Lunes, 11 Abril 2022 11:46

VIII- Vocación y formación sacerdotal

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VIII- Vocación y formación sacerdotal

Presentación

La vocación o llamado es un don que se recibe tal como es. El llamado sacerdotal es elección para seguir a Cristo Buen Pastor y para prolongar su acción pastoral (cf. cap. II, 1). Jesús «llamó a los que quiso» (Mc 3,13) para comunicarles su misma misión (Jn 20,18).

La persona humana se siente realizada sólo cuando es fiel a su propia vocación. Cada cristiano y cada ser humano, es elegido en Cristo desde la eternidad (cf. Ef 1,14). La identidad de una vocación se expresa en la convicción y en el gozo de ser llamado. La fecundidad de una vida depende de la fidelidad generosa a la vocación. La llamada de Cristo hace también posible una respuesta pronta y fiel. La vocación sacerdotal sigue estas mismas líneas maestras de la vocación cristiana.

La iniciativa de la vocación sacerdotal la tiene el Señor (Jn 15,16; Mc 3,13). Cristo sigue llamando, ahora por medio de la Iglesia y comunicando luces, mociones y carismas que deberán discernirse en la comunidad eclesial y garantizarse por los sucesores de los Apóstoles. La iniciativa de la vocación hace también posible la colaboración de la familia, de la comunidad eclesial y especialmente del mismo llamado.

La gracia de la vocación reclama una respuesta libre y generosa. El momento inicial se distingue por la gratitud y por la humanidad, manifestada en la necesidad de una formación adecuada. De esta actitud de autenticidad ante el don de Dios, nace un sentido de comunión eclesial, expresado en la necesidad de ser formado en la comunidad y de vivir a su servicio.

La fidelidad generosa a la vocación sacerdotal sólo es posible a partir de la puesta en práctica de unos medios de espiritualidad cristiana y sacerdotal (PO 18), entre los que sobresalen los mismos ministerios vividos y ejercidos en el Espíritu de Cristo (PO 13; OT 4; PDV 24-26) 1.

1 En el capítulo III (n. 1) hemos estudiado la vocación en su fundamentación bíblica. En el presente capítulo (VIII) se afronta el tema como fruto de toda la reflexión a través de los capítulos anteriores, comenzando por una reflexión de base bíblica (n. 1). Después de haber expuesto toda la temática de la espiritualidad sacerdotal, nos preguntamos sobre la naturaleza, señales, formación y perseverancia en la vocación sacerdotal.

1- Cristo sigue llamando

El Señor continúa llamando a participar en su ser, en su misión y en su vida sacerdotal por medio de la Iglesia. La vocación sigue siendo un don suyo (Mc 3,13) y una iniciativa suya: «yo os he elegido» (Jn 15,16; cf. Jn 6,56). Es un don que hay que pedir (Mt 9,38) y que llega por medio de luces y mociones de la gracia, preparadas por una acción familiar y educativa, y garantizadas finalmente por la llamada de la Iglesia el día de la ordenación sacerdotal.

La realidad sacerdotal de Jesús se prolonga en toda su Iglesia (cf. cap. II, n. 3). Cada cristiano participa, a su modo, del ser y de la misión profética, sacerdotal y real de Cristo. Es el sacerdocio común de los fieles (cf. cap. II, n. 4). Todos los bautizados son llamados a vivir esta realidad sacerdotal, pero cada uno según su propia vocación. La vocación laical tiene como objetivo transformar las realidades temporales desde dentro con el espíritu evangélico (LG 31); la vocación de vida consagrada por la profesión o práctica permanente de los consejos evangélicos es un signo fuerte y radical de las exigencias del bautismo y del sermón de la montaña (cf. LG 42-44). La vocación sacerdotal ministerial es para transformarse en signo personal peculiar de Cristo Cabeza, Sacerdote y Buen Pastor, y para obrar en persona o en nombre suyo (PO 2,6) 2.

2 En el capítulo II, n. 4 hemos resumido las diversas vocaciones, laical, vida consagrada, sacerdocio ministerial, en relación al sacerdocio común de los fieles. Ver bibliografía de las notas 12 y 13 de este capítulo.

La vocación sacerdotal llega a ser realidad efectiva y definitiva cuando se recibe el sacramento del Orden (cf. cap. III, n. 2). Por la ordenación sacerdotal se participa de modo especial en la consagración y misión de Cristo. Los ordenados quedan sellados con un carácter particular» que es unción y gracia permanente del Espíritu Santo (PO 2; 2 Tm 1,6): consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo», para entregarse totalmente al servicio de los hombres (PO 12). Así se configuran con Cristo Sacerdote (PO 2).

La llamada de la Iglesia, durante el período de formación y, de modo especial, en el momento de la ordenación por medio del obispo, es un factor constitutivo de la vocación sacerdotal y garantiza su existencia.

La vocación sacerdotal enraíza en el bautismo y, por ser vocación cristiana, es una llamada a ser responsablemente Iglesia misterio, comunión y misión:

Dios llama a todos los hombres y a cada hombre a la fe y por la fe, a ingresar en el Pueblo de Dios mediante el bautismo. Esta llamada por el bautismo, la confirmación y la eucaristía, a que seamos Pueblo suyo, es llamada a la comunión y participación en la misión y vida de la Iglesia y, por lo tanto, en la evangelización del mundo (Puebla 852).

La vocación sacerdotal es como la de los Apóstoles. El apóstol como Pablo, ya no se pertenece, sino que se entrega al seguimiento y a la misión (Rm 1,1-7; Ga 1,15; Ef 3,3-9). Es un servicio a todo el Pueblo de Dios, para que todas las demás vocaciones se realicen en armonía de Iglesia «comunión».

No debe olvidarse que en toda vocación cristiana, y de modo especial en la vocación sacerdotal, Cristo llama a vivir la fe como encuentro con él, a seguir el camino de la santidad según el modelo de las bienaventuranzas y del mandato del amor, y a participar en la misión que él mismo ha confiado a la Iglesia.

En la vocación sacerdotal hay una colaboración humana al don de Dios por parte de:

- la familia: oración, testimonio, educación, ambiente cristiano.

