También a mi se me da la noticia del nacimiento del Salvador. También a mí se me pide que anime a los demás para ir a Jesús. ¿Qué hago yo? ¿Respondo con prisa, o encuentro mil pretextos para retrasar lo que de verdad me salvaría?
¿Qué hago yo? ¿Intento de verdad hacer la experiencia de Jesús en mi vida, o me contento con decir palabras vacías sobre lo que no he vivido? ¿Estoy haciendo una comedia en la vida, o estoy teniendo unas vivencias auténticas de Jesús? ¿Comunico la alegría del Evangelio, o sólo sé decir palabras y tonterías para llenar el tiempo y no tengo nada que comunicar? ¿La vida que vivo me llena de alegría, como quien se ha encontrado con Jesús, o estoy desilusionado, vacío y sólo sé quejarme?

       Como aquellos primeros cristianos, que eran los pastores de Belén, yo quisiera ser sencillo para creer, rápido para aceptar a Jesús, de ojos limpios para conocer las maravillas de Dios, de corazón puro para vivir en alabanza y acción de gracias, comunicativo de la Buena Noticia a los hombres...


       Quisiera no tener mí casa llena de estorbos..., estar en vela continuamente hacia las señales de Dios en mi vida.., y encontrarme a nivel profundo, como ell,js, con María, José y el niño...

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4. “UNOS MAGOS DE ORIENTE”


“Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: ¿Dónde está ese rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella y venimos a adorarle.

Al enterarse el rey Herodes se sobresaltó, y con él Jerusalén entera. Convocó a todos los sumos sacerdotes y letrados del pueblo y les pidió información sobre dónde tenía que nacer el Mesías.

Ellos le contestaron: En Belén de Judá, porque así lo escribió el profeta: «Tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será pastor de mi pueblo Israel.» (Miq. 5, 1).

Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran cuándo había aparecido la estrella. Luego les envió a Belén, encargándoles: Averiguad exactamente qué hay de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme para ir yo también a rendirle homenaje.

Con este encargo del rey, se pusieron en camino. De pronto, la estrella que habían visto en Oriente comenzó a guiarlos hasta pararse encima de donde estaba el niño. Ver la estrella de nuevo les llenó de una alegría inmensa. Entraron en la casa y encontraron al niño con María, su madre. Cayeron de rodillas y le adoraron. Luego abrieron sus cofres y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra. Pero, cuando dormían, Dios les avisó en sueños que no regresaran a Herodes; por eso se marcharon a su país por otro camino” (Mt. 2, 1-12).

“¿DONDE ESTA ESE REY DE LOS JUDIOS QUE HA NACIDO?”(Mt. 2, 2)


       ¿Dónde está Jesús? ¿Cómo se acerca uno a Él? ¿Cómo se le conoce? ¿Cómo entablar una amistad profunda con El?... Estas o parecidas son las preguntas del que busca a Jesús. Los magos eran un modelo de buscadores de Jesús. Modelo porque no les importaba otra cosa en su viaje, sino encontrar a Jesús. Ellos no se habían puesto en camino para hacer turismo y conocer nuevas tierras, tampoco se habían desplazado para comerciar y hacer negocios. Nada importaba sino encontrar la persona de Jesús, que había nacido, ellos lo sabían, por ellos y para ellos. Esto suponía soportar días de viento cálido que les quemaba y les tentaba a retroceder.

       Pero ellos seguían adelante, porque buscaban a Jesús. Y también suponía días de oasis en los cuales se estaba magníficamente porque había de todo: agua, dátiles, buena temperatura. Era la misma tentación de antes, que quería cortar ahora con halagos el camino hacia Jesús. ¿Para qué seguir adelante? Pero ellos no habían salido para encontrar un oasis, sino para encontrar a Jesús. Necesitaban tener muy claro su objetivo para no dejarse engañar.

       Y después de las dificultades de la naturaleza y de todo tipo, las dificultades de las personas cómodas: «¡Qué locos sois! Lo tenéis todo asegurado y os lanzáis a la aventura de lo desconocido. Mejor haríais en disfrutar de vuestros tesoros en casa que caminar para entregárselos a un desconocido». Y luego las dificultades de las personas sin ideales, porque en la capital de los judíos nadie piensa y nadie busca lo que ellos buscan. A nadie interesa lo que les interesa a ellos. Preguntan ellos ¿dónde está? y nadie sabe ni quién es, ni si está.

       Herodes no lo sabe, sólo sabe asustarse ante la pregunta. Lo saben, en cambio, los escribas. Pero sólo saben repetirlo de memoria, porque lo único que han hecho en su vida es llenar de fórmulas su memoria. Pero se han tomado a la ligera la palabra de Dios: se han pensado que es una asignatura para adquirir cultura, pero no piensan que es algo que nos saca de nuestra instalación y nos pone en camino. Por otro lado no quieren compromisos con las autoridades reinantes. Ellos, sin embargo, los magos habían andado muchos kilómetros por la llamada de Dios: ellos, los escribas, no podían molestarse en acompañarles los últimos doce kilómetros.

       Y es que, al que no busca, todo se le vuelven dificultades, detenciones, miedo al ridículo, sospechas para no comenzar a buscar. Y al que busca también le sale al paso la dificultad de la aridez del desierto, de la suavidad de los oasis, del miedo al ridículo, de la apatía de los demás.

       Pero hay que tener la decisión de seguir buscando. Al que persiste en su decisión de buscar a Jesús todo terminará conduciéndole a El: el desierto árido, y el suave oasis, y también la mala intención de algunos y la apatía de los otros.

       Jesús, quiero que seas lo más importante en mi vida. Tan importante que convierta yo mi vida en una búsqueda de Ti. Me gustaría definir mi vida así: una búsqueda de Jesús.

Quiero buscarte cuando a mi alrededor nadie te busca.    

Quiero buscarte cuando se ríen de mí porque te busco. Y también cuando algunos tienen la intención de aniquilarte, yo quiero seguir buscándote para ofrecerte mis tesoros.

       Cuando hay por delante un desierto que requiere días y días de soledad, no quiero echarme hacia atrás en mi búsqueda. Cuando la vida es fácil y apacible como en un oasis, no quiero detenerme en el  la, que quiero continuar buscándote. Cuando veo las cosas con claridad porque la estrella brilla en mi cielo, y también cuando la estrella se oculta y me da la impresión de que he perdido la orientación y el sentido de lo que hago., en todas estas circunstancias quiero seguir buscándote a Ti, Jesús.

       Sé que quien te busca sin cesar, lo encuentra. Sé que al que te busca sinceramente, todo le lleva a Ti y nada ni nadie puede apartarle de Ti. Por eso quiero yo también correr la aventura de mi vida como buscador de Ti. Porque sé que al final terminaré encontrándote cara a cara, y te veré tal como eres, y no me arrepentiré de haberte buscado.

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“HEMOS VISTO SU ESTRELLA”(Mt. 2,2)

Las llamadas de Jesús son misteriosas: miles y miles de estrellas en el   cielo y sólo una es la de Jesús. Miles y miles de ojos que las observan y sólo quienes las escrutan con profundidad descubren la llamada. La voz de Jesús no es nada de espectacular. Cada día suceden multitud de cosas, pequeñas casi siempre. Gestos, signos, palabras, «bobadas», dirá en seguida alguno. Para un espectador superficial probablemente sí. Pero quien sabe leer esas pequeñeces en profundidad encuentra en el  las el mensaje de Jesús, que le llama. En el   cielo están las estrellas como un libro abierto ¿quién sabe leer ese libro?

       Nuestra atmósfera está también surcada de ondas de radio, televisión, móviles. Nos hablan, nos cantan, nos dicen sus cosas otros hombres, pero sólo cuando disponemos de un receptor y sintonizamos caemos en la cuenta de la riqueza de mensajes que contiene el silencio del espacio.

       También nuestra vida está traspasada de palabras de Jesús. Y decimos en tono de excusa: «yo no le oigo, a mí no me dice nada». Pero es que nuestro receptor está apagado. O, si le hemos encendido, hemos procurado sintonizar con cosas  entretenidas, cosas que nos distraen y nos ayudan a pasar el tiempo, pero que no nos llaman a emplearlo en algo serio, ni nos hacen ponernos en camino hacia un ideal, ni cambian nuestro «pasar la vida» por un «dar la vida».

       Es imprescindible en la vida haber visto la estrella de Jesús y haber escuchado su voz. De lo contrario, o nunca se pone uno en camino, o se marcha sin saber a dónde se va. No negaremos que muchos caminan y se agitan en la vida, pero en el   fondo no caminan hacia nada. Se mueven porque no pueden estar quietos, porque necesitan consumir energías, porque tienen que gastar de algún modo el tiempo que se les da, la vida que se les regala.

       Qué distinto el que ha visto su estrella y ha sentido su voz. Ese se ha puesto en camino no por afán de moverse, sino porque busca algo y sabe además lo que busca. Aunque se le oculte la estrella, ya sabe hacia dónde camina.

       Jesús, yo también he visto tu estrella. Desde que me bautizaron me he puesto en camino hacia Ti. Algunas veces esa estrella ha vuelto a aparecer en el   cielo de mi vida y me ha llenado de ilusión: mi primera comunión, mis temporadas de fervor cristiano.

       No, no puedo dudar que Tú me llamabas. Lo que pasa es que he sido siempre demasiado niño y me daba miedo caminar a oscuras; quería que tu estrella brillase siempre en mi cielo y que yo la viese. En el   fondo quizá sólo porque tu estrella me gustaba. Pero no caía en la cuenta de que tu estrella era una llamada a caminar precisamente en fe y en oscuridad.

       No caía en la cuenta de que me llamabas a no vivir de realidades sensibles y entretenidas, sino de realidades invisibles, esas realidades que, al principio, me resultaban aburridas sencillamente por mi falta de fe. No me daba cuenta de que a lo que me llamabas era a crecer en fe, en constancia, en fortaleza, en esperanza.

       Por eso quizá muchas veces me he desanimado en mi camino hacia Ti. Me he quedado parado porque la estrella se me ha escondido muchas veces. Me he vuelto hacia atrás aburrido y desalentado. Y, después de varios años de vida cristiana, tengo que confesar con vergüenza que lo único que he hecho ha sido andar y desandar el mismo camino, pero sin avanzar nada. Tristemente me encuentro en el   punto de partida, en el   kilómetro cero de mi fe.

       Jesús, no he avanzado nada. Pero me doy cuenta de que tengo que madurar. Y no madurará mi fe hasta que no me decida a caminar en oscuridad, a hacer lo que tengo que hacer sin ver tu estrella. Me doy cuenta de que no necesito verla, porque la he visto ya. Comprendo que lo que se me pide no es caminar viendo la estrella. Esto sería fácil y hasta gustoso. Lo que se me pide es caminar sin verla, pero después de haberla visto. Así debe ser el camino de mi fe, que te busca con constancia y fortaleza.

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“VENIMOS A ADORARLE” (Mt. 2,2)

¿Para qué buscar a Jesús? Adorar es un verbo que usamos demasiado poco hablando de Jesús y de Dios, cuando es lo único digno que podemos hacer ante ambos. Y, sin embargo, lo usamos demasiado para el amor humano. Solemos emplearlo para indicar que un amor humano ha ganado totalmente el corazón de una persona: De una madre decimos que adora a su hijo, de un enamorado decimos que adora a su amada... Porque adorar quiere decir más o menos eso: haber ganado el corazón de tal forma que todo lo demás puede perderse, pero no puede perderse lo que adoramos.

       Adorar quiere decir que en todo lo que hacemos estamos pensando en lo que adoramos, y lo hacemos por la persona que adoramos, y lo hacemos como un acto de adoración a ella.

       Adorar quiere decir que lo que adoramos ha ocupado el centro de nuestro ser, y que nuestras energías todas giran alrededor de ello.

       Adorar quiere decir que podemos sentir afecto hacia otras cosas, pero que ese afecto nunca puede desplazar al gran amor cuyo peso recae sobre lo que adoramos.

       Adorar quiere decir que uno ha hecho una opción total e irrompible por lo que adora y ni quiere ni puede volverse atrás.

       Adorar quiere decir entrega total de sí y, al mismo tiempo, dejarse invadir y poseer por lo que adora...

       Adorar quiere decir muchas cosas más. Por eso, adorar no es un acto para personas  inconscientes ni para adolescentes irresponsables, sino para personas que han madurado en el   amor serio y difícil.

       “Venimos a adorarle”. A esto nos llama nuestra estrella: a descubrir las insondables riquezas que hay en Jesús y convencernos de que en comparación de Él todo lo demás no vale, o vale muchísimo menos.

       “Venimos a adorarle” quiere decir que somos llamados a que Jesús llene de tal modo nuestro pensar y nuestra actividad que todo lo hagamos por Él y en el , y nada podamos hacer separados de Él.

       “Venimos a adorarle” equivale a decir que somos llamados a colocar a Jesús en el   centro de nuestra vida y vivirlo todo de cara a El.

       “Venimos a adorarle” es sentirse llamado a optar por Jesús y hacer esta opción de modo irrevocable.

       “Venimos a adorarle” es querer entregar los propios tesoros de uno y querer recibir a cambio los tesoros que el otro quiera darme.

       Adorar es la consecuencia final de la fe. No se busca a Jesús sólo para tener un amigo y no caminar solo por la vida. Ni para que me ayude con su palabra, su ejemplo, sus gracias y su fuerza. Ni para que me comprenda y me acepte. Ni para que me perdone. Todo esto es cierto, pero dejaría incompleta la respuesta a la llamada si no buscase yo en mi vida adorar a Jesús, centrarme en el , valorarle a Él, fundirme en el , hacerlo todo por Cristo, con Él y en el .

       San Pablo, que en un tiempo intentaba excluir de su vida a Jesús, y también de la vida de los demás, pues perseguía a los cristianos, se sintió llamado, como los magos, a ir a Jesús. Y se dio cuenta de que con Jesús no valen medianías: hay que llegar al final, que es la adoración. Esto escribe Pablo:

       “Yo antes estimaba muchas cosas y me esforzaba por obtenerlas o me gloriaba de haberlas conseguido.. Pero desde que conocí a Cristo, todas esas cosas dejaron de ser para mí una ganancia y se convirtieron en pérdida. Han perdido su valor para mí, y al lado de Jesucristo me parecen basura. Yo vivo mi vida intentando llegar a esa meta a la que Dios me llama, aunque confieso que todavía no lo he conseguido. Pero continúo mi carrera a ver si consigo alcanzar a Jesús” (Flp. 3, 7-14).

       Jesús, voy entendiendo un poco la gran riqueza que eres Tú. No sólo eres un hombre listo que mereces nuestra admiración. No sólo eres un hombre valiente que dijiste la verdad a todos. No sólo eres un «revolucionario» que intentaste cambiar el orden de cosas que el pecado y el egoísmo de los hombres habían implantado. No sólo eres un hombre bueno que amas y aceptas al hombre tal cual es.

       Eres todo esto. Pero me quedaría muy corto si no viera en Ti algo más. Si no viera en Ti la perla preciosa por la cual puedo vender tranquilamente todos mis valores, el tesoro por cuya adquisición puedo cambiar con alegría todo lo que tengo.

       Si después de todo esto, no estoy dispuesto a dejar mi honra por tu honra, es que aún no te he comprendido. Si no estoy dispuesto a dejar mi comodidad por Ti, es que aún no he conocido tu valor. Si no soy capaz de cambiar mi escala de valores y darte a Ti la primacía, es que vivo de palabrería hueca solamente. Si no soy capaz de renunciarme a mí para que Tú vivas en mí, es que aún, ante mis ojos, yo valgo más que Tú.

       Voy entendiendo que en mi vida lo importante, lo más importante, eres Tú. Que lo único que no puedo perder y lo único que he de ganar eres Tú. Que lo único digno de adoración eres Tú.

       Mientras tanto, veo con desilusión que me pasa como a Pablo antes de conocerte: camino y me afano por cosas que me parecen apreciables: mi prestigio, mi colocación, mi formación, mis estudios, mi tipo, mi figura ante los demás, mi seguridad económica, mis amistades humanas. ¿Llegará un día en que también, como Pablo, me dé cuenta que todo eso que estimo como ganancia puede ser una pérdida, porque me impide ganarte a Ti?

       ¿Llegará un día en que lo que yo estimo como pérdida, y el mundo que me rodea también, me dé cuenta de que puede resultar una ganancia? ¿Llegaré a persuadirme que no puedo ganarte a Ti, Señor, si no es dando a cambio algo? ¿Llegaré a ver que lo que doy es de menos valor que lo que se me da? ¿Seré capaz de hacer este cambio con gozo, sin amargura, sin complejo de empobrecimiento?

       Quisiera yo ser como los magos: hombres valientes que cargaron sus tesoros para cambiarlos por Ti, y que además de hacer esto, no les dio vergüenza confesarlo ante un mundo de descreídos; ante un mundo cuyo único valor era el poder político, el poder económico o el poder cultural.

       Así testificaron ellos el valor que Tú tienes, Jesús. Por Ti, ellos, los sabios, los poderosos, los influyentes, los que tenían su vida asegurada. lo tiene todo como basura y sólo les importas Tú. Y lo hacían como Tú dijiste, llenos de gozo, persuadidos de que ganaban.

       Jesús, ayúdame a conocerte y valorarte. Ayúdame a cambiar el puñadito de «mis valores» por el valor que Tú eres para mí.

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“ENCONTRARON AL NIÑO CON MARIA, SU MADRE”(Mt. 2, 11)


       Es evidente que un niño de poco tiempo no va a estar solo en casa. Forzosamente ha de estar con su madre. Pero si el relato de Mateo destaca la presencia de María, es porque esta presencia tiene, sin duda, un sentido en el   camino de la fe que estaban andando los magos. ¿Cuál puede ser este sentido o sentidos?


1) María estaba presente, no sólo asistiendo al encuentro, sino enseñando, ofreciendo y entregando su joya a los que venían buscándola. Ella no era avariciosa de este tesoro. Si de Dios lo había recibido ella, sabía que era para entregarlo a cuantos le buscaban. De este modo, María prestaba a la obra de la salvación su colaboración activa. Esa colaboración activa de la cual nos habla el Vaticano II como necesaria a la obra de la salvación: «La Bienaventurada Virgen y el Niño Jesús:

57. La unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde Él momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte; en primer término, cuando María se dirige a toda prisa a visitar a Isabel, es saludada por ella a causa de su fe en la salvación prometida y el precursor saltó de gozo (cf. Lc 1,41-45) en el   seno de su Madre; y en la Natividad, cuando la Madre de Dios, llena de alegría, muestra a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que lejos de disminuir consagró su integridad virginal. Y cuando, ofrecido el rescate de los pobres, lo presentó al Señor, oyó al mismo tiempo a Simeón que anunciaba que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre para que se manifestasen los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-35). Al Niño Jesús perdido y buscado con dolor, sus padres lo hallaron en el   templo, ocupado en las cosas que pertenecían a su Padre, y no entendieron su respuesta. Mas su Madre conservaba en su corazón, meditándolas, todas estas cosas (cf. Lc 2,4I-I)» (Cf. L. G. 56).


2) María, además, debió aparecer ante aquellos hombres incipientes en la fe como el modelo de la fe perfecta, el modelo de la persona que dio todo para ganar a Cristo. Vieron los magos que, antes que ellos, una mujer había renunciado a sus tesoros para ganar a Jesús, y esto les animó a abrir sus cofres y empobrecerse ellos también. Entendieron que sólo se gana a Jesús empobreciéndose.


3) María, por fin, es el símbolo de la Iglesia, es decir, de todo hombre que cree la Palabra de Dios y la acepta y quiere que esta palabra se realice en su corazón. Descubrieron aquellos hombres que el misterio obrado por obra del Espíritu en aquella mujer era, ni más ni menos, el misterio que Dios quería repetir en cada uno de ellos y en cada uno de los hombres que se acercan a Jesús. Por todo esto, y por mucho más, sin duda, la presencia de María fue decisiva en el   acto final de su aventura.

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“ABRIERON SUS COFRES Y LE OFRECIERON SUS REGALOS”(Mal. 2, 11)


Es lo mismo que había hecho María: empobrecerse regalando su libertad y su maternidad, que constituían para ella sus grandes valores como persona y como mujer.

Los magos, al ver a María, comprendieron lo que ella había hecho, y se empobrecieron también. Entregaron a Jesús lo que para sus conciudadanos constituían sus valores.

Postrados ante Jesús, que está en brazos de María, y empobrecidos hasta lo más hondo, intentan repetir a su propio nivel lo que María había dicho a nivel profundo:
“Hágase en mí tu palabra”. Y esto les abrió para poder recibir el gran don de Dios en lo más profundo del ser.

Salieron de aquella casa sin oro, sin incienso y sin mirra. Pero llevaban en el   corazón la persona de Jesús, simbolizada por el oro, el incienso y la mirra. Aparentemente salían empobrecidos. Pero la realidad es que salían ricos, con la misma riqueza con que Dios había enriquecido a María.

Habían hecho el cambio afortunado en sus vidas. Ya podían volverse a casa. Pero no podían volver por el mismo camino.

 

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“SE FUERON A SU PAIS POR OTRO CAMINO”(Mat. 2, 12).

Jesús no nos saca de nuestro mundo. No quiere que nos desencarnemos de nuestra vida. Seguir a Jesús no es siempre romper con las circunstancias concretas de vida donde me ha tocado vivir, no. Precisamente, lo que quiere Jesús es que, una vez que le he conocido, vuelva a lo mismo, pero «por otro camino».

       Sí, hay que vivir la misma vida; hay que hacer los mismos deberes; pero por otro camino, de otro modo. Todo bajo la luz de este Jesús que nos acompaña siempre en lo más hondo de nuestro corazón. Todo bajo el signo de la alegría, de la entrega a los demás de lo que tenemos dentro, como María.

       Cuando llegaron a su tierra, la gente les vio llegar pobres y quizá pensaron que les había ido mal y que habían fracasado. Pero cuando les vieron alegres, se dieron cuenta de que venían ricos de verdad y que su tesoro nadie podía quitárselo. Vieron también las gentes que estos hombres a su vuelta no eran avariciosos de su tesoro. Al contrario, habían aprendido de María a entregar a los demás lo que Dios les había entregado a ellos.

       El relato no dice más. Pero no es aventurado suponer que la presencia en su país de estos creyentes, que fueron por un camino y volvieron por otro, sirvió para que muchos conocieran a Jesús a través de su testimonio, y para que muchos se dieran cuenta de que merecía la pena emprender el camino de la fe en Jesús y entregarle todos los tesoros.

       Oh María, yo sé que mi caminar hacia Jesús es repetir los pasos que diste tú hasta encontrarte con él. Sé que todo cristiano, si quiere serlo de verdad, tiene que repetir de un modo o de otro tus pasos. Sé que todos recibimos de Dios unas palabras como las que tú recibiste. En esas palabras se nos ofrece, si queremos, que Cristo viva en nosotros y de nosotros. Esta palabra nos produce miedo, como te produjo a ti, porque ese Jesús no se nos da hasta que no hemos entregado todos nuestros tesoros.

       Yo te estoy agradecido porque en mi caminar hacia Jesús te he encontrado a ti, que me estás enseñando cómo puedo lograr encarnar a Cristo en mí.

       Ayúdame a escuchar en profundidad la palabra de Dios. Ayúdame a creerla y valorarla. Ayúdame a realizarla y hacerla carne de mi carne.

       Y que este Jesús, nacido en mí, sea mi mayor riqueza, lo único que yo pueda entregar a los hombres como tú, la gran razón que imponga a mi vida otro camino, un nuevo estilo de vivirla.

       Que mi vida en Cristo sea para mí una fuente de alegría profunda, como lo fue para ti. Y que yo sepa comunicar esta alegría a los demás, como la comunicaste tú a cuantos se encontraban contigo.

       «El hombre no puede cambiarse a sí mismo. El hombre tampoco puede cambiar al hombre. Sólo la Palabra de Dios cambia al hombre, porque sólo ella es creadora.

       Y sólo quien la escucha y asimila en la oración es quien e transforma».

5ª  MEDITACION

LA CIRCUNCISIÓN DELNIÑO JESÚS

“Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido”.

 

Punto 1º. CIRCUNCIDARON AL NIÑO JESÚS


1) Era la circuncisión un corte doloroso, que se hacía en el   cuerpo del niño o del adulto cuando quería ser adscrito entre los hijos de Abrahán y abrazar la ley mosaica. Fue instituida cuando hizo Dios a Abrahán la promesa de que serían en el  benditas las gentes todas y que de su progenie nacería el Salvador (Gen., 17, 10-14).

¿Cuál era su fin y su significado Dios bendijo a Abrahán y éste respondió fidelísimamente aun en las más duras pruebas: entre Dios y Abrahán había como un pacto sagrado, y símbolo de él fue la circuncisión. Era el signo sensible por el que se distinguía al israelita de los demás pueblos. El incircunciso era arrojado de la sinagoga, era gentil; como para nosotros el que no ha recibido el bautismo.  Y era el de «incircunciso», apelativo que se aplicaba como la máxima injuria.

¿Qué efectos producía? Significaba la futura gracia mesiánica, y era, como todas las ceremonias de la Ley antigua, «umbra futurorum», sombra de lo futuro (Heb. 9, 23; 10, 1).

Prefiguraba el bautismo que se llama circuncisión espiritual, y, como dice Santo Tomás, en el  la se confería la gracia, en cuanto era signo de la Pasión futura. Era solo señal de la fe justificante tu y por eso parece mejor decir que era sólo señal de la fe justificante (Summ., 3, q. (52, a. 6).


2) ¿Cómo circuncidaron a Jesús? No lo dice el Santo Evangelio, pero es de pensar que de modo análogo al que lo hacían con los demás niños. Probablemente en la misma gruta en que naciera, o en la casita en que después habitaron. La practicaría San José bendito, y la Santísima Virgen recogería ¡con qué devoción! la primera sangre que por nuestro amor quiso derramar Jesús.

       ¿Y por qué quiso someterse a tan dolorosa y deshonrosa ceremonia? Por nuestro amor y para nuestro ejemplo y aliento. Suelen considerar los autores ascéticos algunas razones que pudieron mover a Jesús a sujetarse a la circuncisión:

 

 a) Y es la primera la obediencia. Cierto que no estaba a ella obligado, pero era la circuncisión protesta de voluntaria sujeción a toda la Ley, y quiso el Señor declararnos cuán dispuesto estaba su ánimo a la más cumplida sujeción a cuanto fuera voluntad de su Padre: “factus obediens”, se hizo obediente.

Consideremos que si por nuestro amor y para nuestro ejemplo quiso tomar sobre sí tan pesada carga, ¿rehusaremos nosotros sujetarnos por el suyo a preceptos no pocas veces fáciles de cumplir? ¿Y alegaremos como excusa que no obligan gravemente? ¡Por eso el yugo de Jesús es suave! Bien será que lo llevemos con gusto y tengamos decidido empeño en o sacudirlo jamás.

 

b)  Otra razón que se puede considerar es el amor de Jesús a la humildad, a la que sólo se llega por la humillación sufrida en unión con Él. Era sin duda la circuncisión humillante, pues que suponía en quien a ella se sujetaba la necesidad de limpiarse de la mancha del pecado original.

Cristo nada tenía en Sí que pudiera ser mancha ni la más tenue, y, sin embargo, quiso signar su cuerpo con el sello de pecador. Y yo, pecador frecuente, pero hipócrita, que no quiero ser tenido por tal y protestando airado de que como a tal se me trate. Aprende a humillarte y no quieras aparecer ante los demás lo que en realidad no eres.


e) Por fin, le movió la caridad. Mi amor le movió a ser herido, a sufrir, a derramar su sangre preciosa. Cuán caro costó a Jesús, ya desde niño, nuestro amor: no le proporcionó honores, gloria, delicias, aplausos, sino deshonra, heridas, infamias, dolores. Él tenía sed de mostrarme su amor con obras, aun las más difíciles, que son las deshonras y el sufrimiento, y yo rehuyo el menor sacrificio, esquivo la más leve molestia, no sé llevar una insignificante humillación por amor por quien tanto me amó. ¡Vergüenza debiera darme tan indigna manera de proceder!


Punto 2° SE LE PUSO POR NOMBRE JESÚS COMO LO HABÍA LLAMADO EL ÁNGEL ANTES DE SU CONCEPCIÓN

 1) Era costumbre establecida que en la circuncisión se impusiera al Niño el nombre que había de llevar; y nota el Evangelista que así se cumplió en este caso y que al Niño se le dio el nombre de Jesús. Era el padre el que cumplía tal menester, y por eso, cuando el ángel apareció a San José para asegurarle en sus angustias por el embarazo de María, le dijo: “Dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús; pues él es el que ha de salvar a su pueblo de sus pecados” (Mt., 1, 21).

Otra vez más aparece el contraste admirable de la humillación De Jesús y su exaltación por parte de su Padre. Cuando Él aparece como un hombre más y pecador, el Padre le confiere el nombre de Jesús, que significa Salvador. Y lo fue en realidad. ¿De qué nos salvó: «De nuestro pecado y del poder del demonio». Obra ingente, llevada a cabo por el modo más admirable y costoso, por lo que se hizo digno de que se le diera un nombre, que está sobre todo nombre y de tan maravillosa virtud, que al oírlo “se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos” (Phil., 2, 10).


2) Es, además, el de Jesús,  nombre maravilloso, a cuyo eco se efectúan prodigios los más estupendos. Al decir Pedro al cojo de la puerta Especiosa del templo, “en el   nombre de Jesús, levántate y camina” (Act. Ap., 3, 6), repentinamente quedó curado y echó a andar. Ya se lo había dicho el mismo Jesús a sus Apóstoles: “En mi nombre lanzarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, manosearán las serpientes, y si algo venenoso bebieren, no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y éstos se curarán”.

Fue ese nombre como el canto rodado con que David de un hondazo derribó al gigante Goliat; piedra pequeña en sí, pero poderosa para derribar el coloso del gentilismo. Por eso los Apóstoles lo emprendían y hacían todo “in nomine Iesu”, en el   nombre de Jesús (1 Cor., 10, 31, y Col., 3, 17). Tengámoslo muy presente y aprendamos a usar ese nombre como arma victoriosa de combate.


3) Y es también el de Jesús nombre de dulzura inefable. San Bernardo nos dice que «es para el oído cántico de dulzura, en la boca miel mirífica, en el   corazón néctar celestial» (Serm. 15 super cantic, ML. 183, 847) y en otra estrofa repite: «nada se canta más suave, nada se oye más placentero, nada se piensa más dulce. Díganlo la Magdalena y el buen ladrón». San Pablo no se cansa de repetirlo en sus cartas, en las que se lee hasta 343 veces, y a San Bernardo nada le sabía bien si no leía el nombre de Jesús.

Aficionémonos a él convencidos de su excelencia; recordemos la espléndida promesa del mismo Señor: “Cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre so la concederá” (Jn 16,23). Y aprendamos de la liturgia de nuestra madre la Iglesia que todas las oraciones las terminad pidiendo al Padre por medio del Señor Jesús.

 
Punto 3.° ENTREGAN AL NIÑO A SU MADRE, LA CUAL TENÍA COMPASIÓN DE LA SANGRE QUE DE SU HIJO SALÍA.


No pierde ocasión San Ignacio de llevarnos a María e ir enseñando prácticamente al ejercitante en qué ha de poner su devoción a esta Señora.

1) No es difícil de entender el dolor de María al sentir los tristes quejidos de su tierno Hijo, que lloraba a impulsos del dolor, y su pena íntima al ver correr la sangre preciosa de Jesús. ¡Ah ! No permitiría ciertamente que cayera ni una gotita al suelo y fuese pisada por la gente, sino que con gran solicitud y cuidado la iría recogiendo en paños bien limpios para ello preparados y restañaría con cariñosa so licitud la cruel herida. ¿Cómo no? Si sabía lo que aquella sangre valía.

       De ella dice Santo Tomás en el   «Adoro te devote»: «Cujus una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere», que basta una gotita para salvar al mundo entero de toda iniquidad. Una gotita bastara para redimir no uno, sino mil mundo que hubiera necesitados de redención, y con redención sobreabundante, como que es sangre de Dios y por eso infinita en su valor.

Cómo la recogería María, íntimamente agradecida, sabiendo que por ella, antes que por ningún otro, se derramaba, y que en el  la como en ningún otro era de veras proficua y fecunda! Era la sangre que de su sangre purísima recibiera el Verbo. La tomaría, pues, la Santísima Virgen con reverencia suma, y después de adorarla, la ofrecería al Padre en oblación por el mundo entero.

Señor, acéptala en olor de suavidad y haz que para todos los hombres sea rocío benéfico y semilla fecunda que germine en frutos de vida cristiana. Señor. si es posible, aplácate con ese primer derramamiento de sangre y no exijas otro más cruel, que llegue hasta la muerte en horrendo suplicio, Aprendamos a estimar esta sangre, a procurar que en nosotros sea fecunda; agradezcamos a Jesús su sacrificio y procuremos complementar con el nuestro lo que hace falta para que se nos aplique con gran fruto de nuestras almas.


2) Hemos después de considerar la devoción regaladísima con que repetirían María y José el dulcísimo nombre de Jesús, conscientes de su significado y sintiendo en sus almas su maravillosa eficacia.

No era, ya lo hemos visto, nombre caprichosamente elegido, como no pocas veces sucede, aun en familias cristianas, sino traído del cielo y compendiosamente significativo de la razón de venir el Hijo de Dios a hacerse Hijo de María. Cuán suave era a sus labios aquel nombre regalado y cómo podía con toda verdad decir: “Oleum effusum nomen tuum … Es tu nombre para mí bálsamo derramado” (Cant. 1,2)

       Séalo también para nosotros y aprendamos a pronunciarlo de continuo para tener la dicha de que nuestros labios se sellen al morir con él.

       Hablemos con la Santísima Virgen y pidámosla que no enseñe a estimar el dulce nombre de Jesús y su precisísima sangre y a saber aprovecharnos de ellos. Y agradezcamos a Jesús las pruebas de amor y pidiéndole sea para nosotros siempre Jesús, Salvador.

6ª  MEDITACIÓN

LA VUELTA DEEGIPTO

Punto 1.°: “LEVÁNTASE Y TOMA EL NIÑO Y SU MADRE Y VA A LA TIERRA DE ISRAEL”

 

“Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel.

Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno”.

 
1) Vivía la Sagrada Familia tranquila en su destierro, querida de cuantos tuvieron la dicha de conocerlos y tratarlos; pero siempre dispuesta a cumplir los deseos de Dios. Pena grande era para ellos ver cómo se adoraba a todo menos al Dios verdadero, pues que habían los egipcios hecho dioses de los más viles objetos.

Confortábales, en cambio, la vista de los recuerdos no escasos que se conservaban aún en Egipto de la estancia de Jacob y sus descendientes, que dejaron vestigios imborrables de su fe. De ellos se serviría no pocas veces la Sagrada Familia para depositar con celo y prudencia semillas preciosas de santos pensamientos entre los compatriotas, que eran en aquellas tierras muy numerosos, y aun entre los gentiles.

En el   destierro rompió a hablar y echó a andar el Niño Jesús: con qué ilusión y regocijo de sus padres, que cifraban en el   todo su amor y dedicaban a su cuidado y servicio todas sus energías y trabajos. No faltan quienes insinúan que la estancia de Jesús en el   destierro de Egipto, en lugares no muy apartados de la Tebaida y la Nitria, donde nació al mundo la vida religiosa, iniciada en aquellos ejércitos de anacoretas que poblaron los desiertos de Egipto y Libia, fecundó aquellas regiones eriales, transformándolas en ubérrimo jardín de las más preciosas virtudes.


2) Hábíale dicho el ángel a José: “Estáte allí (en Egipto) hasta que yo te avise” (Mt 2, 13), y fieles a lo ordenado permanecieron en Egipto, sin afincar ni ligarse con compromisos que pudieran entorpecer en lo más mínimo la presta y total obediencia a las órdenes del Señor, a cualquier hora que se las comunicasen. Lección práctica, que nos enseña a vivir siempre en este nuestro destierro sin aferrarnos a él, ni ligarnos con ataduras difíciles de romper; sino siempre alerta, con las alas libres para emprender el vuelo cuando el Señor quiera llamarnos. Y para los religiosos, enseñanza de utilidad grande para que aprendan a no apegarse a la tierra y se dejen traer y llevar de la obediencia, sin oponer la más ligera resistencia.


3) También en esta ocasión dice el Santo Evangelio que el ángel del Señor “apareció en sueños a José en Egipto”. ¿Por qué de noche? Acaso para enseñarnos que el retiro, tan propio y fácil de noche, es disposición la más apta para el trato con Dios, que suele comunicarse en la soledad y apartamiento y no en el   bullicio y comercio con las gentes. Quizá también para que aprendiéramos de San José y la Virgen Santísima una lección en gran manera práctica y no jocas veces olvidada, sino despreciada. Y es que el Señor y los Superiores, que en la tierra hacen sus veces, son muy dueños de disponer a su voluntad de nosotros, cuando y como más les agrade.

Es la noche hora de descanso, al que tenemos sin duda derecho y que la obediencia nos concede gustosa; pero puede acaecer que durante el reposo se nos manifieste la voluntad de Dios, y hemos de estar prontos, si así nos lo exige, a interrumpir nuestro bien ganado y aun necesario sueño para hacer la voluntad de Dios. Buen modelo San José, como lo vimos y estudiamos ya en la meditación de la huída a Egipto.


4) Y dióle el ángel la razón que facilitaba su regreso a las tierras de Israel: “Porque ya han muerto los que atentaban a la vida del Niño” (Mt., 2, 20). Dios había herido con horrible muerte al cruel y libidinoso Herodes. Josefo, en sus «Antiguedades», nos dice que murió el tirano con amarga muerte, con fiebre y fuertes dolores intestinales y suciedad y gota y podredumbre de algunos de sus miembros, que manaban gusanos. Era el año 750 de la fundación de Roma, en la primavera, poco antes de la Pascua, y tenía setenta años de edad.

       ¡Cómo burla Dios los planes, al parecer mejor urdidos, de sus enemigos y con qué facilidad rompe sus redes! Y cuán confiadamente debernos descansar en sus brazos si le somos fieles! El nos cuidará, El deshará las asechanzas de los que nos persiguen, El nos volverá sanos y salvos a nuestra patria después del destierro de esta vida, en la que más de un Herodes perseguirá al Niño, que por la gracia llevarnos en nuestras almas, procurando matarle. Bien se confirmaría San José bendito en su confianza en la divina Providencia con esta nueva muestra del solícito cuidado de Dios para con él. Dejémonos en manos de Dios, que buenas manos son, de Padre cariñoso y de Señor Todopoderoso.

Punto 2.°  “ENTONCES ÉL SE LEVANTÓ, Y TOMÓ AL NIÑO Y A SU MADRE, Y VINO A TIERRA DE ISRAEL”.

1) ¿Cuánto tiempo duró la estancia de la Sagrada Familia en Egipto? Con los datos que el Sagrado Evangelio nos da, no es fácil determinarlo exactamente. Por eso varían no poco las opiniones de los autores: acaso unos meses, tal vez más de un año, y no faltan quienes lo prolongan bastante más.

La muerte de Herodes ocurrió en la primavera del año 750 de Roma; el nacimiento de Jesús pudo acaecer hacia el año 748. Entre esas dos fechas tuvieron lugar la Purificación de María, la adoración de los Magos, la huida a Egipto y la vuelta a tierras de Israel. Son los datos concretos que tenemos para calcular la duración del destierro de la Sagrada Familia en Egipto. Lo que sí sabemos es que estaba dispuesta a permanecer todo el tiempo que el Señor dispusiera sin hacer nada por abreviarlo. Puede en este punto considerarse, pues es lección práctica y de frecuente aplicación, la presta y diligente obediencia de San José. No emperezó ni difirió la ejecución de lo que se le mandaba; y eso que bien pudiera haberse dicho: aguardemos a que amanezca y nos pondremos en camino. No lo hizo así, sino que al punto se levantó, dejándose regir del Señor en todo con plena entrega, como quien sabe que es lo mejor. Reflexionemos y aprendamos.


2) ¡Cómo sentirían no pocos de los moradores de la población en que pasó la Sagrada Familia su destierro su marcha, y cuán grato recuerdo dejaría en cuantos lograron la dicha de tratarla! ¿Sucede lo mismo con nosotros, o, por el contrario, de tal suerte procedemos que nos hacemos insufribles a los demás y todos suspiran por nuestra marcha?

       Sin duda que les sería a San José y a su Santísima Esposa de gusto la orden de vuelta a Israel; como, en cambio, no pudo menos de serles naturalmente desagradable la orden anterior de destierro; pero para ellos las simpatías y antipatías naturales no eran motivo de determinación, sino que tan pronta y cumplidamente obedecían en uno como en otro caso.

       No es ciertamente pecado sentir aficiones o aversiones naturales; pero lo sería hacer de ellas el móvil de nuestras determinaciones y no saber sujetarlas a lo que debe ser para nosotros la norma única de acción: la voluntad de Dios.


Punto 3.°  “Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret”

 

1) Digna de admirarse la conducta del Santo Patriarca y lección práctica que podemos aprovechar.

En primer lugar, recibida la orden, púsose inmediatamente en marcha para tierras de Israel. Camino de Belén, quizá en Gaza, a una o dos jornadas del término que se había fijado, entendió José que en Jerusalén reinaba Arquelao, que heredara los defectos de su padre Herodes, en especial su crueldad y su injuria, y dudó prudentemente de si convendría en tales circunstancias ir a meterse en la boca del lobo, pues que estaba Belén tan próximo a Jerusalén, y era de temer que Arquelao tuviera presente la conducta de su padre en persecución de Jesús.

Por eso “temió ir allí”. Amaba tanto a Jesús, que le horrorizaba pensar que pudiera exponerse a perderle. ¿Y nosotros? ¿Lo tenemos también y cuidamos de que no nos suceda, o, por el contrario, neciamente confiados, cuando no criminalmente despreocupados, nos exponemos a ocasiones próximas de pecado y entregamos nuestro precioso tesoro en manos de sus más crueles enemigos? ¡Qué pena que en tan poco estimemos a Jesús y tan fácilmente nos le dejemos arrebatar!


2) Detenido por el temor del peligro, ¿qué hizo José? Acudir al recurso infalible de la oración, exponiendo en el  la al Señor sus dudas y pidiéndole solución de ellas. Y lejos de desagradar al Señor esta demora en la ejecución de sus órdenes, mostró su complacencia, acudiendo al instante a esclarecer la duda de San José. En efecto, tuvo nuevo aviso en sueños, y cambiando de itinerario, se dirigió a Nazaret, en Galilea, donde gobernaba Antipas. Conducta prudentísima la de José.

Cumplió lo que siglos atrás dijera en trance apurado Josafat: “No sabiendo lo que nos debemos hacer, no nos queda otro recurso que volver a Ti nuestros ojos” (2 Mac 20, 12); y como a El acudiera, bondadoso el Señor, dióle solución a su duda y modo de esquivar el peligro que le amenazaba, por medio de la revelación del ángel, demostrando que no le desagradaba el prudente retardo de San José. Que no nos pide Él que procedamos irracional e irreflexivamente a ejecutar lo que nos fuere ordenado, ni quita nada al mérito de la obediencia, ni desdora en lo más mínimo su excelencia, la humilde consulta o la sincera exposición en caso de duda o cuando se presentan razones que se juzga desvirtúan el mandato.

       San Ignacio, enseñando a sus hijos acerca del modo de proceder en casos tales, escribe: «Si alguna cosa se os representase diferente de lo que al superior y haciendo oración os pareciese en el   divino acatamiento convenir que se la representásedes a él, que no lo podáis hacer. Pero si en esto queréis proceder sin sospecha del amor y juicio propio, debéis estar en una indiferencia antes y después de haber representado, no solamente para la ejecución de tomar o dejar la cosa de que se trata, pero aun para contentaros más y tener por mejor cuanto el superior ordenare» ( Carta de la Obediencia. MI. 1, 4, 669 sigs).

Pidamos al Patriarca san José que nos alcance  estimar a Jesús más que todo lo demás y evitar cualquier peligro de perderle. Y a la Santísima Virgen pidiéndole guarde en nuestras almas a Jesús.

7ª  MEDITACIÓN

EL NIÑO JESÚS ERA OBEDIENTE A SUS PADRES EN NAZARET

 

Preámbulo. La historia de la vida de Jesús en Nazaret es muy breve: obedecía a sus padres, iba creciendo en edad, sabiduría y gracia, y trabajaba, a lo que se cree, de carpintero.
Composición de lugar. Nazaret, escondida por una corona de montañas, como un nido, que apenas se ve hasta entrar en ellas. Elevada unos 273 metros sobre el Mediterráneo, y unos cien metros Sobre el valle de Esdrelón. Sus casas grises, cuadradas, de techos planos, apoyadas sólidamente en la re-a, se tienden en la vertiente oriental de dos colinas separadas por un barranco Fijémonos en una de esas casitas, Pobre, pequeña, pero limpia y alegre.

Petición: DEMANDAR LO QUE QUIERO: CONOCIMIENTO INTERNO DEL SEÑOR QUE POR MÍ SE HA HECHO HOMBRE PARA QUE ASÍ LE AME Y LE SIGA.


Punto 1.° Vida de obediencia

1) «Et erat subditus illis» (Lc 2, 51). Qué gran tesoro debe encerrarse en la obediencia, pues que Nuestro Djjo Redentor y Maestro vino del cielo a la tierra a explotarlo y tan de lleno se dió a ello, que su vida toda se pudo sintetizar en una palabra: «obedeció»; «exinanivit semetipsum factus obediens»(Phil., 2, 7) se anonadó hecho obediente. Bien merece que la estudiemos.

       Desde su entrada en el mundo se entregó a la obediencia, a la vista de los derechos soberanos de Dios, a la obediencia por adoración. y a la vista de los derechos de Dios violados por la rebeldía del hombre a la obediencia Por reparación: «Sicut enim per inobedientiam uniu hominis peccatores constituir sunt multi ita per unius obeditionem justi constituuuntur multi» (Rom., 5, 19); a la manera que por la desobediencia de un solo hombre fueron muchos constituidos pecadores así tambien por la obediencia de uno sólo serán muchos constituidos justos.

Cierto que no puede haber perfeción más auténtica que cumplir la voluntad de Dios, como que las cosas se perfeccionan con la asecución de su fin; ahora bien, el fin del hombre es «servir a Dios»: luego ahí está su perfección y sería necedad buscar en otra parte el secreto de la santidad Cuán hrrmosarnente lo declara Santa Teresa en su libro de las Fundaciones, c. 5: «Yo creo que como el demonio ve que no hay camino que más presto lleve a la suma perfección que el de la obediencia pone tantos disgustos y dificultades debajo de color de bien»(10).

Y esto se note bien, y verán claro que digo verdad. En lo que está  la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores, ni en grandes arrobamientos, ni visiones, ni en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiere que no la queramos con toda nuestra voluntad, y tan alegremente tomemos lo sabroso como lo amargo, entendiendo que lo quiere Su Majestad», etc. Y hace notar la Santa con insistencia las ventajas de la obediencia: a) seguridad grande interior; b) simplificación de la vida espiritual; c) bendición y protección divinas, que cuando se guarda la conciencia pura y se practica la obediencia, el Señor no permite jamás que el demonio nos engañe hasta el punto de perjudicar a nuestra alma; d) avance seguro en las vías del espíritu: «el aprovechamiento del alma no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho; y este amor se logra decidiéndose a obrar y sufrir, y haciéndolo cuando la ocasión se ofrece». Así, el mismo ejercicio de la oración deberá ceder el paso a los deberes señalados por la obediencia o al interés espiritual del prójimo.


2) Lo mismo pensaba San Ignacio, y de ahí el empeño en que sus hijos se señalen mucho en la obediencia y se «den todos a la entera obediencia» (R. 16 del Sum.). Qué dichosos seremos si así lo hacemos; para ello, estudiemos al divino modelo. ¿Quién obedecía? «Deus homínibus; Deus inquam cui angeli subditi sunt, cuí principatus et potestates obediunt, subditus erat... Disce homo, obedire, disce, terra, subdi; disce, pulvis obtemperare.» (San Bern., Hom. 1 sup. «Missus».) Dios a los hombres; Dios, a quien están sujetos los Angeles, los principados y potestades obedecen, estaba sujeto... Aprende, hombre, a obedecer; aprende, tierra, a sujetarte ; aprende, polvo, a abajarte. ¿Rehusaré obedecer?

¿A quiénes? A sus padres santísimos, ciertamente los más dignos; pero, al fin, criaturas, muy inferiores a Él en toda perfección. Veía en ellos a Dios, y al obedecer a San José decía con verdad: «Ego quae placita sunt ei (Patrii) facio semper» (Jn, 8, 29). Yo siempre hago las cosas que agradan a mi Padre.

Por mucho que pensemos que aventajamos a nuestros superiores, veanlos si no había más distancia de Jesús a los suyos. ¿Qué decir, pues, de mis rebeliones interiores, de mi juzgar mal de las acciones y aun intenciones de mis Superiores, de mi anteponer mi voluntad y juicio al suyo? Pronto las corregiríamos si nos esforzáramos, como nos manda nuestro Santo Padre, en reconocer en cualquiera Superior a Cristo Nuestro Señor, y reverenciar y obedecer a su Divina Majestad en él con toda devoción» (carta de la Obediencia), «y nos diéramos a la entera obediencia reconociendo al Superior, cualquier que sea, en lugar de Cristo Nuestro Señor y teniéndole interiormente reverenda y amor» (R. 31 S.).

¿En qué obedecía? En cuanto se le mandaba Niño, a las órdenes de su Madre, en recados y mandados que cumplen los criados, donde los hay. Mayor, en trabajos del taller de su padre. ¡Qué ocupaciones para un Dios! No consultaba, para obedecer, su gusto natural. ¿Y yo? ¿No me desdeño de obrar con espíritu de obediencia en algunas cosas menudas? Y cubro mi espíritu menguado de obediencia y mi deseo de independencia con el pretexto de no molestar a los Superiores. ¡Qué caudal de méritos atesoraremos si en todo procedemos regidos por la obediencia! Para el que tiene tal espíritu, nada es pequeño: el barro se desprecia, y quienes en él trabajan no se cuidan de desperdiciarlo, no así el oro, del que se guarda la más pequeña partícula; ¡el obediente trabaja en oro!

¿Cómo obedecía? Con suma perfección como si obedeciera a su Padre, cumpliendo la Regla que San Ignacio dió a sus hijos: «Seamos prestos a la voz del Superior como si de Cristo Nuestro Señor saliese, dejando por acabar cualquiera letra o cosa comenzada pongamos toda la intención en el Señor de todos, en que la Santa obediencia, cuanto a la ejecución y cuanto a la voluntad y cuanto al entendimiento Sea siempre en todo perfecta; haciendo con mucha presteza y gozo espiritual y perseverancia cuato nos será mandado, persuadiéndonos ser todo junsto y negando con obediencia ciega todo nuesro parecer y juicio contrario»

¿Y nosotros? ¿Murmuramos, censuramos, discutimos? ¿Procuramos no querer más que lo que el uperior quiere, o todo nuestro estudio es que el superior quiera lo que queremos, para después hacernos la ilusión de que obramos lo que Dios quiere?

¿Cuánto tiempo obedeció? ¡Hasta los treinta años! Y nosotros tal vez nos cansamos, y lo que en el Noviciado nos parecía gustoso se nos hace difícil; cuando debíamos ir creciendo en amor a esta virtud!

¿Por qué obedecía? Por amor de Dios y por nuestro amor; para enseñarnos la nobleza y el mérito de la obediencia cristiana, que ve en toda autoridad legítima la autoridad del mismo Dios. Pidamos a Jesús nos conceda aprender y practicar esta magnífica lección.

Punto 2.° Vida de aprovechamiento.

«Proficiebat sapientia et aetate et gratia apud Deum et homines» (Lc 2, 52). Como en edad, así crecía en sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.

1) Crecía en edad y se iba manifestando en su trato con los encantos todos propios de cada período de la vida; se mostraba cada vez más hombre, y mostraba mayor cordura y madurez. Y nosotros? ¿Somos eternos niños? ¿Tan irreflexivos, tan tornadizos, tan sin asiento ni formalidad como cuando teníamos pocos años? No sea así, sino que con la edad crezca nuestra cordura, sensatez, dominio, prudencia, etc., manifestaciones naturales del avance en edad.

2) ¿Cómo crecía en sabiduría? Distinguen los teólogos en el alma de Cristo triple sabiduría: la visión beatífica, la infusa y u adquirida; el progreso podía darse únicamente en la adquirida o experimental. Lo explica el Padre Suárez (In 3 p., q. 12, disp. 30, t. 2, p. 9): «Digo que el alma cte Cristo no tuvo desde el principio de su creación aquel conocimiento humano que consiste en la experiencia de las cosas, y que, por consiguiente, con el progreso del tiempo fue avanzando en ella; y que Cristo, no sólo en la experiencia de los sentidos, sino aun en el  entendimiento adquirió por medio de los sentidos algún nuevo conocimiento experimental u las especies para ello necesarias que no tuvo desde el principio; es conclusión verdadera y común sentencia de los teólogos.»

En la ciencia experimental adqujrida por Jesucristo tienen su explicación los movimientos de piedad de temor de disgusto, de tristeza y de alegría que sentía su corazón Otros explican el crecimiento diciendo que Jesús fué mostrando la ciencia que poseía paulatnamente; como decimos que crece el sol en resplandor del Oriente al mediodía porque se nos muestra más refulge aunque en sí tenga la misma claridad.

 
3) ¿Cómo crecía en gracia delante de Dios? No se puede admitir crecimiento interior de la gracia en el alma de Cristo; pues estuvo desde el primer instante lleno, con plenitud perfecta y omnímoda de ella, y sobreabundancia de méritos y santidad adelantaba sólo en cuanto en cada instante obraba actos de excelentísima virtud por lo cual Dios se complacía en la multitud y excelencia de tales acciones Que aunque no le hacían más santo ni podían acrecentar sus méritos, eran en sí suficientes para ello. (Knabenbauer in S. Lc.). Adelantaba en gracia ante los hombres porque según crecía en edad fué exhibiendo más y más aquellas virtudes dones y obras por las que niño y joven se hizo querido de todos y se atrajo el amor, benevolencia y alabanza de cuantos le Conocían.


4) ¿Y nosotros? Ha de ser el de Jesús modelo de nuestro crecimiento; jamás hemos de decir «basta», ni hemos de creernos suficientemente sabios o santos para poder decir: ¡alto! y cesar en el trabajo de avance Y por lo que toca al espíritu sucede a veces que por la edad, que apaga los bríos, o por otra causa, están ya las pasiones antes quizá violentas amortigudas y porque los superiores nos dejan en paz porque tenemos nuestro carril trazado y no hay tropiezo notable con los de dentro ni con los de fuera, tal vez porque conociéndonos mejor que nos conocemos nosotros, evitan ellos cun tu pudiera molestarnos; nos imaginamos falsamente que ya no hay más que pedir ni que hacer; y viene una circunstancia un poco extraordinaria una prueba un poco difícil, de las que trae consigo la vida religiosa, y lo echamos todo a rodar y aparece que nuestra virtud era aparente y nuestro aprovechamiento escaso.

Recordemos que tenemos obligación de andar siempre adelante en la vía del «divino servicio» (R. 22 Sum.). Jamás hemos de dejar el estudio de las ciencias sagradas y de Jesucristo.
Nuestro aprovechamiento en gracia ha de manifestarse:

a) En desarraigar defectos, primer trabajo que prepara el campo; hemos de procurar que nuestras faltas sean cada vez menos, menores en gravedad, menos repetidas y menos deliberadas.
b) Arraigar virtudes sólidas y perfectas, principalmente aquellas a que nos sentimos más inclinados o vemos sernos más necesarias.

c) Perfeccionar las obras ordinarias más y más, persuadidos de que en esto está nuestra santidad: en la perfección de la vida común. El martirio, los grandes sacrificios..., si vienen, es una vez en la vida, mientras que es incesante la marcha monótona de la vida común.

d) Unirnos cada vez más con Dios es la corona; si trabajamos en las tres primeras obras, esta unión por la perfecta caridad será fácil. Para nosotros lo cifra todo la R. 15 deI Sum.: «Todos nos animemos para no perder punto de perfección, que con la divina gracia podemos alcanzar en el cumplimiento de todas las Constituciones y modo nues»tro de proceder.» Examinemos seriamente iuestro avance...

Punto 3.° Vida de trabajo.


¿Nonne hic est faber, filius Mariace?... (Mc., 6, 3). ¿Nonne hic est fabri filius? (Mt., 13, 55). ¿No es éste el carpintero hijo de María?... ¿No es el hijo del carpintero? Eso se preguntaba la gente cuando salió Jesús a la predicación. De donde se deduce que ejercitó algún oficio manual. San Justino atestigua que en su tiempo (1l4-168) se mostraban aún arados hechos por el artesano de Nazaret. Treinta años de vida ocupada en trabado manual por nosotros y para nuestra enseñanza. ¡qué lecciones tan provechosas!


1) Sea la primera estima grande de los oficios humildes; no hay oficio deshonroso entre los discípulos de Jesús; todos quedaron dignificados con haberse el Señor ocupado en ellos. ¡Ni nos echemos a cavilar que nosotros valemos para mucho más! Bien está que si delante de Dios nos parece, y haciendo oración juzgamos convenir que lo representemos a los Superiores, lo hagamos así, pero dispuestos a quedarnos después tranquilos con lo que de nosotros dispongan, teniendo por tentación cualquier pensamiento contrario. ¿Para qué no servía Jesús? ¿Y en qué se ocupó treinta años? Persuadámonos de que Dios no nos necesita para grandes cosas, sino que nos quiere obedientes; y no podemos hacer cosa mayor.


2) La estima y aprovechamiento del tiempo; polilla terrible la ociosidad y mina riquísima el trabajo. Deber es del hombre el trabajar «homo nascitur ad laborem, et avis ad volatum» (Jn 5, 7). Nace el hombre para el trabajo y el ave para volar. A unos el trabajo material, a otros el intelectual, no menos penoso. Jesús quiso elegir para estos años el manual, y entre los manuales, uno de los más bajos. Así lo rehabilité que estaba vilipendiado elevándolo a grandeza increíble. Pero nos enseñó además a todos a aprovechar el tiempo. La pereza es gran enemiga de toda virtud.

Nuestra regla 44 nos dice que «el ocio, que es el origen de todos los males, no tenga en casa lugar ninguno en cuanto fuere posible». Franklin la comparaba a la herrumbre, que gasta más que el trabajo, añadiendo que tan difícil es tenerse en pie un perezoso como un saco vacío. Un capitán de navío repetía a sus tripulantes que el que nada hace, se halla siempre dispuesto a obrar la maldad, puesto que el perezoso no es más que un criminal de reserva. Amemos el trabajo y nos veremos libres do tentaciones y peligros sin cuento


3) A santificar el trabajo. Trabajemos como Jesús; estaba su trabajo en Nazaret:

a) Penetrado de vida interior, las manos se movían sudaba el rostro, se agitaban los músculos; Pero el corazón seguía recogido en Dios, unido a Él por continua oración.

b) Regulado por la obediencia, no hacía sino lo que le mandaban, porque se lo mandaban y como se lo mandaban,

c) Inspirado en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Coloquios fervorosos con los tres santos moradores de Nazaret.

8ª  MEDITACIÓN

JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO


Preámbulo. La historia la narra San Lucas en el cap. 2, vv. 40-52. El Santo Padre, en los Misterios [272], la propone así: CRISTO NUESTRO SEÑOR, EN EDAD DE DOCE AÑOS, ASCENDIÓ DE NAZARET A JERUSALÉN... Y QUEDÓ SN JERUSALÉN Y NO LO SUPIERON SUS PADRES; PASADOS LOS TRES DÍAS LE HALLARON DISPUTANDO EN EL TEMPLO Y ASENTADO EN MEDIO DE LOS DOCTORES; Y DEMANDÁNDOLE SUS PADRES DÓNDE HABÍA ESTADO, RESPONDIÓ: ¿NO SABÉIS QUE EN LAS COSAS QUE SON DE MI PADRE ME CONVIENE ESTAR?

 

 Punto 1°.  Sube al templo con sus padres.


PRIMERO: CRISTO NUESTRO SEÑOR, DE EDAD DE DOCE AÑOS, ASCENDIÓ DE NAZARET A JERUSALÉN.


1) Dice el sagrado texto que «iban sus padres todos los años a Jerusalén por la fiesta solemne de la Pascua» (Lc, 2, 41). En el Exodo (Ex., 23, 14 y iguientes) se dice: «Tribus vicibus per singulos annos mihi festa celebrabitis Ter in anno apparebit omne masculinum tuum coram Domino Deo tuo.» Tres veces cada año me celebraréis fiesta... Tres veces al año se presentarán todos tus varones delante del Señor; y lo mismo se repite en el Deuteronomio (16, 16), enumerando cuáles son las fiestas: la de los ázimos, la de las semanas y la de los tabernáculos El hecho que vamos a meditar acaeció en la Pascua de los ázimos.

Las mujeres no estaban obligadas, pero las palabras del texto nos indican que la Santísima Virgen iba todos los años; enseñándonos a no contentarnos con lo obligatorio, sino a procurar fomentar algunas devociones bien elegidas y practicadas con constancia, que si no son la devoción, la procuran y la conservan. No las despreciemos por pequeñas, que tienen efectos muy estimables! No dice el texto si el Niño subía todos los años; de creer es que lo llevarían siempre sus padres. ¿Por qué lo nota este año el evangelista? Pues porque en él quiso darnos Jesús esta gran lección.


2) ¿Cómo harían el viaje? Sin duda que con espíritu de veras religioso. Era ordinario juntarse en caravana los de cada villa o región y marchar orando y cantando en común. Tenían para ello en los Salmos fórmulas litúrgicas muy apropiadas: así, el Salmo 121, «Laetatus sum in his quae dicte sunt mihi, in domo Domini, ibimus… Gran contento tuve cuando se me dijo: Iremos a la casa del Señor»; que expresa admirablemente los sentimientos de un peregrino israelita que camina hacia Jerusalén, la ciudad santa.


3) ¿Qué hicieron en Jerusalén? El primer acto solemne de la celebración de la Pascua era la comida del cordero pascual. La tarde del día 14 del mes de Nisán, después de la puesta del sol, se reunían en grupos de más de diez y menos de veinte y celebraban la cena pascual conforme al rito prescrito en la ley y conservado en la tradición. La mañana del día siguiente, 15 de Nisán, asistían al solemne oficio que se celebraba en el templo; oficiaban en él los sacerdotes y levitas, y se hacía con acompañamiento de instrumentos músicos y de canto; solía terminarse con la bendición del pueblo. Asistían también los peregrinos al sacrificio vespertino, y el segundo día a la fiesta de la oblación matutina, en la que se ofrecían al Señor las primicias de la cosecha de la cebada (Lev., 12, 10-14). Y cumplido este rito, parece que no les urgía la obligación de permanecer en la ciudad hasta el fin de las solemnidades. De hecho, muchos peregrinos se volvían a sus casas.


4) En el templo. Veamos cómo entrarían en él. Cómo estarían ¡Con qué recogimiento! ¡Qué devoción infundirían a cuantos los viesen y cómo alabarían a Dios las almas honradas y buenas que los contemplaban! «Sic luceat lux vestra» (Mt 5, 16). Así hemos de proceder nosotros en el templo, y, sobre todo, en el altar, de suerte que se edifiquen cuantos nos vean.

¿Qué hacía el Niño Jesús en el templo? Pues seguramente que cuatro cosas:

a) Adorar a su Eterno Padre y rendirle el culto de latría que le es debido.

b) Darle gracias por cuantos beneficios le había dispensado y también por los dispensados a su Madre y al resto de los hombres.

e) Reparar las ofensas con actos fervorosísimos de desagravio.

d) Pedir muchas gracias. ¡Qué raudal de gracias no atraería la plegaria del Niño Jesús sobre sus padres!


       Aprendamos a emplear el tiempo de nuestra oración y visitas al Santísimo: en esos cuatro puntos tenemos materia abundante para entretenemos fructuosamente. Sobre todo, ésos deben ser nuestros afectos al asistir a la Santa Misa o al celebrarla; pues que, como sabemos, es sacrificio:

 a) latréutico, porque se ofrece a Dios para reconocer su supremo dominio;

b) eucarístico, por ofrecerse en acción de gracias por los beneficios recibidos;

c) impetratorio, pues se ofrece a Dios para obtener, por los méritos de Jesucristo, nuevos beneficios;

d) propjciatorio, satisfactorio o expiatorio, para obtener perdón de pecados y remisión de la pena por ellos debida (Coin Trid. sess. 22, can. 3).

Punto 2.° Se queda Jesús en el templo.


«CRISTO QUEDÓ EN JERUSALÉN Y NO LO SUPIERON SUS PARIENTES»


1) ¿Cómo pudo suceder? San Lucas (Lc 2, 43) dice: «Acabados aquellos días, cuando ya se volvían, se quedó el Niño Jesús en Jerusalén, sin que sus padres lo advirtiesen». La gente que aquellos días acudía a Jerusalén era muchísima: Josefo (De beli. jud., 6, 424) menciona tres millones de peregrinos en una de estas fiestas; y en otro lugar afirma que se sacrificaron para la cena legal un año, en el templo, 256.500 corderos. Era, pues, fácil que en tal aglomeración se perdiera un niño. Además, pudieron muy bien pensar sus padres que Jesús estaba con algún grupo de los de Nazaret «illum esse in comitatu» (Lc 2, 44). Cosa tanto más obvia y natural cuanto que Jesús era muy querido de sus conocidos Cayeron en la cuenta al terminar la jornada del día, «iter diei», cuando, llegados los últimos grupos, se encontraron con que faltaba Jesús, y nadie sabía dar cuenta de Él.

 
2) ¿Cómo se ausenta Jesús de las almas? De dos maneras: la primera es sustrayendo del alma la gracia, lo cual sólo se verifica como castigo del pecado mortal; no está figurada en esta ausencia tan terrible castigo; ¡Dios nos envíe mil veces la muerte antes de caer en pecado mortal! La otra es cuando, sin quitarnos su gracia, nos priva del sentimiento de su presencia; está Dios en el alma y, sin embargo, no sentimos las dulzuras inefables de su presencia, sino, por el contrario soledad, tristeza, abandono, desaliento (Reg. 4 1317).


3) ¿Por qué se ausenta Jesús? Lo expone admirablemente San Ignacio en las reglas de discernimiento de espíritus y nos dice que unas veces la ausencia de Jesús, la desolación, es castigo de nuestra tibieza y negligencia en los ejercicios espirituales y en el servicio divino; otras, prueba de nuestra fidelidad y amor, que resplandecen sobre todo en las horas difíciles de la desolación; otras, por fin, lección provechosa que nos haga palpar que la consolación no es propiedad nuestra, sino don gratuito de Dios y así aprendamos humildad.


4) ¿Cómo hemos de buscar a Jesús? Como lo buscaron María y José: a) y, ante todo, «dolentes» (Lc 2, 44), doliéndonos de tales ausencias; que es cosa triste que el alma, entretenida en aficioncillas terrenas, no eche de menos a Jesús, si no es que llega hasta desear su ausencia, por temor a lo que puede y suele exigir cuando se apodera del alma. Penetremos los corazones de aquellos santos, esposos; qué noche aquélla más triste y más larga! Nada en ellos suplía la ausencia de Jesús.

Pero no se contentaron con llorar, sino que al instante b) «quaerebamus», se dieron a buscarlo. Así hemos de hacerlo nosotros, y si así lo hacemos, pronto encontraremos a Jesús;

c) «quaerebamus te», buscaban a Jesús. No su consuelo ni otra cosa alguna, sino a Jesús, en quien lo cifraban todo. No suceda que más que a Jesús nos busquemos a nosotros mismos; gran error sería, e insigne ingratitud, y prueba suele ser de que más buscamos nuestra consolación que a Dios, c) que fócilmente nos desanimemos y caigamos de áoinm.


Punto 3. «PASADOS LOS TRES DÍAS, LE HALLARON DISPUTANDO EN EL TEMPLO Y ASENTADO EN MEDIO DE LOS DOCTORES »EN LAS COSAS QUE SON DE MI PADRE ME CONVIENE ESTAR?» (Lc 2, 48).


1) «El factum est post triduum» (Lc 46), y al cabo de tres días le hallaron en el templo. Al tercer día de haber salido do la ciudad. Cuando advirtieron la desaparición habían caminado ya una jornada; necesitaban otra para volver a Jerusalén; al tercer día encontraron a Jesús (v. Schuster, «Historia Bíblica», Knabenbauer la Lc., p. 143). Es de creer que los padres de Jesús, apenas les fué dado hacerlo, muy de mañana se fueron al templo, persuadidos de que allí, más bien que en ningún otro lugar, estaría Jesús, si por su gusto se había quedado en Jerusalén. Tal vez emplearon bastante tiempo en encontrarlo, por ser el templo muy amplio.

Aprendamos dónde hemos de buscar a, Jesús cuando lo echemos de menos: no entre amigos y conocidos, no entre carne y sangre, ni entre regalos y vanidades, ni entre el bullicio y diversiones profanas, sino en el templo cte Dios, que es la casa de Dios; dentro del templo vivo de nuestro corazón, haciéndolo casa de oración y ocupándolo en ejercicios de santidad; no en parlerías inútiles ni en lecturas entretenidas o en amistades peligrosas.

2) ¿Dónde estaba Jesús, y qué hacía? Explicaban los doctores la ley al pueblo, los sábados, los días festivos y durante su octava; quizá ocurrió la ausencia de Jesús durante la octava de Pascua. Púsose Jesús entre la turba a escuchar la explicación, y como estaban autorizados los oyentes para preguntar y exponer sus dudas, lo hizo El de tal modo que llamó la atención de los maestros. Hiciéronle subir al estrado, pues cuando entraron sus padres «le hallaron... sentado en medio de los doctores, y ora les escuchaba, ora les preguntaba; y cuantos le oían quedaron pasmados de su sabiduría y de sus respuestas» (Lc 2, 46). No se nos dice de qué hablaba.


3) Consideremos el gozo de los santos esposos al encontrar a su divino Hijo; así nos gozaremos si como ellos le buscamos. La Santísima Virgen, al verle, exclamó: «Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, llenos de aflicción, te hemos andado buscando». Nada hay en estas palabras de reproche; son una cariñosa interrogación, muy natural en quien ama como amaba María a Jesús; una sencilla expresión del dolor que sus corazones habían experimentado durante aquellos días de triste soledad. Hay también en ella una nota delicadísima de humildad y de deferencia y amor de María para con José en aquel «pater tuus et ego», tu padre y yo, nombra primero a José y le llama padre de Jesús. Nota el P. La Puente la brevedad y precisión con que habló la Santísima Virgen.


4) A la pregunta de su Madre respondió Jesús: «Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que Yo »debo emplearme en las cosas que miran al servicio de mi Padre?» . No contiene esta respuesta, dada a su Madre, nada de frialdad o indiferencia, y menos de reprensión o desaire, sino de instrucción, porque enseña que lo hecho ha sido realizado por determinación y misterio divino; de consuelo, porque les dice que no había motivo para dolerse y buscarle con tanta solicitud; de defensa, porque tácitamente niega haber dado causa para que ellos se doliesen y le buscaran con ansiedad; como si dijese: «no os di Yo causa de este dolor y rebusca, pues que nada hice por lo que debieseis buscarme con dolor; vosotros, por lo mucho que me amáis y por ignorar el misterio del asunto, fuisteis la causa» (Toledo).

Como dirigida a nosotros esta respuesta, nos incuIca los derechos infinitos de Dios sobre nosotros y sobre cuanto pensamos que nos pertenece; nos enseña que no hay consideración alguna que pueda no ya prevalecer contra un deseo de Dios, pero que ni merezca ponerse con Él en parangón. Enséñanos, además, a unir en nuestro corazón el amor a nuestros padres con una firme decisión de seguir la voluntad de Dios y una completa independencia de cuanto pueda impedírnoslo. Magnífica lección para quien se prepara a elegir estado (Vermeersch).

Pero no vayamos a creer que no tenga aplicación a quien ya ha hecho tal elección y se ha abrazado con el de perfección; tiénela y no poco frecuente, pues que si ol afecto sagrado a nuestros padres no ha sido parte para impedirnos seguir la voz de Dios, triste cosa sería que nos lo impidan en mil ocasiones afectillos desordenados a cosas, personas, ocupaciones, etc. Veamos si en más de una ocasión al «cur fecisti sic» tendríamos que callar avergonzados.

       Cuando nuestras pasiones o los hombres se empeñen en separarnos un ápice de la voluntad de Dios para esclavizarnos a la de sus enemigos, respondamos «in his quae Patris mei sunt oportet me esse!» ¡Sólo pertenezco a Dios, Él es mi Señor, a El sólo he de servir! Grabemos bien en nuestra mente esta verdad, y cuando se trate de la causa de Dios tomemos la resolución de cortar cualquier cosa por grata que nos sea. ¡Qué dichosos seremos si así lo hacemos!

 
NOTAS. 1) Era despreciado el trabajo manuah Aristóteles, el más grande de los filósofos gentiles, lo había proclamado indigno del hombre libre. Platón, Herodoto, Jenofonte, Cicerón y Séneca hablaban y pensaban del mismo modo. Los obreros no eran, mirados por los griegos como dignos del título de ciudadano. (v. Devivier «Curso de Apologética». P. AIlard. «Les esclaves chrétiens».)


2) Los discípulos de Jesucristo. Cuenta una vieja leyenda monástica que el abad Macario fué a visitar al gran Antonio, poblador del yermo, en su profunda y casi inaccesible soledad. Sentáronse ambos en cuclillas en el suelo, a la manera de los egipcios. Comenzaron a hablar y a trenzar esteras. Viendo Antonio la destreza, hija de la asiduidad, con que Macario tejía el palmito del desierto, le besó las manos, y exclamó: «hay una gran virtud en esas manos.» San Pablo estaba orgulloso de las suyas de tejedor, en las que puso callos la áspera lana de las cabras negras del monte Tauro, que ellas transformaban en la groserísima tela de los cilicios, que, por su aspereza, ha tomado casi exclusivamente sentido penitencial. Y se gloriaba de ganar su pan con su trabajo.

9ª  MEDITACIÓN

BAUTISMO DE CRISTO

CONTEMPLACIÓN SOBRE LA PARTIDA DE CRISTO NUESTRO SEÑOR DESDE NAZARET AL RÍO JORDÁN, Y CÓMO FUÉ BAUTIZADO.


Preámbulo. Narran la historia de este hecho los sinópticos Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21- 22): «Por este tiempo vino Jesús de Galilea al Jordán en busca de Juan para ser de él bautizado. Juan, empero, se resistía diciendo: Yo debo ser bautizado de Ti, y ¡Tú vienes a mí! A lo cual respondió Jesús diciendo: Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia. Y Juan, entonces, condescendió con El. Bautizado, pues, Jesús, al instante que salió del agua se le abrieron los Cielos, y rió bajar al espíritu de Dios en forma de paloma y posar sobre Él. Y oyóse una voz del Cielo que decía: Este es mi querido Hijo, en quien tengo puesta toda mi complacencia.»

Composición de lugar. Desde el siglo IV se señala corno lugar del bautismo de Jesús la ribera derecha del río a siete u ocho kilómetros del norte del mar Muerto (Prat). El cuarto Evangelio nombra dos localidades en las que bautizaba el Precursor: Betania, a tres jornadas de Nazaret (que no se ha de confundir con otra Betania del monte Olivete), y Ennón (fuentes), cerca de Salim, a una jornada de Nazaret, un poco más arriba de su desembocadura en el mar Muerto, Consérvase en este lugar una iglesia reconstruida el siglo pasado (Durand).

Petición. DEMANDAR CONOCIMIENTO INTERNO DEL SEÑOR, QUE POR MÍ SE HA HECHO HOMBRE, PARA QUE MÁS LE AME Y LE SIGA.


Punto 1°.  Se despide de su Madre Santísima.

No pierde San Ignacio ocasión de presentarnos a nuestra Madre, la Santísima Virgen, y de enseñarnos prácticamente el amor y la reverencia que la debemos. Es que tal amor nos es necesario para nuestra salvación y para nuestra santificación.

 
a) Podemos considerar en este misterio la conducta de la Santísima Virgen. Ilustrada por Jesús en aquellas sus íntimas comunicaciones de Nazaret y muy en los secretos de la economía de la redención, estaría esperando, y al mismo tiempo temiendo, la hora de la separación. Sabía que la labor mesiánica de Jesús pedía un campo más amplio que la casita de Nazaret. Y llegó el día; Jesús, con acento lleno de ternura, le dijo: ¡Madre, sabéis que he venido al mundo a establecer el reino de Dios, y para ello he de predicar la doctrina de salvación; lo quiere el Padre, y por Él tengo que dejaros!. La Santísima Virgen dijo, una vez más: «Fiat! ¡Hágase la voluntad de Dios! ¡Id, Hijo mío, a donde el Padre os llama! Con el corazón y con la oración seguiré unida a Vos y a vuestros trabajos.

Sacrificio grande el de la separación para Jesús y para María. ¡Se amaban tanto! ¡Vivían tan felices unidos! ¿Cómo lo aceptaron? ¡Con toda el alma! ¡Qué bendiciones no merecería del Cielo este sacrificio! ¡Asistamos a tan conmovedora escena...! María quedó asociada al apostolado de Jesús. Aprendamos a sacrificarnos.., y a decir «fiat» con toda el alma cuando Dios nos pida algo, por difícil que sea. A Jesús le costó muchísimo el ver sufrir a su Madre.

b) ¿Para qué quiso Jesús hacer este sacrificio? Para enseñarnos el desasimiento del corazón, aun de los amores más sagrados, que jamás nos han de impedir el hacer la voluntad de Dios. Magnífica lección en este punto de los ejercicios en que comenzamos ya a trabajar directamente en averiguar el modo concreto en que Dios quiere servirse de nosotros para que logremos la santidad. Sin esa libertad no la alcanzaremos, pues que es necesaria:

l.° Para lograr nuestra perfección, porque la desordenada afición de carne y sangre es obstáculo al amor y servicio de Dios.

2.° Es necesaria especialmente a los llamados a vocación apostólica, pues asegura al apóstol la libertad y la fuerza de acción; su vocación reclama y necesita todas sus fuerzas y todo su tiempo, su cuerpo y su alma, su inteligencia y su voluntad. ¡El primer paso en el seguimiento cÍe Cristo, cuando llama a estado de perfección, es el dejarlo todo...: casa, bienes, padres!


2) Va al Jordán. Parte a la conquista del Reino y marcha descalzo y solo. Quiere:
a) Autorizar el bautismo de Juan y disponer a los hombres a otro más eficaz que Él instituirá.
b) Santificar su ministerio iniciándolo con un acto heroico de humildad. Como los árboles, así los humildes tanto más profundizan sus raíces cuanto más alto edificio han de levantar. Nuestro Santo Padre nos repite con insistencia grande en las contemplaciones y aplicación de sentidos, que expone como pautas de dirección, quee hemos de guaidar siempre, que debemos para sacar provecho de tal vista o cosa.

No lo olvidemos. Abundante materia de reflexión nos brinda la despedida de Jesús y de su Madre. ¿Somos dóciles, prestos y diligentes en seguir los divinos llamamientos? ¿Hay en nuestros corazones algún amor que nos detenga en la marcha hacia Dios? ¿Estamos desasidos de todo..., padres, casa, hacienda, etc., y prontos a dejarlo todo si tal es la voluntad de Dios?


Punto 2.° El bautismo de Jesús.


SAN JUAN BAUTIZÓ A CRISTo NUESTRO SEÑOR, Y QUERIÉNDOSE EXCUSAR, REPUTÁNDOSE INDIGNO DE BAUTIZAR LO, DÍCELE CRISTO: HAZ ESTO POR LO PRESENTE, PORQUE ASÍ ES MENESTER QUE CUMPLAMOS TODA LA JUSTICIA.


1) «Tunc venit Jesus a Galilaea in Jordanem ad Joannem ut baptizaretur ab eo» (Mt 3, 13). Un día de invierno el carpintero de Nazaret, ignorado aún de todos, se presenta a orillas del Jordán, mezclado a la turba de penitentes que acudían atraídos por la vida santa y la predicación fervorosa del Precursor. Juan no conocía personalmente a su primo Jesús: «Et ego nesciebam eum» (Jn 1, 29); pero esperaba conocerle por la señal que el Señor le había indicado. Al acercarse Jesús mezclado con la turba de pecadores, haciéndose como uno de ellos, Juan, iluminado súbita y sobrenaturalmente, advertido por una voz interior le conoció, y lleno de asombro: «prohibebat eum, dicens; ego a te debeo baptizari sed tu venis ad me?» (Mt 3, 14); le disuadía diciendo: yo debo ser bautizado por ti, ¿y vienes Tú a mí?

Considera la humildad admirable de Jesús; había tomado forma de siervo y tomó también la de penitente, que de penitencia era el bautismo de Juan. Cómo despliega al viento su bandera; no olvides que con instancia y como gracia muy preciosa has pedido se le coneeda militar bajo ella en oprobios y humillaciones. Y procura que no sean palabras vacías tales súplicas.

       Juan, al reconocer a Jesús, sabiendo quién era, llenóse de asombro, reverencióle y humillóse a Él. ¡Cuántos bienes se siguen del conocimiento de Dios! ¡Y qué figura tan llena de encanto la del Bautista! ¡Jesús quiso honrarle; había por Jesús renunciado a todo y Jesús le quiere recompensar aun en la tierra!


2) «Respondens autem Jesus dixit: sine modo, sic enim decet nos implere omnem justitiam» (ib., 15). Déjame hacer ahora, que así es como conviene que nosotros cumplamos toda justicia. ¡Yo, humillándome; tú, obedeciendo! ¡Luego toda la santidad se compendia en humildad y obediencia! Aprendámoslo, que es lección difícil y necesaria: sujétate no sólo al mayor o al igual, sino aun al inferior... Como Jesús. Y eso no en acto de prescripción legal, como era la circuncisión, sino de piedad absolutamente libre, del que pudiera dispensarse sin dificultad ni desedificación de nadie. Para que aprendamos, y aunque sea para ello preciso empequeñecernos a los ojos de ciertas personas, no tengamos miedo de mostrarnos siempre sumisos y respetuosos a las menores recomendaciones de la Iglesia, escrupulosos cumplidores de las menores reglas del estado que hemos abrazado. No es rebajarnos, sino engrandecernos.

3) ¡Veamos a Jesús confundido con las turbas como uno de tantos pecadores! «Et baptizatus est a Joanne in Jordane» (Mc 1, 9). ¡Humildad portentosa! Con tan magnífico ejemplo inaugura Jesús su vida pública de apostolado.


Punto 3.° El milagro.


VINO EL ESPÍRITU SANTO Y LA VOZ DEL PADRE DESDE EL CIELO AFIRMANDO: ESTE ES MI HIJO AMADO, DEL CUAL ESTOY MUY SATISFECHO.


«Baptizatus autem Jesus confestim ascendit de aqua. Et  ecce aperti sunt coeli...» (Mt., 3, 16). Bautizado, pues, Jesús, al instante que salió del agua ie le abrieron los Cielos... Escena sublime de incomparable grandeza... ¡Cómo la contemplaría, lleno de devoción, el santo Precursor, que se confirmaría más y más en el fidelIsimo cumplimiento de la misión que Dios le había confiado y crecería en la estima de aquel que con tan humilde traza exterior se le presentaba, siendo como era el Hijo de Dios!

Magnífica aprobación de la divina Misión de Jesucristo y espléndida compensación de su solicitud en humillarse. Él se abaja a lo más profundo, al nivel de los pecadores. ¡Dios le ensalza a la sublimidad de Hijo Suyo! Siguiéronse al bautismo de Jesús, según el texto sagrado, tres cosas extraordinarias y maravillosas:

1) «Aperti sunt ei caeli.» Se le abrieron los Cielos. La llave que los abre para nosotros es la humildad; «humilibus dat gratiam» (Jac., 4, 6); da su gracia a los humildes y es la gracia semilla de gloria. Aspira al Cielo, ¡pero no olvides el camino! Este abrirse los Cielos fué, sin duda, visible a Jesucristo y al Bautista, como consta de San Juan: «Et ego vidi et testimonium perhibui quia hic est Fiiius Dei» (Jn 1, 34). Yo lo he visto y por eso doy testimonio de que El es el Hijo de Dios.

¿Pero lo vieron los demás concurrentes? Sentencia es muy común de los Padres y Doctores la afirmativa; y el Padre Suárez, al exponerla, aduce la siguiente razón: «illa autem significatio sensibilis non erat Christo necessaria, sed nobis: ergo oportuit ut talis esset quae ab allis perciperetur»; tal manifestación sensible no era necesaria para Cristo, sino para nosotros; convino, pues, que fuese tal que la percibiesen los demás. Quiso ya Dios comenzar a manifestarnos a. su Hijo. Dichosos de nosotros, si, recibiendo agradecidos tal manifestación, sabemos aprovecharnos de ella: ahí está todo nuestro bien!


2) «Et vidit spiritum Dei descendentem sicut columbam et venientem super se» (Mt., 3, 16). Y vió bajar al Espíritu Santo en forma de paloma y posar sobre él. ¡Así honra Dios a quien se humilla! Procura con tu humillación tenerle propicio. No se ha de entender esta venida del Espíritu Santo sobre Jesucristo como si con ella recibiese su alma algún interno crecimiento de gracia y como si entonces fuese ungido del Espíritu Santo, puesto que desde el primer instante de su ser tenía toda plenitud, sino que fué una declaración y manifestación hecha a los demás de la presencia del Espíritu Santo en Cristo, o, como dice Suárez, no fué otra cosa que manifestar, con un nuevo signo sensible, el don del Espíritu Santo, que desde el principio de su concepción estaba en Cristo (Knabenbauer in Mt.).

Pidamos a ese Espíritu que baje a nosotros y nos llene de conocimiento y amor de Jesucristo, y de aliento grande para seguirle muy de cerca, respondiendo con presteza y diligencia a sus llamamientos.


3) «Et ecce voc de caelis, dicens: Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi complacui» (Mt., 3, 17). Y oyóse una voz del Cielo que decía. Este es mi Hijo querido, en quien tengo puesta toda mi complacencia. Al que se humilla confundido entre los pecadores lo declara Hijo de Dios... ¿Quieres ser llamado por Dios hijo suyo? ¡Humíllate!, que Dios, «humilia respicit» (Ps., 137, 6), mira complacido a los humildes. Aprende a estimar al que has elegido para Capitán, a quien has jurado seguir; estudia sus ejemplos y sus grandezas para entusiasmarte con El y poner todo tu empeño en complacerle.

APLICACIÓN DE SENTIDOS SOBRE EL BAUTISMO DE JESUCRISTO

Punto 1º EL PRIMER PUNTO ES VER LAS PERSONAS CON LA VISTA IMAGINATIVA MEDITANDO Y CONTEMPLANDO EN PARTICULAR SUS CIRCUNSTANCIAS Y SACANDO ALGÚN PROVECHO DE LA VISTA.

 
Tres cosas indica San Ignacio que se han de practicar en la aplicación de cada sentido: ver, meditar y contemplar y sacar algún provecho


1) Ver,

Sigamos la narración evangelio supliendo lo que naturalmente se deja en ella entender. Veamos a Jesús, ya de edad de unos treinta años, el carpintero de Nazaret, y a María Santísima, su Madre, en su casita pobre, Pero limpia, Ventilada y alegre; qué encanto de vida! Se despiden, se bendicen mutuamente..., se abrazan, con qué amor y dignidad... Sus rostros, tristes pero resignados. ¡Cómo el Cielo bendice aquel sacrificio!

Jesús marcha solo..., Pobre..., descalzo, a buen paso..,, sin volver la vista a lo que deja, Modelo de apóstoles .., va a hacer la voluntad de su Padre, que le llama a la vida de Predicación y trato con los prójimos El camino es largo, pedregoso; escasos arbustos agitan sus raquíticas ramas; sólo las aves de rapiña y las bestias feroces turban el silencio de aquellas terribles soledades En medio de barrancos escarpados, la Naturaleza ha cavado grutas profundas; en ellas vivía retirado el santo Precursor… Al nordeste del desierto de Judá, el Jordán se lanza en el mar Muerto después de haber corrido sobre un lecho muy accidentado y descendiendo a partir de sus fuentes de una altura media de 700 metros El río, describe V. Guerin, se repliega sin cesar sobre sí mismo rodando sus turbias aguas unas veces sobre Un fondo fangoso, otras sobre un cauce erizado de rocas y sembrado de grandes bloques, entre los que se precipita hirviente. En gran parte de su curso, sus riberas, sinuosas, están pobladas de sauces, acacias, tamarindos, álamos y cañaverales. Así corre murmurador e impetuoso, entre orillas de perpetua verdura, que lo encuadran casi sin interrupción. En el fondo de esta maleza, a veces impenetrable, refugio de fieras, jabalíes y víboras, corre una zona bastante estrecha de tierra muy fértil. Cerca de Jericó había un vado: allí predicaba el Bautista y se bautizó Jesús (Bohnen, 5. J. (Vade-mecum des récits évangéliques).

Veamos a Jesús llegar a ese lugar y confundirse con las turbas penitentes de pecadores.., y acercarse a recibir el bautismo de penitencia. Era en noviembre, tres meses después de iniciada la predicación del Precursor. Después veamos a Juan resistiéndose, lleno de respetuosa confusión y reverencia.,. Cede..., ¡le bautiza!

Veamos cómo se abren los Cielos y el Espíritu Santo desciende en forma de paloma...
Meditar y contemplar. ¡Cuánta humildad! ¡Cómo se abaja! Va a emprender la vida de Apóstol; lo deja todo...: casa..., comodidades..., ¡Madre! Primer paso del apostolado, la renuncia total. Segundo, la humildad..., la obediencia... Así se abren los Cielos.., y la gracia desciende.., para fecundizar los trabajos...


3) Sacar algún provecho. ¿Me llama a mí Dios a vida apostólica? ¿Estoy dispuesto a seguir ese llamamiento? El primer paso..., dejarlo todo...; la disposición primera, la humildad... ¿Me ha llamado ya? ¿Vivo como el modelo?


Punto 2° OÍR CON EL OÍDO LO QUE HABLAN O PUEDEN HABLAR, Y REFLEXIONANDO EN MI MISMO, SACAR DE ELLO  ALGÚN PROVECHO

 
1) Oír. No poco nos dice el mismo Sagrado Evangelio.

Despedida. ¿Qué se dirían el Hijo y la MadrE? ¿Cómo Jesús expondría a María que era llegada la hora en que por disposición de su Padre celestial había de dejar aquel dulcísimo retiro para darse a la vida apostólica? ¿Y cómo la Santísima Virgen repetiría una vez más el «he aquí la esclava del Señor hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 18). Qué palabras más tiernas de amor, de sumisión a la divina Voluntad .., de santa alegría y aliento, se dirían mutuamente ¿Cómo se despedirían?

Diálogo con San Juan. Quiere el Bautista disuadir a Jesús de su bautismo «Yo debo ser bautizado por Ti ¿Tú vienes a mí? (Mt 3, 14). Y Jesús le responde: «Déjame ahora hacer, Porque conviene que así cumplamos toda justicia» (Mt., 3, 15).

Después la VOZ de lo alto: «Este es mi Hijo »amado, en el cual me complazco» (Ib.,

2) REFLECTIR PARA SACAR ALGÚN PROVECHO. Pidamos al Divino Capitán y a su Madre Santísima nos llenen de santo esfuerzo para renunciar a todo cuando se trate de seguir el llamamiento de Dios. ¡Que jamás pretendamos que allí venga Dios donde nosotros queremos, sino que nos determinemos a dejarlo todo para ir a DIOS! Que nos ilumine para que conozcamos más y más internamente al Señor, que por mí se ha hecho hombre, Que aprendamos a humillarnos para ser ensalzados y merecer ser llamados hijos de Dios.

 
Punto 3 «OLER Y GUSTAR... LA INFINITA SUAVIDAD Y DULZURA DE LA DIVINIDAD, DEL ANIMA Y DE SUS VIRTUDES Y DE TODO...; REFLICTIENDO EN SÍ MISMO Y SACANDO PROVECHO.

 
1) Qué delicioso aroma el que impreg la casita de Nazaret; qué suave fragancia la que despide la persona santísima de Jesús la de María, la del Bautisma ¡Aromas de] Cielo!
21 ¿Y yo? ¡Despido hedor de corrupción! cómo debe perfumarlo todo el cristiano que debe ser Christi bonus odor» (1 Cor., 2, 15); buen Olor de Cristo y cuánto más el Apóstol como otro Cristo, con su vida santa, con su porte modesto y recatado, con sus palabras de vida eterna, con sus obras.

Punto 4.° TOCAR CON EL TACTO, ASÍ COMO ABRAZAR Y BESAR LOS LUGARES DONDE LAS TALES PERSONAS PISAN..., SIEMPRE PROCURANDO SACAR PROVECHO DE ELLO.

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Entremos en el taller...; allí quedan los instrumentos de trabajo, los utensilios.., de que se sirvió Jesús durante los treinta años de su vida oculta... Si hubiésemos logrado que nos dieran alguno de esos objetos, ¡cómo los veneraríamos!, y nos parecería al besarlos sentir que de ellos fluía celestial dulzura. Con gran respeto y cariño, pidiendo permiso a nuestra Madre, hagámoslo..., y besemos aquel suelo, y aquellos objetos..., y la orla del manto de María y su mano maternal. Y dejemos que el alma se llene de suave jugo de devoción. Besemos las huellas que Jesús va dejando en su marcha hacia el Jordán: son tan preciosas las huellas del Apóstol!

NOTA. E1 P. Polanco, en su Directorio (Mi., ser. 2, p. 816, 77) dice: «Y avísese al que se ejercita que mayores señales de la voluntad de Dios se habían de exigir para permanecer en la vía común, que llamamos de los Mandamientos puesto que «Cristo dice que es difícil que entren en el Cielo los que poseen riquezas, que no para elegir el camino de los consejos, que el mismo Cristo, eterna sapiencia, aconseja, aunque no manda, porque es más seguro, indudablementc y más perfecto; por lo que más propenso debe estar (por su parte) a tomar el camino de los consejos que no el de los preceptos, si a Dios le agradare más aquel.»

10ª  MEDITACIÓN

LAS TENTACIONES DE JESÚS EN EL DESIERTO

Preámbulo. Cómo Jesús, lleno del Espíritu Santo, se fué del Jordán y el Espíritu le condujo al desierto, donde estuvo cuarenta días, siendo tentado por el diablo, sin comer nada y morando entre las fieras. Al cabo de los cuarenta días, sintiendo El hambre, se le acercó el tentador y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan.» Jesús le respondió «Está escrito: »No Vive el hombre de solo pan, sino de todo lo que Dios dispone» (Deut 8, 3). Luego le llevó el diablo a la ciudad santa y le subió al pináculo del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque está escrito: Te ha encomendado a sus ángeles para que te guarden y te han de llevar en sus manos para que tus pies no se lastimen contra ninguna piedra» (Salm 90, 11, 12). Jesus le contestó: «También está escrito: No tientes al Señor tu Dios» (Deut 6, 16). Hablándole Ilevado todavía el diablo a un monte elevado, le puso en un momento ante los ojos todos los reinos de la tierra con su gloria, y le dijo: «A Ti te voy a dar todo este poder con su gloria. Esta puesto en mis manos y se lo doy a quien quiero; conque si te postras delante de mí, todo será tuyo. Entonces le dijo Jesús: «Retírate, Satanás, porque está escrito: »Adora al Señor tu Dios. Tributa culto a Él sólo» (Deut., 6, 13). Agotadas todas las tentaciones, el diablo le dejó y se alejó de Él por algún tiempo. Entonces se le acercaron los ángeles y le servían» (Mt., 4, 1-11; Mc., 1, 12-13; Le., 4, 1-13).


2.° Composición del lugar. E1 desierto de Jericó, a unos diez kilómetros del Jordán, y en él una montaña rocosa de 1.200 pies de elevación, rodeada de colinas, de difícil acceso a los hombres. En su ladera se abren, a diferentes alturas, numerosas grutas o cuevas. Llámase la montaña de la cuarentena y está a unos veinticinco minutos de la fuente de Eliseo.

Punto 1.°  El desierto.


DESPUÉS DE HABERSE BAUTIZADO FUÉ AL DESIERTO, DONDE AYUNÓ CUARENTA DÍAS Y CUARENTA NOCHES.


1) ¡Qué lección para los Apóstoles! Había vivido treinta años retirado; para nada necesitaba de preparación, pero la necesitamos mucho nosotros. Se retiró, «tunc», en seguida del bautismo y de la prodigiosa manifestación celestial, lleno del Espíritu Santo; se retiró para huir el aplauso de las turbas, a gustar a solas del don celestial; para manifestarnos que los dones interiores son preferibles a las ceremonias exteriores...

«Et agebatur a Spiritu in desertum» (Lc 4, 1). Era conducido por el Espíritu al desierto; el Apóstol nos dice que «qui Spiritu Dei aguntur, ii sunt filii Dei» (Rom., 8, 14); «los que son movidos por el Espiritu de Dios son hijos de Dios; en cambio los hijos de Adán o de este siglo son movidos en sus obras por ímpetu del espíritu malo, que es espíritu del demonio, o mundo, o carne, o espíritu propio, torcido e inclinado a su propio parecer y propia voluntad» (La Puente). 

Considera qué espíritu te rige y conduce en tus determinaciones y esfuérzate en atender las mociones del Espíritu Santo y segurlas fielmente, entregándote fielmente a ellas cn docilidad, sobre todo eneltrabajo de la eleccion oreforma en que te ocupas estos días.

2) ¿Adónde le condujo? Al desierto, a la soledad, alsilencio; no a Jerusalén o a otros poblados a conversar y tratar con las gentes El espíritu mundo huye la soledad; el de Dios, al contrario, «ducam eam in solitudine et loquar ad cor eius» (Os., 2, 14). Le llevaré a la soledad y hablaré a su corazón en él está el reino de Dios: «regnun Dei intra vos est» (Lc, 17, 21). Recordemos to grwr des bienes del retiro para la preparacjót del Ap(t01 al cual le es muy necesario; recuérdese a Moisés, a  los Profetas, al Bautista; y más cerca de nosotros a Santo Domingo, a San Francisco, a San Ignacio que buscaron y amaron la soledad para llenarse en ella del espíritu de Dios y poder así después comunicárselo a los demás. Ni se crea que tal reposo con Dios sea indolente y estéril; por el contrario, es viril esfuerzo para librarse de la corriente de las cosas vanas y para oír en el fondo del corazón, en vez de las voces inútiles o mentirosas de los hombres, la voz de Dios. Guárdalo pues, religiosamente, siquiera en el tiempo santo de Ejercicios y lograrás frutos suavísimos.

 
3) Vida de Jesús en el desierto.


a) «Erat cum bestiis» (Mc 1, 18); moraba con las bestias, alejado del consorcio de los hombres; solitario de cuerpo y de alma

b) Silencio absoluto; aficiónate a él y guárdalo durante tu retiro que tiene grandes utilidades y es el gran medio de aprender a hablar.

c) Oraba; toda su conversación era con el Cielo; entregaba día y noche a la oración sólo atentp  a Dios y a las cosas divinas: oraba por los Apóstoles, por los fieles, por los hombres. Tengo prisa de obrar, y, sin embargo, orar es más necesario y sufrir, más eficaz. Dios llama particularmente a la cooperación de su Redención a tres categorías de almas: apostólicas… suplicantes… víctimas. Preferimos la acción; nos gusta un poco menos la oración; nos horroriza el sufrimiento y la cruz. Y sin embargo…

d) Ayunaba y se maceraba. Quiso ayunar para que así corno la perdición del género humano comenzó por la gula, la salud comenzara por el ayuno, Y nos enseñó la mortificación de la carne, tan necesaria a los principiantes para satisfacer por los pecados, sujetar el cuerpo, reprimir los vicios y domar las pasiones; a los proficientes y perfectos, para regir los sentidos, disponer el corazón y el espíritu para la oración, meditación de las cosas santas y ejercicio del ministerio apostólico y para fecundar los trabajos apostólicos, logrando de Dios ubérrimas bendiciones.

Y fué el ayuno de Jesús prolijo, de cuarenta días; muy riguroso, sin comer ni beber nada: molesto a la carne, pues que al fin dice el Santo Evangelio que sintió hambre. ¿Para qué cuarenta días de retiro y ayuno? Extraña manera de disponerse al trabajo..., ¡debilitarse por el ayuno!, ¡agotarse en la oración! Lección magnífica; jamás me lanzaré con seguridad al ministerio apostólico sin haber intensificado antes la vida interior, y esto se logra más fácilmente en retiro. «Difficile est in turba videre Christum; solitudo quaedam necessaria est menti nostrae... Turba strepitum habet, visio ista secretum desiderat» (5. Aug., ML. 35, 1533. In Jo. Ev., tr. 17, e. 5, n. 11). Difícil es ver a Cristo entre la turba: es necesaria a nuestra mente cierta soledad... La turba causa estrépito; esta visión pide secreto. «Et ecce intus eras, et ego foris et ibi te quaerebam... Mecum eras et tecum non eram» (S. Aug. Confess., 10, 27. ML. 32, 795). Tú estabas dentro y yo fuera, y allí te buscaba... Estabas conmigo y yo no estaba contigo.


