Lunes, 11 Abril 2022 11:50

VI.UN ENSAYO PARA VER AL INVISIBLE: AMAR MAS A LA CREACION Y A LOS HERMANOS

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     VI.UN ENSAYO PARA VER AL INVISIBLE: AMAR MAS A LA CREACION Y A LOS HERMANOS

     1. Cada hermano es una historia de amor

     2. El gozo de vivir: ¡bienaventurados!

     3. Sembrar y construir la paz definitiva

     Meditación bíblica.

 

1. Cada hermano es una historia de amor

     El camino y la escuela para "ver" a Dios es el amor incondicional a todos y a cada uno de los hermanos. Ya en esta tierra, encuentra filialmente a Dios sólo quien le descubre en los demás. "Dios" no es una simple palabra ni una simple idea, sino el Amor hecho relación de donación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se comienza a "conocer" a Dios y a aceptarlo, cuando la vida se hace relación de donación. Quien se cierra en sí mismo, niega a Dios, prescinde de él o hace de él un mero adorno. "El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).

     Dios es "alguien" que sale a nuestro encuentro para relacionarse con nosotros a través de las criaturas, los acontecimientos y las personas. Aunque "a Dios no le ha visto nadie" (Jn 1,18), es él quien se deja entrever viviendo en nosotros y en medio de nosotros. "Si amamos a Dios, él permanece con nosotros" (1Jn 4,12).

     No ha habido nadie en la historia que no haya experimentado la evidencia del pasar de las cosas y de las personas. El problema que todos se plantean, con soluciones diversas e incluso opuestas, es el del sentido de ese "pasar" que llamamos "contingencia". Ningún ser del cosmos tiene origen en sí mismo. Si todo pasa, ¿habrá una vida permanente?. La respuesta cristiana es el amor. Quien ama, pasa de la contingencia a la trascendencia, porque comienza ya a entrar en la vida eterna de Dios. "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos!" (1Jn 3,14).

     Nuestros deseos más hondos no llegan nunca, en esta tierra, a la plena satisfacción. Todo va esfumándose en el tiempo. Y mientras poseemos algo bello y bueno, no deja de asaltarnos el temor de que todo se nos puede arrebatar. Pero podemos constatar otra experiencia profunda: cuando hacemos de nuestra vida una donación, a veces desde nuestra pobreza, entonces brota en nuestro interior una convicción de que aquel gozo de la donación se abre al infinito. En este momento comienza a vibrar en nosotros la imagen divina que el mismo Dios ha impreso en nuestro corazón. Nuestra historia definitiva se va construyendo en el amor.

     Este paso hacia el amor, donde encontraremos a Dios, no sería posible sin la convicción de que él nos ama y nos llama capacitándonos para dar el salto al infinito. "Es él quien nos ha amado primero" (1Jn 4,12), porque, desde la eternidad, "nos ha elegido en Cristo". haciéndonos participar en su misma "filiación", gracia a la donación sacrificial de Cristo ("por su sangre") y a la "prenda del Espíritu" de amor, que, como "señal" imborrable, ha impreso en nuestro interior (Ef 1,3-14).

     Cada ser humano es hermano nuestro; su historia es una historia de amor que comenzó eternamente en el corazón de Dios. Por esto, cada hermano está llamado a realizarse amando y a pasar a la misma vida eterna de Dios.

     Cada uno es, para los demás, un signo y estímulo del amor: anuncia que Dios ama a cada ser humano de modo irrepetible, y que cada uno puede y debe realizarse amando. La alegría del corazón y de la convivencia humana nacen de este anuncio expresado en respeto, servicio, escucha y colaboración, solidaridad (Rom 13,8).

     La presencia amorosa de Dios en la historia es un juicio permanente sobre nuestro amor. Si amamos, le descubrimos presente en todo y en todos. Nos juzga el Amor. Un día este juicio será definitivo, personal y comunitariamente. "A la tarde te examinarán en el amor" (San Juan de la Cruz, Avisos).