- la comunidad eclesial: oración, campo de apostolado, ayudas espirituales y materiales, testimonio,

- la misma persona llamada: fidelidad, generosidad.

Puesto que Cristo llama a participar de modo especial en su ser y misión sacerdotal para el servicio de la Iglesia y de la humanidad entera, la vocación sacerdotal es entrega incondicional para:

- ser signo transparente de la caridad del Buen Pastor,

- prolongarle en la acción evangelizadora,

- servir a la Iglesia particular y universal,

- formar parte de un Presbiterio cuya cabeza visible es un sucesor de los Apóstoles.

Cristo llama a la vida sacerdotal invitando al llamado a una serie de experiencias que marcarán profundamente toda su vida posterior:

- encuentro con Cristo, que se hace relación y amistad profunda (Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39),

- seguimiento de Cristo para compartir la vida con él (Mt 4,19ss; 19,27),

- desprendimiento para ser signo de cómo ama él (Mc 10,21),

- pertenencia a la fraternidad del grupo apostólico (Lc 10,1; Jn 17,21-23),

- actitud de servicio a la comunidad eclesial (Mc 10,44-45; Jn 13,14-15).

De la oración eclesial y del testimonio gozoso de fidelidad generosa a la vocación sacerdotal, como «máximo testimonio del amor» (PO 11), dependerá la abundancia del don de las vocaciones. Los nuevos candidatos al sacerdocio necesitan ver sacerdotes que vivan el gozo pascual (PO 11) de seguir a Cristo para compartir su misma misión evangelizadora.

El don de las vocaciones sacerdotales existe; pero hay que colaborar para recibirlo, descubrirlo y ponerlo en práctica.

El deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana, la cual ha de procurarlo ante todo con una vida plenamente cristiana... Demuestren todos los sacerdotes el celo apostólico sobre todo en el fomento de las vocaciones y, con el ejemplo de su propia vida humilde y laboriosa, llevada con alegría y el de una caridad sacerdotal mutua y una unión fraterna en el trabajo, atraigan el ánimo de los adolescentes al sacerdocio (OT 2) 3.

3 Las encíclicas sacerdotales dan siempre algunas indicaciones sobre la vocación. La carta apostólica Summi Dei Verbum de Pablo VI (4 noviembre 1963) es prácticamente el único documento monográfico sobre este tema. Es un resumen teológico sobre la vocación, analizando su naturaleza, intención, cualidades y formación adecuada. Ver las encíclicas y documentos sacerdotales desde San Pío X a Juan Pablo II, en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC, 1983. Ver especialmente el cap. IV de PDV. «Y lo llevó a Jesús (JN 1,42)... Este es el núcleo de toda la pastoral vocacional de la Iglesia, con la que cuida el nacimiento y crecimiento de las vocaciones» (PDV 38).

2- Señales de vocación sacerdotal

Las señales de vocación al sacerdocio se manifiestan de modo objetivo-externo en la vida ordinaria:

Esta voz del Señor que llama no ha de confiarse en modo alguno que llegue de forma extraordinaria a los oídos del futuro presbítero. Más bien ha de ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a conocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios; signos que los presbíteros han de considerar con atención (PO 11).

No es sólo el candidato que debe discernir, sino también con el consejo y parecer de personas prudentes, y especialmente de la misma Iglesia por medio de los formadores misionados para este objetivo (OT 2). En el fondo es el mismo caso del discernimiento de los carismas del Espíritu Santo (cf. cap. III, n. 4). El discernimiento debe concretarse principalmente en analizar:

- la recta intención o motivaciones,

- la libertad de decisión,

- la idoneidad o cualidades 4.

4 «Esta activa colaboración de todo el Pueblo de Dios en el fomento de las vocaciones responde a la acción de la divina Providencia, que da las cualidades necesarias y ayuda con su gracia a los hombres elegidos por Dios para participar en el sacerdocio jerárquico de Cristo y, al mismo tiempo, encomienda a los legítimos ministros de la Iglesia el que, una vez comprobada la idoneidad, llamen a los candidatos que pidan tan alto ministerio con intención recta y plena libertad, y, una vez bien conocidos, los consangren con el sello del Espíritu Santo, para el Culto de Dios y servicio de la Iglesia» (OT 2; cf. 6). Ver documentos del magisterio citados en nota anterior. La recta intención aparece en las motivaciones por las que uno se siente llamado al sacerdocio. Las expresiones de los candidatos y también de los escritores sobre estos temas son muy variadas y pueden dar la sensación de ser genéricas: salvar almas, servir a la Iglesia, compartir la vida con Cristo, consagrarse a los planes salvíficos de Dios sobre los hombres, etc. En realidad, con estas expresiones, se quiere expresar una intuición sencilla y menos conceptual, que nosotros hemos ido desarrollando temáticamente con conceptos teológicos en los diversos capítulos de este tratado. Pero lo que importa es que el candidato no se mueva por motivaciones extrañas al evangelio y que esté en sintonía con la llamada que Jesús dirigió a los doce Apóstoles.

No es fácil discernir las motivaciones profundas por las que una persona elige un camino o se siente capaz de responder a una llamada. En la vocación sacerdotal, la recta intención irá apareciendo mejor durante un lapso prudente de tiempo, a modo de disponibilidad misionera, desinterés en cuanto a cargos lucrativos o ventajas temporales, orientación de la vida hacia la persona y los intereses de Cristo, etc. Para este discernimiento será una gran ayuda la formación inicial que ofrezca al posible llamado unos elementos de juicio y de valoración.

La libertad de decisión es una señal imprescindible para conocer si existe la vocación. Cuando se trata de libertad interna, es una cuestión relacionada con las motivaciones e incluso con el equilibrio y madurez psicológica. Pero a veces las personas se mueven condicionadas por presiones externas: ambientales, familiares, dependencia excesiva de un grupo, etc. Hay quienes tienen una voluntad crónicamente indecisa; si estos candidatos hicieran depender su decisión de la voluntad de otras personas, sería señal de falta de libertad. Otros individuos tienen la tendencia a seguir ciegamente una decisión que han tomado sin discernimiento; tampoco habría señal de libertad o, al menos, de vocación.

