Lunes, 11 Abril 2022 11:49

IV. HACIA UNA TIERRA Y UNA HUMANIDAD NUEVA

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     IV. HACIA UNA TIERRA Y UNA HUMANIDAD  NUEVA

 

     1. La verdad en el amor

     2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo

     3. La utopía cristiana de la esperanza

     Meditación bíblica.

 

     1. La verdad en el amor

     El cosmos, con toda su vitalidad estremecedora, empezó en un latido del corazón de Dios, es decir, con su palabra amorosa. Así fueron hechos cielo y tierra. "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos" (Sal 32,6).

     Aquello fue sólo un inicio de algo maravilloso que Dios quiere completar con nuestras manos puestas en las suyas. Los horizontes se abren al infinito cuando el hombre se hace libre para amar.

     Lo que procede de Dios nace de su amor y sólo se puede perfeccionar con un programa de donación generosa. Personas y cosas expresan su verdad más honda cuando trasparentan la realidad de Dios, suma verdad y sumo bien. Dios nos ha hecho libres, "a su imagen" (Gen 1,26-27), para que nos realicemos amando.

     La verdad de nuestro ser, de nuestra historia y de todo el universo, se construye en el amor. La verdad "nos hace libres" (Jn 8,32) cuando "caminamos en el amor" (Ef 5,2). "El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y, con ella, la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien" (CA 38). "Según la fe cristiana y la doctrina de la Iglesia, solamente la libertad que se somete a la verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la verdad y en realizar la verdad" (VS 84).

     Comenzamos a ver a Dios en los hermanos, en los acontecimientos y en las cosas, cuando nuestro corazón se abre a la verdad del amor. Todo habla de Dios, verdad y bien, cuando se vive en sintonía de autenticidad y donación. La vida es hermosa cuando se convierte en ensayo de la visión y del encuentro definitivo con Dios, que es inicio de las semillas de verdad y de amor que él mismo ha sembrado en nuestro existir. Entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). Mientras tanto, el hombre tiene la tarea de "construir la verdad por medio de la caridad" (Ef 4,15).

     No ha existido ni existirá nunca un hermano que no busque la verdad y el bien. Pero la debilidad, la oscuridad y, a veces, el desorden y la maldad del corazón, llegan a confundir la verdad con el error, y el bien con el mal. Cuando un corazón se cierra al amor, se obnubila la verdad. Entonces uno busca lo que cree ser su bien, atropella a los hermanos y se embota a sí mismo. Sólo Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), "conoce lo que hay en el hombre" (Jn 2,25) y puede redimir al hombre abriéndole nuevamente a la luz y al amor. Es él quien "siembra la buena semilla", para que "los justos resplandezcan como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,37-43).

     Quien ha encontrado a Cristo siente el deseo ardiente de "estar" con él de modo definitivo (Fil 1,23). Mientras tanto, la vida se hace tarea de construir ese mundo nuevo que Cristo nos "prepara" con nuestra colaboración (cfr. Jn 14,2-3). Para llegar a "ver la gloria" de Cristo (Jn 17,24), hay que construir el corazón y la convivencia humana según la verdad y el amor de la "comunión" de Dios.

     En Dios se encuentra la máxima unidad, porque cada persona, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es una relación pura y una donación plena, una mirada eterna y amorosa hacia la otra. La verdad de cada persona divina se resuelve en el amor de donación plena. De esa unidad nació el ser humano y a esta unidad debe volver. La vida en el tiempo es un proceso de construcción de esa unidad amorosa que expresa la verdad de Dios Amor: "que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros... Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,21.23).

     Llegar a ser "expresión" (gloria) de Dios Amor (Ef 1,4), es un proceso de relación, unión, imitación y transformación en Cristo, como "hijos en el Hijo" (Ef 1,5). El rostro del primer hombre tuvo los rasgos muy claros de la fisonomía de Dios. Hay que volver a este rostro original que, ahora en Cristo, en más resplandeciente, como "esplendor de la gloria" del Padre (Heb 1,3). En la medida en que cada uno se transforme en expresión de Cristo, que es "la verdad y la vida", en esa misma medida le encuentra como consorte, hermano y "camino", en la propia existencia y en la de los demás.

