PRIMERA MEDITACIÓN: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA

PRIMERA MEDITACIÓN: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA

Queridas hermanas carmelitas ¿POR QUÉ EL HOMBRE TIENE QUE AMAR A DIOS?    PORQUE DIOS NOS AMÓ PRIMERO

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”(1Jn 4,10), dice S. Juan.

Queridas hermanas dominicas. Cada una de vosotras puede decir con toda certeza y seguridad: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON ÉL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD

El texto  de citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...” -primero-, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” , que meditaremos mañana, nos revela  que, una vez creados y caídos por el pecado de Adán, Dios nos amó en la segunda creación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos.       

La cruz, el via crucis son piezas fundamentales del tiempo de la santa cuaresma que hemos comenzado porque son señales que manifiestan el amor del Padre, que  entrega a su hijo hasta la muerte por nosotros, y del hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre y resucita para resucitarnos a todos. Es el misterio pascual, misterio central de nuestra fe, hacia el cual caminamos en la santa cuaresma y que nos manifesta más aún la predilección de Dios con el hombre.

Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, que se encarna y da la vida por nosotros, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a blasfemar en los días de la Semana Santa, exclamando: «Oh felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador, una salvación tan maravillosa; eso es blasfemo en cierto sentido porque llama feliz al pecado, que nos mereció a Cristo crucificado.

       Y sigue San Juan: “Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros.” (1Jn 4,11-14). ¿Se puede decir esto de vosotras, de vuestro convento? Es decir, en esto sabemos que en este convento

está y permanece Dios, la Santísima Trindad, tres personas unidas

en el Amor del E. Santo:Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. De modo que el amor entre vosotras es la señal de vuestra unión con Dios, de vuestra santidad, de que verdaderamente su amor a Dios ha llegado en vosotras a su plenitud.

       Queridas hermanas, a mi me alegra mucho pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe desde siempre en su mismo Ser infinito.

       Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder..., cuando San Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”. Su esencia es amar, si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, en quien el Padre se complace eternamente.

Por eso nos lo envió y también nos lo entregó:“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo…” porque quiere que vivamos su misma vida trinitaria de amor del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. En el principio, no existía nada, solo Dios. Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno  de amor, de felicidad, de gozo y de eternidad piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, su mismo amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad.

Hermanas dominicas, meditemos: SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA, querida hermana dominica: si existes, es que Dios te ama y cuando más se amaron tus padres, fuiste engendrada, naciste tú pero por obra de Dios porque nuestros padres no pueden crear ni el corazon ni un cabello de nuestra cabeza: cada una de vosotras puede pensar y decir: Dios ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en una eternidad dichosa, que ya no se acabará nunca y que ha empezado en mi vida religiosa y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo.Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  cuando más se quieren los padres, nace lo más hermoso, me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su Ser recibido, que mora en mí.

       SI EXISTO, ES QUE DIOS ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del su Ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido a mí, primero, con la vida humana, y luego con la vida de gracia, llamándome a la vida religiosa, soy una predilecta, enchufada con mi Dios Trinidad.

Yo he sido preferida, tú has sido preferida; hermana contemplaiva, estímate, autovalórate, apréciate, sé agradecida; primero, porque Dios te elegió para la vida humana por el amor de tus padres y luego, por medio de la vocación, por la vida de gracia, vida divina, te ha elegido para ser eternidad en el cielo que empieza ya en la tierra con tu vida en el claustro. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio…A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

Es un privilegio el existir y sobre todo, mayor, más excelente, ser religiosa. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido al resto de tus amigas. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado tu nombre con ternura y te ha dado primero el ser humano, y luego el ser totalmente suya, esposa de Cristo, en la vida religiosa.

 !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado». (G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados por Dios. Y luego, dentro de esta existencia humana, es un privilegio haber sido llamada por Dios Trinidad a la vida religiosa, o sacerdotal, a vivir totalmente para mi Dios Trino y uno que me habita y al que tengo que descubrir en mi vida de contemplativa: “Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme

       SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre! Valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos. Todos han sido singularmente amados por Dios.No desprecies a nadie. Dios nos ama y nos ama por puro amor para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios nos crea por puro amor para hacer partícipes de su amor y gloria en el cielo, que para vosotras contemplativas, comienza ya en la tierra con la vida de claustro, alejadas del mundo y sus vanidades.

       Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros, porque fíjate bien: una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno. Ya no caeré en la nada, en el vacío ¡Qué alegría existir, qué gozo ser viviente! Mueve tus dedos, tus manos; si existes, no morirás nunca. Mira bien a los que te rodean. Vivirán siempre. Somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

       Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión transcendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios o sin Dios.