No hay que confundir la libertad de decisión con la madurez psicológica perfecta que nadie posee. Se requiere una madurez psicológica relativa para que haya una decisión libre. Cuando una persona ha tomado una decisión con serenidad, después de una consideración prudente y con el asesoramiento de los educadores y formadores, significa que tiene una madurez suficiente. Esta decisión se ha tomado con suficiente libertad para despejar cualquier duda que pueda surgir posteriormente. Lo mismo cabe decir de unos votos y de la celebración del matrimonio. Esta decisión prudente no necesita revisarse como quien duda de su libertad, pues en este caso se caería en un complejo interminable de veleidades; pero la decisión debe renovarse y afianzarse continuamente profundizando en las motivaciones.

La idoneidad vocacional consiste en un conjunto de cualidades que corresponden a la vocación sacerdotal y al ejercicio del ministerio. Estas cualidades son intelectuales (capacidad necesaria y relativa), culturales (formación suficiente), humanas (salud física y psíquica), morales (virtudes humanas, cristianas y sacerdotales) 5.

5 En los capítulos anteriores hemos estudiado las virtudes humanas, cristianas y sacerdotales. Ver especialmente el capítulo V, donde las virtudes del sacerdote se analizan a partir de la caridad pastoral.

Hay que distinguir y tener en cuenta los diversos momentos o etapas de una vocación: momento de despertar vocacional, momento de formación inicial en el Seminario o casa de formación, tiempo de órdenes, etc. La idoneidad corre a la par con estos momentos y no se puede exigir desde el principio la idoneidad requerida para el momento de ordenarse.

Respecto a las virtudes sacerdotales (enraizadas en las virtudes humanas y cristianas), hay que analizar también si la disponibilidad tiene el matiz de vida religiosa o secular (diocesana). En toda vocación sacerdotal, hay que ver si el posible vocacionado se orienta hacia la oración de amistad, con Cristo y de mediación (intercesión), el sentido y amor de Iglesia, el seguimiento radical (evangélico) del Buen Pastor (pobreza, obediencia, castidad), espíritu comunitario, disponibilidad misionera, espíritu de sacrificio relacionado con la eucaristía y con la caridad pastoral, capacidad de meditar la palabra para poderla predicar, espíritu de servicio, etc.

Respecto a la vocación religiosa o de instituciones de vida consagrada, hay que discernir si el candidato se orienta además hacia la profesión (no sólo la práctica) de los consejos evangélicos y hacia una vida común e institucional originada en el carisma de un fundador.

Cuando se trata de un posible candidato al sacerdocio diocesano (secular), hay que discernir, además de lo que hemos indicado para todo sacerdote, si las cualidades se orientan hacia:

- la santificación en relación al ministerio y a la pastoral de conjunto,

- la vida comunitaria en el Presbiterio,

- el sentido de pertenencia permanente a la Iglesia particular,

- la dependencia afectiva y efectiva (también en la espiritualidad) respecto al carisma episcopal.

Todas las cualidades sacerdotales giran en torno a una actitud profundamente relacionada con Cristo, a partir de un encuentro periódico con él y en vistas a participar de su misma misión evangelizadora. El despertar de una vocación sacerdotal ya ofrece unos gérmenes vocacionales con posibilidades de desarrollo posterior (cf. OT 3).

3- Formación sacerdotal inicial

La vocación sacerdotal necesita una formación adecuada desde sus comienzos. El don de Dios de la vocación debe pedirse y cultivarse. Dios da las vocaciones suficientes para cada época y para cada comunidad, pero da también los medios para prepararlas, recibirlas, cultivarlas y perfeccionarlas. Cuando falta la pastoral vocacional, no surgen, ni perseveran las vocaciones de seguimiento evangélico.

La pastoral de las vocaciones sacerdotales tiene principalmente dos etapas: una preliminar en la misma comunidad eclesial, y otra ya en el Seminario o casa de formación.

La formación vocacional empieza en la familia, donde los padres deben tener cuidado de la vocación sagrada (LG 11). Pero «el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana» (OT 2). En la formación vocacional colaboran con la familia toda la comunidad y especialmente los educadores y los sacerdotes. «A los sacerdotes, como educadores en la fe, atañe, procurar, por sí mismo o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su propia vocación de conformidad con el evangelio» (PO 6).

El cultivo de las vocaciones necesita, pues, la cooperación armónica de toda la comunidad, por medio de la oración, el sacrificio, la predicación y la catequesis, los movimientos apostólicos, los medios de comunicación social y los centros educativos. En estos centros se podrán encontrar también recursos prácticos de psicología para conocer y orientar las posibilidades de vocación.

La pastoral vocacional se encuadra dentro de la pastoral de conjunto, especialmente en relación a la pastoral juvenil, familiar y educativa.

Son lugares privilegiados de la pastoral vocacional la Iglesia particular, la parroquia, las comunidades de base, la familia, los movimientos apostólicos, los grupos y movimientos de juventud, los centros educacionales, la catequesis y las obras de vocaciones (Puebla 867).

Hay que armonizar y coordinar los esfuerzos. La obra para el fomento de las vocaciones ocupa un lugar especial en esta coordinación para favorecer la pastoral de conjunto (cf. can. 233 y OT 2).

Los medios de una pastoral vocacional bien organizada quedan potenciados cuando se encauzan hacia centros vocacionales: casas de espiritualidad, grupos bíblicos de discernimiento y de oración, encuentros juveniles, centros de consulta y de coordinación, jornadas vocacionales diocesanas e interdiocesanas, etc. Todos estos centros y posibilidades son una preparación para ingresar en el Seminario Menor y Mayor, o en las casas de vida religiosa 6.