     En cada ser humano hay huellas imborrables de Dios y rasgos inconfundibles de Cristo crucificado y resucitado. Esas huellas y esos rasgos se hacen transparencia del Señor, si encuentran sintonía de verdad y de amor en los hermanos. Frecuentemente somos sólo cuerpos opacos, quistes cerrados, que se entrecruzan como en diálogo de sordos, o como sonámbulos que caminan a tientas porque no quieren despertar. Cuando uno decide "perderse" en el amor, se abre espontáneamente a un mundo maravilloso de hermanos y de seres que buscan "luz y vida" (Jn 1,4).

     Para que muchos hermanos encuentren a Cristo y para que nosotros tengamos esta misma suerte, es necesario echar por la borda toda la "basura" (Fil 3,8). La regla evangélica de "perder la vida" (Mt 10,39) se convierte en la mejor ganancia. No basta con dejar por Cristo todas las cosas; es imprescindible dejarse a sí mismo. El amor brota como "fuente" y "Espíritu" de vida, cuando se reconoce la "verdad" del propio ser y de la creación entera: "adorar al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).

     Las cosas y los rostros se resisten a dejar entrever la realidad divina grabada en su ser más hondo, cuando encuentran en nosotros esas falsas autodefensas, conveniencias y preferencias egoístas. Para que todo quede orientado o "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10), es necesario un proceso de actitud filial, que construya la familia humana como familia de hermanos. Sólo así se llegará con éxito a la "regeneración" de los hijos de Dios (Mt 19,28). Mientras tanto, caminamos "a tientas".

     En el "nuevo cielo" y "nueva tierra" (Apoc 21,1; Is 65,17), "reinará la justicia" (2Pe 3,13). Será un don de Dios, como fruto de la redención de Cristo. Pero los dones divinos requieren aceptación libre y amor de retorno. Dios no destruirá nada de lo que ha creado, sino que lo transformará; pero todo lo demás que no ha nacido del amor y de la verdad, se esfumará como una pesadilla "al despuntar la nueva jornada" (2Pe 1,19).

     La novedad evangélica es la verdad eterna de Dios Amor, manifestada, comunicada y prolongada en el tiempo. "Hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5). La "venida de nuestro Señor Jesucristo", verdad y vida, ya acontece todos los días, salvando nuestro ser de lo pasajero y fugaz, para hacerlo pasar a una realidad "incorruptible" en el amor. "Que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23). Un día esta venida será definitiva y decisiva.

     Pensar que el tiempo final está lejano o que será sólo para otros, es tan equivocado como temer un cataclismo apocalíptico a la vuelta de la esquina o a la llegada de un nuevo milenio. Cristo ya viene todos los días, para transformar en vida eterna nuestro presente vivido en la verdad y en el amor. "Vengo pronto" (Apoc 3,11); "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20); "estoy a punto de llegar" (Apoc 22,12).

     Por el anuncio y la vivencia de la verdad y del amor en comunión con Cristo, preparamos el encuentro final de toda la humanidad con él. Ese "juicio final", que será examen de amor, estimula a todo creyente y a todo apóstol a "preparar los caminos del Señor" (Lc 1,76), para recibir, ya desde ahora, a quien es "luz para iluminar a las naciones" (Lc 2,32).

 

2. La historia solidaria de cada hermano y de cada pueblo

     El camino hacia el "más allá", hacia el "cielo nuevo y tierra nueva", es una ruta solidaria de hermanos y de pueblos. La plenitud a que aspiramos es obra de todos. Sólo llegará a buen término lo que nazca del amor de comunión entre hijos del mismo Padre.