Punto 2.° La tentación.


FUE TENTADO DEL ENEMIGO TRES VECEs: LLEGÁNDOSE A ÉL EL TENTADOR LE DICE: SI ERES HIJO DE DIOS DI QUE E5TAS PIEDRAS SE TORNEN EN PAN; ÉCHATE DE AQUÍ ABAJO; TODO ESTO QUE VES TE DARÉ SI POSTRADO EN TIERRA ME ADORARES.

Fue llevado al desierto para ser tentado…¡Jesús, tentado! ¡Un Dios tentado! «¿Es que el mundo podía ejercer algún atractivo sobre quien era a la vez Dios y hombre? Y si no, ¿dónde está el mérito de la victoria para un alma que no podía pecar?... Sin que pretendamos esclarecer el misterio, haremos notar, que la mayor dificultad viene de que concebimos ordinariamente la tentación de Jesús como semejante a las nuestras. No hay en nosotros solicitación al mal que no deje algún vestigio. Por rápido que sea el mal pensamiento, el primer movimiento del corazón es con frecuencia de adhesión a él. Nada semejante acaeció en Jesús porque no habiendo tomado los malos resabios de nuestra humanidad pervertida no pudo conocer esos deseos que en nosotros se despiertan sin nuestro consentimiento y que, con todo, son nuestros, porque en ellos hallamos o reminiscencias de pasadas faltas o la levadura de la concupiscencia original. Jesús no fué tentado sino exteriormenlte con imágenes o palabras que herían los sentidos, sin que jamás la seducción llegara al alma ni la manchara. Si el agua está exenta de toda impureza, la agitación más violenta no le quitará nada de su limpidez; si reposa en lecho fangoso, el menor movimiento la enturbia. En Jesús y en nosotros las mismas tormentas que conmueven nuestra naturaleza pecadora agitaron también pero sin alterar su pureza, al Hijo de María» (Pouard Vie de N. Seigneur 1, 144).


1) ¿Por qué quiso ser tentado? Vino Jesús a curarnos y salvarnos Es la tentación una de nuestras miserias, consecuencia del pecado Habitamos una tierra expuesta a la tentación como a la ignorancia, al dolor, a la muerte... Jesús quiso alentarnos con sus combates: «tentatum per omnia pro similitudine» (Heb., 4, 15); sabe compadecerse de nuestras miserias habiendo Voluntariamente experjmen tado todas las tentaciones y debilidades a excepción del pecado, por razón de la semejanza con nosotros. Quiso instruirnos enseñándonos que la tentación, por muy violenta que sea, no es el pecado y mostrándonos de dónde viene, cómo procede y cómo se resiste y vence. «Sufrió ser tentado el emperador para enseñar a luchar al soldado.» «Ad hoc enim pugnat imperator ut milites discant» (S. Aug., serm. 123, c. 2. ML. 38, 685). «El Señor de todo consiente ser tentado por el diablo para que todos aprendamos a»vencer en Él» (San Amb. in Lc. ML., 15, 1697). Y también, como escribe San Agustín: «para servirnos de mediador en el vencer las tentaciones, no sólo con su ayuda, sino también con el ejemplo. «Ut ad superandas tentationes, mediator esset, non solum per adjutorium, verum etiam per exemplum» (4 de Trin., 13, 17. ML. 42, 899).

Preparémonos, porque seremos tentados. ¿Por qué?

a) Porque somos carne y espíritu, naturaleza compuesta y «caro concupiscit adversus spirítum, sipiritus autem adversus carnem: haec enim sibi invicem adversantur» (Gal., 5, 17). Porque la carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu los tiene contrarios a los de la carne; como que son cosas entre sí opuestas. San Pablo se lamentaba de este combate (Rom., 8). ¿Me veré yo libre de él? ¿Me admiraré? ¿Me entristeceré? Recordemos el «Sufficit tibi gratia mea» (2 Cor. 12, 9). ¡Mi gracia te basta!

b) Porque somos por el bautismo y la confirmación hermanos y soldados de Jesucristo, asociados a su divina empresa, coherederos... «Si tamen compatimur» (Rom., 8, 17), con tal de que padezcamos con Él. Es a Jesucristo a quien el enemigo de natura humana persigue en nosotros.

c) Para ser fundados en humildad, que es la base de las otras virtudes, Dios nos quiere muy asentados en ella, y por eso permite a veces hasta la caída, como en San Pedro. Mucho hablan los ascetas del bien que podemos sacar de la tentación.

d) Para que aprendamos a gobernarnos a nosotros mismos «sunt tamen tentationes hominis saepe valde utiles, licet molestae sint et graves: quia in illis horno humiliatur, purgatur et eruditur» (Imitación de Cristo, 1, 13). Y son las tentaciones con frecuencia muy útiles al hombre, aunque sean molestas y graves, porque en ellas el hombre se humilla, se limpia y es instruido. Hermosamente, como suele, el Padre Rodríguez, en su Ejercicio de Perfeión, expone las utilidades de la tentación (P. 2, tr. 1).

       Y es la tentación necesaria en nuestro estado actual, pues que nuestra vida sobre la tierra es combate: «Militia est vita homnis super terram» (Job, 7, 1). «Accedens igitur ad servitutem Dei, praepara animam tuam ad tentationem» (Eccli., 2, 1). En entrando en el servicio de Dios..., prepara tu alma parn la tentación


2) ¿Cómo quiso ser tentado? Acercóse el tentador a Jesús y vio que estaba hambrieito y por ahí le acometió. Nos estudia, «y por donde nos halla .»más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarIos» (327-R 14.a de las de discernimjeito de la primera serie) Con tres ataques sucesivos se esforzó SatáI en penetrar hasta el alma de Jesús: sensualidad, presunción, codicia.

 
a) Tuvo hambre, no tenía a mano con qué satisfacerla: le insinuó «¡Si eres Hijo de Dios, que estas Piedras se conviertan en pan!» Jesús le respondió al punto: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.» «El primer asalto del maligno no es propiamente una tentación de gula. Había acabado el térmjno que fijara al ayuno y no es acto de sensua lidad, ni hay imperfección ninguna en querer aplacar el hambre cuando se siente uno torturado por ella y nada impone la obligación de la abstinencia. El desorden estaría en usar de un poder milagroso sin necesidad y movido por una sugetión excitada por la curiosidad o la malicia Hacer un milagro para mostrarse taumaturgo sería pura ostentacjón; obrarlo únicanentc para satisfacer una necesidad natural sería una muestra de desconfianza en Dios. En tal caso es preciso entregarse a la Providencia que proveerá a nuestras necesidades por medios insospechados. Tal es el sentido de la respuesta.

Los hebreos en el desierto reclamaban a grandes gritos el pan; Dios hizo llover sobre ellos el maná, que no esperaban para »mostrarte, dijo a Moisés (Deut., 8, 3), que el hombre uno vive sólo de pan, sino de cualquier cosa que Dios dispusiere. Doble fracaso para Satán. Esperaba aprovecharse del estado de inanición en que se hallaba Jesús después de su largo ayuno para inducirlo a hacer un milagro inútil y que no hacía al caso. Quedó defraudado. Quería saber si Jesús era el Hijo de Dios y tenía conciencia de serlo. Y nada averiguó; Jesús guardó su secreto» (Prat, Jesus-Christ., 1, 165).

Seremos también nosotros tentados por la excitación de los sentidos, que reclaman satisfacción «esuriit».. Satán y el mundo excitan con empeño la sensualidad para empujarnos a apacentarla en el placer. Estemos alerta, conozcámonos, pensemos que hay placeres harto más dignos del hombre; confiemos en Dios, que nos los hará gustar si sabemos renunciar a los sensuales.

 

b) No ceja el enemigo, sino que reanuda el combate: «Assumpsit eum» lo tomó y llevóle a la ciudad santa, y poniéndole en el pináculo del templo, le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo, porque está escrito que te ha encomendado a sus ángeles, los cuales te tomarán en sus manos para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra» (Mateo, 4, 5-6). Humildad grande la de Jesús en dejarse llevar así del enemigo. Mostrándole desde el pináculo del templo la muchedumbre de gente que llenaba los atrios, sugirióle que hiciese ante ella alguna acción señalada . «Descender en manos de los ángeles, aparecer ante la gente con esa pompa celestial, ¿no equivalía a captarse la adoración y arrebatar los corazones? Satanás no concebía tentación más seductora para eI Salvador.

Vano artificio, porque Jesús no quería brillar a los ojos de la carne, sino a los del espíritu, y cautivar las almas con una gracia desconocida de los soberbios. Se contentó, pues, con responder: «También está escrito. No tentarás al Señor tu Dios» (Deut., 6, 16). Tentación frecuente y con la que alcanza el enemigo continuas victorias, la vanidad. Es el honor sombra dorada tras la que corren desalados los hombres. «Eritis sicut dii» (Gen 3, 5). Seréis como dioses, fué la primera tentación propuesta al hombre ¡Cómo seduce el ansia de ser más! Y también cuántas veces «tentamos» a Dios queriendo obtener resultados apetecibles por medios que a Dios no agradan; presunción harto frecuente es querer guardar el recogimiento del espíritu frecuentando mundo... Pensar que hacemos lo bastante con algunas prácticas devotas descuidando la vigiIancia de corazón y los sentidos. Leerlo y curiosearlo todo, y seguir firmes en la fe y limpios en la pureza ¡No nos engañemos!

 
e) «Todavía le subió el diablo a un monte muy encumbrado y mostróle todos los reinos del mundo y la gloria de ellos. Y le dijo: Todas estas cosas te daré si, postrándote delante de mí, me adorares» (Mt., 4, 8-9). Pondera el Padre La Puente «la sed rabiosa que el demonio tiene de mi condenación pues todo el mundo, si fuera suyo, me lo diera porque yo haga un pecado mortal contra Dios... ¡Y cuan propio es del demonio, padre de la mentira, engañar a los hombres con falsas promesas de lo que ni es suyo ni lo puede dar a su voluntad!... ¡Y cuán grave es el pecado mortal especialmente de avaricia y ambición, pues no es otra cosa que postrado en tierra adorar a Satanás!

El Señor respodió «Vete de aquí, Satanás por que escrito está,  a tu Señor adorarás y a Él sólo servirás» (Ib., 10). Aprendamos a estimar en más que todo el mundo a nuestra alma y a despreciarlo todo por el servicio y adoración de Dios, considerando quc es envilecimiento irracioflal el dejarnos dominar por la codicja de bienes terrenos.


3) Magnífica y utilísjma lección la que quiso el Señor leernos en estas luchas con el enemigo. Es el Capitán a quien juramos seguir y vamos, movidos por ese ofrecimiento, estudiando su vida, investigando sus huellas para pisar sobre ellas y seguirle de cerca. Saquemos como enseñanzas prácticas:

a) No afligimos ni desconsolarnos al ser tentados, pensando que por ello nos quiera menos el Señor, no! Si Jesús fué tentado, ¿tendré yo a menos el serlo?

b) Acudir con gran confianza al Señor, por remedio y ayuda, diciéndole: «¡Rey mío!, pues sabéis qué es ser tentado, compadecete de mí y quitadme la tentación o dadme fuerzas para vencerla» (La Puente.)

e) Prevenirme para las tentaciones con oraciones y ayunos y procurar estar firme y trabajar poi hacer lo contrario de lo que el enemigo me insinúa

Punto 3° La victoria.

VINIERON LOS ÁNGELES Y LE SERVÍAN

 
1) «Entonces le dejó el demonio y vinieron los ángeles a servirle» (Mt 4, 11). Satán se retira; Jesús queda vencedor; como lo seré yo con Él y podré exclamar como el Apóstol: «Deo autem gratias, qui dedit nobis victoriam per Dominum Nostrum Jesum Christum» (1 Cor., 15, 57). Gracias a Dios, que nos concedió la victoria por Jesucristo Nuestro Señor. La recompensa será magnífica. Jesús cumple sus promesas, y si le seguimos en la pena, también le seguiremos en la gloria. «Reddet que homini iuxta opera sua» (Prov., 24, 12). «Reddet unicuicque, secundum opera eius» (Mt 16, 27). Dará a cada uno conforme a sus obras. «Bajaron los ángeles y le servían.» ¡Cómo se gozarían de la victoria de su Señor! Y con qué solicitud y alegría le prestarían sus servicios; bien ganado tenía aquel descanso y aquel refrigerio.

Recojamos el fruto del combate. Cuidado ha de ser de toda la vida el evitar, por nuestra parte, cuanto a la tentación puede llevarnos, vigilando para no ser sorprendidos: «omnibus dico, vigilate!»; lo digo a todos, ¡ vigilad! (Mt., 13, 37), apartándonos de las ocasiones que quien se pone en peligro caerá en él, y orando siempre sin desfallecer.

Pero no basta; es preciso que tomemos la ofensiva obrando contra las inclinaciones desordenadas, «HACIENDO CONTRA», como nos enseña San Ignacio, previniendo la tentación, haciendo uso de sus contrarios, fortificando el punto flaco, pues el mal espíritu estudia nuestras virtudes y defectos para atacarnos por donde nos ve más flacos; justo es que acudamos a su renwdio. Enséñanos también Jesús y es práctica de gran eficacia, a resistir immediatamente, no entrando en conversación con el enemigo, como lo hizo Eva con fatal resultado.


2) Pero otro fruto podemos sacar suavísimo de esta meditación, y es una gran confianza en la divina Providencia, que tanto cuidado tiene de su Hijo y de los que como Él luchamos en el desierto. Bendito sea Él, que con sus tentaciones nos moreció gracia para vencer las nuestras. Pidámosie que nunca nos falte y que jamás desconfiemos de ella ni busquemos neciamente ayudas humanas olvidando la divina.

Recordemos que los ángeles asisten invisiblemente a los que luchan para ayudarles; y cuando vencen se alegran con ellos y solemnizan nuestras victorias; y así tengo de amarlos, reverenciarlos y llamarlos a menudo en mi socorro.

Debemos, por fin, como dice el Padre La Puente, «tener paciencia y sufrimiento en las necesidades temporales, porque a su tiempo las remediará Dios Nuestro Señor, y tener confianza en las tentaciones, aunque se multipliquen y prolonguen, porque»a su tiempo hará Dios que cesen; pero no tengo de asegurarme, pues dice San Lucas que Satanás huyó «hasta otro tiempo» (L, 4, 13); de modo que

11ª  MEDITACIÓN

DEL LLAMAMIENTO DE LOS APÓSTOLES

Preámbulo. E1 primer Preámbulo es la historia; será aquí cómo Jesús llamó a los Apóstoles para que le siguiesen de cerca, dejándolo todo. Estando el Bautista a orillas del Jordán, con dos de sus discípulos vió pasar a distancia a Jesús, y mirándole dijo: «He aquí el cordero de Dios»; al oírlo, Juan y Andrés se fueron tras de Jesús, quien, volviéndose a ellos, les dijo: «iQué buscáis? —Maestro, ¿dónde habitas? Venid y lo veréis.» Le acompañaron y pasaron con El lo que restaba del día y la noche siguiente. Andrés, al encontrarse con su hermano Simón, le dijo: «Hemos hallado al Mesías, al Cristo!», y le llevó a Jesús, que fijando su vista en él le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro o piedra.»
Al día siguiente encontró Jesús a Felipe, natural de Betsaida, patria de Andrés y Pedro, y dijole: ¡Sígueme! Más tarde, como estuvieran pescando en el mar de Galilea; llamó a Andrés y Pedro, y ellos al instante le siguieron, dejando sus redes. De modo análogo llamó a los hijos del Zebedeo, Juan y Santiago. Y estando en su trabajo llamó a Mateo. No consta en el Evangelio el modo que usó para llamar a los otros Apóstoles.


Composición de lugar. La región próxima al Jordán y las orillas del lago de Calilea, donde reunió sus doce Apóstoles.


Punto 1.°—TRES VECES PARECE QUE SON LLAMADOS SAN PEDRO Y SAN ANDRÉS: 1º, A CIERTA NOTICIA; ESTO CONSTA POR SAN JUAN EN EL PRIMER CAPÍTULO; SECUNDARIAMENTE, A SEGUIR EN ALGUNA MANERA A CRISTO CON PROPÓSITO DE TORNAR A POSEER LO QUE HABÍAN DEJADO, COMO DICE SAN LUCAS EN EL CAPÍTULO QUINTO; TERCIAMENTE, PARA SEGUIR PARA SIEMPRE A CRISTO NUESTRO SEÑOR SAN MATEO EN EL CAPÍTULO CUARTO Y SAN MARCOS EN EL PRIMERO.

 
1) A cierta noticia. Para ello se vale del Bautista, que les muestre con su dedo a Jesús y les empuje hacia El, diciéndoles: «Ese es el cordero de Dios.» Ya antes, la víspera, les había hecho grandes ponderaciones que terminaron con aquella magnífica frase: «Yo lo he visto y por eso doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios» (Jn 1, 34). ¡Cuántas veces se vale el Señor de nuestros Padres espirituales para llevarnos y empujarnos a Dios! ¡Si fuésemos siempre dóciles a sus enseñanzas y consejos, cuán fácilmente hallaríamos a Dios! Así les sucedió a Juan y Andrés, que apenas oyeron la indicación del Bautista se pusieron a seguir a Jesús. ¡Y cuán bueno es Jesús para los que de buena voluntad le siguen! Al punto se volvió a ellos y les dijo:
«¿Qué buscáis?» Respondieron ellos: «Rabbi (que quiere decir Maestro), ¿dónde habitas?» Díceles «Venid y lo veréis.» «Fueron, pues, y vieron dónde habitaba, y se quedaron con Él aquel día (Jo., 1, 38-39).

Con qué afabilidad, con qué llaneza trata a su seguidores. Y cuán satisfechos quedaron de aquellas horas de consolación. Andrés fué al punto a comunicar su dicha a su hermano Pedro, y logró conducirle a Jesús. ¡Cuán provechosa es una buena amistad! Jesús, al ver a Pedro, fijó los ojos en él; le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Jonás (o Juan). Tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro o piedra» (Ib., 42). No comprendió entonces Simón toda la trascendencia del cambio de nombre que se le anunciaba ¿Y Juan? Nada dice en su Evangelio, pero sin duda que hablaría también de lo ocurrido a su hermano Santiago, y es de creer que le llevó a Jesús, pues que tan sabrosas le hubieron de parecer aquellas horas pasadas con el Maestro, que hizo constar concretamente que tan feliz cncuentro tuvo lugar «como a la hora décima» (Ib., 39), es decir, a las cuatro de la tarde. Cuánto hemos de apruciar los divinos regalos y cómo hemos de procurar aprovecharnos de ellos, no sólo para nosotros, para nuestro aprovechamiento espiritual, sino también para bien de los demás.


2) Secundariamente, a seguir en alguna manera a Cristo con propósito de tornar a poseer lo que habían dejado. Narra San Lucas que, después de haber predicado desde la nave de Pedro al numeroso concurso, «dijo Jesús a Simón: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Replicóle Simón. Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra echará la red. Y habiéndolo hecho, recogieron tan grande cantidad de peces que la red se rompía. Por lo que hicieron señas a los compañeros de la otra barca que viniesen y les ayudasen. Vinieron luego, y llenaron tanto las dos barcas, que faltó poco para que se hundiesen. Lo que viendo Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apiádate de mi, Señor, que soy un hombre pecador... Entonces Jesús dijo a Simón: No tienes que temer; de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron» (Lc., 5, 4-11).

Diríase que suavemente el Señor, por experiencia de consolaciones y desolaciones, va preparando a sus elegidos para el paso decisivo. Sin Él habían trabajado toda la noche y no habían logrado pescar nada; horas de desolación; con Él, al primer lance se les cuajaron las redes; fué una consolación. Natural parece que su corazón se dispusiera a seguirle; y así lo hicieron.


3) Terciamente, para seguir para siempre a Cristo Nuestro Señor. San Mateo narra el llamamiento de Simón y Andrés: «Caminando un día Jesús por la ribera del mar de Galilea vió a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano, echando la redes en el mar (pues eran pescadores), y les dijo: seguidme a Mí, y Yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres. Al instante los dos, dejadas las redes, le siguieron.» Y la de Santiago Y Juan a continuación «Pasando más adelante vio a otros dos hermanos, Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano, componiendo sus redes en la barca con Zebedeo, su padre, y los llamó. Ellos también al apunto, dejadas las redes y a su padre, le siguieron» (Mt 4, 18 Y sigs.).

Ya preparados por las experiencias pasadas siguieron dóciles el llamamiento divino, dejándolo todo por seguir a Jesucristo. Que nada nos impida seguir su divino llamamiento. Y no pensemos que por haberlo Ya seguido en cuanto al estado de vida y haber abrazado el de perfección cesa nuestra obligación de atender la voz de Jesucristo, que nos llama, pues que dentro de ese estado, si no la oímos Y seguimos, podrá suceder que vivamos harto imperfectamente.

Atendamos, pues, prestos y diligentes los continuos llamamientos de Nuestro Señor y dispongámonos para venir en perfección. Este segundo tiempo para hacer sana y buena elección, por experiencia de consolaciones Y desolaciones, parece que San Ignacio supone que es corriente en tiempo de ejercicios, cuando el ejercitante los hace debidamente.


Punto 2.°  LLAMÓ A FILIPO, COMO ESTÁ EN EL PRIMER CAPÍTULO DE SAN JUAN, Y A MATEO, COMO EL MISMO MATEO DICE EN EL NONO CAPÍTULO.


1) Cumplióse en ello el primer tiempo para hacer sana y buena elección, que «ES CUANDO DIOS NUESTRO SEÑOR ASÍ MUEVE Y ATRAE LA VOLUNTAD, QUE SIN DUBITAR NI PODER DUBITAR, LA TAL ÁNIMA DEVOTA SIGUE A LO QUE ES MOSTRADO»

Al día siguiente determinó Jesús encaminarse a Galilea, y encontró a Felipe, Y díjole: «Sígueme.» Era Felipe de Betsaida, patria de Andrés y de Pedro» (Jn 1, .1:1-44).
«Partido de aquí (de Cafarnaum), Jesús vio a un hombre sentado al banco, llamado Matero, y le dijo: Sígueme. Y él, levantándose luego, le siguió» (Mt 9, 9). Son ambas elecciones hechas en el primer tiempo. Es sin duda extraordinario  que nadie debe pretender se cumpla en él, aunque el Señor misericordiosamente lo haya en repetidas ocasiones usado. Tal fué la vocación de Pablo, y análogas parecen la de un San Luis, San Estanislao y otros favorecidos por el Señor.

Cuando Dios se comunica de ese modo, como dice San Ignacio, atrae la voluntad con fuerza irresistible. Claro que no priva al así llamado de la libertad, pero sí le alienta con eficacia admirable para realizar esforzado los más arduos sacrificios.

 
2) San Felipe quedó tan plenamente satisfecho de su encuentro con Jesús y tan convencido de que era el Mesías aquel a quien había seguido, que a la pregunta dudosa de Natanael respondió con segura Confianza: «¡Ven y ve!» y podrás juzgar por ti mismo; y logró llevar, al menos a otro, al Maestro.

De San Mateo nos dicen los sinópticos (Mt 9, 10- 17; Mc 2, 15-22; Lc 5, 29.39) que tan gustosamente siguió el divino llamamiento, que para festejar tan fausto acontecimiento dió un banquete, y en él tomaron parte, con Jesús, sus discípulos y muchos publicanos y pecadores porque le seguían muchos de ellos. Escandalizados hipócritamente los escribas y fariseos, decían a los discípulos de Jesús: «¡Vuestro Maestro come y bebe con publicanos y pecadores públicos!» Cosa para ellos, sepulcros blanqueados, verdaderamente intolerable Y como los discípulos, no sabiendo qué responder, acudieran a Jesús, Este les dijo: No son los sanos quienes necesitan de médico sino los enfermos. «Id, pues, a aprender lo que significa, más estimo la misericordia que el sacrificio» Porque los pecadores son, y no los justos, a quiene, a/le venido Yo a llamar a penitencia» (Mt., 9, 13).

También nosotros hemos sido llamados a la sublime vocación de apóstoles de Jesucristo, aunque no del modo maravilloso que lo fueron Felipe y Mateo. Como ellos, debemos estimar en mucho beneficio tan insigne y regocijarnos íntimamente de tal dicha y procurar que alcance a otros. La vocación es inestimable don del Señor, que trae consigo muchos y muy preciosos.

 

Punto 3.° LLAMÓ A LOS TRES APÓSTOLES, DE CUYA ESPECIAL VOCACIÓN NO HACE MENCIÓN EL EVANGELIO.


1) ¿Cómo fueron éstos llamados? No lo sabemos; nada nos dice de ello el Santo Evangelio; quizá lo fueron en el tercer tiempo de los que pone San Ignacio para hacer sana y buena elección, que es tranquilo, «CONSIDERANDO PARA QUÉ ES NACIDO EL HOMBRE, «ES A SABER, PARA ALABAR A DIOS NUESTRO SEÑoR Y SALVAR SU ÁNIMA, Y ESTO DESEANDO, ELIGE POR MEDIO UNA VIDA O ESTADO, DENTRO DE LOS LÍMITES DE LA IGLESIA, PARA QUE SEA AYUDADO EN SERVICIO DE SU SEÑOR Y SALVACIÓN DE SU ÁNIMA» [177]

Les pareció, después de ver, conocer y oír y tratar a Jesús, que en su seguimiento podrían lograr la perfección y asegurar así su salvación y trabajar por la de los demás; e invitados por Jesucristo, se decidieron a seguirle. No todos aceptaron la invitación que Jesús les hizo; tenemos de ello un ejemplo en el rico de que nos habla San Mateo (Mt 19, 16 y sigs). (Mc 10, 1; Le., 18, 18), a quien el Señor miró con cariño e invitó amorosamente con el «si vis perfectus esse», «si quieres ser perfecto, «vade, vende quae habes et da pauperibus et hebebis tkesaurum in caelo, et veni sequere me»; «anda y vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; ven después y sígueme.» Y él, «abiit tristis: erat enim habens multas possessiones» (22), se retiró triste: y era que tenía muchas posesiones.


2) ¡Cuántos son los llamados por Dios! Pero qué pocos son los que siguen ese llamamiento a la vida perfecta. Ocasión propicia la que brindan los Ejercicios para disponerse a escuchar y seguir el divino llamamiento, muchos no llegan a oírlo porque no se disponen a ello. Otros lo escuchan, pero no lo atienden..., no se sienten con fuerza para dejarlo todo y seguir a Jesús. Y, sin embargo, es lo que mejor nos está, y es el único modo eficaz de salvarse y hallar en paz a Dios Nuestro Señor. Y qué pocos son los que proceden movidos sólo por el servicio de Dios Nuestro Señor de manera que el deseo de mejor poder servir Dios Nuestro Señor les mueva a tomar la cosa o dejarla.

De los por Jesús elegidos, Judas le fué traidor. Es de creer que cuando fué agregado al colegio apostólico no era indigno y que comenzó con buena intención a aprovecharse de la celestial doctrina y los divinos ejemplos del Maestro. Después, la codicia hizo presa en su corazón y le llevó paso a naso a la más triste caída y al más repugnante envilecimiento. Aprendamos a poner pronto remedio a las primeras manifestaciones de la pasión, que, consentida, se trocará en tirano que nos esolavice e induzca a lamentables caídas. De Judas dijo el Señor: «Más le valiera no haber nacjdo!» (Mt., 26, 24).

Coloquio pidiendo a la Santísima Virgen que «ME ALCANCE LA GRACIA DE SEGUIR A SU HIJO Y SEÑOR PARA QUE YO SEA RECIBIDO DEBAJO DE SU BANDERA...»

12ª  MEDITACIÓN

LLAMAMIENTO A LOS APÓSTOLES Y TAMBIÉN TRES COSAS QUE SE HAN DE CONSIDERAR


Punto 1.° LA PRIMERA, CÓMO LOS APÓSTOLES ERAN DE RUDA Y BAJA CONDICIÓN

 
1) De baja condición. Casi todos ellos eran pobres, aunque no se ha de creer que lo fueran de solemnidad; eran de la clase trabajadora, pero se ganaban la vida holgadamente con su trabajo, pues tenían redes y barca propia, a lo que se echa de ver del Evangelio. «El oficio que ejercían los cuatro grandes Apóstoles era bastante remunerador. Pedro y Andrés pudieron seguir a Jesús sin reducir a la necesidad a su familia; poseían una casita, una barca y redes de pescar; muchos marineros de nuestros tiempos no tienen tanto. Zebedeo, padre de Santiago y de Juan, gozaba de cierta comodidad, pues que tenía criados a su servicio, y su esposa Salomé era del número de las que ayuadaban al Salvador con su abnegación y sus recur»sos» (Prat, o. e., 1, 233).

De San Mateo sabemos que era recaudador de contribuciones, y parece que bastante rico. Nada sabemos ciertamente de los demás Apóstoles, pero algunos indicios permiten deducir que tampoco eran pobres de solemnidad, sino que vivían holgadamente de su trabajo. (Ricciotti, en su «Vita di Gesü Cristo», p. 370, número 314, describe muy viva y detalladamente la condición social y el grado de cultura de los Apóstoles: no eran pobres de solemnidad, ni analfabetos).


2) De ruda condición. Varios, antes de serlo de Cristo, habían sido discípulos de San Juan. ¿Lo fueron todos? Por lo menos, parece cierto que todos conocieron al Bautista y pudieron dar testimonio de su bautismo y predicación (v. Act., 1, 23). De la historia evangélica puede deducirse que el nivel medio de la cultura intelectual de los Apóstoles era bastante bajo, y su condición moral no muy refinada.

Aparecen, sí, de costumbres sencillas, trabajadores, temerosos de Dios, que esperaban y buscaban al Mesías, gozosos de haberle hallado, como lo demuestran Andrés anunciánselo a Pedro, y Felipe a Natana1. Pero al mismo tiempo ignorantes y tardos de inteligencia: tres años estuvieron con el Señor oyéndole de continuo, estudiando en su escuela y era la verdad, la luz del mundo, el Maestro por excelencia, sin que entendieran sus más claras explicaciones y pidiéndole: «edisere nobis parobolam istam», que les aclarase aquella parábola»; y haciendo exclamar al divino Maestro: «adhuc et vos sine intellectu estis?» (Mt,, 1, 16). ¿También Vosotros estáis aún con tan poco conocimiento(7, 3).

3) Eran además débiles y cobardes; en la tormenta, «timuerunt timore magno» (Mc 4, 40), temieron con gran temor. Cuando vieron al Señor ir hacia ellos sobre las aguas «turbati sunt, dicentes: Quia phantasrna est» (Mt., 14, 26), se conturbaron y dijeron: es un fantasma! Quiere el Señor ir a curar a Lázaro, y ellos se oponen por miedo de ser apedreados. Llegan las horas de la Pasión y huyen todos, y Pedro le niega. Y aun después de la Resurrección aparecen llenos de temor.

Interesados y deseosos de medros temporales «En esto llegaron a Cafarnaum Y estando ya en casa, «les preguntó ¿De qué íbais tratando en el carmino? Mas ellos callaban, y es que habían tenido en el camino una disputa entre si sobre quién de ellos era el mayor de todos» (Mc 9, 32 y sgs). Y análogas discusiones se suscitaron repetidas veces, como por ejemplo en el Cenácuto durante la última cena. No entendían la predicación de la Cruz y muerte de Jesucristo, sino que soñaban con un triunfo temporal y un reino terreno, y ambicionaban los primeros puestos en él, como lo demostraron los hijos del Zebedeo al valerse de la mediación de su madre para lograrlos (Mt 20, 17 y sigs.; Mc 10,32 y Lc, 18, 31).

Sin embargo nota es que ha de abonarse a su favor la fidelidad con que siguieron  a Jesús en ocasiones difíciles y que les mereció aquel elogio de Jesús: «Vos estis qui permansistis mecun, in tentationiibus meis» (Lc 22, 28).


4) ¿Por qué los eligió tales Jesús? La sabiduría de los hombres se revela en la elección de medios: los más aptos y perfectos para el fin que se pretende: la de Dios, como unida a la omnipotencia triunfa mostrando cómo llega a fines altísimos con medios al parecer los más desproporcionados. Así fue en la obra grande entre todas de la conversión del mundo; eligió para ella a unos pobres y cobardes, para que se viera que la obra era toda de Dios, y no se pudiera jamás gloriar el hombre como si a él se debiera. «Quae stulta sunt mundi elegit Deus, ut confundat sapientes; et infirma mundi elegit Deus ut confundat fortia: et ignobilia mundi et contemptibilia elegit Deus, et ea quae non sunt, ut quae sunt destrueret; ut non giorietur omnis caro in conspectu eius» (1 Cor., 1, 27, 29). «Dios ha escogido a los necios, según el mundo, para confundir a los sabios; y Dios ha escogido a los flacos del mundo para confundir a los fuertes y a las cosas viles y despreciables del mundo, y aquellas que eran nada, para destruir las que son al parecer más grandes, a fin de que ningún mortal se jacte ante su acatamiento.»

Si queremos que Dios se sirva de nosotros para su obra, pensemos que de nuestra parte la gran preparación es la humildad y la dócil sujeción a su llamamiento e inspiraciones. Ni pensemos que somos o valemos algo por nuestros talentos, ciencia o dotes naturales, sino porque Dios nos ha elegido por instrumentos suyos.


Punto 2.° LA SEGUNDA, LA DIGNIDAD A LA CUAL FUERON TAN SUAVEMENTE LLAMADOS.


1) Desde el comienzo de su ministerio tenía Jesús discípulos; mas cuando llegó el momento de elegir de entre ellos los que habían de constituir la jerarquía y ser como padres y cabezas de la nueva familia que iba a establecer sobre la tierra, antes de proceder a la elección tan importante para el mundo y tan gloriosa para los elegidos, dice San Lucas que «se retiró a orar en un monte y pasó toda la noche haciendo oración a Dios. Así que fué de día llamó a sus discípulos y escogió doce de entre ellos, a los cuales dió el nombre de Apóstoles» (Lucas. 6, 12-131); es decir: enviados. Diríase que quiso Jesús subrayar la importancia del acto que iba a realizar; cierto que su oración era continua, pero si el evangelista quiso notar esta oración, particularmente prolongada durante toda una noche, fué para indicar que salía de lo ordinario. En ella invocó las luces y socorros de lo alto para los Apóstoles, a quienes iba a llamar, y para la Institución que iba a crear.

El P. Meschler señala en esta oración tres caracteres distintivos: fué en primer lugar extraordinaria, y que indicaba que iba a acontecer algo sumamente grave: la elección de los Apóstoles el poner la primera piedra de su Iglesia inmortal, la fundación de la jerarquía. Fué, en segundo lugar, extremadamente oportuna, para hacernos comprender cómo debemos poner a Dios en primer lugar en nuestras empresas, sobre todo, en las más importantes; con Dios hemos de iniciar su ejecución. En tercer lugar, estuvo esta oración penetrada de santo ardor y de entusiasta celo del reino de Dios.

En cambio, ¡con cuánta frecuencia van nuestras plegarias impregnadas de egoísmo que nos hace buscarnos a nosotros mismos; oraciones de niño que desea un juguete o algún mimito! Jesús no sueña sino con la gloria de Dios y la salvación de las almas (Christjanj Jésus-Christ 1, 281).


2) Y dice San Marcos (Mc 3, 14, 15) que les eligió «para tenerlos consigo y enviarlos a predicar, dándoles potestad de curar enfermedades y de expulsar demonios» Elección regalada, que llevó en sí el llamamiento a un estado excelentísimo de compañeros y partícipes de la vida, de la dignidad y de la potestad de Jesucristo.

Compañeros de la vida de Jesús. Convivían con Él, comían en su misma mesa, dormían bajo el mismo techo y hacían un género de vida en todo igual al de Jesús; eran sus inseparables. Como lo fueran durante los años de su vida oculta María y José. Por eso les llamó amigos y hermanos, porque como a tales les trató: «Vos autem dixi amicos: quia omnia quaecunque audivi a Patre meo, nota feci vobis» (Jn 15, 15). Mas a vosotros os he llamado amigos porque os he hecho saber cuantas cosas oí de mi Padre. «Ite, nuntiate fratribus meis ut eant in Galileam» (Mt., 28, 10). Id, avisad a mis hermanos para que vayan a Galilea. «Vade autem ad fratres meos et dic eis: ascendo ad Patrem meum et Patrem vestrurn, Deum meum et Deum vestrum» (Jn 20, 17). Mas anda, ve a mis hermanos y diles de mi parte: subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y tro Dios.

 Compañeros y partícipes de la dignidad de Jesús. A uno de ellos, Pedro, confirió el cargo augusto de ser su Vicario en la tierra, y para ello le adornó de los más amplios poderes; hizole fundamento firme e inconmovible de la Iglesia. También los demás son llamados piedras fundamentales, sillares de la Iglesia: «Superaedificati super fundamentum Apostolorum et Pro phetarum» (Eph., 2, 20), pero solamente lo son unidos a Pedro. A ellos encomendó la misión misma que Él recibiera del Padre: «sicut misit me Pater et ego mitto vos»; como me envió el Padre, así os envío Yo (Jo., 20, 21). Y les dió su autoridad: «Qui vos audit me audit: qui vos spernit me spernit» (Lc 10, 16); quien os oye, a Mí me oye; quien os desprecia, me desprecia a Mí.

Partícipes de la potestad de Jesús. Habiéndoles encargado de predicar su divina doctrina: «praedicate evangelium omni creaturae» (Mc 16, 15); predicad el Evangelio a todas las criaturas»; «docete omnes gentes» (Mt., 28, 19); enseñad a todas las gentes; impuso a los hombres la obligación de escucharles; «qui vero non crediderit condemnabitur» (Mc 16, 16); el que no os creyere será condenado. Dióles amplísima facultad de perdonar los pecados y abrir las puertas del cielo. Potestad de ofrecer el Santo Sacrificio, de ordenar a otros sacerdotes, de consagrar, guardar y distribuir su sacratísimo cuerpo, elevándolos así a la alteza de su propio ministerio de Maestro, Pastor y Sacerdote para reconciliación, santificpción y salvación del género humano.


3) Llamóles a altísima santidad, a una santidad dice el Padre Meschler, que en cierto modo es del mismo género que la suya, porque han de representar a nuestro divino Salvador, y le han de representar dignamente. A ellos, de un modo especial, les dijo: «Vos estis sal terrae; vos estis lux »mundi» (Mt., 5, 13-14). Sois sal de la tierra; sois luz del mundo; y les incumbe la obligación de presentarse como ministros de Dios (2 Cor., 6, 4) e imitadores de Cristo y ejemplo de los fieles (1 Cor., 1, 16).

Llamóles, finalmente, a la participación de sus trabajos y de su cruz. «Si me persecuti sunt et vos persequentur» (Jn 15, 20); si me han perseguido a Mí, también os han de perseguir a vosotros. «Calicem quidem meum bibetis» (Mt., 20. 22). ¡Mi cáliz sí que lo beberéis! Y todos tuvieron la dicha de sellar su vida con el martirio: aunque uno, Juan, no murió en él.

«Ciertamente, el apostolado es el destino más hermoso y excelso que puede caber a un hombre» (Meschler). Con cuánto agradecimiento hemos de recibirlo si somos llamados y con qué empeño hemos de evitar cuanto pueda estorbar en nosotros el oír o el seguir ese sublime llamamiento! Y si hemos tenido la dicha inmensa de escucharlo y seguirlo, con qué cuidadosa y agradecida solicitud hemos de procurar vivir como a tal dignidad corresponde.


Punto 3.° Los DONES Y GRACIAS POR LAS CUALES FUERON ELEVADOS SOBRE TODOS LOS PADRES DEL NUEVO Y VIEJO TESTAMENTO.

1) Con qué cariño y paciencia fué el Señor formando a sus Apóstoles! Don y gracia singular fué para ellos vivir con Jesús tres años, en los que fué formándojos y educándolos. «Exponer lo que Jesús hizo para la formación de sus Apóstoles, dice el P. Delbrel, S. J., es contar una gran parte de su historia, porque Jesús consagró a este ministerio gran parte de su vida. Para ponerse en disposición de ocuparse mucho de sus Apóstoles y para ponerlos y mantenerlos constantemente bajo su influencia, se sujetó a vivir con ellos y les hizo vivir con El» (Delbrel, Jésus, éducateur des apótres, p. 75).

Largamente expone Pillion (Fillion, o. e., 2, 238 y siguientes) la labor educativa de Jesús con sus Apóstoles; en ella se nos muestra como el más prudente, paciente y abnegado de los pedagogos. Desde que los agrupó en torno suyo se dedicó a esta labor, más de una vez ingrata, con celo infatigable. Y la realizó, en primer lugar, haciéndoles convivir siempre con Él: su porte distinguido, sus actitudes, su lenguaje y, con más razón aún, su perfección moral, le colocaban muy por encima de todos los hombres.

Con este modelo siempre ante los ojos aprendieron, sin duda, los Apóstoles a conocerle y estimarle y desear imitarle. Todo en Él respiraba humildad, modestia, pobreza, confianza en Dios, santidad la más perfecta, religiosidad la más sincera. Era el más apto Maestro; Él mismo lo indica al decirnos: «Aprended de Mí», venid a mi escuela, que soy «manso y humilde de corazón» y por eso bueno para enseñar.

Contribuyó también a la educación de los Apóstoles la vista de los milagros, que no pudieron menos de convencerles de que era el Mesías, el Hijo de Dios. ¿Cuánto no hubieron de gozar en aquella vida íntima con Jesús? Con razón les dijo El mismo: «En verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo, y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron» (Mt.. 13, 17).

Otro agente poderoso de educación fué la palabra de Jesús, su predicación al pueblo y las ampliaciones que en particular les hacía en instrucciones de las que el Santo Evangelio nos conserva abundantes modelos. Recuérdese uno que vale por muchos: el hermosisimo sermón de la cena (Jn cc. 13-16). Pero el medio que empleó sin duda Jesús con más éxito para la educación de sus Apóstoles fué el amor, en verdad paternal, de que los rodeó. Formaban con El una familia muy unida, de la que Él era cabeza; llamábales amigos, hermanos, hijitos. Velaba con maternal solicitud por que nada les faltara y hasta se ocupaba de proporcionarles algunos días de reposo después de sus fatigas (Mc 6, 30-31). Cuán tierna es la expresión con que San Juan inicia la narración del lavatorio de los pies: «Cum dilexisset suos, qui erant in mundo, in finem dilexit eos» (Jn 13, 1). Como hubiese amado a los suyos que vivían en el mundo, los amó hasta el fin; o, según otra traducción, quizá mejor, «los amó hasta con exceso».

No por esto dejó cuando lo juzgó necesario de corregir sus imperfecciones; pero sus reprensiones iban mezcladas con exquisita dulzura. Así fué edncándolos. ¡Qué don más precioso y qué lluvia de gracias no supone esta labor continua de tres anos!

2) Los dones extraordinarios que Jesús otorgó a sus Apóstoles pueden agruparse en la clásica división de gracias gratis datas y de gracia santificante. Dones gratuitos, «gratias gratis datas». Con qué abundancia se las concedió ya cuando los envió a predicar por las ciudades de Galilea poco después de su elección; les dijo: «Infirmos curate, mortuos suscitate, leprosos mundate, daemones ejicite: gratis accepistis gratis date» (Mt., 10, 8). Curad los enfermos, resucitad los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad a los demonios; gratis lo recibisteis, dadlo gratuitamente. Y ellos mismos hubieron de admirarse en sus primeras salidas de los prodigios que por su medio obraba el Señor, pues le dijeron: «Domine, etiam daemonia subjiciuntur nobis in nomine tuo» (Lc 10, 17). Señor, en tu nombre hasta los demonios se nos someten! ... Y Jesús les respondió: «Ecce dedi vobis potestatem calcandi super serpentes et scorpons et super omnen virtutem inimici:» et nihil vobis nocebitt» (Ib., 19). Bien veis que os he dado poder para pisar sobre las serpientes y los escorpiones y todo el poderío del enemigo sin que nada os haga daño.

Después de la Ascensión del Señor obran maravillas estupendas, mayores aún que las hechas por el mismo Señor; hablan lenguas nuevas; la sombra de Pedro sana a los enfermos; «hombres mortales parecen árbitros de la vida y de la muerte (Jenneseaux, 5. J., Exercices...) «Maiora florum fa»cient» (Jn 14, 12). «Linguis loquentur novis» (Marcos, 16. 17). «Ut veniente Petro, saltem umbra illius obumbraret quemquam illorum et liberarentur ab infirrnitatibus suis» (Act. Ap., 5, 15).

Dones de gracia santificante más estimables que los anteriores, pues que el don de hacer milagros no supone necesariamente la santidad de quien los hace, aunque ordinariamente suele ser manifestación o testimonio glorioso de ella. Y así fué en los Apóstoles, sobre todo después de la efusión del Espíritu Santo, que el día de Pentecostés les llenó de toda gracia y les confirmó en ella. Enriquecióles de cuantos dones requería el exacto cumplimiento de la excelsa misión que les había sido encomendada de Doctores, Pastores y Sacerdotes. San Pablo, lleno de admiración y respeto para los que le habían precedido en el apostolado, los llama «gloria de Jesucristo» (2 Cor., 8, 23).

¡Dios es admirable en sus Santos! Y sus tesoros no se han agotado ni se ha cerrado su mano. Seamos, pues, fieles a la divina vocación y no dudemos que por parte del Señor no ha de quedar el otorgarnos gracias abundantes que nos lleven a gran santidad. Decidámonos a caminar rectamente por la vía comenzada sin que nada nos haga desviar; imitemos a los Apóstoles, que tan fielmente correspondieron, fuera de Judas, y trabajemos como buenos soldados de Cristo, manteniéndonos, como ellos, en humildad; protestando que todo es de Dios; procurando que su gracia en nosotros no quede estéril, sino fructifique en abundancia; perseverando sin cansarnos, y dando, si es preciso, nuestra vida por Jesucristo. Así lo hicieron ellos.

Coloquios El Señor escoge tantas personas, Apóstoles, discípulos, etc., y los envía... ¿Seré yo uno de esos elegidos Apóstoles? ¡Dichoso de mí! Pero no olvidemos que los compañeros del Apóstol son los que lo fueron de Jesucristo, su modelo: pobreza, oprobios, humillación..., Y pidamos a la Santísima Virgen que nos alcance gracia para ser recibidos debajo de la bandera de Jesucristo.

13ª  TERCERA MEDITACIÓN

SERMÓN DEL MONTE, QUE ES DE LAS OCHO BIENAVENTURANZAS

NOTA. Elegidos sus Apóstoles, Jesús los propone, sin ambages, en magnífica sntesis, su programa; despliega al viento su bandera, y para que no puedan llamarse a engaño les presenta claramente los Capítulos Principales de su divina doctrina. Estudiándola se echa de ver una vez más el acierto con que San Ignacio ha ido preparando al ejercitante a eguir de cerca a Jesucristo y abrazarse con la perfección. Escuchando a Cristo en esta contemplación no podrá menos el que se ejercita de animarse a procurar la perfección en cualquier estado a que el Señor le llamare.
       Dedica San Mateo al Sermón de la montaña tres capítulos, 107 versículos; San Lucas, sólo 29 versículos; y es que, dirigiéndose a lectores griegos, omite cosas que le parecían menos interesantes, como, por ejemplo, la larga comparación que el Señor establece entre la santidad de la antigua ley y la perfección cristiana de la nueva, v. S. Mt., 5, 17-43; y la descripción de la hipocresía farisaica, Mt 6, 1-l8, y otros pasajes los refiere en otras partes de su narración, pues Jesús repitió en varias ocasiones algunos de sus preceptos particularmente significativos. Téngase en cuenta además que San Mateo suele a veces agrupar en un relato lo que Jesús proponía en varias ocasiones .

A guisa de exordio de las Bienaventuranzas, Jesús expone una regla de perfección ideal que incluye las condiciones esenciales con las que se puede obtener el derecho de ciudadanía en su reino y que deben practicar todos los candidatos al Reino de Dios, Mt., 5, 3-16. Indica a continuación en el cuerpo del discurso 5, 17, a 7, 23, cuáles son las obligaciones principales de sus súbditos al mismo tiempo que señala algunos de sus derechos Y en un elocuente epílogo, 7, 24-27, urge a sus oyentes a poner en práctica las reglas de conducta que acaba de trazarles (Fillion).

De este sermón ha escrito un protestante liberal, Reuss (Histoire évangélique, p. 191) «Contiene un tesoro inrrcomparable de sabiduría y de moral religiosa, y en todo tiempo ha sido considerado justamente como la perla entre todos los discursos consignados en nuestros evangelios. No hay en él línea ni palabra que no lleve el sello de la originalidad, de la verdad absoluta, de la concepción más sublime, del sentimiento más admirarrble; si en alguna parte la tradición, que nos ha conservado los recuerdos del paso de Jesús por la tierra, lleva consigo la certeza, la prueba de su fidelidad, es, sin duda, aquí; y puede afirmarse que no hay una sola sentencia que no haya venido a ser una máxima proverbial para todos los siglos sin haber perdido nada de su pureza y de su valor» (Lebreton).

Preámbulo. La historia es aquí cómo Jesús, después de elegidos sus doce Apóstoles, tras una noche de oración en el monte, bajó con ellos (Lc., 6, 17) y se paró cn un llano, rodeado de sus discípulos y de un gran gentío de toda la Judea y de Jerusalén y del país marítimo de Tiro y Sidón, que habían venido a oírle y a ser curados de sus dolencias.,.; y todo el mundo procuraba tocarle, porque salía de El una virtud que daba la salud a todos, «Mas viendo Jesús a todo este gentío, se subió a un monte donde, habiéndose sentado, se le acercaron sus discípulos, y abriendo su boca los adoctrinaba, diciendo: «Bienaoentnrados...(Mt 5, 1).

Composición de lugar. No se sabe ciertamente dónde pronunció el Señor este discurso. «Según una antigua tradición—dice el Padre A. Behoen, 5. J., la montaña de las Bienaventuranzas está situada en Korum-Hattin, entre el Tabor y Cafarnaúm, casi enfrente del Tiberíades y a dos horas del lago. Era fácilmente accesjble por todas partes, y Jesús predicaba en los alrededores. Natural era, pues, que la eligiese para hablar a una gran muchedumbre. Distínguese esta montaña por la forma particular de sus dos cumbres, que la han merecido el nombre de Korun-Hattin; es decir, los cuernos de Hattin, y por su elevación extiéndese entre las dos cumbres una planicie ligeramenf cóncava, que las une y puede dar cabida a un numeroso auditorio; de lo alto de este llano se goza de una perspectiva magnífica. Enfrente, las aguas pacíficas del lago de Genesaret cuya línea cortan algunas colinas; cierran, en el fondo, el horizonte las montañas de Djalan. A la derecha, hacia el Sur, una llanura baja, y más lejos, el Tabor, rodeado de montañas menos elevadas A la izquierda hacia el Norte, el gran Hermón coronado de nieve; por fin, al pie de la montaña de las Bienaventuranzas, campos llenos de verdura y de flores, lirios y anémonas» (Bohnen, o. c. p. 115).

Punto 1º. PRIMERO A SUS AMADOS DISCÍPULOS, APARTE HABLA DE LAS OCHO BEATITUDINES: BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU LOS MANSUETOS LOS MISERICORDES, LOS QUE LLORAN, LOS QUE PASAN HAMBRE Y SED POR LA JUSTICIA, LOS LIMPIOS DE CORAZÓN LOS PACÍFICOS Y LOS QUE PADECEN PERSECUCIONES

1) No es la mente de San Ignacio que el ejercitante recorra en su meditación las ocho bienaventuranzas; se necesitaría para hacerlo tiempo más largo que el señalado para un punto de un ejercicio de hora; pero sí da especial importancia a las bienaventuranzas dentro de la meditación del sermón de la montaña. Lo que dice que habla a sus amados discípulos (aparte) ha de entenderse porque a ellos principalmente se dirigió teniéndoles en primera fila, aunque oyesen también las turbas.

Han de considerarse las bienaventuranzas en conjunto, como parece indicarlo el texto mismo al citarlas compendiosamente en rápida enumeración; y así consideradas encierran sin duda un ejercicio magnífico de abnegación y una oposición diametral a las máximas del mundo. La humanidad anhela y busca, naturalmente, la felicidad; marcha tras la dicha; y Jesús, como respondiendo a esa necesidad, comienza su predicación por revelarnos el secreto de la felicidad y enseñarnos el camino de la dicha. Pero nos manifiesta que es diametralmente opuesto al que nos traza el mundo piensa éste que la dicha la proporcionan las riquezas, la honra, los placeres, el aplauso de los hombres; y el Divino Maestro llama bienaventurados a los pobres, a los humildes, a los mansos, a los perseguidos; su bandera empieza por la pobreza y acaba por la persecución.

2) Meditación fructuosa y fácil la de las bienaventuranzas; expónelas sencilla y devotamente el P. La Puente (p. 3., mcd. 11.), y, sobre todo, ¡qué estudió más suave y agradable el recordar cómo las practicó nuestro Divino Modelo y Maestro, que «coepit facere et docere» (Act. Ap., 1, 1); comenzó a hacer y a enseñar! Allí cerca tenía a los doce, no perdían palabra e iban, con asombro, viendo desplegarse al viento la bandera bajo la cual militaban, misericordiosamente llamados y elegidos por aquel Maestro que un día les había de decir: «Non vos me elegistis »sed ego elegí vos ut eatis et fructum afferatis» (Jn 15, 16); no me elegisteis vosotros, sino que yo os elegí a vosotros.., para que marcháis y deis fruto. Y el fruto ha de ser: desprendimiento de todo lo terreno, mansedumbre y bondad, resignación en las pruebas y contradicciones, hambre y sed de justicia, misericordia con todos, limpieza absoluta de corazón, amor práctico a la paz, gozo de sufrir por la causa de Dios. ¡Programa magnífico realizado y vivido sobreabundantemente por Jesucristo, Rey eterno y Señor Universal!

 
3) Más con su vida que con sus palabras determinó el Divino Maestro el ideal del cristiano. Puso por obra las bienaventuranzas antes de predicarlas. Siendo rico, hízose pobre...; abrazóse con la pobreza en el pesebre, la guardé durante su vida de artesano, durante toda su vida de apostolado «las aves del cielo tienen sus nidos las zorras sus madrigueras, el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza» la llevó a la cruz Consigo. No dió a esta pobreza el exterior de austeridad excepcional que tenía en San Juan Bautista; quiso tomarla vulgar y despreciada, taj cual los hombres comúnmente la sufren y la temen, a fin de que pudieran reconocerla en Él y en adelante amarla. A sí mismo se describió como «manso y humilde de corazón», excitando así la atenciór y ala imitación de sus discípulos sobre estas virtudes predilectas; es el cordero de Dios: es la oveja llevada al matadero sin que abra la boca; es el servidor de Jahvé que no apaga la mecha que humea ni rompe la caña quebrada. Es también la misericordia soberana que cura todas las enfermedades, que perdona todas las faltas y que gusta de repetir la frase del profeta: «Misericordia quiero y no sacrificio.» Es el príncipe de la paz, que pacifica todos los corazones y que con su sangre sellará la paz del mundo con Dios. Es la pureza misma, el Hijo de la Virgen, el que puede desafiar aun a sus enemigos a que le convenzan de pecado. Hambriento de justicia, podrá decir: «Mi manjar es hacer la voluntad del que me envió»; y viéndole vindicar en el templo el honor de Dios, dirán sus discípulos: «El celo de vuestra casa me devora». Y sobre todo esto, es el gran perseguido: desde su nacimiento, por Herodes durante su ministerio por los fariseos y el tetrarca; en el último día, por todos los poderes de la tierra, agentes del príncipe de este mundo. Y, sin embargo siendo com es pobre, herido perseguido, es bienaventurado como ningún hombre lo ha sido ni lo será jamás, porque posee, como ningún otro ser humano lo poseerá, el reino de Dios, la vista de Dios. Por eso, al promulgar las bienaventuranzas habla por experiencia» (Lebreten, o. e., 1, 193).


4) ¡Magnífico programa! Nos hemos ligado una y otra vez, con ofrecimientos generosos, a nuestro Capitán, el Sumo Capitán general de los buenos; hemos jurado seguirle de cerca; venimos pidiendo como favor extraordinario ser admitidos debajo de su bandera: ¡hela ahí!, ¡ésa, ésa! Con toda el alma hemos de reiterar una vez más nuestras ofertas, hemos de animarnos al seguimiento de nuestro Rey. No poco nos ayudará el considerar, primero, su ejemplo; después, el galardón que se nos promete, y, por el fin, el daño irreparable que nos ha de acarrear el volver la espalda a la bandera de Cristo para seguir la de Satanás, que tremola el mundo. Amenazas terribles fulminó el mansísimo Maestro, según San Lucas, en esta misma ocasión contra los secuaces del mundo: ¡Ay de vosotros, ricos, los que ahora reís, porque os lamentaréis y lloraréis! ¡Ay de vosotros cuando los hombres os aplaudieren, que así lo hacían sus padres con los falsos profetas! (Lc 6, 24-26).

Veamos si nos disponemos a merecer los premios prometidos a los valientes seguidores de Cristo. Hay grados diversos: ¿en cuál me querrá el Señor? Por mi parte, he de estar pronto a abrazarme con el más levantado y vivir vida de Apóstol, en todo semejante a la de Jesús.


Punto 2.°: LOS EXHORTA PARA QUE USEN BIEN DE SUS TALENTOS. ASÍ VUESTRA LUZ ALUMBRE DELANTE DE LOS HOMBRES PARA QUE VEAN VUESTRAS SUENAS OBRAS Y GLORIFIQUEN A VUESTRO PADRE, EL CUAL ESTÁ EN LOS CIELOS.)

Oficios que encomienda a sus discípulos. A ellos somete la labor de continuar su trabajo de evangelización, que supone lo que en metáforas tan sencillas como expresivas les inculca reiteradamente declarándoles la grandeza de su cargo y la importancia suma de su misión para que, como dice S Ignacio usen bien de sus talentos.

Frases son las que el Señor dirigió a sus Apóstoles que, en cierto grado deben recibir como a ellos, dichas todos los cristianos pero que de un modo especial convienen a los Apóstoles y predicadores del Evangelio.

1) «Sois la sal de la tierra.» La sal sazona los alimentos insípidos y los preserva de corrupción,  nuestra palabra y de nuestro ejemplo de vida han de sacar nuestros prójimos sabor de cielo y aliento grande para conservarse en gracia, evitar el mal y hacer el bien; deber nuestro es sazonar las cosas de Dios para que las guste el mundo, que las tiene por insípidas y preservarse de la corrupción a la que tan violentamente inclinado está. Gracias a la sal de la santidad cristiana que sazona al género humano Dios no se asquea de él y lo tolera «Pero si la sal se hace insípida, ¿con qué se la volverá el sabor? Para nada sirve ya sino para ser arrojada y pisada por las gente» (Mt., 5, 13). Aludía aqui Jesús a cierta sal basta, mezclada con tierra, que los pobres de Palestina recogían a orillas del mar Muerto y que fácilmente se deterioraba y queda inútil. Si el Apóstol se viciara enseñando el error o viviendo mal; si el cristiano con las persecuciones y tentaciones viniere a perder el espíritu de Cristo que es la abnegación pasaría por él lo mismo; incapaz de mejorar a los demás se tornaría digno de desprecio no sólo para los creyentes pero aun para los incrédulos.

2) «Sois la luz del mundo» (Ib, 14). Jesús había de decirnos de sí mismo: «ego sum lux mundi, qui sequi me non ambulat in tenebris» (Jn 8, 12; Yo soy la luz del mundo;  el que me sigue no camina oscuras. A sus discípulos les dice: ¡Sois la luz de; mundo! «Sic luceat lu vestra coram hominibus ut videant opera vestra bona, et glorificent patrem vestrum qui in coelis est», (Mt., 6, 16), Brille así vuestra luz ante los hombres de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. «Ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa» (Ib., 15). Si el Apóstol es lo que debe ser, no podrá menos de irradiar luz de verdad y calor de santidad, que iluminarán las inteligencias y caldearán los corazones llevándolos al centro de la Vida: Cristo Jesús. San Pablo escribía a sus discípulos de Filipos que debían resplandecer como lumbreras del mundo, sin tacha, en medio de una nación depravada (2, 15).

Hemos de procurar, pues, cumpliendo el mandato de nuestro Divino Capitán, cultivar nuestros talentos y hacerlos servir, no a nuestro lucimiento y aplauso, sino a la edificación de nuestros prójimos, de suerte que al verlos glorifiquen a nuestro Padre celestial y se sientan atraídos a una vida de veras cristiana.

3) «Non potest abscondi civitas supra montem posita» (Mt 5, 14). No puede esconderse una ciudad puesta sobre un monte; y acaso Jesús al decirlo les señalaba a sus oyentes la ciudad de Safet, que se veía brillar a la izquierda, hacia el Norte, y se erguía a 800 metros de altura. Ha de ser el Apóstol, y a su modo, todo cristiano perfecto, como ciudad cTe refugio, por su caridad, que ofrezca a todos cordial acogida, que una los corazones en unidad de habitación, de bienes y de voluntades. Refugio también para los pobres pecadores que, arrepentidos, quieran escapar a los rigores de la justicia divina. Ha de ser también ciudad levantada hacia el cielo por su vida celestial, elevada sobre las cosas de la tierra; que no puede el Apóstol vivir en el abismo del pecado, ni aun en el llano de la vida común, sino que debe remontarse al monte de la perfección, que lo haga aparecer a los ojos de las gentes como puesto muy sobre el nivel de las cosas terrenas y en contacto con las celestiales.

Reflictamos sobre nosotros mismos y veamos cómo cumplimos la encomienda del Maestro. Hemos prometido tanto! Si no lo cumplimos, jamás nos capacitaremos para ser Apóstoles de Jesucristo.


Punto 3.°: SE MUESTRA NO TRANSGRESOR DE LA LEY, MAS CONSUMADOR  DECLARANDO EL PRECEPTO DE NO MATAR, NO FORNICAR, NO PERJUDICAR Y DE AMAR LOS ENE MIGOS (YO OS DIGO A VOSOTROS QUE AMÉIS A VUESTROS ENEMIGOS Y HAGÁIS BIEN A LOS QUE OS ABORRECEN)

Máximas de perfección de la vida cristiana conformes a la ley.


1) Presentado como en un esquema el ideal de la vida cristiana, pone el Señor de relieve su perfección extraordinaria sobre la ley mosaica y hace ver que sin destruirla la sublima y levanta «Tres graves defectos tenía la legislación mosaica. Ley política no menos que religiosa subordinaba el bien del individuo al bienestar de la sociedad, y las recompensas que prometía no robasaban en nada el horizonte terrestre. Miraba sobre todo el acto exterior como si fuera despreciable la disposición interior, hasta el punto de que se preguntaran los maestros si alcanzaba nunca a la intención. Finalmente se limitaba a los preceptos imperativos y los consejos de perfección »quedaban fuera de su perspectiva. La ley decía: «Haz esto, evita aquello»; y podía creerse haber cumplido perfectamente con ella cuando se habían ejecutado materialmente sus órdenes. El Evangelio es la transformación más bien que la continuación de la ley mosaica. Para sensibilizar este contraste elige Jesús cinco artículos en los que la superioridad de la ley nueva brilla con evidencia; soon las prescripciones relativas al homicidio, al adulterio, al perjurio, a la venganza, a la actitud para con el prójimo» (Prat, o. e., 1, 279).

Son las que indica el Santo Padre, y con sólo leer el pasaje evangélico se pone de manifiesto cómo Jesús no vino a desatar la ley, sino más bien a perfeccionarla y «se muestra no transgresor de la ley, mas consumador»


a) «Habéis oído que se dijo a vuestros mayores. No matarás, y quien matare será condenado en juicio. Yo os digo: Quienquiera que tome Ojeriza a su hermano merecerá que el juez le condene y el que le llamare raca (estúpido) merecerá que le condene el concilio (el sanedrin).  Mas quien le llamare fatuo (nabal impío), será reo del fuego del  infierno» (Mt., 5, 21-22) .

b) «Habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No cometerás adulterio. Yo os digo más. Cualquiera que mirare a una mujer con mal deseo hacia ella, ya adulteró en su corazón» (lb., 27, 18).

c) «También habéis oído que se dijo a vuestros mayores: No jurarás en falso; antes bien, cumplirás los juramentos hechos al Señor. Yo os digo más: Que de ningún modo juréis ni por el cielo, pues es el trono de Dios; ni por la tierra, pues es la peana de sus pies; ni por Jerusalén, por que es la ciudad del gran Rey; ni tampoco juráis por vuestra cabeza, pues no está en vuestra mano el hacer blanco o negro un solo cabello. Sea, pues, vuestro modo de hablar: sí, sí; no, no. Que lo que pasa de esto, de mal principio proviene» (Ib., 33-37).

d) «Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Yo, empero, os digo que no hagáis resistencia al agravio; antes, si alguno te hiriere en la mejilla derecha, vuélvele también la otra. Y al que quiere armarte pleito para quitarte la túnica, lárgale también la capa» (Ib., 38-40).

e) «Habéis oído que fué dicho: Amarás a tu prójimo y tendrás odio a tu enemigo. Yo os digo más: Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os persiguen y calumnian, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos y llover sobre justos y pecadores. Que si no amáis sino a los que os aman, ¡qué premio habéis de tener? ¿No lo hacen así aun los publicanos? Y si no saludáis a otros que a vuestros hermanos, ¿qué tiene eso de particu»lar? ¿Por ventura no hacen también eso los paganos?» (Mt., 43-47).

2) ¡Cuánta ventaja hace nuestra ley a la mosaica Y, sobre todo, a las vanísimas exterioridades de los escribas y fariseos por eso el Señor nos dice: «Nisi abundaverit iustitia vestra plus quam scribarum et pharisaeorum, non intrabitis in regnum caetorum» (Ib., 201. «Si vuestra justicia no es más llena y mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.»
Máxima es también de perfección cristiana la que nos inculca el aprecio y estima e las cosas más menudas! ¡Y cuán fundamental! «Qui argo solverit unum de mandatis istis minimis et docuerit sic homines, minimus vocabitur in regno caelorum» (Ib., 5, 19). Y así, el que violare uno de estos mandamientos por mínimos que parezcan, y enseñare a los hombres a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño en el reino de los cielos. Vean la importancia que tienen aun los más pequeños preceptos del Señor y procuremos darsela aun a las cosas más menudas cuando se trata de regla o constitución o precepto de los superiores. Así mereceremos que se nos apliquen las palabras siguientes: «Pero el que los guardare y enseñare, ese será tenido por grande en el reino de los cielos» (Ib.) ¡ Seremos perfectos!

A la perfección general podemos aplicar la sublime máxima que aquí parece referir San Mateo a nuestra conducta con nuestros enemigos. «Estote vos ergo perfecti sicut Pater vester caelestis perfectus est» (Mt., 48). Sed, Pues, Vosotros perfectos así como vuestro Padre celestial es perfecto. Ideal el más levantado, propio de quien anhelo llevar con dignidad el sublime título de «Hijo de Dios»

14ª  MEDITACIÓN

LAS BODAS DE CANÁ

“Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio  y le dice: Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en el  sus discípulos”.

Punto 1.°   FUÉ CONVIDADO CRISTO NUESTRO SEÑOR CON SUS DOCE DISCÍPULOS A LAS BODAS.

1) Era el año primero de la predicación de Jesús; habrían pasado como un par de meses desde que salieran de Nazaret, y se habían seguido el bautismo en el   Jordán, el ayuno y las tentaciones en el   desierto y la elección de algunos de sus Apóstoles, cuando con sus discípulos Andrés, Pedro, Juan y Felipe acudió invitado a una boda que se celebraba en Caná de Galilea.

       ¿Por qué quiso Jesús asistir a este banquete de bodas? En primer lugar, sin duda, para santificar el matrimonio, elevándolo a la altísima dignidad de sacramento, por el que se había de conceder a los desposados gracia para su santificación en el   cumplimiento integral de los deberes de su estado: para santificarse y criar hijos para el cielo. Quiso enseñarnos, además, que no reprende, sino, antes bien, aprueba y bendice las honestas recreaciones de sus servidores y amigos; y nos enseñó prácticamente el modo de habernos en el  las. Jesús quiere a sus seguidores alegres, ama y bendice las fiestas y expansiones de familia, sobre todo cuando se celebran en unión de caridad bajo la mirada protectora del que debe ser Rey de todo hogar cristiano.

2) Estaba también invitada María Santísima. Lo hace notar San Juan, sin duda para señalarnos el papel principalísimo que la Santísima Virgen desempeña en la economía sobrenatural y para instruirnos en la función de mediadora y Madre que Jesús la ha confiado. Grabémoslo bien dentro de nuestras almas. La Madre de Jesús es también Madre nuestra. No solamente porque de Ella nació Jesús, de quien recibimos nuestra vida sobrenatural; y así, dándonos a Jesús nos da la vida; ni tan sólo porque ha sido el instrumento y la condición sin la cual los misterios de Cristo no se realizaran, sino porque, identificados con Jesús y haciendo con El un todo indivisible, que es un solo cuerpo, omnes unum corpus in Christo (Rom., 12, 5), todos somos un solo cuerpo en Cristo; por tanto, al engendrar a Jesús nos engendró con Él y en el .

Tal es el misterio por excelencia, del designio, concebido por Dios desde toda la eternidad, pero revelado únicamente en el   Evangelio, de salvar a todos los hombres sin distinción de raza, identificándolos con su Hijo bien amado, en unidad de «cuerpo místico». Siendo esto así, María no ha podido dar a luz un Cristo incompleto o dividido; Madre de Cristo lo es de todo Cristo. ¿No es María Madre de Cristo? Luego es también Madre nuestra, escribe S.S. Pío X en su Encíclica AD DIEM ILLUM: Mater primogeniti, mater et ejus fratrum, la madre del primogénito debe de serlo también de sus hermanos; Mater capitis, mater membrorum ejus, la madre de la cabeza ha de serlo también de los miembros del cuerpo.

3) Su oficio de Madre y mediadora le hace interesarse en las necesidades todas de sus hijos. Su ternura, su vigilancia, su solicitud, son incansables y continuas, pues se extienden a todo cuanto a nuestra salvación se refiere. Diríase que quiso el Señor ponerlo una vez más de manifiesto en el   hecho que estamos meditando con un detalle que en el  ocurrió y consideraremos en el   punto siguiente.

Punto 2º “Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: No tienen vino. Jesús le responde: ¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Dice su madre a los sirvientes: Haced lo que él os diga”.

1) Dice el evangelista San Juan, que estaba presente en el   banquete: “Y como viniese a faltar el vino, dijo su Madre a Jesús”. Debía de ser familia modesta la que celebraba la fiesta, y fuera por falta de recursos o, como apuntan algunos exegetas, porque la asistencia de los discípulos de Jesús no esperados hizo que aumentara el consumo, el caso es que vino a faltar el vino.

       La Santísima Virgen, llena siempre de caridad y solícita previsión, quiso evitar a los esposos el sonrojo de quedar mal con los convidados y a todos el disgusto que produjera el ver interrumpida la honesta fiesta que celebraban por falta de elemento tan necesario en un banquete; y sin que nadie se lo pidiese, por propia iniciativa y movida por la ternura de su corazón maternal, acudió a su Hijo en demanda de remedio.

Y lo hizo de la manera más delicada y sencilla, como quien conocía bien a Jesús, con la escueta exposición de lo que ocurría. ¡Qué Madre tenemos! ¡Oh, si la conociésemos bien, y cómo nuestro corazón se llenaría de dulce ternura y de filial confianza y cómo viviríamos siempre en el  la confiados y siempre a Ella íntimamente unidos!

2) “No tienen vino”. Fórmula brevísima que encierra al mismo tiempo que la exposición del hecho un instante súplica de remedio. En voz baja, “in abscondito” (Mt., 6, 6), hace su plegaria. Aprendamos, en la sencillez de la oración de María, a evitar formulismos rebuscados y aprendamos también a orar por los demás: oración de caritativa intercesión, medio seguro de alcanzar lo que necesitamos.

A la indicación de María responde Jesús: “Mujer, ¿qué nos va a Mí y a Ti?” (4). Frase, al parecer, por la redacción de la Vulgata, un poco despegada y fría y aun casi dura; pero no es así. En primer lugar, la palabra “mujer” que las encabeza nada tenía en las lenguas orientales que no significase cariñoso respeto y honor. El hijo llamaba ordinariamente «madre» a la que le había engendrado; pero en circunstancias particulares podía llamarla «mujer» para mayor reverencia, y venía a tener un sentido equivalente a señora muy estimable.

Puede verse la palabra «mujer» usada en los griegos y orientales en la intimidad para designar a las personas más caras y dignas de respeto. Por lo que atañe a la frase “qué nos va a Ti y a Mí?”, se han propuesto varias interpretaciones muy aceptables. Era uno a modo de modismo hebreo, cuya significación había de deducirse más que de la frase misma, del, modo de pronunciarla y el gesto de quien la usaba.

Y prueba de que nada despectivo ni negativo encerraba, es que la Santísima Virgen entendió que Jesús se disponía a hacer lo que le había pedido, y en ese sentido instruyó a los criados. Sabe que su intercesión es eficaz, omnipotente, necesaria y que el Señor le ha concedido misericordiosamente la distribución de sus dones todos.

Grabemos profundamente en nuestras almas la excepcional importancia y la necesidad absoluta de la devoción a la Santísima Virgen para poder, no ya aprovechar en el   trabajo de la santificación, pero aun para poder vivir la vida de la gracia.

Al mismo tiempo ha de llenársenos el corazón de dulce confianza en la intercesión de tan bondadosa Madre, que se anticipa a nuestras súplicas, cuando nosotros procuramos, como buenos hijos, obsequiarla con nuestros pobres dones. Como lo hizo con los esposos de Caná, que habían tenido la atención de invitarla a su boda.

Punto 3.° “CONVIRTIÓ EL AGUA EN VINO, Y MANIFESTÓ SU GLORIA, Y CREYERON EN EL   SUS DISCÍPULOS”.

1) Dice el evangelista San Juan que “Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: Llenad las tinajas de agua”.

Estaban allí seis hidrias de piedra destinadas para las purificaciones de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres metretas. La metreta venía a contener unos 39 litros; por consiguiente, cada ánfora o hidria, de 78 a 117 litros, y en total, de 500 a 600 litros; servían para lavarse las manos antes de las comidas y para limpiar los vasos, botellas, etc.

“Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio  y le dice: Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”.

Podemos considerar en este hecho primeramente la docilidad de los criados en obedecer al mandato, al parecer arbitrario e inútil, de Jesús. Sin duda, que se debió esta dócil obediencia a la instrucción que previamente les diera la Santísima Virgen. ¡Cuán buena maestra es y cuán atentos debemos estar a sus inspiraciones y ejemplos para seguirlos! Así acertaremos y mereceremos ser premiados por Jesús con resultados maravillosos.

2) Admiremos después la omnipotencia de nuestro Rey y Maestro, para llenarnos más y más de estima de El, de confianza en su poder sin límites y de solicitud en seguir sus indicaciones. Resplandece también en este hecho la espléndida generosidad con que sabe Jesús pagar lo que por El se hace. Al obsequio de aquellos buenos esposos corresponde con el suyo y les ofrece cantidad de exquisito vino suficiente, no sólo para acudir a la necesidad del momento, sino aun para mucho más. Así es Dios con nosotros; por un pequeño sacrificio que por El nos imponemos, por un obsequio menguado que le ofrecernos, nos paga con gracias preciosas de valor inestimable y nos reserva galardón insospechado. Bien podemos animarnos o servirle con diligencia.

3) ¿Qué efectos produjo el milagro? El Evangelista nos dice: “Así, en Ganá de Galilea hizo Jesús el primero de sus milagros con que manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en el ”. Fue el primer efecto la manifestación de su gloria, gloria que, como el mismo San Juan nos dice en el   capítulo anterior de su Evangelio, le corresponde como al “Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad”.

En segundo lugar, sus discípulos que habían empezado a creer en el , se confirmaron y crecieron en esta fe, en la que había de ir robusteciéndose. Y es fruto que hemos de sacar también nosotros de la consideración de estos misterios, robustecer nuestra fe y creer firmemente en la divinidad de Jesucristo.

En su Santísima Madre produjo, sin duda, el milagro suavÍsimos efectos de alegría y gratitud a su Hijo, que tan bondadosamente había accedido a su súplica ¡Cuán poderosa es su intercesión! Procuremos acudir a ella en todas nuestras necesidades.

Grande fue también el efecto que el milagro causó, sin duda, en los comensales. Cuando el maestresala, maravillado de la exquisitez del vino que le presentaban, increpó al esposo, mostrando su extrañeza, es cierto que fué éste el maravillado. Y no es difícil entender lo que sentiría cuando, por la declaración de los sirvientes, vino a conocer la explicación del portentoso suceso ¡Cuánta sería su gratitud y cómo crecería su afecto a Jesucristo! Nada nos dice el Sagrado Evangelio del efecto que el hecho pudo producir en el   resto de los comensales.

Pidamos a la Santísima Virgen, que interceda por nosotros para que su Hijo nos conceda el vino del fervor y la devoción. Y digamos al Señor: “Vinum non habeo”, Señor, me falta el vino de la virtud; dámelo, te los pido por intercesión de tu Madre que todo lo puede por Ti.

15ª  MEDITACIÓN

NUESTRO SEÑOR SE APARECIÓ A SUS DISCÍPULOS CAMINANDO EN EL MAR

“Inmediatamente después Jesús obligó a sus discípulos a embarcarse e ir a esperarle al otro lado del lago, mientras que despedía a la gentes. Y despedidas éstas, se subió solo a orar en un monte, y entrada la noche, se mantuvo allí solo. Entre tanto, la barca estaba en medio del mar, batida reciamente de las olas, por tener el viento contrario. Cuando ya era la cuarta vela (al amanecer) de la noche, vino Jesús hacia ellos caminando sobre el mar. Y viéndole los discípulos caminar sobre el mar, se conturbaron y dijeron: Es un fantasma. Y llenos de miedo comenzaron a gritar. Al instante Jesús habló, diciendo: Cobrad ánimos, soy Yo, no tengáis miedo. Y Pedro respondió: Señor, si eres Tú, mándame ir hacia Ti sobre las aguas. Y El le dijo: Ven. Y Pedro, bajando de la barca, iba caminando sobre el agua para llegar a Jesús. Pero viendo la fuerza del viento se atemorizó; y empezando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al punto, Jesús, extendiendo la mano, le cogió y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué has titubeado? Y luego que subieron a la barca, calmó el viento. Mas los que dentro estaban, se acercaron a El y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Tú el Hijo de Dios”.

       A continuación del sermón de la montaña pone San Ignacio, para el día nono, la aparición de Jesucristo sobre las aguas en medio de la tempestad. En los Misterios pone antes la contemplación de cómo el Señor, yendo en la barca dormido, se despertó al llamamiento de los Apóstoles y aplacó la tempestad. Ambas son muy aptas para confortar el corazón del ejercitante y llenarlo de confianza apostólica, tan necesaria para las luchas con el enemigo. El ideal de la perfección es muy levantado; las dificultades que contra su realización en la vida se levantan, muchas y terribles; si hubiéramos de trabajar solos, fácilmente se apoderaría de nosotros el desaliento y nos haría pusilánimes.

Y es gran daño la falta de confianza, aun en las situaciones más angustiosas, y peligro grande Él olvido práctico de que Dios es infinitamente bueno y poderoso, que quiere y puede socorrernos. Hemos, pues, de clamar confiados: “Domine, salva nos, perimus ¡Sálvanos, Señor, que perecemos! (Mt., 8, 25).


Composición de lugar: Imaginarnos ver la montaña donde Jesús oraba y a sus pies el mar de Tiberíades, y en el  la barca con los doce Apóstoles: las olas encrespadas, el viento fuerte...


Punto 1.° ESTANDO CRISTO NUESTRO SEÑOR EN EL   MONTE, HIZO QUE SUS DISCÍPULOS SE FUESEN A LA NAVECILLA, Y, DESPEDIDA LA TURBA, COMENZÓ A HACER ORACIÓN SOLO.


1) Acaeció lo que aquí se nos narra a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús. “Visto el milagro que Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza y levantarlo por rey, huyó Él solo otra vez al monte”(Jn., 6, 14-15).

¡Cómo huye el Señor de ser honrado y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en medros y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó El en tierra.

Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el   seguimiento de Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.


2) Él, mientras tanto, subió al monte a orar. Cuántas veces en el   Sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere leernos prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche. Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en el  la la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.


3) Sobre el misterio de esta tempestad dice el P. La Puente (Medit., p. 3a, m. 19, p. l.°): «La otra vez levantóse la tempestad estando Cristo en el   navío, pero durmiendo; esta vez estando ausente, para probar más la fe de los discípulos viendo más lejos a su Maestro. Y para significar que Cristo Nuestro Señor suele ausentarse de los suyos cuanto al socorro sensible de su gracia y dejarlos en grandes tribulaciones para probar su fidelidad. Y como van creciendo en la virtud, suelen crecer las pruebas con tal modo de ausencias por los innumerables bienes que resultan de ellas».

Punto 2.° LA NAVECILLA ERA COMBATIDA POR LAS ONDAS, CRISTO VIENE ANDANDO SOBRE EL AGUA, Y LOS DISCÍPULOS PENSABAN QUE FUESE  FANTASMA.


1) Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc 6, 45) dice que “coegit discipulos suos ascendere navim…forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Amábalos Jesús muy de veras y, sin embargo, y aun por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde Él monte lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en el  la nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el   mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos Sentir la necesidad de su ayuda.

Mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero es difícil en la tentación «no hacer, mudanzas»; es decir: permanecer fiel en el   cumplimiento de lo prometido, y más difícil aún «mudarse intensamente contra la misma desolación» esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en hacer más de lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “laborantes in meritando…remando con trabajo” (Mc 6, 48); y así merecieron el pronto socorro de lo alto.


2) Jesús, aunque ausente con el cuerpo, muy presente con su ayuda, seguía compasivo las vicisitudes de los suyos, cumpliendo el salmo (Ps. 90, 15) clamará a Mí y le oiré; con él estoy en la tribulación. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud acudió a su socorro: “A eso de la cuarta vela de la noche (a las tres de la mañana) vino hacia ellos caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, El no nos abandonará. ¡Bien seguros podemos estar de ello!

Y ¿por qué acudió andando sobre las aguas? El Padre La Puente (1. e.) aduce dos causas: para mostrar su omnipotencia y hacer entender a sus Apóstoles que si después había de ser anegado por la tempestad de la Pasión, era por propia voluntad, no por impotencia para dominarla. Además, para sensibilizar la virtud de la oración, de la que sacan los justos esfuerzo para vencer la tempestad.


3) “Y viéndole caminar sobre las aguas, se con»turbaron y dijeron; ¡Es un fantasma! Y llenos de miedo comenzaron a gritar” (Ib., 26). Lo tomaron por fantasma y era realidad. Cuántas veces la pasión, el miedo u otra causa viciosa nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y a sus inspiraciones.

Cierto que no faltan quienes toman por realidad cualquier fantasma, y, puerilmente crédulos o neciamente supersticiosos, quieren ver en todo apariciones del Señor y tomar por hablas y comunicaciones divinas lo que en realidad no es más que invención de su alborotada fantasía. Mal obran; pero no lo hacen mejor quienes a carga cerrada tienen por engaño todo lo que presenta algún carácter extraordinario, sin pararse a analizarlo o aguardar el dictamen de la Iglesia, y gritan «fantasma es!» a la vista de lo que es realidad dulcísima.

Hemos de ser en esto cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones, no sólo a los mandatos, de la jerarquía católica.

Marchaba Jesús sobre las aguas como pudiera hacerlo por tierra firme: ¡es Dios! Le están sujetos los elementos todos. No hay cosa que de nosotros le pueda apartar.
Con tal Capitán, ¿qué no hemos de esperar? Y ¿a qué no nos hemos de animar?

Punto 3.º DICIÉNDOLES CRISTO: “YO SOY, NO QUERÁIS TEMER”. SAN PEDRO, POR SU MANDAMIENTO,  VINO A EL ANDANDO SOBRE EL AGUA, Y COMENZÓ A HUNDIRSE, MAS CRISTO NUESTRO SEÑOR LO LIBRÓ Y LE REPRENDIÓ DE SU POCA FE, Y DESPUÉS, ENTRANDO EN LA NAVECILLA, CESÓ EL VIENTO.


1) “Al instante Jesús les habló, diciendo: Cobrad ánimo; soy Yo, no tengáis miedo” (Ib., 27). No soy fantasma, sino realidad dulcísima; SOY Jesús, a quien conocéis y habéis visto hacer milagros; ¿por qué teméis teniéndome a Mí?

¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él vivimos unidos, y, sobre todo, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta sonará en el   fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; ¡confianza!, ¡ confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios.

Jesús, visto de lejos, da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se le gusta, cuando se practica su ley, ¡se ve cuán suave es! ¡Y cómo alienta el oír entre el rigor de la tormenta el “Yo soy” de Jesucristo!


2) “Y Pedro respondió: Señor, si eres Tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. Y El le dijo: Ven. Y Pedro, bajando de la barca, iba caminando sobre el agua para llegar a Jesús” (Mt., 14, 28-29). Pedro, lleno de fervoroso y entusiasta amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas.

Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir el embate de la tentación, la lucha contra la concupiscencia, es marchar hacia Jesús sobre un mar tempestuoso.

Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: ¡Ven !  y nos da su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el ven de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el   mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques. “Pero viendo la fuerza del viento, se atemorizó, y empezando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!” (Mt., 30).

Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen.

Afortunadamente, Pedro, en el   peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “¡Señor, sálvame!” y al punto Jesús, extendiendo la mano, le cogió y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has titubeado?” (Ib., 31).

Aprendamos la lección; besemos la mano amorosa que nos sostiene para que no nos ahoguemos, y trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en el   confía no será confundido.


3) “Y luego que subieron a la barca, calmó el viento” (Ib., 32). ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al tener en medio de ellos a su querido Maestro! ¡Y cuál su admiración al ver cómo los vientos y el mar se le sujetaban y le obedecían! Y con qué reverencia “los que dentro estaban se acercaron a El y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Tú el Hijo de Dios”.

Acertadamente, el Padre La Puente, al fin de esta meditación, nota algo que será útil al ejercitante tener muy presente en el   trabajo de las elecciones o reforma que viene haciendo estos días: «Finalmente, en todo este suceso descubrió Cristo Nuestro Señor el estilo que tiene cuando nos llama para religión o para grandes empresas; porque al principio facilita los trabajos para que sin temor nos arrojemos a ellos; pero poco después permite grandes borrascas y temores, no para desampararnos, sino para perfeccionarnos en las virtudes. Y, últimamente, nos da cumplida paz, con mayor alegría por las nuevas experiencias de lo mucho que podemos con su gracia...Tengámoslo en cuenta y no nos dejemos dominar por la desconfianza.

 

16ª  MEDITACIÓN

EL SEÑOR PREDICABA EN EL   TEMPLO

La historia es cómo Jesús predicaba en el   templo con aceptación tal, que, en frase de San Lucas (LC 19, 48), “le escuchaban las gentes con la boca abierta…omnis enim populus suspensus erat audiens illum”. Y al terminar su trabajo, a la caída de la tarde, como la afluencia de gentes por la Pascua en Jerusalén era grandísima, y por otra parte nadie le ofrecía hospedaje para pasar la noche, se retiraba a Betania, a casa de sus amigos.

 
Composición de lugar. El templo, que se alzaba en el   centro de una explanada; a él se subía por anchas y espaciosas escaleras. Causaban admiración al visitante el enlosado multicolor, y más aún las interminables filas de columnas corintias que cerraban los cuatro lados de la inmensa plataforma. El pórtico real, al Sur, con sus cuatro hileras de 162 columnas monolíticas, cuyo cuerpo apenas alcanzaban a poder abrazar tres hombres extendiendo sus brazos, parecía la más monumental de las basílicas. Era el techo de cedro, esculpido con prodigalidad de ornamentos de oro y plata (Prat). Predicaba Jesús en el   atrio de los gentiles, al que tenían acceso libre toda clase de gentes; no así a los más internos, reservados a los israelitas.

 

Punto 1.°  ESTABA CADA DÍA ENSEÑANDO EN EL   TEMPLO.


1) Ejercitaba su oficio de Maestro y luz del mundo predicando su divina doctrina; así aleccionaba a sus Apóstoles, que habían de ser sus sucesores en tan benéfico ministerio, y al mismo tiempo instruía al pueblo, que recibía con avidez sus enseñanzas. Las que propuso los postreros días de su predicación en el   templo, correspondientes al lunes, martes y miércoles de la última semana de su vida mortal, fueron muy variadas y circunstanciales, suscitadas por preguntas capciosas de sus enemigos o por sucesos particulares.


2) Lección objetiva de celo de la gloria de Dios fue la que nos leyó en su modo de proceder con los profanadores del templo.

Veámosle cómo llega al templo y la emprende contra los sacrílegos traficantes, empuja con su pie las mesas de los cambistas, echa por tierra las cajas apiladas de los vendedores de palomas, detiene a los que por cortar camino atraviesan los atrios con sus fardos. Nadie se atreve a resistirle, sus ojos centellean de santo celo; su rostro se reviste de sobrehumana autoridad; saben, además que el pueblo todo está a su favor.

Al fin justifica su proceder, y dirigiéndose a los principales culpables, los jefes de los sacerdotes, que favorecían la profanación del lugar santo, cuyo orden y decoro estaban encargados de asegurar, les dice: “No está escrito mi casa es casa de oración para todas las naciones, y vosotros la habéis convertido en caverna de ladrones?” (Mt 21, 12-13) (Mc 11, 15-17; Lc 19, 45-46).

Celo de la honra de Dios y de su templo santo, virtud muy propia del Apóstol, celo que no ha de trocarse en ira, pero que en ocasiones es preciso se arme de energía y haga frente a los enemigos de Dios y a los profanadores de su santuario. Respeto al templo, respeto a nuestro cuerpo, templo de Dios. Respeto al niño, templo del Espíritu Santo. Amor a la pureza, que conserva limpio ese templo.


3) De las múltiples enseñanzas de la predicación de Jesús en estos días destaquemos para nuestro provecho tan sólo dos de suma importancia: la que se refiere al «gran mandamiento», el mandamiento del amor, y la que se deduce del juicio final para vivir siempre alerta.

a) Habían intentado los saduceos sorprender a Jesús con preguntas capciosas acerca de la resurrección de los muertos, y como el Señor les respondiera contundente y victoriosamente, conviniéronse sus aliados los fariseos para intentar un nuevo ataque; para ello destacaron a un escriba, docto en la interpretación de la ley, que, acercándose a Jesús, le preguntó con ánimo de probarle: “Maestro, ¿cuál »es el mandamiento mayor de la ley? Jesús le contestó: Escucha Israel. El Señor vuestro Dios es un solo Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas; éste es el mandamiento grande y primero” (Mc 12, 29-30).

¡Ama! Ese es el primer precepto cristiano que sintetiza todos los demás y que, cumplido, da perfecta solución a todas las obligaciones de la vida cristiana; ¡amar y obrar siempre y en todo por amor! ¡Qué consuelo para quien lo llega a comprender plenamente, y, sobre todo, para quien lo sabe practicar de continuo: que «ubi amatur non laboratur», cesa el trabajo donde empieza el amor, y si hay trabajo, se goza purísimamente en el .

¿Y cómo quiere ser amado Dios? Claramente nos lo dicen las palabras evangélicas; y cierto que bien merece quien para ser amado tiene títulos tan legítimos y tan apremiantes como nuestro Dios, soberanamente perfecto, fuente de todo bien, único capaz de hacernos felices, a quien todo lo debemos, de quien todo lo esperamos ser amado con todo nuestro ser. Si lo comprendemos, no estamos lejos del reino de Dios (Ib., 34), y si lo practicamos, estamos en pleno reino de Dios.

Pero se ha de notar lo que Jesús añade y tan encarecidamente nos ha de encomendar en el   sermón de la cena: No amamos a Dios si no amamos al prójimo.


b) El segundo precepto es muy semejante al primero, y puede decirse que forma con él uno solo. Ama a Dios y lo que es de Dios con un mismo amor. Los hombres son tus hermanos; Dios los ha adoptado por hijos. Es necesario amar al Padre en los hijos y amar a los hijos en el   Padre. No separemos lo que Dios ha unido. A Dios debemos lo que Él nos pide que demos a nuestros hermanos. A Él hemos de ir a ofrecérselo. Amor de equidad, de benevolencia, de hacer servicios, de conceder perdón. Todo cuanto indica la razón, todo lo que pide Él corazón. Tengo el deber de dar, cuanto tengo el derecho de esperar; debo amar como quiero ser amado. Mi prójimo es otro yo mismo. Tal es la regla que debo seguir cuando se trata de pensar del prójimo o de hablar de él, cuanto se trata de soportarlo, de justificarlo, de acudir a su ayuda. Tal es el gran precepto. Esta es la nueva ley» (Baudot, «Les Evangéliques», n. 239, 2). Materia digna de meditarse y campo fértil de cultivo constante de virtudes varias muy aceptas al Señor.


4) Lección también muy práctica y digna de estudiarse fue la que el Maestro expuso a sus discípulos acerca de la constante vigilancia en que debemos vivir para poder dar buena cuenta al Señor cuando venga a exigírnosla.

Había anunciado a sus Apóstoles que la justicia de Dios descargaría sobre Jerusalén y que de aquel su hermoso templo no quedaría piedra sobre piedra; que en aquellos días habían de sufrir mucho los moradores de la ciudad santa... Después expuso las circunstancias de su segunda venida a juzgar a los hombres todos; pero nada les indicó del tiempo en que hubiera de realizarse; antes, por el contrario, puso freno a su curiosidad, diciéndoles: “Pero cuándo será aquel día y hora, nadie lo sabe, ni aun los »ángeles de Dios, ni aun el Hijo, sino solamente el Padre” (Mt. 24, 36); y dedujo la consecuencia: “Velad, pues, ya que no sabéis a qué hora vendrá Nuestro Señor. Tened por cierto que si el amo de la casa »supiese a qué hora había de venir el ladrón, estaría velando y no dejaría minar la casa. Por eso vosotros estad siempre sobre aviso, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora en que menos penséis”(Ib., 42-44).

Y les propuso la parábola de las vírgenes fatuas y las prudentes y la de los talentos, y describió con trazos de grandeza magnífica la escena del juicio universal: el premio de los buenos y el castigo de los réprobos. Después de estos discursos, dijo a sus discípulos: “Sabéis que dentro de dos días tendrá lugar la Pascua y el Hijo del hombre será entregado para ser crucificado” (Ib., 26, 1-2).

Meditemos procurando sacar provecho de estas magníficas enseñanzas del Maestro. Amemos a Dios sobre todas las cosas, sacrificándolas todas si Él nos lo pide, para seguirle pobres y obedientes, como pobre y obediente fue el Maestro. Amemos a nuestros prójimos como a hermanos nuestros, como a nosotros mismos, ¡en Dios, por Dios y para Dios! Vivamos siempre alerta, procurando hacer fructificar los talentos que de Dios hemos recibido, y dispuestos a todas horas a rendir cuentas de ellos y a merecer escuchar el “Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino que os tenía preparado desde la creación del mundo” (Mt., 25, 34).

Punto 2.° ACABADA LA PREDICACIÓN, PORQUE NO HABÍA QUIEN LO RECIBIESE EN JERUSALÉN, SE VOLVÍA A BETANIA.


1) ¡Cuán ingratos son los hombres! Después de un día de trabajo, empezado muy de mañana, pues que el Evangelista dice: “Y todo el pueblo acudía muy de madrugada al templo para oírle” (Lc 21, 38), al caer la tarde no encontraba quien le invitara a pasar la noche, y tenía que irse a Betania, a casa de su amigo Lázaro. En el  lo influía no menos que la ingratitud el miedo de los judíos, que perseguían a Jesús y a cuantos se le mostraban afectos.

¡Qué frecuente es en la vida del Apóstol cosechar ingratitud por parte de los que se llaman tal vez buenos amigos y persecución sañuda de los enemigos! Ya desde Él nacimiento, Jesús cumplió, el “in propria venit et sui eum non receperunt, vino a su casa y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11). Fueron compañeros constantes de su vida apostólica, no menos que la pobreza de no tener casa, ni cama, ni mesa, las persecuciones, las calumnias y los desprecios. ¡Aprendamos!

 
2) Cuántas veces en nuestros días las mismas causas producen idénticos efectos, y se ve a Jesús, al Jesús de nuestros sagrarios, al Jesús de la Santa Iglesia, de la jerarquía católica, despreciado, olvidado, esquivado de los suyos, de los católicos, de los por Él mimados y regalados, porque no aprecian sus preciosos dones o los estiman en tan poco que prefieren los pasatiempos y diversiones terrenos; y lo dejan solo y no socorren a sus ministros, ni se preocupan de ofrecer a Cristo una casa digna. Le aman muy poco; ¡temen ser tildados por sus enemigos de católicos! y tiene Jesús que retirarse a Betania.

Allí sí que se le recibía con amor y con gusto; bien lo sabía Él, y bien lo agradecía. Cuántas bendiciones traería sobre la casa de aquellos santos hermanos la frecuente presencia de Jesús en el  la ¡También ahora busca Jesús amigos que le reciban y no los encuentra! ¡Dichoso el que abre su puerta para que por ella entre el Maestro divino, que jamás viene con las manos vacías! Seamos de ese número de afortunados. Mentira parece que sean tan pocos, siendo tan grandes las bendiciones que Jesús derrama dondequiera que se les recibe con afecto y buena voluntad, aunque sea con gran pobreza.

Ofrezcamos al Señor nuestra humilde morada, prometiéndole escuchar con atención sus preciosas lecciones, para ir poniéndoles por obra el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como hijo de Dios, y visitemos con más frecuencia y  cuidado su presencia en el   Sagrario.

Debe el alma que se ejercita en la oración eucarística procurar alcanzar familiaridad con el Verbo eternal encarnado, acompañándole, oyéndole, sirviéndole, reverenciándole como a su Señor, hermano mayor y todo su bien.

17ª  MEDITACIÓN

LA RESURRECCIÓN DELÁZARO.

Composición de lugar. El lado de allá del Jordán, a un día de camino de Betania, en el   paraje donde en otros tiempos bautizaba Juan, donde se retiró Jesús. Después, Betania, pueblecito situado a unos tres kilómetros de Jerusalén, asentado en la vertiente oriental del monte Olivete; y en ese pueblo, una casa rica en la que, durante sus estancias en Jerusalén, el Salvador se retiraba con frecuencia a pasar la noche. No lejos de ella, el sepulcro de piedra, cerrado con una losa redonda.

“Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo.  Las hermanas enviaron a decir a Jesús: Señor, el que tú amas, está enfermo. 

Al oír esto, Jesús dijo: Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el   lugar donde estaba.

Después dijo a sus discípulos: Volvamos a Judea. Los discípulos le dijeron: Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y quieres volver allá? Jesús les respondió:
¿Acaso no son doce las horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en el ". Después agregó: Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo. Sus discípulos le dijeron: Señor, si duerme, se curará.

 Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo. Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: Vayamos también nosotros a morir con él.

Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. 

Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dijo: Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Ella le respondió: Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo.

Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: El Maestro está aquí y te llama. Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro.

Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el   mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. 

 María llegó a donde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado, preguntó: ¿Dónde lo pusieron? Le respondieron: Ven, Señor, y lo verás. Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: ¡Cómo lo amaba!

Pero algunos decían: Este, que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?

Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y dijo: Quiten la piedra. Marta, la hermana del difunto, le respondió: Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

Después de decir esto, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro, ven afuera! El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desátenlo para que pueda caminar.


Punto 1.° MARTA Y MARÍA HACEN SABER LA ENFERMEDAD DE LÁZARO A CRISTO NUESTRO SEÑOR, EL CUAL SE DETUVO POR DOS DÍAS PARA QUE EL MILAGRO FUESE MÁS EVIDENTE.


1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “el que amas está enfermo, Ecce quem amas infirmatur (Jn 11, 4). ¡Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: «Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!» Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Por su parte no quedará... ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? «Infirmatur», está enfermo; él, en el   cuerpo, nosotros quizá en el   alma, bien sabemos cuáles son nuestras enfermedades.

       Modelo de oración es el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: Señor, tu amigo está enfermo. Y Jesús parece que no hace caso, y responde: Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado (Ib.). ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el   versículo siguiente, dice: Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro (Ib., 5).

No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que. lo primero es la gloria de Dios, y ésta no pocas veces se logra por caminos para nosotros extraviados.


2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: Vamos otra vez a la Judea. Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí? (Ib., 8), le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió: Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (y. Jn 9, 4 y 12, 35-36).

Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: Esta es vuestra hora y el »poder de las tinieblas (Lc 22, 53).


3) Anuncióles después la muerte de Lázaro y añadió: Y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Pero vamos a él (Jn 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos.

No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

Punto 2.° ANTES QUE LO RESUCITE PIDE A LA UNA Y A LA OTRA QUE CREAN, DICIENDO YO SOY RESURRECCIÓN Y VIDA; EL QUE CREE EN MI, AUNQUE SEA MUERTO, VIVIRÁ.

 
1) Púsose en camino, y cuando llegó a Betania halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba sepultado (Jn 17). Marta, luego que oyó que Jesús venía, le salió a recibir, y María se quedó en casa (ib., 20). Unámonos en espíritu a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que con Marta tuvo, reflexionando para sacar de él provecho: Dijo, pues, Marta a Jesús: Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano (ib., 21).

Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era la de centurión (Mt 8); pero expresión real de confianza en la amistad de Jesús. Y la frase del Señor: Y me alegro de no haberme hallado allí (15), parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” (ib., 22).

La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y Ja confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Dícele Jesús: Tu hermano resucitará. Le responde Marta: Bien sé que resucitará en »la resurrección, en el   último día. Díjole Jesús: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre”.

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: Yo soy resurrección y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el   cuerpo y cree en Mí, no morirá para siempre, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el   alma y alguna vez, bienaventurado, en su cuerpo resucitado.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas.

Y al preguntar Jesús a Marta: Crees tú esto? no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos. “Respondió Marta: ¡Oh Señor, sí que lo creo y que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, que has venido a este mundo!”. Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que ha de venir.

Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, al considerar las palabras de Jesús: Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, resurrección y vida! ¡Se siempre resurrección y vida eterna para mí, Señor, y no permitas que de mí se apodere la muerte, antes bien, en ti y por ti viva eternamente!


2) “Dicho esto, Marta fuése y llamó secretamente a María, su hermana, diciéndole: Está aquí el Maestro y te llama” (ib., 28). Encargóle Jesús que llamara a su hermana, quedándose mientras tanto a la entrada del lugar. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar.

María, que tan apasionadamente amaba al Señor, apenas lo oyó, se levantó de presto y fue donde estaba Jesús  y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: “Señor, si estuvieras aquí no muriera mi hermano” (ib., 23).

Ejercitó María tres virtudes muy excelentes: La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos, al dejar a los que la acompañaban sin despedirse, la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre.

La segunda virtud fue gran reverencia al Señor, porque en viéndole al punto se postró a sus pies... La tercera virtud fue mucha mayor fe que su hermana, con gran resignación, porque llena de amor y dolor, dijo: Señor, si estuvieras aquí no muriera mi hermano. A los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de consolaciones inefables; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, «por cuyas preces Cristo resucitó de la muerte a su hermanos Lázaro después de cuatro días muerto» (Orat. de Santa María Magdalena, 22 julio). Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús.

Punto 3° LO RESUCITA DESPUÉS DE HABER LLORADO Y HECHO ORACIÓN, Y LA MANERA DE RESUCITARLO FUÉ MANDANDO “LÁZARO, VEN FUERA”.

1) “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: ¿Dónde lo habéis puesto? ¡Ven a verlo, Señor!, le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: ¡Mirad cuánto le amaba! Mas algunos de ellos dijeron: Pues Este, que abrió los ojos de un ciego de nacimiento, ¿no podría hacer que Lázaro no muriese?” (33-37).

       ¡Cuán de diversa manera se juzga de una misma acción! Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres; ¡jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre a Dios!

Todavía emocionado, acercóse Jesús al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “Señor, que ya hiede, pues hace ya cuatro días que está ahi! Díjole Jesús: No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?” No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde Él Señor con un anuncio casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

2) “Quitaron, pues, la losa, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo. Padre, gracias te doy porque me has oído! Bien es verdad que Yo ya sabía que siempre me oyes; mas lo he dicho por razón de este pueblo, que está alrededor de Mí, con el fin de que crean que Tú eres el que me has enviado” (ib., 41, 42).

Levantó sus ojos al cielo para indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios. No enseñó también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos.

Lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines harto menos levantados? “Dicho esto, clamó con voz fuerte. ¡Lázaro, sal afuera! Y al instante el que había muerto salió fuera, ligado de pies y manos con fajas y tapado el rostro con su sudario. Díjoles Jesús: Desatadle y dejadle ir” (ib., 43, 44).  Cuán grande Capitán tenemos! ¿Qué hemos de temer yendo con El? Confiemos, sigámosle y jamás nos apartemos de Él; Él cuidará de nosotros.


3) Podemos también considerar la eficacia de la oración de los justos para alcanzar del Señor la resurrección a la vida de la gracia de los pecadores y animarnos así a orar sin descanso por la conversión del mundo.

Y pondera el Padre La Puente (parte 3.a, med. 41) cómo del mismo modo que Lázaró salió del sepulcro ligado con su mortaja, que le quitaron los Apóstoles, los pecadores suelen resucitar a la vida de la gracia atados con muchas reliquias y costumbres viciosas de la vida vieja que les dificultan el ejercicio de la virtud, de las cuales se van luego desatando con la ayuda de los confesores y directores espirituales.

4) ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Con eso, muchos de los judíos que habían venido a visitar a María y a Marta y vieron lo que Jesús hizo, creyeron en el  ” (ib., 45). Pero no es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en el  las, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro.

En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, me alegro por vosotros, a fin de que creáis, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en el  muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos se fueron a los fariseos y les contaron las: cosas que Jesús había hecho” (ib., 46).

¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la triaca en ponzoña y sacan su propio daño y el propósito de causárselo a los que sólo anhelan su verdadero bien!              ¡Consecuencia fue de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).

¡Y qué modestia la de Jesús! No se jacta del milagro ni increpa a los incrédulos, sino que más bien huye las alabanzas y, cediendo al furor envidioso de sus enemigos, se oculta. “Por lo que Jesús ya no se dejaba ver en público entre los judíos, antes bien, se retira a un territorio vecino al desierto, en la ciudad llamada Efrén, donde moraba con sus discípulos” (ib., 54). Hasta que llegase la hora señalada por Dios, siempre atento a su beneplácito.

Meditemos y hablemos con Cristo pidiéndole aumento de fe, confianza y amor para esforzarnos al cumplimiento de la voluntad de Dios, y también que el Espíritu de Jesucristo nos rija, si alguna vez el Señor obra por nuestro medio grandes cosas.

18ª  MEDITACION


JESUS  ECHA DEL TEMPLO A LOS MERCADERES

Lo narra San Juan (2, 13-17): “Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el   Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: "Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará”.

 

Composición de lugar. Tenía el templo de Jerusalén tres atrios, uno más alto que otro: el de los gentiles, el de las mujeres y el de los israelitas. A los gentiles les estaba vedado, bajo pena de muerte, que se leía en grandes inscripciones, el acceso a los otros atrios. La escena que vamos a meditar se desarrolló en el   atrio de los gentiles, que medía 250 metros de largo por 150 de ancho. La explanada total del templo venía a tener unos 450 metros de largo por 300 de anchura.


Punto l.° ECHÓ FUERA DEL TEMPLO CON UN AZOTE HECHO DE CUERDAS A TODOS LOS QUE VENDÍAN.


1) Jesús quiso cumplir el precepto pascual, y desde Cafarnaúm subió a Jerusalén en peregrinación para la fiesta de los ázimos. La tarde del día 14 del mes de Nisán se verificaba la inmolación del cordero pascual; y tenía lugar en el   atrio interior del templo. Debía hacerla el padre de familia o el cabeza del grupo que se reunía para la cena legal. La sangre la recogían y daban al sacerdote, para que la esparciera ante el altar de los holocaustos. Después del sacrificio, en el   mismo templo, se arrancaba la piel del corderito y algunas partes interiores, y así preparado se lo llevaban los que habían de comerlo.

Llegado Jesús a Jerusalén, fue al templo: el atrio exterior o de los gentiles era un hervidero de bueyes, ovejas, palomas y mercaderes. Para comodidad de los fieles, se establecía en este atrio, cuyo acceso era permitido a todos, una especie de mercado, en el   que se vendían los animales que se habían de sacrificar. Ponían, además, en el  los cambistas sus mesas de cambio, para procurar a los que las necesitaran las monedas necesarias para la ofrenda del templo, que había de hacerse precisamente con el llamado «siclo del santuario»: no se admitía moneda extranjera, por llevar la imagen de los emperadores o de animales y no poderse por tal razón ingresar en el   tesoro del templo. Tal costumbre era un grave abuso; pues que, como afirma Josefo, no se permitía tal cosa en los primeros años.

Se presentó Jesús, en medio de aquel barullo, “tamquam potestatem habens”, revestido de potestad. Otras veces, sin duda, había presenciado aquellas escenas, pues todos los años subía con sus padres al templo; pero era ésta la primera vez que lo hacía iniciada su vida pública y en plan de Maestro, que, como dice San Marcos (1, 22), “su modo de enseñar era como de persona que tiene autoridad, no como los escribas”.

Para demostrarlo tomó unas cuerdas, hizo con ellas un azote, y, esgrimiéndolo, echó a todos los mercaderes del templo, juntamente con las ovejas y bueyes, diciendo: “No convirtáis la casa de mi Padre en mercado, Escrito está: mi casa, casa de oración será llamada por todas las gentes” (Is., 56, 7); y vosotros, al contrario, la habéis hecho cueva de ladrones” (Mc., 2, 17).


2) Quiso Cristo comenzar su vida pública ejercitando la virtud de la religión y en la casa de Dios, arrojando de ella a los que la profanaban con sus ventas. Haga lo mismo, por ejemplo de Cristo, el visitador, reformador y predicador apostólico. Ya a los doce años había declarado que: “in his quae Patris mei sunt oportet me esse, Yo debo emplearme en las cosas que tocan al servicio de mi Padre” (Lc., 2, 49).

¿Y quién dio a Jesús autoridad para hacer lo que hizo? El celo de la gloria de Dios, que inflamaba su pecho, debió resplandecer en su rostro, haciéndole despedir rayos de majestad que espantaron a aquellos viles mercaderes y los pusieron en huida. El texto dice que al verle sus discípulos recordaron la profecía del Salmo: “el celo de tu casa me devora” (Ps., 68, 10).


Punto 2.° TIRÓ POR EL SUELO LAS MESAS Y DINEROS DE LOS BANQUEROS QUE ESTABAN EN EL   TEMPLO


1) Cuánto desagrada al Señor la profanación del templo de Dios, que ni aun en su atrio quiere que se ejercite función, ni ministerio menos digno, aunque, como el de estos mercaderes, tenga alguna relación con el culto y sea como preparación necesaria para él. ¿Qué será lo que le desagraden otras profanaciones tan reñidas con el decoro y respeto debido al templo? ¿En vestidos, en palabras, en acciones? ¿Qué sentirá Jesús en sus sagrarios al ver lo que todos los días en nuestros templos tienen que ver y soportar? El corazón se oprime al pensarlo y teme no se levante el azote del Señor sobre pueblos que tan poco respetan al Santuario. Procuremos por cuantos medios estén a nuestro alcance se guarde mayor respeto al lugar santo y que sea el templo en verdad casa de oración, morada de recogimiento, incentivo de devoción y alabanza purísima al Dios tres veces Santo.


2) ¿Qué hacían en el   templo los banqueros? Procurar, como hemos dicho, a los que las necesitaban, las monedas precisas para la ofrenda, que había de hacerse con el llamado «siclo del santuario». El Señor “derramó por el suelo el dinero de los cambistas, derribando las mesas” (Jn 2, 15). No se detuvo ante los ricos; para demostrarnos que no es aceptador de personas y enseñarnos a sobreponernos a toda consideración humana, cuando se juegan los intereses de la gloria de Dios.

De su celo de la gloria de Dios nacía en Jesús la fortaleza admirable con que se enfrentó a todos, sin que nadie se atreviese a resistirle. Sin duda que algo grande y sobrenatural vieron en el  . Claro que a Dios, ¿quién puede resistir’? Cuando El quiere hacer ostentación de su poder, no hay fuerza en la tierra que pueda hacerle frente.


3) Pero podemos hacer otra aplicación, que acaso más de una vez nos pueda ser útil, y servirnos para convertir en provecho lo que de otra suerte será acaso motivo de irritación y origen de enfado y aversión. No leemos en el   Evangelio que aquellos tan duramente tratados por el Señor reconocieran la razón con que les fustigaba y recibieran el castigo que se les aplicaba como merecida penitencia saludable de su culpa.

Antes bien, quedaron. a lo que se deduce de las frases que después pronunciaron, airados y con ganas de vengar en Jesús su ofensa. No así nosotros, cuando el Señor descargue sobre nosotros el látigo de su justicia, en una u otra forma; cuando flagele nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestra fama; recordémoslo, comprendamos que aquí en esta vida castiga siempre el Señor como Padre, para sanar, y alegrémonos; porque sólo así, en ocasiones, podrán ser expulsados de nuestra alma, convertida en establo de malas bestias, cuando concedemos demasiado a nuestro amor propio y queremos saciar las viciadas inclinaciones de nuestra concupiscencia, los inmundos animales que la profanan y envilecen: y quedará limpia para ser, en verdad, templo de Dios y casa de oración.


Punto 3° A LOS POBRES QUE VENDÍAN PALOMAS MANSAMENTE DIJO: QUITAD ESAS COSAS DE AQUÍ Y NO QUERÁIS HACER MI CASA UNA CASA DE MERCADERÍA.

 1) ¿Cuál fue la causa de la mayor suavidad de Jesús en el   expulsar del templo a los vendedores de palomas? Eran las palomas oblación principalmente de los pobres; además, animales que no estorbaban tanto al culto, como lo hacían los bueyes con sus mugidos y las ovejas con sus balidos; por fin, como estaban encerradas en cajas, no podía echarlas a latigazos, sino que las tenían que retirar sus vendedores; por eso les ordenó: “quitad eso de aquí”.

Suelen algunos considerar que este proceder mansamente, como dice San Ignacio, con los vendedores de palomas, nació de tratarse de cosa de pobres, los predilectos de Jesús. Indicándonos una vez más el amor que a los pobres tiene el Señor y la delicadeza con que los trata, ¡como a reyes!

Aprendamos a estimarlos, como los estimaba Cristo, y a tratarlos como Cristo los trataba. Y lo alcanzaremos ciertamente con facilidad, si recordamos los ejemplos de Jesús, y más aún si tenemos presentes aquellas regaladísimas palabras que el día del juicio ha de decir el Señor a los que ejercitaron la caridad con los pobres: “A Mí me lo hicisteis” (Mt., 25, 40). A Mí me disteis de comer y de beber y me vestisteis y me visitasteis, cuando a mis pobres socorristeis.


2) Parece deducirse de la narración evangélica que los vendedores de palomas obedecieron dóciles a la invitación de Jesús y se retiraron con su mercancía. ¿Y yo? ¡Cuántas veces oigo la voz del Señor, que me invita y me dice: quita ese afecto, retira esa cosa, deja ese amigo..., y no la sigo, sino que la desprecio! ¡Pobre de mí! Si el Señor se cansa, bien merezco el que me trate como a los animales trató, a latigazos, y que como a ellos me eche del templo.

No sea así en adelante, sino que presto y diligente en escuchar y seguir la insinuación divina, sea siempre dócil y retire del templo de mi alma cuanto en alguna manera desdiga del decoro de la casa de Dios.

Pido perdón por mis faltas de respeto en el   templo, sobre todo, por las múltiples profanaciones del templo de mi cuerpo y gracia para siempre tratarlo como habitación de Dios.

19ª  MEDITACION

JESÚS ENVÍA A LOS APÓSTOLES A PREDICAR

Jesús envía a sus apóstoles a predicar el reino de Dios en Galilea dándoles consejos sapientísimos para que ejercitaran su misión con fruto.

Punto 1.° JESÚS LLAMA A SUS AMADOS DISCÍPULOS Y LES DA POTESTAD DE ECHAR LOS DEMONIOS DE LOS CUERPOS HUMANOS Y CURAR TODAS LA5 ENFERMEDADES.

1) San Lucas (8, 1) y San Mateo (9, 35) narra cómo iba el Señor, con sus Apóstoles, recorriendo las ciudades, villas y aldeas predicando su divina doctrina y haciendo notar a sus discípulos la miseria del pueblo, abandonado y desprovisto de quien atendiera a sus necesidades temporales y espirituales: “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él” (Lc 8.1). “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el   pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 35-38).

       Mientras los escribas y doctores de la ley sobrecargaban al pueblo con tradiciones y preceptos humanos, poniéndole cargas intolerables (Lc 11, 46, y Mt 23, 4), Jesús predica el reino del amor, el reinado de Dios por el amor a Dios y al prójimo por encima de otras normas puramente humanas; así sucedía que ni marchaban ellos por el camino de la salvación, ni dejaban que marcharan los demás.

       Haciéndoselo notar Jesús a los suyos, pretendía, sin duda, excitar en el  los la misericordia y el celo, para que se ofreciesen a hacer lo que pudieran y en su corazón brotase un sentimiento análogo al que a Él le hacía dolerse contristado: “videns autem turbas, misertus est eis; quia erant vexati et jacentes sicut oves non habentes pastorem… y al ver aquellas gentes, se compadecía de ellas, porque estaban tendidas aquí y allá como ovejas sin pastor” (Mt., 9, 36).

       Pensemos que también en nuestros días, por mal de nuestros pecados, se repiten escenas semejantes y son muchas las naciones paganas, y aun en medio de las naciones cristianas, en las que el pueblo, hambriento de la divina doctrina, no tiene quien se la explique, por falta de sacerdotes o por falta de celo en los ministros del Señor. Que sintamos por ello dolor y pena, y, agradeciéndole la amorosa providencia con que a nosotros nos ha atendido y surtido tan abundantemente, pidámosle que envíe aptos ministros de su palabra que acudan a tan gran necesidad. Hoy es urgentísima esta necesidad en toda Europa y en el   mundo entero


2) De creer es que los Apóstoles, conmovidos, se ofrecieron a Jesús para ayudarle en su empresa. Quiere el Señor que por nuestra parte pongamos lo que en nuestra mano está para hacernos aptos instrumentos de su gloria y capacitamos, en lo posible, a coadyuvar en la magna obra de la salvación de las almas. Pudiera, quién lo duda, haber surtido a los Apóstoles de todo cuanto necesitaban para el desempeño de la misión altísima que les iba a encomendar al abandonar el mundo, de suerte tal que sin trabajo alguno de parte de ellos se encontraran apta y cumplidamente formados para cumplir a la perfección su oficio.

No lo hizo así, sino que, dotándoles, cierto es, espléndidamente de cuanto les era necesario, quiso que por su parte se llenaran primero de sincera compasión y ansias de apostolado, y que después trabajasen, se ensayaran en la predicación, buscaran a las gentes y fueran de pueblo en pueblo y de casa en casa ejercitando el ministerio que con su ejemplo les había El mismo enseñado previamente.

Tal es la economía del Señor también con nosotros; quiere que nos llenemos de celo, que nos ejercitemos, que hagamos por nuestra parte cuanto podamos para acertar y cumplir a la perfección nuestro cometido. Si así lo hacemos, El, por su parte, no falla y nos asiste y surte de cuanto podemos necesitar y nos asegura el éxito.

3) Para prepararlos inmediatamente y excitar en el  los el celo de la divina gloria, les dice: “la mies es mucha, mas los obreros pocos; rogad, pues, al, dueño de la mies que envíe a su mies operarios” (Mt., 9, 37-38), que os envíe a vosotros. En lo cual les muestra el deseo de Dios de la salvación de los hombres y les convida a penetrarse ellos mismos de idéntico anhelo y hacer por su parte lo que en su mano esté: que es rogar el Señor de quien depende la misión que envíe a su mies abandonada operarios que la trabajen, les elija a ellos si gusta para tal misión, y coseche abundantes frutos. No les dijo: «ofreceos», sino “rogad al Señor que envíe operarios”; porque de Dios es el enviar, no nuestro el entrometernos audaz e imprudentemente.

Quizá con estas frases del Señor se animaron los Apóstoles a hacer lo que les indicaba, y aun se ofrecieron ellos mismos a colaborar, y Jesús, aceptando sus sinceras oblaciones, les dio el encargo de misionar y los lanzó a aquel ensayo del apostolado para el que estaban elegidos, y en el   que más tarde habían de trabajar todos tan fructuosa y generosamente.


4) Envióles de dos en dos: para que se sirvieran de mutua ayuda y consuelo y defensa. No hay mucho que discutir para entender las ventajas que para el apóstol o misionero se siguen de tener en su labor quien le acompañe. Basta recordar que el mismo Jesús nos dice en el   Evangelio que “donde están dos juntos en su nombre, allí está El en medio de ellos” (Mt., 18, 20), y cosa es sabida que “dos hermanos que se ayudan mutuamente son como na ciudad muy fuerte” (Prov., 18, 19).

Y que es un compañero prudente, a más de consejero inapreciable, custodio eficacísimo que nos libra, con sola su presencia, de mil peligros a que solos nos veríamos expuestos de experimentar tentaciones y asaltos muchas veces difíciles de repeler contra el más precioso tesoro que en nuestra alma llevamos; la gracia, la pureza, Cristo. Tengamos, pues, por dicha grande Él lograr en nuestros trabajos apostólicos que nos acompañe siempre algún socio, y no dejemos de procurarlo con todas nuestras fuerzas.

5) Dióles el Señor potestad para lanzar los espíritus inmundos y curar toda especie de enfermedades y dolencias. Magnífico poder; no hay rey que a sus embajadores y enviados pueda surtir tan ricamente para el mejor desempeño de la misión que les encomienda. ¿Y por qué lo hizo así? «Para que no sucediera que nadie diera fe a unos hombres rudos e indoctos, sin galas ningunas de lenguaje e iletrados, que prometían el reino de los cielos; les da poder de curar los enfermos, limpiar a los leprosos, echar los demonios, para que pruebe la grandeza de los milagros, la verdad de lo prometido» (San Jerónimo)


Punto 2.°  LES ENSEÑA PRUDENCIA Y PACIENCIA: “MIRAD QUE OS ENVÍO A VOSOTROS COMO OVEJAS EN MEDIO DE LOBOS; POR TANTO, SED PRUDENTES COMO SERPIENTES Y SENCILLOS COMO PALOMAS”.

 
1) Expone San Mateo en este cap. 10 una larga instrucción del Señor a sus Apóstoles al enviarles a predicar el reino de Dios. Qué admirablemente encuadra con lo que de Jesús pudieron aprender prácticamente este precioso consejo. Jesús les había dicho: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt., 11, 29). Cualidad necesaria y sumamente útil en el   Maestro la mansedumbre; y al enviarlos a predicar les dice: “Os envío como ovejas”. Es animal la oveja manso por extremo y que diríase que no sabe alterarse ni airarse, pues que hasta a la muerte se deja conducir sin protesta, como había de ir el que gustó de llamarse “Cordero de Dios”, Jesús.

No les esconde Él peligro de la misión, antes se lo declara, con la comparación más apropiada para hacerlo presentir: “Os mando como a ovejas en medio de lobos”. ¿Puede haber paz ni seguridad para la oveja en medio de lobos? ¿Qué le espera? Lo que a los Apóstoles: persecución y muerte. Y, sin embargo, el Señor les dice se preparen con la mansedumbre. Era lo que en el   tiempo de convivencia con Jesús que llevaban habían podido ver; ¡cuán manso era Jesús, de modo especial con los pecadores, con los oprimidos, con los que sufrían! Lección magnífica para el apóstol, para el educador, para los sacerdotes, para los maestros, para los padres.

Pero no se ha de confundir la mansedumbre con la cobardía, ni la dulzura con la excesiva condescendencia. Cuando se juegan los intereses de Dios no se puede ceder; cuando se nos exige lo que no debemos dar, es preciso saber resistir. Si los derechos de Dios entran en juego, hay que saber exigir su respeto, cueste lo que costare; si la dulzura nos pone en peligro de prevaricación o puede interpretarse por nimia condescendencia para llevarla a algo que pueda interesar menos puramente el corazón, hay que evitarlo, cueste lo que costare, y trocar en amargura de vida lo que pudiera ser dulzura de muerte. Lo enseña así el Señor en las palabras siguientes:


2) “Sed prudentes como serpientes y simples como palomas”. Virtudes sumamente necesarias al apóstol; es, sin duda, su misión siempre difícil y no pocas veces aun peligrosa; y el peligro, que en ocasiones es aun material para el cuerpo, para a vida temporal, pues se le persigue y pone asechanzas, se le maltrata y priva de lo necesario para vivir; es con más frecuencia grande para la vida del alma, porque ha de convivir y tratar con gentes dadas a todo vicio y entregadas en manos del enemigo, que trabaja para contrarrestar y esterilizar la labor del enviado de Dios. Sed, pues, prudentes como serpientes.

Atacada la serpiente, ante todo guarda su cabeza, aunque haya para ello de exponer el cuerpo; así, el apóstol, el misionero, el sacerdote, y aun el católico que siente en su pecho la llama del celo de la salvación de las almas, ha de procurar en su actividad preservar ante todo incólume su vida espiritual, la vida del alma, la unión con Cristo, aunque sufra algún quebranto la material, la del cuerpo, la salud, el bienestar y aun la misma vida temporal. Prudencia exquisita que nos enseña a salvaguardar los sagrados intereses del espíritu y llevar siempre como axioma incuestionable que mi primera obligación es salvar el alma, no me suceda, que “mientras predico a otros sea yo reprobado” (1 Cor, 9, 27).

Claro que esta prudencia que Jesús recomienda a sus discípulos ha de ser muy otra de la de la carne, fundada en lucros y medros temporales, que nos lleva a contemporizar con los enemigos del bien y a buscar su aplauso para lograr bienestar material, tranquilidad aparente, satisfacciones groseras; sino otra muy distinta, toda celestial, que nos enseña a proceder de suerte que nadie pueda vituperar con razón nuestra conducta. Ha de guardarse muy en particular en la cautela en el   hablar, en evitar la precipitación en el   obrar y decidirse en el   trato con las gentes, y, sobre todo, con personas de otro sexo.


3) No ha de impedir la prudencia la sencillez ni ha de llevarnos a ser hipócritas y doblados. El buen discípulo de Jesucristo no tiene por qué solaparse ni ocultar nada, y puede desdoblar su alma a la vista de todos, sin que en el  lo haya cosa que pueda ocasionar consecuencia ninguna desagradable. Ni conviene que sea suspicaz y desconfiado, suponiendo en los demás segundas intenciones y falta de sinceridad, sino que ha de ser fácil en dar crédito a lo que otros afirman. Sencillo vale tanto como no doblado, que el ojo de su intención sea simple, solamente mirando a la gloria de Dios y la salvación de las almas. Y no menos que en la intención y en el   juzgar a los demás se ha de procurar la sencillez en el   hablar, no siendo doblados. A quien ha de predicar la verdad, sin duda que le es más necesaria esta cualidad, pues sin ella fácilmente vendría a engendrar en sus oyentes la desconfianza y el temor de ser engañados; mientras que, por el contrario, la sencillez y franqueza le dispondrá los oyentes a aceptar con gusto su predicación.

Punto 3.° “NO LLEVEIS ORO NI PLATA… LO QUE GRATIS HABEIS RECIBIDO, DADLO GRATIS… Y DECID: EL REINO DE DIOS ESTA CERCA”

1) “Gratis accepistis, gratis date; gratis habéis recibido, dar gratis”. Recibisteis tan preciosos dones gratuitamente; no os ensoberbezcáis de tenerlos, sino manteneos en humildad. No sois señores de lo que tenéis como lo fuerais de cosa que adquirieseis por vuestra industria y trabajo; y sería indecoroso vender lo que recibisteis gratis. Repugna al origen de las cosas espirituales la venta, pues que provienen de gratuita donación de Dios; por lo que muéstrase irreverente con Dios quien vende las cosas espirituales, haciendo que no sea gratuito aquello que Dios quiere conferir gratuitamente a los hombres.

Cumplieron a la letra los Apóstoles el mandato del Señor. Era después de la venida del Espíritu Santo; subían al templo San Pedro y San Juan, y al cojo que les pedía limosna en la puerta Especiosa pudo decirle San Pedro: “No tengo oro ni plata, pero te doy lo que tengo: en el   nombre de Jesu»cristo Nazareno, levántate y camina”. Clara expresión del exacto cumplimiento del precepto que en su primera misión les diera el Maestro: ¡Y cuán prudente es! Apenas hay cosa que más esterilice la labor apostólica del sacerdote que la codicia y apego a los bienes terrenos; le corta las alas y le hace despreciable a las gentes. Es cosa que no disimulan los pueblos al ministro del Señor la manifestación de la codicia; cierto que a veces les lleva a pretender injustamente negar al sacerdote el derecho a vivir de su trabajo y exigir de él sacrificios que no tienen derecho a exigir; queriendo que renuncie aun a los que en toda justicia puede y, no pocas veces, debe reclamar.


2) La historia nos enseña cómo los grandes enviados del Señor han guardado siempre este consejo de la pobreza y el desinterés. Recuérdese a los profetas del Antiguo Testamento, de los que dice San Pablo, escribiendo a los Hebreos (11, 37-38), que “anduvieron girando de acá para allá cubiertos de pieles de oveja y de cabra, desamparados..., yendo perdidos por las soledades y recogiéndose en las cuevas y en las cavernas de la tierra”.

El gran Precursor del Señor vivía con suma pobreza; Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza; San Pablo dice de sí (2 Cor., 11, 27) que se había visto en toda suerte de “trabajos y miserias, en muchas vigilias y desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez” y sabemos que para comer había algunas veces de ganarse el pan con el trabajo de sus manos: “Hasta la hora presente andamos sufriendo el hambre, la sed, la desnudez, los malos tratamientos, y no tenemos dónde fijar nuestro domicilio. Y nos afanamos trabajando con nuestras propias manos”. (1 Cor., 4, 11-12). Y en tiempos más cercanos a nosotros basta recordar a los Santos Fundadores de las Ordenes apostólicas, Francisco de Asís, Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola; a los grandes misioneros Francisco Javier, Pedro Claver... El espíritu de pobreza es el que hace ver a los fieles que no busca el apóstol otra cosa que a Dios y a las almas: “Non quaero quae vestra sunt, sed vos… no busco vuestras cosas, sino a vosotros mismos”, vuestras almas (2 Cor., 12, 14). Nada como el espíritu de pobreza y de renuncia efectiva a todo lucro material da a la labor apostólica eficacia, extensión, independencia y santa libertad.

20ª  MEDITACION

JESÚS CALMA LA TEMPESTAD DEL MAR

“Al atardecer de ese mismo día, les dijo: Crucemos a la otra orilla. Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua.  Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. 

Lo despertaron y le dijeron: ¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos? Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: ¡Silencio! ¡Cállate! El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?"

 

Punto 1.° ESTANDO CRISTO NUESTRO SEÑOR DURMIENDO, EN LA MAR HÍZOSE UNA GRAN TEMPESTAD.


1) Por lo que atañe al hecho en sí, notan los escritores que es bastante frecuente en el   mar de Tiberíades el que al caer de la tarde se levanten frescos y fuertes vientos del Hermón, que ocasionan tempestades violentísimas, muy suficientes para poner en serio peligro a las embarcaciones pequeñas. Pueden considerarse en este pasaje varias circunstancias. Y en primer lugar, cosa es que llama la atención el sueño de Jesús. Tres condiciones nota en el  en sus Meditaciones el P. La Puente (p. 3., med. 18), y es la primera que fue tomado después de largó trabajo. Bien ganado estaba después de la ruda faena del día, y natural parecía que se sintiese como necesitado de descanso. Así, nosotros hemos de procurar que no sea nuestro sueño de regalo y haraganería, sino bien ganado y para satisfacer la legítima necesidad.

En segundo lugar, lo tomó de paso; y por eso no se fué a dormir a lo profundo de la nave o a sitio donde nadie le viese ni pudiera molestarle, sino que se echó en popa, donde le encontrasen fácilmente cuantos le buscaran. El nuestro también hemos de procurar que sea con moderación y modestia, y tal que si preciso fuere no nos impida acudir al socorro de las necesidades urgentes de nuestros prójimos.

Por fin, que «aunque dormía el cuerpo, velaba su corazón, conociendo lo que pasaba como si estuviera despierto». Sería el ideal que fuese el nuestro mezclado de buenos sueños, que nos ayuden al despertar a entrar con facilidad en la oración y trato con Dios.


2) ¿Cuál es el misterio de este sueño? Consideran los ascetas que representa esta navecilla la Iglesia y también el alma. «Navis illa Ecclesiam figurabat» (San Agustín, serm. 3 in Evang. Mat.). Veces hay en que Jesús en el  las se hace el dormido y las olas de la tempestad se alzan furiosas, agitándola con violencia y amagando dar con ella en el   abismo: persecuciones, martirios, expulsiones, atropellos.., en la Iglesia; tristezas, tentaciones, desolaciones, amarguras... en el   alma.

Y, sin embargo, Jesús está en la nave. ¿Para qué permite el Señor tales borrascas? Pues para probar nuestra fe y avivar nuestra confianza, para fundarnos en humildad, purificarnos de vicios y provocarnos al ejercicio de la oración y al continuo recurso a Dios, del cual a veces nos olvidamos un poco cuando la tranquilidad y el bienestar se prolongan mucho. «El que entra en la mar aprende a orar». Aprendamos, pues, a sacar de las tribulaciones, públicas y privadas, los bienes que Dios con ellas pretende y no nos dejemos anegar de ellas.

Punto 2.° SUS DISCÍPULOS, ATEMORIZADOS, LO DESPERTARON, A LOS CUALES, POR LA POCA FE QUE TENÍAN, REPRENDE, DICIÉNDOLE5: POR QUÉ TEMEIS, APOCADOS DE FE?


1) Contrasta la serenidad de Jesús, tranquilamente dormido, en medio del fragor de la tempestad, con el ansia medrosa de los Apóstoles, titubeando de despertar al Maestro, al mismo tiempo que llenos de angustia, pues se veían a punto de perecer. La inminencia del peligro les infundió ánimo, y despertaron a Jesús, clamando: “Estamos perdidos, Señor; sálvanos ¿Es que nada te importa de nosotros?” Natural era el temor de los Apóstoles, pues que, a juicio de quienes las han experimentado, son las tempestades súbitas del Tiberíades más que suficientes para hacer zozobrar a una embarcación pesquera; pero es cierto que si hubieran tenido verdadero conocimiento del que con ellos iba, no hubieran dudado un momento en su plena seguridad. Pues no sea así en nosotros. Sabemos que en la navecilla de Pedro, en la Iglesia Santa, va siempre su divino Fundador y Esposo, que lo ha prometido, y puede y quiere cumplirlo: “Non praevalebunt…no prevalecerán” sus enemigos, llámense como se llamen y posean los medios de ataque que posean. Pasará la tormenta y la Iglesia de Cristo seguirá navegando hacia las costas del más allá.


2) Apliquémonos también la escena a nosotros mismos. ¡Cuántas veces es nuestra alma reflejo del Tiberíades! En el  la va Jesús, estamos en gracia: pero se hace el dormido y se desencadena la tempestad y soplan los vientos huracanados de las pasiones, nos azotan despiadadas las olas de la tentación, todo está a punto de naufragio; la fe se oscurece, la esperanza se desvanece, la caridad se enfría y crece la furia del combate y el enemigo redobla sus ataques y todo parece que está perdido.

¿Qué hacer? No otra cosa que la que hicieron los Apóstoles: despertar al Señor. Está en nuestra mano siempre, a veces es difícil, porque supone constancia, valor, vencimiento, y, en cambio, nada cuesta dejar los remos, cruzar los brazos y dejarse sorber del mar. No sea así. ¡Arriba el corazón! No hagas mudanza, esfuérzate contra el desaliento, y ora, y espera, y arrójate a los pies de Jesús, gritando: ¡Sálvame, que perezco, Señor! ¿No soy tuyo? ¿No me compraste con tu sangre? ¿Y me vas a dejar perderme? «Quid est dormit in te Christus? Oblitus es Christi, Excita ergo Christum recordare Christum! (Agust., 1. e.) ¿Qué significa el dormir en ti Cristo? Que te has olvidado de Cristo. Despierta a Cristo. ¡Acuérdate de Cristo!», no pienses que te abandonará; sería injuriarle. No merezcas que pueda el Señor decirte, como a los Apóstoles dijo: “Hombre de poca fe ¿por qué temes?” Señor, aunque el mundo se hunda y me arrastre en su rodar, aunque las ondas furiosas me aneguen en sus aguas, aunque todo parezca perdido, en Ti confío, y sé que no quedaré confundido.

3) Aprendamos cómo la tribulación hizo que los Apóstoles acudieran a Jesús. ¡Cuántas veces nos acaece cosa semejante, que es preciso que llame a nuestras puertas la adversidad, en una u otra forma, para que nos acordemos de acudir a Dios. Y qué pena que en no pocas ocasiones busquemos remedio o alivio a nuestros males en quienes no nos lo pueden proporcionar, sino a lo más engañoso y poco duradero, y nos olvidemos del recurso a la oración.

No lo olvidemos; antes bien, tengamos para nuestros apuros y necesidades fórmulas breves y brotadas del fondo del alma, encendidas y fervorosas, análogas al: ¡Señor, sálvanos! de los discípulos. Maestro mío, a Ti toca salvar mi alma, que es más tuya que mía: “Tuyo soy, salvame!” (Salmo 118, 94). “¡Levántate, oh Señor! ¿Por qué haces como que duermes?¡Levántate, y no nos abandones para siempre!” (Salm. 43, 24).


4) Y Jesús les dijo: “De qué teméis, hombres de poca fe?”.  ¡Con qué presteza se despertó el Señor y cómo acudió al instante al socorro de sus discípulos! Diríase que estaba aguardando a que le invocasen para auxiliarlos y remediar su angustia. Pero no lo hizo sin reprender primero su poca fe y falta de confianza en su omnipotencia. ¡Mentira parece que dudemos de Él sabiendo quién es y cómo nos ama! Su omnipotencia lo puede todo, su sabiduría todo lo sabe, su bondad está pronta a socorrernos y el amor que nos tiene es tan grande. ¿Y aún dudamos? ¡Qué mal le conocemos! Confiemos, pues, y dejémonos en sus manos.

Punto 3.° MANDÓ A LOS VIENTOS Y A LA MAR QUE CESASEN, Y ASÍ CESANDO SE HIZO TRANQUILA LA MAR, DE LO CUAL SE MARAVILLARON LOS HOMBRES DICIENDO: ¿QUIÉN ES ÉSTE, QUE HASTA  EL VIENTO Y LA MAR OBEDECEN?

1) Dice el texto sagrado que, despierto Jesús, y después de haber reprendido por su incredulidad a sus discípulos, “puesto en pie mandó a los vientos y al mar que se apaciguasen, y siguióse una gran bonanza. De lo cual, asombrados todos los que allí estaban, se decían: ¿Quién es Este a quien los vien»tos y el mar obedecen?” (Mt., 8, 26-27). Admiremos el poder de nuestro Rey, a quien obedecen las criaturas todas, y gocémonos de la gloria de nuestro Redentor; pero lloremos y confundámonos de nuestra escasa obediencia y mucha rebeldía. Obedecen los elementos y el hombre se rebela ¡No sea así! Ni nos sirva el poder de nuestro Rey de sola admiración, sino que engendre en nuestras almas filial confianza, que la necesitamos muy mucho. Nuestra miseria corporal y espiritual nos ha de hacer buscar el remedio en donde está, que es en Dios; que los hombres bien poco pueden ayudarnos.


2) Si queremos buscar razones para alentar nuestra confianza, las encontraremos abundantes y bien eficaces. En primer lugar, Dios quiere que en el   confiemos, porque nos ha creado, nos conoce, nos ama mucho y de verdad, vino en nuestra búsqueda para salvarnos. Santa Teresa del Niño Jesús escribía: «Jamás tendremos excesiva confianza en el   buen Dios, tan poderoso y tan misericordioso como es. Lo quiere Jesucristo, que nos dice lo que más de una vez dijo en vida a los pecadores convertidos: «Confide», confía. Sólo exige de nosotros esa confianza para salvarnos. ¡ Y cuántas veces se lo inculcó a su confidente, Santa Margarita María! Por eso nos dice ella: «Es el Sagrado Corazón de Jesús un tesoro infinito, del cual cuanto más se saca, más queda por sacar.» Y ha de ser nuestra confianza amorosa, filial, ilimitada y que excluya toda preocupación y por nada se amengüe.

 

3) El efecto que el milagro produjo en los discípulos fue de admiración, que les hizo exclamar: “Quién es este a quien hasta los vientos y el mar obedecen?” Si supiéramos admirar las obras de Dios en la creación, nos llenaríamos, sin duda, de admiración, pues que resplandece en el  las de tan admirable modo su omnipotencia; pero cegados por el engañoso resplandor de las cosas de la tierra, no somos capaces de contemplar la obra de Dios en la creación.

Pidamos a Jesús que jamás abandone la nave de nuestra alma y que sosiegue sus tempestades, así como las del mundo y de la Iglesia.

21ª MEDITACION


LA CONVERSIÓN DE LA MAGDALENA

San Ignacio, en esta meditación, supone ser una misma persona la pecadora que ungió los pies del Señor en casa de Simón y la Magdalena; sin embargo, en la Vulgata se recuerda la opinión contraria por un paréntesis añadido, que dice: «Sive Maria Magdalena soror Marthae fuisset sive alia: Ya fuese María Magdalena, la hermana de Marta, ya fuese otra», cuestión es debatida si las Marías fueron tres, o dos, o una.

“Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. 

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!

Pero Jesús le dijo: Simón, tengo algo que decirte. Di, Maestro, respondió él.  Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta.  Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó: Pienso que aquel a quien perdonó más. Jesús le dijo: Has juzgado bien.

Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies.  Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor.

Después dijo a la mujer: Tus pecados te son perdonados.  Los invitados pensaron: ¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados? Pero Jesús dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, vete en paz.

Punto 1.° ENTRA LA MAGDALENA A DONDE ESTA CRISTO NUESTRO SEÑOR SENTADO A LA TABLA EN CASA DEL FARISEO, LA CUAL TRAÍA UN VASO DE ALABASTRO LLENO DE UN UNGÜENTO.

1) Piensa Riccioti (Vita di Gesu Cristo, n. 341) que el convite fue hecho, más que por cariño, para estudiar cómodamente de cerca a Jesús en la sinceridad que fomentan los vahos de un convite; de todos modos, a Jesús, convidado más a un examen que a un banquete, se le negaron los cumplidos reservados de ordinario a los invitados conspicuos, como el lavatorio de los pies a la entrada, el abrazo y beso del amo de la casa, el derramamiento de perfumes sobre la cabeza antes de sentarse a la mesa. Jesús notó la omisión de estas atenciones, pero nada dijo, y se sentó a la mesa con los demás. Estaba quizá terminándose el banquete, cuando entró en la casa en que se celebraba una mujer de la ciudad, que era pecadora.

2) Por lo que después en el   mismo Evangelio se nos narra de los hermanos de Betania, amigos de Jesús, había sido educada Magdalena, cuidadosamente por sus padres en la guarda de la Ley, y vivía tranquila con sus hermanos Lázaro y Marta. Después, no sabemos cómo se dejó enredar por las seducciones del mundo y cayó; y de tal suerte se entregó a la vida disoluta, que era el escándalo de Magdala, «la pecadora de la ciudad», y dice San Marcos que el Señor echó de ella «siete demonios». ¡Adónde nos lleva una pasión, sobre todo la del amor, cuando se desordena, y cómo el enemigo procura remachar las cadenas! ¿Cómo pudo bajar tanto la Magdalena?

Un autor moderno indica para explicarlo las siguientes causas:

a) Era mujer, dotada de sensibilidad exquisita, que no bien regida, lleva fácilmente al exceso.

b) Era joven, y estaba en la edad de la inexperiencia y del hervor de las pasiones y el ansia de libertad y placer.

c) Era rica y, por ende, fácilmente entregada a una vida de pasatiempos peligrosos y vanos y a una ociosidad aburrida, que empuja a entretenimientos fútiles.

d) Era presuntuosa e imprudente en dejar su casa y la compañía de sus hermanos, que, sin duda, la hubieran librado de mil peligros, y buscó amistades que la empujaron por el camino de la perdición (Millot).

Reflexionemos y saquemos el fruto práctico de velar sobre nuestra sensibilidad y ordenar nuestro amor; de huir la ociosidad y las malas compañías; de temerlo todo de nuestra debilidad y esperarlo todo de la ayuda grande en huir de las ocasiones y buscarnos la ayuda de la dirección espiritual y la santa amistad de compañeros elegidos.

3) ¿Cómo y por qué se convirtió? No lo dice el Evangelio; quizá oyó alguna predicación de Jesús; le vio tan lleno de poder sobrehumano, haciendo prodigios, y tan lleno al mismo tiempo de afabilísima misericordia, recibiendo benigno a los pecadores, que se conmovió profundamente y se entregó con toda su fogosa alma, tan por completo, que no se contentó con menos que con hacer que cuanto de instrumento de perdición y lazo del pecado le había servido, le sirviera para rendir homenaje de amor humilde y contrito al dulcísimo Jesús, conquistador victorioso de toda su alma.

¡Oh si lo acabásemos de entender! ¡Si nos persuadiéramos íntimamente de que es Jesús todo misericordia y perdón para quien contrito le busca, cómo nos arrojaríamos llenos de confianza a sus pies! ¿Qué esperamos? ¡Aprendamos de la Magdalena lección tan provechosa y estudiemos en tan espléndido modelo lo que debernos hacer y lo que podemos esperar!

Punto 2.° “ESTANDO DETRÁS DEL SEÑOR, CERCA DE SUS PIES, CON LÁGRIMAS LOS COMENZÓ A REGAR, Y CON LOS CABELLOS DE SU CABEZA LOS ENJUGABA, Y BESABA SUS PIES, Y CON UNGÜENTO LOS UNTABA”.


1) ¡Magnífico ejemplo de sincero arrepentimiento y reparación del pecado! Llamada por la gracia, siguió con presteza y decisión el llamamiento y trocó su amor perverso en amor penitente, que le inspiró y condujo a manifestaciones tan admirables como significativas. Cuán eficaz y cumplidamente expió sus extravíos. Su orgullo, con público acto de humildad rendida; ella, la que atraía con los encantos de su belleza a los hombres, sujetándolos a su seguimiento y rindiéndolos a sus caprichos, se postra arrodillada a los pies de Jesús ante un concurso conspicuo, en el   que no faltaría acaso alguno de sus rendidos amadores.

Aquellos ojos, que apacentara en liviandades y le sirvieran de incentivo de pecado, los hizo fuentes de lágrimas de contrición sincera, con que regó los pies del Divino Maestro. Sus cabellos, que fueran lazos de perdición, los convirtió en lienzo que enjugara los pies del Señor. Sus ricos perfumes, de aroma de mundana vanidad y enervante molicie, los hace materia de obsequio delicado al Maestro bueno, que con su santidad y bondad perfuma el mundo.


2) En verdad que amó mucho, y alentada por ese amor supo obrar maravillosamente. Bien reparó sus desórdenes, extravío y escándalos: nada quedó en el  la que pudiera parecer rastro de su mala vida. Pué su penitencia modelo digno de imitarse, pues que reunió las condiciones que la hacen perfecta.

En primer lugar, fue confiada; llena de respetuosa confianza, osó penetrar en la sala del banquete, repleta, sin duda, de lo más granado de la ciudad, sin temer ser rechazada de Jesús. Fué, además, pronta, pues que dice el sagrado texto que lo hizo «ut cognovit», apenas supo que el Señor estaba allí. Y fue de veras generosa, entregando cuanto tenía, y lo que más vale, entregándose a sí misma por completo, sin reservarse nada que pudiera después hacerla volver a los malos pasos antiguos.

Por eso fue también constante: siguió a Jesús hasta el Calvario, la hizo subir a la cumbre de la santidad. Tan sincera fue su conversión, tan ardiente su amor, que, purificada de todo en todo, se sublimó hasta merecer ser la compañera de la Virgen de las vírgenes en las horas difíciles de la Pasión; la fidelísima oyente de dulces pláticas de mística intimidad en la casa de Betania; de las primeras en recibir la visita de Jesús resucitado, y por El enviada a sus Apóstoles con el mensaje de la buena nueva del triunfo más glorioso de Jesús.


3) Bien podemos aprender, los que quizá la hemos imitado en el   extravío, el más apto camino de penitencia y el secreto de la perseverancia. Como Magdalena, entreguemos a Jesús cuanto tenemos, sacrifiquemos en su honor lo que ha sido tal vez instrumento de perversión y pecado; oigamos a los pies de Jesús sus palabras de perdón, de paz, de aliento; unámonos a María y busquemos en el  la el secreto de la fidelidad a Jesús. ¡Huir, orar, sufrir, amar! Ese es el camino seguro de perseverancia y avance en la santidad.

Punto 3.° COMO EL FARISEO ACUSASE A LA MAGDALENA, HABLA CRISTO EN DEFENSIÓN DE ELLA DICIENDO PERDÓNANSE A ELLA MUCHOS PECADOS PORQUE AMÓ MUCHO; Y DIJO A LA MUJER: TU FE TE HA HECHO SALVA, VETE EN PAZ.

 
1) Dice el evangelista que al ver Simón a la Magdalena a los pies de Jesús, se decía: Si fuera Este profeta no se dejaría tocar de tal mujer, pues sabría que era pecadora. Y leyendo Jesús en el   alma de aquel hipócrita, y viendo quizá su gesto de desprecio, le dijo: “Simón, tengo algo que decirte. ¿Qué, Maestro? Había en cierta ocasión un acreedor que tenía dos deudores: debíale uno 500 denarios y 50 el otro, y como no tuviesen con qué pagar, les condonó la deuda a ambos. ¿Quién piensas de los dos que le amaría más y le estaría más agradecido? Me parece que el más favorecido. ¡Bien has juzgado! Ves esta mujer: entré en tu casa y no me diste agua para lavar los pies; en cambio, ésta me los bañó con sus lágrimas y me los enjugó con sus cabellos. No me besaste, y ésta, a su vez desde que entró no cesaba de besarme los pies. No ungiste con óleo mi cabeza, y ésta, por su parte, me ungió con bálsamo los pies. Por esto te digo se le perdonan los pecados a quien tenía muchos, porque amó mucho; pero a quien poco se perdona, poco ama. Y, volviéndose a la pecadora, le dijo: ¡Perdonados te son tus pecados! Y se decían los convidados: ¿Quién es Este que perdona los pecados? ¡Tu fe te ha salvado; vete en paz!”


2) ¡Qué bueno es Jesús y qué malos los hombres! El fariseo que convidara a Jesús, al ver entrar a aquella mujer, no sólo la juzgó mal, sino, lo que es peor aún, juzgó mal al mismo Jesús. Cierto que a quien serenamente examinara la conducta de aquella mujer se le ofrecerían razones sobradas para pensar que, arrepentida, procuraba compensar su culpa y lograr perdón; y los actos que realizaba no podían menos de parecerle manifestaciones de humilde penitencia. No los vio ni entendió así el hipócrita fariseo. Pero el Maestro salió a la defensa de la pecadora arrepentida. ¡Y cuán honrosa y delicadamente lo hizo!

En primer lugar, resplandece en este pasaje la sabiduría de Jesús en leer los más recónditos pensamientos del hombre. ¡Qué ajeno estaría el taimado fariseo de que leía Jesús en su mente como en libro abierto! Leía también en el   alma contrita de la Magdalena arrepentida, y, entre unos y otros pensamientos «ejercitó un juicio admirable justísimo y misericordiosísimo, aprobando los unos y condenando los otros, y todo para bien de ambas personas. Porque con soberana prudencia volvió por aquella mujer para honrarla, anteponiéndola al fariseo para curarle, dándole a entender que era profeta y que conocía quién era aquella mujer, pues le conocía los pensamientos».


3) Fueron, en verdad, admirables y dignas de estudio, para ser imitadas, las virtudes que ejercitó la Magdalena, y, en primer lugar, viva fe, con la que creyó que Jesús era Dios y tenía poder de perdonar los pecados: «illa quae sibi peccata a Christo remitti credidit. Christum non hominen tanturn, sed et Deum credidit», dice San Agustín (hom. 23, inter. 50); «la que creyó que podía Cristo perdonarle los pecados, creyó que Cristo no era sólo hombre, sino Dios»; y añade: «accesit ad Dominum immunda, ut rediret munda; accessit aegra, ut rediret sana; accessit confessa, ut rediret professa». «Acercóse al Señor manchada, para retirarse limpia; acercóse enferma, para retirarse sana; acercóse confesándose, y se retiró absuelta.»

Mostró, en segundo lugar, admirable religiosidad y devoción al besar y regar con sus lágrimas los pies del Señor. Además, dio muestras de gran sabiduría, con la que, no con palabras, sino con íntimos deseos y suspiros, demandaba perdón de sus delitos. Y, por fin, eficaz penitencia, que le logró lo que tanto deseaba y la hizo apartarse de los pies de Jesús plenamente justificada. Cómo sonaría en sus oídos aquel dulcísimo “¡vade in pace!” ¡vete en paz!” ¡Vete segura, alegre, feliz, tú, que hasta ahora, por la conciencia de tus pecados, estabas dolorida, triste, ansiosa, solícita, infeliz!

Mirémonos en ese espejo, y si anhelamos gozar de las sabrosas delicias de la paz de Dios, busquémosla por el camino que la Magdalena penitente nos enseña. Y postrémonos como ella, a los pies del Crucifijo, llorando nuestros pecados y suplicando a Jesús que quiera decirnos: Perdonados te son tus pecados, ¡ vete en paz!

22ª MEDITACION

CRISTO NUESTRO SEÑOR DIÓ A COMER A CINCO MIL HOMBRES

“Oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado; y cuando la gente lo oyó, le siguió a pie desde las ciudades. Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer. Y ellos dijeron: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. El les dijo: Traédmelos acá. Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños”.

Hallándose Jesús cerca de Cafarnaúm ocurrió el martirio de San Juan Bautista, y al enterarse se embarcó y se fué a la ribera oriental del lago de Genesaret, a un lugar desierto, a lo que se cree vecino de Betsaida-Julia, posesión del tetrarca Filipo. Las turbas, a pie, llegaron antes que El al punto donde desembarcó Jesús, y le esperaban ansiosas de oírle. Compadecióse el Señor y curó a muchos enfermos. Al caer la tarde, los Apóstoles le indicaron que convenía despedir a la muchedumbre para que se buscasen qué comer. Jesús les dijo: ¡Dadles vosotros de comer! Y después, mandando que se sentaran ordenadamente, hizo que les repartieran pan y pescado; y comieron hasta quedar satisfechos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.


Punto 1.° LOS DISCÍPULOS, COMO YA SE HICIESE TARDE, RUEGAN A CRISTO QUE DESPIDA LA MULTITUD DE HOMBRES QUE CON ÉL ERAN.


1) Cuán grande debía de ser la afabilidad de Jesús y el encanto que su palabra producía en las turbas. Tan grande, que las muchedumbres se sentían arrebatadas por ellas y no acertaban a dejarle; por eso sus enemigos le llamaron a boca llena el seductor, “seductor ille” y afirmaban que “seducit turbas!” (Jo., 7, 12), embaucaba a las turbas.

Sucedió, pues, que hacia mediados o fines de marzo, vecina ya la Pascua, llegaron los Apóstoles de su misión apostólica, y casi al mismo tiempo se divulgaron las noticias de la trágica muerte dada por Herodes al Bautista. Asegura San Marcos que era tal la afluencia de gente a Jesús, “que ni aun tiempo de comer le dejaban” (6, 31). Tomó Jesús a sus Apóstoles y les dijo: “Venid a retiraros conmigo en un lugar solitario y reposaos un poquito... Y embarcándose fueron a buscar un lugar desierto para estar allí solos; pero las turbas, al observarlo, acudieron por tierra a aquel sitio y llegaron antes que ellos”.

Quedó con esto frustrado el plan de retiro y soledad; pero no lo llevó a mal el Señor; antes, compadecido de la muchedumbre, que andaba como ovejas sin pastor, se puso a instruirlos en muchas cosas y a curar milagrosamente a los enfermos.

Lección digna de estudio. ¿Nos seduce a nosotros Jesús y su doctrina? ¿Nos dejamos arrastrar de ella hacia el seguimiento de Jesús? Oigamos al Apóstol, que nos dice: “Videte ne recusetis loquentem, mirad que no rechacéis al que os habla” (Heb., 12, 25,. Se olvidaban aquellas gentes hasta de lo más necesario, hasta de la comida, por oír al Maestro, y se internaban en la soledad, alejándose de todo poblado, y siguiéndole, nada echaban de menos. ¡Cuánto tenemos que aprender nosotros, que en tan poco tenemos la palabra de Dios!


2) Los Apóstoles se compadecieron de las turbas y propusieron a Jesús que las despidiera, pues que estaban en lugar desierto y era ya tarde. “Despáchales, a fin de que vayan a las alquerías y aldeas cercanas a comprar qué comer. Jesús les responde: Dadles vosotros de comer. Y dirigiéndose a Felipe, le pregunta: ¿Dónde compraremos pan para dar de comer a toda esta gente? Respóndele Felipe: Doscientos denarios --unas 176 pesetas--no alcanzarían para darles un bocado a cada uno. Preguntóles Jesús: ¿Cuántos panes tenéis? Respóndele Andrés: Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes y dos peces.”

¡Qué mezquina es la compasión de los hombres y de cuán poco nos puede servir en las ocasiones difíciles! Pueden, sí, lamentarse, compadecerse, quizá llorar con nosotros; pero en no pocas ocasiones, en las más grandes necesidades, no pueden más. ¡ Y cuántas veces no se prestan a facilitarnos ni lo que pueden! ¡Pobres de nosotros si ponemos nuestra confianza en ayudas humanas! “Maledictus homo qui confidit in homine…Maldito el hombre que pone su confianza en otro hombre”. (Jer. 17, 5). En cambio, quien confía en Dios no quedará confundido: “Benedictus vir qui confidit in Domino” (7).


3) Cosa es también que podemos aprender en esta escena una vez más lo pobremente que vivía Jesús y lo mal surtida que iba su recámara. Cinco panes de cebada y dos peces era todo el repuesto que en plena soledad tenían Jesús y sus discípulos. No se contentaba ciertamente Jesús con predicar de palabra, sino que lo hacía al mismo tiempo de obra; y el que clamaba “¡Bienaventurados los pobres!” ¡vivía como pobre! Veamos si no se nos puede a veces echar en cara que hablamos mejor que obramos.


Punto 2.° CRISTO NUESTRO SEÑOR MANDÓ QUE LE TRAJESEN PANES, Y MANDÓ QUE SE SENTASEN, Y BENDIJO, Y PARTIÓ, Y DIÓ A SUS DISCÍPULOS LOS PANES, Y LO DISCÍPULOS A LA MULTITUD.


1) Dice el Santo Evangelio que al ver Jesús a las turbas se movió a lástima (Mt., 14, 14); y con frase aún más significativa escribe San Marcos: “Enterneciéronsele con tal vista las entrañas: porque andaban como ovejas sin pastor, y así se puso a instruirlos en muchas cosas” (Mc., 6, 34). Los escribas y fariseos que debieran instruirlos y apacentar en el   espíritu a aquellas pobres gentes, no se cuidaban sino de minucias y exterioridades estériles y hacían que el pueblo viviese alejado de Dios.

Por eso, Jesús, compadecido, acudió, ante todo, al remedio de la máxima necesidad, y los instruía, “y les hablaba del reino de Dios y daba salud a los que carecían de ella” (Lc., 9, 11). ¡Cuán grande es la misericordia de Jesús para compadecerse de las miserias humanas y cuán eficaz para acudir a su remedio, si por nuestra parte nos disponemos a merecerlo!

Dispusiéronse aquellas muchedumbres, primero con su fervor y empeño en seguirle, aun tan lejos, y olvidando sus intereses materiales; con su constancia, perseverando todo el día, hasta que ya la tarde iba cayendo; con paciencia, sin tener siquiera qué comer. Y así merecieron que acudiese Jesús al socorro de sus necesidades; pero lo hizo con orden admirable, que nos indica cuáles han de ser nuestras más grandes preocupaciones y el orden que debemos guardar en el   procurar la satisfacción de nuestras necesidades.

Acudió, ante todo, a darles el manjar del alma, y les predicaba el reino de Dios, siguiendo en esto la pauta que Él mismo nos diera: “Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia., y todo lo demás se os dará pr añadidura” (Mt., 6, 33). Cuán plenamente se puso de manifiesto esta verdad en el   hecho que meditamos. Buscaron en Jesús aquellas gentes la celestial doctrina que enamoraba sus almas, y con ella les vino el remedio de las necesidades temporales: “Curó sus enfermos”, nos dice San Mateo (14, 14); “y daba salud a los que carecían de ella”, escribe San Lucas (9, 11); y después sació su hambre milagrosamente.

Así hemos de proceder en el   remedio de nuestras necesidades y en el   ejercicio de la caridad con las ajenas; ante todo, hemos de procurar la salud y el alimento del alma, conservando la gracia, frecuentando los sacramentos, sobre todo la Sagrada Eucaristía, instruyéndonos en la ciencia religiosa para nutrir nuestra inteligencia y practicando el bien para robustecer nuestra voluntad; después hemos también de procurar la salud y fortaleza corporal; y por fin las cosas materiales que nos pueden ser necesarias y aun útiles para la vida.


2) Pidió Jesús a los Apóstoles que le trajesen aquellos panes, pocos y pobres, de que podían disponer, y los escasos peces, y les ordenó que hicieran que la gente se sentara ordenadamente, “dividiéndolos en cuadrillas de ciento en ciento y de cincuenta en cincuenta” (Lc. 9, 40). Y así se sentaron en el   campo, cubierto de abundante hierba. ¿Qué quiso el Señor enseñarnos con estas disposiciones? En primer lugar, al pedir le trajeran los panes y peces de que disponían, nos mostró que si queremos merecer el auxilio extraordinario del Señor no hemos de cruzarnos de brazos, esperándolo todo de arriba, sino que por nuestra parte hemos de hacer lo posible y ofrecer con gusto lo que tengamos que sólo así mereceremos que después se nos otorgue lo que nos falta.

Máxima práctica ciertamente y de resultados maravillosos, que hemos de proceder de tal suerte como si pendiese todo de nuestra industria y trabajo, poniendo en prosecución de lo que anhelamos en actividad todas nuestras energías, y, hecho esto, dejar después el resultado en las manos de Dios.El disponer se sentaran en grupos fue, sin duda, para proceder con orden y facilitar la distribución de los milagrosos alimentos, y también para que se echase de ver más claramente la magnitud del prodigio.

Punto 3.° COMIERON Y HARTÁRONSE, Y SOBRARON DOCE ESPUERTAS.

 
1) Dice el texto sagrado que tomó Jesús los panes en sus divinas manos, y después de haber dado gracias a su Eterno Padre, levantando los ojos al cielo, los bendijo y partió y dio los panes a los discípulos, para que los distribuyesen a las gentes. Y todos comieron y se saciaron, lo dicen los cuatro evangelistas, y de lo que sobró recogieron doce canastas. El número de los que comieron, dice el antiguo alcabalero Mateo, fue de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Que se juntase tal muchedumbre no es de extrañar si se tiene en cuenta que a formarla contribuyeron no sólo los habitantes del contorno, sino aun muchos peregrinos en viaje para Jerusalén, con motivo de la próxima fiesta de Pascua. Porque pasaba cerca de aquel lugar la importantísima «Via maris», vía del mar, que iba de Damasco al mar y unía el Asia con el Africa; un ramal de ella, dirigiéndose al Sur, pasaba por Jerusalén (G. Re, S. J., II S. Evangelio..., página 436).


2) Enseñanza práctica de esta escena puede ser la que deduce el P. La Puente al proponer esta meditación acerca de cómo deben los cristianos comer cristiana y religiosamente, guardando cuatro condiciones: «la l.a, con orden y concierto, sentándose cada uno en su lugar sin competencias, antes escogiendo el postrer lugar y el más humilde; la 2.a, levantando los ojos del alma al cielo y mirando que nos ve Dios, para guardar en todo la templanza, tan difícil a 1a veces en el   refrenar la gula; la 3., con ánimo agradecido y acción de gracias al Señor, que cuida de alimentarnos; la 4., precediendo la bendición con oración devota, procurando mezclarla también con la comida, para que de tal manera coma el cuerpo, que también coma algo el espíritu». Si así lo hacemos, regularemos acertadamente un acto no menos necesario que difícil.

3) El efecto del milagro en la muchedumbre fue, sin duda extraordinario, y bien lo muestra la conmoción que se siguió de entusiasmo. Y es que, en realidad, se patentiza en el  de modo tan sensible el divino poder de Jesús, que no puede menos de causar admiración hacia tan grande Rey y entusiasmo hacia tan benéfico Señor. Bien podemos seguirle con plena confianza de que con Él nada nos faltará de lo necesario para lograr la conquista del reino de la gloria, pues que tan amorosa providencia tiene de los que le siguen. Si buscamos primero y ante todo el reino de Dios y su justicia, lo demás Él se cuidará de que no nos falte. Y esto que tan sensiblemente se realizó en el   hecho que meditamos, sigue realizándose a través de los siglos no menos eficazmente, aunque de ordinario no tan portentosamente, en los individuos, en las comunidades y en las naciones. Tengámoslo muy en cuenta y aprendamos a confiar en nuestro Rey Eterno.

23ª MEDITACION

LA PARÁBOLA DELA HIGUERA INFRUCTUOSA


Pone esta parábola en claro que Dios aguarda con paciencia la conversión del pecador, pero que, cuando llega la hora del castigo, se muestra inexorable, si no se le aplaca con la penitencia. Tal pensamiento puede ayudarnos no poco a comenzar los Santos Ejercicios con vivo deseo de hacerlos fructuosamente y a dar frutos de santidad en nuestra vida personal.


HISTORIA: “Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y vino a ella en busca de fruto y no lo halló. Por lo que dijo al viñador: Ya ves que hace tres años seguidos que vengo en busca de fruto a esta higuera y no lo hallo; córtala, pues, ¿para qué ha de ocupar terreno en balde? Pero él respondió: Señor, déjala todavía este año, y cavaré alrededor de ella y le echaré estiércol, a ver si da fruto; cuando no, entonces la harás cortar” (Lc. 13. 6-9).

Petición. QUE NO SEA SORDO A SU LLAMAMIENTO, MAS PRESTO Y DILIGENTE PARA CUMPLIR SU SANTÍSIMA VOLUNTAD.

Punto 1º. Solicitud del Señor y del viñador por la higuera.

1) Échase de ver la solicitud del Señor por la higuera en que la tenía no en un terreno cualquiera, inculto, descuidado, donde no tuviera elementos de que nutrirse, sino en su misma viña, es decir, en tierra bien cuidada. En Palestina toda viña es un vergel, y se cuida mucho y se trabaja con sumo cuidado; con lo cual, los árboles en el  la plantados es natural que prosperen notablemente y produzcan abundantes frutos, como plantas escogidas. Por eso vino el Señor en busca de fruto; y sin duda de lejos pensó que había de hallarlo, pues estaba la higuera llena de hojas y de lozanía.

2) Varias interpretaciones pueden darse a este pasaje; pero para nuestro caso podemos ver representada en la higuera a nuestra alma, plantada en la Iglesia, “vinea electa” (Jer. 2, 21), viña escogida, y todavía dentro de esa viña en porción elegida, en una familia de veras cristiana; más aún, en vida religiosa o sacerdotal, vergel regalado de Dios.

Ha recibido cuidados y cultivos extraordinarios, medios de santificación abundantísimos, gracias tan repetidas y eficaces. Tiene, pues, Dios derecho a esperar de mí frutos suavísimos. ¿Los he dado? Al repasar mi vida, quizá me encuentro con que hay en el  la, como en la higuera, apariencias de vida, exterioridades, algunas devociones, alguna compostura, algo que me hace aparecer corno cristiano, como religioso; y en el   interior los frutos son nulos y nada sé de abnegación, de mortificación, de santidad. He sido tal vez un hipócrita.

No cuestan gran cosa ciertas exterioridades; pero no bastan para responder a lo que el Señor tiene derecho a esperar de nosotros.


3) Es la higuera infructuosa imagen del alma que abusa de la gracia. Como ella tenía en la viña elementos suficientes para, sabiéndolos aprovechar, rendir fruto abundante, tiene asi alma en la gracia cuanto necesita para su santificación. Procurónosla Jesús a precio de su sangre, y es de eficacia tan maravillosa, que con su socorro todo lo podemos, “sufficit tibi gratia mea” (2 Cor. 12, 9), te basta mi gracia, dijo el Señor a San Pablo, y, efectivamente, confortado con ella pudo clamar el Apóstol: “omnia possum… lo puedo todo” (Fil. 4, 13).

¿Qué no hizo en la Magdalena, en San Pablo, en San Agustín y en tantos otros que correspondieron decididamente a ella? Pues también a nosotros se nos ha dado, pero no hemos correspondido; hemos abusado de ella o hemos resistido, haciendo así que no rindiera en nosotros los frutos suavísimos que de suyo puede producir. Cierto que nuestra conducta ha sido bien reprochable y suficiente a causar hondo disgusto en nuestro Señor, como lo causó la esterilidad de la higuera en el   dueño de la viña.

4) ¿En qué está el abuso de la gracia? No en cierta debilidad, que nos hace ser a veces escasos en la correspondencia, descuidados en el   uso, poco solícitos en el   aprovechamiento; pero que después procuramos compensar con sincero arrepentimiento y firmes y repetidos propósitos; sino en no querernos aprovechar ni responder a la gracia que se nos concede. Contentos con evitar cuanto pudiera motivar censura o reprensión de nuestros superiores; recibiendo la gracia como quien recibe la lluvia con el paraguas abierto para no mojarse, dejándola caer en torno y quedando nosotros sin ella.

Punto 2.° Disgusto del Señor.

1) Mucho disgustó al Señor el no encontrar el fruto que buscaba. “Tres años seguidos que vengo a buscar fruto… y no lo hallo: Córtala, hazla astillas y ¿chala al fuego”. Y dictó sentencia dura, pero sin duda bien motivada: tres años de cuidados, en tierra buena, daban fundado motivo a la esperanza, y al verse ésta fallida, era causa más que suficiente para excitar el enojo del propietario.

2) Mucho es también lo que al Señor disgusta el abuso de Ja gracia, y severos los castigos con que la sanciona. El, tan suave y manso, tan fácil en perdonar, como nos lo demuestran hechos repetidos del Evangelio, Zaqueo, la Magdalena, la adúltera, Pedro, etc.,  se mostraba duro y severo contra los que no querían aprovecharse de la gracia. Recuérdense las terribles palabras pronunciadas contra las ciudades por Él evangelizadas, que no quisieron aprovecharse de su predicación: “Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida; que si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros que se han obrado en vosotras, tiempo ha que habrían hecho penitencia, cubiertas de ceniza y de cilicio. Por tanto, os digo que Tiro y Sidon serán menos rigurosamente tratadas en el   día del juicio que vosotras” (Mt., 11, 21 sigs.).

3) ¿Qué será de nosotros? Si las gracias que hemos recibido las hubieran recibido otras almas, ¿no habrían correspondido harto mejor que lo hemos hecho nosotros? Dios cuenta, pesa, mide...; temamos no se canse. ¿Se retirará cuando lo llamemos? No, ciertamente; mientras vivamos, si a El acudimos, bien seguros podemos estar de lograr su perdón y gracia.

Pero estemos alerta y apliquémonos lo que nos dice San Agustín (Serm. 88, 13, ML. 38, 546): «timeo Iesum transeuntem, temo el paso de Jesús». No ciertamente porque venga a castigarte sin remedio o te haya de rechazar, si a sus pies te postras, sino porque quizá es la última vez que para ti pasa, y si le dejas marchar, ya después no podrás detenerle. Ahora es tiempo. Jesús va a pasar,  aprovéchate!

Punto 3.° Intervención del viñador.

1) Aboga el viñador a favor de la higuera y logra sea suspendida la ejecución de la terrible sentencia. Tenía sin duda cariño a la higuera; acaso la había plantado él mismo y la vio crecer, prodigándola sus cuidados. Y se brinda a cultivarla con más solicitud aún haciendo con ella nuevas labores, encaminadas a lograr que rinda sazonados frutos.

Nada nos dice e texto evangélico de si el dueño de la viña accedió a la súplica; de creer es que si, y que merced a ello el viñador emprendió con ella una serie de trabajos que dieron por resultado una cosecha magnífica de sazonados frutos, que al ser presentados al dueño le colmaron de satisfacción.

2) Apliquemos a nuestro caso la parábola. Quizá hubo ocasión en que Dios cansado de nuestra ingratitud, y viendo que plantados en tan santa y fértil tierra, nos obstinábamos en no rendir fruto, dictó sentencia condenatoria contra nosotros. Y entonces nuestro abogado: “Advocatum habemus apud Patrem… tenemos abogado ante el Padre” (1 .Jo., 2, 1), intercedió solícito por nosotros.

Agradezcamos al Corazón amorosísimo de Jesús la bondad con que nos ha aguardado y nos brinda su perdón y la gracia. Ofreciéndonos a trabajar durante estos días y en toda nuestra vida,con empeño y solicitud, en responder pronta y generosamente a sus bondades. Pidamos a San José y a la Santísima Virgen que nos ayuden con su poderosa intercesión a hacer estos Ejercicios bien hechos.

24ª MEDITACION

PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO

Composición de lugar: Imaginarnos a Jesús diciendo a sus oyentes la parábola. O al padre recibiendo en sus brazos al hijo pródigo.

Petición. Interno conocimiento de la misericordia del Señor para, llenos de confianza, echarnos en sus brazos.

“Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.  No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.  Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. 

Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre!  Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.   Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.  

Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.  Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.

Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.  Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

Y su hijo mayor estaba en el   campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.  Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase.  Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.  

El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”. 

Materia dulcísima y muy copiosa de meditación nos brinda la misericordia divina; materia al mismo tiempo de suma utilidad; sin ella la consideración de nuestra miseria nos sumiría en la descoco fianza y la desesperación. Puede estudiarse en el   Santo Evangelio, en las palabras y en los hechos de Jesús; sólo vamos a exponer una página en la que nos descubrió algo de los tesoros insondables de misericordia para con los pecadores.

Se acercaban a Jesús, dice San Lucas (15,1) los publicanos y pecadores para oírle. Y murmuraban los fariseos y escribas, diciendo: “Mirad cómo se familiariza con los pecadores y come con ellos”. Entonces les propuso, una tras otra, tres bellísimas parábolas: la del pastor que corre tras la oveja descarriada, la de la mujer que busca solícita la dracma que se le perdiera y la del hijo pródigo. Bellísimas las tres; vamos a exponer solamente la última.


1. LA PARÁBOLA

 
Punto 1.°  La salida de la casa paterna.

“Un hombre tenía dos hijos, de los cuales el más joven dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me toca. Y el padre repartió entre los dos la herencia” (Lc 15, 11-12). Según la ley (Deut 21, 17), al mayorazgo correspondía doble parte, de suerte que en nuestro caso tocaba al hijo menor un tercio de la herencia. El primogénito no entraba de ordinario en posesión de su parte hasta la muerte del padre; y era, en cambio, de uso corriente que cuando el segundo llegaba a edad competente para crearse un hogar se le diera su legítima para que a la sombra de su padre se hiciera hombre.

Detalles hay en la parábola que muestran a nuestro joven como hombre de corazón delicado y noble. ¿No sería el móvil primero de su resolución, a primera vista irrespetuosa y audaz, el deseo de trabajar y abrirse camino o labrarse un porvenir? A pensarlo da margen, en primer lugar, el que el padre no opusiera la menor dificultad a su demanda ni le hiciera reflexión alguna. Dificultad que notan varios exegetas sin ofrecer respuesta satisfactoria.

Además, y es otro argumento en pro de la probabilidad de esta afirmación, la petición no parece que la hizo el joven con el propósito, ya premeditado de darse a la vida rota pues que no decidió marcharse sino después de algún tiempo. “Et non post multos dies… y después no de muchos días” (Lc 15, 13); de suerte que pasaron días, siquiera no fuesen muchos.

Quizá en el  los inició sus negocios y le fue bien, lo cual, unido a su juventud y a la ansiada independencia de su padre, le hizo entrar en deseos de gozar. Y “recogidas todas sus cosas, se marchó a un país muy remoto”; otro indicio de que el joven tenía cierta delicadeza de corazón: no se decidió a entregarse a la vida libertina allí donde su padre vivía; le respetaba aún y le amaba, por eso se fue a región lejana, lo suficientemente apartada para vivir a sus anchas sin que su padre se enterara ni pudiera seguirle los pasos; “y allí malbaratá todo su caudal, viviendo lujuriosamente”; y aunque la frase puede significar «con despilfarro, con exuberancia de vida», pero se ha de entender deshonestamente, como con frase gráficamente clara lo puso de manifiesto su hermano.

Mientras tuvo dinero no le faltaron amigos que le ayudaron a gastarlo; cuando sus caudales se agotaron, se encontró solo en tan mala ocasión, que “después que lo gastó todo sobrevino una grande hambre en aquel país y comenzó a padecer necesidad” (Lc., 15, 14). Quizá acudiría en el  la a sus compañeros de disipación; pero o no quisieron o no tuvieron con qué ayudarle, y la necesidad llegó a extremos de que se moría de hambre, y para evitarlo pensó en ponerse a servir y ganar así siquiera un bocado de pan.

“De resultas púsose a servir a un amo de aquella tierra, el cual le envió a su granja a cuidar cerdos” (v. 15). Es preciso ponerse en las circunstancias de tiempo y oyentes en que Jesús hablaba para hacerse cargo de todo el envilecimiento que suponía tal ocupación; para los oyentes de Jesús era el cerdo un animal impuro; debió ser el del pobre joven un caso de tan extrema necesidad, que le hizo pasar por todo. Pero no se remedió con tal solución su necesidad, sino que su hambre se exacerbó, de suerte que “allí deseaba con ansia henchir su vientre de algarrobas que comían los cerdos y nadie se las daba” (v. 16).

Es ansia producida por el hambre extrema la de “henchir el vientre” de cualquier cosa; y no se las daban. ¿Puede concebirse miseria mayor? En verdad que el envilecimiento de este pobre muchacho fue horrible. Pero fué al mismo tiempo, saludable, porque le empujó a buscar en su necesidad el más eficaz y radical remedio: ¡ la vuelta a su casa y a su padre!


Punto 2.°  La vuelta a la casa paterna.

       Si todo le hubiera salido bien y su dinero no se hubiera agotado, cierto que para nada se hubiera acordado de su padre y hubiese continuado su vida de libertinaje; pero.., el hambre le hizo añorar la abundancia de su casa; ¡ la necesidad le abrió los ojos! “Y vuelto en sí, dijo: ¡Ay, cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo estoy pereciendo de hambre!” (v. 17).

Volvió en sí porque había andado muy fuera de sí, olvidado de todo lo bueno, y al volver en sí revivió en su interior la vida de su casa, casa dichosa en que la felicidad y abundancia redundaban hasta los últimos criados. Y del nostálgico recuerdo de tanta felicidad perdida y su comparación con tanta miseria actual brotó en su corazón un sentimiento dulcísimo y un deseo ardiente de reintegrarse a su hogar siquiera en grado de sirviente que en el   de hijo le parecía audacia inaceptable aun el pensarlo: “Me levantaré” (v. 18).

Lleno de “vergüenza y confusión” reconoce y confiesa que se ha hundido muy hondo en el   abismo de la miseria y concibe el anhelo de salir de tal abyección y levantarse, para emprender el camino de regreso a la casa paterna de la que en mal hora saliera. “E iré a mi padre y le diré: Pequé contra el cielo y contra ti. Ya no soy »digno de ser llamado hijo tuyo” (v. 18, 19).

¡Cuán crecido e intenso era el dolor que en su corazón sentía y cuán amargas al par que dulces, las lágrimas que a su fuerza brotaron de sus ojos! Su vileza le parecía tan grande y tan levantada la virtud y dignidad de su padre, que se juzgaba de veras indigno de ser llamado hijo de tal padre; pero, por otra parte, la felicidad de vivir bajo aquel techo querido y junto a aquel padre tan bueno le acuciaba a procurar ser admitido siquiera como siervo; “trátame como a uno de tus jornaleros” (v. 19); gustoso ganaré el pan con el sudor de mi rostro con tal de que sea junto a ti.

“Con esta resolución se puso en camino para la casa de su padre” (v. 20). Quizá los pies se le pegaban al suelo por la debilidad tremenda, que le tenía sin fuerzas y a pique de desfallecer, y por el fantasma del temor a la noble dignidad de su padre, por él tan envilecida, que le parecía alzarse ante él como un muro que le impedía el acceso al hogar que abandonara.

Poco tiempo antes, no sabemos cuánto, pues el texto sagrado nada indica que defina los tiempos, marchaba por aquel mismo camino, en sentido inverso, lleno de juventud, pletórico de vida, con el bolsillo repleto de dinero y el corazón ansioso de placer. Le parecía dura la sujeción a su padre y volaba en busca de libertad.

¡Libertad! ¡Pobrecillo! ¡El mismo iba a echarse a sus pies el grillete de la esclavitud más vil al mendigar se le admitiera al servicio de un dueño mezquino que le destinó a guardar puercos! Buscando libertad dió en ser esclavo; primero, de sus pasiones; después, de su miseria.


Punto 3.° El recibimiento que le hace su padre.

 
Y marchaba lentamente. Mientras tanto, en su casa, desde que él marchara, no acertaba a vivir tranquilo su padre, y pasaba largas horas sentado en la azotea, avizorando el camino por el cual se alejara el hijo ingrato, pero querido.

“Estando todavía (el hijo) lejos, avistóle sn padre, y enterneciéronsele las entrañas, y corriendo a su encuentro...” (Lc., 15, 20), sus ojos cansados no acertaban a definir quién era el que en lontananza marchaba, pero el corazón le dio un vuelco y le dijo: ¡Es él!; para el padre, «él» era el hijo que le faltaba y esperaba. Y sin cuidarse a adecentarse en el   vestido, de suerte que llamó poderosamente la atención de los criados, que muy pronto salieron tras él intrigados, echó a correr al encuentro de su hijo. Y ahora pensad un poco lo que en la mente y el corazón del joven hubo de ocurrir; también él, al trasponer el horizonte, había divisado a lo lejos la casa paterna; bien la conocía; vio de pronto que por su puerta salía corriendo.., su padre.

Era la distancia aún mucha, y por más que lo procuraba, no acertaba a divisar definido el rostro de su padre. Los pies se le clavaron al suelo temiendo que, habiéndole conocido, salía a impedir que con su presencia le deshonrara; pero cuando, corriendo su padre, se acortó la distancia, entonces ya vio aquel rostro tan lleno de ternura, que el corazón se le ensanchó y, animado de indefinible júbilo, corrió también a él y corriendo se encontraron, y el hijo se postró de rodillas y el padre “le echó los brazos al cuello y le dio mil besos”.

Díjole el hijo: “Padre mío, yo he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (v. 21). Tapóle la boca su padre y así no osó continuar su súplica en la forma en que la preparara, pues juzgó sería ofenderle proponer a su padre le recibiera no más que como a siervo. “Mas el padre por respuesta, dijo a sus criados: Traed aquí luego el vestido más precioso que haya en casa y ponédselo, ponedle un anillo en el   dedo y calzadle las sandalias y traed un ternero cebado y matadle y comamos y celebremos un banquete. Pues que este hijo mío estaba muerto y ha resucitado, se había perdido y ha sido hallado” (v. 22-24). Y apoyado tiernamente en su padre llegó a su casa y se bañó, y se perfumó, y se vistió un vestido nuevo, y se puso el anillo. “Y con esto dieron principio al banquete”.

“Hallábase a la sazón el hijo mayor en el   campo. Y a la vuelta, estando ya cerca de su casa, oyó el concierto de música y baile. Y llamó a uno de sus criados y preguntóle qué venía a ser aquello. El cual le respondió: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro cebado por haberle recibido en buena salud. Al oír esto, indignóse y no quería entrar” (24-26).

El criado corrió a avisar a su señor lo que ocurría, y dejando el padre la sala del convite “salió afuera y empezó a instarle con ruegos. Pero él le replicó diciendo. Es bueno que tantos años ha que te sirvo sin haberte jamás desobedecido en cosa alguna que me hayas mandado y nunca me has dado un cabrito para merendar con mis amigos. Y ahora que ha venido este hijo tuyo, el cual ha consumido su hacienda con meretrices, has hecho matar para él un becerro cebado. “Hijo mío, respondió el padre, tú siempre estás conmigo y todos los bienes míos son tuyos. Mas era muy justo el tener un banquete y regocijarnos por cuanto este tu hermano había muerto y ha resucitado; estaba perdido y se ha hallado” (v. 28-32).

Así termina la narración evangélica; no dice si el hermano mayor entró en el   banquete; de creer es que sí. Y cierto que las palabras del padre al hijo mayor son de veras consoladoras para él: ¡Siempre estás conmigo! ¡Todo lo mío es tuyo!

II. LA REALIDAD: Dios y el pecador.

Punto 1.° El pecado.

Dios, el padre; sus hijos, los hombres; el mayor, el justo, pues Dios crió al hombre en justicia y santidad; el menor, el pecador. Los hijos, nosotros mismos, vivíamos dichosos en casa del padre; días felices de la primera Comunión, de la inocencia, del fervor y diligencia en el   servicio del Señor.

Un día, quizá cuando aún teníamos pocos años de edad, entramos en deseos de salir de la casa del padre: la tentación, un mal amigo, una novela, el despertar feroz de las pasiones, y lo que antes nos era grato y suave se trocó en ingrato e intolerable, y la vida de los hijos de Dios pareciónos tediosa... y nos fuimos! ¡Queríamos más libertad, queríamos vivir la vida, gozar! Dejamos a nuestros padres, a los que Dios puso para regimos; desoímos sus consejos, evitamos su trato y nos fuimos a una región muy apartada

¡Qué lejos de Dios se va el pecador! ¡Y allí derrochamos nuestra hacienda..., malbaratamos la gracia, vilipendiamos nuestra dignidad de hijos de Dios, renunciamos a nuestros derechos de herederos del cielo! Y no pocas veces dilapidamos aún nuestra hacienda natural y perdimos hasta la condición de racionales. Y llenos de hambre, comenzamos a mendigar de las criaturas, y nos hicimos siervos de ellas, y nos daban a comer manjar de bestias; pero no saciaba nuestra hambre.

Cuando el hombre, cansado del «suave» yugo de Dios y de su ley, busca la libertad, ¡qué amos se echa! Mirad...: pobre drogadicto… pobre borracho..., esclavo de una copa de licor o un vaso de vino, de una pastilla que le arranca de su casa, le arrastra por los suelos, le priva de la razón y le pone al nivel de las bestias. Pobre lujurioso..., esclavo de una mujerzuela..., que le aparta de sus más legítimos amores, le hace olvidar sus obligaciones más sagradas, le roba su hacienda y lo que más vale: su dignidad; le convierte en vil esclavo. Pobre codicioso, atado con cadenas, quizá de oro, pero terribles y envilecedoras... ¡Pobre... pecador! ¡Pobres de nosotros, recordémoslo! ¡Qué amos nos echamos cuando del servicio de Dios huimos! ¡Qué cadenas más duras remachamos cuando rompemos locamente los lazos suavísimos que a nuestro Dios nos unen...; hasta dónde nos envilecemos!


Punto 2.° La conversión.

¡Y Dios es tan padre! El paralelismo que puede establecerse entre la conducta del hijo pródigo y la del pecador en el   proceso de apartamiento y envilecimiento es no poco perfecto; pero no lo es tanto entre la marcha hacia la casa paterna del hijo arrepentido y la del pecador convertido. Puede Él hombre, por el abuso de la libertad, salir de la casa paterna y alejarse mucho de Dios y sujetarse a esclavitud oprobiosa y... darse la muerte al alma; pero no puede por solo su querer, sin la ayuda de la gracia, volver a recobrar los bienes perdidos.

Si el Señor hubiera querido representar en toda su maravillosa realidad el proceso de la economía de la gracia en la conversión del pecador, hubiera tenido que mudar la parábola en su segunda parte de un modo análogo al indicado en la de Ja oveja perdida.

El Padre no podía vivir sin su hijo, e inquiriendo dónde se hallaba, corrió en su busca, y hallándole en la alquería, sumido en aquella nauseabunda abyección, se acercó a él y con ruegos suavísimos comenzó a invitarle a que volviera a la casa paterna; y al principio, tan envilecido estaba, que no le atendía; después, aquellos acentos dulcísimos hicieron vibrar suavemente afectos adormecidos en su corazón, y con voz apagada dijo: «¡ Sí, quiero volver!», y al intentar incorporarse para echar a andar cayó desfallecido y clamó llorando: «¡Padre, quiero. sí..., pero no puedo!»

 Y el padre le dijo: «Hijo mío, tengo yo fuerzas para los dos! Y tomándolo lo cargó a hombros y comenzó el camino de vuelta; mas viéndolo tan débil que se le moría a chorros, le inyectó su misma sangre y con ella nuevo vigor y vida nueva..., y llegó a su casa, y lavado, y vestido, y adornado.., le ofreció un gran banquete y como manjar el más preciado: ¡su propia carne! Y pudo haber añadido aún más si quisiera retratar toda la felonía del pecador reincidente y todo el derroche de misericordia del Dios de nuestros amores.

Pocos días después, hastiado de la vida sosegada y pacífica de la casa paterna, aquel hijo desagradecido, añorando su antigua vida de crápula, reunió lo que pudo y se marchó otra vez muy lejos, a derrochar el nuevo caudal que se le había otorgado. Y su padre volvió a hacer diligencias para hacerle tornar, y volvió a perdonarle.

Y tercera vez huyó el hijo díscolo, con obstinación que pudiera parecer inexplicable... Cierto que si tal hubiera Jesucristo dicho a sus oyentes le hubieran éstos respondido: ¡ Eso es un cuento! ¡Eso es fantasía! ¡Ni ha habido ni puede haber hombre que así perdone! ¡Y llevaran razón; así no se porta, así no perdona sino Dios! “Cui proprium est misereri semper et parcere! ¡De quien es propio compadecerse siempre y perdonar!

Y es así que sumido el hombre en el   pecado y por él en la muerte a la vida de la gracia, no puede tornarse a la vida, no puede resucitarse: ni en lo físico, ni en lo espiritual; y para que se convierta es preciso que Dios vaya a buscarle.

Y en efecto: Dios, con la gracia preveniente, llama al corazón del pecador con dulzura y constancia admirables, no se desdeña de abajarse a los abismos más repugnantes de abyección. Llamadas de Dios son esos toques suavísimos, esas luces, esas angustias, ese vacío..., y llama por la voz de un amigo, por la predicación de un misionero, por la pluma de un escritor católico; y a veces, cuando no se le oye..., llama más fuerte por una muerte súbita, por una quiebra de fortuna, por una enfermedad, por la muerte de un ser querido..., y ¡cuántas veces le hacemos aguardar un día y otro día..., y persevera incansable!

Punto 3.°  El perdón.


Y cuando, al fin, el pecador se rinde, entonces todo es facilitarle la vuelta, reintegrarle en todos sus honores, volverle todos sus derechos.

Perdona Dios tan cumplidamente que es cosa que conmueve el recordarlo. Ya El mismo, en la parábola de la oveja perdida, al describir el regocijo del buen pastor que la encuentra, añade: “Os digo que a este modo habrá más fiesta en el   cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia” (Lc 15, 7). Y al cerrar la brevísima parábola de la dracma perdida y encontrada, dice: “Así os digo yo que harán los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia” (Ib., 10).

¿Y el banquete? ¡La Eucaristía! ¡La vestidura de la gracia..., el anillo de heredero; y así adornado puede sentarse al gran banquete en que le da su cuerpo y su sangre en manjar y bebida! No tiene Dios más que darnos. ¿Y dudaremos más aún de su misericordia? ¡Sería una locura y sería ofender al Señor! Pues todavía hay algo más extraordinario, y es que no limita el Señor su perdón a una o contadas veces, sino que lo extiende, sin cortapisas a todas las que el pecador, sinceramente arrepentido, vuelva a solicitar su absolución.

Y fue la vida de Jesús práctica repetida de lo que aquí nos enseña. Por eso le vemos rodeado frecuentemente de pecadores; ¡y cómo los buscaba, los recibía, los trataba, los defendía! Baste recordar a la Magdalena, a la adúltera, a la Samaritana, a Zaqueo, a Pedro.

Echándonos, como el hijo pródigo, a lo pies de su padre, a los pies de Cristo crucificado... y dejando que el corazón se nos llene de amor y confianza, démosle gracias y pidámosle perdón de nuestros pecados.

25ª  MEDITACIÓN

DEL PECADO Y CONVERSIÓN DE SAN PEDRO.


Composición de lugar. Ver a Pedro saliendo del atrio del Pontífice después que le miró Jesús.

Petición. Contrición sincera y eficaz propósito; grande ánimo para compensar con nuestro fervor, en adelante nuestros pecados e ingratitud pasada.

Punto 1.°  Causas de la caída.

Todos los Evangelistas narran el hecho: Mt. 26; Mc. 14; Lc. 22; Jo. 18. Pueden reducirse a tres las causas que prepararon la caída:

1) La presunción. Sin la gracia nada podemos. Le avisa Jesús, y Pedro, con insistencia, se jacta de que no será como Jesús dice: “Non te negabo», ¡no te negaré!” (Mc., 14, 31). Mostró su presunción; a) en contradecir a Jesús; b) en anteponerse a los demás; “etsi omnes scandalizati fuerint in te… aunque todos se escandalicen (v. 29),...; c) en jactarse de su fortaleza: “etsi oportuerit, me simul commori tibi… aunque hubiese de morir contigo”. (v. 31), “Tecum paratus sum in carcerem et in mortem ire (Lc. 22, 33), estoy preparado para ir contigo a la cárcel y a la muerte”.

Cuánto daño nos hace; nos oculta: a) nuestra debilidad, y nos da la seguridad en nosotros mismos; de nadie necesitamos, todo lo podemos; b) la fuerza del enemigo; par el presuntuosos no hay enemigo temible;  c) la magnitud del peligro: para él no hay lugar peligroso ni ocasión temible...

2) La negligencia._Nace de la presunción; se reveló en San Pedro: a) en que se durmió en la oración, a pesar de advertirle el Señor que velase y orase para no ser vencido;  b) en que siguió a Jesús “a longe… de lejos (Lc 22, 54), «Bene sequebatur a longe, qui erat proxime iam negaturus. Neque enim negare potuisset si Christo proximius adhaesisset...Verdad que le seguía de lejos quien estaba próximo a negarle. Ni hubiese podido negar a Cristo si se hubiera adherido a El más de cerca…» (5. Ambr., Expos. Ev. sec. Le., 1, 10, n. 72. ML. 15, 1822).

3) La imprudencia. Manifestada, sobre todo, en no huir la ocasión, sino meterse en el  la.

Punto 2º.  Gravedad de la caída.

La ponen de manifiesto:

a) Las circunstancias que la precedieron:

1) Era el Apóstol que más beneficios recibiera.

2) Le había predicho su caída y el género de tentación.

3) El había protestado, con juramento, de su fidelidad.

b) Las circunstancias de la caída:

1) Pué pecado de apostasía al menos exteriormente.

2) Negó al que había confesado por «Hijo de Dios».

3) ¿Qué le movió a pecar? La pregunta de una criadita, no de un soldado o del juez.

4) ¿Cómo le negó? Con juramento reiterado.

5) ¿Cuándo le negó? Cuando Jesús sufría y era interrogado acerca de sus discípulos...

Punto 3.° Arrepentimiento de Pedro.

Modelo de arrepentimiento..., había negado tres veces a Jesús y continuaba Pedro entre sus enemigos...; el pródigo “volvió en sí” (Lc., 15, 17); pero Pedro no volvía en sí. “Et conversus Dominus respexit Petrum… y volviéndose el Señor miró a Pedro” (L 22, 61), quizá al pasar junto a él, cuando, terminado el Sanedrín, le bajaron del salón donde fuera juzgado a la planta baja...

Y la mirada de Jesús hizo recordar a Pedró las palabras de la cena: “Et egressus foras Petrus flevit amaresaliéndose fuera lloró amargamente…” (Ib., 62), y otro Evangelista dice que “coepit flere… comenzó a llorar” (Mc., 14, 72).

La conversión de Pedro fue: 1) Pronta, sin demora. 2) Sincera, cambió pór eompleto, desconfió y su humildad le hizo huir. 3) Eficaz, tomó medios para no caer, se retiró. 4) Completa, sin dejar rastro. 5) Constante, no volvió a caer.

       ¿Qué hizo Pedro? Del atrio del pontífice se fue al cenáculo a buscar a la Santísima Virgen, refugio de pecadores; a sus pies lloró, de sus labios escuchó palabras reconfortantes. «...Y adónde iría a consolarse sino a la Virgen, único refugio de pecadores, para darle cuenta de su tristeza y amargura? Así es que, animado con sus dulcísimas palabras, se encerró para llorar en una cueva con esperanza firme de alcanzar perdón.» (La Palma, 5. J., Historia de la Sagrada Pasión, e. 13.)

Punto 4.° Conducta del Señor.

¡Cuán llena de bondad!:

1) No le abandonó, sino que se “volvió a él”, fué a buscarle..., le brindó el perdón..., ¿con qué ojos le miró?

2) Se le apareció apenas resucitado... Reproduzcamos la escena del hijo pródigo...

3) Le confirmó en todos los privilegios.., sin exigirle más que una triple confesión de amor...

Meditemos viendo ¡cuán bueno es Jesús para los pecadores arrepentidos! Puede proponerse la conversión de San Ignacio, modelo de la nuestra. Fué:

1) Pronta y magnánima. Herido en Pamplona..., obró en el  la gracia por medio de la lectura de la vida de Nuestro Señor y las de los santos... Todo quería intentarlo... Hizo aquel esforzado ofrecimiento, al que tembló la casa... Puso por obra sus planes a pesar de la familia, amigos...; dificultad de la vida emprendida...; respetos humanos; dirían que dejaba la vida militar por temor de ser herido otra vez...

2) Perfecta. No a medias. Bien se echa de ver, por los Ejercicios..., aquella vergüenza y confusión... crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados, etcétera..., afectos son que San Ignacio fué experimentando. Y cuán bien logró y vivió las tres peticiones de los coloquios del tercer ejercicio. La perfección de esta conversión se ve siguiendo la marcha de los Ejercicios..., retrato del alma de San Ignacio.

3) Constante, sin paradas, ni fatigas, ni decaimiento, sino creciendo hasta la muerte. Cómo pensaba en el   ¿qué he hecho?, ¿qué hago?, ¿qué he de hacer por Jesucristo?

26ª  MEDITACION

LA TRANSFIGURACIÓN DECRISTO EN EL   TABOR

Composición de lugar. Un monte alto. No dice el texto cuál fuese. Muchos modernos ponen la escena en el   monte Hermón, cuya cumbre más alta se eleva a 1.759 metros sobre el nivel del mar Mediterráneo. Los antiguos más bien señalaban el Tabor, que mide 562 metros sobre el nivel del Mediterráneo, aunque por estar los valles de su pie más bajos que el nivel de ese mar, alcanza sobre ellos de 600 a 620 metros.

“Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias; escuchadle. Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor. Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos”.


Punto 1.° TOMANDO EN COMPAÑÍA CRISTO NUESTRO SEÑOR A SUS AMADOS DISCÍPULOS PEDRO, JACOBO Y JUAN, TRANSFIGURÓSE Y SU CARA RESPLANDECÍA COMO EL SOL Y SUS VESTIDURAS COMO LA NIEVE.


Materia sabrosa de meditar, que se presta a devotas y útiles aplicaciones.

1) Eligió el Señor a tres de sus discípulos. ¿Por qué? Por especial predilección más que por propios méritos adquiridos; muy dueño es el Señor de prodigar sus gracias como quiera y a quien quiera, sin que pueda el hombre por ello pedirle cuenta, ni tenga motivo alguno en qué fundar el más leve reparo. Allá cuando el Señor, al pagar a los operarios, comenzando por los últimos, les entregó su jornal entero, tapó la boca de los primeros, que se quejaban de que no se les diera más que a los últimos, diciendo: ¿No soy Yo dueño de disponer de lo mío a mi gusto? ¿O es que merece censura el que Yo sea generoso?

Generoso fue, en verdad, con estos tres Apóstoles, pero ¿no lo es también con nosotros? ¿Por qué yo he sido llamado al cristianismo, a la Religión, al sacerdocio, y otros no? Sin duda que por especial e inmerecida misericordia del Señor para conmigo ¡Sea Él bendito y cómo debemos agradecérselo, sobre todo si consideramos lo que lleva consigo tal predilección!