6 Ver OT 3-7; PDV 60-64; Puebla 869-880; Medellín XIII, 4-6. Hay que prestar suma atención a la preparación de formadores para estos centros vo cacionales, según los diversos niveles de actuación: espiritual, pastoral, intelectual, disciplinar... La ciencia y la experiencia se habrán de combinar con las cualidades personales de testimonio sacerdotal y de ciencia pedagógica (OT 5). (Congregación para la Educación Católica), Directivas sobre la preparación de los educadores en los Seminarios, Lib. Edit. Vat. 1993 (4 noviembre 1993); (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica), Directivas sobre la formación en los Institutos Religiosos, Lib. Edit. Vat. 1990.

Ya en el Seminario, los candidatos deben recibir una formación integral de verdaderos pastores de almas (OT 4). Se trata de una preparación para prolongar la palabra, la acción salvífica y la acción pastoral de Cristo.

Por consiguiente, deben prepararse para el ministerio de la palabra: para comprender cada vez mejor la palabra revelada por Dios, poseerla con la predicación y expresarla con la palabra y la conducta; deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación: a fin de que, orando y celebrando las sagradas funciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y lo sacramentos; deben prepararse para el ministerio del Pastor: para que sepan representar delante de los hombres a Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su Vida para redención del mundo (Mt 10,45; cf. Jn 13,12-17), y hechos servidores de todos, ganar a muchos (cf. 1 Co 9,19) (OT 4).

El enfoque pastoral de la formación para el sacerdocio abarca, pues, todos los aspectos de la vida del Seminario:

- Espiritual: amistad con Cristo, a partir de la escucha y meditación de la palabra y de la eucaristía, celebraciones litúrgicas, práctica de virtudes cristianas, humanas y sacerdotales.

- Humano, disciplinar o de convivencia: como vida de fraternidad y de familia, «mediante la vida en común en el Seminario y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia» (can. 245, par. 2).

- Intelectual y cultural: centrada en el conocimiento y la vivencia del misterio de Cristo, que capacita para una recta inculturación en las nuevas situaciones de la sociedad.

- Experiencias pastorales: según las posibilidades y etapas de formación, y según el nivel profético, litúrgico y de servicios de organización y caridad (cfr. PVD 43-59; Dir 75-78).

El Seminario es, pues, el centro privilegiado, como «corazón de la diócesis» (OT 5), para cultivar las vocaciones desde sus primeros gérmenes (OT 3). El proceso formativo deberá tener en cuenta las señales de vocación (recta intención, voluntad libre, idoneidad o cualidades), para ir madurando la personalidad humana, cristiana y sacerdotal (ver el n. 2). El Seminario debe y puede ofrecer, con la colaboración de todos, especialmente de formadores y candidatos, un ambiente de oración, reflexión, fraternidad y compromiso personal y comunitario.

La vida espiritual del Seminario es ya, el germen, la que corresponde a quien prolongará un día la palabra, el sacrificio y el pastoreo de Cristo (cap. IV y V). Esta vida debe tener una base doctrinal y pastoral, por medio de un trato familiar con Dios, expresado en consorcio íntimo de amistad con Cristo. Es una vida alimentada por la meditación de la palabra y por la eucaristía, centrada en el misterio pascual de Cristo, sin olvidar la relación filial con María Madre de Cristo Sacerdote y Buen Pastor (OT 8).

La formación para la vida espiritual, precisamente por ser eminentemente pastoral, se concreta en el sentido y amor de Iglesia, como sacerdotes ministros que son servidores de Cristo prolongado en ella (cf. cap. VI). «En la medida en que uno ama a la Iglesia de Cristo, posee el Espíritu Santo» (San Agustín, citado en OT 9). Las virtudes del Buen Pastor, obediencia, pobreza y castidad enraízan en una fuerte vida espiritual que debe ser también de madurez humana y cristiana (OT 10; cf. cap. V). Hay que presentar la vocación con todo su realismo: elección, exigencias, dificultades, posibilidades.

No será posible la formación espiritual, intelectual y pastoral, sin un ambiente disciplinado de convivencia y de familia, de trabajo en equipo, que favorezca la madurez humana de las personas, en vistas a crear criterios, escala de valores, convicciones y decisiones libres.

Es necesario que toda la vida del Seminario, impregnada de amor a la piedad y al silencio y de interés por ayudarse unos a otros, se organice de tal manera que sea ya una cierta iniciación para la futura vida del sacerdote (OT 11).

De este ambiente nacerán las virtudes humano-cristianas necesarias para la vida sacerdotal;

Habitúense los alumnos a dominar bien el propio carácter; sepan apreciar todas aquellas virtudes que gozan de mayor estima entre los hombres y avalan al ministro de Cristo, cuales son la sinceridad, la preocupación constante por la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la buena educación y la moderación en el hablar, unida a la caridad (OT 11).

La formación intelectual debe girar en torno al misterio de Cristo, centro de la creación y de la historia (cf. Jn 1,3ss; Ef 1,10; Col 1,16-17). Todos los temas de estudio deben concurrir armoniosamente a abrir cada vez más las inteligencias de los alumnos al misterio de Cristo, que afecta a toda la historia de la humanidad, influye constantemente en la Iglesia y actúa sobre todo por obra del ministerio sacerdotal (OT 14).

Especialmente las disciplinas teológicas se deben convertir «en alimento de su propia vida espiritual» (OT 16), para «una genuina formación interior» (OT 17), invitando a la meditación de la palabra, a la celebración litúrgica y al anuncio del evangelio. El candidato al sacerdocio se ambienta, de este modo, en una historia de salvación que él deberá anunciar, celebrar, comunicar, vivir y continuar. El objetivo de los estudios eclesiásticos es el siguiente: «que los alumnos... se sientan ayudados a fundamentar y a empapar toda su vida personal en la fe y consolidar su decisión de abrazar la vocación con la entrega personal y la alegría de espíritu» (OT 14).