     La plenitud de la persona humana, el progreso auténtico de los pueblos y la perfección del cosmos, se van construyendo como respuesta personal y comunitaria a la iniciativa de Dios Creador. No es una evolución natural, sino una consumación del amor divino en nosotros, manifestado y comunicado por Cristo, "el primero entre muchos hermanos" (Rom 8,29).

     Este cambio profundo hacia el que caminamos es obra conjunta de Dios y del hombre, a modo de segunda creación, fruto de la redención de Cristo. "El universo será restaurado" (Santo Tomás), no aniquilado. El avance hacia esta restauración final está jalonado de innumerables gestos de amor y de solidaridad, casi siempre desconocidos por la publicidad. Lo demás es hojarasca de un "mundo" caduco, que "pasa" (1Cor 7,31). "La figura pasa, pero no la naturaleza" (San Agustín) ni lo que se construya compartiendo el caminar de los hermanos.

     Dios está presente en nuestra historia. Un día esta presencia será visión y donación. Ahora caminamos hacia esa definitiva "morada de Dios entre los hombres" (Apoc 21,3), cuando él hará de la familia humana su hogar o casa solariega para siempre.

     Los bienes que se poseen y usan en una caminata, son bienes pasajeros. A veces se pierden o los roban antes de llegar a la meta. Caminamos con la convicción de que "nos espera una fortuna mayor y más permanente" (Heb 10,34). Este caminar nos recuerda que "somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús" (Fil 3,20). Por esto, "no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Heb 13,14).

     Los bienes pasajeros pasan a ser prenda de vida eterna cuando se comparten solidariamente. Así como en los dones de Dios lo más importante es que él se da a sí mismo, de modo semejante lo esencial de los bienes terrenos es que se "negocian" para producir convivencia de hermanos. El que da más es el que da "desde su pobreza" (Lc 21,4). Lo que no se convierte en donación queda "apolillado" y "corroído" (Mt 6,19).

     La cerrazón individualista se convierte frecuentemente en egoísmo colectivo del propio grupo. El mismo orín, que corroe los corazones, corroe también los pueblos en ansias de poseer y dominar (Mc 10,42). Toda violencia, tanto de tipo individual como colectivo, engendra nuevas violencias de la misma intensidad. La "paz" nunca es duradera cuando se basa en el bienestar de unos pocos. Apreciar sólo lo que es útil y agradable para nosotros, es la fuente de todas las discordias. El mensaje evangélico de "paz a los hombres de buena voluntad", se basa en la apertura del corazón y de la comunidad a la "gloria" o planes salvíficos de Dios (cfr. Lc 2,14). Lo que no refleja el amor o comunión trinitaria, produce violencia y va a desaparecer como caduco.

     El espacio y el tiempo, sin apertura al más allá, atrofian la vida del hombre, convirtiéndole en un tirano de la creación y en un mercader de esclavos. Las esclavitudes que se producen durante la historia no desaparecen, sino que cambian de disfraz. "Si no existe una verdad trascendente, con cuya obediencia el hombre conquista su plena identidad, tampoco existe ningún principio que garantice relaciones justas entre los hombres" (CA 44).

     Aprender a leer la presencia de Dios en la vida y en la historia, es la fuente de la convivencia humana en la solidaridad y en el respeto a la creación. Cuando el corazón se cierra a Dios, origina la cerrazón a los demás. "En vez de desempeñar el papel de colaborador en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y, con ello, provoca la rebelión de la naturaleza, más bien tiranizada que gobernada" (CA 37).

     Cuando se pierde el sentido de admiración y de escucha, es que el hombre se ha cerrado a la presencia amorosa de Dios. Entonces nace la duda sobre el sentido de la vida, y cada uno intenta sobrevivir prescindiendo de los hermanos o atropellándolos como si fueran una cosa útil. "Esto demuestra, sobre todo, mezquindad o estrechez de miras del hombre, animado por el deseo de poseer las cosas en vez de relacionarlas con la verdad, y falto de aquella actitud desinteresada, gratuita, estética, que nace del asombro por el ser y por la belleza, que permite leer en las cosas visibles el mensaje de Dios invisible que la ha creado" (CA 37).