     Frecuentemente los que se dicen "ateos" o "agnósticos", es que vislumbran que, de aceptar la realidad de Dios, habrían de cambiar radicalmente su vida de relaciones personales. Por esto critican a los que creen en Dios cuando éstos no son consecuentes con su fe. El "Dios" de adorno, que no compromete a amar, no existe. Creer en Dios equivale a relacionarse responsablemente con Dios y con los hermanos.

     A las comunidades eclesiales primitivas, San Juan les escribe, desde la isla de Patmos, que se han enfriado en "el primer amor" (Apoc 2,4). Este es el riesgo de toda época histórica. Por esto Dios permite persecuciones y sufrimientos, para purificar a su Iglesia "esposa" de Cristo. Cada comunidad y cada creyente, como consortes de Cristo, deben aprender a correr esponsalmente su misma suerte, reaccionando con amor, y "lavar su túnica en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14). No se podría llegar al encuentro definitivo con Cristo (a las "bodas"), si la esposa no estuviera todo ella "vestida de sol" como María (Apoc 12,1). La purificación, "como el oro en el crisol" (Apoc 3,18), si no termina en esta tierra, debe continuar en el "purgatorio" del más allá. A la "victoria" final se llega con un "nombre nuevo", que es obra del "Espíritu" de amor (Apoc 2,17).

     "Ver" a Dios será ver a "alguien" y, consiguientemente, convivir y participar en el intercambio vital de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esta visión se ensaya conviviendo y compartiendo la vida con los hermanos. "Amamos al prójimo como compartícipe nuestro en la bienaventuranza" (Santo Tomás). El reverso del amor es el "infierno", es decir, la decisión libre de apartarse definitivamente del primer Amor.

     Nuestra perfección en el más allá se está labrando ya en esta tierra. Si aprendemos a ver a Cristo en el rostro de cada hermano, llegaremos a ver a todos los hermanos en el rostro de Cristo resucitado. Para permanecer eternamente en Dios Amor, hay que vivir amando ya desde nuestro presente. "Dios es Amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).

 

2. El gozo de vivir: "¡bienaventurados!"

     La bienaventuranza definitiva de la otra vida comienza a anticiparse en la vida presente, cuando el corazón experimenta la paz y la alegría de la donación a Dios y a los hermanos. En el sermón de la montaña, Jesús describe las situaciones más dolorosas de la humanidad, para proclamar "bienaventurados" a los que, en esas circunstancias, saben reaccionar amando (Mt 5,1-12.44-42).

     Es verdad que vivimos todavía de la fe, la cual sólo luego será visión y encuentro. Esta fe es siempre "oscura", aunque produce certeza. Jesús llama "gozosos" a los que viven de la fe: "bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29). La fe es posesión anticipada de lo que se tendrá después, "garantía de lo que se espera, anticipación de las cosas que no se ven" (Heb 11,1).

     Las pruebas y sufrimientos nos hacen tomar conciencia de que los bienes pasajeros son un ensayo, para descubrir a quien se nos comienza a dar él mismo en ellos. Para poder llegar al encuentro definitivo con Dios y a los bienes eternos, vale la pena cualquier sufrimiento. "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8,18). Las quejas o "gemidos" de nuestra situación, manifiestan que aspiramos a algo duradero.

     Jesús ofrece "ver" y "entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,3-5). "El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libera elaboración, sino que es, ante todo, una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). Para llegar al Reino definitivo, donde nos espera Jesucristo, hay que "renacer de nuevo" (Jn 3,3-5). Al Señor se le encuentra en el corazón (reino "carismático") y en la comunidad eclesial de hermanos (reino "institucional" de comunión). Sólo por este camino, de un nuevo nacimiento y apertura al amor, se llegará a encontrarle en el más allá (reino "escatológico").

     Todo es gracia. Pero Dios quiere una recepción libre y responsable de sus dones pasajeros para poder llegar al don definitivo de la visión y encuentro. Dios es tan misericordioso, que corona sus propios dones haciendo, con nuestra colaboración, que esos dones divinos se conviertan, al mismo tiempo, en nuestros méritos. "El Señor os retribuirá con su herencia" (Col 3,24).