Por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida. Desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión, muerte, sufrimientos y resurrección de Cristo. El que se equivoque, se equivocará para siempre, para siempre;  terrible responsabilidad para cada hombre y terrible sentido y profundidad de la misión confiada a todo sacerdote, a toda religiosa, a todos los apóstoles de Jesucristo, la eternidad de mis hermanos los hombres, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo.

Si se tiene fe en Dios, en la eternidad, en el cielo y en el infierno hay que trabajar orar sin descanso y este es el sentido total y pleno de vuestra vida contemplativa, vuestro apostolado esencial que os hace ser piezas fundamentales de la Iglesia, de la salvación de los hombres, cosa que hoy tristemente, muchos, inclusos sacerdotes y creyentes, cristianos, no os comprenden ni entienden ni valoran, este es vuestro apostolado esencial, estáis aquí dedicadas todo el día, toda vuestra vida a la oración y sacrificio por la salvación de todos y cada uno de los hombres, vuestros hermanos. Teníamos que ser más agradecidos con vosotras que habéis renunciado al mundo y a todo placer de esposos e hijos, por vuestros hermanos, los hombres.

Por eso, cada una de vosotras, tiene que pensar y decir: No estoy sola en el mundo porque estoy enclaustrada, en un convento, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado y me señalado y preferido para la eternidad que ha empezado en la tierra; aunque todos me dejen; aunque nadie pensara en mí; aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos, Dios me ama, me ama, me ama, y siempre me amará. Y yo también le amo por encima de todo y por el hecho de existir y ser religiosa, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

       Finalmene, SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a amar y ser amado por el Dios Trino y Uno por una eternidad que para mí ya ha comenzado. Éste es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna, que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en la mayoría de los creyentes, sino que florece en eternidad anticipada en vosotras, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

       O con S. Juan de la Cruz: Quedéme y olvidéme…Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos. Y esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi vida de religiosa o a mi vida sacerdotal y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres.

¡Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia, ser sacerdote o religiosa! Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Por eso y para eso soy religiosa, soy sacerdote. Si existo y existen los hombres, es que somos un proyecto eterno de amor, soy eterno, mi vida es más que esta vida y ya he comenzado mi eternidad renunciando a esta vida humana de esposa o madre para vivir solo para Dios y todos los hombres, no para un esposo o hijos, sino para todos, para la eternidad de gozo que he empezado en la tierra.

       Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en la esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización de religiosa, de sacerdote, de sembrador y cultivador de eternidades,  de la vida eterna con Dios Trinidad de mis hermanos los hombres..

Quiero estar siempre en contacto contigo, Dios mío, en oración permanente, en entrega de vida y amor, para vivir la grandeza de mi vocación, que muchos no comprenden porque no te conocen ni te aman totalmente como nosotras. Qué gozo, saber que, cuando yo me vuelvo a Ti para mirarte, para orarte,  me encuentro contigo que me llamaste y siempre me estás mirando y esperando. Qué gozo se tuya, totalmente tuya, no de criatura alguna, qué gozo ser tu esposa, totalmente tuya, mi Cristo. Quiero serte fiel ahora en la tierra para ser esposa muy amada

2ª Meditación: POR EL HECHO DE EXISTIR, DEBO QUERERME Y VALORARME INFINITAMENTE EN DIOS

Al constatar mi existencia y convencerme de que existo, tengo que valorarme y autoestimarme más, con sentido de trascendencia, de eternidad, las religiosas contemplativas miráis más y trabajáis y lo hacéis todo en este mundo mirando más por vuestra eternidad y la del mundo, por eso renunciáis a vivir esta vida en el mundo y vivis en clausura de oración y penitencia pensando en la salvación eterna vuestra y de vuesros hermanos, todos los hombres.

       Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices sin sentirnos amados ¿De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado? Y, a la inversa, ¿de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada? Una religiosa no siente necesidad de amores humanos de esposo y de hijos porque Dios la llena y la completa.

       Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus amigos y hacernos hijos del mismo Padre: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor...” (Jn 15, 9-17 ). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: “Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”. “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en él”. “Creedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14,9-11).

       Desde esta perspectiva del amor de Dios Padre al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tengo que valorar y apreciar no sólo mi vida y la de los demás, sino mi apostolado y mi sacerdocio apostólico y mi vida religiosa, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador y cultivador de eternidades, no olvidarlo  nunca y menos en este mundo que va camino de su perdición, cree y piensa que por no buscar y amar a Dios por eso dejará de existir; por eso va camino de su perdición eterna, porque Dios existe y nos espera en su eternidad y felicidad infinita, eso es el cielo y ya lo ha manifestado y demostrado en muchas manifestaciones y apariciones en el mundo: Lourdes, Fátima, vision del infierno, pidiendo a los niños para que rezaran por el mundo..

Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad, ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Y para esto es por lo que he renunciado a los placeres del mundo y familia para entregar mi vida en clausura y oración por la salvación de mis hermanos, los hombres. Es por lo que soy religiosa contempativa. Este es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección religiosa o sacerdotal y la razón  de mi existencia y consagración total: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y deis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

La finalidad más importante de mi actividad religiosa o sacerdotal, el fruto último de mi apostolado por medio de la oración y sacrificio principalmente son las eternidades de mis hermanos: Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida, esta es la herencia verdadera y que importa.

       Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el Sagrario. Aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios.

Fijáos: el Padre no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro,  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a Dios Padre gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro su idea y su plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor. “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó: macho y hembra los creó” (Gn.1, 26). 

       ¿Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios, a semejanza suya? No sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase,  porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, al «homo ereptus, habilis, ergaster, sapiens, nehardentalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora al hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito. Como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como Él. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

       Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y, por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza.

Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos. Son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del amor de Dios, y nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación gozosa y contemplativa por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía.

       Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación y transforamación del misterio de Dios.

       Todas vosotras estáis llamadas a ser místicas, a tener experiencia de Dios por la oración-conversión, a tener experiencia de Cristo ya en la tierra, experiencia de Cristo en la misa y comunión, en los ratos de oración.

       Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para tener esta experiencia de Dios y ser felices mejor que lo hace S. Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:«¿Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en

efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que ibamos a cometer contra tì. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tí dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla» (Oración V).

A otra  mística, santa Angela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son una exigencia de amor: «¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos! Tú eres yo y yo soy tú     ».Convendría a estas alturas volver al texto de San Juan, que ha inspirado esta reflexión: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó…“y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”(Jn.4,9-10).

15. “Y NOS ENVIÓ A SU HIJO COMO PROPICIACIÓN DE NUESTROS PECADOS”   (Jn. 4, 9-10).

        En la contemplación de este versículo entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre, como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de la pasión de amor de Dios, de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de la Santísima Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por el Padre en su Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Hijo. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí” (Gal 2,19-20). 

       San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre, hasta este extremo, por eso, “entregó”, en latín “tradidit”, suena como suena como a “traicionó”.

       Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.

       Queridos hermanos, ¿Qué será el hombre? ¿qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea? ¿qué seré yo? ¿Qué serás tú y todos los hombres? Pero ¿Qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora? Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros. “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó)a su propio Hijo”.

 Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad? ¿Qué ocurre aquí? Es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre: “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó)”  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nnadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Y  Cristo la dio por todos nosotros.

       Este Dios infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su amor y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefiere en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente, casi  blasfemando, como os dije el primer día:«¡Oh felix culpa...!» ¡oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador! Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza ¡Oh feliz pecado! pero ¿Cómo puede decir esto? ¿Dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas? Llamar cosa buena al pecado ¡Oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero!

       Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: Os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre...” (Ef 1,3-7).

       Para San Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

       Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son como una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: ¿por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio...? Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

       Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores...; sólamente amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros: “Siendo Dios... se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado…”

En el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... etc, sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del Sagrario, en el Sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.

       Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas ¿No se va a conmover ante el amor tan apasionado de mi Padre Dios, hasta el punto de que le “traiciona”, le engaña a todo un Dios infinitamente moderado y prudente? ¿No voy a sentir ternura de amor ante el amor tan “lastimado” de mi Crito en la cruz y tan entregado por mí, por todos nosotros en los Sagrarios de la tierra? ¿Tan duro va a ser para su Dios y Señor el pueblo cristiano, padres y madres cristianos, creyentes,  jóvenes y niños de primera comunión y confirmación, tan duro van a ser para su Dios y Señor crucificado y presente con amor en todos los sagrarios de la tierra esperándonos y sin embargo, abandonados… tan duros para el amor divino y tan sensible para los amores humanos? 

       Dios mío, pero ¿Quién y qué soy yo? ¿Qué es el hombre, para que le busques de esta manera? ¿Qué puede darte el hombre que Tú no tengas? ¿Qué buscas en mí? ¿Qué ves en nosotros para buscarnos así? No lo comprendo, no me entra en la cabeza. Padre, “abba”, papá Dios, quiero amarte como Tú me amas; Cristo mío, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú, hasta clavarse en la cruz por mí porque era yo quien la merecía con mis pecados... Cristo entregado y clavado en la cruz y tan olvidado en nuestros sagrarios, ayúdanos, ayúdanos a creer y entregarnos a Ti, ayúdame, Señor, a quererte, amarte, visitarte, adorarte por amor agradecido. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”, quiero amarte.

TERCERA MEDITACIÓN: CRISTO CRUCIFICADO

       Queridas hermanas dominicas: en esta meditación cuaresmal quiero hablaros de Cristo crucificado. Por eso, hay que hacerla esta tarde mirando mentalmente al Crucificado, contemplando a Cristo clavado en la Cruz, o apretando con amor en nuestras manos su imagen.