     En teoría, el hecho de desprenderse de las cosas y de sí mismo produce pobreza y desmantelamiento. En realidad, el ser humano se realiza dando y dándose, precisamente por la impronta e imagen de Dios Amor que está impresa en el fondo de su ser. "Esta semejanza demuestra que el hombre, única creatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS 24). Los instintos llevan a la cerrazón consumista, a modo de suicidio y de atrofia. "Es mediante la propia donación libre como el hombre se realiza auténticamente a sí mismo, y esta donación es posible gracias a la esencial capacidad de trascendencia de la persona humana" (CA 41).

     En la creación hay todavía muchos "misterios" que escapan a la investigación humana. El ser humano será siempre un misterio insondable, precisamente por su capacidad de trascenderse. Cuando los hombres y los pueblos se cierran en su egoísmo, entonces se origina el absurdo. "Misterio" significa un amor escondido que se va descubriendo. "Absurdo" equivale a caos y destrucción. El hombre, "en cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación. Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo, y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios" (CA 41).

     Cada persona y la humanidad entera, o se realizan en la "comunión" de solidaridad, o se destruyen y alienan, creando focos de violencia solapada, que van explotando cuando la resistencia llega a su límite. A la larga, el corazón humano no aguanta ni la masificación de las personas, ni el individualismo personalista que margina a los demás. Esos ateísmos son tan mortíferos como caducos. Hay que dar paso a la utopía de la comunión. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40).

     El "misterio" de la comunión es don de Dios. Precisamente por ello, se realiza en la historia con la colaboración libre del hombre. La unidad amorosa de Dios se refleja en el corazón humano por el mandamiento nuevo del amor (cfr. Jn 13,34-35; 17,21-23).

 

3. La utopía cristiana de la esperanza

     La superficie de las cosas y de la historia no siempre deja entrever la profundidad del misterio del hombre. Las cosas y acontecimientos que parecen más lógicos, no siempre son los más auténticos. Doblegarse ante la eficacia, el éxito y la demostración "lógica", puede llegar a ser una idolatría y una alienación. La "utopía" es una actitud positiva que permite ver más allá de los parámetros que nosotros nos hemos fabricado. Es verdad que puede haber una utopía falsa, a modo de espejismo en el desierto. Pero lo importante es acertar en el camino que cruza toda la historia humana. El hombre y la sociedad que viven sin utopía, se hunden.

     La "utopía" o ideal que propone el evangelio es la actitud de esperanza. Siempre se puede hacer lo mejor: amar. Todo es hermoso cuando se afronta la realidad como semilla de otro Reino, "donde reinará la justicia" y el amor (cfr 2Pe 3,13). Ahí no hay lugar para desesperación, la agresividad o violencia y la huida. La realidad con la que nos topamos diariamente es una programación que se lleva a efecto amando. Este es el programa del sermón de la montaña: "amad..., haced el bien... como vuestro Padre" (Mt 5,44-48).

     Alguien dijo que las bienaventuranzas seguirían siendo maravillosas aunque Cristo no hubiera existido... Pero esa afirmación es una utopía falaz. Las bienaventuranzas son la misma vida de Jesús, que "pasó haciendo el bien" (Mt 10,38). El evangelio vale porque son gestos de la vida de Jesús de Nazaret, el HIjo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, "el Salvador del mundo" (Jn 4,42; 1Jn 4, 14). Cuando Cristo está ausente, las mejores utopías se convierten en atropello de seres humanos.

     Algunos tienden, aparentemente, a sumar para perfeccionar. Están de moda los "sincretismos", que son más engañosos que las sectas fanáticas. Se dice que sumando todos los mejores programas de progreso y todos los "credos" religiosos, se podría construir el mejor sistema social y la mejor religión, como algo común a todos. Pero lo que no nace del amor no suma, sino que destruye los auténticos valores y absolutiza el error, relativizando la verdad. Jesús "no ha venido a destruir, sino a completar" o perfeccionar (Mt 5,17). La suma auténtica de programas, culturas y religiones será el desarrollo armónico de todas las "semillas del Verbo", hasta llegar a la "madurez en Cristo" (RMi 28).