     La paz y el gozo del corazón nacen cuando usamos rectamente de los dones creados. La vida es hermosa porque deja entrever que Dios es bueno. Si no llegamos a tener este gozo de la vida sencilla y ordinaria, no le descubriremos cuando parece que se nos esconde. Si él permite que sus dones pasen o desaparezcan, es porque se nos quiere dar él mismo. En la vida e historia humana hay suficientes huellas de Dios Amor, para sentirse amado por él y capacitado para amarle y hacerle amar.

     Cuando uno ha experimentado esta presencia y cercanía de Dios, queda misionado para comunicarlo a todos los hermanos: "ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37). Esta actitud es fruto del Espíritu Santo enviado por Jesús a sus apóstoles, "infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

     La alegría mayor de una apóstol de Cristo consiste en ayudar a los demás a sentirse amados por Cristo para decidirse a amarle y hacerle amar. El mayor servicio que se puede hacer a un hermano es el de que encuentre y viva su propia identidad: "caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2).

     Mientras "nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16). Aceptar con gozo este desmoronamiento, sólo es posible con la presencia y amor de Cristo, que experimentó nuestro mismo itinerario de contingencias y limitaciones, salvo en el pecado. "Pasar" con alegría "de este mundo al Padre" (Jn 13,1), es obra de la gracia o vida en Cristo. Nuestra naturaleza, sin la gracia, no llega a esta actitud de apertura al amor. Cuando el corazón se orienta hacia esta limpieza de toda mira egoísta, Dios se deja entrever: "los limpios de corazón verán a Dios" (Mt 5,8). A Dios se le ve y se le conoce más con el corazón que con la cabeza (cfr Jn 14,21). Ver con el corazón significa conocer a Dios amándole.

     La tierra se va convirtiendo en cielo cuando se ama de verdad de Dios, a los hermanos y a la creación entera. Cuando amamos "más" a la tierra, con esta perspectiva salvífica, caminamos hacia la visión de Dios. Desde el principio de la creación, Dios ha confiado al hombre todo el cosmos, porque "vio que todo era bueno" (Gen 1,3). Por el amor, la humanidad y el cosmos pasan a ser "el cielo nuevo y la tierra nueva" (Apoc 21,1). "El amor nunca pasa" (1Cor 13,8).

     Si "la bienaventuranza es el único bien del hombre", según Santo Tomás, es señal de que ya comienza en esta tierra, cuando experimentamos el gozo de recibir dones pasajeros de Dios como monedas para cambiarlos en dones imperecederos. Este trueque de todos los días produce el gozo de la esperanza, porque se confía en Dios y se tiende hacia él. "La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).

     El "descanso" hacia el que caminamos es fruto de una fatiga o trabajo, transformado en el gozo de la donación. Todo trabajo pasajero, convertido en amor, nos comunica el gozo de la cercanía de Cristo que viene: "alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo conozca vuestra bondad. El Señor está cerca" (Fil 4,4). Sólo el encuentro definitivo será descanso verdadero: "dice el Espíritu: descansen de sus fatigas" (Apoc 14,13).

     Por Cristo, centro de la creación y de la historia, hemos descubierto que todo don de Dios es un "sí" de Dios al hombre. Amando esos dones de Dios (en los hermanos y en el cosmos), hacemos de nuestra vida un "sí" como respuesta al "sí" de Dios. "Cuantas promesas hay de Dios, son en él un sí; y por él decimos amén (sí) para gloria de Dios" (2Cor 1,20).

 

3. Sembrar y construir la paz definitiva

     La paz nace en el corazón que encuentra a Dios que es la suma verdad y sumo bien. Este encuentro es un camino hacia el infinito, que se rotura mientras uno avanza paso a paso, entre luces y sombras. El camino queda abierto para otros. Quien va encontrando al Dios de la paz, se hace sembrador y constructor de la paz: "dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).

     Todo momento presente queda salvado por Cristo y se va transformado en vida de un más allá, a condición de que haya sido un momento de donación. Favorecer el progreso, la justicia y la paz, a la luz de las bienaventuranzas y del mandato del amor, equivale a caminar hacia la verdad y la vida definitiva. El "camino" es siempre Cristo, y es él también la meta definitiva (cfr Jn 14,6).