Queridas hermans, hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan lo expresa maravillosamente en estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

       Estamos en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado, siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según dice San Juan. No  siente ni barrunta su ser divino, es un misterio.

        Y en aquella hora de angustia, sintiendose solo y abandonado ante los sufrimientos que le vienen, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...”  clama fuerte y angustiado, lleno de angustía y dolor, y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta. No hay ni una palabra de ayuda, de consuelo, una explicación para Él....

Cristo ¿Qué pasa aquí? Cristo ¿Dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios Padre bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿No decías Tú que te quería? ¿No dijo Él que Tú eres su Hijo amado? ¿Dónde está ahora su amor al Hijo? No te fiabas totalmente de Él... ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo? ¿Es que se avergüenza de Ti?

Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿Es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias...?

       ¿Qué pasa, hermanos? ¿Cómo explicar este misterio? El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos por el Hijo, para abrazarte a ti, a mí… tanto, tanto que  por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el Sagrario, quiero decir con S. Pablo con todo mi corazón: “Me amó y entregó por mi”; “No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”. “Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”. Y mirándole en sudor de sangre en Getsemaní o crucificado en la Cruz, mirándole ahí clavado…digo con todas mis fuerzas al Padre que lo programó y al Hijo que lo realizó así tan generosamente…

16.- DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA…

Y nuevamente vuelven a mi mente los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tu y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre, para los nuevos hijos, que el Hijo amado, en el que  tiene todas su complacencias, va a conseguir con su muerte y resurrección?

Dios mío, Padre bueno, Padre santo ¡Qué grande debe ser el hombre para Ti, los nuevos hijos que por los sufrimientos y la muerte del Hijo Dios amado vas a conseguir con la muerte de su humanidad, qué misterio de amor y predilección en estos misterios…cuando Dios Padre le abandona en su pasión y muerte: “Dios mío, Dios mío por que me has abandonado” y el hijo, ese mismo que conoce y ama con el Padre a los hombres hasta el extremo le dice desde la cruz, lleno de amor y compasión a todos nosotros: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen..”!

¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para el Padre, qué seremos los hombres para Dios, para Cristo, que se rebajó hasta este extremo de morir crucificado para buscar el amor del hombre, el amor tuyo y mío, querido hermano!

       ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje!

Te pregunto, Señor, ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz?

Padre bueno,  que hayáis decidido en consejo Trinitario desde toda la eternidad no querer ser feliz eternamente Dios Trinidad, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo sin el hombre…, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti.

 Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología que estudié desde donde Dios es infinito y lo tiene todo y no necesita del hombre para nada.

Te ponían y así te conocí teológicamente como totalmente lejano, aislado, inaccesible, «Deus unicus, ineffabilis…», un Dios solitario, al menos así me lo enseñaron a mi en la teología escolástica que aprendimos y teníamos que creer y defender si querías aprobar y licenciarte en teología..; pero ahora veo que Dios no es ser solitario, aislado en distancias infinitas, sino cercano al hombre y amoroso y lleno amor desbordante, un Dios familia y familiar con sentimientos de Padre e Hijo y Amor de Espíritu Santo que los une en Unidad de vida y eternidad y nos crea a los hombres por ese mismo amor de su Espíritu Santo para abrazarnos en una eternidad de gozo.

Veo en esto y por esto que no solo el hombre necesita de Ti para vivir y ser feliz, sino que Tú, mi Dios Trino y uno en Amor  y por Amor has querido en consejo trinitario crear al hombre y has soñado con un hombre a quien has querido necesitar de su amor para llenarle del tuyo divino y trinitario, veo así que Tú  también necesitas del hombre, así me lo manifiesta en palabras y hechos, por su forma de amar y buscarlo en el Hijo y por el Hijo, crucificado por amor loco, apasionado e incomprensible para el hombre.

Y esto es herejía teológica, pero no mística, porque así lo siento y lo gozo contigo en ratos de oración ante el Sagrario donde tú me los dice, me los explicastal ymanifiestas  con esa misma presencia y  como muchas personas la sienten y la gozan y se extasían ¡Bueno! Debe ser que les pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios y subió “al tercer cielo”: que empiezan  a “desvariar”.

       Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios....se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”(Fil 2,5-11).Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia sacrificada en

la cruz o de deseos de amistad y salvación en el Sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque lo vistes en tu Padre, en el Padre de todos los hombres y ese amor te ha herido y llagado y te llevó a esos extremos, tú lo has sentido en tu corazón y en tu cuerpo.

Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan de Eucaristía. Tú eres el único que lo sabes, porque lo experimentaste y eres ese amor del Padre y del Hijo clavado en la cruz por amor incomprensible a todos los hombres, y repito, pero qué te puede dar el hombre que tú  no tengas en plenitud de amor con el Padre y entrega en Espíritu eterno e infinito de Espíritu Santo.