     El cristianismo no propone una opción técnica, sino que valora y dinamiza todas las opciones que llevan a la "libertad del Espíritu" (2Cor 3,17), basada en la verdad y el amor. Las realidades terrenas (científicas, culturales, políticas, económicas, sociales...) conservan su autonomía, siempre que no cierren la puerta a la trascendencia de Dios Amor y del misterio de la vida y dignidad humana.

     La esperanza es actitud de confianza y tensión o dinamismo hacia un objetivo de plenitud en Cristo. Por una parte, es una seguridad de conseguir la meta: "esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25). Por otra parte, es una tensión vital y comprometida hacia el encuentro: "ven, Señor Jesús" (Apoc 22,20). Mientras tanto, hacemos de la vida una "eucaristía", transformando la humanidad en Cuerpo Místico del Señor y construyendo una "nueva tierra". Así anunciamos el mensaje evangélico y, de modo especial, "anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Cor 11,26).

     Nuestra seguridad no es ilusoria, porque nos apoyamos en la fuerza de Cristo resucitado presente. El "salir al encuentro" del Señor que viene (Mt 25,6) significa preparar las personas y las cosas orientándolas hacia el amor y la verdad. La misión tiene esta dinámica "escatológica" de encuentro final con Cristo y de plenitud por parte de toda la humanidad.

     Todo la Iglesia está llamada hacerse transparencia esperanzadora de la vida de Cristo, como "mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). La comunidad eclesial, en esta transformación esperanzadora, mira a María como a su figura acabada, que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68; cfr 2Pe 3,10).

     El futuro definitivo de este mundo no será fruto de una evolución ni un simple perfeccionamiento, sino un cambio radical por la fuerza de la resurrección de Cristo, que salvará la naturaleza de las cosas y a todos los hombres que se hayan abierto al amor, haciendo pasar todo a una participación plena en su glorificación de Hijo de Dios hecho nuestro hermano: "Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros por su poder" (1Cor 6,14).

     Aquí no caben las teorías cósmicas (por válidas que sean a nivel temporal) ni menos aún las utopías materialistas de un paraíso en la tierra. Todos los humanos y todos los pueblos caminamos hacia una realidad última, que será una bienaventurada plenitud de la humanidad y del cosmos.

     Esta nuestra fe y esperanza no nacen de reflexiones (las cuales siempre ayudan), sino del mensaje proclamado por Jesús: "venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34). El camino hacia esta plenitud ya está trazado: ver y amar a Cristo en los hermanos, hacer que todo hermano se entere de que Dios le ama en Cristo. "Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     La "utopía" de la esperanza cristiana promete lo mejor: "no habrá muerte, llanto, dolor" (Apoc 21,4). Desaparecerá el pecado y, por tanto, sus consecuencias de dolor y muerte. Apoyados en la resurrección de Cristo, nosotros "esperamos la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23). No es que se desprecie la vida terrena y el quehacer en el tiempo, sino que se aspira y se trabaja para construir la ciudad del más allá desde las circunstancias presentes. "No deseamos ser despojados, sino revestidos para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (2Cor 5,4); "se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción" (1Cor 15,42).

     Este dinamismo o tensión histórica de la esperanza cristiana no aminora en nada el quehacer y compromiso temporal, sino que lo orienta todo hacia una vida e historia nueva de visión y de encuentro definitivo con Cristo. Esta aspiración no nace de una reflexión o teoría, sino del Espíritu Santo que "Dios ha infundido en nuestros corazones" (Rom 5,5). Por esto, la comunidad eclesial, simbolizada por una esposa, aspira continuamente a las bodas eternas: "el Espíritu y la esposa dicen: ven..., ven Señor Jesús" (Apoc 17-20).