2) ¿Para qué los separó de los demás? Para llevarlos consigo. ¿Adónde? A un monte levantado. Así a nosotros nos eligió para que fuésemos suyos, ut essetis mei (Lev., 20, 24); para levantarnos a dignidad altísima, que lo es sin duda la cristiana, la religiosa, la sacerdotal; que supone una magnífica elevación. ¿Podremos penetrar, por mucho que lo pensemos la elevación sobre el nivel ordinario de la naturaleza humana, que lleva en sí la que nos hace lindar con lo divino, y por la que merecemos ser en verdad “hijos de Dios y herederos del cielo”.

¡Oh, si supiéramos apreciarlo y no abandonásemos jamás desconsiderada y neciamente alturas tan sublimes de la vida de la gracia, para bajar a sumergirnos en el   fangal del pecado, arrastrándonos, como los irracionales, por las simas que conducen al abismo infernal! Subamos hacia el cielo: vivamos siempre arriba, en alturas de luz y de bien.


3) Una vez en la altura transfiguróse a sus ojos Jesús y su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras blancas como la nieve. No tuvo para eso que mendigar auxilio ajeno; le bastó dejar que la gloria de su alma saliera un poco fuera e iluminase el cuerpo que la acompañaba algo así como sucede al pasar la corriente eléctrica por el filamento metálico.

Los discípulos, cansados quizá de la penosa subida al monte, se hallaban cargados de sueño, dice San Lucas (9, 32), y despertando vieron la gloria de Jesús (ib.)

 En cambio, Jesús, al llegar, se puso a orar, y mientras estaba orando se transfiguró. La oración de los justos transfigura y lleva a la unión con Dios, que ilumina nuestra mente y nos transforma, aun en el   exterior, haciendo que en el  la resplandezca la santidad; porque de tal manera procede Él justo, que su virtud irradia y es luz suavísima que encanta a cuantos lo ven y hace destacarse al que la practica como la nieve sobre la cumbre de los montes.

 
4) ¿Por qué se transfiguró Jesús? Para recordarnos el premio que nos tiene preparado si le somos fieles; para ello suele amorosamente dar a sentir de cuando en cuando a los que son fieles, como lo hizo aquí con los escogidos y más tarde con San Pablo, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede comprender. Lo que sentido ha hecho decir a los Santos: ¡Qué vil me parece la tierra cuando miro al cielo! ¡Lo que esfuerza en la lucha y anima en el   combate, la eterna felicidad!

San León, Papa, en su sermón de la Transfiguración, dice: «En la cual transfiguración se pretendía principalmente arrancar del corazón de los discípulos el escándalo de la cruz, y que no conturbase su fe la voluntaria humildad de la Pasión a aquellos a quienes se había revelado la excelencia de la dignidad escondida» (Brev. Rom., 6 de agosto).


Punto 2.° HABLABA CON MOISÉS Y ELÍAS.


1) El texto sagrado dice: “Y al mismo tiempo les aparecieron Moisés y Elías conversando con Él” (Mt., 17, 3); y en el   lugar paralelo dice San Lucas: “y hablaban de su salida, la cual estaba para verificar en Jerusalén” (9, 31). Llama la atención que en medio de aquella manifestación de gloria, que tanto júbilo produjo en el   corazón de los Apóstoles, hablase Jesús de su Pasión y muerte. ¿Por qué así?

Para indicarnos cuán en el   alma la llevaba y cómo era verdad el ansia que expresara en aquella su frase: “Con un bautismo tengo de ser bautizado, y como vivo en apretura hasta que se consume!” (Lc. 12, 50). Nos ama tanto, que anhela nuestro bien sobre toda cosa, aunque no se pueda lograr sin tanto mal y tan dolorosa partida para Él. ¡Cómo nos ama! ¿Y nosotros? ¿Sabemos por Él padecer siquiera algo o rehuimos estudiada y cuidadosamente cuanto suponga sacrificio, contentos con palabras, quizá con oraciones fáciles o prácticas que nada cuestan? ¡Y decimos que le amamos! No nos engañemos; la prueba del amor son las obras, sobre todo, el sacrificio.

2) Quiso también enseñarnos que no hay camino para llegar a la transfiguración si no es el de la cruz, y que sin ella es ilusión pretender el triunfo de la gloria. Nos cuesta entenderlo. Había Jesús de explicárselo a los suyos “abriéndoles el sentido de las escrituras”, para hacerles ver que convenía que Cristo padeciese todo aquello para así resucitar y triunfar glorioso.

Aprendámoslo, pues, y no nos forjemos ilusiones vanísimas; no se puede llegar a la corona del premio sin previo combate de encarnizada lucha. Miremos al modelo de todo predestinado “sustinuit crucem”, llevó la cruz, y por ella triunfó. Si nosotros renunciamos a la cruz, no tenernos derecho a tenernos por discípulos de Cristo.

Punto 3.° DICIENDO SAN PEDRO QUE HICIESEN TRES TABERNÁCULOS, SONÓ UNA VOZ DEL CIELO QUE DECIA: ESTE ES MI HIJO AMADO, OÍDLE; LA CUAL VOZ, COMO SUS DISCÍPULOS LA OYESEN, DE TEMOR CAYERON SOBRE LAS CARAS, Y CRISTO NUESTRO SEÑOR TOCÓLES Y DÍJOLES: LEVANTAOS Y NO TENGÁIS TEMOR; A NINGUNO DIGÁIS ESTA VISIÓN HASTA QUE EL HIJO DEL HOMBRE RESUCITE.

1) ¡Cuán grata debía de ser aquella vista de Jesús, nos lo indican suficientemente las palabras de Pedro: “Señor, qué bien se está aquí!” ¿Qué será el cielo, si una gotita de él parece tan sabrosa? ¡Cómo hace despreciables las cosas todas de la tierra la contemplación del cielo!

Eran los Apóstoles muy aficionados a grandezas y preeminencias de la tierra, soñaban con medros temporales y bienandanzas materiales, y, sin embargo, a todas ellas renuncian, y con ellas a cuanto habían dejado allá abajo, a trueque de continuar en aquel elevado aislamiento, gozando únicamente de los encantos de Jesús.

¡Oh si le conociésemos! Si penetráramos un poco siquiera de lo que es en sí y lo que para nosotros tiene guardado. ¡Y cómo nos parecería nada y se nos haría fácil el dejarlo todo por estar con Él! Y, sin embargo, hambreamos de continuo las delicias mentidas de las cosas de acá abajo, y por maravilla sabemos en ratos de recogimiento y unión con Dios apreciar en algo las cosas de arriba, las del cielo. Qué pena que tan engañados vivamos y tan al revés de como debiéramos apreciemos las cosas.

Pidamos al Señor que nos abra los ojos y nos dé a gustar algo siquiera de lo que, si le somos fieles, nos espera, para que nos alentemos a merecerlo, por los pasos que Jesús lo ganó. Dice San Marcos que al decir Pedro lo que dijo “no sabía lo que se decía” (9, 5); tan arrebatado estaba de la dulzura de aquel espectáculo. Por gozarlo renunciaba gustoso a todo, hasta a una mísera chozuela en la que cobijarse, y se sentía con fuerzas para prescindir de todo lo de la tierra.

2) Hablaba aún Pedro, cuando he aquí que los “deslumbró una nube resplandeciente, que vino a envolverlos y al mismo instante resonó desde la nube una voz que decía: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias. A Él habéis de escuchar” (Mt 17, 5). Testimonio magnífico de Jesucristo y manifestación clara de la voluntad de Dios. Análogas palabras se habían oído cuando en el   bautismo se humilló Jesús, apareciendo en su exterior como pecador necesitado de ablución.

Y ha de notarse sobre todo la recomendación que el Padre nos hace: “¡Oídle!” Es la palabra de salvación, la palabra de Dios, ¿cómo no queremos oírle, si sus palabras son de vida eterna? ¡Oídle y obedecedle! Recibid con dócil sumisión su palabra, que es luz y guía y muestra con sabiduría divina el camino de salvación. Quien le oyere y pusiere en práctica lo que Él enseña se salvará; quien no le oyere, no puede hallar la vía del cielo. Escuchemos a Jesús, y tengamos por la mayor de las desgracias que no nos hable.

¡Habladme, Señor, habladme!, aunque sea para reprenderme, que bien lo merezco. Yo os prometo oíros con docilidad; prometo también oíros cuando me habléis por vuestro Vicario en la tierra, por vuestros representantes en la jerarquía católica, que palabra vuestra es, y a Vos oye quien a ellos escucha.


3) “Los Apóstoles, atemorizados, cayeron con el rostro en tierra: mas Jesús, lleno de bondad, les tocó y les dijo: ¡Alzaos, no tengáis miedo!”.

Propio es del buen espíritu «dar ánimo y fuerzas, inspiraciones, consolaciones, para que en el   bien obrar proceda adelante», a quienes, como los apóstoles, «van en el   servicio de dios nuestro señor de bien en mejor subiendo» tengámoslo en cuenta y no nos faltará ayuda del Maestro.

4) Por fin les encargó: “No digáis a nadie lo que habéis visto, hasta tanto que el Hijo del hombre haya resucitado entre los muertos” (ib., 9). Supone el P. La Puente que lo hizo Jesús porque no fuese (esta gloria divulgada) ocasión de estorbar su Pasión y muerte». Fue, sin duda, lección de humildad escoger para su gloria lugar escondido y pocos testigos, y para su muerte, en cambio, lugar bien patente y testigos abundantísimos.

Quiso también acaso evitar la ocasión que, de narrar el hecho acaecido, podría haber de vanidad y presunción para los favorecidos; enseñándonos, y es lección práctica, que los favores y regalos del Señor a las almas, en la oración y en las íntimas comunicaciones del espíritu, han de conservarse calladas, sin andar voceándolas, ni tomar de ellas pie para jactamos, como si fuéramos o pudiéramos más que los no así favorecidos. Antes bien, han de servirnos para aliciente de humildad, persuadidos de que lo que somos lo somos por la gracia de Dios, y de estímulo para el trabajo, juzgándonos más obligados a él y procurando que no quede por nosotros infructuosa la gracia que de Dios hemos recibido.

Pidamos con humildad al Señor nos muestre su gloria y nos dé a gustar algo de lo que gustaron los Apóstoles en la transfiguración, no para engolosinamos con ello, sino para bajar después animados y dispuestos a trabajar y sufir por merecer tal premio.

27ª   MEDITACIÓN

LAMADA AL APOSTOLADO: “VENID CONMIGO Y OS HARÉ PESCADORES DE HOMBRES”

“Pasaba Jesús por la orilla del lago de Galilea cuando vio a Simón y su hermano Andrés que estaban echando la red, pues eran pescadores. Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en la barca repasando las redes. Y enseguida los llamó. Ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él” (Mc. 1, 16-20).


“PASABA POR LA ORILLA DEL LAGO” (Mc. 1, 16)

Jesús pasa junto a la vida de cada hombre. Jesús pasa junto a mí en cada situación y circunstancia. Tal vez yo no lo advierta. Para esto nació. Y desde que Jesús es Dios hecho hombre y está resucitado y está en el   Sagrario, está pasando junto a mí y buscándome. Para eso precisamente se ha hecho hombre y para eso está resucitado y para eso está aquí siempre en el   Sagrario, en amistad permanente, con los brazos abiertos: para estar al lado de cada hombre y ser viajero hasta la eternidad.

       Si Jesús no pasa junto al hombre, la vida es monótona como la de un pescador: echar la red y sacarla, ir y volver al trabajo, al colegio, ver todos los días las mismas caras. Y no es que la vida sea aburrida, pero aburre de verdad cuando no advertimos o admitimos que Jesús está al lado nuestro.

       Si Jesús no pasa junto al hombre, la vida no tiene sentido: pescar para comer y comer para pescar: esto es todo. Hay que hacer esto y lo otro, pero porque no hay más remedio. Nos preguntamos, sin embargo: ¿esto y lo otro valen para algo? Probablemente con ello no hacemos mal a nadie, pero la pregunta fundamental es ésta: “¿de que le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” ¿Hacemos el bien que tenemos que hacer?, ¿construimos un mundo nuevo?

       Como somos muchos los que no encontramos sentido a lo que hacemos,  como somos muchos los que queremos evadirnos de nuestra obligación porque no nos llena, porque no he encontramos sentido, por eso pasa Jesús a nuestro lado.

       Si Jesús no pasa junto al hombre, la vida no tiene relieve, tiene sentido, adquiere valor, dimensión de eternidad. No merece la pena que figure en la Historia que unos pescadores están pescando. Eso no es noticia. Eso no influye para nada ni en el   mundo, ni en la sociedad. Pero el hombre no soporta que lo que él hace no valga para nada. Y como lo que hace en realidad es muy poquito, por eso pasa Jesús a su lado, para hacerle ver que es eternidad y es infinito lo que puede hacer. Su vida es más que esta vida. Es eternidad.

       Jesús: Me pasa a mí como a estos pescadores. Todos los días hago las mismas cosas. Y no sólo hago las mismas cosas, sino que no puedo hacer otras cosas distintas. Tengo que convivir con las mismas personas, asistir a las mismas clases, hacer mis monótonos deberes, rezar mis oraciones que también me resultan monótonas. Sólo rompen mi monotonía la música de los últimos discos, los telefilmes aburridos de la TV, la salida del fin de semana.

       Detesto lo ordinario de todos los días. Y por eso te necesito, porque tengo que descubrir que bajo las apariencias vulgares y monótonas de mi vida Tú estás pasando junto a mí. Y pasas para llenarlo todo de sentido trascendente y eterno. De que he sido soñado por Dios para una eternidad. De que Cristo ha venido en mi búsqueda para abrirme las puertas de la eternidad. Y que la vida sólo tiene sentido cuando miro a Dios y la dirijo hacia Él. Y Jesús vino para decirme esto y pasa junto a mí para hacer valer todo lo que me parece que no vale, para dar relieve eterno a todo lo que me parece insignificante y pequeño. Y pasa no para arrancar al hombre de su vida, sino para hacérsela vivir en profundidad. Pasas para hacerme caer en la cuenta de que mi vida merece la pena de ser vivida, pero con más hondura, no tan maquinalmente como yo la vivo.

       Gracias, Jesús, por pasar junto a mi vida. Gracias por querer darle valor. Gracias por hacerte hombre para poder estar junto a la vida real y normal de todo hombre.

       Que yo sepa descubrir tu paso junto a mí, ese paso que ha de llenarme de alegría y de convencimiento de que lo que tengo que hacer es lo mejor que puedo hacer.

“VIO A SIMON Y A SU HERMANO ANDRES...VIO A SANTIAGO, HIJO DE ZEBEDEO, Y A SU HERMANO JUAN” (Mc. 1, 19)

Ellos no vieron a Jesús, y era porque le miraban con una mirada superficial. Jesús era para ellos uno de tantos como pasaban por la orilla del lago; era un curioso más que pasaba junto a ellos, pero que no tendría nada nuevo que decirles, ni mucho menos tendría una mano que echarles. Y era precisamente todo lo contrario.

       Pero Jesús sí les vio a ellos. Les vio hasta lo más profundo de su ser. Se dio cuenta de sus cualidades buenas y también se dio cuenta de sus defectos. Conoció su historia personal y familiar, advirtió pronto lo mucho y lo poco que podían hacer con Él y sin Él.

       Lo mismo me ha pasado a mí, Jesús. Cuántas veces has pasado a mi lado y yo no te he dado importancia. Eras para mí uno de tantos, Jesús. Estaba yo ciego. Menos mal que Tú me has mirado con una mirada bien distinta.

       Ahora caigo en la cuenta de que en mi vida no he sido yo el que me he fijado en Ti, sino que has sido Tú quien primero se ha fijado en mi. Y precisamente porque te has fijado en mí Tú primero, es por lo que yo he podido fijarme en Ti.

       Me has sondeado y conocido todos mis fallos... Te haces perfecta idea de que voy a volver a fallar otras tantas veces... Sabes que no soy precisamente el ideal de amigo y discípulo tuyo. Y con todo, quieres contar conmigo.

       Ahora entiendo por qué tratabas con publicanos y pecadores y por qué ellos se acercaban. Se sentían rechazados por los demás, pero queridos, muy queridos por Ti.

       Yo también me siento conocido y sondeado por Ti, pero también profundamente aceptado. Tal y como soy me amas. Tal y como soy te fijas en mí y me diriges tu palabra.

       En esa palabra tuya, Señor, yo tengo confianza. Ella es mi fuerza. Intentaré yo también no despreciar a nadie, porque al más pequeño y pobre, incluso al que a mí me parece malo, Tú también le miras con cariño... Tú también pasas junto a él.

 

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“LOS LLAMO...VENID CONMIGO” (Mc. 1,17)


Toda la iniciativa parte de Jesús. El tiene el poder de llamar. Sólo tiene éxito una empresa si Jesús llama a ella. No hay que autoescogerse, pero sí hay que escuchar en el   corazón la voz de Jesús, a ver si uno se siente llamado.

       ¿A qué llama Jesús? A ir con Él, este es el nuevo estilo de vida que Jesús introduce. Quizá no llama Jesús para hacer algo distinto de lo que se está haciendo; quizá sí... Pero lo que cambia de verdad la situación es que uno es llamado a hacerlo todo por Cristo, con Él y en el .

       La vida más trivial, vivida con Cristo, por El y en el  , deja de ser trivial.

Aguantar la monotonía de un trabajo por Cristo, con Él y en el , deja de ser monótono.

       Con Cristo, por Él y en el , lo insustancial se llena de contenido, lo doloroso se llena de gozo, lo absurdo se llena de sentido.

       Y esto es lo que Jesús busca al pasar a mi lado: no cambiarme de ocupación, sino enseñarme a hacerla en profundidad. Que yo cambie de estilo: en vez de hacer las cosas girando siempre alrededor de mi yo y buscando lo que me agrada, hacerlo todo en unión con Jesús. Todo como si el Hijo de Dios se volviera a encarnar de nuevo y le hubiera tocado vivir mi vida.

Porque mi vida, tengo que reconocerlo, es digna de ser vivida por un hijo de Dios... y por eso es digna de ser vivida por Cristo, con Él y en el .

       No he caído en la cuenta de que mi vida es una continua Eucaristía que estoy celebrando sin interrupción con Jesús. Como la Eucaristía, tiene un punto de partida: pan y vino de lo más ordinario. Así es mi vida, Jesús, trenzada de cosas vulgares... Pero cuando tus manos toman el pan y el vino de los hombres, pan y vino dejan de ser cosas triviales ya, y se convierten en pan de vida y bebida de salvación. Tengo que caer en la cuenta de que la Eucaristía no es sólo una celebración semanal que realizo en el   templo, sino que ha de ser algo continuo, un estilo nuevo de vivir la vida por Cristo, con Él y en el .

       Jesús, Tú pasas junto a mi y me invitas a unirme a Ti. Y quiero unir mi vida a la tuya para que la vivamos los dos juntos. Quiero comulgar contigo, quiero hacer mejor mi comunión eucarística.

       Así quiero que Tú te realices en mí y yo en Ti: “el que me coma vivirá por mí”, vivirá tu vida. Así quiero también, en la medida en que yo puedo, ayudarte a salvar a todos los hombres. Porque vivir contigo es salvar, pero separados de Ti no podemos hacer absolutamente nada para la salvación ni propia ni ajena “Sin mi no podéis hacer nada”.

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“DEJARON LAS REDES...DEJARON A SU PADRE EN LA BARCA CON LOS JORNALEROS” (Mc. 1, 18).     

No ha venido Jesús a destruir vida, ni carreras, ni familia, pero sí ha venido a hacer caer en la cuenta de que hay algo y alguien más importante por el cual merece la pena dejar la propia vida y la propia familia. Ése alguien es Él mismo. Y ese algo es la tarea que El ha venido a realizar: la salvación de todos los hombres.

       Él ha sido el primero que lo ha hecho. Dogma de nuestra fe: por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajo del cielo. Por salvarnos y hacernos hijos de Dios dejó su seguridad celeste y se vino a nuestro mundo. Por salvarnos deja su familia de Nazaret y se lanza a los caminos inhóspitos de nuestra tierra.

       El que quiera asociarse a este Jesús en su caminar por este mundo, para ayudarle a realizar la salvación, tendrá que dejar muchas cosas agradables. Porque no se puede salvar a los demás ni salvarse uno a sí mismo desde la comodidad y la abundancia.

       La barca y la familia pueden ser el símbolo de las seguridades humanas con que todos contamos en la vida: dinero, patria, cultura, situación económica, habilidades y cualidades. 

       No quiere destruirnos Jesús. Al contrario, quiere realizarnos como personas nuevas. Pero estas personas nuevas sólo serán nuevas cuando carezcan de egoísmo. Por eso Jesús quiere que dejemos todo egoísmo.

       Dejar el egoísmo; Jesús, qué tarea tan difícil si no está Tú. Porque en todo momento me sorprendo buscando lo que me gusta. Quiero quedar bien ante los demás, quiero tener éxito en lo que hago, quiero que me den la razón, quiero pasarlo bien, quiero no tener que esforzarme, quiero que se haga lo que yo digo... quiero ser el centro de mi grupo... quiero tenerlo todo pronto. Todos estos «quiero» son la traducción en infinitas situaciones de un «me quiero».

Si, Jesús, me quiero, me busco, me halago de infinitas maneras. E incluso cuando me parece que quiero a los demás, si me analizo un poco profundamente, veo que mi cariño no es limpio, porque también entonces busco que me quieran y deseo de los demás algo para mí.

       Sé que el primer paso que tengo que dar para responder a tu llamada es dejar algo. No es que Tú necesites de ese algo. Es que necesito yo dejarlo para ser libre, para poder convertirme en instrumento de salvación en tus manos, Jesús.

       Pero soy un cobarde: Te siento pasar junto a mí... siento tu voz dentro de mí... siento la grandeza de la tarea a que me llamas... pero sigo sentado en mi barca echando remiendos a mis redes y lanzándolas una y otra vez al mar.

       Jesús, hazme valiente y decidido. Ayúdame a arrancarme de todo lo que me ata a mi mismo. Hazme libre para seguirte a Ti y para servir a los demás. Que mi barca se quede sola meciéndose en el   mar, porque yo he encontrado a alguien a quien seguir...

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“LO SIGUIERON... SE MARCHARON CON ÉL”

       Seguir a Jesús es tomar la decisión de convivir con Jesús y compartir todo con Él. La vida de cada uno se comparte con Jesús y Jesús quiere compartir con cada uno la suya propia.

       Nadie tendrá dinero sólo para si en el   grupo de Jesús. Si hay que pasar hambre, todos la pasarán juntamente; y si hay algo que comer, lo que haya se repartirá entre todos. Los mismos amigos y los mismos enemigos para todos,  el triunfo y la persecución, la misma cruz y la misma gloria. Todo, bueno o malo, será de todos y para todos por igual.

       Seguir a Jesús es hacer de Él el centro de la vida y que Él sea lo más importante en el  la. Es tener a Jesús, entre las cosas que valen, como la que más vale. Por tanto, lo que nunca puede perderse, dejarse u olvidarse. Las demás cosas son menos importantes y pueden tenerse o perderse. Jesús está situado en el   centro de todos los intereses. Jesús está colocado en el   centro de la vida afectiva.

       Seguir a Jesús es no seguirse a sí mismo, es decir, no andar a la caza de satisfacciones propias, no contar con las reclamaciones que hace el propio egoísmo... Es no ser esclavo de la vanidad, no ser juguete de la comodidad, de la ambición... es no despersonalizarse dejándose llevar de lo que hacen los demás.

       Seguir a Jesús es estar dispuesto a todo lo que sea necesario para salvar a los demás; y por eso no decir nunca «basta», por cansado que uno esté o por costoso que sea un sacrificio. Es estar dispuesto, como Jesús, a amar hasta el fin.

       Seguir a Jesús es escuchar la palabra del Padre que nos llama hijos y que nos ama y nos envía a comunicar a los demás que Dios ama a todos. El que sigue a Jesús comunica este mensaje como Jesús, no con palabras, sino entregando su vida, o lo que de momento pueda, por los demás.

       Seguir a Jesús no es un juego que se juega para entretenerse cuando no hay otra cosa que hacer.

       Seguir a Jesús no es una afición como la pesca o coleccionar sellos, para los ratos de ocio.

       Seguir a Jesús es una profesión que ocupa las veinticuatro horas del día, es la responsabilidad más seria que tenemos.

       Todo esto es seguir a Jesús. Pero es mucho más. ¿Qué más? Sólo puede saberlo el que se coloca con el corazón disponible ante Jesús y escucha en su interior la voz del mismo Jesús, que le dice: «Vente conmigo». Jesús no obliga a nadie; pero invita a todos. Jesús no fuerza a nadie; pero atrae poderosamente. Así atrajo a aquellos primeros seguidores. Se sintieron cautivados por El.

       Y si alguno no quiere seguirle, queda en libertad. Se quedará con su barca, sus redes y su negocio y su mundillo., pero también se quedará con su monotonía y su vacío y su vida gris.

       Jesús, yo quisiera ser valiente para seguirte. Escucho tu voz dentro de mí que me llama. Me siento atraído hacia Ti, pero me siento atado por tantas cosas.

       Creo que entiendo lo que es seguirte, pero me esfuerzo tan poco por colocarla en el   centro de mi vida. Pretendo seguirte, pero luego me convenzo de que no pasa de ser un deseo romántico, porque no soy capaz de dejar nada por Ti. Y sobre todo porque no soy capaz de quitarme yo del centro de mi vida para cederte el puesto a Ti.

       Quiero tomarme en serio esta llamada tuya... Quiero seguirte de verdad, no de apariencia y de palabra únicamente.

       Quiero compartir contigo mi vulgar vida y quiero que Tú compartas conmigo la tuya, que es salvadora de los hombres. No quiero tener miedo al deber, al sacrifico, al servicio a los demás.

Quiero tomarme con responsabilidad la tarea de salvar a todos los hombres. Todos ellos con sus problemas pesan sobre mí, como pesaban sobre Ti. Yo quiero compartir esa carga contigo, porque quiero ayudarte a salvarlos.

       Quiero luchar en serio contra mi egoísmo que me estorba para seguirte y para salvar.
       Quiero hacerlo todo esto libremente, como lo mejor que puedo hacer por mí y por los demás.

       Ayúdame, Jesús, porque ya ves que yo solo lo hago muy mal. Pero confío en Ti, que me sigues llamando y me das una responsabilidad en tu tarea, aunque ves que fallo tantas veces. No me desanimo y sigo adelante en este camino comenzado, a pesar de mis fallos y caídas.

28ª  MEDITACIÓN

LA MIES ESMUCHA

“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el   pueblo.
Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.

Entonces llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos, para que los echasen fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia” Mc 9, 35-10,1).

“JESUS RECORRIA TODAS LAS CIUDADES Y ALDEAS”

Donde quiera que haya una persona hay alguien a quien salvar. Jesús quiere aproximarse a él, porque tiene algo que comunicarle y algo también que transformar en el ... Por eso Jesús se ha convertido en un Continuo anda- riego en busca de hombres que salvar... El no ha instalado una oficina a la cual puedan acudir cuantos deseen sus servicios, no... El se ha hecho hombre para recorrer todos los caminos de la vida por donde viven los hombres su vida, mala o buena, vulgar o extravagante. Jesús recorría todas las ciudades y aldeas. Pero no se trataba de un recorrido turístico. Era un viaje misionero, y sigue siéndolo, porque Jesús recorre todavía nuestros caminos.

      

*****

“ENSEÑANDO EN SUS SINAGOGAS, PREDICANDO EL EVANGELIO DEL REINO Y CURANDO TODA CLASE DE ENFERMEDADES Y TODA CLASE DE ACHAQUES”

 
«Enseñar», «predicar», «curar», tres palabras que resumen la actividad salvadora de Jesús.

Enseñar no es imponerse a los demás por la fuerza, por la cultura, por el dinero... Es proponer la verdad con sencillez, sin superioridad de ninguna clase.

Enseñar no es entregar cualquier conocimiento a otro, sino enseñar lo más importante: la posibilidad y el modo de amar.

Enseñar no es echar rollos a diestro y siniestro, sino a diestro y siniestro hacer el bien: amar, soportar ayudar, animar, no amargarse por los defectos. Predicar es hacer propaganda de que ha llegado el Reino de Dios, de que todo hombre es mirado con cariño por Dios, de que todo hombre puede salvarse y tiene tantos derechos como otro cualquiera.

       Es proclamar que todo hombre puede vivir la vida de Dios precisamente porque el mismo Dios se acerca al hombre hecho un hombre de tantos, y porque ese Dios hecho hombre muere y está resucitado a favor del hombre... Curar es librar al hombre de las fuerzas del mal a que está sometido.

       El hombre está sometido a innumerables enfermedades fisiológicas, casi tantas como microbios pueden atacarle y como órganos cuyo funcionamiento puede fallar. También está sometido a otras tantas enfermedades psicológicas.

       En esta esfera se desenvuelven la medicina y psiquiatría humana, y Jesús deja a los médicos e investigadores que actúen en dicha esfera según sus conocimientos.

       Pero lo más profundo de la persona, allí donde Él hombre ama u odia: allí donde Él hombre toma o deja de tomar sus decisiones, acepta o rechaza; allí donde Él hombre tiene miedo, duda, tristeza o angustia; allí donde Él hombre no tiene esperanza, donde le falta la alegría; allí donde Él hombre tiene o pierde Él sentido de la vida y la brújula de su actuar; allí donde Él hombre se siente libre o esclavo de algo; allí está la esfera donde Jesús se ha reservado su actuación.

       Porque en ese núcleo de la persona el hombre es atacado también, y más ferozmente que por los microbios, por las fuerzas del mal. Esas fuerzas del mal, mucho más sutiles que los virus, van corroyendo el corazón del hombre y degradan a la persona: La fuerza del instinto que merma la libertad, la fuerza del miedo que ata; la fuerza del egoísmo que repliega a la persona sobre sí y le impide abrirse a los otros; la fuerza del dinero que difumina otros valores de la vida y esclaviza; la fuerza del placer que adormece al hombre y le incapacita para portarse como racional; la fuerza de la mentira que le hace vivir de apariencias y ficciones; la fuerza de la venganza que le incapacita para amar y perdonar.

       Este núcleo esencial de la persona, expuesto también a “toda clase de enfermedades y toda clase de achaques” es lo que Jesús, principalmente, ha venido a sanar. Por eso, Jesús quiere pasar por los caminos que recorre cada hombre y acercarse cariñosamente a él: para enseñarle, predicarle y curarle desde la raíz.

       Jesús, en tu continuo caminar por todos los caminos de nuestra tierra has llegado hasta mí y te has encontrado conmigo en mi YO más profundo. En mi interior me has enseñado quién eres Tú y quién es Dios, tu padre y mi padre. Me has anunciado que me ama el Padre y que me acepta como hijo y has puesto tu poder en movimiento para curarme.

       Sí, Jesús, cúrame Tú, porque nadie puede curarme de tanta enfermedad como roe mi corazón. Sólo Tú puedes hacerme libre del miedo, de la angustia, del dinero, del placer, del odio, del egoísmo, de la autosuficiencia, de la mentira. Sólo Tú puedes darme alegría, paz, sentido de la vida, capacidad de servicio, voluntad fuerte.

       Gracias, Jesús, por pasar a mi lado, por hacer que tu camino coincida con mi camino. Gracias por hacer que tu camino se cruce también con los caminos de todos los hombres.

       Gracias por ir a lo más profundo, allí donde está de verdad el mayor mal del hombre y por consiguiente donde puedes hacerle el mayor bien curándole y regenerándole.   Gracias por no actuar impositivamente, sino por enfrentar a cada hombre con su propia libertad. Gracias por proclamar con libertad tu Evangelio. Gracias por curar sin aprovecharte Tú del hombre.

       Aumenta mi fe en Ti, Jesús, para descubrir tu acción en lo más profundo de mi ser. Aumenta también mi deseo de entregarme a Ti para ser curado. para que contigo y en Ti pueda realizarme como persona, como amigo tuyo, como hermano de los hombres, como hijo del Padre. AMEN.


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“AL VER EL GENTIO LE DIO LASTIMA DE ELLOS, PORQUE ESTABAN DESHECHOS Y POR LOS SUELOS, COMO OVEJAS QUE NQ TIENEN PASTOR” (Mt. 9, 36)

El espectáculo que presentaba el mundo en tiempo de Jesús era lastimoso: “deshechos y por los suelos”, gente desanimada, sin ilusión, con hambre de justicia, su tanto de hambre de pan, y total hambre de verdad, sin cariño por parte de sus dirigentes.

       Los que tenían el poder político les explotaban para sus fines. Los escribas y fariseos que detentaban el poder religioso oprimían sus conciencias. pero nadie, absolutamente nadie, buscaba el bien del pueblo.

       “Ovejas sin pastor” es la expresión más exacta que podía emplear Jesús para indicar el estado lamentable de la gente. Porque, según la Sagrada Escritura, carecer de pastor era la mayor desgracia que podía acaecer al pueblo (Núm. 27, 17).


¿Qué es un rebaño sin pastor?

a) Es una muchedumbre sin unión. El pastor es quien da unión a unos seres incapaces de unirse por sí mismos.

b) Es una muchedumbre que no sabe buscar por sí misma lo que le hace bien. Oficio del pastor es llevar y traer al pasto, porque él sabe lo que conviene al rebaño, pero las ovejas no.
c) Es una presa codiciada por las fieras y los ladrones. El rebaño no sabe defenderse. Y además de no saber, es incapaz porque carece de armas que oponer a las de los enemigos.
Esta imagen de la humanidad del tiempo de Jesús es válida también para la humanidad actual.

 ¿Qué es el mundo actual?

a) Es una muchedumbre sin unión. Profundas divisiones separan a unos hombres de otros. Algunos sistemas sociales están incluso montados en la lucha a muerte para hacer desaparecer a los de la clase opuesta.

Divisiones causadas por las desigualdades económicas, divisiones provenientes de distintas concepciones del mundo, divisiones políticas, divisiones raciales, divisiones religiosas, divisiones, divisiones. Porque ésta es la realidad profunda y sangrante del mundo actual: Unos hombres divididos y enfrentados, sin nadie que dé unidad a esta humanidad. Divisiones a nivel familiar, divisiones a nivel social, divisiones a nivel internacional.

b) ¿Qué más? A este hombre, hambriento de felicidad

y de amor, le están engañando, juegan con su hambre de verdad para dársela a medias, juegan con su ansia de justicia para empujarle a la revancha. Todos le prometen mucho y a duras penas le dan unas migajas que sólo sirven para entretener el hambre.


c) Y quedan todavía los explotadores de la humanidad, los que manipulan a los demás, los que les incitan a consumir y a pasárselo bien, pero sin dar un sentido a la vida, los que intentan monopolizar la verdad, la razón, los que intentan influir en las decisiones de los demás con su propaganda alienante o con la moda esclavizante.

       Multitud de manipulados: jóvenes manipulados... niños manipulados, hombres convertidos en robots, lavados de cerebro que anulan la personalidad, propaganda esclavizante, imperio de la moda.

       Así era la humanidad en tiempos de Jesús, y así es ahora. Todavía está de actualidad la página de Ezequiel: “Profetiza contra los pastores de Israel y diles: ¡Ay de los pastores de Israel que se han apacentado a sí mismos! ¿No es al rebaño al que deben apacentar los pastores? Os tomabais la leche y os vestíais de la lana, degollabais los corderos cebados, pero no apacentabais el rebaño. No habéis robustecido a la res flaca, ni curado a la enferma, ni vendado a la que padecía fractura, ni devuelto a la descarriada, ni buscado a la perdida, sino que la habéis avasallado con violencia y crueldad.

       Así se han dispersado faltas de pastor y han venido a ser pasto de todas las fieras del campo. Se ha dispersado y ha errado mi ganado por todas las montañas y por toda la alta colina; por toda la superficie del país se ha dispersado mi grey sin que nadie cuide de ella, ni haya quien la busque.

Pastores, escuchad lo que dice Yahvé: Aquí vengo yo contra los pastores y reclamaré mi rebaño de su mano, y los privará de pastorear a mi rebaño, y no se apacentarán más los pastores a sí mismos, y les arrebataré mi ganado.

       Yo mismo cuidaré de mi rebaño y lo pasaré revista. Como un pastor pasa revista a su ganado cuando se halla en medio de su grey dispersa, así Yo pasaré revista a mis o vejas y las libraré de todos los lugares por donde se dispersaron en día de nubarrones y oscuridad.

Yo las sacaré de entre los pueblos, las reuniré de los países, las introduciré en su suelo y las pastorearé sobre las montañas de Israel, en los valles y en todos los lugares habitados del país. En pastizales buenos las pastorearé... allí sestearán en cómodo redil y pacerán pingues pastos sobre las montañas de Israel.

       Buscaré la res perdida, y haré volver a la descarriada, y vendaré a la herida y robustecerá la enferma, y la gorda y la robusta las guardará como es debido” (Ez. 34).

       Jesús se siente llamado a dar cumplimiento a esta profecía de Ezequiel. Por eso siente lástima de la humanidad. Porque la humanidad está llena de mercenarios a quienes no importan las ovejas, porque abundan los ladrones que quieren medrar a costa de las ovejas. Pero ¿cuántos están dispuestos a matarse o a dejarse matar por el bien de los otros. Esto es característica exclusiva del auténtico pastor.

Por eso Jesús se ha definido a sí mismo: “Yo soy el buen Pastor... El buen Pastor da la vida por sus ovejas” (Jn. 10, 11).

Gracias, Jesús, porque amas de verdad a los hombres. Los demás dicen que se preocupan por los hombres..., pero en el   fondo no les interesa gran cosa de ellos... Les interesa su partido, sus ideas, su clase, su negocio, su seguridad... Por eso quizá defienden esto y lo otro, porque en el   fondo se están defendiendo a sí mismos.

       Tú, en cambio, amas desinteresadamente. Tú no buscas imponer nada. Tú buscas el bien. Y el bien de los hombres está en que conozcan que Tú buscas su bien y les amas.

       A mí me invitas a echar una mirada a mi alrededor. Vivo en un mundo profundamente egoísta, dominado por las apariencias y la mentira, por el dinero, por la explotación y la injusticia.

        Vivo rodeado de personas esclavizadas, vendidas al vicio, a la droga o al placer bajo múltiples formas.

       Vivo rodeado de personas que sufren de tantos modos.

        Vivo con personas que han luchado tanto y ya están cansadas de luchar... Vivo con personas que se proclaman libres, pero yo sé, y ellos también, que no son libres de verdad.

       A veces me vienen ganas de reaccionar con la ira, con la protesta violenta, con la amargura, e incluso con la violencia. Pero tu ejemplo me está diciendo que esas reacciones fáciles no son la reacción del amor, sino de un egoísmo herido e insatisfecho que patalea como un niño, precisamente porque es incapaz de comprometerse a un amor maduro y serio como el tuyo.

       Creo que tengo que amar a mi mundo como l amabas Tú. Creo que no puedo pasar mi vida en lástimas estériles, compromisos fáciles y sentimentales, sino en un compromiso total con los demás, como hiciste Tú, porque tengo que aprender a dar mi vida por quien sea.

       Jesús, no me dejes caer en la tentación de la queja sobre los demás. ¡Qué fácil echar la culpa a los otros... Puesto a buscar culpas soy un acusador estupendo que descubro culpables por doquier, y hasta las motas más pequeñas. Pero la culpa la tengo yo. Yo, que veo lo que pasa a mi lado y sigo pensando en comer bien y en vestir bien y en pasármelo bien. Yo, que no soy capaz de sacrificar nada mío, ni de comprometerme a nada serio por los demás.

Jesús, que te compadeces de un mundo postrado, ten compasión de mí que sigo contemplándolo desde mi egoísmo. Que yo escuche tu llamada a cooperar contigo. que yo sea capaz de revestirme de un corazón como el tuyo con una actitud de amor sincero y sacrificado por el mundo.

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“LA MIES ES MUCHA Y LOS OBREROS SON POCOS” (Mt. 9, 37)

 

       Y es verdad. La mies es mucha, no sólo porque el mundo está lleno cada vez de más millones de personas con su dignidad, con sus derechos y con su vocación de ser hijos de Dios, sino también porque es mucho lo que hay que hacer en todos los órdenes.

       Hay que dar de comer a los que tienen hambre. Hay que curar a los enfermos. Hay que favorecer la convivencia humana. Hay que desterrar el analfabetismo. Hay que hacer consciente al hombre de su vocación, hay que llevarle el perdón de Dios, hay que anunciarle que Dios le ama y que es hermano de todos los hombres. Hay que presentarle el modelo de toda la humanidad que es Jesús. Hay que liberarle del dinero, del placer. Hay que cuidarle cuando es niño, orientarle cuando es joven, animarle cuando es adulto y ayudarle y comprenderle cuando es anciano. ¿No es verdad que la mies es mucha?

       Y por contraste, ¿cuántos se preocupan en serio de todas estas cosas? La mayoría de la humanidad, me refiero a los jóvenes, piensa en pasárselo lo mejor posible con el mínimo de esfuerzo. Otros, a ver cómo se capacitan para colocarse y asegurar «su vida». Pero ¿cuántos se toman en serio el dedicar su vida a los demás?

       Si por casualidad nos encontramos con algún joven que quiere consagrar a Dios y a los demás su vida, en vez de animarle, nos reímos de él y pretendemos quitar de su cabeza tales ideas. Le tachamos de iluso, de engañado, de idealista, de tonto. No sé si porque en el   fondo nos sentimos reprendidos por alguien que se ha tomado las cosas con más seriedad que nosotros. ¿No es verdad que los obreros son pocos?

       Jesús, tus palabras están ahí, como un reto a cualquiera que se las eche de sincero. El primer síntoma de mi insinceridad es querer eludirlas y acallarlas dentro demí.       Pero no puedo, no debo. Tú me estás gritando de mil modos que la mies sigue siendo mucha, que no porque yo tengo resueltas ya tantas cosas las tienen resueltas los demás, que no puedo perder y malgastarme la juventud en cosas sin sustancia. No, no puedo.

       Son pocos los que de verdad quieren trabajar. Eso es un obrero, no uno que mira cómo trabajan los otros, y él se dedica a criticar y a observar cómo sudan los demás. Así hacen los espectadores de fútbol por televisión: no arriman ni un dedo al balón. Yo confieso que eso mismo hago yo muchas veces: criticar de lo mal que lo hace este sacerdote, aquella religiosa, aquel militante. Eso es también lo que hacen los que van a las corridas de toros: gritan, vociferan, pero nadie baja a enfrentarse con el toro. Tampoco yo bajo al terreno de trabajo a echar una mano.

       Otra vez tu palabra me desinstala y me enfrenta con la realidad con la que yo quiero enfrentarme. Porque, eso si, para soñar despierto me las pinto de maravilla: mientras no valoro lo que hacen los demás, yo hago tal y tal cosa, pero lo hago todo en sueños, son puras imaginaciones mías.

        La realidad se queda mucho más pobre. Quizá porque me da vergüenza enfrentarme con tan pobre realidad, es por lo que me refugio en mi castillo imaginario de ilusión, que naturalmente se viene abajo al contacto con la realidad.

       No me dejes, Jesús, soñar despierto y vivir de ilusiones. No dejes que me contente con buenos deseos y buenos sentimientos.

29ª  MEDITACIÓN

EL JOVEN QUE NO TENIA UNA COSA

“Estaba Jesús poniéndose en camino cuando viene uno corriendo, se pone de rodillas ante él y le pregunta: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no digas falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre. El joven replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde niño. Jesús entonces le miró con una mirada llena de cariño, y le dijo: Una cosa te falta: vete a vender todo lo que tienes y da el importe a los pobres, que tendrás un tesoro en el   cielo. Vuelve después aquí y sígueme.
Ante esta respuesta el otro puso mala cara y se marchó triste, porque tenía muchas posesiones. Jesús mirando a su alrededor, dijo a sus discípulos: Con qué dificultad van a entrar en el   Reino de Dios los que tienen mucho!

Los discípulos se quedaron espantados ante estas palabras. Pero Jesús insistió: Hijos, ¡qué difícil es entrar en el   Reino de Dios! Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el   Reino de Dios. Ellos más desorientados aún, comentaron: Entonces, ¿quién puede salvarse?

Jesús se les quedó mirando y les dice: Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible.

Pedro se puso a decirle: Pues, mira, nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús dijo: Os lo aseguro: No hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras por mí y por el Evangelio, que no reciba cien veces más ahora en el   tiempo presente: casas y hermanos y hermanas y madre e hijos y tierra, con persecuciones, y en el   mundo futuro la vida eterna. Y muchos primeros serán los últimos, y los últimos serán los primeros” (Mc. 10, 17-31).


“MAESTRO BUENO ¿QUE TENGO QUE HACER?”(Mc. 10, 17)


¿Qué tengo que hacer? esta es la pregunta de las personas que no están satisfechas con lo que hacen. Este muchacho era bueno, pero aún no estaba satisfecho; le parecía que se le pedía más, que lo que hacía era poco para él. Y lo cierto es que así era: hacía todavía muy poco en comparación de lo que podía hacer.

Por de pronto se preguntaba lo que todo joven tiene que preguntarse, por más que muchos no se pregunten nada: ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué puedo hacer además de lo que hago? ¿Qué esperan de mí los otros para hacer por ellos?, ¿Qué espera de mí Dios? Yo mismo, ¿estoy satisfecho con lo que hago? ¿no debería cambiar en esto y en esto? ¿no debería esforzarme más en...?

Fue a preguntárselo a Jesús precisamente porque Jesús era bueno. Ser bueno no es lo mismo que ser bonachón. Bonachón es el que condesciende con los caprichos de los demás. Jesús era bueno, y por serlo era también recto y sincero y contestaba la verdad. Por eso se acercó a Jesús el muchacho: quería conocer la verdad.

Jesús, en mi vida veo que corro un peligro, el peligro de no preguntar qué tengo que hacer, el peligro de contentarme con cualquier cosa que siempre será vulgar y mediocre. No me pregunto a mí mismo, y mucho menos te pregunto a Ti, ¿qué tengo que hacer?

No soporto que nadie me diga lo que tengo que hacer. Me parece que yo me lo sé ya muy bien. Y la verdad es que rehúyo preguntar, porque tengo miedo que me digan lo que no me gusta.

No pregunto, porque antes de preguntar ya me he dado yo mismo la respuesta. ¿Qué tengo que hacer? lo que hacen los demás, lo que se estila hoy, lo que veo en las pantallas, lo que oigo en las canciones. Eso es al menos lo que hago, como no tengo valor para hacer otra cosa e ir contra corriente.

Y si pregunto, desearía que me diesen la razón, que acallaran mis remordimientos diciéndome que esos deseos que tengo de hacer algo distinto son tonterías, que no me haga un idealista, que por qué tengo yo que ser santo.

Aquí me tienes, Jesús. Quisiera al menos en un momento de mi vida ser sincero y enfrentarme conmigo mismo. ¿De veras estoy contento con lo que hago? ¿De veras que los demás no esperan más de mí?, Y Tú, Señor, ¿no me dices que soy un inmaduro, un egoísta, y que tengo que hacer algo más?

Jesús, a Ti te lo pregunto porque eres sincero, y dices la verdad. ¿Qué tengo que hacer? 

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“TE FALTA UNA COSA” (Mc. 10, 21)

No parecía malo el muchacho. Todo lo contrario. Por lo visto era un modelo de hijo que no daba en casa ningún disgusto. Era un compañero ideal que no abusaba ni se aprovechaba de nadie. Era un joven casto y no esclavizado por el sexo. Era un chico sincero que no engañaba.

Pero le faltaba una cosa: en el   centro de su vida se había colocado él mismo. El tenía su fortuna y tenía su vida asegurada con ella. El ya tenía resuelto sus problemas, los de los demás ya le importaban muy poco. El tenía (así le parecía) asegurada su salvación, porque no hacía mal a nadie, pero nunca había pensado en el   bien que podía hacer; ni tampoco había pensado en compartir lo suyo con los otros.

A él, que tenía todo asegurado, le faltaba saber vivir en inseguridad. A él, que tenía muchos tesoros y cualidades, le faltaba aún el tesoro en el   cielo. Jesús le notó este fallo y se lo dijo ¿Cómo iba a callárselo después de que se lo preguntaba con tan buenas intenciones y precisamente porque era sincero? Y no sólo se lo dijo, le hizo caer en la cuenta de que era un fallo muy serio: “Te falta una cosa”: romper contigo mismo.

En el   fondo de todo lo que haces estás tú mismo. No buscas a Dios; tampoco buscas al prójimo. Eres bueno porque te gusta verte y que te vean bueno, por afán narcisista. Pero es preciso que cambies. Jesús hizo más: le sugirió un procedimiento radical para curar su egoísmo.

La terapia consistiría en no emplear medias tintas con su egoísmo. ¿Te gusta tener tus cosas y vives seguro con ellas?, ¿piensas mucho en ti y nada en los demás? Deja lo que tienes; sí, todo aquello en lo cual confías, dáselo a los pobres, comparte con los pobres no sólo tus riquezas, sino también su pobreza, hazte pobre como ellos, como éstos que me siguen, como yo mismo. Después vente a vivir conmigo la misma vida de inseguridad, de confianza en Dios, de preocupación de los demás.

Le había hecho una pregunta a Jesús, y Jesús contestaba con sinceridad. La respuesta de Jesús era una llamada a una vida muy distinta.

Señor Jesús, gracias porque eres sincero y no engañas... La publicidad que me aturde por todas partes me ofrece fórmulas mágicas para ser feliz: si uso tal prenda, si bebo tal bebida, si compro tal producto, si leo tal libro, o si voy a tal espectáculo... ¡Cómo me engañan! Lo que pretenden de mi de verdad es que yo siga siendo centro, más centro, de mí mismo.

Tú no eres así. Tú vas al fondo de la cuestión y me dices que tengo que salir de esa telaraña mágica que me he tejido y en cuyo centro me he colocado, que suelte seguridades humanas, que me empobrezca, que me haga servidor de los que son menos que yo, que me vaya contigo.

Y dices que esto es un requisito para encontrar un tesoro. O sea, que Tú no buscas mi empobrecimiento. Lo que Tú ves en mí es que todas mis riquezas y valores y seguridades en la realidad me empobrecen, me hacen un atado, un impedido, un necesitado, un incapaz. Y lo que Tú quieres de mí es hacerme libre. Por eso me invitas a ser libre. Me dices que lo que vale no son las cosas que esclavizan, sino el amor que libera a la persona de sus esclavitudes a las cosas.

Gracias, Señor, por tu palabra sincera. No ceses de decirme la verdad. No ceses de desengañarme de tantos engaños como me enredan. Sigue hablando, Jesús, porque sólo tu palabra me hace libre de verdad.

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“PUSO MALA CARA” (Mc. 7, 22)

¿Buscaba, sí o no, lo que le faltaba? Si lo buscaba, ¿por qué no lo tomó cuando se lo ofrecieron? Si no lo buscaba, ¿por qué lo preguntó?

       Junto a los muchos engaños de cosas de las cuales pensamos que nos harán ricos, sufrimos con frecuencia otro engaño: el de creernos que queremos de verdad ser libres, y el de pensar que deseamos sinceramente nuestro bien, y no es verdad; no tenemos una voluntad sincera y decidida. Nos hace ilusión creérnoslo.

El joven creía que quería hacer algo más. En el   fondo no quería; estaba muy bien como estaba. Sentía gusto en soñar con ser mejor. Le gustaba solamente. Confundía el gusto con el querer.

El que siente gusto por algo sueña con ello, imagina lo bien que lo va a pasar cuando lo tenga. Pero todo eso es puro sueño. Esa realidad sólo sucede en su imaginación. Pero ¿qué hace para que aquello suceda? Nada; sigue soñando. Es como el que sueña que le toque la lotería, pero nunca juega a ella. Como aquel a quien le gustaría saber música, pero nunca la estudia. Como aquel a quien le agrada aprobar todo a final de curso, pero no estudia. Todos estos no quieren; sueñan que quieren. Están engañados porque sienten gusto en soñar que ya tienen lo que sueñan.

Jesús nos despierta de ese sueño fácil en el   que caemos con frecuencia. Hace que nos bajemos a la realidad y nos enfrentemos con cosas positivas y reales que podemos hacer,  con medios reales que está en nuestras manos poner. Nos hace ver que sólo queremos de verdad cuando hacemos algo en la realidad.

Jesús nos baja del altiplano de los buenos deseos al que nos encaramamos huyendo de la realidad. «Si tengo buenos deseos...si tiene buena voluntad...» decimos para excusarnos y para excusar. Pero Jesús nos hace ver que no bastan los buenos deseos y la buena voluntad, que todos los que están en el   infierno han tenido eso que llamamos buen deseo y buena voluntad. Jesús quiere que comprobemos nuestros buenos deseos con algo que no falla: las obras.

¿Qué haces? ¿qué eres capaz de dejar o tomar por conseguir lo que quieres? Por eso Jesús coloca al joven, y con él nos coloca a todos ante una disyuntiva: No sueñes despierto. Pon en una parte todo lo que tienes, y en la otra todo aquello que sueñas. Y ahora intenta dejar en la realidad todo lo que tienes. Comprobarás entonces si lo que soñabas era un puro sueño, un puro deseo, un puro gusto, o si era de verdad algo querido y pretendido y por lo cual estabas dispuesto a luchar.

El joven le había pedido a Jesús que le dijera la verdad, y Jesús se la dijo desengañándole: era un soñador al que le gustaba ser perfecto, pero no quería de verdad ser perfecto. Vivía engañado, y Jesús le brindaba la oportunidad de salir de su engaño.

Jesús, qué bien haces en desengañarnos. Porque la verdad es que vivimos engañados. Nos creemos buenos, nos creemos sinceros y sólo es que tenemos deseos de sinceridad, pero no queremos que nadie nos diga la verdad. Nos creemos serviciales y sólo es que nos gustaría ayudar a los demás, pero no somos capaces de dar una hora de nuestro tiempo, o una «paga» del domingo, o una tarde de fiesta,  para hacer un favor a los otros. Nos creemos generosos, pero es porque nos gustaría vivir libres de las cosas, pero no somos capaces de empobrecernos y regalar nuestras cosas a nuestros hermanos, o a los compañeros, o a los pobres.

Tú nos has colocado en el   banco de pruebas para que examinemos si lo que hay en nuestro corazón son deseos y gustos, o son voliciones serias y profundas. Tú me haces ver que mi voluntad se mide por mi capacidad de renuncia, que mi querer es proporcional a mi capacidad de sacrificio, y que todo lo demás es soñar despierto, es vivir de sueños, de imaginaciones que me hago yo, de buenos deseos que siento en mi corazón, pero que nunca pasarán a la obra porque nunca me sacrifico en nada para realizarlos.

Señor, líbrame de soñar despierto. Desengáñame de mis buenos deseos que se me quedan sólo en buenos deseos. Ayúdame a romper este mundo de ilusión en el   cual vivo creyéndome que aspiro a ser mejor, a hacer un mundo mejor, a eliminar el mal existente o a hacer el bien, y en realidad lo único que me pasa es que estoy soñando, es que me gustaría hacer el bien y eliminar el mal, pero a la hora de la verdad no muevo ni un dedo para ello.

Comprendo ahora lo que Tú dijiste: “No basta decirme: ¡Señor, Señor!, para entrar en el   Reino de Dios. No, hay que poner por obra la voluntad de mi Padre del cielo. Aquel día muchos me dirán: Señor, Señor, si hemos profetizado en tu nombre y echado demonios en tu nombre y hecho muchos milagros en tu nombre! Y entonces Yo les diré: Nunca os he conocido. ¡Lejos de Mí, malvados!” (Mt. 7, 21-23).

Comprendo ahora por qué insistes en que no edifiquemos la vida sobre arena, sobre los buenos deseos, sino sobre realidades contantes y sonantes de obras: “Todo aquel que escucha estas palabras mías y las pone por obra se parece al hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y arremetieron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada en la roca. Y todo aquel que escucha estas palabras mías y no las pone por obra se parece al necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistieron contra la casa y se hundió. ¡Y qué hundimiento tan grande!” (Mt. 7, 24-27).

Señor, que mi vida, como la tuya, como la de los santos, esté fundada sobre obras serias y no sobre sueños baratos...

 

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“SE MARCHO TRISTE” (Mc. 7, 22)


Vino corriendo porque venía lleno de ilusión. Preguntó sinceramente. Pero se fue triste. Y es que se había desengañado de sí mismo, se había dado cuenta de que su vida sólo tenía fachada, que era una comedia; muy bonita, pero sólo eso: una comedia.

Probablemente este chasco de sí mismo fue lo que le produjo la tristeza que seguramente ya no le abandonaría más en la vida. No fue el chasco de verse con apariencias de bueno y fondo de egoísta, sino el chasco de verse con apariencia de quien quería, y encontrar que en el   fondo no quería que las cosas cambiasen porque no quería cambiarlas él.

Esta es la tristeza que acompaña a todos los que no tienen voluntad, a todos los que sólo saben soñar despiertos, a todos los que sólo tienen buenos deseos. Como sólo tienen apariencias de voluntad y la voluntad es lo exclusivo de las personas, se encuentran a sí mismos sólo con una máscara de personalidad, pero en el   fondo no se sienten personas. Sólo sienten el   vacío de la voluntad. Se sienten movidos, atraídos, atados; pero ellos no son capaces de moverse y de desatarse.

Por eso en el   fondo están siempre tristes. Esta tristeza es el síntoma más claro de que no están con Cristo, aunque aparentemente, mandamiento por mandamiento, no se les pueda coger en nada. Pero no aman. Y como no aman, no rompen su amor propio. Están excluidos del Reino de los Cielos. Pero son ellos mismos los que se han excluido. Al ser colocados en la alternativa de escogerse a sí mismos o escoger a Cristo, ellos se han escogido a sí mismos, con sus apariencias de buenos, con sus vacíos de bondad real y sus tristezas consiguientes... Jesús lo dice a continuación: “¡Qué difícil a un hombre así entrar en el   Reino”! (24-25).

Y es que el querer de verdad, el que el hombre sea capaz de adueñarse de sus fuerzas y movilizarlas en favor del Reino no es fácil. Si fuera fácil no tendría objeto el que Dios se haya hecho hombre. El tener una voluntad en activo, el no vivir de sueños, el no contentarse con lo justo, es don que ha de dar Dios. Pero si ha de darlo Dios, entonces...

Entonces hemos de disponemos a recibirlo. Porque una cosa es cierta desde que Dios se ha hecho hombre y se llama Jesús: que Dios quiere dar ese don. Jesús mismo es el don, imposible de conseguir por los hombres, pero que Dios ha hecho posible para ellos. Por eso es precisamente don.

Y en este don vienen todos los dones para el hombre: también el don de poder amar a Dios sobre todas las cosas, también el don de ser libres, también el don de amar a los demás y el don de estimarlo todo por basura en comparación de Cristo.

El amor de Jesús y sólo el amor de Jesús puede ser el motor que movilice al hombre. El amor de Jesús y el vivir con Cristo es lo único que puede vencer la falta de voluntad del hombre, lo único que puede sacarle de su inercia soporífera en la que el hombre se ilusiona creyendo que quiere y sólo sueña querer, piensa que se mueve y no se da cuenta de que le mueven.

Este amor era el que Jesús estaba ofreciendo al muchacho: “Ven y sígueme”. Este amor era el gran tesoro que Jesús quería cambiar por el raquítico tesoro que el muchacho tenía. Pero el joven no quiso, y se marchó triste, y se cerró a su salvación porque se cerró a la llamada de Jesús y a su amor.

Jesús, no puedo tomarme tus respuestas a mis preguntas como un juego, y mucho menos puedo tomarme como un juego tus llamadas. No son tus palabras como las de un compañero cuando me invita a dar una vuelta. Tus invitaciones son a aceptarte a Ti o rechazarte a Ti, a canjearte a Ti por lo que cada uno estima como su riqueza personal.

Esta es la vida: una continua alternativa en que tengo que escoger entre quedarme contigo o quedarme conmigo; en que puedo dejarme a mí o puedo dejarte a Ti. Lo piense o no lo piense, este es el fondo de mi vida: una continua opción. La suma de opciones pequeñas y parciales hace la opción profunda de mi vida. Y al final de la vida Tú le das a cada uno aquello que cada uno ha escogido según esa opción profunda.

¿Por qué me extraño de que ese joven comenzara a jugarse su destino eterno al comenzar a rechazarte a Ti? Tenía que ser así: cuando uno se ha tomado como norma de su vida a sí mismo y te ha eliminado a Ti, ya ha hecho su opción fundamental; ya ha escogido vivir sin Ti.

No doy suficiente importancia a estas que llamamos opciones pequeñas. Por eso he dicho que tengo el peligro de tomármelas como un juego. Pero veo que no puedo llamarlas pequeñas.

       ¿Cómo van a serlo si en cada momento me estoy jugando el quedarme contigo o sin Ti? Yo no le doy importancia, porque como la vida es una cadena de opciones, pienso que, por una que salga mal, no pasa nada. Pero no caigo en la cuenta de que precisamente porque la vida es una cadena de opciones, cada opción prepara la siguiente, influye en la que viene después para que ésta siga la misma línea que la anterior. Por todo esto no puedo tomar tus llamadas como un juego. No porque Tú no estés dispuesto a repetir tu llamada en cada instante de mi vida, sino porque es fácil que yo me encuentre en cada instante de mi vida con menor sensibilidad y disposición para aceptarlas.

Puede suceder que mis frecuentes rechazos de Ti, o mis mediocridades me vayan distanciando de Ti y me impidan escuchar y responder como debiera porque me voy endureciendo contra Ti.

Por eso te pido, Jesús, que no me tome yo tus palabras y tus llamadas como un juego.

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“NOSOTROS LO HEMOS DEJADO TODO Y TE HEMOS SEGUIDO” (Mc. 7, 28)


Cuando Pedro pronunció estas palabras no era precisamente un santo. No sé si lo dijo porque esperaba interesadamente algún premio. Pero aunque no lo esperase, desde luego no era todavía un santo. El Evangelio subraya por doquier su precipitación, su ambición, su presunción y también su cobardía.

Y a pesar de todo esto, Pedro había hecho una opción fundamental por Jesús en su vida. Jesús lo sabía. Pedro también lo sabía porque podía presentar las cosas que por Jesús había dejado. Cosas que Pedro llamaba TODO, porque de verdad era todo lo que él tenía entonces a mano.

Por eso el núcleo de la vida de Pedro estaba centrado en Jesús, aunque algunas zonas periféricas de él, que también se escapaban del dominio de su voluntad, podían constituir defectos. No importaba. La persona estaba por Cristo y había escogido a Cristo. Jesús era, no sólo en teoría, sino también en la práctica, lo más importante para Pedro. Aquel muchacho rico que se había marchado triste, exteriormente quizá no tenía tantos defectos como Pedro, pero había rehusado hacer una opción fundamental por Cristo. Pedro, aunque con defectos, la había hecho. Jesús valora esta situación de Pedro y sus discípulos (Pedro habla en nombre de ellos también y tampoco eran más santos que él).

Es precisamente la primera condición que Jesús propone al discípulo: que Jesús sea para el discípulo lo más importante. Sólo el que hace esta opción total por Jesús puede ir con El. Y el que no la hace, sencillamente, no es discípulo. Jesús quiere hacerles ver que esta opción no les empobrece; al contrario, les enriquece cien veces más. Les enriquece en esta vida, les enriquece en la otra vida, les enriquece incluso en la persecución. Dicho de otro modo: esto constituye la única riqueza, tanto de esta vida como de la otra, y esto constituye la causa de las persecuciones.

Pero esto es una potenciación de la persona; esto no es pérdida, sino ganancia al ciento por uno. Todo lo que se deja por Jesús, Jesús lo devuelve, pero lo devuelve no del mismo modo. Lo devuelve purificado de egoísmo, lo devuelve para que sea poseído en libertad, no en esclavitud; lo devuelve para que ayude a amar; lo devuelve para que produzca alegría de verdad. Esta purificación del egoísmo y esa conquista de la libertad producen dolor, pero terminan dando alegría.

Aquellos doce hombres, que han dejado todo lo que podría darles alegría, han encontrado con Jesús más alegría que el joven que no quiso dejar nada. Cien veces más. Pero no con lo mismo ni del mismo modo. Pero eso sí, la alegría era cien veces mayor.

Jesús, yo sé que no puedes hacer mi destrucción ni mi empobrecimiento. También sé que cuando Tú das, no das lo que dan otros.. Los demás dan regalos que dejan intacta la persona, no la enriquecen para nada. Tus regalos, en cambio, consisten en cambiar y enriquecer a la persona y dotarle de una alegría y felicidad que no puede encontrarse poseyendo muchas cosas.

Creo en tus palabras. Quiero dejarme a mi mismo, porque quiero que Tú seas en mí y sé que seré feliz y alegre con tu misma alegría y felicidad.

Sé que Tú eres fiel y que no fallas a los que lo dejan todo por Ti. Quiero vivir la alegría que Tú me das. Quiero vivir de la confianza en Ti.

30ª MEDITACIÓN

UN CIEGO QUE VIO MAS QUE LOS DEMÁS


“Llegaron a Jericó. Y al salir de la ciudad con sus discípulos y mucha gente, Bartimeo, el hijo de Timeo, un ciego, estaba sentado a la vera del camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le reñían para que callara, pero él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí. Entonces Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Animo, levántate, que te llama. El, tirando su manto, dio un brinco y se presentó a Jesús. Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le contestó: Maestro, que vea. Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista; y le seguía por el camino” (Mc. 10, 46-52).

“AL ENTERARSE DE QUE ERA JESUS DE NAZARETH, SE PUSO A GRITAR” (Mc. 10, 47)


El pobre ciego vivía de lo que le daban. Y ¿qué le daban? Unas monedas o un mendrugo de pan.., y con eso podía ir subsistiendo. ¿Qué podrían hacer los demás? Detener su muerte, pero ninguno podía darle una vida y los ojos sanos que necesitaba para vivir... Por eso a cuantos pasaban a su lado les pedía ayuda.

Pero cuando se entera que es Jesús el que pasa es consciente de una cosa: que sólo Jesús puede darle lo que necesita para ser persona normal; y ante la magnitud de lo que espera recibir rompe la rutina de sus fórmulas que servían para pedir limosna a los demás que no eran Jesús.

No sólo emplea palabras nuevas para dirigirse a Jesús, sino que las grita. Y las grita no sólo porque le salen muy de dentro, sino también porque quiere que sus palabras no se pierdan entre el vocerío de la gente y puedan llegar a Jesús.

Sus voces molestaban a los demás. Y los demás, egoístas, al fin y al cabo, no se daban cuenta de que seguían a Jesús desde su egoísmo, porque querían seguirle sin molestia alguna. Por eso increpaban al ciego para que callara. Pero ¿cómo va a callar el pobre ciego cuando se trata de una cosa vital para él? A los demás no les interesa, pero para él es cuestión de vida o muerte. No callará, no. Gritará más fuerte. La oración es su gran fuerza. La oración es su gran oportunidad ante el paso que Jesús está haciendo junto a él.

Jesús, pensando sobre mi vida, la veo reflejada en la situación de este hombre ciego. Yo me encuentro sentado junto al camino. No entro, no puedo entrar en la corriente de la vida porque no veo, porque soy inconsciente, porque no tengo el sentido profundo y verdadero de las cosas.., O todavía peor, porque creo que veo y no soy sino un ciego que aspira a convertirse (tanta es mi presunción) en guía de ciegos...

Me creo rico, y en realidad no sé hacer otra cosa sino mendigar limosna a cuantos pasan a mi lado: que me den un poco de su tiempo, de su interés, de su cariño.., que se paren junto a mí, que me hagan caso, que me den mis caprichos, que hagan lo que yo quiero... A esto se reduce mi actividad: a llamar la atención de mis padres, de mis educadores o de mi grupo sobre mí...

Pero ellos no pueden sino echarme una limosna para prolongar un poco más mi sed y mi satisfacción. ¿Qué más van a hacer? ¡son tan pobres como yo! El mundo no es más que una multitud de mendigos que piden limosna a otra multitud de mendigos... Hoy no. Hoy no pasa junto a mí un cualquiera.

Tú, Jesús, eres distinto. Tú eres la única esperanza para mi ceguera y para que yo pueda salir de la orilla del camino e incorporarme a tu marcha. Mira, Jesús, me pasa como a aquel ciego. Me dicen que me calle, que no ore, que no moleste y que no me moleste.
Me lo dice mi egoísmo, al que le cuesta arrancarse de esta vida de mendicidad que llevo. Me lo dice mi comodidad, insistiéndome en que pierdo el tiempo. Me lo dicen los que me rodean, esos que son tan ciegos como yo y que pretenden que siga a tientas por la vida, sin saber a dónde ir, probando de todo, pero sin tener un rumbo fijo...

Me dicen que me calle, que no ore..., y yo sé que eso es condenarme a permanecer ciego y mendigo para siempre. Me dicen que me calle ante un mundo que está muy mal, que está tan ciego como yo y que yo tengo la obligación de salvar...

No, Jesús. Mi oración es mi fuerza. Mi oración me hace reconocer mi debilidad, pero pone en movimiento toda su fuerza para salvarme. Por eso, desde lo más hondo de mi ser, te digo: ‘Ten compasión de mi, Jesús, Hijo de David!

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“¡ANIMO, LEVANTATE!, QUE TE LLAMA” (Mc. 10, 49)


Jesús tiene un oído muy fino. No hay súplica salida del corazón del más pobre que no le llegue a su corazón también. El tiene un corazón muy sensible. Pero es preciso que el que ora ponga su corazón a gritar, que no se contente con una oración de labios. De este modo llegó al oído y al corazón de Jesús la súplica del ciego.

       Y Jesús le llamó... Llamada de última hora. Porque este ciego no ha convivido con Jesús, ni le ha visto hacer milagros. Sólo le conoce de oídas... No importa: Jesús le llama. Y esta llamada de Jesús le llena de ánimo. Jesús le ha oído y se ha fijado en el  para hacerle discípulo.

No hay ejemplo más claro de prontitud en todo el Evangelio: “Arrojó el manto, dio un brinco y vino donde Jesús”. Probablemente el manto era el único estorbo que impedía al pobre ciego acercarse a Jesús. No dudó en deshacerse de él. ¿Qué le importaba ya el manto si Jesús mismo le había llamado?

Tengo que repetirme muchas veces: «Jesús está pasando a mi lado: ¡Animo, levántate!, que te llama...» Y es verdad, Jesús. Tú estás cruzando continuamente tu camino con el mío. Tú cruzas tu camino con el camino de todos los hombres... Algunos prefieren no encontrarse contigo... ¡Pobres...!: se quedarán siempre ciegos... Yo sí; yo quiero que pases a mi lado. Yo quiero que me llames. Yo quiero responder con prontitud.., dejar de la mano todo lo que me entretiene y correr hacia Ti que me llamas.

Porque sé que tu llamada no es para hacerme daño. Al contrario: es para bien mío y para bien de los demás... Por eso quiero responder con prontitud y con alegrír tus llamadas.

 

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“MAESTRO, ¡QUE VEA!” (Mc. 10, 51)


       A tientas ha llegado el ciego ante Jesús. Jesús va a hacerle un examen a ver si conoce cuál es su verdadera necesidad: ¿Qué quieres que haga contigo? El ciego propiamente sólo tenía una desgracia: ser ciego. Y él se daba cuenta de ello. Por eso, ante la pregunta de Jesús, fue lo primero y lo único que dijo: «Maestro: sólo quiero una cosa, ver».

Esta es, Jesús, mi gran desgracia también: no veo, no me doy cuenta, soy un inconsciente... Estoy delante de Ti y sólo te conozco por fuera; no he entrado aún en el   misterio de tu persona. Oigo tus palabras, y hasta me las sé de memoria, pero no he penetrado en su verdad más profunda... Veo que eres bueno y cariñoso, pero no entiendo que yo debo hacer lo mismo... No comprendo aún por qué tengo que sacrificarme... No he captado aún el valor de la cruz... No valoro aún la oración, la Eucaristía, la renuncia a mí mismo, el servicio a los demás... Tantas y tantas cosas son las que no veo aún...

Esta es la señal de que estoy ciego, Señor. Pero providencialmente Tú estás a mi lado y me preguntas qué espero de Ti. De este modo Tú pones en mis propias manos la solución de mi caso. Porque cuando Tú me preguntas ¿qué quieres que haga contigo?, no es para que yo te pida el primer capricho o tontería que se me ocurra... No, Tú me lo preguntas para ver si yo me doy cuenta de cuál es la verdadera necesidad mía y para ver si de verdad quiero mi salvación, siendo capaz de pedirte lo que verdaderamente necesito...

Pues sí, Jesús. Quiero pedirte que pongas tus manos sobre mis ojos para que yo vea. Para que yo te vea a Ti, para que yo te conozca a Ti... para que conozca el sentido de mi vida.., para que conozca mi vocación.., para que me dé cuenta de las necesidades que hay a mi alrededor... para que aprecie la Eucaristía... para que valore el trabajo, la humildad, la sinceridad...

Tantas y tantas cosas tengo que ver aún... Por eso, Jesús, sólo te pido unos ojos nuevos. ¡Maestro, que yo vea...!

 

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“RECOBRO LA VISTA Y LE SEGUIA POR EL CAMINO” (Mc. 10, 52)


Los días de Jesús estaban contados. Era la última subida que hacia Jesús a Jerusalén; porque Jesús tenía allí una cita con toda la humanidad y quería ser puntual a ella. En Jerusalén iba a entregarse por todos los hombres y deseaba que sus amigos le siguiesen en esta actitud de dar la vida por los demás.

Los apóstoles habían comprendido muy poco y le seguían con miedo. Además, intentaban retrasar cuanto podían la llegada a Jerudalèn; tanto que Jesús tenia que caminar delante como quien tira de ellos (Mc. 10,32)

Pero este ciego no sólo obtiene de Jesús un par de ojos corporales capaces de ver la luz. Lo más importante es que a este hombre se le ilumina el misterio de Jesús y como consecuencia, le  “le seguía por el camino”.

Le seguía no sólo materialmente, sino dispuesto a acompañarle hacia lo que iba Jesús. Si no fuera así quedaría sin explicación la palabra de Jesús: “tu fe te ha salvado”. La fe efectivamente le había ayudado a ver no sólo la luz del sol, sin también,, y sobre todo, le había puesto en camino de salvación. Y el camino de sanación era ir con Jesús, también y sobre todo, cuando Jesús iba a la muerte.

       Jesús, caigo en la cuenta que nadie puede entenderte, si primero no está totalmente abierto a Ti, como este ciego, y si Tú, además, no le iluminas con una luz especial.

Los hombres nos creemos que entendemos las cosas y que ya no necesitamos que nadie nos diga nada porque ya conocemos suficientemente tu Evangelio... ¡Qué yana pretensión...! Nos pasa como a tus discípulos: Ellos iban contigo y no habían entendido ni a qué iban, ni por qué. Ellos iban con miedo precisamente porque creían que iban a algo malo... Estaban ciegos... Estamos ciegos... Yo estoy ciego...

Este sería el primer paso para mi salvación: reconocer que estoy ciego, que de Ti y de tus cosas no entiendo nada.., que lo mejor que puedo hacer es pedirte que me cures... Porque Sólo si Tú me curas podré arrancarme de mi estado de mendicidad. Y, sobre todo, sólo si Tú me curas, yo podré ponerme en camino contigo para ver dónde, cómo y por qué tengo que dar mi vida como hiciste Tú.

Esto es lo que yo quiero: seguirte a Ti, aunque los demás no te sigan... comprenderte a Ti, aunque los demás no te comprendan... arrancarme de mi mundo de oscuridad y esclavitud, aunque los demás me griten de mil modos que permanezca en el ...
Por eso, una y otra vez, desde lo más hondo del corazón te repito: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!

31ª  MEDITACION


LA CENA EN BETANIA (Mc 26).

“Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso,  vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio?  Porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres. 

Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”.


             Debía ser el sábado anterior a la Semana Santa, cuando dieron sus amigos a Jesús un banquete en Betania, en casa de Simón el leproso, así llamado, quizá, por haberlo sido antes de que le curara Jesús. Entre los invitados se hallaba Lázaro, y su hermana Marta servía; la otra hermana, María, quiso también contribuir a honrar a su querido Maestro, y durante el convite entró en la casa llevando un rico vaso de alabastro conteniendo una libra (unos 370 gramos) de ungüento de nardo de gran valor. Judas lo valuó en 300 dineros, es decir, unas 320 pesetas oro. Acercándose a Jesús le ungió con aquel precioso bálsamo la cabeza primero y después los pies. Y la casa se llenó del suave perfume. Judas murmuró diciendo: ¿A qué este derroche? Pudiera haberse vendido ese perfume en más de 300 denarios, y con ello socorrer a los pobres! Y no era que le importaran nada los pobres, sino que como administraba la pobre bolsa de Jesús y sus Apóstoles, de ella hurtaba cuanto podía.

Y Jesús, defendiendo a Magdalena, dijo: Dejadla que lo haga para prevenir la unción de mi sepultura: pues en lo que toca a los pobres, los tenéis siempre con vosotros; a Mí, en cambio, no me tenéis siempre.

Punto 1.° EL SEÑOR CENA EN CASA DE SIMÓN EL LEPROSO, JUNTAMENTE CON  LÁZARO.


1) Iba Jesús de Jericó hacia Jerusalén, y debió de ser el viernes por la tarde cuando llegó a Betania; pasó allí la noche, y al día siguiente le ofrecieron sus amigos una comida. ¿Por qué? Quizá Simón, denominado el leproso, había sido curado por Jesús, y por eso le estaba agradecido; o acaso el recuerdo de la resurrección de Lázaro vivía tan perenne en aquel pueblo, que la gente gustaba de mostrársele agradecida. Parece también deducirse del ministerio que en aquella casa ejercitaba Marta, que era Simón pariente, o, al menos, íntimo amigo de Lázaro.

       Veamos la humanidad y llaneza de Jesús, que no tenía inconveniente en aceptar estas muestras de agradecimiento y presidir banquetes familiares o de amigos. Así, se quiso hacer todo a todos para enseñarnos a ser con todos afables y corteses. Podemos también aprender a ser agradecidos; y cómo agrada a Jesús que le demostremos nuestro ánimo agradecido, aunque sea con manifestaciones al parecer no difíciles, pero aceptas, sobre todo por el afecto con que se hacen.


2) Observemos a Jesús con qué apostura, con qué parsimonia, con qué dominio de Sí procede. Cosa no fácil: porque lugar es de fácil desorden la mesa y difícil de regir ordenadamente y refrenar la gula. Asistía al banquete Lázaro, el amigo de Jesús; seguramente que estaría a Él próximo y procuraría atenderle, mostrándole siempre su amistad agradecida. Muestra era también de amistad y gratitud la que daba Marta, no desdeñándose de servir a Jesús, aun fuera de su casa, ella, señora, a lo que parece, de buena familia. Bien podemos aprender que en el   servicio y agasajo de Jesús no hay cosa deshonrosa, sino que son muy estimables los más bajos oficios cuando los inspiran el amor y la gratitud.

Punto 2.° DERRAMA MARÍA EL UNGÜENTO SOBRE LA CABEZA DE CRISTO.

1) Dicen los exegetas que el acto de María no era insólito; a los huéspedes insignes invitados a algún banquete se les ofrecían, después del lavatorio de manos y pies, exquisitos perfumes con los que se ungían. Y era esta fineza tanto más natural en María cuanto que la usaba para con el que había resucitado a su hermano, allí presente. Si bien es cierto que usó para hacerlo cantidad y calidad de esencia en verdad refinada; así la abundancia y riqueza de la ofrenda indicaban mejor la exuberancia del íntimo sentimiento de amor y gratitud (Ricciotti, o. c., n. 501).

       Y cierto que demostró Magdalena en esta ocasión amor ardiente y agradecimiento vivísimo al que resucitara su alma y el cuerpo de su hermano. Para Jesús todo le parecía poco, y así buscó un perfume escogido, finísimo y muy caro, hecho de la espiga de la flor del nardo, y en cantidad sobreabundante, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, de suerte que dice el evangelista “se llenó la sala de la fragancia del perfume”.

Más preciosa aún que la esencia que derramó era la caridad de María, que la empujaba a aquellas manifestaciones; por eso Jesús la recibió con agrado, no porque le gustaran olores, que pudieran parecer profanos, ni esencias, que eran muy ajenas a sus usos habituales, sino para enseñarnos que recibe con agrado el don cuando lo hace un corazón de veras amante, movido únicamente por la gratitud y el amor.


2) Aprendamos a dar a Jesús lo mejor que tengamos, no reservándonos nada; cuando de Él se trata nada debe parecernos demasiado rico, antes bien todo debemos tenerlo por mucho menos de lo que debemos.

El acto de María Magdalena perfumó la casa toda, y aún sigue perfumando la Iglesia toda con el encanto delicioso de su ejemplaridad. Así hemos también de procurar nosotros que nuestro proceder sea tal que siempre seamos, como quería el Apóstol lo fuesen sus discípulos, “bonus odor Christi”, buen olor de Cristo (2 Cor., 2, 15). Y no suceda, por nuestro ruin corazón, que sea para nosotros, como dice el Apóstol que fue para algunos su predicación, olor “mortífero, que les causa la muerte, sino olor vivificante que nos dé la vida” (Ib, 16). Es de veras grande Él influjo que en una comunidad, y aun en una ciudad, ejerce el suave efluvio de una vida santa. Sermón continuo de maravillosa eficacia que si las palabras conmueven, los ejemplos arrastran.

En verdad que puede decirse que el amor de María Magdalena fue amor apostólico por el benéfico influjo que sus obras de caridad finísima ejercieron en el   mundo todo; no se contentó con pasar las horas a los pies de Jesús arrobada al dulce encanto de sus palabras de vida, sino que siguió a Jesús hasta el Calvario y obró por Jesús cuanto supo y pudo.

Lección bien aprovechable que nos enseña dónde buscar el alma la fuerza de la acción, en la oración y sacar de ella fuerzas e iniciativas para la acción, que así será de veras eficaz, pues que es estéril cuando no va animada por el espíritu.


Punto 3.° MURMURA JUDAS DICIENDO: ¿PARA QUÉ ES ESTA PERDICIÓN DE UNGÚENTO? MAS ÉL EXCUSA OTRA VEZ A MAGDALENA DICIENDO: ¿POR QUÉ SOIS ENOJOSOS A ESTA MUJER, PUES QUE HA HECHO UNA BUENA OBRA CONMIGO?


1) Ruindad grande la de Judas en sacar veneno de tan hermosa acción. Así es el corazón del malvado, ruin y pequeño, dispuesto a envenenarlo todo; de la misma flor que saca la abeja miel dulcísima, saca el áspid veneno mortífero.

No seamos mezquinos, mal pensados y murmuradores, sino anchos de corazón y propensos a juzgar bien de los demás y saber edificarnos de su bien obrar y disimular, cuando no nos toque corregirles, sus defectos. Y lo que tiene el mal ejemplo, parece que los otros discípulos hicieron coro a Judas; pues la réplica de Jesús fue dirigida en plural: “sinite”, dejadla; y San Mateo escribe: “Viéndolo los discípulos se indignaron diciendo: ¿a qué este desperdicio?”

No parece, sin embargo, que fueron todos, porque San Marcos expresamente dice: “Erant autem quidam indigne ferentes...algunos había que lo llevaban a mal” (14, 4). Tengámoslo en cuenta, y evitemos ser piedra de escándalo, sembrando con nuestras palabras o acciones semillas de censura, de reprobación, de pecado.

 
2) Claro que de rechazo la censura caía sobre Jesús, que se prestaba sin oposición a que le rindieran tal homenaje. Por eso Jesús, al defender a María, dio también una razón que pudiera servir para justificar su conducta. Dijo, pues, a los que censuraban la conducta de María: “Por qué molestáis a esta mujer? Lo que ha hecho, buena obra es. Porque a los pobres ocasión tendréis de socorrerles cuando queráis, que jamás faltarán entre vosotros, mas a Mí no siempre me tendréis”.

Obligación es la limosna; pero no lo es menos el honrar a Jesús. Y añadió: “Con su unción ha rendido anticipadamente a mi cuerpo honores fúnebres, lo que no le será dado hacer en el   día de mi crucifixión, ni en la mañana del domingo de mi resurrección, cuando me buscará en el   sepulcro. Muy lejos de ser un derroche inútil la unción de María Magdalena, es una obra de piedad profunda, que será alabada por todos los siglos, doquiera se predique el Evangelio”.


3) Lecciones prácticas se pueden sacar, no poco fructuosas, de este pasaje evangélico: una de la Magdalena, aprendiendo de ella a honrar a Jesús con todo lo más rico que tengamos y no teniendo por despilfarro lo que se emplee en esplendor del culto o en adorno del templo. Que no faltan, aun en nuestros días, quienes censuren, con apariencia de compasión hacia los pobres, los gastos, a veces suntuosos, que en iglesias, cálices u ornamentos se hacen. “Ut quid perditio haec” ¿a qué este derroche?” Y son los que ni entienden quién es Jesús y lo que Jesús merece, ni ven en los pobres a Jesús y no pocas veces ni saben socorrerlos, sino insultándolos, con bailes o espectáculos, que matan las almas, sin curar los cuerpos.

Socorramos, sí, con generosidad a los pobres; pero no nos olvidemos del que por nosotros se hizo pobre siendo inmensamente rico, y procurémosle toda la honra que nos sea posible.

4) Admiremos también y reverenciemos la benignidad amorosa de Jesús, que tan valientemente salió a la defensa de María y tan serenamente corrigió a sus detractores, enseñándoles la verdadera doctrina. ¡Cuánto agradece lo que con amor se hace por El y cómo lo recibe a título de servicio que sabe pagar con sobretasa magnífica! ¡Qué buen Señor tenemos! ¡Cómo quedaría la Magdalena al oír las bondadosas frases del Maestro! ¡Y cómo Judas al verse penetrado hasta lo más secreto del alma!

Pero su corazón metalizado, lejos de conmoverse, se endureció más y lo lanzó al fondo del precipicio. Viéndose defraudado en sus sueños de un reino mesiánico, en el   que pensara medrar a la sombra de Jesús; desengañado de que para aquel Maestro lo único que él estimaba, el vil metal, no tenía precio ninguno, se decidió a entrar en tratos con los enemigos de Jesús para perderle, sacando de su ruina la mayor utilidad posible; se fue a los príncipes de los sacerdotes para poner a Jesús en sus manos ¡Adónde puede llevar una pasión consentida!

Postrados a los pies de Jesús, unjámoslos con el bálsamo de la devoción de nuestros. corazones, rendidos a su amor. Démosle cuanto tenemos, ofrezcámosle el incienso de nuestra oración, la mirra de nuestra mortificación, el oro de nuestra caridad. Pidámosle su amor y esfuerzo para seguirle de cerca y confesarle ante el mundo entero.

32ª  MEDITACIÓN

EL DOMINGO DE RAMOS

Es meditación la de esta entrada triunfal de Cristo en Jerusalén muy apta para cerrar las de su vida apostólica. En el  las hemos ido siguiendo los pasos de nuestro Capitán para pisar sobre ellos en su seguimiento; lo hemos estudiado procurando llegar a tener interno conocimiento de Él para más amarle y seguirle, y si lo hemos hecho con diligencia, sin duda que brotarán de nuestro corazón afectos y de nuestros labios frases análogas a las que brotaron de los labios y corazones de las turbas que aclamaban a Jesús por Mesías el día de Ramos; pero hemos de procurar que no sean como las de aquellos desdichados, entusiasmo pasajero que se trueca en pocos días en desprecio y odio insano que convierte en denuestos a las alabanzas y en petición de muerte las aclamaciones jubilosas de triunfo.

Preámbulo. La historia es que Jesús, el día siguiente de su visita a Betania, partió para Jerusalén, y habiendo llegado cerca de Betfagé (la villa de los higos verdes), frente al monte de los Olivos, se detuvo y envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Id a la aldea que está frente a vosotros, y al entrar en el  la hallaréis al paso un pollina atado, sobre el cual todavía no ha montado nadie; desatadlo y traédmelo, y si alguien os dice: ¿Qué estáis haciendo?, ¿por qué lo desatáis?, le contestaréis. El Señor lo necesita, y al punto os lo dejará traer acá”.

Y todo pasó como Jesús lo había predicho. Llenos de gozo, los Apóstoles tomaron el mejor de sus mantos y lo pusieron sobre el asno, y le hicieron sentar en el  a su Maestro. No sabían que así realizaban las palabras del profeta Zacarías (Zach., 9, 9): “Decid a la ciudad de Sión: Mira que viene a ti tu Rey dulce sentado sobre un pollino, sobre un pollino de una asna”.

Los peregrinos venidos a Betania para llegarse a Jerusalén participaban del regocijo de los Apóstoles; los unos tendían sus mantos multicolores ante el Señor; otros cubrían el camino de ramos arrancados a los olivos y palmeras que bordeaban el camino. Llegados a las alturas del monte Olivete, vieron alzarse ante ellos Jerusalén y su templo, resplandeciente a los fulgores del sol esplendoroso de Oriente.

Ante tan magnífico espectáculo creció el entusiasmo y estalló en clamores de triunfo: “¡Hosanna!, gritaban los Apóstoles y el pueblo: “Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” Detúvose Jesús a la vista de Jerusalén y lloró su ingratitud.

Los jubilosos clamores de la falda del Olivete llegaron hasta el templo, y de las casas y tiendas de campaña esparcidas en el   valle del Cedrón acudieron numerosos peregrinos congregados para la Pascua y se unieron al cortejo. Enteráronse de que era Jesús de Nazaret, el gran profeta, el hombre de los milagros, el que había resucitado a Lázaro, y quisieron tomar parte en el   regocijo universal, y agitando palmas marchaban delante en esta entrada triunfal. Y alababan a Dios grandes voces por todas las maravillas de que habían sido testigos, y decían: “¡Hosánna al hijo de David ¡ Bendito el que viene como Señor! ¡El Rey de Israel! Paz en el   cielo’ Hosanna al Altisimo”.  Y se conmovió toda la ciudad preguntando “Quien es ése” Y la muchedumbre contestaba. “Es el profeta Jesús de Nazaret, de Galilea”

Habiendo entrado en el   templo se le acercaron ciegos y cojos, y los curo. Los sacerdotes y doctores, viendo los prodigios que hacia y a los niños que estaban gritando en el   templo “Hosanna al Hijo de David” se irritaron y le dijeron: “Oyes lo que dicen éstos? Jesús 1es contestó: Sí. ¿Nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que maman hiciste salir alabanzas?”

Composición de lugar. El camino de Betania a Jerusalén. Betania, hoy llamado El-Azariyé, en memoria de Lázaro, es un pueblecito a 15 estadios, unos tres kilómetros, de Jerusalén, al otro lado del monte Olivete. Llamábase así este monte por estar plantado de olivos, situado al este de Jerusalén, separado de ella por el barranco o torrente Cedrón. Elevábase su cumbre a 818 metros sobre el nivel del mar, y era desde él la perspectiva muy bella; hacia la parte oriental se divisaba el mar Muerto, el valle del Jordán y las montañas de Moab; hacia el poniente los montes de Samaria, Jerusalén y Belén. En su vertiente oriental se asienta Betania, desde donde salió Jesús con los suyos para su entrada triunfal.

Punto 1.° EL SEÑOR ENVÍA  A POR ASNA Y SU  POLLINO, DICIENDO: DESATADLOS Y TRAÉDLOS, Y SI ALGUNO OS DIJERE ALGUNA COSA, DECID QUE EL SEÑOR LOS HA MENESTER Y LUEGO LOS DEJARÁ.

 
1) Sale Jesús de Betania para Jerusalén; se avecinan las horas de su Pasión, y diríase que quiere darnos a entender en esta entrada triunfal la alegría con que, por nuestro amor, va a padecer; alegría no ciertamente sensible y de la parte inferior, sino espiritual y de la parte superior. ¿Estamos nosotros así dispuestos a trabajar y sufrir por amor de quien tanto nos amó? ¡Cuántas veces la sola previsión de algún sufrimiento que en nuestra marcha en seguimiento de Jesucristo nos amaga encoge nuestros corazones de tal modo, que nos hace detener y quizá hasta abandonar la empresa comenzada! Pidamos esfuerzo y temple de alma para sufrir.

Quiso, además, dar una prueba palpable de que era el Mesías predicho por las profecías, brindando nueva ocasión de reconocerle a los que se obstinaban en cerrar los ojos a la luz de la evidencia con inexcusable malicia. Dios ofrece su gracia a todos, y muchos la desprecian; no así nosotros, sino que hemos de ser muy diligentes en aprovechar agradecidos los beneficios del Señor y cooperar solícitos y diligentes a su gracia.

Finalmente, dio también a sus enemigos una prueba más de que, aunque habían decretado más de una vez su muerte, no lograrían realizar sus designios mientras Él no les soltara las manos. Si somos fieles seguidores de Jesús, sus enemigos, que son los nuestros, nada podrán en nuestro mal hasta que Él no se lo permita.


2) Para preparar la entrada envía a dos de sus discípulos a que le traigan una asna con su pollino, sobre el que había de marchar montado, y les anuncia cuanto les había de acaecer. A sus ojos, todo está patente, y así nos muestra su divinidad. Tiene además en sus manos los corazones de los hombres, y así, el dueño de aquellos animales, al escuchar el deseo de Jesús, no opone la menor resistencia a que se cumpla.

¡Qué palabras tan dignas de consideración las que por sus Apóstoles les dirige!: “El Señor lo necesita” ¿Cómo oponernos, si es el Señor, y de su mano lo hemos recibido todo? Todo es suyo, y, sin embargo, ¿cuántas veces, olvidados prácticamente de ello, así usamos de las cosas, como si ningún derecho tuviese sobre ellas el Señor, y aun abusamos de sus mismos dones y beneficios para volvernos contra Él?

Bien podemos aprender de la fidelidad de los Apóstoles en ejecutar cuanto el Señor les indicara, y de la docilidad del dueño en ceder, sin oponer dificultad ni reparo alguno, sus cosas a la insinuación de la voluntad del Señor.

Nunca será demasiado el empeño que en los Ejercicios pongamos en perfeccionar nuestra solicitud por conocer la voluntad del Señor y nuestra docilidad en ponerla por obra hasta en sus menores detalles.

Si lo hacemos, ¡cuán bien nos sucederá! ¡Pidamos a Jesús que nos diga lo que de nosotros quiere, y estudiemos el modo en que podremos cooperar al triunfo de nuestro Capitán, al reconocimiento de sus derechos, a que reine!

Punto 2.° SUBIÓ SOBRE LA ASNILLA, CUBIERTA CON LAS VESTIDURAS DE LOS APÓSTOLES.


1) Todo sucedió como Jesús lo había predicho. y trajeron los Apóstoles a la asnilla y a su pollino, y colocaron sobre él sus capas, y subió en el  Jesús. Elegían el mejor de sus mantos para adornar la montura del Maestro, cooperando gustosos al esplendor de aquel triunfo. ¡Bien lo merecía quien por tantos títulos es Rey!

¡Es Rey y se contenta con tan poco! Su montura, un jumentillo; sus aparejos, los pobres mantos de sus discípulos; sus mesnadas, unos humildes artesanos y algunos peregrinos del pueblo; sus cortesanos, los Apóstoles. ¡Es que su reino no es de este mundo! Si lo fuera, tendría, sin duda, soldados que le acompañasen y cortesanos que, ricamente vestidos, le rodeasen, y espléndidos adornos y magníficos corceles en que cabalgar.

Así son los reyes de la tierra; hombres como los demás, necesitan de todo ese esplendor y boato postizo para destacarse. No así Jesús; ¡Rey de reyes y Señor universal, de nada necesita, pues es la misma grandeza! Cuanto su apariencia sea más modesta, será más clamoroso el triunfo.

 
2) Tres causas han asignado los expositores a esta entrada en Jerusalén en la forma en que Jesús la hizo:

1ª. el cumplimiento de las profecías;

2ª. el dejarnos un ejemplo de humildad y mansedumbre;

3ª. el afirmar claramente su realeza al modo predicho por los profetas al llegar su hora. Combina el evangelista en una misma cita a Isaías (62, 11) y Zacarías (9, 9). Estos dos pasajes predicen el   carácter humilde, benigno y, sobre todo, pacífico del Rey-Mesías, que no había de entrar en la ciudad con el fausto y aparato de los conquistadores terrenos, montado en un caballo o dromedario, sino que, por el contrario, entrará sentado sobre un pollino, hijo de la que está acostumbrada al yugo (Mt., 21, 5), en el   cual nadie ha montado hasta ahora (Mc., 11, 2).

       No quiere esto decir que sea el asno considerado por los orientales como una montura trivial; pero aun entre ellos no lo montan los guerreros. De que tal acto fuera cumplimiento de las profecías no se dieron cuenta por entonces los discípulos, pero cuando Jesús fue glorificado se acordaron de que esto había sido escrito acerca de Él y que ellos mismos lo cumplieron.

Veamos a nuestro Rey lleno de mansedumbre y dulzura. Va predicando y brindando paz, como lo indican las palabras que, según San Lucas (Lc., 19, 42), pronunció en ocasión de esta entrada en Jerusalén: “Quia si cognovisses et tu, et quidem in hac die tua, quae ad pacem tibi! ¡Si conocieses también tú, por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede atraerte la paz!”

Y Jerusalén no supo aprovecharse de aquel ofrecimiento: al menos nosotros aceptemos gustosos esa paz, preludio de la eterna felicidad que Jesús nos trae. Y veamos cuáles son los medios para lograrla: ¡mansedumbre, pobreza y humildad! Aprendámoslas de nuestro Rey y Maestro para lograr el premio que promete: “Discite... et invenietis requiem animabus vestris… y hallaremos el reposo para nuestras almas” (Mt., 11, 29).

Pero acaso se nos ocurra pensar ¿cómo Jesús, tan humilde, se deja honrar y admite las muestras de respeto y veneración de sus discípulos y seguidores? Es que se trataba de la gloria de Dios, no de la suya; y cuando de ella se trata y del triunfo de la verdad, sería falsa humildad huírla y rechazarla, y redundaría en olvido de los derechos de Dios y triunfo de sus enemigos.

Punto 3.° LE SALEN A RECIBIR TENDIENDO SOBRE EL CAMINO SUS VESTIDURAS Y LOS RAMOS DE LOS ÁRBOLES Y DICIENDO “SÁLVANOS, HIJO DE DAVID; BENDITO EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR. SÁLVANOS EN LAS  ALTURAS”.

 
1) Montado Jesús, comenzó a caminar hacia Jerusalén; en pocos instantes, la caravana de peregrinos galileos se transformó en una solemne procesión de triunfo para el Mesías; muchos de entre la muchedumbre tendían sus capas por alfombras para que sobre ellas pisase Jesús; otros cortaban ramos de los árboles y los echaban también en el   camino y los agitaban al aire; y transportados de alegría todos, al acercarse a la ciudad comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas de que habían sido testigos, y decían: “Hossanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene como Señor, Rey de Israel! ¡Paz en el   cielo y gloria en las alturas!” (Mt., 21, 9, y Lc., 19, 38).

       ¡Hosanna!, que vale tanto como «Salve», era una exclamación consagrada por la costumbre en las procesiones; saludaban, pues, al Hijo de David, al Rey de Israel y al Mesías tan deseado. Impotentes los fariseos para prevenir y contener esta explosión popular, encontraban, al menos en el  la, la ventaja de hacer responsable a Jesús de aquel desorden: ¡Maestro, reprende a tus discípulos: “Si ellos se callan, responde Jesús, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Y la ciudad entera se conmovió, y se preguntaban: ¿Quién es Ese? Y los que acompañaban a Jesús respondían: Es Jesús, el Profeta de Nazaret, de Galilea.

Como es natural, al bullicio acudieron presurosos los niños, y llegado el cortejo al templo, cuando los demás callaban, los niños seguían clamando con entusiasmo a todo pulmón: “Hosanna al Hijo de David! Hosanna!” Es muy natural esta escena a la vida religiosa del niño. En las escuelas habían aprendido de memoria el Salmo de donde está tomado el Hosanna (117, 26). Habíaseles también enseñado a tremolar los ramos durante la fiesta de los Tabernáculos en cuanto se dejaba oír el Hosanna.

Estaban, pues, los niños en las horas de la entrada de Jesús en el   espíritu del ceremonial de la fiesta de los Tabernáculos más todavía que los adultos. En el   templo se le acercaron ciegos y cojos, y los curó. Los sacerdotes y doctores, viendo los prodigios que hacía y a los niños que estaban gritando, se irritaron y le dijeron a Jesús: “Oyes lo que dicen éstos? Jesús les contestó:  Sí. ¿Nunca leísteis: de la boca de los niños y de los que maman hiciste brotar alabanzas?” (Mt 21, 14-16). “Los fariseos, pues, se dijeron unos a otros: Ya veis que nada adelantarnos; ved cómo todo el mundo se va en pos de El” (Jn. 12, 19).


2) Reflexionemos para sacar algún provecho de las enseñanzas que de este suceso se pueden deducir. Es el triunfo de nuestro Capitán, el Rey eternal cuya vida venimos contemplando, para «siguiéndole en la pena, también seguirle en la gloria».