Cristo Jesús, que quisite no solo salvarnos por tu cruz, sino hacerte amigo de todos los hombres de todos los tiempos hasta el final de los tiempos eternamente y te entregaste totalmente a él, a ese amor extremo hasta la muerte y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, hasta morir por el hombre en cruz, a un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

       Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso, tan Padre y Madre.

Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así.

Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado;  pero de verdad, límpialo y si alguna vez me quejara, no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas, incluso provoacado por la envidia y orgullo de mis hermanos, los hombres, incluso sacerdotes, ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso, hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

CUARTA MEDITACIÓN: CUÁNTO VALE UN HOMBRE (SACERDOTAL)

Hermano ¡cuánto vale un hombre! ¡Cuánto vales tú! ¡Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de estas eternidades de los hombres! ¡qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevarnos a todos por medio de la gracia y la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos del mismo gozo Trinitario!

¡Qué terrible, ante tanta pasión infinita de amor, que el apóstol decepcione al Dios Trino y Uno! ¡Qué terrible será  el juicio de Dios para el apóstol que no amó, cultivó y salvó estas eternidades de amor creadas por Él para que compartieran toda una eternidad de unión y felicidad con Él! ¡Qué decepción ante el Padre, si no llegan al término para el que fueron creadas y esto por culpa de los pastores! Si el Padre por amor inomprensible a sus hijos los hombres trató así al Hijo Amado encarnado precisamente para salvarnos a todos los hombres y hecho carne crucificada y luego carne eucarística que hace presente todo este misterio de vida, muerte y resurrección…, ¿qué será y esperará de nosotros? Cada hombre puede decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él me ha pensado y creado y lo ha querido así demostrarlo de esta forma tan extrema crucificando a Amado y haciéndolo Eucaristía perfecta de adoración y alabanza a Padre en la santa misa que renueva y hace presente todo este misterio, todas estas realidades. Bendito y alabado y adorado sea por los siglos infinitos amén.

       ¡Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros, sacerdotes, que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando lo fundamental y primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación transcendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en reflexiones y ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a los esencial, que es Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana!

Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que con una fe y un amor que no desean, aunque sea pasando por la muerte, este encuentro y eternidad con Dios, poco profundos y sentidos son los sentimientos de estas dos virtudes, tanto si me da miedo como si no quiero encontrarme con el Dios creído y amado.

       Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y, si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para que vivamos para Dios. Y, sin embargo, vivimos a veces más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son puramente transitorios.

Qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última, la eternidad de nuestros hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo como Él, en nuestra propia carne. Un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarla Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

       Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado. Es un profeta dispuesto a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y está dispuesto a ser corredentor con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, muchas veces sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos. “Nadie es profeta en su tierra”.

       Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas. Es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser sus prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarse en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

       Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado. Ha sido el Hijo, quien lo predicadao y realizado. Ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Vida y en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación. Ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por ti y por mí y por todos los hombres.

Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de toda verdadera evangelización: la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que son principalmente para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva, para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa. “Oh Dios misericordioso y eterno, concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en una oración de la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo -llevar las almas a Dios-,  como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que, si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

       La Iglesia tiene también  ciertamente dimensión humana y  caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero desde una orientación trascendente y eterna, con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios. Es igual que Cristo, que curó y dio de comer, porque todos los hombres somos hermanos e hijos de Dios y tenemos que amarnos y preocuparnos los unos de los otros en los bienes terrenos, pero Cristo vino y murió y resucitó para abrirnos y conseguirnos principal y esencialmente las puertas de la eternidad y del cielo y la Iglesia existe y continúa su misión, mirando la eternidad, fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, que Dios es nuestro padre y somos herederos del cielo y esta fue la razón primera de su envío y misión y cuando en alguna ocasión le quieren proclamar rey, no lo acepta y se retira a la oración para orar por ellos y seguir la voluntad del Padre. Esta es la misión primera y principal y esencial del sacerdote, que desde aquí debe predicar y formar a seglares que se preocupen de los problemas temporales, como de trabajo, salud y medios humanos. Pero el sacerdote ha sido consagrado para continuar la misión de Cristo de salvación eterna de los hermanos, sin olvidar los bienes terrenos pero no dedicándose a ellos como misión de la Iglesia y de Cristo. Nosotros, los sacerdotes, según las circunstancias, debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan.

Y así tiene que hacer también el sacerdote: si hay que curar y dar de comer, se hace; pero orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio y salvación eterna: “Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... les acompañarán estos signos... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16,15-20).

       Los sacerdotes tenemos que atender las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es misión primera y menos exclusiva, ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y otros no lo hacen.

Pero insisto que lo fundamental es «la gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo). Glorias y alabanzas sean dadas por ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida. Esto lo prediqué y escribí en tiempos en que los sacerdotes se metían en políticas y comisiones obreras y algunos llegaron a obispos.