     El desmoronamiento de las cosas pasajeras va dando paso a la realidad definitiva: "vuestro exterior va decayendo; lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16). La "ciudad permanente" se construye amasando nuestra contingencia en la comunión, "hasta que venga el Señor" (Cant 5,7; 1Cor 11,26). Nosotros, en un cosmos renovado, seremos los mismos, pero con una existencia totalmente nueva, "como los ángeles del cielo" (Mt 22,30).

     Todo es don de Dios, todo es gracia y fruto de su misericordia. Pero, precisamente por ello, el Dios de la Alianza (o de un pacto de amor con un "sí" de ambas partes) quiere nuestra cooperación libre y responsable: "conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (Jud 21).

     Apuntando a este encuentro definitivo, "en la manifestación de Jesucristo" (1Pe 1,7), el cristiano se caracteriza por sembrar y construir la paz en la esperanza: "que la esperanza os mantenga alegres" (Rom 12,12). Nuestra alegría se basa en Cristo resucitado: "cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis con él" (Col 3,3). A esta realidad grandiosa está llamada toda la humanidad. Los que ya somos "creyentes", quedamos comprometidos a anunciar y presentar en nuestras vidas esta vocación a la que están llamados todos los pueblos.

 

                       MEDITACION BIBLICA

- Una vida amasada de verdad y amor:

     "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos" (Sal 32,6).

     "La verdad os hará libres" (Jn 8,32).

     "Sed imitadores de Dios como hijos suyos muy amados, y caminad en el amor, a imitación de Cristo que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios" (Ef 5,1-22).

     "Construir la verdad por medio de la caridad" (Ef 4,15).

     "Conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para la vida eterna" (Jud 21).

    

- Una humanidad construida en la comunión y solidaridad

     "Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean uno en nosotros... Yo les he dado la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno como nosotros somos uno" (Jn 17,21.23).

     "Amad..., haced el bien... como vuestro Padre" (Mt 5,44-48).

     "Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

     "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros. Como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13,34-35).

- La esperanza cristiana hacia un nuevo cielo y una nueva tierra

     "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1).

     "Los justos resplandezcan como el sol en el Reino de su Padre" (Mt 13,43).

     "Recapitular en Cristo todas las cosas" (Ef 1,10).

     "Nosotros esperamos, según la promesa de Dios, unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde reina la justicia" (2Pe 3,13).

     "Tenemos la palabra de los profetas, que es firmísima, a la que hacéis bien en mirar como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero matutino se alce en vuestros corazones" (2Pe 2,19).

     "Hago nuevas todas las cosas" (Apoc 21,5).

     "Que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprochable para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1Tes 5,23).

     "Vengo pronto" (Apoc 3,11); "estoy a la puerta y llamo; si alguno me abre, cenaré con él y él conmigo" (Apoc 3,20); "estoy a punto de llegar" (Apoc 22,12).

     "Esperamos lo que no vemos" (Rom 8,25).

     "Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús" (Fil 3,20).

     "No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro" (Heb 13,14).

     "Nos espera una fortuna mayor y más permanente" (Heb 10,34).

     "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).

     "Anunciamos la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Cor 11,26).

     "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo" (Mt 25,34).

     "No habrá muerte, llanto, dolor" (Apoc 21,4).

     "Esperamos la redención de nuestro cuerpo" (Rom 8,23).

     "No deseamos ser despojados, sino revestidos para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (2Cor 5,4).

     "Se siembra en corrupción y se resucita en incorrupción" (1Cor 15,42).

     "Vuestro exterior va decayendo; lo interior se renueva cada día" (2Cor 4,16).

     "El Espíritu y la esposa dicen: ven..., ven Señor Jesús" (Apoc 17-20).

     "Que la esperanza os mantenga alegres" (Rom 12,12).

     "Cuando Cristo, vuestra vida, aparezca, entonces también vosotros apareceréis con él" (Col 3,3).

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