Qué diferencia de esta gloria y este triunfo a la gloria y triunfos de los reyes temporales! Quiso, dice Lagrange, O. P. (El Evangelio de N. S. Jesucristo), «que su triunfo se hiciera con gloria tan modesta que no excitase sospechas en los romanos ni hubiese nada de ruidoso ni de revolucionario. Se ha hablado mucho de la nobleza de los asnos a los ojos de los orientales. Un romano pasando cerca, sobre un caballo bien enjaezado, el casco a la cabeza, la lanza en ristre, se habría sonreído con ganas de aquel cortejo grotesco: una mascarada, una caricatura de la subida al Capitolio. Jesús, Rey manso y humilde, aceptaba aquellos humildes homenajes; y aquellas buenas gentes hacían lo que podían. No está su reino en fastuosidades exteriores, sino en las almas, en la paz, en la tranquilidad, en la santidad».

Las gentes sencillas tendían sus mantos a los pies de Jesús; tú, ¿qué vas a poner? Tiende tu amor; tiende, para que sobre ello marche triunfalmente, tu Rey, lo que El mismo te ha pedido en estos días de Ejercicios.

Acabas de hacer tu elección, tu reforma; ponla a los pies divinos de Jesús pídele que pise triunfante sobre tus riquezas, que por Él quieres dejar; sobre tu voluntad, que por Él quieres sujetar a la obediencia; sobre tu sensualidad, que anhelas dominar para seguir casto al que es la misma pureza; sobre cuanto tienes, todo cuanto puedes, todo cuanto vales.    ¡Todo para Él; todo a Él rendido; todo a Él para siempre entregado!


3) Cuánta verdad la que encerraban los gritos y aclamaciones, acaso para muchos inconscientes, con que solemnizaba la muchedumbre la triunfal entrada de Jesús. ¡La paz queda hecha con el cielo! ¡El reino de la justicia, establecido! ¡ La libertad, devuelta a los cautivos! ¡Israel está en salvo! Tal es la labor de Jesús. Y los Apóstoles y discípulos contarían a las gentes las obras, predicación y milagros de Jesús llenos de entusiasmo legítimo.

Recuérdalos tú también; los has estudiado estos días de santo retiro, en los que has ido siguiendo paso a paso los caminos de tu Capitán: ¡es tu Rey, Hosanna! Si a Él te sujetas, bajo su cetro encontrarás la paz, el bienestar, la dicha, el camino seguro del cielo. ¡Dichoso tú si comenzaras de una vez a vivir como buen súbdito de tan buen Rey y a seguirle de cerca! ¡No hagas lo que aquellas turbas que con tanto entusiasmo aclamaban a Jesús en la hora del triunfo, y al caer de la tarde le dejaron sin ofrecerle un abrigo en que pasar la noche!

       Buena ocasión será ésta para renovar tu amor y amistad eterna y permanente con el Señor y ofrecerle tu corazón como morada perpetua de pan y amor.

33ª  MEDITACION

EL DISCURSO DE LA CENA

Es el adiós del corazón más delicado y sensible que ha existido, el de Jesús; es su testamento de amor. No se puede sujetar a una sinopsis de orden riguroso, pues es, más que discurso preparado, una efusión del alma, una charla amistosa, en la que el Corazón de Jesús se abre manifestando sus varios sentimientos; por eso se repite a veces y vuelve sobre las mismas ideas para inculcarlas más. Con amor y cuidado exquisitos nos ha transmitido esta bellísima página el Evangelista San Juan, que dedica a compendiar el discurso de Jesús cinco capítulos, del 13 al 17, en su no largo Evangelio.

Sirven de preámbulo los 30 primeros versículos del capítulo 13, en los que se nos narra el lavatorio de los pies y el anuncio de la traición de Judas hasta la salida de éste del Cenáculo (13, 1-30). Síguense unas frases que preludian las de despedida y la predicción de la caída de Pedro (31-38). En los capítulos 14, 15 y 16 se pueden distinguir a primera vista dos conjuntos principales: el primer discurso desarrollado en el   capítulo 14 y el segundo, más amplio, en los capítulos 15 y 16.

En el   primero la idea dominante es la de la próxima separación; de ella consuela Jesús a sus discípulos, dándoles razones de aliento y diciéndoles que más bien que entristecerse debieran alegrarse de su partida al Padre. Al terminar esta parte con la frase: “A fin de que conozca el mundo que yo amo a mi Padre y que cumplo lo que me ha mandado, levantaos y vámonos de aquí”, podemos imaginarnos, como lo hacen autores muy dignos de respeto, y prescindiendo de otras opiniones de lo que a estas palabras se siguió, que Jesús, al decirlas, se levantó de la mesa, sí, pero no salió aún para el huerto, sino que se entretuvo en el   mismo Cenáculo en sabrosa plática o en la misma sala de la Cena o en la terraza de la casa.

Dos partes principales se pueden considerar en la continuación del discurso: Primera: Con la comparación de la vid, desarrolla el tema de la caridad: unión de los discípulos con Jesús y entre ellos (15, 1-17); a la cual unión se opondrá la rabia del mundo incrédulo y perseguidor (15, 18 y 16, 4). En el   versículo 5 del capítulo 16 expresa Jesús la idea de su partida.

En la segunda parte consuela a sus discípulos con el anuncio de la venida del Espíritu Santo (16, 7-15) y de su propia vuelta (16-22) y con la promesa de que serán oídas las oraciones hechas en su nombre (22-27), y termina con palabras de aliento para la lucha que se avecina (32-33). El capítulo 17 contiene la que suele llamarse plegaria sacerdotal de Jesucristo, de una solemnidad y grandiosidad imponentes.

El objeto principal, y como tema de toda ella, es el obtener para los suyos, para su Iglesia, la unidad. Jesús levantó sus ojos al cielo, como para indicar aun exteriormente el cambio de forma de su discurso. Se pueden distinguir en esta plegaria tres partes: Primera. Rogó por Sí mismo (17, 1-5). Segunda. Por sus discípulos presentes, que han de continuar su obra (6-19). Tercera. Por los que habían de creer en el  al escuchar la predicación de los Apóstoles. Cierra la oración un breve epílogo (24-26), que resume la plegaria.

 

Para la meditación destacaremos tres ideas:

Primera. Amor a Jesucristo.

Segunda. Amor mutuo de caridad fraterna.

Tercera. Oración sacerdotal, y procuraremos deducir    enseñanzas de utilidad práctica.

Pidamos la gracia para penetrar íntimamente las enseñanzas de Jesús y cumplir siempre con fidelidad sus recomendaciones.


Punto 1º  “MANETE IN DILECTIONE MEA…  PERMANECED EN MI AMOR” (Jn 15, 9).

1) Recomienda Jesús a sus Apóstoles el que permanezcan fieles en su amor, y les da para animarles a ello una razón muy eficaz: “Como el Padre me ha amado, Yo os he amado a vosotros” (v. 9). Realmente, si se piensa un poco, se echa pronto de ver la fuerza de esta razón para movernos a amar de veras a Jesucristo. Mi Padre, les dice, me amó a Mí, y este amor fue la razón de todos los bienes de que mi naturaleza humana se ve tan espléndidamente adornada, pues que sólo por amor la comunicó liberalmente el que sin previos méritos se uniese a la Persona Divina, unión de la que redundaron y redundan todos los bienes.

Pues bien: de análoga manera mi amor para con vosotros es tal, que no tiene cosa que se le puede comparar, sino el que me tiene mi Padre. Por ese amor Cristo los eligió, sin méritos previos, para que le siguieran, pruebas de ese amor se las ha dado abundantes en los años que con Él han convivido, educándoles, instruyéndoles, adornándoles de extraordinarias gracias y privilegios, preparándoles el gran premio de la vida eterna; en ese amor se les da todo, en el   tiempo y en la eternidad. Y como a ellos, a nosotros. Perseveremos en el .

¿Qué hacer para ello? Nos lo dice claramente el. mismo Jesús: “Si praecepta mea servaveritis, manebitis in dilectione meas sicut et ego Patris mei praecepta servavi, et maneo in ejus dilectione… Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; como Yo he guardado los preceptos de mi Padre y permanezco en su amor” (v. 10).  Esa es la gran señal de amor, la guarda de los mandamientos.

2) ¿Cómo lograrla? Con nuestras solas fuerzas, de ningún modo; porque se lo acababa de decir el mismo Jesús: “Sine me nihil potestis facere… Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15, 5). En cambio, unidos a Cristo vivimos su vida y damos frutos de vida eterna: “Quien está unido conmigo y Yo con él, ése da mucho fruto”. Unidos a la vid, que es Cristo, somos sarmientos llenos de vida, que damos frutos de santidad y amor. Y de ahí brota nueva unión con Cristo.

En el   v. 21 nos dice Jesús: “Quien ha recibido mis mandamientos y los observa, ése es el que me ama. Y e1que me ama será amado de mi Padre y yo le amaré..., y vendremos a El y haremos mansión dentro de Él”. Deliciosa unión que nos hace templos de Dios vivo. Pero es aún poco para el amor de Cristo, y a quien en su amor permanece le proporciona medio de unirse con Él más apretadamente aún.

Escuchémosle: “Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, in me manet et ego in illo…Quien come mi carne y bebe mi sangre, en Mí permanece y Yo en el ”. (Jn 6, 56). Y ésa sí que es unión íntima. Declarándola, San Cirilo de Alejandría escribe: «Dice aquí que estará en nosotros por participación natural. Porque como si pusiese uno al fuego dos pedazos juntos de cera y los derritiese, se haría una sola cosa de ambos, así por la participación del cuerpo de Cristo y de su preciosa sangre se une Él a nosotros y al mismo tiempo nosotros a Él... Y si no te dejas persuadir de mis palabras, presta fe al mismo Cristo, que clama: En verdad, en verdad os digo que si no comiereis la carne del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Porque el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el   último de los días. Oyes qué claramente te dice que si no comemos su carne y bebemos su sangre, no hemos de tener en nosotros, es decir, en nuestra propia carne, la vida eterna. Mas cierto que se considerará con derecho a la vida eterna la carne de la vida, es decir, del Unigénito.»

3) Meditemos, y si queremos vivir en esta unión, merced a la cual podremos producir frutos de vida eterna y sin la cual nada podemos conducente a la vida eterna, guardemos los mandamientos, estimemos la gracia sobre todo otro bien y recibamos el cuerpo santísimo de nuestro Jesús.

Esa unión producirá en nosotros frutos suavísimos; cierto que el más precioso es el vivir la vida de Cristo, que es vida eterna; pero, además, nos promete Jesús que “si permanecéis en Mí y mis palabras permanecieren en vosotros, pediréis lo que quisiereis y se os otorgará” (15, 7). De suerte que, además de permitirnos esta unión dar frutos de vida eterna, dará a nuestras oraciones una eficacia omnímoda.

Y la razón es clara, porque «el discípulo que pide unido a Cristo, nada podrá pedir sino lo que convenga a Cristo... Manendo quippe in Christo, quid velle possunt nisi quod convenit Christo?» (Aug. in Jo., tract. 81, n. 4. ML. 35, 1842).

Punto 2.° “HAEC MANDO VOBIS, UT DILIGATIS INVICEM… LO QUE OS MANDO ES QUE OS AMÉIS LOS UNOS A LOS OTROS” (Jn 15, 17).

1) Con no menos instancia que su amor quiso recomendarnos Jesucristo el amor mutuo de fraterna caridad. ¡Con qué frases tan significativas y con qué instancia tan repetida! Mandamiento nuevo: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros, y que del modo que Yo os he amado, así también os améis recíprocamente”. Quiere Jesús que los que con Él forman una sola cosa, su cuerpo místico, permanezcan siempre, como parece natural en miembros de un mismo cuerpo, unidos entre sí con el más estrecho vínculo de la caridad; y así se lo manda. Pero ¿por qué llama nuevo a este precepto?

Ya en la ley mosaica (Lev 19, 18) se mandaba “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Así es; pero ese precepto era ya letra muerta y se había dado al olvido, o, al menos, se había entendido y practicado mal. El israelita sólo consideraba como prójimo a su conciudadano o connacional; pero de ninguna manera a los extranjeros y los gentiles; y era para él la ley norma meramente negativa, que le imponía el no hacer mal al prójimo, pero no le movía a practicar con él el bien. Así, pues, resultaba ya nuevo el precepto de Jesús.

Lo era también, además, porque Jesús le infundía un nuevo espíritu, le imprimía eficacia nueva y le proponía un nuevo ideal. El nuevo espíritu era el Espíritu de Cristo; el nuevo ideal, el ejemplo de Cristo. Ideal en verdad sublime, que eleva el amor mutuo a alturas insospechadas para los antiguos.

Jesús nos amó, dice Santo Tomás, «gratuite, efficaciter et recte», gratuita, eficaz y rectamente. Modelo acabadísimo del amor que previene, que colma de beneficios, sin cansarse por olvidos y desprecios, que se olvida de sí mismo y se entrega hasta morir en medio de tormentos horribles por nuestro amor, por nuestra vida, por nuestra eterna salvación; ésa es la meta. Imposible de alcanzar sin la gracia, que el mismo Jesús infunde en nuestras almas, que es para nosotros nueva vida, la vida de Cristo.

Él crea en nosotros un corazón nuevo, como el suyo, de suerte tal que podrá el gran Apóstol Pablo escribir a los fieles de Filipo que les ama con el corazón de Cristo. Y del modo en que Cristo ama en cada uno de nosotros lo que su generosidad nos ha dado, así sus discípulos amarán en sus hermanos a Cristo en el  los escondido, mereciendo de tal suerte encontrar un día cara a cara a Cristo glorioso. Esta es la gran novedad del precepto del amor.

Novedad es también, aunque derivada de lo que hemos dicho, el que el motivo de amar al prójimo es el amor mismo de Dios; sin el cual no puede la caridad ser sincera ni verse libre de otros motivos meramente humanos que la desnaturalizan, ni durable y digna de premio eterno.

2) Mandamiento distintivo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor unos a otros” (13, 35). Quiere Nuestro Señor que nuestra caridad no sea meramente interna, sino que, obrando del corazón inflamado en el   amor de Cristo y vivificado por el Espíritu de Cristo, se muestre en obras que todos vean y admiren. Y fue así en realidad; los paganos de África, cuenta Tertuliano, que al ver la sociedad cristiana naciente, llenos de admiración exclamaban: «Vide, inquiunt, ut invicem se diligant: ipsi enim invicem oderunt: et ut pro alterutro mori sint parati: ipsi enim ad occidendum, alterutrum paratiores erant…Mira, se decía, cómo se aman mutuamente: mientrar ellos se odian mutuamente; y cómo están dispuestos a morir los unos por los otros; mientras  ellos están más dispuestos a darse la muerte» (Apol., 39. ML. 1, 471).

Era que los primeros cristianos, por el Señor y sus Apóstoles educados, tan acabadamente entendieron y tan admirablemente practicaron este precepto, que pudo de ellos escribirse en los Hechos de los Apóstoles (4, 32) que “eran un solo corazón y un alma sola”; y se llamaban “hermanos”, y sus reuniones de comunión eucarística eran «ágapes», es decir, «amor». Así maravillaron al mundo gentil, sembrado todo él de odio infernal.

Exponiendo San Agustín este pasaje de los Hechos, escribe: «Otros dones míos los poseen también, como vosotros los no míos, no solamente la naturaleza, la vida, el sentido, la razón y aquella salud que es patrimonio común de los hombres y las bestias, sino aun el don de lenguas, los sacramentos, las profecías, la ciencia, la fe, el dar sus cosas a los pobres, y el entregar su cuerpo a las llamas; pero, porque no tienen la caridad, suenan como campanadas, nada son, de nada les aprovecha cuanto tienen. Así que, no en estos dones míos, aunque buenos, que pueden tener aun los que no son mis discípulos, sino en esto conocerán todos que sois mis discípulos, en que os tengáis mutuo amor» (In Jn Ev., tr. 65, 3. ML. 35, 1.809).

Reflexionemos: tiembla uno al mirar en torno y ver sólo ingentes ruinas, producidas por el odio; al constatar con inmensa pena que aun en individuos y familias y sociedades que se llaman cristianas falta la caridad: ¡no tienen derecho a tan precioso título! ¡O tenemos caridad, o no tenemos derecho a llamarnos cristianos! ¡Pensémoslo y saquemos las consecuencias!

3) “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 12). ¿Por qué lo llama Jesús suyo? Quizá porque le es más amado, o mejor, porque compendia y encierra en sí todos los demás, que no pueden quebrantarse sin quebrantar éste, y quedan bien garantizados en su exacta guarda, con sólo que se cumpla fielmente el precepto del amor fraterno: “Plenitudo enim legis est dilectio”…la plenitud de la ley es el amor: qui enim diligit proximum legem implevit,  quien ama al prójimo tiene ya cumplida la ley” dice San Pablo (Rom., 13, 10), (Ib., 8). Y es así, porque el amor del prójimo supone el amor de Dios, y no puede existir sin él. Como a su vez el amor de Dios exige e impone el amor del prójimo; así nos lo dice San Juan en su primera Epístola (4, 20).

San Pablo, penetrado de esta doctrina, compendia la perfección de la caridad en la imitación de Cristo, “como yo os he amado”, y de Jesucristo entero: “acogeos los unos a los otros, como Cristo os ha acogido para gloria de Dios” (Heb., 15, 7). “Caminad en el   amor, como Cristo nos amó y se entregó a Sí mismo a Dios por nosotros, en oblación y hostia de suave fragancia” (Efe. 5, 2). La caridad mutua debe animar toda vuestra vida, como la de Cristo para con nosotros: “Esposos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella” (Ib., 2, 5).

La moral cristiana no es una realización de un ideal abstracto, ni la sumisión a una ley impersonal o a un axioma eterno, sino que es amor de una persona, la de Cristo, y empeño de copiar y reproducir con toda perfección sus sentimientos y sus acciones. ¡La imitación de Cristo!, ¡el formar en nosotros a Cristo!

Y la cumbre y la prueba más resplandeciente y grande del amor es dar la vida por el amado: “¡Que nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos!” (Jn 15, 13). A ejemplo de Cristo, deben estar sus discípulos prontos a dar su vida por el prójimo. Y tal sería la más genuina prueba de legítimo cristianismo.

Punto 3.° LA ORACIÓN SACERDOTAL (Jn 17, 1-26).

1) Así se suele llamar a este capítulo de San Juan, que constituye la última parte del discurso de la Cena. Y es que revisten sus palabras una fuerza y grandiosidad extraordinarias; y se diría que Cristo se transforma de Maestro en Intercesor, y de Profeta en Gran Sacerdote. La idea principal, que impregna toda la oración, es el obtener para los suyos, para su Iglesia, la unidad.  

Comienza la oración con un gesto exterior expresivo de oración: “levantando sus ojos al cielo”.Ayuda no poco a mejor comprender el sentido y la marcha de esta oración el recordar lo que en el   segundo versículo se nos dice, que a Cristo ha dado el Padre poder de vivificar a todo el género humano: “Haec est autem vita aeterna, ut cognoscant te, solum verum Deurn, et quem misisti Jesum Christum…la vida eterna consiste en conocerte a Ti, solo Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo” (v3).

Y este conocimiento es fruto de triple predicación: la de Cristo, que manifestó y clarificado volverá a manifestar el nombre del Padre a sus Apóstoles (v.6); la de los Apóstoles, que, enseñados por Cristo e ilustrados por el Espíritu Santo, manifestarán a la Iglesia el nombre y dignidad del Padre y del Hijo; y la de la Iglesia, que, vivificada maravillosamente por el Espíritu de Cristo, por su ministerio apostólico, manifestará al mundo la dignidad estupenda del Padre y del Hijo.

2) De ahí las tres partes de la oración, íntimamente vinculadas entre sí. Pide, en primer lugar, Cristo para Sí la claridad de cuerpo glorificado: “Te he glorificado sobre la tierra, cumpliendo la obra que me encargaste; ahora glorifícame, Padre mío, en Ti mismo, con aquella gloria que tuve en Ti, antes que el mundo existiera” (v.5).

Jesús ha dado gloria al Padre sobre la tierra, con su predicación, sus milagros, su obediencia: su misión va a terminar en la Pasión, que considera como cumplida, pues se ha ofrecido ya como víctima. Esta Pasión va a oscurecer su gloria más que ninguna otra cosa.

En retorno, pide Jesús el ser glorificado por su Padre y reasumir la gloria que tenía junto a su Padre antes de la creación del mundo. Esta glorificación será la del Verbo encarnado resucitado y será cumplida cuando su humanidad se verá asociada a la gloria eterna de su divinidad, en la unidad de persona.

Pide después Jesús para los Apóstoles y sus sucesores (6-20) el espíritu de fortaleza, de paz, de santidad y de verdad, con el que sean constantes en la fe y en la confesión del Padre y del Hijo, vencedores del mundo y de su espíritu, unidos fuertemente entre sí, ilustrados y robustecidos con el carisma de la verdad. Para obtener de Dios esta especial protección alega Jesús tres motivos: porque son tuyos: del Padre y míos, pues me los diste Tú (v. 9); porque me han glorificado (10), y porque van a quedar solos en el   mundo (11-13).

Ora Jesús, en tercer lugar, por la Iglesia universal, y pide que sean todos uno. ¿Con qué unidad? En primer lugar, mística y sobrenatural: “que también ellos sean uno en nosotros”. Y qué quiera decir este en nosotros, se explica a continuación: Yo estoy en el  los, y tú en mí, a fin de que sean consumados en la unidad. Y aún se explica más cómo está Cristo en nosotros: Yo les he dado la claridad que me diste a Mi, para que sean una misma cosa, como lo somos nosotros (v.22).

Se trata de la unidad admirable, que se ha de lograr mediante la comunión del Espíritu vivificante por los multiformes dones de la gracia. Aunque primordialmente se refiera a esta unidad mística, con Cristo de cabeza; pero también se trata de la unidad externa, social y jerárquica, pues que Cristo ora no sólo por los Apóstoles, sino también “por los que han de creer en Mí por medio de su predicación” (v. 20).

Al comenzar su discurso Jesús dijo a sus Apóstoles: “Cuando Yo me fuere y os preparare el lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo, para que donde Yo estoy estéis también vosotros” (v.14, 3). Y al terminar el mismo discurso dice a su Padre: “Yo deseo que aquellos que Tú me has dado estén conmigo allí mismo donde Yo estoy, para que contemplen mi gloria, que Tú me has dado” (v.17, 24). Esta gloria que están llamados a gozar es la eterna del Verbo, la que su Padre le ha dado en prenda de su eterno amor.

Cuánto debe ser nuestro agradecimiento a un tan buen Señor y Maestro, que ha pedido para sus discípulos lo mejor que se puede desear. Y cómo debe animarnos a ser fieles al Rey cuyo seguimiento hemos jurado, el ver cómo se preocupa de sus soldados y les proporciona cuanto se necesita para luchar y vencer.

Pidamos al Señor la perseverancia en su santo amor, que nos haga unirnos más íntimamente cada día con El. Pidámosle también la caridad fraterna, por la que vivamos unidos con nuestros hermanos. Y la victoria en las luchas con el mundo, para lograr la eterna palma.

34ª  MEDITACIÓN

LA ÚLTIMA CENA

Viene a ser esta meditación como un preámbulo a las de la Pasión; hemos, pues, de entrar en el  la con el alma llena de ansias de aprovecharse. «Ha de entrar el alma en esta consideración mirándose a sí como causa de tanto dolor, ignominia y tormento, y que todo el bien que tiene y el haber sido prevenida y librada del mal es por aquellos merecimientos. “Et quia cum lacrimis et clamore valido orans exauditus est pro sua reverentia… y porque orando cn lágrimas y con clamor válido ha sido escuchado por su gran reverencia” (Hbr 5 7). Allí tenía el Señor presentes nuestros pecados e ingratitudes» (P. González Dávila, 1. e.; Direct., c. 35, 3).

NOTA.—En la historia propone San Ignacio como materia de meditación: 1), la ida de Betania a Jerusalén y la cena pascual; 2), el lavatorio; 3), la Eucaristía; 4), el sermón de después de la Cena; pero en los Misterios a los que se refiere, para la distribución de la materia en puntos, sólo propone: 1), la cena; 2), el lavatorio; 3), la Eucaristía. Nos atenemos a esta distribución, dejando la materia del discurso de después de la cena para una meditación complementaria.

Punto 1.° COMIÓ EL CORDERO PASCUAL CON SUS DOCE APÓSTOLES, A LOS CUALES LES PREDIJO SU MUERTE: EN VERDAD OS DIGO QUE UNO DE VOSOTROS ME HA DE VENDER.

1) El jueves por la mañana, los Apóstoles dijeron a Jesús: “Dónde quieres que te dispongamos la cena de la Pascua? El Señor lo encargó a Pedro y Juan, diciéndoles: Id a la ciudad, encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua, seguidle a. donde fuere y decid al dueño: El Maestro os envía a decir: ¿dónde está la sala en que he de celebrar la cena de la Pascua con mis discípulos? Y él os mostrará una pieza de comer grande y bien amueblada; preparadnos allí lo necesario” (Mc 14, 12 y sigs.). Y todo se hizo así. La Señal que el Señor les di, encontraréis un hombre con un cántaro, no se prestaba a titubeos, pues eran las mujeres las que de ordinario, al caer de la tarde, cumplían ese menester.

El dueño del cenáculo debía ser un discípulo conocido de Jesús, como lo indica San Mateo (Mt, 26, 18); según él, Jesús dijo a Pedro y Juan: “Id a la ciudad en casa de tal persona y dadle»este recado: El Maestro...”

2) Cuando atardeció, Jesús se puso a la mesa con los doce. Jesús sabía que le había llegado la hora de partir de este mundo para el Padre, y en el   amor que tuvo a los suyos que estaban en este mundo permaneció hasta el fin (Jn 13, 1), y agotó para mostrarlo todos los medios. Y les dijo: “¡En gran manera he deseado celebrar con vosotros esta Pascua antes de padecer! Porque os aseguro que no la comeré más hasta que la Pascua tenga su cumplimiento en el   reino de Dios. Y tomando la copa y dando gracias, dijo: Tomadla y participad de ella; os digo Yo que ya no he de beber más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba de nuevo con vosotros en el   reino de mi Padre” (Lc 22, 15 y sigs., Mt 26, 29).

¡Nuestro amor le hacía desear llegara la hora del sacrificio! Comió con sus discípulos el cordero pascual guardando el rito prescrito por la ley, con ceremonias tan claramente prefigurativas del gran sacrificio que Él iba a ofrecer.

Cómo se conmovería Jesús, el verdadero Cordero de Dios, que borra los pecados del mundo; y cómo se ofrecería una vez más al Padre para sustituir aquellas figuras con la terrible y Sublime realidad.

3) Y en momentos tan solemnes, en los que Jesús tan claramente aludía a su partida, se suscitó entre los Apóstoles una disputa sobre quién de ellos sería reputado el mayor (Lc 22, 24). Pero Jesús les dijo: Los reyes de las naciones se tratan con imperio... No habéis de ser así vosotros; antes bien, el mayor de entre Vosotros pórtese como el menor, y el que tiene la precedencia, como el sirviente. Y se lo enseñó prácticamente con el ejemplo lavándoles los pies.

4) San Ignacio, alterando un poco el orden, pone el anuncio de la traición de Judas antes del lavatorio. Y mientras, sentados a la mesa comían, Jesús les dijo lleno de emoción: en verdad, en verdad os digo: uno de vosotros, que está comiendo conmigo, me ha de hacer traición (Jn 13, 22 sigs.). Los Apóstoles comenzaron a mirarse unos a otros, sin saber de quién hablaba, y se preguntaban quién sería el que iba a hacer tal cosa. Extremadamente entristecidos, empezaron a decirle uno por uno: ¿Seré tal vez yo, Señor? El les contestó: Uno de los doce que lleva conmigo la mano al plato. El Hijo del hombre se va, como está escrito acerca de El; pero ¡ay del hombre por quien va a ser traicionado el Hijo del hombre! Hubiera sido mejor para él no haber nacido. Judas, el que lo había de traicionar, le preguntó también: ¿Seré tal vez yo, Maestro? Tú lo has dicho, le contestó, pero de suerte que no lo oyeron los demás.

5) Reflexionando en mí mismo, procurar sacar algún provecho. Jesús va por mi amor a la Pasión; su corazón se siente oprimido, y, sin embargo, quiere cumplir exactamente la ley. Fácil es cumplir la ley, guardar la regla en tiempo de fervor o tranquilidad; no lo es tanto, sino que a veces resulta de verdad difícil guardarla con fidelidad en días de tribulación, cuando el alma, conturbada por el mal que sobre ella se cierne, angustiada, se llena de pavor.

Consideremos el alto ejemplo de nuestro Maestro y Capitán; hemos jurado seguirle pisando sobre las huellas que en el   camino de la santidad nos va marcando; no lo olvidemos ni, cobardes, seamos infieles a lo prometido; pensemos que padecemos con Él para, siguiéndole en la pena, seguirle también en ‘a gloria. Su palabra no falla, y su ayuda jamás se nos niega.

¡Cómo contristó a Jesús la traición de Judas! Uno de los doce predilectos, escogidos para compañeros suyos inseparables; para vivir bajo el mismo techo, comer a la misma mesa y del mismo pan; para testigos de las maravillas sin cuento que iba obrando; para oyentes privilegiados de su divina predicación y de especiales coloquios; para continuar su obra; dotados espléndidamente; tratados como amigos, más aún, como hermanos. ¡Todo lo olvida, todo se le trueca en ponzoña y sólo sueña en traicionar a quien sólo le había hecho bien y al que era dechado perfecto de toda bondad! Tanto puede en un alma la pasión cuando de ella se adueña; al principio, no difícil de dominar; fomentada, se trueca en tirano que la esclaviza y la reduce a extremos inconcebibles de vileza y degeneración.

¡Vivamos alerta! No despreciemos a la pasión, cuando comienza a manifestarse, por insignificante; temámosla por lo que, descuidada, puede llegar a ser.

Punto 2.° LAVÓ LOS PIES DE LOS DISCÍPULOS, Jo., 13.

1) Como viese apenado Jesús que sus discípulos disputaban sobre quién de ellos era reputado el mayor, quiso darles una nueva lección práctica y bien inteligible, de la humildad, que tantas veces les había predicado y recomendado. Y sabiendo que su Padre lo había puesto todo en sus manos, consciente de sus prerrogativas divinas, de su origen y de sus destinos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la mesa y dejó su manto; y cogiendo una toalla, se ciñó con ella como un criado con un mandil, echó agua en un lebrillo de cobre, que nunca faltaba en el   mobiliario de toda casa oriental, y se dispuso a lavar los pies a sus discípulos.

La actitud de los convidados, reclinados en sofás o divanes bajos, con los pies descalzos y tendidos hacia fuera, facilitaba mucho la operación. “Se inclinó, pues, a los pies de Pedro, pero éste, incorporándose, le dijo: Señor, ¿Tú me vas a lavar los pies?” San Agustín se pregunta: «,Qué significan estas palabras «tú» y a mí»? Piden ser meditadas más bien que explicadas, de modo que la lengua sea impotente a expresar lo poco que el espíritu habrá podido comprender de su verdadera significación.

Jesús le respondió: Ahora todavía no comprendes lo que hago; ya lo comprenderás más adelante. Al terminar el lavatorio se lo iba a explicar el mismo Jesús. Pedro, obstinado, insta: No me has de lavar Tú los pies jamás. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.

¿Qué significa la amenaza? ¿Excluirle del apostolado o aun de la amistad de Jesús? Los más de los expositores, sobre todo antiguos, se inclinan a lo último. Jesús hizo de la obediencia de Pedro condición esencial de su amistad; tanto empeño tenía en dejarnos tan hermoso ejemplo que imitar.

 2) Quiere San Ignacio que consideremos cómo Jesús lavó los pies de los discípulos, hasta los de Judas; y es en verdad escena ternísima. Llevaba esta espina en el   corazón, como lo manifestó al responder a Pedro, que le decía: Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. El que se ha lavado ya no ha menester lavarse, porque está todo limpio; vosotros también estáis limpios, aunque no todos. Que como sabía quién era el que le había de hacer traición, por eso dijo: No todos estáis limpios. Y, sin embargo, se arrodilla a los pies de Judas y se los lava, y quizá le diría alguna palabra amorosa, sin que el desdichado se conmoviera lo más mínimo.

3) Después que les hubo lavado los pies tomó otra vez su vestido y, puesto de nuevo a la mesa, les dijo: ¿Comprendéis lo que acabo de hacer con vosotros? Me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si Yo, que soy el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, debéis también vosotros lavaros los pies uno al otro. Porque ejemplo os he dado para que lo que Yo he hecho con vosotros, así lo hagáis vosotros también... Y añadió: Si comprendéis estas cosas, seréis bienaventurados como las practiquéis.

¡Magnífica lección de humildad! Cuando el Maestro así se abaja, ¿qué oficio podrá parecer al discípulo despreciable e indigno de sus dotes? En servicio de Dios y por amor de nuestros hermanos, todos los oficios han de parecernos honrosos y ningún puesto vil. ¡Qué fruto de humildad sacaba de esta humillación de Jesucristo el devotísimo San Francisco de Borja! De él escribe el P. Jerónimo de Portillo «que así a los de casa como a los de fuera cada día confunde con su gran humildad, porque estando en una plática vino a propósito que dijo que había muchos años que su habitación era en el   infierno a los pies de Judas, y que este Jueves Santo le echaron del lugar; viendo a Cristo Nuestro Señor arrodillado a los pies de Judas, dijo que no merecía él estar donde Cristo estuvo y que ahora estaba sin lugar y así quería estar los días que viviese, si el Señor quisiese» (MHSI. Litt. quadrim., 3, 386).

4) Puede también considerarse este acto como una muestra de amor regaladísimo de Jesús a sus Apóstoles, pues que servicio es tan humilde e íntimo, que no lo hace por amor sino una madre con su hijo o una esposa con su esposo; en verdad que si siempre amó a los suyos, al fin de su vida quiso extremar las muestras de ese amor; los amó como a cosa suya, como a sí mismo, y aun más, pues que por su amor se entregó a sí mismo; los amó con amor constante; los amó sin tasa y los amó con amor purísimo ordenado al fin último. Ese es el modelo de nuestro amor fraterno; ¡felices si lo copiamos con fidelidad!

5) Algunos suelen considerar el lavatorio como preparación inmediata para recibir la Sagrada Eucaristía; y así nos enseña la pureza suma con que hemos de procurar acercarnos a ella. Los Apóstoles estaban limpios, “Et vos mundi estis sed non omnes… vosotros estáis limpios, pero no todos”, y todavía quiso lavarles los pies, para declararnos la conveniencia de limpiarlos aun del polvillo de los pecados veniales al recibir este augusto sacramento. Limpieza, humildad, caridad, son disposición admirable para la Sagrada Comunión.

Punto 3.° INSTITYÓ EL SACRATÍSIMO SACRIFICIO DE LA EUCARISTÍA, EN GRANDÍSIMA SEÑAL DE SU AMOR, DICIENDO TOMAD Y COMED. ACABADA LA CENA, JUDAS SE SALE A VENDER A CRISTO NUESTRO SEÑOR.

1) Nueva y más regalada prueba de amor la que el Señor nos dio al instituir la Sagrada Eucaristía. Con qué sublime sencillez narran el hecho los tres sinópticos y el Apóstol San Pablo en su carta primera a los Corintios (11, 23-25). Terminada la cena pascual, tomó Jesús en sus manos uno de los panes ázimos, no se usaban otros aquellos días; y levantando sus ojos al cielo, dando gracias, lo bendijo; admirándose los Apóstoles, porque no era al fin de la comida, sino al principio cuando se bendecían los alimentos.

Partió Jesús el pan en tantos fragmentos cuantos eran los convidados y lo distribuyó diciendo: Tomad y comed; éste es mi cuerpo, que se da por vosotros. Después, tomando una copa llena de vino, con un poco de agua, porque no era costumbre beberlo puro, realizó ritos análogos a los que con el pan guardara y lo presentó a sus discípulos, diciendo: Bebed todos de él, porque ésta es mi sangre, la sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados.

Los once Apóstoles presentes bebieron sucesivamente del cáliz, y el Señor añadió: Haced esto en memoria de Mí. Y quedó instituido el Sacramento del amor. Los Apóstoles, tiempo hacía preparados para este gran misterio, no dieron muestras de la menor sorpresa. Un año antes, en la sinagoga de Cafarnaúm, les había Jesús prometido darles su carne en manjar y en bebida su sangre.

Más aún: les había dicho y repetido en todas las formas que si no comían su carne y no bebían su sangre no tendrían en el  los la vida. Y cuando la mayor parte de sus discípulos, escandalizados por esta afirmación tan desconcertante, se marcharon unos tras otros, Pedro, en nombre de sus colegas, hizo su profesión de fe. Ahora que veían realizada la promesa del Salvador, creían más que nunca, con toda su alma, en su veracidad, en su poder y en su Amor.

¿Comulgó Jesús? El Evangelista no lo dice, y más bien parece sugerir lo contrario; sin embargo, los Padres y Doctores, casi con unanimidad, lo afirman, y parece que con razón, porque, ¿no es natural que Cristo, en la celebración de la primera Misa, quisiera servir de ejemplo y modelo a sus nuevos sacerdotes, puesto que les mandaba hacer lo que a El habían visto hacer? La comunión es el complemento de la consumación del sacrificio, y se puede decir que forma parte integrante. (S. Tomás, 3, 81, 1.)

Este acto de Jesucristo se presta a consideraciones muy regaladas y a conclusiones muy provechosas. En el  resplandece, como medita el Padre La Puente, la sabiduría divina, que inventó medio tan maravilloso y tan suave de comunicarse a los hombres y quedarse con ellos. Era para ello acuciada por el amor de Jesús a los hombres “Sic Deus dilexit mundum. . . tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito”; bien podemos decir que más aún lo amó el Hijo, pues que se dio a sí mismo de modo tan regalado. Y hubo de intervenir la omnipotencia, pues sólo ella podía realizar la serie de prodigios que en la Eucaristía se verifican. Entró en juego también el celo encendido de Jesús, que halló medio tan eficaz de aplicarnos el fruto de la Sagrada Pasión.

3) ¿Cómo recibirían los Apóstoles la Sagrada Comunión? Sin duda que Jesús, que tanto les amaba, ilustraría sus inteligencias para que penetraran algo del acto que realizaban. Con qué reverencia y amor la recibirían, y cómo no le diría Pedro, como en ocasión de la pesca milagrosa, recede a me, apártate de mí, sino más bien: ¿adónde vamos a ir, «quo ibimus», si a Ti te dejamos? ¿Comulgó la Santísima Virgen? Parece probable que sí, pues estando, como se cree, en el   Cenáculo, natural era que Jesús le proporcionara ese innegable consuelo. Cierto que los años que después de la la Ascensión del Señor vivió en la tierra comulgaría a diario, siendo en esto, como en todo, dechado de perfección y modelo acabado para aquellos primeros cristianos encomendados a su maternal tutela y solícito cariño.

Dulce materia de meditación la que ofrece el acto de recibir nuestra Madre Santísima la Sagrada Comunión; materia al mismo tiempo práctica, pues que podemos aprender de María el secreto de las fervientes comuniones que nos llevan a hacer de este divino Sacramento de amor el centro de nuestra vida espiritual; todo para la Eucaristía y la Eucaristía para todo; nuestra vida ha de ser de preparación o acción de gracias de la Sagrada Comunión, y en el  la hemos de buscar cuanto necesitamos para vivir una vida santa. Materia es fecunda y abundante, sobre todo si consideramos que en aquel acto instituyó también el Señor el Santo Sacrificio de la Misa y que a continuación confirió a los Apóstoles la dignidad y el orden sacerdotal.

4) Suelen no pocos autores considerar la pena hondísima del Corazón de Jesús al ser recibido sacrílegamente por Judas. Pero, ¿es cierto que comulgara el Apóstol traidor? Del Evangelio no se puede deducir expresamente; de ahí la variedad de opiniones. Hoy la más común es la negativa. «La única razón de suponer que Judas salió después de la institución de la Sagrada Eucaristía es que San Lucas, después de la consagración del vino, añade: “Verumtamen ecce manus tradentis me mecum est in mensa Con todo, he aquí que la »mano del que me hace traición está conmigo en la mesa” (Lc., 22, 21). Pero los otros Evangelistas ponen estas palabras antes de la institución de la Eucaristía, y todo el mundo (aun el Padre Knabenbauer) está acorde en que San Lucas, en la narración de la Cena, a la que no había asistido, no sigue estrictamente el orden de los hechos» (Prat o.c. p283).

35ª  MEDITACIÓN

SALE DESDE LA CENA PARA IR AL HUERTO

“Entonces les dice Jesús: Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea. Pedro intervino y le dijo: Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo: «Yo te aseguro: esta misma noche, antes que el gallo cante, me habrás negado tres veces.

Dícele Pedro: Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré. Y lo mismo dijeron también todos los discípulos. Entonces va Jesús con ellos a una propiedad llamada Getsemaní, y dice a los discípulos: Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.

Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dice: Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo.»Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.

Viene entonces donde los discípulos y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: ¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?  Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.

Y alejándose de nuevo, por segunda vez oró así: Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad.

Volvió otra vez y los encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados. Los dejó y se fue a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras”. 

Preámbulo: Lo primero es demandar lo que quiero, lo cual es propio de demandar en la pasión dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí. Pedimos afecto de compasión de muy subida caridad, de amor de pura benevolencia. Pero no olvidemos que no se pide una impresión superficial, fácil de lograr sobre todo en caracteres un poco afectuosos, al ver los horribles tormentos exteriores e interiores que Jesús sufrió en las horas de la Pasión, sino un sentimiento íntimo, profundo y fecundo que nos lleve a obrar; que no valdría gran cosa la compasión si nos dejase prácticamente como antes y fuera estéril para hacernos mejores.

Punto 1.° PRIMERO: EL SEÑOR, ACABADA LA CENA Y CANTADO EL HIMNO, SE FUÉ AL MONTE OLIVETE CON SUS DISCÍPULOS, LLENOS DE MIEDO; Y DEJANDO LOS OCHO EN GETSEMANÍ, DICIENDO: SENTAOS AQUÍ HASTA QUE VAYA ALLÍ A ORAR

1) El himno a que se refiere San Mateo (Mt., 26, 30), “Hymno dicto”, era el llamado Hallel, y lo componían los Salmos 112 a 1.17 de la Vulgata; de ellos los dos primeros se recitaban o cantaban al comenzar la Cena pascual, y los cuatro últimos al fin de ella.

Fiel cumplidor Jesús de la ley y buenas tradiciones, guardó ésta, aun en circunstancias tan tristes para El. Serían de las diez a las doce de la noche cuando salió Jesús del Cenáculo, bajó la barranca de Tyropeón y salió de la ciudad por la puerta de la Fontana; tomó después la dirección Norte, y dejando a la derecha las célebres sepulturas bautizadas con ilustres nombres, hubo de atravesar el Cedrón.

Casi todo el año puede atravesarse a pie enjuto, pues que sólo en tiempo de las lluvias invernales arrastra fangosas aguas; encajado profundamente entre el monte Olivete y la colina del templo, el sol no llega a su fondo sino bastante tiempo después de levantarse. Cedrón significa en hebreo negro, y piensan muchos que debe tal nombre al color oscuro de sus aguas o a la penumbra que lo envuelve a la mañana y a la puesta del sol.

Iban los discípulos llenos de miedo, conturbados por las predicciones del Señor, por el anuncio de que en el   peligro le iban a abandonar, por la aseveración de la caída de Pedro, por las armas de que les había indicado debían proveerse y que ellos entendieron eran armas materiales, cuando Jesús les hablaba, sin duda, de armas para el combate espiritual. Todo esto les había llenado de tristeza. Contribuía también a aumentarla el ver a su Maestro visiblemente triste.

2) Llegaron a Getsemaní, que significa lagar de aceite, porque, sin duda, había allí uno tallado en la roca en el   que se molía la aceituna de los numerosos olivos allí cultivados. Era, según se cree, el huerto de alguno de los discípulos. y amigos de Jesús y lugar al que tenía costumbre de retirarse para pasar la noche cuando se le hacía ya tarde para ir de Jerusalén a casa de sus amigos de Betania.

A la entrada del huerto dejó a ocho de sus Apóstoles, diciendo: “Sedete, hic, donec vadam illuc et orem…  sentaos aquí mientras Yo voy más allá y hago oración” (Mt., 26, 36). Y nada les dijo de que orasen también ellos, como se lo encargó en seguida a los otros. ¿Sería que no estaban aún los ochos industriados en el   recurso de la oración?

Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan; eran los tres que en el   Tabor habían admirado los resplandores de la transfiguración y a quienes, en medio de aquella explosión de gloria y alegría había revelado, “excessum quem completurus erat in Jerusalem… la muerte que había de sufrir en Jerusalén” (Lc 9, 31),, preparándolos así para que no se escandalizasen de los abatimientos de la Pasión. Y les hizo testigos de la más profunda de cuantas humillaciones había de sufrir.

¡Cómo se esconde la divinidad! El Hijo de Dios mendigando el consuelo de sus Apóstoles, abriéndoles su corazón, como amigos del alma, y revelándoles lo que de otra suerte no hubiéramos siquiera sospechado: que su alma sentía tristeza de muerte; “tristis est anima mea usque ad mortem… mi alma está triste hasta la muerte” (Mc,, 14, 34). Pero aun de este pequeño alivio se quiso privar, y dejando a los tres, recomendándoles: permaneced aquí y orad conmigo (Mt., 26, 38), orad para que no os venza la tentación (Lc., 22, 40), se arrancó de ellos a la distancia de un tiro de piedra (Ib., 41).

3) Antes, al salir del Cenáculo, había tenido otra despedida más tierna y más costosa: la de su Madre. ¡Dulce materia de contemplación y de utilísimas reflexiones, fáciles de hacer para quien ama un poco y ha tenido en horas angustiosas que apartarse de seres queridos! Todo lo hacía Jesús para que conozca el mundo que Yo amo a mi Padre y que cumplo con lo que me ha mandado (Jn 14, 31). Esa es la prueba legítima del amor.

Reflexionemos para sacar algún provecho. Jesús por mí..., y yo, ¿qué hago por El? Mucho le he prometido, algo es; pero no es difícil prometer en ejercicios; más difícil es cumplir lo prometido; y eso aun en días de lucha y en medio de sacrificios. Vayamos templando nuestra alma para lograrlo en esta tercera semana.

Punto 2.° ACOMPAÑADO DE SAN PEDRO, SANTIAGO Y SAN JUAN, ORÓ TRE5 VECES EL SEÑOR, DICIENDO: PADRE, SI SE PUEDE HACER, PASE DE Mí ESTE CÁLIZ; CON TODO, NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA; Y ESTANDO EN AGONÍA ORABA MÁS PROLIJAMENTE.

1) Apartóse haciéndose fuerza de sus tres Apóstoles predilectos para orar a solas a su Padre. Y postrándose, con el rostro en tierra, procidit in faciem suam (Mt 26, 39), oró diciendo: Abba! (padre). Todo te es posible; aleja de Mí este cáliz, pero no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú... (Mc 14, 36). ¡Padre mío!, si es posible, que se aleje de Mí este cáliz; pero que no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú (Mt 26, 39). ¡Padre!, si es de tu agrado, aleja de Mí este cáliz; no obstante, no se haga »mi voluntad, sino la tuya (Lc 22, 42). Misterio profundo; ese mismo Señor había dicho: Baptismo autem habeo baptizari et quomodo coarctor usque dum perficiatur! Tengo de ser bautizado con un bautismo (de sangre); ¡y cómo traigo en prensa el corazón mientras no lo veo cumplido!” (Lc, 12, 50). 

El Hijo de Dios, al tomar la naturaleza humana, se hizo a nosotros semejante en todo per omnia, a excepción del pecado (Heb., 4, 15). Y así como de niño pequeñuelo fue creciendo, y quiso sufrir la sed y el hambre, sentir la fatiga y experimentar necesidad de dormir, y se regocijó en la resurrección de Lázaro, y lloró sobre Jerusalén, del mismo modo ante la inminencia de la Pasión sintió despertarse en el  la angustia que en todo corazón humano precede al sacrificio y que le hace pensar cuál será el fruto, cuáles las consecuencias de su sufrimiento.

Es, sin embargo, para nosotros un misterio cómo pudo hacer presa el dolor moral, la tristeza, el desaliento en su alma, elevada desde Él primer instante de su concepción a la visión beatífica... El doble efecto natural de la gloria celeste, en quien contempla a Dios cara a cara, debe ser espiritualizar el cuerpo y beatificar el alma.

Dios suspende Él primer efecto durante la vida terrestre de Cristo para permitirle cumplir su misión redentora; suspende momentáneamente el segundo para permitir a su amor sufrir en su alma lo que jamás hombre alguno habrá sufrido.

2) Luego volvió a donde quedaron sus tres Apóstoles, y como los hallara dormidos, dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar conmigo una sola hora? Velad orando para que no caigáis en la tentación; el espíritu a la verdad está pronto, pero la carne es flaca (Mc., 14, 37-38).

Poco hacía que Pedro, prefiriéndose a los demás, se jactaba de que con Cristo estaba pronto a ir a la cárcel y a la muerte; y Jesús le dice, como para hacerle caer en la cuenta de su necia presunción: ¿Te dices pronto a morir conmigo y no has sido para velar conmigo en la oración una hora?

Tomó, separándose de sus discípulos, a orar por segunda vez, diciendo las mismas palabras; Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que Yo lo beba, hágase tu voluntad (Mt., 26, 42). Y pasada en oración otra hora, volvió otra vez a sus discípulos y los hade nuevo dormidos, pues tenían los ojos muy cargados, y como no supieran qué responderle (Mc., 14, 40), dejándolos dormir se fue a orar por tercera vez, diciendo aún las mismas palabras. Vino por tercera vez a los discípulos y les dijo: Dormid ahora y descansad; he aquí que llegó ya la hora; el Hijo del hombre va luego a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos y vamos; ya llega aquel que me ha de entregar (Mt 26, 45-46).

3) Magnífico ejemplo el que nos da nuestro Maestro del modo de prepararnos para las horas del combate: ¡ la oración! En el  la encontraremos si no lo que a veces inconsideradamente pedimos, con seguridad el esfuerzo necesario para triunfar en la lucha.

¡Cuántas veces acudimos, sí, a la oración, pero sólo para suplicar al Señor que aleje de nosotros el dolor y la tribulación, sin acordarnos de añadir el que no se haga mi voluntad, sino la tuya; y no pensamos que tal vez lo mejor para nosotros es que venga la tentación, para con ella ejercitar nuestra virtud, avanzar en el   camino de la perfección y hacer méritos de vida eterna! No lo olvidemos y sea nuestra oración eco de la de nuestro Capitán.

Hemos también de aprender la constancia en el   orar y que el mérito de la oración no está en que sea de conceptos exquisitos y de suavidad regalada, sino en que sea humilde, perseverante, resignada y unida a la de Jesucristo: ¡velad y orad conmigo!

Los Apóstoles se durmieron: ¡cuántas veces en nuestra vida espiritual las grandes caídas y defecciones se han seguido a prolongados descuidos en la oración y el recurso a Dios! Hagamos firmísimos propósitos de no dejar por nada nuestra oración y acudir a ella en todas nuestras necesidades.

Punto 3.° VINO EN TANTO TEMOR, QUE DECÍA: TRISTE ESTÁ MI ÁNIMA HASTA LA MUERTE; Y SUDÓ SANGRE TAN COPIOSA, QUE DICE SAN LUCAS: SU SUDOR ERA COMO GOTAS DE SANGRE QUE CORRÍAN EN TIERRA; LO CUAL YA SUPONE LAS VESTIDURAS ESTAR LLENAS DE SANGRE.

1) Fue tan honda la tristeza de Jesús, que, según El mismo nos dijo, era suficiente a causarle la muerte; bien se vio en los efectos. Nunca aparece Nuestro Señor más hombre. Diríase que no puede llevar su pena a solas y abre su corazón a sus discípulos y pide a su Padre que si es posible se la alivie, apartando de sus labios cáliz de tan horrible amargura.

La violencia que para sobrellevarla hubo de hacerse fue tan grande, que escribe el Evangelista San Lucas: Vínole un sudor como de gotas de sangre que chorreaba hasta el suelo (Lc 22, 44). Comentando estas palabras, dice el P. Lagrange, O. P.: «Sea cual fuese la naturaleza de este fenómeno, atestigua un sufrimiento cruel, una angustia extrema del alma que pone al cuerpo en un estado de agotamiento. La naturaleza humana de Jesús aparece aquí con toda su capacidad de sufrir, pero también es cierto que en ninguna otra parte se muestra más claramente que El se dio, se entregó por nosotros con plena voluntad; y lejos de que esta debilidad de la naturaleza asumida por el Verbo de Dios escandalice a los fieles, en el   recuerdo de su agonía es donde las más grandes almas han sido heridas del amor de su corazón.»

El mismo Evangelista indica bastante a las claras que fué la vehemencia del dolor y angustia interior las que motivaron este sudor sanguíneo. ¡Todo por nuestro amor, para lavarnos con su sangre! (Apoc., 1, 5).

2) ¿Qué sufrió? Los Evangelistas, para expresarlo, multiplican las palabras: factus in agonia (Lc 22, 43). Tristis est anima mea (Mt 23, 38). Coepit contristari et moestus esse (Mt., 26, 37). Coepit pavere et taedere (Mc., 14, 33). Agonía, tristeza, miedo, tedio...

a) Miedo, temor natural de la muerte, lo sienten los hombres todos, y quiso sentirlo Jesús; veía cómo se le acercaba con el cortejo horrible de sufrimientos acerbísimos, que la hacían verdaderamente temible, y se estremeció.

También nos asaltará a nosotros; no nos dejemos amilanar por él, sino antes bien con ánimo esforzado repitamos, haciéndonos si es preciso violencia, el acto de aceptación de la muerte, indulgenciado por S. S. Pío X con indulgencia plenaria para la hora de la muerte: «Señor, Dios mío, ya desde ahora acepto resignado y gustoso, como venida de tu mano, cualquier género de muerte que te sirvieres enviarme, con »todas sus angustias, penas y dolores.»

b) Asco, náusea, tedio hubo de causárselo, y muy angustioso, el verse Él, pureza infinita y santidad esencial, como anegado en las iniquidades y pecados de todo el mundo; veíase ante la justicia divina como vestido con la hopa de criminal tomando sobre sí las maldades de todos nosotros: “Posuit in eo inquitates omnium nostrum… Sobre El puso todas nuestras iniquidades (Is., 53, 6): ignominias de Sodoma y Gomorra, de Nínive y de Babilonia; de todas las grandes ciudades, verdaderas sentinas de todas las disoluciones y de todos los desórdenes; infamias de todos los cultos, de todas las deidades del paganismo, de sus fiestas, de sus ceremonias, orgías monstruosas de lujuria y degradación vilísima; corrupción refinada de la civilización pasada y venidera; corrupción cínica y bestial de los pueblos bárbaros y salvajes; desórdenes e impurezas de todas clases; desvaríos del orgullo y la ambición; persecuciones de la irreligión y la impiedad; robos, asesinatos, perjurios, apostasías, blasfemias, cismas, herejías; las injusticias mismas y los crímenes que se iban a perpetrar en su Pasión; en una palabra: las villanías todas, todas las torpezas con que la raza caída de Adán se ha manchado y se manchará en la sucesión de los siglos están allí, ante Él, como otros tantos testigos que le acusan, que le oprimen, que le anonadan, que piden su muerte» (Leroy, «Jésus-Christi», ann. 1910).

Mis pecados causaron esa lastimosa impresión a Jesús Contrición vehementísima hemos de pedir y espíritu encendido de reparación, ¡horror a toda mancha, amor a la pureza! “Doluit pro peccatis omnium. Qui dolor in Christo excessit omnem dolorem cuiuslibet contriti; tum quia ex maiori sapientia et caritate processit ex quibus dolor contritionis augetur, tum quia pro omnibus peccatis simul doluit, secundum illud (Is., 53, 4). «Vere dolores nosotros ipse tulit» (D. Thom., 3, 46, 6). Dolióse por los pecados de todos. El cual dolor en Cristo excedió a todo dolor de cualquier otro contrito, ya porque procedió de mayor sabiduría y caridad, ya porque se dolió por todos los pecados juntos, conforme a lo que dijo Isaías (53, 4). En verdad que tomó El nuestros dolores.

c) Tristeza hondísima, desaliento íntimo, producido por la visión de la ingrata correspondencia de los más de sus redimidos. Una madre, lamentándose con un sacerdote de la monstruosa ingratitud de sus hijos, le decía con desgarrador acento: « Nadie puede comprender lo que el corazón de una madre puede sufrir por sus hijos!» Jesús, lamentándose en coloquio ternísimo con Santa Margarita María de la falta de correspondencia e ingratitud de los hombres, la dijo: «Lo que me es mucho más sensible de todo cuanto sufrí en mi Pasión; de suerte tal, que si ellos me correspondieran con algo de amor, estimaría Yo en poco cuanto he hecho por ellos y querría, si fuera posible, hacer aún más...» Y de los sufrimientos del Huerto le declaró: «En el   Huerto fue donde sufrí interiormente más que en todo el resto de mi Pasión, viéndome, en total abandono del cielo y de la tierra, cargado de todos los pecados de los hombres. Comparecí ante la santidad de Dios, que sin mirar mi inocencia, me trituró en su furor, haciéndome apurar el cáliz que contenía toda la hiel y amargura de su justa indignación y como si hubiese olvidado el nombre de Padre para sacrificarme a su justa cólera. No hay criatura alguna que pueda comprender la intensidad de los tormentos que entonces sufrí (Vie et oeuvrcs de S .Marg. Mar.», cd. de Mgr. Cauthe).

3) Procuremos tomar parte en los sufrimientos de Jesús, como Él mismo se lo pidió a Santa Margarita María, y esforcémonos con mucha fuerza en entristecernos y llorar; consideremos cómo se esconde la divinidad, acaso en ninguna otra ocasión tanto como en ésta, y al pensar que todo eso lo sufre por mí, preguntémonos: y yo, ¿qué he de hacer por Él? Causa fue también que contribuyó a las amarguras interiores de Jesús el recuerdo de los sufrimientos de su Madre Santísima ¡la amaba tanto!

Hemos visto quizá, en la elección o en la reforma, que Dios exige de nosotros algún sacrificio costoso, y la sensualidad se rebela, se altera, nos presenta el porvenir difícil, la vida triste...; no nos dejemos vencer de la tentación, insistamos en la oración, en nuestros generosos ofrecimientos, y repitamos, al menos resignados, el «fiat» que Jesús repetía en Sus angustias del Huerto. ¡Hágase tu voluntad y no la mía! ¡La carne se estremece. Pero el espíritu está pronto!

36ª  MEDITACIÓN

DESDE EL HUERTO HASTA LA CASA DE ANÁS INCLUSIVE, Y LA MAÑANA, DE CASA DE ANÁS A CASA DE CAIFÁS, INCLUSIVE

“Viene entonces donde los discípulos y les dice: Ahora ya podéis dormir y descansar. Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos!, ¡vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca. Todavía estaba hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo numeroso con espadas y palos, de parte de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que le iba a entregar les había dado esta señal: Aquel a quien yo dé un beso, ése es; prendedle. Y al instante se acercó a Jesús y le dijo: ¡Salve, Rabbí!, y le dio un beso. Jesús le dijo: Amigo, ¡a lo que estás aquí!» Entonces aquéllos se acercaron, echaron mano a Jesús y le prendieron. En esto, uno de los que estaban con Jesús echó mano a su espada, la sacó e, hiriendo al siervo del Sumo Sacerdote, le llevó la oreja. Dícele entonces Jesús: Vuelve tu espada a su sitio, porque todos los que empuñen espada, a espada perecerán”.

Preámbulo. Petición. DEMANDAR LO QUE QUIERO; LO CUAL ES PROPIO DE DEMANDAR EN LA PASIÓN: DOLOR CON CRISTO DOLOROSO, QUEBRANTO CON CRISTO QUEBRANTADO, LÁGRIMAS Y PENA INTERNA DE TANTA PENA QUE CRISTO PASÓ POR MÍ.

Punto 1.° EL SEÑOR SE DEJA BESAR DE JUDAS Y PRENDER COMO LADRÓN, A LOS CUALES DIJO: COMO A LADRÓN ME HABÉIS SALIDO A PRENDER CON PALOS Y ARMAS, CUANDO CADA DÍA ESTABA CON VOSOTROS EN EL   TEMPLO ENSEÑANDO Y NO ME PRENDISTEIS. Y DICIENDO: A QUIÉN BUSCÁIS?, CAYERON EN TIERRA LOS ENEMIGOS.

1) Levantóse Jesús confortado de la oración, y acercándose a sus discípulos les dijo: Levantaos y vamos, que el que me va a entregar se acerca. Y cuando todavía estaba hablando llegó Judas, y llegándose a El le besó, diciendo: ¡Salve, Maestro! Jesús le dijo: Amigo! ¿A qué has venido? Judas, ¿con un beso vendes al Hijo del hombre? Pena hondísima la del Corazón de Jesús, dechado de delicadeza; aquel beso hubo de causarle repugnancia mayor que las asquerosas salivas de sus enemigos.

Consideremos la blandura con que trató el Señor a Judas y cómo le indica que le son patentes sus designios; pero que está pronto a volverle a recibir como amigo. ¡Inútil! Aquel corazón obstinado no se conmueve.

¡Qué horrible ejemplo! Judas fue uno de los doce privilegiados, compañero de Pedro, de Juan... qui connumeratus est in nobis et sortitus est sortem ministerii huius  el cual fué de nuestro número y había sido llamado a las funciones de nuestro ministerio, como dijo San Pedro (Act. Ap., 1, 17). Uno de aquellos a quienes, datum est nosse misteria regni caelorum (Mt., 13, 11), se les concedió penetrar en los misterios del reino de los cielos. Tal vez hizo milagros cuando fue enviado a predicar; fue algún tiempo fervoroso. Sin embargo, un año antes de su muerte anunció Jesús en Cafarnaúm la traición: “Nonne ego vos duodecim elegi? El ex vobis unus diabolus est» (Jn 16, 11). ¿No os elegí Yo a doce? Y de vosotros uno es diablo; puede entenderse será diablo o traidor.

La caída no fue repentina; comenzó acaso por una afición desordenada de codicia, que le llevó a hurtar, fur erat (Jn 12, 6); era ladrón. No digamos: ¡por ahí nada temo!, que otros más fervorosos han ido cayendo, y a veces por los pasos que parecían más descabellados. Esa afición endureció el corazón de Judas, para no conmoverse con los avisos y delicadezas de Jesús en el   lavatorio y en este recibimiento.

Le hizo doblado y falso, mostrando el interés que no sentía por los pobres; preguntando a Jesús en la Cena: ¿Soy yo, Maestro? (Mt., 26, 25) y en el   Huerto. Y por fin; le endureció de suerte que nada pudo conmoverle y le llevó a la horrible traición, fríamente preparada, y a la más desastrosa muerte. ¡Temamos!

2) Lección es también provechosa la que podemos deducir para prepararnos a recoger como fruto de nuestros trabajos ingratitud de parte de los hombres. “Venía con Judas un pelotón formado por soldados romanos, conducidos por un tribuno que los sanedritas lograron del Pretor para asegurar el golpe de mano, de oficiales de la policía del templo y también de ancianos y príncipes de los sacerdotes; iban armados de espadas y de garrotes y llevaban a prevención hachones encendidos y linternas. El traidor los había instruido para que procediesen con cautela y no se les fuese de entre las manos, y como señal para que no le confundieran con otro les había dado la de que Jesús era aquel a quien el  besase. Sin embargo, dada la señal, nadie se movió, y entonces Jesús les preguntó: ¿A quién buscáis? A Jesús de Nazaret —respondieron—; y al decirles Jesús: ¡Yo soy!, retrocedieron todos, y con ellos Judas, que se les había juntado, y cayeron por tierra. De nuevo, pues, les preguntó: ¿A quién buscáis? Ellos respondieron: A Jesús de Nazaret. Os he dicho, respondió Jesús,que soy Yo. Y si es a Mí a quien buscáis, ¡dejad a éstos que se marchen! A fin de que se cumpliera la palabra que había dicho: «Yo no he perdido a ninguno de los que me diste” (Jn 18, 4 y sigs.).

Manifestación magnífica del poder de nuestro Capitán; sólo una palabra suya bastó para dar en tierra con todos sus enemigos; si Él no les permitiera levantarse, allí quedaran sin poderle hacer daño el más pequeño. «Quid judicaturus faciet, qui judicandus hoc fecit? Quid regnaturus poterit, qui moriturus haec potuit ¿Qué hará cuando juzgue quien hizo esto al ser juzgado? ¿Qué no podrá cuando reine quien tanto pudo cuando iba a morir? ?» (S. Aug. in Jn tr. 112, n. 3 ML. 35, 131).

Manifestación magnífica también de que si pudieron poner en el  sus manos, fue únicamente porque El se lo consintió y cuando El lo permitió; “Oblatus es quia ipse voluit” (Is., 53, 7). «Ille enim quando voluit detentus est, quando voluit occisus est. Fué preso cuando El quiso; cuando quiso fué muerto» (S. Aug., tract. 28 in Jo., n. 1. ML. 25, 1622). Y San Ambrosio nos dice: «Cum legimus teneri Jesum, caveamus ne putemus eum teneri invitum et quasi infirmum (Exp. Ev. sec. Lc. 1, 10. ML. 35, 1821). Cuando leemos que fué Jesús detenido, guardémonos de pensar que fué preso contra su voluntad y como si fuera débil.

3) ¡Nuestro amor le movió a dejarse prender! Reflexionemos y pensemos si nos está bien alardear y jactamos de no sufrir ligaduras o si más bien, esclavos del amor de Cristo, no hemos de gozarnos en sujetarnos por Él.

Dolióle a Jesús que le trataran como le trataban, y se lo dijo: ¡Como a ladrón habéis; venido a prenderme armados de espadas y palos! Estando todos los chas entre vosotros enseñando en el   templo no me prendisteis; pero ha llegado vuestra hora y el poder de las tinieblas (Lc 22, 52-53). ¿Y pretenderemos que se nos guarden consideraciones y se nos trate con honra? ¡Qué significaban nuestros ofrecimientos y oblaciones del Reino, nuestras peticiones de dos banderas..., que tantas y tantas veces hemos ido repitiendo! ¡ Digámoslas y hagámoslas algo más que con los labios!

Punto 2.° SAN PEDRO HIRIÓ A UN SIERVO DEL PONTÍFICE, AL CUAL EL MANSUETO SÉÑOR DICE: TORNA TU ESPADA EN SU LUGAR, Y SANÓ LA HERIDA DEL SIERVO.

1) “Viendo lo que iba a pasar, los que estaban cerca de Él dijeron: Señor, ¿arremetemos a cuchillo? Y antes de que Jesús tuviese tiempo de responderles, Pedro, tirando de espada, arremetió contra Maleo, siervo del Sumo Sacerdote, y de una cuchillada le cortó la oreja derecha. Jesús dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina, porque el que a espada mata, a espada muere. ¿O crees que no puedo recurrir a mi Padre y pondrá al momento a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas ¿cómo se cumplirán las Escrituras, según las cuales conviene que suceda así? (Mt., 26, 52-53). Y tocando la oreja del herido lo curó” (Lc 22, 51).

Con razón San Ignacio aplica a nuestro Maestro, en esta ocasión, el calificativo de mansueto; que mansedumbre grande supone su modo de proceder. No acababa de comprender Pedro lo que pasaba, ni comprendía aún cómo Jesús iba de plena voluntad al sacrificio sin pretender en manera alguna evitarlo; y dióselo a entender claramente en sus palabras. Después curó a su enemigo. ¡Cómo practica lo que nos enseña: amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os hacen mal. La divinidad se oculta, refrena su omnipotencia; pero deja que se desborde su misericordia.

2) Lección provechosa para sus discípulos; sus armas de combate son el ejercicio de la virtud. «El discípulo de Jesús, para resistir a todo espíritu de venganza, se inspira en las verdades de su fe. Se acuerda de los designios de Dios sobre él; tiene siempre presente en su corazón el fin último para el que ha sido creado; estima el valor de las almas y la virtud redentora del sufrimiento. Por eso le es fácil renunciar a su defensa y no permitirse devolver mal por mal» (Baudot, «Les Evangéliques», 275-2).

Díjole además otras palabras a Pedro, que son muy dignas de consideración: “El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿he de dejar Yo de beberle? (Jn18, 11). El gran anhelo de Jesús era hacer la voluntad de su Padre, como ha de serlo nuestro, y hemos de quitar de nuestro paso a cuantos de una o de otra manera quieran impedirnos su cumplimiento.

3) “En fin: la cohorte de soldados, el tribuno y los ministros de los judíos prendieron a Jesús y le ataron” (Jn 18, 12). Todos los discípulos le abandonaron y huyeron (Mc., 14, 50). Cosa admirable, los prodigios de la caída de Judas, y los suyos, y la curación de Maleo; parece que en nada impresionan a aquellos desdichados sayones, sino que se diría que los encendieron más y más en rabiosa ira. Lanzáronse sobre Jesús, le derribaron en tierra, le golpearon y le ataron cruelísimamente.

Y se vio Jesús quebrantado, fuertemente ligado y abandonado de todos sus amigos, y comenzaron aquellas series de humillaciones y dolores que habían de culminar en la crucifixión, ¡en el   Calvario! ¡Cuánto sufre! ¡Cómo se oculta la divinidad! ¡Y todo por mí! ¿Y yo? ¿No le he abandonado más de una vez y con harta mayor culpa que los Apóstoles? ¿Le volveré a dejar después de tantos juramentos de fidelidad, de tantos propósitos, de haber visto tan c]ara su voluntad, tan patente su amor? Dios no lo quiera.

Punto 3.°—DESAMPARADO DE SUS DISCÍPULOS, ES LLEVADO A ANÁS, A DONDE SAN PEDRO, QUE LE HABÍA SEGUIDO DESDE LEJOS, LO NEGÓ UNA VEZ, Y A CRISTO LE FUÉ DADA UNA BOFETADA, DICIÉNDOLE: ¿ASÏ RESPONDES AL PONTÍFICE?

1) De allí le condujeron, primeramente, a casa de Anás, porque era suegro de Caifás, que era Pontífice aquel año (Jn 18, 13). Del huerto a casa de Anás anduvo el Señor, en sentido contrario, el camino que dos o tres horas antes anduviera A lo largo del valle de Cedrón, hasta la puerta más próxima a la piscina de Siloé después subieron la escarpada calle que conducía al palacio común de Anás y Caifás, sobre la altura que ahora se llama colina de Sión. Nueve años fué Sumo Sacerdote Aná, y lo fueron después cinco de sus hijos, y su yerno, Caifás, lo tenía todo... menos la estima de las gentes honradas.

Coloca San Ignacio la primera negación de San Pedro en casa de Anás, y no sin visos de probabilidad si seguimos el relato de San Juan; en el   capítulo 18, versículo 13 y siguientes, cuenta este evangelista la entrada de Pedro en casa del Pontífice merced a los buenos oficios de otro discípulo en el  la conocido; y a la entrada es interrogado por la portera, y niega a Jesús. A continuación (y. 19 y sigs.) pone el diálogo de Jesús con Anás y la bofetada. Parece que Anás y Caifás ocupaban dos habitaciones de un mismo palacio, y así los otros evangelistas narran como en compendio las tres negaciones como acaecidas en casa de Caifás. Meditaremos las negaciones juntas en el   siguiente ejercicio.

2) Veamos con qué cuidado de que no se les fuera de las manos condujeron aquellos esbirros crueles a Jesús, denostándole, tirando de los cordeles con que le llevaban fuertemente amarrado, dándole empellones.

Y llegaron a casa de Anás, que, aunque depuesto, era el que manejaba al Sumo Sacerdote, Caifás, y el jefe del partido sacerdotal, que maquinaba la muerte de Jesús; comenzó Anás a preguntarle acerca de sus discípulos y de la doctrina que predicaba. Jesús nada le dijo acerca de sus discípulos, sino que a la cuestión de su doctrina le respondió: “Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo; siempre he enseñado en la Sinagoga y en el   templo, a donde concurren todos los judíos, y nada he hablado en secreto. ¿Qué me preguntas a Mí? Pregunta a los que han oído lo que Yo les he enseñado, pues ésos saben cuáles »cosas haya dicho Yo” (Jn 18 y 19 y sigs.).

Sapientísima respuesta, que no dejaba lugar a réplica; pero al oírla, uno de los ministros asistentes dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes Tú al Pontífice? Díjole Jesús: Si Yo he hablado mal, manifiesta lo malo que he dicho; pero si bien, ¿por qué me hieres? (Jn 22, 23).

3) Pueden admirarse en este paso, en primer lugar, el dominio y libertad de espíritu de Jesús en su respuesta a la capciosa pregunta de Anás; su gran prudencia al referirse al testimonio de sus oyentes, y su caridad de no querer decir cosa de sus discípulos, que tan mal se habían portado con El.

Cualidades difíciles de guardar en las palabras. En lo que toca a la bofetada, es de considerar que fue dolorosa, como dada por un sayón encendido en ira; afrentosa en sumo grado a los ojos de los orientales, por eso la ley multaba con 200 dineros valor variable; era la moneda del tributo al César como una peseta y con 400 si se daba con el revés de la mano; el Señor, para indicar a sus discípulos que debían estar preparados a sufrir las mayores deshonras, díjoles que presentaran la mejilla izquierda a quien les hiriera en la derecha (Mt 5, 39; Lc 6, 29). Fue, además, injusta y con aprobación de todos los presentes. Pues si así tratan al Maestro, ¿pretenderá el discípulo que le traten de otra manera?

Jesús juzgó deber protestar de la injusticia del ultraje que se le hacía, por no conceder, con su silencio, que tenía razón quien le acusaba de haber faltado al respeto debido al sacerdote; enseñándonos así que es lícito defenderse dentro de los justos límites y, en ocasiones, conveniente.

Coloquio. No nos cansemos de repetir los ofrecimientos y peticiones ya hechos, y afirmémonos en el  los para que cuando llegue la ocasión nos mantengamos, con la ayuda divina, fieles a ellos.

37ª  MEDITACIÓN

DE LOS MISTERIOS HECHOS DESDE CASA DE ANÁS HASTA CASA DE CAIFÁS

Preámbulo. La historia, cómo de casa de Anás lo trasladaron a la de Caifás, Sumo Pontífice de aquel año; allí fue negado por San Pedro, condenado a muerte por el Sanedrín y burlado y escarnecido vilmente durante la noche.

Composición de lugar: la gran sala del Sanedrín, donde se celebró el juicio, y la historia, cómo de casa de Anás lo trasladaron a la de Caifás, Sumo Pontífice de aquel año; allí fue negado por San Pedro, condenado a muerte por el Sanedrín y burlado y escarnecido vilmente durante la noche.

Punto 1.° LO LLEVAN ATADO DESDE CASA DE ANÁS A CASA DE CAIFÁS, A DONDE SAN PEDRO LO NEGÓ DOS VECES, Y MIRADO DEL SEÑOR SALIENDO FUERA, LLORÓ AMARGAMENTE. 

1) Fue motivo de amargura grande para el Corazón de Jesús la negación de Pedro, el más privilegiado de sus Apóstoles. Pedro, después de la prisión del Señor y dispersión de sus discípulos, comenzó a seguir a Jesús de lejos (Lc 22, 54) acompañado de otro discípulo que piensan muchos era San Juan; llegaron al palacio, y el otro discípulo, que era conocido del Pontífice, entró en el   atrio. Petrus autem stabat ad ostium, foris… pero Pedro hubo de quedarse en la puerta, fuera (Jn 18, 15-16). Por eso el otro discípulo salió a la puerta y habló a la portera y franqueó a Pedro la entrada.

       Ya dentro, como hiciera frío, se acercó a la lumbre, y sentándose con los sirvientes se calentaba y observaba para ver el fin. Y como una de las criadas le viera sentado al fuego, fijando en el  los ojos, dijo: “También éste andaba con Aquél (Lc., 22, 56). Mujer, no le conozco», protestó Pedro, ni entiendo siquiera lo que dices. Y se salió y cantó el gallo. Otra sirviente, probablemente la portera, le vió: Vidit eum alia ancilla (Mt., 26, 71), y dijo a los presentes: Ese estaba con Jesús Nazareno. Y volvió a negarlo Pedro con juramento: Yo no conozco a ese hombre. Poco tiempo después los que allí estaban, acercándose a Pedro, le decían: En verdad, tú estabas con El, porque no puedes negar que eres galileo; se te conoce en la pronunciación. Y uno de ellos le dijo: Si te ví yo en el   huerto con El. Entonces se puso a jurar y echarse maldiciones sobre que no conocía a tal hombre. Y poco después cantó el gallo. Terminado el juicio, bajaron a Jesús de la sala donde se había reunido el Sanedrín al patio inferior y pasó por el sitio donde estaba Pedro calentándose; sin duda que al ver aparecer al Nazareno todos se fijarían en el , y Él, volviéndose, miró a Pedro: Conversus Dominus respexit Petrum” (Lc., 22, 61). Y aquella mirada de dulcísimo reproche se clavó como un dardo en el   corazón de Pedro, que, “conmovido profundamente, se salió afuera y lloró amargamente», y comenzó a llorar”, porque había de seguir llorando su pecado toda la vida.

2) Lección magnífica, de la que podemos recoger sabrosos frutos. Pedro, a pesar del aviso del Señor y de sus protestas reiteradas de fidelidad, cayó, y cayó lamentablemente. Y nosotros, después de tantas luces, de tantas inspiraciones y manifestación tan clara de la voluntad del Señor; después de tantos propósitos, y peticiones y ofrecimientos al parecer tan sinceros, ¿volveremos a caer? ¿Seremos fieles al Señor o traidores?

Si, como Pedro, somos presuntuosos y confiamos más en nuestro pasajero fervor que en el   auxilio de la gracia; si, como Pedro, nos dormimos en la oración en vez de vigilar y perseverar en el  la; si, como Pedro, seguimos de lejos al Señor y nos metemos en la ocasión y en el   trato con los enemigos de Jesús ¡como Pedro caeremos! Ya sabemos el remedio y el modo de perseverar; sólo queda que lo pongamos por obra. Pero si tenemos la desgracia inmensa de imitar a Pedro en la caída, procuremos seguirle también en los pasos de su admirable y duradera conversión. ¡Y no olvidemos la bondad de nuestro Jesús!

Punto 2.° ESTUVO JESÚS TODA AQUELLA NOCHE ATADO.

1) No dice más San Ignacio; pero harto es para considerarlo y conmovernos profundamente al ver al Señor de la Majestad, al omnipotente, cuyas manos todo lo pueden, todo lo han hecho, todo lo conservan y sostienen, atado y como reducido a la impotencia más absoluta. El abuso de nuestra libertad es causa de nuestros pecados e iniquidades y roba su gloria a Dios; para compensarlo, dejóse Jesús atar.

¡Por mi amor, Jesús atado! ¿Y yo? ¿Me ata el amor de Jesús para contenerme siempre dentro de la sujeción más exacta a cuanto es mandato de Dios o de sus representantes? ¡Cuántas veces me han parecido intolerables las ligaduras del deber o del amor a Jesús, que me impedían satisfacer las ansias de mentida libertad de mi inteligencia, de mi corazón, de mis sentidos! ¡Cuántas veces no eran las ligaduras del amor a Jesucristo las que me impedían obrar el mal, sino lazos vilísimos de amor a las criaturas los que me estorbaban el obrar el bien que debía y me arrastraban, vil esclavo, a abusos degradantes de mi libertad! ¡No así en adelante, Señor! Yo quiero hoy apretar más y más los vínculos de mi unión con Vos, para que nadie sea fuerte para romperlos; ¡ni la misma muerte!

2) Aunque no lo indica San Ignacio, puede aquí considerarse el simulado juicio que aquella noche se vio en el   Supremo Tribunal judío. Era el Sanedrín, convocado por Caifás, un Tribunal constituido por 71 miembros. Príncipes de los sacerdotes, doctores de la ley y ancianos jefes de las familias principales.

Por aquel tiempo consta que eran los más de ellos fariseos, celadores ridículos de la letra de la ley, sepulcros blanqueados, amigos de exterioridades, o saduceos, scépticos y epicúreos, que no admitían la inmortalidad del alma, la resurrección de la carne, ni la vida eterna; era facción de mucho arraigo en la raza sacerdotal, y parece que a ella pertenecían Anás y Caifás. ¡En tales manos estaba la causa de Jesús!

Reuniéronse, pues, en concilio y adujeron falsos testigos que acusaran al Señor. ¿Cuál no sería la pureza y santidad de su vida, que ni aun así pudieron probarle nada que fundara sentencia de condenación? ¡Tan santo Capitán tenemos! Entonces, airado, Caifás, puesto en pie, conjuró en nombre de Dios vivo, a Jesús para que dijese si era el Cristo, el Hijo de Dios! Tú lo has dicho; ¡lo soy! Y Yo os digo que algún día veréis al hijo del hombre sentado a la diestra de la majestad de Dios (Mt 26, 63) y venir sobre las nubes del cielo (Mc 14, 61-62).

Al oírlo el hipócrita Caifás, como si acabara de oír una horrenda blasfemia, rasgó sus vestiduras, exclamando Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos de testigos? acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué os parece? A lo que ellos respondieron diciendo: ¡Reo es de muerte! (Mt 1. c., 65-66). ¡Jesús condenado a muerte por blasfemo! Digno de muerte, sí, porque había cargado con nuestras iniquidades, ¡y eran tan enormes!

Punto 3.° ALLENDE DESTO, LOS QUE LO TENÍAN PRESO SE BURLABAN DE EL, Y LE HERÍAN, Y LE CUBRÍAN LA CARA, Y LE DABAN DE BOFETADAS, Y LE PREGUNTABAN: PROFETÍZANOS QUIÉN ES EL QUE TE HIRIÓ Y SEMEJANTES COSAS BLASFEMABAN CONTRA EL.

1) Los latinos proclamaban «res sacra reus», el reo, cosa sagrada; pero para los judíos, el condenado a muerte, y más aún el blasfemo, era objeto de burla y ludibrio público. Y, según as perversas doctrinas de la Sinagoga, estaba prohibido compadecerse de él. Así se explica la tristísima escena que a continuación del «reus est mortis» (reo de muerte), en el   Sanedrín pronunciado, se desarrolló.

Los evangelistas nos dicen que los asistentes, los esbirros que le tenían preso y quizá los mismos gravísimos sanedritas, desfogando el odio, largo tiempo, reprimido, comenzaron a escupirle al rostro y darle puñadas; otros le daban sopapos en el   rostro, y los corchetes que le tenían preso se burlaban de Él y le golpeaban.

Y le vendaron los ojos y le daban bofetadas, diciendo: Cristo, profetízanos, adivina, quién es el que te ha herido? Y le decían blasfemando, otras muchas cosas. Así pasó la noche: ¡noche de veras triste!

2) Además de atado, como lo veíamos en el   punto anterior, estuvo Jesús toda aquella noche entregado a la chusma que se reuniera para su prisión por los sanedritas, que, terminado el juicio, se retiraron a descansar; y siendo objeto de los más inicuos insultos y de las bromas más pesadas y deshonrosas.

¿Qué no haría y diría aquella turba soez de soldados y ministriles, sin freno alguno, antes con el aliciente del ejemplo que los mismos jueces les dieran al escupir y golpear ellos mismos a Jesús? Pena hondísima causa el pensarlo; ¡qué sería el sufrirlo! Escupíanle al rostro; en todo el mundo se ha tenido, y tiene, tal vilísimo insulto como insufrible; y en el   pueblo israelita era la afrenta mayor que a otro se podía hacer. «Es la expresión del más profundo desprecio, el arma de la pasión más grosera, de la rabia impotente, de la más vil venganza. Sólo el pensamiento de ver esta santísima faz afeada con tan abominable suciedad subleva el alma y hace enrojecer de indignación las mejil1as (Huonder, «La noche de la Pasión», 43).

¡Cada vez que pecas escupes a tu Dios! Le vendaron los ojos para herirle más a salvo. Pensaban que no les veía! Locura parecida la del pecador, que se pone a sí mismo la venda, ¡olvidando que Dios está presente y lo ve todo! Le herían con bofetadas y golpes, y le decían: Averigua, ¿quién es el que te hirió? Cuán bien ofrecerá su mejilla al que le hiere; y lo que nos había enseñado: Si te hieren en un carrillo ofrece el otro (Mt., 5, 39). Y le decían palabras afrentosas. Y Jesús callaba; qué dulzura!, ¡ qué paciencia!, ¡ qué magnanimidad!

Consideremos lo que Cristo Nuestro Señor padece y esforcémonos en dolernos, contristarnos y llorar; lágrimas bien empleadas las que la compasión arranque de nuestros ojos. Consideremos cómo la divinidad se esconde; en verdad que sólo la fe nos la puede descubrir; tanto se oculta. Podría destruir a sus enemigos, y, lejos de hacerlo, les deja triunfar y aparece impotente y vencido ante ellos, triunfadores e insultantes.

Y cómo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente; ¡misterio insondable! Adoremos esa divinidad oculta, y al considerar cómo todo esto padece por mis pecados, por mi amor, etc., pensemos ¡qué debo yo hacer y padecer por El! Y, si tenemos un poco de corazón, no podremos menos de prorrumpir en agradecidos afectos y generosas ofertas.

3) Muy de mañana, reunidos de nuevo en concilio los Sumos Sacerdotes con los ancianos, los escribas y todo el Consejo, llamaron a Jesús y le preguntaron si Tú eres Cristo, dínoslo. Y les respondió: Si os lo dijere no me creeréis, y si Yo os hiciere alguna pregunta no me responderéis ni me dejaréis ir. Pero después de lo que veis ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. Dijeron todos: Luego, Tú eres el Hijo de Dios? Respondióles Él: Así es que Yo soy como vosotros decís. Y replicaron ellos: Qué necesitamos ya buscar otros testigos, cuando nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca? (Lc 22, 66 y sigs.). Y levantándose luego todo aquel congreso, le condujeron atado y le entregaron al presidente, Poncio Pilato.

La ley prohibía dictar sentencia de muerte puesto ya el sol, y, según las costumbres judías, una condena de muerte no podía decidirse en una sola sesión, sino que exigía segundo juicio, que debía celebrarse el día siguiente. No quisieron los hipócritas jueces de Jesús faltar a la letra de la ley, y de pura fórmula se reunieron a hacer un simulacro de nuevo juicio.

Unámonos  a Cristo en su dolor por nuestros pecados por los cuales fue condenado y sintamos en nuestros cuerpo todas sus heridas y salivazos y azotes e injurias.

NOTAS.1) Caifás fué nombrado Sumo Sacerdote por Valerio Grato, el mismo que destituyó arbitrariamente a Anás el año 18 de nuestra Era; y fué depuesto el año 36 por Vitelio, al mismo tiempo que Pilato. Es un misterio cómo pudo mantenerse tanto tiempo, siendo así que sus tres predecesores no duraron sino un año cada uno, y cinco sucesores inmediatos apenas más.

2) Se han señalado en el   proceso de Jesús al menos veintisiete irregularidades, de las que una sola fuera suficiente para anular un juicio. Para pronunciar sentencia debían estar los jueces en ayunas, no podían dictarla sino después de madura reflexión, y si era capital debían diferirla para el día siguiente; prohibía además la ley al Sanedrín tener sesión de noche y antes del sacrificio matutino . Si se quiere estudiar la horrible injusticia del proceso de Jesús, puede verse la obra de los hermanos Lérnann, judíos convertidos, «Valeur de l’assemblée qui prononça la peine de mort contre Jésus Christ», par les Abbés Lémann. París, Poussielgue, 1876. Y la de Giovanni Rosadi, «I1 processo di Gesü», Firenze, G. e. Sansoni, editore, 1904. Ilustra la primera admirablemente la iniquidad del proceso de Jesús, a la luz del Derecho hebraico, en el   que demuestran una pericia excepcional. La segunda obra pone de relieve la misma iniquidad, principalmente a la luz del Derecho romano, y lo hace con copiosa erudición, que nada deja que desear. Nótese que aunque Rosadi admite que Jesucristo es Hombre-Dios, habla después con muy escasa crítica de los racionalistas y sienta afirmaciones peregrinas. Es con todo verdad que pone en plena evidencia que la injusticia cometida con Jesús Nazareno «fué la más grande y la más memor

38ª  MEDITACIÓN

JESÚS ANTE PILATO

Punto 1.° LO LLEVA TODA LA MULTITUD DE LOS JUDÍOS A PILATO Y DELANTE DE ÉL LE ACUSAN, DICIENDO: A ÉSTE HABEMOS HALLADO QUE ECHABA A PERDER NUESTRO PUEBLO Y VEDABA PAGAR TRIBUTO A CÉSAR.


1) A poco de amanecido se reunieron por segunda vez los sanedritas, y confirmada formulariamente la sentencia que dictaran en la sesión nocturna, tomaron al reo para conducirlo, temprano todavía, al Tribunal civil del Pretor romano.

Los romanos eran madrugadores y abrían pronto sus Tribunales, para cerrarlos hacia el mediodía y dedicar el resto de la jornada al descanso, a la mesa y a las diversiones. Era procurador de Judea Poncio Pilato, nombrado el año 26 por Tiberio y destituIdo el 36 por el legado de Siria, Vitelio, a causa de haber hecho asesinar cruelmente a un grupo inofensivo de samaritanos (Prat).

Para que la sentencia del Sanedrín tuviera validez ejecutiva tenía que ser confirmada por el Pretor romano, que desde la ocupación romana era el único que en Palestina tenía el «ius gladii» (derecho de condenar a muerte).

2) Veamós a Jesús atado, rodeado de los soldados y ministros que le prendieron, y acompañado por los sanedritas todos, atravesando gran parte de la ciudad, cuyas calles, aunque era temprano, estarían atestadas de gente por la enorme afluencia de forasteros a Jerusalén en aquellos días de Pascua. ¡Qué vergüenza! Pocos días antes había paseado aquellas mismas calles en muy distinta forma.

Pilato, enterado ya, sin duda, de lo que acontecía, aunque era temprano, recibió al cortejo, deseando terminar pronto asunto tan enojoso para un día en que tenía que prestar toda su atención al orden de la ciudad. Los sanedritas, escrupulosos guardadores de las fáciles exterioridades de la ley, no quisieron entrar en el   Pretorio, casa de un gentil, por no contaminarse y poder comer la pascua.

Salió, pues, Pilato a ellos y les preguntó: Qué acusación presentáis contra este hombre? Ellos respondieron: Si no fuese un malhechor no te lo traeríamos aquí. Pilato les dijo: Llevadlo, pues, y juzgadlo según vuestra ley. Los judíos le respondieron: Nosotros no podemos ajusticiar a nadie. Con lo que vino a cumplirse lo que Jesús dijo, indicando el género de muerte de que había de morir (Jn 18, 28 y sigs.).

Comenzaron entonces a acusarle, diciendo: Hemos hallado a este hombre fomentando el desorden en nuestra nación, prohibiendo pagar el tributo al César y diciendo que El es el Mesías Rey.

3) ¡Cómo ciega la pasión! Pregunta natural y obligada la que Pilato les hizo, que obligación tiene todo juez de estudiar la causa antes de dictar en el  la sentencia; y, sin embargo, se sienten ofendidos los sanedritas; buscaban, como dice San León, que fuese mero ejecutor de la cruel sentencia dictada por ellos y no árbitro de la causa, «executorem sae vitae. non arbitrum causae». Para eso, para hacerle fuerza, se trasladó el Sanedrín entero..., y offerebant vinctum... ut non auderet Pilatus absolvere», y se lo presentaban atado para que no se atreviese Pilato a soltarlo.

Pronto conoció Pilato que allí no había sino envidia de la clase sacerdotal: Sciebat enim quod per invidiam tradidissent eum, dice San Mateo (Mt., 27, 16) porque sabía bien que se lo habían entregado por envidia. Pasión tremenda que causa estragos muy lamentables, y, por otra parte, muy general aun entre gente que se precia de espiritual. «La envidia y los celos engendran aversión, atizan, el funesto incendio de un aborrecimiento implacable, hácenle a uno duro, rígido, y matan todo sentimiento de nobleza y de justicia. Acuden a cualquier medio, aun al más vil y bajo, con tal que les sirva para dañar a su competidor y acabar con él» (Huonder, 6. e., 53).

Es, por otra parte, tan vil, que nadie se resigna a confesarla, sino que estudiadamente se procura hacerla pasar disimulada bajo el pabellón de alguna virtud; así estos hipócritas acusadores de Jesús la paliaron en el   tribunal religioso, con velo de celo de la gloria de Dios, y le acusaron de blasfemo; en el   tribunal civil, con el del respeto a la autoridad del César; y, ciertamente, ni la gloria de Dios les preocupaba gran cosa, ni tenían para el César más que odio reprimido e impotente desprecio.

¡Es un malhechor! dicen ahora; poco antes decían: ¡Es un blasfemo! Así se deja tratar por nuestro amor Jesús; dejábase tratar de seductor, «ad solatium servorum suorurn, quando dicuntur se»ductores» (S. Agust., in Ps. 63, y. 7), para consuelo de sus siervos cuando son llamados seductores. Dispongámonos a llevar por amor de quien así nos ama cualquier desprecio de que podamos ser objeto.

Punto 2.° DESPUÉ5 DE HABELLO PILATO UNA VEZ Y OTRA EXAMINADO, PILATO DICE: «YO NO HALLO CULPA NINGUNA.

 1) De las acusaciones que contra Jesús presentaron, recogió Pilato una, la que más le interesó: que se hacía rey, y tomando consigo a Jesús entró en. el Pretorio, y le preguntó: “¿Eres Tú el Rey de los »judíos? Jesús le respondió: Dices tú eso de ti mismo o te lo han dicho de Mí otros? Replicóle Pilato: Qué, ¿acaso soy yo judío? Tu nación y los Pontífices te han. entregado a mí. ¿Qué has hecho Tú? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, claro está que mis gentes me habrían defendido para que no cayese en manos de los judíos; mas mi reino no es de acá. Replicóle a esto Pilato: Con que Tú eres Rey? Respondió Jesús: Así es como dices; Yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo; para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 33ss)

Veamos a nuestro divino Maestro instruyendo tan solícitamente al Pretor romano. Lección magnífica la que le leyó; si hubiera sabido aprovecharla, cuán dichoso hubiera sido; pero no hizo de ella aprecio. Nosotros hemos de aprovecharla, que a nosotros, no menos que a Pilato, va dirigida. Pensaba Pilato en un reino temporal que pudiera oponerse al del emperador romano, y por eso comenzó por explicarle la naturaleza de su Reino.

Mi Reino no es de este mundo, no es terreno ni temporal, porque trae su origen del cielo, de donde bajé a juntarle con mi predicación por medio de la fe; a rescatarle del poder de sus enemigos con mi muerte; a santificarle con los Sacramentos; a lavarle con mi sangre; a hermosearle con mi gracia y darle vida con mi espíritu. No es de este mundo mi Reino, porque no consiste en bienes de este mundo, sino que por el desprecio de ellos se camina a la vida y Salud eterna» (La Palm., «Hist. de la S. Pasión», e. 17).

 No viene a quitar reinos temporales quien viene a darnos el eterno. «Non eripit mortalia, qui regna dat caelestia… No temas, pues, que me oponga a tu emperador; quiso defenderme en el   huerto uno de mis discípulos y se lo impedí; no está mi fuerza en las armas ni pretendo conquistas terrenas. Mi Reino es de las almas, y a santificarlas y llevarlas al cielo, Reino eterno, he venido a la tierra; mi Reino se establece sin estrépito de armas y comba»tes materiales; vine Yo a fundarlo en la tierra, y mi táctica ha sido la pobreza, la humillación, ¡ la persecución !  Y pudiera haberle añadido: ¡Si vieras que voy a tomar por trono la Cruz en que dentro de poco me vas a clavar!

2) Rey es Jesús, y por títulos variados y bien legítimos; lo sabemos, lo hemos proclamado, nos hemos declarado súbditos fieles de tal Rey y hemos prometido señalarnos en todo servicio de este Rey eterno y Señor universal. Pero notemos que si su Reino no es de este mundo, sus súbditos tampoco lo pueden ser: luego no siguen sus máximas, no aman lo que El ama, no ponen en contentarle todo su estudio y su temor en disgustarle ¡desprecian sus bienes y sólo buscan los eternos! ¿Soy yo de ésos? Mi conducta me lo dirá; triste sería ofrecerse al servicio de este Rey y gloriarse de ser su súbdito, al mismo tiempo que con las obras desmentimos nuestras palabras y demostramos ser esclavos del mundo.

Díjole, además, Jesús que había venido al mundo a dar testimonio de la verdad. Antes había dicho: soy el camino, la verdad, la vida (Jn 14, 16). El primer hombre fue creado en la verdad; pero esa verdad que bañaba a la naturaleza humana se trocó por el pecado y caída de Adán en espesas tinieblas. Vino Jesús a disipar las tinieblas y hacer resplandecer la verdad. Dios es la luz y verdad; la segunda Persona, encarnando, encarnó la verdad, y al incorporarse a sus elegidos, los incorpora a la verdad. Es la verdad viático de las almas en este mundo, y la Iglesia es su depositaria. La verdad de Jesús, que nos distribuye la Iglesia, nos guía hacia la bienaventuranza... Sólo el que sigue a Jesús no camina entre tinieblas…Qui sequitur me non ambulat in tenebris (Jn 8, 12). Todo aquel que pertenece a la verdad escucha mi voz (Jn 18, 37). ¿Y quién escucha la voz de Jesús? Los Apóstoles, las almas rectas y puras. ¿Quién no la escucha? Los fariseos, los que, enseñoreados por la pasión, llámese ambición, codicia, lujuria, etc., están decididos a violar la ley de Dios (Jo., 8, 47) (Chometon, S. J., «Le Christ vie et humire»).

3) Pilato dijo a Jesús: «Qué es la verdad?» Y sin aguardar respuesta se fué... ¡Desdichado! Frente a frente de la Verdad, le vuelve las espaldas. No así nosotros, sino que postrados a los pies de nuestro Jesús, digámosle: ¡Habla, Señor, que Tú tienes palabras de vida eterna, y quien a ti te escucha, de Dios es; y quien a ti te sigue, camino va de vida eterna; y quien a tu luz camina, seguro está de llegar a buen término!

Hecha su pregunta a Jesús, sin aguardar respuesta, salió segunda vez a los judíos y les dijo: Yo ningún delito hallo en este hombre (Jn 18, 38). La consecuencia natural de tal premisa era: luego le pongo en libertad y garantizo su incolumidad. En vez de hacerlo así, comienza la falsa política del ceder y querer satisfacer a todos, y de claudicación en claudicación llega a la caída definitiva de condenar a muerte al mismo a quien proclama inocente.

¡Terrible y temerosa lección para tanto Pilato, cobarde y contemporizador!
Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos seguían acusándole, pero Jesús nada respondió. Por lo que Pilato le dijo: ¿No oyes de cuántas cosas te acusan? Pero El a nada contestó de cuanto le dijo; por manera que el presidente quedó en extremo maravillado (Mt., 27, 12). Silencio sublime y bien difícil de guardar cuando nos acusan y vilipendian siendo inocentes y con plena conciencia de serlo; si no tenemos muy mortificado el amor a la honra y a la vida, si tememos la deshonra y la muerte, no lo sabremos guardar.

Punto 3° LE FUÉ PREFERIDO BARRABÁS, LADRÓN: DIERON VOCES TODOS DICIENDO: «NO DEJES A ESTE, SINO A BARRABÁS

1) Sólo San Lucas (23, 9 y sigs.) narra el episodio del envío de Jesús a Herodes; por eso quizá San Ignacio, siguiendo a los otros evangelistas, le antepuso en la contemplación la escena tristísima del parangón con Barrabás.

Después de declarar Pilato: “Yo ningún delito hallo en este hombre, continuó: Mas ya que tenéis la costumbre de que os suelte un reo por la Pascua, ¿queréis que os ponga en libertad al Rey de los judíos? Entonces todos ellos volvieron a gritar: No a Ese, sino a Barrabás. Es de saber que este Barrabás era un ladrón” (JN 18, 38 y sigs.)

Era costumbre del pueblo judío dar libertad a uno de los presos para que pudiera celebrar la Pascua, fiesta conmemorativa de la libertad de la cautividad de Egipto. Los romanos la habían respetado, y parece indicar San Marcos que la turba se la recordó a Pilato: Et cum ascendisset turba, coepit rogare sicut semper faciebat illis (Mc., 15, 8). Pues como el pueblo acudiese a esta sazón a pedirle el indulto que siempre les otorgaba, les puso en el   trance de elegir a uno de dos: a Jesús o a Barrabás.