       Dios me ama, me ama, me ama... y ¿qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros? ¿Qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios? ¿Qué importa la misma muerte, si no existe? Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

       Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mi  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

       «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

Concluyo con San Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús: “El Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama, Dios me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida. «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio». (Can B 28) Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: «Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que se de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (Can 28, 3).

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino a los hombres. Que Él nos lo explique. Está aquí con nosotros la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte y desde aquí, desde  tu amor sacramentado, un beso y abrazo de amor a todos mis hermanos, llamados a compartir este gozo en nuestro Dios trino y  Uno,  sobre todo mi oración por los más necesitados de tu gracia y salvación.

MEDITACIONES A CARMELITAS(Don Benito, 8 Julio 2016)


         Muy queridas y bellas esposas de Cristo, hermanas carmelitas de Don Benito: hermana, María de Guadalupe, priora de esta comunidad y hermanas todas de este convento teresiano; comenzamos este retiro, como siempre, invocando al Espíritu Santo, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en cuyo Amor ha querido sumergirnos a nosotros la Santísima Trinidad para vivir ya en su misma esencia e intimidad divina mientras vamos de camino hacia la visión cara a cara del Misterio Trinitario.

Lo hacemos así porque es el mismo Señor resucitado el que nos asegura que el Espíritu Santo es el único que puede llevarnos a la verdad completa del misterio y de la vida de nuestro Dios Trino y Uno: “os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré... Él os llevará a la verdad completa...”

“Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu Amor,

Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra…

Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz…


Monjas contemplativas: Centinelas de la oración de la Iglesia, el que canta, dice S. Agustín, reza dos veces, por eso, cantemos:
<<Inúndame, Señor, con tu Espíritu...»

(Secuencia de Pentecostés: Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo...)

Hermanas Carmelitas: Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el concilio Vaticano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría». He aquí la naturaleza y esencia de vuestra vida consagrada. Por eso, sois las centinelas y las vigilantes de la oración en la Iglesia, esta es vuestra misión, apostolado y grandeza.

La palabra centinela evoca vigilancia. Los centinelas estaban apostados sobre los muros de las ciudades (cf. 2 Sam 18, 24; 2 Re 9, 17-20), en torres de vigilancia en el desierto o sobre las cumbres (cf. 2 Crón 20, 24; Jer 31, 6). El propio Dios es descrito en ocasiones como centinela o guardián de su pueblo (cf. Sal 127, 1), siempre preocupado por la seguridad y protección de los suyos (cf. Sal 121, 4ss). El salmista suplica al Señor su misericordia y espera en su palabra «más que el centinela la aurora» (Sal 130, 6).
Las personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo (cf. Mt 25, 1-13) con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial.

El Catecismo de la Iglesia Católica habla abundantemente de la oración contemplativa Cnn. 2709-2724). Elijo este número significativo:«La oración contemplativa es silencio, este “símbolo del mundo venidero” o “amor [...J silencioso”. Las palabras de la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre “exterior”, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús» (CEC, 2717).

Por eso, hermanas, vuestros monasterios son un oasis de silencio orante y elocuente. Son escuela de oración profunda bajo la acción del Espíritu Santo. Son espacios dedicados a la escucha atenta del Espíritu Santo, fuente perenne de vida, que coima el corazón con la íntima certeza de haber sido fundados para amar, alabar y servir.

Las personas contemplativas, como vosotras, sois centinelas, apuntáis siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades «no visibles» (cf. 2 Cor 4, 18), representan una llamada providencial a vivir la vocación de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino.

Por eso, al hablaros a contemplativas, lo primero que se me viene a la mente, siguiendo a vuestros grandes  maestros Teresa y Juan de la Cruz, es hablaros de la oración, fundamento de la vida de todo creyente, especialmente de las monjas y monjes contemplativos. Pero más que hablaros de cómo hacer oración, de lo cual sabéis más que yo que he dedicado tres de mis libros a este tema, oración-conversión, oración-conversión, y del cual os he dado varías meditaciones, hoy por no repetirme, aunque siempre es necesario, quiero hablaros de su importancia y necesidad, porque esta es vuestra misión, apostolado y santidad.

Sin el cimiento fuerte de la oración, todo el edificio de la vida cristiana no puede construirse ni llegar hasta las alturas del amor de Dios ni mantenerse en pie cuando sobreviene la prueba; sin la oración no hay alimento para el cristiano, y menos, para una contemplativa; sin la oración la fe se muere, porque la oración es la respiración del alma, y si uno no respira, se muere.

La oración nos da la posibilidad de tratar de amistad con quien bien sabemos que nos ama, « que no es otra cosa oración... », nos permite sabernos y sentirnos amados por Dios, incluso en los momentos más difíciles de la existencia; quien reza sabe que nunca está totalmente solo.