La formación pastoral enraíza en todos los demás aspectos formativos, espiritual, disciplinar e intelectual y, al mismo tiempo, los enriquece con una perspectiva apostólica. Por esto, «la preocupación pastoral debe informar por entero la formación de verdaderos pastores de almas» (OT 4). Esta formación abarca diversos aspectos: el estudio y la contemplación de la palabra, la celebración litúrgica y la vida de fraternidad, cierta experiencia de actividad directa. Esta última se realizará según las diversas etapas y niveles de formación, de forma metódica y bajo la guía de personas entendidas en cuestiones pastorales (OT 21). Hay que prepararse para los diversos campos apostólicos. El Concilio señala los siguientes (OT 19-21):

- predicación y catequesis,

- culto litúrgico y sacramentos,

- obras de caridad,

- aprender la dirección espiritual también orientada a personas llamadas a la perfección evangélica,

- diálogo con los hombres y con la sociedad actual,

- uso de los medios pedagógicos, psicológicos, sociológicos y de comunicación social,

- actuación en los movimientos apostólicos,

- acción misionera local y universal.

Se necesita una actitud espiritual equilibrada y coherente para armonizar las líneas pastorales de inmanencia (inserción) y de trascendencia, especialmente cuando se trata de la dimensión sociopolítica de la formación: conocimiento y vivencia de la doctrina social de la Iglesia, imitación de las actitudes de Cristo pobre, solidaridad a la luz de la palabra de Dios y de la eucaristía, dimensión carismática, institucional y escatológica del Reino de Dios, capacidad contemplativa que se hace donación, sentido de Iglesia, comunión, etc. (ver cap. IV, n. 6) 7.

7 A. M. JAVIERRE, La formación para la vida y el ministerio pastoral en América Latina, «Medellín» 10 (1984) 49-470. Ver también: La dimensión sociopolítica de la formación sacerdotal, «Boletín CELAM» n. 224 (en., feb. 1989); J. ESQUERDA BIFET, Líneas fundamentales de la formación espiritual de los futuros sacerdotes, «Seminarium» (1977) 1035-1055; Idem, La formación para el ministerio: El Seminario, en: La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales, Pamplona, Univ. de Navarra, 1990, 357-382; M. MACIEL, La formación integral del sacerdote, Madrid, BAC, 1990.

Esta formación integral necesita una continuación por medio de la formación permanente (cf. n. 4). De este modo, la fidelidad a la vocación irá madurando hasta una perseverancia gozosa y generosa. La decisión de seguir la voz de Dios se convertirá en donación de caridad pastoral y, consiguientemente, en el gozo de seguir a Cristo Buen Pastor, del todo y para siempre.

La propia dirección espiritual durante este período formativo inicial es imprescindible (ver el n. 5). No se trata solamente de consulta moral de parte de quien todavía no está formado en las exigencias cristianas, sino principalmente de la consulta periódica y programada sobre la propia vocación sacerdotal: discernimiento, fidelidad, generosidad. Por parte del dirigido se necesita apertura para exponer su propia realidad, y docilidad para seguir las indicaciones del director. Pero si la dirección espiritual debe ser también un medio para la vida sacerdotal posterior, conviene captar el meollo de la misma: se trata de una orientación o guía para todo el camino de perfección y contemplación cristiana sacerdotal. Si faltara el deseo de perfección, la dirección espiritual propiamente dicha quedaría enflaquecida durante el período seminarístico y desaparecería después de la ordenación sacerdotal 8.

8 Sobre la dirección espiritual en el Seminario: OT 3, 8, 19; can. 239 y 246; PDV 40, 50, 81; Dir 39, 54, 85, 92; R. ALDABALDE, A. MORTA, La dirección espiritual en la espiritualidad de Vitoria, Vitoria, 1986; B. GIORDANI, Encuentro de ayuda espiritual, Madrid, Soc. Ed. Atenas, 1985; L. M. MENDIZÁBAL, Dirección espiritual, teoría y práctica, Madrid, BAC, 1982; M. RUIZ JURADO, El discernimiento espiritual. Teología. Historia. Práctica, Madrid, BAC, 1994.

Los medios para esta formación inicial corresponden a los diversos aspectos que hemos indicado. Los medios concretos de vida espiritual son semejantes a los de la vida sacerdotal (cf. n. 5), pero se aplica en el Seminario de modo pedagógico gradual, para ir formando personas responsables que sepan apreciar y poner en práctica estos mismos medios por propia convicción e iniciativa 9.

9 Los medios de espiritualidad durante la formación en el Seminario (OT 8-12; PDV 45-50, can. 245-256) son parecidos a los señalados para los sacerdotes (PO 18; can. 276, 1186). Ver; Puebla 693-694.

La personalidad humana, cristiana y sacerdotal es un desarrollo armónico y progresivo de criterios, escala de valores y actitudes, de suerte que el candidato aprenda a vivir en sintonía con el modo de pensar, sentir y amar de Cristo Sacerdote y Buen Pastor 10.

10 Ver algunas publicaciones citadas en la orientación bibliográfica del final del capítulo. Colección de documentos: La formación sacerdotal, Bogotá, DEVYM, OSLAM, 1982. Il Sacerdocio ministeriale nel Magisterio Ecclesiale, Documenti (1908-1993), Lib. Edit. Vaticana 1993; La formación sacerdotal: Enchiridium, Madrid, Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, 1999. En esa colección pueden encontrarse los siguientes documentos: Decreto conciliar sobre la formación sacerdotal; Normas básicas de la formación sacerdotal; La enseñanza de la filosofía en los Seminarios; Orientaciones para la educación en el celibato sacerdotal; La enseñanza del derecho canónico para los aspirantes al sacerdocio; La formación teológica de los futuros sacerdotes; Instrucción sobre la formación litúrgica en los Seminarios, Constitución Apostólica «Sapientia cristiana»; Carta circular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los Seminarios; algunos textos del documento de Puebla. Las «Normas básicas» (Ratio fundamentalis) han sido retocadas ligeramente en 1985 para adaptarse a los cánones del nuevo Código.

4- Formación sacerdotal permanente

La formación permanente del sacerdote corresponde a los diversos períodos de la vida posterior a la ordenación sacerdotal. De hecho, de un modo o de otro, ha existido siempre: retiros, ejercicios espirituales, conferencias, casos de moral, especialización, concursos, etc. Pero su necesidad y su actualización se ha dejado sentir más en momentos de cambio cultural, sociológico e histórico. También se la ha llamado pastoral sacerdotal, aunque ésta abarca también otros campos de la ayuda al sacerdote.

La formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden... Es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser. Es, pues, amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo. Pero es también un acto de amor al Pueblo de Dios, a cuyo servicio está puesto el sacerdote... La formación permanente es necesaria para que el sacerdote pueda responder debidamente a este derecho del Pueblo de Dios. Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral (PDV 70).

El Concilio Vaticano II indicó la necesidad de esta formación permanente, señalando unas directrices generales:

La formación sacerdotal, sobre todo en las condiciones de la sociedad moderna, debe proseguir y completarse aún después de terminados los estudios en el Seminario. Por ello, a las Conferencias episcopales tocará servirse en cada nación de los medios más adecuados, tales como los Institutos de Pastoral que cooperan con parroquias oportunamente elegidas, asambleas organizadas con fechas fijas y ejercicios aprobados que introduzcan al clero joven, bajo el aspecto espiritual, intelectual y pastoral, en la vida y actividad apostólica y le capacite para renovarlas y fomentarlas cada día más (OT 22) 11.

11 Sobre la formación permanente: PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; can 244, 248, 252, 279; PDV 70-81; Dir 69-97. Carta circular de la Congregación del Clero sobre la formación permanente de los sacerdotes (4 noviembre 1969);Puebla 719-720. Ver orientación bibliográfica del final del capítulo.

En los lugares en que se han ofrecido al sacerdote medios adecuados de formación permanente, se ha sentido potenciado y capacitado para responder a los cambios actuales sin perder su identidad, especialmente cuando esta formación se ha impartido también como pastoral sacerdotal, es decir, con asistencia y ayuda en todos los campos de su vida y de su ministerio 12.

12 En América Latina se dispone de abundante documentación sobre la formación sacerdotal permanente, que citamos en la orientación bibliográfica del final del capítulo. Ver también OSLAM, Actas del Congreso de Quito, Medellín 10 (1984) (sep. dic.).

Hay que abarcar armónicamente todos los aspectos de la formación permanente, según las indicaciones conciliares y posconciliares:

- Espiritualidad: doctrinal, práctica, asistencia, personal, grupos de vida espiritual,

- pastoral: metodología, grupos apostólicos por zonas o por funciones pastorales,

- cultural: en todos los campos del saber eclesiástico y de interés para el ministerio,

- económico: asistencia material, previsión social,

- personal: atención a las personas (relaciones personales), descanso, celebraciones, dificultades, etc. 13.

13 Además de la bibliografía citada al final del capítulo, ver AA. VV., Numéro spécial sur la formation permanente du prêtre, «Bulletin de Saint Sulpice» 7 (1981); J. GARCIA VELASCO, La dimensión personal y espiritual en la formación permanente, «Sal Terrae» 69 (1981) 769-779; G. GARRONE, La formazione permanente del sacerdote, Torino, LDC, 1978; A. JIMÉNEZ CADENA, Formación permanente de los presbíteros, dimensión humana y comunitaria, «Medellín» 10 (1984) 508-514. La Exhortación Apostólica sobre los laicos Christifidelis Laici, dedica a este tema los números 57-65, señalando los diversos aspectos de la formación para que sea realmente integral y armónica.

La responsabilidad primera y más importante respecto a la formación permanente recae en el mismo sacerdote, también en cuanto que debe colaborar a la formación de los demás hermanos (cf. cap. VII). El obispo, para cumplir con su deber pastoral de asistencia a sus sacerdotes (cf. CD 15-16; PO 7), se valdría de los organismos oficiales de la diócesis, Consejo Presbiteral, arciprestazgos o decanatos, etc., y de los servicios de la Conferencia Episcopal, departamento o secretariado del clero.

La vida comunitaria o de equipo, según las diversas posibilidades, que hemos indicado en el capítulo VII, n. 2 y 4, será un medio privilegiado para colaborar en todo lo que se organice y para hacerlo efectivo compartiéndolo con los demás.

Uno de los momentos en los que más se necesita la formación permanente es durante los primeros años de sacerdocio. Los convictorios e Institutos de pastoral sacerdotal prestan una gran ayuda para que el sacerdote pueda renovar la ciencia teológica y los métodos de pastoral, así como fortalecer su vida espiritual y comunicar mutuamente con sus hermanos las experiencias apostólicas (PO 19).

Será poco eficaz la formación permanente si no va acompañada de una verdadera pastoral sacerdotal. El sacerdote necesita encontrarse en espíritu de familia no propiamente de empresa, dentro del Presbiterio. Las ideas y métodos que puedan ofrecérsele recobran toda su fuerza cuando se llega a la persona y en su misma circunstancia. Esto reclama relaciones personales de confianza, de aliento, de convivencia e incluso de compartir la vida con su propio obispo y con los demás hermanos del Presbiterio (cf. cap. VII, n. 2 y 4). Un medio muy oportuno es el de dedicar algún sacerdote, relativamente liberado, para poder atender a los hermanos.

Si fallara la formación espiritual permanente, los otros aspectos quedarían muy debilitados. De ahí la necesidad de privilegiar la organización de retiros periódicos, Ejercicios espirituales, cursos de espiritualidad, jornadas dedicadas a santos sacerdotes (Cura de Ars, Juan de Avila...), celebraciones (Bodas de plata y oro), etc. 14.

14 Aspectos prácticos sobre cómo realizar retiros, ejercicios espirituales, dirección espiritual y revisión de vida, en: J. ESQUERDA, Caminos de renovación, Barcelona, Balmes, 1983 (Segunda parte: Momentos fuertes de reconciliación, conversión, renovación).

Uno de los campos más olvidados de la formación permanente es precisamente el estudio de la teología espiritual. El sacerdote debe conocer teológicamente y vivencialmente todo el proceso de la vida espiritual, como parte integrante de su ministerio. Efectivamente, el sacerdote debe guiar por el camino de perfección a los fieles que sientan esta llamada, incluso hacia la contemplación y los consejos evangélicos (PO 5, 6, 9; OT 19).