     La "paz", que Cristo comunica en la resurrección (Jn 20,20), es la misma que anuncia el apóstol de Cristo (Mt 10.7). El anuncio auténtico se hace acontecimiento: la paz se construye en los corazones y en la comunidad, cuando hay un "hijo de la paz" (Lc 10,6).

     El cielo se construye en la tierra. Cristo resucitado, presente entre nosotros, nos hace sus colaboradores para "restaurar" o recapitular todas las cosas en él (Ef 1,10). Dios quiere necesitar de nuestras manos para una nueva creación. Así "Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra, donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano" (GS 39; cfr 2Cor 5,2; 2Pe 3,13).

     La palabra divina con que fue creado el cosmos, es ahora, para la nueva creación, el Verbo hecho nuestro hermano, "como lámpara que reluce en lugar oscuro, hasta que luzca el día y el lucero se levante en nuestros corazones" (2Pe 1,19). Llegará un día en que triunfará definitivamente la verdad y el amor, hasta hacer partícipe a toda la humanidad del cuerpo glorificado de Cristo. "Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a término para el día en que Cristo Jesús se manifieste" (Fil 1,6).

     Al caminar en el amor, sembramos y construimos la paz, anticipando, como en esbozo, la vida nueva del más allá. Por esto, "la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra... El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39).

     La paz en la comunidad humana se construye sólo desde un corazón unificado y una familia unida, donde se refleje la comunión trinitaria de Dios Amor. La paz la construyen los "hombres nuevos, creadores de una nueva humanidad" (GS 30).

     La misión de la Iglesia consiste en ser signo portador de la presencia de Cristo (Iglesia misterio), que unifica los corazones según el mandato del amor. Entonces la Iglesia aparece como comunión que construye la comunión humana. "Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser sacramento" (SRS 40).

     La paz anunciada en Belén y comunicada por Cristo al resucitar, es ahora anunciada por la Iglesia que llama a adherirse personalmente a Cristo (conversión), para vivir en él y de él (bautismo). Es la paz mesiánica que Dios ya sembró (al menos en forma de deseo) en el corazón de todos los pueblos, y de la que el antiguo Israel era garante: "he aquí sobre los montes los pies del mensajero  que anuncia la paz" (Nah 2,1).

     El tapiz maravilloso que estamos tejiendo, sólo mostrará su belleza en el más allá. De momento, todo nos parece hilachas, como el desmoronamiento de nuestro cuerpo y el resquebrajamiento de nuestras obras. Pero así "completamos" a Cristo, en su vida, muerte y resurrección (Col 1,24; Ef 1,23). Nuestra vida y nuestra muerte, si se realizan amando, son biografía del "Cristo total". Pasamos y hacemos pasar a toda la humanidad y a toda la creación hacia la glorificación en Cristo, en la medida en que nuestra vida se convierta en donación.

     La donación perfecta a Dios y a los hermanos, sólo será posible en el cielo. En esta tierra realizamos un ensayo que ya es realidad cada vez más perfecta. Nuestra acción en la historia será también efectiva, incluso más efectiva, desde el más allá, cuando nuestro amor no tendrá altibajos ni defectos. El deseo de Santa Teresa de Lisieux, de seguir influyendo sobre este mundo, es algo que pertenece a todo glorificado en Cristo: "quiero pasar el cielo haciendo el bien en la tierra".

     Las "piedras vivas" del templo definitivo (1Pe 2,5) se comienzan a labrar en esta tierra por obra del Espíritu de amor. Para "tener un premio en el cielo" (Mt 19,21), hay que echar por la borda todo lo que no suene a amor, convivencia fraterna y solidaridad.

     La paz de Cristo es la de "un hombre nuevo" (Ef 2,15), que camina "a la verdad por la caridad" (Ef 4,15). En todo período histórico ha habido seres humanos que han marcado un hito en este camino hacia la ciudad definitiva. Casi siempre han sido vidas anónimas, sin pedestal ni galería. Todo lo que nace del amor viene de Dios y se dirige al encuentro definitivo con él. Todo va a desaparecer, menos lo que se haya hecho con amor.