Sobre esta materia, con leer y meditar a vuestra madre Teresa, ya tenéis la mejor maestra. Y si añadís a s. Juan de la Cruz, todo completo. Pero ojo, que si hablo de vida contemplativa, la oración tiene que ser también contemplativa, estáis llamadas a subir por esta montaña de la oración-conversión hasta la cumbre del Tabor. Si no os convertís, si no os amáis como Cristo os pide y os ama, si no sois humildes, no os perdonáis de palabra y de obra, si no crecéis en las virtudes de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, tampoco creceréis en la experiencia de Dios, en la vivencia de las virtudes sobrenaturales: fe, esperanza y caridad.

La oración contemplativa supone años de purificación de cuerpo y del alma y noches de espíritu y de sentidos: de sequedades en la vida y oración, sin sentir nada, a palo seco, porque entonces vamos a la oración como encuentro con Dios por lo que Él merece y quiere, no porque nosotros gustemos, que eso es egoísmo a veces, y san Juan de la Cruz lo explica muy bien.

Qué verdad es todo esto, pero qué poco se vive en la Iglesia actual, sobre todo en el mundo, pero también entre religiosos, sacerdotes y consagrados.

El papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos invita a ser hombres y mujeres de oración, a rezar intercediendo unos por otros ante el Señor. Nos anima a recorrer un camino juntos, un camino de fraternidad, de amor, de confianza...; un camino que se hace orando y una oración que se convierte en vida de comunidad y fraternidad, superando egoísmos, se convierte en bendición, consuelo, fortaleza, compañía, sentirse amada por Dios y por las hermanas.

Nuestros hermanos y hermanas de vida contemplativa conocen muy bien este camino de oración, pues transitan por él habitualmente. Sin él no hay vida de comunidad ni fraternidad contemplativa y toda la vida de la comunidad depende del grado de oración-purificación de sus miembros.

Queridas hermanas carmelitas: La oración es vuestra  identidad, vuestro ministerio, vuestra misión, vuestro apostolado, vuestra entrega, vuestra ofrenda, vuestro modo de amar al Dios tres veces santo, a todos los hombres, a la Iglesia entera y a toda la creación.

La oración es la tarea esencial de vuestra vida monástica, el principio y fundamento, el gozo y combate, el don y tarea, la gracia y ascesis. La misma vocación contemplativa es ya una plegaria incesante, una oración continua, una intercesión permanente.

Nuestros hermanos contemplativos son centinelas de la oración porque, desde el carisma y la espiritualidad propia de cada familia monástica, velan en la noche de nuestro mundo glorificando sin tregua a la Santísima Trinidad y esperando a Cristo-Esposo como las vírgenes del Evangelio, encendidas las lámparas de la fe, la esperanza y la caridad.

Ellos y ellas permanecen en el templo glorificando al Señor y cantando sus maravillas. El ha transformado el duelo en alegría, ha ceñido la vida con el gozo de la alabanza y ha colocado la existencia en la comunión de los santos. El ha hecho posible una vida entregada sin reservas al amor y a la intercesión gratuita y generosa por todos los hombres.

En la soledad de la celda o en la liturgia coral, durante el transcurso del día o atravesando la densidad de la noche, desde el gozo contenido o en el dolor que purifica, cantando con alegría o gimiendo entre lágrimas, puestos en pie o hincados de rodillas, en la quietud del descanso o en las tareas de cada jornada.., sea como sea, estos centinelas de la oración son peregrinos que conocen su meta, adoradores del Misterio divino, buscadores incansables del Rostro de Aquel que les ha conquistado el corazón más que nada y más que nadie.

Pero siempre unidos, hermanas, no lo olvidéis, en oración y caridad permanente, sin oración no hay caridad trinitaria en la comunidad, tres en una misma vida, en un mismo amor y familia, Dios Trino y Uno; sin oración-conversión verdadera, de la que os he hablado tanto y no quiero repetir, no hay fraternidad contemplativa, porque la oración se hace vida fraternal y comunidad contemplativa, y nos perdonamos, y nos convertimos, y no ayudamos, y nos hablamos y saludamos, y  la vida conventual se hace oración vivida, diaria, encendida y permanente, y las misas son misas ofreciéndome con Cristo al Padre para aguantar, perdonar y excusar a mis hermanas, y la comunión es comunión verdadera con Cristo total, cabeza y miembros. Si no hay vida fraternal es que no hay oración verdadera, contemplación auténtica de Dios Amor, de Dios Trino y Uno en un solo amor, en la misma e idéntica vida.

El papa Francisco es, sin duda, quien nos ha recordado de un modo más autorizado la necesidad de la oración en sus diversas facetas de intercesión, acción de gracias, petición, adoración… etc. en vuestra vocación y vida personal y para el éxito apostólico de la nueva evangelización y de este año de la misericordia divina.