El sacerdote necesita tener una formación adecuada para ejercer la dirección espiritual de los demás 15.

15 Sobre la dirección espiritual, ver nota 8 de este capítulo. Manuales de Teología Espiritual, en el capítulo I, nota 19.

Hemos visto anteriormente las virtudes del sacerdote enraizadas en la caridad pastoral (cf. cap. V), así como la necesidad de una oración contemplativa (cf. cap. IV, n. 5). El sacerdote necesita una formación profunda para vivir el seguimiento evangélico en forma de vida apostólica en el Presbiterio (cf. cap. VII). Muchas veces se ha reducido la formación espiritual del sacerdote a niveles ordinarios de poca exigencia. La espiritualidad específica del sacerdote diocesano (cf. cap. VII, n. 3) no puede reducirse a reivindicaciones y polémicas. Tampoco puede ceñirse a un equilibrio entre vida interior y acción ministerial. Su espiritualidad específica es la que corresponde a los doce Apóstoles (vida apostólica), vivida con el propio obispo, con los demás sacerdotes del Presbiterio y al servicio incondicional de la comunidad eclesial. Es, pues, espiritualidad de seguimiento evangélico y fraterno para la misión. La formación permanente del sacerdote debe, pues, privilegiar este campo de la perfección sacerdotal, para poder renovar el Presbiterio y potenciar toda la acción evangelizadora 16.

16 Hemos señalado modos concretos de llevar a efecto la espiritualidad sacerdotal por medio de la fraternidad en el Presbiterio, en el cap. VII, n.4.

5- Medios comunes y peculiares de la espiritualidad sacerdotal

No puede darse un proceso serio de la vida espiritual sin poner los medios concretos adecuados. La espiritualidad del sacerdote está en relación con sus ministerios: «Conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Esta actitud personal del sacerdote, que el Concilio Vaticano II califica de «unidad de vida» (PO 14), o de unión con los sentimientos de Cristo, necesita unos medios que el mismo Concilio concreta para la vida espiritual y que están relacionados con la acción apostólica (PO 18).

No sería exacto subrayar unos medios de espiritualidad en contraposición a la acción ministerial. Esta dicotomía podría crear malentendidos y angustias que resultarían en detrimento tanto de la vida interior como del apostolado. Los mismos ministerios son ya medios privilegiados de santificación, a condición de que se ejerzan en el Espíritu de Cristo (PO 13).

Podríamos, pues, distinguir entre medios comunes de santificación para todo cristiano y medios peculiares de santificación para el sacerdote. Como todo fiel, el sacerdote necesita poner en práctica los medios comunes de santificación. Al mismo tiempo, estos medios ayudan a vivir los ministerios sacerdotales en el Espíritu de Cristo:

Para fomentar la unión con Cristo en todas las circunstancias de la vida, aparte el ejercicio consciente de su ministerio, gozan los presbíteros de medios comunes y particulares, nuevos y antiguos, que el Espíritu Santo no deja nunca de suscitar en el Pueblo de Dios, y la Iglesia recomienda, y hasta manda también algunas veces para la santificación de sus miembros (PO 18) 17.

17 En los textos conciliares (PO 18; OT 22) y en el nuevo Código (can. 246, 276) se señalan algunos medios que parecen comunes a todo cristiano, aunque con especial referencia a quien debe ejercer los ministerios sacerdotales. La terminología sobre los medios comunes y medios particulares no resulta muy clara en los documentos. Ver: L. CASTAN, Recursos para fomentar la vida espiritual del presbiterio, en Los presbíteros a los diez años de Presbyterorum Ordinis, Burgos, 1975 (Teología del Sacerdocio, 7), 463-495.

El Concilio Vaticano II (PO 18; OT 8-12) señala algunos medios de santificación que son comunes de toda vocación cristiana:

- lección divina, oración mental, meditación de la palabra,

- celebración eucarística, espíritu de sacrificio,

- cotidiano diálogo con Cristo en la visita y culto especial de la santísima Eucaristía,

- frecuente celebración del sacramento de la reconciliación,

- examen diario de conciencia,

- retiro y Ejercicios espirituales,

- dirección espiritual,

- devoción filial a María Madre de Cristo Sacerdote.

Estos medios comunes se convierten en medios particulares para el sacerdote cuando se relacionan más directamente con los ministerios. Así, por ejemplo, la meditación de la palabra. En efecto, cuando el Concilio habla de la predicación, invita a prepararla con la oración y la contemplación (LG 41; PO 6,13); cuando habla de oración sacerdotal, la relación también con el ministerio del oficio divino o liturgia de las horas (PO 5,18; SC 84ss).

Toda la vida sacerdotal, gracias a los medios de santificación y especialmente gracias a la acción ministerial, se convierte en un camino continuo de santificación:

Mientras oran y ofrecen el sacrificio, como es su deber, por los propios fieles y por todo el Pueblo de Dios, sean conscientes de lo que hacen e imiten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo les sean un obstáculo, antes bien ascienden por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de Dios (LG 41).

El hecho de ejercer los ministerios proféticos, cultuales y hodegéticos (o de dirección y servicio), se convierte en una invitación a que el mismo sacerdote viva lo que hace, meditando la palabra, uniéndose a Cristo Redentor, identificándose con Cristo servidor. Los medios arriba indicados son una gran ayuda para ejercer los ministerios en la línea de la caridad pastoral.

Entre todos los medios comunes y particulares de santificación destaca el de la oración como actitud de amistad y de relación personal con Cristo. Todos los actos ministeriales son prolongación de la persona y del actuar de Cristo. La actitud relacional es ejercida de modo especial en la meditación de la palabra y en el trato amistoso con Cristo presente en la eucaristía. De ahí derivará una actitud habitual de relación con el Señor mientras se le anuncia, se le hace presente y se le comunica a los demás. La cuestión del tiempo es siempre relativa a la escala de valores o prioridades que uno tenga previamente en su corazón (cf. cap. IV, n. 5).