¡Qué alternativa! ¡Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, el dechado de toda perfección, el más hermoso entre los hijos de los hombres, que había pasado haciendo bien, practicando la virtud, enseñando la verdad, curando los enfermos, resucitando los muertos, perdonando los pecados! ¡Cuántos de los allí reunidos le debían algún beneficio! ¡Ni uno solo podía echarle en cara, no ya ofensa alguna, pero ni falta la más pequeña! Y lo comparan con Barrabás, ladrón famoso, que había cometido un homicidio (Mc 15, 7; Act. Ap., 3, 14), tomando parte en una sedición y estaba condenado a muerte; al que nada debían y de quien podían temer mucho. Eligió, sin duda, Pilato el más detestable de los malhechores encarcelados para forzarles a la elección de Jesús.

2) El pueblo, que cinco días antes aclamaba a Jesús por Mesías, hubo de quedar perplejo al oír la propuesta; pero mezclándose en su masa los sacerdotes y escribas y fariseos, comenzaron a soliviantarlo, y quizá les proporcionó tiempo para lograrlo un incidente que colocan en este lugar algunos historiadores de la Pasión, como De Lai, Schuster, etc., como parece insinuarlo San Mateo.

Llególe a Pilato un recado de su mujer, que le enviaba a decir:  “Nihil tibi et justo illi, no te mezcles en la causa de ese sujeto, porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por su causa” (Mt., 27, 19). Lograron entre tanto conmover al pueblo, que, respondiendo a la pregunta repetida de Pilato: “A quién de los dos queréis que os suelte?, comenzó a gritar: A Barrabás! Replicóles Pilato: Pues ¿qué he de hacer de Jesús, llamado Cristo? Dicen todos: Sea crucificado” (Ib., 21-22). «¡ Oh furia phreneticorum! Occidatur qui suscitat mortuos et dimittatur qui occidit vivos…Oh furia de locos! ¡ A muerte el que resucita los muertos y en libertad el que mata a los vivos! (S. Aug., tract. 116 in Jo).

Puede considerarse esta elección desastrada del pueblo judío, primeramente, como expresión de la justicia divina; ante Dios aparecía en aquel momento su Unigénito cargado con mayor culpa y, por tanto, deudor de mayor pena que el mismo Barrabás... ¡Sobre Él había puesto los pecados de todo el mundo!

Fue, en segundo lugar, expresión eficaz del amor de Dios para con nosotros. Porque, en realidad, ¿qué nos hubiera aprovechado que Barrabás sufriese la muerte y quedara Jesús libre? «Muera mi Hijo, clamó el Padre celestial, y sean, en cambio, salvos los pecadores, en Barrabás representados.» Por eso la Iglesia, agradecida, canta: Para redimir al esclavo entregaste a la muerte a tu Hijo. Oh admirable dignación de tu bondad para con nosotros! ¡ Oh inapreciable prueba de tu amor!

3) ¡Cuánto no hubo de sentir el nobilísimo Corazón de Jesús esta afrenta de su pueblo, de aquellos que de Él sólo habían recibido beneficios y de los que sólo debía esperar gratitud!         ¡Cuán errados son los juicios de los hombres y cuán poderosa la pasión de la envidia! De modo análogo a los judíos procedemos nosotros cuando pecamos; la tentación es una propuesta; ¿a quién prefieres, a Cristo o a Barrabás; a Dios o a la criatura: la honra de Dios o la tuya; el amor de Cristo o el de...? Poned lo que sabéis, ¡y a veces es más vil que Barrabás! Y cuando vacilamos ponemos en parangón a Cristo con Barrabás; y cuando cedemos y consentimos lo posponemos para ir con Barrabás. ¡Cuántas veces lo hemos hecho así! ¡Lloremos!
Y saquemos de esta contemplación, además, esfuerzo y consuelo para cuando nos veamos despreciados, y olvidados, y pospuestos a otros que valen menos que nosotros; ¡ y tal vez por los que más nos deben!

Coloquios. Magnífica ocasión para agradecer a Cristo su ofrenda de amor para nuestra redención y pidiendo ser admitido entre sus seguidores en el   oprobio para imitarle.

NOTAS. 1) Era Pilato, en frase de Agripa, que ciertamente no le quería bien, un hombre de carácter inflexible y de arrogancia salvaje. Se le acusaba de venal, rapaz, violento y déspota; de crueldades inútiles, de asesinatos sin formación de proceso..., pero pasaba por administrador activo, emprendedor, muy capaz de mantener el orden; y estas cualidades, en concepto de Tiberio, compensaban muchos vicios. De que fuera brutal y cabezudo no ha de deducirse que estuviera dotado de verdadera energía; los caracteres más violentos son a veces los más tímidos, afectan la brutalidad para disimular su debilidad y se esfuerzan por inspirar a los demás el terror que ellos experimentan (Prat, o. e.).

2) En Palestina, como en todas las provincias anejas al Imperio, el «ius gladii», derecho de condenar a muerte, pertenecía exclusivamente al gobernador romano. Los judíos no lo ignoraban y los sanedritas lo reconocían expresamente. El asesinato de San Esteban no será sino una ejecución tumultuaria, algo así como un linchamiento en unas horas de revuelta; y el martirio de Santiago el Menor había de costar al gran Sacerdote, que para autorizarlo se aprovechó de un interregno, una severa reprensión y el ser destituido de su cargo (Prat. o. c., 2, 263).

3) Quizá impresionó a Pilato la acusación de que Jesús quisiera hacerse rey por haberse difundido por el Imperio la noticia de que gentes salidas de Judea se habían de apoderar del sumo poder. Tácito escribe: «Pluribus persuasio, inerat, antiquis sacerdotum libris conti»neri, eo ipso tempore fore ut valesceret Oriens, profee»tique Judaea rerum potirentur» (1, 6, 13; Histor.). Estaban muchos persuadidos de que en los libros viejos de los sacerdotes estaba escrito que había de suceder por aquel tiempo que prevaleciese el Oriente, y gente salida de Judea se apoderase del poder. Casi con las mismas palabras escribe Suetonio: «Percrebuerat,in Oriente toto, vetus et constans opinio, esse in fatis ut eo tempore Judaea profeeti rerum potirentur» (In Vespas, 4). Confirma esta tradición Virgilio en su Egloga cuarta, «Sicelides musaeB. Y puede recordarse también la profecía de la célebre sibila de Cumas, que trae Cicerón (1, 2, de divinatione) (Card. de Lai, «La Passion de N. Seigneur», p. 119, 1).

39ª  MEDITACIÓN

2. CONTEMPLACION DE LOS MISTERIOS HECHOS DESDE CASA DE PILATO HASTA LA DE HERODES (Lc 23, 6-12).

Preámbulo. Será la historia: como en el   curso de la acusación oyese Pilato hablar de Galilea, preguntó si era el acusado galileo, y como le dijeran que sí, para desentenderse del enojoso asunto envió a Jesús, atado, a Herodes. Recibióle éste muy alegre, y preguntándole muchas cosas, Jesús no le respondió una palabra, por lo cual Herodes, enojado, lo devolvió a Pilato, no sin haberle vestido antes, como a necio, con una vestidura blanca, como traduce la Vulgata, o resplandeciente, como parece indicar el original.

Composición de lugar: será ver el camino del Pretorio al palacio de Herodes y el palacio del tetrarca de Galilea. El camino es corto, atravesando el valle del Tyropeón, y a poca distancia del ángulo sudoeste del templo se alzaba el palacio antiguo de los príncipes Asmoneos, descendientes de los gloriosos Macabeos. En el  podemos ver una amplia y espléndidamente adornada sala, donde Él fastuoso y afeminado Herodes recibió a Jesús.

Punto 1.° PILAT0 ENVIÓ A JESÚS, GALILEO, A HERODES, TETRARCA DE GALILEA.

1) Proclamada la inocencia de Jesús por Pilato, en vez de ponerlo, como debía en todo derecho, en libertad, para no indisponerse con los sacerdotes y ancianos, se decidió a enviárselo a Herodes, a pesar de que sabían bien quién era el tetrarca y lo que pudiera resultar de tal entrega. Quizá buscaba, además de desentenderse de un asunto enojoso, halagar al tetrarca, con quien estaba enemistado desde que hizo acuchillar en el   templo, y sin formación de causa, a unos galileos; ofrecíasele buena ocasión, pues al transferir el proceso al Tribunal de Herodes reconocía públicamen- te su autoridad regional.

Comentando esta iniquidad, hace el Padre Huonder una reflexión de actualidad perenne: «Cuando se trata de ir contra la Iglesia y el Cristianismo, vuelven a unirse para ello aun los hermanos que antes estaban enemistados; y de la noche a la mañana se hacen alianzas entre partidos distanciados en política y religión, más aún de como lo estaban el romano gobernador y Herodes... Muy extrañas coaliciones se han llegado a hacer entre »las extremas derechas y las extremas izquierdas contra la Iglesia (Huonder, «La noche de la Pasión, 59, III).

2) Y la causa de Jesús se va a ver en el   Tribunal de un hombre sensual, cruel y vanidoso; del verdugo del santo Precursor; del «raposo» artero y cobarde, cuya característica era la astucia y que lo sacrificaba todo a sus pasiones libidinosas. Para que nosotros, sus seguidores, estemos prontos a recibir trato semejante y nos consolemos al vernos inicuamente juzgados por jueces indignos. Ignominia grande fue para Jesús atravesar las calles atado y custodiado como un criminal peligroso, hecho objeto de curiosidad, de desprecio y aun de ludibrio, porque los sacerdotes y ancianos, que no debieron recibir bien esta decisión de Pilato, descargaban su mal humor en Jesús.

3) Podemos considerar este acto de Pilato como su primer tropiezo en la serie de prevaricaciones que iban a llevarle al horrendo crimen de la crucifixión del Hijo de Dios y sacar como consecuencia a dónde nos puede llevar una concesión indebida, la cobardía de no ponernos desde Él principio decididamente de parte de la justicia y la inocencia; la debilidad en ceder a las exigencias, siquiera sean levemente pecaminosas, de nuestras pasiones. Preciso es que desde Él principio hagamos rostro: «prin»cipiis obsta! » De otra suerte será nuestra ruina segura.

Punto 2.° HERODES, CURIOSO, LE PREGUNTÓ LARGAMENTE, Y ÉL NINGUNA COSA LE RESPONDÍA, AUNQUE LOS ESCRIBAS Y SACERDOTES LE ACUSABAN CONSTANTEMENTE.

1) Era Herodes Antipas hijo de Herodes el Grande, el mismo que había dado muerte a San Juan Bautista porque le reprochaba su unión incestuosa con Herodías, esposa de su hermano Herodes Filipo. Algún tiempo después del martirio de Juan, como oyera Herodes narrar los prodigios de Jesucristo, pensó que era el Bautista resucitado: “Hic est Joannes Baptista; ipse surrexit a mortuis, et ideo virtutes operantur in eo… Este es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos, y por eso resplandece tanto en el  la virtud de hacer milagros (Mt., 14, 2); y movido de curiosidad, o dudando de la verdad, deseaba ver a Jesús, como dice San Lucas (Lc 9, 9): Quaerebat videre eum», y buscaba el modo de verle. Parece que después intentó matar a Jesús, pues algunos judíos dijeron al Maestro: “Exiet vacte hinc; quia Herodes vult te accidere» Sal de aquí y retírate, porque Herodes quiere matarte” (Lc., 13, 31).

2) Cuando recibió el aviso previo que, sin duda, le envió Pilato anunciándole que enviaba a su palacio a Jesús para que juzgase la causa, se sintió halagado y se holgó sobre manera de ver a Jesús, porque hacía mucho tiempo que deseaba verle por las muchas cosas que había oído de Él y porque con esta ocasión esperaba verle hacer algún milagro.

Recibióle, pues, bien, y le hizo multitud de preguntas, y le pidió que hiciera algún milagro, indicándole que, como tenía en sus manos su causa, le pondría en libertad y aun le otorgaría honores y riquezas si quería complacerle; y Jesús, que había respondido al gentil Pilato, no respondió palabra a Herodes, ni hizo rogado milagros el que tan estupendos los había hecho aun sin pedírselo, como en Naín y en otras ocasiones. ¿Por qué calló?

Han dicho algunos que por respeto a la ley, pues estaba Antipas excomulgado. Pero aun dado que la prohibición de participar en los sacrificios, que por su adulterio pesaba sobre Herodes, equivaliera a la excomunión, llamada Nidoni (separación), todavía tal prohibición no incluía la de no podérsele dirigir la palabra, sino que ordenaba que no se hablara con. él a distancia menor de cuatro codos. Señalan como causa principal del silencio algunos expositores modernos la vida licenciosa de Herodes. No habla el Señor a las almas deshonestas; por eso ellas viven regocijadas en sus carnalidades, sin sentir muchas veces remordimiento alguno. Sin embargo, Jesús habló, en detenido coloquio, con la Samaritana; no rechazó a la adúltera y defendió a Magdalena (De Lai, o. c.).

3) La causa principal del silencio de Jesús hay que buscarla en la impía pretensión de Herodes de que Jesús rebajase su divino poder al nivel de un charlatán y prestidigitador.
¡Terrible castigo para el alma el silencio de Dios! Pobre del pecador a quien se lo impone; es casi prenuncio de eterna condenación. Digámosle al Señor, con el Profeta: “No enmudezcas, Señor, no sea que enmudeciendo Tú me asemeje a los que van camino del abismo” (Ps., 27, 1). Procuremos con empeño grande conservar nuestro corazón puro, no se nos vaya manchando y encarnizando de suerte que nos convierta en aquel «animalis homo», hombre animal, para quien no hay más vida que la de los sentidos y que no percibe, ea quae sunt Spiritus Dei (1 Cor., 2, 14), las cosas del Espíritu de Dios. Ni pretendamos en nuestro trato y conversación con Dios otra cosa que su gloria y nuestro provecho espiritual.

Entonces sí merecemos que Dios nos hable, y serán para nosotros sus palabras de vida eterna, luz vivificante para nuestra inteligencia que dirija todos nuestros pasos; alimento para nuestra alma, más dulce que la miel; fuego que vivifique nuestra voluntad y la esfuerce para el bien. Entre tanto, los príncipes de los sacerdotes y los escribas persistían obstinadamente en acusarle (Lc 23, 10). Le acumularían todo cuanto pudiera hacerle odioso a Herodes. Y Jesús callaba: ni el halago ni las amenazas le hicieron hablar. ¡Magnífica lección, difícil en ocasiones de practicar, pues con facilidad nos mueve a hablar el deseo de ser tenidos y estimados en algo o el temor de que se nos tenga por lo que no somos!

Punto 3.° HERODES LO DESPRECIÓ CON SU EJÉRCITO VISTIÉNDOLE CON UNA VESTE BLANCA.

1) Mas Herodes, dice San Lucas, con todos los de su séquito, le despreció; y para burlarse de Él le hizo vestir de una ropa blanca y le volvió a enviar a Pilato (Lc 23, 11). Pilato se admiró del silencio de Jesús, y, en cambio, Herodes la calificó de necedad. Al verse, a su juicio, despreciado por Jesús, pensó, sin duda, cómo castigarle, y no encontró castigo más doloroso y afrentoso que el tratarle como a necio. Y cierto que es cosa difícil de llevar para el hombre semejante afrenta, y que pasa más fácilmente por otras al parecer más costosas o, al menos, ciertamente más dolorosas. Para Jesús, Maestro por excelencia, que usaba de ese nombre con tanta frecuencia y era así llamado, no sólo por sus discípulos, sino aun por las gentes, hubo de ser afrenta muy dolorosa el ser públicamente calificado de fatuo y er paseado por las calles de Jerusalén con vestidura de irrisión. Y Herodes le despreció con toda su gente canalla vil mercenaria de tracios, galos y germanos...

2) Con cuánta frecuencia, en la sucesión de los siglos, se repite en la Iglesia de Cristo y en sus ministros la escena del palacio de Herodes. Procuran poner en ridículo a la Iglesia ante el pueblo acusándola de enemiga de la ciencia y autora de la ignorancia atacando sus dogmas como opuestos a la razón y presentando sus enseñanzas desfiguradas para hacerlas parecer necedades increíbles. «Herodes y sus cortesanos hacen burla de lo que no conocen, pues no ven sino la imagen de Cristo desfigurada y falsa, según se la presenta el espíritu mundano de ellos, ajeno a todo concepto sobrenatural. Así está Cristo en la Eucaristía: Millares de personas le desprecian porque le ven cubierto con la blanca vestidura de la sagrada hostia...; se burlan de lo que ignoran» (Huonder). ¡Y cuántas veces, si no en grado tan extremo, al menos en modo bien lamentable, la pasión en sus variadas formas de codicia, de sensualidad, de soberbia, de ira, etc., nos ha hecho tener por necedad la misma sabiduría y por objeto de escarnio lo que debiera serlo del más profundo respeto!

3) Mucho, sin duda, hubo de sufrir Jesús en este paso, si no materialmente en el   cuerpo, espiritual y moralmente en el   alma; cómo se escondió su divinidad! Y todo esto lo padecía por mí; ¿qué será justo que yo haga por Él? Mucho le he prometido, ¿se lo cumpliré? Decíale en la tercera manera de humildad que «por imitar y parecer más actualmente a Cristo Nuestro Señor quiero y elijo mí pobreza con Cristo pobre que riqueza; oprobios con Cristo lleno de ellos que honores; y desear más ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fué tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo».

¡Bien está! pero, ¿lo he cumplido? quizá en toda mi vida no se me ha presentado ocasión de sufrir tal afrenta por Cristo y la voy pasando lleno de magníficos y... estériles deseos. porque, y no es caso raro, después de una de estas oblaciones, cuando en la vida ordinaria se me ha presentado una ocasión de sufrir alguna humillación, acaso pequeñísima y más que real subjetiva, por el mal éxito de alguna de mis empresas, por una preterición inesperada e inmerecida, por una palabrilla hiriente, la he esquivado estudiadamente.

Pues grabemos bien en el   alma la imagen de nuestro Capitán y Maestro vestido de escarnio y tratado como necio en el   tribunal de Herodes, y pensemos si es bien unirnos a El vistiendo ínfulas de doctores y haciendo ostentación de saber! ¡Si con esta medicina no se cura nuestra soberbia, es en verdad incurable! «Haec medicina tanta est, quanta non potest cogitari. Nam quae superbia Sanari potest, si humilitate Filii Dei non sanatur?» (S. Aug., de Agone christiano, c. 11. ML. 40, 297).

40ª  MEDITACIÓN

EL CUARTO DÍA, A LA MEDIANOCHE, DE HERODES A PILATO,

HACIENDO Y CONTEMPLANDO HASTA LA MITAD DÉ LOS MISTERIOS DE LA MISMA CASA DE PILATO, Y DESPUÉS, EN EL   EJERCICIÓ DE LA MAÑANA, LOS OTROS MISTERIOS QUE QUEDARON DE LA MISMA CASA, Y LAS REPETICIONES, Y LOS SENTIDOS, COMO ESTÁ DICHO.

En la contemplación correspondiente a este día, en los «MISTERIOS DE LA VIDA DE CRISTO» se incluyen los tres puntos siguientes: 1) Herodes lo torna a enviar a Pilato, por lo cual son hechos amigos, que antes estaban enemigos. 2) Flagelación, coronación y burlas. 3) Ecce-homo... La dividiremos, como nos indica San Ignacio, en dos contemplaciones.

lª. CONTEMPLACIÓN DE LOS MISTERIOS HECHOS DESDE CASA DE HERODES HASTA LA DE PILATO.

1º Preámbulo. La historia será cómo Herodes, creyéndose burlado por Jesús, lo despreció, y vestido a guisa de fatuo lo devolvió a Pilato. El cual, después de ponerlo en parangón con Barrabás, proclamando una vez más que no encontraba en el   nada digno de pena de muerte, ordenó que Jesús fuese azotado, y lo fué cruelísimamente.

Composición de lugar. El camino del palacio de Herodes al de Pilato y el lugar del pretorio donde fue azotado Jesús. Opinan algunos que fue del foro del pretorio, a la vista de la muchedumbre; después lo metieron adentro los soldados.

Punto 1.° HERODES LO TORNA A ENVIAR A PILATO, POR LO CUAL SON HECHOS AMIGOS, QUE ANTES ESTABAN ENEMIGOS.

1) Nos dice San Lucas que Herodes, con todos los de su séquito, despreció a Jesús; y para burlarse de Él le hizo vestir de una ropa blanca y le volvió a enviar a Pilato. Con lo cual se hicieron amigos aquel mismo día Herodes y Pilato, que antes estaban entre sí enemistados.
Desconocemos las causas de la enemistad de Pilato con Herodes; insinúan algunos que quizá fué el degüello de galileos ordenado por Pilato cuando se hallaban ofreciendo sacrificios. Cierto que no faltaban frecuentes ocasiones de encuentros y que la reconciliación no sería duradera. Se aunaron contra Cristo: principes convenerunt in unum adversus Dominum, et adversus Christum eius (Ps. 2, 2). El, de suyo les brindaba la verdadera paz y amistad, que donde va no sabe predicar otra cosa que la caridad, y su reino es reino de paz. No supieron aprovecharse de tan buena ocasión.

2) Consideremos la grande afrenta de Cristo al volver a correr las calles de Jerusalén en día tan solemne y de afluencia tan grande de gente y acompañémosle en tan penosas jornadas; es ya con éste el quinto paso de Jesús por las calles desde que fué prendido en el   huerto: de Getsemaní a Anás, de Anás a Caifás, de allí a Pilato, luego a Herodes, y ahora vuelve a desandar la última caminata.

De creer es que los príncipes de los sacerdotes y ancianos aprovecharían la ocasión para ir sembrando suspicacias y acusaciones contra Jesús y excitar así contra El las turbas. Y su labor iba haciendo efecto y engrosaba el grupo de los que se unían en sus gritos y denuestos a los enemigos de Jesús, creciendo la afrenta y escarnio del bondadosísimo Señor. Es nuestro Capitán a quien hemos jurado seguir en la pena para después seguirle en la gloria.

Locura es para el mundo la suma sabiduría de Dios, y, en cambio, es necedad para Dios la sabiduría de este mundo, como nos dice el Apóstol: Sapientia enim huius mundi, stultitia est apud Deum (1 Cor., 3, 19); por eso, como el mismo Apóstol nos enseña: Si quis videtur inter vos sapiens esse in hoc saeculo stultus fiat, ut sit sapiens (Ib., 18). Si alguno se tiene por sabio en este mundo entre vosotros, hágase como necio para ser verdaderamente sabio.

¡Decidámonos en la elección, y viendo cómo tratan a Cristo, aprendamos lo que reserva a cuantos siguen el   estandarte de Cristo! Llenos de amor y de estima ofrezcamos nuestros homenajes de respeto a Cristo y afiancémonos en nuestro amor hacia El, hacia su doctrina y su vida. Hemos jurado vestirnos de su librea; ¡hela ahí! ¡ es de escarnio, de necedad, de irrisión!

3) Recibió Pilato a Jesús con desagrado, y habiendo reunido a los Sumos Sacerdotes y a los magistrados y al pueblo, les dijo: “Me trajisteis a este hombre como a alborotador del pueblo, y he aquí que, habiéndolo yo interrogado en vuestra presencia, ningún delito he hallado en el   de los que le acusáis. Pero Herodes tampoco, puesto que os remití a él, y por lo hecho se ve que no le juzgó digno de muerte. Por tanto, después de castigado lo dejaré libre” (Lc 23, 13 y sigs).

Vuelve a proclamar la inocencia de Jesús, y en vez de ponerle, como era justo, en libertad, procede antes a castigarle. ¿Por qué? Por arbitrariedad y falsa política de contemporización, con la que quiere complacer a todos; cosa imposible. Y acude al arbitrio, a su juicio, infalible, de poner a Jesús en parangón con Barrabás, y como le fallara tal recurso, dama Pilato: “Qué haré de Este a quien llamáis Rey de los judíos? Y ellos gritaron: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! Qué mal ha hecho? ¡Yo nada he hallado en el   que merezca la muerte! Por eso, después de castigarlo, lo pondré en libertad”. Tercera vez proclamó Pilato la inocencia de Jesús, persistiendo en su propósito de ponerle en libertad, como debía, pero castigándole antes para ver si lograba así acallar a sus enemigos; pero, lejos de lograrlo, ellos insistían a grandes gritos pidiendo que fuera crucificado; y sus gritos eran cada vez más violentos.

Punto 2.° LA FLAGELACIÓN.

1) Persistiendo Pilato en su deseo de contentar a todos, pensó satisfacer a los judíos y lograr la libertad de Jesús por medio de la flagelación, y ordenó que fuese azotado. Era propiamente castigo romano, aunque se habla de él en la Sagrada Escritura principalmente como castigo de pecados carnales, p. e., Lev., 19, 20; pero se aplicaba, “ita dumtaxat ut quadragenarium numerum non excedant ne foede laceratus ante oculos tuos abeat frater tuus” (Deut., 25, 3), de suerte que no excedieran los golpes de cuarenta, no sea que tu hermano aparezca a tu vista feamente lacerado. Los fariseos, por escrúpulo hipócrita y temor de faltar a la ley, los habían reducido a treinta y nueve (2 Cor. 11, 24-25); y según cuenta Josefo, si el azote tenía tres ramales, no se daban sino trece golpes. Además, antes de aplicarlo se examinaba si era el paciente capaz de soportarlo.

Al Señor se le aplicó a la manera romana, pues romano era el juez y soldados romanos los verdugos, y sabemos bien que entre los romanos se aplicaba este tormento del modo más despiadado y sin limitación de número. Los Evangelistas son sobrios en extremo al hablar de este suplicio; como que casi se limitan a expresar su nombre: “Jesum autem flagellatum tradidit eis ut crucifigeretur” (Mt., 27, 26), y les entregó para que lo crucificaran a Jesús azotado; San Marcos, et tradidit Jesum flagelis caesum, ut crucifigeretur (Mc., 15, 15), y a Jesús después de haberlo hecho azotar, se lo entregó para que fuese cruéificado; y San Júan, «Tunc ergo apprehendit Pilatus Jesum, et flagellavit» (Jn 19, 1), Tomó entonces Pilato a Jesús y lo hizo azotar. Hemos, pues, de reconstruir la escena por lo que la historia romana nos dice.

2) Usaban los romanos como instrumentos, con los esclavos, ordinariamente el flagellum y el flagrum. Era el flagrum un haz o látigo de cuerdas, correas bastante gruesas o cadenas armadas con frecuencia de espinas o huesecillos y terminadas con bolas metálicas; Juvenal (5, 172) lo llama durum, duro), y su efecto lo designan los autores latinos con palabras que significan golpear, batir con fuerza, romper. Más horrible aún era el flagellum; así lo califica Horacio de (1 Sat., 3, 119) horrible; era más doloroso y sus heridas se expresan con palabras que significan acción de cortar, rasgar, perforar. Era instrumento formado de correas más delgadas y penetrantes; con facilidad penetraba en las carnes y las rasgaba al ser retirado bruscamente.

3) Que fuese desonroso y humillante se puede deducir de tres circunstancias que en el  concurrían (Groenings, S. J.): a) Entre los romanos, la flagelación, cuando no se practicaba con varas, sino con látigos u otros más horribles instrumentos, era castigo empleado ordinariamente sólo con esclavos, pues la ley Porcia y la Sempronia exigían que no fuesen azotados sino en casos extremos, y entonces con varas, los ciudadanos romanos. Aplicaron, pues, a Jesús suplicio de esclavos, y cosa sabida es que en aquellos tiempos era el esclavo un algo intermedio entre el hombre y la bestia. Y se lo aplicaron a Jesús aun en lo humano de sangre real y declarado reiteradamente inocente.

b) Se ejecutó públicamente, siendo por eso grande su vergüenza; y fue, por añadidura, durante la flagelación, el blanco de las más soeces afrentas .por parte de la soldadesca.

e) La mayor confusión de Jesús vino de que, a la usanza romana, lo despojaron de sus vestiduras; afrenta que ya habían anunciado los profetas como terrible; y Salm. 21, 18-43, 16, etc.

4) Que fuese doloroso, se deduce de recordar el modo brutal como lo aplicaban los romanos (De Lai). Hay que leer y meditar los procesos auténticos de los mártires, las historias de los gladiadores y las narraciones de Tácito, Cicerón y otros autores paganos. La ley romana dejaba el número de azotes al arbitrio del juez o del verdugo. Llama Cicerón a este suplicio «media mors», media muerte, porque era no raro el caso de que en el  o poco después muriese el reo; pues se aplicaba con tal crueldad, que los espectadores, horrorizados, se retiraban al ver quedar al descubierto las venas y los huesos, arrancada a golpes violentos en pedazos la carne. Eusebio, hablando de los mártires de Esmirna, escribe: «Todos los asistentes se asustaron de ver la carne de los mártires desgarrada en parte hasta las venas, en modo que los huesos quedaban al descubierto y se podían ver hasta las entrañas.» Y Cicerón, en las Verrinas (2-54, 5), hablando de la flagelación de Servilio caballero romano, escribe: «Seis lictores, muy fuertes y ejercitados en este infame ministerio, le golpearon horriblemente con vergas. Bien pronto el jefe de los lictores, Sextio, volteó su haz y descargólo sobre los ojos de la víctima con violencia horrible. El paciente, con la boca y los ojos inundados de sangre, cayó »a los pies del verdugo, quien no cesó de desgarrarle los costados. Después de tan bárbara ejecu»ción fué trasladado como muerto y al poco rato falleció»; y Suetonio, Calígula, 26; Tito Livio, 28-16.

5) Pues bien: esta gente fué la que azotó a Jesús de la manera más cruel y despiadada. Santa Brígida, en sus Revelaciones (4, 70), escribe: «Jubentç »lictore, Jesus seipsum vestibus exuit, columnam »sponte amplactens, recte ligatur et flagellis acul»eatis, infixis aculeis et retractis; non evellendo sed »sulcando totum corpus eius laceratur.» Mandándoselo el lictor, se despoja a Jesús de sus vestidos y abraza espontáneamente la columna; le atan bien, y con flagelos armados de púas metálicas van lacerando todo su cuerpo, no con picaduras, sino con surcos, clavándole las púas y arrancándoselas. Y fueron para Jesús más dolorosos los azotes:

a) Porque su cuerpo era más noble y delicado, como formado en las purísimas entrañas de María, de su sangre preciosa por el Espíritu Santo perfectísimo, y así más sensible.

b) Pilato ordenó una flagelación cruel para conseguir su objeto de excitar la conmiseración de los crueles enemigos de Jesús.

c) Además, Dios le veía cubierto con los pecados de todo el mundo, y la justicia divina vengó en el  todas nuestras iniquidades: «attritus est propter scelera nostra» (Is., 53, 5, et 1 Pet., 2, 24).

¿Por qué quiso sufrir tan acerbo tormento?

a) Para satisfacer por nuestros pecados, sobre todo los de impureza, compensando con el dolor de su carne el placer de la nuestra; con su desnudez, los pecados cometidos y ocasionados con trajes indecorosos y desnudeces provocativas de modas infames.

b) Para darnos a entender el odio que Dios tiene al vicio de la impureza. Dígalo si no el diluvio...; el fuego de la Pentápolis; Onam, muerto repentinamente; veintidós mil israelitas pasados a cuchillo porque pecaron con las moabitas (Groenings 173).

c) Para darnos a entender la terribilidad de los castigos que después de su resurrección tendrán que padecer los cuerpos de los condenados por este pecado.

d) Para ser el consuelo de los santos mártires y el dechado de los confesores y penitentes.

e) Reflectir en mí mismo y procurar sacar algún provecho de ello. Si tanto hizo Jesús por mi amor, si tanto me amó, ¿qué he de hacer yo por El y cómo he de amarle? ¿Me parecerá dura y difícil cualquier cosa que me pida? Si soy de Jesús, ya sé lo que el Apóstol me dice: Qui sunt Christi, carnem suam crucifixerunt, cum vitiis et concupiscentiis, (Gal., 5, 24). Los que son de Cristo, tienen crucificada su carne con los vicios y pasiones.

Pongámonos a los pies de este Señor, junto a la columna; besemos la tierra, bañada, bañada con tan preciosa sangre. Tomemos aquellos azotes, teñidos en sangre de Nuestro Redentor, y pongámoslos sobre nuestro corazón suplicándole que sane las llagas de nuestras aficiones desordenadas y nos llague con su divino amor. (P, La Puente.)

¡Pilato hizo azotar al Hijo de Dios! Así se le trata cuando no se le conoce. Y Jesús lo sufrió pensando en nosotros, en mí; diría a su Padre: ¡Gustoso sufro por ellos para que vuelvan a ser vuestros hijos y Vos seáis su Padre! ¡Llenémonos de saludable temor y confianza sin límites! Después de tal muestra de amor, ¿qué no debemos esperar para el tiempo y para la eternidad? Marquemos con la sangre de Cristo cuanto queramos salvar de eterna ruina. Si la sangre del cordero libró a los primog& nitos de los israelitas, ¿qué no hará la sangre de Cristo? Hagamos también con Jesús llagado oficio de buen samaritano, ¡curémosle! Derramemos aceite de compasión en sus llagas. ¡Digámosle una palabra de cariño! Alma mía, ¿cómo lograr esto? Tú eres la tierra regada con tan precioso riego; rinde frutos de salvación y consolarás a Jesús en sus sufrimientos. Valor para renunciar a cuanto pueda apartarme de Cristo, para sujetar mi carne al dolor, para cercenar las satisfacciones de los sentidos. ¡Corazón por corazón! ¡Sangre por sangre! ¡Vida por vida!

Coloquios. Uno con la Santísima Virgen, que sin duda estuvo presente o muy cerca al lugar de la flagelación... ¡Cuánto sufriría! «Fac me tecum, pie flere!...» Otro al Hijo, compadeciendo, agradeciendo, pidiendo, ofreciendo... Otro al Padre pidiendo, por la preciosísima sangre. de Jesús, lo que sentimos más necesitar.

NOTAS.—1) La columna de la flagelación se venera en Roma, en la iglesia de Santa Práxedes; es una especie de mojón de 70 centímetros de alto y de un diámetro de 45 centímetros en la base; es de mármol negro, con vetas blancas y tiene señales de haber llevado un anillo o argolla.

2) En cuanto al número de azotes, no hay que hacer gran caso de revelaciones particulares. La Emmerich dice que duró la flagelación tres cuartos de hora; la V. Agreda, que Jesús recibió 5.115 azotes; otros, como Eck, cuentan 5.375, ó 5.460 (Lanspergio) una santa reclusa; según Ludolfo, llegaron a 5.490. La flagelación era realmente el horrendo pre»ludio de la muerte)) (Huonder).

41ª  MEDITACIÓN

LA CORONACIÓNDEESPINAS. EL ECCE HOMO

Preámbulo. La historia es aquí cómo “terminada la flagelación, y habiéndose vestido Jesús, los soldados le llevaron al patio, le despojaron de sus vestiduras, echaron sobre sus hombros un andrajo de púrpura, tejieron una corona de espinas y se la ciñeron, y poniéndole en las manos una caña, le hicieron sentar y comenzaron a desfilar ante El, burlándose y diciéndole: “¡ Salve, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas, y le escupían, y tomando la caña le golpeaban con ella la cabeza. Pilato, al verle, se conmovió, y tomándole le presentó al pueblo, diciendo: Ecce homo! Y el pueblo respondió gritando: ¡ Crucifícale !  Pilato les dijo: Llevadle y crucificadle vosotros, porque yo no hallo en el   ninguna culpa. Los judíos le contestaron: Nosotros tenemos una lay, y según ella debe morir, porque se hace Hijo de Dios. Al oír esto Pilato se asustó más; entró nuevamente en el   Pretorio y dijo a Jesús: De dónde eres Tú? Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: No me contestas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte? Jesús le contestó:«No tendrías poder sobre Mí si no se te hubiese dado de arriba. Por eso e1 que me entregó a ti es reo de mayor delito. Después de esto Pilato se interesaba más por soltarlo”.

Punto 1.°  CORONACIÓN DE ESPINAS.

1) La soldadesca vil, como la pasada noche la chusma de servidores de los sacerdotes, tomaron a Jesús por objeto de ludibrio y no contentos con la horrible flagelación siguieron mofándose de Él y llenándole de escarnios. Después de la flagelación, milites autem duxerunt eum in atrium. praetorii (Mc., 15, 16), los soldados le llevaron entonces al patio del Pretorio. Y tuvo lugar la escena tan dolorosamente conmovedora, dice Fillion, de la coronación de espinas, de la que San Mateo y San Marcos nos han conservado una relación bastante completa, y que San Juan sólo menciona en breves palabras; tuvo, en verdad, un carácter diabólico. (Mt., 27, 27-30; Mc., 15, 16-19; Jo., 19, 2-3.) Diríase, nota San Juan Crisóstomo, que el infierno todo se había desencadenado contra el Hijo de Dios para acrecentar el número y la acerbidad de los tormentos más exquisitos. ¡Era su hora!

Ocurrióseles, pues que habían oído que se hacía pasar por rey, parodiar su coronación, y para ello convocaron toda la cohorte; claro que no se ha de tomar a la letra el «totam cohortem» de San Mateo y San Marcos, pero aun así se reunieron muchos. Y comenzaron la fiesta; algunos asistían como meros espectadores o curiosos a aquel espectáculo deshonroso e infamante. Le despojaron nuevamente de sus vestiduras con dolor, pues estaba hecho una llaga viva, y afrenta; echaron sobre sus hombros desnudos un andrajo de púrpura, y tejiendo una corona de espinas la pusieron sobre su cabeza.

2) Le desnudaron! «Durante la Sagrada Pasión, Nuestro Señor dispuso las cosas de suerte que cada nuevo sufrimiento llamase nuestra atención sobre alguna falta de las cometidas por nosotros, excitándonos a llorarlas todas. Y sabía bien en aquel santo viernes de la Pasión cuántos pecados se habían de cometer a causa de los vestidos y desnudeces, modas y afeites..., que habían de convertirse en instrumento de lujuria y vanidad al servicio de la concupiscencia de la carne, de la concupiscencia de la vista y de la soberbia de la vida.»

Le echaron sobre los hombros una clámide vieja de púrpura; sería algún harapo irrisorio que dijera bien con el concepto que aquella canalla tenía del reino de Cristo. ¡Después tejieron una corona con algún junco o vara flexible, armada con agudas espinas, y con ella, a guisa de diadema, orlaron la frente y la cabeza de Jesús! ¡Qué horrible tormento; penetraron las espinas en parte tan delicada y sensible, con dolor acerbísimo para el Señor, y corrió la sangre, enturbiando sus ojos, surcando su rostro, empapando sus cabellos! Las espinas que se conservan son grandes y fuertes, suficientes a herir muy honda y dolorosamente. «Y pusiéronle en »la mano derecha una caña, y con la rodilla hinchada en tierra, le escarnecían, diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos. ¡Y escupiéndole, tomaban »la caña y le herían en la cabeza!» (Mt., 27, 29-30). Así parodian sacrílegamente, en el   Pretorio, la entronización real del Mesías. Y ese Señor así burlado es aquel a cuyo nombre se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos. (Phil., 2, 10). «He »entregado mi cuerpo a los que me golpeaban, no he »vuelto mi rostro a los que me escupían en el » (Is., 50, 6). Lo había ya anunciado Jesús a sus discípulos: “Tradetur gentibus... et illudetur; flageliabitur, et conspuetur (Lc 18, 32)…Será entregado a los gentiles... y burlado, azotado y escupido. ¡Y el Señor callaba y sufría paciente por mí! ¡Cómo se oculta la divinidad!

3) ¿Por qué quiso el Señor padecer este horrible tormento? ¡Por mí! Por mis pensamientos vanísimos... y, sobre todo, por los pensamientos poco castos, espinas agudísimas que se clavan en el   corazón de nuestro amor, Jesús. Cuando tales pensamientos nos asalten, pensemos que el aceptarlos es añadir nuevas espinas a la corona del Salvador, y a buen seguro que los rechazaremos. Si algunas hemos clavado ya, procuremos con amor, con actos de reparación, con celo apostólico, resarcirlas, evitando nuevas heridas.

¡ Penetremos en el   Corazón de Cristo mientras que le vemos sufrir exteriormente; veamos qué siente, de los que le atormentan y de nosotros mismos! ¡Compasión, amor intenso, deseo vivísimo de traerlos a buen camino, de perdonarlos! ... ¡Amor!

4) Esta escena burlesca del Pretorio se reproduce en la historia y en nuestros días. ¡ Cómo se hace rnofa y escarnio del Pontificado y de sus derechos y títulos, que son calumniados y arrastrados por el fango! ¿No proceden muchas veces como la soldadesca romana muchos de nuestros escritores, periodistas, profesores, que escupen blasfemias horrendas, insultos soeces al rostro de Jesús? ¡Blasfeman de Dios, hacen irrisión de sus dogmas! Pero, ¿qué más, si hasta en nuestros templos, no pocas veces, en vez de alabarle, se injuria al Señor y parecen las reverencias de algunos cristianos la irrisoria genuflexión de los sayones de Cristo? La genuflexión ante el Santísimo en nuestros templos es, sin duda, una de las más expresivas y hermosas costumbres de la Iglesia Católica y de la piedad de los fieles, sobre todo cuando en este acatamiento «al postrarse el cuerpo se postran igualmente el corazón y el alma con fe y amor delante de Cristo, escondido en el   tabernáculo. Ave, Rex! ¡Yo te saludo, Rey mío y Salvador mío, aunque parezcas pequeño, cubierto con la clámide pobre de las especies sacramentales; yo te adoro como a mi Señor y mi Dios y doblo mis rodillas como tu fiel vasallo! Mas ¿qué viene a ser esta señal de acatamiento cuando falta la fe viva, y con ella el espíritu de devoción? Una caricatura, un homenaje de burla, aunque tal vez inconsciente» (Huonder, «La noche de la Pasión»).

Punto 2.° ECCE HOMO!

1) ¡Cómo quedó Jesús! ¡Míralo! ¡ Deshecho por los azotes, aparecen por la amplia abertura de la clámide sus carnes acardenaladas, sangrantes, laceradas; su rostro, afeado por las salivas inmundas y la sangre que corría de su frente taladrada; su cabeza, coronada de espinas; en sus manos, una caña por cetro; cubierto a medias su cuerpo por un andrajo repugnante que quería simular un manto de irrisoria grandeza! Al verlo, Pilato se conmovió; parecía un leproso; “no hay en el   hermosura, ni buen parecer ni atractivo que nos le haga amable; despreciado, el postrero de los hombres, y sabe de enfermedades” (Is., 53, 2 y sigs.). Juzgó el Pretor romano, por el efecto que en sí había sentido que con sólo verlo la muchedumbre se daría por contenta y consentiría en su libertad. “Tomóle, pues y sacóle fuera, y presentándole al pueblo, clamó: Ecce horno! ¡Ved aquí al hombre!” (Jn 19, 4). Pareciéndole que aun los más encarnizados enemigos de Jesús se darían por satisfechos con el castigo que se le había aplicado; pero se engañaba.

Apenas los sacerdotes y los servidores del Sanedrín lo vieron, comenzaron a gritar con todas sus fuerzas: ¡Crucifícaló! ¡Crucifícalo! (Ib., 6). No esperaba Pilato esta contestación del pueblo, y quedó sorprendido, espantado y lleno de indignación al ver que había obtenido todo lo contrario de lo que su política mezquina de oportunismo esperaba. El tigre ha lamido la sangre, y esto no hace sino excitar más la sed de ella (Huonder). Cómo se repite la escena y cómo se reitera a través de los siglos el grito nefando de «¡Crucifícalo; no queremos que reine!»

2) “Ecce homo!” En boca de Pilato, esa frase significa: ¡mirad ese hombre que se llama Rey, Mesías e Hijo de Dios tan castigado y desfigurado que apenas parece hombre; compadeceos y contentaos con los castigos que ha recibido! Mirémosle y preguntémosle: Señor ¿por qué te humillas tanto que vienes a ser tenido por gusano y no hombre y por afrenta del linaje humano? La soberbia con que yo pretendí ser más que hombre igualándome con Dios, es causa de que Tú te hayas humillado tanto; porque tan abominable soberbia pedía medicina de tan admirable humildad (La Puente).

3) “Ecce homo!” En cuanto dicho por el Divino Espíritu quiere significar mirad este hombre que aunque parece sólo hombre, y hombre tan envilecido, es más que hombre, porque es Hijo de Dios vivo, Mesías prometido en la ley, cabeza de los hombres y de los ángeles, Redentor del humano linaje y único remediador de todas sus miserias, cuya caridad fué tan grande que ha tomado esta figura tan dolorosa por sólo amor a los hombres, para pagar las deudas de sus pecados y librarles de las penas eternas que merecían por ellos. ¡Cuántas gracias debemos darles y cómo debemos servirle!

4) El pueblo le rechaza; tú, ¡póstrate, a sus, pies y mírale! ¡Mira ese hombre! ¡Al posarse en el  la mirada del Padre perdona mis faltas; ese hombre me ha amado como nadie! ¡Me ha revelado los abismos de bondad de su corazón y los de malicia del mío! Sus heridas curan mis males; sus lágrimas consuelan mis dolores; sus oprobios son causa de mi gloria; su muerte me dará la vida. Su vista me recuerda con dulzura infinita mis faltas. ¡He aquí al que viene a salvarme y al que vendrá a juzgarme! ¡Ahora le contemplo humillado; día vendrá en que le vea en todo el esplendor de su soberanía universal y eterna! Digamos a Dios: ¡He ahí al que me enviáis; he ahí al que me ha hecho esperar en vuestra misericordia! ¡El me da seguridad de que aceptaréis, benigno, mis plegarias! ¡Por lo que El sufre, escuchadme! ¡Salvadme!

Punto 3.° DIÁLOGO DE PILATO CON JESÚS.

1) Ejecutada la coronación, “salió Pilato de nuevo afuera y díjoles: He aquí que os lo saco fuera para que reconozcáis que yo no hallo en el   delito ninguno... Luego que los Pontífices y sus ministros le vieron, alzaron el grito, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Díceles Pilato: Tomadle allá vosotros y crucificadle, que yo no hallo en el   crimen. Respondiéronle los judíos: Nosotros tenemos una ley, y según esta ley debe morir porque se ha hecho Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó esta acusa»ción se llenó más de temor. Y volviendo a entrar en el   Pretorio, dijo a Jesús: ¿De dónde eres Tú? Mas Jesús no le respondió palabra.. Por lo que Pilato le dice: ¿A mí no me hablas? ¿Pues no sabes, que está en mi mano el crucificarte y en mi mano está el soltarte? Respondió Jesús: No tendrías poder alguno sobre Mí si no te fuera dado de arriba. Por tanto, quien a ti me ha entregado es reo de pecado más grave. Desde aquel punto Pilato buscaba cómo librarle. Pero los judíos daban voces diciendo: Si sueltas a Ese, no eres amigo del César, puesto que cualquiera que se hace rey se declara contra el César. Pilato, oyendo estas palabras, sacó a Jesús fuera y sentóse en su tribunal; en el   lugar dicho en griego litóstrotos y en hebreo gabbata. Era entonces el día de la preparación o el viernes de Pascua, cerca de la hora sexta (mediodía), Y dijo a los judíos: ¡Aquí tenéis a vuestro Rey! Ellos, empero, gritaban: Quita, quítale de en me»dio, crucifícale. Díceles Pilato: ¿A vuestro Rey tengo yo de crucificar? Respondieron los Pontífices: No tenemos rey, sino a César” (Jn 19, 4-15). Obstinación espantosa la de los enemigos de Jesús: hasta qué punto puede llevarnos una pasión si en vez de combatirla desde el principio, la fomentamos.

2) Tal grandeza resplandecía en Jesús en medio de su humillación, que Pilato, en vez de despreciar, como parecía natural, la idea de que aquel reo fuera Hijo de Dios, se dejó impresionar por ella y quiso inquirir, según sus falsas ideas, lo que pudiera haber de cierto en aquella acusación, y preguntó a Jesús: “De dónde eres Tú? Jesús calló. ¿Para qué iba a hablar si no le había de entender? El padre no habla de su Hijo sino a los que están dispuestos a seguirle; el Hijo no habla de su Padre sino a los que desean conocerle para amarle y sujetarse a Él. No era ése el estado de alma de Pilato; por eso el Señor calló, no aprovechando la magnífica ocasión que para defenderse se le brindaba; ¡nuestro amor le empujaba al sacrificio, y nada quiere hacer por apartar de su camino la Cruz!

3) Pilato, ofendido, le amenaza con su poder; y Jesús entonces habla para frenar la necia soberbia del magistrado romano con una lección política cristiana. Calló para su defensa; habló para volver por el honor de Dios. El poder de que te jactas no es tuyo, sino de Dios, fuente de todo poder. Idea sublime que esfuerza el alma a sufrir como de la mano de Dios, lo que no levantando los ojos parece insufrible por venir de quien viene. No lo olvidemos: Dios en su providencia, que escribe derecho con renglones torcidos, se vale para sus altos fines de las miras mezquinas y rastreras de los poderes arbitrarios del mundo. Todo terminará con la victoria de Dios; claro que no lograda en el   término perentorio que nosotros le señalamos. No tendrían poder alguno sobre nosotros si. no se les diese de arriba. ¿Para qué se les da? Acaso para crucificamos...; siempre para la gloria de Dios.

Indicóle Jesús que mayor pecado que el suyo, de Pilato, era el de Judas, que le entregó a los sacerdotes, y el de Caifás, que le entregó a los romanos: ellos obraban por malicia; ¡ Pilato, por cobardía!

4) Díjoles después Pilato a los judíos, corno tentando el último recurso para lograr la libertad de Jesús: «Ecce rex vester.» ¡He aquí vuestro rey!, ¡ y lo tomaron como un insulto y protestaron de que no querían otro rey que el César! ¡Qué ceguedad, qué horrible desgracia, rechazar el reino suavísimo de Cristo, su yugo ligero y la liviana carga de su ley para echarse encima la esclavitud durísima del emperador romano; ellos la quisieron y ellos la hubieron de sufrir!

No así nosotros, sino que al «ecce rex vester» respondamos: ¡Sí, Ese es nuestro Rey!, por mil derechos legítimos y además por elección nuestra voluntaria; ¡ y aprovechemos la ocasión para reiterar a Jesús las oblaciones de mayor estima y momento de la meditación del Reino, protestando de que no estamos de ellas arrepentidos, sino cada día más firmes y constantes en el  las, y que cuanto más vil, despreciado y abandonado le vemos por nuestro amor, más y más le amamos y con más decisión reiteramos nuestros juramentos de fidelidad! El nos ayude a cumplirlos, ya que nos ha animado a ofrecerlos.

42ª  MEDITACIÓN

DE LOS MISTERIOS HECHOS DESDE LA CASA DE PILATO HASTA LA CRUZ, INCLUSIVE.

Preámbulo. La historia es aquí cómo, cediendo al fin Pilato a las instancias de los Sacerdotes, sentóse en Su tribunal, y firmó la Sentencia de muerte de Jesús, diciendo: “Soy inocente de la sangre de este justo”. Y respondió todo el pueblo: “Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Entonces Pilato les entregó a Jesús para que fuese crucificado. Los soldados, después que se hubieron burlado de Él, le quitaron el manto de grana, y le pusieron sus vestidos, y le sacaron afuera para crucificarle. Jesús, cargado con la cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo dicen Gólgota. Cuando le llevaron se encontraron con un hombre de Cirene, llamado Simón, padre de Alejandro y de Rufo, que venía del campo, obligándole a que llevase la cruz de Jesús. Seguíale gran muchedumbre de pueblo y de mujeres, las cuales se condolían de Él; pero Jesús, vuelto a ellas, les dijo:  ¡Hijas de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos! ¡Mirad que van a venir días en que se dirá: dichosas las estériles, y los vientres que no criaron, y los pechos que no amamantaron! Empezarán a decir a los montes: ¡caed sobre nosotros! y a los collados: ¡ocultadnos! porque si en el   árbol verde se hace esto, ¿qué harán con el seco?» Eran conducidos con El también para ser ajusticiados otros dos criminales. Cuando llegaron, pues, al lugar llamado Calvario, le dieron a beber vino aromatizado con mirra; pero habiéndolo gustado, no quiso beber. Allí le crucificaron”.

Composición de lugar: el Pretorio, el camino del Calvario y el Calvario; el trayecto a recorrer era de unos 500 a 600 metros; como 1.300 pasos. Era el Calvario una colina próxima a la ciudad: era costumbre de los romanos ejecutar a los malhechores fuera, pero cerca de la ciudad.

Punto 1.° PILATO, SENTADO COMO JUEZ, LES SOMETIÓ A JESÚS PARA QUE LE CRUCIFICASEN DESPUÉS QUE LOS JUDÍOS LO HABÍAN NEGADO POR REY DICIENDO: «NO TENEMOS REY, SINO CÉSAR.

1) ¡La falsa política de concesiones injustas y de seos de complacer a todos llevó a Pilato de claudicación en claudicación hasta la horrible caída de la condenación de Jesús! Pilato, oyendo a los judíos, que daban voces gritando: «Si sueltas a Ese, no eres amigo de César, puesto que cualquiera que se hace rey se declara contra César», sacó a Jesús afuera y sentóse en su Tribunal, en el   lugar dicho en griego litóstrotos : en hebreo gabbata, para pronunciar ante todo el pueblo, desde lo alto de su Tribunal, la sentencia de condenación. Y el que había proclamado varias veces la inocencia de Jesús e ideado para ponerle en libertad varios expedientes, a su parecer eficaces, pero en realidad inútiles, sin que haya siquiera formulariamente enunciado que había encontrado la menor causa de condenación, dicta contra El sentencia de muerte, y no de una muerte cualquiera, sino de cruz la más ignominiosa, reservada para los grandes criminales y para los esclavos. Sentado en su Tribunal, volviéndose al reo pronunció la fórmula ritual: «Ibis ad crucem ! » ¡Irás a la cruz! Después, dirigiéndose al centurión encargado de ejecutar la sentencia, añadió: «1, miles, expedi crucem!» ¡Ve, soldado, prepara la cruz! Y quedó Jesús entregado a los verdugos para que le crucificasen.

2) Antes de dictar la sentencia de muerte, Pilato se había lavado las manos en público, protestando: Soy inocente de la sangre de este justo; allá os lo veáis vosotros. A lo cual respondió todo el pueblo: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! (Mt., 27, 24-25). Este simbólico lavatorio, que se hacía para declararse uno inocente del delito de sangre, era ya costumbre entre los judíos antiguos (Deut., 21, 6; Salm. 25, 6) y uso común en otros pueblos. ¡Si bastara lavarse las manos para, al mismo tiempo, lavarse la conciencia! Pero delante de Dios de nada sirve tener limpias las manos, si está el interior lleno de dolo y malicia. No nos paguemos de exterioridades y procuremos, sobre todo al celebrar el Santo Sacrificio, que el lavarnos las manos sea señal exterior de gran limpieza interior.

3) ¡Qué horrible grito el de aquella turba seducida por los malos sacerdotes y los ancianos; caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! ¡Desdichados! Cayó, en verdad, corno estigma de reprobación la sangre preciosísima del Redentor, «cujus una stilla salvum facere totum mundum, quit, ab omni scelere», de la que una gotita basta a salvar todo el mundo de todo crimen. ¡Y para los judíos ha sido signo de maldición! Pidamos con instante humildad que caiga sobre nosotros como rocío fecundante sobre reseca tierra, como lluvia redentora, y su eficacia maravillosa germine en frutos sazonados de virtud y santidad. ¡La sangre de Cristo, indignamente recibida, es, como nos dice el Apóstol (1 ad Cor., 11, 29), condenación! ¡ Pero bien recibida, es incorporación a Cristo, y vida divina, y vida eterna!

Punto 2.° LLEVABA LA CRUZ A CUESTAS, Y NO PUDIÉNDOLA LLEVAR FUE CONSTREÑIDO SIMÓN CIRINENSE PARA QUE LA LLEVASE DETRÁS DE JESÚS.

1) Condenado a muerte y entregado a los verdugos, le quitaron la clámide de púrpura, y habiéndole puesto otra vez sus propios vestidos, le sacaron a crucificar. Fue de nuevo causa de vergüenza grandísima y de no pequeño dolor el acto de arrancarle la clámide, dejándole desnudo a los ojos de aquella turba soez, y abriéndole nuevamente las heridas, que comenzaban a secarse.

¡Le cargaron con la cruz! Deshonra: «servitutis extremum summumque supplicium», por ser él extremo y sumo suplicio que a los esclavos se aplicaba; y al mismo tiempo dolorosa: «crudelissimum tererrimumque supplicium», porque era en verdad cruelísimo y horroroso suplicio (Cicerón, in Verrem, II, 5, 66, 169). Para mayor deshonra diéronle como compañeros de tormento a dos ladrones condenados a muerte de cruz.

2) ¿Cómo recibiría Jesús el hasta entonces infame madero en que había de ser clavado? «Abrazóla el Señor (la cruz) de buena gana, viendo y considerando las maravillas que había de obrar por medio de ella, y tomó en el  la sobre sus hombros la carga de nuestros pecados, que sólo El la pudiera llevar; y levantó en alto el cetro de su imperio, como dijo Isaías (9, 6): Factus est principatus super humerum eius (Is., 9, 6); su reino y su imperio se cargó sobre sus hombros (La Palma).

Y salió llevando su cruz hacia el Calvario, que en hebreo se llama Gólgota. Bien quisiéramos saber paso a paso el camino que Jesús siguió del Pretorio al Calvario, pero los sagrados autores no lo señalan. La piedad de los fieles, en el   devotísimo ejercicio del «Via-Crucis» ha señalado tres caídas, el encuentro con su Madre Santísima y el de la Verónica, de los que nada se nos dice en el   texto sagrado; pero sin duda que se puede meditar píamente en tan delicadas escenas para no pequeño fruto de nuestras almas. El Santo Padre sólo nos presenta en este punto la escena del Cirineo, narrada por los tres sinópticos.

3) Veámosle salir del Pretorio cargando a cuestas su cruz; delante va un heraldo o soldado llevando escrita en una tablilla la causa de la condenación de Jesús: «Jesús Nazarenus, rex iudaeorum», ¡Jesús Nazareno, Rey de los judíos! Y a pesar de la airada protesta de los enemigos de Jesús, Pilato, dando pruebas de una firmeza de voluntad que hasta entonces en el   proceso no había demostrado, mantuvo irreformable su primera decisión. Era la cruz tan pesada y estaban tan quebrantadas las fuerzas del Señor, que muy pronto echaron de ver los verdugos que no podría llegar, cargado con ella, hasta el lugar de la ejecución. Quizá al principio, viéndole flaquear, quisieron, crueles, estimular la que juzgaban flojedad del reo con injurias y golpes... mientras la turba le arrojaba oarro y piedras. Las costumbres orientales concedían tal derecho al populacho, y las prescripciones rabínicas imponían como un deber y un mérito el molestar despiadademente al condenado con insultos e inmundicias (De Lai).

Al salir de la ciudad se encontraron con un hombre que volvía de su trabajo del campo; era natural de Cirene, llamado Simón, padre de Alejandro, y Rufo. Cita San Marcos los nombres de los hijos del Cirineo como de conocidos en Roma, para cuyos cristianos escribió su Evangelio; a Rufo lo cita también con elogio al fin de su epístola a los romanos San Pablo: “Saludad a Rufo, escogido del Señor, y a su madre, que también lo es mía” (Rom., 16, 13) en el   amor. Simón cargó, según perece, a disgusto con la cruz, siguiendo a Jesús; ¡pero cuál no es la eficacia maravillosa del leño santo que aun así llevado le sirvió, a lo que se cree, de salud eterna!

Poco después de ser aliviado del peso de la cruz se encontró Jesús a su paso con un grupo de mujeres que se deshacían en lágrimas y se daban golpes de pecho como si asistieran a los funerales de algún íntimo. Y Jesús, mirándolas compasivo, les advierte que su dolor han de enderezarlo a otro objeto mucho más digno de llorarse, pues su muerte ha de salvar al mundo: “Mujeres de Jerusalén, no lloréis por Mí; llorad más bien por vosotras, por vuestros hijos! Mirad que van a venir días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles y los vientres que »no criaron y los pechos que no amamantaron! Empezarán entonces a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! y a los collados: ¡Ocultadnos!, porque si en el   árbol verde se hace esto, ¿qué harán con el seco?” (Lc 23, 27-31). La profecía se había de cumplir cuarenta años más tarde, y algunas de las mujeres presentes serían testigos y víctimas de la gran cólera que estalló sobre Jerusalén.

4) Ese es el Capitán a quien juramos seguir; ése es el modelo de todos los predestinados; como Él, todos hemos de llevar nuestra cruz. Si Él no fuera adelante, el camino sería intransitable; pero al correrlo el primero nos deja sus huellas, «sanguínea et calefacientia» sangrientas y calentadoras; y pisando sobre ellas marchan sus fieles seguidores con esfuerzo sobrehumano. « ¡Ay de los que llevando la cruz no siguen a Cristo!, dice San Bernardo;  ¡cuán dura les ha de ser su cruz!» Pensamientos fecundos los que la «Imitación de Cristo» (1. 2.°, c. 12) nos sugiere y dignos de atenta consideración.

Reflictamos y consideremos lo que Cristo Nuestro Señor padece en todos estos pasos, y con mucha fuerza esforcémonos en doler, tristar y llorar. Consideremos cómo se esconde la divinidad; ése al parecer criminal, cargado de infamante cruz, que no pudiendo soportar su peso cae bajo ella una y otra vez, es Dios. ¡Dios de veras escondido! ¡Y todo eso lo padece por mí, por mis pecados! ¿Qué debó yo hacer y padecer por El? Ya me lo ha indicado El mismo en la elección o reforma. ¿Quedará en el   papel o en meras palabras? No lo permitáis, Señor, y pues tan buenos deseos me habéis dado, otorgad- me gracia abundante para ponerlos por obra.

Punto 3.° LO CRUCIFICARON EN MEDIO DE DOS LADRONES, PONIENDO ESTE TÍTULO: «JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS.»

1) Llegan al Calvario y proceden a la ejecución de la sentencia. Veamos a Jesús fatigado del camino y, sobre todo, agotado por el derramamiento de sangre y los tormentos que habían precedido. Costumbre era humanitaria dar a los que iban a ser ajusticiados alguna bebida narcótica que, embotando en algo su sensibilidad, les hiciera menos doloroso el suplicio. San Marcos (Mc., 15, 23) nos dice que brindaron a Jesús «myrrhatum vinum.», vino mirrado; y San Mateo (Mt., 27, 34), que le dieron «vinum cum felie mixtum», vino mezclado con hiel. (La palabra hiel de la Vulgata traduce otra hebrea que significa «cosa amarga».)

2) No es cosa averiguada si la crucifixión se hizo con la cruz derribada en el   suelo o con ella enhiesta. A juicio del Cardenal De Lai, en su obra «La Pasión de Nuestro Señor», cuando la crucifixión se ejecutaba con cruces ya de antemano fijadas, se usaba el método de hacerles «subir» a ellas a los condenados; pero cuando, corno sucedió con Jesús, llevaba el reo su cruz, es inverosímil que se hiciese la crucifixión en otra forma que obligando al reo a acostarse sobre el instrumento de suplicio. Tal es el sentir común de los más de los historiadores de la Pasión. Reproduzcamos la dolorosa escena: tendida la cruz en el   suelo, y después de haber despojado a Jesús de sus vestiduras, le ordenaron que se acostase sobre ella y extendiera sus brazos y sus pies. Obedece el mansísimo Jesús: ya estaba de Él predicho que sería llevado al suplicio como oveja al matadero, sin que abriese sus labios (Is., 53, 7).

¡Y cómo se cumplía! Ofrece sus manos, y los verdugos, martillando fieramente sobre ellas, las fijan al duro leño; después hacen lo mismo con los pies. ¡Sufrimiento horrible! Con razón escribe San Agustín: «Illa morte pejus nihil fuit inter genera mortium... »extremum et pessimum genus mortis» (In Jn tr. 36, 4 ML. 35, 1665), entre los varios géneros de muerte ninguna peor que aquélla..., el último y pésimo género de muerte. «Altérase por completo la circulación de la sangre, que no pudiendo seguir su libre curso a las extremidades afluía a la cabeza y al corazón y provocaba así sufrimientos peores que la muerte misma; muy pronto devoraban al condenado una fiebre ardiente y una sed inextinguible... Ulpiano. la llama por eso el peor de los castigos posibles» (De Lai, o. c.). Añádase a la horrible acerbidad del dolor la vilísima infamia del deshonor, que marcaba con sello imborrable el nombre del ajusticiado y el de su familia.

3) ¡Y Jesús lo sufrió todo por mí! Levantaron la cruz con dolor violentísimo para Jesús y la colocaron en el   hoyo preparado; ¡cómo se estremeció, a impulsos del brutal sacudimiento, el cuerpo delicadísimo de Nuestro Salvador! ¡Mírale; ya está levantado sobre la tierra en disposición de cumplir el «si exaltatus fuero... omnia traham ad meipsum!» (Jn 12, 32), ¡todo lo traeré hacia Mí!

Por lo menos, mi buen Jesús, mi corazón sí que lo atraes a Ti. ¡Ahí lo tienes, que no te lo vuelva yo a quitar! ¡No; antes mil veces la muerte! Fija ya la cruz del Salvador, a sus lados se levantan muy pronto las de los dos ladrones, el uno a su derecha, el otro a su izquierda; El en medio. Con lo que se cumplió la escritura, que dice: ¡Y fué puesto en la clase de malhechores (Mc 15, 28) y reputado por el más vil de ellos!

4) Encima de su cabeza iba, fijo a la cruz, su título de Rey de los judíos. ¡ Rey es, y Rey eterno! Su trono, una cruz; su corona, de espinas, y, sin embargo, Rey verdadero, cuyo Reino no tiene fin; Rey de las almas. Ninguno tan amado ni tan odiado; como que su amor divide a la Humanidad entera en dos grandes porciones: los que le aman..., los predestinados; los que no le aman..., ¡los precitos! En nuestras manos la elección. Dichosos de nosotros que hemos conocido a tal Rey, y más dichosos si le seguimos de cerca; así lo hemos jurado, y lejos de arrepentimos de nuestro juramento al ver a dónde nos lleva, nos confirmamos en el  y lo reiteramos con toda el alma; protestando que tanto más le amamos cuanto más humillado y deshecho por nuestro amor le vemos.

En todos estos misterios de la Santa Pasión es materia devotísima de meditar la parte que tomó en el  los nuestra Madre la Santísima Virgen. Ella fue siguiendo paso a paso los de su Hijo, a Él, unida por la compasión, con Él quedó, ¡ aunque sin clavos y sin cruz material, bien crucificada! Pidámosla que nos permita acompañarla, mezclar nuestras lágrimas con las suyas y sentir la fuerza del dolor como Ella lo sintió.

Coloquios. Con Cristo crucificado un coloquio de compasión, de amor, de petición de ofrecimiento: Alma de Cristo, Cuerpo de Cristo, Sangre…

43ª  MEDITACIÓN

DE LOS MISTERIOS HECHOS EN LA CRUZ.

Preámbulo  La historia, cómo crucificado Jesús pronunció siete palabras, que nos conservan los evangelistas. A su muerte siguiéronse ciertos sucesos extraordinarios: oscurecióse el sol, quebráronse las piedras, abriéronse los sepulcros, el velo del templo se rasgó de arriba abajo. Estando Jesús crucificado, sus enemigos se acercaban blasfemando de Él y diciendo: ¡ Tú eres el que destruye el templo de Dios; baja de la cruz! Los soldados se repartieron sus vestidos. Y después de muerto, al ser herido con la lanza su costado, brotó agua y sangre.

Composición de lugar: el Calvario, y en el  las tres cruces; nuestra Madre querida.

Punto 1.° HABLÓ SIETE PALABRAS EN LA CRUZ: ROGÓ POR LOS QUE LE CRUCIFICABAN; PERDONÓ AL LADRÓN; ENCOMENDÓ A SAN JUAN A SU MADRE, Y A LA MADRE A SAN JUAN; DIJO EN ALTA VOZ: «SITIO», Y DIÉRONLE HIEL Y VINAGRE; DIJO QUE ERA DESAMPARADO; DIJO «ACABADO ES»; DIJO: «PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU.»

NOTA.—Resume Nuestro Santo Padre en esta contemplación materia abundantísima; sólo este primer punto puede, sin duda, proporcionarla para varios ejercicios. Claro que no se ha de pretender en cada una de las palabras agotar las reflexiones que de ella se pueden deducir, sino que ha de dirigirse la meditación al fin de esta semana y al fruto concreto que el ejercitante desea alcanzar en estos ejercicios, prescindiendo por ahora de cuanto, aunque santamente, pueda apartarle de lo que busca. Expondremos o apuntaremos materia abundante; cada uno ha de prescindir de la que no cuadre aptamente para hallar lo que desea.
Son las siete palabras el testamento de Nuestro Padre, dictado en su lecho de muerte, durante las tres horas de mortal agonía que en la cruz hubo de sufrir. ¡Con qué solicitud cariñosa las hemos de recibir y guardar!

PRIMERA PALABRA. «Pater, dimitte illis, non enim sciunt quid faciunt» (Le., 23, 34). Padre, perdónalos, porque no saben lo que se hacen.

San Ignacio indica que Jesús pronunció esta palabra mientras los soldados le crucificaban; y así parece indicarlo la frase misma que usa San Lucas. El P. Silva Castro, Mercedario, en su «Historia evangélica de Jesús» (289), escribe: «El momento en que se levantaba la cruz con el reo enclavado era emocionante. Se produjo un gran silencio, en medio del cual resuenan y son oídas con admiración las palabras de Jesús pidiendo perdón y misericordia. La fuerza del dolor, que en aquellos instantes hubo de ser intensísimo, arrancó de los labios y el pecho de Jesús un grito, como nos acaece al sentir una punzada aguda de dolor que no podemos refrenar, un ¡ ay! o una exclamación; y en este grito manifestó lo que más en lo íntimo tenía: ¡misericordia, compasión, amor!

1) Como abogado defiende la causa de sus enemigos y alega en su favor el único argumento posible: «¡No saben lo que hacen!» Había después de recordárselo el Apóstol San Pedro; «Ahora, hermanos, yo bien sé que hicisteis por ignorancia lo que »hicisteis, como también vuestros jefes» (Act. Ap., 3, 17). Y San Pablo, escribiendo a los Corintios (1 Cor., 2, 8), les dice: «Sabiduría de Dios... que ninguno de los »príncipes de este siglo han entendido; que si la hu»biesen entendido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria.»

No comprendían los judíos toda la enormidad de su culpa; pero esa ignorancia de los sacerdotes y sanedritas era gravemente culpable en cuanto que era fruto de su resistencia a la gracia y de la ceguera voluntaria por haber obstinadamente cerrado sus ojos a la luz y no les absolvía de su gravísimo pecado, aunque disminuía la voluntariedad.

Consideremos esta inmensa misericordia del Señor, que en el   momento mismo en que le crucifican intercede en súplica de perdón no sólo para los ejecutores materiales de la crucifixión, soldados gentiles que no penetraban la maldad de lo que hacían, sino aun para los malvados sanedritas, verdaderos autores de aquel crimen y para cuantos pecadores habían de renovarlo en la sucesión de los siglos Y pensemos si puede creerse que niegue el perdón a quien contrito se lo pide. Pensarlo sería ofender gravísimamente a Nuestro Señor.

2) Otra lección no menos útil quiso leernos el Señor en esta palabra. Habíanos mandado perdonar a nuestros enemigos y volverles bien por mal. Precepto difícil; pues no hay en nosotros pasión más violenta y difícil de dominar que la ira, que se enciende al insulto y nos empuja a la venganza con fuerza avasalladora. Lo sabía nuestro Capitán; por eso no se contenta con el mandato sino que nos da el ejemplo; ni nos dice: ¡marchad!, sino ¡venid! Va El delante señalándonos el camino y acompañándonos en su recorrido Hemos jurado seguirle...;  ¡perdonemos!, y si no, dejemos de rezar el «Padre nuestro», pues firmamos nuestra sentencia le condenación.

SEGUNDA PALABRA. «Amen dico tibi: hodie mecum »eris in paradiso» (Lc 23, 43). En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el   paraíso.

1) San Lucas escribe: «Y uno de los ladrones que estaban crucificados blasfemaba, contra Jesús, di»ciendo. Si Tú eres el Cristo, sálvate a Ti mismo y a nosotros. Mas el otro le reprendía diciendo: Cómo, ¿ni aun tú temes a Dios estando como estás en el   mismo suplicio? Y nosotros, a la verdad, estamos en el  justamente, pues pagamos la pena merecida por nuestros delitos; pero Este ningún mal ha hecho. Decía después a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le dijo: En verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el   paraíso» (Ib., 39-43).

Nueva muestra de la misericordia sin límites de Jesús, que debemos estudiar para ir llenándonos de confianza, que la necesitamos mucho. Mofábanse de Jesús los transeúntes, y moviendo la cabeza, le decían: «¡ Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas sálvate a Ti mismo ba»jando de la cruz!» Burlábanse de Él, hablando entre sí, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos y doctores, y se decían: «Salvó a otros y no se puede salvar a sí mismo. Ha confiado en Dios; que le salve ahora si le ama, pues ha dicho: ¡Soy el Hijo de Dios!» Y al oírlo, los mismos soldados que montaban la guardia se mofaban de Él diciendo: «Si eres el Rey de los judíos, sálvate a Ti mismo» (Ib., 37). Como ellos hablaba, insultante, uno de los compañeros de suplicio.

2) El otro más reflexivo, había ido observando lleno de admiración el proceder de Jesús: le había oído hablar en el camino del Calvario; le vio sufrir con tanta grandeza, le escuchó interceder por sus verdugos, llamar a Dios su Padre con plena confianza, y conmovido hasta lo más íntimo de su alma, la abrió a la gracia, que fue en el  la luz vivísima que disipd las densas tinieblas del error y la ignorancia y la hizo ver la suma verdad, la grandeza de Jesús y su propia vileza; fue llama de fuego purificador que fundió la escoria vil de su vida pecadora y trocó su corazón en ascua encendida de caridad perfecta.

En medio de aquel estrépito infernal de blasfemias e insultos oyóse el eco suavísimo del ladrón penitente, que, trocado en Apóstol, increpó a su extraviado compañero, intentando reducirlo a penitencia: «¿No temes a Dios, tú, que sufres el mismo suplicio?» Confesó después en público su iniquidad y declaróse malhechor insigne, pues afirmó que justamente se le aplicaba el supremo castigo de los más envilecidos criminales. Y proclamó, valiente, la completa inocencia de Jesús.

Después, volviéndose a Jesús, con humilde acento de contrición perfecta le dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» . ¡Qué transformación más admirable la obrada por la gracia en aquel corazón! ¿Qué ha visto que así le haya podido iluminar? Con los ojos del cuerpo ve a un compañero de suplicio, por las trazas juzgado por más criminal que él, deshecho en el   cuerpo, vencido por sus enemigos, que se gozan en su victoria y le desafían, al parecer impotente para defenderse y salvarse; con los ojos del alma iluminados por la gracia, ve que aquel crucificado es el Salvador, Rey de un reino de más allá de la muerte, de poder infinito, de santidad sublime.

Y su corazón se conmueve íntimamente, se rompe de dolor y se enciende en amor; el pródigo pedía a su padre que lo recibiese en su casa siquiera fuese como criado; este nuevo pródigo no se juzga digno de ser recibido en la casa paterna; ¡ se tiene por dichoso con que el Rey eterno no le olvide! Jesús no le hizo aguardar un instante, sino que, mirándole como miró a Pedro, le dijo: «En verdad te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso!» ¡Me pides que me acuerde de Ti; ¿cómo no?, si te voy a tener presente! Así es nuestro .Jesús, pronto en escuchar, fácil en perdonar, espléndido en galardonar.

3) ¿Qué sentiría el buen ladrón al oír las palabras de Jesús? Caerían en su alma sedienta como refrigerante rocío. No pidió al Señor que le librara de la cruz: ¡ si de ella le había venido toda su dicha! Si, afortunado en sus rapiñas, hubiese amontonado riquezas burlando la justicia humana, al fin hubiera caído en manos de la justicia divina para ser castigado.

Dios le cortó su carrera de crímenes para echarlo en una cárcel y colgarlo en una cruz; pero ésta fué para él gran misericordia, comienzo de su felicidad eterna. Sin duda que al oír la dulce promesa de Jesús parecióle al buen ladrón su cruz lecho de flores y sólo anhelaba que lo fuese de espinas para compensar en algo la enorme deuda de sus iniquidades.

¡Con qué ojos miraría a aquel nuevo hijo la Santísima Virgen; con ojos de misericordia! Por su mano corrieron las gracias que fueron a santificar aquella alma pecadora; y al ver que la sangre de Jesús fructificaba ya, y que a costa de tantos dolores nacían los hijos de la gracia, sin duda que sus entrañas maternales se conmoverían con dulcísima suavidad.

Y ¿qué sentiría San Juan? El discípulo amado que había sentido latir el Corazón de Cristo, que había recibido la noche anterior su primera comunión y sido ordenado de sacerdote, ¿qué hubo de hacer al oír a un moribundo que clamaba a Jesús? Su alma sacerdotal se estremeció, sin duda, y del pie de la Cruz del Redentor acudió solícito a la del buen ladrón: ¡y le ayudaría a bien morir! Y cosa es que espanta: al otro lado, a igual distancia de Jesús, muere otro ladrón..., y muere sin acudir a Jesús.

TERCERA PALABRA. «Dicit matri suae: Mulier, ecce filius tuus. Deinde dicit discipulo: ecce mater tua» (Jn 19, 26-27). Dice a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dice al discípulo: He ahí a tu Madre.

1) Narra San Juan que estaban al pie de la Cruz de Jesús, su Madre, María Magdalena, María de Cleofás, parienta de María Santísima; otras mujeres y el discípulo a quien Jesús amaba. Viendo, pues, Jesús a su Madre y a su discípulo predilecto, que estaban presentes, dijo a su Madre: Mujer, ahí está tu hijo; luego dijo al discípulo: Ahí está tu Madre, y desde este momento el discípulo la aceptó como suya.

Dos lecciones nos explica el Señor en esta palabra: una, de piedad filial; otra, de amor a los hombres.

2) Jesús amó siempre a su Madre con amor de veras filial y cuidó de que nada le faltase; pero llegaba el momento en que, para cumplir su oficio de Redentor, había de apartarse de Ella, y buscó quien hiciera sus veces, cuidándose de que no quedara abandonada; el precioso encargo se lo dio a su fidelísimo Apóstol Juan. La Vulgata traduce por la palabra «mujer» lo que en el   original más bien significa «Señora digna de especial respeto y amor», sin que tenga nada de lo que de despego o sequedad pueda significar en nuestra lengua la voz «mujer». Piedad filial y delicadeza ternísima significa en Jesús esta palabra; su Madre era para El algo tan querido, que nada se lo podía hacer olvidar. ¿Por qué eligió a Juan para esta encomienda? Porque le fué fiel, porque le amaba muy de veras, porque era virgen, y el Maestro, virgen a su Madre, la Virgen, ¡no quiso encomendarla sino a su discípulo virgen! ¡Cultivemos con exquisito cuidado esa delicada virtud que nos prepara a ser hijos de tan Pura Madre! ¡Hijo de María y poco casto no puede ser!

3) Otra significación podemos considerar en estas palabras que nos ponen de manifiesto el amor que Jesús nos tiene. En el  las declaró Jesús la maternidad universal de María: es Madre de los predestinados, y los predestinados son sus hijos. Jesús, que no hace las cosas a medias al hacer a María Madre de los predestinados, pone en el  la cuanto se necesita para cumplir adecuada y perfectamente las obligaciones todas que tal cargo supone. De ella, pues, recibimos el ser; de ella cuanto necesitamos para que ese ser llegue al pleno desarrollo; lo que se logrará únicamente en la gloria. Luego por María recibimos toda gracia y por ella la gloria. Ella bien cumple su oficio de Madre.

¿Y nosotros? Al hacernos hijos de María pone Jesús en todo predestinado lo que un buen hijo debe tener para con su madre: ¡ un amor especial y único, una ternura, una confianza, una entrega que no tienen calificativo más expresivo que el de filiales! ¿Lo 
sentimos? Tenemos el sello de los predestinados. ¿No? Lloremos, pidamos, instemos hasta lograrlo.

Juan cumplió perfectamente el encargo de Jesús; y fué siempre para María hijo sumiso, obediente, cariñoso y solícito. A ella se dedicó, en su casa la tuvo, fue su capellán diligente.    

¡Imitémosle! No pretendemos restringir la maternidad de María a los predestinados; título es que a la Santísima Virgen otorgan la piedad y la Teología católica el de «Madre de todos los hombres» y el de «Madre de los pecadores».

CUARTA PALABRA. «Deus, Deus meus, ut quid dereliquisti me?» (Mt., 27, 46). ¡ Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?

1) Las tres primeras palabras fueron pronunciadas por Jesús, con breve intervalo, a poco de ser crucificado: «hora quasi sexta», alrededor del mediodía. Entre la tercera y la cuarta hubo un largo silencio, de cerca de tres horas, hecho más solemne por la oscuridad y horror de las tinieblas que cubrieron la tierra. Las cuatro postreras palabras se pronunciaron «circa horam nonam», hacia las tres. y encierran ideas y afectos íntimos de Jesús, y nos lo presentan como recogiéndose en su interior y escondiendo sus fuerzas, atención e intención en lo más íntimo del alma, para ponerla, lleno de amor filial, en manos de su Padre.

«Hacia las tres de la tarde hablase hecho relativo silencio en el   Calvario. Los curiosos, hastiados de aquel espectáculo de muerte, se alejaban poco a poco; las gentes ocupadas corrían a sus negocios; los soldados romanos, apoyados en sus lanzas o tendidos perezosamente en el   suelo, aguardaban el desenlace. De pronto, dominando los ruidos lejanos de la gran villa, rasgó los aires un grito: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me habéis a bandonado? Eh, Eh, lamma sabachtani?» (Prat).

Cuando oyeron esto algunos de los circunstantes, decían: «¡Mirad, está llamando a Elías!» Pudieron entenderlo por la semejanza del sonido o quizá por una equivocación voluntaria que les daba pie para hacer un chiste. Jesús se limitaba a repetir amorosamente la queja del Salmista (21, 1). ¡Los grandes desamparos de Jesús! ¡Cuán horrible debió ser el sufrimiento interior revelado por estas palabras!

2) ¿Qué abandono fue? Cinco maneras de unión con la divinidad podemos considerar en Jesucristo:
a) Natural y eterna de la persona del Padre con la del Hijo, en esencia: «Yo y el Padre somos una misma cosa.» Ego et Pater unum sumus (Jn 10, 30).

b) De la naturaleza divina con la humana hipostáticamente.

c) De gracia, de la que estuvo siempre lleno...

d) De gloria, por la visión beatífica; porque el alma de Cristo vio a Dios claramente desde el instante de su concepción.

e) Unión de protección, a la que aludía cuando dijo: «El que me envió está conmigo, y no me dejó solo.» Et qui misit me, mecum est, et non reliquit me solum (Jn, 8, 29).

Ninguna de las cuatro primeras le faltó, ni pudo faltarle: el abandono se refiere únicamente a la quinta, que se interrumpió por breve tiempo para que el Hijo de Dios pudiese padecer para la redención del género humano.

3) ¿Qué motivó este abandono? El que Jesucristo, inocencia y santidad infinita, quiso cargar con los pecados e iniquidades del mundo entero para satisfacer por ellos; y eso motivó el que se viera como abandonado: «longe a salute mea verba delictorum meorum» (Ps. 21, 2), el grito de mis pecados aleja de mí la salud. Esos delitos no pueden menos de oponerse a mi salud..., y es preciso que padezca y muera si he de pagarlos...

De la misma causa del abandono, que fueron los pecados, puede deducirse su intensidad y amargura horrible; es el pecado abandono y deserción de Dios, y quiso Jesucristo castigarlo en sí con abandono y alejamiento de Dios..., y este abandono causó tal acerbidad en su alma, que la hizo clamar, gemir, rugir.., como indica el texto hebreo. No fue la de Jesús claro está, frase de queja o rebeldía, sino amorosa plegaria y manifestación de lo que de otra suerte ni sospechar pudiéramos, pues le veíamos sufrir tanto sin exhalar una queja. Y nosotros, ¿sentimos la ausencia de Dios? ¡Qué horror no tener a Dios y vivir tranquilo! Otras ausencias hay también que debemos sentir y procurar remediar: las de la desolación. Si gustáramos a Dios!

4) ¡ En cambio, somos quizá de los que cuando el dolor, la tribulación, la adversidad nos visita de cualquiera forma, pensamos que Dios nos tiene olvidados, que nos abandona y no nos recatamos de decirlo! ¡ Qué aberración! Acaso nunca está Dios más cerca de nosotros; como nunca es el padre más padre que cuando hace llorar a su hijo...

QUINTA PALABRA «Postea, sciens Jesus quia omnia consummata sunt, ut consunmaretur scriptura, dixit; Sitio» (Jn, 19, 28). Después, sabiendo Jesús que todas las cosas estaban cumplidas, para que se cumpliese la escritura dijo: ¡Tengo sed!

A punto de morir, cuando ya todo tocaba a su término, para que se cumpliera lo que el Sa1mo 68, 22, dice: y en medio de mi sed me dieron a beber vinagre, clamó: ¡Tengo sed! Había allí un vaso de vinagre, y fue un soldado corriendo a empapar una esponja en el   vinagre, y asegurándola en una caña, se la acercó a la boca para que chupase. La Virgen Santísima, que al pie de la cruz estaba, cómo anhelaría aliviar la sed de Jesús; y no pudo ofrecerle una gota de agua; y hubo de ver cómo los soldados le ofrecían vinagre.

1) ¿Qué sed sufría Jesús?

a) Natural, violentísima dicen que es uno de los tormentos más intolerables de los crucificados. ¡Había perdido Jesús tanta sangre en el   Huerto, en la flagelación, en la crucifixión; llevaba tantas horas seguidas de sufrir sin el menor alivio!

b) Sed de hacer la voluntad de su Padre: fue el anhelo constante de su vida toda.

c) Sed de padecer más por nuestro amor...

d) Sed de nuestra salvación, sed de almas: «Sitit sitire» (San Agustín), tiene sed de que la tengamos de Él: «Sitis mea salus vestra», mi sed es vuestra salvación; y este grito se viene repitiendo por la voz de su Vicario y de sus Ministros.

2) Y le dieron vinagre. ¿He sido yo más caritativo con Jesucristo? Tiene sed de mi alma; ¡cuántas veces se la he dado yo, avinagrada por el pecado, por la sensualidad, por la pasión que la domina, por la ira, por la envidia, por la lujuria! ¡Ahora, Jesús mío, que está limpia por la penitencia y la caridad que me han logrado cumplido perdón, ahora te la ofrezco como gotita de rocío refrigerante! ¡Pero no basta! El mundo no oye la voz de Cristo: diríase que su «Sitio» resuena en un desierto; ¡tan poco caso le hace la sociedad moderna!

¡Cuántos los que no conocen a Cristo! ¡Cuántos los que sólo conocen su nombre para blasfemar de. El! ¡Cuántos los que, a pesar de conocerle, no quieren refrigerar su sed, sino que le dan vinagre! Al considerar la sed de Jesús y la ingratitud de los hombres se nos ha de inflamar el alma en anhelos vivísimos de apostolado. Este «sitio» espoleó sin duda a Pablo, a Javier y a tantos Apóstoles.

SEXTA PALABRA. «Cum  ergo accepisset Jesus acetum dixit: consummatum est» (Jn 19, 30). Jesús, habiendo gustado el vinagre, dijo: Todo está cumplido.

Había dado ya término a la gran obra de la Redención: cumplidas las profecías, Cristo podía decir con toda verdad al Padre: «opus consummavi, quod dedisti mihi» (Jo., 17, 4). He acabado la obra cuya ejecución me encomendaste. Dulce palabra que llena el corazón de gozo y da derecho a decir: «in reliquo reposita est mihi corona iustitiae» (2 Tim.,, 4, 8), ya no me queda sino recibir la corona merecida y bien ganada.

1) ¡Con cuánta verdad pudo decir Jesús que todo estaba cumplido!

a) Cumplidas las profecías todas, ¡tantas!, ¡tan menudas!; desde el nacimiento de Madre Virgen, en Belén; ida al templo, adoración de los Magos, huida a Egipto, etc., hasta su Pasión y muerte y traición de Judas, condenación por los gentiles, flagelación, vinagre. ¡Todo cumplido!

b) Cumplidos los fines de su venida al mundo: «enseñar» con palabras y con ejemplos, luz del mundo, «via et veritas, manifestavi nomen tuum. hominibus» (Jn 17, 6), revelé tu nombre a los hombres, tenía palabras de vida eterna, «redimir», restaurar, el orden destruido rehacer la obra.

c) Terminados sus dolores, quiso realizar su obra por el dolor...; así abrió las puertas del cielo, allanó el camino, nos mostró cómo andarlo, nos brinda su ayuda... Venció a sus enemigos, queda Satán ligado, quebrantada su cabeza, encadenado a la cruz. Vencido el mundo, «confidite, ego vici mundum» (Jn 18, 33), con sus tres concupiscencias: sensualidad, codicia soberbia; lo venció con sus dolores: pobreza, humillación. «Varón de dolores», «no tiene dónde reclinar su cabeza»; «se humilló hecho obediente» Is., 53, 3; Mt., 8, 20; Philip., 2, 7). Abierto el cielo... De veras que terminó su obra cumplidamente!

2) ¿Y nosotros? Cuando lleguemos al fin de nuestra jornada ¿podremos decir «consumniatum est»? Para ello es menester que cumplamos nuestros deberes, y lo primero que se necesita es saberlos.

a) Instruirnos; nuestro primer deber es «saber a Cristo», conocer su doctrina, escuchar sus enseñanzas. En lecturas, estudiss, sermones, ejercicios, etcétera.

b) Obrar lo que Dios nos manda, lo que Dios nos aconseja..., lo que Dios nos inspira... No únicamente lo que a nosotros nos parece... Copiar a Cristo...; ¡ ese es nuestro gran trabajo!

c) Padecer; sólo la paciencia, «opus perfectum habet» (Jac., 1, 4), perfecciona la obra. Con nuestros sufrimientos copiamos a Cristo y complementamos su Pasión, «adimpleo ea quae desunt passionum Christi» (Colos., 1, 24). Si lo hacemos podremos con humilde confianza decir que hemos cumplido nuestra tarea.

SÉPTIMA PALABRA. «Et clamans voce magna Jesus ait: Pater, in manus tuas commendo spiritum meum» (Lc 23, 46). Y dando un grito dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
1) Las primeras palabras que de Jesús nos conservan los Santos Evangelios son: «in his quae Patris mei sunt oportet me esse» (Lc 2, 49); ¡conviene emplearme en las cosas de servicio de mi Padre!; las últimas: «in manus tuas commendo spiritum meum». Cuán admirable y naturalmente se enlazan. Fue, sin duda, milagroso este grito de Jesús, pues agotado como estaba, naturalmente, no hubiera podido darlo. ¡Con cuán entera confianza podía poner en manos de su Padre aquella alma por Dios criada y siempre dedicada única y exclusivamente al servicio y gloria de Dios! Y ¡cuán a la letra se cumplió lo que había Jesús predicho: «ego pono animam meam... nemo tollit eam a me» (Jn 10, 17-18). Nadie me la arranca, sino que yo la doy de mi propia voluntad, y soy dueño de darla... ¡Con qué agrado la recibiría el Padre! ¡Qué dulce es morir para el justo! No es otra cosa que poner el alma en las manos de su Padre; es volver a la casa paterna después de haber peregrinado por el desierto.

2) ¿Y nosotros? ¿Podremos con la misma confianza poner nuestra alma en manos del Padre celestial? ¡Cierto que sí, a menos que en el  la haya algo que no pueda ponerse en tan santas manos! Mira y considera; ahora es tiempo de quitar de ella cuanto no pueda ponerse en las divinas manos. «Encierra esta frase todo lo que puede comunicar fortaleza y refrigerio a un alma moribunda: fe, esperanza y caridad. Padre, dulce palabra de una fe llena de confianza que en esta última hora conserva su más entera significación: «Yo voy al Padre»... «En tus manos..,»; «en las manos del Omnipotente que me crió, en las manos del que es la misma sabiduría, que dispone todas las cosas con suavidad y fortaleza; en las manos del amor, dispuestas a recibir a la paloma que vuelve al arca de la salvación, encomiendo, con la más »absoluta confianza y seguridad, mi espíritu, el alma inmortal, que salió de Él y vuelve a Él, y no puede hallar descanso sino en Él.» (Huonder, «La noche de la Pasión», n. 113).

Punto 2.°—EL SOL FUÉ OSCURECIDO; LAS PIEDRAS QUEBRADAS; LAS SEPULTURAS, ABIERTAS; EL VELO DEL TEMPLO, PARTIDO EN DOS PARTES DE ARRIBA ABAJO.

Reúne aquí San Ignacio varios prodigios que acompañaron a la muerte de Jesús:

1) Cubrieron la tierra desde casi la hora de sexta hasta la de nona, es decir, de las doce a las tres de la tarde, densas tinieblas (Mt 27, 45; Mc 15, 33; Le., 23, 44). No puede aducirse explicación natural de tal fenómeno, pues que in eclipse de sol es imposible que se produzca en fase de luna llena, como era el día en que fue Jesús crucificado; ni era tampoco posible que durara tres horas. Diríase que quiso el cielo tender una velo de fúnebre oscuridad sobre el cuerpo desnudo de Jesús.

2) Las piedras, quebradas. San Mateo (27, 51-52) nos dice que la tierra tembló, y las piedras se partieron, y las tumbas se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron. «Vese aún hoy en la roca del Calvario una hendidura que se abre a la izquierda del lugar, donde una tradición constante indica que fue crucificado el Señor: ancha de 25 centímetros, larga de unos 1,70 metros, que penetra hasta por debajo de la roca. La hendidura es maravillosa, pues corre perpendicular a la dirección de las vetas de modo tan extraordinario, que más de un incrédulo a su vista ha tenido que confesar el prodigio.» (De Lai, o. c.).

Los concurrentes al Calvario, al sentir temblar bajo sus pies la tierra se llenaron de temor y se volvían a la ciudad hiriéndose los pechos (Lc 23, 48). Y el centurión y los soldados que guardaban a Jesús, visto el terremoto y las cosas que sucedían, se llenaron de gran temor y clamaban: verdaderamente este hombre era Hijo de Dios (Mt., 27, 54).

Puso el colmo la aparición de los muertos. Escribe San Mateo (Ib., 52-53) que a la muerte del Señor «los sepulcros se abrieron y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Jesús, vinieron a. la ciudad santa y se aparecieron a muchos». Parece que la resurrección fué después de la de Jesucristo, que es «primitiae dormientium.» (1 Cor., 15, 20), «primo genitus ex mortuis» (Col., 1, 18), «primo genitus mortuorum» (Apoc., 1, 5), el primogénito de los muertos y las primicias de la resurrección, y quiso asociarse algunos justos a su vida gloriosa para hacer más creíble su propia resurrección. Si estos privilegiados habían de morir nuevamente o si hubieran recobrado su vida ordinaria con riesgo de perder la bienaventuranza que tenían ya asegurada, su suerte nada tuviera de envidiable.

 No hay duda de que el día de la Ascensión escoltaron al vencedor de la muerte en su triunfal entrada en el   descanso de la gloria. Y pues fueron reconocidos por muchos, es evidente que su muerte no podía datar de larga fecha; sería yana conjetura aventurar nombres, San José, San Juan Bautista, el buen ladrón... (Prat., o. e.).

3) El velo del templo, partido en dos partes de arriba abajo. Era el gran velo precioso, de tres colores: jacinto, púrpura y escarlata; cerraba el acceso del «Santo de los Santos», separándolo del Santo».

¡Cuál no sería la impresión de la turba y los sacerdotes, que estaban en aquella hora en el   templo ofreciendo el sacrificio vespertino, en el que el sacerdote hacía, en el «Santo», la ofrenda de los perfumes y encendía la lámpara sagrada, al ver que se rasgaba de pronto el gran velo y quedaba patente el «Santo de los Santos», inviolable sagrario que jamás había podido escudriñar el pueblo de Israel y donde Él mismo gran sacerdote no podía penetrar sino una vez al año! (Bohnen, o. e.).

Diríase que comenzó a manifestarse sensiblemente el poder de la cruz y que a Jesús, en el  la entronizado, rendía la naturaleza homenaje; ¡y muerto reina vivo! Comienza la glorificación de Jesús cuando llega al colmo su humillación. ¡Cuán grande Capitán tenemos! Si hemos de triunfar con El es preciso seguirle primero en la pena.

Punto 3.°. BLASFÉMANLE DICIENDO: TU ERES EL QUE DESTRUYES EL TEMPLO DE DIOS; BAJA DE LA CRUZ; FUERON DIVIDIDAS SUS VESTIDURAS; HERIDO CON LA LANZA SU COSTADO, MANÓ AGUA Y SANGRE.

1) ¡Cosa increíble! Parece que, naturalmente, un reo, en sus últimas horas, sólo excita conmiseración y piedad y todos son a endulzarle, en lo posible tan angustiosos momentos; y, sin embargo, no fue así con Jesús, sino que, acercándose a la cruz, sus enemigos le insultaban y decían palabras de escarnio, de desafío, de irrisión ¡ Si eres hijó de Dios, baja!, y creeremos en ti. A otros ha salvado y a sí mismo no puede valerse. ¡Capaz de destruir el templo de Dios y reedificarlo en tres días..., baja de la cruz!

¡Cómo esos insultos a la divinidad de Jesucristo y a su poder se vienen repitiendo a través de los siglos; hoy, como hace dos mil años, pasan ante la cruz de Jesús sus enemigos escarneciéndole! ¡Y El calla, y El sufre y parece vencido! ¡Desciende cTe la cruz! ¡Sal de ese tabernáculo! ¡ Y Jesús calla!

También a los que por su amor se han clavado en la cruz de Cristo se les grita: «desciende de la cruz!» Ea, líbrate de esa indigna y dura cadena de los votos, «que como garfios te tienen sujeto a una vida malograda para el mundo... Y, por desgracia, no todos resisten a tales insinuaciones. «Quidam pro modica calumnia descendunt de cruce patientiae, alli de cruce macerationis carnis et poetitentiae (Ludolfus).

En cambio, así como el Salvador se mantuvo firme en la cruz por amor a nosotros, las almas que le son fieles perseveran por amor a Cristo en la cruz del sacrificio que libremente han escogido. Quidam novitius parisiensis matri suae volenti eum de religione extrahere, sic legitur respondisse: Christus propter Matrem suam non descendit de cruce, sic nec ego propter te deseram crucem poenitentiae» (Ludolfus). (Huonder, o. c., n. 100.)

¿Y nosotros? Nuestras pasiones, nuestra sensualidad, nuestra soberbia, nos gritan imperiosamente: ¡baja, no te mortifiques, no te prives, no te humilles! ... ¿Qué hacemos?

2) Fueron divididas sus vestiduras. Se repartieron conforme a costumbre sus vestiduras. Es hecho que mencionan los cuatro evangelistas. San Juan, que es quien con más detalles narra el hecho, nos dice: «Entre tanto los soldados, habiendo crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos de que hicieron cuatro partes, una para cada soldado y la túnica. La cual era sin costura y de un solo tejido de arriba abajo. Por lo que dijeron entre sí: no la dividamos, mas echemos suertes para ver de quién será. Con lo que se cumplió la escritura, que dice: «Partieron entre sí mis vestidos y sortearon mi túnica» (Salm. 21., 19). «Y esto es lo que hicieron los soldados (Jn 19, 23-24).

¿Y nosotros? Fue la pobreza virtud muy predilecta de nuestro Capitán: pobre naçió, pobre vivió y más pobre quiso morir. Sus vestidos eran, sin duda, en sí de escaso valor, pues que Jesús vestía como pobre; pero si hubieran sabido apreciarlos los soldados, ¡ qué tesoros tenían en el  los! ¡Vestidos de Jesús! ¡Hechos por su Madre Santísima!

De ellos dice Hounder (o. e., 89, 2): «Estos vestidos del Señor, según se tiene por tradición con gran fundamento, fueron rescatados por las santas mujeres y Nicodemo, cual precioso recuerdo, y se conservan como valiosa herencia en la cristiandad.»

¡Con qué gusto los hubiéramos adquirido nosotros! Los vestidos materiales no está en nuestra mano el lograrlos; pero... aquellos otros de que nos exhorta San Pablo a vestirnos: «sed induimini Do»minum Iesum Christum» (Rom., 13, 14), mucho más preciosos por ser mucho más íntimos y propios de Cristo, sin duda que podemos y debemos adquirirlos y revestirnos de las virtudes que constituían la vestidura espléndida de nuestro Modelo Divino; ¡la pobreza, la mortificación, la humildad! ¡Oh!, qué hermoso fuera que de tal suerte en nosotros resplan. decieran que al vernos todos clamaran admirados y edificados: ¡ parece otro Cristo!