     La Iglesia de Jesús, por su nota característica de "peregrina" ("escatológica"), es sólo un conjunto de signos transparentes y portadores de Jesús. Por esto no se entretiene en los poderes y ventajas pasajeras de este mundo, sino que, "mientras dure este tiempo de la Iglesia, tiene a su cargo la tarea de evangelizar" (EN 16), puesto que es "misionera por su misma naturaleza" (AG 2). La Iglesia peregrina se encuentra "entre la primera venida del Señor y la segunda"; ella sabe muy bien que "antes de que venga el Señor, es necesario predicar el Evangelio a todas las gentes" (AG 9). En el encuentro con el Señor no podemos presentarnos solos ni con las manos vacías.

     Haciéndose cada día más "comunión", la Iglesia es signo de la presencia de Cristo, como "misterio" o "sacramento universal de salvación" (AG 1). Esta realidad constituye su "misión", puesto que entonces se inserta en medio de todos los pueblos, donde Dios ya ha sembrado las "semillas del Verbo" y la "preparación evangélica". Entonces la Iglesia obra como fermento evangélico en medio de las culturas y situaciones humanas, "purificando, elevando y consumando" (AG 9). "De esta manera, la actividad misionera de la Iglesia tiende a la plenitud escatológica" (ibídem), donde se realizará el encuentro definitivo con Cristo.

     Cualquier comunidad eclesial, por pequeña que sea, y cualquier creyente, son una realidad de "comunión" que no tiene fronteras. Cuando el corazón y la comunidad viven de Dios Amor, entonces son el eco de toda la geografía y de toda la historia. Dios quiere llevar a la armonía del amor o "reconciliar todas las cosas en Cristo, pacificando con la sangre de su cruz las cosas de la tierra como las cosas del cielo" (Col 1,20). Así es el evangelio que Cristo ha confiado a sus apóstoles: "el evangelio que ha sido predicado a toda criatura, y cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo" (Col 1,23).

 

                       MEDITACION BIBLICA

- En cada hermano se realiza una historia irrepetible de amor en la que todos colaboramos:

     "El que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve" (1Jn 4,20).

     "Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos!" (1Jn 3,14).

     "Si amamos a Dios, él permanece con nosotros" (1Jn 4,12).

     "Dios es Amor; el que permanece en el amor, permanece en Dios, y Dios en él" (1Jn 4,16).

     "La esperanza no engaña porque Dios, dándonos el Espíritu Santo, ha derramado su amor en nuestros corazones" (Rom 5,5).

 

- La vida es hermosa y gozosa cuando nace del amor, se ilumina con la fe y se apoya en la esperanza:

     "Bienaventurados los que sin ver, creen" (Jn 20,29).

     "La fe es garantía de lo que se espera, anticipación de las cosas que no se ven" (Heb 11,1).

     "Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rom 8,18).

     "El Señor os retribuirá con su herencia" (Col 3,24).

     "Nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16).

     "Dios vio que todo era bueno" (Gen 1,3).

     "El amor nunca pasa" (1Cor 13,8).

     "La esperanza no deja confundido" (Rom 5,5).

     "Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. Que todo el mundo conozca vuestra bondad. El Señor está cerca" (Fil 4,4).

     "Dice el Espíritu: descansen de sus fatigas" (Apoc 14,13).

     "Cuantas promesas hay de Dios, son en él un sí; y por él decimos amén (sí) para gloria de Dios" (2Cor 1,20).

 

- La misión de construir la paz en una nueva humanidad, recapitulando todas las cosas en Cristo:

     "He aquí sobre los montes los pies del mensajero  que anuncia la paz" (Nah 2,1).

     "Tendrás un tesoro en los cielos; ven y sígueme" (Mt 19,21).

     "El evangelio ha sido predicado a toda criatura, cuyo ministro he sido constituido yo, Pablo" (Col 1,23).

     "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10,37).

     "Caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2).

     "Estoy seguro de que Dios, que ha comenzado en vosotros una obra tan buena, la llevará a término para el día en que Cristo Jesús se manifieste" (Fil 1,6).

     "La Palabra... es como lámpara que reluce en lugar oscuro, hasta que luzca el día y el lucero se levante en nuestros corazones" (2Pe 1,19).

     "Reconciliar todas las cosas en Cristo, pacificando con la sangre de su cruz las cosas de la tierra como las cosas del cielo" (Col 1,20).

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