Los maestros espirituales han subrayado la importancia de la dirección espiritual, en cuanto que se busca el consejo de un hermano (experimentado o docto) que ayude a discernir y a ser fiel en todo el camino de santidad. El sacerdocio, y el futuro sacerdote no queda exento de esta necesidad, que se podría llamar de cuerpo místico, en cuanto que todos tenemos necesidad del consejo, del ejemplo y de la oración de los hermanos. Al hablar de la formación inicial en el Seminario (n. 3) y de la formación permanente (n. 4) hemos resumido el tema. La revisión de vida en grupo puede ser una ayuda espiritual fuerte, pero no puede suplir en todo a la dirección espiritual propiamente dicha (cf. cap. VII, n. 2 y 4).

Estos medios de espiritualidad recobran una fuerza especial cuando se ponen en práctica en plan comunitario, especialmente en los encuentros para intercambio de experiencias y ayuda mutua: retiros, oración compartida, consejo espiritual, etc. Es necesario

hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas (PDV 79).

Al mismo tiempo, estos medios deben favorecer la comunión con el propio obispo y con los hermanos sacerdotes y diáconos, como camino para construir la fraternidad sacramental en el Presbiterio (PO 18). Un Presbiterio unido, que ofrezca infraestructuras de espiritualidad, cultura y apostolado, es el mejor ambiente y estímulo para valorar y poner en práctica los medios de santificación 18.

18 Los documentos eclesiales señalan unas notas de garantía para las asociaciones sacerdotales: aprobación por parte de la autoridad competente, santificación en el ejercicio del ministerio, cierta organización y plan de vida, servicio abierto a todos los presbíteros (PO 8; can. 278; PDV 31,81; Dir 29,88). Ver capítulo VII, n. 4 (y nota 14). La Congregación para el Clero publicó una declaración (Quidam Episcopi, 8 marzo, 1982) sobre asociaciones que pueden son contraproducentes para todo sacerdote. Todo proyecto de vida, personal o comunitario, necesita tener un ideario, unos objetivos y unos medios concretos (también, eventualmente, señalando unas etapas). Actualmente muchos sacerdotes recién ordenados se preguntan sobre qué asociación o grupo les puede ayudar más. Se nota una actitud indecisa, bastante generalizada. Lo más importante es que cada uno tenga su proyecto personal (trazado en Ejercicios, con el consejo o dirección espiritual, etc.) y que busque luego el lugar más adecuado para cumplirlo: decanato, grupo de amigos (revisión de vida), consejo espiritual, asociación, etc. Sin este compromiso personal (que debe abarcar el seguimiento evangélico del Buen Pastor, la vida comunitaria y la disponibilidad apostólica), se navega siempre en medio de indecisiones, criticando a las asociaciones o culpando de pasivismo al mismo Presbiterio.

 

6- Elaborar un proyecto de vida personal y comunitario en el Presbiterio (PDV 79)

Si se admite que la «fraternidad sacerdotal y la pertenencia al Presbiterio son elementos característicos del sacerdote» (Dir 25), la consecuencia lógica debe ser la siguiente: «El Presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización» (Dir 27). Para conseguir este objetivo es necesario trazar un «proyecto de vida» personal y comunitario, con líneas y «programas de formación permanente, capaces de sostener de una manera real y eficaz el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes (PDV 3).

Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del presbiterio... Esta responsabilidad lleva al obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas (PDV 79).

Este proyecto de vida (personal y comunitario) podría seguir estas o parecidas indicaciones:

- Ideario de vida sacerdotal: ser (consagración), obrar (misión), vivencia o estilo de vida según la «vida apostólica».

- Objetivos: según las cuatro áreas o niveles: humana (PDV 72, 43-44; Dir 75), espiritual (PDV 72, 45-50; Dir 76), intelectual (PDV 72, 51-56; Dir 77), pastoral (PDV 72, 57-59; Dir 78).

- Medios y programación posible (cfr. PO 18-21; PDV cap. V y VI; Dir 39, 45-54, 68, 76, 81-86; CIC can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550).

Guía Pastoral

Reflexión bíblica

- Vocación, don y declaración de amor: Mc 3,13; 10,21; Jn 15,9-16; Ef 1,4).

- Vocación, fruto de la oración: Mt 9,38.

- La vocación como encuentro con Cristo: Jn 1,38-39; 15,14-15; Mc 10,38-39.

- La vocación como seguimiento: Mt 4,19ss; 19,27; Mc 10,21.

- La vocación para la misión: Mc 3,14; Jn 20,21.

- Vocación de fraternidad y de servicio en la comunidad eclesial: Lc 10,1; Jn 17,21-23; Mc 10,44-45; Jn 13,14-15.

Estudio personal y revisión de vida en grupo

- Signos y discernimiento de la vocación: recta intención, libertad, idoneidad (PO 11; OT 2,6; PDV 34-37).

- Colaboradores en el fomento y formación: familia, comunidad eclesial, educadores, el mismo llamado (OT 2; PDV 38-41).

- Medios concretos de espiritualidad: armonía con los ministerios (OT 19-21; can. 245-256; PO 18; PDV 72; can. 276, 1186; Puebla 693-694).

- Seminario, tarea de todos (OT 3-7; PDV 65-69; Puebla 869-880).

- Línea pastoral del Seminario (OT 4,19; PDV 57-59); Puebla 969ss; Medellín XIII, 4-6.

- Formación permanente, naturaleza y práctica (PO 7 y 19; OT 22; CD 16; SC 18; PDV 70-82; Dir 69-97; can. 244, 248, 252, 279: Puebla 719-720).

- Organización y práctica de retiros y Ejercicios espirituales, experiencias, dificultades y posibilidades (can. 246; 276; Dir 85).

- Experiencias, dificultades y posibilidades de la dirección espiritual (PDV 40,50,81; Dir 39,54,85,92; can. 239, 246).

Orientación Bibliográfica

Ver más bibliografía en las notas de este capítulo y en capítulos anteriores: vocación laical y religiosa (notas 12 y 13 del capítulo II); documentos del Magisterio (notas 4 y 10 de este capítulo VIII); dirección espiritual (notas 8 y 15 de este mismo capítulo); formación permanente (notas 11, 12, 13).

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