3) Herido con la lanza su costado, manó agua y sangre. Narra el hecho únicamente el Evangelista San Juan (Jo., 19, 31 y sigs.): «Como era día de preparación o viernes, para que los cuerpos no quedasen en la cruz el sábado, que era aquel sábado muy solemne, suplicaron los judíos a Pilato que se les quebrasen las piernas a los crucificados y los quitasen de allí. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas del primero y del otro que había sido crucificado con él. Mas al llegar a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le abrió el costado, y al instante salió sangre y agua. Y quien lo vió es el que lo asegura, y su testimonio es verdadero. Y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis. Pues estas cosas sucedieron en cumplimiento de la Escritura: «no le quebraréis ni un hueso» (Ex., :12, 46. Núms. 9, 12). Y del otro lugar de la Escritura, que dice «Dirigirán sus ojos hacia Aquel a quien traspasaron» (Zac, 12, 10).

¡Dulce escena, llena de suavísimas enseñanzas. Urgíales a los judíos hacer desaparecer de la vista de la ciudad el macabro espectáculo de los tres ajusticiados, y por eso quisieron acelerar su muerte para darles sepultura. Jesús había ya muerto cuando a Él se acercaron a quebrantarle las piernas: todo estaba predicho y prefigurado en la comida del cordero pascual. ¡ Y abrieron su costado!

Del costado del primer Adán, dormido, sacó el Señor a Eva; del costado del segundo Adán, muerto en la cruz, nació la Iglesia. Brotó, dice el Evangelista, sangre y agua, misteriosa si no milagrosamente. ¿Qué nos quiso el Señor significar con ello? Los Santos Padres San Agustín, San Juan Crisóstomo y San Cirio de Alejandría ven en esa agua una figura del bautismo, y en la sangre, la de la Eucaristía; por el primero somos incorporados al cuerpo místico de Jesús, la Iglesia, y se nos infunde la gracia; por la Eucaristía se nos da el alimento que er nosotros ha de conservar y desarrollar esa vida.

¡Quiso también dejarnos abierto el camino para que penetráramos los secretos de su Corazón! Dice el P. Ponlevoy que al ser abierto el costado de Cristo quedó patente como un libro para que lo estudiemos; como un tesoro, para que lo explotemos; como una puerta, para que por ella entremos y hagamos del Corazón de Jesús nuestra morada en la vida y en. la muerte. ¡Dichosos nosotros si sabemos aprovecharnos de él!

Coloquios. Se pueden hacer tres coloquios: uno a la Santísima Virgen nuestra Madre, que tanta parte tomó en estos misterios, suplicándola, por sus dolores santísimos, nos conceda llorar con ella piadosamente, compadecemos de Cristo crucificado, embriagarnos de amor a la Cruz y vivir y morir crucificados con Cristo. Otro a Jesucristo pidiéndole, por su sangre preciosa, fuerza para cumplir lo que le hemos prometido, vistiéndonos de su librea y militando bajo su bandera. Otro al Padre.

NOTA —Disiente en esta contemplación la Vulgata del Autógrafo: guarda la Vulgata al proponer los puntos el orden histórico, y pone: 1) las blasfemias y división de lós vestidos; 2) las siete palabras 3) los milagros que se siguieron a la muerte de Jesús. El Autógrafo guarda el- orden expuesto. ¿Por qué alteró San Ignacio el orden? El P. Hummelauer indica que puede señalarse la siguiente razón: «El primer punto incluye, en las siete palabras, actos de realeza de Jesucristo, colocado en el   trono de la cruz y así se enlaza íntimamente con la contemplación precedente. Y a su vez el segundo y tercer puntos ponen junto al trono de Cristo dos campamentos y dos banderas enemigas…

46ª  MEDITACIÓN

LAS LECCIONES DEL CRUCIFIJO

Propondremos, en primer lugar, una contemplación de Cristo crucificado, considerando las lecciones que desde esa cátedra sublime nos lee nuestro Divino Maestro: es, en verdad, la Cruz «cathedra docentis». San Felipe Benicio, a punto de morir, pedía « su libro»... Era el Crucifijo. San Buenaventura, a la pregunta instante de Santo Tomás, que deseaba saber de dónde sacaba el seráfíco doctor su ciencia sublime, respondía mostrando el Crucifijo: Es el «gran libro», y Jesús el gran Maestro.

Composición de lugar. Ver el Calvario y en el  a Cristo crucificado, y postrados a sus pies decirle: «Loquere, Domine, quia audit servus tuus» 11 Reg., 3, 9), habla, Señor porque tu siervo escucha.

Petición. Dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí.

Punto 1.° EL CRUCIFIJO NOS ENSEÑA A SUFRIR.

1) Todo en Jesús crucificado nos dice sufrimiento, y lo primero que parece que quiere enseñarnos es a sufrir. Vino a redimirnos y eligió como medio para hacerlo el dolor; ¡bendito dolor de Cristo!, que fue para nosotros mina riquísima de perdón y gracia.
Al mirar al Crucifijo hemos de oír a nuestro Jesús, que nos dice: ¡Mira cómo te he amado! ¿Podría hacer algo más para demostrártelo? Y el corazón se nos inflamará en anhelos vivísimos de pagar amor con amor y corresponder agradecidos a quien tanto nos amó.

El. P Bernardo Vaughan, S. J., contó en uno de sus sermones que un joven disoluto, estando en el   frente de guerra herido de muerte, desesperado, gritaba que quería poner fin a su vida, y volviéndose frenético a unos amigos que le prestaban auxilio, con acento dramático les preguntó: «Cuando yo muera, ¿derramaréis una lágrima por mí? ¡Seguramente que todos me olvidaréis! Entonces un joven oficial católico que le asistía solícito mostróle un pequeño crucifijo y le dijo: ¡Mira, amigo mío: un hombre que es al mismo tiempo Dios y que ha derramado por tu amor no una lágrima, sino toda su sangre! El moribundo fija su vista en el   Santo Cristo, lo toma, cierra los ojos y de pronto dice: «¡ Quiero besarlo!» Y después de estampar en el  un beso férvido, intensísimo, exclama: «¡ Oh dulce amigo!» Y muere. ¡ Dulce amigo, modelo de amistad!

Quiso mostrarnos su amor sufriendo; correspondencia natural el procurar nosotros sufrir por su amor ¡Cuán pocos son los que así aman a Jesús! ¡Cuántos los que ponen su amor en afectos, en ofrecimientos, en palabras; pero cuando se enfrentan con la cruz y el sufrimiento, se sienten desfallecer y no tienen valor para sufrir por quien por ellos tanto sufrió! «Tiene Jesús muchos amadores de su Reino celestial, pero pocos que lleven su Cruz; muchos que desean la consolación, pero pocos que sufran la tribulación. Encuentra muchos »compañeros para la mesa, pero pocos para la abstinencia. . . » (Imit. de Cristo., 2, 11.)

2) Quiso redimirnos sufriendo por la Cruz; si queremos aprovecharnos de la redención es preciso que lo hagamos por el sufrimiento. «Adimpleo ea quae desunt passionum Christi» (Colos., 1, 24); estoy cumpliendo en mi carne lo que resta que padecer a Cristo, decía San Pablo a los Colosenses. Y esto lo escribía encadenado y padeciendo en Roma.

«La Pasión y muerte de Cristo fue suficientísima y sobreabundante y nada le falta que satisfacer. Pero además de esa Pasión, que en su carne o en sí mismo padeció, debe sufrir otras en sus miembros, es decir, en sus fieles, y especialmente en sus ministros; no ciertamente para con ellas lograr nuevos méritos, sino para que se apliquen los méritos de su Pasión y muerte. Tales son las pasiones que San Pablo, como miembro y ministro, suplió por su parte; a saber: los trabajos y tribulaciones abundantes que el apóstol toleró para congregar y perfeccionar la Iglesia y así aplicar a los fieles los méritos de la muerte de Cristo» (Ceuleman, h. 1).

3) Es nuestro Maestro y vino a enseñarnos el «camino», «ego sum via» (Jn 14, 6); no hay otro por el que marchar a nuestro fin. ¡Ni posibilidad de lograrlo sin cruz! ¡Cómo nos engañamos cuando soñamos en una vida humanamente feliz pensando que por rezar un poco más, con sosiego y bienestar, somos ya perfectos! ¡Con qué facilidad nos engañamos pensando que la santidad está en la práctica tranquila de una vida más o menos rectamente ordenada, sin tropiezos, sin dificultades, sin dolores, sin cruz!

No fue esa la de Jesús: «tota vita Christi, crux fuit et martyrium et tu tibi quaeris requiem et gaudium?» (Imit. Christi, 2, 12). Toda la vida de Cristo fue cruz y martirio, ¿y buscas para ti descanso y gozo? ¡ Pensémoslo!, y saquemos la consecuencia de que únicamente cuando llevamos nuestra cruz seguimos a Cristo. Es la primera condición que él mismo señaló a quien deseara seguirle: «¡ tome su cruz ! » Por eso San Agustín nos dice: «Si putas te non habere
tribulationes, nondum coepisti esse christianus» (Enarr. in Ps. 55, n. 4. ML. 37, 649). No has comenzado aún a ser cristiano si piensas que no tienes tribulación alguna.

Punto 2.° NOS ENSEÑA A ORAR.

Oración suavísima la de la Sagrada Pasión. Fué favorita de los Santos; díganlo si no un San Bernardo, un San Francisco de Asís, un San Ignacio: debiera ser el «ordinarius animae cibus», manjar ordinario de nuestras almas, ya que es oración:

a) Fácil, porque la Sagrada Pasión debiéramos saberla de memoria y sernos muy familiar. Y así, nuestras facultades entrarían en ella sin esfuerzo alguno de la memoria, del entendimiento ni de la voluntad.

b) Devota; está tan impregnada de devoción, amor, ternura..., que la voluntad se siente natural y suavemente movida a afectos los más tiernos y eficaces de amor, de compasión, de admiración, de gratitud, de aliento, de dolor, de celo... Ha de ser meditación sumamente afectiva, y al mismo tiempo, eminentemente activa y práctica.

e) Fructuosa; no puede menos de serlo, porque en las horas de su Pasión nos dio el Señor ejemplos más vivos y patentes de todas las virtudes, sobre todo de las más arduas y difíciles. Cómo practicó las oblaciones de mayor estima y momento que por su amor hemos hecho en la contemplación del Reino y en la de banderas, y qué ocasión más propicia nos brinda esta contemplación de Jesús crucificado para afirmarnos en el  las y reiterarlas con toda el alma!

c) Tiene, además, esta oración la ventaja de ser muy poco expuesta a ilusiones, como quizá lo son otras más especulativas y propicias a dejar volar la fantasía. Esta es tan opuesta a cuanto supone regalo de la carne, y tan contraria a toda nuestra natural inclinación, que parece que empuja como natural y necesariamente al sacrificio, a la pobreza, a la humillación, a ¡ copiar el divino modelo crucificado!

Debe, pues, ser para nosotros materia frecuente de contemplación, que nos hará cobrar afición a este santo ejercicio de la oración. ¡Dichosos de nosotros si logramos tal afición, en verdad salvadora!

Punto 3.° NOS ENSEÑA A SER APÓSTOLES.

No se puede mirar al Crucifijo sin sentir el alma inflamada en deseos de la propia Salvación y de la salvación del mundo entero.

1) Nos enseña lo que valen las almas. Jesús está en la cruz por mi amor, por salvar mi alma...;    ¡tanto vale mi alma! ¿La estimas en lo que vale? ¿Lo sacrificas todo a su salvación? Jesús así lo hizo. ¡Alma, todo eso vales!, no te tengas por menos. Cuando trates de venderla, exige lo que vale; cuando quieras comprarla, ¡no regatees nada! ¡Dalo todo! Todo es poco en comparación de lo que dio Cristo Nuestro Señor.

2) Nos enseña cómo se conquistan las almas. Cierto que por la oración, por la palabra, por  el ejemplo de la vida; pero, principalmente, por el sufrimiento. Su vida toda fue apostolado. Su oración y retiro, de treinta años, y su oración, no interrumpida... Su palabra, de luz y de fuego, raudal de enseñanzas y de esfuerzo... Su vida, tan humana y tan santa; ¡ vida de humilde artesano, vida de pobre misionero, vida de Maestro ideal! Pero fué, sobre todo, apostolado y redención su Pasión y muerte: ¡tan llena de sublimes ejemplos, de enseñanzas magníficas, de ejercicio de todas las virtudes, de sufrimientos, de amor!

3) Aprendámoslo; reflictamos; a todos, en mayor o menor escala, nos urge la obligación misionera. Nadie puede desentenderse de la labor de apostolado, que ha de comenzarse por sí mismo y por los más allegados, pero que debe extenderse cuanto se pueda a amigos, a conocidos, a extraños, a todos los que necesiten conocer y amar a Cristo para lograr su fin, para salvar las almas. Y medio eficaz como ninguno: ¡el sufrimiento, la cruz!

Punto 4.° NOS ENSEÑA A CONFIAR.

Es, sin duda, fruto muy natural de la consideración de Cristo crucificado la confianza en Dios, que tan necesaria nos es para ser algo en la vida espiritual. Confía, nos dice Jesús desde la cruz; ¿qué te voy a negar si me doy a Ti tan entera y tan costosamente? «Qui dedit quod plus est, nempe Unigeniti sui sanguinem, dabit et gloriam aeternam, quae minus est sine dubio» (Direct., 35, 7, citando a San Agustín). Quien nos di lo que más es, es decir, la sangre de su Unigénito, darános también la gloria eterna, que sin duda es menos.

¿Qué tememos ¿Es que queremos crucificar otra vez a Jesús? Pues aunque así fuera, oigamos lo que a los mismos que le crucificaban deseaba Jesucristo: «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen» (Lc, 23, 34). ¿Es que nuestros crímenes son enormes, nuestra vida muy pecadora? Miremos cómo trata al ladrón penitente. Aprendamos a confiar. Si nos ha dado hasta a su misma Madre. Teniéndola por nuestra, ¿qué vamos a temer? Sería el desconfiar locura insigne, necedad incalificable. ¡La mayor injuria que á Dios pudiéramos hacer!

Punto 5.° NOS ENSEÑA A MORIR.

1) Dulce compañero de las horas de dolor, pero, sobre todo, de la hora suprema de la muerte, el Santo Crucifijo. Quien ha sabido en vida mirarlo, quien ha sabido estudiarlo, quien ha sabido usarlo, quien ha sabido besarlo, en aquella hora lo tendrá como amigo poderoso que le aliente y conforte. Jesús, muriendo, nos redimió. Si unimos a la suya nuestra muerte, será también un sacrificio santo, acepto a los ojos de Dios y de gran mérito para nosotros; mirando a1 Crucifijo el moribundo convierte su lecho en ara; su cuerpo y alma, en hostia; su voluntad, unida a la de Jesús, en sacerdote.

Reproduce la muerte de Cristo; es otro Cristo. Que si es para nosotros Cristo vida, debe ser también ganancia eterna en la muerte «mihi vivere Christus est, et mori lucrum» (Philip., 1, 21). Porque mi muerte así recibida glorificará a Cristo y me proporcionará la gloria eterna en su bienaventurada compañía.

2) El Santo Crucifijo me enseña, si lo sé estudiar, a morir:

a) Porque Dios lo quiere, diciendo del fondo del alma «non mea voluntas, sed tua fiat» (Le., 22, 42). Hágase no mi voluntad, sino la tuya. Y si es siempre muy acepta a Dios la conformidad de nuestra voluntad con la suya, lo es, sin duda, más aún en trances difíciles, como el de la muerte; y si esa conformidad hace una vida santa, hace también con la misma razón nuestra muerte santa.

b) A morir como Dios quiere, cosa difícil, sobre todo cuando la enfermedad es dolorosa y las amarguras y acerbidades grandes. Un «fiat» resignado es en tales horas más grato a Dios que mil «Te Deum» de agradecimiento en las horas de alegría y felicidad.

c) A morir donde y cuando Dios quiere...; si en la cruz, ¡bendito sea! Él sabe cuál es el camino más recto, y quizá está más cerca de la gloria la horca que el lecho. Aprendamos de Jesucristo crucificado a morir. El sea nuestro modelo y nuestro compañero. Ahora estamos a tiempo de lograrlo, usando con piedad y amor ese bendito instrumento de toda santidad. Meditemos despacio todo este misterio de amor y pidamos  a Jesucristo crucificado  su ayuda para poner en práctica las lecciones que nos ha leído.

47ª  MEDITACIÓN

OTRAS LECCIONES DE LA PASIÓN DE JESUCRISTO

El P. Luis de la Palma, en su «Práctica y breve declaración del camino espiritual.. . », reduce los padecimientos de la Sagrada Pasión a cuatro cabezas «Lo primero a la pobreza y falta de las cosas necesarias. Lo segundo, al desamparo de los hoMbres, y particularmente de los amigos. Lo tercero, a las deshonras e injurias. Lo cuarto, a los dolores del cuerpo.» Vamos a proponer brevemente estos cuatro puntos siguiéndole.

Punto 1 .°   LA POBREZA.

1) En verdad que siempre amó Jesucristo a la pobreza como a madre y se abrazó con ella estrechamente desde su nacimiento; pero diríase que con los años creció el amor, y al fin de su vida dió pruebas más palmarias y fehacientes de él. Ni tuvo cama donde morir ni un lienzo con que cubrir su desnudez, ni en su sed un poco de agua, sino hiel y vinagre. Y diciendo San Pablo que la suma pobreza es tener con qué cubrir el cuerpo y con qué sustentarse, sin buscar otra cosa fuera de esto (1 Tim., 6, 8); el Señor, que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros (2 Cor., 8, 9) pasó más adelante, porque ni tuvo con qué cubrirse ni con qué apagar su sed... Y fue enterrado en sepultura ajena y con mortaja dada de limosna; y le despojaron de sus pobres vestidos; ni pudo dejárselos a quien deseara, sino que se los repartieron los soldados. ¡Qué ejemplo! ¡Y cómo se presta a reflexiones prácticas de actualidad perenne!

Punto 2º  DESAMPARO DE LOS HOMBRES.

1) Fue tan grande, que se cumplió el «Considerabam ad dexteram et videbam, et non erat qui cognosceret me» (Ps., 141, 5). «Pensativo miraba si se »ponía alguno a mi derecha (para defenderme), pero nadie dió a entender que me conociese»; y el «Longe fecisti notos meos a me, posuerunt me abaminationem sibi» (Ps., 87, 9). «Alejaste de mí mis conocidos; miráronme como objeto de su abominación.» Y fué esto tanto más costoso cuanto que había sido estimado y aclamado como santo, reverenciado como profeta, oído como gran maestro y predicador, seguido de todo el concurso del pueblo, en el   templo, en las sinagogas, en la ciudad, en el   desierto, en el   mar y en la tierra; engrandecido por sus milagros tantos y tan ilustres, querido y amado por los continuos beneficios que recibían de El; todo esto se trocó súbitamente en desconocimiento, en desprecio, en infamia, en odio y aborrecimiento...

2) Sus naturales le procuraron la muerte con suma injusticia, y los gentiles romanos se la dieron con suma crueldad. Los sacerdotes y letrados y los príncipes excitaron al pueblo, que hasta después de crucificado le injuriaba. Los suyos le abandonaron; de sus doce Apóstoles, uno le vendió; otro, el elegido para vicario suyo, le negó tres veces; los demás le desampararon, dejándole en poder de sus enemigos. Sola su Madre jamás le dejó y le acompañó en su afrenta como pudo; pero su presencia le acrecentaba el dolor. ¿Y nosotros? Reflictamos y veamos si le hemos sido siempre fieles o si, por el contrario, no pocas veces le hemos también abandonado.

Punto 3°  SUS DESHONRAS.

1) ¡Fueron tantas! Hace, sin duda, crecer la enormidad de estas deshonras el considerar que era verdadero Dios, digno de todo honor, y que, en cuanto hombre, era de nobilísimo corazón y había alcanzado gran reputación y estima entre los hombres. Y le prendieron como a un ladrón (Mt., 26, 55), y le pasearon por las calles maniatado como un malhechor y lo crucificaron entre ladrones de suerte que se cumplió lo que de Él estaba escrito: «Et cum sceleratis reputatus est» (Is., 53, 12), ha sido confundido con los facinerosos.

2) Circunstancias fueron que hicieron crecer su deshonra:

a) La calidad de las personas que se las hicieron, pues eran los pontífices y sacerdotes, los magistrados y los jueces; ellos fueron los que, reunidos en concilio, le declararon blasfemo y alborotador y le condenaron por digno de muerte; y todo el pueblo se la pidió al presidente con violencia popular para que se la diese; y los verdugos fueron lo más soez de los soldados gentiles; y sus discípulos le vendieron, le negaron, le abandonaron; cosas todas que agravan la deshonra.
b) Creció también por parte de los delitos que le acumularon, que fueron muchos y gravísimos; blasfemo contra Dios, traidor a los reyes, embustero y alborotador, hechicero y encantador, etc.
c) Y, sobre todo, llegó al colmo por las cosas que hicieron con Él. Le prendieron de noche, y en un campo, como a ladrón; le llevaron atado y con afrenta por las calles; le abofetearon, le escupieron á1 rostro, le mesaron las barbas y cabellos, le vistieron con vestiduras de escarnio, le azotaron como a esclavo, le coronaron por rey de burlas, le crucificaron como a insigne malhechor, y aun después de crucificado le siguieron injuriando y denostando. En verdad que se vió saturado de oprobios (Thren., 3, 30) y como el último desecho de los hombres (Is., 53, 3).

Punto 4.°. SUS DOLORES.

1) Los dolores de su cuerpo fueron tantos, que se pudo decir en lo físico de su cuerpo lo que de su pueblo corrompido se dijera en lo moral: «de la planta de los pies al vértice de su cabeza no hay en Él   parte sana» (Is., 1, 6), y que todo estaba hecho una haga, como leproso, sin haberle quedado color ni hermosura, ni vista o figura por donde fuera conocido (Is., 53, 4). Sus pies y sus manos, perforados por clavos; sus piernas, pecho y espaldas, deshechos por azotes cruelísimos; su rostro, acardenalado por los golpes, manchado por asquerosas salivas, por la sangre, por el polvo; su frente, perforada por agudas espinas. Sufrió, además, sed horrible, y lo que más fue, desconsuelo interior hondísimo.

2) «Y no solamente en lo que padeció, sino también en las causas y modo de padecer se descubría claramente que era más que hombre el que así: padecía. La causa por que padeció fué por la justicia, y por la verdad, y por volver por la honra de Dios, que era su Padre, y por cumplir con el precepto que le tenía puesto, y por el bien público de todos los hombres presentes, pasados y venideros; dejándose despojar de la hacienda y de la amistad de los hombres, de la fama y de la honra, de la salud y de la vida por no perder un punto de caridad y de su obediencia; dejándonos ilustrísimo ejemplo para menospreciar todas las cosas que se llaman prósperas y acometer las adversas y terribles que hubiere en este mundo cuando se atraviese el mayor servicio y gloria de Dios Nuestro Señor, que es todo el fruto que debemos sacar dé esta meditación, trayendo siempre delante de los ojos a este Señor, que estando con tan extremada pobreza, desamparado de sus amigos, rodeado de sus enemigos, deshonrado, y abatido, y con tan graves dolores y tormentos, no se rindió, ni mostró flaqueza, ni perdió un punto de su decoro y majestad, antes extendió animosamente los brazos, haciendo demostración de las fuerzas dé Dios sustentando el peso de aquella cruz, que sólo El pudiera sustentarla» (La Palma, 1. c.).

Coloquios. Ferventísimos de gratitud y de ofrecimiento: reiterando a nuestro amorosísimo Capitán las oblaciones que en los ejercicios pasados le hemos hecho, para grabar más fuertemente en el   alma del ejercitante la idea del amor de Jesucristo, mostrado de modo tan palpable con tantos y tan acerbos sufrimientos; consideración que no puede menos de facilitar el logro del fruto de la tercera semana, produciendo profunda compasion y ansia de corresponder con amor y sacrificios a tanto amor.

48ª  MEDITACIÓN

CÓMO NOS PREPARAREMOS A RESUCITAR CON CRISTO

Composición de lugar. El sepulcro de Nuestro Señor Jesucristo y la casa de la Santísima Petición. Que yo sepa morir con Cristo para merecer resucitar con Él.

Punto 1.° ¿CÓMO QUEDÓ EL CUERPO DE JESUCRISTO?

a) Oculto, escondido, olvidado e ignorado. Así debemos ansiar vivir nosotros, de suerte que pasemos inadvertidos a todos y de todos ignorados. De suerte que con verdad pueda de nosotros decirse: «Mortui enim estis, et vita vestra est abscondita cum Christo in Deo. Cum Christus apparuerit, vita vestra, tune et vos apparebitis cum ipso in gloria» (Colos., 3, 3-4). Muertos estáis ya y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando empero aparezca Jesucristo, que es nuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con Él gloriosos.»

b) Cadáver que se dejaba llevar y traer como quiera y tratar de cualquier manera. Así hemos de procurar nosotros disponemos para obedecer la voz de Dios, dóciles siempre a las órdenes de la obediencia.
c) Unidos con la divinidad e incorruptible. Procuremos también nosotros mantenernos siempre unidos a nuestro Dios y libres de toda corrupción de pecado.

d) Pronto a resucitar por propia virtud de la divinidad. Nuestra disposición no ha de ser de inercia, sino de prontitud para cualquier cosa de la gloria de Dios. Persuadidos de que todo lo podemos con la gracia de Dios. Meditemos.

Punto 2.° CÓMO QUEDARON LA SANTÍSIMO VIRGEN Y LAS SANTAS MUJERES.
a) La Santísima Virgen, llena de fe y confortada con la esperanza de la resurrección. Su fe nunca vaciló ni dejó de brillar vivísima; por eso en el   tenebrario, durante el triduo de Semana Santa, se apagan todas las velas menos la llamada «María»; en todos se apagó la fe menos en la Santísima Virgen. Quedó afligida, pero resignada; y se mantuvo en constante oración y trato con Dios.

b) Las santas mujeres observaron cuanto se hacía con el cuerpo sacratísimo de Jesús en el   descendimiento y cómo quedaba en el   sepulcro, y deseando hacer algo más por Él, compraron aromas y ungüentos para ungirle en cuanto pasara el sábado. Es decir, obraron lo que pudieron, según la luz que tenían, aunque ésta, por su culpa, era escasa. También nosotros hemos de obrar siempre conforme a lo que el Señor nos inspire, y procurar disponemos bien para recibir sus inspiraciones y que nuestra luz sea mucha...

Punto 3.° CÓMO QUEDARON LOS ENEMIGOS DEL SEÑOR.

Al parecer triunfantes, todo les había salido a la medida de sus deseos; y, sin embargo, quedaron llenos de más inquietud y zozobra que antes. Así quedamos cuando, haciendo nuestra voluntad contra la de Dios, logramos algo que apetecemos y, al parecer, triunfamos; y sucede que allí donde soñábamos hallar nuestra felicidad y descanso, sólo encontramos zozobra e inquietud.

Fueron a Pilato y le dijeron: «Seductor ille dixit »adhuc vivens: post tres dies resurgam» (Mt. 27, 63). Recordamos que aquel engañador dijo cuando todavía estaba vivo: después de tres días resucitaréB. Y tomaron mil precauciones para evitar la resurrección de Jesucristo. ¡Todo para mayor gloria del Señor y para más evidente testimonio de la resurrección!
Cómo sabe el Señor servirse de las trazas de sus enemigos para sus fines y deshacer sus mejor combinados planes como telas de araña.

49ª MEDITACIÓN

CÓMO CRISTO NUESTRO SEÑOR APARECIÓ A NUESTRA SEÑORA

PRIMER PREÁMBULO ES LA HISTORIA, QUE ES AQUÍ CÓMO DESPUÉS QUE CRISTO EXPIRÓ EN LA CRUZ Y EL CUERPO QUEDÓ SEPARADO DEL ÁNIMA Y
CON ÉL SIEMPRE UNIDA LA DIVINIDAD, LA ÁNIMA BEATA
DESCENDIÓ AL INFIERNO, ASIMISMO UNIDA CON LA DIVINIDAD, DE DONDE SACANDO A LAS ÁNIMAS JUSTAS Y VINIENDO AL SEPULCRO Y RESUCITADO, APARECIÓ A SU BENDITA MADRE EN CUERPO Y ÁNIMA.

COMPOSICIÓN DE LUGAR. QUE SERÁ AQUÍ VER LA DISPOSICIÓN DEL
SANTO SEPULCRO Y EL LUGAR O CASA DE NUESTRA SEÑORA, MIRANDO LAS PARTES DE ELLA EN PARTICULAR, ASIMISMO LA CÁMARA, ORATORIO, ETC.

PETICIÓN: DEMANDAR LO QUE QUIERO, Y SERÁ AQUÍ PEDIR GRACIA PARA ME ALEGRAR Y GOZAR INTENSAMENTE DE TANTA GLORIA Y GOZO DE CRISTO NUESTRO

Punto 1.° DESCIENDE ÉL ALMA DE JESUCRISTO AL LIMBO DE LOS JUSTOS

1) La espera. Quedó el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo unido a la divinidad, como vimos, muerto en la cruz; poco después fuEconducido al sepulcro. Y en tanto, ¿qué fuEdel alma? Unida a la divinidad descendió al limbo de los justos y lo trocó en paraíso, colmando la esperanza de los que allí suspiraban por é.

El limbo de los justos, llamado también seno de Abrahám, era el lugar donde estaban retenidas las almas de los justos del Antiguo Testamento que habían muerto sin tener que satisfacer ninguna pena por sus pecados o que la habían ya cumplido, pero que no podían entrar en el   cielo hasta la muerte del Señor. Tenían la seguridad absoluta de que un día habían de gozar de la visión de Dios, y esta firmísima esperanza les inundaba de gozo, aunque mezclado con el ardiente anhelo de que llegara por fin el día de su perfecta felicidad; por eso su estado era el de una bienaventuranza relativa, con exclusión de penas y dolores, pero muy distante de aquella alegría inefable que inundó sus almas al aparecérseles el Señor después de consumado el sacrificio redentor del Calvario.

A nuestro modo de entender, vivían las almas de los Santos en el   limbo en continuo anhelo de la llegada del Salvador; su esperanza les había confortado en vida, - u deseo les había salvado, su llegada colmaría su felicidad. Allí estarían... el justo Abel, simpática figura de candorosa inocencia Allí nuestros primeros padres, que tanto habían llorado su pecado y que habían en medio de la horrenda tempestad que con su prevaricación desencadenaran, visto como arco iris de esperanza confortadora la tenue luz de la promesa dé un Redentor futuro. Y llegaban nuevas almas...; cada uno traía alguna noticia. Vieron llegar un día a un nobilísimo varón de inteligente mirada y de viriles rasgos...era Daniel. ¿Sabes algo de El? Para todos «El» era... el deseado. Sí, sí; oídme: Lloraba yo un día, triste, en el   destierro, a orillas de un río que no era el de mi tierra, y mi alma se inflamaba en deseos ardientes de salvación. De pronto se me apareció Gabriel, el arcángel nuncio de la redención... «Vengo a consolarte, me dijo. Dios, compadecido de tus deseos, te manda a decir: Cuenta setenta semanas de años, y en medio de la septuagésima se efectuará la obra de liberación que tanto anhelas.De esto hace ya bastantes años; quedan, pues, poco más de sesenta semanas» (Dan., 9, 21 y sigs.).

Corrieron los años, y un día vieron entrar un alma blanca; había cruzado el pantano del mundo larguísimos años, y, sin embargo, sus alas eran de una blancura de armiño. Y era su aspecto tan gozoso, que al punto todos se agruparon en torno suyo, esperando alguna buena noticia. «iLe has »visto? Habla!» «Sí; le he visto y si viérais ¡ qué »hermoso es! » Yo era tan anciano que no podía vivir, y, sin embargo, el espíritu me decía: «Antes »de morir lo verás.» Y esa esperanza era mi vida. Cierto día el corazón me dió un salto; subía las gradas del templo un varón hermosísimo, llevando en una jaulita el par de tórtolas de la purificación; su aspecto respiraba dignidad, afabilidad, santidad a su lado, y por él amparada, subía una doncellita; oh. aué encanto! Dios no la podía hacer más suavemente hermosa y más dignamente perfecta; robaba los ojos, se llevaba los corazones, pero los elevaba; en sus brazos portaba un niñito: jamás se ha visto rosal más bello en el   que se abra castillo más encantador. ¡Dios mío! ¡ Es El! El. Corrí a su encuentro, tendí mis brazos y aquella bendita doncella se dignó poner en el  los al que en los suyos llevaba. Después.., no vi nada; lágrimas más dulces que la miel nublaban mis ojos; mi pecho latía, mi alma quería volar; por fin, mis labios, trémulos, hablaron: « Ahora, sí, Señor; ahora, sí que »te puedes llevar a tu siervo, pues que, cumplida tu promesa, mis ojos han visto a tu Salvador! Luz para la revelación de las gentes y gloria de tu pueblo, Israel.» José y María lloraban conmigo. Mis labios se posaron en los pies de aquel pequeñuelo; ¡era el Mesías! ¡Ya está en la tierra; ha comenzado su obra redentora!

Pocos días después entraba en el   limbo otra alma cándida...; era una Santa viejecita que participara de la dicha de Simeón. Las semanas iban pasando; apenas quedaba una... Comenzaba la septuagésima cuando se notó movimiento inusitado en el   limbo...; los ángeles del Señor preparaban mansión especial para un alma a punto de llegar... ¡Qué hermosura! ¿Será El? Y todos, embelesados, contemplaban al recién llegado; y el recién llegado callaba y aun trataba de esconderse. ¿Quién es? « ¡Ah, dijo Simeón, es el que acompañaba en su subida al templo al Mesías y »a su Madre.» Era San José. Su alma destacaba entre todas por su singular hermosura; era algo extraordinario que movía a alabar a Dios. «Y El?», le preguntaron. «Hace unos instantes, les respondió, que recibí de sus labios el beso de despedida; en sus brazos me sostenía y en su pecho se reclinaba mi cabeza; me costaba mucho dejarle, pero era su voluntad. Pronto, me dijo, muy pronto, nos volveremos a juntar para siempre; dentro de unos días saldré a predicar mi doctrina, a fundar mi Iglesia, a terminar la obra de la Redención; pronto libraré la última y decisiva batalla, y con mi muerte destruiré la muerte, y por la cruz llegaré al triunfo.» ¡Muerte! ¡Cruz! «Sí, es verdad, clamó Isaías: siglos hace que lo escribí por El inspirado.» «Y yo...», repitió el Rey Profeta.

Pasaron unos meses, y entró triunfante, envuelta en el   rojo manto de su sangre vertida por Cristo y por la castidad, un alma grande; al verla salió a abrazarla José y la saludó: « ¡ Salve, Juan ! » «El Precursor», repitieron todos. «Sí, hermanos míos, el Precursor; unos días hace que señalándole con el dedo a las turbas que me rodeaban les decía: «¡ Ahí le tenéis!; Ese es el Cordero de Dios, Ese es el que quita el pecado del mundo. Y El, humilde, se confundía con los pecadores que de mis manos recibían el bautismo de penitencia, y el cielo se abría, y una voz clamaba:. «Ese es mi Hijo muy amado, y en quien tengo todas mis complacencias.» «Y a su voz las muchedumbres, embelesadas, le siguen, y los sordos oyen, y los tullidos recobran movimiento, y los ciegos ven, y los muertos resucitan, y los pobres son evangelizados. Pronto, muy pronto, le tendremos entre nosotros, aquí. ¡Hosanna al Hijo de David!»

Diríase que aquellos meses pasaron más lentos: pero, al fin, las semanas de Daniel se cumplieron: el tremendo sacrificio se ofreció en el   Gólgota; un viernes a la tarde, en vez de crepúsculo, lució en todo su fulgor el sol de la gloria: ¡Cristo!

2 El premio. Y Cristo penetró triunfador en el limbo, y convirtió en realidad la esperanza, y comenzó a cumplir lo que al llamar a los suyos a su seguimiento les prometiera: que si le seguían en la pena le seguirían también en la gloria; y, en efecto, todos los allí reunidos habían seguido a su Capitán General en la conquista del Reino, con Él habían luchado como buenos, y así habían merecido el premio. ¡Cuán bueno es el Señor y cuán bien cumple sus promesas! ¿Qué pensarían todos aquellos fieles soldados de las penas que para llegar a la victoria habían tenido que sufrir? Si posible fuera en medio de tanta dicha sentir alguna pena, cierto que la tuvieran de no haber hecho aún algo más; ni uno solo sentiría el más mínimo pesar por las oblaciones de mayor estima y momento que en su vida había hecho y por la práctica de hacer contra la sensualidad y el amor carnal y mundano, y el militar siempre bajo la bandera de Cristo en suma pobreza, en oprobios, en humillación. Pensémoslo, que ahora estamos a tiempo de actuarnos en esta preciosa vida de imitación de- Cristo!

Es también muy de considerar en este punto el gozo del alma de Jesucristo al ver el fruto precioso de su sangre, derramada a tanta costa, en aquellas almas por ella redimidas. Y cómo la divinidad se parece y muestra tan magníficamente, y el oficio de consolar que trae Jesucristo Nuestro Señor. En verdad que en el   limbo lo ejerce con plenitud,. llenando aquellas almas del más sólido y perdurable consuelo que se puede imaginar. ¡Qué gran Capitán tenemos y cuán buen amigo es Cristo! ¡Oh si lo comprendiéramos y nos entregáramos del todo a El y procuráramos ligarnos con El en amistad íntima que nos hiciera gozarnos intensamente de tanta gloria y gozo de tan buen amigo!

Punto 2.° LA RESURRECCIÓN

1) El hecho. Pasaron las horas necesarias para que se cumplieran las profecías, y llegó la de la resurrección. Veamos aquella lucidísima procesión del alma de Cristo acompañada de las de todos los santos del Antiguo Testamento. Salen del limbo y llegan al sepulcro; cómo al ver el cuerpo bendito de Jesús tan destrozado y conservando las huellas horribles de los tormentos de la Pasión, echaron de ver lo que la Redención le había costado y se lo agradecieron con íntimo amor.

Vieron siglos antes los Profetas lo que había de sufrir el Redentor y lo anunciaron clarísimamente: ¡Prisión, llagas, azotes, golpes, escarnios, cruz, lanzada! ... ¡Todo se había cumplido al pie de la letra! ¡Varón de dolores..., gusano, que no hombre!... ¡Pero todo ha pasado, y por tan áspero camino ha llegado a un término de felicidad y gloria admirables! De pronto el alma de Jesús volvió a unirse con su cuerpo y a animarlo; ¡ qué transformación tan sorprendente! ¿Cómo déscribirla? Imposible a nuestra torpe lengua. exponer tan maravillosa mudanza.

El devotísimo Padre Fray Luis de Granada (Oración y meditación», c. 26, med. 2.a) escribe: «Pues en esta hora tan dichosa entró aquella ánima tan gloriosa en su santo cuerpo; ¿y qué tal, si piensas, le paró? No se puede esto explicar con palabras; mas por un ejemplo se podrá entender algo de lo que es. Acaece algunas veces estar una nube muy oscura y tenebrosa hacia la parte del poniente, y si cuando el sol se quiere ya poner la toma delante y la hiere y embiste con sus rayos suele pararla tan hermosa, tan arrebolada y tan dorada, que parece el mismo sol. Pues así aquella ánima gloriosa, después que embistió en el   santo cuerpo y entró en él, todas sus tinieblas convirtió en luz y todas sus fealdades en hermosura, y del cuerpo más afeado de los cuerpos hizo el más hermoso de todos ellos. De esta manera resucita el Señor del sepulcro, todo ya perfectamente glorioso, como primogénito de los muertos y figura de nuestra resurrección.» Así glorificó aquella carne preciosa que tanto había sufrido. Los santos Evangelistas no nos describen el   hecho de la resurrección.

San Mateo escribe: «Avanzada ya la noche del sábado, al amanecer del primer día de la semana, vino María Magdalena con la otra María a visitar el sepulcro. A este tiempo se sintió un grau terremoto, porque bajó del cielo un ángel del Señor y llegándose al sepulcro removió la piedra y sentóse encima. Su semblante, como el relámpago, y era su vestidura como la nieve» (Mt. 28, 1 y sigs).

Quedó el cuerpo dotado de las excelencias y condiciones de los cuerpos gloriosos: impasible, sutil, ágil, luminoso. ¡Al contemplarlo, las almas de los santos sintiéronse inundadas de júbilo santo, de consuelo inefable! ¡Cómo consuela! ¡Qué buen amigo es!

2) Sus causas. Aduce Santo Tomás (3,1 q. 53, a. 1) cinco razones por las que convenía que Cristo Nuestro Señor resucitara, y son dignas de consideración.

a) Es la primera, «ad commendationem divinae iustitiae, ad quam pertinet exaltare illos qui se propter Deum humiliant, secundum illud (Lc 1, 52). Deposuit potentes de sede, et exaltavit humiles. Quia igitur Christus propter caritatem et obedientiam Dei se humiliavit usque ad mortem crucis, oportebat quod exaltaretur a Deo usque ad gloriosam resurrectionem...» Para recomendación de la justicia divina, de la cual es propio ensalzar a los que por Dios se humillan conforme a aquello de San Lucas (1, 52): Depuso a los poderosos de su solio y ensalzó a los humildes. Y pues Cristo por caridad y obediencia a Dios se humilló hasta la muerte de cruz, convenía que fuese ensalzado por Dios hasta la gloriosa resurrección; esa es la razón ijue apunta San Pablo en su epístola a los Filipenses (2, 8-9) y a los Efesios (4, 9). Y era justo que fuese la compensación en el   orden mismo en que fué la humillación, y pues ésta se manifestó en los dolores y muerte del cuerpo, parecía conveniente que el mismo cuerpo fuese glorificado y revestido de nueva vida.

Reflictamos para sacar algún provecho pensando que si queremos llegar a tan magnífico triunfo no hay otro camino que el que nos señala Nuestro Señor.

b) «Secundo, ad fidel nostrae instructionem, quia per eius resurrectionem confirmata est fides nostra circa divinitatem Christi.» Para instrucción de nuestra fe, porque por su resurrección fué confirmada nuestra fe acerca de la divinidad de Jesucristo (v. Suárez, ed. Vives, t. 19, p. 770). Es la resurrección de Jesucristo útil y aun necesaria para confirmar nuestra fe. Porque supuesta la predicción de Jesucristo, era sencillamente necesario para la verdad de nuestra fe que Cristo cumpliese lo que prometiera.

Y en este sentido se puede entender el texto de San Pablo, 1 Cor., 15, 14, “Si Christus non resurrexit, inanis est praedicatio nostra, inanis est et fides vestra»; «si Cristo no resucitó yana es nues»tra predicación y yana es también vuestra fe». Puesto que, aunque en absoluto, aun cuando Cristo no hubiera resucitado, pudiese haberse dado en nosotros verdadera fe y útil para la salvación, sin embargo, supuesto lo que enseña la fe cristiana, si Cristo no hubiera resucitado, tal fe sería yana, pues sería falsa. Y así lo explica San Pablo, añadiendo:«invenimur autem et falsi testes Dei», somos convencidos de testigos falsos respecto de Dios (Ib., 15). Y del mismo modo se ha de entender lo que añade: «Si Christus non resurrexit yana est fides vestra. Adhuc enim estis in peccatis vestris.» Si Cristo no resucitó, yana es vuestra fe, pues todavía estáis en vuestro pecado (1 Cor., 15, 17). La razón es, pues, que la fe falsa no puede ser principio y fundamento de la verdadera santidad.

Además, en la resurrección se manifestó la divinidad TAN MILAGROSAMENTE que así se confirma en gran manera la fe. Por eso nuestro Divino Maestro presentó durante su vida la resurrección como señal especial de su divinidad diciendo a los judíos: “Solvite templum hoc et in tribus diebus edificabo illud” (Jn 2, 19). Destruid este templo, y Yo en tres días lo levantaré; y hablaba del templo de su cuerpo» .

Y en otra ocasión, como los judíos le pidieran un milagro que confirmara su divinidad, les dijo: «Generatio prava et adultera signum quaerit et signum non dabitur ei, nisi signum Jonae Prophetae» (Mt., 12, 39). Esta generación, mala y adúltera, pide un prodigio; pero no se le dará sino el prodigio de Jonás profeta. Y fue la resurrección de Cristo demostración de su divinidad, ya porque se resucitó a sí mismo, conforme a su frase: «y en tres días lo levantaré», ya también porque el mismo Cristo, así como decía que era Dios, así predijo su resurrección; con ella probó la verdad de ambas aserciones.

Otro argumento aduce Santo Tomás que prueba también que fue la resurrección para confirmar nuestra fe. Si Cristo, muerto en cruz, no hubiera resucitado, los hombres se avergonzaran de creer en un crucificado, que para los judíos es escándalo y para los gentiles necedad (1 Cor., 1, 23). Pero la resurrección quitó a los creyentes el rubor y el miedo, porque «con la gloria de la resurrección sepultó la deshonra de la muerte».

Y el éxito mismo confirmó esta verdad; porque habiendo el Señor hecho hasta su Pasión muchos milagros en confirmación de la verdad que predicaba, creyeron pocos; pero después, como predicasen sus discípulos la resurrección, en un solo día creyeron varios miles. Pué, por consiguiente, la resurrección eficacísimo medio de persuadir y conservar la fe. Por eso fue tema tan frecuente de la predicación de los Apóstoles, y por eso el Señor quiso dejar el hecho tan palmariamente demostrado. De la resurrección encontramos once menciones explícitas en los Hechos de los Apóstoles: tres en la primera epístola de San Pedro y dieciocho, por lo menos, en las de San Pablo.

c) «Tertio ad sublevationem nostrae spei, quia dum videmus Christum resurgere qui est caput nostrum, speramus et nos resurrecturos.» Unde dicitur 1 Cor., 15, 12: «Si Christus praedicatur quod resurrexit a mortuis, quomodo quidqam dicun in vobis, quoniom resurrectio mortuorum non est?» Y Job., 19, 25, dicitur: «Scio, scilicet per certitudinem fidei, quod redemplor meus, id est Christus, vivit, a mortuis resurgens: et ideo in novissimo die de terra surrecturus sum: reposita est haec spes mea in sinu meo.» En tercer lugar, para levantar nuestra esperanza; porque cuando vemos que Cristo resucita, siendo nuestra cabeza, esperamos que hemos de resucitar también nosotros; por lo que se dice en la primera a los Corintios, 15, 12: «Si se predica que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo dicen entre vosotros algunos que no hay resurrección de los muertos?», y en Job, 19, 25, se dice: «Sé, por la certidumbre de la fe, que mi Redentor, que es Cristo, vive, resucitado de entre los muertos, y por eso el día último he de resucitar de la tierra; guardada tengo en mi seno esta esperanza.»

Se suscitaron entre los corintios algunas dudas acerca de nuestra resurrección; decían algunos que Jesucristo había resucitado por su dignidad, excepcionalmente, pero que nuestra resurrección sólo había de entenderse en lo espiritual, por el bautismo Y salióles San Pablo al encuentro; para él, negar nuestra resurrección corporal es negar la de Jesucristo, pues la una es corolario de la otra y hay que admitir o rechazar las dos. Debemos resucitar en Cristo y por Cristo; El es la causa ejemplar y meritoria de nuestra resurrección. Por el bautismo somos injertados en Cristo y comenzamos a vivir su vida, a participar de sus privilegios y de sus destinos; como el ramo injertado en el   tronco participa de su savia, así adquirimos derecho a la resurrección gloriosa.

Como causa meritoria, Jesucristo vino a reparar la ruina ocasionada por el pecado de Adán; y como ésta podía resumirse en la privación de la justicia original y la pérdida de la inmortalidad, debía su triunfo extenderse no menos a la muerte que al pecado. «Porque así como por un hombre vino la muerte, por un hombre debe venir también la resurrección de los muertos» (1 Cor., 15, 21).

San Gregorio, 14 Moral, c. 27 (e. 55, 68. ML. 75, 1075), escribe: «Sui capitis gloriam sequuntur membra. Redemptor ergo noster suscepit mortem ne mori timeremus; ostendit resurrectionem ut nos resurgere posse confidamus. Unde et eamdem mor»tem non plus quam triduanam esse voluit, ne si in »illo amplius differretur, in nobis omni modo desperaretur.» «Los miembros siguen la gloria de su cabeza. Por eso nuestro Redentor recibió la muerte, para que no temiésemos el morir; y nos mostró la resurrección para que confiemos que también nos»otros podemos resucitar. Por lo que no quiso que la misma muerte fuese de más de tres días, para que no fuera que si en el   se difiriese más tiempo, en »nosotros se perdiese la esperanza.»

d) «Quarto ad informationem vitae fidelium, secundum illud, Rom., 6, 4: «Quomodo Christus resurrexit a mortuis per gloriam Patris, ita et nos in novitate vitae ambulemus, et mfra: Christus resurgens ex mortuis iam non moritur; ita et vos existimate vos mortuos quidem esse peccato, viventes autem Deo.» «Para informar la vida de los fieles, conforme a lo que se dice a los Rom., 6, 4: como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida; y más abajo: Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no vuelve a morir; así, vosotros, teneos por muertos al pecado y vivos a Dios

El cuerpo de Jesucristo resucitado se revistió de las cuatro dotes sobrenaturales que, según el Apóstol, han de recibir los cuerpos resucitados de los bienaventurados, además de su perfección natural. En la primera a los Cor., 15, 42, y siguientes, dice: «Seminatur in corruptione, surget in incorruptione; seminatur in ignobilitate, surget in gloria; seminatur in infirmate, surget in virtute; seminatur corpus animale, surget corpus spiritale.» «El cuerpo, a manera de una semilla, es puesto en la tierra en estado de corrupción y resucitará incorruptible:impasibilidad;es puesto en la tierra todo disforme, y resucitará glorioso: claridad; es puesto en la tierra privado de movimiento, y resucitará lleno de vigor: agilidad; es puesto en la tierra como un cuerpo animal, y resucitará como un cuerpo todo espiritual: sutileza

Resucitó Jesús impasible, es decir, inmortal y exento de todo influjo nocivo. No se dice en el   Evangelio que después de la resurrección se manifestara el don de la claridad; más bien parece que la cohibió. Es la agilidad, la facilidad de movimiento local con celeridad y sin impedimento, cómo Cristo, después de su resurrección, aparecía y desaparecía instantáneamente (Lc 24, 31; Jo., 20, 19). Esta cualidad la adquiere el cuerpo en cuanto se sujeta al alma como motor; piensan, no obstante, los teólogos que no es la agilidad cualidad meramente pasiva del cuerpo, que recibe facilísimamente movimiento del alma, sino también especial movilidad en el   mismo cuerpo.

La sutileza o espiritualidad, según Santo Tomás, consiste en que, por una parte, cesan las acciones animales, como la nutrición, la generación, etc., y, por otra, el cuerpo sirve perfectamente al alma para todas sus operaciones. Suárez y otros piensan que en virtud de esta dote puede Él cuerpo estar simultáneamente con otro cuerpo en el   mismo lugar, penetrándolo, como Cristo se presentó a los Apóstoles cerradas, las puertas (Jo., 20, 19 y 26).
Estas dotes hemos de procurar que, en cierto modo, adornen nuestra resurrección espiritual, de tal suerte que en adelante seamos:

1) Impasibles e inmortales, es decir, que no volvamos a morir por el pecado ni nos dejemos impresionar de los afectos e inclinaciones torcidas que antes afectaban a nuestra alma, enfermándola, debilitándola y disponiéndola a la muerte.

2) La claridad hemos de procurarla por el buen ejemplo, que ilumine e ilustre a cuantos nos rodean y les pongan de manifiesto las virtudes de nuestra alma santificada.

3) La agilidad, en la prontitud en responder a las inspiraciones de Dios, a las órdenes de la obediencia, a los dictados de la caridad y aun a las manifestaciones del gusto de nuestros hermanos.
4) La sutileza en el   vencer los obstáculos que a nuestro paso se opongan y la espiritualidad en nuestro gusto por todo cuanto a la vida espiritual se refiera.

¡Reflexionemos sobre nosotros mismos para sacar algún provecho, procurando vivir vida nueva!

c) «Quinto, ad complementum nostrae salutis, quia sicut per hoc quod mala sustinuit humiliatus est moriendo, ut nos liberaret a malis; ita glorificatus est resurgendo, ut nos promoveret ad bona, secundum illud Rom., 4, 25: «Traditus est propter delicta nostra, et resurrexit propter iustificationem nostram.» Quinto, para complemento de nuestra salvación; porque así como sufrió males, se humilló muriendo para librarnos de los males, así fu glorificado, resucitado para proporcionarnos los bienes, conforme a aquello de los Rom., 4, 25, el cual fu entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.

Esta razón, dice el P. Suárez, 1. e., casi coincide con las dos anteriores, es decir, que Cristo resucitó para complemento de nuestra salud, no sólo para librarnos de los males, sino también para llenarnos de bienes. Porque aun cuando muriendo nos mereció ambas cosas, sin embargo, resucitando nos abrió el camino para lograr esto y nos mostró el ejemplar y término de nuestra exaltación.

3) Su excelencia. Fué la resurrección el gran triunfo de Jesucristo.

a) Triunfó de la muerte. Bien comprobada quedó y manifestada a todos la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Atroces tormentos, crucifixión, lanzada. Si no hubiera estado ya bien muerto lo hubiera matado el embalsamamiento, con cien libras (32,700 kilogramos) de una mixtura de mirra y áloes. Los mismos enemigos sellaron el sepulcro y se hicieron cargo de él. Resucitó: Jesús venció a la muerte; por eso el ángel decía a las Santas Mujeres: «Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Quid quaeritis viventem cum mortuis?» (Lc 24, 5). La muerte es consecuencia del pecado; por su muerte, Jesús borró el pecado y venció la muerte, quitándole su carácter de eternidad y haciéndola un estado de transición. «Mortem moriendo dextruxit et vitam resurgendo reparavit.» Muriendo destruyó la muerte, y resucitando restauró la vida. Entablaron admirable duelo la vida y la muerte, y sucedió que el Rey de la vida, muerto, reina vivo. Con El venceremos también de la muerte, que no será para nosotros sino cambio de una vida caduca por otra inmortal.

b) Triunfó de sus enemigos. Al parecer, salieron ellos con sus perversos intentos; le prendieron, le condenaron, y después de insultos incalificables, de tormentos dolorosísimos, de afrentas deshonrosas, lograron ponerle en cruz y darle muerte. Cantaron victoria, jactándose de ella, proclamando la impotencia de Jesús. Para más asegurar su triunfo, sellaron el sepulcro, lo rodearon de guardias escogidos por ellos mismos. Humanamente hablando, la historia de Jesús había acabado en el   sepulcro nuevo del jardín próximo al Calvario y terminaba con la victoria completa e incontestable de sus enemigos sobre aquel a quien calificaban de «impostor» (Mt., 27, 63). Los mismos amigos de Jesús lo hubieron de creer así, pues llenos de pavor se ocultaban, sin atreverse a aparecer en público.

¡Y al amanecer del domingo, Jesucristo resucita! Y las precauciones de sus enemigos, descartando toda posibilidad de fraude, hacen evidente la verdad de tan sublime hecho. El Señor deshizo como telas de araña las maquinaciones de sus enemigos. Ni los mismos enemigos de Cristo creyeron lo que propalaron, puesto que de creerlo les hubiera sido muy fácil proceder contra los discípulos, pues que era cosa castigada severísimamente por los romanos la violación de una sepultura. ¡Cuán gran Señor tenemos y cuán poco hemos de temer a nuestros enemigos, que lo más que pueden es matar nuestro cuerpo, nunca nuestra alma!

c) Triunfó de sus amigos. ¡ No creían en Él, y con qué tenacidad se resistieron a creer la resurrección de Jesús! Se la había anunciado claramente; tan claramente, que sus mismos enemigos decían a Pilato: «Seductor ille dixit, adhuc vivens: post tres dies resurgam» (Ib.). Aquel seductor, cuando todavía vivía, dijo: Después de tres días resucitaré. Veían cumplido al pie de la letra cuanto de su Pasión les predijera, y, sin embargo, después del aviso de los ángeles por medio de las mujeres y del de Jesús mismo por María Magdalena... «non crediderunt (Mt., 16, 11); et visa sunt ante illos sicut deliramentum verba ista, et non crediderunt illis» (Lc 24, 11). Lo tuvieron como un desvarío y no las creyeron. Echáselo en cara el Señor, reprochándoles su incredulidad y dureza de corazón (Mc., 16, 14). ¿Y qué decir de un Santo Tomás? ¡Y Jesús, a fuerza de paciencia y prodigando bondad..., los venció! ¡Y cuán cumplidamente! Quedaron tan íntimamente convencidos, que fué el tema predilecto de su predicación apostólica la resurrección, y se llamaron con razón «testes resurrectionis», testigos de la resurrección (Act. Ap., 1, 21).

Punto 3.° SE APARECE A SU MADRE

Es esta contemplación una de las muestras del amor firmísimo de San Ignacio a la Santísima Virgen, y enséñanos en el  la un criterio aptísimo para ir creciendo en el   conocimiento y estima de esta celestial Señora; lo que de puramente bueno y excelente concedió a otros Santos, entiéndase que lo concedió también el Señor, y con ventaja a su Madre. Diríase que San Ignacio, al exponer los puntos de esta contemplación, se distrajo, pues siendo corno es tan exacto en el   indicar los puntos, aquí enuncia el primero y no pone segundo ni tercero. Má aún: lo que escribe es una nota o aclaración, pero no una exposición del misterio que se ha de meditar.

«1º. PRIMERO, APARECIÓ A LA VIRGEN MARÍA, LO CUAL AUNQUE NO SE DIGA EN LA ESCRITURA, SE TIENE POR DICHO EN DECIR QUE APARECIÓ A TANTOS OTROS; PORQUE LA ESCRITURA SUPONE QUE TENEMOS ENTENDIMIENTO, COMO ESTÁ ESCRITO: ¿TAMBIÉN VOSOTROS ESTÁIS SIN ENTENDIMIENTO?]»

1) Dos razones hay que ponen de manifiesto el que la Santísima Virgen fu favorecida con la primera aparición de su Hijo resucitado:

a) Es la primera el amor filial de Jesús para con ella. La amaba tanto cuanto no nos podemos imaginar; por consiguiente, en el   Corazón de Jesús hacía más fuerza este amor que el amor a todo el resto de los hombres. Si, pues, fué consolando como amigo a sus amigos, ¿cómo no había de consolar antes y más cumplidamente, como Hijo, a su Madre? Lo contrario sería inconcebible. El amor a su Madre hizo, sin duda, que Jesús acelerara tanto el instante de su resurrección que apenas pudiera decirse que quedaban cumplidas las profecías; cuando casi era de noche, en la madrugada del domingo, se alzó glorioso del sepulcro. 

Que se apareciera en primer lugar a su Santísima Madre, dice el P. Suárez que se ha de creer, sin duda, «absque dubio credendum» (in 3, q. 55, disp. 49, sect. 1, n. 2). Y Santa Teresa. «Relaciones», XV, 4.)
(2) «Mater Dei est: ergo quidquid ulli sanctorum concessum st privflegii hoc lila prae omnibus obtinet.» (Pío XI, Encici«Lux veritatis», 1931.) A. A. S., 1931, p. 513.

b) La segunda razón, no menos poderosa, es que nadie como la Santísima Virgen se había asociado a los dolores de la Pasión de Jesucristo; justo era, en consecuencia, que a todos fuera preferida en el   reparto del botín de la victoria. Ni es razón que pueda fundar la negación de este hecho el que los Evangelistas nada digan de él, pues que de tal criterio tendría que deducirse que jamás se dejó ver de su Madre en los cuarenta días que sobre la tierra permaneció hasta su subida a los cielos, porque ningún Evangelista menciona en el  los aparición ninguna a su Madre. ¡ Lo cual es una enormidad pensarlo, tratándose de un Hijo como Jesús y de una Madre que tanto sufriera por El!

2) La aparición. Terminada la sepultura de Jesús, bajó del Calvario María, llevándose acaso la corona de espinas, acompañada de San Juan y las piadosas mujeres, y se retiró al cenáculo.¡ Cuán lentas pasaron aquellas horas desde la tarde del viernes al amanecer del domingo! En oración altísima, llena de dolor, recordaba las escenas que había presenciado, las palabras últimas de su Hijo, la agonía; ¡le veía muerto en la cruz primero y después en sus brazos! ... Pero, llena de esperanza firmísima, recordaba también las palabras del mismo Salvador anunciando su resurrección al tercer día, y la esperanza la confortaba. ¡Pasó el sábado, y alboreaba la mañana del domingo, cuando, inundando su habitación de torrentes de luz ultraterrena, se presentó su Hijo!

Con santa unción escribe el devotísimo Padre Fr. Luis de Granada (o. e., 26, med. 3.a): «En medio de estos clamores y lágrimas resplandece súbitamente aquella pobre casita con lumbre del cielo, y ofrécese a los ojos de la Madre el Hijo resucitado y glorioso. No sale tan hermoso el lucero de la mañana, no resplandece tan claro el sol del mediodía, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre cuchillos de dolor, velas hechas fuentes de amor; al que vio penar entre ladrones, véle acompañada de ángeles y Santos; al que la recomendaba desde la cruz al discípulo, ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el rostro; al que tuvo muerto en sus brazos, véle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele, no le deja; abrázale y pídele que no se le vaya; entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir; ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar.. .» «Verdaderamente, tan grande fué esta alegría, que no pudiera su corazón sufrir la fuerza de ella si por especial milagro de Dios no fuera para ello confortada. ¡ Oh Virgen bienaventurada, bástate sólo este bien! ¡Bástate que tu Hijo sea vivo y que le tengas delante, y le veas antes que mueras, para que no tengas más que desear! ¡Oh Señor, y cómo sabes consolar a los que padecen por Ti! No parece ya grande aquella primera pena en comparación de esta alegría. Si así has de consolar a los que por Ti padecen, bienaventuradas y dichosas sus pasiones pues así han de ser remuneradas.»

«María contempla, escribe el P. Huonder, (La mañana de la glorificación, p. 99) con sus limpios y expresivos ojos a su Hijo y no se cansa de mirarle más y más, apacentando su espíritu en aquella hermosura»glorificada, en aquella persona augusta, regiamente noble, pulcra, virginal, juvenil, hermosa, vestida de un ropaje celestial de resplandeciente y nívea blancura que le cae airosamente en suaves y finos pliegues. La cabeza, que en la cruz estaba tan fatigada y hundida en el   pecho, ahora se alza con majestad y gracia. El cabello, allá desmadejado, lleno de sangre cuajada y descompuesto, ahora, ordenado en sedosas guedejas, ciñe su rostro, de hermosura in»comparable, y pende graciosamente por las espaldas. Su frente, sombreada de espinas, ahora resplandece limpia y hermosa, bañada por el sol de la divina claridad y luz indeficiente. Sus ojos, quebrados y eclipsados por la muerte, brillan ahora y lucen como el mismo cielo, rebosantes de dicha y felicidad. Sus manos, taladradas por los clavos, caídas y sin vida cuando al pie de la cruz yacía El en los brazos maternales, ahora, rutilantes de celestial belleza, las tiene cogidas y enlazadas con las de su Madre, tierna y amorosamente. Sólo ha quedado una señal de los tormentos pasados: ¡ las cinco llagas! Pero con su color de púrpura resplandecen a manera de rosas en sus manos y pies, y de encendido rubí en su costado.»

3) Puédese también considerar que acompañaron en esta ocasión, cual lucidísimo cortejo, a Jesús las almas todas de los justos por Él sacados del limbo. ¡Y cómo se gozaban al contemplar a aquella Santísima Señora, su Reina, de la que muchas habían escrito tan delicados y sublimes conceptos! A la que tantas de aquellas preclaras mujeres del Antiguo Testamento habían prefigurado como esbozos, en los que el Señor se gozaba en preludiar lo que en María había de realizar plena y cumplidamente. Judit, Ester, Rebeca, Abigail, Susana, Lía, Débora, etc.; la una excelente por su pureza, las otras por su fortaleza, por su fecundidad, por su hermosura, por su prudencia, por su mansedumbre..., pálidos bosquejos de las sobrehumanas excelencias de María.

¡Cómo la admirarían reverentes y entonarían en su loor himnos de júbilo y ponderación! A ella, con toda verdad, debía aplicársele lo que a Judit dijeron los sacerdotes y el pueblo, agradecidos y entusiasmados de la obra que esforzada por Dios realizara: «Tu gloria Ierusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri» (Jud., 15, 10). Tú, la gloria do Jerusalén; tú, la alegría cíe Israel; tú, el ornamento de nuestro pueblo.

¿Estaría allí San José? ¿No sería uno de aquellos santos cuyos cuerpos habían resucitado? ¡ Y cómo se gozarían los Santos Esposos con su Hijo! ¡ La Trinidad terrestre! Los santos moradores de Nazaret! ¡Cuán bien practica Jesús el oficio de consolar que trae!

Meditemos y  asociémonos a tanta dicha de nuestro Capitán y de nuestra Madre; felicitémosles y entonemos a María el «Regina caeli laetare!» ¡Alégrate, Reino del cielo! Aprendamos el camino de llegar al triunfo y animémonos a cualquier sacrificio en vista del premio que nos merece. «Non sunt condignae passiones huius temporis ad futuram gloriam quae revelabitur in nobis», (Rom., 8, 18). A la verdad, yo estoy persuadido de que los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros.

Terminemos con un coloquio a la Santísima Virgen, dándole el parabién de tanta dicha y pidiéndole nos haga partícipes de ella. Otro a Jesucristo felicitándole del gloriosísimo triunfo de la resurrección y del gozo inefable que hubo de experimentar en la visita a su Madre, gozándonos de tanta gloria y gozo y pidiéndole no se olvide de nosotros, pobrecillos!

NOTA.—No es fácil de establecer el orden de las apariciones del Señor el día de la Resurrección y el número de ellas durante los cuarenta días que corrieron de la Resurrección a la Ascensión. El orden más comúnmente señalado por los exegetas y escritores de la Vida de Jesucristo es: 1.a, a la Santísima Virgen; 2., a María Magdalena; 3a, a las Santas Mujeres; 4., a Pedro; 5a, a los de Emaús; 6.a, a los Apóstoles reunidos en el   Cenáculo... No faltan quienes opinan que fue la segunda aparición la de San Pedro.

En cuanto al número, los Hechos de los Apóstoles parecen indicar (At. Ap., 1, 3) «per dies quadraginta apparens eis», apareciéndoseles en el espacio de cuarenta días, dándoles muchas pruebas de que vivía, que fueron frecuentes las apariciones; el Padre Prat enumera diez, aunque hace una de las apariciones a María Magdalena y a las Santas Mujeres, y no enumera la de la Santísima Virgen. San Ignacio pone trece; de ellas, la doce, a José de Arimatea, «COMO PIAMENTE SE

50ª  MEDITACIÓN

DE LA SEGUNDA APARICIÒN: A LAS SANTAS MUJERES

Preámbulo La historia será aquí cómo el primer día de la semana, muy temprano, las Santas Mujeres fueron al sepulcro, con los perfumes que habían preparado, habiendo salido ya el sol (Lc 24, 1). E iban diciendo entre sí: ¿Y quién nos va a remover la losa de la entrada del sepulcro? Pero al verlo observaron que la losa había sido removida y estaba a un lado, y habiendo entrado en el   sepulcro, no hallaron el cuerpo de Jesús, que había resucitado al amanecer; pero vieron a un joven sentado a la derecha, con un vestido blanco, que les dijo: No os asustéis; ya sé que buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado; ¿para qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí porque ha resucitado; aquí está el lugar en que lo habían sepultado. Acordaos de lo que os dijo, cuando estaba en Galilea, acerca del Hijo del hombre, que había de caer en manos de los pecadores, y que había de ser crucificado y de resucitar al tercer día. Id, pues, en seguida a decir a los discípulos y a Pedro: Ha resucitado y os precede a Galilea, allí lo veréis,     como ya os lo  dicho.»

       María estaba junto al sepulcro, a la parte de afuera, llorando, y cuando se inclinase hacia el sepulcro, vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados, el uno a la cabecera y el otro a los pies, en el   lugar en que había estado colocado el cuerpo de Jesús. Ellos le dijeron : «Mujer, ¿por qué lloras?» Y ella contestó: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto», y al decir esto miró hacia atrás y vio a Jesús, que estaba allí, pero no supo que era Jesús. Jesús le dijo: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas? Ella, pensando que era el guarda del jardín, le dijo: Señor, si lo has llevado tú, dime dónde lo pusiste y yo lo iré a coger. Jesús le dijo: ¡María!, y ella, volviéndose: «raboni!», que quiere decir ¡Maestro mío!, y se echó a sus pies y se abrazó a ellos. Jesús le dijo: Déjame, porque todavía no he subido al Padre. Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre; a mi Dios y vuestro Dios. Fué, pues, María Magdalena a dar parte a los discípulos, diciendo: He visto al Señor y me ha dicho esto y esto.

Petición. SERÁ AQUÍ PEDIR GRACIA PARA ME ALEGRAR Y GOZAR INTENSAMENTE DE TANTA GLORIA Y GOZO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR.

Punto 1.° VAN MUY DE MAÑANA MARÍA MAGDALENA, JACOBE y SALOMÉ AL MONUMENTO, DICIENDO: ¿QUIÉN NOS ALZARÁ LA PIEDRA DE LA PUERTA DEL MONUMENTO?]

1) Cuando el viernes, José de Arimatea y Nicodemus ungieron el cuerpo del Señor para sepultarlo, dice el sagrado texto que las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea, observaron el sepulcro y la manera con que había sido depositado el cuerpo de Jesús. Y al volverse hicieron provisión de aromas y bálsamos...» (J.c., 2J, 55-56). Amaban a Jesús y todo les parecía poco para honrar le; querían por eso obsequiarle con algo suyo. Eran, además, fieles cumplidoras de la ley, y por eso nada hicieron el sábado, día de gran fiesta y completo reposo.

       Habían seguido a Jesus en su predicación por Galilea y habían acudido a su servicio, proveyéndole de lo necesario como nos lo indican San Mateo (2, 55) y San Marcos (15, II): algunas de ellas tenían sus hijos en el   apostolado y estaban emparentadas con María Santísima o unidas a ella por la amistad. Amaban mucho a Jesús y le estimaban en gran manera; su fe era escasa, pero su buena voluntad, grande, y por ello merecieron recompensa.

2) Amanecía apenas y ya ellas iban camino del sepulcro; hablaban de lo que llenaba sus corazones, y llevaban ya un rato de camino cuando se les ocurrió una dificultad: eran todas débiles mujeres y la piedra que cerraba la entrada del sepulcro pesada y difícil de remover. Sin embargo, no se volvieron atrás. Sin duda que al Señor fue muy grata la solicitud de estas buenas mujeres, aunque fuera todavía su amor tan imperfecto y su fe tan corta.

3) Reflexionemos  para sacar algún provecho, y lo será no pequeño el decidirnos a hacer lo que en nuestra mano está, confiados de que el Señor hará el resto y removerá la piedra que estorba quizá la realización de nuestros santos designios; procuremos merecerlo con buenas obras y amor a Jesucristo.

Punto 2.° SEGUNDO: VEN LA PIEDRA ALZADA Y AL ÁNGEL QUE DICE: A JESÚS NAZARENO BUSCÁIS; YA ES RESUCITADO; NO ESTÁ AQUÍ.

1) Quizá cuando iban camino del sepulcro, sucedió lo que narra San Mateo (Mt., 28, 2 y sigs.): «A este tiempo se sintió un gran terremoto...» No se asustaron las Santas Mujeres, sino que prosiguieron su camino; al llegar vieron con sorpresa que la gran piedra estaba removida y el sepulcro abierto. Y se encontraron con el Ángel, que dirigiéndose a ellas, les dijo: No queráis temer; ¿buscáis a Jesús Nazareno, crucificado? Ya ha resucitado; no está aquí; venid y ved el lugar donde lo habían puesto (Mc., 16, 6). Propio es del ángel bueno punzar y morder las conciencias a los malos y, por el contrario, «DAR ÁNIMO Y FUERZAS, CONSOLACIONES, LÁGRIMAS, INSPIRACIONES Y QUIETUD, FACILITANDO Y QUITANDO TODOS IMPEDIMENTOS, PARÁ QUE EN EL   BIEN OBRAR PROCEDA ADELANTE» a los buenos. Así se hubo este úngel, aterrorizando y derribando por tierra a los guardas del sepulcro, y alentando a las piadosas mujeres, y al mismo tiempo preparándolas a la visita del Señor. Jesús no quiso aparecérseles porque su fe era muy imperfecta, pero hizo que el ángel las invitase a ver por sus mismos ojos señales que, naturalmente, las prepararon a creer: «Venid y ved el lugar donde le habían puesto. Recordad lo que os dijo estando todavía en Galilea:
conviene que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores y crucificado, y que al tercer día resucite. Ellas, en efecto, se acordaron de las palabras de Jesús
» (Lc 24, -7). Sin duda que con tal vista y tal recuerdo se dispusieron para recibir la visita, de Jesús.

2) Hace aquí notar el P. La Puente (p. 5, m. 3) «el nuevo renombre que el ángel da a Cristo Nuestro Señor llamándole Jesús Nazareno crucificado, como quien sabía la condición de nuestro buen Jesús, que es preciarse de sus desprecios y honrarse de haber sido crucificado por nosotros. ¡Oh dulce Jesús Nazareno y crucificado, porque en la cruz brotaste las flores de tus virtudes y los frutos de nuestra santificación, de las cuales gozas en tu gloriosa resurrección!      ¡Oh quién te buscase con tanto fervor que no se preciase de saber otra cosa que a Cristo y ese crucificado! (1 Cor., 2, 2). ¡Oh ángel benditísimo, venid en mi ayuda, fortalecedme con estas flores, fortificadme con estos frutos, porque estoy enfermo de amor (Cant., 2, 5), deseando ver a Jesús Nazareno, que fue por mí crucificado! »

3) Reflexionemos sobre nosotros mismos y pensemos que no pocas veces nos hace indignos de la visita del Señor nuestra escasa fe. ¡Qué pena que seamos tan tardos en creer, tan fríos en amar, tan tibios en obrar, que nos afecten y muevan tanto las cosas terrenas y temporales y tan poco las celestiales y eternas! Por eso sucede que nos interesan mucho los asuntos y negocios materiales y estudiamos con afán y entendemos con facilidad las empresas terrenas; y, en cambio, diríase que son para nosotros cosas de escaso interés las que se refieren a la vida eterna y ciencias abstrusas, de poco menos que imposible adquisición las del espíritu. Qué pena que sepan tan poco de Cristo no sólo los analfabetos, sino aun los que se llaman sabios y alardean de maestros! ¡Qué poca solicitud mostramos por honrar a Jesucristo! ¡Por eso no merecemos la visita y consolación de Dios¡ Animémonos, si queremos merecerla, a trabajar lo que podamos.

Punto 3° APARECIÓ A MARÍA, LA CUAL SE QUEDÓ CERCA DEL SEPULCRO DESPUÉS DE IDAS LAS OTRAS.

1) San Juan describe de manera admirable, y diríase que como si la hubiera presenciado, la aparición de Jesús a María Magdalena en su capítulo 20. El domingo, al amanecer, cuando todavía estaba oscuro, fu María Magdalena al sepulcro; iba con las otras Santas Mujeres. Al llegar «vio quitada del sepulcro la piedra. No juzgó que pudiera haber resucitado Jesús, y, sorprendida, pensando que habían violado el sepulcro y robado el cuerpo del Señor, echó a correr y fue a estar con Simón Pedro y con aquel otro discípulo amado de Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto. Los dos Apóstoles, queriendo cerciorarse del hecho, encamináronse al sepulcro.

María Magdalena volvió también, y cuando se retiraron otra vez a casa los discípulos, quedó ella cerca del monumento llorando. Con lágrimas, pues, en los ojos se inclinó a mirar el sepulcro. Y vio a dos ángeles vestidos de blanco sentados uno a la cabecera y otro a los pies donde estuvo colocado el cuerpo de Jesús. Dijéronle ellos: Mujer, ¿por qué lloras? Respondióles: Porque se han llevado de aquí a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, volviéndose hacia atrás, vio a Jesús en pie, amas no conocía que fuese Jesús. Dícele Jesús: «Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, su poniendo que sería el hortelano, le dice: Señor, si tú le has quitado, dime dónde le pusiste y yo me lo llevaré.

¡Verdaderamente que no sabía lo que se decía; su amor la hacía delirar; llama señor al hortelano, supone que es quien se ha llevado el cuerpo de Jesús y piensa que bastará su petición para moverle a entregar lo que había hurtado! Su fe era nula, pero su amor muy grande, y conmovió al Corazón de Jesús. Dícele Jesús: ¡María!»; se lo dijo, sin duda, con aquel tono de voz que tantas veces escuchara en Betania, y sonó en sus oídos como un toque de gloria que la cambió súbitamente del más desconsolado dolor a la más deliciosa alegría. Volvióse ella y le dijo: « ¡Maestro mío!», y, arrojándose a sus pies, se abrazó a ellos y los besó con efusión de inefable júbilo, ¡y no quería desasirse de aquellos pies divinos, pensando que se le iba Jesús y no volvería a verle! Dícele Jesús: Cesa de tocarme, porque no he subido todavía a mi Padre; mas anda, ve a mis hermanos y diles de mi parte: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.» El texto de la Vulgata traduce: «no quieras tocarme»; pero el significado del original es más bien: «deja de abrazar mis pies ahora, pues tendrás aún ocasión de hacerlo otras veces, que todavía no ha llegado la hora de irme al cielo.»

Y, efectivamente, poco después se le aparece a ella y a las demás piadosas mujeres, que, acercándose, besaron sus pies y le adoraron (Mt., 28, 9). «Fué, pues, María Magdalena a dar parte a los discípulos, diciéndoles: He visto al Señor y me ha encargado que os diga esto.»

2) Meditemos: Que mucho tenemos que aprender de esta santa mujer. ¡Qué fervor, qué solicitud, qué constancia, qué amor, sobre todo, qué amor, que con nada se quietaba sino con el mismo Jesús; imitémosla y mereceremos ser consolados, escuchando en el fondo de nuestras almas la voz suavísima de nuestro Maestro!

Es también digna de consideración la ternura del encargo para los Apóstoles; les llama sus hermanos; ¡no se muestra ofendido con ellos a pesar de la cobardía con que le habían abandonado y de la poca fe, que les mantenía obstinadanente incrédulos! Así es de bueno nuestro Señor y tan fácilmente olvida nuestras infidelidades. ¡Confiemos!

Coloquio—Pidiendo al Señor que nos llene de la santa alegría que infundió en el alma de la Magdalena, para llenarnos al mismo tiempo de vigor y aliento para cumplir con fidelidad invencible los juramentos y promesas que le tenemos hecho.

51ª  MEDITACIÓN

APARICIÓN A LAS SANTAS MUJERES

Preámbulo. La historia la cuenta San Mateo, c. 28. Recibido por las piadosas mujeres que habían acudido al sepulcro con aromas, el encargo de los ángeles de comunicar a los discípulos la resurrección del Señor, ellas salieron al instante del sepulcro con miedo y con gozo grande, y fueron corriendo a dar la nueva a los discípulos. Cuando he aquí que Jesús les sale al encuentro, diciendo: ¡ Dios os guarde!, y acercándose ellas, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dice: No temáis; íd, avisad a mis hermanos para que vayan a Galilea, que allí me verán.»

Composición de lugar. Ver a las Santas Mujeres saliendo del Cenáculo aún de noche, cuando se iniciaba el alba, llevando abundantes aromas con que ungir a Jesús. El camino, atravesando la ciudad, el jardín o huerto y el sepulcro.

Petición. PEDIR GRACIA PARA ME ALEGRAR Y GOZAR INTENSAMENTE DE TANTA GLORIA Y GOZO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR.

1) Llegadas las Santas Mujeres al sepulcro, lo hallaron abierto, y, penetrando en él, se encontraron con un joven «sentado a la derecha, con un vestido blanco; llenándose ellas de miedo y estando con el rostro inclinado hacia el suelo, él les dijo: No os asustéis; ya sé que buscáis a Jesús Nazareno el crucificado; ¿por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí porque ha resucita»do; aquí está el lugar en que lo habían sepultado. Acordaos de lo que os dijo estando todavía en Galilea acerca del Hijo del hombre, que había de caer en manos de los pecadores y que había de ser crucificado y de resucitar al tercer día. Id, pues, en seguida a decir a los discípulos y a Pedro: Ha resucitado y os precede a Galilea, allí lo veréis, como ya os ha dicho. Ellas se acordaron de aquellas palabras y salieron del sepulcro huyendo, porque estaban fuera de sí, presas de pavor, y no hablaban con nadie por la impresión que tenían, y con gran temor y alegría fueron a llevar la noticia»a los discípulos» (Carlos Silva Castro, Historia evan- gélica de Jesús, e. X, 229).

2) Hace notar San Ignacio, con palabras de Sán Mateo, 28, 8, «que las Marías salieron con temor y gozo grande». Causóles sin duda no pequeño temor el hallar el sepulcro vacío, su puerta abierta, un joven vestido de blanco pero, en cambio, llenólas de gozo el anuncio de la resurrección de Jesucristo. El P. La Puente (parte 5, med. 3, p. 4) escribe que el ángel causó «grande temór en malos y buenos, aunque en diferente manera, porque a los soldados, como malos, postró en tierra, dejándolos sin sentido, para que no gozasen de tanto bien; pero a las devotas mujeres consoló, diciéndoles: ¡ No queráis temer vosotras! Como quien dice: estos guardas temían, porque son malos; vosotras no temáis ni os acongojéis, porque vengo a daros buenas nuevas de la resurrección del Señor a quien buscáis». Ese es el oficio de los buenos ángeles consolar y tranquilizar a las almas buenas, que buscan con sincero amor a Jesús.

3) La consolación no fu desde el principio plena; quizá porque la fe de estas mujeres era muy imperfecta y las hacía menos dignas de recibir la visita de Jesucristo. Por eso Jesús, antes de mostrárseles para agradecerles la solicitud con que habían patentizado su cariño, las preparó para la visita del Ángel, quien les refrescó el recuerdo de la predicación de Jesús, que tantas veces les había predicho lo que acababa de suceder. Ellas, instruidas por el Ángel, «se acordaron» de las palabras del Señor, y, excitada así su fe adormecida, se dispusieron para recibir con fruto la visita de Jesús resucitado.

4) Aprendamos a preparar nuestra alma a las visitas y comunicaciones del Señor por la fe; si la tuviéramos viva, ¡cuán otras serían nuestras relaciones con el Señor, quizá no poco rutinarias y formularias, porque nuestra fe languidece! ¡Si creyéramos!, ¡si viviéramos vida de fe! en nuestro trato con Dios por la oración; en nuestro trato con Jesús en la Eucaristía, cuán fervorosa sería nuestra meditación, cuán gustosas y frecuentes nuestras visitas al Santísimo, cuán fructuosas y regaladas nuestras Comuniones! ¡Cómo el Señor se nos comunicaría! Procurémoslo recordando lo que nos tiene dicho en la Sagrada Escritura, recibiendo como palabras de Ángeles las de nuestros Directores espirituales, pidiendo aumento de f e, viviendo de ella.

Consideremos también la solicitud con que las devotas mujeres ejecutaron la orden del Angel y se dispusieron a comunicar sus palabras a los Apóstoles, anunciándoles la resurrección. Demostrando en ello su docilidad y buena voluntad y disponiéndose a recibir el don de Dios.


Punto 2.° CRIST0 NUESTRO SEÑOR SE LES APARECIÓ EN  EL CAMINO, DICIÉNDOLES: DIOS OS SALVE Y ELLAS LLEGARON Y PUSIERONSE A SUS PIES Y ADORÁRONLO.

Cuan bueno es el Señor para con los suyos y qué generosidad paga lo que por El se hace. Cierto que estas devotas mujeres habían mostrado con obras su buen deseo de honrar a Jesús; le amaban, y el amor las excitaba a hacer cuanto podían por su Maestro. Y Jesús se lo agradecía: «Y es, dice el P. La Puente (1. c., m. 5, p. 1), motivo de gran consuelo ver la bondad de Cristo Nuestro Señor, por la cual no repara en nuestras imperfecciones, cuando con sana y fervorosa intención deseamos agradarle, como sucedió a estas mujeres, las cuales, con falta de fe fueron a ungirle, pero con entrañable deseo de servirle; y, mirando a esta intención, quiere consolarlas. Oh, qué contentas y alegres quedaron con su visita, y por cuán bien empleados dieron los trabajos pasados!»

Si como ellas somos solícitos en el   servicio del Señor, pronto sentiremos los benéficos y consoladores efectos de su bondad; pero no tenemos derecho a esperar los regalos de la divina consolación si somos tibios y negligentes en el   divino servicio, que regalos son ésos que Él reserva para los diligentes.

2) ¿Cómo se les apareció? «No se les presenta luego junto al sepulcro, porque estaban todavía muy turbadas y poco dispuestas para verle, y así las dispone con aparición de ángeles. Reciben entonces la noticia de que Jesús vive; en el   camino hablan, llenas de gozo y confianza, de lo que les ha pasado en el   sepulcro, recuerdan las predicaciones del Maestro acerca de su resurrección y confían que pronto lo van a ver» (Huonder, 5. J., «La mañana de la glorificación», n. 45).

Y, efectivamente, Jesús les sale al encuentro diciendo Avete! ¡Dios os guarde! Y las tranquiliza y llena de paz, añadiendo: «¡ No temáis!» ¡Cuán lleno de majestad y hermosura se les presentó el Señor! ¿Qué pasaría en sus almas? Se vieron sin duda inundadas de gozo purísimo y de paz ultraterrena: que las palabras de Jesús no eran de estéril, aunque buen deseo, sino de real eficacia y obradoras de lo que significaban, quedaron, pues, llenas de Dios y de santa paz. ¡Por cuán bien pagados darían todas sus afanes y solicitudes pasadas en el   servicio de Jesús! Pensaban ungir con aromas y bálsamos materiales el cuerpo de su Maestro y Él unge sus almas con esencias celestiales que las llenan de alegre devoción y las dejan embalsamadas con su gracia. ¡Oh, si el Señor la derramara abundantemente en nuestras almas! ¡Pidámoselo!

3) Animadas con tan cariñoso saludo y llenas de impetuoso fervor y encendido afecto, se arrojaron a los pies de Jesús, y, abrazándolos con amor, los besaron respetuosamente, y con gran devoción le adoraron. Jesús, complacido, les dejó hacer y recibió con muestras de gratitud el amoroso homenaje. Con palabras nada respondieron al saludo de Jesús, pero bien manifestaron con sus obras su agradecimiento y su cumplida correspondencia. ¡Qué efectos tan divinos va causando con su presencia en las almas queridas nuestro Redentor resucitado, y cómo va repartiendo el botín de la victoria entre los fieles soldados que le siguieron en la pena! Trae, en verdad, oficio de consolador y lo practica de la manera más delicada y perfecta. Consolada quedó su Madre Santísima; María Magdalena lo fue con una sola palabra, y las Santas Mujeres quedaron plenamente satisfechas y rebosantes de júbilo. ¡A los pies de Jesús es donde se encuentra la verdadera dicha; ¿La encuentro yo? ¿En la comunión, en el   sagrario? ¿Por qué no? ¡Será que sólo se arrodilla mi cuerpo y permanece erguida mi alma por mi poca fe, por mi tibio amor, por mi gran soberbia! ¡ No sea así; si yo sé postrarme a los pies de Jesús y adorarle, allí hallaré la paz!

Punto 3.°—JESÚS LES DICE: NO TEMÁIS; ID Y DECID A MIS HERMANOS QUE VAYAN A GALILEA, PORQUE ALLÍ ME VERÁN.

1) Dulces palabras las de Jesús, que haciendo su oficio de «consolador» alienta a las mujeres con el suavísimo «¡No temáis!» ¡ Cómo confortaría sus almas conturbadas! Acertadamente nota el P. Huonder «La mañana de la glorificación», p. 139, c: «Siempre había el Maestro alentado antes a la confianza y ahora procura de antemano, con especial empeño, alejar cualquier miedo y timidez que pudiera provenir de su inopinada aparición. Que por esto repite tantas veces su amable: Nolite timere. Esta palabra, que es el tono fundamental de la ascética verdadera y suave, trae, pues, su origen del Salvador mismo. Aun hoy día muchas veces en las piadosas mujeres falta el espíritu de la confianza, en cuyo lugar se ha introducido una gran propensión a oprimir el alma con angustias, temores y escrúpulos. La culpa suelen tenerla los confesores y directores de almas, que usan muy escasamente al afable Avete y el benigno y alentador
Nolite timere.»

Es tan fundamental en la vida espiritual echar del corazón el infundado miedo y asentarlo en la filial confianza con Dios, que sin este previo paso no se puede dar otro que nos haga avanzar de veras en el   camino de la santidad. Cuán hermosamente lo sintió y lo expresó Santa Teresa del Niño Jesús! Pidamos, pues, al Señor que nos diga «Nolite time-
re» y reflexionando veamos si hasta ahora queda en nuestro corazón clavada esa espina tan punzante de la desconfianza; si así es, trabajemos por arráncarla y aprendamos a decir el «Padrenuestro» algo más que con los labios. A un padre únicamente le puede temer un hijo díscolo que no quiere entregarse a los llamamientos de su amor. 
2) Dióles después una encomienda para los Apóstoles, y también en el  la resplandece la bondad de corazón de nuestro Divino Maestro. ¡Llama sus «hermanos» a los que tan mal se habían portado con Él! Todo lo olvida; sólo desea que le amemos corno a hermano. Sólo quiere consolarnos y prepararnos iara que gocemos de Él en paz.

Considera el P. La Puente (p. - 5, med. 5, p. 3) que de esta orden de Jesús «la causa fue porque aquel lugar de Judea estaba muy inquieto y turbado y ellos estaban allí llenos de turbación y miedo Y así, para que gozasen de su presencia más a su gusto, les mandó ir a Galilea, donde habría más quietud. Dándonos a entender que, aunque de paso, nos visita Dios en medio de los tráfagos y turbaciones del mundo ; pero gusta que busquemos lugar quieto donde podamos verle despacio y conversar con Él en la oración y contemplación.»

 Tengámoslo en cuenta y no busquemos en otras causas la razón de la poca comunicación que con nuestras almas tiene el Señor. Es difícil, si no imposible, hallarlo en medio del bullicio de las gentes, descuidando el recogimiento exterior e interior, disposición la más eficaz para hallar en paz a Dios. Procuremos con empeño el retiro, compatible con las ocupaciones que la obediencia nos encomienda, y estemos seguros que allí veremos a Jesucristo, como les acaeció a los Apóstoles en Galilea. Y por lograrlo bien se puede hacer cualquier sacrificio.

52ª MEDITACIÓN

DE LA CUARTA APARICIÓN A SAN PEDRO.

Preámbulo. La historia de la aparición a San Pedro; los Evangelistas no dan detalle ninguno que permita situarla definitivamente; para San Ignacio ocurrió cuando, avisados por las mujeres los Apóstoles de que el sepulcro estaba vacío, corrieron a él San Pedro y San Juan; llegó el primero Juan, pero no penetró, sino aguardó a que entrara Pedro. Y, pensando San Pedro en estas cosas, las que veía en el sepulcro, se le apareció Cristo, y por eso los Apóstoles decían: 2.° Preámbulo.—Composición viendo el lugar, será aquí ver el sepulcro donde Él Señor fuera «Verdaderamente, el Señor ha resucitado y aparecido a Simón.»

Punto 1.° OÍDO DE LAS MUJERES QUE CRISTO ERA RESUCITADO, FUÉ DE PRESTO SAN PEDRO AL MONUMENTO.

Narra el Evangelista San Juan, en el   cap. 20, y. 2 y siguientes, que cuando María Magdalena «vio quitada del sepulcro la piedra, echó a correr, y fue a estar con Simón Pedro y con aquel otro discípulo amado de Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le han puesto. Con esta nueva salió Pedro y el dicho discípulo y encamináronse al sepulcro. Corrían ambos a la »par, mas este otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. Y habiéndose inclinado, vio los lienzos en el   suelo, pero no entró.»

1) Los demás Apóstoles, al oír el aviso de las mujeres, lo tuvieron como desvarío y sueños, y no lo creyeron. «Et visa sunt ante illos, sicut deliramentum verba ista» (Lc 24, 11). No así San Pedro y San Juan, sino que al instante se decidieron a poner los medios que en su mano estaban para cerciorarse de la veracidad de lo que María Magdalena les anunciaba. Prudentísimo proceder, que debemos imitar en casos análogos, evitando dos extremos igualmente peligrosos e irracionales: el ser nimiamente crédulos de afirmaciones extraordinarias de favores espirituales y el ser cerradamente incrédulos, rechazando obstinadamente cuanto en esta materia se nos diga.

2) Salieron corriendo: tal era el deseo que sentían de enterarse por sí de lo ocurrido; amaban mucho a Jesús, y el amor les ponía alas. San Juan, como más joven y ágil, llegó el primero. Si estaban, como se cree, en el   Cenáculo, un cuarto de hora les bastaría para llegar al sepulcro de Jesús. Llegado Juan el primero, habiéndose inclinado, con natural curiosidad vio los lienzos en el   suelo, pero no entró por deferencia a su compañero, cuya dignidad respetaba, a pesar de saber su caída. Lección práctica de respeto al superior, en quien nos hemos de acostumbrar a ver, no al hombre sujeto a errores y miserias, Sino a Dios Nuestro Señor, de quien recibe la autoridad, al que representa y a quien en el  obedecemos.

3) El P. La Puente (p. 5., m. 6, p. 2) nos hace considerar en estos dos discípulos «figuradas las virtudes principales con que hemos de buscar a Cristo Nuestro Señor, que son fe y caridad; la fe descubre las verdades y entra, como San Pedro, primero en el   sepulcro, y luego entra el amor, come entró San Juan, y con esta entrada se aumenta y fortifica la fe y se perfecciona el conocimiento de ella. Y también son figuradas las dos vidas, la activa y contemplativa, que nos llevan a Cristo; la activa entra primero, disponiendo, y luego la contemplativa, poseyendo y gozando. ¡Oh amantísimo Jesús, esclarece mi fe y enciende mi caridad para que, pospuesto todo temor humano, te busque y encuentre adondequiera que pueda hallarte ¡ Perfeccióname con los ejercicios de la vida activa en todo género de virtud, para que suba a los ejercicios de la vida contemplativa, y por medio, de ellos entre en lo escondido de tu rostro (Salm. 30, 21) para verte y gozar de la belleza y hermosura que tienes en tu gloria».

Punto 2.° ENTRANDO EN EL   MONUMENTO VIÓ SOLOS LOS PAÑOS CON QUE FIJÉ CUBIERTO EL CUERPO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR Y NO OTRA COSA.

1) Entró San Pedro en el   sepulcro y vio los lienzos que envolvieron el cuerpo del Señor, y separado y plegado el sudario que cubriera su cabeza. A los Apóstoles no se les apareció ningún Ángel; no lo necesitaban, pues les bastaba el aviso de las mujeres y su propio discurso para convencerse de que el cuerpo de Jesucristo no había sido robado. ¿Cómo pensar que se entretuvieran los ladrones en plegar tan cuidadosamente los lienzos y. el sudario? De robarlo, natural parecía que lo llevasen tal como estaba, si eran amigos, y si enemigos, que se cuidaran muy poco de plegar los lienzos. ¿Creyeron San Pedro y San Juan? Así parece…

2) El discípulo amado escribe: «Entonces el otro discípulo, que había llegado primero al. sepulcro, entró también y vio y creyó. Porque aún no había entendido lo de la Escritura que Jesús debía resu citar de entre los muertos». ¿Qué es lo que creyó? Según San Agustín, «credidit quod dixerat mulier, eum de monumento, esse sublatum», creyó lo que había dicho la mujer, que había sido llevado del monumento; pero más probable es que creyó en la resurrección de Jesucristo. Porque la palabra «creyó, puesta sin aditamento en este Evangelio, se acostumbra a poner indicando la fe en algún misterio revelado y se usa así otras dos veces en este mismo capítulo (vv. 25 y 29). Además de que si quería indicar únicamente que creyó en que había sido robado el cuerpo, no había para qué añadir tantas cosas, como que los lienzos estaban en el   suelo y el sudario plegado aparte, que él mismo entró y vió todo esto, y entonces creyó. Sin duda que quiso indicar que por lo que vió creyó en la resurrección de Jesucristo (c. Ceuleman).

3) ¿Se apareció Jesús a San Juan? No faltan autores que lo afirman, y si la devoción nos mueve a ello, podemos considerarlo. Cierto es que Jesús ama- ha con predilección a Juan, y bien se lo mostró permitiéndole reclinarse en su pecho en las horas tristes de la última cena, y entregándole, como en sagrado y preciosísimo depósito, a su misma Madre, para que con ella hiciera oficios de buen hijo.

 Punto 3. PENSANDO SAN PEDRO EN ESTAS COSAS SE LE APARECIÓ CRISTO, Y POR ESO LOS AIÓSTOLES DECÍAN: «VERDADERAMENTE EL SEÑOR HA RESUCITADO Y APARECIDO A PEDRO».

1) San Lucas (c. 24, y. 12) escribe: «San Pedro, no obstante, fue corriendo al sepulcro y asomándose a él vio la, mortaja sola allí en el   suelo y se volvió, admirando para consigo el Suceso.» ¿Qué pensaría el buen Apóstol? Con qué dulce ansiedad fomentaría la idea de que Jesús, aquel Jesús tan bueno para él, y a quien tan villanamente había negado, viviera otra vez; y soñaba.., como el hijo pródigo, en lo que debía decirle cuando de nuevo le viera. El recuerdo de su bondad y el de las dulces palabras de alentadora esperanza, que de labios de María Santísima había escuchado, le llenaban el corazón de confianza vivificante.

¡Si fuera verdad! ¡ Si pudiera volver a ver vivo al que tanto le amó! ¡Si pudiera arrodillarse y llorar a sus pies! ¡ Si de sus labios recibiera la seguridad del perdón! Con tales sentimientos entró en la cámara sepulcral. Vedie besar con amor el sudario plegado e inundar con sus lágrimas la piedra del sepulcro vacío.

2) Y de pronto se le apareció Jesús. La devoción ha de inspirarnos para reconstruir la escena del encuentro de Jesús, resucitado, con Pedro, arrepentido. ¿No sería la del encuentro del hijo pródigo con su padre? Echaríase Pedro a sus pies, inundado en lágrimas amargas, sí, pero al mismo tiempo dulcísimas, confesando su culpa y demandando perdón; y Jesús, que veía el fondo de aquel corazón tan sinceramente contrito y tan enteramente enamorado, le diría lo que tantas veces repitió: ¡Confide!, confía; noli timere!, ¡no temas!, ¡mi paz llene tu alma! Y sentiría Pedro una vez más cuán bueno es Jesús para los que le aman; cuán piadoso para los que le buscan; cuán dulce para los que le hallan y gozan de su amor y de su presencia.

De los pies de Jesús o de sus brazos se apartó Pedro confortado y dispuesto a confirmar en su fe vacilante a sus compañeros de apostolado. Y lo logró, pues cuando de retorno en el   cenáculo, los discípulos de Emaús narraban la aparición del Maestro, los Apóstoles les dijeron: «¡Sí, lo sabemos: ha resuci»tado y se ha aparecido a Simón Pedro!»

3) Reflexionemos y aprendamos una vez más lo bueno que es Jesús para quienes, arrepentidos, le buscan, aun después de los mayores extravíos; y llenémonos de dulce esperanza y. procuremos inspirársela a los pobres pecadores para que se entreguen a Jesús. Veamos cuán bien cumple su oficio de consolador...

Coloquio. A Jesús resucitado, pidiéndole nos otorgue cumplido perdón de nuestras iniquidades y consuelo íntimo... Que llene nuestras almas de su paz dulcísima, que, nos aliente, al fiel cumplimiento de cuanto le tenemos prometido.

53ª  MEDITACIÓN

SE APARECIÓ A LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS

Preámbulo. La historia será aquí cómo el día mismo de la resurrección se dirigían dos discípulos a un pueblo llamado Emaús; podrían ser las ocho o nueve de la mañana. Uno de ellos se llamaba Cleofás; ignoramos el nombre del otro; algunos expositores han pensado que era quizá el mismo San Lucas, pero no hay razón para afirmarlo. Antes de salir habían oído contar la aparición de los ángeles a las piadosas mujeres, y la ida de San Pedro y San Juan al sepulcro, pero no sabían nada de la aparición a la Magdalena, ni de la de San Pedro. Iban tristes, hablando de lo que ocurría aquellos días en Jerusalén. Unióse a ellos Jesús, tomó parte en su conversación, les reprendió su incredulidad y les mostró la necesidad de que el Mesías sufriera, para entrar así en su gloria. Iban encantados; llegaron a su casa, y como Jesús hiciera ademán de seguir adelante, ellos, con instantes súplicas, le forzaron a detenerse. Sentóse con ellos a la mesa, y al partir el pan le conocieron; pero súbitamente desapareció de su vista. Ellos, llenos de, gozo y dejándolo todo, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron a los Apóstoles reunidos en el   cenáculo, y como narrasen lo que habían visto, los Apóstoles les dijeron: «Sí, ha resucitado y se »ha aparecido a Simón.»