Agradecemos vuestra oración, nos dice el Papa, de modo especial, a las comunidades contemplativas; la oración incesante de tantas comunidades ante Jesús sacramentado; Les encomendamos de nuevo a todos que oren por el papa y por la Iglesia; que oren por los gobernantes y por los que sufren las consecuencias de la crisis moral y económica; que oren por la unidad y la concordia en nuestra patria y por la paz en el mundo entero»

¡Gracias, Santo Padre Francisco! Gracias por recordarnos que la oración ocupa un lugar absolutamente central en la vida del cristiano y sobre todo de los consagrados y consagradas contemplativas, y que solo caminando por esta senda segura llegaremos a la tierra que mana leche y miel, tierra nutricia del amor a Dios y el amor al prójimo, a la verdadera fraternidad y unidad en Cristo, a la comunidad de hermanas ungidas del mismo amor de Dios Trino y Uno, de Dios familia reflejado en la familia de carmelitas.

¿Qué hizo que los Apóstoles fueran verdaderamente apóstoles y vencieran miedos y complejos y salieran a predicar? Os he dado retiros sobre esta materia que todos tenemos que vivir. ¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal? ¿Qué hace falta, hermanos, para que también nosotros podamos tener esta experiencia pentecostal?

Primero, pedir con insistencia, como he dicho, el Espíritu Santo al Padre por el Hijo resucitado y glorioso, sentado a su derecha como El nos encomendó. Por eso, toda oración la empezamos invocando al Espíritu Santo, al Espíritu de Amor. Y luego esperarlo todos los días con María, no la olvidéis, con la Virgen del Carmen y toda la Iglesia, en oración personal y litúrgica, la santa misa, con oración personal y comunitaria.

Si queremos recibirlo, si queremos sentir su presencia, sus dones, su aliento, su acción santificadora, tenemos que ser unánimes y perseverantes, como fueron los apóstoles con María en el Cenáculo, venciendo rutinas, cansancios, desesperanzas, experiencias vacías del pasado, de ahora mismo. Primero y siempre orar, orar, orar, pero como los apóstoles, estando reunidos y unidos en el Cenáculo, en el convento, perdonándonos, ayudándonos, convirtiendo en vida personal y comunidad vuestra oración personal y conventual...

El Espíritu Santo viene a mí por la gracia de los sacramentos, de la oración personal para meterme en la misma vida de Dios y esto supone conversión permanente del amor permanente a mí mismo, de preferirme a mí mismo para amar a Dios. Soberbia, avaricia, palabras y gestos hirientes, envidias, críticas, murmuraciones... en el fondo ¿qué es? preferirme a mí mismo más que a Dios y el amor al prójimo; buscar honores, puestos, aplausos, poder ¿qué es? Egoísmo, amor propio, amor a uno mismo, ceder a la vanidad, al demonio, al poder.

Queridas hermanas, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes; vino hecho llama, hecho experiencia de amor; vino hecho llama de amor viva, no signo externo, hecho fuego apostólico, hecho experiencia de su mismo amor, del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites a todos los hombres, hecho Amor, Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Resucitado, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar por apariciones y conceptos recibidos desde fuera, aunque vengan del mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede meter en el espíritu, en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno, hecho experiencia viva de Dios ¡Experiencia de Dios! He aquí la mayor necesidad de la Iglesia de todos los tiempos. La pobreza mística, la pobreza de experiencia de Dios que nos convierte no en meros predicadores, sino en testigos de lo que predicamos y hacemos, he ahí la peor pobreza de la Iglesia.

Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor de Dios al hombre. Dios existe, Dios existe, es verdad, Dios nos ama, es verdad. Cristo existe y nos ama locamente y está aquí bien cerca de nosotros y es el mismo Verbo del Padre, está en ti, «más íntimo a ti que tú mismo», como dice San Agustín, ahí lo experimentan vivo y amante los que le buscan.

¡Oh Dios mío, Trinidad a la que adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mi y permanecer en Vos, tranquila y segura…

O con S. Juan de la cruz: «Quedéme y olvidéme, el rostro...
Una carmelita debe reclinar su cabeza sobre el pecho del Amado, y desde allí, olvidarse de todo, para adorar sólo a Dios, y desde allí, orar por los hermanos: «No adoréis a nadie, a nadie más que a Él...

Gracias sean dadas a Dios y a la Iglesia por la vida y la vocación de tantos hermanos y hermanas que, entregados a la contemplación y a la alabanza, interceden con su oración y adelantan la vida del Cielo, haciéndola posible ya en esta tierra.

Y tú, Virgen María, Virgen del Carmelo, Madre de los contemplativos y maestra de contemplación, fuiste la primera contemplativa de Dios Trinidad: “y la Virgen meditaba qué saludo era aquel… y como resultado de tu oración: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.

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