Composición de lugar. Será aquí ver el camino de Jerusalén a Emaús, situado a unas dos horas y media de camino. Según San Lucas (24, 13), distaba sesenta estadios de Jerusalén; el estadio equivale a 185 metros; luego la distancia total era de 11.100 metros. Después, la casa de campo de los discípulos.

Punto 1.° PRIMER0 SE APARECE A LOS DISCÍPULOS QUE IBAN A EMAÚS HABLANDO DE CRISTO.

Narra el Evangelista San Lucas (c. 24, VV. 1 y siguientes) que «en este mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén el espacio de sesenta estadios. Y así conversaban entre sí de todas las cosas que habían acontecido. Mientras así discurrían y conferenciaban recíprocamente, el mismo Jesús, juntándose con ellos, caminaba en su compañía. Mas sus ojos estaban como deslumbrados para que no le reconociesen.»

1) Iban a recrearse porque estaban tristes por la impresión de lo acaecido aquellos días. Su fe era muy escasa e imperfecta; su esperanza, débil, y su caridad, poco fervorosa. Quizá pensaban que eran ilusiones todos sus pensamientos y esperanzas pasadas, y en vez de buscar el remedio a sus tristezas en el   recurso a Dios por la oración, lo buscaban en cosas terrenas; querían olvidar lo que les preocupaba, y volver a la vida y ocupaciones que acaso habían dejado antes para seguir de cerca a Jesús.

Qué equivocado va quien busca remedio a sus penas saliendo de Jerusalén, que quiere decir visión de paz, dejando la compañía de los discípulos de Cristo, para buscar algún alivio corporal y algún regalo de la carne en medio de deudos o personas del mundo.
Reflexionemos sobre nosotros mismos, para ver si en más de una ocasión no hemos buscado consuelo en las cosas o entretenimientos de la tierra, en vez de irlo a buscar a los pies del Sagrario o de nuestro Padre espiritual.

2) Y Jesús; llenó dé bondad, se les hace encontradizo ¿Por qué? Porque su corazón es compasivo y le empuja a correr tras la oveja perdida que huye del redil, para volverla a él. Y no puede ver tristes a los suyos sin compadecerse y sentirse movido a consolarlos.
Por su parte, se hicieron ellos merecedores de ser consolados por ir dos juntos y hablando de cosas espirituales, que «ubi sunt duo vel tres congregati in nomine meo, ibi sum in medio eorum» (Mt., 18, 20), donde dos o tres se hallen congregados en mi nombre, allí me hallo Yo en medio de ellos. Unióse a ellos Jesús, y les dijo: «Qué conversación es ésa »que caminando lleváis entre los dos y por qué »estáis tristes?» Uno de ellos, llamado Cleofás, respondiendo, le dijo: «Tú sólo eres tan extranjero »en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado en el  la »estos días?» Replicó El: ¿Qué?» Lo de Jesús Nazareno—respondieron—, el cual fué un profeta poderoso en obras y en palabras a los ojos de Dios y de todo el pueblo. Y cómo los príncipes de los»sacerdotes y nuestros jefes le entregaron para que fuese condenado a muerte, y le han crucificado. Mas nosotros esperábamos que El era el que había de redimir a Israel, y, no obstante, después de todo esto, he ahí que estamos ya en el   tercer día después que acaecieron dichas cosas. Bien es verdad que algunas mujeres de entre nosotros nos han sobresaltado, porque antes de ser de día fueron al sepulcro, y no habiendo hallado su cuerpo, volvieron diciendo habérseles aparecido unos ángeles, los cuales les habían asegurado que está vivo. Con eso algunos de los nuestros han ido al sepulcro, y hallado ser cierto lo que las mujeres dije»ron; pero a Jesús no le han encontrado» (Lc 24, 17 y sigs.).

3) Jesús escuchaba, y tan preocupados iban que no le conocieron; su poca fe les cegaba los ojos. Para ellos el Mesías había de ser un gran conquistador que restaurara el reino temporal de Israel, y no entendían que el reino del Mesías pudiera establecerse por la cruz y el sufrimiento, sino que al ver morir de tal manera a quien soñaran ser el restaurador, perdieron toda esperanza, «nos autem esperábamos», ¡ya no esperamos!

4) ¡Cuántos hay que proceden como estos discípulos en tiempo de desolación! Se forman y fin»gen un hermoso plan de vida, un idilio, un sueño dorado en que todo está previsto y en su punto, pero sin cruz ninguna. Mas de repente aparece la cruz, cruz interior: desconsuelo, cobardía, sequedad, tentaciones... Cruz exterior: choque con los superiores o con los hermanos, fracasos, desengaños, enfermedades, persecuciones, etc. No estaba uno preparado para esto, y se deja llevar y arrastrar por estas impresiones y sentimientos; pierde Él humor, el gusto, la confianza; comienza a sutilizar y discutir las disposiciones divinas y admitir dudas contra la fe... Estas almas desoladas miran, echan de menos algo, todo lo valoran sólo a la luz de su propio sentimiento y afecto desequilibrado. Muchas de ellas son infieles a su vocación; dejan, a lo menos con el pensamiento, la ciudad santa de Jerusalén y la compañía de sus hermanos.., y se van a Emaús, a otro sitio, en busca de consuelo» (Huonder) (O. e., VI, XI, 4). No lo hagamos así nosotros, sino estimemos la cruz como la herencia preciosa de los fieles amadores de Jesús.

Punto 2.° LOS REPRENDE, MOSTRANDO POR LAS ESCRITURAS QUE CRISTO HABÍA DE MORIR Y RESUCITAR “¡OH NECIOS Y TARDOS DE CORAZÓN PARA CREER TODO LO QUE HAN HABLADO LOS PROFETAS! ¿NO ERA NECESARIO QUE CRISTO PADECIESE Y ASÍ ENTRASE EN SU GLORIA?”

1) «Entonces les dijo El. Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron ya los Profetas! Pues qué, ¿por Ventura no era conveniente que el Cristo padeciese todas estas cosas y entrase así en su gloria? Y empezando por Moisés y discurriendo por todos los Profetas, les interpretaba en todas las Escrituras los lugares que hablaban de El» (Lc 25-27).

Primero, con exquisito tacto y suavidad les hizo abrir sus almas para que pusieran de manifiesto su enfermedad y así poderla curar. Les echa en cara, después, el no haber comprendido, a pesar de su predicación reiterada, el misterio de la cruz, ¡y, sin embargo, era necesario que Cristo padeciese y muriese! Y al tiempo mismo que les reprende les instruye, con tal eficacia, que aquellas mentes se esclarecen y aquellos corazones se caldean. ¡Cómo cambian las cosas cuando Jesús se comunica a las almas! «Todo el tiempo que los discípulos anduvieron solos, cuán turbado estaba su corazón, cuán sin tino ni concierto eran sus pláticas. Pero así que llega Jesús y comienza a hablar, todo cambia, todo es luz y claridad, todo vuelve a estar en orden y armonía. Así su»cede en la meditación y oración; sin Jesús, todo es oscuridad, sequedad y miseria; con Jesús viene la alegría, el fervor, la ilustración, el gozo. ¡ Cuán »frecuentemente se experimenta esto ! » (Huonder) (O. e., p. 175).

2) Les dijo que «era necesario que Jesús padeciese, y así entrase en su gloria. Y, sin embargo, Jesús, como Hijo natural del Padre Eterno, tenía derecho a la gloria. ¿Y pretenderemos nosotros lograrla sin el menor esfuerzo, sin imponernos trabajo alguno, esquivando estudiadamente la cruz? Ilusión sería que pudiera llevarnos a un funesto desenlace. Tengámoslo en cuenta y no dudemos en abrazarnos con la cruz si queremos gozar del triunfo, que únicamente siguiendo a nuestro Rey eterno en la pena podremos participar de las delicias de su resurrección. Aprendámoslo bien y no olvidemos nunca las oblaciones que a nuestro Capitán hicimos de seguirle de cerca, muy cTe cerca, en el   camino de la cruz, que con su ejemplo nos quiso mostrar en toda su vida.

3) Mucho nos ayudará a entender esta sublime doctrina, tan ignorada por el mundo y tan difícil de comprender, lo que Jesús nos enseña en sus palabras a los discípulos de Emaús: ellas encendían el corazón de aquellos discípulos y encenderán los nuestros en santos deseos y en resoluciones muy aceptas al Señor si las consideramos con frecuencia. En el   divino libro tenemos un tesoro que hemos de procurar con empeño explotar, para nosotros mismos y para bien de nuestros oyentes en la sagrada predicación.

Punto 3.  POR RUEGO DE ELLOS SE DETIENE ALLÍ Y ESTUVO CON ELLOS HASTA QUE, EN COMULGÁNDOLOS, DESAPARECIÓ; Y ELLOS, TORNANDO, DIJERON A LOS DISCÍPULOS CÓMO LO HABÍAN CONOCIDO EN LA COMUNIÓN.

1) Sin duda que se les hizo muy breve la jornada, sabrosamente entretenidos en escuchar de labios del misterioso peregrino la sabia exposición de la divina doctrina. Y al llegar a Emaús y apartarse del camino real para tomar el que a su casa conducía, Jesús hizo ademán de separarse de ellos para seguir adelante, y les hubiera en realidad dejado si los discípulos, encantados del suave trato de aquel su compañero de viaje, no le hubiesen forzado con reiteradas instancias a quedarse con ellos: «Et coegerunt illum dicentes; mane nobiscum quoniam advesperascit et inclinata est iam dies» (Lc 29). Le detuvieron por fuerza diciendo: Quédate con nosotros, porque ya es tarde y va ya el día de caída». ¡Y el Señor se dejó convencer!

¡Cuán bella y breve oración! ¡Mane nobiscum! ¡ Quédate con nosotros! Sobre todo para cuando parece que quiere ocultársenos por la tribulación, hemos de instarle para que no se nos esconda, y cuando después de la Sagrada Comunión le tenemos en nuestro pecho, hemos de suplicarle que no permita que nos apartemos de Él. El Señor se dejó convencer «et intravit cum illis». Y entró con ellos. Gusta el Señor de estarse con nosotros, pero quiere que se lo pidamos, y no se disgusta, sino que, al contrario, le agrada que para ello le hagamos dulce violencia. No nos cansemos, pues, de instarle, que es negocio de suma importancia el que Jesús permanezca con nosotros y nos va en el  lo no menos que la salud eterna.

2) «Y sentándose con ellos a la mesa tomó el pan y lo bendijo, y habiéndolo partido, se lo dio. Con lo cual se les abrieron los ojos y conociéronle, y al punto se les quitó de delante de los ojos» (Lc 30 y 31). Considera el Padre La Puente tres causas por las que Cristo quiso manifestarse a estos discípulos estando a la mesa con ellos:

a) La primera, para manifestarnos cuánto le agrada la hospitalidad y caridad.

b) La segunda, para mostrar que es más poderoso el ejemplo que la palabra para darse a conocer: en el   camino les mostró la dulzura y sabiduría de sus palabras; en la mesa, la gravedad y modestia con que solía tomar el pan de sus manos, la devoción con que lo bendecía y daba gracias al Padre por ello, y la caridad con que lo repartía entre ellos; y con la vista de estas virtudes se les abrieron los ojos del alma para conocerle.

e) La tercera fue para significar la eficacia del Santísimo Sacramento para alumbrar el alma. «De estas tres causas tengo de sacar deseos grandes de ejercitar las tres cosas dichas; esto es, obras de misericordia, y dar buen ejemplo a otros, y frecuentar la Comunión, suplicando a este Maestro del cielo me ayude para ejercitarlas de manera que mis ojos se abran para conocerle y servirle como merece». El Santo Padre supone que Jesucristo dió la Comunión a los discípulos de Emaús; así lo creían muchos autores ascéticos de los siglos XVI y XVII; hoy, sin embargo, lós más de los exegetas lo niegan.


3) El gozo que la súbita y rápida aparición del Señor les produjo fue tan vivo que inmediatamente, sin terminar su comida, dejándolo todo, volvieron de prisa a Jerusalén; ansiaban dar la buena noticia a los Apóstoles, y se decían por el camino: «No es verdad que sentíamos abrasarse nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 32). ¡Cómo llena el corazón la visita de Jesús! ¡Y cómo en un instante lo trueca todo en gozo, paz y tranquilidad! ¡Él nos lo haga gustar! ¡Y nos esfuerce para volver a Jerusalén, visión de paz!

Coloquio. A Jesucristo resucitado pidiéndole que grabe profundamente en nuestras almas el sentimiento de la necesidad de la cruz para llegar al triunfo, y así nos esfuerce a ser fieles a lo que le tenemos prometido, y que jamás suceda que huyamos cobardes la tribulación buscando la tranquilidad fuera de Jesús.

54ª  MEDITACIÓN

DE LA SEXTA APARICIÓN A LOS APÓSTOLES, MENOS SANTO TOMÁS

 (Lc 24, 33-41, y Jn 20, 19-29).

Preámbulo. La historia Será aquí cómo la tarde del día mismo de la Resurrección, estando los Apóstoles reunidos en el   cenáculo, con las puertas cerradas por miedo a los judíos, se les presentó súbitamente Jesús, diciendo: ¡La paz sea con vosotros! Ellos, atónitos y llenos de temor, pensaban ver un fantasma, y Jesús les dijo: Por qué os turbáis y dejáis que la desconfianza se apodere »de vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, soy el mismo. Tocadme y persuadíos de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que los tengo Yo. Los discípulos se llenaron de alegría, pero no acababan de creer. Pidióles Jesús algo de comer. Después dióles el Espíritu Santo y la facultad de perdonar los pecados.

Composición de lugar, el cenáculo, y en el  una sala grande, bien adornada. Era ya de noche y habían terminado de cenar.

Punto 1.°  Los DISCÍPULOS ESTABAN CONGREGADOS POR EL MIEDO DE LOS JUDIOS  EXCEPTO SANTO TOMÁS.

1) Aparecen ya, el domingo de Resurrección, los Apóstoles «congregados»; quizá el mismo sábado la Santísima Virgen, por medio de San Juan y de San Pedro, reunió a los Apóstoles dispersos el día de la Pasión, y llenos de miedo, y los congregó en el   cenáculo. Veámoslos en aquella sala de tan dulces recuerdos, la del lavatorio, la de la Eucaristía y el sermón sublime de la última cena. Estaban llenos de temor. ¿Qué temían? Sin duda que los judíos quisieran acabar con ellos, como lo habían hecho con su Maestro; quizá se enteraron del rumor esparcido aquel mismo día por el Sanedrín, de que sus discípulos habían robado el cuerpo de Jesús, y por ello temían ser perseguidos. Además de que los Apóstoles, hasta la venida del Espíritu Santo, se muestran en el   Santo Evangelio poco valientes. Tenían, pues, cerradas las puertas y ventanas.

2) Ya de noche, llegaron los discípulos de Emaús y narraron lo que les había acontecido. De San Marcos (16, 12-13) se deduce que los Apóstoles no les dieron crédito: Después de esto se apareció bajo otro aspecto a dos de ellos, que iban de camino a una casa de campo. Los que, viniendo luego, trajeron a los demás la nueva; pero ni tampoco los creyeron. Se mostraron los Apóstoles de veras reacios a creer, haciendo así que para nosotros quedara más sólidamente demostrada la verdad del hecho de la Resurrección. Con los Apóstoles estaría, seguramente, la Santísima Virgen, que con sus fervorosas oraciones y súplicas les alcanzó de su Hijo lo que, por su poca fidelidad en el   seguimiento de Jesucristo y su incredulidad cerrada, no merecían.

3) Difirió el Señor todo el día la aparición a los Apóstoles. ¿Por qué? Tres razones aduce el Padre La Puente: a) como castigo a la incredulidad de muchos de ellos; b) para ejercicio de virtud de los más queridos; c) para enseñarnos a no desmayar ni perder la esperanza cuando tarda en socorrernos más de lo que nosotros pensábamos que había de tardar. Hemos, pues, de conservarnos en paciencia y así confiados aguardar la visita del Señor.

Punto 2.° SE LES APARECIÓ ESTANDO LAS PUERTAS CERRADAS, Y ESTANDO EN MEDIO DE ELLOS DICE: «PAZ CON VOSOTROS.»

1) Entró de repente, como un rayo de sol en un aposento oscuro, inundándolo de súbito de luz y alegría, Sin que precediese ruido alguno que indicase que se aproximaba. La primera impresión de los reunidos en el   cenáculo fu de estupor y de miedo; por eso acudió al instante Jesús a serenarlos con palabras suavísimas. Quiso presentárseles de esta manera para demostrar a sus discípulos que su cuerpo estaba glorificado, y por el dote de la »sutilidad podía penetrar por donde quisiera sin »estorbo alguno» (P. La Puente).

Como puedes penetrar en las almas, Señor, penetra en la mía, cerrada en demasía a tus inspiraciones y llamamientos, y llénala de Ti sin que puedan en el  la introducirse enemigos que estorben tu presencia en mí. Yo, para lograrlo, procuraré tener siempre muy bien cerradas las puertas de mis sentidos.

2) Y les dijo: «Pax vobis!» (Lc 24, 36). ¡Paz a vosotros! Era su saludo y es el gran don de Jesucristo: El es nuestra paz, ipse est pax nostra» (Ephes., 2, 14). Entró en el   mundo anunciando la paz, «pax homini bus» (Lc 2, 14). Se despidió dejándola como supremo regalo y testamento: «Pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis» (Jn 14, 27). ¡Señor, danos tu paz!, que excede toda dulzura y suavidad terrena, que tan fáciles y llevaderos hace los trabajos, que dulcifica las amarguras y serena las tempestades y cura las heridas y nos tranquiliza y sosiega en tu amor. ¡Tu paz sabrosa sobre todo sabor terreno! ¿Por qué la perdemos? Por no saber buscarla donde está: por no querer guardarla cuando la tenemos; por no apreciarla en lo que vale. La buscamos en las criaturas, y está en Dios; la exponemos al ataque de enemigos que ansían robárnosla; la vendemos por un placer vil, por una afición torcida, ¡ por tan poca cosa! ¡ Si supiéramos lo que en el  la tenemos!

3) «Ego sum! Nolite timere» (Lc, 24, 36). ¡Yo soy! ¡Fuera temores! Dulce palabra. Jesús es el consolador, es el Maestro, es el Salvador, es el hermano: viene ejercitando su oficio, y allí donde entra, todo lo llena de paz y de alegría. ¡Oh si supiéramos lo que en Jesús tenemos, cómo echaríamos de nuestro corazón todo temor, seguros y confiados en la protección del Omnipotente! Nos ama tanto! ¡Es tan poderoso! El niño, en brazos de su madre, a nadie teme; y nosotros, estando en Jesús, .,vamos a tener miedo? ¿A quién? ¿Es que puede haber quien contra Jesús pueda algo? ¡Jesús mío, yo nada soy, nada valgo, nada puedo; pero contigo lo puedo todo
y a nadie temo! Hemos de grabar bien en nuestras almas este sentimiento de íntima confianza en Jesús, y procurar por todos los medios tenerle siempre con nosotros.

4) Como todavía no se tranquilizasen, lleno de humanísima afabilidad y queriendo dejarles plenamente convencidos de la verdad de su presencia, les dijo: Pensáis que soy un fantasma, y no es así; soy el mismo que con vosotros vivió tres años, y por vuestro amor murió tres días hace; mirad »mis manos y mis pies, perforados al ser enclava»dos en la cruz; ved y tocad; que el espíritu no tie»ne carne y huesos, como veis que los tengo Yo.

¡Cuán bueno es el Señor para con los suyos y cómo no perdona medio de serenarlos y confirmarlos en la fe! Los discípulos se llenaron de alegría viendo al Señor; pero como no acababan de creer, fluctuando entre el temor y el gozo, les dijo: «Tenéis algo que comer?» Ellos le presentaron un trozo, de pescado asado y un panal de miel, y lo comió delante de ellos, y tomando los restos se los dio. Y les dijo: «Estas son las cosas que os dije cuando estaba con vosotros: que había de cumplirse todo lo que estaba escrito en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de Mí.» Entonces les abrió el entendimiento para que entendiesen las Escrituras. Y les dijo: «Así estaba escrito y así era necesario que el Cristo padeciese y que resucitase de entre los muertos el tercer día» (Lc 24, 41 y sigs.).

Verdaderamente que Jesús se porta como amigo y consuela a los suyos como un amigo suele consolar a otro. ¡ Así es de afable, así es de bueno! ¡Aprendámoslo y procuremos que nuestro corazón se persuada íntimamente de ello y sepamos vivir vida de amistad con Jesús, correspondiendo, solícitos, a sus finezas!

Punto 3.° DALE5 EL ESPÍRITU SANTO, DICIÉNDOLES: «RECIBID EL ESPÍRITU SANTO; A AQUELLOS QUE PERDONÉIS LOS PECADOS, LES SERÁN PERDONADOS.»

1) Solemne escena la que se siguió: el Señor instituyó el sacramento de la Penitencia y confirió a sus Apóstoles el poder de perdonar los pecados. «Y les dijo otra vez: Paz a vosotros! Como el Padre me envió, os envío a vosotros», y diciendo esto sopló sobre ellos, diciéndoles: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonáis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis, les serán retenidos» (Jn, 20, 21-23). Los consuelos que Jesús prodiga a sus discípulos quiere que les sirvan para alentarse a trabajar en la labor de la salvación de las almas. A eso había venido Él al mundo. Su labor quedaba hecha; a sus Apóstoles y enviados toca ir recogiendo el fruto de la siembra y aplicar a las almas la virtud vivificante de la Pasión de Cristo. Quizá eligió Jesús este día para instituir el Sacramento de la Penitencia, para revelar a los pecadores que la conversión es una resurrección y que no hay fiesta más dulce que celebrar. La absolución del sacerdote revive en el   alma reconciliada las alegrías de la fiesta de Pascua. (Baudot, «Les Evangeliques».)

2) Cumplió el Señor lo que tiempo hacía les había prometido (Mt 18, 18) de darles poder de atar y desatar, es decir, de perdonar los pecados; y lo hizo con palabras en verdad tan claras y expresivas que no dejan lugar a duda: «Haec Verba certiora sunt quam omnia regum edicta et diplomata» (S. Agustín). Son estas palabras más ciertas que todos los edictos y diplomas de los reyes. Y quiso usar para hacerlo cierta especie de rito sacramental, dirigiendo el aliento hacia ellos para significar sensiblemente la colación invisible del Espíritu Santo, y tal vez, como lo indican varios Santos Padres, que el Espíritu Santo procedía de Él.

Poder admirable el otorgado al sacerdote: «Ni a los Angeles ni a los Arcángeles ha dado Dios este poder, pues no se les ha dicho: «A quien perdonareis los pecados...» Es verdad que también las potestades de la tierra tienen autoridad para atar, pero solamente los cuerpos; mas este poder de atar que tiene el sacerdote se extiende a las almas, y sus efectos llegan hasta el cielo; pues lo que el sacerdote hace en la tierra lo confirma Dios allá arriba; y allí sanciona el Señor la sentencia del siervo. ¿Qué poder hay mayor que éste? Toda facultad de juzgar la ha entregado el Padre a su »Hijo, y yo veo aquí transmitidos a los sacerdotes todos los poderes del Hijo» (S. Crisóstomo, «De sacerdotio», 1. 3, 5).

3) ¡Con qué fidelidad y cuidado hemos de procurar los sacerdotes administrar tan estupendo. pocler! Y pues que con tanta liberalidad y largueza nos lo ha otorgado, cómo debemos trabajar por no tenerlo inactivo, sino empeñarnos en que se beneficien de él lo más posible los fieles. Además, en su administración hemos de tener entrañas de misericordia y solicitud industriosa para difundir por el mundo los raudales de gracia que de este sacramento brotan. Qué frutos tan sabrosos de la gloria de Dios y salvación de las almas podemos cosechar en el   santo Sacramento de la Penitencia! ¡Y cuántos consuelos derrama en las almas atribuladas! ¡Bendito sea el Señor, que tan fácil es en perdonar; démosle mil gracias por ello y pidámosle su gracia para aprovecharnos debidamente de su bondad sin límites!

Coloquio. Con Jesús, gozándonos de su triunfo y rogándole que sea para nosotros manantial de perdón y de santa paz.

55ª  MEDITACIÓN

LA SÉPTIMA APARICIÓNA LOS APÓSTOLES CON SANTO TOMÁS (Jn 20, 24-29).

Preámbulo. La historia será aquí cómo Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la hendidura de los clavos y no meto por ellas mi dedo y mi mano en su costado, no creeré”. Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: «¡Paz a vosotros ! » Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: «Mete aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.» Tomás, echándose a sus pies, le dijo. «Señor mío y Dios mío!» Y Jesús: «Has  creído porque me has visto. ¡Bienaventurados los que sin ver creyeron!» (J 20, 25 y 27-29).

Punto 1.° SANTO TOMÁS, INCRÉDULO PORQUE ERA AUSENTE DE LA APARICIÓN PRECEDENTE, DICE: «SI NO LO VIERE, NO CREERÉ».

1) De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la Comunidad religiosa. Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: «Donde estén dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mt 18, 20). Y Cristo no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el   mundo, de Él brota virtud maravillosa y pasa haciendo bien. Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla, sino con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en el  la para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible. Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, gozara, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha

2) Cosa es que admira la obstinación del Apóstol en su negativa a creer lo que sus compañeros le contaban: muy creíble es que la misma Santísima Virgen se lo afirmaría, pero él no daba su brazo a torcer. Dice San Juan: Tomás, uno de los doce..., no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle después los otros discípulos: «Hemos visto al Señor.» Mas él les respondió: «Si yo no veo en sus manos la hendidura de los clavos y no meto mi dedo en el   agujero que en el  las hicieron, y mi mano en su costado, no lo creeré» (Jn 20, 24-25).

Consideremos lo desatentado de la conducta de Tomás. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza!

A juicio de Tomás, sus compañeros eran en demasía crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo el «nisi videro... non credam!», ¡ si no veo, no creeré! Conducta irracional; exigencia que sólo puede nacer de una soberbia estúpida.

¿Hemos de aplicar a la vida sobrenatural y a los dogmas de la fe un criterio absurdo, que en las ciencias naturales y en la vida corriente sólo a un loco se le ocurriría utilizar? Con él la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad y caballerosidad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto para guiamos.

3) Pué esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

Punto 2.° SE LES APARECE JESÚS DESDE AHÍ A OCHO DÍAS, ESTANDO CERRADAS LAS PUERTAS, Y DICE A SANTO TOMÁS: METE AQUÍ TU DEDO Y VE LA VERDAD, Y NO QUIERAS SER INCRÉDULO, SINO FIEL.

1) Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias. Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el   servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡ cuántas bendiciones atraen de lo alto! No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de sus colegas de apostolado le valieron a Tomás la visita de Jesús.

2) Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

3) El Señor, al entrar en el   cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: «Pax vobis!» ¡ Paz a vosotros! ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡Pidámosle que nos dé su paz! Dirigióse después a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. El salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad ló hizo! «Después dice a Tomás. Mete aquí tu dedo y mira mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado, y no quieras ser incrédulo, sino fiel».

La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: «No quieras ser incrédulo!» Y en cambio, como accediendo a su desconsiderada pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección.
Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir u obligación de educar. ¡Cuán apto modo de lograr magníficos efectos es la tranquila exposición de la verdad y la suave admonición tempiada por el cariño, que hace al defectuoso ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla! Así se logra que el reprendido, en vez de airarse rebelde, se someta agradecido y salga de la reprensión con nuevos motivos de amor y sin dejo de amargura.

Punto 3.° SANTO TOMÁS CREYÓ, DICIENDO: «¡ SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO!» AL CUAL DICE CRISTO: BIENAVENTURADOS SON LOS QUE NO VIERON Y CREYERON.»
1) Grande fué la falta de Tomás, pero magnífica su reparación. «Respondió Tomás y le dijo: ¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús?’ No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. «Plus nobis Thomae infidelitas ad fidem quam fides credentium discipulorum profuit quia dum ille ad fidem palpando reducitur, nostra mens omni dubitatione postposita in fide solidatur.» (5. Greg. Hom. 26 in Evang.) (N. 7. ML, 76, 1201). Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe.

2) Lleno de fe, de amor y de pena, arrojóse el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: «Señor y Dios mío!» Perdóname, Señor!        ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una f e doblemente fervorosa y activa. Este es el suspice de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas las pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios.

Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, que extenderá el Evangelio amplísimamente como un Pablo. Aquel «eamus et moriamur cum eo» tendrá en el  mismo su perfecto cumplimiento. Como »la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracia a la caridad del Maestro, que aquí también»ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conoci»miento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.

3) Nadie hasta entonces había llamado a Jesús: «¡ Señor mío y Dios mío!» Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: «Bienaventurado eres, porque »no fue la carne y la sangre los que te revelaron lo »que dices, sino mi Padre que está en los cielos.» Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe.

 «Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural. La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas. «Señor mío!», acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. « ¡Dios mío!», acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un »hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios» (Casano»vas) (o. e., 4a s., d. 4.°).

4) «Díjole Jesús: «Porque me viste, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron y creyeron» (v. 29). El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara la de Pedro, y da de ello por razón el Padre La Puente, «porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentidos para creer los misterios de Dios». Dos caminos hay para llegar a la fe: uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto? San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides», da la solución con estas palabras: «Aliud Thomas vidit et palpavit corpore et aliud credidit corde... Hominem namque seu humanitatem vidit et tetigit, et Deum seu deitatem (quae in praesenti videri non potest credidit. Dicendo enim «Dominus meus», humanam naturam, cui daturn est totius creaturae dominium; dicendo «Deus meus», »divinam, quae omnia condidit, confessus est et unum eumdem, Deum et Dominum». (Tract. 121 in Joan). «Una cosa vió y palpó con el cuerpo Tomás, y otra creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad que al presente no se puede ver. Pues diciendo «Señor mío» confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo «Dios mío», la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor.

5) Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad, de ver hemos, por la misericordia de Dios, creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, adorarle, besarle; pero mayor mérito es creer en el   firmemente y adorarle con rendimiento. Seremos, en verdad, bienaventurados si recibimos con docilidad las enseñanzas todas de la fe y nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, que inspira a la Jerarquía eclesiástica.

56ª  MEDITACIÓN

LAS LLAGAS DE JESUCRISTO.

Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Para qué? Podemos considerar algunas razones.

       A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para darla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar.

           B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitador continuo de su misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

       C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe.

Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena. Por fin, y ya inútilmente, los condenados “verán al que traspasaron” (Jn., 19, 37).

       D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

       a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”: Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

       a) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

       F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

       a) Primero, dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.
       b) Después, grande amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.
       c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

       d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

       Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adorote devote...»: 

       « No veo las llagas como las vio Tomás,
       pero confieso que eres mi Dios;

       haz que yo crea más y más en Ti,
       que en Ti espere; que te ame».

       Digamos todos con san Pablo: “ Llevo en mi cuerpo las llagas de Cristo... no quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado... vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

57ª  MEDITACIÓN

LA OCTAVA APARICIÓN(Jn 21, 1 s.).

Preámbulo. La historia nárrala deliciosamente San Juan en el   último capítulo de su Evangelio. Después de esto se apareció Jesús otra vez en la ribera del lago Tiberíades, y se apareció de este modo: estaban juntos Simón Pedro y Tomás y Natanael, os hijos del Zebedeo y otros dos de sus discípulos, y dijo Simón: «Yo voy a pescar»; ellos le dijeron: «Nosotros vamos también contigo». Pero en toda la noche no pescaron nada. Al amanecer se presentó Jesús en la ribera, sin que le conocieran, y les preguntó: «Muchachos, ¿tenéis algo que comer?» «¡No!», contestaron. Echad la red a la derecha,, y hallaréis.» La echaron y se cuajó de peces, tanto que no podían sacarla. Entonces, el discípulo aquel a quien Jesús amaba, dijo a Pedro: «¡Es el Señor! » Al oírlo Pedro, púsose la túnica, pues estaba desceñido, y se lanzó al agua. Los demás discípulos vinieron en la barca, pues no se hallaban lejos de la orilla sino a unos cien metros (200 codos), y trajeron la red con los peces. Cuando saltaron a tierra se encontraron preparadas brasas encendidas y asándose en el  las un pez, y al lado pan. Jesús les dijo: «Traed acá algunos peces de los que habéis pescado ahora.» Simón Pedro subió a la barca y trajo a la tierra la red llena, con 153 peces grandes, no rompiéndose la red, a pesar de ser tantos. Díceles Jesús:          «¡Vamos, almorzad!», y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «Quién eres?», sabiendo bien que era el Señor. Jesús se acercó, y cogiendo el pan se lo dio y lo mismo el pescado. Y después encomendó su rebaño a San Pedro, habiéndole primero examinado tres veces de la caridad.

Composición de lugar: El lago de Tiberíades se extiende en una longitud de 21 kilómetros de Norte a Sur; su mayor anchura es de 12 kilómetros. Sus bordes al Este son escarpados; al Oeste el paisaje es tan variado como risueño; las colinas, que unas veces bañan sus pies en las aguas del lago, otras se apartan de la ribera, formando pequeños contrafuertes y encantadoras llanuras, una de las cuales, la del centro, se llamaba Genesar. En estas llanuras, a lo largo del lago, estaba Cafarnaún, y más al interior, Corozaín y Betsaida, patria de los Apóstoles Pedro, Andrés y Felipe.

Punto 1.° JESÚS APARECE A SIETE DE SUS DISCÍPULOS QUE ESTABAN PESCANDO, LOS CUALES POR TODA LA NOCHE NO HABÍAN TOMADO NADA, Y EXTENDIENDO LA RED POR SU MANDAMIENTO, NO PODÍAN SACARLA POR LA MUCHEDUMBRE DE PECES.

1) Encontramos a los Apóstoles en Galilea, obedientes a lo que Jesús les había ordenado; y entonices les cumplió Él lo prometido de que «allí le verían», «ibi me videbunt» (Mt 28, 10).

a) «Hallábanse juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael (Bartolomé), el cuál era de Caná de Galilea, y los hijos del Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Díceles Simón Pedro: Voy a pescar. Respóndenle ellos: Vamos también nosotros contigo. Fueron, pues, y entraron en la barca, y aquella noche no cogieron nada».

Digna de considerarse es la unión de ánimos en que vivían los Apóstoles: bastó que Pedro indicase su intención de Salir a pescar aquella noche para que todos sus compañeros se ofrecieran a ir con él. ¡Qué hermosa es la unión de corazones y la afabilidad, que nos mueve a contentar a los demás y nos enseña a sacrificar nuestros gustos al gusto ajeno! Y, en cambio, cuán contrario a la caridad y desagradable al Señor el espíritu de contradicción y el desabrimiento en el   trato. Pena grande que por no considerarlo sean tantos los hogares y comunidades amargados por la intemperancia desabrida de alguno de sus miembros. ¡Si Supiéramos ceder! ¡Si gozáramos en agradar a todos! ¡Cuánto bien haríamos!

b) Demuéstranos también este hecho la pobreza de los Apóstoles. Durante la vida pública de Jesús, Él había provisto a sus necesidades, pero después tenían que dedicarse a su oficio para lograr el sustento necesario; por eso San Pedro salía a pescar de noche, no para recrearse, sino para ganar el pan.

e) «Y aquella noche no cogieron nada.» ¡Les faltaba Jesús! ¡Cuánto le echarían de menos y cómo recordarían la pesca milagrosa! Hemos de aprender que «neque qui plantat est aliquid neque qui rigat» (1 Cor., 3, 7), ni el que planta vale cosa ni el que riega, si Dios no le da el incremento. Pobres de nosotros si trabajamos sin Jesús; nuestros trabajos serán vanos. Si no es su espíritu el que nos guía, anima y sostiene, sufriremos sin mérito. ¡El es la vid, nosotros los sarmientos; unidos a El damos fruto de vida eterna; sin El nada podemos; sólo somos aptos para el fuego! Hemos de trabajar por su amor, con El unidos y en el   apoyados. Y no, como no pocas veces jo hacemos, por propia voluntad, sin consultar con el Señor ni buscar la dirección de nuestros superiores, muy fiados en nosotros mismos y buscando nuestra estima y aplauso.

2) «Venida la mañana se apareció Jesús en la »ribera», sin duda en forma para ellos extraña, pues que no le conocieron, y usando tono de voz desusado, «los discípulos no conocieron que fuera Él» (Lc 4). «Y Jesús les dijo: Muchachos, ¿tenéis algo que comer? Respondiéronle: No. Díceles Él: Echad la red a la derecha del barco y encontraréis. Echáron»la, pues, y ya no podían sacarla por la multitud de peces» (Ib., vv. 5 y 6).

Estaba tan cerca Jesús y no le conocían; les hablaba y no caían en la cuenta de que fuera El. Cuántas veces tenemos muy cerca a Jesús y no nos percatamos de ello, y pensamos quizá que está muy lejos, porque las cosas no salen a medida de nuestros deseos. Al oír la pregunta del que desde la orilla les hablaba, pensaron que era algún otro pescador curioso o alguno que querría comprarles el pescado ó pedirles algo para comer. Y le respondieron secamente, ¡no! Insistió entonces el desconocido, y ellos al punto accedieron a lo que les indicaba.

¡Cuán bueno es Jesús! No le sufrió su corazón ver aquel fracaso de sus Apóstoles y quiso acudir a remediarlo, y lo hizo de esta manera tan delicada y eficaz. ¡Cuántas veces llega al alma y pide algo, no tanto por lo que hemos de darle, cuanto por lo que desea El darnos!

3) Digno es también de considerarse el proceder de los Apóstoles: cansados y decepcionados, después de una noche de estériles trabajos, volverían ansiosos de descansar y poco dispuestos a entretenerse inútilmente; y, sin embargo, atienden al que desde la orilla les habla y ejecutan dócilmente su indicación, demostrando así carácter tranquilo, dominio de sí mismos y deseo de agradar a los demás. Sin duda que durante toda una noche de tentativas infructuosas habrían echado la red a derecha e izquierda y por todos lados. Virtud gratísima, fruto precioso de la caridad y fomento de unión de la vida común es la afabilidad, que nos hace ceder fácilmente a los gustos de los demás y evitar rozamientos que determinen choques y encuentros que quebrantan la armonía de la paz y rompen la concordia de los ánimos. Pidámosla al Señor y nos hará gratos a los hombres y a Dios.

Punto 2.°—POR ESTE MILAGRO SAN JUAN LO CONOCIÓ Y DIJO A SAN PEDRO: ES EL SEÑOR, EL CUAL SE ECHÓ EN LA MAR Y VINO A CRISTO.

1) A todos hubo de sorprender el milagro, repetición del de tiempos atrás realizado por Jesús en el   mismo lago y probablemente en la misma barca de San Pedro; pero el primero que conoció que su autor era el Maestro fué el discípulo amado, San Juan. ¿Por qué así? Sin duda, porque el amor aguza la vista; pero, y es razón que apuntan varios exegetas, también porque era virgen, y a los limpios de corazón se les llama bienaventurados, porque ellos verán a Dios (Mt 5, 8). «Entonces el discípulo aquel que Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!» (Lc y. 7). «Dominus est!»

Suena esta palabra tan inesperada, tan de repente, tan amable y dulce... Después de una noche lóbrega y fría, tras un largo trabajo pesado y estéril, sale el sol de la gracia e inunda el alma de luz, de fervor y júbilo deleitoso. Dominus est! ¡Oh palabra regalada y hermosa! Esta palabra debemos repetir siempre que el alma se siente conturbada. Cuando vengan tentaciones o pruebas interiores y órdenes desagradables, digamos: Dominus est! La meditación sale fatigosa, seca, sin verse cosa alguna, como en noche cerrada; mas al fin en el   coloquio brota un rayo de luz y de gracia. Dominus est! Así pasa en los Ejercicios cuando llego a entender y conocer algo mejor que como antes lo veía y recibo consolación y gozo, Dominus est! Evidentemente, allí estaba mirando y desde allí me ayudaba» (Huonder, o. c., n. 81, 3).

2) Pedro, al oírlo, se lanza al mar, a pesar de que estaba a poca distancia de la orilla. Era que se juzgaba obligado más que ninguno a mostrar, por cuantos medios estuvieran a su alcance, la adhesión y amor al Maestro. ¡Le debe tanto, le ha perdonado tanto! A un pescador, como lo era Pedro, ¿qué puede atraerle tan vivamente como un lance afortunado, en el   que cobra gran cantidad de peces? Y, sin embargo, todo lo dejó el Apóstol por reunirse cuanto antes con Jesús; para él no había ya dicha en el   mundo como la de estar con el Señor, y por lograrla lo dejaba todo y pasaba por cualquier dificultad. Hubo de ser a Jesucristo muy grata esta amorosa solicitud de Pedro, y por eso le recibiría muy afablemente en la orilla, al verle postrarse a sus pies chorreando agua.

3) Y a nosotros, ¿se nos va el corazón así hacia el Señor? Al ver la espadaña de una iglesia lejana, al pasar frente a un templo, hemos de oír el «Dominus est!» y enviar un saludo, al menos espiritual, si no podemos hacerlo real, al prisionero de amor de nuestros tabernáculos: ¡es el Señor! Está con nosotros, tan cerca, a veces bajo el mismo techo, y no nos acordamos de que está allí o no le conocemos. Ven muchos autores en esta escena representados, en San Pedro y San Juan, los dos tipos de vida activa y contemplativa. Las almas contemplativas son más rápidas en el   conocimiento del Señor; pero el amor de las almas activas es más obrador. «En la Iglesia de Cristo pasará siempre lo mismo. Los «privilegiados» reconocerán al Señor antes que el patrón de la barca, o, mejor dicho, Jesús mismo les hará sus confidencias; pero habrán de decírselo todo a Pedro; a él le corresponde «la acción». Estos »privilegiados tienen nombres varios, desde Juliana de Lieja hasta Bernardita de Lourdes, pasando por Margarita María de Paray» (Durand, Saint Jean).

4) Los demás discípulos vinieron en la barca., tirando la red llena de peces pues no estaban lejos de tierra sino como unos doscientos codos). Considera el P. Casanovas (o. c., 4. sem., día 5.°, 1.a cont.) en la barca de Pedro la imagen de la Iglesia; hay en el  la iluminados como Juan y esforzados como Pedro, y otros, anónimos para los hombres, que Dios los tiene bien conocidos; sin ellos la barca no llegaría a tierra, ni se lograría el fruto de la pesca.

«Hay en la barca de la Iglesia guías vigilantes y corazones arriesgados para los momentos difíciles; pero hay además una multitud desconocida que, con oración y acción anónima, empuja la barca hacia el puerto. Es la comunión de los Santos, real aunque no sea visible a los ojos de los hombres.» No lo olvidemos y procuremos ayudar siempre por cuantos medios podamos la obra de Dios, aunque nos parezca nuestra labor anónima y no recojamos aplausos de los hombres.

Punto 3.°—LES DIO A COMER PARTE DE UN PEZ ASADO Y ENCOMENDÓ LAS OVEJAS A SAN PEDRO, PRIMERO EXAMINADO TRES VECES DE LA CARIDAD, Y LE DICE: «APACIENTA MIS OVEJAS.»

1) «Al saltar en tierra, vieron preparadas brasas encendidas y un pez puesto encima y pan» (L. c. 9). Les había preparado Jesús el almuerzo. Así es de bueno para con los suyos. Si nosotros le somos fieles, El cuidará de acudir, no sólo a nuestra necesidad, sino aun a nuestro regalo. Quiso también que contribuyesen el  los con el fruto de su trabajo. «Jesús les dijo: Traed acá de los peces que acabáis de coger. Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y en medio de ser tantos, no se rompió la red» (Lc v.11). ¡Magnífica redada! Cuando Jesús ayuda, el éxito es sorprendente y se logra en un momento lo que en el   largo trabajo de toda una noche no se consiguiera. Y les admiró sobre manera a los Apóstoles que, siendo tantos y tan grandes los peces, la red no se había roto. Curiosas son las ingeniosas explicaciones que algunos Santos Padres y exegetas dan de la significación de la cifra 153 expresada por San Juan; pero acaso no pretendió el escritor sagrado sino darnos una prueba más de que estaba presente el hecho, y se le quedó grabada por lo extraordinario. Como encontró también digno de admiración el que no se rompiese la red.

2) «Díceles Jesús: «Vamos, almorzad. Y ninguno de los que estaban comiendo osaba preguntarle: «Quién eres Tú?», sabiendo que era el Señor. Acércase, pues, Jesús ‘y toma el pan y se lo distribuye, y lo mismo hace del pez» (Jn 21, 10 y 11). Recreémonos devota y tiernamente en presenciar aquella escena tan encantadora: sentados a la orilla del mar, en una mañana deliciosa del mes de abril, los Apóstoles, llenos de respetuosa alegría, van recibiendo de manos de Jesús el pan y el pescado por Él amorosamente preparado. Qué bien les sabría viniendo de aquellas manos queridas y después de una noche de rudo trabajo!

Y Jesús, como padre cariñoso rodeado de sus hijos, se gozaría al verlos felices. Cómo ejerce su oficio de consolador y cómo la divinidad, que tan escondida se ocultaba en la Pasión, parece y se muestra ahora tan miraculosamente! No faltan quienes indiquen que en esta ocasión, como en otras de su vida mortal, el pan y los peces se multiplicaban milagrosamente en las manos de Jesús. Y no se atrevían a preguntarle quién era, sabiendo que era Jesús. Todos estaban íntimamente persuadidos de que era el Maestro: se gozaban en el  lo; pero al mismo tiempo, como sobrecogidos de respeto, no osaban hablar. Además, temían que si mostraban que le habían conocido no fuera a desaparecer.

«Algunos Padres y expositores no tienen reparo en admitir que tuvo algo de eucarístico (este ágape).» «Piscis assus, Christus passus», dice San Agustín (Tract. 123, in Jo., n. 2) (ML. 35, 1966). Según Kraus, en su Real-Enzyklopüdie, 1, 437, «el simbolismo del pez se apoya en esta escena... Piensan algunos que debemos mirar siempre en este Sacramento su inmensa y singular grandeza; y, sin embargo, lo que principalmente se nos dice de él, y como esencial, es: Dominus est! Es real y verdade»ramente el Señor quien viene; pero viene con gran »sencillez y llaneza, y viene para alegrarnos. Venite, prandete» (Huonder, o. e., p. 262).

3) Terminada la comida, siguióse la trascendental escena de la institución del primado de la Iglesia católica y colación a San Pedro. Habíale el Señor prometido a Simón, cuando le cambió su nombre en el   de Pedro, que sobre él edificaría su Iglesia y le daría a él las llaves del reino de los cielos (Mt 16, 17-19), y eligió esta ocasión para cumplírselo. Pero quiso que precediera una triple confesión de amor para reparar la triple negación y para indicarnos que la primera cualidad del buen superior ha de ser el amor. ¿Cómo no? «Si la creación »brotó del poder divino, la Iglesia, madre de los es»cogidos, salió de la caridac1 divina. Toda la Redención procede de esta caridad. Porque Dios amó afablemente al mundo, le dio a su Hijo único. Por »la caridad, llevada hasta la muerte de cruz, nos rescató Jesucristo. Por caridad también, llevada hasta los mayores sacrificios, la Iglesia, su esposa, 1e engendrará a los elegidos. Queriendo, pues, edificar su Iglesia sobre Pedro, debía asentarla sobre la caridad. Por eso le dijo: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos? Pedro respondió: Sí, Señor, Tú sabes que te amo. Dícele: Apacienta mis »corderos» (Jn 21, 15). (Chometon, S. J., Le Christ vie et lumire.) Cuan sincera y fructuosa fue la conversión de Pedro; en la última cena se jactaba anteponiéndose a los demás: «Aunque ellos te abandonen, yo no!» (Mt., 26-33); ahora, en cambio, puesto en ocasión de alarde parecido, lo rehuye humilde y a nadie se antepone; pero afirma su amor. «Segunda vez le dice: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Respóndele: Sí, Señor; Tú sabes que te amo. Dícele: Apacienta mis corderos.» Escena solemne que tendría a todos suspensos e intrigados. «Dícele tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se contristó de que por tercera vez le preguntase si le amaba, y así respondió: Señor, Tú lo sabes todo: Tú conoces que yo te amo. Díjole Jesús: Apacienta mis ovejas» (Ib., 16, 17). La triple pregunta le recordó la triple negación y las lágrimas asomaron a sus ojos: se contristó temiendo no fueran sus protestas tan vanas como las de la noche de la cena. Cierto que eran por su parte bien sinceras, y con la ayuda de Dios habían de quedar bien cumplidas. Satisfecho Jesús, le entregó todo su rebaño: los corderos y las ovejas; hízole «pastor universal de su rebaño, no solamente de los fieles ordinarios, significados por los corderos, sino también de los que son padres espirituales de los otros, figurados por las ovejas, como son los confesores, predicadores, maestros y todos los demás prelados inferiores de la Iglesia, para que toda ella fuese un rebaño y un pastor» (La Puente, p. 5., med. 13, p. 1.0, n. 4).

Y ha de apacentarlas con tres suertes de pastos. «Apaciéntalas con el espíritu, orando por ellos; con la lengua, enseñándolas, y con la obra, dándolas buen ejemplo» (San Bern., serm. 2 de Resurr.). «Apaciéntalas con doctrina, con sacramentos y con ejemplos de buena vida, ayudándolas con todas las obras de misericordia, así espirituales como corporales, apacentando no sólo en espíritu, sino, a sus tiempos, el cuerpo» (La Puente, 1. c.).

Reflexionemos agradeciendo a Nuestro Señor la solicitud que muestra por nosotros y prometiendo responder humildes y diligentes a ella. Fomentemos el amor y sumisión al Vicario de Jesucristo; veamos en el  al supremo Pastor y entreguémonos dóciles a su dirección y consejo; y sea nuestra mayor gloria vivir a Él íntimamente unidos en todo.

4) Consideremos finalmente la magnífica promesa que Jesús hizo a Pedro: «De verdad, de verdad te digo que cuando eras más mozo tú te ceñías e ibas donde querías, pero cuando te hagas viejo extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará a donde no quieres. Esto dijo, significando la muerte con que había de glorificar a Dios» (Lc vv. 18 y 19). Premio el más grande que a sus trabajos y amor podrá concederle su Maestro: dar la vida por El. Sin duda que el alma del Apóstol se sintió inundada en santo júbilo al pensar que se le otorgaba la inmensa dicha de sellar con su sangre su declaración de amor; ahora sí que podía repetir Pedro el «contigo estoy dispuesto a ir a la muerte» (Lc 22, 33). Y, como buen pastor, imitando al Modelo, darla su sangre por sus ovejas (Jn 10, 11).

«El será el »primer Papa mártir y muchos le seguirán en la dignidad y en el   martirio por amor a Cristo. Es muy significativo el que anduviera tan unida la concesión de la dignidad altísima con la predicción de la muerte de cruz» (Huonder, o. e., n. 91, b).

Coloquio.  Pidiendo a Jesucristo bendiga nuestros trabajos..., nos haga gustar su presencia... y nos otorgue un amor filial y sumisión rendida a su Vicario en la tierra.

58ª  MEDITACIÓN

DE LA NOVENA APARICIÓN.

Preámbulo. La historia. La cuenta San Mateo (28, 16-29): «Los once discípulos partiéronse a Galilea al monte que Jesús les había señalado, y viéndole allí le adoraron, si bien algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Dada me es toda potestad en el   cielo y en la tierra. Id por todo el mundo, enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el   nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a observar todos los preceptos que os he dado; los que crean y se hagan bautizar se salvarán, pero los que no crean se condenarán» (Mc., 16, 16).

Composición de lugar. La escena tuvo lugar en un monte de Galilea, que podemos suponer fuera el Tabor. Está situado a 10 kilómetros al Este de Nazaret, en el   extremo Nordeste de la llanura de Esdrelón; elévase 235 metros sobre Nazaret y 562 sobre el Mediterráneo y 770 sobre el lago de Genesaret. La explanada de la cumbre mide de Este a Oeste unos 800 metros y de Norte a Sur unos 400 metros. El panorama que desde él se descubre es espléndido (Schuster-Holzammer, «Historia Bíblica», 2, 205).

Punto 1.° LOS DISCÍPULOS, POR MANDATO DEL SEÑOR, VAN AL MONTE TABOR.

1) La víspera de la Pasión habíales dicho Jesús a los Apóstoles: «Postquam resurrexero, praecedam vos in Galilaeam» (Mt., 26, 32). En resucitando, Yo iré delante de vosotros a Galilea. Y después de su resurrección, el Ángel que la anunció a las piadosas mujeres les añadió: «Et cito euntes, dicite discipulis eius quia surrexit. et ecce praecedit vos in Galilaeam. ibi eum videbitis; ecce praedixi vobis» (Mt., »28, 7). Y ahora id sin deteneros a decir a sus discípulos que ha resucitado; y he aquí que va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, ya os lo provengo de antemano.» Cumplieron los Apóstoles lo que se les mandaba y Jesús lo que prometiera.

No consta cuándo les designó la montaña en que habían de verle; pero sí que «los once discípulos partieron para Galilea al monte que Jesús les había señalado» (Ib., 16).
Era para los Apóstoles aquella región de Galilea tierra de dulces recuerdos; en el  la habían nacido, en el  la fueron llamados al Apostolado por Jesucristo, en el  la habían vivido con su Maestro gran parte de los años de su vida apostólica, oyendo u divina doctrina, admirando su conducta y los milagros que tan caritativamente hacía. Sus corazones, impresionados con tales memorias, estaban’ aptamente dispuestos para aprovecharse de la visita de Jesús resucitado.

2) Según puede deducirse de la narración evangélica, en esta ocasión se reunieron, con los once, otros muchos discípulos, según San Pablo (1 Cor., 15, 6), más de 500; convocados por el aviso de los Apóstoles, que llenos de caridad querían que gozasen sus compañeros de la dicha que ellos experimentaban al recibir la visita del Señor. Enseñándonos así a no ser mezquinamente egoístas, queriendo reservarnos las gracias y favores de Dios y pareciéndonos que en algo se disminuyen o desprestigian cuando se conceden también a otros. Aprendamos a tener corazón ancho y a procurar que’ de lo bueno gocen cuantos más podamos.

3) Y los dirigió Jesús a un monte, mostrando una vez más que para gozar de sus favores es menester que nos aislemos del mundo y que levantemos nuestro corazón y nuestros anhelos sobre las cosas terrenas para poder gozar de las celestiales y divinas. No se logra ver a Dios entre el bullicio del mundo y el trato de las gentes. ¡Cuán generosamente les cumplió Jesucristo su promesa de que se dejaría ver de ellos en Galilea! Ya lo hemos visto en la contemplación anterior y lo tenemos confirmado en ésta. Si nosotros somos dóciles en seguir los mandatos de Dios, El será espléndido en cumplirnos sus promesas y se nos manifestará.

«Y allí al verle le adoraron, si bien algunos tuvieron sus dudas»(Mt., 28, 17). No faltan autores que proponen esta lectura: «y allí le vieron y le adoraron los que antes habían dudado». Así Silva Castro, «Historia Evangélica de Jesús), y Levesque, «Nos quatre Evangiles»; y es traducción aceptada por el Padre Lagrange, O. P. Si no se acepta esta lectura, puede suponerse que los que dudaron aún no eran seguramente de los once, sino algunos de los discípulos del montón.

Punto 2.°—CRISTO SE LES APARECE Y DICE: DADA ME ES TODA POTESTAD EN CIELO Y EN TIERRA.

1) Escena sublime, llena de majestuosa grandeza: «Entonces Jesús, acercándose, les habló en estos términos: A Mí se me ha dado toda potestad en el   cielo y en la tierra» (Ib., 18). Proclamación solemne del poder augusto en virtud del cual los podía enviar a la gigante empresa que a continuación les expone y adornarlos para darle cima de las prerrogativas y facultades más altas que a un legado se pueden conceder. Va a enviar a los Apóstoles a difundir por todo el mundo su reino, dándoles potestad para predicar su Evangelio a toda criatura, y les muestra primero sus poderes para que conste con qué autoridad tan legítima los envía como a legados suyos.

2) Claro está que Jesús, en cuanto Dios, tiene todos los poderes; pero en esta ocasión habla como hombre. Y como hombre, como redentor, que terminada la obra de la redención y vencido el príncipe de este mundo, queda triunfador, tiene pleno derecho a congregar a todos en su reino y hacerles súbditos suyos. Como este reino mesiánico se incoa en la tierra y se consuma y perfecciona en el   cielo, la regia potestad de Jesucristo abarca el cielo y la tierra. De ese poder, concedido a Jesús por haberse humillado hasta la muerte de cruz, habla San Pablo a los Filipenses (2, 9 y 10), y dice que por él había Dios de ensalzarle de tal suerte que a su nombre se doblase toda rodilla y quedasen sujetas a su dominio todas las cosas criadas.

«En varias de sus epístolas San Pablo acumula las expresiones para ensayar el describir la gloria y el poder de que Dios Padre ha revestido a su hijo muy amado después de su resurrección, y traza espléndidos cuadros. Así, por ejemplo, al principio de la Epístola a los Colosenses (1, 15-19), donde escribe: El cual  (Jesucristo) es la imagen del Dios invisible, engendrado ante toda criatura, pues por Él fueron criadas «todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, ora sean tronos, ora dominaciones, ora principados, ora potestades; todas las cosas fueron criadas por Él mismo y en atención a Él mismo; Él es ante todas las cosas y todas subsisten en Él  . Él es la cabeza del cuerpo de la, Iglesia. Él, que es el principio, primogénito de entre los muertos para que Él tenga el primado en todas las cosas. Porque en Él   quiso Dios que habitase toda plenitud y por Él quiso reconciliar todas las cosas consigo».

Admirable es esta amplificación, y »con todo no es más expresiva que las palabras en »apariencia tan sencillas. «Toda potestad me ha sido dada en los cielos y en la tierra», que hacen a Nuestro Señor Jesucristo igual a Dios mismo, que le atribuyen poderes universales, tanto sobre los ángeles como sobre los hombres y toda la naturaleza.Y nótese bien que no se trata aquí de la autoridad que Cristo posee en cuanto Hijo de Dios, que ésta no le ha sido dada, sino de una autoridad nueva que le han merecido sus humillaciones y sufrimientos» (Fillion, «Vie de N. S. 1. Ch.», y. 3, pp. 543-544).

3) En virtud de esta potestad tiene Jesús la autoridad plena doctrinal, pues es el Maestro único a quien todos tienen obligación de escuchar y la Verdad que todos tienen que creer, sujetándole su inteligencia. Tiene autoridad de jurisdicción porque Jesús es el Pastor de todas las almas, supremo legislador que ha de regirlas y juez último ante el que han de rendir cuenta rigurosa de las acciones todas de su vida. Tiene,. por fin, autoridad de santificación porque es Jesús el Sacerdote eterno y la Víctima eterna, fuente de la gracia para todo el reino de Dios, y sin su ayuda nadie es capaz de hacer cosa de provecho para la vida eterna.

4) Y ¿por qué quiso proclamar Jesús con palabras tan rotundas su ilimitado poder? No ciertamente para yana ostentación, sino para probar su legítimo derecho a fundar la obra divina del Apostolado. «El Apostolado ha de presentarse al mundo como una fuerza superior a todas las fuerzas humanas para conquistarlo y sobrenaturalizarlo. Ha de vencer todos los terrores del infierno. Ha de menospreciar el dolor y la muerte; mejor dicho, ha de mirar estas cosas tan espantosas como un ideal, porque son medios para implantar el reino de Dios. Ha de marchar con un alma libre y magnánima que no piense sino en la gloria de Dios. Todo esto supone una fuerza divina, una autoridad también divina. El Apostolado ha de tener plena conciencia de esta autoridad y de esta fuerza. ¿Cómo tenerla? Para ese fin ha convocado Jesús esta reunión de todo su ejército para darles la certeza y la conciencia de que Dios les comunica sus dones» (Casanovas, o. e., IX, 216).

Quiso dejar a sus Apóstoles plenamente convencidos del legítimo poder con que les confería la investidura de su sublime cargo. Gocémonos en reconocer en Jesucristo ese sobrehumano poder, en respetarlo y en sujetarnos siempre rendida, dócil y cumplidamente a Él; doblemos gustosamente humildes nuestra rodilla ante ese nuestro Capitán y Rey y preciémonos de ser súbditos suyos y de vestir siempre su honrosa librea.

Punto 3.° LOS ENVIÓ POR TODO EL MUNDO A PREDICAR  DICIENDO: ID Y ENSEÑAD A TODAS LAS GENTES BAUTIZÁNDOLAS EN NOMBRE DEL PADRE Y
DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO.

1) «Id, pues, e instruid a todas las naciones y predicad el Evangelio a toda criatura; bautizandolas en el   nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolos a observar todas las cosas que Yo os he mandado; los que crean y se hagan bautizar se salvarán, pero los que no crean se condenarán» (Mt., 28, 19-20 y Mc., 16, 15).

Su dominio universal da derecho a Jesús a que se le sujete el mundo entero; a procurarlo envía a sus Apóstoles y en el  los delega, al fundar su Iglesia, este poder. Confíales la triple misión de enseñar, de bautizar y de hacer observar la ley:

a) «Enseñad a todas las gentes» para así conducirlas a la fe, que es el principio de la salvación. Y los Apóstoles, instruidos por su Maestro y divinamente ilustrados por el Espíritu Santo, el día de Pentecostés se repartieron la tierra para cumplir el mandato de Jesucristo; y la Iglesia, en la sucesión de los siglos, fiel a la orden de su Divino fundador y esposo, ha tenido por obligación suya sacratísima el enviar hasta los últimos confines de la tierra a sus misioneros para que predicasen el   santo Evangelio y trajesen las gentes a la profesión de la fe cristiana.

Bondad inmensa la de Jesús, que no. envía a sus ministros a vengar su muerte, sino a procurar que esa muerte preciosa fructifique en la salvación del mundo entero, al cual todo sinceramente desea participar la felicidad del reino por El conquistado. Y no es éste un consejo, sino un mandato formal. «Por este divino mandato de misión universal queda »obligada solemne y oficialmente la Iglesia de Cristo al apostolado de todo el orbe. La misión es el deber »más sagrado que le incumbe, en el   que no es lícito parar ni descansar hasta que se hayan salvado todas las almas y se haya llevado al aprisco del divino Pastor la última oveja» (Huonder, o. c., p. 291).

Y por cumplir ese mandato legiones nutridas de misioneros de uno y otro sexo lo dejan todo; patria, hogar, familia, para lanzarse, a través de dificultades sin cuento, a lejanas tierras, en las que les aguardan peligros mil, privaciones sin cuento y no pocas veces la muerte más cruel.

b) «Conferidles el bautismo en el   nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», es el sello de la fe y la puerta de entrada en el   reino de Dios. Sacramento por el que se nos aplica el precio divino de nuestro rescate, y libertados de la esclavitud del enemigo quedamos hechos hijos de Dios y herederos del cielo, comenzando a vivir nueva vida; por él se nos confiere la primera gracia y somos incorporados a la Santa Iglesia.

«Aquí tenemos el fundamento de todo el ministerio sacerdotal de administrar la gracia sobrenatural y santificar las almas. Para este fin Jesús dio a los Apóstoles las llaves del reino de los cielos, con la facultad de atar y desatar en la tierra lo que en el   cielo ha de continuar atado o desatado. La doctrina va enderezada a la santificación. Quien predica siembra; el que santifica recoge» (Casanovas, o. c., pp. 219-220).

c) Enseñadles a guardar mi ley, toda entera, sin lo cual el bautismo y la fe de nada les servirían. Les confiere en estas palabras la misión pastoral o de jurisdicción por la que han de dirigir y gobernar a todos los demás miembros del cuerpo, procurando la exacta guarda de la ley suavísima por Cristo promulgada y ayudándoles a tender a la santidad por el cumplimiento de todos los preceptos. Y añade Él Señor una promesa y una amenaza que al tiempo mismo que nos anima al exacto cumplimiento de la ley nos declara terminantemente que la fe es obligatoria; pero una fe acompañada de buenas obras, única que nos merece la salvación eterna. «Quien creyere y fuere bautizado se salvará, pero el que no creyere será condenado» (Mc16).

2) Para alentarles al cumplimiento de la difícil empresa que les encomendaba les promete, en primer lugar, su asistencia: «Y estad ciertos que Yo»estaré continuamente con vosotros hasta la consu»mación de los siglos» (Mt 28, 20). «Yo, Dios y Señor, que tengo toda potestad en el   cielo y en »la tierra, estaré con mi auxilio eficaz mientras regís y enseñáis a la Iglesia, a vosotros y a vuestros sucesores, siempre, sin interrupción alguna, hasta el fin del mundo» (Ceuleman in h. 1.). En esta asistencia no interrumpida y eficaz de Dios está el secreto de la santidad, de la indefectibilidad, de la infalibilidad de la Santa Iglesia, y merced a ella ha salido triunfante de todos los ataques y puede desafiar tranquila las vicisitudes de los tiempos.
Además los adornó de gracias singulares. «Los que creyeren harán estos milagros: en mi nombre lanzarán los demonios, hablarán nuevas lenguas, manosearán las serpientes, y si bebieren alguna cosa mortal, no les dañará, pondrán las manos sobre los enfermos y sanarán» (Mc 16, 17-18).

Y en su predicación por el mundo sintieron los Apóstoles la eficacia de esta promesa y la asistencia no interrumpida del Señor, que iba realizando maravillas sin cuento para extender y arraigar la fe. Por eso el mismo San Marcos pudo cerrar su Evangelio con estas palabras: «Y sus discípulos fueron y predicaron en todas partes, cooperando el Señor y confirmando su doctrina con los milagros que la acompañaban» (Ib., 20). Asentada la fe, no es ya necesaria Ja manifestación extraordinaria de esa asistencia especial de Dios a sus fieles; pero, como dice el Padre La Puente, citando a San Gregorio, «tienen los predicadores, sacerdotes y confesores facultad para obrar estas señales espiritualmente en las almas de los fieles, porque echan los demonios cuando los absuelven y libran de sus pecados; hablan en nuevas lenguas cuando con el espíritu de Cristo y con lenguaje del cielo les predican la doctrina de la verdad; quitan las serpientes cuando echan de ellos las enemistades y rencores y las astucias de Satanás; beben el   veneno sin que les dañe cuando conversan con los malos y oyen sus maldades sin que se les pegue mal alguno; ponen las manos sobre los enfermos y sanan cuando con sus amonestaciones y ejemplos esfuerzan a los flacos en la virtud» (P. 5,a, med. 14, p. 50).

59ª  MEDITACIÓN

DE LA ASCENSIÓN DE CRISTO NUESTRO SEÑOR.

Preámbulo. La historia será aquí cómo el Señor, pasados cuarenta días después de su Resurrección, se apareció a sus Apóstoles y tuvo con ellos un banquete de despedida, en el   que les dio razones por las que debían alegrarse de su partida. Después les mandó que se reuniesen en la cumbre del Olivete, y allí, después de bendecirles, se elevó a los cielos. Los Apóstoles seguían con avidez su Ascensión hasta que una nube blanca le ocultó a sus ojos. Ellos quedaron con la vista fija en el   cielo, hasta que se les aparecieron dos personajes vestidos de blanco, los cuales les dijeron: «Varones galileos, por qué estáis mirando al cielo? Este Jesús que os dejó, subiendo al cielo, ha de venir de la misma manera que le visteis subir.» Y haciendo una adoración, bajaron y se reunieron en el   Cenáculo en torno de María, Madre de Jesús.

Composición de lugar: será aquí ver el Cenáculo y el monte Olivete. Extiéndese el monte Olivete al Este de Jerusalén, en una extensión de unos tres kilómetros y medio; tiene tres cumbres: la primera, al Norte, se eleva unos 830 metros sobre el Mediterráneo; la segunda, unos 820, y la tercera, que está frente al templo, 818 metros; domina el Mona, sobre el que está construido el templo, alzándose sobre él unos 76 metros. Esta cumbre, de bastante anchura, es la que comúnmente se llama «Monte Olivete»; la separa del templo el torrente Cedrón. (A. Bohnen, S. J.)

Punto 1.° DESPUÉS QUE POR ESPACIO DE CUARENTA DÍAS APARECIÓ A LOS APÓSTOLES, MANDÓLES QUE EN JERUSALÉN ESPERASEN EL   ESPÍRITU SANTO PRO METIDO.

1) Manifestóse el Señor después de su Resurrección a sus Apóstoles repetidas veces, dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles en el   espacio de cuarenta días y hablándoles de las cosas tocantes al reino de Dios (Act. Ap., 1, 3). El reino de Dios significa aquí la economía de la Nueva Ley; llámase así aptamente porque por ella reina Dios invisiblemente en las almas y visiblemente en la Iglesia de Cristo; y en este sentido se usa siempre en el   libro de los Hechos de los Apóstoles esta palabra, fuera de una vez (14, 21), en la que significa el reino de los cielos. En aquellos días acabó de descubrir a sus Apóstoles los misterios y secretos concernientes a los sacramentos, al Santo Sacrificio y modos del culto divino, de los cuales muchos se conservan ahora por tradición

2) Pasados cuarenta días aparecióseles por última vez y quiso tener con ellos un banquete de despedida (Act. Ap., 1, 4). ¿Cómo se portaría con sus queridos Apóstoles en aquellas últimas horas de estancia visible en la tierra? Podemos meditar, como dichas en esta ocasión, algunas consideraciones que Jesús propuso a sus Apóstoles en la última cena:

a) «Non turbetur cor vestrum» (J 14, 1). No se turbe vuestro corazón con la pena de mi despedida. «Creditis in Deum et in me credite» (Ib.), creéis en Dios, pues creed también en MI y confiad. «In domo Patris mei mansiones multae sunt» (Ib., 2). «En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones», no sólo para Mí, sino también para vosotros; si así no fuese os lo hubiera dicho, pero en verdad las hay y por eso voy a preparar el lugar para vosotros:
«quia vado parare vobis locum» (Ib.). «Y cuando habré ido y os habré preparado lugar, vendré otra vez y os llevaré conmigo para que donde Yo estoy estéis también vosotros» (v. 3). Vendré a buscaros a cada uno a la hora de vuestra muerte para llevaros conmigo al cielo; no os entristezcáis, pues, de mi marcha, porque ha de ser provechosa para vosotros.
       b) Además, «non relinquam vos orphanos» (Ib 18). No os dejaré huérfanos y desamparados, porque, como os tengo dicho, «ecce ego vobiscum sum omnibus diebus, usque ad consummationem saeculi» (Mt., 28, 30). Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos. Se quedará Jesús con asistencia especialísima en su Iglesia y en la Eucaristía, para consolarnos en su ausencia, para esforzarnos en la empresa que nos tiene encargada y en el   trabajo de nuestra santificación; para avivarnos en la ejecución de lo que nos ha mandado.

e) Por otra parte, «si diligeritis me gauderetis utique, quia vado ad Patrem, quia Pater maior me est» (Jo., 14, 28). Si me amaseis os alegraríais ciertamente de que voy al Padre, porque el Padre es mayor que Yo. Os alegraríais en vez de entristeceros, porque es cosa buena para Mí el recibir de mi Padre, mayor que Yo, en cuanto soy hombre, el galardón merecido y ganado con mis trabajos y muerte. Cierto que, para quien ama, es motivo de consuelo el triunfó del amado.

d) Y por fin, otro motivo de consuelo es el que os conviene que Yo me vaya poque si Yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16, 7). Querríais tenerme siempre con vosotros, como protector en las persecuciones que os aguardan: y en esto os parecéis al niño, que quiere estar siempre junto a su madre, o al pollito, que teme alejarse demasiado del ala de la gallina; os gozáis de vivir en sociedad humana y sensible conmigo, y os descargáis en Mi de todo cuidado, de toda previsión, de todo temor. Pero creed en mi corazón paternal, que os ama, y en mi mirada, que alcanza mucho más lejos que la vuestra y conoce toda verdad.

El niño que no quiere alejarse de las faldas de su madre, de su ternura y de sus caricias, jamás llegará a ser hombre perfecto; sus cualidades de hombre quedarán en germen, sin desarrollarse. Jamás tendrá iniciativa, decisión, alientos de jefe, ni aun siquiera de jefe de familia. Es precisó que salga como el pájaro, fuera del nido, y, mirando al espacio, tenga confianza en sus alas y en Dios. Es inútil a vuestra virilidad espiritual que Yo me vaya. La desaparición de mi presencia sensible o pondrá mejor en contacto con mi divinidad suprasensible, ensanchará vuestro corazón, lo hará más sobrenatural y, por consiguiente, más capaz de los dones de mi Espíritu. Con ellos correréis por el mundo entero. Y más tarde enseñaréis a las almas que las pruebas que nos privan de las pequeñas dichas humanas son una condición para hacerlas más sobrenaturales y aptas para recibir los dones del Espíritu Santo (A. Chometon, S. J., O. c., pp. 437-438).

3) Después les mandó que no partiesen de Jerusalén, sino que esperasen el   cumplimiento de la promesa del Padre, «la cual, dijo, oísteis de mi boca; y es que Juan bautizó con el agua, mas vosotros habéis de ser bautizados en el   Espíritu Santo dentro de pocos días (Act. Ap., 1, 4-5). Recordóles así que habían de permanecer en retiro, preparándose a recibir el Espíritu Santo, que El les había de enviar.

Consideremos con qué atención e interés escucharían los Apóstoles estas palabras de su querido Maestro, sabiendo que eran las últimas que les dirigía. Algunos, sin embargo, soñaban aun entonces con grandezas humanas, y preguntaron a Jesús: «Si será éste el tiempo en que has de restituir el reino de Israel? A lo cual respondió Jesús: No os toca a vosotros el conocer los tiempos y momentos que tiene el Padre reservados a su poder; recibiréis, sí, la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y me serviréis de testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaria y hasta el cabo del mundo» (Act. Ap., 1, 6-8).

Punto 2.°  SACÓLOS AL MONTE OLIVETE Y EN PRESENCIA DE ELLOS FUÉ ELEVADO, Y UNA NUBE LE HIZO DESAPARECER DE LOS OJOS DE ELLOS.

1) Terminada la comida, levantóse Jesús y condujo a sus discípulos en dirección a Betania, hasta la cumbre del monte Olivete, sitio bien conocido, pues que en el  no pocas veces les había predicado. Una vez allí, los bendijo, y usaría ya el Señor como signo de bendición la señal de la Cruz. ¡Que hace dos mil años que las bendiciones del Señor vienen en forma de cruz! ¡Cuánto nos cuesta entenderlo! Fue para sus Apóstoles la bendición de Jesús raudal de dicha y fortaleza; pero al mismo tiempo lo fue de continuos trabajos y persecuciones coronadas para todos ellos, siquiera Juan no muriese en el  con el martirio.

2) Despidióse Jesús en particular de su Santísima Madre; y ¡cómo sentiría vehementes anhelos de asociarla a su triunfo y llevársela consigo al cielo! No lo hizo por nosotros, pues que quiso dejarla aún en la tierra para que sirviera a la recién nacida iglesia católica de Madre, Maestra y refugio.

Quiso, además, que los cristianos primeros, y por ellos todos los que habíamos de serlo en la sucesión de los siglos, aprendieran lo que en María tenían y acudieran a Ella como a medianera universal y depositaria de los tesoros todos del cielo. Así como durante el día, mientras el sol está sobre el horizonte, la luna desaparece o sólo se ve como una mancha blanquecina sin resplandor; pero puesto el sol, y merced a los rayos que de él nos refleja, aparece tan bella en las noches de su plenitud, de la misma manera, mientras el «sol de justicia», Cristo Jesús, estuvo visible en la tierra, María Santísima quedó como oscurecida y a Jesús acudían los Apóstoles en sus dudas y necesidades; pero ido a los cielos el Señor comenzó a lucir en todo su esplendor la Virgen Nuestra Señora y aprendieron los primeros cristianos a estimarla y a recurrir a Ella en toda necesidad. Mientras en el   mundo estamos caminamos, como de noche, «donec dies elucescat» (1 Pet., 1, 19), hasta que amanezca el día de la eternidad; y no tenemos otra luz que la reflejada por la luna, esto es, toda gracia que sale de Jesús llega a nosotros reflejada en María: Jesús, la fuente única; María, el único acueducto.

3) «Y se fué elevando a vista de ellos por los aires, hasta que una nube le encubrió a sus ojos» (Act. Ap., 1, 9). Espectáculo sublime el de Jesús subiendo por su propia virtud, y tan arrebatador, que los Apóstoles no acertaban a separar sus ojos de Él. Quizá, para mayor esplendor de tan magnífico triunfo, asoció Jesús a su cortejo a los Santos que habían resucitado en Jerusalén según nos dice San Mateo (27,53).

Rasguemos esa nube y sigamos al Señor en su triunfante entrada en los cielos. Nos la describe el Salmista; adelantándose al cortejo que a Jesús acompaña, un grupo de Ángeles llamando a las puertas del cielo, clama: «Levantad, ¡oh príncipes!, vuestras puertas y elevaos vosotras, ¡oh puertas de la eternidad!, y entrará el Rey de la gloria. ¿Quién es ese Rey de la gloria? Es el Señor, fuerte y poderoso el Señor poderoso de la batalla...». Y abiertas de par en par las puertas de la gloria, hasta entonces cerradas para el hombre, entró triunfante Jesucristo.

Y avanzó hasta el Padre para recibir de su mano el galardón bien merecido. «Díjole el Padre: «Siéntate a mi diestra, mientras que Yo pongo a tus enemigos por tarima de tus pies» (Ps. 109, 1). Luego que hubo tomado posesión de su bien ganado trono, Jesucristo fue presentando a su Padre a sus fieles servidores, y otorgándoles la parte del botín que según sus méritos les correspondía. Veamos a un San José, a un San Juan Bautista y a tantos otros fidelísimos servidores; le habían seguido en la pena y ahora le seguían en la gloria.

4) También preparó nuestras sillas: «vado parare vobis locum»; mirémoslas y procuremos «ut inter mundanas varietates ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia» (Liturgia) (Dom. 4 p. Pent., Oración de la Misa), que entre el vaivén de las cosas mundanas nuestros corazones se mantengan fijos donde están los verdaderos gozos. Allí nos tiene preparado el Señor, «quod oculus non vidit, nec auris audivit, nec in cor hominis ascendit, quae praeparavit Deus iis qui diligunt illum» (1. Cor., 2, 9), «ni el ojo vió, ni oreja oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para aquellos que le aman». «Ibi vacabimus et videbimus, videbimus et arnabimus, amabimus et laudabimus: ecce quod erit in fine sine fine» (D. Aug., De civit. Dei., 1, 22, c. 30, n. 5) (ML. 41, 304).

Punto 3.° MIRANDO ELLOS AL CIELO LES DICEN LOS ÁNGELES: VARONES GALILEOS, ¿QUÉ ESTÁIS MIRANDO AL CIELO? ESTE JESÚS, EL CUAL ES LLEVADO DE VUESTROS OJOS AL CIELO, ASÍ VENDRÁ COMO LE VISTEIS IR EN EL   CIELO.

1) El espectáculo de la Ascensión de Jesús era tan arrebatador, que los Apóstoles y discípulos no acertaban a apartar sus ojos de Él: ni se cansaban de mirarlo. ¡Qué será el cielo! ¡Qué será ver en el  la hermosura del cuerpo glorificado de Jesús! Con cuánta razón clamaba San Ignacio: ¡Cuán sórdida hallo la tierra después de mirar al cielo! Así es, y si nos acontece que las cosas de la tierra nos encantan es porque miramos mucho a ellas y muy poco o nada al cielo. ¡Cuán pocos son los que levantan sus ojos de la tierra! «Siéntense los discípulos penetrados de Santos deseos de Seguir al divino Maestro y quedarse allá con Él. ¿Qué les importa la »tierra si Él ya no está con ellos? Es preciso que vengan Ángeles y arranquen su mirada del cielo y la encaminen a la tierra. Lo que les dicen no es en son de reproche, no les reprenden el   deseo de contemplar a Jesús, sino avísanles que se recojan dentro de sí mismos y se resuelvan a ocuparse en la vida activa. Los Ángeles les mueven a un amor »práctico» (Huonder, o. c., n. 114, 2).

2) Las consolaciones no nos han de Servir para quedarnos engolosinados en el  las, sino para excitarnos al trabajo y hacerlas fructificar en obras de santidad. El ideal es saber juntar la oración con la acción, de suerte que la oración nos temple para la acción y la acción vaya tan empapada en vida sobrenatural que no nos impida la entrada en la oración y trato con Dios.
Es de considerar también el recuerdo de la venida última de Jesús como juez de vivos y muertos. El recuerdo de aquel día puede en no pocas ocasiones alentar el corazón del Apóstol a perseverar en sus trabajos esperando la recompensa y remitiendo al juicio infalible de Dios la rectificación de apreciaciones torcidas y censuras inicuas que los hombres aplican con frecuencia a sus mejor intencionadas obras.

3) «Y habiéndole adorado, regresaron a Jerusalén con gran júbilo» (Le., 24, 52). Las causas del gran gozo de los Apóstoles después de la Ascensión del Señor, siendo así que antes no podían vivir sin la presencia de Jesús, han de buscarse en el   aumento de fe, esperanza y caridad que sus almas habían experimentado con la Resurrección, apariciones y consejos de su divino Maestro. Rabiase visto confirmada su fe al ver cumplidas tan exactamente las cosas todas que Jesús les había predicho, y tras las horas terriblemente dolorosas de la Pasión, vinieron las dulcemente gratas de la Resurrección, coronadas con la triunfante Ascensión. La esperanza del cumplimiento de cuanto el Señor Jes había prometido y de la venida del Espíritu Santo los llenaba de santo gozo. Y, sobre todo, el grande amor a su Maestro les hacía gozarse en su gloria como en triunfo propio.

4) «Después de esto se volvieron a Jerusalén..., y entrados en la ciudad, subiéronse a una habitación alta..., y animados de un mismo espíritu, perseveraban juntos en oración con las mujeres y con María Madre de Jesús...» (Act. Ap., 1, 12-14). Cumpliendo lo que el Señor les ordenara: Yo voy a enviaros el que mi Padre os ha prometido (por mi boca); entretanto, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fortaleza de lo alto» (Lc 21, 49). Reuniéronse en el   Cenáculo en torno a María para preparar con el retiro de diez días a la venida del Espíritu Santo. Magnífica preparación para recibir los dones del cielo la empleada por los Apóstoles, que debemos nosotros imitar si queremos hacernos dignos de lograrlos; retiro, oración, caridad y unión con María, perseverando sin interrupción hasta que el Señor quiera oírnos.

Coloquios. Con nuestra Madre Santísima, pidiéndola que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos y después de este destierro nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre. Que ore a su Hijo para que nos envíe el Espíritu Santo. Con Jesús, felicitándole por su triunfo grandísimo, renovándole las oblaciones de mayor estima y momento que le tenemos hechas y pidiéndole nos esfuerce a su fiel cumplimiento con su ayuda y con la firme esperanza del galardón que nos tiene preparado.

60ª MEDITACIÓN

PENTECOSTÉS: LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO

¿QUÉ DEBEMOS HACER PARA TENER LA EXPERIENCIA DE PENTECOSTÉS?

       QUERIDOS HERMANOS: ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal que tuvieron los Apóstoles reunidos con María? Primero pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en nombre del Señor Resucitado, como Él nos lo mandó, y luego, esperar que el Padre responda, esperar siempre en oración. Se preguntaba S. Buenaventura: ¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Y contestaba con su acostumbrada concisión: “Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado”.

       1.- ¿Qué significa decir ¡Ven! a alguien que ya hemos recibido en el Bautismo, Confirmación?; decir “ven” a quien tenemos presente dentro de nosotros? Santo Tomás de Aquino nos da una explicación teológica de las nuevas <venidas> del Espíritu Santo en nosotros. Observa, ante todo, que el Espíritu Santo viene no porque se desplace de lugar, sino porque por gracia empieza a estar de un modo nuevo en aquellos a quienes convierte en templos suyos. Textualmente: «Hay una misión invisible del Espíritu cada vez que se produce un avance en la virtud o un aumento de gracia. Cuando uno, impulsado por un amor ardiente se expone al martirio o renuncia a sus bienes, o emprende cualquier otra cosa ardua y comprometida».

       Pentecostés es el primer bautismo del Espíritu del Señor Jesucristo Resucitado y sentado a la derecha del Padre, con el mismo poder y amor que Él. Jesús, al anunciarlo antes de la Ascensión, dijo: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de pocos días”. Toda su obra mesiánica consiste en derramar el Espíritu sobre la tierra. Así lo dijo en la sinagoga de Cafarnaún.

       ¿Qué hace falta para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha, como Él nos encomendó. Y luego esperarlo, reunidos con María y la Iglesia en oración personal y comunitaria, en la acción y oración litúrgica, como lo estamos haciendo ahora, para pedir y experimentar su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora. Hay que estar dispuestos también a vaciarse para que Él nos llene, porque nos amamos mucho a nosotros mismos, nos tenemos un cariño muy grande y nos damos un culto idolátrico, de la  mañana a la noche, a veces estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe ni Dios en nuestro corazón. Digo ni Dios, porque suena más fuerte, como a blasfemia. Y así nos impresiona más y podemos despertar de esta rutina idolátrica.

       2.- Hermanos, somos simples criaturas, solo Dios es Dios. Qué grande vivir en la Santísima Trinidad que me habita, quiero que me habite y quiero vaciarme para eso hasta las raíces más profundas de mi ser, para llenarlo todo de divinidad, de amor, de diálogo, de verdad y de vida, pero de verdad, no sólo de palabra: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudarme a olvidadme enteramente de mí, para establecerme en Vos tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviera en la eternidad;  que nada pueda turbar ni paz ni hacerme salir de Vos, ¡oh mi Inmutable! sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro Amor.

       ¡Oh Fuego abrasador, Espíritu de mi Dios, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que yo sea para Él una humanidad supletoria en la que Él renueve todo su misterio de Amor» (Beata Isabel de la Trinidad).      

       3.- Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia, decían los padres griegos. El que clama al Espíritu: Ven, visita, llena… le da la llave de su casa para que el Espíritu entre, cambie, ordene, lleve la dirección de su vida. No podemos con la voz de la Iglesia decir: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y luego en voz baja añadir: pero no me pidas que cambie mucho, porque es una contradicción, la eterna contradicción o lucha de lo que somos: carne y espíritu, naturaleza y gracia, hombre viejo y hombre nuevo. Si viene el Espíritu Santo ordena nuestro amor, la gracia mete en mí ese amor del mismo Dios Trinitario, yo no puedo amar sino como Dios se ama y ama a los hombres y Dios se ama como primero y absoluto por ser quien es, por sí mismo, y yo solo puedo amar así si Él me lo comunica y mora en mí;  entonces Dios será lo primero y lo absoluto. Por eso,  esto ni lo entiendo ni puedo ni sé de qué va si Él no me lo da por su Espíritu, y para esto tengo que estar dispuesto a vaciarme  de mí mismo, de mi amor propio y de los criterios, sentimientos y comportamientos motivados por mi yo en contra del Espíritu de mi Dios.

       Guiados por el Espíritu de Cristo hay que seguir sus mociones y pisar sus mismas huellas, adorando al Padre en obediencia total, guiados por su Espíritu, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, hasta la muerte del propio yo, del amor propio, del amor que me tengo a mí mismo y esto cuesta, cuesta sangre y es para toda la vida. Los sacramentos son eficaces, la gracia, la Eucaristía, Cristo; pero tengo que estar dispuesto a ser bautizado con el fuego del amor  que Dios me comunica.

       4.- El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, por la oración personal para meterme  en la misma  vida de Dios, y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, lujuria envidia… en el fondo ¿qué son? Preferirme a mí mismo más que a Dios. Y como esto cuesta y yo solo no puedo, necesito de Él siempre para levantarme, para seguir avanzando, amando, porque quiero amar con todo mi corazón, con todas mis fuerzas y con todo mi ser. Necesito de Él, de su gracia, de su luz, de la oración diaria y seria, de los sacramentos vividos con su mismo Espíritu, sentimientos, actitudes. Pero si no quiero que Él sea de verdad lo primero, si mis labios profesan y predican: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser; pero luego no estoy en esta línea, no me esfuerzo, no lucho todos los días, entonces en el fondo no tengo necesidad de  Él, ni de oración, ni de gracia, ni de sacramentos ni de Cristo ni de Dios,  porque, para vivir como vivo, me basto a mí mismo. Este es el problema del mundo. No siente necesidad de Dios, para vivir como vive. Yo necesito verdaderamente de Él, nosotros necesitamos verdaderamente de Él, por eso estamos aquí, necesito del Espíritu de Dios, de la fuerza, del Amor personal del Padre y del Hijo.

       Queridos hermanos: necesitamos el amor de Dios para contagiar de amor a los nuestros, necesitamos su Espíritu para que sean bautizados en Espíritu Santo, necesitamos que el Espíritu de Cristo venga a nosotros para predicar la verdad completa de que Él nos habla tantas veces, necesitamos el Espíritu de Cristo para vivir la vida de Cristo y hacerla vivir, y así nuestros apostolados serán verdaderamente apostolado, porque cada uno de nosotros seremos una humanidad prestada a Cristo, para que Él pueda seguir amando, predicando, salvando.

       5.- Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística, es pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. La Iglesia de todos los tiempos necesita de esta Unción para quedar curada, de este fuego para perder los miedos, de este fuego para amar a Dios total y plenamente. Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la existencia: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu Santo. Dice San Hilario: «Gloria Dei, homo vivens, et vita hominis, visio Dei»: La gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios. 

       Vamos a invocarle al Espíritu Santo; nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros hermanos, lo necesita la Iglesia. Le conoceréis porque permanece en vosotros; la única forma de conocer al Espíritu Santo, a Dios, es si permanece en nosotros, en nuestro corazón, esto es, amándole; esta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, por su mismo Espíritu.

       Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe, es decir, no se trata de salvarse o no; ni de que no hayan entrado en la verdad y en la salvación, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana o apostolado; “recibir el Espíritu Santo” para el Apóstol, se trata de plenitud, de verdad completa, de estar centrado en el corazón del cristianismo, en el mismo Dios, que nos ha llamado a la fe para un amor total, en su mismo Espíritu. La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos, y por eso, para Pablo, todos necesitamos el “bautismo del Espíritu Santo”. 

       6.- En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo saltar las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas y los una a todos el amor; es el Espíritu  el que va a espiritualizar  el conocimiento de Cristo en las primeras comunidades cristianas; es el que va a llenar el corazón de los Apóstoles y de Esteban para dar la vida como primeros testigos de lo que ven y viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado y lo sigue siendo por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros, es el Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: “abba”, papá Dios. “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12,3).

       Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y santidad, unión con Dios. Dice San Ireneo: “Mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo”. El cristiano es un hombre a quien el Espíritu le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los Apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el amor. Los Apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, «borrachos», como admiten tranquilamente los Padres, pero «borrachos de la caridad» que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu.

       Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, en noticia amorosa, en llama de amor viva, como dice S. Juan de la Cruz.

¡Gracias, Espíritu Santo!

       Y para terminar, vamos a hacerlo con la anteúltima estrofa del Veni Creator: «Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore». Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo.

«Gracias, Espíritu Creador,

porque transformas continuamente nuestro caos en cosmos; porque has visitado nuestras mentes y has llenado de gracia nuestros corazones.

Gracias porque eres para nosotros el consolador,

el don supremo del Padre, el agua viva,

el fuego, el amor y la unción espiritual.

Gracias por los infinitos dones y carismas que,

como dedo poderoso de Dios,

has distribuido entre los hombres;

tú, promesa cumplida del Padre y siempre por cumplir.

Gracias por las palabras de fuego

que jamás has dejado de poner en la boca de los profetas,

los pastores, los misioneros y los orantes.

Gracias por la luz de Cristo que has hecho brillar

en nuestras mentes, por su amor, que has infundido en nuestros corazones, y la curación que has realizado en nuestro cuerpo enfermo.

Gracias por haber estado a nuestro lado en la lucha,

por habernos ayudado a vencer al enemigo,

o a volver a levantarnos tras la derrota.

Gracias por haber sido nuestro guía en las difíciles decisiones de la vida y habernos preservado de la seducción del mal.

Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre y enseñado a gritar:¡Abba!»   ( R. Cantalamessa).

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

PRIMERA LECTURA: Hch 2, 1-11

       Pentecostés es una de las tres fiestas que reúnen en Jerusalén una gran multitud de peregrinos. Llegaban de todo el  territorio nacional, pero también de la Diáspora, o sea, de las numerosas regiones del Imperio Romano donde se establecieron comunidades judías. Se dividen en judíos de origen y en prosélitos. Los prosélitos son paganos convertidos al judaísmo. En la mañana del día de Pentecostés, Jesús cumple la promesa que hizo a sus discípulos. Estos, de acuerdo con el mandato del Maestro, permanecieron en Jerusalén y, en espera del acontecimiento prometido, se reúnen para orar largamente.

       Hay fenómenos externos: ruido, llamas de fuego, pero los más importantes son los internos: “Se llenaron todos de Espíritu Santo”. La diferencia de lenguas divide a los hombres y simboliza la incomprensión entre los hombres o, al menos, las dificultades para entenderse. El don de lenguas el día de Pentecostés significa que todos los pueblos son capaces de encontrarse y de comprenderse por encima de sus diferencias, en el nivel superior de la caridad en Cristo: “…y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería…pero cada uno los oía hablar en su propio idioma”. 

SEGUNDA LECTURA: 1Cor 12, 3b-7. 12-13

       La obra fundamental del Espíritu Santo es hacer de pueblos y de hombres diversos un solo pueblo, el pueblo de Dios, fundado en el amor, que se ha derramado en nosotros por el Espíritu Santo: “Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo  Espíritu, para formar un solo  cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu”.

       El Espíritu Santo hace de todos los creyentes un solo cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia. Esta obra, comenzada el día de Pentecostés, está ordenada a renovar la faz de la tierra, como un día renovó el corazón de los Apóstoles, porque el lenguaje del amor es comprendido por todos los hombres: “En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común… Todos los miembros, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, y así es también Cristo”.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 20, 19-23

       QUERIDOS HERMANOS: Dice el Señor a los Apóstoles: “Muchas cosas me quedan por deciros todavía, pero no podéis cargar con ellas por ahora. Cuando venga el Espíritu Santo, el espíritu de la verdad, Él os llevará hasta la verdad completa”.

       1.- Estamos celebrando Pentecostés. Pentecostés es la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles y María reunidos en oración. Lo primero que tenemos que preguntar en estos tiempos de mucha ignorancia religiosa: Y ¿quién es el Espíritu Santo? ¿Por qué según Cristo es tan importante? 

       El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad,  Dios con el Padre y el Hijo. Y por tanto, infinito eterno e inmenso como ellos. Se le llama también Espíritu de Dios, Consolador o Paráclito, Don,  fuego de Dios. Y sobre todo se le llama dulce huésped divino de nuestras almas, porque realmente las habita cuando estamos en gracia, aunque nosotros no lo advirtamos. Este Espíritu Divino tiene con nosotros los cristianos unas relaciones muy especiales. Son muchas y muy importantes. Entre las principales podemos colocar sin duda las que Jesús mismo nos dice en el Evangelio: Él nos tiene que llevar “hasta la verdad completa”, es decir, a la experiencia de Dios para vivir “en espíritu y verdad” el Evangelio entero y completo, la vida de gracia en plenitud y la amistad con Dios hasta la experiencia de sentirnos amados por Él. Verdad completa es la que no se queda solo en la inteligencia, sino que llega a la voluntad, al corazón, a la vivencia. Porque todos sabemos que Cristo y su Evangelio no se comprenden hasta que  no se viven. 

       El Espíritu Santo tiene, por tanto, esta misión: guiar y llevar a todos los hombres hasta la verdad completa. Porque hay hombres que no saben nada de Jesucristo, de Hijo de Dios, hecho hombre, que, muriendo en una cruz, nos redimió de nuestros pecados y nos abrió el camino de la Alianza y la amistad con Dios. Hay muchos hombres que no saben del cielo, de la vida más allá de esta vida, de que Dios nos ama y nos ha dado, porque nos ama, la vida para compartirla eternamente en su misma esencia y felicidad trinitaria. No saben de los sacramentos, de la Eucaristía, de la Iglesia como único camino de salvación. Y hay otros muchos, que, como los Apóstoles, sabemos muchas verdades religiosas, pero no las vivimos, porque nos falta la experiencia, el amor para tocarlas y sentirlas con el corazón. Eso se llama verdad completa. Y para eso hay que llegar a la santidad, y para eso hay que subir por la oración y conversión permanente, y para todo esto, el único guía es el Espíritu Santo.

       Ciertamente vivir el cristianismo completo, con todas sus exigencias, es algo que cuesta mucho. Por eso precisamente Jesús nos quiere enviar al Espíritu Santo, para que ilumine nuestra inteligencia y fortalezca nuestra debilidad, que es tan grande como la de los Apóstoles antes de recibirle.  Porque el Espíritu Santo es la fortaleza y la fuerza de Dios; es la potencia de Dios que, invocada en los sacramentos, nos trae a Cristo en la Eucaristía y en los demás sacramentos;  y Él es quien nos tiene que ayudar en esta labor tan dura, que en definitiva no es otra cosa que ser santos. 

       2.- “Me voy y vuelvo a vosotros”,  les había dicho el Señor resucitado antes de subir a los cielos en la Ascensión, porque en Pentecostés vino el mismo Cristo; de hecho Pedro y todos empezaron solo a hablar de Él; pero vino hecho fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; no vino hecho carne ni palabra, sino espíritu y experiencia de amor, vino a sus corazones directamente sin limitaciones de palabra, carne, ideas, realidades limitadas y finitas; porque lo importante de Cristo no era su exterior, ni sus milagros, lo importante de Cristo estaba en su interior, en su Espíritu, en su Divinidad y ésa se pudo expresar mejor de corazón a corazón que por palabras o hechos finitos y limitados.

       El mismo Cristo les había dicho muchas veces: “Me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón”; “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto triste, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya”.

       3.- LOS APÓSTOLES

       Habían escuchado a Cristo y su Evangelio, han visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las “puertas cerradas por miedo a los judíos”; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive. ¿Y qué pasó? ¿por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por ellos para que le recibieran?;  ¿Por qué dijo y deseó Cristo esta venida para ellos y para todos los cristianos? Porque nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros; recordad lo que preguntó San Pablo a los cristianos bautizados de Corinto: Si habían recibido el Espíritu Santo. Y ya os he explicado a todos la necesidad de recibirlo: porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, hasta que la fe, el evangelio no se hace fuego de amor, no es enseñado por el Espíritu Santo en nuestro espíritu, Cristo es mera letra o verdad pero no se hace fuego, Espíritu, llama de amor viva, llama ardiente de experiencia de Dios.

       Y lo vemos hoy en las Lecturas de la misa: hasta que no viene el Espíritu Santo, los Apóstoles, que han oído el evangelio entero y  completo a Cristo, que han visto todos sus hechos salvadores, que le han visto incluso resucitado, que han celebrado la Pascua en Él resucitado, hasta que no viene hecho fuego de Espíritu Santo no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden el lenguaje de amor del Espíritu Santo, aún siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, y es la Iglesia  completa, la verdad completa del cristianismo.

       Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos. Es el Espíritu, el don de Sabiduría, el «recta sápere», el gustar y sentir y vivir, lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo.  Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje de la cabeza al corazón por el espíritu de amor para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe, que en el fondo no se sabe porque no se vive, sino lo que se vive porque se sabe por el Espíritu Santo, por el amor, porque uno lo siente y lo experimenta.

       Y el camino para esta venida del Espíritu Santo es la oración. Los Apóstoles permanecieron reunidos en oración en el Cenáculo con María, la Madre de Jesús. Aquí está otra maravilla: la dulce Nazarena. Simplemente constatar su presencia en el momento fundante de la Iglesia. Nada se dice de su entusiasmo al recibir al Espíritu Santo. Lógico. Ella lo había recibido ya mucho antes.

       4.- Queridos hermanos,  la pobreza de la Iglesia es pobreza de vida mística. Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para toda la Iglesia, lo necesita la Iglesia.

       Cristo nos dijo: “Le conoceréis porque permanece en vosotros,” esta es la forma perfecta de conocer a Dios, a Cristo, de distinguir Padre, Hijo y Espíritu Santo, que no sea todo lo mismo, que sean distintos los misterios y las realidades teológicas y litúrgicas y los amores y los pasajes de espíritu y todo y sólo por la venida, todos nosotros del Espíritu Santo, por la nueva vivencia de Pentecostés. ¡Señor, enviamos tu Espíritu Santo! ¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de sus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor; envía tu Espíritu y todo será creado de nuevo, será visto de forma distinta, será vivido en plenitud!

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